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1 TOMÁS DE AQUINO (1225 - 1274) Teólogo y filósofo italiano. Hijo de una de las familias aristócratas más influyentes de la Italia meridional, estudió en Montecassino, en cuyo monasterio benedictino sus padres quisieron que siguiera la carrera eclesiástica. Posteriormente se trasladó a Nápoles, donde cursó estudios de artes y teología y entró en contacto con la Orden de los Hermanos Predicadores. En 1243 manifestó su deseo de ingresar en dicha Orden, pero su familia se opuso firmemente, e incluso su madre consiguió el permiso de Federico II para que sus dos hermanos, miembros del ejército imperial, detuvieran a Tomás. Ello ocurrió en Acquapendente en mayo de 1244 y el santo permaneció retenido en el castillo de Santo Giovanni durante un año. Tras una queja de Juan el Teutónico, general de los dominicos, a Federico II, éste accedió a que Tomás fuera puesto en libertad. Luego, se le permitió trasladarse a París, donde permaneció desde 1245 hasta 1256, fecha en que obtuvo el título de maestro en teología. Durante estos años estuvo al cuidado de Alberto Magno, con quien entabló una duradera amistad. Les unía -además del hecho de pertenecer ambos a la Orden dominica- una visión abierta y tolerante, aunque no exenta de crítica, del nuevo saber grecoárabe, que por aquellas fechas llegaba masivamente a las universidades y centros de cultura occidentales. Tras doctorarse, ocupó una de las cátedras reservadas a los dominicos, tarea que compatibilizó con la redacción de sus primeras obras, en las cuales empezó a alejarse de la corriente teológica mayoritaria, derivada de las enseñanzas de San Agustín de Hipona. En 1259 regresó a Italia, donde permaneció hasta 1268 al servicio de la corte pontificia en calidad de instructor y consultor del Papa, a quien acompañaba en sus viajes. Durante estos años redactó varios comentarios al Pseudo-Dionisio y a Aristóteles, finalizó la Suma contra los gentiles, obra en la cual repasaba críticamente las filosofías y teologías presentes a lo largo de la historia, e inició la redacción de su

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TOMÁS DE AQUINO (1225 - 1274) Teólogo y filósofo italiano. Hijo de una de las familias aristócratas más influyentes de la Italia meridional, estudió en Montecassino, en cuyo monasterio benedictino sus padres quisieron que siguiera la carrera eclesiástica. Posteriormente se trasladó a Nápoles, donde cursó estudios de artes y teología y entró en contacto con la Orden de los Hermanos Predicadores. En 1243 manifestó su deseo de ingresar en dicha Orden, pero su familia se opuso firmemente, e incluso su madre consiguió el permiso de Federico II para que sus dos hermanos, miembros del ejército imperial, detuvieran a Tomás. Ello ocurrió en Acquapendente en mayo de 1244 y el santo permaneció retenido en el castillo de Santo Giovanni durante un año. Tras una queja de Juan el Teutónico, general de los dominicos, a Federico II, éste accedió a que Tomás fuera puesto en libertad. Luego, se le permitió trasladarse a París, donde permaneció desde 1245 hasta 1256, fecha en que obtuvo el título de maestro en teología. Durante estos años estuvo al cuidado de Alberto Magno, con quien entabló una duradera amistad. Les unía -además del hecho de pertenecer ambos a la Orden dominica- una visión abierta y tolerante, aunque no exenta de crítica, del nuevo saber grecoárabe, que por aquellas fechas llegaba masivamente a las universidades y centros de cultura occidentales. Tras doctorarse, ocupó una de las cátedras reservadas a los dominicos, tarea que compatibilizó con la redacción de sus primeras obras, en las cuales empezó a alejarse de la corriente teológica mayoritaria, derivada de las enseñanzas de San Agustín de Hipona. En 1259 regresó a Italia, donde permaneció hasta 1268 al servicio de la corte pontificia en calidad de instructor y consultor del Papa, a quien acompañaba en sus viajes. Durante estos años redactó varios comentarios al Pseudo-Dionisio y a Aristóteles, finalizó la Suma contra los gentiles, obra en la cual repasaba críticamente las filosofías y teologías presentes a lo largo de la historia, e inició la redacción de su

