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1 de 37 JESÚS J. NEBREDA UN ESCORPIÓN CON CÁNCER LA HISTORIA DE MI CÁNCER DE PRÓSTATA DE MARZO DE 2012 A LA ACTUALIDAD

UN ESCORPIÓN CON CÁNCER La historia de mi càncer de

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JESÚS J. NEBREDA

UN ESCORPIÓN CON CÁNCER

LA HISTORIA DE MI CÁNCER DE PRÓSTATA

DE MARZO DE 2012 A LA ACTUALIDAD

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La cosa en realidad empezó en el mes de marzo del año 2012. No recuerdo ya bien por qué razón se me ocurrió pedirle a mi médico de cabecera, el ínclito don Fermín Quesada, que incluyera en la petición de análisis varios que estaba haciendo también el cálculo del PSA. Probablemente lo hice porque así recomiendan hacerlo a partir de una edad que yo ya había superado con creces. El hecho es que el índice del PSA dio como resultado 12, cosa que yo supe el día seis de marzo, según creo recordar. En vista de lo cual se repitió la prueba y el resultado esta vez fue de 18,5. Esto sucedía el día 13 de marzo, martes por más señas. Así las cosas, se pidió una entrevista con el servicio de Urología 2 en el Hospital de San Juan de Dios. La entrevista se realizó el día 30 de abril a eso de las 12 del mediodía con el doctor Puebla Ceverino, quien después de consultar mi historial y hacerme algunas preguntas me inscribió para que me realizaran una biopsia y me deseó, como en los toros, que dios reparta suerte. La tal biopsia se llevó a cabo el día 18 de mayo en la segunda planta, quirófanos, del mentado Hospital de San Juan de Dios de nuevo a eso del mediodía. La tal prueba consiste en que, después de dejarte en pelota picada, te tienden en una camilla de quirófano, a la que subes, como al cadalso, por una escalerita de madera, y, una vez allí, te embadurnan el ano con una gelatina calmante y te meten por él un cañón de semejante porte con el que poco a poco y sin pausas te atizan veintitrés tiros (al menos esos conté). En medio de todo esto te sobrevienen calofríos y ciertos sudores pero todo se pasa finalmente. Y a esperar. Los resultados me los darían el día 22 de junio, de nuevo a las doce del día, una vez empezado el verano. Ya cantó Machado aquello de:

El que espera desespera dice la voz popular ¡Qué verdad tan verdadera!

así que, desesperado yo, me eché de nuevo al Camino. Por entretenerme más que otra cosa. Y en medio de él, y en jornadas subsiguientes, ocurrió lo que a continuación se narra:

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0. PRIMERA NOTICIA [DEL DIARIO DEL CAMINO 2012] Fecha: Viernes, 22 de junio de 2012 Etiqueta: Mi Camino a Compostela 2012 Título: Parte de paz 17: Más vale saber que ignorar Intento madrugar lo más posible, pero las cosas no salen bien. A las seis y diez de la mañana estoy en el bar de la pensión Vilasante desayunando un café y unas tostadas (2 €) y pagando el hospedaje (30 €). Logro salir a las seis y media. La señora de la pensión quiere que vaya por San Xil, como al parecer todo el pueblo. La otra opción, Samos, aparece borrada y tachoneada una y otra vez. La verdad es que San Xil era la ruta en el siglo XII por lo menos. Pero tiene hermosas cuestas arriba y eso para mí es un óbice definitivo. Así que me voy por Samos, una hermosa carretera que va por el valle del río Sarria y pasa por el famoso monasterio, centro importantísimo de la cultura y de la Ilustración gallega, pues allí profesó el Padre Feijóo. .Por cierto que, ayer tarde, el alcalde de Triacastela y los dueños de la pensión me desmontaron un mito personal: El amable y simpático muchacho que nos hizo la queimada en el setenta y seis y que ya se había muerto en el ochenta y seis, era en realidad toda una prenda: borracho y derrochador, despilfarró todas las empresas y la fortuna familiar, pegaba a su madre, que tuvo que irse a Venezuela, a casa de sus hijas, y finalmente murió de alcoholismo agudo. Total ya no queda razón alguna, ni el romanticismo de una noche de verano, para detenerse en Triacastela. Borremos este pueblo del mapa mental del Camino. Voy a buen paso por el arcén de la carretera. Creo que hoy no me separaré del arcén de la carretera ni para mear. Al pasar por Renche asoma el sol por los altos montes y mi larga sombra se me adelanta trepando al seto de boj que tengo delante a mi izquierda. Por cierto: mi prima Loreto, que es química aunque no ejerce, me escribe queriendo explicarme científicamente el tema de la sombra. Se lo agradezco mucho pues es un asunto que me tenía muy preocupado últimamente. Sigo avanzando a buen ritmo. El viaducto de San Martiño está hoy iluminado por el sol. Llego a Samos a eso de las ocho y cuarto, el cuarto suena en el reloj del monasterio cuando paso por delante de él. Está cerrado como siempre, etcétera, lo que por un lado me apena, porque no puedo verlo pero al mismo tiempo me alegra pues si lo viera, lo mismo que otras cosas que en Samos hay de ver, no llegaría nunca a mi destino. Lo que sí está abierto es el café bar España donde entro a tomarme un segundo desayuno con estupendas tostadas y mantequilla Pascual (2,40 €). Salgo de nuevo a las nueve menos veinte, saludando al monumento de la familia peregrina. Al pasar por el pueblo de Ayán cacarea el mismo gallo del año pasado, etcétera. A las once y cinco llego a Sarria, otra de esas ciudades de entrada eterna. Saco dinero del banco y sigo hasta el Hotel Roma, donde me solía alojar en años anteriores etcétera. Después de defecar convenientemente, me tomo dos aquarius (3 €). Y a las once y veinticinco salgo hacia Paradela y Portomarín. Resulta que de Triacastela a Sarria hay veintitrés kilómetros (y no dieciocho y medio) y resulta ahora que de Sarria a Portomarín hay veinticuatro kilómetros (catorce a Paradela) y no veintidós. Dado que son las once y media calculo que llegaré a Portomarín si hay suerte entre las cuatro y media y las cinco de la tarde. Ese no era el plan. Los cálculos me han fallado. Será una etapa de más de cuarenta y seis kilómetros en lugar de los cuarenta previstos. Todo esto me abruma. Pero salgo casi corriendo cuesta arriba, más de cinco kilómetros hacia arriba, y ando y ando sin parar ni caer en las tentaciones del llamado camino como la del kilómetro cien y alguna otra. Pasadas las dos de la tarde llego a Paradela y ya estoy casi decidido a dar allí por terminada la etapa andariega de hoy. Me tomo un aquarius en el bar Avenida y mientras subo hacia el bar Pedro voy perfilando la idea. Tomaré un taxi que me lleve a Portomarín (faltan todavía diez kilómetros, pero ya he andado treinta y siete, más que suficiente. Además, Ana me tiene que dar una noticia que puede ser buena o mala. Eso me está poniendo hoy algo nervioso y prefiero recibir la noticia, sea lo que sea, ya en mi punto de destino y con tranquilidad). Así que me tomo otro aquarius en el bar Pedro y le pido que me pida un taxi. Lo hace. Me subo al taxi y al poco tiempo, desciendo del taxi en la plaza de Portomarín. Entro en el bar hostal Arenas. Me dan una habitación con baño para mí solo, naturalmente mucho más cara que la de años anteriores, etcétera. Subo al segundo piso, oh, es también abuhardillada. Me ducho, me arreglo y bajo a comer a eso de las tres y media.

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Tomo empanada, lacón y queso con membrillo. (Por cierto, anoche celebré mi particular aniversario cenando empanada de zamburiñas, pimientos de Padrón y queso del Cebrero, todo ello regado con un buen albariño). Después descanso y más tarde empiezo a escribir esto. Todo para matar el tiempo. Son ya más de las siete de la tarde y, en vista de que Ana no me llama (lo que ya es una señal), decido llamarla yo. Hoy tenía cita con el urólogo para recibir los resultados de la biopsia que me hicieron el dieciocho de mayo pasado. Ana ha ido a recogerlos. Y los resultado son que la prueba ha dado positivo. Que paso a formar parte del ejército de sesentones con cáncer de próstata. Lo que no sé todavía es con qué grado. Si sargento, capitán, general o qué. El miedo, que me impidió asistir a un festejo memorable y conmemorativo en Sevilla y que me impelió a echarme al Camino por enésima vez, ahora se ha convertido en pánico. Bajo a la farmacia del pueblo a comprar una medicación para mi dermatitis seborreica que lleva unos días desmadrada y luego, en el bar de abajo, le pregunto al dueño (supongo) que está en la barra: ¿Sabe usted lo que es un drama? El hombre no lo sabe. Le explico: Se trata de un vermouth con unas gotas de ginebra y unas gotas de campari. Comenta: El caso es que campari… No tiene campari. Bueno, pues vermouth con ginebra que tampoco está mal. Me ofrece: Hay quien le echa Tíopepe… Bueno, pues póngalo. Me tomo mi vermouth, que no es un drama, para “celebrarlo”. Ya son las ocho y media de la tarde. Habrá que hacer por cenar. De manera que voy a poner punto final a este parte de hoy y bajaré a buscar un poco de empanada antes de dormir y poner fin a este día un tanto aciago. 1. PARTE DE PAZ ENÉSIMO: COMO PROMETÍ INFORMAR, INFORMO 10 de julio de 2012 Queridos y benevolentes amigos y familiares todos: Como prometí informar, informo. Hoy, 10 de julio, a las 10, 30 horas bien pasadas, he tenido consulta médica en el Hospital Virgen de las Nieves de Granada (vulgo Ruiz de Alda) con el médico, no sé si doctor, Enrique Cardozo Rodríguez (al que he nombrado segundo mejor médico del mundo, después de mi médico de cabecera, todo ello sin perjuicio de familiares y conocidos). Me ha informado bien de esto y de aquello (menos de las cosas y números que consideraba él demasiado técnicos para profanos). Después ha solicitado para mí una gammagrafía ósea. He ido a pedir la cita correspondiente a la secretaría de medicina nuclear y al cabo me la han dado para el día 25 de julio, festividad de Santiago Apóstol patrón de España, a las 11,30 horas. Como se me advierte en hoja informativa aparte, estaré en el hospital la mayor parte de la jornada. Los resultados se los pasarán al médico que ha solicitado la consulta, como debe ser. Después he vuelto a la consulta 2 de Urología del citado hospital donde la enfermera correspondiente, tras un largo lapso de tiempo (ha tenido que consultar con el jefe del servicio) me ha citado para el día 31 de julio, festividad de san Ignacio de Loyola, a las 10,30 horas. Entonces y allí, el médico Enrique Cardozo (o su jefe José Manuel Cózar Olmo, esto no ha quedado claro) me informará y decidirá/decidiremos el tratamiento más adecuado a la vista de esos resultados: O bien rebanarme la próstata (cirugía radical) o bien radiármela en sesiones (radioterapia) o bien llenármela de semillas radiactivas (braquiterapia). Esta tercera opción, que a mí me parecía la más bonita, no le gusta al médico porque, según dice, tengo una próstata demasiado grande. (Pongo todas estas cosas tan prolijamente, no por criticar, sino por puntualizar). Pues esto es lo que hay. De momento. Seguiremos informando. Los datos técnicos que superan la capacidad de comprensión de los simples mortales como yo (que, además, soy de letras) se los envío aparte a los doctores médicos que existen entre mis corresponsales. Pues ya decía el catecismo aquello de: “Eso no me lo preguntéis a mí que soy ignorante. Doctores tiene la Santa Madre Iglesia que os sabrán responder”. (A todo hay quien gane). Abrazos y hasta una próxima ocasión.

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DATOS No parece que le haya gustado mucho al médico que hablara de esto con otros especialistas (él prefiere la comunicación unidireccional. Para que no le calienten la cabeza al paciente, dice.) No obstante, me ha dado un informe. He intentado escanear el informe pero mi aparato está escacharrado. Los datos, que transcribo, son: ".../... Tacto rectal: próstata grado II, adenomatosa, de consistencia indurada en lóbulo derecho (T2b clínico). Ecografía transrectal: próstata de 50 cc. PSA: 8,5ng/ml. Biopsia: adenocarcinoma prostático Gleason 4+3= 7 en lóbulo derecho centro 1/4 40% base derecha (3/3, afectación del 40%) .../... Solicito gammagrafía osea y cito para actitud segun resultados. Fdo.: CARDOZO RODRIGUEZ, ENRIQUE J." También dice textualmente entre los antecedentes: "Sexualmente inactivo". Algo falso de toda falsedad, que se habrá sacado de interpretar erróneamente algún comentario de la conversación. Pero no creo que eso sea muy relevante. A no ser que piense que, si el tratamiento me deja impotente, no se habrá perdido gran cosa. Bueno, pues de nuevo, oh enterados personajes, esto es lo que hay. Si tenéis algún comentario, a vuestra escucha quedo. Un abrazo. Se me ha olvidado transcribir, del informe del médico, entre los antecedentes, esto: "Estudiado en nuestra consulta por PSA elevado 12::::18,13, buen estado miccional, nicturia una vez." Y lo de: "Sexualmente inactivo". Por si acaso. Dice Ana que lo mande. Y ahí va. 2. COMO PROMETÍ INFORMAR, INFORMO Amigos todos: El día 25 de julio, día de Santiago, como estaba previsto me hicieron la gammagrafía ósea. Me tuvieron cosa de media hora en una camilla movible que pasaba lentamente bajo un arco triunfal mientras me iban escaneando los huesos. La finalidad de esta prueba es la de descartar la posible presencia de metástasis, cosa que al parecer se da primeramente en los huesos en el caso de cáncer de próstata. El día 31 de julio, día de san Ignacio de Loyola (Inazio, gure Patroi haundia... etc), me presenté a la cita con el equipo de la consulta de Urología 2 del Hospital General Universitario Virgen de las Nieves de Granada. Me atendió la licenciada doña Raquel Berrio Campos (MIR de tercer año). Y lo hizo bien. Decidí finalmente operarme, es decir, proceder a la resección (creo que así se llama) de la próstata más la vesícula seminal más los ganglios linfáticos. Como consecuencia quedaré impotente y con una incontinencia urinaria que se espera que sea temporal (¿?). Es decir, seré un viejo cascarrabias pitopaúsico y meón. ¿Cuándo será eso, maestro? Ah, nadie puede saber ni el día ni la hora. Así que sed sobrios y vigilad. Estad atentos porque el día de Yahvé puede caer en cualquier tiempo. En todo caso me avisarán al móvil con una semana más o menos de antelación. Y se supone que el evento será hacia finales del mes de septiembre (cuando las uvas maduras y las manzanas verdes de las que hablaba aquella canción de nuestra juventud). Después de eso si todo va bien vendrán unos veinte días de alta incontinencia urinaria, con bolsa de plástico pegada a la entrepierna y

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demás zarandajas. Pero antes de eso habrá de verme el señor anestesista. Y para que me vea el señor anestesista, con el que tengo cita para el día 12 de septiembre próximo, día del Dulce Nombre de María, tendré previamente que hacerme unas pruebas de preoperatorio, consistentes en un electrocardiograma, un análisis de sangre y no de orina además de una radiografía. Todo eso será, si dios no lo remedia, el día 10 de agosto, festividad de san Lorenzo. No me resisto a copiar aquí la popular y expresiva copla que tan bien canta Carlitos Rincón [se ha de saber que "requejo" significa "rincón"] y que reza así: "San Lorenzo en las parrillas les decía a los judíos: Daime la vuelta, cabrones, que tengo los huevos fríos". A más de todo eso, en la semana del veinte al veintiséis de agosto más o menos, he de ir a Aranda para proceder a la romería anual y ritual de "la Serrana", que más o menos tiene por costumbre caer el día 24 de agosto día de san Bartolo, [de manera que, ramóntetengodicho y benitosvarios, oído al parche y avisad con tiempo). Y después, entre el 28 de agosto, día del glorioso san Agustín, y el 8 de septiembre, día de muchas vírgenes, o séase advocaciones de ella, entre las cuales la de las Viñas y de Lara, ambos inclusive, tengo que irme a la China por mor de unas bodas. De manera que, si sobrevivo a todo eso, ya os contaré el día y la hora de la intervención que me reducirá a la más absoluta miseria. Hasta otra. ALGUNAS PRECISIONES Se me ha olvidado decir algo importante: que la gammagrafía ósea dio resultados negativos, es decir, que tengo los huesos sanos y fuertes (aunque algunos rotos por circunstancias anteriores y ajenas al caso que nos ocupa: por ejemplo, en el dos mil cinco, me caí de tal manera que me rompí el radio y me tuvieron que extirpar a “Iñaki Gabilondo”, la cabeza del radio, pero eso no cuenta). De modo que huesos sanos, fuertes y sin metástasis. Por lo cual, después de la entrevista con la señora licenciada me fui con Ana al Cunini, famoso restaurante granadino, a tomar almejas y percebes regados con un albariño excepcional (excepcional, porque es una excepción a mi dieta de bebercio y comercio). Esto me lleva de la mano a otra precisión: Ya el primer médico con el que hablé allá por el 10 de julio, festividad de san Cristóbal, me llamó a la cara “gordo” (sin añadir “de mierda”, cosa de agradecer). Bueno, me dijo que tenía sobrepeso. La médica última también me dijo que tenía que adelgazar para la futura operación, que cada kilo que perdiera sería un beneficio para la operación misma, para ellos y para mí. Así que ya he empezado desde ayer por la tarde a hacer mis veinte kilómetros diarios en dos tandas de mañana y tarde y, de momento, he perdido dos kilos. De manera que mi vida es andar (uno de los primeros libros que leí, en mi infancia, en la biblioteca de Aranda de la plaza del Trigo se titulaba “La alegría de andar”) y leer (otro de los libros leídos en aquel tiempo en la mentada biblioteca llevaba el título de “La aventura de leer”), cosas ambas muy recomendables. Si los ánimos me vuelven, completaré tales labores con la de escribir ese libro que empecé a escribir hace años como mi testamento académico literario y que tengo arrinconado desde hace casi un año exacto. Estoy seguro de que de nuevo se me olvida algo. Pero lo dejaremos estar. Feliz agosto. 3. POR TERCERA VEZ, COMO PROMETÍ INFORMAR, INFORMO Granada, a 17 de octubre de 2012, festividad de Santa Margarita María de Alacoque, la tonta aquella que comía queso, cosa que aborrecía, como ofrenda al Corazón de Jesús.

