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TRÍPTICO DE LOS MALOS HUMOS Me cago en la leche jodía... A tomar por culo la perreta” (Muchachada Nui, en su parodia de Paris Hilton) 1 El profesor encendió otro cigarrillo y pasó a hablar, con un forzado tono humilde, de sus últimas publicaciones. Atrás quedaron cuarenta minutos de disquisiciones sobre la influencia de Roberto Bolaño en la literatura española y americana contemporáneas. Un discurso elegante, culto y ameno, salpimentado con pícaros comentarios de doble sentido. El protocolo se desarrollaba según lo previsto. El profesor controlaba la cadencia de la voz, la mirada, las pausas, la posición de la cabeza. El mentón apoyado en la mano mientras los dos dedos, apuntando al techo, sujetaban el cigarrillo. Y el vasito de bourbon al lado. Una pose de foto. Incluso las tenues luces y la música del bar, con sabor cubano, parecían estudiadas para que la escena resultara perfecta. Creo que se está haciendo tarde, señor profesor, me voy a casa, que mañana tengo mucho trabajo por delante -dijo la chica-, le voy a tener que dejar. No sé lo que tengo que hacer para que me tutees, Cristina, –dijo el profesor, desconcertado por la sorpresa- ¿Estás segura de que te tienes que ir? ¿Quién sabe qué sorpresas te puede deparar la noche? Hay que vivir un poco más la vida, que todavía eres una chiquilla. No se me ocurre una manera mejor de vivir la vida que salir de aquí, créame, cada día soporto menos el humo. A lo mejor tendría que haber comenzado por explicárselo desde el principio y así se habría evitado el monólogo. Pero, en fin, ahora es demasiado tarde. La verdad es que usted no es mi tipo, espero que no se ofenda. Y no es que podría ser mi padre, que también, sino que los hombres que fuman no sólo no me resultan atractivos sino que me disgustan siempre, da igual lo interesantes que se crean. Además –Cristina se acercó con una sonrisa malvada y bajó la voz- parece que el tabaco produce impotencia. Disfunción eréctil, lo llaman ahora. Pero usted ya se habrá dado cuenta, claro. Hasta luego, señor profesor. El hombre no dijo una palabra, estaba petrificado, como si le hubiera caído un rayo encima. Cristina se levantó, cogió el bolso y el abrigo y volvió a acercarse por última vez antes de salir por la puerta. Si no le importa, pagamos cada uno lo nuestro. Ah, y preferiría que me tratara de usted. El profesor llegó a casa y se quitó la mascara. La sonrisa ensayada. Se sintió más cansado que nunca. Y encendió un cigarrillo como lo haría un robot programado. La chica llegó a casa y se quitó la ropa con un gesto de asco. Apestaba. A pesar de lo tarde que era, prefirió darse una ducha antes de poner un disco de Keith Jarrett y deslizar en la cama su cuerpo de pantera. Cerró los ojos y sonrió, envuelta en unas maravillosas sábanas blancas. Limpias. 2 Me cuesta respirar. Hago un ruido como el de las bombas de agua en las películas de vaqueros. Ya me queda muy poco. Lo sé muy bien porque me dedico a ello. La metástasis se encuentra tan extendida que no merece la pena comenzar tratamiento alguno. Soy un zorro en el cepo de un puto cazador furtivo. En eso también me equivoqué, siempre pensé que los enfermos serían los demás, mis pacientes. Pensé que yo, el prestigioso oncólogo, el necio del paquete y medio diario, me libraría del cáncer del pulmón. Bienvenido al siglo XXI. Fin del trayecto. He tomado dos decisiones: Puesto que mi tiempo ya ha pasado, no tiene sentido emplear las pocas energías que me quedan en el complicado trámite de dejar el tabaco. Por desgracia, me acompañará hasta el último momento. La segunda es que dedicaré lo poco que queda de mi paradójica vida a escribir. Mi última tarea. Antes de que el