20
  Mientras que la mayoría de las formas y tradiciones políticas de la izquier- da europea se polinizaron unas a otras libremente más allá de las fronte- ras nacionales, el  operaismo italiano de la década de 1960 fue en gran medida una experiencia sui generis en su tiempo. Merecedora de un con-  siderable impacto intelectual en su país –la transfor mación de la sociolo-  gía italiana mediante su proyecto de inv estigación obrera, y l a producción de una tanda embriagadora aunque evanescente de revistas teóricas:  Quaderni rossi; Classe operaia; Angelus novus; Contropiano– tuvo menos repercusión inmediata en el extranjero que la corriente más amplia en torno a Il Manifesto, cuya amplitud cultural y consistencia política eran de tipo diferente. Una condición para la existencia del  operaismo  fue la drástica expansión industrial de la década de 1950, dentr o de una cultu- ra ya profundamente teñida por dos partidos de masas dotados de su pro-  pia y animada vida cultural. El Partido Comunista Italiano contaba con unos dos millones de aliados, mientras que el Partido Socialista de las décadas de posguerra estaba mucho más a la izquierda que la socialde- mocracia de la Guerra Fría; ambos se vieron revitalizados por el deshielo que sobrevino tras el discurso secreto de Jruschov. El  operaismo se caracte- rizaría por una hostilidad implacable contra el gramscianismo diluido de la perspectiva «nacional popular» del PCI («la Resistencia como un segundo Risorgimento»)  y por un compromiso con las metodologías anti historicistas  y cientícas. Los primeros pensadores  operaisti  surgier on principalmente de la izquierda del PSI, cuyo santo y seña de «autonomía» –que en su sen- tido original tenía una connotación de «p ara sí mismo»– siguió siendo una expresión clave. Una de sus guras fundamentales, Raniero Panzieri (1921-1964), dirigió la revista teórica del PSI,  Mondo operaio, desde 1957 a 1959; marginado por la dirección encabezada por Nenni, pasó a traba-  jar para Einaudi en Turín. Con la publicación e n la misma e ditorial de  Quaderni rossi en 1961 pudo reunir a pensadores anes como Luciano  Della Mea en Milán, Antonio Negri y Massimo Cacciari en el Véneto y Ma- rio Tronti en Roma. Nacido en una familia comunista de clase trabajado- ra en 1931, Tronti era aliado al PCI desde principios de la década de 1950, mientras estudiaba losofía en la Universidad de Roma. Tras su ruptura con los  Quaderni rossi en 1964, pasó a dirigir Classe operaia, vol- viendo al PCI en 1967 para continuar el proyecto operaista dentro de sus  filas y desarrollar un concepto de la «autonomía de lo político». En este número, publicamos un fragmento editado de las memorias de Tronti so- bre el movimiento, Noi operaisti,  publicadas por Derive Approdi en 2009.  Polémico a la par que personal, ofrece una comparación esclarecedora entre la pr imavera de 1956 y el otoño caliente de 1969, y traza una distin- ción neta entre el  operaismo clásico y su eco distante, la  autonomia, que  persistió en los márgenes contraculturales de las ciudades europ eas desde  finales de la década de 1970 hasta emerger con una forma más higiénica con Imperio, de Hardt y Negri, con el cambio de siglo. MARIO TRONTI NLR, nº 73, enero-febrero 2012

Tronti, M - ''Nuestro Operaísmo

Embed Size (px)

DESCRIPTION

Filosofía

Citation preview

  • 102102

    Mientras que la mayora de las formas y tradiciones polticas de la izquier-da europea se polinizaron unas a otras libremente ms all de las fronte-ras nacionales, el operaismo italiano de la dcada de 1960 fue en gran medida una experiencia sui generis en su tiempo. Merecedora de un con-siderable impacto intelectual en su pas la transformacin de la sociolo-ga italiana mediante su proyecto de investigacin obrera, y la produccin de una tanda embriagadora aunque evanescente de revistas tericas: Quaderni rossi; Classe operaia; Angelus novus; Contropiano tuvo menos repercusin inmediata en el extranjero que la corriente ms amplia en torno a Il Manifesto, cuya amplitud cultural y consistencia poltica eran de tipo diferente. Una condicin para la existencia del operaismo fue la drstica expansin industrial de la dcada de 1950, dentro de una cultu-ra ya profundamente teida por dos partidos de masas dotados de su pro-pia y animada vida cultural. El Partido Comunista Italiano contaba con unos dos millones de afi liados, mientras que el Partido Socialista de las dcadas de posguerra estaba mucho ms a la izquierda que la socialde-mocracia de la Guerra Fra; ambos se vieron revitalizados por el deshielo que sobrevino tras el discurso secreto de Jruschov. El operaismo se caracte-rizara por una hostilidad implacable contra el gramscianismo diluido de la perspectiva nacional popular del PCI (la Resistencia como un segundo Risorgimento) y por un compromiso con las metodologas antihistoricistas y cientfi cas. Los primeros pensadores operaisti surgieron principalmente de la izquierda del PSI, cuyo santo y sea de autonoma que en su sen-tido original tena una connotacin de para s mismo sigui siendo una expresin clave. Una de sus fi guras fundamentales, Raniero Panzieri (1921-1964), dirigi la revista terica del PSI, Mondo operaio, desde 1957 a 1959; marginado por la direccin encabezada por Nenni, pas a traba-jar para Einaudi en Turn. Con la publicacin en la misma editorial de Quaderni rossi en 1961 pudo reunir a pensadores afi nes como Luciano Della Mea en Miln, Antonio Negri y Massimo Cacciari en el Vneto y Ma-rio Tronti en Roma. Nacido en una familia comunista de clase trabajado-ra en 1931, Tronti era afi liado al PCI desde principios de la dcada de 1950, mientras estudiaba fi losofa en la Universidad de Roma. Tras su ruptura con los Quaderni rossi en 1964, pas a dirigir Classe operaia, vol-viendo al PCI en 1967 para continuar el proyecto operaista dentro de sus fi las y desarrollar un concepto de la autonoma de lo poltico. En este nmero, publicamos un fragmento editado de las memorias de Tronti so-bre el movimiento, Noi operaisti, publicadas por Derive Approdi en 2009. Polmico a la par que personal, ofrece una comparacin esclarecedora entre la primavera de 1956 y el otoo caliente de 1969, y traza una distin-cin neta entre el operaismo clsico y su eco distante, la autonomia, que persisti en los mrgenes contraculturales de las ciudades europeas desde fi nales de la dcada de 1970 hasta emerger con una forma ms higinica con Imperio, de Hardt y Negri, con el cambio de siglo.

    MAR IO TRONT I

    NLR73.indb 102NLR73.indb 102 09/05/12 12:2309/05/12 12:23

    yefimychTypewriter

    yefimychTypewriterNLR, n 73, enero-febrero 2012

  • 103

    MAR IO TRONT I

    NUESTRO OPERAISMO

    Memorias

    El operaismo italiano de la dcada de 1960 comienza con el nacimiento de los Quaderni rossi y termina con la muerte de Classe operaia. Fin de la historia. Tal es el argumento. O, si se quiere si le grain ne meurt el ope-raismo se reproduce de otras maneras, reencarnado, transformado, co-rrompido y perdido. Este texto naci en su momento del impulso de esclarecer la distincin intelectual entre operaismo y post-operaismo, o los movimientos de autonomia de fi nales de la dcada de 1970 y aos poste-riores. Luego los dulces placeres del recuerdo hicieron el resto. Si este resto es de buen gusto o sirve de algo hoy da corresponde juzgarlo a los lectores. Esta es mi verdad, basada en lo que crea entonces y en lo que no veo sino con mayor claridad hoy da. No quiero ofrecer una interpre-tacin cannica del proyecto; pero esta es una de las posibles lecturas, lo bastante unilateral para reforzar la vieja y feliz idea de la investigacin de parte, esa prctica terica indigesta que nos form.

