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Primera edición.

Tres semanas serán suficientes.Hugo Sanz.

©Enero, 2020.Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en

parte, ni registrada en o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ningunaforma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, porfotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito del autor.

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Capítulo 1Capítulo 2Capítulo 3Capítulo 4Capítulo 5Capítulo 6Capítulo 7Capítulo 8Capítulo 9Capítulo 10Capítulo 11Capítulo 12Capítulo 13Capítulo 14Capítulo 15Capítulo 16Capítulo 17Epílogo

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Capítulo 1

Por fin había terminado el día de reuniones y compromisos laborales que tenía una vez en

semana. El resto del tiempo trabajaba en casa desde mi despacho. Me dirigí hacia ella y, al entrar, encontré a mi pareja Ainhoa en el salón, sentada. Llevábamos

cinco años viviendo juntos, una compañera perfecta que enamoraba mi día a día y mi corazón. — Hola, vida ¿Cansada? — me sorprendía verla allí. Normalmente me esperaba en la cocina

o en la terraza para tomar algo antes de cenar, aunque solo eran las seis de la tarde. — Hola, Leo, me gustaría hablar contigo — su tono era preocupante, además que me llamara

por mi nombre y no con alguna palabra cariñosa, provocaba que saltaran todavía más mis alertas. — Claro — me senté y le cogí las manos — ¿Te pasa algo? — Sí — rompió a llorar dejándome totalmente fuera de juego — Hace un mes que intento

luchar contra mis sentimientos y me estoy matando. Me he enamorado de otra persona y no quieroseguir haciéndome daño por no hacértelo a ti.

Me quedé en modo pausa. No podía ni gesticular. Me negaba a creer que eso fuera cierto.

Jamás hubiera dudado de ella en algo así. — ¿Estás con esa persona? — tragué saliva. — Sí, pero no nos hemos liado en ningún momento — sollozaba.

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— Creo que poco puedo hacer en estos momentos y que lo tienes bien decidido —aguanté el

llanto y las ganas de coger el jarrón que tenía frente a mí y estamparlo contra el suelo. ¡Encima ibaa tener que darle las gracias porque no se hubieran liado!

— Necesito empezar una nueva vida ya — sonaba a puro egoísmo. — Vale. Ella miraba hacia abajo. Era incapaz de sostenerme la mirada. Me levanté y saqué un par de

maletas de gran tamaño. Comencé a meter ropa. No lo pensé ni un momento. Si ella necesitaba una nueva vida para “ya”, yo me tenía que ir

“ayer”. Me puse manos a la obra en un periquete mientras todo lo que había considerado lo másimportante de mi vida se desmoronaba por momentos.

Me cambié de ropa y bajé al supermercado donde me dieron unas cuantas cajas vacías, así

que volví a seguir guardando cosas. —¿Y eso, Leo? —me preguntó una de las cajeras que conocía de hacer allí la compra

habitualmente. ¿Te mudas? —Bueno, más bien, “me mudan” —sonreí irónicamente. No tenía ninguna gana de dar explicaciones, pero aquella frase me salió del alma. Estaba fuera

de mí, hirviendo por dentro. Era una sensación que no había sentido antes, claro que antes deaquel día no me habían clavado un puñal por la espalda de aquella manera.

Volví al portal y el ascensor se había estropeado. ¡Lo que faltaba! —¡Qué oportuno! —Soraya, una de las vecinas me hizo aquella radiografía típica de ella con

la mirada mientras comprobaba que el ascensor no iba. —¡Cosas que pasan! —sonreí maléficamente pensando en las muchas veces que me había

insinuado algo aquella chica y yo la había esquivado con sutileza. Y encima era atractiva a rabiar.¡Mandaba narices!

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De hecho, hasta aquel día me había sentido súper orgulloso de serle totalmente fiel a Ainhoa,

¡para lo que me había servido! Después pensé que el hecho de que me hubiera traicionado noquería decir que yo tuviera que caer igual de bajo.

Eché una visual a la que hasta aquel día había sido mi casa, a modo de despedida. No tenía

pensamiento de volver a poner los pies allí. Lo ocurrido no era precisamente para quedar comoamigos.

Guardé todo lo que había en mi despacho en las cajas. Los muebles eran de ella, al igual que

la casa. Yo tenía una nueva sin estrenar y amueblada. Me la habían entregado hacía un año yplaneábamos irnos a vivir allí.

Menos mal que siempre había sido muy previsor y, pese a que no había dudado de mi pareja,

pensé que era fundamental que cada uno tuviera su propia vivienda, aunque fuera en planinversión.

También caí en la cuenta de que era una suerte que no le hubiera hecho caso a Ainhoa en el

sentido de que siempre insistía en que yo alquilara mi casa. Decía que era una tontería tenerlavacía mientras no viviésemos allí. Sin embargo, yo la había reservado para estrenarla con ella.

Metí todas las cajas en el coche, repartidas entre el maletero, el sillón de atrás y el del

copiloto. Solo me llevaba mis objetos personales, de trabajo y mi ropa. En tres horas tenía todo listo. Puse mis llaves sobre la mesa de la cocina y me fui sin decir

adiós. Ella hizo ademán de acercarse a darme una especie de último abrazo o algo parecido que yo

rechacé de plano estirando mi brazo entre ambos. Hipocresías, las mínimas. Comencé a conducir totalmente desorientado. No me había visto en otra en la vida. Recordé

las palabras de mi padre que siempre me decía que situaciones de emergencia requerían sangrefría y eso me tranquilizó. Estaba orgulloso de no haber perdido las formas en ningún momento.

Paré en un supermercado a comprar algunos refrescos, agua y un poco de comida para llenar

la nevera. Ya haría una compra más completa otro día.

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En realidad, estaba deseando instalarme. Sabía que la entrada iba a ser un poco “momento

bajón total” y quería sentirme ya allí. Por fin llegué a mi casa, toda amueblada en blanco, minimalista. Tenía todos los enseres de

cocina y estaba lista para decorar y vivir en ella. Me senté sobre la barra de la cocina y me abrí una lata de refresco bien fría. Era incapaz de

llorar. Estaba en shock, con un vacío inmenso y como si me hubieran arrancado el corazón degolpe.

El estreno no podía ser más distinto al que yo había soñado, pero dicen que “renovarse o

morir” y no había duda de que yo iba a elegir renovarme. Cinco años preciosos junto a ella, cinco años en los que me sentí completamente lleno, feliz,

cómodo y en los que pensé que ella también se sentía tan plena como yo. ¡Craso error! No, ella se había enamorado de alguien por el que ni quise preguntarle. Ya el daño estaba

hecho, daba igual si era Miguel, el de su trabajo, Luis, el de la tienda o Pedro, el vecino. Eso yano era cosa mía.

¡A tomar vientos! Lo mío era recoger los pedazos y reconstruirme. Menos mal que en los

últimos tiempos me había aficionado mucho a los libros de autoayuda, que ahora iban a servirme.¿No era de sacar la mejor versión de uno mismo de lo que se trataba?

Me había tirado por los suelos. Estaba claro, pero tenía treinta y siete años y la certeza de que

no se acababa el mundo. Solo era cuestión de lidiar con el dolor y dejar que el tiempo pusieratodo en su sitio.

Coloqué todo antes de acostarme. A la casa no le faltaba detalle de nada. Estaba provista de

todas las comodidades: televisores, electrodomésticos, muebles, además de una preciosa terrazade cristal que usaría para pasar muchas mañanas trabajando, aunque disponía de un despacho enella que puse en su día pensando en el futuro.

Y cuanto digo que no le faltaba de nada, quiero decir que hasta contaba con un pequeño jardín

de 300 metros. La construcción en sí se componía de doscientos en una sola planta. Era muy

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coqueta. Para mí, más que suficiente. Siempre me había visto trabajando allí con Ainhoa cómodamente instalada en el salón e

incluso uno o dos niños correteando alrededor de ella. Ahora era evidente que la idea iba a sermuy distinta, pero había que apechugar.

El hecho de que fuera de noche tampoco es que ayudara demasiado, para qué nos íbamos a

engañar. Dicen que por la noche es cuando nos visitan todos los fantasmas y yo debía habermedejado la puerta abierta, porque los veía por todos los rincones.

Pensé en cenar y el estómago me dio un vuelco. Debía tener un cartel de “cerrado por

disgusto” y esa noche no tenía pensamiento de abrir. Intenté escuchar algo de música, por aquellode que amansa a las fieras, pero la mía debía estar muy enrabietada, porque no había forma.

Opté por darme una relajante ducha y bajo el agua perdí la noción del tiempo. Lo percibí

como una especie de acto purificador en el que iba soltando toda la mierda que había acumuladoese día.

Pensaba en acostarme y la idea no me seducía lo más mínimo. Tenía todas las probabilidades

de que no fueran ovejas, sino rebaños completos los que tuviera que contar antes de que Morfeotuviera a bien recibirme en sus brazos.

Sentí ese vacío en la cama a la hora de acostarme, además de esa sensación extraña de dormir

en una cama nueva que poco tiene que ver con la tuya. Se me hizo difícil, pero bueno, con eltiempo me adaptaría, tenía mucha confianza en eso, en el tiempo…

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Capítulo 2

Abrí los ojos como platos. Tenía una sensación extraña. Rápidamente me di cuenta de que

estaba en la nueva casa y lo sucedido se agolpó en mi cabeza.No tenía ganas ningunas de levantarme y estuve pensándolo unos minutos. La tentación de

quedarme en la cama era grande, pero hubiera sido la primera vez en la vida que no tuvierafuerzas para afrontar el día.

Me metí en la ducha y rompí a llorar. No podía evitar esas lágrimas que pedían salir a toda

costa. Cuando me sequé y me relajé salí hacia la cocina a prepararme un café. Tenía que levantar

cabeza, crearme unos hábitos y dejar de victimizarme por lo que me habían hecho. Eso solo memartirizaba.

Me tomé el café apoyado sobre la barra, pensativo. Quería buscar alguna alternativa para

ocupar el tiempo libre, pero lo único que se me pasaba por la cabeza era irme de viaje. Eso sí,comprendía que no era buen momento. Tenía mucho trabajo ya que llevaba el tema financiero deun buen número de empresas y estábamos en el trimestre de las declaraciones.

Eso sí, cuando pasara la vorágine laboral, me encajaría en el primer avión que saliera con

rumbo a cualquier parte. Viajar me encantaba y, en momentos así, era una especie de píldoramágica. En cualquier caso, había que poner los pies en la tierra.

Miraba alrededor. Todo estaba tan blanco, nuevo, minimalista y carente de decoración que

resultaba deprimente, aunque eso que me iba a ahorrar de limpiar mientras no encontrara a unachica para que me llevara la casa.

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Con Ainhoa teníamos una que ella se encargó de buscar y nos fue bastante bien, pero claro, se

quedaba en su casa, como era normal. Me preparé otro café y me lo llevé a la mesa de la terraza donde tenía el portátil. Entré en una

página de personas que se ofrecían para trabajo doméstico. Además, incluían currículum y foto. Me puse a ver foto por foto y de repente hubo una que me llamó la atención. Mafalda, ese nombre me recordaba al personaje, pero jamás imaginé que nadie se llamara así.

Tenía veintiséis años y contaba con experiencia, ya que había trabajado cuatro años para unamisma familia. Encima se veía simpática.

Cogí el móvil y la llamé. — ¿Sí? — una voz desganada se escuchó tras el aparato. — Hola. Había visto un anuncio que ofrecía sus servicios domésticos… — Domésticos y no domésticos, lo que sea, necesito trabajar ¿cuándo empiezo? — preguntó

con descaro causando mi risa. — Había pensado en antes hacerle una pequeña entrevista. — ¿Para qué? Guapa ya has visto por la foto que soy. Dicharachera también, pregunta por aquí

lo que sea y nos ahorramos la entrevista, más que nada porque en ella no se demuestra el brilloque saca una a los suelos.

— Tienes razón — reí, la verdad que arte tenía mucho. —¿El lunes a las ocho? — Vale — volví a reír— Te pongo la ubicación por WhatsApp ahora. — Una cosa, yo trabajo de lunes a viernes de ocho a tres y no me des menos de mil euros que

entonces me quedo en mi casa y espero a otro que valore mi trabajo — advirtió en tono gracioso.

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— Vale, vale — sonreí tras el aparato. — Pues el lunes nos vemos — colgó sin dejar que me despidiera. Volví a mirar su foto y me eché a reír, para lo que tenía encima que alguien me sacara una

sonrisa era de valorar. Yo era muy bueno en mi trabajo, pero siempre he sido de los que piensa que “zapatero a tus

zapatos”. La casa no ha sido nunca precisamente lo mío y la cocina menos. Lo de la colada yaconstituye un capítulo aparte. Total, que por mucho que quisiera dármelas de autosuficiente, mevenía genial alguien.

Y me daba a mí que Mafalda podía ser ese alguien. La iba a probar unos días y si iba bien me

la quedaría de forma permanente, pero tenía que ver cómo llevaba la casa, ya que yo soy muyceloso de mi privacidad.

Llamaron a la puerta y abrí. Era un mensajero trayendo un paquete de mi ex, lo cogí y lo metí

para adentro. Se trataba de unas camisetas que estaban para lavar y no cogí del bombo. Las había lavado y

enviado para quitarlas de la vista. No quería dejar de mí ni las huellas biológicas en su casa. ¡Lehabía faltado el tiempo!

Era increíble cómo podía cambiar una persona en tan poco tiempo, cómo podía pasar de

irradiar felicidad a tu lado a de repente a amar a otra persona. Bueno, realmente me daba porpensar que igual no era cierta la felicidad conmigo ni el amor por el otro. ¡A saber!

Estaba un poco desubicado y necesitaba completar algunas horas. Me negaba a quedarme en

casa llorando. ¡Hasta ahí podía llegar la broma! Salí a dar una vuelta y comprar algo para la casa. Entré en una tienda de decoración y me

mareé. Yo no valía para eso. Veía esa variedad de colores por orden y tantas cosas que mevolvían indeciso.

—¿Estás bien? —la chica de la tienda debió verme palidecer. El caso es que yo sentía como

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la necesidad de salir de allí con algo en las manos. —Más o menos. Bueno, es que esto me da un poco de alergia. —¿Alergia? ¿El qué? Chiquillo si la tienda está limpia como la patena, aquí no hay polvo ni

hay ná. ¿Qué te va a dar a ti alergia? —Las compras, las compras—hice un gesto como que me daba carraspera y ella se rio. —Si quieres, te ayudo, ¿qué estás buscando? —Cualquier cosa. Algo que me ayude a personalizar la casa, no sé si me explico. —Te explicas, te explicas. Lo único es que tengo que saber cuál es su estilo, vamos, que me

digas cómo tienes decorado el resto… —Pues más o menos como un cementerio. —¿En negro? ¿Tú no serás un gótico de esos no? —me miró de arriba abajo. La verdad es que

no te veo pinta. —¡Menos mal, porque si me la llegas a ver me tiro por un puente! —Deja, deja… —A ver, mi casa no es negra, todo lo contrario. De hecho, predomina el blanco. El caso es que

no está decorada todavía, por eso te decía. Necesita que la personalice. —¡Anda! Pues eso no te va a costar trabajo. Yo a ti personalidad te veo para jalar y tirar por

alto. —Muchas gracias—su gracioso piropo me subió un poco el ánimo. Estaba claro que en

circunstancias así, uno tiene la autoestima por el suelo y cualquier gesto amable se agradece unabarbaridad.

El caso es que me acompañó por la tienda y me habló de su teoría de que determinado tipo de

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adornos dan vida a una casa. Algo así como si tuvieran alma. Me hizo mucha gracia. Al final me decidí por una bandeja de cristal para el centro de cada mesa del salón, con unas

bolas de colores talladas. Eran de madera, sobre el blanco que imperaba en la casa, resaltarían. —Buena elección. Yo le he regalado una igual a mi suegra por su cumpleaños—envolvía con

mimo. La chica le ponía pasión a su trabajo. Era uno de esos sitios que invitaban a volver. —Gracias—sonreí y, aunque ella no pudiera saber la razón yo sí. Mi suegra, la verdad es que

de ese personaje sí me había alegrado de librarme. Nunca nos caímos bien. No compré nada más y salí de la tienda. Mi casa se iba a quedar como estaba porque yo no

tenía estilo para decorar y me complicaba muchísimo, así que feliz que iba provisto de las dosbandejas con sus bolas.

Me senté a tomar una cerveza. El sol estaba reluciente ese primero de mayo, además no me

quería meter en casa aún. Y en aquella terracita se estaba de muerte.En realidad, de zona apenas había cambiado porque la casa de Ainhoa y la mía estaban tan

solo a unas cuantas calles de distancia. Por un lado, me molestaba porque no tenía ganas de verla,pero por otro, en lo concerniente al barrio, apenas había tenido que salir de mi zona de confort.

Miré el móvil y entré en Instagram. Lo primero que vi fue una imagen de Ainhoa oliendo un

ramo de flores y diciendo como comentario que la vida comenzaba a oler a primavera… Pensé que tenía vergüenza, pero estaba comprobando que no. Me había equivocado de medio

a medio. ¡Anda y que la zurcieran! Me tomé la cerveza y luego me dirigí hacia el mercado. Compré algo de pescado para cocinar

al mediodía. A la plancha, algo que no me complicara la existencia y además sano. Me acerqué también a la tienda de mi operador móvil. Tenía ganas de cambiar de terminal y

pensé que era hora de darme un capricho. En momentos así, uno tiene que mimarse un poco y a míla tecnología me pierde.

Pregunté por el móvil de última generación del que estaba encaprichado y casi que lo acaricié

al tenerlo en la mano. Tenía que hacerlo mío. Lo encargué en ese mismo momento. La ocasión la

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pintan calva y quizás otro día me arrepintiera, así que había poco que pensar. En dos días lotendría.

Después de dar más vueltas que un volador pensé que era hora de volver y hacerme la comida. La casa no se me iba a caer encima por mucho que el dolor estuviera ahí. Yo me iba a levantar

como Leo que me llamaba. No era yo el culpable de lo que me había pasado y no iba a permitirestar pisoteado.

Para lo poco manitas que yo era en la cocina, no tuve queja de cómo me quedó el pescado. A

la planchita y con una de esas salsas que vienen ya casi elaboradas, estaba de rechupete y mesorprendí por tener algo más de apetito que la noche anterior.

Pasé el día escuchando música, con mis bajones y mis intentos de ponerme bien. Pensé en

llamar a Rodrigo, mi amigo de toda la vida, pero no tenía aún ganas de contarle a nadie nada. A pesar de que la tecnología me vuelve majara, soy un tipo de contrastes y los discos de vinilo

son mi perdición. Mi colección y el reproductor de estilo vintage que me costó un riñón fueronalgunas de las pertenencias que salieron conmigo de casa de Ainhoa y ese día me vinieron deperilla.

A la hora de dormir, volví a saludar a los fantasmas de la noche anterior. Es increíble cómo,

una vez que se esconde el sol, lo vemos todo más negro. Mi primera intención fue la de bajar acomprar una botella de ron y bebérmela enterita.

Tentado estuve y hasta me vestí. El caso es que, cuando iba a salir por la puerta, pensé que

nadie merece que tengas que emborracharte no por placer, sino por necesidad y para no sentir. Medi media vuelta y me senté en el sofá.

Mano sobre mano, me pasé un rato sin apenas saber lo que hacer. En un momento dado, decidí

poner Netflix y elegí una de mis películas preferidas de humor, “Señor dame paciencia”. Pormuchas veces que la vea, nunca dejo de reírme. Y lo logré, me reí bastante y aquello apagó unpoco mis penas.

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Yo miraba de reojo a la cama y tenía la extraña sensación de que ella hacía lo mismo conmigo.No nos llevábamos muy bien, pero aquello tendría que cambiar. Los dos tendríamos que poner denuestra parte.

Finalmente, me puse un vaso de leche fresquita y decidí que ya estaba bien por ese día. Me

acomodé sobre la almohada, pero me costó mucho trabajo pillar una postura aceptable.Finalmente noté que el sueño me rendía y debí sonreír porque la idea me agradó.

Los primeros rayos que entraron por mi ventana en la mañana del domingo no fueron tan de mi

agrado, pero había que coger el toro por los cuernos. Me levanté y decidí hacerme un buen desayuno. Comenzaba a notarme un poco débil y tenía

que reponer fuerzas. Luego me puse las noticias mientras desayunaba. Me gustaba mucho lapolítica y el ambiente estaba movidito entre el partido gobernante y la oposición.

Aquel día no salí. Trabajé para adelantar lo del día siguiente, además iba a tope con los

impuestos ya que solo faltaban dos días para el cierre del trimestre. Por esa razón lo pasé en casay centrado en eso.

Por la noche me encontraba mentalmente agotado. El día había sido intenso y necesitaba

desconectar. Me entretuve en meterme en mis redes sociales y borrar todo rastro de Ainhoa. Nome apetecía seguir viendo ningún recuerdo común. Quería partir de cero en todo.

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Capítulo 3

Me levanté a las siete. Yo solía madrugar, pero ese día que venía Mafalda quería estar

despejado para recibirla y entablar conversación sobre lo que sería por ahora su nuevo trabajo. Tenía que reconocer que su personalidad me había llamado la atención y andaba con ganas de

tratarla en persona. Debía ser una chica de lo menos convencional. Me preparé un café. A las ocho menos diez sonó el timbre de la puerta y salí a recibirla. Me hizo mucha gracia cómo sonreía, con esos labios rojos, la coleta alta y una pasada de

algodón con una moña, también en color rojo. Sus pantalones cortos, unas zapatillas deportivas yuna camiseta de los Rolling Stones. Era muy guapa.

— Buenos días, Mafalda — sonreí. — Buenos días, ¿cómo te llamabas? — entró en la casa. — Leo, me llamo Leo — sonreí negando mientras cerraba la puerta. — Buena casa… ¿Cuántos hijos tienes? — No — le señalé con la mano para que pasara a la cocina donde puso el bolso sobre la mesa

— Vivo yo solo, me acabo de mudar. — Con razón decía yo que estaba todo muy vacío, aunque te agradecería que no lo llenaras

mucho de muebles, más que nada por no matarme a quitar polvo — sonreía.

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— Lo tendré en cuenta ¿Un café? — Claro, es mi mayor vicio. Espero que pueda servirme uno cada vez que me apetezca

durante el horario de trabajo. — Faltaría más — levanté la ceja sonriente mientras se lo preparaba. — Solo, con dos cucharas de azúcar — recalcó. — Perfecto. — Entonces imagino que querrás que limpie a diario la casa, me encargue de la cocina y de

tenerte como un marqués — soltó a modo cómico. — Bueno, lo del marqués podemos obviarlo. Con mantener la casa limpia y dedicarte a la

comida, que soy un desastre, pues me conformo. — No te faltará nada de eso. A mí me dejas una tacita con dinero para yo ir a comprar al super

y yo te dejo ahí las vueltas y los tickets. ¿Algunas comidas especiales o algo que no te guste? — Soy de buen comer, sin problemas, que se note la variedad durante la semana y poco más.

Cuando tenga ganas de algo en particular te lo diré el día anterior. — Eso es fácil, verás cómo te dejo la casa a diario y lo bien que comes — decía con

seguridad y soltura. Se veía divertida, con carácter y personalidad, viva. Tenía unos golpes que no sabía si los

hacía a posta o era así por naturaleza, pero alegría daba a raudales. No me había equivocado. Era una muchacha especial y se notaba a la legua. Había entrado

“como Pedro por su casa” y daba la sensación de que se iba a acoplar perfectamente al trabajo. Se tomó el café mientras yo le explicaba dónde estaban todos los productos de limpieza y

demás, en un pequeño cuarto que había en la cocina.

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— Así que la Mafalda será la que pondrá orden en este hogar — bromeó refiriéndose a ellamisma.

— Eso espero — arqueé la ceja — Bueno yo me voy a la terraza a trabajar un poco y

cualquier cosa me dices. — Tranquilo, con la visual que le hice al frigorífico ya sé hasta qué haré para el almuerzo. De

todas formas, mañana quiero la taza con dinero que me voy al super, tienes que comer como Diosmanda.

— Perfecto, así será — sonreí y me retiré a la terraza. —Y otra cosa te digo, respecto a los productos de limpieza y esas cosas, no me toquetees

nada. Me lo dejas todo donde yo lo coloque. Que luego son los líos y no está una para perder eltiempo.

—Vale, vale—hice el gesto de levantar los brazos, había que rendirse con ella. —Hombre, claro. Yo no toco tus papeles y tú no tocas mis aparejos. El respeto es la base de

toda relación—hablaba con una parsimonia que había que morir con ella. Me hacía gracia lo viva que era, lo segura, lo dispuesta, además de la gracia que tenía. Me puse a trabajar y al cabo de una hora apareció por la terraza. — Leo, aquí te traigo un cafecito para que no te falte de ná — decía con ese salero. — Gracias, Mafalda — sonreí — Me viene genial. — Lo que necesites solo me tienes que chillar, que yo vengo volando. — Está bien. — Una cosita, es que soy fumadora, ¿me podría fumar un cigarrillo en el jardín? — Claro, o en la cocina cerca de la ventana. No me molesta.

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—No, en la casa no. Sé que tú no fumas y no te la voy a dejar impregnada de olor a tabaco —

hizo el gesto con su dedo en la nariz. — No te preocupes, coge un cenicero y ponlo en esa mesa de fuera. Ahí te puedes sentar a

fumarlo. — No, yo de pie, soy rápida. —Y, por cierto ¿cómo sabes que yo no fumo? —Porque a mí me pasa como a los del Media Markt, vamos que no soy tonta. Hijo de mi vida,

no hay un cenicero con una colilla y encima la casa huele a gloria, ni rastro de humo. —¿Huele a gloria? —Bueno, más o menos. En realidad, huele a nueva del paquete, tú me entiendes… —Vale, vale, me alegra que te guste. —¡Cómo para no gustarme! Esta casa es del taco—hizo el gesto de dinero con la mano,

provocando mi risa. —A ver, que yo soy un currante, no te vayas a creer… —Y yo monja—rio—Currantes son los de mi barrio, que vienen los chavales de trabajar de

las fábricas o de los talleres con el mono lleno de grasa. Tú querrás decir que no eres rico, perolo tuyo, currar, currar, no es…

Y se quedaba tan pancha. Aquello era un espectáculo. —Entonces, ¿qué es? Si es que puede saberse, vaya. —Bueno, lo tuyo es darle al molinillo. Tú me entiendes, al coco, pero eso no es currar, será

pensar, como mucho…

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—No sabía esa diferencia—me encogí de hombros porque tomé conciencia de que ella o laganaba o la empataba. Era un puntazo.

—Ya verás cómo te la aclaro yo—se puso delante de mí—Extiende las manos. —Aquí las tienes. —Y dice que es un currante el tío y tiene las manos como las de un pianista. Tú no has visto un

callo en tu vida. Vamos, ni en la tele lo has visto… —Pues entonces, nada, lo que tú digas. No sé lo que es currar, ni lo que es un callo, ni nada de

nada. —Tú sabrás de cosas de empollones, eso no digo yo que no, porque tienes una pinta de… —¿De qué? —Pues eso, de empollón. Vamos, de haberte metido los libros de tres en tres en la cabeza. Tú

seguro que eras el único que entraba en la clase cuando todos se quedaban fuera. Y por eso lomismo luego te llovían las piñas…

—Me estás describiendo un panorama de lo más alentador. Me tienes por un empollón, por

uno que se ha comido todas las leches y no sé si por alguna cosita más… —Hombre, pues ahora mismo no se me ocurre, pero seguro que tengo razón, ¿a que tú

estudiaste hasta el final? —Hasta el mismísimo final. —Claro y seguro que por eso tus padres estarían contigo que no cagaban… —¿Eso también me convierte en un mimado y un consentido? —Pues lo mismo sí. Y además un poco pijo, lo digo por el cocodrilo del polo—señaló con el

dedo.

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Me había llevado el repaso del siglo y encima estaba descojonado. Aquella chica era parapartirse.

Finalmente encendió un cigarrillo. Se ve que ya le había parecido suficiente. Observé desde

mi sitio cómo se lo fumaba y miraba alrededor. Tenía un toque aniñado y a la vez descarado queme llamaba poderosamente la atención.

Volvió a entrar y yo seguí trabajando. A las dos de la tarde me avisó de que tenía la comida en la mesa. Me acerqué y cuál fue mi

sorpresa que me había hecho una pasta a la carbonara que olía de muerte, además de una ensaladade naranjas que nunca había probado.

— Te sientas a comer también — carraspeé. — ¿Entra en mi sueldo? — rio. — Corren a cuenta de la casa las dietas de comida — sonreí. — Entonces sí, comeré todos los días de mi vida. Se sentó conmigo y comenzó a contarme un poco de su vida. Vivía con su hermana Marta que

trabajaba en una tienda de ropa, en la casa que sus padres les habían dejado en herencia, ya quehabían fallecido a causa de un accidente de coche tres años atrás.

A pesar de parecer descarada, era una persona noble, humilde. Me gustaban las garras que

tenía para afrontar la vida. —Pues a mí, en realidad, aunque antes me haya metido contigo, me hubiera gustado estudiar,

pero no por mí. —¿Y eso? —Por mi padre, el pobrecito. Él quería que yo estudiara peluquería, porque eso se me daba

muy bien, pero yo tuve una adolescencia un poco rebelde y no quería ir al instituto, ni hacer la FPni ná.

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—Bueno, pero nunca es tarde… —Verás, si esa es la cosa. Antes de morir ellos, al final me dio la punzá de estudiar y hasta

me había comprado ya los libros y todos los materiales, pero se fueron para el otro barrio y encasa hacía falta la pasta, pero no de esta a la carbonara, sino el dinerito contante y sonante.

—Ya, entiendo… —Claro y la Marta ya estaba en la tienda, que a ella la cogieron de aprendiz con quince años y

al final la dejaron fija, porque esa es más lista que el hambre… —Tú tampoco tienes pinta de tonta, precisamente. —No, no, yo no soy ninguna pazguata, ya me estás viendo, pero la Marta era buena estudiante

y eso y yo era un caso perdido. A mí me conocían mucho en el colegio, pero porque no ideaba nábueno. Yo las liaba mortales.

