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Se trata de un volumen de21 relatos breves(incluyendo el que le datítulo al libro) en torno altema más característicode Singer: la vidatradicional de lascomunidades judías deCentroeuropa y supaulatina disgregación porobra del cambio de las

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costumbres y delprogreso. Pero el arte delescritor, que se muevesiempre de un modo sutil ymatizado entre la ironía yla emoción, consigueuniversalizar unosproblemas que en principiopueden parecerexclusivamente judíos;profundizando en unospersonajes que están

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divididos entre el apego aunas tradiciones en lasque se han formado y laobligada incorporación a lavida moderna, Singerdescribe undesgarramiento común atodos.

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Isaac BashevisSinger

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Un amigo deKafka

ePub r1.0Tellus15.03.14

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Títulooriginal:AfriendofKafkaandotherstoriesIsaacBashevisSinger,1970Traducción:A.Bosch

Editordigital:TellusePubbaser1.0

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NotadelautorTodos los relatos que

figuran en este volumen hansido escritos en los últimosaños, y algunos son muyrecientes. Una tercera partede ellos trata de inmigrantesen los Estados Unidos, paísen el que he vivido ya mástiempo que en mi Polonianatal. He traducido estos

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relatosconlaayudadevarioscolaboradores, y he caído enla cuenta de que en el cursodel procesode traducir llevoa cabo una amplia labor derevisión. No es exageradoafirmar que, al paso de losaños, el inglés ha llegado aser mi «segundo idioma».También es cierto que lasversiones extranjeras de misnovelassehanhechosobrela

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basedesuversióninglesa.Los traductores al inglés,

cuyos nombres constan altérmino de cada relato, nosólo son quienes primeroleenmisobras, sino tambiénquienesrealizanlasprimerascríticas constructivas de lasmismas, o por lomenos esoimagino. He sido traductordurante toda mi vida, yconsidero que la traducción

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es el mayor problema queplantea la literatura, y, almismo tiempo, su másexigente piedra de toque. El«otro» idioma, el idioma alquelaobrahadeservertida,no permite oscuridades, nijuegos de palabras, nioropeles lingüísticos. Latraducción enseña al autor areferirseahechosantesqueala interpretación de los

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hechos, y a dejar que éstoshablenporsímismos.Muyamenudo el «otro» idioma esel espejo que nos ofrece laoportunidad de vernos contodas nuestrasimperfecciones, y, si cabe,corregirnuestroserrores.

Más de la mitad de losrelatos que siguen han sidocorregidos por RachelMacKenzie,redactorajefede

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The New Yorker , y RobertGiroux ha revisado elvolumen en su totalidad.Dedico la presente obra aquienes la tradujeron yrevisaron.

I.S.

NuevaYork,a2de juniode1970.

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UnamigodeKafka

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Mucho antes de leer susobras, supe de la existenciade Kafka por boca de suamigo Jacques Kohn, quienfueactordelTeatroYiddish.Y he dicho «fue», porque

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cuando le conocí llevaba yaañosretiradodesuprofesión.Corrían los primeros añostreinta, y el Teatro Yiddishde Varsovia había perdidogran parte de su público. Elpropio Jacques Kohn era unhombre viejo y derrotado.Pese a que aún vestía comoun pisaverde, sus ropaspresentabanelaspectodelasprendas muy usadas ya.

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Lucía monóculo en el ojoizquierdo, anticuado cuelloalto (del tipo llamado, enaquel entonces,«matapadres»), zapatos decharol y sombrero hongo.Los cínicos del club deescritores yiddish deVarsovia, que tanto él comoyofrecuentábamos,lehabíandado el mote de «el Lord».Pese a que su espalda se le

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encorvaba cada vez más,hacíatitánicosesfuerzosparaandar con los hombrosechados hacia atrás. Peinabalos escasos restos de suamarillento cabello demanera que formara unpuente que le cubriera lacalva cabeza. Siguiendo lastradiciones teatrales depasados tiempos, de vez encuandohablabaenunyiddish

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germanizante, lo cual hacíade un modo muy principalcuando contaba su amistadcon Kafka. Últimamente,Jacques Kohn habíacomenzado a escribirartículospara losperiódicos,pero los directores se losrechazaban unánimemente.Vivíaenunabuhardilladelacalle Leszno, y estabasiempre enfermo. Los

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miembros del club leaplicaban la siguiente frasemordaz: Pasa el día en unatienda de oxígeno, de la quesale al anochecer hecho undonjuán.

Siempre coincidíamos enel club, al caer la tarde. Lapuerta se abría lentamente ydaba paso a Jacques Kohn.Entraba con el aire de unaimportante celebridad

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europea que se dignabavisitarelghetto.Mirabaasualrededor, y en su rostro sedibujaba una mueca,indicativa de que los oloresde ajo, arenques y tabacobarato no eran precisamentesus favoritos. Con desdénpaseaba la mirada por lasmesas cubiertas deperiódicos, viejas y rotaspiezasdeajedrez,yceniceros

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rebosantesdecolillas,acuyoalrededor los miembros delclub discutían sin cesar, agritos, temas literarios.Jacques Kohn sacudía lacabeza, comodiciendo: ¿quécabe esperar de semejantespalurdos?Tanpronto le veíaentrar,memetía lamano enel bolsillo para coger entremis dedos el zloty quesiempre me pedía, en

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conceptodepréstamo.Aquella tarde, Jacques

parecíademejorhumordelousual en él. Esbozó unasonrisa,mostrando los falsosdientes de porcelana, que noencajaban debidamente ensus encías, por lo que semovían cuando hablaba, yavanzó lentamente hacia mí,como si se encontrara enmitad de un escenario. Me

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ofreció su huesuda mano delargosdedosymedijo:

—¿Qué tal? ¿Cómo estáhoy la gran promesademuestraliteratura?

—¿Yaempezamos?—En modo alguno, mi

querido amigo. Se lo hedicho con toda seriedad.Descubro a los hombres contalentotanprontolesecholavista encima, pese a que yo

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carezco de él. En 1911,cuando estábamos actuandoen Praga, nadie había oídohablar de Kafka. Pues bien,Kafkavinoaloscamerinos,yenelmismomomentoenquele vi comprendí que meencontraba en presencia deungenio.Loolídelamismamaneraqueungatohuelelasratas.Yasí comenzónuestragranamistad.

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Había oído aquellahistoriamil veces, con otrastantas variantes, pero sabíaque no me quedaba másremedio que escucharla otravez. Se sentó a mi mesa, yManya, la camarera, nossirvió sendos vasos de té ygalletas. Jacques Kohn alzólas cejas, dejándolas comoelevadosarcossobresusojospardoamarillentos, con el

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blanco cruzado porsanguinolentas venillas. Suexpresión parecía decir:¿Este líquido es lo que losbárbarosdenominanté?Echócincoterronesdeazúcaraltéyloremovióenmovimientoscirculares, de dentro afuera,con lacucharilladehojalata.Con índiceypulgar,deuñasinsólitamente largas, partióuna galleta y se llevó la

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porción a la boca, diciendoNuja, lo que significaba: Elpasadonosirveparallenarelestómago.

Era todo comedia.Jacques Kohn había nacidoen el seno de una familiahasidim,enunpueblecitodePolonia. No se llamabaJacques, sino Jankel. Sinembargo,habíavividolargosaños en Praga,Viena,Berlín

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y París. No siempre habíapertenecido a la compañíayiddish, sino que tambiénhabía actuado en París yAlemania. Fue amigo demuchos hombres célebres.Ayudó aChagall a encontrarun estudio en BeUeville.Israel Zangwill le habíainvitadoamenudoasucasa.Actuó en una obra dirigidaporReinhardt, ymás de una

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vez comió fiambres conPiscator.Me habíamostradocartas a él dirigidas, no sólopor Kafka, sino también porJakob Wassermann, StefanZweig,RomainRolland, IlyaEhrenburg y Martin Buber.Todos le tuteaban. Cuandonuestra amistad se hizo másíntima, Jacques Kohn mepermitió ver fotografías ycartas de famosas actrices

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con las que había tenidoaventuras.

Para mí, «prestar» unzloty a Jacques Kohnsignificabaentrarencontactocon la Europa Occidental.Incluso el modo comoesgrimía su bastón de puñode plata me parecía cosa delejanas tierras. Hasta loscigarrillos fumaba con unestilo insólito en Varsovia.

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Tenía modales en extremocorteses. En las rarasocasiones en que se creyóobligadoareprocharmealgo,consiguió ahorrarme laconsiguientehumillaciónporel medio de añadir uncumplido elegante. Lo quemás admiraba en JacquesKohnerasumaneradetratara las mujeres. Yo era muytímido en mi trato con las

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muchachas,meruborizaba,ysu sola presencia bastabapara inhibirme, pero JacquesKohn se mostraba ante ellasconelaplomodeunpríncipe.Siempre encontraba algoagradable que decir a lasmujeres menós atractivas.Lashalagabaatodas,aunquesiempreconcierto tonillodebonachona ironía, adoptandola actitud del hedonista

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estragado que ya lo haprobadotodo.

Amí me habló con todafranqueza.

—Mi joven y queridoamigo, la verdad es que soyprácticamente impotente. Laimpotencia siemprecomienzaconlaaparicióndeunos gustos en excesorefinados. Cuando uno tienehambre de veras no necesita

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caviar y turrón. Y yo hellegadoyaaunpuntoenquenohaymujerquemeparezcarealmente atractiva. No haydefecto que se oculte a mivista. Y esto es impotencia.Losvestidosyloscorséssontransparentes para mí. Nohay perfume ni colorete queme engañe. Nome queda niun diente, pero cuando unamujer abre la boca veo el

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más leve empaste. Lo cual,dicho sea incidentalmente,era el gran problema deKafka en cuanto escritor.Kafka veía todos losdefectos, los ajenos y lospropios. En su mayor parte,la literatura es obra deplebeyos y chapuceros talescomoZolayD’Annunzio.Enelteatro,yoveíalosmismosdefectosqueKafkaveíaenla

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literatura, y esto nos uniómucho. Kafka ensalzabahasta extremos increíblesnuestras lamentables obrasen yiddish. Se enamorólocamente de una actrizpedante y melodramática,madame Tschissik. Cuandopienso que Kafka amó aaquel sery lohizoobjetodesus sueños, siento lástimahacia los humanos y sus

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ilusiones. En fin, lainmortalidad no esdemasiado remilgada. Todoslosque,porunarazónuotra,han sido íntimos de un granhombre entran con él en elámbitodelainmortalidad,y,a veces, lo hacen calzadoscon lasmás burdas botas.Apropósito, ¿me preguntóusted,miqueridoamigo,cuáleslafuerzaquemeimpelea

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seguir luchando? ¿Sí, o sonimaginaciones mías? ¿Mepreguntóacasoquéesloqueme permite soportar lapobreza, la enfermedad, y,peor todavía, ladesesperanza? ¡Buenapregunta,mijovenyqueridoamigo! Es lamisma quemeformulé cuando leí por vezprimeraelLibrodeJob.¿Porqué siguió viviendo y

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sufriendo? ¿Para tener máshijas, más asnos y máscamellos? No. La verdad esque Job siguió adelante poramor al juego de vivir, aljuego en sí mismo. Todosjugamos al ajedrez con elDestino. El Destino mueveuna pieza, y nosotrosmovemos otra. El Destinointentadarnos jaquemateentres jugadas, y nosotros

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intentamos impedírselo. Nosconsta que no podemosganar, pero sentimos lanecesidad de oponerresistencia.Miadversario eneste juego de ajedrez es unángel muy duro de pelar.Ataca a Jacques Kohn contodos los medios, todos lostrucos y las argucias a sudisposición. Ahora, estamosen pleno invierno; incluso

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con la estufa encendidahacefrío; pues bien, mi estufalleva meses estropeada, y elcasero se niega a repararla.Además, si la estufafuncionara, de nada meserviría porque no tengodinero para comprar carbón.Miqueridoyjovenamigo,sino ha vivido en unabuhardilla ignora usted lafuerza de los vientos. Los

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cristales de las ventanasretiemblaninclusoenverano.A veces, un gato vagabundose sube al tejado debajo demiventanaysepasalanochegimiendocomounamujerenparto.Yome quedo bajo lasmantas, tiritando de frío,mientras el gato maúllallamando a una gata, aunquequizá sean tan sólo lamentosprovocados por el hambre.

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Cierto es que podría darlealgo que comer para que setranquilizara un poco, y quetambién podría asustarle,peronolohagoporquetemoquedarmeheladosiabandonoellecho,yaquemeenvuelvocon cuantos harapos tengo,inclusoconperiódicosviejos,de modo y manera que meencuentro metido dentro deun capullo que el más leve

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movimiento puededesbaratar. De todos modos,miqueridoamigo,debeustedreconocer que, caso de jugaral ajedrez, más vale hacerloconunadversariodenotaquecon unmaleta.Admiro amiadversario. A veces suingenio me pasma. Está ahísentado, en un despacho deltercero o séptimo cielo, enese departamento de la

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Providencia que rige nuestrominúsculo planeta, y sólotiene una misión: atrapar aJacques Kohn. Las órdenesque ha recibido son: raja eltonel,peronopermitasqueelvino se derrame. Y esto esexactamente loquehace.Nosé cómo se las arregla paramantenerme vivo, es unmilagro. Me avergonzaríadecirle,miqueridoamigo,la

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cantidad de medicamentosque tomo, la cantidad depíldorasquemetrago.Suerteque tengo un amigofarmacéutico, ya que si nofuera así no podría comprartanto potingue. Antes deacostarme, me trago laspíldorasesas,deunaenuna,en seco. Sí, porque si beboorino. No andomuy bien dela próstata, e incluso sin

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beber tengo que levantarmevariasveces,porlanoche.Enla oscuridad, las categoríasde Kant dejan de teneraplicación.Eltiempodejadeser tiempo y el espacio dejadeserespacio.Denoche,unosostiene algo en la mano, y,de repente, deja desostenerlo. Encender milámpara de gas no es unatontería, ni mucho menos.

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Las cerillas desaparecenconstantemente. Labuhardilla está atestada dedemonios.Devezencuando,me dirijo a alguno de ellos:«¡Eh, tú, Vinagre, hijo delVino! ¿Quieres dejar degastarme tus pesadasbromas?». No hace mucho,en plena noche, oí quegolpeaban la puerta de mibuhardilla, y con los golpes

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una voz de mujer. No pudediscernir si la mujer reía olloraba.Yparamisadentros,medije:«¿Quiénserá?¿SeráLilith? ¿Namah quizá? ¿OMachlath, la hija de KetevM’riri?». En voz alta, grité:«Señora, se equivoca, no esaquí». Pero la mujer siguiócon sus golpes. Entonces, oíungemidoyel sonidodeuncuerpo desplomándose. No

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me atrevía a abrir la puerta.Comencé a buscar lascerillas, y, por fin, descubríque las tenía en la mano.Salté de la cama, encendí lalámparadegas,ymepuselabata y las zapatillas. Sinquerer,viporun instantemicuerporeflejadoenelespejo,y la visiónme asustó. Teníala cara verde y sin afeitar.Abrí la puerta, y vi a una

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mujer joven, descalza, conabrigo de piel de marta ycamisón. Estaba pálida, yllevaba en desorden su largacabellera rubia. Le dije:«Señora,¿qué leocurre?».Yella repuso: «Cierta personaha intentado asesinarme, porfavor déjeme entrar, me irétan pronto amanezca». Debuena gana le hubierapreguntado quién era esa

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persona que la queríamatar,peronolohiceporqueviqueestaba medio helada. Ytambién borracha,probablemente. La dejéentrar, y advertí que llevabauna pulsera con grandesdiamantes. Le advertí: «Notengo calefacción…».Y ellarepuso: «Más vale esto quemorir en la calle». Bueno, yallí quedamos los dos. ¿Qué

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iba yo a hacer con aquellamujer?Sólotengounacama.No bebo, ya que el médicome lo ha prohibido, pero unamigomehabíaregaladounabotella de coñac, y aún mequedaban unas cuantasgalletasresecasyrancias.Lediunacopayunagalleta.Elalcohol pareció reanimarlaunpoco.Lepregunté:«¿Viveusted en esta casa, señora?».

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Dijo:«No;vivoenelbulevarUjazdowskie». Al momentocomprendí que se trataba deuna aristócrata. Sin apenasdarnos cuenta trabamosconversación,y supequeeracondesa, viuda, y que suamante vivía en mi casa.También era miembro de lanobleza, aunque por su malvivir había sido excluido delos ambientes nobiliarios.

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Había cumplido un año depresidio en la Ciudadela porintento de asesinato. Estehombrenopodíavisitara suamanteporqueéstavivíaconsu suegra, y, enconsecuencia, ella era quienle visitaba a él. Aquellanoche, en un arranque decelos, aquel hombre la habíagolpeadoylehabíapuestolaboca del revólver junto a la

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sien. Para abreviar, diré quela mujer consiguió coger elabrigoysalircorriendodelacasa de su amante. Llamó ala puerta de varios vecinos,peroningunoladejóentrar,yasí llegó a la buhardilla. Ledije: «Señora, su amanteseguramente siguebuscándola… ¿y si laencuentra?, yo he dejado deser lo que se llama un

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guerrero, ¿sabe?». Repuso:«No se atreverá a armarescándalo, porque está enlibertad vigilada; heterminado con él parasiempre; por favor no meabandoneenplenanoche…».Lepregunté:«¿Ycómoselasarreglaráparairmañanaasucasa?». Contestó: «No lo sé;estoy harta de vivir, sí, perono quiero morir a manos de

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este hombre». Le dije: «Enfin,detodosmodosnovoyapoder dormir, así es que leruego acepte mi cama y yodescansaré en una silla». Senegó: «No, no puedoaceptarlo, usted ya no esjoven y tiene mal aspecto,vaya a su cama, y yo mesentaré en la silla».Discutimos largamente elasunto, y, al fin, decidimos

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acostarnos juntos. Latranquilicé: «No tema, soyviejo, y ya no puedosatisfacer a una mujer».Quedó convencida de laverdad de mis palabras…Bueno… ¿Por dónde iba?¡Ah, sí! Pues el caso es queme encontré en cama, encompañía de una condesacuyo amante podía derribarla puerta de un momento a

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otro. Nos cubrimos con misdos únicas mantas, y no mepreocupé de formar el usualcapullo dentro del queduermo. Me sentía tannerviosoeinquietoquehastadel frío me olvidé.Además,nodejabadetenerconcienciadequelamujerestabaallí,ami lado. De su cuerpoemanaba un extraño calordistinto a cuanto había yo

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conocido hasta entonces, oquizá todo sedebía aqueyahabía perdido el recuerdo deesas cosas. ¿Acaso miadversario en la constantepartida de ajedrezme tendíauna nueva celada? Durantelos últimos años, miadversario había jugado singran encono. Sí, porque,como usted sabe muy bien,mi querido amigo, también

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hay loquepodríamos llamarajedrez humorístico. Segúnmehandicho,Nimzowitschaveces gastaba bromas a susadversarios. Y en los viejostiempos, Morphy tuvo famade ser un humorista delajedrez. In mente, dije a miadversario: «Buena jugada,jugada de maestro…». Y,entonces, me di cuenta dequesabíaquiéneraelamante

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de la condesa. Me habíacruzadoconélenlaescaleramás de una vez. Era ungigante con cara de asesino.Qué final tan divertido…¡Jacques Kohn, despenadoporunOtelopolaco!Meechéa reír y la condesa se echótambiénareír.Laabracéylaretuve junto a mí. No seresistió. De repente, ocurrióun milagro. ¡Volvía a tener

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vigorviril!Enciertaocasión,alatardecerdeunjueves,meencontraba yo ante elmataderodeunpueblecito,yvicomountorocubríaaunavaca,antesdequeunoyotrafueran sacrificados para lacelebración de la fiesta delSábado.Nuncasabrélarazónpor la que la condesaconsintió.Quizá lohizoparavengarse de su amante. La

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condesa me besaba ymusitaba dulces frases a mioído. Entonces oímos unospesados pasos. Alguiengolpeóconel puño lapuertade la buhardilla. La mujerrodó por la cama y cayó alsuelo.Sentídeseosderecitarlaoracióndelosmoribundos,pero me daba vergüenzapresentarme ante Dioshallándome en aquellas

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circunstancias. Bueno, másque vergüenza depresentarme ante Dios eravergüenzaapresentarmeantemi burlón adversario en lapartida de ajedrez. ¿Cómoiba yo a darle semejanteplacer?Inclusoelmelodramatienesuslímites.Elanimalalotro ladode lapuerta seguíagolpeando, y yo memaravillaba de que la puerta

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no hubiera cedido ya a susgolpes. Ahora le propinabapatadas. La puerta gemía,pero seguía resistiendo.Entonces, el ruido cesó.Otelo se había ido. Lamañana siguiente llevé lapulsera de la condesa a unacasa de empeños. Con eldineroobtenido,compréamiheroína un vestido, ropainterioryzapatos.Elvestido

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no le caíabieny los zapatostampoco eran de su medida,pero, a fin de cuentas, loúnicoqueteníaquehacereracruzar la acera y subir a untaxi, amenos que su amantela estuviera acechando en laescalera. Pero, cosa curiosa,el individuo desaparecióaquella noche, y nunca másse supo de él.Antes de irse,la condesa volvió a besarme

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y me rogó encarecidamenteque la visitara, pero, a pesardetodo,nosoytaninsensatocomo eso. El Talmud dice:«Los milagros no ocurrentodos los días». Bueno, y locurioso esqueKafka, pese asu juventud, vivíaatormentadoporesasmismasinhibiciones que son latortura de mi ancianidad. AKafka estas inhibiciones le

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tenían paralizado, tanto enmateria literaria como encuestiones carnales. Ansiabaamar, pero huía del amor.Escribía una frase einmediatamente la tachaba.TambiénOttoWeininger eraasí, loco y genial. Le conocíen Viena. No cesaba deprodigar aforismos yparadojas.Dijounafrasequejamás olvidaré: «Dios no

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creó las chinches». Espreciso haber vivido enVienaparacomprender estaspalabras. ¿Quién creó a laschinches? ¡Mire, ahí llegaBamberg!Fíjeseen sumodode avanzar, inseguro, conesas piernecillas tan cortas,como un cadáver que senegara a bajar a la tumba…¿Por qué andará ese hombrezascandileando por ahí toda

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la noche? ¿Por qué seempeña en ir a los cabaretscuando ya no puedendivertirle? Los médicos ledesahuciaron hace ya años,cuando aún estábamos enBerlín. Pero esto no leimpidió estar sentado en elRomanisches Café hasta lascuatro de la madrugada,charlando con las rameras.Una vez, Granat, el actor,

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anunció que iba a dar unafiesta—una verdadera orgía—ensucasa,y,entreotros,invitó a Bamberg. Granatencomendó a todos loshombres que acudieran conuna señora, fuese la propia,fuese una amiga. PeroBamberg no tenía esposa niamante,porloquecontratóauna furcia para que leacompañara. Tuvo que

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comprarle también unvestido de noche. Losinvitados eran,exclusivamente, escritores,profesores, filósofos, y losclásicos individuos que vansiempre detrás de losintelectuales. Todos habíantenido la misma idea queBamberg y vinieron conprostitutas. También fui.Acudí en compañía de una

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actriz de Praga, vieja amigamía.¿ConoceustedaGranat,mi querido y joven amigo?¿No? Pues es un salvaje.Bebe el coñac como si fueraagua, y es capaz de comersecomo si tal cosa una tortillade diez huevos. Tan prontolos invitados hubimosllegado,Granatsedesnudóycomenzó a bailar como unlococonlasfurcias,sólopara

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impresionar a los invitadosintelectuales. Al principio,éstos estuvieron sentados,mirando el espectáculo. Alcabodeunratocomenzaronahablar de sexualidad.Nietzsche decía esto o decíalo otro… Quienes no lohayan presenciadodifícilmentepodránimaginarloridículosquepuedenllegara ser los genios esos.Y, de

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repente, Bamberg se sintióenfermo.Sepusoverdecomoelcéspedyechóasudar.Medijo: «Jacques, todo haterminado para mí, ¡buensitio en el que morir!».Padecíaunataquederiñónodehígado.Lesaquédeallíyle llevé a un hospital. Apropósito,miqueridoyjovenamigo, ¿puede prestarme unzloty?

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—Nouno,sinodos.—¡Qué! ¿Es que ha

asaltadoelBancoPolski?—Hevendidouncuento.—Enhorabuena.Cenemos

juntos.Leinvito.

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Mientras cenábamos,Bamberg se acercó a nuestramesa. Era un hombremenudo, con palidez de

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tuberculoso, encorvado ypatizambo. Calzaba zapatosdecharol,conbotines.Ensucráneo puntiagudo aúnquedaban algunos cabellosgrises. Tenía un ojo mayorque el otro, y el ojo mayorera saltón, rojo, y comoaterrado por la visión de símismo, a cargo del otro ojo.Apoyósusmanospequeñasyhuesudas en la mesa, e

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inclinándose hacia delante,dijoconvozcascada:

—Jacques, ayer leí eselibro que me prestaste,Elcastillo de Kafka.Interesante, muy interesante,pero¿quépretendedecir?Esdemasiado largo por tratarsede un sueño. Las alegoríasdebensercortas.

Jacques Kohn tragórápidamente la comida que

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estabamasticandoydijo:—Siéntate. Los grandes

maestros no están obligadosaplegarsealapreceptiva.

—Hay ciertas reglas queincluso los grandesmaestrosdebenseguir.Ningunanoveladebe ser más larga queGuerraypaz.InclusoGuerraypaz es demasiado larga. Sila Biblia tuviera dieciochovolúmenes,habríacaídoenel

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olvidohaceyatiempo.—ElTalmudtienetreinta

y seis volúmenes, y losjudíosnolohanolvidado.

—Los judíos recuerdandemasiado. Ésta es nuestramayor desgracia. Hace dosmil años nos echaron deTierra Santa y ahoraintentamosvolver.¿Nocreesqueesunalocura?Sinuestraliteratura reflejara este

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demencialestadodenuestrasmentes sería una granliteratura. Pero nuestraliteratura es increíblementesensata. En fin, más valedejarlo.

Bambergseirguió,y,conun esfuerzo, frunció elentrecejo.A pasosmenudos,arrastrando los pies, se alejódenuestramesa.Seacercóalgramófono y puso un disco

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de baile. En el club deescritores se sabía queBamberg no había escrito nimedia palabra en muchosaños. En su ancianidad,aprendía a bailar, influidopor la filosofía de su amigo,el doctor Mitzkin, autor deLa entropía de la razón. Enesta obra, el doctor Mitzkinintentaba demostrar que lainteligencia humana está en

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quiebra, y que la verdaderasabiduría sólo puedealcanzarseporlapasión.

Jacques Kohn sacudiópesarosolacabeza:

—Un Hamlet de víaestrecha. Kafka temía llegaraserunBamberg,yestofuelo que le impulsó aautodestruirse.

Lepregunté:—¿Le ha llamado la

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condesa?Jacques Kohn extrajo el

monóculo del bolsillo, se loencajóydijo:

—Y si hubiera llamado,¿qué? En mi vida, todo sedeshace en palabras. Todopalabras, palabras… Enrealidad,estaes la teoríadeldoctor Mitzkin: el hombreterminará siendo unamáquina de palabras. Sí, y

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ahora recuerdoque el doctorMitzkin también asistió a laorgía de Granat. Llegó apracticar lo que predicaba,pero también fue capaz deescribirLa entropía de lapasión. Pues sí, la condesame visita de vez en cuando.También ella es unaintelectual, aunque sinintelecto.Enrealidad,peseaquelasmujereshacencuanto

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puedenparaponerderelievelos encantos de sus cuerpos,saben tan poco acerca delsignificado de la sexualidadcomo acerca del significadodel intelecto. Por ejemplo,fijémonos en la señoraTschissik. ¿Qué tuvo aquellamujer, salvo su cuerpo?Ahora bien, más valía nopreguntarlequéesuncuerpo,en realidad.Actualmente, es

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una mujer fea. Cuando eraactriz, en los tiempos dePraga, aún conserva unalgo… Yo era el primeractor. Ella era una actriz desegundo orden, con apenasuna chispita de talento.Fuimos a. Praga con la ideade ganar algún dinero, y allíencontramosaungenio,aunhomo sapiens en su cumbrede actividad de autotortura.

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Kafka quería ser judío, perono sabía cómo.Quería vivir,perotampocosabíacómo.Enciertaocasiónledije:«Franz,eres joven, haz lo que todoshacemos».HabíaenPragaunprostíbulo en el que meconocían bien, y convencí aKafka de que fuera conmigoaesesitio.Kafkatodavíaeravirgen.Prefieronohablardela muchacha con la que

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estaba prometido enmatrimonio. Kafka vivíahundidohastaelcuelloenelbarro burgués. Los judíos desu círculo teníanun ideal, elideal de convertirse engentiles, y no en gentilespolacos, sino en gentilesalemanes. En resumen,convencí a Kafka de quedebía intentar aquellaaventura. Le llevé a una

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oscura calleja, en el ghettoantiguo, en donde seencontraba el prostíbulo.Subimos los empinadospeldaños. Abrí la puerta.Parecíaunescenario,con lasrameras, los chulos, losvisitantes y la madama.Jamás olvidaré aquelinstante. Kafka se echó atemblar y me tiró de lamanga. Luego dio media

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vueltaybajólasescalerastandeprisaquetemísequebrarauna pierna. Al llegar a lacalle se detuvo y vomitócomo un colegial. Deregreso, pasamos ante unavieja sinagoga, y Kafkacomenzóahablardelgolem.Kafka creía en el golem einclusoestabaconvencidodeque el futuro nos depararíaotro golem. Forzosamente

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tenía que haber palabrasmágicas-capacesdeconvertirun montón de arcilla en unservivo.¿AcasoDios,segúnnosdicelaCábala,nocreóelmundo por el medio depronunciar sagradaspalabras?Al principio era elLogos.Sí,todonoesmásqueuninmensojuegodeajedrez.Siempre temí a la muerte,pero ahora que estoy con un

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pieenlatumbahedejadodetemerla.Nocabedudadequemi adversario planea jugarlentamente. Seguirá con sutácticadequitarmetodasmispiezas, una a una. Primero,me quitó mi arte de actor,luego me convirtió enpseudoescritor.Y tan prontohizo esto último,medio esaparálisisqueafectaaalgunosartistas de la pluma,

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incapaces de escribir mediapalabra. A continuación, meprivódemivigorviril.Sí,yasé que aún faltamucho parael jaque mate, y esto me dacierta fuerza. Que hace fríoenmi dormitorio, pues bien,que siga haciendo frío. Quehoy no tengo ni para cenar,puesbien,nadiesemuerepornocenarundía.Élmeatacayyocontraataco.Hacealgún

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tiempo, regresé a casa aúltima hora de la noche.Hacía un frío terrible, y, derepente,medicuentadequeme había olvidado la llave.Desperté al portero, peroresultóquenoteníallave.Elporteroapestabaavodkaysuperro me mordió un pie. Enotros tiempos me hubieradesesperado, pero en estaocasióndijeamiadversario:

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«Si quieres que coja unapulmonía, te diré que notengo nada que objetar».Mealejé de casa y me fui a laestación de Viena. El vientocasi me llevó en volandas.Fui a pie porque, a aquellahora de la noche, hubieratenido que esperar trescuartosdehoraparacogereltranvía. Al pasar ante laasociación de actores vi luz

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enunaventana.Cuando subílos peldaños, la punta demipie tropezó con algo queprodujo un sonido metálico.Me incliné y vi que era unallave. ¡Mi llave! Lasprobabilidades de queencontraralallavedemicasaen aquella oscura escaleraeran una entremil millones,pero, al parecer, miadversariotemíaquerindiera

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el alma antes de que élestuviera dispuesto arecibirla.¿Fatalismo?Bueno,pues sí, también se le puedellamarfatalismo.

JacquesKohn se levantó,excusándose, para efectuaruna llamada telefónica. Mequedé sentado, y observé aBamberg quien, con laspiernas temblorosas, bailabacon una dama del mundo

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literario. Bamberg tenía losojos cerrados y apoyaba lacabeza en el pecho de laseñora, como si fuera unaalmohada. Causaba laimpresióndebailarydormir,al mismo tiempo. JacquesKohntardómuchoenvolver,mucho más de lo que esnecesario para llamar porteléfono. Cuando regresó, sumonóculorebrillaba.

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Dijo:—¿A que no adivina

quiénseencuentraen laotrasala? ¡Madame Tschissik!¡ElgranamordeKafka!

—¿Deveras?—Efectivamente. Creo

que ya le he hablado deella… Vamos allá, quieroquelaconozca.

—No.—¿Por qué? ¡Una mujer

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amadaporKafkamerece serconocida!

—Nomeinteresa.—Es usted un hombre

tímido,éstaeslarazóndesuactitud. También Kafka eratímido, tímido como unestudiante de yeshiva. Encambio, yo nunca he sidotímido, y quizá sea ésta larazón de que nunca hayallegadoanada.Miqueridoy

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joven amigo, necesito veintegroschen más, diez para elporterodeesteedificioydiezpara el portero del mío. Sindinero no puedo volver acasa.

Saqué unas monedas delbolsilloyselasdi.

—¿Tanto me da?Realmente parece que hayaasaltado un banco…¡Cuarenta y seis groschen!

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¡Así, como si tal cosa! Enfin, si hayDios, no tengo lamenor duda de que lerecompensará. Y si no hayDios,¿quiénesésequejuegaalajedrezconJacquesKohn?

(Traducidodelyiddishalinglés por el autor yElizabethShub).

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Visitantesenunanocheinvernal

1

La estufa estabaencendida. La colgantelámparadepetróleodifundíaun brillante resplandor en laestancia. La nevada habíacomenzado tres días atrás, y

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seguía nevando. Almohadasde nieve cubrían nuestrobalcón. A la cabecera de lamesa se sentaba mi padre,vestido con una túnica deterciopelonegro,debajodelaqueasomabaunaamarillentaprenda terminada en flecos.Se cubría la cabeza con unbonetillo. Su frente altaresplandecíacomounespejo.Yo le miraba con amor y

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tambiénconpasmo.¿Porquérazón era aquel hombre mipadre?¿Quéhubieraocurridosimipadrehubiesesidootrohombre?¿Hubierayosidoelmismo Isaac? Le mirabacomosi levieraporprimeravez. La causa de estosdesvaríos radicaba en ciertainformación que mi madremehabíadadoeldíaanterior,según lacual el casamentero

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de lacomunidad judíademimadre había intentadocasarla con un joven deLublin. Simimadre hubieracontraído matrimonio coneste joven, ¿hubiese sidorealmente mi madre? Estosplanteamientos me parecíanunlíoindescifrable.

Mi padre era hombre depiel blanca, con crenchasoscurasybarbadeuncastaño

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rojizo como el color deltabaco.Teníalanarizcortaylos ojos azules. Entonces semeocurrió una extraña idea.Pensé que mi padre separecía al zar, cuyo retratocolgaba en nuestro cheder.Pero el zar era un hombrebrutal,entantoquemipadreera un rabino muy piadoso.Lo cierto es que aquellanoche los más locos

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pensamientos atestaban micabeza.Silagentesupieraloque pensaba me encerraríanen presidio. Mis padres merepudiarían. Seríaexcomulgadotalcomolofueel filósofoSpinoza,dequiennuestro padre habló en lacena de celebración delPurim, o sea enconmemoracióndeladerrotade Haman, quien planeaba

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asesinar al pueblo de Israel.Aquel hereje, Spinoza, habíanegadolaexistenciadeDios,afirmando que el mundo nofue creado sino que habíaexistidoeternamente.

Sobrelamesa,antesí,mipadreteníaunlibroabierto,yencimadelaspáginaspusoelextremo de su ancha faja,para indicar que interrumpíael estudio por unos instantes

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solamente.Aladerechateníaun vaso de témediado.Y, ala izquierda, la larga pipa.Anteélsesentabamimadre.Elrostrodemipadreeracasicircular, en tanto que el demi madre era de contorno,nariz y mentón angulosos.Inclusolamiradadesusojosgrises era cortante. Llevabapeluca rubia, pero yo sabíaque su cabello natural, bajo

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la peluca, era rojo, como elmío. Tenía las mejillashundidas y los labiosdelgados.Yyosiempretemíaque adivinara mispensamientos.

Aladerechademipadrese sentaba Abraham, elmatariferitual,morenocomoun gitano, con barbaredondeada, densa como uncepillo. Malas lenguas

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aseguraban que Abraham serecortaba la barba.Abrahamteníaunagranbarriga,cuellorecio y de líneas verticales,nariz ancha y labioscarnosos. Pronunciabarotundamente las erres yhablaba con insólita rapidez.Abraham creía que nadie letrataba debidamente, que eravíctima de todos, y, de unmodo muy especial, de su

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terceraesposa,Zevtel.Peseaqueteóricamentesedirigíaami padre, como era suobligación, Abraham nodejaba de lanzar miradas ami madre. En sus ojososcuros, hundidos entrepárpados hinchados yazulencos, destellaba la ira.Según me habían dicho,todos los matarifes nacíanbajo el signo deMarte, y si

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no hubieran estudiado laprofesión de matarife seríantodos asesinos. Imaginaba aAbraham,conunhachaenlamano, oculto en un densobosque,acechandoelpasodelos comerciantes que sedirigían a Leipzig, Danzig oLentshno. Y Abraham losatacaba, les quitaba susbolsasdeoroylescortabalacabeza. Y cuando los

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comerciantes le suplicabanque no les diera muerte,Abraham respondía: «Loscrrrriminales noperrrrdonamos».

PeroahíestabaAbraham,quejándosecomoundoctrinodel comportamiento de suesposa.Abrahamdecía:

—Me paso el día enteroenpie,sacrificandoanimales,y, como es natural, por la

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nochequierodescansar,peroentoncesescuandocomienzala tortura. Parece que mimujer me haya declarado laguerra. Su madre era igual.Me enteré cuando estuve enZelochow. La madre de miesposaenterróatresmaridos,apesardequeestáprohibidocasarse con mujer que seatres veces viuda. Sí, peroahora, mi suegra tiene un

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cuarto marido. Zevtel tuvotambiéndosmaridosantesdecasarse conmigo. Sí, yo soyel tercero.Ylosotrosdossedivorciaron de ella. Elprimero era un joven muydulce, fino como la seda ysobrino del rabino deZychlin. ¿Qué podía mimujer echar en cara asemejante hombre? Pero mimujer se enamoró del otro,

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del segundo, según medijeron, que era un incultocochero. Mi mujer se portócon tan poca vergüenza queescandalizóatodoelpueblo.

Mipadredijo:—QueelSeñorseapiade

detodosnosotros.Avanzó la mano derecha

hacia el vasode té,mientrasse acariciaba la barba con laotramano.

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Peseaqueyoeraaúnunmuchacho, me constaba quemi padre sabíamuy poco demateriascomoaquelladequele había hablado el matarifeAbraham. Mi padre lojuzgaba todo según la ley.Había cosas prohibidas ycosas permitidas, y basta.Para mi padre no habíaninguna diferencia entretocar una palmatoria en la

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fiesta del Sábado y elcomportamiento deshonesto.Mi padre fue educado en elestudiodelaTorá,laoración,y los aforismos de rabinosmilagreros. Su verdaderapasióneravisitarlasaulasdelos rabinos y conversar conhasidimsacercademilagros,pero siempre que anunciabaun viaje, mi madre lerecordaba que era preciso

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pagar el alquiler, laeducacióndeloshijos,yquetambiénteníamosquecomer.Ir vagabundeando por ahípara visitar rabinos no dadineroparavivir.

Mi madre preguntó aAbraham:

—Entonces, ¿por qué secasóconella?

Abraham se mordió elgordolabioinferior:

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—La verdad no siemprese ve a primera vista. Mimujer allanó todos losobstáculos, me causó laimpresión de que casarmeconellaerafácilyagradable.Cuandoquiereesdulcecomola miel. Cuando murió miLubamesentíperdido.¿Quépuede hacer un hombre soloenestemundo?Lascomidasde los restaurantes me

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destrozabanelestómago.Medijeron que el padre de miactual mujer era un hombrecon estudios. Y, por otraparte, con Luba, que en pazdescanse,notuvehijos.Lubapadecía una enfermedad demujeres y tuvieron quequitarle la matriz. Además,siempre he querido tener unhijo que rezara elKaddish ami muerte. El casamentero

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me propuso a Zevtel, yZevtel me habló con muchadulzura. Según ella, elsobrino del rabino deZychliner estaba medio locoy era un soñador queignoraba la realidad de lavida. Cuando Zevtel lellevabalacomidaalacasadeestudio, su marido no lareconocía y la tomaba porunacriada.Estabasiempreen

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las nubes, y, en realidad, nohabía dejado de ser uncolegial, sí porque hayhombres que son así. Detodos modos, aquelmuchacho no servía paramarido de Zevtel. Me dicuenta después. Disculpenmis palabras, pero la verdades que Zevtel es una mujerque necesita un macho deveras. No quiero hablar mal

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de nadie, y no olvido queaquí, en el Arca, hay unSanto Rollo, pero podríacontarles cosas que lespondrían los pelos de punta.En cuanto a su segundomarido, Zevtel me dijo queerauncomercianteengranosy hombre importante en sucomunidad, pero Zevtel sellevaba muy mal con sushijastras.Laverdadesqueno

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tuve tiempo de estudiar unpoco todo lo que Zevtel medijo.Penséqueesnormalquela gente se divorcie. Inclusolosrabinossedivorcian.Perotan pronto nos casamos,Zevtel comenzó a mostrarsetal cual realmente era.Comenzó a decir que queríaqueyo fueramatarifeoficialdeunacomunidad.No,no lebastaba con que fuera

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matarife extraoficial enVarsovia.Yyoledije:«¿Quéimportaesosiigualmeganolavida?».Losmatarifesdelaciudad tienen muchasventajas, y el cargo pasa depadres a hijos. Todos hannacidoenVarsovia, y el quellega de provincias siempreserá un extraño para ellos.Además, el matarife deciudad gana mucho y vive

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bien.ElrabinodeGur,queesquien apoya a los matarifesdeVarsovia, esunsanto, sindudaalguna,perotambiénesun hombre muy poderoso.Los seguidoresdel rabinodeGur encuentran todas laspuertasabiertas.Ysiunonoestá de parte del rabino deGur, todo son persecuciones.Dicen que el rabino de Gurtiene tratos con los poderes

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celestiales, pero también esverdadquesabemuybien loquepasaenlatierra.

Mi padre dejó sobre lamesaelvasodeté:

—¿Qué dices, RebAbraham?[1]ElrabinodeGuresunsanto.Amaa todoslosjudíos.

—Sí, es cierto, peroincluso Moisés tuvo queemplear triquiñuelas. Bueno,

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da igual, el caso es que mimujer comenzó a visitar atodos los notables parabuscar influencias. Secompró una peluca que sólole cubría la mitad de lacabezaynosecortóelpelo.Y comenzó a peinarse elcabello natural mezclándolocon el de la peluca. Un día,llegoyveoquemimujerestádelante del espejo, rizándose

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el cabello con unastenacillas.Yyoquevoyyledigo: «¿Qué significa eso?».Yellaquemecontesta: «Note preocupes, es cosa mía».En resumen, se estabapreparandoparairavisitaraun notable, a fin de queinfluyera en mi favor, yquería deslumbrarle. Yoestalléyledije:«¡Noquieroser matarife de una

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comunidad, y no quiero quetepongasguapaparairaveraesagente!».Mecontestódeuna manera que parecía queyo fuera supeor enemigoenvezdesersumarido.

Mipadrecogiólapipa:—El Talmud dice: El

hombrenopuedevivirdentrode un cesto en compañía deunavíbora.

—¡Comosinolosupiera!

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Y no he contado ni lamilésimapartede loquemepasa con mi mujer. EnZelochow supe la verdad.Aquelcomercianteengranosdelquemimujerseenamoró,yquefuesusegundomarido,no era un comerciante engranos sino un vulgarcarretero que transportabamercancías. Y de vez encuandoaceptabapasajerosen

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su carro. Y una vez llevó aZevtel a Sochaczew. Elcarretero era hombre malhablado, y decía cosas quehubieran ruborizado a uncosaco. A Zevtel le gustóaquelhombre,ysenegóasumarido,enfin,quesenegóaser suya, y ya saben ustedesloquequierodecir.

Mi madre sacudiótristemente la cabeza. Mi

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padredijo:—Enestecasoelmarido

se puede divorciar sincontraerobligaciónalguna.

—Sí, pero es que Zevtelyaselashabíaarregladoparaquitarunmontóndedineroalprimermarido.Peroentoncescomenzó a sentir celos. Elcarretero llevaba siempre elcarrollenodemujeres,eraunsinvergüenza, un verdadero

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animal. Siempre iba con labotella de vodka en elbolsillo interior de lachaqueta,y,comositalcosa,se comía un plato de trigosarraceno con mollejas degallina,asídegrande,quenohubieracabidoenunbarreño.DejabaaZevtelenelpueblo,tristeysola,yregresabaparala fiesta del sábado, y, aveces,nieso.Ahora,fueella

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quien pidió el divorcio, y elcarretero pidió queZevtel lepagara una indemnizaciónpor divorciarse,amenazándola con irse aAmérica y dejarla en lasituación de esposaabandonada si no pagaba.EntoncesZevteltuvoquedarasusegundomaridoloquelehabía quitado al primero, y,además, tuvoquevender sus

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joyas.Mimadredijo:—Una desenfrenada. ¿Y

porquésigueconella?—Seniega a divorciarse.

El único remedio que mequeda es obtener laautorizacióndecienrabinos.

Mi padre fijó la vista enellibro:

—El rabino Zadock, deLublin, bendita sea su

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memoria, tuvo una mujerperversa igual que ésta. Laesposa del rabino Zadockestrechó la mano de unfuncionario. Cuando elrabino Zadock lo supo,inmediatamente quisodivorciarse de ella, pero ellase negó a concederle eldivorcio.Entonces, el rabinoZadock tuvo que visitar cienpueblos y ciudades para

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conseguircienfirmas.Abrahampreguntó:—¿Y todo por estrechar

lamanodeunfuncionario?Mipadrerepuso:—Esunactode ligereza.

Tan pronto se da un pasoalejándosedel judaísmo,unocomienza a hundirse en lasCuarenta y nueve Puertas delaProfanación.

Mimadrepreguntó:

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—¿Ynoesposiblequeelfuncionario ruso tendiera lamano y que la esposa delrabinoZadocknoseatrevieraarechazarla?

Juiciosamente, mi padreobservó:

—Sólo al Todopoderosodebemostemer.

2

Había silencio. Oía el

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sonido de la mecha alabsorberpetróleo.Fuera,caíanieve seca y soplaba elviento. Mi padre alargó lamano para coger la bolsa detabacoysediocuentadequeestaba vacía. Me miró y, enuntonoqueerainterrogacióny súplica al mismo tiempo,medijo:

—Itchele,mehequedadosintabaco.

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Mimadreseirguió:—¿Nopretenderásqueel

niño salga con ese frío?Además, todas las tiendasestányacerradas.

—Si no fumo allevantarme, no puedoestudiar, y tampoco puedoprepararme para lasoracionesmatutinas.

Abrahamobservó:—Quizás Eli tenga

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todavíaabiertalatienda.Tuvelaimpresióndeque

Abraham queríadesembarazarse de mipresencia por abrigar laintención de revelar secretosque un muchacho no puedeoír. Pero, de todos modos,sentía deseos de salir a lacalle. Lo único que measustaba era la oscuridad delaescalera.Dije:

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—Iréaver.Mipadredijo:—Daleveintegroschens.Mimadrefruncióelceño,

pero cedió. Mi padre era unfumadorempedernido.Todaslas mañanas se fumaba unapipa,bebíavariosvasosdetéflojo y escribía comentariosen unos papeles largos yestrechos. Los sábados, alatardecer, esperaba

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impaciente que aparecierantres estrellas en elfirmamento. Mi madre mepuso un grueso abrigo y meenroscó una bufanda alcuello. Cuando comencé abajar la escalera, mi madredejó abierta la puerta de lacocina, porque sabía que laoscuridad me daba miedo.¿Cómo no iba yo a tenermiedo cuando me constaba

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que el mundo rebosabademonios y espíritusmalignos? Recordaba a laniña Jochebed, hija denuestros vecinos, que murióelañoanterior.Yenunacasade Bilgoray había unfantasma que rompía loscristales de las ventanas ylanzaba los platos al aire.Ytambién recordaba a aquelmuchachoaquienunespíritu

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maligno llevó al castillo deAsmodeo,endondeleobligóacontraermatrimonioconunser de la corte de Satán.Afortunadamente, vivíamosen una segunda planta. Peroel vestíbulo de la casatambién estaba oscuro. Allíse aposentaba a menudo unhombre cuya cara parecíadesollada. En vez de nariztenía unmontoncito de yeso

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negro. Nunca llegué a saberquién era aquel ser queesperaba allí horas y horas,en el frío y la oscuridad. Lomás probable era que setrataradealguienrelacionadoconlosespíritusinmundos.

Pero tan pronto crucé elportalón, todo me parecióalegre. El cielo, a pesar dehallarse sin luna y estrellas,resplandecía con una luz

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amarillenta, como si detrásde las nubes hubieracelestiales lámparasencendidas, creadas adredepara iluminar aquella noche.Las farolas de gas lucíangorros de nieve, blancaescarchacubría sus cristales,y la luz que los atravesabateníaloscoloresdelarcoiris.Todas las luces tenían unaestela de niebla. La nieve

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cubría la pobreza de la calleKrochmalna que ahoraparecía rica. Tuve laimpresión de que Varsoviahabíase desplazado,penetrando por misteriososmedios en el interior deRusia, tal vez hasta Siberia,en donde, según decía mihermano Joshua, el inviernoes una larguísima noche yosos blancos viajan sobre

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islotes de hielo. Ahora, laparte del arroyo junto a lasbocasdelascloacassehabíaconvertido en pista depatinaje para los muchachosde la calle. Algunas tiendasestaban cerradas, el hieloenmarcaba los escaparatescuya superficie quedabacubierta de escarcha enforma de ramas de palmera,comolasqueseutilizanenla

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Fiesta de los Tabernáculos.En otras tiendas, aúnabiertas,losclientesentrabanpor la puerta trasera. Losestablecimientos decomestibles finos estabanbrillantemente iluminados.Largas salchichas colgabandel techo. Detrás delmostrador, Chayele cortabasalchichas,hígados,pechodeternera,roast beef… Allí

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vendían pretzels, lospastelillos salados en formade nudo abierto, y tambiénsalchichas de Frankfurtcalientesyconmostaza.Unapareja,sentadaaunamesilla,cenaba tardíamente. Penséqueseguramenteerannovios,ya que sólo los novioscenabanaúltimahoraenunatienda de comestibles finos.El hombre iba vestidomitad

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a la antigua, mitad a lamoderna, con una gabardinacorta, un gorro pequeño,rígido cuello de cartón ypecheríndepapel.Elcabelloque sobresalía del gorro erasuave y reluciente debrillantina. Sabía quien era.Se llamaba Pesach, y estabaespecializadoeneltrabajodecolocar, cosiéndolahábilmente, la parte superior

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del cuero de las botas, en elcalzado viejo. Los sábadospor lamañana solía acudir ala casa de oración, perodespués de la comida delmediodía llevaba a su noviaal cine o al Teatro Yiddish,en donde representabanShulamith, Chasia lahuérfana, El príncipeChardas… Sabía todo loanteriorporquemelohabían

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dicho mis compañeros dejuegos en el patio. Tambiénconocía bien a la novia,Feigele.Hacíaapenasunañojugabaconlasotrasniñas,enelpatio,atiraralblancoconnueces. También destacabaenel juegodeldiábolo.Peroderepentelesaliónovioyseconvirtióenunachicamayor.Seenrollóelnegrocabello,ycomenzó a andar por ahí

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luciendo moño. Mi padreofició en la fiesta decompromiso matrimonial, yde ellame trajo una porcióndepastel.Estanoche llevabaunvestidoverde,conadornosde piel. Sosteníaelegantemente la salchichade Frankfurt, con el dedomeñiquearqueadoenelaire,y se la iba comiendo amordisquitos. Les estuve

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mirando un rato y sentíagrandes deseos de gritar.¡Feigele! ¡Pesach!, perorefrené este impulso. Losotros chicos podíancomportarselibremente,peroyo era el hijo del rabino. Sino me portaba bien,suscitaría murmuraciones ymedenunciaríanamipadre.

Mayorinterésdespertóenmí el café de Chaim. Allí

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había muchas parejas, todasellas emancipadas, y enmodoalgunohasidim.Aquelcafé era frecuentado porladrones y «huelguistas»,siendo estos últimos losmuchachos y chicas quepocos años atrás arrojaronbombas,exigiendoqueelzarpromulgaramíaconstitución.No sabía yo de qué clase deconstitución se trataba, pero

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sí sabía que el MiércolesSangriento gran número dejóvenes como aquelloscayeron bajo las balas. Sinembargo muchossobrevivieron, y algunos deéstos fueron encarcelados ydespués puestos en libertad.AquellosjóvenesibanalcafédeChaim,comíanpanecillosconarenque,bebíancaféconachicoria, a veces comían

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pastel de queso y leían losperiódicos en yiddish.Procuraban estar al corrientede lashuelgas enRusiay enotros países extranjeros. Loshuelguistas se diferenciabandelosladronesporsusropas.Iban con camisas sin cuello,cerradas con pequeñosgemelos. No llevaban lasviseras de las gorras tanechadashaciaabajocomolos

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ladrones. Las chicas ibanmuy modestamenteataviadas, y con el cabellorecogido mediante peinetas.Los ladrones se sentaban aunagranmesacircular,y lasmujeres que lesacompañaban vestían deveranoenplenoinvierno,conropas rojas y amarillas yalgunas hasta floreadas. Yoteníala impresióndequelas

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caras de aquellas mujeresllevaban manchones de sopade borsch, con remolacha.Ysus ojos rodeados de tiznenegro, brillaban de unmodoextraño.Mimadredecíaqueaquellos pecadores no sólohabían perdido este mundo,sinotambiénelvenidero.

De vez en cuando, mipadre me mandaba a aquelcafé para que citara a algún

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chico o chica decomparecencia en su sala dejusticia para testificar. Mipadrenoteníasacristán,yyoactuaba como tal. Cuandoentraba,todosseburlabandemí. Los obreros meseñalaban con el dedo y seburlaban de mis rojascrenchas. En cierta ocasión,uno de ellos me preguntó:«¿Estudias el Talmud,

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verdad?¿Aqué tededicarás,a enseñar el Talmud, aintermediarioennegociosoabuhonero?». Luego, añadió:«Di a tu padre que esostiemposseacabaronya».Losladrones me llamaban«vago», «doctrino»,«beato»…Lasmujeressolíandefenderme, diciendo:«¡Dejad en paz al chico!».Unavez,unadeellasincluso

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me besó. Yo escupí y salícorriendoentrelascarcajadasdetodos.

La tienda de Eli estabaaún abierta. Compré unpaquete de tabaco. Allítambién vendían libretas ycuadernos, lápices,gomasdeborrar, plumas… Pero estosartículoseranparaloschicosricos,noparamí,yaquemispadresme daban un penique

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aldía,yavecesnieso.No volví a casa

inmediatamente. Cogí unpuñadodenieveylolamí.Apesardeserinvierno,tuvelaimpresióndeoírmásalládela nieve el canto de losgrillos. O quizá fuera elcascabeleode lascollerasdelos caballos que arrastrabantrineosenlacalleHierro,allídondelasfarolasmeparecían

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haber empequeñecido, y endondeuntranvíaeléctricomeparecía del tamaño de unjuguete. Nunca me atreví allegar solo hasta allá. Deregreso, cuando ya estabacerca de casa, vi a mihermana, Hindele, y a mihermano Joshua. Me alegróengranmaneradarmecuentade que no tendría que subirsolo la escalera. Ver a mi

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hermana y a mi hermanojuntos, en la calle, erainsólito debido, en primerlugar, a que no seconsideraba correcto que unjoven hasidim fuera por lacalle con una muchacha,incluso en el caso de quefuera su hermana, y, ensegundolugar,aqueHindeleyJoshuanosellevabanbien.Parecía que se hubieran

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encontrado por casualidad,Joshua de regreso de la casadeestudiodeKrel,enlacalleGnoyna, yHindele de vueltadecasadesuamigaLeah.AHindele también le dabamiedo subir la escalera aoscuras. Corrí hacia ellos,gritando:

—¡Hindele!¡Joshua!Joshuamereprendió:—¡Gritas como un loco!

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Noestamossordos.Hindelemepreguntó:—¿Qué haces en la calle

aesashoras?Iba vestida como una

señora, luda un sombreroprendido al pelo con agujasadornadas con piedras debisutería, una piel al cuellocon lacabecitadeunanimalen un extremo, y manguito.Ya había celebrado su

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compromiso matrimonial, ypreparaba su ajuar. Joshuaibacongabardinalargayunagorra pequeña. Tambiénllevaba crenchas, aunquerecortadas. Joshua se habíaconvertidoenun joven judío«ilustrado»,o,comodecíamipadre, «contaminado».Joshua se negaba a estudiarel Talmud, leía librosprofanos y se oponía a la

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existencia del oficio decasamentero. Casi todos losdíasmipadrediscutíaconél.Joshua afirmaba que losjudíos de Polonia vivíancomoasiáticos.Seburlabadesus crenchas, de susgabardinas hasta los pies…¿Hastacuándoestudiaríanlasleyes a aplicar a un huevoempolladoendíadedescansoobligatorio? Mi hermano

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aseguraba que Europa habíadespertadode su sueño,peroque los judíos polacosseguían viviendo en plenaEdad Media. Utilizabapalabrasmodernasqueyonocomprendía. Cuandoescuchaba las discusiones demi hermano con mi padre,siempre me ponía, en mifuero interno, de parte deJoshua.Ansiabacortarmelas

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largas crenchas, vestirchaqueta corta, estudiar elpolaco, el ruso, el alemán,aprender lamecánica de unalocomotora, aprender aconstruir un teléfono, untelégrafo,unglobo,unbarco.Nunca osaba intervenir enaquellasdiscusiones,peromeconstaba que los hombrescon gabardina larga y lasmujeres con peluca y bonete

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teníanprohibidalaentradaenlos jardines de Sajonia. Mipadre me prometíaconstantemente que, cuandoel Mesías llegara, los quehubieranestudiadolaTorásesalvarían, y los incrédulosperecerían. Pero, ¿cuándollegaría el Mesías? Quizánunca.

Mi hermana Hindeletambiénhabíaabandonadola

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religión. Ahora bien, tantoella como Joshua eranmayores, en tanto que yotodavía era un niño. EntreJoshua y yo mis padrestuvieron dos hijas quemurierondelaescarlatina.

Hindele y Joshua mecogierondeunayotramanoymellevaronhaciaelportalde casa y la oscura escalera.Ahora, ni el mismísimo

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Satánmedabamiedo.Joshuadijoamihermana:

—Fíjateen looscuraqueestá laescalera.En lascasasde otras calles hay lámparasde gas en la escalera. Aquítodo son tinieblasespiritualesymateriales.

Mihermanarepuso:—El casero ahorra hasta

el último céntimo paracomprarpetróleo.

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Entramos en la cocina.Abraham,elmatarife,seiba.Poruninstantesubarriganosimpidiólaentrada.

3

Aquella noche no hubodiscusiones. Mi padreescribía sus comentarios.Mimadre,Hindele, Joshua y yonos quedamos en la cocina.Mimadrepreparabagrasade

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pato para la Hanukkah, lasfiestas conmemorando lareedificación del Templo.Joshua contaba cosas deAmérica. Allí había unabanda de ladrones que sellamaba la Mano Negra. Yestos ladrones no robabancoladas tendidas a secar,comolosladronesdelacalleKrochmalna, sino querobaban a los millonarios.

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Utilizaban el chantaje paraconseguir dinero. La policíatemía a la Mano Negra.Joshua contaba esodirigiéndose a mi madre,pero de vez en cuando memiraba. Le constaba queescuchaba ávidamente suspalabras. Mi hermanatambién le escuchaba sindejardevolverlaspáginasdeunperiódicoenyiddish.Leía

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la novela por entregas. Mimadreymihermanotambiénsolíanecharunaojeadaa laspáginas de la novela. Derepente,mihermanadijo:

—¡Diosmío!¡LacondesaLuisasehafugado!

Mimadrelepreguntó:—¿Cómo se las ha

arreglado?—Porlaventana.—Pero estaba en un

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quintopiso…—El osado Max la ha

ayudado con una escalera decuerda.

—¡Hayqueverquécosasse les ocurren a losescritores!

Mihermanoexplicó:—Desde luego, esa

novela es auténtica basura,pero Tolstoi fue un granescritor.Loseditoresofrecen

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hastauncuartodemillónderublosporsusoriginales.

Mimadredijo:—Bueno, pues en París

había un cuadro valorado enveintemillonesdefrancos.Ycuando lo robaron todos losfranceses reaccionaron comosi se les hubiera muerto unpariente próximo. Por fin,cuando encontraron elcuadro, la gente se abrazaba

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ybesabaenlacalle.Trasunapausa,mimadre

añadió:—No, desde luego, los

locosnofaltan…Mi hermano afirmó con

lacabeza,ydijo:—LaMona Lisa. ¿Y por

qué les has llamado locos?Esto es arte.A Leonardo daVinci le costó muchos añosde trabajo pintar ese cuadro.

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Y ningún artista, anterior oposterior, ha sabidorepresentarunasonrisaigual.

Mimadrealegó:—¿Y es que a alguien le

importa el modo de sonreírdeunamujer?Estonoesmásque idolatría. En laantigüedad los malvadosadoraban ídolos. Y ahora alosídoloslesllamanArte.Sepuede sonreír muy bien sin

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dejar por eso de ser unaperdida.

—¿Qué quieres, mamá?¿Quieres que los francesesvayanaverenperegrinaciónalrabinodeGuryrecojanlasmigas que caen de sumesa?En Europa la gente quierebelleza, y no la Torá de unviejo herniado que recitasalmos.

—¡Bah…!¡Quémodode

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hablar! Es muy posible queDios prefiera a un herniadoque a mil hermosasshiksas.El Todopoderoso ama loscorazones que sufren y nounanarizbienmodelada.

—¿Y cómo sabes qué esloqueelTodopoderosoama?

Mihermanaterció:—Mamá, ahora en París

las mujeres llevanpantalones.

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Mientras cubría lacazuelaconlatapamimadreobservó:

—Tiempo llegará en quecaminarán con la cabezaabajo y los pies arriba. Lagula, la embriaguez y lalujuria les aburren ya ytienen que inventar cosasnuevas.

Todas las palabrasquedaban grabadas en mi

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mente: la condesa Luisa,Mona Lisa, París, Arte,Tolstói,LeonardodaVinci…Ignoraba el significado deestas palabras, perocomprendía que eranesenciales en aquelladiscusión.Fueracualfueseeltipo de conversación que sesostuviera en casa, siempreterminaba centrándose en eltemade laToráy elmundo,

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losjudíosylosotrospueblos.Poco después, mi

hermanocogíaunagramáticarusa,ycomenzabaaestudiar:imiasushchesívitelnoye,itniaprilegatelnoye, glagol(nombre, adjetivo, verbo).Joshua se parecía a nuestramadre, pero era alto y deaspecto viril. Sabía que loscasamenteros le habíanofrecido una novia con una

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dote demil rublos,más seisañosdepensióncompletaencasa de los suegros. PeroJoshua no aceptó. Decía queúnicamente se casaría poramor.

Hindele extrajodelbolsounas muestras de seda,terciopelo y satén. Iba acasarse con un joven deAntwerp. Hindele había sidoelegida por el padre del

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novio, el predicador RebGedalyaquienproporcionabafuturas esposas a sus hijos,pese a que éstos habíandejadoPolonia.Hindeleteníaojos grandes y brillantes, ypiel rosada. Su cabello eracastaño. Las mujeres de lavecindad decían queHindeleera como un rosal en flor, yque así elMalOjo jamás seposaríaenella.Peronosotros

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sabíamos la verdad. Hindeleestaba mal de los nervios.Tan pronto reía como seechabaallorar.Undíacubríadebesosanuestramadreyeldía siguiente la acusaba deodiarlaydequererquitárselade encima, mandándola alexilio. Un día se mostrabadevota y el día siguienteblasfemaba. Se desmayaba amenudo. E incluso intentó

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arrojarseporunaventana.Para conmigo y para con

mi hermano menor, Moshe(quien estaba dormido en eldormitorio),Hindelesiemprese portó bondadosamente.Nos compraba caramelos.Nos contaba cuentosreferentes a un hombre lococon un ojo en la frente, osobre una isla de locos, osobre un joven que un día

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encontróuncabellodoradoyfueaMadagascarenbuscadeladueñadelcabello.

Mientras Hindeleexaminaba las muestras,aproveché la pausa paradecir:

—Hindele, cuéntame uncuento.

Enelmismomomentoenque terminaba de pronunciarestas palabras, oí pesados

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pasos en las escaleras,profundos jadeos y un gransuspiro.Entonces llamaronalapuerta.Mimadredijo:

—¿Quiénserá?Hindelelerecomendó:—Mamá,noabras.Hindele siempre tenía

miedo.Estabaconvencidadeque en Varsovia no habíamás que asesinos y hombresqueibandeunladoparaotro

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en coche, seducíanmuchachas y se las llevabana Buenos Aires paravenderlas como esclavas.Incluso sospechaba que sufuturo suegro se dedicaba aestas actividades y que RebGedalya se dejaba crecer lascrenchas y la larga barbablanca con el solo objeto dedisimular.

Mimadreabrió lapuerta

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y vimos a una vieja vestidacon ropasdel tiempodel reySobieski. Un sombrero dealta copa, con gran númerode coloridos cintajos lecubría la cabeza, de sushombroscolgabaunacapadeterciopelo adornada concuentas, y su vestido era delargayanchafaldaconcola,dobleces y frunces. Lucíalargos pendientes. Su rostro

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arrugado parecía hecho deretales cosidos, como ciertascolchas.Enunamanollevabauna maleta con cierres decobre y bolsillos cosidos enlaparteexterior,yea laotramano llevaba un fardoenvuelto en un gran pañuelofloreado. Pensé queseguramentesetratabademiabuelaTamerl.

La vieja miró alrededor

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con ojillos de sonrienteexpresiónypreguntó:

—¿Vive aquí PinchosMendel?

En mi vida había oídonombrar a mi padre por susprimerosnombres.Mimadremiró pasmada a la vieja yrepuso:

—Sí, es aquí. Pase, porfavor.

Convozfuerteydulcela

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mujerdijo:—¡Desdichada de mí!

¿Sepuedesaberporquévivísenunpisotanalto?

Montoncitos de nieve sedesprendierondesuszapatos,de los que sólo se veían laspuntas. La vieja dijo en sondequeja:

—EsaVarsovianoesunaciudad… ¡Es todo un país!La gente va por las calles

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corriendo como si se lesquemara la casa, y que elSeñor no lo permita. El trenhallegadoantesdelahoradelas oraciones de la mediatarde,perohastaahoranohepodido encontrar vuestracasa, a pesar de que hepreguntado mil veces cómollegaraestacalle.

Dirigiéndose a mi madredijo:

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—Seguramente tú eresBathsheba. Y éstos son tushijos.

Hizo el movimiento deescupir, para ahuyentar alMalOjo,yprosiguió:

—Separecena suabuelaTamerl. ¿Y dónde estáPinchosMendel?

Mi madre le indicó unasilla:

—Por favor, siéntese,

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deje la maleta y entre unpocoencalor.

—Notengofrío,peromegustaría lavarme las manosantes de las oraciones de latarde.

No hablaba como solíanlas mujeres, sino como unhombre, y un hombre doctoademás.Mihermano levantóla vista de la gramática rusay ledirigióunamiradaentre

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pasmada y burlona. Mihermana estaba con la bocaabierta. La vieja dejó lamaletaenelsueloygritó:

—¡Hijos míos, os hetraído pasteles! ¡Los hehechoyomisma!

Desató el pañuelofloreado y vi que conteníagran número de pastelillos.Olían a canela, almendras,clavo y otras especias cuyos

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nombres ignoraba pero quemiolfatoreconocía.Enplenoinvierno, a nuestra cocinahabía llegado el Purim, lafiesta conmemorando laderrota de Hamán, que secelebraaprimerosdemarzo.La silla quemimadre habíaofrecido a la vieja erademasiado estrecha para quela falda no rebosara delasiento por todos lados. Mi

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madre la ayudó a quitarse lacapa, pero, debajo, la viejallevaba otra capa. Ibaenvuelta en sedas y mássedas, terciopelos, lazos ylacitos, cuentas y adornos.Pese a que no estábamos enfiestas, alrededor del cuellollevabaunagruesacadenadeoro y un collar de perlas.Entonces mi hermanomurmuró:

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—¡La gran matriarcaSarah!

Mi padre entró en lacocina.Laviejaexclamó:

—¡Pinchos Mendel! ¡TúeresPinchosMendel!

Mi padre no la miró, yaque no se considerabacorrectomirara lasmujeres,perosedetuvoypreguntó:

—¿Quiénesusted?—¿Que quién soy? ¡Tu

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tíaItteFruma!El rostro de mi padre se

iluminó:—¡ItteFruma!Si se hubiera tratado de

unhombre,mipadrehubierasabido encontrar la fraseoportuna, que hubiera sido«La paz sea contigo» o«Bendita sea tu llegada»,pero¿quéfrasedebienvenidapodía dirigir a una mujer?

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Después de una pausa, mipadre preguntó con suhabitualinocencia:

—¿Ypor qué has venidoaVarsovia?

—Es una historia muylarga. Me he quedado sincasa.

—¿Setequemólacasa,yqueelSeñornolopermita?

—No. Alguien la dio endoteasuhija.

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—¿Quéquieresdecirconeso?

—Ennuestropuebloviveun tal Shachno Beiles.Hemos sido vecinos durantemuchos años. Las hijas deeste pobre hombre son muyfeas. La más joven habíacumplidoyalostreintayaúnestaba Por casar. ¿Y cómopuededardoteasushijasunhombre pobre? En resumen,

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prometió a un posiblepretendiente mi casa comodote de su hija. Me enterédespuésde laboda.Elnoviovinoavermeymemostrólascapitulacionesmatrimonialesen las que se decía que micasa era su casa. No quiseponerenevidenciaaShachnoBeiles, ni que sufriera laconsiguiente vergüenza. No,porque, en cierto modo, es

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hombre docto en Escrituras,y lo hizo porque seencontraba en apuros. Si yohubiera dicho al yerno deShachnoBeilesquesusuegrole había engañado, igualabandonaba a su esposa.Penséqueyasoyviejayquelos recién casadoscomenzabanavivir.¿Cuántotiempo podía yo vivir enaquella casa? No tengo

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herederos a quien dejarla,salvo tú, Pinchos MendehPero tú vives en Varsovia,por lo que para nadanecesitas una casa enTomashov. Además, tú noeres hombre demundo. Parasacar algún provecho deaquella casa hay que serastuto. Hay que arreglar eltejado y hacer muchasreparaciones.Losgastosdeir

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yvenir se te comerían todoslos beneficios. En fin, querenuncié a la casa. De todosmodos,día llegaráenquedetodo tendremos queprescindir. Nada podemosllevarnos al cielo, salvo lasbuenas obras. Enconsecuencia,hicemihatilloyaquíestoy.

Mi madre la miraba conunamezcladesimpatíayrisa

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contenida. Vi que Hindeleestabaapuntodeahogarsedetanto contener la risa. En elrostro de mi hermano habíaun gesto de desagrado anteuna situación ridícula. Sinpronunciar palabra, movíaloslabios,yyosabíaqueloslabios decían: Asia…asiáticos… El único que noparecía sorprendido era mipadre,quiendijo:

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—En fin, pues sí, locomprendo. ¿Y dóndevivirás?

TíaItteFrumarepuso:—Aquí.

4

Mimadrehablócon todafranqueza a mi padre. Si tíaItteFrumasequedabaavivirennuestracasa,mimadremecogería y cogería a mi

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hermano Moshe, y nosllevaríaacasadesupadre,enBilgoray.MihermanoJoshuaanuncióqueseibadecasaeldía siguiente. Mi hermanaHindele rio, lloró y dijo quedevolvería el contrato deesponsales y se iría aAmérica. Estasconversaciones las tuvimosmientras tía Itte Fruma noestaba en casa. Tenía otro

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pariente enVarsovia y habíasalido para visitarle. Mipadrecediósucamaalatíaydurmió en un banco en elestudio.

Tía Itte Fruma dormíapoco. Se comportaba comounviejohasidimentregadoala vida de estudio. Rezabatres veces al día. Selevantaba a media noche ylamentaba la destrucción del

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Templo.Sólocomíacarneelsábado, los restantes días dela semana ni la probaba;ayunabael lunesyel jueves.Jamás habíamos oído decirque una vieja acudiera albaño ritual, ya que estabadestinado a las mujeresjóvenes a fin de que sepurificaran en beneficio desus maridos, pero tía ItteFruma iba al baño ritual.

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Joshua,queteníatendenciaaburlarse del prójimo, nosaseguró que tía Itte Frumallevabalaprendainteriorconflecos que sólo los hombresusaban.Parecíaverosímil.Sí,pero también era cierto quenuestra bisabuela HindeEsther, en cuyo honor mipadre dio el nombre deHindele a mi hermana,verdaderamente usaba esa

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prenda interior, e iba enperegrinación a visitar alrabinodeBelz.Elmaridodeesta mujer, Isaac, en cuyohonor así me llamo yo,visitaba, por su parte, alrabino de Tshernoble. Ennuestra familia todo eraposible.Lafaldaconcoladetía Itte Fruma ocupaba lamitad de la estancia en quesolíamos reunimos. Pasaba

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por las puertas con grandesdificultades. Se sonaba lanariz conun tipodepañueloque sólo usaban los rabinos.Aspirabarapéquellevabaenunacajitadehueso.Pasoquedaba, paso en que producíaalgún estropicio. Rompióplatos, volcó un tintero*derribó una lámpara depetróleo. En nuestro hogartodo estaba revuelto.

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Advertimos que tía ItteFruma llevaba puestascuantasprendasteníaenestemundo. La maleta, que dejóabierta, sólo contenía ungigantescolibrodeoracionesyalgunasjoyas.

Mi madre solíapreguntarse envoz alta, antenosotros:

—¿Y dónde está su ropainterior? ¿Habrá perdido el

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juicioesamujer?Mi hermano Joshua

decía:—Chochea.Ahora Joshua dormía en

casa de un amigo. Hacía yatiempo que quería irse decasa.Proyectaba llevar ropasmodernas y dedicarse a lapintura.

Cuando tía Itte Frumallevaba ya tres días en casa,

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tuvo una conversación conmi hermana. Hindele le dijoqueteníanovioysedisponíaa casarse, y entonces tía ItteFruma se quitó la pesadacadenadeoroque llevaba alcuello y se la dio aHindele.Mi hermana no quisoaceptarla,perotíaItteFrumainsistiódiciendo:

—¿Paraquénecesitounacadena?Novoyallevármela

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alatumba.Mi hermana nos mostró

la cadena. Tenía un cierreantiguo, del tipo que losjoyeros ya no hacían. Lacadena casi pesaba mediokilo. Hindele la llevó a unjoyero, quien le dijo que eradeorodecatorcequilates.

Nuestros vecinos y lasgentesdenuestracalleprontose enteraron de la existencia

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de nuestra extraña visitante.Mujeres devotas y gentesdedicadas a las obras decaridadcomenzaronaveniracasa para hablar con tía ItteFruma, quien les contabagran número de milagrosoperados por santos rabinos.Tía Itte Fruma salpicaba suyiddish con expresiones enhebreo. Recomendabaremediosmágicos contra los

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dolores de cabeza, lasopresionesenelcorazón, loszumbidos en los oídos, loscatarros…Sentadaennuestracocina, recibía las visitascomoladueñadeuncastillo.No le quedaba ni un diente.Sólo comía, cuando comía,sopa de sémola y sopa dezanahorias, en las quemojaba pan, Mi madrehablaba en voz mesurada,

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pero tía Itte Fruma hablabacon una voz que se oía entodas las habitaciones delpiso.

Amí, lavisitade tía ItteFruma me produjo grandessatisfacciones. Me comítodos losdulcesque trajo.YoídeciramimadrequelatíanosllevaríaaMosheyamíaBilgoray, lo que significabaviajar en tren, ver campos y

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bosques,ynoiralcheder,laescuelaprimaria.Los relatosde la tía me fascinaban.Hablaba de los treinta y seissantos ocultos, de demoniosestudiantes de doctrina, deapariciones, de espíritusburlones, de hombrestransformados en lobos, defantasmas y trasgos… ConsuspropiosojoshabíavistoalafamosavirgendeKrashnik

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poseída por un espíritumaligno. Tía Itte Frumahabía hablado con esteespíritu y nos relató laconversación.CuandotíaItteFruma preguntó al espíritumaligno por qué habíaentrado en el cuerpo de lamuchacha, el espíritumaligno repuso: «¡Otra vezllega un entrometido! ¡Másvaldrá que hagami hatillo y

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me vuelva por donde hevenido!».Además,elespíritullamó hipócrita, vanidosa yfalsaria a tía Itte Fruma.Tambiénledijoqueteníaunlunar en el pecho izquierdo,locualeraverdad.

Las mujeres de la calleKrochmalna escuchabanatentas estos relatos,suspiraban, se sonaban lasnaricesysacudían lacabeza.

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Veníanconobsequiosparalatía, tales comounpedazodepastel demiel, unamanzanaasada, o un plato de ciruelascocidas.Y la tía nos daba, anosotros, los chicos de lacasa, estas ofrendas. Yo lebesaba la mano y ella medaba un pellizco en lamejilla.

Undíamedijo:—Tu bisabuelo, que se

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llamaba Isaac, igual que tú,hubiera podido ser rabino,pero no quiso. Se pasaba eldía entero estudiando, y tubisabuela, Hinde Esther, eraquien mantenía a la familia.Les conocí muy bien a losdos. Tu bisabuela tenía unalencería,pero,entreclienteycliente, leíaLa herencia delciervo. En cierta ocasión, uncomerciante de Lublin entró

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en la tienda, y vio un chalturco que le gustó mucho, ylocomprópararegalarloasuesposa.Dioatubisabuelaunbillete de cinco rublos, y tubisabuela le devolvió elcambio.Pocashorasdespuéstubisabuelasediocuentadeque se había equivocado aldarelcambioalcomerciante,y que, de resultas del error,ella había ganado seis

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chavos. Inmediatamentecerró la tienda y fue a laposada en busca delcomerciante. Pero no loencontró porque ya se habíaido.Tubisabuelanosabíalasseñas de aquel hombre, sólosabíaqueeradeLublin.

Y Hinde Esther sabíamuybienlaleyquedicequequien tome algo que no lepertenezca, siquiera sea un

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chavo, el arrepentimiento nobastará para salvarle. Hayque encontrar a la personaperjudicada y devolverle loque es suyo, incluso si paraello hay que cruzar losmares. Tu pía bisabuela —que desde el cielo intercedapor todos nosotros—,abandonósunegocioysefuea Lublin en busca delcomerciante. Durante una

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semanaymedialebuscóportodas las sinagogas, casasdeestudio, posadas y tiendas,hasta que lo encontró, y ledevolvió los seis chavos. Lecostó mucho dinero, ademásde tener que mantenercerrada la lencería. Pero tubisabuelaeraasí.

Un día, tía Itte Frumasalió de casa para pasar lanoche en casa del otro

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pariente que tenía enVarsovia.Mi padre volvió asu cama y yo dormí con él.Muy avanzada ya la noche,me desperté y oí que mipadrehablaba.Peronoestabaallí,amilado.Suvozparecíaprovenir de la cama de mimadre,queestabacolocadaacontinuación de la de mipadre,piesconpies.Medijeque aquello era muy raro.

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¿Sería posible que mi padrehubiera pasado a la cama demi madre? ¿Era capaz mipadre, el rabino, de caer tanbajo? Contuve el aliento. Oíquemipadredecía:

—Es una santa yconsidero un privilegio quevivabajonuestrotecho.

Mimadrerepuso:—Demasiado santa. Si

ese hombre dio en dote la

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casa propiedad de tía ItteFruma, es un estafador. Noestá escrito en libro algunoque se deba permitir que lahijadeunestafadorsequedecon la casadeuno,demodoqueunoseconviertaluegoenunacargaparaotros.Perdonaquetelodiga,peroestonoesmásquelocura.

—Escrito está que másvale arder en un horno que

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sercausadelavergüenzadelprójimo.En el pueblo, todoshubieran sabido lo que esehombrehabíahechoyhabríasido objeto de desprecio.Además, quizá su yernohubierahuido.

Sentía deseos de gritar«¡Papá!», pero un instintosecreto me aconsejó callar.Cerré los ojos, y volví asumirmeenelsueño.

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El día siguiente, tía ItteFruma volvió a casa y nosdijo que se mudaba. Viviríacon el otro pariente, quientambién estaba emparentadoconnosotros.Erafamiliardeldifunto marido de tía ItteFruma. Tenía el oficio derelojero y sus hijos estabanya casados. Vivía en unamplio piso en la calleProsta.

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Allí vivió tía Itte Frumaduranteunañoymedio.Nosvisitabaamenudoy siemprevenía con un hatillo repletode golosinas del sábado,nueces y pasas. Con mipadre, hablaba de temascontenidos en la Torá. Noscontó infinidad de historiasde nuestros abuelos,bisabuelos,tíosabuelosytíasabuelas. Por la rama de mi

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padre, tenía yo familia enHungría y en Galitzia. MihermanoJoshuacogióafectoa la tía, y, sin que ella losupieralehizounretrato.LabodademihermanaHindelesecelebróenBerlín.Tía ItteFruma le hizo un regalo debodas. Mi madre lamentóhaber habladomal de ella, yahora reconocía que tía ItteFruma era una santa, como

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aquellasmujeresdeantaño.Undía,medijeronquetía

Itte Fruma había muerto.Poco le faltaba para llegar alosnoventa años.Pese aquesólo había vivido unosdieciochomesesenVarsovia,una multitud acudió a suentierro. La comunidad denotables le cedió una tumbaen el lugar destinado aenterrar a los ciudadanos

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distinguidos. Dejó enherencia a mi madre elgrueso libro de rezos, contapas de madera y cierre delatón. A menudo hojeé estelibro.Habíaenélplegariasylamentaciones que no seencuentranenlosotroslibrosde rezos. Había oracionespara los días de ayuno enmemoria de los mártires delos tiemposdeChmielnitzki,

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de los tiempos de Gonta, delas persecuciones en Praga,en Frankfurt e incluso enFrancia. El tiempo habíaamarilleado las páginas, enlas que había manchas decera de velas y cirios yrastros de lágrimas. Diossabe cuántas abuelas y tíasabuelas lo habían usado.Tenía el aroma de los Diosdel Temor, olía a las sales

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que se emplean en el YomKippur, el Día de laExpiación, y me recordó losedictos de los gentiles y losmilagros de Dios paraproteger a su pueblo en suspruebas. Algunas súplicas yfórmulas litúrgicas estabantraducidas al yiddishgermanizante, con una letraqueparecíaenparte impresayenpartemanuscrita.

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Una mañana oí que mipadredecía:

—RenuncióaunacasaenTomashovyseconstruyóunamansiónenelParaíso.

Lepregunté:—¿La visitaremos allí

algúndía?—¿Quién sabe? Si lo

merecemossí.De repente mi madre se

enfadó:

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—¡Anda con el niño!¡Lávate la cara y vetecorriendo al cheder! ¡Y dejadehacerpreguntastontas!

(TraducidoporelautoryDorotheaStraus).

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Lallave

1

Hada las tresde la tarde,Bessie Popkin comenzó aprepararse para salir a lacalle. Salir de casacomportaba muchasdificultades y problemas,especialmente en losardientes días de verano. En

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primer lugar, Bessie Popkintenía que enfundar su obesocuerpo en el corsé, luegocalzarse a presión loshinchados pies, y tambiénteníaquepeinarsucabellera,queBessieseteñíaencasa,yque le crecía siempreenmarañada y mostrabamechasde todos los colores,amarillo, negro, gris y rojoentre otros. Luego, debía

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adoptar las precaucionesprecisas para que susvecinos, aprovechando suausencia, no entraran en lacasa y le robaran lencería yvestidos, así como susdocumentos, o bien lorevolvieran todo, de modoque, luego, Bessie noencontrara mil cosas que lehacíanfaltaconstantemente.

Bessie no sólo vivía

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atormentada por sereshumanos, sino también pordemonios,espíritusypoderesmalignos.Bessieescondíalasgafasenlamesilladenoche,yluegolasencontrabadentrode una zapatilla, y, díasdespués,lasdescubríabajolaalmohada. En cierta ocasióndejóuncazoconsopaborschen la nevera, pero el NuncaVisto la quitó de allí, y

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Bessieencontróelcazoenelarmario enqueguardaba susvestidos.Unagruesacapadegrasa, que apestaba a rancio,cubría la superficie de lasopa.

SoloDiossabía lasduraspruebas aqueBessie seveíasometida, las triquiñuelas deque era víctima y lo muchoque tenía que luchar para noperecer o volverse loca.

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Renunció a tener teléfono,debido a que gángsters ydegeneradoslallamabantodoel santo día para arrancarlesecretos. Una vez el lecheropuertorriqueño intentóviolarla. El mozo de laabacería intentó incendiarbienes de la propiedad deBessieconunacolilla.Conlafinalidad de expulsarla delpisoderentalimitadaenque

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Bessiellevabatreintaycincoaños viviendo, la empresapropietaria y el portero lohabían infestado de ratas,ratonesycucarachas.

Hacía ya largo tiempoqueBessiehabíallegadoalaconclusión de que no haymedios eficaces paracontrarrestar las actividadesde quienes están firmementedecididos a causarnos daño.

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De nada servía la puertametálica, de nada sirvió elcerrojo especial, de nadasirvieron sus cartas a lapolicía, al alcalde, al FBI eincluso al mismísimopresidente, en Washington.Sin embargo, en estemundohay que seguir viviendo. Ytodo exige cierto tiempo.Habíaquecomprobarquelasventanas estuvieran bien

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cerradas, mirar todos loscajonesunoauno,echarunaojeada a las llavesdel gas…Bessie guardaba su dineroentre las páginas de unaenciclopedia, en númerosatrasados delNationalGeografic y en los viejoslibrosdecontabilidaddeSamPopkin. Las acciones lasteníaBessieocultasentrelosleños junto al hogar, que

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nunca encendía, así comodebajode los sillones.Habíacosido las joyas al colchón.Tiempo hubo en que Bessietenía cajas fuertes alquiladasen los bancos, pero llegó alconvencimiento, muchosaños atrás ya, de que losvigilantes de los bancosteníanllavesmaestras.

Hacia las cinco de latarde Bessie estaba ya

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preparada para abandonar supisoysaliralacalle.Semiróalespejo.Erabaja,gruesa,defrente estrecha, narizaplanada, ojillos sesgados ymediocerrados, como losdelos chinos. En el mentón lebrotaba una blancabarbichuela. Iba con unmacilento vestido floreado,unabolladosombrerodepajaadornado con cerezas y

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racimos de uva, y calzabaunoszapatosviejosysucios.Antes de irse llevó a cabouna última inspección de lastreshabitacionesylacocina.Entodasparteshabíaprendasde vestir, zapatos, ymontonesdecartassinabrir.El marido de Bessie, SamPopkin,quienhabíafallecidohacía casi veinte años,liquidó su agencia

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inmobiliaria antes de morir,yaqueseproponíapasar susúltimos años retirado enFlorida. Dejó en herencia aBessie acciones yobligaciones, libretas decuentas de ahorros y unascuantas hipotecas. Desdeentonces hasta ahora, lasdiversas empresasescribieroncartasaBessie,lemandaron informes, estados

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de cuentas y cheques. Elservicio de recaudación deimpuestoslereclamóelpagode los que le correspondíaliquidar. Más de una vez almes, Bessie recibía folletospublicitarios de una empresafunerariaqueofrecíaparcelasen un «aireado cementerio».Años atrás, Bessie solíacontestar las cartas,depositaba en cuenta sus

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cheques y estaba al tanto desus gastos e ingresos.Últimamente, abandonó deltodo estas actividades.Incluso dejó de comprar elperiódico y mirar lascotizacionesdeBolsa.

