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Tycho Brahe, señor de Urania “Cuando contemplo el cielo / de innumerables luces adornado y miro hacia el suelo, / de noche rodeado, en sueño y en olvido sepultado”. Fray Luis de León Antonio Rincón Córcoles AUTORES CIENTÍFICO-TÉCNICOS Y ACADÉMICOS 27 El 11 de noviembre de 1572, Tycho Brahe regresaba a su residen- cia para cenar después de una jornada más en su laboratorio de alqui- mista. De pronto, advirtió en el cielo una luminaria que no solo no se correspondía con ninguna conocida de la constelación de Casiopea en la que se enmarcaba, sino que lucía con más fuerza que cualquier otra estrella o planeta que hubiera observado antes. Desconfiando de lo que veían sus ojos, pidió a los sirvientes que lo acompañaban que corroboraran su visión, y aún receloso buscó la aquiescencia de los labriegos que encontró a su paso. Ninguno de aquellos hombres sencillos vislumbró el alcance del acontecimiento. Pero Tycho, joven de noble cuna, muy letrado, hace- dor de horóscopos y amante de la astronomía desde la infancia, com- prendió inmediatamente su singularidad. En los meses siguientes dedicó sus esfuerzos a observar el nuevo astro, a medir sus coordena- das y a interpretar su significado. Descartó que se tratara de un plane- ta, pues se hallaba lejos de la franja del zodiaco. Tampoco se aseme- jaba a los cometas típicos: no se movía con respecto al devenir de la bóveda celeste y carecía de la cola característica en dirección al Sol. Visible durante varias semanas a plena luz del día, el astro perdió mis- teriosamente su esplendor hasta desaparecer del firmamento. Hombres doctos y estudiosos de toda Europa escrutaron el fenó- meno dentro de los cánones del saber preestablecido. Según la filoso- fía aristotélica aceptada, el cosmos se dividía en dos magnas regiones: la esfera celeste, inmutable y perfecta, y el mundo sublunar, sujeto a corrupción, cambio y movimiento. Para Aristóteles, la Tierra, la Luna

Tycho Brahe, señor de Urania · la proyección de la Luna sobre el telón de estrellas fijas al observarla en distintos momentos del año (paralaje lunar). La paralaje de las estrellas

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Tycho Brahe, señor de Urania

“Cuando contemplo el cielo / de innumerables luces adornadoy miro hacia el suelo, / de noche rodeado,

en sueño y en olvido sepultado”.

Fray Luis de León

Antonio Rincón Córcoles

AUTORES CIENTÍFICO-TÉCNICOS Y ACADÉMICOS

27

El 11 de noviembre de 1572, Tycho Brahe regresaba a su residen-cia para cenar después de una jornada más en su laboratorio de alqui-mista. De pronto, advirtió en el cielo una luminaria que no solo no secorrespondía con ninguna conocida de la constelación de Casiopeaen la que se enmarcaba, sino que lucía con más fuerza que cualquierotra estrella o planeta que hubiera observado antes. Desconfiando delo que veían sus ojos, pidió a los sirvientes que lo acompañaban quecorroboraran su visión, y aún receloso buscó la aquiescencia de loslabriegos que encontró a su paso.

Ninguno de aquellos hombres sencillos vislumbró el alcance delacontecimiento. Pero Tycho, joven de noble cuna, muy letrado, hace-dor de horóscopos y amante de la astronomía desde la infancia, com-prendió inmediatamente su singularidad. En los meses siguientesdedicó sus esfuerzos a observar el nuevo astro, a medir sus coordena-das y a interpretar su significado. Descartó que se tratara de un plane-ta, pues se hallaba lejos de la franja del zodiaco. Tampoco se aseme-jaba a los cometas típicos: no se movía con respecto al devenir de labóveda celeste y carecía de la cola característica en dirección al Sol.Visible durante varias semanas a plena luz del día, el astro perdió mis-teriosamente su esplendor hasta desaparecer del firmamento.

Hombres doctos y estudiosos de toda Europa escrutaron el fenó-meno dentro de los cánones del saber preestablecido. Según la filoso-fía aristotélica aceptada, el cosmos se dividía en dos magnas regiones:la esfera celeste, inmutable y perfecta, y el mundo sublunar, sujeto acorrupción, cambio y movimiento. Para Aristóteles, la Tierra, la Luna

y los planetas pertenecían al ámbito de lo mudable,como también los seres vivos, los accidentes del terre-no, las nubes y demás meteoros1. Las estrellas fijaspoblaban el reino de lo eterno, ajeno a las vicisitudesdel tiempo y la degradación.

En este escenario irrumpió Brahe con una ideaestimulante. Experimentador de gran meticulosidad,llegó a realizar medidas muy precisas de la posiciónde la repentina luminaria y, teniendo en cuenta elfenómeno de la paralaje2, entendió que estaba situa-da más allá de la Luna. Por tanto, debía tratarse deuna nova stella, una “estrella nueva” nacida y muer-ta en un breve espacio de tiempo3. La calidad de lasobservaciones de Brahe convenció a muchos eruditosde su tiempo y le granjeó una excelente reputación.Al mismo tiempo derrumbó el principio de la inmuta-bilidad de los cielos y despejó el camino hacia otraforma de entender la ciencia.

�El noble desfigurado

Tyge Brahe, conocido por su nombre latinizado deTycho, nació en el castillo de Knutstorp4 el 14 dediciembre de 1546. Pertenecía a los círculos de la altanobleza danesa, de la estirpe de los Rosenkrantz yGyldenstierne que inmortalizaría en Hamlet su coetá-neo William Shakespeare. Los abuelos de Brahe,adalides del luteranismo en Dinamarca, habían ocu-pado altos cargos en el Rigsraad, un consejo de oli-garcas situado en la cima del poder político.

El padre de Tycho disfrutaba de una encumbradaposición social, y más aún su tío y padre adoptivo,Jorgen Brahe, vicealmirante de la flota. La deudacontraída por el rey danés Federico II con la familiaBrahe era de carácter personal: Jorgen salvó la vidadel monarca cuando ambos cayeron al agua desdeun bote junto a un puente cercano al palacio real,posiblemente en un estado compartido de embria-guez. El tío del futuro astrónomo falleció a causa dela neumonía que contrajo tras su heroica acción desalvamento.