—No, si se ve que has tenido que ser un trasto… —No lo sabes tú bien. Yo me peleaba con todos los niños de mi barrio y ganaba. Y hacíamos

competiciones de tirarnos por las escaleras metidos en una caja de fruta… Tú no veas los botesque dábamos por los escalones…

—No teníais desperdicio en tu barrio, por lo que veo. —No, no, a uno como tú le hubieran llovido allí las cachetás, eso te lo garantizo—

mordisqueaba el pan de lo más tranquila y yo agradecía al cielo no haber aparecido por ese sitio. —Vale, vale, me queda claro. —Oye y hablando de otra cosa, me resulta muy curioso tu nombre. Nunca había conocido a

ninguna chica que se llamara así. —¡Ya! Si a todo el mundo le hace mucha gracia, aunque yo he tenido que aguantar a veces

carros y carretas por la muñequita de las narices. Eso sí, una cosa te digo, que yo he dado guantás

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a mano abierta y se acabó el cachondeo. No sé si te queda claro. —Me queda claro del todo—y pensé que, si no, todavía me hacía una demostración y me

dejaba la cara como un pan. ¡Menudita era la niña! Tras el almuerzo, recogió la cocina y nos despedimos hasta el día siguiente. —Amenazo con volver mañana—dijo al marcharse, haciendo el gesto de “me he quedado con

tu cara”. —Eso espero—acerté a reír, sonriente y pensando que no podía haber hecho mejor elección,

¡ni más curiosa! La verdad es que me había gustado mucho ese primer día ya que no me había molestado para

nada y encima tuvo el detalle del café. Por otra parte, las dos conversaciones que había mantenido con Mafalda habían sido de lo más

divertidas. Tenía unas cosas que eran para desternillarse y lo mejor era la naturalidad con la quelas contaba.

Me quedé trabajando hasta las siete de la tarde, hora en la que me vestí de deporte y me fui a

correr una hora por la urbanización y el paseo marítimo. Me encantaba hacer running teniendo a un lado el mar, además la primavera traía un clima que

era para disfrutar. Llegué a casa y me duché. Saqué la crema de verduras que me había dejado hecha Mafalda,

además de un sándwich de jamón york y queso que preparé. En mi cabeza seguía bombeando todo lo de Ainhoa. Casi no era capaz de pensar en ella sin

entristecerme. Había sido todo para mí, por mucho que quisiera, me iba a costar mucho trabajosuperarlo.

Esa noche llamé a mis padres. Ellos vivían en París, eran franceses, pero vinieron a España

por motivos de trabajo, así que me tuvieron aquí en Cádiz. Hicimos la vida en el Puerto de SantaMaría hasta que se fueron cuando se jubilaron. Querían volver a su país, pero yo ya tenía mi vida

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y mi trabajo hecho aquí, así que lo entendieron. Además, se fueron tranquilos ya que yo vivía conAinhoa.

Y ahora les contaba la cruel realidad. Se pusieron muy tristes, pero me notaron la voz fuerte.

Yo intentaba transmitirles que lo sobrellevaba bien. Les prometí ir en breve a verlos y ellosvendrían en verano unos días a pasarlos conmigo.

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Capítulo 4

Abrí la puerta a Mafalda que me mandó automáticamente a la terraza diciendo que me iba a

llevar el desayuno. — Gracias, así da gusto recibirte — sonreí. — Yo sé hacer mi trabajo ¡Vamos! — soltó con gracia. — No lo dudo — arqueé la ceja sonriente y le hice señas de que me iba a la terraza. Un hallazgo es lo que había sido aquella chica. Desde que entraba por las puertas impregnaba

la casa de una vitalidad que yo necesitaba en aquellos momentos tan bajos. Diez minutos después apareció con una bandeja con el café, las tostadas y un zumo de naranja. — Las naranjas las he robado en mi casa, para que te tomes un buen zumo. — Vaya, gracias — la miré sonriendo. — Ahora voy a ir al super. Quiero comprar varias cosas para hacer unos guisos. — Estupendo, ya te dejé dinero en la copa. — Así me gusta, que me hagas caso — sonrió en plan burla — Bueno, me voy a la cocina para

apuntar todo lo que tengo que comprar, que luego traigo de todo menos lo importante.

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— Suele pasar — arqueé la ceja viendo cómo se iba con ese aire de controlar todo. —Pues ná, te dejo que hagas tus cosas. Después de desayunar me puse a tope con el trabajo, Mafalda se había ido y no tardó en

regresar con un montón de bolsas. —¡Ya está aquí la Mafalda que trae el género fresquito, oigan! —la escuchaba decir desde la

cocina como si estuviera pregonando en el mercado. Era una showwoman—El pescaíto másbueno de la Bahía que está todavía vivito, la carnecita más tierna, las frutitas de temporada… Ypor cierto he traído una rica piña, para el niño y la niña…

Estaba claro que ella era tipo “Juan Palomo, yo me lo guiso y yo me lo como”. Se bastaba

solita para animarse. Lo mejor es que no solo sabía hacer bien su trabajo, como ya me advirtió,sino que disfrutaba al máximo haciéndolo, que eso sí era tener arte.

Escuché cómo colocaba todo en la cocina. Desde allí empezó a preguntarme. —Leo, ¿a ti te importa que ponga musiquita o te molesta para tus números y tus cosas? —No me molesta nada, Mafalda. De hecho, me gusta trabajar con música. —Y entonces, ¿por qué parece que estamos en un velatorio? —¿En un velatorio? —Sí, sí. Aquí estamos más callados que en misa. La Mafalda se va a encargar de que en esta

casa no falte musiquita de la buena. Y empezó a sonar. Yo no había escuchado eso en mi vida. —Con el quince más uno, más uno, siete kilos en el cuerpo…cantaba ella de lo más animada.

Yo me partía. Me volvió a traer otra café y me hizo un guiño. Me encantaba la alegría que transmitía, al

menos se respiraba ese aire fresco y divertido en la casa.

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—Espera, Mafalda. ¿Y esa canción? —Capaz eres de no conocerla. Si esto es lo que suena en todos lados, chiquillo… Yo pensé que no sabía a qué lugares se refería, pero que era posible que yo no hubiera estado. —No, no, la verdad es que no la he escuchado. Bueno, reconozco que yo soy más de música

en inglés. —Ya, ya, como todos los pijos. Pues mira, esto lo canta El Greco. —¿El Greco? Yo el único Greco que conozco es… —El pintor, ¿no? Ya hizo Leo el chistecito—rio—Bueno, al menos me quedaba el consuelo de

que también la había hecho reír. —Este es el Greco, el cantante, hombre, que lo está petando. —Pues no tenía yo el gusto. —Espera que, si tienes un minuto, te la pongo otra vez y, con la cabeza que tú tienes, te quedas

con ella enseguida. Y más que esto es también de números—su sonrisa no podía ser más franca niella más natural.

Y mientras la puso, la cantaba y la bailaba. Y eso era peor, ¡vaya si la bailaba! No solo era

guapa, sino que tenía un cuerpazo. —Vale, vale, tomo nota—debí hasta sonrojarme un poco. —Pues ya que te he dado el espectáculo de cante y de baile, la Mafalda se va con la música a

otra parte, que a los cristales se les nota que esto estaba cerrado. —Sí, ya me he dado cuenta… —Es que si no te has dado cuenta tienes que hoy urgente a que te gradúen la vista, porque hay

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cada cagada de pájaro que vamos… —Ya, ya—ella era de lo más explícita. —Bueno, bueno, pero tú no te preocupes. A partir de hoy yo les doy una pasadita todas las

semanas. —Perfecto. Me encantan los cristales limpios. Soy un poco maniático para eso. Te lo

agradezco un montón. —Gracias, pero tú a mí no me tienes que agradecer ná de eso. Es mi trabajo y yo cumplo, ya

lo sabes. Eso sí, ¡advertido quedas! —me señaló con el dedo como si me fuera a leer unasentencia. ¡Vaya espectáculo!

—¿De qué? —no podía quedarme con la curiosidad. —Pues de que si te partes la napia porque no sepas si las ventanas están abiertas o cerradas,

es cosa tuya, porque yo te las voy a dejar como los chorros del oro. Después no quieroreclamaciones—se dio media vuelta y se fue.

Aproveché para llamar en un descanso a Rodrigo. Ya era hora de ponerlo al día de todo lo que

había sucedido. Se quedó un poco impactado de saber que ya vivía solo y que había atravesado el bache de

esos días en silencio, casi me lo reprochó, pero me advirtió de que el viernes nos veríamos paracenar y tomar unas copas.

—Y no quiero excusas de deprimidos de última hora. Hemos quedado y hemos quedado—

terminó diciéndome. ¡Otro que mejor bailaba! Si es que a mí me gustaba rodearme de personajes,por lo visto.

—No te preocupes, que te he dicho que voy y voy. —Eso espero porque si al final me dices alguna tontería, me encajo en tu casa y tú sales. —Entendido, entendido—reí. ¡Vaya energía que tenía también!

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Pues me apetecía, esa era la verdad. Me vendría fenomenal salir un poco y que me diera el

aire. Tenía que comenzar a hacer algo más de vida social y a establecer rutinas fuera de la casaaparte de salir a correr.

A la hora del almuerzo llegué a la cocina y allí estaba Mafalda cantando por Camela. Me

provocó una sonrisa. Había cambiado el tercio, pero este también le pegaba mucho. — Huele que alimenta. — Verás que buen guiso de papas con ternera te vas a comer — me indicó que me sentara —

¿Qué quieres beber? — Agua. Gracias. — Pues agüita para el señor — me sirvió de la jarra y la puso sobre la mesa. Nos pusimos a comer y la verdad es que tenía un punto con la comida que era magnifico.

Como cocinera era una joya. Tras la comida recogió la cocina y se dirigió hacia la puerta. —Mañana más y mejor. Les voy a meter mano a los baños, que yo no sé cómo construyen

ahora. No dejan las juntas blancas del todo. Yo te las voy a dejar que te vas a tener que tapar losojos. Te van a deslumbrar.

—¿Y eso? —Tú déjame a mí que yo me encargo. He cogido dinero para comprar un producto en la

droguería de mi barrio que las deja que no veas. —¿Dónde? —En la droguería, pero no de drogas, ¡no me seas malpensado! —No, no, mujer, hasta ahí llego. Sé lo que es una droguería.

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—Ah, bueno. Yo por si las moscas… —Nada, nada. Tranquila. No daba puntada sin hilo, era un caso la tal Mafalda, con la que ya

me sentía de lo más familiarizado. Me senté un rato a descansar y luego me fui a correr. Ese día un poco antes. Por la noche

quería terminar de trabajar, hacer las rentas que me faltaban por entregar y dejar todo listo. Yacomenzaban a llegar los días más livianos.

El miércoles fue de risa… Llegó puntual como siempre y me envió a la terraza. — No, hoy en la cocina, no tengo mucho trabajo — sonreí. — Entonces hoy desayuno con el señor — sonrió. — No me trates de señor, llámame Leo — levanté la ceja. — Yo es por darle formalidad al asunto — me puso el café sobre la mesa. — No hace falta, Mafalda. — Bueno, tú déjame a mí que yo sé cómo apañármelas solita — me hizo una burla que me

provocó una carcajada. Desayuné con ella y eché unas risas. Parecía que lo suyo era de comedia. Tenía un arte

increíble, me hacía olvidar todos los males que azotaban mi cabeza. Tras el desayuno salí a la calle pues tenía que hacer una gestión en el banco. Y en el banco me encontré a Ainhoa con un amigo de toda la vida de la mano, Julio, me quedé

impactado. Era el último con el que esperaba verla, además recién casado y con gemelos de unaño. A él se le había ido la pinza más que a ella.

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Me miraron y disimularon inmediatamente. Yo me dirigí a la mesa del subdirector que meestaba esperando.

Al salir ya no estaban, pero en el fondo me había quedado a gusto de saber de quién se trataba.

Ahora me daba cuenta de que ese tipo era como ella, un miserable. Dejar a la mujer tirada con dosniños, ya se lo pudo pensar antes, pues hacía muchos años que conocía a Ainhoa. En fin, Dios loscriaba y ellos se juntaban.

Verlos juntos subió mi autoestima y mi ego, como que me quedé más tranquilo, aunque me

doliera la decepción tan grande que me había llevado con ella, no iba a soltar ni una lágrima más.Tenía una vida por delante y a partir de ahora todo era reconducir mi día a día y listo.

Volví a la casa después de pasear, comprar el pan y algunos dulces de una pastelería muy

exquisita. — Adivina qué vas a comer — sonreía ampliamente. — Por el olor puedo decir que es algo de marisco. — Acertaste, una fideuá que vas a chuparte hasta los dedos — señaló a la mesa para que me

sentara. — No lo dudo — sonreí. Y estaba de muerte, realmente deliciosa. Había encontrado un tesoro con Mafalda de cocinera. —Ea, pues ya hemos terminado—iba a empezar a recoger la mesa—Otro día que hemos

comido. —No, no. Quédate sentada, anda. He traído unos dulces que me encantan y espero que a ti

también. —¿No me van a gustar? —solo ver el envoltorio los reconoció. Tenían mucha fama en la

ciudad. Tras la comida me retiré al salón y me eché en el sofá a ver un documental de animales. Me

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encantaba el chico ese español que residía en Thailandia y defendía la libertad de ellos, aunque seestaba metiendo en muchos problemas a causa de esto.

Me quedé dormido, de vez en cuando me gustaba dormir una hora al mediodía, pero era raro

en mí. Cuando desperté me tomé un café y me puse a trabajar un poco. Más tarde salí a correr. Esa

rutina no la podía perder, con lo que me gustaba comer me tenía que mantener en forma. Aquella noche dormí mejor que las anteriores. Se notaba que iba superando lo ocurrido por

horas. Ni yo me lo podía creer. El jueves me desperté super temprano y me fui a trabajar un poco con el primer café en mano. Ese día le dije a Mafalda que no comería en casa y me fui a almorzar a un restaurante de

marisco que me encantaba. Me apetecía ir a un centro comercial después y pasar el día fuera. Volví lleno de bolsas y tarde. Lo justo para irme a correr una hora y acostarme. Al día

siguiente cenaría con Rodrigo y tomaría unas copas. Por la noche me puse a borrar todas las fotos de mi móvil, además las tenía en una carpeta en

el portátil, así que prefería borrarlas todas y no tener que encontrarme ninguna mientras revisabael dispositivo. Cuanto menos la viera, antes la olvidaba.

Habíamos hecho muchos viajes juntos, gran cantidad de escapadas de fin de semana, además a

ella le encantaban los selfies y utilizaba tanto su móvil como el mío para sacar muchasinstantáneas nuestras.

Ainhoa había sido una decepción. Era una de esas personas por las que uno se cortaba un

brazo, de esas que pensabas que jamás te iban a fallar y eso que lo conocía a él antes que a mí. Yase pudo haber dado cuenta antes o lo mismo habían tenido una historia a dos bandas, ya meesperaba cualquier cosa.

Mi vida había pivotado sobre ella. Mis horas libres, mis vacaciones, mis momentos buenos,

normales, menos buenos, malos… Todos habían sido a su lado y con su apoyo, al igual que ella entodo momento tuvo el mío.

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Estaba melancólico, pero no con ese dolor que me desgarraba los tres primeros días en los

que sentí que mi mundo se caía por completo y que no iba a poder ser feliz sin ella. Puse una emisora de radio donde iban dando las noticias y con eso me fui quedando dormido.

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Capítulo 5

— Buenos días — sonreí al verla con sus labios rojos. — Buenos días ¿Tengo algo en la cara? — me sacó la lengua y entró directa para la cocina. — Lo que tiene todo el mundo — negué siguiéndola. — ¿Y qué tiene todo el mundo? — encendió la cafetera. — Ojos, nariz, los labios pintados de rojo no, eso no — arqueé la ceja. — Ah, entonces me quedo tranquila — me sacó la lengua arrancándome una sonrisa. Esa mañana desayunamos juntos en la cocina. El trabajo estaba adelantado y yo no tenía ganas

de calentarme mucho la cabeza. Ya tenía activado el modo fin de semana y eso era lo que contabapara mí.

— Hoy no sé qué hacerte de almorzar, ayúdame — hizo un gesto de agotamiento. — ¿Te quedaste sin ideas? — No, pero no quiero ser repetitiva. — Hasta ahora no lo fuiste. — Yo te haría unos huevos fritos con patatas y unos pimientos fritos, pero no sé si lo verás

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como para una comida. — ¿Y por qué no lo debería de ver así? — Como te cuidas tanto — dijo a modo regañina. — En absoluto, solo salgo a correr. — Pues yo ni eso, si algún día me ves correr es porque algo grave pasa. Por cierto, te voy a

dejar unas albóndigas en salsa y una lasaña para el fin de semana, solo es calentar y listo. — Genial. La mañana la pasé relajado entre el trabajo, algunas llamadas y planificar todo lo concerniente

a la semana siguiente. A la hora del almuerzo comí esos deliciosos huevos fritos con patatas y pimientos. Ese día iba

a tener que correr un poco más de la cuenta, pensé bromeando. Por la tarde mi carrera, ducha y me fui en taxi donde quedé con Rodrigo. — Por fin otro soltero de oro — me abrazó sonriente. — Calla, que aún estoy en shock — reí. — No me lo esperaba de ella ni loco. — Pues imagínate yo, me cayó sin esperarlo por ningún lado — volteé los ojos, sonriente. — Dos riojas, por favor — pidió al camarero cuando salió a la terraza a tomar nota. Lo ideal es que era primavera y eso, sumado al clima que tenemos en Cádiz, nos daba la

oportunidad de disfrutar de una noche estupenda. Pedimos un poco de marisco para tapear ya que estábamos de pie en una mesa alta con dos

taburetes y no en el salón de comidas. Nos gustaba más el picoteo, además de estar allí en pleno

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paseo viendo la movida nocturna portuense. Rodrigo era oficial de la armada, o sea, militar, así que vivía de lujo. Se dedicaba a su trabajo

por las mañanas de lunes a viernes y alguna que otra misión, pero por norma general, vivía acuerpo de rey.

— ¿Y dónde nos vamos hoy? — pregunté mientras pelaba esas gambas de Sanlúcar que

estaban de muerte. — Pues por los pubs del centro, vamos que no me muevo yo de por aquí, para ir empinando el

codo esto se pone bastante bien. — De acuerdo. Casi perdí el ritmo de la noche — reí. — Casi dice… — soltó una carcajada. De allí nos fuimos a un pub tipo irlandés, nos pedimos una copa. Ya durante la cena nos

habíamos bebido una botella de rioja. — A tu espalda — me dijo entre dientes, en voz baja, sonriente — No mires, dos Ferrero

Rocher detrás de ti. — Lástima — bromeé cogiendo la copa — Soy más de bombones Nestlé — di un trago

aguantando la risa y levantando la ceja. — Pues nada, a ver si tengo suerte y repito trío — soltó produciéndome una carcajada. — Bueno, tampoco dije que no a nada, aún no las vi — sonreí levantando la ceja. — Perdonad ¿Tenéis fuego? — se acercó una de ellas sonriente —justo se nos ha acabado el

gas del mechero, empezamos bien la noche — dijo con desparpajo. — Para ti tengo un mechero, más que nada porque llevo dos — dijo sonriente y simpático

Rodrigo. — A este paso me puedes dar una copa pues tenéis dos — soltó con descaro y gracia.

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— Camarero, por favor. Ponles a las dos lo que quieran — pidió Rodrigo ante mi asombro y

la risa de ella. — Gracias, buen hombre. — Me llamo Rodrigo — le dio dos besos — y él es Leo — saludé a las dos chicas que se

pusieron ya delante de nosotros muy participativas. — Nosotras somos Kit — se señaló a ella misma que era la rubita — Kat — señaló a la otra. — Pues yo pensé que erais Ferrero — señaló Rodrigo a la rubia — Rocher — luego a la

morena. Soltamos todos una carcajada. — En serio, son nuestros nombres en clave para no desvelar información a extraños conocidos

en la noche — dijo Kat, la que más atractiva me parecía. A mi amigo Kit, las rubias lo perdían. — Eso deberíamos hacer a partir de ahora nosotros — dije bromeando — nos llamamos algo

así y luego no sufrimos las consecuencias de que nos busquen y nos acosen — bromeé poniendocara de serio y haciendo reír a todos.

— A nosotros no nos acosan ni las deudas — soltó Rodrigo riendo. — Eso es porque no sabéis ligar — dijo Kit sonriendo con orgullo — Os voy a tener que dar

unas clases. — Yo creo que les vas a tener que dar diez o doce — contestó Kat muerta de risa. — Venga, decidnos dos claves importantes para entrar a una chica — pregunté buscándoles la

lengua. — Pues mira — soltó Kat — Lo primero que tenéis que hacer para ligar es pasar de quien os

guste, segundo volver a pasar y tercero volverlo a hacer — así las tendréis a vuestros pies. Es unade nuestras claves para ligar, aunque nunca la llevamos a la práctica — rieron.

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— Pues vaya ayuda — respondí riendo. — ¿Tú de verdad piensas que te vamos a dar las claves? Eso sale solo, vosotros no tenéis

espíritu — dijo Kit negando. — Vaya, nos están diciendo sosos o pocos agraciados o algo así — decía sonriente Rodrigo

con esa ironía que se le reflejaba en el rostro. — Os estamos diciendo que tenéis que demostrar más vidilla para captar la atención de alguna

mujer — nos sacó la lengua Kat y me recordó a Mafalda. — Pues hemos captado la de vosotras que estáis tomando una copa con nosotros, charlando

animadamente y tal, tan mal no lo hacemos — bromeó Rodrigo y acto seguido dio un trago a lacopa mientras sabía que iba a tener contestación.

— No, perdona — carraspeó Kit haciendo a su amiga un gesto para que la dejara a ella y no

saltara — El problema es que me cargué el mechero y precisamente a los dos únicos que teníamás cerca era a vosotros— volvió a carraspear y sonreír — Luego nos invitasteis a una copa,cosa que como somos humildes y con sueldos básicos, pues oye, nos viene muy bien, para qué osvamos a mentir.

— Eso se llama conveniencia — respondió riendo Rodrigo. — No. Eso se llama supervivencia en la noche — dijo llorando de la risa Kat. — Vaya dos, vaya dos, sabía yo que íbamos a tener la noche — bromeaba Rodrigo. — Pues no nos pensamos ir, aquí nos quedamos con vosotros a barra libre toda la noche —

contestó Kit segura de lo que decía. — Ah bueno, al menos tendremos guardaespaldas — volteé los ojos. —No, no, vosotros sois nuestros guardaespaldas. Vamos, lo que me faltaba a mí sería defender

vuestras vidas — intervino Kat a modo irónico, pero muy graciosa. La verdad es que lo eran yalgo me decía que nos íbamos a reír mucho esa noche.

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Nos hacían mucha gracia, eran muy zalameras y bromistas, además que tenían una vena irónica

que nos hacía reír mucho. Dos chicas con mucha vida, pero eso sí, no daba la impresión de quebuscaran nada más allá que el buen rollo y caer bien.

Estuvimos charlando con ellas, nos fuimos a otro pub y seguimos la velada de la forma más

animada y divertida. Hubo un momento en el que yo me quedé hablando con Kat y mi amigo con Kit en otra

conversación. Me contaba por los sitios que se movían. Por lo visto, solían salir todos los viernes y sábados,

pero lo gracioso es que no me hablaba nada de su vida, solo de lugares que le gustaban para salirtanto por el Puerto como por Jerez. También me hablaba de las playas a las que iba en verano,cosas así, tampoco intenté indagar en su vida.

— Tú tienes cara de médico y tu amigo de policía — dijo ante mi asombro. — Conmigo te equivocaste bastante, con mi amigo, casi aciertas. — ¿Es bombero? — me miró con cara de preguntarse si acertaría. — No. — ¿Militar? — Creo que eso debes preguntárselo a él — reí. — Entonces es militar, se te notó a leguas — me sacó la lengua. — Y tú eres abogado — carraspeó. — Nada que ver — arqueé la ceja. — ¡Banquero! Ya tengo quién me dé el préstamo para el coche.

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— No soy banquero precisamente — reí. — Contigo me va a costar ¡colabora, hijo, colabora! — reía. — Yo colaboro, pero es que no está mi abogado y hablar sin estar él presente como que me

cuesta — bromeé. — Joder abogado y todo. A mí no me dan ni un préstamo para el coche, como para tener

abogado — volteó los ojos. — Eso es que no te hace falta — carraspeé. — Hostia, no había pensado en eso ¿No serás un delincuente? — puso cara de terror. — No, hasta ahora no — reí. — Hasta ahora — volteó los ojos — algo estás tramando — se cruzó de brazos. — Para nada — cogí mi copa y le di un trago — Pero nunca se sabe… — Entonces ¿para qué necesitas tener tus propios abogados? — Cuestión de trabajo — le hice un guiño. — Vaya sí, ese misterioso trabajo — se encogió de hombros. — El mismo trabajo que el tuyo — sonreí. — Digamos que yo tengo que ver con la moda — carraspeó haciéndose la interesante. — Digamos que yo tengo que ver con el asesoramiento de empresas — arqueé la ceja. — Vamos asesor laboral de toda la vida — soltó una carcajada. — Algo así.

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— Vaya, suena muy bien. Eres un buen candidato — me señaló con el dedo que sostenía lacopa.

Estuvimos con ellas hasta la cinco de la mañana, hora en la que cogieron un taxi y nosotros

otros. Quedamos con ellas para el día siguiente volver a salir de copas. Además, las invitamos a

cenar cosa que aceptaron inmediatamente. Esa noche me acosté con un mareo impresionante. Todo me daba vueltas, hacía mucho tiempo

que no había bebido como ese día. No sabía ni cómo ponerme, solo que cada vez que me movía parecía que se me caía la casa

encima.

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Capítulo 6

Me quería morir, literalmente, arrancarme la cabeza y quitarla de mi cuerpo. Todo me daba

vueltas y sentía unas náuseas increíbles. Me tomé un zumo con una pastilla. Ni un café fui capaz de hacerme, además esa mañana

echaba de menos a Mafalda. Me hubiera dado uno de sus remedios para salir de esta resaca tanbrutal que tenía.

Me eché un rato en el sofá, con todo bien a oscuras para ver si me hacía efecto la pastilla. Una hora después ya era más persona, me duché y tomé un café, además ese día tenía

albóndigas o lasaña que me había dejado preparadas Mafalda, así que seguro que volvía a la vidaa lo largo de la tarde. Lo que no sabía era si esa noche iba a poder volver a beber, solo depensarlo me moría.

El café me sentó de vicio, hasta me activó. Eran apenas las doce de la mañana, así que salí a

por el pan y a hacer algunas compras. Me senté en una terraza de un bar antes de ir a comer a casa. Me reía solo al acordarme de Kit

y Kat. Vaya dos personajes más simpáticos. Lo cierto es que yo estaba acostumbrado a rodearmede personas por decirlo de algún modo más pijas, pero ellas eran más naturales, más campechanasy eso alegraba mucho. Resultaban entrañables, además esa noche volveríamos a verlas. Merecordaban a Mafalda.

En ese momento un saludo hizo levantar mi cabeza.

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— ¡Hola, Leo! — una chica con la que estudié en la universidad. — ¡Hola, Cata! — me levanté de inmediato para saludarla — ¿Te tomas algo? — Sí, por favor, un vino, es sábado — sonrió. — Yo anoche salí y tengo una resaca monumental — negué sonriente. — Por eso estás con un refresco — se acomodó en la silla y puso en la otra su bolso y unas

compras que traía de un supermercado — ¿Qué tal Ainhoa? — la pregunta del millón no tardó enllegar.

— Genial, viviendo una segunda juventud — solté con ironía. — ¿Y eso? — su cara era de asombro. — Se enamoró de un amigo y listo. Ahí está con él — levanté la mano para que se acercara el

camarero — Una copa de vino para ella y por favor unas aceitunas y unas patatas chips. — Me he quedado muerta — dijo cuando se fue el chico. — Imagínate yo — sonreí. — ¿Hace mucho? — Ocho o nueve días, ya no los cuento — reí. — Lo mejor que haces, menuda decepción — se puso las manos en la cara. — Esa es la palabra… — Bueno, ella se lo pierde, lo importante eres tú ¿Cómo lo llevas? — El fin de semana pasado fatal. Me fui a la casa nueva, todo vacío, solo, se me caía encima.

Luego poco a poco me levanté los siguientes días. Anoche salí y casi ni me acordé de ella. Es tangrande la decepción que creo que me ayuda a llevarlo mejor de lo que creía. Es más, ya casi ni me

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duele cuando me acuerdo de ella, increíble pero cierto. — Pues me alegra, de verdad, no te merecías eso, pero como dice el refrán, “no hay mal que

por bien no venga”, así que seguro que la vida te tiene preparado algo mejor. — Mientras no sea igual… — apreté los dientes. — Desde luego, vaya con Ainhoa con lo que presumía de estar enamorada hasta la médula —

negó lentamente incrédula. — De otro, lo estaba de otro — reí — ¿Y tú que tal con Ernesto? — Pues bien, la verdad es que no me da problemas — reía — Ya sabes cómo es. No me

puedo quejar. — Es un tipo muy buena gente, está lleno de paz, él va a su rollo, no hace daño a nadie y es

feliz con lo que tiene, no le hace falta más. — Desde luego, cosa que a veces me enfada. Hasta cuando le sugiero que se compre ropa me

responde que ya tiene. No necesita nada, pero nada, solo paz — reía. — Un crack, es un crack. —Ahora está en Huelva. Ya sabes que es encargado de obra, está dirigiendo un pequeño

centro comercial. — Así que te dejó sola. — De lunes a viernes, que se viene al mediodía y se vuelve a ir el lunes a primera hora, así

también me da un poco el aire — ladeaba la cabeza. — Ni que el chiquillo te atosigara — volteé los ojos. — La verdad es que no — rio — ¿Y tus padres? — Pues en París, viviendo la vida que deseaban, ya sabes cómo son.

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— Claro y bien que hacen. — Esta mañana me puso un mensaje mi madre diciendo que se iban a dar una vuelta en un

barco turístico por el Sena — volteé los ojos. — En plan turistas en su propia ciudad… — Así es — reí. — Son la caña, pues muy bien que hacen — sonreí y cogió la copa que le pusieron en la mesa. — En breve tendré que ir a visitarlos, capaces son de desheredarme — bromeé. — Pues claro que debería ir, pero a menudo, sabes que se lo merecen — dijo en tono riña. — Pero vamos que ellos están jubilados, que ya podrían venir más — carraspeé — La verdad

es que vienen, no me puedo quejar — fruncí el entrecejo. — Si lo haces es para darte — levantó la mano bromeando. — De todas formas, están muy bien allí. Me lo dice su tono de voz cuando los escucho hablar,

la risa, todo, por mucho que amen España y este rincón del sur al que adoran, ellos se sienten deallí.

