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Traductor, Corrector, Recopilador · 2018. 8. 31. · 2 La traducción de este libro es un proyecto del Foro Bookland. No es ni pretende ser o sustituir al original y no tiene ninguna

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La traducción de este libro es un proyecto del Foro Bookland. No es ni

pretende ser o sustituir al original y no tiene ninguna relación con la editorial

oficial. Ningún colaborador —Traductor, Corrector, Recopilador— ha recibido

retribución material por su trabajo. Ningún miembro de este foro es remunerado

por estas producciones y se prohíbe estrictamente a todo usuario del foro el uso de

dichas producciones con fines lucrativos.

Bookland anima a los lectores que quieran disfrutar de esta traducción a

adquirir el libro original y confía, basándose en experiencias anteriores, en que no se

restarán ventas al autor, sino que aumentará el disfrute de los lectores que hayan

comprado el libro.

Bookland realiza estas traducciones porque determinados libros no salen en

español y quiere incentivar a los lectores a leer historias que las editoriales no han

publicado. Aun así, impulsa a dichos lectores a adquirir los libros una vez que las

editoriales los han publicado.

En ningún momento se intenta entorpecer el trabajo de la editorial, sino que

el trabajo se realiza pura y exclusivamente por amor a la lectura

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3

Moderadora de Traducción:

Angie_kjn

Traductores:

AleG

Alexiacullen

Andrea*Swan

Angie_kjn

Carmen21

Darklady88

Dracanea

Escorpio

Eva Masen-Pattinson

Gabbii Rellez

Jeyd3

Karou!

KellyLeivaR9

Kensha

Kikara7

LittleGirl00

Mafernanda28

QueenDelC

Rockwood

ValentinaW3

Recopilación:

Xhessii

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4

Correctores:

Iska

La BoHeMiK

KatieGee

Mafernanda28

Maniarbl

Nony_mo

Xhessii

Revisión:

Xhessii

Diseño:

Shaz

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Aviso .................................................................................................................. 2

Créditos .............................................................................................................. 3

Índice.................................................................................................................. 5

.............................................................................................................. 7 Sinopsis

Uno..................................................................................................................... 8

Dos ................................................................................................................... 20

Tres .................................................................................................................. 29

Cuatro .............................................................................................................. 43

Cinco ................................................................................................................. 55

Seis ................................................................................................................... 64

Siete .................................................................................................................. 72

Ocho ................................................................................................................. 85

Nueve ............................................................................................................... 95

Diez ................................................................................................................. 100

Once ................................................................................................................ 110

Doce ................................................................................................................ 118

Trece ............................................................................................................... 129

Catorce ............................................................................................................ 143

Quince .............................................................................................................. 151

Dieciséis .......................................................................................................... 164

Diecisiete ........................................................................................................ 172

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Dieciocho ........................................................................................................ 184

Diecinueve ...................................................................................................... 194

Veinte.............................................................................................................. 205

Veintiuno ........................................................................................................ 217

Veintidós ........................................................................................................ 223

Veintitrés ........................................................................................................ 232

Veinticuatro .................................................................................................... 245

Veinticinco ..................................................................................................... 257

Veintiséis ........................................................................................................ 265

Adelanto: «The Curse Girl» .......................................................................... 276

Siguiente Libro «Bluewing» ........................................................................... 281

Sobre la Autora ............................................................................................... 282

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Corregido por Xhessii

Cada día, la vida en La Helada crece en peligrosidad para sus

habitantes. La ocupación de los Lejanos continúa, y la comida está

empezando a escasear. Y la familia de Lia Weaver también está encarando

sus crecientes peligros: la salud de Jonn empieza a menguar mientras

trabaja para descubrir los secretos de Echlos, e Ivy arriesga todo por traerle

comida a la familia. Y por segunda vez la familia Weaver está albergando

un Fugitivo, pero Lia no confía en ella.

Lia ha encarado muchas peleas valientemente… la ocupación de los

Lejanos, los secretos de la familia, un corazón partido entre dos hombres, y

los ataques de los Observadores… mientras ella lucha por mantener a su

familia a salvo. Pero ahora ella encarará su más grande desafío y descubrirá

los más grandes secretos de La Helada mientras completa su más peligrosa

misión para La Espina.

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Traducido por Andrea*Swan & Carmen21

Corregido por Nony_mo

El mundo era tan frío como el aliento de la muerte e igual de oscuro,

me alivié cuando abrí la puerta principal de la casa de campo de mi familia

y me deslicé afuera. La oscuridad, que estaba teñida de azul, se envolvió

alrededor de mí como un manto y el frío de La Helada se precipitó en mis

pulmones, mientras tomaba un respiro. El picor del frío se fue a mis huesos

mientras caminaba sola hacia el interior del bosque, cargando una linterna.

Caminé un poco en la oscuridad, hasta que llegué a un claro

enmarcado por la indicación de árboles en el borde de las sombras, y me

detuve. Mi corazón latió con fuerza y mis hombros picaron por la

inquebrantable sensación de que ojos invisibles me observaban. Encendí la

linterna en la nieve, y emitió pequeñas astillas de luz en un círculo. El

viento soplaba, alborotando mi cabello y causando escozor en mis mejillas.

Esperé.

Crac.

Cada músculo en mi cuerpo se tensó como una cuerda de arco.

Contuve la respiración.

Crac, crac.

Paso a paso.

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La tensión en mí disminuyó mientras Adam Brewer se deslizó entre

las sombras. La camisa negra y pantalones que usaba lo ayudaban a

mezclarse con la oscuridad cuando él caminaba hacia el claro, y su pálido

abrigo azul era del mismo color que el mío: el mismo color que el de las

flores de invierno que nos proporcionaban una tenue protección de los

monstruos que acechaban en la noche.

Verlo me hizo sentir segura y nerviosa de una manera inexplicable.

El peligro se aferraba a él como el humo, pero al mismo tiempo, estar en su

presencia me hizo sentir segura. Éramos amigos, compatriotas… y

podríamos haber sido otra cosa. Pero no fue así. No pudimos.

Los ojos de Adam se encontraron con los míos. Los suyos eran

oscuros, enmarcados con pestañas negras: unos ojos lindos en una cara

delgada y afilada. Él siempre estaba mirando, siempre pensando sin

descanso y organizando detalles en su cerebro. Eso le daba un aspecto

salvaje, pero ahora sabía que eso era un error de juicio. Él era cuidadoso,

listo. Su expresión me retó en la manera en que siempre lo hacía, sin voz,

pero aún evidente. No decía mucho con sus palabras, pero cada mirada y

gesto que hacía indicaba algo más, algo tranquilo e inteligente y

maravilloso. De nuevo me preguntaba, como siempre lo hacía, cómo me

había perdido ese aspecto de él antes. O tal vez, él lo había mantenido

oculto a propósito, con la esperanza de que todos pensáramos que era un

estúpido bobalicón, incapaz de astucias y secretos, porque Adam era uno de

los individuos más inteligentes que he conocido.

—Llegas tarde —dije, solo para decir algo.

Me sonrió, un rápido movimiento de sus labios que se desvaneció tan

pronto como apareció. Él era así, siempre siguiendo sus sonrisas con ceños

fruncidos.

—No pensé que fueses a venir. Sé que has tenido tus manos llenas

últimamente, preocupándote con el último Fugitivo que has tomado…

—Dije que lo haría, ¿no? —le dije, rápidamente, porque en este

momento no quería pensar sobre ese lío.

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—Lia Weaver —murmuró en voz baja—. La guardiana de los

juramentos. —Un regocijo ligero brilló en sus ojos oscuros.

Me gustó la manera en que dijo mi nombre, Weaver, sin

condescendencia. Para la mayoría de la gente de la aldea, la palabra Weaver

era un apodo poco glamoroso, una etiqueta que significa solo largas horas,

labor manual, dedos andrajosos, y ojos cansados. No inspiraba admiración

como Elder o Mayor o incluso Baker. Adam dijo la palabra como si

significara algo —como si fuera otra palabra para fuerza, coraje, o ingenio.

Su mirada pasó de mí, a la casa, tal vez revisando las ventanas para

ver si todas estaban a oscuras.

—Solo tenemos una hora más antes de la salida del sol. Tenemos que

movernos rápido. —Asentí. ¿Cuándo alguien se ha aventurado dentro del

bosque de La Helada y no se ha movido rápidamente, dando miradas por

encima del hombro, esperando por ver la señal de los Observadores? Nuestro

viaje no será diferente.

—¿Lista? —preguntó.

El miedo se revolvió en mi estómago, pero no me fijé en él. Enderecé

mis hombros y levanté el nivel de mi barbilla con la línea distante del

bosque negro que marcaba La Helada. Con una mano, toqué las flores de

invierno que cuelgan alrededor de mi cuello. Era un hábito nervioso. Solo

quería estar segura que estaban allí.

—Estoy lista.

Nos adentramos en las profundidades de La Helada. Los árboles se

cerraron alrededor de nosotros como colmillos en la boca de algún

monstruo antiguo, y las ramas desnudas se engancharon en mi abrigo y

cabello. Me agaché, mis botas susurrando a través de la cáscara dura de

nieve helada, mis ojos estaban en la espalda de Adam, mientras él se movía

delante de mí. Aquí, todo estaba oscuro, pero mis ojos se estaban ajustando

y estaba empezando a distinguir el camino por delante.

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Caminamos rápidamente y hablamos poco, aunque nuestro silencio

era una conversación en sí misma. Él se detuvo para sujetar una rama por

mí. Me moví a su lado mientras oí un crujido en los arbustos, y su mano

rozó la mía como señal para que me detenga.

La atención erizó mi cuerpo. De repente, todo se volvió mortalmente

silencioso, excepto por los latidos de nuestros corazones y el tono áspero e

irregular de nuestra respiración. Escaneamos la oscuridad, pero nada se

movía contra la pálida línea de nieve. Exhalamos al mismo tiempo,

intercambiamos una mirada y seguimos adelante.

La oscuridad era casi luminosa, mientras la débil luz del amanecer

comenzaba a pintar la nieve plateada debajo de nuestros pies y a lo largo de

los bordes de las ramas de los árboles que tacaban el cielo. Froté mis brazos

para entrar en calor, aunque tenía más que solo frío. Ver La Helada de

noche evocó recuerdos de una época hace varios meses, cuando Adam y yo

habíamos caminado a través de la noche para encontrar la puerta secreta de

La Espina, acompañados por el hermano de Adam y Gabe, un Fugitivo que

había huido del País del Sur con la ayuda de los agentes de La Espina.

Gabe. Solo pensar en él hacía que mi estómago se retuerza en

dolorosos nudos.

Adam extendió una mano, sacudiéndome de vuelta a la realidad.

Escuché el sonido de ramas romperse. Una exhalación de terror escapó de

mis labios en una fantasmagórica espiral, blanca y nublada en el aire

congelado. Murmuré el nombre de Adam. Sosteniendo un dedo hacia sus

labios, me agarró la muñeca y señaló.

La oscuridad formó una cortina sólida, así que era imposible de ver

que era lo que se estaba moviendo a través del bosque por delante de

nosotros, pero el tenue brillo de luz roja brillaba de una línea de carámbanos

colgando de las rocas. Mi corazón se convirtió en piedra y cayó a mis

rodillas, mientras los carámbanos se hacían añicos.

Un Observador.

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Adam agarró mi brazo y me empujó en la dirección de la casa de

campo. Fuera del rabillo del ojo, vi la rapidez de la oscuridad, un destello de

rojo brillando, el temblor de la luz a través de la parte posterior de púas

metálicas. Corrí. Adam estaba al lado mío, su cabello ondeando en el

viento.

—Rápido —gritó él, pero el viento se llevó esa palabra.

El suelo se estremeció cuando el Observador se abalanzó sobre

nosotros. Apreté los dientes a causa del ardiente dolor en mis pulmones y

moví más mis piernas. Detrás de mí, escuché las ramas rompiéndose. Un

rugido se escuchó en el aire. Las ramas agarraban mi ropa y me abofetearon

la cara. Un sollozo se quedó atrapado en mi garganta. No lo íbamos a

lograr.

Sentí un débil silbido en el viento, como si algo cortara el aire al lado

de mi oreja. Tragué un grito y traté de correr más rápido, pero estaba

desacelerando.

—Hacia la derecha —gritó Adam, jadeando.

Doblamos una maraña de árboles y de repente él estaba gritando:

—¡¡Aquí!!

Yo estaba resbalando, tropezando después de él, bajo las ramas que

colgaban a baja altura y a través de las acumulaciones de nieve. Caímos

juntos dentro de las sombras bajo el árbol.

El Observador se movió violentamente en el bosque, a unos pocos

metros más allá de nosotros, mientras yacíamos en el suelo, aplanados en la

nieve y permaneciendo inmóviles como rocas. Estaba despatarrada, mi

abrigo extendido sobre mí y mi cuerpo hundido en la húmeda congelación.

Temblé mientras el monstruo buscaba en la maleza.

Astillas de luz roja se deslizaron a través del hielo y bailaron en la

cara de Adam. Él estaba muy quieto. Su respiración fluyó de su boca en un

fragmento blanco.

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El Observador gruñó, y el sonido gutural me hizo temblar hasta los

huesos. Apreté mis ojos cerrados mientras él se acercaba. Garras rasparon

las rocas, mientras el aliento caliente de la criatura llenaba el aire. Algo cayó

al lado de mi mano con un ruido sordo, pero tuve miedo de mirar.

Y luego, con un hilo de aire y una arañada en las ramas de árboles, el

Observador se fue.

Nos quedamos completamente quietos, escuchando. Conté mis

respiraciones y escuché el viento. Finalmente, Adam soltó un respiro

tembloroso y se sentó, sus ojos oscuros escaneando las sombras.

—Creo que se ha ido. Ahora, estamos a salvo.

Abrí los ojos y miré alrededor. La luz manchaba el horizonte, y el

bosque había cambiado de negro a un gris apagado. Ahora, podía ver

claramente la cara de Adam: su mandíbula apretada mientras contemplaba

la nieve removida donde el Observador había estado. Se volvió hacia mí, su

mirada, gentilmente avanzando sobre mí, mientras el revisaba mis

miembros visibles en busca de heridas.

—¿Estás bien?

—Estoy bien.

Él asintió. Adam no iba a arroparme: sabía eso. Cerré mis ojos de

nuevo, reuniendo mi fuerza. Cuando los abrí, Adam me estaba ofreciendo

su mano.

—Vamos —dijo él.

Me obligué a tomar su mano y a levantarme, a pesar de que mis

piernas seguían temblando y todo mi cuerpo se sentía como hilo escurrido.

Continuamos a través de La Helada. Ahora, no había señal del

monstruo, pero el malestar tarareaba una canción en mi cuerpo, y mis

movimientos eran espasmódicos, asustadizos. La mirada de Adam se

deslizó sobre el suelo, y tomó unos cuantos pasos más antes de agacharse y

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cepillar sus dedos sobre un pedazo de tierra congelada, quitando pequeñas

piedras y agujas de pino.

—Aquí —dijo, sacando un conjunto de herramientas de excavación

sin filo de su cinturón.

Me uní a él, y juntos hemos cortado la capa de hielo y tierra. Mi

espalda de erizó con malestar cuando me volví hacía los árboles, pero Adam

era un bastión de calma. Su cabello oscuro rozó la parte superior de sus cejas

y ocultó su expresión, pero pude ver que sus hombros estaban relajados. Mi

estómago se revolvió con preocupación mientras cavaba en la tierra y deseé

tener una pala.

Cuando el agujero creció lo suficientemente profundo, Adam sacó los

artículos que había llevado debajo de su capa: una red cubierta de flores de

invierno en la que Ivy y yo estuvimos trabajando durante semanas, algunas

capas adicionales y una lata de carne seca. Era un kit de emergencia para

alguien que viajaba por La Helada por la noche, alguien que busca el Portal o

refugio de los Observadores. Envolvió todo en hule y bajó el paquete en el

agujero y recogimos la tierra de nuevo en el lugar y le dimos unas

palmaditas hacia abajo antes de patear la nieve en su lugar. Adam hace una

marca: una línea curvada con otra más corta que se desvía a un lado como

una deforme “Y” en la corteza del árbol.

La marca de La Espina.

Solo han pasado unas semanas desde la última misión que

completamos. Ahora, habíamos enterrado esos kits durante semanas en un

esfuerzo de prepararnos para la renovación de los deberes La Espina que mis

padres habían realizado cuando estaban vivos, deberes que los mataron.

—¿Cómo verá alguien esto en la oscuridad? —susurro recorriendo con

mis dedos la marca.

—No es solo el árbol —dijo él—. Aprenderás a memorizar también el

paisaje. —Se dio la vuelta y señaló todos los árboles a nuestro alrededor—.

Mira cómo se agrupan en matorrales aquí. Hay un arroyo más allá de las

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rocas y un claro aún más allá. Y esa roca parece un hombre. ¿Ves el cuello,

la cabeza?

Estudié el sitio que me señaló, intentando mantener los detalles en mi

memoria. Estas excursiones nocturnas fueron parte de mi entrenamiento.

Adam empezó a entrenarme más bien como un agente de La Espina,

enseñándome lo que necesito saber para sobrevivir en el bosque o realizar

trabajo de espionaje en el pueblo. Mi vida podría depender de estas

lecciones.

Continuamos, deslizándonos entre los árboles que eran solo formas

amorfas en la semioscuridad. La nieve crujió bajo mis botas, y pude olfatear

la tierra, y al pino y el olor frío y húmedo del hielo. Rompimos a través del

bosque a un claro. Un campo. A través de la hierba cubierta de nieve, vi las

aguas oscuras del río, y más allá la carretera.

La carretera “más allá”.

Estaba demasiado oscuro para distinguir el carro de seguimiento que

cruzaba la tierra congelada como cicatrices en una mejilla, pero supe que

estaban allí porque su señal quedó marcada en mi memoria para siempre.

Soldados transportaron prisioneros a lo largo de esta carretera todo el año.

De uno de estos vagones, Gabe escapó cruzando el río y penetrando en La

Helada. El viento sopló contra mis mejillas, haciendo caer agua de mis ojos.

La mano de Adam rozó mi hombro —un único y ligero toque. Una

pregunta. ¿Estaba preparada? La luz de la luna destelló en sus ojos. En

respuesta a sus silenciosas palabras, di un paso adelante en el campo, en

dirección a la carretera. Estaba lista.

Alcanzamos el río, aquí el cielo surgió sobre nosotros, como acero gris

y demasiado grande, que me estremecí. No me puedo sentir segura bajo éste

largo cielo después de una vida debajo de los árboles. El agua brilló como la

tinta, deslizándose como el pasado, suave e imparable. Una vez este río

formó la frontera entre La Helada y Aeralis, el sitio “más allá” que no

cruzaría. Pero ya no. Ahora, se habían extendido a nuestra tierra, trayendo

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con ellos sus armas aceitadas, su cruda tecnología mecánica, su recubierto

guante cruel.

Adam se agachó al lado del agua y abrió otro agujero pequeño. Llenó

el agujero con suministros y marcó el lugar dibujando el símbolo de La

Espina en el tronco de un árbol por encima de ella.

Miré a través del río a la carretera mientras él trabajaba. El

sentimiento de peligro que sentí al mirarla mezclado con una repentina

intensa necesidad de estar en el lugar donde muchos otros escaparon. Me di

la vuelta y examiné la orilla del río.

Allí, un árbol caído se extendía desde un punto de poca profundidad

como un puente. Corrí hacia abajo, hacía el banco y trepé por las raíces. Mi

corazón galopaba. Mi boca estaba seca. Agarré la áspera corteza del árbol y

me empujé hacía arriba.

Adam me siguió como una sombra. Esperaba que hubiese agarrado

mi brazo, susurrándome al oído que me detuviera, para decirme que

esperará mientras él cruzaba solo. Pero no lo hizo.

El árbol temblaba mientras lo cruzaba, pero aguantó mi peso

fácilmente. Alcancé el otro lado y salté. La Helada estaba detrás de mí, el

borde de los Aerials delante de mí. Un escalofrío recorrió mi piel. Me

estremecí de la cabeza a los pies. Nunca había estado en este lado del río.

Adam aterrizó a mi lado. Agarré el destello rápido de una sonrisa en

la oscuridad.

—Solo esperaba... —empecé.

Su voz fue solo un cosquilleo en mi oreja.

—Nunca has estado en esta parte del río, ¿verdad?

Con el calor de su aliento en mi piel me pongo colorada. Asentí con la

cabeza y se alejó una pulgada. Había una tensión entre nosotros ahora, un

baile de temas evitados y miradas guardadas. Quizás la atracción poco

probable siempre había estado allí, al acecho debajo de la superficie. Pero

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desde que casi lo besé en el granero hace unas semanas, los sentimientos se

habían convertido en un zumbido de calor que llenaba cada palabra, cada

mirada, cada interacción. No sabía cómo tratar con él. Él se había

convertido en el dilema de mi existencia, mezclado con el aire que respiro.

Si extendía la mano, él estaba allí. Si hablaba, él contestaba.

Aun así, estábamos separado por un abismo de sentimientos callados

que ninguno de nosotros expresaría.

Por supuesto que Adam se dio cuenta cuando me aparté un poco,

porque él se da cuenta de todo. No lo comentó, y su cara mantuvo su

expresión neutral. Pero sus hombros se pusieron rígidos, y cuando habló

otra vez, su voz fue cuidadosamente controlada.

—Deberíamos enterrar el último por la carretera.

Había sido el único que rechazó mis avances, pero aún sigo pillándole

mirándome a veces, su mirada herida antes de esconderla detrás de su

máscara de cuidada indiferencia.

Tal vez tenía razón. Me había preocupado profundamente por Gabe,

pero pensé que nunca lo vería de nuevo, por lo que había estado dispuesta a

renunciar a la esperanza de aquel amor. Pero ahora... ahora que había una

posibilidad de que lo haría, y Adam parecía convencido que me gustaría

volver a encender el romance que apenas había tenido tiempo de explorar.

Así que bailamos, nuestras vidas en tensión y armonía simultáneamente

mientras bordeamos nuestros sentimientos y enmascaramos el dolor. Nos

convertimos en un equipo, trabajando conjuntamente. No teníamos tiempo

para esta atracción así que no nos referíamos a ella. Pero sigo sintiendo el

calor a fuego lento en mi sangre, y juzgando por la forma en la que se

sostenía a sí mismo ahora, él también.

Trepamos el banco hasta la carretera, y respiré profundamente. La luz

tenue en el horizonte rebotó en las crestas de tierra congelada. La nieve

estaba en las profundidades donde las ruedas tocaban la tierra, espumosa y

blanca como pus en una herida infectada. El camino lacerando la tierra y

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estropeando la belleza del paisaje. Fue “más allá” invención de principio a

fin, tan fea como una pistola y de vista como congelado.

Adam me tocó el codo para llamar mi atención. Señaló la carretera

hacía Aerials.

—¿Lo has visto? —Una luz brilló en la lejana oscuridad como un

disparo cruzando el cielo, igual que una estrella caída. Asentí con la cabeza.

—Una aeronave —dijo simplemente.

Miré mientras la luz trazaba un arco a través del cielo y se

desvanecía. Fascinación y miedo se arremolinaban en mí. Me pregunto,

¿cómo sería cruzar la noche como eso?

Hemos cavado el hoyo al final de la carretera, en el lugar donde los

prisioneros podrían descansar para estirar las piernas mientras los soldados

fumaban. Apreté una línea de piedras en la empaquetada arcilla, formando

el símbolo que sería muy fácil de pasar por alto si uno no sabía qué buscaba.

Cuando acabamos, nos levantamos y miramos juntos el camino.

—Nuca había estado tan al sur —dije—. Esta es la primera vez que

cruzo el río.

Adam me miró, sin decir nada, solamente dejándome hablar.

Quería decir más… quería verbalizar los sentimientos hinchados

dentro de mí, la ansiedad y la frustración y el anhelo… pero no pude

enmarcarlas en palabras. Se deslizaron lejos de mí, disolviéndose en

emociones innombrables cada vez que intentaba hablar de ellas. Así que en

su lugar, miré el cielo ascender otra vez por el horizonte, donde los campos

Aeralian estiraban una mancha que se convertiría en Astralux si hubiésemos

caminado suficientemente lejos. El viento azotó mi cabello y movió los

bordes de mi capa. Me sentí tan vacía, tan frágil, como un vaso esperando

ser llenado.

—Deberíamos volver —dijo Adam finalmente—. Hemos hecho

suficiente para un viaje.

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Trepamos de vuelta el banco y nos deslizamos a través del árbol que

se extendía sobre el río. Adam me ayudó mientras estremezco el banco de

nuevo, y sus dedos son tan fríos como los míos. Me di cuenta de que hizo

una mueca cuando me bajó. Entonces, vi la mancha oscura en la manga.

—Estás herido.

Echó un vistazo a la manga y se encogió de los hombros.

—Solo un arañazo.

Recordé el silbante sonido junto a mi cabeza cuando estábamos

corriendo. ¿El monstruo lo había magullado? Un nuevo estremecimiento

recorrió mi piel.

—Adam...

—Estaré bien —dijo. Movió los dedos para demostrarme la

funcionalidad del brazo y sonrió tensamente—. Es solo un arañazo. —Me

repitió.

Solo cuando volvimos a las sombras del bosque pude respirar

aliviada. Es irónico que ahora me sienta segura, aquí en La Helada, pero...

algunas cosas son menos terroríficas solo porque resultan familiares.

Retrocediendo nuestro camino, nos apresuramos hacía la granja.

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Traducido por QueenDelC

Corregido por Nony_mo

Replegamos nuestros pasos a través de la nieve, apurándonos por la

luz creciente. A pesar de los peligros, había Cazadores y Recolectores que se

aventurarían a las orillas de La Helada a la luz del día, y no podíamos dejar

que nos atraparan aquí. Nuestra presencia causaría preguntas, sospechas.

Quizás, incluso, acusaciones. La recompensa por agentes capturados de La

Espina era muy buena.

Lentamente, el mundo a nuestro alrededor se volvió blanco al salir el

sol. Cuando alcanzamos la orilla del corral de mi familia, tomé los últimos

pasos sola. Me di la vuelta una vez y miré sobre mi hombro a Adam. Se

recargó sobre un árbol, sin mirarme, examinando su herida con sus largos

dedos. Su frente estaba arrugada por la preocupación, pero la escondió

cuando se dio cuenta que lo estaba mirando.

—¿Vas a entrar? —pregunté—. Puedo limpiar eso.

Se enderezó, ajustando su manga de nuevo. Frunció el ceño como si

estuviera pesando los pros y los contras sobre aceptar, y finalmente asintió.

Mi hermano gemelo, Jonn, levantó la vista de la mesa de la cocina

cuando Adam y yo entramos en la casa. Papeles y carteles estaban apilados

sobre la mesa a su alrededor, y bolsas enmarcaban sus ojos. Palideció

cuando vio sangre en la manga de Adam, pero su voz era calmada y

tranquila, como si estuviéramos discutiendo sobre la vaca.

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—¿Observadores?

Asentí. No había necesidad de decir más: la sola palabra era

suficiente. Le conté toda la historia en una mordida sucinta.

Jonn frunció el ceño y se hizo hacia atrás sobre su trabajo mientras yo

encontraba una botella de whisky medicinal y algunos trapos limpios de la

alacena para usar como vendajes. Adam se recargó contra el muro con un

suspiro y movió su manga para tener una mejor vista de su herida mientras

esperaba.

—¿Algún progreso? —preguntó a Jonn en voz baja, indicando los

papeles con un movimiento de sus cejas.

Tomé nota de su intercambio sin que lo notaran. Adam y Jonn

habían experimentado algunos conflictos en el pasado, pero se llevaban

mejor ahora que trabajaban juntos en negocios de La Espina, un hecho que

había observado con placer y alivio.

—Algo —dijo mi hermano, llevándose los dedos a su cabello y

poniendo los ojos en blanco con exasperación—. Descubrí como prender la

fuente de poder, pero nada más.

Indicó un diagrama abierto frente a él, donde un dibujo de tinta

garabateado representaba el misterioso artefacto que Adam y yo habíamos

descubierto unas semanas antes. El DLP1, o Dispositivo de Locomoción Portátil.

Originalmente había venido de Echlos, los restos en ruinas de El Laboratorio

de los Antiguos escondido en lo profundo de La Helada y protegido por los

Observadores. La familia de nuestro padre lo había escondido y pasado el

secreto por generaciones.

Tenía muchas, muchas preguntas —para empezar, aún no sabíamos

por qué los Weaver habían sido confiados con tal deber. Era solo una parte

de un rompecabezas sin explicación, uno que quizás tenía una historia

desde los Días Antiguos. Pero estábamos trabajando lentamente con los 1 DLP: Dispositivo de Locomoción Portátil. Un DLP o un PLD (por sus siglas en inglés) es un componente electrónico empleado para la fabricación de circuitos digitales reconfigurables.

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diarios de mi padre, desenterrando las pequeñas partes sobre nuestro pasado

que daban pistas sobre por qué nuestra familia estaba ligada a Echlos y su

artefacto. Jonn en particular se había pasado descifrando los

desconcertantes documentos sobre el DLP con tanta facilidad como si lo

hubiera hecho toda su vida.

Encontré los suministros para atender el brazo de Adam, pero titubeé

un momento en la puerta. Mi pecho dolía con orgullo repentino mientras

miraba a mi hermano conversando con Adam Brewer como su igual. Sus

mejillas estaban sonrojadas con agotamiento, y sus ojos estaban vidriosos

por leer documentos a la luz de la vela, pero mantuvo su cabeza arriba y sus

hombros hacia atrás con confianza. Por la mayor parte de su vida, Jonn

había sido relegado a la esquina o a su cama. Su pierna torcida y ataques y

dolores de cabeza (el precio de una herida en su infancia) lo descalificaban

para ser un miembro completamente funcional de la comunidad Iceliss. En

nuestro pueblo, Jonn era visto con lástima o desdén. Pero ahora, trabajando

con La Espina, puso su propio peso y recibió el respeto que demandaba su

contribución. Y había florecido gracias a él.

—¿Mencionó tu padre algo sobre el DLP en sus diarios? —preguntó

Adam a Jonn mientras yo lo llevaba a una silla y destapaba la botella de

whisky. Vertí un poco de la bebida en una gasa y acomodé su manga. Era

un corte limpio, casi tan limpio como hecho por un cuchillo. La sangre ya

había comenzado a coagular en una oscura línea roja.

Jonn frunció el ceño, pensativo, mientras consideraba la pregunta.

—Sí, pero solo partes y pedazos, y de una forma en la que casi

siempre pierdo la referencia la primera vez. Todo está codificado o

inteligentemente encubierto. Creo que le preocupaba que sus diarios

cayeran en malas manos, así que escondió todo lo importante. Estoy seguro

de que algo más me está faltando, una pieza vital que juntará todo lo demás.

Adam cerró sus ojos cuando vertí whisky sobre su herida. Se

estremeció pero no hizo ni un sonido.

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—Quizás deberíamos revisar el resto de las mantas —bromeé, porque

la información sobre la ubicación secreta del DLP había estado

ingeniosamente oculto en la manta de La Helada de mi madre, un «secreto

tejido que nos mantenía calientes» como mi padre siempre nos había dicho.

Nunca nos dimos cuenta del verdadero significado de esas palabras hasta

que encontramos el mapa cosido en la manta. La ubicación secreta que

Adam y yo habíamos buscado estuvo oculta justo debajo de mi nariz todo el

tiempo.

¿Quién sabe qué más habían escondido mis padres en esta casa, junto con

nuestras cosas?

Jonn bufó y sacudió la cabeza de una manera que me dijo que ya las

había examinado. Se recargó sobre los papeles y los miró con furia.

—¿Dónde está Everiss? —pregunté, mirando alrededor. Como el

predecible caballero que era, Jonn había insistido en que ella tomara la vieja

cama de mis padres, la que usaba para dormir, mientras que él dormía ahora

junto al fuego. Usualmente, ella estaba despierta y levantada al iniciar el

día, ansiosa por ayudar en la casa.

Las puntas de las orejas de mi hermano se enrojecieron como siempre

lo hacían ante la mención de la nueva fugitiva que tomaba refugio en

nuestra casa.

—Aún está durmiendo. Estuvo hasta tarde ayudándome con los

diarios.

—¿Qué? —Cerré la botella de whiskey tan fuerte que salpicó—. ¿En

qué estás pensando? ¿Ayudándote con negocios de La Espina? Ella es una

Capa Negra. ¡No podemos confiar en ella!

Él echó chispas por los ojos.

—Ella nos trajo el DLP. No veo por qué no puede saber más sobre

ello. E incluso si aún tiene simpatía por los Capas Negras, que no la tiene, ¿a

quién le va a contar? Está atorada aquí con nosotros. Todos los demás creen

que está muerta.

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Miro a Adam buscando ayuda.

Encuentra mi mirada, pero no puedo leer sus pensamientos en su

expresión.

—Tiene un punto, ella está lastimada, sola, y totalmente a nuestra

merced.

—Por ahora —digo—. Pero, ¿qué tal cuando esté completamente

recuperada? ¿Y si sale corriendo y le dice todo a los Capas Negras?

—No va a hacer eso —espeta Jonn—. Vino a nosotros. Nos trajo el

artefacto. Pudo habérselos dado, a los Capas Negras, pero no lo hizo. Lo

trajo aquí.

No estaba convencida. Simplemente habíamos sido la mejor apuesta

para la supervivencia de Everiss, nada más. No fue lealtad o buena voluntad

lo que la trajo a la granja. Era puro, inalterado interés propio.

—No confío en ella.

Una pequeña tos vino de la puerta de la habitación de mis padres.

Todos volteamos.

Everiss pasó una mano sobre sus rizos desacomodados por la

almohada y mordió su labio. Los bordes de sus ojos estaban rojos, pero nos

dirigió una sonrisa como si no hubiera escuchado nada. Y quizás no lo

había hecho.

—Solo iba a comenzar con el desayuno… pero parece que interrumpí

una discusión. Trabajaré en mi tejido hasta que estén listos para que me les

una…

—Ya terminamos de hablar —dijo Jonn con firmeza, lanzándome una

mirada que podría haber cortado el cabello de un caballo—. Quédate, por

favor.

Cerré mi boca y me di la vuelta. Continuaría la discusión con él en

otro momento.

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Everiss entró de nuevo en la habitación y reapareció con una canasta

con hilos. Su mirada fue hacia Adam y su brazo lastimado. Sus cejas se

levantaron, pero no hizo ninguna pregunta. Sabía que era mejor no hacerlo.

Echando un vistazo a mi rostro, se movió hacia un lado de Jonn, donde se

deslizó en una silla y se agachó sobre la canasta.

Ya no nos considerábamos amigas, supuse. Ella sabía que estaba

furiosa por la involucración de mi hermana con el grupo peligroso y

revolucionario de jóvenes en el pueblo que se hacían llamar Capas Negras…

un involucramiento del que Everiss no me había prevenido o avisado, a

pesar de que Ivy solo tenía catorce años. Así que nos evitamos. Se quedó

pegada al lado de Jonn, y pasé la mayor parte de mi tiempo con Adam,

caminando por La Helada.

Parecía que había un montón de lugares de los que me alejaba

últimamente, reflexioné con pesimismo. También estaba evitando el

pueblo, porque las últimas semanas las cosas habían comenzado a tomar

una vuelta desagradable ahí.

Adam tocó suavemente mi brazo. Me sobresalté, y quitó su mano al

instante.

—Deberíamos hablar afuera —dijo en voz baja—. Tenemos algo más

que discutir.

Asentí.

—En privado —añadió, cuando miré de mala gana a Everiss y Jonn.

No quería dejarlos, porque ahora ellos discutirían sobre lo que habíamos

estado hablando. Lo sabía.

Lo seguí afuera, y caminamos en silencio hacia el granero. En cuanto

la puerta se cerró detrás de nosotros y la cálida oscuridad nos rodeó con los

sonidos de los animales, me di la vuelta.

—No puedo creer que le esté diciendo cosas a ella sobre el DLP. No

podemos confiar en ella. ¿Está ciego?

—Lia —dijo Adam.

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Ahogué una risa incrédula.

—Es ridículo. Claro que él está… está cegado por sus sentimientos

hacia ella. El día que vino a nosotros por refugio, me dijo que la amaba. Y

por todo lo que sabemos, lo está usando a su ventaja. Sus afecciones lo están

convirtiendo en un tonto.

—Nos pasa a los mejores —dijo Adam en voz baja, casi con amargura.

Eso me calló. Di un paso hacia atrás y me recargué sobre la puerta,

estudiando su rostro. Nos miramos fijamente, y vi el dolor pasar como una

bruma sobre sus ojos. La emoción se evaporó tan pronto como llegó, y una

vez más estaba concentrado y resuelto.

—Tienes razón al tener cuidado —dijo—. Pero dale una oportunidad.

He hablado con tu hermano por un largo rato sobre esto. Jonn cree que ella

quiere desertar y trabajar para nosotros.

—¿Para La Espina? —No sabía qué me sorprendía más: las noticias

sobre el posible cambio de lealtad de Everiss, o el hecho de que

aparentemente Adam y mi hermano ahora estaban teniendo largas y

voluntarias conversaciones juntos—. Y, ¿apoyas esta idea?

Asintió, pensativo.

—Otro agente nos ayudaría muchísimo. Sus deberes serían limitados,

desde luego, todo el pueblo cree que está muerta, así que no puede mostrar

su rostro de nuevo. —Levantó las cejas en mi dirección—. Esa es otra razón

por la que no te traicionaría. No tiene otro lugar a dónde ir. Todos los Capas

Negras viven y operan en Iceliss.

—Por lo que sabemos —murmuré.

Aunque tenía un buen punto. Desde luego, asumía que Everiss se

comportaría racionalmente, yo no. Muchas personas hacían cualquier cosa

menos lo racional cuando se trataba de algo por lo que tuvieran pasión.

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—Déjalo, al menos por el momento —dijo—. Justo ahora está

ayudando a tu familia con Cuota y sanando de sus heridas. Cualquier

plática sobre que se quede o vaya aún está a semanas de aquí. Hay tiempo.

—Tienes razón. —Me recargué sobre la puerta y traté de masajear un

poco de la tensión en mis sienes con dedos de repente temblorosos—. Es

solo que…

—Has sido traicionada y engañada antes —terminó él. Dio un paso

hacia mí, alcanzando mis manos para quitarlas de mi rostro—. Lo sé.

Tienes toda la razón en tener sospechas ahora.

Solté una risa entrecortada. Engañada. Traicionada. Cuánta verdad.

Todos en La Helada parecían tener un secreto. Mis padres habían pasado

Fugitivos de contrabando a través de La Helada a un lugar seguro antes de

sus muertes, sin que nadie lo supiera, incluso Jonn, Ivy y yo lo

ignorábamos. Cole Carver, el bufón del pueblo y mi ferviente admirador,

había resultado ser un asesino. Adam Brewer, el silencioso acechador y casi

marginado —a cuya familia todos culpaban por la muerte de mis padres—

había resultado el operativo de La Espina que trabajaba junto a mis padres.

El cruel noble Lejano que recientemente había tomado residencia en la villa

era el hermano de Gabe. E incluso mi mejor amiga, Ann era una operativo

secreto de La Espina. Lo acababa de descubrir hace unas pocas semanas.

Tantos secretos.

¿Aun así era raro que me sintiera tan desconfiada?

Lo dejé apartar mis manos, y de repente estábamos cara a cara, con

sus dedos cálidos sobre mis muñecas y sus ojos buscando los míos. Volteé la

cabeza; me soltó.

Mi pulso martilleaba caliente bajo mi piel. Aclaré mi garganta.

—¿Dijiste que teníamos algo más que necesitábamos discutir?

—Sí —dijo, dando un paso atrás para darme espacio, dejándome

respirar de nuevo—. El DLP. Nos estamos quedando sin tiempo.

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—Jonn está progresando —dije.

—Sí, pero puede que no nos quede mucho tiempo. Necesitamos algo

más. Necesitamos ayuda con este proceso de decodificación.

—Y, ¿cómo propones que hagamos eso? —pregunté.

Adam me estudió pensativo.

—Korr tiene información e investigación sobre Echlos. Estaba

buscando el DLP. Recientemente, estaba preguntando sobre tu familia en el

pueblo, particularmente sobre tu padre. Mencionó unos diarios. Quizás

tiene documentos, información que podría ayudar a Jonn con la

decodificación. Otro diario, quizás. La pieza faltante.

¿Otro diario? Inhalé profundo.

—¿De verdad crees eso?

—Es una apuesta… pero por lo que sé de Korr, no creo que haya

venido aquí, para empezar, si no tuviera confianza en que pudiera hacer

funcionar el artefacto. Últimamente he escuchado rumores de que tiene un

documento que se originó de La Helada. —Adam titubeó—. Aún debe

tenerlo, a pesar de que tiene al DLP como perdido. Y necesito que intentes

tomarlo de él.

Mi corazón tamborileó ante la idea de volver a estar cerca de Korr,

pero pasé saliva y asentí.

—Haré lo que necesites que haga.

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Traducido por Gabbii Rellez & Mafernanda28

Corregido por Nony_mo

Mis pasos sonaban mientras tomaba el camino hacia Iceliss a través

del bosque. Una bolsa de hilo extra colgaba en mi mano, estando hilado

podría utilizarlo para cambiarlo por más comida. Blewings revoloteaban

encima con sus plumas desordenadas. Gotas de hielo goteaban de los

árboles y hacían charcos en el suelo. Las flores del invierno que se alineaban

en el camino y se agitaban con el viento, hoy parecía más fragante con un

frenesí azul. La primavera era todavía un vago recuerdo duradero en el

borde del viento, pero se acercaba. Lo llamábamos El Deshielo.

Tuvimos una primavera débil y corta, toscos veranos. El aire no era

realmente caliente en La Helada, pero cada año por algunos meses la nieve

se derretía y el pasto crecía alto y el frío se retiraba en la noche. Hemos

tenido tiempo suficiente para que crezcan algunas verduras y cosechar

suficiente hierba para llenar nuestros graneros, y luego el invierno nos

agobia de nuevo. No teníamos temporada de otoño. El invierno comienza

con la primera tormenta que trae hielo y nieve sobre nosotros.

Mi corazón se hundió como una piedra cuando llegué a La Jaula que

llevaba hacia la aldea, pero no vacilaron mis pasos. Caminé entre los que

custodiaban la entrada del túnel de acero, que se suponía que nos protege de

los monstruos, como si no les temiera. Como siempre, un escalofrío se

deslizó por mi piel como las sombras proyectadas por las vigas metálicas

que parpadeaban sobre mi cara y mis brazos. Del otro lado, las flores del

invierno seguían bailando con el viento y las ramas de los árboles se

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raspaban y se sacudían contra los barrotes. La sensación de ser como una

rata en una trampa se cerró alrededor de mi garganta, amenazando con

estrangular, pero me obligué a caminar lentamente, casi lánguidamente.

Finalmente, llegué a la puerta de la cuidad. Acero reunido de la Edad

de Piedra, donde estaba La Jaula vacía en el pueblo. Casas y tiendas

erosionadas por la nieve roca, desaparecieron de eones por el hielo y la luz

del sol, apiñados en torno a las estrechas calles. El humo de algunos

incendios en la cocina se curvaba hacia el cielo en espiral, y en alguna parte

oí el sonido de niños cantando juntos al pasar por la escuela, la nueva

adicción de nuestra aldea.

En la nueva escuela enseñaban los Lejanos. Raine había traído un

profesor de Aeralis y este severo Lejano con los ojos afilados y una lengua

aguda perforaba los niños diariamente en sus clases. Ninguna familia del

pueblo quería enviar a sus hijos, pero para aquellos que asistieron, sus

familias recibieron alimentos extra y proporcionados a cada semana. Y así,

las clases se llenaron como una explosión, porque nuestra gente estaba

hambrienta. El invierno había sido largo, y la ocupación había sido dura.

Alimentábamos a los soldados y los trabajadores Lejanos que construyeron

La Jaula de acero y ladrillo. No teníamos suficiente para todo el mundo, ya

no. Me puse más allá de la nueva escuela en mi camino hacia el mercado.

Había sido construido al lado del límite del patio, y los niños utilizan el

espacio del patio semanalmente para practicar «movimientos» que eran

sospechosamente parecidos a los ejercicios militares.

Soldados Lejanos marcharon por las calles en secuencia con uniformes

grises y relucientes botones, dirigiéndose hacia mí. Me congelé. Mis ojos se

deslizaron por delante de ellos hacia una pared, y mi estómago estalló con

inquietud. Me sentí como un insecto en espera de ser aplastado, entré en el

pueblo. Tenía tantos secretos: La Espina, Gabe, y ahora también Everiss.

¿Qué pasaría si supieran? Y, ¿si venían por mí?

Los soldados pasaron sin detenerse, y exhalé profundamente. Agaché

la cabeza para ocultar mi expresión de alivio, di vuelta a la esquina de patio

y me dirigí hacia el mercado.

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La colección de pequeñas tiendas y puestos de venta, que estaba en

mal estado, parecían aún más escasos hoy. Pocas personas tenían algo extra

para el trueque. He echado un vistazo a la selección de pescado y continué

viendo hasta la carne de ardilla curada que un cazador había traído. Era más

cartílago y hueso que carne, pero necesitábamos alimento, y no podíamos

ser demasiado exigentes. Levanté lo que había traído al trueque —hilo—,

pero el hombre negó con la cabeza.

—Necesito sal, Weaver. No puedo alimentar a mi familia o conservar

lo que cazo con tus mercancías, aunque esté tan bellamente tejida tal como

lo está.

Bajé los ojos. Poco a poco, puse la parte posterior del hilo en la bolsa.

—Lo entiendo.

Su cara se tornó triste, y asintió con la cabeza a alguien detrás de mí.

—Tal vez ella quiera tomar tu hilo. —Con un resoplido, se alejó y

empezó a hablar con el panadero.

Me volví y vi una capa roja familiar y capucha. La hija del Alcalde.

Mi mejor amiga.

—¡Ann!

Ella me abrazó tan fuerte que mi capucha resbaló de mi cabello.

Sintió mis huesos en mis brazos, como un haz de leña envueltos en tela.

—Lia. ¿Cómo estás?

Buscó mis ojos. No me preguntó acerca Everiss, por supuesto, pero vi

las interrogantes en su cara. Everiss había sido más amiga de Ann que mía,

antes de que ella cambiara en alguien que no conocíamos. Fue el cambio

más doloroso de una larga lista de cosas que se habían vuelto tan diferentes

en los últimos meses y semanas.

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—Hambrienta —dije con una risa áspera, mirando hacia abajo al hilo

que tenía en la mano, el cual el cazador acaba de rechazar—. Como todos

los demás.

Ann siguió mi mirada.

—Oh, el hilo —exclamó con un poco de entusiasmo—. ¡Qué suerte!

Necesito más hilo para los guantes que estoy haciendo. Te cambio un poco

de comida por él.

Me sentí engañada por un momento.

—Ann...

—No —dijo, al insistente—. Necesito el hilo, realmente lo hago.

Vamos.

La seguí hasta la colina a la casa del Alcalde, mi corazón se hundía

con cada paso. Podía leer la historia en el fuerte empuje de sus hombros a

través de la tela de su vestido, en la curva de sus mejillas hundidas, en la

fragilidad de sus muñecas y cuello.

También tenía hambre, pero estaba fingiendo.

Llegamos a la casa y pasamos por el jardín a la entrada trasera, la

cocina. El cocinero se había ido, y nos quedamos solas. Ann fue a la

despensa y abrió la puerta. Ella movió su cuerpo para bloquear la vista, pero

no antes de que viera cómo de desnuda estaban los estantes.

—Tengo un poco de pan —dijo por encima del hombro—. Es de hace

pocos días y está un poco crujiente, pero todavía tengo mucho.

—Eso está bien —dije. Mi pecho se sentía pesado.

—Excelente. —Ella lo envolvió en papel de aceite y me lo pasó—.

Aún es un trueque.

Me mordí el labio y le lancé el hilo.

—¿Cómo están las… cosas? —pregunté.

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Ella levantó un dedo. Mientras la miraba, se dirigió a la puerta que

comunicaba el pasillo entre el comedor y la cocina. Puso su oreja contra ella

por un momento, escuchado, y luego dio un paso atrás con un movimiento

de cabeza. Era un lugar seguro para hablar libremente.

—Las cosas son, bueno, lo mismo —dijo con una mueca—. El Oficial

de Raine ha establecido su residencia en esta casa, ya sabes. Sus hombres

reparan el daño al estudio de mi padre, y él se lo ha restaurado a su propio

gusto. Ya no hace ninguna pretensión acerca de su poder sobre nosotros.

—¿Y Korr? —Mi corazón hizo un baile nervioso solo con decir su

nombre. El hermano de Gabe era un hombre astuto, peligroso, que hacía

demasiadas preguntas. Él me había visto en el lago de los Everiss el día que

sucedió el asesinato, el día en que Luka el herrero murió. Él sabía que yo

había estado buscando el DLP, pero lo que él sabía era que había ido al río y

me perdí. Y él me había protegido: le dijo a los soldados que me dejaran ir,

y entonces me dijo que era porque sabía que había ayudado a Gabe a

escapar. Él no sabía que yo estaba con La Espina.

No sabía lo que pensaba de mí. ¿Si creía que estaba con los Capas

Negras? Él no ha pedido mi arresto. No le había dicho nada a Raine.

Aún.

Estaba a punto de relajarme cuando llegó Korr. No me dejaría ir, pero

no confiaba en él por un segundo. Era peligroso, imprevisible y listo. Él

tenía poder sobre mí, por lo que había hecho, y los que tenían poder como

siempre se aprovechaban de ello, tarde o temprano. Sabía que un día tendría

que utilizar ese poder para conseguir algo de mí, algo que él quería. La

pregunta era: ¿qué?... Y, ¿cuándo?

—Korr ha establecido su residencia aquí —dijo Ann—. Para mantener

un ojo en Raine, y para atormentarlo, creo. Ellos no se llevan bien. Se

gruñen el uno al otro como dos perros que quieren el mismo hueso.

—Me sorprende que Raine no lo haya colgado de los árboles.

Sus labios hicieron una sonrisa triste.

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—El Oficial Raine le tiene miedo, creo. Tienen una historia.

El pan era pesado como una piedra en mi mano. Vi a Ann míralo un

par de veces, pero ella aparto su mirada. Me moría por darle la espalda, pero

mi estómago se anudó, y pensé en todo el mundo en casa. Nos quedamos

con hambre. Todos nosotros necesitamos alimentos.

Y no era suficiente.

Llevé mi mente lejos de eso. También tenía otras cosas de qué

preocuparme. Mi nueva misión encomendada por Adam. El DLP. Nos

estábamos quedando sin tiempo.

—Ann —dije—. Si Korr quería mantener algo a salvo, ¿dónde crees

que lo dejaría?

Ella frunció el ceño.

—Probablemente deberías mantenerte lejos de Korr.

No podría hacer eso.

—¿Dónde, Ann?

Se mordió el labio.

—Él tiene su oficina en el nuevo Lejano... tú has estado allí.

Un incómodo silencio envolvió sus tentáculos a nuestro alrededor.

Había sido interrogada por Korr después de que Ann le había dado mi

nombre, algo que solo más tarde me enteré era debido a su ser de un agente

y bajo órdenes. No había sido el momento más brillante de nuestra amistad.

—Está bien —dije—. Pero, ¿existe algún otro lugar donde piensas que

podría tener algo importante?

—En su habitación aquí, tal vez —dijo. Ella se movió incómoda y

desvió la mirada—. Pero realmente no…

—¿Me la muestras?

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A regañadientes, ella me hizo señas para que la siguiera. Puse el pan

abajo y juntas fuimos a través de la puerta de la cocina y el salón. La luz del

sol golpeó suelos de madera pulida y brillaba en las lámparas y candelabros.

Parecía aún más opulenta de lo que recordaba.

—Raine había traído cosas de Aeralis —explicó Ann en un susurro.

Nos arrastramos por las escaleras hasta el segundo piso y fue hacia la

izquierda, al ala de invitados. Ann se detuvo en la tercera puerta y tocó el

botón con el dedo—. Este es su cuarto —musitó y luego hizo un gesto para

mí de volver abajo.

Dudé. Puse mi mano en la perilla. Seguramente estaría cerrada…

—Lia —silbó Ann, y dejé caer mi mano y la seguí.

Pero un plan se armaba ya en mi cabeza.

Comprobé las trampas en el camino a casa. Una ardilla descarnada,

medio muerta de hambre. Era lastimosamente inadecuada para alimentar a

cuatro personas, pero nos tendríamos que arreglar. Caminé por la granja,

dándole vueltas a las cosas que había visto y oído en el pueblo.

Jonn trabajó en la mesa, mientras la carne se cocinaba. Había páginas

de notas en torno a él, y las pilas de diarios de mi padre formaban una pared

al otro lado de la mesa. Garabateó e hizo bosquejos y de vez en cuando se

paraba para girar el DLP de un lado al otro, contemplándolo con un ceño de

concentración antes de inclinarse al diario delante de él una vez más.

—¿Haciendo algún progreso? ―pregunté, acompañándole en la mesa.

No levantó la vista de la página en la que estaba escribiendo palabras.

—Algunos.

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Así que él todavía estaba enojado conmigo. Contuve un suspiro.

―Jonn...

―Estoy trabajando, Lia.

Me levanté de la mesa y fui a ver la carne. Lo hervía en un guisado.

Al menos así se podría estirar un poco más. Everiss me miró mientras yo

revolvía la olla. Sus ojos reflejaron el fuego, y sostuvo su hombro herido

rígidamente cuando trabajó. Siempre la molestaría probablemente ahora,

justo como la pierna de Jonn siempre le dolía.

Tal vez tenían más en común de lo que pensaba. Ahuyenté ese

pensamiento rápidamente. La idea de Everiss y mi hermano era

completamente absurda. Y, ¿cómo podríamos seguir escondiendo y

alimentarla para el resto de nuestras vidas? No era un plan sostenible, no a

largo plazo.

El guisado no se había terminado de cocinar. Me senté sobre los

talones y miré alrededor. No vi a Ivy en ninguna parte. Jonn todavía

trabajaba constantemente. Everiss se sentó silenciosamente, hilando en el

regazo. No me miró.

―Necesito hablar contigo ―le dije, mirando de reojo por encima del

hombro a la espalda de Jonn.

Él no levantó su cabeza para mirarnos. No había oído.