No ha de extrañar que Tycho recibiera una esme-rada educación en las costumbres de la corte. Estudióen Copenhague, Leipzig y Rostock, entre otros presti-giosos colegios y universidades, y desarrolló una tem-prana afición por la astronomía. El eclipse de sol quepudo contemplar cuando apenas contaba catorceaños dejó en él una huella profunda. Mas su interéspor la filosofía natural no se correspondía con lasexpectativas de su clase: los estudios académicosestaban reservados a miembros de la burguesía aco-modada, nunca a los nobles.

Dos hechos dramáticos marcaron la juventud deTycho Brahe. Durante sus estudios en Rostock ron-dando la veintena, y transcurrido un año desde la trá-gica muerte de su tío Jorgen, se vio inmerso en unduelo de honor con su compatriota y primo lejanoManderup Parsbjerg. Un espadazo en diagonal dirigi-do contra él por su pariente estuvo a punto de costar-le la vida: el acero le acarició la frente y le rebanó lanariz de un tajo. Durante el resto de su vida, Tychohubo de disimular su desfiguración facial con unaprótesis y, según se dice, siempre llevaba consigo elpegamento necesario para adherírsela al rostro.

El segundo episodio fue de tipo amoroso. Alenta-do por fuertes convicciones y un tanto desafiantecontra el orden social, desde 1571 se unió sentimen-talmente a Kirsten Jorgensdatter, hija de un pastorluterano y, por tanto, plebeya. Las leyes danesasheredadas de los jutos5 imponían estrictos límites aestas uniones morganáticas. Si la pareja convivíadurante más de tres años como marido y mujer, larelación se legitimaba aun en ausencia de ceremonianupcial. Sin embargo, sus descendientes perdían tododerecho a los títulos y heredades de su progenitornobiliario.

La familia Brahe desaprobó abiertamente launión. Si bien era común que los nobles daneses eli-gieran a plebeyas como amantes, el enlace legal entales circunstancias se consideraba impropio. Dehecho, aunque formaron una familia estable, Tycho yKirsten no llegaron a contraer matrimonio. Esta cir-cunstancia perjudicó la carrera política del primero,

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1 En el siglo XVI, los cometas y las estrellas fugaces se consideraban fenómenos puramente atmosféricos.2 La paralaje es la desviación angular aparente de un objeto según el punto de vista del observador. Si se mira un dedo con el

brazo extendido y se guiñan los ojos alternativamente, la posición del dedo se mueve con respecto al fondo. Algo similar sucede conla proyección de la Luna sobre el telón de estrellas fijas al observarla en distintos momentos del año (paralaje lunar). La paralaje delas estrellas era indetectable en tiempos de Tycho por el insuficiente desarrollo de la tecnología.

3 Hoy, esta estrella es conocida como supernova de Brahe.4 Actualmente, en la región de Escania, al sur de Suecia. En tiempos de Brahe, esta región estaba bajo control político y militar

de Dinamarca, en permanente lucha fronteriza contra la corona sueca.5 Uno de los pueblos germánicos que poblaron Dinamarca en los primeros siglos de la era cristiana.

además de suponer para él un motivo permanente depreocupación, inquieto acerca del destino y el bienes-tar económico futuro de su mujer y de sus hijos.

El espíritu inconformista que llevó a Tycho Brahea elegir caminos sociales tan poco transitados le ins-piraría también para convertirse en uno de los hom-bres más brillantes de su tiempo. Su pronta devociónpor los astros y su escrupulosa minuciosidad le lleva-ron a descubrir inexactitudes en los protocolos astro-nómicos utilizados por entonces. La predicción de losmovimientos planetarios basada en ellos abocaba aerrores aceptables para navegantes, militares, hom-bres de comercio y la mayor parte de los estudiosos,pero no para Tycho. Otro tanto podía decirse de laelaboración de cartas astrales y horóscopos, algo másque un pasatiempo en un periodo en el que no pocosreyes, nobles y generales acostumbraban a consultara los astrólogos antes de arriesgarse a empresas decierta envergadura.

Ya en su juventud, Tycho llegó a ser muy versadoen estos saberes. Aunque menospreció la astrología,no fue por motivos intelectuales sino porque conside-raba que las Tablas Alfonsíes6 en las que se basabaeran manifiestamente imprecisas y de ellas no eraposible extraer pronósticos fiables. Sus observacionesen 1563 de un fenómeno astronómico singular, laconjunción de Saturno y Júpiter que acontece cadaveinte años, lo sumieron en el desánimo ante los des-acuerdos que encontró entre la datación real y laspredicciones de las tablas.

Dotado de un extraordinario genio para la inven-tiva, Tycho se propuso idear instrumentos astronómi-cos que permitieran cartografiar con renovada exacti-tud la posición de la Luna, los planetas y las estrellasfijas. Sus primeros intentos, un compás gigantesco yun enorme cuadrante fabricado con grandes vigas deroble, no alcanzaron los resultados que esperaba ytemplaron su entusiasmo. Concentró entonces suinterés en la alquimia, entendida como una forma de“astronomía terrestre” que investigaba las relacionesentre los cuatro elementos: fuego, tierra, agua y aire.Para Tycho y muchos entendidos de la época, laastrología no buscaba sino desvelar las conexionesocultas entre el gran universo y el mundo sublunar, elmacrocosmos y el microcosmos, la naturaleza y elhombre. Los principios de la alquimia estaban regidospor idéntica pretensión.

En este contexto apareció la nova stella de 1572.Con ímpetu renovado, Tycho Brahe retomó su traba-

jo astronómico y perfeccionó métodos e instrumen-tos para acercarse a la verdad del fenómeno. Porentonces abrigaba el propósito de abandonar lacorte danesa y establecerse en la amable ciudad deBasilea. Pero su descollante labor en el estudio de la“nueva estrella” no pasó desapercibida para el rey.Federico II, doce años mayor que Tycho y consolida-do como monarca absoluto de Dinamarca y Norue-ga tras una cruenta guerra contra Suecia, soñaba conconvertirse en un mecenas renacentista. No podíapermitirse dejar escapar del país a un talento tanextraordinario. Por su amistad con la familia Braheno tuvo demasiados problemas para convencer aTycho de que permaneciera en Dinamarca. Además,le hizo una oferta que difícilmente habría podidorechazar.

