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CRITICÓN, 113, 2011, pp. 85-118. «Un oficio real»: el Lazarillo de Tormes en la escena de la Corte * Eduardo Torres Corominas Universidad Complutense de Madrid Cuando el autor anónimo, al comienzo de la Segunda parte de Lazarillo de Tormes (1555), presentó al pregonero toledano, casi como uno más, entre los servidores tudescos del séquito de Carlos V, reveló con elocuencia el universo con el que muchos de sus contemporáneos —desde una perspectiva de lectura semejante a la suya— relacionaron, probablemente sin dificultad, la figura de Lázaro de Tormes una vez situado, al final de su primera autobiografía, «en la cumbre de toda buena fortuna» 1 . Ese universo era, no cabe duda, el de la Corte del Emperador, en cuyo entramado de oficiales, aposentados por aquellos días en la Ciudad Imperial, Lázaro de Tormes, pregonero, aparece integrado con una naturalidad propia de quien se hallaba ya, como beneficiario de un oficio real, plenamente familiarizado con la vida cortesana 2 . En compañía de aquella gente liberal y festiva, «hecha muy a mi gusto y condición» 3 , vive Lázaro, pues, días de vino y carnes, favorecido hasta tal extremo por «amigos y señores» que —como él mismo afirma— «si entonces matara un hombre, o me acaeciera * Este trabajo ha sido realizado dentro de los proyectos de investigación: «Creación y desarrollo de una plataforma multimedia para la investigación en Cervantes y su época», concedido por el Ministerio de Ciencia e Innovación, con referencia: FFI2009-11483; y «Las contradicciones de la Monarquía Católica: la Corte de Felipe IV (1621-1665)», también del Ministerio de Ciencia e Innovación, con referencia: HAR2009-12614- C04-01. 1 Lazarillo de Tormes, p. 135. Desde este punto, cito por la edición de Francisco Rico. 2 Es más, como prolongación natural de aquel proceso de integración y ascenso en la sociedad cortesana, el autor de la Segunda parte convierte a Lázaro, una vez transformado en atún, en mayordomo de la Casa del rey de los atunes, oficio donde pone en práctica las enseñanzas del escudero de la primera parte, tal y como describen Piñero Ramírez, 1990, y Núñez Rivera, 2003, p. 351 y ss. 3 Segunda parte de Lazarillo de Tormes, p. 23. Sigo en adelante la edición de Florencio Sevilla. Centro Virtual Cervantes CRITICÓN. Núm. 113 (2011). Eduardo Torres Corominas. «Un oficio real»: el Lazarillo de Tormes en la escena …

«Un oficio real»: el Lazarillo de Tormes en la escena de la Corte*

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CRITICÓN, 113, 2011, pp. 85-118.

«Un oficio real»: el Lazarillo de Tormesen la escena de la Corte*

Eduardo Torres CorominasUniversidad Complutense de Madrid

Cuando el autor anónimo, al comienzo de la Segunda parte de Lazarillo de Tormes(1555), presentó al pregonero toledano, casi como uno más, entre los servidorestudescos del séquito de Carlos V, reveló con elocuencia el universo con el que muchos desus contemporáneos —desde una perspectiva de lectura semejante a la suya—relacionaron, probablemente sin dificultad, la figura de Lázaro de Tormes una vezsituado, al final de su primera autobiografía, «en la cumbre de toda buena fortuna»1.Ese universo era, no cabe duda, el de la Corte del Emperador, en cuyo entramado deoficiales, aposentados por aquellos días en la Ciudad Imperial, Lázaro de Tormes,pregonero, aparece integrado con una naturalidad propia de quien se hallaba ya, comobeneficiario de un oficio real, plenamente familiarizado con la vida cortesana2. Encompañía de aquella gente liberal y festiva, «hecha muy a mi gusto y condición»3, viveLázaro, pues, días de vino y carnes, favorecido hasta tal extremo por «amigos yseñores» que —como él mismo afirma— «si entonces matara un hombre, o me acaeciera

* Este trabajo ha sido realizado dentro de los proyectos de investigación: «Creación y desarrollo de unaplataforma multimedia para la investigación en Cervantes y su época», concedido por el Ministerio de Cienciae Innovación, con referencia: FFI2009-11483; y «Las contradicciones de la Monarquía Católica: la Corte deFelipe IV (1621-1665)», también del Ministerio de Ciencia e Innovación, con referencia: HAR2009-12614-C04-01.

1 Lazarillo de Tormes, p. 135. Desde este punto, cito por la edición de Francisco Rico.2 Es más, como prolongación natural de aquel proceso de integración y ascenso en la sociedad cortesana,

el autor de la Segunda parte convierte a Lázaro, una vez transformado en atún, en mayordomo de la Casa delrey de los atunes, oficio donde pone en práctica las enseñanzas del escudero de la primera parte, tal y comodescriben Piñero Ramírez, 1990, y Núñez Rivera, 2003, p. 351 y ss.

3 Segunda parte de Lazarillo de Tormes, p. 23. Sigo en adelante la edición de Florencio Sevilla.

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algún caso recio, hallara a todo el mundo de mi bando» (p. 23). No está mal,ciertamente, para quien se decía «nascido en el río» (p. 14).

El ascenso de Lázaro, por tanto, al menos a ojos de este segundo autor, deja a quienfuera en otro tiempo mozo de ciego en una posición lo suficientemente elevada comopara confundirse, en el seno de un cuadro realista, con esos nuevos y «grandes amigos»que, como se apuntaba en la data del Lazarillo, llegaron junto al «victoriosoEmperador» (p. 135) a Toledo para la reunión de Cortes. Baste este apunte, en fin, parallamar la atención sobre un aspecto que —a nuestro juicio— no ha sido hasta el presentesuficientemente considerado por la crítica y que, sin embargo, condiciona de formadecisiva la interpretación de la epístola. Nos referimos, claro es, al hecho de que Lázarode Tormes, al final de su carrera, cuando declara hallarse en la cima de su«prosperidad» (p. 135), desposado con la manceba del arcipreste de San Salvador y,sobre todo, en posesión de un oficio real, no sólo ha completado su progresión personaly “profesional” —de la que toda su carta da cuenta con evidente propósito deostentación—, sino que ha logrado dar un salto cualitativo de primer orden al penetrar,gracias a la ayuda de «amigos y señores» (p. 128), en la sociedad política del momento,esto es, en la sociedad cortesana, cuyos valores y forma de vida asume —y esto es loque, precisamente, le permite integrarse en su seno— al final de un arduo proceso deaprendizaje, de una cuidada institutio dirigida por ciegos crueles, clérigos mezquinos ehidalgos presuntuosos, cuyo resultado es la configuración del discreto cortesano que contanta gracia y elocuencia dirige su epístola a Vuestra Merced para dar «entera noticia»de su persona.

Vayamos por partes. Para sustentar una nueva lectura del Lazarillo de Tormes apartir de los estudios sobre la Corte en España4 —labor a la que nos entregamos en elpresente artículo— es preciso aclarar determinados principios teóricos y metodológicosque sitúen en su justo término nuestra argumentación. La tarea consiste, por tanto, endefinir —por necesidad, de manera sucinta— las nociones de Corte, sociedad cortesanay cortesano de las que nos serviremos de aquí en adelante.

Desde su definición en las Siete Partidas, la palabra «Corte», el lugar donde sehallaba el rey junto con sus consejeros, servidores y súbditos, reunía las acepcioneslatinas de curia (lugar) y cohors (grupo de personas), dualidad que se mantendríavigente en la Edad Moderna, cuando la compleja Corte del Antiguo Régimen5 aglutinóen su seno los órganos de gobierno de la Monarquía, las casas reales y el heterogéneogrupo de oficiales que, desde finales del Medievo, logró infiltrarse en los más recónditosespacios de actuación política conforme la Corona fue consolidando su hegemonía sobrela aristocracia feudal, la jerarquía eclesiástica y las oligarquías urbanas. Establecido,pues, en España, el sistema político de Corte, comúnmente llamado Estado moderno,aquellos virreyes, embajadores, capitanes, capellanes, corregidores (y tambiénpregoneros) que representaban la autoridad real y conformaban, por tanto, el cuerpopolítico de la Monarquía, lograron, por esta vía, ocupar una distinguida posición socialy acceder a las altas esferas del honor6, mientras obtenían por sus servicios unos

4 Los principios que inspiran los estudios sobre la Corte quedan descritos en Martínez Millán, 2006.5 Véanse, al respecto, las explicaciones de Álvarez-Ossorio, 1998, p. 299 y ss.6 Álvarez-Ossorio, 2001, p. 45 y ss.; y Martínez Millán, 2009, p. 686, describieron los caminos de acceso

a la nobleza y el honor abiertos en la sociedad cortesana por el patronazgo regio.

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provechosos emolumentos. Aquella compleja organización se regía internamente pormedio del sistema de la gracia7, esto es, a través del patronazgo real y señorial, que secanalizaba, de arriba abajo, a través de poderosas redes clientelares dominadas por losgrandes patronos de la Corte. En torno a ellas se cohesionaron, a partir de relacionespersonales, aquellos oficiales y servidores que compartían un mismo origen, interés,ideología o sensibilidad religiosa, de manera que los más importantes debates ycontroversias del período pueden comprenderse bien a la luz del enfrentamientoprotagonizado por las distintas facciones en litigio.

La expansión del poder monárquico —junto con los grandes descubrimientosgeográficos, las nuevas técnicas militares y el auge de la economía mercantil— dio lugara la transformación de la vieja sociedad feudal en sociedad cortesana, cuyascontradicciones, desde luego, no se hallaban plenamente resueltas a mediados del sigloxvi. Como consecuencia de este complejísimo proceso, por tanto, han de entendersediversos fenómenos sociales y culturales vinculados con el Lazarillo, como la apariciónde una incipiente mentalidad individualista, el florecimiento de un fecundo debate sobrela nobleza o el establecimiento de nuevos y rigurosos mecanismos de exclusión social,como los estatutos de limpieza de sangre. Aquellos conflictos, latentes en el contexto deescritura de la novela, ilustran el cruento enfrentamiento ideológico —al que el Lazarillode Tormes no fue ajeno— librado en la Corte española durante la primera mitad delsiglo xvi. Si, de una parte, se hallaban los grupos de poder anclados en los valores de lavieja nobleza hispana que, por lo general, se identificaban con el ideal de cruzada, lapertenencia a la casta de los “cristianos viejos” y la práctica de una religiosidad externay formalista8, de otra, se posicionaban las facciones que, desde el humanismo político,compartían las aspiraciones de los “hombres nuevos” procedentes tanto de la periferiadel Imperio Habsburgo, como de los sectores ciudadanos más dinámicos, cuyo ideario,frente al de los anteriores, se fundamentaba, a grandes rasgos, en la exaltación delindividuo frente a la casta, en la profesión de una fe vivencial e interiorista, y en ladefensa de una concepción más abierta y plural de la Monarquía9.

La configuración, a partir de las coordenadas descritas, de una nueva sociedadpolítica que gravitaba en torno a la Corte real dio lugar a la llamada sociedadcortesana10, conformada no sólo por los órganos centrales de la Monarquía, sinotambién por las cortes virreinales, señoriales y eclesiásticas donde se reproducía, apequeña escala, el modelo áulico. Un modelo que, debido a su prestigio, llegó a penetrar

7 Sobre el sistema de la gracia en la Monarquía hispana, consúltese el trabajo de Álvarez-Ossorio, 2006.8 Los fundamentos de la mentalidad tradicionalista y la identidad “cristianovieja” fueron aclarados y

deslindados por Martínez Millán, 2007, p. 50 y ss.9 Esta segunda línea de pensamiento, que acabó siendo desplazada y condenada desde la cúspide del poder

político conforme avanzaba el siglo xvi, dio aliento a las distintas facciones que, desde finales de la centuriaanterior, abogaron en la Corte española por la práctica de un humanismo político y cultural. Entre ellos secontaron los servidores afines a Isabel la Católica, los erasmistas del séquito de Carlos V y, más adelante, losmiembros del partido de Éboli, tal y como se detalla en Martínez Millán, 1998.

10 Como explica Álvarez-Ossorio, 1998, p. 289, n. 2, la sociedad política («aquellos grupos organizadoscapaces de influir regularmente en la toma de decisiones que les afectan») del Antiguo Régimen, estabaconformada, con ciertas variaciones según los territorios de la Monarquía, por «los rangos medianos-superiores y más operativos de la nobleza, el alto y medio clero y los grupos de plebeyos cuyo trabajo lespermitía una cierta acumulación de capital y el acceso a la esfera del honor».

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de tal modo en el tejido social que, también en el ámbito de lo privado, fue emulado porla pequeña nobleza, el clero medio y las oligarquías mercantiles, los cuales,paulatinamente, fueron asumiendo un sistema de valores de raíz cortesano-aristocrático.Esto se hizo sentir en el desprecio por las actividades mecánicas, la ostentación públicade riqueza y lujo o el incremento desmesurado de las relaciones de servicio11, eslabón delsistema clientelar, con cuya generalización el sentido de cohors se impusodefinitivamente al de curia tanto en la Corte como en una sociedad que mimetizaba,incluso en sus microcélulas, las estructuras y forma de vida cortesanas12. Bajo estaspremisas, se comprende bien que el código del servicio-merced y la lógica del medrar13

fuesen las estructuras ideológicas de fondo sobre las que se asentó el funcionamiento dela sociedad cortesana; así como el hecho de que la literatura áulica se ocupaseprioritariamente —siempre entre ética, política y economía— de mostrar el camino paraconquistar el favor del superior, obtener mercedes y acceder, en última instancia, a loscanales de distribución de la gracia14.

