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ISEGORÍA/25 (2001) pp. 311-340 311 CRÍTICA DE LIBROS UNA ARQUITECTURA SENTIMENTAL CARLOS CASTILLA DEL PINO: Teoría de los sentimientos, Barcelona, Tusquets, 2000, 380 pp. Las dificultades con la censura, en tiempos del franquismo, no impidieron a Carlos Castilla del Pino alcanzar el reconocimien- to de desempeñar un papel privilegiado en la psiquiatría española del momento, papel que, desde nuestra ya lejana tran- sición democrática, sigue cumpliendo has- ta la fecha de manera cabal. A decir ver- dad, la influencia de su pensamiento ha desbordado con mucho el ámbito mera- mente psiquiátrico, para ejercerse en esfe- ras muy diversas: con sus intervenciones, Carlos Castilla del Pino ha reflexionado públicamente sobre momentos importan- tes de nuestra vida social y, con sus libros, ha recorrido buena parte de los problemas teóricos del hombre contemporáneo, des- de los más estrictamente psicopatológicos (como en sus estudios sobre La culpa o Introducción a la psiquiatría), a las rela- ciones de marxismo y psicoanálisis, el aná- lisis del lenguaje, tan presente en sus obras, la fenomenología y la hermenéutica, sin olvidar su incursión por el género de las «memorias», tal como nos lo ofreció en Pretérito imperfecto, por el que le fue otor- gado el IX Premio Comillas. En este libro, Castilla del Pino quiere alzar, tal y como en su título indica, una teoría de los sentimientos, es decir, una exposición sistemática que, sin merma de la flexibilidad que ha de adoptar la propia teoría a causa de su objeto de estudio, dé cuenta de su carácter, las funciones de los sentimientos y su papel en la economía del sujeto, la evolución y la tipología de los sentimientos, la relación y las demar- caciones de los sentimientos normales con los anormales y con los patológicos, y las bases neurofisiológicas de los mismos. Par- tiendo del presupuesto de una relación siempre conflictiva con la realidad, porque nos situamos activamente ante ella, los sen- timientos se consideran instrumentos del sujeto para vincularnos eficazmente con los objetos y organizar axiológicamente el mundo, siendo ellos los que confieren sub- jetividad al modo de relación de cada per- sona y llegan a canalizar incluso los pro- cesos cognitivos. Al poderse constituir, asi- mismo, la experiencia interna en objeto de análisis y valoración, los sentimientos pro- vocan sentimientos de segundo orden o metasentimientos (la culpa por una alegría sentida anteriormente, por ejemplo), que aparecen como mecanismos autorregula- dores del sistema. Mas, por importantes que sean, gran parte de la dificultad de su estudio radica en el carácter de inti- midad no constrastable que los sentimien- tos tienen. En todo caso, a la base de ese estudio es preciso diseñar una teoría del sujeto, como una hipótesis necesaria, si es que se acepta que los sentimientos son siempre sentimientos de alguien. Castilla del Pino dibuja tal teoría del sujeto en el capítulo II de la obra y en el primero de los apéndices a la misma, en donde reproduce las Con- ferencias Aranguren, pronunciadas en la

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ISEGORÍA/25 (2001) pp. 311-340 311

CRÍTICA DE LIBROS

UNA ARQUITECTURA SENTIMENTAL

CARLOS CASTILLA DEL PINO: Teoría delos sentimientos, Barcelona, Tusquets,2000, 380 pp.

Las dificultades con la censura, en tiemposdel franquismo, no impidieron a CarlosCastilla del Pino alcanzar el reconocimien-to de desempeñar un papel privilegiadoen la psiquiatría española del momento,papel que, desde nuestra ya lejana tran-sición democrática, sigue cumpliendo has-ta la fecha de manera cabal. A decir ver-dad, la influencia de su pensamiento hadesbordado con mucho el ámbito mera-mente psiquiátrico, para ejercerse en esfe-ras muy diversas: con sus intervenciones,Carlos Castilla del Pino ha reflexionadopúblicamente sobre momentos importan-tes de nuestra vida social y, con sus libros,ha recorrido buena parte de los problemasteóricos del hombre contemporáneo, des-de los más estrictamente psicopatológicos(como en sus estudios sobre La culpa oIntroducción a la psiquiatría), a las rela-ciones de marxismo y psicoanálisis, el aná-lisis del lenguaje, tan presente en sus obras,la fenomenología y la hermenéutica, sinolvidar su incursión por el género de las«memorias», tal como nos lo ofreció enPretérito imperfecto, por el que le fue otor-gado el IX Premio Comillas.

En este libro, Castilla del Pino quierealzar, tal y como en su título indica, unateoría de los sentimientos, es decir, unaexposición sistemática que, sin merma dela flexibilidad que ha de adoptar la propiateoría a causa de su objeto de estudio, dé

cuenta de su carácter, las funciones de lossentimientos y su papel en la economíadel sujeto, la evolución y la tipología delos sentimientos, la relación y las demar-caciones de los sentimientos normales conlos anormales y con los patológicos, y lasbases neurofisiológicas de los mismos. Par-tiendo del presupuesto de una relaciónsiempre conflictiva con la realidad, porquenos situamos activamente ante ella, los sen-timientos se consideran instrumentos delsujeto para vincularnos eficazmente conlos objetos y organizar axiológicamente elmundo, siendo ellos los que confieren sub-jetividad al modo de relación de cada per-sona y llegan a canalizar incluso los pro-cesos cognitivos. Al poderse constituir, asi-mismo, la experiencia interna en objeto deanálisis y valoración, los sentimientos pro-vocan sentimientos de segundo orden ometasentimientos (la culpa por una alegríasentida anteriormente, por ejemplo), queaparecen como mecanismos autorregula-dores del sistema. Mas, por importantesque sean, gran parte de la dificultad desu estudio radica en el carácter de inti-midad no constrastable que los sentimien-tos tienen.

En todo caso, a la base de ese estudioes preciso diseñar una teoría del sujeto,como una hipótesis necesaria, si es que seacepta que los sentimientos son siempresentimientos de alguien. Castilla del Pinodibuja tal teoría del sujeto en el capítulo IIde la obra y en el primero de los apéndicesa la misma, en donde reproduce las Con-ferencias Aranguren, pronunciadas en la

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Residencia de Estudiantes de Madrid en1998 y publicadas previamente en Isegoría,núm. 20. Diferenciando entre el yo y elsujeto, si cada actuación se define comola de un yo ejecutor en un determinadomomento, hay múltiples yoes que puedenagruparse según su género, siendo el sujetoel sistema desde el que los diversos yoesse organizan o «la clase de todos los yoes».Esta concepción del sujeto como un sis-tema del organismo encargado de la adap-tación al medio simbólico permite no defi-nir al sujeto, pero sí describirle a partirde los yoes observados, yoes construidospara una secuencia determinada de actua-ciones, y que pueden ser posteriormenteaparcados o destruidos —cuando no seescapan del sistema, como en el caso dela alucinación esquizofrénica—, siendo labiografía de alguien la descripción de lasactuaciones de sus yoes.

Además de las ya apuntadas funcionesde los sentimientos (desiderativas, expre-sivas y organizadoras de valores), Castilladel Pino estudia las causas y motivos de lossentimientos (las imágenes de los objetosson causa de que en el sujeto se movilicenlos motivos por los cuales su respuestaemocional tiene las singulares cualidadesque caracterizan la respuesta/propuesta/apuesta del sujeto), así como la evoluciónsentimental. La etapa protosentimental,caracterizada por el deseo de posesión, iríaseguida por la presentimental, en la quese oscila entre la identificación de lo acep-table como «mío» —que se incorpora alpresujeto, aunque sea exterior a él, comola parte externa de sí— y el repudio de lorechazable como «no mío»: así se esboza,no sólo la diacriticidad (mundo externo/mundo interno), sino también la propiedad(lo mío/ lo no-mío) y se prepara la etapade los sentimientos propiamente dichos.Ésta coincide con la construcción del suje-to como sistema de yoes cognitivoemocio-nales diferenciados, se inicia hacia los doso tres años —en el período en el que alniño se le impone la sociabilidad y se le

exige el abandono de las relaciones uni-direccionales y absorbentes— y hace posi-ble la matización sentimental, transformarlas respuestas urgentes en proyectos, laaparición de lo que se conoce como estadode ánimo (o «sentimiento duradero sus-citado por la interacción permanente conese objeto que es el propio cuerpo, y queestá en el trasfondo desde el que irrumpenlas emociones del momento») y la forma-ción de metasentimientos, aprendiendocon todo ello a sentir —sin que necesa-riamente el sentimiento se traduzca enacción— y a aceptar los sentimientos inde-seables, como forma de lograr una sufi-ciente homoestasis interna. A ella tratande contribuir, frente al empuje de losaspectos de uno mismo que se han vueltoindeseables, los mecanismos de defensa,como la racionalización, que, superado uncierto grado, puede desembocar en el deli-rio. Desde la adolescencia, la arquitecturasentimental del sujeto y el juego de sen-timientos que caracteriza a cada cual tien-de a cristalizar, para hacerse cada vez másrígida y consolidada, perdiendo versatili-dad, hasta que, a partir de cierta edad,los sentimientos involucionan y los meta-sentimientos prevalecen sobre los senti-mientos en sí (se sopesan las consecuenciasde lo hecho, sin nuevas aperturas), hastael punto de que el anciano suele sentirsemás afectado por él mismo (por su pasado,por su futuro) que por los objetos delentorno, dándose, en cierto sentido, unaregresión al egotismo.

Ese repertorio de sentimientos debeprocurar ordenarse y tipificarse en unataxonomía sentimental, apoyada en losdiversos ejes de interacción con los objetos(lo erótico, lo intelectual, lo ético, lo cor-poral), es decir, según la vinculación delsujeto con el objeto —ahí incluida la queel sujeto tiene consigo mismo—, quepodría llevar, asimismo, a una taxonomíade sujetos por sus estructuras emocionalesrelativamente estables, esto es, lo que seha solido denominar estructuras de carác-

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ter o de personalidad. Esas taxonomías hande enfrentar las distinciones entre lo nor-mal, lo anormal y lo patológico. El criteriomantenido por Castilla del Pino al respectoes funcional, sin identificar excepcionali-dad con anormalidad; considera que «unsentimiento es “perverso” si y sólo si elsujeto protagonista del mismo lo consideratal». Con ese criterio Castilla del Pino pue-de evitar, sin duda, los escollos de la simpleestadística uniformizadora y de la complejanormatividad, pero quizá se levanten otros,pues la perversión o no de determinadossentimientos tal vez no pueda hacerse radi-car tan sólo en la conciencia de los indi-viduos, si es que esa conciencia es, muchasveces, engañosa, como la crítica de lasideologías y el psicoanálisis (tan tenidospor él en cuenta) nos quisieron enseñar.Es indudable que la normatividad levantaun revuelo de problemas difíciles de sol-ventar, pero, ¿se resuelven éstos acudiendoa la utilidad, como cuando se mantieneque «los sentimientos normales son útilesy benefician al sujeto; los anormales, inú-tiles y lo perjudican»? Los sentimientosanormales, mantiene Castilla del Pino, «nodifieren de los normales en el contenidodel deseo que ansía satisfacerse, sino ensu satisfacción desreística, sin contar conel objeto ni con el contexto». Pero si esecontexto se amplía, hasta alcanzar al todosocial e incluso al concepto de humanidad(que incluye siempre un ideal moral), ¿po-dría considerarse normal una relaciónsadomasoquista —por utilizar el ejemplodel autor—, «siempre que ambos miem-bros de la misma la acepten como objetivopropuesto»?

Sin perseguir ahora tal índole de cues-tiones, y sea de ellas lo que fuere, es impor-tante hacer notar que la exposición teórica,ágil en todo momento, se complementacon valiosos testimonios clínicos, que tra-tan de ilustrar las tesis mantenidas. Y deno menor interés son los apéndices a laobra, relativos, además del ya citado res-pecto al «sujeto como sistema», a la con-sideración filosófica de los sentimientos yal estudio pormenorizado de algunos deellos, tales como el odio, la envidia y lasospecha, que han sido objeto de análisisinterdisciplinar en los seminarios estivales,celebrados en San Roque (Cádiz) y diri-gidos por Carlos Castilla del Pino, en algu-no de los cuales, y gracias a su cordial pro-puesta, tuve ocasión de participar. Sobrelas implicaciones de tales sentimientos enla vida personal y social se han publicadorecientemente algunas otras obras (como,en el caso de la envidia, el estudio de JohnForrester, Partes de guerra del psicoanálisis,en el que se trata de relacionar la teoríapsicoanalítica de la envidia con la teoríade la justicia de John Rawls), cuya lectura,de interesar al estudioso, quedará alum-brada por el análisis que Carlos Castilladel Pino ofrece en la suya. Unos apéndices,pues, que no son un mero añadido o ador-no, sino que justificarían por sí mismos unapublicación independiente, todo lo cual nohace sino redoblar el valor de su Teoríade los sentimientos.

Carlos Gómez SánchezUNED-Madrid

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MONTAIGNE ENTRE DROGADICTOS Y NEURÓLOGOS

JON ELSTER: Sobre las pasiones. Emo-ción, adicción y conducta humana,trad. de J. F. Álvarez y A. Kiczkowski,Barcelona, Paidós, 2001, 208 pp.