�En la isla de Ven

El estrecho de Öresund, que hoy separa de Dina-marca el sur de Suecia, es un enclave geográficoespecial. Durante siglos, los señores daneses controla-ron sus costas y exigieron el pago de una tasa a cuan-tas embarcaciones pretendían transitar entre el Bálti-co y el Atlántico. Sobre las aguas de Öresund, comouna mácula verde enmarcada por breves farallones,se alza la pequeña isla de Ven, a apenas 2,5 millasnáuticas de las costas de Escania, al este, y no muylejos del hamletiano castillo de Elsinor, que vigila alnoroeste la entrada del estrecho. Hasta el tratado depaz de Roskilde de 1658, cuando fue entregada aSuecia, la ínsula rindió tributo a la corona danesa, acuyos dominios pertenecía.

Al frente de un reducido grupo de familiares, ami-gos y servidores, Tycho desembarcó en su puerto en1576. Poco antes había recibido la isla como un rega-lo personal de Federico II. A su llegada encontró unaplana extensión de unos 4,5 km de longitud por 2,4 km de anchura habitada por una comunidad agrí-cola poco numerosa que se regía por costumbresancestrales. Sus pobladores gozaban de una posiciónde relativo privilegio. Aunque de existencia humilde,podían disfrutar libremente de los productos de la tie-rra a cambio de un tributo exiguo y complementabansu subsistencia con modestas permutas en las tierrasaledañas de la Escania continental. Cuando com-prendieron las intenciones del nuevo señor de la islareaccionaron con hostilidad.

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6 Elaboradas en Toledo a instancias del rey castellano Alfonso X el Sabio (1221-1284) desde la fecha de su coronación según elmodelo cosmológico instituido por Claudio Ptolomeo en el siglo II d.C.

Porque Tycho Brahe llegaba decidido a cumplir elencargo de levantar en Ven un observatorio astronó-mico como base de una incipiente institución científi-ca hecha a su medida. Para garantizar su propio sus-tento y el de su séquito, recibió del monarca el controlde varios feudos agrícolas en Escania e impulsó unamodernización de la economía de la isla. Los campe-sinos se vieron de este modo obligados no solo amejorar el rendimiento de sus cultivos y acelerar elritmo de las rotaciones agrícolas para cubrir las nece-sidades de su aristocrático señor, sino que los másrobustos de entre ellos hubieron de reservar parte desu tiempo y energías para la construcción del palacioque serviría de residencia para el noble danés.

El palacio de Uranienborg, o “castillo de Ura-nia”7, fue concebido según los cánones de las ele-

gantes obras neerlandesas de la época. Erigido en elcentro de la isla, a unos 45 m sobre el nivel del mar,se dotó de una orientación perfecta para la observa-ción astronómica. El jardín interior seguía un férreodibujo geométrico para el cuidado de las flores yplantas destinadas a la investigación alquímica. En elhuerto exterior prosperaban los frutales. Además deestancias y habitaciones para familiares y huéspedes,se prepararon torres y balconadas a modo de plata-formas donde sostener los instrumentos de astrono-mía. Un molino y una imprenta cercanos dieron al entorno un mayor auge económico e intelectual. A un ritmo vertiginoso, Ven dejó de ser una tranqui-la isla agrícola para convertirse en sede de una de lasprimeras instituciones científicas especializadas deEuropa.

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7 Urania es la musa griega de la astronomía.

LA ALQUIMIA SEGÚN TYCHO

Los problemas de higiene y el rápi-do crecimiento de la población hicierondel siglo XVI uno de los periodos de lahistoria más aquejados por la enferme-dad. De la práctica de la medicina seencargaban los barberos; la experimen-tación quedaba en manos de la claseinstruida.

La alquimia médica de Tycho Brahese basaba en la convicción de que loscuerpos celestes confieren a las plantasuna forma en la que se reconocen suspropiedades medicinales. La silueta delhaba revela su asociación con el riñón,la cáscara de la nuez cura las lesionescraneales. Tycho llamaba a su práctica“astronomía terrestre”, para reflejar elvínculo entre el Cielo y la Tierra. En suopinión, no era posible ejercer la alqui-mia sin saber de astronomía, al igual que los ignorantes en la práctica alquímica no estaban capacitadospara la investigación astronómica. Ambas ciencias eran las dos caras de una misma moneda.

También las creencias populares tuvieron cabida en la alquimia de Tycho. En uno de sus remedios paralos ataques epilépticos puede leerse lo siguiente: “Tómese la cabeza desecada al sol de un prisionero quehaya muerto en el suplicio o la horca. Tritúrese en un mortero con granos de pimienta negra. Distribúya-se en cápsulas de papel, de las que el paciente debe tomarse una con el estómago vacío durante tresmañanas seguidas. No las ingerirá con luna nueva ni ante amenaza de mal tiempo”.

Reseña de una placa informativa del Museo de Tycho Brahe, isla de Ven (Suecia).

Jardín de plantas en el terreno en que se alzó el castillo de Urania,

isla de Ven. Al fondo, estatua de Tycho mirando al cielo.

Ya en sus primeros meses, Tycho descubrió que losinstrumentos posados sobre las torres de Uranienborgadolecían de cierta inexactitud atribuible a las fluctua-ciones de temperatura y al estorbo de las actividadesdomésticas de la casa. Con el tiempo ordenó construirun segundo observatorio, esta vez subterráneo, a uncentenar de metros del palacio. Su grupo de astróno-mos pudo así trabajar libre de las oscilaciones térmicasy protegido del relente de la noche. El observatorio deStjärneborg, o “castillo de las estrellas”, estaba provis-to de cinco pequeñas bóvedas a las cuales se acopla-ban los depurados inventos ideados por Tycho.