Yaenelvestíbulo,Bessiecolocó unas cartulinas conextrañossignosquesóloellapodía identificar, entre lapuerta y la jamba. Puso

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masilla en el ojo de lacerradura. ¿Acaso teníaBessie otra solución queadoptar, siendo viuda, sinhijos, parientes ni amigos?Tiempo hubo en que losvecinossolíanabrirlapuertade su piso, observar lasactividadesdeBessieante lapuertayecharseareír.

Y también otros seburlaban de ella. Pero esos

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tiempos habían pasado.Bessienohablabaconnadie.Tampoco estaba demasiadobien de la vista. Las gafascompradas años atrás ya nole servían. Ir al oftalmólogopara que le recetara lentesnuevos significabademasiado esfuerzo paraBessie.Todoeramuydifícil,incluso entrar y salir delascensor, cuya puerta

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siempre se cerraba con ungrangolpeporsísola.

Bessieraravezsealejabamás de dos bloques de sucasa. Aquella calle, situadaentre Broadway y RiversideDrive era de día en día másruidosa y sucia. Hordas dechiquilloscallejeabantodoelsanto día, medio desnudos.Hombresdepielmorena,concabello rizoso y ojos de

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enloquecido mirar sepeleaban en castellano conmujeres siempreembarazadas. Las mujerescontestaban a los hombrescon voz estridente. Losperros ladraban. Los gatosmaullaban. Se producíanincendiosyentoncesacudíancoches de bomberos,ambulancias, y coches de lapolicía. En Broadway, las

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antiguas tiendas decomestibles habían sidosustituidas porsupermercados, endondeeraprecisocogerlamercancíadeunasestanteríasyponerlaenuncarrito,y luegohabíaquehacercolaencaja.

¡Dios santo, cuán ciertoera!DesdelamuertedeSam,Nueva York, América —quizáselmundoentero—,se

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estaban desmoronando. Lagente decente habíaabandonado el barrio que,ahora, se hallaba bajo laféruladebandasdeladrones,asesinos y prostitutas. Tresveces le habían robado elbolso a Bessie. Y cuandodenunció el hecho a lapolicía, los agentes seecharonareír.Cruzarlacallesignificaba arriesgar la vida.

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Bessie dio un paso en laaceraysedetuvo.Alguienlehabía aconsejado que usarabastón, pero Bessie estabamuy lejos de considerarsevieja o impedida. De vez encuandosepintabaderojolasuñas. Y otras veces, cuandoel reumatismo remitía unpoco, sacaba del armario losvestidosqueusaraenpasadostiempos, se los probaba y se

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estudiabaanteelespejo.Abrir la puerta del

supermercado era una tareaimposible. Bessie tenía queesperaraquealguienentraray entonces aprovechar laocasión.Elsupermercadoeraun lugar que sólo el diablohabíapodidoinventar.Allílaluz deslumbraba. La gentequeempujaba loscarritosnotenía el menor reparo en

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llevarsepordelanteacuantosencontraban en su camino.Las estanterías eran odemasiados altas odemasiadobajas.Elruidoeraensordecedor. ¡Y qué decirdel contraste entre el calordel exterior y la heladatemperaturainterior!Milagroera que Bessie no agarrarauna pulmonía cada vez queiba al supermercado.Pero lo

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que más atormentaba aBessieeralaindecisión.Conmano temblorosa cogía unartículoyleíalaetiqueta.Nolo hacía con la codicia de lajuventud, sino con laincertidumbre de la vejez.SegúnloscálculosdeBessie,laexpedicióndecomprasdeldíadehoynohubieradebidoocuparlemás de tres cuartosde hora, pero ya habían

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pasado dos horas y aún nohabía terminado.Cuandoporfinsepusoenlacolaantelacaja, recordó que habíaolvidadocogerunpaquetedeavena. Retrocedió y unamujer le quitó el sitio en lacola. Luego, al pagar, tuvomásproblemas.Bessiehabíapuesto el billete en la zonaderecha del bolso, pero allínoestaba.Despuésdemucho

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revolver, lo encontró en elinterior del bolsillitodestinado a las monedas, enla otra parte, del bolso. Sí,nadie podría creer que talesocurrenciasfueranverdad.Silo contara, todos pensaríanqueestabalocadeatar.

CuandoBessieentróenelsupermercado, todavía el sollucía con esplendor, peroahora ya se acercaba el

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ocaso.Elsolamarillo-doradose hundía hacia el Hudson,hacia las neblinosas colinasde Nueva Jersey. Losedificios de Broadwayirradiaban el calor absorbidodurante el día. Derespiraderos con rejametálicasalíaelretumbardelpaso del metro, y surgíanmalolientes vapores. Bessiellevaba la pesada bolsa en

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una mano, y con la otrasosteníafirmementeelbolso.Nunca le había parecidoBroadway tan salvaje y tanruidoso como hoy.Apestabaa asfalto reblandecido, agasolina, a fruta podrida, aexcremento de perro. En laacera las palomas saltabanporentreperiódicosrasgadosy colillas. Costaba creer queaquellos animalillos no

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perecieran aplastados por laapresurada multitud. Delardiente cielo caía unpolvillo dorado. Ante elmostrador junto a la calle,con césped artificial delante,hombres con la camisaempapada en sudor tragabanapresuradamente vasos dezumo de piña y zumo depapaya, como si intentaranextinguir un fuego que les

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consumiera las entrañas.Sobrelascabezasdeaquelloshombres pendían cocostallados de manera querepresentaran indios. En unacalle lateral, chiquillosblancos y negros habíanconseguidoabrir laespitadeuncañopararegarlascalles,y, desnudos, jugaban amojarse losunosa losotros.Y en aquella atmósfera

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ardiente, en plena ola decalor, a la calle llegó unacamioneta con micrófonos,cuyos altavoces difundíanestridentes canciones yensordecedoras frases depropagandadeuncandidatoauncargopolítico.Enlapartetrasera de la camioneta, unamuchacha con el cabello enpunta, tieso como alambres,lanzabaoctavillas.

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Todosuperabalasfuerzasde Bessie. Todo: cruzar lacalle, esperar la llegada delascensor y salir de él, alllegaralquinto,antesdequela puerta se cerrara. Bessiedejólabolsaconlascomprasen el suelo del descansillo ybuscó las llaves.Con lauña,extrajo la masilla que habíametido en el ojo de lacerradura.Metiólallaveyle

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diovuelta.Pero,ohSeñor,lallave se partió. Bessie sequedó con el extremo de lallave entre los dedos.Inmediatamente se diocuenta de la magnitud de lacatástrofe. Los restantesinquilinos de la casa teníancopia de sus llaves en laportería, pero Bessie no sefiaba de nadie, por lo quehacía ya algún tiempo había

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dispuesto colocaran en supuerta una cerradura que nohabía llavemaestracapazdeabrir. Tenía duplicado de lallave,esosí,peroestabaenelpiso, dentro de algún cajón.EnvozaltaBessiedijo:

—Bueno,estoeselfin.A nadie podía pedir

ayuda. Los vecinos eranmortales enemigos. Elportero sólo esperaba el

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momento en que ella serindiera a sus perversosdesignios.Tangrandeytensoera el nudo queBessie teníaen la garganta que ni llorarpodía. Miró alrededor, paraver si por allí andaba elenemigoque lehabía jugadoesta última mala partida.Hacía tiempo que Bessie sehabía reconciliado con lamuerte, pero morir en la

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escalera o en plena calle leparecía demasiado. ¿Yquiénsabecuánlargapuedeserunaagonía? Comenzó a pensar.¿Encontraría todavía abiertaalguna tienda en la quehicieran llaves? Y, caso dequelaencontraraabierta,¿dequé modelo sacaría elartesanoelduplicado?

No, el artesano tendríaquecogersusherramientase

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ir al piso. Y, en este caso,sería preciso avisar a unoperarioquetrabajaraparalafirma que había fabricadoaquella cerradura tanespecial. Si por lo menosllevaradineroencima…PeroBessie jamás llevaba másdinero del que pensabagastar. La cajera delsupermercado le habíadevuelto un cambio de

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veintitantos centavos.«¡Mamá, mamá, me quieromorir!». Y Bessie se dijoestas palabras en yiddish,idioma que casi habíaolvidado.

Tras muchas dudas,Bessie decidió volver a lacalle. Quizás encontraraabierta alguna ferretería ouna de esas tiendecillasespecializadas en hacer

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llaves. A fin de cuentas,también al resto de laHumanidad se le cascaba lallave alguna que otra vez.Pero, ¿qué haría con lacomida? La bolsa pesabademasiado para llevarlaconsigo. No le quedaba otroremedioquedejarlabolsaeneldescansillo.Sedijoqueselarobarían,pero…Pensóquequizá los vecinos habían

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amañado la cerradura demodo que ella no pudieraentrar en el pisomientras lerobabanodestruíantodassuspertenencias.

Antesdebajar a la calle,Bessie aplicó el oído a lapuerta. Nada oyó, salvo unincesante murmullo, cuyacausa y origen Bessie nopudodeterminar.Aveces, elruidito parecía el tic-tac de

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un reloj, otras era como unzumbido, y había momentosque semejaba un gemir.Parecía el sonido de unextrañoseraprisionadoenelinterior de las paredes o enlas tuberías. InmenteBessiese despidió para siempre dela comida recién comprada,quedebieraestarenlaneveray no en el calor de laatmósferadeldescansillo.La

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mantequilla se fundiría y laleche se agriaría. Bessiemusitó:

—¡Es un castigo! ¡Soyvíctimadeunamaldición!

Un vecino se disponía abajarenelascensor,yBessiele hizo señas de quesostuviera un momento lapuerta para así poder entrarella.Quizásaquelvecinoerauno de los ladrones. Quizás

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aquel hombre intentararobarla y maltratarla. Elvecino sostuvo la puerta yBessie entró. Bessie hubieraquerido darle las gracias,pero guardó silencio. ¿Asanto de qué dar las graciasal enemigo? El enemigo esastuto, y de ahí que tengaesas amabilidades para conuna.

Cuando Bessie salió a la

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calleyahabíaanochecido.Enel arroyo corría el agua yhabía charcos. Las luces delosfarolessereflejabanenelagua. Otra vez se habíaproducido un incendio. Oyóelgemidodeuna sirenay elfragor de losmotores de lasbombas contra incendios.Bessie llevaba ahora loszapatos mojados. Salió aBroadwayyelcalorledioen

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la cara, causándole lasensación de haber recibidoen ella un golpe propinadocon una lámina de hojalata.Con luz del sol, Bessie veíapoco, pero de noche sequedaba casi ciega. Losescaparates estabaniluminados, cierto, peroBessie no podía percibir sucontenido. Los transeúntestropezaban con ella yBessie

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lamentónoirconbastón.Detodos modos, echó a andar,manteniéndose cerca de losescaparates. Pasó ante unafarmacia, una panadería, unatienda de alfombras, unafuneraria, pero no vioninguna ferretería. Bessiesiguió adelante. Sintió quecomenzaban a faltarle lasfuerzas, pero se formó ladecisión de resistir. ¿Qué

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debe hacer un ciudadanocuando se le rompe la llavede su casa? ¿Morirse?Quizárecurrir a la policía…Forzosamente tenía quehaber alguna institución concompetencia en semejantescasos.Sí,pero¿dónde?

Seguramente se habíaproducido un accidente. Ungrupo de mirones seaglomeraba en la acera. Los

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automóviles de la policía yuna ambulancia bloqueabanla calle. Con una mangueraregaban el asfalto,seguramente para limpiarlodesangre.Leparecióquelosojos de los espectadoresbrillaban animados por unaextraña satisfacción. Pensó:les gusta presenciar lasdesdichasajenas.Eselúnicoconsuelodelasgentesdeesta

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miserableciudad.No,anadieencontraría dispuesto aayudarla.

Llegó ante una iglesia.Unaescalinatademuypocospeldaños llevaba hasta lapuertacerrada,protegidaconuna reja y cubierta por lassombras. Bessie apenas setenía en pie. Las rodillas letemblequeaban. Los zapatosle oprimían cruelmente los

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dedos de los pies y el talón.Una ballesta del corsé sehabíaquebradoyseleestabaclavando en la carne. Pensó:«Todos los poderes del malcaen sobre mí esta noche».Unácidofluidole invadiólaboca.«Padrequeestásenloscielos, ha llegado mi fin».Recordó un proverbioyiddish: «Quien vive sinprecaución, muere sin

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confesión». Había olvidadohacertestamento.

2

Bessie seguramente sehabía adormilado porque,cuando abrió los ojos, a sualrededor había la quietud yel silencio de las altas horasdelanoche,ylacalleestabacasi desierta y a oscuras.Yano había luz en los

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escaparates.ElcalorsehabíaevaporadoyBessie sintióunfríoestremecimientobajosusropas.Duranteunosinstantespensóquelehabíanrobadoelbolso, pero vio que yacía enel peldaño inmediatoinferior. Probablementehabía resbalado de sumano.Bessie intentó cogerlo, peronopudoextenderelbrazoyaque se le había entumecido.

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Lacabeza,quedescansabaenlapared,lepesabacomounapiedra. Tenía las piernas demadera.

Y los oídos llenos deagua. Levantó un párpado yviolaluna.Estabamuybaja,sobreuntejadoplano,ycercadelalunatitilabaunaestrellaverdosa.Bessiesequedóconla boca abierta. Habíaolvidado la existencia de

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cielo,lunayestrellas.Añosyaños habían pasado sin queBessie mirase a lo alto.Siempre miró hacia abajo.Cortinascubríanlasventanasde su casa, para que losespíasalotroladodelacalleno pudieran verla. Bueno,pues si cierto era que habíacielo, quizá también hubieraun Dios, ángeles y Paraíso.¿Enquéotrolugardescansan

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sinolasalmasdelospadres?¿YdóndeestabaSamahora?

Ella, Bessie, habíadescuidado todos susdeberes. Nunca habíavisitadolatumbadeSam.Nisiquieraencendíaunavelaenel aniversario de su muerte.Tan ocupada estaba con sulucha contra los bajospoderesquehabíaolvidadolaexistencia de los altos. Por

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primeravezenmuchosaños,Bessie sintió lanecesidaddeorar. El Todopoderoso seapiadaría de ella, pese a queno lomerecía.Supadreysumadre intercederían por ellaen lo alto. Sombras depalabrasenhebreotemblabanensus labiosyensu lengua,pero Bessie no podíarecordarlas. Entoncesacudieron a su memoria las

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palabras: «Escucha, ¡ohIsrael!». Pero, ¿qué venía acontinuación? Bessie dijo:«Perdóname,Señor,merezcocuantomeocurre».

Ahora era mayor elsilencio.Yhacíamásfresco.Las luces de los semáforosalternaban el verde con elrojo,perosólomuydevezencuandopasabaunautomóvil.Apareció un negro. Iba

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tambaleándose.Sedetuvonomuy lejos de Bessie y lamiró. Luego siguió sucamino. Bessie sabía quellevabaelbolsorebosantedeimportantes documentos,pero por primera vez enmuchosañosnosepreocupó.Sam le había dejado unabonita fortuna, fortuna queahora nada significaba.Bessieseguíaahorrandopara

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la vejez, como si todavíafuera joven. Se preguntó:«¿Qué edad tengo? ¿Qué heconseguido en el curso deestos años? ¿Por qué no mefui a cualquier sitio paradisfrutar de mi dinero yayudaraalguien?».Ahoraensu fuero interno había risa.«Estabaposeída,noerayoenmodo alguno, sí, de otramanera es inexplicable…».

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Bessieestabapasmada.Teníala impresión de haberdespertadodeunlargosueño.Lallaverotahabíaabiertoensu mente una puerta que lamuertedeSamhabíacerrado.

La luna se habíatrasladado al otro lado deltejado. Era insólitamentegrande, roja, y tenía lasfacciones borradas. Ahoracasi hacía frío. Bessie

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temblaba. Se dio cuenta deque podía pillar unapulmonía, pero ahora ya notemía a la muerte, de lamismamanera que no temíaquedarse sin casa en quevivir.ProcedentedelHudsonllegaba una fresca brisa. Enel cielo aparecieron nuevasestrellas. Un gato negro seacercóaBessieysequedóenel bordillo de la acera,

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mirándola fijamente con suspupilas verdes. Después,lenta y cautelosamente, elgato se le acercó más.Durante largos años Bessiehabía odiado a todos losanimales, perros, gatos,palomas e incluso gorriones.Contagiaban enfermedades.Lo ensuciaban todo. Bessieestaba convencida de quetodos los gatos llevaban un

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demonio dentro, y temía deun modo muy especial losencuentros con gatos negrosportadores siempre demalospresagios. Pero ahora Bessiesentía una oleada de amorhada aquel ser sin casa, sinbienespropios,sinpuertasnillaves, que vivía gradas a labondad de Dios. Antes deacercarse más a Bessie, elgato olisqueó el bolso.

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Después comenzó a frotarseelcostadocontralapiernadeBessie,con lacola levantaday maullando. El pobrecillotenía hambre. «Siento nopoder darle nada de comer».«¿Cómo es posible quealguien odie a un ser así?».«Oh, madre, he vividoposeídaporunmalespíritu».«Ahoracomenzaréunanuevavida». Un peligroso

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pensamientocruzósumente:«¿Quizávolveracasarme?».

También hubo aventurasaquellanoche.Bessieviounablanca mariposa en el aire.Estuvoposadaunosinstantessobreunautomóvil aparcadoy luego reemprendió elvuelo. Bessie sabía queaquellamariposaeraelalmade un niño recién naddo, yaquelasverdaderasmariposas

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no vuelan de noche. En otraocasiónBessiedespertóyviounaboladefuego,comounailuminada burbuja de jabón,quesaltódeun tejadoaotroy luego se hundió detrás deun edificio. Y Bessiecomprendió que se tratabadel espíritu de alguien queacababademorir.

Bessievolvióadormirse.Despertó con un sobresalto.

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Amanecía. El sol asomabapor el lado de Central Park.Desde el lugar en que sehallaba Bessie no podía verel sol, pero el cielo deBroadwayseponíarosáceoyrojizo. En el edificio a suizquierda los cristalesllameaban, lanzabandestellosyparecíanmoversecomolosojosdebueydeunbuque. Una paloma aterrizó

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enelasfalto,cercadeBessie.Avanzó caminando con susrojasyfrágilespatasydiounpicotazo a algo que quizáfuera una sucia y seca migadepan,ounaporcioncilladebarro seco. Bessie quedópasmada. ¿Cómo podíanvivir aquellos pájaros?¿Dónde dormían por lanoche? ¿Cómo se protegíande las lluvias, el frío y la

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nieve? Bessie decidióregresar a su casa. La gente,elprójimo,nopermitiríaquesequedaraenlacalle.

Levantarse fue unatortura. Su cuerpo parecíahaber quedado pegado concola al peldaño. Le dolía laespalda y sentía hormigueoen las piernas. A pesar detodo, echó a andar despaciohacia su casa. Respiraba

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profundamente el húmedoaire matutino. Olía a céspedyacafé.AhoraBessieyanoestaba sola. De las calleslaterales surgían hombres ymujeres. Iban al trabajo.Compraban periódicos ybajaban las escaleras delmetro. Iban silenciosos ycomo penetrados por unaextraña paz, igual que sitambién ellos hubieran

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dedicado lanochealexamende conciencia y hubiesenquedado purificados.Maravillada, Bessie sepreguntóaquéhorasehabríalevantado aquella gente paraencontrarse ya camino deltrabajo. No, en aquellavecindad no todo erangángsters y asesinos. Unhombre joven incluso saludóaBessie con unmovimiento

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de la cabeza, como si ledeseara buenos días. Bessieintentó sonreírle,pero sediocuentadequehabíaolvidadoaquelgestofemeninoquetanbien conocía en su juventud,aquel gesto que casi fue loprimero que su madre leenseñó.

Llegó a la puerta deledificio en que vivía y vio,fuera, a su mortal enemigo,

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el portero irlandés. Hablabacon los basureros. Era unhombre gigantesco, de narizcorta, largo labio superior,mejillas hundidas y mentónpuntiagudo. El cabelloamarillento le rodeaba lazona pelada en la parte deatrás de la cabeza. Dirigióuna alarmada mirada aBessie:

—¿Le pasa algo malo,

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abuela?Entretartamudeos,Bessie

le contó lo ocurrido. Lemostrólaporcióndela llaveque había guardado toda lanocheenlamano.Elporteroexclamó:

—¡Virgensanta…!Bessielepreguntó:—¿Quéhago?—Yoleabrirélapuerta.—Pero usted no tiene

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llavemaestra…—Estamos obligados a

poder abrir las puertas encasodeincendio.

El portero entró en supisoypocodespuéssalíaconun manojo de llaves en ungran aro, y unasherramientas. Subió en elascensorjuntoconBessie.Labolsa con comida estabatodavía en el descansillo,

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peroparecía casi vaciada.Elportero comenzó a trabajaren la cerradura. De repentepreguntó:

—Oiga, ¿qué significanestos papeles entre la jambaylapuerta?

Bessie no contestó. Elporterodijo:

—¿Y por qué no me lodijo inmediatamente? ¡Mireque pasarse toda la noche

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vagando por ahí, a su edad!¡Dios…!

Mientras el porterotrabajaba,seabrióunapuertadel descansillo y aparecióunamujermenuda, con batayzapatillas,decabelloteñidoy liado con bigudíes. LamujerpreguntóaBessie:

—¿Qué le ha ocurrido?Ayer vi que había dejado labolsa de la compra aquí y

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cogílamantequillaylalecheylopusetodoenlanevera.

Bessie apenas podíacontenerlaslágrimas.Dijo:

—¡Qué buenos sonustedes…!Yonosabíaque…

El portero extrajo de lacerradura laotramitadde lallave de Bessie. Hurgó unpoco más en la cerradura.Metióunallavedentro,lediolavueltaylapuertaseabrió.

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Lospapelescayeronalsuelo.Entró en el vestíbulo conBessieyéstasediocuentadequeelairedesucasateníaelolor propio de los lugareslargotiempodeshabitados.Elporterodijo:

—La próxima vez que leocurra algo parecido,dígamelo.Paraesoestoy.

Bessie hubiera queridodarleunapropina,pero tenía

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lasmanos tan débiles que niel bolso podían abrir. Lavecina le devolvió lamantequilla y la leche.Bessiefuealdormitorioysetendió en cama. Sentíaopresiónenelpechoyganasde vomitar. Desde los pieshasta el pecho, densasvibraciones le recorrían elcuerpo. Bessie mantenía fijala atención en estas

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vibraciones, sin sentirsealarmada, sólo concuriosidadhacialosextraños,caprichoqueavecestieneelcuerpohumano.El porteroyla vecina hablaban, peroBessie no podía comprendersus palabras. Lo mismo lehabía ocurrido treinta añosatrás, cuando la anestesiaronpara practicarle unaoperación; el médico y la

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enfermera hablaban, peroparecían hacerlo en unextraño idioma y sus vocessonabanmuylejos.

Pronto hubo silencio yentonces apareció Sam. Noeradedía ni era noche, sinoun crepúsculo raro. En susueño Bessie sabía que Samestabamuerto, pero que, poralgún medio secreto yclandestino, se las había

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arreglado para salir de sutumbayvisitarla.Samestabamuydébilyparecíainhibido.No podía hablar. Los dosvagaron juntos por unespaciosincieloysintierra,poruntúnelderuinas,ruinasdeunaestructurasinnombre,por un corredor oscuro ysinuoso, aunque en ciertomodo conocido. Llegaron auna región en la que

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coincidíandosmontañas,yeldesfiladero entre una y otraresplandecía con luz decrepúsculo o amanecer. Sequedaron allí, detenidos,dubitativos y algoavergonzados. Era comoaquella noche, durante sulunademiel,cuandofueronaEllenville,enlosCatskills,yeldueñodelhotellesllevóala suite nupcial. Bessie oyó

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las mismas palabras que elhotelerolesdijo,enlamismavoz y con la mismaentonación: «Aquí nonecesitanllave.Adelantey…mazeltov».

(Traducidodelyiddishalinglés por el autor y EvelynTortonBeck).

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EldoctorBeeber

1

TodoslossociosdelClubde Escritores de Varsoviaconocían al doctor MarkBeeber, hombre alto, deanchos hombros, con espesacabellera negra que ya legriseaba en las sienes. Susojos castaños,brillantesbajo

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las hirsutas cejas, siempreme recordaron las cerezasarrugadas que se ponen enalgunoscócteles.Secubríalacabeza con un profesoralsombrero de terciopelo yanchas alas vueltas. Teníafamadebohemio,peseaquepertenecía a una rica familiahasidim.Antesdelaprimeraguerra mundial estudiófilosofía en Suiza. Llevaba

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años sin trabajar y vivía enuna habitación alquilada, enunbarriodegentiles.

Los socios del Club deescritoressemaravillabandequeeldoctorBeeberpudieravivir sin ganar ni cinco.Algunos creían que gozabadeunaspequeñasrentasdelamermada herencia de supadre (Mendel Beeber, elpadre, siendo ya viejo, casó

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con una muchacha dediecinueve años que le diooncehijos).Otrosdecíanqueel doctor Beeber era ungigoló mantenido porancianas señoras. Algunosmiembros sabían de buenatinta que el doctor Beebercenaba cada noche en unacasa distinta, como unestudiante de yeshiva.Parientes y viejos amigos le

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invitabanacenary,aveces,apasarunosdíasensusfincasde recreo, entre Varsovia yOtwock. Ocasionalmente, elClub de Escritores leencargabasustituyeraaalgúnperiodista o corrector depruebas que estaba devacaciones.

Fuesen cuales fueran susmedios de vida, lo cierto esque Mark Beeber estaba

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siempre de buen humor yrebosante de ansias de vivir.A pesar de su pobreza,fumaba excelentes cigarros.Si bien no cabe negar quellevabaropasuntantoviejas,tambiénesciertoqueerandelanainglesa.Sepasabahorasy horas relatando historias yanécdotas de sus tiempos enSuiza. Había conocidopersonalmente a todas las

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personalidadesdestacadasdesu tiempo, a Lenin,Kropotkin, Bergson, KunoFischer, Wundt, GeorgKaiser…

Y entre las personas porél tratadas tampoco faltabanpríncipes de reales casas yvarios pretendientes adiversostronos.Habíajugadoa la ruleta en Montecarlo.Durante sus tiempos de

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estudiante bebióinnumerables jarras decerveza en compañía dejunkers prusianos, y en unaocasión fue padrino de unode ellos en un duelo. Eldoctor Beeber era unepicúreoenteoríaypráctica.Los socios del Club deEscritores ponían en tela dejuicio que tuviera realmentetítulo de doctor. En su vida

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habíaescritotesisalguna.Sinembargo, conocía bien todoslos movimientos filosóficosalemanes. A pesar deconsiderarse un epicúreo,teníaenmuyaltoconceptoaDavid Hume, Kant ySchopenhauer.Meprestódoslibros escritos por sendosamigos suyos, el profesorMesser y el profesor Bauch,amboskantianos.Advertíque

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estos libros llevaban el sellode la biblioteca de launiversidaddeBerna.

A pesar de que MarkBeeber tenía veintitantosaños más que yo, éramosamigos. Yo le trataba deusted y él me tuteaba. Solíallamarme Tsutsik, o sea«Cachorro». Siempre medecía:

—Sigue escribiendo

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Tsutsik, sigue escribiendo.Yo lo intenté, pero nunca hetenidopacienciaparaestarmesentadoyquieto.Además,encuantocojolaplumasuenaelteléfono. No, no me gustaperder el tiempogarrapateando palabras.¿Quién necesita tantoslibros?Seescribedemasiado.Cuandotengocomida,como;cuandotengoschnapps,bebo.

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Las mujeres nunca faltan.Son un artículo que distamuchodeescasear.

Me constaba que nomentía al decir estaspalabras. Tenía un especialtalento para conocerdivorciadas, viudas,solteronas y mujeres que,simplemente, buscabanaventuras amorosas. En elClub de Escritores le

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llamabanconstantementeporteléfono. Las mujeresrománticas y charlatanas lefatigaban.Buscabaeltratodeesas mujeres que, dicho seacon sus palabras, nonecesitan «prólogo yepílogo».

En aquellos tiempos misingresos comenzaron aaumentar.Traduje al yiddishLamontañamágicadeMann

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yotrasnovelasalemanas.Devez en cuando invitaba aalmorzar al doctor Beeber,quien solía pedir vino, unacomida de siete platos y,además, se comía cuantospanecillos había en el cesto.Entreplatoyplato, fumandoelpuroagrandesbocanadas,me contaba innumerablesanécdotas. Había viajadomuchoyvividoencasitodas

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las capitales de Europa.Además del yiddish,dominabaelalemán,el ruso,el francés y el italiano.También conocía el hebreo.De chico había estudiado enla yeshiva. Durante ciertotiempopracticóeldeportedela escalada, lo que lepermitió contarme susexcursionesenlosAlpes.Susrelatos siempre le llevabana

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la misma conclusión: todoera vanidad, todos losfilósofos estabanequivocados y todos losideales eran estúpidos ehipócritas. El hombre no esmásqueunastutomono.Sinembargo hay que pagar elalquiler… Ahí estaba elproblema.

Al paso de los añoscomencé a encontrarle de

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mal humor cada vez más amenudo. Entonces mecontaba sus problemas. Seestabahaciendoviejoyhabíadesaprovechado todas lasoportunidades. Se sentíaenfermo y cansado. Unmédicolehabíadichoquesele estaba formando grasa enel corazón y le prohibiófumar, beber y comer platosgrasos. También le había

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advertido que no debíaabusar del sexo. El doctorBeeber decía que necesitabadescanso espiritual. Pero,¿cómo se puede descansarcuando todos losamaneceresnos plantean el problema desobrevivirduranteeldía?Loque más temía era laancianidad. ¿Qué haríacuando tuviera el cabellototalmente blanco? ¿Quién

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cuidaríadeélentonces?Ysienfermaba, ¿quién lecuidaría? Yacería olvidadoen un hospital. Habíaseapartado de su familia y lafamilia había prescindido deél. Ahora, ni siquierareconoceríaasushermanasyhermanos si se cruzara conellosenlacalle.

El cabello del doctorBeeberencanecíamásymás,

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y sus ropas parecían másviejas de día en día.Más deuna vez vi que las cintas desus calzoncillos largos lecolgaban encima de loszapatos. Comenzó a fumarapestosos cigarros baratos.Al comer se manchaba lachaqueta.Susanécdotasysuschistes eran viejos yrepetidos. Si no buscabapronto un apaño aquel

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hombre se desmoronaría.Undía le dije que todavía habíacasamenterosenVarsovia.

Medirigióunamiradadepicardía, echó una bocanadadehumoydijo:

—Calla, calla, Tsutsik.Aúnnohecaídotanbajo.

Pasé unas semanas dedescanso en un pueblo cercadelBáltico.Cuandovolvímedijeron que el doctorBeeber

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se había casado. El díasiguiente el doctor Beeberme llamó por teléfono.Nunca había hablado con élpor teléfono, por lo que, alprincipio,apenasreconocísuvoz.Medijo:

—Tsutsik, te he estadobuscando. Seguí tu consejo.Estás hablando con unrespetable ciudadano deVarsovia.

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—Mazel tov! Ya mehabíandadolabuenanoticia.Creo sinceramente que haadoptado usted la mejorsolución.

—Fue muy rápido.Alguiennospusoencontactoy todo se desarrolló a granvelocidad. No aguanto lascomedias largas.Además, elTalmud prohíbe hablardemasiadoconunamujer, lo

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cual significa que la mujerdebelimitarseadecirsíyno.Miesposaesmujerburguesapero encantadora. Tienetítulosdeestudiossuperioresalosmíos,esbachiller.Ydeninguna manera se puededecir que sea fea, ni muchomenos, no señor. Además,está profundamenteenamorada demí. ¿Quémássepuedepedir,amiedad,en

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misituación?Ahoratengounhogar, en fin… todo. Meresulta increíble creer quehayavividotantosañosdeunmodo tan bohemio.Seguramente tengo unaconstitución de hierro. Unmomento, Saltsche quierehablarte.Yasabequiéneres,yoselohedicho.Ademásledi a leer uno de tus relatos.Leentusiasmó.Unmomento.

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Unavozfemenina,conelcaracterísticoacentoyiddish-polaco,dijo:

—Tsutsik… ¿PuedollamarteTsutsik,verdad?Meparece un nombremaravilloso. Te llamaréTsutsik y tu llámameSaltsche. Mark me hahablado mucho de ti y susamigos serán siempre misamigos. Queríamos que

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asistieras a nuestra boda,pero estabas fuera deVarsovia, qué lástima… Leítu relato, ¡es maravilloso!¿Tienes algún compromisoparaestanoche?

—Puesno.—En este caso te

esperamos a cenar. No, noquiero que digas que no.Marknohacemásquehablarde ti. Me ha contado todas

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tusbromas.Marktienefeentutalentodeescritor.¿Aquéhora vendrás? Preferiría quefuese temprano.Tenemos unpiso muy grande y cómodo,demaneraque si despuésdelacenasenospasanlashorashasta muy tarde, puedesquedarte a dormir en lahabitación de invitados.Mark siempre dice, enbroma, claro, que quiere

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adoptarte.A las seis de la tarde,

despuésdeafeitarmeeiralabarberíaaquemecortaranelpelo,mepusemimejortrajey mi corbata favorita.Compré un ramo de rosas yalquilé un droshky. LosBeebervivíanenunbarriodecristianos y de judíos ricos.Subíenascensor.Enlaanchapuertadecaobaunaplacade

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cobre anunciaba «Dr. MarkBeeber».Unadoncellagentilabrió la puerta. Beeber y sumujer salieron a recibirme.Saltsche era una mujer decuarenta y tantos años,menuda, redonda, morena,con el pecho alto y grandesojosnegros,unosojosjudíos,tristes y alegres al mismotiempo,tanantiguoscomoelexilio del Pueblo de Israel.

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Extendió los brazos como sise dispusiera a abrazarme ydijoaladoncellaquepusieralas flores en un jarrón.Alrededor del grueso cuellollevaba un collar de perlas yensumanoizquierdabrillabaundiamante.

El doctor Beeber vestíaunachaquetadefantasía,deltipo smoking, y calzabazapatillas. Se había

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rejuvenecido. Habíandesaparecido las arrugas desurostro,asícomolasbolsasdebajo de los ojos e inclusoel cabello gris. En boquilladeámbarhumeabaelcigarro.Sus ojos, bajo las cejashirsutas,chispeabanburlonesyjoviales.Dijo:

—Saltsche, éste es miamigoTsutsik.

—¿Puedodarleunbeso?

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—¡Nofaltaríamás!Entréenunasaladeestar

discretamente amueblada,con alfombras, sillones, undiván,candelabrosycuadros.Poco después pasábamos alcomedor.Allí había un granaparador acristalado, repletode plata y porcelana. Eldoctor Beeber se habíacasado con una mujer rica.Levantó una ceja y dijo

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sonriente:—¿Te das cuenta? ¡He

traicionadoalapobreza!Saltschedijo:—Nocomprendoporqué

sealabatantolapobrezayelsufrimiento. Un hombrecomoMark debe trabajar ensus libros y no estarpudriéndose en unabuhardilla. Cuando vi ellugar en que vivía, por poco

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me desmayo. No le permitíque trajera nada,absolutamente nada, de loque allí tenía, salvo susoriginales. ¿Cómoesposibleque un hombre tan brillantehaya vivido tan descuidado?¡Los hombres no tienencompasión de sí mismos! SiMark no se hubiera casado,enestosmomentosnoséquéhabríasidodeél.Tú,Tsutsik,

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todavía eres joven, pero nodebes olvidar la lección deMark. Hay que casarse ysentar la cabeza. No esperestanto como Mark. No sepuedehacerlabordecreacióncon el estómago vacío. PorfinMarkvivecondisciplina.Está en su estudio hasta lahora de comer. Nadie leinterrumpe. Ni siquiera leaviso cuando le llaman por

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teléfono.Susparientes,antes,noqueríannioírhablardeél.Pero de repente sushermanas,hermanos,primos,todos, han resucitado. Sinembargo pueden esperar unpoco… Ya llegará elmomento en que lestratemos.Unamigodeverases el que sigue siéndolo enlos malos momentos y noesos que esperan que la

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suerte cambie. Enconsecuencia,Tsutsik…

—Bueno,Saltsche, basta,basta… Anda, di a lacocinera que traiga lossuculentos platos que nos hapreparado.

—¿Ya? No te preocupestanto, Mark. Tsutsik no semorirádeinanición.

Saltsche agitó unacampanilla de cristal y

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apareció una cocinera condelantal y cofia. Para tenercocinera además de doncellahay que ser rico. ¡Qué cena,Señor…! Salmón ahumado,pescado con salsa agridulce,sardinas, fiambres, caviar…El doctor Beeber comió condeleite.Meindicólabandejade los quesos y me dijo susnombres y procedencia.Después vació la copa de

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vino.Dijo:—Saltsche me tiene

encerrado de nueve a dostodos los días. He releídoalgunos de mis antiguosoriginales y me he quedadopasmado.Es increíble loqueescribía años atrás. Lo habíaolvidadoya.Todoseolvidayahora resulta que no dominoel alemán como antaño. Porotra parte, el hebreo no me

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sirve porque carece determinología filosóficamoderna.

—¿Porquénoescribeenyiddish?

—¿Para quién? ¿Para losmuchachos de yeshiva? Enfin,yamelasarreglarédeunmodo u otro. En realidad nopuedo creer ennada. Inclusome falta esa chispa de feimprescindible para ser

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escéptico.Saltscheterció:—Nocomiencesabuscar

excusas. Tú sigue, sigueescribiendo y verás comotodos los problemas sesolucionanporsímismos.Esincreíble,losignorantesyloscarentes de personalidadalcanzan la fama y unhombre con el talento deMark desprecia su trabajo.

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Leoelalemán,locomprendo.Y todas y cada una de lasfrases que Mark escribe sonprofundas. Es un genio,realmenteungenio.

El doctor Beeberpreguntó:

—¿Haykreplach,verdad?—Espera un poco En

seguida nos traen loskreplach. Come, Tsutfeik.Por favor, disculpa que te

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llame Tsutsik, pero es unnombrecontantoángel…Mipadre, que en paz descanse,llamaba así a mi hermano.Los dos están ya en el otromundo.

YSaltsche seenjugóunalágrima con un pañuelo deencaje.

2

Por el modo en que me

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trataron aquella nochepresumí que los Beeber meinvitaríanamenudo.Yquizácomería, dormiría ytrabajaría en su casa. Peropasaronsemanasymesessinquelesvolvieraaver.Variasveces el doctor Beeber ySaltsche me llamaron porteléfono para invitarme acenar, pero o bien estabaocupado o bien no tenía

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ganas de cenar fuerte yretirarme tarde. El doctorBeeberdejódehaceractodepresencia en el Club deEscritores.

Y comenzaron a corrervocesdiciendoque el doctorBeeber se había convertidoenunhombrealtanero.

Un día el doctor Beebermellamóymedijo:

—Tsutsik, ¿te has

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olvidadodemí?—No, doctor Beeber. No

le he olvidado y nunca leolvidaré.¿Cómoestá?

Tartamudeó, lanzó unsuspiroydijo:

—Todosmeenvidian.Lagente cree que he tenidomucha suerte. Según parece,semurmurademíenelClubde Escritores, pero lo ciertoes que no soy feliz.

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Comienzoaarrepentirmedelpasoquedi.

—¿Qué ocurre? ¿Es quesellevamalconsuesposa?

—No, nada de eso.Demasiado bien nosllevamos. Pero, ¿de qué mesirve? Mi mujer intentaconvertirme en un inmortal.Pero,¿paraquépublicarotrolibro? ¿Es que hay alguienque espere un libro mío?

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Precisamente hoy heencontrado un ensayo queescribí hace años sobreSchleiermacher. ¿A quién leimporta Schleiermacher?Hasta la hora del almuerzomimujermetieneencerrado.Después de comer, debotenderme y reposar duranteuna hora para hacer ladigestión. La cocinera es laOctavaMaravilladelMundo.

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Prepara unos platosirresistibles. Y me atiborrohasta quedar casi paralizado.Luego la cena es otro festín.Después de cenar a Saltschelegustasalir,iraalgúnsitio,al cine, al teatro, a la ópera.Tiene un sinfín de parientesque nos visitan y a quienesdebemos devolver la visita.Por otra parte mi familiatambién ha resucitado.

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Vienen y se pasan la nochediciendomemeces.Creo queya te dije que Saltsche eradoncellacuandomecaséconella, sí, unavirgenkosher.Yahora quiere recuperar eltiempo perdido. No, esto nova conmigo, nada de lo queacabodedecirtevaconmigo.Deseovivirunaaventura,unaaventura de cualquier clase.Mi mujer no me permite

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contestar el teléfono porqueteme que me roben tiempoque he de dedicar a mismeditaciones.

En este punto el doctorBeeberemitióun sonidoqueera carcajada y gruñido a untiempo.Ledije:

—No se preocupé, yaverácomotodosearregla.

—¿Sí?¿Cómo?Todoslosdías debo dar cuenta del

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trabajo realizado. Mi mujerleetodoloqueescribo.Yahaentrado en relación con uneditor y qué sé yo la degestiones que ha hecho.Cuando unamujer comienzaadirigirlavidadeunhombreeste hombre puedeconsiderarse perdido. Vivotan esclavizado que hecomenzado una aventurillaconlasirvienta.

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—Vayacontiento.—Tsutsik: ¡tenemos que

vernos!Pasoelinviernoyllegóel

verano.Una vezmásme fuide vacaciones, esta vez aZakopane, en la montaña.Regresé en agosto. Tanpronto entré en el Club deEscritoresalguienmedijo:

—¿YasabeslaúltimadeldoctorBeeber?

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—¿Quéhapasado?—Perdió cuarenta mil

zlotysenelcasinodeZoppot.—¿Cuarentamil…?—De su mujer. Todo el

dineroquesumujer teníaenmetálico. Tenían cuentacorriente en común, y eldoctor Beeber se fue aZoppotyloperdiótodo.

—¿Ydóndeestabaella?—No sé todos los

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detalles.Llamé por teléfono al

doctor Beeber, pero nadiecontestó. Uno o dos díasdespués, mientras iba por lacalle Przejazd, vi que eldoctor Beeber venía haciamí. Iba encorvado, pálido ycrapuloso, y con grandesojeras. Antes no llevababastón, pero hoy sí y meparecióquecojeaba.Alzólas

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hirsutascejasymemirócontriste mirada, en silenciosoreproche, como si noshubiéramos citado y yohubiese llegado tarde. Ledije:

—¿Es posible?Francamente, no le hubierareconocido.

—Tsutsik, te he estadobuscando. ¿Dónde diablos tehasmetido?Meencuentroen

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unapurogordo.¿Yasabesloquemepasó?

—Sí,algoheoído.—Bueno, seguramente

enloquecí o algo parecido.No sé… Comienzo a creerque soy un hombremarcadopor el destino. La culpa fuedel aburrimiento. Fue ella,ella quien me arrastró aZoppot, con todos misoriginales,alquilóunavillay

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qué sé yo… De repente mimujer tuvo que venir aVarsovia porque su cuñadohabía caído gravementeenfermo.Bueno, en realidad,se murió. Y durante laausencia de mi mujer fui alcasino,sóloparavereljuego,observar…Pero el casino esalgo como las arenasmovedizas, en cuanto ponesel pie allí comienzas a

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hundirte.Mimujermehabíadadountalonariodechequesy el banco tenía una agenciaenZoppot.En fin, ¿paraquéseguir…? Lo perdí todo,hastaelúltimozloty.

—¿DóndeestáSaltsche?—Me echó de casa, así,

lisa y llanamente. Susfamiliares queríanencerrarme en unmanicomio.

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—Puescreoqueesloquesemerece.

—Tsutsik, estoy sin unchavo.Nicamadondedormirtengo.Segúnlaley,mimujerno podía expulsarme delhogar conyugal, pero ¿quiénquiererecurriralapolicíaeneste país? Tiene un primoabogado que me amenazócon lacárcel. ¿Puedodormirentucasa?

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—Sólotengounacama.—¿Puedes prestarme

unoszlotys,almenos?—¿Y cómo permitió

usted que le limpiarancuarentamilzlotys?

—Cuarenta y tres mil.Puesnolosé.Antescreíaquemeconocíabienamímismo,pero ahora estoy convencidode que no es así. Toda lamoderna psicología no vale

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un pimiento. Seguramenteme poseyó un dibbuk, undemonio. Ahora comprendoporque escribes relatos dedemonios. No, no sonleyendasfolklóricas,sonunagranverdad.Oye, damediezzlotysalmenos.

—Nolostengo.Peroestanochepuedeustedpasarlaenmicasa.

—¿Sí? ¿Sales de viaje

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quizá…? Bueno, gracias.Llevo dos días y dos nochessin dormir y sin comer.Dame tres zlotys paracomprar cigarros. Además,no puedo ir solo a tu casa…Tienes que presentarme a laportera o creerá que soy unladrón. Cuando uno tiene elsanto de espaldas puedeocurrirlecualquiercosa.

—Vayamos a tomar un

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café.—¿Un café? ¡Si apenas

puedo andar…! Bueno, deacuerdo. Siempre supe queacabaría así. Era demasiadobuenopara quedurara.Todoparece una broma pesada deAsmodeooquienseaquerijaeste mundo. ¿Qué puedohacer ahora? Antes solíatener la habilidad de irtirandosindinero,peroahora

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hasta esto he perdido.No sécómo volver a empezar. Situviera el valor suficientepara ello te aseguro que mesuicidaría.

—Quizás hayaposibilidades dereconciliaciónconsuesposa.

—Inténtalo. Te tiene enmuyaltoconcepto.Bueno,laverdad es que la vida quellevabacasimeaniquiló.¿Es

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quehayalguienenelmundocapaz de estar veinticuatrohoras al día en compañía deunamujer?Estabahabituadoavivirsolo.Unsolteropuedetener las queridas a pares yseguir siendo independiente.Tsutsik, no te cases jamás.Huye del matrimonio comode la peste. A no ser quequierastenerhijos.

—Noquiero.

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—Schopenhauer llevabarazón. Todo se debe a esaciega voluntad de prolongarla tragedia humana.Afortunadamente mi mujerya era vieja para concebir.Nunca he querido engendrargeneraciones de tenderos,porteros,cocherosyrameras.Me gustaría vivir bien unoscuantos años más, y, luego,adiós muy buenas. Pero

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ahora, ¿qué puedo hacer?Quizá me encierren en unasilo de ancianos. Tambiénme queda el recurso decometer un delito, para quemeencierrenenpresidio.Sí,pero ¿qué delito puedocometer,comonoseapegarlefuego al castillo deBelvedere?

Tomamos café mientrasel doctor Beeber musitaba y

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murmuraba entre gruñidos.Se enjugó la frente con unsucio pañuelo. El traje quellevabaestabamugriento.Sinhaberse lavado ni afeitado,allíestaba,conunojomediocerradoyelotromuyabierto.Llevaba las uñasnegras.Delbolsilloextrajounacolilladepuro, laencendióyechóunabocanadadehumoapestoso.

Lepregunté:

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—¿Y por qué atrae tantoeljuego?

—¿Qué? Puesme pareceque se debe a que unomientras juega se encuentraenmanosde lospoderesquerigeneluniverso.Tantosilocreescomosino,unointentahipnotizar la bolita ymandarla adonde más leconviene a uno. Libras unaguerra contra las leyes

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físicas, pero las leyes físicasseríendetiydetusórdenes.Llevaba ganando milquinientos zlotys. Y derepente todo se fue al traste.Tú crees en la suerte,¿verdad?

—Creo en todas lassupersticiones.

—Estás en lo cierto. Elracionalismo es la peorenfermedad de la especie

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humana. La razón terminaráinvirtiendo la evolución. Elhomo sapiens llegará a sertan sabio que no sabráengendrar, comer, ni ir alretrete. Incluso tendrá queaprenderamorirse.

EldoctorBeeberse rioyluego soltó un sarcástico«ja», dejando al descubiertosusrenegridosdientes.Dijo:

—Lo que realmente me

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da miedo es que Saltschedecidaperdonarme.

(Traducidodelyiddishalinglés por el autor y ElaineGottlieh).

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Relatosjuntoalfuego

1

Fuera nevabaintensamente. Hacia elatardecer, la nieve caída seheló. Del Vístula soplabaviento helado, pero en laCasa de Estudio el horno de

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arcilla ardía y daba calor.Unos mendigos asabanpatatas en el fuego. Losmuchachos que estudiabanporlanochehabíanpuestoelextremodesusfajasentrelaspáginas, amodo de punto, yescuchaban las historias queallísecontaban.Sedecíaquepersonas y cosas habíandesaparecido últimamente, yZalman, el vidriero, levantó

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el dedo índice,manchado denicotina, para indicar quetenía algo que contar. Sutupidabarbaparecíadesucioalgodón, sus cejas eranhirsutas y sus ojos pequeñosyoscuroscomolosdeljabalí.Antesdecomenzarsurelate,Zalman murmuró y gruñó,como un viejo reloj que sedisponeadarlahora.Dijo:

—Lagentedesaparece,se

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esfuma. No todos somoscomo el profeta Eliseo, quefue transportado a los cielosen una carroza de fuego. Enel pueblo de Palkes, nomuylejos de Radoshitz, uncampesinoestabaarandoconun buey. Detrás iba su hijo,sembrando cebada quesacaba de un saco. Y elmuchacho levantó la vista yvio que su padre y el buey

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habían desaparecido.Comenzó a llamarlos, alanzar grandes gritos, peronadie contestó. Su padrehabía desaparecido en plenocampo.Y no se ha vuelto asaberdeél.

LeviYitzchockaventuró:—Quizás había un

agujeroenlatierraysecayóenelagujero.

—No había agujero que

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ojos humanos pudieran ver.Ysihabíaagujero,¿cómoesqueelbueynocayóprimero?Elbueyibadelante.

—¿Quieres decir que losdemoniosselollevaron?

—Nolosé.Meir,eleunuco,dijo:—Quizá se fugó con una

mujer.—Tonterías… Un

hombre de setenta años,

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quizámás…Loscampesinosnuncahuyendesutierraysucabaña. Y si un campesinoquiereunamujer, se la llevaalgranero.

Juicioso, Levi Yitzchockafirmó:

—EnestecasoselollevóelMaligno.

Zalman,elvidriero,dijo:—¿Y por qué a él

precisamente? ¿Un hombre

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de paz, Woj-ciech Kucek,queasísellamaba?AntesdelaFiestadelosTabernáculossalía a recoger ramas paracubrir el tabernáculo. Mipropiopadrecomerciabaconél. Son cosas que ocurrenrealmente. Cerca de Bloniavivía un hombre que sellamaba Reb Zelig, elalguacil. Tenía una tienda yun cobertizo en donde

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guardabaleña,lino,patatasysogas viejas. También teníaun trineo allí. Y un día selevantó y el cobertizo noestaba.Nopodíacreerloquesus ojos veían. Si por lanoche hubiera soplado elviento o hubiera habidotormentaounainundación…Pero no fue así porqueocurrió después dePentecostés, cuando los días

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son tranquilos y las nochessilenciosas. Al principiopensó que había perdido eljuicio.Llamóasumujeryasushijos.Salieroncorriendo.«¿Dónde está el cobertizo?».Nohabíacobertizo.Endondeantes se levantaba, la tierraestaba lisa, con la hierbacrecida, sin traviesas niporciones de madera, sinrastrodeloscimientos.Nada.

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Ahorabien,silascriaturasdela noche quieren apoderarsedeunhombreseráquealgunarazón tienen para ello, pero¿para qué van a querer uncobertizo? ¿Y cómo puedecrecerlahierbadelanocheala mañana? Cuando lasgentesdeBlonialosupieron,acudieron a todo correr,como si hubiera incendio.Hasta los niños de cheder

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fueron allá corriendo. TodosconocíanaZelig,elalguacil.Los sábados, después decomer el pastel, cuando losaprendices del sastre y delzapatero salían a dar unpaseo, pasaban siempre anteelcobertizo.

Y cuando llovía solíancobijarse allí. Zelig jamáscerraba la puerta con llave,sólo la cerraba con un

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pasador colocado en la partedeafuera.EnBlonianohabíaladrones. En aquel entoncesyo vivía en casa de misuegro.Ycomoseaquetodaslas gentes de la ciudad ibancorriendoallá, aver el lugaren donde antes se habíalevantado el cobertizo, yotambién fui corriendo. Yllegó el amo, Jablowski, ytambién llegaron los

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funcionarios rusos. Sequedaron todos quietos,mirándose, como si sehubieran convertido enestatuas. La gente sepellizcaba las mejillas paraasegurarse de que no setrataba de un sueño. Agrandes gritos, Jablowskidijo:«Omehevueltolocoolos judíos quieren jugarmeuna mala partida». En los

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pueblecitos pequeños comoaquél, todos los habitantesconocen todas las casas,todas las callejas, todas lastiendas y almacenes.Jablowski, el amo, volvió agritar:«¡Brujeríaaplena luzdeldía!».

Y blandió el látigo. Iba,elamo,conungranperroquecomenzó a aullar. «Si elcobertizonoaparece,ysino

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vuelveaestardondesiempreestuvo, y quiero que ocurraahora, inmediatamente, osmataré a todos a latigazos».El amo había olvidado quelos siervos habían sido yaliberados. Zelig procuródefenderse: «Excelencia,¿acaso tengo yo la culpa?».Eljefedelapolicíaestabaallado del amo, con la bocaabierta. Llevaba largos

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mostachos, tan largos quecasi le llegaban a loshombros. El doctorChalczynski, médico delpueblo, también estaba allí.Era un hombre raro. Pese aser gentil sabía hablar enyiddish. Nunca iba a laiglesia. Era amigo de losilustrados y modernistascomoFalik, el farmacéutico,Baruch, el amanuense, y

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Bentze Kaminer. Todas lasnoches se reunían y seestabanhastalauna,sentadosalrededor del samovar,jugando a las cartas yburlándose de todo y detodos. Las esposas de estosjudíos modernistas no secubrían la cabellera.Aquellamañana, Falik estaba detrásdel mostrador, dedicado apesar hierbas medicinales.

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Llegóunmuchacho,lecontólo ocurrido y Falik se burlóde él diciéndole: «Si estásloco que te encierren en unmanicomio,muchacho».Perollegaron otros y todos lecontaron lo que habían vistocon sus propios ojos, y, consantos juramentos,afirmaronqueeraverdad.PeroFaliklesdijo: «¿Y qué otros cuentosvaisacontarmeahora?¿Alo

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mejor resulta que el rabinoquedóembarazadoydioaluza una ternera, verdad?». SinembargoFalikcerrólaboticayfueaecharunaojeada.Allíencontró a los otrosescépticos. Entonces Falikdijoalosgentiles:«Queridosamigos, los cobertizos notienen piernas y no puedenandar; forzosamente ha dehaberunarazónqueexplique

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lo ocurrido; busquémosla».Demodoymaneraquetodoscomenzaron a buscar elcobertizo.Caminarondurantemedio día, yendo a todoslados, pero no encontraronrastro del cobertizo. Uncobertizo grande, construidocontroncosgruesos,sehabíadesvanecido en el aire comounapompadejabón.Peroloscomerciantes tienen que

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atender a sus negocios y lasmadres a sus hijos. El amofue a la taberna y seemborrachó; cualquierexcusa valía para quecomenzaraabeberyabeber.Estabaquerabiabacontralosjudíos, y decía: «No es másque una sucia trampa de losjudíos,noesmásqueunodesus engaños». Pero el doctorChalczynski no quiso

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apartarsedelacasadeZelig.Siguió con susinvestigaciones, midiéndolotodo, olisqueando el aire…Alprincipioeldoctorgastababromasatodos,perodespuéssequedóentristecidoyserio.EldoctordijoaFalik:«Siesposible que esas cosasocurran, ¿qué clase demédicosoyyo?,¿yquéclasedeboticario eres tú,Falik?».

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El boticario repuso: «Aquíhay algún engaño, unatrampa…». Falik pidió unaazada. Quería cavar. PeroZelig le dijo: «Guardaba laazada en el cobertizo y hadesaparecido». Al díasiguiente todos losmodernistas fueron allá conazadas. Cavaron hasta hacerun hoyo de seis pies deprofundidad. Sólo

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encontraron raíces y piedras.El cobertizo no se habíahundido en la tierra. Y asípasaron dos semanas. Lasgentes sencillas tenían otrosasuntos de que ocuparse.Nosotros, los jóvenes queíbamosalaCasadeEstudio,hablábamosdelasunto,pero,a pesar de lo mucho quecavilamos, sólo pudimosllegar a una conclusión:

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había sidoobradedemoniosburlones.¿AcasononosdicelaBibliaqueinclusounacasapuede coger lepra? LosMalignos son capaces decualquiercosa.PeroeldoctorChalczynski, Falik, elboticario y todos los demásescépticos siguieronbuscando y haciendopreguntas y más preguntas.El doctor tenía un faetón de

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doscaballosyFalikteníaunabritska.Recorrieronmillas ymillasenbuscadelcobertizoperdido. Preguntaron a loscampesinos,peronadiesabíanada. Por la noche losmodernistas ya no jugaban anaipes,sinoquepensaban.Siun cobertizo se puededisolvercomolanieve,quizásí que Dios existiera. Eldoctor Chalczynski visitó al

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rabino. No acudió alsacerdote debido a que eldoctor había habladomal dela iglesiaymalas lenguas lohabían comunicado al cura.Por eso el cura y el médicoeran enemigos. El doctor sepasóvariashorasseguidasenla casade estudiodel rabinoylepreguntó:«¿ConstaenlaTorá algo parecido a lo quehaocurridoaquí?¿Puedeser

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castigodealgúnpecado?».Elrabino no supo quecontestarle y sólo le dijo:«ParaDios todo es posible».Bueno,elcasoesquepasarondossemanasmás.Yundía,aprimera hora de la mañana,Zeligsaliódesucasayvioelcobertizo.Yalverlosepusocomo loco, dando gritos yatizándose golpes en lacabeza. Todos los familiares

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de Zelig salieron de la casa,descalzos ymedio desnudos.Y allí estaba el cobertizo,como si nada hubieraocurrido. Alguien fue aBloniaparadar lanoticia.Yotra vez toda la poblaciónquedómuyimpresionada.Detodas partes acudía la gentecorriendo.Unosreíanyotroslloraban. El amo, Jablowski,montó a caballo y acudió al

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galope. El cobertizo estabadonde siempre había estado.Entraron. Todo estaba igualque antes. El único cambioconsistió en que las patatashabían comenzado a echartallos,comohacenafinesdeverano. Jablowski, el amo,gritó: «¿Conque una nuevabroma,no?¡Osvoyaromperlacrismaatodos!¡Osecharédel pueblo y os perseguiré

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hastael findelmundo!».Yahabía bebido más de lacuenta.Golpeóelcobertizoyle atizó patadas. El doctorChalczynski estaba blancocomo el yeso. Falik, elboticario, se rascaba lacabeza, y su mujer gemíacomo si se encontrara en unentierro. Falik la reprendió:«¿Por qué lloras?Hoy no esel Yom Kippur, el día del

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arrepentimiento».Ysumujercontestó: «Paramí hoy es elYom Kippur, sí». ¿Para quécontinuar? En fin, la esposadel boticario se convirtió enunamujerdevota,comenzóabendecirlasvelasdelsábado,se cortóel cabelloy sepusopeluca, e iba constantementea visitar ál rabino parahacerlepreguntas.PeroFaliksiguió en sus trece. Decía:

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«Porelsolohechodequeuncobertizojueguealesconditeno voy a convertirme enhasidim». Levantaba la vistaal cielo y blasfemaba: «SiDios existe que me castigueen este instante, que mandeunrayoquemeaniquile».Elboticario y su mujercomenzaron a tener peleas.Lamujer cocía el pastel delsábadotodoslossábadosyel

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boticario quería comerchuletas de cerdo todos lossábados. El doctorChalczynski perdiótotalmente el juicio. Lellamaban para que visitara alosenfermosyapenas se losmiraba. Y cuando recetabauna medicina el enfermoempeoraba. El jefe de lapolicíaordenóqueseabrieseel suelo del cobertizo a ver

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qué había debajo. Pues bien,debajo no había rastros dehierba, ni signos de que allíse hubiera cavado un hoyo.La tierra estaba polvorienta,yerma y con gusanos. Todoparecíahabersidounengaño.Pero, ¿cómo es posibleengañar a todo un pueblo?Las noticias de lo ocurridocorrieron por toda Polonia.LasgentesveníandeGombin

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y de Lowicz para ver elcobertizo portentoso. LoscampesinosdecíanqueZeligera unmago y sumujer unabruja. En aquel entonces yohabía regresado ya aRadoshitz. Más tarde medijeron que el boticario y sumujer se habían divorciado.Lamujercasóconunnotablede Sochaczew. Falik fue avivir a Varsovia y se

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convirtió al cristianismo.Una noche el doctorChalczynski salió del pueblosin despedirse de nadie ydejando todos sus libros einstrumental.Yestoes todo.Pero no, he olvidado lomásimportante. El cobertizoardió. En la noche de laFiesta de Exaltación de laLey, mientras Zelig y sufamilia dormían, la criada

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vioquefuerahabíaluz,comosifueradedíaynodenoche.El cobertizo ardía como unaantorcha. Zelig y sus hijosintentaron apagar el fuego,pero no hay quien puedaapagarelfuegodelaGehena.Enmedia hora del cobertizosólo quedaron cenizas ybrasas. Aquella noche nocayeron rayos y en elcobertizo nada había que

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pudieraproducirfuego.LeviYitzchockpreguntó:—¿Significa esto que

todo fueobrade losPoderesdelasTinieblas?

YZalmanlecontestóconotrapregunta:

—¿Qué tenían losPoderes de las Tinieblascontraelcobertizo?

2

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Levi Yitzchock se quitólas gafas de cristales azulesque hasta de noche llevabapuestas. Pese a que era unhombre viejo, aún quedabanensubarbamechonesrubios.Enelpuentedelafiarizteníauna profunda cicatriz. Bajosus ojos enramados, conpárpados sin pestañas ydeformadosporlahinchazón,colgaban dobles bolsas de

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piel marchita. Limpió loscristales de las gafas con unsucio pañuelo, y, entregruñidos,dijo:

—En estos tiempos Diosoculta su rostro. Cuandoocurreunmilagrosiempreseencuentra una explicaciónnatural. En mis tiempos entodas partes había milagros.Mi padre, que el Señor lehayadadolaPaz,erahasidim

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fiel al rabino de Kapelnitza.En los viejos tiempos, elrabinoDantuvogrannúmerode seguidores. Dé todosmodos, los hasidim eranhombres elegidos, hombresfamosos por sus buenasacciones. Pero los hijos delrabino Dan murieron antesqueélyanadiedejóparaquele sucediera. Su esposa semuriódeunahogodurantela

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comida del sábado; una desus hijas se ahogó en unpozo; su hijo, LeviYitzchock, cuyo nombre medieron mis padres, muriócomo fulminado en elmomentoenquebendecíalasramas de palmera y loslimones. Durante toda suvida luchó el rabino Dancontralosdemonios.Ycomolos demonios no pudieron

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destruirle porque no teníanpoder para ello, se vengaronen los miembros de lafamilia del rabino Dan.Después, los viejos hasidimfueron muriendo uno trasotroylosjóvenessepasaronaKotzkoaGur.LaCasadeEstudio se convirtió en unaruina. El horno del bañoritual se averió y no huboquien lo arreglara. En el

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huerto del rabino pululabanlos gatos garduños, las ratasy los erizos. Las hormigasformaban las colinas delhormiguero y por todaspartes crecía la cizaña y lamalahierba.Tiempohuboenque él rabino tenía cuatrosacristanes. En mis tiempossólo le quedabauno llamadoIzie, viejo de ochenta años,ciego de un ojo y borracho

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como una cuba. El rabinoDanayunódesdesujuventud,pero, de viejo, casi dejó decomer del todo. Sólo comíaun poco de pan para poderbendecir la comida. Susseguidores eran todos viejosque apenas se tenían en pie.En los Días del Temor unascuantas docenas de hasidimperegrinaban a la casa delrabino, pero en los restantes

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díasdelañoapenashabíaallílos fieles suficientes parallegar al número prescritopara orar. El rabino dejó derecitar laTorá.Mipadre erauno de los miembros delíntimo círculo del rabino y,siendo yo muchacho, mellevó a Kapelnitza. Laprimera vez que vi al rabinoquedé aterrado. Era unhombre menudo, encorvado,

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encogido, con unas barbasque le llegaban hasta lasingles.Susojosnosepodíanver.Cuando el rabino queríamirar a alguien tenía quelevantarse un párpado,cogiéndoloconelíndiceyelpulgar.Mipadremepresentóal rabino, quien alargó lamano hacia mí, una manoseca como el pergamino yardientecomoel fuego.Sólo

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dijo «Nu», y nunca olvidaréaquel«Nu».Era,suvoz,vozde las profundidades, quenovozdeestemundo.Todoslosdías se temía que el rabinomuriera. Pero los añospasaban y el rabino no semoría.Losmurosde laCasadeEstudiosepusieronnegroscomo una chimenea. Losratones mordisqueaban loslibros. Una lechuza hizo su

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nido en la techumbre y sepasaba la noche lanzandogritos. Durante unatemporada hubo muchasmuertes en Kapelnitza ydespuésparecióqueelÁngelde la Muerte hubieraolvidado el lugar. Los fielesse movían como sombras yuna vieja les preparaba sopaen un gran puchero y lesremendabalasropas.Cuando

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fuiaKapelnitzaconmipadrepara la celebración delúltimoRoshHashana,elAñoNuevo, eran muy pocos losque allí encontramos. Losviejos estaban sentados,cubiertos con chales depreces hechosunos zorros, yconropas llenasdeagujeros.Uno oraba, el otrodormitaba… El rabino seencontraba en un rincón,

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sumido en absoluto silencio.El hombre que tenía lamisióndetocarelcuernodelcarnerosehabíaquedadosinaliento y en vez de producirunfuertemugido,delcuernosólosacabaungemido,comoel de un animal moribundo.Dijeamipadre:«Novuelvasallevarmeaunsitioasí».Porlo general mi padre sequedaba durante los Diez

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DíasdelArrepentimientoyelYom Kippur. Pero en estapasión nos fuimos antes delRosh Hashana. En el carro,deregreso,mipadremedijo:«Dudo mucho que el santorabinodurehastalaFiestadelos Tabernáculos; ya es másdelotromundoquedeéste».Sin embargo el rabino vivióhasta la Hanukkah, la fiestade la reedificación del

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Templo. Por la Hanukkahrecibimos un telegrama enque nos comunicaban sumuerte. Yo no quería ir alentierro, pero mi padrearguyoquenosepuedehacercaso omiso de la muerte delossantosyquenohabíaotrorabinoDanhastaelDíadelaResurreccióndelosMuertos.Esperábamos que iríamuchagente al entierro porque es

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propio de la naturalezahumana olvidarse de lossantos mientras viven yrendirles todos los honoresen su muerte. Pero habíacaído una gran nevada y nose podía llegar a Kapelnitzaencarrooentrineo.Nosotrosllegamos, sí, pero congrandes sufrimientos ydificultades. Yo estaba allícuando enterraron al rabino.

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Latierrasehabíahelado.Unhombre moribundo recitó elKaddish u oración de losmuertos. Seguía nevandointensamenteytodoslosqueallí estaban, llorando lamuerte del rabino, quedaronblancosdenieve.El entierrose celebró el viernes y poresto no pudimos regresar.NosquedamosenKapelnitzaa celebrar el sábado. Pensé

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quenosedaríalacomidadelsábadoenlaCasadeEstudio,peroalguienhabíapreparadolosplatos.Porvezprimeraensesenta años la silla delrabino estaba vacía. Losviejosintentaroncantar,perodesusgargantassólosalieronestertores. Uno de ellosrecitóunascuantasfrasesdeldifuntorabino,peroapenasleoímos;además,casitodoslos

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viejos eran sordos. Asítranscurrieron la cena delviernes y el almuerzo delsábado. En Kapelnitza lacomidademássolemnidadyla más reverenciada era latercera, que comenzaba alanochecer. Las gentes delpueblo hacía ya rato quehabían encendido las velas,habíanrecitadolaoracióndela Despedida, y leído el

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capítulo que se lee en elsábado,cuandoenlaCasadeEstudio aún reinaba laoscuridad y se entonabaHijos de laMansión.A estahora el rabino solía revelarmisteriosdemisterios.Ahorabien, ¿qué puede hacer unmuchacho en la fiesta delsábado, especialmente eninvierno? Me quedé en laCasa de Estudio. Muy de

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prisa se entró la noche. Losancianos masticaban pansecoconarenquesycantabanconvoz lúgubre, fija lavistaen la vacía silla del rabino,enlacabeceradelamesa.Yoestaba quieto, sentado en laoscuridad,dominadoporunaextraña angustia. No dejabade pensar en el rabino. Susanto cuerpo estaba ya en latumba,pero¿dóndeestaríasu

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alma? Probablemente seencontraba ya en el Paraíso,en el Trono de la Gloria, enla Mansión del Mesías. Porprimera vez se me ocurrióque no siempre sería joven.Fuera,elcielosedespejóyvila luna nueva del mes deTaveth.[2] Las estrellasbrillaban. En la Casa deEstudio reinaba unaoscuridad sólo rota por el

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débil resplandor que llegabadefuera.Nohaypalabrasquepuedan expresar cómo eraaquelcánticodelosancianos.Con roncas voces entonabanvariaciones de un solo tema.Cada suspiro, cada acentotransportaba a las más altasesferas. Los cuerpos nopueden cantar así. Era unmurmullo de almas dirigidoalSeñordelUniverso.¿Hasta

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cuándo, ohDios, durarán lastinieblas de Egipto? ¿Hastacuándo, Señor, las sagradaschispasseguiránpresasen laesterilidadde looscuro?¡Dafin, oh Dios, a tantosufrimiento, da fin a lamezquindad y a lasmaterialesvanidades!Erayomuy joven, pero quedétraspuesto. Miré hacia lapuerta y vi que el rabino

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entraba. Tan pasmado quedéque ni miedo tuve. Lereconocí: la misma imagen,la misma forma, la mismabarba. Como flotando sedirigió a la silla vacía y sesentó en ella. Durante largotiempo reinó un terriblesilencio, un silencio comonuncahabíaexperimentadoycomo nunca heexperimentado desde aquel

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día. Entonces volvieron aelevarse los cánticos,primeroentonobajoyluegomás, alto. Era tal como estáescrito: «Todos mis huesoshablarán». Había en elcántico una alegría capaz dedarmuerte al alma. Quienesno hayan oído aquel cantojamás sabrán cómo son losjudíos, ni qué es el espíritu.Temí desmayarme de

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exaltaciónygrité:«¡Padre!».Si no lo hubiera hecho, noestaríahoyaquí,sentado.

Zalman, el vidriero,preguntó:

—¿Teníasmiedo,no?—Elrabinosedesvaneció

inmediatamente. Losancianos parecierondespertar. Izie encendió unavela. Mi padre me sacó deallí yme frotóconnieve las

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sienes. Mi padre estabablanco como un cadáver.Cuando recobré el habla, lepregunté: «Padre, ¿hasvisto?». Y me contestó:«Calla, calla». Sentí miedode volver a la Casa deEstudioymipadreme llevóalaposada.Casimellevóenvolandas. Recitó la oracióndelmomento,laHavdala,mefrotóconvinolospárpadosy

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medio a oler especias.Creoque olvidé las oraciones quehay que rezar antes delsueño,yaquequedédormidocasiinmediatamente.Aquellanoche murieron tres de losancianos de la Casa deEstudio. Por Pascua todoshabían muerto. Mi padrenunca quiso hablarme deaquel sábado.No,no lohizohasta el día de mi

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matrimonio, antes de quecomenzara la ceremonia.Entoncesmedijoquesí,quetambién él había visto alrabino.

Meir, el eunuco, se llevólas manos al desnudomentón, allí donde hubieradebido nacerle la barba, ypreguntó:

—¿Yquéhayde insólitoen lo que acabas de contar?

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Lomismoocurrióenelcasodel rabino Jehudah. Despuésde morir volvía a su casatodoslosviernesporlanochepara bendecir el vino. ElTalmudlodice.

—Sin embargo, ennuestrostiempos…

—¿Cómo son esostiempos nuestros? El Señorsigue siendo el mismo. ParaÉl no hay cambios. Y si

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ahora ocurren menosmilagros, nosotros tenemoslaculpa,ynoÉl.

Zalmanpreguntó:—¿Y qué fue de la casa

delrabino?—Se desmoronó. Parece

que se había mantenido enpie por obra del espíritu delrabino. En el momento enque el rabino fue convocadopara que acudiera a la

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Sabiduría en lo Alto, losmuros comenzaron acuartearse, la techumbre sedesintegróylacasaquedóenruinas.

Meir, el eunuco,preguntó:

—¿Y quién mantiene elmundoenpiesinolaPalabradel Todopoderoso? Si retirasu Palabra la creaciónvolveráalcaosprimigenio.

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3

Meir, el eunuco, selevantó y comenzó a pasearpor la estancia. Pese a sujoroba,eraalto,yauncuandotenía suaves mejillas habíaen su rostro los rasgos de lamasculinidad, alta la frente,con nariz aguileña y el vivomirardelosestudiosos.Tocóel horno y seguramente se

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quemó, ya que se sopló lapalma de la mano. Meir, eleunuco,eradeaquellosseresde quienes el Talmud diceque son «a veces cuerdos yotras locos».En losperíodosdelunallenaseportabacomoun loco. Hablaba solo, sefrotaba las manos, reía yretorcía en muecas susfacciones. Cuando la lunamenguaba sus pensamientos

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volvían al orden. Ahora sesentóycomenzóahablar:

—Ver fantasmas no estotalmentenormal.Mimadremurió cuando yo contabacinco años, pero desdeentonces siempre que estoyen peligro oigo su voz. Meadvierte.Medice:«¡Meir!».

Y entonces sé que deboponerme en guardia. Lamuerte no existe. ¿Cómo

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puede existir la muertecuando todo forma parte dela Cabeza de Dios? El almanunca muere y el cuerponunca está realmente vivo.Pero algo hay entre ambos,algo que no es totalmentemateria, ni es totalmenteforma. Quizá no debierahablardeesteasunto,peroyaque hemos tocado estostemas me gustaría que

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supieraislaverdad.Talcomohe dicho mi madre muriócuando yo tenía cinco años.Mipadrenovolvióacasarse.Era guardabosques y estabamástiempoenelbosquequeencasa.Teníamosunacriadallamada Shifrah cuyahermana vivía en el pueblocon sus hijos. Cuando mipadre salía de viaje Shifrahse pasaba casi el día entero

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enelpueblo,consuhermana.Nadiecuidabademí.Cuandoquería estudiar, estudiaba; ysi quería holgar, nadie mereprendía. En casa teníamosbiblioteca. Las cuatroparedes de la estanciaestaban cubiertas de libros,desdeelsuelohastaeltecho.No me faltaba el dinero ysiemprecompraba librosquememandabandesdeLubline

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incluso desde Varsovia.También compraba libros alos vendedores ambulantes.Alosdieciséisañosyahabíaleído los treintay seis librosdel Talmud. Entoncescomencé a sentirme atraídopor la Cábala. Sabía muybien aquel precepto queordena que nadie debeasomarse a estos misteriosantes de cumplir los treinta

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años. Sin embargo prontoencontré circunstanciasatenuantes. Comencé apenetrar en el Zohar, elViñedo, elÁrbol de laVida,losTractosdelosRasidim…De laCábala intelectual a laCábala mágica sólo hay unpaso. Y de esta última unopuede pasar muy fácilmentea los encantamientos y labrujería. Sin embargo había

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leído no sé dónde que elSanedrín debía estudiarencantamientosybrujería.

Y yo sentía deseos dehacerme invisible, de darpasos de siete leguas, dehacer brotar vino de losmuros. Entonces a nuestropueblo llegó un viejo.Habíanacido en Babilonia y habíarecorrido todo el mundo,obrandomilagros.Si alguien

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le cogía la mano y le poníalos dedos sobre un escrito,esteviejoleíaconlosdedos.Decía que las letras se leaparecían en la Visión.También curaba a losenfermos. En nuestro pueblocuró a un epiléptico. Pidióqueletrajeranungallovivo.Pronunció unas palabrasmágicas y al gallo le dio unataque de epilepsia. Quienes

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no hayan visto a un galloestremeciéndose yretorciéndose en un ataque,nunca sabrán el poder de losobrenatural.Ahorabien,haypoderessobrenaturalessantosypoderes sobrenaturalesqueno son santos.Sí, y el poderde las tinieblas es como unmono, ya que imita el poderde la luz. Los rabinos dePolonia advirtieron que

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condenarían a cuantostuvieron tratos con aquelhombre que practicaba lamagia negra. Pero si unotiene un hijo único que cadadosportrespadeceunataqueenplenacalleyechaespumapor la boca y se da decabezazos contra el suelo,uno se olvida de lasadvertencias de los rabinos.Aquel judío de Babilonia

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sólo curaba a los ricos. Ypedía que le pagaran enmonedas de oro. ¿Para quénecesitaba tanto dinero sicomíamenosqueunamoscay su mujer se habíadivorciado de él? Esa clasede gente nunca tiene hijos.Era dueño de una casa enLublin y en esta casabailaban los demonios,incluso de día. Lo recuerdo

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como si lo estuviera viendo:alto, flaco, con un fez en lacabeza igual que un turco,largo abrigo a rayas rojas yblancas y sandalias en lospies desnudos. La piel de lacara se lepelabacomo ladeun leproso y tenía lasmejillas hundidas. La ralabarba blanca estaba siemprerevuelta,comosielvientolaagitara sin cesar. Tenía los

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ojos mal dispuestos, el unomás alto que el otro, y enellos asomaba siempre elmismísimo Samael. Hablabamitad en arameo, mitad enyiddish. Cuando el judío deBabilonia llegó a nuestropueblo,inmediatamentefuiala posada en que se alojaba.Lehablédemaneradirectaysencilla: «Quiero ser tudiscípulo».

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Y él me dijo: «Joven,¿por qué ir al lugar de losenfermos cuando se goza debuenasalud?Mírame.Yosoyde aquellos que hancontemplado los abismos yhan padecido lasconsecuencias.LosMalignosno me dan un instante dereposo, tanto en el sueñocomoenlavigilia».Mientrasel judío de Babilonia

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hablaba,yooíaunosextrañosgolpesquenosonabandentroni fuera de la estancia. Eracomo si un picamaderahubiera penetrado en elinterior de la silla en que eljudío de Babilonia sesentaba,oquizásetratabadeaquel ser con pico de cobreque picoteó el cerebro deTito el Malvado. Pregunté:«¿Qué es este ruido?».Y el

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judío de Babilonia repuso:«El espacio rebosa almasdesnudas que por todafortuna tienen ilusiones yexigencias. Ahora, mientrasconverso contigo, veo aAlejandro deMacedonia consuslegiones.Losmuertosnosaben que están muertos, dela misma manera que losvivos no saben que estánvivos. Napoleón blande aún

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suespada».Estuveconéltreshoras. Nunca he conocido ahombre tan sabio. Meconfesó que era lareencarnación del ReySalomón. Cuandocomprendió que no podríadesembarazarse demí7 dijo:«Meir, te he advertido, peroen méritos de tu insistenciate daré un pergamino conunas palabras que te

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permitirán convertirte enmaestro de ti mismo». Mecitó unas palabras de laMisná: «Sé maestro de timismo».Al día siguiente sefue de nuestro pueblo. Seperdió para siempre en lasCuarentayNuevePuertasdelaProfanación.PosiblementehabíasedesposadoconLilith,la diablesa de Babilonia quehabita en las ruinas.

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Comencé a estudiar elpergamino, y quedé con elalma rebosante de santosnombreso,almenos,asímelo pareció. Tardaría un añoenexplicaroselcontenidodeaquelpequeñopergamino.Enprimerlugartuvequeayunardurante siete días y sietenoches.Luegoveníaunalistade encantamientos,meditaciones y todo género

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deactosmágicos.Loserroresen las letras son asuntograve.Un error en una letra,en el acento de una vocal,basta para destruir la Tierra.Enciendes una vela de cera,quemas incienso, pronunciasun nombre sagrado y unnuevo ser comienza adesarrollarseantetuvista, lomismo que el embrión en lamatrizdelamadre.Nobasta

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conpronunciarelnombre.Enla Cábala los pensamientosson objetos. La más leveimperfección puede darresultados totalmenteopuestos a los pretendidos.LosPoderesdelMalnocejanni un instante en su empeñode apoderarse de las cosassagradas. ¿Qué ocurrió enEgipto? Losmagos imitabancuanto Moisés hacía. Pero

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Moisés era Moisés y Meirera sólo un muchacho queaún no había cumplido losdieciocho años. Todos losdías cometía un error connefastas consecuencias. Erala medianoche, el mundodormía.Yomeencontrabaenpie ante la ventana de mibuhardilla,dispuestoaleerelShema y acostarme. Derepente se produjo una gran

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conmoción, oí silbidos,vientoyunrevuelo.Lamesacomenzó a bailar, miles devoces demujer aullaban, lasparedes se estremecían y eledificio se balanceaba comounbuqueenlamar.Dijeunapalabra para calmar latormenta. E inmediatamentesurgieron monstruos y seresdeformes con el rostrocontorsionado en mil

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muecas, riendo, gritando yluchando.En resumen, habíaolvidado la cola de la letra«jud», y envezde invocar aun ángel, tal como losinvocaba el santo JosephKaru,habíainvocadoaunserdeforme.Duranteuninstantevi una cabeza sin cuerpo yluego un cuerpo sin cabeza.Vi piernas que caminabansolas y penetraban en la

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pared. Un hocico con barbade chivo pronunciaba unsermón. El hocico hablabacomo un conocedor de laCábala, pero de repentecomenzó a parlotear en rimaburda, como el graciosocontratado para alegrar lasbodas, salpicando suspalabras con obscenidades yblasfemias. También yohablaba un extraño lenguaje.

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Mástarde,cuandomepuseaescribir, mi escritura no sepodía leer reflejada en elespejo.A la sazón mi padreestaba en la feria deLeipzigy la criada se hallabaenferma en casa de suhermana. Me encontrabasolo. Pero, ¿hasta cuándoconseguiría mantener ensecreto lo que pasaba encasa? Cierto es que en el

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pergamino constaban lasinstrucciones precisas paradestruir a los seres nodeseados, pero en la Cábalamágica esmás difícil borrarque crear. Mi deformeduende comenzó a tenerlargas discusiones conmigo,discusiones en las que nodecía más que insensatecesprovocadas por el despecho.Cuando yo quería dormir el

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duende me despertaba. Metiraba de las crenchas. Mehacía cosquillas en lasplantasdelospies,melamíael cuerpo y pedía que mecasara con él. Una noche,estandoyomediodormido,elduendesemetióenmicamae intentó que tuvierarelacionescarnalesconél.Apunto estaba de caer enaquella trampa, cuando, sin

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duda alguna, misantepasados, temerosos deDios, intercedieron por mí.Saltédelacamayexpulséalduende.Mevestí,envolvílasfilacterias,cogíelLibrodelaCreación y salí del pueblo.Mi padre era seguidor delrabino de Partzev. No tardéenencontraruncochequemellevara allí. A la sazón, elrabino no era el que hoy

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reside en Partzev sino suabuelo, el rabino Kathirel.Durante todo el trayecto, elduende que yo había creadointentó hacerme caer en susredes utilizando buenas ymalas palabras. Pero ademásdel Libro de la Creaciónllevaba conmigo un paquetede talismanes colgado delcuello. Conseguí llegar a layeshiva del rabino y allí

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estuve durante veinte años,hastaqueelduendepereció.

Meir, el eunuco, guardósilencio.

Zalman, el vidriero,sacudiólacabeza:

—¿Y no te atormentómientrasestabasenPartzev?

—EnPartzev lasHuestesdel Maligno carecían depoder.

—¿Y qué pretenden esas

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Huestes?—Los seresmenores que

forman parte de ellas sólohacen el ridículo. Pero losmayoresintentangobernarelCielo.

—¿YlopermitiráDios?—Luchaconellos.—Entonces, ¿por qué los

creó?—Afindequehayalibre

albedrío.

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Se hizo el silencio y elreloj dio las doce. Más alládel cristal helado de laventana lucía la luna en trescuartos. Meir, el eunuco,comenzó a pellizcarse eldesnudo mentón con laspuntasdedosdedos,comosipretendiera arrancarse unvello.Dijo:

—Aquel día el judío deBabilonia me dijo algo que

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no olvidaré hasta que exhalemiúltimoaliento.

Levi Yitzchock se quitólasgafas:

—¿Quétedijo?—Enelinstanteenquela

Infinita Luz menguócomenzando la creación^nació la locura. Todos losdemonios están locos. Nisiquiera los ángeles soncompletamente cuerdos. El

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mundodelamateriaydelosactosesunmanicomio.

Zalman, el vidriero,preguntó:

—¿Ylaspiedras?Meir,eleunuco,soltóuna

carcajada, y comenzó ahablarenvozmasculinaque,luego, se transformó enfemeninofalsete:

—¡Interesante pregunta!Pues sí, con la excepción de

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Dios y las piedras, todo eslocura.

(Traducidodelyiddishalinglés por el autor yDorotheaStraus).

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Elautoservicio

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Pese a que he llegado aese punto en que gran partedemis ingresos semeva enel pago de los impuestos,todavía conservo lacostumbre de comer enrestaurantes automáticoscuando estoy solo.Me gusta

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coger la bandeja con elcuchillo, el tenedor y lacuchara de hojalata, laservilleta de papel a un ladoyescogerenelmostradorlosplatos que prefiero.Además,en los autoservicios de mibarrio encuentro a paisanospolacos, así como a todogénero de escritoresprincipiantesydelectoresenyiddish. Tan pronto me

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sientoaunamesaseacercan,me saludan con un «¡Hola,Aaron!» y comenzamos ahablar de literatura yiddish,delHolocausto,delEstadodeIsrael y, a menudo, tambiénhablamos de conocidos queestaban en el restaurante,comiendo pastel de arroz yciruelas cocidas, la últimavez que yo estuve, y queahora se encuentran ya en la

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tumba. Como sea que raravez leo el periódico, meentero tardíamente de estasnoticias. Cada vez que estoocurre me llevo unsobresalto.Sinembargo,amiedadunodebeacostumbrarsea semejantes realidades. Lacomidasemequedaatascadaenlagarganta.Confusos,nosmiramoslosunosalosotrosy con la mirada nos

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preguntamos: ¿Quién será elsiguiente? Pero no tardamosen volver a masticar. Confrecuencia recuerdo unaescenaquevienunapelículasobreÁfrica.Unleónatacaaunapuntadecebrasymataauna. Las aterradas cebrashuyen a todo correr, peropoco después se paran yvuelven a pacer. ¿Acaso selesofreceotraposibilidad?

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No puedo estar muchotiempo en compañía de esoslectores de yiddish debido aque siempre ando muyocupado. A veces estoyescribiendo una novela, unrelato breve, un artículo.Otras debo dar unaconferencia, ya hoy, yamañana. Mi agenda estáatestada de compromisospara las próximas semanas e

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incluso meses. Puede muybien ocurrir que una horadespués de salir delrestaurante automático meencuentre en el tren, caminodeChicago, o a bordo de unavión, rumbo a California.Pero mientras estoy en elrestaurante conversamos ennuestra lenguamaternaymeentero de intrigas ymezquindades que, desde el

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puntodevistamoral,másmevaldría ignorar. Todos, cadacual a su manera, intentanconseguir cuantos honores,dinero y prestigio puedan.Aquellas muertes nada nosenseñan. La vejez no nospurifica. Ni siquiera a laspuertasdelinfiernosentimosarrepentimiento.

