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José María Iraburu Año de la Fe. Tolerancia-cero para las herejías Año de la Fe. Tolerancia-cero para las herejías –1 –De la tolerancia-cero se ha hablado en relación a la pederastia dentro de la Iglesia. –Y en el Año de la Fe hablemos también de la tolerancia-cero en referencia a las herejías que hay dentro de la Iglesia. El Año de la Fe ha suscitado muchos y valiosos eventos, publicaciones y celebraciones, que se van desarrollando desde el 11-X-2012, cincuentario del Concilio Vaticano II, hasta el 11- XI-2013, solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. La gran variedad de actividades puede comprobarse en la página-web propia del Año de la Fe establecida por el Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización. Todos esos esfuerzos de oración y de acción, y los que se irán realizando todavía en las Iglesias locales, se apoyan fundamentalmente en la asimilación más amplia y profunda del Concilio Vaticano II y del Catecismo de la Iglesia Católica. Éste ha sido uno de los principales fines propuestos por Benedicto XVI, papa emérito, en su Carta Apostólica «Porta Fidei» , con la que se convoca el Año de la Fe (11-X-2011; nn. 11-12). En el Año de la Fe, sin embargo, echamos en falta una decisión enérgica de la Iglesia para mantener una tolerancia-cero respecto a la difusión de herejías dentro de la misma Iglesia. Seguiré en mi exposición, concretamente, una analogía permanente con lo sucedido en Irlanda acerca de la pederastia perpetrada dentro de la Iglesia. La misma tolerancia-cero, que fue suscitada especialmente por Benedicto XVI contra ese terrible pecado y escándalo, debe suscitarse en el Año de la Fe con palabras claras y acciones eficaces respecto de la difusión de herejías dentro de la Iglesia. La lucha de la Iglesia contra la pederastia se acentuó notablemente en el año 2000, con ocasión de los numerosos abusos denunciados en Estados Unidos, y en seguida en otros países, como Austria. Fue entonces cuando Juan Pablo II, primero, y Benedicto XVI,

Tolerancia cero para las herejias - José María Iraburu

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José María Iraburu

Año de la Fe. Tolerancia-cero para las herejías

Año de la Fe. Tolerancia-cero para las herejías –1

–De la tolerancia-cero se ha hablado en relación a la pederastia dentro de la Iglesia.–Y en el Año de la Fe hablemos también de la tolerancia-cero en referencia a las herejías que hay dentro de la Iglesia.

El Año de la Fe ha suscitado muchos y valiosos eventos, publicaciones y celebraciones, que se van desarrollando desde el 11-X-2012, cincuentario del Concilio Vaticano II, hasta el 11-XI-2013, solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. La gran variedad de actividades puede comprobarse en la página-web propia del Año de la Fe establecida por el Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización. Todos esos esfuerzos de oración y de acción, y los que se irán realizando todavía en las Iglesias locales, se apoyan fundamentalmente en la asimilación más amplia y profunda del Concilio Vaticano II y del Catecismo de la Iglesia Católica. Éste ha sido uno de los principales fines propuestos por Benedicto XVI, papa emérito, en su Carta Apostólica «Porta Fidei», con la que se convoca el Año de la Fe (11-X-2011; nn. 11-12).En el Año de la Fe, sin embargo, echamos en falta una decisión enérgica de la Iglesia para mantener una tolerancia-cero respecto a la difusión de herejías dentro de la misma Iglesia . Seguiré en mi exposición, concretamente, una analogía permanente con lo sucedido en Irlanda acerca de la pederastia perpetrada dentro de la Iglesia. La misma tolerancia-cero, que fue suscitada especialmente por Benedicto XVI contra ese terrible pecado y escándalo, debe suscitarse en el Año de la Fe con palabras claras y acciones eficaces respecto de la difusión de herejías dentro de la Iglesia.

La lucha de la Iglesia contra la pederastia se acentuó notablemente en el año 2000, con ocasión de los numerosos abusos denunciados en Estados Unidos, y en seguida en otros países, como Austria. Fue entonces cuando Juan Pablo II, primero, y Benedicto XVI, después, pusieron en marcha con una energía y eficacia realmente nuevas un combate contra la pederastia perpetrada en ámbitos religiosos. En Irlanda inició Roma la lucha en 2006, con ocasión de la visita ad limina del Espiscopado irlandés , y la culminó en 2010, como se manifiesta en la Carta Pastoral del Santo Padre Benedicto XVI a los católicos de Irlanda. Uno de los Obispos irlandeses apartado de su sede por esta causa, declaraba: «acepto que desde la época en que me convertí en obispo auxiliar, debería haber cuestionado “la cultura imperante de ocultación”», que por esos años estaba ampliamente vigente. Finalmente en Irlanda, como también en otras Iglesias locales, se estableció eficazmente la tolerancia-cero respecto del horrible crimen de la pederastia.

De modo semejante, la tolerencia-cero contra las herejías debe ser afirmada con esa misma energía y eficacia en el Año de la Fe, superando decididamente una «cultura de tolerancia a las herejías» que, en un grado o en otro, lleva ya vigente durante medio siglo , al menos en las naciones ricas occidentales de antigua filiación cristiana. Tanto la pederastia como la herejía son dos horribles pecados, que requieren de la Iglesia una intolerancia semejante y un combate total. La pederastia es un gravísimo pecado contra la moral, aunque, como tantos otros pecados, no implica una excomunión automática. La herejía, por el contrario, al herir y arruinar la fe, en la que se fundamenta toda la vida cristiana de la Iglesia y de cada uno de los fieles, lleva consigo una excomunión automática (canon 1364).

