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UNA CIUDAD CON DOS VIOLENCIAS: ENSAYO TEORICO, BITACORA Y OBRA LITERARIA DANIEL ORTIZ VELASCO TRABAJO DE GRADO Presentado como requisito para optar por el Título de Profesional en Estudios Literarios PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA Facultad de Ciencias Sociales Carrera de Estudios Literarios Bogotá, 2018

UNA CIUDAD CON DOS VIOLENCIAS: ENSAYO TEORICO, BITACORA Y …

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UNA CIUDAD CON DOS VIOLENCIAS: ENSAYO TEORICO, BITACORA Y OBRA

LITERARIA

DANIEL ORTIZ VELASCO

TRABAJO DE GRADO

Presentado como requisito para optar por el

Título de Profesional en Estudios Literarios

PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA

Facultad de Ciencias Sociales

Carrera de Estudios Literarios

Bogotá, 2018

Artículo 23, resolución No 13 de 1946

“La universidad no se hace responsable por los conceptos emitidos por sus alumnos en

sus trabajos de tesis. Sólo velará porque no se publique nada contrario al dogma y la

moral católica y porque las tesis no contengan ataques personales contra persona alguna,

antes bien no se vean en ellas el anhelo de buscar la verdad y la justicia”

PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA

FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES

CARRERA DE ESTUDIOS LITERARIOS

RECTOR DE LA UNIVERSIDAD

Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J.

DECANO ACADEMICO

German Rodrigo Mejía Pavony

DIRECTOR DEL DEPARTAMENTO DE LITERATURA

Juan Felipe Robledo

DIRECTOR DE LA CARRERA DE ESTUDIOS LITERARIOS

Liliana Ramírez Gómez

DIRECTOR DEL TRABAJO DE GRADO

Jaime Andrés Báez León

1

TABLA DE CONTENIDO

FORMULACION DEL TEMA………………………………………………………………3

Contexto…………………………………………………………………………………….3

Formulación del problema……………………………………………………………….....4

JUSTIFICACION…………………………………………………………………………….5

OBJETIVOS………………………………………………………………………………….6

Objetivo general…………………………………………………………………………….6

Objetivos específicos…………………………………………………………………….....6

ESTRUCTURA……………………………………………………………………………….6

COORDENADAS TEORICAS………………………………………………………….......7

Ciencia ficción: definición…………………………………………………………………7

Clasificaciones y subgéneros de la ciencia ficción…………………………………........13

La ciencia ficción en Colombia………………………………………………………......16

Proyecto creativo…………………………………………………………………………22

BITACORA…………………………………………………………………………………29

Idea inicial………………………………………………………………………………..29

Concepción……………………………………………………………………………….30

Inspiraciones……………………………………………………………………………..33

Estructura………………………………………………………………………………...35

Premisa…………………………………………………………………………………...36

Personajes recurrentes…………………………………………………………………….38

Diagrama………………………………………………………………………………….39

2

Obstáculos y reflexiones durante la escritura………………………………………40

Opiniones de lectores……………………………………………………………….42

Retroalimentación y reflexiones finales…………………………………………….47

OBRA LITERARIA…………………………………………………………………...48

BIBLIOGRAFIA………………………………………………………………………153

3

1. FORMULACIÓN DEL TEMA

1.1. CONTEXTO

Entre de la alta gama de géneros que pueblan el mundo de la literatura universal, es posible

que la ciencia ficción se caracterice por ser de los más complejos. Por lo menos en lo que se

refiere a una clara caracterización de su identidad particular. Como dice Ricardo Burgos en su

tesis La Ciencia Ficción en Colombia (1998, p.20), es posible definir la ciencia ficción de

diferentes maneras, debido a su gran número de temáticas. Puede ser un juicio histórico o una

fantasía de futuro; una aproximación naturalista o racionalista; un viaje simbólico o un producto

enteramente desprendido del análisis. No obstante, es una herramienta para casi cualquier tipo de

exploración narrativa. El teórico de ciencia ficción Darko Suvin lo describe como “El único

género meta-empírico que no es al mismo tiempo metafísico; comparte con la literatura

dominante de nuestra civilización un acercamiento maduro y análogo a nuestra ciencia y

filosofía. Asimismo, comparte los horizontes omni-temporales de este acercamiento” (1972,

p.377-380) En pocas palabras, es una literatura capaz de adaptarse a cualquier tipo de contexto

físico y temporal y utilizarlo para crear diferentes tipos de narrativas.

Por esta razón, sería lógico asumir que sus muchas características favorables le permitirían a

este género tener un alto grado de universalidad. Es decir, que podría ser adoptado fácilmente

por un amplio número de culturas, dando pie a un número de adiciones provenientes de múltiples

regiones y perspectivas, expandiendo las posibles temáticas y discusiones sobre el canon

literario. Sin embargo, en Latinoamérica el género no ha sido muy cultivado de una manera que

sea notable a los ojos de una comunidad mundial de autores y lectores. Mi proyecto creativo, y

las reflexiones que lo acompañaran, tratan sobre esta posibilidad de universalización del género e

intentan dar algunas razones por las cuales no ha sido se le ha prestado mucha atención en la

cultura latinoamericana. Y lo que es más importante aún, se intenta señalar cómo ocurre mi

propia inclusión a este canon que aún está formándose.

Para empezar a discutir la ciencia ficción dentro de un ambiente latinoamericano es necesario

reconocer que sí existe un grupo de obras que podría configurar un canon de ciencia ficción en

esta región, varias de estas contemporáneas. En su mayoría, se trata de textos chilenos,

4

venezolanos, argentinos o mexicanos, que evidencian un grado de asimilación de las culturas

europeas y anglosajonas en la producción de esta parte de Latinoamérica1. Es útil identificar las

obras principales dentro de la historia del género y sus influencias, para así entender el estado del

arte y consecuentemente, crear una ruptura. En el señalamiento de esta ruptura es donde se marca

la clara diferencia entre mis objetivos teóricos y mis intereses creativos. A pesar de las muchas

conclusiones que podrían surgir de una investigación profunda sobre la ciencia ficción

latinoamericana, la tarea que se está realizando es, sobre todas las cosas, una búsqueda crítica de

influencias y material tanto útil como inútil. Deseo emitir juicio sobre las obras y teorías

estudiadas, no con el propósito de denigrar, apreciar o justificar los méritos del género, sino para

entender de qué manera podrían textos previos servir a los propósitos específicos de la obra

realizada.

La obra es un conjunto de cuentos realizados en lo que puede describirse como ciencia ficción

latinoamericana, o por lo menos una de sus posibles iteraciones, aunque he pretendido ampliar el

género poniendo énfasis precisamente en la identidad latinoamericana. La obra sería una

desviación de las perspectivas europeas y norteamericana, un acercamiento alternativo a sus

respectivas construcciones de mundo y fantasías de poder, fuertemente ilustradas en el canon del

siglo XX. Toma elementos icónicos de la ciencia ficción y sus características epistemológicas, y

lo mezclaría con un número de temáticas y ambientes que puedan reconocerse como

latinoamericanos para así crear una narrativa de contrapoder, de reflexión socio política y de

constante contraste entre el progreso y la regresión tecnológica y moral.

1.2. FORMULACION DEL PROBLEMA

Es posible resumir todo lo dicho hasta el momento en una sola pregunta:

Con base en un conocimiento de la ciencia ficción y dado el escaso número de obras

latinoamericanas de este género ¿cómo crear una obra de ciencia ficción que proponga una

ruptura en el género al incorporarle una mentalidad e inspiraciones literarias colombianas?

1 Obras como Años Luz (2006) de Marcelo Novoa, Párrafos sueltos (2003), de Domenico Chiappe, y El oído absoluto

(1989), de Marcelo Cohen son algunos ejemplos de obras chilenas, venezolanas y argentinas que ya están adquiriendo fama en el panorama contemporáneo.

5

2. JUSTIFICACION

Existen un gran número de retos y reflexiones que se originan con la escritura creativa de

ciencia ficción y su rango de acción como género. Cada obra debe ser original como ficción y

una contribución única al canon de ciencia ficción. Esto no solo se refiere a la creación de un

imaginario propio o de un número de personajes. Es necesario comprender aquellas

características que constituyen el género para llevarlo a cabo de una manera efectiva, tarea que a

través de los años se ha vuelto más elusiva gracias a un amplio número de variaciones y

subgéneros que han ampliado su definición y reconstruido sus reglas en múltiples ocasiones. En

la ciencia ficción es posible crear cualquier tipo de narrativa que se pueda apoyar en la necesidad

de una ficción futura, espacial, apocalíptica, alíen, temporal o en pocas palabras, removida de las

limitaciones de la “realidad”2 y basada en las infinitas posibilidades provistas por los productos

del ingenio humano. Si este es el caso ¿qué le puede aportar este tipo de ficción a la literatura

latinoamericana? Este es un tema que me interesa puesto que es posible que en los próximos

años la escritura creativa en Colombia aumente en el campo de la ciencia ficción; además, mi

curiosidad por mi propia cultura siempre se ha hermanado con mi amor por este género que me

ha proporcionado entretenimiento a lo largo de mi vida.

Me parece esencial que, antes de exponer las posibles contribuciones que la cultura

latinoamericana pueda hacer al área de la ciencia ficción, se aclare sucintamente que este

proyecto creativo se valió de lo que considero importante de la cultura latinoamericana. En el

tiempo que he pasado leyendo un sin número de obras de ciencia ficción de origen

latinoamericano, más específicamente colombiano, he notado tendencias a replicar a aquellas

influencias europeas que llegaron de manera tardía a nuestro territorio en forma de traducciones.

Considero que existe una falta de motivación de los autores para incluir aquellos rasgos que le

dan identidad a nuestra cultura. Es posible entender mi cultura dentro del contexto geopolítico en

el que me encuentro, para así crear una obra que no repita los productos de una mentalidad

europea o norteamericana que podría estar distanciada de la nuestra. Por esta razón hice uso de

nuestros propios recursos narrativos, sociales y políticos con el propósito de lograr un encuentro

único entre género y contexto social, que contribuiría a lo que es, como dice Rodrigo Bastidas

2 Con realidad nos referimos a la autenticidad física del contexto en el que se desarrolla una obra literaria. Cierta

literatura que suele denominarse naturalista se aferra a tal autenticidad física, pues “pretende re-crear de modo fiel el ambiente empírico del autor” (Burgos, 1998. P. 32)

6

Pérez, “el momento de mayor importancia para la ciencia ficción en Colombia” (Pérez, 2012, p.

3)

3. OBJETIVOS

3.1. OBJETIVO GENERAL

Comprender algunas características principales de la ciencia ficción latinoamericana,

partiendo de las obras existentes y su desarrollo en el siglo XX y XXI, para así escribir un

conjunto de cuentos de ciencia ficción que reflejen el contexto colombiano.

3.2. OBJETIVOS ESPECÍFICOS

● Señalar algunos de los rasgos que caracterizan al canon de ciencia ficción latinoamericano

del siglo XX y XXI y lo que se puede aprender de estos.

● Problematizar mi noción de identidad literaria colombiana con elementos que considero

esenciales del género de ciencia ficción.

● Escribir una obra de ciencia ficción y presentarla con un encuadre crítico que permita

distinguir por qué se considera una contribución al canon del género en Latinoamérica.

● Presentar esta obra a diferentes lectores y sacar conclusiones sobre lo logrado con base en sus

críticas.

4. ESTRUCTURA

Mi plan de trabajo se dividió en los siguientes pasos:

El primer paso fue establecer una definición empírica del género que quería trabajar, como

base para la sustentación teórica.

Luego recopilé información sobre el canon latinoamericano de ciencia ficción.

Leí las obras y las comparé con algunas de las más importantes del canon europeo y

latinoamericano, para entender qué características me parecían subsidiarias de la cultura de

origen de estos autores. De esta manera, invito a que se abran caminos para plantear una

ciencia ficción que sea mucho más latinoamericana, pues no dependería de una imitación

servil de las características que responden a la cultura de los autores canónicos de la ciencia

7

ficción en otros lugares del mundo. Vale la pena aclarar que mi proyecto no intenta presentar

una conclusión definitiva sobre la definición del género y el canon.

Escribí mis cuentos y bitácora con base en lo mencionado.

Una vez terminada la obra hice un proceso de socialización que me permitió conocer la

perspectiva de otros lectores sobre mi proyecto creativo.

Es importante tener en cuenta que, con excepción del proceso de socialización, que se realizó al

final, todos estos pasos no siguieron un orden lineal. La investigación, la obra y bitácora se

llevaron a cabo de manera simultánea para permitir una interacción entre estas. Mis conclusiones

sacadas durante la investigación inspiraron mi obra y el proceso de escritura de la obra me llevo

a investigar más áreas en la exploración teórica. No fue necesario seguir un orden lineal.

5. COORDENADAS TEORICAS

5.1. CIENCIA FICCIÓN: DEFINICIÓN

En los intentos que existen de definir este género a través de múltiples ensayos e

investigaciones3, es posible ver que muchos de estos llegan a la misma conclusión: “definir a la

ciencia ficción ha resultado más un estorbo que verdadera ayuda” (Amis, 1966, p. 4) Por mi

parte, estoy de acuerdo. La ciencia ficción no se beneficiaría de una definición formal, ningún

género lo haría, pues el género no es una entidad estática.

Es común escuchar entre algunos académicos que las obras de género son aquellas que dejan

a la literatura congelada, limitada e incapaz de crecer. Personalmente, considero que esta es una

equivocación. El género es un punto de referencia, una manera provisional de definir. No es un

conjunto específico de reglas que deberían seguirse ni una entidad incapaz de crecer y cambiar.

Sí tiene un grado de dominio en el trabajo, pero este dominio no llega al extremo de detener la

innovación. Es “una institución. Cabe trabajar, expresarse a través de instituciones existentes,

crear otras nuevas o seguir adelante en la medida de lo posible sin compartir políticas o rituales;

3 Ray Bradbury lo definió como “el arte de lo posible” (1974, p.3) Para John W. Campbell Jr era “una extrapolación

profética de lo conocido” (1947, sin p); y desde la perspectiva más cínica de Norman Spinrad (1974, sin p.), “la ciencia ficción es todo aquello que se publica como ciencia ficción” Desde la perspectiva teórica estas definiciones han sido más que partes de un todo a los ojos de autores como Suvin o Thomas D. Clareson.

8

cabe también adherirse a instituciones para luego reformarlas” (Wellek, 1952 p.271-272),

Teniendo esto en cuenta, podemos estudiar este género no como una guía estricta que vaya a

seguir la obra que es el centro de este proyecto, sino como una manera cómoda de referirse a las

influencias y estado del arte que la inspira. En pocas palabras: es un intento de reformar la

institución.

Dicho esto, hay que considerar que dejar de lado a las definiciones exhaustivas aún nos

permite considerar a una definición limitada y funcional. Además, lo importante para esta

investigación no sería una idea totalmente objetiva del género, sino subjetiva. Más

específicamente sobre las características de la ciencia ficción que puedo identificar y que más

benefician al avance de mi escritura.

Por el momento es necesario saber que el proyecto creativo trata con lo que usualmente se

conoce como la rama más dura de la ciencia ficción. Es decir, que se atiene a los principios y

objetivos clásicos de este tipo de obras, en vez de intentar una hibridación con otros géneros. Por

supuesto, para hacer esta distinción es necesario considerar lo que distingue a la ciencia ficción

de otros géneros y como estos suelen mezclarse, una explicación a la que se llegará más adelante.

Asimov (1981, p.12-13) dice que para esta “ciencia ficción dura” existen definiciones tanto

inclusionistas como exclusionistas. Las inclusionistas son aquellas que ven a la ciencia ficción

como aquel género que abarca todo, y exclusionistas las que tienen una idea más reducida y

definida de su campo de acción. Usualmente estas definiciones son vistas como intentos

separados. Pero de la misma manera que un proyecto o tesis requiere de objetivos generales y

específicos, pienso que una definición efectiva del género requiere tanto de un aspecto

inclusionista como exclusionista, es decir: una idea general de las amplias capacidades del

género, conectada a unos cuantos pilares que la mantengan en tierra.

Para empezar a darle forma a esta definición hay que comenzar identificando lo que podría

considerarse la definición inclusionista o general. Es decir, aquella que serviría como punto de

referencia para clasificar cualquier obra que vaya a ser considerada como parte del género. En mi

opinión, esta definición sería la que tiene Pamela Sargent (1974, p.7), quien suele definir a la

9

ciencia ficción como una literatura de las ideas, una definición muy amplia pues podria cubrir

todo tipo de temáticas sean políticas, sociológicas, filosóficas y más.

De esta manera, sería una rama de la literatura en la que los problemas e ideas a tratar son

más importantes que el modo de presentación o la estética formal. Desde esta perspectiva las

temáticas cobrarían una mayor importancia y ayudarían a la definición misma del género.

Fantasías futuristas, espaciales, distópicas o utópicas todas estas temáticas no están ahí sin razón

alguna, pues son una representación de nuestra naturaleza inquisitiva, un método infalible para

estimular nuestra curiosidad y ayudarnos a confrontar el aspecto racionalista del ser. En pocas

palabras, las temáticas están presentes con el propósito de incitar ideas por parte del lector que

no se presentan tan fácilmente en la literatura naturalista o realista. Sin embargo, el realismo y el

naturalismo no se descartan completamente en la ciencia ficción. Como dice Burgos. “Si

pensamos en la literatura naturalista como la que concede preponderancia a la razón, y la

fantástica como la que concede preponderancia a la imaginación, la ciencia ficción es una

intersección de literatura realista y literatura fantástica” (1998, p. 62)

Los mencionado anteriormente representa lo que ha sido la ciencia ficción a través de los

años. Sin embargo, podrían describir a un gran número de géneros y tendencias literarias que no

suelen clasificarse como ciencia ficción. Ahí es donde entra el aspecto exclusionista. Si,

volviendo a Sargent, es una literatura con una carga reflexiva significativa ¿qué hace a estas

reflexiones distintas de las que se dan en otros géneros? Con base en las conclusiones de Suvin

(1972) existirían dos aspectos, dos condiciones que dictan las reglas del género y lo

diferenciarían la literatura fantástica y la realista. Estas serían la cognición y el extrañamiento.

5.1.1. DIFERENCIAS ENTRE CIENCIA FICCION Y LA FANTASIA: SOBRE LA

COGNICIÓN

Teóricos como Suvin explican que, desde las primeras obras con atisbos de lo que hoy

definimos como ciencia ficción, tal y como sería Frankenstein (1818) de Mary Shelley, se ha

sabido que el aspecto cognoscitivo del ser humano es el corazón, el centro narrativo de toda obra

de ciencia ficción. Lo que diferencia a la ciencia ficción de las narrativas fantásticas (mitos,

leyendas, folclore, etc.) es que esta usa el pretexto del ambiente empírico del autor, como decía

10

Burgos, para explorar diferentes facetas de nuestra realidad de una manera cuasi-filosófica

basada en incertidumbres, consecuencias y relaciones maleables. Por su parte, las narrativas

fantásticas hacen uso de una visión mucho más romántica y anti-racionalista del mundo. Una

visión basada en la figura del héroe, en relaciones fijas e irrompibles entre los seres humanos, y

en la satisfacción de los finales felices. En cierta medida, una obra como El señor de los anillos

(1954) cumple con estas características.

Ricardo Burgos explica cómo los grandes precursores de la fantasía son nuestros propios

mitos y leyendas, que en sus comienzos no se veían como narrativas fantásticas, sino como

realidades definitivas. Fue debido a los avances de la ciencia que la sociedad empezó a buscar lo

real en el sentido de lo pragmático. Y una vez nos acostumbramos a lo real, los lectores

empezaron a devolver su atención a lo irreal, esta vez como un esfuerzo consciente de ser

sorprendidos por algo fuera de los dominios de la ciencia. En este sentido, la literatura

“fantástica” sería un género en el que es posible distinguir lo real de lo no real con claridad, y

voluntariamente se busca lo último.

Además, el paradigma de lo real y lo fantástico cambia con la modernidad. Citando a Burgos

“El progreso científico técnico de la época que precipitó la industrialización trastocó la visión del

mundo entonces vigente…En este momento pareciera que todo fuera posible para el hombre”

(Burgos, 1998. p. 53). Es por esta modernidad que la Ciencia ficción se presenta como una nueva

fantasía cognitiva.

Así, pues, aunque la fuente originaria de ambos géneros estaría en la capacidad de fabular

sobre el mundo, la separación consistiría en que para la ciencia ficción la faceta cognoscitiva

sería la más importante, y los dominios de la ciencia no serían ignorados, sino aplicados, en la

medida de lo posible, a la creación del mundo narrativo.

Con ayuda de estas conclusiones podemos afirmar que, aunque es similar a la fantasía en la

superficie, la ciencia ficción es, en gran parte, un resultado del pensamiento naturalista; un

esfuerzo de análisis, comprensión y expresión de ideas sobre nuestro vivir, expuestas por medio

de una multitud de imágenes, pero aun así anclados en un cierto ambiente empírico del autor. En

11

su prólogo a Crónicas marcianas, Borges compara los viajes a la luna en obras de Luciano de

Samosata, Ariosto y Kepler y explica cómo “los dos primeros son, sin embargo, invenciones

irresponsables y libres y el tercero está como entorpecido por un afán de verosimilitud. La razón

es clara: para Luciano y para Ariosto, un viaje a la Luna era un símbolo o arquetipo de lo

imposible; para Kepler, ya era una posibilidad” (Borges, 1955, p. 4) Esta es una buena manera de

diferenciar fantasía y ciencia ficción.

Más adelante explicaremos como, al menos en el caso de este proyecto, buscar verosimilitud

no es algo que entorpece. Lo importante es que mediante esta búsqueda de la plausibilidad se

introduce el aspecto cognoscitivo que mueve a la ciencia ficción a explorar a la literatura de las

ideas por medio de un nuevo tipo de extrañamiento.