No sin razón, la historia ha valorado los instru-mentos de Tycho Brahe como los mejores ingeniosastronómicos anteriores a la invención del telescopio.La sala central de Stjärneborg acogía el hipocausto8,sobre el cual Tycho y sus acompañantes entraban encalor mientras preparaban observaciones, analizabanresultados o esperaban a que los cielos se despejarande nubes. En aquellas criptas se guardaban las máspreciadas joyas del tesoro de Ven: una gigantescaesfera armilar, de 2,72 m de diámetro, y el círculoecuatorial, de 3,50 m.9

Durante su estancia en la isla, Tycho Brahe estuvoescoltado por su extensa familia y un grupo numerosode auxiliares y fámulos. De su unión con Kirsten nacie-ron ocho hijos, seis de los cuales sobrevivieron hastala edad adulta. Su hermana Sophie Brahe, viuda trasun breve matrimonio, fue una de sus más próximascolaboradoras científicas. Otros de sus ayudantes en

Ven alcanzarían cierta celebridad. Christen SorensenLongberg, Longomontanus, llegó a ser un académicomuy respetado. Frans Tengnagel, aristócrata neerlan-dés, abandonó la ciencia para desarrollar una notablecarrera en la diplomacia europea durante el convulsoperiodo de la guerra de los Treinta Años.

La comunidad científica de Ven no mantuvo rela-ciones amigables con el campesinado isleño durantelas dos décadas en que se mantuvo activa. Desde elexterior, los observatorios de Tycho gozaron de la másalta estima en universidades y círculos académicos.Recibieron numerosas visitas ilustres. No era raro quela reina Sofía de Mecklemburgo-Güdrow, esposa deFederico II, honrara a su protegido con su presenciaen el castillo de Urania, que también frecuentaronmiembros de la nobleza europea y distinguidos aca-démicos y universitarios de todo el continente. Entretanto, los agricultores no dejaron de presentar quejasante la corte por supuestos abusos en el régimen deexplotación de las tierras y en la asignación de tareaspor los, para ellos, advenedizos señores de la isla.

En Ven, Tycho Brahe desplegó lo más importantede su producción científica. Allí compiló la mayorparte de sus tablas astronómicas, las más exactas ycompletas reunidas hasta entonces. Ideó asimismo unmodelo de universo que se apartaba del geocentris-mo clásico de Claudio Ptolomeo, aunque no se atre-vió a abrazar el heliocentrismo de Copérnico. El siste-ma ticónico, como fue llamada su solución híbrida,preconizaba un cosmos con la Tierra estática en su

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A la izquierda, plano del castillo de Urania (Uranienborg). A la derecha, reconstrucción del observatorio subterráneode Stjärneborg. Fotografías tomadas en el museo de Tycho Brahe, isla de Ven.

8 Horno situado bajo el pavimento para caldear las habitaciones.

9 El palacio de Uranienborg fue demolido poco después de la expulsión de Tycho Brahe de la isla de Ven. En el lugar que ocupóse ha inaugurado un pequeño museo dedicado al astrónomo, con reproducciones a tamaño natural de sus mejores instrumentos. Delobservatorio de Stjärneborg se conservan los cimientos. Hoy, una sesión audiovisual en su oscura cripta pretende transmitir al visitan-te el clima y la emoción de los trabajos desarrollados allí por Tycho y sus ayudantes.

centro, el Sol y la Luna a su alrededor y los otros pla-netas orbitando en torno al astro solar. El desarrollomatemático de este sistema constituyó para el danésuna obsesión recurrente.

De especial provecho durante su estancia en laisla fueron las anotaciones realizadas por Tycho delgran cometa de 1577. Aunque lastrado por su adhe-rencia al modelo ticónico, recogió valores de tal exac-titud que de su estudio se obtuvieron conclusionesnotables para el progreso de la revolución científica.El hombre que habría de ordenar e interpretar conacierto esas medidas fue un atribulado testigo infantildel paso del cometa: un Kepler de solo cinco años,miembro de una familia supersticiosa y huraña, locontempló junto a su madre desde un monte con unconfuso sentimiento de maravilla y terror.

�Kepler: el atormentado deslumbrar del genio

Los eruditos lo señalan como uno de los hombresmás preclaros de la historia de la ciencia. Sin embar-go, Johannes Kepler, nacido en 1571, no disfrutó dela afortunada posición de partida que favoreció aTycho Brahe. Su padre, Heinrich Kepler, un brutalmercenario luterano que luchó en el bando católicocontra los calvinistas, abandonó a la familia cuandoJohannes tenía cinco años. Su madre, Katharina Gul-denmann, era hija de un tabernero y destacó en elmanejo de pociones y hierbas curativas. Hacia el finalde su vida fue detenida por brujería y se salvó de lahoguera merced a la intercesión de su ya influyentehijo.

Natural de la ciudad imperial de Weil der Stadt,cercana a Stuttgart, Johannes Kepler fue un niñoenfermizo e infeliz. Tras contraer la viruela en la infan-cia, arrastró problemas de visión y torpeza manualdurante el resto de su vida. Parece un sarcasmo queuno de los mayores astrónomos de la historia carecie-ra de toda habilidad para manejar instrumentos y vis-lumbrara miopemente las estrellas como desenfoca-das manchas de luz. Su desarrollo afectivo no fuemenos nebuloso. En sus diarios describe a su padrecomo un hombre “malvado, brusco, conflictivo, abo-cado a una muerte funesta”. Su madre tampoco reci-be adjetivos lisonjeros: “pequeña, delgada, morena,locuaz, problemática, insana de mente”.

El desamparo que se adivina en sus escritos bio-gráficos halló un reflejo en las difíciles relacionessociales que mantuvo Kepler con sus compañeros deaula y sus colegas. Admirado por su agudísima inteli-gencia, hay quien atribuye a su oscuro carácter el fra-caso en su proyecto de seguir la carrera teológica ytomar los hábitos. El claustro de la universidad deTubinga consideró más oportuno derivarlo hacia ladocencia en matemáticas y astronomía en la ciudadde Graz. Con ello reconoció el talento excepcional deKepler para estas disciplinas.

Desde sus primeros años, Kepler mostró una pro-funda atracción por el misticismo, la numerología ylos astros. Alcanzó fama como hacedor de horósco-pos y aplicó su perspicacia a la búsqueda de relacio-nes ocultas en las medidas de la naturaleza. A travésde Michael Mästlin, su mentor en Tubinga, conoció yse identificó con las teorías heliocéntricas de Copérni-co. A veces le asaltaban percepciones de prodigiosamultiplicidad. En sus diarios dejó escrito: “Miles depensamientos simultáneos acuden a mi mente”.