— Normal, uno es de donde nace, siempre que no sea un país en conflicto que te impida

regresar. — Pues sí, además París es mucho París. — Pues sí, lo único que yo tengo que vivir frente al mar… — Eso me pasa a mí, tengo que vivir rodeado de agua y como que el río Sena, no es mucha

opción — arqueé la ceja. Estuvimos un rato charlando y luego nos fuimos andando hasta que nos despedimos.

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Llegué a casa y después de pensarlo varias veces decidí qué comer… Un platito de albóndigas y al lado un poco de lasaña. Ante la duda, un poco de todo. Además,

no sabía si era la resaca, pero estaba que me comía el frigorífico entero. Me senté en la cocina a almorzar y puse la tele, las noticias. No había ni una que fuera alegre,

entre la política, la violencia y los asesinatos, daban ganas de no verlas, ponían muy mal cuerpo. Después cómo no, me eché un rato a descansar. La noche anterior había dormido apenas cinco

horas y necesitaba cerrar los ojos. Cuando me levanté me di otra ducha y me preparé. Habíamos quedado a las nueve y faltaba

media hora. Me encontraba bastante y lo notaba en el ánimo y en el cuerpo. Me fui hacia el restaurante en el que habíamos quedado, la terraza de una famosa marisquería. Llegué y ya estaban todos, pero también acababan de aparecer, así que me senté y pedimos una

botella de vino blanco. Kat, por seguirla llamando así, ya que aún no nos había desvelado el nombre ninguna de las

dos, estaba guapísima, además que tenía un toque juvenil que me encantaba. — Bueno ¿Qué tal estáis? — preguntó Rodrigo. — Genial, otra noche por la cara de copas y encima cena en un restaurante de ricos — dijo Kit

encendiéndose un cigarrillo. —Bueno de ricos no, que esto es asequible a todos los bolsillos, siempre que se pida lo

normal — dijo Rodrigo apartándose mientras nos servían las copas y ya nos tomaban nota. — Pues yo he venido muchas veces — dijo Kat — y soy pobre — sacó la lengua. — Y yo, a por algún papelón de cazón o de chocos — respondió Kit muerta de risa. Unos minutos después trajeron el pescado frito y las gambas que habíamos pedido.

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Las chicas estaban súper risueñas y bromistas, aparte ya íbamos por la segunda botella de

vino y eso ayudaba bastante. — El viernes que vienes tenemos un compromiso por un cumpleaños — comentaba Kat

mientras comía relajadamente — pero el sábado que viene nos podéis invitar otra vez — soltócon descaro.

— Yo a uno de carne invito — dijo Rodrigo. — Yo prefiero pescado — respondió Kat. — Pues tú te vas con Leo y yo con Rodrigo, ya si eso nos vemos luego — respondió Kit

planeando el siguiente sábado sin preguntar si iba bien, cosa que nos causó mucha gracia. — Pues claro que sí, acepto — dije pensando que no tenía un plan mejor. — Pues yo también — confirmó Rodrigo. — Pues todo listo — respondió animada Kit — Ya tenemos planes por separado — se dirigió

a Kat. — Eso está de lujo, estoy un poco harta de tu careto, además me fío de Leo, lo tengo domado

— bromeó. — Serás — le respondió la amiga negando — No sé qué harías sin mí. — Pues lo mismo, pero en solitario — le respondió con sarcasmo. — No me lo creo — le sacó la lengua. Rodrigo puso orden con las manos y señalando al vino para que brindáramos de nuevo. Mi carácter no tenía que ver nada con esas chicas, pero me caían realmente bien, además que

eran de lo más divertidas, como dos niñas pequeñas, pero que nos hacían sentir cómodos.

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Estaban en la línea de Mafalda, esa mujer que a lo tonto alegraba mis mañanas y se encargabade que mi casa estuviera perfecta. Yo no era un desastre, pero agradecía tenerla a ella.

Tras la cena decidimos ir a la zona de la playa en un taxi, eso de salir y coches no era

compatible bajo ningún concepto. Llegamos a uno de los chiringuitos, ya comenzaban a abrir la mayoría, era la época de

disfrutar la noche. — Me encanta esta canción — levantaba una mano y contoneaba sus caderas Kat mientras nos

apoyábamos en una parte libre de la barra. — Yo quiero a mi Romeo Santos — respondió Kit. — Y yo a mi Paulina Rubio — bromeó Rodrigo causando que lo miraran alucinando mientras

el encogía los hombros. — ¿En serio te gusta la hortera esa? — preguntó Kit sin quitar la cara de asombro. — Pues anda que el Romeo Santos — respondió Rodrigo y yo sabía que las iba a buscar la

lengua — Yo alucino con las letras de ese hombre, por ejemplo, una que dice: Yo valoro a lamujer por nacer de una mujer… — abrió las manos a modo incomprensión — Yo me pregunto¿Los hombres de qué venimos, del espíritu santo? — nos provocó una carcajada.

— Yo también lo he pensado con esa letra — señaló Kat a Rodrigo muerta de risa. — Pero nada en contra del chaval, mueve masas y tiene una voz perfecta para ese tipo de

música — dijo en tono irónico, aunque era verdad lo que decía. — Por mi Romeo mato — dijo Kat poniendo el dedo firme. — Y yo por mi Paulina — arqueaba la ceja. Nos pusieron las copas y ahí seguían los dos discutiendo, uno con ironía y la otra con

efusividad, Kat y yo nos mirábamos riendo.

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— Estos dos nos van a dar la noche, yo era tú y ponía orden — me soltó Kat a modo deregañina.

— ¿Yo? Dios me libre — hice un gesto de boca cerrada. — Desde luego, qué poco capaz de controlar una situación — negaba con la copa en la mano. Algo que me sorprendía de Kat era como que parecía esconder algo. No nada malo, era un

secreto que le iluminaba la cara, como cuando sabes que una persona está constantementepensando en algo, pero no dice el qué.

Encima el tema de los nombres. No soltaban prenda, ni la una, ni la otra, pero eso lo

tomábamos como un juego, pero le pegaba llamarse Lola, o algo así. — Sabes, una vez en un chiringuito así, pero en los del paseo marítimo de Cádiz esa se perdió

— la señaló con un gesto de la cara. — ¿Kit? ¿De noche? — Ajá — hizo un gesto de resignación — Me tiré la hora más mala de mi vida, llorando

desesperada, puse a todo el chiringuito a buscarla. — ¿Y dónde estaba? — ¿Eso lo tengo que contar? — volteó los ojos. — No, si quieres me dejas ya con la intriga — me crucé de brazos y reí, esperando que me

contara. — Pues estaba en una hamaca debajo de un tío dándose el lote, lo que menos me imaginaba,

así que pasamos mil veces por delante de ellos y nada — hizo gesto de resignación — Y tú incordiando — negué bromeando. — No, espera, encima que me deja sola sin avisar, en la noche y me preocupo — resopló

riendo.

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— Lo peor de todo es que la chiquilla se lo estaba pasando bien — reí. — Y yo pasándolo mal — se quejó. — Ya, pero bueno compréndela. — ¿Más? — se bebió la copa de un buche para hacer la gracia — Pídeme otra — exigió en

plan graciosa. — Que sean cuatro — dijo Rodrigo que se enteró que llamábamos al camarero. — Controla a Kit que se pierde — soltó Kat en bromas. — Ya lo volvió a recordar — miró a la amiga negando. — Se lo conté a Leo — sonrió. — Cómo no ¡bocazas! — Yo bocazas, pero no abandono a una amiga en plena noche. — ¡Chicas! — protesto Rodrigo — sigamos como estábamos charlando por separado y que la

noche sea divertida. — Si no se te pierde — respondió Kat provocando una mala cara en Kit. La noche fue divertida. Yo no buscaba nada más que eso. Me caían muy bien esas dos chicas y

con Rodrigo me lo pasaba fantásticamente. Sobre las cinco de la mañana nos despedimos, volvimos en taxi, quedé con Kit en verla el

sábado en la marisquería. Llegué a casa y caí destrozado en la cama ¿me estaba haciendo mayor? Eso de las marchas,

hacía tanto que no las recordaba y encima con doblete, viernes y sábado.

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Capítulo 7

No bebo más alcohol… Me lo repetí nada más levantarme como unas cuantas veces, por no decir decenas. Un litro de zumo de naranja de bote, una pastilla y a rezar porque no durara mucho ese

tormento que tenía en mi cabeza. Me tumbé en el sofá y me puse a recordar la noche anterior ¡Lo que me había reído! Algo que sacaba en claro es que había un antes y un después en mi vida. Últimamente estaba

rodeado de personas muy naturales y sencillas, pero llenas de energía, de esas que te sacan unasonrisa tras otra. Anteriormente me había juntado siempre con personas más serias, con niveleconómico más alto, con otro tipo de vida, pero nada que ver.

Desde que entró Mafalda en mi casa la alegría se notaba cada vez que la tenía cerca y ahora

con Kit y Kat, las noches eran diferentes a cuando salía con mi otro círculo donde era todo charlarmientras tomábamos las copas y no se palpaba la espontaneidad que poseían ellas. Era todo másdivertido.

Un rato después ya volví a ser más persona y tomar mi desayuno en la terraza: un café, unas

tostadas con jamón y rodajas de tomate… ¡Y el hombre más feliz del planeta a pesar de haber sidodejado por otro!

Una llamada sorprendente me hizo mi amigo Óscar.

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— No me lo puedo creer ¿A quién han matado? — pregunté al cogerlo. — A mí me van a matar — rio — Hola, campeón. — Hola, Óscar — reí. — Te llamaba para lo de… — La fiesta de verano de todos los años — reí. — Efectivamente, sabes que siempre cuento contigo y con Ainhoa. — A ella déjala aparte, por favor — dije en tono de que no me diera el día. — ¿Pasó algo? — Vivo solo. No estoy con ella… —¡Joder! ¿Qué me estás contando? — Eso mismo, así que iré solo o lo mismo llevo a alguna amiga — carraspeé. — Eso sonó a que hay otra — reía. — No — reí — amigas… — Amigas con derecho… — ¡A nada! Al menos por ahora. — Bueno, eso indica que no todo está cerrado. — Yo ya no cierro ni las puertas de mi casa, que entren todas las que quieran — bromeé. — Madre mía que cambiado te veo — alucinaba sonriente, podía escucharlo tras el teléfono.

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— Nada, que estoy de resaca. No me hagas ni caso, estoy dándome el desayuno de mi vida aver si resucito.

— ¿Saliste anoche? — Si y antes de anoche. Yo ya no estaba acostumbrado — reí. — Bienvenido al mundo, pero vamos conozco gente que hace triplete… — ¿Me estás diciendo algo? — No sé, ahora unas cervecitas, en Cádiz por el paseo marítimo… — ¿A qué hora te recojo? — Así me gusta, que me entiendan a la primera — rio — Pues cuando desayunes, te duches y

estés listo, me avisas según vayas saliendo hacia mi casa para ir bajando. — ¡Hecho! Colgué la llamada y negué riendo. Iba a volverme un adicto a la calle, a la juerga y a todo lo

que antes llevaba de otra manera, pero ¿qué era la vida sin salir y entrar? Pues eso iba a hacer,vivir todo a tope, pasármelo de escándalo y disfrutar de pequeños momentos que se convertiríanen grandes.

Me había sentado de vicio el desayuno, además me apetecía salir a la calle y que me diera el

aire de nuevo, ya me veía volviéndome un callejero.Avisé a Óscar de que iba de camino y un poco después ya estábamos juntos dirección a Cádiz. El día estaba espectacular, la gente ya estaba en la playa, el paseo marítimo y sus terrazas a

rebosar, así que nos sentamos en una de las más concurridas y nos pedimos dos cervezas, mirandoal mar. Eso era vida.

— No esperaba para nada tu ruptura con Ainhoa. — Ni yo — reí.

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— Pero vamos, que esa mujer se va a arrepentir, eso es un calentón. — ¿Un calentón con una persona que conoce y tiene una amistad de toda la vida? Yo creo que

ellos estuvieron liados mucho tiempo, pero bueno que en caso de que se arrepienta me da igual, yocuanto más lejos mejor. Aparte de decepción es una persona que para mí ya está enterrada y nomiro hacia atrás ni para coger impulso.

— ¿Y su familia qué dijo? — Nada, nadie me llamó, así que ni idea, pero supongo que como su familia que es la

apoyarán y arroparán, les guste más o menos. Salvo su primo Gonzalo que ya sabes que esamiguete mío y que ha alucinado en colores.

— Ya, pero vamos el palo debe haber sido monumental, a ti te adoraban. — Pues ahora bendecirán al otro — reí causándole una carcajada. — Así es, pero que les den — brindamos con la cerveza. El sol picaba bastante. Era un día de esos en los que te daba de lleno y te hacía coger color,

así que ahí estábamos los dos, de cara al sol, sentados cómodamente con los pies estirados ycruzados, de forma relajada, viendo el ir y venir de la gente que paseaba ese domingo mientrascharlábamos.

Óscar era guapetón, con un cuerpo escultural. Trabajaba como entrenador personal y tenía un

séquito de personas a las que él diariamente entrenaba. Como profesional era muy codiciado yhasta tenía lista de espera. Se lo había montado muy bien y el éxito le había sonreído.

Me llegó un mensaje al móvil de Kat. Kat: Buenas tardes ¿Estás vivo? Yo: Más que vivo, estoy de cervecitas. Añadí una foto de mi mano con la bebida y el mar de fondo.

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Kat: ¿Te has ido a Cádiz y no me has invitado? Ya no ere “mi más mejor amigo”. Me hizo gracia el mensaje. Yo: Me vine con un amigo que hacía tiempo que no veía, de todas formas, “tu más mejor

amiga” es Kit. Contigo tengo una cena el próximo sábado. Kat: Menos mal que no te olvidaste… Yo: ¿Y por qué debería hacerlo? Kat: No sé, te fuiste a Cádiz sin mí y yo hablaba de “más mejor amigo”, no “más mejor

amiga”. Puso un emoji de resignación. Seguí la conversación ya que Óscar estaba al teléfono con una amiga que lo había llamado y

tenían una súper charla de esas que parecían que nunca iban a terminar. Yo: Vale, otro domingo te invito a comer aquí y me perdonas. Kat: Bueno, eso me lo tengo que pensar. Soy un poco rencorosa… Yo. No me lo creo. Kat: Ya lo verás. Yo: Espero no verlo, por cierto, si quieres vente, vamos a pasar la tarde por aquí, no nos

molestará tu compañía. Kat: ¿No os molestaré? Eso sonó fatal. Lo lógico hubiera sido que hubieras dicho que será un

placer tenerme como compañía. Te estás ganando todas las papeletas para que te bloquee. Yo: Bueno, no le busques los tres pies al gato.

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Kat: Así vamos mal casi marido. Eso me hizo mucha gracia, la que ella tenía. Sabía que estaba bromeando, pero a mí me

encantaba el punto saleroso que le daba a las cosas. Yo: Bueno querida, te esperamos con los brazos abiertos. Estamos justo a la altura de la puerta

del hospital, en el pub irlandés. Kat: Veré si me compensa ir. Yo: Eso sonó fatal. Dije en represalia, bromeando, por lo que ella antes me había contestado. Kat: Mejor estoy pensando que si vienes para el Puerto temprano quedamos y tomamos un

café. Yo: Eso de temprano con Óscar no lo sé. Kat: Pues que te jodan. Nos vemos el sábado. Me reí, me tuve que reír. Esa lengua suelta que gastaba, hacía de esas groseras frases algo

natural como la vida misma… Óscar colgó la llamada y decidimos irnos a comer un poco de pescado frito que había en un

freidor en la otra calle, uno de los más famosos de Cádiz, por no decir el que más. Me estaba sorprendiendo a mí mismo por la capacidad con la que estaba superando mi

ruptura. Era algo que no me podía imaginar y lo mejor de todo es que me sentía más vivo quecuando estaba al lado de Ainhoa, a pesar de que en aquellos entonces yo pensara lo contrario.

Libertad, esa era la palabra. Me sentía libre, como un pájaro que había estado en una jaula,

por muy bien que estuviera, fui cautivo de esa relación. Lo malo es que cuando te acostumbras aalgo así, llegas a pensar que es sano. Lo nuestro no lo era, no había demasiada libertad, era todoen conjunto y no porque lo tuviéramos como norma u obligación, pero sí por los hábitos quehabíamos cogido, aunque me parecía a mí que solo era yo, ella me hizo el tres sesenta sin dudas.

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La historia de Óscar era bastante fuerte. Con diecisiete años comenzó una relación con

Claudia, una compañera de instituto. Eran felices, una pareja muy consolidada con el transcursode los años. Dos personas muy similares en caracteres y que tenían un relación sana, bonita, llenade confianza, libertad y respeto. Con treinta años decidieron casarse y justo cuando volvieron dela luna de miel a ella le detectaron un cáncer que se la llevó en menos de seis meses, dejando aÓscar perdido, lleno de dolor y vacío. Le costó tres como tres años comenzar a levantar cabeza.

Ahora lo había superado, a su modo. La recordaba mucho, la llevaba como foto de perfil en su

móvil siempre y tenía claro que podría volver a amar, pero que el amor de su vida había sido ysería ella siempre.

Comimos y luego nos fuimos a tomar una café. Más tarde volvimos al Puerto y lo dejé en su

casa. Tenía ganas de tirarme en el sofá el resto de la tarde, de descansar. A la mañana siguiente tenía

que ponerme las pilas con el trabajo y quería estar despejado. Necesitaba un poco de eso que se llama adrenalina, sacar todo lo que tenía enterrado, vivir de

manera diferente, salir, disfrutar del verano, de mi vida en solitario, sentir que no tenía necesidadde aferrarme a nadie para salir triunfante, solo disfrutar del momento.

Esa noche estaba contento. Por la mañana vendría Mafalda, alegraba mucho las mañanas en la

casa además de que yo quería y necesitaba eso, alegría, y ella aportaba gran cantidad a mi hogardurante la semana.

Mafalda tenía además de una gracia increíble como buena andaluza, algo misterioso que yo

quería averiguar. Había una cosilla en ella que me hacía ver que encerraba algo más allá de lo queme mostraba, no nada oscuro ni malo, pero sí algo que no me quería terminar de contar por muchoque charloteara y me contara mil cosas de su vida.

Era impresionante como la vida podía cambiar en cuestión de unos días, como todo lo que

habías construido para un futuro se derrumbaba por algo inesperado, pero como a la vez eluniverso conspiraba rápidamente para que vieras el horizonte de otra manera diferente, de esa queanteriormente me hubiera dado miedo a mirar pero que en estos momentos veía como unamaravilla y una oportunidad en mi vida.

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Estaba reflexivo, con ganas de lunes. Hasta esos me parecían ya bonitos. Mi trabajo era

estable y me daba la seguridad de poder vivir cómodamente. El resto, bueno el resto eradisfrutarlo a cada momento, dejar que todo fluyera, conseguir que cada cosa fuera especial, eso oque la resaca y la nueva mañana de cervezas me tenían ñoño, en modo pensante, de manerareflexiva.

A las nueve de la noche me puse la ropa de deporte y me fui a correr. Hasta el domingo era un

buen día para soltar adrenalina, recuperar la rutina, hacer deporte, llegar cansado y dormir apierna suelta.

No era el único que hacía deporte esa noche. Me topé con unos cuantos que me había cruzado

los días anteriores. Era una práctica que cada vez más las personas tomaban como hábitosaludable y como filosofía de vida.

Se notaba el cansancio. Me costó un poco hacer esa hora que yo me tenía impuesta a un ritmo,

pero lo conseguí. Estaba claro que la constancia y el ponerle ganas garantizaban el resultado. Fue ducharme, prepararme una ensalada, cenar tranquilamente y luego irme a la cama a

descansar donde no tardé mucho en coger el sueño, aunque antes debo reconocer que me vinierona la cabeza Kat y Mafalda, esas dos mujeres que me sacaban la mejor de mis sonrisas, todo seadicho, al igual que Rodrigo, que era ese amigo que era capaz de animar a un muerto.

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Capítulo 8

Lunes por la mañana y la resaca todavía hacía mella en mí… Necesitaba un cafelito en vena y pensé en que Mafalda no tardaría en llegar. Y así fue. Todavía

no había terminado de asearme cuando llamó a la puerta. —¡A los buenos días! —¡Buenos días, Mafalda! —Sí, sí y buen fin de semana te has tirado tú campeón, que te lo veo en los ojillos—con su

gesto de siempre me mandó a la terraza. Me reí y ni articulé palabra. Escuché el sonido de la cafetera y comencé a mirar documentación de mis clientes. Por suerte,

cuando mi trabajo entraba en modo normalidad era de lo más llevadero y además me encantaba. —Aquí tienes tu cafelito, Leo. ¿Se te ofrece algo más? —No, mujer. Un millón de gracias. —Vale, pues entonces me voy a liar con este—justo en ese momento se me había caído un

bolígrafo y el comentario me dejó patidifuso. Contesté inconscientemente. —¿Con quién? ¿Qué dices? —¿Cómo que con quién? —ella estaba partida de risa.

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—Perdona, es que no estaba muy atento—debí ponerme rojo como un tomate. —Que te decía que me llevo el bote de las juntas para los baños, hombre, que no me lo

tuvieron hasta el sábado—lo llevaba en su regazo como si fuera un niño. —Vale, vale… Se fue a hacer los baños. —Leo—chilló desde dentro, ¿no te importa entonces que ponga música? —No me importa nada. No tienes que preguntarlo todos los días. Toda tuya. —¡La Mafalda es la Dj oficial de la casa, entonces! Y allí empezó a sonar el “Puede Ser” de Kiko y Sara y después de esa canción, otras muchas

de ellos. —¿Te gustan Kiko y Sara? —preguntó mientras canturreaba. —A mí me gusta todo, mujer—me hacía cada vez más gracia. A media mañana apareció con otro cafelito por mi despacho. —¿Qué? ¿Estás ya mareado de números? —No diría yo tanto como mareado, pero el segundo cafelito sienta también de muerte. —Pues, ¡ale hop! Ven un momento—casi que me tiró del brazo. Era un torbellino. —¡Mira! ¿Tiene arte La Mafalda o no? —Joder, si tiene arte… No podía yo imaginar que esto pudiera quedar tan bien. —Eso es porque no me conocías a mí. Ya puedes presumir de juntas blancas. Yo le doy una

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patada hasta al Don Limpio. Imaginé la escena de ella dándole la patada al calvo fortachón y no pude evitar la risa. —¡Vaya cosas tienes! —¿Yo? Es que a ti te hace gracia todo… Y hablando de eso, de todo, ¿qué quieres comer hoy? —Pues no tengo preferencia, la verdad. Eso sí, casi mejor que sea algo ligerito. —Ya imagino yo por qué. Tu estómago tiene que estar a la virulé. —Más o menos. Bueno, sigo trabajando un rato. Yo soy muy metódico y de los que piensa que las horas de trabajo hay que echarlas a tope para

después poder descansar, así que quería aprovechar al máximo. Sin embargo, me pasaba que encuanto Mafalda me decía alguna de las suyas, me daban ganas de quedarme charlando con ella.

—Y yo me voy para el súper. Mañana iré al mercado, que me gusta mucho comprar en los

puestos, pero los lunes, como no hay pescado, no merece la pena. La mitad están cerrados. —Tienes razón. —De hecho, ya estoy pensando en lo que te voy a traer mañana, pero no te digo ni mu. Es una

de mis especialidades, yo creo que te va a gustar. —Vale, como quieras. —Y ahora, vete ya y una cosa te voy a decir: dejo fregado el suelo de los baños y el pasillo.

Ni se te ocurra pasar hasta que estén secos. Queda el palo aquí atravesado para que te acuerdes. —Sí, sí, ni se me ocurre—levanté los brazos. ¡Cualquierita le pisaba lo fregado! —Así me gusta, porque yo eso de las pisadas lo llevo fatal. Bueno, pues todo aclarado. Cojo

dinero y salgo zumbando.

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Me fui a mi despacho y casi no me había sentado cuando recibí la llamada de Gonzalo,compañero mío y primo de Ainhoa. Nos llevábamos fenomenal.

—¡Primo! —soltó tan pronto levanté el teléfono—Me tienes que hacer un favor. Un escalofrío me recorrió el cuerpo. Pensé que ojalá que no tuviera que ver con alguna

estratagema de su prima para hacerme llegar algún mensaje. —Dime—creo que no debió salirme la voz. —Quillo, ¿qué te pasa? Que soy yo. Parece que te hubieran llamado de una inspección de

Hacienda. —Ya, ya, perdona, dime. —Nada, hombre. Es que resulta que Sandra tiene consulta con el ginecólogo para una de esas

ecografías tan modernas la semana que viene y quería saber si tú me podías cubrir con una visitade un cliente.

—Claro, hombre. Dime día y hora y me lo dejo libre. —Ozú, compadre, no veas si me haces un favor porque yo es que estoy deseando verle la cara

a mi niño, pero aparte de eso, si no voy, Sandra no me habla en un mes, vamos. —Normal, hombre. Tú tranquilo. —Genial, es que esto de ser padre tiene mucha miga. Ya verás cuando te toque a ti con mi

prima. Si ya me iba quedando claro, al no preguntarme al respecto, que no tenía ni idea del tema, me

lo terminó de confirmar. —Me da a mí que con tu prima ya no. —¿Qué dices tío?

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—Pues como lo oyes… Que Julio debía ser mejor porque ella ha cogido las de Villadiego conél. Bueno, a decir verdad, las he cogido yo, que para eso estaba en su casa.

—Pero Julio, ¿nuestro Julio? —Sí. El de la pandilla de toda la vida… —Ese es una buena pieza, hombre. A mí no me ha caído bien nunca. Tú sabes que yo de

chavalín me di una buena tunda con él una vez porque le estaba metiendo cuello a una chica queme gustaba y él lo sabía.

—Pues yo de eso ni me acordaba—me tiré para atrás en la silla y me acomodé para

disfrutarlo. —Sí, hombre. Y ahora me alegro, fíjate, por lo que te ha hecho a ti, que esta sí que es gorda.

Aunque hay que reconocer que la que se ha lucido ha sido mi prima. Esta se ha caído de unguindo…

—Pues sí, pero ahí lleva el pack completo para ella— dije, refiriéndome a Julio y a los niños. Colgué el teléfono con la promesa de que nos veríamos pronto y nos tomaríamos un cafelito. A la hora del almuerzo, la ensalada de Mafalda me dejó loco. —¡Dios que súper buena pinta! —¿Tú qué te has creído? Si La Mafalda tiene buena mano para todo. El otro día te hice la de

naranja, pero esta no se queda atrás. —¿Y esta que ensalada es? —Ensalada Mafalda. Vamos que esta ha salido de mi coco. Yo he comprado de todo, que me

gusta mucho combinar. Sanita y ligera. —Gracias, pues venga, acompáñame y ya estamos comiendo.

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Nos sentamos y enseguida empezó a tirarme un poco de la lengua. —Bueno, ¿y qué tal el fin de semana? Porque a mí no me la das. Tú te has corrido una juerga

mortal. —Pues sí, para qué te voy a mentir. —Es que eso ni se te ocurra—se puso muy seria. Parecía que me iba a poner dos velas negras,

como la bruja Lola. —No, mujer, es un decir. —Ya, ya, es que yo, si hay algo que no aguanto en el mundo es un mentiroso. A mí la gente

falsa no me gusta. Hay que ir de cara, de frente siempre. A mí aquella chica me caía muy bien, incluso, en honor a la verdad diría que iba un pasito más

allá de caerme bien, vamos que me hacía tilín. Y aquel comentario reforzó esa idea. Después de latraición de Ainhoa yo valoraba la sinceridad por encima de todo.

—No te preocupes que me pasa lo mismo. Pues sí, el asunto es que salí con mi amigo Rodrigo

y las hemos cogido dobladas. No me dolía tanto el coco desde el año de los tiros. —Eso es porque no sales mucho, porque yo la cojo un fin de semana sí y otro también—le

salió del alma. —No, me temo que mis salidas de los últimos años han sido un poco diferentes. Quitando

alguna suelta con amigos, siempre salía con mi ex pareja. —Lo siento—soltó como quien da un pésame. —No, mujer. Si no se ha muerto, solo nos hemos separado. —¿Y por eso has venido a parar tú aquí? —Sí, pero vamos, que es mi casa. Tampoco es como si me hubieran enviado al matadero ni

nada parecido…

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—Hombre ya, ¡y menuda casa! No me dieran a mí más castigo que vivir en una casa así. —Ya, bueno… Tampoco es para tanto, pero no me quejo, desde luego… —Es que si te quejas es para echarte una maldición gitana. —¿Una maldición gitana? —Sí, de esas que dicen que “te entre un dolor que cuanto más corras, más te duela y si te

paras, te mueras…” Me cogió bebiendo y me atraganté. Menos mal que era agua porque me salió hasta por los

ojos. —¡Chiquilla, vaya cosas dices! —¿Qué he dicho ahora? Si no he dicho ná… ¡Pues menos mal! Habría que escucharla cuando dijera algo… —Bueno, pues ahora ya sabes algo más de mí. —¿Qué pasó? ¿No os llevabais bien? —Todo lo contrario. Nos llevábamos genial. Lo malo es que yo no sabía que últimamente ella

se llevaba mejor todavía con un amigo nuestro de toda la vida. —¡Esa está chalá, hombre! —soltó tal como lo pensó. —¿Y eso? —Porque no hay más que verte. A ver que yo me meto contigo porque eres un pijito y eso,

pero que tú mereces la pena. Eso se ve. —Te lo agradezco tela, pero no crea que me conozcas tanto—de todos modos, sus palabras

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reforzaban mi autoestima y eso me venía fenomenal. —Leo a ti se te ve que eres un buenazo y seguro que bebías los vientos por ella. —Sí, no te lo voy a negar. Creo que he dado mucho y he recibido un palo de categoría. —La cuidabas un montón, ¿no? —No lo sabes tú bien… —Y la tía coge y se lía con otro. Si es que Dios le da pañuelo a quien no tiene nariz… —Debe ser eso—carraspeé. —¿Y tú? —¿Y yo qué? —Si tienes pareja o algo. —No. Yo ahora vivo la vida. Estuve unos años ennoviada con el Johny, de mi barrio, muy

buen chiquillo… —¿Y qué pasó? —Pues nada. Será eso que dicen de que evolucionamos cada uno y la vida nos separó. ¡Mira,

me he puesto muy intensa! —Ya, pero te he entendido… —Sí, hombre. Verás, que estábamos juntos desde los catorce años y hace tres nos dimos

cuenta de que ya no nos cogíamos con las mismas ganas y eso—mordisqueó unos panecillosintegrales que había puesto de acompañamiento a la ensalada.