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obra capital, la Suma Teológica, en la que estuvo ocupado entre 1267 y 1274 y que representa el compendio último de todo su pensamiento. 1. SENTIDO DE SU FILOSOFÍA La obra de Tomás de Aquino es el resultado de la síntesis de la filosofía aristotélica con la tradición filosófica y teológica del cristianismo y, en cuanto tal, representa el momento cumbre de la ESCOLÁSTICA cristiana. La relación del cristianismo con la filosofía viene determinada, ya desde sus inicios, por el predominio de la fe sobre la razón. Esta actitud queda reflejada en San Agustín, por ejemplo, y se transmitirá a lo largo de toda la tradición filosófica hasta Tomás de Aquino, quien replanteará la relación entre la fe y la razón, dotando a ésta de una mayor autonomía. No obstante, también Tomás de Aquino será, en este sentido, deudor de la tradición filosófica cristiana, de carácter fundamentalmente agustiniano, aceptando el predominio de lo teológico sobre cualquier otra cuestión filosófica, así como los elementos de la fe que deben ser considerados como imprescindibles en la reflexión filosófica cristiana: el creacionismo, la inmortalidad del alma, las verdades reveladas de la Biblia y los evangelios, etc.

“La existencia de Dios y otras verdades que de Él pueden ser conocidas por la sola razón natural, tal como dice el Apóstol en Rom. 1,19, no son artículos de fe, sino preámbulos a tales artículos. Pues la fe presupone el conocimiento natural, como la gracia presupone la naturaleza y la perfección lo perfectible. Sin embargo, nada impide que lo que en sí mismo es demostrable y comprensible, sea tenido como creíble por quien no llega a comprender la demostración.” Tomás de Aquino: Suma Teológica.

2. LA REALIDAD: METAFÍSICA, NATURALEZA Y DIOS. La "Suma Teológica" se considera la obra cumbre de Tomás, quien comienza en ella su discurso planteando el problema teológico de la existencia de Dios, pasando a continuación al tratamiento de otras cuestiones de carácter teológico y, posteriormente, al estudio del ser creado. Y para este estudio es necesaria una “ciencia” sobre la realidad creada: la METAFÍSICA. La mayor parte de la metafísica tomista procede de Aristóteles, aunque también hay elementos procedentes del platonismo agustiniano y de la filosofía árabe.

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Al igual que para Aristóteles, para Tomás la METAFÍSICA es la ciencia de las primeras causas y principios del ser. Al igual que Aristóteles aceptará, pues, la teoría de las cuatro causas, la teoría de la sustancia y la teoría del acto y la potencia. Además, recurrirá a las teorías platónicas como la de la participación, entre otras.

La metafísica aristotélica conduce a una interpretación del mundo difícilmente conciliable con el cristianismo: el mundo es eterno, no ha sido creado, Dios es parte de ese universo ¿Cómo conciliar la eternidad del mundo con la creación cristiana? ¿Cómo conciliar ese esquema filosófico con la creencia de que hay una sustancia suprema, y radicalmente distinta de todas las demás? Esta necesidad de conciliar el aristotelismo con el cristianismo le llevará a introducir una nuevo principio metafísico, utilizado ya por Avicena: la de la DISTINCIÓN ENTRE ESENCIA Y EXISTENCIA. Habrá que distinguir en cada sustancia la esencia de la existencia. Lo que una cosa es, su esencia, puede ser comprendido independientemente de que esa cosa exista o no; e independientemente de su existencia o no, la esencia se mantiene inalterable siendo lo que es. Por ejemplo, comprendemos lo que es un hombre independientemente de que existan o no hombres, y lo mismo con cualquier otra sustancia. La esencia sería, pues, una cierta forma de ser en potencia: para existir tendría que ser actualizada por otra entidad que le diese la existencia, ya que nada puede ser causa de su propia existencia. Por lo tanto, todas las cosas que existen son un compuesto de esencia y existencia. En ese sentido son CONTINGENTES, es decir no tienen en sí mismas la necesidad de existir, pueden existir o no existir. ¿De dónde les viene, pues, la existencia? Ha de proceder de otra sustancia que exista eminentemente, es decir, de una sustancia cuya esencia consista en existir y sea, por lo tanto, un ser necesario: DIOS. Se establece así una distinción o jerarquía entre los seres: los contingentes, los que reciben su existencia; y el SER NECESARIO, aquel en que la esencia y la existencia se identifican. Se establece pues una separación radical entre Dios y el mundo, haciendo del mundo una realidad contingente, es decir, no necesaria, y que debe su existencia a Dios, único ser necesario. Pero la existencia de Dios no es una verdad evidente para la razón humana, por lo que quienes la afirmen deberán probarla. La EXISTENCIA DE DIOS es evidente considerada en sí misma, y es objeto de FE. Pero no considerada respecto al hombre y su razón finita y limitada. Tanto es así que ni siquiera las diversas culturas o civilizaciones tienen la misma idea de Dios (judaísmo, islamismo, cristianismo, politeísmo...) e, incluso, ni siquiera todos los hombres pertenecientes a la misma