5.1.2. DIFERENCIAS ENTRE CIENCIA FICCION Y EL NATURALISMO: SOBRE EL

EXTRAÑAMIENTO

Existen autores y teóricos, como Orson Scott Card o Angela Carter, que prefieren llamar a la

ciencia ficción “ficción especulativa”4. Aunque no estoy de acuerdo con ese término

5, sí entiendo

de donde viene. La especulación es un elemento esencial de la ciencia ficción, no solo en

escenarios futuristas, sino en cualquier imaginario que demande detalles verosímiles. Es este

aspecto especulativo el que distingue al extrañamiento, al imaginario de ciencia ficción del de

otros géneros. Pero, ¿de dónde viene este extrañamiento? Para la generación de Julio Verne y

las que le siguieron, vino del avance tecnológico. Cuando nuestra realidad nos empieza a

presentar un cambio constante en ciencia y tecnología, y las posibilidades de estos campos se

empiezan a ampliar frente a nosotros, es imposible evitar la curiosidad, la exageración de las

posibilidades futuras y aplicar esta misma a nuestras historias.

“Curiosidad” es tal vez la palabra más apropiada e inapropiada que se puede asociar con los

autores este género, y es el comienzo de la labor de creación de la que son responsables.

Apropiada porque el autor de ciencia ficción suele ser aquel que toma las posibilidades 4 “La ficción especulativa engloba todas las historias que tienen lugar en un escenario opuesto a la realidad

conocida” (Scott Card, 1984, p. 13) 5 Personalmente, pienso que “ficción especulativa” es un término reduccionista. La especulación es un elemento

indispensable de este tipo de narrativas. Pero esta terminología podría implicar que especular es el único objetivo que cumple este tipo de literatura. Como se vio en la sección anterior, este no es el caso.

12

planteadas por la ciencia, por minúsculas que sean, y las aplica a un relato bajo el pretexto del

“cómo sería si…”. Los marcos detrás de teorías y conjeturas se convierten así en el punto de

partida de una historia. Inapropiada porque, como lo explicaré a continuación esa “curiosidad”

no es capaz de superar el contexto del autor y supone una mentira.

Por supuesto, la curiosidad en la ciencia ficción implica la gran mentira que todo autor del

género se dice así mismo. Estos autores proceden con ansias de exploración, buscando lo

desconocido, aunque lo que se encuentra es más un escenario prefabricado por el mismo autor,

carente de escapatoria. En tal sentido, la ciencia ficción a pesar de sus ambiciones quedaría

sometida a una regla que muchos le atribuyen al naturalismo. Suvin, por ejemplo, dice que “la

regla básica de la literatura naturalista es que el destino del hombre es el hombre” (1972 p.377)

Mejor dicho, es imposible explorar tu propia imaginación y encontrarse con algo que no sea

inherentemente humano. Todo imaginario se encuentra marcado por un aspecto de la psique

humana, no algo que sea realmente futuro o alíen. En su búsqueda de lo inexplorado los autores

de ciencia ficción terminan dando un círculo innecesario que vuelve nuevamente al análisis del

yo.

Sin embargo, existe una razón por la que este ejercicio sigue satisfaciendo a los autores de

ciencia ficción en su necesidad de separarse de la literatura naturalista, pues podría decirse que

esta trata de retratar la realidad, mientras que la ciencia ficción trata de materializar, mediante el

lenguaje, una nueva realidad. Esto podría explicarse usando a Star Trek (1966) como ejemplo.

Esta es una serie de televisión que se atrevía cada semana a introducir conceptos basados en nada

más que prototipos, investigaciones en curso o imaginaciones del creador. Estas incluían

teléfonos que no requerían cables, monitores planos con interfaz sensible al tacto y máquinas que

creaban objetos simples en segundos. Todos estos objetos existen hoy en la forma de celulares,

tablets e impresoras 3D, y hasta superan a los conceptos originales en varios aspectos.

No puede negarse que una de las razones de la existencia de estos objetos es en gran parte

porque una mente creativa los creyó posibles, incluso porque los incorporó en una narrativa que

luego los lectores hicieron realidad no solo con la lectura de las obras sino con creaciones

materiales. Se puede afirmar que todos los tipos de literatura tienen fuertes repercusiones en

13

nuestra realidad, pero la ciencia ficción contiene en sus propuestas una dimensión de lo factible

que resulta decisiva para crear el extrañamiento. Los productos de este extrañamiento inspiran

curiosidad en otros, y como consecuencia, comienzan una labor de creación que luego va a

inspirar a nuevos autores en un tipo de círculo creativo. En palabras de Asimov: las historias de

ciencia ficción son “viajes extraordinarios a uno de los infinitos futuros concebibles” (Asimov,

1981, p.13). Submarinos y viajes a la luna no serían lo mismo sin Julio Verne, y sin estas

exploraciones, es posible que la ciencia ficción no hubiera alcanzado los niveles de popularidad

que tuvo en el siglo XX, llevando a otros autores como E.E Smith, y a científicos reales a

considerar viajes a estrellas lejanas y así sucesivamente.

En las secciones anteriores hice uso de afirmaciones de teóricos de la ciencia ficción, como

Suvin, Burgos y Asimov, para señalar las posibles diferencias entre este género y lo que se

entiende comúnmente, fuera de la academia, como literatura naturalista y fantástica. En la

próxima sección presentaré algunas clasificaciones y subgéneros posibles de la ciencia ficción.

5.2. CLASIFICACIONES Y SUBGENEROS DE LA CIENCIA FICCIÓN

Una parte esencial de la escritura creativa de ciencia ficción es poder distinguir qué tipo de

ciencia ficción se está escribiendo. Pues ha habido numerosas facetas de este género y no es

posible agruparlas todas bajo una sola definición. Con el propósito de facilitar la comprensión de

lo que sigue en este proyecto voy a dar una explicación sobre esta problemática.

Con respecto a la teoría de los géneros, Wellek habla sobre la necesidad de una “continuidad

formal estricta que nos permita afirmar la sucesión y unidad de los géneros” (1954, p.284), una

manera de identificar las formas literarias más simples y cómo encajan dentro de las

clasificaciones literarias más complejas a través del tiempo. A mi parecer, el subgénero cumple

esta función.

A través de su historia, la ciencia ficción ha dado a luz a una multitud de “subgéneros”, facetas

del canon nacidas de las ansias de innovación de sus autores en un esfuerzo de mantener este tipo

de literatura relevante, y capaz de discutir más problemáticas con el pasar del tiempo.

14

Aunque discutir todos los subgéneros diferentes no es necesario para tener una definición

solida del género, es más, es posible que dificulte el proceso al dar un exceso de información y

excepciones a reglas que vuelvan todo más confuso. Sí es importante mencionar los subgéneros

con mayor influencia y que han marcado a la historia de la ciencia ficción de manera

significativa. Pues entenderlos sirve para comprender un poco mejor las obras latinoamericanas

que se presentaran más adelante y a proveer una descripción aproximada del tipo de obra que se

realiza en este proyecto.

A continuación, se listarán algunos subgéneros. Es importante tener en cuenta que, como la

ciencia ficción misma, cada subgénero es difícil de describir y es digno de un trabajo teórico en

sí mismo. Por lo tanto, aunque se trata de generalizaciones, presento mi propuesta de definición

de algunos subgéneros de la ciencia ficción, el propósito es que permitan entender otros pasajes

de este ensayo y, sobre todo, las posibilidades que tenía yo mismo en mente cuando escribí la

obra literaria.

Aventura: Ciencia ficción motivada por la búsqueda y el descubrimiento de fenómenos

desconocidos por el hombre. Viajes extraordinarios, al estilo de Julio Verne, en el siglo XIX

o Michael Crichton en la época contemporánea. Este podría considerarse el primer

subgénero6, pues este no proviene de la ciencia ficción sola, sino que se originó en géneros

fantásticos como el mito y la leyenda, solo para ser transformada en una versión más

racionalista por medio de la ciencia ficción. Como se dijo anteriormente con ayuda de

Asimov, la ciencia ficción nace de los viajes extraordinarios. No sobra señalar que este

subgénero encuentra su inspiración en sucesos históricos como el descubrimiento de

América, la exploración del océano profundo, o el viaje a la Luna.

Invasión alienígena: Una narrativa con bastante popularidad. Suele ser el estereotipo que se

asocia con el género para aquellos que no saben de él. La idea general es que la tierra es

invadida por una o más especies alienígenas, sea de manera abierta o en secreto. La guerra

de los mundos (1987) de H.G Wells es el ejemplo clásico de este subgénero pero existen

muchas maneras de ejecutar esta fórmula o crear subversiones de esta con base en cualquier

6 Asimov ha dicho que los orígenes de la ciencia ficción fácilmente podrían remontarse hasta obras como La Odisea de Homero, justamente por esta premisa de un viaje extraordinario.

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tipo de invasión. The Tommyknockers (1987), de Stephen King, hacen de esta una invasión

psicológica en vez de militar, y Ender’s Game (1985), de Orson Scott Card revela el otro

lado de la moneda, al mostrar a los humanos como los verdaderos invasores, aun si no están

conscientes de ello. Este subgénero tuvo sus orígenes en un número de invasiones a través de

la historia, dando pie a obras muy tempranas como Micromegas (1752), del autor francés

Voltaire, o The germ growers (1982), del autor londinense Robert Potter. Sin embargo, fue la

paranoia sobre la posible invasión de Inglaterra por un poder extranjero la que contribuyo a

la obra Wells y por consiguiente a la difusión de este subgénero.

Apocalíptico y post-apocalíptico: Probablemente el subgénero más popular del siglo XXI en

gran parte debido a influencias norteamericanas. El concepto de “apocalipsis” existe desde

hace siglos, hecho popular gracias a la Biblia. Narrativas de ciencia ficción alrededor de un

posible escenario catastrófico y lo que sería del mundo después de este existen desde antes

del siglo XX con obras como The last man (1826), de Mary Shelley, o La máquina del

tiempo (1895), de H.G Wells. Sin embargo, sucesos catastróficos vividos en la historia

estadounidense han llevado a autores norteamericanos a poner gran énfasis en este subgénero

en la modernidad. El uso de bombas atómicas en Hiroshima los llevó a temer un apocalipsis

nuclear, que reflejaron en relatos como La marea increíble (1970), de Alexander Key. Las

amenazas terroristas de países orientales por medio de armas químicas como el ántrax o el

ataque a las torres gemelas (2001), alimentó más y más a narrativas de zombies como Guerra

Mundial Z (2006), de Max Brooks o basadas en la destrucción de monumentos e iconografía

americana, como la película Cloverfield (2008), de J.J Abrams.

Cyberpunk: El término “cyberpunk” fue creado por Bruce Bethke en 1983 para un cuento del

mismo nombre. El termino combina las palabras “cybernetic” y “punk” para describir un tipo

de estética particular. Un ambiente urbano distópico, alterado en gran medida por la

tecnología. Sea por medio de modificaciones tecnológicas, inteligencia artificial u otros

fenómenos mecánicos o digitales. Las narrativas cyberpunk suelen tratar con los problemas

de la influencia tecnológica en la edad moderna, el dominio de las grandes corporaciones

sobre el público y el cinismo de un antihéroe en una civilización carente de esperanza.

¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968) de Philip K. Dick es una de las obras

representativas de este subgénero, no solo porque inspiraría a otros autores norteamericanos,

sino a la comunidad internacional. Fue en gran parte gracias esta novela que se daría un

16

movimiento bastante exitoso de obras cyberpunk en Japón, los autores japoneses harían uso

de este subgénero para expresar los miedos de este país al poder tecnológico moderno. Por

medio de obras como Akira (1982) de Katsuhiro Otomo o Ghost in the Shell (1989) de

Masamune Shirou comentarían problemáticas como la bomba atómica que cayó sobre

Hiroshima y el crecimiento de la industria en su país causado por influencias americanas.

Opera espacial: Un ejemplo representativo de la ciencia ficción blanda. Se le llama blanda

por la manera en la que tiene una narrativa heroica7-anti racionalista, y la sitúa en un

escenario de ciencia ficción. En muchos casos la space opera se inspira en subgéneros como

el “western”. En palabras de Burgos: “la modificación de la opera espacial con respecto al

“western” es epidérmica, pero no sustancial: la nave espacial sustituye al caballo, la pistola

de rayos al revolver, y el espacio a las llanuras del oeste norteamericano” (1998, p. 120) El

ejemplo más popular de este subgénero es Star Wars (1977), de George Lucas. Cabe

mencionar que varias obras de literatura colombiana de ciencia ficción también han sido

operas espaciales8

5.3. LA CIENCIA FICCIÓN EN COLOMBIA

5.3.1. PANORAMA GENERAL

Para hablar de las bases teóricas de este proyecto, es importante explicar los logros que se han

presentado en Latinoamérica en el área de ciencia ficción. Primero desde la perspectiva de todo

el continente, y segundo desde el caso específico de Colombia.

Mientras que el auge de la revolución industrial les trajo a los autores del primer mundo la

curiosidad y motivación necesarias para explorar el futuro y las posibilidades de la condición

tecnológica y humana por medio de la ciencia ficción, la mayoría de los países latinoamericanos

no tuvieron la misma necesidad. Durante finales del siglo XIX y comienzos del XX, la poca

exposición que Latinoamérica había tenido a este género venia de autores como Julio Verne o

H.G Wells, gracias a varias recopilaciones traducidas en Barcelona y traídas hasta nuestro 7 Cuando nos referimos a lo heroico en este contexto nos referimos a la definición clásica de esta figura. Al héroe virtuoso y valiente que tiene sus orígenes en la tradición griega y que se sigue presentando hoy en día en los géneros fantásticos. 8 Viajes interplanetarios en zepelines (1936), de Manuel Francisco Slinger, y el Cero absoluto (1995), de Jaime Restrepo Cuartas, son algunos ejemplos.

17

territorio, en palabras de Albio Martinez Simanca: “La producción literaria de Verne fue un

proyecto pedagógico universal que tuvo sus repercusiones en todos los rincones del planeta.

Varios autores del Caribe colombiano asimilaron el impacto del escritor francés, se identificaron

con sus ideas, y aplicaron su metodología de trabajo” (2016, p.195). Las obras de estos escritores

europeos que nos inspiraron fueron claves para impulsar los orígenes del género de ciencia

ficcion. Pero no concordaban con los nuevos movimientos y tendencias de esa misma época en

otras partes del mundo. Mientras que Estados Unidos experimentaba las repercusiones y posibles

problemáticas del post-apocalipsis, y eventualmente trataba con la era digital mediante géneros

como el cyberpunk, Colombia y otros países de América se encontraban atrasados en número de

publicaciones originales disponibles, en un panorama que claramente favorecía a la fantasía o al

realismo mágico, dos géneros con poca conexión entre ellos, que, aun así, eran vistos como

similares por el público en general. André Carneiro, escritor de ciencia ficción brasileño, al verse

juzgado por las autoridades literarias norteamericanas, dijo: “Estoy totalmente persuadido que

ellos nos tienen temor, creo que se han quedado sin ideas y se han puesto muy reiterativos en los

temas. Constantemente me aclaraban que nosotros no escribíamos Ciencia Ficción, que nosotros

no debemos editar en Estados Unidos, que nosotros escribimos Realismo Mágico. En fin, ellos

cuidan su mercado y lo hacen porque ven con temor nuestra gran imaginación, nuestro

humanismo contra su materialismo, nuestra solidaridad contra su frialdad, nuestras ganas de

trabajar en conjunto contra su individualidad.” (Carneiro, 1993, sin p)

Aunque existen una multitud de obras tempranas desde los años treinta, el impulso para

realizar obras de ciencia ficción se presentaría en la década de los sesentas en países como

México, y Perú, y en los setentas en países como Colombia, Cuba y otros. México comenzaría de

manera temprana con novelas como Mexicanos en el espacio, de Carlos Olvera, publicada en

1968, además de un sinnúmero de cuentos independientes que facilitarían una considerable

popularización del género a través de los años; Chile tendría uno de los comienzos más

tempranos en la ciencia ficción de todo el subcontinente con El espejo del mundo, de Benjamín

Tallman, en 1875 y Desde júpiter, de Francisco Miralles, en 1877. Así este país mostraría no

sólo un conocimiento del canon de ciencia ficción, sino la capacidad de romperlo mediante

métodos característicos de las sensibilidades latinoamericanas.

18

Desde sus orígenes, la ciencia ficción ha sido un ejercicio de comunidad y comunicación, y en

América Latina esta no ha sido una excepción. Es más, las obras más famosas del género en todo

el continente suelen ser recopilaciones de cuentos que permiten demostrar y poner a cooperar

todos los esfuerzos individuales para sacar el género a la luz. Ejemplos incluyen a

Contemporáneos del Porvenir (2000), compilado y publicado por Rene Rebetez, ¿Sueñan los

androides con alpacas eléctricas? (2012), también de origen colombiano, y Lo mejor de la

ciencia ficción latinoamericana (1986), de Bernard Goorden

Colombia tendría un comienzo lento. La investigación de Burgos (1998) mostró que en todo

el siglo XX este país no publicó más de 14 obras de ciencia ficción las cuales se listaran a

continuación:

Una Triste aventura de catorce sabios (1928), de José Félix Fuenmayor.

Barranquilla 2132 (1932), de José Antonio Osorio Lizarazo.

Viajes interplanetarios en Zepelines (1936), de Manuel Francisco Slinger.

La noche de la trapa (1965), de German Espinosa.

La nueva prehistoria y otros cuentos (1967), de Rene Rebetez.

Brujos cósmicos (1974), de Alberto Gaviria Coronado.

Mi gran aventura cósmica (1976), de Jesús Arango Cano.

Glitza (1979), de Antonio Mora Vélez.

Walden tres (1979), de Rubén Ardilla.

El juicio de los dioses (1982), de Antonio Mora Vélez.

Lorna es una mujer (1986), de Antonio Mora Velez.

Los dioses descienden al amanecer (1990), de Rafael J. Henríquez.

El cero absoluto (1995), de Jaime Restrepo Cuartas.

Ellos lo llaman amanecer y otros relatos (1996), de Rene Rebetez.

Como podemos ver, hubo un par de autores que establecieron los comienzos de este género en el

país en los treintas, pero fue tres décadas después que empezaron a aparecer más autores

dispuestos a darle vida a un movimiento de ciencia ficción en Colombia, intento que

personalmente considero fallido, considerando la frecuencia con la que se publicaron estas obras,

19

la falta de atención pública a los textos y la imposibilidad de los autores para formar un grupo

distintivo. De todos estos escritores, según mi opinión, solo se podría contar a Rene Rebetez

como un representante significativo de la ciencia ficción en Latinoamérica, quien comenzó a

publicar ciencia ficción desde los sesentas, pero como creó la mayoría de su obra en México, es

reconocido como uno de los grandes representantes de la ciencia ficción en ambos países;

probablemente más en México que en su propio país de origen. El número de publicaciones sólo

comenzaría a aumentar a comienzos del nuevo siglo. Aparecieron escritores como Orlando Mejía

Rivera y el ya mencionado Campos Ricardo Burgos, ambos autores de los años 2000 que aún no

han alcanzado mayor reconocimiento por sus contribuciones al género.

En la actualidad, es posible afirmar que la ciencia ficción en Colombia por fin está empezando

a ganar algo de reconocimiento. Aunque en este momento no se tienen datos específicos sobre el

número de obras de ciencia ficción latinoamericanas contemporáneas, pues en este nuevo siglo

aún no existe una investigación exhaustiva como la que hizo Burgos. Es posible notar que están

apareciendo un amplio número de escritores y entes creativos alrededor de este género. Hay

grupos universitarios y una multitud de eventos que están tratando de fomentar esta iniciativa,

como “fractal”, un grupo de estudios de ciencia ficción en Medellín que suele realizar eventos en

esta ciudad, o gravedad ,1 una serie animada que muestra un conflicto minero peleando por

colombianos en el espacio. También ha habido más publicaciones que antes. El año anterior

aparecieron obras como Vagabunda Bogotá (2017), de Carlos Barragán; El futuro de Ismael

(2017), de Diana Catalina Hernández; La lesbiana, el oso y el ponqué (2017), de Andrea Salgado

y Relojes que no marcan la misma hora (2017), una antología de cuentos de diferentes autores

del género, editado por Rodrigo Bastidas

5.3.2. OBRAS REPRESENTATIVAS Y SUS LOGROS

A continuación, se hablará de algunas obras de ciencia ficción colombiana que leí con el

propósito de encontrar inspiración para este proyecto creativo. Adicionalmente se darán unas

cuantas reflexiones personales sobre el estado de la ciencia ficción en Colombia con base en las

obras leídas.

20

Barranquilla 2132 (1932), de José Antonio Osorio Lizarazo, es una de las obras más

tempranas de ciencia ficción colombiana y fue la primera obra que leí. Esta cuenta una clásica

aventura de viaje en el tiempo siguiendo el estilo relativamente post-apocalíptico de H.G Wells,

en la que un científico colombiano llamado Juan Francisco Rogers viaja al siglo XXI por medio

de una capsula del tiempo, solo para encontrar que su tierra futurista está siendo amenazada por

una facción terrorista. Esta obra fue escrita mucho antes de que se empezaran a dar las

tendencias a un “futuro sucio”, como mostraría el cyberpunk; es el típico futuro limpio y

brillante, marcado por aspectos típicos de viaje en el tiempo, como las claras diferencias

socioculturales entre el hombre del pasado y los locales contemporáneos, además del fantasma

de una catástrofe pasada pesando sobre la civilización actual.

Lo que se muestra es un escenario bastante removido de la Barranquilla real, y al mismo

tiempo tímida a la hora de introducir elementos tecnológicos y de ciencia ficción. Pues lo hace

con poca frecuencia y de manera poco imaginativa. Avionetas silenciosas en vez de carros, o

mensajes transmitidos por ondas entre máquinas de escribir son inventos interesantes

considerando la época y contexto en el que se imaginaron, pero no hay mucho más allá de eso.

