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Revista Europea de Estudios Latinoamericanos y del Caribe 72, abril de 2002 | 81 Un cuarto de siglo de americanismo en España: 1975-2001 Nuria Tabanera García En los años que han transcurrido entre la muerte del general Franco en 1975 y la presidencia española de la Unión Europea, en el primer semestre de 2002, es obvio que muchas transformaciones han acontecido en España. De soportar una dictadura que aislaba al país de Europa, España ha pasado a disfrutar de una democracia es- table, ya plenamente integrada en las instituciones políticas, económicas y defensi- vas del continente. Pero, acercándonos a nuestro interés, España, en su proyección hacia América Latina, era en 1975 fundamentalmente considerada como una pe- queña potencia excolonial, menospreciada por su régimen político y por su limita- do potencial económico. Ahora, a inicios del siglo XXI, España todavía puede con- tar con el prestigio ganado en el subcontinente americano merced a su pacífica transición a la democracia, aunque ya resuenen voces cada vez más numerosas y potentes contra la teórica reconquista española de América Latina, de la mano de una fuerte presencia de capital español en sectores centrales de algunas economías americanas (Argentina, Chile o Brasil) y que en algunos casos supera no sólo a las inversiones de otros países europeos, sino incluso a las procedentes de los Estados Unidos (Güell y Vila 2000). Mientras esa amplia mutación se producía de forma acelerada desde los últimos años de la década de los años ochenta, otras más cercanas al medio académico y científico en el que se desarrollaban los estudios americanistas en España pugna- ban por consolidarse. Y el recuerdo del acontecimiento (la muerte del dictador) que abre este texto no es baladí, puesto que con él se abre la puerta a la posible supera- ción de muchos lastres que dificultaban la marcha del americanismo español con- temporáneo. Debe ser suficiente recordar que el entramado institucional, profesio- nal y docente en el que se movía el americanismo español en los años ochenta to- davía estaba profundamente marcado por lo que fue su reconstrucción tras la gue- rra civil. Por ello, el ritmo y la dirección de muchos de los cambios experimentados en los estudios americanistas españoles se verán, por tanto, muy marcados por la confluencia de diversos factores, ajenos a la evolución teórica y metodológica de las diversas disciplinas que los integran. Aquellos otros factores irían desde la re- forma institucional de los centros de investigación y de la universidad con la de- mocracia a la modificación de los planes de estudios en la enseñanza secundaria y universitaria, pasando por los efectos de las diversas conmemoraciones que se han sucedido desde entonces: la del V Centenario del Descubrimiento de América y la del Centenario de la pérdida de las últimas colonias americanas en 1898.

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Revista Europea de Estudios Latinoamericanos y del Caribe 72, abril de 2002 | 81

Un cuarto de siglo de americanismo en España: 1975-2001

Nuria Tabanera García

En los años que han transcurrido entre la muerte del general Franco en 1975 y la presidencia española de la Unión Europea, en el primer semestre de 2002, es obvio que muchas transformaciones han acontecido en España. De soportar una dictadura que aislaba al país de Europa, España ha pasado a disfrutar de una democracia es-table, ya plenamente integrada en las instituciones políticas, económicas y defensi-vas del continente. Pero, acercándonos a nuestro interés, España, en su proyección hacia América Latina, era en 1975 fundamentalmente considerada como una pe-queña potencia excolonial, menospreciada por su régimen político y por su limita-do potencial económico. Ahora, a inicios del siglo XXI, España todavía puede con-tar con el prestigio ganado en el subcontinente americano merced a su pacífica transición a la democracia, aunque ya resuenen voces cada vez más numerosas y potentes contra la teórica reconquista española de América Latina, de la mano de una fuerte presencia de capital español en sectores centrales de algunas economías americanas (Argentina, Chile o Brasil) y que en algunos casos supera no sólo a las inversiones de otros países europeos, sino incluso a las procedentes de los Estados Unidos (Güell y Vila 2000). Mientras esa amplia mutación se producía de forma acelerada desde los últimos años de la década de los años ochenta, otras más cercanas al medio académico y científico en el que se desarrollaban los estudios americanistas en España pugna-ban por consolidarse. Y el recuerdo del acontecimiento (la muerte del dictador) que abre este texto no es baladí, puesto que con él se abre la puerta a la posible supera-ción de muchos lastres que dificultaban la marcha del americanismo español con-temporáneo. Debe ser suficiente recordar que el entramado institucional, profesio-nal y docente en el que se movía el americanismo español en los años ochenta to-davía estaba profundamente marcado por lo que fue su reconstrucción tras la gue-rra civil. Por ello, el ritmo y la dirección de muchos de los cambios experimentados en los estudios americanistas españoles se verán, por tanto, muy marcados por la confluencia de diversos factores, ajenos a la evolución teórica y metodológica de las diversas disciplinas que los integran. Aquellos otros factores irían desde la re-forma institucional de los centros de investigación y de la universidad con la de-mocracia a la modificación de los planes de estudios en la enseñanza secundaria y universitaria, pasando por los efectos de las diversas conmemoraciones que se han sucedido desde entonces: la del V Centenario del Descubrimiento de América y la del Centenario de la pérdida de las últimas colonias americanas en 1898.