    Digo nosotros porque creo que puedo hablar por un puado de personas inseparablemente unidas por un vnculo de amistad poltica, que compar-tan un nudo comn de problemas como un pensamiento vivido. Para nosotros, la distincin clsica amigo/enemigo no era tan slo un concepto del enemigo, sino tambin una teora y una prctica del amigo. Nos hicimos y hemos seguido siendo amigos porque descubrimos, polticamente, un enemigo comn frente a nosotros; esto tuvo consecuencias que determina-ron las decisiones intelectuales de aquel tiempo y los horizontes sucesivos. Tratar de hablar con sencillez, evitando el lenguaje literario. Sin embargo, es preciso decir que el operaismo de la dcada de 1960 forj su propio gran estilo de escritura, cincelado, lcido, polmico, con el que pensbamos que aferrbamos el ritmo de los obreros de la fbrica en lucha contra los patro-nos. Cada pasaje histrico genera su propia forma de representacin simb-lica. Partisanos semianalfabetos que se enfrentaban a los pelotones de fusi-lamiento nazis produjeron las Lettere di condannati a morte della Resistenza, una obra de arte1. Asimismo, los muchachos que al amanecer permanecan de pie ante las puertas de la fbrica Mirafi ori de Turn volvan a casa por la

    1 Piero Malvezzi y Giovanni Pirelli (eds.), Lettere di condannati a morte della Resistenza italiana, 8 settembre 1943-25 aprile 1945, Turn, 1952.

    NLR73.indb 103NLR73.indb 103 09/05/12 12:2309/05/12 12:23

  • 104

    AR

    TC

    ULO

    S noche para leer El alma y las formas del joven Lukcs. El pensamiento fuer-te precisa de una escritura fuerte. Un sentido de la grandeza del confl icto despert en nosotros una pasin por el estilo nietzscheano: hablar en un registro noble en nombre de los que estn abajo.

    Nunca he olvidado la leccin que aprendimos a las puertas de las fbricas, cuando llegamos con nuestras pretenciosas octavillas, invitando a los tra-bajadores a unirse a la lucha anticapitalista. La respuesta, siempre la mis-ma, vena de las manos que aceptaban nuestros trozos de papel. Se rean y decan: Qu es? Dinero?. Una ruda raza pagana, en efecto. No se trataba del mandato burgus, enrichissez-vous; era la palabra salarios presentada como una respuesta objetivamente antagonista a la palabra ganancia. El operaismo reelabor la brillante frase de Marx el proletaria-do, alcanzando su emancipacin, liberar a toda la humanidad y la trans-form en la siguiente: la clase obrera, siguiendo sus propios intereses parciales, crea una crisis general de las relaciones de capital. El operaismo marc un modo de pensar polticamente. El pensamiento y la historia se dieron de bruces en un choque directo e inmediato. Lo que es tena que ser expuesto al anlisis, la refl exin, la crtica y el juicio. Lo que fue dicho y escrito sobre el mismo vino ms tarde.

    La exposicin biogrfi ca que sigue conserva un elemento de ambigedad entre los registros personal y generacional. Pero debo decir desde el pri-mer momento que mi operaismo fue de tipo comunista. No es este el caso de la mayora, incluso en los primeros tiempos; los miembros del partido nunca fueron una mayora dentro del operaismo italiano, ni predominaron en Quaderni rossi o Classe operaia; la combinacin tal vez fuera mi pro-blema personal. Aqu describir los Lehrjahre los aos formativos de aprendizaje de los operaisti, una fraccin generacional limitada pero im-portante. Siendo un tosco historiador de los acontecimientos, as como de las ideas, intentar explicar las primeras y complicadas pualadas contra el argumento operaista y algo de lo que vino despus.

    La ruptura del cincuenta y seis

    Una fecha clave surge como lugar estratgico para todos nosotros: 1956. Va-rias cosas hicieron inolvidable aquel ao, pero har hincapi sobre la transi-cin de hecho, la ruptura epistemolgica de una verdad de partido a una verdad de clase. El arco temporal entre el XX Congreso del PCUS y los acon-tecimientos de Hungra constituyeron una secuencia de saltos de conciencia de una joven generacin de intelectuales. Tuve la sensacin, antes de llegar a pensarlo conscientemente, de que el siglo XX terminaba all. Despertamos del sueo dogmtico de la historicidad. En Italia, el imperio del nombre propio, ya fuera como sustantivo o como adjetivo, materialista o idealista la lnea De Sanctis-Labriola-Croce-Gramsci, haba ejercido una hegemona cultural sin parangn en Italia. Gracias al carisma de Togliatti, un poderoso grupo de di-rigentes del PCI se form en torno a la misma durante el periodo de posgue-

    NLR73.indb 104NLR73.indb 104 09/05/12 12:2309/05/12 12:23

  • 105

    AR

    TC

    ULO

    Srra, y ahora se dispona a ponerla manos a la obra. En el Istituto Gramsci uno poda encontrarse a militantes del partido con puestos en la direccin o en el secretariado. No escriban libros ni se hacan con los servicios de improbables negros para que los escribieran. Lean libros. Y, entre una iniciativa y otra, discutan lo que pensaban al respecto.

    Un da un personaje de aires extraos lleg de Sicilia haba sido profesor en Messina: alto, enjuto, de nariz aguilea y semblante duro. Hablaba un lenguaje difcil, y su escritura era an ms difcil de entender. Pero Della Volpe desmont, pieza a pieza, la lnea cultural de los comunistas italianos, haciendo caso omiso de lealtades ortodoxas2. Siendo sinceros: nos libramos de lo nacional-popular gramsciano del PCI, pero se nos qued adherido un cierto aristocratismo intelectual. La comprensin era ms importante que la persuasin; el afn del concepto creaba difi cultades con la palabra. Hoy es cierto lo contrario la facilidad del discurso signifi ca prescindir del pen-samiento. El enfoque que adoptamos entonces se presenta an ms valio-so ahora, cuando el triunfo de la vulgaridad mediatizada sobre el lenguaje poltico es completa. La nuestra fue una escuela de rigor intelectual asctico, cuyo precio fue un aislamiento un poco autorreferencial. La ciencia contra la ideologa tal era el paradigma. Marx contra Hegel, como Galileo contra los escolsticos, o Aristteles contra los platnicos. Entonces, en lneas genera-les, dejamos atrs aquel esquema en lo que atae al contenido, aunque re-tuvimos sus lecciones en lo que respecta al mtodo. Pensndolo bien, pre-cisamente por tal motivo, desde 1956 en adelante, mientras que otros la mayora estaban redescubriendo el valor de las libertades burguesas, a unos pocos nos fue dado, paso a paso, mediante ensayo y error, el descubrimien-to de los horizontes de la libertad comunista.

    An no tengo las ideas claras acerca de la eleccin de la tctica poltica en aquel momento no acerca de lo que era correcto, sino de lo que habra sido ms til. Es cierto que a veces es poco lo que depende de las pro-pias decisiones y mucho lo que depende de las circunstancias, las apertu-ras y los encuentros. Pero tenamos otro camino abierto ante nosotros en 1956: el del crecimiento poltico dentro de la afi liacin masiva al PCI, cuya direccin se haba embarcado en un periodo de renovacin constante. Qu habra implicado este segundo camino? Una larga marcha a travs de la organizacin; un sacrifi cio cultural en el altar de la praxis; el ejercicio de aquella categora poltica del Renacimiento, el disimulo honesto. En mi formacin personal, Togliatti fue el poltico consumado par excellence. Me pregunto si habra sido posible ser togliattiano, pero con una diferente cultura y respondo: s. La poltica tiene su propia autonoma, incluso respecto al marco cultural que la sostiene y en ocasiones la legitima. Nos dejamos arrastrar por el placer fascinante del pensamiento alternativo. Pero queda la duda persistente de si el otro camino pudiera haber sido el correcto: decir un poco menos y hacer algo ms. El descubrimiento teri-

    2 Vase tambin Galvano Della Volpe, The Marxist Critique of Rousseau, NLR I/59 (enero-febrero de 1970), y Settling Accounts with the Russian Formalists, NLR I/113-114 (enero-abril de 1979).

    NLR73.indb 105NLR73.indb 105 09/05/12 12:2309/05/12 12:23

  • 106

    AR

    TC

    ULO

    S co de la autonoma de lo poltico tuvo lugar dentro de la experiencia prctica del operaismo; solo su elaboracin histrico-conceptual lleg ms tarde y, con ella, la conciencia de que no se haba conseguido llegar a una sntesis de dentro y contra.