Un día, mientras disertaba sobre la conjunciónastronómica de Júpiter y Saturno de 1583 sintió unaespecie de fogonazo revelador. A partir de aquellaidea iniciática, Kepler desarrolló un modelo del cos-mos como un gran ente geométrico en cuyo centro sesituaba el Sol. A su alrededor se extendían los seisplanetas conocidos (Mercurio, Venus, Tierra, Marte,Júpiter, Saturno) dispuestos en otras tantas esferasconcéntricas cuya dimensión se establecía de acuerdocon una maravillosa particularidad: cada una de estasesferas circunscribía perfectamente a uno de los sóli-dos platónicos perfectos (octaedro, icosaedro, dode-caedro, cubo y tetraedro). Como más tarde escribiríaexultante, Kepler creyó haber desentrañado el bellosecreto del Universo: “La geometría es una y eternaen la mente de Dios”. Recogió estas especulacionesen su primera gran obra, El misterio cósmico10, acuya vindicación académica dedicó buena parte desus esfuerzos inmediatos.

La hipótesis de Kepler no se sostiene a la luz delos conocimientos actuales, y el prestigio de la mismase derrumbó definitivamente cuando se descubrióUrano, séptimo gran planeta del Sistema Solar, en1781. Ya antes, la mejora de las técnicas de mediciónastronómica debida al trabajo de Tycho y a la intro-ducción del telescopio por Galileo en 1609 habíacuestionado seriamente tales especulaciones. No obs-tante, en El misterio cósmico se reconoce el germen

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10 Escrita en latín como Mysterium cosmographicum y publicada en 1596. Existe una traducción al castellano con el título de El secreto del universo, Ediciones Altaya, 1994.

de la inmensa aportación de Kepler a la historia de laciencia, el atisbo de sus tres leyes de los movimientosplanetarios, la búsqueda de una causa impulsora enlos astros que anticipa la física de Newton.

En aquel tiempo se produjo un primer contactoentre Kepler y Tycho Brahe, no demasiado venturoso.Tuvo lugar por vía epistolar, cuando el primero envióal maestro danés un ejemplar de su esperanzado libropara recabar su opinión. Tycho respondió con corte-sía y alabó la originalidad del trabajo. Pero no dudóen expresar su desacuerdo con la formulación delmodelo de los sólidos perfectos, máxime cuando pro-ponía un sistema que difería marcadamente del geo-heliocentrismo postulado por él.

Un hecho colateral enturbió este primer acer-camiento. En el mismo fajo de correspondencia queEl misterio cósmico, Tycho recibió una copia de unlibelo dirigido contra él por su archienemigo NicolausReimers Bär, matemático imperial y más conocidopor la latinización de su apellido como Ursus (“oso”).En el furibundo escrito de Ursus contra Brahe figura-ba como aval un fragmento de una carta laudatoriaque Kepler había remitido al primero. Con el ánimode ganarse apoyos y atención para su libro, el jovenalemán había alabado a Bär con clara desmesura:“Vuestra incomparable erudición y superioridad dejuicio han hecho de vos el Monarca de todos losMatemáticos no solo de esta época, sino de todos lostiempos”. Es probable que Tycho reprimiera su furiacuando recriminó educadamente a Kepler semejanteadulación.

La trayectoria de Ursus resulta sorprendente. Deorígenes muy humildes, siguió una formación autodi-dacta y hasta los 18 años trabajó como porquerizo yen otros bajos oficios. Con gran inteligencia supo cul-tivar las amistades adecuadas hasta llegar a encum-brarse, bajo los auspicios de Rodolfo II, como mate-mático imperial. En 1584, a instancias de Erik Lange,su protector y un amigo cercano de los Brahe, habíavisitado el observatorio de Ven en su época de máxi-mo esplendor. Aquella visita acabó mal. Al parecer, elhuésped fue sorprendido mientras realizaba sin per-miso una copia subrepticia de los dibujos del modelocosmológico de Tycho, quien lo expulsó taxativamen-te de la isla.

Cuatro años más tarde, Ursus publicó como pro-pia una versión del modelo geoheliocéntrico, ante locual Brahe montó en cólera y luchó por desacreditar-lo con toda su energía. Lo acusó de plagio e impos-tura y le tildó de hombre “podrido y sicofante”. En suréplica, Ursus se burló con desprecio de la narizausente, el matrimonio morganático, los hijos ilegíti-

mos y la inabarcable vanidad de su adversario. Nisiquiera la muerte del matemático imperial en el 1600puso fin a la refriega. Tycho Brahe, irónicamente susucesor en el cargo, se afanó hasta sus últimos días enborrar el rastro de toda huella de Ursus.

Aunque Tycho prefirió obviar la afrenta de Keplerpor su inoportuna intromisión en la disputa, este sesintió obligado a resarcirlo con varias rectificaciones.Aquel episodio fue un preludio de las desavenenciasque caracterizarían la relación entre ambos. El distan-ciamiento debido a sus formas de ser tan diferentesno era menor que el abismo ideológico que los sepa-raba: Tycho defendía la centricidad y el estatismo dela Tierra; Kepler ubicaba al Sol en el centro del Uni-verso y se alineaba con Copérnico. El primero reco-noció pronto la valía de Kepler como teórico y recla-mó su ayuda para fortalecer el sistema ticónico.Aunque aceptó la oferta, el segundo perseguía finesmuy distintos: lo que ansiaba imperiosamente eranlas prolijas observaciones de Tycho para convalidarsus intuiciones sobre el misterio cósmico.