dolor sea tan insoportable que sólo exista el nebuloso limbo de la morfina. Tengo que escribir una carta de despedida a mi ex mujer y mis hijos (¿o tendría que considerarlos ya ex hijos?). Maldita sea. Y, antes de morir, elaboraré un gran informe y se lo mandaré a los principales periódicos; todavía soy una personalidad en mi campo, finalmente. Sé que no será un tsunami, apenas llegará a ser un debate de dos o tres días que se silenciará pronto, una leve patada en la espinilla (aunque habría preferido un tiro en la rodilla) para todos esos hijos de puta que dirigen la todopoderosa industria del tabaco. Esos inútiles que me han asesinado, a mí y a mis pacientes, y nunca irán a la cárcel por ello. Explicaré por qué el tabaco es el mayor timo de la historia de la humanidad. Con el permiso de la religión, claro. Un negocio sucio. Hablaré de lo romántico que era que pagaran a los estudios y sus estrellas para que todo el mundo fumara en las películas. De las donaciones a las campañas políticas, que explican por qué los 56.000 muertos anuales en España “no interesan” y por qué el tabaco es el único producto de la Unión Europea que no pasa un control sanitario ni presenta un etiquetado con los cientos de aditivos que contiene cada cigarrillo (broncodilatadores, potenciadores del sabor, potenciadores del poder adictivo, como el amoniaco, anestésicos para enmascarar los daños…). Explicaré cómo durante años se han sellado bocas y se han manipulado, reescrito o extraviado informes científicos. También mostraré detalladamente todo el abanico de enfermedades y dolencias que provoca en la salud. Sabiendo que no servirá para nada. 3 El dedo del escritor se encontraba suspendido en el aire. Así nos recordamos, como si el tiempo se hubiera detenido por un instante, en los momentos cruciales, esos que hacen que nuestra vida gire sobre sí misma y cambie de dirección. Frente a él, la pantalla del ordenador y un mensaje. ¿Está seguro de que desea eliminar este archivo de forma permanente? La única copia de las casi doscientas páginas ya escritas de su última novela. Y el dedo en el aire. ¿Está usted seguro? Y el sonido de su pesada respiración. Una crisis debe ser algo así, pensó. Estaba harto. Harto de resultar previsible. De tener que representar un papel. De formar parte de un colectivo con el que, en el fondo, no se identificaba. De pasarse media vida repitiéndose, escribiendo las mismas tonterías, participando en las mismas tertulias estúpidas. De ser un esclavo de tantas cosas. “El nuevo rebelde de las letras”, lo habían llamado en un reportaje, el hombre que un día dijo “ sueño con dinamitar el mundo de la literatura”. Y con ello se quedó. El nuevo rebelde. De cojones, sí. Con su calendario de conferencias, sus servidumbres, sus entrevistas, su contrato con la editorial, actos promocionales incluidos… Una vida entera pasando por aros. Esposado a un radiador. A-LA-MIER-DA. El dedo descendió y el trabajo de varios meses desapareció como si nunca hubiera existido. Borrón y cuenta nueva. Se acabó eso de vivir a cuatro patas. Tenía ganas hasta de quemar su casa. Para empezar, decidió rescindir los contratos que le ataban a su agente y a su editorial. Y, por supuesto, decidió dejar el alcohol y el tabaco. De golpe, sin miramientos ni falsas excusas. Era la hora del cambio. De comportarse como un hombre, no como un perro servicial y condescendiente. Abrió una bolsa negra de basura y comenzó a arrojar dentro todo lo que le disgustaba: esos libros que, en el fondo, le parecían insoportables, ceniceros y mecheros, botellas, fotos, placas conmemorativas, recortes de prensa, regalos estúpidos… - Ahora vais a ver lo que es un “enfant terrible” de verdad, panda de gilipollas.