—¿Y quién dio el paso?

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—La Mafalda, que es muy rapidita para las cosas. Un día le dije: “Mira Johny que a mí meestá pasando algo muy raro. Que yo te veo venir y no me entran ya esas ganas de que meempotres…”

—¿Así se lo dijiste? —Hombre, claro. Así lo sentía yo y se lo solté. ¿No hemos quedado en que las cosas se dicen

claras? —¿Y él qué dijo? —Pues que más o menos, le pasaba tres cuartos de lo mismo y nos dimos un pedazo de abrazo. —¿Y ya nunca más? —A ver. Eso no era como si nos despidiéramos porque uno se fuera a la guerra. A partir del

día siguiente, yo me lo seguía encontrando hasta en la sopa, porque mi barrio es chico, pero yanunca más nos vimos como pareja. Quedó una cordialidad.

—Muy bonito. ¿Y no has vuelto a tener a nadie? —No. Mira, ahí empecé a vivir un poco porque yo no había conocido a ningún chico más.

Total, que no sabía lo que eran esas mariposillas de que te traten de conquistar y eso… —Ya… —Y nada, ahora salgo y entro, con mis amigas, con mis amigos y me lo paso de lujo. La

Mafalda sabe divertirse. De hecho, yo creo que a ti te vendría de escándalo salir una nocheconmigo. Te ibas a enterar de lo que es una juerga de verdad.

No me lo hubiera planteado en la vida, pero el ofrecimiento me hizo tela de gracia. —Eso está hecho, pero ponle una fecha que, si no, las cosas luego se olvidan…—dije, a modo

de excusa para concertar la cita. —Pues el viernes por la noche, no se diga más.

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—¡Hecho! Terminó de recoger y se fue. Pasé parte de la tarde trabajando, aunque también salí a correr. De repente, me entraron

muchas ganas de estar hecho un figurín. Y hasta podía que me planteara comprarme algo de ropapara salir el viernes.

Aquella noche, cuando caí en la cama, ya no pensé tanto en Ainhoa. Comenzaba a sentir una

vitalidad renovada y tenía presente que parte de ella, la mayor parte, se la debía a Mafalda. Debióser ese mi último pensamiento cuando, abrazado a la almohada, cogí el sueño.

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Capítulo 9

Martes por la mañana y el despertar dolía menos… El primer café de la mañana me lo trajo Mafalda al despacho, para no perder costumbre. —Hoy voy a empezar dejándote la tarima reluciente, pero me voy a fumar antes un cigarrito,

que estoy un poco nerviosa. —¿Y eso? —Pues ná, que me he llevado un buen susto. —Cuenta, por favor—en ese momento me di cuenta de que me interesaban sus cosas. Si ella

estaba preocupada, yo quería saber por qué. —El pan nuestro de cada día. Tengo unos vecinos, el señor Juan y la señora María, muy

amigos de mi familia de toda la vida. El caso es que ellos no tienen hijos y él está pachuchito.Esta mañana se ha caído al salir de la ducha y hemos llamado al 112.

—¿Y te ha tocado a ti atenderlo? —¡Claro! Su mujer está ya hecha polvo y la Marta, la Marta sirve para todo menos para eso.

El hombre se había hecho una brecha y ella es ver sangre y caerse mareada. ¡Total que todo parala Mafalda!

—Mafalda por lo que veo, sirve igual para un roto que para un descosido…

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—¡Eso lo puedes tú jurar! Venga, se acabó el palique que voy por la mopa. No, mejor, voy

antes al mercado que lo que voy a cocinar hoy es más entretenido. —Como quieras. Al rato volvió del mercado y me trajo un segundo cafecito. —Leo, pongo la comida. Ni se te ocurra entrar por la cocina, que no quiero desvelarte todos

mis secretos. Si quieres agua o algo, yo te la traigo como un rayo. —Tampoco hace falta que corras tanto, mujer. —A mí es que me hierve la sangre y yo todo lo hago deprisa. Una, que es muy resuelta. —Ya lo veo, ya… Hasta cerró la puerta de la cocina. —¡Hoy no escucho la música! —me quejé, aunque de fondo me llegaban algunos acordes de

Andy y Lucas. —Te aguantas, porque si abro vas a oler lo que es. —¡Ni que fuera yo un perro! —Un perro no, pero nariz tienes. ¡Y cállate que yo sí que tengo la musiquita puesta! —me hizo

reír de nuevo. Decía que me callara y se quedaba en la gloria. Era un poco eso de “de la callevendrán y de tu casa te echarán”.

Ya me tenía hasta intrigado. Seguí trabajando toda la mañana. Salió de la cocina y escuché la

olla exprés. Cada vez que pasaba por la puerta del despacho, con la mopa, no podía evitar fijarmeen aquel culo respingón tan bien puesto que tenía, con las mallas.

—¡Ahora una de Merche! Ya habrás visto que yo apoyo a todos los cantantes de la zona.

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—Lo he visto, lo he visto. Bueno, mejor dicho, lo he escuchado… —El finolis tenía que decir la última palabra— se asomó por el despacho— Pues hazte a la

idea de que en nada estoy aquí y te vas a tener que ir un ratito al jardín aprovechando que está muybuena mañana, porque este suelo también hay que limpiarlo…

—¡A la orden! —hice el saludo militar. Era un sargento de artillería… Llegó la hora de almorzar y tenía los platos tapados. —¡Tachán! —hizo la musiquita con la boca mientras los destapaba—¡Menudo! Bueno que

igual tú les dices callos, pero aquí en Cádiz esto es menudo, de toda la vida de Dios. —¡Sé lo que es el menudo, Mafalda! Yo también soy de Cádiz… —¿Tú eres de Cádiz? Muy finolis te veo yo, pero no te voy a discutir… —Si quieres te enseño el DNI—hice ademán de levantarme. —No, hombre, te creo. ¿Pero tus padres también son de aquí? —No, ellos son franceses. —¿Pero franceses de Francia? —No, franceses de Laponia. —¡Mira lo graciosito que está! Digo si viven allí y eso. —Sí, vivieron muchos años en España y cuando quisieron irse yo ya tenía aquí mi vida. Ellos

volvieron y yo me quedé. —Hiciste bien. Y ellos también. Así ya tengo yo casa allí, que estoy loca por poner los pies en

París. —¡No jodas! Ellos viven en París. Pues te lo digo en serio, son un encanto. Cuando quieras ir,

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ya tienes donde alojarte. Además, ahora los vuelos se cogen por tres duros, tú lo sabes… —Sí, sí. Eso no es problema, pero mejor me voy contigo cuando vayas, que ya te sabes el

camino y así pagas y de paso me enseñas aquello. —Buena idea—reí. Mafalda se apuntaba a un bombardeo. No conocía el pudor y, aunque sí

era muy respetuosa, también era muy lanzada cuando le apetecía algo. —Oye, come ya, que estamos dándole a la lengua y ya se le ha quedado al menudo la capita

esta de encima, que se va a enfriar. Quítasela e híncale el diente. —¡Esto está para chillarle! —dije tan pronto lo probé. —Te lo había advertido. Me salen que no veas. El menudo y la tortilla de patatas me los ponen

por las nubes. —¿La tortilla de patatas? Me encanta. —¿Sí? Pues entonces mañana te la hago. Y el menudo que ha quedado te lo voy a congelar por

si acaso te apetece comértelo un día del finde o algo… —Desde luego que piensas en todo. Yo tenía ganas de sacarle el tema del viernes, pero me dada corte. Tampoco quería que

pensara que soy un baboso o algo parecido. Eso sí, estaba deseando que lo mencionara ella. Elcaso es que no hubo suerte.

—Pues yo no sabía que tú eras medio francés. —A ver en realidad soy tan gaditano como tú, pero sí es verdad que también me siento muy

identificado con aquello porque es la tierra de mis padres, de mis abuelos… —Cada vez la entiendo menos—soltó. —¿A quién?

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—A la tonta del culo de tu ex. Encima hablando francés, ¿tú sabes lo que nos pone eso a lastías?

Noté que las orejas me hervían y, si hubiera hecho el mismo ruido, bien podría haber pensado

que me había convertido una cafetera. —¿En serio? —Hombre, no creo que sea la primera vez que te lo dicen—arqueó la ceja. —Bueno, algo he escuchado, pero creí que era más bien una leyenda urbana. —¿Qué dices de leyenda ni leyenda? A mí me derrite un tío hablando francés. A ver di algo. Me quedé cogido. con la mente en blanco y no sabía ni qué decir. —¡Mira, le ha dado corte! —me señalaba con toda la naturalidad del mundo. —Quizás un poco, mejor con dos copas encima—me limpié la boca con la servilleta para

disimular un poco. —Pues si yo fuera un tío y hablara francés no iba a cerrar el pico, me las iba a llevar a todas

de calle. Eso es lo que hacía el Dani, un chaval de mi barrio que los padres eran emigrantes y sehabía criado en Francia. Cuando llegaron a vivir de nuevo aquí, no dejó títere con cabeza.

—¡Vaya! —miré los garbanzos del plato y pensé que en el barrio de Mafalda lo de ser

espabilado venía de serie. Recogió la cocina y se fue. Al cerrar la puerta me quedé con la sensación de que me hubiera

encantado que se quedara un ratito más. Debía ser que ya me encontraba mejor y, aunque yo nosolía beber entre semana, me serví una copa para celebrarlo.

El miércoles me despertaron los rayos del sol y mi primer pensamiento fue para Mafalda. Cuando sonó la puerta yo ya estaba aseado y perfumado. Incluso tuve el detalle de estrenar un

perfume francés muy exclusivo que me habían regalado mis padres por Reyes y que tenía

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reservado para alguna ocasión especial. —¡Vaya olor más rico! A ver, a ver, acerca el cuello…—así era ella y esos fueron sus buenos

días. A mí me dejaba a cuadros. Eran momentos en los que su apabullante naturalidad me superaba. Al rato vino con el cafelito como cada día. Ya era todo un ritual. —Hoy te voy a hacer la tortilla de patatas y voy a aprovechar para limpiar la cocina a fondo

mientras. Se nota que no has estado aquí en mucho tiempo y además te faltan especias y cosas. Voya hacer un superlistado para que tengas la despensa llena y ya me encargo yo de todo.

—No sé ni cómo darte las gracias, de veras… —¿Qué gracias? A mí lo que me tienes que dar son los mil euros cuando haga el mes y santas

pascuas. ¡Y ni un día de retraso que te denuncio! —Ni un día, ni un día—reí. Era tremenda y lo siguiente. —Es que el business es el business y yo con eso no parto peras—lo dejaba caer como en

broma, pero ahí quedaba para que yo lo recogiera. —Por supuesto, por supuesto. Salió en dirección a la cocina y antes de empezar puso música. —¡Ahí va otra de gaditanas! ¿Las conoces? —preguntó cuando la canción empezó a sonar. —No. —Tú estás en el mundo porque tiene que haber de todo, ¿no? —¿Cómo? —era la brutalidad más grande que me habían soltado en la vida y ella feliz. —Nada, nada. Son Natalia y Maka, mira que ritmito tienen.

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Y allí estaba ella tarareando sus canciones, “Cuanto daría por tener tu boca cerca de la mía…”

Lo mejor de todo es que en ese momento yo pensé que también daría bastante por besar a Mafalda.Fue como si de repente se me encendiera una luz interna que me alegró el alma. Eso sí, de mi bocano saldría una palabra.

La mañana pasó rápidamente. Entre mi trabajo, que era bastante absorbente y la alegría que me

daba saber que ella estaba en casa, el rato que pasó entre que me acercó el segundo café y el delalmuerzo literalmente voló.

—¿Qué? ¿Es de libro o no es de libro? —Es, es. Parece mentira. No solo tiene que estar riquísima, sino que da la impresión de que la

has hecho con un compás, ¡vaya perfección! —Ya te he dicho que una tiene arte para todo. Venga, vamos a cortarla ya que no tengo más

hambre que el tamagochi de un sordo. —¿Pero tú de dónde sacas esas expresiones? —reí. —Pues de la calle, ¿o es que tú no jugabas en la calle? Bueno, espera, que igual me he colado.

¿Los pijos jugabais también en la calle como el resto? —No. A los pijos nos llevaban a un gueto, aparte. —¡Claro, claro! —ya me extrañaba a mí. Le gustaba reírse de mí lo que no estaba en los

escritos y lo mejor es que a mí me encantaba que lo hiciera. —¡De muerte, te ha quedado de muerte! Me tienes que dar la receta…—probé la tortilla de

patatas y pensé que no era propia de este mundo. El toque que le daba Mafalda era único. —Aro, en eso estaba yo pensando, para que al final le cojas el gustillo a la cocina y ya no te

haga falta que venga. —Para eso me temo que tendrían que pasar dos o tres vidas más. Puedes estar tranquila, creo

que en la cocina soy no ya mortal, sino lo siguiente.

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—Oye y hablando de todo, ¿has pensado ya dónde me vas a llevar el viernes? —ese día que

yo no lo pensaba, llegó la pregunta. Así son las cosas. —Pues la verdad es que todavía no había pensado en nada concreto. —Pues ve pensando que luego son los problemas. No hay mesas, las listas de espera llegan al

quinto pino y a mí no me gusta esperar. Te lo advierto. ¡Sería por advertencias! —Nada, nada, pues me pongo a ello y reservo mesa donde tú me digas. No se hable más. —No hace falta, en un sitio guay que se te ocurra — Ok. Por cierto, otra cosa. Te voy a dejar las llaves, que no las tienes. —¿Y para qué quiero yo las llaves de tu casa? —Porque ya vuelvo a mi rutina habitual y hay un día en semana, que ya te iré concretando

sobre la marcha, que tengo que salir a trabajar a la calle. Esta semana es mañana. —¿Desde tan temprano? —Sí, porque ese día aprovecho para desayunar con un amigo, que es compañero y ya luego

empiezo las gestiones. —¿Y te llevan hasta la tarde? —Sí. Concentro todo en mi agenda esa jornada, visito a los clientes y demás. Total, que lo

dejo todo listo para afrontar el resto de trabajo de la semana en casa. —Ah, pues yo algo en la cocina tengo que hacerte. Es que si no son muchas horas y es tontería

limpiar sobre limpio. —Puedes irte en cuanto termines, por mí no hay pega. Sé que trabajas a conciencia.

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—¡¡¡Aguanta el genio!!! La Mafalda no se mueve mañana de aquí hasta que el reloj marque las

tres. Eso puedes tenerlo tú por seguro. —Pues no se me ocurre… —A mí sí. Aunque normalmente me dices que no te deje hecha cena, mañana te voy a hacer

una crema de calabacines con queso de esas que quitan las tapaderas del sentido. —¿Las qué? —Las tapaderas del sentido. ¿Nunca has escuchado eso? Pues vaya mierda de gaditano que

estás tú hecho—recogía la mesa y, como era habitual en ella, iba soltando todo lo que le venía a lamente.

Se fue y me resultó raro despedirme de ella hasta el viernes. Eso sí, pensé que el fin de

semana iba a ser completito porque saldría con ella el viernes y con Kat el sábado. Para ser miprimera semana de soltero iba que me mataba.

Descansé un rato después de almorzar y por la tarde me acordé de Gonzalo y de lo mucho que

nos gustaba echar un rato de padel. Lo llamé. —Gonzalito, hombre… —Hombre, eso digo yo. Ya tienes mejor voz. La del otro día era de ultratumba. —Sí, sí, ya estoy restablecido. El caso es que estaba pensando en ir a correr, pero después he

caído en la cuenta de que me apetece más machacarte al padel… —¿Machacarme? Tú debes haber fumado algo chaval. Reservo pista y te veo allí en dos

horas. Y lleva bastantes clínex porque te va a tocar llorar. A la hora acordada nos vimos allí y el pique fue épico, como de costumbre. Ese día venció él,

pero por muy poco. Solíamos quedar más o menos parejos. —Pues ahora, para celebrar que es la última vez que me ganas, yo creo que nos podríamos

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tomar una cervecita, si es que tienes el permiso de Sandra. —¿Recochineo porque tú ya tienes carta de libertad? —Bueno sí. Mejor que uno se ría hasta de su propia sombra. ¡Total, visto lo visto! —Venga esa cerveza y me cuentas. Nos sentamos en una terraza de un bar irlandés que nos gustaba mucho a los dos y nos pedimos

unas cañas. —Cuéntame, ¿cómo es la vida de soltero que ya ni me acuerdo? —se desperezó en la silla. —Pues mira. No te voy a negar que los primeros días me los pasé llorando por los rincones.

No soy tan machito, pero ahora de repente creo que le he cogido el gustillo. —¿En serio? ¿Tan pronto? Ya decía yo que tú tienes muy buena cara, ¡tú has mojado! —me

señaló con el dedo y yo tuve la sensación de que nos miraba el bar entero. —¡Anda ya, no seas borrico! Todavía no. Ni tampoco tengo tanta prisa. No quiero parecer un

desesperado de esos que no pueden vivir sin acostarse con la primera que pasa por delantedespués de separarse.

—¿Y por qué no? —Porque no es mi estilo. —Pues sabes que a Sandra la quiero mucho, pero a mí me parece que si me separara de ella

yo iba a vivir la vida single esa que dicen a tope, como la Cope. —A mí no me llama eso la atención demasiado. Pero vamos, que te cuento… Lo puse al día del fin de semana que tenía por delante y no daba crédito. —¡Y parecías tonto cuando te compramos! —yo me he quedado de piedra.

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—Gracias por lo de tonto—reí. —Tú ya me has entendido, joder, que a la chita callando a este paso te ligas a medio Puerto. Y

aquí la única que ha salido perdiendo ha sido la lista de mi prima que yo creo que ha matado a lagallina de los huevos de oro para ver qué tenía dentro.

Me hizo gracia su comentario. Gonzalo era uno de esos gaditanos ocurrentes que decía una tras

otra. —¿Y tú? —Yo bien. Muy contento con la espera. Eso sí, Sandra está un poco caprichosa y algunos días

me saca de quicio… —Normal, tienes que ser paciente. —En eso estamos, primo, en eso estamos… Me despedí de él y fui dando un paseo hacia casa. Por el camino caí en la cuenta de que

Mafalda diría que el padel era un deporte de pijos y que me venía como anillo al dedo. Aquelpensamiento sacó mi sonrisa. ¡Y eso que no sabía que con mi padre jugaba al golf!

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Capítulo 10

Jueves por la mañana y ese día tocaba calle y más calle… Me levanté y me sorprendí a mí mismo un poco frustrado por la idea de no ver a Mafalda

aquella mañana. Eso sí, la buena noticia es que la vería al día siguiente y además saldría con ellapor la noche.

Me puse como un pincel, que para eso cuidaba mucho mi aspecto y salí dirección a

encontrarme con mi compañero David para desayunar. Él ya estaba al tanto de los cambios de mivida.

—¡Pero mira quién viene por ahí! Si estás para hacerte un favor—se levantó y me dio un

abrazo fuerte. —Deja, deja, que me imagino tu favor y me da repelús. —Hay que estar abierto a todo—rio. —De eso nada y es verdad que tengo un montón de cambios en mi vida, pero sigo en la misma

acera. —Una verdadera lástima—él era gay y le encantaba sacarme los colores. —Ya, ya, ¿no ponen cafelito en este antro de perdición? —Y dale con lo de antro, pero ¿tú qué tienes contra este sitio? Todas las semanas la misma

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canción. Es un sitio con solera. —Toda la solera que tú quieras, pero también tiene más mierda que la bombilla de una cuadra.

Me voy a tener que traer un cojín para sentarme. Con la de cafeterías chulas que hay en el Puerto. —Tu problema es que eres muy sibarita. —¡Otro igual! —¿Otro? ¿Me estás poniendo los cuernos con otro? —bromeó. —No, no se me ocurriría. En este caso es otra, pero también opina que soy un pijo. Le conté la historia de Mafalda y el muy condenado se descojonó. —Bueno, bueno. Pues entonces no te falta diversión, vaya tela marinera. Por lo que cuentas, es

como tener a una monologuista en casa. —Sí, pero con más gracia todavía—concluí. —Oye te cuento una cosa, necesito que me cubras con Jessica. —¿Con Jessica, Jessica? —me dejó alucinado. —Sí, tío. Ya sé que me la pasaste porque era una clienta que te tiraba los tejos y tal, pero yo

no la trago y te devuelvo la pelota. Es una pedante de dos pares y el otro día le canté las cuarenta.Yo te cubrí a ti con ella, pero ahora me tienes que cubrir tú.

—¡Pues estamos apañados! Y encima conoce a la familia de Ainhoa, por lo que es probable

que ya sepa que estoy separado. —Puede ser, puede ser. Si quieres vamos a la armería y compramos un casco, un escudo y una

porra porque mucho me temo que se te va a tirar encima. —Mientras no sea literalmente…

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—Y la cosa no queda ahí. —¿Todavía puede mejorar? —Claro que sí. —Dispara. —¿Paras al mediodía de dos a cuatro? —Como siempre, ¿por? —Porque hoy será de dos a tres. —¿Y eso? —Porque a las tres “has” quedado con ella. Vamos, que le he dicho que pasarías tú por su

oficina. —Pero capullo, si a esa hora es cuando más peligro tiene, que está sola allí. —Ya, pero ella no podía a otra. Tiene una inspección en unos días y hay que ir a echarle un

vistazo a todos sus papeles. —¿Me tienes alguna sorpresita más guardada para hoy o esto es todo? —Es todo, es todo. Ni te preocupes. Y ahora tómate el cafelito, que se está enfriando. —Gracias por tu consideración—tenía ganas de darle hasta en el cielo de la boca. Me había

dado el día. El jodido hacía gala de una habilidad especial para eso. Nos despedimos y me puse en marcha. Un par de reuniones por la mañana en las que todo fue

como la seda y por fin llegó la hora de almorzar. Dado que David había tenido el bonito detalle de dejarme casi sin tiempo para comer, elegí un

restaurante cerca de la empresa de Jessica. Tomé algo ligerito y pensé en que ya estaba

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acostumbrado a comer en compañía de Mafalda. Se me hizo raro. Fue justo en ese momento cuando me llegó un mensaje de ella: Ella: “Ya me voy. Lo he dejado todo perfecto y esta noche no te olvides de comerte la crema

de calabacines. Está para chuparse los dedos. Yo ya la he almorzado”. Yo: “A la orden” y le mandé una foto que me tomé sobre la marcha con el saludo militar. Ella: “En la foto se aprecia más que tienes barbita de unos días. Te hace interesante. Eso sí, ni

se te ocurra dejarte una barba de esas de hípster que vas a parecer un chivo”. Yo: “Ni se me ocurre”. Era increíble. Ya me decía lo que tenía que hacer hasta por WhatsApp, por si era poco que lo

hiciera en persona. ¡Menudo personaje! Me dirigí hacia la empresa de Jessica y casi que me iba santiguando por el camino. Tenía muy

claro que no la iba a dejar tirada ese día por ética profesional, pero desde luego que le diría quese fuera buscando otro asesor.

—¡Hombre, Leo! Ha pasado mucho tiempo… —Un poquito, Jessica. La primera en la frente. Iba vestida como para rodar una peli porno. ¡Lo que no me pasara a mí

esas semanas! —Demasiado, diría yo… —Pues ya me dirás. He escuchado que tienes una inspección y me imagino la gracia que te

hará. —Para gracia, la que tienes tú. ¿Una copa? Iba a rechazarla, pero luego pensé que me vendría bien para pasar el trago. Se dio la vuelta.

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Jessica tenía unos cuarenta años y estaba cañón. El caso es que era muy ligerita de cascos y poníaal más pintado en un aprieto. Y conmigo siempre había tenido fijación.

—Venga, una no muy cargada, por favor. Te agradecería un poco de brevedad porque me

quedan muchos asuntos que atender todavía hoy. —Vaya y yo que me había hecho ilusiones—la primera venía ya directa. —¿Ilusiones de qué, Jessica? —Bueno. Ya sabes que el mundo es un pañuelo y se dice, se comenta y se rumorea que tu

mujercita va por ahí paseándose de la mano de otro… Por eso yo había pensado que quizás tú yyo…—casi se me echa encima al darme la copa.

—Que quizás tú y yo deberíamos terminar esta reunión cuanto antes—dije en el tono más seco

posible y dando con el vaso en la mesa, haciendo que se apartara. La cara de Jessica era un poema. Ella que se creía por encima del bien y del mal por el simple

hecho de haber heredado un lucrativo negocio familiar cuyo nombre estaba manchando con suactitud a marchas forzadas, estaba acostumbrada a que muchos le rindieran pleitesía.

—Eres un grosero. —Y tú una mujer sin escrúpulos y me da a mí que nadie te ha cantado las verdades del

barquero y yo voy a ser el primero. Los ojos se le salían de las órbitas. —No sé qué tendrás que decir tú de mí. —Pues mira, lo primero que el hecho de haberte quitado a David de en medio, provocándolo

hasta la saciedad, me da la impresión de que ha sido una estratagema para que tuviera que veniryo en persona.

—¡¡No te creas tan importante!!

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—¡No! Eres tú la que no debes pensar que estás por encima de todos nosotros por el hecho dehaber heredado un imperio, el cual, por cierto, te estás encargando de dilapidar a pasosagigantados, según se dice, se comenta, se rumorea—utilicé a posta la misma frase de ella paraque tomara conciencia de que los rumores nos afectaban a todos.

—¿Y lo segundo? —Lo segundo es que a mí nunca me has interesado, ni cuando tenía pareja ni ahora que no la

tengo. El producto “Jessica” no solo no me resulta atractivo, sino que me repugna. Me dan ascolas personas que se creen que pueden manipular a otras por su supuesto poder. Por muy buena queestés, nunca me has atraído y nunca me atraerás.

—¿Tienes algo más que decir? Porque si no es así, por mí puedes salir ya por esa puerta,

mojigato de mierda—señaló. —Sí. Tengo que decirte que soy un profesional y por eso te invito a que saques los documentos

y pueda indicarte antes de irme por dónde van a ir los tiros de tu inspección, porque puedes estarsegura de que cuando la cruce, nunca volveré a entrar.

Jessica no volvió a abrir los labios en los treinta minutos que estuve analizando su

documentación. Cuando tuve la clara la cuestión, le indiqué dónde podían estar las posiblesanomalías y cómo subsanarlas y le dejé claro que en lo sucesivo se buscara un nuevo asesor.

Cuando salí de aquella oficina me sentí poderoso. Aunque nunca había sido una persona débil

ni me había dejado coaccionar, iba recordando por la calle las muchas ocasiones en las que en mijuventud Jessica me lo había hecho pasar mal, poniéndome en situaciones comprometidas y lomucho que me costaba enfrentarme a ella.

Sin embargo, los acontecimientos de los últimos días parecían estar sacando esa nueva mejor

versión que todos buscamos en nuestro interior y me sentía fenomenal. Lo vivido con Ainhoa me había hecho mucho más fuerte. Semanas atrás, jamás hubiera

imaginado que se avecinaba una salida tan brusca y cruel de mi zona de confort, pero, sobre todo,lo último por lo que hubiera apostado era por salir tan triunfante de todo aquello.

El caso es que no podía evitar pensar que la repentina llegada a mi vida de Mafalda, como un

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soplo de aire fresco, también contribuía a mi bienestar. Eran las cuatro de la tarde y me quedaban dos reuniones por celebrar. Afortunadamente, ambas

serían en un clima de lo más distendido. Todo lo contrario a lo sucedido en la anterior. Losúltimos eran clientes de mi confianza con los que me llevaba fenomenal.

A las siete ya estaba libre como el viento y me apetecía cualquier cosa menos meterme en

casa. Decidí darme una vuelta por el Centro Comercial Bahía Sur, en San Fernando, una poblacióncercana.

Tan pronto llegué, salí enflechado para la tienda Massimo Dutti, una de mis favoritas. Allí me

hice con una camisa Oxford blanca y otra negra, así como con una camisa Sarga azul cielo que meencantó. También escogí un pantalón vaquero, un fluido de pinzas en verde botella y uno de esosgrises de algodón que tanto se llevan.

Después de estar un buen rato en el probador, me hice también con varios accesorios y, más a

gusto que un arbusto, me dirigí hacia la caja, donde me lo prepararon todo cuidadosamente eincluso me dieron algunos consejos para combinar lo que llevaba.

Al salir de allí me dirigí a una zona que me encantaba. Era la de la Casería y en ella hay un

restaurante de lo más pintoresco que hace mis delicias y las de mis amigos. Me encantaba pararallí, en un paraje natural en el que cargaba las pilas.

Además, me acerqué con mi sal y mi pimienta. Reservaría mesa para el día siguiente y llevaría

a Mafalda. Me parecía un rincón ideal para ir con ella, porque rezumaba un aire bohemio queestaba seguro de que le gustaría mucho.

Tomé algo allí, con vistas a la Bahía y al Puente de la Pepa y dejé la reserva hecha para el día

siguiente. No me quedé a cenar porque pensé en que sería hacerle un feo a la crema decalabacines que ella me había preparado y que me esperaba en la nevera.

Con todos aquellos pensamientos, conduje de vuelta al Puerto con una sonrisa tonta en los

labios, la sonrisa que se te queda cuando piensas en una persona y no son una sino muchas lasmariposas que comienzan a revoletear en tu estómago.

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Capítulo 11

Y amaneció el viernes y con él me invadió una súbita sensación de felicidad… —Ahora te llevo el cafelito al despacho—Mafalda ya lo hacía en automático. —No, hoy toca cocina y sí te acepto un desayuno completo. Yo era un poco raro para eso y

había mañanas en las que solo me apetecía café, aunque sé que eso no es desayunar como esdebido. Suele estar relacionado con el trabajo. Cuando tengo mucho, se me cierra el estómago.

