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Una biblioteca, una obra, un autor y su misterio Discurso de ingreso en ASEMEYA Alfonso Encinas Sotillos Doctor en Medicina Médico especialista de Aparato Digestivo Médico especialista en Medicina Familiar y Comunitaria

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Una biblioteca, una obra, un autor y su misterio

Discurso de ingreso en ASEMEYA

Alfonso Encinas Sotillos

Doctor en Medicina

Médico especialista de Aparato Digestivo

Médico especialista en Medicina Familiar y Comunitaria

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CONTENIDO

1. AGRADECIMIENTOS Y SELECCIÓN DEL TÍTULO .................................................................................... 1

2. UNA BIBLIOTECA ................................................................................................................................................ 3

3. UNA OBRA ............................................................................................................................................................. 9

3.1. PUBLICACIÓN DEL EXAMEN DE INGENIOS PARA LAS CIENCIAS .............................................................................. 9

3.2. FUENTES PARA REALIZAR LA OBRA .................................................................................................................. 12

3.3 LA ÉPOCA DEL DR. HUARTE .............................................................................................................................. 13

3.4. ¿QUÉ ES LO QUE PRETENDE ALCANZAR EL DR. HUARTE CON EL EXAMEN DE INGENIOS? ................................. 16

3.5. ¿CUÁL ES EL NÚCLEO O CORAZÓN DE LA OBRA HUARTIANA? ........................................................................... 18

3.6. CLASIFICACIÓN DE LAS CIENCIAS SEGÚN HUARTE ............................................................................................ 22

3.7. RECOMENDACIONES PEDAGÓGICAS.................................................................................................................. 23

3.8. OFICIOS HUMANOS ........................................................................................................................................... 24

3.9. EUGENESIA ....................................................................................................................................................... 27

3.10, IMPORTANCIA PARA LA GRAFOLOGÍA ............................................................................................................. 28

3.11. OPINIONES SOBRE LA MUJER ........................................................................................................................... 28

3.12. REPERCUSIONES POSTERIORES DE LA OBRA DE HUARTE ................................................................................. 29

3.13. ALGUNOS COMENTARIOS DE INTERÉS SOBRE LA OBRA ................................................................................... 30

4. UN AUTOR Y SU MISTERIO ............................................................................................................................ 32

4.1. SU VIDA ............................................................................................................................................................ 32

4.1.1. Estudios en la Universidad de Baeza ....................................................................................................... 33

4.1.2. Estudios de Medicina en la Universidad de Alcalá de Henares ............................................................... 33

4.1.3. Vida profesional como médico, familia y muerte ..................................................................................... 37

4.2. SU MISTERIO .................................................................................................................................................... 40

BIBLIOGRAFÍA ....................................................................................................................................................... 45

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1. AGRADECIMIENTOS Y SELECCIÓN DEL TÍTULO

Señor presidente de ASEMEYA, miembros de la Junta Directiva, amigos todos:

Comienzo por expresar mi más sincera gratitud a ASEMEYA por aceptar mi solicitud

de ingreso en esta ilustre institución y lo primero que se me ocurre decir es: ¡Cuánto honor para

tan escasos méritos!

En segundo término, quiero transmitir mi agradecimiento a todos los presentes a este

discurso. Solo por tenerlos aquí y disfrutar de su compañía ha merecido la pena este pequeño

esfuerzo de un “aficionado a las humanidades”.

A todos los presentes y ausentes de mi familia. En mi corazón siempre os llevo…

Usando como punto de apoyo al profesor Laín, quien decía que “Todo libro debe

justificar su existencia por su contenido; algunos deben justificar, por añadidura, la elección del

tema sobre que versan” (Laín Entralgo 1982, 11); por similitud, pasaré a exponerles, a

continuación, el por qué del título de este discurso.

Esta aventura, feliz aventura, se inició un sábado hace ya unos meses. Un día de un fin

de semana más, salvo que al abrir mi correo electrónico veo un mensaje de la Dra. Carmen

Fernández-Jacob en cuyo campo de asunto aparece Admisión en Asemeya y en su cuerpo me

comunica que “después de la reunión de la Junta hemos decidido admitirte como socio”.

Además, Carmen me indica “[…] como sabrás tendrás que leer un discurso de ingreso al que te

debe de contestar otro miembro de ASEMEYA”.

Mi primera reacción fue la de sentir una inmensa alegría, como no podía ser de otra

manera, pero al releer con más detenimiento el mensaje y verificar el vocablo discurso me asaltó

un “flushing” asociado a un pálpito de desasosiego. En esos momentos deseé haber sido

cardiólogo y no gastroenterólogo; aunque al poco tiempo y, al notar cierto grado de reflujo,

comprobé que mi especialidad también me podría ayudar.

Leí esa misiva en el sitio más querido de mi casa, un salón en el que está al fondo parte

de mi biblioteca. Con porte serio me dije: “Alfonso, piensa sobre qué tratará tu discurso”.

Empecé a elucubrar si sobre algún tema histórico querido por mí, como puede ser el siglo XVIII

español, o sobre la figura del médico del futuro, etc., etc. Así seguí, dando vueltas a la cabeza

hasta que asomó la cefalea. En un momento, en el que creí que todo lo tenía perdido, levanté

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los ojos y allí estaba ella, mi biblioteca. Eureka, ella me desveló el tema a exponer: sería el

hablarles sobre ella y espigar de la misma uno de los libros más valiosos para mí.

Esta es la breve historia que me ha conducido hasta ustedes y que creó el título de estas

líneas: Una biblioteca, una obra, un autor y su misterio.

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2. UNA BIBLIOTECA

He formado un ejército de veintiséis soldados de plomo capaces de conquistar el mundo

(Gutenberg)

La primera referencia histórica sobre una biblioteca nos remite a la ciudad de Ebla,

perteneciente hoy a Siria y situada a 55 Km de Alepo. Los descubrimientos arqueológicos cifran

que sería sobre el año 2350 a.C. cuando en su palacio se depositaron en anaqueles y ordenaron

por temas unas 3500 tablillas de Arcilla (Sanmartín Ascaso 2016).

La citada en el párrafo previo sería el ejemplo de una biblioteca institucional – bellos

exponentes de ellas serían la muy añorada de Alejandría, la del Escorial, la del Congreso de

Estados Unidos sita en Washington D.C. y clasificada como la más grande del mundo con unos

1050 km. de estanterías (Nieto 2011, 46-47), etc.- , siendo la breve descripción de la mía un

ejemplo de biblioteca personal o individual. Cada vez más el estudio de ellas tiene un interés

no exclusivo para la investigación de un determinado personaje, también para la valoración

histórica y cultural de una época (Martín Verdejo 2004).

En tres acepciones del Diccionario de la lengua española podría estar representada mi

biblioteca. Son estas en orden sucesivo del mismo: 2. f. Lugar donde se tiene considerable

número de libros ordenados para la lectura.3. f. Mueble, estantería, etc., donde se colocan

libros.4. f. Conjunto de libros de una biblioteca (Real Academia Española 2014, 304).

Pues bien, no solo esto es mi biblioteca. Es ella sobre todo un conjunto de deleites y

placeres; ilusiones cumplidas y recuerdos; descubrimientos; y, como no podría ser de otra

manera, una fuente de conocimiento.

Describo aquí la biblioteca relacionada con la sección de Humanidades y no incluyo los

libros técnicos de Medicina y de mi especialidad médica. Tampoco se incluyen los libros en

formato digital, adquiridos “casi a la fuerza”, con el objeto de ahorrar espacio en la casa, y muy

a mi pesar mío, pues el contacto con el libro de papel, a mi entender, proporciona unos “placeres

sensuales” que se omiten con los ebook.

Con respecto a la vertiente cuantitativa, forman parte de ella cerca de 3900 volúmenes.

Con la relatividad que dan los números, es muy aventurado decir aquí si son muchos o pocos.

No obstante, y salvando las distancias, me siento muy satisfecho con este guarismo, si lo

comparo con los aproximadamente 850 libros que tenía José Quer, médico y botánico

dieciochista muy admirado por mí , fundador en 1755 del Jardín Real de Migas Calientes,

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institución predecesora del Real Jardín Botánico del Paseo del Prado, fundada por el rey

Fernando VI (Insúa Lacave 2010, 2-3).

Sin haberme detenido a pensarlo, conceptualmente coincido plenamente con lo expuesto

por el profesor Javier Sádaba en unas jornadas recientes sobre humanidades realizadas en el

hospital La Paz . Allí definió la cultura como “saber algo de mucho y mucho de algo”; por lo

que las materias existentes en mi biblioteca son prácticamente todas.

Entre ellas merecen especial mención la Historia con todas sus variedades – de España,

Universal, biografías, etc. – y fundamentalmente la Historia de la Medicina. Sobre ella tres

comentarios les expondré. Uno, que me considero deudor de la misma por haber tenido el

privilegio de escuchar en clase a D. Pedro Laín Entralgo y a D. Agustín Albarracín Teulón,

unos “caballeros” en el más amplio sentido de la palabra; sus elegantes exposiciones me

entusiasmaron “metiéndome el gusanillo en el cuerpo”; el segundo, que en su asignatura saqué

una de las notas más bajas de mi expediente académico: un aprobado en el curso 75/76 que

correspondía al quinto curso de Medicina. Eran fechas aquellas en que me encerraba en el

hospital para aprender la clínica al lado de los pacientes, por lo que no fui a muchas de sus

clases, y, se hizo justicia conmigo en esa nota. En mi interior me dije que llegaría el momento

de deleitarme con la asignatura como autodidacta, por lo que recopilé libros sobre ella.;

finalmente, el tercer comentario, - y que asimilé en mi DNA- son las siguientes palabras de mi

admirado profesor:

Más de una vez he dicho que, rectamente enseñada, la Historia de la Medicina puede otorgar

al médico dignidad ética, porque le muestra quiénes, a lo largo de los siglos, le han ayudado a

ser lo que es y a hacer lo que hace, claridad mental, porque le permite entender mejor la génesis

y la estructura de lo que como médico sabe, libertad intelectual, porque le ayuda a librarse del

riesgo de convertir en dogma las ideas del tiempo en que vive, y opción a la originalidad,

porque suscita en él la voluntad de emulación […] y porque le pone a veces ante los ojos ideas

o hechos olvidados después de su publicación y todavía válidos, e incluso valiosos (Laín

Entralgo 1986, 375).

Ante la pregunta tan manida ¿qué libros se llevaría a una isla desierta? mi respuesta sería

doble. Uno, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, de D. Miguel de Cervantes; otro,

el titulado en su edición de bolsillo Vocación y Ética y otros ensayos, del Dr. D. Gregorio

Marañón. Este era el primero que recomendaba a todos los estudiantes y médicos en mis

funciones docentes cuando me inquirían sobre recomendaciones de libros de Medicina; tras su

lectura, les aconsejaba el Harrison, Farreras o Cecil.

Juan Goytisolo en su discurso de ceremonia de entrega del premio Cervantes en 2014

aludía a la llamada “nacionalidad cervantina”, reivindicada por Carlos Fuentes, a la que se

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adhería. Este que les habla también desea tener ese pasaporte cervantino y hago mías sus

palabras a las que enteramente me subscribo:

Me reconozco plenamente en ella. Cervantear es aventurarse en el territorio incierto de lo

desconocido con la cabeza cubierta con un frágil yelmo bacía. Dudar de los dogmas y

supuestas verdades como puños nos ayuda a eludir el dilema que nos acecha entre la

uniformidad impuesta por el fundamentalismo de la tecnociencia en el mundo globalizado de

hoy y la previsible reacción violenta de las identidades religiosas o ideológicas que sienten

amenazados sus credos y esencias (Goytisolo s.f.).

Pero yo solicitaría, por lo mencionado en un párrafo precedente, otra nacionalidad

también. Sería esta la “marañoniana”, presidida por el Dr. D. Gregorio Marañón Posadillo. Su

estilo literario, fácil y ágil, sin ser grandielocuente; sus conocimientos históricos y artísticos -

¿puede haber alguien que haya descrito con más galanura que él a El Greco o a Garcilaso de la

Vega?- ; sus pinceladas psicológicas sobre el ser humano – quien no lo haya hecho, que se lea

sus biografías sobre Antonio Pérez, el Conde-Duque de Olivares o Tiberio, por las que

entenderá muy bien lo que representa la traición, la ambición o el resentimiento,

respectivamente-; sus conferencias o ensayos -caso de Feijoo, etc-. Podemos decir, de un modo

popular, que “todo en él es jugoso”. Pero, con ser lo anterior parte principal para pedir mi

pasaporte “marañoniano”, no es esto lo más importante para mí. He tenido la ocasión de

confirmar en mi vida profesional, mediante diálogo con múltiples pacientes míos, en lo que él

consideraba el instrumento más valioso para una correcta atención médica (“la silla”) que su

vida profesional y privada era coherente con sus escritos, lo cual no siempre ocurre. Por ello,

para mí siempre será un ejemplo a seguir el Dr. Marañón.

Por último, al realizar un “paseo emocional” por mi biblioteca me topo con libros

entrañables. Casi todos, al decir unamuniano, tienen su “intrahistoria”; conservan su fecha y

lugar de compra y no pocas veces este no es la localidad de mi residencia. En aquellos tiempos

sin internet, “prehistóricos me diría un joven de hoy”, no pocas veces me desplacé a otras

ciudades a valorar algún libro. Ejemplos de ello pueden ser algunos de Luis S. Granjel

(Salamanca, Librería Médica Inter), textos sobre Feijoo (Oviedo, Publicaciones de su

Universidad, etc.)

Entre ellos destacaría aquí algún libro regalado por mis padres en momentos señalados,

como las Obras de Pedro Laín Entralgo de Editorial Plenitud, 1965, en las que se insertaba una

foto firmada por el autor. También algunos libros regalados por colegas; tal es el caso del

excelso Hamlet príncipe de Dinamarca, de Shakespeare, en edición encuadernada en piel de

Afrodisio Aguado, 1957, y cuya traducción y edición estaba hecha por el insigne polígrafo

conquense D. Luis Astrana Marín – el mismo que llevó adelante la primera edición española

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de las Obras Completas de Shakespeare en dos volúmenes de Aguilar. Fue su hijo, médico, el

que me trasladó la inmensa felicidad de disponer de este ejemplar, con una dedicatoria en que

se lee: “Para mi amigo Encinas, la mejor obra de Shakespeare, en la mejor versión de mi padre”.

Mención especial para varios libros de mi buen amigo, el Dr. D. Carlos Doñamayor,

insigne O.R.L y autor de múltiples poemarios cargados de sentimiento; el último Cicatrices de

silencio (Manuscritos, 2019) ¡Qué recuerdos acuden a mi mente al recordar tiempos de

estudiantes de medicina a su lado y al de su maravillosa esposa, Dra. Dña. Isabel Alonso Salces!

También dirijo mi mención hacia varios libros del Dr. D. Luis Montiel Llorente, catedrático de

Historia de la Medicina en la Universidad Complutense de Madrid y “gran sabio” del

romanticismo alemán: un placer leer su libro Magnetizadores y sonámbulas en la Alemania

romántica (Frenia, 2008); todo un “caballero” y, sobre todo, gran amigo, que siempre está a mi

lado para socorrerme dando respuesta a mis inquietudes histórico-médicas. También figura con

honor aquí el Dr. Roberto Pelta, gran alergólogo y autor entre otros libros de El veneno en la

historia (Espasa Calpe S.A., 1997). Y, como no podría ser de otra manera, entre mis libros

destaco a los elaborados por mi admirado amigo el Dr. D. Fernando López-Rios Fernández;

enorme persona, grandísimo cirujano, y autor de múltiples libros transmisores de su amor al

mar y a Madrid, en el contexto histórico de la Medicina; como ejemplo Paseos por la Historia

de la Medicina en Madrid (Sanitaria 2000, 2017).