Desde luego, cualquier individuo que desease beneficiarse del favor del rey o de algúnseñor debía acreditar un comportamiento y unas maneras que lo distinguiesen, en tantoque “hombre de bien” y cortesano, de otros elementos de la sociedad. De ahí lanecesidad de adquirir, a través de una cuidada institutio inspirada en los principios delhumanismo15, ciertos conocimientos y habilidades imprescindibles para la vida en Corte,tales como el saber caminar y vestirse con decoro, cabalgar y bailar con elegancia, oconversar y escribir con propiedad. El aprendizaje generalizado en Occidente del arte dela cortesanía16, en consecuencia, constituyó un paso decisivo en el proceso decivilización que, mediante la imposición de rígidas normas sociales y la exigencia delautocontrol, dio paso a modos de relación (y de sometimiento) más sutiles y menosviolentos17. Con ello, se impuso en sociedad el empleo de una máscara civilizatoria que,en el plano del individuo, evidenciaba la distancia existente entre la interioridad del

11 Las relaciones de servicio establecidas en el Antiguo Régimen quedaron descritas en Maravall, 1990.12 Reproduzco en estos párrafos las observaciones de Álvarez-Ossorio, 1998, p. 301 y ss.13 Sobre la aspiración personal de medro, véase el capítulo de Maravall, 1986, pp. 350-408.14 La configuración del llamado discurso cortesano y el florecimiento de la literatura áulica en las distintas

tradiciones europeas recibió tratamiento en el estudio clásico de Quondam, 1980.15 Sobre la formación humanística del moderno gentiluomo , véase Quondam, 2006.16 Como producto derivado de la institutio humanística destinada a la educación de la joven aristocracia

europea, el arte de la cortesanía tuvo como objeto la formación integral del individuo para la vida en Corte.Saber leer, escribir, conversar, gesticular, danzar o montar a caballo fueron sólo algunas de las destrezas queconformaron la nueva forma de vida descrita y definida por aquel arte, del que se ocupó una copiosa literaturaque tuvo desde un principio su referente universal en El cortesano de Castiglione. Con la expansión delmodelo áulico al conjunto de la sociedad política, la cortesanía, las buenas maneras, se impusieron también ensu seno, fuera de palacio, de tal modo que el ingreso en dicho entorno de sociabilización privilegiada llevóaparejado el aprendizaje —las más veces, como en el caso de Lázaro, a través de la observación y laemulación— de unas habilidades prácticas imprescindibles para moverse con gracia y desenvoltura en elproceloso laberinto de la Corte (y de la sociedad cortesana). Fruto de esta necesidad pedagógica, prontosurgieron, en lengua vulgar, libros de institutio especializados en la modelización de ciertas figuras (elsecretario, el capitán, la viuda) o circunscritos a determinados temas (como los manuales de escribir cartasmensajeras), que, junto a los libros de avisos y la literatura anticortesana, conformaron el llamado discursocortesano, mal estudiado todavía en la tradición española.

17 Esta es una de las principales ideas defendidas por Elías, 1987, p. 229 y ss.

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“yo” y su apariencia externa18, asunto sobre el que redundaría, incluido el Lazarillo deTormes19, una parte sustancial de la cultura áurea. Situado sobre el tablado, en fin,aquél que quisiese, como Lázaro, «arrimarse a los buenos», estaba obligado a participaren la comedia humana que se desarrollaba sobre la escena de la Corte, donde, ademásde mostrar buenas maneras, habría de moverse con discreción y prudencia para salir a«buen puerto», medrar a la sombra del poderoso y, quizás algún día, alcanzar la«cumbre de toda buena fortuna».

*

Pertrechados con estos instrumentos, es posible volver ya la mirada al enigmáticoLazarillo de Tormes con el fin de dilucidar si, a la luz de la historia, pueden resolversealgunos de los problemas que, desde hace tiempo, dificultan la interpretación de la obra.En ese sentido, lo primero es aclarar cuáles son los elementos básicos de lacomunicación epistolar trabada entre Lázaro de Tormes y Vuestra Merced, pues sólo enel seno de dicho marco narrativo adquieren sentido los distintos episodios queconforman la seudo-autobiografía. Para ello resulta imprescindible descifrar el sentidodel prólogo, así como su relación con el tratado VII, desde donde Lárazo de Tormesproyecta su punto de vista sobre el relato.

Ciñámonos, pues, en principio, a la letra del prólogo, cuya problemática particulartampoco está definitivamente resuelta. Si, como pensamos, siguiendo los planteamientosde Francisco Rico20, es Lázaro —y no el autor real dirigiéndose a los lectores— quienenuncia las primeras líneas del mismo, puede afirmarse que el pregonero presenta suobra a través de un peculiar manejo de los elementos clásicos del exordio, cuyotratamiento y engarce revela ya entre líneas las deformaciones irónicas y paródicas conque el autor caricaturiza a su criatura21. Así, Lázaro escribe para que no caigan en elolvido «cosas tan señaladas, y por ventura nunca oídas ni vistas»22 (p. 3) —suextraordinaria epopeya23, sabremos después24—, de modo que, en imperfecta alusión alprincipio horaciano, «agrade» a quienes ahondaren en él, y a quienes no, al menos los«deleite». De mayor interés para nuestro propósito, no obstante, resultan loscomentarios que Lázaro inserta a continuación, cuando describe, una vez decantada laintencionalidad del texto hacia el delectare, la pragmática de su escritura, de la queespera sacar «algún fructo. Porque, si así no fuese, muy pocos escribirían para uno solo,pues no se hace sin trabajo, y quieren, ya que lo pasan, ser recompensados, no con

18 Véanse al respecto las reflexiones de Elías, 1993, p. 314 y ss.19 Sobre el particular, son esclarecedores los comentarios de Guillén, 1988, pp. 93-97.20 Según Rico, 1988b, pp. 57-58, el pregonero actuaría como aquellos autores que componían epístolas

privadas haciendo un uso literario de la lengua y considerando su posible difusión pública.21 Adviértanse los dislates acumulados en «un exordio escrito con una técnica cercana a la de algunas

sátiras de Horacio o Juvenal, en donde la voz, pese a su buena intención, dice involuntariamente una cosa porotra, se contradice y se trabuca, rompe la lógica del discurso o trangrede, por torpeza, las convencionesretóricas y literarias al uso» (Madrigal, 2001, p. 404).

22 Lázaro adopta así la actitud propia de un historiador —no de un fabulador— que escribe para que loshechos no caigan en el olvido y sirvan de ejemplo a la posteridad (Ramajo Caño, 2001, pp. 354-355).

23 El sentido de estas líneas prolonga el carácter paródico del “heroico” título (Ayala, 1971, pp. 22-24).24 Véase Rico, 1988b, p. 58.

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dineros, mas con que vean y lean sus obras y, si hay de qué, se las alaben» (pp. 5-6). Demanera que, literalmente, Lázaro toma la pluma con intención de ganar honra —«lahonra cría las artes», dice Tulio— y acrecentar su prestigio entre los lectores. Por esecamino, el pregonero se sitúa en una posición análoga a la del soldado que se somete alos mayores peligros para ser loado o a la del predicador que es celebrado por susbrillantes sermones. Unos y otros, pues, pugnan por ascender en las esferas del honor25

gracias a unos méritos —de armas y letras— que deben ser ponderados por los otros,por el ojo que mira, una vez puestos en escena26, bien sobre la escala, bien desde elpúlpito. Y a quien faltare el mérito, si es poderoso, nunca faltará el adulador, célebre enun universo cortesano donde el honor dependía de la opinión común , dispuesto aobtener algún provecho, como un «sayete de armas», del desfile de máscarasrepresentado sobre el tablado. Inserto en esta dinámica y tras ofrecer un primer apuntede su desengaño27, por consiguiente, Lázaro salta a escena —en tanto que autorliterario28 y personaje— con esta «nonada» (p. 8) escrita en «grosero estilo»29 (p. 9),para que se huelguen todos los que «en ella algún gusto hallaren, y vean que vive unhombre con tantas fortunas, peligros y adversidades» (p. 9).

Concluida la primera parte del prólogo con una cesura muy acusada —hasta elpunto de que parte de la crítica ha postulado la existencia de dos prólogos30 e, incluso,de una laguna textual31—, Lázaro se dirige ya directamente al destinatario de la epístola,el misterioso “Vuestra Merced”, a quien suplica «reciba el pobre servicio de mano dequien lo hiciera más rico, si su poder y deseo se conformaran» (pp. 9-10). El pregonero,por tanto, concibe la escritura de la obra como un acto de servicio32 dirigido a unpersonaje de superior alcurnia que, previamente, ha pedido ser informado sobre el caso:«Y pues Vuestra Merced escribe se le escriba y relate el caso muy por extenso» (p. 10)…Un caso33 que, sin embargo, a pesar de remitir a alguna circunstancia concreta del

25 En la sociedad cortesana, el honor no era un valor restringido al ámbito de la consideración social, sinoque se relacionaba, al mismo tiempo, con la idea de utilidad y provecho (Mozzarelli, 1980).

26 La puesta en escena de los atributos personales, como elemento clave del arte de la cortesanía, fuemagistralmente explicada por Quondam, 1987, pp. xix-xx.

27 Este aspecto fue ya resaltado por Gilman, 1966, pp. 150-151.28 El deseo de honra y alabanza es lo que explica, internamente, la difusión pública de la carta y la

irrupción de Lázaro como autor literario, tal y como señaló Rico, 1988b, pp. 58-59.29 El «grosero estilo» de Lázaro ha sido considerado por Joset, 1998, como propio de un hombre humilde,

cuya existencia literaria no era concebible fuera del registro cómico y el estilo burlesco.30 Así lo hizo Ife, 1992, p. 47, quien habló de un primer prólogo dirigido por el autor real a los lectores, y

un segundo —ya dentro de la ficción— enunciado por Lázaro de Tormes para Vuestra Merced.31 Sobre el particular, véanse los argumentos de Navarro Durán, 2003, pp. 14-24.32 Como un «acto de obediencia» lo calificó en su día Guillén, 1957, p. 268.33 Sobre el caso existen dos corrientes interpretativas fundamentales, la primera, encabezada por Rico,

1988a, pp. 13-16; 1988c, pp. 76-77; y 2000, pp. 22-26, y Lázaro Carreter, 1972b, p. 85, considera que elcaso del prólogo coincide con el del tratado VII, de manera que no sería otra cosa que el famoso ménage àtrois; la segunda, por el contrario, surgida a partir de los comentarios de Sobejano, 1975, pp. 30-32, rechazatal identificación y prefiere, con García de la Concha, 1981, p. 80 y ss., a la cabeza, vincular el caso con algúnaspecto general concerniente a la propia vida de Lázaro de Tormes, como, por ejemplo, «el proceso de suscambios de fortuna» (Sobejano, 1975, p. 31), el status fortunae meae (Carrasco, 1987), el modo en quealcanzó la cumbre de toda buena fortuna (Ynduráin, 1992, p. 479) o su llamativa y equivocada concepción dela honra (Rey Hazas, 2001, pp. 281-282).

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presente, Lázaro decide «no tomalle por el medio, sino del principio, porque se tengaentera noticia de mi persona»34 (pp. 10-11), de modo que, fuera lo que fuese, esutilizado como excelente excusa por el pregonero para explayarse acerca de sudeslumbrante biografía. Así queda confirmado en las últimas líneas del prólogo, dondeLázaro, orgulloso de sí, proyecta su historia de lo particular a lo general, al erigirse enparadigma de homo novus, en ejemplo de aquéllos que, a pesar de sus oscuros orígenes,lograron triunfar gracias a su esfuerzo y habilidad: «y también porque consideren losque heredaron nobles estados cuán poco se les debe, pues fortuna fue con ellos parcial, ycuánto más hicieron los que, siéndoles contraria, con fuerza y maña remando salieron abuen puerto» (p. 11).

En esto consiste la tesis del narrador, quien, de principio a fin, selecciona, organiza ymanipula la materia narrativa para demostrar que Lázaro de Tormes, pregonero deToledo, bien puede considerarse a la altura del tratado VII en la «cumbre de toda buenafortuna» (p. 135). La recreación de dicha trayectoria ascendente, de cualquier modo,tendría un sentido muy distinto dependiendo de la pregunta inicial formulada porVuestra Merced. ¿Se trata de una respuesta elusiva que no aborda de lleno el sospechosocaso matrimonial por el que Lázaro ha sido interrogado?35, o, en cambio, ¿essencillamente la ostentosa contestación de un servidor de la Corona que se ve abocado adesvelar los jalones de su progresión social? Aunque no existe una respuesta definitivasobre el particular, pues la carta de Vuestra Merced no está en el texto y se ha dededucir su contenido por conjetura, desde nuestro punto de vista aciertan quienes, comoDomingo Ynduráin36, consideran que Vuestra Merced se interesa por cómo ha llegadoLázaro a la cumbre de toda buena fortuna (algo concreto y referido alpresente37, pero que posee proyección diacrónica), y no por otra cosa. De estemodo, Lázaro respondería, simplemente, a lo que se le pregunta38, tomándose comoúnica licencia la de retrasar —y así lo declara— el punto de arranque de su relato. Enresumen, pues, la epístola sería al mismo tiempo un acto de servicio hacia un personajede mayor alcurnia; la meritoria creación literaria de un escritor deseoso de versehonrado; y, ya en el terreno del argumento, la ostentosa presentación de un caso deascenso social protagonizado por quien, como hombre nuevo, ha logrado, con «fuerza ymaña remando», «arrimarse a los buenos» hasta integrarse en la sociedad cortesana.

Como se aprecia, tanto el deseo de alabanza y honra, como el servicio a VuestraMerced o la exhibición de sí mismo son elementos consustanciales al universo cortesanodel que Lázaro de Tormes ya forma parte al final del tratado VII. Y es precisamente enel ámbito de la cortesanía donde la crítica más erudita ha rastreado los modelosgenéricos de nuestra novela. En efecto, el Lazarillo de Tormes —en tanto que carta

34 Para Ynduráin, 1992, pp. 478-479, Lázaro procede como un historiador que cuenta ordenadamente, esdecir, por y desde el principio, acontecimientos verdaderos sucedidos en realidad.

35 Así lo cree Rico, 1988c, p. 81.36 Ynduráin, 1992, p. 479: «Para mí, lo que Vuesa Merced pregunta a Lázaro es cómo ha llegado a la

cumbre de toda buena fortuna».37 Como exige Rico, 1988c, p. 76.38 Al contrario opinan quienes, como Cabo, 1995, explican la estrategia retórica de Lázaro como una

insinuatio, en la que, para protegerse, el narrador se ocuparía principalmente de un asunto (su ascenso social)por el que no ha sido preguntado, para venir al caso sólo al final, muy brevemente y de soslayo.

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autobiográfica— fue concebido en un período particularmente fecundo para laepistolografía39, en el que vieron la luz, una vez consagrada la modalidad humanísticacon la obra de Erasmo y Vives, importantes colecciones de epístolas literarias que, de unmodo u otro, parecen tener relación con la génesis del Lazarillo, tales como las epístolaslatinas y castellanas de doctor Villalobos40, médico del Emperador, o las Epístolasfamiliares del ínclito tratadista áulico fray Antonio de Guevara41 (1539). Por los mismosaños, igualmente, florecieron numerosos repertorios epistolares, los llamados manualesde escribir cartas mensajeras, que, si bien no alcanzaron las cotas estéticas de la vertienteanterior por estar orientados hacia la praxis, resultaron de gran utilidad para quienes, enla sociedad cortesana, necesitaban exhibir una buena retórica (conforme a unas normasy reglas extraídas del legado clásico)42 a la hora de solicitar una merced, recomendar aun familiar, consolar a un amigo, dar relación de un hecho e, incluso, cortejar a unadama. Esta segunda veta, surgida para satisfacer las necesidades pedagógicas del hombrede la Corte, alcanzó su apogeo, significativamente, en los años centrales de la centuria,cuando se agolparon las ediciones de aquellos manuales43. A través de las mismas, pues,se percibe el interés suscitado por el género en el momento de escritura del Lazarillo, yaunque quedaba todavía un largo trecho para la novela, puede afirmarse que aquellosepistolarios44 facilitaron al anónimo autor, junto a la forma autobiográfica y laestructura episódica del Asno de oro, el molde apropiado para verter unos materialesjocosos y entretenidos destinados a amenizar, en última instancia —como esas cartasque iban y venían, en el ámbito de la cortesanía, llenas de donaires—, las horas deVuestra Merced45. Que sea Lázaro de Tormes quien tome la pluma para probar suingenio con la escritura de una brillante carta mensajera, por tanto, no sólo resultacoherente con su postrera condición de cortesano, sino que difícilmente podríaexplicarse al margen de dicho entorno de sociabilización, aquél donde regían, inclusopara el ocio, las buenas maneras literarias46.