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La antesala

Para hacer una radiografía de la situación de los estudios americanistas en España entre el fin de la dictadura franquista y las celebraciones del 92, habría que recor-dar inicialmente algunas cosas que pueden resultar obvias. En primer lugar, que el americanismo histórico se mantenía en una posición de predominio casi absoluto sobre las demás disciplinas que manifestaban preocupación por América como objeto de estudio y que, en segundo término, la naturaleza de ese americanismo histórico, heredado del tardofranquismo, estaba inmerso en un profundo cambio, que implicaba necesarias renovaciones institucionales e historiográficas. Remon-témonos un poco más al pasado para comprender la profundidad del predominio del americanismo histórico y la magnitud del cambio experimentado por éste en los años ochenta para superar su aislamiento y su rigidez teórica y metodológica. La relevante presencia del americanismo histórico español en el proceso de institucionalización y profesionalización de la disciplina histórica en España es visible desde que la ley García Alix, aprobada en 1900, dio nacimiento en España a las Cátedras de Doctorado, con la inclusión en ellas de la de Historia de América, inscrita a la Universidad Central de Madrid (Pasamar y Peiró 1987, 36). Su contri-bución estaba plenamente justificada dada la fuerza del pasado compartido entre España y América, que, lógicamente, convertía en parte de la propia historia de España al más largo período de la historia de Centro y Sudamérica desde 1492 has-ta la fecha. Pero, si ello no era causa suficiente, en el americanismo histórico parti-ciparon con fuerza integrantes de muy distintas orientaciones ideológicas que, en las primeras décadas del siglo XX, pretendían fortalecer el estudio de la historia de España en América para desmontar los argumentos de la tan extendida leyenda negra. Así, encontramos historiadores que se incluirían en el ‘hispanoamericanis-mo regeneracionista’, como Rafael Altamira o Adolfo González Posada, o a ‘ame-ricanistas panhispanistas’, como Julián Juderías (Sepúlveda 1994, 234-40). Fruto de las influencias del regeneracionismo surgirían en España las primeras instituciones de investigación, seguidoras de los modelos europeos, en las que el americanismo histórico tendría un papel destacado: el Centro de Estudios Históri-cos de Madrid, en 1909, y el Centro Oficial Español de Estudios Americanistas de Sevilla en 1914. Será con la Segunda República cuando se profundizará en ese desarrollo de la institucionalización y renovación del americanismo histórico, re-presentado por la creación, primero, del Centro de Estudios de Historia de América de la Universidad de Sevilla, que mantendrá su función docente e investigadora entre 1932 y 1936, y algo después, de la Sección de Estudios Americanos del Cen-tro de Estudios Históricos de Madrid, propiciada en 1934 por la puesta en marcha de un Plan de Expansión Cultural, emanado de la Junta de Relaciones Culturales del Ministerio de Estado (Tabanera 1993, 77-9). La quiebra que produjo la guerra civil y la victoria de los rebeldes conllevó el exilio y/o la represión de muchos, como Rafael Altamira o su discípulo José María Ots Capdequí, de los que encabezaron la renovación del americanismo histórico en los años veinte y treinta. Por ello, como señaló Pedro Vives, el americanismo rege-neracionista de raíz liberal no pudo en España dejar escuelas, sino secuelas (Vives 1992, 122). La reconstrucción de las universidades y de los centros de investiga-ción con vocación americanista tras el conflicto quedó marcada, como en otros

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ámbitos, por condicionamientos políticos, que obligaban a acatar la supeditación de la investigación y de la docencia al seguimiento de los principios ideológicos, polí-ticos y legitimadores del estado franquista (Pasamar 1991, 21). Los nuevos núcleos del americanismo histórico, en las Secciones de Historia de América de las Universidades de Madrid y Sevilla, dotadas en 1944, en el Instituto Fernández de Oviedo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, nacido en 1940 como el continuador ya depurado del anterior Centro de Estudios Históri-cos, y en la Escuela de Estudios Hispano-Americanos de Sevilla, nacida en 1942, se caracterizaron por la firme exaltación del pasado colonial y la vindicación de la acción conquistadora y misional de España en América. Esos objetivos, que com-binaban el interés científico y la función política de la historiografía, venían mar-cados tanto en los decretos de su creación, como en las líneas programáticas de las publicaciones que iban apareciendo (Tabanera 1999, 243-4). La historiografía española experimentó con claridad, aunque no sin dificultades y retrasos, desde los últimos años cincuenta un proceso de renovación, por efecto de la recepción y adopción de las propuestas, primero de Annales y, posteriormen-te, del marxismo o la nueva historia económica o política (Jover 1976, 223-4). En el ‘decenio de la reorganización’ (1955-1965) o de la ‘normalización académica’, se produjeron también ciertas aperturas institucionales (como la encabezada por el Ministro de Educación, Joaquín Ruíz Jiménez) y disciplinarias, que en la historia facilitaron la conversión de una historiografía preferentemente política e institucio-nal, caracterizada por su metodología positivista y erudita, en una historiografía social y económica (Eiras Roel 1976, 203). De todo ello, pocos efectos se percibieron en el americanismo histórico enrai-zado en los centros madrileños y sevillanos. Todavía en aquella época, en ellos se gozaba de unas estructuras académicas que habían crecido orgánica y financiera-mente de forma aventajada, merced a la estrecha relación de su producción histo-riográfica con la necesaria legitimación del régimen. Los descubrimientos geográ-ficos, la acción evangelizadora y la biografía de los grandes personajes del período colonial se mantenían como temas principales, abordados con categorías e interpre-taciones historiográficas propias del revisionismo ultranacionalista y católico. La fidelidad a esos compromisos políticos y legitimadores habían fortalecido a los núcleos del americanismo histórico tradicional, que todavía en los años sesenta se distinguía por un evidente elitismo, por la fuerte endogamia y por un cierto aisla-miento, derivado de la escasa contrastación externa de sus aportaciones científicas. La existencia en Madrid y Sevilla de los archivos fundamentales y de los cen-tros de investigación y docencia americanista mejor dotados y protegidos por el poder, concedió a estos núcleos de unas ventajas comparativas que provocaron una concentración geográfica de la tradición americanista que se agudizó entre los años cuarenta y cincuenta. De hecho, incipientes grupos de investigación surgidos en otras universidades en la inmediata postguerra, como el creado en torno al Semina-rio ‘Juan Bautista Muñoz’ en Valencia por Manuel Ballesteros Gabrois, con discí-pulos como José Alcina Franch o Mario Hernández Sánchez Barba, se fueron dilu-yendo desde 1950 ante el éxodo constante de sus integrantes hacia Madrid, atraídos por la fuerza y la proyección (no sólo académica) de la Universidad Complutense y del Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo. Los primeros intentos de consolida-ción de nuevos centros que competieran, incluso, con el monopolio madrileño y