Los dedos de Everiss todavía fueron de una manera que sugería que

había estado esperando esto. Puso el hilo aparte y abrazó sus manos juntas

en su regazo.

―¿Sí?

―En privado. ¿Quizás en el dormitorio?

Me siguió. Cerré la puerta y me apoyé contra ella. Se hundió en la

cama, su cara con cuidado neutra y su boca presionada en una línea

decidida.

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Un escalofrío de aprehensión corrió a través de mí. Por el momento,

prefiero correr a través de La Helada sin flores de invierno que tener esta

conversación.

―Adam me ha dicho que estás interesada en formar parte de La

Espina ―comencé.

Se frotó el brazo lesionado y evitó mi mirada.

―Sí, si aceptan.

―¿Por qué?

Sus cejas se unieron, y levantó su barbilla con un tirón desafiante.

―Bien, todos los demás creen que estoy muerta. No tengo adónde ir.

Y por si lo olvidas, los Lejanos destruyeron la vida de mi padre y

dispersaron a mi familia. Tengo motivos para querer que todos ellos se

vayan.

―Ayudamos a los Lejanos Fugitivos ―dije―. Y ustedes los Capa

Negra odian a todos los Lejanos. ¿No crees que sea un conflicto de intereses?

―Nuestro mayor interés fue la justicia ―dijo―. Siempre lo fue.

―Eso es totalmente absurdo.

Sus ojos ardieron.

―No sabes nada al respecto. Te negaste a unirte.

―Me negué a unirme, ya que era un disparate.

―Jonn dice…

―Esa es otra cosa que tenemos que discutir ―le interrumpí―. Mi

hermano.

Everiss se estremeció. Claramente, había golpeado un punto doloroso.

Sabía que le engañaba. Sentí consternación y reivindicación en partes

iguales. Pobre Jonn, mal de amores. Ella le iba a cortar.

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―No es así ―dijo ella, abriendo y cerrando las manos―. Me

preocupo por él. Nos escribimos cartas durante años. Él es… él es mi amigo.

Yo no daré marcha atrás.

―¿Sabe él que tus sentimientos tienden solo a la amistad?

Se mordió los labios y no contestó, pero la culpa brillaba en sus ojos.

Fruncí el ceño. Bueno, no me sorprendió. Jonn era tan sutil en el

amor como un perrito ladrando. Pero aun así... la frustración creció en mí

como una ola, que amenaza con derramarse de mi boca en forma de

palabras de enojo. La ignorancia de sus sentimientos podría haberme

inducido a perdonarla.

Ahora, mi aversión era aún más fuerte. Ella sabía, y no hizo nada

para detenerlo. En el mejor de los casos, estaba siendo descuidada. En el

peor, maliciosa o manipuladora.

―Vas a romper su corazón, Everiss.

―He querido hablar con él ―murmuró ella, manoseando el borde de

su vestido y evitando los ojos―. No ha habido un buen momento. No sé

qué decir.

De repente, sentí los huesos cansados. Ella quería que yo le diera una

respuesta, un plan. Una orden, incluso.

―No soy tu madre. ―Poniéndome de pie y crucé los brazos―. No

voy a decirte qué hacer. Pero ten en cuenta esto: si haces daño a mi

hermano, me responderás a mí.

La dejé sentada en la cama y volví al fuego para comprobar el guiso.

Estaba caliente y burbujeante. Fui a traer los tazones de madera de la

cocina.

Jonn levantó su cabeza de sus papeles cuando crucé el cuarto principal

para la cocina. Sus cejas se juntaron.

―¿Tú y Everiss están hablando otra vez?

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―No fue una charla amistosa ―dije, al instante molesta por la

esperanza proveniente de sus ojos. ¿Estaba imaginando algún final feliz de

cuentos donde Everiss y yo nos hicimos mejores amigas otra vez, y luego

cayó en sus brazos con protestas de amor? Era listo, mi hermano.

¿Seguramente él sabía lo tonta que era una fantasía?

Pero en los talones de mi cólera vino la tristeza. Con sus ataques y

piernas marchitas, había tenido una vida muy dura. ¿Era tan tonto de su

parte querer un poco de felicidad, tan improbable como puede ser?

Estaba enojada, pero no con él. Estaba enojada con las cosas como

estaban en La Helada, la nieve, el hambre, el trabajo interminable haciendo

Cuota y temiendo a los Lejanos y colgando nuestras flores de invierno para

protegernos de los monstruos en la noche. Éramos como peces sosteniendo

nuestros lugares en una corriente fluyendo feroz, nunca nadando contra la

corriente pero nunca moviéndose a ninguna parte.

Parpadeé y vi mi vida en un instante delante de mí, relatada con

mucho hilo, ciclos de hielo y deshielo, trabajo y cansancio que culmina con

una flor de invierno extraviada o con decir una palabra equivocada a un

soldado Lejano. Un final rápido y brutal a una vida rápida y brutal.

Por un momento, no podía hablar.

―¿Lia? ―dijo Jonn, alcanzando su muleta.

Me sacudí la melancolía paralizadora y me volví a la cocina.

―¿Dónde está Ivy? Es hora de comer. ―Prácticamente gruñí las

palabras.

La puerta se abrió de golpe antes de que termine mi frase. Mi

hermana estaba en el porche, tirando de su manto nevado y estampando sus

pies para calentarlos cuando se quitó sus mitones.

―Ivy ―me enfurecí―. ¿Dónde estabas?

Ella extendió sus manos revestidas con las manoplas.

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―Recolectando bayas de invierno. Pensé que podíamos comerlas

frescas para el postre.

Las bayas estirarían esta patética comida un poco más.

―Muy bien ―dije―. Ponlas en un recipiente y coge el pan.

Se apresuró a obedecer.

―¿Hay leche?

Leche. Eso me hizo recordar.

―¿Has visto a los animales esta noche?

Su boca se abrió y se cerró. Tomé esto como un no.

―Lo haré ―dijo rápidamente.

Ese fue el momento en que Everiss optó por salir de la habitación.

Crucé la puerta.

―No, yo voy. Traes las sobras para los pollos.

Asintió con la cabeza y miró a las bayas en sus manos. Mi mirada se

deslizó por delante de ella a Jonn y Everiss, y los vi que bloquean los ojos.

Sus orejas se calientan. Ella apartó la mirada.

Fruncí el ceño, me adentré en la nieve.

La puerta del establo chirrió cuando empujé para abrirla. Di unos

pasos dentro, tarareando sin melodía en voz baja. Al llegar al balde del

grano, oí un sonido como un zapato contra la piedra raspada en la oscuridad

cerca de los establos de los caballos.

―¿Ivy?

Pero algo en el espeso silencio que siguió hizo que los pelos en la

parte posterior de mi cuello se levantaran. Levanté a tientas la pala de nieve

que se inclinaba al lado de la puerta.

La levanté en el aire como un arma.

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―¿Quién está ahí?

Las sombras se movió, y mi sangre se congeló en mis venas.

Una figura salió de detrás de una viga de soporte, y mis dedos se

cerraron alrededor del mango de la pala. Un hombre. Era delgado y liado en

un grueso abrigo gris. Su rapado cabello gris de acero brilló contra su piel

verde oliva.

¿Un Lejano?

Otra mirada confirmó que era cierto, pero él no iba de uniforme como

los soldados que vagan por el pueblo.

¿Un Fugitivo?

No tenía el lujo de dar vueltas a sus orígenes en este momento.

Todavía estaba muy sola con él en el establo.

―No te muevas ―le dije.

Un vistazo confirmó que estaba demasiado cerca y yo estaba

demasiado lejos para hacer una carrera a él sin interceptarme. No, le tenía

que convencer de que no tenía miedo. Levanté la pala.

En boca apareció un gesto. Claramente, no me encontró remotamente

amenazante.

―Lo digo en serio ―le dije, mi voz quebrada bruscamente y los

brazos comenzando a arder por el peso de la pala―. Te haré daño…

―Estoy buscando a Aaron o a Eloisa Weaver.

¿Mis padres?

De repente mis pulmones se vaciaron.

—Baja el arma —murmuró, metiendo la mano en su abrigo.

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Me puse tensa, esperando una pistola. Pero lo que sacó sorprendió.

Un broche en forma de una Y. Brillaba con frialdad mientras lo sostuvo

para que yo lo viera.

—Estoy con La Espina —dijo él.

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Traducido por Angie_kjn & Escorpio

Corregido por Mafernanda28

El hombre se apoyó contra la pared de enfrente y colocó el broche en

su bolsillo mientras yo estaba clavada en el suelo, luchando por sacar alguna

palabra. Poco a poco, bajé la pala y me recosté contra la pared. ¿Era esto una

trampa? ¿Me atrevo a admitir que sé de lo que estaba hablando? Podría ser

cualquiera.

—¿La Espina? —pregunté.

Hizo un ruido impaciente en la parte de atrás de su garganta.

—Tú sabes —dijo confiado mientras su mirada buscaba mi rostro—.

No desperdicies mí tiempo, chica.

—¿De dónde vienes?

No era del pueblo. Era de Aeralian, pero no era uno de los soldados,

nunca lo había visto en mi vida.

¿Era un Fugitivo? No lucía como ninguno de los delgados,

aterrorizados, escapistas muriendo de hambre que habían pasado a través

del bosque antes.

El desconocido hizo una mueca, un rápido giro de su boca que dejó

entrever volúmenes de memorias no habladas.

—He viajado desde el sur de Aeralis —dijo él.

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Él sacó una pipa de su bolsillo y lo puso entre sus dientes. De su otro

bolsillo sacó un fosforo, lo encendió con un golpe en su zapato, y puso una

mano alrededor de la pipa mientras la llama vacilante tocaba el tabaco en el

interior. Un zarcillo de humo se esparció, y fruncí el ceño. Fingió no verlo.

Tiró el fosforo en las losas a mis pies, pero mis ojos no se perdieron de los

suyos para mirar el fosforo. Lo pise con mi talón, moliendo las cenizas en la

tierra. Él medio sonrió alrededor de la pipa, como si hubiera estado

interesado en mi reacción a él encendiéndolo en nuestro granero.

—Crucé el borde hacia La Helada esta mañana, evitando tu pueblo y

manteniéndome en el bosque para estar libre de soldados —dijo él.

Los soldados. Mi estómago danzo nerviosamente al darme cuenta una

vez más, que tenía a un Lejano en mi granero. ¿Era él un Fugitivo como lo

había sido Gabe?

—¿Qué quieres con mi familia? ¿Estás buscando refugio?

Él inhaló humo y me dio una corta, sombra de sonrisa.

—No, siento entrometerme así, pero debo hablar con tus padres, y no

me atreví a esperar hasta el anochecer para hacer saber mi presencia.

¿Dónde están?

Un momento de choque siguió la pregunta. El aire se sintió como

hielo contra mi piel, y mi corazón palpitó ruidosamente en mis oídos.

Preguntó tan casualmente, tan expectante, como si estuvieran justo al otro

lado de la esquina, justo afuera. Hizo el dolor de su ausencia penetrar más

mientras le respondía.

—Mis padres están muertos. —Las palabras salieron de mi boca como

piedras, flotando en el silencio que inmediatamente siguió.

Sus cejas se levantaron con sorpresa, y sus ojos se quedaron sin

expresión. Fueron de piedra mientras me miraba, tratando que admitiera

que estaba mintiendo.

—¿Muertos?

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—Hace más de seis meses —susurré.

—Lo siento. No me di cuenta… —Su voz se apagó, y tomó otra

bocanada de la pipa y me escudriñó de nuevo, realmente mirando esta vez.

Pude ver cómo calculaba mi edad, mi cuerpo ligero, las bolsas bajo los ojos,

y mis muñecas huesudas. Probablemente me parecía a una niña para él—.

¿Quién ha estado completando las misiones?

El hombre estaba esperando que hablara. Tomé una respiración

profunda.

—Yo.

—¿Tú?

Levanté mi barbilla, sintiéndome desafiante.

—Sí, yo.

Esperé que mostrara más sorpresa. Pero en cambio, sopló humo por

su nariz como un dragón y me señaló con la pipa.

—¿Cuál es tu nombre?

Dudé. ¿Era esto otra prueba?

—¿Cuál es el tuyo?

Él sonrió de nuevo, pero era menos difuminada esta vez.

—Mis amigos me llaman Atticus. No mantenemos muchos nombres

en La Espina. Nos hace más difíciles de rastrear. —Se detuvo, esperando por

mi respuesta.

—Lia Weaver —dije de mala gana.

—Lia. Estoy impresionado, no solo por tu determinación de

defenderte usando esa pala, si no por el hecho de que hayas tomado las

responsabilidades de tus padres.

—Yo…

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—Siento ser abrupto, pero si tus padres no están, entonces hay otra

persona aquí a la que debo ver. —Él interrumpió—. Es muy urgente. Creo

que ahora usa el nombre de Brewer…

—Adam —dije. Por supuesto.

Atticus se detuvo.

—¿Lo conoces? ¿Podrías contactar con él por mí?

Ya estaba corriendo por delante de mis pensamientos. ¿Cuánto debo

decir? ¿Cuánto debo ocultar? ¿Puedo confiar en este hombre?

—Sí —respondí—. Pero es complicado.

—¿Complicado? —La voz de Atticus se afiló—. ¿Qué tanto, chica?

—Quiero decir que los Lejanos, tus soldados Aeralian, vigilan el pueblo

noche y día. Han construido pasillos enjaulados para mantener a los

monstruos de La Helada afuera, y cargan armas. Es difícil contactar con

alguien sin causar sospecha… y no tengo razón para volver al pueblo hoy.

Estará oscuro pronto…

Siempre podría poner la linterna para avisarle, pero quería probar este

hombre primero, descubrir la extensión de su determinación.

—Y tus “Observadores” salen en la noche, ¿verdad?

—¿Has oído de ellos?

Él se río, y el sonido triste jadeó de su garganta como una tos.

—Mi querida, soy un operativo de La Espina. Sé cosas. Además,

¿quién no ha escuchado de las criaturas misteriosas que rondan tu bosque?

En Aeralis, cuentan historias de las bestias con ojos brillantes y las largas y

afiladas garras. Los niños pequeños Aeralian que están a salvo en sus camas

tienen pesadillas de tus Observadores.

Gabe nunca me dijo eso. No tenía ninguna duda de porqué los

soldados Lejanos pusieron La Jaula alrededor de los caminos. Pero no tuve

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tiempo para reflexionar sobre esta visión de la mentalidad de los Lejanos,

ahora no. Crucé mis brazos en mi pecho y miré a Atticus a los ojos.

—Entonces sabes qué tan peligrosa puede ser La Helada. Y aun estás

aquí.

Golpeó las cenizas de su pipa contra las losas.

—Mi asunto es mío. —Levantó la cabeza y miró por encima mío a las

rodajas de luz que entraban a través de las grietas alrededor de la puerta del

granero. Sus ojos, lo noté, eran de un profundo plateado. Eran ojos de un

color extraño para ser un Lejano—. Se hace tarde —dijo impaciente—. ¿Qué

tan lejos estamos de la casa de Adam Brewer?

Tiré para abrir la puerta del granero. El viento arremetió contra mis

mejillas, y parpadeé. Ya el sol había empezado a deslizarse en el horizonte.

La disipada luz del sol se veía en la nieve como mantequilla derretida,

volviendo todo dorado y extraño. Saboreé el viento y olfateé la afilada

esencia de pino, el ligero recordatorio del bosque que nos rodeaba.

—Millas —dije.

—¿Conoces el camino?

Me di la vuelta, enfrentándolo de nuevo. Parecía determinado por ver

a Adam, lo suficiente determinado para enfrentar los peligros. Pondría la

linterna afuera, luego…

Pisadas crujieron en la nieve afuera. Atticus se pegó contra el muro,

sus plateados ojos mirando los míos. Vi la pregunta en ellos, ¿eran

soldados? Sacudí mi cabeza en indicación de que se quedara en silencio.

Una voz sonó.

—¿Lia?

Ivy.

Tomando un respiro profundo. Relajé mis cejas y cambié a una

expresión en blanco y salí. Cerré la puerta detrás de mí y me recosté contra

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ella. Astillas se clavaron en mi espalda. Mis dedos temblaron con chispas de

miedo nervioso.

—Ivy —dije.

Sostenía un cubo de desechos con ambos brazos, para los pollos. Su

mirada apunto a mi rostro, y su expresión se volvió de sospecha.

—¿Lia, dónde has estado? —A pesar de su desafío, miedo quemaba

detrás del borde de su tono.

—Solo terminando los deberes —dije, mis palabras eran nítidas,

precisas—. Alimentaré también a los pollos. ¿Está la mesa lista para la cena?

—No —ella dijo—. Estaba ayudando a Jonn a quitar sus papeles.

Necesita descansar. Estaba teniendo los temblores.

Mi corazón se apretó con preocupación. Las convulsiones de Jonn

eran violentas e impredecibles. Venían y se iban sin una advertencia, y con

frecuencia eran precedidas por somnolencia. Quería correr directo a

revisarlo, pero había un Lejano en mi granero, y tengo que encargarme de

eso primero.

—Regresa a la casa. Dile… dile a ella que ponga los platos y la comida.

—No quería decir el nombre de Everiss delante de este hombre, en caso de

fuera alguna clase de espía. La idea era tonta, además, porque él ya sabía

quién y qué era yo. Si trabajara para Korr, entonces ya estaba casi muerta.

Extendí las manos y jalé el cubo de sus manos. Ella lo dejó ir, y el

borde chocó contra mi espinilla a través de la tela de la falda mientras la

cubeta se balanceaba entre nosotras.

Se dio la vuelta y contuve un suspiro mientras la miraba regresar a la

casa.

Tan pronto como mi hermana desapareció por la puerta, me di la

vuelta y volví a al granero. Atticus estaba esperando, con un hombro

presionado contra la pared. Había guardado su pipa, y me encaró con las

manos en sus bolsillos.

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―¿Tu hermanita?

―Ella no importa ―dije firmemente―. Quiero mantener a mi

familia fuera de esto.

Levantó una ceja ante mi tono, pero no hizo ningún otro comentario.

Dejé la cubeta en el suelo y me aparté el cabello de los ojos.

―Puedes quedarte aquí en el granero esta noche. Voy a poner la

señal… si tenemos suerte, va a verla y se detendrá. Si no… ya se me ocurrirá

algo.

―¿Y los monstruos?

Me quité las flores de invierno que colgaban de mi cuello y las arrojé

a sus pies.

―Mantente quieto y ponte esto. Vas a estar bien. Hay mantas para

caballos en la parte de atrás, y puedes dormir en el heno. Te traeré algo de

comer más tarde.

―Gracias.

Una sonrisa irónica se retorció en mis labios seguida de una oleada de

dolor. Todo se sentía tan familiar y tan diferente. Otro día, otro Lejano en

mi establo.

Atticus observó mi repentina tristeza y me di cuenta de que estaba

tomando nota mental. Su escrutinio me recordó a Adam y fue

desconcertante. Giré la cabeza para ocultar mi expresión, saqué la cubeta de

desechos y la llevé al corral del pollo.

―Regresaré más tarde ―dije―. Quédate quieto. Si algo viene,

escóndete.

Mi mirada se desvió hacia la puerta falsa en el suelo, luego la alejé

antes de que él me observara viéndola. No estaba dispuesta a confiarle a

este hombre los secretos de mis padres. No todavía.

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Colgué la linterna mientras la noche comenzaba a caer, y la luz

vacilante de la vela se derramaba en trozos de oro tembloroso por la nieve.

Me quedé un momento en la pared negra de protección de La Helada

mientras pensaba en el extraño en nuestro establo, con su sonrisa fresca y

mirada vigilante.

Después de un momento, me giré para regresar a la casa.

La noche avanzaba silenciosamente. Everiss e Ivy trabajaban la Cuota

junto al fuego. Hice el inventario de los granos y otros alimentos que

habíamos dejado para la semana. Jonn roseaba los diarios. Se frotó las

manos en el pelo y suspiró con frustración tranquila mientras trabajaba.

Everiss le dio vistazos pero no dijo nada.

Caminé hacia la ventana para contemplar el farol que brillaba

intensamente en la oscuridad. Cada vez que la comprobaba, mi corazón

daba un vuelco al pensar en las bestias que merodeaban por la noche. Pero

ningún Observador se agitaba en la oscuridad. Las horas hacían tic-tac y

finalmente el sueño tiró demasiado de mis parpados como para ser

ignorado, por lo que caí en la cama con un sueño inquieto. El ronquido

suave de Ivy irrumpió el silencio junto con los gemidos del viento, y yo di

vueltas mientras entraba y salía de los sueños de los símbolos de La Espina,

broches y los brillantes ojos de los Observador.

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Finalmente cuando el alba comenzó a manchar los bordes de las

cortinas de la ventana, me levanté y me puse un vestido. Ya no podía

dormir más. Necesitaba ver al Fugitivo, hacerle más preguntas.

No sabía por qué Adam no había llegado, pero tendría que manejar

esto sola por ahora.

Me puse mi capa y salí. La linterna se había apagado.

Pronto me encontré con Adam.

―Viniste ―respiré―. ¿Has visto la lámpara? Esperé casi toda la

noche.

―Estoy en una misión ―dijo―. No la vi… solo estaba verificando.

¿Qué necesitas?

Me estudio con sus ojos oscuros, esperando una explicación. Respiré

hondo.

―Hay un hombre ―dije―. En el establo.

―¿Otro Fugitivo? ―Miró al otro lado del patio. El viento agitaba las

puntas de su cabello y lo hizo bailar. Frunció el ceño.

―No exactamente. Tiene un broche. Dijo… él dijo que era un agente

de La Espina.

Adam volvió a mirarme con sorpresa.

―¿Te dio un nombre?

―Atticus.

Adam parpadeó. Los planos de su rostro se endurecieron.

―Quédate aquí ―ordenó, y entonces se dio vuelta y se dirigió al

establo sin decir nada más.

―¡Adam!

No se giró para responderme así que corrí tras él.

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El patio era blanco, blanco y blanco y luego la grisura me envolvió, y

pasé por el bostezo negro de la puerta abierta del granero y entré en el

silencio suave del establo. Escuché a Atticus moverse en el heno.

Adam levantó una mano, deteniéndome.

―¿Lia…? ―llamó suavemente Atticus.

―No. Yo. ―Adam dio un paso adelante.

El silencio llenó la habitación. Contuve la respiración. Las sombras

no se movieron. Detrás de nosotros la luz de la mañana brillaba a través de

la rendija de la puerta, pintando una raya de luz azul-blanca en el suelo.

―¿Qué estás haciendo Atticus? ―Adam habló en voz baja, con

enojo.

Encendió un fósforo, y la cara de Atticus estuvo enmarcada en un

parpadeo de color oro. Las sombras tallaron una mueca en su boca.

―Adam. Ya era hora de que aparecieras.

―¿A qué estás jugando?

El fósforo se apagó, sumergiéndonos en la oscuridad otra vez.

Jalé la puerta para abrirla, pero la mano de Adam me detuvo. No

quería que nuestras voces se escucharan. Asintiendo busqué a tientas una

lámpara.

―¿Jugar? ―Atticus se rió por lo bajo, sin poder creérselo.

Encontré una lámpara y la encendí con un cerillo de mi bolsillo. La

luz llenó la habitación. Atticus se puso de pie, él y Adam estaban uno frente

al otro. Adam era más alto, tenía los hombros tensos y la cabeza echada

hacia atrás cuando se enfrentó al otro hombre. Atticus me dio una mirada

corta y después la apartó.

Adam cruzó los brazos sobre su pecho y echó la cabeza hacia un lado.

Su voz se redujo a un gruñido.

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―¿Qué estás haciendo aquí Atticus?

―Las cosas están mal en Astralux. Tuve que irme antes de que me

capturaran. Los rumores flotaban alrededor… rumores de una fuga entre los

agentes. El Dictador Aeralian se está desesperando. Reforzó la seguridad y

aumento las redadas. El Trío…

―¿El Trío?

Adam levantó una mano para interrumpirlo.

―Lia ―dijo sin girarse para verme―. Debes regresar a la casa.

―Creo que ella debería quedarse ―dijo Atticus.

Me detuve con una mano en la barra. Mi corazón latía con fuerza.

―Y yo creo que debe irse ―respondió Adam―. Y soy el líder aquí.

Me giré hacia ellos. Se enfrentaban entre sí, la tensión estaba escrita

en cada línea de sus cuerpos. Había más en juego aquí que yo, podía

sentirlo.

―Ah ―dijo Atticus. Levantó un dedo―. En eso es donde te

equivocas.

Adam se detuvo. Levantó ambas cejas con molestia.

―¿Oh?

―El Trío me ha puesto a cargo de la operación La Helada.

―¿Qué?

―Estoy relevándote de tu posición ―dijo Atticus las palabras con el

delicado aire de un

Adam se quedó inmóvil. Parpadeó dos veces, lo único que delató su

estupefacción. Su expresión se mantuvo sin problemas mientras repetía.

―Me estás relevando de mi posición.

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―Sí. Me dieron las órdenes ayer. Ya no estás a cargo. ―Atticus

metió la mano en su bolsillo y sacó la pipa. Desatornillo el mango con

movimientos hábiles de los dedos, la apartó y sacó un rollo de papel de en

un espacio hueco en el mango.

Adam le arrebató el papel de la mano y lo desplegó. Su frente se

frunció mientras leía la misiva. No habló. Me dio un vistazo pero no tanto

porque quisiera ver mi reacción y más porque yo era un lugar en el cuál

posar su mirada, creo. Miró el suelo.

―Podemos hablar de esto más tarde ―dijo Atticus―. Ahora necesito

una localización más segura. ¿Adam?

―Señor ―dijo Adam. Su tono era cortante, respetuoso, helado.

Atticus se volvió hacia mí.

―Recibirás más órdenes pronto. Hasta entonces, estás haciendo un

buen trabajo aquí, Lia Weaver.

―Gracias ―dije.

Los miré mientras los dos salían del establo y desaparecían dentro del

bosque.

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Traducción SOS por AleG & QueenDelC

Corregido por Mafernanda28

Encontré una nota de Adam clavada en la puerta del granero mientras

me dirigía a alimentar a las vacas.

Nos vemos esta tarde en la granja Brewer para el

entrenamiento.

El papel se estremeció con el viento como un pequeño pájaro blanco.

Arrugué la nota entre mis dedos y me quedé mirando el bosque, pensativa.

Después de haber terminado de atender los animales, saqué la

capucha y me la coloqué sobre el cabello y volví a casa por mis flores de

invierno.

—Voy a salir un rato —le dije a Jonn.

Everiss levantó la vista del hilo en su regazo, pero no habló.

—¿Dónde está Ivy? —pregunté.

—Está en el bosque —dijo Jonn—. Buscando bayas de invierno.

Hice una pausa y miré fijamente a Everiss.

—Últimamente, ha estado mucho en el bosque. ¿No es así?

Sus mejillas se sonrojaron.

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—No tengo la menor idea de dónde está tu hermana, Lia Weaver. No

actúes como si lo supiera.

—Sabías donde estaba hace unas semanas cuando estaba por ahí

corriendo con los Capa Negra.

Ella entrecerró los ojos.

—Te olvidas de que ya no soy una Capa Negra.

—¿Y mi hermana? ¿Sigue espiando como le enseñaste a hacer?

—No sé nada acerca de tu hermana, Lia.

—Me gustaría creerte…

—¡Lia! —espetó Jonn—. Déjala en paz.

Se enderezó, con un brazo apoyado sobre la mesa y el otro agarrando

el respaldo de su silla. Tenía su rostro enrojecido por el esfuerzo y sus ojos

brillaban. Salí, cerrando de un portazo la puerta detrás de mí. El viento

abanicó mi cara y enfrió mis mejillas, exhalé temblorosamente. Mi

hermano estaba de su lado en lugar del mío, a pesar de que ella estaba

jugando con sus sentimientos, a pesar de que no podíamos confiar en ella, a

pesar de que habíamos sido los mejores amigos desde que nacimos. Él la

había elegido contra toda razón y sentido, y eso me había herido

profundamente. Me dirigí directamente al bosque y directo a la granja de

los Brewer.

Los Brewers vivían a la orilla del río que separaba La Helada de

Aeralis y de “más allá”. Luché a través de las desviaciones de nieve a lo largo

del agua negra, mis pulmones ardiendo por el esfuerzo y mis manos

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hormigueando por el frío. Finalmente, divisé los techos bajos de la granja

Brewer. Caminé hacia allá con alivio.

Una larga pero baja casa construida contra una colina arbolada. Un

granero y varios potreros formando dos grupos que encerraban un espacio

abierto con unos blancos en madera y un muñeco relleno de paja. Al

aproximarme, la puerta principal de la casa se abrió y una persona salió.

—¿Lia Weaver? —Era Abel, el hermano de Adam.

—Estoy buscando a Adam —dije, dando un paso más allá de los

blancos y el muñeco—. ¿Está aquí?

—Él está en el granero. —Sus ojos me siguieron mientras cruzaba el

patio hacia la puerta del granero. Las bisagras crujieron y una bocanada de

aire tibio que olía a cuero y a aceite quemado se precipitó sobre mí. Vi a

alguien colgado de una viga en el esplendor de la luz del sol que entraba por

una ventana en lo alto de la pared.

—¿Adam?

Se dejó caer al suelo y me miró. Llevaba una camisa negra y

pantalones.

El esfuerzo había alborotado su pelo, y una fina capa de sudor cubría

su frente. Sus ojos se posaron sobre mí, y su expresión era imposible de leer.

—Veo que encontraste mi nota —dijo finalmente, alcanzó un paño

para limpiar su cara.

Asentí y dio un paso hacia la luz, dejando que la puerta se cerrara

detrás de mí. La mayor parte de la paja había sido removida para revelar un

reluciente piso de madera. Las vigas y las escaleras se alineaban en las

paredes y gruesas sogas anudadas colgaban del techo. Este era el campo de

entrenamiento de Adam.

Yo no venía aquí a menudo.

Casi no atrapo el bulto de ropa que me tiró a la cabeza.

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—Vístete —dijo—. Tenemos trabajo que hacer.

Me coloqué la ropa en uno de los puestos del granero que estaba

vacío. Vestir pantalones de chico siempre se sentía extraño, pero de una

manera increíble. Tenía una libertad de movimiento que nunca había

experimentado antes de comenzar a entrenar con Adam. ¿Por qué las

mujeres no usaban pantalones todo el tiempo? No lo sabía. Eran

maravillosos.

Adam me hizo trepar las cuerdas y hacer equilibrio sobre las vigas

hasta que el sudor corrió por mi espalda y mi rostro estaba bañado en una

fina capa de sudor.

—¿Cuál es el propósito de esto? —exigí más de una vez, gruñendo con

el esfuerzo mientras intentaba por tercera vez trepar una gruesa cuerda de

nudos para tocar el techo del granero. Solo podía ascender hasta la mitad de

la cuerda antes de que estuviera demasiado cansada para continuar.

—La fuerza física. Destreza. La capacidad para correr, trepar, escapar

si es necesario.

—¿De los Observadores? —Me solté y caí al suelo con un gruñido.

—De nadie —dijo, y señaló el siguiente obstáculo. Una larga y plana

tabla se estiraba entre dos escalones. Me trepé a ella cautelosamente y miré

por el otro lado. El suelo estaba muy lejos. Se me revolvió el estómago.

—¿Atticus sabe sobre mi entrenamiento? —cuestioné entre jadeos

mientras trataba de cruzar la viga sin caerme. Lancé una mirada hacia

Adam y casi caigo, pero me sostuve.

Él frunció el ceño ante la mención de Atticus, pero cuando habló, su

voz era suave y carente de cualquier inflexión que pudiera traicionar sus

emociones.

—Atticus solo sabe lo que le concierne como líder, y esto no es algo

que le importe.

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Tenía mis dudas sobre eso, pero guardé silencio. Y, ¿por qué él no

quiere que Atticus sepa que estoy entrenando? ¿Me atrevía a abordar el

tema de lo que sabía previamente?

—¿Tú y Atticus, se conocen desde antes, en Aeralis?

—Sí. —La respuesta de Adam fue corta. Agarró mis manos y me

ayudó a bajar de la viga, luego abruptamente me soltó y dio un paso atrás.

Sentí la distancia entre nosotros profundamente. Se dio la vuelta y miré

hacia su espalda.

—No parecen ser amigos.

—Éramos compatriotas. —Me extendió un paño para limpiarme la

cara sin mirarme.

Esa no fue mi respuesta, en realidad. Muerdo mi labio mientras él me

indica que suba la soga de nuevo. Mis brazos están temblando de cansancio,

pero me subo de cualquier manera. Los músculos en mis hombros y espalda

gritan en protesta.

―En el granero… parecía estar aludiendo algo…

—Es suficiente —dijo Adam, y no sabía si se refería al ejercicio o a la

conversación. Solté la soga y caí al suelo, jadeando.

—No más por hoy —dijo—. No quiero que te excedas.

Me doblé para regular mi respiración, y pasó a mi lado y comenzó a

trabajar con el equipo. Cuando hablé de nuevo, mi voz salió grave y casi en

un susurro.

—¿Confías en él?

Adam se congeló.

Me enderecé, mirándolo. Al principio no habló. Sus manos aún

estaban sobre las sogas.

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—Claro que confío en él. Es un miembro de La Espina. Ha dedicado

su vida a la organización, y he visto prueba de ello una y otra vez.

—¿Quieres hacer lo que dice? —presioné, recordando la manera en la

que Adam había actuado en el granero, todo serio y formal cuando Atticus

había asumido el control.

Adam se volteó a mirarme. Levantó una ceja.

—Es mi superior. No tengo elección. Y tú tampoco.

No encontré esa respuesta como satisfactoria, pero era claro que la

conversación había terminado.

Jonn, Ivy, Everiss, y yo terminamos lo último del pan y restos de

estofado de ardilla en la cena de esa noche. Todos comimos con lentitud,

masticando con cuidado, saboreando cada bocado, y chupando el jugo de los

dedos.

La mesa estaba en silencio. Jonn no me miraba, y tampoco Everiss.

También evitaban la mirada uno del otro. Ivy miraba fijamente su plato y

no le hablaba a nadie.

El único sonido en la casa era el tintinear de los utensilios contra los

platos y el crepitar del fuego en la chimenea. El viento hacia repiquetear las

persianas y chirriar los muros, y ligeramente a la distancia escuché el grave

gemido de un Observador.

Ivy se tensó.

Todos sostuvimos nuestra respiración y escuchamos, pero el sonido

se apagó y no volvió a sonar. Me relajé ligeramente. Miré a mi hermano

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hasta que él levantó su cabeza, y nuestras miradas se encontraron. Él

frunció el ceño pero esta vez no apartó la mirada.

Necesitamos hablar, parpadeé en su dirección, y supe que entendió.

—¿Hay alguna otra cosa? —preguntó Ivy, alcanzando el tazón.

—Eso es lo último que queda de carne —dije—. Y de patatas.

—Ya nunca hay suficiente comida —dijo, recostándose sobre su silla.

Su voz se cortó como si estuviera a punto de llorar—. Siempre tengo mucha

hambre.

—Los Lejanos se comen la mayoría —dije—. Y ahora tenemos una

boca extra que alimentar.

Everiss giró su cabeza y jugueteó con un mechón de cabello. La boca

de Jonn se apretó.

—Lia…

—Quizás debería comenzar a ir a la escuela —interrumpió Ivy.

—¿Qué? —La miré boquiabierta.

Ella levantó su barbilla.

—Nos darán comida.

—No. Absolutamente no. Ahí les lavan el cerebro a los estudiantes.

—No soy estúpida —dijo—. Sé que enseñan mentiras. No les creeré.

No escucharé.

—Ivy…

—¡No quiero morirme de hambre! —espetó—. ¿Tú sí?

Me encogí. Jonn y yo nos miramos el uno al otro. Presionó sus labios

juntos y no habló.

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—Iré al bosque mañana, revisaré las trampas de nuevo —dije

finalmente, con un suspiro—. Puedes encontrar más bayas…

—Nunca es suficiente —dijo ella. Su voz era un susurro, lleno de

temor y fuerte con seguridad. Algo se retorció en la boca de mi estómago,

porque tenía razón. Nunca era suficiente. Necesitábamos más comida. Aun

así, ella no podía ir a la Escuela Militar Raine para Lejanos. No podía. La

simple idea hacía que se levantara mi bilis hasta la garganta.

Everiss se sentó muy quieta durante toda la conversación. Su boca

temblaba, y sus manos lucían pequeñas y frágiles en su regazo. Lenta e

involuntariamente, levantó una para frotar su hombro justo donde le habían

disparado hacia un par de semanas. El silencio permaneció y se extendió

hasta que apenas pude aguantarlo. Finalmente, Ivy se levantó y alcanzó los

platos.

—Yo lavo los platos —anunció, su tono apagado.

Everiss tomó las tazas.

—Te ayudo. —Cruzó la habitación después que mi hermana, sin

mirar a ninguno de nosotros. Vi el sonrojo manchando su nuca. Estaba

avergonzada de estar comiendo nuestra comida.

Jonn y yo esperamos hasta que entraron a la cocina.

—Jonn —dije—. No puede hacerlo. No puede ir a esa escuela Lejana.

Es tan fácil impresionarla, y, ¿si la convierten en uno de ellos? Y, ¿si se

infiltran en su mente con sus mentiras?

Me miró, su expresión perspicaz.

—Pero, y, ¿si tiene razón? Y, ¿qué si necesitamos esto?

—Encontramos comida de alguna manera —dije—. De alguna otra

forma. Aprenderé a cazar. Atraparé más. Hablaré con Ann…

—Nuestra hermana ha crecido en el último mes —dijo—. Ha pasado

por mucho y ha aprendido.

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—Aun así es demasiado joven. —Hice puños con mis manos y los

miré fijamente. Atticus, nuestra falta de comida, la seguridad de mi

hermana, Everiss… todo. Mis ojos ardían, y mi pecho se comprimía.

—¿Qué pasa? —murmuró—. Estás molesta. ¿Más Observadores en el

bosque?

Batallé para encontrar una respuesta, pero nada salió. Simplemente

me sentía inquieta. Intranquila. Era este mal sentimiento que sentí entre

Adam y Atticus y los secretos envueltos. Pero no podía decirle sobre eso, no

aún. Solo sacudí mi cabeza.

—¿Cómo va la búsqueda? —pregunté, mirando la pila de diarios y

papeles a un lado de la mesa.

Jonn apartó unas migajas de la mesa con su mano. Se tomó su tiempo

para responder.

—Creo que Pá incluyó instrucciones sobre cómo usar el DLP en uno

de sus diarios, justo como incluyó pistas sobre dónde encontrarlo en los

acertijos que nos dijo. Pero como dije antes, no sé cómo descifrar el código

en el que lo escribió. Hay un par de menciones crípticas sobre una llave

para decodificar los diarios, pero no sé lo que podría ser. No está.

Justo como Adam había sospechado.

—¿Crees que quizás la tiene el Alcalde? Pá lo llevaba cuando le

dispararon y Cole…

—No el Alcalde —dije—. Ya no.

Necesito hacerle una visita a los cuarteles privados de Korr.

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Traducción SOS por Angie_kjn & Kensha

Corregido por Mafernanda28

Mi cabeza dolía y mis músculos ardían del ejercicio físico del día

anterior mientras me dirigía al pueblo la siguiente mañana. El malestar que

sentí la noche anterior no se había disipado con dormir. Los malos

sentimientos todavía lamían los bordes de mi mente, y la preocupación

abrió un hueco en mi estómago, pero empujé lejos los sentimientos. Tengo

otras cosas con las que lidiar aparte del desastre de sentimientos hirviendo

en mi pecho. Solía ser insensible, dura, práctica. Ahora, mírame. Era

prácticamente un desastre llorón, preocupándome por Adam,

preocupándome por Jonn y Everiss, preocupándome por todo y por todos.

Preocupación, preocupación, preocupación. ¿Era esto lo que le hacia el

preocuparse a la gente? Me hacía sentir débil.

Rechinando mis dientes, me moví rápido por el camino. El saco de la

Cuota saltó contra mi hombro, y un viento frío golpeó mi rostro y jugó con

los bordes de mi capa. Por todas partes, el bosque estaba goteando.

Me sentí inquieta. El clima provocó que mi sangre picara con

anticipación, sin embargo, no sabía de qué podría ser la anticipación. Pensé

en el DLP y lo que planeábamos hacer con él. ¿Podríamos encontrar a

Gabe? Solo pensar en su nombre hacia a mi pecho hervir de con ansia

anticipada. No sabíamos a dónde los había llevado el portal, solo que

estaban todos juntos donde fuera que estarán. ¿Quería él regresar? ¿Me

quería?

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Él ultimo pensamiento surgió espontáneamente, y me detuve en el

camino.

Gabe y yo… nunca habíamos declarado nada expresando nuestros

sentimientos. Sabíamos desde el principio que nuestro amor estaba

condenado, que él debía irse, que yo era un habitante de La Helada y él era

un Lejano y que esas dos cosas eran tan compatibles como el fuego y el agua.

Nos habíamos amado ferozmente con el conocimiento entero de que cada

momento era robado y que cada palabra podría ser la última. Tampoco me

arrepentía. Conociendo a Gabe, y preocupándome por él, despertó un fuego

en mí que ha ardido en un faro de vida, incinerando mi renuencia y miedo

en las llamas de la justicia y la pasión.

No lamentaba amarlo.

Pero tampoco ahora sabía cómo me sentía ahora.

¿Podría amarlo de nuevo?

¿Podría él todavía amarme?

¿Quería él estar conmigo?

Adam claramente parecía creer eso, lo cual era el por qué se había

negado a responder los sentimientos entre nosotros. Y yo… no sabía que

pensar, o lo que quería. Todo estaba en un enredo en mi cabeza.

Sacudí mi cabeza y empecé a caminar de nuevo. Esto era tonto. No

era como si Gabe estuviera detrás de mí, ofreciéndome matrimonio. No

tenía idea de lo que él quería. Y este suspiro… era inútil. Tenía otras cosas

por las que preocuparme. Korr. Los Capas Negras. Everiss. Raine. Y ahora,

Atticus.

Dirigiendo mi atención a temas más urgentes, reflexioné sobre las

palabras de Adam acerca de nuestro nuevo líder de La Espina cuando giré la

esquina del camino y entré en La Jaula. Había algo entre ellas, algo que

Adam no quería admitir. Provocó que mi estómago girara con un toque de

aprensión. No me gustaba estar en la oscuridad como esta, ¿cómo se suponía

que supiera qué hacer si Adam no me dejaba entrar?

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Entré en el pueblo y pasé a través de las calles llenas hasta el Patio de

Cuota. El sonido del canto flotó en el viento al pasar por la nueva escuela, y

un escalofrío me recorrió la columna. A través de las ventanas, vi los niños

en sus uniformes, como pequeñas filas de soldados Lejanos decorados en gris

a juego y en latón. Sus bocas se movían al unísono mientras entonaban

hechos acerca de Aeralis, y el profesor Lejano, un hombre delgado con un

cuello marchito y ojos negros perforantes, marcando el paso por uno de los

pasillos. Blandía una regla en su mano como si fuera un arma. Uno de los

niños miró hacia la ventana y me vio. Bajé mi cabeza y me apuré.

Filas llenaban el Patio de Cuota. Los aldeanos sosteniendo leña, ropa y

otros aldeanos arrastraban los pies contra el frío y trataban de no hacer

contacto visual con los soldados, mientras entregaban sus paquetes de

materiales al Maestro de Cuota y recibían sus asignaciones de alimentos a

cambio. Al otro lado del patio, vi a Adam Brewer, pero él no me reconoció.

El viento movió su cabello oscuro por encima de sus ojos, y me mordí

el labio como si algo doloroso pinchara profundo en mi estómago. Él no era

guapo, no en ningún estándar objetivo, pero la forma en la que se movía y

hablaba y sonreía, la forma en la que deslizaba su mirada sobre mí,

encendía mi sangre en fuego cualquier vez que lo atrapara mirándome.

Jonn necesitaba hablar con él. No me atrevía a acercarme a Adam en

el pueblo, no como esto, pero podría pasarle una señal. Doble mis dedos en

una Y torcida y los pasé por mi capa. ¿Lo había visto? No podía saberlo, la

expresión de Adam nunca cambió. Se deslizó lejos dentro de la multitud, y

me moví derecho en la fila y le entregué mi Cuota al Maestro de Cuota

mientras los soldados Lejanos observaban.

No vi la capa roja de Ann por ninguna parte. Usualmente, la gran

mancha de color chocaba contra los grises y azules como una gota de sangre

en una flor de invierno, pero hoy no estaba. La preocupación revoloteó en

mi estómago, pero mandé lejos a esa sensación. No se encontraba conmigo

cada vez que venía al pueblo por la Cuota o una Asamblea. Ella estaba bien.

Solo estaba ocupada o iba tarde.

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Todavía, no podía quitarme la preocupación. Así que después de darle

el hilo al Maestro de Cuota y recibí nuestro lastimosamente pequeño saco de

provisiones a cambio, giré a la izquierda y me dirigí a la colina en el centro

del pueblo en lugar de a la puerta de La Helada.

Los Concejos de Administración de la casa del Alcalde brillaron con el

color de los huesos blanqueados por el sol pálido, y los carámbanos

brillaban a lo largo del techo. Incluso las huellas de los pies dejados por los

soldados lucían como feas cicatrices. Todo acerca de la casa se sentía

peligroso ahora. Contuve mi aliento mientras subía los escalones traseros y

golpeé tres veces en la puerta.

Un sirviente abrió. Me miró con el ceño fruncido.

—¿Sí?

La contraseña. Ann la reconocería y sabría que necesito verla

—Ne… necesito mostrarle a Ann Mayor un poco de hilo —dije—. Soy

Lia Weaver.

La chica sacudió su cabeza.

—Lo siento, pero ella no puede verte ahora. Tendrás que volver

después. —Cerró la puerta en mi rostro.

Golpeé de nuevo, y esta vez cuando la chica abrió la puerta, empujé

contra esta.

—¡Oye! —Ella puso un brazo para bloquearme.

—Tengo algo que decirle a Ann Mayor. Estará enojada cuando

descubra que tú no…

—Deja entrar a la chica —ronroneó una voz, y yo me quedé helada.

Korr.

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La cara de la sirvienta se suavizó, y dio un paso atrás, permitiéndome

la entrada. No me atrevo a correr. Crucé el umbral. Mi pulso martillando

en mi garganta y mis palmas estremecidas con un sudor repentino.

El joven noble estaba parado en el pasillo. Era alto, con llamativo

cabello y ojos negros. Su cara casi idéntica a la de Gabe, excepto que era

más cruel, y la expresión que llevaba era mucho más astuta.

Era el hermano de Gabe, y mi enemigo.

—Lia Weaver —dijo, su tono era una amenaza enfundada en

cumplidos—. ¿Qué te trae a aquí?

—Estaba buscando a Ann —dije.

—Ah, es tu amiga, ¿no? Es una conexión bastante fascinante. Una

Weaver sin un centavo y la chica rica del Alcalde.

—Tengo cosas para darle. Necesita hilo —dije glacialmente.

Rió con hoyuelos.

—Por supuesto. Pero Ann no está aquí por el momento.

Una idea se arraigó en mi cerebro. Una desesperada, salvaje y loca

idea.

—Tengo algo que quería hablar contigo —le dije—. En tus

habitaciones privadas.

—¿Oh? —Con escepticismo levantó una ceja perfectamente cuidada.

Él sonrió hacia mí—. ¿Discutir?

Mi corazón latía. Mi aliento estaba atrapado en mi garganta. Ignoré

su sugestivo comentario y dije con voz áspera las palabras:

—Concierne a un joven llamado Gabe.

Korr se enderezó con la mención del nombre de su hermano. Dejó

caer sus brazos a sus lados, y le disparó una mirada a la sirvienta que

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significaba claramente que era despedida. Se escabulló, y me hizo una seña

con un chasquido de sus dedos.

—Ven.

Lo seguí subiendo las escaleras y al final del pasillo. ¿Estaba

completamente loca? ¿Qué me había poseído para hacer esto?

Correr este riesgo debe valer la pena.

Estaba mareada cuando me dejó entrar en la habitación. Las paredes

eran de un marrón oscuro y rayas de papel dorado habían cubierto la pared

detrás de la enorme cama. Un escritorio lleno de papeles estaba parado al

lado de una ventana enmarcada por las caídas cortinas de terciopelo.

Parpadeé hacia el mobiliario. ¿De dónde había salido todo esto? Parecía

adecuado para un palacio.

—Tuve que importar desde Aeralis estas cosas —dijo Karr, notando

mi asombro—. No podía vivir muy bien en la miseria, ¿podía…? —Pero no

esperó por cualquier respuesta que pude haber tenido para esa declaración.

Cerró la puerta y dio la vuelta la llave en la cerradura. El siniestro

chasquido resonó en mis oídos y me estremeció. Korr guardó la llave y

midió los pasos hacia la ventana. Miraba a través del panel helado en la

calle abajo. La luz del sol se extendió en los bordes de su pelo y le hizo lucir

como un demonio.

—Ahora —dijo, su voz poco o más que un gruñido—. Dime lo que

sabes sobre este Gabe.

Lamí mis labios para humedecerlos. Bordeé hacia el escritorio.

—Vino por aquí hace unos meses. Era un Fugitivo. Los soldados

Lejanos lo estaban buscando. Yo… yo lo vi. ―Di otro paso hacia el

escritorio. Mi mirada cayó sobre una hoja de papel arrugada que se asomaba

por debajo de las demás. Mi corazón dio un salto cuando me di cuenta de

que era la letra de mi padre. ¿Korr sabía lo que era esto? Garabatos la cubrían,

garabatos de aspecto familiar. Un círculo. Números, letras. Una cadena de ellos,

todos juntos. Traté de memorizarlos.

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—Sí —dijo Korr, balanceándose hacia mi cara—. Sé… que la pulsera

que usas era de él.

Dejé caer mis ojos a la pieza en mi mano. La encontré después de que

Gabe me había dejado y la usaba para acordarme de él. No me di cuenta que

alguien lo había notado. Fue una cosa simple.

Volteó de regreso a la ventana. Bordeé más cerca al escritorio y

escanee los papeles. Era alguna clave para algún tipo de código, ¿tal vez?

—Sí —dije—. Lo encontré en el bosque y le di refugio en mi granero.

Las cejas de Korr se dispararon.

―Y, ¿dónde está ahora?

—No lo sé. ―Y era cierto. Dije las simples palabras, honestamente.

Korr estaba en silencio. Sudor moldeaba en mi frente mientras recluí

apresuradamente los garabatos en el papel de la memoria. No me atrevía a

tratar de tocarlo…

—Puedes irte —dijo finalmente.

—Yo…

—¡Vete!

Me fui.

Irrumpí en la finca, asustando a Jonn. Cogí el libro más cercano sobre

la mesa y arranque el lápiz de su mano. Flexionando sobre ella, empecé a

vaciar mi cabeza de la cadena de números y letras que había memorizado en

la habitación de Korr.

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—¡Hola! —gritó mi hermano—. ¿Qué haces?

Ivy y Everiss levantaron la mirada desde su lugar en el fuego. Ivy se

apresuró, curiosa. Ignorándolos a todos y seguí escribiendo. Tenía que

conseguirlo todo antes de que se me olvidara.

Cuando terminé, metí el papel en la cara de Jonn.

—Aquí.

—¿Qué es eso? —demandó Ivy.

Jonn miró desde los garabatos a mi cara, sus ojos muy abiertos.

—Es la clave para descifrar los diarios. —Agarró el papel y lo había

aplanado sobre la mesa frente a él. Buscó a tientas el primer diario en la pila

a su lado y la abrió, murmurando entre dientes.

—¿Dónde encontraste esto? —dijo Ivy, pero sacudí mi cabeza y dirigí

su espalda hacia el fuego. Necesitábamos dejar trabajar a nuestro hermano.

Horas pasaron. Impaciencia a fuego lento en mi sangre mientras

había ocupado mis dedos en el tejido. ¿Esto ayudaría a John a averiguar

cómo operar el DLP? ¿Korr sospechó algo? ¿Qué haría con el conocimiento

que le había dado, el conocimiento que había visto a Gabe? ¿Mi riesgo había

valido la pena?

Finalmente, Jonn bajo el lápiz con un suspiro.

—Lia —susurró, y aparté el hilo y avancé a través de la habitación a

su lado. Ante él se extendía un papel con un conjunto de instrucciones.

—¿Es eso?

—Todavía no. Pero es un paso en la dirección correcta.

—¿Bueno? —exigí—. ¿Y ahora qué?

—Necesito ir a Echlos —dijo Jonn.

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Traducido por Eva Masen-Pattinson & Dracanea

Corregido por Maniarbl

—¿Estás segura que él es lo suficientemente fuerte para hacer el viaje?

—preguntó Adam. Nuestros pasos crujían mientras nos movíamos a través

del bosque, y todo a nuestro alrededor está salpicado de nieve deslizándose

como plumas. La tenue luz de la luna llena alumbraba a La Helada con un

brillo azulado mientras la oscuridad caía, y en frente veo un reflejo de

metal. Una de las trampas de mi padre.

—Jonn es más fuerte de lo que aparenta —dije firmemente, pero por

dentro estaba preocupada. ¿Qué hay de sus ataques, sus fiebres? Pero él ha sido

persistente—. Dijo que debía ir, dijo que tiene pistas únicas, pero él

conocerá el escondite cuando lo vea. Él no está simplemente buscando una

aventura.

—Confío que tu hermano cumpla lo que dice —dijo Adam.

—Esta podría ser la única forma.

Volteó a estudiar mi rostro por un momento.

—De acuerdo —dijo—. Lo llevaremos juntos.

El silencio cayó sobre nosotros mientras continuábamos.

—Es Atticus… ¿Ha encontrado él algún lugar donde quedarse? —

pregunté, moviendo una hebra de cabello de mis ojos. Pisé un tronco caído

después de Adam.

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—Sí. Ya está arreglado. —Eso parecía ser todo lo que Adam quería

decir del tema.

Me agaché bajo una rama y pisé un conjunto de piedras congeladas.

—Parece raro que él haya sido asignado aquí cuando no sabe nada de

La Helada.

Adam solo me miró.

—A veces creo que ustedes los operarios de La Espina están muy

enamorados de la discreción —mascullé—. No conocer a algunos agentes en

la región es una cosa. Negarse a decirme qué es lo que está pasando con

cosas que me conciernen es otra.

—El Trío sabe lo que está haciendo. Nosotros solo seguimos órdenes.