39 La tradición epistolar en la España del siglo xvi ha sido descrita, en sus líneas maestras, por García dela Concha, 1981, pp. 47-70; Rico, 1987, pp. 66*-77*; e Ynduráin, 1988.

40 Al respecto, véase Lázaro Carreter, 1972a, pp. 41-46.41 Véanse las observaciones de Rico en Lazarillo de Tormes, 1987, p. 10, n. 22.42 El género epistolar, por tanto, participó del movimiento general que llevó al clasicismo a erigirse en

tipología cultural dominante durante el Antiguo Régimen, tal y como explica Quondam, 2005.43 Como los de Juan de Yciar (1547), Gaspar de Texeda (1547 y 1549) o Antonio de Torquemada, en el

seno de su Manual de escribientes (1552). Sobre los mismos, véanse los comentarios de García de la Concha,1981, pp. 63-69; e Ynduráin, 1988, pp. 61-67.

44 Empleando como apoyo la retórica clásica, se han vertido muy diversas opiniones acerca de lamodalidad epistolar a la que se adscribe el Lazarillo de Tormes. Quienes, como Rico y Lázaro Carreter,consideran que el caso del prólogo coincide con el del tratado VII, entienden que la carta tendría una intenciónesencialmente expurgativa —caería, en cierto modo, dentro del genus iudiciale— (Rico, 1988c, p. 82), puesestaría escrita como defensa para justificar el ménage à trois, Por el contrario, aquéllos que, como García de laConcha, 1981, p. 84 y ss., no aceptan tal identificación, tienden a considerar el asunto de la epístola como degenere humili, puesto que se trataría de un caso insignificante —la biografía de un pregonero— con maticesplebeyos y vulgares.

45 Comparto, en este sentido, las explicaciones de García de la Concha, 1981, pp. 67-70, quiencerteramente situó la carta de Lázaro en el ámbito de la cortesanía.

46 El hecho de que Lázaro penetre, al final del relato, en la sociedad cortesana resulta fundamental paraapuntalar la ilusión realista —descrita por Lázaro Carreter, 1972a, pp. 50-57; y Rico, 1987, pp. 73*-77*—destinada a hacer pasar la carta por verdadera creación del pregonero.

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Conocidos, al menos en sus rasgos esenciales, tanto la persona del emisor como lanaturaleza de su carta, es preciso detenerse un instante en la figura del destinatario,«Vuestra Merced», con el fin de concluir sin más dilación la primera fase del análisis.Para ello, consideramos fundamentales las aportaciones de Víctor García de laConcha47, quien supo fijar con rigor unas nuevas bases de lectura para el Lazarillo.Según su exposición, Vuestra Merced, por la fórmula de tratamiento empleada, sería unpersonaje sólo ligeramente superior a Lázaro y el arcipreste; no conocería al pregonero,pues éste ha de describirle absolutamente todas las circunstancias concernientes a suoficio y situación personal; ni tampoco viviría en Toledo, tal y como parece deducirse dela data. Aunque sus apariciones, por mención explícita del narrador, son muyirregulares, cabe señalar que, en el tratado I, guardan estrecha relación con el propósitode ostentación antes reseñado, tanto al comienzo del mismo, «Pues sepa VuestraMerced, ante todas cosas, que a mí llaman Lázaro de Tormes» (p. 12) —donde elpregonero hace alarde de su nombre—, como, más adelante, tras el episodio del toro depiedra, en un comentario que apuntala el sentido del prólogo: «Huelgo de contar aVuestra Merced estas niñerías para mostrar cuánta virtud sea saber los hombres subirsiendo bajos, y dejarse bajar siendo altos cuánto vicio» (p. 24). Para ilustrar ese arduo ylaborioso proceso de transformación y ascenso, por tanto, cuenta Lázaro de Tormes suvida a Vuestra Merced, a quien se menta en páginas posteriores, todavía en el propiotratado I, para llamar la atención sobre las dificultades superadas por el protagonista:«Mas también quiero que sepa Vuestra Merced que, con todo lo que adquiría y tenía,jamás tan avariento ni mezquino hombre no vi; tanto, que me mataba a mí de hambre, yasí no me demediaba de lo necesario» (p. 27).

A partir de tratado II, sin embargo, la figura de Vuestra Merced se diluye, quizás porlas dificultades técnicas que entrañaba el paso de la carta a la novela. Así, tras una fugazmención en el tratado III, no será hasta el postrero cuando su presencia vuelva asentirse. Y lo hace en dos pasajes esenciales para confirmar la tesis planteada en elprólogo: en primer lugar, cuando explica la obtención del oficio real «en el cual el día dehoy vivo y resido a servicio de Dios y de Vuestra Merced» (p. 129) y, poco después, alrecordar cómo conoció al «señor arcipreste de Sant Salvador, mi señor, y servidor yamigo de Vuestra Merced» (p. 130). El destinatario de la epístola, por tanto, deja deconstituir, casi a la conclusión del Lazarillo, un ente abstracto o un mero pretexto parala escritura —como sucedía en los manuales de cartas mensajeras—, para convertirse enun personaje más que emerge en el entorno personal del arcipreste de San Salvador,también dado a conocer en las postrimerías del relato. Es precisamente la presentacióndel caso matrimonial —un caso que, de ningún modo, puede identificarse con elmencionado en el prólogo— lo que permite apuntalar la credibilidad y coherencia de lapetición de noticias, pues con el clérigo en escena, y conocida su relación con emisor yreceptor, se ilumina y cierra el círculo enunciativo de la carta, aquél que conformanLázaro de Tormes, Vuestra Merced y el eslabón que, sin duda, propicia y explica sucomunicación epistolar, esto es, el arcipreste.

Puestos los datos esenciales sobre la mesa —y antes de pasar a la lectura delcuerpo del relato— parece posible dibujar ya con cierta nitidez la situación comunicativa

47 Sintetizo en las líneas que siguen las explicaciones contenidas en García de la Concha, 1981, pp. 71-79.

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que, según nuestra hipótesis, constituye el marco de la carta-novela. Así las cosas, elLazarillo de Tormes habría sido concebido, en el ámbito general de la cortesanía, comouna carta mensajera escrita en respuesta a otra anterior en la que un personaje de mayoralcurnia —quizás una dama48— solicitaba a Lázaro de Tormes noticias sobre sullamativo “encumbramiento”. Dicho personaje ni vivía en Toledo ni apenas sabía nadadel pregonero, de modo que difícilmente pudo haber escuchado las hablillas ymurmuraciones que sobre el ménage à trois circulaban a orillas del Tajo, ni menosconocer unos supuestos indicios que motivasen una pesquisa judicial. No, sólo pudo serel arcipreste de San Salvador, «servidor y amigo de Vuestra Merced», quien le hablase,en el transcurso de una conversación familiar, de la «habilidad y buen vivir» de Lázarode Tormes, su servidor, cuya singular figura habría suscitado pronto la curiosidad deaquél o aquélla que, poco después, demandaría al protagonista de la historia nueva ycopiosa información acerca de su llamativo caso de ascenso social. Conocedor de lasleyes que regían la comunicación epistolar en la sociedad cortesana, nuestro pregonerohabría tomado entonces papel y pluma para satisfacer cortésmente los deseos de VuestraMerced, decidido a no defraudar las expectativas de quien se hallaba en tan buenostratos con el arcipreste, su señor y protector. En este contexto, se entiende bien la dobleperspectiva que rige sobre el discurso de Lázaro: si, por una parte, el de Tormes escribesu autobiografía para justificar, dignificar y aun ensalzar su situación final (su hipotéticotriunfo), no es menos cierto que, por otra, el punto de vista de Vuestra Merced —unpersonaje de elevada posición instalado en una moral al uso— condicionaría, desde elsilencio, el curso de la historia —tal y como explicó Antonio Rey Hazas49— toda vezque, en su presencia, Lázaro no estaría legitimado para mostrar abiertamente, sino através de engaños y manipulaciones del lenguaje (he ahí el origen de gran parte de laironía)50, una realidad vergonzosa que, por decoro, ha de permanecer tan sóloinsinuada. En el mismo sentido, tampoco puede extrañar ni que su relato pretendaentretener a un destinatario ávido por conocer «muy por extenso» «cosas tan señaladas,y por ventura nunca oídas ni vistas» como las que allí se narran; ni mucho menos que elasendereado Lázaro de Tormes aproveche la ocasión para promocionarse exhibiendoante Vuestra Merced tanto sus habilidades literarias como personales. Movidoprecisamente por este impulso, el pregonero extrema su pericia en el cultivo de las letrashasta trabar todos los elementos narrativos en una divertida carta mensajera cuyoselementos constitutivos se orientan, de principio a fin, hacia un mismo propósito:

48 Muy plausibles, a este respecto, nos parecen los argumentos de Navarro Durán, 2003, pp. 28-31, quien,además de recordar el uso del pronombre «ella» en referencia a Vuestra Merced y subrayar las disculpasintroducidas por Lázaro al relatar las indecorosas hablillas que corrían sobre su mujer (acusada de haberparido tres veces), da cuenta de la aparición, en el manuscrito B del Buscón, de un destinatario femenino(“Señora”), escogido, casi con seguridad, por emulación del Lazarillo. Este hecho reforzaría la hipótesis quemantenemos, al alejar la epístola del campo judicial y situarla en el ámbito general de la cortesanía.

49 La doble perspectiva que rige el discurso de Lázaro fue descrita por Rey Hazas, 2001, pp. 283-284.50 Esta ironía primaria, proyectada por Lázaro sobre la materia narrada, además de desvirtuar el sistema

de valores encarnado por sus distintos amos (la caridad del clérigo de Maqueda, la honra del escudero) y decrear interesada ambigüedad mediante dobles sentidos («[mi padre] padesció persecución por justicia»), sirvepara difuminar una realidad demasiado descarnada (esas «otras cosillas» que calla Lázaro) para ser mostradaabiertamente al respetable Vuestra Merced. Al respecto, véanse García de la Concha, 1981, pp. 218-229;Maravall, 1986, pp. 631-638; y Bueno, 2003, pp. 290-291.

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ilustrar —con gracia y desenvoltura— el caso, esto es, el arduo proceso que llevó aLázaro González Pérez a convertirse en el ínclito Lázaro de Tormes, ejemplo yparadigma —según su tesis— de aquellos hombres nuevos que «con fuerza y mañaremando salieron a buen puerto». Así, por tanto, la carta no sería sino la puesta enescena de un Lázaro cortesano51 que, a través de la palabra, esbozaría los rasgosfundamentales de su propio autorretrato con el fin de mostrar a Vuestra Merced la valíade quien, quizás algún día, pudiera poner tales habilidades a su servicio.

El comienzo propiamente dicho de la autobiografía se inicia en el tratado I, cuyocontenido se organiza en torno a dos partes bien diferenciadas. En la primera, Lázaro dacuenta de su nacimiento y primera infancia (al cuidado de la madre); en la segunda,narra las andanzas vividas al servicio del ciego. El primer bloque, en lo sustancial, sirvepara informar al destinatario acerca de las raíces familiares del protagonista —es hijo deunos humildes molineros, nace en una aceña del río Tormes52—, en cuya memoria, noobstante, quedará grabada a fuego la experiencia vital de sus mayores. En ese sentido,resulta particularmente relevante, para la lectura “social” sugerida en el prólogo, latrayectoria de Antona Pérez, madre de Lázaro, quien, tras el destierro y muerte de ToméGonzález, el primer condenado «por justicia» (p. 14) de la novela, tomará el camino deSalamanca llevando consigo a un joven Lazarillo de apenas ocho años: «Mi viudamadre, como sin marido y sin abrigo se viese, determinó arrimarse a los buenos, por seruno dellos, y vínose a vivir a la ciudad» (p. 15). De modo que, empujados por lanecesidad, madre e hijo dejan atrás el campo y se trasladan al espacio urbano —espaciode civilización y de riqueza— donde esperan mejorar su estado al amparo de «losbuenos», de los que tienen53, es decir, de quienes conformaban la sociedad cortesanaestablecida en las principales ciudades del reino.

Los medios que Antona Pérez pone en práctica para alcanzar dicha aspiración, sinembargo, son poco edificantes y marcan desde un principio la formación moral deLazarillo, quien da cuenta entre líneas de cómo su madre, además de guisar paraalgunos estudiantes y lavar la ropa a ciertos mozos de caballos del Comendador de laMagdalena, «fue frecuentando las caballerizas» (p. 15) como prostituta. Por esa vía, lamujer vino «en conoscimiento» (p. 16) con un hombre moreno de aquellos que lasbestias curaban, de manera que, entre los muros de la casilla alquilada en Salamanca, seconstituye clandestinamente el nuevo hogar de Lázaro54, al que no tarda en sumarse un«negrito muy bonito» (p. 17) fruto de aquel amor. El tiempo de bonanza y tranquilidadal amparo del Zaide, sin embargo, termina bruscamente cuando el mayordomo del

51 En términos reveladores expresó esta idea García de la Concha, 1981, p. 242: «A contrapunto de otramoda, denunciada, como se recordará, por Erasmo en su coloquio “Ementita nobilitas” —la de fingir cartasen demanda de noticias de la propia vida, a fin de conseguir honra—, un anónimo humanista españolintroduce a su criatura, el pobre Lázaro González Pérez, en el mundo de la cortesanía, convirtiéndole para elloen el donoso, facecioso, hablador, el cortesano Lázaro de Tormes que presenta y recita su carta autobiográficaen demanda de honra». En la misma línea, Ynduráin, 1988, p. 56, puso de manifiesto el vano cultivo de lascartas mensajeras por parte de quienes trataban de mostrarse, sin serlo, como buenos cortesanos.

52 Sobre la significación del nombre y oficio de los padres de Lázaro, véase Redondo, 1987, p. 83 y ss.53 Así lo interpretó con acierto Wardropper, 1961, p. 442.54 Aquel hogar representa para Lázaro un espacio de amparo y protección frente a la frialdad de su aceña

natal y la hostilidad de las fuerzas externas, en palabras de Casanova, 1980, pp. 518-521.