Sin embargo, la manera en la que los barranquilleros del futuro son presentados (como un grupo

de minimalistas retraídos y racionales, incapaces de mostrar emociones) puede llegar a ser

interesante en oposición al doctor Rogers. Se crea un conflicto entre romanticismo y

racionalismo típico de Kirk y el doctor Spock, solo que en una escala mucho más amplia. En

pocas palabras, es una buena historia de ciencia ficción, pero una que podría contarse en

cualquier parte del mundo sin ningún cambio.

Otra obra que leí fue Lo mejor de la ciencia ficción latinoamericana, una recopilación de

cuentos publicada por Bernard Gooden. Como recopilación de varios autores es difícil juzgar

esta obra como una unidad. Sin embargo, sí se nota que muchas de estos relatos emulan

subgéneros como la distopia o la opera espacial, géneros populares en los ochentas, tanto en

Colombia como en el resto del mundo gracias a películas como El planeta de los simios (1968) y

Star Wars (1976). Con un par de excepciones, esos cuentos suelen alejarse del contexto

latinoamericano cuando planean utilizar elementos de ciencia ficción, y cuando se adhieren a

aspectos culturales de su lugar de origen, suelen desviarse a rutas fantásticas o surreales. Cada

21

cuento presenta temáticas y plantea preguntas interesantes, como la ciencia ficción debe hacer.

El problema es que cuando estas obras se adentran en aquello que las hace ciencia ficción,

empiezan a avergonzarse de su país de origen. Un ejemplo de esto se ve en el cuento Primera

necesidad (1986), en la que hay personajes uruguayos con nombres como Matt y Bull, de la

misma manera que Jose Antonio Osorio Lizarazo tenía un barranquillero de nombre Rogers.

El futuro de Ismael (2017), de Diana Catalina Hernández fue la última obra leída. Como una

autora contemporánea del género en este país, pensé que demostraría un conocimiento amplio de

los paradigmas del género y cómo darle una sensibilidad moderna al autor de ciencia ficción

colombiano. Lo que encontré fue lo contrario, el concepto detrás de esta obra es interesante. Un

mundo centrado en el progreso respecto a la manipulación del cuerpo. Existen combinaciones

entre humanos y animales o humanos y computadoras además de una filosofía de vida centrada

en las artes, lo erótico y poético. Sin embargo, la ejecución de esta obra deja mucho que desear.

Diferentes fenómenos tanto tecnológicos como espirituales y catastróficos son mencionados,

pero nunca explorados o usados de una manera significativa en la historia. Y, al igual que las

obras leídas anteriormente, evita cualquier elemento remotamente relacionado con el contexto

colombiano. Es una obra que no fue muy útil para este ensayo y el proceso creativo.

Considerando las obras leídas, se puede afirmar que una de las razones detrás de la falta de

notoriedad y publicaciones de este género en Latinoamérica podría atribuirse a los mismos

principios que posee. Como se discutirá en breve, desde sus inicios la ciencia ficción ha sido una

fantasía de poder. Le da al autor, y a su contexto socio político específico, la capacidad de

ubicarse como centro y protagonista de un nuevo imaginario. Aun en obras de tipo distópico o

apocalíptico, donde el futuro deterioro de la sociedad son el tema central, es el autor en su

contexto el que está decidiendo el curso de las cosas, dándole poder y representación a su

contexto específico, más allá del estado en el que lo muestre.

Como lo veo, esta es una característica del género que Colombia no ha manejado con

efectividad. Por un lado, tenemos casos como Barranquilla 2132, en la que Barranquilla es

representada como una de las ciudades más importantes del mundo en un futuro lejano. Es

básicamente una fantasía relativamente optimista, pero al mismo tiempo crítica, muy acorde con

22

el pensamiento del colombiano de principios del siglo XX, pues “Por esa época la tendencia

dominante en la narrativa colombiana era la modernista, apegada al realismo y con una visión

telúrica de América” (Martínez A, 2016, p. 196). Por otro lado, tenemos obras como El futuro de

Ismael o Lo mejor de la ciencia ficción latinoamericana, que ignoran totalmente el país de

origen de los autores.

Esto me lleva a pensar que el objetivo de la obra que voy a escribir sería hacer una

representación del poder distinta a la que es tan común en la ciencia ficción colombiana, y buscar

una alternativa más acorde con las percepciones del poder que se encuentran integradas en el

pensamiento colombiano contemporáneo. Más específicamente se necesita un relato que esté

orgulloso de ser colombiano, pero que también esté interesado en presentar una narrativa de

contra-poder, una mirada crítica o satírica que demuestre las influencias realistas y de ciencia

ficción del texto.

5.4. PROYECTO CREATIVO

5.4.1. SOBRE EL ESCENARIO COMO PERSONAJE: UN FENOMENO ESENCIAL EN

EL PANORAMA DE CIENCIA FICCION.

Antes de profundizar en cómo está realizada la obra literaria, es importante discutir el

fenómeno que está afectando a la ciencia ficción en Colombia, por lo menos en las obras vistas

hasta ahora. Como ya se dijo, estas obras colombianas presentan problemas en lo que se refiere

a dinámicas de poder. Vamos a profundizar en esta área.

Una de las características menos discutidas de la ciencia ficción es que los universos que

propone siempre les otorgan un papel dominante a ciertos contextos y esto produce un cambio en

la percepción de los lectores de ciencia ficción. Por ejemplo, en el caso de una novela del siglo

siguiente Soy leyenda (1954), de Richard Matheson, expone a las experiencias del que parece ser

el último sobreviviente a un virus mortal, quien descubrire cómo este afecta la evolución de la

humanidad. De nuevo, a pesar de la escala en la que se desarrolla la narrativa, el personaje

principal es estadounidense, los últimos sobrevivientes son todos estadounidenses.

23

La ciencia ficción tiene que mostrar un escenario representativo de nuestra realidad, pero

extrañado. Complejo y multifacético a pesar de su naturaleza ficticia, como un personaje

principal. Por supuesto, este mundo es hecho y alterado de acuerdo con los caprichos del autor,

aun si se encuentra basado en algún tipo de principio filosófico o científico. Además, como

discutimos antes, no hay nada en estos mundos que no exista ya, el autor no está creando nuevos

juguetes, pero está creando un nuevo juego con base en los juguetes que ya están. Es por medio

de este juego que se empieza a hacer presente la agencia del autor.

Por ejemplo, La guerra de los mundos de H.G Wells se pone en la típica tarea de mostrar un

mundo invadido por alienígenas. Por supuesto, este es un evento de escala mundial y debería

tener amplias repercusiones en todo el planeta. Sin embargo, el enfoque permanece en Inglaterra

y el lector se ve obligado a centrarse en este país. No hay nada de malo en estas

representaciones, pues para un autor es mucho más fácil trabajar desde el contexto propio. Sin

embargo, esta decisión tiene repercusiones en la manera en la que el mundo ha percibido la

ciencia ficción en el último siglo. En estas obras, son autores europeos o norteamericanos los que

están decidiendo el futuro. Son ellos los que nos están proveyendo fantasías en las que sus países

de origen son protagonistas en una serie de eventos tanto positivos como catastróficos. Por esta

razón, el típico lector de ciencia ficción se habrá acostumbrado a asociar el género con un

número muy limitado de contextos socioculturales basados en sus lecturas previas.

Todo lo dicho anteriormente podría contrarrestarse diciendo que eso solo aplica a la ficción

futurista, específicamente centrada en nuestro planeta. Y que en obras alejadas de nuestro

mundo, como Dune (1965), de Frank Herbert, no presentan el mismo fenómeno. Pero esta sería

una equivocación. Con solo reflejar las dinámicas de poder u otras situaciones cercanas al

contexto del autor, es posible hacer una relación con el contexto en el que se escribió. Más

importante aún, la misma identidad del autor siempre jugara un papel esencial. Una obra de

ciencia ficción escrita por un autor estadounidense es una obra de ficción estadounidense, y, por

lo tanto, se le confiere ese poder e influencia a los Estados Unidos.

En resumen, el escenario como personaje confiere un tipo de privilegio que los autores de

ciertos países tienen sobre los demás en la escritura de la ciencia ficción, un fenómeno que ha

24

hecho más difícil la difusión del género en Colombia, pues por sus lecturas, el aspirante a autor

de ciencia ficción cree que debe fundamentar su trabajo en las creaciones norteamericanas; y

como compite con creadores norteamericanos, sus obras son percibidas por el lector como meras

imitaciones.

5.4.2. COSTUMBRISMO Y CIENCIA FICCIÓN

Lo dicho anteriormente sobre los escenarios evidencia que la problemática inicial con la que

hay que lidiar al escribir una obra de ciencia ficción latinoamericana, o, más específicamente,

colombiana, es el privilegio implícito a ciertos contextos y la timidez que se presenta al momento

de conectar al género con su país de origen en un sentido contextual o temático. Por supuesto,

como colombiano, cualquier obra que yo escriba sobre la ciencia ficción será, automáticamente,

ciencia ficción latinoamericana. Pero desde la perspectiva del lector esa historia es distinta.

Consideré que para el lector sería más fácil si encontrara una conexión o una manera de

identificarse en la obra. Es por eso que veo necesario sumergir esta obra en todo lo que conozco

sobre ser colombiano, tanto desde mis experiencias de vida como las de otros.

Como se expuso anteriormente, los primeros atisbos de ciencia ficción en Colombia se dieron

a principios del siglo XX9. Si me remonto a esa época, más específicamente a finales del siglo

XIX y comienzos del XX, es posible encontrar un número de obras que nos pueden servir como

inspiración a la hora del cumplir el objetivo ya mencionado. Por ejemplo, el movimiento

costumbrista, nacido en la segunda mitad del siglo XIX e inspirado en los esfuerzos del proyecto

nacional de la comisión corográfica10

, es un ejemplo claro de pintura y literatura dirigida hacia la

captura detallada de una sociedad.

9 Esta afirmación tiene una excepción. Existe un cuento llamado Una pesadilla. Bogotá en el año 2000 (1872) de Soledad Acosta de Samper. Esta podría considerarse la primera obra de ciencia ficción colombiana. Pues muestra una fantasía futurista escrita desde el marco colombiano. En el momento de publicación de esta obra, las primeras obras de ciencia ficción no habían llegado a Colombia. Es más, el término “ciencia ficción” ni siquiera había sido acuñado. Por esta razón, este cuento no fue realizado con la intención de escribir para este género. Aunque por supuesto, lo mismo se podría decir de autores como Verne y Wells. Es intrigante que haya un relato de esta naturaleza tan temprano en este país. 10 La comisión corográfica fue un proyecto nacido en 1850 a cargo de Agustín Codazzi. S u objetivo era documentar las costumbres, paisajes, modas, y actitudes del pueblo colombiano.

25

En “La fábula y el desastre. Estudios críticos sobre la novela colombiana (1605-1931)”

(1999); de Álvaro Pineda Botero, se detalla cómo el movimiento costumbrista literario, iniciado

por medio de relatos cortos llamados cuadros de costumbres, y luego impulsado por novelas

costumbristas como Manuela (1856), de Eugenio Díaz, intentaba “apropiarse de una realidad que

es multiforme. Demuestra avidez por signos fundacionales de lo patrio e inclinación científica al

querer caracterizar, describir, clasificar personas, comportamientos, tradiciones, lenguajes,

entornos geográficos, las formas de la tenencia de la flora y la fauna, los tipos humanos, las

formas de la tenencia de la tierra, la agricultura, el comercio y la administración local, la ajusticia

y demás instituciones políticas” (Botero, 1999, sin p )

De lo anterior, lo que más me llama la atención es esta “inclinación científica”. Los cuadros de

costumbres, como los de Eugenio Díaz, J. David Guarin o Jose Manuel Rivas Groot, siempre se

aseguran de ubicar sus relatos o poemas en un contexto que permita registrar una cantidad

obsesiva de detalles. Mientras que en obras cómo Manuela (1856) “se exageran los contrastes

para mejor comprender los caracteres. La suma de los varios propósitos individuales produce un

gran propósito político y nacionalista” (Botero, 1999, sin p). Como se mencionó anteriormente al

hablar de la cognición, el extrañamiento y las jerarquías de los escenarios, muchos de estos son

rasgos que la ciencia ficción puede y suele tener.

Otra característica que yo suelo asociar con el costumbrismo y que podría volverse esencial en

la creación de mi propia obra literaria es la consciencia que estas obras tienen del uso de la

lengua. En la narración costumbrista es esencial que las voces de todos los sujetos sean internas

o habladas, reflejen el origen de sus personajes. Los ámbitos raciales, económicos y geográficos

siempre se tienen en cuenta a la hora de mostrar cómo es que se expresan los personajes. Por otro

lado, en múltiples ocasiones noté que las obras de ciencia ficción colombianas que leí no tenían

en cuenta el habla del colombiano. No había manierismos, no había modismos, no había acentos

ni muchos rasgos característicos de alguna región particular. Se apuntaba a algún tipo de habla

neutra, lo que en mi parecer solo contribuye a la brecha que existe entre la ciencia ficción y la

cultura colombiana.

Por supuesto, retratar un ambiente no es suficiente para la obra que estoy escribiendo, y

tampoco es suficiente para el costumbrismo. Antonio Curcio Altamar, en La evolución de la

novela en Colombia (1975, p.135), detalla cómo las obras costumbristas llegan a enfocarse en lo

26

ridículo, en la sátira y la burla, con el propósito de moralizar o resaltar ciertas aptitudes

simpáticas o negativas. Estas tendencias no son extrañas para la ciencia ficción y podrían marcar

un buen punto de partida que permitiría producir una obra que combine lo mejor de ambas

tendencias.

5.4.3. EL REALISMO MAGICO Y LA CIENCIA FICCIÓN

Contar la historia del realismo mágico en relación con la ciencia ficción no es muy distinto de

hablar de su relación con el mismo realismo. Esto se debe a que el realismo mágico, como

término, tiene una historia muy compleja. Muchos autores de este no lo reconocen como tal y

hasta Gabriel García Márquez solía decir que no existía más que realismo. En las palabras de

Seymor Menton "ha sido poca la suerte con la que ha corrido el término al momento de su

definición en el ámbito literario, en vista de que de su enunciación formal se han encargado los

críticos, quienes sin mayor desenfado han relacionado al género numerosas calificaciones”

(1998, p.15)

Esto tiene su razón de ser. En el realismo mágico todos esos aspectos fantásticos que el crítico

común y corriente apunta no son realmente fantásticos. No hay ningún esfuerzo consciente de

separar lo real de lo imaginario ni de crear una sensación de otredad sobrenatural. En vez de

enfocarse en lo ficticio, la obra trata estos elementos como realidades, como vida diaria. De la

misma manera que los indígenas tratarían a sus mitos fundacionales, como se mencionó

anteriormente. No fantasía, sino la realidad folclórica y cultural que fue precursora de la fantasía,

segund Camila Villate Rodríguez:

“El escritor latinoamericano ha demostrado que el realismo mágico es su respuesta, desde lo

literario, a la multiplicidad y en alguna medida a la negación de la sociedad latinoamericana por

parte de occidente. Los hechos presentados por el escritor de realismo mágico pueden parecerle

al lector sobrenaturales, aunque de hecho lo que sucede es que éstos se encuentran vinculados a

una realidad cultural, histórica y mítica de Latinoamérica y por lo tanto, en el fondo, resultan

verdaderos” (Villate, 2000, p.41)

En pocas palabras, es un realismo que es realista no debido a la verosimilitud de los eventos,

sino al contexto, la narración y la percepción de los personajes. Esto no es algo que la ciencia

27

ficción pueda ni deba replicar en su totalidad, considerando la naturaleza empírica y racional del

género, tan opuesta a esta manera tan sensible de escribir realismo. Pero sí se puede aprender

algo de este tipo de narraciones, ya que nos muestras la manera en la que los elementos

“fantásticos” interactúan con nuestra literatura.

Lo importante, como yo lo veo, es volver a los orígenes. Volver a esos principios realistas que

para muchos serian una desventaja. De tal manera que se cree un tipo de literatura que desafíe las

barreras de los géneros y sirva como el comienzo de un nuevo paradigma.

Las conclusiones anteriores centradas en el realismo mágico responden más a cavilaciones

personales que a un intento de definición formal. El propósito es que a partir de mis reflexiones,

tal y como lo hice con el costumbrismo en la sección 5.4.3, pensar cómo este género puede

proveer inspiración para una obra de ciencia ficción.

5.4.4. CIENCIA FICCION ADAPTADA A NUESTRA LITERATURA

Teniendo en cuenta lo visto anteriormente, concluí que el gran obstáculo presente en la tarea

de hacer ciencia ficción colombiana es la percepción de un público colombiano y del mismo

escritor. Debido a la industria del entretenimiento no estamos acostumbrados a vernos como

como una fuente de avance tecnológico. Aunque es arriesgado hacer generalizaciones sobre

nuestra cultura, pienso que es posible afirmar que en nuestra tradición literaria y cultural el peso

de la vida rural, la agricultura y nuestras mitologías indígenas es mucho más grande que el de

muchas visiones contemporáneas. Sin embargo, ahí es donde se puede buscar la manera de

subvertir esta percepción. La obra que debe hacerse no es una en la que Colombia sea una utopía,

ni un tipo de potencia tecnológica. No necesita de emperadores espaciales ni líderes distópicos.

En estos momentos de poco desarrollo del género en el país, creo que se necesita la

representación del pueblo, y un reflejo de nuestros pensamientos y opiniones cotidianos sobre lo

que es o será la sociedad en relación con el resto del mundo. Mientras países como Estados

Unidos e Inglaterra escriben relatos sobre guerras espaciales u otro tipo de premisas ridículas

¿qué vive Colombia? Eso es lo que hay que contar ¿Si la tecnología y los cambios sociopolíticos

no vienen de nuestro país entonces, cómo nos afectan?

28

Si esto es lo que debe hacerse para escribir ciencia ficción colombiana, al menos como es

ahora ¿si podría considerarse ciencia ficción, o son demasiados cambios a la fórmula

establecida? Para responder a este interrogante vale la pena recordar el principio de este texto en

el que se dijo que el género no es una entidad definida y ni algo estatico. En sus múltiples

subgéneros y versiones se ha probado que “La ciencia ficción constituye un universo literario de

dimensión nada común por lo que es, no en razón de contenido sino de su medio social”

(Asimov, 1981, p.19)11

Cuando Asimov habla de esto se refiere al rango de acción del género,

su capacidad de adaptarse a cualquier tipo de tema, sub género o problemática. Por ejemplo, si

tenemos una obra acerca de un equipo de futbol y sus vidas en la cancha y como parte del

estrellato, y luego a esta historia le adherimos elementos de una naturaleza distinta, como futbol

en cero gravedad, la historia sigue siendo la misma. El drama de una historia de deportes no

cambia, solo se le hace una adición a la construcción del mundo imaginario. A lo que nos lleva

esa manera de pensar es que casi toda historia puede convertirse en una obra de ciencia ficción si

se le adicionan elementos de ciencia ficción, y el costumbrismo colombiano no es una excepción.

Esto significa que no importa si la obra escrita se sale de lo que se conoce como ciencia ficción

en algunas áreas, siempre y cuando se retengan algunos elementos claves será posible clasificarla

como parte de este género, pues este es muy flexible.

Evidentemente, escribir una obra costumbrista y agregarle elementos futuristas no es

suficiente. Este tipo de metodología es la que suele resultar en subgéneros como el de la opera

espacial que, como se dijo anteriormente, ya se había hecho en Colombia en el pasado. Lo que

realmente se busca es ciencia ficción dura, una obra de carácter analítico. Por lo tanto, lo que se

necesita es una combinación de los dos géneros mencionados (costumbrismo colombiano y

ciencia ficción) que se sienta profunda y necesaria. Una narrativa de tipo racionalista que solo

pueda contarse en Colombia, una situación análoga a la manera en la que los japoneses adaptaron

el “cyberpunk” a su visión de mundo.

Esta obra sería una expansión de la capacidad del colombiano de explorar su propia sociedad.

En modern science fiction, Spinrad cita a Ray Bradbury, quien decía que la ciencia ficción es “el

único campo que ha alcanzado y recibido a cada sector de la imaginación humana, cada tarea,

11

Para Asimov, el “medio social” es el fenómeno o contexto científico, geográfico o sociocultural que se está usando para transmitir los mensajes de una narrativa. En su mente la ciencia ficción no tiene ninguna limitación en cuanto al medio social que utiliza.

29

cada idea, cada desarrollo tecnológico, y cada sueño” (1974, p. 20) Si este género puede lograr

tanto ¿por qué no hacerlo en nuestra literatura? Existen muchas facetas de lo familiar que pueden

explorarse con más profundidad al asociarlo con lo que no nos es familiar.

6. BITACORA

La siguiente bitácora contiene mis pensamientos, reflexiones y opiniones antes, durante y

después del proceso de escritura. También presenta las opiniones de un número de voluntarios

seleccionados para leer mi obra.

6.1. IDEA INICIAL

Las inspiraciones iniciales detrás de mi proyecto se basan en mi experiencia al momento de

investigar representantes de la ciencia ficción en Latinoamérica. Al buscar posibles fuentes para

un trabajo de investigación encontré que este tipo de obras, tal y como esperaba, no eran

comunes en este continente y mucho menos en Colombia. Pensando en mis propios intereses

convertí esta investigación en un trabajo creativo. Aunque no estoy seguro de que mi

contribución sea capaz de contrarrestar la creencia infundada de que la ciencia ficción no tiene

cabida en el panorama literario de países como Colombia, me gustaría hacer un intento. Pienso

que la razón por la que este género no ha logrado expandirse en nuestro territorio no tiene tanto

que ver con el género en sí mismo, sino con la manera en la que está se escribe y cómo se ha

relacionado con la tradición y cultura locales. Me parece que si se busca un balance entre los

elementos literarios que son familiares al lector latinoamericano y las ideas extrañadas de las

nuestras que se ven en la ciencia ficción, es posible crear una obra de ciencia ficción colombiana

que se distinga de otras obras de su género y territorio de origen.