—¿El Trío? —Por alguna razón, el nombre se me hacía curiosamente

familiar, pero no podía ubicar donde lo había oído.

—El Trío es como llamamos al grupo de líderes de La Espina: tres

hombres o mujeres que controlan todo lo que la organización hace. Sus

identidades están ocultas en completa discreción, incluso el resto de la

organización no conoce sus nombres o rostros. Son las personas más

buscadas en Aeralis y siempre permanecen en escondites.

Recordé. Atticus los había mencionado en el granjero. La forma en

que había dicho la palabra… la había usado como arma. Arrugué mi frente.

—¿Así que El Trío tomó la decisión de enviarlo aquí?

—Sí —dijo Adam—, sabían lo que estaban haciendo. Solo debemos

confiar en el plan.

Pero no estaba segura de ello.

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Montamos los caballos hacia La Helada la tarde siguiente. Jonn se

sentó detrás de mí en el caballo castrado al que en broma me refería como

Oficial Raine y Adam montó la yegua. La nieve absorbía el sonido de los

cascos y el silencio nos cubría como siempre lo hacía cuando nos

aventurábamos hacia La Helada. La ansiedad hervía lentamente en mi

estómago mientras poníamos más distancia entre nosotros y la granja. No

le había dicho a Everiss todo sobre hacía donde nos dirigíamos o lo que

teníamos planeado, pero obviamente Jonn nunca dejó la casa, así que ella no

pudo evitar darse cuenta y preguntarse. Ivy estaba pérdida nuevamente, un

patrón que estaba empezando a preocuparme. Hice una nota mental para

hablarle acerca de eso más tarde.

Los caballos subieron el final de la colina y el bosque quedó atrás. Un

campo de nieve y hielo se expandía ante nosotros hasta el río y las

montañas se elevaban hasta el cielo en la distancia en una niebla morada.

—Echlos —dijo Adam en voz baja.

—No veo nada… —Jonn comenzó, su rostro lleno de confusión.

—Lia, no sé… oh —los dedos de Jonn se tensaron con asombro en mis

hombros mientras el escudo brillaba y se evaporaba, revelando los edificios

antiguos. Lisos y redondeados techos blancos se elevaban desde el suelo

como cáscaras de huevo gigantes. Viñas y árboles rodeaban la arquitectura

y ahogaban el oscuro agujero que solía ser la puerta.

Desmontamos los caballos. Adam sacó a Jonn del caballo con un

gruñido y lo cargó como si fuera una novia. Los seguí, buscando en ambos

cualquier señal de fatiga. Jonn colgó un brazo alrededor del cuello de Adam

y se dio vuelta, tratando de ver todo mientras nos acercábamos a las ruinas.

—Esto es increíble —murmuró una y otra vez, observando los techos

inclinados, las columnas derrumbadas y el brillo tornasol de las paredes

visibles.

—Espera a que veas adentro —dije.

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Entramos en el hoyo grande que solía ser la entrada y descendimos

las gradas. Adam iba primero, todavía cargaba a Jonn. Paré antes de entrar

y tomé una bocanada de aire. Lo encerrado de los túneles siempre hacía que

mi garganta se apretara y que mi corazón palpitara muy rápido.

Después de tomarme un momento para limpiar mi cabeza y reforzar

mis nervios, me asomé detrás de ellos en la oscuridad. La esencia de aire

polvoriento encontró mi nariz y un escalofrío corrió por mi espalda debido

a los recuerdos que llenaban mi cabeza. Gabe. Luz de linterna bailando en el

suelo. Adam y su hermano, sus rostros serios y sin emociones mientras se

escurrían en las profundidades delante de nosotros…

La voz de Jonn resonó delante de mí a la vuelta de la esquina.

—Increíble.

Me apresuré para unírmeles. Estaban por la encorvadura de la

escalera. Adam había bajado a Jonn y estaba viendo al techo y las luces que

habían llegado, parpadeando como truenos capturados.

—Bueno —dije, después de habernos detenido en silencio por un

momento—, y, ¿ahora qué?

Mi hermano miró hacia abajo del corredor, y suspiró como si

estuviera reuniendo fuerzas para una ardua tarea.

—Llévame hasta la puerta.

Escalamos entre los escombros de las ruinas lentamente, teniendo

cuidado con los cientos de escalones y rampas cubiertas con suciedad y

escombros. Cada escalón traía consigo un recuerdo de la última noche que

hice este viaje, hace casi cuatro meses. Cada vez que parpadeaba, miraba a

Gabe. Mi respiración rechinaba en mis pulmones y mis ojos ardían con los

sentimientos que se apoderaban de mí, pero los hice a un lado. Ahora no era

el momento de ponerse emotiva.

Finalmente, llegamos al cuarto donde la puerta esperaba.

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La luz nos cubría mientras pasábamos a través del gran hoyo donde

una puerta masiva había estado. El techo se estiraba hacia un punto cientos

de metros arriba y la luz del sol inundaba a través de un espacio astillado en

el techo. Nieve y hielo cubrían el piso de piedra y vides muertas colgaban

en hebras cafés de unas estructuras parecidas a andamios que abarrotaban

las esquinas y las paredes del cuarto. Más lejos, a través del hoyo en el

techo, podía ver una parte del cielo azul y espirales de nubes de lluvia. En lo

más profundo del cuarto, la puerta nos esperaba como el ojo ciego de un

monstruo durmiente, iluminado por la luz del día y salpicado con manchas

de sombras. Temblé mientras el viento pasaba apresurado a través del hoyo

y cruzaba nuestros rostros descubiertos.

—Este es el lugar —dijo Adam—, su voz más que un susurro en la

inmensidad de la habitación.

Jonn miró hacia arriba y su garganta se agitó mientras tragaba.

Volteó su cabeza, absorbiendo la escena y me quedé mirando fijamente con

él.

—Acérquenme, por favor.

Nuestros pasos se arrastraban mientras cruzábamos el cuarto. El

viento susurraba a través del hielo y hacía que las estructuras metálicas

crujieran. Adam echó un vistazo al cuarto con el ojo de un cazador

buscando a otros cazadores y Jonn estiró su cuello y susurró bajo su aliento,

absorbido en un torrente de símbolos a lo largo de la pared.

Pero yo no podía quitar mis ojos del portal a medida que nos

acercábamos.

Antes, hubiera podido ver solo la puerta al finalizar la noche, la

misma noche en que entregamos a Gabe a la seguridad meses atrás. He

regresado a Echlos desde entonces pero nunca en el portal. Lucía diferente

ahora, iluminado por los rayos de sol y sombras parpadeantes. Descolorido,

casi lúgubre. El círculo gris estaba salpicado con manchas de cientos de años

de nieve, hielo y liquen seco colgaba a los lados. El más borroso contorno de

las marcas estaba rezagado a un lado como restos de estiércol de pájaros.

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Parecían como si alguna vez hubiesen sido palabras, pero lo que sea que

haya dicho había sido removido por los elementos hace años.

Un bulto llenaba mi garganta. La puerta parecía muerta ahora,

impotente. Nada más que una pieza plana redonda de metal rodeada de

escombros. Recordé como saltaba a la vida, como el aire había zumbado,

como la nieve alrededor había crujido con poder. Recordé la forma en que

los bordes se habían cerrado alrededor de Gabe como una boca alrededor de

un bocado de comida.

¿A dónde dirigía esta puerta? ¿A dónde se lo había llevado? Y, ¿cómo

se suponía que íbamos a encontrarlo y a los otros y traerlos de regreso?

Jonn estiró su cuello mientras nos acercábamos. Sus ojos enfocados

en la puerta y los paneles que la rodeaban. Parecía estar buscando algo. Sus

dedos cepillaban el aire mientras nos indicaba con ademanes a la izquierda

hacia una de las paredes.

—Ahí, por favor.

Adam lo cargó hacia adelante y Jonn estiraba una mano para tocar la

piedra.

—Aquí —murmuró a sí mismo, mirando algo—. No… espera. Aquí.

Más grabados cubrían esta pared, estos símbolos no tenían sentido.

Una figura, un triángulo, algo que parecía como gotas de lluvia.

Jonn frunció el ceño. Sus cejas se juntaron en una línea oscura y trazó

el triángulo con su mano.

—Debería de haber algo aquí —dijo.

—¿Algo? —pregunté, pero no respondió.

—Un poco más a la izquierda, por favor —dijo.

Adam caminó más lejos de la pared, unos pocos pasos más pasando el

portal. Jonn miró hacia arriba a la extensa piedra gris y metal oxidado.

Habló entre dientes y se estiró de nuevo. Vi otro símbolo, uno más borroso.

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Observé, asombrada, mientras él presionaba la palma de su mano

contra la pared. Un panel se abrió y algo rodó hacia fuera y saltó en el suelo

con un repiqueo. Gemí.

Adam se agachó y bajó a Jonn en el suelo con un gruñido. Recogió el

objeto caído y lo volteó en sus manos, una caja plana, sellada severamente.

Los rayos del sol brillaban en el borde de metal lastimando mis ojos.

—¿Qué es esto? —pregunté.

—Otro diario final, la localización fue descrita en el código que dejó

Pá —dijo Jonn. Estaba sin aliento—. La ubicación del Portal, los símbolos en

la pared… todo esto fue dejado para que alguien lo encontrara.

—¿Nosotros?

—Tal vez.

Le quitó la caja a Adam y tocó la parte superior. Hubo un clic y la

tapadera se abrió. Sacó un manojo de papeles y un diario doblado, y luego

encontró mis ojos con una encantadora sonrisa.

—Creo que acabamos de encontrar nuestras indicaciones.

Jonn murmuró para sí en voz baja y hojeó el diario durante todo el

camino de vuelta a la granja. El diario fue gravemente desgarrado y

quemada en algunas partes, como si hubiera sido llevada a través de una

zona de guerra. Secciones enteras habían desaparecido.

—¿Va a ser de alguna utilidad para ti? —le pregunté.

Jonn agitó una mano hacia mí eso significaba que sí... o cállate... era

difícil de decir. Cuando llegamos a la casa de nuevo, Adam llevaba dentro a

Jonn mientras yo iba al establo de los animales. Cuando salí de la granja, él

me estaba esperando en el porche de la casa, con las manos metidas en los

bolsillos y el viento que soplaba le llevaba el pelo a los ojos.

—Si lo que tu hermano encontró es lo que él piensa que es...

—Vamos a ser capaces de encontrarlos —terminé.

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—Sí.

Cuando llegamos a la puerta, tocó mi codo. Sentí el calor de sus dedos

a través de mi ropa, y el lugar donde tocó me quemó. Arrastré mis ojos para

encontrarme con los suyos.

—Tengo que hablar con Jonn solo —dijo, y me dio una sonrisa triste

y se disculpó.

—Oh. —Di un paso atrás y torpemente tropecé con mi capa—. Por

supuesto. —Confusión nadó en el pecho, junto con un poco de dolor. ¿No

estábamos todos juntos en esta misión? Pero empujé las emociones lejos.

Era una agente de La Espina, no una niña tonta que puso mala cara por un

secreto bien guardado.

—Voy a estar en el granero, si me necesitas —le dije.

—Gracias.

Él entró en la casa, y yo me quedé en el porche y se quedó en la

puerta mientras el viento bromeó con mi pelo y sopló su aliento frío por

debajo de los bordes de la capa. Me volví y fui por la nieve hasta el granero.

Adam me encontró más tarde. Estaba cepillando a los caballos con

movimientos cortos y firmes. El olor a cuero y heno viejo llenó mi nariz,

pero olía a pino y hielo, y sabía que él estaba viniendo antes de hablar.

—¿Has terminado tu negocio con mi hermano? —le pregunté, sin

voltear.

—Ya lo he hecho. —Habló con calma, seriedad. Había una distancia

entre nosotros, y ambos desconcertados y conmigo angustiado. Me volví.

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—Adam.

—Hay cosas que no se pueden compartir contigo, Lia. He recibido

órdenes de que los contenidos del diario que descubrimos se van a mantener

en secreto. Solo Jonn y su superior, yo y mi superior podremos conocerlos.

Lo siento.

—No te disculpes —le dije—. Se trata de cómo las cosas deben ser.

Puede ser que sea un poco raro, no poder hablar con él tanto como lo hemos

estado haciendo, pero lo entiendo. —Los músculos de su mandíbula se

relajaron un poco con mis palabras, y las líneas en la frente se aliviaron.

—Estoy contento de que entiendas. —Estaba usando formalidad entre

nosotros como un escudo. Hice un ruido de frustración en la garganta y

cogí el cepillo nuevo. Él cubrió mi mano con la suya, y me miró.

—Lia. —La puerta del establo se abrió de golpe y mi hermana se

tambaleó dentro—. Lia —jadeó—. Ven pronto.

Adam sacó su mano de la mía, ya que ambos nos volvimos.

—¿Qué es?

—Jonn está teniendo una convulsión. Es una mala.

Convulsiones. La palabra me golpeó como una piedra. Recogí mis

faldas sin decir nada más y corrí hacia la casa.

Mi hermano estaba en el piso de la sala principal, convulsionándose.

Sus ojos eran blancos en su cabeza y la espuma corrió de sus labios. Everiss

agachada junto a él, con las manos revoloteando sobre su pecho, y cuando

me vio, se apresuraron hacia arriba.

—¡Lia! ¡Rápido!

—Está bien —le dije, hablando con firmeza—. Pon una manta en la

boca, a veces se muerde la lengua. Ivy, agarra los edredones. Vamos a

mantenerlo caliente hasta que pase. —No me perdí el miedo a parpadear en

los ojos de Everiss mientras se apresuraba a hacer lo que había pedido. Sus

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manos temblaban mientras buscaba una de las mantas que habían sido

arrojados en la parte posterior de la silla de Jonn. Me arrodillé junto a mi

hermano y tomé su mano. Sus dedos estaban retorcidos en una garra

nudosa de una forma, y yo las frotaba—. Está bien, hermano —le

murmuraba.

Adam entró y cerró la puerta tras de sí. Se arrodilló a mi lado y no

dijo nada, pero su presencia me reconfortó. Por último, la convulsión

disminuyó. Mi hermano se quedó inmóvil, con los brazos y las piernas

flácidas, su boca abierta. Respiré con alivio.

—¿Me puedes ayudar a llevarlo a la habitación?

Adam levantó a Jonn como si fuera un saco de plumas de ganso y lo

llevó a la habitación de mis padres. Puso a Jonn en la cama y yo le cubrí con

una manta. Everiss e Ivy se cernían en el umbral, sus ojos muy abiertos.

—Está bien —le aseguré a Everiss, que parecía a punto de

desmayarse—. A veces tiene episodios de este tipo, pero siempre pasa.

¿Tenemos algo con lo que podamos hacer sopa? Él va a tener hambre

cuando se despierte.

—Voy a calentar el agua —se ofreció Ivy. Desapareció en la

habitación principal. Everiss fue a la cama y se puso al lado de Jonn,

mirándolo dormir. Adam y yo fuimos a la chimenea.

—¿Alguna vez has llamado al Sanador? —se preguntó.

—Garrett Healer lo ha visto, al igual que su hija, Brenna Healer. No

podían hacer nada por él. Hubo otro Sanador, un ser ambulante que recorría

La Helada entre los pueblos, y describió un procedimiento que había oído

hablar de él en Aeralis que podría ayudar. Por supuesto, esa esperanza es

imposible para nosotros.

—Tal vez sí —levanté la cabeza y con los ojos entornados. Adam se

quedó en silencio.

—No hay tal vez. No hay nada que hacer. No voy a entretenerme con

nociones absurdas sobre lo mejor. Se obtendrá esperanzas de Ivy arriba,

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nada más. —Adam pasó un dedo hacia arriba y abajo el borde de su manto.

Él no dijo nada.

—Está trabajando muy duro —le dije, de pie y va a la mesa donde los

diarios se extendían en semicírculo—. El viaje a Echlos debe haberlo

agotado. Eso y la falta de comida... tal vez debería estar fuera de esta

misión.

—No lo mimes. Él es parte de La Espina ahora. Él tiene un trabajo que

hacer, lo mismo que tú y yo. Sabes eso.

—Lia —gritó débilmente una voz desde el dormitorio.

Corrí a su lado con Ivy pisándome los talones. Adam se quedó junto a

la chimenea, mirando las llamas. Everiss regresó para darnos el espacio, y

cayó de rodillas al lado de mi hermano y se sacudió algunos mechones

húmedos de pelo de la frente.

—¿Cómo te sientes? —Sus labios se curvaron en una sonrisa.

—Estúpido —dijo con voz ronca—. No he tenido un mal episodio en

años y ahora...

—Estás empujando demasiado duro. —Sus ojos parpadearon. Se

esforzó por incorporarse—. ¿Adam está todavía aquí?

—Jonn...

Giró la cabeza y miró directamente a los ojos. Una vena en su cuello

latía, y apretó los dientes.

—No lo hagas.

Una punzada de dolor me atravesó en su tono. Entendí. Dejé caer mi

mano y me puse en pie.

—Lo entiendo. —Le di a Everiss e Ivy un vistazo al salir de la

habitación, y me siguió sin hablar—. Él quiere hablar contigo —le dije a

Adam, mis palabras escuetas, y luego entré en la cocina y golpeé las

cacerolas un poco mientras mi ira se resolvía. Las chicas se ocuparon de la

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poca comida que habíamos dejado. La sopa burbujeaba y hervía a fuego

lento en la estufa, y cuando estaba lo suficientemente caliente, Ivy la coló

en tazones. No echo de menos la forma en que sus manos temblaban.

—¿Debo tomar para uno a Jonn? —me preguntó, lamiendo sus labios

y robando un vistazo a Everiss como buscando la solidaridad contra el

fuego de mi ira.

—Dales un minuto —le grité, agitando mi mirada en la puerta, que

Adam había cerrado detrás de él. No podía protegerlo. Cada fibra de mi ser

ansiaba, pero él no iba a dejarme. Sabía que tenía que aceptar. Tuve que dar

un paso atrás y dejar que se vaya. Por último, surgió Adam. Su oscura

mirada se enredó con la mía, pero no le dejé quedarse allí. Cruzó la

habitación y salió al frío. Mi pecho se sentía vacío. Me detuve por un

momento, absorbiendo la sensación y luchando para mantener mi cara

compuesta. Oí la voz de Jonn sobre el sonido del fuego en la chimenea y el

ruido metálico de platos detrás de mí. Fui a la habitación de nuevo.

—Tráeme el diario, por favor —dijo—. El que nos encontramos en

Echlos. —Sus párpados se cerraban por el cansancio, y sus dedos se

estremecieron contra las mantas. Dudé. Algo frío y duro en forma de nudos

en la boca del estómago.

—Por favor. Lia —dijo—. Tengo cosas que tengo que hacer antes de

dormir.

—Necesitas descansar.

—¡No me trates como un niño! —Las palabras cortaban el aire como

un cuchillo. Me estremecí—. No lo hagas —dijo, ahora más suave—. No me

hagas eso. Dame un poco de dignidad, hermana. —Mis mejillas estaban

sonrojadas, y volví a buscarle los diarios. Puse el más reciente en la parte

superior de la pila.

—Gracias —susurró, cuando las había depositado en la cama al lado

de su mano. Tocó sus dedos sobre el papel y luego levantó la cara hacia

mí—. Lo siento... Estoy muy cansado. No quise decir eso.

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—No, tienes razón. Lo siento.

Compartimos una sonrisa lacónica, y luego levantó uno de los diarios

con una mirada que decía que quería estar solo. Salí y cerré la puerta. Me

dejé caer contra ella y puse una mano sobre los ojos.

Quería hablar con Adam pero él ya se había ido... y tal vez solo

necesitaba pensar en esto por mí misma.

—¿Va a estar bien? —preguntó Everiss desde el otro lado de la

habitación.

—Va a estar bien —le dije—. Él solo necesita descansar. —Pero no

estaba segura de que yo creyera mis propias palabras.

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Traducido por KellyLeivaR9

Corregido por Maniarbl

A la mañana siguiente, Jonn estaba despierto y estaba sobre la revista

que habíamos encontrado en Echlos a pesar de que su rostro aún estaba

pálido y sus manos temblaran. Everiss había dormido junto al fuego en su

lugar. Ivy se había ido otra vez a buscar bayas, eso me dijeron ellos.

La inquietud se arremolinaba en mi estómago. Jonn aún no se

encontraba bien. Atticus todavía me importaba. Y estaba preocupada por

Ann. No la había visto en días.

—Tengo que ir a la aldea hoy —le dije a Everiss—. Mantén a Jonn

tranquilo y trata de evitar que se levante. Dale de comer sopa y leche. Voy

a traer algunas hierbas que siempre le calman.

Ella asintió con la cabeza por mis instrucciones y tragó saliva. Su

labio temblaba mientras miraba hacia la puerta cerrada del dormitorio.

—Podría a tener otro episodio, ¿tú qué crees?

—No creo, pero no estoy segura. Así que trata de mantenerlo calmado

y cómodo hasta que regrese.

Era la conversación más cordial que habíamos tenido desde que se

había venido a quedar con nosotros. Las heridas de Jonn nos habían unido

de la forma más inesperada, pero no tenía tiempo para pensar en ello.

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Necesitaba ir a buscar las hierbas, entregar mi Cuota, y ver si Ann estaba

bien. No había puesto los ojos en ella en días.

»Voy a regresar enseguida —le dije, y me fui hacia la aldea.

El cielo estaba azul claro y las nubes parecían piedras. La nieve caía

de los árboles y el hielo se filtraba por todas partes. Cuando llegue a la villa,

las calles quedaron mojadas por el lodo. Atravesé las calles con prisa hacia

el mercado, donde siempre intercambiaba pedazos de hilo por las hierbas

que necesitara.

Una anciana Tanna me miró con astucia.

—¿Hilos por hierbas?

—Sí —le dije, impaciente—. Así como siempre.

—No puedo —dijo la señora, volteando la cabeza para toser en su

manga—. Solo con comida.

—No tengo ningún alimento de sobra.

Ella me miró con ojos acuosos.

—Entonces no hay hierbas.

Volviendo sobre mis talones, me aleje rápidamente antes de decir o

hacer cualquier cosa imprudente. Mi sangre hervía con ira, pero sabía que

ella también tenía que cuidar de sí misma. Necesitaba comer tanto como

cualquiera, pero ese pensamiento no hizo que la falta de medicamentos para

mi hermano fuera menos amarga.

Necesitaba ver a Ann. Ella tal vez podría hacer algo para ayudarnos.

Levanté la mirada hacia la casa del Alcalde, blanca y fría contra la luz solar

en la cima de la colina. Mi corazón se apretó con una repentina corazonada.

Suspiré y comencé a dirigirme hacia ahí.

Una mano agarro mi brazo, fui arrastrada a un callejón y presionada

contra el muro. Unos ojos oscuros miraban los míos. Adam.

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—Brewer.

¿Qué?

Me soltó pero no retrocedió.

—¿A dónde vas?

—A hablar con mi mejor amiga. —Enderecé mi capa y lo fulminé con

la mirada. La furia se hacía un remolino en mí, irritante y audaz—. ¿Por qué

repentinamente apartas a las personas de la calle? Vas a atraer atención no

deseada.

Adam se cruzó de brazos.

—Deberías de esperar ver menos a Ann por un tiempo. Está en una

misión.

—¿Una misión? —Fruncí el ceño—. ¿Bajo tus órdenes?

—No las mías —dijo—. Bajo las de Atticus.

—¿Qué misión? ¿Dónde está ella?

—Se trata de… Korr.

Esperé a que se explicara más, pero no lo hizo. Una sensación

venenosa lleno mi pecho. Él iba a guardar este secreto.

—Por lo menos, ¿se encuentra bien?

—Está bien —dijo—. Tiene sus órdenes.

Recorrí un ojo sobre él. No estaba vistiendo su capa azul de siempre,

pero si una gris oscuro. La ropa que vestía debajo era negra. —Estas vestido

diferente.

—Tengo una misión por mí mismo.

No me dijo nada más. Mi boca se torció en una mueca.

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Antes de que le pudiera preguntar, estaba huyendo, y me dejó una

sensación fría y vacía.

Cuando regresé a la granja, Everiss e Ivy no estaban en ningún lugar

a la vista. La casa olía como a lana mojada y humo de madera, y el fuego de

la chimenea se había consumido hasta carbón. Jonn estaba sentado en la

mesa, enrojecido y de mirada perdida, rodeado de papeles con sus notas

garabateadas alrededor de ellos. El diario de Echlos yacía en su regazo. El

DLP yacía en su mano izquierda, los cables se extendían como si fueran

tentáculos de una criatura alienígena.

La frustración se expandía por mi pecho. Di un fuerte portazo y tiré

de mi capa.

—¿Qué están haciendo?

—Lo hice —dijo. Las palabras salieron de él de un golpe, haciéndome

silencio.

—¿Qué?

—Lo hice —repitió. Y una sonrisa exhausta se cernía en las esquinas

de su boca pero no llegaba a ser completa—. El diario… Descifré cómo usar

el DLP. La misión puede avanzar. Los podremos traer de vuelta. —Tomó

una respiración profunda—. Tienes que localizar a Adam. Tengo que hablar

con el de inmediato.

Un tornado de emociones me llenó: alivio, entusiasmo, temor. Ahora

podremos ir a través del portal. Esto fue todo. Me quede muy quieta,

mirándolo.

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—¿Me escuchaste? —parecía aturdido. Tanto como si fuera por

felicidad o cansancio, no podría descifrarlo.

—Te voy a llevar a la cama. —Fue todo lo que se me ocurrió decir.

—Lia…

—Voy a poner la linterna, lo prometo. Ahora vamos.

Antes de que me dejara ayudarlo para llevarlo a la cama, tomó el

diario y sus papeles y los apretó contra su pecho. Traté de tomarlos y me

agarró la muñeca.

—Es mi misión —dijo—. Lo siento, Lia. Se supone que no debo

mostrarle a nadie, excepto a Adam.

Mordí mi lengua y retrocedí, dejando de lado los papeles.

Compartimos esta misión. No debería ser secreto entre nosotros. Todo esto

era lo que estaba haciendo Atticus, y lo odiaba.

Después de haberlo ayudado a acostarse, fui a la cocina para buscar

algo que cenar. Cuando abrí los armarios, mi estómago dio vueltas. Estaba

completamente vacío. Rápidamente catalogué en mi cabeza las provisiones

que teníamos en la granja. Teníamos unos cuantos barriles de manzana

deshidratada, nabos para las vacas… pero habían estado nadando dentro de

ellos. Eran realmente pocos. Teníamos a Everiss para alimentarlos por

ahora, pero no eran suficientes.

La puerta principal se abrió y se cerró. Ivy apareció en el pasillo, su

nariz roja por el frío y las mejillas pálidas.

—¿Donde esta Everiss? —pregunté.

—En la granja, terminando las tareas. Se sintió lo suficientemente

fuerte hoy.

—Y, ¿dónde has estado? —Estaba demasiado cansada, demasiado

derrotada para estar enojada. Prácticamente susurré las palabras.

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Mi hermana se quedó con las manos detrás de la espalda,

mordiéndose el labio.

—¿Bayas? —supuse, y un parpadeo de esperanza se encendió en mí.

Sería algo, tan patético como algo como eso podría ser.

—No.

—¿Qué, entonces? Vine a casa y Jonn estaba aquí solo, trabajando

demasiado duro como siempre, y…

—Me inscribí en la escuela Lejana —espetó.

Mi boca se abrió.

—No había comida, no sabía qué hacer, y tú te habías ido, y

probablemente he recogido todas las bayas de aquí y Aeralis, y estamos tan

hambrientos todo el tiempo. Así que… solo fui y lo hice. —Levantó el brazo,

y vi la bolsa que había estado escondiendo detrás de su espalda—. Ellos te

dan comida solo por poner tu nombre en la lista, ¿sabías eso? Empiezo

mañana.

—No —dije, desesperada. No en esa escuela horrible donde los niños

entonan al unísono las virtudes de un Lejano dictador.

—Tengo que… —insistió Ivy—. Necesitamos comida. En caso de que

no lo hayas notado, ¡estamos muriendo de hambre!

—Voy a ver las trampas de nuevo… Voy a hablar con Ann…

—Tú haces contribuciones para el bienestar de la familia —dijo—.

Ahora déjame hacer las mías.

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Adam vino a la casa tarde en la noche, después de poner la linterna.

Lo dejé sin decir una palabra, y apunté hacia la habitación donde Jonn

estaba descansando. Me senté en la mesa y me quedé mirando la puerta

cerrada mientras conversaban en voz baja al otro lado. Everiss dormía junto

al fuego e Ivy estaba arriba en el desván. El fuego crujía, y el viento soplaba

alrededor de las esquinas de la casa y a través de uniones de los paneles de

las ventanas. La nieve caía suavemente, ligera como la pluma.

La puerta del dormitorio se abrió y se cerró, y Adam cruzó la

habitación y se hundió en una silla junto a mí y puso su barbilla en la mano.

—Y, ¿bueno? —pregunté.

—Ya lo hizo.

Nos sentamos juntos en silencio por un momento, consumidos por

ese pensamiento.

Susurré: —Estoy asustada.

—Yo también —admitió.

Me volví hacia él con sorpresa, pero no me reconoció. Solamente

miraba hacia el fuego.

—Y, ¿ahora qué? —pregunté después de otro momento de silencio.

Adam recorrió un dedo a lo largo del borde de la mesa, quitando una

migaja.

—Vas a tener que continuar tu entrenamiento sin mí por un tiempo,

pero no quiero que lo dejes. Puedes usar la granja de mi familia para hacer

los ejercicios que te enseñé, claro.

—Espera —le interrumpí—. ¿De qué estás hablando?

—Soy el que se va a ir —dijo—. Tengo que atravesar el portal para

traerlos de vuelta.

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Claro que alguien tenía que ir. Claro que ese alguien tendría que ser Adam,

el más fuerte y experimentado entre nosotros.

Sin embargo, la confesión me sorprendió.

—¿Cuánto estarás fuera?

Un musculo de su mandíbula salto.

—Debe de ser un par de semanas a lo mucho hasta que nadie pueda

volver.

—¿Un par de semanas?

—De acuerdo con lo que Jonn ha descubierto de los diarios, el Portal

funciona en principios muy específicos de espacio y tiempo. Tenemos que

coordinarnos y utilizar fechas exactas de cualquier retorno que organicemos

a este lugar en específico, y estos tiempos solo se producen con cierta

frecuencia. Una vez viaje hacia donde estaban los Fugitivos, vamos a tener

que esperar en orden a regresar al lugar correcto. No voy a estar disponible

de inmediato a menos que me fuera tan pronto como regrese, pero no puedo

contar con eso. Tomará tiempo encontrarlos y organizarlos.

—Asentí, asimilando la información. El Portal de viajes es como un

tren o una aeronave Lejano, ¿con algunos horarios de salida?

—Más o menos —dijo.

El frío se filtraba a través de mí. No quería decir en voz alta cuánto

iba a extrañar, o cuán vulnerable que me sentiría cuando se hubiera ido.

Habíamos llegado a depender de su presencia en gran medida, y la verdad

era que ahora empieza a notarse en mi cara. Me estremecí y apreté mis

brazos alrededor de mí, pero no dije nada. Tenía que ser fuerte. Tenía que

ser Lia Weaver, invencible y sin emociones, no este lío empapado de

preocupación y miedo en el que me había convertido.

Pensé en Gabe —su rostro se había vuelto casi difuso en mi mente a

través de los últimos meses— y en mi corazón torcido. Me sentía divida en

dos. No quería que Adam se fuera… pero quería que Gabe regresara, incluso

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con todo lo que me temía y temía volver a verlo, porque no sabía dónde

estábamos.

Adam se levantó.

—Debo irme. Necesito reunirme con Atticus esta noche para discutir

lo que hay que hacer, y luego tengo otros lugares que ir.

—¿Otras misiones? —le pregunté a la ligera.

Vaciló por un largo momento, como si él tuviera algo que quisiera

decir.

—Siempre hay otra misión —dijo finalmente. Fue una no respuesta, y

sentí el escozor intensamente. Él me estaba cortando de nuevo, y dolió—.

Que te vaya bien, Lia Weaver. La misión comienza mañana, pero te veré

otra vez pronto. Mantente fuerte. Yo…

No terminó la frase.

Levante la mirada hacia él.

Vaciló, luego extendió la mano y pasó sus dedos por mis mejillas. El

contacto de su mano envió un temblor a través de mí. Sus ojos brillaban,

pero no dijo nada. Se volvió para irse.

Mi corazón martilleaba. Mañana.

—Espera. ¿Adam?

Se detuvo en la puerta, su mano apoyada en el marco de la puerta. No

se volvió.

Fui a su lado y bajé la voz.

»No estoy feliz con esto… este secretismo. ¿Realmente piensas que

nos va a proteger? O, ¿que simplemente nos hace más vulnerables,

mayormente divididos? Es una cosa tener algunos secretos para evitar dar

información cuando se está bajo tortura. Es otra cosa estar lejos uno del otro

para que no podamos ayudarnos mutuamente cuando lo necesitemos.

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Sus dedos tamborilearon contra el marco de la puerta.

—Tú no lo entiendes. Atticus es…

—Entonces ayúdame entender.

Negó con la cabeza.

—Realmente debo irme. Hablaremos luego.

—Adam…

Llevó un dedo a mis labios, silenciándome, y luego se fue dentro de la

noche, dejando ahí sola.

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Traducido por Kensha

Corregido por Maniarbl

La caminata a la villa a la mañana siguiente crujió con tensión sorda.

Ivy siguió el paso conmigo, pero su manto lastimosamente ondeaba en el

viento, y sus ojos oscuros parecían enormes en su rostro. Estaba nerviosa.

También yo estaba nerviosa. No quería dejar que haga esto, y aún no

estaba convencida de que tenía que hacerlo. Me gustaría ir a la casa del

Alcalde, hablar con Ann. Tal vez un puesto de sirvienta está vacante, uno

que podría ser pagado en alimentos…

Tenía que haber algo. Alguna otra opción.

Dejando a Ivy un lado, la preocupación sobre la misión royó en mis

entrañas. No sabía lo que estaba sucediendo. Sentí como si estuviera de

puntillas en el hielo, sin saber cuándo ni de dónde podría fisurarse.

—No te preocupes por mí —dijo Avy por fin—. Sé cómo cuidar de mí

misma.

—Siempre me voy a preocupar —le dije. Rodó sus ojos. Me sentí

vieja. Maternal. Frágil con preocupación.

Entramos en la vista de La Jaula. Ivy tembló. Toqué su hombro una

vez, me dio una sonrisa trémula, y entramos juntas al túnel. Dejó mi lado

solo cuando alcanzamos el colegio.

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Los demás ya se habían reunido, y podía escuchar el sonido de sus

canticos. Un reguero de malestar corrió por mi columna, pero mi hermana

ya se deslizaba por la puerta y subía el sendero. Miré detrás de ella,

impotente, y tan pronto como desapareció dentro, me dirigí hacia la colina

y a casa del Alcalde.

Necesitaba hablar con Ann. Misión o no, han pasado muchos días

desde que habíamos hablado. Necesita su ayuda. Necesitaba su amistad.

Un sirviente respondió a mi llamada.

—Necesito hablar con Ann Mayor —dije lo más firme que pude

armarme de valor—. Tengo algunos hilos…

—No puede —dijo el sirviente.

—Ella querrá verme.

—Eso puede ser cierto pero la Señorita Ann no está aquí. —El

sirviente comenzó a cerrar la puerta. Metí el pie en la abertura y empujé mi

cara cerca de la suya.

—¿Qué quieres decir? ¿Que ella no está aquí? ¿Dónde está? Puedo

esperar.

—Está en Astralux —dijo el sirviente—. Con Lord Korr.

—¿Astralux? —¿Con Korr?

—La capital de Aeralian —dijo el sirviente en un tono entrecortado,

como si yo fuera una imbécil.

Estaba tan sorprendida que se las arregló para empujar mi pie y cerrar

la puerta en mi cara. Me quedé mirando la perilla, con conmoción, mi

mente girando en veinte direcciones a la vez.

¿Ann estaba en Astralux? ¿La ciudad capital de Aeralis? ¿Y estaba con

Korr? ¿Como su prisionera? ¿Por alguna otra razón por completo?

¿Qué estaba pasando?

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Los secretos se estaban saliendo de control. Necesitaba hablar con

Adam.

Viajé directamente desde la villa a la granja de Brewer, y mientras

fui, consideré todas las posibilidades. Tal vez, ¿había viajado ahí otra vez

con su padre? ¿Era posible que hubiera hecho este viaje solo bajo la excusa

de turismo? ¿Esto era por su misión?

¿Era esto lo que hace Atticus?

Llegué a la granja de Brewer y corrí hacia el granero. Adam debe estar

ahí. Si no lo estuviera, podría dejar un mensaje… Realmente no me había

sentado a pensar en nada de esto. Simplemente estaba actuando. Jalé la

puerta abriéndola y me detuve.

Alguien estaba ahí, pero no era Adam.

Atticus.

Estaba parado frente a las cuerdas de ejercicio, las manos sobre sus

caderas. Volteó y me vio mientras entre dentro, y su boca se curvo en una

sonrisa cuidadosa que delato ninguno de sus pensamientos.

—Lia Weaver —dijo—. Esperaba que vinieras hoy. Tenemos que

hablar.

Mi corazón se volcó.

—Necesito hablar con Adam Brewer.

—Brewer no está aquí.

Un pequeño escalofrió corrió a través de mí. No está aquí. Había algo

tan siniestro sobre esas palabras.

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—Entonces, ¿dónde está?

Atticus sacudió su cabeza.

—En La Espina, cada agente tiene su propia misión que cumplir. Ellos

no se preocupan por los asuntos ajenos. Adam está en una misión. No es de

tu incumbencia.

Todo este secreto está comenzando a enfurecerme.

—Esa no es la forma en la que hacíamos las cosas antes de que

llegaras —espeté.

Sus ojos se redujeron.

—Estoy a cargo a hora. Estamos haciendo las cosas a mi manera.

Cerré mi boca y traté de estar tranquila. Tenía razón. Estaba siendo

insubordinada.

—Escúchame, chica —dijo Atticus—. En este momento, tu

preocupación es el DLP y Echlos. Tu preocupación son esos Fugitivos.

—¿Echlos? ¿Los Fugitivos? Esa es misión de Adam.

—Adam no será capaz de completar su tarea en relación al DLP. Está

ocupado con otras cosas. —Se detuvo—. Necesito que lo hagas en su lugar.

Necesito que lo hagas. Parpadeé, tragué, tartamudeé. No era un agente

experimentado. No había sido entrenada para eso.

—¿Yo?

Habló secamente.

—Sí. Estas familiarizada con Echlos, conoces algo de las historias,

conoces a varios de los Fugitivos… eres la mejor para el trabajo.

—Pero mi familia… —No los podía dejar por mucho tiempo.

Los ojos de Atticus quemaron como fuego negro.

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—Tu familia (y todos los demás en este pueblo) están en peligro. Los

Lejanos están apretando lentamente su agarre y no se detendrán hasta que

todo el mundo se pique. Eres un agente de La Espina. Hiciste un juramento

por esta causa. Ahora, ¿vas a hacer tu deber?

—¿Dónde está Adam?

—Tenía otras obligaciones. Dijo que podrías manejar esto. De hecho,

él insistió —se detuvo Atticus.

—Oh —dije.

Los ojos de Atticus brillaron.

—¿Se fue la fe que tenías en ti y ahora te tiene despistada?

—No. —Hablé con firmeza—. Puedo hacerlo.

—Bueno. Ahora ve a casa. Adam dijo que tu hermano tiene las

instrucciones. Sácalas de él y esta noche nos vemos dentro de tu granero.

—¿Esta noche?

—No hay tiempo que perder —dijo—. Esta noche es la noche. ¡Ahora

ve!

Tropecé por la puerta.

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Traducido por LittleGirl00

Corregido por Xhessii

—No puedes hablar en serio —dijo Jonn después de haber entregado

mis noticias.

—Lo estoy. —Me sentí congelada en mi interior, la calma hasta el

punto de la falta de vida. Mi mente estaba centrada únicamente en lo que

me habían dicho que no: obtener el DLP, conseguir mis

instrucciones, encontrarme con Atticus en el granero… porque si no me

desmoronaría en mil pedazos.

—¿Y Adam?

—Algo sucedió. Él no va a hacerlo. —Mi voz amenazó con romper,

pero siguió adelante—. Y ahora Ann está en Astralux.

—¿Astralux?

—Jonn. No hay tiempo. Tenemos que hacer esto ahora —dije las

palabras bruscamente, porque de lo contrario me gustaría romperme en dos.

Me habían cortado. Se habían ido sin mí. Ya estaba hecho. Ahora, tenía que

cumplir con mi deber. Jonn asintió. Reunió los diarios y los puso

en un montón. Cautelosamente, cogió el DLP y me lo entregó. Su rostro era

una máscara de sorpresa y confusión.

—No vas a morir de hambre, hermano —le dije, desesperado por

tranquilizarme tanto como él.

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—Ivy está en la escuela Lejana, y sin mi boca que alimentar, son solo

tres personas. Ivy puede tomar la Cuota y llevarla al pueblo, y Everiss puede

comprobar las trampas cuando esté lo suficientemente fuerte, lo que debería

ser en cualquier momento. Vas a estar bien hasta que yo vuelva.

Frunció los labios furiosamente.

—¿Estás segura de que quieres hacer esto?

—Tengo que hacer esto —le dije—. Estoy en esto hasta el final, igual

que tú. Y ya has arriesgado tu vida y salud. Mira lo que hicieron Má y Pá.

Ahora tengo que hacer lo mismo. Además, no hay nadie más.

Adam y Ann se habían ido. Estaba sola en esto. Estaba aturdida.

—¿Estás segura?

—Estoy segura.

Se quedó en silencio un momento. Poco a poco, asintió con la cabeza.

—Entonces, muy bien. Aquí están las instrucciones. —Me explicó

cuidadosamente, con exactitud cómo activar el dispositivo—. No hay

mucho tiempo una vez que se haya encendido y solo se disparará una vez

hasta que la ventana de oportunidad esté abierta de nuevo —dijo—.

Entonces no lo hagas hasta que esté absolutamente preparado.

Asentí con la cabeza, repitiendo todo lo que me dijo en mi cabeza.

—¿Has encontrado todo esto en ese diario?

—Sí. Lia... ¿sabes a dónde vas?

Me encogí de hombros.

—A dondequiera que la puerta conduzca.

—El diario... Sé un poco sobre dónde…

—No te molestes en contarme los detalles —le dije—. No hay tiempo.

Lo veré en cuando llegue allí.

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—Espera —dijo Jonn, antes de que me pudiera ir—. Yo... hay algo

más.

—Date prisa —le dije—. Tengo que irme.

—Esto no tiene nada que ver con La Espina —dijo—. Esto es otra cosa.

—Su tono era extraño, y sus ojos se deslizaron fuera de los míos. Sostuvo

un pedazo de papel sellado—. Hay alguien a quien necesitas encontrar una

vez que has viajado a través de la puerta. Tiene algo

que necesito. Es necesario conseguir que te lo dé.

—¿A quién? ¿Qué...?

—Fue en el diario. El que nos encontramos en Echlos —dijo Jonn—.

Cuando estés ahí... No estoy seguro, pero creo que puede ser un hombre

importante allí, Meridus Borde. He leído sobre él en el diario que encontré

en Echlos. Si lo encuentras, le das este papel y dile que siga las

instrucciones al pie de la letra. Es muy importante, pero no puedo

explicarte porqué. Has todo lo que tengas que hacer para conseguirlo, Lia.

Por favor. Confía en mí en esto.

—Está bien —le dije—. Lo haré.

Él asintió con la cabeza y se echó hacia atrás, exhausto. Su rostro

brillaba de sudor.

—¿Vas a despedirte de Ivy antes de salir?

—Voy a despedirme —le prometí.

Atticus se sentó con las piernas cruzadas en el piso, fumando su pipa

y esperando. No se levantó cuando entré. Él ha hecho un balance de mí,

observando el DLP en mis manos. Ya había deslizado el papel de Jonn en el

bolsillo para que no lo viera e hiciera cualquier pregunta. Una nube de

humo escapó de su boca mientras hablaba.

—¿Tú hermano te mostró cómo funciona?

—Sí.

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—Ábrelo.

—Me arrodillé y abrí la caja. El dispositivo en sí —largo y cilíndrico,

como un metal gordo, como una pierna—, se encuentra dentro de la silla

como un huevo de una serpiente en un nido. La

carcasa metálica brillaba. Los cables a su alrededor brillaban. Los atraje y lo

sostuve en las manos.

Era pesado, el metal era frío contra mi piel.

—¿No atrae a los Observadores a la casa de la persona que lo guarda?

—dijo Atticus, sus ojos en el dispositivo.

Me sorprendí.

—No... —le dije—. No lo ha hecho. Ni una sola vez. Y lo hemos

tenido en nuestra posesión durante semanas…

—Supongo que tiene sentido —dijo Atticus—. Las criaturas

guardianas del Portal original en Echlos, ¿no? No deben considerar esta una

amenaza, aunque no sé si es el mismo tipo de la tecnología que figura en

Echlos.

Medité sobre esto. ¿Fue por eso que habíamos tenido ningún ataque

de Observadores en la casa en las últimas pocas semanas?

—¿Ya sabes cómo activarlo? —preguntó, interrumpiendo mis

pensamientos.

Asentí con la cabeza, y observé con cuidado, la atención precisa como

desplegué los papeles

Jonn me había dado, escaneados de nuevo las instrucciones, y luego

presiona el oleaje elevado de metal en un lado del dispositivo. Mis dedos

temblaron luz pulsada a través de la superficie, y los cables provocaron. Me

estremecí. Atticus silbó de sorpresa.

—Magnífico —murmuró—. Una pieza perfectamente conservada de

la tecnología de la edad antigua. Es maravilloso. Tu hermano lo hizo bien.

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—Sí. —Mantuve mis ojos en el dispositivo, ya que escupía fuego azul

de la punta de metal, como tentáculos y tarareaba un extraño silbido de

tono alto. Un círculo azul y verde apareció por encima de él, proyectando

una piscina perfectamente simétrica de la luz que nos rodeaba. Mi

estómago se revolvió. Mi corazón estaba machacado. La sangre bombeada a

través de los brazos y las piernas, y estaba mareada.

Realmente funciona.

—Apaga eso —ordenó Atticus en voz baja. Golpeé el botón y el

dispositivo de agudos chillidos cayó al silencio—. Quería asegurarme de que

sabes cómo usarlo —explicó Atticus—. Tú, por supuesto, vas

a viajar a través de la puerta en Echlos como el resto de ellos.

Asentí con la cabeza y tragué un suspiro.

»Recoge tus cosas —dijo.

—Estaré bien —les dije a mis hermanos por enésima vez mientras

estaba de pie junto a la puerta, mi capa envuelta firmemente alrededor de

mis hombros y un paquete de suministros en mis brazos. No tenía ni idea

de lo que iba a necesitar para este viaje, así que logre reunir una serie de

ropa y algo de comida—. Ivy se encargará de toda la distribución de Cuotas

y asistir a la escuela Lejana a cambio de alimentos, siempre y cuando yo me

haya ido. Everiss manejará la casa y tareas del granero con la ayuda de Ivy,

y hará la comida. Jonn, podrá atender el grueso del contingente, pero

Everiss te puede ayudar con eso si la necesitas. Ivy, Everiss, tal vez se

podría ver a las trampas…

—Yo puedo hacer eso —dijo Ivy—. Sé dónde están.

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—Muy bien. Ivy comprobará las trampas. —Todos me miraban, los

ojos muy abiertos, como a tientas con mi bolsa—. Solo estaré fuera un par

de semanas. Van a estar bien. Abel Brewer les ayudará si necesitan

algo.

—¿Qué pasa con Ann? —dijo Ivy—. Quizás ella…

—Ann está en Astralux. —Simplemente decir las palabras me hicieron

sentir minada de toda mi fuerza.

Las cejas de Everiss se dispararon.

—¿Qué?

—¿Qué pasa con Adam? —preguntó Ivy.

—También se ha ido.

Querían claramente que decir más, pero no había tiempo. La frialdad

se filtraba a través de mí.

¿Ann se había ido? ¿Adam se había ido?

Me sentí completamente sola, cómo me enfrentaré a esta

tarea difícil. Pero me gustaría seguir adelante, porque, ¿qué otra opción

tenía? Quería avisarles acerca de todo. Quería hablarles de Atticus y como

no confiaba en él, pero todavía no sabía nada de él, y cómo planeé

mantenerlos fuera de todo ello por completo. No, me gustaría

completar esta misión y volver con ellos y todo estaría bien.

—Estaré bien —repetí, y todos ellos asintieron como si me estuvieran

tranquilizando.

—Ve con cuidado, Lia —dijo Jonn. Me agarró la mano y la apretó con

fuerza. Abracé a Ivy, y luego, después de un momento de vacilación, a

Everiss.

—Cuida de ellos —susurré en su pelo, asintió con la cabeza y sollocé.

Entonces me giré, respiré hondo y abrí la puerta al exterior.

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Echlos brillaba extrañamente bajo la tenue luz del día. El cielo

empezaba a girar púrpura en el momento en que llegamos a la red de

engaño que ocultaba las antiguas ruinas de miradas indiscretas. A lo lejos,

las cimas de las montañas raspaban el cielo.

Fui el primero en dar un paso dentro, en romper el precinto del

oscuro silencio que llenaba el pasillo de abajo. El polvo y la suciedad

crujieron y chasquearon bajo mis botas mientras me movía hacia adelante

por el túnel de piedra increíblemente suave. Detrás de mí, oí Atticus

que encendió un fósforo para encender el farol que habíamos traído.

—No —le dije—. No lo necesitamos. Guarda el combustible para tu

viaje de regreso.

Levantó una ceja inquisitivamente, y dio otro paso hacia adelante. El

techo brillaba en respuesta a mi movimiento y la mandíbula de Atticus se

hundió.

A pesar de mi ansiedad, me sonreí. Verlo tan sorprendido era

extrañamente gratificante.

Bajamos a las entrañas de las ruinas lentamente por las escaleras en

espiral del túnel en las profundidades, pasando puertas empañada de metal

reluciente y las manchas salpicadas de rojo y marrón. Por último, llegamos

a la habitación enorme que albergaba el portal. Mi piel se erizó

en la aprehensión y el cuero cabelludo se arrastró. Nuestros pasos

resonaban como entramos en la habitación.

—Increíble... —susurró la voz de Atticus en los confines de la

habitación.

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El portal se alzaba contra la pared del fondo como un ojo para dormir.

Respiré profundo y crucé la habitación hacia el panel que Adam había

activado antes. Jonn me había explicado cómo hacer todo. Tenía que

encontrar los interruptores.

Atticus siguió.

—¿Sabes qué hacer?

—Lo sé. —Me pareció que toqué el panel y tiré para abrirlo. El polvo

flotaba debajo de los bordes.

Un viento frío barría a través del agujero en el techo por encima de

nosotros, erizándome el vello. Envolví mis dedos alrededor del interruptor

y tiré hacia abajo.

No ocurrió nada.

—Estás segura… —comenzó Atticus.

Entonces, el aire que nos rodeaba comenzó a tararear.

Todos los vellos de mis brazos se levantaron. La luces pulsaban a largo de la

pared, siguiendo los patrones en el gris. El círculo comenzó a brillar. El ojo

de la puerta empezó a abrirse. Se desplegó lentamente, como una flor

mecánica que despliega sus pétalos al sol.

Atticus se tambaleó hacia atrás, su rostro brillaba mientras miraba

hacia arriba.

—Magnífico —gritó.

El aire caliente se precipitó sobre nosotros. Miré fijamente en las

profundidades del círculo y solo miraba oscuridad. Mi corazón cayó a mis

pies y mis manos temblaban. No podía respirar.

Atticus me agarró del brazo y tiró de mí alrededor.

—Al llegar al otro lado, busca a un hombre llamado Jacob. Es de un

lugar llamado Eos. Así sabrás que es él. Dale esto: no se lo des a nadie más.

—Él puso un sobre cerrado en la mano—. Son los nombres de las personas

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que necesitamos. Mantén en secreto su misión. Y Weaver… —Levantó

ambas cejas hacia mí—. Trae solo los que están en la lista. No dejes que la

debilidad emocional ponga en peligro su misión.

¿Espera una lista? Esto no era parte del plan. Vamos a traer a todos de

vuelta, lo había prometido Adam. Todos. Incluyendo a Gabe.

Atticus vio mi vacilación.

»Se trata de una misión importante. No quieres comprometer la

seguridad de su familia al no hacerlo.

Era una amenaza, estaba seguro de ello. Mis ojos se estrecharon. Pero

entonces, me estaba empujando hacia el Portal. No había tiempo para

pensar.

»¡Date prisa, no hay mucho tiempo!

Me metí el sobre en el bolsillo junto al papel que Jonn me había dado.

Esto fue todo.

Agarré la bolsa de suministros firmemente mientras recuerdos de

Gabe pasando a través del Portal inundaron mi mente. Vi a un hombre

joven, con una expresión determinada cuando sus ojos encontraron los

míos, por última vez, con la boca cerrada fuertemente, como para no gritar.

Sentí la emoción de la tristeza, el horror y la esperanza de que se

precipitó sobre mí cuando lo vi desaparecer detrás de las puertas de metal.

Mi corazón latía con un ritmo acelerado contra mis costillas como un paso

adelante en el mismo lugar en el que había estado de pie. Mi pulso rugía en

mis oídos. El aire crujía con una intensidad eléctrica, por lo que todos los

vellos se erizaban, y podía sentir el poder en la lengua. Todo lo que tenía

que hacer era dar un paso adelante hacia esa oscuridad. Jonn había

explicado todo lo mejor que entendía del diario. Tírate, había dicho, pero con

cuidado.

Todo lo que tenía que hacer era cerrar los ojos... y dejarme ir.

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Podía oír Atticus murmurando detrás de mí. Me succionó el túnel en

una respiración profunda, como si se preparara para zambullirse en un lago

negro del que no puede haber ningún cambio. Mis manos temblaban. Mi

estómago era un nudo. Mi piel se sentía apretada y mis pulmones se

expandían, mi mente chillaba y la oscuridad se cerró alrededor de mí y…

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Traducido por Dracanea

Corregido por La BoHeMiK

El mundo era gris como pizarra, helado como un río, y yo era solo un

puntito cayendo en el silencio. Cintas de aire frío fluían a través de mis

dedos y se enrollaban alrededor de mi cuello. Pulsos de sensación

revoloteaban a través de mis párpados, mejillas y se lanzaron sobre mis

brazos. Estaba en espiral, girando, volando. ¿Será este fin nunca acabará? El

tiempo era corto y largo, perdiéndome en él.