Este madrileño que aquí escribe no puede olvidarse de unos libros que me han

contagiado su entusiasmo por la historia de Madrid. Escritos por mis buenos amigos Dña.

Fátima De la Fuente del Moral y D. Enrique Fernández Envid, una maravillosa pareja, que a

pesar de las labores de su cargo (Presidenta y miembro de la junta directiva, respectivamente,

de la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País) ejercen de “traperos del

tiempo”, como diría D.Gregorio Marañón, para divulgar su cariño por Madrid y su cultura. Un

ejemplo, su libro Explora Madrid (La Librería, Madrid, 2017).

Tengo en mi biblioteca un apartado especial con archivadores. En ellos conservo

artículos que tienen que ver con la cultura médica. Uno destacado es Otra mirada médica a La

Gioconda (Rev Clin Esp. 2012;212(11):549-550 ), escrito por quien fue uno de mis maestros

en mi etapa médica en el hospital “La Paz” de Madrid. Me refiero al Dr. D. Francisco Javier

Barbado Hernández. Detallo aquí ese artículo, entre sus múltiples publicaciones, pues para mí

el Dr. Barbado (organizador de las célebres Jornadas de Medicina Interna y Humanidades de

ese hospital) es el paradigma actual de un sabio renacentista, como el gran Leonardo.

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Y diviso también un pequeño libro, pero con gran contenido emocional para mí. Se trata

de Nutriguía (Panamericana, 2015). Una de sus dos directoras, la Dra. Rosa Mª Ortega Anta,

catedrática del Departamento de Nutrición en la Facultad de Farmacia de la Universidad

Complutense, es un ser humano enorme, a quien se le puede aplicar perfectamente la bonhomía

(uno de mis vocablos preferidos) y en su escritura se puede valorar muy bien su

humanismo.Gracias, por todo, Rosa.

Mi recuerdo y agradecimiento para dos personas que me honran con su amistad y que

ambos con su mera sabiduría y presencia son como dos grandes libros de humanidades. Son

ellos el Dr. D. Eugenio Cerezo López y el Dr. D. Juan José Rodríguez Sendín. Muchas gracias,

amigos, por vuestro cariño y humanidad; y gracias al Dr. Rodríguez Sendín en nombre de todos

los médicos de España por su enorme trabajo en la O.M.C dirigido al bien de los facultativos.

Finalmente, no puedo dejar de mencionar aquí a un gran y enorme amigo, del que no

tengo ningún libro suyo publicado de humanidades, aunque sí múltiples de Gastroenterología.

Ello no es óbice para destacarlo, pues el Dr. D. José Miguel Cano López, maestro de Medicina

y director de mi tesis doctoral, es y ha sido el amigo que cualquier persona desea a su lado. Su

mente platónica siempre ha estado lista, con estilo socrático, para iluminarme con sus

reflexiones; y su sabiduría sobre Carlos V (es caballero de Yuste) no tiene parangón.

Especial cariño, por mi afición, tengo hacia dos tomos que son las publicaciones de las

dos primeras reuniones nacionales de médicos escritores, en las que escribían médicos y

escritores ilustres. Algunos, ley de vida, ya no están entre nosotros, sirvan como ejemplo de

ellos el Dr. D. Miguel de Aguilar Merlo y el profesor D. Luis Sánchez Granjel. Además, tengo

sumo aprecio por los números de la revista de la Asociación Española de Médicos Escritores y

Artistas, en la que su presidente era nada más y nada menos que el Dr. D. José Ignacio de Arana

Amurrio, autor de muchos libros de esta biblioteca, entre ellos las Historias curiosas de la

Medicina (Espasa Calpe, 1994). Desde aquí le digo: muchas gracias José Ignacio por

inculcarme tu cariño a la Historia de la Medicina. Formando parte del consejo de redacción de

esa revista estaba otro gran caballero de la Medicina; me refiero al Dr. D. Antonio Castillo

Ojugas. Sabio reumatólogo, sencillo escritor, lo cual le engrandece; y para mí, con todo respeto,

una persona entrañable. Una delicia cultural fue leer su libro Una visita médica al museo del

Prado (You & Us, S.A. 1998). Remedando el título de mi película favorita, desde aquí le digo

que con más personas como usted “la vida sería más bella”.

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Pues bien: dedico este discurso con toda mi alma a todos los médicos escritores;

especialmente a los que por su ausencia es su recuerdo y la presencia de sus escritos lo que les

mantiene vivos.

Y, entre todos mis libros, ¿por qué he seleccionado el Examen de ingenios para las

ciencias de Juan de Huarte para comentarlo?

Variadas explicaciones puedo aducir, entre ellas: 1) Es un libro encuadrado en varias

disciplinas (Historia de la Medicina, Filosofía, Psicología, etc); es decir, encuadra

perfectamente con mi pensamiento -y el de Javier Sádaba- sobre la cultura; 2) Es de muy fácil

lectura, pues, a pesar de ser del siglo XVI está escrito en castellano y al estilo “marañoniano”,

claro y sin pedantería de autor; 3) Sirvió, por los conocimientos y la valentía de su autor, para

conquistar nuevos planos de la ciencia, y, por último, y no menos importante para mí, por ser

el primer libro comprado por mí, nada más empezar a ejercer, relacionado con la Historia de la

Medicina.

Concluyo esta parte del discurso diciéndoles que, en palabras de Pero Grullo, el elegir

presupone dejar de lado los objetos -en este caso libros – no elegidos. No obstante, en mi fuero

interno, puedo decir que TODOS los libros que forman parte de mi biblioteca adquieren para

este “aprendiz de escribidor”, dicho en palabras de Juan Goytisolo, la misma finalidad

simbólica que para un estadounidense tiene su Gran Sello con el lema e pluribus unum, es decir,

de muchos uno (Sánchez-Bayón, Fuente Lafuente y Campos García de Quevedo 2017, 2).

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3. UNA OBRA

Somos incapaces de contentarnos con ver sin inventar, entre otras razones porque sin inventar

no vemos nada.

(José Antonio Marina)

Nota introductoria:

Para la elaboración de esta parte del discurso, me he basado como referencias bibliográficas en

los tres libros que considero más relevantes en la actualidad para su estudio. Uno, el Examen de Ingenios

que leí inicialmente en edición de Esteban Torre de 1977 (Huarte de San Juan 1977); el segundo Examen

editado por Guillermo Serés (Huarte de San Juan 1989); el último, que constituye un estudio biográfico

y estructural completo sobre Juan Huarte y su obra, de M. de Iriarte realizado en 1939 (De Iriarte 1939).

Les indico, así mismo, que, por razones témporo-espaciales, se escapa de mi pretensión el hacer un

comentario extenso del texto. Quién lo desee puede acudir a la bibliografía antes aludida. Solo deseo

resaltar los aspectos clave de la obra que puedan tener relevancia para la comprensión, e incitación a la

lectura, de un médico humanista por parte de otros médicos humanistas, como los que aquí nos

reunimos. Finalmente, como asi opina De Iriarte, para entender y comprender una obra como esta el

lector debe situarse, admítaseme aquí el lenguaje “huartiano”, con su imaginativa en ese siglo, en esa

época y en este país que es el nuestro. En definitiva, como diría Ortega, en la circunstancia del autor.

3.1. Publicación del Examen de Ingenios para las Ciencias

Ningún título mejor que el aquí expuesto, Una Obra, para este epígrafe. En efecto, solo

escribió un libro nuestro protagonista, aunque fue más que suficiente para adquirir notoriedad

desde su época hasta la nuestra.

Nació del tórculo la obra de nuestro autor, Juan Huarte de San Juan, que a la sazón tenía

cuarenta y nueve años, el 23 de febrero de 1575. Era un pequeño volumen en octavo de 356

folios más ocho hojas preliminares del que se hicieron 1500 volúmenes. A esta edición se la

llamó príncipe o princeps y en su gestación en Baeza - ciudad en la que, como se verá

posteriormente, ejerció como médico -intervino como impresor Juan Bautista de Montoya. Con

él había formalizado, mediante un escribano como fedatario público, un contrato en setiembre

de 1574.

Pero en esas épocas pretéritas, antes de llegar la felicidad de ver un libro impreso, este

tenía que pasar por las manos de la censura para obtener licencia y privilegio de impresión. Se

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sometió a tal el Dr. Huarte en 1574 y en su caso le tocó en suerte a un buen agustino jerezano,

Fray Lorenzo de Villavicencio, el cual declara en el texto “He visto este libro y su doctrina es

católica y sana [,,,]”. También lo examinó de parte del Consejo de Aragón el Dr. Heredia quien

inicia su testimonio así “Paréceme obra católica en la que el autor muestra singular ingenio

inventivo […]”.

Con fecha 25 de abril de 1574 se firma la licencia para Castilla por el rey, en la que se

puede leer, entre otras cosas curiosas que se le concedió un privilegio menor en número de años

que el que solicitaba:

[…] suplicándonos lo mandásemos ver y examinar, y daros licencia para lo poder imprimir, y

previlegio por veinte años o como la nuestra merced fuese […]. Y por la presente os damos

licencia y facultad para que por tiempo de diez años, que corran y se cuenten desde el día de

la fecha de esta nuestra cédula, vos o la persona que vuestro poder hobiere, podáis imprimir y

vender el dicho libro que de suso se hace mención.

En la obra que tratamos reviste especial interés su portada, la cual expongo a

continuación castellanizada con vocablos actuales:

Examen de ingenios para las ciencias. Donde se muestra la diferencia de habilidades que hay en

los hombres y el género de letras que a cada uno corresponde en particular. Es obra donde el

que leyere con atención hallará la manera de su ingenio y sabrá escoger la ciencia en que más

ha de aprovechar: y si por ventura la hubiere ya profesado, entenderá si atinó a la que pedía su

habilidad natural.

Compuesta por el Doctor Juan Huarte de San Juan, natural de San Juan del Pie del Puerto

Va dirigida a la Majestad del Rey Don Felipe nuestro señor cuyo ingenio se declara,

ejemplificando las reglas y preceptos de esta doctrina

Con privilegio Real de Castilla y de Aragón

Con licencia impreso en Baeza, en casa de Juan Bautista de Montoya (Huarte de San Juan, BNE

s.f.)

A diferencia de otros autores de la época, que precisaban de un librero para la venta de

sus libros, Juan Huarte actuó no solo como tal autor, sino también como librero. Más diferencias

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notorias respecto a otros autores fueron el no precisar un mecenas al que otros dedicaban sus

libros; y, un hecho aun más raro, no llevar tasa en su publicación.

Vayamos a los aspectos económicos. Nuestro Dr. abonó 86 ducados al impresor y 135

ducados para el papel consumido; sin tener en cuenta la encuadernación, que fue en pergamino,

se gastó de su pecunio algo más de 221 ducados. Para poner en valor a esta cifra, digamos aquí

que Baeza le pagaba por esas fechas al Dr. Huarte 200 ducados anuales. Es decir, nuestro autor

pagó de su faltriquera más de lo que ganaba en un año por su ejercicio como médico.

Sabemos que cada ejemplar del Examen se vendió a 136,5 maravedíes. Mediante

diversos cálculos y estimaciones realizados por quien esto escribe, la estimación del precio del

libro en la actualidad sería de unos 30-40 euros.

Esta edición tuvo gran éxito y se precisó hacer una reimpresión en Pamplona tres años

después. Al poco tiempo, se editó fuera de nuestras fronteras. La primera, una edición francesa

en Lyon; posteriormente en Venecia.

Pero, como suele acaecer en la vida, la felicidad no fue completa, pues en este punto

aparece la Santa Inquisición, organismo responsable de que en el año de aparición del Examen

(1575) estuviera en sus calabozos del Tribunal de Valladolid Fray Luis de León. En efecto, fue

el instigador, Alonso Pretel, catedrático de Teología positiva y Comisario del Santo Oficio de

la ciudad de Baeza, motivado muy probablemente por razones de envidia y despecho personal,

el que transmitió en 1579 a la Inquisición de Córdoba un documento de proposiciones “notadas”

en el Examen que desde allí llegó hasta las autoridades inquisitoriales de Madrid. Aparece por

vez primera en el Catálogo dos libros que se prohiben nestes Regnos e Senhoríos de Portugal

en 1581, donde a la sazón era rey Felipe II; y en 1583 y 1584 en España, en el Index Librorum

Prohibitorum y en el Index Librorum Expurgatorum, por orden del Inquisidor General, cardenal

Gaspar de Quiroga. El primero constituía una mera relación de libros prohibidos; el segundo,

especifica los pasajes que deben ser enmendados y corregidos.

Quince eran los capítulos de la edición princeps de 1575; tras la acción inquisitorial, se

modificó mediante una serie de supresiones, enmiendas y adiciones, pasando a tener la segunda

edición de 1594, también impresa en Baeza, veintidós capítulos. Se denominó como edición

subpríncipe,subprinceps o príncipe reformada. Respecto a la de 1575 la diferencia más

importante fue la supresión completa del capítulo VII, del que podemos decir en términos

populares que “levantó la liebre” a la Inquisición y cuyo título era “donde se muestra que

aunque el ánima racional ha menester el temperamento de las cuatro calidades primeras, así

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para estar en el cuerpo como para discurrir y raciocinar, que no por eso se infiere que es

corruptible y mortal”. En definitiva, los mal intencionados inquisidores se apoyaron en que el

Dr. Huarte llegaba a la conclusión en este capítulo que el entendimiento (que correspondería a

lo que hoy sería la inteligencia) depende del órgano – el cerebro-; lo que llevó a la objeción por

parte de los órganos inquisitoriales que con la afirmación anterior “se cerraba la puerta a la

inmortalidad del alma”, demostrándose así la heterodoxia del texto.

Pero volvamos los ojos al año 1594, cuando salió de la imprenta la segunda edición de

nuestra obra objeto de comentario y reparemos que su autor falleció en 1588, seis años antes de

su publicación. Para obtener el privilegio que permitiera su impresión, el cual fue finalmente

firmado en Valladolid el 6 de junio de 1592, su hijo Luis tuvo que acreditar previamente ante

escribano público que fue su padre el que reformó la obra en vida. Su colofón lleva fecha de 5

de enero de 1594, y a diferencia de la edición princeps lleva incluída una tasa en página interior

con fecha 18 de julio de 1594 y firmada por un escribano de Cámara del rey en la que se lee

“ […] le tasaron a tres maravedís cada pliego del dicho libro, y a este precio y no a más

mandaron se venda, y que esta tasa se ponga al fin de cada un libro”. El formato de la nueva

edición fue como la primera, en octavo, pero con 416 folios más 8 hojas preliminares; es decir

tenía mayor contenido que la primera edición (60 folios más) por lo que también fue algo mayor

su precio de venta (unos 159 maravedíes, según cálculos personales, frente a los 136,5 de la

princeps).

Esta edición no fue expurgada por la Inquisición posteriormente, pero como refiere el

Dr. López Piñero, a partir del siglo XVII, se incorporó a los Índices de libros prohibidos

romanos hasta su desaparición en 1966. Esto es “hasta anteayer” este libro estaba prohibido por

Roma (López Piñero 2002, 191).