Siempre me ha parecido intrigante como, a pesar de que la ciencia ficción y la fantasía son tan

similares, es la fantasía la que ha podido tener gran acogida en nuestro panorama. Si tuviera que

responder el porqué de esta situación, diría que tiene mucho que ver con la manera en la que

estos elementos fantásticos se integran con los elementos más realistas de nuestra literatura.

Pienso que la fantasía es tratada de una manera muy distinta en Latinoamérica en comparación

con países europeos. El género no es transportado intacto de un continente a otro, los

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imaginarios, leyendas y fábulas son un reflejo de nuestra cultura, no un intento de contar

historias medievales de dragones y magos con las que carecemos conexión. Por otro lado, la

ciencia ficción en América Latina comete el pecado de intentar ser anglosajona. Debido a

diferencias culturales, no me parece que los conceptos e ideas europeas y norteamericanas se

ajusten a una literatura de ciencia ficción que nosotros podamos sentirnos identificarnos. La

ciencia ficción tiene varios elementos de la tendencia o movimiento realista que ha inspirado a

muchas obras de la literatura colombiana. Sin embargo, he notado que en varios casos la ciencia

ficción colombiana no logra sentirse lo suficientemente real a los ojos del lector, porque se está

adhiriendo a una visión de mundo que no es común en nuestra tradición. Espero que mi proyecto

logre solucionar este fenómeno mediante una recopilación de cuentos que se origine tanto de mi

experiencia en la ciencia ficción como de la literatura latinoamericana.

6.2. CONCEPCIÓN

El primer obstáculo con el que me encontré cuando decidí sobre qué trataría mi proyecto fue

encontrar la inspiración apropiada. Pensé que leyendo obras de ciencia ficción escritas en

Latinoamérica encontraría el material necesario para realizar algo similar. Y aunque fue de

ayuda, con lo que me termine encontrando fue una variedad de obras que no se sentían lo

suficientemente únicas o propias. A lo que me refiero es que parecían estar inspiradas en obras

clásicas de la ciencia ficción sin contribuir mucho más. Lo que me mostraban no era una guía

sobre lo que había que hacer, sino sobre lo que no había que hacer. Tomar ejemplos anglosajones

y reproducirlos sin transferirles mucho de lo que hace a nuestra literatura y tradición únicas e

interesantes, no era una opción para mí. Solo porque se está trabajando el mismo género no

significa que haya que copiar los mismos paradigmas. Por ejemplo, una corriente como el

costumbrismo existe en varios países, y en todos se hace de manera distinta. De la misma

manera, la ciencia ficción inglesa y la estadounidense no son iguales, y ni hablar de la japonesa,

y eso es porque cada variación está tratando de introducir elementos socioculturales propios en

su manera de escribir ciencia ficción, algo que existe pero es muy escaso en las obras de ciencia

ficción colombianas.

31

Fue ahí que empecé a pensar en Colombia, y lo que nosotros usualmente vemos dentro de

nuestra propia “zona de confort” lo que me llevo reflexionar sobre la tradición literaria

colombiana y como no es enseñada. La percepción del público sobre la literatura, y como

dejamos que esta marque nuestra nación, siempre implica un grado de condicionamiento. A

pesar de las múltiples y distintas obras que se han escrito en Colombia a través de los siglos, me

he dado cuenta de que el colombiano se ha acostumbrado a ver a la literatura colombiana de una

manera limitada. Desde el colegio estamos acostumbrados a leer obras como Cien años de

soledad (1967), María (1867) o Manuela (1858) como aquellas obras que definen a la literatura

colombiana. Eso se convierte en nuestra zona de confort, en el conjunto de elementos literarios

que asociamos con nuestra literatura de manera inconsciente.

Estas reflexiones fueron una gran preocupación en un principio. Pero llegué a la conclusión

de que podrían usarse a mi favor ¿Si estas obras antiguas son la zona de confort, porque no

comenzar desde estas y hacer algo nuevo con ellas? Así, decidí que tomaría obras con rasgos

más históricos o verosímiles dentro del contexto colombiano. Historias del pueblo y de la

tradición como se ve en Manuela, de José Eugenio Díaz Castro, o Tránsito,(1886) de Luis

Segundo Silvestre, y luego sacaría a la narrativa de esa zona de confort por medio de los

pequeños detalles del género de ciencia ficción. Así, se haría una transición mucho más cómoda

de lo reconocible a lo irreconocible. De este tipo de obras, aquellas que suelen ser clasificadas

como costumbristas fueron las que llamaron más atención, así que escogí a esta tradición literaria

como una de mis inspiraciones al escribir los cuentos.

La razón por la que elegí escribir una colección de cuentos fue justamente para complementar

esta inspiración costumbrista. Muchas de las primeras narrativas costumbristas en Colombia eran

“cuadros de costumbres”, como Mi primer caballo de J. David Guarín o Las tres tazas de José

María Vergara y Vergara, obras breves y descriptivas que pintaban un cuadro, una ventana a la

cultura y tradición del siglo XIX en Colombia de una manera casi fotográfica. Estas obras cortas

podían contarse en primera persona y pretendían no involucrar los juicios y opiniones del autor,

sino que buscaban la perspectiva única y parcial de un narrador local que era capaz de introducir

otros elementos, como en sátira, la ridiculización o el juicio político a su narración. Todos estos

elementos los tuve en cuenta al escribir mis cuentos.

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Fue con esta idea en mente que pasé algunos meses escribiendo cuentos que dieran ese tipo de

sensación costumbrista, e intenté una variedad de aproximaciones y métodos. Historias extrañas

y aleatorias sobre la influencia de la tecnología en nuestra sociedad colombiana. Algunas en la

ciudad, otras en pueblos. Algunas estaban conectadas a nuestra política y sociedad, mientras que

otras iban a aspectos más culturales y mitológicos. Aunque percibí que estas historias se

acercaban a lo que buscaba, también sentía que todos estos cuentos no tenían dirección alguna.

Podría editarlos individualmente y estarían bien, pero juntos no formaban un tema común ni se

sentían como elementos que pudieran complementarse unos a otros, una cualidad que quería en

mi colección.

Además, estaba preocupado por la noción de construcción de mundo. Una de las partes que

más me agradan e interesan de este tipo de literatura es la capacidad de crear un imaginario

complejo que sirva como escenario para los eventos de la historia. Para mí, el lugar tiene que ser

un personaje en sí mismo. Tiene que tener múltiples facetas y detalles que le den vida. Por medio

de esta dinámica de cuentos aleatorios no estaba logrando ese tipo de imaginario. Cada cuento

tenía un escenario distinto y ninguno de estos estaba bien desarrollado ni se comprendía en su

totalidad con el contenido que se daba en sus ocho a diez páginas de extención.

Decidí que la mejor manera de relacionar estos cuentos era que todos sucedieran un mismo

espacio. A través de los diferentes cuentos yo tendría la oportunidad de mostrar este escenario,

su gente y problemáticas desde múltiples ángulos. De esa manera, se podría realizar un tipo de

novela fragmentaria, que capturara perfectamente las vidas y situación de una ciudad similar

pero no igual a la de la Bogotá contemporánea.

La razón por la que decidí que Bogotá sería un escenario apropiado para la recopilación de

cuentos fue cuestión de familiaridad. La ciencia ficción y este proyecto en particular implican

adentrarse en territorio relativamente nuevo. Pensé que sería mejor reducir la escala del

imaginario a una ciudad, y a una ciudad que conociera, para así poder escribir sobre esta con más

versatilidad. Era precisamente el caso en el que el famoso consejo de “escribe sobre lo que

conoces” fue más útil.

33

6.3. INSPIRACIONES

Contrario a lo que pensaba cuando comencé este proyecto, la mayoría de mis inspiraciones no

vienen de la ciencia ficción. Este género ya lo conozco bien y fui capaz de usar estos

conocimientos para inspirar los detalles más ficticios de mi imaginario. Por ejemplo, gran parte

de la sociedad mostrada en mi pequeña Bogotá futurista se inspira en Blade Runner (1982), de

Ridley Scott, debido a su atmósfera urbana repleta de detalle visual y el notable sentimiento de

desesperanza que proviene de las peligrosas repercusiones del progreso.

Si tuviera que nombrar una obra de ciencia ficción latinoamericana que me sirvió de

influencia, diría que Barranquilla 20132 (1932) de José Antonio Osorio Lizarazo. Y eso es

porque quiero hacer todo lo contrario a este libro. No quiero mostrar expectativas falsas sobre el

futuro, ni usar un imaginario típico de una ciencia ficción carente de innovación. Donde Lizarazo

simplemente uso La máquina del tiempo, de Herbert George Wells, como influencia y se apegó a

esta fórmula, yo haré una mezcla entre costumbrismo latinoamericano, cyberpunk al estilo de

Philip k. Dick, combina con influencias japonesas, como Akira (1988) ,de Katsuhiro Otomo, y

Ghost in the Shell (1995), de Mamoru Oshii, para lograr algo que me parece bastante original.

Es importante resaltar que cuando me refiero a la obra de Lizarazo como carente de

innovación no lo digo como una crítica al subgénero de ciencia ficción que eligió. Narrativa

centrada en viajes extraordinarios, y ciencia ficción como la de Wells, podría seguir siendo

relevante en la actualidad siempre y cuando se encontraran nuevas maneras de contar ese tipo de

historias, si se aplicaran rupturas en lo establecido. Por ejemplo, el estilo que usé en la creación

de esta recopilación de cuentos es similar a lo que se conoce como cyberpunk, un sub-género ya

establecido de la ciencia ficción y más usado en los años noventa y ochentas que en la

actualidad. Sin embargo, la antigüedad de mis inspiraciones no es relevante pues tengo la

creencia de que estoy haciendo suficientes cambios para crear algo singular.

Pero más allá de esos detalles, los personajes, la escritura y la estructura del trabajo están

centrados en mi objetivo principal: hacer una obra de ciencia ficción en dónde tendencias que

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aparentemente son más latinoamericanas, y que de cierta manera el común de las personas del

continente por su educación básica cree conocer, jugarían un papel importante. Por supuesto, es

importante tener en cuenta que mi investigación y escritura no se ponen en la tarea de resolver la

manera en la que tendencias como le costumbrismo o realismo colombiano se definen o si las

obras escogidas realmente pertenecen a estos, ya que esta discusión seria otra tesis en su

totalidad, y lo único que se busca al aproximarse a este tipo de obras es inspiración en lo que se

refiere a maneras de escribir.

Para mis influencias latinoamericanas, usé los cuadros de costumbres como la inspiración

principal de mi narración. Estos se encuentran recopilados en se le llaman los museos de cuadros

de costumbres, como Novelas y Cuadros de Costumbres tomo 1(1985) que incluyen narraciones

cortas de autores como Francisco Barrera, José Ángel Gaitán, David Guarín, y el mismo autor de

Manuela, José Eugenio Díaz.

Utilicé La Ciudad y Los Perros (1962), de Mario Vargas Llosa como inspiración a la hora de

crear a los personajes. Esta obra tiene una manera muy clara de representar a cada uno de sus

actuantes y su voz individual. Captura la manera de hablar de cada persona dependiendo de su

lugar de origen y producir diálogos que se sintieran genuinos. Además, mostraba una multitud de

situaciones militares por medio de las experiencias de los estudiantes del colegio militar

Leoncito Prado. Algo que haría falta en la segunda mitad de mi obra, en la que este tipo de

ambientes se empiezan a dar con frecuencia.

Personalmente nunca he sido un gran fanático del realismo mágico u obras dependientes de

este. Sin embargo, Pedro Paramo (1955), de Juan Rulfo, siempre me ha llamado la atención. Me

encanta la manera en la que maneja la situación sociopolítica de su pueblo y como es mostrada

desde un sinnúmero de perspectivas en una multitud de tiempos.

Sin embargo, había un problema con pensar en función de Pedro Paramo, el estilo narrativo

de esta obra no era algo que yo pudiera o quisiera replicar. Yo siempre tuve una manera muy

estructurada de manejar la creación de mis obras. Y aunque Pedro Páramo tiene una estructura

propia, y una muy bien pensada, Era muy complicada desde un punto de vista cronológico, lo

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que me parecía un recurso innecesario para mi obra. Fue ahí que mi director de tesis me sugirió

una obra llamada Dublineses (1914) de James Joyce, que me sirvió bastante. Esta obra tiene una

multitud de historias, todas conectadas unas con otras de una manera comprensible pero

compleja. Como necesitaba, esta obra contaba las historias de una ciudad, y mostraba desde una

multitud de perspectivas problemas de religión y política.

6.4. ESTRUCTURA

El proyecto consiste en una colección de cuentos. Que en su totalidad sumarían un poco más

de cien páginas. Son once historias independientes, cada una con una extensión promedio de diez

páginas. Los cuentos ocurren en el mismo escenario y en orden cronológico, en el curso de seis

meses.

Aunque cada historia tiene un personaje principal distinto, los personajes presentados en un

cuento reaparecen en historias posteriores y estos personajes se conocen o afectan los unos con

los otros de manera directa o indirecta. Lo más importante de la recopilación es una división que

existe a partir del cuento número siete, pues este marca un cambio en cómo los personajes actúan

y perciben su entorno. Es a partir de este cuento que el conflicto principal de la historia alcanza

su punto más alto. Los encuentros entre los personajes de cada cuento se vuelven más frecuentes

y se empezarán a notar las consecuencias de las acciones de cada personaje en una escala mucho

más amplia.

Al final, todas las historias y acciones individuales resultan en una conclusión que afecta a

todos los personajes y el panorama presentados a través de la obra. La serie de eventos que

llevan a la conclusión no se muestran como un resultado obvio de causa y efecto, mejor dicho,

debe ser una causalidad sutil para el lector, que lleva hacia un resultado inesperado.

6.5. PREMISA

La historia tiene lugar en la ciudad de Bogotá, en un futuro considerablemente lejano que

nunca es definido durante la trama. La ciudad nos presenta un conflicto que afectará a todos los

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personajes de una manera u otra. Los avances en tecnología y robótica presentes en esta época

llevan a una revolución en lo que respecta a la automatización del trabajo. Todos los trabajos que

solían ser hechos a cambio del salario mínimo, además de labores técnicas y de licenciados,

pueden ser realizados por máquinas. Con esta revolución se empieza a presentar una ola masiva

de reemplazos y despidos que comienza a ampliar la brecha entre las clases más altas y más

bajas.

Esta brecha se ve claramente a lo largo de la obra, ya que los cambios económicos y sociales

que sufre la ciudad llevan a una inevitable reorganización en infraestructura. Actualmente la

división más notable que muchos bogotanos consideran una realidad es que la parte más

adinerada de la ciudad sería el norte, y la más pobre, el sur. Pero debido a cambios económicos y

problemas ambientales, la ciudad cambió drásticamente. La ciudad se encuentra dividida en tres

secciones. El sur oeste de la ciudad se ha ampliado enormemente en lo que respecta a

verticalidad. Rascacielos, puentes y vías peatonales alcanzan grandes alturas, y drones sirven

como el método principal de transporte. Creando un tipo de ciudad flotante, esta zona en las

montañas es casa de los más adinerados, ya muy aislados del resto de la ciudad al no necesitar

del trabajo de los más pobres. El sur de la ciudad pertenece a las clases bajas y por último, el

norte, constituye la tercera seccion de esta división, donde se presentan los casos de extrema

violencia y pobreza.

Casi todas las historias se cuentan desde la perspectiva de las clases trabajadora y

desempleada. Se describen sus condiciones de vida, sus conflictos con la alta sociedad y sus

protestas por una mejor calidad de vida. En los comienzos de la obra la mayor conexión que

existe entre los diferentes personajes serán los ricos que están influenciando el curso de sus

vidas. Empresarios y políticos que los despiden, los contratan, pelean por sus derechos o se

oponen a ellos. Estos personajes no aparecen en la obra a menudo, pero su influencia se va a

mencionar con frecuencia. De la misma manera, la zona alta de la sociedad tampoco se verá con

claridad la mayoría del tiempo.

Las diferentes historias personales llegan a su punto de cruce en el cuento siete. En esta

historia, un empresario y filántropo de gran influencia se dedica a luchar por los derechos de las

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clases bajas e insiste en una ley que limitará el uso de mano de obra robótica en espacios de

trabajo, solo para ser mandado a matar por un político corrupto opuesto a sus ideales. Esta serie

de eventos lleva a una amplia demostración de protesta y violencia ciudadana de tal magnitud

que se convierte en un segundo “Bogotazo”.

Los cuatro cuentos siguientes detallan el conflicto civil que sigue a esta violencia inicial y la

manera en la que, por culpa de las muchas injusticias de la sociedad, y de la misma educación o

falta de esta por parte del pueblo, los personajes de los primeros seis cuentos pelearan, moriran y

se dañaran los unos a los otros hasta el final del conflicto.

El final del conflicto, como se mencionó anteriormente, sería un evento de gran impacto para

todos los personajes, esencialmente una exageración que muestra el peor caso posible cuando se

presentan este tipo de escenarios, una conclusión catastrófica que se origina en todos los

pequeños conflictos de la obra.

6.6. PERSONAJES RECURRENTES

A continuación se hará un resumen de algunos de los personajes más significativos de la obra

y su rol en la trama. Esto se hace no solo para dar unos cuantos ejemplos sobre el tipo de

escenarios y conflictos que trataran. Sino también con el propósito de demostrar la amplia

cantidad de conexiones que existen entre los cuentos, y así dar a entender la complejidad

estructural del relato.

Hu Zhang: Empresario chino y representante de una multinacional, que busca promover la venta

de su marca de robots y tecnología. Es responsable de los problemas de Pedro Fuentes y de

Doña Gloria en los cuentos uno y dos. Tiene parte en el asesinato del Doctor Saavedra en el

cuento siete y es uno de los primeros personajes en morir en el cuento ocho a manos de Pedro

Fuentes.

Senador Zuleta: miembro del senado colombiano y candidato a la presidencia. Hu Zhang le paga

para que proponga y promueva un tratado de libre comercio con China, permitiendo así que su

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empresa continúe su expansión por el país y pueda seguir apropiándose de diferentes territorios y

recursos naturales. Planea el asesinato de Saavedra junto con Zhang en el cuento siete, y tiene

gran influencia en la vida de Vanessa en el cuento seis. Muere a manos del capitán en el cuento

once.

Doctor Saavedra: Empresario colombiano, filántropo y candidato a la presidencia. Busca que se

limite el uso de mano de obra robótica en el país, una medida que ya ha funcionado en Europa y

otras partes de Latinoamérica pero que no se ha aplicado aún en la Bogotá del futuro. Saavedra

afecta mucho la vida de Vanessa, protagonista del cuento once. Usualmente es mencionado pero

solo aparece en persona en el cuento número siete; Su asesinato marca el comienzo de la

violencia.

Gloria: Comienza como una empleada en una oficina en el segundo cuento. Al verse cerca del

despido gracias a la nueva mano de obra robótica, ella se ofrece como amante de Zhang por el

bien de su hermana, protagonista del cuento diez. Se casa con Zhang, abandona a su familia, y es

luego asesinada en el cuento nueve. Es hermana mayor de Laura, la protagonista del cuento

nueve.

Pedro Fuentes: Campesino que llega a la ciudad con un caballo y su hijo en el primer cuento.

Pierde a su hijo por culpa de Hu Zhang. Es quien asesina al empresario en el cuento ocho.

Alejandro: Es un programador, y un personaje secundario en el cuento dos. Pero asume un rol de

gran importancia en el cuento nueve. Se vuelve loco debido a las presiones de la sociedad y los

conflictos políticos que se le presentan.

El Capitán: Un estudiante de la universidad pedagógica involucrado en las protestas.

Inicialmente estaba siendo arrastrado contra su voluntad por sus compañeros, pero con el tiempo

se vuelve una parte esencial de la revolución. Está presente en los cuentos cuatro, nueve y once.

Vanessa: Prostituta y amiga de infancia de Saavedra. Personaje secundario en el cuento seis y

protagonista del cuento once. Es quien mata a Saavedra en el cuento siete.

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Pacho y el Perro: Estudiantes de una universidad nueva, fundada en las partes más adineradas de

la ciudad. Su terquedad y falta de interés resulta en que estos se conviertan en los causantes

principales del conflicto al final de la obra. Son protagonistas del cuento cinco y vuelven a

aparecer en el cuento once.

Mauricio Orozco: Profesor, protagonista del cuento cuatro. Desde su perspectiva se muestra el

estado del sistema educativo en la sociedad de esta obra. Su negligencia afecta a los personajes

del cuento seis. El panorama educativo que nos muestra ayuda a informar las motivaciones de

muchos de los otros personajes.

6.7 DIAGRAMA

El siguiente diagrama detalla la manera en que los personajes ya mencionados aparecen en los

diferentes cuentos a través de la colección. Debe tenerse en cuenta que estos no son todos los

personajes significativos en la obra. Las líneas representan a cada personaje y los cuentos en los

que aparecen. También debe tenerse en cuenta que las conexiones entre los personajes suelen ir

más allá de apariciones esporádicas en la narrativa. Los personajes están relacionados unos con

otros o se afectan directa e indirectamente. La idea de este diagrama es dar una idea aproximada de

la complejidad estructural que yo debí asumir al escribir la obra.