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Amigos y familiares todos: Hace tiempo que no doy noticias por este medio, aunque a algunos, aquellos de los que tenía los móviles anotados en el mío, ya les dije algo en un SMS. Retomando las aguas desde antiguo, las pruebas efectuadas los días 10 de agosto y 11 de septiembre, y la entrevista con el anestesista, el día 12 de septiembre, resultaron bien y reconfortantes. El anestesista me dijo que tengo un corazón más sano que una manzana. Además me dijo que lo bueno para adelgazar era dejar la cerveza y el pan, pero que el vino es muy beneficioso para la salud. Como no bebo cerveza y sí vino, se lo agradecí mucho. Con esto quedé a la espera de las malas nuevas, o sea, la comunicación de la fecha de la intervención propiamente dicha. Y ello sucedió el día 27 de septiembre, tradicional festividad de san Cosme y san Damián, famosos médicos, antes de que la última reforma del calendario litúrgico trasladara el evento al día 26, mire usté qué renovación más aggiornada de la iglesia postconciliar y postcasitodo, y además cumpleaños de mi padre. Mientras Ana recibía por el móvil la noticia, pensé y decidí que era mejor no comunicar nada a nadie acerca de estas cosas, sino hacerlo, como suele decirse, “a toro pasado”, para evitar inquietudes, preocupaciones y molestias. Si alguien se ha sentido ofendido o molesto por ello, lo siento en el alma, pero es lo que me pareció, y me sigue pareciendo, mejor. La comunicación decía que me iban a operar el día 8 de octubre, lunes y festividad de santa Brígida, viuda, una exótica santa sueca (¡por Dios!) nacida en Upsala, y muy dotada por el cielo para las buenas obras desde su más tierna infancia. Vivió 72 años del siglo catorce. Con estas nuevas y un nerviosismo creciente fui aguantando el tipo hasta el domingo día 7 de octubre, fiesta de la Virgen del Rosario y cumpleaños de mi amigo Pepe Alsur, librero de pro además de otras cosas no menos relevantes, día en el que, a partir de las ocho de la tarde me puse la heparina (bueno, me la puso Ana), después tomé una cena ligera, tras de lo cual y un tiempo prudencial me puse (o nos pusimos) un enema que hizo los efectos previstos, y finalmente me tomé las pastillas prescritas para acabar durmiendo como un bendito. El día ocho a las ocho de la mañana estábamos Ana y yo en la recepción del Hospital General de Granada, Virgen de las Nieves (vulgo Ruiz de Alda), donde me tomaron la filiación y luego nos hicieron esperar un rato hasta que hubiera noticias de una cama libre. Al no mucho tiempo nos asignaron la cama 2 de la habitación 418 en la cuarta planta del edificio. Y allí nos fuimos. En la cama 1 había un señor alto y delgado al que ya habían hecho lo que a mí me habían de hacer y que ya se paseaba feliz y pelín locuaz por el cuarto con su ridículo camisón, cerrado, y su bolsa de la orina. A mí me dieron un camisón abierto por detrás y me tumbé en mi cama a la espera de los acontecimientos. Un enfermero me afeitó mis partes y zonas adyacentes con todo cuidado. A las once menos diez de la mañana me trasladaron en mi cama a la zona de quirófanos. Traspasada la frontera me quedé solo en un pasillo por el que de vez en cuando pasaban gentes, unas me hablaban y otras no. Llegó un señor que dijo ser el doctor Macías, mi anestesista, y volvió a dejarme solo. Al cabo llegaron dos señores que empujaron mi camilla hacia una habitación oscura que, por la pinta, era un quirófano. Vi descender algo grande y circular como las bases de los platillos volantes de las películas pero sin luminarias. Y ya no recuerdo nada más. A las seis de la tarde me desperté en la zona de reanimación en la sexta planta del hospital. Me encontraba bien y sin dolores. De allí a poco, según creo, dijeron: Que entren los familiares. Yo pensaba. ¿Quién avisará a Ana? No sé quién la avisó pero apareció por allí. Más tarde, apareció también Pili, la hermana de Ana. Y a eso de las ocho de la tarde, según me parece recordar, me bajaron a planta, es decir a la cama 2 de la habitación 418, donde el señor operado seguía paseando y además ahora acompañado de su señora esposa. [Aquí tuve que abandonar ayer tarde esta relación que prosigo hoy, jueves, día 18 de octubre, por la mañana. Por cierto que hoy es la festividad de San Lucas, médico y escritor, fecha emblemática para los estudiantes de medicina y también para la universidad en general, al

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menos la de Salamanca, pues así lo manifiesta un refrán de la época clásica estudiantil, más o menos la renacentista: “A Salamanca, putas, que ya llegó San Lucas”. Prosigamos] Al señor amable y locuaz le dieron el alta y se marchó tan contento. Mientras tanto, a mí me hacían las operaciones propias de estos casos: el cambio de bolsa, la toma de tensión y de temperatura, la dieta blanda, las pastillas varias... y las visitas médicas. Esto me lo fueron haciendo todos los días que en el hospital yací sin ningún incidente digno de mención que se saliera de la rutina. Una novedad para mí inesperada y no anunciada fue el hecho advertido de que se me iban hinchando los cojones, literalmente, hasta adquirir proporciones un tanto descomunales. Andaba yo preocupado y me acordaba de “los cojones del cura de Villalpando”, los que, según la copla, “los llevan cuatro bueyes y van sudando”, con lo que la perspectiva de futuro me acongojaba y hasta me aterraba. Un médico misericordioso tuvo a bien decirme que sería conveniente adquirir unos calzoncillos ajustados que retuvieran el paquete o la artillería (como en un determinado momento dijo el enfermero que cuidadosamente me afeitaba los mismos: “¡Aparte usted la artillería a ese lado!”). Por otra parte, Pedro, el médico amigo, me aseguró que eso era normal tras estas operaciones ya que al extirpar los ganglios linfáticos la linfa circula como puede o algo así. “Y eso ¿es reversible?” “Lo es” “Ah, bueno”. Esto me tranquilizó bastante. Para evitar la “elongación”, eso dijo el médico del hospital, no el amigo, otra hermana de Ana venida de Málaga, María José, revolvió El Corte Inglés hasta encontrar unos gayumbos adecuados a la ocasión y compró y me regaló un par (de calzoncillos). He de decir que, previamente, otra hermana de Ana, la nunca bien correspondida Marian, había estado fatigando las mercerías y lencerías finas de caballero por la zona. A más de todo esto, otra hermana más de Ana, Lourdes, también fue consejera de gran utilidad sobre el tema, además de experta acompañante hospitalaria. Con lo que bien podía yo, y así lo hacía en mi interior, recitar y glosar aquel romance de la materia de Bretaña que dice:

“Nunca fuera caballero de damas tan bien servido como fuera Lanzarote cuando de Bretaña vino”,

romance que fue readaptado por don Quijote de esta manera:

“Nunca fuera caballero de damas tan bien servido como fuera don Quijote cuando de su aldea vino: doncellas cuidaban dél: princesas del su rocino”,

con ocasión del trato recibido en la venta que él imaginaba ser castillo a los comienzos de su primera y corta salida, tal como con más que evidente pitorreo lo narra el malicioso Cervantes en el capítulo segundo de su libro inmortal (¡Toma ya frase!). Pues así fue y no de otra manera. Otra cosa digna de mención es la de los compañeros de habitación y cuarto de baño que nos cayeron en suerte, una vez que el señor locuaz y amable y su señora abandonaron la cama 1 de la habitación 418. El siguiente inquilino de tal cama fue un muchacho residente en Campotéjar, pueblo situado a unos cuarenta kilómetros de Granada. Bueno, lo de muchacho es un decir, pues se trataba de un señor de más de cuarenta años con mujer y dos hijas, alto y guapetón, como un actor de cine según Ana. Tenía el problema de no orinar y hubieron de rebanarle una parte de la próstata para abrir un canal y permitir la micción correcta. Su santa madre, una señora viuda natural de El Tiemblo, en Ávila, y residente en Bábilafuente, Salamanca, donde vive con su ganado y con su hija, ni corta ni perezosa, como ejemplo de

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madre amantísima (la peor y más terrible especie de madre que se conoce), se montó en el AVE hasta donde pudo y llegó también como pudo al Hospital General de Granada, abandonando hija y ganados para atender a su niño. Hasta aquí todo bastante normal. Pero es que el “niño” tuvo meningitis de pequeño y, de resultas de ello, no soportaba la luz, especialmente la eléctrica, porque le daba dolor de cabeza, de manera que había que estar a oscuras casi permanentemente. Además, como gente del campo y por miedo a los miasmas hospitalarios, mantenían puertas y ventanas abiertas a toda corriente, con lo que fui adquiriendo un pasmo notable, por aquello de la buena vecindad y mejor educación. Al muchacho lo operaron con bien y le pusieron la sonda de tal manera que le dolía, y mucho, cada vez que el líquido fluía o hacía él algún movimiento. Y sufría. A todo esto, la señora, que había tenido en su día dos partos con cesárea y otros males varios, era la pobre semianalfabeta y bastante primaria. Y hablaba alto como buena española. Estando en estas, a la hija abandonada en Bábilafuente, la médica del lugar le diagnosticó una apendicitis y la envió en una ambulancia al hospital de Salamanca. A la madre amantísima se le dividió el alma, ¿a dónde ir?, ¿a quién acudir? Y a los demás se nos partían el alma y las orejas ante tan cruel dilema. Resultó finalmente que la apendicitis no era tal sino una gastroenteritis (que tampoco es ninguna broma pero es menor estrago) con lo que la hija lejana fue enviada de vuelta a su lugar con un reprimenda para su médica de cabecera. ¡Hay que joderse con estos especialistas de la capital!. Así se serenó la madre y se calmó la situación en la habitación 418. A todo esto, los días pasaban y yo mejoraba poco a poco con la rutina consabida. Los médicos del equipo nos visitaban regular y diariamente. Por allí pasaron el doctor Antonio Martínez Morcillo y los licenciados Enrique Cardozo, ya conocido mío (pero no yo suyo), y Beatriz la Iglesia, además del doctor Antonio Fernández Sánchez. Había yo comprado paciencia hasta el jueves, día 11, en el que envié un mensaje a mis amigos los Pepes (o al menos quise enviarlo, ya no estoy muy seguro, porque, aunque hice que me trajeran el ordenador y el e-book, no tenía ni ganas ni ojos claros para dedicarme a leer ni escribir nada coherente). Por ello, el viernes 12, festividad de Nuestra Señora del Pilar y fiesta de la Raza, de la Hispanidad, del Estado Español o de lo que sea loquesea, estaba yo ya con los cataplines hinchados no sólo real sino también metafóricamente. De manera que me dije que se acabó y que la ventana se cerraba y la luz se encendía, y me dediqué a pasear la bolsa de la orina por el pasillo con más asiduidad de la que solía en los días anteriores. Ya me habían quitado el drenaje. Aquella mañana Ana se había ido a desayunar y el muchacho de la cama 1 se levantó para ir al cuarto de baño. En estas, se oye un ruido de algo que se cae y un grito moderado: ¡Madre, madre! La madre amantísima sale disparada, bueno, corriendo en lo posible, y entra en el cuarto de baño. Yo, que no veo nada, me revuelvo en mi cama como puedo buscando el timbre de llamada a las enfermeras. Del cuarto de baño salen unos gritos estentóreamente estentóreos, ¡AUXILIO!, ¡SOCORRO!, ¡MI NIÑO!, ¡SE MUERE!, ¡SOCORRO!, ¡AUXILIO!, yo he encontrado por fin el timbre y lo presiono frenéticamente. Me imagino al hombre en el suelo desmayado y a la madre amantísima intentando levantarlo. Los gritos se han oído en toda la planta cuarta y acude un montón de gente, enfermos y enfermeros, a ver lo que hay. Mientras un par de estos últimos trasladan al muchacho a la cama se oye por el altavoz de la habitación la voz de una enfermera que pregunta: ¿Qué es lo que quiere? ¡A buenas horas, mangas verdes!, pienso yo mientras la gente que llena la habitación intenta calmar a la madre amantísima. El muchacho está bien, sólo ha sufrido un ligero mareo. Las aguas van poco a poco volviendo a su cauce. La señora ya no grita más de lo normal. Es de advertir que, así como la frase preferida de Ana es “¡Espera!” (a lo que uno se siente tentado de responder: ¿Más todavía?), la frase más continuamente pronunciada por el muchacho de la cama 1 es: “¡Cállese usted, madre!”, a la que la mentada madre suele hacer el mismo caso que quien oye llover. Y Ana se lo ha perdido. Tras el incidente, afortunadamente no infortunado, y tras la llegada de Ana, yo me fui a pasear mis sentimientos y mi bolsa de la orina por los pasillos de la planta cuarta. Pasó el tiempo y al cabo llegó la hora de la revista médica. El licenciado Enrique Cardozo me anunció que se me daría el alta al día siguiente. Eso no me elevó mucho la moral, pero al menos impidió que se

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me hundiese más. Mientras tanto, María José vino tras haber comprado en El Corte Inglés otros calzoncillos recogepelotas que me vinieron muy bien. Y encima no quiso cobrarlos. Esa noche dormí como un rey, con la ventana cerrada y, tras anular un apagón alevoso de la madre amantísima, habiendo podido leer con buena luz en mi libro electrónico los inicios de uno de los Episodios Nacionales de don Benito el Garbancero, concretamente el intitulado “Gerona”.

Aquella noche dormí como un rey de los caminos con la ventana cerrada sin aires ni vientecillos.

Y poco más queda ya por contar. A la mañana siguiente, después de los desayunos, las comidas, las curas, o sea más bien tarde, llegó la visita del médico del equipo, en este caso el doctor Antonio Fernández Sánchez, que me traía la orden de libertad firmada por él mismo, y que me hizo firmar un par de papeles además de hacerme algunas recomendaciones y señalarme un número de teléfono en el que podría resolver mis olvidos y problemas. Lo mismo se hizo con el hijo y su madre amantísima. Eran más o menos las tres menos cuarto de la tarde. Más alegres que unas castañuelas salimos del Hospital General, después de haberme puesto una bolsa de paseo, y nos dispusimos a llamar a un taxi. Cosa que nos costó un rato largo, pues ya se sabe que en Granada a las tres de la tarde los pocos taxistas que trabajan en puente están comiendo. Por fin hallamos uno, vino y nos trasladó a la esquina de la calle Reyes Católicos con la calle Sancti Spiritus. A las tres y cuarto de la tarde del día trece de octubre del año del Señor de dos mil doce, festividad de san Eduardo y cumpleaños del Javi, mi hermano el pequeño, entrábamos por fin en nuestro piso y retomábamos posesión de nuestra casa. Había, cómo no, algunas llamadas en el teléfono, y a poco, sonó una nueva en mi móvil: mi hermano Luis, el misionerete de las islas de San Blas, allá en Kunayala, Panamá, se había enterado de mi operación y se interesaba por mí. Que ¿cómo? Pues porque había llamado a mi hermano el pequeño para felicitarlo por su cumpleaños y así había sabido la noticia. Tiempo le faltó para llamarme a mí. Y también le faltaba dinero en la tarjeta por lo que la conversación fue tan corta como felizmente entrañable. (Yo no podía devolverle la llamada porque no tenía ni idea de cuál era el número). ¿Qué más se podía pedir? Mediada la tarde, llamé yo a mi vez a mi hermano el pequeño y, como no me contestó por dos veces, hubo de ser él más tarde quien me llamara a mí para que yo pudiera a mi vez felicitarlo. Desde entonces hasta el momento presente, me hace las curas diarias Ana, que se está revelando una enfermera tan competente como parsimoniosa y a la que declaro aquí para general conocimiento, y también suyo, mi agradecimiento. Pues eso. Lo que a partir de ahora me queda por hacer es lo siguiente: Mañana, día 19 de octubre, vendrá a casa mi médico de cabecera, el nunca bien ponderado Fermín Quesada Jiménez, para ver el estado de la herida y los puntos, o grapas, y la conveniencia o no de empezar a quitarlos. A partir del final del mes de octubre me llamarán por teléfono del Hospital General para darme cita para una cistografía y proceder o no a la retirada de la sonda vesical que aún llevo. Hacia el ocho o nueve de noviembre, “al mes de la intervención”, se me hará la prueba del PSA en mi centro de salud. Por último, por ahora, tengo cita en la Consulta 2 de Urología del Hospital General el día 18 de diciembre del presente 2012 a las 11:35 horas, cita en la que no tengo ni idea de lo que me harán o dirán, aunque me supongo que será revisar si las cosas han ido y van bien o mal. Tras todo lo cual espero comer en paz y gracia de dios el turrón de las navidades y celebrar antes el Día de la Salud que, como todo el mundo sabe, es el posterior al de la Lotería Nacional. A propósito de teléfonos y demás, una última nota de esta ya larga misiva: Al día siguiente de la operación, el día nueve de octubre, a eso de las doce del mediodía, envié un mensaje dando

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cuenta de ella a cuantos teléfonos de familiares y amigos tengo registrados en mi móvil. No estaba yo en esos momentos para mayores alegrías. Unos han dado cuenta de su recepción, otros no. A todos se lo agradezco por igual. Y tanto Ana como yo agradecemos tanto el interés por mi salud y estado como la inteligente discreción mostrados en torno al evento. De corazón. No quiero silenciar, finalmente, mi agradecimiento especial a mi sobrina Eloísa por los planes tan cariñosos que hizo y por las hermosas intenciones que ha demostrado una vez más tener. Y también doy las gracias a las demás. Por cierto que el día nueve de octubre es la festividad de san Dionisio y compañeros mártires, ese fabuloso personaje que, convertido al cristianismo por san Pablo en el Areópago, fue obispo de Atenas y, más tarde, evangelizador de las Galias. Escribió además, según se cuenta, unos cuantos libros que iluminaron la llamada oscura Edad Media y dieron inicio a una teología mística de amplio recorrido e influencia (hoy los llamamos “escritos del pseudoDionisio”). Dionisio y sus compañeros fueron, andando el tiempo, decapitados en la colina que hoy llamamos Montmartre (Mons martyrum). Mucho después, a la capilla erigida en el lugar, entre otras gentes y personajes históricos, fue a rezar Juana de Arco antes de iniciar la liberación de Francia. Y más tarde aún, en esa capilla, Íñigo López de Oñaz y Sáenz de Balda, del solar de Loyola, junto con un reducido grupo de amigos, fundó la Compañía de Jesús. Por ello, Francia se considera la “fille ainée de l’Église”. En realidad, san Dionisio, saint Denis, nunca existió y sus supuestos escritos son obra probable de un desconocido monje medieval que vivió en torno al siglo V de nuestra era. La capilla de Montmartre, en lo que ahora es la rue Ivonne Le Tac, desapareció en un incendio hace siglos. La actual se construyó siglos después. Si van por allí tengan cuidado porque la abren a horas y días un tanto intempestivos y por cortos períodos de tiempo. Tan interesante, o más, que esa capilla actual (que nada tiene que ver, no ya con san Dionisio, sino ni siquiera con Juana de Arco o Ignacio de Loyola, Javier y demás compañeros), y desde luego mucho más histórico, es el porqué del nombre de esa calle. Pero esa es otra historia. Gracias a todos. Granada, a 18 de octubre de 2012, festividad del médico San Lucas, como ya ha quedado dicho. 4. POR CUARTA VEZ, COMO PROMETÍ INFORMAR, INFORMO Granada, a 1 de noviembre de 2012, día de Todos los Santos tanto vivos como muertos Me dispongo a contaros (por imperativo “legal”) la historia del “nunca pasa nada”, como reza el título de aquella película que Bardem rodó en Aranda hace ya tantos años, unos cincuenta más o menos. Porque, efectivamente, estos días de convalecencia en casa son monótonos y bastante aburridos, en los que las incidencias más notables son las frecuencias del cambio de bolsa, la regularidad y textura de las deposiciones y los sobresaltos ocasionales que produce el que la orina salga por donde no debe, es decir, por donde en circunstancias normales sale, o un dolor agudo repentino, algo así como el de la apendicitis pero en el sitio donde no está el apéndice. Estando aún en el hospital, meditaba yo, y así me lo comentaba más tarde el médico amigo Pedro, en el hecho de que en estas circunstancias postoperatorias se le agudiza a uno lo que pudiéramos llamar la percepción o el sentido del cuerpo propio. Está uno atento a los menores síntomas de lo que sea, los dolorcillos, los temblores, los movimientos internos del organismo que se halla en fase de reestructuración. Es un período parecido al de la primerísima infancia, con la diferencia de que en aquella edad lejana son los padres y adultos varios los que atisban los cambios sin que el interesado infante se dé cuenta mayormente de nada. Ahora es especialmente uno mismo el que ve su ánimo soliviantado por un pedo inoportuno o por una humedad sobrevenida. No digamos el día y la hora gloriosos en que el organismo por fin defeca tras la sequía ahorrativa que sigue a la operación. La fiesta y el jolgorio son similares a la que hacen los papás con la primera mierda de su primogénito. Hasta el médico de guardia, esos tipos tan adustos, te felicita calurosamente y se alegra de corazón. (“¡Otro coñazo más que pronto nos dejará una cama libre!”). Pues, sí, en esas andamos, pero en casa, lo cual es novedad digna de nota. Como ya le han quitado a uno el gotero y los