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Siempre que surge la herejía, debe, pues, ser afrontada con especial horror, con prontitud, como si se tratara de un grave incendio o de una caso comprobado de pederastia. Ésta es la tradición unánime en la historia de la Iglesia, tanto en Oriente como en Occidente: tolerancia-cero ante las herejías. Es totalmente incompatible con la Tradición y con la misma Ley canónica de la Iglesia una «cierta tolerancia» ante los errores contra la fe, una transigencia hecha de reticencias, falsas prudencias, pasividades, ineficacias combativas, reprobaciones largamente demoradas, consentimientos tácitos o explícitos, medidas claramente insuficientes, y siempre sospechosas de una oculta complicidad con la falsificación de la fe.

Que en los últimos decenios se han difundido dentro de la Iglesia innumerables herejías es un hecho cierto, varias veces denunciado por los Papas. Y estas graves falsificaciones doctrinales no han disminuido en nuestros días.

–Juan Pablo II: «Es necesario admitir con realismo, y con profunda y atormentada sensibilidad, que los cristianos de hoy, en gran parte, se sienten extraviados, confusos, perplejos, e incluso desilusionados. Se han esparcido a manos llenas ideas contrastantes con la verdad revelada y enseñada desde siempre. Se han propalado verdaderas y propias herejías en el campo dogmático y moral, creando dudas, confusiones, rebeliones. Se ha manipulado incluso la liturgia. Inmersos en el relativismo intelectual y moral, y por tanto en el permisivismo, los cristianos se ven tentados por el ateísmo, el agnosticismo, el iluminismo vagamente moralista, por un cristianismo sociológico, sin dogmas definidos y sin moral objetiva» (Disc. a misioneros populares, 6-2-1981).

–Benedicto XVI, presidiendo el Via Crucis en el Coliseo de Roma, un mes antes de ser constituido Papa: «¡Cuántas veces se deforma y se abusa de su Palabra [de Dios]! ¡Qué poca fe hay en muchas teorías, cuántas palabras vacías! ¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia!… Señor, frecuentemente tu Iglesia nos parece una barca a punto de hundirse, que hace aguas por todas partes. Y también en tu campo vemos más cizaña que trigo» (25-III-2005).

¿Cómo ha podido suceder esto?, nos preguntamos los fieles cristianos… «“Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?” Él les contestó: “un enemigo ha hecho esto”» (Mt 13,28). Ese Enemigo es el diablo, el Padre de la mentira, por medio de hombres e instituciones más o menos sujetos a su influjo. Es una realidad harto misteriosa, en la que se dan dos hechos contrapuestos:

1.–Nunca la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo hacia la verdad completa, ha tenido un corpus doctrinal y disciplinar tan amplio, luminoso y coherente como el actual. Eso haría pensar que en nuestro tiempo la falsificación de la doctrina católica tendría que ser especialmente difícil e infrecuente. Pero ocurre justamente lo contrario. Entonces, ¿cómo ha podido suceder esto? Esa pregunta, es necesario confesarlo, tiene una respuesta única:

2.–Nunca la Autoridad apostólica ha tolerado en la Iglesia tantos errores doctrinales y tantos abusos disciplinares y litúrgicos. No puede darse otra explicación. Es obvio que herejías, cismas y sacrilegios se han dado y se darán siempre en la Iglesia, pero solamente perduran en ella y se multiplican en la medida en que, activa o pasivamente, son tolerados por los Pastores sagrados, es decir, en la medida en que quedan impunes. Herejes, sacrílegos y cismáticos no suelen tener vocación de mártires, y solamente persisten en sus errores y crímenes en la medida en que quedan impunes; más aún, en la medida en que conservan sus cátedras, prosiguen sus conferencias y publicaciones, y mantienen sus sueldos. Por eso, si durante el último medio siglo han podido «esparcirse a manos llenas verdaderas herejías», haciendo que «los cristianos de hoy, en gran parte, se sientan extraviados, confusos, perplejos», esta tremenda realidad, que hay que atribuir sin duda a varias causas, se debe en buena parte a la omisión de un ejercicio suficiente de la Autoridad apostólica (cf. Mt 13,25).

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Hace medio siglo que en la Iglesia no se guarda una tolerancia-cero contra las herejías. Los procedimientos canónicos y pastorales para reprobarlas y eliminarlas son en gran medida ineficaces, en muchos casos porque ni siquiera se aplican. La Iglesia manda que «debe ser castigado con una pena justa quien enseña una doctrina condenada por el Romano Pontífice o por un Concilio Ecuménico», etc. (canon 1371). Pero son muy numerosos los casos en que tal mandato no ha sido cumplido. Y solo así se explica que, en palabras de Juan Pablo II ya citadas, «se han esparcido a manos llenas ideas contrastantes con la verdad revelada y enseñada desde siempre». Debemos, pues, juzgar como pésimo el árbol de la «cultura de tolerancia» hacia las herejías, comprobando sus malos frutos. La Iglesia, en esta cuestión, no puede seguir como hasta ahora.