�Exilio y acogida en Praga

El rey Federico II de Dinamarca falleció en el año1588. En 1597 Tycho Brahe, con su séquito, zarpó dela isla de Ven para no volver. El tiempo transcurridoentre ambas fechas estuvo presidido por la agudiza-ción del conflicto con los campesinos y la progresivapérdida de influencia de la familia Brahe en la cortedanesa. La temprana edad de entronización delnuevo monarca, Cristián IV, favoreció un cambio sus-tancial en los repartos cortesanos de poder. Los nue-vos consejeros prestaron oídos a las persistentes que-jas de los labradores de Ven y decidieron retirar elapoyo al proyecto científico de Tycho. El noble astró-nomo hubo de abandonar la isla e inició una vida deexiliado en Europa en busca de un nuevo patronazgopara proseguir con sus investigaciones.

El corazón del continente latía crispado e inesta-ble. El cisma religioso tras la Reforma de Lutero habíaabierto heridas difíciles de restañar. En la primeramitad del siglo XVI, el Sacro Imperio Germánico pade-ció una guerra cruel entre facciones rivales. En 1555,la paz de Augsburgo instauró el principio cuius regio,eius religio, en virtud del cual cada territorio delmosaico centroeuropeo profesaría la religión de esta-do que le impusiera su señor. Aunque calmó los áni-mos, este compromiso no resolvió la disputa. En oca-siones, los vaivenes de la alta política obligaban a lossúbditos a profesar una fe distinta a aquella en la que

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habían sido educados. Quienes se resistieron arros-traron duras represalias.

De nuevo, Brahe y Kepler, ambos protestantes,vivieron suertes distintas en este marco de conflicto.El danés se alineaba con las enseñanzas de PhilippMelanchthon, arraigadas con firmeza en el norte deAlemania. Allí encontró refugio tras su expulsión deDinamarca. En cambio, la carrera de Kepler sufrió porlas luchas religiosas. Graz, la capital de Estiria, en laque impartía sus enseñanzas, sentía el aliento amena-zador de los turcos por el este. En ella, el matemáticoalemán había buscado la estabilidad personal y finan-ciera al desposarse con Barbara Müller, una joven de24 años, dos veces viuda e hija de un rico terratenien-te. Las turbulencias políticas y las discordias conyuga-les ensombrecieron su propósito.

Para empeorar las cosas, en 1596 llegó al poderen Estiria el católico archiduque Fernando de Habs-burgo. Hasta entonces, la comunidad luterana habíadisfrutado de libertad de culto en Graz. Pero el nuevogobernante impuso crecientes exigencias a sus miem-bros y en 1598 promulgó un edicto que ordenaba laexpulsión de todos los protestantes que no abrazaranel catolicismo. Kepler, uno de los perjudicados, pidióconsejo a su antiguo tutor en Tubinga, Michael Mäs-tlin, y reclamó la ayuda de Tycho Brahe.

El danés acababa de asegurarse la protección delemperador Rodolfo II, un católico tolerante, y se habíainstalado en Praga como nuevo matemático imperial.La capital de Bohemia, pese a su lustre y su boato, eraun lugar hediondo, insalubre y propenso a las epide-mias. Por este motivo, y por su interés en alejarse de lacorte y de sus distracciones, Tycho fijó su residencia aunos 35 km de Praga, en la cercana fortaleza deBenátky, donde soñaba con refundar su “castillo deUrania”. Kepler podría ser un magnífico colaborador.

En febrero de 1600, cuando Tycho y Kepler porfin se conocieron, el primero sumaba 53 años y elsegundo, 28. Tras un breve regreso a Graz para resol-ver los asuntos que había dejado atrás y para recogera su mujer y a su hijastra, Kepler se instaló enBenátky. La convivencia pronto se empañó. Los doshombres no congeniaron, y tampoco sus familias. Elhecho de que estas se expresaran en idiomas distintosno fue el mayor de los obstáculos. Barbara Müller selamentaba de los desprecios recibidos. Los Braheacogieron con frialdad a las recién llegadas, a quienesconsideraban de inferior rango y educación.

Por su parte, Tycho entregaba a Kepler para suquehacer científico datos fraccionarios de sus desco-munales catálogos, temeroso de sufrir un nuevo robocomo el que, en su opinión, había perpetrado Ursus.El alemán se vio conminado a iniciar una irritanteordenación de esos datos con vistas a convalidar unsistema, el ticónico, que consideraba errado. Ade-más, su esperanza de confirmar la validez del mode-lo de los sólidos perfectos se desvaneció cuando nopudo conciliar con sus predicciones las medidas deTycho sobre Marte. Aún habrían de transcurrir algu-nos años antes de que Kepler descubriera la fuentede su error.

La situación en Benátky se tensó hasta el extremo.Kepler, resentido por la espera interminable para elacceso a los manuscritos que tanto ambicionaba, pre-sentó a Tycho una incesante relación de quejas. Ladifícil convivencia con la familia Brahe figuraba en elprimer punto de la lista. La necesidad de estanciasindependientes y mejor dotadas para los Kepler apa-recía a continuación. Pero cuando Brahe parecía dis-puesto a satisfacer sus exigencias, Kepler las endure-cía. Finalmente, ambos se enfrentaron en una agriadisputa en la que hubo de mediar Jan Jesenius11,cuyos buenos oficios lograron una precaria reconcilia-ción. Los Kepler se trasladaron a Praga y Brahe impu-so a su ayudante un juramento por escrito para norevelar a terceros ninguna de sus “observaciones,inventos y otros trabajos astronómicos”.

Entre tanto, el danés había intimado con Rodolfo II,quien reclamaba a menudo sus servicios como astró-logo y consejero. De este trato preferente obtendríauna anhelada recompensa: la mujer y los hijos plebe-yos de Tycho Brahe fueron ennoblecidos por elemperador, con lo que su horizonte económico ysocial se aclaró definitivamente. Su hija, ElizabethBrahe, pudo desposarse sin mayor inconveniente conFrans Tengnagel, ayudante predilecto de Tycho ymiembro de la nobleza.

La presencia de Tycho en palacio lo alejó de sudedicación científica y lo involucró en los turbiosmanejos de la corte. Intervino en asuntos polémicos,como la expulsión temporal de la orden de los capu-chinos, y sufrió los frecuentes cambios de humor delemperador, aquejado de neurastenia y ataques demelancolía y desidia. En una de sus últimas conver-saciones con el monarca presentó formalmente aKepler como su estrecho colaborador. El alemán reci-

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11 Jan Jesenius realizó interesantes estudios de anatomía y pronunció el elogio fúnebre de Tycho. Es conocido sobre todo por suterrible final: destacado diplomático durante la guerra de los Treinta Años, sufrió horrorosas torturas y murió ajusticiado en Praga juntoa otros 26 dirigentes de los estados bohemios.

biría por fin una remuneración estable que lo alejabade sus recientes tribulaciones económicas.