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calmantes en vena, ahora empiezan a aparecer los dolores, (“anda, tú, que ahora me duele aquí y hasta ahora no había notado nada”, o bien “que me duele a todo lo largo de salva sea la parte” o bien, “Aquí, en el interior del costado izquierdo, talmente encima de la ingle, me duele de cojones”, “pues, de cojones precisamente no será, digo yo”, “¿Y si llamamos a Fermín, el médico de cabecera?”, “¿y si llamamos a ese teléfono que nos dieron al salir del hospital?”, “¿y si vamos a urgencias?”, “¿y si llamamos a Jorge que es experto?”) cosa que se va toreando a base de nolotiles, de antiinflamatorios y alguna que otra dosis de sentido común. Al final llamamos a Jorge y, por lo menos, charlamos un rato con él. En fin, esa es la guerra. El viernes, 19 de octubre pasado, vino a casa en visita domiciliaria Fermín Quesada, mi médico de cabecera y nos calmó los ánimos a la vez que me retrotraía a mis años de infancia cuando pasaba por casa don Celestino Romera, médico, más conocido en la familia como el Cele, señor competente donde los haya que tenía un genio endiablado y al que yo temía más que a un nublado porque me recetaba inyecciones de cuando en cuando. Como iba diciendo, tras la visita de don Fermín (no va a ser él menos que el Cele), quedamos muy confortados, esperando la llegada del martes, día en el que habíamos sido citados para ver de proceder a lo de las grapas. Y fue en ese fin de semana cuando se le ocurrió aparecer al dolor del costado y los ijares y ocurrieron los desbordamientos de la sonda, mucho menos importantes que los de los ríos andaluces o los de Haití y Nueva York, pero práctica y localmente mucho más inquietantes. Jorge fue nuestro apoyo así como mi resistencia a ir a urgencias o a llamar a don Fermín. Así las cosas, nolotil e ibuprofeno mediantes, llegó el martes día 24, fiesta tradicional de san Rafael y santo y cumpleaños de mi amigo Rafa, que sigue medio ciego en Guadalajara y con el que me comunico últimamente por teléfono más de lo que lo haya hecho en los cuarenta y siete años que ya dura nuestra amistad (serán cosas de la viejez). Ese día, vestido de calle y con mi bolsa de paseo atada a la pantorrilla, nos personamos Ana y yo en el Centro de Salud de Almanjáyar. Allí Fermín respondió a nuestras dudas incluso con dibujos en la pizarra para que entendiéramos la estructura y el mecanismo de la sonda vesical de nuestros sudores y la enfermera Ana Abril Garrido me quitó diestramente seis grapas de las más de treinta que cierran la herida y nos dio algunos consejos técnicos de gran interés. Debe decir que tengo una herida vertical de cerca de quince centímetros de largo desde algo más abajo del ombligo hasta un poco más arriba del arranque del pene o pito (cosa de la que sabe bien, de este tipo de heridas quiero decir, mi amigo José Miguel que tuvo a bien enseñarme la suya cuando nos bañábamos este verano en el embalse de la Cuerda del Pozo. Como ilustración informativa, más que nada). Ahí se ubican las más de treinta grapas. Tengo además un agujerito situado hacia el final del bajo de dicha herida un poco a la izquierda, secuela del drenaje. Agujerito que ya se ha cerrado y que, por consejo de don Fermín, dejamos al aire y al sol, pero que sigue molestando el jodido. Por lo demás, tengo en mi casa un pasillo que desde la ventana del cuarto de estar que da a la calle Reyes hasta el lavabo y el espejo del cuarto de baño mide, grosso modo, unos diecisiete metros. Por él paseo mi bolsa y mi aburrimiento gran parte del día y, hechos algunos cálculos groseros, pienso que si recorro el pasillo sesenta veces habré paseado un kilómetro y, si lo hago seiscientas veces, habré recorrido unos diez kilómetros, metro más metro menos. Esto no tiene validez científica ninguna ni es tampoco de consuelo alguno, pero entretiene. He ido animándome poco a poco a salir a la calle con mi bolsa de paseo. Primero, una bajada a eso de las once y media, según costumbre, al bar de la esquina de abajo a desayunar mi café con leche y media tostada de aceite, servido habitualmente por la Paqui, la tetona, momento éste el más bonito del día. Luego hacemos la compra y damos un breve paseo por la Gran Vía al sol. Suelo hacer esto diariamente, quier acompañado de Ana, quier en solitario. Pero eso sí, sin sentarme sino permaneciendo en pie estoicamente para que no sufran los cataplines y yo con ellos. Del mismo modo, el jueves día 25 próximo pasado, osé llamar a Pepe Alsur para proponerle que se vinieran cerca de casa a tomar los vinos de costumbre. Así lo hicieron y, cuando llamaron al timbre de mi portal y bajé, me encontré con dos de los Pepes, Alsur y Maldonado (faltó Pepe Contreras, él sabrá por qué), y además Alejandro V. García, ilustre periodista y escritor que se había apuntado a los vinos. A todo esto el día era lluvioso en

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grande, aunque en ese momento no llovía. Nos dirigimos a la Casa de Vinos que está al final de la calle de la Colcha, un poco a mano izquierda junto al convento de las Carmelitas Calzadas. Había poca gente aún allí, y la poca que había era un grupo de la Universidad, que celebraban la presentación de un libro. Saludé a Amparo Ferrer, a Rafa Peinado, a Antonio Martín, a la decana y a otras gentes y luego, mientras Alejandro V. García, ilustre periodista y escritor como he dicho, saludaba a otras amistades, nos dispusimos a trasegar una botella de Viña Sastre que resultó excelente en sabor, calidad y precio, acompañada de una cecina de León que tampoco era moco de pavo. Fuera del bar no llovía sino que diluviaba. El estrecho recinto se iba poblando cada vez más y salir de él era insensato. De manera que pedimos otra botella de Viña Sastre que nos resultó frustrada (“ya se sabe, un poro cualquiera... ¡en fin!”) y fue rápidamente sustituida por otra casi tan buena como la primera. My tailor is rich. Amainaron los cielos y aprovechamos para volver, calle de la Colcha abajo, hasta mi casa, en cuyo portal abandoné a su suerte a mis complacientes compañeros, no sin antes quedar citados para el próximo jueves hábil, día ocho de noviembre, dado que el día 1, [o sea hoy], es festivo y los festivos no se trabaja. Así concluyó la primera salida de don Quijote. Sin más incidentes dignos de mención, el día 30 de octubre, día sin festividad reconocida según mi misal, volvimos al Centro de Salud de Almanjáyar y Ana Abril me quitó muy cuidadosamente diez grapas, con lo que ya van dieciséis, aproximadamente la mitad de las que en principio tenía. Ana (Abril) me dijo que algunas ni las habría notado, a lo que respondí que yo lo notaba todo. Entonces me dijo: Nada, que no voy a sacarle ni un comentario favorable... ¡La pobre! La verdad es que lo hace muy bien y muy esmeradamente. Quedamos citados de nuevo para el martes que viene, día seis de noviembre. Y además me dio cita para el viernes, día nueve, para la extracción de sangre de cara a hacer la prueba del PSA que se ha de realizar al mes de la operación. Veremos lo que sale de ella. Y esto es todo por ahora, amigos. Ayer me acerqué con Ana después del paseo matutino a la pastelería de López-Mezquita y compré una docena de huesos de santo y otra de buñuelos de viento, crema y chocolate. El año pasado quise hacerlo tal día como hoy y ya se habían acabado. Con ellos merendamos ayer tarde y nos tomaremos de postre en la comida lo que ha quedado. La diabetes, bien gracias. Hasta una próxima comunicación. 4.1. POR CUARTA VEZ Y MEDIA, COMO PROMETÍ INFORMAR, INFORMO Granada, a ocho de noviembre de 2012, sin festividad alguna señalada. Estimados doctores y amigos: Os envío adjunto el informe, que acabo de recibir, de la biopsia de los resultados de la operación a que fui sometido. Espero que sea de vuestro interés, al menos tanto como del mío. Y que me comuniquéis los comentarios que os parezcan pertinentes y dignos de ser conocidos por mí. El programa que tengo por delante de manera inmediata es el siguiente: día 09.11.2012, 09,00 horas: Centro de salud de Almanjáyar: Extracción de sangre para PSA. día 13.11.2012, 13,45 horas: Hospital Ruiz de Alda: Consulta 2 de Urología. Revisión (?). día 14.11.2012: Cumpleaños: Sesenta y siete años de nada. día 15.11.2012, 16,00 horas: Cuarta planta del hospital Ruiz de Alda. Cistografía y retirada de sonda (espero). día 17.11.2012: Celebración del cumpleaños y demás: Percebada y ribeiro en el Cunini. Esto es lo que hay. Abrazos míos y de la infatigable enfermera Ana. 5. POR QUINTA VEZ, COMO PROMETÍ INFORMAR, INFORMO

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El día 2 de noviembre, fiesta de todos los muertos, me dio un dolor tremendo en el costado, tal como yo imagino un cólico nefrítico, que me tuvo postrado en la cama toda la tarde y noche. Y el día tres, más de lo mismo: una tarde (ya que no una noche) toledana. El día cuatro de noviembre vienen por casa Pedro, el médico amigo, y Celia, otra de las hermanas de Ana con una de sus hijas que también se llama Celia (mira por dónde). Vienen de Huéscar, camino de Sevilla, y me traen recuerdos de mi amigo Gregorio. Pedro me ausculta los cataplines y sus alrededores y concluye opinando que mi nuevo y persistente dolor de costado no parece tener nada que ver con la operación de la próstata. Opinión con la que estoy de acuerdo. Me receta un par de nuevos medicamentos (Spasmoctyl, que debe de ser muy bueno por lo caro, y Nolotil en ampollas). Me recomienda que el lunes se lo cuente a mi médico de cabecera y que, si persiste el dolor, se vea la conveniencia de hacerme una ecografía para intentar delimitar la procedencia de ese dolor inespecífico que me atormenta. Tras de lo cual, nos bajamos a comer en el bar de abajo. Ayer ya me tomé un par de vinos sentado en plan de prueba mientras Ana comía con sus hermanos. Hoy como sentado, aguanto bastante bien y termino manchándome la rebeca nueva como es de rigor. Eso quiere decir que estoy casi curado. ¡Ójala las ilusiones fueran parte de la realidad! En los días siguientes el dolor del costado persiste y molesta lo suyo. El martes, seis de noviembre, la enfermera Ana (Abril) me quita las últimas trece grapas. Ergo eran en total veintinueve. El miércoles, siete de noviembre, llamamos por teléfono a la secretaría de Urología para preguntar por la cistografía. No parecen saber nada y prometen investigar. Por otra parte, confirman que por correo me han enviado una cita para el día trece para dar cuenta de los datos de la biopsia de la operación. Estará al llegar. Por otro lado veo que el código postal de mi dirección que obra en poder del SAS está equivocado. Lo rectifico telemáticamente pero, como de costumbre cuando se trata de cosas informáticas de la Junta, no se puede llevar a cabo la operación. Trataré de arreglarlo el viernes en el Centro de Salud. El jueves, ocho de noviembre, a las nueve de la mañana, me citan por teléfono para la realización de la cistografía. Será, diosmediante, el jueves día quince a las cuatro de tarde en la cuarta planta del Ruiz de Alda. Por correo llega el informe y la cita para el día trece a la que ya he hecho referencia. El informe de anatomía patológica asusta un poco. Se lo reenvío a mis amigos médicos para ver qué les parece. El dolor del costado parece amainar. El mismo jueves, ocho de noviembre, bajo a desayunar con Carmelo y paseamos brevemente por Plaza Nueva donde unos manifestantes tratan de apoyar a Sánchez Gordillo delante de la Audiencia. El día nueve, viernes, festividad de la Almudena y cumpleaños de mi amiga Carmen, voy al centro de salud y me sacan sangre. De allí voy a urgencias del Ruiz de Alda y entro en ellas tras haber desayunado café con churros. Tras esperar un poco, me recibe una “respetuosa” (tengo interés en que le referencia a Sartre quede clara) llamada María José Moral Cabrera, que, después de toquetearme la barriga por aquí y por allá, hace que me pongan una inyección de algo que duele un poco, y luego me receta diazepan y unos sobres de calmantes. Dice que mis problemas son de los músculos superficiales, estriados, y no de los profundos, lisos. Y que una ecografía no se le hace a cualquiera ni así porque sí. Compramos las medicinas recetadas y paso un día de perros en el que me duelen todas las partes diversas de la barriga y de las ingles. Me tomo todas las pastillas que tengo a mano sin prácticamente resultado alguno. Paso el día en la cama. Anoche hablé con Pedro, el médico amigo, y hoy lo hago con mi prima Loreto y su Emilio. Me dan todos muchos ánimos y algunos buenos consejos y deseos. Yo sigo muy confortado y con unos fuertes dolores. La enfermera Ana (Abril) nos ha dicho esta mañana, mientras me sacaba la sangre, que podemos ya dar de lado a las curas. Así que esta tarde me he dado una buena ducha y Ana (Olmedo) me ha quitado por última vez (espero) el apósito que tapaba la herida de la barriga. Esto progresa. El día diez pasa sin pena ni gloria con los mismos dolores un poco atenuados. Sólo un poco. Toda la tarde y noche en la cama. Más bien harto ya de tanta historia aunque vislumbrando el

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final del túnel. Por otra parte, me llegan noticias de desgracias de amigos de diversa índole, tanto los amigos como las desgracias. A todo hay quien gane. El día once, San Martín de Tours, el de la capa y el pobre, el discípulo de san Hilario de Poitiers y el único que no quiso condenar a Prisciliano, cumpleaños de mi amigo Pedro, más de lo mismo. Parece que el dolor del costado se atenúa pero lo mismo puede ser una falsa alarma. En esas andamos. Y eso es lo que yo me creía: El lunes, 12 de noviembre, san Martín papa y cumpleaños de mi vecino el Juan Martín, salimos de casa a primera hora, camino de la clínica privada Machado en la calle Natalio Rivas a que me hagan una ecografía por lo particular. Con cara de cuadro me la hacen y prometen dármela a las dos horas. Volvemos allá en un taxi, recogemos las fotos (son sesenta euros tampoco es para romper la caja de la Seguridad Social) y en el mismo taxi salimos zumbando para urgencias del Ruiz de Alda. El la clínica nos dicen que en la ecografía no se ven ni el riñón ni el bazo porque lo que se aprecian son dos enormes bolsas de líquido, una como de un litro, que lo enturbien todo. Al llegar al Ruiz de Alda, me planto en el mostrador y le digo a la ninfa que o me quitan el dolor que traigo o me subo a la quinta planta y me tiro desde allí al asfalto. Me dice: ¡Hombre, no se ponga usted así que esto es un hospital! Y le respondo: Del que ya me han echado una vez hace bien poco con estos mismos dolores. Nos hacen esperar un poco. Luego, pasamos a hablar con una chica muy amable. Nos deriva a una sala llena de sillones muy cómodos. Allí me paso el día con un gotero. Los dolores se van calmando. Veo un par de veces a la “respetuosa” pero a diosgracias sólo de lejos. A eso de las nueve de la noche me suben a hacerme una ecografía y un TAC. Dos muchachos muy atareados con los telefonillos y los geles que charlan delante de mí como si yo fueran un pez llamado Wanda. Desde allí me ingresan a las once de la noche en una habitación de la famosa cuarta planta, donde ya hay un señor ingresado al que parecen haber hecho lo mismo que a mí. La pareja, él y su mujer, parecen los amantes de Teruel, igual de tontos pero con cincuenta años más. Con el tiempo me enteraré de que han pertenecido treinta años al Opus después de haberse amado en su infancia y que, cuando él dejó la Obra, la buscó a ella, que ya la había dejado, la separó del marido o amante y se ajuntaron. Y están ahora en estas estupides propias de los veinte años. Él tiene un hermano muy apañao que es un manitas y una hermana monja de las de las alas, hoy ya sin ellas. A ella no le conocemos otras estúpidas consanguíneas. Pero esa noche duermo como un bendito. A la mañana siguiente me entero por un médico indiscreto y gilipollas de que la noche anterior, los dos muchachos somormujos me descubrieron una piedra en el riñón izquierdo, más o menos en la embocadura del uréter. Me comunica que esa noche me van a quitar la sonda vesical, que me van a drenar las aguas de la barriga y ponerme dos drenajes y que van a hacerme una derivación al riñón para poder hacer algo con la piedra. Paso con ello el día en relativa paz. A eso de las ocho, digo yo, de la noche, me suben a quirófanos. Me montan en el potro. Luego me bajan del potro. Y dos tipos, supongo que médicos, comienzan a pincharme a barriga a todo lo largo y ancho de ella. Entre pinchazo y pinchazo yo les digo: ¡La sonda! Y ellos: ¡No se preocupe usted! Hasta que me atizan tres rejones de muerte que me dejan en un grito. Y ellos: Pero ¿qué le pasa a usted? ¡Que me duele una barbaridad, coño! ¿Ah, sí? Todavía me queda un resuello para recordarles: ¿Y la derivación del riñón qué? Me responden lo mismo que a las anteriores preguntas: De eso no se preocupe usted. Ya se lo haremos otro día. A eso de las once me devuelven a la habitación. Esta mañana aunque con un día de retraso he podido felicitar al Juanmar que ya me había puesto falta. Soltaron a los amantes de Teruel y trajeron al hijo de KIngKong, no por lo negro sino por lo grande y renegrido, que tenía no sé qué urgente problema en un huevo. Vino su madre, su tía, su abuela y aparecería fugazmente hasta un señor que pudiera bien ser su padre. Pero al día siguiente se marcharon con bastante discreción. Entonces tuvimos la alegría de que nos dieron una habitación individual, con lo que el negro panorama siguió siendo igual de negro pero un poco más despejado. Dejando otras muchas chorradas menores, pero no menos vejatorias o dolorosas. diré que al día siguiente o así me quitaron la sonda. Que un día de esos fue cuando, sin comerlo ni