–Algunos autores que llevan medio siglo contra-diciendo en graves cuestiones la doctrina de la Iglesia no han sido todavía reprobados, y es posible que sigan difundiendo sus errores hasta que se mueran. –Autores que han visto reprobadas algunas de sus obras, aceptan quizá la Notificación reprobatoria, pero continúan publicando y enseñando impunemente en otras obras sus mismos errores. No se les ha prohibido, por ejemplo, obtener en adelante el nihil obstat para poder publicar una obra. O si esa condición les ha sido impuesta, la eluden consiguiendo el nihil obstat de algún Obispo remoto, in partibus infidelibus. –A los pocos autores que se ven reprobados por la Autoridad apostólica no se les suele exigir, como en otros tiempos, una retractación, en la que afirmen públicamente las verdades de la fe que con grave escándalo han negado en sus escritos, sino que se considera suficiente que ellos acepten la reprobación recibida, aunque alardeen después de seguir pensando y enseñando lo mismo. –Autores que han publicado numerosas obras heréticas de gran difusión, que han sido bestsellers durante muchos años en parroquias y conventos, seminarios y noviciados, movimientos laicos, librerías religiosas, incluso diocesanas, son muy tardíamente reprobados en la Iglesia. La Notificación sobre los innumerables errores gravísimos del P. Anthony De Mello, jesuita, largamente descritos en la Nota, se produjo once años después de su muerte; y todavía siguen editándose y difundiéndose sus obras. Durante decenios el P. Marciano Vidal, redentorista, fue el principal maestro de moral en lengua hispana, y su obra mayor, en la que se habían formado centenares de profesores de moral, fue finalmente reprobada en el año 2002. ¿Podría decirse con verdad que la Iglesia ha mantenido una tolerancia-cero respecto de las herejías y errores de nuestro tiempo?…

El combate librado por los Apóstoles contra las herejías fue muy potente. Con la misma fuerza con la que afirmaron la verdad, negaron los errores contrarios a ella. Fieles al ejemplo y al mandato del Señor, que con tanta fuerza combatió las herejías vigentes en el Israel de su tiempo, como el fariseísmo, los Apóstoles combatieron con gran fuerza los errores contra la fe, que desde el principio se vio alterada o negada en la Iglesia por múltiples herejías, según el Maestro había anunciado: «saldrán muchos falsos profetas y extraviarán a mucha gente» (Mt 24,11; cf. 7,15-16; 13,18-30.36-39). Ya desde el principio la voz de los apóstoles se vio combatida por las ruidosas voces de muchos falsos profetas y teólogos. Pero nunca los Apóstoles dieron por respuesta la callada.

1.º Los escritos apostólicos reflejan constantemente esta preocupación y este dolor: San Pedro (2Pe 2), Santiago (3,15), San Judas (3-23), San Juan (1 Jn 2,18.26; 4,1; Ap 2-3), todos denuncian una y otra vez el peligro de estos maestros del error. San Pablo, concretamente, en sus cartas dedica fuertes y frecuentes ataques contra los falsos doctores del evangelio, y los denuncia haciendo de ellos un retrato implacable: «resisten a la verdad, como hombres de entendimiento corrompido» (2Tim 3,8), son «hombres malos y seductores» (3,13), que «pretenden ser maestros de la Ley, cuando en realidad no saben lo que dicen ni entienden lo que dogmatizan» (1Tim 1,7; cf. 6,5-6.21; 2Tim 2,18; 3,1-7; 4,4.15; Tit 1,14-16; 3,11). Les apasiona la publicidad, dominan los medios de comunicación social –que se les abren de par en par–, son

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«muchos, insubordinados, charlatanes, embaucadores» (Tit 1,10). «Su palabra cunde como gangrena» (2Tim 2,17).

2.º ¿Qué buscan los herejes con sus herejías?… Buscan todos el éxito personal en este mundo presente (Tit 1,11; 3,9; 1Tim 6,4; 2Tim 2,17-18; 3,6), éxito que normalmente consiguen. Basta con que se distancien de la Iglesia, para que el Príncipe de este mundo les garantice el éxito que desean. Y es que «ellos son del mundo; por eso hablan el lenguaje del mundo y el mundo los escucha. Nosotros, en cambio, somos de Dios; quien conoce a Dios nos escucha a nosotros, quien no es de Dios no nos escucha. Por aquí conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error» (1Jn 4,5-6; cf. Jn 15,18-27).

Pues bien ¿será posible que, entre tantas voces discordantes y contradictorias, puedan los cristianos permanecer en la Verdad? Será perfectamente posible si «perseveran en escuchar la enseñanza de los apóstoles» (Hch 2,42), si saben arraigarse «sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular el mismo Cristo» (Ef 2,20), si se aferran decididamente a «la Iglesia del Dios vivo, que es columna y fundamento de la verdad» (1Tim 3,15), si tienen buen cuidado en discernir la voz del Buen Pastor, que mediante el Magisterio apostólico «nos habla desde el cielo» (Heb 12,25). Quienes «conocen su voz, no seguirán al extraño, antes huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños» (Jn 10,4-5).

Los fieles de Cristo entran en el Reino porque se hacen como niños, y se dejan enseñar por la Madre Iglesia. Éstos prestan a la autoridad del Magisterio apostólico «la obediencia de la fe» (Rm 1,5; cf. 16,26; 2Cor 9,13; 1Pe 1,2.14). Éstos han librado el buen combate y han guardado la fe (2Tim 4,7; cf. 2,25; 4,7; 1Tim 2,4; 2Pe 2,20; Heb 10,26). Han sabido guardarse de los «falsos profetas, que vienen a vosotros con vestiduras de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces» (Mt 7,15). Ayudados por el Espíritu Santo, han sabido discernir «por sus frutos» la calidad de doctores y doctrinas (7,16-20). Por el contrario, siguen camino del error aquéllos que «no sufrirán la sana doctrina, sino que, deseosos de novedades, se agenciarán un montón de maestros a la medida de sus propios deseos, se harán sordos a la verdad, y darán oído a las fábulas» (2 Tim 4,3-4).