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6.8. OBSTACULOS Y REFLEXIONES DURANTE LA ESCRITURA

El primer obstáculo, y el más importante, era la pregunta ¿cuánta ciencia ficción? ¿Qué tanto

es posible alejarse de nuestro contexto empírico sin que se perciba poco probable? ¿Qué

elementos encajan en mi imaginario y cuáles no? Este fue un gran desafío. Pues desde un

principio pensé que tendría que limitarme en varias áreas para servir mi propósito de un

imaginario que se sintiera tangible y real. Pero mientras continúe el proceso de escritura me di

cuenta de que hacer algo así sólo sería avergonzarme del género mismo. Escribir una obra de

ciencia ficción carente de los elementos que lo hacen lo que es por nada más que miedo de

innovar. Decidí que siempre y cuando mantuviera el enfoque en los personajes y me basará en lo

que yo creyera interesante o adecuado dentro de una cultura colombiana futura, yo podría

introducir cualquier elemento ficticio que yo quisiera.

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Esta obra es lo que es debido a los personajes. Porque estos personajes son colombianos. No

solo porque vivan en Bogotá. Sino porque tienen la voz, las tendencias, la cultura, la

personalidad que demuestran esa influencia colombiana. La reacción de los personajes a ver

estos aparatos es la misma sorpresa que veo a mis padres o abuelos poner cuando ven realidad

virtual o drones por primera vez, o la misma indiferencia que tiene gente de mi edad al usar sus

celulares. Es gracias a estas reacciones y reflexiones acerca del progreso y la tecnología que

estos personajes se vuelven mucho más genuinos, y se vuelve fácil mantener estos conceptos de

ciencia ficción anclados a mi ideal de futuro, para así ser capaz de convencer al lector.

Aunque estoy satisfecho con la cantidad y variedad de elementos ficticios que le he dado a la

obra, y la manera en la que son vistos por los personajes, llegó el momento en el que tuve la

preocupación de que estos elementos fueran demasiado genéricos. En mi compromiso a

mantener todo realista, basé mis ideas en prototipos existentes en la realidad. Los robots que

introduzco están basados en prototipos de una empresa estadounidense llamada Boston

Dynamics. Los exoesqueletos mecánicos se basan en creaciones coreanas y los drones en una red

de vehículos que se está empezando a establecer en Dubái.

La idea original era que estas invenciones se sintieran como un paso lógico hacia el futuro del

mundo, pero también como objetos que a Colombia le costaría adoptar dentro de su sociedad.

Por ejemplo, los carros eléctricos están empezando a adquirir gran reconocimiento y popularidad

en Europa y Norteamérica, mientras que en este país están siendo ignorados. Ya que son caros y

crean dificultades para industrias locales. Sin embargo, es evidente que es un producto que

eventualmente Colombia tendrá que adoptar. Los robots, drones y otros inventos similares están

basados en este mismo principio. Son una oportunidad de mostrar un choque tecnológico en

Colombia y nuestras dificultades para adaptarse al progreso. Por supuesto, mostrar estas ideas de

una manera tan cercana a cómo se están dando en el presente me da la impresión de un futuro

carente de su propia estética e identidad. Para solucionar este problema recurrí a la descripción y

el detalle. Hay un cuento de Kafka llamado La colonia penitenciaria (1919) que me ayudo a

lograr este propósito. Entre más detalle se aplique a las máquinas y las partes más inusuales de la

trama más fácil se vuelve visualizarlas.

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En sus conclusiones finales, mi director mostro preocupación en algunas áreas. A grandes

rasgos estas fueron: el objetivo aparentemente moralizante de la obra y la naturaliza estereotípica

o cliché de algunos de los personaje. De estos dos aspectos uno fue intencional y el otro no.

Uno de mis objetivos principales en esta obra es que el lector fuera capaz de sentirse

relacionado o identificado con los personajes, así que pensé que poner a estos en algunas

posiciones populares o típicas seria la manera de lograr esto. Aunque es cierto que esto podría

dar la impresión de que se están haciendo personajes cliché, me imagine que esto no sería un

problema siempre y cuando me asegurara de darles a estos personajes motivaciones y

personalidades definidas, además de relatos intrigantes.

La verdad, no pensé que mi obra pudiera ser vista como moralizante o pedagógica en un

principio. Planeaba un relato con suficiente sutileza y ambigüedad como para evitar ser visto de

esa manera. Sin embargo, parece ser que fui demasiado explícito al momento de mostrar algunos

juicios y reflexiones de mis personajes, y estos se vieron como una lección que estoy intentando

enseñar a mis lectores. No es precisamente el resultado deseado, pero tampoco es una

interpretación a la que me oponga.

Finalmente, tuve dificultades conectando todas las historias individuales de una manera que

se sintiera genuina. No quería demasiadas coincidencias o situaciones forzadas. Además, que no

quería hacer de la trama una maraña confusa de personajes que salían y volvían de la historia.

Eventualmente, decidí que convertiría el cuento siete y el once en puntos focales para este tipo

de conexiones entre personajes. Pues estos eran cuentos en los que ocurrían eventos de gran

escala que podían afectar a un gran número de actuantes. Mientras tanto, los demás cuentos si

tienen pequeños encuentros, conexiones y coincidencias entre personajes pero serian difíciles de

notar. Así, encontrar estas conexiones se convertiría en una manera de recompensar al lector por

prestar atención a los pequeños detalles de estos personajes.

6.9. OPINIONES DE LECTORES

A continuación se van a presentar las opiniones y reflexiones de cuatro estudiantes javerianos

de distintas carreras, algunos conocidos otros no, a quienes se les dio la mitad de la obra y un

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cuestionario para así realizar un proceso de socialización y tener una mejor perspectiva sobre la

calidad del producto final.

Este fue el cuestionario que se les entrego a los lectores:

1. ¿Basado en lo que ha leído estaría interesado en leer más?

2. ¿De los cuentos presentados cual fue el que más le intereso? ¿Por qué?

3. ¿Alguno de los cuentos no llamo su atención? ¿Por qué?

4. ¿siente que estos cuentos podrían funcionar por si solos, o dependen el uno del otro?

5. ¿Qué pensó de los aspectos políticos y sociales de la narrativa?

6. ¿Siente que el imaginario de ciencia ficción está bien realizado? ¿entiende el mundo que se le

presenta en la obra, su tecnología y reglas?

7. Esta obra busca capturar aspectos de literatura realista colombiana, dentro del género de la

ciencia ficción ¿cree usted que se ha logrado este objetivo?

Aparte de estas preguntas se ofreció la opción de dar comentarios o criticas extras.

Candidato 1.

El primer candidato es un estudiante de literatura de la universidad Javeriana, conocedor en el

área de ciencia ficción.

1. Sí, quiero saber que pasa al final con todo esto

2. James y el Panita. Se siente como el cuento más auténtico en cuanto a integrar a Bogotá en la

ciencia ficción

3. Sordos. Pienso que demasiadas cosas están pasando al mismo tiempo y que por tanto el

cuento no está bien enfocado, por más que el tema sea interesante

4. Siento que si bien pueden leerse por sí solos no es la idea, siento que están hechos para estar

todos juntos, siento la obra más como una novela fragmentaria que como un conjunto de

cuentos

5. Ciertamente interesante y provocativos, pero no puedo dejar de sentir que los cuentos a veces

que quedan un poco cortos al hablar de estos temas.

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6. El imaginario de Ciencia ficción es ciertamente muy sólido en esta obra, pero hay aspectos

de la narrativa que a veces se quedan cortos a la hora de usar este imaginario de ciencia

ficción tan sólido e interesante

7. Creo la obra a veces peca de intentar hacer el realismo demasiado claro para el lector. En

algunas partes se logra combinar la ciencia ficción y el realismo bien, pero en otras choca un

poco en tanto que los personajes están más preocupados por explicar su situación que por

vivirla.

Candidato 2.

La segunda candidata es una estudiante de literatura. No tiene mucho conocimiento en lo que

se refiere a ciencia ficción pero si es conocedora en el área de la literatura colombiana.

1. Sí. Me parece que es una perspectiva interesante y poco explorada dentro de la literatura

colombiana.

2. El cuento que más me interesó fue el titulado “James y el panita”, debido a su manejo del

lenguaje coloquial, de los estratos más bajos, en un contexto futurista. Considero que el

contraste entre estos dos aspectos vuelven la historia muy interesante.

3. Aunque hubo cuentos que no me gustaron tanto como otros, todos me parecieron

interesantes.

4. Considero que, aunque se vuelven mucho más interesantes cuando se leen juntos, funcionan

perfectamente de manera individual.

5. Fue quizá uno de los aspectos que más me interesó de la narrativa. En especial cuando se

tiene en cuenta el contexto sociopolítico actual del país. Me parece muy rescatable hacer una

obra tan abiertamente política en el clima tan polarizado que se vive hoy en día.

6. Sí.

7. Completamente.

Comentario: Aunque es aplaudible el uso de acentos y otras características regionales en los

personajes, pienso que es necesario estudiar estos acentos más a fondo para que no se confundan

con los de otros personajes.

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Candidato 3.

La tercera candidata es una estudiante de psicología. Sin embargo, si tiene suficiente

conocimiento de literatura como para hacer juicios bastante detallados.

1. Si, estaría interesada

2. El cuento que mayor interés me genero fue Esperanza, debido al detalle que se le da a la

situación por la que está pasando Gloria, el personaje principal, a pesar de no ser una

situación real en la actualidad se asemeja a situaciones actuales, gran cantidad de extranjeros,

y como se sienten algunas personas al respecto. También permite ver de cómo actúan las

personas llevadas a situaciones extremas, como se puede ver en la frase final del cuento.

3. El cuento que me llamo menos atención fue el de seamos Jazz, a pesar de tener un contexto

interesante y bastante realista, asemejándose a la situación actual colombiana, siento que el

cuento puede estar reflejando de una manera bastante fuerte y/o brusca la actitud política del

autor, y siento que se hiso un mayor enfoque en los ideales políticos mas no en relatar bien la

situación de los personajes.

4. Los cuentos funcionan tanto de manera independiente como una sucesión de cuentos. Sin

embargo siento que los dos primeros cuentos permiten entrever un poco más la manera en la

que funciona el cronotopo de las distintas historias.

5. En cuanto a los aspectos sociales, siento que logra hacer relación con el futuro o futuros

lectores, al ser detallado permite que la persona se posiciones en el cuento, y que se logre

entender como la sociedad está todavía envuelta en el conflicto de asumir nuevos papeles

dentro de la sociedad, ya que han sido tomados por robots, o en algunas ocasiones por

personas extranjeras, se podría pensar que hay una situación de xenofobia presenta en el

contexto, lo cual termina por determinar el actuar de la población.

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Con respecto a los aspectos políticos, siento que se podría pensar que se está llevando a cabo

un paralelismo con la situación actual (2018) de Colombia, permite de ver de manera mucho

más fuerte la corrupción y como eventualmente es el dinero el que dirige el actuar de los

mandatarios, lo que a su vez restringe el actuar de la población.

6. Siento que el imaginario de la obra está bien realizado, es fácil entender la manera en la que

funciona debido a la cercanía con la realidad, pero también por el detalle dado en los cuentos,

en especial los dos primeros.

7. Siento que se ha logrado el objetivo. Como mencione anteriormente esta tan vinculado con la

realidad actual que el lector es fácilmente capaz de saber cómo identificarse o ponerse en la

trama de la historia y/o sentirse identificado con la situación.

Comentario: Hay que ser cuidadoso en el momento de tratar problemas raciales y de

xenofobia. Es posible que el lector confunda las intenciones del autor y piense que es racista o lo

acuse de normalizar estas conductas.

Candidato 4

El cuarto candidato es un estudiante de historia. No es experto en literatura pero si tiene gran

interés en la situación sociopolítica de Colombia.

1. sí

2. Esperanza porque muestra lo arraigado que está el machismo en nuestra sociedad, hasta el

punto que, en un futuro, y en un mundo tan distinto, todavía podrían seguir existiendo este

tipo de historias y preocupaciones.

3. Seamos jazz, porque hay un largo preámbulo que anticipa el momento del clímax del cuento,

pero este momento no es tan impactante en realidad, y es muy corto y no se ven las

consecuencias posteriores a ese momento.

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4. Podrían funcionar solos.

5. Pienso que está basado claramente en la Colombia actual, pero en esteroides. Sin embargo, lo

más impresionante es que, si bien se presenta un mundo polarizado no deja de verse al

capitalismo como la única forma de organización política mundial. Es interesante pensar que,

como siempre, unos pagan por los errores de los más privilegiados y eso es lo que está de

plano en todos los cuentos.

6. Sí. Se entiende y tiene la ventaja de que no está tan alejado a nuestra realidad.

7. Sí.

6.10. RETROALMIENTACION Y REFLEXIONES FINALES

Aunque la mayoría de los comentarios que recibí fueron bastante positivos, es importante que

considere todas las sugerencias y críticas recibidas por los lectores voluntarios. El primer

comentario que me llamo la atención fue el “preocuparse por describir la situación en vez de

vivirla” que hizo el primer lector. Durante la creación de esta obra me preocupe bastante por

evocar un nivel de detalle similar al de obras que considero costumbristas. También me vi

interesado en establecer una imagen clara de este mundo que el lector pudiera imaginar con

facilidad. Es posible que esas necesidades hayan llevado a que aplicara una cantidad exagerada

de descripciones que tal vez no deban verse con gran frecuencia en un narrador en primera

persona que está tratando de vivir los eventos en vez de pintar escenarios detallados.

La segunda crítica de mi interés tuvo que ver con los acentos. Personalmente yo he tenido

contacto con acentos de varias regiones de Colombia y otros tipos de habla que uno logra

identificar en los diferentes ciudadanos de Bogotá. Al terminar mis cuentos yo imagine que había

aplicado este tipo de acentos con gran eficacia a mis personajes. Sin embargo, es posible que

48

haya instancias en las que me haya equivocado al haber hecho uso únicamente de mi experiencia

y no haber hecho suficiente investigación.

Por último, el comentario del tercer candidato me causa gran preocupación. Inicialmente

imagine que al mostrar el mundo desde la perspectiva de varios narradores en primera persona,

todos con diferentes visiones de mundo, no habría confusiones con respecto a mis propias

ideologías. Por supuesto, es posible que este no resulte siendo el caso, y que los lectores me

malinterpreten al tratar de buscar mis propios pensamientos en política y sociedad dentro de mis

personajes. Aun si tantos de estos personajes muestran actitudes intolerantes u ofensivas. Es una

situación complicada pues no estoy seguro si es necesario ser más explícito o más implícito con

respecto a los pensamientos y prejuicios de mis personajes.

Considerando las opiniones de los lectores voluntarios, estoy bastante aliviado al enterarme

de que todos parecen estar de acuerdo en que se está logrando el objetivo principal de este

proyecto creativo. Por supuesto estos lectores no son el jurado imparcial ni son cien por ciento

objetivos. Me gustaría poder mostrar mi obra a muchos lectores más antes de sacar conclusiones.

De todos modos, el objetivo de este proyecto nunca fue el de tener un resultado definitivo o

incuestionable. Si se logró o no el objetivo es un tema tan subjetivo como el arte mismo. Lo

importante es que tengo una obra de la que estoy orgulloso y que puedo considerar un ejemplo

adecuado al momento de exponer mis ideales con respecto al futuro de la ciencia ficción en

Colombia.

7. PROYECTO CREATIVO

Finalmente, aquí se presenta mi proyecto creativo en su totalidad. Una recopilación de

cuentos realizada en el transcurso de seis meses. Aunque no quiero demeritar a las secciones

anteriores de este trabajo de grado, es importante enfatizar que esta es la sección que considero

mas importante, el centro de este proyecto.

Hay que tener en cuenta que esta obra es bastante amplia, al menos dentro de los parámetros

de un trabajo de grado y de la extensión que estos suelen tener. Por esta razón recomendaría al

lector que no tenga la posibilidad de leer toda la obra de principio a fin, que se enfoque en leer

49

los siguientes cuentos en el orden que le sugiero para que pueda hacerse a una idea aproximada

de mi trabajo creativo. En todo caso, las correcciones se hicieron con la misma responsabilidad

en todos los relatos y estoy seguro que una lectura completa permitiría comprender mejor las

posibilidades de mi proyecto narrativo:

Esperanza

James y el Panita

Debate

Colombia Humana

Himno

Tipico Bogotá

50

Una Ciudad con Dos Violencias

Daniel Ortiz Velasco

Bogotá

2018

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El Caballo

Llegamos a Bogotá del Huila, buscando a alguien que me comprara un animal viejo, y luego a

encontrar un hospital.

Mi niño andaba mal y no había manera de curarlo. No entendí muy bien qué enfermedad le había

dado, pero los doctores me dijeron que necesitaba una operación cara. Por dos meses intenté

trabajar para conseguir esa platica. Pero ni dejando mis campos ni trabajando en la fábrica

ganaba lo suficiente.

Cuando su fiebre aumentó, y lo vi toser sangre, pensé que me tocaría llevarlo a un curandero a

ver si me le hacía algún remedio raro, no había de otra. Pero un compañero que trabajaba en la

plaza fue y me aconsejó que mi mejor oportunidad estaba en Bogotá, que tenía que vender mi

caballo porque allá pagaban bien por los animales. No sabía para qué carajos querría alguien de

allá un caballo. Pero ya no se me ocurría nada más. El niño ya no dejaba de toser, y me daba cosa

que el caballo se nos fuera a morir de viejo a medio camino, tenía que conseguir la plata rápido y

llevarlo a un hospital.

Pero al llegar a Bogotá nos encontramos con el trancón, y ahí hemos estado varados una

eternidad. Todas las busetas, los camiones, las tractomulas, los carros viejos y nosotros, con

nuestro camión y el caballito en la parte de atrás. Quedamos apeñuscados en una autopista a la

que no le cabía un carro más, repleta de humo, peor que el de fábrica, atrapados entre cuatro

fumarolas de diferentes marcas. Como si el niño no estuviera ya muy enfermo.

Hace más de treinta y siete años que yo no me asomaba por Bogotá. Me acuerdo que era todo

grande y esparcido, y que el cielo era gris y feo como una aguamala. Me acuerdo que era mal

lugar para llevar a un caballo. Los tenían prohibidos, tanto así que cuando mi padre intentó meter

una zorra en la ciudad, los policías no solo le asustaron al pobre animal, sino que nos metieron

una multa por la que se quejó un año entero.

Pero ahora miro a esa ciudad, y se nota que la cosa se puso peor. El cielo está color tinta, los

edificios desfachatados, demolidos y apeñuscados, se pierden en una maraña de cables caídos y

tuberías. Entre más uno ve fuera de la autopista, más se ve todo como un grupo de cambuches de

52

vidrio y concreto que como edificios. Los drogados y los rateros andan echados en cada esquina,

todos usando máscaras de gas. Sin nadie a quien mendigar o robar. Porque los que tienen plata

ya ni tocan el piso; están todos en el cielo en sus nuevos carritos voladores.

Y es que parece que la cosa entera se fue patas arriba. El norte está hecho una mierda insufrible;

mientras que uno ve cómo los ricos están todos volando en helicópteros, o drones, o como sea

que los anden llamando, directo hacia a las montañas, repletas de rascacielos.

Comenzó desde que llegamos por la autopista, llevando al caballo en la parte de atrás del

camión. Cuando desaparecieron todos los potreros, y el olor a caño empezó a escaparse de la

maquinaria oxidada que seguía a una versión bien seca del río Bogotá, ahí fue que los carritos a

nuestro lado empezaron a parar todos en una estación y no salieron. Como si tocara guardarlos

antes de entrar, así como zapatos antes de pisar casa ajena. Y de ahí salieron volando los cosos

esos, en todas las direcciones- tantos de ellos que se armaban trancones en el cielo.

Cómo arman trancones en el cielo me pregunto el niño.

Yo que sé, todo se llena si le embutes suficiente basura.

Y es cierto. El cielo, la tierra y luego hasta nuestros pulmones y oídos se fueron llenando más de

porquerías mientras avanzábamos. Fuera el zumbido horrendo de esos carritos voladores,

pasándole por los oídos a uno como moscos en la noche, o el humo, metiéndose por cada

rendijita del camión.

Y ahora estamos acá, como babosos. Atrapados entre los carros quietos en lo que parece un día

entero. Perdidos entre los humos. La luz del sol apenas si cae en hilitos amarillos a través del

nubarrón tan tenaz, no es suficiente para ver nada. ¿Por qué hijuemadres no se mueve nadie?

¿Qué le pasa a esta ciudad que está a punto de terminar de matar a mi niño?

Papá salgamos de acá por favor. No puedo, no puedo…- me dice, acompañado por una tos seca.

Se acurruca en su asiento y llora. Trato de pensar en qué hacer, pero no se me ocurre nada.

Mijo, ¡mijo no se me duerma! Por favor, mijo, no.

53

Ya no había de otra, nos teníamos que mover. Desesperado, salgo del camión con mi hijo medio

dormido en mis hombros. Abro las puertas traseras y saco al caballo despacio, acariciándole la

crin para que no se me vaya a escapar del miedo.

Yo ya no sé qué hacer. El niño tiene miedo y yo también.

Nos suda todo mirando esos edificios tan altos, esas luces que me joden la vista. Y si el caballo

no anduviera bien viejo y ciego, creo que daría media vuelta y se iría pitado de ahí.

El caballo sale, y mi cabeza ya se siente ligera. Pitos, sirenas y zumbidos punzantes me invaden

los oídos y me dejan con un timbre desagradable en el cerebro. Cada paso que doy va

acompañado por un mal respiro, repleto de químicos que no deberían respirarse.

Grito por ayuda en todas las direcciones, pero nadie escucha. Entre más avanzamos, los carros y

camiones se pegan más. Ni una persona cabe entre ellos. No logro alcanzar el andén. Me siento

adormilado yo también, me siento decaído y no sé qué, no sé qué debería…

- ¡AYUDA!, ¡AYÚDENOS, POR FAVOR!

Se me quema la garganta diciendo esas últimas palabras. Se me mete el humo y me siento

muerto, como el niño y el caballo.