Todavía hoy, a Jon Elster se le asocia enEspaña con el marxismo de la elecciónracional, esa lectura analítica de la obrade Marx que se originó en las sesiones delSeptember Group entre Londres y Oxforda principios de los años ochenta. Comofilósofo de las ciencias sociales —una desus muchas caras—, Elster defendió enton-ces un enfoque de la explicación intencio-nal basado en mecanismos, canónicamenteilustrado por los modelos de eleccióndesarrollados en la teoría de juegos. Pesea su acuidad formal, no estaba demasiadoclaro cómo se inscribían tales eleccionesen la tantas veces confusa subjetividad delelector empírico. Por su parte, Elster nun-ca eludió esta dificultad y comienza aexplorar una amplia casuística con la queejemplificar tales mecanismos en sucesivostrabajos, bien conocidos del público espa-ñol: Ulises atándose al mástil de su navepara escuchar el canto de las sirenas, lazorra que renuncia a las uvas verdes, etc.

No es extraño que su obra desembocaseen un amplio estudio sobre las emocionesque dio a la imprenta en 1999 con el títuloAlquimias de la mente, cuyo primer capítulose dedicaba precisamente a la cuestión delos mecanismos. Allí donde no se disponede leyes, defiende Elster, la explicacióndebe basarse en esquemas causales queden cuenta de por qué, en unas circuns-tancias dadas, algunas ocasiones ocurrenunas cosas y otras veces no. Se objetaráque este enfoque es más bien casuístico,y ajeno, por tanto, a nuestros ideales cien-tíficos, pero probablemente a ese admi-rador de Montaigne que es Jon Elster estacalificación no le disgustará. Así como éste

desgranaba la diversidad del alma humanaen sus Ensayos, Elster estudia los senti-mientos examinando incontables ejemplosextraídos de los más diversos dominiosmundanos (proverbios, novelas...) y aca-démicos (neurología, fisiología, psicolo-gía...) en busca de mecanismos, ya que node leyes.

Lo que para algunos es, peyorativamen-te, dispersión intelectual, para Elster pro-bablemente sea fidelidad a la propia con-dición rapsódica del campo. Así, en 1999edita también Getting Hooked, un volumensobre la adicción en el que participan,entre otros, economistas, sociobiólogos,psiquiatras y filósofos. Puesto que no hayleyes que sirvan como criterio de demar-cación, no bastará un solo enfoque paraagotar un fenómeno como la adicción. Labúsqueda de mecanismos será, necesaria-mente, interdisciplinar.

Sobre las pasiones, basado en las con-ferencias Jean Nicod dictadas en París en1997, es una buena introducción a estaspesquisas del último Elster. Se trata de unanálisis comparado de las emociones y laadicción, en el que nuestro autor exploralas posibles homologías entre los mecanis-mos que operan en ambos fenómenos—así, los caps. 2 y 3—. Además, se pre-tende analizar cómo se articulan emocio-nes y adicción con normas, valores, con-ceptos y creencias culturamente mediados(cap. 4) y también de qué modo afectana la elección (cap. 5).

El programa no pudo ser más ambicio-so, y quizá por ello el resultado sea algodecepcionante, si se compara con los otrosdos volúmenes que antes citábamos. Ensu estudio de las emociones, Elster no sóloevita cualquier análisis filosófico —comolos ensayados recientemente por DavidCasacuberta, entre nosotros—, sino que seresiste a cualquier reducción causal, ya sea

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desde la fisiología, la neurología, la eto-logía, etc. Nuestro autor se queda a unpaso del célebre Ignorabimus de aquelfisiólogo positivista enfrentado al misteriode la conciencia que fue Emil DuBois-Reymond (cf., p. 51) y opta por unadescripción fenomenológica de las emocio-nes entre Teofrasto y La Bruyère.

Un tratamiento casuístico requiere unaconsiderable extensión, y las treinta pági-nas que Elster dedica al tema de cultura,emoción y adicción son claramente insu-ficientes comparadas, por ejemplo, con eltercer capítulo de las Alquimias de la men-te. El capítulo 5, «Elección, emoción y adic-ción» quizá sea el más compacto, tanto porlas gradaciones que se introducen en elpropio concepto de elección (según la sen-sibilidad a la recompensa), como por la

actualidad de los asuntos tratados («Laelección de convertirse en un adicto», «Laadicción y el autocontrol»). Si en estostemas el ensayo filosófico compite en elmercado editorial con los libros de autoa-yuda, por una parte, y con el género dela farmacología folk que con tanto éxitopractican autores como Antonio Escoho-tado, Sobre las pasiones presenta un enfo-que racionalista que bien merecería unaatención del público. Además, esta vez, adiferencia de otras, la versión española lomerece. Esperemos que abra paso a nuevastraducciones, igualmente sólidas, de losúltimos trabajos de Elster.

David TeiraUNED-Madrid

EMOCIÓN Y CONSCIENCIA

A. DAMASIO: The Feeling of What Hap-pens: Body and Emotion in the Makingof Conciousness, Nueva York, Har-court Brace, 1999, 386 pp.

El problema de la consciencia

La noción de consciencia ha estado en elcentro de las discusiones de la filosofía dela mente en buena parte del siglo XX. Elsentido general de las discusiones que sehan suscitado a propósito de esa nociónes el de determinar:

— La medida en que la posesión deconsciencia es una característica definito-ria del sistema cognitivo humano. En tér-minos más tradicionales, cartesianos, ¿esla consciencia la característica que separaa los humanos del resto del mundo animal?

— La medida en que se puede propor-cionar una explicación de la vida mentalque incluya los fenómenos característicosde la consciencia.

En este segundo ámbito de cuestiones,las orientaciones generales de las discu-siones han sido, o bien poner de relievecómo una explicación naturalista de la vidamental (en términos biológicos, neuroló-gicos y evolutivos) deja fuera necesaria-mente el fenómeno de la consciencia o,antes bien al contrario, cómo la conscien-cia sólo se puede entender y explicar comoun fenómeno evolutivo, con una base osoporte neurológico. Por supuesto, lasposiciones filosóficas han sido muy diver-sas y matizadas, pero el núcleo de la dis-cusión ha sido fundamentalmente ése. Yése es el problema que aborda el libro deAntonio Damasio. Siendo como es segu-ramente el neurólogo más famoso del

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mundo, su punto de partida es eminen-temente empírico. Como en el caso de losgrandes científicos dedicados al estudio dellenguaje, ese punto de partida lo consti-tuyen los fenómenos patológicos o trastor-nos de la consciencia. Su vía epistémicade acceso, que ya presupone la relevanciadel análisis de la estructura neurológicadel ser humano, es pues indirecta. No esel enfoque del filósofo, que parte en gene-ral de datos introspectivos y que, mediantesofisticadas estructuras argumentales,alcanza conclusiones que, en principio,deben ser inmunes a la contrastación orefutación mediante datos empíricos. Sumétodo consiste en analizar cuidadosa-mente los límites de la noción a través delos casos en que el concepto, por decirloasí, se quiebra: analizar los casos en queexiste un relativo acuerdo en que se dantrastornos de la consciencia en un amplioespectro, desde los fenómenos de pérdidao ausencia de la consciencia hasta los fenó-menos escalares de disminución, disocia-ción, intensificación, etc., de la consciencia.

Para empezar, hay que indicar que A.Damasio llega al análisis de la conscienciaa partir de su interés en la explicación delas emociones. Su objetivo primero eraentender qué es experimentar una emoción.Ello implicaba, al menos, dos cosas: expe-rimentar los cambios corporales que cons-tituyen el estado emocional y, además, serconsciente de esos cambios, ser de algunaforma capaz de representarlos en otronivel; que el sujeto, el yo, pueda construiresa representación.

Siendo ese el punto de partida, no esde extrañar la naturaleza de la tesis generaldel ensayo de Damasio: la consciencia con-siste en la constitución de un yo, que esel sujeto de la vida mental. Hasta aquí todoes tradicional. Lo novedoso viene en elmétodo y el material a través del cual seconstituye ese yo. A diferencia de la filo-sofía racionalista tradicional, para la quela construcción del yo (desde el cogito deDescartes al sujeto comunicativo de J.

Habermas) está ligada al ejercicio de capa-cidades cognitivas superiores (representa-ción, categorización, inferencia, razona-miento...), la teoría de A. Damasio ponehincapié en la naturaleza corporal de losprocesos que constituyen la consciencia.Dicho toscamente, la construcción del yoes antes que nada la consciencia de uncuerpo y la unidad de las representacionesque se refieren a los procesos externos einternos que ese cuerpo experimenta. Des-de el punto de vista neurológico, el pro-blema es doble: «el soporte biológico dela curiosa habilidad que tenemos los huma-nos para construir no sólo las pautas men-tales de un objeto [...], sino también laspautas mentales que implican, de formaautomática y natural, el sentido de un yoen el acto de conocer» (p. 11). A este res-pecto hay que decir que, sin descuidar elpolo de la realidad externa al cuerpo —elhecho de que siempre se conoce o se sientealgo—, el ensayo de A. Damasio se centrafundamentalmente en el ámbito de la cons-trucción de la unidad interna del sujetodel conocimiento y las emociones, en laconstrucción del yo.

Proto-yo, yo y yo autobiográfico

La base de la explicación de A. Damasiode la consciencia no es solamente la cons-ciencia del cuerpo, sino que es naturalista,evolutiva. Esto significa, en primer lugar,que la consciencia no es estática, sino quees el producto de procesos de ajuste a laspresiones evolutivas. Significa también quela capacidad para la consciencia suponeuna ventaja adaptativa, una herramientaventajosa en el trato cognitivo con el entor-no, natural y social. Sobre este particular,la tesis de Damasio es que la conscienciaresulta ser «un dispositivo capaz de maxi-mizar la manipulación efectiva de imáge-nes al servicio de los intereses de un orga-nismo particular...» (p. 24). La conscienciapermite conectar las representaciones o

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imágenes de la realidad externa con losprocesos internos del organismo. Esto esuna condición para que los dispositivosinternos del organismo gestionen de unaforma más eficiente la «regulación de lavida», la propia representación —casi per-manente, casi inmutable— de la vidainterior.

Toda consciencia comienza por ser unaconsciencia de lo que está dentro y de loque está fuera. Esa distinción, represen-tada en múltiples formas imaginísticas yesquemáticas, ha demostrado no sólo serel primer paso hacia una construcción dela consciencia, sino también la fuente demetáforas básicas, que permiten la elabo-ración de múltiples conceptos (G. Lakoffy M. Johnson, 1999). Para A. Damasio,el entorno o medio interior (cap. 5) cons-tituye el primer paso biológico en la evo-lución de la consciencia. A medida quese progresa en la escala biológica, no sóloexiste una creciente diferenciación entrelo exterior y lo interior al organismo: tam-bién se da una progresiva capacidad parasentir y representar la estructura internadel organismo. La representación del cuer-po proporciona entonces la característicaestabilidad que se encuentra en la raíz delconcepto de consciencia. Junto a ella, dospropiedades más son importantes en laconstitución de la consciencia: la pertenen-cia y la acción. Ambas están ligadas al sen-timiento del cuerpo: sentimos que nuestroscuerpos tienen límites, que tienen relacio-nes estables con otros cuerpos sólidos,pero los sentimos como nuestros cuerpos.Del mismo modo, hacemos cosas con nues-tros cuerpos, en particular utilizamos nues-tros sentidos para representar todo tipode realidades, a veces de forma voluntariay a veces no. La encarnación neurobio-lógica del proto-yo es el fruto de este pro-ceso de progresiva auto-representación delcuerpo, en particular, el proto-yo es «unacolección coherente de pautas neuralesque proyectan, en cada momento, el estadode la estructura física del organismo en

sus múltiples dimensiones» (p. 154). Elproto-yo aún no es consciente: sólo el yotiene el grado de complejidad necesariapara alcanzar la consciencia. Esta comple-jidad consiste en ser capaz de representarsimultáneamente, por una parte, el objetoy, por otra, el organismo en el acto de cono-cer el objeto. La representación del objetoes de primer orden; la del estado del orga-nismo en el momento en que conoce elobjeto es de segundo orden. Para ambasproporciona Damasio fascinantes datossobre las estructuras neurológicas quesoportan los dos tipos de representaciones.Pero lo importante, en este punto, es queambas representaciones están relacionadascon el cuerpo y entre sí mediante imágenesmentales, por lo que constituyen sentimien-tos (p. 170).

La primitiva configuración del yo, el yonuclear, se prolonga en el yo autobiográficocuando la memoria almacena, en formaestructurada, los sucesivos estados de cons-ciencia. Ese yo autobiográfico se distinguepor su capacidad para activar pautas neu-rales correspondientes a episodios de cons-ciencia con características comunes, rela-cionados con otros a través de nuestracapacidad imaginística, de constituir uni-dades de imágenes cuya sucesión tiene unsentido.