3.2. Fuentes para realizar la obra

Si nos cuestionamos sobre cuáles fueron las fuentes en las que el Dr. Huarte se basó

para realizar su obra, no cabe duda que el manantial primario fue su propia observación personal

acerca de las variedades de ingenios que trataba en su vida. Así lo podemos ver en sus etapas

iniciales de estudiante en que refiere:

Yo a lo menos soy buen testigo en esta verdad. Porque entramos tres compañeros a estudiar

juntos latín, y el uno lo aprendió con gran facilidad, y los demás jamás pudieron componer

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una oración elegante. Pero, pasados todos tres a dialéctica, el uno de los que no pudieron

aprender gramática salió en las artes una águila caudal, y los otros dos no hablaron palabra en

todo el curso. Y venidos todos tres a oír astrología, fue cosa digna de considerar que el que no

pudo aprender latín ni dialéctica, en pocos días supo más que el propio maestro que nos

enseñaba, y a los demás jamás nos pudo entrar. De donde espantado, comencé luego sobrello

a discurrir y filosofar, y hallé por mi cuenta que cada ciencia pedía su ingenio determinado y

particular, y que sacado de allí no valía nada para las demás letras.

Pero no fue menos importante el influjo recibido del mundo clásico, fundamentalmente

de la Biblia que fue referenciada en 160 ocasiones en el Examen; Galeno, citado 157 veces;

Aristóteles, en 127; Hipócrates, en 98 y Platón que aparece en 63 ocasiones. Fueron estos

autores junto a sus reflexiones de la Biblia los que tras sus experiencias determinaron que el

Dr. Huarte escribiera el Examen (De Iriarte 1939, 136-138).

3.3 La época del Dr. Huarte

Pero, aunque sea de un modo indirecto y no declarado, no perdamos de vista así mismo

que nuestro autor vivió en una determinada época, el Renacimiento, con sus repercusiones sobre

la mentalidad de sus hombres, de las que Huarte no estaba excluido. Expresado por Ortega

“Cada época trae consigo una interpretación radical del hombre. Mejor dicho, no la trae

consigo, sino que cada época es eso.” (Ortega y Gasset 2004, 796).

Y, dentro de esa época, el Dr. Huarte vive su vida en una España en la que gobiernan

sucesivamente los dos Austrias Mayores (Carlos I de España y Felipe II). Dos familiares, padre

e hijo, pero con dos mentalidades y modos de gobierno diferentes. El padre, Carlos I, más

viajero, abierto y expansivo; el hijo, más adusto e introvertido. Denominador común en ambos:

su férrea adherencia a la religión católica.

Sorprende el gran poder que tenía España en esas fechas con su escasa población:

cuando finaliza el siglo XV cuenta entre seis y siete millones de habitantes y al concluir la

siguiente centuria sobrepasa ampliamente los nueve millones. Era aquella una sociedad rural,

pues los núcleos urbanos no alcanzan al cuatro por ciento de la población; Sevilla, la ciudad

más populosa, cuenta aproximadamente con noventa mil habitantes cuando finaliza el siglo

XVI y le sigue en importancia Valencia; Barcelona sobrepasa ligeramente los treinta mil

habitantes y en cifras inferiores de población se mantienen las ciudades castellanas.

De un modo didáctico se pueden considerar en este siglo dos etapas. En la primera, o

primer Renacimiento, que dura hasta la conclusión del reinado de Carlos I, España “se abre” a

la cultura europea; de modo que muchos intelectuales españoles estudian en Francia o Italia; en

la segunda etapa, o segundo Renacimiento, en la que gobierna Felipe II hay un radical cambio,

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motivado por diversos factores, siendo el religioso – la defensa de la integridad de la fe católica-

el más importante. Este cambio puede fecharse entre 1557 y 1559 y así pone en marcha Felipe

II medidas represoras, destacando entre ellas en 1559 la publicación del primer índice de libros

prohibidos y expurgados por orden del inquisidor general Fernando de Valdés y en ese año

también se publica la pragmática de Felipe II en la que se puede leer

Mandamos que de aquí adelante ninguno de los nuestros súbditos y naturales, de cualquier

estado, condición y calidad que sean; eclesiásticos o seglares, frailes ni clérigos, ni otros

algunos, no puedan ir ni salir destos reinos a estudiar, ni enseñar, ni aprender, ni a estar ni

residir en universidades, ni estudios ni colegios fuera destos reinos; y que los que hasta ahora

y al presente estuvieren y residieren en tales universidades, estudios o colegios; se salgan y no

estén más en ellos dentro de cuatro meses después de la data y publicación desta carta; y que

las personas que contra lo contenido en nuestra carta fueren y salieren a estudiar y aprender,

enseñar, leer, residir o estar en las dichas universidades, estudios o colegios fuera destos reinos;

a los que estando ya en ellos, y no se salieren y fueren y partieren dentro del dicho tiempo, sin

tornar ni volver, siendo eclesiásticos, frailes o clérigos, de cualquier estado, dignidad y

condición que sean, sean habidos por extraños y ágenos destos reinos, y pierdan y Ies sean

tomadas las temporalidades que en ellos tuvieren; y los legos caygan e incurran en pena de

perdimiento de todos sus bienes, y destierro perpetuo destos reinos. (Granjel 1980, 13).

No es de extrañar, por tanto, que de más de trescientos alumnos que estudiaron medicina

en Montpellier entre 1503 y 1558 pasara ese número a algo más de la decena después de 1559.

Y su correlato cualitativo, la distinta actitud ideológica mostrada entre los médicos imperiales

(Andrés Laguna, Gómez Pereira, Miguel Serveto y Valverde), de horizontes abiertamente

europeistas, frente a los médicos de tiempos de su hijo, ejemplificados por Francisco Valles y

Luis Mercado, los cuales adoptaron un escolasticismo contrarreformista (Granjel 1980, 13-14).

Aun contando con lo expuesto al final del párrafo previo, se puede decir que, en

conjunto, y según lo expone Granjel, “en el siglo XVI la Medicina española vive el más brillante

momento de su historia” (Granjel 1980, 10).

Pues bien, Huarte está incorporado completamente al grupo de los médicos humanistas

españoles, compuesto entre otros por Francisco López de Villalobos; el segoviano Andrés

Laguna; Antonio Gómez Pereira; Francisco Valles; Luis Mercado; Luis Lobera de Avila y el

salmantino Cristóbal Pérez de Herrera, protomédico de las galeras. Se han de sumar a los

citados los nombres de otros dos médicos cuya labor ideológica supera con mucho la

propiamente médica: el aragonés Miguel Serveto y Francisco Sánchez, nacido en Portugal. Los

principales rasgos intelectuales de su personalidad los describe magistralmente el profesor

Granjel:

Varios rasgos hacen inconfundible el perfil intelectual del “humanista”. Son los que siguen.

Primero: Actitud crítica, extremosa en ocasiones, ante el pasado inmediato: el Medioevo.

Segundo: Entrega, gozosa, a la reviviscencia del pasado remoto: la Antigüedad, a cuyo

conocimiento llegan gracias a su dominio de los idiomas clásicos. Tercero : Curiosidad nunca

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saciada ante los misterios de la realidad natural; y Cuarto: Interés, sostenido, por los más

diversos aspectos de la vida pública: sociales, políticos y religiosos. Con razón escribe Azorin,

al trazarnos una semblanza de Juan Luis Vives: “El Renacimiento es como un grande amor a

la vida, a los hombres y a las cosas” (Granjel 1971).

De Iriarte expone algo similar, pero de forma más extensa y que nos puede acercar más

a la comprensión de los autores reformadores renacentistas, cuyo paradigma para De Iriarte es

el humanista valenciano Luis Vives, coetáneo del Dr. Huarte (De Iriarte 1939, 161).

1) Primero y fundamental principio, y punto de partida para el progreso de la ciencia, es el

libertar el pensamiento del yugo de la autoridad humana, y fomentar por el contrario la

actividad personal de las inteligencias.

2) […] Ellos intentan restaurar el sentido objetivo en las ciencias, y el trabajo sobre contenidos

reales. Para ello es menester demarcar bien el objeto específico de cada una de ellas, sus

contornos y sus peculiares métodos.

3) En el terreno filológico se trabaja por la divulgación de las lenguas clásicas, como vía de

penetración directa en el pensamiento de la antigüedad; para lo cual se disponen ediciones

críticas, o se sustituyen con traducciones esmeradas.

Pero previniendo el peligro de que la afición humanista haga de las lenguas clásicas no un

medio sino un fin, se forma un gran frente en favor de la lengua vernácula, propugnando su

empleo tanto en la enseñanza como en la redacción de obras científicas.

4) La teología se desprende, ante todo, de cuestiones metafísicas y andadores dialécticos, y se

reorganiza a base de los estudios positivos de la Escritura y de la Tradición con la ayuda de

las ciencias auxiliares, historia, lingüística, etc.

5) En medicina se adopta la dirección y criterios hipocráticos, en contra del galenismo y más

en particular del arabismo reinante en las escuelas medievales, y se inicia la previa

experimentación indispensable para un buen proceder terapéutico.

6) Finalmente, como manifestación la más viva del espíritu científico moderno qne allí

alborea, se produce el giro de la atención hacia la naturaleza; la realidad tangible obtiene fueros

privilegiados en el aprecio intelectual; el sentido de observación se despierta, y se exalta la

ponderación de la experiencia como fuente y criterio capital de la ciencia. Esta actitud se

manifiesta particularmente en las obras de filosofía natural.

Para algunos autores, como Abellán, el Dr. Huarte plantea el sentido de la obra dentro

del movimiento erasmista, por diversas razones. Entre otras el haber leído a Erasmo; el tener

una sospechosa preferencia por San Pablo en las citas bíblicas; que sus años en Baeza

coincidieron con la expansión del «iluminismo» en su Universidad, protegida entonces por el

beato Juan de Ávila; que elige estudiar en Alcalá de Henares frente a Salamanca; y, por último,

que la ciudad de Baeza, donde ejerció gran parte de su vida fue un centro impresor de literatura

de oración iluminista y erasmista, corrientes confundidas en la represión de fin de siglo.

Además, considerando las modificaciones de la edición subprinceps, cuestiona el posible

materialismo de Huarte, tan mal disimulado que un intérprete de su pensamiento pudo escribir

que “Huarte reconoció el alma como Galileo reconoció la inmovilidad de la Tierra” (Abellán

1979, 209).

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3.4. ¿Qué es lo que pretende alcanzar el Dr. Huarte con el Examen de

Ingenios?

Aunque Esteban Torre, en su excelente introducción al Examen nos lo indica: “El

objetivo principal de ]uan Huarte es el establecimiento de un principio de justicia distributiva,

según el cual cada uno debe ocuparse sólo de aquellas tareas para las que está realmente

capacitado” (Huarte de San Juan 1977, 21), dejemos que sea el propio Dr. Huarte quien lo

exprese claramente en el Proemio o dedicatoria que le hace a Felipe II, en la que le expone sus

sus principales pretensiones. Es este uno de los textos más brillantes y elocuentes de su obra,

por lo que lo reproduzco, a continuación, completo. Aparece en él resaltado en negrita sus

objetivos primordiales

A la Majestad del rey don Filipe, nuestro señor

Para que las obras de los artífices tuviesen la perfección que convenía al uso de la república,

me pareció, Católica Real Majestad, que se había de establecer una ley: que el carpintero no

hiciese obra tocante al oficio del labrador, ni el tejedor del arquitecto, ni el jusrisperito curase,

ni el médico abogase; sino que cada uno ejercitase sola aquel arte para la cual tenía talento

natural, y dejase las demás. Porque, considerando cuán corto y limitado es el ingenio del

hombre para una cosa y no más, tuve siempre entendido que ninguno podía saber dos artes

con perfección sin que en la una faltase. Y, porque no errase en elegir la que a su natural estaba

mejor, había de haber diputados en la república, hombres de gran prudencia y saber, que en la

tierna edad descubriesen a cada uno su ingenio, haciéndole estudiar por fuerza la ciencia que

le convenía, y no dejarlo a su elección. De lo cual resultaría en vuestros estados y señoríos

haber los mayores artífices del mundo y las obras de mayor perfección, no más de por juntar

el arte con naturaleza.

Esto mesmo quisiera yo que hicieran las Academias de vuestros reinos; que, pues no

consienten que el estudiante pase a otra facultad no estando en la lengua latina perito, que

tuvieran también examinadores para saber si el que quiere estudiar dialéctica, filosofía,

medicina, teología o leyes tiene el ingenio que cada una de estas ciencias ha menester. Porque

si no, fuera del daño que este tal hará después en la república usando su arte mal sabida, es

lástima ver a un hombre trabajar y quebrarse la cabeza en cosa que es imposible salir con ella.

Por no hacer hoy día esta diligencia, han destruido la cristiana religión los que no tenían

ingenio para teología, y echan a perder la salud de los hombres los que son inhábiles para

medicina, y la jurispericia no tiene la perfección que pudiera por no saber a qué potencia

racional pertenece el uso y buena interpretación de las leyes.

Todos los filósofos antiguos hallaron por experiencia que donde no hay naturaleza que

disponga al hombre a saber, por demás es trabajar en las reglas del arte. Pero ninguno ha dicho

con distinción ni claridad qué naturaleza es la que hace al hombre hábil para una ciencia

y para otra incapaz, ni cuántas diferencias de ingenio se hallan en la especie humana, ni

qué artes y ciencias responden a cada uno en particular, ni con qué señales se había de

conocer, que era lo que más importaba. Estas cuatro cosas, aunque parecen imposibles,

contienen la materia sobre que se ha de tratar, fuera de otras muchas que se tocan al

propósito de esta doctrina, con intento que los padres curiosos tengan arte y manera para

descubrir el ingenio a sus hijos, y sepan aplicar a cada uno la ciencia en que más ha de

aprovechar. Que es un aviso que Galeno cuenta haberle dado un demonio a su padre, al cual

le aconsejó, estando durmiendo, que hiciese estudiar a su hijo medicina, porque para esta

ciencia tenía ingenio único y singular.

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De lo cual entenderá vuestra Majestad cuánto importa a la república que haya en ella esta

elección y examen de ingenios para las ciencias; pues de estudiar Galeno medicina resultó

tanta salud a los enfermos de su tiempo, y para los venideros dejó tantos remedios escritos. Y

si como Baldo (aquel ilustre varón en derecho) estudió medicina y la usó, pasara adelante con

ella, fuera un médico vulgar (como ya realmente lo era por faltarle la diferencia de ingenio

que esta ciencia ha menester) y las leyes perdieran una de las mayores habilidades de hombre

que para su declaración se podía hallar.

Queriendo, pues, reducir a arte esta nueva manera de filosofar, y probarla en algunos ingenios,

luego me ocurrió el de vuestra Majestad por ser más notorio, de quien todo el mundo se admira

viendo un príncipe de tanto saber y prudencia. Del cual aquí no se puede tratar sin hacer

fealdad en la obra. El penúltimo capítulo es su conveniente lugar, donde vuestra Majestad verá

la manera de su ingenio y el arte y letras con que había de aprovechar a la república si, como

es rey y señor nuestro por naturaleza, fuera un hombre particular. Vale.

En este proemio es digno de considerar las repercusiones beneficiosas que para la

sociedad (en el texto república significaría “cosa pública”) tendría el uso de su doctrina.

Coincidimos con lo expresado por Abellán sobre el aspecto más distintivo de la obra del

Dr. Huarte

El proyecto verdaderamente original del libro de Huarte es su propósito de examinar las

disposiciones y temperamentos de los individuos, al objeto de que cada uno se dedique a la

disciplina para la cual se halla naturalmente más capacitado; estas condiciones son deducidas

de la constitución fisiológica del sujeto. En este aspecto, Huarte es universalmente reconocido,

con Vives, como uno de los precursores de la psicología diferencial y, sobre todo, de su

aplicación práctica fundamental: la orientación profesional (Abellán 1979, 210).