Todo el aire silbó de mis pulmones con prisa mientras me estrellé

contra algo duro y plano. El dolor explotó en mi cabeza, en el cuello y la

columna vertebral. Mis dientes chocaron, me golpeé la clavícula y sentí una

pulverización de algo caliente fluyendo por mi mejilla.

Me quedé inmóvil, pasmada.

Poco a poco, regresé a la conciencia. La cabeza me daba vueltas. Las

náuseas nadaron sobre mí en una enfermiza ola verde, y solté la bilis. Lo oí

salpicar como si viniera de muy lejos. Traté de moverme, pero mis brazos y

piernas no funcionaban. Un gemido se arrastró hasta mi garganta, y

entonces estaba haciéndolo otra vez. Traté de ver separando mis ojos y

abriéndolos. Todo era blanco y con manchas amorfas. Busqué mi saco, por

el DLP. Cuando mis dedos los encontraron, me relajé, esforzándome por

sentarme, y poco a poco, mi visión comenzó a aclararse.

Fue entonces cuando me di cuenta de que alguien estaba llegando

hasta donde estaba para tocarme. El contorno de su cuerpo se erguía como

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un gigante por encima de mí. Me moví hacia atrás con un grito y la persona

retrocedió. No pude verle la cara, solo las manos. Eran grandes, carnosas,

con pelo en la parte posterior. Una voz retumbó a través de mi conciencia.

—Cálmate, cálmate, no quieres que alguien te oiga. —Él hizo un

ruido con la garganta—. Ah, estabas enferma en el suelo. Bueno, todavía no

te muevas mucho. No quieres volver a hacerlo.

Traté de levantarme y caí hacia atrás. Murmuró algo y luego dijo más

fuerte.

—¡Aquí, aquí! Deja que te ayude.

—¿Quién eres tú?

—Me llamo Juniper —dijo en voz baja—. Me las arreglé para atrapar

la mayor parte de los Fugitivos que vienen a través del Portal, por lo que

podría decir que soy el comité de bienvenida.

—¿Comité de bienvenida? —murmuré. Mi cabeza aún giraba, y el

sonido en mis oídos crepitó. Él quitó el bolso de mis flácidas manos, y lo

dejé. Recordé el DLP escondido adentro y traté de protestar. Sonó como un

débil maullido, podría haber sido el sonido que hizo un gatito estrangulado.

—Shhh… —Unas fuertes manos se engancharon debajo de mis brazos

y me lazaron por los pies. Mis rodillas se doblaron, y me apoye en un cálido

pecho que olía a especias y bosque. La ronda, era un botón frío que

presionaba mi pelo. Tropecé mientras trataba de dar un paso.

—Con cuidado —murmuró el hombre—. Vas a estar bien. Estás

enferma por el viaje y este es tú peor momento.

Algo duro tocó mis labios. El borde de algún tipo de taza.

—Bebe —dijo.

Abrí la boca. El agua fría corría por dentro. Sabía tan bien contra mi

reseca lengua, y lo bebí con avidez.

—Eso es todo —dijo Juniper.

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Entrecerré los ojos contra la luz blanca de nuevo, y esta vez las

formas borrosas que me rodean ganaron distinción. Las paredes se

extendían por encima de mí. Una luz fue lanzada a mis ojos de una fuente

desconocida y de forma cuadrada. Vi barriles amarillos… una maraña de lo

que parecían cuerdas grises… una extraña cerca metálica. Débilmente, oí el

sonido de un traqueteo rítmico. Olí el polvo y el aroma de las viejas cosas

secretas, era como una cueva.

—¿Dónde estamos? —Mi garganta carraspeo mientras hablaba.

—Vamos a salir de aquí —dijo—. Entonces hablaremos.

Entonces, estábamos en movimiento, él estaba conmigo medio

arrastrándome mientras tropezaba hacia adelante con las piernas

temblorosas. Nos movimos hacia la luz cegadora, cerré los ojos y dejé que

me guiara. El aire frío silbó por mi pelo mientras subíamos un par de pasos.

El calor se derramó sobre la cabeza y en los brazos. Luz del sol. El viento

me golpeó en la cara. Estaba caliente.

—Rápido —insistió Juniper. Mis pies tocaron tierra compacta, y me

tropecé a su lado. Abrí mis ojos y traté de hacer un balance del paisaje a mí

alrededor, pero la luz era demasiado brillante, demasiado dolorosa. Los

cerré de nuevo con un gemido.

—Es la enfermedad del viajero —dijo con dulzura—. Vas a estar bien

en un minuto o dos.

Sus palabras se derramaron sobre mí como pequeños guijarros,

rebotando en mi conciencia y cayendo lejos. Traté de escuchar, pero el

zumbido en mis oídos se desvanecía dentro y fuera. Vagamente, oí los

gritos estridentes de las aves. El sudor estalló en mi espalda y entre los

omóplatos. Hacía tanto calor aquí. ¿Dónde estábamos? Repentinamente la

sombra nos envolvía y Juniper me facilitó el estar sobre el suelo.

—Aquí —dijo—. Inclínate hacia atrás.

Mis hombros tocaron algo duro y estridente. Corteza. Un árbol.

Suspiré.

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Se puso en cuclillas delante de mí.

—Ahora —dijo—. Trata de abrir los ojos otra vez.

Levanté mis párpados una fracción, luego completamente. Esta vez,

la luz no me cegó. Miré al hombre. Era gordo, corpulento, con una barba

castaña y las cejas tupidas que se cernían como orugas sobre sus ojos azules.

—¿Mejor? —me preguntó.

Tragué saliva y asentí. Mi cabeza ya no daba más vueltas, y el rugido

en mis sienes se había desvanecido. Miré a mí alrededor y vi que un mar de

verde nos envolvía. Gruesos abetos se arqueaban por encima, sus ramas

ondeando en una brisa leve.

Estábamos en un bosque.

Un camino de tierra se conducía por delante de nosotros y alrededor

de una curva. El camino por donde habíamos venido. No vi el lugar por

donde había aparecido originalmente, ni el lugar de la cueva con olor de

barriles y el muro de cerca. Estaba oculto por los árboles.

—¿Dónde estamos? —le pregunté. Mi voz era áspera, como si hubiera

estado mucho tiempo sin utilizar.

—En el Recinto —dijo Júpiter—. A lo largo del lado sur, cerca de los

barrios obreros.

—¿El Recinto? —El nombre no significaba nada para mí. Pero era tan

cálido... hay que estar muy al sur, o cerca del mar. El rostro de Adam llenó

mi mente al pensar en el mar, porque una vez él había vivido en la costa.

Mi pecho dolía al pensar en él.

—¿Cómo te llamas, muchacha? —preguntó Juniper.

—Lia —dije lentamente, con la mirada todavía en el paisaje

circundante. Mi lengua tenía un sabor amargo y mi boca estaba áspera. Me

lamí los labios y traté de tragar—. Es… hace tanto calor aquí.

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—Es mitad de la primavera —dijo—. Y también estamos pasando por

una pequeña ola de calor.

Su voz se desvaneció dentro y fuera de mi conciencia mientras yo

miraba algo asomando por el borde de los árboles. Un largo tren blanco

hecho de metal reluciente paso serpenteando y desapareció por una esquina,

como una cinta congelada que medio se movía. Era hermoso y extraño. La

luz del sol brillaba a lo largo del borde y me lastimó los ojos.

—Te dejaré descansar un poco —dijo Juniper—. Pero tenemos que

entrar. No puedes quedarte aquí. Ellos pueden verte.

—¿Ellos? —Él no respondió a eso.

Un ruido sordo hizo temblar el suelo. El aire se estremeció. Piedras se

deslizaron fuera de mis pies y las hojas que nos rodean bailaban. Agarré la

mano de Juniper.

—¿Qué?

—Es solo el transporte —dijo—. No te hará daño.

¿Transporte? Algo largo, delgado y lo suficientemente grande como

para ser una cadena de vagones, brilló desde los árboles, en equilibrio sobre

esa cinta de metal reluciente. Un destello de luz y un borrón de color

blanco, nuevamente se había ido. Di una respiración rápida. Esta era una

tecnología que nunca se había visto como antes.

—Lleva a los trabajadores a través del Recinto —explicó.

—Tan rápido —murmuré.

—El Recinto se extiende por miles de hectáreas, hasta llegar a las

montañas.

Él hizo un gesto con la mano en el horizonte, pero los árboles

bloqueaban mi punto de vista.

—¿Cómo se mueve tan rápido?

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—Es impulsado por el sol —explicó.

Cuando fui lo suficientemente fuerte como para soportarlo, hicimos

el laborioso viaje a lo largo del camino a través del bosque. Los árboles no se

ven tan diferentes como los de La Helada excepto que no hay nieve

cubriendo estas ramas. Un cielo azotado por el viento, el color de un huevo

de petirrojo brilló dentro y fuera de la vista a través de las copas de los

árboles que se agitaban. Los pájaros chillaban por encima. La luz del sol

baila en el suelo en moteados flashes. Me sentí enferma, cansada y

desorientada.

—Te voy a tratar tan pronto como entremos —estaba diciendo

Juniper.

—Tratar —repetí. Mi mente se sentía pesada y mis pensamientos

espesos. Estaba teniendo dificultad para pensar—. ¿Qué quieres decir?

—Tendremos que asignarte un nombre, un trabajo. Lo hacemos con

todos los Viajeros —dijo—. Los jóvenes son los más difíciles, pero

encontramos un lugar para ellos. Hemos estado haciéndolo durante años.

—¿También eres un Viajero?

—Uno de los primeros —dijo. Su tono de voz ronco, indicó que no

quería hablar de ello.

—¿Hay alguien aquí llamado Gabe? —le pregunté, y mi voz salió

estrangulada. Mi corazón latía demasiado rápido con esperanza. Estaba

aturdida, mareada—. Es un hombre joven, delgado, con el pelo castaño

claro.

Juniper negó con la cabeza.

—Tenemos un par de jóvenes que se ajustan a esa descripción, pero

no me suena ese nombre. Todo el mundo tiene nuevos nombres una vez

que entran. —Hizo una pausa—. ¿Es un amigo tuyo?

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Sacudí mi cabeza en un gesto vacilante. Mi pie se tropezó con un

pedazo de grava, y casi me caí. Juniper agarró mi codo y me colocó de

nuevo sobre mis pies.

—Vas a ver a todos muy pronto —dijo—. Nos reunimos

semanalmente, y esta noche es la noche. Encontrarás a tu amigo.

Mi estómago se retorció con ansiosa anticipación.

Llegamos a la orilla del bosque y comenzamos a descender por una

colina. La inquietud erizó a lo largo de mis brazos. ¿Por qué de repente me

siento tan extraña?

—Ahí está —gruñó Juniper, señalando con su mano izquierda.

Levanté los ojos y mi corazón tambaleo. Me quedé mirando. Delante

de mí, completamente ajeno, pero al mismo tiempo reconocible incluso en

su estado alterado, era una vista que vi toda mi vida. El lugar que había

tomado mi Cuota cada semana durante años.

Iceliss. Mi pueblo. El pueblo en el que crecí.

Toda la nieve y hielo había desaparecido. Las piedras estaban frescas,

inalteradas por los elementos. Las paredes Lejanas construidas de metal y La

Jaula de acero, estaban ausentes; y docenas de brillantes edificios de un

material claro brillante agrupados entre los huesos de la aldea que conocía,

y sin embargo… no podía negar lo que vi. La forma de las colinas de la

ciudad, como si las ahuecara con las dos manos, como si las sostuviera.

Arriba, un cielo azul se elevaba ancho como una vela. Las montañas se

alzaron como centinelas en la distancia, cubierto con blanco. No era el

camino que había caminado toda mi vida, el que llevaba directamente a la

ciudad. Allí estaban las calles, dispuestas en filas ordenadas como líneas

trazadas para el juego de canicas de un niño gigante. Allí estaba la colina

que se alzaba en el centro del pueblo, y encima de él, en lugar de la casa del

alcalde, un alto edificio gris con un techo curvo se estiraba como un dedo

interrogatorio.

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Me giré hacia Juniper y lo encontré viendo mi expresión, su propio

desconcierto.

—Algunos se dan cuenta más rápidamente que otros —dijo—. Usted

es una de las más rápidas.

—Crecí aquí —me ahogué—. Esto es exactamente igual a mi aldea. El

parecido es sorprendente. ¿Dónde estamos?

Él soltó una breve carcajada.

—La mejor pregunta, mi niña, es… ¿cuándo?

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Traducido por Gabbii Rellez

Corregido por La BoHeMiK

—¿Qué quieres decir con cuándo? —Logré tartamudear.

—El portal salta hacia atrás en el tiempo —dijo. Habló con calma, de

manera breve, como si supiera que no le creería y no estaba particularmente

interesado en convencerme—. Tú estás en el mismo lugar que estaba antes,

solo… unos quinientos años en el pasado.

Quería vomitar de nuevo.

—¿Cómo es posible tal cosa?

Juniper se encogió de hombros.

—El portal lo permite. El de tu tiempo es especial… diferente. Puede

traer los viajeros de vuelta, pero los portales de aquí no pueden llevarlos de

regreso. Una vez aquí, ellos están atrapados.

A menos que tuvieran el DLP, me di cuenta.

Mi mente giraba mientras luchaba para procesar esto. No había

cambiado de ubicación. Era inimaginable. Pero… ¿más increíble que una

puerta mágica que transporta a sus pasajeros? Y no podía negar lo que he

visto justo delante de mí. Iceliss. El pueblo era el mismo, pero

completamente diferente, también. El paisaje era La Helada, pero no había

nieve. No hay hielo. Ni el abrasador viento brutal. Todo era brillante, verde y

floreciente. Todo estaba caliente.

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—Vamos —dijo Juniper, y me entregó mi mochila, haciéndome un

gesto para que lo siguiera—. Te tengo que llevarte con los demás antes de

que alguien vea tu rara ropa y empiece a hacer demasiadas preguntas.

Bajamos por el camino de la colina de la aldea. Las calles parecían

vacías. Las paredes de piedra y las casas que había visto toda mi vida

parecían frescas, nuevas, con ninguna de sus esquinas desmoronándose o

erosionadas debido las manchas de siglos por la nieve y el hielo. La luz del

sol brillaba sobre las superficies de los extraños edificios y resplandecía en

los cristales. Todo era hermoso, elegante, como un jardín de casas que

habían brotado durante la decadencia, el pueblo lo sabía y lo hicieron

precioso. Las vides arrastrándose por las paredes y las puertas agitándose

con una suave brisa. Todo era hermoso, brillante y… vacío.

—¿Dónde está todo el mundo? ¿Dónde están todos los habitantes del

pueblo?

—La gente que vive aquí en los barrios obreros, la mayoría están en El

Laboratorio durante el día —explicó Juniper—. Los científicos y otras

personas importantes viven en el otro lado del complejo.

—Oh.

En algún lugar, escuché voces hablando con energía, y el crujido de

unos pasos.

—Por aquí —dijo, tirando de mi brazo. Doblamos una esquina y nos

sumergimos en un callejón sombreado. El alivio se filtró en mí por la

interrupción de la luz del sol.

—¿Por qué hace tanto calor aquí?

Juniper me lanzó una mirada.

—Esto no es tan malo. Espera hasta el verano.

Esperar hasta el verano. No estaría aquí tanto tiempo. Por supuesto que

eso no lo sabía él. El DLP era pesado en mi bolso y el secreto era aún más

pesado en mi lengua, pero no lo mencioné y tampoco mi misión. Tenía que

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asegurarme de que podía confiar en él antes de que le diga este

conocimiento vital.

Llegamos a una calle lateral y volteamos en la esquina. Juniper me

acompañó más allá de una hilera de barriles de color amarillo brillante y

una pila de cajas. Se detuvo frente a una puerta gris clavada en la pared y

saco un trozo de metal de aspecto curioso del bolsillo. Deslizó la pieza en

una ranura, y escuché un tono musical bajo. Él la abrió y me miró.

—Date prisa —dijo—. Vamos a entrar. Como he dicho antes, en este

momento la mayoría de los trabajadores están lejos en El Laboratorio, pero

vuelven a la hora de cenar. Quiero que te cambies esa ropa y que estés fuera

de vista en caso de que regresen, por si alguien te ve y empieza a hacer

preguntas. Vamos a trabajar en la historia del pasado mientras esperamos a

los demás. Hay una reunión esta noche.

Quería pedirle información inmediata acerca de él, pero mi instinto

de conservación surgió hacia delante e hice empujar ese pensamiento para

más tarde. Entré en la oscuridad de la puerta y él me siguió, cerrando la

puerta detrás de nosotros. Me aferré a mi bolsa con las dos manos,

sintiendo el peso reconfortante del DLP en el interior. Mi corazón latía

contra mis costillas. Oí otro clic, y la luz inundó la habitación, brillando

desde el techo, como si estuviera hecha de polvo lunar. Recorrí el espacio,

viendo lo que me rodea y comprobando si había peligro. La habitación era

pequeña y sencilla. Un escritorio y una silla estaban puestos en una

esquina, al lado de una ventana curva, con una luz pálida inclinándose a

través del cristal. En la pared opuesta, había estantes cubriendo una pared

desde el suelo hasta el techo.

—Puedes sentarse allí —dijo Juniper, señalando con la cabeza a una

silla—. Quédate tranquila, y voy a traer algo nuevo para que uses. ¿Tienes

hambre? ¿Sed?

—Sed —le dije, mi boca estaba adolorida por tener una bebida,

mientras me hundía en la silla y puse el bolso sobre mi regazo.

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Afirmó con la barbilla y desapareció por otra puerta de la pared

opuesta. Oí otro tono musical, y un extraño zumbido. Una brisa abanicaba

mis mejillas a pesar de que estábamos adentro. La habitación estaba fría.

Esperé, temblando.

Juniper regresó con un vaso lleno de un líquido de color naranja. Olí

y luego bebí, tenía demasiada sed para cuidar lo que podría ser. Estaba

helada y sabía a sol. Bebí todo.

—¿Te sientes mejor? —gruñó, estudiando mi rostro cuidadosamente

mientras tomaba la taza vacía de mi mano.

—Sí. Gracias.

Miré alrededor de la habitación. Estaba disponible, contaba con

estanterías, mesa y silla; y me dio algunas pistas sobre su finalidad o sobre

la vida de la persona que lo usó. ¿Fue Juniper o de alguien más?

Tenía tantas preguntas. Comenzaron a salir más de mí, se

desbordaban de mi lengua.

—¿Así que los Fugitivos entran por el Portal, te encuentras con ellos y

los traes aquí?

Se cruzó de brazos y caminó hacia la ventana. Mirando a través de

ella, dijo.

—La mayoría de las veces, sí. Cómo limpio el piso superior y la

cubierta, estoy por lo general alrededor de la puerta. Mantengo los ojos

abiertos. Y tenemos a otros que miran por si cualquier persona aparece.

Hasta el momento, hemos logrado escapar de la detección, aunque hemos

tenido algunos sustos. —Me dio una amplia sonrisa—. Tú viniste durante el

almuerzo. Tienes suerte.

La mitad de lo que decía no tenía ningún sentido en para mí, pero

seguí adelante.

—Y los otros Fugitivos… ¿están aquí todavía?

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—La mayoría —dijo—. Les hemos conseguido empleos en todo el

Recinto. Funciones de servicio, ese tipo de cosas. ¿A dónde más se van a ir?

—¿El Recinto? —pregunté. Quería respuestas para todos estos

términos desconocidos que seguía escuchando.

—Esto —dijo, agitando los brazos para decir que hablaba del este

lugar—. Aquí. Todo este lugar. Esto es donde guardan la puerta. Estudian

los portales de aquí.

—¿Los Científicos? —Supuse.

—Sí.

Me di cuenta que Adam tenía razón. Pero los pensamientos sobre él

hacían que tuviera dolor en mi pecho, así que los aparté.

—No hace frío aquí —le dije—. En mi tiempo, hace frío la mayor

parte del tiempo.

—Sí —dijo—. Ha habido muchos cambios entre ahora y ese entonces.

—Su expresión se tornó curiosa—. Oye, eres mucho más habladora que la

mayoría. La mayoría de los viajeros que hacen el salto apenas puede decir

dos frases seguidas.

—Yo estaba un poco más preparada para esto —dije simplemente, no

quería hablar de mi misión.

Esta explicación parecía dejarlo satisfecho, y él asintió con la cabeza.

—Vas a hablar con Jake después —dijo—. Él está a cargo de los

Fugitivos que vienen aquí. Más o menos el líder no oficial. Él dio el salto por

sí mismo hace unos tres años, fue uno de los primeros en hacerlo, y lo hizo

todo por su cuenta. Es un ser inteligente.

Jake. ¿Podría ser éste el Jacob con el que tendría que ponerme en

contacto, al que le daría la lista de nombres? Mi corazón empezó a latir más

rápido, y mis manos empezaron a sudar.

—¿Cuándo puedo ver a este hombre llamado Jake?

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—Esta noche —dijo Juniper—. Hay una reunión cada semana, solo

para asegurarse de que todo el mundo lo está haciendo bien, y es esta noche.

Llegaste en el momento perfecto.

Palmeó las manos sobre su chaleco y miró a su alrededor.

—Bueno, probablemente deberíamos conseguirte algo más para usar.

Vamos, entonces.

Salimos por la puerta por donde había pasado cuando él me fue a

buscar el líquido color naranja. Entramos en un pasillo estrecho, que olía a

jugo y metal oxidado. El aire era más frío aquí.

—Se trata de un edificio de almacenamiento de alimentos —explicó

él—. Así que lo mantienen bastante frío.

Bajamos por una escalera de metal estrecha, la habitación estaba en

penumbra. Filas de puertas metálicas estrechas fueron montadas a lo largo

de una pared, y Juniper abrió una y produjo un chirrido. Habían prendas de

vestir de color oliva oscuro cosidas juntas todas en una sola pieza.

—Aquí —dijo—. Creo que esto te quedara. Puedes vestirte allá.

Él señaló con la cabeza otra puerta, y vi más allá una habitación de

brillante piedra blanca. Vacilantemente tomé la ropa. Por lo que se veía era

ropa de hombre. Miré las piernas del pantalón y hurgué a tientas la

abotonada parte delantera.

—¿Estoy fingiendo ser un niño?

—¿Qué? —Me miró como si viera el vestido por primera vez—. Oh,

no. La mayoría de los trabajadores lo usan. Los hombres y las mujeres.

Extraño. Tomé la ropa y me fui a la habitación que había señalado.

Cerré la puerta y me deslicé fuera de mi vestido. La ropa color aceituna se

sentía fuerte y extraña en mi cuerpo, me la puse con nerviosismo. Toqué mi

larga trenza rubia y limpié la inexistente suciedad de mi manga.

De repente, estaba muy asustada.

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—Te daremos un poco de comida después de esto —Juniper llamó

desde la otra habitación, haciéndome saltar. Metí mi vestido en la bolsa que

había traído y me apresuré a salir para reunirme con él.

La comida que me dio de comer tenía mucho color, pero estaba

sabrosa. Comí con mucho entusiasmo, voraz a pesar de los acontecimientos

traumáticos del día. Mi estómago no había estado lleno durante mucho

tiempo y había olvidado lo que se sentía. Cuando terminé todo lo que había

en placa de metal que me había ofrecido, me recosté en la silla y suspiré.

—Nos reuniremos con los otros en una hora —dijo Juniper. Él estaba

trabajando en algo sobre el mostrador, aunque no podía ver lo que era. Los

sonidos musicales venían de la mesa de una tableta que él tenía en sus

manos—. Ellos estarán ansiosos de escuchar tu historia.

Mi historia. ¿Qué iba a decir? Mi verdadera misión era secreta. No

podía decirles a todos. Solo aquellos a quienes tenía que decirles. Atticus

había ordenado estrictamente eso.

—Tengo que hablar con el hombre llamado Jacob —le dije—. Co...

Conozco a alguien que lo conoce.

Deje de hablar antes de decirle que tenía un mensaje para él. Podría

despertar sospechas. Todo el mundo que vino a través de la puerta estaba

huyendo de algo. Si les digo que vengo con un propósito, la gente puede

hacer preguntas.

Juniper no se dio cuenta de mi vacilación.

—Lo conocerás —me aseguró, y volvió a su trabajo.

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Cerré los ojos y traté de dormir a medida que pasaban las horas, ya

que tenía agotados mis músculos y agobiados mis huesos. Pero mis

pensamientos seguían haciendo ping-pong entre aquí y el hogar. Pensé en

Jonn e Ivy. ¿Estarán asustados, abrumados? ¿Estarían de acuerdo? Pensé en

Adam, en Ann. Me ardían los ojos y se movían inquietos. Pensé en Gabe, y

una ola de prensión nerviosa me invadió.

No nos habíamos visto en meses. ¿Qué iba a decir? ¿Qué iba a hacer?

¿Él todavía siente lo mismo que había sentido antes? Estos agitados

pensamientos me mantuvieron ocupada hasta Juniper empujó su silla hacia

atrás y se levantó.

—Es hora —dijo, y me dio una placa plana de metal con la inscripción

Lila Blanca.

—¿Qué es esto?

—Tu nueva identidad —dijo—. Esto quiere decir que estas aprobada

para estar aquí. Van a conseguirte un trabajo en la cocina o tal vez en el

equipo de limpieza conmigo. No te preocupes. Vas a estar bien.

Tomé la placa aturdida, y él me ayudó a arreglar la parte delantera de

mi ropa. Cuando estaba en su lugar, me ayudó a levantarme y me llevó de

vuelta a la oscuridad.

El sol casi se había puesto, y un atardecer azul púrpura se había

apoderado de los edificios y calles. El aire estaba todavía caliente, pero no

tan caliente como una amenaza para sofocarme. Respiré profundamente y

olía a toques de flores de invierno y a pino. Juniper me hizo señas para que

le siguiera, y cruzó la calle, se dirigió hacia las afueras de la ciudad, que

estaba cerca de la línea de árboles. Miré el borde del desierto con cautela,

consciente de la creciente oscuridad.

—¿Los Observadores están muy activos últimamente?

—¿Qué? —preguntó—. ¿Los Observadores?

—Los monstruos —le dije—. Como sea que los llamen aquí.

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Tenía la frente arrugada, y luego asintió vigorosamente como si

recordara lo que quise decir.

—Oh. Sí. Me acuerdo de esa palabra. Observadores. No tenemos aquí.

Sus palabras me sorprendieron tanto que me detuve. Las leyendas

dicen que los Observadores eran antiguos, tan antiguos como la propia

Helada. ¿Era posible que no existieran en esta tierra más joven y más

caliente? ¿La Helada sin Observadores? No podía comprenderlo. No tuve

tiempo para reflexionar sobre esta nueva pregunta. Juniper seguía

caminando, y me apresuré para igualar su paso. Llegamos al segundo

edificio, y él me indicó que entrara primero.

—Hacia abajo por las escaleras y a la derecha —me indico. Cerró la

puerta detrás de nosotros, y descendí por otra escalera de metal salpicado de

pintura y suciedad. Débilmente, escuché el murmullo de voces. Mi

estómago se ató en un nudo, mis manos se volvieron frías y húmedas.

¿Estará Gabe aquí?

Entré en una habitación larga, con poca luz llena de tubos. Había un

círculo de personas sentadas en la pared del fondo, y el sonido de sus

susurros me alcanzaron en una onda. Cuando entré, todos me miraron sin

realmente mirarme, y sus bocas continuaron moviéndose, pero sus ojos se

quedaron fijos en mí.

Examiné los rostros. No vi a Gabe.

Un hombre alto, delgado, con el pelo oscuro y los ojos marrones, se

levantó, acercándose a mí. Juniper se puso a mi lado, al igual que el hombre

cuando nos alcanzó.

—Esta es Lila —gruñó—. Antes Lia —Refiriéndose mí, él dijo: —Este

es Jake. Él está a cargo de los Fugitivos.

—Encantado de conocerte —dijo Jake—. Espero que se haya

recuperado del salto.

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Juniper me palmeó torpemente en el brazo y me encaminó en

dirección hacia el grupo. Supuse que su trabajo estaba hecho, y me

preguntaba si volvería a verlo. Sentí una punzada de nerviosismo. Me

sentía segura con este hombre rudo, que casi no habla. ¿Quién sería el

encargado de mostrarme los alrededores ahora?

El líder esperó mi respuesta. Su expresión no era desagradable, pero

era imposible de leer. Me recordó un poco a Adam y una aguda punzada me

ató.

—Sí —le dije, tratando de decidir qué decirle. ¿Debería mencionar

Atticus ahora, o esperar hasta que pudiera estar en un lugar seguro donde

nadie podría oírnos?

—¿De dónde eres originalmente? —me preguntó—. ¿Aeralis? ¿Los

Países del Sur?

—La Helada —dije.

Sus cejas se levantaron, y su mirada se agudizó de manera casi

imperceptible.

—Oh… —Parecía como si fuera a decir algo más, pero alguien en el

círculo golpeó un vaso contra una tubería y llamó la atención de todos—.

Déjame presentarte al grupo —me dijo Jake en voz baja, y se volvió hacia

ellos.

Otro hombre estaba hablando cuando nos acercamos al círculo. Se

detuvo cuando los alcanzamos, deslizando su mirada primero hacia mi cara

y luego Jake. Dio un paso atrás y metió los brazos sobre su pecho.

Claramente, el hombre estaba a cargo.

—Esta es Lila —dijo Jake, agitando una mano para indicarme—. Ella

llegó hoy. Asegúrense de hacerla sentir bienvenida.

Todos los ojos se volvieron hacia mí por segunda vez, examiné las

caras, buscando rostros familiares. ¿Dónde estaba Gabe? No lo veía entre

los Fugitivos. De repente, mis piernas se sentían inestables y sentí nauseas.

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Unas manos me empujaron hacia un asiento. La habitación daba vueltas.

¿Estaba recibiendo dolores del viaje de nuevo?

El hombre que había estado hablando se adelantó y volvió a hablar

después de que se hundió en la silla vacía más cercana. Pero sus palabras

pasaron por encima de mi cabeza como si fuera agua, toda la habitación

comenzó a girar y estaba salpicada de muchos colores mientras luchaba

contra el mareo. Vagamente, oí la puerta abrirse y cerrarse, alguien había

entrado en la habitación. Mi visión se oscureció.

Una mano me agarró del hombro y me apoye. Un cálido aliento me

hizo cosquillas en la oreja.

—¿Estás bien?

Volví la cabeza. Mi garganta se cerró, y una punzada se hundió

directamente sobre mi corazón.

Gabe.

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Traducción SOS por AleG, LittleGirl00 & Angie_kjn

Corregido por La BoHeMiK

Los ojos de Gabe se agrandaron y su rostro se puso blanco cuando me

vio.

—Lia. —Mi nombre sonó estrangulado y extraño viniendo de sus

labios, como si fuera un idioma que él casi hubiera olvidado cómo hablarlo.

Me puse de pie. Frente a frente. Estábamos a centímetros y

kilómetros de distancia, nuestras manos casi rozándose, nuestras

respiraciones conectadas por un hilo invisible más fuerte que el acero. ¿Nos

estaban mirando los otros? No era consciente de nada más que él.

—Salgamos de aquí. —Se las arregló para decirme, y luego sus dedos

encontraron los míos, el calor de nuestras manos quemándome mientras él

me empujaba lejos de los demás, y luego estábamos pasando por una puerta

a un oscuro pasillo iluminado por una luz intermitente que hacían que los

ojos de Gabe se fundieran con la sombra. Me soltó el brazo y dio un paso

atrás. Levantó sus manos hacia la cara y luego las dejó caer a los costados.

—¿Cómo...? —Él hizo un ruido con la garganta—. No me importa…

—dijo, y me tomó en sus brazos.

El abrazo me sorprendió y me puse rígida. Había pasado tanto tiempo

desde que alguien me había abrazado así. Pero poco a poco me relajé contra

su calor. Su forma se había vuelto desconocida en los últimos meses y

memoricé la sensación de tenerlo de nuevo.

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—Eres real —murmuró en mi pelo—. No puedo creerlo.

Parpadeé las estúpidas lágrimas que inundaron mis ojos mientras

apretaba los brazos alrededor de él, tranquilizándome de lo mismo.

Me soltó y dio un paso atrás. Sus ojos escanearon los míos, en

búsqueda de secretos.

—Lia, ¿cómo? ¿Por qué?

—Estoy aquí por una misión para La Espina.

—¿Una misión?... ¿Tú ahora trabajas con La Espina? ¿Los agentes

secretos que me ayudaron a escapar de Aeralis? ¿El grupo al que tus padres

pertenecían?

Habían pasado tantas cosas desde que él se había ido. Era demasiado

para explicarle ahora.

—Sí —dije, y me atraganté con una risa—. En cierto modo, tú me

inspiraste a hacerlo.

—Pero... ahora estás aquí —dijo—. Tú familia. ¿Tú… los dejaste?

El secreto del DLP y mi misión, luchaban en mi boca, susurrando a la

vida y exigiendo que lo dijera. Tomé una respiración profunda. Tenía que

decírselo, al diablo con las órdenes de Atticus.

—No los dejé —le dije—. No para siempre.

Sus cejas se fruncieron en confusión. Sus labios se separaron.

—Hay una forma de volver atrás —dije. Las palabras salieron en un

apuro. Estaba vacía después de pronunciarlas.

—¿Qué?

—Pero es un secreto. No se lo digas a nadie. Todavía no.

Él asintió con la cabeza. Sus manos se encontraron con mis brazos.

—Dime.

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—No puedo. —Las palabras quemaron el aire entre nosotros. Su

mirada se oscureció, pero no se lo podía decir—. Todavía no, créeme Gabe.

Él asintió de nuevo.

—Por supuesto. No puedo creerlo. ¿Cuándo llegaste aquí?

—Hoy. Hace solo unas horas. Un hombre llamado Juniper me

encontró.

—Él encuentra a la mayoría de nosotros —dijo Gabe—. Es un poco

extraño a veces, pero un buen hombre. Digno de confianza. —Hizo una

pausa—. ¿Tienes una identificación?

Busqué el carné con mi nuevo nombre y se lo extendí. Él lo estudió.

—Lila —leyó en voz alta, y luego volvió a mirarme.

El silencio se deslizó entre nosotros, solo roto por el leve zumbido

encima de nuestras cabezas de algún tipo de maquinaria. Mi pulso aún latía

en mis oídos. La nerviosa excitación todavía se deslizaba sobre mi piel.

—¿Y ahora qué? —le pregunté.

—Te encontraran un trabajo —dijo Gabe—. Algo que hacer.

Aprenderás a mezclarte, fingir que eres de esta época.

—¿Cómo es posible? —le pregunté—. ¿Cómo podemos estar aquí, en

La Helada, en otro tiempo?

—Es verdad —prometió él.

La puerta detrás de nosotros se abrió y una cabeza se asomó. Era una

niña de cabello rojo, delgada y pecosa; me miró con curiosidad y luego a

Gabe.

—Garrett —dijo—. ¿Vas a entrar? Es tiempo del debate, ¿no habían

cosas que querías decir?

—No —dijo—. Solo diles que volví a los cuartos.

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Sus labios se fruncieron, pero ella se limitó a asentir. Me miró de

nuevo, como si tomará nota de lo cerca que estábamos el uno del otro.

—¿Garrett? —le pregunté cuando ella se había ido.

Él se encogió de hombros.

—Todos tenemos nuevos nombres, Lila.

Su tono era momentáneamente burlón y alegre. Mi boca se elevó

ligeramente.

—Vamos —dijo después de un momento—. Te acompañaré a tu

habitación y te la enseñaré. Juniper no lo ha hecho todavía, ¿verdad?

Negué con la cabeza.

—No, no lo ha hecho.

—Entonces, vamos. —Parecía animado por la perspectiva, era algo

que hacer, algo que nos mantenía en movimiento, nos salvamos de tener

que luchar a través de la repentina incomodidad.

—Yo… —dudé—. Tengo que hablar con Jake.

—Ya se ha ido —dijo Gabe—. Se fue cuando llegué aquí. Él trabaja en

el Centro de Seguridad, por lo que no está mucho en el pueblo.

Mi estómago se retorció.

—¿Cuándo puedo hablar con él?

—Pronto —dijo Gabe—. No te preocupes. Vamos.

—Mi bolsa —le dije, recordándola.

Agarró el bolso y luego nos deslizamos hacia fuera. Los otros fueron

absorbidos en su reunión, mirando nuestro camino, pero no persistiendo

con sus miradas. Estaba agradecida. No me gustó nada su escrutinio.

Nuestros pies crujían contra la piedra arenosa mientras subíamos las

escaleras. Su mano rozó la mía, y las chispas se fueron por mi brazo, pero

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no nos dimos las manos. Había algo en el aire entre nosotros, una

vacilación nacida de meses separados y un abismo gestado de la

incertidumbre en el pecho. Empujé la sensación alejándola, porque en este

momento, lo que sentía era la menor de mis preocupaciones. Necesitaba

hablar con Jake. Una vez que tuviera la certeza de que él era el Jacob

Atticus y habláramos, tenía que entregar el sobre sellado para él y explicarle

todo. Y entonces… tenía que esperar al siguiente punto de salto. Sería en

casi dos semanas, John lo había explicado.

Para mí ahora el tiempo parecía una eternidad.

Llegamos a la cima de las escaleras y entramos a la noche por una

puerta estrecha. Las estrellas brillaban en un cielo púrpura por encima de

nuestras cabezas. Cruzamos una carretera de grava esparcida hacia una

línea de edificios pequeños amontonados contra los árboles. El aire caliente

que me envolvía como una manta, y tiré de mis mangas ya que el sudor

picaba a través de mi piel.

—Hace calor.

—El mundo está más caliente aquí —murmuró Gabe—. Todavía no

es La Helada.

Su pelo había crecido más en los meses que no lo había visto. Los

rizos rozaban la parte superior de las cejas y se enroscaban a lo largo del

borde de su ropa, que era de color oliva y de una sola pieza como la mía. Sus

ojos seguían encontrando los míos y luego se alejaban, como si él no

estuviera seguro de cómo mirarme como si yo fuera el sol, incapaz de ser

observado.

Otra pregunta se levantó en mi mente.

—Juniper dijo que no había Observadores.

—Es verdad —dijo Gabe. Él se sonrió, bajo y brevemente—. Los

monstruos también son cosas del futuro.

—¿De dónde vienen?

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—No lo sé.

Llegamos a los edificios, y Gabe apretó la mano contra la pared. La

puerta se abrió y entramos en la fría oscuridad. Luces se encendieron,

iluminando otro sencillo pasillo. El aire frío hizo cosquillear mi piel y

pulmones.

—La tecnología hace que los edificios estén frescos —dijo Gabe. Me

condujo por el pasillo y se detuvo en una puerta abierta—. Aquí. Esta es la

tuya.

Miré en el interior. Una pequeña habitación cuadrada con cuatro

paredes blancas, una cama, un espejo, una ventana y una silla. Se veía como

una celda de la prisión, y le dije que estaba bien.

—No es mucho —coincidió Gabe—. Pero es seguro.

—¿En este mundo todo no es seguro? —murmuré. No había frío, ni

Observadores... ¿que podría ser aterrador aquí?

Una sombra parpadeó en los ojos de Gabe y desapareció. Yo podría

haberlo imaginado, a excepción por las palabras que siguieron.

—No del todo.

La curiosidad me picaba, pero no ofreció más información.

Entré en la habitación y puse mi bolso en la cama. Gabe estaba en la

puerta, me miraba con una expresión indescifrable. Me enfrenté a él,

expectante, pero sin saber lo que me esperaba. Me sentí expuesta, un pez

varado en la orilla, una tortuga curioseando desde su concha. Con un nudo

en la garganta. Mis manos rozando la parte delantera de mi extraño vestido.

Gabe abrió la boca para hablar, pero entonces oyó el ruido de pasos en

el pasillo. Un par de trabajadores vestidos de uniforme nos pasó. El

momento se volvió incómodo.

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—Tengo tantas cosas que decirte —comencé. Los pensamientos se

arremolinaban en mi mente… Korr, Atticus... Adam. Había tantas cosas

que decir.

—Korr —le susurré finalmente—. Él vino a buscarte.

Los labios de Gabe se cerraron, pero no dijo nada. Él se estremeció al

oír el nombre Korr.

—Él est… él está en Iceliss. Ha estado torturando a la gente,

amenazándola. Amenazándome

Otros recuerdos me asaltaron... Korr dejándome ir, Korr hablando de

Gabe. Su hermano.

—Sé quién es él —le dije—. Se parece a ti.

Los ojos de Gabe parpadearon.

—Él es mi hermano mayor.

—Lo sé.

Él miró hacia otro lado, y una vena latía en su garganta. Se movió

contra la puerta.

—Él es una persona terrible.

—Lo sé.

Los labios de Gabe se flexionaron en una sonrisa que se desvaneció

rápidamente.

—¿Que está haciendo en La Helada?

—Buscando el dispositivo que me trajo aquí… y buscándote.

Él frunció el ceño.

—¿A mí?

Asentí con la cabeza.

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Gabe hundió las manos sobre su cabello, pensando en esto, pero él no

hizo ningún comentario al respecto. En su lugar, se mordió el labio y

preguntó.

—¿Cuándo vamos a ser capaces de volver a nuestro tiempo?

—Dos semanas —le dije—. Es entonces cuando la próxima

oportunidad será abierta, de acuerdo con el diario que mi hermano

decodificó.

Más pisadas. Gabe miró sobre su hombro y devuelta a mí.

—Necesito irme —dijo—. Pero hablaremos pronto.

—Pronto —prometí, y luego él se había ido.

Saqué la lista que Atticus me había dado y la abrí. Probablemente no

se suponía que debía mirarla, pero tenía que saber si Gabe iba a volver con

nosotros. Adam me había asegurado que sí, pero Adam no estaba a cargo

ahora.

Mi corazón salto con alivio cuando vi su nombre. Gabriel. El único

Gabe de la lista. Tenía que ser él.

Me senté en la cama con alivio.

Me desperté abruptamente bañada en sudor. Mi conciencia arañó su

camino a través del sueño que me encadenaba, sentándome mientras

recordaba.

La puerta. El salto. El nuevo mundo que realmente era el viejo, solo

que más joven y caliente. Gabe. El DLP y mi misión, colgando en mi cabeza

como una espada recién afilada.

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Me quité las mantas y me acerqué a mis ropas.

Una mujer de rostro anguloso con espeso pelo negro y piel de color

ámbar, me detuvo en el pasillo.

—Eres la chica nueva. Lila, ¿verdad? —La pieza cuadrada de metal

que colgaba de su vestimenta dio su nombre como Maida. Su cabello se

balanceo cuando habló, y un brazalete de plata grueso en su muñeca hizo un

sonido tintineante mientras señalaba hacia a mí.

Asentí. No estaba segura de tantas cosas en este extraño mundo, así

que supuse que era mejor mantener mi boca cerrada y decir lo menos

posible hasta tener una mejor idea para orientarme.

—Vas tarde para el desayuno —dijo—. El edificio común esta por ahí.

—Apuntó a una puerta con otro sonido tintineante de su muñeca, y debí

haber lucido confundida, porque ella suspiró ruidosamente—. No sabes

dónde es, ¿verdad?

—No —admití, apegándome a las monosílabas.

Se frotó el espacio entre sus ojos con el pulgar y el índice.

—¿Clarie? Oye, Clarie.

Convocada por su nombre, una chica esbelta y pelirroja salió de una

de las habitaciones cercanas y se acercó hacia nosotras. La reconocí, ella

había estado en la reunión secreta la noche anterior. Era uno de los

Fugitivos, la que le habló a Gabe.

Si ella me reconoció, no lo demostró. Su rostro estaba demostrando

desinterés.

—Lleva a Lila al edificio común y asegúrate de que consiga un

desayuno —dijo Maida, luego se giró en sus talones y desapareció en el

pasillo.

Mire a Claire. Ella apartó la mirada.

—Vamos —dijo.

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No hablamos mientras salíamos del edificio y cruzábamos el camino

de grava juntas. Nuestros pies crujían en las piedras debajo de nuestros

zapatos. Saboreé el caliente y bochornoso aire. El sudor hormigueó entre

mis hombros. Observé a Claire cautelosa por la esquina de mi ojo.

Caminaba relajada, con los brazos balanceándose a los lados, sus ojos

escaneando las calles como si estuviera buscando algo o a alguien. No me

miró.

—Así que —dijo eventualmente, con un aire de estudiada

casualidad—. ¿Eres una vieja amiga de Garrett?

Ella quería decir Gabe; aquel, era su nuevo nombre aquí. Mi cuero

cabelludo picaba. Miré de reojo. ¿Un viejo amigo?

Quería reírme. En mi mente vi a Gabe arrugado en la nieve, la sangre

filtrándose en su camisa y su pelo mojado con la fusión del hielo. Lo vi

acurrucado debajo de una cubierta de paja en el granero, con sudor en su

labio superior y el punzante agudo dolor brillando en sus ojos. Lo vi

delirando de fiebre, gritando sus recuerdos mientras agarraba mi mano. Lo

vi de pie, a la espera de atravesar la puerta, con la fe ardiendo en su cara y el

amor en los labios.

—Éramos… —empecé, y luego me detuve. No sabía cómo explicar lo

que habíamos sido. No nos habíamos comprometido. No habíamos estado

cortejándonos. No nos habíamos declarado como algo, y ahora no sabía

cómo se sentía él. Me había amado una vez, creí en eso, pero el amor era

como una enredadera. Podría terminar en las grietas de tu corazón y unirte

a otros, como las cadenas; o si se deja sin atención, podría marchitarse en

las raíces en algo frío, sin vida y quebradizo.

No había visto a Gabe en meses. Él antes había sentido pasión, pero

ahora no sabía cómo se sentía. ¿Cómo podía luchar por algo si estaba tan

insegura de ello? ¿Qué acerca de Adam? Mi pecho dolía como una herida solo

al pensar en su nombre.

—Éramos amigos —acordé.

Claire gruñó, reconociendo mi respuesta.

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El silencio nos cubrió cuando cruzamos la carretera y llegamos a un

grupo de edificios de piedra acurrucados contra los árboles. El Pueblo.

Me llamo la atención nuevamente lo limpio y sin cicatrices que lucía

todo. Los familiares huesos de piedra estaban allí (muros, calles, edificios),

pero todos ellos brillaron frescos en el sol de la mañana, como una colección

de ollas recién hechas a mano directamente desde el horno, sin liquen o

manchas para estropear sus superficies. Sin grietas o fisuras formadas de

años de sufrimientos en el viento, y frío atado en las paredes o rayando las

calles. Nuevo metal de bronce brillaba en las puertas, ventanas y escaleras.

Un barniz de brillo parecía infundir todo, por arte de magia. Esta época más

joven llevaba su tecnología como la llamativa joyería. Sonidos de

maquinaria zumbaban débilmente en la distancia. Los reclamos se

mezclaban con la rutina del movimiento. En algún lugar, escuché una

explosión de música tintineante, luego, una puerta de cristal se abrió y una

corriente de jóvenes vestidos de traje, surgieron riendo. Se dirigieron hacia

el camino en el bosque.

—Los Estudiantes —dijo Claire—. Ellos están aquí para estudiar el

portal, y la tecnología que utiliza.

Caminando a través de los edificios parecía un sueño. Reconocí el

Patio de Cuota a partir de su posición. Vehículos extraños lo llenaban,

brillando en la luz del sol. Un hombre vestido con un traje azul caminó

entre ellos, no miró hacia nosotras y seguimos adelante. Pasamos por lo que

un día se convertirá en la Sala de Reuniones en mi pueblo. Faltaban las

elaboradas esculturas, así como las puertas de madera pintadas de azul. En

su lugar, vi las paredes lisas de material de vidrio brillante y una elegante

curva del techo. La hiedra crecía salvajemente y caía hacia los lados.

—Esa es la Biblioteca —dijo Claire, al verme mirarlo.

Un vehículo de color dorado y con puertas como las alas plegadas, se

desplazó delante de nosotras, sin caballos y veloz como el viento. Retrocedí

rápidamente, la parte posterior de mis talones golpeo contra la pared detrás

de mí. Los ojos de Claire se clavaron en los míos.

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—No tengas miedo —dijo, pero me di cuenta que ella pensó que sus

palabras no harían ninguna diferencia. Me di cuenta de que ella esperaba

que me acobardara de todos modos.

Yo no lo haría. Era una Weaver. Caminé La Helada en la noche.

Contrabandeaba Fugitivos desde los bosques congelados a la puerta de

Echlos. Había mirado a los Observadores de frente y no caí. Había

mantenido a mi familia del hambre.

Levanté la barbilla y di un paso adelante de nuevo sin dudarlo. La

sorpresa cruzó su rostro, y luego sonrió un poco. Ella me siguió hacia

nuestro destino. Pero antes de llegar a los edificios, Claire se acercó y se

enganchó del brazo. Me detuve y miré, lista para cualquier cosa. Mi

corazón tambaleo. ¿Ella me amenazaba haciéndome su enemiga y formando

un reclamo sobre el afecto de Gabe? Pero su mirada no era desagradable.

—Acerca de mi comentario anterior —dijo ella, mordiéndose el

labio—. Garrett y yo somos amigos —dijo—. Pero nada más. Si él es tu

hombre…

—No habló de… —dije a toda prisa y casi bruscamente—. Yo... él no

es mío.

—Entiendo. Simplemente no quiero que pienses en nada acerca de mi

pregunta.

Asentí con la cabeza una vez y lo dejé ir. El silencio se sintió más

fácil después de eso, y sus hombros eran menos rígidos, mientras caminaba

a mi lado.

Llegamos a la puerta del primer edificio de la agrupación, y ella abrió.

Entramos en una nube de aire fresco y los aromas del desayuno. Cuando el

olor de la comida me golpeó, se me hizo agua la boca y el estómago se

apretó súbitamente, debido a la violenta hambre. No había comido nada

desde la tarde anterior, y ahora mis piernas se sacudían. Había estado con

hambre durante tanto tiempo.

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La habitación estaba llena de luz solar. Las ventanas brillaban a lo

largo de las paredes y el techo. Mesas y sillas de metal llenaban el piso del

Centro. Montones de humeantes carnes y panes llenaban una fila de

bandejas a lo largo de una pared. Era un festín, un verdadero montón de

comida. No había visto tal exceso sino en mis sueños. Extendí una mano

para no perder el equilibrio contra la pared mientras la emoción corrió por

mis brazos y giró mi estómago en un derroche de alegría nerviosa.

—Trata de no comer demasiado —informó Claire en su lugar junto a

mí—. Todos tenemos hambre cuando llegamos, pero esta comida es sabrosa.

Aquí no están acostumbrados al hambre.

Amontonamos los platos con bastante comida y nos sentamos en una

mesa de metal hacia las ventanas. Cerré los ojos y me tomé el primer

bocado de algo que tenía la forma de cubos, pero sabía cómo salchichas. El

sabor explotó en mi lengua, y suspiré. Cuando los abrí, Claire me miraba de

nuevo.

—¿Conociste a Garrett en Astralux? —preguntó.

¿Me pregunté si había dicho algo de su pasado? Parpadeé, sin saber

qué responder. En su lugar, tomé otro bocado, y ella debe de haber

interpretado mi silencio como una indirecta de hablar de mis orígenes.

—Lo siento —dijo ella—. No quiero entrometerme. No se supone que

lo debemos hacer a menos que la otra persona lo mencione primero. Es una

de nuestras más grandes reglas.

—Estoy sorprendida de que hable de su pasado —dije finalmente.

—Él no es así —dijo—. Él nunca dice una palabra. Solo sé que es de

Astralux porque lo vi.

Mi interés se agudizó. Dejé el tenedor y me incliné hacia delante.

—¿Lo viste allí? ¿Quieres decir... antes de que fuera un Fugitivo?

—Sí. Por supuesto. En funciones del palacio. Mi padre era sastre y yo

a veces le asistía a sus funciones. Nunca hablamos, por supuesto.

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Mi corazón se estrelló contra las paredes de mi pecho y mi pulso

estalló.

—¿Palacio?

—Sí —dijo Claire, y sus ojos se abrieron un poco sorprendidos cuando

se dio cuenta que estaba asombrada por esta información—. Él es un

príncipe, un miembro de la familia real.

¿Príncipe? ¿Familia real? ¿Al igual que la familia real Aeralian?

De repente, no podía respirar.

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Traducido por Jeyd3

Corregido por Xhessii

La miré a través de la mesa, con la boca abierta.

¿Gabe era un príncipe Aeraliano?

—Estás equivocada —dije, aunque las piezas estaban embonando y

escalofríos estaban empezando a caer como cascadas por mi espalda. La

evidente buena crianza y signos de obvia riqueza. Todos los soldados

Lejanos quienes habían afrontado los peligros de La Helada buscando por un

solo y asustado Fugitivo cuando nunca habían hecho tal cosa antes,

claramente, él debe ser un importante prisionero para justificar tantos

soldados. Recordé sus nobles hábitos, su vocabulario, sus gestos, y el aura de

gran importancia que se adhería a él como una esencia persistente.

Y luego estaba Korr. Él era un noble, una persona de riqueza y

posición. Un hombre de influencia… y él era el hermano de Gabe. Recuerdo

la manera en que Raine se había referido a él, casi le temía.

Un pájaro aterrizó detrás de la ventana y nos espió con sus brillantes

ojos negros. Revoloteó sus alas y saltó en el suelo, buscando migajas, y yo lo

observé mientras fragmentos de la verdad se amainaban en mi alma.

—Estás equivocada. Debes estar equivocada —repetí, pero mis

palabras sonaban apagadas y carecían de inflexión.

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Los ojos de Claire se suavizaron como si entendiera algo. Como si

acabara de resolver un acertijo. No me gustaba ser un acertijo que ella

estuviera resolviendo. Me enfadé.

—Lo que tú digas —murmuró, y luego giró su cabeza para mirar por

la ventana como si de pronto estuviera fascinada por el ave.

Me esforcé para aspirar una profunda respiración. Miré mi comida, la

cual había comenzado a cuajarse en mi plato. Ya no estaba interesada en

comerla, a pesar de mi hambre. Mi mente se agitaba con una cacofonía de

memorias, pensamientos, y negaciones.

¿Cómo podría ser esto verdad? ¿Cómo podría él habérmelo ocultado?