Los documentos más antiguos de la Iglesia –Padres apostólicos, Santos Padres, cartas, documentos catequéticos– mantienen siempre vivo este horror a la herejía. Ya he tratado de este tema en varios artículos, por ejemplo, en (43) Confesores de la fe, que combaten los errores de su tiempo. Es un empeño constante de la Iglesia desde el tiempo de los Apóstoles. «Obispos y laicos, evitad a todos los herejes que desprecian la Ley y los Profetas… No reconocen a Cristo como Hijo de Dios… menosprecian su pasión y muerte… dejan sin sentido su nacimiento antes de los siglos… Evitadlos, para no ser aniquilados por sus impiedades» (Constituciones Apostólicas, a. 380: VI,26).

Y esta adhesión a la sagrada ortodoxia ha sido nota permanente en la historia de la Iglesia . No han faltado en ella tiempos difíciles –como la gran crisis de la herejía arriana, tan duradera y extendida–, pero siempre la fuerza de las herejías ha sido vencida, con la asistencia del Espíritu Santo, por una afirmación de la verdad católica más fuerte todavía. En este sentido, es indudable que en el Año de la Fe quiere Dios revitalizar la fe del pueblo cristiano en el amor fiel a la verdad de Cristo y de la Iglesia, y en el horror a la herejía; ese horror que tanto se ha relajado durante los últimos decenios, especialmente en aquellas Iglesias locales de muy antigua filiación cristiana, que hoy han perdido en la apostasía a gran parte de sus hijos.

La herejía multiforme del modernismo perdura todavía hoy en todo su vigor , con nuevos nombres y argumentos, pero siempre igual a sí misma. Las descripciones que de ella hacía San Pío X en la encíclica Pascendi (8-IX-1907) siguen siendo perfectamente actuales después de más de un siglo. Y en el Año de la Fe se hace especialmente necesario recordarlas.

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1.º Los modernistas «son ciertamente enemigos de la Iglesia, y no se apartará de la verdad quien dijere que ésta no los ha tenido peores» en toda su historia. «Traman la ruina de la Iglesia, no desde fuera, sino desde dentro»… Los modernistas «han aplicado el hacha no a las ramas, ni tampoco a débiles renuevos, sino a la raíz misma; esto es, a la fe y a sus fibras más profundas. Pero una vez herida esa raíz de vida inmortal, se empeñan en que circule el virus por todo el árbol, y en tales proporciones que no hay parte alguna de la fe católica donde no pongan su mano, ninguna que no se esfuercen en corromper»… «Basta, pues, de silencio; prolongarlo sería un crimen. Tiempo es de arrancar la máscara a esos hombres y de mostrarlos a la Iglesia entera tales cuales son en realidad» (n. 2).

2.º «Y ahora, abarcando con una sola mirada la totalidad del sistema [modernista], ninguno se maravillará si lo definimos afirmando que es un conjunto de todas las herejías. Pues, verdaderamente, si alguien se hubiera propuesto reunir en uno el jugo y como la esencia de cuantos errores existieron contra la fe, nunca podría obtenerlo más perfectamente de lo que han hecho los modernistas» (n. 38). Y siguen haciéndolo… ¿Cuando celebramos el Año de la Fe podremos ignorar sin culpa esta realidad?

En este Año de la Fe todos los cristianos –desde los Obispos hasta el último de los fieles– debemos propugnar en la Iglesia con la mayor energía una tolerancia-cero contra las herejías, reafirmando en todos sus puntos las verdades de la fe católica. El Año de la Fe no puede ser solamente afirmativo, porque no puede afirmarse la verdad de la fe, si al mismo tiempo no se refutan suficientemente los errores vigentes que la niegan. Ese celo apostólico por la verdad de la fe que salva, y ese horror extremo por la herejía que puede llevar a la apostasía y a la condenación, deben mover a todos a orar y obrar con el mayor empeño para denunciar con prontitud y eficacia tantas herejías, y para recuperar así en la Iglesia el esplendor único de la verdad católica. Esa «cultura» –como dicen ahora– de tolerancia hacia las herejías, que valora más la libertad de pensamiento y de expresión que la ortodoxia de la fe, es en sí misma un gravísimo error, que abre una ancha puerta a todos los demás errores, y que debe ser denunciada y eliminada cuanto antes. Muy especialmente en el Año de la Fe.

Antes he citado la Carta pastoral del Santo Padre Benedicto XVI a los católicos de Irlanda, uno de los documentos más enérgicos de su pontificado. En el artículo próximo, Dios mediante, adaptaré su texto de tal modo que la misma carta en la que el Papa exige a la Iglesia en Irlanda una tolerancia-cero frente al horror de la pederastia, con las mismas palabras, exija una tolerancia-cero contra toda herejía a una cierta Nación católica, N.N., especialmente infectada por la heterodoxia.

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Año de la Fe. Tolerancia cero para las herejías –y 2

–Y seguimos con el tema.–Esta vez sin comentarios.

De mi artículo anterior, y para enlazar con él, recuerdo algunas frases principales:

–Que en los últimos decenios se han difundido dentro de la Iglesia innumerables herejías es un hecho cierto, denunciado por los Papas con bastante frecuencia –Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI–.

–Esta situación inaceptable se debe fundamentalmente a que hace medio siglo que en buena parte de la Iglesia no se guarda una tolerancia-cero contra las herejías, pues no se ejercita contra ellas la Autoridad apostólica en modos suficientemente eficaces.