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beberlo, se me cerró el estómago y llevo desde entonces unas dos semanas prácticamente sin come. He perdido ya unos siete kilos y estoy perfectamente débil de cuerpo y de mente. Por lo que he ido coligiendo, a los médicos a la operación no les salió todo lo bien que les hubieran gustado. El área infectada era mayor que el área intervenida y parte del cáncer se ha quedado por ahí dentro vivito y coleando. Y no saben muy bien qué hacer. Estos aprendices de carniceros con plantilla, una vez que se les han descuadrado los esquemas ya no saben por dónde tirar. Creía yo que la medicina era una ciencia tirando a exacta, pero resulta que es un arte con muy pocos artistas. Tenía yo programada una entrevista para comentarme los (malos) resultados de la operación, cuyo informe me habían enviado por correo. Eso era el día 13. Pero con el lío de las urgencias, los linfoceles, la piedra y todo lo demás, han ido dando largas a la tal entrevista, que nunca ha tenido lugar y, por indiscreciones diversas, me he ido enterando de que me va a dar una pastilla diaria durante al menos tres años más una inyección trimestral durante el mismo lapso de tiempo (de hecho ya me estoy tomando unas y otra) dentro de un programa de bloqueo hormonal de las células cancerosas. Mi primo el académico me dijo que las células de esas manera se irán muriendo., pero el mediquillo de la planta dice que de eso nada, que se quedan ahí quietas más vivas que nada hasta que decidan darse una vuelta por el cuerpo y darte un disgusto. Lo de matarlas, es otro programa que me medio contó un día un señor muy amable y con gesto de despistado que apareció por mi habitación diciendo llamarse doctor Expósito y no saber muy bien por qué lo había enviando allí porque a él nadie le llamaba antes de tres meses. Me dijo que, cuando me dieran el alta, bajara a la unidad de radiología oncoterápica u oncología radiológica y que dijera que, de su parte, me apuntaran en el programa como nuevo paciente. Y eso acabé haciendo. O más bien o lo hizo Ana. El día 24 de noviembre, a eso de las dos de la tarde, me soltaron. Desde entonces, duermo, duermo, duermo, veo tele de mamporros y pienso mucho si voy a hacer un movimiento y cómo. Estoy muy cansado, muy débil, muy harto, muy desesperanzado. Con la conciencia de estar jugándome las diez de últimas. Espero que todo esto pasará, pero por el momento es lo que hay. Casi no como y casi no bebo aunque algo mejora. Me suelo levantar a las once de la mañana, me ducho, bajo a ver si me animo a desayunar en el Lisboa, paseo por Plaza Nueva o por la Gran Vía hasta los jesuitas. Tengo toda la apariencia de un muerto viviente o de un resucitado. Ana y sus hermanas se siguen portando maravillosamente, además de Jorge y Pedro. Los Pepes ya ni preguntan por mí los jueves. Fermín, mi médico de cabecera, quiere venir a tomarse conmigo una botella de vino de Ribera que guarda en casa en mi honor. Aparte de morirse, ¿qué más se puede pedir? [Muchas otras cosas hizo Jesús que no están reseñadas en esta crónica. Las que sí lo está han sido escritas con harto dolor y esfuerzo porque quede mediana constancia de la cosa, aunque en ocasiones sea errónea. Pero ni las fuerzas ni la mente del escriba dan para más. Son ya más de las nueve de la noche del día 30 de noviembre, festividad de san Andrés. Et vale] 6. POR SEXTA VEZ, COMO PROMETÍ INFORMAR, INFORMO: ¡QUE NO NOS FALTE DE NÁ! Después de las últimas penas relatadas, el día cuatro de diciembre me extrajeron sangre para comprobar si tenía anemia, dados mis cansancios tan frecuentes. Sigo durante todos esos días teniendo una ligera fiebre a primeras horas de la mañana y de la tarde y me tomo mi amoxicilina por consejo de Pedro, el médico amigo. La noche del siete al ocho de diciembre tengo un ataque feroz de fiebre con temblaera, unos 39 y pico. Al día siguiente comemos en común debajo de casa unos cuantos miembros (y miembras) de la familia Olmedo. A las cuatro de la tarde me tengo que ir a mi casa con el comienzo de los temblores. Compro un bote estéril para la orina y las pastillas de Pedro. El lunes, día diez, Ana va a la cuarta planta del Ruiz de Alda a llevar el bote con la orina. Le prometen hacer un cultivo y darnos los resultados en la entrevista que, diosmediante, tendremos el día dieciocho. Que siga tomando amoxicilina durante unos ocho días. Al día siguiente, día 11 de diciembre, tengo entrevista con el doctor

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Fermín Quesada, mi médico de cabecera. Efectivamente, tengo una considerable anemia, la famosa anemia ferropénica, que como todo el mundo sabe quiere decir que tu pene ya no es de hierro. Lo normal es tener unos valores entre 59 y 160 y yo tengo 29. Me receta Tardyferón y comienzo esa misma tarde a tomar una pastilla diaria. Dos días más tarde, el jueves 13 de diciembre a eso de las nueve y media de la mañana tengo una entrevista con el doctor Expósito, el único especialista sensato y humano con el que me he encontrado en estos desgraciados tiempos. Me explica que en mi estado actual no tengo cáncer sino que tengo el peligro probable de que se me reproduzca, por lo que hay que cuidarme y mantener el bloqueo hormonal. Que las pastillas de bicalutamida le parecen ya suficientes. Y que dentro de unos tres meses, a primeros de marzo, podremos plantearnos unas sesiones de radioterapia. Previamente, me pedirá un PET con colina y un análisis para ver mi grado de PSA. Que ya me avisarán. Salgo del hospital contento y feliz. Pero, como ya se sabe, poco dura la alegría en casa del pobre. El martes, 18 de diciembre, festividad de la expectación del parto de la B. V. M., tengo la anunciada y esperada entrevista con el equipo de urólogos, en la consulta 2 de Urología, tras mi operación y demás peripecias. Me recibe un muchacho médico, el licenciado Vázquez, que está acompañado de una muchacha morena y, al parecer, sordomuda, pues no dice ni pío ni hace gesto alguno en todo el rato que dura la entrevista. El licenciado Vázquez me asegura que sigo con el cáncer, y posiblemente de por vida. Que me desaconseja claramente la radioterapia, pues sólo me va a producir unos beneficios momentáneos y aparentes, como la bajada puntual del PSA, y sin embargo, me dejará graves efectos secundarios que no detalla excesivamente, salvo el de convertirme en un viejo meón. Que en su opinión debo suspender inmediatamente las pastillas de bicalutamida y seguir con las inyecciones, que ahora las hay bien trimestrales o bien semestrales que son más cómodas. Me da una petición de PSA para el centro de salud para cuando me citen para el PET con colina. Me entrega un informe escrito de esta primera revisión lleno de referencias a “los más recientes estudios europeos” y otras zarandajas. Mi cabreo llega ya casi hasta el techo de la habitación en que estamos. Ana le pregunta si ha estado en la reunión del día catorce entre el equipo de urólogos y el doctor Expósito, a lo que el muchacho no responde nada. Sólo repite con insistencia y suficiencia: “Mi opinión es que...” (Pero bueno, ¿no estábamos en que trabajaban en equipo? ¿Qué c... me importa a mí su opinión? Y en todo caso, si la quiero, ya se la pediré). Preguntado por los resultados del cultivo de orina prometido, confiesa no saber absolutamente nada del tema. (Más tarde, subiremos a la cuarta planta donde las enfermeras tampoco saben nada del tal cultivo que, al parecer, nunca se hizo. Por cierto, la infección, entretanto, parece haber desaparecido, gracias adiós). El mozuelo tiene el mal gusto de recordarme que tiene otros veintisiete pacientes esperando. Como a mí me educaron los padres jesuitas no le respondo nada. Pero pienso que si los va a tratar como a mí más les valdría tirarse a un pozo. Salgo, salimos, de la entrevista furiosos y ofendidos. Vamos al despacho de enfrente que es el del doctor Expósito. Lamentablemente se ha ido a una reunión. Volvemos a pie camino de casa por la avenida de la Constitución antes, Calvo Sotelo, y de paso aviso a Ana que voy a emborracharme seriamente. Llegados a La Castellana, el bar de debajo de casa que es como nuestro comedor, nos sentamos a comer. El cabreo a mí me ha despertado el apetito y a Ana le ha cerrado el estómago. Así que yo me tomo un gran plato de macarrones a la carbonara seguido de un steak tártaro, más un postre, café solo y copa de orujo. Ana se toma a largas y duras penas un salmorejo. Todo ello regado con un tinto ribera “Viridiana” de Atauta, que resulta muy bien. Luego, ya se sabe. Casa, descanso. Por la tarde noche, paseo por la Carrera de la Virgen y tal. Al día siguiente, o sea, hoy, día diecinueve de diciembre, llamo por teléfono al doctor Fermín Quesada, mi médico de cabecera, el cual reitera que se quiere tomar conmigo su botella de ribera y que lo haremos o bien el veintisiete o bien el veintiocho, como yo sugiero por ser los Santos Inocentes. Que por lo demás vaya a verlo. Le prometo hacerlo mañana a las doce, hora en que tendrá, él, un rato libre. Después, llamo al doctor Expósito que no está aún en su despacho. Al poco rato me llama y le cuento mis perplejidades y desconciertos por la entrevista de ayer. Me dice que va a pasar a hablar con el doctor Vázquez, que tiene su despacho

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enfrente, y que, por lo demás, siga como hasta ahora, dejando, eso sí, de tomar la bicalutamida de las narices. Con todo ello, me quedo más calmado y tranquilo. Bajamos a desayunar al bar de abajo y luego, después de hacer las compras y mercarnos una botella de sidra El Gaitero, famosa en el mundo entero, Ana y yo nos damos un buen y largo paseo al sol, encontrando a algún antiguo y querido amigo. Con todo ello, volvemos a casa más felices o menos desgraciados y, mientras ella descansa y se dedica a sus cosas, yo escribo esta crónica a la que ahora, pasadas las tres de la tarde, pongo punto final. [Pasado mañana, día 21, comienza el invierno y es la festividad de santo Tomás apóstol, personaje con el que cada día que pasa me identifico más últimamente por aquello de creer únicamente lo que pueda palpar] INTERMEDIO entre el informe 6 y el informe 7 En relación con el mensaje enviado el veintdós (22) de enero próximo pasado, se hace saber al no menos repetable público que la prueba del PET que se me iba a hacer el día vientitrés (23), se me hará, d. m., el día nueve (9) de febrero próximo a eso de las nueve (9) de la mañana. Aprovecho la ocasiónpara despejar posibles dudas de mentes quizá suspicaces: Lo que yo contaba en mi anterior mensaje no eran "cosas históricas, sino susedidas a mí" (como decía Chomin del Regato, personaje radiofónico de los años cincuenta en Bilbao). Quiero decir que únicamente daba noticia de un hecho acaecido en mi personal e intrasferible historia médicocancerosa y que en ningún caso se trataba de ningún tipo de crítica a la Sanidada Pública, a la que pertenezco por propia voluntad dedse los inicios de mi actividad profesional y a la que no pienso dejar de estar afiliado. Lo hago por convicción ideológica y, lo que es más, por convencimiento de que en ella, en la Sanidad Pública, la atención médica es mejor y los medios con los que cuenta también lo son. Todo ello sin menoscabo de los médicos que trabajan por la salud propia y ajena en cualquier lugar. Pero abrigo la idea de que donde media el luccro hay más posibilidades de cometer tropelías e incluso torpezas que donde aquel no media. Cosa que por lo demás está fehacientemente demostrada por estudios hechos y publicados. Léanse algunos resúmenes de informes en el último libro traducido de Joseph Stiglitz "El precio de la desigualdad", libro de lectura muy provechosa y recomendable por otros muchos aspectos para entender lo que nos está pasando. (No es más que un ejemplo. La literatura al respecto es abundantísima). Hago esta aclaración, tan prolija como tal vez innecesaria, para dejar clara mi posición, no para iniciar ninguna polémica o disputa acerca de la sanidad pública y la sanidad privada. Seguiremos informando. 7. COMO PROMETÍ INFORMAR, INFORMO, Y VAN SIETE, AUNQUE SEA POR LO BREVE El veinte de diciembre del año pasado charlé un rato con mi médico el doctor Fermín Quesada y, además de apaciguárseme los ánimos, me enteré de algunas noticias interesantes que me hicieron más amable al mentado doctor Expósito. Del cual recibí una llamada telefónica informándome de que aún no había logrado hablar con el doctor Vázquez, pero que yo no debiera preocuparme de nada. Pasadas las navidades, el mismo día ocho de enero el mismo doctor Expósito me comunicó por teléfono que hablaría con el mentado doctor Vázquez una vez obtenidos los resultados del PET. Seguí, y sigo, tomando mi Tardyferon, que me produce un hambre de lobo y me está haciendo recuperar los kilos perdidos en el hospital (ah, si los ánimos se recobraran tan rápidamente). El veintidós de enero, a petición del ya mentado doctor Vázquez, me hice una nueva extracción de sangre para un nuevo PSA (que ha resultado altamente bueno, pues hoy, día treinta, me he enterado de que es actualmente de 2,72). El PET [Tomografía por emisión de positrones] estaba programado para el veintitrés de enero como creo que ya comuniqué, pero el mismo día veintidós se me informó telefónicamente de que se había escacharrado el aparato (y que tardarían al menos un par de días en poder repararlo) por lo que ya me avisarían de la nueva fecha. Y efectivamente el día veinticuatro de

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enero me avisaron de que la nueva cita es para las nueve de la mañana del día nueve de febrero, sábado, deo volente. Y en ello estamos. Mientras tanto, he tenido hoy, treinta de enero, una nueva entrevista con el doctor Expósito, el cual además de informarme de los bonitos resultados del PSA, ha defendido a sus colegas médicos e incluso amigos incluido el doctor Vázquez, y me ha hecho saber también que mi falta absoluta de apetito sexual así como la alarmante, para mí, y progresiva mengua de la longitud de mi pito (cosa que hace harto dificultoso el necesario y frecuente acto de mear o micción propiamente dicha) son consecuencias posiblemente debidas al tratamiento hormonal que estoy recibiendo así como, tal vez, a la operación misma sufrida. Después de todo ello, hemos quedado en que, una vez realizada por fin la prueba del o de la PET [o sea Tomografía por emisión de positrones], tendríamos una nueva reunión, posterior a la que tuvieran ellos, los doctores de la cosa oncológica y urológica, y se me ha dado una nueva cita para el día seis de marzo, miércoles, a las once y cuarenta y cinco de la mañana, cita que si resulta como la de hoy será realmente a eso de la una de la tarde, pues me han tenido una hora larga esperando. Pero ya se sabe que “quien con médicos se acuesta... etc.”. Y esto es lo que hasta ahora hay. Perdonad, dilectos amigos y parientes, que os dé la lata con estas mis pequeñas y míseras monsergas. Debo confesaros que me ayudan sobremanera a sobrellevar esta mierda de existencia en la que se ha convertido mi vida. Por lo demás, como creo haber confesado ya, aparte de desesperado, me encuentro la mar de bien. Tampoco hay que exagerar. Por cierto, hoy, como de costumbre después de estos lances medicinales, hemos comido Ana y yo unos buenos platos en el bar de abajo. Más que nada para pasar el rato. Ya lo dejó escrito Xavier Domingo (según creo): “Cuando sólo nos queda la comida”. Pues al fin y al cabo, “cocinar hizo al hombre”, como también dejó escrito Faustino Cordón. Por lo demás estoy recuperando el apetito de la lectura, tan importante como el otro si no más, y llevo leídos unos cuantos libros de economía que ayudan a entender las faenas que andamos sufriendo. También algunas otras cosas, como un excelente y amenísimo libro de Peridis titulado “La luz y el misterio de las catedrales” (hay una serie en TVE2 los domingos a las 20 horas con ese mismo título, autor y tema. Y ahora mismo leo un texto ya antiguo de Walter Starkie “El Camino de Santiago. Las peregrinaciones al sepulcro del apóstol”, tan docto y estupendo que me hace sentir cierta vergüenza por haberme atrevido a escribir el mío. Aunque no tienen mucho que ver el uno con el otro. Pues eso, de nada y hasta otra. 8. COMO PROMETÍ INFORMAR, INFORMO, Y VAN OCHO El nueve de febrero del año del Señor de dos mil trece, día de fray Leopoldo de Alpandiere, hoy beato por obra y gracia de Benito Décimosexto, estaba Granada llena de catetos de los pueblos de al redor, en especial la zona de los jardines del Triunfo y aledaños. A ellos se unían manadas de turistas de todo pelaje que seguían a ninfas con banderitas, paraguas o simplemente palito alzado. Pero eso era en torno a las once y media o doce del mediodía, cuando un tibio y reconfortante sol de invierno calentaba los ánimos e iluminaba las calles y plazuelas de la ciudad. A las ocho y media de la mañana, cuando salíamos de casa camino del tantas veces mentado Hospital General de Granada, Virgen de las Nieves o antiguo Ruiz de Alda (que es como la gente lo sigue nombrando), hacía un frío invernal de los de helar el moquillo y enrojecer las orejas. El termómetro de abajo de mi casa, ante el BBVA, marcaba cuatro (4) grados, pero el airecillo que soplaba hacía que parecieran cuatro (4) grados, sí, pero bajo cero. No había aglomeraciones por la Gran Vía, precisamente. Llegamos a su hora buena, las nueve menos diez, a los sótanos del mencionado hospital. Por ser sábado, todo estaba en una discreta penumbra si no oscuridad, salvo el pasillo de Medicina Nuclear hacia el que nos dirigíamos. Allí esperamos el tiempo de rigor (estábamos citados a las nueve y nos llamaron a capítulo a eso de las nueve y media). Me pincharon el consabido chisme en el antebrazo derecho y mientras me metía en vena cosas radiactivas por medio de un tubo gordo y no muy grande de metal color metal blanquecino brillante, la enfermera llamada Estrella (a propósito de la cual y avisándola hice yo el consuetudinario chiste de “Que sea buena estrella”) me informó