Por otra parte, nos podemos arriesgar ya aquí, aunque el Examen sea un texto fecundo,

a indicar, como lo hace Cárceles Laborde, que “la tesis de Huarte se puede intentar enunciando

su principal consecuencia, es decir que a cada persona corresponde un tipo de ingenio y a cada

ingenio, un tipo de arte o ciencia y que todo ello viene predeterminado por factores físicos,

biológicos y genéticos” (Cárceles Laborde 1994).

Que los médicos humanistas realzaron el uso de su lengua vernácula no cabe duda; es

muy ilustrativo de ello el comentario que hace el Dr. Huarte en el capítulo VIII de su obra

De ser las lenguas un plácito y antojo de los hombres, y no más, se infiere claramente que en

todas se pueden enseñar las ciencias, y en cualquiera se dice y declara lo que la otra quiso

sentir. Y, así, ninguno de los graves autores fue a buscar lengua extranjera para dar a entender

sus conceptos; antes los griegos escribieron en griego, los romanos en latín, los hebreos en

hebraico, y los moros en arábigo; y así hago yo en mi español, por saber mejor esta lengua que

otra ninguna. Los romanos, como señores del mundo, viendo que era necesario haber una

lengua común con que todas las naciones se pudiesen comunicar, y ellos oír y entender a los

que venían a pedir justicia y cosas tocantes a su gobernación, mandaron que hubiese escuela,

en todos los lugares de su imperio, en la cual se enseñase la lengua latina; y así ha durado hasta

el día de hoy.

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3.5. ¿Cuál es el núcleo o corazón de la obra huartiana?

Basándose en Hipócrates, Galeno y Aristóteles, “parte del principio de que la base de

toda su doctrina es la naturaleza” (Sánchez Salor 2000-02) y así se desprende del inicio del

capítulo II de su obra, cuyo título ya es elocuente: “donde se declara que Naturaleza es la que

hace al muchacho hábil para aprender”. Veamos lo que escribe:

Sentencia es muy común y usada de los filósofos antiguos diciendo: «Naturaleza es la que

hace al hombre hábil para aprender, y el arte con sus preceptos y reglas le facilita, y el uso y

experiencia que tiene de las cosas particulares le hace poderoso para obrar». Pero ninguno ha

dicho en particular qué cosa sea esta Naturaleza, ni en que género de causas se ha de poner:

sólo afirmaron que, faltando ella en el que aprende, vana cosa es el arte, la experiencia, los

maestros, los libros y el trabajo.

Es más: el Dr. Huarte se considera a sí mismo, y presume de serlo, un “filósofo natural”

(Huarte de San Juan 1977, 85).

Una premisa básica de su pensamiento la toma del concepto que Aristóteles aportó sobre

la naturaleza:

Y, así, el mesmo Aristóteles buscó otra significación de Naturaleza, la cual es razón y causa

de ser el hombre hábil o inhábil, diciendo que el temperamento de las cuatro calidades primeras

(calor, frialdad, humidad y sequedad) se ha de llamar naturaleza, porque de esta nacen todas

las habilidades del hombre, todas las virtudes y vicios, y esta gran variedad que vemos de

ingenios (Huarte de San Juan 1977, 86-87).

Aclaremos, siguiendo la introducción de Esteban Torre, algunos términos usados por el

Dr. Huarte y que son sumamente relevantes para el análisis de la obra huartiana.

Las cuatro calidades primeras, calidades elementales, o simplemente calidades, son el «calor»,

la «frialdad», la «humedad» y la «sequedad». En virtud de una dinámica combinatoria de

oposiciones binarias, estas calidades se organizan y se mezclan dos a dos: «calor y humedad»,

«calor y sequedad», «frialdad y sequedad», «frialdad y humedad », dando origen a los cuatro

elementos (aire, fuego, tierra, agua), a los cuatro humores (sangre, cólera, melancolía, flema)

y, en definitiva, a todos los seres —animados o inanimados— del mundo visible. Según el tipo

de la mezcla de las calidades y el predominio de alguna de ellas, tienen lugar los distintos

temperamentos, «temperancias» o «temperaturas» de las cosas, esto es, su naturaleza (Huarte

de San Juan 1977, 22).

Esos términos proceden de la doctrina hipocrática humoral y la de los temperamentos

de Galeno, que podemos revisar ampliamente en los textos de Laín (Laín Entralgo 1978, 79-

80) o de García Ballester (García Ballester 1972, 248-9), respectivamente.

Pues bien, Huarte solo considera tres de las cuatro cualidades hipocráticas o galénicas

(calor, sequedad, humedad, frialdad), para su valoración de los ingenios, dejando de lado la

frialdad, “por inútil para todas las obras del ánima racional” (Huarte de San Juan 1977, 121).

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Claramente lo observamos al ver el título del capítulo V “donde se prueba que de solas

tres calidades, calor, humidad y sequedad, salen todas las diferencias de ingenios que hay en el

hombre”.

Huarte considera que el conocimiento racional se realiza en el hombre mediante tres

facultades o potencias del alma racional Estas son el entendimiento, la imaginativa y la

memoria, cuyas principales características se abordan en el capítulo V de su obra (Huarte de

San Juan 1977, 117-132).

Estas potencias son «orgánicas», dependen de un órgano, - El órgano crea la función.

(Huarte de San Juan 1977, 22), rasgo completamente distinto a la creencia escolástica-, tienen

una base material: el cerebro humano; y cada una dependerá de una calidad determinada. Así

el entendimiento dependerá de la sequedad, la memoria de la humedad y la imaginativa del

calor. Según domine una de estas tres cualidades se poseerá una forma de ingenio diferente

cualitativamente hablando (Arquiola 1988). Y dentro de cada ingenio se pueden observar

variaciones que dependerán del grado de intensidad en que estén esas cualidades elementales.

De manera que no hay en el hombre más que tres diferencias de ingenio, porque no hay

más de tres calidades de donde pueden nacer. Pero debajo de estas tres diferencias universales

se contienen otras muchas particulares “por razón de los grados de intensión que puede tener el

calor, la humidad y sequedad” (Huarte de San Juan 1977, 129).

De esa manera nos refiere Arquiola:

[…] las distintas funciones racionales dependerán de las cualidades elementales, de la

complexión o temperamento o forma de estar atemperadas esas cualidades elementales en cada

individuo. El hecho de que en un individuo domine el entendimiento, la memoria o la

imaginación dependerá del predominio en él de la correspondiente cualidad elemental: la

sequedad, la humedad o el calor. Y de acuerdo con el diferente grado de intensidad en que se

encuentren cada una de ellas los individuos podrán tener el entendimiento, la memoria o la

imaginación en primero, segundo o tercer grado, bien entendido que si se supera este tercer

grado en lugar de aumentar en perfección se alterará la facultad racional (Arquiola 1988).

Es decir: para un correcto funcionamiento de las funciones racionales se precisa que sus

cualidades no superen una determinada intensidad o grado. Así nos lo refiere el Dr. Huarte:

[…] a tanta intensión puede llegar la sequedad, el calor y la humidad, que desbarate totalmente

la facultad animal, […] Y así es cierto; porque, aunque el entendimiento se aprovecha de la

sequedad, pero tanta puede ser que le consuma sus obras; […] en la imaginativa; que, aunque

sus obras se hacen con calor, en pasando del tercer grado luego comienza a desbaratar. Y lo

mismo hace la memoria con la mucha humidad (Huarte de San Juan 1977, 129).

Es tanta la importancia de la intensidad de las calidades para el normal funcionamiento

de la razón que Huarte, siguiendo a Galeno, presupone que es lo que nos diferencia de los

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animales, puesto “que la diferencia que hay del hombre al bruto animal es la mesma que se

halla entre el hombre nescio y el sabio, no más de por intensión” (Huarte de San Juan 1977,

96).

Según Huarte, hay diversos tipos de entendimiento, imaginativa y memoria:

Pero, en el entretanto, es de saber que hay tres obras principales del entendimiento: la primera

es inferir, la segunda distinguir y la tercera eligir; de donde se constituyen tres diferencias de

entendimiento. En otras tres se parte la memoria; porque hay memoria que recibe con facilidad

y luego se le olvida; otra se tarda en percebir y lo retiene mucho tiempo; la tercera recibe con

facilidad y tarda mucho en olvidar. La imaginativa contiene muchas más diferencias, porque

tiene las tres, como el entendimiento y memoria, y de cada grado resultan otras tres (Huarte

de San Juan 1977, 129-130).

Huarte relaciona la actividad más noble del hombre en el entendimiento y la menos

valiosa en la memoria, pero las tres potencias se necesitan o asisten: “[…] el entendimiento no

puede obrar sin que la memoria esté presente […] ni la memoria sin que asista con ella la

imaginativa […]” (Huarte de San Juan 1977, 119-120). La función de la memoria, que depende

de la humedad, es “[…] guardar estos fantasmas para cuando el entendimiento los quisiere

contemplar; y si esta se pierde, es imposible poder las demás potencias obrar” (Huarte de San

Juan 1977, 125).

Según Huarte, el entendimiento y la memoria están en clara contraposición:

De esta doctrina se infiere claramente que el entendimiento y la memoria son potencias

opuestas y contrarias; de tal manera, que el hombre que tiene gran memoria ha de ser falto de

entendimiento, y el que tuviere mucho entendimiento no puede tener buena memoria, porque

el celebro es imposible ser juntamente seco y húmido a predominio (Huarte de San Juan 1977,

127).

Resalta el Dr. Huarte el efecto beneficioso – y sus causas- que el dormir tiene sobre la

memoria:

Estar la memoria más fácil a la mañana que a la tarde, no se puede negar; pero no acontesce

por la razón que trae Aristóteles, sino que el sueño de la noche pasada ha humedecido y

fortificado el celebro y la vigilia de todo el día lo ha desecado y endurecido. Y, así, dice

Hipócrates […] “Los que de noche tienen gran sequía, durmiendo se les quita”. Porque el

sueño humedece las carnes y fortifica todas las facultades que gobiernan al hombre, y que haga

este efecto el sueño, el mesmo Aristóteles lo confiesa (Huarte de San Juan 1977, 127).

La dependencia de la humedad por parte de la memoria en la obra de Huarte nos la hace

ver muy bien Sánchez Salor:

La memoria depende de la humedad, porque ésta hace al cerebro blando y las figuras se

imprimen en él por vía de compresión, de la misma forma que es más fácil que se imprimanlas

huellas en un camino húmedo que en un camino seco. Y prueba de que lamemoria es

patrimonio de la humedad es lo siguiente: durante la niñez el hombre aprende más fácilmente

que en las demás épocas de la vida, ya que es la época en que el cerebro está más húmedo

(Sánchez Salor 2000-02).

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La imaginativa nace del calor y no se puede juntar con mucha memoria, porque “el calor

excesivo resuelve la humidad del celebro y le deja duro y seco, por donde no puede recebir

fácilmente las figuras” (Huarte de San Juan 1977, 128-129).

Y para su correcta función es preciso que no esté distraida. Lo cual prueban claramente los

médicos, diciendo que si a un enfermo le cortan la carne o le queman, y con todo esto no le

causa dolor, que es señal de estar la imaginativa distraída en alguna profunda contemplación.

Y así lo vemos también por experiencia en los sanos, que si están distraídos en alguna

imaginación ni ven las cosas que tienen delante, ni oyen aunque los llamen, ni gustan del

manjar sabroso o desabrido, aunque lo comen (Huarte de San Juan 1977, 232-233).

Uno de los párrafos más lúcidos del Examen es el que cita Huarte sobre el hombre con

ingenio perfecto:

[…] hace Naturaleza unos ingenios tan perfectos, que no han menester maestro que los enseñen

ni les digan cómo han de filosofar; porque de una consideración que les apunta el doctor sacan

ellos ciento, y sin decirles nada se les hinche la boca de ciencia y saber. […]. A estos tales está

permitido que escriban libros, y a otros no. Porque el orden y concierto que se ha de tener para

que las ciencias reciban cada día aumento y mayor perfección es juntar la nueva invención de

los que ahora vivimos con lo que los antiguos dejaron escrito en sus libros; porque, haciéndolo

de esta manera, cada uno en su tiempo, vernían a crecer las artes, y los hombres que están por

nacer gozarían de la invención y trabajo de los que primero vivieron. A los demás que carescen

de invención no había de consentir la república que escribiesen libros, ni dejárselos imprimir;

porque no hacen más de dar círculos en los dichos y sentencias de los autores graves, y

tornarlos a repetir, y hurtando uno de aquí y tomando otro de allí, ya no hay quien no componga

una obra.

A los ingenios inventivos llaman en lengua toscana caprichosos, por semejanza que tienen con

la cabra en el andar y pacer. Esta jamás huelga por lo llano; siempre es amiga de andar a sus

solas por los riscos y alturas, y asomarse a grandes profundidades; por donde no sigue vereda

ninguna ni quiere caminar con compaña. Tal propriedad como esta se halla en el ánima

racional cuando tiene un celebro bien organizado y templado: jamás huelga en ninguna

contemplación, todo es andar inquieta buscando cosas nuevas que saber y entender. […]

Porque hay otros hombres que jamás salen de una contemplación ni piensan que hay más en

el mundo que descubrir. Estos tienen la propiedad de la oveja, la cual nunca sale de las pisadas

del manso, ni se atreve a caminar por lugares desiertos y sin carril, sino por veredas muy

holladas y que alguno vaya delante (Huarte de San Juan 1977, 130-132).

¿Pueden modificarse los temperamentos y los ingenios?

Siguiendo a los hipocráticos y Galeno, como el temperamento de un cuerpo depende de

los alimentos, aguas, clima y región en la que habita el ser humano al modificarse estas variables

se puede modificar el temperamento y, por tanto, el ingenio del mismo (García Vega 1996, 120-

121).

Otros motivos que pueden modificarlos son las enfermedades, cambio de costumbres,

etc.

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La aflicción, la tristeza, la contemplación y meditación consumen la humedad del cerebro y lo

secan haciendo al hombre más inteligente y perspicaz. Hay medicinas “calientes y frías” que

al cambiar el temperamento modifican al menos temporalmente el genio; así, por ejemplo, el

hombre delira si se le sube la temperatura del cerebro, y con medicinas “frías”, al perder esa

temperatura, deja de delirar. Si el vino se toma en cierta cantidad, hace al hombre ingenioso y

le enloquece si se toma demasiado. La pasión y el amor suben el calor, mejorando la

imaginativa, y al cobarde le hace valiente y al de poco ingenio lo “torna poeta” (García Vega

1996, 121).

La edad es un factor sumamente influyente no por razón del alma, “porque en todas las

edades es la mesma, sino, porque en cada edad tiene el hombre vario temperamento y contraria

disposición, por razón de la cual hace el ánima unas obras en la puericia y otras en la juventud

y otras en la vejez» (Huarte de San Juan 1977, 87).

La puericia es una edad caliente y húmeda; la adolescencia es templada; la juventud es caliente

y seca, y la vejez, fría y seca. Así los viejos tienen mucho entendimiento, porque tienen mucha

sequedad, y son “faltos de memoria porque tienen poca humidad; por la cual razón se endurece

la substancia del celebro, y así no puede recebir la comprensión de las figuras, como la cera

dura admite con dificultad la figura del sello, y la blanda con facilidad. Al revés acontece en

los muchachos, que por la mucha humidad que tienen en el celebro son faltos de

entendimiento, y muy memoriosos por la gran blandura del celebro, en el cual, por razón de la

humidad, hacen las especies y figuras, que vienen de fuera, gran comprensión,fácil, profunda

y bien figurada” (García Vega 1996, 121).