La conciencia global del individuo quees capaz de representarse a sí mismo nosólo en un lugar y un momento determi-nados, sino en un pasado y en un futuro,a través de su yo autobiográfico, es lo queA. Damasio denomina la conscienciaampliada. A través del relato de diversashistorias patológicas, de pacientes con tras-tornos de consciencia de esta clase, comolos anosognósicos (aquellos que son inca-paces de saber que están enfermos),Damasio proporciona una vívida imagende la riqueza y fertilidad de la conscienciaampliada y de sus relaciones con la cons-ciencia elemental o nuclear. Es la cons-ciencia extendida, «la capacidad de serconsciente de un amplio ámbito de enti-

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dades y acontecimientos, i.e., la capacidadde generar un sentido de perspectiva indi-vidual, pertenencia y acción consciente,sobre un enorme ámbito de conocimiento»(p. 198), la que nos convierte en propia-mente humanos, en la medida en que esun recurso cognitivo característico de nues-tra especie. Sin embargo, la perspectivaevolucionista de A. Damasio le lleva areconocer que incluso tan compleja habi-lidad se encuentra presente, en algún gra-do, en otros primates.

Es importante resaltar la importanciaque tiene, en todo este proceso de cons-titución de la conciencia, la función de lasemociones. El problema original de Dama-sio, continuación del que le ocupó en Elerror de Descartes, era el de explicar enqué consiste tener (experimentar) unaemoción determinada. La conclusión deDamasio es que no sólo la consciencia esun ingrediente fundamental en la experien-cia de las emociones sino que, también ala inversa, la existencia de las emocionesforma una parte esencial de la constituciónde la conciencia. Las emociones consistenen modificaciones corporales y cerebralesde nuestro organismo, pero no existiríancomo tales si no fuera por las represen-taciones de segundo orden que nos ima-ginan como sujetos de tales emociones.

El apreciable ensayo de A. Damasio,que prolonga su reivindicación del papelde las emociones en la conformación dela conciencia racional (efectuada enDamasio, 1994), ha de entenderse en sucontexto adecuado. Ese contexto tiene, poruna parte, un polo en las teorías neuro-lógicas y neurofisiológicas, prolongando eneste sentido las realizadas por G. Edelman(1989, 1992) y M. Gazzaniga (1998). Porotro lado, el sentido de sus hallazgos y elu-cidaciones es coherente y completa, en esenivel neurológico, otras orientacionesdesarrolladas en varios ámbitos de las cien-cias cognitivas. En este sentido, es preciso

mencionar los recientes avances en lingüís-tica cognitiva (G. Lakoff y M. Johnson,1999; G. Fauconnier, 1997; R. Langacker,1999) y en psicología cognitiva [los trabajosrecogidos en M. Tomasello (ed.), 1998].El resultado de esa complementación vie-ne a consistir en un rico tapiz de orien-taciones teóricas que, a pesar de su hete-rogeneidad de metodologías y tradicionesinvestigadoras vienen a confluir en unaauténtica revolución teórica, que aspira asustituir el paradigma resultante de larevolución chomskiana y fodoriana en losaños sesenta y setenta del siglo XX.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

DAMASIO, A. (1994), Descartes’Error: Emo-tion, Reason and the Human Brain, Nue-va York, Puttnam.

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GAZZANIGA, M. (1998), The Mind’s Past,Berkeley, California University Press.

LAKOFF, G., y JOHNSON, M. (1999), Philo-sophy in the Flesh: the Embodied Mindand its Challenge to Western Thought,Nueva York, Basic Books.

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TOMASELLO, M. (ed.) (1998), The NewPsychology of Language: cognitive andfunctional approaches to language struc-ture, Hillsdale, Nueva Jersey, L. Erl-baum.

Eduardo de Bustos GuadañoUNED-Madrid

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LA FELICIDAD SECUNDARIA

PASCAL BRUCKNER: La euforia perpetua.Sobre el deber de ser feliz, traducciónde Encarna Castejón, Barcelona, Tus-quets Ensayo, 2001, 233 pp.

En muchos aspectos, el último ensayopublicado en España del filósofo francésPascal Bruckner puede considerarse comocontinuación de un libro anterior, La ten-tación de la inocencia, aparecido en Franciaen 1995, aquí un año más tarde, y que gozóde muy buena acogida por parte de públicoy crítica. En aquella ocasión, Bruckner lle-vó a cabo una disección de la sociedad con-temporánea en la que descubría dos desus más palpables patologías morales, denotables implicaciones políticas: el infan-tilismo y el victimismo. Dos comporta-mientos humanos con efectos fatales: lareluctancia a la madurez y la sugestión porla regresión hacia una instancia en la quesentirse seguros y protegidos, sea psico-lógica, política, moral, o todo ello junto.En la sección final, de modo sumario,extraía una idea concluyente: la libertadrepresenta, en el individuo y en las socie-dades, un valor superior al de la felicidad.Y ésta es justamente la línea directriz delensayo que ahora reseñamos: la libertadse ha visto sobrepasada por un deseo muyambicioso y con mucha prisa, la felicidad,y es preciso recuperarla. La libertad se dapor hecho en las sociedades occidentales,y en una ligera pirueta que sale gratis, elciudadano contemporáneo se toma todaclase de libertades: la felicidad se decretacomo un derecho que ni siquiera cabeesperar, y antes de saber lo que tal cosasignifica, antes de saborearla, ya se erigeen deber. De la ilusión a la factualidad,y de ésta a la obligación, todo en un ins-tante: tal es el sino vertiginoso y arrebatadode nuestros tiempos.

Ante lo cual, afirma Bruckner: «apenasbautizada, la felicidad tropieza con dosobstáculos: se diluye en la vida ordinariay se cruza con el terco dolor» (p. 47). Levesmolestias que en absoluto debilitan el esta-do de euforia ni desaniman a quien seempeña en ser feliz a cualquier precio, pormedios psíquicos, somáticos, políticos, quí-micos, espirituales o incluso informáticos.Ahora bien, la felicidad tenía un precioy se paga con dos cánones que son su con-secuencia: la trivialidad del bien y la bana-lidad del mal. Hoy a cualquier cosa se lallama «bien», y nada parece más sencilloque «estar bien», sobre todo cuando elideal de felicidad se experimenta con elrigor de un juramento, sin excusa ni remi-sión. Nadie puede reconocer en públicoque no está bien, sin confesarse un fra-casado, pues por algo se ha puesto el bienal nivel de todos, al alcance de cualquiera.Triunfa la rutina, la vacuidad y el aburri-miento: ¿quién será capaz de observarsemal por sentirse vacío o aburrido si pre-cisamente habita en la «era del vacío» yel primer síntoma del bien es el hastío?La desdicha, la auténtica desdicha, no seríamás que el fracaso de la felicidad. Pero,¿y el dolor? Como el mal, es percibidocomo algo banal. En las sociedades con-temporáneas, lo mórbido, igual que lamuerte, ya no se somete a la ley del ocul-tamiento, cosa habitual en el pasado. Hoyse transmite la muerte en directo, secomercia con el dolor propio y ajeno (elrostro del sida es el escaparate de la tiendade moda, y el del hambre, el estandartede organizaciones de ayuda al Tercer Mun-do), a la menor expropiación o plan parcialurbanístico (por decir algo) se le denominagenocidio y al que se le niega el caprichomás insignificante cree residir en Ausch-witz. Se detallan minuciosamente penosasexperiencias de enfermedad y desgracia,

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y no faltan casos de quienes narran su inti-midad con el tormento físico como si setratase del abrazo de un amigo (Brucknerse refiere en el cap. 11 a estos últimos como«los torturados excepcionales»).

Bien y mal, dicha y desdicha, placer ydolor, derecho y deber: pocas combinacio-nes no se ven alteradas ante la presenciade la ilusión de la felicidad. Según la ver-sión laica y actual del ideal de salvación,para el nuevo estupefaciente colectivo quees el culto a la felicidad, sólo estamos asalvo cuando contemplamos la desgraciaajena como propia (compasión) o la propiacomo ajena («los guerreros de lo inútil»)¿Qué es esto?: «Consuelo por compara-ción: necesitamos el desastre ajeno paraayudarnos a soportar el nuestro y compro-bar que siempre sucede algo peor en otrositio, que nuestra condición no es tancruel» (p. 112). De esta manera, de la feli-cidad cabe decir que somos sus víctimasy sus cómplices, a la vez, o sea, culpablesde ser felices y angustiados de no serlo.

La democracia moderna, escribe Bruck-ner, ha llegado a convertirse en el régimende la queja establecida, el santuario de laseguridad social. Frente a esta realidadjeremiaca y medrosa, su perspectiva deltema se alinea con las tesis de la filosofíatrágica (no muy lejanas de las sostenidas,por ejemplo, por su compatriota ClémentRosset), en el sentido de animar al hombre

contemporáneo a asumir un horizonte vitalde riesgo, a domesticar su destino, a expo-nerse con valor a los golpes de la fortunay al reino de la contingencia. Entre negarel sufrimiento y abandonarse a él comoun artículo de fe, se halla el propósito de«domesticarlo» (p. 183), de «acercarse aél», como decía Montaigne de la muerte.Porque, ya lo señalaba Nietzsche, lo quepropiamente nos hace repudiar del sufri-miento no es el sufrimiento en sí, sino loque de absurdo e innecesario hay en él.Existe también un «sufrimiento saluda-ble», aquel que brota de esa unión mag-nífica que funda lo humano: voluntad yautonomía. Así, cada uno establece elbaremo de los dolores de la vida que estádispuesto a soportar. No somos, por tanto,víctimas del dolor sino sus administrado-res. ¿En qué consiste el arte de vivir?: en«un arte de resistencia que nos permitavivir con el sufrimiento y contra él»(p. 209).

El balance de la felicidad resulta un tan-to triste, demasiado imperfecto. Hora seráde conceder una nueva oportunidad a otrasnociones como el placer, la alegría, el con-tento y el júbilo del instante, más prome-tedoras y primarias que la ilusión de unaeuforia perpetua.

Fernando Rodríguez GenovésIES «Camp de Túria» Valencia

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NORMAS Y SENTIMIENTOS MORALES: LA PERTINENCIADE LA RELACIÓN ENTRE ÉTICA Y ECONOMÍA

AVNER BEN-NER y LOUIS PUTTERMAN:Economics, Values and Organization,Cambridge, Cambridge UniversityPress, 1999, 523 pp.

El conjunto de diecinueve artículos quese recogen en esta compilación son unabuena muestra de la intensa actividad con-temporánea que se registra en el espaciode investigación que se sitúa entre la éticay la economía, y que trasciende con muchoa las formas tradicionales que se dabanen esa zona de encuentro. En las palabraspreliminares con que Amartya Sen presen-ta este libro se señala, con toda razón, quese trata de un conjunto de trabajos inno-vadores e iluminadores sobre las razonesde la ausencia de las normas y los valoresen los trabajos formales de los economis-tas. «Parece difícil que cambie la exclusiónde los sentimientos morales en la corrienteprincipal de la ciencia económica» debidoa los importantes resultados a los que hallegado esa ciencia a partir del supuestodel homo economicus, un supuesto quepretendidamente nos dice que la búsquedauniversal del propio interés es la únicamotivación que se puede presuponer legí-timamente en el análisis económico serio.

El proyecto en que se sitúa este librointenta ofrecer una vía complementaria yespecífica que haga uso pleno del análisiseconómico contemporáneo «teniendo encuenta la influencia de las normas y losvalores, además de investigar en la forma-ción de dichas normas y valores». Despuésde la corta pero enjundiosa nota de A.Sen y del prefacio de Ben-Ner y Putter-man, aparece una interesante elaboración,por parte de los mismos compiladores,sobre los valores y las instituciones en elanálisis económico. El resto del libro seestructura en cinco partes dedicadas res-

pectivamente a: 1) la formación y evolu-ción de las normas sociales y los valores;2) la generación y transmisión de los valo-res en las familias y en las comunidades;3) las normas sociales y la cultura; 4) laorganización del trabajo, la confianza y losincentivos, y 5) mercados, valores y bie-nestar. Se cierra con un trabajo de Dou-glass C. North en el que se analiza desdedónde se viene y hacia dónde se va en estalínea de investigación.

Algunas de las contribuciones, en par-ticular las de Ken Binmore: «Una teoríautilitarista de la legitimidad política»,Robert Sugden: «Expectativas normativas:la evolución simultánea de las institucionesy las normas» o la de Jane Mansbridge:«Empezar con nada: la imposibilidad desustentar las normas exclusivamente en elinterés propio», suponen una reconside-ración de buena parte de los resultadosde la teoría estándar de juegos (enconexión con su posible relevancia parala filosofía moral) y su lectura, por partede filósofos morales y políticos, podría ayu-dar a reducir la enorme distancia que seda con frecuencia entre la reflexión filo-sófica y los resultados de la teoría eco-nómica contemporánea. Un caso particu-larmente interesante es el de Ken Binmoreen cuyo trabajo se logra presentar una ver-sión evolutiva de la propuesta rawlsianaque, a pesar de cierta acritud «antifilosó-fica», resulta sumamente esclarecedora delas capacidades y límites del enfoqueevolucionista.

Además se muestra con claridad envarios de estos trabajos (por ejemplo, S.Bowles y Gintis: «¿Cómo se gobiernan lascomunidades: bases estructurales de lasnormas prosociales», J. Baron: «Confian-za: creencias y moralidad») el papel subs-tantivo de las normas y los valores en el

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proceso de elección, incluso aunque se ten-gan en cuenta los resultados procedentesdel análisis evolutivo sobre la génesis delas normas. Como dicen Avner Ben-Nery Louis Putterman: «La necesidad deincorporar los valores en el análisis eco-nómico se ha manifestado con fuerza enun área de la economía que ha trabajadocon la forma más pura del homo econo-micus, la teoría de juegos.»