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de que la prueba esta tenía dos partes. ¡Ah! ¿Sí? ¿Cuáles?, inquirimos. Pues, una, esta de ahora, el PET, con estos elementos que le estoy poniendo y luego, la colina, prueba que es igual que esta pero con otros componentes radiactivos en vena específicos para la próstata. Pues, qué bien ¿Y eso cuándo será? Mire usted, eso ni se sabe porque sólo lo hacen los martes y solamente dos pruebas cada martes, es decir, que será muy tarde. ¿Eso quiere decir que, por ejemplo, será dentro de un mes?, inquirió Ana que es de natural preguntón. ¡Puede!, respondió la enfermera Estrella. ¿Ha bebido usted agua? Litro y medio esta misma mañana. Pues muy bien hecho. Después tendrá que beber más, para expulsar los componentes estos radiactivos. Pues bueno. De momento pase a esa habitación y repose durante una hora y media hasta que lo llamen. Pasé. Y me sentaron en un sillón con reposapiés en el que acabé echando un buen sueñecito, mientras Ana se iba por ahí a desayunar y a comprar el periódico pues, con mucha, finura, le indicaron que, ella, mientras yo reposaba, podía irse a hacer puñetas de ganchillo. Al fin me despertaron y pasé al pasillo a esperar. Al cabo de un ratito me llamó una linda mozuela innominada que me hizo dejar a un lado todo lo metálico (básicamente, mis preciados tirantes, pues todo lo demás ya me lo había quitado yo previamente) y me hizo tumbarme en una larga camilla que desembocaba en un corto túnel. Levante los brazos por encima de la cabeza y sujéteselos, no se le ocurra moverse o tendré que repetir la prueba. Y bájese los pantalones por debajo de las rodillas, me ordenó mientras púdicamente me cubría el cuerpo con una manta. Me dolía casi todo, especialmente los riñones y los hombros, pero aguanté estoicamente mientras la camilla empezaba a deslizarse con cierta rapidez dentro del túnel, a la mitad del cual había una lucecita amarilla. Cuando sacaba yo la cabeza por el otro lado del mismo, la camilla se paró. Y más tarde, muy poco a poco y con prolongadas y sucesivas paradas, la camilla fue deslizándose en sentido contrario al anterior. Hubo un par de veces en que me dieron ganas de removerme y mandarlo todo a la mierda, pero no lo hice (porque sólo me iba a servir para repetir los “tremendos sufrimientos que padecía”). Por fin, la camilla tomó carrerilla y salió entera y verdadera del túnel. Oí una voz en los cielos, el techo de la habitación, que me ordenaba bajar los brazos y así lo hice. A poco, la misma voz me ordenó incorporarme, cosa que me costó bastante pues ya estoy más bien obeso, y entonces vi a la ninfa sentada tras el cristal de una ventana. Se acercó y me dijo: ¡Vístase y espere en la sala del fondo hasta que yo le avise de que se puede marchar! “¡A la orden, mi sargento!”, pensé. Me puse los tirantes y la chaquetilla y salí de nuevo al pasillo. Esperamos, Ana y yo, un breve rato. (Mientras, Ana, de natural preguntón como ya he hecho notar, preguntó si me avisarían para lo de la colina y también cuándo estarían disponibles los resultados del efectuado PET. La respuesta fue que sí y que el médico los tendría a su disposición dentro de un par de días. Teniendo en cuenta que era sábado, pensamos en llamar por teléfono al doctor Expósito más o menos el miércoles, de Ceniza, o el jueves que viene para darle la lata con la pregunta sobre los dichos resultados).Y al fin se oyó una voz que decía: ¡Jesús José, se puede usted marchar! Así que nos fuimos, andando pian pianito por la Avenida de la Constitución o Paseo de la Bandera, antes Calvo Sotelo, y vimos y topamos riadas de gentes en torno a los jardines del Triunfo, como ya he relatado más arriba. “¡Toma ya, fray Leopoldo, día nueve, ahora beato!”, nos dijimos. Y así era. Por fin llegamos a casa, donde yo eché la enésima meada en el retrete familiar y, con ello, nos bajamos entrambos a desayunar al café Lisboa que está en la esquina de Reyes Católicos con la Calle Elvira y Plaza Nueva. Hecho lo cual, nos dimos nuestra diaria ración de Plaza Nueva, incluido el saludo al quiosquero Paco, y volvimos a subir a casa a nuestros diarios y holgados quehaceres. Más tarde, como ya es de rigor, bajamos a comer al bar de la esquina, diciéndome yo a mí mismo que mañana haremos planes para adelgazar, a lo Lope de Vega, “para lo mismo responder mañana”. Y eso fue todo por esta vez. Los días catorce y quince de febrero pasamos Ana y yo mayormente toda la mañana colgados del teléfono marcando el número de la secretaría del PET para ver de enterarnos de la posible fecha de la segunda prueba. Ni flores. El teléfono comunicaba permanentemente y, posiblemente, con razón pues si no ¿cómo iban a atender a las personas que hacían colas

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presenciales? Por mi parte, el día catorce contacté con el despacho del doctor Expósito y se me dijo que estaba en un congreso pero que al día siguiente tendría consulta. Ese día, el quince, me colgué primero del teléfono del PET con la misma nula fortuna del día anterior. Pero conecté con el despacho del doctor Expósito que, efectivamente, estaba en una consulta. De modo que le escribí un correo electrónico contándole mis cuitas. Me había dicho la secretaria que llamara más o menos dentro de un cuarto de hora. Entretanto, Ana, que se había ido a sus estiramientos y esas cosas, me llamó y se propuso acercarse al ya famoso Ruiz de Alda del que no estaba lejos para enterarse personalmente. No me pareció mal. Yo, mientras tanto, esperé un ratito y, antes de bajar al bar de abajo a tomar mi desayuno, probé a llamar de nuevo al doctor Expósito. ¿No ha visto usted el correo?, me preguntó. Sí, balbucí, yo le he escrito un correo... Es que ya se lo he contestado. ¡Caray!. Pues sí, entre paciente y paciente. Yo creí que lo leería usted esta noche o mañana... Bien el caso es que me contó que no deberíamos posponer la cita del día seis. Y que el resultado del PET había sido negativo, aunque este, el PET, es menos preciso que la colina. Y que la prueba con ésta, por razones físicas y económicas, se hacía con menos frecuencia, pero que podíamos confiar en que se hiciera antes del seis. Le agradecí efusivamente su atención y la prontitud de sus respuestas (básicamente las mismas que ya me había dado por escrito en el correo electrónico). Ana, por su parte, remetiendo en la secretaría de medicina nuclear, había obtenido resultados parecidos. Así que, terminé el capítulo del libro sobre Marx y Lincoln que estaba leyendo y me bajé al bar a tomarme esta vez una tostada entera con su café y su leche fría y, luego, tras algunos desencuentros telefónicos con Ana, me dí un paseo hasta el torero Frascuelo al final del paseo de la bandera. Lucía un sol radiante en un cielo sin nubes. Más tarde fuimos a comprar. Y así acabó todo. No va a haber más remedio que ponerse a trabajar. El día veintiuno de febrero, al fin, pudo venir por casa el doctor Fermín Quesada, mi médico de cabecera, y trajo su botella de vino de Ribera, una buena botella de una pequeña bodega de Pesquera. Por nuestra parte, pusimos un poco de embutido granaíno de La Cueva y pasamos una muy agradable velada. Este médico es un tesoro. Después de que, animado y todo, había terminado de escribir la charla o conferencia que me han invitado a dar en la sociedad La Tertulia de mi villa natal, Aranda de Duero, me avisaron por teléfono el día cinco de marzo a eso de las tres de la tarde de que el jueves, día siete del mismo mes, me harían la “colina”, o segunda parte de la prueba del PET con colina, a eso de las 17,30 en el lugar acostumbrado de medicina nuclear. Al día siguiente de dicha llamada tenía, y tuve, una entrevista con mi querido doctor Expósito. El mismo día cinco le mandé un correo electrónico por ver si aplazábamos la cita. Pero lo leyó un momento antes de recibirme en su consulta el día seis de marzo pasadas las doce y media, o sea, como es habitual entre médicos, dentistas y demás, unos tres cuartos de hora después de la hora prevista, lo cual no es casi nada, dado el guirigay que había en la llamada sala de espera. Charlamos un rato y me dio una petición para un nuevo PSA y otra petición para una nueva cita, aproximadamente dentro de en un mes. La cita me la han dado para el diez de abril a las once y cuarenta y cinco (lo que quiere decir que probablemente será a las doce y media) y la otra cita para la extracción de sangre para el PSA de turno, le pedí a mi médico de cabecera, doctor Fermín Quesada, que me la gestionara para el viernes, día 8 de marzo, día de san Juan de Dios y de la mujer trabajadora, a eso de las nueve de la mañana. Y en ello estamos. El día previsto, siete de marzo, a las diecisiete treinta, estábamos Ana y yo en la sala de espera de Medicina Nuclear. A eso de las seis, quizá algo más tarde, me llamaron para inyectarme la cosa en vena, brazo derecho. El enfermero, llamado Antonio, era dicharachero y locuaz, yo creo que para entretener el tiempo que nos hacían esperar antes de pasar a la prueba propiamente dicha. Prueba que se hizo con un ritual similar a la anterior del PET. Sin tener que esperar una hora. Pero el ordenador “se colgó” y hubo que repetirla. Me dolían los hombros y el brazo izquierdo una barbaridad, por tenerlos alzados por encima de la cabeza, aunque estaba tumbado en una camilla. Durante la repetición, me dije a mí mismo unas

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quinientas veces, sin exagerar, y con el ritmo lento de la respiración: ¡Calma! Logré aguantar hasta el final. Cuando salíamos por los pasillos del hospital eran ya las nueve de la noche. Anduvimos hasta casa mientras me dolían los brazos cada vez menos y los riñones cada vez más. Luego bajamos al bar de abajo según costumbre a calmar los ánimos con unos vinos y unas tapas. Al día siguiente, festividad de san Juan de Dios y día de la mujer trabajadora, me levanté tempranito y en mi autobús, fui al ambulatorio de Almanjáyar para que la enfermera Ana me sacara sangre para un nuevo PSA. Hablé con el doctor Quesada, familiarmente Fermín, y quedamos en tomarnos una nueva botella de vino el viernes, día 15. Esta vez la botella la pondré yo. Me toca. Así, me llevará a casa los resultados del PSA. Pero resultó que el doctor Quesada me comunicó el lunes, día 11 de marzo, día sin santo conocido pero que lo tuve de cara, que el resultado del mencionado PSA era 1. Esto parece ir viento en popa. El día 19 de marzo, festividad de san José, viajaré con Ana a Aranda de Duero, donde debo impartir una conferencia en la sociedad La Tertulia. Y donde con toda seguridad caerá algún cuarto de asado antes de que vuelva a Granada, d. m., el martes (santo), día 26 de marzo, día también sin santo conocido. Después de haberme tomado, el viernes, día 15 de marzo, una nueva botella de Ribera acompañada de ricos manjares de la Sierra de Cazorla con mi médico de cabecera, el doctor Fermín Quesada, y no teniendo noticia alguna nueva por el momento de parte de los urólogos ni del radioterapeuta, opto por enviaros este parte de eventos, que ya se estaba haciendo desear, hoy, 17 de marzo, día de san Patricio patrón de Irlanda y de la Guiness. ADDENDA Hoy, 18 de marzo, recibo esta noticia de parte del doctor Expósito: “El resultado del PET-TAC con colina es negativo. Esto quiere decir que no se evidencia ningún depósito del trazador en ninguna localización anormal. Es una buena [noticia] al igual que el descenso del PSA a 1ng/,l” Pues, eso. 9. COMO PROMETÍ INFORMAR, INFORMO, Y VAN NUEVE. Después de haber viajado a Aranda, haber comido asado y haber tenido la conferencia en olor de multitudes entre familiares y amigos, volví a Granada y me encontré una llamada telefónica de la secretaria del doctor Expósito. Tenía cita con él para el día diez de abril, día sin santo notable conocido. Pero al día siguiente de mi llegada, veintisiete de marzo, festividad del afamado san Juan Damasceno, llamé yo a mi vez y me cambiaron la cita para el día tres de abril, otro día sin santo notable conocido aunque eso sí víspera de la festividad del poligrafó san Isidoro. También llamé al doctor Quesada que me gestionó otra cita para el vampiro de cara a un nuevo análisis por la anemia para el día cinco también de abril, festividad de san Vicente Ferrer, el portentoso padre Vicente. Andaba yo un tanto aburrido de hacer planes en el aire hasta que llegó el mentado día tres de abril. Tuve mi entrevista con el doctor Expósito, que me comunicó la decisión o el parecer al que los expertos habían llegado por consenso: tratamiento de radioterapia, coadyuvante del tratamiento de bloqueo hormonal. Yo había llegado por mi cuenta a convencerme de lo contrario, pero me pareció más sensato hacer caso a los expertos, así que decidí someterme a la radioterapia. También le comuniqué que tenía yo algunos dolores aquí y allá pero que no sabía si eran significativos o deleznables. Ya se sabe que, como explica un enterado en un video que por ahí corre, tenemos en esto de las terapias y en especial terapias del cáncer, un pensamiento del siglo XII. Es decir tenemos la decapitación (cirugía, que ya he sufrido), la hoguera (radioterapia, que me dispongo a sufrir) y finalmente asedio y muerte por hambre (bloqueo hormonal, que ya estoy padeciendo). No me privo de nada. El doctor Expósito, muy amable, me dio una receta para que me expidieran la segunda dosis trimestral de leuprorelina (principio activo del comercialmente llamado Procrin), pues resulta que ahora la tal leuprorelina ya no se puede adquirir en las farmacias normales sino en las consultas de farmacia de los hospitales. Pero como es un medicamento ambulatorio no me lo quisieron dar (astutamente me dijeron que no lo tenían) en la farmacia del Ruiz de

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Alda sótano sino que allí la supervisora me informó de que tenía que pedir cita en Traumatología y presentarme allí a la hora que me prescribieran provisto de mi receta y mi parte de alta en el que se indicara el dicho tratamiento para recibir la dosis prescrita primera. Luego ya, más tarde, podía presentarme por la cara sin papeles, aunque eso sí en los días y horas en los que se me citara previamente. Yo pensé y dije que naranjas de la china, que si el cáncer no se curaba solito, allá él, pero que yo ya no movía ni una ceja por el papeleo. Menos mal que Ana es muy batallona. Así que volvimos a la consulta del tantas veces citado doctor Expósito, que para entonces se hallaba ocupado con un paciente nuevo (“y los nuevos, ya sabe usted...”, que dijo la enfermera joven). Terminó con el nuevo y entonces salió una enfermera no tan joven y nos llevó al sótano por extraños vericuetos Y tras una puerta apareció otro enfermero, supongo, al que ya habíamos entrevisto antes, el cual, tras haber vuelto a desaparecer detrás de la misteriosa puerta, volvió a aparecerse con un nuevo papel y el mensaje de que fuéramos a Trauma donde teníamos una cita para las dos menos cuarto en la Consulta de Farmacia 1, que está a la derecha según se entra en el recinto y luego a la izquierda de la escalera y en el sótano. Era la una y media de la tarde bien pasada. En unos diez minutos fuimos a buen paso desde el Ruiz de Alda a Trauma y nos presentamos en la citada Consulta de Farmacia 1, donde un muchacho bastante amable me tomó la filiación y consultó la pantalla del ordenador (“A ver si aquí están las cosas, porque no crea los médicos tienen sus sistema y como no lo hayan puesto en el del hospital pues a ver qué hacemos”). Al parecer estaban las cosas. Me trajo la inyección y me dio dos o tres papeles más y una cita para el primero de julio próximo para recoger la dosis siguiente a las diez de la mañana. Al fin, jodidos pero contentos, abandonamos los recintos hospitalarios y, andando, le di a elegir a Ana entre comer en el Altamura o debajo de casa. Eligió certeramente el Altamura y allá nos fuimos a comer y beber para quitarnos el hambre y los traumas. Después de lo cual, ya reposando en casa, repasé el programa de actos que me había esbozado el ínclito doctor Expósito: El día 11 de abril, festividad de san León I papa también llamado el Magno, tengo que ir al sótano de Radioterapia para hacerme un TAC o simulación previa al tratamiento. Al levantarme ese día me he de poner un pequeño enema y luego vaciar la vejiga y llenarla de nuevo con 300 mililitros o centímetros cúbicos de agua. Y no orinar hasta haber pasado la prueba. Después, a partir del día 18 de abril, tengo que ir de lunes a viernes durante cinco semanas a que me den las radiaciones, habiendo defecado antes. Y las dos primeras semanas con pequeño enema previo incluido. Y una vez por semana a la Consulta de seguimiento. Con todo esto nos habremos puesto en los finales del mes de mayo. Supongo que para entonces ya se me habrán quitado las ganas de hacer el Camino de Compostela. Eso que voy a ahorrar. Y, salvo que se me olvide algo, esto es lo que hay. Por ahora. El día cinco de abril, como ya dije festividad de san Vicente Ferrer, el portentoso padre Vicente, fui a duras penas camino del ambulatorio de Almanjáyar al vampiro. Digo a duras penas porque un dolorcillo en el lado derecho de la panza que el día en que visité al doctor Expósito parecía un dolorcillo de nada, resistió persistente y en la noche del cuatro al cinco de abril no me lo calmaban ni El larguero ni el Hablar por hablar ni los paracetamoles. (¿Será una apendicitis?, ¿será un nuevo linfocele? ¿será la vesícula biliar? ¿será una rosa? ¿será un clavel?). Así que me sacaron sangre, me pusieron la inyección prescrita de Leuprorelina, vulgo Procrin trimestral, me palpó bien el doctor Quesada mis doloridos aladares triperos e incluso me los miró por ecografía sin hallar nada especialmente anormal, por lo que tuvo la gentileza de hacerme ver la piedra de mi riñón izquierdo que destacaba en la pantalla por su blancura y parecía haber crecido de tamaño. Me prescribió tomar sólo líquidos (pero no vino, ay dolor) durante el fin de semana además de algún calmante que otro. Me prescribió también otras guarradas que no cuento. Y mohíno yo y cansada Ana nos volvimos para casita en el autobús número tres. Fin de la historia, aunque no de los dolores. Seguiremos informando. (Aunque es tema ajeno a esta verdadera historia, a los dolores físicos hay que añadir el dolor quizá moral de que Hacienda somos todos nos va a sacar de nuestra cuenta corriente unos siete u ocho mil euros de nada. De manera que adieu sauvages, adieu voyages, que dejó escrito Claude Lévi-Strauss).