3.6. Clasificación de las ciencias según Huarte

Es en el capítulo VIII, en el que su título es “donde se da a cada diferencia de ingenio la

ciencia que le responde en particular y se le quita la que es repugnante y contraria”, en el que

clasifica las ciencias según a que tipo de ingenio pertenezcan:

Las artes y ciencias que se alcanzan con la memoria son las siguientes: gramática, latín y

cualquier otra lengua; la teórica de la jusrispericia; teología positiva; cosmografía y aritmética.

Las que pertenecen al entendimiento son: teología escolástica; la teórica de la medicina; la

dialéctica; la filosofía natural y moral; la práctica de la jusrispericia que llaman abogacía.

De la buena imaginativa nacen todas las artes y ciencias que consisten en figura,

correspondencia, armonía y proporción. Estas son: poesía, elocuencia, música, saber predicar,

la práctica de la medicina, matemáticas, astrología, gobernar una república, el arte militar;

pintar, trazar, escrebir, leer, ser un hombre gracioso, apodador, polido, agudo in agilibus, y

todos los ingenios y maquinamientos que fingen los artífices; y también una gracia de la cual

se admira el vulgo, que es dictar a cuatro escribientes juntos materias diversas, y salir todas

muy bien ordenadas (Huarte de San Juan 1977, 164).

Llama la atención en esta clasificación la diferencia que establece el Dr. Huarte respecto

a la Medicina; así es, pues como para él es el entendimiento el ingenio superior, se infiere que

da mucho más valor a la teórica que a la práctica médica. Para Huarte la ciencia más elevada

en su valoración es la filosofía natural, “por ser ciencia de más alta consideración y prudencia

que otra ninguna” (Huarte de San Juan 1977, 75).

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Aconseja Huarte que “antes que el muchacho se ponga a estudiar, descubrirle la manera

de su ingenio y ver cuál de las ciencias viene bien con su habilidad, y hacerle que la aprenda”

(Huarte de San Juan 1977, 73), para lo que propone la existencia de “diputados en la república,

hombres de gran prudencia y saber, que en la tierna edad descubriesen a cada uno su ingenio,

haciéndole estudiar por fuerza la ciencia que le convenía, y no dejarlo a su elección” (Huarte

de San Juan 1977, 61).

Para reconocer los ingenios, el Dr. Huarte, pone en el capítulo VIII diversos ejemplos

de interés. Y, como nos indica García Vega:

Unas veces utiliza el procedimiento de exclusión, basándose en la teoría de los temperamentos;

así, por ejemplo, el buen poeta, por ser la poesía obra de la imaginación, no puede valer para

estudiar las ciencias de la memoria y del entendimiento. Otras veces pone como señales ciertos

comportamientos y costumbres. También es significativa la estructura del cráneo, la naturaleza

y abundancia del cabello, el color de la piel, etc. De todas estas señales se deberían servir estos

diputados encargados de buscar la ciencia adecuada para cada hombre (García Vega 1996,

123).

3.7. Recomendaciones Pedagógicas

Aporta el Dr. Huarte algunos consejos pedagógicos, así como residir en localidad

diferente a donde está su familia:

Pero ha de salir el muchacho de casa de su padre, porque el regalo de la madre, de los

hermanos, parientes y amigos que no son de su profesión es grande estorbo para aprender.

Esto se ve claramente en los estudiantes naturales de las villas y lugares donde hay

Universidades; ninguno de los cuales, si no es por gran maravilla, jamás sale letrado. Y

puédese remediar fácilmente trocando las Universidades: los naturales de la ciudad de

Salamanca estudiar en la villa de Alcalá de Henares, y los de Alcalá en Salamanca (Huarte de

San Juan 1977, 75).

Es muy importante la elección de un buen maestro

que tenga claridad y método en el enseñar, y que su doctrina sea buena y segura, no sofística

ni de vanas consideraciones. Porque todo lo que hace el discípulo, en tanto que aprende, es

creer todo lo que le propone el maestro, por no tener discreción ni entero juicio para discernir

ni apartar lo falso de lo verdadero. […] Como les aconteció a ciertos médicos de quien cuenta

Galeno que, teniéndoles ya convencidos con muchas experiencias y razones que la práctica

que usaban era errada y en perjuicio de la salud de los hombres, se les saltaron las lágrimas de

los ojos, y en presencia del mismo Galeno comenzaron a maldecir su hado y la mala dicha que

tuvieron en topar con ruines maestros al tiempo que aprendieron (Huarte de San Juan 1977,

76).

Como también es relevante llevar un buen método de estudio: “[…] estudiar la ciencia

con orden, comenzando por sus principios, subir por los medios hasta el fin, sin oír materia que

presuponga otra primero” (Huarte de San Juan 1977, 77).

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El último consejo pedagógico que nos refiere Huarte es que

Lo último que hace al hombre muy gran letrado es gastar mucho tiempo en las letras y esperar

que la ciencia se cueza y eche profundas raíces. Porque de la manera que el cuerpo no se

mantiene de lo mucho que en un día comemos y bebemos, sino de lo que el estómago cuece y

altera, así nuestro entendimiento no engorda con lo mucho que en poco tiempo leemos, sino

de lo que poco a poco va entendiendo y rumiando. Cada día se va disponiendo mejor nuestro

ingenio y viene, andando el tiempo, a caer en cosas que atrás no pudo alcanzar ni saber. El

entendimiento tiene su principio, aumento, estado y declinación, como el hombre y los demás

animales y plantas. Él comienza en el adolescencia, tiene su aumento en la juventud, el estado

en la edad de consistencia y comienza a declinar en la vejez. Por tanto, el que quisiere saber

cuándo su entendimiento tiene todas las fuerzas que puede alcanzar, sepa que es desde treinta

y tres años hasta cincuenta, poco más o menos. En el cual tiempo se han de creer los graves

autores si en el discurso de su vida tuvieron contrarias sentencias. Y el que quiere escrebir

libros halo de hacer en esta edad, y no antes ni después, si no se quiere retractar ni mudar la

sentencia (Huarte de San Juan 1977, 77-78).

3.8. Oficios humanos

Huarte describe según su pensamiento varios oficios, como los del predicador; abogado,

juez y gobernante; médico; militar y, por último, el de rey. El último sería el más excelso de

todos alcanzando la perfección.

Les comentaré, brevemente, el de predicador – por haber influido, sin duda, a que

Alonso Pretel “levantara la liebre” inquisitorial- y, por razones obvias, el de médico.

Un buen predicador necesita tener gran entendimiento para andar con la verdad, mucha

memoria para poder recitar frases y sentencias y buena imaginativa para hablar con elocuencia,

ornato, y “traer buenos ejemplos y comparaciones” (Huarte de San Juan 1977, 194).

[…] Por razón del temperamento ya hemos visto la dificultad de juntar en un mismo

cuerpo las tres cualidades y si se ha de elegir alguna es mejor que el predicador tenga dominio

en la inteligencia porque, aunque “éstos predican con mucha desgracia, pero enseñarán la

verdad”, en tanto que aquellos en los que domina la memoria pueden repetir errores sin juicio

crítico y tienen que andar con cuidado si no quieren “amanecer en la Inquisición”. Aquellos en

los que predomina la imaginación, por su elocuencia embaucan y arrastran a los fieles por el

mal camino con facilidad (García Vega 1996, 124).

En resumen, son tan pocos los buenos predicadores “que no he hallado más que uno, de

cien mil ingenios que he considerado” (Huarte de San Juan 1977, 204).

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A los médicos nos dedica todo un capítulo en su obra, el XII, cuyo título es “donde se

prueba que la teórica de la medicina, parte della pertenece a la memoria y parte al

entendimiento, y la práctica, a la imaginativa”.

Para razonar ese aserto, lo comienza con cierto tono de ironía humorística que al médico

lector le saca una sonrisa:

En el tiempo que la medicina de los árabes floreció, hubo en ella un médico grandemente

afamado, así en leer como en escrebir, argumentar, distinguir, responder y concluir: del cual

se tenía entendido (atento a su gran habilidad) que había de resucitar los muertos y sanar

cualquiera enfermedad. Y acontecíale tan al revés, que no tomaba enfermo en las manos que

no lo echase a perder; de lo cual, corrido y afrentado, se vino a meter fraile, quejándose de su

mala fortuna y no entendiendo la razón y causa de donde podía nacer.[…] De lo cual parece

que tiene el vulgo licencia de admirarse, viendo por experiencia (no solamente en estos que

hemos referido, pero aún en otros muchos que traemos entre los ojos) que, en siendo el médico

muy gran letrado, por la mesma razón es inhábil para curar. (Huarte de San Juan 1977, 228).

Aristóteles pensó sobre el por qué de lo anterior y aunque dedujo que “no acertar los médicos

racionales de su tiempo a curar nacía de tener conocimiento del hombre en común, e ignorar

la naturaleza del particular” no pudo “atinar” bien su causa, lo cual es el objeto del estudio de

Huarte, y con sus palabras “saber por qué razón los médicos muy letrados, aunque se ejerciten

toda la vida en curar, jamás salen con la práctica; y otros, idiotas, con tres o cuatro reglas de

medicina que aprendieron en las escuelas, en muy menos tiempo saben mejor curar” (Huarte

de San Juan 1977, 229)

Pasa el Dr. Huarte a una descripción del médico que le resultará muy grata al médico

clínico que la lea

Y, así, es de saber que en dos cosas consiste la perfección del médico, tan necesarias para

conseguir el fin de su arte, cuanto son dos piernas para andar sin cosquear. La primera es en

saber por método los preceptos y reglas de curar al hombre en común, sin descender en

particular; la segunda es haberse ejercitado mucho tiempo en curar y conocer por vista de ojos

gran número de enfermos. Porque los hombres, ni son tan diferentes entre sí, que no convengan

en muchas cosas, ni tan unos que no haya entre ellos particularidades de tal condición, que ni

se pueden decir, ni escrebir, ni enseñar, ni recogerlas de tal manera que se puedan reducir a

arte, sino que conocerlas, a solos aquellos les es dado que muchas veces las vieron y trataron

(Huarte de San Juan 1977, 229)

Y prosigue en otro párrafo en el que destaca, basándose en los hipocráticos y Galeno, lo

que es salud y enfermedad y cita métodos diagnósticos acordes a su época – pulso, orina, etc. -

[…] Lo mesmo pasa en cuatro elementos y cuatro calidades primeras, calor, frialdad, humidad

y sequedad, del armonía de las cuales se compone la salud y vida del hombre. Y de tan poco

número de partes como estas hace Naturaleza tantas proporciones, que si cien mil hombre se

engendran, cada uno sale con su sanidad tan singular, y propria para sí, que si Dios

milagrosamente de improviso les trocase la proporción de estas calidades primeras, todos

quedarían enfermos, si no fuesen la mesma consonancia y proporción. De lo cual se infieren

necesariamente dos conclusiones. La primera es que cada hombre que enfermare se ha de curar

conforme a su particular proporción, de tal manera que si el médico no le vuelve a la

consonancia de los humores y calidades que él antes tenía, no queda sano. La segunda es que,

para hacer esto como conviene, es necesario que el médico haya visto y tratado al enfermo

muchas veces en sanidad, tomándole el pulso y viendo qué urina es la suya, y qué color de

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rostro, y qué templanza; para que, cuando enfermare, pueda juzgar cuánto dista de su sanidad,

y, curándole, sepa hasta dónde lo ha de restituir (Huarte de San Juan 1977, 230).

Tras múltiples razonamientos llega a la conclusión referida en el título del capítulo, y

destaca que para el ejercicio práctico de la Medicina se precisa de un tipo de imaginativa que

denomina “solercia” que tiene un grado menos de calor que el de los que “hacen versos y

coplas” y por eso los médicos “todos pican un poco en el arte de metrificar” (García Vega 1996,

125-126)

A través de la “solercia” describe el Dr. Huarte lo que popularmente se puede entender

como “ojo clínico”:

Para alcanzar este conocimiento tiene la imaginativa ciertas propriedades inefables con las

cuales atina a cosas que ni se pueden decir ni entender, ni hay arte para ellas. Y, así, vemos

entrar un médico a visitar el enfermo; y por la vista, oído, olfato y tacto, alcanza lo que parece

cosa imposible. De tal manera, que si al mesmo médico le preguntásemos cómo pudo atinar a

conocimiento tan delicado no sabría dar la razón, porque es gracia que nace de una fecundidad

de la imaginativa que por otro nombre se llama solercia, la cual con señales comunes, inciertas,

conjeturales y de poca firmeza en cerrar y abrir el ojo alcanzan mil diferencias de cosas en las

cuales consiste la fuerza del curar y pronosticar con certidumbre (Huarte de San Juan 1977,

234).

Huarte expone muy gráficamente que a pesar de haber hombres que tengan grande

imaginativa y se crean médicos, es preciso acudir a la Universidad, pues:

A esto se responde que es cosa muy importante saber primero el arte de medicina, porque en

dos o tres años aprende el hombre todo lo que alcanzaron los antiguos en dos mil. Y si el

hombre lo hubiera de adquirir por experiencia, había menester vivir tres mil años, y

experimentando las medicinas matara primero (antes que supiera sus calidades) infinitos

hombres; todo lo cual se excusará leyendo los libros de los médicos racionales y

experimentados, los cuales avisan por escrito de lo que ellos hallaron en el discurso de su vida,

para que de unas cosas usen los médicos nuevos con seguridad, y de otras se guarden por ser

venenosas (Huarte de San Juan 1977, 235).

No tenemos, para Huarte, los médicos españoles muchas capacidades para ser buenos

médicos prácticos, por no disponer de buena imaginativa ni memoria:

Esta diferencia de imaginativa es mala de hallar en España, porque los moradores desta región

hemos probado atrás que carecen de memoria y de imaginativa, y tienen buen entendimiento.

También en la imaginativa de los que habitan debajo el Septentrión no vale nada para la

medicina, porque es muy tarda y remisa. Solo es buena para hacer relojes, pinturas, alfileres y

otras bujerías impertinentes al servicio del hombre. Solo Egipto es la región que engendra en

sus moradores esta diferencia de imaginativa.[…] Y que sea esto verdad, parece claramente

porque todas las ciencias que pertenecen a la imaginativa, todas se inventaron en Egipto, como

son matemáticas, astrología, aritmética, perspectiva, judiciaria y otras así (Huarte de San Juan

1977, 236-237).

Cita posteriormente el Dr. Huarte un largo texto en el que justifica la buena disposición

de los médicos judíos para el desempeño de la Medicina práctica, basándose entre otras cosas

en su larga estancia en Egipto y porque el «maná», manjar que les sirvió de alimento en los

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largos años del desierto, hacía también “esta diferencia de imaginativa” (García Vega 1996,

126) (Mandressi 2016).

3.9. Eugenesia

La eugenesia es otro de los aspectos de interés a considerar en el estudio de la obra

huartiana. Se detalla en el capítulo XV cuyo título es “donde se trae la manera cómo los padres

han de engendrar los hijos sabios y del ingenio que requieren las letras. Es capítulo notable”.

Orgullosos de sus fundamentos estarían las actuales agencias prematrimoniales pues, al

decir de Huarte en el capítulo XIV de su obra:

[,,,] como dice Platón, en la república bien ordenada había de haber casamenteros que con arte

supiesen conocer las calidades de las personas que se habían de casar, para dar a cada hombre

la mujer que le responde en proporción, y a cada mujer su hombre determinado; con la cual

diligencia nunca se frustraría el fin principal del matrimonio (Huarte de San Juan 1977, 299).

Entre sus consejos citaremos aquí con García Vega:

[…] la mujer poco fría y poco húmeda debe casarse con un hombre caliente y húmedo. La

mujer muy fría y muy húmeda con un hombre muy caliente y muy seco, “porque su simiente

es de tanta furia y hervor que ha menester caer en un lugar de mucha frialdad y humidad para

que prenda y eche raíces”. La mujer medianamente fría y húmeda puede casarse con cualquier

hombre (García Vega 1996, 128).