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cultura poseen la misma idea de Dios. Y esto es un hecho ante el que no cabe discusión. Si la existencia de Dios no es una verdad evidente para nosotros es necesario, pues, que sea demostrada de un modo evidente para la razón, de un modo racional, en el que no intervengan elementos de la Revelación o de la fe.

“Por consiguiente, digo que la proposición «Dios existe», en sí misma es evidente, porque en ella el predicado se identifica con el sujeto, ya que, como más adelante veremos, Dios es su mismo ser. Pero con respecto a nosotros, que desconocemos la naturaleza divina, no es evidente, sino que necesita ser demostrada por medio de cosas más conocidas de nosotros, aunque por su naturaleza sean menos evidentes, es decir, por sus efectos.” Tomás de Aquino: Suma Teológica.

“Respuesta. Hay dos clases de demostraciones. Una, llamada «propter quid» o «por lo que», que se basa en la causa y discurre partiendo de lo que en absoluto es anterior hacia lo que es posterior. La otra, llamada demostración «quia», parte del efecto, y se apoya en lo que es anterior únicamente con respecto a nosotros, que, cuando vemos un efecto con más claridad que su causa, por el efecto venimos en conocimiento de la causa. Así pues, partiendo de un efecto cualquiera, puede demostrarse la existencia de su causa propia (con tal que conozcamos mejor el efecto), porque, como el efecto depende de la causa, si el efecto existe, es forzoso que su causa le preceda. Por consiguiente, aunque la existencia de Dios no sea verdad evidente respecto a nosotros, es, sin embargo, demostrable por los efectos que conocemos.” Tomás de Aquino: Suma Teológica.

Pero ¿qué tipo de demostración hemos de elegir? No podemos partir de la idea de Dios, ya que eso es precisamente lo que se trata de demostrar, lo que se trata de conocer. Es decir, no podemos recurrir a la DEMOSTRACIÓN “A PRIORI ", puesto que esta demostración parte del conocimiento de la causa, y de él llega al conocimiento del efecto: pero Dios no tiene causa. Sólo nos queda, pues, partir del conocimiento que proporciona la experiencia humana, de los seres que conocemos, tomados como efectos, y remontarnos, a través de ellos, a su causa, es decir, mediante una DEMOSTRACIÓN “A POSTERIORI".

“Toda demostración es doble. Una, por la causa, que es absolutamente previa a cualquier cosa. Se la llama: a causa de (a priori). Otra, por el efecto, que es lo primero con lo que nos encontramos; pues el efecto se nos presenta como más evidente que la causa, y por el efecto llegamos a conocer la causa. Se la llama:

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porque (a posteriori). Por cualquier efecto puede ser demostrada su causa (siempre que los efectos de la causa se nos presenten como más evidentes: porque, como quiera que los efectos dependen de la causa, dado el efecto, necesariamente antes se ha dado la causa). De donde se deduce que la existencia de Dios, aun cuando en sí misma no se nos presenta como evidente, en cambio sí es demostrable por los efectos con que nos encontramos.” Tomás de Aquino: Suma Teológica.