Aquel encuentro sirvió de antesala a un cambiocrucial en la fortuna de Kepler. El 13 de octubre de1601, Tycho Brahe enfermó de gravedad mientrastomaba parte en un copioso banquete en la residen-

cia del barón Peter Vok von Rosenberg. Expiró trasonce días de agonía y delirio, a causa de una infec-ción urinaria aguda originada, según se dijo, porhaber resistido durante demasiado tiempo la urgenciade orinar. Investigaciones científicas realizadas en losúltimos años han despertado dudas sobre la versiónoficial de su fallecimiento.

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¿EXTRAVAGANCIA O FICCIÓN?La figura de Tycho Brahe ha sido centro de varias leyendas apócrifas sugestivas. A menudo se le ha

descrito como un noble estrafalario, colérico, extrovertido, carismático, profundo bebedor y amante de labuena mesa, de fiestas y francachelas. Se ha hablado también de la supuesta colección de prótesis nasa-les que acopiaba para disimular su deformidad: narices de oro y plata para las grandes ocasiones; decobre y metales menos nobles para la vida diaria.

Supuestamente, Tycho invirtió parte de las riquezas que acumuló en Dinamarca en rotundas excentri-cidades. Según su biógrafo, Pierre Gassendi, tenía un alce amaestrado que exhibía orgulloso ante sushuéspedes. El animal vivió un final infausto: durante una celebración en la localidad de Landskrona, bebiótal cantidad de cerveza que se precipitó desde lo alto de una escalera y pereció en el acto. En otras fuen-tes se alude a la confianza depositada por Tycho en un bufón enano llamado Jeppe, a quien atribuía eldon de la clarividencia y al que hacía sentarse debajo de la mesa durante los banquetes para alimentarlode su mano.

A la izquierda, estatua de Tycho. A la derecha, reproducción a tamaño natural de uno de sus sextantes. Museo de Tycho Brahe, isla de Ven.

�La controvertida muerte de Tycho

Los restos mortales de Tycho Brahe no han disfru-tado de un merecido descanso. En dos ocasiones fue-ron exhumados de su sepultura en la iglesia gótica deNuestra Señora de Tyn, en la plaza de la Ciudad Viejade Praga. En 1901, con motivo del tercer centenariode la muerte del astrónomo, se restauró el monumen-to de mármol de la cripta y se recogieron muestras delcadáver embalsamado. Ropas ajadas y parte del roji-zo bigote de Tycho se entregaron en custodia alMuseo Nacional de la capital checa.

Noventa años más tarde, en un encuentro entredignatarios checos y daneses, el director del museopraguense obsequió al embajador de Dinamarca conuna caja que contenía un fragmento del mostacho. Elembajador depositó el presente en el Planetario TychoBrahe de Copenhague, donde se analizó mediantehaces de protones ultraenergéticos. Las primeras con-clusiones de los especialistas coincidieron con lo quealgunos médicos habían intuido durante décadas:Brahe sucumbió a un síndrome urémico, una intoxica-ción aguda de la sangre por exceso de urea. Pero lainvestigación deparó una sorpresa: los altos índices demercurio hallados en un pelo, más de cien veces supe-riores a lo normal, llevaban a sospechar que la muertede Tycho no se produjo por causas naturales.

El envenenamiento por mercurio es un desenca-denante plausible de la uremia que terminó con lavida del astrónomo. El quid reside en saber si fue for-tuito. En un primer momento se propuso que quizálos productos empleados por los embalsamadoreshubieran contaminado el cadáver, pero un estudiomás fino pareció descartarlo. Se insistió entonces enque Tycho, como activo alquimista, hubo de manipu-lar a menudo compuestos mercúricos, que tambiénrecetaba, y consumía, para dolencias de la piel y lasangre, o contra enfermedades venéreas. Acaso sehubiera intoxicado accidentalmente.

Nuevos análisis de los restos capilares realizadosen 1999 en la Universidad de Lund con microsondade protones no respaldaron esta hipótesis. Al parecer,el astrónomo habría ingerido en los días previos a sufallecimiento dos dosis letales sucesivas de una sus-tancia mercurial: la primera, durante el célebre ban-quete; la segunda, trece horas antes de expirar, justa-mente cuando había experimentado una claramejoría. La hipótesis del homicidio no podía ya des-cartarse. En juicios apresurados se apuntó a posibles

responsables: monjes capuchinos despechados, ojesuitas que recelaban de la influencia de un luteranoen la mente debilitada de un emperador católico. Unlibro publicado en 2004, La intriga celeste, de Joshuay Anne-Lee Gilder, llegó a acusar a Kepler con argu-mentos circunstanciales, al considerarlo el principalbeneficiario de la desaparición del maestro. La comu-nidad científica lo rebatió con firmeza. ¿Quién asesi-naría a su valedor ante la corte imperial?

A principios de 2010 se hizo pública una teoríaconspiratoria nueva. Peter Andersen, el profesor fran-co-alemán que la propuso, creyó haber hallado en losdiarios del conde Erik Brahe una confesión implícitade culpabilidad. Según Andersen, Erik, pariente leja-no de Tycho, habría sido contratado como asesino asueldo por el rey de Dinamarca y Noruega, el pode-roso Cristián IV, futuro héroe de la guerra de Kalmar.

Está documentado que el conde estuvo en elágape y acompañó a su primo en el lecho de muerte.Ciertamente, habría podido deslizar en su copa lasgotas del tósigo que, por dos veces, buscaron su final.El móvil ofrecido por Andersen es más aventurado.De su interpretación del diario de Erik Brahe coligeque este acató la orden de Cristián IV acuciado por laspenurias económicas. La inquina del rey danés, quelo había llevado a expulsar al astrónomo de su tierranatal y a demoler su palacio de Uranienborg, estaríajustificada por motivos edípicos: según Andersen,Tycho cortejó a la reina Sofía de Mecklemburgo-Güs-trow, y tal vez fuera el verdadero padre del monarca.El temor a que se descubriera su bastardía habríaimpulsado la rocambolesca intriga.