Abro los ojos y todo está blanco. Una luz brillante me calienta el rostro y el aire que respiro se

siente limpio. “ Diosito, Diosito, estoy contigo ” Trato de tocar los cielos; pero, algo se siente

mal. Una mano con un guante de caucho me toma del brazo, un rostro cubierto por una

mascarilla y gorro azul me revisa de pies a cabeza. Toco mi rostro. Tengo una máscara

transparente acaparando mi nariz y boca, mandando aire húmedo a mis fosas más rápido de lo

que puedo respirarlo.

La hora siguiente pasa toda revuelta. Me terminan de dar aire, me visten, me revisan la

enfermera y el doctor. Me dicen que tengo algo de malestar, dolor de cabeza y demás. Nada

grave. Por último, me dejan en una habitación exclusiva, bonita, brillante y cara.

Antes de que pudiera preguntar qué había pasado, el doctor se retiró por un momento y me quedé

solo, acostado en mi cama blanca y cómoda. Hay unas flores hermosas de una especie que nunca

había visto en una repisa. Un televisor enorme cubre la mayoría de la pared frente a mí. Un

54

aparato extraño en un escritorio atrae mi atención. Son unas gafas negras enormes, a su lado una

tarjeta que dice que cobran extra por el uso del aparato, sea lo que sea.

Me enderezo y acerco la cara hacia la ventana. Ya no hay humo, es más, creo que es al aire más

limpio que he respirado en años. Viendo hacia afuera se nota que estoy en algún tipo de

montaña. Una maraña de calles empinadas se esparce fuera de la clínica, todas carentes de

carros. Sin embargo, el cielo está más ocupado que nunca. Los edificios son todos blancos o

transparentes, los andenes impecables, un montón de vallas publicitarias cubren cada pared, las

imágenes que proyectan moviéndose y saltando de sus pantallas.

Están pasando las noticias, hablan sobre una ruptura de relaciones con Estados Unidos, un

tratado de libre comercio con China, las elecciones presidenciales. Apenas y lo logro escuchar,

con cada minuto que pasa se me aclara más la cabeza, y empiezo a pensar en la situación tan rara

en la que ando.

El doctor y la enfermera vuelven, me paro de la cama y le hablo alarmado.

- No entiendo qué está pasando, yo no puedo pagar todo esto - les digo -sáquenme de acá.

- tranquilo, tranquilo - me contesta el doctor con su mano en mi hombro y empujándome

hacia la cama - alguien más ya pagó por usted, el mismo señor que lo rescató del norte.

Titubeo por un momento. Alguien me salvó…a mí , no sé qué pensar. Y entonces, una idea me

golpea y me pone de malas; un mal sabor se me mete en la boca. Me acuerdo de mis gritos

desesperados antes de caer a medio morir. Esos gritos no eran para salvarme a mí.

- ¿Qué se hizo mi niño?

El doctor no me responde.

- Tiene visita, podemos hablar del resto luego - me contesta antes de irse.

Se me hielan los huesos. Si estuviera bien me lo habría dicho ¿A quién le importa una visita más

que el bien de un hijo? Trato de levantarme y salir de mi habitación, pero un hombre que no

conozco entra al mismo tiempo y como el doctor, empuja mi cuerpo débil de vuelta a la cama.

El hombre no usa bata ni parece doctor, solo tiene pinta de que no le falta plata. Se sienta en un

banquillo en frente mío y me observa. Me mira sin verme como he visto a algunos de su clase

55

hacer. Se le nota que si está acá conmigo es porque tiene que hacerlo, no porque quiera. Me

quedo en silencio, estudiándole la cara, el trajecito y el peinado a ver si me dice qué quiere.

- Uhm, bueno. Muy buenas tardes señor Fuentes. Se le ve bien.

No le respondo.

- Me llamo Jacobo Martínez. No sé si ya le dijeron, pero yo fui el que llamó a la ambulancia

para que lo sacaran de ese trancón.

Pierdo el hilo de pensamiento. Mi mente se relaja por un momento.

- Gracias, señor. Que Dios lo bendiga, en serio. Pero me tengo que ir- le digo.

Me intento levantar, decidido a encontrar a mi hijo ahora sí. Pero el hombre me vuelve a detener;

siento más fuerza que antes en la mano que aplica en mi pecho. Indignado me lo quito de encima

y lo agarro del collar de la camisa.

- Mire, caballero. Yo le debo, y si quiere luego hablamos todo lo que quiera, pero ahorita

tengo que encontrar a mi hijo. Así que no se la busque conmigo.

- Su hijo no está acá - me dice, con la barbilla en alto y la carita arrugada como si estuviera

oliendo mierda. - Y hasta que terminemos el negocio, usted de este cuarto no sale.

Le hecho una mirada a mi habitación de hospital, blanca y cromada. Hay una cámara de

seguridad, como un huevo negro con un punto rojo atascado en la pared. Más allá de la puerta

entreabierta veo dos hombres grandes en trajes y máscaras negras, seguro dispuestos a entrar si

no soltaba al tipo rico este.

- ¿Qué negocio?

Martínez me remueve la mano de su camisa, altivo.

- El del caballo, por supuesto

No entiendo qué me está diciendo, y creo que el hombre debió notarlo, porque la expresión se le

puso aún más desagradable.

- Su caballo - me dijo lento, como hablándole a un bebe - quiero comprar su caballo

¿Qué carajo? A este tipo se le notaba que le salía plata hasta por las orejas, ¿por qué querría

comprarme un viejo caballo?

56

- Pues ¿cuánto paga?

- Trescientos cincuenta millones - Me respondió con total seriedad.

No sabía si era por la cifra, o porque me fuera a enfermar, pero comienzo a sudar frío. Mis

piernas se ponen bien tensas y mi boca se secaba.

- Trescientos cincuenta palos…por un caballo

- Es porque está en mala condición, si no fuera el caso le pagaríamos el doble.

El hombre encontró mi expresión divertida.

- ¿Vive muy aislado? Parece que no está al tanto de la situación.

No sé de qué situación me habla ni me importa mucho. Mi cerebro está acelerado frente a las

posibilidades. Me siento fuera del mundo, como un espectro mirando mi cuerpo desde afuera. Mi

niño y yo seríamos ricos. Podríamos agrandar la finca, o buscar un lugar mejor. Quién sabe, vivir

en la ciudad. No volver a pisar esas calles horribles, volar en esos carritos…

- Señor, ¿está bien? - Me preguntó Martínez

- Uh, sí. Qué pena, me distraje.

- Bueno, lo que tiene que saber es que, en la mayoría de los países del primer mundo, la

situación ambiental ha hecho que mantener animales vivos se haya convertido en algo casi

imposible. Numerosas especies, por lo menos en su forma pura y natural, se han extinto. Y

en muchos casos nos hemos tenido que contentar con clones o copias artificiales.

- copias…de animales

- Sí, hechos por medio de ingeniería genética. El punto es que hasta en países lejanos como

Colombia, animales reales, nacidos de manera natural, se han convertido en una rareza…

- Y ustedes quieren el mío - interrumpo- para ponerlo en una reserva o zoológico o alguna

vaina así.

Pone una sonrisa suspicaz.

- Para nada, es para mi empleador. El señor Zhang quiere coleccionar tantas especies como le

sea posible, eso es todo. Apenas vi su caballo ahí abajo, supe bien que era real y llamé para

que los sacaran. Hubo problemas, tocó recogerlos en varios viajes, pero el producto, y el

dueño de este, están vivos y podemos comenzar. Ya le doy el contrato, solo es que firme,

ponga su huella en el sensor que tiene el papel y…

57

El señor alcanza su portafolio e intenta sacar el contrato cuando pongo mi mano sobre su muñeca

y la aprieto fuerte. Mis nudillos blancos y brazo temblando. Estoy emputado, y el tipo ese lo

nota.

- Oiga qué cree que está…

- El producto y el dueño están vivos…

El hombre abre los ojos de par en par, había dicho demasiado.

- Y mi niño qué … Está vivo está vivo, no Si les tocó hacer varios viajes lo salvaron a

él primero.

Veo como desvía la mirada hacia sus guardaespaldas, trata de mover mi mano mientras habla.

- M-mi trabajo era preservar el producto para mi empleador. Mire que no es tan grave, le

estamos ofreciendo mucha plata, señor… ¡Guardias!

Le rompo la jeta, así de simple. Golpeó y golpeó, una y otra y otra vez, hasta que los guardias

me agarran de ambos brazos, y, aun así, sigo pateando al hombre que, ya sangrando de nariz y

boca, se acurrucaba indefenso en una esquina.

¿Qué mundo es este en el que salvan a un viejo caballo primero que a un niño? Los guardias me

lanzan contra el muro y veo sus caras; lo que pensaba que eran máscaras son en realidad unos

rostros lisos de metal y plástico. Con una orden de su jefe lastimado, los robots me pegan una y

otra vez en la cara, sin que nadie se atreva a ayudarme.

Despierto y me doy cuenta que estoy fuera del hospital. Montado en uno de esos carritos

voladores. Una voz sale de una pantalla donde debería haber un conductor, y me dice que me va

a dejar en la salida de la ciudad, pero, eso ya ni me importa.

Por unos momentos veo de primera fila las fachadas bonitas y edificios altos de la ciudad.

Figuras de neón más grandes que todo un pueblo se mueven alborotadas por los techos y los

ciudadanos caminan tranquilamente por puentes flotantes que se meten, rodean, o se saltan los

edificios como un moño bien complicado. Quiero mostrarle al niño, quiero que deje de toser y

vea.

58

Tengo un contrato arrugado en mi mano inflamada y dolorida, con una extraña pantalla en la

parte inferior de este que dice que recibió mi huella. También hay un dinero en mi bolsillo,

treinta y cinco mil pesos.

Me acerco a la estación de la 170 cuando los carritos se quedan varados a medio vuelo.

- Putos trancones en el cielo. No son mejores que los de la tierra.

59

Esperanza

- Se lo ruego, patrón, no me eche. Tengo familia, tengo mis hijitos. Esa cosa fue la que le robó.

No fui yo, no fui yo.

- No le acepto más cuentos bobos, Julio. Yo le di todas las oportunidades habidas y por haber.

Ya lo descubrí, al menos sea hombre y acepte su culpa.

- Pero es que yo no lo hice, patrón. El robot lo hizo y hasta me miro feo mientras lo hacía.

Si la situación fuera menos seria creo que la oficina entera se hubiera echado a reír. Al muy

imbécil de Julio le encontraron la plata en la maleta. Y, ¿andaba disque culpando a un aparato?

- Mire, pendejo, ya con sus excusas estoy hasta la médula - dijo el doctor Martínez - recoja sus

porquerías y lárguese a su apartamento de mierda en el centro. Juemadre, si pudiera lo

mandaría a vivir bien al norte; para que se muera de hambre en Usaquén.

La cara de Julio se puso como espectro, sus constantes protestas se le acabaron con solo

mencionarle el norte. Se dio media vuelta y se marchó con un callado lloriqueo. El doctor

Martínez se retiró a su oficina, se sentó en su enorme sillón de cuero y, pasándose las manos por

el rostro rojo y arrugado, me llamó.

- Gloria, tráigame un tinto porfa. En mi vida he estado más decepcionado.

- S-sí, mi patrón.

Me espabilé y corrí a hacerle un tinto. Tenía los gritos del doctor dándome vueltas en el cerebro.

Todo este mes había sido un drama tras otro en la oficina. Los empleados seguían

decepcionando, vagando o robando. Nuestra empresa tenía algo que ver con el medio ambiente y

otras causas buenas. Justo por eso era una de las pocas compañías en Bogotá que aún contrataba

empleados de verdad, más por pesar que otra cosa. Pero ya se iba notando que eso cambiaba.

60

Tenía que apresurarme o ella, o eso, como sea que tocara llamarla, me iba a ganar. Saqué el vaso

de la cafetera y por correr se me derramo todo en la mano. Grité tan fuerte que se escuchó al otro

lado de la pared.

- ¡Carajo!

- ¿Gloria, qué paso? – escuché preguntar al doctor.

- Nada, patrón.

Me lave la mano en el grifo, me aguanté el dolor de la quemadura y volví a comenzar. Pero

estaba tan segura de que esa cosa ya se me había adelantado, que lo hice todo con menos

entusiasmo. De todos modos volví con el tinto hacia el escritorio del jefe.

- Aquí le traje pa’ que se calme, doctor.

El jefe levantó la cabeza, le noté la cara de confundido por un segundo, y luego, le echó un

vistazo al tinto que ya había en su mano.

- No, tranquila. Esperanza ya me trajo, dele ese a alguien más.

Sentí un apretón en el pecho, Esperanza me observó del otro lado de la habitación. Su bandeja de

tintos y delantal, chocando de manera bizarra con su cuerpo cromado. Su cabeza, que solo

consistía de una pantalla, mostraba la caricatura de un rostro sonriente.

De todos los robots Esperanza fue la primera en llegar. El día en el que la sacaron de la caja el

jefe dijo que esta era una cosa de una sola vez, que esta no iba a ser como las otras empresas.

Pero no paso mucho tiempo antes de que a nosotros, los del servicio, nos estuvieran despidiendo

cada semana.

Donde sea que viera esas...cosas seguían apareciendo donde antes habían señores del servicio o

celadores. Robotsitos de plástico de diferentes colores caminaban casualmente por la oficina,

aspirando con nada más que sus pies, sacando jabón de sus manos y trapeadores de sus

antebrazos.

61

La marca de los robots era Xionex, algún tipo de marca china. Solo habían estado acá año y

medio, pero los programadores y administrativos estaban empezando a cogerles cariño y les

estaban poniendo nombres y decoraciones. Mientras tanto, yo me sentía cada vez más fuera de

lugar, cada mes en un ambiente más frio, carente de colegas o compañía.

Fui a darle el tinto a Alejandro, un programador encargado de la página web de la empresa, y el

único empleado que aún no había recibido nada de Esperanza porque él tenía su cubículo en el

fondo de la habitación. Cuando Esperanza me vio entregarle el tinto, ella se quedó un segundo

procesando, observando frustrada (o al menos eso creo) al vaso sobrante en su bandeja. Dio

media vuelta y empezó a caminar de cubículo en cubículo, preguntando si alguien quería repetir.

- Bien, Gloria, le ganaste - me dijo Alejandro.

¿Le gané? ¿Entonces, por qué me sentía como un culo?

- Ja, ja. Sí, señor - le respondí.

- Yo sé que da cosa lo de los despidos. Pero no te preocupes que tú acá eres el alma de la

empresa. De aquí nadie te saca.

Alejandro intentaba y fallaba de mirarme a los ojos mientras me decía todo esto. Por alguna

razón sentí que “el alma de la empresa” solo era el título para la vieja que diera la mejor vista.

Porque al menos a un robot no podían mirarle las tetas.

- Sí, señor - le respondí- Pero usted sabe cómo es el mundo, uno con actitud no sobrevive, toca

trabajar o lo echan.

- Pero tú eres pila, Gloria, no creo que un aparato haya aprendido a hacer todo en tu trabajo.

- Mi trabajo y más, señor. Yo ya no sé qué hacer, la verdad. No quiero parecer una vaga. Pero

con lo rápido que trabaja ese aparato yo no alcanzo a hacer nada. Me quedo sentada en una

silla todo el día. No tiene ni idea de cuánto…

Alejandro hizo una cara de frustración. Se le notó por la mueca que hacía que solo esperaba una

conversación corta y causal. Él no estaba de humor para escuchar todos mis problemas.

62

- Pero bueno, ahí veré qué hago. Chao, señor.

- Chao, Gloria.

Me retiré con un peso aún más grande en el pecho. Había llegado a esta empresa a los dieciocho

años, y en mis cuatro años trabajando acá nunca había logrado interactuar con los programadores

y directivos más allá de un par de palabritas falsas, una sonrisa y una que otra mirada morbosa en

mi dirección. Y ahora que yo era la única empleada de limpieza que quedaba, no tenía ya nadie

con quien hablar. No quedaban amigos o compañeros. Mi familia estaba bien lejos. A este paso,

la único ser con la que podría tener algún tipo de relación sería Esperanza, y eso no era algo que

yo fuera a hacer.

Me senté en mi pequeña silla en la esquina y vi a los empleados trabajar. Cada momento quieta

me sentía más frustrada, más culpable. Me preocupaba si me estaban juzgando por no ganarme el

sueldo, si se preguntaban cuánto tiempo iba a durar.

Pensé en mi casa, mi hermanita era la única familia que tenía en esta ciudad. Tenía que

mantenerla, pagarle el colegio. Sin este trabajo no podría hacer eso, a menos que me pusiera a

pedir plata en el metro o hacer otras cosas peores.

Sentí ojos apuntados a mi dirección, un par de susurros y una risilla de mujer se escaparon del

cubículo de adelante. ¿Se burlaban de mí? ¿De que yo acá no servía para nada? Siquiera pensarlo

me sacó la piedra.

- ¿Le parece muy chistoso, niña? - pregunté, asomándome al cubículo -. ¿Cómo le gustaría a

usted si la fueran a dejar en la calle?

La señora y su compañero se me quedaron mirando con cara de bobos.

63

- Ustedes la tienen putamente fácil, a vos tu papá te pagó la educación y vos -dije mirando

directamente a la mujer- no te preocupas po’ nada. Pero a mí ya casito me echan y me

mandan pa´la verga.

Le iba a seguir gritando a la mujer cuando mire hacia abajo y note el video de youtube que se

estaba proyectando desde su teléfono. La señora se reía de otra cosa.

Le di la cara al resto de la oficina. Todo el mundo se había callado, todos me miraban

sorprendidos. Mandando la cabeza para otra dirección, apenas los veía. Solo Esperanza había

seguido como siempre.

- ¿Gloria, cuál es el bendito problema ahora? - me gritó el patrón.

- No, señor, nada. Perdón. Es que malentendí algo y-y.

Se me llenaron los ojos de lágrimas. Sin siquiera pensarlo me fui corriendo hacia el baño.

Pasé el resto del día con ganas de largarme y no volver. Pero a la vez con miedo de que

justamente me fueran a echar hoy. Le había mostrado a la oficina una cara mía que nunca habían

visto y ahora ya no sabía cómo arreglarlo. ¡Carajo!, hasta se me había salido el acento, una cosa

que había pasado años tratando de esconder. Cada vez que el Doctor Martínez pasaba cerca mío

se me congelaban las piernas y se me hacía un nudo en la garganta: ¿no me va a regañar? ¿A

despedir?, pensaba yo. Pero eso nunca pasaba, solo se me quedaba mirando de arriba a abajo y

seguía derecho.

Lo único que se me ocurrió para sacarme sus miradas de la cabeza fue intentar trabajar en algo,

lo que fuera. Pero pa’ eso me hubiera quedado haciendo nada. Como siempre, Esperanza y sus

compañeritas, habían dejado todo limpio y arreglado. Aún a las dos de la tarde, el único

momento del día en el que los robots de Xionex iban a recargar sus baterías, no me sirvió de

nada. Los robots solo se fueron quince minutos, un lapso en el cual no pasó absolutamente nada.

La única parte positiva de mi día fue cuatro horas después cuando a alguien se le cayó una

64

gaseosa y alcancé a limpiarlo porque Esperanza estaba en otro piso. Hasta se me ocurrió por un

segundo que lo habían botado a propósito para darme algo que hacer.

Poco después los programadores empezaron a apagar los computadores. La hora de la salida se

acercaba. Mientras yo me iba a mi casa, Esperanza se quedaría, y haría mi trabajo, y más en el

transcurso de un par de horas. Para que a la mañana siguiente la oficina entera se me quedara

mirando de nuevo, a esa vaga resentida que hasta un tinto le cuesta hacer.

El doctor Martínez fue el único que no se preparó para salir. En vez de eso se me acercó y me

dijo que me encontrara con él en su oficina cuando ya se fueran todos. Lo que se venía era obvio.

Me cambié y tomé mis cosas. Fui vaciando mi locker, por si acaso, y hasta pensé en llamar a mi

hermana para darle las malas noticias. Pero cambié de opinión al último momento, quería

mantener así sea un poco de optimismo. Antes de entrar a la oficina pase en frente de Esperanza.

Ella siempre me había dado pavor. Y es que esa vaina no se sentía ni como persona ni como

aparato. Sus largas piernas se doblaban hacia atrás como las de un caballo. Su espalda tenía una

enorme joroba en la que estaban sus baterías y, por donde sea que pasaba, se escuchaba el

molesto susurro de su ventilador. Si al menos fuera toda tiesa como los robots de las películas

viejas, yo creo que la podría ver sin asustarme. Pero sus movimientos eran delicados, ágiles, y su

voz era siempre suave y amigable. Era feliz, impecable y sin opiniones. Perfecta para mi trabajo

y robarme lo poquito de vida que tenía.

- ¡Maldita!

Le pegué con mi bolso con toda mi fuerza. Las patas delgadas del coso ese se removieron y

tambalearon por todo lado como las de un borracho a punto de caerse. Pero Esperanza no se

cayó, solo se enderezó. Me pidió disculpas como si ella fuera la que se hubiera chocado

conmigo, y siguió encerando los pisos.

65

Cuando me fui acercando a la oficina del patrón lo observe por la puerta entreabierta. Él estaba

sentado en su escritorio mirando a una proyección en su pared, teniendo una conferencia en

video con alguien que no conocía.

- Sí, señor Zuleta, ya me dio por hacer el cambio. Ahí encontré alguna excusa u otra y fui

despidiendo a la mayoría del personal que sobraba ¿y usted cómo va? Me imagino que la

campaña está progresando bien.

- Pues con ayuda de nuestro amigo sí, creo que esta vez sí logro la presidencia. Por cierto

¿cuándo va a decir lo que le conté?

- ¿El anuncio sobre los humedales? En una semana.

El doctor me volvió a mirar y puso una sonrisa que no se me hizo amigable.

- Gloria, pase. Mire, señor Zuleta, esta es la que le conté.