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Comendador descubre los robos efectuados por el negro para el mantenimiento de sucasa, análogos —en palabras de Lázaro, sufrido conocedor del asunto— a los queclérigos y frailes cometen por culpa de sus «devotas» (p. 19). El propio Lazarillo esinterrogado en tan grave ocasión y su confesión resulta definitiva para terminar conaquella vida: «Y probósele cuanto digo y aun más; porque a mí con amenazas mepreguntaban, y, como niño, respondía y descubría cuanto sabía, con miedo» (p. 20).Lázaro no olvidará desde este punto el valor del silencio. La justicia, implacable, castigacruelmente a los dos amancebados, que reciben los acostumbrados azotes y penas.Fracasado su intento de integrarse en la ciudad de Salamanca, «por evitar peligro yquitarse de malas lenguas» (p. 20), Antona Pérez se aleja del núcleo urbano para serviren el mesón de la Solana, donde Lázaro será entregado al ciego, quien «no por mozo,sino por hijo» (p. 22) lo recibe. Atrás quedan los años de la inocencia, recorridos enapenas cuatro trazos por la pluma de Lázaro, quien ha tenido tiempo, en todo caso, decontemplar la corrupción moral de sus progenitores, de conocer sus aspiraciones demedro, de familiarizarse con un equívoco sistema de valores, de padecer el poder de lajusticia, de descubrir el peligro de una verdad desvelada e, incluso, de sentir el pesoejercido por la opinión común55. En lo concerniente a la estructura, pues, este primerbloque, además de mostrar los bajísimos orígenes del pregonero (en sintonía con eldiscurso del homo novus), actúa como contrapunto del caso de ascenso socialpresentado en el tratado VII, toda vez que Lázaro de Tormes, al final del relato, saldráairoso de los mismos pasos en que Antona Pérez vio truncada su carrera56.

Tras pasar un tiempo en Salamanca, y viendo que la ganancia no era a su contento,el ciego decide abandonar la ribera del Tormes. Lázaro se despide entonces de la madre:«—Hijo, ya sé que no te veré más. Procura de ser bueno, y Dios te guíe. Criado te he ycon buen amo te he puesto; válete por ti» (p. 22). Desde el momento de la separación,por tanto, el protagonista inicia en soledad un camino semejante al tomado por AntonaPérez tras la pérdida de la protección masculina. Así, del campo (o de los caminos, si sequiere) a la ciudad57 (Toledo), el movimiento de Lázaro adquiere idéntica significaciónque el de la madre, cuyas aspiraciones de medro reproducirá miméticamente en laspáginas finales. Antes de culminar su empresa, sin embargo, el protagonista habrá deexperimentar dos procesos que, en paralelo, darán como resultado la forja de Lázaro deTormes. El primero de ellos conduce al aprendizaje de las habilidades cortesanasnecesarias para sobrevivir y ascender en el sistema de la gracia. El segundo, de sentidoinverso, consiste en una absoluta desvinculación de su entorno social —en palabras deJosé Antonio Maravall58— que hará de Lázaro un solitario, un individuo incapaz demostrar solidaridad hacia nada ni hacia nadie que no redunde en su propio interés. En

55 Sobre el peso en la educación de Lázaro del sistema de valores y los modelos de conducta aprendidos desus progenitores, véanse los comentarios de Maravall, 1986, pp. 440-449.

56 Lázaro Carreter, 1972b, pp. 89-97; y Rico, 2000, pp. 31-33, describieron las simetrías que vinculan eltratado I con el Lázaro triunfante del tratado VII.

57 La ciudad constituyó el ecosistema “natural” del pícaro: un espacio amplio, rico y civilizado donde sushabitantes se desconocían entre sí y era, por tanto, posible suplantar, desde el anonimato, la identidad de losprivilegiados con el fin de integrarse y medrar. Al respecto, véase Maravall, 1986, pp. 698-753.

58 Dicho proceso ha quedado descrito en Maravall, 1986, pp. 245-293, quien explica la pérdida de loslazos familiares, geográficos, religiosos y socio-políticos padecida por el pícaro.

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esa línea, una vez rotos los vínculos familiares y geográficos, la primera y másimportante lección —bien lo sabemos— llega cuando el ciego estampa la cabeza delmuchacho contra el toro de piedra. Es en ese momento cuando el protagonista reconocesu soledad y la necesidad de luchar por la vida —«Verdad dice éste, que me cumpleavivar el ojo y avisar, pues solo soy, y pensar cómo me sepa valer» (p. 23)— a través deuna expresión que remite inequívocamente al universo de los libros de avisos59,manuales en los que se reunían consejos prácticos para la vida en sociedad. Ése será elterreno que explore Lázaro junto al ciego, el de la tecnificación de la conducta —comoenseñaban las obras de fray Antonio de Guevara60 o, más adelante, las de BaltasarGracián— una vez orillados aquellos principios morales que, en el modelo deCastiglione, o en la pedagogía erasmiana, acompañaban siempre la acción del individuo.Un hombre avisado, pragmático y prudente representa, pues, desde un principio, el idealantropológico61 hacia el que tiende Lázaro adiestrado por el ciego en la carrera devivir62: «—Yo oro ni plata no te lo puedo dar; mas avisos para vivir muchos temostraré» (p. 23).

El modus vivendi del ciego no tarda en ser descrito: sabía oraciones de efectosdiversos, echaba pronósticos y daba remedios para toda clase de males. Lo fundamentalpara triunfar en su oficio, no obstante, era una cuidada puesta en escena: «Un tonobajo, reposado y muy sonable, que hacía resonar la iglesia donde rezaba; un rostrohumilde y devoto, que con muy buen continente ponía cuando rezaba, sin hacer gestosni visajes con boca ni ojos, como otros suelen hacer» (p. 26). Representar un arte que noparezca arte —en palabras de Castiglione63— es a lo que, en definitiva, se dedica el ciegopara ganarse el sustento64. Lázaro, que bien conoce la farsa, aprende, en consecuencia,desde muy niño, la distancia que separa apariencia y realidad, así como la necesidad deemplear una máscara civilizatoria que, mediante el engaño a los ojos, conduzca al éxito.Los beneficios de aquella vida, sin embargo, no alcanzan al mozo —cuya fidelidaddependía del respeto a la lógica del servicio-merced por parte de su amo—, de maneraque Lázaro, acuciado por el hambre, inicia desde muy pronto una sorda lucha contra su

59 La relación entre los avisos del ciego y la tratadística —en particular, los manuales de comportamientodestinados a los “hombres nuevos”— fue ya apuntada por García de la Concha, 1981, pp. 194-196.

60 La obra de fray Antonio de Guevara —en especial, la de temática áulica— resulta esencial para elconocimiento del contexto referencial del Lazarillo, tal y como intuyó Ruffinatto, 2000, pp. 375-376; y hademostrado después Rodríguez Mansilla, 2006, pp. 119-123.

61 Este ideal antropológico surgió como consecuencia de las decisivas alteraciones sufridas en su códigogenético por el arte de la cortesanía conforme avanzaba el siglo xvi : si en el modelo humanístico deCastiglione la perfección ética y estética del individuo representaba el único medio aceptable para alcanzar elfavor del poderoso dentro del sistema de la gracia, en la corriente que arranca de Guevara y culmina enGracián —a la que nos remitimos para entender a Lázaro— se observa, por el contrario, el predominio de loútil frente a lo honesto, de manera que la literatura áulica inspirada en tales principios, antes que cincelar lafigura del perfecto cortesano, trata de transmitir, como las enseñanzas del ciego, un elenco de avisos y consejosprácticos destinados a la supervivencia y el triunfo del discreto en la escena social mediante la tecnificación desu conducta.

62 Así lo reconoce Maravall, 1986, p. 440.63 Véase al respecto, Torres Corominas, 2010, pp. 1219-1220.64 Ya García de la Concha, 1981, pp. 242-243, advirtió que, desde un punto de vista retórico, el modo de

hablar del ciego concordaba con el propuesto por Castiglione para su cortesano. Acerca de esta decisivaexpansión de la cultura áulica a todos los estamentos sociales, véase Maravall, 1986, p. 624.

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mentor —de la que nos ofrece sólo algunos episodios— con el fin de penetrar en elespacio vedado del fardel65, las blancas, el jarrillo, las uvas o la longaniza. A lo largo deesta secuencia se escenifica, pues, un juego de astucia en el que Lázaro ha de aguzar suingenio y trabajar con industria para vencer a su adversario. En ese contexto, ladisimulación —en las sangrías del fardel, en el trueque de las blancas, en la profanacióndel jarrillo— y la observación —en el ejemplo de las uvas— constituyen, junto a lasimulación antes descrita, el instrumento propicio para el combate social que elindividuo ha de librar contra el otro66. Aquella espiral de violencia concluye, finalmente,con la venganza de Lázaro, quien, tras el pasaje de la longaniza, demuestra conelocuencia a su instructor, arrojado despiadadamente contra el poste, los progresos desu aprendizaje. Así las cosas, cuando abandona a su primer amo, Lázaro es yaconsciente de la soledad que padece, de la lucha que habrá de mantener contra unmundo hostil, de la distancia que separa apariencia y realidad, y —quizás lo mástrascendente— de los atajos que deberá tomar, en adelante, para salir a puerto.

Huyendo de Escalona, y tras parar fugazmente en Torrijos, Lazarillo va a dar con sushuesos en Maqueda, ya en la comarca de Toledo, donde pasa al servicio de un cura ruralque lo acoge por saber «ayudar a misa» (p. 46). A través de los ojos del muchacho, lafigura de este mezquino sacerdote no tarda en quedar retratada: más avariento aún queel pecador del ciego, adereza su ruindad con una sangrante hipocresía al entregarle lallave de la cámara donde guarda una horca de cebollas: «—Toma y vuélvela luego y nohagáis sino golosinar» (p. 48) o al darle los restos de una cabeza de carnero: «—Toma,come, triunfa, que para ti es el mundo. Mejor vida tienes que el Papa». Durante la misa,más atento estaba a las blancas que a su ministerio; mientras en cofradías y mortuorios,a pesar de su cacareada templanza, «a costa ajena comía como lobo y bebía más que unsaludador» (p. 52). Un clérigo avariento, hipócrita y falto de caridad67, en definitiva, eslo que pinta el pregonero mediante estas selectas pinceladas en las que el anticlericalismodel Lazarillo entronca con una larga y fecunda tradición medieval reverdecida entoncespor el humanismo cristiano.

Mediado el tratado II, la acción se focaliza en el arca donde el clérigo de Maquedacustodiaba los bodigos de pan que, tras la venida del angélico calderero, encarnan, parael muchacho, un paraíso prohibido. Una vez más, la lucha entre amo y criado gravita entorno a un espacio protegido —el arcaz— al que Lázaro sólo puede acceder a través delingenio y la industria. Por esta vía, se reproduce el esquema del tratado anterior—cargando la mano en irreverentes y jocosas alusiones a la religión— con el consabidodesenlace: Lázaro, tras ser golpeado en la cabeza y descubierto en su engaño, es puestoen la calle por el mezquino sacerdote, quien, simbólicamente, lo repudia y expulsa fuerade la casa68 (y, por extensión, de la Iglesia): «Y santiguándose de mí, como si yoestuviera endemoniado, tórnase a meter en casa y cierra su puerta» (p. 71). Tras laescena, Lázaro quedará definitivamente desvinculado de la religión cristiana, cuyos

65 La dinámica de asedio al espacio vedado del fardel fue explicada por Casanova, 1980, p. 522.66 Al respecto, véase Maravall, 1986, p. 475.67 Así lo han calificado, entre otros, Ayala, 1971, pp. 42-43; y Ruffinatto, 2000, pp. 328-333, quien

destaca las reminiscencias judaicas tanto del avaro personaje como de su “sagrada” arca.68 Sobre la simbólica expulsión de Lázaro, véanse los comentarios de Casanova, 1980, pp. 526-527.

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preceptos, en ningún caso, servirán en adelante para encaminar sus pasos. La vacuidadde sus ceremonias, el escaso respeto guardado a los sacramentos y, en general, la falta decaridad de que adolecen los sacerdotes resulta, en este sentido, demoledora para lamente de un joven Lazarillo que apenas puede ocultar su descreimiento tras unaespiritualidad convencional y una concepción de Dios —en expresión de García de laConcha— ad usum Lazari69.

Con la llegada de Lázaro a Toledo, se completa el movimiento que lo ha llevado delos caminos a Maqueda, y de Maqueda a la sede primada de España, donde los clérigoseran los verdaderos señores de la Corte eclesiástica70 creada a la sombra de su catedral.Frente a todo lo que ha visto con anterioridad, Toledo representa para el muchacho unmundo nuevo71, urbano y civilizado, donde gentes de distinta condición, refugiadas en elanonimato, pululan por sus calles y participan, con sus galas, modales y aderezos, en laescena de la sociedad cortesana72. Lázaro, sin embargo, a pesar de su experiencia, noconoce todavía los entresijos de ese mundo, y cae fácilmente en el engaño ante ladistinguida apariencia de un escudero73 que, con dos palabras, lo toma a su cargo:«topóme Dios con un escudero que iba por la calle con razonable vestido, bien peinado,su paso y compás en orden» (p. 72). Con un cortesano aseado y elegante, en principio,parece haber dado el bueno de Lázaro, quien, «según su hábito y continente» (p. 73),considera por fin a este tercer amo «ser el que yo había menester» (p. 73). A través desus ojos, contemplamos el paseo del escudero por plazas y mercados, su entrada en lacatedral para oír misa y, finalmente, su regreso a la «obscura y lóbrega» casa (p. 74), elparticular panteón de sus desdichas. A la hora de comer, sin embargo, cuando su nuevoamo le anima a pasar hasta la noche como pudiere, Lázaro cae en la cuenta —observa ala luz de su experiencia— de su desdicha. Desde ese momento, entre amo y criado se

69 Con ella, García de la Concha, 1972, pp. 251-252, define a ese Dios instrumentalizado y utilitario quecolabora con Lázaro, por ejemplo, en la venganza perpetrada contra el ciego o en la profanación del arca.

70 Baste recordar las palabras con que Andrea Navagero describió la ciudad en los años 1525-1526: «losamos de Toledo y de las mugeres precipue son los clérigos, que tienen hermosas casas y gastan y triunfan,dándose la mejor vida del mundo sin que nadie les reprenda» (García de la Concha, 1981, p. 27).

71 Así lo reconoce Ynduráin, 1975, pp. 508-509.72 Lázaro llega por fin al espacio propicio para la vida picaresca, un espacio urbano y cortesano, como

muy claramente lo describe Maravall, 1986, p. 717: «el pícaro es un personaje de ciudad, más aún de capital ymás de Corte. No será su lugar de origen, pero sí su centro de atracción […] Se ha dicho que Lázaro nuncaestuvo en la Corte, no se acogió a ella. En principio esto no desmiente mi tesis sobre el ecosistema urbano delpícaro, porque para ello basta con moverse atraído por la gran ciudad, como en aquel momento lo era Toledo,que no había iniciado su declive demográfico. Lázaro no estuvo, ciertamente, en Madrid, pero en las fechas desu composición no era capital ni sede de la Corte, que en tiempos del Emperador es itinerante. Es más, si hayalguna ciudad que pueda aproximarse a lo que en otras partes era una corte real, podía ser precisamenteToledo».