He vivido en este barriomás de treinta años, o sea,

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tantos comoviví enPolonia.Conozco todas las manzanasytodaslascasas.Enelcursode las últimas décadas pocose ha construido aquí, en lapartealtadeBroadway,ymegusta forjarme la ilusión dehaber echado raíces en estazona de la ciudad. Hehablado en casi todas lassinagogas del barrio. Enmuchas tiendasme conocen,

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y también soy conocido enlosrestaurantesvegetarianos.En las calles de losalrededores, viven mujerescon las que he tenidoaventuras. Incluso laspalomas me conocen. Tanprontosalgoalacalleconlabolsadepapel repleta,echanavolarhaciamí,yalgunaslohacendesdevariasmanzanas.Estazonaestádelimitadapor

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la calle Noventa y seis y lacalle Setenta y dos, porCentralParkyporRiversideDrive.Casitodoslosdías,enelrecorridoquehagoalsalirdel restaurante, paso ante lafuneraria que espera nuestromomento y el momento denuestras ambiciones eilusiones. A veces se meantoja que esta funeraria escomo un restaurante

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automático en el que unorecibe un rápido elogio o unKaddishparaelcaminohacialaeternidad.

En el restaurante casisiempre trato con hombres,solterones como yo,aspirantes a escritor,maestros de escuelajubilados,algunosindividuoscon dudosos títulos dedoctor, un rabino sin fieles,

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un pintor de temas judíos,unos cuantos traductores,todos ellos inmigrantesprocedentes de Polonia yRusia. En pocos casosconozco sus nombres. Avecesunodejadeacudiryyoconcluyoqueseguramentehapasadoamejorvida.Peroderepente reaparece y dice queha intentado establecerse enLos Ángeles o en TelAviv.

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Vuelve a comer su pastel dearroz y a endulzar consacarinasucafé.Elindividuoestá más arrugado, perocuentalasmismashistoriasydibuja los mismos gestos yademanes. Incluso cabe laposibilidad de que un buendía extraiga un papel delbolsillo y me lea un poemadelqueesautor.

En los años cincuenta en

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nuestro grupo apareció unamujermuchomás joven quetodosnosotros.Tendríapocomásdetreintaaños.Erabaja,delgada, con rostro aniñado,cabello castaño que llevabarecogido en un moño, narizcorta y hoyuelos en lasmejillas. Tenía pupilasambarinaso,mejordicho,deun color indefinido. Vestíacon discreción europea.

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Hablaba el polaco, el ruso yun yiddish de frases hechas,para emplear en familia.Había estado en campos deconcentración rusos ytambién en campamentossituados en Alemania, antesdelograrelvisadodeentradaenlosEstadosUnidos.Todosloshombres lamimaban.Nolepermitíanpagar la cuenta.Galantemente le traían el

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café, junto con una porciónde pastel de queso.Escuchabanconatención suspalabras, sus chistes, susbromas. Aquella muchachanohabíaperdido laalegríaapesar de los sufrimientos delaguerra.Mepresentaron.Sellamaba Esther.Yo ignorabasi era soltera, divorciada oviuda.Medijoque trabajabaen un taller en donde se

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dedicabaaclasificarbotones.Aquellamujerlozanayjovennoencajabaennuestrogrupodehombresmayoresyconlavida frustrada ya. Tambiénresultaba extraño que nohubiera encontrado unempleo más interesante queel de seleccionar y clasificarbotonesenuntallerdeNuevaJersey.Pero,apesardetodo,pocas preguntas le formulé.

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Medijo que había leídomisobras cuando aún seencontraba en Polonia ydespués en los campamentosdeAlemania,terminadayalaguerra.Dijo:

—Ustedesmiescritor.Tan pronto pronunció

estas palabras, imaginé quemehabíaenamoradodeella.Estábamos solos en la mesa(el otro individuo que nos

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acompañaba había ido alteléfono)yyoledije:

—Por estas palabras semereceustedunbeso.

—¿Puesaquéespera?Y me dio un beso y un

mordisquito.Dije:—Es usted toda fuego,

querida.—Sí,fuegodelaGehena.Pocos días después me

invitóasucasa.Vivíaenuna

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calle situadaentreBroadwayy Riverside Drive, encompañía de su padre, quientenía ambas piernasamputadas e iba en sillóndéruedas. Las piernas se lehabían congelado enSiberia.En el invierno de 1944intentó huir de uno de loscamposdeesclavosdeStalin.Tenía aspecto de fortaleza,con espesa cabellera blanca,

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rostro rubicundo y ojos deenérgico mirar. Hablaba deun modo avasallador, conjuvenil jactancia yacompañando sus palabrascon grandes carcajadas.Había nacido en Rusia, perovivió largos años enVarsovia, Lódz y Vilna. Enlos primeros años treintaingresó en el PartidoComunista y poco después

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ocupó un cargo en él. En1939huyóaRusia juntoconsu hija. Su esposa y losrestanteshijosquedaronenlaVarsoviaocupadaporHitler.EnRusiaalguienledenuncióacusándoledetrotskistayfueenviadoaunaminadeoro,alNorte.LaG.P.U.enviabaallía los denunciados, lo quesignificaba prácticamente lamuerte. Ni siquiera los más

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robustospodíansoportarmásdeunañoelhambreyelfrío.Eran condenados a destierrosin que se hubiera dictadosentencia.Juntamentemoríanlos sionistas, los bundistas,los miembros del PartidoSocialista polaco, losnacionalistas ucranianos ylos simples refugiados,debido a la escasez demanodeobra.Amenudomoríande

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escorbuto y beriberi. BorisMerkin, el padre de Esther,hablabade este asunto comosi se tratara de unagigantescabroma.Calificabade forajidos, bandoleros ymalas lenguas a losstalinistas.Measegurabaquesi no hubiera sido por losEstados Unidos, Hitlerhubiera invadido la totalidadde Rusia. Contaba los

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métodos usados por losprisioneros para engañar asus guardianes y conseguiruna porción de pan o unaración extra de sopa aguada,así como los diversossistemas de matar piojos.Esther,undía,lechilló:

—¡Padre,bastaya!—¿Qué pasa? ¿Acaso

cuentomentiras?—Es que hasta del

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kreplach… se cansa una,¿comprendes?

—Hija, son cosas que túmismahiciste.

CuandoEsthersefuealacocina a preparar el té, supadre me dijo que lamuchachasehabíacasadoenRusia con un judío polacoquesealistóvoluntarioenelEjércitoRojoyquémurióenacción.Aquí,enNuevaYork,

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la cortejabaun refugiado, enotros tiempos contrabandistaen Alemania, y que habíamontado un taller deencuademación con el quehabía ganado una fortuna.BorisMerkinmedijo:

—Convénzala de que secase con ese hombre,También yo saldríabeneficiado.

—Quizá no esté

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enamoradadeél.—El amor no existe.

Déme un cigarrillo. En elcampo de concentración semontabanlosunosencimadelosotrosigualquegusanos.

2

HabíainvitadoaEstheracenar, pero me llamó porteléfono yme dijo que teníala gripe, por lo que debía

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guardar cama. Pocos díasdespués ocurrieron unoshechos que me obligaron atrasladarme a Israel. En elviajederegresomedetuveenParís y Londres. Quiseescribir a Esther, pero habíaperdido sus señas. Cuandovolví a Nueva York intentéllamarlaporteléfono,peroenel listín no figuraba ningunaEsther Merkin, ni ningún

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Boris Merkin. Seguramentevivían realquilados. Lassemanas pasaron sin queEsther acudiera alrestaurante.Preguntéporellaaloshabitualesynadiesupodarmecuentadesuparadero.Pensé para mis adentros:«Seguramente se ha casadocon el encuadernador». Unanoche,fuialautoservicioconel presentimiento de que la

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encontraría.Pero al llegar vique el muro del edificioestaba renegrido y lasventanas condenadas contablas. Un incendio habíadestruido el restaurante. Sinduda alguna los viejossolterones se reuníanenotroautoservicio. Sí, pero ¿encuál?Soy incapazdebuscar.Además, bastantescomplicaciones tenía ya sin

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Esther.Transcurrió el verano y

llegó el invierno. Un día, aúltima hora, pasé ante elrestaurante y vi luces, unmostrador, clientes. Lospropietarios lo habíanconstruido de nuevo. Entré,cogí una bandeja y vi aEsther sentada a una mesa,sola,leyendounperiódicoenyiddish. No me vio. La

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estuveobservandounrato.Secubríaconunaespeciedefezde piel, propio de hombre, yllevaba una chaquetaadornada con un marchitocuello de piel. ¿Era posibleque aquella gripe hubierasido preludio de unaenfermedad grave? Meacerquéasumesayledije:

—¿Qué tal? ¿Quénovedades hay en el mundo

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delosbotones?Se sobresaltó y luego

esbozóunasonrisa.Después,enfingidopasmo,exclamó:

—¡Veo que todavíaocurrenmilagros!

—¿Dónde se ha metido,Esther?

—¿Yusted?Pensabaqueaúnestaríafueradelpaís.

—¿Qué se ha hecho denuestros queridos

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cafeterianiks?—Ahora van a otro

restaurante automático de lacalle Cincuenta y siete y laOctava Avenida. Éste lovolvieronaabrirayer.

—¿Me permite que letraigauncafé?

—Tomo demasiado café,peroenfin,acepto.

Fui en busca del café ycogí también un pastel de

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huevo, de los grandes.Mientras estaba en elmostrador volví la cabeza yla miré. Esther se habíaquitadosumasculinogorroyse había ordenado el cabellocon las manos. Dobló elperiódico, lo cual indicabaque se disponía a conversar.Se levantó e inclinó la otrasilla hacia delante, de modoque el respaldo quedó

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apoyado en el borde de lamesa,paraindicarqueestabaocupada. Cuando me senté,dijo:

—Se fue usted sindespedirse. Y yo me quedéaquíypocofaltóparaquemeencontrara ante las áureaspuertasdelParaíso.

—¿Quépasó?—Bueno, pues que la

gripe degeneró en pulmonía.

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Me dieron penicilina y yosoyunodeesosseresquenola toleran. Me salió unaerupciónquemecubrió todoelcuerpo.Mipadre tampocoseencuentrademasiadobien.

—¿Qué le pasa a supadre?

—Tiene la presión alta.Lediounataquedeapoplejíay se quedó con la bocatorcida.

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—Lo siento, lo sientomucho… ¿Sigue trabajandoenlodelosbotones?

—Sí, sigo con losbotones. Por lo menos notengoqueusarlacabeza,conlasmanosbasta.Yentretantopienso.

—¿Yenquépiensa?—En mil cosas. Las

demás empleadas sonpuertorriqueñas. Se pasan

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todo el día hablando encastellano.

—¿Quién cuida de supadre?

—¿Quién?Nadie.Llegoacasaalatardecerypreparolacena.Mipadre sólo tieneundeseo. Quiere que me case,pormipropiobienytambiénen beneficio de sí mismo.Pero soy incapazdecasarmecon un hombre al que no

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quiero.—¿Yquéeselamor,para

usted?—¿Ustedmelopregunta?

Es usted quien escribenovelasdeamorynoyo.Detodos modos, usted es unhombre, por lo que supongoquenosabeloqueeselamoren realidad. Para usted, unamujer es un objeto, unamercancía. Para mí, el

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hombre que dice tonterías oque sonríe como un imbéciles un ser repelente. Prefieromorir avivir conunhombreasí. Y el hombre que andasaltandodeunamujer aotratampoco es para mí. Noquierocompartirconnadieaunhombre.

—Mucho temo que seacercantiemposenquetodostendremos que aceptar ese

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compartir.—Pues yo no sirvo para

eso.—¿Cómoerasumarido?—¿Cómo se ha enterado

de que estuve casada? Mipadre se lo dijo, claro. Encuanto salgo del cuarto deestar se va de la lengua.Mimarido era un hombre conconvicciones y dispuesto amorir por ellas. No era

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exactamentemi tipo, pero lerespetabayleamaba.Queríamorir y murió como unhéroe. No creo que puedadecirmás.Estoestodo.

—¿Ylosotros?—No hubo otros. Los

hombres me perseguían.Cuando hay guerra, la gentese porta así. Usted nunca losabrá. La gente pierdetotalmente la decencia. Una

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vez, en el camastro junto almío,unamadreyacíaconunhombre y la hija con otro.Todos se portaban comobestias, peor que bestias. Yen esta situación yo soñabacon el amor. Ahora inclusohe dejado de soñar. Loshombresquevienenaquísonterriblemente aburridos.Además, casi todos ellosestán medio locos. Uno

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pretendió leerme un poemadecuarentapáginas.Porpocomedesmayo.

—Sería incapaz de leerlenimediapáginadecuantoheescrito.

—Sí,yamehandichosuscostumbres.

—Efectivamente, así es.Ande,tómeseelcafé.

—Además, usted nisiquieraintentafrecuentarmi

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trato.Casitodosloshombresque vienen aquí se pegancomomoscasynohaymododequitárselosdeencima.EnRusia, la gente sufría, peroallí no había tantos locoscomo en Nueva York. Lacasa en que vivo es unauténtico manicomio. Todosmisvecinos andanmalde lacabeza.Seacusan losunosalos otros de toda clase de

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maldades. Cantan, gritan,rompen platos. No hacemucho,unavecinasetiróporla ventana y se rompió lacabeza contra el pavimento.Sostenía relaciones con unmuchacho veinte años másjoven que ella. En Rusia, elmayor problema era librarsede lospiojos.Aquí,unaviverodeadadelocura.

Tomamos café y

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compartimos el pastelillo dehuevo.Estherdejóla tazaenlamesa:

—Me parece increíblequeesté sentada a estamesacon usted. Leo todos susartículos, sea cual fuere elseudónimoconquelosfirma,entre los muchos que usa.Cuenta tantas cosas de ustedmismo, que tengo laimpresióndeconocerledesde

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hacequéséyo losaños,Yapesar de esto sigue ustedsiendounenigmaperamí.

—Los hombres y lasmujeres nunca puedencomprenderserecíprocamente.

—Es cierto. Ni a mipadre puedo comprender. Avecesme parece un extraño.Creo que le queda pocotiempodevida.

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—¿Tanenfermoestá?—No es sólo la

enfermedad, es todo enconjunto. Ha perdido lavoluntad de vivir. ¿A santode qué vivir, sin piernas, sinamigos, sin familia? Hanmuerto todos. Se pasa el díasentado, leyendo elperiódico.Secomportacomosi loqueocurreenelmundole interesara.Ha perdido sus

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ideales, pero aún tieneesperanzas de que seproduzca una revoluciónjusta.¿Yquéayudapuedeserpara él una revolución? Encuanto a mí, le diré quenunca he puesto la menoresperanza en partido omovimiento alguno. ¿Quéesperanzas podemos tenercuando todo termina con lamuerte?

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—La esperanza es, en símisma, la demostración dequelamuertenoexiste.

—Sí,yaséqueamenudoescribesobreestateoría.Paramí, el único consuelo es lamuerte. ¿Qué hacen losmuertos? ¿Siguen tomandocafé y comiendo dulces?¿Siguen leyendo losperiódicos?Unavidadespuésdelamuertenoseríamásque

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unabromapesada.

3

Algunoscafeterianiks deantaño volvieron alautoservicio reconstruido ytambién vinieron nuevosclientes, todos elloseuropeos. Se entregaban alargasdiscusionesenyiddish,polaco,rusoeinclusohebreo.Algunos, procedentes de

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Hungría, hablaban en unamezcladealemán,húngaroyyiddish germanizante, perode repente abandonaban talmezcolanza y comenzaban ahablar en puro yiddish deGalitzia. Pedían que lesdieran el té en vaso y alsorberlo sostenían entre losdientes un terrón de azúcar.Muchosdeelloseranlectoresdemisobras.Sepresentaban

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a mí y me reprochabaninfinidad de erroresliterarios: en mis escritoshabía contradicciones, meextendía demasiado en lasdescripciones de escenassexuales, describía a losjudíosdetalmaneraquedabaarmas a los antisemitas paraatacarlos. Me contaban susexperiencias en los ghettos,en los campos de

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concentración nazis, enRusia.Unoseñalabaaotroydecía: «¿Ve usted aquel tipoque está allá? Pues enRusiase convirtió de la noche a lamañana al stalinismo ydenunciaba a sus amigos ycompañeros;encambioaquí,en Norteamérica, esantibolchevique». Aquel dequien se hablaba parecíadarse cuenta de ello, ya que

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tan pronto mi confidente seiba, el otro cogía su taza decafé y su pastel de arroz, sesentaba a mi mesa y medecía: «No crea usted nimedia palabra de lo que lehan dicho, esa gente seinventa mentiras de todogénero constantemente; porotra parte, ¿qué podía unohacer en un país en el queuno tenía siempre la soga al

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cuello?; uno tenía queadaptarsealascircunstanciassi quería sobrevivir y noacabarmuriendoencualquierpunto del Kazajstán; paraconseguirunplatode sopaodormir bajo techo, uno teníaque vender el alma aldiablo».

Había unamesa a la quese sentaba un grupo derefugiados que ignoraba

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totalmentemiexistencia.Nosentían el menor interés porla literatura o el periodismo,y sólo se ocupaban denegocios. En Alemania sehabían dedicado alcontrabando. También enNorteamérica parecíanmetidos en asuntos turbios.Hablaban en susurros, seguiñaban el ojo entre sí,contaban dinero, escribían

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largascolumnasdenúmeros.Alguienindicóaunodeellosydijo:

—ÉseteníaunatiendaenAuschwitz.

—¿Unatienda?—Sí, y que Dios nos

perdone. Escondía lamercancía en la paja en quedormía. Vendía ahora unapatata podrida, ahora unaporción de jabón, una

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cuchara de hojalata, un pocode tocino… Ni allí dejó denegociar. Luego, enAlemania, se dedicó alcontrabando en gran escala,hasta el punto de que encierta ocasión le confiscaroncuarentamildólares.

Avecespasabamesessinir al autoservicio.Transcurrió un año o quizádos (quizá fueron tres o

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cuatro;heperdidolacuenta),sin que Esther acudiera.Varias veces pregunté porella.Alguien dijo que iba alautoservicio de la calleCuarenta y dos; a otro lehabían dicho que se habíacasado. Varioscafeterianiksmurieron. Los demáscomenzabanaecharraícesenlos Estados Unidos, sevolvieron a casar, abrieron

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negocios, incluso tuvieronhijos otra vez. Luego, lesllegabael cáncero el ataquecardíaco. Se decía que estasenfermedades eran secuelasde los años pasados bajo laféruladeHitleryStalin.

Un día entré en elautoservicio y vi a Esther.Estaba sentada sola, a unamesa. Era la misma Esther.Hastallevabaelmismogorro

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de piel, pero un mechón decabello gris le caía sobre lafrente. Por raro que parezca,el gorro de piel también sehabía avejentado y estabagrisáceo. Los restantescafeterianiksnomostrabanelmenor interés por Esther oquizánolaconocían.Elpasodel tiempo había dejado sushuellasenelrostrodeEsther.Habíasombrasbajosusojos.

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Su mirada ya no era clara.Alrededor de la boca se lehabía formadounaexpresiónindicativa de algo que podíaseramarguraodesengaño.Lasaludé. Contestó con unasonrisaque sedesvanecióenseguida.Lepregunté:

—¿Quéesdesuvida?—Pues ya lo ve, sigo

viva.—¿Puedosentarme?

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—Sí,claro,porfavor.—¿Puedotraerleunataza

decafé?—No.Bueno,sí.Advertíquefumabayque

el periódico que leía no eraaquel que publicaba miscolaboraciones, sino uncompetidor. Esther se habíapasadoalenemigo.VolvíalamesaconuncaféparaEstheryunplatodeciruelascocidas

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para mí, remedio contra elestreñimiento.Mesenté:

—¿Dónde se ha metidodurante ese tiempo? Hepreguntado varias veces porusted.

—¿De verdad? Gracias,seloagradezco.

—¿Yquéhapasado?—Nadabueno.Memiró.Comprendíque

veía enmí lomismoque yo

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veíaenella,esdecir,lalentadecadenciadelacarne.Dijo:

—No tiene usted cabelloysinembargoesustedcano.

Guardamos silencio uninstante.Luegodije:

—¿Ysupadre…?Pero en el mismo

momento en que pronunciéestas palabras supe que elpadre de Esther habíamuerto.Estherdijo:

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—Murió hace ya casi unaño.

—¿Sigue ustedseleccionandobotones?

—No.Ahorasoyoperaríaenuntallerdemodistería.

—¿Y se puede saber quénovedades ha habido en suvidaprivada?

—Sí, claro. Nada,absolutamente nada. Quizáno lo crea, pero mientras

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estabaaquí,sentada,pensabaenusted.Laverdadesquehecaído en algo así como unatrampa.Realmente,nosabríaexplicárselo. Y he pensadoque quizás usted pudieraaconsejarme. ¿Tiene ustedtodavía la paciencia deescuchar los problemas degente sin importancia comoyo? Bueno, no, le aseguroque no he pretendido

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molestarleconesaspalabras.Incluso dudaba de que merecordase. Bueno, enresumen, resultaque trabajo,sí, pero de día en díame esmás difícil. Padezco artritis.Tengolasensacióndequeloshuesos se me van a quebrarencualquierinstante.Cuandome despierto por la mañanano puedo sentarme en lacama. Un médico me dice

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que se trata de una vértebra,otros intentan curarme losnervios. Uno me hace unaradiografía y me dice quetengo un tumor. Éste queríaque pasara unas semanas enun hospital pero,francamente, no tengodemasiadas ganas deoperarme.De repente, enmivida apareció un abogadillo.También es refugiado y está

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relacionado con el gobiernode Alemania. Como sabe,ahora los alemanes estánpagando indemnizaciones.Cierto es qué huí a Rusia,pero no por ello dejo de serunavíctimamásdelosnazis.Además, los alemanes nosaben con toda exactitud mibiografía. Podría conseguiruna indemnización de unoscuantos dólares y, además,

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una pensión. Ahora bien, aeste fin, lo de la vértebradesplazada no me sirve,porque me ocurrió después,después de los campos deconcentración. Este abogadodice que el único medio deque puedo valerme esconvencer a los alemanes deque soy una ruina física. Esla triste verdad, pero ¿cómodemostrarlo? Los médicos

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alemanes,losneurólogos,lospsiquiatras, exigen pruebas.Todo debe estar de acuerdocon lo que dicen los librosque tratan de la materia. Elabogado quiere hacermepasar por desequilibrada.Como es natural, el abogadoese se lleva el veinte porciento, o quizá más, de laindemnización. ¿Por quénecesitará ese hombre tanto

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dinero?Tienemásdesetentaaños y es soltero. Intentóacostarse conmigo y todo loque usted quiera. Pero,¿cómo puedo fingir que soyuna desequilibrada cuandorealmente lo soy? El asuntome subleva y mucho temoqueacabarápordejarmelocacomounacabra.Merepugnatener que fingir. Pero elabogadoinsistesincesar.No

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puedo dormir siquiera.Cuando el despertador suenapor la mañana, despierto enel mismo estado dehundimiento en quedespertaba en Rusia, cuandotenía que ir al bosque aaserrar troncos, a las cuatrode lamañana.Naturalmente,tomo píldoras para dormir.Sinellasnopodríadormirniunsegundo.Yéstaes,máso

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menos,misituación.—¿Yporquénosecasa?

Todavíaesatractiva.—Sí, claro, el problema

de siempre. No tengo conquiencasarme.Esdemasiadotarde. Si supiera cómo meencuentronomehabríadichoeso.

4

Pasaron unas semanas.

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Nevó, después vino la lluviayacontinuación lasheladas.Estabaenpieantelaventanade mi casa, contemplandoBroadway. Los transeúntesavanzaban a resbalones. Losautomóviles rodabandespacio. Más allá de lostejados, el cielo de colorvioletaresplandecía,sinluna,sin estrellas, y, pese a queeran lasochode lanoche, la

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luzylavaciedadmeparecíanlasqueanuncianelalba.Lastiendasestabandesiertas.Poruninstante,tuvelasensaciónde encontrarme enVarsovia.Sonó el teléfono y meapresuré a contestar lallamada,talcomohacíadiez,veinte, treinta años atrás,todavía con la esperanza derecibir las buenas noticiasque una llamada telefónica

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nos puede dar. Dije«¿Diga?»,peronadiehabló,yentonces tuve miedo de quealgún poder malignointentara obstaculizar lacomunicación de las buenasnoticiasenelúltimoinstante.Luegooíuntartamudeo.Unavoz femenina musitó minombre.

—Sí,soyyo.—Perdone que le

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moleste. Me llamo Esther.Nos encontramos en elautoservicio hace unassemanas.

Exclamé:—¡Esther!—No sé como he podido

reunir valor suficiente parallamarle. Necesito hablar deuna cosa con usted. Si tieneusted tiempo, claro. Yperdonemiatrevimiento.

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—Ningún atrevimiento,Esther. ¿Por qué no viene acasa?

—Con mucho gusto,siempre que no leinterrumpa, claro. En elrestaurante no se puedeconversar con tranquilidad.Haymucho ruido y la genteescucha lo que hablan losdemás. He de contarle unsecreto,algoquesóloausted

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puedoconfiar.—Pues venga

inmediatamente.Di mis señas a Esther.

Luego intenté poner unpocodeordenenmipiso,peromedi cuenta de que eraimposible.Enlasmesasyenlas sillas había cartas yoriginales.Enlosrinconesseamontonaban libros yrevistas.Abrí los armarios y

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fui arrojando dentro cuantoencontré, chaquetas,pantalones,camisas,zapatos,zapatillas.Cogíunsobreyviconsorpresaqueno lohabíaabierto. Lo abrí y dentroencontré un cheque. En vozaltadije:

—¿Quédiablosmepasa?¿Habréperdidoeljuicio?

Intenté leer la carta queacompañaba al cheque, pero

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no pude encontrar las gafas.También la estilográficahabíadesaparecido.En fin…¿Ydóndeestaban las llaves?Oí el sonido de un timbrepero no pude determinar siera el de la puerta o el delteléfono.AbrílapuertayviaEsther.Seguramentevolvíaanevar porque Esther llevabaribetes de nieve en elsombrero y en los hombros

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delabrigo.La invitéaentrary mi vecina, la divorciada,quienme espía sin elmenordisimulo ni vergüenza, abrióla puerta y examinódetenidamenteaEsther.SóloDiossabeloquepretendemivecina con susinvestigaciones.

Esther se quitó las botasde caucho y puso el abrigosobreelmueblequecontenía

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la Enciclopedia Británica.Quitédeldivánunoscuantosoriginales para hacer sitio aEstheryledije:

—Realmente, tengo lacasahechauncaos.

—No se preocupe, daigual.

Mesentéenunsillónconel asiento sembrado decalcetines y pañuelos.Duranteunratohablamosdel

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tiempoyde lopeligrosoqueera NuevaYork de noche, eincluso al atardecer.EntoncesEstherdijo:

—¿Recuerdaquelehablédemiabogadoyquedebíaira un psiquiatra a fin decobraruna indemnizacióndelosalemanes?

—Sí,lorecuerdo.—Pues no se lo conté

todo. Era demasiado difícil.

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Incluso a mí me pareceincreíble. Por favor, no meinterrumpa.Noestoybien,esmás, casi podría decir queestoy enferma. Sin embargo,puedo distinguirperfectamente lo real de loilusorio. Llevo noches sindormir y no he hecho másque preguntarme si debíaacudir a usted o no. Decidíque no. Pero esta noche he

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pensado que si no podíaconfiarleloquemeocurrenopodría hablar con nadie delasunto. Leo sus obras y meconsta que usted sabe quehaygrandesmisterios…

Esther había habladoentre tartamudeos y conlargaspausas.Poruninstantesus ojos sonrieron, peroinmediatamente quedarontristes y con expresión vaga.

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Ledije:—Puede confiar en mí.

Cuéntemelotodo.—Temo que me creerá

loca.—Lejuroquenoloharé.Esthersemordióel labio

inferiorydijo:—Quieroquesepaquehe

vistoaHitler.Pese a que estaba

dispuesto a escuchar algo

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insólito, se me formó unnudoenlagarganta:

—¿Cuándo…ydónde…?—¿Love?¡Yatieneusted

miedo!Ocurrió hacemás detres años, casi cuatro. Le viaquí,enBroadway.

—¿Enlacalle?—Enelautoservicio.Hice un esfuerzo para

tragarme el nudo en lagarganta,yporfindije:

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—Probablemente eraalguienqueseleparecía.

—Esperaba que dijeraeso. Pero recuerde que haprometido escucharme. ¿Seacuerda del incendio delautoservicio?

—Ciertamente.—Pues lo del incendio

estárelacionadoconloquelehe dicho. Veo que no mecree. Más valdría no seguir,

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pero, en fin, ocurrió de lasiguiente manera. Aquellanoche no dormí. Por logeneral, cuando padezcoinsomniome levanto y hagoté o intento leer un libro,pero en esa ocasión unextraño poder me obligó avestirme y a salir a la calle.No puedo explicarle cómome atreví a pasear porBroadwayatanaltashorasde

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lanoche.Quizáseranlasdoso las tres. Llegué alautoservicio, y pensé quequizásestaríaabierto toda lanoche. Intenté echar unaojeada al interior, pero lascortinas estaban corridas.Dentro había un pálidoresplandor.Empujé lapuertagiratoria, cedió, y entré.Entonces vi una escena quenoolvidaréenelrestodemis

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días. Las mesas habían sidojuntadas y alrededor sesentaban unos hombresvestidos de blanco, comomédicos o enfermeros, ytodosllevabanlaesvásticaenlamanga.

Hitlerpresidíalareunión.Le ruego que sigaescuchándome. Incluso laspalabras de losdesequilibrados merecen

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atención. Hablaban enalemán.Nomevieron.Todosmantenían la vista fija en elFührer. Se hizo un gransilencio y Hitler comenzó ahablar. ¡Aquella abominablevozquetantasvecesescuchéporlaradio…!Nocomprendíexactamente lo que decíaporque el terror me loimpedía. De repente, uno desus sicariosmiró hacia atrás

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y se levantó de un salto.Todavíanosécómoconseguísalir viva del trance. Corrícon todas mis fuerzas, apesar de que me temblabatodo el cuerpo. Cuandollegué a casa me dije:«Esther la cabeza no tefunciona bien». Aquellanoche pensé que me moría.Aldíasiguiente,envezdeirdirectamente al trabajo, pasé

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porelautoservicioparaversiseguía allí. Lo que vi lanoche anterior me hacíadudar de mis sentidos.Llegué y vi que elestablecimiento se habíaincendiado. Entoncescomprendí que el incendioestabarelacionadoconloquehabía visto. Aquella gentequisoborrartodorastrodesupresencia. Ésta era la

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realidadpuraysimple.Sí,notenía yo razón alguna parainventarmecosastanraras.

Quedamos los dos ensilencio.Despuésdije:

—Fueunavisión.—¿Qué quiere decir con

eso?—El pasado no

desaparece,nosepierde.Unaimagen de años atrás quedópresente de un modo u otro

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en la cuarta dimensión yllegóaustedenaquelprecisoinstante.

—Que yo sepa, Hitlernuncavistióbatablanca.

—Quizásí.—Entonces, ¿por qué

ardió el autoservicioprecisamenteaquellanoche?

—Cabe la posibilidad deque el fuego evocara lavisión.

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—Nohabíafuegocuandovi a Hitler. No sé, perotambién pensé que me daríaustedunaexplicacióndeestetipo. Si aquello fue unavisión, el que ahora estésentada aquí, conversandocon usted, también es unavisión.

—Sólo pudo ser unavisión. Incluso en el caso dequeHitlervivierayestuviese

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escondido en los EstadosUnidos, difícilmente sereuniría con sus fieles en unautoservicio de Broadway.Además, el propietario esjudío.

—Le vi tan claramentecomoleestoyviendoausted.

—Tuvo un vislumbre dealgoocurridoenelpasado.

—Bueno, quizás. Ahorabien, desde entonces no he

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tenidoun instantede reposo.No hago más que pensar enloquevi.Ysimidestinoesenloquecer,estoserálacausademilocura.

Sonó el teléfono y elsonido del timbreme obligóalevantarmedeunsalto.Erauno que había equivocado elnúmero.Volvíasentarme:

—¿Y qué dice elpsiquiatra al que el abogado

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le mandó? ¿No se lo hacontado? Cuénteselo y verácómo el gobierno alemán ledaunaindemnizacióntotal.

Esther me miró desoslayo, de un modo pocoamistoso:

—Yaséloquehaqueridodecirme.Perono,nohecaídotanbajotodavía.

5

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TemíqueEsthervolvieraa llamarme por teléfono eincluso hice vagos proyectosde cambiar el número. Peropasaron las semanas y losmeses y no volví a ver aEsther ni a oír de ella. Dejéde ir al restaurante. PeropensabaamenudoenEsther.¿Cómo es posible que elcerebro elabore semejantespesadillas?¿Quéocurreenel

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interior de esa especie detuétano que llevamos dentrodelcráneo?¿Yquéseguridadtengodequenomepasealgosemejante? ¿Cómo puedoestarsegurodequelaespeciehumana,ensu integridad,noterminará así? Más de unavezhecoqueteadoconlaideadeque laHumanidadpadeceesquizofrenia.Lomismoqueel átomo, elhomo sapiens

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también se ha escindido. Enlo referente a la tecnología,el cerebro humano siguefuncionando,peroen todo lodemás ha comenzado adegenerar.Estántodoslocos:los comunistas, los fascistas,los propagandistas de lademocracia, los escritores,los pintores, los clérigos ylos ateos, Y pronto sedesintegrará también la

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tecnología. Los edificios sederrumbarán, las centraleseléctricas dejarán de generarelectricidad. Los generalesarrojarán bombas atómicassobre sus propios países.Revolucionarios dementesrecorreránlascallesgritandofantásticas frases.Amenudohepensadoquetodolodichocomenzará en Nueva York.Esta metrópolis tiene todos

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los síntomas de una menteenloquecida.

Pero como sea que lalocura todavía no lo dominatodo, uno debe comportarsecomo si aún hubiera orden,siguiendoelprincipio«comosi»,formuladoporVaihinger.Seguí escribiendo. Entreguéoriginales al editor. Diconferencias.Cuatrovecesalaño envié cheques a las

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autoridades federales y delEstado. Lo que quedó,después de mis gastos, loingresé en el banco. Unempleado del banco escribíaunosnumeritosenmicuentayestosignificabaquegozabadeciertaprotección.Alguienpublicó unas cuantas líneasen un semanario o en undiario, y esto significó quemivalíacomoescritorestaba

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en alza. Con pasmo advertíque todos mis desvelosacababan convertidos enpapel. Mi piso no era másqueunaformidablepapelera.De día en día, este papel seiba secandomásymás,y seponíamásamarillento.Porlanoche me despertabasobresaltado, temeroso deque tanto papel ardiera. Nopasaba una hora sin que

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oyera las sirenas de losbomberos.

Un año después de habervistoaEstherporúltimavez,me dispuse a ir a Torontopara dar una conferenciaacerca del yiddish en lasegundamitad del sigloXIX.Metí unas camisas en lamaleta, así como papeles dediversa naturaleza, entre losque había uno que me

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convertíaenciudadanodelosEstados Unidos. Llevaba enelbolsilloelsuficientepapelmonedaparapagareltaxiensu trayecto hasta la GranCentral.Peroalparecertodoslostaxisdelaciudadestabanya ocupados. Y los que noiban ocupados se negaron adetenerse. ¿Sería que losconductores no me veían?¿Me había transformado

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repentinamente en uno deesos seres que ven pero queno pueden ser vistos? Optépor el metro. Cuando medirigía a la estación vi aEsther.No ibasola,sinoconun hombre al que yo habíaconocido años atrás, pocodespués de mi llegada a losEstados Unidos. Era unhombre que frecuentaba elautoservicio de East

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Broadway.Allí se sentaba auna mesa, expresabaopiniones, criticaba ydespotricaba. Era un hombremenudo, con mejillashundidas, del color delladrillo, y ojos saltones. Losnuevosescritoresleirritaban.Por otra parte, quitabaimportancia a los escritoresde tiempos pasados. Liabalos cigarrillos que fumaba y

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dejaba caer la ceniza en losplatos en que había comido.Casi veinte años habíantranscurrido desde que le viporúltimavez.

Y he aquí que ahorareaparecía del brazo deEsther. Nunca había visto aEsther con tan buen aspecto.Llevaba abrigo y sombreronuevos. Me sonrió y medirigió un saludo inclinando

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la cabeza. Sentí deseos deabordarlaperomirélahorayvi que tenía el tiempo justo.Porpeloscogíeltren.Enmicompartimiento encontré lacamayahecha.Medesnudéymeacosté.

A mitad de la noche medesperté.Elvagónenqueibaestaba siendo enganchado aotroconvoyypocofaltóparaque me cayera de la cama.

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No pude dormir más y meesforcé en recordar elnombredeaquelhombrecilloal que había visto encompañíadeEsther.Peronopude conseguirlo. Lo que sírecordé fue que aquelhombre, incluso treinta añosatrás,estabamuylejosdeserjoven. Llegó a los EstadosUnidos en 1905, después dela frustrada revolución de

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esteañoenRusia.EnEuropatenía cierto prestigio comooradoryfigurapública.¿Quéedad tendría ahora? Segúnmis cálculos, poco le faltabapara losnoventa,oquizá loshubiesecumplidoya.¿CómoeraposiblequeEsthertuvierarelacionesconunhombretanviejo? Pero hoy aquelhombre no aparentaba laedad que yo le había

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calculado, ni mucho menos.Cuanto más pensaba en elasunto,enlaoscuridaddemicompartimiento,másraromeparecía aquel encuentro.¿Acaso los cadáverespaseaban por Broadway? Siasí fuera, ello significaríaque también Esther habíamuerto. Levanté la persianade la ventanilla y miréafuera, a la noche negra,

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impenetrable, sin luna. Unascuantas estrellas corrieron alaparqueel trenduranteunrato, y luego desaparecieron.Surgióunafábricailuminada.Vi máquinas en su interior,pero no vi obreros.Luego laoscuridad se tragó la fábricay otro grupo de estrellascomenzó a acompañar altren. Giraba yo con la tierraalrededor de su eje. Trazaba

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círculos juntamente con latierra, alrededor del sol, ynos movíamos hacia unaconstelación cuyo nombrehabía olvidado. ¿Existe lamuerte? ¿O acaso es la vidaloquenoexiste?

Pensé en lo que me dijoEstherreferenteaHitlerenelautoservicio. Me habíaparecido una solemnetontería,peroahoracomencé

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aanalizarlaocurrencia.Sielespacio y el tiempo no sonmás que formas depercepción, como afirmaKant,ylacalidad,lacantidady la causalidad únicamenteson categorías delpensamiento,¿porquénoibaHitler a celebrar unaconferenciaconunoscuantosnazis en un restauranteautomático de Broadway?

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Esther no habló como unaloca.Habíavistounaporciónde realidad que la celestialcensura prohíbe por logeneral. Había tenido unvislumbre de algo situadodetrás del telón de losfenómenos. Lamenté nohaberlepedidomásdetalles.

En Toronto tuve pocotiempo de seguir meditandosobreestetema,perocuando

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estuve de regreso en NuevaYork fui al restaurante paraefectuar investigaciones pormicuenta.Sóloencontréaunconocido. Se trataba de unrabino que había caído en elescepticismo, abandonandosu ministerio. Le preguntépor Esther y a su vez mepreguntó:

—¿Aquella mujerpequeña y linda que solía

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veniraquí?—Ésa.—Me dijeron que se

habíasuicidado.—¿Cuándo…?¿Cómo…?—No lo sé. Quizá no

estemos hablando de lamismapersona.

Pese a que le hiceinnumerables preguntas y aque le describí una y milveces a Esther, no conseguí

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nadaconcreto.Alparecerunamujer jovenque solía acudiral restauranteundíaabrió lallavedel gasypuso fin a suvida. Esto fue cuanto elrabinomedijo.

DecidínodescansarhastasaberdeciertoquéhabíasidodeEstherytambiéndeaquelhombre, mitad escritor,mitad político, a quienconocí en East Broadway.

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Pero comenzó a acumularseel trabajo. El autoserviciocerró. La vecindad habíacambiado. Y luego pasaronlos años sin que volviera aver a Esther. Sí, porBroadway pasean cadáveres.Pero,¿porquéEsthereligióaaquel otro cadáver? Inclusoenelpresentemundohubierapodido encontrar mejorpartido.

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(Traducidodelyiddishalinglés por el autor yDorotheaStraus).

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Elmentor

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CuandolleguéaIsraelen1955 encontré a conocidos,de dos clases. Aquellos aquienesnohabíavueltoaverdesde que salí de Varsoviapara dirigirme a los EstadosUnidosen1935.Yaquéllosalos que no había visto desde

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1922, cuando salí de Jadowpara ir a Varsovia. Los deVarsovia me conocieroncuandoyoeraunjovenautor,miembro del Club deEscritores y de la secciónyiddishdelPENClub.LosdeJadowmerecordabancomoaun adolescente que dabaclasesparticularesdehebreo,mandaba versos a lossemanarios, versos que eran

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rápidamente rechazados, secreía profundamenteenamoradodeunamuchachade dieciséis años y seentregaba a todo género deactividadesbohemias.LosdeVarsoviamellamabanpormiseudónimo literario. Los deJadow me llamaban Itche, obien Itche el del rabino,debidoaqueeraelnietodelrabino.

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EnTelAvivlosescritoresen yiddish celebraron unareunión en mi honor ypronunciaron discursos.Todosmisconocidos juraronque había cambiado poco.LosdeJadowmeformularontodos la misma irónicapregunta:«¿Yquéhasidodetu cabellera roja?». Sereunieron en casa de uncompatriota que se había

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enriquecidoconunaindustriade cuero. Allí viví unacuriosa experiencia: lasantiguas criadas y cocherosme hablaron en correctohebreo. Algunos de los quehablaban yiddish lo hacíancon acento ruso o lituano,debidoaquehabíanhuidodePolonia durante la segundaguerra mundial y habíanvivido años en Vilna,

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Bialystock, Jambul oTashkent. Muchachas a lasque yo había robado algúnbeso y que me llamabanMoreh —profesor— mehablaron de sus hijos yacasadosyhastadesusnietos.Los rostros y los cuerposhabían cambiado hasta sercasiirreconocibles.

Poco a poco comencé aorientarme. Varias mujeres

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de Jadow me dijeron quejamás me habían olvidado.Mis compañeros deadolescencia me recordaronlaslocasbromasqueyosolíagastar, las fantásticashistorietas que contaba eincluso mis burlas de losviejos del pueblo. De entremis viejos amigos de Jadoweranmuchoslosquefaltaban.Habían perecido en los

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ghettos y campos deconcentración o habíanmuertoenRusia,dehambre,fiebres tifoideasyescorbuto.Algunos de los de Jadowhabían perdido hijos en laguerra contra los árabes en1948. Mis paisanos reían ysuspiraban alternativamente.Prepararon un banquete enmi honor y una veladadedicada al recuerdo de los

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quenosobrevivieron.Como sé que me

llamaban Itche y que todosme hablaban con granfamiliaridad, me sentí denuevo joven entre aquellagente.Volvíahablaratontasy a locas, conté todo génerodechistesehistorietasacercadeBerl,eltontodelpueblo,yde Reb Mordecai Meyer, eldefensor de la moral en

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Jadow. Hablé ante aquelloshombresymujeresdemediaedad como si todavía fueranmuchachosychicas.Yhastaintenté renovar viejosamores. Los de Jadow sereían de mí bonachones ydecían: «¡Itche, tu siempreigual! ¡No has cambiado nitantoasí!».

EntrelasgentesdeJadowquevolvíaverestabaFreidl,

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aquienyohabíadadoclases,y que ahora era doctora enmedicina. Tenía unos diezaños menos que yo. Cuandoyo contaba diecisiete, ellateníaocho.Supadre,AvigdorRosenbach, rico comercianteen maderas, pertenecía algrupo de los modernistas eilustrados. En Israel, Freidlhabía adoptado la versiónhebrea de su nombre y se

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llamabaDitza.Antes de queyosalieradeJadow,Freidlyahabía adquirido fama de serextremadamente lista.Hablaba el yiddish y elpolaco,estudiabafrancésconunprofesorypianoconotro.Rápidamente aprendió elhebreocon las clasesqueyole daba. Entonces era unamuchachita con el cabellonegro, piel blanca y ojos

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verdes, muy linda. Meatormentabacon todogénerode preguntas cuyacontestación yo ignoraba. Asu manera infantilcoqueteaba conmigo, y, altérmino de cada lección,tenía que darle un beso. Meprometió que se casaríaconmigo cuando fueramayor.Después,enVarsovia,meenterédequeFreidlhabía

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terminado con brillantesnotas la enseñanzasecundaria y que estudiabamedicina en la Sorbona.Alguien me dijo que Freidlhablaba ocho idiomas. Unlpuen día me dieron unaextraña noticia: Freidl sehabía casado con unmuchacho de Jadow, TobíasStein, un chico de mi edadcuyo mayor empeño era

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trasladarseaPalestina.PeseaqueelpadredeTobíaseraunrico comerciante, elmuchacho aprendió el oficiode carpintero con la idea dededicarse a la construcciónen lasnuevaspoblacionesdePalestina. Era un chicomoreno, con rizado cabellonegroyojostambiénnegros,de expresión alegre. Vestíablusaconfajaysecubríacon

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un gorro azul y blanco en elque llevaba bordada laEstrella de David, a fin deexteriorizar así su fervorsionista. No sólo aprendiócarpintería, sino también elmanejo del fusil, con elpropósito de utilizarlo endefensadelascoloniasjudíasde Palestina contra losataques de los árabes.Conocía mejor que

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cualquiera de nosotros lageografía de Palestina,cantabatodaslascancionesehimnos sionistas y recitabapoemas de Bialik. Despuésdehaberme idodeVarsovia,Tobías recibióuncertificadoque le permitía entrar enPalestina, pero, al parecer,regresó a Europa, en dondeestuvo el tiempo suficienteparacontraermatrimoniocon

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Freidl. Realmente, ignorabalosdetallesdeestahistoriaytampoco me interesabasaberlos.

Años después de lasegundaguerramundial,supeque Freidl había tenido unahija con Tobías, y que lapareja se había separado.FreidlhabíahechocarreraenIsraelendondesededicabaalaneurología,yhabíaescrito

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unaobratraducidaadiversosidiomas. Se decía que teníatodo género de aventurasamorosas,yque,entretantas,había tenido una con un altojefe del Ejército británico.Tobías vivía en un remotokibbutz. Todavía estabaenamorado de Freidl, yconservaba a la hija a sulado.

La llegada de Freidl,

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aquella noche, en casa delrico comerciante en cueros,produjo sensación entre losde Jadow. Freidl habíarehuido asistir a susreuniones y la considerabanmujer un tanto altanera. Lamujer que entró en aquellaestancia tenía más decuarenta años, peroaparentaba muchos menos.Algo más alta que la talla

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media,delgada, conelnegrocabello muy corto, tenía lapieltodavíablancaylosojosverdes. Inmediatamentereconocí a la Freidl de añosatrás. Sólo la nariz habíacambiado, convirtiéndose enunanarizdepersonamayoryseria. Pese a que no llevabagafas,advertíensupielunasmarcas indicativas deque selas había descabalgado de la

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nariz hacía unos instantes.Iba con un vestido de lanainglesa,unachalinayllevabaun bolso que parecía unacartera de hombre denegocios. En un dedo lucíaun anillo con una granesmeralda. De su personaemanabaunaire,demujerdemundo, de energía ydecisión. Me miró perpleja.Después, gritó: «Moreh!», y

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nos dimos un beso. Se meantojó que el olor de todoslos hombres que se habíanacostado con ella seguía aúnpegadoa sucuerpo.Despuésde las primeras frases mehabló en yiddish en vez dehebreo.Alprincipioquedéuntantoinhibido,yaqueyo,quelehabíaenseñadoelalfabetohebreo, apenas podía seguirsus palabras en este idioma,

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que hablaba muy de prisa,con voz fuerte y elmodernoacentosefardita.Medijoquetrabajaba también en launiversidad de Jerusalén yque estaba vinculada adiversas universidadesextranjeras, inclusonorteamericanas. Los deJadow se habían callado.Maravillados, escuchabannuestra conversación. Le

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pregunté:—¿Mepermites que siga

llamándoteFreidl?Repuso:—Para ti siempre seré

Freidl.

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Después de la recepciónvariosamigosdelostiemposde Jadow quisieronacompañarme al hotel, pero

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Freidl dijo que había venidoen automóvil y que meacompañaría ella. Nadie seatrevióacontradecirla.Enelautomóvil,Freidlmedijo:

—¿Tienes prisa? Haceuna noche muy hermosa. Site parece, podemos dar unpaseoenelcoche.

—Puessí,seráunplacer.Atravesamos la ciudad.

Meparecíamuyraroestaren

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unpaísjudío,leerlosletrerosde las tiendas escritos en elhebreorecientementecreado,pasar por calles que teníannombres de rabinos, delíderes sionistas, deescritores judíos. Durante eldía había apretado de firmeelcaloryhabíavistomujerescubriéndose el rostro conpañuelos para no inhalar lafinaarenadeldesiertoqueel

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viento llevaba. El sol sehabíapuesto,grandeyrojo,yno redondo como suele ser,sino con una leveprolongación en la parteinferior, como un fruto concola. Por lo general en TelAviv refresca tan pronto elsol se pone, pero aquellanochelabrisaardientesiguiósoplando. Los vapores de lagasolinasemezclabanconel

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olor del reblandecido asfaltoyconlahumedadprocedentede los campos, las colinas ylosvalles.Delmarllegabaunhedor a peces muertos y abasura de la ciudad. La lunaestaba baja, de color rojooscuro, con las faccionesmedio borradas, y tuve laimpresión de que estabacayendo sobre la tierra en elcurso de una catástrofe

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cósmica. Las estrellasbrillaban como lamparillassuspendidas de hilosinvisibles. Tomamos lacarretera de Jaffa. A miderecha el mar lanzabadestellos plateados. Verdessombras pasaban por susuperficie.Freidldijo:

—En noches como estanopuedodormir.Mepasolanochepaseandoyfumando.

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Sentía deseos depreguntarle por qué se habíaseparadodeTobías, peromedi cuenta de que la preguntadebía formularse de otramanera, a saber: ¿por quéhabía contraído matrimoniocon Tobías? Sin embargodecidí esperar a que fueraella quien hablara. Pasamosante casas de estilo árabe,con muchas cúpulas, como

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pechos de animales míticos.Algunasdeestascasasteníancortina de cuentas en vez depuerta. Freidl indicó unamezquita con el minarete,desde el que el almuecínllamaalosfielescincovecesal día. Al cabo de un ratocomenzóahablar:

—Fuetodounalocura.Lerecordabatalcomoeraenlostiempos de mi niñez, y su

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personalidad me dejó unafuerte impresión de carácterromántico.Pertenezcoaltipodemujerquesesienteatraídaporloshombresmayoresqueella.Creoque a eso se le daun nombre en la jergafreudiana. La verdad es quetambién andaba medioenamorada de ti, pero medijeronque tehabíascasado.Muyprontomedi cuenta de

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que los judíos nada teníanquehacerenlaDiáspora.Noera Hitler solamente quienestaba dispuesto aaniquilarnos, era el mundoentero. Estabas muy en locierto cuando escribiste quelos judíos modernos sonbásicamente suicidas. Eljudíomodernonopuedevivirsin el antisemitismo. Si nohubiera antisemitismo el

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judío moderno tendría queinventárselo. El judío ha desangrarporlaHumanidad,hade combatir a losreaccionarios, ha depreocuparse por lo que pasaenChina,por loquepasaenManchuria,enRusia,por losintocablesdelaIndia,porlosnegros norteamericanos.Predica la revolución, y, almismotiempo,quiereparasí

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todos los privilegios delcapitalismo. Intenta destruirel nacionalismo de losdemás, pero, al mismotiempo está orgulloso deperteneceralPuebloElegido.¿Cómo puede una tribu asíexistir en tierras extrañas,entre pueblos extraños?Quería venir a vivir aquí,entre esos a los quellamamos hermanas y

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hermanos, y aquí estabaTobías, el idealista, eladelantado.Lahabíavisitadoaquí varias veces, y estabaconvencidadeque leamaba.Peroenelmismoinstanteenqueme encontré con él bajoel dosel matrimonial, en laceremonia de la boda,medicuenta de que cometía unerror.MehabíaconvencidoamímismadequeTobías era

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unhéroe, pero pronto vi queeraunilusocharlatán,conelcerebro blando, sentimentalcomo una solterona. Alprincipio, su hebreo medeslumbró,peroprontomedicuenta de que decíabanalidades. Repetía comoun loro todos los textos depropaganda, todos loseditoriales de los periódicos.Cantabacongraciacanciones

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populares, baratas. Y seenamoró de mí de un modoenfermizo, con un amor querealmentemeagobiaba.Nadahay peor que ser amada poruntonto.Eltontoenamoradoteconvierteenunserfrígidoy avergonzado del propiosexo.A su ladome convertíen una mujer, cruel yretorcida. Inmediatamentequise terminar aquello, pero

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entonces vino nuestra Riña.Un hijo es un hijo. Riñaheredótodoslosrasgosdemifamilia, no de la de Tobías.Pero él la conserva en supoder como prenda. Haconseguido que Riña sea mienemiga, hasta el punto deque se enfrenta conmigo entodo. Tampoco me gusta elrégimen de kibbutz. Tienetodos los defectos del

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comunismo y todos los delcapitalismo.¿EnquéclasedemujerseconvertiráRiñaallí?Será una campesina amedioeducar.¿Fumas?

—No.—Me han dicho que

tampococomescarne.—Escierto.—¿Por qué? La

naturaleza carece decompasión. En cuanto a la

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naturaleza hace referencia,somos como gusanos. Túmismo me enseñaste laBiblia, y mi padre me llenólacabezaconelrelatodelosmilagros que Dios ha hechoen beneficio de los judíos.Perodespuésde loque lehaocurrido al pueblo de Israel,hay que ser totalmenteestúpidoparacreerenDiosyen todos los cuentos anejos.

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Esmás, creer en unDios debondad es la peor traiciónque se puede hacer a lasvíctimas. Un rabinonorteamericano nos visitó, yen sus sermones afirmabaque los seis millones dejudíosseencuentrantodosenel Paraíso atracándose decarne del Leviatán yestudiando la Torá con losángeles. No es necesario ser

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psicólogo para comprenderqué se pretende compensarmediante esas creencias. EnJerusalén hay un grupo quesededica,másomenos,a lainvestigación espiritista.Durante un tiempo el asuntome interesó y asistí a variassesiones. Es todo impostura,todo cuento. Cuando noengañan a los demás, seengañana símismos.Sinun

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cerebroquefuncione,nohaypensamiento. Y si hay unmás allá, estemás allá es lamayor crueldad que quepaimaginar.¿Porquélasalmashan de recordar toda lamezquindaddesuexistencia?¿Por qué ha de sermaravilloso que el alma demi padre siga viviendo yrecordando cómo su socio leestafóy robó,cómoardió su

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casa, cómo mi hermanaMirele murió de parto y,luego, recordar los ghettos,los campos de concentracióny loshornosde losnazis?Sienlanaturalezahayunápicede justicia, esta justiciaestribaenladesaparicióndelespíritu cuando el cuerpomuere.Y no comprendo quehaya gente que opine locontrario.

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—Si se piensa de estamanera que tú dices, no hayrazónalgunaparanosernazi.

—No, no es ésta lacuestión, no es asunto derazón de ser. Los nazis sonenemigosdelarazahumana,porloqueelrestodelmundodebiera tener derecho aexterminarloscomoapiojos.

—¿Y qué dices de losdébiles?¿Quéderechos tiene

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eldébil?—Los débiles tienen el

derecho a unirse y asíadquirirfortaleza.

—¿Yporquénogozardetodos los privilegios y detodas las injusticiasparaconlos demás, en tanto losdébiles,sigansiendodébiles?

—Ya los gozamos. Elhecho de que en estosinstantes vayamos en

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automóvilenvezdearrastrartrotandouncarrito en el queva otro semejante, o en vezdeestarenuncampodearrozcon agua hasta las rodillasporseispiastrasaldía,esensí mismo un privilegio y,hasta cierto punto, unainjusticia.Enfin,dejemosyaesta conversación, noconduceanada.Túmismonocreesennada.

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—Alguien hay que seocupadeestemundo.

—¿Quién? ¡Qué tontería!¡Puratontería…!

—¿Ylasestrellas?Freidl levantó lavistaun

instante:—Las estrellas son

estrellas.Guardamos silencio. La

carretera pasaba por entrecampos y huertos, o quizá

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fueran naranjales. Estabademasiado oscuro paradistinguirlo. De vez encuando,unaluztemblabaalolejos.No le pregunté adondenos dirigíamos. Ya habíarecorridoelpaísa lo largoya lo ancho, y mi curiosidadestaba satisfecha.Llevábamos media hora sincruzarnos con otroautomóvil. Un silencio de

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medianoche cubría la tierra.El viento había dejado desoplar. El sonido del motoribaacompañadodelcantodelos grillos, del croar de lasranas, del murmullo demiríadas de insectos quevivían en Tierra Santa ybuscaban alimento,protección,pareja.

Friedldijo:—Si tienes sueño doy

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media vuelta y volvemos.Amí nada hay que me gustetanto como ir en automóvildenoche.

Sentí deseos de pedir aFriedlquemehablaradesusaventurasamorosas,peromeabstuve. Sabía que sonmuchos los que gustan dehacer confesiones, pero queno toleran que alguien lesinvite a decir la verdad al

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impulso de la pura y simplecuriosidad. No sé cómoocurrió,perolociertoesqueFriedlvolvióahablar:

—¿Qué podíaimpedírmelo?Noleamaba,eincluso en el caso de amarleme hubiera gustado probarcon otros. Tuve aventurasantesdemis tiempos conél,durantemistiemposconélydespués. Hubo en mi vida

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ciertohombreenelcursodeeso que se llama la luna demiel. Reconozco que haymujeres quehannacidoparatener un solo hombre y quehasta hay hombres que hannacido para una sola mujer,peroyonopertenezcoa estaespecie. Pienso comoMaupassant: más vale tenerdos amantes que una, y tresquedos.Comoesnatural,he

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rechazado a más de unhombre, pero nunca lo hehecho por razones demoralidad. Comparto laopinión de madameKollontai. Mi cuerpo mepertenece, es propiedadprivada mía. No séexactamente lo que es elamor y creo que nunca losabré.Cadacualloentiendeasumanera.Mispacientesme

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han contado infinidad dehistorias. Pero nada hay queexplique el comportamientohumano. No hay razones,sólo hay formas decomportamiento.Últimamente, me afilié a laescuela de la psicologíaGestaltdebidoaquenobuscamotivaciones. Un gato cazaratas.Unaabejaelaboramiel.Stalin ansiaba el poder. Los

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judíos modernos tambiénansían el poder, aunque nodirectamentesinoatravésdetrabajarentrelasbambalinas.Losjudíossoncríticosnatos.Sienten la necesidad dedespedazar las cosas. Aquí,en Israel, los judíos nopueden despreciarlo todo yesto les enfurece. Comopuedesversoyunahedonistatotal. Pero siempre hay

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inhibiciones que no nospermiten gozar de las cosas.Quizá no lo creas, pero mihija es la principalpreocupación de mi vida.Todos los díasme digo cienveces que un hijo no esmásque un óvuloaccidentalmente fertilizadoyquelossentimientosdeamory de lealtad que se sientenhaciaelhijonosonmásque

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ciego instinto o cualquierotracosadeestetipo.Elodiode mi hija, sus quejas yreproches, me hacendesdichada.Y esta situaciónempeora de día en día. Sincesaroigo,oigoliteralmente,las réplicas que mi hija meda, sus reprensiones, susintentos de vengar todo eldañoqueimaginahecausadoasupadre.Queríaquefueraa

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estudiaralextranjero,perolachicaseniegaaaceptarnadade mí. No contesta miscartas. Cuando llamo porteléfono, y no es fácil nimucho menos conseguircomunicación con unkibbutz, me cuelga elaparato. Sólo hay unasolución, volver a vivir conTobías, pero la sola ideameda vómito. Nunca he

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conseguido averiguar cómose las ha arreglado Tobíaspara engendrar tanto odiohaciamí en nuestra hija. Enrealidad, esta tarea se haconvertido en la esencia desu vivir. Aparentemente,Tobías es dulce como lasacarina, pero por dentro estodo amargura. Dice cosasquepasmanporsuestupidez,pero al mismo tiempo me

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aterrorizan. Los memostienen cierta fuerzamisteriosa. Vivenhondamenteenraizadosenelcaos primigenio. Eres elúnico hombre a quien heconfesado esto. Perdí a mishermanos y para mí erescomo un hermano mayor.Treinta y tres años sonmuchos años, y sin embargote recordaba perfectamente.

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Muchas veces he tenidodeseos de escribirte. Peroescribir cartas es un trabajoimposible para mí. ¿Tienessueñoquizá?

—No.—¿Cómoesquenotienes

sueño?Yaesmuytarde.—La historia de esta

tierrameimpidedormir.—¿Recuerdos del Padre

Abraham?

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—Delosprofetas.—Cuando vine por

primera vez, pensé que seríaincapaz de ir al retrete enJerusalén. Era demasiadosagrado todo. Pero una seacostumbra pronto. ¿Aceptaspasarte la noche enteraviajandoenautomóvil?

—Sí, pero ¿adondevamos?

—Bueno, no te burles de

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mí, pero la verdad es quequiero llevarte al kibbutz demi hija. He dejado devisitarla. Juré, y fue unjuramentoprofano,yaquenopuedo hacer juramentossantos, que no volvería avisitarla jamás. Siempre queiba al kibbutz mi hija metratabaconabiertahostilidad.Está poseída por el odiohaciamí.Seniegaasentarse

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conmigo en el comedor.Meha escupido en la cara.Y elmotivodequequierallevartealláestribaenqueaTobíaslegustará verte. Según parece,Tobíasytúeraisuñaycarne.Lee todo lo que escribes.Riña también ha oído hablarmucho de ti.Alardea de queeresamigodesupadre.Aquítodavía, se tiene ciertorespeto a los escritores. En

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este sentido, Israel es unpococomoJadow.Bueno,enfin, el caso es que no puedodormiryhedejadode tomarsomníferos y se me haocurrido la idea de ver amihija.Luegoregresaremosyalasdiezdelamañanaestarásen tu hotel.Yo debo ir a laclínica, pero tú nada tienesque hacer, puedes cerrar lospostigos y dormir hasta que

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tedélagana.—Deacuerdo.—¿Te estoy explotando,

verdad? Sí, ya sé que estoycediendo a una debilidad,pero incluso los fuertestienen debilidades.Llegaremos al kibbutz alamanecer. Allí tienen unaescueladesecundariayRiñaestá en el último curso.También trabaja. Decidió

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trabajar en el establo sólopara irritarme. Se dedica aordeñarlasvacasyalimpiarde estiércol el establo.Siempre hay algunaespecialidad en que todossomos geniales, ymi hija esgenialenhacermelaPascua.

—¿De qué clase dekibbutzsetrata?

Freidl me dijo unnombre.Lepregunté:

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—¿Es bastanteizquierdista el kibbutz ése,no?

—Sí, todos son deizquierdas allí. Mi marido ymi hija también, claro. Sudios es Borokhov. Fuerontodos allá con la idea depredicar la revolución de laTorá, directamente desdeSión.Losentusiasmosdelosotros habitantes del kibbutz

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sehanenfriadounpoco,peropara mi marido y mi hijaLenin sigue siendounnuevoMoisés. No es más que unacuestiónpuramentepersonal.Piensanasíporqueyomeríode su manera de pensar. Lachica es muy guapa, unaverdaderabelleza,y,además,inteligente. Si estuviera enAmérica, Hollywood ya lahubieracontratado,peroaquí

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trabajaenunacuadra.—¿Saleconchicos?—Sí, pero no se trata de

nada serio. Algún día secasará con cualquier palurdoy esto será el fin de su vidaamorosa.

—Tedaránietos.—Éste es un asunto que

me deja totalmenteindiferente.

—¿Quién es tu actual

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amante?Freidl guardó silencio

unosinstantes.Alfindijo:—Pues sí, tengo un

amanteahora.Esunabogado,casadoyconhijos.Cuandolenecesito, le llamo y viene;cuando no le necesito se va.De todos modos, Tobías noaccedería a concederme eldivorcio.Ycumplidosyaloscuarenta años, la época del

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deseointensohapasadoparamí. Hubo un tiempo en quemi trabajo me apasionaba.Ahora ni siquiera el trabajome entusiasma. Me gustaríaescribir una novela, peronadie hay interesado en quelo haga. Además, ahora mehe quedado sin idioma. Elhebreo no es mi lenguamaterna. Y aquí escribir enyiddish es absurdo. Sé muy

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bien el francés, pero haceaños que no lo utilizo.Y elinglés también lo conozco,pero no lo suficiente paraescribir literatura. De todosmodos, no te preocupes queno voy a hacerte lacompetencia. Anda, pontecómodoeintentadormir.

—Te aseguro que notengosueño.

—Si hubieras venido

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hace algunos años,seguramentehubierainiciadouna aventura contigo, perodesde hace algún tiempotengo la impresióndequeesya demasiado tarde paratodo, para cualquier cosa.Quizá sea el principio de lamenopausia o presagios demuerte. Esa hija me hadejadosincapacidaddegoceyalegría.

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—Debieras ir a unpsicoanalista.

—¿Qué? No creo en elpsicoanálisis. De nada meserviría. Durante toda mivida he tenido una neurosisprincipal y varias pequeñasneurosisalasquellamo«lascandidatas». Cuando laneurosis principaldesaparece, una de lascandidatasocupa su lugar.Y

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así se van alternando, igualque los políticos.Una ocupaelpoderduranteunosañosyluego lo traspasa a otra. Aveces, ocurre algo así comouna revolución en las altasesferas. Esta neurosisprovocada por mi hija esrelativamentenueva,peronomuynueva.Hacrecidocomoun cáncer y siento que siguecreciendo.

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—¿Qué quieres de tuhija?

—Quemequiera.—¿Y qué sacarías de

ello?—Estoesloquenosé.Mereclinéenelasientoy

comencéadormitar.

3

No dormía ni estaba envela. Soñaba, y entre sueños

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levanté un párpado y vi quela luna había desaparecido.Lanochenegrareposabacontodosupesosobrelatierrayrecordé las tinieblas delprincipio de la creación,antes de que Dios dijera:«¡Hágase la luz!». Losinsectos se habían callado.Freidl conducía a muchavelocidad y yo tenía laextrañasensacióndequenos

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deslizábamos cuesta abajo,hacia un abismo. Elresplandordesucigarrillosedesplazaba a laderecha, a laizquierda, hacia arriba yabajo.Parecíacomunicarconalguien mediante una claveígnea. Pensé que uno nuncasabequiénserásuángeldelamuerte. Ésta es la Freidl deJadow. Volví a dormirme yvi escarpadas montañas y

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sombríos gigantes. Losgigantesintentabantenderunpuente entre cumbre ycumbre. Hablaban en unalengua antigua con vocestonantes y alargaban losbrazos hasta el horizonte.Abajo, discurrían las aguasrugientes y espumeantes,arrastrando peñascos. Mepregunté: «¿Será éste acasoel río Sambation? Si así es,

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no se trata de una leyenda».Abrí los ojos y vi que el solasomaba detrás de unacolina, asomaba difuso ybíblico, derramando una luzquenoeraladeldíaniladela noche.Enmiduermevela,esta escena guardaba unaextraña relación con labendicióndelossacerdotesalos judíos, bendición que nose puede contemplar sin

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quedarse ciego. Volví adormitar.

Freidl me despertó.Habíamosllegadoalkibbutz.A la media luz del alba vicactus relucientes de rocío,parterresybarraconescon lapuerta abierta de los quesalían hombres y mujeres amediovestir.Todosteníanlapiel tostada por el sol, casinegra. Algunos llevaban

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toallas, pastillas de jabón,cepillos para los dientes…Freidlmedijo:

—Has dormido como unrey.

Mecogiódelbrazoy asírecorrimos un estrechosendero cubierto de hierbaalta y húmeda. Llamó a unapuerta. Al cabo de unosinstantes,alverquenadie laabría, llamó conmás fuerza.

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Oí una voz bronca y Freidlcontestó.Abrióse lapuertayaparecióunhombre,revueltoel cabello negro entreveradode blanco, desnudos los piesy con la camisadesabrochada, dejando aldescubiertoelpechovelludo.Un lado de su rostro estabamás arrugado que el otro,estaba rojo y carnoso, comoirritado. Se sostenía los

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pantalonesconunamano.Mepregunté: «¿Es posible queeste hombre sea Tobías?».Tenía los hombros anchos,fuerte lanarizy enel cuellovenashinchadas.

Freidlledijo:—Perdona que te haya

despertado. Te he traído unvisitante.

Comenzaba a encontrarcierto parecido entre aquel

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hombrede edadmaduray elTobías de Jadow. Pero elhombre parpadeaba mediodormido y no me reconocía.Freidlsonrió:

—Éste es Itche, el delrabinodeJadow.

Tobíasrepitió:—Itche.Y se quedó perplejo, con

la mano en los pantalonesdesabrochados. Al cabo de

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unosinstantesmeabrazóconelbrazolibre.Nosbesamosysu barbame pinchó como sifueradealambre.

Freidldijo:—QuieroveraRiña.Será

sólo un momento. Debemosregresarinmediatamente.

Dubitativamente,conunavoz sin inflexiones, Tobíasdijo:

—Riñanoestáencasa.

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Freidlseenvaró:—¿Dóndeestápues?—Noestáencasa.—¿Dóndeestá?—Conunaamiga.—¿Quién es esa amiga?

Estásmintiendo.Marido y mujer

comenzaron a discutir enhebreo.OíqueTobíasdecía:

—Estáconsumentor.—¿Con su mentor? ¿A

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estashoras?Tobíasrepitió:—Consumentor.—¿Estáslocoocreesque

estoylocayo?Comosihablaraparasus

adentros,Tobíasdijo:—Duermeallí.Pese a que el sol daba

matices purpúreos al rostrode Freidl, advertí quepalidecía. Le temblaban los

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labios. En su cara se dibujóuna expresión airada yofendida.Dijo:

—¿Una muchacha dedieciséisañosduermeconunchico? Ahora, quiereshumillarme en presencia deItche,¿noeseso?

—Lachicaloaprendiódesumadre.

Bajo las cejas hirsutas,sus pupilas miraban frías y

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penetrantes. En ellas inclusovi una expresión de mofa.Retrocedí un par de pasos.Con la mano Tobías meindicóqueesperase.Sonrióypor primera vez reconocíplenamente al Tobías deJadow.Entróenelbarracón.

Freidl le dirigió uninsulto.Sevolvióhaciamíydijo:

—Está loco. Es un

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degeneradoyunloco.Esperamos quietos,

separados. Tobías no se dioprisa. El rostro de Freidlhabía quedado cuajado yviejo.Dijo:

—Es todo maldad. Parainjuriarme está convirtiendoamihijaenunaramera.Puesbien, se terminó, no tengohija, para mí es como si noexistiera.

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—Quizánoseaverdad.—Vamosaverlo.Freidl me tomó la

delantera y yo la seguí. Elrocío me había mojadocalzado y calcetines.Pasamos ante un camión alque unos hombres a torsodesnudo cargaban jaulas conpollos vivos. Los pollos,medio dormidos, emitíansonidosparecidosalcloqueo.

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Nos acercamos a un edificioque parecía en parte graneroy en parte torre vigía. En loalto de la techumbre habíaunaveletaenformadegallo.Allí vivía el mentor. Unaescalera demano conducía alaentrada.Freidlgritó:

—¡Riña!Había lanzado el grito

convozagudayestremecidaportembloresdellanto.Gritó

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muchas veces el nombre,pero nadie apareció en laventana abierta. Freidl medirigióunamiradadesoslayocon la que parecíapreguntarme:«¿Subo?».

Sentí frío. Las rodillasme temblaban. Todo parecíasin base ni sustancia, comounadeesaspesadillasquesedesvanecen tan pronto unodespierta. De buena gana

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hubieradichoaFreidlquedenadaservíaestarallí,enpie,yquelomejorquepodíamoshacererairnos,peroenaquelmomento vi el rostro de unamuchacha. Pasó como unasombra. Freidl forzosamentetuvo que verlo. Se habíaquedado con la boca abierta.Yanoeraladoctoraquecontanta inteligencia habíahablado durante la noche,

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sinounaescandalizadamadrejudía. Parecía que quisieragritar, pero guardabasilencio.Ahora,elsolestabayaenloaltoyhastanosotrosllegaba una neblinaprocedente de qué sé yodónde.Dije:

—Vayámonos Freidl. Esabsurdoquedarseahí.

—Sí,tienesrazón.Temía que Freidl me

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llevara de nuevo a casa deTobías y allí provocara unapelea con él. Pero no. Mellevaba hacia otro lugar.Caminaba tan de prisa queapenas podía seguirla.Pasamos ante el desiertocomedorcomunitario.Estabailuminado con colgantesbombillas desnudas. Unamuchacha ponía papeles enlas estrechas mesas. Un

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muchacho fregaba el pisodelosasconunabayeta.Elaireolía a desinfectante. Notardamosenllegarallugarenque Freidl había dejado elautomóvil.Hacíafrío.Estabatemblando.Mesubíelcuellode la chaqueta. Gracias aDios no tengo hijas, pensé.Por oriente flotaba una nubealargada,comoungranlechocubierto de ascuas. Pasó un

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vuelo de pájaros lanzandogritos. Pasamos junto a unrebaño de corderos queparecían pacer en un terrenoarenoso y estéril. Pese a quedudaba mucho de laexistencia de Dios, de suMisericordia y de suProvidencia, a mi menteacudíanpárrafosdelaBiblia.Las palabras de Isaíasanunciando la ira de Dios:

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«Nación pecadora, pueblopenetrado de iniquidad,semilla de malvados… Sehan apartado del Señor. Hanprovocado al Santo Espíritude Israel…». Sentía lanecesidad de demostrar aFreidl que aplicaba dosescalas de valores distintas,unaasímismaylaotraalosdemás,peromeconstabaquelas contradicciones deFreidl

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eran también miscontradicciones. Los poderesque rigen la Historia noshabíandevueltoalatierradenuestros antepasados, peronosotros poco habíamostardado en profanarla connuestraabominableconducta.El sol ya daba calor y habíaadquirido un color amarillosulfuroso.Despedíachispasyllamas menudas, como si

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fuera una antorcha. Producíauna luz sombría y triste,como en los momentos deeclipse. Del desierto llegabaun viento seco quetransportaba fina arena. Elrostro de Freidl estabacenicientoydemacrado.Yenaquel momento vi que separecía a sumadre,DeborahIta.

Nos detuvimos en una

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gasolinera con un letrero enhebreo,yFreidlmedijo:

—Yahora,¿quépodemoshacer,adóndepodemosir?Siestemuchacho es unmentortodo está perdido. ¡Hequedado curada, curada parasiempre!

(Traducidodelyiddishalinglés por el autor y EvelynTortonBeck).

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LaspalomasCuando su esposamurió,

el profesor VladislavEibeschutzsequedósoloconsus libros y sus pájaros.Presentó la dimisión de supuesto de profesor deHistoriaenlaUniversidaddeVarsovia, ya que no podíatolerar más las brutalidadesde los estudiantes,

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pertenecientesalaasociaciónOrzelPolski.Losestudiantesacudían a clase con losgorrosbordadosenorode laasociación, blandiendobastones y siempredispuestos a provocar peleaseincidentes.PorrazonesqueelprofesorEibeschutz jamáspudo averiguar, la mayoríade ellos tenían la cara roja,granos en el cogote, narices

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achatadas y mandíbulascuadradas,comosisucomúnodio hacia los judíos leshubiera transformado enmiembros de una solafamilia. Incluso sus voces,exigiendoquelosestudiantesjudíos se sentaran en bancosexclusivamente destinados aellos, tenían un sonidoparecido.

Vladislav Eibeschutz se

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había jubilado con unapequeña pensión apenassuficiente para pagar elalquiler y la comida, pero¿qué más necesita unanciano? Su criada mediociega, Tekla, era unacampesina polaca. Elprofesorhacíayatiempoquehabía dejado de pagar elsalario a la criada. Teklaguisabaparalosdosaquellas

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sopas y caldos que puedentomar los que carecen dedientes, en cuyo caso seencontrabanelunoy laotra.Ninguno de los dosnecesitaba comprarse ropas,ni siquiera zapatos.Conservaban trajes, vestidosy prendas de avejentada pieladquiridos en remotostiempos, así como todas lasropas de la difunta señora

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Eibeschutz, y lo tenían todocuidadosamente guardado yprotegido con bolas denaftalina.

Con el paso de los años,la biblioteca del profesorhabía adquirido tal volumenque los libros cubrían todaslas paredes, desde el suelohastaeltecho.Habíalibrosyoriginales en los armariosroperos, en baúles, en el

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sótano y en las buhardillas.La señora Eibeschutz en sustiempos intentaba de vez encuandoponerciertoordenenla casa, y los libros eranaireados y sacudidos paraquitarles el polvo. Aquelloscon las cubiertas o el lomodeteriorados eran reparados.Los originales sin utilidadperecían en las llamas de lacocina. Pero después de la

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muerte de la esposa delprofesornadiepusoordenenel piso. El profesor ahorateníaunasdiezodoce jaulascon pájaros, cotorras,periquitos y canarios. Elprofesor había amadosiempre a los pájaros y laspuertecillas de las jaulasestaban abiertas para que lasaves pudieran volarlibrementeporlacasa.Tekla

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se quejaba de que no podíalimpiar la suciedad que lospájaros dejaban en lashabitacionesde la casa, peroel profesor solía decirle:«Calla, tonta, calla, todo loque procede de las criaturasdelSeñoreslimpio».

Y, como si lo dicho nofuera bastante, el profesordabadecomertodoslosdíasa las palomas de la calle.

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Todas las mañanas y todaslas tardes, los vecinos veíanal profesor salir de su casacon una bolsa de papelrepleta de comida para laspalomas. Era un hombremenudo y encorvado, conralabarbaquehabíavueltoapasar del blanco alamarillento,narizganchudayboca de labios sumidos. Losgruesoscristalesdesusgafas

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daban a sus ojos castaños,bajo las pobladas cejas,apariencias de ser mayoresdeloqueenverdaderan,asícomo cierto aire bizqueante.Iba siempre con el mismosobretodo verdoso y unasbotascongomasaunladodela caña, y punteraredondeada,deuntipoqueyano se fabricaba. Rebeldesmechones de pelo blanco

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escapaban por debajo delgorropequeñoyredondo.Enelinstanteenqueelprofesorsalía del portal a la calle,incluso antes de quecomenzaraagritardatx,datx,datx(vozconlaquesesueleconvocaralaspalomas,delamisma manera quesip, sip,sip es para las gallinas), detodas partes salían bandadasde palomas que convergían

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sobrelapersonadelprofesor.Laspalomashabíanesperadola aparición del profesor enlos viejos tejados de tejas yen los árboles, alrededor delHospitaldeenfermedadesdela piel. La calle en que elprofesor vivía comenzaba enel bulevar Nowy Swiat, ydescendía en diagonal hastaelVístula.Enveranobrotabacésped por entre las losas y

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adoquines de esta calle.Había poco tránsito. De vezen cuando pasaba un cochemortuorio para recoger elcadáver de alguien fallecidode sífilis o lupus en elcercano hospital, o un cochede la policía con prostitutasdentro, afectas de diversasenfermedades venéreas. Enalgunos patios todavía habíabombasdeaguaaccionadasa

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mano.Casitodoslosvecinoseran viejos que rara vezsalían de casa. Allí laspalomassehurtabanal ruidoyajetreodelaciudad.

El profesor solía decir aTeklaqueparaélalimentaralaspalomaseralomismoqueiralaiglesiaoalasinagoga.Dios no tiene hambre dealabanzas, pero las palomasesperan el alimento desde

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quesaleelsol.Nohaymejormanera de servir al Creadorqueamarasuscriaturas.

Al profesor no sólo leproducía placer dar alimentoa las palomas, sino que deellas derivaban provechosasenseñanzas. Cierta vez elprofesor había leídouna citadel Talmud en la que secomparaba a los judíos conlas palomas, y no

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comprendióelsignificadodeesta comparación hastamucho más tarde. Laspalomascarecendearmasensu lucha por sobrevivir. Sesustentan casiexclusivamente con losrestos que la gente les da.Temenel ruidoyhuyenanteelmásinsignificantechucho.Ni siquiera ahuyentan a losgorriones que les roban la

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comida.Elpalomo,lomismoque el judío, es feliz yprospera en la paz, elsilencio, la quietud y labuena voluntad. Pero todaregla tiene su excepción.Entre las palomas, lomismoque entre los judíos, haytambiénejemplaresbelicososquereniegandesuraza.Haypalomos que atacan a suscongéneres, que les dan

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picotazos y se comen elgranoantesquelosdemás.Elprofesor Eibeschutz habíadejadosucátedranosóloporculpa de los estudiantesantisemitas,sinotambiénporculpa de los estudiantesjudíos comunistas que seservían de las persecucionesdelosantisemitasparallevarel agua a sumolino y hacerpropagandadesusideas.

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Durante los largos añosque el profesor habíaestudiado,meditado,buscadoen archivos y escritoartículos para laspublicaciones especializadas,en momento alguno dejó debuscar también unsignificado, una filosofía delaHistoria,unaleyuniversalque pudiera explicar haciadónde se dirige la

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Humanidad y cuál es elimpulsoque lleva al hombreal constante guerrear.Tiempo hubo en que elprofesor se acercó a unainterpretaciónmaterialistadelos hechos históricos. Habíaadmirado a Lucrecio,Diderot, Vogt, Feuerbach.Hastacreyó,duranteunbreveperiodo, en KarlMarx. Peroesta etapa juvenil pronto

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quedó superada. Ahora elprofesor se hallaba en elextremo opuesto. No erapreciso sercreyenteparaverelpropósitoofinalidaddelanaturaleza, la verdad de esoque se ha dado en llamarteleología, tremendo tabú delos científicos. Sí, señor, enla naturaleza había un plan,peseaquemuyamenudonosparezca un caos. Todos

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nosotros somos necesarios,todos, judíos, cristianos,musulmanes, y AlejandroMagno y Carlomagno yNapoleón, e incluso unHitler.Pero, ¿porquéyparaqué?¿QuépuedeconseguirlaMenteDivinaaldejarqueelgato se coma a la rata, elhalcón mate conejos y laasociación polaca deestudiantes ataque a los

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judíos?Últimamente el profesor

casi había abandonado elestudio de laHistoria.En suancianidad llegó a laconclusión de que lo querealmenteleinteresabaeralabiología y la zoología. Sehabíacompradovarioslibrosque trataban de pájaros yotros animales. Pese a quepadecía de glaucoma y casi

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había perdido la visión delojo derecho, el profesor secompróunviejomicroscopiode lance. Estudiaba sinfinalidades profesionales.Leía para su propiaedificación, de la mismamanera que los muchachospiadososestudianelTalmud,y el profesor estudiababalanceando la cabeza haciadelante y hacia atrás y

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canturreando el texto, talcomo hacen los estudiantesantes dichos. A veces searrancaba un pelo de labarba, lo colocaba en laplatina y lo examinaba almicroscopio.Cadapeloteníasu complicado mecanismo.Unahoja,unapieldecebolla,ungrumodetierrasacadodelos tiestos con flores deTekla, revelaban bellezas y

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armonías que eran un gocepara el espíritu. El profesorEibeschutz sentado ante elmicroscopio examinaba esasmaravillas, mientras loscanarios cantaban, losperiquitos emitían susguturales sonidos,parloteaban y se daban elpico,ylascotorrascharlabanllamándose las unas a lasotras mono, chico, tragón,

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todoelloeneldialectoquesehablaba en el pueblo deTekla. Resultaba un tantodifícil tener fe en labenevolenciadelSeñor,perosu Sabiduría resplandecía encada brizna de hierba, encadamosca, en cada flor, encadamotadepolvo.

Teklaentró.Erapequeña,con la cara marcada por laviruelayescasocabelloenel

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quesemezclabanelgrisconelcolordelapaja.Ibaconunmarchito vestido y gastadaszapatillas. Encima de lossalientes pómulos lebrillaban unos ojillosoblicuos,verdescomolosdeun gato. Caminabaarrastrando un pie. Sufríadolores en todas lasarticulaciones, y trataba sudolencia con pomadas y

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ungüentos recomendadosporcuranderos.Ibaa la iglesiayencendía velas en los altaresdesussantospredilectos.

YTekladijo:—Hehervidolaleche.—Noquieroleche.—¿Le añado un poco de

café?—No, Tekla, gracias. No

quieronada.—Que se le secará el

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gaznate…—¿Yquién ha dicho que

el gaznate deba estarhúmedo?

Tekla no replicó, perotampoco se fue. Cuando laseñoraEibeschutzyacíaensulechodemuerte,Teklahabíajuradoqueella seencargaríadecuidaralprofesor.Alcabode un rato, el profesor selevantóde la silla, en la que

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habíaunalmohadónespecialqueleevitabalairritacióndelasalmorranas.

—¿Todavía estás aquí,Tekla?Erestozudaigualquemidifuntaesposa,queenpazdescanse.

—Es la hora de lamedicina.

—¿Qué medicina?Estúpida mujer, ¿no sabesque no hay corazón que lata

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eternamente?El profesor dejó la lupa

encima de una página dell ibroPájaros de Polonia yfue a echar una ojeada a lossuyos.

Alimentar a las palomasde lacalleerapuroysimpleplacer, pero cuidar de lasdocenas de pájaros quevivíanenlasjaulasabiertasyvolaban por la casa

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libremente representaba unesfuerzo y unaresponsabilidad,ynosóloeraunproblemadelimpiezaparaTekla.Nopasabadíasinqueocurriera una calamidad uotra. A veces un periquitoquedaba atrapado detrás delos libros y era precisorescatarlo. Los machosluchabanentresí.Loshuevosrecién puestos por una

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hembra se cascaban. Elprofesorhabíaseparadoalasdiversasespeciesendistintashabitaciones, pero Tekla,siempre olvidadiza, dejabauna puerta entreabierta, conlos consiguientes resultados.Era ya primavera y no sepodía abrir las ventanas porculpa de los pájaros. Losexcrementos de los pájarosdaban al aire un hedor entre

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dulzón y rancio. Por logeneral los pájaros duermenpor la noche, pero a vecesocurría que una cotorra,interrumpido el sueño poralguna pajaril pesadilla,echaba a volar a oscuras yentonces era precisoencender las luces para queno se matara. Sin embargo,cuántas alegríasproporcionabanlospájarosal

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profesorEibeschutzacambiode los pocos granos queconsumían… Uno de losperiquitos había aprendidoinfinidad de palabras eincluso algunas frases. Aveces se posaba en la calvadelprofesor,lemordisqueabael lóbulo de la oreja, saltabaa la pata de las gafas delprofesor,e inclusoseposabacomounacróbataensudedo

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índice mientras escribía. Enel curso de los años de tratoconpájaros,elprofesorhabíallegado a la conclusión dequelospájarossonseresmuycomplicados, conindividualidad y carácterclaramente marcados.Después de haber observadodurante años a un pájarodeterminado, este pájarotodavía sorprendía al

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profesor con sus, gracias yexcentricidades.

Al profesor le gustabamuy principalmente el queaquellos seres carecieran delsentido de la Historia. Paraellos lo pasado pasadoestaba. Olvidabaninmediatamente todo génerode aventuras. Sin embargotampoco faltaban lasexcepciones. El profesor

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había sido testigo de lamelancolía que terminó conla vida de un periquito,después de la muerte de supareja. Entre sus pájaroshabía observado casos deenamoramiento, celos,inhibiciones e incluso deasesinato y suicidio. Eracapaz de pasarse horasseguidas observándolos.Había una finalidad en los

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instintos que Dios les habíadado, en la construcción desus alas, en el modo en queempollabanloshuevos,enlamuda, en los cambios delcolor de su plumaje. ¿Ycómo funcionaba esemecanismo pajaril? ¿Sedebía todo a las leyes de laherencia? ¿Y qué eran loscromosomasylosgenes?