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relatos sobre tabaco y literatura

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TRÍPTICO DE LOS MALOS HUMOS

“Me cago en la leche jodía... A tomar por culo la perreta”

(Muchachada Nui, en su parodia de Paris Hilton)

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El profesor encendió otro cigarrillo y pasó a hablar, con un forzado tono humilde, de sus últimas publicaciones. Atrás quedaron cuarenta minutos de disquisiciones sobre la influencia de Roberto Bolaño en la literatura española y americana contemporáneas. Un discurso elegante, culto y ameno, salpimentado con pícaros comentarios de doble sentido. El protocolo se desarrollaba según lo previsto. El profesor controlaba la cadencia de la voz, la mirada, las pausas, la posición de la cabeza. El mentón apoyado en la mano mientras los dos dedos, apuntando al techo, sujetaban el cigarrillo. Y el vasito de bourbon al lado. Una pose de foto. Incluso las tenues luces y la música del bar, con sabor cubano, parecían estudiadas para que la escena resultara perfecta.

Creo que se está haciendo tarde, señor profesor, me voy a casa, que mañana tengo mucho trabajo por delante -dijo la chica-, le voy a tener que dejar.

No sé lo que tengo que hacer para que me tutees, Cristina, –dijo el profesor, desconcertado por la sorpresa- ¿Estás segura de que te tienes que ir? ¿Quién sabe qué sorpresas te puede deparar la noche? Hay que vivir un poco más la vida, que todavía eres una chiquilla.

No se me ocurre una manera mejor de vivir la vida que salir de aquí, créame, cada día soporto menos el humo. A lo mejor tendría que haber comenzado por explicárselo desde el principio y así se habría evitado el monólogo. Pero, en fin, ahora es demasiado tarde. La verdad es que usted no es mi tipo, espero que no se ofenda. Y no es que podría ser mi padre, que también, sino que los hombres que fuman no sólo no me resultan atractivos sino que me disgustan siempre, da igual lo interesantes que se crean. Además –Cristina se acercó con una sonrisa malvada y bajó la voz- parece que el tabaco produce impotencia. Disfunción eréctil, lo llaman ahora. Pero usted ya se habrá dado cuenta, claro. Hasta luego, señor profesor.

El hombre no dijo una palabra, estaba petrificado, como si le hubiera caído un rayo encima. Cristina se levantó, cogió el bolso y el abrigo y volvió a acercarse por última vez antes de salir por la puerta.

Si no le importa, pagamos cada uno lo nuestro. Ah, y preferiría que me tratara de usted.

El profesor llegó a casa y se quitó la mascara. La sonrisa ensayada. Se sintió más cansado que nunca. Y encendió un cigarrillo como lo haría un robot programado.

La chica llegó a casa y se quitó la ropa con un gesto de asco. Apestaba. A pesar de lo tarde que era, prefirió darse una ducha antes de poner un disco de Keith Jarrett y deslizar en la cama su cuerpo de pantera. Cerró los ojos y sonrió, envuelta en unas maravillosas sábanas blancas.

Limpias.

2 Me cuesta respirar. Hago un ruido como el de las bombas de agua en las películas de vaqueros. Ya me queda muy poco. Lo sé muy bien porque me dedico a ello. La metástasis se encuentra tan extendida que no merece la pena comenzar tratamiento alguno. Soy un zorro en el cepo de un puto cazador furtivo. En eso también me equivoqué, siempre pensé que los enfermos serían los demás, mis pacientes. Pensé que yo, el prestigioso oncólogo, el necio del paquete y medio diario, me libraría del cáncer del pulmón.

Bienvenido al siglo XXI. Fin del trayecto.

He tomado dos decisiones:

Puesto que mi tiempo ya ha pasado, no tiene sentido emplear las pocas energías que me quedan en el complicado trámite de dejar el tabaco. Por desgracia, me acompañará hasta el último momento.