Esta es la estructura argumentativa de las “CINCO VÍAS para la demostración racional de la existencia de Dios”:

- El punto de partida es un dato real de experiencia, fijándose en distintos aspectos de la realidad del mundo físico;

- en un segundo momento, introducen un principio metafísico (nada puede ser

causa de sí mismo, lo perfecto no puede tener su origen en algo menos perfecto...);

- en el tercer momento coinciden en la afirmación de que en una serie causal

concatenada no se puede proceder indefinidamente, sino que es necesario detenerse en un término;

- y concluyen en la necesidad de la existencia de un ser supremo trascendente.

La primera vía parte de la observación de la existencia de movimiento y termina afirmando la existencia de Dios como Motor Inmóvil; la segunda vía parte de la existencia de causas en el mundo y concluye en la existencia de una Causa Incausada; la cuarta vía, de la existencia de diferencias en la perfección de los seres del mundo y termina proponiendo la existencia de un ser perfectísimo.

“La primera vía y más clara es la que se deduce del movimiento. Pues es cierto, y lo perciben los sentidos, que en este mundo hay movimiento. Y todo lo que se mueve es movido por otro. De hecho, nada se mueve a no ser que, en cuanto potencia, esté orientado a aquello por lo que se mueve. Por su parte, quien mueve están en acto. Pues mover no es más que pasar de la potencia al acto. (...) Todo lo que se mueve necesita ser movido por otro, y este por otro. Este proceder no se puede llevar indefinidamente, porque no se llegaría al primero que se mueve, y así no habría motor alguno, pues los motores intermedios no mueven más que por ser movidos por el primer motor.” Tomás de Aquino: Suma Teológica.

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“La segunda vía se basa en causalidad eficiente. Hallamos que en este mundo de lo sensible hay un orden determinado entre las causas eficientes; pero no hallamos que cosa alguna sea su propia causa, pues en tal caso habría de ser anterior a sí misma, y esto es imposible. Ahora bien, tampoco se puede prolongar indefinidamente la serie de las causas eficientes, porque siempre que hay causas eficientes subordinadas, la primera es causa de la intermedia, sea una o muchas, y ésta causa de la última; y puesto que, suprimida una causa, se suprime su efecto, si no existiese una que sea la primera, tampoco existiría la intermedia ni la última. Si, pues, se prolongase indefinidamente la serie de causas eficientes, no habría causa eficiente primera, y, por tanto, ni efecto último ni causa eficiente intermedia, cosa falsa a todas luces. Por consiguiente, es necesario que exista una causa eficiente primera, a la que todos llaman Dios.” Tomás de Aquino: Suma Teológica.

Pero las más interesantes son la tercera y la quinta. La tercera vía comienza destacando uno de los rasgos más importantes de todos los objetos finitos, la radical insuficiencia de su ser, la contingencia: todos los seres existen, pero podrían no existir, tienen los rasgos que tienen, pero podrían no tenerlos. Si existen y podrían no existir es pensable un tiempo en el que no existían; y si nada más que ellos existieran en la realidad, ahora nada tendría que existir. Como, obviamente, este no es el caso, es preciso suponer que junto con los seres contingentes exista un ser necesario, un ser que tenga la razón de su existencia en sí mismo y no en otro, y ese ser es Dios.