Ante la polémica suscitada, en noviembre de 2010se procedió a una segunda exhumación de los restosde Tycho. Un equipo forense encabezado por elarqueólogo medievalista Jens Vellev, de la Universidadde Aarhus, dirigió los trabajos. Los huesos del cadáverse estudiaron por tomografía axial computarizada(TAC), y se iniciaron complejos análisis químicos y ató-micos cuya interpretación se prolongaría durantemeses. Tal vez los expertos alcancen a desvelar el enig-ma del emponzoñamiento de Tycho. Más difícil resulta-rá, en su caso, desenmascarar al muñidor del complot.

�Las Tablas Rudolfinas y las tres leyes

Dos días después del inesperado fallecimiento deTycho Brahe, Kepler fue designado nuevo matemáti-co imperial. Desde esta dignidad se comprometió a

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cumplir el último cometido encargado a su antecesor:la elaboración de un catálogo astronómico renovadoque sustituyera a las vigentes y desfasadas TablasAlfonsíes y Pruténicas. El catálogo se inspiraría en laabundante colección de datos que acumuló Tychodesde su juventud y recibiría el nombre de TablasRudolfinas, a mayor gloria de Rodolfo II.

El problema estribaba en que los libros del astró-nomo danés constituían, junto con sus instrumentos einvenciones, una parte sustancial de la herencia de lafamilia Brahe. Durante la agonía del patriarca, suscolaboradores más próximos estaban ausentes. FransTengnagel, recién desposado con Elizabeth Brahe,viajaba por Europa en una larga luna de miel. Lon-gomontanus partió meses antes para iniciar unacarrera propia en la Universidad de Copenhague.Johannes Müller y David Fabrizio habían abandona-do Praga. Kepler era el más destacado, y casi el único,de los ayudantes de Tycho que compartió sus últimashoras.

En los momentos de dolor y vacío que siguieron ala muerte de Brahe, Kepler maniobró para adueñar-se de los manuscritos que tanto ambicionaba. Así loconfesó en una carta: “No niego que al morir Tycho,y ante la ausencia o falta de circunspección de susdeudos, tomé las observaciones a mi cuidado, tal vezarrogantemente y contra los deseos de los herede-ros”. El regreso de Tengnagel a Praga en el verano de1602 reabrió la disputa sobre el legado. Como yernodel fallecido y miembro prominente de su familia,pleiteó contra Kepler para recuperar los gruesostomos de observaciones. El alemán los devolvióincompletos, reservándose lo más preciado: los proto-colos sobre Marte. Con la mediación del confesorimperial, el litigio se cerró amistosamente en 1604:Kepler custodiaría las observaciones de Tycho con elúnico propósito de componer las Tablas Rudolfinas, yninguno otro sin el consentimiento expreso de losBrahe. Tengnagel, inmerso en una ascendente carre-ra política en la casa de los Habsburgo, no deseabaprolongar más las tensiones.

La historia ha de agradecer a Kepler su tenacidad,y a los Brahe su gesto generoso. En sus fecundos añoscomo matemático imperial, Kepler supo extraer elmáximo partido del tesoro. Las Tablas Rudolfinas,publicadas en 1627 con una lista de más de mil estre-llas nunca antes catalogadas y una precisión inauditaen las posiciones de los astros, impulsaron un granavance en una astronomía que iba poblando de teles-copios sus puestos de observación.

En su afán por retirar el velo que encubría lossecretos del cosmos, Kepler indagó en los datos una yotra vez y fue corrigiendo los errores de su primer eidealista modelo heliocéntrico. Descubrió que lasórbitas planetarias son elípticas con el Sol en uno desus focos, que en su recorrido por la elipse los plane-tas barren áreas iguales en tiempos iguales, que elcuadrado del periodo orbital de un planeta es propor-cional directamente al cubo del semieje mayor de suórbita. Estas leyes se estudian hoy en las universida-des como la partida de nacimiento de la modernaastronomía.

Desde su nuevo cargo, Kepler fue testigo privile-giado de un negro periodo de la historia europea. Laprotección imperial le permitió profesar con discre-ción su fe luterana en el entorno beligerantementecatólico de los Habsburgo. Vivió la muerte de suesposa Barbara como una liberación, y contrajonuevo matrimonio con la joven Susanna Reuttingertras sopesar las conveniencias de hasta once candida-tas. Tras el deceso de Rodolfo II en 1612 optó portrasladarse a Linz sin perder el apoyo de su sucesor,Matías II.

La vida familiar junto a Susanna fue más apacibleque con Barbara, pero se enmarcó en un tiempo deviolencia. El belicoso archiduque Fernando, antiguopatrón de Kepler en Estiria, fue designado emperadoren 1617. Meses más tarde estalló la guerra de losTreinta Años y Kepler hubo de resistirse a los intentosde los jesuitas por desposeerle de la custodia del lega-do de Tycho. La revuelta en Bohemia desestabilizódurante tres años el centro del imperio. El viejo JanJesenius pereció ajusticiado en 1621 como uno desus cabecillas. Acosado por la Contrarreforma, Keplerhubo de huir a Ulm, donde logró publicar las TablasRudolfinas en un momento álgido del conflicto. Conel beneplácito del emperador, estrechó lazos con eltriunfante general católico Albrecht von Wallenstein, aquien asistió como consejero. En esos años mantuvorelaciones cordiales con la familia Brahe, y en suspublicaciones expresó a menudo un respetuoso reco-nocimiento hacia su antiguo mentor.

La muerte le sobrevino a Kepler en noviembre de1630, antes de cumplir 59 años. Su continua itineran-cia lo había llevado hasta la ciudad imperial de Ratis-bona, en Baviera. Sus restos mortales desaparecieroncasi de inmediato, tras la devastación de la iglesia quelos guardaba por el ejército sueco. Treinta años des-pués, su hijo Ludwig Kepler vendió los manuscritosde Tycho al rey Federico III de Dinamarca. Hoy repo-san en la Real Biblioteca de Copenhague.

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