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sevillano en el dominio de las publicaciones periódicas americanistas (la Revista de Indias del CSIC, desde 1940 o el Anuario de Estudios Americanos, desde 1944) no logran alcanzar todos sus objetivos. Prueba de ello fue la desaparición en 1969 del Boletín Americanista, creado en 1959 en la Universidad Central de Barcelona, y que sólo tras la creación del Departamento de Historia de América en esa Univer-sidad en el curso1977-78, pudo resucitar. El relativo inmovilismo institucional y teórico-metodológico del americanismo todavía en los sesenta se percibe, tanto si comparamos su situación con la de otras áreas de conocimiento de la historia o de otras ciencias sociales en la propia Espa-ña, como si recordamos la transformación de los estudios americanistas experimen-tada en la Europa occidental en esa década, ligada, fundamentalmente al desarrollo de Institutos, con la matriz de los ‘Area-Studies’, que proliferan por razones políti-cas, económicas y culturales en Gran Bretaña (los famosos Centros Parry de Cam-bridge, Glasgow, Liverpool, Londres y Oxford), Italia (el Instituto Italiano Lati-noamericano de Roma), Francia o Holanda (Mesa-Lago 1979, 176-9; Fisher 1993, 119-22). Este alejamiento del americanismo español de los procesos de cambio in-ternos y externos, nos lleva a pensar que su peculiar marco le permitió incluso duran-te el tardofranquismo y ‘sin cortapisas desentenderse de su objeto historiográfico, América y su realidad, para profundizar en las tesis iniciales’ (Vives 1992, 126). No fue hasta los primeros años setenta cuando comience a percibirse una mode-rada descentralización geográfica con visos de permanencia, una relativa amplia-ción temática en los programas de investigación, así como, una cierta transforma-ción de los planes de estudio universitarios, que hizo posible, entre otras cosas, la renovación generacional y la aparición de asignaturas específicas de Historia Con-temporánea de América, tan marginada hasta entonces del organigrama de los cen-tros oficiales. La consecuente dotación de nuevas plazas de profesores titulares y catedráticos en Historia de América en diversas universidades permitió que, alre-dedor de esos nuevos cargos, se consolidaran y fortalecieran nuevos Departamen-tos y Secciones dedicadas a esta disciplina (Universidad de Granada, Universidad de Córdoba, Universidad Autónoma de Madrid, Universidad Central de Barcelona, Universidad de Alcalá de Henares, etc.) (Tabanera 1999, 252-4). La Universidad de Valladolid sería en estos primeros años setenta que más destacaría, de la mano de la celebración de sus primeras Jornadas Americanistas, algunas de ellas, como las II Jornadas, celebradas en Tordesillas en 1972 alrededor de la Historia Maríti-ma, en estrecha colaboración con instituciones portuguesas. Esta dinamización que acompañaba la descentralización y la paralela consoli-dación de nuevos grupos y centros de investigación también creó nuevos intereses profesionales y científicos que no podían encontrar todavía espacio en ninguna asociación. Y será en 1973 cuando se inicie el proceso de creación de la Asocia-ción de Americanistas Españoles, que tuvo como presidente, hasta su muerte en 1975, a Ciriaco Pérez Bustamente, ex director del Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo, y como sede de la secretaría y de sus principales actividades al propio in-stituto. La primacía de este instituto del CSIC en la orientación de esta asociación profesional todavía estaba justificada por razones de historia, de presupuesto, de diseño geográfico y de política científica, aunque pueda sorprender que la creación de la Asociación de Americanistas Españoles coincidiera con una relativa crisis en el Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo, que implicó ‘un dilatado retraso’ de tres

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años en la publicación de la Revista de Indias’, desapareciendo de la circulación entre 1972 y 1974.