Desde la muerte de su

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esposa el profesor tomó lacostumbredehablarasolasode dirigirse a seres que yallevaban tiempo muertos. Aveces decía a Darwin: «No,Charles, tus teorías noresuelven el enigma. Ni lassuyas,monsieurLamarck».

Aquellatarde,despuésdetomarlamedicinaelprofesorllenó la bolsa de papel conlinaza, mijo y guisantes

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secos,ysalióadardecomera sus palomas. Pese a quecorríaelmesdemayo,habíallovidoydelVístulasoplabaun viento frío. Ahora habíadejado de llover y los rayosdel sol cortaban las nubescomounhachaypasabanporentre las hendiduras. Tanpronto el profesor aparecióen la calle, de todas partessurgieron las palomas.

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Algunas, en sus prisas,golpeaban con las alas elsombrerodelprofesorypocofaltaba para que loderribaran. El profesorpronto se dio cuenta de queno había traído comidabastante para aquellamultitud de pájaros.Procuraba lanzar el granodemodo que quedaraampliamente esparcido y las

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palomas no tuvieran quelucharentre síparacomerlo,pero a pesar de ello laspalomasprontoformaronunacompacta e hirviente masa.Algunas se posaban sobre laespalda de otras, decididas aabrirsepasoporlafuerza.Lacalle era demasiado estrechapara tanta paloma. Elprofesormusitóparasí:«Laspobrecillas tienen hambre».

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Sabía muy bien que elalimento que lessuministrabanobastabapararesolver elproblema.Cuantamáscomidaselesdaba,másse reproducían. Había leídoque en un lugar deAustraliatannumerosas llegaron a serlas palomas que lastechumbres de las casas sehundieron bajo su peso, Sinembargo, tampoco podía

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permitir el profesor queaquellos seres murieran dehambre.

El profesor volvió alpatio de su casa, en dondetenía el saco con grano, yvolvió a llenar la bolsamurmurando: «Supongo queesperarán». Cuando salió laspalomas aún estaban allí.«Gracias a Dios que aúnestán»,sedijoelprofesorun

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tanto preocupado por lospresupuestos religiosos quelafraserevelaba.Comenzóalanzar el grano pero letemblaba la mano, y elalimento caía demasiadocerca de él. Las palomas seposaban en sus hombros,aleteaban y le dabanpicotazos.Unaosadapalomaintentóposarseenelbordedelamismísimabolsa.

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De repente, una piedragolpeólafrentedelprofesor.Durante un instante no supoqué había ocurrido. Luegorecibió dos pedradas más.Una le dio en el codo y laotra en la parte lateral delcuello.Sinsaberexactamentecómo, el profesor consiguióvolver al refugio de su casa.Había leídoamenudoen losperiódicosqueenlosjardines

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deSajoniayenlossuburbiosalgunos judíos habían sidoatacados por jóvenes brutos.Peronunca lehabíaocurridonada semejante. En aquellosmomentos, el profesor nosabía qué le dolía más, elgolpe en la frente o lavergüenza queexperimentaba. Murmuró:«¡Tan bajo hemosllegado…!». Tekla

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seguramente vio lo ocurrido,atravésdelaventana.Corrióhacia el profesor con losbrazos abiertos y verde derabia la cara. Teklamaldijo,silbando entre dientes ycorrió a la cocina paraempapar con agua fría unatoalla. El profesor se habíaquitado el sombrero y setoqueteaba el chichón. Teklale llevó al dormitorio, le

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quitó el abrigo y le obligó atenderse en cama. Mientrasatendía al profesor Tekla nodejabademaldecir:

—¡Dios, castígales!¡Padre celestial, dales sumerecido! ¡Que ardaneternamenteenlosinfiernos!¡Querevienten,que lesdé lapestenegra!

—Basta,Tekla,basta.—Si esa es nuestra

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Polonia, más valiera queardieraporentero.

—En Polonia hay gentemuybuena,Tekla.

—¡Chusma, rameras,perrosleprosos!

Tekla salió, seguramentepara avisar a la policía. Elprofesoroyósusgritosysusquejas dirigidas a losvecinos.AJ cabo de un ratotodo era silencio.Al parecer

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Tekla no fue en busca de lapolicía,yaquealcabodeunrato el profesor la oyóregresar sola.Anduvo de unlado para otro en la cocina,murmurando para sí. Elprofesor cerró los ojos ypensó: «Tarde o tempranounoloexperimentatodoenlapropia carne y, además,¿acaso soy yomejor que lasotras víctimas? Así es la

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Historia,yprecisamentea laHistoria me he dedicadodurantetodalavida».

Una palabra hebrea quehabía olvidado hacía yamuchos años le vino derepente a la memoria:reshayim, los malvados. Sonlos malvados quienes hacenlaHistoria.

El profesor se quedópasmado unos instantes. En

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un segundo había hallado lasolución que había buscadodurante años. Lomismo quela manzana que Newton viocaer del árbol, la piedra queun bruto le había lanzadorevelóalprofesorEibeschutzuna verdad de universalvalidez. Era exactamente talcomo estaba escrito en elAntiguo Testamento. Cadageneracióntienesushombres

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sanguinarios y mendaces.Los malvados no puedendescansar.Seaenlaguerraoseaenlarevolución,seacualfuere la bandera bajo la queluchan,cualquieraqueseasugrito de guerra, la finalidades siempre lamisma: causardaño, causar dolor, derramarsangre.Una común finalidadunía a Alejandro deMacedonia y a Amílcar, a

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GengisKanyaCarlomagno,aChmielnitzkiyaNapoleón,a Robespierre y a Lenin.¿Demasiado sencillo quizá?También el principio de lagravitación universal essencillo, y precisamente porestotardótantoenhallarse.

Comenzaba el ocaso.Vladislav Eibeschutzcomenzó a dormitar.Instantesantesdesumirseen

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un sueño profundo se dijo:«Detodasmaneras,nopuedesertansencillo».

Al comenzar la nocheTeklafueenbuscadehieloehizounacompresaqueaplicóal profesor. Tekla propusollamar al médico, pero elprofesornoselopermitió.Seavergonzaría de lo ocurridoante el médico y ante losvecinos.Teklalepreparóuna

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sopa de sémola. Por logeneral, antes de retirarse asu dormitorio el profesorinspeccionaba las jaulas,cambiaba el agua, añadíagranoyponíaalgunahojadeverdura a los pájaros, altiempo que les renovaba laarena del suelo. Aquellanoche confió a Tekla estastareas. Tekla había yaapagado las luces. Algunos

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periquitos en el dormitoriodel profesor permanecían ensus jaulas. Otros se habíanposado en elmontante de lacortina. Pese al cansancioque experimentaba elprofesor no podía dormir.Tenía hinchada la pielalrededor del ojo queconservaba la visión, y nopodía apenas mover elpárpado. Imploró a los

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poderes rectores del mundoque no le dejaran totalmenteciego. Y pensó que preferíamoriraquedarseciego.

Por fin sedurmióy soñóenextrañastierras,enlugaresque jamás había visto, envalles, en jardines congrandes árboles y parterrescon exóticas flores. Ensueñossepreguntó:«¿Dóndeestoy? ¿En Italia? ¿En

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Persia?¿EnAfganistán?».Latierra se movía como si elprofesorviajaraenavión.Sinembargo no iba en avión.Parecía gravitar en elespacio.«¿Habrésalidodelaesfera de gravitación de laTierra? ¿Cómo ha podidoocurrir? Aquí no hayatmósfera.Esperoquenomeasfixiaré».

Despertó y por unos

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instantes no supo dónde seencontraba. Tocó lacompresa. Se preguntó:«¿Por qué llevo la cabezavendada?». De repente lorecordó todo. «Sí,ciertamente, los malvadosson quienes hacen laHistoria. He descubierto lafórmula newtoniana de laHistoriaytendréquevolveraescribir todas mis obras».

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Bruscamente sintió un doloren el costado izquierdo. Sequedóquieto,fijalaatenciónen el latir del dolor en supecho. Tenía unas píldorasparacombatirsusataquesdeangina de pecho, pero lasguardaba en un cajón, en sucuarto de trabajo. Stephanie,su difunta esposa, le habíadado una campanilla parallamar aTekla en el casode

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quesesintieraenfermoporlanoche. Pero el profesorEibeschutzpreferíanousarla.Inclusodudabasiencenderlalámpara en la mesilla denoche. El ruido y la luzasustabanalospájaros.Teklaseguramente estaría fatigadadespuésdel trabajodeldíaydetandesagradablessucesos.La agresión de los brutoshabíaalteradoaTeklamucho

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más que al propio profesor,pensóéste.¿QuéteníaTekla,salvo aquellas horas dedescanso? Tekla carecía demarido, de hijos, deparientes, de amigos. Elprofesor le había legado ensu testamento todos susbienes. Pero, ¿qué valíanestos bienes? ¿Qué valortenían sus originalesinéditos? La nueva fórmula

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quizá…Duranteunosinstantes,el

profesortuvolaimpresióndeque el dolor de lascuchilladas en el pechoremitía un poco. Pero luegosintió un desgarrón en elcorazón, en el hombro, en elbrazo, en el costillar.Alargólamanohacia lacampanilla,pero sus dedos quedaronlacios antes de alcanzarla.

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Nunca hubiera imaginadoque fuera posibleexperimentar tanto dolor.Parecíaqueunpuñoestrujarasucorazón.Seahogabaysusintentos de respirar seresolvían en estertores. Unpensamientocruzósumente:«¿Quéserádelaspalomas?».

A primera hora de lamañana, cuando Tekla entróen el aposento del profesor,

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apenas pudo reconocerle. Laimagen que vio ya no era ladel profesor, sino la de ungrotesco muñeco. La pieltenía el amarillento color dela arcilla, el cuerpo estabatieso como un hueso, con laboca abierta, la narizdesfigurada, la barbaapuntando al techo, lospárpadosdeunojocerradosylos del otro entreabiertos,

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como en una sonrisa deultratumba. Una mano condedosdecera reposabaen laalmohada.

Tekla comenzó a chillar.Los vecinos vinieroncorriendo.Alguien pidió unaambulancia, No tardaron enoír el sonido de la sirena,pero el interno que penetróen el dormitorio miró haciala camay sacudió la cabeza.

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Dijo:—Nada podemos hacer

porél.Teklagimió:—Lo han asesinado, lo

han asesinado… Leapedrearon.Así caigan todosmuertos, así Dios fulmine alosasesinos,quecaiga sobreelloslanegramaldición,quelesdéelcólera…¡Malvadoscriminales!

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Elmédicolepreguntó:—¿Aquiénserefiere?Teklarepuso:—A nuestros matones

polacos, a los brutos, a esasbestias,alosasesinos.

—Erajudío,¿no?—Sí,erajudío.—Enfin…Casi olvidado mientras

vivió,elprofesorencontrólafamaen sumuerte.Llegaron

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comisionesdelaUniversidadde Varsovia, de laUniversidad Libre, de laSociedad de Historiadores yde diversas organizaciones,grupos, hermandades ysociedades.Las secciones deHistoriade lasuniversidadesde Cracovia, Lemberg yVilna remitieron telegramasanunciando que tambiénmandaban representantes al

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entierro.Lacasadelprofesorrebosaba flores. Profesores,escritores y estudiantesformaronunaconstantementerenovada guardia de honoralrededor de sus restosmortales.Y coma sea que elprofesor era judío, laSociedad Funeraria judíamandó a dos hombres paraque recitaran salmos ante eldifunto. Asustados, los

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pájarosvolabandeunapareda otra, de una estanteríarepleta de libros a otra,intentaban posarse enlámparas,moldurasdeltechoy cortinas. Tekla intentabadirigirlos hacia sus jaulas,pero los pájaros huían deella.Algunos desaparecieronpor puertas y ventanasdescuidadamente abiertas.Una de las cotorras chillaba

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una y otra vez la mismapalabra en tono de alarma yadvertencia. El teléfonosonaba sin cesar. Losrepresentantes de lacomunidadjudíaexigieronelpago por adelantado delprecio de la tumba, y uncomandante del ejércitopolaco, ex alumno delprofesor, les amenazaba connefastasconsecuencias.

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Al día siguiente por lamañana un coche funerariojudío ascendió la callecamino de la casa delprofesor, los caballos ibancon negras gualdrapas ycapuchones también negros,conorificiosalaalturadelosojos. Cuando sacaron elféretrodelacasayelcortejofúnebre comenzó a avanzarcuesta abajo, hacia la

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Avenida Tamki y el barrioviejo de la ciudad, bandadasde palomas echaron a volarporencimade los tejados.Yvinieronmásymáspalomas,ytantaseranlaspalomasquecubrieron el cielo en laestrecha cinta que las casasde la estrecha callerecortaban en él, de maneraque la luz del día seoscureció como en un

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eclipse. Las palomasparecían detenerse,suspendidas en el aire, y asíse estaban un instante, einmediatamente seguían elcortejo trazando círculos enelcielo.

Los hombres de lascomisiones y lasdelegaciones que caminabanlentamente tras el cochefunerario, cubierto por los

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ramos atados con cintajos,miraban pasmados a lo alto.Los vecinos de la calle, losviejos y los enfermos quehabían salido de sus casaspara rendir un últimohomenaje al profesor, sesantiguaban. Ante su vistaestaba ocurriendo unmilagro, igual que en losremotos tiempos bíblicos.Teklaalzóalcielolosbrazos

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cubiertosporelnegrochalygritó:

—¡Jesús…!Lasbandadasdepalomas

escoltaron al féretro hastaque el cortejo desembocó enla calle Browarna. Mientrastrazabancírculos,susalas,yabajo los rayos del sol, ya enla sombra de las nubes, eranahora rojas como la sangre,oscuras como el plomo. Se

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advertía que las palomas nodeseabanadelantaralcortejo,ni tampoco rezagarse.Cuando llegaron al cruce deFurmanska con Marienstadt,las palomas trazaron unúltimocírculoy,después,enmasa, se volvieron atrás,comoun fantasma aladoquehubiesequeridoacompañarasu benefactor hasta el lugardesueternodescanso.

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Eldíasiguienteamanecióotoñal y triste. Bajas ytormentosasnubescubríanelcielo. El humo de laschimeneas descendía, y lacarbonillaibaareposarsobrelastechumbresdetejas.Caíauna lluvia fina, de gotaspunzantes como agujas. Porla nociré alguien pintó unaesvástica en la puerta de lacasadelprofesor.Teklasalió

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a la calle con una bolsa decomida, pero sólo unascuantas palomas volaronhacia ella. Dubitativas,picotearon la comida,mientras miraban alrededor,temerosasdeseratrapadasenel momento de contraveniruna prohibición dictada porlosseresalados.Delasbocasde lascloacas salíaunhedorapodredumbre,elacrehedor

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deladestruccióninminente.

(Traducidodelyiddishalinglés por el autor yElizabethShub).

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EldeshollinadorHay golpes y golpes. Un

golpeen lacabezanoesunatontería nimuchomenos. Elcerebro es cosa delicada, delocontrario¿cómoibaaestarel alma alojada en elcerebro? ¿Por qué no en elhígado o, dicho sea conperdón,enlastripas?Elalmasepuedeverenlosojos.Los

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ojos son las ventanitas porlas que el alma mira alexterior.

En nuestro puebloteníamosundeshollinador alque llamábamos el NegroYash. Todos losdeshollinadores son negros—afindecuentas,¿quéotracosa pueden ser?—, peroYashcausabalaimpresióndehaber nacido negro. Tenía el

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cabellocrespoynegrocomoel carbón. Negros eran susojos y no había modo delimpiar totalmente de hollínsupiel.Sólolosdientesteníablancos. Su padre había sidoeldeshollinadorde laciudadyYashheredóelcargo.Pesea que ya era un hombrecrecidoycon todas lasde laley, Yash seguía soltero yvivía en compañía de su

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madre,Maciechowa.Venía a casa una vez al

mes.Ibadescalzoycadaunodesuspasosdejabahuellaenel suelo. Mi madre, que enpaz descanse, corría arecibirleen lapuertayno ledejaba pasar adentro. Laciudad le pagaba un sueldo,pero las amas de casasiempreledabanungroschenounaporcióndepancuando

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terminaba su trabajo, ya queasílomandabalacostumbre.Peseaquejamáshizodañoanadie, losniños le temían.Ymientras fue deshollinadorjamás las llamas prendieronen las chimeneas. Losdomingos, el deshollinador,como todos los gentiles, selavaba e iba a la iglesia consu madre. Pero lavadoparecía más negro que sin

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lavar. Quizás ésta fuera larazón de que no encontraraesposa.

Un lunes, lo recuerdocomosifueraayer,Feitel,elaguador, vino a casa y nosdijoqueYashsehabíacaídodesdeel tejadode lacasadeTevye Boruch. La casapropiedad de Tevye Boruch,situada en la plaza delmercado, tenía dos plantas.

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Todos lamentamosmucho elaccidente del deshollinador.Yashsiemprehabíatrepadoalos tejados con agilidadgatuna. Pero si el destino hadeterminado que un hombresufra un accidente, no haymodo de evitarlo. Y paracolmo de males el destinohabía determinado queYashse cayera desde el edificiomás alto del pueblo. Feitel

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dijoqueYashhabíacaídodecabeza,peroquenosehabíaroto ningún hueso. Despuésde la caída le llevaron a sucasa. Yash vivía en lasafueras, cercadelbosque, enunaviejacabaña.

Durante un tiempo, nadasupimos de Yash, ya que afindecuentaslasuertedeundeshollinador a nadieimporta. Si Yash no podía

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volver a trabajar, elayuntamiento contrataría aotro deshollinador. Pero undíavinoFeitelconunpardecubas de agua, suspendidasdel palo que llevaba alhombro,ydijoamimadre:

—FeigeBraine, ¿ya sabela gran noticia? Yash, eldeshollinador, se haconvertido en uno de esoshombres que adivinan el

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pensamiento.Mimadreseechóareíry

luegoescupió:—Supongo que lo dirás

enbroma…—No,noesbroma,Feige

Braine. De ninguna manera.Yash está todavía en cama,con la cabeza vendada, yadivinalossecretosdetodos.

Mimadre dijo en son deburla:

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—¿Te has vuelto loco,Feitel?

No tardó en llegar elmomento en que todoshablaban del prodigio en elpueblo.ElgolpequeYashsehabíapropinadoenlacabezale había aflojado un tornillodel cerebro y ahora eravidente.

Enelpuebloteníamosunmaestro llamado Nochem

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Mecheles, quien dijo queYash era un adivino. Setrataba de un caso increíble.Si un golpe en la cabezabastaba para convertir a unhombre normal en unvidente, en la ciudadtendríamos cientos devidentes. Sin embargo,muchagentehabíaidoacasadeYashyhabíacomprobadopor símismaque eraverdad

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lo que de él se decía. Unhombremetió lamano en elbolsillo, cogió un puñado demonedasypusoelpuñoanteYash:

—Yash,¿qué tengoen lamano?

YYashrepuso:—Tantasmonedasdetres

groschenytantasdecuatroytantasdeseiskopecks.

Contaron las monedas y

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eranexactamente lacantidaddicha por Yash, hasta elúltimo groschen. Otrohombrelepreguntó:

—¿Qué hice la semanapasada en Lublin, tal díacomo hoy y en estemomento?

YYash ledijoquehabíaido a la taberna con doshombres más, a los quedescribió igual que si los

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estuvieraviendo.Cuando el médico y las

autoridades del pueblo seenteraron del caso de Yash,acudieron corriendo a sucasa. La cabaña deMaciechowa era muypequeña y el techo era tanbajoquelossombrerosdelosvisitantes lo rozaban.Comenzaron a interrogar aYash y Yash contestó todas

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las preguntas sinequivocarse. El cura,alarmado, también fue; loscampesinos comenzaban adecir que Yash era santo.Poco faltó para que loscampesinos comenzaran allevaraYashenprocesiones,comosifueraunicono.Peroel médico ordenó que Yashsiguiera en cama. Por otraparte nadie había visto a

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Yash en la iglesia, salvo losdomingos.

Pero he aquí que Yashestabatumbadoensujergón,hablandocomounsernormaly corriente, comiendo ybebiendo y jugando con elperrodesumadre,peronadaseocultabaasumente.Sabíaloquelagentellevabaenlosbolsillosde la chaquetay enlosdelpantalón;sabíadónde

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éstehabíaocultadosudinero,cuántogastóaquélenbebidasdosdíasatrás…

Cuando su madre se diocuentadelagranafluenciadevisitantes, comenzó ahacerlespagarlaentradaaunkopeckporcabeza.Tampocoera tonta la buena mujer. Elmédico mandó una carta aLublin. El alcalde de laciudad mandó —¿cómo se

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llama ahora?— eso, uninforme, y a nuestro pueblovinieron altos personajes deZamosc y deLublin. Se dijoque el propio gobernadorhabía despachado undelegado. El alcalde seatemorizó ante las posiblesconsecuencias y ordenó lalimpiezageneraldelascallesdelpueblo.

Laplazadelmercadofue

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barrida con talescrupulosidadquenoseveíaen el suelo ni una brizna depaja, ni una ramita. Lafachada de la alcaldía fueapresuradamenteencalada.Ytodo ello, ¿gracias a quién?Gracias a Yash, eldeshollinador. La posada deGitelestabaatestada.¿Quiénhubiera soñado que allí sealojaran hombres de tanta

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importancia?Los comisionados y los

visitantes fueron a casa deYash. Le formularonpreguntas y lascontestaciones que dioestremecieron de temor elcorazóndelosfuncionariosyrepresentantes. Sí, porque¿quiénsabedecuántascosaspueden ser culpables esasgentes?Elvisitantedemayor

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importancia—heolvidadosunombre— insistió en queYashestaba locoydebía serinternado en un manicomio.Pero el médico de nuestropueblo alegó que el pacienteno podía viajar, ya que elmovimientopodíamatarle.

Corrieron rumores segúnlos cuales el médico y elgobernador se las tuvieronmuy tiesas, y que poco faltó

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para que se liaran a golpes.Peronuestromédicotambiénera funcionario, puesto queera el médico del distrito yformabapartedelacomisiónde reclutamiento. Además,estaba dotado de unahonradez inquebrantable —nadie le había podidosobornarjamás—,ynotemíalas consecuencias de laclarividencia de Yash. El

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casoesqueelmédicoganólapartida. Pero después eldelegado comunicó a sussuperiores que Yash estabaenajenado, y seguramentetambiénredactóunescritodequejas sobre el médico, yaque éste no tardó en sertrasladadoaotrodistrito.

EntretantoYashsecuróyvolvió a limpiar chimeneas.Sin embargo conservó sus

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extraños poderes.Entraba enuna casa para cobrar elgroschenyelamadelacasale preguntaba: «Yash, ¿quéhay en este cajón, ahí, a laizquierda?», o bien «¿Quéguardo en el puño?», o bien,«¿Qué cené anoche?». YYash lo adivinaba todo. Aveceslepreguntaban:«Yash,¿cómo te las arreglas paraadivinar esas cosas?». Yash

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encogía los hombros ycontestaba: «Las sé, así,porque sí; todo esconsecuencia del golpe en lacabeza».Y se ponía el dedoen la sien.AYash hubieranpodido llevarloa lasgrandesciudades y la gente hubieracomprado entradas paraverle, pero ¿quién quieretomarsetantasmolestias?

En el pueblo teníamos

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varios ladrones. Robaban lacolada puesta a secar y todoloquepodían.Peroahorayano podían robar. La víctimadel robo visitaba a Yash yéste le decía el nombre delladrón y el lugar en dondehabía escondido lo robado.Los campesinos de lospueblos cercanos seenteraronde la existencia deYashycuandoaunodeellos

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le robaban un caballo iba averaYashparaqueledijeradónde estaba el caballo.Varios ladrones habían sidoya encarcelados. Los demásladrones cogieron ojeriza aYash y dijeron abiertamenteque era hombre marcado.PeroYashsabíadeantemanotodos los planes de losladrones. Iban a su cabañapara darle una paliza, pero

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Yash ya se había escondidoen el granero de un vecino.Arrojaban piedras a Yash,pero Yash se echaba a unlado o se ponía a cubierto,inclusoantesdequelapiedrafueralanzadaalaire.

La gente perdía cosas—dinero, joyas— y Yashsiempre adivinaba dónde seencontraba lo perdido. Y lohacía así, sin esfuerzo, sin

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detenerse siquiera a pensarunpoco.Siunniñoseperdía,la madre acudía corriendo aYash, quien la llevaba allugar donde se encontraba elniño.Losladronesdecíanqueera el propio Yash quienhabíaescondidoalniño,peronadie les creía. Yash nocobraba ni cinco por estosservicios. Su madre siemprepedía dinero, pero Yash era

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mediotonto.Ensuvidasupoelvalordeunamoneda.

Enelpuebloteníamosunrabino llamado Reb Arele.Había llegado procedente deuna gran ciudad. El GranSábado antes de Pascua, elrabino predicó en lasinagoga. ¿Y saben de quéhabló?, de Yash, eldeshollinador. El rabino dijoquelosincrédulosnieganque

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Moisés fuera profeta yafirman que todo debe seracorde con la razónhumana.Sin embargo, ¿cómo pudoYashsaberqueItteChaye,laqueconfeccionaba losbollossalados en forma de aro,había perdido el anillo en elpozo? Y si Yash eldeshollinador podía saberesas cosas ocultas, ¿cómocabe dudar del poder de los

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santos? En nuestro pueblohabía unos cuantos herejes,pero ni ellos supieron darrespuesta a la pregunta delrabino.

Entretanto, la fama deYash había llegado hastaVarsoviayotrasciudades.Enlos periódicos se publicabanartículossobreél.

Y de Varsovia llegó unacomisión. Una vez más, el

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alcalde ordenó al pregoneroque pregonara un bandoordenando la limpieza depatiosycasas.Unavezmás,la plaza del mercado quedólimpia como la plata.DespuésdelSukkoth,osealafiesta de los Tabernáculos,comenzaronlaslluvias.Enelpueblo sólo teníamos unacalle que estuvierapavimentada, y ésta era la

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calle de la iglesia. En todaspartes se colocaron tablas ytroncos para que los señoresde Varsovia no tuvieran queandar en el barro. Gitel, elposadero, preparó máscamas. El pueblo enteroandabadecabeza.Yasheraelúnico que seguía tantranquilo. Todos los díashacía sus rondas, limpiandochimeneas.Eratantontoque

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ni siquiera la visita de losfuncionarios de Varsovia leinquietaba.

Y ahora escuchen lo quevoyadecirles: lavísperadeldía en que debía llegar lacomisión cayó una grannevada, y luego bajóbruscamente la temperatura,dejándolo todohelado.En lanoche anterior, la chimeneadeChaim, el panadero, soltó

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chispas e incluso alguna queotra llama.Chaim temióquela chimenea prendiera ymandó recado aYash, quienacudió con su escoba ylimpió la chimenea. Loshornos de los panaderosfuncionanmuchas horas, porlo que en el interior de lachimenea se forma grancantidad de hollín. CuandoYash descendía del tejado,

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resbalóysevolvióacaer.Sedio otro golpe en la cabeza,aunquenotanfuertecomoelprimero. Ni siquiera sangró.Yashselevantóysefueasucasa.

Queridos amigos, al díasiguiente,cuandolacomisiónllegó y comenzó a hacerpreguntas a Yash, éste nocontestó ni una. El primergolpelehabíaabiertoalgoen

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la cabeza que el segundogolpe había cerrado. Losseñores de Varsovia lepreguntaron cuánto dinerollevaban, qué habían hechoeneldíaanterior,quéhabíancomido la semana pasada ental día como hoy, y Yashsonreía como un imbécil ycontestaba:«Nolosé».

Los funcionarios sefueron furiosos.

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Reprendieron al jefe de lapolicía y al nuevo médico.Querían saber por qué leshabían obligado a hacer unviaje tan largo para ver aaquel tontaina, a aqueldesdichado que no era másqueunvulgardeshollinador.

El jefe de la policía ydemásautoridadesdelpueblojuraron que hacía solamenteun par de días, Yash lo

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adivinaba todo. Pero losvisitantes no hicieron elmenor caso de estasalegaciones. Alguien lesexplicó que Yash se habíacaídodeuntejadoysehabíagolpeadodenuevolacabeza,pero ya saben ustedes cómoes la gente.Sólo cree lo queve.EljefedelapolicíavisitóaYash y comenzó a atizarlepuñetazosenlacabeza,aver

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si así le aflojaba de nuevoaqueltornillo.Perocuandolapuertecilla en el cerebro secierrayanohayquienvuelvaaabrirla.

La comisión regresó aVarsovia y allí desmintió lahistoria de Yash de punta apunta.Yashsiguiólimpiandochimeneasduranteunoodosaños. Entonces vino unaepidemiayYashmurió.

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Elcerebrotieneinfinidadde puertecillas y cámaras.Aveces basta un golpe en lacabeza para desbarajustar lasesera. De todos modos, lomás importante es el alma.Sinelalmalacabezanoseríamásinteligentequelospies.

(TraducidodelyiddishalinglésporMirraGinshurg).

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Elenigma

1

La víspera del YomKippur, o sea el Día de laExpiación, Oyzer-Dovidldespertó antes de que en elcieloaparecierael lucerodelalba.Elgalloblanco,posadoen el palo, que pronto seríasacrificado en expiación de

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lospecadosdesupropietario,comenzó a cantar con granaltivez. La gallina blanca deNechele cloqueaba suave yquedamente.Nechelesaltódelacamayencendióunavela.Descalzayencamisón,abriólos gimientes cajones de lacómoda, abrió las puertas delos armarios y rebuscó en elinterior de baúles. Oyzer-Dovidl contempló pasmado

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cómo Nechele sacaba visos,ropa interior y mil cosas.Nadie airea la ropa en lavíspera del Yom Kippur.Pero cuando Nechele queríahacer algo, no necesitabapermiso de nadie. Hacía yameses que Nechele habíadejadodeafeitarselacabeza.De los bordes del pañuelocon que se cubría la cabezasurgían mechones de negro

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cabello. Una de las tiras delcamisón le había resbaladodel hombro, dejando aldescubierto un pecho blancocomo la leche, conunpezóndecolorrosado.Ciertamente,Nechele era la esposa deOyzer-Dovidl, pero talcomportamiento siempreconduce a malospensamientos.

Enlosúltimostiemposla

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conducta de su esposa habíadejado totalmentedesorientadoaOyzer-Dovidl.Nechelehabíadejadodeiralbaño ritual como era sudeber. Había engañado a sumarido con constantesevasivasydándolediferentescuentas de los días de suregla. Oyzer-Dovidl se dijo:«En fin, no olvidemos quehoy es la víspera del Yom

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Kippur». Tiempo hubo enque Oyzer-Dovidlsermoneaba a su mujer eintentaba ganarse suconfianza, tal como lossantos libros aconsejan.Peroahora ya había renunciado aello. Sumujer era tozuda.Aveces parecía que su únicodeseo fuera irritar a Oyzer-Dovidl. Pero, ¿por qué?Oyzer-Dovidl la amaba y le

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era fiel. Cuando se casaron,envezde iravivirélacasade lospadresdeNechele sinpagar pensión, como eracostumbre, vivieron a costade los padres de Oyzer-Dovidl. Y ahora que lospadres de Oyzer-Dovidlhabían muerto, vivían de laherencia. ¿Por qué seempeñaba Nechele endesafiar constantemente a

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Oyzer-Dovidl? ¿Por qué letorturaba sin cesar con todogénero de mezquindades ytonterías? Oyzer-Dovidlpensó: «Que Nuestro Señorque está en los cielos laperdone». Quizás en esteYom Kippur el corazón deNechele experimentara uncambio.

—¡Nechele!Nechele volvió la cabeza

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ylemiró.Teníalanarizfina,dientes como perlas y cejasque se unían formando unasolalínea.Ensusojosnegrosardía una constante llamadeirritación.

—¿Quéquieres?—¡EslavísperadelYom

Kippur!—¿Y qué? ¡Déjame en

paz!—Date prisa y termina

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cuanto antes lo que estáshaciendo.Undíapasapronto.No profanes la fiesta, y queelSeñornolopermita.

—No te preocupes.Tampoco te vas a asar pormispecados.

—Nechele, debemosarrepentimos.

—Puesarrepiéntete.—Nechele, Nechele…

quelavidanoeseterna…

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Nechele soltó unainsolentecarcajadaydijo:

—Sí, la vida es corta…pero a mí me parecedemasiadolarga.

Oyzer-Dovidl alzó losbrazos al techo. Eraimposiblehablar conaquellamujer. Se burlaba de todo.Oyzer-Dovidl decidió callar.In mente, buscó disculpas ala conducta de Nechele,

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Seguramente estaba irritadadebido a que no quedabaembarazada, ya que despuésde la muerte de su primerhijo —que por ellosintercediera en los Cielos—,lamatrizdeNechelesecerró.Oyzer-Dovidl se dijo: «Enfin, el arrepentimiento, laoración y la caridad, son elremediodetodo».

Oyzer-Dovidl era

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físicamente muy poquitacosa. Pese a que prontocumpliría los veinticuatroaños, aúnno teníaunabarbadignade tal nombre, ‘puestoque sólo le crecían cuatropelosdesperdigados.Teníalacabelleraescasa, ralay rubiacomoellino.Eraflacocomoun colegial, con cuello largoy delgado, mentónpuntiagudo y mejillas

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hundidas. Las ropas que suspadreslehabíancompradoenocasión de su boda,previendo que el muchachocrecería y se robustecería,todavía le venían largas yanchas.Elcaftánlellegabaalas rodillas; la camiseta conflecos le venía holgada, eincluso el chal de rezos,bordado en plata en la partedel cuello, era demasiado

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grandeparaél.También sus

pensamientos tenían carácterinfantil. Fantaseaba mucho.Por ejemplo, se preguntabaqué ocurriría si le salieranalasyecharaavolarcomounpájaro. ¿Qué diría Nechele?¿Estaría dispuesta a seguirsiendo su esposaopreferiríacasarse con otro? ¿Y quépasaría si descubriera un

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gorro que le hicierainvisible?Siemprerecordabahistorietas que sus tías lecontaronoleleyeron,aunqueahora en ellas interveníaNechele.Porlanochesoñabacon gitanas, con ladronesocultos en cavernas, consacosrepletosdemonedasdeoro. En cierta ocasión tuvounsueñoenelquecreyóqueNecheleeraunhombreyque

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debajo de sus bragas deencajeveía los flecosdeunacamiseta de hombre, ycuandoOyzer-Dovidl intentódarle un beso, Nechele sesubióaltejado,ágilcomoundeshollinador, y, desde eltejado,legritó:

Limpialacocina,Cómetelagallina,Cáete,

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Mátate.

Tan pronto se levantó,Oyzer-Dovidl no tuvo ni unminutolibre.Primeroselavólas manos y recitó lasoracionesdeprimerahoradela mañana. A continuacióntuvo que efectuar el rito delsacrificio. Cogió el galloblanco por las temblorosaspatas y lo volteó en círculo

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por encima de su cabeza.Luego lo mandó al matarifepara que lo sacrificara enexpiacióndesuspecados,losde Oyzer-Dovidl, claro. Sinembargo, este rito fue unatortura para Oyzer-Dovidl:¿Quéculpateníaelgallo?

Después se fue a laCasade Oración de Trisker. Alcomenzar las oraciones,Oyzer-Dovidl estaba

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firmemente dispuesto aexpulsar de su cabeza susalocadasideas,perolociertoera que se le venían comomoscasalasmientes.Rezabay emitía constantes suspiros.Deseabaserunhombrecabal,pero tenía la cabeza llenadeideas que le distraían. Elhombre debe amar a suesposa, pero no esaconsejablequesepaseeldía

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y la noche pensando en ella.Oyzer-Dovidl no podíaapartar a Nechele de sumente.Recordabalasalegrespalabras de Nechele cuandoél ibaa sucama,en losdíasen que Nechele eraritualmentepura,yrecordabalos curiosos nombres queNechele le daba mientras letiraba de las crenchas, lehacía cosquillas, le daba

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mordisquitosy lebesaba.Locierto es que Oyzer-Dovidlnunca hubiera debido tolerartan licenciosocomportamiento. Si hubierasabido refrenar a su esposadesde el principio, ahoraOyzer-Dovidl no tendríamalospensamientos.

¿Es correcto que unaesposa judía hable a sumarido de ligas, encajes y

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crinolinas?¿Yasantodequéle decía que se habíacomprado unas medias tanlargas que le llegaban hastala cadera? ¿Qué beneficiopodía derivarse de aquellasdescripciones de lasmujeresqueNechele veía en el bañoritual? Nechele las imitaba,describía sus piernas convello, sus fláccidos pechos,sus hinchadas barrigas y se

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burlaba de las viejas ycalumniaba a las jóvenes.Solamente quería demostrarque ella era lamás bonita ylamejor. Pero todo lo dichoocurría antes, hacía yamuchos meses. En losúltimos tiempos,Nechele nopermitía aOyzer-Dovidl quese le acercara. Alegabacalambres, retortijones deestómago o dolores en la

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espalda, o bien decía quehabía visto manchitas en suropa interior.Empleaba todogénero de pretextos y dealambicadas interpretacionesde la ley para mantenerle araya. Sin embargo, Oyzer-Dovidl no podía borrar lasimágenesdelpasado.

Oyzer-Dovidl oraba confervor, balanceándose haciadelante y hacia atrás,

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agitandolasmanos,pateandoel suelo. De vez en cuando,en su excitación, se mordíalos labios o la lengua.Despuésde lasplegarias, loshasidim recuperaron fuerzascomiendo pastel de miel ybebiendo coñac. Por logeneral Oyzer-Dovidl noprobaba las bebidas fuertes,pero hoy bebió un poco decoñac, por cuanto se

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considera digno de alabanzacomer y beber en la vísperadel Yom Kippur, Día de laExpiación.Elcoñaclequemóelgaznateyleestremeciólasaletas de la nariz. Oyzer-Dovidl se puso de mejorhumor.Pensóenloquehabíadicho el rabino deTchernobler: mira condesprecioalMaligno.Nohayque ser como losmisnagdim,

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los empedernidos estudiososque tiemblan al pensar en elinfierno.Satáncumpleconsudeber. Y tú también debescumplir el tuyo. Oyzer-Dovidl tomó una decisión:«A partir de hoy no meprivaré del coñac; en losCielosseprefierelamáslevealegría a la más sublimemelancolía».

Oyzer-Dovidl se

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encaminó hacia su casa paracelebrarlacomidafestiva.Almediodía de la víspera delYom Kippur Nechelesiempre le ofrecía un festín:blancos panecillos con miel,ciruelas cocidas, sopa contropiezos, carne con rábanospicantes… Pero hoy cuandoOyzer-Dovidlllegóasucasano había prácticamente nadapara comer. Nechele ni

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siquiera le ofreció un platode sémola. Oyzer-Dovidl noera hombre que se quejarapor cuestiones meramenteegoístas, pero lo que estabaocurriendo en su casa,precisamente la víspera delYom Kippur, era como unabofetada. Oyzer-Dovidl sepreguntó: «¿Qué pretende?¿Mandarlotodoarodar?».Lacasaolíaapolvoyabolasde

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naftalina, desagradablesolores que producían enOyzer-Dovidl deseos deestornudar. Nechele, en visorojo, apilaba prendas en elsofá, tal como hizo antes dePascua, cuando pintaron lasparedes. Oyzer-Dovidl sepreguntó:«¿Habráperdidoeljuicio?». No pudo seguir ensilencio:

—Oye, ¿se puede saber

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quépasa?—Nada.Ynotemetasen

losasuntoscaseros.—¿Es que hay alguien

quehagaloquetúhacesenlavísperadelYomKippur?

—Cada cual hace lo quehace.

—¿Esquequieresecharlotodoarodar?

—Quizá.Oyzer-Dovidl procuraba

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nomirar a sumujer, pero lavista se le ibaconstantemente hacia ella.Las pantorrillas de Necheleresplandecían bajo el cortoviso, y a Oyzer-Dovidl leirritaba que este viso fuerarojo. La Cábala dice que elrojo es el color del juicio.Pero el Yom Kippur estiempo de misericordia. Nocabía duda de que Nechele

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actuabaimpulsadapordeseosde venganza. Sin embargo,¿qué pecado había cometidoél para suscitar en Necheletalesansias?

Pese a que Oyzer-Dovidlseguía sintiendo hambre, selavó las manos y pronuncióla oración de gracias.Mientraslarecitabamiróporla ventana. Por la callepasaban carros de

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campesinos. Un chico gentilhacía volar una cometa.Oyzer-Dovidl siempre sintiólástimahaciaaquellasgentesdel ancho mundo que nohabían aceptado la Torá,cuandoelSeñorseloofrecióen el monte Seir y en elmonte Paran. Durante losDías del Temor Oyzer-Dovidl tenía muy claraconciencia de que los

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gentilesestabancondenados.Lacasafronteraalasuya

eraladelmatarifedecerdos.Allí,enelpatio,detrásde laverja, los cerdos eransacrificados y sus cuerposescaldados con aguahirviente. Los perrosmerodeaban ladrando.Bolek,unodeloshijosdelmatarife,que estaba empleado deescribiente en el

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ayuntamiento,siempre tirabade las crenchas a losmuchachos judíos y lesinsultaba con los másobscenos calificativos. Hoy,víspera del Yom Kippur, dela casa de enfrente sacabangrandesporcionesdecerdoylas cargaban en los carros.Oyzer-Dovidl cerró los ojos.Murmuró para sí: «¿Hastacuándo, oh Señor, hasta

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cuándo?Dafin,Señor,aestetenebroso Exilio, que vengaelMesías…¡Dejaque al finresplandezcalaluz!».

Oyzer-Dovidl inclinó lacabeza. Desde su infanciahabía vivido absorto en eljudaísmo y dominado por eldeseo de vivir santamente.Había estudiado todos loslibros hasidim, los libros demoralyhastahabíaintentado

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hallar un camino desalvación en la Cábala. PeroSatán le interceptaba elcamino. La ira de Necheleera un claro indicio de quelos Cielos no estabansatisfechosdelaconductadeOyzer-Dovidl.Sintióeldeseode hablar con Nechele, depreguntarle de qué modo lahabíaofendido,derecordarleque el mundo sólo puede

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subsistir mediante la paz.PeroOyzer-Dovidlsabíamuybienloqueocurriría.Nechelele contestaría a gritos einsultándole. Nechele seguíamoviendo paquetes con ropade un lado para otro ymurmuraba airada para sí.Cuando el gato intentófrotarseelcostadocontralostobillos de Nechele, ésta leatizó una patada que mandó

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al gato, maullando, fuera dela estancia. No, más valíaguardarsilencio.

Derepente,Oyzer-Dovidlse llevó las manos a lacabeza, ¡el día casi habíaterminado!

2

Oyzer-Dovidl fue a lasinagoga.Ser flageladoen lavíspera del Yom Kippur no

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era habitual entre loshasidim,aunquesíerapropiode los hombres piadosos.Pero Oyzer-Dovidl, despuésde las oraciones delatardecer, pidió a Getzl, elsacristán, que le azotara. Setumbó en el atrio, igual queun muchacho. Getzl se leacercó con una correa en lamanoycomenzóapropinarlelos treinta y nueve azotes

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prescritos por la ley. Oyzer-Dovidl no sentía dolor.¿Quién le tomaba el pelo?¿El Creador del Universo?Sentía deseos de pedir aGetzlqueleazotaraconmásfuerza, pero no se atrevía aello. Gimió para sí:«¡Merezco ser azotado conbarrasdehierro!».

Mientras recibía losazotes, Oyzer-Dovidl hacía

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examendeconciencia.HabíadeseadoaNecheleendíasdeimpureza y sin apenas darsecuenta, la había tocado condelectación.Habíaescuchadoatentamente los chismes queNechelelecontabareferentesalascosasqueocurríanenelmatadero de cerdos; habíaescuchado sus descripcionesde mujeres desnudas en elbañoritualyenelrío,yaque

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era en el río donde las másjóvenes se bañaban enverano.Nechelenodejabadealardear ante él de lo firmesque eran sus pechos, de loblancaqueerasupielydelomuchoque las otrasmujeresla envidiaban. Incluso habíainsinuado que muchoshombres la miraban condeseo. Oyzer-Dovidl pensó:«En fin, ya se sabe, las

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mujeressonfrívolas».Luegorecordó una frase de laGemara: «La mujer sólosiente celos del muslo deotra».

Después de laflagelación, Oyzer-Dovidlentregóalsacristándieciochogroschenparalaredencióndesualmaysedirigióasucasapara celebrar la últimacomida, antes del ayuno. El

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sol llameaba a Occidente.Los mendigos formabanhilerasalolargodelascallestras el platillo. Sentados encajas, en troncos, entaburetes, mendigaban serescon todo género de lacras ydeformidades: ciegos,mudos, sin manos, sin pies,uno que tenía la narizcarcomida y un orificio envez de boca. Pese a que

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Oyzer-Dovidl se habíallenado de monedas losbolsillos, pronto se quedócon los bolsillos vacíos. Ylos mendigos seguíanpidiendo, exigiendo,llamándole, exhibiendo susdeformidades y adelantandoel platillo. Oyzer-Dovidllamentó no haber cambiadoun billete y se dirigió lassiguientes palabras de

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reproche: «¿Por qué he detener yo dinero cuando haygente que vive en esapobreza?». Pidió excusas alosmendigos y les prometióquevolveríainmediatamente.

A toda prisa se dirigió asu casa. Se representó en laimaginación, igual que si laviera, la balanza en que sepesaban sus buenas y malasobras.Enunodelosplatillos

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se encontraba Satánamontonando pecados. En elotro se hallaba el BuenÁngel.Perolasplegarias,laspáginas de la Gemara y eldinero dado en limosna nobastaban para compensar elpeso en el otro platillo. Elfiel de la balanza no semovía. En fin; aún podíaarrepentirse. PrecisamenteéstaeralafinalidaddelYom

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Kippur. Ahora estridentesgemidos estremecían el airedelaciudad.Enelpatiodelasinagoga las mujeresimploraban protección parasusindefensoshijos.Losojosde Oyzer-Dovidl se llenaronde lágrimas. No tenía hijos.Seguramente era un castigodeDios.Y ésta era la razóndel mal comportamiento deNechele. Sí, quizás… Y

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también cabía la posibilidaddequeelestérilfueseélynoNechele.

Alentrarensucasagritó:—Nechele,¿tienesdinero

suelto?—No.La miró pasmado.

Nechele,enpie,planchabaunvestido cuya tela humedecíaarrojándole por entre losdientes agua que había

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embuchado. Oyzer-Dovidlpensó: «¿Se habrá vueltoloca, y que el Señor no lopermita? ¡Si es casi ya lahoradeencenderlasvelas!».Prendasdevestir cubrían lassillas y el banco. Cuantasropas tenía Nechele estabanallí, esparcidas. Faldas,blusas, medias, seamontonaban en desorden.Sobre una mesilla

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destellaban las joyas.Oyzer-Dovidl se dijo: «Es tododespecho y rabia; quiereprovocar una pelea antes decomenzar el Yom Kippur;estoesobradelDiablo;noloconsentiré». Oyzer-Dovidlpreguntó:

—¿Qué hay para cenar?Eslaúltimacomidaantesdelayuno.

—Enlamesaencontrarás

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unatorta.Sobre la mesa Oyzer-

Dovidlviounajarrademiel,una manzana y media torta.Miró a Nechele, tenía elrostro tenso y húmedo.Nechele, que nuncaderramaba una lágrima,estaba llorando. Oyzer-Dovidl murmuró: «Nuncallegaré a comprenderla».Aquellamujereraunenigma.

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Siempre había sido unenigma para Oyzer-Dovidl.Desde el día enque contrajomatrimonio con ella, Oyzer-Dovidl había deseado queNechele le confiara lossecretos de su corazón, peroal parecer lo tenía cerradoconsietellaves.

Sin embargo, hoy no erael día adecuado para pensaren estos asuntos. Se sentó a

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la mesa y comenzó abalancearse hacia delante yhacia atrás. Oyzer-Dovidl sesentía deprimido a menudo,peroaquelaño,en lavísperadel Yom Kippur, estabamucho más deprimido de lonormal en él. Sabía que seavecinaban desdichas; en loscielos se había decretadoalgún castigo contra él. Unaoleada de profunda

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melancolía le invadió. Sinpoder dominarse, preguntótartamudeandoaNechele:

—¿Sepuedesaberqué teocurre?

Nechelenocontestó.—¿Quédañotehehecho?—Hazte a la idea de que

hemuerto.—¿Qué? ¿Qué dices?

¡Eresloquemásquieroenelmundo!

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—Serásmásfelizconunamujerquepuedadartehijos.

Sólofaltabantrescuartosde hora para el ocaso, perolas velas todavía no estabanen los candelabros y Oyzer-Dovidl tampoco vio la cajacon arena en la que secolocaba el gran cirioconmemorativo. En añosanteriores a estas horasNechelesehabíapuestoyala

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capa de seda y el pañuelofestivo.Y el aire de la casaolía a pescado y a carne, aricos pasteles, a manzanascocidas con jengibre.Oyzer-Dovidlimploró:«¡Quenomefalten las fuerzas parasoportarel ayuno!».Pegóunmordisco a la manzana peroestaba tan ácida que no sepodía comer. Terminó laporción de torta pasada y

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reseca. Sentía el estómagocontraído, como cerrado,pero a pesar de ello, tragóonce buches de agua, comoprecaucióncontralased.

Recitó lasplegariasde labendición y miró por laventana. Un cielo de YomKippurcubríaelmundo.Unamasa de nubes, de un coloramarillo sulfuroso en elcentroydeun rojopurpúreo

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en los bordes, cambiabaconstantemente de forma.Había instantes que parecíaun río de fuego, y en elinstantesiguienteparecíaunaserpiente dorada. El cieloirradiabaunesplendorpropiodeotromundo.Derepente,laimpacienciadominóelánimode Oyzer-Dovidl. Nechelepodíahacerloqueledieralagana, pero él debía acudir a

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toda prisa a la casa deoración.Sequitóloszapatos,se puso las zapatillas, lablanca túnica de las fiestas,se cubrió la cabeza con ungorrodepiely seenroscó lafajaalacintura.

Conelchalde rezosyellibrodeoracionesenlamanodijoaNechele:

—¡Date prisa! Y pide aDiosunbuenaño.

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Nechele murmuró unarespuesta que Oyzer-Dovidlno oyó. Se fue, cerrando lapuerta a su espalda, ymurmuró: «Un enigma, unenigma».

Anteelmataderoporcinohabía un carro con uncaballo. El caballo comíaavenadelsacocolgadoensucabeza.Ungorriónpicoteabaentreelestiércoldelcaballo.

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Oyzer-Dovidl pensó: «Losgentilesnisiquierasabenqueestamos en Yom Kippur».Sintió lástima por aquellasgentes que se habíanentregado totalmente a lacarne. Eran tan ciegos comosuscaballos.

En las calles abundabanlos hombres con gorros depielylasmujeresconchales,pañuelosybonetes.En todas

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lasventanaslacialaluz.Pesea que Oyzer-Dovidl, con elfin de evitar tentaciones,procuraba no mirar a lasmujeres, no por ello dejabade advertir las capasadornadas con cuentas, losvestidosconcola,lascadenasal cuello, los broches y lospendientes. En todas partesse oían gemidos dearrepentimiento. En los

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rostros se dibujaba el gestode la risay tambiénelgestodel llanto, cuando las gentesse encontraban, se saludabany se besaban. Jóvenesmujeres que habían perdidoelmaridoounhijoenelañoanterior, corrían con losbrazos extendidos al frente,chillando. Los enemigos quedurante el año habíanprocurado no verse, hoy se

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echaban los unos en brazosde los otros y sereconciliaban.

La pequeña Casa deOración estaba llena arebosarcuandoOyzer-Dovidlentróenella.Laslámparasylos cirios destellaban en elresplandor del ocaso. Losfieles recitaban entresollozos la Plegaria de laPureza. La Casa de Oración

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olíaacera,olíaalapajaquesehabíaesparcidoenelsueloa fin de que los fielespudieran postrarse sinmancharse las ropas, ytambién olía a algoindefinible, al penetrante,dulce y peculiar aroma delYomKippur.Cadahombreselamentabadediferentemodo.Uno lo hacía en roncossollozos, otro engemidosde

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mujer. Un hombre jovensuspiraba sin cesar, agitandolospuñosenelaire.Unviejodeblancabarba,dobladoporlacinturacomosillevaraunapesada carga a la espalda,leía en voz alta el libro derezos: «Oh, pecador, hecopulado con bestias, conganadoyconaves…».

Oyzer-Dovidl fue a sulugar habitual, en el rincón

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del Sureste. Se puso el chalde rezos en la cabeza,tapándose el rostro, y quedócomo en el interior de unatienda.Unavezmás,imploróaDiosquenopermitieraqueNechele encendiera las velasmás tardede loprescrito.Sereprochósucomportamiento:«Hubiera debido hablar conella, hubiera debidopersuadirla con amistosas

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palabras». ¿Por qué estaríaNechele irritada con él?Oyzer-Dovidl se llevó unamano a la frente y sebalanceó hacia delante yhaciaatrás.Examinósuvivir,procuró averiguar cómo ycuándo había ofendido aNechele. ¿Acaso habíapermitido que de sus labiossaliera una mala palabra?¿Habíaolvidadoalabaralgún

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plato guisado por Nechele?¿Había permitido que de sulengua escapara algúnreprochecontralafamiliadeNechele? Oyzer-Dovidl norecordaba haber cometido lamás leve injusticia conNechele. Pero la desafianteconducta de Necheleforzosamente debía teneralguna causa. Aquel enigmatenía una solución, sin la

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menorduda.Oyzer-Dovidl comenzó a

recitar la Plegaria de laPureza. Pero uno de losnotables había pronunciadoyalaspalabrasdelintroito:

—Con el permiso delTodopoderoso…

Y el cantor comenzó aentonarelKolNidre.Oyzer-Dovidl pensó: «¡Dios mío!¡EstoysegurodequeNechele

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ha encendido las velasdemasiado tarde!».Apoyó lacabeza en el muro. «Ignorolas razones,pero lociertoesque Nechele ha perdido eldominiodesímisma,hubieradebido hacerla reflexionar,aconsejarla, dominarla».Recordóaquellaspalabrasdela Gemara: «Quien tiene elpoder de evitar un pecado yno lo ejerce es castigado

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incluso antes que el propiopecador».

Los fieles estaban ya amitad de la oración yrecitaban las palabras «Túconoces los secretos delcorazón», cuando en lasúltimas filas se alzó unclamor de voces. A suespalda Oyzer-Dovidl oyósuspiros, murmullos, elsonido de los libros al ser

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cerrados y algunas risas. Sepreguntó: «¿A qué puededeberse? ¿Por qué habráninterrumpido la oración?».Hizounesfuerzodevoluntadpara no volver la cabezaatrás.Posiblementesetratabade algo que no le afectaba.Alguien le dio un golpecitoen el hombro. Oyzer-Dovidlse volvió. Mendel, el Vago,estaba junto a él, en pie. El

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muchacho se tocaba con ungorro de campesino, ibacalzado con altas y ceñidasbotas y formaba parte de ungrupo de descreídos quejamás entraba en la Casa deOración, sino que sequedaban todos fuera, en elvestíbulo, corriendo yhablando en voz alta,mientras dentro los demásoraban. Oyzer-Dovidl se

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quitóde lacabezaelchaldeoraciones:

—¿Qué?—Tu mujer se ha

fugado… Se ha fugado conBolek,elhijodelmatarifedecerdos.

—¿Quédices?—Que la hemos visto

pasar por la plaza delmercado,enel carricochedeBolek… Poco después del

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momento en que hay queencender las velas… Y hantomado la carretera deLublin.

De repente, se hizo ungran silencio en la Casa deOración. Sólo se oía elsusurrode lasmechasde lascandelas y cirios. El cantorcalló, y con la cabeza vueltahacia atrás miraba a losfieles. Los hombres también

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guardaban silencio, vacía lamirada. Y los chicos sehabían quedado con la bocaabierta.Delazonareservadaa las mujeres se levantó unextrañomurmullo,unsonidomezcla de gemidos y risasmalcontenidas.

Oyzer-Dovidl estaba enpie, de cara a los restantesfieles, con el rostro tanblanco como la túnica. Poco

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a poco, su mentecomprendió: «Claro…¡Ahoralocomprendotodo!».Uno de sus ojos parecíallorar, en tanto que el otrocausaba la impresión de queriera. Después de aquellahorrible noticia, ante él seabría el camino hacia lasantidad. Todas lastentaciones habíandesaparecido. Nada quedaba

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salvo amar aDios y servirlehasta el postrer aliento.Oyzer-Dovidl volvió acubrirselacabezaconelchalde rezos, se volvió despaciohacialaparedyasísequedó,con la cabeza envuelta en elchal,hastaelmomentode laoración final, al anochecerdeldíasiguiente.

(Traducidodelyiddishal

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inglésporChanaFaersteinyElizabethPollet).

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Altele

1

A los diez años de edadAltele ya era huérfana depadre y madre. Primeromurió el padre y después lamadre.Altele fue criada porsu abuela, la viuda Hodele.LaviudaHodeletrabajabaenelcementerioyasíseganaba

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la vida. Cuando moría unamujerenelprimerdíadeunaserie de días de fiesta, sedisponía que el entierro secelebrase en el segundo día.Y, como sea que en los díasfestivos estaba prohibidocoser, Hodele prestaba alcadáver su propio sudario,que tenía siempre dispuesto,en un baúl. Por este serviciolaSociedadFunerarialedaba

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una pequeña retribución.Además, también ganabaalgún dinero yendo alcementerioyrezandoallíporlosenfermos.Sialguienselopedía, Hodele cogía unamecha, laponíaalrededordelatumbadeunhombresanto,luego transformaba lamechaen candelas y encendía estascandelas en la sinagoga.Hodeletambiénseencargaba

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de echar aceite a la lámparade llamaeternaquehabíaenlacapilla,sobrelatumbadelmártir Zalmon, que habíamuerto azotado por unterrateniente,quienlecastigódeestamanerapornegarseaconvertirse.

¿Qué necesitaba Hodelepara vivir? Los lunes y losjueves ayunaba. Tambiénobservabaelayunoendíasen

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que los judíos habían yaolvidadodesdehacíamuchosaños tal obligación, y quesólo se mencionaban enviejascrónicasydocumentosescritos en pergamino.Hodele poseía un libro deoraciones que había sidoimpreso en la antigua Praga.Teníaeste libro lascubiertasde madera, y conteníalamentos y oraciones de

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penitencia especiales paratodo género de problemas ydesdichas, desde revueltasestudiantiles hasta matanzascolectivas, ocurridos en lostiemposde lapestenegradePragaeinclusoanteriores.

Hodeleeramuypequeña.Teníalaalturadeunaniñadeseis años. Y, a medida queenvejecía, más disminuía sutamaño. Temblaba sin cesar,

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como si estuviera en mediode una corriente de aire.Tanto en invierno como enverano, llevaba variosvestidos,unoencimadeotro,yseenvolvíaconunchal.Alos cuarenta años tenía lacara arrugada y contraídacomo un higo seco. En losdías que no eran de ayuno,Hodele sólo comía una vezen toda la jornada, y su

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comida consistía enmendrugos mojados en sopaderemolacha.

Hacía ya mucho tiempoque Hodele había perdidodientesymuelas.Selehabíaencorvado la espalda. Se lehabía caído el pelo de lascejas.Enelmentónlecrecíavello de vieja. Sus pálidoslabios no dejaban demurmurar oraciones y frases

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de buenos deseos, tanto paraseres individualescomoparaIsrael: que conserven lasalud, que no les falte eldinero, que gocen de laalegríadehijosynietos,queeduquen a sus descendientesenladevociónalaTorá,quelleven a sus hijas al doselmatrimonial, que el Mesíasvenga a nos y que losmuertosresuciten.

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Hodele gemía y llorabaen todos los funerales. Noguardabaparasíniunchavo,y con lo poco que ganabacompraba cereales y hacíasopas para los enfermos delasilo. Los viernes, Hodele,capazoenmano,visitaba loshogaresjudíos,ylasamasdecasaledabanlassobrasparalos enfermos, ya fuera unaporción de pan o de torta,

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cabezas y patas de gallina,una cola de pescado, lacabezadeunarenque…

Altele se parecía a suabuela en cuanto a piedadhacía referencia; y a sumadre en cuanto a belleza.Altele tenía la piel blancacomolanata, losojosazulesyunadoradacabelleraquesuabuela le peinaba conesmero, formándole una

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gruesa trenza. Altele iba alcementerio con Hodele y lellevaba el Libro de lasSúplicas y el Libro de lasPlegarias ante la tumba.Además, el chal de rezosresbalaba a menudo de loshombros deHodele, en cuyocaso Altele se lo volvía aponer. La abuela habíainfundido en Altele ungrande y devoto temor de

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Dios, y Altele rezaba tresveces al día, evitaba fijar lavista en los hombres y hastaevitaba mirar a los perros ylos cerdos. La vigilia delprimer y último día de cadames,Altele se postraba antelas tumbas de su padre y desumadre.

Cuando Altele contabacatorce años, su abuela laprometió en matrimonio al

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ayudante del maestro deShebreshin. Por su belleza,Altele hubiera podidocontraer matrimonio con unhombre rico, pero elayudante del maestro,llamado GrunamMotl, teníafamadeserdevoto.Además,también era huérfano y decuerpo nomuy fuerte. Teníauna cabeza muy grande,barriga saliente y piernas

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cortas.Enseñabaaloschicosde cheder el alfabeto y losrudimentosdelcánticoritual.Conellosentonabacánticosyles amenazaba con elpuntero.

Los escasos kopecks queelmaestro titular le daba nobastaban para que GranamMotlpudieravivir,porloquecomíaycenabaenhogaresdelos padres de sus alumnos,

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cadadíadelasemanaenunacasa diferente. En ciertaocasiónenqueseprodujounincendio en plena noche, enShebreshin, Grunam Motlrescatódelasllamasavariosniños alumnos suyos. Entróen las casas incendiadas ysalvóde lamuerte amuchasalmas.Lasllamasprendieronen sus crenchas y salió deltrance con una oreja

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chamuscada. A los oídos deHodele habían llegadonoticias de estas buenasobrasyeligióaGrunamMotlcomomaridodeAltele.

Elcontratodeesponsalesse redactó en la vigilia delPurim, fiesta en la que seconmemora la derrota deHamán,quequisoaniquilaralos judíos.Y la boda se fijópara el Sábado de la

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Consolación, después delAyunodeldíanuevedelmesde Ab, o sea el penúltimomes del año judío. Altelecasósindote.Suabuelalogróque le hicieran dos vestidos,unpardezapatosyuna tocadematrona.En lavísperadela boda, la encargada de losbaños rituales afeitó lacabeza de Altele. Fue unaboda pobre, pero acorde en

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todo con lo mandado por laley. El viernes por la nochese montó el doselmatrimonialantelasinagoga.Al anochecer del sábado losmúsicos tocaron ante la casade Altele, cuyo piso era detierra y las paredes estabantan negras como las de unestablo.Hodelepreparóunascuantas tortas, pocas, y unaszanahorias azucaradas. Los

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invitados aportaron el vino,el aguardiente y tambiénguisantes y alubias. Losnovios recibieron tambiénregalos de boda: un par decacharros de cocina, unajofaina,unasartén,una tablapara amasar pasta y unsalero.Comoseaquelacasade Hodele sólo tenía unahabitación, montaron uncamastro nupcial en la

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buhardilla.El novio, Grunam Motl,

tenía el cabello rubioamarillentoygrannúmerodepecasenlapiel.Peseaquelaboda se celebró en verano,GrunamMotlacudióaldoselmatrimonial con abrigo,gorra de terciopelo conorejeras y calzado conpesadas botas de cuero. EratímidocomouncolegialLas

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muchachas se burlaron de ély soltaron más de una risitaahogada.

Poco después de habercontraído matrimonio,Grunam Motl pasó a serayudante delmaestro ItcheleKrasnostover. El jovenmatrimoniovivíaconHodeleen la única habitación de lacasa de ésta. Por la nocheponían un biombo que les

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separaba del banco en queHodeledormía.

Inmediatamente, HodelecomenzóaesperarqueAltelequedara embarazada, peropasó el invierno y Alteleseguían teniendo la regla.Hodele fue a orar antesagradas tumbas. Encargóque le escribieran unaplegaria y la dejó en lacapilla del mártir Reb

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Zalmon.Hodele puso en práctica

todo género de medios paraqueAltele concibiera,Todoslos viernes daba a GrunamMotlajosasadosafindequesu simiente aumentara.DabaaAlteleubresguisadas,dabaa morder a Altele elprotuberante extremo de unlimón que había sidobendecido por piadosos

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judíosenelSukkothoFiestade los Tabernáculos, yrecitaba todo género deoracionesanteAlteleafindeque su matriz se abriera. LapropiaAlteleorabatodoslosviernes después de labendición de las velas,pidiendo hijos al Señor. Laencargada del baño ritualreveló a Altele diversosmedios para que su marido

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deseara su cuerpo y ademásformuló los exorcismospertinentes para ahuyentarlos poderes que impiden laconcepción.Peropasóunañoy la matriz deAltele seguíacerrada.

Hodele comprendió quesus rezos y las súplicas deAltele no; bastaban. EnZokelkov vivía unmilagrerollamado Reb Harshele.

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Hodele envolvió en unpañuelo una hogaza de pan,unas cuantas cebollas yvarias cabezas de ajos y, encompañía de Altele, partióparaZokelkov.

Como sea que las dosmujeres carecían de dineropara pagar un medio detransporte, emprendieron elviajeapie.Hodelecaminabatan despacio que tardaron

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variassemanasenllegarasudestino. Por la noche laabuelay lanietadormíanenlos campos, a veces enposadas y otras en losgraneros de las casas de loscampesinos.Gentecaritativa,tanto cristiana como judía,dabaalasdosmujeresyaunaporcióndepan,yaunnabo,ouna zanahoria o unamanzana. En los campos

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abundaban las moras y lassetas. Altele sabía hacerfuego frotando dos ramassecas.DuranteelmesdeAb,décimo primero delcalendario hebreo, los díaseran cálidos e incluso lasnoches ofrecían aire tibio.Yde esta manera Hodele yAltelerecorrieroneltrayectohastaZokelkov.

Reb Hershele, el hombre

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que obraba prodigios, sólorecibía seis mujeres al día,por lo que la poblaciónrebosaba mujeres estériles yenfermas, recién casadasvíctimas de malosencantamientos muchachasposeídaspordemoniosoquepadecían constante hipo yesposas abandonadas enbuscadesusmaridos.

Lasmujeressepasabanel

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día sentadas en troncos deárbol ante la casa de RebHershele, cada cual con suhatillo, en espera de serrecibidas. Un sacristán denegra barba y ojos de fuegoiballamandoalasmujeresdeunaenuna.Lasquelehabíansobornado con unos cuantosgroschen pasaban delante delas demás. El sacristánbromeaba con las mujeres

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jóvenesyreñíaalasviejas.Tanto Hodele como

Altele ignoraban laposibilidad de sobornar alsacristán. Pasaron dossemanas sin que Hodele yAltele fueran llevadas apresencia del santo varón.Por fin alguien se apiadó deellas y consiguió que elsacristán las llamara. RebHersheleeraunhombremuy

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pequeñito, de la altura deHodelemásomenos,conunabarba blanca que le llegabahasta las ingles, cejashirsutas y blancas crenchasque le llegaban hasta loshombros. El borde de sublancocaftán,conunacuerdaen la cintura, arrastraba porel suelo. Llevaba tambiénblanco el birrete. RebHershelepidióundonativoy

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Hodele le dio los dieciochogroschen que llevabaenvueltos en la punta delchal.

Reb Hershele puso lasmanosenlacabezadeAlteley le dio su bendición.Tambiénlediounabolsitadetelaqueconteníaunamuleto.Le dijo que por la noche,después del baño ritual,cuando el marido acudiera a

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su lado, debía humedecer lapuntadeldedoconel semenque el marido le hubieradejadodentro, y poner dichosemen en el borde del vasodevinoconquesedespideelsábado.

RebHersheledijo:—Ahora vete a casa.

Dentro de un año, en estosdías,tendrásunhijo.

Sin embargo la estación

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estaba demasiado avanzadaparaemprenderelcaminoderegreso, puesto que faltabamuy poco para los Días delTemor. Hodele y Altele sequedaron en Zokelkov,alojadas en el asilo, hastadespuésdelSukkothoFiestadelosTabernáculos.

2

Pasó un año, pasaron

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cincoypasarondiez,sinqueAltele concibiera. Hodelemurió y sus restos fueronenterradoscercade la tumbadeRebZalmon.Lasmujeresque la amortajaron dijeronquesucuerponopesabamásque el de un pollo, y que enla muerte sonreía. GrunamMotl rezó el Kaddish uoracióndelosmuertos.

Al morir Hodele, por

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decisióndeloshabitantesdelpueblo Altele sustituyó aaquéllaensusfunciones,porloqueAltelesededicóaorarpor los enfermos y a medirtumbas. Constantementehacía viajes en busca devarones con fama desantidad, de milagreros eincluso de brujas,adivinadores del porvenir ymagos. En momento alguno

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dejó de probar medios paraconcebir. Colgados al cuellollevaba amuletos en grannúmero, tales como dientesde lobo,piedrecitasmágicas,monedas santificadas porbendiciones y porciones deámbar. En la bolsa de viajellevaba todo género dehierbas,botellasconbrebajesmágicos y ungüentos;Alteleseguía cuantos consejos le

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dabanhombres conpoder deobrar prodigios y mujeresestériles. Sí, porque en esascosasunonuncasabe…

Grunam Motl habíaascendido desde ayudante demaestro a maestro depárvulos, pero seguíacomiendo y cenando endistintas casas debido a que,enprimerlugar,noganabalosuficienteparacomerencasa

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y, en segundo lugar, Altelerara vez estaba en el hogar.Altele volvía en los días defiesta, tomaba el baño ritualyseacostabaconsumarido.Tan pronto las fiestasterminaban, Altele volvía asalir de viaje, recorriendo elpaís a lo largo y a lo ancho,con un bastón en la mano yunsacoalhombro.

Si Altele se pasaba la

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vida vagabundeando de unlado a otro, no se debíasolamenteaquelaesperanzala impulsaba a ello, sinotambién a que se habíaacostumbrado a esa clase devida. Las buenas gentes ledaban de comer, ya que enmodo alguno estabandispuestas a tolerar que unsemejante se muriera dehambre.Casi en todaspartes

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encontraba un asilo paraindigentes o un montón depaja en el que reclinar lacabeza. En todos lados oíanoticias de nuevos portentosobrados por hombres santos,acerca de mujeres queahuyentaban elmal de ojo oque adivinaban el porvenirpor el medio de derramarcera fundida, o que veían loque ocurriría examinando

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naipes, o que leían en lapalma de lamano o tocandolos huesos de la cabeza, quemirabanlasprofundidadesdeespejos negros o queadivinaban hechos por venirgracias a huesos de unmuerto.

Los rabinos de todos lospueblosyciudades advertíanque lasmuchachas judías nodebíandepositar su feen los

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magos, ni en quienesinvocaban malos espíritus opracticaban conjuros ennombre de diablos o deLilith, la diablesa. Sinembargo, las mujeresestériles seguían empeñadasen su búsqueda. Estabandispuestas a hacer cualquiercosa con tal de traer un hijoalmundo,inclusosiparaellotuvieran que yacer en lechos

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declavos,enlaGehenna,trasla muerte, en el más allá.Ocurría a menudo que losconsejos de los rabinos y delosgitanoseranexactamentelosmismos.Altelerecurrióatodo género de remediosrepulsivos,talescomolapielcortada a un niñocircuncidado, la sangrederramada por una noviavirgen,excrementodediablo

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y ranas secas, la placenta deun recién nacido, lostestículos de un ciervo…Cuando uno quiere algo deverasnopuedehacerleascosanada.

UnabrujaordenóaAltelequesetumbaraenunhoyodeescasa profundidad y lacubrió con mantillo, hojassecas y paja podrida. Alteleestuvounahoraenestafosa,

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conlafinalidaddeengañaralos diablos, de manera que,creyéndolamuerta, apartarandeella suatención.Unviejoque adivinaba el porvenirmediante gotas de aceite,ordenó aAltele que recitaralos nombres de variosdemoniosyseresmalignos,ytambiénleordenópronunciarunaspalabrasquellenarondeterroryascoaAltele.

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PasaronmásañossinqueAltele pudiera decir conexactitud cómo habíanpasado, y en qué los habíaempleado. En invierno elvagabundeonoerafácil,peroenveranodabagustorecorrersenderos y carreteras, porentre los campos y losbosques, dormir en lostrigales, en cobertizos,granerosypajares,enhuertos

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yjardines.Altele rara vez viajaba

sola. Siempre encontrababuenas almas atormentadasporproblemas.Yanoteníalaregla, pero las mujeres ledecíanque aúnpodía alentaresperanzas. ¿Acaso Sara nohabíadadoaluzaIsaacalosnoventaaños?SiDiosquiere,los ovarios y la matriz serenuévan. En Izhbitza, una

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mujer de cincuenta habíaalumbrado mellizos. EnCrasnistow, una abuela y sunietahabíanparidoalmismotiempo.EnPiask,unhombrede noventa había casado conuna muchacha de diecisieteque le dio ocho hijos, todosellosvarones.

Una vez, cuando despuésdel Sukkuth Altele volvió acasa con un saco lleno de

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hierbasyelcorazónhenchidode la fe en que, en estaocasión,porfinseproduciríael milagro, encontró la casavacía.GrunamMotlsehabíaido hacía ya unos meses. Anadie dijo dónde iba.Dejó asusalumnosamediocursoynisiquieracobrósushaberes.Unos vecinos dijeron que lehabían visto emprendercamino hacia Lublin. Otros

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aseguraronquehabíapartidoen dirección al río San. Losladrones habían robado losescasos cacharros de lacocina, así como el vestidode fiesta de Altele, que eracuanto le quedaba de suajuar. Al principio, Altelepensó que Grunam Motlhabíapartidoenbuscadeunmejorempleodemaestrooavisitar familiares, y que no

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tardaría en regresar o enescribirle. Pero pasaron lassemanasy losmeses sinquenada se supiera de GrunamMotl. De manera queAltelequedó convertida en esposaabandonada. Ahora ya nopodía alentar esperanzas detenerunhijo.

Aquel invierno Altele lopasó en casa. Reanudó suscotidianas visitas al

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cementerio. En el pueblo sedeclaróunaepidemiayluegootras. Las epidemias secebabanenlapoblación.Losniñosmoríandelatosferina,de la viruela, de laescarlatina. Los mayoressufrían disentería. Cuandollegó el Purim, laconmemoracióndeladerrotade Hamán, las epidemiasdesaparecieron y Altele se

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puso a trabajar en unapanadería, dedicándose aamasarpasta.

Hasta aquel inviernoAltele había conservado lasapariencias de la juventud, ysus mejillas habían sidosuavesyrosadascomolasdeunamuchacha.Peroahorasurostro había palidecido, lanariz se le había afilado yredes de arrugas se le

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formaron alrededor de losojos. Por encontrarse sola,Altele tuvo que celebrar lasfestividades religiosas en elasilo, con los mendigos ytullidos.

Las gentes del pueblocreían que ahora Altele sequedaría en su casa. Peropocos días después de laPascua Altele dijo a losagentes que vendían casas y

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terrenosquequeríavenderlasuya.

El invierno habíaterminado. El cielo estabadespejado, luda el sol y loscharcos comenzaban asecarse. Soplaban suavesbrisas provenientes de losbosques y Altele decidiópartir en busca de GrunamMotl.Enestaocasión,Alteleviajó con grupos de esposas

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abandonadas que, igual queella, iban en busca de susmaridos.Fuerondeciudadenciudad,entraronensinagogasy casas de oración,mezclándose con loshombres, visitaron asilos,ferias y posadas, e inclusoinspeccionaron lápidasmortuorias en loscementerios. Algunas deellas llevaban certificados

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librados por rabinos en losque se decía que realmenteeran esposas abandonadas ysepedíaalosnotablesdelascomunidades que lasayudaran.

Las esposas abandonadasexplicaban casos muydiferentes y contabantambién otros casos que aellas les habían contado.Altele se enteró de las

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rarezas de muchos hombres.Habíaascetasquesenegabana yacer con sus esposas amodo de penitencia deextraños pecados; hasidimsque viajaban para visitarrabinos célebres y queolvidaban regresar a casa;hombres que partían a piecaminode Israel yotrosqueibanenbuscadelasperdidastribusde Israel,más alládel

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ríoSambation.Altelesupodeincorregibles aventureros, deborrachos, de lascivos queencontraban otras mujerescon las que casaban, eincluso de maridos que seconvertían y contraíanmatrimonio con gentiles.Tampoco faltaban los quehabían desaparecido sinmotivo alguno y se hallabanenparaderoignorado.

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Una esposa abandonadacontóaAltelequesumaridosalióde lahabitaciónenquese encontraba, reclinado enundiván, en la víspera de laPascua,vestidoconsublancatúnica y las zapatillas,diciéndole que iba a cerrarlos postigos, y que desdeentonces nuncamás supo deél.Nocabíadudadeque losdemonios se lo habían

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llevadoaalgúnlugarsituadomás allá de lasMontañas delasTinieblas o al castillo deAsmodeo.

Pasó el verano y Alteleregresó a su casa en el mesde Elul, el último delcalendariohebreo.Peronadiehabía tenido noticias deGrunam Mod. Altele sequedó para pasar las fiestas,yeldíasiguientedélSukkoth

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volvió a partir. En estaocasión estuvo ausente unaño. Cuando al cabo de esteañoAltelevolvió,vioquesucabañahabíaardido.Celebrólasfiestasenelasilo.

3

Habían transcurrido casicincoaños.Undíadeverano,cuando Altele entró en unasilo de una población de la

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llamada Gran Polonia, vio aGrunamMotl.Estabasentadoen un montón de paja,comiéndose una zanahoria.Era el mismo GrunamMod,aunque con la barbaentreverada de gris. Altelereconociólagrancabezota,elhinchado estómago, la narizaplanada. Le miró fijamenteylepreguntó:

—¿Me engaña la vista o

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esverdadloqueveo?—No te engaña. Soy

GrunamMotl.—¿Mereconoces?—Claroquesí,Altele.Altelelepreguntó:—Desdichadademí,¿por

qué me abandonastedejándomeenlamiseria?

Grunam Motl dejó lazanahoriaenlapaja:

—Nolosé.

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—¿Cómofuistecapaz?Durante irnos instantes

Grunam Motl miróhumildemente a Altele y seencogió de hombros. Luegosu rostro se cubrió deseriedad:

—Estaba cansado de sermaestro.

Alteleestrechóelcerco:—De manera que si un

hombre está cansado de ser

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maestrodebeabandonarasuesposa,¿noeseso?

—Bueno…—Contesta.Ahoraque te

he encontrado no creas quevaya a soltarte tanfácilmente.

—Mefuiavermundo.—Pero, ¿por qué? ¿por

qué?—De todosmodos nunca

estabasencasa.

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—¿Tienesotraesposa?—¡Diosnolopermita!—Entonces,¿qué?—Entonces,nada.—¿Ignoras que es un

pecado muy grave elabandonaralaesposa?

—Sí,escierto.Los otros indigentes que

se encontraban en el asilohabían oído la conversaciónentreAltele yGrunamMotl,

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e intervinieron con granenergía. Los hombresafeaban a Grunam Mod sucomportamiento. Y lasmujeres le insultaban.Grunam Motl permanecíacon la cabeza baja, ensilencio.

Alcabodeunratodijo:—Esta zanahoria es

cuantotengoenelmundo.—Vayamos a ver al

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rabinoinmediatamente.—Pormiparte…El rabino escuchó la

historia y frunció elentrecejo.Ciertamente,laleycuando marido y esposa sereconocen mutuamente ynadieniegaquesonmaridoymujer, su palabra debe sercreída. Sin embargo en elpueblo habían ocurridomuchos y muy diversos

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casos. En cierta ocasión unaesposaabandonadareconocióasumarido,quienaccedióaconcederle el divorcio, perodespués, resultó que aquelindividuonoerasumaridonimucho menos, y la mujercontrajonuevomatrimonioydio a luz a un bastardo.Ahora el rabino se cogió labarbaconlamanoypreguntóaAltele:

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—¿Tienesalgunaseñal?—¿Quéclasedeseñal?—Alguna señal en el

cuerpo.Una de estas señalesque sólo las esposas puedensaber.

—No recuerdo tenerseñales.

—¿Y él? ¿Tiene algúngrano, alguna mancha,verrugas?

—Nunca se las he visto,

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silastiene.El rabino preguntó a

GrunamMotl:—¿Yella,tehasfijadoen

sitienealgunaseñal?Grunam Motl alzó sus

cejasamarillentas:—Nolosé.ElrabinollevóaGrunam

Motl a otra habitación parahablar con él en secreto. Notardó en regresar y preguntó

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aAltele:—¿Aqué tribu pertenece

tumarido?¿Esunkohenoesunlevita?

—Tampocolosé,rabino.—¿Cuál es el nombre de

sumadre?—¿El nombre de mi

suegra?Cuandonoscasamosmimaridoerahuérfano.

—¿Y nunca te habló desumadre?

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—Nolorecuerdo.—¿Ydesupadre?—Tampocolorecuerdo.—¿Estás segura de que

estehombreestumarido?—Sí,rabino,estehombre

esGrunamMod.—Y tú, Grunam Motl,

¿reconocesenestamujeratuesposa?

GrunamMotlparpadeó:—Creoquesí.

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—¿Lareconocesodudas?—Pienso que la

reconozco.Elrabinopreguntó:—¿Yquéquieres?¿Vivir

conellaodivorciarte?Durante largo rato todos

guardaron silencio. Por finGrunamMotldijo:

—Haréloqueellaquiera.—¿Y tú, mujer, qué

quieres? ¿Quieres convivir

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conéloquieresdivorciarte?—¿Por qué he de

divorciarme? No me hacausadodañoalguno.

El rabino les interrogódurante largo tiempo.Pocoapoco consiguió le dieranalgunaspruebasdeidentidad.Grunam Motl recordaba aHodele, la abuela de Altele.Altele recordó que GrunamMotl tenía negra la uña del

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dedogordodelpieizquierdo.El rabino ordenó a GrunamMotl que se descalzara y sequitara el harapo con que seenvolvía el pie, y vio queverdaderamente aquella uñaeranegra.Elrabinodijo:

—Podéis iros y vivirjuntoscomomaridoymujer.

Sí, pero ¿dónde iban avivir? Grunam Motl habíadejadodeganardinero.Vivía

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delimosnas.Volvieron al asilo. El

administrador del asilo pusoun montón de paja paraAltele.Losalegresmendigoslanzaron maliciososmaullidos en honor y burladel matrimonio. En la bolsaAltele llevaba un cacharro,un puñado de avena y unacebolla,ylopusoenelhogarmientras Grunam Motl salía

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en busca de leña. El juevesambos salieron a mendigar.Las gentes del pueblo sehabían enterado de queGrunam Motl habíaabandonadoasuesposaynoquisieron darle ni ungroschen. Y a Altele ledecían que tenía marido yque laobligacióndelmaridoera trabajar para sustentarla.Al atardecer regresaron con

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labolsavacía.El asilo estaba atestado,

con el aire densodehumoycon un hedor insoportable.Los niños lloraban mientraslas madres lanzabanmaldiciones y se entregabana la caza del piojo. Losgraciosos del asilo gastaronlas más crueles bromas a lareciénreunidapareja.

Pasaron un par de

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semanas sin que GrunamMotl diera la más levemuestra de desear a Altele.Evidentemente había llegadoel momento en que Grunamno necesitaba esposa. Yacíadespierto, murmurando parasí, hasta altas horas de lanoche. Cada media hora selevantaba e iba a orinar albarreño destinado a estosfines. Antes de que en el

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cieloaparecierael lucerodelalba,ibaalaCasadeEstudioy allí se quedaba hastadespués de las oraciones delatardecer.Altelepropusoquefueran a dormir a los bañosde la comunidad, peroGrunamMotlrepuso:

—Quizás haya demoniosallí, y los demonios me danmiedo.

—Bueno, pues vayamos

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alcampo.—No,esonoesdecente.—Entonces, ¿qué

quieres?—Si lo deseas puedo

concederteeldivorcio.Altele meditó. ¿Cuáles

serían las consecuencias deundivorcio?Sidejabadeseresposa abandonada, tendríaque ir a vivir a algunapoblación para ser criada en

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alguna casa, o lavandera, odedicarse a amasar pan.¿Casarse de nuevo? ¿Quiénibaacasarseconella?

Y aún en el caso de queencontrara a alguien, Alteleno estaba dispuesta aempezar de nuevo. Alteleañoraba los caminos, lasposadas junto a lascarreteras, las esposasabandonadas que contaban

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tristes historias, lasconversacionesmelancólicas,laspalabrasdeconsuelo.

Una noche, mientrasGrunamMotlroncaba,Alteleselevantó,cogiólabolsayelbastónypartióalabuenadeDios. Pronto encontró unacallequeconducíaalcampo.La luna de la noche yaavanzada lanzaba redes deluz sobre las mieses

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amarillas. Cantaban losgrillos, croaban las ranas.Seformabaelrocío.Sombrasdeespíritusinvisiblesquevaganentre cielo y tierra recorríanlostrigales.

Altelesabíamuybienlospeligros a que se exponía alir sola por el campo alamanecer, pero recordabauna frase mágica paraahuyentar a los malos

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espíritus que vagan en lanoche.Altelejamásregresóasu pueblo natal, ni a aquelotroenquehabíaencontradoaGrunamMotl.Volvíaaseruna esposa abandonada. Unavez más acudió a lassinagogas, a las Casas deEstudio y a las ferias enbusca del maridodesaparecido. En compañíade otras esposas

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abandonadas, leía lasinscripciones en las lápidasmortuorias y hojeaba losregistros de difuntos de lassociedades de entierros.Llegóelmomentoqueolvidóelnombredelpueblo enquehabía encontrado a GrunamMotl.

Altelesabíaquepecabaalengañar a la comunidad.Aunque quizá su

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comportamiento no fueraengaño,quizásaquelGrunamMotl que había encontradoera un demonio. Muy amenudo los demoniosadoptaban las apariencias dehombres. Y también losmuertos se levantaban de latumba y se mezclaban conlosvivos.Alteleseconsolabacon la certeza de que nohabía cometido otro pecado.

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Incluso un santo podíacometerunúnicopecado.

No, el GrunamMotl quehabíayacidoenelmontóndepaja junto aAltele y que sepasaba las horas musitandoparasí,noeraelmaridoqueella tanto había deseadoencontrar. La esposa de unrabino había revelado aAltele que el verdaderomatrimonio sólo se

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encontrabaenelotromundo,cuando lacarney loshuesosquedaban desechados y sólovivía el alma. El verdaderoamor entre hombre y mujersólo comienza en el Paraíso,cuando el hombre se sientaenuntronodeoroylamujerle sirve de taburete en queponer los pies, y ambospenetran en los misterios delaTorá.AquíenlaTierra,en

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este valle de lágrimas, unamujer es esposaabandonada,incluso cuando apoya lacabeza en la mismaalmohada en que el maridoreclinalasuya.

(Traducido del yiddish dinglésporMirraGinsburg).

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Labroma

1

¿Por qué razón un judíopolaco que vive en NuevaYork ha de publicar unarevista literaria en alemán?La revistaDas Wort erateóricamente de publicacióntrimestral,peroescasasvecessalía tres veces al año y

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muchas sólo dos, pese atratarsedeunbrevevolumendenoventayseispáginas.Yono conocía a ninguno de losescritores alemanes quecolaboraban en esta revista.Hitler ya había accedido alpoder y dichos escritoreseran todos refugiados. Losoriginales llegaban desdeParís,Suiza,Londresyhastadesde Australia. Los relatos

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eran tremendamenteimportantes, con frases queocupaban toda una página,sinunsolopunto.Peseaquelo intenté con todas misfuerzas, jamás conseguíterminarlalecturadeunodeesos relatos. Los poemascarecían de ritmo y rima, y,en cuanto se me alcanza, decontenido.

