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Un éxito resonante Roberto Baldrini era una de esas personas que se habrían dedicado a vender zapatos, chombas o cosas por el estilo, si alguien hubiese confiado en él tanto como para contratarlo. Retacón, calvo, con propensión a sudar profusamente y una debilidad visceral por las camisas de color amarillo y las solapas anchas. Iba a ser, sin dudas, una elección reñida. Algunos espontáneos se presentaban sin apoyo partidario y podían dividir los votos. El candidato de la oposición había sido el anterior intendente por cuatro períodos consecutivos y tenía peor imagen que Baldrini. Si la reacción frente al nombre del intendente era tibia, al escuchar el de su adversario, se ponían violentos. Otra persona había sido designada para fiscalizar la elección municipal de Península Valdez. Tenía experiencia en 1

Un Éxito Resonante

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Un éxito resonante

Roberto Baldrini era una de esas personas que se habrían dedicado a vender zapatos, chombas o cosas por el estilo, si alguien hubiese confiado en él tanto como para contratarlo. Retacón, calvo, con propensión a sudar profusamente y una debilidad visceral por las camisas de color amarillo y las solapas anchas. Iba a ser, sin dudas, una elección reñida. Algunos espontáneos se presentaban sin apoyo partidario y podían dividir los votos. El candidato de la oposición había sido el anterior intendente por cuatro períodos consecutivos y tenía peor imagen que Baldrini. Si la reacción frente al nombre del intendente era tibia, al escuchar el de su adversario, se ponían violentos.

Otra persona había sido designada para fiscalizar la elección municipal de Península Valdez. Tenía experiencia en cuestiones políticas y podía dar una mano para que el partido retuviera el Municipio, pero dos semanas antes de los comicios, el Gobernador creyó más conveniente que se quedara a disputar un puesto en la lista de candidatos a diputados y propuso que yo fuera en su lugar. En ese momento no lo pensé. Dije que sí de inmediato y recibí instrucciones precisas acerca de cómo debía proceder. Me pidieron que además de fiscalizar la elección colaborara con el intendente Baldrini.

Quedé muy impresionado por lo que pasó, y a la vuelta revisé una enciclopedia para buscar una explicación. Encontré algunos gráficos sobre costumbres migratorias de las ballenas, ilustraciones sobre el sistema circulatorio de

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las aves, pero nada sobre lo que estaba buscando. Los lugareños me contaron que antes, cuando se podía llegar en auto hasta las pingüineras, había carteles que prohibían tocar bocina y alimentar a los animales. Y decían que nunca faltaba el idiota que los molestaba de todas maneras, bajaba a sacarse fotos, a darle galletitas y chicles y que, incluso, aparecían en el pueblo con un pingüino en el baúl, creyendo que se lo podían llevar como mascota. Pero como Baldrini no se había criado en el lugar, no lo sabía. Ignoraba la historia del pueblo y no tenía buena relación con nadie. Estaba muy ocupado –decían–negociando con las compañías petroleras y pensando en su reelección.

Llegué quince días antes de los comicios. Di unas vueltas por el pueblo, conversé con la gente y percibí una reacción muy adversa. La campaña no iba nada bien. Bastaba hablar dos minutos con cualquiera para darse cuenta de que la oposición se las había arreglado para instalar un tema excluyente. El intendente había permitido que las petroleras emplazaran un tanque de almacenamiento en un predio cerca del mar. Todos sospechaban que se trataba de algo turbio, pero no habían podido probar nada. Los terrenos pertenecían legalmente a la empresa y no había ninguna norma que prohibiera ese tipo de instalación. Uno de los tanques había sufrido una pérdida. De inmediato la compañía la reparó, rodeó el terreno con un alambrado perimetral y puso una garita de vigilancia porque tenían algunas sospechas. Baldrini, en cambio, estaba convencido de que se trataba de un sabotaje. La pequeña cantidad de petróleo que se había escurrido hacia el mar formó una mancha de unos veinticinco metros de diámetro que quedó flotando a la deriva y fue ensuciando a su paso las playas próximas a la ciudad. El intendente mandó a que limpiaran la costa y los trabajos se estaban llevando a cabo cuando un

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grupo de pingüinos desorientados que nadaba de vuelta hacia el sur se topó con los restos de petróleo. No eran más de treinta. La gente culpaba a la petrolera y a Baldrini de contaminar la ciudad y de provocar un desastre ecológico. Aparecieron fotos de los pingüinos empetrolados en el diario y la oposición transformó el incidente en su caballito de batalla. Los niños preguntaban: “¿Se van a morir los pingüinos?” Y los padres, con tono didáctico, acusaban de corrupto y asesino al intendente. Las explicaciones que daba Baldrini en respuesta a esas acusaciones lo comprometían cada vez más. Era evidente que había que imprimirle a la campaña un drástico cambio de estrategia, pero nadie sabía cómo hacerlo.

