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UN DECÁLOGO PARA HUMANIZAR EL HOSPITAL El hospital es uno de los lugares que más frecuenta la humanidad: sea para controles médicos, sea por enfermedad, por el nacimiento de un hijo o por la muerte de un ser querido. Son muchos los que tienen en él su primera cuna en el momento de nacer, y muchos también su última cama en el momento de morir. El hospital es un complejo caleidoscopio de la historia humana. A unos les inspira confianza; a otros, temor. Hay quien lo percibe como un lugar sagrado y una expresión sublime de la solicitud humana, y quien lo ve como un mundo lleno de insuficiencias y malos servicios; unos escriben a los periódicos para expresar su agradecimiento, y otros amenazan con llamar a un abogado por arbitrariedades o fallos. Unos atraviesan su umbral una sola vez para el diagnóstico de algún malestar momentáneo, y esperan no volver a visitarlo nunca jamás; otros tienen que volver a él constantemente para repetir exámenes y someterse a terapias salvavidas; algunos recorren sus pasillos unos minutos para visitar a un amigo enfermo, y otros trabajan en él todos los días y pasan allí buena parte de su vida para ganarse el pan”. 1. Acogida La palabra “hospital” significa “hospedar”, ofrecer acogida. La primera tarjeta de visita de un hospital es la entrada, la acogida del que llega. El huésped se da cuenta, ya en el contacto inicial, de si se le acoge con humanidad y amabilidad o si se le trata con distanciamiento e indiferencia. Incluso el aspecto arquitectónico expresa la atmósfera de un hospital

Un decálogo para humanizar el hospital

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UN DECÁLOGO PARA HUMANIZAR EL HOSPITAL

El hospital es uno de los lugares que más frecuenta la humanidad: sea para controles médicos, sea por enfermedad, por el nacimiento de un hijo o por la muerte de un ser querido. Son muchos los que tienen en él su primera cuna en el momento de nacer, y muchos también su última cama en el momento de morir.

El hospital es un complejo caleidoscopio de la historia humana. A unos les inspira confianza; a otros, temor.

Hay quien lo percibe como un lugar sagrado y una expresión sublime de la solicitud humana, y quien lo ve como un mundo lleno de insuficiencias y malos servicios; unos escriben a los periódicos para expresar su agradecimiento, y otros amenazan con llamar a un abogado por arbitrariedades o fallos.

Unos atraviesan su umbral una sola vez para el diagnóstico de algún malestar momentáneo, y esperan no volver a visitarlo nunca jamás; otros tienen que volver a él constantemente para repetir exámenes y someterse a terapias salvavidas; algunos recorren sus pasillos unos minutos para visitar a un amigo enfermo, y otros trabajan en él todos los días y pasan allí buena parte de su vida para ganarse el pan”.

1. Acogida

La palabra “hospital” significa “hospedar”, ofrecer acogida. La primera tarjeta de visita de un hospital es la entrada, la acogida del que llega. El huésped se da cuenta, ya en el contacto inicial, de si se le acoge con humanidad y amabilidad o si se le trata con distanciamiento e indiferencia.

Incluso el aspecto arquitectónico expresa la atmósfera de un hospital

El primer impacto puede producir en el enfermo y en sus familiares una sensación de confianza y de estímulo o incrementar la ansiedad y desencadenar en ellos actitudes negativas.

Antaño, el ingreso en un hospital era un momento significativo y ritual: se lavaba al huésped, y luego se le atendía y curaba.

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Actualmente, muchas estructuras están revisando sus servicios de acogida.

2. Centralidad del enfermo

Poner al enfermo en el centro significa convertirlo en protagonista de su salud y de su enfermedad e informarlo sobre las medidas de diagnóstico y terapia que se le van a aplicar. A menudo se tiene la impresión de que, en caso de enfermedad grave, inmediatamente se empieza a tratar al paciente como a un niño incapaz de afrontar su verdad y su situación, y ya sólo impera la “conjura del silencio”, tanto por parte de los médicos como de los familiares.

Poner al enfermo en el centro significa, además, pensar en primer lugar en él al organizar el sistema de salud, al diseñar las estructuras sanitarias y su ubicación, al establecer los horarios de las comidas y de las visitas y al distribuir los recursos humanos y económicos. Frecuentemente, la centralidad del enfermo ha sido sustituida por otros protagonistas de orden político, sindical, administrativo y organizativo, y se advierte una incoherencia evidente entre el objetivo manifestado de promover la salud y la prioridad que, de hecho, se da a otros intereses.

3. Humanidad

Un hospital sin humanidad es como un matrimonio sin amor o como una Iglesia sin fe. Alguien ha escrito que el hospital es el corazón de una sociedad, del mismo modo que la escuela es su cabeza, y los servicios su cuerpo.