—Eso está pero que muy requetebién. Hoy vas a desayunar como un conde. —Y mejor que va a estar si tú te pones otro y te sientas a mi lado. —Eso está hecho hombre. Total, me pagas por mi tiempo. Por mí como si quieres que te dé

palique toda la mañana—se echó a reír. —Pues venga, a desayunar se ha dicho. —¿A que no hay huevos de comerte un desayuno americano? —soltó con su desparpajo

habitual. —¿Cómo dices? —me dejaba loco. Era un caso esta muchacha. —Que si te gusta el desayuno americano con huevos—se hacía la tonta que daba gusto. —Sí, sí, como tú quieras.

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—Pues ya está la Mafalda en el lío. Además, has tenido suerte porque ayer traje naranjas de

zumo del mercado y te voy a hacer un zumito con una cantidad de vitaminas que resucitan a unmuerto.

—Genial—reí. —¿Me das la razón como a los locos? —arqueó la ceja. —No mujer, es solo que me hacen gracia tus cosas. —Joder, la Mafalda es muy graciosa, la Mafalda es como un monito de feria—hizo un gesto

que provocó todavía más mi risa. —¿Qué le vas a poner al desayuno? —intenté pensar en otra cosa para no provocarla. —Pues esto va completito. Eso sí, te tienes que esperar un ratito. —¿Y eso? —Porque las cosas de palacio van despacio y hay que hacer el café, los zumos, el bacon, los

huevos y las tortitas con sirope de chocolate. —¿Tortitas con sirope de chocolate también? —no paraba de sorprenderme. —Hombre, claro. Es que, si no, ¿qué porquería de desayuno americano es ese? —Ya, ya, pero mucho me temo que en esta casa no hay sirope de chocolate. Procuro no traer

esas cosas porque caen que da gusto y luego se nota aquí—señalé mi tripa. —¿Dónde? —se quedó mirando fijamente a mi camiseta. —Aquí—volví a indicar. —¡Mira el tío! Ahora va a decir que tiene barriga y todo.

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—No, porque me cuido, pero si no lo hiciera la tendría, como todo hijo de vecino. —Anda ya, si seguro que tienes la barriga como…—no había terminado de decirlo cuando me

dejó de una pieza porque tal cual, me levantó la camiseta. —¡Mafalda! —no sabía ni qué decir. —¡Lo que yo decía, como un lebrillo de fregar de los antiguos! La tableta de chocolate tiene el

tío… Y todavía se va a quejar. Pues estate atento porque en este armario hay sirope de chocolate yotras chucherías que he traído estos días para cuando tengamos un antojo como hoy.

—¡No fastidies! —ya me iba reponiendo del susto y miré el armario, que estaba bien surtidito. —Sí, sí. Ahí hay de todo, hasta leche condensada para hacerte uno de estos días un bollo. Así

que tú, que vives solo, si te notas alguna vez que te da un mareo o algo, puede ser un bajón deazúcar. Te vienes a la cocina y te tiras la lata de leche condensada a pecho. Santa medicina.

Su idea provocó mis carcajadas. Si algo tenía claro es que me hacía reír a no poder más

aquella chiquilla. —¿De qué te ríes? Si es verdad… Terminó de hacer el desayuno contándome anécdotas y ya me dolían hasta las costillas de

reírme. Resulta que tenía un perro que se llamaba Rufo. —Sí, mira, el Rufo es total. Yo lo quiero a rabiar. Vamos, se mete alguien con él y sale con las

patas por delante. —Imagino ¿Y es mayor? —No. Tiene tres añitos. Lo cogí cuando mis padres murieron para no estar tan solas. La Marta

no quería porque es muy tiquismiquis con la limpieza, pero yo le dije que me encargaba de eso yno le quedó otra.

—¿Y qué? —Pues mira, que es muy particular mi Rufo. Te voy a contar una cosa para que te hagas una

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idea. El pobrecito no se va a dormir hasta que la Marta y yo llegamos. Entonces, los días entresemana muy bien, pero los fines de semana, si no llegamos hasta las seis de la mañana, él tampocose duerme.

—¿No? Vaya si es gracioso el tema. —Pero gracioso, porque tenías que ver al Rufo los domingos que no se puede menear en todo

el día, no puede ni con su alma. No se despierta hasta por la noche, no quiere ni salir a la calle.¡Está con resaca!

—¡Vaya personaje el Rufo también! Oye este desayuno está para enmarcarlo. De hecho, le voy

a hacer una foto. —¿Para el Face? —preguntó. El caso es que yo no iba a hacerla con esa intención ni mucho menos, pero al sugerirlo ella me

apeteció. Tenía toda la razón, era digno de publicar. —Sí para el Face. Le hice una foto guapa a la mesa, sin que saliéramos nosotros y la subí.

“Desayuno completo en la mejor compañía”, puse. Fue un gesto repentino que me salió del alma.Y quien quisiera saber más, que se comprara un libro.

Mafalda la vio y le hizo gracia. Seguimos desayunando como si fuera un día normal pero

pronto salió el tema estrella: la noche. —Hoy voy a ir al mercado que hay un pescadito de lo más fresco y voy a traer alguno que esté

vivito para hacerlo en el horno. —No, mejor pescado hoy no. —¿Y eso? ¿Le has cogido coraje? —Todo lo contrario. Es que esta noche vamos a ir a un sitio donde se come un pescadito que

está increíble y no es plan de repetir. Prefiero reservarme.

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—¿Dónde? ¿Dónde? Entonces no es cachondeo ni ná, primero vamos a ir a cenar. Yo te lohabía dicho por si colaba ná más.

—¿Y cómo no iba a colar? —Yo que sé. A lo mejor solo te apetecía tomar algo y ya está. Esto no es una cita de esas

románticas de las películas. —Pero eso da igual. Tú eres una dama y yo quiero que te sientas genial. Además, es lo mínimo

que puedo hacer. —¿Y eso por qué? —Porque tú me cocinas a mí todos los días y yo quiero que te pongan a ti la cena por delante. —Ah vale. Oye que, si es porque no te sientas mal, yo hago un esfuerzo y me arreglo todas las

noches para ir a cenar—ella no conocía el corte, ni tenía interés en conocerlo. —Bueno, creo que ya sí me voy un ratito para mi despacho—escurrí el bulto. —Venga, antes de salir a comprar te llevo otro cafecito. Y no te asustes, que lo decía de coña. A la hora de almorzar Mafalda había traído unos pinchitos de pollo y unos filetes e hizo una

miniparrillada de carne y verduras que no tenía desperdicio. Después se puso a recoger la cocina y a decir, ¡viernes, viernes, por fin San Viernes! Estaba

pletórica. —Bueno Leo, yo ya me voy. Te quiero debajo de mi casa a las nueve. Ya te mando la

ubicación. Por cierto, ya verás cómo van a mirarte las vecinas esas cotillas que tengo cuando tevean llegar con tu pedazo de carro.

—¿Y quién te ha dicho a ti que yo tengo un pedazo de carro? A lo mejor te recojo en un

seiscientos—me encantaba buscarla un poco. —Pero si tienes tu foto con él de fondo de pantalla del ordenador, empanao, que lo he visto yo

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al limpiarle el polvo… —Es verdad—indiqué con la cabeza, activando el modo de resignación. Parecía controlarlo

todo—Pues nada, te recojo a las nueve y a ver con qué me sorprendes esta noche. —Con todo, pijillo, con todo. Venga, esta noche te vas a enterar de lo que es divertirte. —Mira tú por dónde, que voy a nacer hoy—negué con la cabeza y cerré la puerta pensando

que era lo más divertido que me había pasado nunca. Eso sí, si pensaba que yo me chupaba eldedo, la llevaba clara la niña.

La tarde pasó en un suspiro porque además me dormí varias horas. Quería estar bien fresco y

despejado ya que me daba a mí que la noche iba a dar de sí tela. A la hora de arreglarme estaba de lo más entusiasmado. Puse uno de los discos más

emblemáticos de Bon Jovi y dejé que sonara mientras me aseaba y arreglaba. El resultado me gustó mucho. Me vi muy atractivo estrenando mi nueva camisa blanca, con

unos chinos en beige y unos de mis mocasines preferidos, de línea deportiva. Me puse al volante de mi noche y me dispuse a beberme la noche. Ya tenía la ubicación de

Mafalda y cinco minutos después la estaba esperando en la puerta de su bloque.—¿Eres Leo? —me preguntó una vocecilla que procedía de mi ventanilla. Miré y era un

pequeño de unos siete años. —Sí, soy yo. ¿Y tú quién eres? —le sonreí. Parecía muy simpático. —Yo soy Jordan, el vecino de Mafalda. Me ha dicho que te diga que tienes que esperar diez

minutos y de paso darme cinco euros para chuches, por el recado. ¡¡Era propio de ella!! Ya me dijo que me iba a sorprender. Y allí estaba yo, con mi deportivo y sintiéndome el centro de atención de esas vecinas cotillas

de las que ya me había advertido y que estaban sentadas al fresquito en las sillas, en las puertas delos bloques.

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Justo diez minutos de reloj después bajó ella. —Wow, ¿tú quién eres y que has hecho con Mafalda? —le pregunté cuando se metió en el

coche. —Soy la mismita Mafalda ná más que arreglada. Y ahora tira, que ya estaba harta de esperar.

Tengo ganas de movimiento. —Pero ¿cómo que harta de esperar? Si yo llevo aquí diez minutos, me ha dicho un niño que

ibas a tardar ese tiempo y que… —Y que le dieras una propinilla, que se lo ha merecido. Claro, es que lo bueno se hace

esperar, ¿no? Yo estaba lista, pero quería asegurarme de que te viera todo Dios. —¡No me lo puedo creer! Eres la leche— reí—Bueno te lo perdono porque estás

impresionante. —Ya lo sé. Para partir pescuezos estoy—ella no tenía abuela y se lo decía todo. Y de veras que estaba para hacerle un monumento. Era la primera vez que la veía con su larga

melena morena suelta y un bonito maquillaje de noche, que remataba con unos labios rojos pasiónde los más besables. Llevaba un vestido negro de punto con generoso escote y ceñido que le hacíaun cuerpo de infarto e iba subida en unos tacones desde los que se observaban unas piernasinterminables.

—Ea, pues mira, coincidimos en algo—le di la razón. —Tú tampoco estás mal—sonrió, como diciendo que eso lo era lo más bonito que iba a

escuchar de sus labios. El camino hacia San Fernando fue de lo más ameno. Mafalda no paraba de hablar, estaba muy

dicharachera y me contaba una y mil anécdotas de ella, de Marta, de Rufo… Si era así sobria, nome la podía yo imaginar con unas copitas de más.

Llegamos a la Casería y el sitio le encantó.

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—¡Espera, espera! —no quería entrar en el restaurante hasta la hora de la reserva, que era lasdiez y todavía faltaban veinte minutos.

—¿Qué quieres hacer? —Este es el sitio ese de las casetas de colores… Yo no sabía dónde era. Es que mi amiga

Susana subió el otro día al Instagram un montón de fotos que se había echado aquí. Yo quiero queme hagas una, bueno, un montón, o mejor, un reportaje.

—¿Un reportaje? —Claro. Tu móvil es cagante, tiene que echar unas fotos de profesional, vamos. Hacía unos días que lo había estrenado y era verdad que las fotos eran de postal, pero es que

la modelo era la bomba. —¡¡Ahora otra aquí, en el barandal este!! —indicaba. Con lo que le gustaba mandar siempre,

estaba en su salsa. No cabía en sí de gozo… —Ya te he echado varias. —Pues ahora aquí sentada. —Estás preciosa, pero yo estoy cogiendo complejo de fotógrafo, me duele ya la mano,

chiquilla. —Pues te aguantas porque esta noche tiene la Mafalda cuerda para rato. Si no querías, no me

hubieras traído. —No es eso, pero es que no sé ya cuántas llevamos. —¡Y las que te quedan! —ahora cógeme una al lado de la caseta esta que pone “Carmen” que

se la voy a mandar a mi tía que se llama así. Tuve que sacar la paciencia de Jobs y un poco más…

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—¡Venga, ahora un selfie conmigo! —pedí. Me lo he merecido y de sobra. —¡Verdad! Venga… Se arrimó mucho a mí y sentí un cosquilleo bestial con aquellas caderazas tan a la mano.

Bueno, mirara donde mirara, todo era fuera de serie porque su delantera embutida en aquelvestido era un regalo para la vista. El caso es que en el momento que apunté hacia nosotros le diun beso en la mejilla.

—¡Míralo él! —me sacó la lengua. No lo esperaba. —Yo también soy una cajita de sorpresas, solo que hablo menos. —Ya lo veo, ya…La foto quedó simpatiquísima. Teníamos la luna llena encima, pero más que ella, brillaban los

ojos de Mafalda, que se había quedado un poco alucinada con mi gesto. —Vámonos ya a cenar, anda—tiré de ella hacia delante porque pensaba que como nos

quedáramos allí como dos pasmarotes, sí que la iba a besar, pero de verdad. —Y si no ¿qué? Se puso delante de mí, mirando con aquellos ojos penetrantes y yo no perdía de vista aquellos

gruesos labios que mi boca pedía a gritos besar. —Si no, nada, nada de nada—sacudí la cabeza como si con ese gesto me fuera a deshacer de

esas ideas locas que cada vez me asaltaban más. Durante la cena me di cuenta de que eso no era así. Mafalda seguía charlando y charlando y yo

cada vez sentía más ganas de besarla. Eso sí, no podía saber lo que estaba pensando ella, peropoca duda tenía de que su mirada buscaba la mía sin parar.

El sitio le encantó y la cena para qué contar. Tanto es así que, natural como era ella, me dijo

que teníamos que volver otro día que estuviera menos lleno para pedir dos o tres recetas. Camino del Puerto todavía íbamos inmaculados. No habíamos tomado ni una gota de alcohol.

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Yo porque tenía que conducir y ella porque decía que “eso estaba muy feo” que “o se bebía juntoso no se bebía”. Total, que muy solidaria, me dijo que esperaríamos a que llegáramos al local paralas copas. Y eso sí, que el local ya estaba decidido.

—Otro día eliges tú, pero yo te he sacado para que veas cómo se baila—soltó. —¿Qué tú me has sacado? ¡Joder, lo que hay que oír! Ni que fuera yo Rufo… —Pues mira, igual te interesaba serlo porque yo al Rufo lo quiero un mogollón y diciendo eso,

fue ella la que me cogió por el cuello en medio de la calle y me arreó un besucón en el cachete. —Si me quieres dar uno aquí, también te lo acepto—le guiñé el ojo y le indiqué mi cuello. —Todavía no ha nacido el tío que le arranque un beso a la Mafalda. Yo soy como la de la

canción y empezó allí mismo a cantar la copla de “la española cuando besa…” y yo no podía másque negar con la cabeza, ¡para qué habría dicho nada!

El asunto es que estaba ella canturreando y bailoteando cuando uno de sus tacones se le quedó

encajado en una alcantarilla mientras su cuerpo iba hacia delante. Por suerte, la cogí al vuelo. El caso es que al volver a enderezarse su boca se quedó muy

cerca de la mía y las chispas saltaron. Tuve que controlarme para no comérmela allí mismo. —¡Menos mal que has tenido reflejos porque si no dejo todos los piños en el suelo! —ella

también quiso desviar la atención. —No, mujer, espero que no hubiera sido para tanto… —Bueno, bueno, por suerte has estado sembraíto… Mira allí es dónde vamos. Ya están en la

puerta la Susana, la Jenny, la Marijose, el Killian y el Johny. —¿Tu Johny? —pensé que no nos iba a faltar de nada. ¡Vaya cuadro! —Sí, sí, mi Johnny. Es que esto no es tan grande y aquí nos movemos todos por los mismos

círculos, pero tú no te preocupes que eso ya es agua pasada. Él está ahora con la Jenny, tranquilo.

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Bueno era saberlo. Me presentó a todos sus amigos, que se veían de lo más simpáticos, Johnyincluido, y nosotros entramos en el local mientras ellos se quedaron fumando en la puerta.

—¿Tú qué bebes? —le pregunté en cuanto estuvimos dentro. —Un ron cola. Bueno, uno detrás de otro. Te espero aquí—se quedó en una pequeña mesa alta

que había. —Vale. —¡Leo! —me volví a ver que quería.—Dime—hice un gesto como que no se escuchaba muy bien y me fui acercando a ella. —¡¡¡El mío con pajita!!! —sé que no fue así, pero a mí me dio la sensación de que nos había

escuchado todo el local. Con ella todo era un desmadre. Sonreí irónicamente y pensé que yo sí quele daba a ella pajita…

Llegué a lo justo a por las copas. Necesitaba tomarme algo fresco porque estaba que hervía

por dentro y solo faltaba que comenzara el bailecito, porque lo que allí sonaba era reggaetón. Le puse su copa en la mano y me quedé preso del gesto tan sensual que ponía al beber con la

pajita. Yo cada vez tenía más calor y aquello no era precisamente fiebre. —¿Y tú por qué sonríes tanto? —me soltó. —¿Siempre bebes con pajita? —¡Claro! Y tú también deberías hacerlo, ¿o no sabes que es bueno para el esmalte de los

dientes? Eso no se lo podía rebatir. Yo ya lo había escuchado. No era el primer detalle en el que me

había fijado y que demostraba que ella se cuidaba mucho. De hecho, sus dientes eran blanquísimosy muy bonitos. Lucía una sonrisa perfecta.

—Así tienes tú los dientes tan bonitos…—reí.

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—Hombre claro, por eso y porque me hice un seguro de esos dentales, que yo en lo primeroque me fijo es en los piños de la gente. A mí una boca fea me echa para atrás.

—Vale, vale, entonces espero que la mía no te parezca fea—yo también tenía lo mío. —Míralo como se ha dejado caer para que lo recoja la Mafalda. No, no te preocupes que tú

de feo no tienes ná—soltó el vaso en uno de los salientes de una columna y me tiró del brazo. —¿Dónde vamos? —Esto hay que bailarlo… —¿Y qué es? —Ahí sí que te mereces que te dé un meco. Mira que no conocer esta canción, es para

ahogarte en un cubo. —Gracias por tu comprensión—volteé los ojos. —Es el “Perreo en la Luna” del Sech. —¿De quién? —Tú calla y baila… Y allí estaba ella cantando “Fuma, fuma, fuma, la discoteca está en la luna…” En la luna o, mejor dicho, en órbita me puso a mí cuando empezó a moverse. Menudo

movimiento de culo y vaya si era sugerente. Yo empecé a notar que mi hermano el de abajo sedespertaba y los pantalones se me quedaron estrechos en cuestión de un momento.

—Mira, mira, lo viene que se defiende el Leo también—reía y cantaba “ella se arrebata, bata,

bata, bata, bata…” y yo no sé cuántos arrebatos tenía Mafalda, pero yo tenía uno solo: el debesarla y me estaba costando la misma vida no hacerlo.

—Se hace lo que se puede—no podía dejar de mirarla…

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—No, no, que tienes mucho arte, venga que nos vamos a dar una pechá de bailar que mañana

no te vas a poder ni menear. Y yo cuando escuchaba esa parte de la letra de “que se quede pegadita hasta el amanecer” me

estremecía… Acabó esa canción y empezó a sonar la de “Imagínate”, también del tal Sech. —Capaz de no conocer tampoco esta… —Esta creo que sí la he escuchado, me suena algo más… —Me suena, me suena, eso no vale… Canta conmigo… Y ese “haciéndome lo que te pida” que salía de su boca me ponía también ardiendo y nosotros

cada vez más cerca… La parte de “toas las poses” disparó mi imaginación más de lo que hubieraquerido. Allí saltaban chispas.

—Necesito beber un trago please—aproveché que acabó esa canción. —Tú no serás un rajao, ¿no? Que aquí hemos venido a bailar, te lo advierto… —No, no tranqui— lo único que necesitaba era una tregua porque los pantalones como que me

explotaban… Paramos un poco y ella echó una visual. Se dio cuenta de que sus amigos ya estaban dentro. —Pues mira, yo me voy a marcar una cancioncita con las niñas… —Vale, vale. —No, pero ven, me tiró de la mano. Tú quédate mientras con el Johny y el Kilian, intégrate

que son muy buena gente. No podía dejar de reírme internamente. Allí estaba ella dándolo todo en la pista con sus

amigas y yo con los dos chavales.

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—La Mafalda es la caña de España, ¿no? —me preguntó Johny, tan pronto ellas se fueron a lapista.

—Sí, sí, desde luego. —Pues eso, que la cuides, que ella se lo merece. —No, perdona, pero si nosotros no…—me debí quedar a cuadros. —Vamos hombre, no me jodas, que he visto cómo la miras. —Bueno, es indudable que es una chica muy atractiva, creo que la está mirando la discoteca

entera—acerté a decirle. —Pues sí y además es todavía más bonita por dentro—el chaval se veía que le seguía teniendo

muchísimo cariño. —Sí, ya me he dado cuenta también… —Entonces ya sabrás que de esos cocos pocos, vamos que no te vas a encontrar muchas así.

Cuídala, ella no es una tía para usar y tirar. Tú ya me entiendes. Yo sí lo entendía y además que lo último que se me hubiera ocurrido es utilizarla ni nada de

eso, pero tampoco entraban todavía otras ideas en mi cabeza, ¿o sí? Lo único que tenía claro esque necesitaba otro trago.

Vente, vente, que esta también te va a gustar, ya verás que perreito más chulo… Después de ese tuvieron que venir unas docenas más acompañados de unas cuantas copas, de

demasiadas copas… La canción de “Piensan” me dio que “pensar”, cuando sonaba aquello de “ysi supieran las cosas que hacemos cuando no hay testigos”, ¡cómo sonaba aquello en los labios deMafalda!

En un momento dado de la noche sus amigos se fueron a otro local y nosotros nos quedamos en

aquel. A decir verdad, era lo que me apetecía, quedarme a solas con ella. Aunque estuviésemosrodeados de gente, yo quería captar toda su atención.

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Cuando nos quisimos dar cuenta, ya no cabía ni la duda entre nosotros, estábamos tan cerca

que podíamos sincronizar nuestras respiraciones y cada vez con más risas, más cachondeo y más agusto… Las canciones terminaban y nos dábamos un abrazo como si se nos fuera la vida en ello.En esos momentos, nuestras bocas quedaban cerca, peligrosamente cerca…

Si el local no hubiera cerrado, no nos sacan de allí ni con agua caliente. Lo habíamos pasado

de miedo. Salimos de allí bastante perjudicados por el alcohol. A ella le costaba andar derecha yyo sutilmente la tomé por la cintura, en plan caballeroso.

—El coche no lo puedo coger así porque como me paren voy a perder todos los puntos y

todavía les voy a deber—reí. —Hombre está claro, pero yo no llego tampoco con los taconazos hasta mi casa, espera que

me los quito—se agachó, dejándome aquel culazo a una altura perfecta. Tuve que cerrar los ojos. —¡No, locuela! Espera que llamo un taxi. —Venga. El taxi llegó y en cinco minutos la dejamos en la puerta de su casa. Eso fue lo que me puso las

cosas fáciles porque, de otro modo, no sé lo que hubiera pasado aquella ardiente noche…

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Capítulo 12

Resacón del diez… No podía ser, esa vez sí que la había cogido gorda, así que zumo y pastilla doble. Era lo único

que podía comenzar a recomponer mis niveles. No había manera de quitarme de la mente a Mafalda y esa noche tenía una cita con Kat.

También me caía bien, pero el deseo y la sensación de que las horas pasaban volando, solo me losprovocaba la primera.

Mafalda era aquella persona que solía poner mi corazón a mil y la noche anterior debió

alcanzar la velocidad de la luz, sin dudas. La salida había sido monumental. Las imágenes de lovivido con ella durante esas horas se iban a quedar en mis retinas para siempre.

Cuando me restablecí un poco me preparé un café y una tostada. Salí al jardín a desayunar,

relajadamente. Necesitaba que me diera un poco de ese espectacular sol que nos regalaba el día. Me sentía mal por quedar con Kat cuando mis sentimientos se dirigían hacia otra dirección.

Era como si me fallara a mí mismo o como si estuviera haciendo algo no demasiado ético. Me acordé de los nombres de sus amigos del barrio, los de la noche anterior y me tuve que

echar a reír recordando todo. En principio, algo impensable para mi cabeza, pero es que meencantaba vivir esos momentos, disfrutar de lo sorprendente que pueden ser otras formas de vida.Ellos eran así, no le hacían daño a nadie, pero vivían a su manera.

Ese día lo pasé en casa, solo salí a por el pan. Después miré el frigo y vi que me había dejado

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hecho una pasta a la carbonara que tenía una pinta deliciosa. Sus salsas me iban a cebar, pero eraincreíble como cocinera. También estaba el menudo, pero me incliné por la pasta.

Estaba triste, pensaba que era por el hecho de que hasta el lunes no vería a Mafalda y

realmente la salida de esta noche no me apetecía demasiado. Me notaba de capa caída, aunque nome parecía bien dejar tirada a Kat. Era una buena chica y me lo pasaba bien con ella, no iba amirar más allá de una amistad, pero cancelar el último día, no me parecía tampoco bonito por miparte.

Era una sensación extraña… La tarde la pasé en casa leyendo una novela de suspense que me regalaron mis padres, hasta la

hora en la que me dispuse a ducharme, prepararme y ¡listo! Un taxi me llevó hasta donde había quedado con ella. Me senté en la mesa reservada y no

tardó en aparecer. Estaba preciosa, pero me venía a la mente Mafalda, esa que había roto todosmis esquemas y había conseguido hacer saltar todas las chispas de mi corazón.

— Buenas noches, buen mozo — me levanté para saludarla y nos dimos dos besos, sonrientes. — Buenas noches, guapa — sonreí mientras volvía a sentarme. — Te juro que he tenido un día de muerte, solo falta que me indigeste con la cena, que se me

corte la respiración y me vaya directa a la caja de pino. — No seas exagerada — negué riendo mientras levantaba mi copa de vino para brindar con

ella. — Mira, esta mañana mi hermana fue a limpiar una ventana y al sacarla se le cayó a la calle,

imagina cómo nos quedamos. No queríamos mirar hacia abajo por si había caído encima dealguien y lo había matado, encima sonó como si hubieran puesto en la calle una bomba.

— ¿En serio? — Me cambió hasta el color de la cara. — Sí, al final me tuve que asomar yo, pues ella estaba como una energúmena llorando atacada.

Por poco me corro del gusto cuando vi que no había pasado nadie. Había caído sobre limpio, eso

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sí, ya había gente alrededor mirando hacia arriba y flipando en colores. — Menos mal — solté el aire aliviado. — Eso por la mañana, pero ahí no queda la cosa — dio un trago a la copa. — Sorpréndeme — mi cara era de esperarme cualquier cosa. — Pues nada — se echó hacia atrás cuando nos trajeron unos entrantes que yo había pedido —

Me puse a hacer la comida después de que bajamos a limpiar cristales hasta encima del semáforo—- se puso la mano en la frente — Y yo quería hacer un puchero, así que puse todo en la olla y mefui a limpiar el baño mientras eso entraba en hervor…

— Ay Dios, no quiero imaginar qué pasó… — Pues que empezó a gritar mi hermana que había humo por el salón, la cocina y el pasillo,

así que me asomé gritando fuego y cuando fui a la cocina, no, no era fuego, era la que había liadoel puchero al que se me olvidó echar el agua. Se estaba quemando a lo más grande — hizo ungesto con la mano de exageración.

— Dios mío, qué peligro tenéis — negué riendo. — Pues sigo, el karma se cebó hoy con nosotras. — Miedo me da — apreté los dientes. — Mi hermana que ya estaba desquiciada del día, con la tensión por los suelos y el azúcar

desaparecido, estuvo lacia toda la tarde y a última hora me dijo que estaba preñada. Por poco memuero, me entró de todo. Lloré, pero no de emoción, sino conteniéndome de matarla, pero al finme dijo que era una broma. Así que no se ni cómo estoy hoy aquí — dijo con gestos exagerado.

— Tampoco es tan malo ser tía — aguanté de reírme. — Si claro, lo que nos faltaba para vivir más asfixiadas — rio. La verdad que sincera era bastante y se veía con la cabeza bien amueblada, era lógico que

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pensara así. Estuvimos toda la cena riendo, pasándolo bien, pero mi cabeza se estaba obsesionando con

Mafalda, esa que no se iba de mi mente en ningún momento. Luego nos fuimos a tomar unas copas, pero de forma relajada, aunque con esa mujer era

imposible, tenía cada cosa que me hacía reír sin poder parar. Horas después nos despedimos en un taxi. Primero la dejé a ella, que iba a dormir en casa de

su amiga Kit, y luego me fui a la mía. No quedamos en nada, solo en que ya iríamos hablando. Nome apetecía volver a quedar, sabía que estaba llegando el momento de irme apartando, comoamiga bien, pero concertar más citas, como que no.

Esa noche no había bebido mucho. Intenté alargar cada una de mis copas, no me apetecía

beber como un pozo sin fondo y a la mañana siguiente estar por los suelos. Tampoco tardé en dormirme, estaba frito así que caí rendido fácilmente. Por la mañana me levanté casi nuevo, me tomé un buen desayuno y luego salí a dar el

encuentro a Rodrigo. Me había puesto un mensaje para quedar. Una cerveza y comenzó a contarme que se había liado con Kit la noche anterior, que se lo

había pasado bomba. Yo me sinceré y le conté la realidad de lo que me pasaba, cosa que meentendió a la perfección y me dijo que tenía cara de tonto enamorado.

No pensaba que fuera así, enamorado no, pero que me hacía sentir diferente, sonriente y feliz,

sí. Mafalda era ese soplo de aire fresco que necesitaba en mi vida, en mi casa, en todo lo que merodeaba.

Comimos en un restaurante asiático, sin prisas. Después nos fuimos a merendar y quedamos en

vernos en breve. Él iba a verse algún día más con Kit, así que iba a estar entretenido con su nuevolío de faldas.

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Capítulo 13

Y por fin lunes… — Buenos días, caballero — sonrió al verme aparecer por el pasillo, esta vez se me habían

pegado un poco las sábanas. — Buenos días, Mafalda — sonreí — No me mandes a la terraza, necesito un café y en la

cocina. — ¿Conmigo? — se puso las manos en el pecho emocionada haciendo la broma. — Contigo, claro, con quién si no — reí. — Anoche soñé contigo — se puso a preparar los cafés. — ¿En serio? Espero que haya sido un sueño y no una pesadilla — carraspeé. — Contigo es imposible tener pesadillas, si eres un sol — rio. — Pues cuenta, estoy deseando — estiré la mano. — Me llevaste por toda la cara y a gastos pagados a París, me enseñaste el lugar en el que

están tus raíces. Fue una pasada, me lo pasé pipa, hasta me subí a la torre esa de metal que tenéiscomo tesoro — me causó una carcajada.