Los invitados a la fiesta del 92: Una breve descripción del americanismo en los años ochenta

La democratización de la vida política española aceleró, en ciertos ámbitos, la apertura en el americanismo de los últimos años setenta. El dramático fuego que afectó el 1 de diciembre de 1978 a la sede del Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo y que ocasionó la pérdida irreparable de la mayor parte de su inestimable biblioteca, así como de múltiples materiales de las diversas investigaciones en las que trabajaban sus miembros (como parte de aquellos que iba engrosando, desde 1951, el ambicioso Diplomatario Colombino) (Ezquerra 1994, 17), puede conside-rarse como un símbolo, puesto que la necesaria reconstrucción del centro del CSIC en sus medios y en su actividad fue acompañada de otras ‘reconstrucciones’ y adaptaciones del americanismo a las nuevas condiciones políticas, sociales y aca-démicas de la España democrática Algunas de ellas se dirigieron a la reducción de la primacía de la historia, y especialmente de la historia colonial, en el americanismo y otras profundizaron la descentralización geográfica de los núcleos de investigación americanista y la me-jor difusión de sus resultados. No hay que olvidar, por último y al comentar la di-fusión de las aportaciones del americanismo español, el meritorio esfuerzo realiza-do en los años de la consolidación democrática por adaptar los planes de estudios de las enseñanzas no universitarias, desechando los reaccionarios presupuestos y conceptos de la hispanidad franquista, que todavía eran visibles en los amplios sectores de la población española escolarizada en los más duros años de la posgue-rra. Una pequeña muestra de la permanencia de esos conceptos, todavía recogidos en los textos escolares españoles de los años sesenta (Ferro 1995, 192-3), la encon-tramos en los resultados de la encuesta realizada en enero de 1987 en los madrile-ños sobre América Latina y su historia. Al ser requeridos a definir el concepto ‘hispanidad’, los más jóvenes (entre los 25 y los 34 años) prefirieron calificarlo como un ‘término caduco’, mientras que los que nacieron entre 1933 y 1943 y, por tanto, llegaron a la escuela en los años en los que los presupuestos más nacionalis-tas, antiliberales y, cuasi fascistas, del franquismo se difundieron con mayor fuerza o violencia contestaron mayoritariamente que la ‘hispanidad’ era, parafraseando el programa de Falange Española, ‘la unidad de destinos en lo universal de los pue-blos hispanoamericanos’ (Peréz Herrero 1988, 81). Para depurar de contenidos ‘imperiales’ los textos escolares, en la primera mi-tad de la década de los ochenta se renovó el enfoque y los contenidos de los temas en los que se trataba la historia y la realidad americana. Así, el esquema de la histo-ria de América trasmitido en las escuelas de primaria y secundaria se dividía en tres núcleos temáticos (descubrimiento y conquista; independencia; aproximacio-nes al tercermundismo latinoamericano). Esa distribución temática, sobre todo en lo referente a la presencia del último bloque, evidenciaba los evidentes, aunque tímidos, avances de la confluencia entre el americanismo histórico y los estudios americanistas, vinculados ya a la politología, la sociología o la economía. A pesar de los notables cambios, el primer núcleo seguía dominando en los programas, en

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los que las culturas precolombinas eran abordadas muy marginalmente, mientras se excluía la aproximación a la historia de los siglo XIX y XX, en beneficio del tra-tamiento de la realidad actual del subcontinente en el contexto del Tercer mundo (obstáculos al desarrollo, déficits políticos, desigualdades sociales, etc.) (Vives 1992, 128-9). Mientras se trasladaban a los planes de estudio de secundaria las aperturas te-máticas y disciplinarias que en los estudios americanos se iban mostrando, algunas inercias se mantenían firmes en los primeros años ochenta. La que primero se debe hacer notar afectaba a los centros del americanismo español más antiguos (Madrid, Sevilla y Valladolid), en los que varios indicios (lectura de tesis doctorales, publi-caciones, etc.) demostraban que la primacía de la historia y, especialmente, de la historia colonial o del s.XIX de las todavía colonias españolas de Cuba y Puerto Rico no se debilitaba. La revisión de las tesis sobre temas americanos leídas entre los años 1977 y 1990 en España muestra claramente la posición dominante que ocupa la Universi-dad Complutense de Madrid (con un 51.8 por ciento del total de tesis leías), siendo la historia colonial la que lleva todavía el mayor peso de los estudios americanistas (con un 36,6 por ciento del conjunto), seguida en casi el mismo plano de la lingüís-tica y la literatura y de la historia contemporánea, aunque ya aparecen cifras muy significativas de trabajos procedentes de la Facultad de Ciencias Políticas y Socio-logía y de la Facultad de Ciencias Económicas. Al margen de Madrid, la vocación histórica y colonial es más acentuada, puesto que sólo las universidades de Sevilla (con 83 tesis leídas, 70 de ellas de historia colonial), Navarra y Valladolid alcanzan porcentajes significativos, todavía en su absoluta mayoría con aquella orientación cronológica. El resto de las 22 universidades en las que se presentaron tesis ameri-canistas sólo tiene porcentajes de participación entre el 3 y el 0,2 por ciento, muy lejadas de las de Sevilla (17,3 por ciento), Navarra (5,1) y Valladolid (4,8) (Mala-mud y Pérez, s.a.). Una visión más detallada de las tesis leídas en el Departamento de Historia de América de la Complutense, el más tradición y presencia americanista en esa Uni-versidad, entre 1976 y 1981 muestra el evidente peso de la historia colonial: de 20 tesis doctorales, 14 abordan este período, aunque ya desde propuestas teóricas y metodológicas que se alejan de la vieja historia política e institucional (que todavía están presentes), participando entre otros de los postulados de la historia social o regional, cuatro se inscriben en la historia contemporánea y dos en la historia del arte (Bravo Guerreira 1981, 197-209). El mantenimiento de la historia colonial en las Universidad de Sevilla, Vallado-lid o Navarra (muy centrada en los temas referentes a la historia de la Iglesia en América) puede comprenderse todavía dada la fuerza de las instituciones próximas (Escuela de Estudios Hispano-Americanos) o de las ya mencionadas ‘ventajas comparativas’ (Archivo de Indias o Archivo de Simancas). Será, no obstante, ya muy visible la realidad de la descentralización geográfica y de la diversidad teórica y metodológica. Éstas fueron favorecidas no sólo por la renovación historiográfica que el nuevo clima democrático alentaba en un medio (el americanista) tan cargado de funciones legitimadoras bajo la dictadura, sino por la inclusión de asignaturas sobre América en los renovados planes de estudio, como materias obligatorias u optativas de creciente presencia, cuando la creación de nuevas universidades se