73 El escudero del Lazarillo ha sido juzgado desde muy distintos puntos de vista: Lázaro Carreter, 1972b,pp. 140-141, destacó su carácter pintoresco e incipientemente folklórico; Redondo, 1979, p. 435, susemejanza con el pobre escudero de la realidad; Casanova, 1980, p. 534, su naturaleza fantasmal; Maravall,1986, pp. 429, 565 y 567, su verdadera condición de pícaro; Vilanova, 1989b, pp. 246-247, su dependenciacon respecto a la sátira anticortesana de raíz erasmiana; y, finalmente, Rodríguez Mansilla, 2006, p. 123, loconsideró una ridiculización de los modos cortesanos.

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establece un juego de simulación y disimulación, con el contrapunto de los apartes74 delprotagonista, destinado a mantener las apariencias. Lázaro, en todo caso, es ya capaz dedescodificar certeramente las hipócritas afirmaciones del hidalgo, por ejemplo, en lotocante a la virtuosa frugalidad.

En paralelo a esta incruenta comedia donde, paradójicamente, se han trocado lospapeles —es el criado quien posee la comida a la que el amo trata de accedermanteniendo el decoro— se desarrolla un proceso de aprendizaje decisivo para lapostrera vida en sociedad de Lázaro de Tormes. Nos referimos, claro es, a su instrucciónen el arte de la cortesanía a la sombra del escudero, quien, además de enseñarle losrudimentos del servicio doméstico —cómo hacer una cama, cómo limpiar la ropa delseñor, cómo ayudarlo a vestir o cómo auxiliarlo en su higiene diaria—, constituye parael joven el primer y más completo ejemplo de la forma de vida que el pregonero trataráde imitar en el tratado VII. De ahí que la pluma de Lázaro, tan ágil y presurosa en otrasocasiones, se sosiegue ahora para describir con precisión los usos observados en sutercer amo: su modo de vestir, de pasear, de gesticular, de conversar, de aparentar y aunde mentir con sutileza. Avivado el ojo y llegada la mañana del segundo día, Lázaropenetra ya con agudeza en la interioridad del pobre hidalgo, pues al verlo partir «callearriba con tan gentil semblante y continente» (p. 82) no puede dejar de asombrarse alconstatar la distancia que separa apariencia y realidad: «quien no le conociera pensaraser muy cercano pariente al Conde de Arcos, o a lo menos camarero que le daba devestir» (p. 82). Y todo aquel padecimiento, en suma, por conservar y enaltecer unextravagante orgullo mundano ajeno en todo punto —y aquí parece oírse, de formaexcepcional, la voz del autor— a la visión del mundo de un verdadero cristiano: «¡Oh,Señor, y cuántos de aquestos debéis Vós tener por el mundo derramados, que padecenpor la negra que llaman honra lo que por Vós no sufrirán!»75 (p. 84).

Al final de aquella segunda jornada al servicio del escudero, y tras habercontemplado sus fallidas correrías amorosas a la orilla del Tajo, acontece la escena delpan, las tripas y la uña de vaca. Lázaro muestra entonces compasión y solidaridad haciasu amo —un hecho insólito en el relato— al allanarle el camino para satisfacer suapetito sin menoscabo de su honra. Tras alargar un tanto el asunto con la expulsión delos pobres extranjeros de Toledo e insertar algunas reflexiones —en sintonía con elhumanismo cristiano— acerca de la molesta «presumpción» (p. 92) y «fantasía» delescudero, el tema del hambre queda agotado y debe dar paso a otras asuntos máspertinentes para explicar el caso. En ese sentido, el denostado episodio del entierro y lasplañideras76 sirve para articular la transición hacia otros derroteros77, pues, a suconclusión, Lázaro demuestra, asustado, su plena conciencia de la desgraciada existenciaque viven en «la casa donde nunca comen ni beben» (p. 97).

74 Sobre el sentido eminentemente desenmascarador que manifiestan los apartes del tratado III conrespecto a la honra externa y a la forma de vida cortesana, véase Bueno, 2003, pp. 291-293.

75 Como contraste entre la moral mundana (del escudero) y la moral divina calificó Wardropper, 1961,p. 445, la exclamación de Lázaro, tras cuyas palabras se intuye la sensibilidad religiosa del autor (Ayala, 1971,pp. 91-92).

76 Su inverosimilitud, dado el grado de madurez de Lázaro, fue reseñada por Lázaro Carreter, 1972b,pp. 151-152; y Ayala, 1971, pp. 62-65, entre otros.

77 Véanse las explicaciones de Ynduráin, 1975, pp. 510-512.

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Una vez desvelada la verdad, no tarda en llegar el día en que, tras haber comidorazonablemente, se entable entre amo y criado una larga conversación, casi de igual aigual, con la que Lázaro completa, a través de la experiencia ajena, su conocimiento dela sociedad cortesana y de las aspiraciones de medro que, en su seno, alberga un pobreescudero castellano. La primera lección ilustra a las claras el carácter ritualista de aqueluniverso, que Lázaro contempla, con ironía, desde la distancia: el hidalgo, natural deCastilla la Vieja, explica que salió de su villa natal «por no quitar el bonete a uncaballero su vecino» (p. 98), pues «un hidalgo no debe a otro que a Dios y al rey nada»(p. 99); así como por no sufrir a un villano insolente que lo saludaba con un irreverente«Mantenga Dios a Vuestra Merced» (p. 100). Por no verse respetado por el otro, por elque al fin y al cabo determina su honra, marchó, pues, el escudero, de su tierra, dondeun «solar de casas» (p. 102) derruidas y un viejo «palomar» (p. 103) constituían las trescuartas partes de su hacienda. Venido a menos a causa del declive de su oficio78, propiodel feudalismo, el escudero se ve, por tanto, obligado a reubicarse en el seno de lasociedad cortesana, de ahí que abandone las cercanías de Valladolid para probar fortunaen la ciudad de Toledo, en la que trata de hallar «asiento» (p. 103) al servicio de algúnseñor. No obstante, no desea servir a «canónigos y señores de la Iglesia» (p. 103) por sergente «tan limitada» y poco liberal; ni tampoco a «caballeros de media talla» (p. 103),que pagan tarde y mal y emplean a sus criados como comodín o «malilla». No, suintención es entrar a servir como «privado» (p. 104) a un «señor de título», a cuyasombra ejercería como “perfecto cortesano” :

… yo sabría mentille tan bien como otro y agradalle a las mil maravillas; reílle ya mucho susdonaires y costumbres, aunque no fuesen las mejores de el mundo, nunca decirle cosa con quele pesase, aunque mucho le cumpliese; ser muy diligente en su persona en dicho y hecho; no mematar por no hacer bien las cosas que él no había de ver; y ponerme a reñir donde él lo oyese,con la gente de servicio, porque pareciese tener gran cuidado de lo que a él tocaba. Si riñesecon algún su criado, dar unos puntillos agudos para le encender la ira, y que pareciese a favorde el culpado; decirle bien de lo que bien le estuviese y, por el contrario, ser maliciosomofador, malsinar a los de casa y a los de fuera, pesquisar y procurar de saber vidas ajenaspara contárselas, y otras muchas galas de esta calidad que hoy día se usan en palacio y a losseñores dél parecen bien, y no quieren ver en sus casas hombres virtuosos, antes los aborreceny tienen en poco y llaman necios y que no son personas de negocios ni con quien el señor sepuede descuidar. Y con éstos los astutos usan, como digo, el día de hoy, de lo que yo usaría;mas no quiere mi ventura que le halle (pp. 104-106).

Toda una lección de cortesanía ofrece, pues, el escudero en este pasaje; pero noconforme al modelo de Castiglione, donde una rigurosa moral regía el comportamientodel cortesano79 (en su compromiso con la verdad, en la rectitud de sus consejos o en lacensura de los vicios ajenos), sino a la zaga de quienes, ya por esos días, ponderaban enobras de naturaleza diversa una pragmática tecnificación de la conducta (haciendo uso

78 La difícil encrucijada vivida por los escuderos tras el ocaso de la caballería fue descrita por Redondo,1979, pp. 422-423, quien recuerda la presión a la que, en sus aldeas, estuvieron sometidos (pp. 425-427).

79 Véase Torres Corominas, 2010, pp. 1223-1226, donde queda de manifiesto la rectitud moral quealienta al perfecto cortesano de Castiglione, «maestro de virtud» para su príncipe o señor. Acerca de lasenseñanzas del escudero, véase también Torres Corominas, 2014.

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de la mentira, la adulación, el fingimiento o la burla) destinada a la consecución, en laescena de la Corte, del triunfo personal. Lázaro no olvidará esta lección capital —de ahíla minuciosidad de su recuerdo— cuando, guiado por el ejemplo del hidalgo, tome la víapicaresca para buscar acomodo al servicio de un generoso señor, el arcipreste.

Expuesta ya la lección, el episodio se dirige vertiginosamente hacia su desenlace conla huida del amo ante el acoso de los acreedores y el paradójico abandono del mozo80.Con ello, Lázaro rompe los últimos lazos —de orden social, esta vez— que lo unían a sucomunidad política. Desde entonces, ya en absoluta soledad —en tanto que individuodesvinculado— no mirará sino por su interés, inmerso en un universo hostil (al quedespertara con el ciego) donde la religiosidad cristiana y la honra aristocrática—encarnadas, respectivamente, por su segundo y tercer amo— no constituyen sino elornamento (hipócrita y falaz) de una misma mascarada. Para enfrentarse al mundo, sinembargo, Lázaro dispone ya de nuevas y poderosas armas —su conocimiento del almahumana, su dominio de la escena social o su instrucción en el arte de la cortesanía—,legadas por una dolorosa institutio casi concluida al cerrarse el tratado III81.

Clausurado, por tanto, el cuerpo central de la estructura, el tríptico que conformanlos tratados IV-VI —articulado en torno al V, de mayor extensión— aborda la etapa detransición entre la infancia y la juventud del protagonista, durante la que entra “enconocimiento”, ya en primera persona, con la sexualidad, el mundo del hampa y eltrabajo manual. Apenas necesario para explicar el caso, Lázaro recorre velozmente estetrecho para dar cuenta de los años que precedieron al oficio real y al patronazgo delarcipreste82. Así, en unas pocas líneas, las que ocupa el tratado IV, despacha los ochodías vividos al servicio de su cuarto amo, un fraile de la Merced mundano y trotador,que emplea a Lázaro en sus correrías fuera del convento, sin que sepamos hasta quépunto y de qué forma el criado participa —activa o pasivamente— en aquellas empresasamorosas, pues por pudor silencia esas «otras cosillas» (p. 111) que, junto a lasanteriores, lo movieron a salirse de su obediencia. Ya en el tratado V, Lázaro pasa aservir a un buldero, que emplea toda clase de artimañas para embaucar a los feligresesde la comarca toledana con intención de venderles la bula que predica. La selección deltema, obviamente, entronca con las críticas generalizadas que desde antaño elhumanismo cristiano vertía contra la mercantilización de la fe. En esa línea, elechacuervos del Lazarillo es pintado como un truhán, como un timador profesional quesobrepasa con creces —hacia el ámbito de la delincuencia— los límites alcanzados porlas trapacerías, mezquindades, aposturas y pecadillos de los anteriores amos. Comomuestra, Lázaro narra el fabuloso milagro acaecido por su mano en la Sagra de Toledo,donde los parroquianos del lugar son engañados —como el mismo protagonista— por el

80 Lázaro representa así la víctima “purificada” de su tercer amo (Ynduráin, 1975, pp. 513-515).81 A partir de este punto, Lázaro se convertirá definitivamente en un individuo insolidario, pragmático y

prudente, conforme a la descripción que Maravall, 1986, p. 315, ofrece del arquetipo: «La soledad del pícaroes un estado de ruptura de solidaridad, de lazos altruistas con los demás, con los cuales, no obstante, se siguecoexistiendo o, quizá mejor, coestando, pero transformando a los acompañantes en instrumentos para losmóviles de la conducta picaresca. […] Es una situación social en la que el individuo opera inspirado por elprincipio fundamental de la sociedad barroca: la prudencia».

82 Las connotaciones psicológicas del cambio de ritmo fueron señaladas por Guillén, 1957, pp. 275-278.

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histriónico montaje urdido entre el buldero y un alguacil corrupto. Ajeno a aqueluniverso, y ya completado definitivamente su aprendizaje83, a los cuatro meses Lázarodecide probar fortuna por otras veredas tras cerciorarse de que no era éste segurocamino para medrar.

Tras sufrir otros «mil males» (p. 125) asentado con un maestro de pintar panderos—un artesano dedicado, quizás, a preparar afeites femeninos84 en ambientes pocoedificantes—, Lázaro, ya «buen mozuelo» (p. 125), acierta a dar con una capellán de lacatedral de Toledo, que lo pone a trabajar como aguador por la ciudad «con un asno ycuatro cántaros y un azote» (p. 126) a cambio de un mísero jornal. Con todo, Lázaroreconoce que «éste fue el primer escalón que yo subí para venir a alcanzar buena vida,porque mi boca era medida» (p. 126), esto es, porque se mostraba comedido, parco yprudente tanto en el ejercicio de su oficio como en el disfrute de sus escasosemolumentos85. Gracias a dicha disciplina y autocontrol, en todo caso, pasados cuatroaños acumula el suficiente caudal como para adquirir el disfraz que lo catapulte a otrasesferas sociales, de manera que, a imagen y semejanza del escudero, Lázaro cuenta que«ahorré para me vestir muy honradamente de la ropa vieja, de la cual compré un jubónde fustán viejo y un sayo raído de manga tranzada y puerta y una capa que había sidofrisada» (p. 127), prendas a las que se une el símbolo externo del noble oficio de lasarmas: «y una espada de las viejas primeras de Cuéllar» (p. 127). Adquirido el atuendoy puestas las miras en más altas cotas, Lázaro, en última instancia, abandonadespectivamente su deshonroso empleo: «Desque me vi en hábito de hombre de bien,dije a mi amo se tomase su asno, que no quería más seguir aquel oficio»86 (p. 127).

Desde este punto, ya camuflado bajo la apariencia de un «hombre de bien», elprotagonista iniciará una nueva trayectoria transitando por la vía picaresca con objetode servir o alcanzar un oficio honrado y distinguido —no manual, naturalmente— quele encamine de «manera provechosa» (p. 128) «por tener descanso y ganar algo para lavejez», como reconoce algo más adelante. No es aquel oficio, por peligroso, el deayudante del alguacil, del que Lázaro reniega, al comienzo del tratado VII, tras mostrarsu cobardía —el hábito no hace al monje— y falta de solidaridad para con su octavoamo, a quien desampara en la lucha contra unos «retraídos» (p. 127). No, lo que Lázarodesea para conquistar esa anhelada forma de vida es integrarse en las redes clientelaresque articulan el sistema político de Corte con objeto de obtener para sí un oficio real—aun el más ínfimo y denostado87— que, a su vez, certifique tanto su ingreso en la

83 Como afirma García de la Concha, 1981, pp. 205-206, con la experiencia del buldero culmina elproceso de “avivamiento” de la visión de Lázaro, a quien, en adelante, ya no confundirán las apariencias.