–En el Año de la Fe echamos, pues, en falta una decisión enérgica de la Iglesia para mantener una tolerancia-cero contra las herejías. Creemos que la ortodoxia católica debe ser defendida con el mismo empeño, por ejemplo, con el que, gracias a Dios, desde hace unos años la Iglesia está combatiendo el horror de la pederastia: con un empeño total.

A modo de hipótesis, podríamos imaginar una carta del Papa, una declaración de una Conferencia Episcopal, o algún otro documento semejante, que combatiera las herejías con la misma fuerza y eficacia con la que, gracias a Dios, se va combatiendo hoy la pederastia. El modelo de texto lo tomaré de la Carta pastoral del Santo Padre Benedicto XVI a los católicos de Irlanda, ya aludida en mi artículo anterior. Adaptaré yo su texto, de tal modo que la carta se dirija a una cierta Nación católica, N.N., especialmente infectada por las herejías. Mantendré el orden textual de esta larga Carta –14 puntos en nueve páginas–, pero abreviándola mucho.

Van en cursiva todas las palabras que son del Papa, y las que no van en cursiva son mías. Pondré en negrita algunas frases para facilitar la lectura. Esta urgente llamada de Benedicto XVI contra la espantosa perversión de la pederastia en ambientes religiosos se convertirá así en una exhortación análoga, que exija igualmente «tolerancia cero» contra la peste de las herejías hoy más difundidas, causas que arruinan ciertas Iglesias locales desde dentro de sí mismas.

* * *

Carta hipotética del «Papa» a una Iglesia local en la que abundan las herejías

1. Queridos hermanos y hermanas de la Iglesia en N.N., os escribo con gran preocupación como Pastor de la Iglesia universal. Al igual que vosotros, estoy profundamente consternado por las noticias que han salido a la luz sobre las numerosas herejías que se han difundido por parte de miembros de la Iglesia en N.N., especialmente sacerdotes y religiosos. […] Como sabéis, invité hace poco a los obispos de N.N. a una reunión en Roma para que informaran sobre cómo abordaron esas cuestiones en el pasado e indicaran los pasos que habían dado para hacer frente a esta grave situación […]. Confío en que, como resultado, los obispos estén ahora en una posición más fuerte para continuar la tarea de reparar las injusticias del pasado y afrontar las cuestiones más amplias relacionadas con la difusión en su Iglesia local de numerosas herejías de una manera conforme con las exigencias de la justicia y las enseñanzas del Evangelio.

2. Por mi parte, teniendo en cuenta la gravedad de estos delitos y la respuesta a menudo inadecuada que han recibido por parte de las autoridades eclesiásticas de vuestro país , he decidido escribir esta carta pastoral para expresaros mi cercanía a vosotros, y proponeros un camino de curación, renovación y reparación. En realidad, como han indicado muchas

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personas en vuestro país, el problema de la multiplicación de las herejías no es específico de N.N. […]

Al mismo tiempo, también debo expresar mi convicción de que para recuperarse de esta dolorosa herida, la Iglesia en N.N. debe reconocer en primer lugar ante Dios y ante los demás los graves pecados cometidos contra tantos fieles católicos indefensos. Ese reconocimiento, junto con un sincero pesar por el daño causado al pueblo cristiano, debe desembocar en un esfuerzo conjunto para garantizar que en el futuro todos los fieles católicos de N.N. estén protegidos de semejantes delitos.

Mientras afrontáis los retos de este momento, os pido que recordéis la «roca de la que fuisteis tallados» (Is 51, 1). Reflexionad sobre la generosa y a menudo heroica contribución que han dado a la Iglesia y a la humanidad generaciones de hombres y mujeres de vuestra nación de N.N., y haced que esa reflexión impulse a un honrado examen de conciencia personal y a un convencido programa de renovación eclesial e individual. Rezo para que la Iglesia en N.N., asistida por la intercesión de sus numerosos santos y purificada por la penitencia, supere esta crisis y vuelva a ser una vez más testigo convincente de la verdad y la bondad de Dios todopoderoso, que se han manifestado en su Hijo Jesucristo.

3. A lo largo de la historia, los católicos de N.N. han demostrado ser, tanto en su patria como fuera de ella, una fuerza motriz del bien. Fueron muchos los sacerdotes y religiosos de vuestra nación que difundieron el Evangelio […] y sentaron las bases de la cultura […] Los ideales de santidad, caridad y sabiduría trascendente, nacidos de la fe cristiana, se plasmaron en la construcción de iglesias y monasterios, y en la creación de escuelas, bibliotecas y hospitales, que contribuyeron a consolidar la identidad espiritual de Europa. Aquellos misioneros de N.N. debían su fuerza y su inspiración a la firmeza de su fe, al fuerte liderazgo y a la rectitud moral de la Iglesia en su tierra natal. […] En casi todas las familias de N.N. ha habido siempre alguien –un hijo o una hija, una tía o un tío– que ha entregado su vida a la Iglesia. Con razón, las familias de N.N. tienen un gran respeto y afecto por sus seres queridos que han dedicado su vida a Cristo, compartiendo el don de la fe con otros y llevando esa fe a la práctica con un servicio amoroso a Dios y al prójimo.