Claire jugaba con su cuchara y se mordía el labio. Finalmente, rompió

el silencio.

—Bien —ella dijo, dándome una rápida mirada—. Deberíamos irnos.

Tengo que llevarte al sitio de trabajo antes de reportarme al trabajo. No

quiero llegar tarde.

A pesar de mi súbita falta de apetito, metí en mi boca los últimos

bocados de comida antes de empujar mi plato. Incluso una extrema

conmoción no me impediría comer. Pasar meses casi muriendo de hambre

tendía a poner las cosas en perspectiva. Claire esperó, golpeando sus uñas

en la mesa.

Después de que había terminado de comer, pusimos nuestros platos

en un agujero en la pared destinada para los platos sucios, y luego salimos

del edificio. El aire caliente golpeó mi cara y succionó el aliento de mis

pulmones. Seguí a Claire por la calle. Reconocí la forma de lo que se

convertiría en el barrio de los artesanos en mi aldea. A mi izquierda, vi el

lugar que serían los mercados. En este momento, era solo un cuadrado vacío

lleno de barriles.

Claire se detuvo ante una curveada puerta metálica justo pasando el

espacio del mercado.

—Recibirás tu asignación de trabajo aquí. Buena suerte.

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Asentí, y me dejó parada ahí sola. Tomé una profunda respiración y

entré en el edificio.

La habitación era pequeña y alineada con repisas justo como el cuarto

de Juniper. La brillante luz ardiendo desde el techo lastimaba mis ojos y un

zumbido sonaba en la distancia como el silbido de un insecto.

El olor a polvo y jabón llenaba el aire, una promesa contradictoria de

esquinas sin lavar y superficies limpias. Una araña se arrastraba por el

borde del techo, cerca de la luz.

Una mujer se sentaba en una mesa a algunos pasos, mirando una pila

de papeles. Cuando entré, ella levantó la vista y frunció el ceño, como si le

hubieran presentado un problema particularmente desagradable para

resolver. Sus ojos se arrugaron en las esquinas mientras entrecerraba los

ojos hacia mí, como tratando de encontrar mi cara en su memoria.

—¿Eres la chica nueva?

Asentí.

—Es muy gracioso —dijo—. Tu cara me es familiar. Me pregunto si…

—Su voz se fue apagando, y levantó una ceja.

El sudor apareció entre mis omóplatos. ¿Ella sospechaba algo? ¿Había

algo sospechoso en mi cara, mis manierismos, mi ropa? Mi estómago se

encogió en aprensión mientras las palabras flotaban en sus labios, tácitas.

Ella lamió sus dientes—. Mmm —dijo ella.

—Llegué ayer. —Mis labios se sentían rígidos. ¿Y qué si le daba una

respuesta equivocada? ¿Si mi acento, mis palabras me delataban? Mis dedos

se hundieron en mis palmas cuando esperaba para que hiciera otro

comentario.

Pero después de unos insoportables segundos, ondeó su mano como si

empujara una telaraña.

—No importa —ella dijo, y alcanzó a través del escritorio por un

montón de papeles—. Esto tiene tu información. Se necesita otro miembro

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en el personal de limpieza en El Laboratorio. Tendrás que ser comprobada

por seguridad primero. Puedes hacer eso ahí. —Apuntó a una puerta en la

pared más lejana y luego desvió la mirada.

Claramente, me había pedido que me fuera.

Mis piernas temblaban y mi estómago se sacudía mientras me dirigía

a la puerta, apretando el papel. Había escapado una trampa potencial, pero

ahora enfrentaba otra. ¿Qué iban a hacer? ¿Tendría que pasar un examen?

Entré en otro pasillo, otra habitación. Más luces brillantes, más

interminables filas de estantes. Más olores de polvo y jabón. Pero

afortunadamente, se me hicieron ninguna pregunta esta vez. Un hombre

con un abrigo blanco marcó mis dedos con tinta y los presionó en un cuadro

tibio que parpadeaba y pitaba. Él hizo brillar un luminoso y enfocado haz

en mis ojos y luego comprobó una delgada tableta en sus manos. Gruñó un

sonido afirmativo.

—Lila White. —Esperaba que me hiciera preguntas, pero solo se

volteó.

Mi aliento escapó de mis pulmones en un siseo. Estaba ciega aquí. No

tenía ningún conocimiento de este lugar, ningún conocimiento de qué decir.

Un sentimiento de irritación surgió en mí. ¿Por qué nadie me había dado

instrucciones todavía? Necesitaba más conocimiento si iba a completar esta

misión ilesa y sin ser detectada. ¿Qué harían si descubrieran que era una

impostora? ¿Desalojarme de este lugar? ¿Encarcelarme?

Pero cuando el hombre se volvió, solo me entregó un cuadro de metal

que se prendía a mi ropa. No hizo más preguntas.

—Esto muestra que se te permite estar en El Laboratorio —él dijo—.

Lo necesitarás todo el tiempo en El Laboratorio, así que no lo pierdas.

—No lo haré.

—Debes reportarte enseguida —añadió el hombre—. Te estarán

esperando junto a los otros mozos de limpieza. ¿Sabes cómo encontrar El

Laboratorio?

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—Yo…

—Oh, yo la llevaré.

Me puse rígida al escuchar la familiar voz. Gabe. Levanté mis ojos y

lo vi parado en el umbral de la puerta, su cabeza inclinada de manera que su

cabello caía sobre sus ojos y su hombro izquierdo apoyado contra el portal

casualmente. Llevaba una caja bajo uno de sus brazos.

»Voy para allá.

—¿Son esos los exámenes que estoy esperando? —preguntó el

hombre, y Gabe asintió.

Mi piel se erizó y mi mente dio vueltas mientras lo veía poner la caja

en una mesa pequeña. Giró y me miró, su rostro impasible.

—¿Lista?

—Sí.

Movió un brazo para indicar que pasara por la puerta antes que él. El

gesto era grandioso, casi majestuoso. Las palabras de Claire pasaron

rápidamente por mi mente.

«Sé que es de Astralux porque lo vi ahí. Es un miembro de la familia real».

Pequeñas explosiones de dolor danzaron en mi pecho.

Nuestros ojos se encontraron y nuestras ropas se tocaron mientras pasaba a

su lado por la entrada. Los suyos eran profundos, insondables. Sus cejas se

levantaron por lo que él vio en mis ojos. Solo podía imaginar las dagas que

podría estarle disparando con la mirada. Una confusión de sentimientos se

arrastró en la parte trasera de mi mente, una cacofonía de pensamientos

luchando por el dominio.

Salí al brillante y opresivo calor y esperé para que él me alcanzara

mientras los sentimientos caían en cascada sobre mí como una ola de

imágenes. Recordé la camisa que había roto de su espalda el primer día que

lo encontré, la sensación de la tela fina y sedosa en mis dedos, tela que era

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completamente inútil en el frío pero que hablaba de riqueza, opulencia.

Recordé la historia que me había contado, sobre el cumpleaños de su

hermana, sobre cómo los soldados se lo llevaron de la casa. Lo recordé

ahogándose de asombro cuando le pregunté sobre la ocupación de su

familia, y la manera en que su cara se había puesto seria mientras buscaba

algo que decir.

Gabe alcanzó mi lado. Quería hablar, pero cuando lo miré, las

palabras en mi garganta se negaron a salir. Él metió sus manos en sus

bolsillos y asintió hacia los árboles.

—El Laboratorio son por ahí. ¿Caminamos?

Lo dejé llevarme por el camino. La luz del sol brillaba contra su

cabello y volvía dorados los bordes. Miré su espalda. Finalmente, encontré

las palabras. Salieron de repente, rompiendo la quietud.

—¿Por qué no me dijiste?

Gabe se detuvo. Sus hombros y cuello se pusieron rígidos.

—¿Decirte qué? —Su tono era cauteloso.

Mis uñas se clavaron en las palmas de mis manos mientras hablaba

de nuevo. Las palabras se sentían como vómito saliendo por mi garganta.

—Que eres miembro de… de la familia real Aeraliana. Un príncipe.

Él se encogió y giró, y leí la aguda negativa en sus ojos, pero también,

vi el miedo. Él estaba rogándome y desafiándome al mismo tiempo sin

hablar. A sus lados, sus manos apretadas justo como las mías. Por un solo

trémulo momento, la tensión colgó entre nosotros. Los cantos de los pájaros

quebraron el silencio. El calor se aferró a mi piel y me hizo sudar. Había

tantas cosas qué decir. No sabía dónde comenzar. No sabía cómo.

—No es… —Él comenzó, y se detuvo. Suspiró—. Era un príncipe.

Antes de que los soldados derrocaran todo. Antes de la ocupación. Ahora,

solo soy un mendigo con buenos modales. Peor, soy un Fugitivo

escondiéndome para salvar mi vida.

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—¿Qué más no me has dicho?

Él solo sacudió la cabeza.

Todo lo que hemos compartido, todo lo que hemos arriesgado, todo lo

que hemos dado, aun así él retuvo esto. La verdad me hizo sentir vieja, seca,

vacía. Mantener tales secretos me dejaba vulnerable. Me ponía en riesgo.

Pero más que eso… era Gabe. Pensé que confiábamos el uno en el otro.

—¿Por qué no me dijiste algo tan trascendental? —demandé, y esta

vez mi voz crepitó, delatándome.

Aumentó el calor en su cara y se asentó detrás de sus ojos, vacilando

como desafío.

—Era demasiado peligroso. No sabía si podía confiar en ti. Y yo…

todavía no lo sé. —Su garganta temblaba mientras tragaba saliva.

Esa admisión me cortó como un cuchillo, aunque pueda parecer sensible. La

ira se disparó en mí, caliente y furiosa.

—Arriesgué mi vida por ti. ¡Arriesgué las vidas de mi familia por ti!

Te cuidé cuando estabas enfermo y me enfrenté a los Observadores en el

bosque para llevarte a un lugar seguro. Yo… —titubeé antes de decir esas

tres fatales palabras. «Yo te amé».

—Pero… —Sus ojos me suplicaban que entendiera—. Mi identidad

política es mi más grande secreto. Mi mayor vulnerabilidad. No me atrevo

a confiarle eso a nadie. Cualquiera que lo sepa podría usarlo contra mí, o

contra mi familia.

Se escucharon pisadas, y una cadena de trabajadores en ropas grises

emergió de los árboles, siguiendo el camino de grava hacia la aldea detrás de

nosotros. Gabe y yo nos quedamos en silencio, esperando hasta que ellos

pasaran. Su pecho se levantó y cayó con respiraciones apretadas. Sus ojos

estaban demasiados brillantes, como flamas.

—Escucha —dijo, tan pronto como se fueron—. Por favor.

Hablaremos de esto más tarde. Tienes que entender, Lia. Solo… no podía.

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Asentí. No podía hablar. Resumimos nuestra caminata, lado a lado,

pero a kilómetros de distancia.

El camino seguía por el bosque. Los árboles atestaban ambos lados del

camino, creando bandas de sombras sobre nosotros y salpicando parches

moteados de luz de sol en nuestros pies. El aire aquí era fresco y

fuertemente perfumado con el olor de pino. Escaneé el paisaje por puntos de

referencia que me dijeran dónde estábamos, pero reconocía muy poco aquí

en los bosques. Veía solo árboles y colinas. No el tipo de cosas que se verían

igual después de quinientos años.

Pero cuando rodeamos la última curva, inhalé bruscamente. Un ligero

temblor llenaba el aire, como el indicio de un sueño, y luego pasamos a

través de él. Adelante, en la parte superior de la colina, un grupo de techos

redondeados hechos de material blanco y brillante se levantó abruptamente

desde los árboles. Detrás de ellos vi las montañas enmarcadas por un

majestuoso cielo azul.

Era Echlos.

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Traducción SOS por Mafernanda28 & Kensha

Corregido por Xhessii

—Echlos —suspiré.

Gabe se paró y se giró para mirarme. Parecía sorprendido de que no lo

hubiera sabido.

—Sí —dijo—. Aquí, llaman este lugar El Laboratorio. Echlos es el

nombre de la organización que lo construyó, pero es el mismo lugar donde

se guardan las puertas, el lugar al que me llevaste esa noche.

Aturdida, miré a la vista delante de mí. La estructura se veía tan

diferente debajo de este cálido cielo azul, libre de nieve, escombros o vides

desmoronadas. Nuevo, limpio y brillante.

Hermoso. La parte del río se había desviado para fluir a través de la

parte delantera del edificio, y caía en una cinta de plata entre dos puentes

que conducían a las puertas. A nuestro alrededor, los helechos y juncos

temblaban con la brisa.

—Vamos —dijo Gabe, llegando a mi brazo, pero se detuvo antes de

tocarme y dejé caer la mano.

Él caminó adelante hacia los edificios, y lo seguí bordeando el

pavimentado camino blanco que serpenteaba por la colina, un camino que

rompería lejos en los quinientos años entre mi tiempo y éste. Mi estómago

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se cayó cuando llegué a la sombra de las puertas, un lugar que es ahora solo

un agujero en mi propio tiempo. Brillaban plateadas en la luz solar.

Se movieron abriéndose con un tono musical, y el viento sopló mi

cabello hacia atrás. Resistí el impulso de jadear. Entramos, y otra vez me

llamó la atención lo familiar, y sin embargo, lo extraño que era todo. El

pasillo me di cuenta de delante se extendía delante de nosotros, pero ahora

estaba libre de polvo y suciedad. Los pisos brillaban. El techo se quemó

brillante como un sol capturado. El aire olió ligeramente a algo afilado y

metálico.

Bajamos unas escaleras, el mismo tramo de escaleras que había

descendido con Adam solo mes anterior. En la pared, vi las letras pintadas.

«Echlos». Espiré. Alcancé y los toqué ligeramente con mis yemas del dedo.

Los temblores avanzaron lentamente sobre mi piel, y sabía que si cerraba

mis ojos, vería el recuerdo la caverna con poca luz y los ojos oscuros de

Adam encontrándose con los míos.

—Vamos —dijo Gabe suavemente, corriendo me devolvió al presente.

Continuamos a la parte inferior de las escaleras y por un largo pasillo.

—¿Garrett?

Los dos nos volvimos a la voz que había llamado al otro nombre de

Gabe. Un hombre delgado con una túnica blanca estaba al final del pasillo,

mirándonos con curiosidad. Tenía el pelo de color blanco plateado que rozó

el borde de los hombros y una larga, la barbilla estrecha. Cuando él frunció

el ceño ante nosotros, con la boca fruncida.

—Hola, doctor Borde —dijo Gabe. Su tono era respetuoso, prudente.

Un escalofrío me recorrió desde mi cuero cabelludo a los pies. Doctor

Borde. El hombre, Jonn, me había pedido que consiguiera un pedazo de

papel.

—¿Tiene aquellas entregas que he estado esperando? —preguntó el

hombre—. He estado esperando durante la media hora.

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—Sí, señor. —Gabe sacó un paquete de papeles y se los pasa al

hombre. El doctor se los llevó y los examinó brevemente antes de levantar

la cabeza para mirarme.

—¿Quién es esta? —preguntó.

—Lila —dijo Gabe, tras la menor vacilación al recordar mi nombre

nuevo.

—Ella es la fregadora más reciente para El Laboratorio.

La mirada de Borde deslizó sobre mí, y me sentí como si estuviera

examinando cada peca de mi cara. Sus ojos azules ardían como un rayo en

su cara arrugada y su pelo blanco tembló cuando inclinó la cabeza hacia un

lado.

—Lila. —Repitió, como para aprenderlo de memoria—. Tú me

recuerdas a alguien.

No sabía qué decir, así que no dije nada.

Después de un momento, él asintió con la cabeza y desapareció por el

pasillo.

—Eso fue muy extraño —dijo Gabe, soltando su aliento en un

suspiro—. Nosotros no solemos atraer demasiada atención de los

Estacionarios.

—¿Estacionarios?

—Las personas que no han saltado. Las personas que pertenecen a este

tiempo.

—Oh. Y, ¿quién era ese? —Mi corazón golpeó cuando traté de

mantener mi voz plana.

—El doctor Borde… es uno de los principales científicos aquí. No es

exactamente alguien que queremos escudriñar. Pero es un extraño, así que

tal vez no importa demasiado… ahora vamos.

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Quería hacer más preguntas, pero no quise señalar lo demasiado que

me interesé en Borde. No quería que nadie supiera sobre la pequeña misión

que Jonn me había dado.

Pasamos más puertas relucientes y bajando otro juego de la escalera

de piedra que se rizó en una espiral interminable. Mi corazón palpitó en el

brillo y ajetreo alrededor de nosotros.

—Dime más acerca de este lugar.

—¿Qué quieres saber?

—Todo.

Se reía de una manera que indicó que mejor eligiera un mejor tema,

porque había demasiado ni siquiera para empezar a resumir todo esto sin

una dirección. Busqué en mi mente lo que quería decir. Pensé que habíamos

pasado por aquí, como no habíamos viajado sin miedo.

—¿No hay Observadores? —pregunté finalmente.

—No —dijo—. Y no hay Helada.

—¿Por qué es tan caliente? ¿Dónde está la nieve?

—El frío aún no ha empezado y no será así, sino hasta por otro siglo

—dijo—. Sucede después.

—¿Después de qué?

—No lo sé —dijo—. Lo que sucede hace que todo… todo esto

desaparezca. —Agitó los brazos para indicar los salones brillantes y

relucientes pisos, y en mi mente vi los marchitos pasillos de piedra

desmenuzados en lo que se convertirían en un día—. Pase lo que pase al

final —dijo Gabe—. Obviamente, va a ser algo grande. Este lugar está en

gran parte intacto en nuestro tiempo. Las puertas permanecen y los

edificios… pero todas las personas se fueron.

Eso hizo que mi pecho doliera extrañamente. Corrí mi lengua sobre

mis labios, pensando. Me acorde de algo que él había dicho a Borde.

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—¿Qué es un fregador?

Gabe aspiró. —Así es como llaman a las personas que limpian los

pisos y cubiertas por aquí.

—¿Así que soy una fregadora?

Lanzó su cabeza en una cabezada.

—Los fregadores son mayormente vistos y no escuchados, así que

trata de no hablar con nadie.

Me imaginé que tendría pocas dificultades para seguir esa

advertencia.

Gabe continúo por el pasillo, y lo seguí. Nuestros pasos sonaron

mientras giramos la esquina. Aire fresco corría sobre nosotros.

La sala se arqueó hacia arriba y lejos en un vasto espacio, tal como lo

recordaba. Atrás quedó el agujero en el techo que deja entrar la luz del sol y

la nieve. En cambio, un arco ligero de blanco inmaculado brillaba con fuego

interior. Habían desaparecido todas las manchas y suciedad en las paredes.

En su lugar, las marcas de pintura de colores —líneas, números— hicieron

filas aseadas, ordenadas, y los cables que serpentean curvando a lo largo de

las paredes como bobinas de intestinos grises. Estábamos en las entrañas de

Echlos aquí. Un piso liso, limpio de piedra se extendía delante de nosotros, y

al final de él, lo vi.

El portal.

La estructura metálica circular del portal brillaba bajo el resplandor de

las luces. El fuego azul osciló en los filos, y un zumbido había electrificado

el aire e hizo que mi cabello se ponga de punta. Hoy, estaba vivo en plena

ebullición con fuerza y energía. Una pizca de emoción correspondiente

acurrucada en mi estómago, respondiendo al jalón de la energía que se

arremolinaba alrededor de nosotros. Miré hacia él, fascinada. Esta fue la

puerta que me había traído aquí.

Pero no podía llevarnos a casa. Necesitábamos el DLP para eso.

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Luces rojas brillaron por encima de la puerta, y poco a poco me di

cuenta de las figuras vestidos con ropa gris que deambulaban en la base del

portal, revisando cosas y haciendo una pausa para hablar uno con el otro.

Llevaban gafas y máscaras que ocultaban sus rostros y les hizo ver extraños,

alienígenas.

—¿Cómo llegaron los saltadores sin ser vistos? —pregunté a Gabe en

voz baja—. ¿No los verán estas personas?

—Hemos elaborado un sistema —dijo—. Tenemos Fugitivos

trabajando por todas partes, viendo a la gente. Así que cuando la puerta

comienza a encenderse, tiramos un interruptor que limpia el piso. Es una

prueba de emergencia al azar que ocurre periódicamente y sin previo aviso.

Todos despejan y podemos llevar a los recién llegados a un lugar seguro.

Simple y elegante. Asentí, impresionada.

—¿Cuantos pasan?

—No muchos. Fui uno de los últimos —dijo—. Con excepción de dos

niños, y tú ahora.

Recordé a esos dos niños, perdidos y asustados y magullados,

temblando de frio en el bosque cuando les había descubierto.

—¿Qué pasó con ellos?

Una sonrisa tembló en su rostro, un capricho de sus labios que hizo a

mi estómago torcer breve en la familiaridad.

—Ellos están prosperando. Aprenden en la escuela y juegan en la

ciudad. Son demasiado jóvenes para trabajar, así que dijimos que eran los

hijos de uno de los Fugitivos. Están felices. No hablan mucho, pero sonríen.

Y ya no están tan delgados.

Una oleada de calor y afecto agrupado en mi pecho al pensamiento de

los niños siendo cuidados y todo, y sonreí con alivio. Los ojos de Gabe se

abrieron un poco, como si no pudiera creer que lo miraba con mucha

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calidez. Me miró pensativamente durante un momento antes de permitir a

su boca curvarse lentamente en respuesta.

Por un breve segundo, fui transportada a otro tiempo, otro lugar.

Estábamos rodeados de aire frío y remolinos de nieve, y su corazón estaba

sangrando en el mío mientras nos susurramos palabras el uno al otro frente

a mi finca.

Pero parpadeo, y el recuerdo desaparece. El zumbido de la puerta

detrás de nosotros tira de mis pensamientos de él hasta el presente. La

rozadura de mi ropa y el calor del aire circundante me recordaron que

estaba aquí. Necesitaba concentrarme. Necesitaba completar mi misión.

No había mucho tiempo.

—Necesito hablar con un hombre llamado Jacob —dije—. Tengo un

mensaje para entregarle. Creo que es Jake. ¿Puedes llevarme a él?

—Jake trabaja en el Centro de Seguridad —explico Gabe—. Ya tienes

un pase para estar en El Laboratorio. Jake mencionó que tienen un trabajo

abierto para un fregador en el Centro de Seguridad. Así que tendrás acceso

regular a él si tienes alguna pregunta… casi siempre está trabajando.

Asentí.

—Perfecto. ¿Cómo lo hacemos?

—Arreglaré eso —dijo—. Por ahora, deja que te enseñe tus deberes

aquí.

Me enseñó el armario ingeniosamente oculto y la puerta de bronce

que silbó abierto desde su escondite en la pared. Y para toda la tecnología de

este mundo, los dispositivos de limpieza eran trapeadores simples y

escobas. Casi reí disimuladamente.

Algunos otros empleados se mueven a nuestro alrededor, recuperando

las cosas del armario y mirándome con curiosidad no disimulada. Fiel a lo

que Gabe había dicho acerca de ser visto y no oídos, todos se quedaron en

silencio. Vestían ropas idénticas a la mía, y la mayoría de ellos parecían

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cansados. Noté a Claire entre los demás, pero no reconozco ninguno de los

dos. Su pelo rojo se balanceaba mientras se inclinaba para coger un

trapeador, y luego se volvió y se dirigió por el pasillo.

Un débil ceño había arrugado boca de Gabe, pero él no dijo nada. No

miró hacia ella, así que no lo hice, tampoco.

Cuando Gabe me había terminado de explicar los deberes de

limpieza, me dio un trapeador y me señaló hacia uno de los vestíbulos,

entonces se fue para arreglar las cosas finales para mi trabajo en el Centro de

Seguridad.

Los demás empleados me evitan. No hablaban ni hacían ningún

ruido, excepto un silbido ocasional. Agudos y cortos, bajos y largos,

variaron las llamadas, y pronto me di cuenta de que eran una especie de

comunicación. Escuché, tratando de detectar patrones. Vi a Claire otra vez

cuando me pasó en el vestíbulo, pero no nos miramos. Guardó en su sitio su

trapeador y desapareció alrededor de una esquina.

Limpié pisos hasta que mis brazos dolían y pude ver mi reflejo

brillante detrás de mí en los azulejos. ¿Con toda su tecnología, no

encuentran otra forma de limpiar estos pisos? Cuando trabajé, mis

pensamientos vagaron entre los problemas que están enfrente de mí. Tenía

que encontrar a Jacob y entregar el mensaje de Atticus. Esa era mi mayor

preocupación. Y necesitaba encontrar una manera de dar el mensaje de Jonn

al doctor Borde.

Pero mi mente seguía volviendo a La Helada. Ese mundo parecía tan

imposiblemente lejos ahora de la nieve, los bosques oscuros, los soldados

uniformados de gris, las criaturas de la noche. Me dolía el corazón al pensar

en los que estaban allí. Jonn. Ivy. ¿Estaban bien? ¿Les ayudaba Everiss? Y

Ann... Adam. Se habían ido sin mí. Adam debería estar aquí ahora,

encontrar a Jacob y entregar el mensaje a los Fugitivos que necesitábamos

volver a las heladas. Él era quien habría sabido qué hacer. En cambio, estaba

yo. Adam insistió en que tomar el trabajo en su lugar, había dicho Atticus.

Y nunca me había sentido tan perdida e indefensa. Pero, me reuní para

resolver mi alrededor como los pliegues de un manto. Podría hacer esto. No

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tenía más remedio que hacerlo, y tendría éxito. Porque otra cosa no era una

opción.

Uno de los empleados silbaba una breve nota, penetrante, y todos se

desvanecieron. Me paré, confundida.

El clip de unos pasos a lo largo de los pasillos me detuvo. Un hombre

de cabello oscuro y estrecho, ojos penetrantes y vistiendo las túnicas de un

científico de la vuelta a la esquina. Se detuvo cuando me vio, y mi corazón

se retorció bruscamente cuando nuestras miradas se encontraron.

Me recordó de Adam, y me estremecí ya que recordé que Adam se

había ido sin contarme, abandonándome en esta misión sola.

—Disculpe —dijo fríamente el hombre, notando el suelo húmedo a

sus pies—. Voy a ir por otro camino.

Y luego frunció el ceño a la ruta por la que acababa de llegar, como si

fuera incapaz de calcular como iba a lograr eso. Las líneas aparecieron a

través de su frente, y dio vuelta y contemplación del camino donde acababa

de fregar. Solo quería evitar largas conversaciones o escrutinio. No necesito

que nadie me haciendo demasiadas preguntas de sondeos. Simplemente

quería seguir adelante.

—Solo tiene que pasar con cuidado —dije—. No se resbale.

Él asintió con la cabeza y me perdonó una breve sonrisa antes de

aventurarse a través de las baldosas mojadas. Él caminó cautelosamente, y

su boca trabajó con concentración.

Otro científico apareció al final del pasillo.

—Doctor Gordon —gritó, y el hombre de pelo oscuro levantó la

cabeza para responder al otro científico. Sus pies se tambalearon en el piso

resbaladizo, y agarró la pared para evitar caerse.

Silbando una maldición, él lanzó una mirada asesina en mi dirección

y se adelantó para saludar a quien le había llamado.

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—Empleados… —Le oí murmurar—. Siempre bajo los pies.

Aparecieron algunos de los otros, y todos ellos me miraron con

recelo. Hice una mueca. Tanto para permanecer fuera del camino. Había

conseguido atraer atención más que suficiente para un día. Vi a Claire

mirarme, y yo volví la mirada hasta que ella se dio la vuelta. Satisfacción

arremolinaba en mi pecho una pequeña victoria, pero no obstante.

Más pasos sonaron, y otra vez los empleados parecían desaparecer. Esta

vez, Gabe apareció.

—Aseguré su pase al Centro de Seguridad —dijo.

No midiendo las palabras, no entre nosotros. Él miró a su alrededor,

al darse cuenta de que estaba solo, y entonces se encogió de hombros.

—Vámonos.

Tragué para aliviar la sequedad en mi garganta. Guardé en su sitio el

trapeador con un apretón de manos y luego le seguí hacia la escalera en

espiral.

El cielo había empezado a oscurecerse cuando finalmente salimos al

aire libre. Sombras púrpuras alineado los caminos y se arrastraron de los

árboles. Un puñado de estrellas roció el cielo, y en la distancia la luna era

solo una brizna de blanco.

—Este camino —dijo Gabe, y tomamos uno de los senderos en el

bosque otra vez. Algunos de los caminos fueron elevados, me di cuenta,

sostenido en lo alto brillando puntales blancos. Los vehículos pasaban por

delante en ellos, moviéndose con velocidades imposibles. El viento de su

paso movió mi pelo. Suaves y brillantes bandas de luz iluminaron los

caminos e iluminados nuestros pasos. A nuestro alrededor, los chirridos de

los animales llenaban el aire.

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—¿Estás a cargo de mi asimilación? —le pregunté a Gabe después de

un momento de silencio—. ¿Pensé que Claire...?

Se estremeció ligeramente en la mención de ella.

—Pedí a ser asignado a ti. —Su tono era cuidadoso, vigilado.

Absolutamente no era de disculpa. Defensiva, tal vez—. Tengo que hablar

contigo. Explicarte mejor las cosas.

—No hay nada que explicar. ―Me siento hueca diciéndolo. Tonta. Yo

era la práctica. ¿Por qué no puedo aceptar esto?—. No confías en mí.

Entiendo.

Un suspiro escapó de él, y él se frotó las manos por el pelo en una

exhibición de la frustración repentina. Su boca se abrió y se cerró, apretados

puños.

—Mi familia estaba en gran peligro —dijo—. Vigilados todo el

tiempo. El golpe político había pasado sin derramamiento de sangre. Mi tío

murió de causas naturales, y en lugar de la regla de pasar a mi prima, los

soldados entraron en escena y el dictador asumió el control. Él nos trasladó

del palacio. Nos puso bajo vigilancia. Nos trataron bien, solo nos puso bajo

arresto domiciliario. Nos desfilaron como si fuéramos todos mis amigos,

como si aprobamos de su gobierno. Incluso empezó a cortejar a mi

hermana. —Su voz se espesó en la repugnancia e hizo una pausa durante un

momento y miró alrededor en los árboles.

El cielo encima de nosotros brilló con la luz de las estrellas.

»Está oscuro allí —dijo finalmente, en un tono pensativo—. La ciudad

de Astralux es fría y mojada de los pantanos que la rodean. El cielo está

lleno de vapor y maquinaria y metal. —Pareció pensativo ahora—. Tan

diferente de La Helada... todo ese cielo blanco y azul cegador y árboles. Tan

diferente de aquí.

Mis pulmones se sintieron apretados cuando escuché. En mi

imaginación le vi, atrapado en el capital de Aeralian de Astralux, la ciudad

que irónicamente era llamada luz cuando estaba rodeada por la oscuridad y la

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niebla. Vi las luces brillando en las nieblas perpetuas que vistió a la ciudad

de los pantanos. Oí el tictac de relojes mecánicos y las aeronaves que

zumban arriba y el sello de las botas de los soldados, y temblé ya que un

sentimiento enfermo avanzó lentamente sobre mí. Un sentimiento parecido

a impotencia y pánico. Chupé en un suspiro profundo para calmarme.

Gabe abrochó y desabrochó sus manos.

»No dejaría a ese bastardo casarse con mi hermana para solidificar su

posición. Era un monstruo. Así pues, cuando los revolucionarios se

acercaron a mí…

—¿La Espina? —pregunté. Mi piel zumbó.

Sacudió su cabeza.

—No lo sé. Me enteré de un miembro del Senado viejo, que ya se

había convertido en una farsa. No era el instigador, simplemente un

mensajero. Estuve de acuerdo en ayudar. Estuve de acuerdo en participar. Y

cuando los soldados vinieron por mí... —se detuvo y miró a lo lejos un

momento—. Ellos sabían lo que habíamos estado planeando. Sabían de mí.

Alguien les dijo. Alguien de mi confianza.

La palabra «¿Quién?» quemó en mis labios, pero no hablé.

—Así que no podía decirle —dijo—. Sus ojos finalmente arrastraron

hasta encontrarse con los míos, y yo leí el dolor y la confusión allí—. No

podía decirle a nadie. Me habían traicionado. No tenía ni uno solo que era

seguro.

—Entiendo —dije, y esta vez lo hice realmente.

Reanudamos caminando en silencio.

—Y ahora mi hermano, Korr, trabaja con el enemigo —escupió

Gabe—. Según lo que me dijiste. No me sorprende. Siempre fue un

simpatizante. Incluso cuando éramos niños, no podían confiar en él para

nada. Y cuando el dictador subió al poder, Korr fue el primero a lamer sus

botas en la sumisión.

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Pensé en el moreno Korr, que sonríe con satisfacción, y sumisión no

era una palabra que vino a la mente. En su lugar, vi a alguien dispuesto a

hacer lo que tenía que hacer para conseguir lo que quería. Tal vez eso era

aún más peligroso. El camino torció repentinamente y reveló un edificio

largo, bajo recostado entre los árboles.

Más allá se extendía un claro circular de hierba y piedras. Las paredes

grises y el oscuro techo del edificio mezclan con las sombras y las luces

bajas que encendió brillaban como estrellas diminutas. Todo pareció

diseñado para mezclarse y desaparecer.

—El Centro de Seguridad —dijo Gabe con una mueca—. Hay algo

sobre este lugar…

Asentí con la cabeza lentamente. Alguna cualidad indescriptible que

apestaba a presentimiento se aferró al edificio. Tal vez la forma en que los

árboles se estiraron todo como las garras, o la falta de ventanas o puertas

visibles.

—Jake pasa la mayor parte de su tiempo aquí. Él cuida de todos

nosotros, se asegura de que no pueda ser detectado si alguien se equivoca o

comete un error. Ha hecho mucho por nosotros. Le ha sido asignado un

trabajo aquí, también, por tanto te puede vigilar.

No había ninguna puerta. Contemplé la pared en la confusión ya que

Gabe anduvo hasta ella.

La tierra se abrió bajo sus pies, y mi corazón se sacudió.

—¡Gabe…!

—Está bien —dijo, dirigiéndome una sonrisa lacónica—. Solo

sígueme. Es la forma en que entraremos. —Se detuvo—. Y recuerda, soy

Garrett aquí.

Me acerqué al agujero cuidadosamente. Bordes afilados

desaparecieron en un pozo de oscuridad. Vi que Gabe estaba parado sobre

una pequeña plataforma. Salté sobre ella, mis piernas temblando, y luego

nos dejó caer en la oscuridad.

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Traducido por Escorpio

Corregido por Iska

Bajamos con un zumbido atronador y una ráfaga de aire. Mi

estómago dio vueltas y cerré los ojos con fuerza. Gabe estaba apretando mis

manos y una luz me cegaba. Levanté la barbilla, rocé con los dedos la parte

delantera de mi ropa donde sentía picazón y fingí que no estaba

aterrorizada mientras lo seguía por un pasillo estrecho de piedra. El techo

sobre nuestras cabezas se había cerrado, tapando el bosque y el cielo lleno de

estrellas.

Ahora estábamos bajo tierra.

El sonido de nuestros movimientos hacía eco a través del conducto.

Luces bailaban sobre una cuerda proyectando sombras, y me di cuenta de

que eran linternas. El pasillo olía a metal y a suciedad. Mi pulso se aceleró

cuando doblamos una esquina y escuché el grito silencioso de la

maquinaria, como el susurro de una pesadilla. El chirrido metálico casi

sonaba como el chillido de un Observador, y un escalofrío recorrió mi

espalda.

Doblamos otra esquina. Una serie de puertas conducían a la derecha y

a la izquierda de la sala, y dentro de las habitaciones, más allá, estaban los

empleados inclinados sobre cajas con luces parpadeantes o hablando en voz

baja. Un hombre levantó la cabeza cuando vio que nos acercábamos, y lo

reconocí como el hombre llamado Jake. Murmuró algo que no pude

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escuchar a la persona a su lado, y después se movió rápidamente para

saludarnos en el pasillo.

—Ah, la nueva chica de la limpieza —dijo lo suficientemente alto

para que cualquier persona curiosa lo oyera y quedara satisfecha. Su mirada

se desvió hacia mí con curiosidad, y tuve la impresión de que no se perdía

ni un solo detalle cuando miraba algo. Me sentí desnuda.

—Garret, ¿no es así? —preguntó Jake, como si apenas nos estuviera

conociendo—. Y tú eres Lila, ¿no?

Asentí. Mi nuevo nombre sonaba tan extraño.

—Ven —dijo, echando una mirada por encima de su hombro a la

habitación detrás de él—. Te voy a mostrar dónde está el depósito de

suministros.

Caminamos por el pasillo y bajamos unas escaleras. Las luces

parpadeaban sobre nuestras cabezas y hacían que nuestras sombras saltaran.

Cuando llegamos al final de las escaleras, Jake abrió una puerta y nos llevó

por otro pasillo. Una puerta de acero macizo con el contorno rojo estaba al

final de este. Un letrero sobre la puerta decía «PRECAUCIÓN: SOLO

PERSONAL AUTORIZADO» en letras gruesas. Jake revisó un

dispositivo en su muñeca y después nos llevó a la puerta. Se abrió con un

siseo cuando puso una mano en el costado, y entramos detrás de él a una

habitación oscura. Escuché los ecos reverberando a través del aire y olí el

polvo, el débil aroma del aceite y el cuero. No pude ver nada más allá de las

caras de mis compañeros y de un trozo de suelo de piedra que desapareció

en la oscuridad, la cual se cernía sobre y alrededor de nosotros. Pero allí

donde estábamos era cavernoso.

—Aquí podemos hablar de forma segura —dijo, frotándose con la

mano la cara. Luego la dejó caer y me miró—. Garret dijo que tenías algo

importante que decirme —dijo—. Un mensaje.

—Sí —dije, humedeciendo mis labios con la lengua—. De Atticus.

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Jake no cambió de expresión al escuchar el nombre, pero sus hombros

se tensaron un poco y cambió de posición.

—Adelante.

Tomé una respiración profunda.

—Primero, ¿tu lugar de origen?

Su expresión nunca vaciló.

—Originariamente, soy de Eos.

Entonces era Jacob. El alivio fluyó por mis venas. Metí la mano en

mi bolsillo y saqué el sobre. Se lo di.

—Traje el DLP —susurré—. Y esta carta. Es una lista de nombres…

—¿DLP? —Su frente se arrugó mientras aceptaba el sobre y le dio

vueltas en sus manos.

—Dispositivo de Locomoción Portátil… es un medio para volver a casa.

—¿Regresar a casa? —Su boca se abrió. Me miró y luego miró a Gabe

como para confirmarlo.

—A nuestro tiempo —dijo Gabe.

—Estás bromeando. Eso es imposible. La puerta todavía no posee la

capacidad de devolvernos a nuestro tiempo; aún no se ha inventado…

—Por eso traje el DLP —interrumpí—. Es del futuro, así que tiene la

capacidad. Trabajará cuando la otra puerta no lo haga. Llevará a los que

tienen que regresar de vuelta a nuestro tiempo.

—Y, ¿estás segura de que es posible? —Se rió con incredulidad, pero

vi la forma en que sus ojos se estrecharon y su boca se apretó. Ahora estaba

pensándolo. Las posibilidades. La realidad. Qué significaría para él, para los

Fugitivos.

—Es posible —le aseguré.

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Él vaciló, recordando un detalle. Sus ojos se estrecharon casi

imperceptiblemente mientras me enfrentaba.

—¿Dijiste “los que tienen que regresar”?

Me lamí los labios.

—Ese es mi mensaje. Eso es lo que Atticus me indicó que dijera… lo

que vine a entregarte.

Tomó el sobre que le había dado y lo abrió. Echó un vistazo a la lista.

—Atticus dice que solo esos regresaran, y tú debes asegurarte de que

así sea.

Pude ver que Jacob estaba dándole vueltas a las cosas en su cabeza… a

quién tendría que dejar atrás. Un músculo en su mandíbula tembló.

Después, cerró los ojos y asintió con la cabeza.

—Ya veo. Sí, por supuesto.

A mi lado, Gabe estaba rígido e ilegible, pero me di cuenta de que

tampoco le gustaba aquello. Me sentí miserable.

—Dime qué más tengo que hacer—dijo Jacob.

—Tenemos que esperar hasta que sea el momento adecuado para

hacerlo… —expliqué—. Dos semanas. Después, vamos a ser capaces de

saltar de vuelta.

—¿Alguien más sabe de esto?

—Nadie —dije—. Excepto yo y Garret. —Miré a Gabe y después a lo

lejos—. Se puede confiar en él.

Jacob asintió.

—¿Dónde está el DLP? —preguntó.

—Seguro —dije la palabra con firmeza, para señalar que aún no estaba

lista para entregárselo.

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Él pareció aceptar la respuesta y entendió que no iba a dárselo…

todavía no.

—Bien. Manténganse alejados de los problemas y traten de evitar

llamar demasiado la atención. Voy a mantener un ojo en ustedes y a hablar

con los demás.

Un ruido más allá del pasillo nos sobresaltó a todos. Jacob dio un paso

atrás, poniendo un poco de distancia entre nosotros, y levantó un poco la

voz.

—Esta habitación está fuera de los límites durante la noche y turnos

de la mañana, ¿entienden? Es muy importante.

—Lo entiendo, señor —le dije igual de alto.

Un hombre asomó la cabeza y nos vio.

—Jake —le dijo a Jacob—. Te necesitamos arriba. Hay una situación.

—Su mirada se desvió hacia mí ausentemente. A mi lado, Gabe alargó la

mano y me tocó el brazo. Fue un movimiento inconsciente, pero era

protector. Un curioso cosquilleo se disparó a través de mí, y le miré

fijamente. Pero él no estaba mirándome.

—Tendrás acceso al Centro de Seguridad de ahora en adelante —me

dijo Jacob después de que el hombre de cabello oscuro se hubiera

desvanecido—. Así podré mantener un ojo en ti y tú podrás pasarme

cualquier información adicional que necesite. Tu permiso de seguridad ha

aumentado para permitirlo; lo comprobé antes. Pero no podemos parecer

demasiado cercanos, ser amigos. No podemos hacer que nadie nos vincule.

Así que no voy a hablar contigo a menos que sea necesario.

—Entendido —dije.

—Bien. Ahora, debo irme. —Nos acompañó hasta la puerta, y esta

chirrió al cerrarla detrás de nosotros. El cierre inmediato de la extraña

habitación cavernosa oscura y con polvo a la vista nos dejó solos en el

pasillo una vez más. Se alejó, dejándonos a Gabe y a mí solos.

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De repente, mi boca estaba seca de palabras y no podía mirarlo a los

ojos. El recuerdo de la manera en que me había tocado antes quedó como el

regusto ligeramente amargo del azúcar. Me crucé de brazos y mis

emociones se unieron en un centro de concentración y calma. Tenía cosas

más importantes que hacer que preocuparme por lo que sentía por este

chico.

—Vamos —dijo—. Te mostraré el depósito de suministros.

Salimos del Centro de Seguridad bajo el silencio de la oscuridad. La

luna se había movido más alto en el cielo, la luz plateada pintando un

sendero del color del hielo, por lo que parecía un río congelado tejido a

través de la selva. Gabe y yo seguimos en silencio, caminado el uno al lado

del otro y respirando el mismo aire mientras cada uno estaba inmerso en

sus propios pensamientos. Yo era muy consciente de su hombro, su brazo,

sus manos colgando a pocos centímetros de las mías. No me miraba y yo no

lo miré, y maldije el efecto que tenía en mí. Pero tampoco podía negar la

verdad.

Cuando llegamos a la cima de la colina que daba al pueblo de los

trabajadores que algún día sería Iceliss, mi pueblo, él por fin habló.

—Lo siento, no podía confiar en ti antes con mi secreto —dijo—. Pero

espero que puedas confiar en mí.

Me di la vuelta para mirarlo. Mi respiración se quedó atrapada en mis

pulmones y mis palmas hormiguearon.

—Aquí hay peligros —dijo Gabe—. Has caminado hacia algo

enredado.

—¿Peligros?

—No sé en quién confiar —dijo—. Creo que confío en Jake y en

algunos otros pero… hay mucha gente que quiere muchas cosas, Lia. Sé

cuidadosa. El dispositivo que has traído… mucha gente querrá poner sus

manos en él. Mantenlo a salvo.

—Lo haré —dije.

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Por fin levantó los ojos hasta los míos. Sentí el flechazo a través de

mí, desde mi estómago hasta los pies, y me estremecí. Levantó una mano y

rozó mi mejilla. Era una caricia tan ligera que se sentía casi como el viento.

Suspiré. Dejó caer la mano y se dirigió hacia las habitaciones de los

hombres.

Continué sola, moviéndome a través de la cálida oscuridad iluminada

por las estrellas, escuchando el susurro del viento entre los árboles detrás de

mí y oliendo el aroma de la tierra, las setas y las flores calentadas por el sol

en el enfriamiento de la noche. Un remolino de emociones quemaba a fuego

lento en mi pecho. Confusión, inquietud, aprensión… anticipación. Todavía

podía sentir el lugar en la mejilla donde Gabe me había tocado. Me recordó

a Adam y a un toque similar en mi rostro, y hubo una vibración de algo en

mi corazón… el primo del dolor, tal vez, pero no el dolor mismo.

Me detuve antes de llegar a los barracones. Necesitaba pensar.

Necesitaba un plan antes de encarar a alguien más, antes de que entrara en

ese extraño lugar, frío e iluminado con brillantez. Intenté excluir los

pensamientos de mi familia y convencer a mi cuerpo de dormir. Encontré

una roca cubierta de musgo en el borde del edificio que daba al bosque y me

senté en ella, y acerqué mis rodillas hasta la barbilla.

Gabe y Jacob, ambos me advirtieron del peligro, de las personas en

quien no se podía confiar, pero ninguno de ellos había aludido qué personas

podrían ser. Podía sentir los hilos de la sospecha correr por todo el

compuesto, apretándome como una red invisible. Mi mente corrió a través

de las únicas personas que había conocido. ¿Claire? ¿Juniper? Gabe, por lo

menos, parecía sospechar que podría haber problemas.

Tenía que ser muy cautelosa.

La fatiga tiraba de mis párpados, hacía que mis brazos y mis piernas

se sintieran pesados como piedras. Estaba a punto de caer dormida en la

roca, así que me dirigía hacia la puerta cuando un sonido débil se coló en

mis oídos.

Un chillido, como cuchillos contra la piedra.

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Me quedé helada.

En el borde de la línea de los árboles, un destello de movimiento tan

tenue como el aleteo de una pestaña me llamó la atención. Me mantuve

inmóvil, sin respirar, sin mover un dedo de la roca. Me tensé en la

oscuridad, buscando en cada sombra mientras mi corazón se desplomaba.

Mi pulso latía a un ritmo desesperado en mi cabeza.

Nada.

Suspiré y perdí el interés. Me empujé lejos de la roca.

Y entonces…

El sonido se repitió, un chillido que hizo que cada pelo de mi cuerpo

se levantara.

El sonido de un Observador. Lo reconocería en cualquier lugar. Me

había pasado la vida tensándome por cualquier indicio de aquel sonido. Y

estaba atrapada como un conejo, incapaz de moverme o de incluso pensar.

La noche era cálida y mi miedo era un manto a mi alrededor. Esperé.

El silencio se filtró de nuevo en el mundo mientras los latidos de mi

corazón se desaceleraban. Nada se movía en los árboles. Estaba alucinando,

exhausta. Estaba escuchando cosas. Las dificultades del día habían

confundido mi mente.

Me giré y entré a mi habitación. Puse mis pensamientos del

Observador fantasma, Adam Brewer y Ann en Astralux fuera de mi cabeza,

con mi fuerza de voluntad de hierro forjado y, milagrosamente, me quedé

dormida tan pronto como mi cuello se relajó contra la almohada y cerré los

ojos.

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Traducido por QueenDelC & Kensha

Corregido por Iska

Pasé los siguientes siete días tratando de navegar con suavidad por el

desconcertante mundo en el que había sido lanzada. Regresé diariamente a

trabajar a Echlos —o a El Laboratorio, como todos en este tiempo llamaban a

los blancos edificios que alojaba al Portal— y limpié más suelos brillantes

hasta que brillaron como el cristal bajo mis botas. Trabajadores en batas

blancas flotaban a mi alrededor, sus rostros sombríos y sus bocas

murmurando entre ellos con cuchicheos, pero por mis vestiduras de color

oliva y el trapo en mi mano que me marcaban como una empleada de

limpieza nadie miraba en mi dirección. Disfruté de la invisibilidad porque

hacía que mi trabajo fuera cien veces más sencillo.

Mantuve mis ojos abiertos, absorbiendo todo lo que podía de este

fascinante lugar mientras trabajaba. Ya había descubierto muchas cosas por

mí misma, como el hecho de que aquí no había caballos, al menos no en este

lugar. Todos los vehículos se movían por sí solos por una misteriosa energía

parecida a las naves y trenes en Aeralis, aunque estos vehículos de la Era

Antigua se movían aún más rápido y más en silencio que cualquier vehículo

Aeraliano.

También había descubierto que este lugar estaba completamente

aislado: el Recinto, como lo llamaban, estaba alejado de las ciudades del sur.

Las únicas personas que vivían en el pueblo eran trabajadores de El

Laboratorio o del Centro de Seguridad u otros lugares conectados al Recinto.

Estábamos aislados, remotos, igual que en mis tiempos.

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Viajeros atravesaban las puertas por tiempos, aunque algunas

personas parecían querer quedarse aquí y otros se quedaban más tiempo.

Las únicas llegadas que vi eran de hombres y mujeres en uniformes

de color rojo oscuro adornados con negro, personas con cabello oscuro y

rostros solemnes sin sonrisas, bocas inamovibles. Caminaron por los

pasillos con pasos enérgicos, sin detenerse a hacerme espacio a mí o a

cualquier otra persona. Se movían con la autoridad propia de las personas

acostumbradas a un alojamiento silencioso, y los empleados de la limpieza

y otros trabajadores se alejaban de ellos como ratones. Noté que solo las

personas en bata blanca no se intimidaban cuando se acercaban. Los

uniformados con rojo y negro parecían irritados por ello.

Los empleados de la limpieza no decían nada y solo susurraban entre

ellos con suavidad mientras trabajaban, pero otros trabajadores no se

callaban tanto. Las personas con los abrigos blancos eran los que construían

las puertas, aprendí pronto, y eran los que mantenían la que estaba aquí.

Eran científicos, inventores, genios traídos de todas partes del mundo para

trabajar aquí, en este apartado lugar. También trabajaban en otros inventos,

artefactos para la comodidad y la salud. Las personas en uniformes rojos

estaban aquí por las invenciones en salud. Había murmullos sobre «La

Enfermedad», miradas furtivas entre los trabajadores y palabras susurradas.

Me preguntaba qué estaba sucediendo. ¿Qué era esta Enfermedad?

Nadie hablaba sobre eso. No en detalle suficiente como para que me dieran

suficientes pistas.

Casi a cada minuto del día, cuando no me estaba preocupando por la

misión, mis pensamientos regresaban a Ivy y a Jonn en la granja. La

ansiedad me quemaba como una cama de carbón ardiente en mi pecho,

dejándome sin aliento y agitada, y Adam y Ann nunca estuvieron tan lejos

en mi espiral de pensamientos. Pero reflexionar me hizo poco bien, así que

luché contra los pensamientos, haciendo mi mayor esfuerzo para

concentrarme.

Claire trabajó junto a mí a veces, pero nunca hablaba. Vi a Gabe a

través de miradas fugaces. Raramente teníamos tiempo para hablar, pero

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cada vez que nuestras miradas se encontraban, mi estómago se contraía y

las palabras que quería decir llenaban mi boca. El recuerdo de sus dedos

acariciando mi mejilla llenaba mi cabeza, y no sabía lo que quería.

Ahora entendía su actitud tan secreta. No podía culparlo. El dolor se

había desvanecido, dejando a su paso emociones que no podía comprender.

Ahora me sentía mayor. Cansada. Había amado a Gabe como nunca lo hice

con ningún otro chico, pero ahora mi corazón se sentía retorcido, alargado,

como si tiraran de él en direcciones diferentes. Porque ahora, cuando

miraba a Gabe, otra parte de mí susurraba el nombre de Adam. Y, aun así,

aún me preocupaba por Gabe.

No sabía qué pensar.

Varias veces alcancé a ver al Doctor Borde, pero nunca estaba lo

suficientemente cerca como para hablarle. ¿Y cómo se suponía que iba a

hacer un trueque con él para conseguir lo que fuera que Jonn quería que

tomara de él?

Me invadieron las preocupaciones.

Cada noche, trabajaba sola en el Centro de Seguridad limpiando

pasillos. Veía pasar a Jacob pero, siguiendo su promesa, nunca me miraba o

hablaba conmigo. Traté de mezclarme en el fondo, observando y

obteniendo información sobre el mundo. Varias veces pasé por la puerta de

la habitación en la que habíamos hablado, aquella con el enorme letrero que

decía «PRECAUCIÓN» con letras blancas y gruesas. Aunque no limpié

adentro, porque las puertas nunca estaban abiertas y nunca nadie me las

abrió.

En la séptima noche de mi llegada, una sombra cruzó mi camino

mientras hacía la caminata hacia El Laboratorio, y Gabe salió de detrás de

una esquina de un edificio.

Mi piel picaba al saber que estaba allí. No habíamos hablado o pasado

tiempo juntos desde nuestra última conversación en la cima de la colina,

siguiendo nuestra visita juntos para ver a Jacob en el Centro de Seguridad.

Mi mejilla aún ardía con el recuerdo de sus dedos sobre ella. Un suave dolor

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vibraba en mi pecho y susurraba en mi sangre cuando levanté la mirada

para encontrarme con sus ojos.

—Hola —dijo.

—Hola.

—¿Cómo estás? —Las palabras eran suaves, casi gentiles. También

tímidas.

—Tan bien como se podría esperar —dije. Las palabras se sintieron

furtivas, intercambiadas como susurros de amor, pero todo eran negocios.

Estábamos de pie lo suficientemente cerca como para tocarnos. Su mano

casi rozó la mía, y podía sentir la calidez de su hombro cerca de mi pecho.

El aire a nuestro alrededor se sentía lleno de fuego, e internamente me

estaba quemando.

Los ojos de Gabe eran indescifrables. Sus pestañas temblaron cuando

entrecerró los ojos.

—Los Fugitivos se van a reunir de nuevo esta noche.

—¿Soy bienvenida allí? —pregunté en voz baja.