La segunda es que dedicaré lo poco que queda de mi paradójica vida a escribir. Mi última tarea. Antes de que el dolor sea tan insoportable que sólo exista el nebuloso limbo de la morfina.

Tengo que escribir una carta de despedida a mi ex mujer y mis hijos (¿o tendría que considerarlos ya ex hijos?). Maldita sea.

Y, antes de morir, elaboraré un gran informe y se lo mandaré a los principales periódicos; todavía soy una personalidad en mi campo, finalmente. Sé que no será un tsunami, apenas llegará a ser un debate de dos o tres días que se silenciará pronto, una leve patada en la espinilla (aunque habría preferido un tiro en la rodilla) para todos esos hijos de puta que dirigen la todopoderosa industria del tabaco. Esos inútiles que me han asesinado, a mí y a mis pacientes, y nunca irán a la cárcel por ello.

Explicaré por qué el tabaco es el mayor timo de la historia de la humanidad. Con el permiso de la religión, claro. Un negocio sucio. Hablaré de lo romántico que era que pagaran a los estudios y sus estrellas para que todo el mundo fumara en las películas. De las donaciones a las campañas políticas, que explican por qué los 56.000 muertos anuales en España “no interesan” y por qué el tabaco es el único producto de la Unión Europea que no pasa un control sanitario ni presenta un etiquetado con los cientos de aditivos que contiene cada cigarrillo (broncodilatadores, potenciadores del sabor, potenciadores del poder adictivo, como el amoniaco, anestésicos para enmascarar los daños…). Explicaré cómo durante años se han sellado bocas y se han manipulado, reescrito o extraviado informes científicos. También mostraré detalladamente todo el abanico de enfermedades y dolencias que provoca en la salud.

Sabiendo que no servirá para nada.

3 El dedo del escritor se encontraba suspendido en el aire. Así nos recordamos, como si el tiempo se hubiera detenido por un instante, en los momentos cruciales, esos que hacen que nuestra vida gire sobre sí misma y cambie de dirección.

Frente a él, la pantalla del ordenador y un mensaje. ¿Está seguro de que desea eliminar este archivo de forma permanente? La única copia de las casi doscientas páginas ya escritas de su última novela. Y el dedo en el aire. ¿Está usted seguro? Y el sonido de su pesada respiración.

Una crisis debe ser algo así, pensó. Estaba harto. Harto de resultar previsible. De tener que representar un papel. De formar parte de un colectivo con el que, en el fondo, no se identificaba. De pasarse media vida repitiéndose, escribiendo las mismas tonterías, participando en las mismas tertulias estúpidas. De ser un esclavo de tantas cosas. “El nuevo rebelde de las letras”, lo habían llamado en un reportaje, el hombre que un día dijo “sueño con dinamitar el mundo de la literatura”. Y con ello se quedó. El nuevo rebelde. De cojones, sí. Con su calendario de conferencias, sus servidumbres, sus entrevistas, su contrato con la editorial, actos promocionales incluidos… Una vida entera pasando por aros. Esposado a un radiador.

A-LA-MIER-DA.

El dedo descendió y el trabajo de varios meses desapareció como si nunca hubiera existido. Borrón y cuenta nueva. Se acabó eso de vivir a cuatro patas. Tenía ganas hasta de quemar su casa.

Para empezar, decidió rescindir los contratos que le ataban a su agente y a su editorial. Y, por supuesto, decidió dejar el alcohol y el tabaco. De golpe, sin miramientos ni falsas excusas. Era la hora del cambio. De comportarse como un hombre, no como un perro servicial y condescendiente.

Abrió una bolsa negra de basura y comenzó a arrojar dentro todo lo que le disgustaba: esos libros que, en el fondo, le parecían insoportables, ceniceros y mecheros, botellas, fotos, placas conmemorativas, recortes de prensa, regalos estúpidos…

- Ahora vais a ver lo que es un “enfant terrible” de verdad, panda de gilipollas.