4. En las últimas décadas, sin embargo, la Iglesia en vuestro país ha tenido que afrontar nuevos y graves retos para la fe debidos a la rápida transformación y secularización de la sociedad de N.N. El cambio social ha sido muy veloz y con frecuencia ha repercutido adversamente en la tradicional adhesión de las personas a la enseñanza y los valores católicos. Asimismo, a menudo se dejaban de lado las prácticas sacramentales y devocionales que sostienen la fe y la hacen capaz de crecer, como la confesión frecuente, la oración diaria y los retiros anuales. También fue significativa en ese período la tendencia, incluso por parte de sacerdotes y religiosos, a adoptar formas de pensamiento y de juicio de las realidades seculares sin suficiente referencia al Evangelio. El programa de renovación propuesto por el concilio Vaticano II a veces fue mal entendido y, además, a la luz de los profundos cambios sociales que estaban teniendo lugar, no era nada fácil discernir la mejor manera de realizarlo. En particular, hubo una tendencia, motivada por buenas intenciones, pero equivocada, a evitar los enfoques penales de las situaciones canónicamente irregulares. En este contexto general debemos tratar de entender el desconcertante problema de la multiplicación de las herejías y graves abusos litúrgicos, que ha contribuido no poco al debilitamiento de la fe y a la pérdida de respeto por la Iglesia y sus enseñanzas. […] Hay que actuar con urgencia para contrarrestar estos factores, que han tenido consecuencias tan trágicas […].

5. […] Con esta carta quiero exhortaros a todos vosotros, como pueblo de Dios en N.N., a reflexionar sobre las heridas infligidas al cuerpo de Cristo, sobre los remedios necesarios, a veces dolorosos, para vendarlas y curarlas, y sobre la necesidad de unidad, caridad y ayuda mutua en el largo proceso de recuperación de las verdades católicas y de renovación eclesial.

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Me dirijo ahora a vosotros con palabras que me salen del corazón, y quiero hablar a cada uno de vosotros y a todos vosotros como hermanos y hermanas en el Señor.

6. A las víctimas de las enseñanzas falsas de la doctrina católica.En catequesis y predicaciones, en Seminarios y noviciados, en escuelas, Universidades y publicaciones católicas, en libros y revistas, se han difundido no pocas veces verdaderas y propias herejías en el campo dogmático y moral, creando dudas y confusiones, y llevando a no pocos a la apostasía. Habéis sufrido a causa de ello inmensamente y eso me apesadumbra en verdad. Sé que nada puede borrar el mal que habéis soportado. Vuestra confianza ha sido traicionada y vuestra dignidad ha sido violada. Muchos habéis experimentado que cuando teníais el valor suficiente para hablar de lo que os había pasado, nadie quería escucharos. […] Es comprensible que os resulte difícil perdonar o reconciliaros con la Iglesia. En su nombre, expreso abiertamente la vergüenza y el remordimiento que sentimos todos. Al mismo tiempo, os pido que no perdáis la esperanza. En la comunión con la Iglesia es donde nos encontramos con la persona de Jesucristo, que fue él mismo víctima de la injusticia y del pecado. Como vosotros, aún lleva las heridas de su sufrimiento injusto. […] Creo firmemente en el poder curativo de su amor sacrificial –incluso en las situaciones más oscuras y sin esperanza– que trae la liberación y la promesa de un nuevo comienzo. […]

7. A los sacerdotes y religiosos que han enseñado en contra de la doctrina de la fe católicaHabéis traicionado la confianza depositada en vosotros por el pueblo cristiano. Debéis responder de ello ante Dios todopoderoso y ante los tribunales debidamente constituidos. Habéis perdido la estima de la gente de N.N. y arrojado vergüenza y deshonor sobre vuestros hermanos sacerdotes o religiosos. Los que sois sacerdotes habéis violado la santidad del sacramento del Orden, en el que Cristo mismo se hace presente en nosotros y en nuestras acciones, asistiéndoos especialmente como testigos y maestros de la verdadera fe católica. Además del inmenso daño causado a las víctimas, se ha hecho un daño enorme a la Iglesia y a la percepción pública del sacerdocio y de la vida religiosa. Os exhorto a examinar vuestra conciencia, a asumir la responsabilidad de los pecados que habéis cometido contra la fe, y a expresar con humildad vuestro pesar. El arrepentimiento sincero abre la puerta al perdón de Dios y a la gracia de la verdadera enmienda. Debéis tratar de expiar personalmente vuestras acciones ofreciendo oraciones y penitencias por aquellos a quienes habéis ofendido y engañado, llevándolos no pocas veces a la apostasía. El sacrificio redentor de Cristo tiene el poder de perdonar incluso el más grave de los pecados y de sacar el bien incluso del más terrible de los males. Al mismo tiempo, la justicia de Dios nos pide dar cuenta de nuestras acciones sin ocultar nada. Admitid abiertamente vuestra culpa, someteos a las exigencias de la justicia, pero no desesperéis de la misericordia de Dios.

8. A los padres católicos, que han visto perderse a sus hijos por los caminos de las herejías Os habéis sentido profundamente conmocionados al conocer los hechos terribles que sucedían en el que debía haber sido el entorno más seguro de todos, catequesis, homilías, escuelas, colegios, universidades católicas, editoriales y librerías religiosas, incluso diocesanas, grupos promovidos por las parroquias o por religiosos. En el mundo de hoy no es fácil construir un hogar y educar a los hijos. […] Os invito a desempeñar vuestro papel para garantizar a vuestros hijos los mejores cuidados posibles, tanto en el hogar como en la sociedad en general, ya que sois sus principales catequistas, mientras la Iglesia, por su parte, sigue aplicando las medidas adoptadas en los últimos años para proteger a los jóvenes en los ambientes parroquiales y escolares. […]