Un primer movimiento muy generali-zado, que ha intentado reconciliar las pre-dicciones teóricas con las observacionesempíricas, ha consistido en modificar elconcepto de racionalidad de los individuos.Así, como señala Putterman, se hansupuesto determinadas restricciones sobrela forma en que razonan los individuos,sobre cómo perciben los movimientos desus oponentes, su capacidad de memoriay de previsión (cuántos movimientos pue-den anticipar) y se han tenido en cuentalos problemas relacionados con la infor-mación, cuánta información disponen losindividuos, cómo la procesan, cuál es sucapacidad de aprendizaje y cómo afrontarlos marcos de incertidumbre.

En buena medida los trabajos que caenbajo el rótulo de racionalidad acotada hanayudado a presentar una perspectiva másrealista de la conducta humana pero, comohace ya años indicaba Shaun Hargreavesa propósito del tratamiento de la racio-nalidad por parte de Herbert Simon, nopor ello han abandonado el ámbito prin-cipal de la teoría, entre otras cosas porquesigue mostrándose como un marco útil.

Sin embargo, como recuerdan Ben-Nery Putterman: «Afrontar el problema sólodesde la racionalidad se ha mostrado insu-ficiente, se ha visto como necesario teneren cuenta las consideraciones sobre lasreglas del juego, sobre las instituciones quelas producen y las motivaciones de los par-ticipantes que van más allá de su interéspropio... Las reglas del juego tienen muchaimportancia sobre los resultados y en laformación de las instituciones... Los eco-

nomistas han avanzado poco en el análisisde muchos problemas agudos del presenteque parecen tener un fuerte contenido eco-nómico, precisamente porque han excluidolos valores del análisis económico. Espe-ramos romper viejos tabúes disciplinaresy vincular la perspectiva económica de laelección racional con el análisis de la for-mación y cambio de los valores.»

¿Cómo incluir y acomodar los valoresy las normas en el análisis económico? Alrespecto hace aquí A. Sen algunas obser-vaciones que me parecen muy importantes.Es frecuente plantear determinadas dico-tomías que, sin embargo, lo que realmentenos exigen es estudiar las complementarie-dades que puedan existir entre esas elec-ciones supuestamente exclusivas. AmartyaSen señala tres de esas supuestas dicoto-mías que es preciso superar. Se trata deanalizar la conexión entre la selecciónreflexiva y la selección evolutiva, la com-plementariedad entre una valoracióndirecta y otra indirecta y la importanciade tener en cuenta simultáneamente losaspectos éticos y los prudenciales. Veamosen líneas generales, siguiendo a Sen, estostres tipos de complementariedad.

a) Complementariedad entre selecciónreflexiva y selección evolutiva

En la moderna teoría de juegos evolutivosla opción social elegida se conecta con supapel en la supervivencia y la selección seproduce por la consideración posterior delos resultados que se dan en el mundo glo-balmente considerado. Sin embargo, lasnormas y los valores están sujetos a lareflexión y a la selección racional; reflexio-namos y seleccionamos racionalmente lasnormas y los valores, por lo tanto, los ante-cedentes que se den en la mente de cadaindividuo tienen efecto en el resultado dela acción social. La contribución de la filo-sofía moral ha sido precisamente la desugerir cómo razonamos sobre las normas

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y cómo actuar de acuerdo con ellas. «Lasalternativas organizativas e institucionalesse seleccionan simultáneamente a, y con-juntamente con, las regularidades evalua-tivas.»

Está claro que los resultados de la selec-ción evolutiva son importantes, pero «¿elproceso de selección debe tener en cuentasolamente ese mecanismo con la selecciónconsciente reducida a un simple refrendode la selección natural? ¿Por qué no pue-den los dos medios de selección actuar acti-vamente?». Algo muy cercano a esto lohabía planteado Elliot Sober en su artículo«El egoísmo psicológico» publicado en Ise-goría, núm. 18. Los dos procesos puedenactuar cada uno por separado pero puedeque incluso trabajen conjuntamente: «elegoísmo (psicológico) no merece ser con-siderado como la hipótesis por defecto quedeberíamos adoptar en la medida en queresulta consistente con lo que observa-mos... Aunque sea en un grado pequeño,el peso de la evidencia favorece al plu-ralismo... Es menos probable que haya evo-lucionado un conjunto de motivos pura-mente egoístas que uno que incluya deseosúltimos tanto egoístas como altruistas»,(E. Sober, 1998).

De manera que la situación en vez deapoyar el «dogma» de la incomunicaciónentre la reflexión crítica y la selecciónevolutiva, más bien señalaría a que si bienla reflexión crítica no es inmune a la selec-ción evolutiva, «tampoco la selección evo-lutiva convierte a los seres reflexivos enmeros autómatas carentes de pensamien-to» (A. Sen).

Tradicionalmente la filosofía moral noha tenido en cuenta los procesos evolu-tivos, quizás sea esa actitud la que ha lle-vado a algunos teóricos (Ken Binmore,por ejemplo) a proponer «deskantianizar»a los filósofos morales contemporáneos,en particular a John Rawls, con quien, porotra parte, suelen coincidir en diversosaspectos. Posiblemente esto indica másbien que resulta indispensable comple-

mentar la selección reflexiva mediante elanálisis evolutivo. «Las reglas con las quevivimos no pueden ser inmunes a nuestrorazonamiento crítico, lo mismo que nopueden dejar de verse influidas por laselección evolutiva. El reconocimiento deuna influencia no elimina la otra»(A. Sen).

b) Complementariedad entre la evaluacióndirecta e indirecta

Otra segunda dicotomía que es más apa-rente que real se refiere a si debemos teneren cuenta exclusivamente los efectos inme-diatos o los no mediatos e indirectos. Losefectos indirectos, que son los que prin-cipalmente han estudiado los teóricos delos juegos evolutivos, tienen que ver conese conjunto de elementos que los soció-logos o políticos suelen llamar efectos nodeseados de la acción o subproductos dela acción social. Sin embargo, la existenciade esos efectos indirectos, con toda laimportancia que puedan tener a largo pla-zo, no excluyen que al actuar de acuerdocon normas y valores podamos tener inte-rés además en efectos directos, ya sea poruna posición prudencial o una moral.

Al actuar de acuerdo con normas y valo-res, podemos estar interesados en efectosque pueden ser indirectos y no inmediatos,además de los resultados inmediatos (quepueden incluir la satisfacción moral direc-ta, o méritos prudenciales conexos comoel placer de ser bien considerado por losotros). «Por ejemplo, podemos no comerla última manzana de la fuente porquepensamos que esa restricción es la maneracorrecta de comportarse (nos apoyamos enun argumento moral directo) o porque nonos guste la manera en que nos mira lagente si nos apresuramos a comernos laúltima manzana (una preocupación inme-diata prudencial).»

Como dice Sen: «Incluso si la respuestaa la pregunta ¿por qué nos preocupamos

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por lo que otros piensan de nosotros?, sepuede explicar en términos de las ganan-cias materiales que obtenemos al ser bienvisto por los demás, esto no disminuye niimpide que sea razonable preocuparsedirectamente por lo que otros piensan denosotros (de hecho es confortable ser bienvisto e incluso puede darnos alguna con-fianza moral de que no nos estamos com-portando mal). Los efectos indirectos com-plementan más que suplantan los direc-tos.»

c) Complementariedad entre éticay prudencia

Muchos de los trabajos sobre el rendimien-to económico de los códigos empresarialeshan mostrado que, en ciertos casos, aque-llos con mejores resultados suelen ser losque no tienen como objetivo principal einmediato la búsqueda simple del rendi-miento económico, y pueden servir deejemplo de estudios que logran explicarel papel prudencial de muchas normas éti-cas. Vendría a suponer una explicación ins-trumental de las normas éticas. Pero, comoseñala Sen, esa consecuencia no se siguede tales estudios: «Consideremos queaceptamos plenamente una demostraciónde que incluso si la gente fuera comple-tamente amoral (en todo lo que puedeincluir el pensamiento intencional), toda-vía podrían emerger las reglas de conductamoral (a través de efectos indirectos, selec-ción natural, etc.). Esto sería un descubri-miento importante, pero no sería lo mismoque establecer que las personas son dehecho amorales en su pensamiento y elec-ción. Un ejercicio hipotético no puede

establecer una regularidad empírica. Losdos procesos pueden actuar cada uno porseparado pero puede que incluso actúenconjuntamente. Es importante ver cómoy por qué el proceso prudencial puede ope-rar con o sin razonamiento moral, peroesto no elimina el papel efectivo del razo-namiento moral mismo.» De nuevo apa-recen claras conexiones con la idea defen-dida por Elliot Sober en el artículo queya hemos citado.

Pues bien, me parece que esa posicióncautelosa de Sen puede ayudar a que quie-nes estamos interesados en los problemasde la racionalidad y la acción humanaextraigamos un interesante rendimientodel conjunto de este extraordinario libro.En particular considero que puede ayu-darnos a entender que los componentesexpresivos pueden formularse como res-tricciones de la racionalidad instrumental,aunque en otros casos la racionalidadexpresiva deba entenderse como unaampliación del contenido informativo. Lacuestión no consiste en utilizar una nocióninstrumental para unas cosas y una pers-pectiva expresiva para otras, más bien setrata de pensar en la complementariedadsistemática. Ambas formas de racionalidadse dan en el mismo individuo, no aparecencomo modelos alternativos de individuo.Al esclarecer los elementos de integracióny complementariedad tratamos de formu-lar un agente integrado, más adecuado ensus aspectos descriptivos y más preciso pre-dictivamente, para ello resulta enorme-mente valioso el conjunto de materialesque se nos ofrecen aquí.

J. Francisco ÁlvarezUNED-Madrid

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SIMPATIZAR CON KANT

ROBERTO R. ARAMAYO: ImmanuelKant. La utopía moral como emanci-pación del azar, Madrid, EDAF, 2001,220 pp.

Cuando estudié Filosofía en Bachillerato,Kant me pareció un pensador antipático.No fui el único. Luego comprobé queaprenderse de memoria lo que dijeron losfilósofos para pasar un examen es unapráctica relativamente habitual. Mucho metemo que, aunque la enseñanza de la Filo-sofía en España ha mejorado mucho, siguehabiendo estudiantes que superan la selec-tividad como yo aprobé la asignatura deFilosofía en la Reválida. Me tocó Kant,¡qué mala suerte! Hube de sobreponermeal azar y al destino. No sabía entonces queme había confrontado con una de las gran-des cuestiones de la razón práctica kan-tiana, y no por lo que escribí, sino por loque hice.

Este libro soluciona por fin el problemade enseñar a Kant en lengua española. Esuna obra clara, elegante, equilibrada, bre-ve, muy bien escrita. Ante todo, realizala proeza intelectual de hacernos simpáticoa Kant. Para ello, el autor sigue el consejode su maestro, y sin embargo amigo, JavierMuguerza: para simpatizar con Kant valemás reparar en la manera como planteabalos problemas y no tanto en las solucionesque a veces arbitró para ellos. Excelentereceta, que Aramayo cocina con arte, buengusto y finura. Saboreen ustedes el resul-tado. Y si se dedican al noble y poco reco-nocido oficio de enseñar Filosofía, no loduden: utilicen este Kant. Es de los mejo-res posibles. Aunque no pasen la pruebade selectividad, que lo harán, sus alumnosles estarán agradecidos porque habránentendido a uno de los más grandes pen-sadores de la historia, y les habrá gustado.Escribir un abstruso libro de metafísica es

relativamente fácil. Publicar un buen librode introducción al pensamiento de un filó-sofo clásico es lo más difícil. Aramayosupera la prueba con sobresaliente porque,además de conocer profundamente a Kant,como sus múltiples escritos y traduccionesdel filósofo de Königsberg muestran, a élle gusta Kant, le cae simpático. Sabe trans-mitir ese sentimiento a sus lectores. Enfilosofía, los grandes amores intelectualesse prueban en obras como ésta: las másfáciles de leer, las más difíciles de escribir.

¿Cómo procede el autor? Para empezar,la mentira, problema que Kant siempreconsideró como la prueba de fuego delpensamiento moral. ¿Puede un anfitriónmentir para salvar la vida de su huésped,diciendo al asesino que llama a la puertapara matarlo que el invitado no está encasa? Poder puede, pero no debe. El hom-bre es un sujeto autónomo porque se some-te a sus propias leyes morales, como laprohibición de mentir. Según Kant, no sedebe mentir nunca, ni siquiera para hacerun bien. No mentir no es una máximamoral, sino una ley incondicionada. Parainiciarse en la filosofía moral de Kant bastacon debatir este ejemplo en clase.