—Claro. Ahora eres uno de nosotros.

Me había sentido un tanto aislada. Claire me evadía. No había visto a

Juniper desde mi llegada. Aún no conocía a la mayoría de los Fugitivos de

vista, pero a los que reconocía parecían indispuestos a conocerme o a formar

cualquier clase de amistad. Me preguntaba si sentían desconfianza para

asociarse conmigo por alguna razón específica o si simplemente eran lentos

a la hora de sentirse en confianza con nuevas personas.

—Acompáñame —dijo Gabe, y era una pregunta a pesar de que

sonaba seguro. Encontré sus ojos y vi un brillo de algo ahí que parecía como

de esperanza. Mi estómago se removió y me encontré asintiendo.

—Te encontraré después de la tercera comida —prometió, y luego se

alejó y me dejó sola ahí de pie.

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No nos habíamos tocado, pero me sentía temblorosa y tibia al mismo

tiempo.

Alcanzamos la habitación del sótano tarde, igual que la vez pasada.

La mayoría de los Fugitivos ya estaban sentados en círculo, hablando en

murmullos con la persona sentada a su lado o mirando a la nada. La

mayoría se veían cansados, algunos descontentos. Me pregunté cómo

reaccionarían todos si levantara mi voz y anunciara que todos regresarían a

casa en una semana. ¿Estarían aliviados? ¿Querrían regresar?

La mayoría eran Aeralianos, supuse. Habían escapado por sus vidas, y

si regresaban conmigo a La Helada serían Fugitivos de nuevo. Pero seguro

que tenían familias, amigos, personas a las que nunca verían de nuevo si se

quedaban aquí.

No sabía qué pensar. El peso de mi secreto tironeaba de mí, y respiré

profundo. Gabe puso una mano en la parte baja de mi espalda para guiarme

hacia un asiento vacío, y vi que Claire notó el gesto desde su lugar casi al

final del grupo. Apartó la mirada cuando me vio mirando, y su largo cabello

acarició sus manos cuando su cabeza giró rápidamente para evitarme.

Me hundí en la silla y miré a mi alrededor.

Una mujer se levantó y habló brevemente sobre los cambios en las

horas de reunión. Algunas personas protestaron, pero la mayoría asintieron

con cansancio. Parecían poco oficiales para hablar; la reunión parecía más

para darse apoyo que para cualquier otra cosa.

Comenzaron a contar sus historias.

Un hombre se puso de pie primero. Movió sus pies con nerviosismo,

sus ojos paseándose alrededor. Una larga cicatriz trazaba un recorrido por

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su mejilla izquierda y terminaba en su cuello. La tocó con sus dedos

mientras hablaba.

—Estaba en el sur de Aeralis —dijo—. Los soldados se llevaron a toda

mi familia cuando no apoyamos el levantamiento del rey. Por lo que sé, aún

están en prisión. Operativos de La Espina me rescataron de un vagón de

prisioneros y me trajeron aquí.

La siguiente persona en ponerse de pie, observé, fue Juniper. Nos

sonrió a todos, pero había dolor detrás de su expresión.

—Apenas recuerdo mi vida antes del salto —dijo—. Estaba lleno de

cicatrices cuando llegué aquí. —Bajó el cuello de su camisa y vi una red de

cicatrices cruzando su pecho—. Pero recuerdo a los soldados golpeándome

con la culata de sus armas. —Se tocó la nuca—. Tenía una cicatriz aquí tan

grande como mi dedo. Fue un milagro que sobreviviera.

Mi estómago dio un vuelco cuando vi sus cicatrices. ¿Alguna de estas

personas querría regresar conmigo?

Una mujer habló después, una historia de niños fallecidos y un

corazón roto.

Claire se levantó después de que la mujer se sentara. Pasó sus dedos

temblorosos por su largo cabello pelirrojo, miró alrededor de la habitación y

se lamió los labios. Luego, sacudió la cabeza y se sentó de nuevo.

—Siempre hace eso —murmuró Gabe en mi dirección. Frunció el

ceño—. Nunca ha contado su historia.

Una mano tocó mi hombro. Levanté la vista y vi a Jacob. Hizo un

gesto para que lo siguiera, y dejé a Gabe y salí con él al pasillo.

—Queda una semana —dijo tan pronto como nos quedamos solos—.

¿Estás segura de que el dispositivo es seguro?

—Es seguro —dije—. ¿Has hecho todos los arreglos para los que

regresarán con nosotros?

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—Estoy trabando en ello —dijo—. Te contactaré un día antes para que

podamos conocer y hacer los preparativos finales. Hasta entonces, continúa

como has estado haciendo. Evita llamar demasiado la atención y mantenlo

en secreto.

—Lo haré.

Jacob comenzó a decir algo más y se detuvo. Frunció el ceño, sacudió

la cabeza y se dirigió hacia la sala con los demás. Se detuvo.

—¿Qué pasa si perdemos el salto la próxima semana? —preguntó

suavemente—. Entonces, ¿qué?

—Iremos la próxima vez —dije—. Y no lo vamos a perder.

Asintió con la cabeza y caminó a través de la puerta. Me quedé sola

en el pasillo, mirando hacia atrás.

La puerta detrás de mí se abrió y se cerró. Me volteé un poco, solo

para saber quién se me había unido. Era Gabe.

—Jake parecía disgustado —observó a mi lado, metiendo sus manos

en los bolsillos de su traje.

Me encogí por no saber qué pasaba por la cabeza del líder y porque no

quería hablar de eso por el momento. La cercanía de Gabe hacía que me

fuera difícil pensar en Jacob, pero luché para mantener mi mente en la

labor.

—Nos queda solo una semana —dije—. Creo que está siendo la

presión de las… restricciones.

—¿Quieres decir de aquellos que debemos traer de regreso?

Jugueteé con los bordes de uno de los bolsillos del traje. Ninguno de

los dos parecía querer discutir, así que no lo hicimos.

—¿Cómo está tu familia? —preguntó Gabe—. ¿Jonn… Ivy…?

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—La salud de Jonn está mejor. Él es casi feliz. E Ivy está creciendo

como su tocaya2. —Hablar de ellos me dejó con un sabor dulce en mi lengua

que me supo amargo después de que las palabras se desvanecieran. Aspiré

una bocanada de aire profunda y parpadeé—. Espero que estén bien.

—Estoy seguro de que lo están. Son fuertes —dijo—. Como tú.

Nuestras miradas se conectaron. La mía se apartó lejos, pero la suya

era confiada y segura. Tomó un paso más cerca de mí.

Mis latidos se descontrolaron. Me sentía como un potro asustadizo,

listo para escapar.

—Te he extrañado —dijo silenciosamente. Fue una confesión. Bajó la

cabeza y luego la levantó otra vez, mirándome como si buscara signos de

condena, como si los esperara—. Te he extrañado tanto.

No me atreví a hablar. Si decía una sola palabra, podría hacer añicos

este momento. Mantuve mi boca cerrada y los ojos fijos en él.

»Cada día desde que me fui he pensado en ti. Todas las noches he

soñado en ti. Y sé que no habíamos hecho ninguna promesa. Sé que no nos

hemos hablado el uno al otro, pero nunca he sentido por nadie lo que siento

por ti —dijo. La admisión salió de él, dolorosamente, casi de forma

quebrada—. Admiro tu fuerza, tu intensidad, tu inteligencia. Eres la

persona más valiente que conozco.

—Gabe…

—Sé que tú has seguido adelante —interrumpió, precipitado—. Sé que

me fui durante meses. Y, como dije antes, no hicimos ninguna promesa. Y

no fui sincero. Y…

—Te he extrañado, también. —Las palabras fueron arrancadas de mi

garganta. No había tenido intención de decirlas, pero salieron de todos

modos—. He intentado no pensar en ti, pero yo… 2 Tocaya: En este caso, se trata de un juego de palabras, que al traducirse pierde sentido, ya que Ivy significa hiedra. Así que dice que Ivy está creciendo como una mala hierba, grande.

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—Lia... —Cerró la distancia entre nosotros con un solo paso. Sus

manos encontraron mi cuello, sus dedos mi pelo, y entonces él me estaba

besando. Envolví mis brazos alrededor de su cintura, exhalando contra sus

labios. Estaba perdida y encontrada al mismo tiempo, y él era mi única

ancla.

El beso duró segundos o días, no podía decirlo. En todo lo que podía

pensar era en la sensación y en el sabor de él y en la manera en que podía

sentir su corazón latiendo en sus manos y a través de su pecho. Cuando nos

separamos, enterró su cara contra mi hombro.

Nos quedamos así por un largo rato, bebiendo del calor del otro,

saboreando la cercanía preciosa de otro ser humano. Me estaba ahogando en

la sensación. Había pasado tanto tiempo desde que alguien me había

tomado entre sus brazos y susurrado su cuidado y preocupación por mí. Mi

corazón se sentía frágil y pleno, dolido por la fiebre repentina de

sentimientos.

La puerta se abrió de golpe detrás de nosotros y saltamos,

apartándonos. Algunos de los Fugitivos salían. La reunión se había

terminado. Gabe y yo intercambiamos una mirada y, sin hablar, nos

deslizamos entre ellos y salimos hacia la noche.

Caminamos en un silencio cálido de regreso a los trabajadores.

Mientras que los silencios anteriores entre nosotros habían sido como

paredes, dejando fuera los sentimientos, esto fue como una manta que nos

envolvió cerca y nos hizo estar seguros. Cada vez que su mano rozó la mía,

sentí una explosión de espinas contra mi piel. Mi mente seguía estando en

medio de una lucha, y todo mi cuerpo me había traicionado haciéndome

sentir mareada y débil.

—Tenemos que hablar más sobre esto —dije finalmente, en otra

ráfaga de palabras que no tenía previstas decir, brincando de mis labios

cuando llegamos a la puerta de los Cuarteles—. No puedo… no quiero… no

sé lo que siento. Ya no.

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—No tenemos que decir nada ahora —dijo, y sus ojos eran luminosos

en la noche—. Que sea como tenga que ser, Lia.

Antes de irse, volvió a tocar mi cara y dijo mi nombre. Me estremecí.

No podía hablar. Lo vi alejarse hasta que se fue y todo lo que quedaba era la

oscuridad de la calle y el ruido del viento en los arboles detrás de mí.

Cuando intenté de dormir esa noche, no pude.

El trapeador en mis manos rechinaba mientras se deslizaba por el

suelo de baldosas, y ese sonido constante me había arrullado en un estado

de tranquilidad nerviosa mientras trabajaba en El Laboratorio a la mañana

siguiente. Exteriormente, trabajé uniformemente y sin expresión.

Interiormente, un revoltijo de cosas luchaba por conseguir mi

atención. El pensamiento de los días que quedaban hasta que la misión

estuviera completada hacía tic-tac en mi mente como un reloj demasiado

ruidoso en medio del silencio. Ann y Adam eran un dolor en mi pecho

cuando sus rostros cruzaban mi mente. Jonn e Ivy eran un miedo que

presionaba contra mí como la hoja de un cuchillo cuando pensaba en su

seguridad. Y el beso…

El beso fue un revuelo de esperanza, un golpe de calor y un chorrito

de tímido anhelo. Cada vez que recordaba el momento que había pasado en

los brazos de Gabe, me sentí caliente y fría por todas partes. Una parte de

mí quería sonreír como una tonta, y la otra parte quería escapar por un

impulso tonto. «No significas nada para él», me susurró mi mente. «Está solo.

Simplemente quiere comodidad. Te mintió».

Pero cuando me acordé de la mirada en sus ojos y de la dulzura de sus

manos, esas palabras fueron las que sentía como una mentira.

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Hubo un sonido de pasos recortados contra las baldosas.

Automáticamente, empujé fuera del camino el cubo con el pie y presioné la

espalda contra la pared para que pasara al comedor la persona que se

aproximaba. Pero, en cambio, los pasos desaceleraron.

—Lila, ¿verdad?

Levanté la cabeza y dejé que mi mirada se deslizara por la figura de la

persona que había delante de mí. Vi una túnica blanca, una boca arrugada y

un par astutos ojos azules. El doctor Borde.

Mi corazón saltó.

—Sí —dije, siendo la palabra una admisión tranquila en la quietud del

pasillo. Eché un vistazo a mi alrededor. Estábamos solos. Ningún

dependiente de papelería, científico u otro fregador eran visibles en los

pasillos. Ningún otro sonido flotaba hacia abajo por los canales para

satisfacer a mi oído.

—Soy el Doctor Meridus Borde —dijo el doctor, acompañando sus

palabras con un gesto nervioso de sus manos. Él me miró la cara

cuidadosamente, como si buscara signos de reconocimiento cuando

pronunció las palabras. Le miré de nuevo de manera uniforme. Estaba

asustada, pero no le dejaría ver eso. Había mirado a los Observadores a la

cara. Había visto hombres morir delante de mí. No me inmutaría ante este

científico de bata blanca.

—Eso he escuchado —dije.

La uniformidad con la que hablé pareció hacerle concentrarse más.

Frotó su barbilla con sus dedos. Juntó sus cejas.

—Necesitamos hablar.

Mi pulso se aceleró por mi oportunidad, pero me negué a ser

demasiado ansiosa. Él se me había acercado. ¿Qué quería? ¿Qué sabía?

Mantuve mi expresión neutral y levanté una ceja como si fuera a decir:

«¿No es eso lo que estamos haciendo?».

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Borde rió nerviosamente y sacudió su cabeza.

—En privado. Aquí no. No es… seguro.

—¿Seguro? —Mi voz era calmada, casi perpleja, como si no pudiera

entender cómo podría ser peligroso. Pero mi corazón comenzó a latir a un

ritmo más rápido contra mis costillas, y sudor estalló a través de mi

espalda.

—Entiendo que tienes autorización para estar en el Centro de

Seguridad —dijo—. Hay otro edificio no muy lejos de ese. Si sigues el

camino pasando el campo y a través de otro tramo de bosque, lo

encontrarás. Es mi laboratorio personal, mi lugar de estudio privado. Si me

encuentras ahí esta noche después de tu turno… —se detuvo—. Hay cosas

que tenemos que discutir.

—¿Por qué voy a encontrarme con usted en algún lugar, sola, sin

tener ni idea de lo que quiere? —dije. Mis palmas estaban casi demasiado

resbaladizas como para sostener el trapeador—. Podría tener intenciones

inapropiadas. Podría tener intenciones ocultas. No le conozco. No tengo

ninguna razón para confiar en usted o para vernos en ningún lugar solitario.

Hizo un sonido a medio camino entre la risa y la tos.

—Eso es muy sabio de ti, chica, pero no tengo intenciones de esa

naturaleza. Por favor. Esto es un asunto muy delicado.

—Deme pistas de lo que quiere, entonces —dije.

Sus ojos se redujeron ligeramente con decisión repentina. Se inclinó

cerca, tan cerca que podía oler el aroma de jabón en sus mejillas y el de

menta en su aliento.

—Tal vez ya conoces esta frase —dijo, y las siguientes palabras

convirtieron mi sangre en hielo—. ¿Qué secreto tejido te mantendrá caliente?

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Traducido por Angie_kjn (SOS) & Rockwood

Corregido por KatieGee

Las paredes, el suelo, todo se desvaneció. No podía hablar, no podía

moverme, no podía respirar. El latido de mi corazón, el silbido de mi

respiración, cada detalle se cristalizó mientras miraba fijamente en shock.

¿Qué tejido secreto te mantendrá caliente? Fue el acertijo de mi padre. El

que nos contó a mí y mis hermanos cuando éramos niños, y el acertijo que

había sido en última instancia la clave para encontrar la ubicación secreta

del DLP. ¿Cómo es que este científico de cientos de años antes de la existencia de

mi familia sabía nuestro acertijo? ¿Nuestro acertijo especifico que hacía referencia

al edredón de mi madre, algo que no sería cosido sino dentro de muchos siglos?

Algo que no podría existir como una idea, porque La Helada

representada ahí aún no existía. Nuestra granja aún no existía. ¿Cómo era

esto posible?

Meridus Borde retrocedió. Sus labios se torcieron en una sonrisa

torcida mientras él observaba la sorpresa en mi rosto.

—Deduciré de tu expresión que tú conoces esta frase.

No podía hablar.

—Te veré esta noche —dijo él—. No le digas a nadie.

Y luego, se había ido, dejándome tambaleándome a raíz de sus

palabras.

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Esa noche me deslicé a través del bosque para encontrarme con él,

moviéndome a través de las sombras al sonido de mi propio pulso en mis

oídos.

Estaba sola.

No le había dicho a nadie acerca de lo que me dijo el Doctor Borde.

No había visto a Gabe, y por supuesto, no confiaba en Claire o ninguno de

los otros. Incluso Jacob había desaparecido cuando realicé mis tareas

nocturnas en el Centro de Seguridad. Los pasillos habían estado casi vacíos, y

mientras trabajaba y rápidamente entre en pánico, escuchaba solo el callado

murmuro de algunos trabajadores en sus puestos mientras hablaban entre

ellos.

Me moví entra la oscuridad mientras seguía el camino que Borde

había descrito. Alrededor mío, los arboles acercaban sus miembros como

dedos rosándose. El mundo lucía tan extraño sin su manta de blanco

brillante, incluso después de haberlo visto una semana así. El aire era muy

caliente, muy cerrado, muy asfixiante. El sudor resplandecía en mi frente y

palpitaba en mi cuello.

Solo había caminado por unos minutos cuando vi las luces en la

distancia. Rodeé una curva en el camino y ahí estaba, un cuadrado, edificio

redondeado acurrucado contra una colina y sombreado por árboles. Solo

una luz brillaba por las ventanas.

Tomé una respiración profunda y la dejé salir mientras me acerco a la

puerta. Levanté mi mano para golpear, pero se abrió antes de que pudiera, y

una figura salió.

El Doctor Borde.

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Entrecerré los ojos contra el resplandor de la luz mientras mi corazón

se retorció con aprensión repentina.

Y, ¿si esto se trataba de algún tipo de trampa?

Me señaló que entrara.

—Te escuché acercándote porque tengo sensores a lo largo del

camino. Nadie puede colarse aquí —explico él, con un toque de orgullo en

su voz.

Apenas lo escuché, porque estaba observando la habitación en la que

habíamos entrado. Era sorprendentemente acogedora, a diferencia de casi

cualquier otro edificio en el compuesto. Las paredes estaban pintadas de

marrón y cubiertas con estanterías que sostenían cajas y libros en

montones. Mesas alineaban la habitación, similarmente amontonados

objetos que no podía identificar a simple vista. Un laboratorio.

—¿Puedo ofrecerte algo? —preguntó Borde—. ¿Una bebida, algo para

comer?

Mis labios estaban secos, mis manos húmedas. Pasé mis dedos

nerviosamente por el frente de mi vestido, y luego me di cuenta que estaba

mostrando aprensión. Crucé mis brazos para mantenerme de traicionarme

más. Quería lucir fuerte, estoica. Quería que él pensara que no sentía

miedo.

—¿Por qué no nos saltamos las cortesías y vamos directo a por qué

estoy aquí?

Él señaló a una silla, pero estaba demasiado nerviosa y ansiosa para

sentarme, así que me paré detrás. Él se sentó en la opuesta, estudiando mi

rostro con una expresión que lucía casi como veneración.

—No sé quién eres —dijo finalmente—. Pero he estado esperando por

ti.

—¿Qué quieres decir con esperando por mí?

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—¿Cuánto llevas trabajando aquí? —preguntó en vez de explicar.

—Una semana.

—Entonces, debes haber escuchado de las cosas que estamos luchando

por descifrar ahora. La Enfermedad.

Aprehensión picaba en mi espalda. Observé su rostro

cuidadosamente, buscando pistas de a qué se refería, de lo que quería de mí.

¿Estaba tratando de engañarme, dirigirme a cometer un error? ¿Estaba tratando de

que revelara alguna pista vital, alguna pieza de información? ¿Qué quería de mí?

Necesitaba proceder cuidadosamente. Y tan pronto como vea una

oportunidad de girar la situación a mi conveniencia. Necesitaba tomarla.

—No sé mucho acerca de la Enfermedad —dije finalmente—. Solo he

escuchado algunas historias.

—Solo la he visto manifestarse una o dos veces —admitió—. Estamos

aislados de ella, y estamos a salvo, mayormente. Pero la Enfermedad…

cambia a la gente.

Esperé que continuara, pero no lo hizo.

Borde estudió mi rostro de nuevo.

—Es increíble —murmuró, casi involuntariamente.

—¿Qué es increíble? —pregunté.

Él regresó a sí mismo y sacudió su cabeza.

—Nada. Divago algunas veces. Es una de mis más entrañables

cualidades.

Me dirigió una sonrisa descarada, pero no me hizo gracia. Esperó un

segundo y luego suspiró.

—Tengo una pregunta que hacerte, pero no puedo. No todavía. No

estoy seguro que pueda confiar en ti.

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Y yo tampoco estoy segura que pueda confiar en ti, pero no lo dije en voz

alta. Simplemente esperé que él continuara mientras mi corazón martilló

con anticipación de lo que él podría revelar. ¿Qué podría posiblemente él querer

de mí? ¿Por qué necesitaba confiar en mí? ¿Qué pregunta tenía?

—¿Tienes alguna pregunta para mí? —preguntó Borde después de una

larga pausa en la cual simplemente nos miramos, silenciosamente

retándonos el uno al otro para revelar su mano primero—. Te he invitado

aquí en la mitad de la noche, bajo absoluto secreto, y ahora no puedo ni

siquiera decir algo. Seguramente estás confundida.

Mi labio se curvó ligeramente. Así que ese era su juego. ¿Poner la

carga sobre mí para conversar y ver lo que revelé? Inteligente, inteligente. No

caería en esa trampa.

—Además estás solo —dije—. Y estás avergonzado de admitirlo.

—Ah —dijo—. Una teoría sólida, tal vez. Pero te estás olvidando de

nuestra conversación más temprano. Sugeriría que sabes algo más. Que

ambos lo hacemos.

El acertijo. Mi corazón se hundió. Él conocía el acertijo. ¿Cómo podría

él conocer el acertijo? Y él había visto mi rostro cuando me lo dijo. Sabía que

significaba algo para mí, pero no tenía que decirle a él qué.

Borde esperó, pero no dije nada más. Finalmente, suspiró.

—Estoy en una terrible posición, mi niña —dijo—. Ya no estoy

seguro en quién puedo confiar.

Levanté una ceja. Primero Gabe, ahora él. ¿No había una sola persona de

confianza en este lugar?

―Entonces ―continuó―. No estoy seguro de lo que puedo decirte.

Tengo que proceder con cautela, porque mi trabajo es de suma importancia.

―Esperó de nuevo, pero aun así, no dije nada.

Por último, la mitad de su boca se curvó en una sonrisa irónica.

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―Eres una engreída, ¿no es así?

―Eso me han dicho ―le dije.

Sacudió la cabeza y murmuró algo en voz baja, y luego se levantó con

un gruñido.

―He tomado lo suficiente de tu tiempo, mi niña. Debemos hablar

más, más tarde. Gracias por seguirme la corriente con esta visita,

improductiva como ha sido.

Protesta se agitó dentro de mí. Había venido, pero no había

descubierto nada. Y, ¿el enigma?

―Espera ―dije rápidamente. Borde se congeló. La esperanza brillaba

en sus ojos y bailó en la línea de su cuerpo mientras se giraba.

―¿Sí?

―L-lo que dijiste antes. ―La tensión se juntó en mis músculos. No

quería decir esto, pero necesitaba saberlo. Necesitaba encontrar algo―.

¿Dónde has oído eso?

Me miró un largo rato, tomando una decisión.

―En un diario ―dijo finalmente, y luego se detuvo de nuevo―. Yo...

Espera aquí.

Salió de la habitación, moviéndose rápidamente, y me di cuenta de

que tenía una leve cojera. Me hundí en una de las sillas y miré alrededor. La

mayoría de los objetos repartidos por las mesas eran aparatos, piezas raras

de la tecnología que desafiaban clasificación o comprensión de mi parte. En

la mesa más cercana a mí yacía un poste de metal delgado con botones por

arriba y por los lados. Al otro lado de la habitación, líquidos de diferentes

colores brillaban en recipientes de vidrio. Toda la habitación olía a humo de

la pipa, polvo, y algo punzante y acre.

La mayoría de los estantes en la sala estaban llenos de papeles sueltos

o en cajas, pero un estante en la esquina sostenía una colección de libros

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polvorientos. Me levanté de la silla y me acerqué, echando una rápida

mirada por encima del hombro para ver si Borde estaba por volver. No era

el caso.

Llegué a la plataforma y miré los títulos. La mayoría sonaba pesado y

académico, y algunos eran solo ficciones que no conocía, pero uno capturó

mi vista. Mi corazón latió dolorosamente mientras miraba, absorbiendo lo

que estaba ante mis ojos.

Las Parábolas del Invierno.

Mi corazón se desplomó. Mis padres habían poseído el mismo libro.

Gabe lo había encontrado y leído durante su estancia en la granja, y me

había dejado una carta en el después de su partida. Estaba en mi cuarto

ahora, en la casa de campo en La Helada. Estaba enterrado debajo de mis

calcetines de lana en el primer cajón de mi escritorio.

Acerqué un dedo para tocar el lomo. Las palabras brillaron en él,

burlándose de mí. Las Parábolas del Invierno. El título parecía casi profético,

dado el futuro de la nieve que se esperaba este lugar.

Pasos resonaron detrás de mí. Borde regresaba. Me alejé de los

estantes antes de que él entrase en la habitación.

En sus manos llevaba un bloc de notas de cuero. Lo tenía cerca de su

pecho, casi como si fuera un bebé o algo frágil, un objeto precioso al que no

quería renunciar. Se dejó caer en la silla frente a mí y sostuvo el libro en su

regazo. Me di cuenta de que quería que exigiese respuestas, pero en cambio,

esperé a que me explicara.

―La frase que te dije ―comenzó―. ¿Qué tejido secreto te mantendrá

caliente?

Asentí con la cabeza. Mantuve mi cara cuidadosamente compuesta a

pesar del nudo en mi estómago.

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―Leí esa frase aquí, en esto. ―Pasó un dedo por la cubierta del

cuadernillo. Su boca se torció con una sonrisa dolorosa al correr el pulgar

por la esquina de las páginas, haciéndolas ronronear.

Quería estirarme y arrebatárselo de las manos. ¿Cómo podía tener eso

una adivinanza que mi familia había inventado? ¿A menos que mi padre la hubiese

tomado de otro lugar, consignando un viejo enigma en algo específico que solo se

relacionase con su familia? Debía ser eso. Pero, ¿por qué pues, esta persona me la

estaba repitiendo, en busca de una reacción? ¿Qué sabía? ¿Qué esperaba descubrir?

¿Era esto lo que Jonn quería que obtuviese de él?

Las preguntas quemaban dentro de mí.

Borde hizo un sonido de frustración desde lo profundo de su

garganta. Se levantó de su silla e hizo un gesto inquieto con una mano.

―No puedo confiar en ti. No puedo revelar lo que sé, todavía no. Y

ya es tarde.

―Yo... ―No tenía nada que decir. Era cierto. No confiaba en mí y yo

no confiaba en él.

Estábamos en un callejón sin salida. Y tal vez esto era algún ardid

inteligente de su parte, una trampa para hacerme hablar. No podía estar

segura.

Tenía que tener cuidado.

―Quiero algo de ti, también, pero tampoco puedo confiar en ti.

Se me quedó mirando un largo tiempo.

―No sé qué pensar de ti ―dijo.

Me eché a reír.

―¿Puedes encontrar el camino de regreso a los Cuarteles de los

trabajadores? ―preguntó.

―Sé el camino ―le dije.

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―Bueno. ―Hizo una pausa―. Asegúrate de permanecer en él. Y

actúa con rapidez, cuida que no te ven.

Una vez más, el misterio de sus palabras me picaba. Asentí con la

cabeza y me fui a la puerta. La abrió para mí. Salí a la noche.

Intercambiamos despedidas. Él simplemente miró cómo entraba en la

cálida oscuridad y desaparecía de su vista.

El bosque a mi alrededor zumbaba con calma mientras iba por el

camino. Los aromas de pino y tierra llegaron a mi nariz en una brisa que

agitaba mi cabello e inflaban los puños de las mangas de mi abrigo. ¿Qué

tramaba Borde? Me había señalado y repetido un enigma que conocía desde

la infancia, y luego pedía reunirme con él aquí. Me había mostrado un

cuaderno, pero se negaba a dar cualquier información adicional, citando

falta de confianza. ¿De qué tenía miedo? ¿De quién? ¿O era toda una trampa

elaborada diseñada para desconcertarme?

Un sonido interrumpió mis pensamientos. El roce más leve, como de

metal contra la piedra. Me detuve.

Conocía ese sonido.

Por reflejo, examiné el bosque. Mi pulso latía en la garganta. Mi

respiración era demasiado fuerte en mis oídos cuando me esforcé por

escuchar. Las sombras yacían profundas y quietas a mí alrededor. A mi

izquierda, una rama de árbol se estremeció. No escuché nada.

Entonces...

El crujido fue fuerte y estrecho, casi encima de mí, y corrí sin pensar.

Años de práctica me impulsaron hacia adelante para buscar refugio en

los árboles. Las ramas golpearon contra mi cara y se engancharon mi ropa,

pero no me detuve hasta que me tambaleé a la seguridad debajo de una roca.

Agujas de pino cortaban la piel de mis palmas. Mi cabello estaba

pegado en mechones por el sudor en mi cuello. Me quedé tendida,

respirando con dificultad, buscando señales de movimiento.

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Y lo vi.

Un movimiento, un rizo de la actividad, un solo movimiento fluido

en la oscuridad. Algo cambió, se agitó, surgió.

La luz de la luna brillaba a lo largo de la columna vertebral de aspecto

siniestro y brillaba contra el cuello. Rojo brillaba en los ojos rastreadores.

Una boca abierta, dientes brillantes.

Un Observador.

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Traducido por Jeyd3 y SOS por QueenDelC & Kirara7

Corregido por Iska

—¿Qué ha pasado? —dijo abruptamente Claire con horror mientras

veía mi cara la mañana siguiente.

—Choqué contra una rama —contesté, lo que era verdad. Fui incapaz

de pensar en una excusa más adecuada mientras tocaba cautelosamente las

laceraciones en mis mejillas porque no había dormido. Apenas podía

pensar.

Sabía lo que había visto.

Mi pecho se apretó al recordarlo. Había permanecido en la maleza

hasta que la criatura pasó. No se podía negar lo que era. Los dientes, los

brillantes ojos rojos, el feroz resoplido de su caliente aliento. Había

regresado al pueblo corriendo a tropezones, vulnerable y aterrorizada, sin

ninguna flor de invierno o puños bordados para protegerme. Si los

monstruos hubieran atacado, no habría tenido nada. Por primera vez en mi

vida, había estado completamente vulnerable contra las criaturas, y la

sensación me aterraba.

—Si ves a Garret —le dije a Claire—, dile que debo hablar con él

enseguida.

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Gabe me encontró cuando estaba terminando mi trabajo en El

Laboratorio.

—¿Qué pasa? —él preguntó, atrayéndome a la privacidad de un hueco

y tomando mi cara en sus dos manos. Su toque era tan gentil que mis ojos

casi hormiguearon con lágrimas—. Claire dijo…

—Vi a un Observador en los bosques —dije.

Él sacudió su cabeza mientras exploraba los cortes en mis mejillas

cuidadosamente.

—Estabas imaginando cosas. Oíste los vehículos de transporte, tal

vez. Son ruidosos e imprevistos. O uno de los vehículos…

—No estaba imaginando nada. Sé exactamente lo que vi. Los he visto

múltiples veces. Los ojos rojos. Los grandes dientes. Las garras…

—Lia —él dijo, su tono persuasivo—. Es imposible. No hay

Observadores aquí.

—Estás equivocado —dije—. Vi a uno anoche en los bosques.

—¿Dónde? ¿Cerca de El Laboratorio? ¿Del Centro de Seguridad?

—No exactamente. Estaba cerca… —me detuve. No podía decirle

sobre Borde. Todavía no. Necesitaba pensar en eso un poco más—. Aunque

no estaba lejos de ahí.

Lo podía ver repasando cosas en su cabeza, probablemente tratando

de escoger la respuesta más gentil y tranquilizadora. Me dolía. Estaba

tratando de calmar lo que él creía que era pánico por mi parte, histeria

femenina causada por la presión.

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—Estás exhausta —dijo finalmente—. Todavía estás recuperándote de

tu salto. Solo ha pasado una semana. Has tenido una gran transición…

—Gabe —interrumpí—. No me imaginé esto. Pretender que lo

inventé todo no lograría nada.

—Lo siento —él dijo—. Pero no hay Observadores aquí. Tiene que ser

algo más.

—O estás equivocado sobre eso.

Él suspiró.

—Escucha, ¿qué quieres que haga?

—No lo sé. Solo… no sé qué significa. Y necesito algunas flores de

invierno.

—Está bien. —Me dio una sonrisa cansada—. Te encontraremos

algunas flores de invierno.

Todavía me sentía molesta porque me estaba siguiendo la corriente.

Sabía lo que había visto. Había Observadores aquí. Estaba segura de ello.

Encontramos los arbustos de flores de invierno. Crecían silvestres a

intervalos alrededor del pueblo y en algunos de los campos cercanos, pero la

mayor parte de ellos crecían en un exuberante hueco entre dos colinas. Las

flores cubrían las colinas como nieve, y por un momento me sentí casi

como si estuviera de vuelta en casa, en La Helada. En la distancia, el techo

blanco de un reluciente edificio se curvaba y precipitaba en fantásticas

formas, como un pájaro listo para volar. Una fuente brillaba ante un camino

curvo, y en la distancia podía ver destellos de los rieles que llevaban los

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rápidos y silenciosos trenes. Todo era extraño para mí, un paisaje mágico y

atemorizante de otro mundo.

—¿Qué es este lugar? —pregunté.

—Esa es la casa el Director del Recinto —Gabe dijo—. Trabajo como

jardinero aquí a veces. Bonito, ¿verdad?

¿Bonito? Resoplé. Hacía que la casa del Alcalde en mi aldea luciera

como una choza en comparación. Pero eso me hacía pensar en Ann, y

pensar en Ann traía una puñalada de dolor. Desvié mi mente de vuelta a las

flores de invierno.

—Hay tantas aquí.

—La flor de invierno es en realidad el símbolo del Recinto, ves. La

esposa del Director la escogió. Y no es nativa de esta área —explicó él

mientras yo arrancaba algunas fragantes flores de sus tallos y las sostenía

bajo mi nariz—. En realidad no les va tan bien aquí con el calor, pero son las

flores favoritas de la esposa del Director del Recinto, así que ella hizo que las

trajeran. Son trasplantadas de regiones más frías, donde fueron diseñadas

para soportar temperaturas extremas. Aquí crecen como flores silvestres. Se

están esparciendo por todas partes.

Así que este fue el origen de nuestras preciosas flores. Los caprichos

de la mujer de un hombre rico. Entrecerré los ojos de nuevo hacia la

magnífica casa en la distancia. Esa mujer, quienquiera que fuera, no tenía ni

idea lo que su jardinería produciría dentro de quinientos años en el futuro.

No tenía ni idea de que un día niños con capas andrajosas atarían estas

flores alrededor de sus cuellos y muñecas para mantenerse a salvo de

monstruos de ojos rojos que vagaban por un páramo congelado.

El pensamiento me puso triste, nostálgica y un poco molesta.

Ensarté algunas de las flores en una cuerda y las colgué en mi cuello.

Luego arranqué otras más para llevarlas de regreso a mi cuarto. Las colgaría

para que se secaran y así poder hacer más collares después.

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Cuando levanté la cabeza, encontré a Gabe mirándome. Su mirada

era suave, abierta, y de repente me sentí nerviosa sobre lo que él diría.

—¿Has vuelto a hablar con Jacob desde la junta de la noche? —

pregunté.

—No realmente —dijo él—. Él ha estado ocupado. El Centro de

Seguridad tiene un nuevo proyecto en el que han estado trabajando. Con el

aumento de visitas de las ciudades sureñas han necesitado seguridad extra.

La mayoría de su tiempo y atención han estado enfocados ahí. El Recinto

está tomando nuevas responsabilidades en cuanto a manejar la Enfermedad.

Están buscando una cura.

—¿La encuentran? —pregunté suavemente.

Él se rió, pero era un sonido impotente.

—No lo sé. Nuestros libros de historia no se extienden tan atrás en el

tiempo —él dijo—. Pero si la encuentran, se pierde. Nadie sabe cómo

curarla en nuestro tiempo, sabes.

—¿Podemos hacer algo para ayudarles?

Él sacudió su cabeza.

Me sentí extraña, inquieta. Estábamos fuera de lugar aquí, viendo a

estas personas batallar, sabiendo que todo se caería en pedazos pero no

sabiendo por qué.

Después de recolectar suficientes flores, me dirigí hacia El Laboratorio

para hacer mis tareas. La esencia de las flores de invierno colgando de mi

cuello me rodeaba mientras limpiaba los suelos de El Laboratorio,

haciéndolos brillar incluso más de lo que ya lo hacían. Por fuera, puede que

luciera tranquila, pero dentro de mi cabeza estaba repasando las diferentes

cosas que había aprendido y visto en los últimos dos días.

No había visto de nuevo al Doctor Borde. Necesitaba acercarme a él,

acordar otra reunión. ¿Cuál era el significado de ese diario que me había

mostrado? ¿Cómo había conocido el acertijo de mi padre? Tenía tantas preguntas,

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y no había ninguna respuesta a la vista. Y Jonn e Ivy… ¿estaban a salvo? ¿Bien

alimentados? Traté de decirme que Everiss los cuidaría, pero el pensamiento

me daba poco consuelo. Y Adam no estaba ahí para ayudar. La

preocupación se torció en mi estómago como una serpiente.

Estaba tan preocupada por mis pensamientos que casi no escuché el

pisar de unas botas contra el suelo. Justo a tiempo, quité la cubeta del

camino y presioné mi espalda contra el muro a la vez que una línea de

individuos uniformados en rojo y negro rodeaba la esquina, casi corriendo.

Sus rostros eran del color del detergente, y sus bocas estaban apretadas en

finas líneas.

Entre ellos, dos de los hombres uniformados medio arrastraban,

medio llevaban una gimiente figura. El sudor llenaba un rostro amoratado,

y saliva corría entre sus labios partidos. Manos estiradas hacia la nada. Ni

siquiera podía decir si el que sufría era un hombre o una mujer. La figura

resoplaba, jadeando como un animal. Temblores descendieron por mi

espalda y recorrieron mis manos. ¿Era la Enfermedad?

El grupo giró en la esquina siguiente y desapareció. Todo lo que

quedó fueron gotas en el suelo y la marca de huellas en la humedad del

suelo que acababa de limpiar.

Un nudo de presagios se amarró a mi pecho.

Esa noche, en el comedor, una corriente de cansancio se plantó en el

aire. Los trabajadores murmuraban y se dirigían oscuras miradas entre ellos

mientras pasaban su comida. La tensión en la habitación se deslizó en mi

sangre y me apretó los músculos. Me senté con Claire. Ella parecía estar

afectada de manera similar; apenas tocó su comida. No hablamos.

Detrás de nosotras, escuché a dos trabajadores susurrar.

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—Escuché que hoy trajeron a un hombre. Un hombre infectado.

—Está bajo cuarentena —murmuró otro—. Lo tienen bajo control.

—¿Por qué lo traerían aquí? ¡Tiene la Enfermedad!

—No hay prueba de ello. Lo están negando.

—No, no, es verdad. Algunos de los empleados de limpieza en El

Laboratorio lo vieron.

—No lo creo.

Recordé el rostro morado y los gritos ahogados de la persona

infectada. Cerré mis ojos y tomé otro bocado de mi comida. A pesar de mi

falta de apetito, el alimento no era una cosa que había que despilfarrar. Solo

quedaban cinco días para que regresáramos a mi tiempo, y necesitaba

absorber cada pedazo de fuerza que pudiera de este lugar mientras estuviera

aquí.

Cuando Claire y yo dejamos el comedor y nos dirigimos a nuestras

respectivas estaciones de trabajo, vi a trabajadores vestidos de gris salir de

un vehículo en la entrada del pueblo. Llevaban máscaras sobre su boca y

nariz, y guantes en sus manos. Un hilo de pánico se hundió en mi

estómago, pero aparté la sensación. No había tiempo para tener miedo. No

podía permitirme perder la cabeza ahora.

Los pasillos de El Laboratorio vibraban con actividad frenética.

Profesionales con túnicas blancas susurraban en las entradas, y trabajadores

corrían de un lado a otro con expresiones indescriptibles plastificadas en sus

rostros. Unos cuantos trabajadores de limpieza se resbalaron a través de la

confusión, silenciosos como siempre. Jugueteé con mi trapeador y miré

todo desde una distancia segura, pasando desapercibida y sin ser observada.

Cuando nadie me miraba, salí por uno de los pasillos hacia el lugar en

donde trabajaban los científicos.

Escaneé las palabras en el muro, signos marcados donde estaba el

cuarto de cada científico. Finalmente, vi el nombre de Borde. Mi corazón

soltó un golpe seco. Miré alrededor para asegurarme de que nadie miraba y

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luego puse mi dedo en la perilla. Esperaba que estuviera cerrada, pero la

puerta se abrió.

Me deslicé adentro y dejé una nota sobre su silla. No la firmé, pero

sabía que él sabría que era yo quien la había dejado.

Mientras dejaba la habitación, casi me caí de bruces. Dos mujeres con

uniformes rojos y negros pasaron delante de mí como bólidos, y algo en sus

expresiones me hizo tomar interés. Se dirigían hacia la cámara de

embarque, que estaba a solo unos pasillos de distancia.

Después de un momento de vacilación, las seguí. Las puertas sisearon

al abrirse para dejarlas pasar, y me deslicé adentro justo antes de que los

paneles se cerraran de nuevo.

La habitación tenía eco por el ajetreo. Las mujeres uniformadas

cruzaron la vasta distancia que había entre el Portal y yo. No miraron hacia

atrás. Lejos, podía ver a algunos científicos con batas blancas esperando.

Uno caminaba de un lado al otro; el otro estaba de pie con los brazos

cruzados y su cabeza ladeada. Mi estómago dio un vuelco cuando me di

cuenta de que era el Doctor Borde y di un paso hacia atrás, pero él no miró

en mi dirección. Probablemente estaba demasiado lejos como para que me

notara.

El Portal estaba vivo. Rayos de luz brillaban junto al suelo y

parpadeaban en las uniones de la estructura. Un chisporroteo atravesó el

aire y subió sobre mi piel expuesta, haciendo que mi cabello se erizara.

Probé el sabor del metal cuando inhalé.

Una luz repentina salió de la boca del Portal, y una pulsación de

sonido atravesó el aire como una exhalación. Un séquito de figuras de

repente estaba inclinado sobre el área de aterrizaje, frescos después de un

salto, la mayoría de ellos con las manos sobre sus rostros. Saltar no era

placentero para muchos, y ahora lo sabía por experiencia.

Un hombre se levantó, pareciendo no estar afectado por los efectos

desorientadores del viaje. Largo cabello caía en cascada sobre sus hombros

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en una onda, y llevaba guantes blancos y un uniforme violeta oscuro.

Mientras miraba, el Doctor Borde y los otros científicos se le acercaron.

Supuse que esas personas eran de las colonias o de algún lugar por el

estilo.

—No deberías estar aquí —dijo una voz detrás de mí, y me di la

vuelta con un salto.

Era el hombre de cabello oscuro que había visto antes, en mi primer

día en El Laboratorio. Doctor Gordon, alguien le había llamado así. Él estaba

a unos metros, mirándome con curiosidad. Sus cejas estaban arqueadas y su

boca curveada en una sonrisa retadora. Él usaba la bata blanca de un

científico.

—Soy una fregadora —dije, buscando mi placa.

Él parpadeó rápidamente.

—Los fregadores nunca hablan.

—Yo sí.

—Bueno —dijo él—. No estás autorizada a entrar en esta reunión. A

todo el personal se le dijo que se fuera. ¿No lo escuchaste?

—No —dije, negándome a parpadear.

—Bueno, ahora ya lo sabes.

Le di una última mirada a la escena del Portal mientras me iba. El

hombre con el uniforme púrpura se había alejado de la pista de aterrizaje y

estaba saludando al Doctor Borde. Tenía una expresión fría y soberbia,

como si fuera el encargado de limpiar un basurero. No podía ver el rostro de

Borde porque él estaba de espaldas, pero escuché a alguien mencionar la

Enfermedad, y la palabra flotó como una maldición en el aire. Entonces las

puertas se cerraron y estaba sola en una sala reluciente con mi corazón

latiendo contra mis costillas y mi piel sonrojada. Solo cuatro días más hasta

el salto.

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Un silbido en el aire y todos los fregadores a mi alrededor levantaron

sus cabezas. Ellos se alejaron, dejándome sola. Yo nunca corría cuando el

resto de ellos lo hacía. Seguí limpiando, acompañada por mis pensamientos,

hasta que una voz me interrumpió.

—Recibí tu nota. Necesitamos hablar.

Levanté mi cabeza y vi al Doctor Borde parado frente a mí, sus

manos retorciéndose juntas. Él parpadeó rápidamente.

—¿Ahora? —Miré a mi alrededor, a la sala que nos rodeaba. Todos los

fregadores se habían ido. Éramos solo yo y el Científico.

—Ahora. Ven conmigo.

Él se alejó, sin esperar que yo aceptara. Dudé, pero no por mucho. Él

dobló la por la esquina y yo estaba justo detrás de él, siguiendo su ondeante

abrigo por el pasillo hacia una habitación oscura. No su oficina. Un

armario. Mi cabeza chocó con la bombilla colgada a una corta distancia, y

mi hombro chocó con un estante antes de que encontrara el interruptor y

hurgara en este para hacer que la linterna de encima brillara.

—No hay mucho tiempo. —Él se volvió para verme tan pronto como

el lugar se hubo iluminado—. Te vi en la bahía Arrival ayer —dijo él—,

cuando el inspector de salud vino.

No asentí ni sonreí ni fruncí el ceño. No dejé que mi expresión dijera

algo. Borde dejó salir otro suspiro.

—Tú buscas atraparme —dijo él, tocándose su frente con las dos

manos.

—Solo quiero saber qué quieres de mí.

Presionó un puño sobre su boca. Podía leer el conflicto en su

expresión.

—Creo… creo que no eres de aquí.

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El pánico apareció en mi estómago, pero mantuve mi rostro

controlado.

—No lo soy —dije. Las cejas de Borde se juntaron rápidamente.

—Soy… soy de la costa —dije rápidamente

—Oh —dudó él. Se detuvo—. Yo… eso no era… no, no, he tomado

demasiado de tu tiempo.

—Espere —dije, agarrándolo de su manga antes de que se alejara—.

Hay algo..… necesito algo de usted. Si tiene preguntas para mí, las

responderé como intercambio.

Él se puso pálido.

—¿A cambio de qué?

—Esto. —Le entregué el papel que Jonn me había dado. Él lo abrió y

escaneó su contenido. Luego exhaló. Alzó sus ojos hacia los míos.

—¿Es todo lo que quieres?

—Sí —dije firmemente.

—Bien. Encuéntrame de nuevo en mi habitación privada, la misma de

antes. Tendré lo que necesitas esperándote.

—Espere —dije, antes de que pudiera irse—. ¿Por qué vino el

inspector de salud aquí? ¿Qué sucede?

—Mi niña —Borde dijo—. ¿No lo has oído? Tuvimos nuestro primer

caso de la Enfermedad.

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Traducido por Darklady88 & Eva Masen-Pattinson

Corregido por Xhessii

Tres días para el salto, y todos estaban asustados. Los susurros se

arremolinaban como el humo a través de todo el Recinto, contaminando la

atmosfera y llenando de miedo los pulmones de todos. Los rumores en los

labios de todos eran como en Cuarentena. Nadie sabía algo tangible. Nadie

sabía nada.

Excepto yo.

El doctor Borden lo había dicho. La Enfermedad está aquí.

Me moví como si estuviera en un sueño. Los pasillos brillantes de El

Laboratorio y los bosques oscuros y cálidos camino al Centro de Seguridad me

rodeaban como delirios. El control se me escurría, y los pensamientos en la

cabeza se movían constantemente entre la misión, mis seres queridos en

casa, y la Enfermedad. ¿Qué tal que uno de nosotros se contagie? ¿Y si lo llevamos

de vuelta a La Helada?

Esa noche, me deslicé de los Cuarteles y me dirigí hacia el Centro de

Seguridad. La sangre ardía en mis venas mientras corría, porque tenía una

misión. Antes de que terminara, volví al laboratorio privado de Borde.

El miedo hervía a fuego lento en la sangre, pero empuje la sensación lejos de

mí. No había tiempo de distraerme.

Estaba tan absorta en los pensamientos que apenas escuché el

chasquido de las ramas. Había crecido de forma permisiva en los días de

relativa seguridad.

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Una mano me agarró. Di un grito ahogado, maldije y caí. Unos dedos

presionaban mi boca y unos ojos miraban los míos.

—No grites —siseó una voz.

Jacob.

—Jake —espeté—. Pensé que eras un Observador. —Recogí del piso el

collar de flores de invierno roto y lo arrojé a la maleza.

—¿Un Observador?

—Los monstruos —dije—. Seguro los recuerdas de cuando pasaste por

La Helada antes de venir aquí.

Algo cambio en su mirada, una señal de entendimiento que insinuaba

algo más, pero se arrastró lejos antes de que pudiera analizarlo o investigar

más.

—Ah sí —dijo—. Lo recuerdo. Pero no son… —Se detuvo.

Aparentemente intentar discutir conmigo no tenía importancia ahora.

—¿Qué quieres? —Sacudí ramitas y suciedad del uniforme y retire los

mechones de cabello de la cara.

—Tenemos que hablar de los DLP —dijo.

La sospecha me pinchó. Levanté las cejas levemente, mostrando

sorpresa y nada más. No la sospecha.

—¿Qué pasa con eso?

Dudó.

—La Enfermedad está aquí, Lia. —Rechazaba usar mi nombre falso

cuando estábamos solos, y la elección de usar mi nombre real agudizó mi

atención. Lo que sea que fuera a decir, era algo serio para él.

—Sí —concordé.

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Volvió la cabeza y miró dentro de las sombras del bosque. Parecía

estar escogiendo las palabras cuidadosamente, pero al final hizo un sonido

de frustración. Paso una mano por su cara.

—No puedo dejar a mi gente aquí.

—¿Tu gente?

—Los Fugitivos. Los Viajeros. Ahora son mi gente. Hemos sido

familia por años. He cuidado de ellos. No puedo abandonarlos, no ahora.

No con la Enfermedad diseminándose y todo cayéndose a pedazos…

Las órdenes de Atticus volvieron a mi mente. Vi su mirada en mi

mente, tan fría y despiadada. Como la de una serpiente. Sus amenazas se

cernían en la memoria.

—No puedo permitírtelo —dije automáticamente, pero mi mente

estaba revuelta de pensamientos. Entendía su posición. Por supuesto que sí.

Si yo estuviera en su lugar, me sentiría igual. Sabia sin lugar a duda que

Ann, Adam y el resto fueron dejados atrás… bueno, nunca lo habría hecho.

Pero también tenía órdenes. Y habría consecuencias si fallaba.

Estábamos en un callejón sin salida. ¿Quién parpadearía primero?

Presioné los labios firmemente hasta ponerlos en una línea. Estaba tan tosca

como el hielo que cubría el río, endurecido por años de nieve, viento y

ataques de Observadores. No me rompería.

Los ojos de Jacob se redujeron a ranuras al ver mi resolución.

—No iré si ellos no van.

Necesitaba pensar, hacer un plan. Y no iba a hacerlo de pie, no en una

oscuridad así y no cuando estaba tan nerviosa.

—Tengo que llegar al Centro de Seguridad —exhalé—. Hablaremos de

esto mañana.

No sabía si me dejaría ir, pero asintió y dio un paso atrás.

—Bien —dijo.

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Me deslicé por el camino hacia el Centro. Los pulmones me dolían y

la piel brillaba por el sudor.

¿Por qué ahora?

Un par de horas después golpeé en la puerta del Doctor Borde.

En un momento de suspenso pensé que no iba a contestar, pero luego

escuché deslizar los seguros. La puerta siseó y Borde me miró con los ojos

enrojecidos y el cabello enredado. Las mangas de su camisa estaban

remangadas hasta los codos, y una mancha adornaba el bolsillo del pecho,

evidencia de una comida nocturna rápidamente consumida.

—¿Tienes lo que te pedí? —pregunté.

—Sí —dijo—. Pero… no sé si pueda confiar en ti. Tienes que hacer

que valga la pena dártelo.

—Está bien —dije—. ¿Cómo?

—¿Trabajas… trabajas para el Doctor Gordon?

—¿Qué? —La confusión me inundó. ¿Ése científico ruin?—. No. ¿Por

qué?

Border frunció el ceño, luciendo poco convencido.

—Es un hombre brillante… y un profesor rival. Pensé que… bueno, no

importa. Entra, Lila.

Respire hondo e hice una jugada desesperada.

—De hecho, mi nombre no es Lila. —Sus manos se quedaron quietas

sobre la puerta—. Es Lia. Lia Weaver.

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Sus cejas se elevaron ampliamente ante la palabra Weaver, y toda su

expresión cambio. Dio un paso atrás.

—Entra de una vez y cuéntamelo todo.

Crucé el umbral y entré a un cuarto repleto de estantería y mesas.

El olor de algo cocinándose encontró mi nariz. La puerta se cerró detrás de

mí, y el corazón me latió con fuerza. ¿Realmente iba a hacer eso? Tenía que

proceder con cuidado. Darle la información suficiente para que me dé lo

que necesito saber.

—Siéntate, siéntate —balbuceó Borde—. Deja que te traiga algo de té.

Se escabulló, dejándome de pie en medio de la habitación. Las piernas

me temblaban con un repentino ataque de nervios, por lo que me senté en

una de las sillas que había señalado. La estructura crujió y el polvo salió de

los brazos y me senté. Borde volvió con una taza humeante en las manos.

La tendió y luego se sentó en la silla frente a la mía.

—Por favor —dijo—. Continúa, por favor.

Cerré los dedos alrededor del borde de la taza de té dentro de las

palmas y me incliné hacia adelante.

—Primero, lo que te pedí.

Asintió y se levantó de nuevo. Desapareció dentro de otro cuarto y

volvió con una caja estrecha hecha de un material extraño y liviano. Estaba

cerrada herméticamente. La puso en la mesa a mi lado.

