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Una Caída Antes Del Ascenso

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Una caída antes del ascenso: la historia de Jai Jaikumar1

“Parece como si hubiese un cordón alrededor de la parte superior de estos grandes picos, más allá del cual ningún hombre puede pasar. La verdad, por supuesto, estriba en el hecho que, a altitudes de 8,000 metros y más los efectos de la baja presión atmosférica en el cuerpo humano son tan severos que realmente el montañismo es imposible y las consecuencias aún de una leve tormenta pueden ser letales; que nada, sino las más perfectas condiciones de clima y nieve ofrecen las más ligeras posibilidades de éxito, y que en el último tramo de la subida nadie está en la posición de poder escoger su día… ”

Eric Shipton [legendario montañista], Upon that Mountain.

Un rápido descenso

Estaba a 8,000 metros sobre el nivel mar, pero la luz estaba yéndose, asi que Jai Jaikumar sabia que tenia poco tiempo para admirar la vista. Eran las 4 p.m. de un día de verano del año 1966, y Jai, un estudiante de ingeniería del Instituto Indio de Tecnología, se paró con uno de sus más cercanos compañeros de montañismo en la cumbre de una montaña en el Himalaya. El ascenso final ese día, que empezó en el campamento alto a las 2 a.m., había sido más duro y difícil de lo que ambos habían anticipado. Ellos habían originalmente fijado a la 1 p.m. como su “hora de dar la vuelta”, el punto en el cual las consideraciones de seguridad dictan que los montañistas deben abandonar el ascenso y volver al campamento. Sin embargo, la idea de esperar unos cuantos días más, para de nuevo retar a la cumbre les resultaba poco atractiva para Jai y su compañero. Los dos estaban saludables y eran experimentados en montañismo a pesar de su juventud, así que cuando la 1 p.m. llegó, la decisión se seguir se hizo fácil. Ahora, en la cima, su perseverancia había sido premiada, pero ellos estaban muy conscientes que el tiempo estaba en su contra. Después de una breve celebración comenzaron el descenso.

En la desfalleciente luz había una peligrosa marcha conforme ellos tenían que intuir su camino, cuidadosamente golpeando con sus bastones de hielo para probar la superficie frente de ellos conforme descendían. La bajada requería que siguieran un particularmente precario borde donde el viento había formado una plancha de nieve y hielo, o cornisa, que en ciertos puntos se extendía hacia el vacio más allá de la roca de soporte. Los montañista no pueden ver la estructura debajo de la cornisa, así que no pueden prospectivamente determinar cuán lejos se extiende de la roca o cuanto peso puede resistir. Reconociendo el peligro, Jai y su compañero soltaron las cuerdas que los unían. Ahora, si uno de ellos caía, no arrastraría al otro a su muerte.

Conforme se movían bajando por la cornisa Jai dirigía la marcha. Cuando estaba próximo a dar el siguiente paso escucho un fuerte y explosivo sonido. Instintivamente saltó hacia un costado, y su compañero saltó hacia el otro, justo cuando la cornisa se partió y cayó detrás de ellos. Jai aterrizó en una empinada ladera y mientras se confortó por sentir tierra solida el terreno era tan empinado que sus pies resbalaron y cayó sobre su espalda. En momentos su cuerpo adquirió una tremenda velocidad patinando a unos 100 kilómetros por hora a lo largo de la empinada ladera de la montaña.

Una pasión de toda la vida

1 Solamente para ser usado como ayuda de traducción con el caso HBSP 9-600-047

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Cuando niño Ramchandran (Jai) Jaikumar frecuentemente iba al norte de su nativa India para seguir su pasión por el montañismo. Tentado por la cadena montañosa más alta y más idealizada del mundo, los Himalayas, que forman la frontera norte de este subcontinente, se sintió atraído por sus muchos y altos picos. Más tarde el destacó que por varios años pasó, de cada año, casi cuatro meses en su “verdadera vocación” como montañista, y ocho meses en su “tiempo libre” como ingeniero.

Jai había entrenado con expertos montañistas y conocía el protocolo de crisis. Conforme rodaba montaña abajo después del súbito colapso de la cornisa, se iba deshaciendo de todos los accesorios innecesarios de manera que objetos tales como su hacha para el hielo no fuesen a perforar su cuerpo. Milagrosamente mantenía la conciencia mientras eliminaba capa tras capa de ropa incluyendo su mochila llena de provisiones. Hacia todo el esfuerzo posible por guiar su caída aun cuando no podía disminuir la velocidad. Para evitar una fatal colisión con las grandes rocas que parecían subir desde abajo, Jai dirigía su ruta por medio de enterrar sus pies en la superficie de nieve y hielo. Esperaba que los montículos de nieve aminoraran su caída sólo para descubrir que simplemente los atravesaba. La fricción de su deslizamiento comenzó a rasgar sus ropas y lacerar las partes de su cuerpo que se frotaban contra las abrasivas superficies de la montaña.

Finalmente el terreno se niveló y la resbalada de Jai cesó. Su altitud era ahora 1,000 metros menor mientras se había deslizado cerca de dos kilómetros por la ladera de la montaña. Allí echado, semiconsciente, se dio cuenta que su traje de montañista, su única protección contra los elementos, se había desgarrado totalmente. Aparte de un pequeño paquete con unas pocas barras de alimentos había perdido todas sus provisiones. Aunque su piel estaba sangrante e irritada y gran parte de su torso despellejado, el dolor era opacado por el shock y la confusión del golpe. Cuando intento pararse y caminar sintió dolores intensos en las articulaciones de las caderas y en sus pies. El uso constante de sus pies y piernas para disminuir su rápido descenso le había quebrado los arcos de ambos pies y dañado sus caderas.