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multiplicó a raíz de la construcción del Estado de las Autonomías. Un buen ejemplo de la diversidad y del cambio a principios de los años ochenta lo encontramos en la Universidad Central y en la Universidad Autónoma de Barce-lona, donde se creó en 1973, sólo tres años después de nacer como Universidad, el Grupo de Estudios Latinoamericanos. En la primera, con la dirección inicial de Manuel Lucena Salmoral en el Departamento de Historia de América, vuelve a editarse el Boletín Americanista en 1978, en cuyas páginas se percibe una renova-ción profunda de enfoques, modelos teóricos y temas, que le distanciaba sustan-cialmente en los primeros ochenta de las revistas de los dos Institutos del CSIC de Madrid y Sevilla. En esta publicación, y en otras surgidas de la investigación de miembros de su Departamento, aparecen tanto firmes reconocimientos de las apor-taciones realizadas por americanistas exiliados durante el franquismo y olvidados por el americanismo dominante hasta hacía pocos años, como Pau Vila o Angel Palerm en 1980, como nuevas aportaciones a antiguos debates (como el mantenido en el Boletín desde 1978 a 1980 entre Carlos Martínez Shaw y Josep Mª Delgado sobre la exclusión de los catalanes en la colonización y el comercio americano) y, especialmente, trabajos muy comprometidos con algunas posiciones teóricas (co-mo los de Miquel Izard, representantes de una lectura ligada a la teoría de la de-pendencia de la historia americana)(Izard 1978 y 1979) o con el acercamiento a nuevos sujetos históricos, no atendidos por el americanismo español hasta entonces (González Luna 1986). El mencionado Grupo de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Autó-noma de Barcelona fue insólito en los primeros años de su existencia, por constituir un único ejemplo de centro de discusión e investigación interdisciplinar, compara-ble a los que ya vimos que aparecieron en Europa. Con integrantes procedentes de la geografía, la antropología cultural, la historia, la sociología, la economía o la literatura llegó a publicar algunos números de un boletín, Información Latinoame-ricana, y diversos materiales procedentes de encuentros, como el celebrado sobre ‘Estructuras Sociales y Regímenes Autoritarios en los Países Latinos’ (Mesa-Lago 1979, 92). Todas estas tendencias en pos de la ampliación del campo americanista hacia las ciencias sociales y las humanidades, más allá de la historia, y en favor de la diversificación geográfica se alteraron por los efectos extraordinarios que emana-ron de la conmemoración del V Centenario del Descubrimiento de América y de la fuerte apuesta oficial en su favor realizada por diversas administraciones españo-las, encabezadas por la Comisión Nacional y de la Sociedad Estatal del V Centena-rio, que desde 1985 nació como expresión de la apuesta pública por la ampliación del conocimiento y del interés hacia América Latina, tratando de evitar (no siempre sin conseguirlo) que los actos más mediáticos y espectaculares (Exposición Uni-versal de Sevilla, Olimpiadas de Barcelona) ocultaran objetivos más permanentes.

De celebrar un encuentro a recordar una despedida: del 92 al 98

La fiebre conmemorativa, muy característica de la historiografía americanista es-pañola, que ha encontrado gran parte de su agenda ya cerrada por esa inclinación, sirvió en este contexto para disfrutar de nuevas ventajas. Una de ellas llegó de la posibilidad de aprovechar un amplio apoyo institucional para desarrollar tenden-