    Hace unos aos, escrib: Nosotros, los jvenes intelectuales comunistas, tenamos razn cuando nos pusimos del lado de los sublevados hngaros. Pero y esta es la paradoja de la revolucin en Occidente el Estado so-cialista no se equivoc poniendo fi n a la contienda con los tanques3. Se trata de una de esas frases que hasta los amigos ms ntimos, precisamen-te porque te aprecian, pretenden no haber ledo nunca. Sin embargo, re-solver este enigma edpico del movimiento obrero del siglo XX era preci-samente la tarea que tenamos que arrostrar. Es fcil elegir entre un bien y un mal; lo difcil es cuando tienes que elegir entre dos bienes, cuando ambos pertenecen a tu bando. El dilema consiste en seguir la pasin de la pertenencia o el clculo de posibilidades. Los dos bienes de 1956 eran tambin los dos males, que separaban a aquellos que slo vean el desa-rrollo posible de lo que habra de llamarse socialismo con rostro humano de aquellos cuyo nico criterio era el control inmediato sobre los empla-zamientos, en el fuego cruzado entre dos bloques contrapuestos.

    Sin embargo, uno de los anlisis crticos ms importantes del sistema sovitico vino del operaismo. Operai e sistema sovietico, de Rita Di Leo, demostr que partir del punto de vista de los trabajadores permita comprender mucho ms que la fbrica capitalista4. En aquel trabajo, el experimento poltico par exce-llence de los trabajadores era puesto en juego crticamente. No dej de ser un anlisis sumamente aislado: la verdad y el hecho coincidan en l demasiado para que fuera bienvenido por las dos ideologas dominantes y contrapuestas.

    Una Bildungsroman

    A principios de la dcada de 1960 un grupo operaista comenz a formarse espontneamente. No en el sentido en que los grupos terminaron institu-cionalizndose a principios de la dcada de 1970. El nuestro fue un modo original y completamente informal de reunirnos, poltica y culturalmente. Resulta extrao hasta qu punto, con el tiempo, ha permanecido una espe-cie de afecto mutuo, incluso entre aquellos compaeros que no hicieron el mismo trayecto desde Quaderni rossi a Classe operaia. Contino sintiendo una profunda simpata, recordando las calidades humanas de personas como Bianca Beccalli, Dario y Liliana Lanzardo, Mario Miegge, Giovanni Mottura, Vittorio Rieser, Edda Saccomani, Michele Salvati y otros. Quaderni rossi era un hermoso nombre para una revista, dotado de una simplicidad evocadora, elocuente por s misma. Cuadernos expresaba la voluntad de investigacin, anlisis y estudio. El rojo de la cubierta era el signo de una

    3 Mario Tronti, La politica al tramonto, Turn, Einaudi, 1998. 4 Rita Di Leo, Operai e sistema sovietico, Bari, Laterza, 1970.

    NLR73.indb 106NLR73.indb 106 09/05/12 12:2309/05/12 12:23

  • 107

    AR

    TC

    ULO

    Sdecisin, la apuesta por ser esto. Comenzar la escritura, y por lo tanto la lectura, por la portada negro sobre rojo fue una brillante idea de Panzieri.

    Raniero muri en 1964, con cuarenta y tres aos fue una de aquellas per-sonas destinadas a permanecer poco tiempo en esta tierra. Lo bastante, sin embargo, para dejar una huella. Recordndole hoy, pensando sobre l de nuevo, siento una nostalgia por una humanidad poltica perdida. No era un hroe romntico por naturaleza, pero lleg a serlo por la fuerza de las cir-cunstancias. Quiso pasar de ser un organizador del operaismo a ser el orga-nizador de la cultura obrera. Pero no poda organizar verdaderamente nada. Ah resida el encanto de sus limitaciones, tan parecidas a las nuestras a la ma en particular que nos hacan sentirnos cercanos a l. El Marx de Pan-zieri era el de Luxemburg, no el de Lenin. Como Rosa, lea El capital e imaginaba la revolucin. A diferencia de Lenin, que lea El capital para or-ganizar la revolucin. No era, y no podra haber sido nunca, un comunista. Su tradicin era la del sindicalismo revolucionario, con una dosis del socia-lismo anrquico que el viejo PSI siempre llev en su seno. Pero el control obrero era una palabra mgica que nos despert de aquel otro sueo dog-mtico el partido de todo el pueblo de los socialistas.

    Caminar de noche con Raniero por las calles de Roma y Miln no por la odiada Turn era comprender la idea de Benjamin de perderse a s mismo por las calles de una ciudad. Hay tambin un arte de perderse a s mismo en la polis la de la poltica; hicimos todo lo que pudimos para dominar ese arte. Ms de una vez nos perdimos y nos reencontramos en la frontera que separa a uno y otro bando, sin cruzarla jams. Preferamos a los patronos ilustrados, pero slo para combatir mejor la guerra que nos interesaba. No estbamos enamorados de la democracia progresiva, pero la utilizamos como un campo de lucha ms avanzado. Intuitivamente, reconocimos a los reformistas de la izquierda como serios funcionarios del intelecto general capitalista (que hoy reina en el plano euroglobal). Valorbamos el impulso movimentista como una pasin antes que como un hecho. Aquello en lo que pensbamos constantemente y practicbamos, un asunto mucho ms serio era en un acontecimiento de la imaginacin poltica.

    Quaderni rossi encendi las luces dentro de la fbrica, ajust las lentes e hizo una fotografa en la que las relaciones de produccin destacaban con asom-brosa claridad. Con independencia de cuanto se haya dicho sobre los intelec-tuales ex operaisti, todos coinciden en que los anlisis de sus investigaciones obreras eran lcidos. El operaismo inaugur una nueva modalidad de com-promiso en la sociologa: la metodologa weberiana mezclada con la poltica del anlisis marxista. En este sentido, considerando las cosas retrospectiva-mente, entre Quaderni rossi y Classe operaia, o entre Vittorio Rieser y Roma-no Alquati, haba menos desacuerdos de lo que pensamos en su momento. La deuda de la sociologa italiana hacia el operaismo es reconocida ahora por todos; pero era tambin un contexto en el que se concibieron nuevas moda-lidades de historia. Umberto Coldagelli y Gaspare De Caro abrieron un cami-no crtico con sus Hiptesis marxistas de investigacin sobre la historia con-

    NLR73.indb 107NLR73.indb 107 09/05/12 12:2309/05/12 12:23

  • 108

    AR

    TC

    ULO

    S tempornea, en el nm. 3 de Quaderni rossi. Coldagelli empez su larga incursin en la historia poltica e institucional de Francia; Sergio Bologna em-pez su investigacin sobre Alemania, el nazismo y la clase obrera.

    Pasos por el purgatorio

    Nuestro desacuerdo con Panzieri y los socilogos de Quaderni rossi ver-saba sobre la idea y la prctica de la poltica, eso es todo. La primaca de la poltica estuvo presente desde el principio en Classe operaia, que em-pez a publicarse en 1963 como publicacin mensual de los obreros en lucha. El lema de mi editorial, Lenin en Inglaterra, en el primer nmero primero los obreros, luego el capital; es decir, las luchas obreras marcan el curso del desarrollo capitalista era la poltica: voluntad, decisin, orga-nizacin, confl icto. El movimiento que condujo del anlisis de las condi-ciones obreras, como Quaderni rossi continu haciendo, a la intervencin en las reivindicaciones que planteaban para sus intereses de clase, fue lo que dio signifi cado al salto de la revista a la publicacin mensual. Y si Quaderni rossi llev a cabo una innovacin de contenido, Classe operaia fue tambin una revolucin en las formas. La eleccin del formato grfi co fue una cuestin de artesana de primer nivel; poetas y escritores, de Babel a Brecht, de Maiakovski a luard, poblaron sus pginas; fue pionera en el uso de la tira cmica de stira poltica el dragn victorioso expulsando a un San Jorge que se da a la fuga, en una inversin de la relacin entre amo y esclavo. Concebamos Classe operaia como el Politecnico la legendaria publicacin mensual de posguerra de los obreros de fbrica.