—Todo está exactamente de acuerdo con las instrucciones que me

proporcionó —dijo, y lamió sus labios en forma nerviosa—. Ahora…

—Espera —dije—. También necesito más información.

Estaba muy quieto, como si yo blandiera un cuchillo, y estuviera

tratando de calcular la mejor manera de desarmarme

—¿Ah sí?

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—La Enfermedad… ¿Qué es? ¿Qué la causa? ¿Cómo te contagias…

como sabes si estás infectado?

Bajó la cabeza por un momento y relajó los hombros. Agudicé la

atención. Había estado esperando que preguntara algo más. ¿Qué?

—Yo… Es información clasificada…

—Dime —exigí.

Él frunció.

—La Enfermedad puede pasar a través del aire o si uno es atacado por

el infectado, a través de la sangre. Mordido.

—¿Mordida? ¿Cómo de animales?

—Algunos animales no son afectados y otros… —dejó de hablar y yo

entendí—. Ratas, por ejemplo, son susceptibles. Los caballos no lo son.

Esperé a que continuara.

—Los infectados al principio experimentan sangrados por la nariz,

capilares rotos en los ojos, enrojecimiento de la piel, encillas sangrantes.

Solo empeora desde ahí. Los síntomas aumentan en vómitos, coma, muerte.

Menos del veinticinco por ciento de los infectados sobrevive, y esos que lo

hacen son… transformados.

—¿Transformados? ¿Cómo?

Él negó con la cabeza.

—Todavía no lo entendemos completamente. Todavía no.

—¿Es por eso que trajeron ese hombre infectado aquí?

No respondió.

La frustración burbujeaba dentro de mí, pero la diluí y tome un fuerte

respiro. Esta era la parte en la que debía proceder cuidadosamente. No podía

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espantarlo, él estaba muy nervioso, claramente y tampoco podía decirle

mucho.

—¿Hay alguna manera de tratar la Enfermedad?

—Que hayamos descubierto, no —admitió y sus ojos voltearon a la

izquierda, enfocándose en la puerta. Frunció, pero luego las arrugas en su

frente se suavizaron mientras volteaba hacia mí.

—Tu turno —dijo—. Dices que tu nombre es Lia, no Lila. —Dudó

tanto tiempo que el silencio se hizo muy grueso, casi sofocante. Quería

gritar, pero mantuve la compostura. Finalmente Borde preguntó—. ¿De

dónde eres realmente?

La pregunta se mantuvo entre nosotros como tan presente como un

arma. Me sostuve contra la silla. No podía respirar. Las palabras en mi boca

quemaban mi lengua, pero las forcé a salir. Sentí su poder cargando el aire

mientras hablaba.

—Soy de aquí, realmente. Pero no soy… no soy de este tiempo.

Borde exhaló agitadamente.

Esperaba que él se riera o volteara sus ojos o que demandara mi

partida. Pero no hizo ninguna de esas cosas, en su lugar, lloró.

Lloró.

Medio me levanté de mi silla.

—¿Te has vuelto loco?

—Estoy bien —masculló, secando sus ojos con su muñeca derecha—.

Perdóname. Es solo que esto es muy abrumador para mí. Me he preguntado

por mucho…

—¿Preguntado qué? —demandé. Mi impaciencia desmoronándose;

necesitaba respuestas. Me estaba quedando sin tiempo.

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—Sí, sí —dijo a sí mismo—. Por supuesto. Ella probablemente vino

por medio del aparato, pero, ¿por qué?

Ella. Estaba hablando de mí. El Aparato. Ansiedad quemaba un hoyo

en mi estómago. ¿Qué era lo que él sabía?

—Dime —dije.

Borde levantó su cabeza. Sus ojos ardían con emoción. Juntó sus

manos.

—Por algún tiempo ahora —dijo—, he estado trabajando en planes

para un dispositivo. Un dispositivo que te permitirá viajar no solo a través

del espacio, como el Portal, pero sí a través del tiempo.

Me quedé quieta.

—¿Y?

—No lo he terminado todavía. Estoy atorrado. Pero tengo el diario y

prueba que tendré éxito algún día.

El cuaderno que me había enseñado antes. Los pelos de mi cuello se

encresparon.

—Dime acerca del diario, Borde.

Se encogió ante la forma brusca en que dije su nombre.

—Yo… yo realmente no sé de dónde vino. Es muy antiguo, parece. El

cuero está roto y desteñido. Las páginas están llenas con garabatos,

inscripciones… frases que no entiendo.

—Pero, ¿qué tiene eso que ver conmigo? —Estaba divagando ahora.

Tenía que hacerlo concentrar.

Borde sacudió su cabeza. No me iba a decir. Todavía no.

—¿Qué hay con el acertijo? —demandé.

Borde parpadeó.

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—¿Acertijo?

—¿Qué secreto tejido te mantendrá caliente? —Mientras las palabras

dejaban mis labios, temblé. Se sentía extraño y mal hablar de ello aquí, en

este tiempo extraño tan lejos de mi hogar, mi gente, mi Helada.

—Está escrito en el diario —dijo—, una y otra vez.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Me levanté de la silla y caminé de

un lado a otro.

—¿Qué es la frase? —preguntó, observando mi rostro.

—Es un acertijo inventado por mi padre —dije—, para entretenerme

junto a mis hermanos cuando éramos niños y para… comunicar un secreto

sobre la locación de un artefacto para viajar en el tiempo.

La expresión de Borde se volvió puro asombro. Sus ojos se

ensancharon y su boca se abrió.

—Oh —dijo.

—Tal vez he dicho demasiado —dije—, pero tú no has dicho lo

suficiente.

—Hay varias cosas que no puedo decir. Es secreto, todos mis planes y

progresos…

—¿Quién más sabe sobre el diario? —interrumpí.

—Nadie —dijo—, mi esposa lo sabía, pero ya no está. Mis hijos no

saben nada. Mis compañeros de trabajo no saben nada.

Eso me hizo sentir más a salvo. Deje de caminar para examinarlo. Se

miraba sincero, pero todavía no estaba segura que podía confiar en este

hombre, aunque tal vez tenía muy poca opción. Si Jacob supiera lo que he

estado haciendo —o Atticus— estarían enojados. Tal vez peor.

Pero, él tenía información y la necesitaba.

—¿Puedo ver el diario?

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Las manos de Borde se inmovilizaron en su regazo. Se recostó hacia

atrás.

—Yo… está lleno de cosas secretas. Si tú fueras una espía…

—Podrían haber cosas que ya conozco —insistí—, cosas que podría

entender.

Borde sacudía su cabeza.

Traté de mantenerlo hablando. Por lo menos había estado dispuesto a

hablar de la Enfermedad.

—¿Puedes decirme algo más sobre la Enfermedad? —dije.

—No sabemos más —insistió—. Estamos estudiándola, pero… la

mayoría de cosas que sabemos son rumores y fantasía.

—¿Cómo se cura?

—Las víctimas son aisladas para que no puedan infectar a nadie más.

A medida que progresan en las etapas de infección, se desorientan, algunas

veces deliran. Atacan a otros en algunos casos, muerden, aruñan y esparcen

la enfermedad más rápido que lo normal. Una persona que respira el aire de

un infectado puede contagiarse de la Enfermedad. Una persona mordida

seguramente lo hará. Esos que están infectados deben ser puestos en

cuarentena, mantenidos bajo vigilancia.

Respiré lentamente.

—Y, ¿si la Enfermedad no los mata?

—Entonces, ya no son susceptibles a contagiarse de nuevo —explicó.

De hecho, víctimas en recuperación de la Enfermedad a menudo son

físicamente más fuertes. La Enfermedad parece arreglar muchos problemas,

cosas que de otra manera habrían permanecido dañadas. Desórdenes en los

ojos, problemas de autoinmunidad…

Absorbí esto. Era fascinante.

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—Y, ¿puedo llevar la Enfermedad en mi ropa, mi cuerpo, incluso si no

estoy infectada?

—Sí, aunque se esparce mucho más rápido a través de los infectados.

Necesitábamos alejarnos lo más pronto posible. No podíamos

arriesgar quedarnos más tiempo, sin importar lo que Jacob quería. Mi

corazón palpitó.

—Gracias —dije—. Ahora, necesito algo más antes de irme.

Esperó.

—Necesito ver el diario.

Sacudió con su cabeza.

—No puedo. Lo siento, pero no puedo confiar en ti lo suficiente como

para revelarte sus contenidos. Todavía no.

Hice un pequeño ruido de frustración. Tal vez pensó que tenía

semanas, meses para observarme y determinar mi nivel de confianza, pero

solo tenía ¡días! Y no podía decirle eso. No podía revelar nuestra salida

programada a nadie. No era seguro.

—De acuerdo —gruñí—. Deberíamos de hablar de esto otra vez. No le

digas a nadie lo que te he dicho.

—Claro que no —dijo él—. Nadie más lo sabrá. Y… ¿y tú?

—¿A quién le voy a decir? —dije, pensando que no me atrevería a

revelar lo que le había hecho a Jacob. No estaba segura de que podría decirle

a Gabe. No ahora, todavía no. Tal vez una vez que estemos a salvo en La

Helada.

Casi me reí de la idea que La Helada era más segura que este lugar.

Pero en alguna manera, lo era. Al menos en La Helada, sabía las reglas,

sabía la manera en que el mundo funcionaba, y sabía cómo navegar en ese

mundo, peligroso como podía llegar a ser.

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—Tengo que irme —dije—. Pero hablaremos de nuevo.

Esperaba que fuera cierto, porque necesitaba ver el diario. Sabía que

había cosas que no estaba diciéndome. Tenía algo que ver con mi familia…

pero… ¿qué?

Recogí el contenedor sellado, la cosa que contenía el secreto de Jonn,

y me fui.

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Traducido por Angie_kjn

Corregido por Xhessii

Dos días hasta el salto, y yo era un río de nervios. Mi trabajo pasó en

un borrón. Me moví como una mujer muerta a través de las comida, a

través de los deberes. Finalmente, después de que la oscuridad descendiera

en el campamento, paseaba por el suelo de mi pequeña habitación como un

animal enjaulado, haciendo pequeños ruidos de frustración mientras trataba

de resolver el enredo de problemas en mi cabeza. Jacob quería traer a todo el

mundo. La Enfermedad hacía todo mucho más complicado. Y ahora Borde

tenía un diario que contenía los secretos de mi familia. Tenía que saber que

más contenía.

Si tenía uno de los acertijos de mi padre, ¿qué más podrían contener

las páginas? La posibilidad ardió dentro de mí como una estrella, tan

brillante que amenazó con consumirme.

Un golpe sonó levemente en la puerta. Me detuve y miré la puerta,

mi corazón martillando y mi boca estaba seca. ¿Quién podría ser? ¿Claire?

Respondí la puerta. Era Gabe.

Ver su rostro mandó una ráfaga de seguridad a través de mí, y me

recosté contra el marco de la puerta y cerré mis ojos brevemente. No tenía

la audacia para abrazarlo, pero le sonreí. Además eso era suficiente para

transmitir mis sentimientos.

—Hola —dijo. Sus ojos eran serios, casi ilegibles—. Luces pensativa.

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—Tengo mucho en mente —dije, deslizando mi mirada sobre él—.

También luces pensativo.

Mi cuerpo entero era un río de nervios y ansiedad. Los sentimientos

estaban masticándome desde el interior. Mis ojos ardían, pero no me rompí

en lágrimas. Solo respiré en el aire, la esencia del bosque y el viento. Gabe

deslizó sus brazos alrededor mío.

—Mañana nos vamos —dijo—. Podremos lidiar con todo después de

eso.

—Jacob quiere que lleve a todos —dije.

—Pero, ¿qué quieres que él haga? ¿Dejarlos aquí? No puede hacer eso.

Suspiré, una admisión de impotencia.

—A veces no hay buenas respuestas, Gabe.

Él no respondió.

Finalmente, me desenredé de la comodidad de sus brazos. Necesitaba

dormir, aunque no estaba segura de sí lo encontraría esta noche.

—Te veré mañana —dije, y presionó sus dedos contra los míos en

forma de promesa.

Cuando llegué a la habitación, todavía tenía una mueca de angustia.

Me paseé hasta que mis pies dolieron, y luego me recosté en la cama y

ensayé todo lo que debería hacer. Mis dedos picaron queriendo tocar el

dispositivo, sentirlo a salvo en mis manos. Me di la vuelta y me subí, apoyé

en mis manos y rodillas, escarbando debajo de la cama, el lugar en el que

metí el empaque entre el armazón de la cama y la pared. Un escondite

secreto, imposible de ver a menos que estés buscando.

Pero mis dedos rosaron el aire vacío.

Me incliné más lejos, medio arrastrándome debajo de la cama,

acercándome de nuevo. Nada.

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—¿Qué? —murmuré, luchando con el pánico. Moví el panel a un lado

y miré.

El lugar estaba vacío.

El DLP no estaba.

Corrí por el bosque sin detenerme. El nuevo collar de flores de

invierno rápidamente se balanceaba alrededor de mi cuello con cada paso, y

mi aliento silbaba mientras salía de mis labios. El Centro de Seguridad era mi

única esperanza para encontrarlo esta noche. Me acerqué a las puertas, y se

abrieron porque tenía acceso. Un silbido y yo estaba en el túnel y en la sala.

Mis pasos cambiaron, con sonido de eco. Metí mi cabeza en cada

habitación, buscándolo a él. ¿Dónde podría estar?

—¿Jacob? ¿Jake?

Algunas cabezas se levantaron, ninguno de ellos era el líder de los

Fugitivos. Me lancé por otro pasillo. Mi corazón palpitó y mi cuerpo entero

urgió con miedo y fuego. Estábamos tan cerca. ¿Cómo podría haber pasado

esto?

Un destello de movimiento atrapó mi atención en el final del pasillo.

Jacob. Estaba saliendo de la habitación en la que originalmente había

hablado conmigo, la habitación en la que originalmente había hablado del

DLP. Qué apropiado. Qué irónico. Contuve el impulso de pánico de reír.

—¿Lila? —Cruzo sus brazos, esperando por mí. ¿Sonriendo?

—Bastardo —gruñí—. ¿Qué esperas ganar de estos juegos?

—¿De qué estás hablando?

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—Nadie más que yo sabe cómo manejar el dispositivo. No puedes

sacarme. No puedes simplemente tomarlo y esperar que…

—¿Tomarlo? —Su cara se drenó de color—. ¿Qué?

—El DLP no está. —Solté. ¿Estaba fingiendo que no lo sabía?

Él puso una mano contra la pared para estabilizarse.

—¿Qué?

—Alguien lo tomó.

Jacob golpeó su puño contra la pared y maldijo en voz alta. Lo miré,

analizando la reacción, y realmente entendiéndola.

—No fuiste tú.

—Por supuesto que no —espetó—. ¿Por qué haría eso?

—Yo… —¿Para ayudar a los Fugitivos? No terminé mi frase. Solo lo

miré, tratando de pensar. Por supuesto él no lo haría. Si estaba peleando tan

duro para llevar a todos, ¿de verdad creí que él simplemente me dejaría?

Jacob se pasó las manos por su cabello y empezó a caminar.

—¿Quién más sabe? Piensa.

¿Quién más puede saber del DLP? Su existencia no había sido

revelada a los otros Fugitivos… a ninguno excepto a Gabe, pero no podía

haber sido Gabe. Estaba en la lista. Iba a regresar conmigo…

Mi corazón golpeó como una piedra.

El Doctor Borde. Sabía del dispositivo, al menos vagamente. Hubiera

sido fácil para él rastrear el número de mi habitación, y buscar en mi

habitación.

He sido tan tonta. Nunca debí haber confiado en él, ni siquiera con

información acerca de la Enfermedad. Y ahora, todo se estaba derrumbando.

Me hundí en la pared, tratando de pensar, pero mis pensamientos se

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estaban resbalando, perdiéndose, dispersándose. Él podría estar en su

laboratorio privado. Tenía que intentar al menos.

—Yo… me tengo que ir. —Contactaré a Gabe. Le diré que busque en

todas partes en las que pudiera pensar—. Yo… te encontraré.

Y antes de que pudiera responder, corrí.

Tenía que tener el dispositivo de vuelta esta noche. Si no lo

hacíamos, la ventana temporal se cerraría, y estaríamos atrapados aquí por

algunas semanas más, con el riesgo de exponernos a la Enfermedad. Cada día

que permanecíamos aquí era mucho más peligroso. Cada día que

permanecíamos aquí era otro día que Jonn, Ivy y Everiss estaban sin mí.

¿Qué si nunca volvemos?

Me negaba a entretenerme esa idea.

Mi corazón palpitó acorde con mis pies mientras corría por el camino

y dentro del bosque, dirigiéndome al laboratorio privado de Borde. Aire

oscuro giró alrededor mío, caliente y empalagoso, y sudor corría en mi

espalda y empapaba mi cabello. Mi costado picaba y mis pulmones ardían,

pero seguí corriendo.

Borde respondió a la puerta al primer golpe. Su cabellos estaban

despeinados y sus ropas sucias, como si lo hubiera interrumpido en la mitad

de un experimento. Al verme, abrió su boca como para protestar. Entré

pasándolo antes de que tuviera tiempo de invitarme a entrar o negarme el

acceso.

—Devuélvelo. —Demandé tan pronto alcancé la mitad de la

habitación. Escaneé las estanterías, las mesas. No vi nada que pareciere el

DLP, pero… ¿él realmente sería tan tonto para dejarlo a descubierto?

Probablemente lo tenía escondido lejos en algún lugar en el que nunca lo

encontraría. Tenía que intimidarlo. Amenazarlo. Algo. Estaba desesperada.

—No puedes tenerlo —soltó, y la furia tomó mis sentidos. Crucé la

habitación en dos zancadas y agarré sus brazos.

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—Re-gré-sa-me-lo.

Sus ojos se agrandaron hasta que sus pupilas eran solo círculos azules

flotando en un océano de blanco.

—No… no puedo. Es mío. Mi investigación…

—No es tuyo. Le pertenece a mi familia.

—Lo encontré…

Lo solté.

—No tu maldito diario, Borde. El DLP.

—¿DLP?

—El dispositivo. El dispositivo que va a llevarme a casa, del que

hablamos. No está. No te hagas el tonto. Debes devolverlo, o… o le diré a

los otros científicos acerca del diario. Acerca de sus experimentos secretos.

Acerca de lo que me diste…

Él alzo sus manos para calmarme.

—Espera. Espera. ¿El dispositivo ha sido robado?

Me detuve, con dolor, mientras Borde me miraba con los ojos

gigantes.

—Necesitamos hacer el salto mañana —dije.

—Oh no —murmuró él.

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Traducido por Carmen21

Corregido por KatieGee

—¿Qué sabes tú? —demandé.

En vez de responder, Borde giró sobre sus talones y desapareció a

través de la puerta que había detrás de él en un aleteo de las mangas de la

camisa. Me quedé quieta un segundo con los pies pegados al suelo y en mi

cabeza nadando la frustración y la confusión, después corrí detrás de él.

—¿Borde?

Ninguna respuesta. ¿Había huido? ¿Me había engañado?

El pasillo estaba oscuro como una cueva, pero puse mis manos sobre

la pared y seguí la rendija de luz al final. Entré en una pequeña habitación

con un pequeño catre en una esquina con montones de sábanas arrugadas.

Borde estaba rebuscando en un armario. Tiró un abrigo y un largo y

delgado objeto metálico. Di un paso hacia atrás, y miró y se echó a reír.

—Es una lámpara —dijo, haciendo clic con el pulgar—. No te voy a

hacer daño.

Revoloteé cerca de la puerta, sin confiar en él. Ahora mismo no

confiaba en nadie.

—Vamos —dijo—. Tenemos que irnos ahora.

—¿Dónde vamos?

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—A encontrar tu dispositivo.

—¿Cómo vas a hacer eso?

—Creo que sé quién lo pudo haber cogido.

En vez de ir a la puerta principal, me condujo por un tramo de

escaleras estrechas y en una caverna subterránea. Encendió las luces,

brillantes luces que lastimaban mis ojos. Un vehículo apareció delante de

nosotros, brillando en la luz. Borde abrió la puerta y se sentó en el asiento.

Hizo un gesto al sitio que había a su lado.

—Entra. Será rápido.

¿Entrar en esa cosa? Pero no hubo tiempo para vacilar, no hubo

tiempo para estar asustada. Ni siquiera hubo tiempo para pensar. Mi

corazón estaba martilleando, me agarré al borde la puerta y me dejé caer en

el asiento que me había indicado. El vehículo olía como a cuero y a sudor.

Mi garganta se endureció mientras Borde alcanzaba los controles. Giró su

muñeca y yo apreté mis ojos cerrados. Hubo un ronroneo y un estruendo

debajo de nosotros. Nos tambaleamos hacia adelante, y mis ojos se abrieron

de nuevo. La pared se separó como una cortina y nosotros volamos en la

noche.

Los árboles borrosos pasaban a un ritmo vertiginoso. Nos estábamos

moviendo más deprisa que un caballo a galope. Mi estómago se revolvió

mientras el vehículo se inclinaba hacia la izquierda y luego hacía la derecha.

Borde tiró los controles y mezcló con su mano el panel de control. Ramas

batían contra el vehículo y rocas pasaban volando. Me aferré a los bordes de

mi asiento.

Finalmente, paramos afuera de El Laboratorio.

—Deprisa —gritó Borde, abriendo la puerta y saliendo. Corrí detrás

de él, tropezando mientras aterrizaba en el suelo a la carrera, y juntos nos

apresuramos hacía las puertas de El Laboratorio. La luz brilló en ellos, luz

tenue porque era tarde. Las únicas personas aquí, ahora eran el personal del

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turno nocturno y los trabajadores de limpieza, y tal vez algún solitario

investigador o dos horas largas de trabajo.

Las puertas silbaron cuando se abrieron despacio, y el aire frío me

golpeó en la cara mientras nos precipitábamos al interior. Borde parecía

saber exactamente a dónde iba. Empezó a bajar una escalera sin pararse a

ver si le estaba siguiendo. Para un hombre de edad, era sorprendentemente

ágil.

Llegamos a un largo pasillo en uno de los niveles más bajos. Las luces

aquí eran más oscuras, más frías. Las paredes no eran tan suaves, y los

suelos no eran tan brillantes. Nunca había estado tan abajo en El

Laboratorio, excepto la vez en La Helada, con Adam. Me acordé de una

habitación llena de libros y mesas volcadas. La memoria se precipitó al

pasado en un instante y se fue, solo un hormigueo de recolección de polvo y

los fríos ojos de Adam golpearon el pasillo. Patinamos hasta detenernos

ante una puerta. Borde la abrió, y entró en el interior

La habitación estaba vacía. Un escritorio sencillo y una silla nos

saludaron. Un solo cuadro colgado en la pared, representaba unas

montañas. Borde susurró algo ininteligible en voz baja y se dio la vuelta.

—Llegamos tarde —dijo—. Se ha ido.

—¿Quién se ha ido?

En vez de contestar, corrió de vuelta al pasillo y no tuve otra opción

que seguirle de nuevo.

Volvimos a la noche y al vehículo, que estaba ronroneando donde lo

habíamos dejado. Borde subió de nuevo y casi no logro sentarme en el

asiento antes de irnos, girando en la oscuridad y esquivando árboles y

ramas una vez más.

Esta vez nos detenemos delante del Centro de Seguridad.

—Vamos. —Me urgió Borde—. Sé qué es lo que está haciendo.

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Bajamos a las profundidades del Centro juntos y corrimos por los

pasillos, haciéndose eco de nuestros pasos. Los pasillos estaban vacíos. Cada

habitación que pasamos carecía de trabajadores de seguridad. Las pantallas

parpadearon y sonaban sin vigilancia. Cuando llegamos a las escaleras,

Borde tiró la mano para detenerme.

—Espera —dijo—. ¿Oyes eso?

Un débil sonido metálico llegó a mis oídos, como el de una bocina

sonando una y otra vez. Borde se echó hacia atrás y apretó la espalda contra

la pared.

—No. —Exhaló—. No, no, no. No lo hizo.

—¿No hizo qué? ¿Qué pasa?

Borde cerró los ojos y se tapó la boca con una mano.

—Los activó.

—¿De qué estás hablando? —Me incliné sobre él, sacudiéndolo.

Borde parpadeó y se centró en mi cara con la misma expresión

penetrante con la que el primer día me había mirado en El Laboratorio.

—Escúchame y escúchame atentamente —dijo cogiéndome de los

hombros—. Se apartan de la señal. Es la forma en la que los diseñamos.

Aquí… —Hurgó en el bolsillo y sacó una tarjeta. Alcancé a ver un destello

azul mientras la empujaba en mi mano—. Guárdala contigo, y si se la

enseñas a ellos estarás segura. No la pierdas, porque no estoy seguro de si

tengo razón…

—¿Razón sobre qué?

Pero él se estaba moviendo otra vez, esta vez de cuclillas. Bajé y le

seguí. No iba a dejar que me dejase atrás.

A medida que avanzábamos por el pasillo, el sonido se intensificó.

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—¿Qué es ese sonido? —Di un grito ahogado. Mis oídos vibraban

mientras se hacía más fuerte.

—Es una alarma —masculló Borde—. Nos avisan de que los canales

de seguridad han sido violados.

Delante, vi luces rojas intermitentes. Mi pecho se apretó un

momento, una reacción visceral al resplandor escarlata, pero eran

simplemente bombillas en la pared. El sonido a todo volumen emanaba de

una pared por encima de las luces intermitentes, y cuando llegamos al lugar

debajo de ella, Borde abrió un cuadro en la pared y le dio un puñetazo a un

código. El sonido se interrumpió bruscamente y de repente la sala estaba

tan tranquila que podía oír la respiración áspera en la quietud.

—Mejor —murmuró Borde—. Al menos ahora puedo oír mis

pensamientos. Ahora vamos antes de que llegue demasiado lejos.

¿Quién podría llegar demasiado lejos? Estamos en el Centro de Seguridad…

¿Se refiere a Jacob? ¿Pero a la oficina de quién fuimos en El Laboratorio? ¿Dónde

estaba todo el mundo? ¿Qué fue esa alarma?

Pero no dije nada esta vez, porque he renunciado a preguntarle.

Simplemente seguí cuando llegamos a una escalera y comenzó a descender.

La aprehensión se produjo en mi estómago y encadenó mis músculos

tensos.

Llegamos al final, un pasillo familiar. Lo reconocí de la noche en la

que le hablé a Jacob por primera vez sobre el DLP. La señal al final seguía

diciendo «CUIDADO: SOLO ENTRADA AUTORIZADA».

Pero esta vez, como la primera vez, las puertas estaban abiertas.

La oscuridad más allá se abría como una boca hambrienta y Borde

desaceleró al acercarse a ella. Me hizo señas con la mano contra la pared, y

apreté mis hombros a la piedra fría. Vi cómo se deslizaba hacía adelante y

miraba en el interior, y luego volvió la cabeza para mirarme.

—Deprisa. —Exhaló, y me reuní con él.

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Nos colamos en la sala cavernosa, aquella en la que Jacob y yo

discutimos por primera vez sobre el DLP. No había visto el interior antes

porque todo estaba oscuro, pero ahora las luces brillaban como estrellas en

la parte superior de un techo alto, iluminando tenuemente la habitación. Me

quedé con la boca abierta. Enormes puertas formaban la pared del fondo y

las vigas de acero cruzaban el techo. Los estantes formaban un laberinto

delante de nosotros, un bosque de metal. Una franja del suelo estaba

manchada con grasa y oscuras manchas de líquido que se ponen entre

nosotros y las puertas. En el otro extremo, vi vehículos.

—Está por aquí, lo sé —murmuró Borde—. Venga.

Débilmente, en el borde de mi conciencia, escuché un tintineo.

Borde lo oyó también.

—Por aquí —dijo, y se fue hacía una de las filas de la derecha. Lo

seguí corriendo centrándome en mantener mis pasos tan silenciosos como

sea posible.

El entrenamiento de Adam llegó a mi mente, dándome confianza. Me

moví sin problemas, segura. Pasé la mirada por las estanterías buscando una

manera de trepar si era necesario, buscando cualquier signo de amenaza

como él me había enseñado. Por delante, Borde había llegado al final de la

fila. Me esperó. Cuando llegué hasta él, abrió la boca para hablar.

El arrastré de una zapatilla errante llegó desde la izquierda. Se quedó

inmóvil, puso una mano en mi brazo y levantó las cejas para indicarme que

lo había oído también.

Más allá, en las sombras, vi un movimiento furtivo. Una figura de

blanco se deslizó más allá de nosotros, en dirección a los vehículos y puertas

grandes en la pared.

Lo que fuera, estaba intentando escapar.

Borde me indicó que esperara y luego saltó de su escondite.

—Gordon —gritó, y la palabra hizo eco alrededor nuestro.

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Miré. La figura paró, y se dio la vuelta. Aguanté el aliento.

El hombre de pelo oscuro. El que mi miró sospechosamente. El doctor

Gordon.

—Borde —dijo y sus labios se curvaron—. Me encontraste.

—Sabía que correrías como un perro con la cola entre las patas si

pusieras las manos sobre el dispositivo, sí —gruñó Borde—. Pero, no vas a

huir con él. ¿Crees que voy a dejarte robar todas mis investigaciones? Dame el

dispositivo.

—Nunca. Cuando lo lleve al sur y lo venda como mío, entonces será

mi investigación y si tratas de afirmar lo contrario, entonces tú serás el que

lo haya robado —dijo Gordon. Su mirada se desvió hacia mí y sonrió—.

¿No hay guardias?

—Todos han huido, tal y como lo habías planeado cuando violaste los

códigos de seguridad que tenemos…

—Oh, venga —dijo Gordon con una risa baja, una sonrisa que

provocó un escalofrío por mi columna por la maldad que había en ella—.

Seguro que eres tan ansioso por verlos en acción como yo.

Borde estaba silencioso. Sus dedos se movieron a los costados. Él

miró el hombro de Gordon, y debajo de la chaqueta del hombre me di

cuenta de lo mismo que Borde vio… un largo y recto bulto en la parte

superior. ¡El dispositivo! Lo tenía colgado en la espalda debajo de la

chaqueta.

—El dispositivo… cómo lo hiciste…

—Te he visto hablando con ella —dijo Gordon señalándome con la

cabeza—. Y la he seguido hasta tu laboratorio privado. He oído lo que dijo

sobre el dispositivo.

—Pero, ¿cómo lo robaste? —exploté, no pudiendo permanecer más

tiempo en silencio.

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—La pequeña pelirroja estuvo más que dispuesta a decirme dónde

estaba su habitación a cambio de algo que necesitaba.

Contuve el aliento. ¿Pudo Claire traicionarnos?

—Dame el dispositivo —repitió Borde. Buscó en sus bolsillos y sacó

una caja—. O llamaré a El Laboratorio.

Gordon sonrió e inclinó la cabeza hacía un lado, haciendo caso omiso

a la amenaza de Borde.

—Admítelo. No les tienes miedo, no te atacarán. Sí, ya sé sobre tu

pequeño fallo en la prueba del ADN.

¿Por qué no lo atacarían a él?

Miré de Gordon a Borde, pero sus caras no me dieron ningún indicio

sobre lo que quería decir. ¿Guardias? ¿Trabajadores del Centro de Seguridad?

¿Y de qué fallo de prueba hablan?

Gordon notó mi confusión, y su sonrisa se amplió.

—Ella ni siquiera lo sabe, ¿no? De lo contrario no se atrevería a estar

aquí.

—Es más valiente de lo que tú crees —espetó Borde—. Y además, no

está indefensa ante ellos.

Recordé la tarjeta en mi mano. Bajé la mirada y le di la vuelta. Era

blanca, con una flor azul.

¿Una flor de invierno?

El terror me apuñaló en el estómago.

—¿Saber qué? —pregunté, y mi voz salió como un susurro en el

repentino silencio.

El roce de las garras de metal contra la piedra hizo que los pelos en la

parte superior de mi cabeza se levantasen. Me di la vuelta lentamente, casi

como si estuviera nadando en barro, como si mis piernas se hubiesen

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paralizado. Un destello rojo se encontró con mis ojos, pero no eran las luces

de la sala.

Era el brillo de unos ojos.

Un Observador.

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Traducido por Karou! y SOS por Gabbii Rellez & ValentinaW33

Corregido por Xhessii

No podía moverme, no podía hablar, no podía respirar.

Había un Observador aquí, en este almacén, en el Centro de Seguridad.

Y ni Gordon ni Borde parecían sorprendidos de ello.

La criatura era de tamaño mediano, más grande que el vehículo en el

que nos dirigimos a la Centro de Seguridad, pero más pequeño que cualquier

Observador que haya visto antes. Los pinchos brillaron a lo largo de la

espalda y hacia abajo una cola de amarre. La cabeza perruna se volvió hacia

mí estudiándome y las enormes garras de los pies patearon el suelo. Parecía

un cruce gigante entre un gato, un lobo y algo más, algo profano y extraño.

Los ojos de color rojo sangre pasaron sobre mí, echando luz sobre el

suelo, y el Observador gruñó. Dientes brillaron en una boca abierta y los

hombros y las ancas agrupados, cuando se lanzó hacia mí.

—Lia. —Borde comenzó a gritar para advertirme, pero yo ya me

estaba moviendo con los años de instinto dando patadas. Caí al suelo y rodé

debajo de la plataforma, sosteniendo la tarjeta en mi pecho.

Las garras me agarraron fuertemente, enganchando mi uniforme y

triturando la manga, por poco rompe la piel. Empujé la tarjeta a la criatura,

recordando las palabras de Borde, pero el rojo no estaba llegando por debajo

de la plataforma a la oscuridad donde me escondí. El Observador no pudo

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ver la tarjeta que sostenía, por lo que la imagen no paraba de mí

evisceración, no aquí.

Me di la vuelta y choqué contra un muro. No podía presionar lo

suficientemente lejos para estar fuera de su alcance, por lo que comencé a

gatear.

—¡Oye! —gritó Borde, tratando de sacar a la criatura. ¿Qué estaba

haciendo?

Estaba loco, ¿llamándolo en lugar de correr?

El Observador cambió su atención de mí a Borde y Gordon. Gordon

sonrió de nuevo y levantó un trozo de metal que brillaba a la luz. Borde lo

reconoció claramente, fuera lo que fuera. Escuché su inhalación brusca.

—Eres un idiota —exclamó—. ¿Quieres destruir todo este compuesto?

—No fui el que los creó —dijo el otro hombre.

¿Los creó?

Llegué al final de los estantes. Si pudiera pasar a través de la fila,

podría subir hasta el otro lado y estar fuera de su alcance. El Observador se

paseaba hacia Borde y Gordon, gruñendo. Pero los hombres no se

movieron. Se miraron el uno al otro en lugar de a la criatura. Quería

gritarle a Borde para que se diera cuenta, pero las palabras estaban atrapadas

en mi garganta.

Mientras observaba, Borde con calma sacó un cuchillo de su bolsillo y

cortó a través de su dedo. Una línea de color rojo apareció y corrió por el

brazo. Una sola gota de sangre salpicó el suelo.

La criatura se detuvo.

Después de un momento angustioso, le dio la espalda y se acercó a

Gordon.

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Confusión corrió por mi mente y despertó a través de mis

extremidades. ¿Cómo había hecho que el Observador le diera la espalda?

¿Qué había hecho cuando se había cortado la mano?

Pero no había tiempo para pensar. Me deslicé de debajo de la

plataforma y corrí a través de la fila al otro lado. Agarrando los brazos de

apoyo, empecé a subir. Las manos me sudaban y se deslizaron sobre las

varillas metálicas que sujetaban los estantes grandes en alto. Apreté los

dientes y seguí subiendo. Detrás de mí, escuché los gruñidos del Observador.

Al llegar a la primera plataforma, volví la cabeza para ver lo que estaba

sucediendo. ¿La criatura atacó a Gordon?

Él levantó la mano que sostenía el trozo de metal. El Observador se

detuvo, su cuello doblado en un ángulo extraño y sus garras rastrillando la

tierra para conseguir agarre y cómo escapar. Un chirrido llenó el aire y la

bestia se estremeció. Dio un paso atrás y se dio la vuelta para mirar hacia

mí otra vez, como si Gordon fuese invisible para él.

—Con la llave de control, puedo hacer que haga lo que quiera —dijo

Gordon—. Es solo una máquina, después de todo.

Solo una máquina.

No entendía.

El Observador se volvió y me vio. Con un gruñido, brincó en mi

dirección. Me puse más alto, mis pulmones de repente se apretaron, sin

aire. La tarjeta se deslizó de mi mano y cayó al suelo como una hoja caída.

Juré. Levanté una pierna sobre la plataforma siguiente y me icé.

—Llámalo —gritaba Borde—. Él va a matarla.

—Deja que me vaya —respondió Gordon con aire de suficiencia—. O

la chica muere.

Borde se dio la vuelta para mirarme. Algo brilló en su rostro, una

emoción que no podía nombrar. El Observador llegó a la parte inferior de los

estantes y me miró. Este era ágil, mucho más flexible que los que había

visto en La Helada. ¿Era un Observador joven?

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Las palabras de Gordon corrieron por mi mente otra vez, pero no

tenía tiempo para pensar en ellos. No en este momento. Me deslicé hacia

adelante en el estante, tratando de ganar lo suficiente de un punto de apoyo

para subir a la siguiente. Debajo de mí, el Observador se paseaba. La larga

cola se movió. Los ojos brillaban.

—Gordon —gritó Borde de nuevo—. Basta. Detente ahora. ¡Esto es

un asesinato!

—Tu acción —dijo el otro hombre—. Tu decisión. Lánzame el

comunicador y déjame salir o, lo dejaré matarla.

La plataforma se estremeció detrás de mí.

Me volví con pánico. El Observador había saltado. Estaba justo detrás

de mí. Sentí el vapor caliente de su aliento en mis mejillas. El rojo de sus

ojos ardía en los míos.

—Lia —llamó Borde, haciendo caso omiso de Gordon—. ¡Córtate a ti

misma! ¡Hazte sangrar!

El Observador lanzó sus dientes contra mí.

No lo dudé. Arrastré mi dedo por el borde roto de la plataforma. El

dolor atravesó mi mano. Sangre goteó de mi piel.

Abajo, Borde observaba atentamente, cada línea de su cuerpo tenso.

Sus manos se cerraron en puños, y su boca se movía mientras murmuraba

palabras silenciosas.

—No va a funcionar —dijo Gordon detrás de él, como la voz de un

demonio susurrándonos.

—Solo los miembros de su familia pueden…

La sangre corría por mis dedos. El aire frío se precipitó sobre mi piel.

El Observador gruñó, y el sonido retumbó en mis huesos. Mis piernas

temblaban. Mis pulmones se comprimían. Mi piel estaba caliente, fría,

resbaladiza por el sudor y la sangre. Me mantuve firme y extendí la mano.

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El Observador se detuvo.

Se detuvo.

—Oh —jadeó Borde.

La cabeza torcida. Las mandíbulas cerradas. Los ojos se apagaron.

Me apoyé en la repisa apoya en relieve cuando la criatura se volvió y

saltó. Se rellena de distancia en la oscuridad como un gato y se había ido.

—Ahora —dijo Borde, con voz firme y llena de triunfo—. Dámelo.

Él dio un paso hacia Gordon. El otro hombre se estremeció.

—Espera —dijo—. No puedes hacer esto. Yo…

—Dámelo, Gordon.

El científico de cabello oscuro vaciló un momento, luego se dio la

vuelta y corrió directamente hacia los vehículos en la pared del fondo.

Borde despegó inmediatamente después de él, pero no iba a ser lo

suficientemente rápido para atrapar al joven solo.

—Lia —gritó—. ¡Hay que hacer algo!

Miré a mí alrededor frenéticamente por algo, cualquier cosa, y mis

ojos se fijaron en un disco grande de metal en el extremo de la plataforma.

Un tiro largo, pero vale la pena probar. Lo cogí y me lancé hacia abajo.

Mis pies tocaron el suelo y ya estaba corriendo por un pasillo lateral,

en dirección hacia él. Doblé la esquina y vi a Gordon pasar. Me lancé tras

él. Dejó el laberinto de estantes y empezó a cruzar la vasta extensión de

espacio abierto que se extendía como un campo entre nosotros y la puerta

en el otro extremo de la habitación.

Mis pulmones estaban a fuego y el hielo en mi sangre mientras

cerraba la distancia entre nosotros. A mi derecha, Borde estaba corriendo

tan rápido como podía.

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Lancé el disco metálico a la parte posterior de la cabeza de Gordon.

Aulló de dolor y cayó, rodando mientras se agarraba la lesión.

Borde llegó segundos después que yo. Agarré sus manos mientras el

hombre mayor luchó con él en el suelo y le quitó el abrigo. Me entregó el

saco del DLP, de un tirón lo abrí y casi me desmayó de alivio cuando vi el

dispositivo situado en el interior.

Gordon se quejó en su lugar en el suelo.

—¿Es seguro? —jadeó Borde, mirando el dispositivo. Sus ojos ardían

con la fascinación y me di cuenta de que era la primera que había visto una

de estas.

—Está bien —le dije. Pasé los dedos sobre el metal reluciente como

una oleada de agotamiento fluyó a través de mí—. Está aquí y en una sola

pieza.

Borde extendió una mano como si quisiera tocarlo. Gordon tuvo

problemas y se inclinó de nuevo sobre él, aplastándolo abajo.

—Buen tiro —murmuró—. Tiene suerte de que no lo mató.

—¿Qué vamos a hacer con él? Sabe demasiado.

Borde considera el problema.

—Podemos... mantenerlo fuera del camino hasta que te hayas ido. Me

encargaré del resto.

Pensé en Jacob. Él podría ayudarnos, si me atrevía a confiar en él. No

estaba seguro de lo que hice.

—Tenemos que salir de aquí —dijo Borde. Se agachó y tiró de la cinta

de metal de los dedos de Gordon, el que se había apartado del Vigía—.

Tengo que llamar al resto de los Mechs antes de que aterroricen a todo el

complejo. Este idiota liberó a todos para que pudiera escapar. Mala suerte

para él, tengo una anulación genética. No me van a atacar.

¿Mechs?

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—La criatura —explicó.

¿Los Observadores?

Ahora que no estaba a punto de ser destripada por un monstruo

gruñendo, me acordé de las cosas que me habían dicho. Curiosidad subió

encima de mí.

—Por favor, me tienes que contar todo.

La boca de Borde se torció en una sonrisa.

—No aquí. Vamos.

Regresamos a su laboratorio privado. Borde encontró un pedazo de

cuerda y ató las manos de Gordon, y tendía a la corte en la parte posterior

de la cabeza antes de encerrar al Científico en el armario. Me ordenó

sentarme y descansar en una de las sillas, mientras que hacia un par de

llamadas al equipo de seguridad para explicar cómo hacer frente a los otros

Observadores. Luego hizo té. Equilibré el DLP en mi regazo, esperando

ansiosamente mientras los pensamientos corrían en círculos en mi cabeza.

Mechs, los llamaba él.

El Observador se había alejado de la sangre de Borde.

También se había alejado de mí…

Cuando se volvió, Borde también llevó el diario. Se sentó en la mesa

entre nosotros. Una oferta. Hice lo mismo con el DLP. Tal vez era hora de

un poco de confianza por mi parte.

Vi cómo se levantó con el dispositivo y lo acunó como a un bebé.

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—Es magnífico —dijo, con la voz silenciosa de asombro tranquilo.

—YO… yo lo hice, verás.

—¿Qué?

—Sí. Es mi diseño. —Se volvió, hábilmente pasando los dedos sobre

los botones, los cables—. Increíble. Así que eso es lo que me falta…

—Si tú lo hiciste… —Estaba confundida—. ¿Cómo no sabías todo de

él?

—No lo he hecho aún —explicó—. Pero, tal vez en algún momento

del futuro, lo haré. —Se detuvo—. Estoy seguro que tienes preguntas para

mí.

Mi mente esta tan llena de pensamientos y preguntas que pensé que

iba a explotar.

—Primero, háblame de las criaturas.

—¿Qué quieres saber sobre ellas? –me preguntó.

—Todo.

Respiró hondo y soltó el aire lentamente.

—¿Por dónde debería empezar?

—Los llamas… ¿Mechs?

Asintió.

—Son una nueva creación mía. Una de las mejores.

—¿Creación? No entiendo. Ellos son las bestias antiguas que vagaban

en La Helada.

—¿La Helada? —La curiosidad apareció en sus ojos.

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—Este lugar está todo cubierto de hielo y nieve en mi tiempo —le

expliqué—. El Laboratorio es una ruina llamada Echlos, y las criaturas, los

llamamos los Observadores… custodian.

Exhaló.

—Entonces, ¿siguen existiendo? ¿Siguen haciendo su función?

—Pero, no entiendo. Tú… tú… ¿los hiciste?

—Son máquinas —dijo.

Cuando por fin encontré mi voz, tartamudeé mi incredulidad.

—¿Qué? ¿Cómo es posible? Son animales. Son inteligentes, son…

—Son la inteligencia artificial más sofisticada disponible —explicó—.

Diseñados para aprender y adaptarse. Casi indestructibles. Incluso… incluso

se pueden hacer mejoras a sí mismos. Crecer, si se quiere. Son casi

autosuficientes, y el poder ellos mismos proviene de la luz solar. Ellos

merodean por la noche para proteger el Recinto…

—¿Por qué? —le pregunté.

Sacudió la cabeza y se frotó la barbilla.

—Hemos tenido muchas amenazas desde que comenzamos el estudio

de la Enfermedad, y el transporte de los animales se ha restringido desde la

propagación de la Enfermedad. Necesitamos medidas de seguridad más altas,

y hemos estado trabajando en un proyecto similar para un cliente en el Sur.

Por lo tanto, hemos construido las criaturas, un prototipo. Los Mechs. Y han

superado mis expectativas.

—En mi mundo, nosotros los llamamos los Observadores —le dije—.

Nos protegemos con flores de invierno.

—Ah —dijo—. Flores reales, ¿y funcionan?

—Sí.

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—Increíble. Deben de haber aprendido a extrapolar el símbolo que

usamos para repeler hacia las propias flores —sopló—. ¡Qué magnífico!

¡Qué brillantez…!

No encontré que los monstruos que rondaban mi mundo matando y

mutilando algo tan magnífico como él, pero mantuve mis opiniones acerca

de sus creaciones terroríficas para mí misma.

Borde pausa de su efusivo acerca de las habilidades de los

Observadores y me miró.

—Quiero saber todo acerca de tu mundo —dijo, y el entusiasmo

brillaba en su voz.

—Espera. Hay algo más que debo saber. Algo que Gordon dijo. —Mi

pecho estaba endurecido—. Él dijo que solo tú y su familia podrían alejar a

las criaturas con su sangre.

Borde recorrió el diario con la yema de sus dedos.

—Era una apuesta. Lo sospechaba, pero no sabía si estaba en lo

correcto. Así que cuando te dije que cortaras tu dedo, y el Observador se

detuvo por la esencia de tu sangre…

Sostuve mi aliento. Levantó su cabeza y me miro a los ojos.

»Eso confirmó que tú eres mi descendiente…

La revelación corrió a través de mí como un balde de agua fría en

primavera. Tenía razón, y aunque era extraño, también… estaba en lo

correcto. Asentí, tomando un largo suspiro.

Aquí sentado frente a mí en una silla polvorienta, se encontraba mi

ancestro. El pensamiento me llenó con asombro y me dejó maravillada.

Levanté una mano, queriendo tocarle, para asegurarme que fuese real, pero

en vez de eso, solo dejé caer mi mano en la mesa. Mis ojos cayeron en el

cuaderno que estaba entre nosotros. Lo alcancé y pasé mis dedos por la

desgastada cubierta de cuero.

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—¿Y el diario? ¿Cómo lo obtuviste? ¿De dónde vino?

—Lo encontré hace años, como ya había dicho. Lo vi en un cubo de

basura y el diseño del cuero me intrigó. Rápidamente me di cuenta que

quien fuera que lo haya escrito tenía conocimiento del Portal, de secretos

que nadie más debería saber excepto yo. Pero no sé quién lo escribió, o

porqué… —confesó—. Pero pronto se hizo evidente que quien escribió el

diario sabía cosas en las cuales yo no había trabajado aun. Y… —titubeó—.

Parecía contener un boceto de mi hija, por lo menos eso pensé antes de

verte. —Hojeó las páginas hasta encontrar la correcta y después empujó el

diario a través de la mesa hacia mí.

Miré. La conmoción me hizo estremecer.

El boceto se veía exactamente igual a mí.

Por eso él me había mirado tanto. Recordé la intensidad de la mirada,

la forma en que sus ojos me perforaban como si estuviesen buscando saber

hasta el más pequeño secreto que yo escondía.

—¿Cómo…?

—No lo sé…

—¿Esa soy yo?

Se encogió de hombros.

—Cuando te vi, pensé que tal vez estabas conectada a él de alguna

forma, pero no podía estar seguro hasta que supiera más. Pero cuando

supiste el acertijo que estaba escrito dentro… —Se detuvo y me miró

fijamente, con los ojos abiertos ante la maravilla.

—¿Y usted cree que soy su descendiente?

—Estoy seguro de ello. Cuando te vi, tuve una pequeña duda. Te

pareces mucho a mi esposa, a mi hija… es extraordinario. Y el incidente con

ese Mech lo confirmó…

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—Así que… ¿los Observadores, quiero decir, Mechs, no me atacarán si

pueden oler mi sangre?

—Ellos tienen sensores que leen la información contenida en la

sangre —dijo él con un asentimiento—. Estás a salvo de recorrer los bosques

de tu mundo por siempre, Lia…

Me llené de asombro. ¿Cuánto tiempo había guardado mi familia éste

secreto en sus venas? ¿Cuánto tiempo había pasado mientras nosotros no teníamos

ni idea del poder que poseíamos? ¿Y que significaría esto para mi cuando volvamos?

¿Para Jonn e Ivy?

Eso significaba que podíamos caminar sin miedo en La Helada. Eso

significaba que teníamos algo que los Padres no. Una sonrisa se extendía a

través de mis labios.

—Cuéntame sobre tu mundo —instó Borde.

Dudé mientras las visiones de los bosques silenciosos de blanco

llenaban mi mente. Vi el cielo tan azul y solitario, rodeado de montañas y

salpicado de nubes de tormenta. Vi el camino bordeado de flores de

invierno, el color de la esperanza y el miedo.

Olí el aroma de los pinos y de hielo derretido, y sentí el frío del

viento.

—Es tan hermoso y tan mortal —le dije—. Todo esto se ha ido, casi.

La ciudad sigue ahí y es mi pueblo. No contamos con nada de su tecnología

ya. Los Observadores se sienten atraídos por ella. Atacan.

Él bajó un poco la cabeza.

—¿Ahora ellos son sus enemigos?

—Tenemos miedo de ellos —le dije—. Pero también nos mantienen a

salvo. Se trata de un equilibrio precario. Un baile entre la vida y la muerte.

—¿Y la Enfermedad? ¿Ya han encontrado una cura para ello en el

futuro? —preguntó.

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Negué con la cabeza.

—No tenemos ninguna Enfermedad en La Helada. —Pensé en Adam y

mi corazón se retorció dolorosamente—. Todavía existe en las regiones

costeras. Algunos han huido a nuestras tierras para escapar de ella.

—Fascinante —murmuró Borde—. Y, ¿dices que han renunciado a la

tecnología por completo?

—Vivimos muy primitivos en comparación con usted —le dije,

señalando a las luces que brillaban en su techo, y en la puerta que abrió con

un siseo y cerró en el toque de un botón.

—Tenemos caballos, carros, lámparas.

—Es un gran cambio en comparación de cómo las cosas son en este

momento —reflexionó.

—Sí.

Nos quedamos en silencio un momento, y luego empujó el diario

hacia mí.

—Creo que tal vez debería finalmente ver esto.

Levanté el libro con cuidado, mi sangre zumbando en la anticipación.

Me volví a la primera página y solté un grito ahogado mirando la imagen

garabateada allí.

Una “Y” rota.

El signo de La Espina.

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Traducido por Kirara7 & LittleGirl00

Corregido por Xhessii

—¿Sabes qué significan los símbolos? —demandé, mostrándole el

dibujo del emblema de La Espina. Consternación y sorpresa pulsaron a

través de mí. Mi piel picaba y mi piel se erizó mientras miraba de su rostro

al dibujo frente a mí.

Pero Borde sacudió la cabeza, su expresión en blanco, sus cejas se

juntaron con curiosidad

—No. ¿Significa algo para ti?

—Sí. —Lo dejé así y pasé la hoja, mi cabeza giraba con sorpresa. Un

casi incomprensible garabato llenaba las hojas, más que todo cadenas de

palabras que no tenían sentido para mí. Números, colores.

—La mayoría del libro no tiene sentido para mí —dijo Borde—, no sé

qué quiere decir, ¿qué más reconoces?

Pasé otra página y ahí estaba. Me quede sin aliento.

«¿Qué tejido secreto te mantendrá caliente?»

Tracé mis dedos en las palabras.

—Era el acertijo de mi padre —dije—, y la respuesta a él nos guió al

DLP. —Le di golpecitos al dispositivo—. El tejido secreto era el edredón de

mi madre… un mapa de La Helada… encontramos el lugar oculto del

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dispositivo escondido en las puntadas… —Pasé otra página y vi algo que me

dejo mareada.

Weavers.

—El apellido de mi familia —dije.

Los ojos de Borde brillaban con interés, pero miré el reloj y mi

corazón cayó.

—Tengo que volver y encontrar a mis amigos. Ellos estarán

frenéticos, estamos sin tiempo y no puedo decirles sobre ti.

—Entiendo —dijo él, levantando las tazas de té y llevándolas a la

cocina. Cuando volvió, miró el DLP pero no lo tocó.

—Antes —dijo él—, dijiste que todos se irían mañana o, mejor dicho

hoy. —Él miró el reloj tristemente.

—Sí —dije—, tenemos que saltar durante la ventana de la

oportunidad, y ésa solo viene en ciertos niveles específicos. Y no nos

atrevemos a quedarnos con la Enfermedad acercándose.

Él asintió, absorbiendo esto, podía decir que él tenía más preguntas

que deseaba decir, pero se estaba controlando. Estaba agradecida, no sabía

cuánto más podía responder, o cuándo debería revelar. Ya le dije

demasiado… pero también él.