Llamé por teléfono a la Capital y puse al Gobernador al tanto de la situación.

–Te pido, por favor, que arreglen eso.–Algo se me va a ocurrir –le dije.Mi hotel estaba ubicado frente al club náutico. Algo

se me tenía que ocurrir, pero mi cerebro se negaba a funcionar. Decidí cruzar al bar para ver si un golpe de inspiración sacudía mi mente antes de que la reelección estuviera perdida para siempre. Me senté cerca de una ventana, pedí cerveza y me puse a intercambiar automáticamente unas frases con el mozo, cuando la voz estridente de una mujer hizo estallar las carcajadas de sus compañeras de mesa. Era rubia, alta y hablaba con mucha convicción. Algo en ella me llamó la atención. El mozo también se la quedó mirando.

–La primera dama –dijo. Entonces, la cerveza hizo su efecto y sentí cómo se formaba lentamente en mi cerebro una idea.

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Me levanté y fui a ver a su marido de inmediato. Tuve que esperar una hora frente a la puerta de su oficina a que terminara de discutir con alguien.

–Mirá lo que parezco –se escuchaba gritar.–No es culpa mía.–¡Cómo que no!–El problema es la foto. –¡Qué foto, si están los afiches todos borrosos! Parece

que hubiera neblina. ¿A vos te parece que esto se lee a más de un metro? Haceme el trabajo como yo te pedí.

–Pero...–Mirá, si querés seguir trabajando en este pueblo, más

vale que me hagas los afiches de nuevo. ¡Qué pasa! –le gritó a su secretaria.

–Está el fiscal del partido que necesita hablar un minuto con usted.

–Decile que espere. ¡Chino! –gritó, el Chino era una especie de asistente que se encargaba de las cuestiones logísticas– Decime, ¿conseguiste el equipo de sonido? Mirá que queda poco tiempo, y asegurate de que funcione bien, no quiero que empiece a hacer ruido durante el discurso. Poné suficientes altavoces y conseguí las sirenas, quiero algo que llame la atención, ¿entendés?

–Sí, jefe. Ya está todo arreglado. Tenemos cinco altavoces para el palco y conseguimos unas sirenas que van a despertar a los muertos del cementerio. Las hacemos sonar cuando salga al palco...

–Muy bien, muy bien. Hay que buscar algo que llame la atención. Fijate que haya muchas banderas.

–Quédese tranquilo.–¿Tranquilo? ¿Vos viste lo que son estos afiches?

Voy a perder la elección por tu culpa. Controlá que los haga de vuelta. ¡Silvia!

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–Sí...–¿Dónde está el fiscal del partido? Decile que pase.–¿Cómo le va? –me dijo alargando la mano–. ¿Habló

con los fiscales de la oposición? Tenga cuidado, esa gente es capaz de cualquier cosa. ¿Le contaron lo del sabotaje?

–Me enteré –dije.–Hay que tener los ojos bien abiertos. Estoy seguro de

que piensan hacer fraude.Hablamos un rato sobre las boletas, la cantidad de

mesas y de cómo se controlaría el escrutinio. Él distribuiría a su gente en los lugares de votación y vigilaría el traslado de las urnas. El Gobernador no tenía que preocuparse. No entendía para qué hacía falta que el partido mandara un fiscal de la Capital.

–Pero si el Código Electoral es así... –dijo–. Lo mejor es tener todo en regla.

–Hay un tema –lo interrumpí– del que quería hablarle.–¿Qué tema? –preguntó.–Los pingüinos...–¿Qué pasa con los pingüinos? Son cuatro o cinco que

se ensuciaron. Está todo el mundo batiendo el parche con esa tontería. Las regalías son un negocio brillante para la ciudad. Yo ya lo hablé con…

–Sí, pero es un tema sensible y quedan pocos días para los comicios.

–Si no hubiesen saboteado los tanques para hacerme daño, esos pingüinos estarían lo más bien. ¿Con todo el Océano Atlántico para nadar tenían que pasar justo encima del petróleo? No se puede creer. Con esta pavada me van a arruinar la elección.

–De eso quería hablarle.–¿De qué cosa? –dijo.–De los pingüinos.

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–No entiendo nada. ¿Qué quiere que haga con los pingüinos?

–Mire, se me ocurrió una idea. Sería muy conveniente que su esposa...

–¿Mi esposa? ¿Qué tiene que ver?–Digo, sería conveniente que organizara un grupo de

voluntarios para salvar a los pingüinos.–¡Excelente! Podemos hacer campaña con los chicos

del colegio. Salven a los pingüinos. Me gusta. Hay que ponerse al frente. Y los largamos el día de la elección. Es una estrategia brillante. ¡Silvia! –gritó–, llame a mi esposa.

La Comisión Pro-Salvataje de la Fauna Marina comenzó sus trabajos al día siguiente. Se suspendieron las clases en el colegio, se instalaron bateas en la plaza y la primera dama del municipio posó para las fotos. Estaba encantada de poder ayudar a su marido en una tarea de tan alto interés para la comunidad.