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10. COMO PROMETÍ INFORMAR, INFORMO, Y VAN DIEZ. Los dolores se fueron yendo con la llegada de un temprano y falso verano y sus altas temperaturas. El día diez de abril a las nueve de la mañana entregué en el ambulatorio de Cartuja-Almanjáyar los botes de mis guarradas. Y el doctor Fermín Quesada, que dios guarde, me comunicó que ya no tengo anemia, técnicamente hablando. (Pero tengo 39 unidades de hierro, cuando lo mínimo es 59, y tengo 13,5 de hemoglobina cuando lo mínimo es 13. Eso quiere decir que estoy sacando la cabeza del agujero pero nada más). Me recomendó dieta de carnes y verduras y algún vaso de vino. O eso entendí. El día 11, tras haberme puesto un micralax, haber defecado convenientemente y haber vaciado la vejiga, nos presentamos Ana y yo en los sótanos del hospital Virgen de las Nieves, vulgo Ruiz de Alda, a esperar que me hicieran la simulación previa y TAC. Un enfermero muy amable me tuvo un ratito en la camilla rodante que pasa por un amplio aro, después de haberme puesto un contraste en vena (todavía tengo las señales), y luego me pintó un par de puntos con tinta china a ambos lados de la barriga, más o menos por donde arranca el fémur. Me dijo que me llamarían probablemente a primeros de mayo y que hacia el veintinueve de abril debía ir al vampiro para hacerme un nuevo PSA. Lo hable con Fermín, después de haber comido bien en el bar de abajo. Más tarde, el jueves dieciocho me llamó él para decirme que el resultado del análisis de mis guarradas había sido negativo. El día 29 de abril, festividad de san Pedro de Verona, mártir del siglo XIII de familia maniquea y por maniqueos asesinado en un cruce de caminos, y habiendo dejado pasar sin pena ni gloria las festividades de santos y vírgenes tan gloriosos como san Anselmo, el del argumento, y san Jorge el del supuesto dragón, el libro y la rosa, y san Marcos, el evangelista, y la Moreneta de Montserrat, me presenté por enésima vez en el ambulatorio de Cartuja Almanjáyar para que me sacaran la sangre de mis venas a fin de buscar un nuevo PSA. Al día siguiente, treinta de abril, festividad de santa Catalina de Siena, un caso clínico peor que san Bernardo en versión femenina, pero santa al fin y al cabo, me han informado los de la oncología radioterápica a petición mía que no se sabe el día ni la hora en que me llamarán para empezar a chamuscarme el lecho prostático. Así que en compás de espera seguimos. Viendo que hoy es ya siete de mayo, día sin santo conocido, y que sigo sin noticias de los encargados de la hoguera, me decido a enviar esta crónica celebrando el cincuenta aniversario del rodaje en Aranda de “Nunca pasa nada”. Aquí y ahora tampoco pasa nada. 11. COMO PROMETÍ INFORMAR, INFORMO, Y VAN ONCE. NOTA: En mi precedente crónica escribí “siete de mayo, día sin santo conocido”. Era, en realidad, el día ocho de mayo. El siete de mayo sí tiene santo conocido, aunque poco (como diría el actual ministro de la Gobernación y el Orden Público), pues se trata de san Estanislao, Obispo y mártir, que fue, uno más, asesinado en Cracovia de Polonia por orden del impío rey Boleslao mientras decía misa. Tal cosa ocurrió el ocho de mayo de mil setenta y nueve. Mientra tanto, los sucesos y noticias se precipitaban. El día nueve de mayo (de dos mil trece), día de Europa y festividad de santo conocido, nada menos que san Gregorio Nacianceno, uno de los Padres Capadocios1, o sea, uno de los padres de la Iglesia, responsables en el siglo IV de aquello que Alfred Loisy expresó con frase lapidaria: “Jesús predicaba el Reino y lo que llegó fue la Iglesia”2 (pero esa es otra historia), llamé por teléfono al doctor Expósito 1 Los Padres capadocios (o filósofos capadocios , o simplemente capadocios ) fueron tres santos venerados tanto por el catolicismo como por la iglesia ortodoxa. Tuvieron gran importancia dentro de la historia de los padres de la iglesia, al contribuir significativamente al desarrollo de la teología cristiana de los primeros tiempos. Surgieron como una familia monástica del siglo IV en torno a la figura de Santa Macrina la Joven, quien les proporcionó un lugar para poder estudiar y meditar. La abadesa Macrina veló por la educación y el desarrollo de estos tres hombres que posteriormente serían conocidos, de forma conjunta, como «padres capadocios»: Basilio el Grande, segundo de los hermanos de Macrina (el primero fue el jurista cristiano Naucracio) y con el tiempo obispo de Cesarea, Gregorio de Nisa, otro de los hermanos de Macrina, quien con el tiempo fue obispo de la diócesis asociada desde entonces con su nombre, y Gregorio Nacianceno, amigo cercano a la familia y que sería patriarca de Constantinopla. Estos eruditos, formados en estudios clásicos de filosofía griega, se esforzaron en elevar el nivel de la teología cristiana, de manera que pudiera debatirse en pie de igualdad con la filosofía pagana. Contribuyeron a la definición de la Trinidad a la que se llegó en el I Concilio de Constantinopla de 381 y a la versión final del credo niceno que se formuló allí. 2 « Jésus annonçait le royaume et c'est l'Église qui est venue » (Jesús de Nazaret: Historia y mensaje. Ed. Cristiandad, 1973, pág 140). Signifique esto lo que signifique. Véase, por ejemplo: http://www.sunyol.net/miquel/loisy_sp.htm

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infructuosamente ya que no era el día ni la hora apropiadas. En vista de lo cual, le mandé un email. (A todo esto y mientras tanto, Ana se había acercado al Ruiz de Alda a preguntar, cosa que le gusta mucho. Le dijeron que el próximo miércoles, día quince a las 13 horas estaba citado para mi primera sesión de radioterapia). El doctor Expósito, por su parte, me respondió enseguida con buenos datos. El PSA ha resultado ser de 0,25. Me confirmaba el quince como día de la primera sesión de radioterapia y las trece como la hora idónea. Ese día quince es nada menos que la festividad de san Isidro, aquel labrador tan entrañable y tan vago que sesteaba y se iba a oír misa mientras los ángeles le hacían la faena y así esperaba a su mujer santa María de la Cabeza que le llevaba el almuerzo navegando por sobre el río con su manto por bajel o esquife. Por ello es patrón de los madrileños y merecería serlo de los españoles todos (excluidos los catalanes, que trabajan, o al menos eso dicen…). Por otra parte, hoy día diez de mayo, es la festividad del Maestro Juan de Ávila, que era de Almodóvar del Campo, y que siendo apóstol de esta Andalucía trajo al buen redil en esta mi Granada al librero Juan Ciudad y lo convirtió en Juan de Dios (nombre de pila desde entonces de la mitad de los granaínos) y, más en general, encarriló hacia la santidad a Francisco de Borja, aquel duque de Gandía y ayudó a Ignacio de Loyola a extender la Compañía de Jesús por España y Portugal. Además aconsejó certeramente a san Pedro de Alcántara, que vivía en un sotabanco bajo una escalera en Arenas de San Pedro, y a santa Teresa de Jesús, aquella monja andariega y trashumante que no paraba quieta. Todo un tipo. 12. COMO PROMETÍ INFORMAR, INFORMO, Y VAN DOCE. El día de san Isidro, como estaba previsto y anunciado, fuimos Ana y yo una vez más, y lo que te rondaré, morena, a los sótanos del Virgen de las Nieves, vulgo Ruiz de Alda. Estábamos citados a la una, o las trece según los horarios de la Renfe, y como novatos, tras coger o mejor tomar nuestro autobús, llegamos allí a eso de las doce y cuarenta. Entre este adelanto y los retrasos pertinentes que tenían en el hospital nos dieron la una, las dos y casi las tres. Por fin me llamaron. Me tendí en una camilla con reposapiés y apoyatibiasyperoneses, gran detalle, siguiendo las indicaciones de la enfermera Lola, y en posición de momia, manos al pecho y quietud de cadáver, estuve como un cuarto de hora si no veinte minutos, mientras un brazo tan gigantesco como mecánico que terminaba en un a modo de platillo volante de bolsillo se movía sobre mí y giraba a derecha e izquierda. Se oían timbres varios y sonidos extraños, algunos como el dispararse del obturador de una cámara de fotos. Cuando estaba a punto de moverme me avisaron de que aquello había terminado y de que no era el tratamiento propiamente dicho sino una, otra, prueba previa. La enfermera Lola me “tatuó”, eso dijo, unos puntos en el arranque de mis ambos fémures. Y se me asignó la hora de las doce y veinte del mediodía para mis sesiones de tratamiento futuras. Después de esto hubimos de esperar en la puerta de la consulta de enfermería a que me tomaran la filiación, cosa que no pudo ser porque no apareció la carpeta de mi expediente. Se harán los trámites la semana que viene, tal como me dijo que dijera la enfermera Carmen. Con estas eran las tres menos cuarto cuando salíamos de nuevo al sol de la Caleta, así que nos fuimos a comer bien al Altamura. Y de allí, satisfechos y contentos, a casita. Ya en casa, cuando miré el correo encontré una misiva muy atenta del doctor Expósito en la que lamentaba no haber estado presente en lo que ellos llaman la “puesta del tratamiento” o bien “puesta 0” y se ofrecía para hablar conmigo hoy antes del comienzo del tratamiento propiamente dicho para despejar a córner las dudas que pudiera yo tener. Le contesté agradecido que no era necesario, porque yo fiado en su experiencia y saber, aunque casi sin ganas, estaba dispuesto a someterme a las sesiones que fueran necesarias o convenientes. Y ahí quedó la cosa de momento. Al día siguiente 16 de mayo, o sea hoy, he vuelto esta vez solo, como el torero ante la suerte suprema, a tomar o coger mi autobús y a las doce y veinte en punto estaba sentado en una silla en los sótanos del Virgen… etc. Eso de las doce y veinticinco ha salido la enfermera Lola y ha preguntado por mí. Me he dejado ver y me ha dicho que esperara. A los cinco minutos me ha llamado y he ido a tumbarme en la camilla ante la máquina gigante lo mismo que ayer, con las manos en el pecho, quieto como una momia, con los pantalones y calzoncillos hacia abajo y

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la camiseta hacia arriba, esta vez sin pañizuelo púdico que cubriera mis partes pudendas. La máquina ha rugido y se ha puesto en movimiento girando de acá para allá. Se han oído los consabidos pitidos y timbres y, mucho más pronto que ayer, me han dicho que aquello se había terminado. Ya no era la enfermera Lola sino otra enfermera sin nombre. Me he despedido hasta mañana a la misma hora y he salido al sol de la Caleta. Eran la una menos veinte o las doce cuarenta. He tomado un autobús en la acera de enfrente y he vuelto a la calle Reyes. A la una menos cinco me he metido en el Lisboa a desayunar mi café con leche fría y mi tostada de aceite cotidianos. Además me he tentado y he pedido de añadidura un pincho de tortilla considerable y sustancioso. Luego he subido a casa y he escrito todo esto para información de mis amables corresponsales o correspondientes. Tras enviarlo por correo bajaré con Ana al bar de enfrente a tomar un par de vinos, cosa que se recomienda a los pacientes con cáncer de próstata según la hojita que la enfermera Carmen me proporcionó ayer. Y eso es todo por ahora para satisfacer las apresuradas demandas de las y los que llamaron ayer tarde queriendo saber cómo me (nos) había ido. Laus Deo! 13. COMO PROMETÍ INFORMAR, INFORMO, Y VAN… ¡HUY! El día diecisiete de mayo, festividad de san Pascual Bailón, santo alegre donde los haya, muy de mañana me comunicaron de radioterapia que no acudiera a la sesión segunda porque “estaban teniendo problemas con el aparato”. De manera que, alegre yo también como unas pascuas, me quedé en casita esperando hasta el lunes siguiente, día veinte de los corrientes, y esperando mientras tanto a que escampara el aguacero que se abatía sobre la ciudad. El lunes, veinte de mayo, entrañable y ya ancestral aniversario familiar, reanudé mis sesiones. Me atendió esta vez la enfermera Gema, que es de Córdoba y que adivinó enseguida con certero ojo clínico que yo no era nativo de aquí. El martes y el miércoles, días veintiuno y veintidós de mayo respectivamente, la cosa siguió su rutina, con la salvedad de que cada día me atienden un poco más tarde. El martes era mi primera consulta de revisión: una innominada enfermera me hizo saber que por ahora no había nada especial que saber ni que decir salvo que mi historia sigue sin ser hallada y que cualquier día en que tuviera algún problema podía presentarme motu proprio en la consulta que si no tenía problemas podía asimismo no presentarme. También el mismo día apareció por los pasillos un par de veces el ínclito doctor Expósito que se interesó por mí y por mis eventualidades. Eso de tener que presentarme en el hospital a las doce y veinte ha traído consigo la alteración de mis horarios de jubilado. Tendemos, Ana y yo, rey de Siam, a levantarnos más bien tarde, a pesar de los refranes y de los convencimientos racionales. Como tengo que ponerme un microenema y defecar convenientemente y mantener los intestinos limpios hasta la hora de las radiaciones, además de beberme trescientos mililitros de agua media hora antes del evento y no evacuarla hasta después del mismo, resulta que mi desayuno en el bar de las once y media, café con leche fría más media tostada con aceite (de oliva), el mejor minuto del día, se ha ido al garete. Procuro remediarlo a base de tomarme dicho desayuno pasada ya la una del mediodía, y suelo adjuntar un pincho de tortilla como ya creo haber contado. Pero no es lo mismo. Estoy pensando que, dado que la hora efectiva de la radiación tiende a retrasarse un poco más cada día, voy a adelantar un poco la hora del desayuno en el bar y tomármelo a eso de las once por ejemplo y así ir más reconfortado y alegre al incruento sacrificio diario. Puesto que hoy, miércoles veintidós de mayo y día sin santo conocido, hace ya una semana que empecé a quemar mis células residuales en la hoguera de las vanidades, envío esta crónica a los amigos impacientes y a los ávidos lectores. NOTA: En mi crónica pasada he puesto que el veintidós de mayo era día sin santo conocido y no es verdad. Tal día, además de la fiesta de Santa Rita, rita, rita, lo que se da no se quita, de Casia, es la festividad de nada menos que santa Joaquina de Vedruna y de Mas, santa de soltera, santa de casada, santa de viuda y santa de monja (y, tal vez, esto es de mi cosecha, antepasada de don Artur el Descerebrado), fundadora de la marca de monjas a las que pertenece mi hermana Consuelo. Lo que pasa es que mi misal es muy antiguo, tiene ya más de cincuenta años y hay cosas que se le escapan, además de tener ya las cuadernas

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desvencijadas. Y por si fuera poco, al día siguiente, veintitrés, o sea, mañana, es la conmemoración de la aparición del apóstol Santiago al frente de las huestes cristianas del reino de León en la batalla de Clavijo, evento más bien legendario y político que otra cosa (para que luego digan que la Iglesia no se mete en políticas) en el que el rey Ramiro I de Asturias habría infligido una tan grande como inexistente derrota a los musulmanes en el llamado Campo de la Matanza el día 23 de mayo del año del señor de ochocientos cuarenta y cuatro, pero que resulta ser a grandes rasgos la mitificación de la batalla de Albelda en la que el rey Ordoño I, el hijo de Ramiro I, cercó la ciudad de Albelda y estableció su base en el Monte Laturce, es decir, el mismo lugar donde la leyenda sitúa la batalla de Clavijo. Y los hallazgos arqueológicos no dejan lugar a dudas: en Albelda se combatió, y mucho. Esa batalla de Albelda en realidad fueron dos: una en torno a 852 que fue ganada por Musa ibn Musa y otra en 859 en la que éste fue vencido por las tropas de Ordoño I. Así que ya ves (Ergo iam vides). 14. COMO PROMETÍ INFORMAR, INFORMO, Y VAN CATORCE Prosigamos. El día veintitrés, glorioso donde los haya, se escacharró de nuevo el aparato. Así que volví a las hogueras el día veinticuatro confiando en María Auxiliadora. Y funcionó. Ese día me explicaron que el aparato radia por la parte que parece un pequeño platillo volante y gira porque me radian por los cuatro puntos cardinales, comenzando por el oeste, muslo derecho, siguiendo por el norte, de frente a mis partes mismamente, para pasar después al este, muslo izquierdo y terminar los giros y las radiaciones por el sur, efectivamente el trasero. Entonces entran en el recinto las enfermeras que previamente se han fugado, me ayudan a levantarme de la camilla, arreglo mis ropicas y me voy. El día veintisiete, lunes y festividad de Beda el venerable, me radiaron sin problemas. Ese día apareció un enfermero, en lugar de las consabidas enfermeras, el cual, muy púdico él, después de que yo me hubiera bajado como de costumbre los pantalones y los calzoncillos, me tapó las partes pudendas con la parte superior de mis calzoncillos. No dije nada pero no dejo de preguntarme: Si pueden ser radiadas estando tapadas ¿por qué hacen que me baje los calzoncillos en todas las sesiones? Y, si esto segundo tiene algún sentido, ¿para qué me los subió el enfermero? Estaba yo tan confuso con este dilema que el dicho enfermero me dijo cómo se llama el aparato y se me olvidó por completo. Al día siguiente, veintiocho de mayo y martes, fui andando al hospital (y también volví a casa de la misma manera) porque había manifestación de expulsados y desempleados de la Caja de Ahorros de Granada. Por lo demás todo normal. La enfermera de turno me informó de que el susodicho aparato era un acelerador lineal (cosa que yo ya sabía gracias a Google) y que era un CLÍNAC 2100. Es más o menos como el de la foto adjunta.

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(Si alguien quiere saber más puede mirar en: http://www.google.com/imgres?imgurl=http://www.varian.com/media/oncology/products/clinac/images/clinac_2100c.jpg&imgrefurl=http://www.varian.com/us/oncology/radiation_oncology/clinac/clinac_2100c.html&h=517&w=650&sz=74&tbnid=Xb4UgWPFSzBgyM:&tbnh=90&tbnw=113&zoom=1&usg=__APH0DGDUgh91hVHGe7FEg75AWX4=&docid=hORaMFYk20tSuM&hl=es&sa=X&ei=ZpmkUYf4ErGM7Aair4CQAw&ved=0CDsQ9QEwAQ&dur=4541). El veintinueve de mayo, miércoles, era en Granada el día de la Tarasca. Curiosa metátesis esta, ya que la tarasca propiamente dicha es el dragón, o la bicha, que tenía aterrorizada a la población de Tarascón y a la que mató Santa Marta, la mismísima Marta del evangelio tan hacendosa y activa ella. Ahora llaman “tarasca” a la muñeca que va sobre el dragón y que es el trasunto de la susodicha santa Marta, y por extensión llaman “tarasca” a toda mujer a la que quieren llamar puta. Grandiosa muestra de machismo ibero incrustado en las tradiciones. La mal llamada “tarasca” sale tal día como hoy por Granada, vestida por un sastre, modisto o modista más o menos famosos, anunciando la moda del verano entrante. (Suele ir hecha un adefesio). Pues bien, enfilaba yo la Gran Vía camino de la hoguera cuando sonaron los estampidos de dos cohetes. Eran las doce en punto del mediodía. La Gran Vía estaba llena de gentes así que de autobuses ni hablar. Eché a andar frente a la riada humana que acudía a ver la tarasca, nadando denodadamente a contracorriente a todo lo largo de la gran Vía, Triunfo y paseo de la bandera o avenida de la Constitución, antes Calvo Sotelo. Una vez llegado a los sótanos del Ruiz de Alda y luego de haberme cruzado por los pasillos con el benemérito doctor Expósito, me dieron las oportunas radiaciones y me volví andando camino inverso hacia la fuente de Isabel la Católica y Colón enfrentado de nuevo a la riada humana que esta vez en sentido opuesto volvía de haber visto la tarasca. Después Ana y yo, rey de Siam, fuimos por Bibrambla a ver las carocas y leer las quintillas (buenos los dibujos y flojos los versos), tras haberme comprado unas sandalias Pirrolo para el verano. Esto es todo por hoy. Mañana es la festividad del Corpus Christi aquí en Granada, las fiestas del lugar, y, por pura envidia institucional, también lo es en Sevilla y en Toledo. Parece que a los sevillanos no les basta con el glorioso san Fernando. Así que mañana no tengo sesión de radio. Aunque parezca una eternidad, sólo llevo ocho sesiones. Así que todavía me quedan unas diecisiete. Paciencia. 15. COMO PROMETÍ INFORMAR, INFORMO, Y VAN QUINCE Con respecto a la tarasca, olvidé hacerme algo de autopropaganda pues no señalé que los interesados en el tema pueden hallar una más amplia información en mi libro “A quien conmigo va. Historia y leyenda en el Camino de Santiago”, concretamente en el capítulo titulado “Jueves 03 de junio de 2010 Etapa 4 Seguimos con san Juan de la Cruz”, páginas 81 a 89 más o menos. Bueno, pues el viernes, 31 de mayo, último día de la semana y del mes, fui como de costumbre a la radioterapia. Esta vez me tocaron dos enfermeras tipo LOGSE que o bien eran un tanto cretinas de su natural o por educación o bien estaban ansiosas por irse de feria y de fin de semana. Como dato curioso, me pusieron el pañizuelo de marras sobre mis partes pudendas y una de ellas, después de apresurarse a hacer rotar el aparato al final de la sesión rozó el platillo volante con los bordes de la almohada por no haber retirado la camilla previamente y quiso darme unas lecciones acerca de cómo bajarme de ella en lugar de ayudarme a hacerlo. Por cierto que a los camareros LOGSE se les nota en que suelen llevar un pendiente en una oreja (por ello son conocidos también por el nombre de “saneaos”). Si al entrar en un bar ven un espécimen de esos salgan corriendo, se lo digo por su bien. Pero a las camareras o a las enfermeras LOGSE, dado que suelen las mujeres llevar pendientes, sólo se les nota por sus actos, esto es, tarde y cuando ya no hay remedio. Cuando salgan las promos de la futura LOMCE, que Dios nos pille confesaos. Pasaron las fiestas del Corpus. Y Lourdes, la mujer de Santa Fe que había desaparecido unos dieciocho días antes, apareció el domingo en plena ciudad flotando en el río Genil junto al puente romano y el embarcadero.