El peso de los secretos que he acumulado presionó contra mí mientras

me levantaba de la silla y recogía el DLP. Cerré el maletín y lo colgué sobre

mi hombro.

—Ven —dijo Borde—. Te llevaré de regreso.

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Bajé del vehículo en la entrada de la ciudad. No quería que nadie me

viera con uno de los más importantes científicos del Recinto y comenzara

hacer preguntas. Hice el resto del camino en la oscuridad y cuando alcancé

el Cuartel, fui hacia allí y me dirigí a mi habitación. Cada músculo en mi

cuerpo gritaba con cansancio, pero no sabía si podía tener más que unas

horas de sueño. También, necesitaba encontrar a Jacob de alguna forma y

hacerle saber lo que averigüé.

Cuando doy un paso a mi habitación, unas manos me agarran.

—Gabe —digo sin aliento, aliviada cuando lo reconozco.

—¿Qué sucede? —demanda él—. Jacob está frenético, dice que el DLP

está perdido, que la seguridad fue rota en el Centro, todos están encerrados…

—Lo tengo —le digo—, lo encontré. —Me quité el dispositivo de mi

hombro y lo pongo sobre la cama.

—¿Qué? ¿Cómo…? —Él miro de mi rostro al DLP y sus hombros se

relajaron.

—Es una historia imposiblemente larga —le digo—. ¿Crees que

puedes encontrar a Jacob y decirle? Él no estaba en el Centro de Seguridad.

—¿Cuándo estuviste en el Centro de Seguridad?

—No hace mucho. —Toqué la sangre seca en el lugar donde corte mi

mano.

—Nadie se supone que debe ir ahí ahora. Ha habido una abertura de

seguridad.

—Lo sé —admití, la oración era una exhalación. Me siento en la cama

al lado del dispositivo. Me siento adolorida, exprimida y demasiado

delgada.

Gabe estudio mi expresión por un momento.

—Tienes cosas que no me has dicho —dijo él finalmente.

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—Lo siento. —Eso era todo lo que podía ofrecer al menos por ahora.

Él asintió, no podía decir si estaba o no enfadado.

—Encontraré a Jacob y lo traeré aquí para que hable contigo.

Él presionó una mano en mi mejilla y luego había salido y yo estaba

sola.

Miré la puerta, me tumbé en la cama y cerré mis ojos.

Pero el sueño no venía, pensamientos llenaban mi cabeza, ideas.

Atticus me había dicho que solo llevara la gente de la lista, es más el

amenazó a mi familia si no lo hacía, sin embargo, la situación se volvía

intensamente peligrosa. No podía simplemente dejarlos. ¿Qué hay de

Juniper, Claire, los niños…? ¿De Gabe? Con la Enfermedad extendiéndose y

la amenaza de guerra. No tenía el corazón para negarle el pasaje a casa a

nadie, pero mi lealtad era primero con mi familia.

Toqué la sangre seca al final de mi dedo, meditativa, mi mente giró.

Yo era una Weaver, mi sangre me daba acceso a La Helada de una manera

en que nada más lo hacía. Y… lo mismo era para Jonn e Ivy.

Era mi carta del triunfo.

Atticus no se atrevería a lastimarlos. No si ellos valían tanto. Tenía

que contar con eso.

Cuando los pasos finalmente señalaron el regreso de Gabe, me había

bañado y vestido con un uniforme limpio. Mis ojos se sentían llenos de

arena y mis músculos aun dolían, pero me sentía alerta de nuevo. Estaba

lista.

Era el momento.

Gabe golpeó y lo dejé entrar. Jacob estaba detrás de él, mirándome

con cautela. Ellos entraron y cerraron la puerta.

—¿Lo tienes de vuelta?

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—Si, y no gracias a Claire.

—¿Clare? —interrumpió Gabe—. ¿Qué tiene que ver ella con esto?

—Ella ayudó a uno de los científicos a robar el DLP.

—No lo creo —dijo él.

—Es verdad. —Crucé mis brazos en mi pecho y los mire, retándolos a

seguir discutiendo.

Jacob frunció el ceño.

—Le diré a los otros que la vigilen pero no hay mucho que podamos

hacer al respecto ahora. Tenemos que salir ya. Y, ¿qué hay del problema de

la lista? —Había mucho que debía decirse, aun si no quería liderar con esto

ahora, mire de el al DLP.

—No quieres dejar a nadie atrás…

—No lo haré —dijo él entre los dientes.

—Lo sé —dije, mi estómago se volvió un nuevo con aprehensión. Este

era el movimiento que decidí era mejor. El más inteligente, lo único era

quizás la apuesta no funcionara—. Así que… los llevaremos todos.

Gabe se enderezó, parpadeó.

La cejas de Jacob se levantaron con sorpresa.

—¿Solo así? —preguntó él.

—Solo así. —Crucé mis brazos, escondiendo la cortada en mi dedo.

—¿Cuál es el truco? —preguntó el, la sospecha estaba en su tono. El

miró nuevamente al DLP.

—No hay truco alguno —le aseguré—, pero tienes que saber… vas a

una situación muy difícil, los soldados de Aerelian han ocupado mi pueblo, y

están liderados por un Oficial llamado Raine. Hay muy poca comida, y La

Helada es como sabes un poco peligrosa.

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—Lo sé —dijo—, pero ahora, es más seguro que quedarse aquí.

Los Fugitivos se reunieron en la sala de reuniones en el sótano donde

tenían sus reuniones semanales. Alguien había extendido la palabra… No sé

quién. Cuando Jacob, Gabe y yo llegamos, estaban todos reunidos. Rostros

cansados y los ojos expectantes se volvieron hacia nosotros cuando

entramos en la habitación. Miré, pero no vi a Claire.

¿Sabía que estábamos buscándola? ¿Sabría ella que yo sabía lo que había

hecho?

Me detuve en la parte de atrás de la sala. El DPL se golpeó contra mi

hombro mientras jugaba con la correa de la caja. Dejé mi bolsa de ropa y

otras cosas, que ahora incluida la caja sellada y misteriosa Borde me dio y

llevaba para Jonn. Gabe estaba a mi lado y su presencia me dio fuerza.

Jacob se acercó a la parte delantera de la habitación y se dirigió a los

Fugitivos.

—Los Viajeros… mi gente —dijo—. Hoy en día, se nos ofrece una

elección. Una probabilidad. Un regalo. Nosotros tenemos una forma de

volver a casa, al mundo del cual venimos, a la vida que dejamos…

—Pero, ¿qué volveríamos? —dijo alguien—. Hemos construido una

vida aquí por nosotros mismos.

—Sí, pero la Enfermedad —comenzó otro.

Jacob levantó las manos, pidiendo silencio. Las preguntas se

desvanecieron en un murmullo, una corriente subterránea que puntuó sus

siguientes palabras.

—Nadie tiene que ir si no quieren —dijo—. Volveremos a tiempos

peligrosos. El DLP… es un dispositivo para el portal… vuelve a La Helada en

el lugar exacto de dónde originalmente partimos. Soldados Aeralian la

ocupan ahora. Hay poca comida o refugio para nosotros. Va a ser difícil. No

voy a pretender lo contrario. Sin embargo, quiero que todos los que quieran

volver tengan la oportunidad. Este mundo no estará a salvo para siempre.

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Se refería a la Enfermedad, lo sabíamos, y otras cosas. Todo el mundo

sabía que este mundo ya no existía en el futuro. Lo que nadie sabía era

cuando terminó. Nadie sabía cuánto tiempo sería seguro para quedarse.

El silencio se extendió por el salón. Las cabezas se volvieron, los ojos

muy abiertos se reunieron y celebraron. Podía verlos evaluando. Si se iban

ahora, ¿estarían saltando de la sartén al fuego?

Mi mirada se posó sobre dos niños pequeños sentados al lado de una

mujer en un uniforme gris, y mi corazón tartamudeó cuando los reconocí.

Los dos niños Fugitivos que había rescatado en el bosque y escondido en mi

granero. El chico me miró con ojos solemnes, sin dar ninguna señal de que

me reconoció, y la chica se quedó mirando el suelo. Sus pechos subían y

bajaban con la respiración. La mujer sentada a su lado le palmeó los

hombros del muchacho, y me pregunté si querían volver al mundo crudo e

implacable que les quedaba. Éste debió de haber sido más amable con ellos.

De repente, el impulso de hablar era casi más de lo que podía

soportar. Me aclaré la garganta y hablé en voz alta, por lo que mi voz sería

trasladar las palabras susurradas.

—Fugitivos, gente —le dije.

Las cabezas giraron en mi dirección. Me lamí los labios, aprensivos.

Mis manos estaban húmedas y mis piernas temblaban, pero no tenía tiempo

para centrarse en el miedo. Necesitaba hablar con mi pieza.

—No quiero que nadie se engañe. Como dijo Jacob, si vuelves con

nosotros, es volver a tiempos peligrosos. Hay poca comida. Nunca se

termina la nieve. Hay Observadores. Los soldados Aeralian se han apoderado

de mi pueblo. Nuestro mundo no es seguro. —Me detuve—. Pero es nuestro

mundo. Nuestras familias están ahí. —Pensé en Ivy, de Jonn—. Aquellos

que amamos están ahí. —Adam pasó ante mis ojos, y parpadeé. Ann

también. Me alejé esos pensamientos. No tenía tiempo para ellos, no en este

momento—. Así que no voy a fingir que será fácil. Aquí tienes calor,

comida y algunas capas de seguridad. Existe la Enfermedad, sí. Se habla de la

guerra, sí. Pero en muchos sentidos, es más fácil. Por lo tanto, lo desean,

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pueden volver con nosotros, pero van a tener que esconderse de nuevo. Van

a tener que luchar. Van a tener que hacer un juramento de lealtad. —Hice

una pausa y miré a Jacob con firmeza—. A La Espina.

Revisé las caras de los Viajeros. Estaban escuchando. Vi Juniper en la

parte posterior de la multitud, que me miraba fijamente.

Él asentía.

Fuerza fluía a través de mí en una oleada, y levanté la barbilla y hablé

más fuerte, más clara.

—Si vuelves con nosotros, te atas al secretismo. Se unirán a nosotros

y jurarán lealtad a nuestra causa. Ustedes han visto mucho y su

conocimiento es peligroso. Pero pueden ayudar. Pueden hacer una

diferencia.

Sus expresiones estaban divididas por la esperanza, el miedo y la

incertidumbre. Los ojos se suavizaron ante mis palabras y sus bocas quedaron

curvadas. Me di cuenta de que estaban cansados. Estaban cansados de

esperar, sin hacer nada, que solo existían como ratas en un agujero. Me di

cuenta de que mis palabras estaban alimentando fuerza y valor en sus

corazones.

—Así que decidan —dije—. Ir con nosotros. O quedarse. Solo

comprometen a hacer lo saben que pueden. Cometan lo que saben que

pueden cumplir.

Con eso, me arrodillé en el suelo y empecé a sacar el dispositivo de la

funda.

Era hora de irse.

Gabe se agachó a mi lado.

—Qué puedo hacer yo —me preguntó—. Quiero ayudar.

El DLP era pesado en mis manos mientras me colocaba en el suelo.

Mis dedos hormigueaban contra el frío metal, y cuando lo encendí, la luz

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brillaba y bailaba sobre nuestros rostros. Nuestros ojos se encontraron y se

sostuvieron. Un mundo de cosas no dichas pasó entre nosotros.

Vulnerabilidad, empatía, esperanza.

Saqué la página de instrucciones garabateadas de Jonn del bolsillo y

se lo pasé a él. Ayúdame —le dije, y mis palabras eran una invitación de

confianza.

Jacob estaba hablando de nuevo.

—Si desean ir, recojan sus cosas y regresen en menos de media hora.

Si desean permanecer aquí, digan adiós.

Las personas se levantaron y comenzaron a llegar uno por el otro. Las

bocas se movían, las manos apretaban otras manos.

Gabe me ayudó a exponer los cables e introducir los códigos. El DLP

tarareaba a la vida bajo nuestros dedos. La luz verde se disparó en arroyos y

jugó todo el techo de la habitación, por lo que eran patrones como de luz

sobre el agua. La luz se fugaba por las orillas. Una vez que había dispuesto

los hilos en la derecha junto con sus patrones, cada uno se extendía en línea

recta a la misma distancia de los demás, como los radios de una rueda.

Apreté el botón más grande y el DLP regresó a la vida.

La luz surgió del centro en una columna que salía como una nube de

humo al exterior, abanicándose en un círculo de energía pulsante. Un

murmullo llenó la habitación. Jacob se quedó muy quieto mientras miraba

al portal recién hecho.

—Increíble —susurró, y el asombro se filtró en su voz.

La luz bailó y serpenteaba en espirales perezosos en el centro del ojo

del Portal. Estaba paralizada mientras veía los colores colapsando y

reanimándose. Era como fuego extraño, como las luces que a veces bailaban

en el cielo de invierno. Fue hermoso.

Los dedos de Gabe encontraron con los míos.

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—Hemos hecho esto siempre solos —dijo—, pero esta vez vamos a

hacerlo juntos. No tengas miedo.

—No tengo… —dije por costumbre, porque siempre fui la más fuerte

incluso si era cierto o no. Pero entonces, me di cuenta de que las palabras

que dije era verdad. No tenía miedo. Estaba lleno de asombro, alegría.

Felicidad.

Me iba a casa.

La puerta se abrió, y Juniper volvió a entrar en la habitación. Ni

siquiera lo había visto salir. Llevaba dos paquetes con él.

—Si vas a estar viviendo en un lugar con poco alimento, es posible

que podamos llevar algunas provisiones —dijo con una sonrisa cansada.

Dejó caer los paquetes a nuestros pies—. Esto debe alimentar a unas cuantas

personas durante una semana.

Me incliné y abrí uno de los paquetes. Latas de comida brillaban por

la luz verde del Portal. Alcé los ojos hacia él.

—Gracias —le dije.

Él asintió sombríamente.

Busqué a Jacob.

—Si los otros no regresan en el tiempo, nos vamos —le dije.

—Entiendo.

La agitación recorrió mi sangre mientras los minutos pasaban. Me

moría de ganas de girar y pasar por ese Portal, pero teníamos que esperar.

De acuerdo con las instrucciones de Jonn, una vez que la abríamos, solo

teníamos un poco de tiempo. Tenemos que esperar para ir todos a la vez.

La puerta se abrió y cerró mientras algunos de los Fugitivos

regresaron. He contado más de una docena, que se reunieron a nuestro

alrededor, agarrando paquetes, bolsas y sus manos. Los dos niños pequeños

que había rescatado meses antes se encontraban entre los que se preparan

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para salir. Sus ojos eran redondos y sus bocas como pinzas fuertemente

cerradas. Se aferraron el uno al otro, pero no lloraron. La mujer delgada no

estaba con ellos.

Me preguntaba qué pensamientos pasaban por sus mentes jóvenes.

¿Cómo podía uno hacer tal decisión a esa edad?

—Está todo el mundo montado —preguntó Jacob. Recorrió la

multitud con la mirada mientras los viajeros murmuró y miró a su

alrededor. Estaba a menos de un tercio de los Fugitivos.

Miré el reloj. Tenemos unos cinco minutos más hasta que nos

vayamos.

Unas pocas personas más se deslizaron y se unieron a nosotros.

Y entonces, llegó el momento.

Activé el Portal. La luz se desprendió, mientras se ampliaba el centro

de un ojo verde vibrante. La oscuridad en medio se retorcía y respiraba.

Señalé a Jacob.

—Vamos.

Él contuvo el aliento, levantó un paquete sobre los hombros, y entró

en el espacio.

Y se fue.

Uno a uno, los viajeros siguieron. Y uno a uno desapareció, hasta que

solo Gabe y yo nos fuimos. Nos miramos el uno al otro.

—Tú primero —le dije, y él asintió.

Cuando desapareció, las lágrimas inundaron mis ojos. Era el mismo y

sin embargo, era tan completamente diferente. Arrastré una bocanada final

del aire caliente y húmedo de este lugar joven y dispuesta a dar un paso

adelante.

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La puerta golpeó detrás de mí. Claire irrumpió en la habitación y sus

ojos se agrandaron cuando vio el vórtice. Ella corrió a mi lado ya través del

Portal antes de que pudiera detenerla.

La puerta se abrió de nuevo, y el doctor Borde tropezó en la

habitación. Su boca se abrió con asombro en el resplandor del Portal.

—¡Lia… espera!

No tuve tiempo. El Portal se estaba cerrando.

Su rostro fue el último que vi antes de que la oscuridad me llevara.

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Traducción SOS por LittleGril00 & Alexiacullen

Corregido por Xhessii

La oscuridad se volvió gris y el gris a blanco intenso… Una

corriente llenó mis oídos. Mis extremidades hormiguearon. Tenía frío.

Mucho frío.

Encontré mis manos y las apretó. El dolor punzó mis ojos cuando

trate de abrirlos. Un temblor atravesó mis miembros, y me di la vuelta y

tosí. Mis manos arañaron con algo liso y duro y frío. La humedad se filtraba

a través de mis rodillas. Hielo.

—Lia. —Era la voz de Gabe.

Él me ayudó a ponerme de pie. Abrí mis párpados contra la luz y una

respiración entrecortada. El aire era tan frío y seco que quemaba mis

pulmones.

—Lo logramos.

Abrí los ojos. El Portal se extendía por encima de nosotros frío e

impotente, durmiendo. Los Viajeros yacían esparcidos por la habitación en

varias poses de acostado, sentado y agachado. Unas pocas personas habían

vomitado. Algunos estaban gimiendo. Vi Juniper poniéndose en pie. Él

silbó entre dientes y sacudió la cabeza.

—Había olvidado lo mucho que odio ese viaje —murmuró, secándose

el sudor de la cara con una mano.

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—Claire... —gruñí, y Gabe sacudió la cabeza.

—Ella se fue por ahí. —Señaló a uno de los agujeros negros que llevó

a las profundidades inferiores de Echlos. Froté ambas manos sobre mis ojos

y suspiré. Tenía mucho más de qué preocuparme en este momento, además

de esa traidora. Gabe me ayudó a cojear por la habitación hasta que Jacob

estaba sentado de espaldas a la pared y la cabeza en sus cabezas. Él gimió y

se levantó como lo alcancé.

—Y, ¿ahora qué? —preguntó.

Eché un vistazo alrededor de la habitación.

—Tengo que ir con Atticus pronto. Él tiene que hablar contigo de

inmediato.

—Y, ¿ellos? —Jacob hizo un gesto a los Fugitivos.

Corrí mi atención sobre el grupo, contando con ellos. Casi veinte

personas. Nunca podría albergar a todos en la granja o en la propiedad de

Adam. No podían ir a la aldea, por supuesto, no todos ellos, y ciertamente

no todos a la vez. Si quisiéramos tratar de integrarlos, tendría que ocurrir

lentamente, para no atraer la atención de Raine o Korr.

Korr. Gabe. Inhalé bruscamente cuando me di cuenta de que podría

ser una situación potencialmente difícil. ¿Y si alguien vio a Gabe y

reconoció el parecido? ¿Qué haría Korr si se enteraba de Gabe estaba aquí

en La Helada de nuevo?

Necesitábamos un lugar seguro para esconderse.

Me acordé. Algunas de las habitaciones inferiores, en los niveles más

bajos… eran más cálidas, más protegidas que este. Era tan simple y tan

brillante.

—Nos quedaremos aquí por ahora —le dije—. Hay niveles más bajos

que proporcionan más protección.

—¿Aquí? —dijo Gabe bruscamente—. Pero los Observadores…

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Los Observadores. Estaba en lo cierto. Cerré los ojos. Yo estaba segura

como Weaver, como descendiente de Borde, y así era para mi familia. Pero

el resto de esta gente…

Tendríamos que tener cuidado.

Me fui con los Fugitivos a la habitación donde Adam y yo habíamos

descubierto primero los papeles sobre el DLP y luego me sumergí en los

bosques de los alrededores de Echlos con Jacob a mi lado y el saco de mis

cosas en mi mano.

La nieve crujía bajo mis pies. El aire hizo que mis mejillas quedaran

entumecidas y que mi boca doliera mientras respiraba, pero me encantaba el

viento helado en mi lengua. Sabía a casa.

Nos tejió alrededor de las rocas y arroyos congelados que

comenzaban a descongelarse. A través de cortes en el follaje por encima de

nuestras cabezas, pude ver el comienzo de una tormenta. Era bueno. La

nieve cubriría cualquier pista que dejáramos hoy.

Jacob no dijo nada, pero siguió con mi ritmo y no vaciló, incluso

cuando una manada de mothkats se precipitó desde un tocón podrido a

nuestro paso.

Por último, llegamos a mi casa. Di un paso a través de las ramas y en

el claro.

Un mechón de humo rizado de la chimenea y la luz brillaba en las

ventanas. Tenía un nudo en el pecho que fue aliviado. Suspiré y comencé a

caminar.

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—¿Es aquí donde encontraremos a Atticus? —preguntó Jacob, a

continuación. Él miró a la cara a la granja de mi familia.

—Pronto —le prometí—. Pero tengo que hacer una cosa primero.

Espera en el granero y lo voy a reunirse contigo en unos minutos.

Corrí hacia la casa. La alarma de Observadores sonó por encima de mi

cabeza mientras abría la puerta, y luego Jonn, Ivy y Everiss miraban hacia

arriba, sorprendido, ya que me encontraba en el interior.

—Lia…

Ivy casi me tiró al suelo con su abrazo antes de Jonn me alcanzara,

silbando y cojeando sobre muletas. Casi se cayó en mis brazos, y lo envolví,

sus brazos estaban apretados alrededor de mi cuello y enterró su cara en mi

hombro.

Everiss flotaba a una distancia segura, pero sus ojos brillaban con

alivio.

—No es el momento —suspiré finalmente, alisando el cabello de mis

hermanos con mis manos mientras me deleitaba de su calor, de su solidez.

Abrazándoles me había convencido de que eran reales, de que estaban

enteros y de que realmente estaban vivos y seguros. Eso era todo lo que

necesitaba antes de encararme a Atticus. —Ahora tengo que hacer una cosa

más antes de que la misión esté finalizada. Solo tenía que estar segura de

que estaban a salvo.

—Estamos bien —me aseguró John, dando un poco tumbos hacia

atrás y apoyándose pesadamente contra la mesa—. Solo que estoy tan

contento de verte viva.

Le abracé de nuevo.

—Encontré a Borde. Traje lo que me pediste —susurré en su oído, y

me empujó hacia atrás y miró en mi cara.

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Le entregué mi saco de cosas sin decir nada más. Sin una palabra, la

alcanzó y encontró la caja sellada de Borde. Una vena de su garganta latió

cuando la miró fijamente.

Quise preguntarle qué era, pero ahora tenía otras cosas de las que

preocuparme.

—Tengo que irme —dije, aunque las palabras me llenaron de dolor—.

Tengo un amigo esperando. Pero… —Mi estómago se encogió, pero pese a

la mezcla de emociones que sentía, tuve que preguntar—, ¿han estado aquí

últimamente Adam o Ann? ¿Han vuelto? Quiero saber si ellos también

están a salvo.

—¡Oh! —dijo Ivy y cuando John le lanzó una mirada enojada ella se

puso roja.

—¿Qué? —exigí.

John suspiró y pasó una mano sobre su rostro.

—Termina tu misión, Lia. Luego tenemos que hablar.

—No —dije—. Vamos a hablar ahora. ¿Qué es?

Él frunció el entrecejo pero sabía que era mejor no discutir.

—Ann está… en Aeralis.

—Lo sé —dije—. ¿No ha regresado?

—Está allí indefinidamente —dijo él.

Mi estómago se encogió. Mi mente dio vueltas. Le miré fijamente.

—¿Indefinidamente?

—Sí… el asunto de La Espina, eso me han dicho. —Él lanzó una

mirada a lo lejos y luego alzó sus ojos de vuelta hacia mí—. Adam también.

No podía respirar. ¿Se habían ido? ¿Para siempre?

—¿Estás seguro? ¿Cómo lo sabes?

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—Atticus nos lo dijo.

Atticus. Les había guardado ese secreto. ¿Qué había sucedido en mi

ausencia?

—¿Cómo lo supo él?

John e Ivy se miraron el uno al otro. John abrió su boca para hablar.

—Espera un momento. ¿No dijiste que había alguien esperando en el

granero? —nos interrumpió Everiss.

Todos nos giramos para mirarla.

—Atticus está en el granero —dijo ella—. Esperando a Lia. Dijo que

esperaba su regreso.

—¿Qué? —grité.

Abrí de golpe la puerta del granero.

—¡Atticus!

Las sombras se movieron y los vi a ambos. La expresión de Jacob era

ilegible. Atticus estaba complacido. Decidí que no debería saber aún sobre

los Fugitivos que habían regresado con nosotros.

—Lia Weaver —me saludó—. Tuviste éxito por lo que veo.

—¿Por qué involucras a mis hermanos en esto? ¡Quería mantenerlos

fuera de eso!

—Querida —dijo—. Salí corriendo rápidamente de los Agentes.

Contigo desaparecida por el Portal, y con Adam y la hija del Alcalde

ocupados en otra cosa, no tuve elección.

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—John me dijo que Ann y Adam se han ido a Aeralis indefinidamente

—espeté—. Según órdenes tuyas. ¿Cómo puedes decir que no tuviste

elección?

—Se han ido lejos y no sé cuándo volverán o si volverán —dijo con

voz cansina.

—Pero no tengo nada que hacer con eso. Tu exlíder ha sido capturado

por el enemigo mientras se encontraba en una misión para La Espina que le

involucró independientemente de mí, en contra de mis órdenes podría

añadir, y en este momento está de camino a una celda de una prisión. Y tu

amiga ha sido citada bajo sospecha de participación con los combatientes

enemigos. Ella levantó el aviso de ese hombre Korr. Pero está haciendo la

mayor parte de una situación desafortunada por recopilar información para

nosotros.

La conmoción hirvió a través de mí, peor luché por mantener mi

mente despejada.

—¿Capturado? Citado bajo sospecha por participación con…

¿Enemigos combatientes? —exigí.

—Adam Brewer —dijo él—. Y… tú.

Mis cejas se levantaron.

—En realidad estoy aquí para advertirte —dijo—. No entres en la

aldea. Piensan que has huido, ya sabes. Saben que no estás aquí pero no

puedes regresar.

—¿Qué? —La sangre corría por mis oídos. Un agujero de temor se

abrió bajo mis botas y estaba cayendo con fuerza mientras miraba su rostro

sin emociones y absorbía lo que estaba diciéndome.

—Recoge tus cosas —siguió él—. Escuché hace apenas una hora que

Raine está enviando soldados para confiscar esta granja, y vine a advertirle

a tus hermanos. Hay poco tiempo. Tienes que correr.

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—¿Dónde? —Pero mi mente ya estaba trabajando. Echlos. Podía correr

a Echlos. Nuestra sangre se mantendría a salvo. Era nuestro secreto. El secreto

de los Weaver.

—Corre, chica —espetó Atticus, y me di la vuelta y corrí hacia la

casa.

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Traducido por Karou!

Corregido por Xhessii

—No puedo ir contigo —dejó escapar Ivy después de que me dio la

noticia.

—¿De qué estás hablando? —La miré fijamente, horrorizada.

—No puedo ir contigo. Tengo que quedarme aquí.

—¿No escuchaste lo que dije? —Quería sacudirla—. Los soldados

están llegando. Ellos podrían estar ya en camino. Tenemos que ir ahora.

—Lo sé —dijo—. Me quedaré aquí y dejaré que me encuentren.

También puedo decir que Jonn huyó. Solo soy una niña a sus ojos, por lo

que me van a reasignar una nueva familia. No me van a encerrar. Estoy en

la escuela. Por lo que ellos saben, ya estoy en sus garras.

—No puedes estar hablando en serio.

—Ella tiene un buen punto —intervino Atticus.

Le lancé una mirada asesina.

—No voy a dejar a mi hermana pequeña a los soldados de Raine para

que la arresten. No la voy a dejar atrás.

—Lia —dijo Ivy. Puso su mano sobre mi brazo—. Voy a estar bien.

Puedo hacer esto.

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—No. —Miré a mi hermano gemelo por apoyo, pero él estaba

mirando al suelo como si estuviera en el fondo en sus pensamientos. Sus

labios se presionaron en una línea firme y una arruga formada entre las

cejas.

—Escúchame, Lia —dijo Ivy—. Ya tengo un lugar en la ciudad.

Asisto a la escuela de los Lejanos ahora, y ellos piensan que me estoy

convirtiendo en un pequeño modelo perfecto de ciudadano Lejano. Cuando

me reasignen a una familia de acogida después de que te hayas ido, puedo

empezar a aprender otro oficio. Voy a estar en una posición perfecta para

ayudar a La Espina. Puedo escaparme a visitarte y te traeré algo de la comida

que gano de asistir a la escuela. ¡Y puedo ayudarte! Ellos me creen cuando

les digo que no estoy con La Espina. No me van a arrestar... Soy solo una

niña para ellos. Ellos me pueden ver de cerca, pero ya estoy inscrita en su

escuela. No me van a torturar o a encerrarme.

La miré, asombrada. Se puso de pie, segura, firme y alto y, mi

corazón se rompió en pedazos cuándo la miré y supe que hablaba con

sentido. Quería que corriera a la incertidumbre de una ruina rota y fría, un

bosque, invernal poblado de monstruos. ¿Qué estaba mal conmigo?

—Tengo que hacer las maletas. —Me las arreglé para decir y hui a la

habitación de mis padres.

Jonn llegó cojeando pocos minutos después, encontrándome

envolviendo ollas y sartenes en algunos de los edredones de mi madre y

atarlos con cuerdas cerradas.

—Lia —dijo con suavidad.

Negué con la cabeza y seguí trabajando.

Se dejó caer en la cama a mi lado, y me incliné hacia él y puse mi

cabeza en su hombro, justo como antes lo había hecho conmigo. ¿Eso había

sido hace solo dos semanas? Se sentía como años atrás.

—¿Cómo podemos dejarla? —Me quedé sin aliento, con la voz

ahogada.

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—Ella no es una niña —dijo, acariciando mi pelo—. Está creciendo. Y

tiene razón. Tiene más sentido que se quedara. No la van a detener y puede

seguir asistiendo a la escuela y ganarse la comida. Estará más segura aquí

que en el bosque, donde todo es tan incierto, tan peligroso. Los

Observadores…

—No tenemos que tener miedo de los Observadores nunca más…

Jonn.

Se quedó en silencio.

—Conoces las cosas —dijo finalmente—. Aprendiste de ellos allí,

puedo decir. ¿Qué es?

—Hay... hay demasiado. No hay suficiente tiempo. Tenemos que

darnos prisa. —Le di la espalda y se frotó la frente—. Tienes razón. Ella

tiene razón. Esta es la opción más segura para ella. Y... la mejor opción para

La Espina.

Jonn sonrió con tristeza.

—No puedes mantenerla para siempre.

—Lo sé.

—Pero si las cosas se ponen peligrosas, puede salir y venir con

nosotros. No vamos a estar muy lejos, ¿verdad?

—Sí —estuvo de acuerdo—. No vamos a estar muy lejos.

Llevamos a los caballos con nosotros, junto con todo lo que podíamos

llevar o meter en bolsas.

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Los edredones de mi madre. Conjuntos de ropa extra. Utensilios de

cocina, libros, calcetines, nuestras bolsas restantes de precioso grano. Las

gallinas, la vaca, el jabón, espejos y peines. Todo lo que puedas llevar o

cargar a los animales, nos lo trajimos, ya que íbamos a necesitar todas estas

cosas y más si nos íbamos a vivir en las ruinas de Echlos. Jacob y Atticus

ayudaron, llevando lo que podían de la casa para los caballos atados. Jacob

fue el que levantó Jonn en sus brazos y lo ayudó a subir a horcajadas sobre

el caballo castrado.

Finalmente, estábamos listos.

Ivy estaba de pie en el patio, valiente y con los ojos secos,

mirándonos preparándonos para irnos. Envolvió sus brazos alrededor de su

cintura como si estuviera manteniendo la compostura, pero cuando me

abrazó con fuerza, ella fue la que me frotó de nuevo en pequeños círculos,

como si me tranquilizara. Miraba con asombro el cambio en ella.

—Voy a estar bien —susurró, y entonces me alejó. Todo mi cuerpo

me dolía por la tristeza, pero no había tiempo para pensar. Corrimos, en

dirección a los árboles en diferentes direcciones, dejando varios conjuntos

de huellas para que los soldados no supieran cuál seguir. Ivy estaba

corriendo detrás de nosotros, confundiéndolos, cruzando el patio con tantas

huellas como podía hacer. Su sonrisa brilló y saludó con la mano, luego, nos

sumergimos en La Helada y ella desapareció de vista.

Apenas podía respirar, pero seguí caminando, porque yo era una

Weaver, y los Weaver siguen su camino sin importar qué.

La Helada era solo una mancha de color blanco alrededor de nosotros

cuando huimos. Jacob y Atticus mantuvieron el ritmo a mi lado, y Jonn y

Everiss se unieron a nosotros tan pronto como habían dejado huellas en la

dirección opuesta y dieron marcha atrás en una de las pistas de los ciervos.

Nos reunimos en un claro rodeado de flores del invierno.

—¿A dónde vamos ahora? —preguntó Everiss. Sus ojos estaban muy

abiertos mientras miraba el bosque oscurecerse a su alrededor. Su

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respiración se escapó de sus labios en un mechón de color blanco y, se veía

como un fantasma.

—A Echlos —dije—. Es el único lugar que está a salvo.

—No —dijo Atticus.

Me di la vuelta para mirarlo. Se quedó quieto, con los pies plantados,

la capa girando en el viento y las manchas de nieve que soplaban más allá

de sus mejillas.

—¿Qué quieres decir con no?

—No puedes tomarlos allí.

—Tenemos que hacerlo. No hay mucho tiempo...

—Los otros Fugitivos están allí —agregó Jacob—. No podemos dejarlos

solos por mucho tiempo. Ellos necesitan orientación para el asentamiento y

mantener la seguridad de la noche, por lo menos en esa ruina. Necesitan

alimentos y calor, especialmente los niños.

—¿Los niños? —La mirada de Atticus fue afilada. Él me miró—. No

había niños en mi lista, Weaver.

—No podíamos dejarlos a ellos —intervino Jacob, arrastrando la

atención de mí—. No con la Enfermedad, señor. No podía dejarlos.

Cualquier persona que está bajo mi cuidado es familia para mí y no dejaré

que le pase nada a mi familia. Hicimos un juicio sobre la base de las

circunstancias y creo que fue la correcta.

—Ya veo —dijo Atticus secamente. Cruzó las manos y no dijo más.

El corazón me dio un vuelco. Sabía que no iba a ser tan simple.

Alguien iba a pagar por esto más tarde. Probablemente yo.

Sin embargo, ahora no tengo tiempo para preocuparme de eso. Nos

tuvimos que ir a un lugar seguro antes de que cayera la noche y los

Observadores salieran. Antes de que los soldados Lejanos nos encontraran.

Antes de que nos congeláramos en la tormenta que se avecinaba.

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Estábamos vulnerables y había un sinnúmero de maneras en que

podríamos morir.

—Vamos a seguir adelante —dije.

Nos hundimos entre la bruma azulada del crepúsculo. Trozos de hielo

cortaban mis mejillas y el dorso de mis manos. Detrás de mí, Jonn y

Everiss se aferraron a la parte posterior del caballo, sus ojos apagados por el

cansancio y el frío. Ninguno de los dos estaba acostumbrado al frío como

yo, con mis frecuentes incursiones en La Helada. Jacob luchó a través de los

montones de nieve en la parte posterior y Atticus acechaba a mi lado. Su

expresión era ilegible, pero sabía que estaba enfadado.

Por último, llegamos a la colina justo antes de la llanura que sostiene

Echlos. El alivio extendió sus alas en mi pecho, y me lanzó hacia delante con

una explosión final de fuerza.

—Estamos aquí. Vamos, necesitamos entrar antes de la…

—No tan rápido.

El borde de la voz de Atticus me detuvo a cal y canto. Me paré y di la

vuelta.

Se puso de pie más cerca de mí. Su manto negro rizado en el viento,

revoloteando a su alrededor.

Sus hombros estaban rígidos.

—Tenemos que hablar de lo que vamos a hacer con los Fugitivos

adicionales que trajiste de vuelta en contra de mis órdenes.

—Escucha, Atticus…

—Ya he descubierto una manera de rectificar tu error —dijo

bruscamente—. Vas a entrar y pedirles a todos los que no estaban en la lista

que te sigan. Vas a conducirlos al pueblo y abandonarlos donde los soldados

pueden encontrarlos. Raine pensará que ha capturado al resto de los agentes

de La Espina.

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—¿Qué? Esa es una idea terrible —argumenté—. No voy a dejar que

ellos sean arrestados. No nos estamos sacrificando para salvar nuestros

cuellos. Lo siento por la gente de más, pero no haremos eso. Podrían ser

útiles para nosotros. Además, si Raine se apodera de ellos, él solo los

interrogará acerca de Echlos. ¿Es eso lo que quieres?

—No puede interrogarlos si están muertos.

—No —dije con firmeza. Una punzada de terror se deslizó por mi

columna. A medida que la tela se escabulló de sus brazos, vi el arma en sus

manos. La pistola de mi padre.

—¿Qué estás haciendo? —Las palabras rasgaron a sí mismas en la

garganta y flotaban en el viento cuando Atticus dio un paso más cerca de

mí.

—Los agentes deben hacer lo que se les dice —gruñó—. Si no vas a

seguir mis órdenes voluntariamente, entonces tendrás que obedecerlas con

una pistola en la cara.

—¿Estás loco? —demandé. Mi lengua se pegó a mis dientes. Mis

manos temblaban—. ¡Esa arma atraerá a los Observadores!

Su dedo apretó el gatillo, con los ojos apretados en un estrabismo.

—Estoy harto de tus excusas y mentiras.

—¡Alto! —Gritó Jacob.

Él se movió antes que nadie tuviese tiempo de parpadear. Tiró a

Atticus contra él y presionó una cuchilla en la espalda del hombre.

—Suelta el arma.

—¿Qué es esto? —siseó Atticus—. ¿Qué estás haciendo?

—Todos los que vinieron a través del Portal son parte de mi familia…

y no dejaré que le pase nada a mi familia —gruñó Jacob. Apretó el cuchillo

entre los pliegues de la tela de la capa de Atticus y el otro hombre se

estremeció—. Ahora deja caer el arma.

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Atticus le dio un codazo en la cara y se volvió hacia mí. Jacob se

agarró la cara ensangrentada y arañó el brazo de Atticus. El arma se

disparó.

El sonido rasgó el aire abierto. Caí hacia atrás, mis oídos zumbando.

Los caballos alzados sobre sus patas traseras, resoplando. La boca de Jonn se

movía. Estaba gritándome, pero no podía oír lo que decía. Me puse de pie.

Las manos me ardían por el hielo, y mi pelo cayó en mis ojos. Vi a Jacob y

Atticus luchando. El cuchillo brilló en la mano de Jacob, y Atticus lo tiró

lejos y me apuntó otra vez.

El rugido llenó el aire como un trueno.

Todo el mundo se quedó helado.

Observadores.

Atticus giró en un círculo, con el objetivo en los árboles. Sus ojos

buscaron las sombras.

—Tu arma no les hará nada —le llamé—. Solo los atraerá a ti.

Jacob dio un paso atrás nervioso.

—¿Lia?

—Tenemos que entrar —le dije. Mi mente daba vueltas. En el pasado,

mi sangre había apartado a las criaturas. ¿Todavía reconocerán la señal que

les hizo volver la espalda, o si tenían ese conocimiento se perdió durante los

últimos quinientos años?

La primera bestia salió de entre los árboles. Era uno grande, dos veces

el tamaño del Observador que había enfrentado en el Centro de Seguridad.

Los enormes ojos de color escarlata brillaban.

La alta cabeza de lobo se volvió hacia nosotros, y las mandíbulas

entreabiertas. Los dientes brillaban como cuchillos.

Cuchillos… Necesitaba un cuchillo para cortarme la mano.

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Otro Observador salió de entre los árboles, más pequeño y más ágil

que el primero. Sus ojos brillaban cuando caminaba hacia nosotros. Los

caballos relinchaban con nerviosismo y arrojaron sus cabezas.

—No te muevas — gruñó Atticus, apuntando el arma hacia mí—. No

te atrevas a correr, Lia Weaver.

Me quedé inmóvil, mirando por el cañón.

—Atticus...

Él disparó el arma, pero Jacob estaba allí, empujándome fuera del

camino, su cuerpo sacudiéndose cuando la bala lo hirió. Caí en la nieve en

mis manos y rodillas.

—Jacob —grité, pero se quedó quieto, sin moverse.

El primer Observador se lanzó hacia adelante, colapsando con Atticus.

Él disparó, y la bala sonó y pasó por encima del hombro del Observador con

un destello de chispas. La piel escamosa se rompió y por el hueco vi el

destello de algo metálico. El Observador echó hacia atrás la cabeza y lanzó

un grito. Solo un pensamiento me llenó la cabeza: cuchillo. Jacob lo había

dejado caer. Pero, ¿dónde?

Me tiré hacia abajo en la nieve, buscando, cuando Atticus disparó

otro tiro en la bestia.

El segundo Observador corrió a Jonn y Everiss con un gruñido

gutural. Oí gritar a Everiss.

—¡Jonn! ¡Córtate el dedo y luego cabalga para Echlos tan duro como

puedas!

No miré para ver si él hizo lo que le había pedido. Mis dedos tocaron

el frío acero. Moví la hoja a través de mi dedo medio, y el rojo brotó a lo

largo de la punta. Vagamente, oí el grito de dolor de Atticus y de repente el

abrupto silencio. El aliento caliente siseó sobre mis hombros, rojo brillaba a

mi alrededor, y levanté la mano hacia el cielo cuando el viento se

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arremolinaba a mi alrededor y sobre mis dedos, llevando el olor de mi

sangre.

El Observador se estremeció.

Una sola gota de mi sangre cayó sobre la nieve. El Observador se puso

rígido, se echó hacia atrás. Gruñó suavemente, casi sonando perplejo.

Levanté la cabeza y le miré a la cara.

—Soy una Weaver —le susurré—. Mis antepasados te

hicieron. ¿Sabías eso, Observador?

La bestia se quedó en silencio.

Levanté la mano. La sangre se filtraba por mis dedos. El Observador

silbó entre dientes, dio un paso atrás y se volvió hacia el bosque. Con un

tirón final de la cola, se desvaneció en las sombras.

Di un paso atrás y miré alrededor. El segundo Observador también

había desaparecido. Jonn y Everiss habían desaparecido junto con el

segundo caballo, y la pezuña impresa en la nieve conducía hacia Echlos.

Atticus estaba caído, con el cuello en un ángulo equivocado. Lo miré,

entumecida, antes de que me agachara para recoger la pistola que había

dejado caer. La pistola de mi padre. Casi me había matado con la pistola de mi

padre.

La deslicé en mi cinturón y me limpié la sangre del dedo en la nieve.

Me incliné para tomar el pulso de Atticus.

Estaba muerto.

Me acerqué a Jacob y lo encontré muerto. Me incliné y cerré sus ojos,

mi corazón dolorido por su pérdida. Había sido un buen hombre. Me había

salvado la vida.

—Gracias —le susurré.

Crucé el campo congelado sola, hacia Echlos. Iba a necesitar la ayuda

de los demás para mover los cuerpos y darles una sepultura digna.

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Mi mente daba vueltas con lo que se avecinaba. Habría que encontrar

un refugio permanente para los Fugitivos y ponerse en contacto con La

Espina. Los agentes estaban dispersos, capturados, muertos. Y yo no estaba

en condiciones de dirigir las operaciones aquí. Y mis amigos... mi corazón se

retorció al pensar en Ann, Adam… Apreté los puños.

Queremos que vuelvan, de alguna manera. Me gustaría encontrar una

manera.

Porque era una Weaver.

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Adelanto: «The Curse Girl»

Traducción SOS por Angie_kjn

Corregido por Xhessii

Mi padre me condujo por el bosque en su camioneta, las ruedas se

sacudían sobre el sucio camino de tierra mientras el aire zumbaba con todas

las palabras no dichas entre nosotros. Las lágrimas caían por sus mejillas

arrugadas perdiéndose en su barba. La marca en su muñeca ardía en mi

visión periférica, como si estuviera brillando.

Me senté en silencio, como una estatua, una muñeca de papel, una

cosa congelada en piedra.

Cuando nos acercamos a la puerta, retuve un suspiro tembloroso y lo

dejé salir, mi padre colocó su mano en mi hombro. Sus dedos se clavaron en

mi piel.

—Él prometió que no te heriría, Bee. Él lo prometió.

Me moví. Su mano cayó sin fuerzas sobre el asiento entre nosotros.

No trató de tocarme otra vez. Papá apagó el motor y nos sentamos

envueltos en silencio. Lo escuché tragar saliva. Deslicé mis dedos arriba y

abajo por la correa de mi mochila. Mi boca sabía a tierra. El auto olía a

cuero viejo y terror fresco.

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Nadie sabía si las leyendas eran mentira, mito o verdad. Pero todas

hablaban de la Bestia que vivía en la casa. Algunos decían que comía niños

humanos, otros que se convirtió en una viciosa criatura de la noche y el

resto decían que lucía como un demonio, con llamas por ojos.

Una gota de sudor se deslizó por mi espalda.

—Tú no... —mi padre comenzó a decir, pero vaciló. Tal vez esperaba

que lo detuviera, pero no lo hice. Solo me senté sosteniendo mi mochila,

sintiendo el choque de responsabilidad deslizarse sobre mis hombros y

enrollándose alrededor de mi cuello como una soga.

A través de la puerta podía ver la casa, mirándonos con ojos muertos.

Los árboles se apretaban contra las paredes de color blanco hueso como

arpías acurrucadas con largas cabelleras verdes y todo estaba cubierto por

una niebla de musgo grisáceo. Había oído historias toda mi vida

—todos las habíamos oído— pero nunca estuve lo suficientemente cerca

para ver las grietas en las ventanas, las vides muertas que se aferraban a la

azotea.

La magia flotaba en el aire como huellas persistentes de una memoria.

Casi podía saborearla. Voces susurrando débilmente en el viento, ¿o solo

eran los árboles? El nudo en mi estómago se estiró en respuesta.

Mi padre intentó otra vez y esta vez pudo sacar la frase entera fuera.

—No tienes que hacer esto.

Por supuesto que tenía que hacerlo. Debía hacerlo. No haría esto por él.

Lo estaba haciendo porque no tenía opción. Con la marca en su

muñeca, él era un hombre muerto. Toda nuestra familia estaba condenada.

Él lo sabía y yo lo sabía y él estaba jugando un juego de fingir una pobre

excusa porque quería calmar su propia culpa. Porque quería ser capaz de

poder mirar atrás este momento cada vez que en el futuro por su mente y

sentir que me había ofrecido una salida.

Que había estado dispuesto a rescatarme, pero me negué. En lugar de

responder, abrí la puerta y salí. La grava crujía bajo mis zapatos mientras

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pisaba el suelo. Cargué mi mochila y tomé una profunda respiración. La

puerta crujió bajo mi mano, crucé el césped y subí los escalones de la casa,

sintiendo la piedra estremecerse bajo mis zapatos como si la casa viviera y

respirara. La puerta no se abrió por sí sola, que medio lo había esperado,

pero cuando puse mi mano en el pomo pude sentir el zumbido de energía

dentro de ella como un latido.

Mi padre esperó en el auto. Miré sobre mi hombro y lo vi parado con

una mano sobre la puerta, sus hombros tensos hacia atrás como un

tirachinas3.

Todo lo que tenía que hacer era dar un paso adentro. Un paso adentro

y la marca en él desaparecería. Y podría correr a casa. Podía ser más astuta

que esta casa. ¿No podía? Respiré profundamente y enderecé mis hombros.

Tal vez sí lo creía. Tal vez no. ¿Por qué más habría traído una mochila llena

de ropa y artículos de aseo?

—Bee —gritó mi padre, y su voz se rompió. Me detuve, esperando por

más. Tal vez él en verdad lo sentía. Tal vez en verdad no quería que yo

hiciera esto...—. Bee, solo quería decirte cuan agradecido estamos tu

madrastra y yo...

Mi garganta se cerró. Él no me iba a detener, ¿verdad? Sacudí mi

cabeza y se pasó una mano por la cara y se calló.

Cuando vino a casa hace tres semanas atrás a las 3 a.m., con la manga

de su uniforme de trabajo rasgado, sus labios sangrando y sus ojos llenos de

miedo, mi madrastra lloró. En verdad lloró, sollozos desgarradores que la

hacían agarrarse sus costados. Casi parecía como si estuviera riendo. Lo

miré y pude oler la magia en él. Supe exactamente dónde había estado.

Y una pequeña parte de mí que sabía que yo sería el precio a pagar

por su estupidez. Todo lo que tenía que hacer ahora era cruzar el umbral.

Luego la marca en su muñeca se desvanecería y él sería libre. Todo estaría

bien. Eso era todo lo que habíamos prometido, ¿cierto?

3 Tirachinas: Horquilla con mango que lleva dos gomas elásticas para lanzar piedras pequeñas.

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Abrí la puerta y entré en la casa. Conteniendo mi respiración. Al otro

lado del césped, mi padre hizo un sonido como de sollozo. ¿Qué era eso? ¿La

marca se había ido?

—¿Papi? —Me ahogué, sin atreverme a moverme—. ¿Se ha...?

—¡Se ha ido, cariño!

Me comencé a girar, pero no lo suficientemente rápido. La puerta se

cerró de golpe como las fauces de un animal hambriento. Agarré la manilla

y la retorcí, echando mi hombro contra la pesada madera. Grité, tirando la

manilla más fuerte.

Estaba cerrada.

Clavé mis uñas en la madera hasta que sangraron. Golpeé con mis

puños. La puerta no se movió. Era pura como una piedra. Por la hoja de

vidrio, vi las luces del coche de mi padre y escuché el acelerado del motor.

Él me estaba dejando.

Me deslicé al piso. Mis zapatillas chirriaron contra el mármol

brillante, mis dedos se deslizaron por la caoba pulida de la puerta. No quería

mirar detrás de mí a la boca de la casa, dentro de la oscuridad que sería mi

hogar. O mi tumba. No quería pensar en cómo mi padre iría a casa y mi

ausencia sería como una onda dentro de la casa, sentida por un momento y

luego desaparecida de sus mentes. No quería pensar como me extrañarían

en la escuela. Violet. Livia. Drew.

Drew.

El dolor se pegó como cemento detrás de mis ojos. Quería llorar, pero

no caían lágrimas. Nunca tenía lágrimas. Mis ojos quemaban y mi garganta

estaba apretada con un grito, haciendo difícil respirar. Me agaché en el piso,

puse mi mano sobre mi boca y pensé sobre el cabello de Drew, sus ojos, su

sonrisa.

Nunca vería alguna de estas cosas otra vez.

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Terror, terror real, se deslizó a través de mí como una tormenta.

Vibró por mi cuerpo, empujando mi piel, queriendo salir. Como si mi

propia alma luchara por liberarse de mí, como si mi propio ser no pudiera

soportar estar atrapado aquí en este momento. Se incrementó con una

intensidad cegadora, como un rayo de luz. Entonces caí, jadeando, con mis

manos apoyadas en el suelo frío.

—Detente —dije para mí en voz alta—. Detén esto.

No tenía que quedarme aquí. La marca se había ido, estábamos libres

y podía irme a casa, si solo pudiera hallar una salida. La idea se plantó en mi

mente, congelada por el miedo. Quebrantando mi terror como una

primavera cálida. Escapar. Después de todo, no estaba muerta.

—Todavía —murmuré, y el eco de mi voz, suave y aterciopelado,

susurró detrás de mí en el silencio. Cerré mis ojos con fuerza, conté hasta

cinco y los abrí. Y miré al lugar que sería mi prisión. El vestíbulo se

extendía como un campanario. Un candelabro roto yacía a un metro de

distancia, gotas de cristal se extendían como lágrimas congeladas a través

del mármol.

La luz suave de la sala venía a través de ventanas arqueadas

iluminando el resto de la habitación, en partes de muebles rotos y libros

rasgados. En el medio de la habitación, papeles y plumas estaban esparcidos

por el suelo. Era como si un gran monstruo hubiera estallado en cólera y

destruido la habitación, y cayó en un sueño tranquilo luego de agotarse a sí

mismo. Detrás de mí se escondía un pasillo lúgubre, lleno de puertas.

Estaba atrapada dentro de la casa. Mis amigos no podían ayudarme. Drew

no podría ayudarme. Mi padre no me ayudaría. Un suspiro escapó de mis

labios mientras me ponía en pie.

Estaba sola. Sola en la casa de la Bestia.

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Lia Weaver es una fugitiva. La granja de

su familia ha sido confiscada por los soldados

Lejanos, su hermana ha sido asignada a una

nueva familia en el pueblo, y su estado oficial

es «extraviada».

Ahora, ella y una banda de seguidores

de Fugitivos deben tomar por su casa el duro

yermo de La Helada. La comida es escasa, y la

esperanza es aún más escasa mientras Lia

trata de encontrar información sobre dónde

están sus amigos perdidos.

Ella está determinada a rescatarlos, pero entonces un sorprendente

aliado se levanta con una oferta que traerá de regreso a sus amigos y

expulsará a los Lejanos de La Helada a cambio de algo muy precioso, y Lia

deberá hacer una elección…

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He estado haciendo historias desde que tengo cinco

años de edad, y ahora estoy loca por hacerlo como

un trabajo de tiempo completo. Tengo una obsesión

con la fantasía oscura, distopías futuras, e historias

de amor del estilo de “Orgullo y Prejuicio”, historias

completas con bromas ingeniosas, y sentimientos

que se transmiten sin hablar. Cuando no estoy

escribiendo, estoy creando arte digital, leyendo

blogs chistosos, o mirando mis shows favoritos

(entre los que están TVD y BSG), jugando

videojuegos y comiendo tartas heladas. Vivo con

mi esposo geek y con dos gatos malos en Atlanta,

GA. Decididamente es del Equipo Unicornio.

Sus libros correspondientes a la saga The Frost Chronicles:

Frost (The Frost Chronicles 1)

Thorns (The Frost Chronicles 2)

Weavers (The Frost Chronicles 3)

Bluewing (The Frost Chronicles 4)

o Brewer (The Frost Chronicles 4.1)

o Fugitive (The Frost Chronicles 4.5)

Aeralis (The Frost Chronicles 5)