La humanidad de una estructura para la salud depende fundamentalmente de las relaciones que se crean entre los enfermos y los trabajadores. La orientación humanista está atenta a la unicidad e integridad de cada persona, con su historia y su cultura.

La deshumanización aumenta cuando sobresalen las relaciones funcionales, en detrimento de las personales.

4. Integridad del enfermo

A la entrada de uno de los más antiguos hospitales de Roma hay esculpida una frase que resume perfectamente los horizontes de la

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curación: “Ven para ser sanado; si no sanado, al menos curado: y si no curado, al menos consolado”. Los tres verbos - sanar, curar, consolar - resumen las prioridades fundamentales de la profesión sanitaria.

La curación integral comporta atención a las diversas esferas de la persona. La preocupación del médico es “qué” hay que curar, en lugar de “quién” es la persona a la que hay que curar; es decir, se atiende el problema y se descuida a la persona. El enfermo se convierte en un caso interesante, en una cosa que hay que “estudiar”, más que en una persona a la que hay que conocer y escuchar. Se dedica todo el tiempo a la enfermedad, y no queda nada para la persona.

5. Trabajo en equipo

“Trabajar en grupo para servir mejor” se ha convertido en un eslogan del mundo de la salud. El progreso pasa a través de la cooperación de muchos esfuerzos y pequeñas aportaciones que, dinámicamente armonizados, permiten hacer grandes cosas.

El trabajo en equipo no se improvisa, sino que requiere un entrenamiento exigente. Una responsabilidad específica tienen en esto las escuelas médicas y paramédicas, llamadas a educar a los estudiantes en la colaboración interdisciplinar.

6. Formación permanente

Un elemento que cualifica un hospital humanizado es la actualización y la formación del personal.

San Camilo de Lelis, promotor de la reforma asistencial en el siglo XVI, consideraba que esa reforma debía basarse no en la creación de nuevas estructuras, sino en insertar en ellas personas con un espíritu y unas motivaciones capaces de transformar el hospital.

La motivación es la fuerza vital que permite afrontar incluso las mayores dificultades. Para que no se debilite o se apague, necesita el incentivo de la formación permanente a través de la participación en cursos y seminarios, en los que se reciben y sienten nuevos estímulos, se evalúa la propia tarea y se dilatan los saberes.

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Es responsabilidad de los órganos directivos de una institución dedicar tiempos y recursos a la actualización del personal, haciendo un análisis de las necesidades formativas, proyectando las actividades oportunas, evaluando los resultados conseguidos y tratando de difundir los conocimientos adquiridos por todos los estratos de la organización.

Sin formación no hay renovación, y crece y se extiende el descontento.

7. Capacidad profesional

El objetivo de la formación es mejorar la profesionalidad de los agentes de salud. Se honra al enfermo en la medida en que quien le asiste es capaz y responsable en el desempeño de sus tareas.

La fiabilidad de un hospital está vinculada a la capacidad del personal, tanto desde el punto de vista médico como de la organización y relacional.

Capacidad significa también coherencia entre los propios principios y las propias acciones, lealtad para llevar a cabo las tareas que se asumen, espíritu de equilibrio y disponibilidad.

El arribista, más que buscar en la profesión un modo de ser útil al prójimo, utiliza al prójimo y el ámbito del trabajo para conseguir sus propios objetivos e intereses. Su intención última consiste en conseguir posiciones de prestigio, relevancia social y salarios cada vez más altos. Sacrifica así la «sacralidad» de la profesión, con el fin de obtener beneficios prácticos para él;

8. Transparencia

En los últimos tiempos ha ido creciendo en muchos países la desconfianza hacia las instituciones y la política, culpables de haber contribuido a crear un clima de amoralidad e instrumentalización.

También dentro del sistema de salud, microcosmo de una sociedad más vasta, las palabras de orden son: transparencia administrativa, coherencia profesional y ética de la conducta.

Transparencia de relaciones, en primer lugar con el enfermo, que debe ser atendido en lugares donde tenga aseguradas la higiene y la dignidad, donde no esté expuesto a esperas extenuantes sin

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razón y donde no se le descuide sólo porque no tiene recomendaciones de personas de relieve.

Transparencia también con el personal, al que se debe retribuir adecuadamente por los trabajos que realiza y no someterle a turnos de trabajo agotadores para compensar las carencias de organización, con consecuencias negativas sobre la calidad de la asistencia al enfermo. Por otra parte, también es un deber que el personal adquiera una mayor conciencia de sus deberes, no sólo de sus derechos.