–En lugar de protestar por todo, como hace la gente resentida, hemos decidido poner manos a la obra y trabajar para salvar a los pingüinos –decía–. Yo soy una amante de la vida silvestre. A los chicos les encanta y es una cosa muy buena para su educación. Que piensen en el planeta y en qué mundo les vamos a dejar. Como Presidenta de la Comisión Pro-Salvataje de la Fauna Marina...

Baldrini supervisó todo personalmente y se dejó fotografiar junto a su esposa en el diario de la provincia. La empresa responsable del derrame financió los costos. La oposición intentó minimizar el trabajo de la Comisión, pero los chicos del pueblo se juntaron para ver cómo desempetrolaban a los pingüinos y todos querían colaborar. Los días previos a los comicios, la iniciativa había ocupado el centro de la escena. No sacó mucha ventaja, pero Baldrini logró su reelección.

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–Fueron los pingüinos –decía abrazándose con su gente. Una idea brillante...

–Quedesé compañero –me dijo.–Le agradezco mucho pero tengo que volver. –Vamos a comer un asado todos juntos para festejar

este éxito resonante. ¡Chino!, ¿está todo listo para el discurso?

–Sí, jefe. Cuando quiera.La idea del intendente era pronunciar su discurso

triunfal y proceder a la suelta de los pingüinos. Quería que todo el pueblo escuchara su arenga, especialmente sus adversarios políticos. No sé qué necesidad tenía de hacer ese despliegue. Refregarles su victoria por la cara –supongo– y mostrarles que el tema con el que ellos habían pensado hundirlo se había transformado en el mejor argumento para su triunfo.

El palco se instaló en la playa junto a un camino cercado con sogas que formaba una pasarela hasta el mar. El Chino estaba sentado detrás del palco manejando el equipo de sonido. La Presidenta de la Comisión Pro-Salvataje de la Fauna Marina junto al intendente reelecto sonreía a sus compañeras y se alisaba los pliegues del vestido. La gente se había agolpado alrededor del palco y a los costados de la pasarela. Sin dudas estaban más interesados en ver cómo volvían al mar los pingüinos que en el discurso. Para Baldrini lo único que contaba era que estuvieran allí. Sacó unas hojas de su bolsillo y dio la orden de que acercaran las jaulas con los animales. Cuando los chicos los vieron comenzaron a señalar hacia ellos y a preguntar a sus padres si los largarían. El intendente le hizo una seña al Chino para que comenzara el acto. El Chino acercó el micrófono a unas cornetas que parecían las bocinas que utilizan los barcos para marcar su posición en

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la niebla. La primera dama hizo una seña con la mano a sus compañeras de Comisión y los pingüinos comenzaron a caminar entre las sogas con pasos tambaleantes. Algunos volvían para atrás desconcertados o se dirigían hacia la gente que los azuzaba con las manos en dirección a la playa. Los chicos aplaudían. Baldrini le hizo un gesto ansioso al Chino y éste accionó las bocinas, que sonaron amplificadas por los altavoces.

Entonces, ante el estupor y la incomprensión de todos, cuando sonó esa fanfarria de una sola nota, alta y vibrante como una introducción imperial destinada a anunciar el discurso de Baldrini, y todos quedaron conmovidos por ese sonido apocalíptico y clavados al piso en el lugar en que estaban parados, los pingüinos se desplomaron como si cada uno de ellos hubiese sido abatido por un disparo de fusil. Quedaron tendidos en la playa, todos excepto un único superviviente aturdido que daba vueltas y miraba a sus congéneres como pidiendo una explicación. Los rostros de los niños comenzaron poco a poco a descongelarse. Los padres se miraban meneando las cabezas. Algunos se tapaban la boca y otros dirigían su vista al cielo. En el silencio que reinó al cesar de repente el sonido de las trompetas se escucharon llantos. Las mujeres de la Comisión trataban de atrapar al pingüino superviviente que corría hacia el mar y de recoger rápido los cadáveres del resto. Baldrini le gritaba al Chino: “¿Qué hiciste?”. El Chino se encogió de hombros diciendo: “Qué sé yo”. Los padres secaban las lágrimas de las mejillas de sus hijos, les proponían tomar un helado o volver a sus casas para olvidar el incidente.

Desde entonces, cuando me hablan de triunfos políticos, no puedo evitar pensar en los pingüinos de Baldrini. Por suerte, la noticia no llegó a los diarios

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nacionales. Quedé un poco confundido y todavía hoy no alcanzo a comprender del todo qué pasó. Parece que el corazón de esos animales no resiste los sonidos fuertes. Volví un poco preocupado porque no sabía cómo lo iba a tomar el Gobernador. Llegué justo cuando estaba evaluando con su equipo el resultado de los comicios, pero lo único que dijo fue:

–En siete Municipios, compañeros, hemos conseguido la reelección.

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