    En la cabecera en rojo de la publicacin podan leerse las palabras de Marx: Pero la revolucin es concienzuda. Todava est pasando por el purgatorio. Lleva a cabo su cometido mtodicamente. Die Revolution ist grndlich. La traduccin/interpretacin de Togliatti: va al fondo de las co-sas. No est mal. El aber [pero] inicial es decisivo: una duda signifi cativa. Hoy ya no sabemos si contina trabajando metdicamente o acaso preca-riamente, o si en realidad se ha retirado. Los largos y lentos periodos de res-tauracin son propensos ms que otras pocas a los fuegos fatuos de la ilusin revolucionaria; entre 1848 y 1871, Marx vio varios de ellos. Desde nuestro pequeo rincn vimos otros, y ms tarde este sera uno de los criterios de seleccin de aquellos que llevaron la experiencia operaista al campo de batalla. Hoy, la famosa escisin dentro de Quaderni rossi pue-de parecer, en un primer momento, haberse debido a la incompatibilidad de fi guras como Panzieri y Romano Alquati. Se reunieron partiendo de un pro-yecto compartido de investigacin, pero no podan coexistir. En Alquati, el desalio intelectual era elevado a la categora de lo genial. l no vea tanto lo que ya existe como lo que est naciendo. Nos deca que slo cuando se hizo adulto, cuando fi nalmente pudo comprarse unas gafas, se dio cuenta de que los campos eran verdes. Alquati inventaba y, por lo tanto, intua; deca que siempre iba un paso por delante. Pero fue l el que nos ense cmo libraban su batalla los jvenes obreros de la FIAT.

    NLR73.indb 108NLR73.indb 108 09/05/12 12:2309/05/12 12:23

  • 109

    AR

    TC

    ULO

    SDicho de otra manera, montamos un magnfi co manicomio. Durante nues-tras reuniones, nos pasbamos la mitad del tiempo hablando y el resto riendo. Y, aparte de unos cuantos militantes de base del PCI, nunca he co-nocido personas de mayor valor humano que aquellas con las que trabaj al principio en Quaderni rossi y luego en Classe operaia: intervenciones pblicas tan desinteresadas, libres de toda ambicin personal; un sentido tan franco del compromiso y, en particular, un modo tan desencantado de compartir el trabajo colectivo. Los compaeros de Quaderni rossi son ms conocidos, y han sido perdonados por los tiempos hostiles sucesivos, aco-gidos en el Parnaso de los bienintencionados. Los compaeros de Classe operaia son menos citados y suelen ser ms denunciados; les recuerdo con infi nita nostalgia. Estos jvenes hombres y mujeres no teorizaron un nuevo modo de hacer poltica. Lo practicaban.

    Nuestro operaismo

    As, pues, qu es el operaismo? Una experiencia de formacin intelectual, con aos de noviciado y peregrinaje; un episodio de la historia del movimien-to obrero, oscilante entre las formas de lucha y las soluciones organizativas; un intento de romper con la ortodoxia marxista, en Italia y ms all, acerca de las relaciones entre obreros y capital; una tentativa de revolucin cultural en Occidente. En este ltimo sentido, el operaismo fue tambin un acontecimien-to especfi co del siglo XX. Surgi en el momento preciso de transicin cuando la grandeza trgica del siglo se volvi contra s misma, pasando de un estado de excepcin permanente a un nuevo tiempo normal, sin poca. Volviendo la vista a la dcada de 1960, podemos ver que aquellos aos cumplieron una funcin transicional. El mximo desorden renov el orden existente. Todo cambi para que todo lo esencial siguiera siendo lo mismo.

    El obrero de fbrica que nos encontramos era una fi gura del siglo XX. Nun-ca usamos el trmino proletariado: nuestros obreros no eran como los del Manchester de Engels, sino ms como los de Detroit. No nos llevbamos a las fbricas La condicin de la clase obrera en Inglaterra en 1844, sino que llevbamos la lucha de los obreros contra el trabajo a los Grundrisse. No nos mova una revuelta tica contra la explotacin de fbrica, sino la admi-racin poltica por las prcticas de insubordinacin que ellos inventaron. A nuestro operaismo debe reconocrsele el mrito de no haber cado en la trampa del tercermundismo, del campo contra la ciudad, de las largas mar-chas campesinas. Nunca fuimos chinos y la Revolucin Cultural oriental nos encontr fros, desafectos, algo ms que escpticos y, a decir verdad, muy crticos con ella. El rojo era y sigue siendo nuestro color favorito; pero sa-bemos que, cuando los guardias o las brigadas lo adoptan, slo pueden venir con el mismo los peores aspectos de la historia humana.

    Sin embargo, dimos la bienvenida al hecho de que los obreros del siglo XX desbarataran la larga y gloriosa historia de las clases bajas, con sus rebe-liones desesperadas, sus herejas milenarias y sus reiterados y generosos

    NLR73.indb 109NLR73.indb 109 09/05/12 12:2309/05/12 12:23

  • 110

    AR

    TC

    ULO

    S intentos siempre terriblemente reprimidos de romper sus cadenas. En las grandes fbricas, el confl icto era casi igual. Ganbamos y perdamos, de un da para otro, en una guerra de trincheras permanente. Estbamos entusiasmados por las formas de lucha, pero tambin por su sentido de la oportunidad, los momentos escogidos, las condiciones impuestas, los ob-jetivos perseguidos y los medios empleados para conseguirlos: no exigir ms de lo que era posible ni menos de lo que poda ser conseguido. Otro descubrimiento perspicaz fue darse cuenta de que, durante la larga fase de aparente quietud en la FIAT desde 1955 (la derrota en las elecciones al comit de empresa) hasta el retorno de las luchas generales por el con-trato en 1962 no haba habido pasividad obrera, sino otro tipo de lucha salvaje: el salto della scocca [salto del chasis], el sabotaje en la lnea de montaje, el uso insubordinado de los horarios de produccin tayloristas.

    S, estos obreros eran los hijos de los obreros antifascistas de 1943, que rescataron los almacenes y la maquinaria de la destruccin nazi. Pero tam-bin eran los herederos de las ocupaciones de fbricas de los aos revo-lucionarios, 1919-1929, cuando la bandera roja onde sobre las fbricas, testimonio de la voluntad de hacer como en Rusia. En la concentracin forzosa del trabajo industrial en Italia entre la dcada de 1950 y 1960, las necesidades de un desarrollo capitalista atropellado crearon un crisol sin precedentes de experiencias histricas, necesidades cotidianas, descontento sindical y reivindicaciones polticas; esto era lo que los operaisti intenta-ban ingenuamente, sin duda interpretar. Bendita ingenuidad que nos hizo Fortini no se equivocaba tan sabios como palomas. El operaismo fue nuestra universidad; nos licenciamos en lucha de clases lo que nos dio derecho no a ensear, sino a vivir. El punto de vista obrero se torn en un medio poltico de ver el mundo, y en un modo humano de operar en l, permaneciendo siempre en el mismo bando. El hecho es que toda la historia de la primera mitad del siglo XX convergi en la fi gura del obre-ro masa; solo el sujeto obrero que surgi en aquel periodo, entre 1914 y 1945, y creci despus, poda alcanzar la cima de aquella historia.

    Sin embargo, con la dcada de 1960 ya estbamos entrando en la mitad descendente del siglo; slo el curso miserable de las dcadas posteriores, a fi nales del siglo y ms all de este, podra hacer que pareciera una estacin milagrosa de nuevos despertares. La diferencia cualitativa entre malestar y revolucin exige una investigacin ms profunda. Criticar al poder es una cosa, y hacer que entre en crisis otra cosa distinta. La emancipacin del in-dividuo de la dcada de 1960 condujo a la restauracin del viejo equilibrio de fuerzas, bruido ahora con algunas nuevas reformas. Fuimos las vctimas sacrifi cadas en el altar de este proceso, lo que no fue una anomala, sino un rasgo normal de la poltica. Comprender esto no es sufi ciente para darle la vuelta, pero es una precondicin necesaria. Toda la discusin sobre la au-tonoma de lo poltico que tuvo se origen en el operaismo y se extendi a partir de este giraba en torno a esto. Las luchas obreras determinan el cur-so del desarrollo capitalista; pero el desarrollo capitalista utilizar esas lu-chas para sus propios fi nes si no se abre un proceso revolucionario, capaz

    NLR73.indb 110NLR73.indb 110 09/05/12 12:2309/05/12 12:23

  • 111

    AR

    TC

    ULO

    Sde cambiar ese equilibrio de fuerzas. Resulta fcil ver esto en el caso de las luchas sociales en las que todo el aparato sistmico de dominacin se reco-loca, se reforma, se democratiza y se estabiliza de nuevo.