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cias y enfoques, algunos asumidos en España recientemente y ya extendidos en otros contextos externos. Y es que muchos de los núcleos americanistas de reciente creación tuvieron que esperar para encontrar apoyo económico y amplias posibili-dades de publicación de sus investigaciones al desarrollo de las instituciones de los diversos gobiernos autonómicos, que fue seguido en algunos casos por la aparición de Universidades de nueva factura, y, muy especialmente, a la prolífica creación de las Comisiones autonómicas, provinciales o, incluso municipales, de conmemora-ción del V Centenario del Descubrimiento de América (Tabanera 1998a, 8). También parecía haber llegado la hora de superar una derivación del fuerte ras-go nacionalista que había marcado al americanismo histórico de las décadas ante-riores: el alejamiento de los intereses científicos de los grupos y centros de investi-gación y discusión internacionales. Puesto que en 1988 todavía podía destacarse la ausencia en la historiografía americanista española de temas ya centrales en otras, como el análisis de los sistemas políticos, las relaciones internacionales, la forma-ción de los Estados Nacionales o la comparación entre diversas estructuras sociales o económicas (Serrera y Pérez 1988, 77-8), el estímulo del V Centenario podía servir de marco al proceso, ya iniciado, de ampliación temática en el americanismo histórico y, muy especialmente, al fomento de la inter y multidisciplinariedad en el abordaje de lo americano. No podemos olvidar, que en este momento de fuerte agitación en las aguas del americanismo, el mundo académico español pudo aprovecharse de los beneficiosos efectos que acompañaron la integración en él de un número muy relevante de pro-fesores e investigadores latinoamericanos, que recalaron en España desde la mitad de los años setenta, directamente o tras el paso por otros países europeos, en busca de refugio o de mayores posibilidades de realización profesional cuando en sus países de origen se padecían dictaduras y crisis políticas y económicas de profundo calado. Uruguayos, como Carlos M. Rama o Nélson Martínez Díaz; argentinos, como Carlos Malamud, Sonia Mattalía y Carlos Rodríguez Braum y, chilenos, co-mo Miguel Rojas Mix y César Yáñez, sólo son una prueba de lo anterior. La expe-riencia que aportó este numeroso y diverso grupo, su diversa formación (historia-dores, economistas, politólogos, lingüistas, etc.) y sus nuevos puntos de vista enri-quecieron, sin ninguna duda, el panorama de los estudios americanistas españoles. Pero, regresando al V Centenario, señalar que la gran demanda de trabajos, de todo tipo, sobre temas americanos que mostraran la fuerza y la constancia de cual-quier relación con España, era constatable en un mercado muy alimentado por la financiación pública. Por ello, algunos peligros se ciñeron sobre el americanismo. Uno de los más evidentes nació de que se abrieron muchas y cuantiosas posibilida-des de financiación que, al no contar con los necesarios controles o exigencias, favorecieron el arribismo y el diletantismo americanista, muy evidente en múltiples proyectos subvencionados con fondos de comisiones nacionales, autonómicas o municipales, que pecaban de excesivo localismo mal entendido, de un uso poco adecuado de fuentes no siempre relevantes y de una debilidad argumental inacep-table (Malamud 1991, 51). Otro de los riesgos apareció por efecto de la situación política e institucional española, aún muy determinada por la reciente transición a la democracia y por estar todavía en marcha la construcción del Estado de las Autonomías. Por ello todavía la historia, y también la historia de España en América o la historia de la

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emigración española de cualquier provincia o región al continente, por ejemplo, resultaban bastante rentables para ciertas posiciones políticas e ideológicas desple-gadas en las nacionalidades históricas y en las nuevas entidades autonómicas, pues servía para dibujar con perfiles más claros el pasado de las nuevas entidades admi-nistrativas y justificar con nuevos argumentos las cotas de autonomía y diferencia-ción logradas. La magnitud del acontecimiento movilizó los intereses de los grupos america-nistas, pero, debe reconocerse, los centros del americanismo histórico tradicionales se anticiparon a la fiebre que se extendió en los últimos años ochenta y primeros años noventa, aunque con modos que no siempre mostraban el paso del tiempo. Prueba muy significativa de esa anticipación en el aprovechamiento de las posibi-lidades que generaría la conmemoración del V Centenario fue el nacimiento de la primera revista que el Departamento de Historia de América de la Universidad Complutense promovía y que llevaría hasta 1990 el sonoro nombre de Quinto Cen-tenario (Tabanera 1998b, 115). Su director, Mario Hernández Sánchez-Barba es-cribía en la presentación del primer número que, ante la conmemoración del 92, los americanistas españoles tenían que cumplir con su función social, ya no de investi-gación, sino de difusión de sus conocimientos, asumiendo una particular visión de la disciplina y un específico compromiso: ‘los historiadores tenemos la grave obli-gación de hacer ver las verdades objetivas fundamentales y, por añadidura, los americanistas dar a conocer el legado de una tradición impar, que se inicia en la misma alborada de la fecha a la que nos venimos refiriendo, podemos advertir con claridad, cual pueda ser la noble justificación de nuestra actitud por saber, enten-diéndola como principal fuente para comunicar’ (Hernández 1981, xii). Mientras palabras con el mismo tono que éstas se seguían difundiendo desde ciertos sectores americanistas, todavía reticentes a desprenderse de ciertas funcio-nes puramente vindicativas del pasado español, algunas medidas de política cultu-ral y científica que se pusieron en marcha desde la mitad de los años ochenta co-menzaron a dejar profunda huella. Así, durante los años previos a la fecha crucial los estudios americanistas se convirtieron en línea prioritaria del Plan Nacional de Investigación y Desarrollo, con lo que la financiación de tesis doctorales y proyectos de investigación centra-dos en los ‘estudios sociales y culturales sobre América Latina’ permitió ampliar la formación y la dedicación al americanismo de una parte relevante de la actual ge-neración de investigadores españoles. También desde 1985 se pusieron en marcha los Programas Movilizadores para potenciar proyectos de investigación multidisci-plinarios entre los miembros de los distintos institutos del CSIC, y que, en el caso que nos ocupa, permitió una más íntima colaboración entre los historiadores ameri-canistas y los historiadores de la ciencia alrededor del estudio de las relaciones culturales y científicas entre España y América. Fruto de esa apuesta estatal surgió lo que Mónica Quijada llamó la primera y más interesante ‘masa crítica en el ámbi-to de la investigación’ surgida en España, como resultado de una intensa política de formación de jóvenes investigadores (Quijada, 1997, 61-76). La publicación de los resultados de muchas de estas investigaciones subvencio-nadas con programas de ayuda a la investigación contribuyó a engrosar la oferta de monografías, colecciones y publicaciones periódicas americanistas (entre las que destacó la revista Síntesis, nacida en 1987 como revista documental de Ciencias