A continuación se comenta la posibleapropiación de un depósito de dinero cuyopropietario fallece. De nuevo la nociónkantiana de ley moral queda perfectamen-te clara. Con sólo dos ejemplos, ya estamosen el núcleo de su sistema moral. Sigueun amplio desarrollo de la dicotomíadeber/felicidad, ilustrada con el episodiode Ulises y las sirenas. Según Aramayo,el héroe moral kantiano podría identifi-carse con Ulises amarrado al mástil de suembarcación, siendo el canto de las sirenasla imagen de la felicidad. El autor prosiguecon el principio de autonomía, que prohíbeutilizar como medio a ningún ser humano,por ser un fin en sí mismo. De ahí pasa

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con soltura a introducir la noción kantianade Dios, no como un ser exterior al sujetomoral, sino como un pensamiento alojadoen el interior de nosotros mismos. Estamossólo en la página 41 y ya hemos entendidolo fundamental del pensamiento moralkantiano. No se ha dicho nada (todavía)de los juicios analíticos o sintéticos a priori.Este libro nos adentra en el sistema deKant por la puerta principal, su filosofíamoral, no por las ventanas que Kant cons-truyó después para completar su arquitec-tura filosófica. Antes de la página 50 yahemos entendido la noción kantiana deprudencia y su proyecto de emancipar alser humano del azar, tema este que cons-tituye el leit-motiv que nos propone Ara-mayo para interpretar la obra kantiana. Elaprobado está en el bolsillo, pensará elestudiante utilitarista. ¡Lo he entendido!Quienes traspasen la página 50 van a pornota. Incluso se les puede pasar por lacabeza la loca idea de matricularse en Filo-sofía al entrar en la Universidad. Es unlibro que hace afición.

Lo anterior puede bastar para emitir unprimer juicio crítico: estamos ante unaobra extraordinariamente eficaz paraentender a Kant, e incluso para simpatizarcon él, si no con su pensamiento. De entra-da, podremos dudar de las tesis kantianas,a la vista de cómo resuelve los problemasque plantea. ¡Pero ya hemos entrado! Nosdamos cuenta de algunos de los problemasque le llevaron a Kant a ser filósofo y sabe-mos que también son problemas nuestros.¿Felicidad, prudencia, eficacia, deber? Lasoposiciones básicas están claras y podemossingularizar a Kant en la historia de la éti-ca, entendiendo la originalidad de su pos-tura. Por ejemplo: la felicidad es un regalode la suerte mientras que el deber nos lodamos a nosotros mismos, porque Dioshabla en nosotros imperativamente. Ara-mayo nos pone en el lugar de Kant conamabilidad y elegancia. Nos confronta conél, haciéndolo nuestro. No se puede pedirmás a un libro introductorio.

Esta obra tiene un segundo aspecto queconviene resaltar. Aramayo sólo escribe130 páginas, las cien restantes son unaantología de textos de Kant, muy bienseleccionados. Siendo el mayordomo quenos invita a la casa de Kant, donde ha pres-tado tantos años de servicios, Aramayo nossugiere con gestos imperceptibles que,pese a su fama de adusto, Kant puederesultar entrañable. En una segunda lec-tura merece la pena fijarnos en la manoque nos guía, no sólo en el destino al quenos conduce. Paso a paso, Aramayo se haido convirtiendo en uno de los principalesespecialistas españoles en la obra de Kant.Está reconocido como tal en el extranjeroy, lo que es más difícil de lograr, tambiénen España. Pues bien, ésta es su primeragran obra de madurez. Seguirán otras.Aparte de introducirnos en la casa de Kant,Aramayo nos muestra cómo el mayordomoha reordenado los muebles, y en particularla cocina. Fiel a su amor intelectual, nooculta su propia visión del domos kantiano,basada en el imperativo elpidológico, oimperativo de la esperanza. Para Kant, elsupremo bien es la buena voluntad, queintenta ajustarse al deber. La voluntadguiada por el deber es buena en sí misma,e incluso el bien más elevado para los sereshumanos. Nos hace dignos de ser felices,aunque no seamos felices. Nos enseña aser virtuosos, aunque hayamos de suspen-der alguna asignatura. No mentir jamáspara respetar la dignidad propia es unaregla muy severa. Apropiarse del depósitointelectual que otros hicieron hace siglostambién plantea dilemas morales, aunquesea una práctica común, como la mentira.Por eso Aramayo deslinda continuamentelas aportaciones del mayordomo al mejororden doméstico de lo que es la arquitec-tura señorial. Quitar el polvo a los grandestextos filosóficos es una tarea mal vista pormuchos expertos en museología. Pero loslectores agradecerán que Aramayo hayarestaurado la obra de Kant, devolviéndoleviveza a los colores.

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La teoría kantiana del supremo biensubordina la felicidad al deber, pero noimpide buscar la felicidad, ante todo la aje-na, siempre que se siga la senda del deber.No hay que desdeñar la autosatisfacción,el contento con uno mismo, aunque elmodo de lograrlo sea atándose al mástildel deber para oír los cánticos de la feli-cidad. Aramayo explora a fondo la metá-fora del buque de la vida moral y, siguiendosu surco, interpreta el formalismo éticokantiano de un modo original. Si uno seha hecho digno de la felicidad, conducién-dose conforme a las reglas del formalismoético, entonces puede albergar la esperanzade ser feliz. Aunque sólo sea como invi-tada, la felicidad también mora en eldomus kantiano. Eso sí, si alguien quisieraaniquilar nuestra posible felicidad, nopodríamos mentir para preservar su vidaen nuestro corazón. Mientras cumplimoscon nuestro deber podemos mantener laesperanza de que la felicidad nos habite,siempre que el destino no llame a nuestrapuerta para liquidarla. Mas el sujeto moralha de emanciparse del azar y del destino,tratando de ser independiente de la suerte.Al deseo de ser felices podemos albergarlo,pero no constituye el entramado de nues-tro mundo moral. En la interpretaciónelpidológica que nos propone Aramayo noes seguro que las sirenas vayan a cantarante nuestro bajel. Nos queda la esperanzade que así sea. Pero antes de comprobarlo que nos vaya a ocurrir hemos de autoa-marrarnos al mástil del deber para hacer-nos dignos de sentir tan dulces cánticos,que seguramente se perderán por la lejaníadel mar del tiempo.

Llegamos con ello a la cuestión de lasamarras, es decir de la libertad. Aquí esdonde Aramayo se distancia más de Kant,citando textos de los que se infiere unaespecie de determinismo laplaciano parala conducta moral. Si la buena voluntadsólo es adecuación al deber, ¿cómo afirmarla existencia de la libertad individual? Parasolucionar esta aporía, por primera vez,

aparece la distinción entre fenómeno ynoúmeno. La tesis subyacente es clara:incluso una dicotomía tan importante enteoría del conocimiento tiene una raízmoral en el sistema kantiano. Lo que sesalva es la libertad trascendental, pero éstaes dudosamente cognoscible. En cambio,la libertad individual se desdibuja en elámbito de los fenómenos. Aramayo titulael apartado sobre la libertad entre interro-gaciones: ¿somos libres? El sujeto moralkantiano está amarrado, demasiadoamarrado al deber. Su libertad concretase difumina en aras de la libertad tras-cendental.

El utopismo de Kant en filosofía de lahistoria y filosofía política cierran el libro.Son páginas de gran calidad, en las queel autor reinterpreta la intencionalidad dela naturaleza y la providencia desde la pers-pectiva del imperativo elpidológico. Cos-mópolis, una confederación Estados repu-blicanos, sería el utopema que mantienenuestra esperanza de intervenir en políticapara llegar a la paz perpetua. Sin eliminarla guerra no hay progreso posible, perola existencia de guerras forma parte delproyecto intencional de la suprema sabi-duría. Siendo un obstáculo para la moral,es un instrumento del plan de la natura-leza. El camino hacia Itaca está plagadode episodios bélicos que, a la postre, cons-piran para que el navío político arribe aCosmópolis. El talante utópico del sistemakantiano es subrayado una y otra vez porAramayo, tanto en ética como en filosofíapolítica y de la historia. Lo interesante dellibro es que el recorrido por el sistemakantiano, siendo muy completo, sigue unitinerario distinto al habitual. Aramayo noshace visitar la casa de Kant en un ordenpoco frecuente. En ello radica su segundagran aportación.

En resumen, una obra indispensablepara todas las personas que estén intere-sadas en la filosofía. Claro y profundo,introductorio y creativo, este libro está lla-mado a convertirse en una obra de refe-

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rencia para todo aquel que pretenda cono-cer a Kant e, incluso, simpatizar con suobra. El objetivo inicial se alcanza con éxi-to pero, de paso, se nos abre un abanicode problemas de gran envergadura filosó-fica. Salvo las cuestiones epistemológicas,en las que apenas se adentra, el libro de

Aramayo no sólo es una excelente intro-ducción a Kant, sino una auténtica intro-ducción a la filosofía.

Javier EcheverríaInstituto de Filosofía, CSIC

AZAR Y RACIONALIDAD

JUAN ANTONIO RIVERA: El gobierno dela fortuna, Barcelona, Crítica, 2000,416 pp.

La presencia masiva del azar, real o apa-rente, ha sido experimentada de continuoen la historia como una realidad desazo-nante, si es que no francamente intolera-ble. De ahí que Epicuro (uno de sus pos-tulantes) conjeturase que es la impotenciaque genera su inmanejabilidad la que arro-ja al hombre común en brazos de los dio-ses; así como ha sido el deseo de expulsarlodefinitivamente de este mundo el que, enla modernidad, nos ha llevado a abrigaruna confianza extrema en la capacidad dela razón para explicar y prever, aceptandocomo paradigma implícito el determinismouniversal. Dicho sea esto simplementepara recordar que, en la historia aporéticadel azar, aun existiendo muy señaladosapologetas, han sido hegemónicas las ten-tativas de negarlo o huir de él. Si bien noes éste el caso del excelente libro que nosocupa, que ya desde su feliz título, quejuega con el doble sentido, objetivo y sub-jetivo, del genitivo (gobierno de/por la for-tuna y gobierno de/a la fortuna), proponeun modelo de equilibrio entre acaso yracionalidad en el que se nos pinta la ima-gen de un sujeto troquelado por el azarpero capaz de servirse de él. Otra cuestiónes si esta apuesta por el equilibrio, que

en el texto busca consumarse a través delacoplamiento de los lenguajes de la depen-dencia de la senda (path dependence) y laelección racional —entre las cuales el pro-pio autor señala ciertas disonancias—, bas-cula hacia un lado u otro según cuál seael terreno que se pise.

El gobierno de la fortuna, en realidad,está construido a partir de una serie decontribuciones previas que han sido ree-laboradas e incluidas en un marco inéditocon objeto de disolver la colección de artí-culos en un texto único. El resultado seha conseguido sin perder, sin embargo, ladiversa perspectiva original de aquellostextos previamente escritos. J. A. Riveraya había demostrado en esos y otros tra-bajos (publicados en Claves de razón prác-tica, Revista de occidente, Isegoría y envarios volúmenes colectivos) su perspicaciateórica en cuestiones de filosofía social,política y ética, además de su brillantezexpositiva. Lo que tenemos delante es,pues, su primera tentativa de ofrecer unapanorámica sistemática de sus propiasposiciones, con el azar como protagonista.Intentaremos hacer un informe crítico deellas.

Si nos internamos en el entramado argu-mental del libro encontramos que, a pro-pósito de la crítica del determinismo, J.A. Rivera nos presenta una nómina de sis-temas en los que se quiebra ese paradigma

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—complejos, cuánticos, caóticos y comple-jos adaptativos (pp. 143-4)—, para, una vezasí ojeada la cuestión general y cósmicadel azar, confinarla inmediatamente alámbito de los procesos evolutivos, histó-ricos lato sensu. Este último es realmenteel territorio que pisa el libro, el de los sis-temas complejos adaptativos o históricosautoorganizados, para emplear su léxico.Por sistema complejo adaptativo no seentiende aquí más que aquel conjunto derealidades que evolucionan a lo largo deltiempo a partir de unas condiciones ini-ciales dadas, recogiendo información delentorno para, más tarde, emitir una res-puesta, siendo ésta en todo caso modifi-cable ante cualquier contingencia produ-cida, entre otros factores, por ella misma(retroacción) (p. 28). En este esquemacaben procesos de muy variada índole,tales como la colonización biológica de unaisla, el aprendizaje lingüístico de un niño,la biografía moral de una persona, las rela-ciones sentimentales —y de poder— deuna pareja, el proceso de innovación tec-nológica, el intercambio mercantil, y, porsupuesto, la historia política de una colec-tividad. Y es esta variedad ínsita en la acep-ción la que explica los a veces abruptoscambios de tercio que se producen en ellibro, que se mueve con soltura desde ladinámica evolutiva a la filosofía de la his-toria y la teoría de la acción. Para atem-perar tan cruda y amena heterogeneidadtemática, J. A. Rivera propone, citando aOrtega, acotar tres espacios pragmáticos:el supraindividual, el interindividual y elintraindividual, que nos permiten transitarcon una cierta visión de conjunto por losdistintos parajes del libro.