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La quinta vía parte de la existencia de orden en el mundo natural y de la necesidad de que exista siempre una inteligencia que dirija el comportamiento de aquellos seres que tienen conducta final, conducta ordenada a un propósito. Es el caso de que los seres naturales no disponen de inteligencia, luego han tenido que ser creados por otro ser que les haya dado su disposición al comportamiento más adecuado para alcanzar los fines que les son propios. En conclusión, debe existir una Inteligencia Ordenadora a la que cabe llamar Dios. 3- EL CONOCIMIENTO: TEORÍA DEL CONOCIMIENTO. RAZÓN, FE Y VERDAD. La dependencia total de la RAZÓN con respecto a la FE, propia del pensamiento anterior, será modificada sustancialmente por Tomás de Aquino. A lo largo del siglo XIII, el desarrollo del averroísmo latino había defendido, entre otras, la TEORÍA DE LA “DOBLE VERDAD”, según la cual habría una verdad para la TEOLOGÍA y una verdad para la FILOSOFÍA, independientes una de otra, y cada una con su propio ámbito de aplicación y de conocimiento. La verdad de la razón puede coincidir con la verdad de la fe, o no. En todo caso, siendo independientes, no debe interferir una en el terreno de la otra. Tomás de Aquino rechazará esta teoría, insistiendo en la existencia de UNA ÚNICA VERDAD, que puede ser conocida desde la razón y desde la fe (existe una doble vía hacia esa única verdad). Sin embargo, reconoce la particularidad y la independencia de esos dos campos, por lo que cada una de ellas tendrá su objeto y método propio de conocimiento:

- La FILOSOFÍA se ocupará del conocimiento de las VERDADES NATURALES, que pueden ser alcanzadas por la luz natural de la razón (por ejemplo, la composición de los cuerpos, el estudio de sus movimientos…); se alcanzan mediante la investigación de la naturaleza a partir de nuestras capacidades para la ciencia;

- y la TEOLOGÍA se ocupará del conocimiento de las VERDADES REVELADAS, de las verdades que sólo pueden ser conocidas mediante la luz de la revelación divina (por ejemplo, Dios como creador del mundo, su encarnación como hombre en la figura de Jesús…); esta disciplina ayuda a comprender esos misterios revelados en los textos sagrados (dando a entender el sentido de lo que quieren decir).

Ello supone una modificación sustancial de la concepción tradicional (agustiniana) de las relaciones entre la razón y la fe. La filosofía, el ámbito propio de aplicación de la razón deja, en cierto sentido, de ser la "sierva" de la teología, al reconocerle un objeto y un método propio de conocimiento. No obstante, Tomás de Aquino acepta la existencia de un terreno "común" a la filosofía y a la teología, que vendría representado por los llamados “PREÁMBULOS DE LA FE” (la existencia y unidad de Dios, por ejemplo). En ese terreno, la filosofía seguiría siendo un auxiliar útil a la teología, ya que ayuda a hacer comprensibles racionalmente esos principios. En este sentido, Tomás de Aquino se refiere a ella todavía como la "criada" de la teología.

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El conflicto entre ambas es imposible: en caso de que surja un conflicto entre una verdad de fe y una verdad de razón, tal enfrentamiento será sólo aparente. Para disolver esta oposición cabe considerar dos posibilidades: o bien la razón se ha excedido en sus funciones (tratando de explicar algo que escapa a sus capacidades) o bien la fe ha sido mal interpretada. Pero, estrictamente hablando, la posición de Tomás de Aquino supondrá el fin de la sumisión total de lo filosófico a lo teológico. Esta distinción e independencia entre ellas se irá aceptando en los siglos posteriores, en el mismo seno de la Escolástica, constituyéndose en uno de los elementos fundamentales para comprender el surgimiento de la filosofía moderna. 4- LA ACCIÓN MORAL: ÉTICA. Tomás de Aquino distingue tres clases de leyes: la natural, la positiva y la eterna. La LEY ETERNA constituye el ordenamiento de todo lo que existe desde el momento de la creación, un orden inmutable, y se puede rastrear en la interpretación de los textos sagrados (por ejemplo, en el primer libro de la Biblia, Génesis). La LEY NATURAL dirige y ordena los actos de los seres naturales para la adecuada realización de los bienes que les son propios. Se puede comprobar su presencia mediante el estudio de la naturaleza. Toma del pensamiento griego la noción de NATURALEZA como principio dinámico intrínseco que determina el comportamiento ordenado de los seres naturales (la teleología aristotélica). Cada ser tiende a ser y a hacer lo que le dicta su naturaleza. Este principio, sin embargo, es interpretado en clave moral para distinguir la conducta buena de la mala: lo bueno es lo natural y lo malo lo contrario a ella. La principal diferencia del planteamiento tomista respecto del griego está en que para Tomás de Aquino las inclinaciones naturales descansan en último término en Dios, quien por su providencia gobierna todas las cosas y les da las disposiciones convenientes para su propia perfección (es este sentido, es un Dios preocupado por el bienestar de sus criaturas). En los SERES IRRACIONALES la ley natural inscrita en su naturaleza determina su comportamiento de manera pasiva y necesaria (por ejemplo, los instintos que empujan a la supervivencia y reproducción de la especie). Sin embargo, en el SER HUMANO no es del todo así: es un ser con LIBERTAD de elección y, por ello, puede optar por alejarse del bien y hacer el mal (como comprobamos que ocurre en la realidad humana).