- A ver, a ver, déjeme verla.

No entendí que estaba pasando. El tipo en la proyección acercó la cara para verme bien hasta que

la pantalla de la videollamada solo mostraba sus ojos.

- Ah, sí, esa nos sirve - dijo al fin - Hablamos del resto luego. Creo que voy llamar al señor

Zhang para que la conozca.

- Listo, acá lo esperamos - respondió el patrón, antes de que el señor Zuleta colgara.

El doctor y yo nos quedamos observándonos el uno al otro por lo que se sintió como varios

minutos. Yo me quedé insegura. Era obvio que no me habían traído acá para despedirme, pero la

manera en la que me miraba, como hablo de mí con alguien que yo no conocía, toda la situación

me inquietaba aún más.

- Gloria, hoy le noté un acento como raro ¿de dónde es usted?

- De Barinas.

Me miró confundido, se quedó pensando en su conocimiento geográfico.

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- ¿Eso dónde es?

- En Venezuela. O pues era de Venezuela

- Ah, okey, ¿pero ese territorio es parte del que se apropió Colombia, no? Usted tiene

nacionalidad colombiana entonces.

- Sí.

- ¿Tiene familia acá?

- Solo una hermana menor. Creo que algunas de estas cosas las encuentra en mi hoja de vida,

señor, ¿puedo saber por qué tantas preguntas?

- Solo me aseguro de que toda la información esté bien. Después de todo tal vez le toque viajar

un montón.

Ya estaba harta, no sabía que se traía entre manos este hombre pero no se sentía bien. Estaba a

punto de excusarme de la oficina y de toda esta situación cuando el Doctor recibió otra llamada.

La respondió de inmediato y la cara de un viejo asiático apareció en medio de la habitación.

- Señor Zhang, qué bueno verlo ¿ya consideró la coalición que le sugerí?

- Sí, sí. Eso luego – dijo con español mal hablado – pero hoy me está haciendo el otro favor.

El chino me observó atentamente. Con más atención, más lentitud con la que los empleados o el

jefe lo hicieron alguna vez.

- ¿Qué tal está la señorita? Es tal y como le dije.

Zhang respondió con una sonrisa y unas risitas horrorosas.

- Qué bueno que le guste. Se la traigo mañana.

- No, no – respondió – mañana de viaje, hoy.

No tenía que preguntar de qué trataba esta situación. Di media vuelta, dispuesta a largarme de la

oficina. Pero me encontré con los tres robots negros en mi puerta. Igualitos a Esperanza, pero sin

expresión, y un sonido eléctrico escapándose de unos bastones en sus manos.

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El doctor Martínez y Zhang se lanzaron miradas y sonrisas, como si verme fuera un gran chiste.

El viejo chino morboso me picó el ojo antes de colgar. Y Martínez me agarró de las muñecas y

me forzó a soltar el bolso antes de que pudiera coger el celular.

- ¡Suélteme, desgraciado, suélteme!

Martínez no peleó, me soltó de inmediato y volviendo a su escritorio me indicó que me sentara.

Los robots a mis espaldas me empujaron hacia la silla.

- Debería estar feliz, Gloria, le acabo de arreglar la vida.

- Váyase a la mierda – le respondí - lo voy a acusar con la policía, lo voy a demandar lo voy

a…

- Ajá. Sí, qué miedo. Mire, lo que le estoy ofreciendo es la oportunidad de su vida. El señor

Zhang siempre ha dicho que quiere conseguirse una mujer de acá. Si usted acepta le estarían

dando plata, viajes, todo lo que usted quiera.

- ¿Y por qué yo, ah? Me imagino que ese tipo se puede conseguir a quien quiera.

- Preferencias de él. Desde que nos contó lo que quería, Zuleta y yo le hemos estado buscando

de todo. Modelos, actrices, prostitutas. Pero él nunca quedaba feliz. Decía que eran muy

falsas, muy operadas o muy experimentadas. Algunos asiáticos sí son bien enfermos eso si no

se lo niego. A él le gustan más jóvenes, más inocentes. Le mencioné que mi empleada

cuadraba con sus gustos y pues…

Yo ya no lo estaba escuchando. Las piernas me temblaban, quería irme a mi casa. No me

importaba si era al norte o al sur, o donde sea, no quería saber que iba a pasar después de esto.

- No voy a hacer esto – le dije – así me paguen o me maten, o lo que sea, pero, no voy a hacer

nada con ese viejo asqueroso.

- Usted sabe muy bien que su permiso no lo necesitamos. Pero yo acá estoy tratando de caerle

bien al señor y no quiero que usted le cause una mala impresión. Así que al menos

escúcheme y hacemos un trato.

Yo no le respondí, no había nada que pudiera decirme que me fuera a convencer.

- Como ya le dije, Zhang se pasa de raro. A mi amigo Zuleta y a mí nos tocó hasta convencerlo

para que no se buscara una niña menor de edad. En lo posible queremos evitar controversias

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y rumores bobos. Pero si usted me va hacer quedar mal, entonces yo me busco a otra que le

guste aún más a él.

Martínez me agarró fuerte el rostro, enterrándome sus uñas. Sus ojos me mostraban que lo que

me iba a decir no era broma.

- ¿Usted dijo que tenía una hermanita?, ¿no?

Una semana después, yo ya tenía un apartamento de tres pisos en el sur. Y dos robots como

Esperanza haciéndome el aseo.

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Seamos Jazz

Como músico he aprendido una regla que mucho experto cuestionará, pero que yo siempre veré

como definitiva e innegable: la música no tiene que atenerse a nada. El peso de las notas, la

tensión de las pausas y el orden del mismo mundo acompasado a un ritmo. Una partitura no

define ni cambia las cosas. No las rige ni las transmuta en un patrón legible. Aún en las maneras

más sutiles, la música está en constante cambio.

Por lo menos así es en la música, la gente por otro lado es rígida. Se van por un camino estúpido

y se quedan ahí hasta que algo los detenga.

En las entrañas de la capital, en esos tiempos en los que había tocado fondo, cuando el mundo

parecía un ser alterno, removido, que no necesitaba de mi presencia para continuar su curso, me

sentía en paz. Ignoraba los pequeños detalles y recorría la tierra en busca de inspiración,

dirección y el suficiente dinero para considerarme un ser relativamente independiente. En uno de

esos días cálidos de febrero. En los que las cuerdas del bajo se ahogaban con el sudor de mis

dedos, y el incesante óxido en el saxofón se convertía en la única preocupación de un músico, mi

hermano, dueño del apartamento en el que andaba viviendo, decidió llamarme para decirme que

ya era hora de que yo buscara un trabajo.

- Parce, usted ya tiene cuarenta años – me dijo en el teléfono – deje de pendejear y búsquese

algo que hacer. Permanente esta vez.

- Pues qué hago si me terminan reconociendo tarde o temprano.

- Entonces empiece a hacer un trabajo del que pueda enorgullecerse un poquito y así no le da

pena que se den cuenta de quién es usted.

Pensé en lo que podía hacer, la manera en la que podría tener un trabajo de verdad. Y como

siempre la mirada se me fue de paseo hasta caer en mis viejos libros de derecho, los papeles y

ensayos apilados en la esquina, las fotos en las revistas. Todas esas cosas que tenía ganas de

botar o quemar pero nunca me atrevía.

70

- Pues que le digo hermano, lo único que quiero hacer ahorita es tocar – Le dije. Y él supo que

estaba mintiendo, no era lo que quería hacer. Pero era lo único que me sentía motivado a

hacer.

- Qué tocar ni que nada. Usted sabe perfectamente bien que usted no es músico, no se me

ponga de hippie ahora, pendejo. Mejor póngase a buscar que yo no le voy a seguir pagando el

arriendo. - Me advirtió antes de colgar.

“Trabajo” para alguien como yo podía significar una amplia variedad de cosas. Cocinar en un

lugar de comida rápida, trabajar en un estudio de tatuajes, hacer mantenimiento de

computadores, todas esas cosas pequeñas que ya las podría hacer una máquina, pero que, por

alguna razón, u otra, no las hacían en este momento.

Pero si andaba de mala suerte, y si Dios me odiaba lo suficiente, a veces podía terminar en algún

trabajo relacionado con música, el peor de los castigos para alguien como yo. Pues lo que yo

hacía, fuera bueno, malo o mediocre, lo quería poner al servicio propio, no al de algún tipo de

patrón condescendiente. Y, sin embargo, las reglas permanecían, tan claras y definitivas, como el

día en el que me las inventé. Tomaría mi Tablet, pondría mi dedo índice sobre la sección de

clasificados del periódico y sin mirar, seleccionaría una opción. Luego, me movería dos espacios

hacia arriba, uno hacia la izquierda y, en el que mi dedo se posara, sería mi nueva ocupación por

un mínimo de dos semanas- y hasta doce dependiendo de si me aburría o de cuánto tiempo se

tardaban en reconocerme-.

Realicé este proceso como mandaba la costumbre y el resultado fue “se busca profesor de música

para un instituto local, llame a este número para más información”.

De nuevo, como era costumbre, tiré mi dispositivo al suelo, lo pisé repetidamente y aullé: “¡puta

madre!” Unos minutos después llamé al número del clasificado.

El trabajo era en un pequeño colegio al noroccidente de la ciudad, en Suba de todos los lugares.

Era uno de esos institutos que habían empezado a surgir. “Smart Schools”, los llamaban. Lugares

donde los computadores hacían la mayoría del trabajo, y profesores de verdad solo se usaban

para las artes y otras materias extra curriculares. Estos colegios los tenían mucho en el sur, pero

se notaba que ya los iban a empezar a poner en las zonas menos pudientes. Todo como parte de

un nuevo programa de educación propuesto por el partido Gran Progreso.

71

El camino al colegio el día de la entrevista fue suficiente para convencerme que este sería uno de

esos trabajos de dos semanas. No había plataformas para DronTaxi en esa área. Por lo tanto,

tocaba usar el metro. ¡El metro! Una pendejada barata, insegura, corriendo a toda velocidad entre

rieles tambaleantes que sacudían los vagones a cada rato, haciéndolo chocar a uno contra las

multitudes hacinadas.

Después me tocó ponerme la máscara de gas, como era requerido en esas áreas, y usar un

vehículo que nunca había usado en mi vida: un bus. Era una cosa azul, oxidada, que pasaba lenta

e inestable entre esas calles rotas, repletas de casuchas estrechas y fábricas.

Finalmente, tuve que caminar cuatro cuadras. No pude ni caminar una sin encontrarme con un

grupo de fanáticos del partido Humano. Gritando: “Saavedra presidente”, “proyecto de Ley para

que quiten a los robots” y todo eso; era ridículo, solo me alegró porque al menos era esta

situación y no un atraco o algo peor.

Llegando a la entrada vi a un grupo de jóvenes cruzando una avenida, se metieron en medio de la

calle aun cuando el semáforo estaba en verde. Un camión tuvo que frenar en súbito en frente de

uno de los muchachos y pitó a todo volumen. Ese mismo niño contestó a esto con ira.

- ¿Qué me va a atropellar? Dele, ¡Atropélleme, pirobo! – gritó el joven mientras pateaba a la

camioneta.

El muchacho y sus amigos siguieron derecho, lanzándole insultos al conductor del camión como

si fuera su culpa. No sé por qué lo noté. Pero más allá de los chistes y los gritos de los

muchachos, me fijé en el joven que le había hecho frente al camión. Y aunque su cara no lo

mostraba, le estaban temblando las piernas.

Fotos de escuelas como estas pintaban una imagen muy distinta a la que se me presentó cuando

llegue al colegio San Darío de Suba. Asumí que el lugar entero seria blanco y estéril como un

gran laboratorio, en el que maquinas manejarían cada pequeña función como una gran fábrica de

mentes jóvenes. Pero mi primera impresión del lugar fue que demostraba la atmosfera de un

colegio común y corriente, o al menos la sombra de uno. Las paredes que componían casi todo el

instituto eran de un ladrillo anaranjado, viejo y poroso. Los salones tenían techos de un latón

verde y pasto cubría la mayoría del área. Si a mí me hubiera gustado el colegio de niño tal vez

hasta lo habría sentido nostálgico. El gran problema estaba en los pequeños detalles. Donde sea

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que se mirara de cerca se hacía evidente que el colegio estaba trabajando muy duro para esconder

su verdadera naturaleza. Las paredes estaban saturadas de posters coloridos con niños sonrientes.

Robots hechos para limpieza y mantenimiento andaban por ahí vestidos con overoles como

cualquier empleado, y lo que al principio consideré pasto natural, era una capa artificial de

herbaje duro y plástico, seguramente con micro paneles solares equipados en cada pequeña hoja

para así proveer al colegio de energía limpia.

Hasta la entrevista de trabajo fue un chiste. En medio de la administración se encontraba una

maquina con pantalla sensible al tacto que se hacía llamar “central del departamento de

recursos”, no “recursos humanos”, solo recursos. La computadora me pidió mi hoja de vida y me

hizo un examen de selección múltiple. Terminado este, me aviso que podía agregar cualquier

cosa que demostrara mi capacidad para hacer el trabajo. Le adjunté un archivo de audio con

algunas canciones tocadas por mí, pero, considerando el corto tiempo en el que procesó y aceptó

mi solicitud, creo que ni lo reviso.

Comencé a trabajar el lunes siguiente. Llegué sin tener absolutamente nada preparado, bajo la

impresión de que, siendo el primer día, las introducciones, y una explicación de la temática de la

clase, serían suficiente. Pensaba tocar algo para los estudiantes si no se me ocurría algo más.

Llevaba mi saxofón conmigo, y un ukelele también, por si me daban ganas de tocar algo más

tropical, acorde con este calor abrasador.

Entrar al salón fue la parte más desagradable del día. Simultáneo a mi entrada, otro profesor

estaba en salida. Era como todos los otros robots: frío y sin rostro, usando traje y corbata como si

sirviera para ocultar algo. Tenía abolladuras en la cabeza y chicle pegado en las mangas,

caminaba con un ligero cojeo que causaba un inadecuado sentimiento de lástima. Veinte niños se

encontraban ya ahí, observando mi entrada con completa indiferencia y desgana. Sus miradas

perdidas me trataban como un mueble más en la habitación y no entendí por qué. Teniendo en

cuenta que todos sus profesores no eran más que maquinas, me imaginaba que estarían felices de

tener a alguien real enseñándoles.

- Bueno, gusto en conocerlos. Me llamo Mauricio Orozco y seré su profesor de música - dije

con una sonrisa forzada, que ni yo mismo entendía para que intentaba.

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La mayoría de los estudiantes ni alzaron la cabeza. Hablaban entre ellos, se lanzaban avioncitos

de papel y se quedaban absortos en sus celulares. Uno de ellos estaba sentado encima del pupitre

de otra estudiante, coqueteando. Sin embargo, hubo un par de muchachos que se dieron unas

miradas suspicaces y se me quedaron mirando. Uno de ellos era el mismo que le había gritado al

camionero la semana anterior. ¿Acaso sabían quién era yo? No les di mi nombre real, y mi

apariencia había cambiado mucho con los años.

- Bueno, yo les estaré dando su clase de música – anuncié, y no se me ocurrió más. Hubo un

silencio incómodo, interrumpido por un estudiante, justo el que temía. Me habló en tono

acusador.

- Parce, ¿usted no era un político? – me preguntó, y con eso me dieron ganas de irme

corriendo. Deseé que me tragara la tierra o al menos que pudiera esconderme detrás del

escritorio.

- ¿Qué, de qué habla Sebastián? – le preguntó otro niño.

- Se lo juro, ese tipo es político – dijo apuntándome – al malparido lo cogieron robando plata

del Estado. Mi papá me contó.

- Le aseguro que no sé de qué habla – le dije al malandro ese, esperando que los otros me

creyeran si actuaba lo suficientemente seguro de mí– yo solo soy un músico.

- Ajá, no se haga el bobo. A usted le dieron dos años de cárcel y desde que salió no se ha

asomado por ningún lado.

¿Qué hijuemadres le estaban enseñando a este muchacho? Cuando yo tenía su edad mis

compañeros apenas si sabían cómo se llamaba el presidente.

- Bueno ya me cansé de su pendejada – le respondí – no llevo acá ni cinco minutos y ya me

tienen contra la pared con acusaciones estúpidas ¡Váyase ya mismo a hablar con el rector!

Traté de poner así sea un poco de seguridad, de autoridad en mi voz. Pero sonó más como un

berrinche, un niño jugando a ser profesor. Los estudiantes se quedaron en silencio por un

segundo, y unas risas estúpidas explotaron por toda el aula.

- Ay sí, ay sí, le tengo mucho miedo – me dijo ese tal Sebastián - ¿quiere que hable con el

rector? Dele, hagamos eso cuando él llegue en dos semanas.

- ¿Qué?

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- El malparido solo se aparece una vez al mes, el resto del tiempo solo somos los estudiantes

acá.

Algo así no me cupo en la cabeza entonces, ¿quién los manejaba? ¿Quién les decía que hacer?

Entre las carcajadas salí del aula y miré los pasillos del edificio. Había robots limpiando grafiti

de las paredes y unos muchachos capando clase en una esquina, ni un alma más. En cada pasillo

había una cámara de seguridad, algunas estaban cubiertas de pintura, otras medio removidas de

la pared con cables expuestos, esa era su única supervisión.

Di vuelta y les vi las caras a esos niños. Ninguno traía una maleta, o un cuaderno o un lápiz. No

se molestaban. Ninguno sabía por qué estaba aquí, ni siquiera sabían para qué estaba yo aquí

¿sabía yo? Este lugar era un chiste.

Como con todo lo demás en mi vida, tome esto como una señal para rendirme y seguir la

corriente. Me iban a pagar por no hacer nada, por vigilar a estos pequeños animales y ya. Si ese

era el caso, mejor aprovechaba.

Las siguientes semanas se pasaron con rapidez y una rutina como agradable. Llegaba a las nueve

de la mañana los lunes y viernes. Iba al salón, cerraba la puerta para que no me pudiera ver la

cámara de seguridad de afuera (la que estaba dentro del salón se la habían robado) y me sentaba

en mi escritorio frente a esos niños por dos horas. No les hablaba, no les pedía nada o enseñaba

nada. Ellos hacían lo suyo y yo lo mío. Si me insultaban los insultaba de vuelta, y si se peleaban

en medio del salón, o rompían algo, yo simplemente los ignoraba.

En cuatro semanas el rector solo apareció una vez, para expulsar a unos niños que habían

destruido a unos robots por pura protesta y rabia. Uno de ellos hasta le pegó a un policía, seguro

garantizando su llegada a la cárcel.

Para mis demás estudiantes estos niños fueron vistos como unos héroes. Pero habían arruinado

sus vidas. Por no saber cómo protestar adecuadamente, por retarse los unos a los otros sin

mostrar un mínimo de sensatez. Fue ahí que se me metió la única idea responsable que se me

había ocurrido en los años desde que arruiné mi propia vida. Que si estos estudiantes seguían

como estaban, iban a terminar igual que yo. Pa’ eso mejor les enseñaba algo.

75

Entre los aullidos felices de los estudiantes, me senté sobre mi escritorio, y le empecé a cascar al

pupitre en frente mío como si fuera una batería hasta que todo el mundo se calló.

- ¿Qué pasó, político ladrón? – me preguntó una niña que me había dicho su nombre ya diez

veces y nunca me había ni interesado en memorizarlo - ¿nos quiere enseñar?

- Sí – les dije a todos, y saben qué, es cierto. Yo era político y me encarcelaron.

Se quedaron callados, sentí a algunos de ellos comenzar unas risillas. Pero nada concreto que

lograra romper la atmósfera.

- ¿Les cuento como terminé en esas?

Se miraron entre ellos, confundidos. Dos o tres asintieron, así que me lo tomé como una reacción

positiva.

- Pues, terminé como terminé por andar como usted – le dije a Sebastián, el que más me

frustraba- por andar tratando de impresionar a otra gente.

Por obvias razones, el malandro ese se lo tomó como un insulto.

- ¿Qué le pasa imbécil? ¿quiere pelear? – me gritó parándose de su asiento.

- ¡Es justo de eso de lo que le estoy hablando! – le grité – esas ganas de pelear con el primero

que le diga algo. Esas ganas de provocar, de impresionar, de seguir por un camino que solo lo

va a llevar a una pelea innecesaria.

Sebastián ni supo qué responderme, creo que no estaba seguro de si lo estaba insultando o no.

Antes de que se convenciera así mismo de que sí, y siguiera con las ganas de pelea, continúe

hablando.

- Una de las cosas más estúpidas qué uno puede hacer es ver su futuro, saber en qué tipo de

hueco pendejo se va a meter, y aun así no cambiar de dirección antes de que sea demasiado

tarde – les dije –. Yo era una de las grandes voces del partido Gran Cambio en sus

comienzos. Esos tratos con extranjeros, esos robots que trajeron, la industrialización del norte

y la apropiación de los humedales que dejó a esta parte de la ciudad hecha un mierdero, yo

apoyé todas esas cosas. Las apoyé porque pensaba que era lo mejor para la ciudad, para el

país, ¿pero saben qué? Yo me di cuenta de que la cagué, de que la cagué con toda ¿Saben

cuánto tiempo me tarde en darme cuenta?

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No me respondieron, muchos de ellos parecían en shock, como si fuera la primera vez que un

adulto les hubiera dirigido la palabra.

- Menos de dos años– dije, respondiendo a mi propia pregunta – En menos de un año me di

cuenta de lo estúpidas que eran mis decisiones. De que el partido en el que estaba era una

masa de entes corruptos sin cara o corazón ¿pero saben qué hice al respecto? Ni mierda. Para

cuando me di cuenta yo ya era la joven cara del partido, “el futuro de este país” me decían

algunos.

Sebastián se sentó. Y yo me paseé por todo el salón, viéndole las caras a cada uno de los

estudiantes, seguro de que me estaban escuchando.