Transparencia, además, a nivel administrativo, mediante la gestión recta, la claridad y honestidad informativa y el discernimiento en la distribución de los recursos.

La exigencia de renovación moral choca con una realidad que mantiene sólidas raíces sociales: el clientelismo, que se sirve de medios equívocos o ilícitos para conquistar o mantener el poder.

9. Pertenencia

Para algunos, el hospital se ha convertido en una segunda casa, ya que trabajan en él durante un período de veinte a cuarenta años. Pero trabajar en una estructura miles de horas no la convierte en un ámbito de pertenencia afectiva, si no se aprende a quererla. Hay quien va al hospital únicamente por el salario, no como a un lugar donde escribir páginas de historia que mejoren la sociedad.

Para humanizar el hospital es preciso recuperar el sentido de orgullo y pertenencia, vivir el propio trabajo como una misión para con los enfermos y la sociedad y como una oportunidad para realizar las propias cualidades personales.

Quienes son responsables de la dirección sanitaria y administrativa de un hospital promueven el sentido de pertenencia aceptando las críticas constructivas que pueden mejorarlo, implicando a los empleados en las decisiones que tienen que ver con la estructura, aprovechando las ocasiones oportunas para saber reconocer el trabajo de los que se jubilan o se han distinguido en su profesión, creando y favoreciendo tiempos y espacios recreativos y aglutinantes, incluso con las familias de los empleados.

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El hospital no es sólo la ciudad habitada por los diversos rostros del dolor, sino también por los diversos rostros de la esperanza. Son rostros de esperanza los enfermos que, en medio de múltiples dificultades y de la persistencia de enfermedades crónicas o terminales, irradian serenidad, dando así un ejemplo de valentía.

Son rostros de esperanza los que saben ofrecer mensajes de consuelo y testimonian la bondad a través de sus acciones. Son símbolos de esperanza los administradores que saben tomar decisiones sabias y valientes por el bien de los enfermos y no se rinden ante los obstáculos interpuestos por los individuos o los grupos que tienen intereses particulares.

El reto de la esperanza consiste en tener que luchar constantemente para oponerse a las fuerzas que tratan de ahogarla, negarla o eliminarla. Su peor enemigo es el pesimismo interpretado por quienes ven las cosas por su peor cara, manifiestan desconfianza ante los esfuerzos por cambiar o se empeñan en destruir y denigrar, más que en construir y afirmar.

La estrategia de la esperanza consiste en valorar los pequeños pasos y mantener abiertas las ventanas cuando se cierran las puertas. La esperanza no es insensible a los problemas que provocan inquietud y amargura, no ignora las carencias que constelan la cotidianidad: pero trabaja para transformar las crisis en oportunidades, las incoherencias en sana confrontación, y el cansancio en renovado compromiso.

Conclusión

Hemos esbozado diez «itinerarios» que pueden contribuir a convertir el hospital en un lugar más humano, tanto para los enfermos como para el personal de la salud. Pero contar con un mapa no sirve de nada si no vamos a ir de viaje .

Existen muchos obstáculos y resistencias para llevar a cabo este decálogo, pero estar motivados y tener una visión del futuro es el mejor modo de prepararlo.

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No se da verdadera humanización sin fuertes motivaciones, sin valores. Por esto es necesaria la valoración de la dimensión espiritual para dar un rostro humano a la asistencia.

Valores de dedicación, entrega, disponibilidad en quien trabaja; de paciencia, confianza y respeto por parte de enfermos y familiares.

La fe cristiana puede ser un aliado precioso en esta obra de humanización. Mirar a Jesucristo como inspirador puede ser fuente de energía en este proceso.

Quiero compartir algunas sugestiones que encontramos en los Evangelio.

“No tengo a nadie”, dijo un enfermo a Jesús. Tal vez sean las palabras más tristes del Evangelio. Tenemos un sueño: que nadie en nuestros hospitales pueda repetir estas palabras, sin esperanza y horizonte de vida.

Había un hombre que había perdido toda dignidad: se lastimaba con piedras, daba alaridos, era peligroso y los habitantes de Gerasa lo habían marginado en un cementerio, lugar de los muertos. Jesús lo encuentra, le habla y saca a luz su deseo de relaciones humanas. Después lo encontramos sentado, vestido y en su sano juicio.

“Ponte en medio”

Le dijo Jesús a un enfermo en la sinagoga. El lugar del enfermo está “en el medio” de la asamblea litúrgica, en el corazón y preocupaciones de los trabajadores y de la sociedad. En aquel entonces como hoy había otras ideas, otra cultura, que marginaba al enfermo. !Ponte en el centro!

Pbro. Silvio Marinelli.