El primer espacio, el supraindividual,sirve de marco para desarrollar una filo-sofía de la historia que se presenta conel aval de compartir modelo con la expli-cación de los procesos evolutivos naturales—y, en general, con cualquier otro procesode cambio en el tiempo—. Se trata de lateoría de la dependencia de la senda, cuya

idea central es sumamente simple: losacontecimientos a que están sometidas lasinstituciones son contingentes porqueestán condicionados por el curso de otrossucesos anteriores que, a su vez, depen-dieron de otros. La multitud de variablesdependientes hace así impredecible cual-quier devenir concreto por más que lanecesidad, en forma de ciertas leyes o ten-dencias generales, y no sólo el azar, con-forme asimismo el proceso en su conjunto.El corolario de esta tesis es que resultaimposible aventurar un sentido hacia unamayor complejidad o perfección en losprocesos históricos y, que, incluso mani-pulándolos conscientemente, carecemosde la seguridad de obtener los resultadosque previamente hemos preferido comoóptimos (pp. 82-84). Según J. A. Rivera,la historia podría concebirse como un pro-ceso racional, modelado por fines, si estu-viera sólo sujeta a mecanismos de retroac-ción negativa, es decir, a mecanismos deeliminación de lo subóptimo, de lo ine-ficiente, de lo que se aleja de nuestrosdesignios; pero es el caso que también, ymuy principalmente, lo está a mecanismosde retroacción positiva (o de autorrefuerzode lo que ya hay, sea esto lo que sea),por lo que ha de entenderse como un pro-ceso esencialmente azaroso. La ubicuaactuación de estos mecanismos de autorre-fuerzo concede buena parte de su relevan-cia a un azar que, incluso existiendo, seríaminimizado en un mundo gobernado porla racionalidad teleológica. Esos mecanis-mos, que potencian la contingencia en ladinámica histórica de las institucionessociales (pero también de las especies vivasen la historia natural y los hábitos en labiografía intraindividual), son subrayadosen distintos lugares del libro (los caps. 1y 3, El efecto mariposa y Contingencia ynarratividad, ofrecen las referencias másextensas): la existencia de economías deescala y la superación de masas críticas,las adaptaciones acumulativas, los efectosdel aprendizaje, las llamadas externalida-

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des de red, la coevolución y la falta deun control centralizado de los agentes.

Pero, en última instancia, si tanto lasinstituciones sociales (políticas, jurídicas,económicas, culturales) como su historiason contingentes es porque son subproduc-tos colectivos, o sea, resultado inintencio-nado de las acciones combinadas demuchos individuos (p. 210) y no de laacción consciente o concertada de uno ovarios de ellos. J. A. Rivera arremete aeste respecto, en línea con la crítica clásicade Popper al historicismo, contra la falaciaconspiracionista de antihumanistas (reli-giosos) y humanistas excesivos (filósofosde la sospecha), que hallan siempre traslos acontecimientos históricos algunavoluntad que ejecuta racionalmente —in-teresadamente— sus designios. Aunque,en definitiva, el objetivo principal de lacrítica resulta ser el marxismo, que, sobreel conspiracionismo, postula un utopismoabocado a manifestarse prácticamente enforma de ingeniería social totalitaria. Esobvio que ni, descriptivamente hablando,todas las instituciones sociales son subpro-ductos ni, cuando así es, lo son por com-pleto, ni, normativamente hablando, tene-mos que abstenernos de intervenir sobreellas. ¿Cómo podríamos hacerlo en unasociedad, como la defendida en el texto,de normas y no de fines, en una sociedaden la que cada individuo tiene su propiaidea de bien pero carece del derecho deimponerla a los demás? El autor se inclinaaquí por la ingeniería fragmentaria legi-timada democráticamente frente a la pla-nificación totalitaria pero, decepcionante-mente, cuando afronta una cuestión básicade intervención institucional como es lade la redistribución, después de brindarnosasépticamente una doble lista de argumen-tos a favor y en contra, considera que laantinomia es irresoluble desde un puntode vista racional. Queda, a su juicio, lapolítica para tomar una decisión desde lacorazonada, la mera convicción o, incluso,otros «motivos menos santos» (p. 202).

Si al intentar manejar el azar socialdesembocamos en la arbitrariedad de lapolítica, cuando se aborda el papel de lasuerte en el espacio intraindividual entraen escena la más objetiva reflexión psico-lógica (ciencia comodín hoy en los estudiossociales) y la ética. El discurso dominantees ahora el de la teoría de la elección racio-nal; y, de hecho, se percibe en El gobiernode la fortuna un énfasis distinto a la horade tratar la cuestión del control racionalde la contingencia social y la biográfica.Parece claro que la capacidad de decidir,planificar y domeñar nuestros hábitos sesupone superior a la que se atribuye a lade dirigir las instituciones. Bien es ciertoque en el capítulo 3, Contingencia y narra-tividad, se propone, contra el «racionalis-mo romántico», un cierto escepticismohacia la noción de un plan de vida racional(p. 88) y, en general, del uso de la razóndeliberativa. Pero es, en definitiva, esanoción la que preside el grueso de los capí-tulos que se centran en la vida intrain-dividual.

El punto de partida está ahora en laidea de una libertad que va ejerciéndosesegún una trama arborescente, en la quecada decisión da paso a otras al tiempoque bloquea definitivamente muchas más.Los hábitos constituyen el poso compor-tamental que se decanta en este procesodecisorio; de hecho, «los hábitos no sonsino las instituciones que se desarrollan enla sociedad intraindividual» (p. 115) ysobre ellos operan, además de las diversasformas de azar (natural, social, eventual),idénticos mecanismos de autorrefuerzo alos que moldean las instituciones colecti-vas. No obstante, el proceso decisorio tam-bién puede ser dirigido por la razón prác-tica, que establece metapreferencias acer-ca de nuestros gustos perfilando una ciertaconcepción del bien. Un plan de vida abar-ca precisamente como fines al conjunto detales metapreferencias (o preferencias éti-cas); pero no sólo las concretas —los gustosque queremos tener— sino muy especial-

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mente las intertemporales, es decir, la formacómo queremos distribuir nuestras tareasy nuestro bienestar a lo largo del tiempo(p. 256). La voluntad estaría al servicio dela razón si satisficiera en cada momentoescrupulosamente tales metapreferencias,pero también podría ocurrir lo contrario,que se dejase llevar eventualmente porotros requerimientos, pasionales por ejem-plo (debilidad de la voluntad). El hechode que un incumplimiento así de las meta-preferencias sea siempre posible y puedaquedar psicológicamente justificado anteel sujeto mediante el recurso a la enmiendafutura es lo que da pie a J. A. Rivera aintroducirnos en el discutible universo dela microcomunidad intraindividual: la per-sona concebida como una sociedad de yoessucesivos cuyos móviles se suponen seme-jantes a los que acompañan a los sujetosen el estado de naturaleza. De modo que,una vez decidido un plan de vida racional,según este modelo, procedería hablar depacto con nosotros mismos —entre nues-tros sucesivos yoes— a modo de consti-tución moral; una constitución destinadaa conseguir que nuestros gustos y pasionesse ajusten en todo momento a la razónmediante el establecimiento de deberes yla instauración de una conciencia moralque, como un decisor rawlsiano sometidoal velo de la ignorancia, reparte el bie-nestar equitativamente y castiga desvia-ciones.

Cabe preguntarse, por supuesto, quéventajas brinda este brillante pero con-traintuitivo diseño de una república deyoes a la comprensión de nuestra perso-nalidad moral. Diríase que esta tendenciaa explicar incluso los fenómenos intrain-dividuales como el resultado de la inte-racción entre individuos, aunque, eso sí,de menor tamaño, corresponde a una exa-cerbación del individualismo metodológi-co, o tal vez a su abandono, puesto queparece imposible encontrar un criteriopara separar yoes intrapersonales que nosea completamente caprichoso. Por lo

demás, incluso definidos con claridad, nun-ca serían distintos, se sabrían idénticos así mismos y carentes de auténticos dere-chos ya que, en todo caso, no forman partede una sociedad de normas (un grupo),sino de fines (la persona).

Por lo demás, J. A. Rivera rechaza laexistencia de un único plan de vida racionalpara cada persona y, por supuesto, de unaescala exógena absoluta de planes de vida;«desde una óptica liberal y pluralista —lee-mos—, no es lícito afirmar que haya meta-preferencias intrínsecamente mejores queotras» (p. 328). Pero sí puede decirse queun plan racional tiene que satisfacer ciertascondiciones mínimas. Ha de representarun desafío personal, ser constitutivo y nosólo aparentemente bueno, respetar lalibertad y el derecho de otros a desarrollarsus propios planes de vida y, sobre todo,ser internamente justo, es decir, ha derepartir el bienestar entre los sucesivosyoes temporales de forma que, una vez des-contado el futuro, se maximice el delmenos favorecido (principio de la diferen-cia) y se garantice al tiempo la cooperaciónentre ellos. Naturalmente la aplicación deun plan de vida semejante puede contarcon dificultades (debilidad de la voluntad,autoperfeccionismo compulsivo, hábitosadquiridos, conversiones metapreferencia-les, ambición fáustica). Imprevisto ante elcual también existen recursos defensivos(pp. 264 ss.), por lo que su eficacia comoinstrumento con el que encauzar el azarparece establecida, a diferencia de lo queel autor nos proponía en el ámbito del con-trol racional de las instituciones sociales.

El gobierno de la fortuna se desliza porúltimo hacía el lado normativo a través delconcepto de virtud, respecto al cual halla-mos una propuesta encuadrable en lanómina de las éticas formales. La virtudintraindividual —entendida como excelen-cia— es definida como el buen orden inter-no o la disposición armónica de los yoessucesivos del individuo. La clave está enque el grado de integración entre las acti-

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vidades de los distintos yoes, el compro-miso y cooperación entre ellos en el repar-to de tareas y bienestar pueden ser muydistintos: el margen abarca desde el hedo-nismo anómico al autoperfeccionismo,tomados ambos como extremos casi inen-contrables en la práctica. El primero tiendea la satisfacción inmediata y sin límite: con-duce a la esclavitud de las pasiones; elsegundo confunde virtud con autodiscipli-na: es la esclavitud de los deberes. Ambasactitudes tienen grandes costes: morales(M) el hedonismo anómico, psíquicos (P)el autoperfeccionismo. La constituciónmoral óptima, la virtud moral, en cambio,ocupa un término medio y «se alcanza allídonde el individuo emprende un plan devida que fuerza colateralmente un ordeninterno de sus yoes en que se minimizala suma de costes M y de costes P» (325).

La virtud moral aparece, pues (en líneacon una idea matriz de Elster: «las cosas

buenas de la vida son subproductos»),como un producto colateral de otras tareaso hábitos; no se alcanza directa ni cons-cientemente. Y esto no sólo vale para lavirtud entendida como excelencia (cap. 11,Virtud intraindividual), sino también parala benevolencia (cap. 8, Sobre virtud, feli-cidad e insomnio), que surge como sub-producto de la felicidad: nadie tiende ala beneficencia más que como fruto de laalegría. Para quien no acepta el auténticoaltruismo, el móvil de la virtud tiene queestar en el egoísmo racional o, por el con-trario, en la alegría involuntaria y atávicaque, al modo nietzscheano, destila la pro-pia vida, o en ambos. Paradójicamente, larazón se hermana aquí con el azar en unade sus múltiples formas.

Carlos Gómez MúñozIES «A. Domínguez Ortiz» Madrid

LA HETEROLOGÍA DE LÉVINAS

PATRICIO PEÑALVER: Argumento deAlteridad (La hipérbole metafísica deE m m a n u e l L é v i n a s ) , M a d r i d ,Caparrós Eds., 2000, 252 pp.

En los últimos diez años, Lévinas se haimpuesto como una de las voces decisivasde la filosofía del siglo XX. También entrenosotros: a las abundantes traducciones hade añadirse su notable presencia en elámbito académico en forma de tesis doc-torales, estudios o artículos en publicacio-nes especializadas. Ahora ese ya vastorepertorio incorpora, como pieza ejem-plar, la recientemente publicada monogra-fía de Patricio Peñalver. Con el rigor ana-lítico y la hondura discursiva presentes entrabajos anteriores (sobre Platón, Heideg-

ger, Derrida o el misticismo español),Argumento de Alteridad emprende una lec-tura cuyo mayor mérito estriba en confir-mar algo que, a fuerza de demasiado dichoy presuntamente sabido, corre el riesgo deolvidarse: Lévinas es un filósofo mayor ycualquier aproximación a su pensamientodebe partir, a manera de axioma, de esaconstatación, respetando cuanto de ten-sión conceptual y esfuerzo especulativocontiene ese corpus. De ahí el decididogesto de subrayar la exigencia metódica yel espíritu sistemático que en él alienta.Peñalver propone un Lévinas selon l’ordredes raisons, en las antípodas del ensayismofácil o la filosofía de domingo. Nada deingenuidad ni de espíritu naïf: incluso allídonde el discurso lucha contra las presu-

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posiciones y constricciones de una tradi-ción milenaria (y el de Lévinas es de esaestirpe), la disciplina del concepto no pier-de su vigencia; muy al contrario, ha de agu-dizarla al adentrarse en territorios dondela idea sólo puede avanzar arrastrando sulastre aporético.

Argumento de Alteridad lo deja clarodesde las clarividentes páginas prologales:si no se quiere correr el riesgo de confundirempeño divulgativo con empresa banali-zadora, hay que arriesgar un no rotundoante aquellas estrategias de lectura que,aun bienintencionadas, acaban neutrali-zando la médula filosófico-conceptual delos escritos levinasianos. Peñalver destacatres: la teísta (apropiación de modos dis-cursivos del lituano para vehicular una ran-cia teología), la humanista (reducción dela heterología a prédica moralizante y edi-ficante) y la posmoderna (fidelidad a laretórica de la prioridad de lo narrativo yel pensiero debole). Frente a ellas, se nospropone una exégesis animada por el amora la dificultad y la pasión categorial.