9. A los niños y jóvenes de N.N. Quiero dirigiros una palabra especial de aliento. Vuestra experiencia de la Iglesia es muy diferente de la de vuestros padres y abuelos. El mundo ha cambiado mucho desde que ellos tenían vuestra edad. […] Todos estamos escandalizados por los pecados y fallos de algunos miembros de la Iglesia, en particular de los que fueron elegidos especialmente para guiar y servir a los jóvenes, enseñándoles las grandes verdades de la fe católica. Pero es en la Iglesia

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donde encontraréis a Jesucristo, que es el mismo ayer, hoy y siempre (cf. Hb 13, 8). Él os ama y se entregó por vosotros en la cruz. Buscad una relación personal con él dentro de la comunión de su Iglesia, porque él nunca traicionará vuestra confianza. […]

10. A los sacerdotes y religiosos de N.N.Todos nosotros estamos sufriendo las consecuencias de los pecados de nuestros hermanos que han traicionado una obligación sagrada o no han afrontado de forma justa y responsable las denuncias de abusos, de herejías y sacrilegios. A la luz del escándalo y la indignación que estos hechos han causado, no sólo entre los fieles laicos sino también entre vosotros y en vuestras comunidades religiosas, muchos os sentís personalmente desanimados e incluso abandonados. […] En este tiempo de sufrimiento quiero reconocer la entrega de vuestra vida sacerdotal y religiosa, y vuestros apostolados, y os invito a reafirmar vuestra fe en Cristo, vuestro amor a su Iglesia y vuestra confianza en la promesa evangélica de redención, de perdón y de renovación interior. De esta manera, demostraréis a todos que donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia (cf. Rm 5, 20). Sé que muchos estáis decepcionados, desconcertados e irritados por la manera en que algunos de vuestros superiores han abordado esas cuestiones. […] Os pido, sobre todo, que seáis cada vez más claramente hombres y mujeres de oración, siguiendo con valentía el camino de la conversión, la purificación y la reconciliación. De esta manera, la Iglesia en N.N. recobrará la plenitud de la ortodoxia católica, la nueva vida y la vitalidad gracias a vuestro testimonio del poder redentor de Dios, que se hace visible en vuestra vida.

11. A mis hermanos obispos de N.N., especialmente a los que han fallado en su custodia de la fe.No se puede negar que algunos de vosotros y de vuestros predecesores habéis fallado, a veces gravemente, a la hora de aplicar las normas, codificadas desde hace largo tiempo, del derecho canónico en orden a proteger de las herejías y guardar en la fe verdadera a todos los cristianos que os han sido confiados, especialmente a los niños e ignorantes. Se han cometido graves errores en la respuesta a las acusaciones. Reconozco que era muy difícil captar la magnitud y la complejidad del problema, obtener información fiable y tomar decisiones adecuadas a la luz de los pareceres divergentes de los expertos. No obstante, hay que reconocer que se cometieron graves errores de juicio y hubo fallos de gobierno. Todo esto ha socavado gravemente vuestra credibilidad y eficacia. Aprecio los esfuerzos que habéis llevado a cabo para remediar los errores del pasado y para garantizar que no vuelvan a ocurrir. Habéis de aplicar plenamente las normas del derecho canónico concernientes a los casos de herejía de y graves abusos litúrgicos […]. Está claro que los superiores religiosos deben hacer lo mismo. También ellos participaron en las recientes reuniones en Roma con el propósito de establecer un enfoque claro y coherente de estas cuestiones. Es necesario revisar y actualizar constantemente las normas de la Iglesia en N.N. para la protección de los fieles católicos y aplicarlas plena e imparcialmente, en conformidad con el derecho canónico. Sólo una acción decidida, llevada a cabo con total honradez y transparencia, restablecerá el respeto y el aprecio del pueblo de N.N. por la Iglesia a la que hemos consagrado nuestra vida. Debe brotar, en primer lugar, de vuestro examen de conciencia personal, de la purificación interna y de la renovación espiritual. El pueblo de N.N., con razón, espera que seáis hombres de Dios, que seáis santos, que viváis con sencillez y busquéis día tras día la conversión personal. […] Os exhorto, por tanto, a renovar vuestro sentido de responsabilidad ante Dios, para crecer en solidaridad con vuestro pueblo y profundizar vuestra solicitud pastoral por todos los miembros de vuestro rebaño. En particular, preocupaos por la vida espiritual y moral de cada uno de vuestros sacerdotes. Servidles de ejemplo con vuestra propia vida, estad cerca de ellos, escuchad sus preocupaciones, ofrecedles aliento en este momento de dificultad y alimentad la llama de su amor a Cristo y su compromiso al servicio de sus hermanos y hermanas. […]

12. A todos los fieles de N.N.

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[…] En nuestra sociedad cada vez más secularizada, en la que incluso los cristianos a menudo encontramos difícil hablar de la dimensión trascendente de nuestra existencia, tenemos que encontrar nuevos modos de transmitir a los jóvenes la belleza y la riqueza de la amistad con Jesucristo en la comunión de su Iglesia. Al afrontar la crisis actual, las medidas para contrarrestar adecuadamente los delitos individuales contra la fe, muchas veces conducentes a la apostasía, son esenciales, pero por sí solos no bastan: hace falta una nueva visión que inspire a la generación actual y a las futuras a atesorar el don de nuestra fe común . Siguiendo el camino indicado por el Evangelio, observando los mandamientos y conformando vuestra vida cada vez más a la persona de Jesucristo, experimentaréis seguramente la renovación profunda que necesita con urgencia nuestra época. Os invito a todos a perseverar en este camino.