— Pues estoy dispuesto a llevarte un fin de semana — carraspeé.

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— Pero pronto, que luego las cosas se olvidan — sonrió ampliamente causándome otra

carcajada. — Si quieres el fin de semana que viene… — ¿Este viernes? — No, el que viene — reí. — ¡No hay cojones! — Claro, cuenta con ello — cogí el café mientras se ponía a tocar las palmas. — No me creo que vaya a salir de Cádiz — se sentó emocionada. — ¿Nunca saliste de la provincia? — Jamás, en la vida — puso cara de puchero. — Vaya, entonces creo que podré disfrutar de tu cara al montarte en el avión, ver otro país, me

siento afortunado — sonreí mientras negaba feliz. — Ya estoy pensando en comprarme una maleta de esas pequeñas de fin de semana ¡Qué

nervios! Iré el sábado a comprarla — estaba muy emocionada. — ¿Y cómo la vas a comprar? ¿En rojo chillón? — bromeé. Le encantaba el rojo y siempre lo

llevaba en los labios. — No, la quiero de color pastel y los bordes en gris claro, a ver si la encuentro. Siempre me

gustaron esas maletas y pensé que cuando tuviera necesidad de comprar una sería así — me sacóla lengua.

—Vaya, veo que tienes las ideas claras — arqueé la ceja. — Y tanto, además soy cabezona. Hasta no conseguir las cosas que quiero no paro, así tenga

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que usar mis estrategias — carraspeó imitándome. — ¿Estrategias? — la miré aguantando la risa. — Bueno, digamos que se hace todo lo posible por lograr lo que una quiere, pero sin llegar a

la ilegalidad. Es cuestión de tener ocurrencias — se encogió de hombros y mordisqueó la tostada. — Menos mal que es sin llegar a la ilegalidad — reí. — Sí, sí, como lo de este trabajo en el que tú querías una entrevista y yo logré que no hiciera

falta para conseguirlo. Todo era una estrategia y lo logré ¿hice algo malo? Pues no, solo conseguirmis habichuelas — se preguntaba y respondía a ella misma.

— Pues sí, tienes razón — Y tanto que la tenía, pero encima era graciosa. A mí me parecía de

lo más entrañable. Me fui a trabajar un poco a la terraza con otro café en la mano y la dejé en la cocina a ritmo de

Camela a todo volumen, mientras yo me retiraba negando y muerto de risa. A la hora del almuerzo volví a la cocina y me encontré en la nevera tres post-it de colores. En

uno ponía Leo, en otro Mafalda y en el tercero un corazón. Comencé a reírme mientras ella memiraba sonriente sin contarse un pelo.

— Vaya ¿Y esto? — sonreí negando. — Después de que te he sacado un viaje a París a tutiplén, ¡cómo para no quererte! Pues te lo

digo con post-it, que son más divertidos — puso los platos sobre la mesa. — Bueno, si es por eso — sonreí abriendo las manos, medio bromeando. — ¿Y por qué iba a ser si no? — Ah no sé, negué haciéndome el sueco. — Pues eso, que más vale que saques los billetes rápidamente antes de que te arrepientas.

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— Ya los tengo — dije mientras cogía con el tenedor un trozo de pescado. — ¿En serio? — Ajá, salimos el viernes que viene a primera hora — carraspeé. — ¡Yo te como! — se levantó y vino a coger mi cara con sus manos y besar con efusividad mi

frente y ni corta ni perezosa me plantó un beso en los labios y se sentó feliz en la mesa —- El besono te emociones que es por la alegría que tengo en mi cuerpo.

— Vaya, que lástima — suspiré haciendo la broma de resignarme. — Pues sí, pero hijo, yo me enamoro de gente de alto standing — me sacó la lengua. — Si, como el Jhony — negué mordiéndome el labio y volteando los ojos. — ¿Qué le pasa al Jhony? Ese es pata negra ¿eh? — me señaló con el cuchillo. — Claro, claro, el Jhony es el mejor — bromeé con ironía. — Y que no me entere yo de que le dicen ni media, que rajo — bromeó. — Vale, vale — levanté las manos riendo. — Ni a ti que te roce el aire — levantó su dedo. — Vaya, gracias por la parte que me toca — seguía riendo mientras comía. — Yo por los míos me dejo la vida — ladeó la cabeza. Terminamos de comer y se fue. Su marcha ya me resultaba triste, increíble, estaba en un

momento que ni yo me lo creía. Me eché a dormir un rato. Después me levanté y me fui al Centro Comercial El Paseo. Entré

directo a una pequeña tienda, pero muy buena de maletas, así que pregunté si tenían una rosa claracon la cremallera en gris y… ¡Premio!

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Una maleta de equipaje de mano perfecta, coqueta, juvenil, buena, con los colores que ella

quería. Sin dudarlo se la compré, al igual que una mochila de vestir, pero muy juvenil y cómoda,de estilo bolso, de piel, de color crema y algunos motivos bordados en colores vivos como rosa,verde y celeste, formando el dibujo de la marca, esperaba que le gustara y la llevara al viaje.

Me sentía feliz de poder sorprenderla al día siguiente así que iba contento, le dije a la chica

que se lo quedara que daría una vuelta por el centro comercial y luego lo recogería, así no iríacargando.

Eché un vistazo por las tiendas y cogí algunas cosas que me hacían falta, luego recogí las

cosas de la tienda y volví a casa. Se lo dejé todo bien colocado encima de la mesa de la cocina, la maleta y a un lado la

mochila. Por supuesto me fui a correr y luego cené una ensalada y a dormir. Estaba deseando que

llegara el día siguiente para ver a Mafalda. Desperté antes de que llegara y me preparé el primer café cuando entró por las puertas y vino

directa a la cocina. — Bonjour — dijo al entrar causándome una risa — Ya estoy aprendiendo francés — precisó,

mirando a la mesa y levantando la ceja. — Buenos días — sonreí — Espero que te guste, te quise hacer un regalo. — Uno no, dos — cogió la mochila con una sonrisa de oreja a oreja — déjame darte un

abrazo — se acercó emocionada y me rodeó la cintura poniendo su cabeza sobre mi pecho — Meencanta, aunque seas un pijo tienes un gusto exquisito, la llevaré para el viaje — se refirió a lamochila — Y la maleta es la que yo quería, pero no debiste…

— Tranquila, no te mereces menos. — Siéntate que te hago un pedazo de desayuno que te va a sentar como agua bendita.

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— Vale — aún estaba terminando el café que yo me había hecho. — Por cierto, me llegó una carta de la Seguridad Social con el alta. — Sí, es para avisarte de que se gestionó correctamente. — ¡Qué bien! Es la primera vez que cotizo por limpiar — reía. — Bueno, es lo mínimo que te mereces. — Y encima me haces regalos ¡eres un chollo! — me sacó la lengua — Hoy no te voy a

mortificar con la música. Me traje unos cascos y me los engancho al móvil y ya canto yo sola,pero tranquilo — estiró la mano — que yo solo me pongo uno para tener el otro oído libre por sitoses o me llamas — me hizo un guiño.

—Sabes que no me molesta, pero como quieras—era un amor. Desayuné con ella con esas sonrisas que me provocaba constantemente. Después me puse a

trabajar como loco, quería enviar unos documentos que me habían pedido por la mañana y mepuse a ello inmediatamente, durante un largo rato.

A la hora del almuerzo me quedé sorprendido al entrar a la cocina. Me había cocinado un

lenguado grande a la espalda con unas judías verdes refritas al ajo, estaba de muerte. A mí meencantaba el pescado y precisaba comerlo por lo menos dos o tres veces a la semana.

Mafalda estaba súper feliz, contaba los días y las horas para estar en París. No dejaba de

decírmelo y fantasear con ese viaje y me ponía muy contento que lo deseara. La sonrisa y laemoción de su cara lo decían todo.

El miércoles estaba igual de emocionada pero más nerviosa. Se pasó toda la mañana cantando

y yo, bueno, evitando hacer una locura y pegarla a mí, devorarla a besos y abrazos. Cada vez que se iba me quedaba de capa caída, así que tenía por rutina descansar, correr y

luego volver para cenar y dormir. No había vuelto a tener contacto con Kat y casi ni me acordé de ella.

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El jueves entró volteando los ojos. — Buenos días ¿Qué te pasó? — arqueé la ceja. — Pongo dos cafés, necesito cafeína en vena — resopló — Por cierto, a los buenos días. Me apoyé sobre la mesa, con los brazos cruzados, con media sonrisa que no podía evitar que

se me escapara al tenerla allí, mientras preparaba los cafés y resoplaba por eso que ahora mecontaría que le sucedía.

Se sentó y se encendió un cigarro. — ¿¿¿Pues no va mi hermana e invitó este fin de semana a la casa a una prima con la que yo no

me hablo y nos miramos fatal??? Verás cómo terminamos todas. — Bueno — reí — No seas exagerada. — Exagerada dice, la última vez nos tiramos los tacones a la cabeza — dio una calada

sofocada — Como me mire un poco nada más, verás. — ¿Y por qué no pasas el fin de semana en algún lado? — ¿Debajo un puente? ¿En casa el Jhony? — resopló volteando los ojos. — Aquí te puedes quedar — carraspeé y cogí la taza. — No me lo digas dos veces que mañana me vengo con la bolsa para acampar aquí hasta el

domingo. — Puedes hacerlo — sonreí rezando porque así fuera. — No sabes la que te va a caer encima conmigo aquí el finde y el que viene en París ¿Tú

sabes lo que dices? — Claro, además así estaré distraído el fin de semana — levanté la ceja.

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— Pues listo, aquí me tendrás, mañana me vengo con todos los bártulos — sonrió con

amplitud. — Serás bien recibida… Vaya planazo me acababa de surgir para el fin de semana. Solo me faltó ponerme a bailar unas

bulerías de lo contento que me había puesto, pero por mi forma de ser me contuve y guardé lacompostura.

Ese día comimos y no paraba de decir emocionada que se había quitado de encima a su prima

el fin de semana gracias a mí, que al día siguiente se venía y se plantaba aquí en huelga sin salirhasta el domingo. Yo me moría de ganas porque eso pasara.

La tarde la pasé en una nube. Imaginaba mil situaciones con ella durante el fin de semana y la

verdad es que me ponía malo de pensarlo. Sentía una tensión que estaba deseando resolver ysobre todo saber si a ella también le sucedía. Esperaba poder despejar muchas dudas, pero sinpresionar, que todo fluyera, el tiempo y los momentos son los que mejor pueden aclararlo todo.

El viernes por la mañana llegó con una mochila de deporte con sus cosas y una bolsa de mano. — Buenos días, aquí está la chacha hasta las tres y luego tu amiga — reía y dejaba todo en la

habitación contigua a la mía — Ahora mismo te preparo el café. — Genial, voy a ir a adelantar el trabajo. Espero sobre las doce acabar todo. — Pues ahora te lo llevo — me hizo un guiño — iré al mercado y al super a comprar algunas

cosas para el fin de semana. — Genial — sonreí. Esa mañana me sentía como un niño pequeño al que le habían puesto todo lo que había pedido

por Reyes. Hice mi trabajo mientras ella fue al mercado y luego se puso a arreglar la casa.Cuando terminé, Mafalda ya estaba en la cocina preparando una caldereta de pescado.

— ¿Un vino? — pregunté apareciendo ante ella.

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— ¿Ya terminaste el trabajo? — Listo hasta el lunes. — Pues yo no terminé, así que no debería beber — se encogió de hombros haciendo una burla. — Bueno, bueno, siempre es bueno escaquearse antes del trabajo — carraspeé y comencé a

descorchar una botella de vino blanco — Eso sí, termina eso que huele genial. — Esto — señaló a la caldereta — te vas a chupar los dedos. — Como siempre, he tenido mucha suerte encontrándote — serví dos copas y le di una. Se secó las manos en el pequeño delantal que llevaba y la cogió. — Tú sigue regalándome cosas, viajes y trátame así que al final me vengo de ocupa y hasta te

convenzo para que te cases conmigo — bromeó. — Todo es negociable — brindé. — Uy, uy, uy que me veo venir. Esta conversación con dos copas de más — dio un trago. — De grandes comidas con vinos, salieron buenos pactos — carraspeé. — Pues esta botella será la primera que descorcharás de muchas otras hoy, que por cierto así

aprovecho cuando esté achispada y te cuento un secreto — sonrió con ironía. — Miedo me dan tus secretos. — Ná, cosas mías, a nadie más se le podría ocurrir hacer las cosas que yo hago. — Casi que estoy de acuerdo. — Pues eso, solo que tú también bebe bastante que te necesito de buen rollo.

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— No creo que nunca me hayas visto de mal… — volteé los ojos. — Bueno por lo que pueda pasar — decía mientras yo me puse a cortar un poco de queso y lo

puse sobre la barra para que fuéramos picoteando algo. — Esta bien — le puse el plato delante para que cogiera un trozo. — Ay Dios y que sigan existiendo hombres así — se lo metió casi gimiendo en la boca. — No es para tanto — sonreí. Estuvimos un rato bromeando hasta la hora del almuerzo. Decidimos comer en la terraza del

jardín ya que el día y el momento lo merecían. En Mafalda encontraba la complicidad en sus gestos, su mirada… algo me decía que yo a ella

también le despertaba sensaciones bonitas. — Bueno ¿y eso del secreto? — carraspeé cuando ya estábamos achispados de vino en la

sobremesa y seguíamos charlando y disfrutando copa en mano. — No, eso tiene que ser en otro momento, este no es el momento, eso tiene que suceder. — Ajá, no entendí eso bien, pero lo que parece claro es que no vas a contármelo aún —

arqueé la ceja. — Eso es que te vas a tener que esperar un poco más — me miró de forma sugerente. Y me esperaría el tiempo que fuera necesario mientras estuviera a mi lado. Su presencia era lo

que me proporcionaba esas ganas de que el mundo se parase y que me regalara su sonrisa y esamirada que enamoraba cualquier alma.

Se notaba coqueta, que hacía gestos que no podían estar destinados a otro fin que a la

insinuación. Al levantarnos para llevar las cosas a la cocina y ponerse a fregar, le puse algunoscacharros por el lado y la sentí cerca de mí, con ganas de abrazarla. Nuestras miradas lo pedían ypodía sentirlo.

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Cuando terminó de fregar y yo estaba preparando los cafés, me giré y nuestros ojos seencontraron. No pude evitarlo, la agarré por la cintura, me apoyé en la barra y la pegué a mí.

Nos miramos unos segundos y luego la besé… Respondió a mi beso sin dudarlo, separándose entre ellos y sonriendo con esos ojos de

felicidad que me hacían sentir relajado. — No pude evitarlo — dije sin soltarla. — Demasiado me aguanté yo — rio pegada a mi pecho. — ¿Lo deseaste? — Desde el primer día que te conocí — se ruborizaba. — No lo sabía, pero me agrada saberlo — le acariciaba la espalda y se ahuecó en mi cuello. — Ahora sí puedo contarte algo — se puso las manos en la cara riendo y nerviosa. — Puedes confiar en mí… — Ya, pero lo mismo me pones de patitas en la calle — puso cara de preocupación. — No — reí — no creo que sea tan grave tu secreto. — Bueno, pero no vale echarme de malas maneras — advirtió. — A ver suelta y quita tus miedos. — Mandé que te vigilaran… — ¿Mandaste que me vigilaran? — pregunté con asombró y levanté la ceja — A ver

explícame eso. — Si a Kit y Kat — soltó una carcajada.

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— ¿¿¿Cómo??? — Kat es mi hermana, la Marta y Kit su mujer amiga — reía nerviosa. — ¡¡¡No!!! — reí. — ¡¡¡Sí!!! — gritó riendo. — Explícame eso — negué sin dejar de reír y agarrando sus manos. — Pues como el primer fin de semana no iba a aparecer yo descaradamente. Las envié a ellas

para que se encargaran de ti y así no ligaras con nadie y yo ir poco a poco ganándote — puso sucabeza de un golpe en mi pecho.

— Y al fin de semana siguiente… — Pues como no podía quedar ella el viernes, dijo lo del sábado y luego lo del viernes nos

salió redondo ya que quedaste conmigo, bueno conseguí que quedáramos — rio. — Madre mía, Kat es Marta — negué incrédulo sin dejar de reír. — Y no está enamorada de ti — me sacó la lengua. — Eso me tranquiliza, no quería dejarla con mal sabor de boca… — Lo sé, además no le dijiste nada de quedar y no intentaste nada. — Eres tremenda — negué agarrando su barbilla y volviendo a besarla. Eso en el fondo me había quitado un peso de encima, además que su hermana me caía genial y

no como más nada, pero al menos me daba buen rollo. Por su parte, lo de su truco paramantenerme vigilado era todo un halago para mí y me hacía sentir afortunado el saber que se lashabía ingeniado para conseguir su objetivo.

Estaba incrédulo, la besaba entre risas, la abrazaba y notaba esa conexión que había entre

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nosotros a pesar de ser dos personas de vidas tan diferentes. Había un magnetismo entre ambos. Nos tomamos el café de una manera de lo más surrealista,

yo en la silla y ella sobre mis piernas de lado, como una niña pequeña que no se quería despegarde mí y eso hacía que me estremeciera de pies a cabeza.

Pasamos el día en casa, ella fue a ducharse y apareció con un vestido cortito de algodón tipo

playero que le quedaba de lo más sexy, en plan cómoda, de andar por casa, con esa trenza que lequedaba muy bonita. La senté encima de mí en el sofá, necesitaba tocarla.

Sonreía mientras yo la miraba y tenía mi mano entre sus piernas, acariciando esos muslos que

me hacían poner a mil, cerca de su zona más radiante. La eché hacia mí y comencé a besarla, a dejar volar mis manos por su espalda, sus glúteos, su

entrepierna… rozando esa zona que me hacía poner más excitado. Le levanté el vestido y la dejésolo con esas braguitas. Lucía espectacular. Sus pechos eran dos imanes que te arrastraban a ellospara tocarlos mientras notaba cómo comenzaba a respirar más agitada.

La dejé caer en el sofá y le quité las bragas. Ella no se oponía a nada, solo me miraba

ruborizada pero sensual, juguetona, disfrutando con el hecho de que yo me dejara llevar por lo queme pedía su cuerpo.

Sus piernas arqueadas encima de mí, las aparté un poco para que quedara expuesta.

Necesitaba verla bien, tocarla mientras le miraba la cara, excitarla y ponerla como una moto hastapedir que entrara en ella.

Mis dedos se adentraron en ese túnel que comenzaba a ponerse húmedo. Mafalda respiraba

con dificultad, veía su pecho levantarse y bajarse lentamente a causa de la excitación mientras yomovía mis dedos en su interior y con mi otra mano jugueteaba con su pecho. Apretaba sus pezonesmientras la veía echar la cabeza más hacia atrás.

Era alucinante verla disfrutar y dejarse llevar por el momento. Me causaba una sensación de

placer increíble, más cuando mis dedos se pusieron en su clítoris y comenzaron a dibujar círculosmientras ella reprimía sus gemidos y caía rendida ante mí.

Me desnudé mientras le daba ese tiempo para reponerse y luego le abrí las piernas. Me

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coloqué entre ellas y la penetré suavemente para luego ir poco a poco acelerando los movimientosmientras la miraba fijamente y respiraba agitado por la excitación.

Fue un momento tan ansiado que me parecía increíble el poder estar abrazado a ella después

de un acto que tantas ganas tenía de que sucediera y por fin sucedió, lo que me llenaba decompleta felicidad ese día.

— Me he ganado que esta noche me invites a sushi — dijo risueña cuando nos levantamos y

nos fuimos al jardín. — Tus deseos serán cumplidos, me encanta el sushi — le eché la mano por encima y besé su

cabeza. — Pues venga, otro punto más para que al final busque una estrategia para amarrarte en corto

— me sacó la lengua y la besé con rapidez, muchas veces seguidas. — No creo que te hicieran falta muchas — le hice un guiño — Quédate aquí. — Juro que no me moveré — bromeó con descaro riendo. Le exigí que se sentara y entré a preparar dos cafés y dos chupitos de licor de café para

después. Aparecí con todo y unos bombones helados pequeños que tenía de esa confitería que me

encantaba. — Aquí están estas delicias para usted — dije poniendo sobre la mesa todo lo de la bandeja

que luego dejé a un lado. — Ay Dios, que existen los hombres de verdad y yo sin saberlo — se puso a tocar las palmas

rápidamente mirando los bombones y sin tardar en llevarse a la boca uno y gemir de placer alnotarlo deshacerse dentro de ella — Esto está de muerte, un orgasmo para mi boca.

— Dirás para tu paladar — reí negando, lo de bruta lo llevaba de serie. — Lo que sea, tú me has entendido — cogió otro.

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— Perfectamente — ladeé la cabeza negando. Me volvía loco, esa era la verdad. Nos tomamos el café entre miradas de complicidad y sonrisas. Era todo, iluminaba mi vida, mi

casa, mis pensamientos… los volvía positivos en todos los ámbitos. Con mi ex no me pasó eso. Nos fuimos conociendo y poco a poco me fue ganando, pero lo de

Mafalda era como un flechazo, un amor a primera vista. Por la noche salimos a cenar a la calle. Nos fuimos a un japonés a cenar sushi, nos íbamos a

quedar en casa, pero le dije de salir un rato y aceptó. Estaba preciosa con un vestido negro corto holgado y unas sandalias rojas de tacón como sus

labios. Nos montamos en el taxi y rumbo al restaurante donde había llamado para que me reservaran

mesa. La cena fue tranquila. Mafalda sonreía feliz con todo lo que yo le decía y su sonrisa me

derretía por completo. La veía tan irresistible que me volvía loco, tenía ganas de ella en todomomento.

Si algo tenía claro es que quería disfrutar de estos días que nos quedaban por delante además

de ese viaje a París. Lo de Kit y Kat me había dejado en shock, pero lo veía como un acto de amor hacía mí y no

como haber traspasado ningún límite. Lo percibí como una chiquillada de una joven que empieza atener sentimientos por alguien, en este caso yo.

— Entonces después de aquí ¿dónde vamos? — preguntó con gesto provocador. — Bueno, preguntado así, terminamos en la casa rápidamente — me limpié los labios con

cortos golpecitos mientras ella me miraba de manera sugerente. — Sin prisas, disfruta del vino — me hizo un guiño — de la cena, de la compañía…

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— ¿Y qué te hace pensar que no lo hago? — levantó la copa. — Tu forma de respirar, te noto más agitado — me rozó la pierna con la suya por debajo de la

mesa. — Mafalda… — sonreí negando. — Leo… — carraspeó. — Por cierto — cogí una porción de Maki con los palillos — dejaste las cosas en uno de los

dormitorios que no era el mío… — Tranquilo, vas a cargar conmigo toda la noche, eso era otra estrategia para llamar tu

atención, pero dormir, duermo contigo ¡vamos! Soy bruta pero no tonta — sonrió con amplitud. — Entonces no hay nada más que hablar — tosí levemente. — ¿Pensabas que te lo iba a poner difícil después de cómo me estas tratando? Antes me corto

las manos — reía. — Pues sí me lo esperaba, pero no sabes lo que me alegra que actúes así — arqueé la ceja. — Si es que soy un chollo, lo que pasa que nadie se da cuenta. — Claro que lo eres, no lo dudes y yo lo detecte rápido. — Pues te costó actuar — recriminó bromeando. — Y la de veces que me reprimí de hacerlo — volteé los ojos. — Si es que de bueno eres tonto — soltó a medio regañina. Terminamos de cenar y nos fuimos a casa. Preferíamos tomar la copa allí que en otro lado y

eso es lo que hicimos, tomarnos una copa cómodamente en el sofá del salón, con nuestras piernasentrelazadas y nuestras miradas llena de mensajes.

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Los besos eran de esos que endulzaban la vida. Me encantaba esa parte de juventud que teníaque la aniñaba mucho y la seducción que a la vez irradiaba, era todo un volcán de sensaciones.

Lo hicimos en el sofá, se sentó encima de mis piernas y comenzó a cabalgar con esos pechos

frente a mí que me volvían loco. Fue un momento de fogosidad increíble. Justo el comienzo de una noche donde dormir

abrazado a ella era lo mejor que me había pasado, que había sentido en la vida. Se trataba de unasensación indescriptible.

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Capítulo 14

La tenía entre mis brazos y me quedé mirándola. Era preciosa, como un regalo de la madre

naturaleza. Abrió los ojos y me miró sonriente… — Buenos días — le dije en tono bajo para no molestarla. — Buenos días, he dormido como una reina, cómo se nota un buen colchón. — Pensé que había sido por mis abrazos — bromeé poniendo cara de tristeza. — Joder y tanto ¿te piensas que no es por eso también? Lo que pasa es que no te lo voy a

soltar de sopetón, poco a poco, primero el colchón — reía y se ahuecaba en mí. — Ah, creía — bromeé haciendo un gesto de alivio. — Me muero de hambre — hizo un intento de levantarse. — Espera, tú tranquila. Yo voy a preparar el desayuno, quédate aquí mientras y disfruta de un

buen despertar — me separé para levantarme. — No, a mí me pica el culo en la cama, yo voy contigo y te ayudo. — ¿Qué pasa? ¿No puedo prepararte el desayuno? — me crucé de brazos al levantarme.

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— Que sí, pero que no, yo me entiendo, vamos — tiró de mi brazo cuando me levanté. — Ah bueno, si tú te entiendes… — volteé los ojos negando mientras la seguía. — Claro que me entiendo. Si no lo hago yo ¿quién lo va a hacer? — Bueno ¿no puedo hacerlo yo? — reí mientras preparaba el pan y ella el café. — Claro, pero no tan bien como entenderse a uno mismo. Me la comía. Tenía una gracia y un “de todo” que me volvía loco, era el combinado que

necesitaba para alegrar mis mañanas y mis días. Desayunamos en el porche relajada y animadamente. Después nos fuimos en mi coche para el

mercado, que recorrimos comprando todos los ingredientes para una paella que deseaba cocinarMafalda. Y es que, por mucho que le insistí en almorzar fuera para que no tuviera que hacerlo, supredisposición y las ganas que tenía de estar en casa inclinaron su balanza por cocinar.

Al salir del mercado, nos tomamos un vino por los alrededores y ya nos dirigimos para casa

donde descorché una botella mientras la ayudaba en la cocina charlando y tomando la copa,mientras ella no paraba de hablar.

La paella salió de vicio. Estaba buenísima y además ayudó a que nos lleváramos dos horas

sentados en el jardín comiendo y bebiendo, mientras me contaba mil aventuras de su vida. Yo nopodía parar de reír, era una persona tan llena de energía, con momentos en los que la había liadotanto en su barrio, que parecía que estuviera viendo una película cómica española. Me dolía lamandíbula de reírme.

La idea de ir a París hacía que estuviera de lo más contenta y emocionada. Tenía la maleta ya

preparada según decía y podía vivir la emoción que estaba sintiendo Mafalda. Me la transmitíacon esos nervios por su primer viaje y el afortunado de disfrutarlo iba a ser yo.

Fuimos a la cocina después de recoger los platos y hubo una guerra por fregar. Lo peor de

todo era que había lavavajillas, pero ella decía que eso no lo quería utilizar pues era para flojos,que para tres platos y dos vasos no lo ponía, moría con ella.

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Mafalda miraba por todo mucho. Le daba igual que no hubiera necesidad de hacerlo, ellaintentaba ahorrar. De hecho, vaya la que me lio en el mercado para encontrar las mismas gambasmás baratas. Al final nos ahorramos un euro y para ella era toda una victoria. Yo lo veía de otraforma, aunque me hubieran cobrado cinco de más no le hubiera dado toda la vuelta al mercadocontrolando precios, pero agradecía su gesto.

Pasamos la tarde en el sofá abrazados, haciendo el amor unas cuantas veces. Era fogosa,

cariñosa, predispuesta e incansable, era lo que más me gustaba de ella, su vitalidad e ímpetu paratodo.

Por la noche decidimos salir a cenar e irnos de marcha. Nos dirigimos a la marisquería que

tanto me gustaba y cuál fue mi sorpresa que yo notaba algo raro en Mafalda, una sonrisa y unnerviosismo que no entendía a primera vista.

Y claro, lo comprobé cuando vi aparecer muertos de risa a Kit, Kat y cómo no, a Rodrigo. Me reí lo más grande. Me costaba dirigirme a Kat como Marta, así que para mí eran Kit y Kat. — Ahora me tenéis que buscar un novio así ricachón — bromeó Kat. — ¿Está forrado este? — preguntó Kit con ironía señalando con el dedo a Rodrigo que estaba

sentado al lado de ella. — ¿Yo forrado? Eso este — me señaló a mí. — ¿Yo? Forrado en papeles — reí. — Bueno, me buscáis un novio como vosotros — repitió Kat mientras comía. — Le tenemos que presentar a Óscar — me recordó Rodrigo. — ¡Hostias! Es verdad — reí. — ¿Quién es Óscar? — preguntó Kat. — Un amigo nuestro, muy buena persona.

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— Sí porque como sea como mi prima que venía a casa a ver a mi hermana y la dejó tirada —

dijo con retintín Mafalda — Aunque a mí me vino de lujo para ganarme a mi jefe — rioprovocando una risa en todos.

— Desde luego hermana que no sé cómo podéis estar la prima y tú así. — Bueno, no me hagas hablar, demasiado aguanté para la de collejas que se debió llevar. — No empecéis, haya paz — advirtió Kit. — Paz y amor — bromeó Rodrigo mientras yo me reía con la situación. — Manda cojones que la niña se nos va a París — comentó su hermana. — Te jodes, tú con la prima a su pueblo si quieres, tanto que la defiendes. — No la defiendo, solo que no veo necesidad de tener una guerra con ella. — Y tanto, la quieres más que a mí. — ¿Serás celosa? Eso es lo que te pueden, los celos. — Sí claro, ni que fueras la reina del mambo — negó con la cabeza. — Bueno, os calláis o me lío a hostias — dijo Kit. — Yo paso de mi prima — contestó Mafalda. — Eso, disfruta de pasar de chacha a novieta — bromeó su hermana. — Ah no, seguiré siendo la chacha, este me tiene que pagar los mil euros cuando haga el mes

— dijo provocando una carcajada en todos. — Si necesitas un adelanto… — bromeé.