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No obstante, el ser humano es también un SER RACIONAL, de modo que puede llegar a conocer cuál es el PRIMER PRINCIPIO DE LA LEY NATURAL, inscrito en todos los seres: ”Haz el bien y evita el mal”. De este modo puede convertirlo en el criterio general de sus decisiones morales, puede obligarse voluntariamente a ello: bueno es aquello acorde con mi naturaleza, es decir, con lo dispuesto por Dios; haciendo el bien me acerco a Él (fin último del alma humana para el cristiano), mientras que optando por el mal (contradiciendo a la naturaleza) me alejo.

“Como de costumbre, la idea del hombre es un reflejo de esta naturaleza creadora y libre. Los actos voluntarios no están sometidos al fatalismo y al determinismo, pues eligen sus propios motivos. La voluntad humana se proyecta sobre su objeto bajo el carácter formal de bien, pero ese objeto bueno es relativo y plural, y por lo mismo hace posible y exige la decisión libre de cada uno, su individualidad y su responsabilidad moral.”

José Ramón San Miguel Hevia: “La década prodigiosa”.

La ley moral es natural y racional: racional porque es enunciada y dictada por la razón; natural porque la propia razón es un rasgo de la naturaleza humana y porque describe las acciones convenientes para los fines inscritos en nuestra naturaleza. Dado que la ley natural se fundamenta en la naturaleza humana, y ésta en Dios, la ley natural no es convencional, es inmutable y la misma para todos (es universal). A la razón le corresponde dirigir al hombre hacia su fin, y el fin del hombre ha de estar acorde con su naturaleza por lo que, al igual que ocurría con Aristóteles, la actividad moral recae sobre la deliberación, es decir, sobre el acto de la elección racional (moderada, inteligente, responsable…) de la conducta. Tomás de Aquino, por tanto, acepta las tres características de la ética aristotélica: intelectualismo, eudemonismo y carácter teleológico, pero adaptándolos a la concepción de la vida del cristiano: la felicidad terrenal no es absoluta ni total, pero es más perfecta si se proyecta hacia cotas más altas, como es el conocimiento de Dios. La