No sin un punto de desafío, así lo pro-clama el «Discurso del Método de la Alte-ridad», primera y más extensa parte(pp. 33-167) del libro. La filosofía de Lévi-nas es una heterología, es decir, una pro-puesta especulativa nucleada en torno ala noción de alteridad. Su elucidación seconfigura a manera de comentario siste-mático de Totalidad e Infinito (1961), unade las dos obras mayores del corpus levi-nasiano. No deja de ser significativa la elec-ción: en contra del parecer mayoritario dela crítica (proclive al encumbramiento delotro libro magistral: De otro modo que sero más allá de la esencia, publicado treceaños más tarde), Peñalver privilegia elescrito donde, frente a la escritura ator-mentada de De otro modo, la voluntad deconstrucción conceptual sistemática estámás acentuada. Adopta, además, un regis-tro discursivo en el que el afán de com-prensión y explicitación prima sobre la acti-

tud crítica, inhibida a lo largo de esa minu-ciosa explicación con el texto de 1961.

Algo visible en la propia arquitectónicadel trabajo: su estructura refleja la de laobra comentada, consistiendo ambas en unbreve prefacio al que siguen cuatro grandesbloques (aunque Argumento de Alteridadcomience con «Hacia Totalidad e Infinito»,ubicación de la obra en el conjunto delcorpus, y por ello desplace el «Prefacio»de Totalidad e Infinito a la primera partepropiamente dicha del comentario, «Elpensamiento heterológico del ser»).

Ese primer apartado se abre con unavibrante y lúcida interpretación del pre-facio levinasiano, donde la escatología deraigambre profética entra en colisión conlas pretensiones totalizadoras (y guerreras:la ontología es, encubierta o explícitamen-te, un discurso de la guerra) del logos filo-sófico, para continuar con una tematiza-ción de las categorías centrales de la he-terología, tal y como se despliegan en laprimera de las partes («Lo Mismo y loOtro») de Totalidad e Infinito: deseo, sepa-ración, trascendencia, infinito, metafísica,etc. Al privilegiar el alcance ontológico(por más que se trate de una ontologíacrítica con el discurso dominante en la tra-dición: Peñalver destaca la paradoja de unafilosofía que, pertrechada con las técnicasde la descripción fenomenológica, se vuel-ve contra la presuposición esencial de lametódica husserliana, la complicidad entreser y luz) de los análisis, se nos adviertecontra el peligro de identificar a Lévinascon un filósofo de la ética, como si de unapropuesta más en el campo de la filosofíamoral se tratase.

Si el ser es alteridad, y ésta radical tras-cendencia, la acogida de lo Otro presuponela constitución del Mismo. «Fenomenolo-gía de la vida feliz» se ocupa de los momen-tos capitales del proceso de subjetivación,de la constitución del psiquismo como serseparado: el gozo del elemento, la repre-sentación, la morada y el trabajo. Subje-tividad satisfecha como contrapunto a la

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sombría analítica del Dasein (no es elmenor de los méritos de Argumento de Alte-ridad —y de otros trabajos de Peñalver—el de ver en el libro levinasiano una polé-mica, por momentos explícita pero más amenudo encubierta, con el mundo concep-tual, y la atmósfera histórico-política, deSer y tiempo).

El siguiente paso se ocupa del corazónde la obra comentada: la descripción delrostro como epifanía ético-metafísica de laalteridad. Estamos —y el comentarista losubraya— ante el momento clave de Tota-lidad e Infinito, y de la filosofía de Lévinasen su conjunto. Ahí radica el punto de rup-tura —quizá mejor: de desplazamiento—con respecto a la tradición oriunda de Gre-cia y la inauguración de un espacio filo-sófico novedoso, el de la heterología.

«Lo infinito y el tiempo» elucida el difí-cil, al borde de la aporía, apartado titulado«Más allá del rostro». El análisis haceemerger la temática decisiva del tiempo,a la que se vinculan momentos nuclearesdel pensamiento heterológico: la crítica dela (filosofía de la) historia, la muerte y lafecundidad. Original y comentario secierran (abriéndose, elípticamente, a otrosespacios de reflexión) con uno de los pasa-jes más enigmáticos del corpus levinasiano:aquel que nombra, desde un discretomalestar, el problema inmenso del tiempomesiánico y su «triunfo puro». En sus pala-bras finales, Peñalver enfatiza su vocación,como exegeta, de proponer una lectura fiele inmanente del texto comentado: si ésteacaba —en referencia a la mentada tem-poralidad mesiánica— diciendo: «El pro-blema desborda el marco de este libro»,el comentarista, por su parte, constata quetal problemática «desborda el marco deTotalidad e Infinito» (p. 167).

En su segunda parte, Argumento de Alte-ridad recoge, bajo el título genérico de«Digresiones. Entre Lévinas y Derrida»,cuatro artículos ya publicados («El filó-sofo, el profeta, el hipócrita»; «Dos hete-rologías. El pensamiento sin el ser en Lévi-

nas y en Derrida»; «Lévinas y Descartesen contexto»; «Los excesos de Lévinas»)que complementan, desde perspectivasdiferentes, el brillante —con el brillo quedesprenden la paciencia y el rigor del pen-samiento— ejercicio de explicación con-tenido en «Discurso del Método de la Alte-ridad», ahora desde una perspectiva menossometida a la disciplina del comentario yque da mayor cabida a la interrogacióncrítica.

Destacamos las dos primeras contribu-ciones. En «El filósofo, el profeta, el hipó-crita» se aborda la fascinante y espinosacuestión del cruce, en el centro mismo dela propuesta heterológica, de la tradiciónoccidental y la diferencia judía; aspectoeste esencial en una perspectiva herme-néutica inscrita «en el marco de una reno-vación de la cuestión del judaísmo en elpensamiento europeo» (p. 27). Por su par-te, «Dos heterologías» ofrece una atractivaconfrontación entre dos hipótesis sobre elinquietante estatuto de un pensamientoheterológico radical, la de Lévinas y la deDerrida. Al tiempo que destaca las múl-tiples complicidades entre ambos, Peñalversondea la matriz de su irreductible con-flicto, por acogerse uno al motivo (o exi-gencia) de la pureza mientras el otro seadentra en los laberintos de la impurezay la contaminación. Sólo un excelenteconocedor de esos dos universos —pen-samiento del rostro; desconstrucción—podía proporcionarnos un análisis compa-rativo de tal envergadura.

Argumento de Alteridad es el resultadode veinte años —desde ese trabajo inau-gural para la recepción de Lévinas en elcontexto filosófico hispano que es «Éticay violencia. Lectura de Lévinas» (1980)—de asidua, y tenaz, lectura e interpretacióndel corpus levinasiano. Al lector sólo lecabe esperar que esa mirada cómplice ysagaz continúe dando frutos.

Alberto SucasasIES «Sofía Casanova» Ferrol

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UNA VARIEDAD REPRESENTATIVA

ANDONI IBARRA y THOMAS MORMANN

(eds.): Variedades de la representaciónen la ciencia y la filosofía, Barcelona,Ariel, 2000, 204 pp.

Cuando a uno se le presentan libros colec-tivos en estos tiempos en que están tande moda, tiende a hojearlos con un naturalrecelo. Catorce autores en trece capítuloshacen temer que nos hallemos de nuevoante una de tantas obras de variedades.Sin embargo, y a pesar de su título, la queaquí comentamos no merece tal descali-ficación. Se compone, es cierto, de escritosindependientes de autores con enfoquesdispares, pero el lector encontrará en ellosla unidad temática general y las referenciascomunes que justifican su inclusión en unúnico volumen. Unidad y referencias queson más loables porque no son logros dela mera voluntad de los editores, sino con-secuencias de su trabajo de los últimosaños en la Universidad del País Vasco.

La diversidad de procedencias, especia-lidades y edades de los autores consigueque acabemos por tomarnos por el ladopositivo las variedades. Se cuentan entreellos jóvenes doctorandos y veteranos cate-dráticos; economistas, químicos, matemá-ticos, lógicos y filósofos de la ciencia quedesempeñan su labor a ambos lados delAtlántico.

Su punto de convergencia es, en estaocasión, la idea de representación. Ideaque, como se señala en la Presentación dellibro, ha recibido una hasta entonces inu-sual atención durante la última década delmilenio pasado. A nadie se le escapa queesta curiosidad repentina es en gran parteefecto del desarrollo de esas disciplinasque se llaman ciencias cognitivas. Pero,más allá del interés que han podido sus-citar las contemporáneos estudios del len-guaje o del cerebro y las técnicas aplicadas

a la publicidad o la programación infor-mática, la idea de representación es unaconstante en la teoría del conocimiento detodos los tiempos. A recorrer la de los últi-mos siglos se dedica la primera parte dellibro que nos ocupa.

Se nos lleva en ella desde Descartes yHobbes (Andoni Ibarra) hasta Carnap(Juan Bautista Bengoetxea), pasando porLeibniz (Javier Echeverría), Kant (AndoniIbarra e Ibon Uribarri), el neokantismode Helmholtz, Margenau y Cassirer (Tho-mas Mormann), y Frege (Amparo Díez),sin perder de vista a Hacking, Mundy,Rorty, Suppes, Giere, Moulines, van Fraas-sen, etc. Al término de este camino, habráapreciado el lector cómo la idea de repre-sentación salta del ámbito de lo psicológicoal de lo lógico, cómo desborda la teoríadel conocimiento más puramente filosóficay se convierte en una de las preocupacionesde las ciencias en ejercicio.

La representación en estas ciencias esel asunto de la segunda parte. Los modeloseconómicos (Juan Carlos García-Berme-jo), las fórmulas químicas (Enrique Alfon-so Sánchez Pérez y José Sánchez Marín),las estructuras lógicas (Jon Pérez Larau-dogoitia) y la huella de la teoría evolu-cionista sobre la concepción filosófica dela representación (Mario Casanueva) secompletan con el estudio de la posibleinfluencia del debate filosófico sobre elrealismo en la filosofía de la ciencia delos científicos (Ana Rosa Pérez Ransanz).

La obra se cierra con una contribuciónal estudio de la medida como represen-tación (José Antonio Díez Calzada) y unapropuesta de teoría general de la repre-sentación (Adolfo García de la Sienra). Enesta última encontramos una afirmaciónque podría considerarse entresacada decada una de las contribuciones preceden-tes: «Una teoría general de la represen-

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tación es por lo tanto, al menos en buenamedida, una teoría de la analogía» (p. 199).Lo cual, además de obligarnos a volver alos orígenes mismos de la filosofía, nos lle-va a plantearnos cuestiones fundamenta-les, primeras, sobre las ciencias. No quiereesto decir que en la lectura nos encon-tremos una vez más con el intento de jus-tificar una actividad, la científica, cuyoejercicio y resultados eliminan ya tal nece-sidad. Las cuestiones fundamentales a lasque nos referimos son las que conciernena las ideas que se manejan al «hacer cien-cia». Quizá debiera el gremio dedicar másesfuerzos y entusiasmo a esta vieja laborde desbrozado de las ideas nacidas de lasciencias o transformadas por ellas, en lugarde empeñarse en dirigir o reducir una acti-vidad ajena a muchos de sus miembros.

Una recopilación amplia y ambiciosacomo la que nos traemos entre manos, sise quiere filosófica, debe, creemos, con-tribuir a que su posible receptor perfec-cione no sólo la concepción de una idea,sino la idea misma. Quien lea Variedadesde la representación en la ciencia y la filo-sofía alcanzará una mejor comprensión dela idea de representación, pero tambiénpulirá su propia representación de las cien-cias (y, de paso, de la filosofía). Los artí-culos reunidos contribuyen a la ya generalrecuperación de la faceta artística o técnicade las ciencias. Porque afirmar que lasciencias no son mera theoria, que tambiéntienen su parte de ars es, en realidad, regre-sar a un viejo punto de vista que el pas(e)ode la modernidad había abandonado y al

que ahora puede volverse con la agudezavisual reforzada por el viaje. La imagen,el retrato, el discurso, el relato, la metá-fora, etc., que confieren virtud práctica allenguaje están involucradas en toda repre-sentación.

De todas formas, tampoco debe obviar-se que hablar de representación en las cien-cias supone asumir que los frutos de éstasno se agotan en aquélla. Y debe notarseque la perspectiva adoptada por los auto-res y editores de esta publicación es emi-nentemente teórica, gnoseológica. Permiteque la representación se tome como ins-trumento de intervención, pero destaca sufunción como substrato, elemento y fuentede conocimiento.

Es loable que un trabajo de este tipologre la coherencia que el que aquí comen-tamos alcanza. Los volúmenes colectivospueden servir de introducción y estímuloal lector novel y nadie se atreverá a negarsus virtudes sociales. Pero nunca deberíansustituir el trabajo sistemático. Hoy másque nunca necesitamos el calado filosóficoque sólo se consigue cuando la labor indi-vidual se añeja y se criba con la de loscada vez más escasos interlocutores autén-ticos. Con el volumen editado por Ibarray Mormann, se nos presenta un excelentelugar de reunión, perfecto para un alto enel camino que permita contemplar la pers-pectiva de lo andado y encontrar motivosy senderos para seguir avanzando.

Armando Menéndez VisoInstituto de Filosofía, CSIC

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POR QUÉ SEGUIMOS EDITANDO A LOS FILÓSOFOS CLÁSICOS

GOTTFRIED WILHELM LEIBNIZ: Sämtli-che Schriften und Briefe, editado porAkademie der Wissenschaften, Aka-demie Berlin, Verlag, 1999; Serie VI,vol. 4 (Escritos filosóficos: 1677-junio1690, en tres tomos: A, B y C, másuno de Indices, D), XCII, 3450 pp.