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Sociales iberoamericanas por iniciativa de AIETI (Asociación de Investigación y Especialización sobre Temas Iberoamericanos). Muchas de esas publicaciones formaron parte de los programas de publicación de la Comisión Nacional o de las diversas Comisiones Autonómicas, encargadas de preparar el V Centenario, aun-que otras vieron la luz merced la apuesta de diversas empresas y editoriales priva-das que, si bien pudieron gozar en ocasiones de cierta financiación o apoyo de la Sociedad Estatal para la Ejecución de programas del Quinto Centenario, respondie-ron al creciente interés social sobre las cuestiones americanas. Podríamos aludir a las colecciones Protagonistas de América y Crónicas de América, realizadas por la editorial Historia 16 y que se distinguió por su afán divulgador, en compañía de la Editorial Anaya y su colección Biblioteca Iberoamericana. Con mayores preten-siones científicas, no puede olvidarse a la magnífica, y tristemente desaparecida, colección Alianza América, dirigida por Nicolás Sánchez Albornoz en Alianza Editorial, en la que aparecieron decenas de trabajos de americanistas, tanto españo-les como extranjeros, en los que se proponían desde historias regionales, a estudios económicos y demográficos, con sugerentes y novedosas aportaciones teóricas y metodológicas. Algunos de los títulos de esta colección surgieron de la elaboración de tesis doctorales en la universidad española, que en los cursos 1991-1992 y 1992-1993 se multiplicaron extraordinariamente. En esos dos cursos se presentaron 247 tesis doctorales, cuando en los trece anteriores la cifra alcanzó las 478. Analizando la procedencia geográfica, la temática y la cronología de esos trabajos1 comprobamos la confirmación de varias tendencias ya señaladas: la descentralización geográfica favorecida por la proliferación de las universidades de nueva creación, que provoca el descenso de la participación de las Universidades de más tradición americanista, como la Complutense de Madrid (que pasa del 51,8, del período 1977-1990, al 41,3 por ciento) y la Universidad de Sevilla ( que se reduce del 17,3 al 12,1 por ciento). La primacía de la historia colonial en el americanismo histórico se mantie-ne logrando el 21,4 por ciento del total de tesis leídas, dado el lento avance de los estudios contemporaneístas. Sin embargo, ya el mayor porcentaje de trabajos pre-sentados son de lingüística y literatura, con un relevante 25,1 por ciento. Esto últi-mo no deja, sin embargo, de sorprender cuando una parte sustancial de esos traba-jos provienen de la Universidad Complutense, pocos años después de la desapari-ción del Departamento de Literatura Hispanoamericana, tras 20 años de funciona-miento independiente, para ser integrada su estructura en el Departamento de Lite-ratura Española. Como señala Fernando R. Lafuente, el proceso de institucionali-zación de la literatura hispanoamericana ha sido lento y sigue siendo complejo, al presentar dolencias de difícil resolución y que proceden de los obstáculos adminis-trativos que se derivan de una visión centrípeta de la lengua española y de la in-completa consolidación de la crítica literaria hispanoamericanista española como disciplina universitaria (Lafuente 1997, 54-9). A pesar de estas justas quejas, en numerosos casos la aprobación de nuevos planes de estudio en las universidades españolas en los primeros años noventa re-fleja parte del esfuerzo realizado, puesto que fue frecuente que en aquellas univer-sidades donde el americanismo estaba presente de forma casi simbólica, los nuevos planes de las titulaciones de Humanidades y Ciencias Sociales dieran más espacio a asignaturas relacionadas con América, respondiendo a la creciente demanda pú-

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blica y a la necesidad de integrar y consolidar a los miembros de grupos y proyec-tos de investigación formados en los años anteriores. Otra expresión del mayor compromiso de la universidad española con los estu-dios americanistas multidisciplinares se encontró en la creación en su seno de insti-tutos y centros de investigación americanistas, que han demostrado una vocación de permanencia y crecimiento loable. Uno de ellos es el Instituto Interuniversitario de Estudios de Iberoamérica y Portugal de la Universidad de Salamanca (IIEIP), creado el 27 de febrero de 1992 y en el que se instalan las cátedras ‘Domingo F. Sarmiento de Estudios Argentinos’ y ‘Andrés Bello de Estudios Venezolanos’. Sus diversas actividades se centran en la dotación de la Maestría en Estudios Latino-americanos y de la Especialidad en Estudios Latinoamericanos que reconoce una especialización a los licenciados de la Universidad de Salamanca que superen en el programa del Instituto materias de economía, literatura, geografía y politología, así como en la gestión de diversos proyectos de investigación, en el que se prima la ciencia política, la sociología y la historia. Su labor divulgadora se ve confirmada con la publicación de la revista cuatrimestral América Latina hoy, en la que se per-cibe el avance de los estudios americanistas españoles hacia modelos de integra-ción disciplinaria, abordando temas, como el de crisis del estado latinoamericano, con la participación de historiadores, politólogos o economistas españoles y forá-neos en un diálogo fructífero. La institucionalización de centros comparables al IIEIP de Salamanca en espa-cios con menor tradición americanista se extendió por todo el país, debiendo recor-dar, sin la pretensión de ser exhaustivos al Centro Extremeño de Estudios y Coope-ración Iberoamericana (CEXECI), creado como fundación privada con los auspi-cios de loa Universidad de Extremadura y de la Junta de Extremadura, bajo la di-rección de Miguel Rojas Mix. Con una biblioteca especializada surgida en 1979, con convenios en diversas universidades latinoamericanas, con la dirección de di-versos cursos y programas, y, entre otras actividades, con su colaboración en la revista de cultura hispanoamericana Revista con eñe, se ha consolidado como un centro de formación y discusión americanista muy relevante. Más reciente ha sido la creación del Centro de Investigaciones de América Latina (CIAL) en la Univer-sidad de Castellón en 1994. Colaborando en su seno historiadores, historiadores del arte o geógrafos, pronto entabló convenios con universidades europeas y america-nas para la promoción del intercambio de profesores y estudiantes, embarcándose en el mantenimiento de una línea editorial en la que se incluyen monografías, actas de congresos internacionales celebradas en su sede (CIAL 2000) y la revista Tiem-pos de América, nacida en 1997. Afortunadamente, estos nuevos centros, junto a la mayoría de los de más larga historia, han podido resistir la resaca posterior al cierre el 12 de octubre de 1992 de los principales actos de celebración del V Centenario. A la crisis que azotó a la economía española, al cierre de los programas prioritarios de investigación y desa-rrollo nacionales y a la conclusión de la financiación pública, se unió lo que algu-nos definieron como la saturación del mercado y el hastío mayoritario ante los te-mas americanos. Todo ello frenó significativamente el ímpetu con el que desde hacía algo más de un lustro se desenvolvía el nuevo americanismo español y mu-chos proyectos quedaron a la deriva y varias víctimas en las instituciones o las edi-toriales quedaron en el camino, sin poder resistir a la espera de la nueva conmemo-