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perfecta felicidad, el fin último consiste básicamente en la visión de Dios, algo que sólo se podrá lograr en la otra vida. 5- LA SOCIEDAD: LA POLÍTICA Tomás de Aquino es también el pensador político de la Edad Media. Sus ideas políticas están contenidas principalmente en dos obras: "Sobre el gobierno de los Príncipes" y "Comentarios a la política de Aristóteles"; sus concepciones de la Ley y la Justicia se desarrollan en su magna obra, "Suma Teólogica". ¿Cuál es el fin propio del estado, de la sociedad civilizada humana? El bien, pero en este caso, no el bien individual sino el BIEN COMÚN. Como ocurriera con Aristóteles, el Estado puede organizarse de múltiples formas, pero es posible distinguir las formas justas de las que no lo son. Según el criterio tomista (similar al aristotélico), serán justas aquellas que se organicen en función de ese bien común, e injustas los que se aparten de él (por ejemplo, las sociedades que se organicen según el criterio del bien particular). Ahora bien, Tomás de Aquino adapta, una vez más, el esquema aristotélico a la manera cristiana de concebir la realidad. Si el bien individual consistía en una vida virtuosa, es decir, una vida dirigida por el principio cristiano de la LEY NATURAL; el BIEN COMÚN propio de una comunidad cristiana no puede contradecir esto: las leyes que rijan esta comunidad deberán ser fieles a esa LEY NATURAL (deben facilitar al hombre una vida acorde con la virtud, una vida de bien). La LEY POSITIVA (ley que promulgan los Estados) debe ser, por tanto, expresión de la LEY NATURAL, no será en ningún caso convencional. Así, aquellas leyes positivas que sean contrarias a las leyes naturales no son buenas y es justo que el ciudadano se niegue a cumplirlas: por ejemplo, aquella ley que permita a un hombre violar impunemente la dignidad de otro hombre. Mientras que aquellas que son conforme a la ley natural son justas y buenas y el ciudadano sí está obligado a cumplirlas: por ejemplo, la comunidad puede y debe obligar a un hombre a comportarse virtuosamente, respetando la dignidad del prójimo. Según esta doctrina, la LEGALIDAD no siempre coincide con la MORALIDAD: si el legislador promulga una ley contraria a la ley natural, y, en último término a la ley divina, es legítimo, moralmente correcto –aunque no sea legal– que el súbdito se rebele y no la cumpla. Esto es debido, en el esquema tomista, a que La LEY NATURAL tiene su origen en un orden más amplio: el orden del Universo, orden que es expresión de la LEY ETERNA, ley que descansa en la propia razón de DIOS y de la cual derivan todas las demás leyes. Dios ordena todas las acciones, tanto humanas como no humanas, hacia su fin, por lo que no es ni moral ni políticamente correcto apartarse de ella. A diferencia de Aristóteles, Santo Tomás hace descansar el bien moral y político

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(en el fondo son lo mismo) en un fundamento más trascendental que la propia naturaleza: Dios.

“Por otra parte, como el bien tiene razón de fin, y el mal, de lo contrario, síguese que todo aquello a lo que el hombre se siente naturalmente inclinado lo aprehende la razón como bueno y, por ende, como algo que debe ser procurado, mientras que su contrario lo aprehende como mal y como vitando. De aquí que el orden de los preceptos de la ley natural sea correlativo al orden de las inclinaciones naturales. Y así encontramos, ante todo, en el hombre una inclinación que le es común con todas las sustancias, consistente en que toda sustancia tiende por naturaleza a conservar su propio ser. Y de acuerdo con esta inclinación pertenece a la ley natural todo aquello que ayuda a la conservación de la vida humana e impide su destrucción. En segundo lugar, encontramos en el hombre una inclinación hacia bienes más determinados, según la naturaleza que tiene en común con los demás animales. Y a tenor de esta inclinación se consideran de ley natural las cosas que la naturaleza ha enseñado a todos los animales, tales como la conjunción de los sexos, la educación de los hijos y otras cosas semejantes. En tercer lugar, hay en el hombre una inclinación al bien correspondiente a la naturaleza racional, que es la suya propia, como es, por ejemplo, la inclinación natural a buscar la verdad acerca de Dios y a vivir en sociedad. Y, según esto, pertenece a la ley natural todo lo que atañe a esta inclinación, como evitar la ignorancia, respetar a los conciudadanos y todo lo demás relacionado con esto.”

Tomás de Aquino: Suma Teológica.

En definitiva, no deben ser las leyes humanas el fundamento último de la vida social sino la LEY ETERNA. Y la ley eterna la representa mejor la Iglesia que el Estado. Por consiguiente, en última instancia, los REYES deben de someterse a la IGLESIA, en la medida en que es ésta la que ofrece un conocimiento más acertado sobre lo que sea el BIEN. La función del Estado debe de consistir en realizar sus tareas propias, en esto se le concede (como a la Filosofía) cierta autonomía, pero habrá de plegarse siempre a los principios cristianos.

El PODER DEL MONARCA, por tanto, procede de Dios, aunque algunos afirman que existen textos en donde parece que Tomás de Aquino daba a entender que tal poder era concedido por Dios directamente del pueblo y de éste pasaba al monarca, el cual se comprometía a gobernar cristianamente. Esta ambigüedad hará surgir una interesante polémica: ¿es legítimo rebelarse contra el poder o debe prevalecer siempre la obediencia?