    Una paradoja: las luchas culturalmente ms atrasadas por la emancipa-cin tuvieron consecuencias sociales que fueron favorables para el mo-vimiento obrero, forzando al capital a hacer concesiones: el Estado del bienestar, las reformas constitucionales, el papel de los sindicatos y los partidos. Sin embargo, las luchas ms avanzadas culturalmente por la li-beracin fueron el preludio de un resurgimiento revanchista del capita-lismo, la pense unique de una sola forma social posible y la subordina-cin de todo lo humano a una teora y una prctica universales de la vida burguesa. Acaso, como repetan al unsono conservadores y liberales, las primeras luchas eran justas y las segundas no? Creo que debemos buscar otra explicacin. En las luchas por la emancipacin, el movimiento obrero organizado desempeaba un papel central y activo. En las luchas por la liberacin, lo que desempe un papel activo fue la crisis de ese movi-miento y, paradjicamente, las luchas exacerbaron esa crisis. Funcion tambin el operaismo de esta manera? Dejo la cuestin abierta.

    El operaismo y el PCI

    Sin embargo, hay un mero hecho que no podra ser eliminado por un acto de voluntad poltica. Buena parte de quienes componan la subjetividad alternativa de la dcada de 1960 se haban formado fuera y, en cierta me-dida, se orientaban contra las formas institucionales y ofi ciales del movi-miento obrero y sus partidos. De esta suerte, en 1962, la contienda de los obreros de la FIAT por un nuevo contrato se torn en ocasin de una ex-traordinaria agitacin pblica, que se hizo sentir en todo el mbito nacional. Aprendimos que ese era el modo de operar de la centralidad de la clase obrera en la prctica: devolver a la agenda del pas, cada vez que estallaba, la propuesta de Brecht a la conferencia antifascista de Pars en 1935: Cama-radas, hablemos de las relaciones de propiedad!. Sin embargo, el PCI no se afan en su funcin asignada de traducir las grandes luchas obreras de prin-cipios de la dcada de 1960 a la alta poltica. A diferencia de cuanto se suele pensar, el partido de la clase obrera estaba ms dispuesto a escuchar al 68 de los estudiantes que al 69 de los obreros italianos. (Y aqu tambin tenemos una prueba ex post facto: en los aos posteriores, la direccin del partido se reabasteci mucho ms entre las fi las de los estudiantes que entre las de los obreros). Al mismo tiempo, se desarroll un anticomunismo iz-quierdista que requiere un anlisis histrico. En este caso, era fundamental-mente anti-PCI, y se compona de fuerzas intelectuales que continan exis-tiendo hoy en da (pese a la desaparicin de su adversario) y que crecieron bajo el signo de un movimiento, una generacin, una perspectiva; un modo de sentir, de intimidad y de comunicacin antes que un modo de ser, de pensamiento y de lucha. A las vanguardias de aquellos das se ha sumado ahora un ejrcito de arrepentidos.

    NLR73.indb 111NLR73.indb 111 09/05/12 12:2309/05/12 12:23

  • 112

    AR

    TC

    ULO

    S Este fenmeno se intensifi c tras la muerte de Togliatti en 1964, no slo porque la capacidad real de mediacin del partido se vio mermada, sino tambin por las profundas transformaciones que estaban teniendo lugar dentro de la sociedad italiana. El capitalismo moderno slo despeg verda-deramente en Italia a fi nales de la dcada de 1950 y principios de la de 1960, conduciendo a la extincin fi nal del viejo y pequeo mundo de la sociedad civil, incrustado en la memoria del siglo XIX. La Italietta estrecha de miras del Risorgimento todava pesaba sobre quienes habamos nacido en la dcada de 1930; aprenderamos ms estudiando aquella dcada que habiendo vivido todas las sucesivas. Estbamos vacunados contra la enfer-medad veteroitlica. Toda la historia italiana anterior haba sido hasta en-tonces una historia menor del siglo XX. Quienes intentbamos pensar de un modo moderno y desencantado notbamos su peso sobre nuestros hom-bros desde las limitaciones de la lengua italiana a la ceguera de su cultura. Mientras descubramos, leyendo a Locke y Montesquieu, y estudiando el mo-delo de Westminster, que toda la poca prefascista fue, al fi n y al cabo, una caricatura de los sistemas liberales occidentales. Y que los dos bienios rojos, tan diferentes entre s 1919-1920 y 1945-1946, fueron momentos mgicos que slo podan haber surgido de las cenizas de dos grandes guerras.

    La fuerza tranquila del PCI consista en colocarse dentro de esta historia menor de longue dure, achicando sus objetivos, poniendo fi n a toda irre-fl exin, organizando un qu hacer que nunca iba ms all de lo posible, procurando no tratar nunca de alcanzar lo imposible. Lo nacional-popu-lar del PCI fue una bte noire para nosotros los operaisti, en el mbito de la cultura antes incluso que en el de la poltica; esto fue algo que enten-dimos desde muy temprano. Nuestro compaero Alberto Asor Rosa escri-bi Scrittori e popolo en 1964, con treinta aos; un ensayo sobre y con-tra la literatura populista en Italia5. Su libr marc los comienzos de una crisis en un aspecto de la cultura poltica italiana que haba continuado siendo hegemnico hasta entonces. Sin embargo, sin aquella poltica po-pular y no populista, nunca habramos tenido razones para cantar Avanti, avanti, il gran partito noi siamo dei lavoratori. La verdadera fuerza del PCI fue su estrategia deliberada de arraigarse, lcida y cultural-mente, en el pueblo que haba surgido de esa historia.

    Es un tpico decir que el PCI era la verdadera socialdemocracia italiana. No es cierto. Antes bien, era la versin italiana de un partido comunista. La va italiana hacia el socialismo tena una larga historia, que se adentraba en la distancia histrica: detrs de nosotros estaba la historia de una na-cin, la realidad de un pueblo, la tradicin de una cultura. La vida y la obra de Gramsci sintetizaron estas cosas y transmitieron su legado intelec-tual a la accin poltica totalizadora de Togliatti. As, pues, el reformismo fue, en un sentido original, la forma poltica que cobr el proceso revolu-cionario en aquel contexto. Este ciclo termin con la disolucin del mito

    5 Alberto Asor Rosa, Scrittori e popolo, Roma, Samon e Savelli, 1965.

    NLR73.indb 112NLR73.indb 112 09/05/12 12:2309/05/12 12:23

  • 113

    AR

    TC

    ULO

    Sdel retraso capitalista, que persisti durante mucho tiempo en el PCI, in-cluso durante el ascenso del desarrollo capitalista en Italia. La faccin ms ortodoxa de Togliatti, el grupo de Amendola, cultivaba este mito ms all de lo justifi cable, y haca del mismo la base social de un sentido comn cultural. Aqu se produjo la escisin entre el partido y las jvenes fuerzas intelectuales emergentes, que encontraron respaldo en parte del sector sindical, sobre todo en el norte, y en las fi las impacientes del partido6.

    De hecho, las luchas obreras del norte de Italia en la dcada de 1960 fue-ron ms parecidas a las del New Deal en Estados Unidos que las de los jornaleros campesinos del sur de Italia en la dcada de 1950. El labrador de Apulia que se converta en obrero masa en Turn era el smbolo del fi nal de la historia de la Italietta. Togliatti mantena un fi rme control de los aspectos superestructurales y polticos del primer centro-izquierda, pero era incapaz de ver las causas sociales y materiales que los haban producido y el papel central de la gran fbrica. Quaderni rossi y Classe operaia vean las cosas con mayor claridad que las revistas del PCI, Socie-t y Rinascita, el nexo fbrica-sociedad-poltica como el lugar estratgico en el que se producan las transformaciones capitalistas. Basta ojear las pginas de las revistas de los operaisti: cartas desde las fbricas, anlisis in situ de la reestructuracin del proceso de produccin, valoraciones de estrategias de la direccin, crtica de reivindicaciones, evaluacin de con-tratos, intervenciones en luchas, cuestiones internacionales; as como edi-toriales sobre las cuestiones polticas principales del momento.