13. Queridos hermanos y hermanas en Cristo, profundamente preocupado por todos vosotros en este momento de dolor, en que la fragilidad de la condición humana se revela tan claramente, os he querido ofrecer estas palabras de aliento y apoyo. Espero que las aceptéis como un signo de mi cercanía espiritual y de mi confianza en vuestra capacidad de afrontar los retos del momento actual, recurriendo, como fuente de renovada inspiración y fortaleza, a las nobles tradiciones de N.N. de fidelidad al Evangelio, perseverancia en la fe y determinación en la búsqueda de la santidad. Juntamente con todos vosotros, oro con insistencia para que, con la gracia de Dios, se curen las heridas infligidas a tantas personas y familias, y para que la Iglesia en N.N. experimente una época de renacimiento y renovación espiritual.

14. Quiero proponeros, además, algunas medidas concretas para afrontar la situación […] Os invito a todos a ofrecer durante un año […] las penitencias de los viernes para este fin. Os pido que ofrezcáis vuestro ayuno, vuestras oraciones, vuestra lectura de la Sagrada Escritura y vuestras obras de misericordia para obtener la gracia de la curación y la renovación de la Iglesia en N.N.. Os animo a redescubrir el sacramento de la Reconciliación y a aprovechar con más frecuencia el poder transformador de su gracia. Hay que prestar también especial atención a la adoración eucarística, y en cada diócesis debe haber iglesias o capillas específicamente dedicadas a este fin. Pido a las parroquias, seminarios, casas religiosas y monasterios que organicen tiempos de adoración eucarística, para que todos tengan la oportunidad de participar. Con la oración ferviente ante la presencia real del Señor, podéis llevar a cabo la reparación por los pecados de abusos que han causado tanto daño, tantos pecados, tantas apostasías, tantos sacrilegios, y, al mismo tiempo, implorar la gracia de una fuerza renovada y un sentido más profundo de misión por parte de todos los obispos, sacerdotes, religiosos y fieles. Estoy seguro de que este programa llevará a un renacimiento de la Iglesia en N.N. en la plenitud de la verdad misma de Dios, porque es la verdad la que nos hace libres (cf. Jn 8, 32). Además, después de haber orado y consultado sobre esta cuestión, tengo la intención de convocar una visita apostólica en algunas diócesis de N.N., así como en seminarios y congregaciones religiosas. […]También propongo que se convoque una Misión a nivel nacional para todos los obispos, sacerdotes y religiosos. Espero que gracias a la competencia de predicadores expertos y organizadores de retiros de N.N. y de otros lugares, y examinando nuevamente los documentos conciliares, los ritos litúrgicos de la ordenación y la profesión, y las recientes enseñanzas pontificias, lleguéis a un aprecio más profundo de vuestras vocaciones respectivas, a fin de redescubrir las raíces de vuestra fe en Jesucristo y de beber en abundancia en las fuentes de agua viva que os ofrece a través de su Iglesia. […] Con gran afecto y firme confianza en las promesas de Dios, de corazón os imparto a todos mi bendición apostólica como prenda de fortaleza y paz en el Señor.

* * *

Este artículo, evidentemente, no pretende redactar para el Papa el borrador de una encíclica. No llega a tanto mi insensatez. Pero sí pretende que las Iglesias más afectadas por las

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herejías, dejen atrás pasividades y tolerancias, y así como, por la gracia de Dios y estimuladas por la Santa Sede, libran una lucha sin cuartel contra la pederastia, se decidan de modo semejante, con el mismo empeño, a «combatir los buenos combates de la fe» (1Tim 6,12).

Es de notar en esta gravísima cuestión que el pésimo mal de la pederastia es combatido hoy por la Iglesia con tolerancia-cero ante todo por su intrínseca maldad extrema, es cierto; pero también por sus terribles consecuencias en las víctimas, por el desprestigio enorme que ha supuesto a la Iglesia ante el mundo, y también –hay que decir toda la verdad– porque ha llevado a la quiebra económica a no pocas Diócesis.

La difusión de las herejías, por el contrario, no causan desprestigio alguno de la Iglesia ante el mundo no-cristiano, al contrario: el mundo alienta su crecimiento y lo entiende como un desarrollo positivo. Y por otra parte, tampoco las herejías producen demandas judiciales y quiebras económicas ruinosas. ¿Puede influir esto en que las herejías no sean hoy combatidas en algunas Iglesias con el mismo empeño total que la pederastia?… Es posible.

La ley de la Iglesia manda a los Obispos que sancionen debidamente a quienes difunden doctrinas condenadas por la Iglesia (canon 1371), pero en las Iglesias descristianizadas no pocos de ellos han incumplido e incumplen con su deber, y abunda más la herejía que la ortodoxia. Sin embargo, ellos son los guardianes apostólicos del depositum fidei. Ellos han sido especialmente consagrados y enviados por Cristo, y tienen como ministerio principal predicar a los hombres el Evangelio de la verdad. Pues bien, siguiendo con el paralelismo que se ha mantenido a lo largo de estos dos artículos, bien está –demos gracias a Dios– que seis Obispos irlandeses hayan ofrecido su dimisión, reconociendo que su lucha contra la pederastia había sido claramente insuficiente, por admitir en buena parte una cierta «cultura de tolerancia» imperante; y bien está que a cuatro de ellos Roma les haya aceptado la dimisión. Pedimos, pues, a Dios que algo semejante, por su gracia, se realice hoy –o mañana– en aquellos Obispos que, suficientemente alertados acerca de las herejías difundidas en sus Diócesis, pero sujetos a una «cultura de tolerancia», han permitido durante muchos años, por acción o por omisión, y continúan permitiendo, que sigan las herejías arruinando la fe del pueblo que el Señor les ha confiado.