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El lunes, día tres de junio, volví a la faena. El roalillo de espera de la radioterapia parecía una feria, tan lleno de gente. Iban con retraso y tardé una hora en entrar. Las cosas habían vuelto a su ser cotidiano. Allí estaban la enfermera grande y rubia y la más menudita y morena como, casi, siempre. Y había vuelto a desaparecer el pañizuelo. Lo que ahora no funcionaba del todo bien era el mando de los movimientos de la camilla y tal. Tuve que dar un salto para bajar de ella. Lo corriente. El martes, día cuatro, todo normal, incluida la hora larga de retraso. El miércoles, día cinco, también todo normal, con tan sólo media hora de retraso. A la enfermera grande y rubia la habían dejado sola pero se bandeaba con garbo. El roalillo estaba muy despejado. Era el día de san Federico (García Lorca), el famoso día de “el cinco a las cinco”. Juan, uno de los radiados, hablaba de la fiesta de Fuentevaqueros. Por la tarde, a eso de las ocho, le daban el “Pozo de Plata” a un amigo poeta, Antonio Carvajal, que ya fue Premio Nacional de Poesía y que, al decir de algunos, es el mejor de los poetas vivos que tenemos en España. Me mandaron una invitación pero no fui. Hay que estar lo más alejado posible del “candelabro”. Pero me alegro mucho del premio. El mismo día, por cierto, también se conocía la noticia del Príncipe de Asturias de las Letras concedido a Antonio Muñoz Molina, que en su juventud andaba por aquí trabajando en el Ayuntamiento. La verdad es que Granada es una tierra en la que los poetas se dan con tanta abundancia y calidad como los níscalos en otoño lluvioso. Yo mismo tengo como amigo al ya mentado Antonio Carvajal y también a otro poeta nacional laureado que antes andaba por esta universidad, Luis García Montero. Además de haber tenido como alumnos a varios poetas y escritores más o menos famosos y famosillos y laureados, tengo como vecino a Juan de Loxa, “guardián” que ha sido de la Casa Museo de Lorca en Fuentevaqueros. También hay que decir que cada uno de los poetas es, como suele decirse, “hijo de su padre y de su madre” y andan educadamente a la greña unos con otros, cosa que es asimismo algo históricamente recurrente en las letras hispanas casi desde el principio de los tiempos. Al salir del hospital me topé con las Lourdes que iban de consulta y que de paso me contaron que Álvaro se había roto el hombro (era una limpia rotura de húmero) llevando las puertas de un repostero de Marian. Toda una trágica historia familiar que luego estuvimos, Ana y yo, rey de Siam, indagando. Por lo demás, aunque los dolores fueron considerables, parece que no llegará la sangre al río. Algunos corresponsales dicen que no digo nada de mí en estos comunicados. La verdad es que no hay mucho que decir. Voy bien. Estoy engordando adecuadamente, cada día un poquito más que el anterior. Dado que la radioterapia me produce unas notables diarreas, los apretones diarreicos unidos a unos subidones menopaúsicos que últimamente me acontecen hacen que mi vida transcurra obligadamente rondando un water, normalmente el de mi casa, pues ya se sabe que como en la casa de uno… Lo que esto significa es que no puedo arriesgarme a andar por las calles, no vaya a ser que riegue la Gran Vía o la calle Reyes en alguna corrida extemporánea. Hasta ahora he logrado llegar con bien a mi casa, y a mi water, pero nunca se sabe. Como creo haber informado ya, leo bastantes cosas, duermo mucho y no escribo nada. Pero tengo planes. La radioterapia me ha impedido lanzarme al Camino (Camino no hay más que uno) en junio según era mi costumbre. Lo tengo proyectado para últimos de agosto y todo el mes de septiembre. Eso si logro quitarme de en medio al menos unos diez o doce kilos de aquí hasta entonces, cosa dificultada por las diarreas que ya he reseñado. De manera que este plan está en el aire. Otrosí digo que, como mi sobrina Lara se va a ir a New York a investigar durante los meses de septiembre y octubre, he planeado un viaje a los Estados más o menos a la vuelta del Camino, o sea en octubre. Este segundo plan también está supeditado a que mi estado fisiológico general esté en forma. Y tengo un tercer plan que espero no se estropee por nada del mundo: acudir como todos los años a la Serrana en la tercera semana de agosto en las fechas en torno a san Bartolo. De los planes de acabar de escribir el libro gordo y eterno ya ni hablo. De manera que esto es lo que hay y así lo envío. 16. COMO PROMETÍ INFORMAR, INFORMO, Y VAN DIECISÉIS

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El día seis de junio, jueves, de nuevo estaba el roal lleno de gente como una feria. El marido de carmen me advirtió antes de irse a por el coche que a la semana siguiente tendríamos descanso por revisión de las máquinas el lunes, el martes y el miércoles. Cuando me tocó entrar, tras la media hora de rigor y de retraso, se lo comenté a la enfermera grande y rubia, a la que de nuevo habían dejado sola. Me dijo que así iba a ser y que al día siguiente, viernes, nos lo avisarían. Al final apareció Ana e intentamos hablar con el enfermero de la consulta de seguimiento. Vano intento. El martes estaría libre. Pero el martes no vendremos nosotros. De modo que quedamos en tablas. Otro día, siete y viernes, tras una hora de espera, me llamó el enfermero reaparecido y después de las radiaciones me confirmó que habría parada técnica hasta el jueves de la semana siguiente. Y así fue. Durante este período de descanso, llegó y pasó el cuarenta de mayo con sus refranes y sus recuerdos. Por cierto que, ahora, dicen los navarros otra cosa que suena así: “Con chaqueta y calcetín, hasta san Fermín”, dados los tiempos que están pasando. Al día siguiente, lunes diez de mayo, a la vuelta del paseo seminocturno nos encontramos Ana y yo con Ioana Gruia, nuestra ahijadanieta poeta y escritora de pro, que nos regaló un ejemplar de su novela “La vendedora de tiempo”, que le ha editado en Sevilla Espuela de Plata, con un prólogo de Luis García Montero. Libro que hay que leer y yo ya he empezado a hacerlo. Quedamos en que un día de estos cuando vuelva de Nueva York nos contará sus impresiones y nos tomaremos unos vinos y lo que caiga. Por cierto que, con el parón de las radioterapias, me he animado a volver a las andadas y estoy procurando hacer un par de paseatas diarias, mañana y tarde, con bastante éxito por ahora. Según yo, me sobran unos quince kilos que intentaré ir echando afuera aunque lo logre en las kalendas graecas. O así. Por fin el día trece de junio, festividad del glorioso san Antonio de Padua, el cual (nacido en Lisboa en la Alfama junto a la Catedral y que en realidad se llamaba Fernando Martim de Bulhões e Taveira Azevedo, y pertenecía al parecer a una familia de la aristocracia descendiente del cruzado Godofredo de Bouillón) es un entrañable santo que veía niños jesuses desnuditos en cualquier parte y a cualquier hora, que era muy amigo de pájaros voladores y también de entretenerse predicando a los peces, (por cierto que también un día como hoy pero de otro año más cercano, el de mil ochocientos ochenta y ocho, nació también en Lisboa un no menos entrañable y poético personaje que precisamente por haber nacido en tal día fue llamado Fernando António Nogueira Pessoa), pues como iba diciendo en el glorioso por tantos conceptos día trece de junio, jueves para más señas, volví al hospital para mis radiaciones. Esta vez tuve que esperar un poquito más de dos horas de reloj y me dio tiempo de ver por allí, por el tan mentado roalillo, a medio mundo incluido el ínclito doctor Expósito y hasta Ana que también apareció. Después de haber pensado seriamente en abandonar definitivamente la radioterapia, por fin me radiaron y Ana y yo nos volvimos para casa y nos tomamos un par de vinos en el bar de abajo, el verdadero bar de abajo, en el bloque de nuestra casa, pues el otro llamado bar de abajo ha cerrado hace ya unos cuantos días con harto dolor de nuestro corazón y nuestros estómagos. Y eso fue todo por esta semana en la que parece estar llegando ya el calor del verano. 17. COMO PROMETÍ INFORMAR, INFORMO, Y VAN DIECISIETE El día catorce, viernes, las cosas llegaron a más. Y a menos. Sólo tuvimos una hora de retraso. Y a la semana siguiente, el lunes, diecisiete, y el martes dieciocho fueron bajando los retrasos considerablemente. El miércoles, diecinueve, Ana se empeñó en acompañarme para cantarle al enfermero Antonio las verdades del barquero sobre mis diarreas, mis dietas y mis males (según ella). El enfermero Antonio piensa que mis diarreas pueden deberse más a una mala alimentación y a intolerancia a algunos alimentos o sustancias que a otras causas. Así que me recomienda dejar la leche y sus derivados, así como el trigo, sus derivados y sus congéneres durante unos diez días a ver qué pasa. También me da el disgusto de comunicarme que el número total de sesiones de radioterapia es de treinta y seis, y no de veinticinco como yo creía. Con lo que el final de la radioterapia se me pone en el once de julio, y eso si no pasa nada raro.

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Salí desanimado y volvimos a casa andando para, después, tomarnos un par de vinos en el bar de abajo, cosa que el enfermero Antonio nos recomendó, a los dos, hacer con cierta frecuencia. El jueves, veinte de junio, “pasó algo raro”: Avisaron que no había sesión de radioterapia porque la máquina estaba estropeada. Un día menos, y un día más. Resulta que el día veinte era el treinta y dos (o trigésimo segundo) aniversario de mi llegada a Granada, de donde todavía no me he podido largar. Dado que hoy es ese día, y jueves por añadidura, esta noche me reuniré con mis Pepes y tomaré lo que se pueda (ni fritos, ni lácteos ni derivados del trigo y similares). Y mañana será otro día. Glorioso, sin duda. 18. COMO PROMETÍ INFORMAR, INFORMO, Y VAN DIECIOCHO El viernes veintiuno llegó el verano a las siete y cuatro minutos de la mañana. Era el día de san Luis, san Luis Gonzaga, el niño bitongo aquel de la nobleza toscana que no miró nunca a su madre a los ojos a lo largo de su corta vida y eso se lo reputaron por gran muestra de castidad. Como decía un maestro de novicios que conocí, “será santo, pero no por eso sino a pesar de eso”. Sea de ello lo que fuere, queda instituido el premio “más bonito que un san Luis”, aplicable a los luises y luisas que en el mundo hay. Pues en tan glorioso día fui como de costumbre a mis radiaciones. Esta vez se retrasaron sólo una hora y media, porque la máquina renqueaba con cierta pertinacia. Me encontré por los pasillos con el ínclito doctor Expósito que consintió en recibirme a última hora de la mañana. Pero dado el largo retraso que tuvieron los eventos radioterapeúticos cuando acudí por fin a la cita él no estaba en su despacho. Me pareció excesivo esperarlo y luego hacerle retrasarse en su salida, y más en un viernes, así que dije al ayudante que por allí andaba que le transmitiera mis disculpas y que ya quedaríamos para la semana siguiente. Como consuelo, y conmemoración de los treinta y dos años de marras, Ana y yo nos tomamos una ración de pulpo a la brasa en el bar de abajo. Y eso fue todo. La semana siguiente comenzó bien: Tanto el lunes como el martes y el miércoles la sesión fue a su hora sin apenas retraso. El lunes veinticuatro, festividad de san Juan “que es mozo” como decían en Oña, intenté llamar a Ludi que cumplía años pero no me fue posible. La llamé el martes, pero sin suerte. El mismo martes veinticinco fui por la mañana a la tienda de Comercio Justo que Intermón Oxfam tiene en la calle Cruz para comprar té verde y chocolate, dos productos de mi nueva dieta de canceroso prostático. Voy en martes porque es en las mañanas de los martes cuando colabora mi amiga Amparo y charlamos un rato. Esta vez volví al salir de la radioterapia y además de comprar un par de botellas de vino nos tomamos más tarde Amparo, Ana y yo, junto con un señor amigo de la primera que también se encamina al cáncer de próstata, nos tomamos digo, un vino en amor y compaña. Ese mismo martes, tan lleno de acontecimientos, tuve una entrevista con el enfermero Antonio que se quedó un tanto perplejo al oír los informes de mis diarreas. Ana y yo, después del vino, fuimos al Corte Inglés a comprar pan sin gluten y otras chorradas dietéticas. El miércoles, veintiséis, festividad de los santos Juan y Pablo, en cuya casa-templo estuvimos hace años en Roma, tras la sesión radioterápica, fui a ver al doctor Expósito a requerimiento escrito suyo y charlamos acerca de mis diarreas. Me vino a decir que no me preocupara demasiado por las recomendaciones dietéticas y que en la segunda parte del tratamiento (más o menos a partir del lunes primero de julio) verían ellos cómo dejar fuera del campo de aplicación la mayor parte posible de recto. Me volví a casa tranquilo y dispuesto a tomarme un par de vinos en el bar de abajo. Cosa que hice con placer. El jueves, veintisiete de junio, fiesta de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro que perpetuamente nos asista, el roalillo estaba de nuevo lleno. Estaba allí hasta Dori Ocaña, que llevaba un retraso considerable. Pero no estaban ni Carmen Barroso ni su marido. Ella es (o era) mi referente por delante en la cola. Así que cuando la llamaron respondí yo diciendo: Carmen no está. Y me llamaron a mí. Sin mucho retraso. Para el viernes veintiocho, cumpleaños de Omar, me citaron a las ocho y cincuenta de la madrugada porque tenían que

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parar la máquina a las doce. Es lo que hay. Además, el día anterior, miércoles veintiséis por la tarde, festividad de los ya citados Juan y Pablo, legionarios romanos traidores al Imperio siendo emperador Juliano llamado el apóstata, me enteré de que mi hermana Consuelo ha retomado la costumbre que mi santa madre tenía de atropellar coches. Por lo visto, el martes veinticinco regresaba de una excursión a Ávila con Mariano y familia. Ellos la dejaron en la acera frente a su convento de Torrelaguna a eso de las diez y media de la noche. Ella atravesó la calle y un coche que iba despacito, eso me han dicho, se la llevó por delante. Pero como mi hermana no está hecha de material de antes de la guerra, como lo estaba mi santa madre, sino sólo con material de guerra, más precario, pues tiene los huesos más quebradizos y osteoporósicos. Con lo cual el resultado fue un poco más grave y aparatoso: Un zapato por allá, el bolso por aquí, la pelvis con fisura, un hombro, el derecho, dislocado, ambulancia medicalizada, viaje a Madrid (con el coche de Mariano y la monja compañera detrás), clínica Infanta Sofía y observación. Eso me contó la susodicha monja que la acompaña y vela. Como además tiene el móvil averiado, aquí estamos esperando que ella llame, cosa que se me prometió. Pero, por ahora, ni flores. “Ni gobierno que perdure, ni mal que cien años dure”, escribió don Antonio Machado. ¡Ojalá se cumplan las dos cosas! Por el momento, hablé con mi sobrina la pequeña, con mi sobrina la mayor, con mi hermano el pequeño y, por fin, con mi hermana mayor que, según las más precisas noticias recabadas, está subiéndose por las paredes (moralmente hablando, claro está) en el Infanta Sofía de San Sebastián de los Reyes, que es adonde la llevaron el martes por la noche, después de que dos niñatos que iban por una calle de Torrelaguna a toda velocidad casi a las once de la noche la atropellaran, causándole los destrozos ya reseñados, más la rotura de un par de costillas y el desplazamiento de un riñón como se descubrió más tarde ya en el hospital. Donde por ahora sigue en observación con gran desasosiego por su parte ya que quisiera irse a casa y no tener que estar mirando al techo en una sala llena de gente encerrada por cortinas. Y además sin comer. En fin, esperemos que no llegue la sangre al río aunque haya llegado casi a la plaza. Dado que es jueves, envío este nuevo parte de enfermedades y hospitales diversos, en la esperanza de que para el próximo las noticias sean mejores. Por cierto, mis diarreas, bien gracias. Yo, no tanto. No obstante, me reuniré con mis Pepes dentro de un rato para aliviar penas. 19. COMO PROMETÍ INFORMAR, INFORMO, Y VAN DIECINUEVE El viernes veintiocho de junio a la temprana hora de las ocho cuarenta el roalillo estaba casi desierto sin prácticamente ninguno de los habituales. Poco a poco fueron llegando pacientes y enfermeras. Vi pasar fugazmente al doctor Expósito. Casi sin retrasos me llamaron, me radiaron y me volví andando hasta casa. Al llegar a casa, me llamó por el móvil mi nunca bien ponderada prima Loreto para contarme cosas de mi hermana y de la doctora que la atendió. Al acabar veo que hay una llamada perdida de Consuelo. También hablé con ella y le conté que teníamos una aliada en el hospital. Hablé luego con mi sobrina, la mayor, que está al quite, pero que no ha conseguido todavía que le cuenten con claridad lo que a su tía le esté pasando. La aliada del hospital pasó a ver a Consuelo y se quedó pasmada de lo bien que la encontró (de ánimo porque lo que es de salud está hecha un asquito). Por lo demás, entre Elo y la monja Petra se apañan bastante bien según me cuenta la primera. A ver cuándo sabemos algo con certeza, si la suben a planta, si la mandan a casa, qué tipo de lesiones tiene… en fin, esas pequeñas cosas que tanto importan. Bueno, pues la subieron a planta el viernes por la tarde y se quedó algo más calmada. Después pasó una noche de perros y al llegar la mañana se encontró mejor. O sea, más o menos como todos. La sobrina Eloísa tuvo que sufrir la noche tan toledana como velatoria y acompañante y mi nunca bien ponderada, otra vez, prima Loreto sigue desviviéndose y admirándose por lo bien que está mi hermana. Ojalá estuviera tan bien de salud. Parece que mi santa hermana es una versión en femenino de aquella obra de teatro de Pemán que se titulaba “El divino impaciente”. Ella viene a ser “La divina impacienta”. Ya escribió Marx, en El

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dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, que la historia se repite y ocurre primero como tragedia y luego como comedia. También debo comunicar que:

Retumbando, retumbando, se fue lejos la diarrea

y el recto, libre de vientos, descargó su carga entera:

un gigantesco chorizo tan duro como una piedra.