Sin duda, para quienes estén convencidosde que la tarea del pensamiento filosóficoactual es hacer tabula rasa del pasado, unaedición de este tipo es sencillamente uncontrafáctico. Será una buena noticia, sinembargo, para quienes conciban la filoso-fía como una tarea reflexiva y crítica com-pleja, dedicada a los problemas que sugiereel presente desde la tradición filosóficarecibida. Como ya he escrito en otro lugar,podemos cuestionarnos acerca de si latarea fundamental del filósofo hoy es vol-ver sobre los análisis del pasado. Pero ¿aca-so podemos prescindir de las reflexionesya realizadas por los maestros del pensa-miento? ¿Es lícito entrar con un martilloen el museo de los grandes sistemas reflexi-vos y demoler por completo esa «galeríade héroes de la razón pensante» a que alu-día Hegel? ¿No continuamos siendo, anuestro pesar, «enanos subidos a hombrosde gigantes» —como decía Newtonsiguiendo a Diego de Stúñiga—? En rea-lidad, siempre estamos revisando nuestrasinvestigaciones sobre el pasado, que sólonos resulta inteligible a la luz del presente.Y pocos pensadores pueden colaborarcomo Leibniz a iluminar nuestro proble-mático presente desde sus concepcionesuniversalistas que superan las fronterasconfesionales, nacionales e incluso lingüís-ticas, tal y como nos transmiten en su con-junto los textos que comentamos.

Entre los estudiosos de Leibniz, estenuevo volumen de la edición crítica de laAcademia, a cargo del Prof. Heinrich Sche-

pers y su equipo de colaboradores enMünster 1, ha sido acogida con júbilo: setrata de un gran paso en la publicaciónde ese todavía ingente océano de manus-critos leibnizianos 2. Y no se trata de unametáfora: de los 612 textos que recogenlos tres primeros tomos del volumen: A,B y C (el último, D, está dedicado a losÍndices, así como a las concordancias conotras ediciones y con la Vorausedition 3),únicamente cuatro habían sido publicadosen vida de Leibniz 4; del resto, sólo 80habían sido preparados por su autor paraser publicados, mientras que los demás sonborradores en los que Leibniz intentabaaclararse a sí mismo por escrito sus pen-samientos y, sin duda, rescatarlos del olvi-do, pues de lo contrario los habría des-truido. Ésta es precisamente la discusiónque desde hace años mantienen editoresy estudiosos de Leibniz: ¿deben ser edi-tados críticamente por la Academia abso-lutamente todos los manuscritos que dejóLeibniz o sólo los que preparaba para dara conocer al público? Optar por lo segundoahorraría a los editores mucho tiempo ysinsabores, como bien sabe el equipo deMünster, que sólo contaba con 38 textosdatados en el conjunto del volumen 4 quenos ofrecen. Defender lo primero es abo-gar por la tesis de que los diarios inte-lectuales se escriben para ser dados a cono-cer alguna vez, si no ¿por qué ponemostanto cuidado en destruir inmediatamentecualquier documento escrito que no que-remos que trascienda?, pero este argumen-to tendría también sus contraargumentos.En cualquier caso, si la Academia no cam-bia sus normas, nuestros bisnietos o tata-ranietos podrán ver una edición completade todo lo que escribió Leibniz en los múl-tiples campos en los que trabajó, y porJúpiter que no sé lo que daría por verlopor un agujerito, porque a fe mía que esas

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cavilaciones leibnizianas —como bienmuestran estos textos— en muchas oca-siones nos proporcionan el hilo de Ariadnapara no perdernos en sus muchos labe-rintos, sin hablar de la posibilidad que senos ofrece de ver los pensamientos leib-nizianos en progresión hasta su expresióndefinitiva.

Acostumbrados como estamos a losórdenes cronológicos en este tipo de edi-ciones, el lector se encontrará en un primermomento perdido entre las páginas deestos cuatro tomos, sin embargo, y ésteme parece uno de los mayores aciertos delos editores, pronto se orientará en las seispartes en que la publicación ha sido divi-dida de manera conceptual: A: Scientiageneralis. Characteristica. Calculus univer-salis; B: Metaphysica; C: Philosophia natu-ralis; D: Theologia; E: Moralia; F: Scientiajuris naturalis. Ahora bien, dentro de cadasección renace la calma cronológica, ade-más de obsequiarnos también cada una deellas con una segunda parte en la que apa-recen fragmentos, notas marginales y tra-ducciones, para ayudarnos —como recuer-da Schepers en su magnífica introduc-ción— a establecer las relaciones entre elpensamiento leibniziano y el de sus con-temporáneos. Y conste que las pequeñaserratas que inevitablemente se cuelan enun trabajo de esta magnitud no ensom-brecen un ápice la valiosa aportación quecada uno de estos apartados dedicados ala filosofía de Leibniz nos ofrecen.

Los textos recogidos en este volumen4 de la edición de los Escritos filosóficosde Leibniz fueron redactados en el períodoque abarca desde su incorporación al ser-vicio de la corte de Hannover (comienzode 1677) hasta su regreso del viaje de tresaños de duración por Italia (junio de 1690);nos encontramos, pues, no tanto con loque desde el famoso libro de Kabitz seha dado en llamar «filosofía del joven Leib-niz», sino con los primeros trabajos de sumadurez, incluido el conocido Discurso deMetafísica. Una gran mayoría de textos se

publican aquí por primera vez, otroshabían sido publicados previamente porCouturat, Gerhardt o Grua, y, sin quererquitar valor a estas primeras ediciones conlas que tantos leibnizianos hemos echadolos dientes trabajando, todos sabemos delas deficiencias que lleva aparejado el serpionero; por eso son tan importantes lasconcordancias con estas ediciones que aña-de el tomo cuarto a los índices de personasy conceptos. Esta edición nos ayuda así,entre otras cosas, a terminar de ponerentre paréntesis la tesis logicista de Cou-turat, a la que Russell se adscribió en sudía y que hacía pie en transcripciones erró-neas o incompletas de los manuscritos leib-nizianos o en dataciones falsas de los mis-mos. Por referirme sólo a un par de losejemplos más patentes en este sentido, yaGerhardt había publicado el Diálogo sobrela conexión entre las cosas y las palabrascon la conocida anotación marginal leib-niziana que popularizó Couturat comolema de su libro La lógica de Leibniz: «CumDeus calculat et cogitationem exercet fitmundus»; pues bien, como corrobora lapresente edición, el manuscrito leibnizianono ostentaba un condicionado causal«cum», sino el temporal «dum», lo quemientras tanto dio lugar a interpretacionescomo la de Hintikka, que no entendía los«mundos posibles» como algo dado en laregión de las ideas o mente divina, sinocomo algo dependiente de una creacióncontinua y que se encuentra a la base delinstante que subyace al despliegue de cadaposibilidad 5. Por otra parte, Couturathabía publicado ya en 1903 el escrito Pri-mae veritates datándolo con anterioridada 1686 y basando en él su tesis —que Rus-sell compartiría— de que las doctrinas fun-damentales de la metafísica leibnizianapartían de su definición de verdad 6; gra-cias a la técnica de las marcas de agua,el texto en cuestión ha sido datado en 1689y colocado entre los textos metafísicos deLeibniz, tras una serie de textos redactadosen la década de los ochenta, entre ellos

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el Discurso de metafísica, que demuestranque Couturat y Russell malinterpretabana Leibniz, al dejar patente que la teoríade la verdad no precede a las demás pri-meras verdades ni lógicamente ni histó-ricamente. Con estos textos queda tambiénprobado que el Discurso de metafísica úni-camente simboliza un «giro» en el pensa-miento leibniziano, puesto que las tesisesenciales de su metafísica comienzan aaparecer ya en textos de 1678, y que éstasa su vez no deben analizarse aisladamente,sin tomar en consideración otros textos quefueron redactados al mismo tiempo queel Discurso, como las Generales inquisitio-nes de analysi notionum et veritatum, oaquellos en los que, a partir de la críticaal concepto cartesiano de movimiento,empieza a desarrollarse su concepto defuerza, que encontraría su expresión defi-nitiva en la Dynamica después del viajea Italia.

Esta edición de textos, junto con lamagistral Introducción que de los mismoshace H. Schepers, se convierten así en lamejor carta de presentación de esa inter-pretación «reticular» de Leibniz —iniciadapor Michel Serres— según la cual en lasinvestigaciones multidisciplinares del pen-sador de Leipzig todo está conectado contodo. Como muestra valga un botón: laimportancia concedida a la Scientia gene-ralis. Más de mil páginas en las que nosólo se presenta una forma de cálculo lógi-co absolutamente novedosa, sino tambiénel instrumento para intentar resolver lascontroversias teológicas y los problemasmetafísicos a ellas subyacentes, lo que lepermite afirmar a Schepers que la Scientiageneralis debe ser entendida como conti-nuación de las Demonstrationes catholicae,cuya finalidad no era otra que conseguirla reconciliación de las confesionesmediante la fundamentación en la razóntanto de los credos como de las ciencias,convicción que se convirtió a su vez enel motor de su actividad política mediante

la creación de Sociedades y Academiascientíficas en las que una «república desabios» intentaban actuar siguiendo elmandato universal de la razón para con-seguir un mundo mejor 7.

Frente a este interés por la ciencia gene-ral o por la ciencia jurídica podría obte-nerse la impresión de que Leibniz dedicópocos esfuerzos en este período y, en gene-ral, a la filosofía moral, dado lo exigüoy la fragmentariedad de los textos de lasección V (Moralia). Sin embargo, comoSchepers muy bien puntualiza (p.LXXXII), lo que ocurre es que muchosde los textos que podrían haberse recogidoen ese apartado relativo a cuestiones mora-les habían encontrado a su vez acomodoen la edición de la Academia en el volumen3 de la Serie IV dedicada a Escritos polí-ticos, lo que defiende el argumento de quela ética y la política constituyen para Leib-niz dos caras de la misma moneda. Ade-más, podríamos añadir, también muchosde los textos considerados fundamental-mente teológicos o jurídicos —por no alu-dir a campos del saber «más alejados»—esconden a veces cuestiones de ética. Poreso, lo mejor que puede hacer el estudiosode Leibniz es no buscar esas especializa-ciones a las que desgraciadamente nos hanacostumbrado nuestras Universidades enlos últimos tiempos, sino zambullirse enel océano de su obra dejándose enredarpor esa red de investigaciones en la queuna deseada complejidad sustituye a lostemidos holismos de todo tipo.

Confiemos en que la edición de la Aca-demia reciba en el futuro el apoyo finan-ciero necesario para que los equipos edi-tores de Hannover, Münster y Potsdampuedan continuar con su valiosa labor.Labora diligenter!

Concha RoldánInstituto de Filosofía, CSIC

Presidenta de la SociedadEspañola Leibiniz

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NOTAS

1 Valgan estas líneas como gratitud y amistad aHenrich Schepers (editor jefe del volumen que comen-tamos) y a sus colaboradores: Gerhard Biller, UrsulaFranke, Herma Kliege-Biller y Martin Schneider, conquienes tantas horas compartí en la Forschungsstellede Münster en 1992 y a quienes tanto deben mis tra-bajos y mi persona.

2 Según datos del Leibniz-Archiv de Hannover,Leibniz nos legó más de 200.000 páginas manuscritas,entre ellas 10.000 cartas, aparte de un centenar delibros con notas marginales. La edición de la Academiahabrá conseguido poner a nuestra disposición, desde1920 aproximadamente, un 20 por 100 del legado leib-niziano, distribuido en siete series fundamentales:I. Correspondencia política e histórica; II. Correspon-dencia filosófica; III. Correspondencia matemática,científio-natural y técnica; IV. Escritos políticos;VI. Escritos filosóficos, y VII. Escritos matemáticos.Según el catálogo de Bodemann de los manuscritosleibnizianos, debería incluirse otra serie dedicada a lostextos (LH V) correspondientes a filología y/o cienciasdel lenguaje, y parece que se trabaja también en unaserie (VIII) dedicada exclusivamente a cuestiones defísica.

3 La gran mayoría de los textos que se presentancirculó entre un estrecho círculo de especialistas desde

1981 como una preedición, Vorausedition (VE), quealcanzó el número de diez volúmenes y sirvió comoherramienta de trabajo mientras se terminaba de pre-parar la edición definitiva, con su aparato crítico.

4 Dos en una de las revistas de máxima difusióncientífica en la época, junto con el parisino Journaldes savants, esto es, en el Acta eruditorum, que habíasido fundado por Leibniz, y otros dos como partesde un libro.

5 Cfr. A VI, 4, 22. El texto estaba en Gerhardt,Die Philosophischen Schriften, VII, 191.

6 La tesis de Couturat aparece resumida, junto conel texto en cuestión, en «Sur la métaphysique de Leib-niz», Revue de métaphysique et de morale, 10 (1902),pp. 1-25. Cfr. A VI, 4, 1644-1649.

7 Cfr. «Introducción» de H. Schepers en A VI, 4A, p. LIII. Cfr. también H. Poser, «Die LeibnizschenAkademiepläne als Element der Einheit Europas»,en Leibniz und die Idee Europas (ed. de C. Roldán),Studia Leibnitiana-Supplementa, Stuttgart (en pren-sa). Cfr., asimismo, C. Roldán, «Die Gelehrtenrepu-blik als Grundlage einer europäischen Gemeinschaft»,en Nihil sine ratione (ed. de H. Poser), Actas del VIICongreso Internacional Leibniz, Berlin, 2001, 4. Teil(en prensa).