    Cultura de la crisis

    La hiptesis segn la cual la cadena tena que ser rota no donde el capital era ms dbil, sino donde la clase obrera era ms fuerte, marc la agenda operaista. Ni siquiera hoy estoy seguro de si el gusto por la aventura inte-lectual y el ejercicio de la responsabilidad poltica pueden ser verdadera-mente compatibles; sin embargo, coexistieron para nosotros en las amista-des polticas que nacieron a partir de ambas. Si sus frutos no fueron copiosos, al menos encontramos un modo de sobrevivir, con una placente-ra hominis dignitate, en un mundo hostil. En este sentido, nuestro operais-mo fue esencialmente una forma de revolucin cultural, que produjo impor-tantes fi guras intelectuales en vez de determinar acontecimientos histricos. Ms que un modo de hacer poltica, defi ni un modo de hacer poltica cul-tural. Se trataba de una cultura seria, elevada: especializacin sin academi-cizacin, encaminada a una prctica con coherencia estratgica y profundi-dad histrica. Se trataba de restaurar, o tal vez de implantar, una aristocracia posproletaria del pueblo contra la deriva existente de un populismo bur-gus. Vimos un sujeto sin forma o, ms bien, con una forma histrica tra-dicional que estaba en crisis. Nuestro nuevo sujeto social, el obrero masa,

    6 Para el debate interno del PCI, vase NLR I/13-14 (enero-abril de 1962).

    NLR73.indb 113NLR73.indb 113 09/05/12 12:2309/05/12 12:23

  • 114

    AR

    TC

    ULO

    S ya no caba en la vieja forma poltica. Un sujeto que nace de una crisis es un sujeto crtico. Ms tarde se desarrollara una historia de amor apasionada entre el operaismo y el pensamiento centroeuropeo del siglo XIX: un amor que no fue defraudado, y que dira que fue correspondido, habida cuenta de la obra producida dentro de ese marco. Basta echar una ojeada a revistas tales como Angelus Novus, Contropiano y, ms tarde hasta cierto punto Laboratorio politico, para convencerse de que, para nosotros, la comunica-cin nunca ha estado separada del pensamiento.

    Ha corrido mucha tinta en controversias sobre el antihegelianismo en el ope-raismo italiano. El hegelianismo poda encontrarse, ante todo, en aquella ideologa de los trabajadores como una clase universal, saturada de tica kantiana en la poca de la Segunda Internacional, y con el materialismo dia-lctico en la de la Tercera. Aquella imagen del proletariado, que liberndose a s mismo libera a toda la humanidad, presente en el Marx del siglo XIX, fue hecha aicos por el grito de Munch, al que sigui el derrumbe de todas las formas a comienzos del siglo XX. Aqu hablamos de las vanguardias artsticas, pero tambin de las cientfi cas y fi losfi cas, y de la revolucin de todas las dems formas humanas colectivas, sociales, econmicas y polticas, bajo el impacto trgico 1914! de la primera gran guerra civil europea y global. La corriente del progreso humano la belle poque se estrell contra el muro de la peor masacre jams vista. Pero all donde hay peligro, crece tambin lo que salva. De aquel inferno surgi el principio de esperanza: el experimento re-volucionario ms avanzado jams emprendido. Fueron los bolcheviques, so-los y malditos, los que dieron el salto; todo cuanto vino despus, en el curso de aquel experimento, no puede anular la gratitud que la humanidad debe a aquel esfuerzo heroico. No hace falta ser comunista para entender esto. Y quien no lo entienda o no quiera entenderlo est perdiendo una parte del alma que precisan para existir y actuar polticamente en este mundo. Tuvimos la buena suerte de empezar con este pensamiento. Aadimos la virt de la perspectiva obrera, y as comenz la aventura intelectual que aqu narramos.

    Crtica de 1968

    Dos buenos golpes del destino: vivimos 1956 cuando an eramos jvenes, y 1968 cuando habamos dejado de serlo. Esto nos permiti comprender el meollo poltico que se ocultaba bajo la costra ideolgica de aquellas fechas. Pudimos responder a 1956 sin la constriccin de los grilletes hist-ricos que pesaron sobre la generacin anterior; pudimos aferrar las posi-bilidades que abri. Fue un tiempo en el que la historia y la poltica esta-ban en pleno movimiento, imponindose en la vida cotidiana; no tenamos otra opcin que intervenir en los acontecimientos, ponernos en cuestin, tomar decisiones, elegir entre dos bandos. Nunca acept las ideas de bien y mal utilizadas por la Iglesia para domesticar a los fi eles. Pero la dura experiencia me hizo comprender que el mal signifi ca esos largos y som-bros periodos en los que nada sucede; el bien se manifi esta cuando uno se ve forzado a tomar partido; la cada en el pecado nos despierta a la li-

    NLR73.indb 114NLR73.indb 114 09/05/12 12:2309/05/12 12:23

  • 115

    AR

    TC

    ULO

    Sbertad. Del mismo modo, el nihilismo no es el producto de periodos os-curos de barbarie, sino de falsos atisbos de civilizacin contra los cuales no es la peor de las respuestas.

    No haba lugar para los retozos narcisistas o el anlisis del inconsciente en 1956 al menos, no en aquel atribulado territorio que era el movimiento co-munista internacional. La calamidad poltica desencaden una gran crisis cul-tural. Poco a poco, a medida que se extendan los acontecimientos dramticos el XX Congreso del PCUS, el discurso secreto de Jruschov, la revuelta hnga-ra y su destruccin, todo fue explicado. Los mandarines de Togliatti se mo-van con pies de plomo entre las contradicciones del sistema sovitico, vulga-rizando el edicto de Gramsci contra Croce: menos dialctica de opuestos, ms dialctica de diferencias. Eramos jvenes y libres de espritu: por ms ingenuo que parezca, queramos claridad antes que confusin, y sin embargo se nos ofreci un delicado chiaroscuro. Fue el primer no agnico pero enftico que dimos a los dirigentes del partido. Como no habamos vivido la guerra contra el fascismo, no sentamos ese vnculo de hierro con la patria socialista: no se haba vuelto el centro de nuestras vidas. Para nuestros mayores, el anti-fascismo haba sido un imperativo poltico y moral, capaz de dejar su sello para siempre en la propia existencia; un compromiso de gran intensidad humana, al que ningn corazn pensante poda sustraerse en el clima de aquellos aos. Nacidos en la dcada de 1930, ramos demasiado jvenes para la resistencia antifascista, y nunca temimos en el periodo de posguerra una vuelta del fascis-mo. Como militantes, vivimos la Guerra Fra como un choque de civilizacio-nes, no un confl icto por esferas de infl uencia. Desde entonces no hubo lugar en nuestro pensamiento para las sorti magnifi che e progressive. El comunis-mo ya no era la ltima estacin de una va frrea que conduca inexorable-mente a la humanidad hacia el progreso. Siguiendo a Marx, sera la autocrtica del presente; siguiendo a Lenin, sera la organizacin de una fuerza capaz de romper el eslabn ms dbil de la cadena de la historia.

    Esta reiteracin de 1956 no es excesiva. Sin aquel salto, el operaismo nun-ca habra existido: no habramos tenido las Tesis sobre el control obrero de Panzieri, ni nos habramos agrupado, como intelectuales de la crisis7. Sin embargo, s habra habido un 1968 surgi de otras races, de los im-perativos modernizadores de la sociedad capitalista, pero tal vez habra cobrado una forma diferente, con ms fl ower children y menos aprendices de revolucionarios. Asistimos a 1968 como adultos, lo que fue otro golpe de suerte, porque haber vivir aquel ao en la propia juventud terminara siendo, a la larga, una gran desgracia (como Marx dijo que lo era ser un trabajador asalariado). La apariencia arraig y la verdadera sustancia se perdi. La apariencia es decir, el movimiento expresado simblicamente era su carcter antiautoritario. A su manera, funcion. La sustancia era su carcter de revuelta. Esto no dur: en los individuos se extingui y fue absorbido, en los grupos se desvi y envileci.