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— Yo lo que necesito es que no me sueltes, pues como te vea con otra te enteras Leosito. — ¿Leosito? — preguntó Rodrigo para picarla. — Es mí Leosito — confirmó ella con seguridad. — Madre del amor hermoso, hermana estás fatal. — Envidiosa — le sacó la lengua. — Un poco sí — sonreía con ironía. — Mira, yo propongo visto lo visto que nos vayamos después de la cena a un lugar con la

música a toda voz, así estas dos no se escuchan — propuso Kit bromeando. — Pero a mí me gusta escucharlas — le contestó Rodrigo y Kit le echó una mirada que por

poco se lo carga y nos produjo a todos unas risas brutales. — Yo soy un amor, son estas las que me buscan — me dijo Mafalda. — Tú tiras la piedra y escondes la mano — respondió la hermana riendo. Después de una cena plagada de indirectas familiares nos fuimos a un chiringuito en la playa,

donde empezamos a pedir copas y las chicas bailaban en la arena emocionadas, haciendo de lanoche toda una fiesta.

Rodrigo y yo las mirábamos desde una de las mesas que había repartidas por la arena. Aquella

música estaba hecha para ellas. Todos los temas del verano que era evidente que conocían másque bien.

Volaban los cubatas y nosotros nos mirábamos. — Amigo creo que hoy las llevamos en brazos. — Pues son tres — reí.

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— Tendremos que llevarlas de una a una en los taxis. — Pues no nos va a quedar otra, mira cómo están — reímos, pero la verdad es que era una

gozada verlas tan felices. — Yo creo que más vale que las engañemos y le pidamos refrescos, ni van a notar que les falta

el ron. — Vamos a hacer la prueba. Pedimos cinco copas más y pusimos las suyas en el borde de la mesa. No tardaron en venir a

recogerlas. Lo dicho, bailaban copas en mano sin darse cuenta de que solo era refresco. Nosotrosllorábamos de la risa viéndolas, aquello era un cuadro, parecía un teatro en la noche.

Nos fuimos casi al amanecer. Ya iban bastante bien, no se podían creer que con lo que habían

bebido estuvieran tan repuestas. Llegamos a casa en un taxi que cogimos para ella y para mí, los chicos habían cogido otro. Mafalda estaba de lo más graciosa y juguetona. Entró por la puerta quitándose la ropa y

tirándola por el pasillo, los zapatos volaron a una distancia considerable. Si llega a estar abiertala puerta del jardín, los cuela en él sin dudarlo, por lo que se puso las manos en la boca alimpactar contra el cristal uno de ellos.

— Casi los cuelo — dijo muerta de risa. En casa nos preparamos un café y nos fuimos al sofá. Decía que a esa hora no se acostaba, así

que después de hacerlo, de ese momento que tanto nos gustaba, nos quedamos dormidos allí. Detodas formas, era cómodo y amplio, para eso tuve mucha cabeza al comprarlo así que era elmomento perfecto para descansar en él.

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Capítulo 15

Los primeros rayos de sol que entraban por el ventanal indicaban que era domingo y yo no

podía estar en mejor compañía… —Buenos días, preciosa—me desperecé en el sofá sin dejar de mirarla. —Buenos días, bombón. Si me sigues mirando así me vas a gastar. —¿Dejarás que te preparé hoy el café? —aquello se estaba convirtiendo en todo un ritual de

permisos mañaneros que me encantaba. —No, no, no—negaba con la cabeza. —¿Y puede saberse por qué? —pregunté, sonriente. —Porque ya sabes lo que me pica cuando me quedo en la cama, ¿o es que hace falta que te lo

recuerde? —Me acuerdo, me acuerdo—reí. —Pues entonces ya sabes. Vamos los dos—hizo un gesto mandón de los suyos y supe que ya la

llevaba clara. Preparamos el desayuno y terminamos tomándolo en el jardín. Aquello era buena vida, ¡y

buenas vistas! Mafalda se había colocado una camiseta mía que le quedaba muy sugerente. Yopercibía que ella se movía por la casa como pez en el agua y eso me generaba gran tranquilidad.

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—¿Qué quieres hacer hoy? —pregunté—Pero una cosa te digo, sí o sí te voy a invitar a comer

en la calle así que olvídate de cocina, hornillos y cacharros. —¡Mira, se ha parecido a la Mafalda! —señaló con su gracia característica—Al final vas a

ser un mandón también. Pues de eso ná, cuidadito que en esta casa solo mando yo. —Entendido, entendido, pero el almuerzo va a ser fuera de la casa y esa es otra cuestión. Tú

me dirás dónde quieres que vayamos. El día está espectacular. —Pues a la playa. Vámonos a la playa y así cogemos un poquito de color para salir guapos en

las fotos de París. —Me parece una idea fantástica. —¿Sí? ¿A ti te gusta la playita? Porque yo soy la tonta de ella. En cuanto llega esta época me

encanta tostarme al sol y ponerme morenita como un conguito. —Pues entonces no hay nada que decir. A mí también me gusta así que prepara los bártulos

que nos vamos… ¿A cuál quieres ir? ¿A la de Valdelagrana? ¿A Las Redes?—Mira, yo sé que se te ha antojado lo del almuerzo y eso, pero por mi gusto, nos hacíamos

unos buenos bocatas y nos íbamos a Bolonia. —Pues hagamos algo intermedio. Nos vamos allí, pero te cambio lo de los bocatas por comer

en un chiringuito. —Vale, pero mira que el caso es gastar. El tío, parece que caga dinero…—volvió a provocar

mi risa, para no variar. En nada de tiempo estábamos preparados y enfilamos rumbo a Bolonia. En ese momento pensé

que había sido estupendo darles a beber a última hora a las chicas refresco porque de otro modoMafalda hubiera estado destrozada por la mañana.

—¡Esto es el paraíso! —ella miraba a todos lados mientras colocábamos las hamacas. —Sí y además todavía no hay demasiada gente, vamos a poder disfrutar a tope del día.

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—Tú sí que estás para disfrutarte—me sacó la lengua. —No me provoques que a la vuelta te espero. Me he quedado con ganas antes de salir, pero es

que, si empezamos, no salimos. —No te preocupes que luego te daré lo tuyo y lo de tu prima—lo decía y se quedaba tan

pancha. —¿Qué es eso de que me darás? —Que te daré, te daré—y hacía el gesto de cabalgar. —¡¡¡Aguanta el genio!!! Calla, calla, por Dios. —¿Qué he dicho? Si no he dicho ná… —Pues con ese ná me estás poniendo que íbamos a poder acampar aquí si quisiéramos porque

la caseta de campaña acabo de montarla… —¡Mira, si es verdad! —se tiraba al suelo de risa—¡Un poco más y revientas el bañador! —¿Me lo dices o me lo cuentas? Y todavía no había llegado lo mejor. En el momento en el que me dijo que iba a hacer topless

para que no le quedaran marcas y sacó aquellas dos maravillas de la naturaleza a relucir, creí queme iba a tener que quedar boca abajo todo el día.

Nos tumbamos y disfrutamos de un ratito de sol espléndido. —Yo tengo culillo de mal asiento, no puedo estar sin hacer ná más de una hora, que me entra

urticaria. —Venga, pues nos movemos si quieres. ¿Nos echamos unas palas? —¿Has traído?

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—Sí, siempre vienen en el kit de playa. —¡Ole y ole! —eso está muy bien—Así estás tú de definido, que tienes un cuerpazo para

mojar pan. Venga esas palas que te voy a dar una paliza—se lo decía todo solita. —Bueno, ya veremos. Yo soy muy bueno a las palas. —Y yo también, ¿qué te crees? Que yo de chica no solo jugaba a darnos pedradas, que

también, pero a las palas no me ganaba nadie. —Venga, eso hay que demostrarlo—estaba yo desafiante. —Ahora mismo, chaval. Te vas a quedar sentado de culo. —Eso sí, por lo que más quieras, para jugar ponte la parte de arriba del bikini porque te juro

que se me van los ojos y me voy a quedar hasta bizco. —Venga, venga, porque si no vas a decir que has perdido por eso. Y el caso es que no me quedé sentado de culo, como decía ella, porque también era bueno,

pero si Mafalda coge a otro le da la del pulpo. Picándonos, picándonos echamos un buen rato y senos hizo la hora de comer.

—¿Nos vamos ya para el chiringuito? —yo empiezo a tener una gazuza que no veas. —Venga, que tengo ya las tripas también que parece que me he comido a un león chiquitito, no

paran de gruñirme… —Pues menos mal que es a un leoncito y no al Leosito, como tú me llamas, graciosilla… —Claro, claro. No, a ti no te voy a comer, a ti te voy a exprimir como a los limones. ¿A que no

tienes narices de cogerme? —¡Te doy ventaja! —era yo muy chulillo. —Pues la llevas clara entonces—ella comenzó a correr.

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Y sí, sí que la llevaba clara porque Mafalda corría como una gacela y con las piernas tan

largas que tenía recorría media playa en dos zancadas. Desde el precioso chiringuito disfrutamos de una comida riquísima y de unas vistas

privilegiadas de Bolonia. —¿Quieres algo más? —pregunté después de habernos comido un surtido de pescado

impresionante. —Bueno, algo dulce, pero para compartir… —¿Me vas a compartir? —le busqué un poco la lengua. —¡Y un mojón! —fue rapidita en su respuesta. —Era broma, preciosa. Yo a ti tampoco te compartiría con nadie. —Hombre menos mal, porque a mí me dices tú que eres un moderno de esos, un liberal y que

aquí te quedas, por mis castas… —Jaja, no, no te preocupes. Tampoco entiendo ese pensamiento. Yo creo que cuando quieres a

alguien de verdad no soportas esa idea. O al menos, yo no, desde luego… —Así, así me gusta a mí. Un poquito de sangre en las venas. En mi barrio hay una pareja que

de toda la vida se sabe que ella está liada con un vecino, pero vamos que el primero que lo sabees el marido. Se lían los tres. Y hasta se dice que el niño pequeño de ellos es del otro. Y ahí lostienes… tan campantes. Yo me quedo loca.

—Pues no te preocupes que a ti te quiero para mí solito. Ven aquí, preciosidad, que no me

apetece ni que el viento te roce… —Eso, eso, así me gusta, que a mí lo de las moderneces esas, como que no… Pedimos de postre una tarta de tres chocolates que a Mafalda le entusiasmó.

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—¡Ay, Dios mío! Yo me comía diez trozos de estos…. —¿Quieres otra? Te la pido ahora mismo… —No, no, ni se te ocurra, que aquí donde me ves, yo cuido mucho este cuerpo serrano—señaló

de arriba abajo. —No me extraña. ¡Si es que estás de rechupete! —le di un beso. —¿Más que el chocolate? ¿Te gusto más que el chocolate? —Mucho más… —Pues tú a mí, ahí, ahí, anda la cosa—y hacía un gesto con la mano. —Así que esas tenemos, ¿no? —le estaba gustando tanto la tarta que yo le daba conversación

para que mientras comiera la mayor parte. —¡Anda ya tonto! Si en realidad lo tengo claro, ¡me gusta más el chocolate! ¡Uy, quería decir

tú! ¡Tú me gustas más! —Anda que no tienes tú guasita ni nada—le di un pellizco en el lado y casi da en el techo del

chiringuito con la cabeza. —¡Ahí no! —reía sin parar. —¿Cosquillas? ¿Tienes cosquillas?—No, no—negaba lo evidente mientras se retorcía entre risas. —Ya conozco uno de tus puntos débiles—señalé cuando por fin paró de reír. —Bueno, bueno, eso de débiles habría que discutirlo. Pregúntale un día al Johny y que te

cuente lo de la debilidad…

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—Cuéntamelo tú, mejor… —Pues nada, que él era muy pesadito con las cosquillas y yo llega un momento en que me

pongo muy nerviosa y no controlo. —¿Y te vuelves agresiva? —reí. —Pues ya puedes jurar que sí. —¿En serio? —Hombre a ver, pero no lo hago a propósito. Es que, si me acorralas a cosquillas, me pongo

muy nerviosa y suelto coces. —¿Cómo coces? —Pues coces, como las mulas… —Pero mujer, serán patadas… —No, no, eso es porque no te he dado una a ti, si no me darías la razón. Son coces. —Bueno, ¿y qué pasó? —Pues que una vez el Johny y yo íbamos en el primer coche que el se había comprado, que

éramos muy chiquitillos nosotros… —Sí, ¿y? —Bueno, pues que paramos en un sitio para hacer, tú ya me entiendes… —Ni idea, no te entiendo—me encantaba provocarla. —No seas tonto, pues lo que se hace en los coches de joven… —Ah, te refieres a conducir, pero eso se hace igual de mayor…

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—¿Te estás quedando conmigo? —Un poquito, pero solo un poquito—señalé. —Pues ahora por listo ya no te lo termino de contar—se hizo la enfadada y cruzó los brazos. —Venga, no seas así, que estoy deseando saber cómo terminó el pobre Johny. —Te lo cuento rapidito: terminó en urgencias. —¡Venga ya! —Sí, porque yo llevaba unas botas de esas de estilo militar y él fue parar y empezarme a

hacer cosquillas. Yo le dije que me dejara, pero él siguió y siguió y cuando me quise dar cuenta… —¿Qué había pasado? —Le había dado una patada en la mandíbula y se la había abierto, menos mal que fue por aquí

debajo—señaló la parte inferior de la mandíbula—y no se le ve, porque con lo presumido quees... ¡le tuvieron que dar seis puntos!

—Madre mía, pues advertido estoy. No te vuelvo a hacer cosquillas—pensé que el juego era

demasiado arriesgado, ¡sí que era un torbellino! Después de comer volvimos a la arena y, un rato después de haber hecho la digestión, nos

metimos en las cristalinas aguas de aquella impresionante playa. —¡Jo, está muy fresquita! —conforme iba avanzando y el agua se iba acercando a mis partes

nobles dejé de tener claro si era tan buena idea la de bañarnos. —¿No te irás a rajar? —me miró desafiante y entendí que no era una opción. —No, mujer—murmuré sin demasiado convencimiento. —¡Mira cómo se hace! —se tiró de golpe y eso no fue todo, al hacerlo me salpicó y yo noté

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que mi hermano el de abajo se encogía tanto que mucho me temí que se negara a salir en días. —¡Qué fría! —chillé. —¡Anda ya, esto no es frío ni es ná! —empezó a salpicarme y me fui hacia ella. Ya de perdidos al río, la cogí en brazos y empezamos a besarnos con locura. De haber estado

solos ni lo hubiéramos pensado. Era acercarnos y poner en marcha un mecanismo al que costabaresistirse.

Al final de la tarde tocaba retirada y fue entonces cuando Mafalda se acercó a un grupo de

chicas madrileñas que estaban allí cerca. —¿Y dónde decís que actúan? —En el teatro romano, dicen que es un espectáculo chulísimo—le estaban contando. —Leo, dicen estas chicas que hay una actuación de flamenco en el teatro de aquí de Bolonia,

que es un alucine. —¿Tú quieres ir? —Pues mira sí, como en Pretty Woman cuando van a la ópera… —Bueno, mujer, salvando las muchas distancias—sus comparaciones eran la monda. —Salvando lo que tú quieras, pero venga sí, vamos a comprar las entradas. Y no pudo tener mejor idea…Ver ponerse el sol en Bolonia, en un escenario tan incomparable,

con aquella compañía y con la posibilidad de disfrutar de un espectáculo emocionante, fue todo unacontecimiento. Al acabar, todos aplaudimos con ganas. ¡Vaya experiencia!

—¿Se nos ha hecho demasiado tarde? —su tono era de preocupación al llegar al coche. —Para nada, no tenemos ninguna prisa.

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—Eso lo dirás tú que eres un pijo, pero algunas curramos por la mañana… —¿Me lo estás diciendo en serio? —Y tan en serio… Pregúntaselo a mi jefe—frunció el ceño. —No creo que a tu jefe le importe que mañana llegues un poco más tarde. —No, no, de eso nada. Yo tengo mis horarios y eso es sagrado. Una cosa es el placer y otra

los negocios.—En ese caso te propongo una cosa. Quédate esta noche conmigo… —A ver, yo me quedaría, pero es que ya mañana… —Mañana es mañana, Mafalda. Vivamos el presente. ¿No te apetece quedarte con tu Leosito

esta noche? —puse cara de pena. —Mira el condenado, ¡pues claro que sí! Me quedo… Ahora te advierto que soy adictiva y si

te acostumbras pronto no vas a poder pasar de mí. Luego no quiero que me digas tonterías. —¿Y quién te ha dicho que hay que esperar a luego? Igual no puedo pasar de ti ya… —¡Ahí te lo has currado! Eso sí, ya mañana por la noche me tengo que ir a mi casa, que la

Marta y el Rufo me esperan. —Palabra de honor—dije. Llegamos y caímos rendidos. Eso sí, al contacto entre nuestras pieles se encendió la llama. Y

lo hicimos, no una, sino varias veces. Después de que ella cabalgara sobre mí, fue yo quien quisepenetrarla sin poder apartar mi mirada de esos ojos que echaban fuego. Creo que me derretídentro de ella.

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Capítulo 16

El amanecer del lunes y la compañía de Mafalda era un coctel que todavía no había probado

nunca. —¡No sé tú, pero yo me tengo que levantar! —dio un salto y se puso de pie encima de la cama. —Pero chiquilla, ¿dónde vas con tantísima prisa? —Que es día de curro, que no te enteras, Contreras, que la Mafalda ya se está poniendo las

pilas… —Ya, ya, pero es que esto es raro. Una mezcla extraña—reí. —Hombre, ya te digo. Yo es la primera vez que amanezco tan cerca de un centro de trabajo.

Para qué nos vamos a engañar, cómodo es cómodo. —Pues por mí… —¡Alto ahí! —hizo un gesto de detenerme— todavía tengo una casa—rio. —Y un perro y una hermana. Lo sé. —Sí, sobre todo mi perrito, porque mi hermana se cuida sola, pero él me necesita, —Yo también te necesito—le puse ojitos— Y a tu perrito puedes traerlo. Le gustaría el jardín.

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—¡Tú eres un zalamero! —me dio un almohadazo y salió volando para la cocina. Mientras ella fue poniendo el café yo me encargué de las tostadas. —Yo me muero por estar ya en París—soñaba despierta en el jardín con su taza de café en la

mano. —Ya no nos queda nada, chiquitina. Te va a encantar. —Estoy segura. Me voy a hacer fotos desde que salga de la puerta de mi casa, hasta que

vuelva. Voy a parecer una influencer de esas. —¡Ya quisieran las influencers! No pude más. Me fui hacia ella y me la comí a besos. Antes de que quisiéramos darnos cuenta,

la llevaba en brazos hacia el dormitorio. —Tú me dirás si son horas de darle al matarile. Vaya jefe estás tú hecho… —Calla, loquilla…. La puse boca arriba con las piernas totalmente levantadas y ligeramente abiertas y yo me

coloqué en el centro. Durante unos segundos, me recreé en aquella visión. Era sencillamenteperfecta.

—No te muevas… Me incliné sobre su zona más húmeda y saqué a pasear mi lengua, disfrutando de aquel clítoris

inflamado que clamaba porque llegara el ansiado orgasmo. Pude notar cómo Mafalda casi rasgabacon sus uñas las sábanas en el momento del clímax, el cual aproveché para colocarme unpreservativo y penetrarla hasta el fondo.

Cuando hubimos terminado, después de una sesión larga e intensa, ambos caímos exhaustos. —Quédate así sobre mí—le indiqué mi pecho.

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—No te lo has creído ni tú…—salió volando para la ducha y, tan pronto se aseó, se presentóde nuevo en la habitación con un cómodo atuendo.

—¿Damos por terminada la sesión? —arqueé la ceja. —¿A ti qué te parece? Ya está ahora mismo mi menda lerenda en el super, porque con lo

calentito que está el tema, como me quede aquí hoy vamos a trabajar, pero en otra cosa y lasfaenas no se hacen solas—me dio un beso en los labios y salió zumbando.

Me puse a trabajar, que no podía quitarle razón a Mafalda en que ya era hora, y ella llegó un

rato después. —Ya estoy aquí. Toma otro cafecito, Leo. Eso sí, ahora me dejas un ratito que tengo mucho

que hacer y tú también tendrás números para dar y regalar. —Más o menos—reí. A la hora del almuerzo me sorprendió con unos filetitos de hígado muy ricos y con un pisto con

una textura deliciosa. —¡Cielos si está bueno todo! —Y sano, sano, que tenemos que bajar todo lo del fin de semana… —Eso es verdad. —Bueno, yo en un ratito recojo y me voy. Ya te veo mañana. —¿Me abandonas en serio? —Pero alma de cántaro, te veo en unas horas… —Sí, ya lo sé, pero el caso es que la tarde está de cine y yo había pensado que podíamos

darnos una vueltecita por Puerto Sherry y tomarnos un helado, antes de cenar… —Hombre, el plan es cojonudo. A mí me gusta mucho Puerto Sherry, con todos esos edificios

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de colores… —No es por nada, pero allí salen unas fotos fabulosas y con lo que a ti te gustan…—

argumenté. —Vale, pues me quedo, pero ya después de eso me dejas en mi casa. —Prometido, aunque después del helado no creo que le hagas ascos a una pizza allí mismo,

viendo el anochecer… —A ver si vamos a salir rodando al final de tanto comer. Y yo poniendo comiditas sanas.

Bueno, ya veremos… Al final recogimos la cocina entre los dos y nos echamos una siesta en el sofá que nos supo a

gloria. Tampoco es que hubiéramos dormido nada del otro mundo el fin de semana. A media tarde, nos vestimos con atuendos informales y nos dispusimos a salir de casa.

Mafalda recogió las cosas que había traído para el finde. —¿No dejas ninguna? —activé el modo nostálgico. —No me voy a la guerra, me vas a ver mañana. Tengo todavía mucha lata que darte, no seas

tontorrón. Además, ya he dejado mi cepillo de dientes. —Con eso me dejas más tranquilo—reí. Nos dirigimos a Puerto Sherry y allí nos tomamos un helado, viendo el atardecer entre risas y

miradas cómplices. Todo el tiempo para estar juntos nos parecía poco. Después estuvimos recorriendo su puerto, donde estaban atracados barcos de diversos

tamaños. —El sueño de mi padre siempre fue tener un velero—señaló uno muy bonito que teníamos

delante. —Lo cierto es que son una preciosidad. ¿Y a ti? ¿Te gustan?

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—Pues mira sí, pero lo llevas tú, yo mientras voy tomando el sol. ¿Cómo lo ves? —Lo veo sensacional—reí. La noche llegó, pero no las ganas de separarnos. —¿Me dejas que te invite entonces a esa pizza? —Venga, pero mañana nos ponemos a dieta o no me llamo Mafalda. —¡A la orden! —Orden te voy a dar yo a ti, sí—rio—que, a lo tonto, a lo tonto, te sales siempre con la

tuya… Cenamos en aquel idílico escenario, dejando pasar las últimas horas del día, en una preciosa

mesa con unas románticas velas. No se podía pedir más. De haberse podido, hubiera deseadoalargar todavía más las horas. Finalmente, dejé a Mafalda en la puerta de su casa.

—¿Quieres que te ayude a subir las cosas? —me ofrecí. —No hombre, te lo agradezco, pero yo no soy ninguna enclenque. —Eso ya lo sé y, por cierto, llévate ya esas cachas que no respondo. —Hombre claro, si te parece las dejo aquí—entró en su bloque y al hacerlo, se giró para

sacarme la lengua. El resto de la semana disfrutamos también mucho el uno del otro. Por la mañana, Mafalda

llegaba a casa para trabajar y yo también hacía lo propio, aunque ya compartíamos desayuno todoslos días.

Al mediodía, disfrutábamos de las exquisitas comidas que ella preparaba y de una buena

charla y ya era habitual que nos echáramos juntos una placentera siesta hasta la hora en la quediéramos una vuelta en la tarde-noche.

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Eso sí, la dejaba en su casa para dormir, no sin antes aprovechar cada día un buen rato de

intimidad en el que nuestros cuerpos se volvían llamas con solo rozarse. Y así llegamos al jueves tarde, con una Mafalda pletórica a quien le podían los nervios y la

emoción. —Yo esta noche no duermo—hasta daba saltitos. La ilusión salía por sus cuatro costados. —Pues tienes que intentar dormir, que allí te quiero fresca como una lechuga. Hay que mucho

que ver en París. —¿Es tan bonito como dicen, Leo? —Es una maravilla, pero ni la mitad de bonita que tú. —¡Ay, que te como! ¿Y si no me despierto? Voy a poner tres alarmas por lo menos, la de mi

móvil, la del de la Marta y… —Y no me vayas a decir que Rufo tiene también móvil porque sería lo que me faltara por

escuchar—reí abiertamente. —No, no, ese cualquier día hasta habla, pero no tiene móvil. Me refería a la de la tablet. —No te preocupes, bonita, que yo vengo por ti con tiempo suficiente. En tierra no nos

quedamos. —Sí, por favor, que yo estoy que no cago con el viaje. —¿No me digas? No me había dado cuenta—sonreí. —Es que para mí es muy importante… —Ya lo sé, preciosa y para mí compartirlo contigo. No tengas dudas… —Yo no lo esperaba, Leo. Para mí fue un sueño y yo te lo dije y tú…

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—Y yo he estado encantado de poder hacerlo realidad. El favor me lo haces tú a mí, Mafalda. Vi cómo entraba en su bloque y arranqué el coche. Camino de mi casa intentaba recordar y,

por mucho que lo hacía, llegué a la conclusión de que ninguno de los viajes que había hecho en mivida contaba con unas connotaciones tan bonitas como el que emprenderíamos al día siguiente.

Me metí en la cama y a mí también me costó conciliar el sueño. De buena gana, hubiera

llamado a Mafalda, pero pensé que eso no haría sino acrecentar sus nervios. Yo los míos los vivíentre mis sábanas, con inusitada ilusión, con ganas de que amaneciera, con ganas de verla.

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Capítulo 17

Y llegó el día de partir con toda la ilusión del mundo hacia París… Me levanté y me puse un café, antes de darme una ducha. Cogí el equipaje y crucé el umbral de

mi casa, rumbo a un viaje que me hacía una ilusión increíble. Mafalda miró por su ventana y me saludó con la mano. Yo le acababa de enviar un WhatsApp

diciéndole que ya estaba debajo de su casa. —A los buenos días, ya está aquí la Mafalda rumbo a la “Ciudad de la Luz”, ¿no es así como

la llamáis los pijos? —Así es—reí mientras le daba un beso y notaba que ya, pese a estar amaneciendo, algunas de

sus vecinas cotillas nos observaban desde los balcones. —¿Las has visto? Son como “la vieja del visillo”, estas no duermen. —Es verdad, ¡vaya si tienen trabajo! —reí—Por cierto, muero con tu vestido. —¿Con mi vestido? ¿Qué le pasa? Mira que he ido a comprarlo a Costa Ballena, a un sitio

muy chic, como dirías tú, con la Marta y me he traído el más chulo. —Ya lo veo, ya—era para morir con ella. Su vestido primaveral estaba salpicado de flores de

todos los colores—Venga, pues nos vamos. —No, no. Espérate. Yo quiero un selfie de esos de dentro del coche, que me gustan mucho. Y

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más para poner en las redes que me voy de viaje. Que se vea que una no es una cateta, que tambiénviaja.

—Por supuesto—posamos y nos hicimos una foto muy bonita y entrañable—Venga, pues nos vamos ya. —No, no, espérate. Ahora nos tenemos que hacer otro sacando la lengua y haciendo el tonto. Y allí estaba yo, haciendo lo que le salía a Mafalda de su santa voluntad y, además, más feliz

que una perdiz. —Estaba que me moría por subir a un avión—decía con los ojos abiertos como platos

mientras avanzábamos camino a las escalerillas. —Pues me alegro mucho de que haya sido conmigo—le saqué la lengua. —Sí, no sabía yo que esto venía incluido en el trabajo de servicio doméstico y luego dicen

que es duro, ¡fíjate! Lo mejor del mundo es que ella le veía la parte buena y amable a todo. Era un tesoro. Y sí, tal

y como había vaticinado unos días antes, me sentí el hombre más dichoso del mundo cuando nossentamos en el avión.

A todo esto, las azafatas comenzaron a dar las indicaciones típicas para el caso de que

surgieran problemas durante el vuelo. Miré a Mafalda y ella tenía cerrados los ojos. —¿Te da miedo la idea de volar? —me preocupé. —¿Qué dices? A mí lo de volar me hace una ilusión que me cago, pero yo a estas tías no las

pienso escuchar, que me parecen como pájaros de mal agüero. No te jode, como que si se cae elavión nos vamos a salvar, ¡con los cojones! Mejor no hacer ni caso, hombre…

El avión despegó y su emoción no hizo sino aumentar. —¡¡¡Esto es flipante!!! Wow—su cara lo decía todo—Vaya cosquilleo que se siente. Y mira,

mira lo chiquitito que se queda todo ahí abajo.

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Era como una niña con zapatos nuevos. Tomé fuerte su mano. En mi caso, pese a estar de lo

más acostumbrado a volar, los despegues solían causarme una sensación inquietante en elestómago. En aquella ocasión era distinto. Pensé que, lejos de haberle dado yo vida a ella conaquel viaje, me la estaba dando ella a mí.

—¿Te gusta, preciosa? —¿Estás de broma? ¡Pierdo el norte con esto! —Mientras que no lo pierda el piloto, todo va bien—reí. —Pero ¿de verdad que esto de aquí son las nubes? —extendía los brazos hacia la ventanilla

como si las pudiera coger. —De verdad—mi sonrisa no tenía fin viéndola tan feliz. —Parece algodón. Vamos que le pones un tinte rosa y es como si fuera un algodón de azúcar,

vaya… —Tú sí que eres dulce—le di un beso en la punta de la nariz. —Y tú pijo, pero mola—rio con ganas. Llegamos al aeropuerto Charles de Gaulle y tomamos un taxi. —Yo estoy hasta nerviosa porque no sé lo que van a decir tus padres. ¿Son muy pijos como

tú? —A ver como yo sí, claro, pero son gente normal y lo que les gusta es que su hijo se rodee de

buenas personas. De todas formas, eso no debería preocuparte hasta mañana—arqueé la ceja. —¿No? ¿Y eso? —abrió los ojos como un búho. —Porque estamos en la “Ciudad del Amor” y he pillado un hotel que me encanta para que

tengamos más intimidad.