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ración que se avecinaba: la de 1898 (Tabanera 2001, 261). Parece lógico pensar que en las malas coyunturas, las instancias americanistas más sólidamente instaladas (las relacionadas con el americanismo histórico) resis-tieran mejor el reflujo presupuestario y editorial, con lo que se explicaría que en el último estudio realizado sobre el estado de la investigación y la docencia america-nistas en España se confirmara que la especialización académica mayoritaria de aquellos encuestados que se consideran ‘americanistas’ es la Historia. Tanto es así que siendo los historiadores el 42,9 por ciento del total registrado, el siguiente gru-po lo constituyen ya lejanamente los antropólogos, con un 13,2 por ciento, ratifi-cando, como señalan los autores del trabajo, que la Historia de América es sobra-damente la disciplina que tiene ‘una mayor solera en las universidades españolas en relación al resto de especialidades relacionadas con el estudio de América’ (Ca-rreras, Mayo, Pérez y Román 2000, 211). Hay que destacar, no obstante que au-mento de la preocupación de los historiadores americanistas españoles por el pasa-do más reciente y por aportar, como tales, su experiencia y su trabajo en la com-prensión y modificación de la realidad americana también han aumentado signifi-cativamente, con lo que tienden progresivamente a colaborar y relacionarse con otros científicos sociales americanistas. De hecho, ya en el Departamento de Histo-ria Contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid el porcentaje de tesis doctorales leídas centradas en la historia contemporánea se acercan casi al 50 por ciento, en detrimento de la historia colonial (de un total de 56 trabajos presen-tados entre 1989 y 1998, 28 se inscriben el período colonial y 25 al contemporá-neo) (Ponce 1999, 325-52). Ciertos datos confirman la adaptación de los intereses científicos y sociales de los americanistas españoles a los cambios experimentados en las últimas décadas. Aunque el americanismo sigue dirigiendo su atención mayoritaria a América Lati-na, Brasil y la América anglosajona ya comienzan a aparecer en la agenda y la mi-rada hacia el continente deja de ser fundamentalmente centrípeta. Más aún, a pesar de que los americanistas consultados consideren en un 82 por ciento que sus inves-tigaciones (calificadas en un 42,9 por ciento como de aplicación práctica) no son tenidas en cuenta por las instituciones públicas españolas relacionadas con el con-tinente, tienden ya a orientar su atención hacia campos de aplicación práctica, entre los que destacan los que se definen como ‘mejorar la situación sociopolítica y cul-tural de América Latina’, ‘cooperación al desarrollo’, ‘recuperar el patrimonio his-tórico-cultural’ y ‘formar cuadros administrativos y de gestión’ (Carreras, Mayo, Pérez y Román 2000, 223-5). La revisión detenida de las últimas tesis doctorales presentadas en la universi-dad española desde 1993 a 2000 y recogidas por el CINDOC, de los contenidos de las colecciones publicadas por los principales centros americanistas del momento y de la orientación de muchos de los proyectos de investigación financiados con fon-dos públicos, confirmarían que los problemas abordados desde el americanismo español ahora tienden a coincidir con los que preocupan a los americanistas euro-peos y americanos. Y aunque aún queda mucho por conseguir ante la magnitud de los objetivos planteados, se puede concluir con que se ha superado suficientemente ya el distanciamiento que durante demasiadas décadas padeció el americanismo español de su propio objeto de estudio: América.

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* * * Nuria Tabanera García es Profesora Titular de Historia de América en la Uni-versidad de Valencia. Sus contribuciones más destacadas se centran en el estudio de la emigración y el exilio español en América Latina y sobre las relaciones diplomáticas y culturales entre España y América Latina en el siglo XX. Entre sus publicaciones se encuentran: Ilusiones y desencuentros. La acción diplomáti-ca republicana en Hispanoamérica (1931-1939) (Madrid, 1996) y ‘Los amigos tenían razón. México en la política exterior del primer franquismo’, en: C. Lida (comp.) México y España en el primer franquismo, 1939-1950 (México, 2001). <[email protected]> Nota

1. Referencias obtenidas en la base de datos ‘Tesis doctorales’ sobre América Latina elaborada por el CINDOC. http://pci240.cindoc.csic.es.

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