Huarte aconseja tener hijos varones porque, por naturaleza, son mejor que las mujeres

para las obras del alma racional y además porque suelen nacer más hembras que varones (García

Vega 1996, 128).

La parte II del capítulo XV de su obra se titula “Qué diligencias se han de hacer para

que salgan varones y no hembras” y en ella nos dice Huarte que se deben hacer seis diligencias

con mucho cuidado:

Una de las cuales es comer alimentos calientes y secos; la segunda, procurar que se cuezan

bien en el estómago; la tercera, hacer mucho ejercicio; la cuarta, no llegarse al acto de la

generación hasta que la simiente esté cocida y bien sazonada; la quinta, tener cuenta con su

mujer cuatro o cinco días antes que le venga la regla; la sexta, procurar que la simiente caiga

en el lado derecho del útero. Las cuales guardadas como diremos, es imposible engendrarse

mujer (Huarte de San Juan 1977, 333-334).

Huarte expone una potencial causa que justificaría la distinta descendencia de los sabios

respecto a los legos – la edad del matrimonio- confrontándola con una vulgar opinión:

¿Qué es la causa que los más de los hombres nescios engendran hijos sapientísimos? A lo cual

responden que los hombres nescios se aplican muy de veras en el acto carnal y no se distraen

a otra ninguna contemplación; lo contrario de lo cual hacen los hombres muy sabios, que aun

en el acto carnal se ponen a imaginar cosas ajenas de lo que están haciendo, por donde debilitan

la simiente y hacen los hijos faltos, así en las potencias racionales como en las naturales. Pero

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esta respuesta es de hombres que saben poca filosofía natural. En las demás juntas, es menester

aguardar que la mujer se enjugue y deseque con la perfecta edad, y no casarla muchacha.

Porque en esto está salir los hijos necios y de poco saber: la simiente de los padres muy mozos

es humidísima por haber poco que nacieron; y haciéndose el hombre de materia que tiene

humidad excesiva, por fuerza ha de salir torpe de ingenio (De Iriarte 1939, 330).

3.10, Importancia para la Grafología

Cada vez más el Dr. Huarte está incorporado en los textos actuales de Grafología a su

historia. Así se le considera el primer pregrafólogo de occidente. (Puente Balsells y Viñals

Carrera 2010, 15).

Su fundamento lo tiene en lo señalado por él en el capítulo VIII del Examen:

El escrebir descubre también la imaginativa. Y, así, pocos hombres de grande entendimiento

vemos que hacen buena letra, de lo cual tengo yo notados muchos ejemplos a este propósito.

[…] Y si alguno lo quisiere ver y notar, considere los estudiantes que ganan de comer en las

Universidades a trasladar papeles de buena letra; y hallará que saben poca gramática, poca

dialéctica y poca filosofía, y si estudian medicina o teología no ahondan nada. Y, así, el

muchacho que con la pluma supiere dibujar un caballo muy bien sacado, y un hombre con

buena figura, y hiciere unos buenos lazos y rasgos, no hay que ponerle en ningún género de

letras, sino con un buen pintor que le facilite su naturaleza con el arte (Huarte de San Juan

1977, 170-171).

3.11. Opiniones sobre la mujer

Para Huarte existen tres tipos femeninos por su grado de humedad y frialdad

[…] en un primer grado coloca a aquellas mujeres poco húmedas y menos frías; estas mujeres

tienen temperamento más próximo al del hombre. Esta mujer es “avisada, de mala condición,

con voz abultada, de pocas carnes, verdinegra, vellosa y fea”. De entre las mujeres, ésta sería

la que más podría valer para las artes y las ciencias, pero siempre estaría por debajo del

hombre. En el otro extremo pone Huarte a aquellas mujeres con excesiva frialdad y humedad,

y éstas son, por naturaleza, bobas, poco inteligentes, de escasa imaginación, de carnes blancas,

blandas y abundantes por el mucho “pringue”. Son feas porque del barro muy blando no se

pueden hacer buenas figuras. En un grado intermedio estarían aquellas mujeres normales y,

aunque de poca inteligencia, son soportables por su hermosura (García Vega 1996, 122).

Con respecto a nuestra cultura actual, constituye el estudio sobre la mujer el mayor

punto negativo que observamos en la obra huartiana. En efecto, siempre que se trata el tema de

la mujer este es considerado con rasgos que hoy consideramos netamente “machistas” y

execrables.

Así, por ejemplo, “[…] las hembras, por razón de la frialdad y humidad de su sexo, no

pueden alcanzar ingenio profundo” (Huarte de San Juan 1977, 331); cita a Salomón quien dijo

“Entre mil varones hallé uno que fuese prudente, pero de todas las mujeres ninguna me ocurrió

con sabiduría” (Huarte de San Juan 1977, 331).

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Hoy no sería un eximente de culpa el que trate de disculparlas por criterios biológicos

“[…] De la cual rudeza no tienen ellas la culpa; sino que la frialdad y humidad que las hizo

hembras, esas mesmas calidades hemos probado atrás que contradicen al ingenio y habilidad”

(Huarte de San Juan 1977, 331).

Ciertamente nuestro Huarte no desentona con el ambiente general que se respiraba en

el Renacimiento sobre las mujeres. Así en la bella obra de Baltasar de Castiglione, El Cortesano,

traducido al castellano en 1534 , por Juan Boscán, en el debate sobre la mujer, que acaba siendo

el tema preferido de los contertulios de la casa ducal de Urbino, es uno de ellos - Otavián

Fregoso - el que cita “[… ] siendo las mujeres animales imperfectísimos y de poco o ningún

valor en comparación de los hombres…” (De Castiglione 1984, 218).

Y fue Gaspar Pallavicino el que allí menciona: “Séos bien decir que hombres sabios y

muy dotos han dexado escrito que la natura, por cuanto siempre entiende y es su propósito hacer

las cosas más perfetas, haría, si pudiese, continamente hombres; y así cuando nace una mujer ,

es falta y yerro de natura y contra su intinción” (De Castiglione 1984, 238).

Estos tertulianos expresan la tesis, nefanda tesis para una figura de la ciencia, defendida

por Aristóteles, en cuanto que la hembra era “como un varón defectuoso” (Fernández Álvarez

2002, 85).

3.12. Repercusiones posteriores de la obra de Huarte

Son innumerables las influencias que otros autores, bien españoles, bien extranjeros,

recibieron del Examen (De Iriarte 1939, 275-382), destacaré solo aquí a los más destacados.

El primero, nuestro Miguel de Cervantes. Como nos dice De Iriarte, “antes de salir a sus

aventuras El Ingenioso Hidalgo, había obtenido El Examen de Ingenios diez ediciones en

castellano y otras tantas en otros idiomas” (De Iriarte 1933, 500).

El mismo Cervantes nos cuenta su afición lectora “que y como soy aficionado a leer,

aunque sean los papeles rotos de las calles” (Cervantes 1987, 140).

En el entremés cervantino La elección de los Alcaldes de Daganzo, nos podemos

acordar de Huarte en las palabras de Algarroba

“Digo

que, pues se hace examen de barberos,

de herradores, de sastres, y se hace

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de cirujanos y otras zarandajas,

también se examinasen para alcaldes” (De Iriarte 1933, 501).

También en palabras de De Iriarte es más que probable que Cervantes se inspirara en

Huarte para la elección del caso del Licenciado Vidriera (De Iriarte 1933, 506).

Pero con todo, coincidimos con García Martín quien señala en su excelente artículo:

En suma, Cervantes conocía bien la obra huertiana, aplicando alguna de sus teorías a su

producción novelística. Mas de ahí a considerar la constante lectura del Examen de ingenios

como motor de su creación literaria, media un abismo, el mismo que existe entre la duda

razonable y la hipérbole bienintencionada. Porque, al fin y al cabo, que el literato barroco

leyese al médico renacentista, era lógico en unos escritores que tenemos por ingenios de su

tiempo (García Martín 2009).

De un modo indirecto, a través de Barron, también pudo influir en Michel de Montaigne

(De Iriarte 1939, 335-336).

¿No podemos ver a Huarte actuando sobre Francis Bacon en su clasificación de las

ciencias?, donde expone que “la más adecuada división del saber humano es la que se funda en

la triple facultad del alma que es base del mismo saber. De esta suerte la historia pertenece a la

memoria, la poesía a la imaginativa, la filosofía al entendimiento” (De Iriarte 1939, 358).

Y así ha podido influir el Dr. Huarte hasta…la actualidad. Es el caso del filósofo del

lenguaje Noam Chomsky, que en 1966 en su libro titulado Cartesian Linguistics, menciona a

nuestro autor como posible fuente de Descartes. En otro texto posterior Language and Mind,

Chomsky también se refiere a la contribución de Huarte a la tradición racionalista del lenguaje

y el entendimiento (Gurpegui y Nubiola 1994).

3.13. Algunos comentarios de interés sobre la obra

Es notorio que el Examen de Ingenios fue ensalzado por multitud de autores. Podríamos

decir que “todo el que lo lee se deleita con él” y que la universalidad de su obra es suficiente

para dar fe de ello. No obstante, citaré aquí algunas observaciones que sobre él hacen excelsos

autores, y daré especial relevancia a algunos matices que pueden revestir interés.

Destaco, en primer término, el del Dr. Marañón. Sobre Huarte dio una conferencia que

fue pronunciada en el Ateneo de Pamplona en octubre de 1933 y publicada posteriormente en

el tercer tomo de sus Obras Completas, con el título Notas sobre Huarte, y en el libro Tiempo

viejo y tiempo nuevo, en el capítulo “Juan de Dios Huarte”.

Es don Gregorio un lúcido admirador de la obra huartiana, a la que globalmente ensalza;

aunque, como siempre hacía, hablaba “claro para que bien le entendieran”, y nos expone su

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gran discrepancia sobre la orientación profesional y sobre la gran importancia que para él tiene

en la elección de un destino humano la afición, vocación y voluntad que pueden superar la

aptitud biológica huartiana. Así nos dice

[…] Porque yo — quiero declarar redondamente mi pensamiento—no creo, en absoluto, en la

orientación profesional. Creo, sí, en cambio, en el examen de ingenios[… ]. Lo esencial para

cumplir con rigurosa eficacia nuestra misión social no es la aptitud, sino la afición, palabra

ésta que los españoles debemos ajustar a su sentido estricto de amor a la cosa elegida y de

ahínco y eficacia en ese amor.[…] Un hombre lleno de aptitudes para una faena determinada

no la realizará si no la quiere, si no está aficionado de ella, aunque lleve en su bolsillo el carnet

del Instituto de Orientación con nota de sobresaliente. Por el contrario, la afición intensa,

cordial, que es, en suma, la vocación, vence, con toda certeza, la falta de aptitud. No hay ser

humano que no llegue a hacer lo que quiere con gana, con vocación, por escasas que sean sus

condiciones físicas y espirituales para lograrlo. Afición, vocación, es amor al deber, o deber

impuesto por el propio y espontáneo amor a lo elegido. En cambio, la aptitud origina tan sólo

un derecho, y los hombres con derechos sólo no van a ninguna parte.[…] (Marañón 1967,

269).

Abellán en su capítulo dedicado a los médicos filósofos, además de sustentar el

erasmismo de nuestro autor indica que su obra se fundamenta en apriorismos, así leemos “En

una palabra, Huarte trata de establecer una verdadera tipología, que es lo que en definitiva

vienen a ser su examen y clasificación de los ingenios; tipología que sólo puede darse sobre la

base de una serie de conclusiones que Huarte da por ciertas desde el principio” (Abellán 1979,

210).

Y, finalmente, como no iba a hablar de él el profesor Granjel al tratarse de una figura

eminente de la Historia de la Medicina española. Concluye su libro Juan Huarte y su Examen

de Ingenios diciendo:

[…] con Huarte alcanza una de sus cumbres la nueva interpretación que el hombre europeo

estaba empezando a fraguar sobre su propia realidad: a despecho de las muchas ediciones del

Examen, de su traducción a todos los idiomas hablados en la Europa occidental, su mensaje

no podía ser interpretado y aceptado. pues se anticipaba en siglos a la hora histórica en que

podía ser comprendido (Granjel 1988, 108).

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4. UN AUTOR Y SU MISTERIO

¿Cuál filósofo excedió ni igualó el Examen de Ingenios nuestro?

(Francisco de Quevedo y Villegas)

4.1. Su vida

Comencemos por algo interesante, y relacionado con su vida, ¿cuál es el nombre de

nuestro autor? Hasta que se publicó su obra según todos los documentos consultados – como la

cédula real del ayuntamiento de Baeza, su testamento, etc, era Juan de San Juan, con el título

de doctor desde que lo obtuvo. Y desde que publicó el Examen pasó a llamarse Juan Huarte de

San Juan asimismo precedido de Dr. (De Iriarte 1939, 17), (Huarte de San Juan 1989, 14).

Lo expresado en el anterior párrafo lo justifica De Iriarte elegantemente:

El apellido de familia era a no dudarlo Huarte de San Juan. Pero tenía dos inconvenientes: el

uno la largura, el otro lo exótico del vocablo Huarte para los andaluces. Véase cómo, en los

casos aducidos, apenas una sola vez es escrito correctamente. Añádase la espontánea tendencia

con que hoy mismo nos inclinamos a prescindir de la primera parte de un apellido compuesto:

a Hernández Morejón se le llama simplemente el Dr. Morejón, López de Santa María es Santa

María a secas (De Iriarte 1939, 18).

El denominador común de ambos era San Juan, procedente de su pueblo natal, y

nombrado en la portada de su libro, San Juan del Pie del Puerto, que era una villa de la Baja

Navarra y capital de una de las seis merindades de la misma. Esta merindad pasó a Fernando el

Católico en 1512 y fue incorporada a la corona en 1515. Como a Carlos V no le interesó su

defensa en 1530, vivió desguarnecida y con una autonomía forzosa hasta 1660, que mediante

la paz de los Pirineos, quedó adjudicada definitivamente a la Corona de Francia, donde allí

sigue en su poder. (Huarte de San Juan 1989, 14).

Su fecha de nacimiento no está clara, Huarte no dejó en su libro ninguna referencia,

aunque según testimonia De Iriarte en su investigación, basándose fundamentalmente en los

libros de matrículas de la Universidad de Alcalá “el Dr. Huarte de San Juan nació el año 1529

en la parroquia de Huarte, en San Juan del Pie del Puerto. Probablemente era nieto del

Licenciado Juan de Huarte, alcalde que fué de la corte mayor de aquella villa” (De Iriarte 1939,

27).

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Diversos eruditos han tratado de homologar su estirpe con alguna de las cinco familias

de solar conocido en la región - Huarte -Huart, Vart, Duart, Ugart- aunque ello no ha sido hasta

la actualidad demostrado (Rey Altuna 1983, 206).

Por la circunstancia sociopolítica de abandono en que cayó San Juan del Pie del Puerto,

su familia se desplazó, no mucho después de 1530, a través de Castilla hacia Linares donde

fijaría su residencia (Rey Altuna 1983, 206).

4.1.1. Estudios en la Universidad de Baeza

Se desconoce totalmente la infancia de nuestro autor y los datos biográficos ulteriores

son aquellos que derivan de la investigación de De Iriarte. Este nos indica que tras ser perito en

lengua latina, lo cual era un obligado paso previo para pasar a otra facultad, realizó la

licenciatura en artes – así se llamaba la Filosofía en aquella época- en la Universidad de Baeza.

Esos estudios de licenciatura no duraban menos de cuatro años.