El director, Liebkind

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Bendel, había nacido enGalitzia, había vividobastantesañosenVienay sehabía enriquecido aquí, enNueva York, con negociosinmobiliarios y en la Bolsa.Vendió todas las accionesunos seis meses antes de ladepresión de 1929, y, en lostiempos en que el dinerocontante y sonante andabamuy escaso, invirtió el suyo

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enedificios.Nos conocimos debido a

que Liebkind Bendelproyectaba publicar unarevista comoDasWort ,peroen yiddish.Quería que yo ladirigiera. Nos reunimosinfinidad de veces enrestaurantes y cafés, asícomo en el piso del propioLiebkind Bendel, enRiverside Drive. Era un

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hombre pequeño, de cráneoestrechoypelado,caralarga,nariz puntiaguda, mentónsaliente y manos y piespequeñitos, casi femeninos.Tenía pupilas amarillentas,de color de ámbar. Mecausaba la impresión de serun muchacho de unos diezaños a quien alguien habíapuesto cabeza de hombreadulto. Iba siempre

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deslumbrantemente vestido,concorbatasbordadasenoro.Tenía muchas aficiones.Coleccionaba autógrafos ymanuscritos, comprabaantigüedades, era socio declubsdeajedrezysepreciabade ser un gourmet y unDonJuan. Le gustaban losaparatos ingeniosos, comolos relojes con calendario ylasplumasestilográficasque

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eran al mismo tiempolinternadepilas.Apostabaenlas carreras de caballos,bebía coñac y tenía unaampliacoleccióndeobrasdeliteratura erótica. Estabasiempre en trance dedesarrollaralgúnplanuotro,con finalidades tales comolasdesalvaralaHumanidad,devolver Palestina a losjudíos, reformar la vida de

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familia, convertir lasactividades de loscasamenteros en una cienciay un arte al mismo tiempo.Unadesusideasfavoritaseraorganizar sorteos en los queelpremio fueraunahermosamuchacha,unaMissAméricaounaMissUniverso.

Liebkind Bendel estabacasado con una mujeralemana,Triedel,nomásalta

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que él pero extremadamentegruesa,yconcabellonegroyrizado. Había nacido enHamburgo y era hija de unalavanderaydeunferroviario.Los padres de Friedel eranajíos, pero Friedel parecíajudía.Llevabaañosdedicadaa escribir una tesis sobre lastraducciones de Shakespeareefectuadas por Schlegel.Friedel llevaba la casa y

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ademásactuabadesecretariadesumarido,quien,asuvez,tenía una amante llamadaSarah, viuda y con una hijaloca. Sarah vivía enBrownsville. En ciertaocasión Liebkind Bendel mepresentóaSarah.

El único idioma queLiebkind Bendel dominabaera el yiddish. Con quienesno sabían yiddish, Liebkind

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Bendel hablaba una extrañajerga compuesta de yiddish,alemán e inglés. Tenía laespecial habilidad dedeformar ymutilar todas laspalabrasquepronunciaba.Notardémuchoendarmecuentade que la literatura eramateriatotalmenteajenaasupersonalidad. El verdaderodirector deDas Wort eraFriedel. La versión en

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yiddishdeesta revista jamásllegó a ver la luz, sinembargo seguí tratando aaquel juguetón hombrecillodebidoaqueenélhabíaalgoque me atraía. Quizás estefactor de atracción radicabaen que era yo incapaz dellegar al fondo de supersonalidad. Siempre quellegué a creer que por finhabía alcanzado a conocerle,

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eltiposalíaconalgonuevoeimprevisto que me dejabadesconcertado.

Liebkind Bendel hablabaa menudo de sucorrespondenciaconunviejoy famoso escritor en hebreo,el doctorAlexanderWalden,filósofo que había vividolargosañosenBerlín.Allíeldoctor Walden dirigió lapublicación de una

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enciclopediaenhebreocuyosprimeros volúmenesaparecieron antes de laprimera guerra mundial. Lapublicación de estaenciclopedia era tan lenta yse prolongó durante tantosaños, que llegó a ser objetodetodogénerodechistes.Sedecía que el últimovolumenaparecería después de lallegada del Mesías y de la

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ResurreccióndelosMuertos,de manera que los nombresde los personajes mentadosen la enciclopedia llevaríantres fechas: la de sunacimientó,ládesumuerteyladesuresurrección.

Desde sus inicios, laenciclopedia había sidofinanciada por el mecenasberlinés Dan Kniaster,hombre que ahora contaba

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más de ochenta años. Pese aque Alexander Walden sesostenía gracias a la ayudaeconómica de Dan Kniaster,vivíacomosifuerarico.

Tenía un amplio piso enlas cercanías deKurfürstendamm, con ayudadecámaraygrannúmerodecuadros en las paredes. AAlexander Walden le habíaocurrido un milagro en su

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juventud. La hija de unmultimillonario judío,Mathilda Oppenheimer,emparentadaconlosTietzsylosWarburgs,seenamoródeél. El matrimonio duró sólounosmesesyluegoMathildasedivorció.Peroelhechodeque el doctor AlexanderWalden hubiera sido duranteuna temporada el marido deuna ricaherederaalemana,y

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de que escribiera en alemán,bastaba para que todos loscultivadores del hebreosintieran temeroso respetohacia él.Pero, como seaqueel doctor Alexander Waldennoleshacíaelmenorcaso,letildaban de orgulloso yescalador social. El doctorAlexander Walden inclusoprocurabanohablarjamáselyiddish, pese a que era hijo

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deunrabinodeunpueblecitopolaco. Se aseguraba quesostenía amistad íntima conEinstein,FreudyBergson.

Nunca he conseguidocomprender por qué razónLiebkind Bendel tenía tantointerés en mantenercorrespondencia con eldoctor Alexander Walden.Quizá todosedebióaqueeldoctor Alexander Walden

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tenía sólido prestigio de nocontestar las cartas a éldirigidas,yaqueaLiebkindBendel le gustaba demostrarque siempre se salía con lasuya. Liebkind BendelescribióaAlexanderWaldenproponiéndolequecolaboraraenDasWort ,perosuscartasno merecieron contestación.Le mandó largoscablegramas y el doctor

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Walden dio la callada porrespuesta.EntoncesLiebkindBendeldecidióconseguirunacartadeldoctorWaldenfueracomo fuese, a cualquierprecio.

EnNuevaYork,LiebkindBendel conoció a unbibliógrafo de obras hebreasllamadoDovBenZev,quiense había quedado mediociegode tanto leer.DovBen

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Zevcasisesabíadememorialas obras completas deldoctorWalden.Unbuendía,LiebkindBendelinvitóaDovBenZeva sucasa,yFriedelpreparó una cena a base detortasylechemerengada.Enesta ocasión, y con lacolaboración de su mujer yDov Ben Zev, LiebkindBendel elaboró uncomplicado plan, a

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consecuenciadelcualmandóal doctor Walden una cartaescrita por una imaginariamultimillonaria de NuevaYork, emparentada con losLehmanylosSchiff,llamadaMiss Eleanor Seligman-Braude. Era una cartarebosante de amor y deadmiraciónalasobrasyalapersonalidad del doctorAlexander Walden. En esta

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carta los conocimientos delas obras del doctorWaldensedebían aDovBenZev, elalemánclásicoenqueestabaredactadaeraobradeFriedelylasfrasesdecobasedebíanaLiebkindBendel.

Con gran agudeza,Liebkind Bendel habíacomprendido que el doctorWalden, a pesar de suavanzada edad, todavía

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soñabaconcontraerunnuevomatrimonio ventajoso. ¿Quémejor cebo que el de unamultimillonarianorteamericana, soltera yprofundamenteinmersaenelestudiode laobradeldoctorWalden? Casiinmediatamente llegó unacarta manuscrita de ochopáginas por correo aéreo. Eldoctor Walden contestaba

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conamorlasfrasesdeamor.Ardía en deseos de llegar aNuevaYork.

Friedel sólo escribiódicha primera carta, porcuanto afirmó que el asuntoleparecíaunabromademalgusto y que no quería tenernada que ver con ella. PeroLiebkindBendel no tardó enencontrar a una viejarefugiada procedente de

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Alemania, cierta Frau IngeSchuldiener, que se mostródispuesta a colaborar con él.Así comenzó unacorrespondencia que seprolongó desde 1933 hasta1938. En el curso de estosaños, sólo un obstáculoimpidió que el doctorWalden fuera aNuevaYork,a saber, su propensión almareo. En 1937, Dan

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Kniaster, cuyas propiedadesen Berlín iban a serconfiscadasdeunmomentoaotro, y de cuyos negocios sehabíanhechocargosushijos,se trasladó a Londres,llevándose consigo al doctorWalden.En labreve travesíadel canal, el doctor Waldense mareó de tal manera queen Dover tuvieron quesacarleencamilla.

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Una mañana, durante elverano de 1938, me sacaronde la cama a las siete paraque acudiera al teléfono defichas que había en elvestíbulo de la casa dehabitaciones de alquiler enque a la sazón vivía. Mehabía acostado tarde y tardébastanteenponermelabataylaszapatillasybajar los trespisos.Quienme llamaba era

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LiebkindBendel.Agritosmedijo:

—Te he despertado,¿verdad?Meencuentroenunapuro. No he pegado ojo entoda la noche. Si no meayudas, estoy hundido.LiebkindBendel está ya conunpie en la tumba, dispontea rezar el Kaddish ensufragiodemialma.

—¿Quépasa?

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—EldoctorWaldenllegaenavión.FrauSchuldienerharecibido un telegramaenviado desde Londres ydirigidoaEleanor.¡EldoctorWaldenlemandamilbesos!

Tardé unos segundos encomprender lo que habíaocurrido:

—¿Y qué quieres quehaga? ¿Que me disfrace dericaheredera?

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—¡Qué lío, qué lío hearmado!Sinotemieraquelaguerra va a estallar de unmomento a otro,me largaríaaEuropa.¿Quépuedohacer?¡Estoy loco! ¡Debieranencerrarme en unmanicomio!Alguien debe irarecibiraldoctorWalden.

—Bueno,siemprecabelaposibilidad de que EleanorestéenCalifornia…

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—No, porque hace pocoEleanor ha asegurado aldoctor Walden que sedisponíaapasarelveranoenNueva York. Además, lasseñas de Eleanor son las deun pisito amueblado en lazona Oeste de las callesOchenta. Walden se darácuenta inmediatamente deque no es barrio demillonarios.Walden tiene el

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número de teléfono deEleanor, llamará, FrauSchuldiener contestará y searmará la gorda… FrauSchuldiener es una cabezacuadrada sin sentido delhumor.

—Creo sinceramente queni siquiera el Todopoderosopodráayudarte.

—¿Qué hago? ¿Mesuicido? Hasta ahora a

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Walden le aterraba viajar enavión. Pero de repente alviejoimbécilselehapasadoelmiedo.Congustodaríaunmillón de dólares al rabinoMeir,eldelosmilagros,paraque consiguiera que el aviónse cayera al mar. Pero, no,Dios no querrá hacerme estefavor, llevamos tiempo conlas relaciones un tanto frías,Dios y yo. En fin, querido,

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tenemos vida hasta las ochodelanoche.

—Por favor, no memezclesentusaventuras.

—De entre todos misamigos, tú eres el único queestá al tanto de este asunto.AnocheFriedelseirritótantoque me amenazó con eldivorcio. Y ese charlatán,Dov Ben Zev, está en elhospital. He llamado a los

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especialistas en lengua yliteratura hebrea, pero eldoctor Walden les hadespreciado durante tantotiempo que ahora son suspeores enemigos. Walden nisiquiera ha reservadohabitaciones en un hotel.Seguramente espera queEleanorlellevedirectamentedel aeropuerto al doselmatrimonial.

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—Lo siento, pero nopuedoayudarte.

—Bueno, pues al menosaceptadesayunarconmigo.Sino hablo con alguien meestallará la cabeza. ¿A quéhoraquieresdesayunar?

—No quiero desayunar,quierodormir.

—También yo. Anochetométrespíldoras.Segúnmehandicho/DanKniastersalió

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deAlemania sin un pfennig.Es un viejo fracasado deochenta y cinco años. Sushijos son auténticosprusianos, asimilados ymedioconversos.Siestallalaguerra, el doctor Walden seconvertirá en una cargainsoportable para mí, tendréque mantenerle y todo lodemás.¿Ycómoexplicarlelarealidad?Si lohago igual se

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quedatiesodeunaapoplejía.Acordamos encontrarnos

a las once en un restaurantede Broadway. Volví a lacama pero no pude reanudarel sueño. Quedé adormilado,con una vaga sonrisa en loslabios, buscando solucionesalproblema,noenméritosdemi lealtad hacia LiebkindBendel, sino impulsado poresos deseos que nos inducen

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a solucionar el acertijo o elcrucigramaenelperiódico.

2

Al llegar al restaurante,apenas pude reconocer aLiebkind Bendel. Iba conchaqueta amarilla, camisaroja y corbata a lunaresdorados,perosurostroestabapálido, como si acabara desalir de una grave

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enfermedad. Entre los labiossostenía un largo cigarro alque daba vueltas sin cesar.Ya había pedido un coñac.Estabasentadoenelbordedela silla. Antes de que mesentaramedijo:

—Ya he encontrado unmedio para salir delatolladero, pero necesito tucolaboración. Eleanor acabademorir en un accidente de

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aviación. He hablado conFrau Schuldiener y estádispuesta a darme su apoyo.Tú sólo tendrás que ir alaeropuerto, a esperar a esteviejo verde, y llevarle alhotel.Dile que eres amigo osobrino de Eleanor.Reservaré una habitación enun buen hotel y pagaré unmesporadelantado.Despuésdehacertodolodicho,quedo

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liberado de cuantasresponsabilidades hayapodido contraer. El doctorWalden quedará en libertadpara regresar a Londres ycasarseconlahijadeunlord.

—Bueno,sí,peropodríashacer el papel de amigo opariente de Eleanor tan bienomejorqueyo.

—Noseñor.Silohiciera,el individuo se pegaría amí

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como una lapa.Contrariamente, nada puedesacar de ti, como no sea tusoriginales. Pasarás unashoras en su compañía yluego, te dejará en paz.Y silas cosas van tan mal comoeso,inclusoestoydispuestoapagarle el viaje de vuelta aInglaterra.Porotraparte,meprestarás un favor inmensoque, te juro,noolvidaré.Por

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loquemásquieras,noledestus señas. Dile que vives enChicago o Miami. Tiempohubo en que hubiera pagadosumas exorbitantes parapasar unos instantes encompañía de este hombre,peroahorasemehanpasadolasganas.Le temo.Tengo laseguridaddequesileveotanpronto pronuncie el nombredeEleanorme echaré a reír.

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Bueno, en realidad, antes deque tú llegaras, he estadoriendo a solas, aquí. Elcamarero seguramente hapensadoqueestabaloco.

—Bendel, lo siento peronopuedoayudarte.

—¿Estuúltimadecisión?—No puedo interpretar

estafarsa.—Bueno, pues de

acuerdo. Tendré que hacerlo

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yo. Le diré que soy unpariente pobre, un primo entercer grado. Hasta puedodecirle que vivía a expensasde Eleanor. ¿Qué nombrepuedo adoptar? LipmanGeiger, por ejemplo. Sí, enVienateníaaunsocioquesellamaba así. Espérame uninstante, debo llamar porteléfono.

Liebkind Bendel se

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levantó de un salto y sedirigió de prisa a la cabina.Le observé al través de lapuerta de vidrio.Al regresardijo:

—He reservadohabitación en un hotel y yaestá todo preparado pararecibir al tipo. Se acabó.Todo se acabó.Voy a cerrarla revista,me iré aPalestinay me convertiré en un judío

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de veras. Esos escritores noson más que cabezas vacíasquenotienennadaquedecir.Cuando contaba cincuentaaños mi abuelo se levantabade la cama todos los días amedianoche para rezar. Encambio ese doctor Waldenpretende conquistar elcorazóndeuna ricaherederaalossesentaycincoaños.Suúltimacartaeraunpoema,un

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canto, el Cantar de losCantares…¿Yquiénnecesitaenciclopediasenestemundo?La Frau Schuldiener es unapobre loca que se comportacomoloquees.

—Quizás el doctorWaldensecaseconlaFrau…

—Tiene más de setentaaños. Ya es bisabuela. Enotros tiemposeramaestraenFrankfurt… O en

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Hamburgo… En fin, norecuerdo exactamentedónde.Cuando escribía al doctorWalden,copiabalasfrasesdeun libro de cartas de amor.No sé… Quizá lo másoportuno fuera encontrar auna mujer dispuesta ainterpretar el papel deEleanor.¿Quéteparecesimepusiera al habla con unaactrizdelteatroyiddish?

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—Sólosabenllorar.—En Nueva York

forzosamentehadehaberunaverdadera admiradora deltipo, una vieja solterona quese casaría encantada con él.Pero, ¿cómo encontrarla?Enfin, igual da, ya estoycansado de este asunto.Friedel no sirve porque, sibientieneunaformaciónmásquesuficienteparatratarcon

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Walden, le falta imaginaciónpara interpretar el papel.Sarah está completamenteocupada con el problema desuhija.Ahorasehaimpuestouna nueva costumbre; lasclínicas de salud mentalsueltan a los pacientes, losmandan a su casa y al cabode un tiempo los vuelven ainternar. La muchacha sepasaunmes con sumadrey

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elmessiguienteencerrada,Avecesestoyconellasytengola sensación de queSarah nisedacuentademipresencia.En fin, no sé por qué tecuento esas cosas. Oye, almenos hazme el favor deacompañarme al aeropuerto.Te lo agradeceréeternamente. ¿De acuerdo?Estrechémonoslamano.Así.Mañana ya encontraremos

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una solución.Brindemos poreléxitodenuestraempresa.

3

En pie detrás de lapartición de vidrio,contemplabalallegadadelosviajeros. Liebkind Bendelestaba nerviosísimo y pocofaltaba para que las grandesbocanadas de humo de sucigarromeasfixiaran.Ignoro

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porqué,perolociertoesqueestaba convencido de que eldoctorWaldeneraunhombrede estatura aventajada. Enrealidad resultó ser bajo,ancho, gordo, con una granbarriga y voluminosacabezota. Pese a queestábamosenplenoveranoyhacíacalor,eldoctorWaldense presentó con un largoabrigo,chalinaysombrerode

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fieltroconanchasalas.Lucíaun espeso bigote gris yfumabaenpipa.Llevabadosmaletasdecuero,concierresanticuados y bolsilloscosidos en la párte exterior.Bajo las pobladas cejas, susojosbuscabanaalguien.

El nerviosismo deLiebkind Bendel eracontagioso. Apestaba aalcohol y ronroneaba como

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un gato en celo. Levantó lasmanosalcieloyexclamó:

—¡No cabe duda, es él!Lereconozco.Fíjatelogordoque se ha puesto. Tiene elcuerpo apaisado, más anchoque alto. ¡Viejo chivolibidinoso…!

CuandoeldoctorWaldenapareció en el vestíbulo,Liebkind Bendel me empujóhacia él. De buena gana

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hubieraechadoacorrer,peroyanopodía.Diunospasosalfrenteydije:

—¿DoctorWalden?EldoctorWaldendejólas

maletas en el suelo, se quitóla pipa de entre susnegruzcos dientes y se lametió, aún encendida, en elbolsillo:

—Ja.Eninglésledije:

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—DoctorWalden,soyunamigode la señoritaEleanorSelig-man-Braude.Ha tenidounaccidente.ElaviónenquelaseñoritaEleanorSeligman-Braude viajaba se haestrellado.

Hablé de prisa y con lagarganta y el paladar secos.Esperaba que se produciríaunaescenaespectacular,peroeldoctorWaldense limitóa

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fijar en mí sus ojossombreados por las pobladascejas:

—¿Puede, por favor,repetirloqueacabadedecir?No comprendo demasiadobien el inglés deNorteamérica.

Liebkind Beñdelcomenzóahablarenyiddish:

—Ha ocurrido unadesgracia, una desgracia. Su

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amiga regresaba deCaliforniaenaviónyelaviónse estrelló. Cayó al mar.Todos los pasajeros hanmuerto.Sesentaentotal.

—¿Cuándo?¿Cómo?—Ayer. ¡Setenta

inocentesciudadanos!¡Ensumayoríamadresdefamilia!

Liebkind Bendel siguióhablando con el cantarínacentodeGalitzia:

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—Yo era un gran amigode Eleanor, lo mismo queeste joven aquí presente.Supimos que iba usted allegar y pensamos enmandarle un telegrama, peroyaerademasiadotarde,yporesto hemos venido arecibirle. Para nosotrosrepresenta un gran honordarle la bienvenida, pero, almismo tiempo, es un trance

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muy duro el tener quecomunicarle tan terriblesnoticias.

Liebkind Bendel habíahablado agitando los brazosenelaire,agrandesgritosycon laboca juntoaloídodeldoctorWalden,comosifuerasordo.

EldoctorWaldensequitóel sombrero y lo dejó sobresu equipaje. La parte

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delanteradelacabezaestabacalva, pero, atrás, tenía unadensa melena rubiaentreverada de gris. Extrajodelbolsillounsuciopañueloy se secó el sudor que leperlaba la frente. Tuve laimpresión de que elindividuo aún no habíacomprendido lo que lehabíamos dicho. Parecíameditar. Tenía las facciones

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desdibujadas. Su aspecto erapolvoriento, arrugado e ibasin afeitar. Olía amedicamentos.De las orejasy los orificios de la nariz lesalían matas de vello. Alcabo de unos instantes dijoenalemán:

—Esperaba encontrarlaaquí, en Nueva York. ¿PorquésefueaCalifornia?

—¡Negocios! Fraulein

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Seligman-Braude era unatoujerdenegocios.Setratabade un asunto de millones, yaquí, en Norteamérica,decimos: primero losnegocios y después losplaceres.Y decidió volver atoda prisa, lo antes posible,para recibirleausted…Perootroerasudestino…

Liebkind Bendelpronunció estas palabras sin

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detenerse para respirar y envozaguda.Prosiguió:

—Eleanor me lo habíaconfesado todo. ¡Leadoraba,doctor Walden! Pero elhombre propone y Diosdispone,comodiceelrefrán.¡Ochenta ciudadanospletóricos de salud, jóvenesmadresconsushijitos,genteenlaflordelavida…!

El doctor Walden

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preguntó:—¿Yquiénesusted?—Unamigo,unamigo…Liebkind Bendel me

indicó:—Y este joven es un

escritor en yiddish. Escribeen los periódicos enyiddish,también escribe folletines ynovelas por entregas, en fin,laBibliaenverso.Y todo loescribeenelidiomamaterno

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a fin de entretener a lasgentes sencillas. Aquí, enNueva York, hay grannúmerodepaisanosnuestros,y para ellos el inglés es unalengua seca e inexpresiva.Prefierenlasalylapimientadesuidioma,delidiomaquehablaban en su país deorigen…

—Ja.—Doctor Walden, le

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hemos reservado unahabitación en un hotel. ¡Leacompañoenel sentimiento!Realmente lo ocurrido estrágico. ¿Cómo se llamaba?Ah, sí… Fraulein Braude-Seligson… Pues sí, era unamuier maravillosa. Dulce ycon unos modalesencantadores. Y guapa.Hablaba el hebreo y diezidiomas más. Pero he aquí

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que de repente casca unmotor,seaflojauntornilloytodoesesaber,esacultura,seva al cuerno. El ser humanono es más que eso… Unapaja al viento, una mota depolvo,unaburbujadejabón.

Me sentí agradecido aldoctor Walden por la dignaactitudadoptada.Nolloró,nigritó. Con las cejas alzadas,susojosaguados,conunared

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de venillas rojas, nosmiraban pasmados ysuspicaces,Preguntó:

—¿Dónde están loslavabos? El viaje me haalteradounpoco.

LiebkindBendelgritó:—¡Ahí, ahí al lado! ¡En

Norteamérica no faltan losretretes! Venga, venga connosotros,doctorWalden.

Liebkind Bendel cogió

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una de las maletas y yo laotra. Así acompañamos aldoctor Walden hasta lapuerta de los lavabos. Eldoctor Walden nos dirigióuna mirada dubitativa yluego otra a las maletas.Entró y estuvo largo ratodentro.Yodije:

—Se ha portado comotodounhombre.

—Bueno, lo peor ha

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pasado ya, Temía que sedesmayara. No voy aabandonarle.QuesequedeenNueva York cuanto tiempoquiera. Quizá se decida acolaborar enDasWort , a findecuentas.Estoydispuestoanombrarle director. Friedelestáyacansadadelamalditarevista. Los escritores nohacenmás que pedir que lespague sus derechos y se

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pasan la vida escribiéndomecartas indig-nádas. Y sidescubren una errata en sustextos o ven que nos hemossaltado una sola línea, seponen como fieras. Le darétreintadólaresa lasemanayle dejaré que escriba todo loquequiera.Podemospublicarlarevistaentextobilingüe,lamitad en alemán y la otramitad en yiddish. Vosotros

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dos podéis ser los directoresyFreidelocuparíaesecargo,¿cómo se llama?, directoraadministrativa,eso.

—Pero, segúnmedijiste,el doctor Walden sienterepugnanciaporelyiddish.

—Bueno, tampoco hayquefijarsedemasiadoenesasmanías. Quizás hoy lerepugne y mañana leentusiasme. Esos

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intelectuales se venden porcuatro cuartos y un par deelogios.

—No hubieras debidodecirle que escribo enyiddish.

—Bueno, hay montonesde cosas que no hubieradebido decir ni hacer. Enprimer lugar no hubieradebido nacer; en segundolugar no hubiera debido

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casarme con Friedel; entercer lugar no hubieradebido comenzar esadivertida comedia; en cuartolugar… Bueno, da igual. Detodosmodos,comoquenolehe dicho tu nombre, el tipono podrá entrar en contactocontigo. En fin, todo se hadebido a la admiración quesiento hacia los grandeshombres. Siempre he

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admirado a los escritores.Para mí el individuo quepublicaba algo en unperiódicooenunarevistaeracomo un dios. Leía laNeueFreiePressecomosifueralaBiblia. Todos los mesesrecibía elHaolam, que eradonde el doctor Waldenpublicaba sus artículos.Comounlocoibaatodaslasconferencias.Deestamanera

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conocíaFriedel.AhívienetuqueridodoctorWalden.

El doctor Walden estabatembloroso. Tenía la caraamarilla. Había olvidadoabrocharse la bragueta. Nosmiró, musitó algo y luegodijo:

—Lesruegomeexcusen.Yvolvióalosretretes.

4

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El doctor Walden mepidiómisseñasynúmerodeteléfonoyyoselosdi.Eldíasiguiente de la llegada deldoctorWaldenaNuevaYork,Liebkind Bendel partió endirección a Ciudad deMéxico. En los últimostiemposnohacíamásqueiraMéxico. Sospechaba queLiebkind Bendel tenía allíuna amante y seguramente

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algún negocio también. Deun modo un tanto raro,Liebkind Bendel combinabalasactividadesdehombredenegocios con las deentendidoenarte.AñosatrásLiebkind Bendel fue aWashington para conseguirvisado de entrada en el paísen beneficio de un escritorjudío con residencia enAlemaniay, en esta ocasión,

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pasó a formar parte de unaempresa dedicada a lafabricación de piezas demotores de aviación. Elpropietario de esta fábricaera un judío polaco con unaindustria de cueros, que notenía la más leve idea deaviación. Esto me indujo acomenzar a darme cuenta deque el mundo de laeconomía, las finanzas y la

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industria, es decir, elmundoque se ha dado en llamarpráctico, no era mucho mássólido que el mundo de laliteraturaylafilosofía.

Undía,alregresaracasadespués del almuerzo,qncontré una nota que decíaque el doctor Walden mehabíallamado.Letelefoneéyoí una voz tartamuda ysilbante. El doctor Walden

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me contestó en yiddishgermanizante.Pronunciómalmiapellido.Medijo:

—Por favor, vengainmediatamente. Estoykaputt.

Liebkind Bendel habíaalojado al doctorWalden enunhotelortodoxojudío,enlaparte baja de la ciudad, pesea que tanto él como yovivíamos en la parte alta.

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Sospechaba que LiebkindBendel quería mantener aldoctor Walden lo más lejosposible.ToméelmetrohastaLafayette Street y recorrí apieeltrechoquefaltabaparallegar al hotel. El vestíbulorebosaba rabinos.Al parecerestaban celebrando unaconferencia. Paseaban de unladoparaotroconsus largasgabardinas y sus birretes de

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terciopelo. Gesticulaban, seacariciaban las barbas yhablaban todos al mismotiempo.Elascensorsedetuvoen todos los pisos y, cuandolas puertas se abrieron, vi auna novia en elmomento deser fotografiada con suvestido de boda, ymuchachos estudiantes deyeshiva envolviendo con elchal de rezos sus libros de

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oraciones, y a camarerosdedicados a limpiar la saladel banquete. Llamé a lapuerta del doctor Walden.Abrió.Ibaconunabatahastalos pies, de color rojoborgoña, constelada demanchas, y calzabazapatillas. La estanciaapestabaatabaco,amedicinay al rancio hedor de laenfermedad. Estaba

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hinchado, viejo y conexpresióndeperplejidad.Mepreguntó:

—¿Es usted Mr…?, enfin no recuerdo su nombre.Bueno, ¿el director deJugend?

Le dije mi apellido.Preguntó:

—¿Y colabora usted enesedialectalTageblatt?

Le di el nombre del

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periódicoenquecolaboraba.—Bueno…Ja…EldoctorWalden intentó

una y otra vez hablarme enalemán, hasta que por finadoptó el yiddish con todaslas inflexiones ypeculiaridades de supueblecitonatal.Dijo:

—¿Cómo ha podidoproducirse semejantecalamidad? ¿Por qué se le

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ocurrió a esa mujer irse así,de repente, a California?Durante años he dudado sihacer este viaje o no. Lomismo que Kant, odio losviajes. Un buen amigo mío,elprofesorMondek,parientedel famosoMondek, me diounas píldoras, pero esaspíldoras me produjeron elefectode retenerme laorina.Llegué a pensar que había

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llegado mi hora. Y pense:sería maravilloso que elavión llegara a Nueva Yorksóloconmicadáver.Perohaocurrido locontrario.Ellaesquien ha desaparecido delmundo de los vivos. No sé,no alcanzo a comprenderlo.He hecho averiguaciones ynadie ha oído hablar de unaccidente de aviación en losúltimos días. Llamé por

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teléfono al número de esaseñora y me contestó otraseñora. Seguramente se tratade una mujer sorda y afectade demencia senil. Contestócon extremada incoherencia.¿Quién era el hombrecilloque vino a recibirmejuntamenteconusted?

—LipmanGeiger.—Geiger… ¿Nieto de

Abraham Geiger quizá? Los

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Geiger no hablan el yiddish.Casi todos ellos se hanconvertido.

—EseGeigeresdeorigenpolaco.

—¿Y qué clase derelaciónteníaconlaseñoritaEíeanorSe-ligman-Braude?

—Eranamigos.Hablandoenparteparasí

mismo, el doctor Waldendijo:

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—Estoy totalmentedesorientado. Aprendí elinglés leyendo aShakespeare. He leídoLatempestad en original qué séyo las veces. Creo que es laobra más importante deShakespeare. Todas susfrases son profundamentesimbólicas. Una verdaderaobra maestra. Bueno, enrealidad, Calibán es Hitler.

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Pero aquí se habla un inglésque me suena a chino. Nocomprendonimediapalabra.¿Tenía familia la señoritaEleanorSeligman-Braude?

—Parientes lejanos. Peropor lo que sé apenas lestrataba.

—Y su fortuna, ¿a quiénirá a parar? Por lo general,las gentes en buena posiciónhacen testamento.No es que

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sea asunto que me interese,desde luego. No, en modoalguno…¿Yelcadáver?¿Secelebrará entierro o funeralenNuevaYork?

—Elcadáverseencuentraenelfondodelmar.

—¿Es que los avionessobrevuelanelmarparairdeCaliforniaaNuevaYork?

—Bueno,parecequeesteavióntomóelrumboEsteen

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vezdelOeste.—¿Cómo es posible? ¿Y

dónde se dio la noticia deeste accidenté? ¿En quéperiódico?¿Cuándo?

—Sólo sé lo queLipmanGeiger me dijo. Él era elamigo de esta señorita y noyo.

—¿Qué dice…? Unenigma, un verdaderoenigma… De todos modos,

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es muy cierto que nunca sedebe ir contra las tendenciasdel propio modo de ser. Encierta ocasión Kant sedisponía a efectuar un viajedesde Kónigsberg a otraciudad de Prusia. Apenashubo recorrido una cortadistancia comenzó unatormentade lluvia, truenosyrayos, y Kant dio orden deregresar al punto de partida.

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En todo instante tuve laintuición de que este viajesería un fracaso. No tengonada que hacer aquí,absolutamentenada.Pero,talcomo me encuentro, nopuedo regresar a Londres. Iren barco todavía sería peor.Le diré la verdad: he venidocon muy pocos fondos.Ahora, mi gran amigo ybenefactor, Dan Kniaster, es

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también un pobre refugiado.Trabajaba en unaenciclopedia, pero lodejamos todo en Berlín,grabados, manuscritos,todo… Los nazis colocaronuna bomba en nuestrasoficinasysalvamoslapieldemilagro. ¿Se sabe que estoyen Nueva York? Tal comoestán las cosas, quizá fueraútilinformardemipresencia

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a los periodistas.Aquí tengogran número de enemigos,pero quizá tenga también unamigo.

—Creo que LipmanGeiger dio la noticia a losperiódicos.

—Pues no la mencionan.Losheleídotodos.

Y el doctor Waldenseñaló un montón deperiódicos en yiddish. Le

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dije:—Harécuantoestéenmi

manoparaquediganalgo.—A mi edad no debiera

emprender aventuras de estaclase.¿YdóndeestáeseMr.Geiger?

—Tuvo que ir aMéxico,peronotardaráenvolver.

—¿A México? ¿Y quédiablos hace enMéxico? Daigual, el casoesque todoha

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terminado paramí.No temoa lamuerte,peronoquisieraque me enterraran en estaciudadenloquecida.Ciertoesque Londres no la aventajagran cosa en cuanto asosiego, pero allí al menostengoalgúnamigo.

—Nosepreocupe,doctorWalden, saldrá de ésta. Yverá usted la derrota deHitler.

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—¿Sí? ¿Para qué? Hitlertodavía puede hacer másdañoenestemundo,peroyohe cometido ya todos loserrores que podía cometer.Demasiados.Estedesdichadoviaje ni siquiera es unatragedia. Es una broma, unchiste… En fin, mi vida hasido un gran chiste desde elprincipiohastaelfinal.

—Hadadoustedmuchoa

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laHumanidad, a los lectoresjudíos.

—Nada, basura,estupideces… ¿Conocióusted personalmente a laseñoritaSeligman-Braude?

—Sí… No… Bueno, enfin,mehablarondeella.

—Este Geiger no megustónipizca.Todounbufónmeparecióeltipo.¿Colaborausted en los periódicos

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yiddish? ¿Y sobre quédiablos se puede escribir ennuestros días? Estamosregresando a la selva. Elhomosapiensestáenquiebra.Todos los valores handesaparecido… Hadesaparecido la literatura,hadesaparecido la ciencia, hadesaparecidolareligión…Encuanto a mí, le diré que heabandonado totalmente la

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lucha.EldoctorWaldenextrajo

una carta del bolsillo. En elpapel habíamanchasde caféy rastros de ceniza. Lamiróentornando un ojo, soltó unbufidoymeneólacabeza:

—Comienzo a sospecharque esa Miss Seligman-Braudenuncaexistió.

5

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Aúltimahoradelatarde,mientras yacía vestido encama, pensando en mipereza, en mis trabajosabandonados y enmi flojerade voluntad, me avisaron deque me llamaban porteléfono, abajo, en elvestíbulo.Bajé corriendo lostres pisos, levanté el aparatoquecolgabainertedelcordónyoíunavozdesconocidaque

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pronunciaba mi nombre. Lavozdijo:

—Soy el doctor Linder.¿Es usted amigo del doctorAlexanderWalden?

—Leconozco,sí.—El doctor Walden ha

sufrido un ataque cardiaco yse encuentra en el hospitalBeth Aaron. Me dio sunombre y teléfono. ¿Estáusted emparentado con el

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doctorWalden?—No.—¿Tienefamiliaresaquí?—Creoqueno.—Me pidió que llamara

al profesor Albert Einstein,pero nadie contesta elteléfono. Realmente, nopuedoocuparmedeestaclasederecados.Vengamañanaalhospital.EldoctorWaldenseencuentra en la sala común.

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Por el momento es cuantopodemos proporcionarle, yconstequelolamento.

—¿YcómoestáeldoctorWalden?

—Mal, concomplicaciones de todogénero. Puede usted visitarlede doce a dos y de seis aocho.Buenastardes.

Busqué un níquel en elbolsilloparallamaraFriedel,

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pero sólo encontré unamoneda de cincuentacentavos y dos billetes dedólar. Fui a Broadway paraprocurarme cambio. Entreencontrar cambio y unacabina telefónica libre pasómedia hora. Marqué elnúmero de Friedel, pero suteléfonocomunicaba.Paséuncuarto de hora marcando elmismo número, siempre con

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el mismo resultado. Unamujer entró en la cabinacontigua y puso ante sí unbuen número de monedaspara irlas echando.Memirócon una expresión satisfechaque parecía decir: «Estásperdiendo el tiempo».Mientras hablaba, la mujergesticulaba con la mano enquesosteníauncigarrillo.Devez en cuando se retorcíaun

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mechón de cabello teñido.Sus uñas escarlata ypuntiagudas como garrasexpresabanunarapacidadtanprofunda como la tragediahumana.

Encontré una moneda decentavo y me pesé en labáscula. Según el fiel habíaperdido cuatro libras. De laranuracayóuncartoncilloenel que leía: «Es usted una

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persona bien dotada, perodesaprovechalamentablementesusdotes».

Decidí probar una vezmás, y si el teléfono seguíacomunicando me iría a casasinmás. El cartoncillo de labáscula me habíacomunicado una grande yamargaverdad.

Esta vez el teléfono nocomunicaba.Oí lahombruna

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voz de Friedel. En aquelmismoinstante,laseñoradelcabello teñido y las uñasescarlata abandonabapresurosa la cabina. Meguiñó el ojo entre falsaspestañas.Dije:

—Señora Bendel,lamento molestarla, pero elcasoesqueeldoctorWaldenha sufrido un ataquecardiaco. Le han llevado al

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hospitalBethAaronyestáenunasalacomún.

—¡Diosmío!Yasabíayoque esa broma no podíaterminar bien. Se lo dije aLiebkind. Fue criminal,verdaderamente criminal…Liebkind es así, se le ocurreuna broma, la pone enpráctica y luego no sabecuándo parar… ¿Quépodemos hacer? Ni siquiera

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sé el paradero de Liebkind.Parece que proyectaba pasarporCuba.¿Dóndeestáusted?

—En una tienda deBroadway.

—¿Por qué no viene averme?Elasuntoesserio.Encierta manera también mesiento culpable. Hubieradebido negarme a escribiraquellaprimeracarta.Venga,aún es pronto. Nunca me

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acuestoantesdelasdosdelamadrugada.

—¿Y qué hace hasta lasdos?

—Leo, pienso, mepreocupo…

Enunmurmullodije:—De todos modos la

noche está ya echada aperder.

Oquizáno lodijey sólolo pensé. Estaba a escasas

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manzanas de la casa deLiebkind Bendel, situada enRiverside Drive, por lo quefui andando. El portero meconocía.SubíalpisocatorceytanprontooprimíeltimbreFriedelmeabrió.

Friedel era baja, conanchas caderas y piernasgruesas. Tenía ñarizganchuda y ojos pardos bajocejas masculinas. Por lo

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general vestía ropas oscuras,y nunca vi en su rostro elmenor rastro de maquillaje.Casi siempre, cuandovisitaba a Liebkind Bendel,Friedel me servíainmediatamente medio vasode té, intervenía unosinstantes en la conversacióny volvía a sus libros yoriginales. Liebkind Bendelsolía decir en tono jocoso:

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«¿Qué cabe esperar de unaesposa que es directora deuna revista? ¡Milagro meparece que sepa preparar elté!».

En esta ocasión Friedellucíaunvestidoblancoysinmangas y calzaba zapatostambiénblancos. Iba con loslabios pintados. Me invitó aentrarenlasaladeestaryenla mesilla del café vi un

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cuencoconfruta,una jarrayuna bandeja con pastelitos.Friedelhablabael inglésconfuerte acento alemán. Meindicó el sofá y se sentó enunasilla.Dijo:

—Sabía que terminaríamal. Desde el principio fueun juego diabólico. Si eldoctor Walden muere,Liebkind será el responsablede su muerte. Los viejos

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suelen ser románticos. Seolvidan de sus agos y susdebilidades. Esa imbécil,Frau Schuldiener, le escribíaunas cartas que lógicamentetenían que suscitar ilusioneseneldoctorWalden.Engañaresfácil.Hastaalossabiossepuedeengañar.

Una voz, la voz de undiablillo o de un duende,musitóenmioído:«Sí,hasta

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a Liebkind Bendel se puedeengañar».Envozalta,dije:

—No hubiera debidousted permitir que las cosasllegaran tan lejos, madameBendel.

Friedel frunció susespesascejas:

—Liebkind hace siemprelo que le da la gana.Nomepide consejo. Se va cuandoquiereynisiquieraséadonde

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va y con qué finalidad. Alparecer, tenía que ir aMéxico.Enelúltimoinstanteme dijo que se proponíapasar por La Habana. Notiene negocios enMéxico nien La Habana. Seguramenteustedsabemuchomásqueyoacerca de Liebkind. Estoysegura de que ante ustedalardea de sus conquistasfemeninas.

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—En modo alguno. Notengo la menor idea de lasrazones por las que haemprendido este viaje, ni delaspersonasa lasqueha idoaver.

—Puesyosí,algunaideatengo al respecto. Perorealmente no vale la penahablar del asunto…Ya sabeusted todos los trucos,propios de hombre de la

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Galitzia, que Liebkindemplea…

Durante unos instanteshubo silencio. Friedel jamásmehabíahabladoenaquellostérminos. Las pocasconversaciones que habíasostenido con ella versaronsiempre sobre literaturaalemana, las traducciones deShakespeare efectuadas porSchlegel y ciertas

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expresiones yiddish todavíautilizadas en algunas formasdialectales alemanas, queFriedelhabíadescubiertoqueteníansuorigenenelalemánprimitivo. Me disponía adecir que también hay gentedecente en Galitzia cuandosonó el teléfono. El aparatoseencontrabaenunamesilla,cerca de la puerta. Friedelanduvo despacio hasta el

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teléfono y se sentó paracontestar. Friedel habló envoz baja, pero me di cuentade que estaba hablando conLiebkindBendel,quienhabíallamado desde La Habana.Esperaba que Friedel lecomunicara inmediatamenteque el doctorWalden estabaenfermo y que yo meencontraba allí. Pero Friedelnohizo referencia a ninguno

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de los dos hechos. Hablabaen tono irónico. ¿Negocios?Sí, claro… ¿Una semana?Pues bien, que se quedaratodo el tiempo que fuerapreciso. ¿Una ganga?Entonces, teníaquecomprar,naturalmente. Pues sí, sigotrabajando, como decostumbre,¿quépuedohacersino?

Mientrashablaba,Friedel

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melanzabalargasmiradasdesoslayo y sonreía conconnivencia.Imaginéinclusoquemeguiñabaunojodevezencuando.Penséqueaquellanocheseestabadesarrollandode un modo absurdo. Melevanté y avancé dubitativohacia la puerta, en direcciónalbaño.Derepentehicealgoque me dejó perplejo. Meincliné y di un beso en el

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cuello a Friedel, cuya manoizquierda cogió la mía y laoprimió con fuerza. En uninstante su rostro adquirióexpresión juvenil y burlona.Almismotiempopreguntó:

—Liebkind, ¿cuántotiempo vas a quedarte enLaHabana?

Se levantó y en unademán burlón me puso elaparatoeneloído.Oílanasal

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vozdeLiebkind.Hablabadelgrannúmerodeantigüedadesque podía comprar en LaHabanayexplicabaelprecioal cambio.Friedel se inclinóhacia mí, de manera quenuestrasorejasserozaban.Elcabello de Friedel mecosquilleaba la mejilla. Suoreja casi quemaba la mía.Estaba avergonzado,avergonzado como un

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muchacho.Enuninstante,minecesidad de ir al retrete sehizo embarazosamenteimperativa.

La mañana siguiente,cuando Friedel llamó alhospital le dijeron que eldoctorWaldenhabíamuerto.Murió en plena noche.Friedeldijo:

—Qué crueldad… Laconciencia me atormentará

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hastaeldíademimuerte.El día siguiente los

periódicos en yiddishpublicaron la noticia. Losmismosdirectoresque,segúninformaciones de LiebkindBendel, se habían negado aanunciarlallegadadeldoctorWalden a Nueva Yorkescribieron largos artículosacerca de la labordesarrollada por el doctor

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Walden en pro de laliteratura hebrea. Tambiénaparecieron notasnecrológicas en losperiódicosde lengua inglesa.Las fotografías quepublicaron habían sidotomadas unos treinta añosantes por lomenos. En ellasel doctorWalden presentabaun aspecto joven y alegre,con una gran cabellera.

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Según los periódicos, losestudiosos de la lengua yliteratura hebrea en NuevaYork estaban efectuando lospreparativospara el entierro.Sin duda alguna el serviciotelegráfico judío transmitiólanoticiaatodoelmundo,yaqueLiebkindBendelllamóaFriedel desde La Habanaanunciando que regresabainmediatamente.

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De vuelta aNuevaYork,Liebkind Bendel hablóconmigoporteléfonodurantecasi una hora. No dejó derepetir que él ninguna culpatenía de que el doctorWaldenhubieramuerto.Sisehubiera quedado en Londrestambién hubiera muerto.¿Quéimportaellugarenqueunomuera?LiebkindBendelestaba muy especialmente

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interesado en averiguar si eldoctor Walden había traídooriginales, proyectabapublicar un número especiald eDas Wort dedicado aldoctor Walden. LiebkindBendeltrajodeLaHabanauncuadro deChagall que habíacomprado a un refugiado.Reconoció que seguramentehabía sido robado en algúnmuseo.Dijo:

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—Ahora bien, ¿acasosería más aceptable dejarloen el museo para que lorobaran los nazis? La LíneaMaginotesunafilfayHitlerentrará enParís, comodosydos son cuatro, no olvidesestaspalabras.

La capilla en que secelebró el funeral seencontraba a pocas calles dela casa de Liebkind Bendel.

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Convenimos en queLiebkind, sumujer y yo nosencontraríamosenlaentrada.Bueno,allíestabantodos:loshebraístas, los yiddishistas,los escritores anglo-judíos…Los taxis llegaban sin cesar.De repente apareció unamujer pequeñita queacompañabaaunamuchachapálida y claramenteperturbada. La muchacha se

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detenía cada dos o tressegundosygolpeaba la callecon la suela del zapato,mientraslamujerlaanimabaa seguir adelante y laempujaba. La mujer eraSarah,laamantedeLiebkind.Madre e hija intentaronentrar en la capilla, pero nopudieron porque ya estaballenaarebosar.

Al cabo de un tiempo,

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poco, Liebkind Bendel yFriedel llegaron en unautomóvil rojo.Liebkind ibaconuntrajedecoloramarilloarena y una deslumbrantecorbata adquirida en LaHabana.Teníaaspectofrescoy se había puesto moreno.Friedel vestía de negro y setocaba con un sombrero deanchas alas. Dije a Liebkindque la capilla estaba llena, y

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contestó:—No seas ingenuo.

Ahoraveráscomosearreglanesos problemas enNorteamérica.

Murmuróalgoaloídodeuno de los encargados delceremonial, quien nos llevóadentro y consiguió un claroen uno de los bancos de lasprimeras filas. Lasartificiales velas funerarias

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difundían una luz suave. Elféretro se encontraba allí,ante losasistentes.Un jotrenrabino, conbigotillo negroyun minúsculo capelo que seconfundía con su negrocabello reluciente debrillantina, hizo el elogiofúnebreeninglés.Noparecíaconocer demasiado bien lapersonalidad del doctorWalden.Confundía hechos y

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fechas. Cometía errores alcitar los títulos de las obrasdeldifunto.

Después, un viejorabbiner de blanca barba dechivo, refugiado procedentedeAlemania, tocado con unsombrero negro que parecíauna cacerola, habló enalemán.Calificódepilar deljudaísmo al doctor Walden.Aseguró que el doctor

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Walden había venido aNorteamérica con lafinalidad de proseguir lapublicación de laenciclopedia a la que habíadedicadolosmejoresañosdesu vida. Elrabbinerproclamósolemnemente:

—Losnazissostienenquelos cañones son másimportantes que lamantequilla, pero los judíos,

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el pueblo de laBiblia, creenaúnenelpoderdelaPalabra.

Pidiólaentregadefondospara publicar los últimosvolúmenesdelaenciclopediapor la que el doctorWaldenhabía sacrificado su vida altrasladarseaNorteamérica,apesar de su grave dolencia.Sesacóunpañueloyconunapunta se secó una solalágrima, detrás de un

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empañadolentedesusgafas.Advirtió que entre losasistentes se encontraba eluniversalmente famoso yquerido profesor AlbertEinstein, íntimo amigo delfinado. Después de estaspalabras se extendió unrumor por la capilla y lascabezas se movieron.Algunos incluso selevantaron para tener un

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vislumbre del famosocientífico.

Después del sermón delrabbiner alemán, hubo otraoración fúnebre a cargo deldirectordeunarevistahebreade Nueva York. Luego, elcantor, tocado con gorrohexagonal, y con cara deperro de presa, recitó el«Dios misericordioso» ycantó en tonos altos y

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lúgubres.Cerca de mí se sentaba

una mujer joven vestida denegro.Teníaelcabello rubioy las mejillas rosadas.Advertí en uno de sus dedosun anillo con un grandiamante. Mientras el jovenrabino hablaba en inglés, lamuchacha se levantó el veloysesonóconunpañuelitodeencaje. Cuando el viejo

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rabbiner habló en alemán, lamuchacha unió firmementelasmanosy lloró.Cuandoelcantor aulló «¡En el Paraísodescansa!», la muchachasollozó con el mismoabandonoconquesollozabanlas mujeres judías en lasviejas tierras de Europa. Seinclinóhaciadelantecomosifuera a desplomarse,reluciente de lágrimas el

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rostro. Me pregunté quiénpodía ser aquella mujer. Encuanto yo sabía, el doctorWaldennoteníaparientesenNorteamérica. Recordé laspalabras de Liebkind Bendelsegúnlascualesseguramentese podría encontrar en algúnlugar de Nueva York unaverdadera admiradora deldoctor Walden, capaz dequererle de veras. Hacía ya

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años que me había dadocuenta de que todo lo quealguien es capaz de inventarexisteya,enalgúnsitio.

Después todos noslevantamosydesfilamosanteel féretro. Ante mí vi alprofesorAlbertEinstein,conaspecto exactamente igualque el que presentaba en lasfotografías, levementeencorvadalaespalda,largoel

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cabello. Se detuvo unosinstantes, murmurando unaspalabrasdedespedida.Luegovi por unos brevísimosinstantes al doctor Walden.Losdelafuneraria lohabíanmaquillado. Su cabezareposabaenunaalmohadadeseda, el rostro estaba rígidocomo la cera,impecablemente afeitado,con las puntas del mostacho

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retorcidas y los párpados, ensu punto de unión exterior,tenían una expresiónsonriente que parecíaexpresar:«Bueno,ja,mividahasidounagranbromadesdeelprincipiohastaelfin».

(Traducidodelyiddishalinglés por el autor yDorotheaStraus).

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Laperipuesta

1

¿Cómoesposiblequeunamuchacha rica se quedesoltera? Esto, hijos míos, esalgo que nadie puedeexplicar.

Le propusieronpretendientes. Sus doshermanas y sus tres

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hermanos casaron a sudebido tiempo, pero ella,Adele —en realidad sellamaba Hodel— se quedósoltera. Vivíamos en lamisma casa, y pese a quetenía por lo menos veinteañosmásqueyo,noshicimosamigas. Lo$ casamenterosibantodavíatrasella,cuandoya tenía más de cuarentaaños. Su padre, Reb Samson

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Zuckerberg, era rico yexplotaba en sociedad conotrosunarefineríadeazúcar.Su madre procedía de unacultafamilia.

En su juventudAdele nofue fea ni mucho menos,aunque sí excesivamentedelgada,pequeñita, sinbustoy morena como su madre.Teníanegroslosojose igualelcabello,aunquealpasode

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los años se le entreveró congris. En nuestra ciudad, alcabello de este color lellamábamos hierba decementerio. Sin embargo,mujeresmásfeasqueellasecasaban. Las solteronas eranunrarofenómenoenaquellostiempos, incluso en familiasdesastresyzapateros.Enfin,ya lo sabéis, los judíos notenemos conventos de

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monjas.Hay muchachas que no

pueden encontrar marido acausa de su carácter amargoo debido a que sondemasiado exigentes. PeroAdele no tenía tiempo paraser amarga. La causa detodos sus males radicaba ensu locura por los vestidos ylas ropas. Sencillamente,Adele sólo podía pensar en

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trapos. ¿No lo creéis? Puesbien, a nuestra ciudad vinoun predicador, y estepredicador dijo que todopuede llegaraconvertirseenuna pasión —¿se dice así,verdad?, ¿pasión?—, inclusoelcomersemillasdegirasol.

LaseseradeAdeleestabatotalmente envuelta en ropasy vestidos. Hasta cuando lepresentaban a un hombre, lo

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primero que observabacuando despuéscomentábamos el encuentro,era el modo engañaban, laestafaban y la robaban. Talcomo he dicho, Adele sehabía quedado reseca, en lapielyloshuesos.Yesquenotenía tiempo para comer.Tenía cocina y una vajilladigna de la mesa de un rey,pero casi nunca guisaba. En

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otros tiempos Adele teníacriada. Pero tuvo quedespedirla porque todo se leiba en perifollos y no podíapagarle el sueldo. Enaquellos tiempos la gorduraera belleza. Incluso lasmujeresregordetasseponíanañadidos en las caderas y enel busto para tener la figuramásredondeada todavía.Loscorsés sólo se llevaban para

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ir al extranjero.Ahora bien,Adeleseponíaelcorsétodaslas mañanas, igual que unjudío devoto se pone laprenda interior con flecos.Con lo flaca y pálida queestabanecesitaballevarcorsétanto como un hambrientonecesita una purga, peroAdelenoseatrevíaasalirdecasa sin corsé, como si lagentepudieraadivinarloque

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llevaba debajo del vestido.Desde luego, nadie se fijabaen ella, e igual hubierapodido salir a la calledesnudacomounlagarto.Sushermanas eran ya abuelas einclusobisabuelas.LapropiaAdele hubiera podido serabuela por su edad. Pero apesardeelloAdelellamabaalapuertademicasa,entraba,con la piel negra como el

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carbón,lasmejillashundidasy grandes bolsas debajo delosojos,ymedecía:

—LeahGittel, he de ir atomar las aguas y no tengonadaqueponerme.

Los ricos que sufrían delhígado y del riñón solían irtodoslosveranosaCarlsbad,aMarienbad o aNalenczow.Losqueestabangordos,muygordos, iban a Franzenbad

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paraperderpeso.Algunossetrasladaban a Piszczany paratomar baños de barro. Y esque los ricos tienen muypocas preocupaciones. Otrarazónparairaestossitioserala de concertarmatrimonios.Iban allí con sus hijas y laspaseaban, exhibiéndolascomo vacas en el mercado.Se reunían en estos lugarescomo si de una feria se

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tratara. Las muchachasdebían ocuparse solamentedebeberlasaguasminerales,mientras las madresmantenían los ojos muyabiertos,enbuscadeposiblesmaridos.

Bueno, en cierta maneraesnatural,yaquesiunatienehijas,¿quépuedehacersino?Ahora bien, ¿para qué ibaAdele a los balnearios?Pues

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iba a lucir sus ropas y a verlo que las demás mujeresllevaban. En los balneariostodos conocían aAdele y seburlaban de ella. Solíapasearse sola o bien encompañía de alguna amiga,más o menos como ella, deLublin.Adeleevitabaeltratocon los hombres y desdeluego los hombres no laperseguían ni muchomenos.

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En vez de mejorar durantesus estancias en losbalnearios, Adele regresabatodavía más flaca ydescangayada. Allí loobservabatodo,loescuchabatodo y se enteraba de todaslas intrigas. Ni siquiera enaquellos tiempos se podíadecir que todos fuéramossantos. Las hijas de familiasricasconocíanaoficialesdel

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ejército, a charlatanes, y eldiablo sabe a cuántosindeseables por el estilo. Siunamuchachadejabacaeralsuelo un pañuelo,inmediatamente aparecía unconquistadorquelorecogíayse loentregabaconunagranreverencia, como si la chicafuera una duquesa. Luego laseguía y procuraba concertarun encuentro. Lasmadres se

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daban cuenta, poco lesfaltaba para reventar de ira,peronoseatrevíanadecirnimedia palabra. Habíancomenzado ya los nuevostiempos. Sí… ¿Y cuándocomenzaron exactamenteesos nuevos tiempos?Podemos decir quecomenzaron cuando lospolluelos empezaron aimaginarquesabíanmásque

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los gallos con espolones.Detodos modos, las muchachasestaban obligadas a tener loque se llamaba unareputación intachable, y siunamuchachaseportabamalnotardabaenserobjetodelamaledicencia. En fin, que deun modo u otro siempresurgían problemas. Pero, apesardetodo,lasmuchachasterminaban siempre

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prometiéndose enmatrimonio. ¿Qué iban ahacersino?

Sin embargo, Adelegastaba su dinero en vano.Compraba montañas desedas, terciopelos, encajes yqué sé yo. En la fronteratenía que pagar loscorrespondientes impuestos,y todos los beneficios de labaratura en la compra se le

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ibanahí.Sí,esverdad,porelRosh

Hashana y por el YomKippur, Adele se abonaba aun banco en la sinagoga;ahorabien,elmodoenquesevestía para asistir a estascelebraciones era increíble.Se preparaba un equipo tancompleto y complicado queparecía que se dispusiera acasarse. En realidad, Adele

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nunca fue unamujer devota.Enlasinagoganoorabasinoque miraba las ropas de lasdemás mujeres. En algunaocasión su asiento en lasinagoga estaba cerca delmío, e incluso contiguo almío. El cantor entonaba loscánticos litúrgicos, lasmujeres lloraban y lloraban,pero Adele no dejaba dehablarmealoídodevestidos

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y joyas, sobre loqueaquéllallevaba, lo que la otra seponía encima… EntoncesAdele contaba ya sesenta ytantosaños.Bueno,laverdadesque,apesardetantogastoy tantos cuidados, Adelenunca tuvo buen aspecto.Teníasupersonaunacalidadmacilenta que las ropas nopodían ocultar. Siempreparecíacomoarrugadaycon

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las prendas desbarajustadas,igualquesihubieradormidoconellas.Sinembargonadiehubiera imaginado lo queAdelefuecapazdehacermástarde.

2

Existe la creencia dequelassolteronasnuncaalcanzanuna edad avanzada.Tonterías.Adelesobrevivióa

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susdoshermanasyasustreshermanos. Perdió los dientesy se quedó con la bocadesguarnecida. Se le cayócasi todo el pelo y tuvo queponerse peluca. Llegó el díaenquemequedéviuda,peroseguí viviendo en la mismacasa que, poco a poco, ibaconvirtiéndose en una ruina.Tuvequedejarlatienda.

Bueno,¿yporquécuento

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esto?¡Ah,sí!PorAdele.Ellasiguió adornándose como sitalcosa,ibaalosmodistasybuscabagangas, igualqueensu juventud. Un día fui a sucasa y comenzó a hablarmede la distribución de susbienesdespuésdesumuerte.Habíahecho testamentoyenél había tenido en cuenta atodos sus parientes, aunquesólo a las mujeres, no a los

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hombres. Tal sobrinaheredaríatalabrigodepieles,laotraotro abrigodepieles;una heredaría la alfombrapersa, la otra la alfombrachina. Nadie suele rechazaruna herencia, ahora bien,¿quién quiere cargar conropas hechas cuarenta añosatrás?AdeleteníavestidosdelostiemposdelreySobieski.Teníaropainteriorquejamás

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había usado y que si una latocaba se pulverizaba comouna tela de araña. Todos losveranos Adele guardaba susropas protegiéndolas conbolas de naftalina, pero laspolillas las destrozabanigualmente. Tenía quizásunos doce baúles y los abriótodos para que yo viera sucontenido. Lo que allí habíalehabíacostadounojodela

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cara,pero¿quévalíaenaquelentonces? Nada. Ni siquierasusjoyaspodíanllevarseporhaber pasado de moda elestilo. En los viejos tiemposalasmujereslesgustabanlaspesadas cadenas, los grandesbroches, los largospendientes, las pulseras quepesabanmediokilo.Ahora alas muchachas les gusta loligero.En fin, quemequedé

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allí,escuchandoloqueAdeleme decía y afirmando ensilencioconlacabeza.

DerepenteAdeledijo:—¡Y también he hecho

los preparativos necesariosparaelotromundo!

Pensé que Adele habíadejadoensutestamentoalgopara novias pobres yhuérfanos. Pero no era así.Adele abrió un cajón y me

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mostrósusmortajas.Hijos míos, he visto

muchas cosas en mi vida,pero cuando vi aquellasmortajas no supe si reír ollorar. Estabanconfeccionadas con tela delmás puro hilo, con encajespreciosos y en granabundancia, y unos velosdignosdeunPapa.Ledije:

—Adele, los judíos

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tenemos prohibido el uso demortajas lujosas.Nosoyunaentendida en estos asuntos,pero sé que así es. Losgentilesvistenasusmuertosde acuerdo con sus medioseconómicos, pero nosotros,los judíos, debemos serenterrados con mortajasiguales.Además,¿asantodequé ha de ir un cadáver tanbien vestido? ¿Para

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deslumbraralosgusanos?YAdelerepuso:—Quizásí,perolascosas

bonitasmegustan.Comprendí que Adele

andabaalgomaldelacabeza,yledije:

—Bueno, en cuanto amíhace referencia, nada tengoqueobjetar,perolaSociedadFunerarianolotolerará.

Creo queAdele visitó al

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rabino, quien le dijo que lasmortajas debían ser de telasencilla. Ni siquiera estabapermitidoelusodelastijerasen la confección de lasmortajas, y la tela debíarasgarse en vez de cortarse.Las mujeres que lasconfeccionabannocosíanlasmortajas, sino que sólo lashilvanaban. Sí, porque, ¿aqué ocuparse de un cuerpo

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quehadejadodeexistir?Según la ley, cuando

alguien moría en el primerdía de un periodo festivo elentierro se efectuaba en elsegundo día. Sí, así estabapreceptuado. Ahora bien, ¿ylas mortajas? En días defiesta está prohibidoembastar mortajas. Esteinconveniente se salvabagracias a que había algunas

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viejas que tenían preparadapor adelantado sumortaja y,en caso de necesidad, ladaban para que fueraempleada en otro cadáver.Luego la familia del muertoo la comunidad daba a estasviejasotramortaja.Einclusoen el caso de que no lohicieran así, ¿cuánto valenunas cuantas varas de burdatela? Imperaba una creencia

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segúnlacualelhechodedaruna mortaja reportaba largavida,ytodosqueremosvivir,incluso aquellos que yatienenunpieenlatumba.

EnelmesdeElul,últimodé nuestro calendario, sedesencadenó una graveepidemia. En la vigilia delRosh Hashana y en el díasiguientemuriómuchagente.Las mujeres de la Sociedad

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FunerariaseenterarondequeAdelateníamortajasyfueronapedírselas.Nadiesehubieranegado a tal petición. PeroAdeladijo:

—No estoy dispuesta acederanadiemismortajas.

Y abrió el cajón paramostrar a las mujeres sutesoro. Las mujeres echaronuna ojeada al cajón y actoseguido, escupieron. Yo no

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estuve presente, pero pocodespuésAdelevinoamicasallorando. Sin embargo ennada pude consolarla.Tambiényo teníamispenas.Mientrasmimaridovivió,elRosh Hashana fue realmenteelRoshHashana.Mimaridosolía tocar el cuerno delcamero en la sinagoga. Yrecitaba la bendición, nosobreuvas,comosuelehacer

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todo el mundo, sino sobreuna piña tropical que noscostabacincorublos.Cuandounamujer está sola, con loshijos casados ydesperdigados,¿quélequedaen la vida? Y para colmo,Adele venía con la intenciónde llorar sobre mi hombro.Adele temía que el muertoPara quien le habían pedidomortaja se vengara de ella.

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Yo procuré consolarla. Ledije que si los muertosintervinieran en los asuntosdelosvivos,elmundohabríadejadodeexistir.Cuandounoabandonaestatierratodaslascuentaspendientescaenenelolvido.

No sé si se debió alasunto de las mortajas o aque yo había entrado en unestado de depresión de

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ánimo, pero el caso es quedejé de visitar a Adele. Enrealidad, ¿de qué podíamoshablar,Adeleyyo?Adelenoteníahijosni nietos.Y tardeo temprano siempre acababaparloteando de sus ropas yperifollos.Adele ahora teníala espalda encorvada y lacara muy arrugada. Inclusocausaba impresión desuciedad. Granos y verrugas

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le cubrían la cara. Nuestrascasas tenían entradasseparadas y casi llegué aolvidarmedelaexistenciadeAdele. Un día una vecinavinoymedijo:

—LeahGittel,hededarteuna noticia, pero no quisieraque te asustaras. A nuestraedad no podemos afectarnosdemasiado.

Lepregunté:

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—¿Qué ha pasado? ¿Seha desplomado elfirmamento o es que losladrones de Piask se hanconvertido en hombreshonrados?

—Cuandooigasloquetediré pensarás queheperdidola razón, pero de todosmodoseslapuraverdad.

—Nu,bueno,déjateyaderodeosydiloquetengasque

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decir.Mivecinamedirigióuna

miradaatemorizadaydijo:—Adele se dispone a

convertirse.Ledije:—Realmente,amigamía,

mucho me temo que hasperdidolarazón.

—Estoes loquepensabaquemedirías.Pero lo ciertoes que un sacerdote visita a

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Adeletodoslosdías.YAdeleha arrancado la mezuzah, elsagradotextodesupuerta.

—Así los malos sueñosqueanochetuveyquetuvelanoche anterior caigan sobrela cabeza de nuestrosenemigos. Comprendo queuna persona joven cometa elpecadodelaapostasíaconlafinalidad de vivir mejor ymejorar su situación. Gente

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haycapazdevenderladichaeternaacambiodeunosañosde buena vida en la tierra.Pero, ¿a santo de qué ha deconvertirseunaanciana?

Mivecinadijo:—Precisamenteestoeslo

que quisiera saber. Heintentado ver a Adele, hellamadoa supuerta, peronomehaabierto.Porfavor,veaverla y procura averiguar lo

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quehaocurrido.Elsacerdotela visita todos los días y sepasa horas con ella.Alguienla ha visto entrar en unconventodemonjas.

Mequedépasmada.Dije:—Bueno, procuraré

averiguarloquepasa.Teníalacertezadequese

trataba de un error o de unamentira. Incluso los locostienen cierta sensatez. De

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todos modos, cuando mepuse en pie advertí que laspiernas me pesaban como sifueran de madera. Conocíabien a mi vecina y meconstaba que no era mujerdadaainventarsecosas.

MeacerquéalapuertadeAdele y vi que en ella noestaba ya la mezuzah. En ellugarenquehabíacolgadoelpergamino con el texto

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sagrado, la pintura estabadescolorida. Llamé a lapuerta y nadie contestó. Medije: parece un sueño, ha deser un mal sueño sin duda.Me pellizqué la mejilla ysentí el dolor del pellizco.Seguí llamando a la puertahastaqueoípasos.Lapuertade Adele tenía mirillacubiertacontapaporlapartede dentro. Cuando se vive

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sola, siempre se tienemiedoaquevenganladrones,ymástodavía cuando una tienevarios armarios repletos deropasycosas.Adelememirócon un ojo, por lamirilla, yesto me dio ganas de reír.Entreabriólapuertayentonoairadomedijo:

—¿Quéquiere?—Adele, ¿no me

reconoces?

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Lanzó un gruñido, abrióla puerta y me dejó entrar.Me miraba con suspicacia ysu rostroestabapálidocomolamuerte.Ledije:

—Adele, hemos sidoamigasdurantemuchosaños.¿He sido alguna vez injustacontigo? ¿Y por qué hasquitado la mezuzah de lapuerta? ¿Es cierto, y que elSeñor no lo permita, lo que

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mehandicho?—Escierto.Hedejadode

serjudía.Semeoscureciólavistay

tuvequesentarme,peseaqueAdele no me invitó a ello.Sencillamentecaí sentadaenunasilla.Pocofaltóparaqueme desmayara, pero supesobreponermeylepregunté:

—¿Por qué? ¿Por qué lohashecho?

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—No tengo por qué darcuentasanadiedemisactos,ahora bien, te diré que lo hehechodebidoaquelosjudíosdesprecianasusmuertos.Porel contrario los cristianosvistenasusmuertoscongranelegancia.Colocanalmuertoen un ataúd y lo cubren deflores. Los judíos envuelvenal muerto en harapos y loarrojanaunhoyoembarrado.

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Para resumir, diré queAdele se había convertidopara ir bien vestida a latumba. Me lo dijo lisa yllanamente. Todo comenzócon los encajes en lasmortajas.Elasuntolallegóapreocupar tantoqueacudióaunsacerdote.

Si tuviera que contarostodo lo que Adele y yohablamos aquel día tendría

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que estar sentada aquí hastamañanaporlamañana.Aqueldía Adele tenía aspecto debrujay secomportócomosirealmente lo fuera. Lesupliqué, dándole todogénero de razones, querecapacitara, pero reaccionócondurezadepiedra.Dijo:

—No puedo tolerar queme traten como si fuerabasura.

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Odiaba que le pusieranarcillasecaenlosojosyunavaritaentelasmanos.Odiabalosentierrosjudíosconllantoy sollozos, y caballos congualdrapas negras. Loscoches funerarios cristianosvan adornados con flores, ydetrás, los ayudantes de lafunerariallevanvelasyciriosy visten de gala como losreyes de los viejos tiempos.

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Adele abrió el armario ymemostró su nuevo atuendofúnebre. ¡Santo Dios, sehabía comprado un ajuar denovia! Ya había adquiridouna tumba en el cementeriocatólico y había encargadouna estatua. ¿Loca?Ciertamenteestabaloca,perosu locura era locura devanidad.Mudarsedecasanoesasuntofácilparaunavieja,

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pero me mudéinmediatamente, y lomismohicieron los restantesvecinos. Incluso los dueñosde las tiendas trasladaron sucomercio. Los golfoscallejeros se propusieron daruna buena paliza a Adele,pero sus mayores se loprohibieron. No, porque lospolacosnoshubieranmatadoatodos.Despuésdehaberme

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mudado, me dijeron queAdele se había comprado unataúd de plomo forrado deseda,yque loconservabaensu casa para el día en quemuriera. Después de suconversión sólo vivió nuevemeses. Y en este tiempoapenasselevantódelacama.Una vieja monja le traía lacomida y los medicamentos.Adele a nadie dejó entrar en

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sucasa,salvoaestamonja.Dejótodossusbienesala

Iglesia, pero los ladronesllegaronantes.Sushermanosy hermanas habían muerto.Durante largos días antes desumuerte no dejó de llover,porloquelatumbadeAdeleeratodoaguaybarro.

Sí, fue una pasión.Cuando una personacomienza a desear algo, a

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veceseldeseocreceycreceyacaba inundando el cerebro.Más tarde una sobrina deAdele me dijo que su tíajamásllamóalmédicoensusenfermedades, debido a quetenía una mancha denacimiento en un pecho. Porla misma razón no quisocontraer matrimonio, puestoque, caso de casarse, tendríaque ir al baño ritual y dejar

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allí al descubierto estedefecto. A todas horasapestabaaperfume.

Siempre he dicho que nodebemos obsesionarnos connada,nisiquieraconlaTorá.EnRovnahabíaunjovenquede tanto estudiar aMaimónides perdió la fe. Aeste joven le dieron el motede Moshka Maimónides. Sesabía de memoria la obra

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íntegra de Maimónides.Cuandoel rabino fue averlepara reprenderle, los doscomenzaron a discutir yMoshka intentó demostrarque, según la doctrina deMaimónides, fumar ensábadonoestáprohibido.Unsábado este joven fueexpulsado de la ciudad y sefue al Vístula, se tiró decabezaalaguayseahogó.En

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la oración fúnebre de estejoven el rabino dijo: «QueMaimónidesintercedaporél,nadie conocía tan bien suobracomoesteloco».

(Traducidodelyiddishalinglés por el autor y RuthSchachnerFinkel).

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Schloimele

1

Un día, poco después demi llegada a los EstadosUnidos,meencontrabayoenla habitación amueblada quehabía alquilado, solo eignorado como sólo puedeestarlounescritorenyiddishempeñado en intentar

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aprender el inglés mediantela Biblia y el diccionarioHarkavy.Entoncesseabriólapuerta y entró un hombrejoven demejillas sonrosadasy ojos de oscuras pupilas.Sonrió, se le formaronhoyuelos en las mejillasjunto a las comisuras de loslabios rojoscomolosdeunamuchacha,ymepreguntó:

—¿Usted es el escritor

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reciénllegadodeVarsovia?—Sí.El muchacho me miró,

miró la habitación y yo lemiré mientras él miraba. Surostro de adolescente meparecía familiar. Sinembargo su cuerpocontrastaba con su cara, erael cuerpo propio de unhombre de media edad, uncuerpo rechoncho, de anchos

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hombros y cuello recio. Lasmanos eran demasiadograndesparaunhombredesucorta talla. Iba con camisaroja, pantalones amarillos,corbata multicolor, una grancartera en la mano, y teníatodoelaspectodeuncómico.Con voz algo ronca, deíntimosacentos,dijo:

—Mr. BemardHutchinson me dijo que

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vinieraaverle.—¿Hutchinson?—Bueno, en realidad se

llamaHolsman, pero aquí secambió el nombre porHutchinson. Escribe guionespara Hollywood. Leyó elrelato que usted publicó eneste periódico en yiddish,¿cómo se llama?, bueno, enfin, igual da, en el periódicoese, y pensó que podía

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transformarse en una buenaobra teatral. Ahora estoypresentando una obra en unteatro fuera de Broadway, yayer elVillage Journalpublicó una críticaformidable, algoimpresionante. ¡Perdón, milperdones, había olvidadopresentarme!Me llamo SamGilbert, en yiddish minombre es Schloimele. Así

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me llama mi madre. Vine aeste país procedente de unpoblachodePoloniadecuyonombre no me acuerdo,cuando tenía cinco años. Laverdad es que siempre queintento recordar el nombredel pueblo de marras se meesfumadelacabeza.

Y se atizó una palmadaen la frente,comosihubieraquerido aplastar una mosca.

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Siguió:—El pueblo ese está

cerca de Radom. Lo únicoque recuerdo de él es barro,mucho barro. Y las mujerescalzabanbotasaltasigualquelos hombres. Ahora estoyescribiendo una obra teatraltambién,peroprincipalmenteme dedico a producir unaobra interpretada por unaamiga mía, Sylvia Katz,

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muchacha dotada de grantalento.Enrealidadesachicatiene demasiado talento. Esmuy temperamental. Es unaauténtica estrella. Puedeusted estar seguro, esa chicallegará lejos. Nos vamos acasar pronto. Hollywood meandadetrás.Cuandomedélagana puedo firmar contratocon Hollywood conquinientos dólares

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semanales, un despachocomoparacaersedeculo,enfin, todo. Sin embargo, mivocación es el teatro. Yquiero presentar una obrajudía,eninglésnaturalmente,pero con todo el gusto y elaromadelonuestro,unacosaque huela a cebolla yarenques ahumados,¿comprende? Sólo parademostrar a los tipos esos, a

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l o sgoys, que nosotros, losjudíos, no somos solamenteunos fanáticos del dólar.También tenemos nuestracultura.

—Bueno, la verdad esque no sé a qué relato serefiere.Hepublicadovarios.

—Espere un instante. —Meapuntéeltítulo.

Schloimele abrió lacartera que antes había

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depositado en mi frágil ydesvencijada mesa. De lacartera cayeron papeles yfotografías. Cuando meincliné para recogerlos,cayeron más. Eran fotos deactores, bailarines, hombrescon expresión enloquecida,muchachas medio desnudasde raza blanca y de razanegra. Después de rebuscarlargorato,Schloimeleseguía

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sin encontrar el papeÚto. Sepuso nervioso y encendió unlargo cigarro que extrajo delbolsillo delantero de lacamisa. Aquel cigarro eraincongruente en el infantilrostro de Schloimele, quiencomenzó a despedir grandesbocanadasdehumo.Dijo:

—Es un relato que tratade un estudiante de yeshivaquesedisfrazademuchacha.

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Cuando Sylvia escuchó esterelato se puso histérica. Esexactamente el tipodepapelqueleva.Elpapelqueahorainterpreta no es exactamentelo que ella necesita, pese aque fue ella misma quienescribió la obra. De todosmodos los críticos estánentusiasmados.Peroelteatroes demasiado pequeño. Porotra parte a la gente no le

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gusta ir a los teatros que noestán en Broadway. Tengounos cuantos «ángeles», yasabe, llamamos «ángeles» alosqueinviertendineroenelmontaje y presentador) deobras de teatro, y estamosbuscando un local. El queahora tenemos presenta elinconveniente de estarpodrido, plagado decorrupción, ¿sabe?, hay que

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untar a mucha gente si unono quiere que ocurra unacatástrofe.Allíhayqueuntaratodos,desdeelpolicíaenlacalle, hasta el mandamás enlo más alto. Como decimosen yiddish, «quien engrasalas ruedasdelcocheviajadeprisa». Bueno, ¿cree ustedque puede transformar surelatoenunaobrateatral?Sies así, podemos firmar

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contrato. Oiga, ¿por qué nocenamos juntos? Esta nocheno hay representación. LepresentaréaSylvia.Lachicaha nacido en Norteamérica,pero es totalmente judía.Todos los viernes por lanoche sumadre enciende lasvelas. El pescadogefilte queguisa Sylvia es delicioso, sele funde a uno en Ja boca.Sus pastelillos son famosos.

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Yhablaunyiddishexcelente.¡Es una judía de cuerpoentero!Niellaniyotenemosni cinco, y ahora vamos acasarnos. Su padre está quetrina.Ysumadrequierequese case con unmultimillonario. Y esnatural, porque Sylvia tieneun éxito tremendo, todos loshombres enloquecen cuandola conocen. El director que

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queríallevarmeaHollywoodse ha enamorado de ellacomounabestia.PeroSylviay yo somos exactamente elunoparaelotro.

Schloimele hablaba enuna mezcla de inglés yyiddish.Dijo:

—Esacasaenquevivenoespara usted, hombre…Losescritores necesitaninspiración.Tanprontotenga

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usted éxito, le regalarán unacasa en Woodsrock ocualquierotro sitioparecido,y usted podrá ver árboles,ríos y colinas desde laventana. El amor también esimportante. Mi madresiempre dice: «quien vivesolo no vive». Nueva Yorkestá atestado de chicasguapas.En cuanto descubransu talento artísticono levan

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a dejar solo ni un instante.Tenga,esassonmisseñas.

2

Después de una largabúsquedaencontrélacasaenel Greenwich Village dondevivían Schloimele y Sylvia.Entré en una habitación conuna mesa con tapete verde,sobre la que ardían velasrojas en candelabros de

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vidrio.Habíagrannúmerodechicas y chicos sentados enun banco, en el suelo, entodas partes, fumando yesforzándose por hacerse oíren medio de la formidablebarahúnda. Olía a carneasada,awhisky,aperfumeya ajo. Mientras bebían seabanicaban,lasmuchachaslohacían con el bolso y loshombres con semanarios y

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periódicos doblados.Schloimele corrió hacia mípara darme la bienvenida.Sylvia lanzó unaexclamación,meabrazóymebesó. Mucho más alta queSchloimele, rubia y delgada,Sylvia llevaba los párpadospintados de azul y laspestañas densamenteennegrecidas. Después debesarme como si fuera un

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parientepróximo,gritó:—¡Éste es el autor de

nuestrapróximaobra!Me presentaron a las

muchachas —rubias,morenas y pelirrojas— y alos chicos de enmarañadopelo, camisas con el cuelloabiertoydetodosloscoloresimaginables, pantalonescortos y calzados consandalias. También había

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unos cuantos negros. Habíanretrasado la cena en mihonor. Me senté en lacabecera de la mesa Sylviainsistió enquemequitara lachaqueta. La cogió y lasopesó:

—¡Dios!¿Quéllevasahí?¿Tusobrascompletas?

Schloimeleleexplicó:—Los europeos todavía

noconoceneltrajetropical.

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Sylviacomentó:—Con ropas así te vas a

disolver.Realmente su

observación no fuedemasiado aguda, ya quellevaba la camisa empapadaen sudor. Era una camisa decuello duro, puñosalmidonados y en los puñosgemelos. En el momento enque comenzamos a cenar se

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inició una discusión y todoshablaron a voz en cuello. Eltema de la discusión era elteatro moderno. Realmente,noséquéeraloquetantolesexcitaba. Oí quemencionaban a Stanislavsky,Reinhardt y Piscator una yotra vez. Un hombre joven,con el pecho cubierto deespesa pelambrera, llamó«fascista» a otro. Una

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muchacha con la espalda alaire hasta la cintura brindócon jugo de tomate por elnuevo teatro. Todas lasmuchachas trataban dedarling a un formidableperro, al que besaban sincesar y que había acudidoacompañando a uno de losinvitados. Mi solomilloestaba crudo y la salsasanguinolenta. Para postre

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nossirvieronunpastelhechoíntegramente con nata dulce.El café eranegro como tintayfuertecomounlicor.Peseaque me prestaron granatención al principio, ahoramehabíandejado totalmenteabandonado. Dije aSchloimelequedebíairme.

Mientras Sylvia medevolvía la chaqueta conmanos de uñas escarlata,

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protestó:—¡Pero si la noche

apenashacomenzado!Antes de irmeSylviame

diounlargobesoyprometióque no tardaría en entrar encontactoconmigootravez.

EnlascallejasdelVillageme desorienté y tardébastante tiempoenencontrarla estación del metro. Lospasajeros mascaban chicle y

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leían los periódicos de lamañana. Arrodillado en elsuelo, entre periódicostirados y cáscaras decacahuete, un muchachonegro lustraba zapatos. Unmendigotocabalatrompetayluego extendía un vaso depapel haciendo sonar lasmonedas en su interior. Unborracho pronunciaba undiscurso. Predijo que Hider

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salvaría a Norteamérica yluego vomitó. En el asientoinmediatoalmío,unarevistadel tamaño tabloide quealguien había dejado allírelataba el asesinato de unanovia a la entrada de laiglesia, a manos de unpretendiente despechado. Enla fotografía se veía a lanovia, con velo y vestidoblanco, espatarrada en la

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escalinata de la iglesia. Elasesino, entre dos guardias,posaba para el fotógrafo.Mussolinisehabíacalificadode genio a sí mismo. Hitlerhabía amenazado con atacarPolonia. En Moscú habíandetenido a unos cuantosveteranosbolcheviquesmás.

Evidentemente la nochehabíaresultadoestéril.Enmirelatonohabíaniunosolode

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aquellos elementos que misjóvenes amigos queríanllevar al escenario. Incapazde comer aquella carne yaquel pastel, me habíaquedado con un hambreatroz.Salídelmetro,anduvetres manzanas hasta llegar amicasayaduraspenaspudemeterme en el minúsculoascensor, en el que ungigantesco negro se sentaba

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sobre un montón de ropasucia. El corredor de laquinta planta era estrecho yestaba mal iluminado. Elbaño no dejaba de estarocupado ni un instante y micuarto parecía un homo.Sentía dolor en el lugar enqueSylviamehabíabesadoytenía la impresión de que seme estuviera hinchando lacarneallí.Aquellamuchacha

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teníalabiosdevampiro.

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DuranteunañonotuvelamenornoticiadeSchloimele.Undía,encontrándomeyoenun restaurante automáticodeBroadway,Schloimelevinoamimesa.Apenaslereconocí.Estabamásgordo.Mesaludósonrienteymepidiópermisopara sentarse a mi mesa, en

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la que depositó su bandejarepleta de pastelillos, nata,bollosyleche,diciéndome:

—Es curioso, tenía laintencióndeiraChilds,perouna fuerza extraña me haobligado a entrar aquí. ¿Quétal, cómo está usted? ¿Quéhay de nuevo? Bueno, unanoticia: todo terminó entreSylvia y yo. Sylvia se casócon uno que no es judío y

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ahora ya está pensando endivorciarse. El tipo leprometió el sol y la luna, leprometió alquilar un teatropara ella sólita, le prometióun papel en Hollywood…¡Todo mentira! Su madrecasi se murió del disgusto.Pero Norteamérica es así.Nadie se preocupa de lo quelespasaalospadres.Sylviayyo estábamos prácticamente

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casados, vivíamos juntos,teníamos una sola cama…Pero, de repente, Sylvia seentusiasmó con eseembustero.Yoestabaapuntode conseguir un teatro deBroadway,pero,claro,conlaseparación, todo se vinoabajo. Ahora estoy más omenos liado con un nuevogrupo y sigo interesado enponerenescenasurelato.He

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intentado llamarle porteléfono.Tenemosunanuevaactriz maravillosa. Sylviahubiera estado horrendadisfrazada de estudiante deyeshiva, es demasiadovoluminosa, demasiadograndota. Además, gritamucho. En cuanto pisa elescenario Sylvia se echa aaullarcomounaloca.Bueno,en realidad, gritar, lo que se

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dice gritar, lo hace siempre,en el escenario y fuera, demaneraquecontantogritoytanta agresividad, acaba porasustar a los «ángeles». Supsicoanalistameexplicóqueel padre de Sylvia es unhombre apocado, y que,comoesnatural,Sylviagritapara compensar el ejemplode su padre. Bonnie esexactamente todo lo

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contrario de Sylvia. Por elmomento sólo vivimosjuntos, pero proyectamoscasamos. La madre deBonniemurióysupadre,quees taxista en Cleveland, sevolvióacasarytienehijosdesu nuevomatrimonio.Tengomi despacho en la calleCuarenta y ocho y la SextaAvenida. ¡Venga a verme,hombre,cuandotengaunrato

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libre! Nuestra compañía sededica a interpretar obras yaconocidas, obras derepertorio, precisamenteahora estamos ensayandouna. Proyectamospresentamos enNuevaYork.Hutchinson vuelve a estarcon nosotros. Hutchinson ySylvia no se llevabandemasiadobien,peroBonniees mucho más dócil. Los

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veinticinco mil dólares quenecesitamos los tenemos yaprácticamenteenelbolsillo.

—¡Veinticinco mildólares!