84 Dicha hipótesis sostiene Molho, 1985, pp. 77-78.85 Véase García de la Concha, 1981, p. 107.86 Sobre la significación de la vestimenta y la espada de Lázaro, véanse Márquez Villanueva, 1968, pp. 93-

94; y Maravall, 1986, p. 555.87 Como tal fue considerado el oficio por Bataillon, 1968, p. 67 y n. 57, quien apoyó su opinión en

numerosos testimonios de época. No obstante, sus afirmaciones quedaron matizadas por García de la Concha,quien, ya en 1972, p. 273, dudaba al respecto: «Y, sin embargo, los datos objetivos quizás nos engañen. No sepuede perder de vista la creencia común de que cualquier oficio real bastaba para dar honra». Años más tarde,en 1981, pp. 114-115, confirmaría que «el cargo era fuente de buenos ingresos», y explicaría que, paraacceder al mismo, conforme señalaban las Ordenanzas municipales, era necesario que los aspirantes fuesen

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sociedad política88 como su consecuente acceso a las esferas del honor: «Y con favor quetuve de amigos y señores, todos mis trabajos y fatigas hasta entonces pasados fueronpagados con alcanzar lo que procuré, que fue un oficio real, viendo que no hay nadieque medre, sino los que le tienen» (p. 128). De este modo, Lázaro manifiesta su plenoconocimiento de aquel universo áulico que, extendido sobre el territorio, lo dominabatodo, así como su inequívoca voluntad, fruto de tal estado de conciencia, de medrar ensu seno por medio del servicio a la Corona, esto es, convertido, literalmente, encortesano89. Aquel oficio «en el cual el día de hoy vivo y resido a servicio de Dios y deVuestra Merced» (p. 129) consiste en pregonar los vinos que en la ciudad se venden,anunciar almonedas y cosas perdidas, y acompañar a los que padecen por justicia:«pregonero, hablando en buen romance» (p. 129). Por este portillo, pues, pasa Lázaro,gracias al favor de «amigos y señores», a formar parte del orden establecido, a colaborarcon la misma «justicia» que otrora persiguiera a sus mayores. Para la consecución de tal“hazaña” social, para el nacimiento mismo de Lázaro de Tormes, ha sido necesaria tansólo la puesta en práctica, llegado el momento oportuno, de las diversas enseñanzasadquiridas durante su infancia; en particular, aquellas buenas maneras y habilidadesescénicas, imprescindibles para la vida en Corte, aprendidas a la sombra del escudero.

El éxito de Lázaro en el oficio es arrollador, hasta el punto de que se jacta, casi almodo de un influyente secretario, de su diligencia y valía en la gestión de negociosajenos: «el que ha de echar vino a vender, o algo, si Lázaro de Tormes no entiende enello, hacen cuenta de no sacar provecho» (p. 130). Concluidas las líneas que dan cuentade su ascenso “profesional”, el pregonero enlaza sin dilación con el caso matrimonialque, de manera complementaria al oficio real, apuntala, en el ámbito “personal”, su“encumbramiento”. Como en el caso anterior, los pasos de Lázaro vienencondicionados y dirigidos por individuos poderosos que, mediante su patrocinio, loutilizan —como un peón en el tablero— para satisfacer sus propios intereses. Así, «elseñor arcipreste de Sant Salvador, mi señor, y servidor y amigo de Vuestra Merced,porque le pregonaba sus vinos, procuró casarme con una criada suya. Y visto por míque de tal persona no podía venir sino bien a favor, acordé de lo hacer» (pp. 130-131).Así que, por esta angosta vía, Lázaro accede al matrimonio, de lo que «hasta agora noestoy arrepentido» (p. 131), no sólo por ser su esposa «buena hija y diligente servicial»

«hombres buenos y de buena vida y fama y no viles personas ni mal infamados; hábiles y pertenecientes parausar del dicho oficio, que tengan voces altas y claras y elegibles a vista y examinación de los mayores». Si aesto se añade que los pregoneros eran recibidos por el justicia y los regidores de cada ciudad, se entiende bienque Lázaro, para su ascenso, haya necesitado vestirse como «hombre de bien» y ser patrocinado por «amigosy señores», o que, más adelante, defienda públicamente, con inusitada agresividad —le iba el empleo en ello—,la honra y buena fama de su esposa.

88 Al respecto, véanse los comentarios de García de la Concha, 1981, p. 150.89 Si se considera que la Corte del Antiguo Régimen, en tanto que sistema político, estaba configurada,

más allá del lugar donde se hallase el rey (curia), por un grupo de personas ( cohors) que, unidas a través deredes clientelares y distribuidas sobre el territorio, servían a la Corona y representaban, junto a susinstituciones, el cuerpo de la Monarquía, entonces no cabe duda de que Lázaro de Tormes, tras obtener unoficio real con la ayuda de «amigos y señores», pasa a ser, en toda regla, un cortesano, aun ocupando elúltimo escalón dentro del sistema de la gracia. Todos estos oficiales, en fin, debido a su carácterrepresentativo, debían estar versados en el arte de la cortesanía, que les permitía desenvolverse con gracia,naturalidad, dignidad y decoro en los círculos de sociabilización privilegiada.

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(p. 131), sino porque el arcipreste, su noveno amo, sabe pagar muy bien, con diversosfavores y mercedes, este particular servicio: «Y siempre en el año le da, en veces, al piede una carga de trigo; por las Pascuas, su carne; y cuando el par de los bodigos, lascalzas viejas que deja» (p. 131). Por último, para facilitar el camuflaje de aquella farsaante el ojo que mira, «hízonos alquilar una casilla par de la suya» (pp. 131-132), queconstituye, al modo de su primer hogar en Salamanca, un refugio caliente para Lázaro90.

No obstante, sobre aquella casa, cuyos secretos son guardados celosamente, pende laamenaza de la justicia, alertada por la murmuración: «Mas malas lenguas, que nuncafaltaron ni faltarán, no nos dejan vivir, diciendo no sé qué y sí sé qué de que veen a mimujer irle a hacer la cama y guisalle de comer» (p. 132). Ante la inquietud delpregonero, en fin, el arcipreste le da la última y más cruda lección de “cortesanía”:

—Lázaro de Tormes, quien ha de mirar a dichos de malas lenguas nunca medrará; digo estoporque no me maravillaría alguno, viendo entrar en mi casa a tu mujer y salir della. Ella entramuy a tu honra y suya. Y esto te lo prometo. Por tanto, no mires a lo que pueden decir, sino alo que te toca: digo a tu provecho (pp. 132-133).

De este modo, el arcipreste aclara, de una vez por todas, la estructura del sistema devalores al que Lázaro ha estado expuesto desde su más tierna infancia. Si su objetivo esmedrar y obtener provecho —siempre en el ámbito de lo útil—, no ha de entrar endisquisiciones morales, ni atender a dichos de malas lenguas. Al fin y al cabo, en lasociedad cortesana, en realidad, es honrado el que tiene y ocupa una posicióndistinguida, no el hombre virtuoso y honesto, así que si Lázaro desea conservar su“honrado” y “provechoso” puesto, dependiente en gran medida de los favores delarcipreste, su patrón, ha de colaborar en la empresa de las “entradas y salidas” ydefender con uñas y dientes la limpieza y legitimidad del matrimonio promovido por elclérigo. Lázaro, quien hace tiempo determinó —siguiendo los pasos de su madre—«arrimarse a «los buenos» (p. 133), no tarda en comprender, tras unas débilesalegaciones que desencadenan la ira de su esposa, los pormenores del negocio y suverdadero papel en la trama, de ahí que asuma sin dilación —aunque sólo lo reconozcaentre líneas ante Vuestra Merced— su provechoso estado de cornudo consentido91:

Mas yo de un cabo y mi señor de otro tanto le dijimos y otorgamos, que cesó su llanto, conjuramento que le hice de nunca más en mi vida mentalle nada de aquello, y que yo holgaba yhabía por bien de que ella entrase y saliese, de noche y de día, pues estaba bien seguro de subondad. Y así quedamos todos tres bien conformes (p. 134).

Acordado el silencio de puertas adentro -«Hasta el día de hoy nunca nadie nos oyósobre el caso»92 (p. 134)— sólo queda desplegar, de puertas afuera, la máscara queproteja y dé esplendor al pregonero en su nueva vida —al modo de sus primeros amos—

90 Aquella casilla, que se levanta apoyada en la del arcipreste, protector de la pareja, encarna para Lázarovalores de amparo y protección frente al mundo exterior (Casanova, 1980, pp. 536-539).

91 Como explicó Wardropper, 1961, la degradación moral de Lázaro, consistente en confundir lo buenocon lo provechoso, conducirá al protagonista a sacrificarlo todo por sobrevivir y medrar, hasta adoptar, enúltima instancia, una actitud hipócrita ante la vida semejante a la de sus distintos amos.

92 En este punto, coincido plenamente con la interpretación ofrecida por Carrasco, 1993.

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con objeto de ofrecer al otro una apariencia decorosa propia de su honrada posición93.De ahí que, frente a los comentarios maliciosos, Lázaro, con una vehemenciadesconocida, llegue a jurar «sobre la hostia consagrada que [la suya] es tan buena mujercomo vive dentro de las puertas de Toledo» (pp. 134-135). Así consigue que lo dejentranquilo y tiene paz en su casa. Lázaro, en consecuencia, gracias a una excelente puestaen escena, triunfa allí donde la madre, carente de toda institutio, por no guardar concelo el secreto de su morada, fue sin piedad punida por la justicia.

Y así, erigido en cortesano, unido en matrimonio con una buena esposa ycómodamente instalado en una honrada casa94 —siempre conforme a su tesis—, elínclito Lázaro de Tormes —un truhán, un farsante, un paniaguado—, adoptando unapose hipócrita y falaz como los otros, cierra su epístola, algún tiempo después deculminar su ascenso95, precisando en la data no sólo el tiempo de aquellos hechos, sinoseñalando también —con un punto de orgullo por parte de Lázaro, de ironía por partedel autor— a quien, desde la cúspide del poder, auspiciaba los usos de aquel lodazal,mientras en el tablado de su Corte se representaba una farsa de sueños y gestasimperiales:

«Esto fue el mesmo año que nuestro victorioso Emperador en esta insigne ciudad de Toledoentró y tuvo en ella Cortes, y se hicieron grandes regocijos, como Vuestra Merced habrá oído.Pues en este tiempo estaba en mi prosperidad y en la cumbre de toda buena fortuna» (p. 135).

*

Tal y como anunció en el prólogo, Lázaro concluye su autobiografía en la «cumbrede toda buena fortuna» (p. 135) tras dar entera noticia del caso de ascenso social queculmina en el tratado VII, cuando queda de manifiesto su integración en la sociedadcortesana. Para explicar dicho proceso, Lázaro ha querido remontarse a sus orígenes y,amparado en la poética del homo novus, dibujar una trayectoria ascendente96, deTejares a Toledo, deteniendo su pluma en aquellos pasajes que marcaron su educación,cincelaron su punto de vista y determinaron, a la postre, las decisiones adoptadas haciael final del relato97. De ahí que, de su niñez, recuerde ante todo el caso de su madre, yque, de las experiencias posteriores, seleccione y recree con delectación sólo aquéllasvividas al servicio de sus tres primeros amos. Pasada aquella etapa, durante la quepadece una perversa institutio plagada de malos ejemplos y carente de cualquier

93 Alcanzar el nivel de la honra, aparejado a la riqueza, a una cómoda forma de vida y a cierto prestigiosocial, era el objetivo último del pícaro (Maravall, 1986, p. 420), de ahí que Lázaro defienda con tanto ahíncola honradez de su esposa y, con ella, el terreno conquistado gracias a su ingenio e industria.

94 Maravall estudió la casa como símbolo de medro en la novela picaresca (1984, p. 322) y, en general, destatus en el Renacimiento (1986, pp. 575-579).

95 Según nuestra lectura, Lázaro dejaría la pluma en este punto —a pesar de que el tiempo de laenunciación se sitúa en un momento posterior, como apuntara en su día Ayala, 1971, pp. 80-81, y explicasedespués Carrasco, 1991— por ceñirse estrictamente a la pregunta de Vuestra Merced (¿cómo ha llegado a lacumbre de toda buena fortuna?), para quien, desde luego, resultaría impertinente el relato de acontecimientosposteriores una vez aclarado el caso de ascenso social.

96 Véase García de la Concha, 1981, p. 83.97 Al respecto, véase Lázaro Carreter, 1972b, pp. 65-67; García de la Concha, 1981, pp. 192-193; y Rico,

2000, pp. 30-37.

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adoctrinamiento moral, Lázaro marcha deprisa hacia el desenlace de su historia,narrando muy brevemente —y guardando significativos silencios98— lo acontecidodurante el período en que, sirviéndose de los avisos recibidos del ciego y de sus ampliosconocimientos acerca de la clerecía y el universo áulico, se dirigió a la consecución de losobjetivos sociales que su madre y el escudero grabaron en su mente.

Entregado a aquel propósito, sus primeras experiencias resultan fallidas, pues niresiste el trote del fraile de la Merced, ni se adapta a la vida de engaño y latrocinio delbuldero. Será ya en el tratado VI cuando, tras un fugaz contacto con la artesanía, subasu primer escalón por medio del trabajo manual, gracias al que consigue vestirse como«hombre de bien». Ya disfrazado —y una vez devuelto el asno al capellán— Lázaroencamina definitivamente sus pasos hacia la «cumbre» por la vía picaresca, paralela(pero no idéntica) a la establecida en los tratados de cortesanía para triunfar y salir a«buen puerto» tanto en la Corte como en la sociedad política del Antiguo Régimen.Dicha vía de ascenso, en efecto, inspirada en la del cortesano —con la que compartía unmismo objetivo, el medro personal—, constituía, sin embargo, frente a la misma, unatajo fraudulento al que Lázaro se ve abocado como individuo carente de méritossuficientes para satisfacer, al modo del homo novas, por medio de la virtud aquellasaspiraciones99. Desde este punto de vista, Lázaro de Tormes, en tanto que pícaro, nosería, por definición, sino una falsificación del cortesano, que trata de aparentar ante elojo que mira, a través de una cuidada escenografía, la posesión de unos atributos que leson ajenos100. Esa es, exactamente, la estrategia que emplea para alcanzar un oficio real,y la que traza —esta vez ante el ojo que lee— en la epístola enviada a Vuestra Merced,con intención de usurpar el lugar del perfecto cortesano101, erigirse en arquetipo de losque supieron subir siendo bajos y hacerse pasar por verdadero homo novus102. Por esola carta puede considerarse, desde la óptica del narrador, como un tratado práctico decortesanía que, en última instancia, formaría parte —como advierte el lector avisado—de la mascarada urdida por el pregonero para sobrevivir y darse tono al final del tratadoVII.