    7 Raniero Panzieri, Sette tesi sulla questione del controllo operaio, Mondo Operaio, febrero de 1958.

    NLR73.indb 115NLR73.indb 115 09/05/12 12:2309/05/12 12:23

  • 116

    AR

    TC

    ULO

    S Quienes habamos vivido las luchas de los obreros de fbrica a principios de la dcada de 1960 adoptamos ante las protestas estudiantiles una dis-tancia simptica. No habamos previsto un choque generacional, aunque en las fbricas habamos conocido al nuevo estrato de trabajadores sobre todo jvenes inmigrantes del Sur que eran activos y creativos, siempre tomando la iniciativa (desde luego si los comparamos con los obreros ms viejos, que estaban agotados por las derrotas pasadas). Pero en las fbri-cas el vnculo entre padres e hijos todava se sostena; se rompi entre las clases medias. Fue un fenmeno interesante, pero no decisivo para cam-biar el equilibrio estructural de fuerzas entre las clases. En Valle Giulia, en marzo de 1968, estuvimos con los estudiantes contra la polica no como Pasolini. Pero, al mismo tiempo, sabamos que era una lucha dentro de las lneas del enemigo, al objeto de determinar quin estara a cargo de la modernizacin. La vieja clase dominante, la generacin de la guerra, esta-ba agotada. Una nueva elite empujaba para salir a la luz; una nueva clase dominante para el capitalismo globalizado que preparaba el futuro. La Guerra Fra se haba convertido en un impedimento desde mucho tiempo antes; la crisis de la poltica, de los partidos y de lo pblico estaba enci-ma de nosotros. El veneno de la antipoltica fue inyectado por primera vez en las venas de la sociedad por los movimientos de 1968. La madura-cin de la sociedad civil y la conquista de nuevos derechos transformaron la conciencia colectiva. Pero, ante todo, esas transformaciones fueron be-nfi cas para el capitalismo italiano y su bsqueda de la modernidad. La reprivatizacin de todo el sistema de relaciones sociales comenz con este periodo, que todava no ha llegado a su fi n.

    Resultados paradjicos

    La juventud extraordinaria de 1968 no comprendi ni lo hicimos noso-tros, aunque no tardaramos en entenderlo esta verdad: demoler la auto-ridad no implica automticamente la liberacin de la diversidad humana; podra implicar, y fue lo que sucedi, la libertad nicamente para los es-pritus animales del capitalismo, que haban estado piafando incesante-mente en la jaula de hierro del contrato social que el sistema haba visto como una cura inevitable para los aos de revolucin, crisis y guerra. El ao 1968 fue un ejemplo clsico de heterognesis de los fi nes. El lema ce nest quun dbut slo poda tener xito durante un periodo muy breve, sobre el teln de fondo de una erupcin en todo el mundo occidental que constituy la fuerza del movimiento. Cantar la lutte continue era ya un reconocimiento de la derrota.

    A la larga la partida estaba perdida. La radicalizacin del discurso sobre la autonoma de lo poltico desde principios de la dcada de 1970 naci de ese fracaso de los movimientos insurrecionales, desde las luchas obreras a la revuelta juvenil, que abarc la dcada de 1960. Lo que faltaba era la intervencin decisiva de una fuerza organizada, que slo poda proceder del movimiento obrero existente, esto es, los comunistas. Una iniciativa

    NLR73.indb 116NLR73.indb 116 09/05/12 12:2309/05/12 12:23

  • 117

    AR

    TC

    ULO

    Sconcertada podra haber empujado a los partidos socialdemcratas reti-centes a emprender una reconstruccin histrica para la cual los tiempos estaban maduros. Debamos haber presionado para una nueva poltica desde abajo dentro de los movimientos de base para contrarrestar la de-riva implcita hacia la antipoltica y, por lo tanto, para desbaratar el equi-librio de fuerzas sociales y polticas en vez de reestabilizarlo. En aquel momento, otro mundo era posible. Ms tarde, y por mucho tiempo, no lo sera. La oportunidad no fue aprovechada, el momento efmero pas y lo muerto volvi a imponerse sobre lo vivo. Los procesos reales derrota-ron a los sujetos imaginarios. En algunos aspectos, las cosas fueron mejor en Estados Unidos que en Europa. All, el Goliat estadounidense fue hu-millado por el David vietnamita. Aqu, pasamos de la rebelin de Pars a la invasin de Praga, de los Quaderni rossi a los nouveaux philosophes, de Woodstock a Piazza Fontana, y de los fl ower children a los anni di piom-bo. The times they are a changing: diez aos despus de 1968, los tiem-pos haban cambiado de verdad. La Comisin trilateral dict los principios del nuevo orden mundial y su religin cvica.

    En Italia, la poca del operaismo clsico haba terminado. Classe operaia tom la polmica decisin de declarar agotado su proyecto. No os suscri-bis, dijo a sus lectores con su irona caracterstica en el ltimo nmero, publicado en 1967, nos vamos. Qu papel habra jugado la publicacin mensual de los obreros en lucha si hubiera seguido con vida durante los acontecimientos de 1968, con su ncleo compacto y prestigioso de activis-tas? Podra haber infl uido en el movimiento, haberle ofrecido pistas, dar-le una orientacin poltica? No lo creo. La decisin de dejar de publicarla se tom para evitar el riesgo inminente de convertirse en un grupsculo, con todas las deformaciones tpicas: minoritarismo, autorreferencialidad, jerarquizacin, dobles capas, que inconscientemente imitan las prcticas del Estado dual, etc. En el mejor de los casos, los pequeos grupos se vean conducidos inevitablemente a repetir los vicios de las grandes orga-nizaciones. De esta suerte, no hubo continuidad entre el operaismo pol-tico y los movimientos potencialmente antipolticos de 1968. Desde luego, sonreamos cuando escuchbamos a la gente cantando poder estudiantil, pero recuerdo ntidamente el momento en el que una manifestacin estu-diantil en el Corso en Roma lanz de repente el grito de poder obrero. En realidad, aunque el operaismo desconfi aba del 1968, este descubri el operaismo y, mucho antes del otoo caliente de 1969. Estudiantes y obre-ros, unidos en la lucha fue un lema emocionante y movilizador, que ayud a formar una generosa generacin de militantes, todava presentes silen-ciosamente en los poros de la sociedad civil.

    Classe operaia cerr sus puertas justo cuando comenzaba el XI Congreso del PCI. Nunca hubo una coincidencia de opuestos ms llamativa. En aquel momento yo estaba apartado de la actividad en el partido, pero la afi liacin conscripcin fruto del libre albedro estaba fuera de discusin: esto era as antes de la experiencia operaista y sigui sindolo mientras il partito existi. Pero no nos involucramos en las agrias batallas por la di-

    NLR73.indb 117NLR73.indb 117 09/05/12 12:2309/05/12 12:23

  • 118

    AR

    TC

    ULO

    S reccin que tuvieron lugar en la cpula tras la muerte de Togliatti. Estba-mos contra Amendola, pero no a favor de Ingrao. No nos gustaba la idea de un nico partido de izquierdas para Italia, que hubiera signifi cado la explcita socialdemocratizacin del PCI. Pero por encima de todo comba-timos a la derecha del partido sobre la cuestin de su anlisis del capita-lismo italiano. Plantebamos, en un verdadero estilo marxista, el concepto de neocapitalismo, que considerbamos un terreno de lucha ms avanza-do y por lo tanto ms productivo, mientras que el otro bando tena una concepcin anticuada de la economa italiana, acompaada de una orto-doxia sovitica igualmente atrasada. A su vez, el contexto internacional se haba visto modifi cado por el comienzo de la dtente de la Guerra Fra y la coexistencia pacfi ca entre los dos sistemas. El capital necesitaba una nueva leva de polticos profesionales, armados de una tradicin cultural diferente que todava estaba por construir y dotados de nuevas herra-mientas intelectuales. Esta sera una fi gura puesta al da para el neocapita-lismo, una combinacin de experto y poltico, capaz de operar hbilmen-te dentro de las contingencias del desorden por venir.