—Sí, ¿y qué? EnBroadway esto es calderilla.Piense que cuando se tieneéxito lasgananciasno tienenlímite, se trata de millones.Usted puede ganar millonestambién, amigomío.Escriba

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una obra, escríbala a sumanera. Tengo experiencia,ya que he arreglado muchasobras y el truco consiste enque pasen cosas, en quesiempreestépasandoalgodemanera que el público nopierda el interés. Le esperoenmidespachomañanaalasdoce y media. Bonnietambién estará. Semuere deganas de conocerle. Ha oído

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hablar mucho de usted.BonnieySylviaeranamigas.Ahora, como es natural, susrelacionessehanenfriadounpoco.Perodevez en cuandoaún nos reunimos. No hacemucho ofrecí un papel aSylvia. Pero, claro, Sylviasiempre quiere ser laestrella…

Schloimele hablaba sindejar de masticar. Cuando

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terminó fue a buscar café yunpastelillodequesoparaélyparamí.Dijo:

—Estoy engordandodemasiado, pero en miprofesión siempre hay quecomer con alguien… Ahoraunacena,ahoraunalmuerzo,a veces se come entrehoras… Me sobran docekilospor lomenos.¿Yustedqué tal? ¿Cómo le van las

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cosas? ¿Es feliz en su vidasin comida y sin amor? ¿Lemolestaquefume?

—Fume,fume.Encendió un cigarro, me

echóelhumoalacaraydijo:—Quería ser actor, pero

creo que sirvo más paraproductor. Soy como unhermano,comounpadreparatodos… Confían siempre enmí…¿Queunachicanecesita

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unaborto?Allávoyyo…Sí,yaséqueesilegal,pero¿quéva a hacer uno? Bueno, yasabe, a las doce y media enpunto, mañana, le espero enmidespacho.

El día siguiente subí trespisos a lo largo de unaestrechaescaleraenunacasaen la esquina de la SextaAvenida. Por las puertasabiertas de las habitaciones

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que daban al pasillo vimuchachas medio desnudas,cantando tristes y lánguidascanciones de frustración quesegún me dijeron, sellamabanblues. Las radiosrugían y los tocadiscosfuncionabana todovolumen.Abrí la puerta de undespachito con las paredescubiertas de fotografías,carteles y amarillentas

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páginas de periódicos, endonde encontré a unamuchachapequeñita,denarizganchuda, ojos de lechuza ycabello corto como el de unmuchacho. Schloimele, quehablaba por teléfono, mesaludóconunainclinacióndecabezayunguiño.Presurosa,lamuchachaquitóunmontónderevistasdelasientodeunasillayme invitóa sentarme.

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Schloimeledecía:—¡No pueden hacernos

esto! ¡Somos una compañíasolvente! ¡Pagaremos! ¡Leaseguro que no tenemos laintención de salir de laciudadauñadecaballo!Yafin de cuentas no olvide quesomos una agrupación jovenquenecesitaunaoportunidad.Silaobratieneéxito…

Al parecer el que estaba

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alotroextremodelhilohabíacolgado.Schloimelegritaba:

—¡Oiga!¡Oiga!Luego,dirigiéndosedeun

modovagoalamuchachayamí,demodoque igualpodíadirigirse a nadie, Schloimelecomentó:

—Este tipo está loco,puraysimplementeloco.

Pese a que misencuentros con Schloimele

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eransiemprecasuales,noporesto dejaban de ponermenervioso. Yo no tenía obrateatral que ofrecerle y él notenía teatro. Bonnie ySchloimele se habíanseparado.AhoraenlavidadeSchloimele había otramuchacha,unamuchachaquelepasabalacabeza,conlarganariz,lanudocabellonegroybigotillo. Tenía voz de bajo

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cantante y reconocíaabiertamente que eramiembro del PartidoComunista. Su ambición eraorganizar una agrupaciónteatral izquierdista parainterpretar obras de Brecht,Toller,Los lobos de RomainRolland y los dramaturgossoviéticos. Esta muchachamedijo:

—Nadahayqueobjetaral

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yiddish siempre y cuando seponga al servicio de lasmasas.Ahora bien, una obraen la que una muchacha sedisfraza de estudiante deyeshiva no es para nosotros.El aficionado teatralprogresista quiere que elteatro sea reflejo de sutiempo, de sus luchas, de sufunciónenlasociedad.

Esta chica, llamada

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Beatrice,hacíalascosasmuya su manera. Encendía uncigarrillo, lo chupaba dosveces y acto seguido loapagaba en la taza de café.Llevaba las uñas mordidashasta la raíz y los dedosamarillosdenicotina.PeseaquevivíaconSchloimeleyaque intentaba abrir un teatroen colaboración con él, leponía constantemente en

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ridículo. En el restauranteautomáticonohacíamásquedarle órdenes. Ahora lemandaba a buscar mostaza,ahorapepinillos…Teníaquecomer las salchichas deFrankfurtconsauerkrautyelbocadillo de carne conpepinillos. Los bolsillos desu abrigo eran grandes yhondos como los de unhombreylosllevabarepletos

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de periódicos y revistas.Incluso tosía como unhombre.Cuando lachica fueal lavabo, Schloimele medijo:

—No se la tomedemasiadoen serio.Elpapeldeestudiantedeyeshivalevapintiparado. Tendrá un éxitoloco.

Decidí terminar de unavez nuestros encuentros y

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nuestras ociosasconversaciones, pero locierto es que nosencontrábamos cada dos portres. Por mucho queasegurara a Schloimele quecarecía de ambiciones deescribir teatro, Schloimelesiempre me hablaba de miinexistente obra. En elmismo instante en que yopasabaporlapuertagiratoria

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del restaurante automático,Schloimelemeveía,seponíaen pie de un salto y con suscortaspiernecillasemprendíacarrerahaciamí,concuchilloy tenedor en una mano,servilleta y plato en la otra.Su máxima ambición erahacerme favores. ¿Quería yoacaso ir a la ópera? ¿Megustaba la música?Schloimele llevaba los

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bolsillos rebosantes deentradas. Una antigua amigasuya, japonesa, estabadispuestaaconvertirseenmiamante.¿Oquizámegustaríaprobar un poco demarihuana? Podía ofrecermelo que quisiera a precio demayorista, abrigos, camisas,relojes,máquinasdeescribir,bebidas alcohólicas… Entresusmásíntimosamigostenía

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médicos, farmacéuticos,masajistas,editoresydueñosde fábricas de paraguas. Medolía rechazar tantas ofertas,yenciertaocasiónaceptéunpar de entradas para ver unanueva comedia. Cuandollegué al teatro en compañíadeunamuchacha,loencontrécerrado. Los críticos habíantratado la obra con tantacrueldad que dejó de

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representarsealdíasiguiente.Al paso de los años

Schloimele llegó a ser paramí la encarnación de mipropio fracaso y del tiempoperdido. Yo no encontrabaeditor para mis obras ySchloimele no encontrabateatro para las suyas. Amedida que Schloimeleengordaba, yo enflaquecía.Muchas veces estuvimos los

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dos a punto de contraermatrimonio, pero seguíamossolteros. Los dos juntosproyectamos viajes aEuropay a Palestina, pero jamássalimosdeNuevaYork.Pesea que Schloimele alardeabasiempre de sus empresas ynegocios, no alcanzaba yo acomprender cómo se ganabaelpandetodoslosdías,niélsabía qué era lo que yo

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realmente hacía en la vida.De vez en cuando yopublicaba algún artículo enun periódico en yiddish,traducía un poco, corregíapruebas e incluso escribíalgunas cosas por cuenta deotros que las firmaban.Schloimele parecía haberseconvertido en un empresarioteatralahorasperdidas.Enelcurso de los diez o quince

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añosquenos tratamos jamásperdió el optimismo. Sucuerposehizovoluminosoysufría frecuentes ataques deasma, pero en sus ojosbrillabaunajuvenilalegríayuna bondad que no habíafracaso capaz de disminuir.En cuanto a mí hacíareferencia,debodecirquemiagenda seguía repleta deplanes para escribir novelas,

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ensayos y relatos breves.Cosacuriosa,ningunode losdos sabía el teléfono o lasseñas del otro. A vecespasabansemanasymesessinque nos viéramos. Y luego,coincidíamos todos los díasen el mismo sitio, y enocasiones dos veces al día.Éramos desconocidos eíntimos amigos al mismotiempo.Élmehablabadesus

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asuntosyyolehablabadelosmíos. No había otros temasde los que pudiéramoshablar.PeseaquepocoseranlosrasgosdeSchloimelequeme gustaran, debo reconocerqueteníamosalgoencomún.Ninguno de los dos parecíacapazdellevaratérminosusproyectos.Losdosestábamosdesengañados de lasmujereso quizás hubiera ocurrido

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todo lo contrario. Todascomenzaban sus relacionescon entusiasta idealismo,peroacababancasándoseconagentes de seguros,contables, carniceros ycamareros.

Elcabelloalrededordelacentral porción calva de micabeza se me había vueltogris. La negra cabellera deSchloimele era ahora rala y

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entreverada con blanco. Yano me presentaba amuchachassinoamujeresdemedia edad. Me lie con unaviudamuchomayorqueyoycon nietos. Esa mujersiempretemíaquesuhijo,sunuera, sushijasy susyernosdescubrieran nuestraaventura. Por la noche mehablaba apasionadamente ymemordíaunhombro.Ypor

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lamañanamecontabaquesehabía comprado una tumbacercanaaladesumarido.Derepente esta señora dejó deteñirse el cabello que encuestión de semanas se lepusoblanco.DejósupisodeBrooklyn y se fue a vivir encasa de una hija suya, enLongIsland.Porteléfonomedijo:

—Todo termina en este

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mundo.Intenté reanudar mis

relaciones con antiguasamigas, pero aquel veranonadie se había quedado enNueva York. Las casadasestaban ocupadas con susfamilias y las solteras sehabían ido a California o aEuropa. Algunas se habíanmudadoohabíanpedidoquesu teléfonono figurase en el

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listín. Intenté formar nuevasrelaciones, pero no tuveéxito. Perdí todo deseo deescribir.Sentíaperezaen losdedos. Las plumasestilográficas metraicionaban, ya derramandotinta, ya reteniéndola. Eraincapaz de leer mi propialetra. Escribía palabrassaltándome letras, frases enlas que faltaban palabras,

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cometía ridículos errores yescribía largas y repulidasfrases. A menudo decíaexactamenteloopuestodeloque pretendía decir, como siunmalignodiablilloliterariohubiera tomado posesión demi espíritu. Mis notas eincluso originales completosdesaparecían. Pasaba lasnoches insomne. Dejé derecibir cartas. Nadie me

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llamaba por teléfono. A lospocos instantes de ponermeuna camisa limpia ya lallevaba empapada en sudor.Los zapatos me dolían. Alafeitarme me cortaba.Manchaba de comida lascorbatas. Tenía la narizobstruida y apenas podíarespirar.Medolía la espaldaymesalieronalmorranas.

Había ahorrado algún

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dineropara irdevacaciones,pero no sabía adonde ir. Undía, en el restauranteautomático, encontré aSchloimele comiendotallarines con queso. Gordocomo un tonel, hinchada lacara,consombrasazulesbajolos ojos y camisa de suciocuello,todavíaaparecióensurostrounaexpresiónanimadacuando me saludó y me

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indicó que me sentara a sumesa.Cogíunatazadecaféyme fui para allá. Schloimelemepreguntó:

—¿Qué le ha ocurrido?Le he estado buscando,pero…

Dándomeplenacuentadela cruel ironía de mispalabras,lepregunté:

—Supongo que ya habráusted encontrado un teatro a

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estasalturas.—¿Cómo?Ah,puessí,lo

encontraré.A findecuentas,¿qué es un teatro? Una salacon sillas. En Broadway sepueden ganar millones. Sólohacefaltasaberlamaneradehacerlo.

Schloimele se metió unacucharada de tallarines en laboca, tragó, poco faltó paraque se ahogaray empujó los

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tallarines hacia abajo conunpardesorbosdeleche.Cogióuntallarínquelehabíacaídoenlasolapadelachaquetayselotragó.Mepreguntó:

—¿Qué, qué le parece eltiempecito que estamossufriendo?Hayqueestarlocopara quedarse en la ciudadconestecalor.¿Porquénoseva de vacaciones? Sí, claro,yaséquenoesfácil.Siempre

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hay compromisos. Acaba dellegar de Israel una actrizyemenita… Chica dotada deun gran talento, por cierto.Creo que su marido es unjudíolituanodeVilna.

—¿Sí?Schloimele,sonriente,me

miródesoslayo:—Oiga, ¿por qué no

vamosdevacacionesustedyyo?

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—¿Doshombressolos?—¿Y qué? Tampoco

somos maricas. Yaencontraremosmujeres…

Pasmadoantemispropiaspalabras,dije:

—Bueno, ¿y adóndepodemosir?

—Unamigomíotieneunhotel en Monticello. Noscobrarámuypoco.Elpaisajees bonito, el aire es puro, la

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comida es casera, ya sabe,leche merengada, queso,mermelada de frambuesa…Además,miamigo tieneunasala de espectáculos ynecesita artistas, podemosorganizar algo. Usted podríadarconferencias…

—Jamás.—Bueno, hombre, como

quiera, pero a nadie puedeusted hacer daño dando

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alguna que otra conferencia.Ustedva,sesientayleeunascuantas paginitas, y a lomejor a la gente le gusta,¿sabe?Despuésdepasarseeldía comiendo, necesitan unpoco de distracción. ¿Haescrito usted alguna escenahumorística para representarenpúblico?

Aquella noche no pudedormir. Tenía la impresión

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de que mi dormitorioamueblado se habíaconvertido en un horno. Porlaventananoentraba lamáslevebrisa.Losmosquitos deNueva Jerseyvolabanávidosa mi alrededor, dispuestos apicarme en cualquierinstante. Conseguí aplastar amásdeuno,peroellonofueuna lección para losrestantes. Humos tóxicos

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llegaban hasta mi aposento,procedentes de la tintoreríade la acera de enfrente. Elhedor me tenía mareado ycon arcadas. Durante unosinstantes tuve la impresióndequealguiendescendíaporla escalera de incendios. Micuerpo se tensó. Cierto eraque no tenía yo bienes devalor que pudieran atraer aunladrónnormalycorriente,

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sin embargo también erapreciso reconocerqueNuevaYork tiene entre susmoradores a grannúmerodelocos. Los gatos maullaban.Uncamióncuyomotornoseponíaenmarchagemía,tosíay estremecía su metálicoesqueleto en la avenida.Sobrelostejadosbrillabaunacinta de cielo rojizo. Teníased, pero el agua del grifo

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salía tibia y con sabor atubería. Pese a que sentíanecesidad de orinar, carecíade las fuerzas suficientesparaponermelabataycruzarel estrecho corredor parallegar al lavabo, lavabo queseguramenteestaríaocupado.Desnudo, en pie entre lacama y la desniveladamesillaenlaquereposabamiinconclusa novela, mi

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irremediablementeinconclusa novela, merasqué.

Pocos días despuésrescindí el contrato dearrendamientodeldormitorioamueblado, metí todas mispertenencias en un par demaletasy fui enmetrohastala estación terminal de lalínea de autobuses. Lleguécon tiempo sobrado, pero

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Schloimele había llegadoantes que yo. Iba con unantiguo baúl y tres maletas.Se tocaba con sombrero depaja y lucía camisa de colorde rosa y corbata de lazo.Pese a que nos habíamosvisto dos días antes, apenaspude reconocerle. AquelhombrenoeraelSchloimeleque yo conocía sino unhombreentradoenaños, con

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elcabellogris,encorvado,depiel amarillenta, conarrugada sotabarbayojos detristemirarbajolaspobladascejas.Duranteunos instantestambiénélmecontemplóconexpresióndepasmo,comosinopudieracreer loqueveía.Acto seguido se irguió, unasonrisailuminósurostroyenmenos de un segundo volvióa ser el Schloimele de otros

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tiempos. Agitó sus cortosbrazosamododebienvenidayavanzóhaciamícomosisepropusieraabrazarme.Gritó:

—¡Bienvenido!¡Shalom!Hehabladodesuobrateatrala la actriz yemenita. Es unpapel que le viene que nipintado. Está delirante deentusiasmo.

(Traducidodelyiddishal

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inglés por Alma Singer yElaineGottlieb).

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Lacolonia

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Todo fue como un largosueño, el viaje de dieciochodías en barco hasta laArgentina,losencuentrosconmis paisanos polacos enMontevideo y en BuenosAires, mi conferencia en elTeatro Soleil y, después, la

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excursión en automóvil a lavieja colonia yiddish enEntre Ríos, donde debía daruna conferencia. Fui encompañía de una poetisa enyiddish, Sonya Lopata, queleería unos poemas suyos.Hacía calor aquel sábado deprimavera. Pasamos poradormecidos pueblecitosbañados por el sol cuyascasas tenían todas los

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postigos cerrados. Lapolvorienta carreteradiscurría por entre grandescamposdetrigoyranchosenlos que millares de cabezasde ganado vacuno pastabansin necesidad de que nadielas vigilara. Sonya hablabaen castellano, idiomaqueyodesconozco,conelchófer.Almismo tiempo me dabapalmaditasenlamano,mela

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cogía, me la pellizcaba.Llegó incluso a clavarme lauña de su dedo índice.Oprimía su pierna contra lamía. Todo me parecía muyraro y muy conocido almismo tiempo: eldeslumbrante cielo sin unasola nube, el ampliohorizonte, el calor delmediodía, el olor a azaharque llegaba sabía Dios de

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dónde. En ciertos instantestenía la impresión de que yahabía experimentado aquelloenunavidaanterior.

Hacia las dos de la tardeel automóvil se detuvo anteuna casa que, teóricamente,eraunhotelounaposada.Elchóferllamóalapuerta,peronadie acudió. Después deaporrearla y de maldecirlargo rato, la puerta se abrió

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y bajo el dintel apareció unhombrecillo adormilado.Habíamos interrumpido susiesta. Intentódesembarazarse de nosotrosal amparo de mil excusas,pero el chófer no se mostródispuesto a quedarse sincomer. Discutióenconadamente con elhombrecillo.Después demilargumentacionesy reproches

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conseguimos entrar.Cruzamos un patio de pisocubierto con piedrascoloreadas y adornado concactusentiestos.Penetramosen una sala en penumbra enlaquevimesas,aunquenoviniauncliente.Laescenamerecordó la historia de RebNachman Bratslaver cuandoentróenunpalacioalzadoenel desierto, en donde los

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demonios se disponían acelebrarunfestín.

Por fin apareció elpropietario delestablecimiento, quien fue adespertar al cocinero. Denuevo oímos quejas yreproches. Entonces elcocinero despertó al pinche.Hasta el instante en queterminamos la comidatranscurrieron tres horas.

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EntoncesSonyamedijo:—Argentinaesasí.Tuvimos que efectuar un

viaje en barcaza para cruzarun río que por su anchuraparecía un lago. Luego elautomóvil prosiguió sucamino hacia la coloniajudía, que al parecer seencontraba ya cerca. Bajo elaire ardiente, los campos detrigo se ondulaban como un

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mar verde. La carretera eraahora todavía máspolvorienta. Un vaqueroargentino a caballo conducíauna punta de ganado almatadero. Estimulaba a lasresescongritossalvajesylasazotabaconellátigoparaquecorrieran. Eran animalesflacos, cubiertos de escamasformadas por el polvo, y ensus pupilas dilatadas se

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advertíaelmiedoalamuertequepresentían.Pasamosanteelcadáverdeuntorodelquenada quedaba salvo la piel ylos huesos. Los buitres aúnintentaban arrancar de aqueldespojolosúltimosrestosdealimento. En un prado untoro cubría a una vaca. Eltoro estaba encaramadoencima de la vaca, tenía losojos inyectados en sangre y

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los cuernos destacabansobremanera, como si se lehubieranalargado.

En todo el día no tuveconcienciadequeerasábado,pero al comenzar la puestadel sol me di cuentabruscamentedequeelsábadotocaba a su fin y recordé lavoz de mi padre entonando«Hijos de la mansión», y amimadrerecitando«Diosde

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Abraham». Me sentíadominado por una oleada detristeza y nostalgia. Lascaricias de Sonya mefatigabanyporesomeapartéde ella. Pasamos ante unasinagoga que ostentaba elnombredeBethIsrael.Novini un cirio encendido, ni oíunasolavoz.Sonyamedijo:

—Estántodosintegrados.Llegamos a la posada en

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la que habíamos proyectadopasar la noche. En el patíohabía una mesa de billar yunos barriles rebosantes delibros desencuadernados ycon las hojas rasgadas. Unamujer con aire de españolaplanchabaunacamisa.Aunoy otro lado del patio habíapuertas que se abrían a losdormitoriossinventanas.Measignaronunahabitacióny a

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Sonyaotracontiguaalamía.Yocreíaquealguienacudiríaarecibirnos,peronadievino.Sonya se encerró paracambiarse las ropas. Salí alpatio yme acerqué a unodelos barriles. ¡Dios Santo!Estaba lleno de libros enyiddishqueostentabansellosdebibliotecaspúblicas.Enlasemioscuridad del ocaso leíatítulos de obras que me

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habían entusiasmado en mijuventud. Sholom Aleichem,Peretz, L. Shapiro eran losautores. Y también habíatraducciones de Hamsun,Strindberg, Maupassant,Dostoievski… Recordé lascubiertas,elpapel,eltipodeletra.Peseaqueesmaloparalavista leer en lapenumbra,hiceunesfuerzoycomencéaleer. Reconocí las

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descripciones, las frases, laserratas, e incluso las líneastrastocadas.Sonyasalióymeexplicó el significado deaquello. La vieja generaciónde colonos hablaba elyiddish. Allí, en otrostiempos,hubounabibliotecade obras en yiddish, allí seorganizaban conferencias,allí huboun teatro en el queactuaban actores de habla

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yiddish. Pero la nuevageneración fue educada encastellano. Sin embargo, devez en cuando aún invitabana un escritor yiddish, a unrapsoda, a un actor. Teníanun presupuesto para sufragarlos gastos que talesinvitacionescomportaban.Lohacían con la finalidad deevitar las críticas de losperiódicosyiddishdeBuenos

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Aires.Además,aúnquedabandos o tres viejos que sedivertíanygozabanconestasactividadesculturales.

Poco después vino unmiembrodelacomisión.Eraunhombrebajoygrueso,conel cabello negro azulado yojos de brillantes pupilasnegras,propiosdeunespañolo un italiano. Habló en unyiddish inseguro. Guiñó el

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ojo a los dueños del hotel ybromeó con ellos. Teníamejillas rojizas como la pieldel mango. Ahora la nocheera negra y densa, de unaoscuridad que no habíalámparacapazdepenetrar.Elcanto de los grillos parecíadiferente al de sus hermanoseuropeos o de los EstadosUnidos, país en el que a lasazón vivía yo. Las ranas

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también croaban de distintomodo. Las estrellas ofrecíandiferentes formaciones. ElcielodelSurmeparecíabajoy opresivo, con susdesconocidas constelaciones.Imaginéoír el aullidode loschacales.

Dos horas despuéspronunciaba mi conferencia.Hablé de la historia de losjudíos, de la literatura

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yiddish, pero los rudoshombresylasobesasmujeresque formaban el público noparecían comprender mispalabras. Ni siquieraatendían.Comíancacahuetes,hablaban entre sí, reñían agritos a sus hijos.Escarabajos, mariposas ytodo género de insectospenetrabanenlasalaatravésde los rotos cristales de las

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ventanas y proyectabanvoladoras sombras en lasparedes. Hubo variosapagones de electricidad.Unpe-00 entró en la sala ycomenzóaladrar.Despuésdemi conferencia Sonya leyósus versos. Luego nosofrecieron una cena conplatos excesivamentegrasientos y sazonados.Despuésalguiennosdevolvió

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al hotel. La colonia estabadeficientemente iluminada yen las calles habíamontículos y baches. Elhombre que nos acompañódijo que los colonos sehabían enriquecido en elcursodelosúltimosaños.Yano cultivaban la tierra, sinoque contrataban argentinos oindios para que lo hicieran.Loscolonosibanamenudoa

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Buenos Aires. Muchos deellos se habían casado congentiles. Su principaldiversiónconsistíaenjugaranaipes. Las colonias que elbarón de Hirsch habíafundado con la finalidad dequelosjudíosseliberarandesus míseros negocios y seconvirtieran en útilesagricultores, se estabandesintegrando. Mientras

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aquel hombre hablaba, a mimenteacudíanpárrafosde laBiblia.PensabaenEgipto,enelbecerrodeoroyenlasdosreses que Jeroboam, el hijodeNebat, dio a las ciudadesde Betel y Dan, diciendo:«He aquí tus dioses, ohIsrael».Habíaalgobíblicoenaquel olvido de los propiosorígenes, en aquel abandonode los esfuerzos realizados

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por los padres. Un profeta yno un escritor demi especieera quien hubiera debidovisitar a aquella ingratageneracióndejudíos.Cuandonuestro acompañante nosdejó, Sonya fue a sudormitorio para asearse y yovolví a los barriles repletosde libros. Ahora no podíaleer,perotoquésuscubiertasy acaricié laspáginas.Olí el

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olor a moho que despedían.Saqué un libro del fondo ymeesforcéenleereltítuloala luz de las estrellas.Apareció Sonya en bata yzapatillas, con el cabellosuelto.Mepreguntó:

—¿Quéhaces?Ycontesté:—Visito mi propia

tumba.

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2

La noche fue larga ynegra. Por la puerta abiertaentraba una tibia brisa. Devez en cuandooía un sonidoque semeantojabaelde lospasos de una bestia queacechaba en la oscuridad,dispuesta a devorarnos pornuestros pecados. Todas lasefusiones, todo el juego y el

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proceso del amor, habíanpasado ya, pero no podíaconciliar el sueño. Sonyafumaba y parecía penetradade esas ansias de parlotearque a veces sospecho sea lapasión dominante en lasmujeres. Hablaba con ciertotonóirritante:

—¿Qué sabe unamuchachadedieciochoaños?Mebesóymeenamorédeél.

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Inmediatamente comenzó ahablar de asuntos de ordenpráctico, de matrimonio, detener hijos, de alquilar unpiso.Mi padre habíamuertoya.Mimadre se había ido avivir con una hermana suya,viuda, en Rosario. Enrealidad mi madre seconvirtió en una especie decriada de su hermana. Loshombresmeperseguían,pero

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todos losqueme ibandetrásestaban casados. Trabajabaenuna fábricadegénerosdepunto.Fabricábamos jerseys,chaquetas,enfintodotipodeprendas de punto. Nospagaban una miseria. Lasobreraserantodasargentinasy lo que allí pasaba erarealmente indescriptible.Estaban siempreembarazadas y casi nunca

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sabían quién las habíaembarazado. Algunasmantenían a su amante. Eneste país el clima llega aenloquecerte.Aquíelsexonoesuncaprichoniun lujo.Elsexo aquí te ataca como elhambreolased.Enaquellostiempos los proxenetastodavía ejercían unaimportante función ennuestra comunidad. En el

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teatro yiddish los proxenetasmandaban sin la menorrestricción, y cuando unaobra no les gustaba laretiraban inmediatamentesinconsultar a nadie. Estodesencadenó una lucha queterminó con el totalaislamiento de los quemangoneaban el teatroyiddish. Aquí quienesrealmente mandan son los

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dirigentes de la SociedadFuneraria.Yéstossenegarona vender tumbas a losproxenetasdelteatroyiddish.No les dejaban entrar en lasinagogaenelAñoNuevonien el Yom Kippur. Losproxenetas tuvieron queorganizar su propiocementerio y fundar supropia sinagoga. Muchoseran ya viejos, estaban

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retirados y sus esposas eranantiguasprostitutas.

Hizounapausa.Siguió:—¿Qué estaba diciendo?

¡Ah, sí! Pues que losproxenetas todavía teníanmucha influencia yprocuraban someter a sudominio a todas las mujeresque se encontraran solas.Tenían individuosespecializados en seducirlas.

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En realidad, mi jefe en lafábrica me perseguía.Entonces comencé aescribir… Pero ¿a quiéninteresa la poesía en estepaís? ¿Quién necesita laliteratura aquí? Sí, la mejorsalida se encontraba en losperiódicos. Incluso losproxenetas leían losperiódicos en yiddish todoslosdías.Cuandounodeellos

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moríaelartículonecrológicoocupabapáginasenteras.Hasvenidoenelmejormomentodel año, en primavera. Peroaquí,porlogeneral,elclimaesterrible.Enveranohaceuncalor insoportable. Los ricossevanaMardelPlataoalasmontañas,pero lospobressequedan en BuenosAires. Eninvierno suele hacer muchofrío y los sistemas de

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calefacción modernos noexistíanenaquellos tiempos.No, aquí ni siquiera habíaaquellos hornos que losjudíos solían utilizar enPolonia.Aunonolequedabamás remedio que helarse.Ahoraen lascasasmodernashay calefacción central, peroenlascasasviejastodavíaseutilizan esas estufas queechan mucho humo pero no

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dan calor. Rara vez nieva,pero a veces llueve durantedíasydías,sinparar,yelfríosetemeteenloshuesos.Lasenfermedadesno faltany lasmujeressonmássusceptiblesa ellas que los hombres, sonenfermedadesdelhígado,delriñón,quéséyo…DeahíquelaSociedadFunerariaseatanfuerte. Para resumir, te diréquefuiaverauneditoryme

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dijo,así,casisinrebozo,«Site acuestas conmigopublicaré tus obras». Loscríticosdisimulabanunpoco.Sin embargo iban a lomismo. La verdad es quenuncahesidounasanta,peropara que me acueste con unhombre hace falta que meguste. Ir a la cama conalguien, así, en frío, es algoque no puedo hacer. Y

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entonces apareció Leibele,mi actual marido. Tambiénera poeta y había publicadoalgún que otro poema.Inclusohabíasacadounlibrode versos. En aquellostiempos, cuando el nombrede alguien aparecía en letraimpresa este alguien meparecíaungenio.Leibelemeenseñó una crítica salida enunperiódicodeNuevaYork.

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Tenía un empleo en laSociedad Funeraria. Nisiquiera hoy sé qué diabloshace allí. Seguramente essecretariodealguien.Fuimosaveralrabinoyelrabinonoscasó. Nos mudamos a viviren la zona judía deCorrientes. Pronto me dicuenta de que el trabajo demi marido estaba muy malpagado. Ganabamuy poco y

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se gastaba cuanto ganaba.Tenía gran número deamigos, escritorzuelos,principiantes y aficionadosque pretendían vivir de lacultura yiddish. Jamáshubiera imaginado queaquellaclasedeserespudieraexistir. Mi marido jamásestaba solo, siempre andabacon esa gente. Comíanjuntos,bebíanjuntos,ysiyo

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lo hubiera permitido, mimarido hubiera tambiéndormido con ellos.Y constequenoerahomosexual.Todolo contrario. Bueno, enrealidad, carecía de sentidodel sexo. Era uno de esosseres que no pueden estarsolos ni un segundo. Todaslasnochesteníayoqueecharde casa a sus admiradores yamiguetes,ytodaslasnoches

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mimaridome suplicaba queles dejara quedarse un ratitomás.Nunca se iban antes deque sonaran las dos de lamadrugada. A primera horade la mañana yo tenía queacudir al trabajo. Cuandosalíaconmimaridoparairalteatro,aunrestaurante,aunaconferenciaosencillamenteadarunpaseo,íbamossiempreacompañados del grupo de

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charlatanes. Eran individuoscapaces de discutir horas yhoras acerca de la másinsignificante bagatela. Hayhombres que, ciertamente,son celosos, peromimaridoignorabaloquesonloscelos.Cuando uno de sus colegasme besaba, mi maridoparecía rebosar orgullo yalegría. Y nada le hubieraimportado que el que me

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había dado un beso siguieraadelante y llegaramás lejos.Era así y sigue siendo así.Cuando supo que me ibacontigoadaresaconferenciasellevóunalegrón.Paraéltúeres como un dios, y nadiepuedesentircelosdeundios.No tuvimos hijos y nuestromatrimonio hubiera podidoterminar. Sin embargodivorciarse es absurdo

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cuando una no estáenamoradadeotro.Elcasoesque pasaron los años y denadie me enamoré. Misaventurasfueronsiempreconhombres casados. Alprincipio valoraba mucho laliteraturademimarido,perodespués incluso en esteaspecto me defraudó. Comopoetisa fui mejorando—porlo menos a juzgar por los

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elogios de los críticos—,pero mi marido quedóestancado. Comenzó amostrarse más y másentusiasmado con mispoesías. Todos queremos seradmirados, pero laadmiracióndemimaridomeirritaba. Contagió esaadmiraciónasusamigos.Micasa se convirtió en algo asícomo el templo de un ídolo,

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y el ídolo era yo. Sinembargo mi marido siempreolvidó un pequeño detalle:teníamos que comer y pagarel alquiler. Yo seguíatrabajando y regresaba acasa, al anochecer, hechacisco.EracomounasegundaGeorge Sand. Y entoncesteníaquepreparar lacenademi marido y sus amigachos.Yoguisabayellosanalizaban

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misversosysemaravillabanante cada una de suspalabras. Es gracioso,¿verdad? Luego la situaciónmejoró un poco. Dejé detrabajar.Devezencuando,lacomunidad me concede unabeca… Sí, ahora tenemosunos cuantos mecenas. Ytambién de vez en cuandopublico algo en losperiódicos, pero todo lo

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demás sigue básicamenteigual. Mi marido tambiéngana ocasionalmente algúndinero, pero jamás elsuficiente para nuestrasnecesidades.

—¿Y por qué no tenéishijos?

—¿Para qué?Ni siquierasé si mi marido puedeengendrar hijos. Sospechoque tanto él como yo somos

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estériles.Sonyasoltóunacarcajada

ydijo:—Si te quedaras quizá

tuvieraunhijocontigo.—¿Paraqué?—Sí, es cierto, ¿para

qué? De todos modos lasmujeres sienten la necesidadde tener hijos. Los árbolesdeben dar fruto. Pero yonecesito un hombre al que

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admire y no un hombre alque tenga que disculpar yexcusar constantemente.Hace poco mi marido y yodejamos de dormir juntos.Ahora nuestras relacionessonpuramenteplatónicas.

—¿Yaccedeaello?—Ni siquierahapensado

en acceder. Lo único que legusta es discutir acerca depoesía.¿Raro,verdad?

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—Todoesraro.—Laverdadesque lehe

castrado, espiritualmentehablando.

3

Al alba Sonya regresó asudormitorio.Mecubríymesumí en el sueño. Medespertaronunossonidosqueen mi vida había oído.Imaginé que oía voces de

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loros, micos y unos pájarosconpicoscomoplátanos.Porla puerta abierta entraba lafragancia de los naranjosmezclada con el aroma defrutasyplantasquenopodíaidentificar. La brisa tenía lacalidezdelosrayosdelsolyel olor de hierbas exóticas.Inhaléprofundamente.Luegome lavé en la pileta y salí.Los barriles con los libros

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seguíanallí,enesperadequeun cultivador del yiddish losredimiera.Salídelpatioyvimujeres y niñosendomingados —las madrescon mantilla en la cabeza,encajes en las bocamangasylibro de oración en ristre—que se dirigían hacia laiglesia a caballo. Oí lascampanas a lo lejos. A mialrededor se extendían los

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trigales y las tierras depastos. La hierba estabamoteada de gran número deflores, flores amarillas,blancas, de toda forma ycolor, y las reses, al pastar,devoraban aquellasmaravillas.

Un sonido vibraba en elaire, era un sonido de cantodepájarosydebrisas en losárboles. Me trajo a la

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memoria aquel relato delTalmud en el que el vientodelNorte toca la liradel reyDavid para despertarle a finde entregarse a los estudiosde medianoche. Sonya saliócon un vestido blancobordadoenrojoyazul.Teníaaspecto lozano y parecía debuen humor. Tuve laimpresión de verla por vezprimera tal como realmente

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era, pequeña y ancha, conpómulossalientesysesgadosojos de tártara. Tenía elpecho alto, los caderasredondeadas y piernasmusculosas, como las de laayudante del juglar quéacudíaanuestrospatiosparahacer rodar con los pies untonel en el que se habíasubidoytragarfuego.

Pensé, sabe Dios de

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dónde procede esta mujer…Quizá de alguna tribuasiática… ¿Cómo saber lahistoriadeunpuebloexiliadodurantedosmilaños?No,noesposible.Perolanaturalezatienememoria.

Sonya me miró desoslayo, me dirigió unasonrisa interrogativa y sabiaen la que iba un guiñopicaresco. Recordé aquellas

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palabras de los Proverbios:«Así se porta la adúltera:come, se limpia los labios ydice “no he hecho dañoalguno”.» Sí, ciertamente, lamodernización que nuestrospoetas ensalzaron mediantetan bellas frases y a la quellamaron «Hija de losCielos», nos ha convertido atodos en rameras ylibidinosos.Nadiesetomóla

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molestia de ofrecemosdesayuno,porloquesalimosen busca de un café.Paseábamos como un par denovios en luna de miel. Elchóferacudiríaabuscarnosala una de la tarde. Nosdijeronqueteníaunaamanteque trabajaba en la colonia.Seguramente llegaría horasdespués de la convenida.Pocos minutos después de

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iniciar nuestro paseollegamos a una casa. En elporche se sentaba un viejo,con chaqueta y gorro grises,del estilo de los que seutilizaban en Varsovia. Elcolordelapieldesucaramerecordó el de la piel de losporterosdeVarsovia.Eraunapiel rojiza, azulenca, con elrastro gris del pelo malafeitado. Gruesas venas

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recorrían su cuello velloso yde nuez prominente. Pese aque iba sin chal de preces ysin filacterias, se balanceabahacia delante y hacia atrás,como si recitara oraciones.Cuando nos acercamos elviejolevantólavistayviquesus ojos seguramente fueronazules en otros tiempos,aunqueahorateníanuncoloramarillento, con manchas y

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estabanenramados.Ledije:—Estaba usted orando,

¿noescierto?El viejo dudó y contestó

convozronca,unavozqueseme antojó propia de lasgentesdeVarsovia:

—¿Acaso tengo algomejorquehacer?Ustedeselorador, ¿verdad? Anocheasistí a su conferencia. Esossinvergüenzas apenas le

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dejaron hablar… Y esnatural, las conferencias lesgustan tanto como a mí unforúnculo. Lo único que lesgusta es atiborrarse decomiday jugaranaipes.AsíDios les condene a todos alfuego eterno.Y en cuanto austed, señora, ¿cómo sellama?,bueno,igualda,puessí, escuché sus versos, y lediré que no los comprendí.

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Soy un hombre sencillo,pero…

Cerró el libro deoraciones y se puso en pie.Dijo:

—Comerán ustedesconmigohoy.

Intentamos rechazar laoferta.Elhombrevivía solo.Sinembargonosdijo:

—¿Cuándo volverá apresentárseme una ocasión

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como ésta? Tengo ochenta yun años. Cuando ustedesvuelvan a este lugar yo yaestaréreposandoahí.

Eindicóunaarboledaqueseguramente ocultaba uncementerio.

La casa del viejo estabarepleta de muebles viejos ydeteriorados. Parecía que losplatos no hubieran sidousadosenlargosaños.Enuna

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mesa de tablero desnudo, enla sala de estar, vi huevosfrescosconlacáscaratodavíamanchada. Nos preparó unatortilla. Cortó gruesasrebanadas de pan moreno,concascarillayporcionesdegrano.Medio paralizadas laspiernas, el viejo iba y veníaofreciéndonos más comida:queso, mermelada deframbuesas,tortaspasadas.Y

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mientrasnosservíanodejabadehablar:

—Sí, estaba casado.Cincuenta y cuatro añosvivimos juntos mi mujer yyo, como dos pichoncitos.Jamás oí salir una malapalabradesuslabios.Perounbuendíanopudolevantarseyseacabó.Loshijossefueron.Y es natural, ¿qué lesofrecían esas tierras? Tengo

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un hijomédico enMendoza.Unahija casóenelBrasil, yvive en Sao Paulo. Un hijomurió dejando treshuérfanos. Siempre penséque yo sería el primero enirme al otro barrio. Pero siuno está destinado a vivir,debe vivir. ¿Qué puede unohacer contra el destino? Lasmujeres no se quedan tandesamparadas cuando

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enviudan. Como habrásupuesto, yo soy uno de losprimeros colonos quellegaron aquí.Cuando lleguéesto era un erial. Ni unahogaza de pan se podíacomprar en estos parajes.Mientras veníamos en elbarco, cantábamos todos elhimno de Zunser: «Labendición del Señor está enelarado».Nosdecíanquelos

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campesinos gozan de buenasalud porque viven en elregazo de la naturaleza ydemástonteríasporelestilo.Pero tan pronto llegamos sedeclaró una epidemia. Losniños enfermaban y morían.Los viejos tambiénenfermaban. Se dijo quehabían envenenado las aguasy qué sé yo cuántas cosasmás. El barón nos mandó

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unos enviados que, según sedecía, eran entendidos enagricultura,perolaverdadesque no sabían distinguir eltrigodelmaíz.Esagentenosdio infinidad de consejos,pero todos fueron inútiles.Todos queríamos largarnos,peronoteníamosdineroparapagarelviaje.Porotrapartehabíamos firmado contratosy resultaba que teníamos

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deudasquepagar.Estábamosatados de pies y manos. Detodosmodos aquellas genteseran esa cosa, ¿cómo sellama?,¡filántropos!DeParísvino un hombreimportantísimo que sólohablaba el francés. Nocomprendimos ni mediapalabra de lo que nos dijo.Aquellos grandes señores dela caridad se avergonzaban

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de hablar el yiddish. Losargentinos de los contornosnos odiaban y siempre nosgritaban: «¡Volved aPalestina!».Un día comenzóa llover y no paró en ochodías.Losríossedesbordaron,hubo inundaciones, almediodía el cielo estaba tanoscurocomosifueranocheyhubotalzafarranchoderayosy truenos que pensamos

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había llegado el fin delmundo. También cayópedrisco. Sí, caían unospedazos de hielo comohuevos de pato.Una porcióndehielohizounorificioenlatechumbreydestruyólacasa.¿Cómo es posible que delcielo caiga hielo? Entrenosotros había unos cuantosancianosqueinmediatamentecomenzaron a recitar sus

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confesiones. Creían que elMesías sedisponía avenir yque aquello era la guerraentreGogyMagog.Losquesabían escribir, escribieronlargas cartas al barón, peroéstenocontestó.Lasmujeressólo sabían hacer una cosa:llorar.

Y entonces llegó unhombre joven, HersheüeMoskver. A este hombre le

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llamaban eso, ¿cómo dicenustedes?, sí, un idealista.Llevaba el cabello largo, yvestía una blusa negra confaja.YahabíavisitadoTierraSanta y se había ido de allí.Este hombre nos dijo: «EnPalestina la tierra es undesierto y aquí la tierra esrica». Vino con una mujerjoven que se llamaba Bella.Era hermosa, morena como

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una gitana y con los dientesmuy grandes y blancos.Todos los hombres seenamoraron de ella. CuandoBella entraba en unahabitaciónparecíaque la luzsehicieramásfuerteyclara.Consolabayayudabaatodos.Siunamujerdabaa luz, allíestaba Bella para asistirla.PerolasmujerescomenzaronaquejarsediciendoqueBella

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había venido para seducir asus maridos. Hubo muchasmurmuraciones y peleas. Yentonces, a Bella le dio eltifus y murió. Fue elresultado de una maldiciónde sus enemigos. HershelleMoskver sequedóenpie, ensilencio junto a la tumba, ysenegóa recitar elKaddish.Tres días después leencontraron ahorcado.

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¿Quieren otra taza de café?Beban, amigos, beban.¿Cuándo tendré otra vez unhonorsemejante?Siquieren,vengan conmigo alcementerio.Estáahí,allado.Quiero enseñárselo todo,todo lode lacolonia.Y todalacoloniaestáenterradaallí.

Terminada la comida, elviejo cogió el bastón, y lostres nos dirigimos al

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cementerio. La verja estabarota. Algunas lápidas sehabían inclinado a un lado yotras habían caído. Loshierbajos y las matas conflores lo cubrían todo y lasletras de las lápidas estabancubiertas de verdín y medioborradas. Aquí y allásobresalía un medio podridorecordatorio de madera. Elviejoindicólacolina.Dijo:

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—AllíreposaBellayasulado Hershelle Moskver.Vivieron juntos y… ¿cómodicelaBiblia?

Leayudé:—Dulcesyamablesenla

vida, la muerte no pudosepararlos.

—Sí, eso, veo que tienebuenamemoria.Yocasilaheperdido. Cosas ocurridashace setenta años las

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recuerdo como si fueran deayer.Y lo que ayer pasómeparecemuydistante.Todosedebe a los años, los años.Podría estar sentado conustedes siete días y sietenoches, yme faltaría tiempopara contarles una décimaparte de nuestrossufrimientos. ¿Y acasopodemos decir que la jovengeneración sabe lo mucho

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que padecimos? No, noquierennienterarse.Todo lohicimos en su beneficio.Ahora lasmáquinashaceneltrabajo. Y ellos cogen elautomóvilysevanaBuenosAires.¿Sonustedesmaridoymujer?

—No.Somosamigos.—¿Y por qué no se

casan?Sonyameindicóydijo:

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—Yaestácasado.Elviejodijo:—Bueno,mesentaréaquí

unrato.Y se sentó en un banco.

Sonya y yo paseamos porentre la tumbas y leímos lasinscripciones en las lápidas.Elaireteníaunaromadulce,un aroma amiel. Las abejaszumbabanvolandodeflorenflor. Grandes mariposas

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revoloteaban por entre lastumbas.Unadelasmariposasteníalasalasarayasblancasynegras,comolasdeunchalde rezos. Sonya y yollegamos a lo alto de unacolina y nos fijamos en unapiedra con dos nombresinscritos, los de Bella yHershelleMoskver.

Sonyame cogió lamanoycomenzóapellizcármelay

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a tirar de ella.Me clavó lasuñas en la carne. Estábamosen pie ante la piedra y nopodíamosalejarnosdeella.Abrevísimos intervaloscantabaunpájaroyelpájaroera siempre diferente al queantes había cantado. Unfuerteperfumeimpregnabaelaire. En el cabello de Sonyase habían enredado insectosde todo género. Una

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mariquitasehabíaposadoenla solapa de mi chaqueta.Unaorugacayóen ladoblezde mis pantalones. El viejocementerio hervía de vida,muerte, amor, vegetación.Sonyadijo:

—Si pudiéramosquedarnosasíparasiempre…

Poco después volvíamosal banco en el que el viejocolononosesperaba.Teníala

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desdentada boca abierta yestaba rígido como uncadáver. Pero sus ojos, bajolas cejas hirsutas, parecíansonreír. Una mariposa sehabía posado en la visera desu gorro. Estaba quieta,paralizada por pensamientostanantiguoscomosuespecie.Luego sacudió las alas yemprendió el vuelo hacia lacolina en la que Bella y

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Hershelle yacían parasiempre. Eran el Romeo yJulieta de aquel grandiososueñodelbaróndeHirschenelquequisotransformaralosjudíos rusos en campesinosargentinos.

(Traducidodelyiddishalinglés por el autor y EvelynTortonBeck).

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Elblasfemo

1

Lacarenciadefetambiénpuede conducir a la locura.EnMalopol, nuestro pueblo,esto fue lo que le ocurrió aChazkele, a quien conocímuybienyaquehasta fuialcheder con él durante uninvierno. Su padre, Bendit,

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era cochero. Vivía en lacolina, en el barrio de lospobres. Vivía en una cabañamedio derruida, tenía unestabloquesecaíayunjacollamadoShyvaqueestabaenlos huesos y eraterriblemente viejo. Estecaballoviviómásdecuarentaaños. Algunos creían quehabíarebasadoloscincuenta.Nadie podía comprender

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cómo era posible que aquelcaballo viviera tantos años,ya que Bendit le hacíatrabajarseisdíasalasemana,lo cargaba hasta extremosincreíbles y lo alimentabacon paja mezclada con unamíseracantidaddeavena.Sedecía que Shyva era lareencarnación de un hombrecuyonegociohabíaquebradoy que había vuelto a este

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mundoenformadecaballoafin de pagar con su trabajolasdeudasdelaquiebra.

Bendit era un hombrebajo,dehombrosanchos,conel cabello rubio amarillento,barbadelmismocoloryconla cara cubierta de pecas. Sedirigíaalcaballoigualquesifuera un ser humano, Benditteníaseishijosyunaesposa,llamadaTsloveh,quegozaba

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de justa fama por susmaldiciones.Tslovehnosólomaldecía a los sereshumanos, sino también algato, a las gallinas y albarreñodelacolada.Ademásde sus hijos vivos, Tslovehteníagrannúmerodehijosenel cementerio. Comenzaba amaldecir a sus hijos cuandoaúnlosllevabaenelvientre.Cuando el niño le daba una

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patada dentro del claustromaterno,Tslovehgritaba:

—¡Así no vivas para verlaluz!

Los hijos de Tsloveh,cinco chicas y un muchacho—Chazkele, el tercero—siempresepeleabanentresí.CuandomipadreteníaqueiraLublm,memandaba a quefuera en busca de Bendit yporestarazónconocíabienla

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casa del cochero. La mujerandabazascandileandomediodesnuda y descalza. Comosea que Chazkele destacabapor su inteligencia en elcheder, le habían regaladounagabardinaybotas.Segúnme dijeron, Chazkele habíaaprendido el alfabeto, asícomo a leer, y había inclusoestudiado el Génesis enmenos de un año. Chazkele

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teníauncabellotanrubioquedeslumbraba. Su rostro eracomoeldesupadre,blancoycon gran número de pecas.Creo que tenía los ojosverdes. Pese a que Tslovehera una esposa fiel a sumarido y a que jamás habíamirado con ilusión a otrohombrequeno fueraBendit,éste dio a su hijo elremoquete de Chazkele el

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Bastardo.Laschicastambiéntenían sus apodos: Tsipa laCulebra, Zelda la Guarra,Alteh la Mocos, Keila laBasura,yRickellaTiñas.Lapropia Tsloveh tenía elremoquete de Bocazas. Encierta ocasión en queBenditenfermóysumujeracudióala sinagoga para orar ante elArca Santa, se dirigió alTodopoderoso con las

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siguientespalabras:—¿Es que no has

encontrado a otro parahacerle la pascua que no seami Bendit? Piensa que debedardecomeramujeryaseisgusanos.Padrecelestial,máste valdría hacer la puñeta alosricosquenoalospobres.

Y comenzó a recitar losnombres de todos losdirigentes y notables de la

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comunidad de Malopol.Informó a Dios acerca de aquiendebíadarunmalflato,fístulas en el ano, fuego enlas tripas… Fulcha, elsacristán, tuvoque alejarla arastrasdelossantosrollos.

Tanto su padre como sumadreamabanaChazkele.Afin de cuentas era su únicohijo varón y, además, buenestudiante. Pero, a pesar de

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todo, el remoquete deBastardoyanohuboquienselo quitara. A la menorprovocación Bendit sequitaba el cinto y laemprendía a cintarazos consu hijo. Tsloveh solíapellizcarle. En Ivlalopol sepractica cierto tipo depellizco al que sedenominaba «el violincito».Era uno de esos pellizcos

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finos y profundos que lehacenaunoverlalunaylasestrellas. Las hermanas deChazkele estaban orgullosasdeélyalardeabanmuchodelas hazañas de su hermano,pero en casa le incordiabantodo lo que podían y lellamaban rata de biblioteca,beato y otras lindezas.Cuando su hermana mayor,Tsipa la Culebra, le daba la

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comida,solíadecirle:«Anda,come hasta reventar». Obien: «Bebe hasta ahogarte».Laschicasdormíandedosendos o de tres en tres, en unjergón, pero Chazkele teníasu propio banco. Cuando lehacían la cama, le decían:«Anda a dormir y así nodespiertesjamás».

Yaenelcheder,Chazkelecomenzó a formular

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preguntas referentes a Dios.SiDiosestodomisericordia,¿cómoesquepermitequelosniñosmueran?SiDiosamaalos judíos, ¿cómo es que losgentiles no hacen más quedarlesdepalos?SiDioseselPadre de todas las criaturas,¿cómoesquepermitequeelgato se coma a la rata?Nuestromaestro,Fishele,fueel primero en predecir que

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Chazkele acabaría incrédulo.Más tarde, cuando ChazkelecomenzóafrecuentarlaCasade Estudio, atormentaba sincesar al director de layeshiva, Reb EphraimGabriel, con sus preguntas.Chazkele descubría todogénerodecontradiccionesenelTalmudyenlaBiblia.Porejemplo,enunlugarsedecíaqueaDiosnoselepuedever

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y en otro lugar se decía quelosancianoscomíanybebíany veían aDios. En un puntose decía que el Señor nocastiga a los hijos por lospecados de los padres y enotro lugar se afirmaba queDiossevengóhastalaterceray cuarta generación. RebEphraim Gabriel intentabaexplicarlelomejorquepodíaesas cosas, pero a Chazkele

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no se le convencíafácilmente. Los modernistase ilustrados de Malopolestaban entusiasmados conlas herejías ** Chazkele,pero incluso ellos leaconsejaban que noexagerase si no quería servíctimade la persecucióndelos fanáticos. A estasadvertencias Chazkelerespondía:

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—Me importa unpimiento.¡Quierolaverdad!

Chazkele fue abofeteadoy expulsado de la Casa deEstudio.

Cuando Bendit supo lasandanzaseideasdeChazkelele dio una ejemplar paliza.Entre gritos y gemidos,Tslovehdecíaquesuhijoenvez de darle alegrías lacubríadevergüenza.Tsloveh

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fueallorarsobrelatumbadesumadreyrezópidiendoqueel Señor iluminara la seserade Chazkele para que vieraclaramente la realidad. PeroChazkelesiguióensustrece.Trabó amistad con losmúsicos del pueblo, conLippa el criador desanguijuelas,conLemmel,elrelojero,enfin,contodoslosdescreídos. Los sábados

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Chazkeleyanorezabaconlacomunidad en la sinagoga,sinoquesequedabafuera,enel vestíbulo, con todos loschavalejos de mal vivir.Duranteunabrevetemporadahasta intentó aprender ruso,de cuya lengua le dio clasesStefania,lahijadelboticario.Cuandollegóalaedaddesupresentación como miembrode la sinagoga, su padre le

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compró un par de filacteriasen Lublin, pero Chazkele senegóaponérselasydijo:

—¿Qué son sinoporcionesdepieldevaca?

Se llevó una gran paliza,perolosgolpeshabíandejadodeafectaraChazkele.Eraunmuchacho bajito, lo mismoque su padre, pero ágil yfuertecomounorangután.Enaquel día del año en que es

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costumbre inmemorial quelos muchachos judíos vayanal bosque a jugar, Chazkeletambién ibay se subíacomosi tal cosa a lomás alto delmás alto árbol. Cuandoestaba de buen humor,Chazkeleayudabaasupadrea transportar pesados sacosde grano y grandes latas depetróleo. Se peleaba pormenos de un pitillo con los

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muchachos gentiles. Enciertaocasiónseenfrentóconun numeroso grupo degentiles y se llevó unamonumental paliza. Cuandoalguna persona notable delpueblo le reprendía por sucomportamiento, Chazkelecontestaba con insolencia ydecíaalnotableencuestión:

—¿Eres un cosacoenviadoporDios,noeseso?

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En este caso, ¿por qué nodejasdeengañaralagenteentu tienda dándole gato porliebre y falseando pesos ymedidas?

Cuando Bendit seconvenció por fin de que suhijo nunca llegaría a rabino,le puso de aprendiz en lafraguadeZalman,elherrero.Pero Chazkele no teníapaciencia para pasarse el día

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dándole al fuelle. Ignoroporquélohacía,perolociertoesque Chazkele se dedicaba arobar libros de la bibliotecade la sinagogaya leerlosenla zona destinada a lasmujeres, que estaba desiertadurante toda la semana.Cuando leía algo que no erade su agrado, Chazkelerasgaba lapáginadel librootachaba las palabras con un

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lápiz. En cierta ocasión lepillaronenelinstanteenquearrancaba una página y apartir de entonces no ledejaron entrar en la Casa deEstudio. Mi padre me teníaprohibidoquehablaraconél.Y los padres de otrosmuchachos también lesprohibían el trato conChazkele. Prácticamente,Chazkele vivía en estado de

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excomunión. Había quedadototalmente liberado del yugodeljudaísmo.

Corrían rumores de quefumaba en sábado. Encompañía de Sander, elbarbero, iba a la taberna,bebía vino y comía cerdo.Prescindió de la gabardina ylogró hacerse con unachaquetacortayunagorradegentil.Inclusoantesdequele

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hubierasalidolabarba,yasehacía afeitar por Sander.Parecíaquesuúnicoempeñofuera pecar. Bendit se cansóde darle de palos y dejó deconsiderarle hijo suyo. Sinembargo, su madre y sushermanas le defendían. Unavez, durante la Fiesta de losTabernáculos, Chazkelemetió la cabeza en eltabernáculo de Reb Shimon,

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el sacristán, y le dijo algodesagradable. Reb Shimon ysus hijos salieron deltabernáculoy, apesarde serdíafestivo,lepropinaronunagranpaliza.Chazkeleregresóa su casa chorreando sangrepor los cuatro costados.Entonces, a altas horas de lanoche, tres de las hermanasde Chazkele, a saber, Keila,Rickel y Alteh, penetraron

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sigilosamente en eltabernáculodeRebShimonyallí defecaron. La mañanasiguiente, Reb Shimon y suesposa,BailaItta,entraronenel tabernáculo y vieron lavenganza. Baila Itta sedesmayó. El rabino mandóque trajeran a Bendit a supresenciayleadvirtióquesisu hijo no dejaba decomportarse de tan

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escandalosa maneraprohibiría a las gentes delpueblo que viajaran en elcarro de Bendit y quemandaranmercancíasenél.

Aquel día festivo, pese aque estaba prohibido por serfestivo, Bendit golpeó aChazkele con una pesadavara durante tanto tiempoque Chazkele perdió elconocimiento. Después,

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durante meses, Chazkele seportó casi con timidez. Medijeron que había reanudadosusestudiospeseaquenuncale vi en la Casa de Estudio.Entonces,pocosdíasdespuésde Pascua, el jamelgo deBendit falleció. Estuvotumbadoconsusprominentescostillas ante la puerta delestablo, empapado el cuerpoen sudor, soltando espuma y

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salivaporlaboca,orinandoycon los ijares jadeantes,mientrasTsloveh y sus hijasrodeaban al agonizante, seretorcían las manos y selamentaban. Bendit llorócomo si estuviéramos enYom Kippur. Yo tambiénacudí.Todosfuimosalláparaechar una ojeada almoribundo jaco. El díasiguiente, cuando uno de los

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quesededicabanarezarenlaCasadeEstudioabrióelArcapara extraer el RolloSagrado, encontró dentroexcrementode caballo y unaratamuerta.UnindigentequedormíaenlaCasadeEstudiotestificó que Chazkele habíaacudidoallíaúltimahoradela noche y que había andadotocandoelArca.EnMalopolse alzó un clamor de

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indignación. Matarifes yconstructores de barrilesacudieron a la cabaña deBendit, dispuestos aapoderarse de Chazkele ycastigarle por el sacrilegiocometido.Tslovehlesrecibióen la puerta, conun cubodeinmundiciaenlasmanos.Lashermanasintentaronsacarlosojos a los justicieros.Chazkele se escondió debajo

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de la cama. Pero laenfurecida multitud le sacóde allí y le dio sumerecido.Chazkele intentó defenderse,perolearrastraronacasadelrabino y allí Chazkele loconfesó todo. El rabino lepreguntó:

—¿Y por qué lo hashecho?

YChazkelerepuso:—Un Dios capaz de

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torturar a un inocentejamelgo es un asesino y nounDios.

Áct9 seguido, Chazkeleescupióenelsueloyseechóallorar.

Y pronunció talespalabras y frases que laesposa del rabino tuvo quetaparselosoídos.

Bendit acudió a todocorreryelrabinoledijo:

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—TuhijoChazkele es loque la Biblia denomina «sercontumaz y rebelde». En laantigüedadesaclasedesereseranconducidosalaspuertasde la ciudad y lapidados. Ennuestros días, los cuatrocastigos de muerte de lajusticia, a saber, lapidación,ahorcamiento, quema ydecapitación, están abolidos.PeroMalopolnotolerarámás

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las andanzas de estesinvergüenza.

Allí mismo, en aquelpreciso instante, losnotablesde la ciudad acordaroncomprar otro caballo queentregarían a Bendit, con lacondición de que Chazkeleabandonara el pueblo. Y asífue. El día siguiente por lamañana Chazkele fue vistoen el acto de tomar la

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carretera hacia Lublin, conunamaleta demadera, igualque un recluta. Tsloveh ibacorriendo tras él y gemíacomo si fuera detrás de uncadáver.

En Malopol teníamos unchivo propiedad de lacomunidad, era un chivoprimogénito que, pormandato de la ley, no podíaser sacrificado. Este chivo

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arrancaba la paja de lascabañas, pelaba de cortezalos troncos de los árboles ycuando no tenía nada mejorque echarse a la tripa,mordisqueaba las páginas dealgúnviejo librode rezosenel patio de la sinagoga. Elchivo en cuestión teníaretorcidos cuernos ybarbichuela blanca. ApenasChazkele hubo partido, la

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gente vio que el chivollevaba filacterias. Antes deirse,Chazkele habíaHado lafilacteria correspondiente ala cabeza a los cuernos delchivo y había enroscado aunade suspatas la filacteriacorrespondiente al brazo.Incluso llegó a formar laletra Shin —la inicial delSanto Nombre de Shodai—en el extremo de una de las

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filacterias.Ya se puede imaginar la

que se armó enMalopol. Enaquel entonces también yohabíacomenzadoaapartarmedel recto camino, y valga laexpresión. Contrariando losdeseos de mi padre, habíacomenzado a aprender laartesanía de laencuadernación de libros.Con varios de mis amigos

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proyectabairmeaAméricaoa Palestina. En primer lugarno tenía el menor deseo deserviralzar,ensuejército,ode mutilarme para evitar laincorporación a filas. Ensegundo lugar,noshabíamosconvertido almodernismo, yya no creíamos en laconveniencia de vivir apensiónencasadel suegroydejar que nuestras esposas

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nos mantuvieran. No fui aAmérica ni a Palestina, perome trasladé a Varsovia.Cuando Chazkele salió deMalapol, se convirtió en unídolo durante una temporadaparatodosnosotros.

2

Los comerciantes queiban a Lublin con el fin decomprar mercancías nos

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traían noticias de Chazkele.Los ladrones de Piaskintentaron atraerle yasociarle a sus nefastasactividades, pero Chazkeledeclinó tal oferta. Dijo queno estaba dispuesto aapoderarse de bienes ajenos.Según Chazkele, era precisovivir honradamente. EnLublin había huelguistas quepretendían derrocar al zar.

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Uno de ellos incluso llegó aarrojar una bomba en uncuartel.Labombanoestalló,pero el que la arrojó fuehecho trizas por los cosacos,con sus lanzas. Cuando losrebeldes oyeron hablar deChazkele, inmediatamentequisieron incorporarle a sugrupo.PeroChazkelerepuso:

—¿Acaso el zar tieneculpaalgunadehabernacido

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zar? ¿Acaso se puede culparalosricosdehabertenidolasuerte de Llegar a ricos?¿Arrojaríais el dinero a laalcantarillasilotuvierais?

Chazkele era así. Paratodo tenía respuesta.Cualquierahubieradichoquela ambición deChazkele eraladeponerseatrabajaryasíganarseelpan,perolaverdadera que Chazkele tampoco

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quería trabajar.Se colocódeaprendiz en una carpintería,pero laesposadel carpinterolepidióundíaquemecieralacuna de su hijo y Chazkelerepuso:

—Nosoyunaniñera.Fuedespedidoalinstante.

En Lublin también habíamisioneros que intentaronconvertirle a su credo, yChazkelelesdijo:

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—Si Jesús es el Mesías,¿cómoexplicarqueelmundorebose maldad? Y si Diospuedetenerunhijo,¿cómoesquenopuedetenerunahija?

Los pescadores de almascomprendieroninmediatamente queChazkeleeradurodepelaryle dejaron en paz. Chazkelese negaba pertinazmente arecibir limosnas. Dormía en

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la calle y pasaba un hambreque se le mondaban lastripas. Al cabo de ciertotiemposemudóaVarsovia.

Tambiényometrasladéaestaciudad.Mecaséymontéun taller de encuadernación.UndíaencontréaChazkeleyle propuse enseñarle mioficio,peroChazkeledijo:

—No estoy dispuesto aencuadernar biblias y libros

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sagrados.Lepregunté:—¿Yporquéno?—Porque no contienen

másqueembustes.Chazkele vagaba por las

calles judías —Krochmalna,Gnoyna, Smocha—andrajosamente vestido. Devez en cuando se detenía enla plaza de la calleKrochmalnaydiscutíaconla

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gente.BlasfemabadeDiosydelUngido.JamáshubierayodichoqueChazkeleestuvieratanversado en lasEscriturasy en el Talmud. Soltaba achorro citas de estos textos.Devezencuandoabordabaaunmendigooavarios,todosellos desconocedores inclusodelalfabeto,y les informabade que la tierra es redonda,dequeelsolesunaestrellao

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de cualquier otra realidaddeesta especie. Los mendigospensaban que Chazkeleestaba loco. Entonces ledaban de puñetazos yChazkele los contestaba.Chazkeleera,ciertamente,unmuchachomuyforzudo,perolos otros lo eran más,juntamente considerados. Lapolicía le detuvo unascuantas veces. Y entonces

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ilustraba a sus compañerosde cárcel. Hablaba por loscodos y estaba siempredispuesto a discutir. Segúnél, nadie sabía la verdad,todos se engañaban a símismos.Unavezlepreguntéqué debía hacerse, vistas lascircunstancias, y Chazkelereplicó:

—Nohaynadaquehacer.Los sabios son aquellos que

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prescindendetodo.—Entonces, ¿por qué

andas por ahí, vagando enestecaóticomundo?

—¿Para qué apresurarse?Latumbasabeesperar.

Parecía que en el mundonohabíalugaradecuadoparaChazkele, pero al fin algoencontró. Junto a la plazahabíaunburdel.Lasramerassolían apostarse ante la

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puerta del edificio, por lanoche,yavecesporlatarde,cuando aún lucía el sol. Losvecinos habían hecho cuantoestuvo en su mano paraliberarse de la presencia deestas señoras, pero nopudieron porque losproxenetas sobornaban a lasautoridades. Dicha casa seencontraba exactamentedelante de la mía y yo

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observaba por la ventana loqueallíacontecía.Alcaer lanochecomenzabanaaparecerhombres humildementevestidos, y también soldadosyestudiantes.Sinorecuerdomal, el precio era de diezkopecks.Unavezvi entrar aun hombre con largagabardinaybarbablanca.Leconocía, era un viudo.Seguramentepensóquenadie

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le había visto entrar. Pero,¿qué puede hacer un viejocuandosequedasinesposa?

Un día encontré aChazkeleenlacalle.Porvezprimera le vi bien vestido.Llevaba un fardo. Lepregunté qué contenía elfardo yChazkele repuso queallí llevaba medias. Lepregunté:

—¿Te dedicas a

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vendedor?YChazkelecontestó:—Las mujeres necesitan

medias.Poco después vi que

Chazkele entraba en elburdel. También advertí quedevezencuandosedeteníaahablar con las rameras en lacalle. En resumen, Chazkelevendía medias, pero sólo enlos prostíbulos. Por fin tenía

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unmediodevida.Medijeronque a las mujeres de vidaairadalesgustabalapeculiarmanera de hablar deChazkele y que por esto lecompraban medias. Visitabalosprostíbulosdedía,cuandono había clientes. Le veíapasaramenudoynotéqueelfardo era de día en día másvoluminoso. ¿AcasoChazkele podía encontrar

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mejorcompañíaqueladelasfurcias? La rebeldía deChazkele entusiasmaba aaquellas mujeres, que ledaban de comer y leconsideraban como de lafamilia. ¡Cuán extraño eratodo! Los ladrones deVarsovia tenían su jefe, queera Berelle Spiegelglas, yahoraaquellasseñorasteníana su Chazkele. Berelle

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Spiegelglas solíacomportarse conprudenciaydiscreción, puesto que losladrones tenían esposas ehijos y no se burlaban detodo.Ahorabien,lasmujeresdemalviviranadierespetan.Chazkeleandabasiempreconellas y les contaba todos lospecados del rey David, delreySalomón,deBathshebayde AbigaÜ. Y estos

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pecadores alcanzaron elpoder y llegaron a lo másalto. Si tan grandes santospodían pecar, ¿por qué nopodíanellashacerlomismo?Todos tenemos nuestrajustificación.

Y entonces apareció unaramera distinta a todas lasdemás. Casi todas lasmuchachas procedían demíseros villorrios y muchas

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deellasestabanenfermas.Loúnico que querían era ganarunos pocos groschen. Peroesanuevarameraera lozana,saludable, con mejillascoloradotas y ojos brillantescomo los de un buitre.Todavíarecuerdosunombre,se llamaba Basha. En plenoverano Basha calzaba botas.Por norma general elproxeneta andaba por los

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alrededores,algodistanciado,o se colocaba en la acerafrontera, vigilando a suganado, no fuera que lasmujeres escondieran algunamoneda en la media operdieran el tiempoparloteando con golfoscallejeros que ningúnbeneficio reportaban.De vezencuandoestoscomerciantesen carne humana atizaban

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unabuenapalizaaalgunadelasdichasdamasylosgritosse oían en toda la calle. Elpolicíaestabacompradoysehacía el loco. Sin embargo,Bashahacíasiempreloqueledaba la real gana. Hablabacon tal obscenidad que losvecinos teníanque cerrar lasventanas para proteger susoídos de tanta inmundicia.Imitaba burlonamente a

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todos los vecinos y seburlaba de los transeúntes.Estabasiemprerodeadadeungrupo de vagos con los queBasha charlabaplacenteramente. Ya sabenustedes cual es lamaneradepensardeestasseñoras:todaslas mujeres son corruptas,todo ser humano se puedecomprar y el mundo no esmásqueunainmensacasade

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putas. Un día mi Miriamllegóacasaymedijo:

—Chaim,yano sepuedesalir a la calle. Consideropeligroso que eduquemos anuestroshijosenestebarrio.

TanprontohubeahorradoalgunosrublosnosmudamosalacallePanska.

Sin embargo, de vez encuando visitaba la calleKrochmalna. Las Casas de

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Estudio y los cheders de esacalle me hacían encargos.TodossabíanqueChazkeleyyoéramosdelmismopuebloy me daban noticias de él.Chazkelesehabíaconvertidoen el maestro de las malashembrasdelacalle.Hacíadeamanuenseen subeneficioyescribía sus cartas. AhoraChazkelenosólocomerciabaen medias, sino también en

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pañuelos y ropa interior.HabíaconocidoaBashaysehabían enamorado. Alguienme dijo que Basha procedíadeunafamiliadecenteyquese había entregado a aquellaprofesión, no impulsada porla pobreza, sino porque leentusiasmaba revolcarse enel fango. Cuando los chulossupieron queBasha amaba aChazkele, quedaron

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dominados por irnostremendos celos y juraronpartirle la cara. Las mujeresse pusieron de parte deChazkele. Y por fin Bashadejóelburdelysefueavivircon Chazkele. Cualquierahubiera dicho que a unapersonalidad como la deBasha le importaría unpimiento cuanto hicierareferencia a respetabilidad,

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pero no señor, no fue así, yBasha se empeñóen llevar aChazkele a casadel rabino afin de que les casara deacuerdoconlaleydeMoisésy de Israel. Todas lashembras sueñan en casarse.Sin embargo Chazkele senegó:

—¿Quéesunrabino?¡Unvago con gorro de piel! ¿Yquéesundoselmatrimonial?

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¡Una porción de terciopelo!¿Y qué es unaketuba? ¡Unpapel!

Basha insistió, ya quepara las mujeres de sucondición el matrimoniorepresenta un gran triunfo.Pero Chazkele era testarudo.AhoralasgentesdemalvivirsepusierondepartedeBashay juraron darle de puñaladasa Chazkele si no cedía. La

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pareja tuvoque trasladarse aPraga, en la otra orilla delVístula. Allí nadie lesconocía. Chazkele ya nopodía vender medias en losburdeles debido a que lasgentes de este mundo leacusaban de dar tratohumillante a una colega.Entonces Chazkele secompróuncarritodemanoysalióavenderalmercadode

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Praga. Pero allí Chazkele noera el único que tenía dichopropósito.Además,Chazkeleestaba dotado de la especialhabilidad de destrozar todaposibilidad de venta. Se leacercaba una respetablematronaparacomprarleunasligas o una bobina de hilo yChazkeleledecía:

—Oigaseñora,¿sepuedesaberporquéandaustedpor

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ahí con peluca? No estáescrito en la Torá que lasmujeres deban cortarse elcabello propio y cubrirse lacabeza con cabello ajeno.Estoesalgoquesolamenteseinventaronlosrabinos.

En el sábado el mercadoestaba desierto, peroChazkele salía a vender,como si tal cosa. Losdirigentes de la Sociedad de

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Observantes del Sábado seenteraronde las andanzasdeChazkele, fueron a suencuentro, agarraron lamercancíayselaarrojaronala alcantarilla. Además,Chazkele se llevó una grantanda de palos. Pero inclusomientrasdichoscaballerosleatizaban Chazkeleargumentaba:

—¡Vaya!¿Demaneraque

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venderunpañueloespecadoypartirlelacaraaunhombrenoloes?

Y citaba la Biblia anteaquellos enfurecidosignorantes. Se comenzó asospechar que Chazkele eramisioneroyseleprohibiólaentradaenelmercado.

Entretanto Basha habíadadoaluzaunniño.Cuandonace un varón hay que

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circuncidarlo, pero Chazkeledijo:

—No estoy dispuesto aparticipar en semejante ritocaduco. Los judíos locopiaron de los beduinos. Sia Dios no le gusta esaporcióndepiel,¿cómoesquepermitequelosniñosnazcanconella?

Basha le suplicó quecediera.LedijoquePragano

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era Moscú, en Praga habíagrandes cantidades defervorosos judíos. ¿Quién haoído hablar jamás de unpadrequeseniegueaquesuhijo sea circuncidado?Gentes desconocidasrompieron los vidrios de lacasa deChazkele.Cuando elniño contaba ocho días, ungrupo demozos de cuerda ydematarifesentróen lacasa

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deChazkelellevandoconsigoaunmohel,elespecialistaencircuncisiones, agarraron alniño y lo circuncidaron.Doshombres se encargaron demantener inmovilizado aChazkele. Ahora bien, elpadre en estos casos deberecitar las bendicionesprescritas.Peronadaninadiepudo lograr que Chazkelepronunciara las sagradas

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palabras. Basha, en cama,oculta por un biombo, lanzómortales maldiciones contrasu marido. Al principio aBashalegustabaelblasfemolenguaje de Chazkele, perocuando una mujer convivecon un hombre y estamujeralcanza el rango de madre,desea ante todo ser normal,como las demás mujeres. Apartir de entonces la vida de

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los dos no fue más que unaininterrumpida pelea. Bashacogió la costumbre decascarle las liendres aChazkele y de echarle decasa. Las compañeras deBashatuvieronquehacerunacolecta en su beneficio. Alcabo de un tiempo, Bashacogió al niño, y regresó alburdel. ¿Acaso tenía otrasalida? La madama se

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encargó de atender al niño.Yo también conocía a estamadama y a sumarido, JoelBontz,quiensolía iraorarala pequeña sinagoga delnúmerodocedeaquellacalle.En 1905, cuando losrevolucionarios lucharoncontra los proxenetas, ungrupo de rojos penetró en elburdelyatizóunagranpalizaa las mujeres que

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encontraron allí.Ocurrió porla mañana. La madama fuecorriendo a la sinagoga ygritóasumarido:

—¡Mientras tú estás ahí,rezando tranquilamente, encasanosestándestrozandolamercancía!

Cuando Basha leabandonó, Chazkele quedóhecho trizas. Se le volvió aver vestido de harapos. Ya

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era incapaz de vender, y seconvirtióenpordiosero.Peroincluso en esta nuevaprofesiónfracasó.Seponíaala puerta de una sinagoga,extendía lamanoenpeticiónde limosna y al mismotiempo intentaba disuadir alosdevotosdequeentraranarezar.Lesdecía:

—¿A quién rezáis,insensatos? Dios es sordo.

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Además, odia a los judíos.¿Acaso rescató Dios a supueblo cuando Chmielnizkienterraba vivos a los niños?¿Acaso salvó a su pueblo enKishinev?

Nadie daba ni ungroschen a semejante hereje.No pasaba día sin que aChazkele le dieran debofetadas. En pleno sábado,Chazkele cogía una colilla

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delsueloyseibaafumarenla hasidim calle de Twarda.De unmodo u otro se hacíacon un par de kopecks y seiba a comer chuletas decerdo,enplenoYomKippur,ante la sinagoga de AaronSardiner. En Varsovia habíaun grupo de librepensadoresqueleofrecieronayuda.PeroChazkele también consiguióconvertirlos en feroces

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enemigos suyos. Me dijeronque de vez en cuando iba acasa de la madama, con elpropósito de ver a su hijo, yque lamadamano ledejaba.IbaalburdelenquetrabajabaBasha y también ésta leechaba. En verano Chazkeledormía en los patios. Y eninvierno iba al «circo»,nombre que se daba al asilode indigentes. Le encontré

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varias veces en la calle.Tenía aspecto desastrado yavejentado. Iba calzado conuna bota y una zapatilla. Nisiquiera tenía dinero paraafeitarselabarba.Ledije:

—Chazkele, ¿qué serádetisisiguesasí?

Repuso:—La culpa de todo la

tieneDios.—Si no crees en Dios,

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¿contra quién van esasconstantesluchastuyas?

—Contra los que hablanenelnombredeDios.

—¿Y quién creó elUniverso?

—¿YquiéncreóaDios?Se puso enfermo, y le

llevaron al hospital de lacalle Chysta. Allí cometiótales extravagancias y armótales jaleos que quisieron

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echarle.EnciertaocasiónunenfermoentonabalosSalmosy Chazkele le interrumpióparadecirlequeelreyDavid,elautordelosSalmos,eraünasesino y un mujeriego.Contó irnoschistes tan locosy tremendos que los demásenfermos se partían de risa.Un hombre tenía unforúnculo que era precisoabrir, pero este hombre rio

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tanto con los chistes deChazkelequeelforúnculosele reventó y no fue precisosajarlo. Ni siquiera ahora sécon exactitud cuál era eldefecto de Chazkele. Antesde morir pidió quedescuartizaran su cadáver ylodieranalosperros.

¿Quién presta atención aun loco? Su cadáver fuecolocado en la estancia

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reservada a losmuertos y seencendieron velas junto a sucabeza. Fue envuelto ensudarios, encima se le pusoun chal de rezos. Lacomunidad le cedió unatumba en el cementeriosituado en las afueras de laciudad. Basha, su antiguaconcubina, y todas suscompañeras siguieron endroshkiselcochefúnebre.Su

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hijo tenía ya cinco o seisañosyrecitóelKaddishantela tumba. Si hay Dios yChazkele debe darle cuentade sus actos, en los Cieloshabrágranjolgorio.

(TraducidodelyiddishalinglésporelautoryRosannaGerber).

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LaapuestaLacenadelvierneshabía

terminado, pero las velasseguían ardiendo en loscandelabrosdeplata.Juntoala estufa cantaba un grillocautivo, y la mecha de lalámpara producía un levesonido de succión al irconsumiendo petróleo. En lamesa con mantel había una

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jarra de cristal tallado quecontenía vino y una copa debendición, de plata, con unarepresentación del Muro delas Lamentaciones grabadaen su superficie. Cercareposaba un cuchillo decortar pan, con mango denácar, y una servilletabordadaenoro.

El dueño de la casa,hombre todavía joven, tenía

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los ojos azules y lucía unabarbichuela rubia. Su caftándel sábado no era de satén,como suelen serlo los de loshasidim, sino de seda.Llevabacuelloduro,conunacinta a modo de corbata. Ladueña de la casa iba con unvestido adornado conarabescosypeluca rubiaconpeinetas. Tenía rostro demuchacha,unrostroredondo,

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sinunasolaarruga,connarizpequeña y ojos de clarocolor.

Fuera, la nieve formabadensascapassobreelsueloybrillaba a la luz de la lunallena. El hielo parecíaempeñadoendibujarárboles,flores,unaramadepalmeraounarbustoenloscristalesdelasventanas,peroelcalordela habitación disolvía

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rápidamenteesasformas.Enunasilladescansabala

gata de la familia, ahítadespués de comer lasporciones que le habíanarrojado los comensales, yllevaba el vientre repleto dehijos. Sus ojos, verdes comouvas, contemplaban alinvitado.Ésteeraunhombrede erguida espalda, ataviadocon un caftán de diario, con

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una cuerda por cinturón, ylucía una barba que parecíahecha de sucios manojos dealgodón. Tenía la nariz roja,ya que había bebido mediabotella de vodka por lomenos.Bajosusdensascejasbrillabanunosojospunzantescomo agujas. La mano quereposaba sobre el blancomantel tenía uñas de córneacalidad, estaba cruzada por

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una red de gruesas venas ydenso vello cubría la piel.Estehombredijo:

—Es una historia muylarga.Mejorserácontarlaenotra ocasión. Ahoraseguramente querrán ustedesacostarse.

La dueña de la casaexclamó:

—¿Dormir ahora? ¡Sisólo son las seis y cuarto!

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¡Mire!E indicóel relojde largo

péndulo con las horasrepresentadasmedianteletrasdel alfabeto hebreo. Elmaridodijo:

—Nohayprisa.Detodosmodos, tampoco se puedendedicar íntegramente alsueño esas largas noches deinvierno. Después, dentro deunrato,aúntomaremosunté

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conpastas.—En mi juventud era

capazdepasarmedocehorasseguidas roncando. Perocuando uno comienza aentrarse en años no puedeapenas dormir. Dormito unpoco y en seguida medespierto. Entonces mequedotumbadoenelbancoyse me ocurren pensamientosociososdetodogénero.

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—Esta noche dormiráustedenunacamablanda.

—¿Para qué? Después elbancomeparecerámásdurotodavía.Ahora, a juzgar pormi aspecto, seguramentepensarán ustedes que mifamilia era despreciable yque nací en el asilo. No esasí. Mi padre eracomerciante. Y mi madrepertenecía a una familia de

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matarifes rituales y decomerciantesenmadera.Soyde Hrubies-hov. Mi abueloera uno de los dirigentes delacomunidad.Mipadreteníaunatiendadecristalería,lozaycacharros.Noéramosricos,perovivíamoscondesahogo.Mimadretuvoochohijos,delos que sólo sobrevivierondos,mihermanoBendityyo.Me llamo Avrom Wolf.

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Cuando a un matrimonio selemuerenloshijosysólolesquedan dos, los cónyugestemen constantemente porellos y los cuidan y mimancon esmero, procurandodarles una buena educación.Pero ni mi hermano ni yoquisimos estudiar. Nosmandaron a los mejorescheders, pero nuestrasmentes se mantuvieron al

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margen de la Torá. MihermanoBendit, que era dosaños mayor que yo, teníagran afición a las palomas.En el tejado de nuestra casaconstruyó un palomar y laspalomas acudían a sualrededor, desde cerca ydesde lejos, cuando él lasllamaba. Las alimentaba conmijo, guisantes y cuantostipos de grano podía

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conseguir. A mi hermanotambién le gustaba tomar unvasodevodkasiemprequeseterciara. En este aspecto nosparecemos, je, je… Pero mihermano tenía manos deplata. Nuestro padre queríaque mi hermano fueramaestro, pero en lo que mihermanodestacabarealmenteeraen lacarpintería.Cuandose nos rompía una silla, una

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mesa o un banco, mihermano lo reparaba en unperiquete. En cierta ocasión,del armario ropero se cayóuna moldura. Volverla acolocar debidamente eratrabajo de ebanista, peroBendit reparó lamoldura, lavolvióacolocary labarnizótan bien que no se notaba ladiferencia. Quería entrar deaprendiz en el taller de

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Faivel, el carpintero, peronuestra madre no queríasiquieraoírhablardeello.Agritos, nuestra madre decíaque antes prefería caermuerta que ver a su hijoconvertido en obrero. A finde cuentas resultó que tantomi hermano como yo nosdedicamosaholgazanear.EnHrubieshov había muchosvagosynosotrosengrosamos

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el censo. Nos pasábamos eldía en la taberna. Lossábadosíbamosalacarreterade Yanev, que era el lugaradonde salían a pasear lasmodistillas, y nosdivertíamoscuantopodíamosconellas.Nunca teníamos lapreocupación de procurarnosla comida del día, y, ya sesabe, cuando la tripa estállena,eldiablonoandalejos.

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Nossaltábamoslasoracionesy conculcábamos losmandatos del sábado. Enaquellos tiempos enShebreshin había un ateo,hombre llamado YeklReifman. Y Zamosc estaballenodeesagente, ¿cómoseles llama ahora?, sí, eso,maskilim, o sea los quepreconizan la cultura de loslibrepensadores. Esa gente

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decía que Dios no habíacreado el universo y otrascosas por el estilo. Durantetoda la semana la tabernadeLeibush estaba desierta,debido a que los campesinossólo beben en día demercado, o sea los jueves.Nuestra pandilla estabasiempre en la taberna,tragando vodka y charlandosincesar.Estábamossiempre

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haciendo apuestas, talescomo cuántos huevos durosera capaz de comersealguien, o cuantas jarras decerveza podía echarse alcoleto.Pocosañosantes,unade estas apuestas habíaacabado mal. Un carreterollamadoYoinehKhlop habíaapostado a que era capaz decomerse una tortilla detreinta huevos. Y,

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efectivamente, liquidó latortilla y la fue empujandohacia abajo con una jarragrande de cerveza. Entoncesreventó y cayó muerto.Ustedes pensarán quedespués de este drama losmuchachos de la pandilla sedejaron de apuestas, peroestánequivocados.Noseñor,ellos no se rajaban jamás.Ysiguieron hablando y

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fanfarroneando. Nosdesafiábamos a echarnospulsos, y en esto yo era elcampeón. Tenía entoncesmucha fuerza. Realmente, sino hubiera sido tan fuerte aestas horas ya llevaría añospudriendomalvas. Bueno, elcaso es que un invierno deZamosc vino a nuestropueblo un chico muy locollamado Yosele Baran. No

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recuerdoexactamenteasantodequévinoelchicoanuestropueblo, ni con quien vivía.Quizá vino porque sí,sencillamente,oquizávinoacomprar trigo. Su padre eracomerciante en granos yYosele le ayudaba en elnegocio. El día siguiente desu llegada fuimos todos a lataberna,yYoselesesacóunaporcióndetocinodelbolsillo

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y comenzó a comérsela.Habíamos pedido a Leibushque nos sirviera salchichaskosher,limpiassegúnnuestraley. Pero Yosele quisodemostrarnos que él era unchico templado y capaz detenérselas tiesas concualquiera. Entoncescomenzamos a discutir, yYosele aseguró que Dios noexistía. Dijo que un hombre

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muerto es más o menos lomismo que un pez muerto.Moisésnohabíaascendidoalos cielos, y todo lo demás,ya saben ustedes. Entrenosotros había un tal ToveleKashtan, muchacho pelirrojoysinvergüenza,quedijo:«Detodos modos, si te dijeranque pasaras la noche encompañía de un cadáver, enel depósito, seguramente te

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cagarías de miedo». Yoselesepusocomounafiera:«Notemo a nadie, ni a los vivosnia losmuertos,ysi túeresuncobardenopiensesquelosdemás también Jo sOn».Losdos muchachos eran muylocos, Yosele y Tovele. Seliaron de palabra, una cosallevóaotra,yalfinhicieronuna apuesta. Yosele Baranapostó veintincinco rublos a

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que era capaz de pasar unanocheenteraencompañíadeun cadáver, en la barraca enque se les dejaba antes deenterrarlos. Tovele Kashtantambién apostó veinticincorublos. En aquellos tiemposesta suma era una fortuna,especialmente para nosotros.Pero los dos chicos estabanrabiosos. Yosele tenía queirseaunrecadoyacordamos

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que nos reuniríamos todosdespués. Entonces, cuandoYosele se hubo ido, caímosenlacuentadequeaqueldíano había ni un cadáver entodo el pueblo. En primerlugar nadie había muerto enHrubieshov. En segundolugar, no habían dejadocadáveralgunoen lacabaña,como no fuera el de algúnforastero o algún mendigo

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del asilo. Estuvimoshablando del asunto hastaque a uno se le ocurrió untruco: uno de nosotrosinterpretaría el papel decadáver. Se tumbaría en lamesa, con velas junto a lacabeza, y Yosele pensaríaque se trataba de unmuerto.Sí, íbamos a gastarle unabroma que tardaría muchotiempo en olvidar. Esto

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ocurrió hace casi cincuentaaños,peroahora,mientraslocuento, me parece que fueseayer.Sedaba el casodequenuestrospadressehabíanidoa Izhbitza para asistir a unaboda. Mi hermano Benditintentó convencerme de quedebía interpretar el papel decadáver. Y los otros se leunieron. Me prometieron lamitad del dinero de la

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apuesta. A decir verdad, elasunto no me gustaba nipizca en ninguno de susaspectos, pero me hicieronbeber y beber, y accedí. Medijeron que si, estandocubiertocon lasábana,hacíacosas raras, seguramenteconseguiríaasustaraYosele,quien saldría de la cabaña atodo correr, con lo quenosotros nos quedaríamos

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con el dinero de la apuesta.En fin, como he dicho medejé convencer. La vida erademasiado fácil paranosotros y teníamos quecomplicárnosla.Mi hermanoBendit y yo fuimos a casa.Me puse un par decalzoncillos largos de mipadreysucamisa,demaneraque parecía estuvieraenvuelto en un sudario.