Tras esta coprogénica y escatológica composición creo que será mejor callar hasta otro día. Pero aunque estoy seguro de que es un efecto pasajero dejadme que lo celebre momentáneamente. Y así fue. No tardó nada la diarrea en volver por sus fueros y con más virulencia si cabe. Por lo demás, la nueva semana y el nuevo mes comenzaron bien. El lunes, día primero de julio, fui de entrada al hospital llamado abreviadamente Trauma a por mi nueva inyección trimestral de leuprorelina y después al Virgen de las Nieves, vulgo Ruiz de Alda, a mis acostumbradas radiaciones. Y me las dieron sin apenas retraso. Reapareció el pañizuelo de cubrir las vergüenzas por obra y gracia del enfermero púdico (que se ha cortado el pelo). El martes, día dos, me recibieron también temprano y con pañizuelo. Estaba el roalillo casi vacío y sin ninguno de los habituales. Es como si el verano estuviera haciendo estragos. Pasaron delante de mí a un señor cojo y nuevo. Luego entré yo. Mientras esperaba en el pasillo, oí decir a la enfermera grande y rubia: ¡Levante los pies! Y luego un sonido de escacharre. A poco pasó la enfermera grande y rubia con los restos del artilugio que ponen para que uno apoye las corvas y los pies y me dijo: ¡Espere un poco! Yo murmuré: Ya. Después pasó de vuelta el enfermero púdico con el artilugio arreglado (supongo) y ya me dejaron encaramarme a la camilla. Comenté: Mira que decirle a un cojo que levante los pies… A la salida, como era martes, vi al enfermero Antonio y le dije: Creo que hoy tenemos reunión usted y yo. Y me preguntó: ¿Va todo bien? Y yo le contesté: ¡Psé! Y él dijo: Vale por hoy. Y eso fue todo. El miércoles día tres me tocó también sesión doble de hospitales. Primero hube de ir al ambulatorio de Cartuja, la Casa Rosa, a charlar un rato con mi médico de cabecera, el doctor Fermín Quesada, que me puso la inyección de leuprorelina, pues aun siendo médico las pone muy bien puestas, además de darme ánimos para el camino. Volví a casa, desayuné en el bar de abajo y me encaminé al Virgen de las Nieves, vulgo Ruiz de Alda, donde el roalillo estaba de nuevo bastante lleno con nuevos pacientes un tanto impacientes. Me encontré con Juan, el marido de Carmen Barroso, que me informó de que ya me habían nombrado junto con otros pero no para entrar sino, se supone, para ver quién estaba por allí. Con sólo media hora de retraso me radiaron y me volví para casa. Después de comprar donde el niño los alimentos más urgentemente necesarios, bajé al bar de enfrente a tomar unos vinos y aproveché para hablar por el móvil con mi hermana Consuelo que parece estar un poco más reconciliada con su suerte y dice también que su médica está satisfecha con la evolución de sus dolencias. Algo es algo. Parece ser que el lunes que viene, día ocho, por la tarde la trasladarán a Carabanchel para que allá le cuiden sus monjas hasta nueva orden. El jueves, día cuatro, estaban en el roalillo Carmen y su marido Juan, además de Emilio, que ha estado hospitalizado una semana pero ya le han dado de alta. Tras la correspondiente espera me ha llamado el enfermero púdico y al dejarme solo ante el peligro me he llevado un susto. Habitualmente el ciclo de la máquina comienza por el este, la derecha o Valencia, y sigue luego, segunda posición, por el norte, el frente o Bilbao, para pasar más tarde a la tercera posición de bombardeo en el oeste, la izquierda o Lisboa y concluir en el sur, el trasero o Algeciras. Pues bien, el jueves comenzó por el oeste, la izquierda o Lisboa, siguió por el noroeste, la izquierda de soslayo o La Coruña, después por el noreste, la derecha de soslayo o Barcelona y terminó en el este, la derecha o Valencia. Cuando aquello terminó le pregunté al

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enfermero púdico qué es lo que me habían hecho y me dio una explicación numérico posicional que no entendí pero que significaba que habíamos pasado ya a la segunda fase o parte de las radiaciones, o sea, el comienzo del fin. Por cierto que esta vez el enfermero púdico no me tapó las vergüenzas ni con el pañizuelo ni con el borde del calzoncillo. Se ve que vamos teniéndonos confianza. Y eso fue todo por esta semana, en la que ya se ve la luz al final del túnel. Esperemos que no sea como en el chiste que corre por ahí estos días en el que la luz que se ve al final del túnel resulta ser la del tren que viene. 20. COMO PROMETÍ INFORMAR, INFORMO, Y VAN VEINTE El viernes, día cinco de julio, el roalillo estaba lleno de gente nueva. Llegaron por fin Carmen Barroso y su marido. La pobre venía un poco fané. Pasó enseguida y detrás de ella Ana María, la señora del turbante, que con sus quejas ha logrado colarse por delante de mí en la cola. Por fin, con sólo media hora de retraso, pasé yo. Hace ya algún tiempo he tomado la costumbre de, una vez que la radiación ha terminado, arreglarme la ropa y estar así preparado para salir cuanto antes. Hoy el enfermero púdico, que me ha vuelto a poner un amplio pañizuelo, me ha reñido por moverme antes de que me lo digan ellos porque “ya sabe usted, puede pasar que… y eso”. Yo le he respondido sonriendo: “Le haré caso”. Como dice el dicho, “no hay cosa más inteligente, ni más gratificante, que pasar por tonto a los ojos de un imbécil”. Aunque a decir verdad el enfermero púdico no es exactamente un imbécil. Lo que ocurre es que le pueden reñir a él a su vez… Comenzaron los Sanfermines y las habituales gilipolleces de los llamados abertzales (que por cierto tienen de izquierda lo que yo de obispo, y aun menos). Se celebraron y pasaron los fastos de la Septuaginta. Llegó la semana nueva y el cumpleaños de Ana propiamente dicho. Ese lunes, día ocho de julio, sólo me hicieron esperar una hora. Estoy más que harto, para qué voy a negarlo. Por ahora, el único efecto perceptible de las dichosas radiaciones ha sido una diarrea inacabable que no me deja hacer nada de provecho. El enfermero púdico me tapó las vergüenzas con la parte superior de mi propio calzoncillo. Y allá estuve tumbado e inmóvil sobre la camilla móvil hasta que me mandó bajar. El martes nueve de julio se repitió la misma historia con sólo media hora de retraso. Dado que los martes tengo teórica cita con el enfermero Antonio, se lo hice saber por un pasillo y me remitió directamente a la consulta del doctor Expósito. Tras una corta espera, el doctor me recibió y me informó, tras interesarse por mí mi salud, de que, una vez acabadas las sesiones de radiación el próximo lunes día quince, me remitirán un informe de lo hecho y me darán una cita para dentro de unas cinco semanas (calculo yo que hacia el catorce de agosto) y unos cinco días antes habré de hacerme extraer sangre para un nuevo PSA. Y más adelante, dios dirá. De los amigos del roalillo ya sólo quedaba hoy Emilio que mañana se irá definitivamente. Las cosas empezaron a torcerse el mismo martes nueve de julio a eso de las siete de la tarde. Un dolor en el riñón izquierdo aumentó de manera alarmante y tuve que tomar calmantes varios. Entonces empezó una vomitona que no paró de repetirse hasta vaciarme. Pasé una noche no muy buena y a la mañana del miércoles diez de julio salimos Ana y yo camino del Ruiz de Alda. Allí conseguí que me dieran la sesión de radioterapia a primera hora y de allí nos fuimos a urgencias. Tras un pequeño rato de espera fuimos bien atendidos por el doctor (supongo) José Ferres Romero. Primero un análisis de sangre y de orina. Previamente me habían metido no sé qué calmante en vena que me dejó como nuevo. Después un buen desayuno mientras esperábamos resultados. Luego una radiografía del riñón izquierdo. Más tarde una ecografía del mismo buscando la piedra por el riñón y por el uréter. No fue vista en ninguna parte. Ni por María Gómez Huertas ni tampoco por el que parecía ser su jefe un tal Juan de Dios Escribano Cañadas, típico personaje vanidoso y engreído representante nato de una cierta clase médica. Si él no vio la piedra era, para él, evidente que nadie podía haberla visto. Pero resulta que la he visto hasta yo. En otra ocasión, por supuesto. En fin, después de aquello comenzó lo que pudiéramos llamar la travesía del desierto. Para entonces eran más de la una de la tarde y menos de las dos. Don José Ferres propuso que esperáramos a un urólogo que viera los resultados de las pruebas y decidiera lo que hubiera de ser decidido. ¿Podemos

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irnos a comer mientras baja el especialista? Mejor que no. Vale, pues. Y nos dieron las dos, y las tres y las cuatro… Pasadas las cinco de la tarde, hora torera donde las haya por obra y gracia de Federico, apareció en la consulta diez un viejo conocido nuestro, José Miguel Molina Hernández, médico residente de cuarto año. Nos dijo que había tres posibilidades: La primera, introducir un catéter hacia arriba, luego darle la vuelta y hacerlo salir para evacuar la vejiga y tal. “Pero yo meo estupendamente, oiga, y no me duele nada al hacerlo. Lo que me duele es el riñón”. La segunda posibilidad era algo así como pinchar el riñón desde la piel y sacar el líquido. “Ni hablar”. Oiga, y lo de la llamada litotricia ¿cuándo es?... El licenciado dijo que quería consultar con no sé quién e intentó localizarlo por teléfono. Como no lo lograba, nos pidió que esperáramos un poco a la puerta de la consulta diez y que volvería con propuestas concretas. Pasó una y otra hora… Después de algunos malentendidos con lo que salía de los altavoces (hasta para hablar por un micro de manera inteligible se necesita alguna “cencia”), pasamos a la sala de cuidados donde una nueva mozuela que no se sabía muy bien si era doctora, licenciada, administrativa o qué, y que estaba sentada ante la pantalla de un ordenador, nos preguntó: ¿No les ha dado mi compañero el informe? “¿Mande?” “Bueno esperen un poco que es que se les ha perdido o desgrabado…” Estuvimos otro rato paseando por el pasillo de urgencias, atentos ahora por una parte a los altavoces y por otra en la otra esquina a las puertas de la consulta diez y de la sala de cuidados. Por fin pareció que nos llamaban, pasamos a la citada sala y la mozuela, quizá llamada Adoración Tello Ochoa, nos dio un informe de alta de unas cuantas hojas, subrayándonos esto y aquello y dándonos algunos consejos de vida eterna. Salimos, salí, de allí como alma que lleva el diablo, a eso de las diecinueve horas y veinte minutos. En conjunto estuvimos unas diez horas por urgencias. Llegamos a casa, descansamos un rato y luego, ¡cómo no!, fuimos a cenar a la Castellana de la calle Ganivet, donde han trasladado a varios de nuestros amigos del cerrado bar de abajo. Cenamos no demasiado bien y más tarde nos dimos un homenaje con un par de tarrinas de limón de Los Italianos sentados en las butacas de nuestra terraza contemplando la Torre de la Vela y tomando el fresco aire de la noche. El jueves día once de julio, quinto encierro de los sanfermines, remití al ínclito doctor Fermín Quesada, mi médico de cabecera, todas las “diligencias” del caso recogidas el día anterior, para que las evaluara y dictaminara. Prometió llamarme por teléfono al día siguiente. Luego fui a eso de las once y media de la mañana a pedir las citas que me habían ordenado la tarde anterior: Una para una urografía, que nos dieron para el día treinta de los corrientes a eso de las nueve de la mañana, y otra para la consulta de los urólogos en San Juan de Dios el día treinta y uno de julio a las once y diez de la mañana. Que el glorioso Ignacio de Loyola, fundador y general de la Compañía real que Jesús con su nombre distinguió, nos proteja. Después de eso, me dieron la sesión de radioterapia y nos volvimos para casa. A última hora de la tarde tuve mi último congreso con mis Pepes de este curso, con moderación y parsimonia por lo que pudiera ocurrir. El viernes 12 de julio un toro de los sanfermines corneó a tres mozos. Cuando estaba prácticamente con un pie en el estribo del autobús 9 sonó el móvil. La enfermera Gema me informó de que la máquina de la radioterapia se había escacharrado una vez más. De modo que hasta el lunes. Al volver a casa e ir a tomar el ascensor sonó de nuevo el móvil. El ínclito doctor Quesada me llamaba para decirme que efectivamente lo que el urólogo de urgencias me había mandado era un tratamiento para un cólico nefrítico. Lo que pasaba es que al no dolerme nada no sabía yo si me tenía o no que tomar todas esas medicinas de que hablaba el informe. Después de eso conferencié con el farmacéutico Jesús y con su ayudante Elena sobre el particular y nos quedamos escamados. Ana volvió más tarde a la farmacia y por fin, más escamada, salió para ir al Ruiz de Alda a ver al urólogo de turno por ver si le sacaba de dudas. Yo opiné que sería un viaje inútil y me propuse organizar la secuencia de las tomas de los diversos remedios. Pero Ana es tozuda como los hechos. E hizo bien, pues se topó con el urólogo José Miguel Molina Hernández, el cual se acordaba perfectamente del caso y le hizo las correcciones, anotaciones y subrayados pertinentes. Total que me tengo que tomar tres pastillas más al día, una una vez, otra dos veces y otra tres. Y en ello andamos.

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El domingo, día 14 de julio, fiesta nacional (francesa), me puse en el mp3 “La mauvaise réputation” de Brassens como homenaje. Luego recibí unas cuantas fotos de mi quasinieta Lucía que me enviaban Rafa y Ángela, cosa que agradezco muy mucho.

La pequeña Lucía en brazos de Elohim, su abuelo natural y verdadero

Y, pasado el finde, volví el lunes, quince de julio, al Ruiz de Alda. El roalillo estaba casi vacío. Pasó la Julie Andrews de las enfermeras (la Julie Andrews de “Sonrisas y lágrimas”, aclaro). Llamaron a Ana María López. Repasó la Julie Andrews. Me llamaron a mí. Las enfermeras eran nuevas. “Que ya está usted acabando…”, “Y aun hoy debería haber acabado si no se hubiera estropeado la máquina”. Lo mismo que el jueves anterior, la máquina hizo como hace la escritura occidental el antinatural camino de oeste a este o de izquierda a derecha. Pero tanto da. A la salida saludé a Manuel el cojo que iba detrás de mí en la faena y a su señora que esperaba fuera. Al día siguiente, martes, último día de radiaciones, llego a mi hora al roalillo que está medio vacío. Por el camino veo que a la puerta de la delegación de Educación proliferan los carteles de apoyo a Ángel, el estudiante granadino que resultó parapléjico por las suaves maneras disuasorias de los antidisturbios de nuestro actual y visionario ministro de Orden Público durante la jornada de asalto al congreso en Madrid. Saludo a la mujer de Manolo el cojo que, por lo que colijo, está ya dentro. Efectivamente, a mi hora por una vez y cuando ya no va a servir de precedente, me hacen pasar al pasillo. Mientras espero, pasa la nueva enfermera grande y rubia que me dice con una sonrisa: ¡El último día, Jesús! Espero hasta ver pasar de salida a Manolo el cojo. Me radian y el aparato se empeña en repetir el movimiento contra natura de izquierda a derecha y de oeste a este. Cuando terminamos, la nueva enfermera grande y rubia me dice que tengo que subir a comunicar al enfermero Antonio que he superado con bien la última sesión. El enfermero Antonio, que por lo común está zascandileando de acá para allá escaleras arriba y escaleras abajo, hoy está en su despacho ocupado con una paciente. Y hay otro señor en cola. Espero dando paseos durante una media hora larga y, a la una de la tarde, en vista de que aquello no cambia decido irme a casita. Le escribiré mis cuitas y mi fin de sesiones al benemérito doctor Expósito. Con ello terminan mis idas y venidas al Ruiz

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de Alda por las sesiones de radioterapia, sesiones que habían empezado hace dos meses, el día quince de mayo, festividad de san Isidro labrador. Un corresponsal escaso, y amigo en abundancia, me escribe diciendo que al leer estas mis crónicas se queda sin saber a qué atenerse y no sabe qué contestar a los amigos y conocidos que, por lo que parece, le preguntan por mi salud. Lo curioso del caso es que este mi amigo es gallego hasta la médula. Y ya se sabe la mejor definición de un gallego: Es una persona a la que, si te la encuentras en una escalera, no sabrás si sube o baja. Pero un castellano viejo es aquel que dice al pan, pan y al vino, vino, de acuerdo con “la recia sobriedad de nuestro estilo”. Sin embargo, en esta ocasión el perplejo es él, el gallego. Lo cual quiere decir que algo anda mal en estas comunicaciones. Pues bien, he de decir, y creo que repetir, que de salud estoy bien en general. Tengo una piedra en el riñón izquierdo, como sabrán los que esto hayan ido leyendo, que amenaza con plantarse en el uréter y hacerme poner el grito en el cielo. Tras el último episodio ya relatado, me estoy medicando con diversas pastillas hasta que llegue el día y la hora de la cita con los urólogos. De momento, adiosgracias, no da la cara la piedra. Esto me va a obligar a pasar de “El caso del escorpión con cáncer” a “El caso de la piedra desaparecida”. En la ducha canto aquello que cantábamos cuando éramos jóvenes, creyentes y posconciliares, a saber: “La piedra que el cantero desechó / es ahora la piedra angular. / Es el señor el que lo ha hecho. / Esto ha sido un milagro patente”. Canto que hoy en día se aplicaría más a la deriva fraudulenta del tema del ladrillo que a las creencias salvíficas. Aparte de eso, y moralmente hablando, por mor de las diarreas, que ya desaparecen, y de las radiaciones no he podido presentarme al Camino de Santiago en la convocatoria de junio. Eso me fastijode bastante. Espero presentarme a la convocatoria de septiembre pero no las tengo todas conmigo, porque estoy más bien gordo, unos noventayseis kilos en canal, y debería pesar como mucho diez kilos menos. De todos modos, espero que nadie me quite el acudir a la Serrana la penúltima semana de agosto: bañarme con los amigos en el pantano de la Cuerda del Pozo y comer, siempre mal, en algún pueblo de la sierra de la Demanda para finalmente merendar en Salas de los Infantes. Y espero también, andando o en avión, llegar hasta Compostela el veintitrés de septiembre y permanecer allá hasta el veintiséis del mismo mes. Y, ainda mais, del once al veintiséis de octubre espero estar en la costa este de EEUUAA. Pero todo esto ya lo conté. Por otra parte, no escribo nada, apenas leo y no ando. Resumen: de salud corporal estoy bien, de ánimos muy mal, pero todavía no he roto los planes. Esto es, como decíamos de más pequeños: jodido pero contento. Si todavía quedan dudas o perplejidades, pregunten. Finalmente, con esta entrega número veinte terminan las crónicas de “Un escorpión con cáncer”. Tal vez, si tengo ánimos y hay materia, sigan a estas comunicaciones las ya insinuadas de “El caso de la piedra desaparecida”. Quién sabe… Dado en Granada, la ciudad de los cármenes, el día dieciséis de julio de dos mil trece, festividad de la Virgen del Carmen, a las trece horas y media.

Laus Deo virginique

matri