    El otoo caliente italiano de 1969 fue un movimiento espontneo: esta fue tambin su limitacin, su carcter efmero que tendra como resultado su pa-pel estructurador, a medio y largo plazo, de la modernizacin sin revolucin. El operaismo fue, al menos en Italia, una de las premisas fundadoras de 1968; pero, al mismo tiempo, hizo una crtica sustancial por adelantado del 68. A su vez, 1969 corrigi muchas cosas y provoc mucha ms alarma. Aquel fue el verdadero annus mirabilis. Mil novecientos sesenta y ocho naci en Berkeley y fue bautizado en Pars. Lleg a Italia todava joven y, sin embargo, ya ma-duro, dispuesto a la accin entre los obreros y el PCI, exactamente donde nos habamos colocado nosotros. El operaismo llev a 1968 ms all de sus pre-misas. En 1969, la cuestin no era el antiautoritarismo, sino el anticapitalismo. Obreros y capital se encontraron fsicamente cara a cara. Con el autunno caldo, los salarios ejercieron un efecto directo sobre las ganancias; el equili-brio de poder se desplaz a favor de los trabajadores y en menoscabo de los patronos. La idea de lotta operaia cobr una dimensin social general. Esto se puso de manifi esto en dos consecuencias derivadas del mismo. La primera, un salto de la conciencia social nacional y una apertura poltica para el con-senso en torno al mayor partido de la oposicin, que todava se vea formal-mente a s mismo como el partido de la clase obrera. En segundo lugar, la violenta reaccin del sistema, que utiliz todas sus estrategias defensivas, desde las concesiones legales al terrorismo de Estado, desde los servicios se-cretos al compromiso social. La respuesta agresiva del sistema a la sacudida administrada por el autunno caldo barri al movimiento o, lo que vino a ser lo mismo, le hizo cambiar de trayectoria. Fue este segundo camino el que predomin, y del mismo se seguira otra historia.

    Todo esto estaba ya inscrito en la contradiccin no resuelta entre luchas y organizacin nuevas luchas y, por lo tanto, nueva organizacin que haba bloqueado el camino del operaismo en su primera fase. Todos los intentos de conectar con los cambios internos dentro del PCI a mediados

    NLR73.indb 118NLR73.indb 118 09/05/12 12:2309/05/12 12:23

  • 119

    AR

    TC

    ULO

    Sde la dcada de 1960 salieron mal. El material humano excepcional que desempe un papel tan importante en el experimento que fue el operais-mo no estaba hecho, no estaba orgnicamente adaptado, a un juego pol-tico en el cual las propias hiptesis deben probarse en un terreno diferen-te del que uno mismo ha elegido. La idea de dentro y contra ese principio sofi sticado y tal vez demasiado complejo que se expres en su forma clsica como operaismo poltico fue incapaz de arraigar en indivi-duos de carne y hueso; qued como la afi rmacin de un mtodo, indis-pensable para comprender pero inefi caz como base para la accin.

    Aos de plomo

    La verdadera diferencia entre nuestro operaismo y el obrerismo formal del PCI reside en el concepto de la centralidad poltica de los obreros. Sostu-vimos esta discusin hasta 1977, cuando organizamos una conferencia sobre operaismo e centralit operaia con Napolitano y Tortorella, en una Padua plomiza, sometida a las incursiones no pacifi stas de los llamados autonomi8. No tomo aqu 1977 como una fecha de importancia crucial una eleccin antes que un descuido. Estoy de acuerdo en que, en com-paracin con 1968, 1977 tiene ms peso poltico y marca un desplaza-miento social ms decisivo; buena parte de la relacin negativa entre las nuevas generaciones y la poltica se resolvi aqu, en ese campo de bata-lla. Pero quisiera decir que el operaismo italiano de principios de la dca-da de 1960 con conduca en esa direccin. Vista desde el presente, Classe operaia estaba ms cerca de Quaderni rossi que del Potere operaio de Negri, o de todos aquellos que llegaran a participar en autonomia ope-raia. La lnea divisoria precisa fue la siguiente: aquellos dos proyectos iniciales, primero revista y luego diario, se propusieron estar crticamente dentro del movimiento obrero, mientras que las ltimas tentativas basa-das ms en la autoorganizacin se colocaron peligrosamente contra aquel movimiento. La inteligencia de Toni Negri es manifi esta en la teora de la transicin del obrero masa al operaio sociale9, pero para entonces el dao prctico ya estaba hecho, y un violento derroche de recursos hu-manos se haba pasado desesperadamente al bando equivocado.

    Negri desempe un papel clave en la experiencia de Classe operaia; fue decisivo para el nacimiento de la publicacin y luego para el trabajo edito-rial y la distribucin. Con los pies fi rmemente implantados en el lugar estra-tgico de Porto Marghera, detect los cambios y dio forma a su posicin. La experiencia del obrero fordista-taylorista y la crtica posterior de aquella fi gura est en el origen de toda su investigacin posterior. Obreros sin aliados, proclamaba el ttulo de Classe operaia en marzo de 1964, que con-

    8 Para las actas de la conferencia, vase Mario Tronti et al., Operaismo e centralit operaia, Roma, Editori Riuniti, 1978.9 Antonio Negri, Dalloperaio massa alloperaio sociale: intervista sulloperaismo, Miln, Multhipla, 1979.

    NLR73.indb 119NLR73.indb 119 09/05/12 12:2309/05/12 12:23

  • 120

    AR

    TC

    ULO

    S tena un editorial de Negri. Era un error. No cabe duda de que el sistema de alianzas empleados, clases medias, la Emilia roja que el movimiento obre-ro ofi cial haba construido a partir de un precapitalismo avanzado tena que ser criticado y combatido. Pero un nuevo sistema de alianzas estaba salien-do a la luz dentro del capitalismo desarrollado, con los nuevos profesiona-les que surgan del contexto de la produccin de masas, la consiguiente expansin del mercado y la extensin del consumo, as como las transfor-maciones civiles y los cambios culturales que se estaban produciendo en el pas. Todos ellas fueron las modalidades en que los obreros de 1962 antici-paron la modernizacin de 1968 y la naciente posmodernidad de 1977.

    Lo que vino despus fue la historia paradjica de una derrota generaliza-da, salpicada de ilusorias victorias a pequea escala. Y as continu hasta fi nales de la dcada de 1980, cuando todos se vieron forzados a compren-der hasta dnde les haba llevado la historia. La direccin del PCI sufri, de modo subordinado, el mismo destino que las clases dominantes del pas. La modernizacin exiga la transmisin del testigo de las generacio-nes de la guerra y la resistencia a las generaciones de la paz y el desarro-llo. Los movimientos del 68 suministraron un nuevo personal para esa entrega. Lo que sucedi en el partido fue lo que sucedi en los crculos de poder: una nueva clase poltica no haba nacido; antes bien, en su lu-gar, surgi una nueva clase administrativa, siempre directiva, en los mbi-tos tanto del gobierno como de la oposicin. Toda el periodo de liderazgo de Berlinguer tanto con el compromiso histrico como con su alternati-va demostr no haber sido ms que un tumultuoso periodo de defensa, que aline al popolo comunista para contener y reducir el mpetu de la marea burguesa. Pero para entonces poco ms poda hacerse. En el ltimo acto de la tragedia, el Partido Comunista fue rebautizado como Partido Democrtico de la Izquierda. Despus vino la farsa, cuando hasta la pala-bra partido desapareci, bajo la presin del populismo antipoltico. Ya no haba ms barreras. Solo la marea.

    Desde la dcada de 1980 en adelante, la restauracin neoliberal capitalista min la capacidad de oposicin de los trabajadores. Con la rotura del esla-bn ms dbil de la cadena anticapitalista el Estado sovitico ya no hubo manera de impedir que el poder hegemnico de vuelta se hiciera con el poder absoluto. El dominio del capital nuevamente proclamado no slo era econmico sino social, poltico y cultural. Era al mismo tiempo terico e ideolgico, una combinacin de sentido comn intelectual y de masas. Sin embargo, vale la pena hacer hincapi en un hecho fi nal: mientras el hori-zonte poscapitalista permaneci abierto, la lucha para introducir elementos de justicia social dentro del capitalismo obtuvo algn xito. Una vez que el proyecto revolucionario fue derrotado, el programa reformista se torn im-posible a su vez. En este sentido, la forma ltima de capitalismo neoliberal podra terminar siendo irnicamente parecida a las formas fi nales del socia-lismo de Estado: incapaz de ser reformada.

    NLR73.indb 120NLR73.indb 120 09/05/12 12:2309/05/12 12:23