Una vez constatado que el discurso picaresco enunciado por Lázaro de Tormes no essino una versión apócrifa del discurso cortesano103, el lector de la epístola, sea quien

98 A través de los “apartes”, Lázaro desvela su interioridad a lo largo de la novela, bien para dar cuenta delas enseñanzas aprendidas con cada experiencia, bien para desenmascarar a los hipócritas con quienes se topa(Bueno, 2003, pp. 287-294). Llegado el tratado VI, sin embargo, los apartes cesan y el silencio, hacia el que yaapuntaba el tratado IV, se hace absolutamente predominante: ya no es tiempo de desvelar la realidad ocultatras la farsa de sus distintos amos, ni tampoco de adquirir nuevos conocimientos, sino de enmascarar supersonaje (y su discurso) camino de la “cumbre” (Bueno, 2003, pp. 293-295).

99 Maravall, 1986, p. 360 y ss., describió el proceso de usurpación protagonizado por el pícaro cuando,bloqueadas sus aspiraciones de medro, ha de tomar caminos desviados (basados en el engaño y el fraude) paraalcanzar la forma de vida cortesano-aristocrática propia de los privilegiados.

100 En términos muy semejantes lo expresó Maravall, 1986, pp. 474-475.101 Sobre la ostentosa exhibición por parte de Lázaro, como primer pícaro, de la forma de vida que trata

de emular (vestido, espada, oficio, casa, riqueza y honra), véase Maravall, 1986, pp. 530-541.102 Frente a Truman, 1969, p. 65, que consideraba a Lázaro como una parodia del homo novas, otros

autores, como García de la Concha, 1981, p. 152, han juzgado con acierto que la obra no participapropiamente —Lázaro no es, en rigor, un “hombre nuevo”— en la polémica sobre la nobleza.

103 El discurso enunciado por Lázaro de Tormes imita el discurso cortesano de un homo novus, mas, sobreel mismo, el pícaro realiza una sistemática inversión de valores (lo bueno es lo provechoso, la virtud es la

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fuere, situado en la “honrada” y “honesta” posición de Vuestra Merced, se hallaría yaen disposición de revisar —y las más veces refutar— su tesis, reduciendo a escombros elmagnífico oficio real, el ventajoso matrimonio y la bien abastecida casa como elementossimbólicos de la forma de vida exaltada en la epístola104. De la misma manera, acertaríaa comprender que los desmanes del prólogo o el imperfecto modo de ocultar laignominia, eran consecuencia de la impericia de un farsante —cuya educación cojeaba almenos en lo tocante a la moral y las buenas letras— que se atrevía a tomar la pluma,como “otro Tulio”, para escribir una carta mensajera dirigida al protector (oprotectora) de su señor… No es difícil imaginar, por este camino, la connotaciónparódica que tal personaje adquiriría para el común de los contemporáneos, quienesverían en la irrisoria figura de Lázaro de Tormes —sobre el que se proyectaba unsegundo nivel de ironía, esta vez debida al autor real105— una caricatura grotesca yjocosa del arquetipo de cortesano establecido en años precedentes por el architexto deCastiglione106, cuya vigencia era plena en la España de 1550.

Dicha parodia107 se configuró a partir de la fusión de elementos deformantes108,como la alta cuna (el río Tormes), el buen manejo de las armas (junto al alguacil), laelegancia en el vestir (la ropa vieja), el conversar (mediante juramentos) o el escribir (larelación de su deshonra); y elementos desnaturalizados109, como aquellas habilidadesprácticas, ya citadas, derivadas de la prudencia —la observación, la simulación y ladisimulación— que, una vez desgajadas del modelo y carentes de toda orientaciónmoral, convertían la tecnificación de la conducta en mero instrumento al servicio de unsujeto maquiavélico. Esta es la razón de que el pícaro del siglo xvii, al extremar estoscaracteres, se parezca tanto —como en cierto modo le acontece ya a Lázaro— al discreto

industria, etc.) destinada a camuflar y justificar su conducta (Maravall, 1986, pp. 372-375 y 428-429). De ahíque, para demostrar su tesis , la voz del pregonero se torne falaz: «Lázaro-narrador debe utilizar el reverso delos signos y explotar oportunamente los mecanismos de la ficción narrativa haciendo creer que la luz procedede la ceguera, la caridad cristiana de la avaricia, la honra del deshonor, la capacidad del engaño, y la felicidad,finalmente, de la aceptación de los cuernos» (Ruffinatto, 2000, p. 337).

104 Esta lectura “crítica” de la epístola, aunque inducida y privilegiada por la perspectiva de VuestraMerced (desde la que contempla también el lector como receptor secundario de la carta), no viene impuesta enel texto —claro síntoma de su modernidad— de manera dogmática o doctrinal, sino que, antes al contrario, lafórmula empleada permite a cada lector contrastar su propio punto de vista con el de Lázaro, para, desde elmismo, aprobar o refutar su tesis. De ahí la consabida ambigüedad y polisemia de la obra —recalcada, entreotros, por García de la Concha, 1981, pp. 206-212; Rico, 2000, pp. 47-59; Ruffinatto, 2000, pp. 336-339; oRey Hazas, 2001, pp. 298-300— que no impide, en cualquier caso, a pesar de la complejidad y sutileza delartificio, interpretar el sentido del Lazarillo a la luz de la historia.

105 A través de esta segunda clase de ironía, el autor busca la connivencia del lector, a quien supone lacapacidad de descubrir el juego literario (el carácter falsario y paródico de Lázaro) y la verdad última que seesconde tras el discurso triunfante del pregonero (García de la Concha, 1981, p. 216).

106 En el marco de una sociedad en transición que favorecía las aspiraciones individuales de medro,Maravall, 1986, p. 365, describió al pícaro como «contrafigura, versión en un espejo deformador,esperpéntico, del individuo que el Renacimiento exalta».

107 Los elementos paródicos desplegados en el Lazarillo de Tormes fueron estudiados detalladamente porRuffinatto, 2000, pp. 316-339.

108 Los atributos originales del perfecto cortesano a partir de los que se realiza la deformación paródica enel Lazarillo se concentran en el libro I de El cortesano. Véase Torres Corominas, 2010, pp. 1209-1217.

109 Aquellas habilidades prácticas que habían de desplegarse en la escena de la Corte fueron descritas en ellibro II de El cortesano. Han sido estudiadas en Torres Corominas, 2010, pp. 1217-1220

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cortesano dibujado por Baltasar Gracián, quien pondrá el acento, precisamente, frente almodelo humanístico, no en el perfeccionamiento integral del hombre, sino en ladepuración de aquellos elementos estratégicos y escenográficos que, sobre el tablero dela Corte, contribuían con mayor eficacia al éxito del individuo110. Como consecuenciade dicho movimiento, nos las habremos, pues, llegado el tiempo del desengaño, con uncortesano pragmático y calculador, agudo y penetrante, hermético e histriónico; con uncortesano, en fin, apicarado.

Y sin embargo, Lázaro (a su manera) triunfa, es acogido y patrocinado por «amigosy señores» que lo sitúan graciosamente en posesión de un oficio real; más tardeencuentra esposa, habita una casa, frecuenta la morada de un arcipreste… Es uno más,en definitiva, de aquella sociedad cortesana, pero, ¿a costa de qué?, ¿dónde ha quedadola dignidad de Lázaro?, ¿a qué ha tenido que renunciar para ser uno de los «buenos»?Es evidente que, aunque la respuesta depende del punto de vista del lector, el Lazarilloinvita, a través de la perspectiva del narratario, a una lectura crítica111 de laautobiografía, que, a modo de contraejemplo, serviría para mostrar, con crudeza, quécamino había de tomar en realidad un hombre humilde —víctima en principio, cómplicedespués— para mejorar su estado112. Pero, más allá de esto, ¿cómo era la sociedad queterminó adoptándolo?, ¿qué tipo de principios la sustentaban?, ¿cómo puede explicarsela promoción de Lázaro? No hay duda al respecto: la sociedad cortesana configurada ala sombra de Carlos V —según el cuadro esbozado por el autor anónimo— norepresentaba sino un piélago de intereses en el que, unos contra otros, combatían sinpiedad (en la trastienda) por ganar bienes y honra, mientras, sobre la escena, en ununiverso ritualizado, representaban su papel ante la mirada del otro —el soldado, elpredicador, el noble, el escudero, el arcipreste o el pregonero— conforme a un sistemade valores (la gloria, la fama, la honra, el medro, la privanza) eminentemente cortesano.Una sociedad, en suma, sin Dios y sin moral, descarnada e hipócrita, mundana enextremo, donde lo útil (el provecho) había desterrado a lo honesto, y en la que, desdeluego, no se premiaba ni la virtud ni el mérito, sino al adulador y al complaciente, aaquél que, como Lázaro, acertase con la farsa en un mundo de comediantes113.

Si se considera, en fin, que aquella sociedad plasmada en la obra —por delante y pordetrás— emanaba y era parte constituyente del sistema político de Corte, del que recibíasus elementos culturales primarios, no puede dudarse ya de que el Lazarillo de Tormesrepresentó, ante todo, una cruenta sátira anticortesana114 que, en la línea del

110 Véanse las observaciones de Maravall, 1986, pp. 371-372; 477-487 y 623-630.111 Sobre la perspectiva de lectura y sus connotaciones morales, véase Ayala, 1971, pp. 31-35.112 Como certeramente apunta Vilanova, 1989a, p. 220: «es evidente que la intención primordial en que se

inspira [el autor anónimo] es la de mostrar a qué precio consiguen evadirse de su humilde estado y escalarpuestos más altos quienes, al no haber sido educados en el culto de la piedad y la virtud, se han visto forzadospor la imperiosa necesidad de subsistir, a buscar sólo la ganancia y el provecho»

113 Sobre la deshonra e hipocresía de los otros, véanse los comentarios de Maravall, 1986, p. 603.114 Ya Gilman, 1966, p. 151, consideró al Lazarillo como una sátira; pero fue Parr, 1979, p. 378, quien

identificó con lucidez el objeto de aquel incisivo discurso: «En el Lazarillo no puede ser sino la políticaimperialista del emperador, la que ha contribuido a la creación de una sociedad de valores invertidos».

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menosprecio de Corte115, no se limitó a recrear los infortunios y miserias de quienescomponían el séquito real —como era costumbre—, sino que, ampliando el ángulo devisión a través de la mirada de Lázaro, se propuso cuestionar, desde la cúspide hasta labase, en sentido general y absoluto, los fundamentos de un modelo de civilización, elcortesano, moralmente inaceptable. A partir de aquella idea troncal es posible, ya sí,encuadrar debidamente los diferentes temas que, subordinados a la misma, enriquecen ydiversifican, sin necesidad de juicio alguno por parte del autor, el sentido crítico de lanovela, tales como la falta de caridad (no hay amor en el mundo, sino lucha entre loshombres), la ausencia de Dios entre la clerecía (mal disimulada por una religiosidadexterna y formalista), el ridículo sentido de la honra exhibido por la nobleza, eldespótico y vicioso ejercicio del poder (a través de sutiles instrumentos de dominacióncomo la justicia o el patronazgo) o la consabida mascarada social.

En conjunto, por tanto, dichos asuntos conformaron un incisivo y coherente discursocrítico, plenamente vigente a la altura 1550, dirigido contra los principios ideológicossobre los que se erigía, por entonces, la cultura de Corte en España; unos principios quevenían definidos, frente a la utópica propuesta del humanismo —basada en laconstrucción interior y exterior de un hombre nuevo, más instruido y virtuoso, para lavida en Corte—, por el ideario de las facciones cortesanas más intransigentes, aquéllasque, ante la emergencia del protestantismo y el incipiente problema de la diversidad,optaron por imponer paulatinamente desde la cúspide de la Monarquía, a partir de ladécada de 1530, un rígido sistema de ideas y creencias destinado al control ysometimiento de los súbditos. Como consecuencia de aquel movimiento de fondo —quese manifestó, sin ir más lejos, en la persecución de los erasmistas españoles— se fuedesvaneciendo, pues, en la Península, el sueño del humanismo, tanto en su vertienteclásica (con la reorientación confesional del legado antiguo) como cristiana (con sudesplazamiento hacia la heterodoxia). Lo fundamental, bajo la perspectiva de los nuevosgrupos dominantes, a los que inspiraba un decidido pragmatismo político, no era ya serun verdadero cristiano —mediante la interiorización del mensaje evangélico y laimitación de Cristo—, sino parecerlo cumpliendo con los ritos y la obediencia debida ala Iglesia; no era ya ser un hombre virtuoso, cultivando aquella honra interior queacrecentaba la grandeza y dignidad del hombre, sino parecer honrado en la escena socialalegando pureza de sangre y adoptando externamente la forma de vida de losestamentos privilegiados; no era ya ser, en definitiva, un perfecto cortesano, sino parecerun avisado servidor dispuesto a aceptar las mayores vilezas para integrarse, medrar yllegar a ser, quizás algún día, «uno de los buenos». No es difícil concluir, porconsiguiente, a la luz de estos breves apuntes, que el Lazarillo de Tormes, en tanto quediscurso ideológico, fue dirigido, a mediados del siglo xvi, contra el ideario impuesto enEspaña por las facciones cortesanas más intansigentes, y que, sin duda, dicho discursofue concebido por un humanista perteneciente a la oposición política, donde serefugiaron quienes no compartían aquel modo de concebir el mundo.

115 Con acierto, Piñero Ramírez, 1990, pp. 599-601, situó al Lazarillo en la línea del humanismo críticoque tan profusamente cultivara el tópico del menosprecio de Corte. Recientemente, Rodríguez Mansilla, 2006,pp. 118-119, ha reafirmado el sesgo anticortesano de la obra, oculto por su ruidoso anticlericalismo.

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Más difícil resulta, naturalmente, saber con exactitud quién fuera el autor de la obrae incluso discernir desde qué círculo o facción se disparó aquella saeta. No eran pocosquienes, en efecto, hostigados por el grupo de poder encabezado por Francisco de losCobos y Juan Tavera, primero, y Fernando de Valdés, después, podían compartir unavisión tan descarnada de la España que, bajo el dominio de aquellos patronos, se dirigíaya con firmeza, al paso del medio siglo, hacia el confesionalismo católico116. Con certeraintuición, la crítica ha barajado a lo largo del tiempo la posibilidad de que hubiera sidoun converso117 —truncadas sus vías de ascenso por los estatutos de limpieza desangre—, un alumbrado118 —perseguido y condenado por la Inquisición— o unerasmista119 —acorralado ante el descrédito de la vía media— el misterioso padre delLazarillo, pues todos ellos, de algún modo, formaban parte de la oposición política . Noobstante, aunque transitamos por arenas movedizas, pues el Lazarillo no es un tratadomoral ni una obra doctrinal, sino una novela, un texto de ficción que dificulta enextremo su interpretación, sí parece posible, a la luz de los estudios sobre la Corte,situar a su autor en el panorama político de 1550, una vez constatada la relación quetanto el contenido como la forma del relato guardan con la particular encrucijada vividaentonces por el humanismo cristiano.