Como nos cuenta De Iriarte: “El bachiller en artes había de oír tres cursos de medicina

para obtener el bachillerato en ella; pero si era Licenciado en artes, sólo se requerían dos cursos.

De aquí sabemos que el Dr. Huarte era Licenciado en Filosofía, pues obtuvo el bachillerato en

medicina con dos cursos solos” (De Iriarte 1939, 28).

En el siglo XVI Baeza era una ciudad relevante del sur de España, y gran parte de esta

importancia la tuvo la presencia de su Universidad, cuyo principal objetivo fue “la formación

de un clero virtuoso y de predicadores adecuadamente preparados” (Rincón González 2006,

135). Veamos como se constituyó:

A instancias del clérigo D. Rodrigo López, natural de Baeza, arcediano de Campos y canónigo

de Palencia, en el año 1538 se proclamaba la bula Altitudo divinae Providentiae de Paulo III

por la que fue fundado el Estudio General Baezano, que se sustentaría con los numerosos

beneficios a los que previamente había renunciado D. Rodrigo López. Él y su hermano fueron

nombrados sus administradores y los encargados de redactar las correspondientes

constituciones. […]. En agosto del año 1539 D. Rodrigo López remitía desde Roma un poder

al Maestro Juan de Ávila para ejecutar las bulas fundacionales. Tres años más tarde aquel

Estudio General pasaba a ser Universidad. Las clases se iniciaron en el mismo 1542 y los

primeros graduados lo fueron en 1549 (Rincón González 2006, 137).

En esta Universidad se fundó la primera Cátedra de Positivo o Biblia en España. (Rincón

González 2006, 137).

4.1.2. Estudios de Medicina en la Universidad de Alcalá de Henares

Y aquí tenemos a nuestro Juan de San Juan con su licenciatura en artes obtenida en

Baeza camino de la Universidad de Alcalá de Henares. En ella consta, en el libro de Matrículas,

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su ingreso el 11 de Setiembre de 1553, cuando tenía veinticuatro años. En ese año otros 105

alumnos se matricularon en Medicina.

Sorprende a los ojos de hoy este inicio tardío de la carrera universitaria. Pero ello está

en consonancia con los escritos pedagógicos incluidos en el Examen en los que “recomienda el

huir del apresuramiento en los estudios, y el digerir con pausa y orden las diversas enseñanzas”

(De Iriarte 1939, 31). Cabe también la posibilidad de que, según De Iriarte, hubiera dedicado

tiempo a viajar, incluso a participar en las guerras de Nápoles o Milán. Esto último se

fundamentaría en los conocimientos militares que tendría nuestro autor, y que se reflejarían en

algunos puntos de su obra. También en la relación existente entre los viajes y la ampliación de

horizontes culturales (De Iriarte 1939, 31-32).

En aquel tiempo dominaba el espíritu académico español las universidades de

Salamanca, Valladolid y Valencia (Mattei 2011, 12).

¿Y qué ambiente científico había en Medicina en esta época? Brevemente nos lo resume

De Iriarte: “Los árabes habían sido desterrados; a Galeno se le guardaba estima y respeto (acaso

excesivo), pero no como príncipe, sino como acompañante y comentador de Hipócrates. El

cetro y plenitud de mando lo había recobrado el Asclepiadeo” (De Iriarte 1939, 37).

Se fundó la Universidad de Alcalá en 1508 por el Cardenal Cisneros, con dos finalidades

muy claras: la independencia de los poderes públicos (incluidos los eclesiásticos) y el prestigio

de los docentes. Sus comienzos no fueron halagüeños para el cardenal, pues no impartieron

clases en ella las dos figuras más eminentes de la época, Vives y Erasmo, como él tenía

planificado. Tampoco fueron los estudios más prestigiosos en ella, como Cisneros pensó

inicialmente, los de Teología. En efecto, Alcalá de Henares destacó en Medicina (Mattei 2011,

14-15).

Como bien nos cuenta Mattei, desde sus comienzos Alcalá tuvo dos cátedras de

Medicina, aunque no fue hasta 1538 cuando tuvo en el plan de estudios universitario su papel

más destacado. De los dos profesores de Medicina existentes al inicio de siglo, y cuyas

funciones eran dar dos lecciones diarias y curar a los enfermos, se pasó a ocho o diez profesores

a mediados de siglo. Fue ocupada la primera cátedra por Juan Reinoso, que tuvo como maestro

a Andrés Laguna, y era miembro del partido de los “vesaliani”, los cuales eran totalmente

contrarios a las enseñanzas médicas del medievo y partidarios de una nueva relectura de Galeno.

Pedro Jimeno, a la sazón anatomista más grande de España dejó en 1550 su cátedra de Valencia

por una en Alcalá. De su escuela fue alumno Francisco Díaz Díaz, quien fue el mejor cirujano

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de su tiempo a la par que especialista en Urología. Junto a ellos completan el profesorado de

nuestro autor Hernando Mena,el decano San Pedro, Francisco Vallés y Cristóbal de Vega,

siendo el último quien más contribuyó a la formación de su espíritu crítico (Mattei 2011, 14-

15) (De Iriarte 1939, 38).

Aunque se daba Anatomía desde los comienzos de la Universidad, fue por causa de una

instancia presentada al Supremo Consejo de Estado por el Dr. Rodríguez de Guevara en 1550,

y mediante dictamen favorable emitido por las Universidades de Alcalá y Salamanca en el que

se expresó que la anatomía era necesaria no solamente a los cirujanos, sino también a los

médicos, por lo que el referido Consejo ordenó que en todas las Universidades se leyese esa

disciplina y se practicaran disecciones anatómicas (De Iriarte 1939, 37).

Tras esas notas iniciales, volvamos a la vida universitaria alcalaína de nuestro autor.

Como estudiante formó parte de los estudiantes libres, no colegiales, y dentro de ellos de los

pupilos o manteístas (De Iriarte 1939, 36).

Estudió Medicina con gran formalidad y seriedad, criticando a aquellos estudiantes que

usaban la Universidad con la finalidad de divertirse y otros menesteres. Así dice “ […]

desterraría de las Universidades los estudiantes valientes y amigos de armas, a los enamorados,

a los poetas y a los muy polidos y aseados; porque para ningún género de letras tienen ingenio

ni habilidad” (Huarte de San Juan 1977, 355).

Tras hacer dos cursos de asistencia en las lecciones, para hacerse Bachiller en Medicina

tuvo que presentar el 11 de mayo de 1555 la denominada “probanza de asistencia”, con testigos.

Asimismo tuvo que demostrar su licenciatura en artes adquirida en Baeza (De Iriarte 1939, 39).

Pero antes de adquirir ese título los alumnos tenían que pasar una especie de examen

público, llamada “tentativa” . En ella el candidato tras exponer una cuestión, elaborada por él,

era contestado por los profesores presentes y por los bachilleres presentes si así lo querían. En

el acta consta

El día 24 de mayo del año 1555, Juan de San Juan hizo el acto público, es decir, la tentativa,

en medicina, bajo la presidencia del señor doctor Valles, con asistencia del señor Rector, y de

los doctores San Pedro, Vega, Mena, Herrera, Ramírez, Cuadros, Marco de Benavente, Huerta

y otros señores doctores, que argüyeron y dieron sus pareceres; y habiendo obtenido los votos

suficientes, fué aprobado por iodos, y recibió a la hora undécima el grado del bachillerato en

medicina, estando presente los bedeles (De Iriarte 1939, 40).

Para llegar a tener la licenciatura precisó otros tres años más de estudios, “[…]

arguyendo en disputas públicas, leyendo públicas lecciones y defendiendo en cada año un acto

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público riguroso sobre la materia que leyó, pero dirigido más en especial a la práctica” (De

Iriarte 1939, 40).

El título de licenciado se adquiría mediante un examen público, llamado en este caso

“Alfonsina”, por realizarse en el Colegio Mayor de San Ildefonso - en similitud con la

“Sorbónica” de París -. Ese era un acto que duraba todo un día y consistía en la presentación de

un trabajo en el que constaran conclusiones teóricas y prácticas. Le rebatían doctores y

bachilleres y dos maestros de la Facultad de Filosofía. Uno, el decano, y el otro el siguiente en

antigüedad. Su registro consta así

El mismo día 26 de octubre de 1559 el bachiller San Juan hizo el acto público, a saber, la

Alfonsina, en medicina, presidiendo el prior Bartolomé Ormero, estando presentes el señor

Rector doctor Pedro Núñez, y los doctores San Pedro, Valles, Ramírez (De Iriarte 1939, 40).

Viendo las fechas comprobamos que nuestro autor tuvo mala suerte pues precisó tener

que estudiar cuatro años en lugar de los tres necesarios para ser licenciado. Ello obedece a que

las Constituciones prescribían que los actos de colación de licencia no se celebrasen sino cada

dos años, en los años impares, alternando con las licencias de teología que se daban en los pares

(De Iriarte 1939, 40).

Pero aún faltaba algo más para graduarse como licenciado. Tras superar la “Alfonsina”

el alumno tenía que solicitar el permiso para el acto de la colación del grado. Para obtenerlo

“[…] el claustro de Doctores indagaba si el candidato había cumplido exactamente los cursos

y actos, y si tenía tacha de infamia, deshonestidad o escándalo, que fuese impedimento” (De

Iriarte 1939, 40). Tras su beneplácito se designaba la fecha del acto que se celebraría en la

Iglesia de los Santos Justo y Pastor, “[…] con asistencia obligatoria de todos los doctores en

Medicina y maestros en artes, bajo la presidencia del Rector y el Canciller” (De Iriarte 1939,

40). Antes de ello, tenía lugar una votación secreta, que siempre en la Universidad dio pie a

múltiples sobornos e intrigas, para designar el número de orden de la promoción doctoral,

circunstancia criticada por él en el Examen

De donde se infiere que hacen mal las Universidades que señalan jueces y premios de primero,

segundo y tercero, en licencias, a los que mejor examen hicieren. Porque aliende que acontecen

cada día los inconvenientes que ha dicho Aristóteles, es contra la doctrina evangélica poner a

los hombres en competencia de quién ha de ser el primero (Huarte de San Juan 1977, 281).

Pues bien, su promoción precisó pasar tres votaciones sucesivas en las que no hubo

mayoría; y, por sorteo, la fortuna sonrió a nuestro autor como primero de la misma, obteniendo

ya, por fin, el grado de licenciatura con fecha 17 de diciembre de 1559 (De Iriarte 1939, 42).

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Los así licenciados quedaban obligados a doctorarse con plazos de quince días entre uno

y otro, según el orden obtenido en su promoción. Unos dos o tres días antes, se celebraba un

acto denominado “vísperas” - por ser las vísperas del doctorado -. Se proponían cuestiones por

doctores presentes y un estudiante amigo del licenciado respondía, un maestro o bachiller daba

un discurso sobre tesis por él anunciadas y al fin el licenciado daba un discurso con gran

elocuencia. El famoso vejamen seguía a lo anterior. Y, finalmente el presidente hacía un

panegírico loando todas las virtudes y conocimientos del licenciado (De Iriarte 1939, 43).

Las vísperas de nuestro autor se llevaron a cabo el 29 de diciembre de 1559 y el acto de

la colación fue el 31 de diciembre del mismo año. También se celebraba en la iglesia de los

santos Justo y Pastor, y era el mayor acto de pompa universitaria que se hacía. A él asistían las

autoridades académicas, los profesores de número y los amigos del licenciado. Este daba un

discurso relacionado con un tema que pedía al Canciller, tras lo que una autoridad académica

emitía un panegírico del doctorando y el Canciller le ponía las insignias y le cubría con el

birrete. Posteriormente, le acompañaba para ponerse entre el Rector y el Canciller. Finalizaba

el acto con una oración en la que el doctorando daba las gracias a Dios y a las autoridades

académicas y profesores (De Iriarte 1939, 43). En su acta leemos

El día 31 de diciembre, año del nacimiento del Señor 1559, el señor licenciado Juan de San

Juan recibió el grado del Doctorado en Medicina, de manos del señor doctor Fernando de

Balbas, Abad y Canciller, y le entregó las insignias el doctor San Pedro. Estuvieron presentes

el señor doctor Ages, Rector, y los doctores Pedraza, Mancio, Vega, Malo, San Pedro, Mena,

Vales; y Galmet y Agramonte (De Iriarte 1939, 43-44).

4.1.3. Vida profesional como médico, familia y muerte

Tras graduarse como doctor en Medicina es muy probable que los inicios laborales del

Dr. Huarte estuvieran próximos a Alcalá de Henares. Los datos disponibles lo sitúan en la villa

de Tarancón (Cuenca). Allí conoció a la que fue su mujer, doña Águeda de Velasco, relacionada

con alguna familia taranconense, con quien se casó, a los treinta y tres años, en 1562.

Permaneció allí seis años, adquiriendo casa en propiedad y fue en esa villa conquense donde

nació su primogénita, Águeda, en 1564 (De Iriarte 1939, 48) (Virués Ortega, Buela-Casal y

Carpintero Capell 2006, 235).

Parte el matrimonio hacia Baeza en mayo de 1566 donde se instala en en la colación de

San Salvador. Sus inicios como médico allí debieron ser difíciles, por lo que complementaba

sus retribuciones económicas con otra actividad. Era esta la del enfurtido de paños para lo que

tenía en uso un batán en Baeza, adquiriendo después en propiedad otro en Linares; en esta

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actividad extramédica tuvo que relacionarse con sederos y bataneros (Virués Ortega, Buela-

Casal y Carpintero Capell 2006, 233).

No hay constancia documental sobre el ejercicio médico del Dr. Huarte en Granada. La

tradición oral señalaba en Baeza que

por los años de 1566 hubo peste en Baeza. D. Juan Huarte, médico de Granada, ofreció al Rey

cortarla: vino, y lo logró. El ayuntamiento de Baeza agradecido ponderó al rey sus servicios,

y pide se le autorice para señalar sobre el pósito de Baeza 200 fanegas de trigo anualmente al

Dr. Huarte para que permanezca en esta ciudad, pues la plaza de médico estaba ya provista

(Virués Ortega, Buela-Casal y Carpintero Capell 2006, 234).

El mismo De Iriarte escribe sobre lo anterior que “las únicas dos afirmaciones que aún

no nos ha sido posible contrastar, de que hubiere sido médico en Granada, y de que se hubiese

señalado por cortar una peste en Baeza, quedan muy malparadas en su crédito” (De Iriarte 1939,

47).

Cambió la vida del doctor y su familia cuando en 1572, se le reconoce como médico

titular de Baeza, mediante una cédula real, fechada el 16 de febrero de ese año. El compromiso

del municipio era por dos años y el salario anual era de doscientos ducados y cincuenta fanegas

de trigo (De Iriarte 1939, 49).

Mediante datos obtenidos de Herrero Salas para hacernos idea de lo que podría suponer

ese sueldo (Herrero Salas 2012, 340-341), se estima que un ducado (34 reales) valdría unos 100

euros hoy en día, lo que representaría 20.000 euros al año, sin contar el importe de las fanegas

de trigo. Una fanega valía unos 8 reales, por lo que cincuenta suponían 400 reales (unos 12

ducados más al dinero de su sueldo). Precios de aquellas fechas eran: Un buey: de 13 a 15

ducados. Una ternera: 5 ducados. Un puerco: 4 ducados. Una arroba de aceite: 12 reales. Una

de vino: 5 reales. Azulejos de colores: a 12 mrs. Un colchón con lana: 23 reales. Otros datos

nos pueden ser útiles para contrastar ese sueldo; así en Madrid en 1561 un maestro albañil

ganaba unos 80 ducados y un peón 40. En otro extremo, el presidente de la Chancillería de

Valladolid, en el entorno de esas fechas, ganaba unos 1500 ducados y un fiscal unos 750,

estando ambos libres de impuestos.