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Nuestropadreeraungigante,me pasaba la cabeza. Lanieve cubría el camino quellevaba al cementerio, igualque hoy también debecubrirlo. Dimos un rodeopara que nadie nos viera.Enel pueblo teníamos unsepulturero,RebZalmonBer,pero este hombre vivía lejosdel cementerio. También sededicabaaaguador.

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Yaqueldía,comoquenohabía cadáver en la cabaña,nada tenía que hacer elsepultureroenelcementerio.Preparamosunpardevelasyesperamos. Tan prontoavistáramosaTovele,Yoseley a todos los demás, yo mepondría en posición demuerto. Entretanto, nosentretuvimos comiendosemillas de girasol y nos

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guardamos las cáscaras enlos bolsillos. En fin, que elasunto nos parecía unadivertida broma. ¿Quiénhubiera dicho que debíaterminarentragedia?Alcabodeunratolesvimosvenir.Lanoche ya se había entrado,peroenel cieloaúnhabía elrojorastrodelsol.Lesvimosavanzar sobre la nieve. Mequité las botas y la chaqueta

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y me tumbé en la mesa.Mihermano me cubrió con lasábana. Escondió mis ropasbajo el banco, prendió lasvelas y se fue. ¿Por quénegarlo? Sí, es cierto, mesentía inquieto. Pero sabíaquelapandillanotardaríaenentraryeljuegocomenzaría.Doce rublos y medio no seganan todos los días. Prontollegaron. Oí la voz de mi

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hermanomezclada con la delos otros. Hablaban en vozqueda, tal como se suele enpresenciademuertos.YoseleBaran preguntó quién era elmuerto y le contestaron queera un aprendiz de sastre,huérfano,quehabíafallecidoen el asilo. Bruscamente,Yoseleseacercóamí,alzólasábana, y me miró la cara.Pensé que el juego había

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terminado, pero seguramenteestabayotanblancocomounmuerto, ya que Yosele mevolvió a taparinmediatamente. Recuerdoqueestabahelado.Contuveelaliento y me esforcé enpermanecer inmóvil.Teníamos que ganar laapuesta. Los otros notardaronenirse.Lapuertanotenía cerrojo, y oí que

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apilaban nieve junto a lapuerta, y que la pisoteabancon fuerza para que Yoselenopudiera abrirla en el casode que se echara atrás. Alotro lado del camino quepasaba junto al cementeriohabíaunedificioenruinas,ylosmuchachosdelapandilladecidieron pasar la nocheallí, jugando a naipes. Seacordó que si Yosele se

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atemorizaba daría un grito ylos otros irían a rescatarle.Pero Yosele Baran era unmuchacho sin miedo. Altravés de la sábana vi queencendía un cigarrillo. Sesentó tranquilamente en uncubo puesto boca abajo yextrajo del bolsillo unabaraja. Bueno, quizá todofuera una broma, sí, pero locierto es que, cuando uno se

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encuentra tumbado en lacabaña de un cementerio,sobre el banco en que sesuelendejar los cadáveres, ycondosvelas ardiendo juntoa la cabeza, uno tiene unasensación muy rara. Micorazón latía con tal fuerzaque temía que Yosele looyera.

La dueña de la casa leinterrumpió:

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—Querido amigo, porfavor, es una historiaterrible… Temo que estanochenopodrédormir.

Sumaridolatranquilizó:—No seas tonta, no se

trataba de un cadáver deveras.

—Lo siento, pero tengomiedo.

—Si tienes miedo rezaunaoraciónparateneraraya

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alosMalignos…—No sé, no es una

historia para contar ensábado.

Elinvitadodijo:—Si no desean escuchar

la historia, no sigo… Sonustedesjóvenes,comienzanavivir…

Elmaridodijo:—Realmente, Reizele,

me pones en ridículo ante

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nuestro invitado. Debierasdominarunpocotucobardía.Al fin y al cabo todostenemosquemorir.Tambiéntú y yo seremos cadáveresalgúndía.

—¡Basta,porfavor!Elinvitadodijo:—Les ruego me

perdonen. Me retiro adormir…

—No, no y no, mi

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queridoamigo.Yosoyquienmanda en esta casa, y nomimujer.Simimujernoquiereoír el resto de la historia,puedelevantarsedelamesaeirse.

Elinvitadoobservó:—No deseo ser causa de

disensiones entre marido ymujer. Luego sereconcialiarán y dirigirán suenojohaciamí.

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—No señor, en modoalguno. Siga con su historia.Si mi marido quiereescucharla, también yo laescucharé.

—Tendrá ustedpesadillas,señora.

—Siga, por favor. Locierto es que también sientocuriosidad.

—¿Endóndeestaba?¡Ahsí…! Bueno, pues yo yacía

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allí y observaba a YoseleBaranal travésde la sábana.Yoseleibadisponiendounoauno los naipes de la baraja,perodevezencuandodirigíaunamiradahacia el lugar enque yo me encontraba. Medaba perfecta cuenta de quese estaba poniendo nerviosoyyoardíaendeseosdequelabroma terminaradeunavez.Cuando uno está tumbado,

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sin mover ni un músculo,siente bruscas picazones, yaen un hombro, ya en lacabeza o la espalda. Se leformaaunograncantidaddesalivaenlabocayunosientela necesidad de escupir.¿Cuánto tiempo puede unhombre yacer inmóvil comounapiedra?Memovíunpocoy había tal silencio en lacabaña que se oyó el leve

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gemido del banco. Yoselealzólacabezaylosnaipesselecayeronalsuelo.Memiróy vi que los dientescomenzaban a castañetearle.Sentía deseos de estornudar,pero me contuve. Yacomenzaba a pensar enincorporarme y decir:«Yosele, teestán tomandoelpelo». Pero no quería queYosele se enfureciera. En

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resumen, el caso es queestornudé. Lo que siguió acontinuaciónapenassepuededescribir. Yosele pegó unsalto y soltó un sonidoparecidoaldeunbueyalserdegollado. Me incorporé eintenté decirle que todo erabroma, perome armé un líocon la sábana y sin quererapaguélasvelas.Oíquealgocaía al suelo y se hizo un

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gran silencio. Pensé queYosele se habría desmayadoy quise reanimarlo, peroestabaaquellotanoscuroquenada veía. Ni siquiera habíatomado la precaución dellevar conmigo una caja decerillas. Comencé a gritarcomo un loco. Entoncestropecé,mecaíycaíencimade Yosele. En el mismoinstante en que lo toqué,

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comprendí que estabamuerto. Sí, éstas son cosasque se conocen en uninstante.

Lamujergritó:—¡Dios santo! ¡Hay que

verlasdesdichasquepuedenocurrirenestemundo!

—Recuerdo que corríhacia la puerta e intentéabrirla.Perolanievequeloschicos de la pandilla habían

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apiladoseguramentesehabíahelado. Ahora estaba solocon un cadáver y en la másprofundaoscuridad.Queridosamigos, me desmayé. Nisiquiera hoy he conseguidosaber cómo pude salir vivodeltrance.Yahoracomienzael verdadero lío. Los chicosde la pandilla que seencontraban en la casa enruinas estaban tan absortos

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ensu juegodenaipesqueseolvidaron de la apuesta. Derepente alguien se acordó ytodos fueron a la cabaña delcementerio a echar unaojeada.Estolosupecuarentaaños después. Llegaron a lacabaña y vieron que elinteriorestabaabsolutamenteaoscuras.Lacabañanoteníaventanas, pero sus paredespresentabangrietas.Losdela

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pandillacomenzaronagritar:«¡Yosele! ¡Avrom Wolf!».Pero nadie contestó susllamadas. Entonces quitaronrápidamente la nieve yabrieronlapuerta.Alaluzdelas estrellas vieron doscadáveres.Habíanvenidosinlinternaynohabía luna.Losque se habían acercado a lacabañaerantres:mihermanoBendit, ToveleKashtan y un

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tal Berish Kirzhner,muchachomuyduro.Perolosjóvenes son jóvenes, ya sesabe.Y todos tememos a lamuerte,inclusolostiposmásbragados. Echaron a corrercomo liebres. Berish cayó ysequebróunapierna.ToveleKashtanfueacasadelrabinoy comenzó a golpear unaventana para avisarle. Elrabinoseacostabamuytarde,

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ya que dedicaba muchashoras de la noche a estudiarla Torá. Tovele entró en lacasa del rabino, mediohelado, y comenzó atartamudear. El rabino tuvoque avisar al sacristán y elsacristántuvoquedespertaratodos los miembros de lacasa, y todos tuvieron quevestirse, y encender laslámparas y preparar

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linternas, y entre una cosa yotra, cuando todos estabandispuestos, ya faltaba pocopara el amanecer. Sedirigieronalcementerioyenel camino encontraron aBerishKirzhner,yatieso.Nohabía podido levantarse yhabíamuertodefrío.

—¡Diossanto…!—Entretanto, yo había

recuperado el conocimiento,

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y había vuelto a mi casa.Esperaba encontrar a Benditen ella, pero no había nadie.Bendit pensó que yo habíamuertodeterroryhuyódelaciudad.Noseatrevíaapasarpor el trance de enfrentarsecon nuestros padres ycontarlesloocurrido.Deestome enteré luego, peroentonces sólo sabía queBenditnoestabaencasa.En

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la ciudad no se hablabamásque de nuestra aventura. Elrabino mandó al sacristánquefueraabuscarmeacasa,pero tan pronto le viacercarse a la puerta, meoculté en la buhardilla. Lafamilia de Berish Kirzhner,en la que todos los hombreseranmatarifes,diounapalizaaToveleKashtan.Tanfuertelepegaronqueledestrozaron

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los pulmones. Estuveescondido dos días con laesperanza de que Benditregresara. Pero en el tercerdía,queeraaquelenquemispadres debían regresar deIzhbitza,hiceelhatilloymefui del pueblo.No, no podíamirar a mis padres cara acara y aguantar sus gritos ysus gemidos. En todo elpueblo se sabía que yo me

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había hecho el muerto y lasgentesme echaban todas lasculpas de lo ocurrido. Lafamilia deYosele Baran eranumerosa y en ellaabundaban los chicosforzudos. Me hubieran dadouna paliza que me hubieranmatado.FuiaLublinyentrédeaprendizenunapanadería.Pero un día, amasandoaquellas formidables moles

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de pastame hernié, y que elSeñor no permita sufranustedestalpercance.Ademáslos otros aprendices metenían ojeriza porque yo eraforastero y no sabía jugar asusjuegos.Vinieronavermevarios casamenteros y mehicieron ofertas, peroningunadelaschicasquemepropusieron me gustó.Además, todos querían saber

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mi historia, de dónde venía,quiéneramipadrey todo lodemás.Yomehacíaellocoyla gente pensó queseguramente era hijoilegítimo. Durante estetiempo tuve siempreesperanzas de descubrir elparaderodemihermanoylebusquéentodaspartes,enlassinagogas,enlastabernas,enlos paradores… En Lublin

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había un músico ciegollamadoDudiequetocabaenlas bodas. Cuando Dudietocabalamarchanupcialoelbaile de bienvenida, lasmuchachasreíanyllorabanaun tiempo. Los demásmúsicos le envidiaban yhacían cuanto podían paradesprestigiarle. No teníafamilia y para evitar serobjeto de venganzas decidió

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lanzarse por los caminos.Leconocí en una taberna,tomandounvasodecerveza,yme convertí en el lazarillode Dudie. Al principio noslimitamos a ir a laspoblaciones cercanas. Perodespués anduvimosvagabundeando a lo largo yancho de toda Polonia. Entodaspartes seguíabuscandoa mi hermano. Preguntaba a

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cuantas personas conocía sihabían visto a un muchachoasíyasí,enfin,quedescribíaa mi hermano lo mejor quepodía. Pero nadie le habíavisto. Mientras Dudieviviera, no habría problema.Las bodas son celebracionesalegres. A ellas asistenparientes y amigos llegadosde todas partes. Cuando lagentebailaycantayríe,uno

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olvida sus pesares. Llegué aescuchar a tantos bufonesanimadores de bodas quecomencéa improvisar rimas.Cuando llegábamos a unapoblaciónenlaquenoteníananimador de bodas, yo meencargaba de esta función.Pero Dudie estaba cada díapeor. Iba rápidamente cuestaabajo. Le comenzaron atemblar lasmanos.Yenuna

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de las bodas cayó fulminadoy allí se acabó Dudie. Situviera que contarles todo loque he pasado en la vidaestaría un año hablando.Acepté una propuestamatrimonial, pero fue undesastre. Me casé con unasolterona que se me lanzóencima como un hambrientopueda lanzarse, sobre unplato de carne asada.Me da

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vergüenza hablar de esteasunto. Estaba tuberculosa ylos tuberculosos no sabendecir basta en esta clase deasuntos.Me dediqué a hacercuerdas de esparto.El tío demi mujer me enseñó eloficio. No se necesita granhabilidad, pero es un trabajoque hay que hacer al airelibre, cuando la temperaturaes cálida. Y yo estaba allí

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fuera, trenzando la soga, ycadacincominutosmimujerasomaba lacabeza:«¡AvromWolf,ven!».

Y ahora con una excusa,ahora con otra, me hacíaentrar.Laenfermedadde lospulmoneslesdafiebresylasfiebreslesponencomolocas.Lagentequeveíaamimujerllamándome, se tenía quemorder los puños para no

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partirse a carcajadas. Losniños la imitaban: «¡AvromWolf, ven…!». Cuando lereprochaba sucomportamiento, mi mujerpadecía un ataque de tos yescupía sangre. Queríadivorciarme, pero mi mujerno quería siquiera oír hablarde tal posibilidad. Fueroncinco años de sufrimientos.Durante el último año de su

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vida, mi mujer pasó mástiempo en cama que en pie.Pero tan prontomejoraba unpoco, volvía a las andadas.¿Cómo explicar situacionesde esta clase? El día en quemurió se sintió bruscamentemejorada. Se sentó en lacama como si estuviera sanayhablóde iraconsultarconelmédicodeotraciudad.Leservíunvasodelecheyselo

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bebió. Tenía el rostrosonrosado y parecía másjoven y bonita que en el díade nuestra boda. Salí atrenzar cuerda.Cuandovolvía entrar mi mujer parecíadormida.

Meacerquéyadvertíqueno respiraba. Había muerto.Después de su muerte loscasamenteros me ofrecieronmatrimonio trasmatrimonio,

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pero yo no quería ni oírhablar de casarme de nuevo.Además, era incapaz deseguir viviendo en aquelpueblo.Vendí lacasaporunprecio ridiculamente bajo,contodoloquehabíadentro,conlaruedadetrenzarsogayuna buena provisión deesparto, y comencé avagabundear por el país.Cuandounollevapenasenel

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corazónesdifícilarraigarenun lugar. Uno se deja llevarporlaspiernas.¿Quénecesitaun hombre solo? Unmendrugo y un lugar en elque dormir por la noche. Lagente tampoco le deja a unoabandonado. En todas lasciudades hay asilos. Loshombresymujeres debuenavoluntad, como ustedes,invitan a cenar. Y, ahora,

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seguía buscando a mihermano, pese a que habíaperdido las esperanzas deencontrarle. En no sé quélibro se dice que el Mesíasvendrá cuando hayamos yaperdido las esperanzas. Yestoesloquemeocurrió.Encierta ocasión llegué a unpueblecito, Zychlin. Iba conlas botas destrozadas. Ycomoseaquehabíaahorrado

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unos cuantos groschen,pregunté dónde podríaencontrar a un zapaterobueno y barato. Me dijeronquefueraaunacalle,eraunacalleempinada,queascendíapor la falda de una colina.Recorrí la calle, y vi alzapatero sentado fuera deltaller, ante el banco,arrancando una suela vieja.Me acerco y el zapatero

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levanta la cabeza. Le miro:¡erami hermanoBendit!Nopuedo evitarlo, siempre querecuerdo este encuentro seme saltan las lágrimas. Fuealgo parecido a lo de José ysus hermanos. Le reconocí,pero él no me reconoció.Ardía en deseos de decirlequeyoeraAvromWolf,peroantes quería tener laseguridad de que aquel

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hombre era mi hermano. Lepregunté: «¿De dónde esusted?». Y me contestó consequedad:«¿Aquéhavenido,a pegar la hebra o a que learregle las botas?». Encuanto abrió la boca, supecon certeza que era Bendit.Lepregunté:«¿EsusteddelaregióndeLublin?».Contestó:«Sí, soy de allí». Insistí:«¿De Hrubieshov quizá?».

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Quedópasmado,y,cuandoserepuso,preguntó:«¿Quiénesusted?». Yo contesté: «Letraigo recuerdos de parte desu hermano». El zapato enque estaba trabajando se lecayó de las manos y mepreguntó: «¿A qué hermanoserefiere?».Yyodije:«Asuhermano Avrom Wolf». Mepreguntó: «¿Avrom Wolfvive?».Yyoledije:«Yosoy

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AvromWolf».Se levantódeunsaltoyseechóagemiryallorar como si estuviéramosen Yom Kippur. Salió suesposa, descalza y vestidacon harapos. Llevaba en lamanouncuboconaguasuciay el agua se le derramó,mojándole los pies. Yopregunté ami hermano: «¿Yqué ha sido de nuestrospadres?». Entonces, mi

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hermano se echó a llorar denuevo y dijo: «Hace yatiempo que están en unmundomejor.Nuestro padremurió el mismo año en quenosotros nos fuimos, nuestramadre sufrió mucho mástiempo». Mi hermano sehabíaenteradode loanteriormuchos añosdespuésdequeocurriera.

El dueño de la casa

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preguntó:—¿Y vive todavía su

hermano?—Nolosé.Quizá.Mequedéunasemanaen

aquel pueblecito. Después,volví a echarme el hatillo alhombro.Laverdadesquemihermano no ganaba losuficienteparamantenerasufamilia.

El dueño de la casa

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volvióapreguntar:—¿Y cómo es que no

intentaron ustedes entrar encomunicaciónconsuspadrespara hacerles saber queestabanvivos?

—En cuanto a mí hacereferencia, diré que teníamiedo. Además, estabaavergonzado. Bueno, enrealidad, tampoco séexactamente por qué no les

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dije nada. De todos modos,mis padres perdieron en unsolodíaasusdoshijos.

—¿Y por qué no lesescribió?

—No lo sé… Pero locierto es que no les escribí,noseñor.

—Mepareceabsurdoquenolohiciera.

El invitado guardósilencio.Ladueñade lacasa

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sellevóunpañueloalosojosydijo:

—¿Por qué somos todostaninsensatos?

—Reizele,tomemoselté.El invitado levantó la

cabeza:—Si me lo permiten,

preferiríaotrovasodevodka.—Naturalmente, beba

cuantoquedaenlabotella.—No, no soy un

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borracho, pero cuando elcorazón llora, uno deseaolvidarlapena.

El invitado levantó elvaso.Dibujóunamuecaensurostro y sacudió la cabeza.Empujó labotella lejosdesíydijo:

—Nunca más volveré acontarlahistoriademivida.

(Traducidodelyiddishal

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inglésporMirraGinsburg).

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ElhijoEl buque procedente de

Israel tenía su llegadaprevista para las doce, perose retrasó. Atardecía yacuandoelbuqueatracóenunmuelle del puerto de NuevaYork, y entonces tuve queesperarlargotiempoaqueseconcediera a los pasajeros lapertinente autorización para

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desembarcar. Fuera hacíacalor y llovía. Una multitudhabíaacudidoalmuelleparadar la bienvenida al buque.Tenía la impresión de quetodos los judíos de NuevaYorksehubierancongregadoallí. Estaban los integrados,losrabinosdelargasbarbasycon crenchas, mujeres connúmeros que les fuerontatuados en los brazos en el

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curso de su estancia en loscampos de concentraciónhitlerianos, representantesdelas organizaciones sionistasconabultadascarterasbajoelbrazo,estudiantesdeyeshivacon bonetes de terciopelo ybarbas incipientesderebeldepelo, y damas de sociedadconlosrostrosmaquilladosypintadas de rojo las uñas delospies.Medicuentadeque

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nos encontrábamos en unanuevaépocadelahistoriadelos judíos. ¿Cuándo tuvieronbarcoslosjudíos?Cuandolostuvieron, estos barcos iban aTiro y Sidón, no a NuevaYork. Incluso en el caso deque laextravagante teoríadeNietzsche acerca del eternoregreso fuera cierta, tendríanque pasar miles de épocasantes de que en el presente

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ocurriera algo, porinsignificante que fuera, queya hubiera ocurrido en elpasado. Pero aquella esperaera aburrida. Medía con lamirada a cuantos pasabanante mí y me formulaba sincesarlamismapregunta:¿enméritos de qué elemento eseste ser hermano mío? Lasmujeres de Nueva York seabanicaban,hablaban todasa

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un tiempo con roncas voces,tomaban refrescos dechocolate y Coca-Cola. Ensus miradas se veía unadureza en modo algunojudaica. Resultaba difícilcreerquepocosañosatrásloshermanos y las hermanas deaquellasmujeres, enEuropa,fueran como corderos almatadero. Los modernistasjudíosortodoxosjóvenes,con

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capelos ocultos entre sureluciente cabello, hablabaninglés en voz alta ybromeaban con lasmuchachas cuyos vestidos ycomportamiento nomostraban el menor indiciode religiosidad. Allí inclusolos rabinos eran diferentes,noerancomomipadreymiabuelo.Teníalaimpresióndeque aquella gente fuera

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mundanayastuta.Casitodos,aunque no yo, habíanobtenido loscorrespondientes permisospara subir abordo.Trababanamistad entre sí con insólitarapidez, se comunicabaninformaciones reciénadquiridas, intercambiabanfrases y sacudían la cabezaen asenso de lo que unos yotros sabían. Los oficiales

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del buque comenzaron abajar a tierra, y, con susuniformes, sus insignias ysus dorados botones, teníancierto aire de rigidez.Hablaban en hebreo, aunqueen sus palabras había ciertoacentopropiodegentiles.

Yo estaba allí, en pie,esperando a un hijo mío alque no había visto en veinteaños. Tenía el muchacho

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cincoañoscuandomeseparéde su madre. Yo fui aAmérica y ella a la UniónSoviética. Ella ansiaba la«revolución permanente». Yen Moscú la hubieranliquidado si no hubiesetenido un buen amigo conaccesoalasaltasesferas.Susviejas tías bolcheviques, quehabíancumplidocondenasenlospresidiospolacosenpago

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de sus actividadescomunistas, intercedieron ensu favor, y mi ex mujer fuedeportada a Turquíajuntamente con nuestro hijo.Desde Turquía logrótrasladarse a Palestina, endonde dejó a su hijo en unkibbutz. Y ahora mi hijohabía venido a Nueva Yorkparaverme.

El chico me había

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mandadounafotografíasuyatomada cuando estaba en elEjército, luchando contra losárabes. Pero la foto eraborrosayademáselchicoibade uniforme. Solamenteahora,enelmomentoenquecomenzaban a desembarcarlosprimerospasajeros,semeocurrió que yo no tenía unaidea clara del aspecto físicodemi hijo. ¿Era alto? ¿Bajo

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quizá? ¿Se le habríaoscurecido, al paso de losaños, el cabello rubio? Lallegada de este hijo aNorteaméricameretrotraíaauna época que yo habíaconsideradoabsorbidayaporla eternidad. Mi hijo surgíadel pasado, como unfantasma. Mi hijo noformaba parte de mi actualhogar, ni tampoco su

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personalidadencajabaconlasgentes de mi mundo extrahogareño.Nopodíaofrecerlehabitación, ni cama, nidinero,ni tiempo.Lomismoque el barco que enarbolabalablancay azulbandera conla estrella deDavid,mi hijoconstituíaunaextrañamezcladepasadoypresente.Enunacartame había dicho que deentre todos los idiomas que

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había hablado en su infanciay adolescencia —el yiddish,elpolaco,elrusoyelturco—nohabíaconservadoniuno,yque ahora únicamentehablaba el hebreo. Por estosupe de antemano que, conmis escasos conocimientosde hebreo aprendidos en elPentateuco y el Talmud,difícilmentepodríaconversarcon mi hijo. En vez de

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conversar con mi chico, noharía más que tartamudearpalabras y consultarconstantemente eldiccionario.

La aglomeración y labarahúndahabían aumentadoahora. En el muelle sedesarrollaba una escenatumultuaria.Todosgritabanyse empujaban, con laexageradaalegríadelagente

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que ha olvidado los criterioscon los que se miden loslogros en este mundo. Lasmujeresgritabanhistéricasylos hombres llorabanbroncos. Los fotógrafosdisparabansuscámarasylosperiodistas abordaban a lagente, llevando a caboapresuradas entrevistas.Entonces ocurrió lo quesiempreocurrecuandoformo

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partedeunamultitud.Todosquedaron unidos entre sí,formando una sola familia,mientras yo me mantenía almargen.Nadiemehablabayyoanadiehablaba.Elsecretopoderqueleshabíaunidomemantenía ajeno a ellos.Distraídas miradas seposabanenmíyparecíaqueen aquellos ojos hubiera unainterrogante: ¿Qué haceése

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aquí? Después de dudar unpoco,formuléunapreguntaauno de aquellos individuos,pero el preguntado no meoyó, o al menos así mepareció, ya que se alejócuandoyo estaba amitad dela frase. El tipo se portócomo si yo fuera unfantasma.Alcabodeunratodecidí loquesiempredecidoen estos casos, o sea,

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conformarmeconmidestino.Mefuiaunrincónyobservéa la gente que descendía delbuque mientras la ibaclasificando mentalmente.Mihijonopodíaencontrarseen aquellos grupos de gentevieja y de media edad. Nopodía tener el cabello negroazabache,nihombrosanchos,niojosde fuego.No,porqueun ser así en modo alguno

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podía haber sido engendradopor mí. Pero, de repente,apareció un hombre joven,extrañamente parecido alsoldadodelafotografía:alto,flaco,algoencorvado,con lanariz alargada y el mentónestrecho. Una voz exclamóen mi fuero interno: ¡Es él!Salí de mi rincón y corríhacia el muchacho. Vi quebuscabaconlamirada.Enmi

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pecho surgió una oleada deamor paterno. El muchachotenía lasmejillas hundidas yla piel enfermizamentepálida. Con angustia, pensé:«Estáenfermo, tuberculoso».Habíayaabiertolabocaparallamarle, para pronunciar elnombreGigi,queeracomolellamábamossumadreyyoensu infancia, cuando, derepente, una mujer gruesa

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corrióhaciaelmuchachoyleabrazó fuertemente. El gritodelamujersetransformóenalgo parecido a un ladrido.Instantes después elmuchacho quedaba ocultoporunenjambredeparientes.Aquella gente me habíaquitado un hijo que no eramío. Fue como una especiede rapto o secuestroespiritual. Mis paternales

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sentimientos quedaron enridículo y volvieronapresuramente a suescondite, a aquel lugar enque las emociones puedenpermanecer años y años sinemitirelmenorsonido.Notéque mi rostro habíaenrojecido de humillación,como si me hubieranabofeteado. Decidí esperarcon paciencia, y no permitir

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que mis sentimientosafloraran prematuramente.Entoncespasóunratosinquedel buque bajaran pasajeros.Pensé:¿Yquéesunhijoafinde cuentas? ¿Por qué razónmi semilla ha de ser másimportante que la de losdemás? ¿Qué valor tiene elvínculo de sangre y carne?Todos somos espuma delmismo caldero. Si

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retrocedemos unas cuantasgeneraciones, las precisas,resultará que esa gente tieneunmismopadreyunamismamadre.Ydentrodedosotresgeneraciones, losdescendientesdequieneshoyestán emparentados, nadatendrán que ver entre sí yserán totales desconocidoslosunosparalosotros.Todoes efímero y cambiante.

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Somosburbujasdeunmismoocéano,briznasdeunmismoprado. No puedo amar atodos,no,nosedebeamaratodos.

Ahora del buque volvíana bajar pasajeros. Tresmuchachos salieron juntos.Les examiné y vi queninguno de ellos era Gigi, einclusoenelcasodequeunode ellos realmente lo fuera,

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nadie me lo iba a quitar.Experimenté una sensacióndealiviocuandocadaunodelostresmuchachossefueconla gente que le estabaesperando. Ninguno de lostres me había gustado, laverdad. Pertenecían a lachusma. El último de ellos,incluso había vuelto lacabeza y me había lanzadouna ofensiva mirada, como

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si, por misteriosos caminos,hubiera adivinado mispensamientos de censurahaciaélylostiposcomoél.

Derepentesemeocurrióque simi hijo era realmentemi hijo, sería él últimopasajero que desembarcaría,y, pese a que se tratabasolamente de una hipótesis,tenía la certeza de que asíocurriría. Me había armado

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de paciencia y de aquellaresignación que siempretengo al alcance de la manopara inmunizarme de losfracasos y dominar el deseode liberarme de mislimitaciones. Observabaatentamente a todos lospasajeros,procurandocolegirsu carácter y personalidadpor sus ropas ycomportamiento.Quizáseran

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sólo figuraciones mías, perocada rostro me revelaba sussecretos y me parecíaadivinar con exactitud todossus pensamientos. Todos lospasajeros tenían algo encomún: la fatiga de un largoviajemarítimoylainquietude inseguridad de quieneslleganaunpaísdesconocido.Todas las miradaspreguntaban con desilusión:

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¿Es esto Norteamérica? Unamuchacha con un númerotatuado en el brazo sacudiócon irritación la cabeza. Elmundo entero era ungigantesco Auschwitz. Vi aun rabino lituano, conredondeada barba gris, quellevaba un pesado libro bajoel brazo. Le esperaba ungrupo de estudiantes deyeshivaytanprontoelrabino

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se reunió con ellos comenzóapredicar conel airadocelodequienhallegadoaconocerla verdad y ansia difundirla.Le oí decir: Torá… Torá…De buena gana le hubierapreguntado por qué razón laTorá no había protegido aaquellos millones de judíosevitándoles su fin en loshornos de Hitler. Pero, ¿asanto de qué formularle esa

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pregunta cuando yo sabía yala respuesta? Sí: «Mispensamientos no son tuspensamientos».SermártirenelnombredeDiosconstituyeel más alto privilegio delhombre. Uno de los reciénllegados hablaba en unextraño dialecto que no eraalemán ni yiddish, sino unajerga que sólo se encuentraen novelas de pasados

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tiempos.Y qué raro era que

quienes habían acudido arecibirlehablaran también lamismajerga…

Penséque en el caoshaytambién unas leyes muyclaras y precisas. Losmuertos siguenmuertos.Losvivos tienen sus recuerdos,suscálculosy susproyectos.Enalgúnlugar,bajola tierra

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polaca,reposabanlascenizasde los que fueronquemados.EnAlemania los que fueronnazis reposaban en cama ycada cual tiene su lista deasesinatos, torturas y cruelesviolaciones. En algún lugarforzosamentehadehaberunSabedor que sabe todos lospensamientos del serhumano,quesabelosdoloresde cada mosca, que se sabe

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todosloscometasytodoslosmeteoritos, todas lasmoléculas de las másdistantesgalaxias.HabléconÉl.Bien,miqueridoSabedorTodopoderoso, desde tupunto de vista todo es justo.Lo sabes todo, conoces elconjunto y tienes toda lainformación. Y ésta es larazón por la que eres taninteligente.Pero,¿quépuedo

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haceryoconmismigajasdeconocimiento? Sí, deboesperar a mi hijo. Una vezmás,delbarcohabíandejadodesalirpasajerosypenséqueja todos habíandesembarcado. Se metensaron los nervios. ¿Acasomi hijo no había venido enaquel barco? ¿Habría pasadosin que yo le reconociera?¿Sehabríaarrojadoalocéano

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durante el viaje? En elmuelle ya casi no quedabanadie.Todossehabían idoytuve la impresión de que losempleados se disponían aapagar las luces de laestación marítima. ¿Quépodía hacer ahora? Sí, yahabía presentido que algomalopasaríaconesehijoquedurante veinte años no fuemásqueunapalabraparamí,

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una palabra, un nombre, unaculpasobremiconciencia.

De repente le vi. Saliódespacio, dubitativo y conuna expresión que venía adecir que no creía que nadiehubiera acudido a recibirle.Era igual que en lafotografía, aunque algomayor. En su rostro habíaarrugas juveniles e ibadescuidadamente vestido. En

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sus ropas se advertía eldescuido propio delmuchacho sin hogar que havivido años en lugaresextraños, que ha pasadopruebas duras y que haenvejecido prematuramente.Llevabaelcabellorevueltoyenmarañadoyparecíaqueenél hubiera briznas de paja yheno, como en el cabello dequienesduermenengraneros

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y pajares. Tenía los ojos declaras pupilas, que ahoraachicaba bajo las cejas depelo blanquecino, y en surostro se dibujaba la casiciega sonrisa de los albinos.Iba con una maleta demadera, como un recluta, yunpaqueteenvueltoenpapelcastaño. En vez de echar acorrer inmediatamente haciaél, me quedé inmóvil y

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boquiabierto. Ya tenía laespalda un poco encorvada,pero no como un estudiantede yeshiva, sino comoalguien acostumbrado acargar objetos pesados. Separecíaamí,peroadvertíenél rasgos heredados de sumadre, aquella otra mitadque jamás pudo mezclarseconlaotramitadqueerayo.Incluso en nuestro hijo, el

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producto de las dosmitades,los discrepantes rasgos deuna y otra no podíanarmonizar. Los labios de lamadre no se avenían con elmentón del padre. Mirócautelosoaunoyotrolado,ysu rostro dijo con expresiónbonachona: Desde luego, nohavenidoarecibirme.

Me acerqué a él y lepreguntédubitativo:

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—¿AtahGigi?Seechóareír:—Sí,soyGigi.Nosbesamosyelpelode

susmejillasmepinchócomoun metálico rallador depatatas. Era un serdesconocido, pero yo sabíaquelequeríacomocualquierotropadrepuedequerer a suhijo.

Nos quedamos quietos y

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en silencio, con aquellasensacióndepertenecemoselunoalotroquenoprecisaserexpresada con palabras. Enunsegundosupecómodebíatratarle. Había pasado tresaños en el Ejército y habíaparticipado en una guerracruel. Seguramente se habíaacostado con sabe Dioscuantas muchachas, peroseguíataninsegurocualsólo

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un hombre puede estarlo. Lehablé en hebreo y quedé untantopasmadodemidominiode este idioma.Inmediatamente adquirí laautoridadpropiadeunpadrey todas mis inhibicionesdesaparecieron. Intentécargar con su maleta demadera, pero no me lopermitió. Fuera nosquedamos en la acera, en

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esperadeun taxi,pero todoslos taxis habían sido yaalquilados. Ahora habíadejado de llover. La avenidase alejaba por entre losmuelles,húmeda,oscura,malpavimentada, con baches enel asfalto y charcos de aguaque reflejaban porciones deun cielo luminoso, bajo yrojizo, con metálica calidad.De lo alto caían gotas

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aisladas, pero resultabadifícil determinar si setrataba de gotas que sedesprendían de objetosmojados por la lluviaanteriormente caída, o si setrataba del heraldo de unnuevo chaparrón. El aireestaba enrarecido.Relámpagos cruzaban elcielo, pero a nuestros oídosno llegaba el sonido del

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trueno. Mi dignidad seresentía de que Nueva Yorkse mostrara tan lúgubre yprosaico a los ojos de mihijo.Habíaalbergadolavanaambición de enseñar a mihijo los barrios más bonitosde la ciudad tan prontollegáramosaella.Esperamosun cuarto de hora sin queapareciera un taxi.Ahora yahabía oído los primeros

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sonidos de los truenos. Nonos quedaba más remedioqueechar a andar.Mihijoyyo hablábamos de la mismamanera, en frases cortas ybruscas.Comoviejosamigosque saben sus recíprocospensamientos, nonecesitábamos largasexplicaciones. Casi sinpalabras, mi hijo me dijo:Comprendomuybienqueno

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pudieras convivir con mimadre; nome quejo; yo soytambiénasí.Lepregunté:

—¿Cómoesesachicadelaquemehablasteenunadetuscartas?

—Buenachica.Yoerasuconsejero o mentor en elkibbutz.Luegonosalistamosjuntosenelejército.

—¿Y a qué se dedica enelkibbutz?

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—Trabaja en un almacéndegranos.

—¿Tiene estudios almenos?

—Estudiamos secundariajuntos.

—¿Y cuándo pensáiscasaros?

—Cuando vuelva. Suspadres exigen que noscasemosoficialmente.

Dijo estas últimas

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palabras de un modo quevenían a significar:naturalmente ella y yo nonecesitamos esa clase deceremonia,perolospadresdelaschicastienenotramaneradepensar.

Llamé a un taxi que enaquel instante pasaba y, casien tono de protesta, mi hijodijo:

—¿Taxi? ¿Para qué?

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Podemos ir andando. Megusta andar. Dije al chóferque nos llevara por la calleCuarentaydosalapartemásiluminada de Broadway, yquedespués semetieraen laQuinta Avenida. Gigi,sentado, miraba por laventanilla. Nunca me hesentido tan orgulloso de losrascacielos y las luces deBroadway como aquella

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noche. Mi hijo miraba yguardaba silencio. No sécómo, intuí que mi hijopensaba ahora en la guerracontra los árabes y en lospeligrosquehabíacorridoenlos campos de batalla. Perolos poderes que rigen elmundo habían ordenado quefueraaNuevaYorkyvieseasu padre. Era como si oyerael sonido de sus

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pensamientos dentro de sucalavera. Tenía la certeza deque mi hijo, como yo,también pensaba en lascuestioneseternas.

En un intento deconfirmar mis poderes detelepatía,ledije:

—No hay accidentes.Cuando uno está destinado avivir no le queda másremedio que permanecer

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vivo. Es el destino.Sorprendido,volviólacabezahaciamí.

—Oye, ¿adivinas lospensamientos?

Y sonrió, perplejo,curioso y escéptico, como sile hubiera gastado unaextrañabromadepadre.

(Traducidodelyiddishalinglés por el autor y

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ElizabethPollet).

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ElsinoSolía yo visitar a un

pariente que vivía en ParkAvenue. Era abogado,especializado en inversionesde capital. Tenía entre susclientes a unas cuantasviudas y solteras ricas. Devez en cuando, mi parienteofrecía una recepción en sucasaylasinvitaba.

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Enunadeestasreunionesconocí a Bessie Gold. Teníaunos cincuenta años, erapequeña, delgada, conmejillas hundidas ymaquilladas en tono oscuro.Suspupilaseranamarillentasy llevaba los párpadospintados de color azulenco,conmuchopolvillonegroenlaspestañas,comounaactriz.Usaba lápiz de labios de

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coloranaranjadoyla lacadelasuñaseradelmismotono.Ensusmuñecasalgovelludasycruzadasporgruesasvenas,lucía pesadaspulseras de lasquecolgabangrannúmerodeamuletos. El sonido de laspulseras y los colgantesamuletosme recordabaeldelas cadenas de lospresidiarios. Estaba pálidacomo una tuberculosa y sus

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piernas,cubiertasconmediasde malla, parecían palillos.Me senté a su lado y asíquedamos, juntos, y cadacual con una copa dechampañaenlamano.

Bessie alternaba lossorbitosdechampañaconlaschupadas al cigarrillo.Advertí que tenía el cuelloflacoyazulenco,comoeldeun pollo desplumado. Su

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pecho era plano y en laporción visible estabacubierto de pecas. Por entresu cabello recién teñido derubio asomaban un par demasculinas orejas adornadasconpendientesdediamantes.Se volvió hacia mí y mepreguntó:

—¿Realmente es ustedescritor?

—Almenoslointento.

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—Entonces, ¿por qué noescribemivida?Nocreaquesiempre he sido una señoradedicada a beber champaña.Nonacíenestepaís.NacíenEuropa.Mispadreshablabanen yiddish.Y yo también lohablaba, pero ahora lo tengocasi totalmente olvidado.Vivíamos en el East Side ymimadreteníahuéspedesencasa… En fin, por este

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detalle ya puede imaginarcomo vivíamos. No, no creoque tenga que explicarlecómo vivían los inmigrantesen aquellos tiempos.Teníamos tres habitacionestenebrosas, sin apenas luz, yun retrete en el descansillo.Mi padre trabajaba quincehorasdiariasenuntallerquele pagaba a destajo. Durantelas temporadas de más

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intenso trabajo mi padre sequedaba a dormir en lafábrica, porque si hubieravenido a casa habría llegadoal alba, que era la hora devolver a empezar el trabajo.En aquellos tiempos, losobreros de algunas fábricasya se habían sindicado, peromi padre era un hombretímido,reciénllegadoalpaísysedejabaexplotardemala

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manera. Su jornada detrabajo era tan larga que notardó en comenzar a escupirsangre.Yo teníaunhermanoydoshermanasqueprontosefueron de casa. Eran tresegoístas que no estabandispuestos a arrimar elhombro para salir todosjuntos adelante. Esto fue lacausa de mis desdichas.Trabajaba como una esclava

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juntamente con mi madre.Guisaba, iba a comprargangas a Orchard Street,lavaba las ropas de loshuéspedes y todavía me lasarreglaba para disponer dealgúntiempoenqueleer.Noterminé secundaria, peroaprendí el inglés lo bastantepara dar clases a extranjerosrecién llegados. En aquellostiempos era capaz de

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cualquier cosa. Mi padremurió después de largotiempodesufrimientos,ymimadre quedó física yespiritualmente destrozada.Apenas alcanzaba acomprender lo que yo ledecía.Constantementeibamimadrealcementerio,aflorarsobre la tumba demi padre.Entonces el tener huéspedesencasadejódetenersentido.

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Me puse a trabajar deprobadora en una tienda.¿Sabe usted lo que significaser probadora?Pues consisteen ponerle un vestido a unmaniquí y ajustarlo. Por logeneral, hay que estudiarpara dedicarse a eso, hacefalta cierto adiestramiento,¿sabe?, pero resultó que yotenía una habilidad innataparaestascosas.Encualquier

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tienda en que me dieranempleo, al cabo de tres díasyasabíatodoloqueteníaquesaber. Como es natural estome creó muchos enemigos.Desdelainfanciasiempremehe comportado como situviera más años de los queen realidad tenía. Mi madresolía llamarme «la niñavieja». Mamá era polaca,pero mi padre era lituano.

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Cuando mi madre se quedósola comencé a vivirdominada por laspreocupaciones, pensandosiempre en conseguir ciertaseguridadparaellayparamí.Lleguéasercomounmaridopara mi madre. Todos losviernes le entregaba la pagaíntegra. No, no me quedabani un céntimo. Las otraschicas, entre ellas mis

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hermanas,salíanconchicosygozabandesujuventud.Peroyo sólo tenía una meta:casarme con un hombrejoven y decente, tener unhogar y formar una familia.Tenía instintos maternales yyaamabaaloshijosqueaúnnohabíadadoaluz.¿Porquéno bebe? Un poco dechampañaanadiehacedaño.Si le contara todo loqueme

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ha pasado y si usted loescribiera, ocuparía tresvolúmenes así de gruesos.Resumiendo, conocí a unmuchacho, nos enamoramosy nos casamos. Era alto,guapo y alegre. Parecíaposeer todas las virtudesimaginables. Mis familiaresapenas podían creer quehubiera conseguido casarmecon un hombre como aquél.

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Era de origen rumano. Sinembargo, no tardé endescubrir su defectoprimordial. No le gustabatrabajar. Un día tenía unempleo y al día siguiente yano lo tenía. Yo habíaahorrado irnos centenares dedólaresyalquilamosunpisoen laparte altade la ciudad.Con mis ahorros comprémuebles,comprétodoloque

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hacefaltaenunacasayhastapaguélosgastosdelalunademiel, que pasamos enEllenville. Éste ha sido misinodesdeelprincipiodemivida.Prontomedicuentadeque mi marido me ocultabacosas. Nuestra vecina nohacía más que venir a casapara decirle que le llamabanal teléfono. Nosotros noteníamos teléfono. Comenzó

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a recibir cartas en sobres decolorderosa.Selasmetíaenel bolsillo y jamás las abríaen mi presencia. Sospechéque seguramente tenía unaaventuraconotramujer,peroyo soyde talmaneraquenome afectó demasiado. Mecontentaba con que mimaridovinieraacasaapasarlanocheami lado.Nacíasí,muy humilde en mis

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pretensiones. A fin decuentas, ¿qué podía yoofrecer a mi marido? Antesde casarme, cuando mepeleaba con mi madre, éstasiempremellamaba«trasto».Estaspalabrasselequedanauna grabadas en la mente yson como un veneno que sefiltraenlasangre.Cuandomimarido me besaba, se mesaltaban las lágrimas de

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agradecimiento, como si mehiciera el mayor favor quequepaimaginar.

Un día mi maridodesapareció llevándose todosmisahorros. Inclusose llevólas joyas. En mi vida le hevueltoaverelpelo.

—¿Y tampoco ha tenidonoticiasdeél?

—No. Jamás. Mehablaron de la existencia de

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una oficina que se llama deDesaparecidos, pero yo medije que si mi marido noqueríaverme,¿asantodequéiba yo a buscarle? No sepuedeobligaraunapersonaaqueleameauna.Ytampocoquería tenerle en casa a lafuerza, como en una cárcel.Esperaba un hijo en aquelentonces. Le he prometidoque sería breve, pero, claro,

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hedecontarleloshechos.Dia luz a una niña. No haypalabrascapacesdedescribirla alegría que para mísignificó el ser madre. Mimarido me habíaabandonado,sí,perotambiénes cierto que me habíaproporcionadounosmesesdefelicidad. Había vivido todamí vida rodeada desolteronasydeinútiles,y,en

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comparación con ellas, meconsideraba afortunada. Juréquemi hija jamás conoceríalas estrecheces. Mi hijatendría todo lo que yo nohabía tenido, una casacómoda, una buenaeducación, ropas bonitas, enfin,todoloquedeseara.¿Quecómo lo conseguí? Pues, enprimer lugar, encontré a unamujer de buen corazón,

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divorciada, que se avino acompartirmipisoyacuidarde la niña. Mi madre habíamuerto y yo trabajaba enunos grandes almacenescomo vendedora de prendasfemeninas. Estaban tancontentos de mi trabajo queno tardaron en darme elcargo de compradoraayudante. Las compradorasayudantes casi nunca llegan

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al cargo de compradoras,pero, no sé cómo, yo, lanovatapalurdadelEastSide,llegué a compradora de unode los más importantesalmacenes de la ciudad. No,nosería,fueungrantriunfo.Lasotrascompradorassalíande compras y procurabandivertirse.Algunasno teníanel menor escrúpulo enaceptar comisiones de los

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vendedores, o sea, losfabricantes. Pero yo, tontaque tonta, trabajaba comouna esclava. Llegué a ganarlo suficiente para mandar ami hija, Nancy, a una buenaescuela de pago. Siempredabaamihijalomejordelomejor. Sin embargo, habíaalgo que no podía darle, asaber,unpadre.Ciertoesquepodía casarme de nuevo, ya

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que me concedieron eldivorcio. Pero lospretendientesquetuvenomegustaron. Sí, para casarmenecesitabaqueelhombreconquienme casarame gustase.Si un pretendiente resultabatonto o aburrido, le cogíaasco inmediatamente. Nofaltaban los que se sentíanatraídosporlospocosdólaresque ganaba. Eran parásitos,

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mediogigolós.Yyo tenía elconvencimiento de quecuanto ganaba pertenecía aNancy.Lachicacreció.Salióguapa, alta y con buenafigura.Separecíaasupadre.Cuando ella entraba, parecíaquelacasaseiluminara.Erarubiayconojosazules,comou n ashiksa. Algún día leenseñaréunafotodemihija.Tengotresálbumesllenosde

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fotos suyas. Sí, es lo únicoquemequeda.

—¿Leocurrióalgo?—No,no,yque elSeñor

no lo permita.No le ocurriónada de lo que usted piensa.Vive y goza de buena salud.Como decimos en yiddish,así sobreviva a mis pobreshuesos. Hizo lo mismo quesu padre.Me dejó.Mientrasme necesitó, fui su querida

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«mamá», su «mamita», sudarling. Pero en cuantoobtuvo la licenciatura en laUniversidad de Smith, yconoció a un muchacho ricosalidodeHarvard,comenzóaencontrarme defectos. Lopreví todo, supeinmediatamente cómoacabaría con la mismaseguridadconqueséquehoycenaremos aquí, tomaremos

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café y nos iremos a casita.Desde luego, no sé cómo yporquémedioslosupe,perolo supe. Hay gente que diceque soy vidente. A vecespiensoenalguienaquiennohevistoenañosyderepenteseabrelapuertayapareceelalguien en cuestión.Resumiendo, en cuanto amihija hacía referencia, yohabía ya prestado los

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servicios que de mí seesperaban y ya no menecesitaba más. Quizá seaoportunodecirleque,alpasode los años, había alcanzadoun gran éxito profesional.Misviajesdecomprassalíanen los periódicosespecializados. IbaaParís, aLondres, a Roma, y lasmujeres compraban todo loque yo traía. Si me hubiera

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establecido por mi cuentahabríaganadomuchodinero.Pero con mi trabajo yaganaba lo suficiente paratener un piso bonito y paradar a mi hija cuanto leapeteciera. Pues sí, como ledecía,mihijaresultóserunamuchacha sin sentimientos,con corazón de piedra. Sólopensaba en sí misma, suúnico interés era: Yo, Yo,

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Yo. Me trataba como a unaesclava. Su rico novio meconsideraba una vulgar judíadel East Side y esto bastabapara que mi única hija medespreciara. Ni siquiera setomabalamolestiadeocultarsus sentimientos. Yo ledecía:«Hija,francamente,nosé cuál de las dos es másvulgar, túoyo».Cuandooíaestas palabras se enfurecía

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tantoquemeescupía, sí,meescupía literalmente, meescupía en la cara y gritaba:«¡Qué bien hizomi padre aldejarte!¡Lequiero, lequieroapesardequenolehevistoenmivida!¡Ytúnoeresmásque una pescadera deOrchard Street!». Inclusointentó pegarme. Comprendíque mi función para con mihija había terminado, y le

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dije: «Basta, no quiero oírteni media palabra más».Inmediatamente hizo lasmaletas. Igual que su padrese llevó mis joyas. Se fuedando un portazo. De todosmodos yo aún teníaesperanzas de que se lepasara la rabia. A fin decuentas, ¿qué pecado habíayo cometido? Pero en mifuero interno una voz me

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decía:«Novolverásaverla».Cuando se hubo ido, elcorazón se me quedó comounapiedray lasangresemeheló en las venas. Tenía lacertidumbre de que mi vidatocaba a su fin y pedía alSeñorquemeconcedieraunamuerte rápida. Haymomentosenquelavidanosparececarentede todovalor.Si no fuera así, ¿por qué se

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suicidaría la gente?Memetíen cama y nome levanté enunasemana.Corrían losdíasde la Navidad y allí estabayo, en cama, con losnerviosdestrozados, incapazsiquierade llevarmeunacucharaa laboca. En aquel entonces yahabía descubierto que elsufrimiento humano carecede límites, que se puedesufrirsiempremásymás.En

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cierta ocasión, alguien mellamó masoquista. Entoncesni siquiera sabía elsignificado de esta palabra.Parece que los masoquistasson aquellos que se dejantorturar para obtener placerconello.Peropuede tener laseguridad que mi dolor nome proporcionaba placer.Estaba en cama como unperro apaleado, y así estuve,

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lamiéndome las heridas,hasta que mi sentido de laresponsabilidadseimpuso.

Y ahora voy a contarlealgo que le pareceráincreíble. Si es que estádispuesto a escuchar duranteunosminutosmás,claro.

—Desdeluego.—Se dice que en este

mundo no ocurren milagros,pero lo que me pasó fue un

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verdadero milagro. Un díaentró un hombre en midespacho.Noerajoven,perotampoco cabía decir quefuera viejo, tendría unoscincuentaaños,bienparecidoy con el cabello gris en lassienes.Erafabricanteyhabíavenido para hablar denegocios. Hablamos deprecios, de estilos, de loscaprichos de los clientes, en

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fin,deloquesesuelehablaren estos casos. Entonces mivisitantedijo:«¿Hayalguiencapaz de adivinar lo que legustará a unamujer?».Y yodije: «¿Ysepuededecir quelos hombres son másprevisibles que lasmujeres?». Esto ocurriócuando Rockefeller se casócon la hija de un campesinolituanoytodoslosperiódicos

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hablaban de lo mismo. Mivisitante replicó: «Pues nocrea, los hombres sabenexactamenteloquequierenylo que les gusta». Yo lepregunté:«¿Yquélesgustaaloshombres?».Yentonceséldijo: «Por ejemplo, en micaso diré que me gustausted». En nuestro negocioestamos acostumbradas aesta clase de halagos, pero

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también es cierto quesiemprehesabidoquenosoymujer que atraiga a loshombres. De vez en cuandoalgún hombre habíacoqueteadounpococonmigo,pero nunca pasó de eso.Estaba acostumbrada a vivirsola. En mí se habíaconvertido en algo natural.Entoncesdije ami visitante:«Graciasporelcumplido».Y

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él repuso: «No es uncumplido.Ustedpertenecealtipodemujerquemeatrae».Le dije: «¿Y cómo sabe queno estoy casada?».Contestó:«Porque no lleva alianza».Resumiendo: aquel hombrehabía hablado con completaseriedad.Olvidóelobjetodesuvisitaymepidiócontraermatrimonio con él, allí, enmi despacho. Yo pensé que

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bromeaba. Era un hombreapuesto y en excelenteposición económica, rico,realmente rico. Y viudo sinhijos. ¿Qué había visto enmí? En aquellos tiemposestabasiemprecansada,enellímite con el agotamiento.Iba bien vestida, pero medabacuentadequelostrapospoca importancia teníanparaun hombre como aquél.

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Aquella noche cenamosjuntos. Mientras estábamosenelrestaurantemedijoqueDios me había puesto en sucamino.Yahoraescucheconatención.Sesacódelbolsilloel talonariodechequesymedijo: «Ahí va un cheque deveinticinco mil dólares. ¿Noesestodemostraciónbastantede que hablo en serio?».Quedéaterradayledije:«Ni

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siquiera me conoce».Entoncescomencéacontarlemi vida. Y también él mecontó la suya. Se casó conuna muchacha terriblementecaprichosa que andabasiempre liada con otroshombres. Era ya la hora decerrar el restaurante y sóloquedábamos nosotros. Loscamareros nos miraban yluego comenzaron a apagar

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las luces. Cuando salimosamanecía. Sí, fue unflechazo. Todavía nocomprendo qué vio en mí.Para mí será siempre unenigma. Él lo explicó de lasiguiente manera: teníagrabado en la imaginacióncierto tipo de mujer ysiemprelohabíabuscado.Yoera este tipo ideal.Perdóneme, pero recordarlo

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medarisa.Ylamujerseechóareír.

Las lágrimas se le saltabande los ojos y tuvo quellevarseelpañueloalanariz.Cuando apartó del rostro elpañuelito de encaje, suexpresión había cambiado.Tenía el aspecto de unapiadosa mujer a la quehubieraninterrumpidoensusplegarias.Lasbolsasbajolos

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ojos se le habían hinchado.Ledije:

—Secasaronyélmurió.—Efectivamente.

¿También es usted vidente?No, seguramente se lo hacontado su primo, nuestroanfitrión.Lospocosañosquevivimosjuntosfuerondeunadicha increíble, como jamáshubierapodidoimaginar.Erademasiado bueno para que

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durase. Mi marido era unhombre saludable, ungigante, y estaba en plenaformafísica.Undía,despuésde cenar, nos disponíamos airalteatroymedijo:«Ponteel visón porque harefrescado». Era el mes denoviembre. Si tuviera quedecirle todos los regalos quemehizo,todoslosviajesqueefectuamos, losmaravillosos

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hotelesenquenosalojamos,nunca terminaría.Al parecerel Cielo había decidido queBessie viviera unos años defelicidad. Mi marido fue alarmario, cogió mi abrigo ycayófulminado.Noexhalóniunsuspiro.Comencéagritarcomo una loca. Los vecinosacudieron. Mi marido habíamuerto. ¿Hace falta que lediga lomucho que le quise?

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Bastaba con que me dijerauna palabra amable, bastabaunasonrisasuya,paraqueyome sintiera rebosante defelicidad. Y tiene usted quesaber que yo soy una mujerquesecontentaconquenolainsulten. Si Dios hubiesequerido ser bondadoso paraconmigo se me habríallevadocuandose llevóamimarido.Sólo tenía undeseo:

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morir. Sin embargo carecíadel valor necesario paracogerunasogayahorcarmeopara arrojarme por laventana. Sólo quienes noestánacostumbradosaldolorson capaces de hacer unacosaasí.Hesufridodesde lainfancia e incluso durantemisañosafortunadosteníaelpresentimiento de queterminaría mal. En cierta

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manerapuedodecirqueestosañosdedichafueronaquellosenlosquemássufrí.Yahorapermita que le cuente lo delperro. Mi marido y yoéramos demasiado mayorespara tener hijos. Mi maridotenía un perro maravilloso,un gran danés. Era grandecomo una ternera einteligente, o al menos esocreíayo.Cuandoibaconélla

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genteseparabaamirarlo.Mimarido le quería con locura,solía bromear con él,diciéndolequequeríamásalperroqueamí.Despuésdelamuertedemimaridoelperrofue cuanto me quedó en elmundo. No hablo de dinero,no, porque mi marido medejó una verdadera fortuna.Sabíaquemimaridohubieradeseadoque cuidara al perro

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conesmeroypormipartenotenía a nadie más en quiendepositarmi afecto. Le tratéa cuerpo de rey, consolomillo todos los días, ydos veces al día le sacaba apasear y a veces parecía quefuera el perro quien mellevaraamíarastras,envezde ser yo quien llevara alperro. Íbamosadondea él ledabalagana.Lagentesereía

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al vernos. Sabía queexageraba un poco misatencionesparaconelperro,perotambiénsabíaqueeraelúnicoserquellenabaelvacíodemivida.Aquelperroteníaojoshumanos.Lehablaba.Yelperro se sentabayparecíaescuchar y comprender mispalabras.Quizárealmentelascomprendía.Hacepocoleíunartículo referente a los

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animales. Decía que puedenadivinar nuestrospensamientos.Y yo pensabaqueaquelperrorealmentemequería.Ledabadecomer, lolavaba y cepillaba, encarguéque le confeccionaran unaprenda de piel de visón paraprotegerle del frío eninvierno.Porlanochedormíaenmicama.Ymuchasvecesintenté hacerle bajar de la

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cama porque era grande ypesado. Tenía la impresióndequeunleónyacieraamispies. Pero aquel perro no sedejaba dominar. Mi maridotenía gran número deparientes y amigos, perodespuésdesumuertedejaronde visitarme sin que supieraporqué.Esmisino, lagentesealejademí.Nisiquierametrataron de un modo

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realmente afectuoso durantenuestro matrimonio. ¿Quédaño les había yo causado?Ahora bien, también podíapreguntarme qué daño habíayocausadoamihija…Quizáno lo crea usted, pero derepente noté que el perrocomenzaba a comportarsecon hostilidad hacia mí.Adoptó un comportamientoreceloso y en ocasiones

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malvado. Dejó de ponermelas patas en el regazo y delamerme la cara. De vez encuandogruñíacomounlobo.Yyomepreguntaba:¿querrádarme a entender quetambién él tiene algo quereprocharme? Me consolabapensandoquetodosedebíaafiguraciones mías y a micomplejo de inferioridad. Yno tardó en llegar el

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momento en que no pudehacer caso omiso del malhumor del perro y de susmiradas amenazadoras.Afortunadamente, los perrosno pueden hacer las maletasy largarse. Ahora bien, noalcanzaba a comprender loque le pasaba al perro. Nopodía consultar el caso connadie y por otra parte mehubiera dado vergüenza

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hacerlo.Alprincipioelperrose limitó a portarse mal,como un niño mal criado.Después comenzó a ladrarcuando me veía y amostrarme los colmillos.Parecía un animal poseídopor un espíritu maligno.Temía que durmiera en micama y por la noche leencerrabaenlacocina.Sentíadeseos de regalar el perro a

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alguien, de desembarazarmede él, pero entonces pensabaenmimaridoyen lomuchoque lo había querido y mesentía incapaz de llevar acabomis proyectos.Por otraparte,¿quiénsabeloquepasapor la mente de un animal?También tienen sus humoresy yo alentaba esperanzas deque volviera a comportarsenormalmente. Una noche, al

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volverdelrestauranteenquehabía cenado, sola, desdeluego, puse el collar y lacorreaalperroparasacarleapasear. De repente, el perrose levantó sobre sus patastraseras y comenzó alamerme la cara, tal comoantes solía. Le dije: «¿Demodo que quieres hacer laspaces conmigo? Bueno,mazel tov». Me incliné para

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darleunbesoyentonces,miquerido amigo, ocurrió algoterrible.Elperromepegóunmordisco en la nariz contantafuerzaqueporpocomela arranca. Ésta es la razónporlaquememaquillotanto,para ocultar la cicatriz.Aquella noche pensé quehabía quedado desfiguradapara el resto de mis días ytemí morir desangrada.

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Estaba sola en casa y mearrastréhastaelteléfonoparapedir ayuda. Sangrabaabundantemente y el perrome seguía, mordiéndome elborde de la falda. Luego lepegaron un tiro, ¿qué sepuede hacer si no consemejante monstruo? En elinstante en que el encargadode la centralita contestó millamada me desmayé.

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Desperté en el hospital.Tuvieron que operarmeporque no podía respirar.Más adelante, cuando mehube repuesto, me hicieronuna operación de cirugíaestética. Le he dicho que novolví a ver ami hija. No estotalmente cierto. Vino avisitarme en el hospital. Fueinmediatamente después dela operación y yo me

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encontraba todavía bajo lainfluencia de las secuelas dela anestesia. Vi a mi hijacomosiestuvieraenvueltaenniebla.Mehabló, perono séloquemedijo.Parecíahabercambiado.Laexpresióndesucarasehabíaendurecido.Noerami hija, era otro ser. Ibamuy vestida. Y hubieracreído que se trató de unaalucinación si la enfermera

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no me hubiera confirmadoque había recibido la visitademihija.Éstafuelaúltimavez que la vi. Pasé tressemanasenelhospitalydosen la clínica de cirugíaestética. Me costó unafortuna, pero, teniendo encuenta las lesiones sufridas,laoperaciónfueunéxito.Micaso salió en las revistasmédicas.Peroeldañomental

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que este accidente meprodujo es algo que no haymédico ni psicoanalista quepueda curar. Cuando elmarido la abandona a una,cuando la propia hija huyedel lado de una, cuando elperroalquesehatratadoconamor y mimo intentadespedazarle a una, algohayquenoescomodebeser.¿Dequé se trata? ¿Tan malvada,

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tanfea,taninsoportablesoy?Noesperosaberlarespuesta.La verdad es que he dejadodeesperarnadadenadie,seahombre sea bestia. Desdeeste último accidente que lehe contado, vivoabsolutamente sola. Unaamiga me dijo que meregalaría un loro o uncanario, pero yo le contesté:«El perro al que amaba me

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mordióysituvieraunpájarointentaría sacarme los ojos».La gente como yo llevamosunamaldición.

Estuvimos callados unosinstantes. Y luego la mujermepreguntó:

—¿Qué puede significarloquelehecontado?

Dije:—Ustedhadichoqueera

unsino.

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Intrigada,mepreguntó:—¿Yquéesunsino?—La trampa que uno se

tiendeasímismo.—Quizá,perotambiénhe

tendidotrampasalosdemás.En fin, terminemos la copade champaña. A su salud,lechayim.

Entrechocamoslascopas.Bebió un sorbito, formó unamueca y se pasó la lengua

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por los labios.Memiró conexpresión interrogativaacompañada de una tristesonrisa. Al través del fuertemaquillaje se veían lascicatricesypliegues.Dijo:

—No, nunca me hagustado engañarme a mímisma. Me doy perfectacuenta de que yo tengo laculpa de todo lo ocurrido,inclusodeloquepasóconel

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perro.—¿Porqué?Lamujernocontestó.En

su mirada apareció unextraño brillo untuoso, deprofundo desprecio, undesprecio burlón. Es difícilprecisar lo que significabaaquel brillo: lástimahacia símisma, orgullo o la ocultasatisfacción de aquellos quesaben son seres peligrosos

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para sí mismos y para losdemás. Bruscamentecomprendí que, a pesar deque sus palabras tuvieron elacentodelasinceridad,ensuvida había muchos otrosfactoresquenoquisorevelar.Me di cuenta de la extrañafuerza que poseía aquellamujer frágil, con su volublemanera de hablar y susmovimientos gatunos. Ardía

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endeseosdealejarmedeella,no fuera que también yoquedara envuelto en lasextrañascomplejidadesdesuespíritu. Ahora la mujerparecía intuir que me habíaatemorizado. Sus ojos deamarillenta pupila memidieron con expresión desutilreprocheydijo:

—Váyase.Charlecon losotros invitados. Los sinos

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comoelmíosoncontagiosos.

(Traducidodelyiddishalinglés por el autor yElizabethShub).

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Poderes

1

Por norma general,quienes vienen en busca deconsejo al periódico en quetrabajo, no piden por unapersona determinada.Tenemosuncolaboradorqueescribe una columna deconsejosaloslectores,ycasi

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todos los que acuden alperiódicosonenviadosaestecolaborador. Pero aquelhombre pidió concretamentepor mí. Le hicieron pasar amidespacho.Eraunhombremuyalto—tuvoqueinclinarla cabeza para no darsecontra el dintel—, ibadescubierto, y su cabello eraabundante, negro y conhebras grises. Sus ojos de

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negra pupila, bajo densascejas, tenían una expresiónasalvajada que me intimidó.Iba con un impermeableligero,peseaquenevaba.Elfrío había puesto rojo surostro cuadrado. No llevabacorbataeibaconelcuellodela camisaabierto,mostrandoparte del pecho cubierto devello denso como el de unoso. Tenía la nariz ancha y

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los labios gruesos.Al hablarmostró unos dientes grandesy separados, con aspecto deser insólitamente fuertes.Dijo:

—¿Ustedeselescritor?—Sí,yosoy.Pareció sorprenderse.

Dijo:—¿Usted? ¿Ese

hombrecillo sentado detrásdel escritorio? Le imaginaba

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muy diferente. En fin, lascosas no van a ser siemprecomo uno las imagina. Leotodo lo que usted escribe,tanto en yiddish como eninglés.Cuandome entero dequehapublicadoalgoenunarevista voy corriendo acomprarla.

—Muchas gracias. Tomeasiento,porfavor.

—Prefiero estar en pie.

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No, bueno, en fin, mesentaré.¿Puedofumar?

—Desdeluego.—Hubiera debido decirle

que no soy norteamericano.Vine aquí después de lasegunda guerra mundial. HevividoelinfiernodeHider,elinfierno de Stalin y unoscuantos infiernos más depropina. Pero no he venidopara hablarle de eso. ¿Tiene

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tiempo para escuchar lo quequierocontarle?

—Sí.Adelante.—Menos mal. Es que

aquí, en Norteamérica, todoquisque está siempreocupado. ¿Cómo se lasarregla usted para tenertiempo para escribir esascosas que escribe y pararecibirgente?

—Haytiempoparatodo.

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—Quizás. Aunque aquí,en Norteamérica, el tiemposeesfuma.Unasemananoesnada,unmesnoesnadayunañopasaenunabrirycerrarde ojos. En aquellosinfiernos,alotrolado,undíaparecía más largo que aquíunaño.Lleguéaestepaísen1950 y los años han pasadocomo en un sueño.Ahora esverano, luego invierno y en

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cuantounosedescuidayahapasado un año. ¿Qué edadcreeustedquetengo?

—Cuarenta y tantos,quizácincuenta.

—Añada trece. En abril,cumplirélossesentaytres.

—Parece muchos menos,toquemadera.

—Sí,siempremedicenlomismo.Ennuestrafamilianotenemos canas. Mi abuelo

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murió a los noventa y tres yapenas tenía cabellos grises.Era herrero. Por parte demadretodosmisantepasadoseran gente de estudio. Yoestudiéyeshiva,sí,enGur,ydespués en Lituania. Ciertoesquedejélosestudiosalosdiecisiete años, pero tengobuenamemoriayrecuerdoloaprendido. Cuando aprendoalgosemequedagrabadoen

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la cabeza. En cierta manerapodríadecirquenuncaolvidonada, y ésta es mi tragedia.Tanprontoquedéconvencidode que pasar las horas denarices contra el Talmud denada servía, me dediqué aestudiar libros profanos. Enaquel entonces los rusos yasehabían idoy losalemanesles habían sucedido.EntoncesPoloniavolvióaser

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independiente y tuve queingresarenfilas.EstabaenelEjércitocuandoempujamosalos rusos hacia atrás, hastaKíev. Pero luego los rusosnoshicieron retrocederhastael Vístula. Pese a que lospolacos no sienten la menorsimpatíahacialosjudíos,fuiprogresando en el Ejército.Alcancéelgradodesargentomayor—chorázy—queesel

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gradomás alto que se puedealcanzarsinhaberpasadoporunaescuelamilitar.Ycuandoterminó la guerra meofrecieron mandarme a unaescuela militar. Hubierapodido llegar a coronel oalgo por el estilo, pero lavida de cuartel no se hahecho para mí. En aquelentonces leíamucho,pintabay quería dedicarme a

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escultor. Comencé a tallartodo género de figuras enmadera. Y terminé decarpintero, especializado enconstruirmuebles.Bueno,enrealidaderaebanistayloquehacíaerarepararmuebles,enespecial muebles antiguos.Ya sabe lo que pasa, lasmolduras se cascan, laspiezas incrustadas saltan…Hace falta mucha habilidad

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para que el arreglo no senote.Todavíaignoroporquémedediquéaestetrabajocontanto entusiasmo. Paraencontrar la maderaadecuada, con el debidocolor, e incorporarla almueble de modo que nisiquiera sudueñodistinga ellugar enque seha efectuadola reparación, hace falta unainfinita paciencia y mucha

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idea. Bueno, y ahora voy adecirle la razóndemivisita.Hevenidodebidoaqueustedsuele escribir sobre poderesmisteriosos, sobre telepatía,espíritus, hipnotismo,fatalismo y todo lo demás.Leocuantoescribe.Sí,loleoporqueposeoesospoderesdelos que usted habla en susescritos. No he venido aalardearynoseimagineque

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tengo la pretensión dededicarme al periodismo.AquíenNorteaméricatrabajoenmioficioyganobastantedinero. Vivo solo, no tengoesposa ni hijos. Mataron atoda mi familia. De vez encuando tomo unos tragos dewhisky, pero no soy unborracho.Tengounpisoaquí,enNuevaYork, y una casitadecampoenWoodstock.Me

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las arreglo bien, sinnecesidad de que nadie meayude. Pero volvamos alasunto de los poderes. Llevausted razón cuando dice quese nace con ellos. Todo loquetenemoslotenemosyaalnacer. Contaba seis añoscuando comencé a tallarmadera. Luego lo dejé, perola habilidad de tallar no laperdí nimuchomenos.Y en

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loquerespectaa lospoderesocurre lo mismo. Yo lostenía,sí,peronosabíaenquéconsistían. Un buen día melevanté y pensé que en lacasaenquevivíamosalguiense caería de una ventanaaquel mismo día. Vivíamosen Varsovia, en la calleTwarda. La idea de quealguien se cayera de laventana a la calle no me

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gustó ni pizca, en realidadmediomiedo.Bueno,elcasoesquesalídecasaparairalaescuela, entonces estudiabacheder, y cuando volvíencontré el patio atestadodegente. La ambulanciaacababa de llegar. Unvidriero que colocaba unvidrio en una ventana delsegundopisosehabíacaídoalacalle.Siestaclasedecosas

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me hubieran ocurrido cuatroo cinco veces, diría que setratabadecoincidencias,perome pasaban con tantafrecuencia que era absurdopensar en simplescoincidencias. Cosa rara,pensé que lo mejor era queocultara estos poderes comosi fueran una feamancha denacimiento en la piel. Y alpensarasíestabaenlocierto,

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ya que tener esta clase depoderes es unadesdicha.Sinembargo,pormuchoqueunose esfuerce en esconderlos,siempreacabanporsalira lasuperficie y los demás seenteran. Un día meencontraba sentado en lacocinaymimadre,aquienelSeñor tenga en su gloria,hacía calceta, confeccionabauncalcetín.Mipadre,pesea

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ser obrero, ganaba un buenjornal. Nuestra casa eracómoda y tan limpia o másque la casa de un rico.Teníamos muchos platos decobre que mi madre bruñíatodas las semanas hastadejarlos relucientesquedabagusto verlos. Yo estabasentado en una banqueta.Entonces contaba siete años.Y de repente dije: «Mamá,

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hay dinero debajo del suelo,¡haydinero!».Mimadredejóde hacer calceta y me mirópasmada: «¿Qué clase detonterías dices? ¿Dinero? ¿Ycómo es ese dinero?». Yocontesté: «Monedas de oro».Mi madre me reprendió:«¿Estás loco?¿Cómopuedessaber lo que hay debajo delsuelo?». Y yo le dije: «Losé». Entonces me di cuenta

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de que no hubiera debidohablar, pero ya erademasiado tarde paraenmendar mi error. Cuandomi padre llegó a casa a lahora de cenar mi madre lecontó lo que yo había dicho.Yo no estuve presente, peromi padre también quedópasmado y confesó que,efectivamente, habíaescondidomonedasdeoroen

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el suelo. Yo tenía unahermana mayor y mi padreestaba ahorrando para poderasignarle una dote. Ingresarel dinero en el banco no eracosa que las gentes sencillashicieran. Cuando regresé delcheder, mi padre comenzó ahacerme preguntas. Y medijo: «Oye, ¿es que meespías?». La verdad es quemipadrehabíaescondidolas

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monedas mientras yo estabaenelcheder,mimadreenelmercado y mi hermana devisita en casa de una amiga.Para esconder el dinero,había cerrado la puerta yechadolallave.Inclusopusoalgodón en el ojo de lacerradura. Me llevé unaazotaina y, pese a misesfuerzos,nopudeexplicarami padre cómo había sabido

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que allí había aquellasmonedas escondidas. Mipadre dijo: «Este muchachoesundiablillo».

Ymediounúltimotirónde orejas. Fue una buenalección y decidí callar.Podría contarlemil cosas deesteestiloquemeocurrierondurante la infancia, pero melimitaréarelatarleunamásybasta. Delante de nuestra

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casa,enlaaceradeenfrente,había una lechería. Enaquellos tiemposse ibaa laslecherías a comprar la lecheyahervida.Lahervíanenunacocina de gas. Una mañanamimadremediouncacharroy me dijo: «Anda, ve a latiendadeZeldaycomprauncuartillo de leche hervida».Fui a la tienda y en elmomento en que entré sólo

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había un cliente. Se tratabade una chica que estabacomprando unas onzas demantequilla. En Varsovia lamantequilla se vendíacortándoladeungranbloque,medianteunavara,parecidaalaqueloschicossellevanalbosque de Praga cuando vana jugar allí en la fiesta deOmer. Yo entré, miré y viquesobrelacabezadeZelda

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brillabauna luz, igualquesillevaraunalámparacomolasque se encienden en laHanukka, la fiesta de lareedificación del Templo, yla llevara allí, encima de lapeluca.Mequedéconlabocaabierta, ¿cómo era posible?Ante el mostrador la chicahablaba con Zelda, tantranquila, como si nadaocurriera.CuandoZeldahubo

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pesado la mantequilla y lachica se hubo ido, Zeldamedijo: «Acércate, hombre,¿quéhacesahí,parado?».Yyo tuve tentaciones depreguntarle por qué llevabaunaluzenlacabeza.Peroyamehabíadadocuentadequeyo era el único que veíaaquella luz. El día siguiente,al salir del cheder, cuandovolvía a casa, mi madre me

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dijo: «¿Ya sabes lo que haocurrido? Zelda, la de lalechería, se ha muerto derepente». Puede ustedimaginar mi terror. Sólotenía ocho años. Desdeentonces he visto brillar lamismaluzsobrelacabezademuchos que debían morirpoco después. A Diosgracias,no lahevistoen losúltimos veinte años. A mi

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edadyconlagentequesuelotratar hubiera debido verlucestodoelsantodía.

2

—Hace algún tiempousted escribió que en todogran amor concurre unelemento de telepatía. Estaspalabras me afectaronprofundamente y entoncesfue cuando decidí visitarle.

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En el curso de mi vida esoque usted dijo no me haocurrido una vez, ni diez,sino infinitas veces. En mijuventud era un muchachoromántico. A veces, veía auna mujer y me enamorabadeellaasí,sinmás,aprimeravista. En aquellos tiemposuno no podía abordar a unamujer por las buenas ydecirle que uno se había

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enamorado de ella. Lasmujeres eran seres muydelicados. La más levepalabra era un insulto paraellas. Y, además, muy a mimanera,eratímido.Tímidoytambiénorgulloso.No,yonosoydeesosquevandetrásdelas mujeres. En resumen, loque quiero decir es quecuandounachicamegustaba,en vez de abordarla y

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hablarle, me pasaba el día ylanochepensandoen ella.Eimaginaba todo género deencuentros y aventuras conella. Y entonces resultabaque mis pensamientosproducían efectos. Lamuchacha en la que tantopensabaveníaamí.Enciertaocasión esperé en unaconcurrida calle deVarsoviaelpasodeunamujer.Pocosé

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de matemáticas, pero meconsta de que lasprobabilidadesdequeaquellamujer pasara por aquellacalleenaquelmomentoerandeunaentreveintemillones.Pero pasó, como si hubierasido atraída por un imáninvisible. No soy hombrecrédulo e incluso hoy tengomis dudas. Todos estamosempeñados en creer que las

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cosas ocurren de un modoracional y según un ciertoorden.Losmisteriosnosdanmiedo. Sí, porque si haypoderes buenos lo másprobableesquetambiénhayapoderes malignos y quiénsabe los efectos que estosúltimos pueden producir…Perome han ocurrido tantoshechos irracionales quetendríaqueserunidiotatotal

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para no reconocerlo. Quizáselhechodeposeerestaclasede magnetismo sea la causade que no me haya casado.Por otra parte tampoco soyde esos hombres que secontentan con una solamujer. Tenía también otraclase de poderes, de los quetampoco voy a alardear.Comosueledecirse,vivíaenun paraíso musulmán y

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muchas veces tenía cinco yseis amantes al mismotiempo. En los salones a losqueibapararepararmueblesconocía amujeres hermosas,casi todas ellas gentiles. Ysiempremedecíanlomismo.Decían que yo era diferentede losdemás judíosydemásbobadas de este tipo. Teníauna habitación con entradaindependiente y esto es

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cuanto un soltero necesita.En el aparador guardabacoñacs y licores, y un buensuministrodecomidafina,decaprichos… Si tuviera quecontarle todo lo que pasó enaquelsofánoacabaríanunca,pero, en fin, poco importa…Alpasode losañosconmásy más claridad comprendíaque para un hombre denuestros tiempos el

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matrimonio es unainsensatez. Sin religión, elmatrimonio se convierte enuna institución absurda. Sí,claro, es verdad, sumadre ylamía fueron esposas fieles,sí,porqueparaellasnohabíamás que un Dios y unhombre,sumarido.

Y ahora llegamos alpunto más importante. Apesar de todas las mujeres

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con las que tuve aventurasdurante aquellos años,siempre, siempre, hubo unaque para mí tuvo carácterpermanente durante treintaaños, en realidad hasta quelos alemanes bombardearonVarsovia.Aquel díamillaresde personas cruzaron elpuente de Praga. Yo quisellevarme conmigo a Manya—se llamaba Manya esa

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mujer—,peroManyateníalagripeyyonopodíaesperaraqueselepasara.Contabaconmuchos amigos y conocidosen Polonia, pero, como esnatural, cuando ocurrencatástrofesdelamagnituddeaquélla no sirven para nada.Luego me dijeron que unabombacayóenlacasaenqueyo vivía, dejándola reducidaa un montón de cascotes.

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Nunca más volví a saber deManya.EsaManyaeraloquemuchos llamarían una chicavulgar,ordinaria.Procedíadeun villorrio de la GranPolonia. Cuando nosconocimos los dos éramosvírgenes. Pero no hubotraición ni poder, por miparte, capaz de destruir elvínculo que nos unía. Seenteraba de todas mis

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aventurasycorrerías,todavíanosécómo,ymeamenazabacondejarme,concasarseconotroyquéséyoconcuántascosas más. Pero Manyaacudía a mi lado, siempre,una vez por semana, y enocasiones más de una vez.Las otras mujeres nuncapasaban la noche en mihabitación, pero cuandoManyavenía,sequedaba.No

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era una mujerextraordinariamentehermosa, ni mucho menos.Era morena, de estaturamedia tirando a baja y teníalos ojos negros y el cabellorizado. En su pueblo lehabían dado el mote deManyalaGitana.Teníatodaslas habilidades de losgitanos. Sabía echar lascartasyleerenlapalmadela

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mano. Incluso vestía comouna gitana, con faldasfloreadas y chales, y lucíagrandes pendientes de aro, yse adornaba con collares decuentas rojas. Iba siemprecon un cigarrillo en loslabios. Se ganaba la vidatrabajandodedependientaenuna lencería. Los dueños deesta tishda eran unmatrimonio ya viejo y sin

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hijos para quienes Manyallegó a ser como una hija.Manya sabía vender.También cosía, bordaba yhastaaprendióaconfeccionarcorsés.Ellasolallevabatodoelnegocio.Silehubieradadopor robar, Manya habríareunidounafortuna,peroerauna mujer honrada a cartacabal. El viejo matrimonioiba a dejarle en herencia la

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tienda. En los últimos añosde su vida el viejo contrajounaenfermedaddelhígadoeiba constantemente aCarlsbad, Marienbad yPiszczany, yManya quedabasola al frente de la tienda.¿Para qué iba Manya acasarse? Lo único quenecesitaba era un hombre yyo era este hombre. Estachica, que a duras penas

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sabíaleeryescribir,eramuyrefinada en otros aspectos,especialmente en lasrelaciones sexuales. Heconocido a muchas mujeresen mi vida, pero a ningunacomo Manya. Tenía suscaprichos y suspeculiaridades, y cuandopiensoenellonosési reírollorar. El sadismo es elsadismoy elmasoquismoes

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el masoquismo… ¿No sonéstoslosnombresquesedanaesasestupideces?Bueno,enfin, el caso es que, cuandoManyayyonospeleábamos,los dos nos sentíamosterriblemente desdichados, yhacerlaspacesconstituíaunagran ceremonia. Manyaguisaba que daba gloria.Cuando los dueños de latienda se iban al balneario,

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Manyaveníaacasayhacíalacomida. Yo solía decir quelos platos de Manya teníangraciacarnalyalgodeciertohabía en eso. Éstas eran lasbuenasfacetasdeManya.Lamala faceta consistía en quenuncapudodigerirelqueyotuviera relaciones con otrasmujeres.Hacíacuantoestabaensumanoparaobstaculizarestas relaciones. De natural

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yo no soy embustero, peroManya me obligó aconvertirmeenunmentirosoydeunmodoautomático.Sí,porque no tenía queinventarme las mentiras, yaque mi lengua las fabricabaella sólita, sin necesidad depensar, y a menudo mequedabapasmadodelosabiay previsora que puede llegara ser una lengua. Más tarde

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me di cuenta de que milengua preveíaacontecimientos ysituaciones.Detodosmodos,es imposible engañar aalguien durante treinta años.Manyasabíamiscostumbresynuncadejódeespiarme.Miteléfonosonabaaaltashorasde la noche. Pero, al mismotiempo, mis aventuras conotrasmujeresleproducíanun

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goce perverso. De vez encuando le confesaba algunade esas aventuras y entoncesManya me preguntabadetalles, me dirigía lospeores insultos, lloraba yreía, y se ponía como loca.Con frecuencia tenía laimpresión de habermeconvertidoenundomador,enuno de esos domadores quemeten la cabeza en la boca

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del león. Siempre supe quemis éxitos con esas otrasmujeres sólo tenían valor siManya seguía allá, en elfondo. Con Manva, lacondesa Potocka era unbocadoexquisito.SinManya,no había conquista quevalieraunpimiento.Avecesocurríaquevolvíadeunademis aventuras enunaposadao en la finca de algún

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aristócrata, y aquella mismanoche poseía a Manya.Manya tenía la virtud dedarmerenovadasfuerzasyyoactuaba igual que si antesnadahubierahecho.Peroalirentrando en años comencé apensar que tanto amor podíaperjudicarmelasalud.Soyunpoco aprensivo,hipocondríaco, ¿sabe? Leíalibros de medicina y los

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artículos médicos de losperiódicos. Comencé apensar que iba a quedar conlasaludhechatrizas.Unavezen que al regresar a casatotalmenteagotado teníaqueencontrarme con Manya,pensé: sería maravilloso queManyatuvieralareglayquenomevieraobligadoapasarlanocheconella.Lallaméyme dijo: «Me ha ocurrido

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algorarísimo,mehanvenidolasvacaciones—así llamabaellaalaregla—enmitaddelmes». Y yo pensé para micapote: «Muchacho, pareceque haces milagros». Sinembargo no creí que loocurrido tuviera relaciónalguna con el deseo pocoantes expresado.Unicamentecuando hechos como el quele acabo de contar se

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repitieron innumerablesveces comprendí que gozabadel poder Je dar órdenes alcuerpo de Manya. Todo loque le cuento es la puraverdad. Unas cuantas vecesdeseé que Manya enfermara—desde luego, sólo por unbreve periodo, ya que laamaba intensamente—, einmediatamente a Manya ledieronaltasfiebres.Entonces

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comprendí con toda claridadque ejercía pleno dominiosobre su cuerpo. Si hubieradeseado su muerte, Manyahubiera muerto. Había leídolibros y folletos sobrehipnotismo,magnetismo conanimales y otros temas delmismo tenor, pero nunca seme ocurrió que yo tuvieraestos poderes y que lostuviera en tan gran medida.

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Además de hacer con ella loquemedabalagana,tambiéntenía yo el poder de conocersus pensamientos. Leía,literalmente hablando, en sumente. En cierta ocasión,despuésdeunapelea,Manyase fue de mi casa dando unportazo que hizo retemblarlos cristales de las ventanas.Enelmismo instante enquesefue,comprendíqueManya

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se disponía a arrojarse alVístula. Cogí el abrigo y laseguí disimuladamente.Manyafuerecorriendocallesy yo la seguía como unpolizonte. En momentoalguno volvió Manva lacabeza atrás. Por fin llegó alaorilladelVístulayavanzódirectamente hacia el agua.Eché a correr y la cogí delhombro. Manya gritó y se

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debatió. Pero conseguísalvarla de la muerte.Despuésledimentalmentelaorden de no volver a pensarjamás en el suicidio. Mástarde Manya me dijo: «Esmuy raro, antes siemprepensaba en la posibilidad determinardeunavezconmigomisma, pero últimamente hedejado de tener estospensamientos, ¿cómo se

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explica?». Hubiera podidoexplicárselo fácilmente. UnavezManya vino a casa y yole dije: «Hoy has perdidodinero». Se puso pálida.Había acertado. Al regresardel banco había perdidoseiscientoszlotys.