Recapitulemos. Si el Lazarillo de Tormes, según nuestra interpretación, constituye,antes que nada, una crítica general a la civilización de Corte, genética y genuinamentemundana, propia de la modernidad, en la que el hombre ha sido despojado de sudimensión trascendente —ya no vive para la salvación, sino inclinado al disfruteterreno120—, es lógico postular que el cuestionamiento de todo aquello procediera de unindividuo que, espiritual, ideológica y personalmente, se estuviese quedando fuera ohubiese sufrido ya cierto desplazamiento o exclusión en el interior de la sociedadcortesana; un individuo, en fin, como un humanista cristiano121 —pesimista y escépticodado el tren de los tiempos122— que, con intención moral, hubiese querido censurar loserrores y desviaciones del Mundo123 (hecho Corte) a través de una sátira. A partir deuna concepción teocéntrica —renovada, ciertamente, pero de raíz medieval124— , sehabría concebido, por tanto, paradójicamente, el modernísimo Lazarillo de Tormes,cuyo sentido último parece iluminarse al calor del pensamiento erasmiano, dondeabunda, junto a la sátira anticlerical, otra de índole anticortesana. Así, en el Enchiridion

116 Sobre el confesionalismo católico en España, véase Martínez Millán, 2001.117 Esta hipótesis fue sustentada, en origen, por Castro, 1957.118 Asensio, 1959, defendió esta posibilidad en un sugerente trabajo que vinculaba al Lazarillo con el

círculo de alumbrados de Escalona, del que formó parte Juan de Valdés a mediados de la década de 1520.119 A partir de las antiguas teorías de Morel-Fatio, han seguido esta opinión numerosos hispanistas como

Márquez Villanueva, 1968; Ricapito, 1976; o Vilanova, 1989.120 Como le acontece al “mundano” Lázaro de Tormes, en opinión de Márquez Villanueva, 1968, p. 92.121 Así lo piensan, con diversos matices, Márquez Villanueva, 1968, p. 136; Ayala, 1971, pp. 94-98;

Ricapito, 1976; Redondo, 1987, pp. 109-110; Vilanova, 1989; o Navarro Durán, 2003.122 Comparto plenamente en este punto la impresión de Márquez Villanueva, 1968, p. 136, quien calificó

la actitud espiritual que alienta el Lazarillo como propia de un «cristianismo desesperanzado».123 El origen medieval de la sátira anticortesana, como parte de la sátira dirigida contra el Mundo por los

moralistas cristianos, fue recordado por Ayala, 1971, pp. 88-89, quien, sin embargo, atribuye el desprecio porla forma de vida cortesana a una mentalidad “moderna”, defensora del esfuerzo y mérito personales.

124 Esta idea fue defendida originalmente por Wardropper, 1961, p. 446; y, más adelante, suscrita porVilanova, 1989b, p. 255.

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y el Elogio de la locura, el humanista holandés denuncia los vicios y defectos de lasociedad política de su época125 —adoptando un punto de vista que nos resulta yafamiliar— al reflexionar sobre la verdadera nobleza (que reside en la virtud y en lasobras, no en la sangre); la vanagloria aparejada al linaje; la ociosidad, adulación yservilismo propios de la vida cortesana; el desprecio del hombre virtuoso en casasnobiliarias y palacios; el vicioso ejercicio del poder llevado a cabo por reyes y señores; elmal ejemplo que éstos representan para sus súbditos y criados; el hipócrita imperio, ensociedad, de las apariencias y honras externas; o el ridículo culto a los ritos, ceremoniasy tratamientos guardado en la Corte. Junto a tales planteamientos, en el coloquioEmentita nobilitas Erasmo describe, por vez primera en la literatura europea, la víapicaresca al dibujar, en medio de aquella confusión, el camino que habría de seguir paramedrar un plebeyo ambicioso y sin fortuna126. Si a esto —lo principal, entendemos— seañade el consabido anticlericalismo127 o la preocupación manifestada por Erasmo haciala recta educación de los jóvenes128 —ya sobradamente estudiados por la crítica—,tendremos sobre la mesa el humus ideológico del que, sin duda, bebió el autor anónimodel Lazarillo mediado el Quinientos.

Pero sólo eso, el humus, el sustrato, la materia prima, porque el Lazarillo de Tormesno era en sí mismo un panfleto erasmista, ni podía serlo abiertamente —bien mirado—tras los sucesos acaecidos en España desde la década de 1530. No, para quien se sintiesesimpatizante, afín o heredero de aquella corriente de pensamiento era preciso, a la alturadel medio siglo, ir más allá, superar las formulaciones de Alfonso de Valdés o el propioErasmo e internarse por veredas no transitadas hasta la fecha con el fin no sólo depreservar la existencia y difusión de aquellas ideas —latentes, subrepticiamente, en laficción— sino también de abrir un nuevo espacio de libertad, en el plano formal, pordonde las mismas (u otras) pudiesen circular en adelante a resguardo del ojo quemiraba, censuraba y condenaba proposiciones desviadas129. Por ese camino, el autor delLazarillo, entre la autobiografía y la epístola, dio con la fórmula de la novela moderna,donde los personajes viven y cambian en el tiempo, donde su complejidad se manifiestaen multitud de planos, donde la realidad es equívoca, confusa y ambigua, y donde ellector (sin guía) ha de enfrentarse al texto juzgando —como individuo— desde suparticular punto de vista130… ¿No era esto revolucionario?, ¿no era éste, en tanto que

125 La sátira anticortesana contenida en la obra de Erasmo fue comentada por Márquez Villanueva, 1968,pp. 84-87; y Vilanova, 1989b, pp. 238-248.

126 Sobre el coloquio erasmiano Ementita nobilitas, véase Vilanova, 1989b, pp 257-269.127 Aunque el anticlericalismo del Lazarillo no parezca específicamente “erasmista” (García de la Concha,

1972), no cabe duda de que, en líneas generales, sintonizaba con la perspectiva crítica desde la que Erasmo ysus seguidores contemplaban la corrupción de la Iglesia, de modo que no es ilícito emplearlo, a modo deindicio complementario, a la hora de deslindar la “familia ideológica” de procedencia.

128 Véanse las reflexiones de Vilanova, 1989a, p. 182, acerca de la corrupta educación del protagonista.129 La necesidad de abrir nuevos espacios de libertad para canalizar tanto el pensamiento crítico como el

sentimiento de hastío frente a la civilización de Corte, ha sido estudiada en Torres Corominas, 2013.130 El hecho de que la novela no defienda abiertamente, al modo de un texto doctrinal, una cierta moral o

visión del mundo, y que, antes al contrario, obligue al lector a contrastar su particular punto de vista con el deLázaro —como ya se dijo— desacredita formalmente, por medio de la ambigüedad y la polisemia, laimposición de una verdad absoluta sobre la materia narrativa, que por esta vía adquiere entidad propiamente“novelesca”.

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postulado antidogmático, el mayor atentado que podía cometerse contra lahomogeneización ideológica promovida por la Monarquía?, ¿no constituyó la novela, enaños venideros, un excelente cauce para canalizar el pensamiento crítico en la Europadel confesionalismo?, ¿cómo no considerar, pues, al Lazarillo, como un sutilísimoartefacto dirigido temática y formalmente contra la visión del mundo encarnada por lossectores más intransigentes?

De vuelta, en fin, a la escena de la Corte, hacia los años centrales de la centuria,cuando muy probablemente fue compuesta la obra131, se hace posible deducir ya, a laluz del conflicto latente entre las distintas facciones en litigio, la filiación cortesana denuestro misterioso escritor132. Sería, según nuestra hipótesis, un maduro humanistacristiano que, tras haber padecido el acoso de los grupos de poder más intransigentes endécadas anteriores, habría encontrado acomodo, mediada la centuria, entre los sectoresde oposición, esto es, en las proximidades del príncipe Felipe y el círculo cortesanoportugués133, donde se abanderaba por entonces un proyecto político de inspiraciónhumanista decidido a desplazar en la Corte española, una vez consumada la sucesión altrono, a la red clientelar —hegemónica hasta aquellas fechas— encabezada, tras lamuerte de Cobos (1547), por el inquisidor general Fernando de Valdés, quien, pocosaños después, incluiría en su Catálogo de libros prohibidos (1559) al mismoLazarillo134. Desde aquella atalaya, ya sí, resulta plenamente coherente tanto la sátiraanticortesana como la irónica referencia al «victorioso Emperador» —ni victorioso enNiza (1538)135, ni victorioso en Innsbruck (1551-1552)136—, señalado en la data,

131 A este respecto, suscribo plenamente lo expuesto por Rico, 1987, pp. 13*-29*, quien da sobradosargumentos para postular una fecha de composición tardía, entre 1551 y 1553, para el Lazarillo. Estoobligaría a situar el tiempo de la acción en el marco cronológico que establecen la expedición a los Gelves deHugo de Moncada (1520) y las Cortes de Toledo de 1538-1539. El autor, por tanto, situado a una mediadistancia, estaría narrando unos hechos concluidos (en la ficción) doce o trece años antes.

132 Con agudeza, Brenes, 1986 y 1992, descubrió en el Lazarillo de Tormes lo que parece ser un códigocifrado destinado a señalar con qué cortesanos de Carlos V habría que identificar a los principales personajesde la novela: Lázaro de Tormes sería el alter ego de Gonzalo Pérez, mientras que, tras el arcipreste de SanSalvador, se escondería la figura del todopoderoso secretario Francisco de los Cobos. Años después,Ruffinatto, 2000, pp. 378-381, daría crédito a la posibilidad de que nos hallásemos, en efecto, ante una“novela en clave” procedente de ambientes cortesanos, si bien reseñaba la necesidad de revisar a fondo lasconclusiones de Brenes. A la luz de los estudios sobre la Corte y de la presente lectura, finalmente, aquellosdatos cobran pleno sentido, tal y como exponemos en Torres Corominas, 2011.

133 Aquel contexto cortesano ha quedado descrito en Martínez Millán, 1998, pp. 31-55. En particular,sobre el círculo portugués y la facción ebolista: Martínez Millán, 1992; y Martínez Millán, 1994. Sobre losautores espirituales que se movieron en aquel entorno, véase también Torres Corominas, 2008.

134 La trayectoria editorial del Lazarillo en relación con su condena y posterior expurgación inquisitorialmereció el análisis de Bataillon, 1968, p. 71 y ss.; y Ruffinatto, 2000, p. 298 y ss.

135 Tras la desastrosa campaña militar en Provenza (1536), Carlos V, agotado económicamente, hubo defirmar con Francisco I de Francia la poco ventajosa tregua de Niza (1538), tras la que se celebraría, pocosmeses después, la reunión de Cortes en Toledo (1538-1539) a la que parece aludir la data del Lazarillo.Calificarlo en aquella coyuntura de «victorioso Emperador», por tanto, no dejaba de resultar irónico.

136 El período 1551-1553, en que situamos la fecha de escritura del Lazarillo de Tormes, coincidió conuna etapa particularmente difícil para Carlos V (véase Rodríguez Salgado, 1992, pp. 72-85), quien, acosadoen el Imperio por los príncipes alemanes y Enrique II de Francia, hubo de huir precipitadamente de Innsbrucka comienzos de 1552 dejando quebrantada su reputación. De ahí el sentido irónico de un texto elaboradoentonces que lo calificaba, aun remitiéndose a otro período, de «victorioso Emperador». Oportunamente,

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inequívocamente, como máximo responsable de que aquélla y no otra —más justa, másauténtica, más caritativa y más humana— fuese la sociedad cortesana erigida a sus pies.En conclusión, por tanto, el Lazarillo de Tormes se perfila, bajo estas coordenadas,como un texto polémico, conflictivo y mordaz —como literatura de oposición137, enotras palabras— que, desde la disidencia política, fue proyectado a la España de sutiempo, a las puertas del proceso confesional, para poner en entredicho, a través de unasátira, un modelo de civilización, el cortesano, que, sin Dios ni moral, a pesar de sugrandilocuente escenografía, condenaba inexorablemente al individuo, a ese hombrenuevo ensoñado por el humanismo —medida de todas las cosas— que, por esosderroteros, muy pronto sería, quebrado en su interior y llegada la hora del desengaño,un lobo para el hombre.

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137 Márquez Villanueva, 1968, pp. 91-92, situó al Lazarillo de Tormes como punto culminante de unafecunda corriente literaria, la «primera picaresca» —semejante, en cierto modo, a lo que desde los estudiossobre la Corte denominamos literatura de oposición—, en la que se incluirían obras de naturaleza diversacompuestas entre 1517 y 1559 por autores críticos, atrevidos e inconformistas que compartían una mismainfluencia, la de Erasmo.

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Resumen. A partir de los estudios sobre la Corte en España, el presente trabajo desarrolla una nueva lectura einterpretación del Lazarillo de Tormes. Tras exponer las nociones de Corte, sociedad cortesana y cortesanosobre las que se apoya, el artículo analiza tanto el marco narrativo de la carta-novela (el prólogo, el «caso»,«Vuestra Merced», etc.), como el contenido de la obra. La conclusión del estudio es la siguiente: el Lazarillode Tormes constituyó, a mediados del siglo xvi, una cruenta sátira anticortesana que, con intención moral,cuestionó —desde las filas de la oposición política— todo un modelo de civilización, el cortesano, donde seimponía ya claramente a la altura de 1550 (al menos en el caso español) el ideario de las facciones cortesanasmás intransigentes.

Résumé. Nouvelle lecture du Lazarillo de Tormes à partir des études sur la Cour en Espagne. Une fois définiesles notions de Cour, de société courtisane et de courtisan, sont analysés le cadre narratif de la lettre-roman (leprologue, le «caso», «Vuestra Merced», etc.) ainsi que le contenu de l’œuvre. On conclut que le Lazarillo deTormes se constitue comme une cruelle satire anticourtisane qui, au milieu de xvie siècle et à partir d’uneopposition politique, remet en cause, sur le plan moral, tout un modèle de civilisation —le courtisan—, telqu’il triomphait largement, en 1550, en Espagne du moins, au sein des factions courtisanes les plusintransigeantes.

Summary. From the studies about the Court in Spain, the present work develops a new reading andinterpretation of the Lazarillo de Tormes. After exposing the notions of Court, court society and courtier onwhich it rests, the article analyzes the narrative framework of the letter-novel (the prologue, the «caso»,«Vuestra Merced», etc.) as well as the content of the work. The conclusion of the study is the following one:the Lazarillo de Tormes constituted, in the middle of the 16th century, an anti-Court satire that, with moralintention, questioned, from the ranks of the political opposition, a model of civilization, the courtier, in whichwere imposed clearly and up to 1550 (at least in the Spanish case) the ideals of the most intransigent courtlyfactions.

Palabras clave. Corte. Cortesanía. Cortesano. Lazarillo de Tormes. Sociedad cortesana.

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