Sabiendo que su continua exposición al frio extremo de la noche lo dejaría incapaz de moverse, Jai dolorosamente se puso de pie. Mirando a su alrededor rápidamente llego a la conclusión que nada del equipo, del que se había ido desprendiendo, lo había seguido en su caída hasta este punto. Peor aún su compañero de escalada no aparecía a la vista. Confiando en su intuición espacial y en su anterior examen de los mapas del área, Jai dedujo que se había deslizado en la cara de la montaña que era opuesta a donde su campamento estaba localizado. Volver sobre sus pasos no era una opción. El terreno y sus condiciones lo hacían imposible. Reconoció que sus probabilidades de sobrevivir eran pocas a menos que pudiese bajar la montaña y hallar un refugio antes de de desmayarse o que no pudiese caminar más. No tenía idea exacta de donde estaba o que tan lejos estaba de la civilización.

Comenzó un descenso que hubiese sido un reto aun si él hubiese tenido el equipamiento apropiado y no estuviese herido. Cuando necesitaba descansar lo hacía de pie o apoyándose contra una roca porque sentía que si se sentaba presumiblemente no podría volver a levantarse. Jai caminó día y noche: lo que el juzgaría posteriormente una caminata que debió tomarle unas seis a siete horas le llevó 24. Más tarde describiría la extrema soledad y

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desespero de esas 24 horas, su intenso dolor físico combinado con el sombrío conocimiento de que su amigo ciertamente había perecido en la misma caída.

Súbitamente, el ánimo de Jai resurgió cuando a la distancia escuchó ladrar un perro. Sabía que un perro ladrando es señal de vida humana en algún lugar más adelante. Pronto llego a un pequeño valle donde pudo escuchar débiles voces y el sonido de niños riéndose. Esas risas, más tarde recordaría, fue uno de los sonidos más dulces que un apersona pudo escuchar. Moviéndose para hallar a los niños entró en un descampado con un pequeña tienda humildemente levantada en su centro. Sobrecogido por el alivio y el cansancio Jai colapsó en su camino a la tienda.

Un extranjero llega a la ciudad

En una pequeña villa en los Himalayas una pastora emergió de su tienda para investigar el ruido que se había escuchado afuera. Tirado unos metros a lo lejos, inconsciente, estaba un extranjero con su cuerpo cubierto con rasgadas ropas, botas destrozadas y manchas de sangre seca. La mujer miró a su alrededor pero no halló nada peculiar. El hombre parecía que había venido solo. Estaba claramente herido y ella dedujo que no podría durar mucho allí en el aire frio. Se le acercó, lo levantó y lo llevó hacia el interior. Conforme limpiaba sus rasguños y trataba de hacerle beber agua y comer él revivió lo suficiente como para estar consciente de su alrededor.

Jai se despertó y encontró a una pequeña mujer de unos cuarenta años atendiendo sus heridas, ofreciéndole alimentos y agua y hablándole en un lenguaje que no podía entender. Trató de levantarse pero sus pies estaban hinchados y su cadera muy débil para soportar su peso. Su dolor fue tan severo que no podía ni siquiera arrastrarse. En la siguientes pocas horas Jai no pudo hacer sino aceptar los alimentos y el agua que la mujer le ofrecía, y tratar de comunicarse a través de gestos que necesitaba continuar bajando la montaña para contactar su campamento en la cara opuesta. Sin embargo era claro para ambos que él no podría viajar en su estado actual.

La mujer sabia que ella sola no podría curarlo. Para sorpresa de Jai ella le indicó con señas que había decidido bajar la montaña y llevarlo a la siguiente villa. Cargándolo en sus espaldas lo sacó de la tienda, caminó unos 200 metros y lo bajó. Ella bebió algo de agua, lo forzó a beber un sorbo y lo cargó de nuevo. De esta manera continuó unas decenas de metros a la vez por tres días completos. Finalmente la pareja llegó a la siguiente villa. La mujer localizó a los oficiales del pueblo y se enfrascó en una animada discusión hasta que ellos de mala gana aceptaron trasportar a Jai en el lomo de un burro a un pueblo más grande que contaba con un hospital. La mujer se negó a dejar a Jai hasta que el viaje estuvo asegurado y luego rechazó aceptar su ofrecimiento de pagarle por su bondad y generosidad. Ella parecía satisfecha con el conocimiento de que Jai estaría seguro. Después de un gesto de despedida ella partió.

Desde la villa Jai cabalgó sobre el burro por dos días. Conforme lo hacía notó que el viaje en burro era más doloroso que el viaje sobre las espaldas de la pastora. Comenzó también a tomar una mayor perspectiva de su situación, reconociendo cuan frágil era su vida y como sus circunstancias personales pudieron cambiar tan drásticamente en un instante. Sopesó la

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fuente de la generosidad de la pastora, una persona con quién él no pudo siquiera llevar una conversación y sin embargo se había dado a él incondicionalmente.

Con esos pensamientos profundos en su corazón Jai finalmente arribó al pueblo y fue entregado a los brazos de un asombrado médico. Este rápidamente diagnosticó una cadera rota y arcos caídos en ambos pies. Aunque las heridas de Jai eran serias no fueron permanentes. Desafortunadamente su compañero de escalada no había sido tan afortunado. Confirmando sus peores sospechas Jai supo que permanecía perdido y presumiblemente muerto.

Preguntas:

¿Por qué la pastora hizo lo que hizo?

¿Qué piensa que aprendió Jai de la experiencia?

¿Qué debería hacer Jai luego que se recupere?

Por favor no discuta con nadie estas preguntas. Espero las instrucciones que el profesor dará en clases.