No se conoce mucho más de esa actividad profesional en Baeza. Es muy probable que

en algún momento no fuese renovado su contrato por lo que entabló litigios contra el concejo

baezano, lo cual consta tras su muerte, mediante una carta de poder en manos de sus hijas “para

acabar un pleito e causa que el dicho nuestro padre trataba con esta ciudad de Baeza, sobre

ciertos salarios que le pedía, de que tenía executorias” (De Iriarte 1939, 50).

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Se sabe que, en diciembre de 1573, mediante un Auto de Pascua del Cabildo

Catedralicio de Baeza se le designa como médico de ese Cabildo por un plazo de un año, con

un sueldo muy bajo, de 32 ducados anuales más pago en especia. Desconocemos si había

concluido ya su relación con el ayuntamiento de Baeza.

Nos cuentan Virués Ortega et al que “ en el Libro de Autos de 1574 (Archivo Capitular

de la Catedral de Baeza, 1573-1580) de la Catedral de Baeza, a fecha de 7 de mayo Huarte

había ido a Madrid a gestionar las licencias de impresión de su libro” (Virués Ortega, Buela-

Casal y Carpintero Capell 2006, 235) , que no serían efectivas hasta 1575. También esos autores

nos refieren que

El vínculo con la Catedral no se prolongó en el tiempo, la marcha a Madrid fue “sin licencia”,

lo que motiva el inicio de diligencias para su “despedición”, que se hace efectiva el día de San

Juan de 1574, después de mediar una infructuosa apelación al Vicario. Su vida laboral hubo

de ser azarosa en los meses siguientes, aunque es un hecho que mantuvo clientes incluso entre

los canónigos de la Catedral como el señor Gabriel de Piédrola. Baste añadir que por nada se

tiene probado que ejerciera posteriormente en el Hospital de la Concepción de Baeza o que

habitara en la calle Poblaciones, como se ha sugerido (Virués Ortega, Buela-Casal y

Carpintero Capell 2006, 235).

En diciembre de 1575 se le ofertó en Sigüenza la cátedra de Medicina de su pequeña

Universidad y ser médico titular de la ciudad, durante tres años, con un escaso sueldo de 242

ducados. En lo relacionado al ejercicio de médico de la ciudad, las desavenencias pronto

saltaron por dejación de sus funciones y ausencia de puesto de trabajo, reflejado en actas

municipales de 21 de enero y 28 de setiembre. En la última se dio el contrato por nulo (Sanz

Serrulla 1986) (Virués Ortega, Buela-Casal y Carpintero Capell 2006). Por otra parte, en lo

concerniente a la Cátedra de la Universidad seguntina la obtuvo el 16 de enero de 1576 con el

compromiso de que

Aparte de sus obligaciones académicas, escasas en la práctica por falta de alumnado y

limitándose tan sólo a presidir los exámenes de bachiller, licenciado y doctor en dicha

Facultad, eran obligaciones suyas las curas de los “collegiales y familiares y criados

porcionistas del dicho collegio” (Sanz Serrulla 1986, 312-313).

Mediado el mes de noviembre se reúne la capilla del Colegio-Universidad dictaminando

que el “doctor Juan de sant Juan[…] era ido desta ciudad con su casa y para no volver más

como era público en la ciudad” (Virués Ortega, Buela-Casal y Carpintero Capell 2006, 235).

No se sabe lo que acaeció con nuestro doctor después de 1576. Trasladó su casa principal

a Linares y es muy probable que viviera gracias al ejercicio de médico en Baeza, junto con otros

negocios (Virués Ortega, Buela-Casal y Carpintero Capell 2006).

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En cuanto a su familia, ya hablamos de su esposa y su boda en Tarancón en 1562. De

este matrimonio tuvo siete hijos. La mayor Águeda nacida en 1564; Isabel, en 1566; Luis, en

1568; Ruy-López, en 1571; Dia-Sánchez, en 1573; Antonia,en 1575; y, la última, María nacida

en 1578. De la vida de ellos la más conocida es la de la primogénita, Águeda, quien entró en

1587, en el Convento de Santa Catalina de Baeza, fundado en 1583 bajo la regla de Santa Clara

(De Iriarte 1939, 57).

El doctor Huarte “otorgó testamento en Baeza el 25 de noviembre de 1588 y su

fallecimiento debió ocurrir entre esta fecha y el 18 de febrero de 1589 en se hace el

nombramiento de un curador in litem para los tres hijos varones, que eran todavía menores de

edad” (De Iriarte 1939, 59). Como autoridad reconocida, De Iriarte, piensa que debió suceder

en 1588 y después de la muerte de su esposa. Nada vemos descrito sobre qué enfermedad

padeció como desencadenante de su muerte.

4.2. Su Misterio

Uno no puede hablar acerca del misterio, uno debe ser cautivado por él

(René Magritte)

El misterio del doctor Huarte comienza ya al terminar de leer su obra. En efecto, nos

causa extrañeza las pocas referencias biográficas que en ella aparecen, correspondiendo ellas a

la adolescencia y juventud; también nos sorprende la práctica ausencia de notas concernientes

con el ejercicio de médico titular de una villa y con conceptos derivados de la Medicina llevada

a la práctica

Sobre lo primero, nada que objetar, pues ello también ocurre en nuestra obra española

más universal (El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha).

En lo que se refiere a nuestra segunda fuente de sorpresa, tampoco pasa desapercibida

esta a algún otro autor, como Arrizabalaga, que trata de soslayarlo mediante el “desinterés” que

nuestro autor tendría por la Medicina y que “usaría de ella” como modo de sustento, y como

pruebas emite la cancelación de contratos de Baeza y Sigüenza que en el epígrafe dedicado a

su vida expusimos. También se refiere a las consideraciones que el propio Huarte tenía sobre

él mismo, apelándose “filósofo natural o de la naturaleza” y el considerarse un médico teórico

y no práctico. De lo anterior le surge una cuestión pues “Si Huarte no estuvo interesado en la

práctica de la medicina, ¿por qué no tomó su vida otros derroteros profesionales más acordes

con sus inquietudes intelectuales?”. Vistas sus aficiones, el doctor pudo haberse dedicado a la

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Filosofía en lugar de a la Medicina en la Universidad de Baeza p.ej., pero al entender de

Arrizabalaga “no vio en las universidades hispanas de su tiempo lugares atractivos y propicios

para el cultivo de sus inquietudes intelectuales”; es más, queda claro en el Examen de Ingenios

que las criticaba por su método de selección de estudiantes, etc Tampoco su condición de judeo-

converso - a la que aludió Américo Castro- le hubiera ayudado a tal fin, ni su posible adscripción

a un grupo o corriente de iluminados existentes en Baeza (Arrizabalaga 1989, 33-34).

Algo parecido piensa De Iriarte, el cual expone

En todo caso, si aplicamos al autor los diagnósticos profesionales del EXAMEN DE

INGENIOS , habremos de poner en tela de juicio su excelencia para la práctica de la medicina.

El mismo confesó, como hemos ya leído, no sólo la preponderancia de su índole intelectual,

sino la inferioridad de su imaginativa. Y la imaginativa para él es la facultad correspondiente

de la medicina aplicada. De los médicos prácticos habla como de profesión ajena y distinta a

la suya. Sus especialidades eran filosofía natural y medicina teórica. Y él afirma, de acuerdo

con su teoría general, que “por maravilla se halla médico que sea gran teórico y práctico, ni al

revés, gran práctico y que sepa mucha teoría” (De Iriarte 1939, 51).

Pero también nos sorprende la diferente calidad de la primera edición (princeps)

respecto a la segunda (subprinceps) en detrimento de la última, en salvo por la redacción de un

nuevo capítulo – el segundo titulado donde se declara las diferencias que hay de hombres

inhábiles para las ciencias, que es tolerable y por momentos brillante. En este hecho coinciden

el profesor López Piñero et al cuando indican que “aunque la segunda edición incluye algunas

novedades, lo cierto es que está llena de erratas y de párrafos confusos” (López Piñero, y otros

1983, 460).

Más aún: El Examen de Ingenios para las ciencias es una obra en la que destaca la

exposición de un claro raciocinio y pensamiento, unido a un gran estudio de sus fuentes por

parte del autor, además de un tono de continua seriedad. Esto difiere de la personalidad que se

nos transmite por la vida del autor, el cual nos resulta un tanto “alocado” y con escasa sensatez

en su vida laboral; circunstancia deducible de lo expuesto previamente, en que vimos que era

“culo de mal asiento” en sus trabajos -ausencias injustificadas en Baeza y Sigüenza, etc.-.

Desde otro punto de vista, la biografía de nuestro autor deja algunos puntos de

oscuridad. El mismo don Gregorio Marañón refiere que “Hizo, al parecer, muy probablemente

sus estudios en la Universidad de Huesca, y allí debió residir y ejercer su profesión […]”

(Marañón 1967, 265). El propio De Iriarte mencionó esta aparición de Huesca en la vida del

doctor Huarte y la desestimó

[…] Divulgaron aquella primera especie las historias de la medicina de Chinchilla y de

Morejón, quienes a su vez la habían tomado de los papeles de su profesor el señor Villalba,

que enseñaba en San Carlos en el primer cuarto del siglo diecinueve. Todo procede de haber

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identificado con el autor del Examen alguno de los varios Huarte, que se leen en papeles de la

Universidad de Huesca; y la bola fué creciendo, sin contraste crítico. Tanto el señor Sanz, con

minuciosidad extrema, como yo mismo, revisamos aquellos papeles, comprobando que

aquella suposición era insostenible […] (De Iriarte 1939, 44).

Pero nuevos descubrimientos nos llevan en la actualidad a Huesca a formar alguna parte

al menos de la órbita de este misterio huartiano. Dos autores que son profesores del IES Ramón

y Cajal, heredero de la Universidad de Huesca, tras una intensa investigación así lo demuestran

mediante una publicación en 2004 (Cuevas Subías y Paúl Cajal 2014).

Allí comentan algo con lo que el que escribe está completamente de acuerdo

[…] pero no se tiene constancia de que se dedicara a la enseñanza, cuando el Examen de

ingenios muestra sin lugar a dudas los conocimientos y la experiencia pedagógica de un

catedrático de Universidad. El personaje docto, experimentado y “de vuelta de muchas cosas”

que muestra el Examen casa mal con el médico de mal asiento que fue este Juan de San Juan

[…] (Cuevas Subías y Paúl Cajal 2014, 118).

Como ya expusimos fue en la portada de su libro cuando aparece en su firma por vez

primera el patronímico Huarte, antes del gentilicio San Juan. La explicación dada por estos

autores es doble:

[…] quizás el añadir “Huarte” a su firma se debió a la intención de hacer más visible, de

reforzar su origen navarro, para alejar las dudas de judío converso que arrastraba el apellido

“San Juan”; o simplemente lo hizo por ánimo diferenciador del otro “Doctor San Juan”, el de

Huesca, a la hora de publicar el libro, ya que coincide el cambio de firma con la publicación

del libro en 1575. […] A este respecto, no podemos olvidar que tan solo a 700 metros de San

Juan de Pie de Puerto todavía existe el pueblo de Uart-Cize o Uharte-Garazi en eusquera, con

lo cual, muy probablemente, la casa familiar de Huarte de San Juan deberíamos buscarla en

esta pedanía más que en el mismo San Juan de Pie de Puerto (Cuevas Subías y Paúl Cajal

2014, 123).

Proseguiré, en síntesis, exponiendo el resultado y los fundamentos de las investigaciones

más importantes que estos autores hacen para tratar de esclarecer el misterio del Dr. Huarte

En primer lugar, que en la Facultad de Medicina de la Universidad de Huesca impartió

clases, al menos desde 1565, el doctor Martín de San Juan, llegando a ser el tesorero de la

Universidad en 1569. Lo anterior se desprende del estudio del Libro de datos y receptas de las

rendas del Studio general de esta ciutat de Huesca 1553-1575. Este tuvo dos hijos, uno varón

y una hembra, con Esperanza Marco y falleció entre mayo de 1572, cuando realiza testamento,

y junio de 1573, cuando desaparece de los libros de la Universidad de Huesca, lo que coincide

justamente con el inicio de las actividades de Juan Huarte de San Juan para empezar a editar el

Examen (Cuevas Subías y Paúl Cajal 2014, 120-122).

En segundo término, en ese Libro de datos en anotación sobre la Facultad de Medicina,

de 21 de diciembre de 1569, aparece tachado un tal doctor “Joa Huarte”. La tachadura es

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interpretable como si al final no se le hubiera pagado su sueldo, o quién sabe si pudo deberse a

algún error contable, o no hubo en ese curso alumnos para desarrollar las clases de Medicina, y

por ello ese doctor “Joa Huarte” no llegaría a ejercer y, en consecuencia, no se le pagó, o se fue

espontaneamente, como en Baeza o Sigüenza (Cuevas Subías y Paúl Cajal 2014, 121).

En tercer lugar, a través del estudio de diversos protocolos notariales oscenses se deduce

que Martín de San Juan y Juan de San Juan eran hermanos (Cuevas Subías y Paúl Cajal 2014,

125-126).

Por último, en cuarto lugar, aportan los autores dos argumentos indirectos para tener en

cuenta. Uno, el referente a la importancia de la Universidad de Huesca en aquellas fechas y

fundamentalmente en lo relacionado con la Filosofía. En ella se impartía un “aristotelismo” más

puro que en otras universidades, hecho resaltable en el Examen, y entre los libros recomendados

a los alumnos de Filosofía estaba el compendio del profesor oscense Joan Gascón. Este añadió

a las categorías de Aristóteles una nueva, el ens rationis, como categoría intencional o de

pensamiento. Mediante este concepto pudo incluir el doctor Huarte la imaginativa a sus

potencias racionales. Otro punto a considerar, según esos autores es que en el Examen se afirma

que los hombres de mucho entendimiento procrean poco, afirmación que siempre extrañó,

porque Juan Huarte de San Juan tuvo siete hijos, mientras que el doctor Martín de San Juan

solo tuvo dos, un número mínimo para el siglo XVI, pero que es el que correspondería a un

hombre de gran entendimiento, tal y como se asegura en el Examen de Ingenios (Cuevas Subías

y Paúl Cajal 2014, 141).

Finalizan Cuevas y Paúl con un párrafo en el que exponen

Por último, también nos parece claro que, tras los elementos analizados en los protocolos

notariales, no se puede dudar ya de que Juan Huarte de San Juan y Martín de San Juan eran

hermanos, figura esta última que debería estudiarse atentamente para saber qué papel pudo

tener en la gestación y redacción del Examen de Ingenios (Cuevas Subías y Paúl Cajal 2014,

142).

Hasta aquí llega nuestro discurso basado en un libro genial, que se anticipó al futuro,

que se considera la base de la psicología diferencial, psicología aplicada, la neuropsicología y

la orientación profesional, un precedente histórico de la Grafología, Eugenesia, etc. Por el que,

en el año 1983, los decanos de las Facultades de Psicología eligieron a su autor patrón de la

Psicología en España, celebrando su fiesta el 23 de febrero, fecha de la publicación de su

Examen de ingenios en 1575.

En resumen, en términos populares franceses, yo traslado hacia él chapeau et honneurs

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Pero, con todo lo hasta aquí escrito, se nos plantea una duda esencial: ¿quién escribió

en realidad el Examen de Ingenios para las Ciencias?

Tomando como referencia el título del libro que he analizado, les traslado la respuesta

a este interrogante a su particular ingenio.

En fin, colegas y amigos todos, ¡cuántos guiones escribirían los norteamericanos para

Hollywood si nuestra historia fuera su historia!

Muchas gracias

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