3

—Lecontarélodelperro,luego le contaré otra cosa y

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nada más. Un verano, creoque fue el del año 1928 ó1929, me acometió unaterrible fatiga y tambiéntristeza y aprensión decontraer enfermedades.Andaba liado en tantasaventuras y asuntejos queestaba que me caía. Miteléfono sonaba sin cesar.Manya y yo nos peleábamosconstantemente con gran

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encono, y estas peleas notardaronentomarunextrañogiro.EldueñodelatiendaenqueManyatrabajabasehabíaquedado viudo y Manya meamenazaba con casarse conél.Manya tenía un primo enSudáfrica que le mandabacartas de amor y le ofrecíaenviarle la correspondientegarantía para que setrasladase allí. Sugran amor

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hacia mí se transformósúbitamenteenungranodio.Hablaba de envenenarme yde envenenarse ella después.Mepropusoquelleváramosacabo un doble suicidio. Ensusnegraspupilasbrillabaunfuegoqueledabaaspectodetártara. Todos nosotrostenemos más de unantepasado asesino. ¿Fueusted el que escribió en un

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periódico que todos nosotrossomosnazisenpotencia?Porla noche generalmentedormía como un bendito,pero en la época de que lehablo comencé a padecerinsomnio. Y cuandoconseguía dormirme teníapesadillas. Unamañana tuvela impresión de que habíallegado el fin de mis días.Las piernas me temblaban,

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los objetos que mirabagiraban ante mi vista y mezumbaban los oídos.Comprendí que si nocambiaba mi modo de vivirera hombre acabado. Decidídejarlotodoeirme.Mientrashacíalasmaletas,elteléfonosonó y sonó, con insistenciaenloquecedora, pero no locogí. Salí a la calle y, endroski,medirigíalaestación

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de Viena. Faltaba poco paraque saliera un tren endirecciónaKrakowycomprébillete para este tren. Mesentéenelbancodesegundayestaba tan cansadoquemedormí inmediatamente. Elrevisor me despertó cuandoya estábamos en Krakow.Allívolvíacogerundroskiydije al cochero que mellevaraaunhotel.Tanpronto

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entré en el dormitorio delhotel me tumbé en la cama,sin desnudarme, y estuvedormitandohastael alba.Hedicho que dormité porquetuve un sueño superficial yagitado, es decir, en partedormí y en parte no dormí.Fui al retretey enmisoídossonaron gritos y campanas.Oía a Manya gritando yllamándome. Me encontraba

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al borde de un abismo. Perocon mis últimas fuerzasconseguí sobreponerme.Llevaba un día y una nochesincomer,ycuandodesperté,hacia lasoncede lamañana,estabamásmuertoquevivo.En los dormitorios de loshoteles de Krakow no habíabaño y cuando uno queríabañarseteníaquellamara lacamarera y decirle que

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preparase un baño. En mihabitación había unpalanganero y una jarra conagua. Conseguí afeitarme,desayuné y me fui a unaestación. Viajé pasando porunascuantasestacionesy,derepente, se terminó eltrayecto.Lasvíasterminabanallí. Naturalmente yo queríairalasmontañas,peroeltrenque cogí no llevaba a ellas,

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sino que terminaba eltrayectoensusestribaciones.Era la línea de Zakopane.LleguéaunpueblocercanoaBabia Góra. Ésta es unamontañadistintaalasdemás,es una montañaindividualista y son muypocos los turistas yexcursionistasquevanaella.Allínohabíahotelniposaday me alojé en casa de unos

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campesinos, un viejomatrimonio. Supongo queconoceusted la regiónyquenoesprecisoledigalobellaquees.Peroaquelpuebloeramáshermosoyselváticoquelos demás de los contornos,debido, precisamente, a suaislamiento. El viejomatrimonio tenía un perro,eraunperrodegrantamaño,aunque ignoro de qué raza.

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Me advirtieron que el perromordía y que anduviera concuidado. Le acaricié lacabeza, le cosquilleé elcuello e inmediatamente elperro y yo nos hicimosamigos.Bueno,fuealgomásque amistad, ya que el perroseenamoró locamentedemíy este enamoramiento fueinmediato,comounflechazo.El perro nome dejaba ni un

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minuto solo. El viejomatrimonio alquilaba midormitorio todos los veranosynuncasehabíadadoelcasodequeelperroseencariñaracon los huéspedes.Resumiendo,huídeunamorhumano y fui a caer en unamorcanino.Burek,elperro,pese a ser macho,reaccionaba igual que unamujer. Me hacía escenas de

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celosqueerantodavíapeoresque las de Manya. Yo dabalargos paseos y el perrosiempre me seguía. En elpueblohabíagrannúmerodeperros y si yomiraba a otrocan, Burek se ponía comounafiera.Atacabaalosotrosperrosytambiénamí.Porlanoche Burek se empeñabasiempre en dormir en micama. En los pueblos los

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perros tienen pulgas, por loque yo procuraba no dejarleentrar en mi cuarto, pero,entonces,Bureksequejabayprotestabacon tal fuerzaquedespertaba a todo el pueblo.Nomequedabamásremedioque dejarle entrar y tanpronto estaba dentro seinstalaba enmi cama.Burekgemíayladrabaconvozcasihumana. Entonces en el

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pueblo comenzaron a decirque yo era mago. Estuvepoco tiempo allí porque meaburría soberanamente. Mehabía traído unos cuantoslibros, pero no tardé enleerlos. Me encontrabadescansado y dispuesto ainiciar nuevas aventuras.Pero separarme de Burek noeracosafácil.ConsabeDiosqué instinto, Burek había

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adivinadoquemedisponía apartir. Varias veces habíallamado por teléfono aManya, desde la oficina decorreos, y había recibidocartas y telegramas de ella.El perro seguía con susgemidosyladridos.Elúltimodía de mi estancia allí alperro le dio un ataque ycomenzóaecharespumaporla boca. El matrimonio de

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campesinos temía que elperro tuviera la rabia. Hastaentonceselperronuncahabíaestado encadenado, pero supropietario compró unacadenay loatóaunaestaca.Los aullidos del perro y lostirones que daba a la cadename destrozaban los nervios.Regresé a Varsovia moreno,pero no totalmenterestablecido.Loqueelperro

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mehabíahechoenelpueblo,en Varsovia me lo hicieronManya y unas cuantasmujeres más. Todas seecharonsobremíeintentaronmorderme. Tenía variosencargos para repararmuebles y los clientes nohacíanmásquellamarmeporteléfono.Pasaronunosdíasoquizás unas semanas, no lorecuerdo con exactitud.

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Después de un día duro ydesagradable, me acosté aprimera hora de la noche.Apagué la lámpara. Estabatan fatigado que me dormíapenas tocar mi cabeza laalmohada. Pero despertébruscamente. Despertar enplena noche era cosa rara enmí. Esta vez desperté con lasensación de que en midormitorio había una

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presencia. Siempredespertabaconunasensacióndeopresiónenelpecho,peroestavezsentíaunpesoenlospies.Miréyviaunperroqueyacía sobre la manta. Lalámparaestabaapagada,perono reinaba una oscuridadabsoluta debido a que por laventanaentrabaelresplandordel farol en la calle.Inmediatamente reconocí a

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Burek. Al principio, penséqueelperrohabíaseguidoaltren, corriendo, hastaVarsovia. Pero prontocomprendí que no podía ser.En primer lugar, cuando salídel pueblo, el perro estabaatado.Yensegundolugarnohayperroenelmundocapazde seguir a un tren. Inclusoen el caso de que el perrohubiera conseguido llegar a

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Varsovia guiado por suinstinto, y ya en Varsoviahubiera encontrado mi casa,no hubiera podido subir laescalera hasta el tercer piso.Además,lapuertademicasaestaba cerrada. Comprendíque aquel perro no era unperro real, unperrode carney hueso, sino que era unfantasma. Veía sus ojos,sentía su peso en los pies

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peronomeatrevíaa tocarlo.Estaba yo sentado en lacama,aterrado,yelperromemiraba a los ojos conexpresión de indecibletristeza y con esta expresióniba otra indefinible, extraña.Deseaba apartarle de mispies, pero algo me loimpedía. Aquello no era unperrosinounfantasma.Volvía tumbarme y procuré

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sumirmeenelsueño.Alcabode un rato ya dormía. ¿Fueuna pesadilla? Bueno,llamémosle pesadilla. Perono por ello aquel perrodejaba de ser Burek.Reconocísusojos,susorejas,su pelaje. El día siguientesentí la tentación de escribiralmatrimoniodecampesinosy preguntarles por el perro.Peromeconstabaqueaquella

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gente no sabía leer, y, porotra parte, tenía yodemasiado trabajo paradedicarme a escribir cartas.Además, tampoco mehubieran contestado. Estoyabsolutamenteconvencidodeque el perro había muerto yde que aquel ser que mehabíavisitadonopertenecíaaestemundo.Ynofueaquéllala única vez que vino a mi

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lado.A lo largo de los añosmevisitóamenudo,demodoquetuvetiemposobradoparaobservarle, pese a quenuncahizosuapariciónalaluzdeldía. Cuando salí del pueblo,elperroyaeraviejo,yporelaspecto que presentaba elúltimo día que le vi adivinéque no duraría mucho.Cuerpoastral,espíritu,alma,llámele usted lo que quiera,

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no cabe la menor duda deque, en cuanto a mí hacereferencia,elfantasmadeunperro vino a mi lado y setumbósobremispies,nounavez ni dos, sino docenas deveces.Alprincipioveníacasitodas lasnoches.Luegomuyde vez en cuando. ¿Unsueño?No,nosoñabacuandoveíaalperro,anoserquelavidaenteraseaunsueño.

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—Ahora le contaré laúltima historia. Como le hedicho, tenía aventuras conmuchas mujeres a las queconocíaenlossalonesdesuscasas, cuando yo iba allá areparar muebles. Estehombre que tiene usted aquíha hecho el amor concondesas polacas. ¿Qué es

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una condesa?Todos estamosformados con la mismamateria. Pero en ciertaocasión conocí a unamuchacha que realmente meconmovió.Habíancontratadomisserviciosenlacasadeunaristócrata de Vilanov a findequerepararaunpianoforteadornado con guirnaldasdoradas. Mientras estabatrabajando, una mujer joven

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cruzó, comodeslizándose, elsalón. Se detuvo unosinstantes, miró lo que yohacía y nuestras miradas secruzaron. ¿Cómo podría yoexpresar el aspecto deaquella muchacha? Tenía, almismo tiempo, los rasgosdeunaaristócratapolaca,conelañadido de un aireextrañamente judío. Parecíaque,comoporartedemagia,

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un guapo estudiante deyeshivasehubieraconvertidoen una señorita polaca dearistocrática familia, en unapanienka. Tenía la caraestrecha y los ojos negros,sus pupilas eran tanprofundas que al mirarlasquedé conturbado. Aquellaspupilas al mirarme mequemaron.Aquellamujereratodaellaespíritu.Enmivida

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había visto una bellezasemejante. La muchachadesapareció inmediatamentey yo quedé hecho trizas.Luegopreguntéaladueñadela casa quién era aquellabellezaymedijoqueeraunasobrina que había venido apasar unos días. Me dijo laprovincia o la población enque la sobrina vivíahabitualmente. Pero yo

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estaba tan impresionado queapenas presté atención. Sihubiera conservado laserenidad, habría podidoenterarme fácilmente delnombre y señas de la joven.Terminémitrabajosinquelamuchacha volviera a haceracto de presencia. Pero suimagen estaba siempre antemi vista. Comencé a pensarenelladíaynoche,sinparar.

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Estos pensamientosconstituían un tormento paramíydecidíponerlesfinfueracomo fuese. Manyacomprendióquealgoraromeocurría y esto dio lugar aviolentas escenas con ella.Estaba tan confuso que apesar de conocer Varsoviacomo la palma de la manome perdía en las calles ycometía los más estúpidos

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errores. Así estuve durantemeses. Poco a poco miobsesión fue menguando, oquizásehundióencapasmásy más profundas de mi ser.Era capaz de pensar en otramujer y al mismo tiempotener presente en laconciencia a aquellamuchacha. Así pasó elverano,llegóelinviernoydenuevovino la primavera.Un

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día,aúltimahoradelatarde,casi al ocaso, no recuerdo sidel mes de abril o mayo,sonó el teléfono. Lo cogí ynadie habló. Volví a decir«diga,diga,diga»,yentoncesoíuntosiqueoyunavozquetartamudeaba sin decir nada.Dije: «Por favor, hableusted». Al cabo de unosinstantesoíunavoz, eravozdemujery almismo tiempo

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vozdechico.Lavozmedijo:«Hace tiempo trabajó usteden Vilanov, en casa deFulano de Tal, ¿recuerdausted a la persona que cruzóel salón?». Se me hizo unnudo en la garganta y lalengua se me quedó casiparalizada. Repuse:«Efectivamente, la recuerdo,nocreoquehayaenelmundonadie capaz de olvidar su

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cara».Sehizounsilenciotanprofundo que pensé que lamuchacha había colgado elteléfono. Pero poco despuésvolvió a hablar en unmurmullo:«Hedehablarconusted, ¿dónde podemosreunimos?». Dije: «Dondeusteddiga,¿porquénovienea mi casa?». Contestó: «No,nihablar,quizá lomejor seaquevayamosauncafé».Me

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opuse: «De ninguna manera,no estoy dispuesto a ir a uncafé,dígameustedunlugaryuna hora y allí iré». Guardósilencioyal cabodeun ratodijoelnombredeunacallejacercana a la BibliotecaMunicipal,enlapartealtadela ciudad, no muy lejos deMokotow. Le pregunté: «¿Aqué hora?». Contestó: «Loantesposible».Propuse:«¿Le

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parece bien ahora?».Inmediatamente contestó:«Sí, si usted puede, ahora».Me constaba que en aquellacalle no había ni un café, niun restaurante, ni un bancoen el que sentarse, pero ledije que me pomainmediatamente en camino.Tiempo hubo en que si mehubieran dicho que talmilagro iba a ocurrir me

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hubiesepuestoadarsaltosdealegría. Pero en aquellosinstantes reinaba un gransilencio en mi interior. Nomesentíafeliznidesdichado,sino en estado de pasmototal.Cuando llegué al lugardelacitayaeradenoche.Lacalle estaba bordeada deárboles y de algún que otrofarol, de trecho en trecho.Pese a la semioscuridad la

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reconocí inmediatamente.Parecía más delgada yllevaba el cabello recogidoen un moño. Estaba junto aun árbol, envuelta ensombras.Nosencontrábamossolosen lacalle.Cuandomeacerqué tuvo un sobresalto.Losárbolesestabanenfloryen el suelo había tambiénflores, florescaídas.Ledije:«Aquí estoy, ¿adonde

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vamos?». Contestó: «Lo quehededecirlepuedodecírseloaquí». Le pregunté: «¿Y quéquieredecirme?».Dudóunosinstantes: «Quiero pedirlequeme deje en paz».Quedésorprendido: «¿Qué quieredecirconeso?».Repuso:«Losabe usted muy bien, no medeja vivir en paz; estoycasada,quieroamimaridoydeseo ser una esposa fiel».

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Dijo estas palabras entretartamudeos y deteniéndosedespués de cada palabra.Añadió: «No fue fácilaveriguarquiéneraustedyelnúmero de su teléfono; tuveque inventarme una falsahistoria sobre una cómodaque debía arreglar para quemi tía me diera lainformación que yonecesitaba.Nosémentirymi

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tíanocreyómispalabras;detodos modos me dio sunombre y dirección».Después de estas palabras lamuchachavolvióaquedarensilencio. Le dije: «¿Por quénovamos a cualquier sitio yhablamos con calma?».Repuso: «No, no puedo ir aningún sitio, hubiera debidodecírselo por teléfono, perotodo es tan extraño, tan

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absurdo; de todos modos,ahora usted sabe la verdad».Con el solo fin de prolongarla conversación dije:«Realmente, no sé lo quequiere usted decir». Y ellacontestó: «En el nombre deloquemássagradoseaensuvida, le ruego que deje deatormentarme, sí, porque nopuedo hacer lo que usteddesea, antes prefiero la

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muerte». Su cara se pusoblanca como el yeso. Seguítodavía haciéndome el loco:«No quiero nada de usted,señora;esciertoque,cuandola vi en el salón de su tía,produjo usted una fuerteimpresión en mí, pero nadahe hecho que puedamolestarla».Memiróydijo:«Sí ha hecho; si noestuviéramos en el sigloXX

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pensaría que es usted unmago; puede tener laseguridadquemehacostadomucho tomar la decisión dellamarleporteléfono,inclusotemía que no supiera ustedquiénerayo,perolociertoesque lo ha sabidoinmediatamente». Dije: «Nopodemosseguirasí,hablandoen la calle, tenemosque ir aalgún sitio». Repuso:

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«¿Adonde podemos ir?, sialguien me ve estoyperdida». La invité: «Vengaconmigo». Dudó unosinstantes y luego me siguió.Parecíaquetuvieradificultaden caminar con los zapatosdealtotacónysecogióamibrazo. Pese a que lamuchacha llevaba guantes,advertí que tenía las manosbonitas. Su mano se movía

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vacilante en mi brazo y acada movimiento se meestremecíaelcuerpo.Alcabode un rato la muchacha setranquilizó algo,acostumbrándose a mipresencia, y me dijo: «¿Quéclasedepoderesposeeusted?Heoídosuvozvariasvecesytambién le he visto antemisojos; me he despertado enplena noche y le he visto a

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lospiesdemicama;noteníaustedojosydelascuencaslesalían dos chorros de luzverde;despertéamimarido,pero usted se desvaneció alinstante». Le dije: «Sonalucinaciones». Contestó:«No lo son, usted vagalibremente en la noche».Entonces le advertí: «Si asíes,yomismoloignoro».Nosacercamos a la orilla del

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Vístulaynossentamosenuntronco.Allí había silencio ypaz, aunque no era un lugarseguro, ya que por aquelparaje solían merodearborrachos y mendigos. Perola muchacha se sentó a milado.Lamuchachadijo:«Mitía estará angustiada; le hedicho que salía de paseo eincluso se ha ofrecido aacompañarme; júreme que

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medejaráenpaz;quizásestéusted casado, y si es así,seguramente no le gustaríaque otro hombre asediara asu esposa». Repuse: «Noestoycasado,peroleprometoque,encuantodependademivoluntad,no lamolestaré;estodo lo que le puedoprometer». Dijo: «Se loagradeceré durante el restodemisdías».Yaquítermina

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la historia. No volví a ver aaquellamujer.Nisiquierasésu nombre. Ignoro por qué,perodeentre todas lascosasraras que me han ocurrido,ésta es la que más profundaimpresión me causó. Y estoes todo. Bueno, no quierohacerleperdermástiempo.

Ledije:—No considero que sea

tina pérdida de tiempo. Me

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gusta conocer a gente conpoderes como los que ustedposee. Es algo que refuerzami fe. Pero, ¿cómo es queManya tenía la gripe cuandousted abandonó Varsovia?¿Por qué no le ordenó ustedqueselepasara?

—Ésta es una preguntaque me formuloconstantemente amímismo.Parece quemis poderes sólo

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son de efectos negativos.Para curar a los enfermos esprecisoserunsanto,y,comoha podido usted comprobar,estoy muy lejos de lasantidad. Y también puededeberse, ¿quién sabe?, a queir por el mundo con unamujer en aquellos tiemposerapeligroso.

Mi visitante bajó lacabeza. Comenzó a tabalear

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conlosdedossobrelamesayaemitirunmurmullo.Luegoselevantó.Tuvelaimpresiónde que se había operado uncambio en su rostro. Derepente se le había puestogris y arrugado. Ahoraaparentaba la edad querealmente tenía. Incluso mepareció más bajo. Advertíque llevaba el impermeablesucio. Me dio la mano, se

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despidióyleacompañéhastaelascensor.Allílepregunté:

—¿Sigue pensando enmujeres?

Meditó como si nohubiera comprendido elexacto significado de mispalabras. Me miró contristeza y suspicacia, yrepuso:

—Sólo en mujeresmuertas.

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(Traducidodelyiddishalinglés por el autor yDorotheaStraus).

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Algohayallá

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Por norma general, elrabinoNechemía,deBechev,conocía bien la astucia delMaligno y sabía comodominarlo, pero en losúltimosmeseselrabinovivíaatormentado por un hechonuevo y terrible, a saber, ira

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contra el Creador.Una partede la mente del rabinoatacabaalSeñordelUniversoy argüía rebelde: «Sí, eresgrande, eres eterno,todopoderoso,sabioeinclusocabe decir que eres todomisericordia,pero¿conquiénjuegasalescondite?,¿conlasmoscas acaso?, ¿de qué lesirve tugrandeza a lamoscaque cae en las redes de la

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araña que se dispone aquitarle la vida?, ¿de quéutilidad son todos tusatributos a la rata en elmomento en que el gatoclava sus garras en sucuerpo?». Y el rabinoproseguía: «¿Premios en elParaíso?,denadasirvenalosanimales;Tú,Padrecelestial,tienes tiempo sobrado paraesperar el Fin de los Días,

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pero los animales no puedenesperar;cuandoTúincendiasla cabaña de Feitl, elaguador, éste tiene quedormircontodasufamiliaenelasilodeindigentesdurantelas largas y frías noches deinvierno, y esto es unainjusticia irreparable; laintuicióndetusabiduríaytuluz, el libre albedrío y laredención, pueden ser útiles

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instrumentosparaexplicartuSer, pero Feitl, el aguador,necesita descansar despuésde su jornada de trabajo envez de revolcarse en unayacijadepajapodrida».

El rabino sabíamuybienque eraSatánquienhablaba,e intentaba por todos losmedios obligarle a guardarsilencio. El rabino sesumergía en el agua helada

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del baño ritual, ayunaba yestudiabalaToráhastaqueelcansancio le cerraba lospárpados. Pero el Diabloseguía resistiendo y susinsolencias ibanenaumento.El Diablo aullaba día ynoche. Y en los últimostiempos había comenzado aprofanar los sueños delrabino. El rabino soñaba enjudíos ardiendo vivos atados

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alaestaca,enestudiantesdeyeshiva conducidos apresidio, en vírgenesvioladas,enniñostorturados.Entre sueños veía lascrueldades cometidas porChmielnitzki y Gonta y sussoldados,ylascrueldadesdelos salvajes que devoran losmiembros de los animalescuando aúnnohan expirado.Cosacos atravesaban cuerpos

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deniñosconsuslanzasylosenterraban vivos todavía.Unhombreconlargosmostachosymirada de asesino abría elvientre de una mujer, metíaun gato dentro y cosía elvientre. En sueños el rabinoagitaba los puños hacia elcielo y gritaba: «¿Es todo atu mayor gloria, CelestialAsesino?».

La corte rabínica de

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Bechev estabadesmoronándose. El viejorabino, Reb Eliezer Tzvi,padre del rabino Nechemía,habíamuerto tresañosatrás,víctima de cáncer en elestómago. La madre delrabino Nechemía contrajoestamismaenfermedadenunseno.Ademásdel rabino, lospadres de éste tuvieron doshijos,unvarónyunahembra.

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El hermano menor delrabino, Simcha David, sepasó al «modernismo» y la«ilustración» mientras suspadres todavía vivían.Abandonólacorterabínicaya su esposa, hija del rabinode Zhilkovka, y se fue aVarsovia para estudiarpintura. La hermana delrabino, Hinde Shevach, casócon el rabino de Neustater,

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llamadoChaimMattosquieninmediatamente después delabodaentróenunestadodeprofunda melancolía yregresóacasadesuspadres,de manera que HindeShevach pasó al estado deesposa abandonada. ComoseaqueaChaimMattosselecalificó legalmente deenfermo mental o loco, nopodíaserparteenunproceso

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dedivorcio.Lapropiaesposadel rabino Nechemía,descendiente del rabino deKotzk, murió de parto y suhijo también pereció en eltrance. Los casamenterospropusierondiversasposiblesesposas al rabino Nechemía,peroéstesiemprecontestaba:

—Lopensaré.En realidad no le

ofrecieron jamás una esposa

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aceptable.No,porquelagranmayoría de los hasidim deBechev se habían apartadodel rabino Nechemía. Encuanto hacía referencia a lascortes rabínicas imperaba lamisma leyque rigeentre lospeces del mar: el gordo secome al chico. Los primerosque abandonaron al rabinoNechemía fueron los ricos.Sí, ya que ¿a santo de qué

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iban a quedarse en Bechev?La Casa de Estudio estabaquesecaía.Latechumbredelbaño ritual se habíadesmoronado. En todaspartes crecía lamala hierba.PorfinaRebNechemíasólolequedóunsacristánllamadoReb Sander. La casa delrabino tenía gran número deestancias que rara vez selimpiaban, y en ella una

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gruesa capa de polvo locubría todo. El papel de lasparedescolgabadesgarradoydesprendido.Loscristalesdelasventanasserompíanynosereponían.Eledificiohabíaexperimentado un extrañomovimiento y los suelosahora estaban inclinados.BeilaElke,lacriada,padecíareumaylasarticulacionessele habían trabado. La

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hermana de Reb Nechemía,es decir, Hinde Shevach,carecía de paciencia parallevar a cabo los trabajoscaserosysepasabaeldíaenel diván, leyendo libros.Cuando al rabino se ledesprendía un botón delabrigo no había quien se locosiera.

El rabino apenas contabaveintisieteañosdeedad,pero

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parecíamuchomayor.Sualtafigura se había encorvado.Tenía barba amarillenta,amarillentascejasycrenchasamarillentas. Estaba casicalvo.Teníalafrentealta,losojosazules, lanarizestrechay el cuello largo, conprotuberantenuez.Palidezdetísicolecubríaelrostro.RebNechemía,conunaviejabatacasera, arrugado bonete y

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sucias zapatillas, paseabainquieto por su estudio.Sobre la mesa reposaba unalarga pipa y una bolsa detabaco.Elrabinoencendíalapipa, le daba una calada yvolvía a dejarla. Cogía unlibro, lo abría y volvía acerrarlo sin haber leído unapalabra. Incluso comía sinsosiego.Se llevabaa labocauna porción de pan y la

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masticabasindejardehablar.Tomaba un sorbo de café yseguíaconsuspaseos,arribay abajo. Era verano, entrePentecostés y los Días delTemor,tiempoenquenohayhasidim que emprendaperegrinaciones, y durantelas largas jornadas al rabinole sobraba tiempo paracavilar.Todos losproblemasse unían formando una sola

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interrogante: ¿Paraqué tantosufrimiento?Enpartealgunase encontraba la respuesta aestainterrogante,nadadecíandel asunto los Libros de losProfetas,ni elPentateuco,nielTalmud,ni elZohar,ni elÁrboldelaVida.SielSeñores realmente omnipotente,puede darse a conocer sinayuda del Maligno. Y si elSeñor no es omnipotente,

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entonces, sin duda alguna elSeñor no es Dios. La únicasolución del enigma era laqueproponíanlosherejes:nohay juez ni hay juicio. Todalacreaciónnoesmásqueunciegoaccidente,untinterosederramó sobre una hoja depapelylatintaescribióporsímisma una carta en la quecadapalabraeraunamentiraycadafraseuncaos.Eneste

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caso, ¿por qué el rabinoNechemíasigueempeñadoencomportarsecomounidiota?,¿qué clase de rabino es elrabino Nechemía?, ¿a quiénreza el rabino Nechemía?¿Ante quién se queja? Sí,ciertamente, pero, por otraparte, ¿cómo es posible quela tinta derramada escribapor sí misma siquiera unafrase?, ¿y de dónde procede

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latintaydedóndeprocedeelpapel?Bueno,sí,¿ydedóndeprocedeDios?

El rabino Nechemíaestabaenpieante laventanaabierta.Fueraelcieloeradepálidoazul;alrededordelsoldorado amarillento seretorcían unas nubecillas delino. En la rama desnuda deun árbol muerto se habíaposado un pájaro, ¿una

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golondrina, quizá?, ¿ungorrión? La madre de aquelpájaro era o fue también unpájaro y también lo fue suabuela, y así generación trasgeneración durante millaresdeaños.SiAristótelesestabaenlociertoalafirmarqueelUniverso había existidosiempre, la cadena de lasgeneraciones carecía deprincipio.¿Eraestoposible?

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El rabino retorció lasfacciones en una muecacomo si hubiera sufrido unespasmodoloroso.Crispólasmanos:

—¿Es que quieresesconderturostro?

Estas palabras ibandirigidasaDios.Siguió:

—Pues bien, así sea.Esconde Tú tu rostro y yoesconderé el mío. La

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paciencia tiene también sulímite.

Ydecidióllevaracaboloque había estudiado ymeditado durante largotiempo.

2

Aquellanochedelviernespoco durmió el rabino. Diocabezadas y despertó yvolvióadarcabezadas,yasí

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pasó la noche. Siempre quecaía dormido, en su menteaparecían horrorosasvisiones.Comoun río corríalasangre.Abandonadosenelarroyo, yacían cadáveres engran número. Por entrellamascorríanmujeresconlamelena en llamas y lospechos chamuscados.Campanas doblaban. De losbosques en llamas salían

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manadas de bestias concuernosdechivo,hocicosdecerdo,pieldepuercoespínyubrespurulentas.Delatierrase alzaba un grito, unlamento de hombres,mujeres, serpientes ydemonios.Enlaconfusióndesusueñoelrabinoimaginabaquelafiestadeexaltacióndela Torá y el Purim,conmemoracióndeladerrota

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deHamán,caíanenelmismodía, por lo que el rabino sepreguntaba: «¿Se habráalteradoelcalendariooacasoserá que el Maligno hatriunfado?».Alalba,unviejoderetorcidasbarbas,conunatúnica hecha unos zorros, leinjurióy le amenazócon lospuños. El rabino intentó darun buen trompetazo con elcuerno del carnero, con la

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finalidad de excomulgar alviejo, pero en lugar delrotundo sonido produjo untriste siseo parecido al quepueda emitir un pulmón aldeshincharse.

El rabino temblaba y lacama se estremecía. Laalmohada estaba húmeda yretorcida, como si laacabaran de sacar del baldede la colada. Los párpados

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del rabino se habían pegadounosconotros.

Y en un murmullo elrabinodijo:

—Abominaciones. Brozadelcerebro.

Por primera vez en suvida,hastadondesurecuerdoalcanzaba, el rabino noefectuó las ablucionesprescritas: «¿El poder delMal? ¡Veamos qué puede

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hacerme el Mal! A fin decuentas, lo sagrado guardasiempre silencio…». Seacercó a la ventana. El solnacienteparecíamoverseporentre las nubes como unacabeza separada del tronco.Juntoaunmontóndebasurael chivo de la comunidad seesforzaba en comerse unaspalmas del año anterior. Elrabino se preguntó: «¿Estás

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aún vivo?». Y recordó alchivo cuyos cuernosquedaron enredados en elarbusto y que Abrahamsacrificó en sustitución deIsaac. Pensando en Dios, elrabino se dijo que el Señorsiempre exigía el sacrificiode la consumición por elfuego.ParaDioslasangredesus criaturas tenía dulcesabor.

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Envozaltaelrabinodijo:—Loharé,loharé.En Bechev se oraba a

última hora. En los sábadosde verano apenas se reuníanlos devotos suficientes paraformar el quorum prescrito,inclusocontandoalosviejosque vivían a expensas de lacorte rabínica. La nocheanterior el rabino habíadecidido no ponerse la

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prenda interior con flecos,perose lapusopor la fuerzade la costumbre. Habíaproyectado ir con la cabezadescubierta, pero, condesgana,sepusoelbonetillo.Decidió que bastaba concometer un pecado todos losdías y que no había razónalguna para acumularlos. Sesentó y comenzó a darcabezadas. Poco después se

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despertaba sobresaltado.Hasta el día de ayer elBuenEspíritu había intentadoreprender al rabino,amenazándolecon laGehenao con una humillantetransmigración del alma.Pero ahora la voz delMonteHoreb guardaba silencio.Todoslostemoresdelrabinosehabíandesvanecido.Ensuespíritusóloquedabaira.«Si

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el Señor no necesita a losjudíos, tampoco los judíos lenecesitanaÉl».El rabinoyano hablaba directamente alTodopoderoso, sino a otradeidad, quizás a una deaquéllas que menciona elSalmo ochenta y dos: «Diosse encontraba en lacongregación de lospoderososyjuzgabaentrelosdioses». Ahora el rabino

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estaba plenamente deacuerdo con todas lasherejías, con aquellos quenegaban íntegramenteaDiosy con quienes creían en losdos dominios; con losidólatras que servían a lasestrellasy las constelacionesy con quienes creían en laTrinidad; con los caraítas,que renegaban del Talmud;con los samaritanos, que

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prescindieron del monteSinaíparafavoreceralmonteGerizim. El rabino se dijo:«Sí, he conocido al Señor yahora deseo despreciarle».Muchos oscuros asuntos sepresentabanahoraclaramenteante su vista: la primigeniaserpiente,Caín,lageneracióndel Diluvio, los sodomitas,Ismael, Esaú, Korach ytambiénJeroboam,elhijode

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Nebat.Unonodebedirigirlapalabra a un verdugosilencioso,unonodebeoraraunperseguidor.

El rabino teníaesperanzas de que en elúltimo instante ocurriera unmilagro: Dios se revelaría oun extraño poder refrenaríalosimpulsosdelrabino.Peronada ocurrió.Abrió el cajóny extrajo la pipa, objeto que

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el sábado no se podía tocar.Llenó de tabaco la cazoleta.Antesde raspar la cabezadela cerilla el rabino dudó. Seamonestó: «Nechemía, hijode Eliezer Tzvi, éste es unode los treinta y nuevetrabajos prohibidos en elsábado; por este pecado selapidaba a la gente». Miróalrededor. No vio batir dealas, no oyó voz alguna.

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Encendiólacerillayprendiófuego al tabaco. Su cerebrose movía y golpeaba sucalavera como una avellanasemueveygolpealacáscara.El rabino estabadescendiendoalosabismos.

Porlogeneralalrabinolegustaba fumar, pero hoy elhumo del tabaco tenía unsabor acre y le producíapicores en la garganta. Echó

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unas gotas del agua para lasabluciones en la cazoleta.Acababa de cometer unagrave transgresión, la deapagar un fuego. Sentía eldeseo de cometer máspecados, sí, pero ¿cuáles?Sintiódeseosdeescupirenlamezuzá, la porción de telaconpalabrassagradasenellabordadas, pero se contuvo.Durante unos instantes el

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rabino prestó atención a latormenta que se desarrollabaensuinterior.Luegosalióalcorredorypasóantelapuertacerrada del dormitorio deHinde Shevach. Intentóabrirla.HindeShevachgritó:

—¿Quiénes?—Soyyo.El rabino oyó dentro

sonidoderocesymurmullos.Luego Hinde Shevach abrió

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la puerta. Seguramente lahabíadespertado.Ibaconunabataadornadaconarabescos,calzaba zapatillas y llevabala afeitada cabeza cubiertacon un pañuelo. NechemíaeraaltoyHindeShevacherabaja. Pese a que HindeShevach apenas contabaveinticinco años, parecíavieja. Tenía oscuras ojeras yla expresión propia de una

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esposaabandonada.Elrabinoraravez ibaaldormitoriodeHinde Shevach y jamás lohabía hecho tan temprano yen sábado. Hinde Shevachpreguntó:

—¿Hapasadoalgo?Apareció la risa en las

pupilas del rabino que,pasmándose de sus propiaspalabras,dijo:

—Sí, ha llegado el

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MesíasylaLunasehacaído.—¿Cómo te atreves a

hablarasí?—HindeShevach,todoha

terminado.—¿Quéquieresdecircon

eso?—He dejado de ser

rabino. Ya no hay corterabínica, a no ser que túquieras hacerte cargode ellay convertirte en la segunda

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virgendeLudmir.Las amarillentas pupilas

de Hinde Shevach miraronconsuspicaciaalrabino:

—¿Quéhaocurrido?—Queme he cansado de

todo.—¿Yquéserádelacorte,

quéserádemí?—Véndelo todo,

divórciate de tu desdichadomaridoyveteaAmérica.

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Hinde Shevach quedóparalizada.Dijo:

—Entra y siéntate. Medasmiedo.

Elrabinodijo:—Estoycansadode tanta

mentira,detantoabsurdo.Niyo soy rabino, ni ellos sonhasidim.MevoyaVarsovia.

—¿Y qué harás enVarsovia? ¿Es que quieresseguir elmismo camino que

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SimchaDavid?—Sí, seguiré su misma

senda.Un temblor estremeció

los pálidos labios de HindeShevach. Entre sus ropas,puestasenunasilla,buscóunpañuelo,selollevóalabocaypreguntó:

—¿Yquéserádemí?Una vez más el rabino

quedó sorprendido ante sus

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propiaspalabras:—Todavíaeresjoven.No

estásimpedida.Tienesantedelmundoentero.

—¿El mundo entero?Chaim Mattos no puededivorciarse de mí según laley.

—Sípuede,puede.Elrabinosintiódeseosde

añadir: «De todos modos,para nada necesitas el

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divorcio». Pero temió que aloír estas palabras HindeShevach se desmayara.Sentíael rabino lanecesidadde rebelarse y desafiarlotodo, sentía el valor y elaliviodequiensehaliberadodetodaslasataduras.Porvezprimera intuyó lo quesignificaba ser escéptico.Dijo:

—La institución hasidim

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no es más que unaorganización de mendicidad.Nadie nos necesita. Todo esunengaño,unaestafa.

3

Ocurrió sin grandesdificultades. Hinde Shevachse encerró en su dormitorioparalloraralparecer.Sander,el sacristán, se emborrachódespués de la Havdalah, la

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ceremonia de despedida delsábado, y se fue a dormir laborrachera. Los viejosseguían sentados en la Casade Estudio, uno recitaba lasOraciones de los Ancianos,otro leíaEl principio de lasabiduría, un tercerolimpiaba la pipa con unalambre, el de más alláreparaba los desperfectos deun viejo libro sagrado. Las

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llamas vacilantes de unascuantas velas, pocas,iluminaban la estancia. Elrabino dirigió una últimamiradaalaCasadeEstudioymurmuró:

—Unaruina.Con sus propias manos

hizo la maleta. Desde lamuertedesuesposaelrabinose había acostumbrado acoger sus ropas del cajón en

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que la criada las dejaba.Cogió unas camisas, unasmudasderopainterioryunoslargos calcetines blancos.Nisiquierapusoenlamaletasuchal de rezos y susfilacterias, ya que ¿para quéibaanecesitarlo?

El rabino saliófurtivamente del pueblo.Afortunadamente no habíaluna. El rabino no se dirigió

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hacia la carretera principal,sino que siguió escondidoscaminos que llegó a conoceral dedillo en su infancia.Nosecubríaconelsombrerodeterciopelo. Entre sus cosashabíaencontradounagorrayunagabardinadelostiemposenqueaúnerasoltero.

En realidad el rabino sehabía convertido en otrohombre, en un hombre

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distinto. Tenía la impresiónde estar poseído por undemonio que pensaba yparloteaba a su manera.Cruzó unos campos y unbosque. Pese a que corríanlas horas de la noche delsábado al domingo, horas enque los espíritus malignoscampan por sus respetoslibremente, el rabino sesentía más fuerte y más

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audaz.Habíadejadodetemeralosperrosya los ladrones.Cuandollegóalaestaciónseenteró que debía esperarhasta el alba para tomar elpróximotren.Sesentóenunbanco,cercadeuncampesinoque se había tumbado allí ydormía entre ronquidos. Elrabino no había recitado lasoraciones del atardecer, nitampoco el Shema. Se dijo:

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«Y también me afeitaré labarba». Comprendía que suhuida del pueblo prontodejaría de ser un secreto yquesusfieleshasidimpodíanmuy bien iniciar unabúsqueda y por finencontrarle. Entonces pensóen la posibilidad de salir dePolonia.

Cayó dormido y ledespertó el sonido de una

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campana. El tren habíallegado. Antes habíacomprado billete de cuartaclase debido a que losvagones de esta clase nuncavan iluminados. Lospasajeros viajan sentados oen pie, a oscuras. TemíaencontrarvecinosdeBechev.Pero al entrar vio que elvagón iba atestado degentiles. Uno de ellos

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encendió una cerilla y a laluzde la llamael rabinoviocampesinos con sombrerosde cuatro picos, caftanescastaños, pantalones de telabarata y descalzos o con lospiesenvueltosenharapos.Elvagón carecía de ventanillasy sólo tenía un orificiocircular. Cuando salió el solsus rayos iluminaroncon luzpurpúrea a aquellos hombres

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desastrados que fumabantabacobarato,comíanpandemala calidad con tocino ybebían vodka. Sus esposas,encorvadas sobre los fardos,dormitaban.

El rabino había oídohablardelospogromsquesellevaban a cabo en Rusia.Eran primitivos palurdoscomo aquellos hombres quecon él viajaban quienes

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mataban, violaban mujeres,robaban y torturaban niños.El rabino rebulló en surincón. Intentó cubrirse lanariz para no percibir elhedor. Para su capote dijo:«Dios,¿eséstetumundo?¿Aéstos quisiste dar la Torá enelmonte Seir y en elmonteParan? ¿Entre esa gente hasdispersado al pueblo por tielegido?». Las ruedas

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traqueteabansobrelosraíles.Por el circular orificiopenetraba el humo de lalocomotora. El vagónapestaba a un hedor que eramezcla de olor a carbón, aaceiteyauna indeterminadasustancia incandescente. Elrabino se preguntó: «¿Podréconvertirme en un ser comoesos que viajan conmigo?; afin de cuentas, si Dios no

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existe tampoco existeJesucristo…».

El rabino sentía laurgente necesidad de orinar,peroallínohabíadónde.Lospasajeros parecían serportadores de grandescantidades de pulgas y depiojos.El rabino sintiópicorbajo la camisa. Comenzó alamentar haber huido deBechev. Se preguntó:

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«¿Acaso allí había algo queme impidiera ser un infiel?;porlomenosteníamipropiacama… Además, ¿qué haréen Varsovia?, me hecomportado con excesivaimpetuosidad, he olvidadoque también el herejenecesita comer y unaalmohadaenlaquereposarlacabeza; los pocos rublos quellevo me durarán poco y

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Simcha David es tan pobrecomo yo». El rabino sabíaque Simcha David seencontraba en la indigencia,que vestía ropas harapientasy que además era hombrecarentede sentidoprácticoyen extremo obstinado. Sedijo: «En fin, ¿qué esperabaSimcha David? Loscharlatanes sobran enVarsovia».

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El rabino estaba en pie.Ahoraledolíanlaspiernasyporestosesentóenelsuelo.Bajó laviserade lagorrademanera que le cubriera losojos. En diversas estaciones,subieronaltrenvariosjudíos.Alguno de ellos podíareconocerle. De repente elrabino oyó unas palabrasmuy conocidas: «Oh, Diosmío,elalmaquemedistees

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pura; Tú la creaste, Tú lediste forma, Tú la insuflasteen mi cuerpo y Tú me laquitarás, aunque será paradevolvérmela en el másallá…».Unavoz,enelfuerointerno del rabino, dijo:«Mentira, es una descaradamentira, hombre y animal,todos tenemos el mismoespíritu, incluso elEclesiastés lo dice, de ahí

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que los sabios quisierancensurarlo; ahora bien, ¿quées el espíritu?, ¿quién formóel espíritu?, ¿y qué dicenacerca de este asunto loslibrosprofanos?».

El rabino se durmió ysoñó que era Yom Kippur.Estaba en el patio de lasinagoga, con un grupo dejudíos vestidos de blanco ycon chales de oración.

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Alguien había cerrado lasinagoga,peronadiesabía larazón.Elrabinoalzólosojosalcieloyenvezdeunalunavio dos, tres, cinco. ¿Quéocurría?Ylaslunasparecíanperseguirse las unas a lasotras.El tamañodelas lunasaumentó y se hicieron todasmás radiantes. Cayeronrayos, sonó el trueno y elcielocomenzóallamear.Los

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judíos se lamentaban agemidos y decían: «¡Ay denosotros! ¡El Malignoprevalece!».

El rabino se despertóbruscamente con el ánimoalterado. El tren habíallegadoaVarsovia.Elrabinono había estado en Varsoviadesde los tiempos en que supadre cayó enfermo —bendita fuera sumemoria—,

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y acudió a la consulta deldoctor Frankel, pocos mesesantes de morir. Padre e hijohabían viajado en un vagónreservado. Viajaron encompañía de sacristanes,auxiliares y miembros de lacorte rabínica. Un nutridogrupo de hasidim lesesperaba en la estación.Llevaronasupadrealacasade un rico seguidor, en la

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calleTwarda.En el salón deaquella casa, el padreinterpretó la Torá. Ahora,Nechemía recorría el andén,llevandoélmismosumaleta.Algunos de los pasajerosreciénllegadoscorrían,otrosarrastraban su equipaje, losmaleteros gritaban.Aparecióunguardiaconunsableaunladodelcintoyunapistolaalotro,conelpechocubiertode

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medallas, cuadrada, gorda yroja la cara. Sus ojosenramados examinaron consuspicacia al rabino, lemiraron con odio y tambiénconunaexpresiónquetrajoalamentedelrabinolaimagendeunanimaldepresa.

El rabino entró en laciudad. Los tranvías hacíansonarlacampana,losdroskisrodabanveloces,loscocheros

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blandían el látigo, loscaballos galopaban sobre losadoquines. El rabino sepreguntó: «¿Es esto elmundo? ¿Es éste el lugar alqueelMesíashadellegar?».Buscó en el bolsillo elpapelito en que se habíaapuntadolasseñasdeSimchaDavid,pero,alparecer,habíadesaparecido:«¿Seráque losdemonios juegan conmigo

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ya?». El rabino volvió ameterlamanoenelbolsilloeinmediatamente sus dedosencontraron el papel. Sí, undemonio sehabíaburladodeél. Ahora bien, si no hayDios,¿cómoesposiblequeelMalignoexista?Abordóauntranseúnte y le preguntó quécamino debía seguir parallegar a casa de SimchaDavid.

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El transeúnte le dio lasinstrucciones precisas yañadió:

—Estámuylejos.

4

Siempre que el rabinopreguntaba el camino quedebía seguir para llegar acasa de Simcha David, leaconsejaban que tomase eltranvía o un droski. Pero el

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tranvíaintimidabaalrabinoyel droski le parecíademasiado caro. Además,podíadarseelcasodequeelcochero del droski fueragentilyelrabinonosabíaelpolaco.De vez en cuando elrabinosedeteníaadescansarun poco. No habíadesayunado, pero no podíadeterminar con claridad sitenía hambre o no. Se le

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formaba saliva en la boca ysentía la garganta seca. Delospatiossurgíaaromaapanrecién cocido, a lechehervida, a pasteles y aarenques ahumados. Pasóante tiendas en las que sevendían objetos de cuero,artículos de ferretería,lencería,ropasdeconfección.Los vendedores acosaban alos transeúntes, les invitaban

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a entrar en sus tiendas, lestiraban de la manga yhablaban una mezcla deyiddish y polaco. Lasmujeres anunciaban sumercancíaenvozcadenciosa,como si cantaran:«Manzanas, peras, ciruelas,patatas, guisantes y alubiascalientes…». Un carrocargadodeleñaintentópasarpor un estrecho portalón.

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Otro carro con sacos deharina pasó difícilmente porotro portalón. Unos golfosperseguían a un dementedescalzo, con un caftán alque le faltaba una manga yuna gorra desgarrada. Leinsultaban y le arrojabanpiedras.

Unchicocantabaconvozaguda: «Mi madre asó a ungato…». El chico iba con

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gorraoctogonal,de laque lesalían largas y rubiascrenchas.

Cuandoelrabinocruzólacalle, poco faltóparaqueuncarro arrastrado por doscaballos belgas le arrollara.Unas mujeres se retorcieronangustiadas las manos y lereprendieronporimprudente.Un hombre de sucia barbagris, con un saco al hombro,

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ledijo:—Este sábado tendrá

ustedquérecitarlabendicióndeAccióndeGracias.

El rabino se dijo:«Accióndegracias…Y,¿quélleva este individuo en elsaco? ¿La parte de gloriaeternaquelecorresponde?».

Por fin llegó a la calleSmotcha.Alguienleindicólacasa. Junto a la puerta una

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muchacha vendía bocadillosdepanconcebolla.Elrabinopenetróenunpatioenelqueuna pandilla de muchachosjugaban al marro alrededorde un cubo de basura reciénpintado.Cercade loschicos,una mujer teñía una camisaroja,metiéndola en un baldecon tinte negro. En unaventana abierta unamuchachaaireabauncolchón

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al que propinaba golpes conuna vara. Las primeraspersonas a quien preguntónada sabían de SimchaDavid. Por fin una mujer ledijo:

—Seguramente es elinquilinodelabuhardilla.

El rabino no estabaacostumbrado a subir tantospeldaños.Tuvoquedetenersevarias veces para recobrar el

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resuello. La escalera estabasucia, con restos y desechosen el suelo, y las puertas delos pisos permanecíanentreabiertas.Unsastrecosíaamáquina.En un piso habíauna hilera de telares en losque tejían unas muchachascon porciones de algodónprendidas en el cabello. Enlospisosaltoshabíaboquetesen las paredes y el hedor

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resultaba insoportable. Derepente el rabino vio aSimcha David. Salió de unoscuro corredor, descubiertalacabeza,yconunachaquetacortamanchada de pintura yarcilla.SimchaDavidteníaelcabello rubio amarillento, lomismoquelascejas.Llevabaun bulto. El rabino sesorprendió de haber sidocapaz de reconocer a su

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hermano, debido a quepresentaba todos los rasgospropios de un gentil. Lellamó:

—¡SimchaDavid!SimchaDavidlemiró:—Sí, esta cara me es

conocida,pero…—Fíjatebien.Simcha David encogió

loshombros:—¿Quiénesusted?

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—TuhermanoNechemía.SimchaDavidnisiquiera

pestañeó. Sus ojos azulpálido tenían expresiónaburrida, triste, y parecíandispuestos a aceptartranquilamente losmásrarosaconteceres. En lascomisurasde los labiosse lehabían formado dosprofundas arrugas. SimchaDavidhabíadejadode ser el

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prodigio de Bechev paraconvertirse en un obrerovulgarycorriente.AlcabodeunratoSimchaDaviddijo:

—Efectivamente, eres tú.¿Hapasadoalgomalo?

—He decidido seguir tuejemplo.

—Bueno, ahora ya esdemasiado tarde paradisuadirte. Tengo una cita,me están esperando y voy a

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llegar con retraso. Puedesdescansarenmicuarto,luegohablaremos.

—Deacuerdo.Citando las palabras del

Génesis,SimchaDaviddijo:—No había pensado ver

turostro.—Vaya… Creía que lo

habíasolvidadotodo…El hecho de que su

hermano hubiera citado una

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frase de la Biblia inhibió alrabino todavía más que lafrialdad con que SimchaDavidlehabíarecibido.

Simcha David abrió lapuerta de un cuarto tanangosto que trajo a lamentedel rabino la imagen de unajaula. Tenía la techumbreinclinada, apoyados en lasparedes había marcos,bastidores, cuadros y rollos

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de papel. Olía a pintura y aaguarrás.Nohabíacamasinoun viejo sofá. SimchaDavidlepreguntó:

—¿Qué piensas hacer enVarsovia? Estamos pasandounostiemposmuydifíciles.

Y se fue sin esperar larespuesta.

El rabino se preguntó:«¿Por qué tendrá tantaprisa?».Sesentóenelsofáy

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miró alrededor. Casi todoslos cuadros representabanmujeres, algunas desnudas yotrasmediodesnudas.Enunamesilla había una paleta ypinceles. El rabino se dijoquesuhermanoseguramentese ganaba la vida pintando.Ahora el rabino se dabacuenca de que se habíadejado llevarporun impulsoinsensato.Nohubieradebido

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ir allí. Para sufrir cualquierlugaresbueno.

El rabino esperó duranteuna hora, durante dos horas,sin que Simcha Davidregresara. Sentía losretortijones del hambre. Sedijo: «Hoy es día de ayunoparamí,elayunodelhereje».Y una voz burlona le dijo:«Merecesloquetepasa».Elrabino le contestó: «Pero no

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me arrepiento de lo hecho».EstabatandispuestoalucharconelÁngeldelSeñorcomoanteslohabíaestadoalucharcontraelSeñordelMal.

El rabino cogió un libroqueyacíaenelsuelo.Estabaescrito en yiddish. Leyó unrelatoacercadeunsantoqueen vez de acudir a lasOraciones del Atardecer fueen busca de leña para una

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viuda. ¿Qué era aquello,moralismooburla?Elrabinohabía esperado leer un textoenelque senegaraaDiosyal Mesías. Cogió un folletocon las hojas desprendidas yleyóunrelatoreferentea lostrabajos de los colonos enPalestina. Allí los jóvenesjudíos araban la tierra,sembraban,desecaban tierraspantanosas, plantaban

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eucaliptos, luchaban con losbeduinos… Uno de estosadelantados había muerto yel autor del folleto localificaba de mártir. Elrabino se quedópasmado.SinohayCreador,¿porquéiraTierraSanta?¿Yquésentidoteníalapalabramártir?

El rabino se sintiófatigadoysetumbó.Sedijo:«Estaclasedejudaísmonose

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ha hecho para mí, prefieroconvertirme». Pero, ¿dóndese convertía uno? Además,para convertirse hacía faltafingir que uno creía en elNazareno. Al parecer elmundorebosabafe.Siunonocreía en un Dios, tenía quecreer en otro Dios, por lovisto. Los cosacossacrificaban su vida por elzar. Los que pretendían

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destronar al zar sesacrificaban por larevolución. Pero, ¿dóndeestaban los verdaderosherejes, los que en nadacreían?No,élnohabíaidoaVarsoviaparacambiarunafeporotra.

5

El rabino esperó treshoras sin que Simcha David

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compareciera. Se dijo, asíson los modernistas. Suspromesas carecen de valor yno tienen sentido de laamistad. En realidad seadoran a sí mismos. Estospensamientoslepreocuparon,¿acaso ahora no era él unmodernistamás?Sepreguntóquéhayquehacerparaevitarqueelcerebrosigapensando.Miró a su alrededor. ¿Qué

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objetos de valor podíanencontrar allí los ladrones?¿Serían acaso las mujeresdesnudas? Salió, cerró lapuerta y bajó las escaleras.Se llevó lamaleta. Se sentíamareado y caminabainseguro. En la calle pasóante un restaurante, pero ledio vergüenza entrar. Nisiquiera sabía cómo hay quepedir la comida en un

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restaurante. ¿Se sentabantodos los clientes a unamisma mesa?, ¿se sentabanhombres y mujeres juntos?Lagentequizáserieradesuapariencia, juzgándolaridícula. Volvió al portal dela casa de Simcha David ycompró dos panecillos concebolla. Pero, ¿dóndecomerlos? Recordó elproverbio:«Quiencomeenla

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calle se porta como unperro».Semetióenelportalypegóunmordiscoaunodelospanecillos.

Había ya cometidopecados que se castigabancon lamuerte. Sin embargo,comer sin lavarse antes lasmanos, ni recitar labendición, era algo que leafectaba profundamente.Tragó con dificultad el

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primer bocado. En fin, todoes cuestión de costumbre,incluso el ser un transgresorde la ley. Se comió unpanecillo y se metió el otroen el bolsillo. Echó a andarsin rumbo. En una callepasaron tres entierros. Elprimer coche funerario ibaseguido por varios hombres.Tras el segundo iban unoscuantos droskis.Y el tercero

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iba solo. El rabino se dijo:«A ellos poco les importa,los muertos nada saben ytampoco reciben recompensaalguna». Estas últimaspalabraserandelEclesiastés.

Dobló a la derecha ysiguió caminando. Pasó antetiendasdetelasyropascuyointeriorestabailuminadoconlámparasdegas,peseaserelmediodía. De unos carros

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grandes como casas unoshombres descargaban piezasde algodón, lana, alpaca yestampados. Un mozo, conun cesto al hombro,encorvadobajoelpesodesucarga, pasó junto al rabino.Pasaban estudiantes desecundaria, con uniformesadornados con doradosbotones e insignias en lasgorras, con la cartera de los

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librosa laespalda.El rabinose detuvo. Si no se cree enDios, ¿a qué mantener a laesposaydar educación a loshijos?Segúnlosmandatosdela lógica el incrédulo sólodebe ocuparse de su propiocuerpoynadamás.

Siguió adelante. En lamanzana siguiente vio unescaparate con libros enhebreo y en yiddish. Allí

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estabanLas generaciones ysusintérpretes,Losmisteriosde París, El hombrecillo sinimportancia, Lamasturbación,Cómoevitarlatisis. Uno de los libros allíexhibidosllevabaelsiguientet í t u l o :El nacimiento delUniverso. El rabino decidiócomprar este libro. En latienda había pocos clientes.El librero, hombre congafas

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de montura de oro unidas auna cinta, hablaba con unhombre de larga cabellera,sombrero de anchas alas ycapa. El rabino se detuvoante las estanterías yexaminóunoscuantoslibros.

Una dependienta se leacercóyledijo:

—¿Qué desea? ¿Un librodeoracionesquizá?

El rabino se ruborizó y

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dijo:—En el escaparate he

visto un libro que me hainteresado, pero ahora norecuerdoeltítulo.

—Puessalgamosaver.Y al decir estas palabras

la muchacha guiñó el ojo alhombre de las gafas de oro.Al sonreír se le formaronhoyuelos en las mejillas. Elrabinosintiódeseosdeechar

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a correr. Indicó el libro. Lamuchachalepreguntó:

—¿Lamasturbación?—No.—¿Vichna Dvosha va a

América?—No,eldeenmedio.—¿El nacimiento del

Universo?Bueno,entremos.La chica habló en un

cuchicheoconeldueñodelalibrería, quien ahora se

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encontraba detrás delmostrador. El dueño de lalibrería se rascó la cabeza ydijo:

—Es el último ejemplarquenosqueda.

Lachicalepreguntó:—¿Lo saco del

escaparate?El librero preguntó al

rabino:—¿Y por qué quiere

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comprar precisamente estelibro?Loquedicehasidoyasuperado. El Universo nonació de lamanera que diceelautordellibroese.Cuandoel Universo nació no habíatestigos.

La muchacha se echó areír. El hombre con la capapreguntóalrabino:

—¿Viene usted deprovinciasquizá?

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—Sí.—¿Yporquéhavenidoa

Varsovia? ¿Para comprargénerosparasutienda?

—Eso,géneros.—¿Quéclasedegéneros?El rabino de buena gana

hubiera contestado a suinterlocutor que aquello eraasunto suyo y que no semetiera en lo que no leimportaba.Pero el rabinono

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era hombre de naturalinsolente.Repuso:

—Quiero saber lo quedicenlosherejes.

La muchacha se echó areír de nuevo. El librero sequitólasgafas.Elhombredela capa fijó en el rabino lamirada de sus grandespupilasnegrasylepreguntó:

—¿Y esto es cuantoquieresaber?

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—Efectivamente, meinteresa.

El hombre de la capadijo:

—En fin, ahora resultaque quiere saber… ¿Ya lepermitirán leer estos libros?Si le pillan con un libro asíenlasmanosleecharándelaCasadeEstudio.

Elrabinoreplicó:—Nadielosabrá.

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Entoncesel rabinosediocuenta de que estabahablandocomounniñoynocomo un adulto. El hombrede la capa se dirigió allibrero:

—Parece que elmodernismo sigue tan vivocomo cincuenta años atrás.Así, igual que este hombre,solían acudir a Vilna ypreguntaban: ¿Cómo fue

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creado el mundo?, ¿por québrilla el sol?, ¿qué fueprimero, el huevo o lagallina?

Sevolvióhaciaelrabino:—No lo sabemos, buen

hombre, no lo sabemos.Estamos condenados a vivirsinfeysinsaber.

Elrabinolepreguntó:—En este caso, ¿por qué

sonustedesjudíos?

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—Porque tenemos queserlo. Un pueblo entero nopuede incorporarse,asimilarseaotro.Ademáslosgentiles no nos quieren. EnVarsovia hay varioscentenares de conversos y laprensa polaca los atacaconstantemente. Además,¿qué lograríamos con laconversión? Debemos seguirsiendounpueblo.

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Elrabinopreguntó:—¿Y dónde puedo

conseguirestelibro?—No lo sé. Está agotado

y no se ha reeditado. Detodos modos el autor selimita a afirmar el hecho dela evolución del Universo.Ahorabien,enloreferentealmodo en que el Universoevolucionó, a la manera enquelavidaaparecióytodolo

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demás, nadie tiene la másleveidea.

—En este caso, ¿por quésonustedesincrédulos?

Ellibreroterció:—Oiga, buen hombre, lo

siento infinito pero notenemostiempoparadiscutircon usted. Tengo un soloejemplar de este libro y noquiero desordenar elescaparate.Vuelve dentro de

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unas semanas, cuando yahayamoscambiadoloslibrosdelescaparate.No tema,queenestetiempoelUniversonosevaaagriar.

—Losiento.Leruegomedisculpe.

El hombre de la capadijo:

—Mi querido amigo,ahora ya no hay incrédulos.En mis tiempos había

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algunos,perocasitodoselloshan muerto ya y la nuevageneración tiene sentidopráctico. Las gentes de lanueva generación deseanmejorar el mundo, aunquetodavía no saben cómohacerlo. ¿Le da para vivir,porlomenos,sutienda?

Elrabinomurmuró:—Voytirando.—¿Tienemujerehijos?

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Elrabinonocontestó.—¿De qué pueblo es

usted?El rabino siguió en

silencio. Se comportaba conla timidez propia de unestudiantedecheder.Dijo:

—Gracias.Ysefue.

6

El rabino prosiguió su

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paseoalolargodelascallesde Varsovia. Anochecía yrecordó que éste era elmomento de recitar lasoracionesdelatarde,peronoestabadehumorparahalagaral Todopoderoso, paracalificarle de fuente deconocimiento, resurrecciónde losmuertos, salvación delosenfermos,liberadordelospresos, ni para implorarle

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que su Santa Presenciavolviera a Sión y reedificaraJerusalén.

El rabino pasó ante unacárcel. Se abrió la negrapuertayunhombreatadoconcadenas fue conducidodentro. Un tullido, sinpiernas, avanzaba sobre unaplancha de madera conruedas.Unciegocantabaunacanción referente al

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naufragio de un buque. Enuna calleja el rabino oyóunos alaridos. Acababan deapuñalar a un hombre, unhombre altoy jovende cuyagargantamanaba la sangre achorro. Una mujer decíaentregemidos:

—Se resistió a que lerobaran y entonces leatacaronconnavajas,¡queelfuego del infierno les

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consuma eternamente! Dioses paciente, pero su castigoesejemplar…

El rabino de buena ganale hubiera preguntado aaquella mujer: «¿Y por quées Dios tan paciente?, ¿y aquién castiga? Castiga a lavíctima, no a losvictimarios».Llególapolicíay se oyó el quejido de lasirenadeunaambulancia.De

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los portales salían hombresjóvenes,salíana todocorrer,con las viseras de las gorrastapándoleslosojosytambiénsalían muchachasdespeinadas, con viejaszapatillas en los piesdesnudos. El rabino temía alasmultitudesysusgritos leintimidaban. Semetió en unpatio.Unamuchacha con unchal sobre los hombros, con

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lacaraenrojecidadepintura,dijoalrabino:

—Anda, ven conmigo,sólo te costará veintegroschen. Desorientado, sincomprenderelsignificadodeaquellas palabras, el rabinodijo:

—¿Yadóndeiremos?—Ahí,alsótano.—Estoy buscando un

lugarenelquealojarme.

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Lamuchachalecogiódelbrazo:

—Te recomendaré a unagentequeconozco.

El rabino tuvo unsobresalto. Por primera vezdesde que dejó de ser niño,una mujer desconocidatocaba su cuerpo. Lamuchacha le llevó a unaescalera que los doscomenzaron a bajar.

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Recorrieron un corredor tanestrechoquesólopermitíaelpaso de una persona. Lamuchacha iba delante,arrastrandoalrabino,aquienhabía cogido por la manga.Al olfato del rabino llegó elolor de la humedadsubterránea. ¿Qué eraaquello? ¿Una tumba paraseresvivos?¿Laentradaa laGehena?Alguien tocaba una

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armónica. Una mujerchillaba. Un gato saltó porentre los pies del rabino. Seabrió una puerta y el rabinovio un cuarto sin ventanas,iluminado por una lámparadepetróleo, con lachimeneaennegrecida por el hollín.Junto a una cama en la quesólo había un colchón depaja,viounpalanganeroconla jofaina rebosante de agua

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rosácea. Los pies‘del rabinoquedaron clavados en elumbral de aquella estancia,como los de un buey a laentrada del matadero. Elrabinodijo:

—¿Quéesesto?¿Adondemehasllevado?

—No te hagas el loco.Anda,pasémoslobien.

—Buscounaposada.—Vamos, dame los

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veintegroschen.¿Sería acaso una casa de

malanota?Elrabinoseechóa temblar. Semetió lamanoenelbolsillo,sacóunpuñadodemonedasylasofrecióalamuchacha:

—Toma, coge tú mismaese dinero que me haspedido.

La muchacha cogió unamoneda de diez groschen,

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una de seis y otra de cuatro.Despuésdedudarunpoco,lamuchacha cogió un kopeck.Indicó la cama. El rabinodejó caer al suelo lasrestantes monedas y echó acorreralolargodelcorredor.El suelo era desigual ypresentaba hoyos. Poco faltópara que el rabino cayera alsuelo. Tropezó con la pareddeladrillosyexclamó:

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—¡Padre celestial,sálvame!

Llevaba la camisaempapada en sudor. Cuandollegó al patio ya habíaanochecido. Aquel lugarapestabaabasura,acloacaya podredumbre. Ahora elrabino lamentaba haberinvocadoelnombredeDios.Se le llenó de bilis la boca.Un constante temblor le

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recorría la espina dorsal.¿Eran éstos los placeres delmundo? ¿Es ésta lamercancía que Satán vende?Se sacó el pañuelo y seenjugó la cara. Y, ahora,¿adonde voy? «¿Dóndeesconderás tu rostro?».Alzóla vista. Más allá de losmurosdelascasasbrillabaelcieloconlalunayunaspocasestrellas. El rabino lo

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contemplaba perplejo, comosi lo viera por primera vez.Todavía no habíantranscurrido veinticuatrohoras desde que salió deBechev, pero al rabino leparecíaque llevabasemanas,meses,años,vagabundeando.

La muchacha del sótanosalióyledijo:

—¿Se puede saber porqué has echado a correr,

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estúpidopalurdo?Elrabinorepuso:—Porfavor,perdóneme.Y echó a andar. La

multitud había desaparecido.Delaschimeneassalíahumo.Los tenderos cerraban lastiendasconbarrasdehierroycandados. El rabino sepreguntó qué había sido delmuchacho apuñalado. ¿Lohabía ya reclamado la tierra

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para sí? De repente se diocuentadequeaún ibacon lamaleta en la mano. ¿Cómoera posible? Parecía que lamano agarrara lamaleta conuna fuerza exclusivamentesuya,propiaeindependiente.Quizás esta fuerza era elmismo poder que habíacreado el mundo… Quizásesta fuerza fuera Dios… Elrabino sintió deseos de

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echarse a reír y a llorar. Nitan siquiera sé pecar, soytorpeentodo.Bueno,estoesel fin. Y ahora sólo uncamino se me ofrece: hacerentrega de mis trescientostreintaórganosynervios.Sí,pero ¿cómo?,¿ahorcándome?,¿ahogándome?,¿estaríacercadelVístula?Elrabinoabordóauntranseúnte:

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—Ustedperdone,¿podríadecirme el caminopara ir alVístula?

El transeúnte tenía elrostro negro como undeshollinador.Bajosuscejashirsutas brillaban unos ojosnegroscomoelcarbón.Miróalrabinoylepreguntó:

—¿Para qué quiere ir alVístula? ¿Quiere pescarquizá?

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Suvozparecía el ladridodeunperro.

—No,noquieropescar.—¿Puesqué?¿Irnadando

aDanzig?El rabino pensó que se

había tropezado con ungraciosoyledijo:

—Me han dicho que allíhayunaposada.

—¿Una posada junto alVístula? ¿De dónde viene

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usted? ¿De provinciasseguramente?¿YquéhaceenVarsovia? ¿Es que buscaempleodemaestro?

—¿Maestro?Sí.No.—Oiga, para saberse

bandear en Varsovia hacefalta ser fuerte. ¿Tieneusteddinero?

—Unospocosrublos.—Por un gulden al día

puede dormir en mi casa.

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Vivo ahí, al lado, en elnúmero catorce. Vivo solo.Puedo ofrecerle la cama quefuedemiesposa.

—Muy bien, de acuerdo.Ygracias.

—¿Hacomidoalgo?—Sí,estamañana.—¿Conque esta mañana?

Vayamos a la taberna. Nostomaremos una cerveza ycomeremos algo. Tengo una

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carboneríaahí.Con su negro dedo el

hombreindicóunatiendaconlaspuertascerradas.Dijo:

—Yandeconcuidado,nolevayanarobareldineroquellevaencima.Hacepocohanapuñalado a un muchachorecién llegado de provincias,ahoralaambulanciaacabadellevárselo al hospital Ledieron de puñaladas en el

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cuello.

7

El carbonero recorrió lacorta distancia que lesseparaba de la taberna y elrabino le siguiótambaleándose. El carboneroempujó una puerta decristales y el rabino quedósorprendido por el olor acerveza, vodka, ajo, por el

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ruido de las conversacionesdehombresymujeres,porlamúsica de baile. Se le nublólavista.Elcarbonerolemiróydijo:

—¿Por qué se queda ahíparado?Entremos,hombre.

Cogióalrabinodelbrazoylearrastróadentro.

A través de un vapordenso como el de la casa debaños rituales de Bechev, el

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rabino vio rostros deformes,filasdebotellasalineadasenlas paredes, un barril decervezaconespitadelatónyun mostrador con platos depato asado y tapas. Losviolinesgemíanyun tamborredoblaba. Allí todosparecían hablar a gritos. Elrabinopreguntó:

—¿Haocurridoalgo?Elcarbonerolearrastróa

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unamesaylegritóaloído:—Esto no es su pueblo.

Esto es Varsovia. Aquí hayquesaberbandearse.

—Es que no estoyacostumbradoatantoruido.

—Ya se acostumbrará.Yaséquequierededicarseamaestro, pero quisiera saberqué pretende enseñar. Aquíhay más maestros quealumnos. Todos los

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charlatanes se dedican amaestros. ¿De qué puedeservir tanto estudiar? Luegotodo se olvida. Yo fui alcheder. Todavía recuerdoalgunas frases: «Y el SeñordijoaMoisés…».

Yelrabinoapesardequesabía que no tenía derecho ahablar después de habercometido tantos pecados,dijo:

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—Porpocasque sean laspalabras de la Torá que unosepa,noporellodejandeserpalabrasdelaTorá.

—¿Qué dice? ¡Nada,hombre!Todasestaspalabrasno valen un pimiento nisirven para nada. Sí, loschicos van a la Casa deEstudio y se pasan allí lashorasmuertasbalanceandoelcuerpo y poniendo caras

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raras. Cuando llega elmomentodelserviciomilitarse hernian voluntariamente.Luego se casan y no puedenmantener a sus esposas yengendran docenas dechiquillos que se arrastrandesnudosporsucasa.

El rabino pensó quequizásaquelhombrefueraunauténtico incrédulo, por loquelepreguntó:

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—¿CreeustedenDios?Elcarboneropusoelpuño

enlamesaydijo:—¿Qué sé yo? Nunca he

estado en el cielo. Pero,desde luego, algo hay.¿Quién hizo el mundo? Lossábados voy a rezar con ungrupo llamado «El amor delosamigos».Mecuestaunoscuantos rublos, pero, comodice el proverbio,

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imaginemos que es unmandato de Dios, unamitzvah. Rezamos con unrabino que apenas tienebarbas. De vez en cuando laesposadeesterabinocompraun poco de carbón, muypoco, en mi tienda.A vecescompra sólo diez libras, ¿yquésondiezlibrasdecarbónen invierno? Entonces yosiempre añado un pocomás.

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Ahora bien, si Dios existe,¿cómo permite que lospolacosapaleenalosjudíos?

—No lo sé, desde luego,megustaríasaberlo.

—¿Y qué dice la Torásobre esta clase de asuntos?Me parece que usted vabastante enterado de esascosas.

—Pues la Torá dice quelosmalos serán castigados y

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los buenos seránrecompensados.

—¿Cuándo?¿Dónde?—Enelotromundo.—¿Enlatumba?—EnelParaíso.—¿Dónde está el

Paraíso?Se acercó un camarero a

quienelcarbonerodijo:—Para mí una cerveza

rubiaehigadillosdepollo.

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Sedirigióalrabino:—¿Yustedquétoma?El rabino no sabía qué

decir.Preguntó:—¿Sepuedeunolavarlas

manosaquí?El carbonero soltó un

bufidoycontestó:—Aquí uno come sin

lavarse, pero la cocina eskosher,limpiasegúnlaLey.

Elrabinomurmuró:

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—Unpastelilloquizá.—¿Unpastelillo?¿Yqué

más? Y también hay quebeber.¿Quéclasedecervezaquiere?¿Rubia,negra?

—Rubia.Elcarbonerosedirigióal

camarero:—Pues tráigale una jarra

de cerveza rubia y un pastelde huevo. Cuando elcamarero se hubo ido, el

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carbonero comenzó atabalear sobre la mesa consusuñasennegrecidas.Dijo:

—Sinohacomidodesdeesta mañana, lo que hapedidonoessuficiente.Aquísi no come se morirá comounamosca. EnVarsovia hayque portarse como uncomilón. Y, oiga, si quierelavarse las manos para labendicióndelacomida,vaya

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al retrete, en dondeencontrará una pileta, perotendráquesecarselasmanosconlachaqueta.

El rabino se preguntó:«¿Por qué soy tandesdichado?, estoy hundidoen la iniquidad igualqueesagente y quizá más; si noquiero ser Jacob, no mequeda más remedio que serEsaú».

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Sedirigióalcarbonero:—No, no quiero

dedicarmeamaestro.—Entonces,¿aquéquiere

dedicarse?¿Aconde?—Quisiera aprender un

oficio.—¿Qué oficio? Para

llegarasersastre,zapateroopeletero, hay que empezarjoven.Unoentradeaprendizen el taller y la esposa del

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maestro le pide a uno quevaya a vaciar el cubo de labasura o que meza al niñoreciénnacidoenlacuna.Meconsta. Hice el aprendizajede carpintería y el maestrojamás me permitió tocar lasierra o el cepillo. Sufrídurantecuatroañosyporfinme largué sin haberaprendido nada. Y sin queapenas me diera cuenta me

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llegó la edad de entrar enfilas y servir al zar.Durantetres años comí el pan negrodelsoldado.Enelcuartelunoseveobligadoacomercerdo,ya que de lo contrario notiene fuerzas para manejarlas armas. No me quedabaotro remedio, tuve quehacerlo. Cuando melicenciaron me puse atrabajar en una carbonería y

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desde entonces he tenido eloficiodecarbonero.Letraenaunounacarretadadecarbónque debiera pesar cienarrobas,peroresultaquesólopesa noventa arrobas. En eltrayecto han desaparecidodiezarrobas.Entoncessiunose queja o hace demasiadaspreguntas le dan a uno depuñaladas. ¿Qué remedio lequedaauno?Puesecharagua

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al carbón para que sehumedezcaypesemás.Sinolo hiciera, ni comer podría.¿Comprendeloquelequierodecir?

—Sí,locomprendo.—Entonces, ¿a qué

pensar en tener un oficio?Usted probablemente se hapasadolavidacalentandolosbancosdelaCasadeEstudio,¿noeseso?

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—Efectivamente, heestudiado.

—Pues en este caso sólosirve para maestro. Perotambién para esto hay quetener condiciones. Aquí enestamanzanahayunaescuelade Talmud y Torá en la quetenían un maestro que eramuy flojo. Los chicos queallíestudiansonunapandillade golfos. Le jugaron tantas

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partidas serranas al maestroesequealfinselargó.

Y en cuanto hacereferencia a la gente rica lediré que quieren maestrosmodernistas, con camisa ycorbata, yque sepanel ruso.¿Estáustedcasado?

—No.—¿Divorciado?—Viudo.—¡Chóquela,hombre!Yo

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también. Mi esposa era unabuena mujer. Algo sorda,cierto es, pero cumplía consus deberes como una buenaesposa.Mehacíalacomidaymediocincohijos,pero tresde ellos murieron pocodespuésdenacer.Tengoaunhijo en Yekaterinslav. Mihija trabaja en una tienda delencería.Viveencasadesuspatronos.Y no quiere guisar

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para su papá, no señor. Supatrono es rico. En fin, elcaso es que me he quedadosolo. ¿Cuánto tiempo hacequeenviudó?

—Unosaños,pocos.—¿Y qué hace usted

cuando necesita a unahembra?

El rabino se ruborizó yluegopalideció.Dijo:

—¿Quésepuedehacer?

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—Con dinero, aquí, enVarsovia, todo se puedeconseguir. Pero no en estacalle.Lasde esta calle estántodas enfermas. Si uno vaconunadelaschicasdeestacalle, puede estar seguro deque la chica lleva la sangreenvenenada y luego unocomienzaaencontrarsemalyacaba podrido. Aquí, en lavecindad hay un hombre al

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que se le pudrió la nariz.Contrariamente,en lascallesimportantes las rameras quecirculan por allí sonexaminadas por un médicotodos los meses. A uno lecuestan un rublo o dos másque las de aquí, pero por lomenosunotienelaseguridadde que están sanas. Loscasamenteros me hacenpropuestas constantemente,

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pero,confranqueza,noacabode decidirme. Todas lasmujeres no piensanmás queenlosrublos.Unavez,estabasentado con una, aquí, en lataberna, y ella que va y mepregunta: «¿Cuánto dinerotienes?». Era vieja y feacomo el mismísimodemonio. Le contesté que aellano le importaba saber siyo había ahorrado algún

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dineroono,y,casodehaberahorrado, cuánto era eldinero ahorrado, ¿sabe? Sipor unos rublos puedodisponer de una muchachajovenybonita, ¿a quévoy acargar yo con semejantebruja?,¿comprendeloquelequierodecir?Ahínostraenlacerveza. Oiga, ¿qué le pasa?Está usted pálido como unmuerto.

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8

Habían pasado tressemanas y el rabino seguíavagabundeando sin rumbopor las calles de Varsovia.Dormía en casa delcarbonero, quien le habíallevado al teatro yiddishdespués de la comidasabatina, y también llevó alrabino a las carreras de

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Vilanov.Todos los días, excepto

los sábados, el rabinovisitaba la biblioteca deBresler, endondeexaminabalas estanterías y hojeabaalgunos libros. Luego sesentabaaunamesayleía.Elrabinollegabaporlamañanay no se iba hasta la hora decerrar la biblioteca. Alatardecer compraba en el

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mercado un par depanecillos,unpasteldecarneo cualquier otra cosa, ycomía sin la bendiciónprescrita por la ley. Leíalibrosenhebreoyenyiddish.E incluso intentó leer enalemán. En la bibliotecaencontróellibroquelehabíallamado la atención en elescaparate de la librería,Elnacimiento del Universo. El

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rabino se preguntó: «Sí,¿cómo pudo el Universo sercreado sin un Creador?». Secogió las barbas, parpadeó yse balanceó hacia delante yhaciaatrás,comosolíahacerenlaCasadeEstudio.Musitópara sí: «Efectivamente, unaniebla, pero ¿quién creó laniebla?, ¿y cómo surgió estaniebla?, ¿y cuándo comenzólaniebla?».

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LaTierranoeramásqueuna porción desprendida delSol, pero ¿quién formó elSol?Elhombredescendíadelmono, pero ¿de dóndeprocedía el mono? Y comosea que el autor del libro noestuvo presente en losacontecimientosquerelataba,¿cómopodíaestartansegurode sus afirmaciones? Laciencia lo explicaba todo al

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travésdeinmensasdistanciaseneltiempoyelespacio.Laprimera célula apareciómillones de años atrás en ellégamo formado en lasorillasdelosocéanos.ElSolseextinguiríadentrodemilesde millones de años.Millones de estrellas,planetas y cometas semueven en un espacio sinprincipio ni fin, sin un plan

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niunpropósito.Enel futurotodos los hombres serániguales y se implantará elreinado de la Libertad, sincompetencias, sin crisis, singuerras, envidias ni odios.Pero, tal como dice elTalmud, cualquiera que estédispuesto a mentir es capazde adivinar lo que ocurre enlos más remotos parajes. Enun viejo ejemplar de la

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revista hebreaHaasif, elrabino leyó artículos acercade Spinoza,Kant, Leibnitz ySchopenhauer.EsoshombresaDioslellamabansustancia,mónada, hipótesis, ciegavoluntad,naturaleza.

El rabino se cogió unacrencha. ¿Quién es esaNaturaleza? ¿Cómoconsiguió tanta habilidad ytanto poder? Tal Naturaleza

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seocupabadelamásdistanteestrella, de una roca en elfondo del océano, de lamásleve mota de polvo, delalimento en el estómago deuna mosca. En él, en elrabinoNechemía deBechev,laNaturaleza lohacía todoaun tiempo. Le dabaretortijones de estómago, leobturaba la nariz, le dabajaquecas y le pinchaba el

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cerebroigualqueelmosquitoque atormentó a Tito. Elrabino blasfemaba contraDios y al mismo tiempo lepedía perdón.En un instanteel rabino ansiabamorir y enel instante siguiente temía alas enfermedades. A vecessentíalanecesidaddeorinar,iba al retrete y no podíaorinar. Mientras leía elrabinoveíamanchasverdesy

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doradas bailando ante suvistaylaslíneasdeltextoseconfundían, se separaban, seretorcían, se barajaban unascon otras. «¿Me estaréquedando ciego? ¿Significaestoquemifinestápróximo?¿Estaré poseído por losdemonios? No, Padre delUniverso, no estoy dispuestoa confesar.Acepto todas lasGehenas.SiTúerescapazde

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guardarsilenciodurantetodala eternidad, yo sabrécallarme hasta el momentode rendir el alma, por lomenos. No eres Tú el únicoluchador.Sisoyhijotuyo,esnatural que también sepaluchar». Así hablaba elrabinoalTodopoderoso.

El rabino dejó de leerordenadamente. Cogía unlibro, lo abría por su parte

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media, suvista recorríaunascuantas líneas y devolvía ellibro a la estantería.Cualquiera que fuera lapáginaenqueabríaun libro,el rabino encontraba algunamentira. Todos los librostenían un rasgo en común.Rehuían lo esencial, seexpresaban con vaguedad ydaban nombres diferentes aunamismacosa.Losautores

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no sabían por qué la hierbacrecía ni qué era la luz,ignorabanlosmecanismosdela herencia biológica, elfuncionamientodelestómagoy del cerebro, la manera enque las naciones débiles setornaban poderosas y lamanera enque las poderosasquedabananiquiladas.Ypesea que aquellos sabiosescribían gruesos volúmenes

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referentes a las distantesgalaxias, no habíandescubierto todavía lo quepasaba a una milla deprofundidad, bajo lasuperficiedelglobo.

El rabino volvía páginasy páginas, y bostezaba. Avecesapoyabalacabezaenlamesa y dormitaba.«Desdichadodemí,hastalasfuerzasmefaltan».Todaslas

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noches el carbonero seesforzaba en convencer alrabino de que debía regresarasupueblo.Ledecía:

—Caerá fulminadocualquier día y ni siquierahabrá quien sepa lo que hayqueescribirensulápida.

9

Aaltashorasdelanocheunospasosquesonabanenel

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corredordespertaronaHindeShevach, quien se preguntó:«¿Quién andará por ahí tantarde?». Desde que suhermano se había ido en lacasa reinaba silencio deruina. Hinde Shevach selevantóysepusolabataylaszapatillas. Entreabrió lapuertadesudormitorioyvioluz en el cuarto de suhermano. Se acercó y vio al

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rabino. Llevaba la gabardinarasgada, la camisadesabrochada y el bonetearrugado. Tenía la expresióndel rostro alterada y laespalda encorvada como ladeunviejo.Enelcentrodelahabitación Hinde Shevachviounamaleta.

Hinde Shevach seretorciólasmanos:

—¿Me engaña la vista o

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esverdadloqueveo?—Noteengaña.—Dios santo, si supieras

cuánto te hemos buscado entodas partes… Así lospensamientos que he tenidosean sembrados en eriales…Hasta los periódicos hanhabladodeti.

—Bueno,¿yqué?—¿Dónde has estado?

¿Por qué te fuiste? ¿Por qué

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teocultaste?El rabino no contestó.

Quejosa, Hinde Shevach lepreguntó:

—¿Y por qué no medijistequeteibas?

Elrabinobajólacabezaytampococontestó.

—Pensamos que habíasmuerto,yqueelSeñorno lopermita.Mandéuntelegramaa Simcha David, pero no

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contestó.Pensabayaenpasarlos siete días de luto por ti.¡Válgame el cielo! Y laciudad entera hervía enrumores. Se inventaron lasmás horribles historias.Incluso dieron cuenta de tudesapariciónalapolicía.

Y vino un guardia apreguntarme tu filiación yseñas.

—Losiento.

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Después de dudar uninstante, Hinde Shevachpreguntó:

—¿Viste a SimchaDavid?

—Sí.No.—¿Cómoleva?—Pse.Hinde Shevach tragó

saliva:—Estás blanco como el

yeso y vas vestido como un

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mendigo.Aquí se inventarontales historias que me dabavergüenza salir de casa.Recibí qué sé yo cuántascartasytelegramas.

—Enfin…Hinde Shevach alteró el

tonodesuspalabras:—Nopuedescontestarme

así,sindecirnada,nopuedestratarme así. Habla de unavez. ¿Por qué lo hiciste?No

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eresungolfocualquiera.EreselrabinodeBechev.

—Yanosoyrabino.—¡Señor, apiádate de

nosotros! ¡Señor, sálvanosdel reino de los infiernos!Espera un momento, no teacuestesquevoyatraerteunvasodeleche.

HindeShevachse fue.Elrabinooyósuspasosalbajarlos peldaños. El rabino se

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cogió la barba y se balanceóhacia delante y hacia atrás.Una gran sombra sebalanceaba también en techoy paredes. Poco despuésHindeShevachregresaba:

—Nohayleche.—Bueno.—No te dejaré hasta que

medigasporquétefuiste.—Quise saber lo que

decíanlosherejes.

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—¿Yquédicen?—Nohayherejes.—¿Seráposible?Enunmurmulloelrabino

dijo:—La Humanidad entera

adora ídolos. Se inventandiosesylesrindenculto.

—¿Tambiénlosjudíos?—Todos.—Hasperdidoeljuicio.Hinde Shevach se quedó

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allí, inmóvil y en silencio,duranteunosinstantes,fijalavistaenelrabino,yluegosefueasudormitorio.

El rabino se tumbóvestido en la cama. Tuvo lasensacióndeque sus fuerzasle abandonaban, pero noprogresivamente, sino muydeprisa, todas a la vez.Unaluz desconocida relumbrabaen su cerebro. Las manos y

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los pies se le habíanentumecido. Su cabezareposaba pesadamente en laalmohada. Al cabo de untiempoelrabinoabrióunojo.La vela se había yaconsumido. Una lunaanunciadora del alba, decontornosirregularesyconlaluz amortiguada por laniebla, brillaba tras el vidriode la ventana. Por oriente el

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cielo iba enrojeciendo. Elrabinomurmuró:

—Algohayallí.La guerra entre el rabino

de Bechev y Dios habíaterminado.

(TraducidodelyiddishalinglésporelautoryRosannaGerber).

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Notas

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[1] Reb, tratamiento derespeto.(N.delt).<<

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[2]Enero.(N.delt).<<