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—¿Lo dices en serio? —su tono de voz no dejaba lugar a la duda: estaba entusiasmada. —Totalmente en serio. No me parecía demasiado romántico meterte en casa de mis padres,

por muy bien que nos vayan a acoger. Quiero disfrutarte solito para mí. —Pues a mí ese me parece un plan para caerse de espaldas, pero ¿no se enfadarán ellos? —Ellos ni siquiera saben que estamos aquí. Les daré luego la sorpresa y les diré que nos

preparen mañana un buen almuerzo, que seremos cuatro. —¡Ay! Si es que tienes mucho arte—me dio un besazo—¡Viva la madre que te parió! —A esa, a esa justamente es a la que vamos a llamar más tarde. Llegamos al hotel y a ella le encantó. —¡Toma ya! Pedazo de cama… se tiró encima de ella y empezó a dar botes, como si tuviera

cinco años. —¿Nunca habías visto una tan grande? —Bueno, verla sí, pero no para acostarme. Hace dos años estuve trabajando en verano en uno

de los hoteles de Sancti Petri, de esos de cinco estrellas, y no veas si había lujo también. —Pues ahora puedes disfrutarlo y, hablando de eso, levántate o no respondo, que estás tú muy

apetecible ahí y yo quiero enseñarte todo lo que pueda de París. Salimos del hotel cogidos de la mano. —¿Dónde vamos primero? —¿Tú qué crees? Lo primero es enseñarte lo más emblemático de París. Vamos a ver la Torre

Eiffel. —¿A la torre de metal? Si es que los franceses estáis que no cagáis con ella. Venga, lo único

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es que espero que esté bien hecha, no vaya a ser que se caiga y tengamos un disgusto. —Pues no sé, no sé. Lo mismo, según tu teoría, está construida con dos o tres alambritos y nos

damos…—no me dejó terminar. —Nos damos un carajazo que se nos quitan las ganas de tonterías, vaya. Bueno, venga, que sea

lo que Dios quiera… Era desternillante, con ella no podías parar de reír. Salimos a la calle en dirección al metro. —Oye, estoy pensando que antes que nada deberíamos comer algo. Yo ya tengo el estómago…

—otra vez que se adelantaba ella. —¿Cómo un acordeón? Me pasa igual. Venga, vamos volando a quitarnos esta gazuza—tiró de

mi mano en dirección a ninguna parte. Cogimos el metro y fuimos hasta la estación de Trocadero, desde donde obtuvimos las mejor

vistas de la famosa torre y, mientras hacíamos las primeras fotos, buscamos una brasserie de lazona en la que tomamos un plat du jour para reponer fuerzas.

A renglón seguido, llegó la parte más emocionante, ¡subir a la torre! —Madre mía, menos mal que yo no tengo vértigo, ni claustrofobia, ni ná de ná, porque si no,

había palmado en este ascensor—íbamos ascendiendo y el ascensor petadísimo, porque ademásestábamos en unas fechas que invitaban a ello.

—Merece la pena, ya lo verás. Llegamos arriba y su reacción no se hizo esperar. —¡Ay, la leche! Si se ve todo París, desde aquí. Chiquillo, pero ¡qué cosa más bonita…! —Ya te dije que esto no tiene parangón—la abrazaba por la cintura desde detrás y besaba

suavemente su cuello mientras disfrutaba de dos de las más bonitas vistas del mundo: la de

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Mafalda y la de París. —Yo no me podía imaginar que me iba a gustar tanto la torre esta. —Pues ya volveremos de noche, te vas a quedar pasmada. —¿Sí? ¿Vamos a volver? —Vamos a hacer todo lo que tú quieras, mi niña. —Ozú, guapo, a mí me ha tocado la lotería contigo… Bajamos y en ese momento llamé a mis padres. —¡Hola, mamá! —¡Hola, hijo! Luego te iba yo a llamar. Hoy en el almuerzo le estaba diciendo a tu padre que

ya te noto mucho más animadito, pero no por ello dejo de preocuparme. Ya me conoces. —Ya lo sé, mamá. De hecho, tengo muchas ganas de veros, además así te quedarás más

tranquila. —Desde luego que sí, Leo. No veo la hora de verte entrar por la puerta, a ver si… —No digas más. Yo había pensado en mañana, ¿cómo lo ves? —¿No es una broma? —su voz sonó a ilusión en estado puro. —No es broma, mamá. De hecho, antes de que me eches la bronca por no habértelo dicho, ya

estoy en París. —¡No me lo puedo creer! ¿Y por qué no vienes enflechado para casa? —Porque no he venido solo. Lo he hecho con una personita, una amiga muy especial, se llama

Mafalda.

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—¡Esto sí que es una sorpresa, hijo! —Pues así es, mamá. Mañana la conoceréis. Seremos cuatro para comer. —¡No sabes la alegría que me das! —Pues mañana sobre la una andaremos por casa. Seguimos camino y empezamos a bordear el Sena, dejando a la izquierda algunos puentes

como el Pont de l’Alma, el Pont des Invalides, el Pont Alexandre III o el Pont de la Concorde. Llegamos al Pont des Arts y le conté a Mafalda que hasta hacía poco tiempo había estado

lleno de los llamados “candados del amor” pero que las autoridades los habían retirado porsuponer un peligro para los barcos que pasaban por debajo.

—¡Vaya unos sosos! ¡Me hubiera gustado verlos! —Bueno, desde luego que eran un símbolo del amor. Los enamorados colgaban el candado del

puente y tiraban la llave al mar. —¡Qué bonito! —cuéntame más cosas. Para ella estaba suponiendo una experiencia

formidable y para mí otra solo de ver lo mucho que disfrutaba. —Pues ahora te voy a contar que nos vamos a comer un crep con Nutella que no se lo va a

saltar un galgo—compramos uno en esos puestos callejeros que tan deliciosos los hacían. —¡Esto está para cantarle una saeta! —ella lo miraba relamiéndose. —Pues sí. No es por nada, pero como comerse uno de estos creps mientras paseas por París,

hay pocas sensaciones. —¡Y en la mejor compañía! ¡No se te olvide! Tú vas en la mejor compañía… —¿Solo yo? ¿Y tú no? —La mía tampoco es mala, tampoco es mala—iba casi dando saltitos de felicidad mientras

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gemía de placer a cada bocado que le daba. —Al final me voy a encelar del dichoso crep—bromeé. —Pues no tienes por qué, ya te daré a ti lo tuyo también luego en la habitación. Aquí hay

tiempo para todo—la naturalidad no le faltaba. —Bueno es saberlo—la idea me sedujo y tanto… —¡Claro, claro! Y, por cierto, anda que no es grande París… Mafalda iba mirando para todos los lados mientras nos acercábamos caminando hacia los

Jardines de las Tullerías y finalmente hacia la gran Plaza de la Concordia, donde aprovechamospara tomar un montón de fotos preciosas.

Ese maravilloso paseo, con ella de la mano, no hacía sino reafirmar lo que yo cada vez tenia

más claro: quería estar con esa increíble mujer contra viento y marea. Esa era la sensación quetenía a todas horas desde que había pasado con Mafalda el fin de semana anterior.

Desde allí recorrimos los Campos Elíseos y desembocamos en el icónico Arco del Triunfo. —¡Yo quiero una foto aquí! —pedía cuando nos subimos al mirador y contemplamos una

estampa única: la de París al atardecer. —Una y un millón, vida—le di el más apasionado de los besos. Después de cenar nos refugiamos en el hotel donde caímos totalmente rendidos. El día había

sido intenso y agotador y no podíamos más. Eso sí, Mafalda cumplió su palabra, pues tenía ganasde guerra. Y si ella tenía ganas, yo tenía más. En la noche parisina, nos batimos en un duelo sexualinigualable en el que ambos quedamos en tablas.

El sábado amaneció radiante… —¡¡¡Despierta, ratonceja!!! —¿Qué se está quemando? Tengo sueño—murmuraba…

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—Me estoy quemando yo. Tengo ganas de exprimir las horas al máximo y aquí en la cama se

me ocurren mil maneras, pero quiero que aprovechemos nuestra estancia en la ciudad. —Te has parecido a un locutor de la tele. Te ha quedado súper repipi—rio—Querrás decir

que no tenemos mucho tiempo y que debemos darnos patadas en el culo para ver cosas… —Eso mismo, pero, dicho de otra manera—me encogí de hombros, para qué íbamos a llevarle

la contraria… Salimos del hotel y ya estábamos de nuevo en aquellas bellísimas calles parisinas que tanto

inspiraban. —Hoy te voy a invitar a desayunar en mi lugar favorito de París, en Coquelicot. —¿Y eso dónde está? ¿Y cómo has puesto la boca para decirlo? —miraba como si mi acento

fuera de otro mundo. La escena era más divertida, imposible. —Pues en el barrio más bohemio de todo París: en Montmartre. Nos dirigimos hacia allí y degustamos unas riquísimas baguettes en sus típicas mesitas desde

las que se ve pasar la vida. Luego, un delicioso paseo por aquel idílico barrio que nunca pasa de moda y que tanto le

fascinó a Mafalda. Por último, decidimos que ya era hora de poner rumbo a casa de mis padres,esos a los que tantas ganas tenía también de abrazar.

Llamamos a su puerta, provistos de unas exquisitas pastas de una de las pastelerías más

exclusivas de París y allí estaban ellos para recibirnos. —Mafalda, ellos son mis padres, Aina y Bernie. —Bienvenida Mafalda—mi madre la estrechó entre sus brazos. A mí ya me había hecho

arrumacos para un año. —Lo mismo te digo Mafalda—mi padre también le dio dos besos y un abrazo.

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—Muchas gracias por acogerme tan bien. Sois muy amables y tenéis una casa preciosa—ella

miraba encantada hacia todas partes. Mientras mi padre y yo charlamos un poco en el salón, Mafalda se empeñó en ayudar a mi

madre en la cocina y yo estaba exultante de escuchar cómo ambas reían mientras daban el toquefinal al almuerzo.

—Hijo, tu madre y yo no podemos estar más contentos de que estés aquí, pero si te digo la

verdad… —Tampoco más asombrados de que venga con otra mujer en tan poco tiempo, ¿no es eso lo

que me ibas a decir? —Justamente eso. —Bueno papá, solo puedo decirte que me he dado cuenta de que ella es alguien muy, pero muy

especial. El almuerzo fue de lo más distendido y pude comprobar, con total agrado, que mis padres

acogieron a Mafalda como si fuera parte de la familia, algo que reafirmó lo que yo ya sabía: erauno de esos trenes que pasan una vez en la vida y no puedes dejar escapar.

Salimos de allí con un magnífico sabor de boca y no solo porque el almuerzo estuviera

exquisito, que lo estaba. Eso sí: tuvimos que prometer que haríamos pronto un nuevo viaje en elque les dedicaríamos más tiempo.

—¿Ahora vamos a volver al hotel? —preguntó Mafalda cuando llegamos a la calle. —Sí, yo voto porque descansemos un poco y salgamos esta noche. Quiero que vayamos a que

veas la Torre Eiffel iluminada, como te dije. —Vale, pero yo quiero dar un paseíto antes y comprarle algo a la Marta en una tienda de moda

de aquí de París. Ella se lo merece todo y los trapitos la pierden. Recorrimos varias boutiques hasta que dio con un bonito regalo para su hermana, que nos

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envolvieron, y nos dirigimos hacia el hotel.Un rato después, salimos a cenar algo y, cómodamente vestidos, nos dirigimos a ver uno de los

espectáculos más bonitos que ofrece la noche parisina. La Torre Eiffel hace gala de su alumbradoen tonos dorados y resplandece durante cinco minutos cada hora.

—Ahora, ahora se va a encender—le indiqué en el justo instante en el que su faro iluminaba

París. —¡Esto es lo más bonito que he visto en mi vida! —sus ojos alumbraban tanto como la misma

torre. Y, entre tanta iluminación, dentro de mi cabecita también se encendió una bombilla que me

llevó a la que seguro sería la mayor locura de mi vida, pero una locura que me hacía el hombremás feliz del mundo.

—¡Pide un deseo, Mafalda! —la cogí en brazos. —¿Yo? Quiero, quiero que se pare el tiempo. Quiero alargar este momento. —Eso quizás no pueda hacerlo, pero creo que se me ha ocurrido la forma de que perpetuemos

esta felicidad que sentimos, porque tú la sientes también, ¿verdad? —¡Claro, Leo! —¡¡¡Cásate conmigo, Mafalda!!! —¡¡¡Leo!!!! —sus ojos se llenaron de lágrimas. —No llores, mi niña—las retiré con mis dedos. —Leo, ¿tú estás seguro? —Mafalda, yo estoy seguro de que tres semanas serán suficientes para seguir amándote toda

mi vida. —Sí, Leo. ¡¡¡Me quiero casar contigo…!!!

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Con ella en brazos, comencé a dar vueltas en la iluminada noche parisina, derrochando

ilusión, amor y felicidad por doquier. Mafalda y yo formábamos ya un todo único. Quien nos vierade lejos no sabría si éramos una pareja o un carrusel.

La vuelta a casa del domingo fue sencillamente única. Locos de felicidad, nos subimos al

avión rumbo a Jerez, sabedores de que comenzaba la más bonita de las aventuras para ambos: laque emprenderíamos en común.

Aquella noche Mafalda se quedó en mi casa. Ninguno de los dos nos planteábamos que

pudiéramos pasarla por separado. Ambos estábamos deseando disfrutar del otro y, entre lassábanas, el frenesí y el sentimiento convirtieron las horas en segundos…

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Epílogo

Un año después… —Rodrigo no me pongas más nervioso, por lo que más quieras, deja que me los ponga yo. —Es verdad, no sé lo que me pasa. Me tiemblan los dedos—mi amigo no daba pie con bola. —Déjame a mí—Óscar tenía más parsimonia para esas cosas—Él fue quien terminó de

abrocharme los puños de la camisa. Era el día más importante de mi vida: el de mi boda con Mafalda. El sol lucía radiante y mis

dos amigos, que además eran mis testigos, estaban en mi casa esa mañana. Mafalda, como era su ilusión, se estaba arreglando en la que había sido su casa, en compañía

de su hermana Marta, es decir, de Kat y de Kit. Ambas eran sus damas de honor. Mis padres no tardaron en llegar. Se habían empeñado en alojarse en un hotel, porque ellos

eran muy independientes, pero ya llevaban en el Puerto dos días. Llamaron a la puerta y les abrí. —Hijo de mi vida, no se puede estar más guapo—mi madre, la orgullosa madrina, rezumaba

alegría por las orejas. —Vaya percha que tiene mi hijo. Yo creo que se parece a su padre, ¿no? —el bueno de Bernie

estaba también de lo más contento.

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—¡Nos vamos! —exclamé—¡Sí señor, estamos todos guapos a rabiar! Eché una visual al cerrar la puerta de mi casa, la que desde la noche de la vuelta de París

había compartido con Mafalda. La personita que entró en ella por primera vez para hacerse cargodel servicio doméstico, ahora era la dueña y señora de nuestro hogar, aunque pensándolo bien seadueñó de él desde el primer día, igual que de mi corazón.

El último año había sido el más feliz de mi vida. La convivencia con ella era magnífica y

seguía salpicaba de aquellos momentos de intenso humor que me hacía vivir a cada momento. Mi trabajo seguía viento en popa y me daba muchas satisfacciones. En cuanto a Mafalda, se

había inscrito en una academia de peluquería y estaba deseando tener su título en la mano paraponer su propio salón.

La vida nos sonreía y por fin aquel día íbamos a sellar nuestra unión en el más maravilloso de

los entornos: la playa de Sajorami en Zahora. Desde el primer momento, Mafalda y yo lo tuvimos claro: no queríamos una boda

convencional en la ciudad. Nosotros deseábamos una boda bohemia e íntima en la playa. Unaboda en la que predominaran los elementos de la naturaleza, ya que ese iba a ser el entorno.

La consigna era que tanto los novios como los invitados iríamos de blanco, ataviados como en

una boda ibicenca. Y cuando digo todos, éramos todos, porque a la boda acudió hasta Rufo, elperrito de Mafalda, con una pajarita blanca.

Yo llevaba el típico traje de novio claro de lino, muy liviano y minimalista, sin corbata, lo que

le daba un toque desenfadado. El camino desde el Puerto hasta la zona de Caños fue muy bonito. Íbamos en el coche de

Rodrigo los cinco y no podíamos estar más dicharacheros. —Ni a soñar que me hubiera echado podría haber imaginado una niña mejor para ti, hijo. —Ni yo tampoco—asentí.

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Mi madre trataba a Mafalda como a su propia niña y desde el día que la conoció entabló unapreciosa relación con ella. La adoraba. Yo a veces le buscaba la lengua y le decía que quería mása su nuera que a mí. Ella decía que no y que yo era un celosillo.

Cuando llegamos a Zahora, tuvimos que dejar el coche en una zona determinada y avanzar

hacia la playa andando. En ella estaban ya los invitados esperándonos y fue una alegría ver queestaba la gente que nosotros queríamos que nos acompañaran, ni más ni menos.

Llevábamos allí unos minutos cuando vi venir a Mafalda, del brazo de su tío materno y

padrino. No podía creer lo que mis ojos veían. Era una diosa versión novia. —¡Muero con tu estilo! —le dije dándole un cariñoso beso en la mejilla cuando llegó a mi

altura. —Y yo con el tuyo—me devolvió la más preciosa de las sonrisas. No podía estar más bonita con su vestido blanco totalmente bordado y el escote hecho de

ganchillo, que le daba un aire más rústico. Y, para que no faltara el “aire Mafalda” divertido, elvestido era más corto por delante que por detrás, donde llevaba una especie de monísima colita.El pelo suelto con una guirnalda de flores en la frente completaba el conjunto.

Unimos nuestras vidas en una ceremonia sencilla y emotiva en plena playa de Sajorami, un

paraíso natural junto a los caños de Meca, que para nosotros representaba un entorno ruralparadisíaco.

El “sí quiero” fue de lo más emotivo y alegre y, tan pronto nos dijeron que éramos marido y

mujer, Mafalda y yo nos besamos y la cogí por los aires, como hice la noche de la pedida en París. El banquete de boda lo celebramos al aire libre en la carpa descubierta que nos montaron al

efecto. El convite fue tal y como lo habíamos deseado: tipo buffet y con las exquisiteces de la zona

como el arroz con carabineros, el atún y otros pescados de la Bahía, los mejillones rellenos yhasta platos de la cocina marroquí y japonesa que supusieron una fusión internacional ideal. Ytodo ello acompañado de los mejores vinos, cavas y champagnes.

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Mafalda y yo íbamos y veníamos entre nuestros muchos invitados, entre los que no faltabantodas nuestros familiares y amigos.

—¡Enhorabuena, amigo! —me abrazó en un momento dado Rodrigo—¡Quiénte iba a decir hace poco más de un año…! —Nadie, nadie. Eso es verdad, ¡pero a ti tampoco, capullo! Cada vez se te ve mejor con Kit—

yo seguía llamando a las chicas de esa forma cariñosa, en honor a cuando las conocimos. Desdeentonces, Rodrigo y Kit habían seguido viéndose y su relación también parecía ir consolidándose.

—Pues mira sí. Al final parece que me han echado el lazo a mí también, debe haber sido como

una gracia conjunta—bromeó él. —Hombre claro, a ver si te creías que iba a pringar yo solo… Ahora en serio, son unas chicas

formidables que nos han cambiado la vida. —Sí, sí, se hacen querer las jodidas. Al final les hemos cogido cariño y todo—bromeó él, a

quien le encantaba hacerse el duro. La tarta fue un regalo de mis padres que acertaron de pleno. Cubierta de chocolate blanco,

como no podía ser de otra manera, los bizcochos del interior estaban bañados en zumo de limón yrellenos con buttercream de limón, lemon curd y ganache de chocolate.

Lo mejor es que la decoración era toda de motivos playeros, con caracolas, estrellas de mar y

conchitas de Fondant que se podían comer. Encima, los novios de la tarta éramos Mafalda y yo, taly como íbamos vestidos.

La anécdota, tras el corte de la tarta, la protagonizó ella, como era de esperar. —¡Atención! Todos los niños de la fiesta, que se pongan en cola—ordenó. Si no mandaba, no

era ella, yo negaba con la cabeza. Los niños iban pasando uno a uno y Mafalda les iba entregando los adornos comestibles del

pastel, de modo que los pequeños corrían entusiasmados. Después de degustarla, y por si todavía no estábamos lo suficientemente hinchados, comenzó

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un festival de mesas de chuches y frutos secos, así como de fuentes de chocolates con frutasfrescas.

Así, los niños disfrutaban de lo lindo de sus nubes, gominolas, plum cakes y los mayores de

sus chupa chups o mojitos de gin tonic… —¡Te como hasta el chupa chups! —le dije a mi ya flamante mujercita cuando la vi avanzar

con uno de esos en la boca. —¡Ay mi pijo, que al final me ha salido de lo más espabilado! —se tiró encima de mí

causando la risa de todos nuestros invitados. —Pedazo de foto que os he tomado—Óscar había estado al quite y acababa de sacar la que

seguramente era la foto más divertida del día. —Me parece sensacional, pero en nada empieza el baile y ya te quiero moviendo el esqueleto

—ahora me había yo parecido a Mafalda con las órdenes. —Quita, quita, que yo no sé bailar… Cuando nos quisimos dar cuenta estaba Mafalda tomando las riendas del asunto, para no

variar. —Tú bailas hoy como Dios pintó a Perico—lo cogió de la mano y se lo llevó. Fui detrás de ellos. La escena no tenía desperdicio. —¡Mafalda! —decía él, un tanto desubicado por lo surrealista de la situación. —Ni Mafalda, ni leches… —lo llevaba directo al sitio donde estaba Kat, o sea, la que ya era

mi cuñada. —¿Esto es un regalo para mí? —Marta tampoco tenía ni un pelo en la lengua. La frescura

venía de serie en la familia. —Más o menos. Te vas a encargar tú de que baile—y se dio la vuelta como quien lava y no

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enjuaga. ¡Lo que no hiciera ella! En ese momento dio comienzo la barra libre con varios escenarios distintos en los que se

servían cócteles tanto con alcohol como sin él, de los más elaborados y coloridos, que hacían lasdelicias de nuestros invitados.

Y todo en un entorno vintage en el que las bebidas se servían en barras que sobresalían de las

míticas furgonetas Volkswagen de diversos colores dispuestas por toda la playa. —Cariño, ven—Mafalda tiraba de mí para llevarme al divertidísimo photocall en el que,

primero solos y luego en compañía de todos nuestros amigos, nos hicimos mil y una fotos para elrecuerdo.

La apertura del baile nupcial fue también todo un acontecimiento. Mafalda y yo habíamos

preparado una coreografía de una de sus salsas preferidas “La quiero a morir” de Mark Anthony,que nos quedó sensual, juguetona y algo chulita. Nos metimos mucho en nuestro papel y noparamos de mirarnos a los ojos.

—Y tanto que te quiero a morir, enana—me derretía cuando la tenía en los brazos. —Y yo también. ¡Vamos a darlo todo, que somos los protagonistas! —estaba archifeliz en

nuestro día y yo más, solo de verla. Todos los invitados nos aplaudieron a rabiar y comenzaron unas horas de baile de lo más

animadas y diversas. Pensamos en cada uno de ellos y contratamos a un grupo que animó el eventohasta límites insospechados con un repertorio increíble. Allí sonó desde salsa, hasta flamenco,pasando por rock y, por supuesto, reggaetón. La gente estaba encantada.

Los amigos de Mafalda también animaron mucho el baile con su gracejo. Ella, Susanna,

Marijose y Jenny, en compañía de Kit y Kat, eran las reinas de la pista. —Ya la puedes cuidar—Johny ya estaba comprometido con Jenny, pero le seguía teniendo un

cariño enorme a Mafalda. —Ahora sí que puedes jurarlo, chaval—me dio la mano de una manera, que por lo visto era

como lo hacían los colegas, que me costó coger.

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—Eres un pijo pero buen tío—se rio y salió andando. ¡Si no me llamaban pijo al menos una vez al día yo ya no sabía vivir! En un momento dado, subí al escenario y le pedí el micro al cantante. —¡Va por ti, nena! —miré a Mafalda y la vi morir de amor. —¡No puedo creer que vayas a hacerlo, guapo! —exclamó desde abajo. Y yo afirmé con la cabeza. El caso es que era verdad que ni yo mismo podía creer lo que iba a

hacer. No había duda de que estaba loco por ella y con tal de ver su cara de felicidad me tirabasin paracaídas desde donde fuera.

Les dije a los músicos que me acompañaron y comencé a cantar “La vie en rose”. Mafalda no

paraba de hacer aspavientos y de saltar. No podía estar quieta. Por verla así, hubiera entrado enbucle y no dejado de cantar esa canción en la vida.

Bajé del escenario y ella me dio un beso de película. —¡Lo has hecho, lo has hecho por mí! Ya te dije que cantabas muy bien. —No diría yo que muy bien, pero bueno… Por ti lo que haga falta, mi vida y lo sabes. —Yo te lo decía para picarte y sí que me hacía mucha ilusión, pero nunca creí… —Pues para que veas, nunca digas nunca—reí. Desde que nos habíamos prometido, Mafalda siempre me decía que, si la quería de verdad,

cantaría para ella algo en francés en nuestra boda y yo siempre le contestaba que eso ni de coña,para despistarla.

Disfrutamos de lo lindo durante las muchas horas de celebración en la que las copas caían

unas detrás de otras y todos estábamos de lo más a gustito. Hasta mi madre, a la que nunca había

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visto borrachilla, lo estaba. —¡Vaya una hija bonita que me ha salido! Tenéis que venir a vernos a París más a menudo, que

os queremos mucho—tenía agarrada a Mafalda y no la soltaba. Yo no la conocía. No la habíavisto así en mi vida.

—Claro que sí, suegri. Yo voy allí y te enseño a bailar sevillanas y todo. Ya verás lo bien que

lo pasamos. —Y nosotros también vendremos. Cuando tengamos nietos nos instalaremos en el Puerto más

de una temporada, que tenemos que disfrutar de ellos—añadió mi padre. —¡Claro que sí, Bernie! —Mafalda se apuntaba a una ronda de aspirinas y estaba ya a tope de

copas. Al caer la noche nos comenzaron a servir la recena, que nos entonó un poco el estómago y nos

bajó algo el nivel de alcohol de la sangre, porque algunos ya teníamos JB+ en vena. —¿Qué te juegas que al final el Óscar es mi cuñado? —Mafalda señalaba a Kat y a él que no

paraban de bailar y parecían estar cayéndose estupendamente. —Bueno, bueno, lo que no consigas tú, no lo consigue nadie… Acababan de encender la decoración con farolillos por toda la playa y el escenario no podía

ser más ideal. La gente mayor empezó a retirarse, porque ya llevábamos muchas horas de fiesta, ynos quedamos los más jóvenes, deseosos de vivir aquella noche a tope.

Seguimos comiendo, bailando y bebiendo hasta las cuatro de la madrugada, hora en la que los

pocos que quedábamos, estábamos ya descalzos en la arena y lo habíamos dado todo. —Para mí que es hora de irnos a acostar—le guiñé el ojo a Mafalda, aunque no sabía quién

era su gemela. Ya veía doble o triple, como mínimo… —Eso, eso a acostarnos—le salió una sonrisita. —Pues venga, ¿se lo dices tú o se lo digo yo?

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—La Mafalda va, que yo me pinto sola para estas cosas— ¡Y menos mal que los que

quedábamos ya éramos los más íntimos! —A ver, aunque ya sois cuatro gatos— empezó a chillar reclamando su atención— esto ya no

da más. Vamos, que el Leo y yo nos vamos a pegar ya un golpe de cama que no veas. ¡Y vosotroslo mismo, pero no solos, que no me entere yo!

Nuestros amigos se echaron a reír y empezaron a recoger. —Hermanita, te voy a echar de menos—Kat iba con los zapatos en la mano y una borrachera

como un piano—No sé lo que voy a hacer ahora en la casa sin ti—le dio sentimental. —Pero ¿qué dices, capulla? Si yo ya hace un año que no vivo allí. —Anda, pues es verdad. —Y, además, tú no tienes por qué irte sola, el Óscar se queda contigo esta noche, para que no

tengas pena—y les unió las manos mientras sonreía. ¡Lo mejor es que sí se fueron juntos! Yo le intenté poner un WhatsApp según iba andando

porque ese estaba un poco fuera del mercado. Yo: “Acuérdate de los cordones”. No había ni lo que le ponía, quería decir condones. Él: “No te preocupes que llevo mocasines”. Estaba claro que la había cogido todavía más

grande que yo. Madre mía, la que se podía liar esa noche. Mafalda y yo nos quedamos tirados allí sobre la arena, ya solos… —Te quiero, guapa—le quité el pelo de la cara. —Y yo a ti, bombón pijo—no podía parar de reír de la que llevaba encima. —No veas si creo que está lejos el alojamiento—habíamos cogido un bungalow allí mismo

para esa noche, porque no teníamos intención de movernos demasiado.

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—Pero lejos, yo veo más cerca el agua…—me miró desafiante. —¿Qué dices, loquilla? —¿A que no hay cojones de bañarnos ahora? —¿Con los trajes? —yo no sabía ni por dónde venían sus insinuaciones. —Anda ya, sin ellos. Nos los quitamos y echamos una carrera hasta el agua. Y dicho y hecho. Ninguno llegó antes que el otro porque corrimos hacia el mar de la mano. El

día había sido muy caluroso y estaba buenísima. Tan pronto como dimos tres pasos hacia dentro,la cogí en brazos.

—¡Verás tú dónde vamos a ir los dos! —reía ella mientras se agarraba a mi cuello. —No mujer—pero sí, perdí el equilibrio y nos fuimos hacia el fondo. Salimos a la superficie y empezamos a besarnos. Mafalda me envolvió con aquellas piernas

interminables y allí mismo nos juramos amor eterno. Al rato salimos. En la orilla nos esperaban los vestidos, que nos pusimos sobre nuestros

cuerpos mojados, deseosos de llegar al bungalow y fundirnos en uno solo. Y así fue. En la intimidad de aquel confortable lugar, mirándonos a los ojos con infinita

emoción, hicimos el amor como nunca, fusionando nuestros cuerpos y acariciándonos el alma.

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