- Un político es capaz de hacer mucha cosa buena, mala, egoísta, estúpida, etcétera. Pero la

única cosa que no lo verán hacer en sus vidas es aceptar que se equivocó. Porque equivocarse

es visto como cosa de traidores y débiles. Y como ahorita ustedes solo tienen cámaras y

maquinas vigilándolos, ustedes aun no entienden las consecuencias de eso. Cuando yo

empecé a hablar en contra de mis compañeros de partido y de mis propias acciones, ellos

decidieron arruinarme. Me plantaron evidencia de corrupción, y el resto, pues ya saben.

Di un suspiro, habiendo sacado todos esos malos recuerdos a la luz. Me sentía vacío. Pero de una

manera satisfactoria, limpia de todo desorden interno.

- ¿Cuál es el punto de todo esto? – me preguntó una niña.

Podría explicárselo, sabía que podía. Pero ya había hablado mucho.

- Dime, ¿has escuchado jazz?

Ella negó con la cabeza.

- Bueno, la cosa con el jazz es que hay que improvisarlo, no se atiene a nada. Cuando tienes a

un grupo de jazz. No sé, trabajan juntos, pero están libres. Se siguen los unos a los otros, pero

no se presionan. Entran y salen de una melodía de acuerdo a lo que les convenga.

Estaban confundidos, se notaba que no me estaba explicando bien.

Decidido a enseñar una clase de música de una vez por todas, saque el saxofón, y empecé a

improvisar. Por supuesto, esa fue una idea estúpida. No tardaron en taparse los oídos por mis

77

malas melodías y ejecución mediocre. No sabía qué clase de idiota pretencioso había intentado

ser todo este tiempo. Pero ya era hora de dejar el escapismo.

Prendí la pantalla que tenían en la pared frontal del salón, y puse un video de John Coltrane en

YouTube. Los estudiantes se quedaron embelesados. Y por unos minutos hasta le pude ver una

cara relajada a Sebastián.

Era una música con mucha vida, muchos saltos inesperados. Se escapaba y volvía entrar en lo

predecible con gran constancia. Carecía de compromiso, y el resto de su banda parecía contenta

con esa relación casual.

- Es totalmente ideal, utópico. Pero así deberíamos ser todos con la política, con todo –les dije

–. División y discusión siempre va a haber. Se necesita. Pero no hace falta ser un montón de

fanáticos siguiendo la misma partitura.

Reflexioné sobre la situación política de Colombia, tanto ahora como en toda la eternidad. Tanto

fanatismo, bipartidismo y gente incapaz de aceptar que no saben para dónde se dirigen en la vida,

dejándose llevar por los caprichos de la sociedad y, luego, culpándola por su miseria en vez de

tomar sus propias decisiones de vez en cuando. Me pregunté si todos deberían escuchar jazz, y a

cuántos podría ayudar a escuchar quedándome acá más de dos semanas.

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Sordos

Yo nunca fui del tipo que presta atención a las noticias. Pero, cuando las marchas de protesta

empezaron a pasar a pocas cuadras de mi casa, y los ruidos del pueblo se mezclaron con sirenas

de policía, me dio por ver cuál era el alboroto.

El noticiero estaba pasando un video de una entrevista vieja.

- Senador Zuleta, usted en serio cree que es necesario que Xionex compre más propiedades en

los alrededores de Bogotá - preguntó la presentadora del noticiero al hombre en traje a su

lado.

- Como explicaron el señor Zhang y el doctor Martínez en la rueda de prensa, todo es para

preservar los recursos naturales del país. Hacen esto por el bien de los colombianos.

- Entiendo, pero, ¿no cree que es un poco inapropiado hacerse con las reservas de agua en

embalses y humedales?, ¿no significa esto que estas empresas podrían modificar los precios

del agua como quisieran?

El senador Zuleta, hoy candidato a la presidencia, se rio entre dientes.

- Pues supongo que es posible. Y es obvio que, como con todo, precios subirán y bajarán de

acuerdo al mercado. Pero, acuérdese que estas grandes empresas del exterior lo que han

estado haciendo es revitalizar nuestra economía. No creo que nos vayan a imposibilitar el

acceso al agua.

“Ya han pasado dos meses desde esa entrevista” anunció un narrador, “hoy el precio del agua

alcanza valores exorbitantes, y el pueblo está indignado”.

- Es que este país ya perdió toda la decencia. ¿Es eso lo que querían manada de imbéciles,

quitarnos todo lo que tenemos? ¡Se van a ir al maldito infierno por sus juegos sucios! -

Gritaba un campesino en la pantalla. Sus gafas se estaban empañando con su propio aliento,

y su grotesca papada brillaba de un rosa vivo, cubierta de sudor.

- Señor, por favor, cálmese- pidió la reportera.

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- Usted mejor cállese. Toda su gente es igual, aprovechados, buscando plata y espacio acá sin

ningún cuidado. Si hubiera sabido que una asiática me iba a entrevistar no hubiera accedido a

nada, perra ladrona.

La proyección, en realidad aumentada, solo mostró una última toma de la reportera enfurecida,

lista para cachetear al campesino, antes de que se cortara la transmisión.

Minimicé el cuadro de televisión de mi display holográfico y me eché en el sofá. Cerré los ojos y

traté de calmarme, de pensar en otra cosa; “no vendrían por mí, no vendrían por mí”, de eso traté

de convencerme. Pero no pasaron ni dos minutos cuando se escuchó la primera ventana rota, los

primeros gritos de los vecinos.

No tenía que mirar otros canales. Estaba seguro de que todos habían explotado con las mismas

ganas de pelea pendeja. Las pequeñas disputas de la vida diaria, los comentarios de odio en el

internet, las peleas callejeras, como hijo de inmigrantes con todo eso yo podía lidiar, pero, nada

se comparaba con el tamaño de esta situación.

Y es que siempre eran las mismas empresas. Los mismos malditos quitándole todo a todos. Si

mal no me acuerdo, comenzó cuando les compraron a los chinos unos Transmilenios eléctricos.

Las relaciones se estrecharon, los políticos fueron sobornados y los empresarios se

enriquecieron. Luego vino el tratado de libre comercio, luego el inmigrante ocasional como mi

mamá. Y ahora, aquí estamos.

Un problema de inmigrantes es una cosa que le da duro a muchos países, pero este era un caso

distinto. Cuando esos inmigrantes son pobres, desamparados como muchos venezolanos, no hay

mucho que se pueda decir o hacer. Pero cuando se empiezan a apoderar de las grandes empresas,

cuando su economía crece por encima de los negocios locales, y empiezan a comprar territorio,

ese ya es otro problema en su totalidad.

Tenía miedo de salir a la calle. Sabía que la culpa nos iba a caer a los inmigrantes. No a los ricos,

ni a los pobres. Sino a todos. Escuché sirenas de policía, gente echando piedra. Mi pequeña casa

empezó a temblar con los tremores de pequeñas explosiones. Me asomé por la ventana. Como

me esperaba, la protesta se extendía por todo Chapinero, o como lo llamaban: El Jinping, desde

que se convirtió en un barrio chino.

80

Yo vivía en una casita estrecha de dos pisos. El segundo era donde tenía mi cuarto, el primero

era un pequeño local de tecnología que me servía como trabajo. Esta tiendita era lo único que me

había dejado mi mamá antes de morirse, y no iba a dejar que nadie se metiera. Se escucharon tres

golpes fuertes en la puerta de hierro del local. Tan duros como para hacer que el metal vibrara y

mis oídos dolieran. Me asomé por la ventana. Vi a cuatro jóvenes que tenían sus bocas cubiertas

con pañuelos, y usaban colores brillantes. No pude verlos en más detalle; el joven más alto tenía

un ladrillo y lo alzó a la altura de su cabeza. Apenas tuve tiempo de correrme antes de que el

ladrillo pasara destruyendo mi ventana.

- ¡Salga de ahí, malparido! - gritó el hombre más alto, acompañado de gruñidos y gritos casi

animales que salían de sus compañeros.

- Lárguense que voy a llamar a la policía - les respondí.

- Ay sí, porque van a ayudar a un puto de ojos rayados.

Tenía razón, los tombos tenían más tendencia a robarme que ayudarme. Aun si este no era el

caso, ya no había tiempo. Para cuando llegara la policía ya esta gente habría entrado y destruido

mi tienda. Busqué en el cajón de mi mesita de noche la pistola vieja de mi papá y una caja medio

vacía con cinco balas. Eso era todo lo que tenía. Mientras me preparaba, y los locos seguían

cascando mi puerta con bates, me llegaron más madrazos.

- Gente como usted nos quitó el barrio, nos quitó el trabajo y ahora quiere hasta quitarnos el

agua.

No tenía ni la menor idea de lo que estaba hablando. Bajé las escaleras que daban a mi local y vi

mi puerta. No sabía con qué le estaban pegando. Pero un chichón tras otro se formaba en la

superficie del metal con cada golpe.

- ¡Yo no le quité el trabajo! – Le grité – mi familia es dueña de esta tienda desde hace quince

años.

- No se me haga el bobo – me respondió el mismo tipo de antes – su gente son todos iguales, un

montón de fotocopias. Y sus robotsitos llegaron y nos fueron quitando los puestos. ¡Nosotros

íbamos a tener diplomas, trabajos y ustedes chinitos nos jodieron!

81

Me quería pegar un tiro por la estupidez de la situación.

- No sé si escuchó pero la protesta era sobre empresas cobrando por agua. Yo no tengo nada que

ver en ese asunto y ustedes lo saben. Ustedes lo que son es unos pendejos de la pedagógica

aprovechando para armar revuelta sobre vainas que no tienen nada que ver.

Fue fácil adivinar de dónde venían. Escuchaba sus incesantes protestas cada semana desde mi

tienda. No entendía cuál era su necesidad de joderme la vida. Yo tampoco la tenía fácil. Apenas

si me gradué del Sena y eso fue lidiando con el racismo y otras pendejadas. Pero, aun así, trataba

de ser una persona educada que no se metía en dramas y luchas u otras pendejadas.

El tipo no me contestó. Estaban que abrían la puerta y cuando lo hicieran me iban a torturar, o

matar, o quién sabe qué. Estos tipos no eran como los otros estudiantes que había visto, eran más

violentos. Me escondí detrás del mostrador y levanté el arma. El primero que diera un paso

dentro de mi tienda le iba poner un hueco en medio de los ojos.

Por un momento hubo silencio. Entonces, se escuchó el rugir del motor de una moto y el chirrido

de sus llantas. Solté el arma del miedo y me eché al piso, y con un estruendo ensordecedor, la

puerta se derrumbó para atrás tumbando repisas, dañando productos y rompiendo vidrios.

Me quedé paralizado, agachado con mis manos sobre la cabeza. Por unos momentos no se

escuchó nada. Entonces, se abrió la puerta del carro y uno de los jóvenes emergió dando gritos

de éxtasis. Los otros hombres lo felicitaron.

Cada pisada que daban era más fuerte que la anterior, como si quisieran asustarme. Eran varias

personas y no me atrevía a asomarme. Busqué mi arma entre la oscuridad.

- Salga de ahí, chinito.

El tipo me agarró del collar de la camisa y me lanzó contra las vidrieras rotas. Sentí como se

enterraban los pedacitos en la espalda.

- Por favor no me haga daño – le rogué – yo no soy ningún empresario ni mucho menos. Yo solo

vendo celulares.

- Ah sí, ¿entonces qué es esto?

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Abrió una caja grande que estaba contra la pared, y, entre el icopor y el plástico, saco un robot,

inerte como un maniquí.

- A veces los arreglo. No cambia que yo no soy ningún ricachón ni un quita-trabajos. Por favor

use lógica ¿Qué hijuemadres tiene todo esto que ver con lo de los humedales?

- ¡Tiene todo que ver! – me gritó el tipo. Ya había perdido la paciencia conmigo – ustedes son

unos adoradores del diablo y vinieron a jodernos la vida y el trabajo.

- Parce, ¿ahora está hablando de religión? Los chinos ni creen que existe el diablo.

- ¡Cállese!

Cerró la distancia entre nosotros, dándome una buena patada en la quijada en el camino. Me

agarré el rostro, asustado de que se me fuera a desencajar algo si no lo hacía. Con ojos aguados

lo miré dar vueltas por el local, rompiendo todo con un bate como si cada producto ahí se

estuviera burlando de él. Vi sus ojos saltones, su rostro rojizo de la ira y supe que esta era una

persona que quería desquitarse, no pensar. No importaban sus motivos, era igual que el

campesino que había visto en televisión.

Vi a sus amigos robar dinero de la caja registradora y grafitear las paredes. Pero entre todos ellos

uno no cuadraba. Un muchacho pequeño, de cara redonda y mirada baja. No parecía mucho más

joven que el resto, pero sí más inocente. Un tipo seguía insistiéndole que los ayudara pero él no

parecía hacerlo con ganas. Debajo de sus pies estaba mi pistola.

Yo estaba acurrucado en el piso. Traté de aprovechar que todos parecían distraídos destruyendo

mi tienda, y de conseguir el arma, hasta que no me alcanzó más la mano. Pero no sirvió de nada,

el muchacho me vio y tomó el arma entre sus manos.

- Nacho, el chino trato de coger esta pistola – dijo el muchacho al tipo que me había estado

gritando.

Nacho sonrió, le dio unas palmadas al muchacho en la espalda.

- Muy bien, enano, muy bien. ¿Nos quería matar, eh? – me preguntó, acercándome la pistola al

rostro.

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Me temblaban los labios. No quería llorar, pero no podía evitarlo. Aquí me iban a matar. Nacho

le dio la pistola al enano. No le dijo nada, él entendía perfectamente lo que le estaban pidiendo

hacer.

El enano dio unos pasos adelante y me miró al rostro. No vi ningún odio en sus ojos. Pero vi mi

miedo, ¿de qué? No estaba seguro. Apreté los dientes, cerré los ojos y traté de pensar en algo

feliz.

Hubo un temblor que sacudió el edificio entero. Una onda de sonido se expandió por toda la

tienda. Traté de llevarme las manos a los oídos, pero no sirvió de nada. Un dolor punzante me

sacudió el cerebro y me puso a gritar, un pitido agudo era lo único que podía escuchar.

Yo no era el único que se encontraba adolorido. Todos los demás, Nacho, el enano, el resto de

sus amigos. Todos estaban gritando del dolor. Apenas si podía pensar, pero en el momento en el

que los vi así, lo que había que hacer fue lógico. Mareado y tambaleante, salí corriendo fuera del

local hacia la calle repleta de caos.

La protesta había continuado por mucho tiempo, la policía los estaba repeliendo a todos. No

sabía quién lo había hecho o cómo, pero el sonido había venido de un carro explotando. Todo lo

que veía se sentía difuminado, fuera de foco. El pitido en mis oídos no se iba, y sentía un líquido

frio corriendo por una de mis orejas, deslizándose por mi cuello.

Corrí hasta que mi espalda cedió, por el dolor de las esquirlas enterradas en ella. No supe adónde

iba ni qué tan rápido. Ni siquiera estaba seguro de que me estuvieran siguiendo, y la verdad no

quería mirar para atrás y averiguarlo.

Pasaron unos cuantos minutos y comencé a toser. No estaba seguro de donde estaba ya, pero era

una parte con humo denso, y yo no salí con máscara de gas. Cruce rápido las calles repletas de

carros trancados y me senté en un callejón. El pitido estaba empezando a pasar. Pero mientras

llegaba sonido al oído izquierdo, al derecho no llegaba nada.

Lo había perdido todo.

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Trate de procesar ese hecho al tiempo que intentaba recuperar el aliento. Con mi oído bueno

pude escuchar viento moviéndose con fuerza. En la distancia había ventiladores del tamaño de

casas de tres pisos propulsando humos hacia afuera. Estaba en los filtros de aire.

Esta zona era sucia e industrial, el aire olía a diesel quemado y el sonido era como mil aires

acondicionados. Los edificios y torres de cemento de tamaños exorbitantes, soltaban humos de

fábrica y llamaradas de sus techos de tal manera que ni siquiera se podía ver el cielo. Estaba

seguro de que nadie me iba a seguir. No acá.

- ¿Qué más perro? ¿todo bien?

Me estremecí, parado en la entrada del callejón estaba el enano, quien aún tenía la pistola en la

mano.

Retrocedí, escudando mi rostro como si eso fuera a servir de algo.

- Por favor no, yo no hice nada, por favor.

El enano suspiró y se sentó contra la pared del callejón. Retiré mis manos de mi rostro y vi a su

alrededor. Sus compañeros no estaban en ningún lado.

- ¿Dónde están los demás?

- Buscándolo a usted, nos separamos.

Apenas si nos podíamos oír el uno al otro con este viento, nos tocaba gritar. Sin embargo, intenté

comunicarme. Recordé la cara de miedo que tenía este muchacho antes de dispararme. Pensé que

tal vez podía hablar con él.

- ¿Por qué te metiste en esto? ¿Fue por lo del agua o por lo del trabajo?

Se encogió de hombros.

- Da igual. No sé cómo termine acá, yo solo quería – titubeo por un momento, no sabía cómo

explicarse – ¡solo termine acá, ¿sí?! Ahora me toca hacer lo que me toca.

- Pero, ¿por qué? Yo no le hice nada a usted ni a esos otros. Mire para allá – apunté a los

ventiladores gigantes –, la gente que es dueña de esas cosas nos quita el aire limpio a usted y a

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mí y se lo queda todo, y ahora nos está quitando el agua, a los dos por igual. ¿Por qué no va

contra ellos?

- Ay sí, ¿y cómo hacemos eso? A esa gente nadie la toca.

- ¿Entonces la solución es cogerla contra mí? Mi mama es china. No china de esas corporaciones

como Xionex ni mucho menos. Solo vino acá porque allá no había espacio; pero, hasta ahí va

todo. Yo no sé nada de allá, yo no soy de allá y aun si fuera, yo no le estoy haciendo daño a

nadie.

El enano lanzó una risa falsa, sin energía.

- Tiene que ser muy pendejo si piensa que ese es el problema, chinito.

- ¿Entonces cuál es? – le pregunté.

Él se quedó varios segundos sin hablar. No sabía qué es lo que le estaba pasando por la cabeza.

Después de una pausa larga, el enano murmuró unas palabras.

- Usted no entiende.

No me dijo más. Y es porque tenía razón, tal vez yo no era el gran empresario. Pero yo no había

vivido la vida que el enano tenía.

Nos quedamos en un largo silencio incómodo, interrumpido por uno que otro tosido. Por

momentos pensé en salir corriendo. Pero veía su mano firme en el gatillo y notaba cierta

seguridad. El enano ya sabía lo que iba a hacer. Solo quería esperar un poco más antes de

hacerlo. Quería que el resto de sus amigos llegarán, necesitaba esa presión.

Poco después, se vieron unas siluetas en el humo, tres figuras familiares. Los gritos de Nacho

hacían eco en las calles.

El enano se levantó y me apuntó con la pistola en pleno rostro.

- Rezaré por usted, chinito.

- No sé por qué le toca hacer esto, pero rezar no me va ayudar, enano.

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Nacho y sus amigos no escucharon ningún disparo. Pero, con los oídos adoloridos y el ruido de

los ventiladores, ¿quién podría?

Lo que realmente importaba era que le enano fue el primero de su grupito en matar a una

persona. Se ganó un nuevo apodo a partir de ese día. Lo llamaron: Capitán.

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James y El Panita

Yo conocí a James en el primer recreo de primero de primaria; la semana después de la muerte

de mis padres, el día antes de que me mandaran a vivir con mi abuela decrepita y repleta de

tubos, y su enfermera de metal y plástico.

Yo no quería hablar con nadie, ser nadie. Pero a él no le importaba, se me acercó esa fría mañana

y apuntó al sándwich que estaba sacando de la lonchera.

- ¿Me da un mordisco, mi panita?

Por un momento pensé en decirle que se buscara el suyo, pero solo con verle esa cara intensa y

esos ojos negros llenos de una rabia calmada me dieron ganas de darle el sándwich entero. “Él es

alguien que consigue lo que quiere” pensé. No entendí el porqué, pero él se me pegó desde

entonces. Yo le daba mis sándwiches y hacía todo lo que él me dijera, y a cambio yo llegué a ser

“su panita”.

Y es que aparentemente eso era un privilegio. James se la pasaba llamando “mi pana” a todo el

bendito mundo. “Pana” esto, “pana” aquello. Lo decía tan seguido que la palabra sonaba rara, y

uno se quedaba preguntando quién se la inventó y por qué la gente la usa para describir a amigos.

Sin embargo, al único al que llamaba panita era a mí, y así me quedé para siempre, con un apodo

tan usado que si mi abuela no me llamara por mi nombre real creo que se me olvidaría.

Siempre fuimos los dos parceros, los inseparables. Aún con el gran grupo de amigos que fuimos

haciendo a través de los años. La siguiente en unirse fue la Brava, una vieja tan ancha y gruñona

que parecía man. Luego fue Chiqui, más alto que todos nosotros (James decía que el apodo era

una metáfora, yo lo corregí diciendo que a eso se le llama sarcasmo), por último, vino Elmo, a

quien llamábamos así como diminutivo de “el mocho” pues le faltaba un dedo meñique. Juntos

nos saltábamos las clases, íbamos de rumba, nos la fumábamos y con suerte hasta nos

conseguíamos viejas. Y cuando nos reemplazaron a los profesores por máquinas sin cerebro,

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juntos las cascábamos y les pegábamos chicles en sus cabecitas metálicas por dárselas de profes

de verdad.

No nos cobraron los robots dañados. Ni nosotros ni nuestros papás podrían pagarlos aun si

trabajaran por el resto de sus vidas. Eso sí, nos expulsaron a todos, a James y al chiqui hasta los

echaron de sus casas. Pero a todos nos valió un culo.

- Nos educan los robots para convertirnos en robots – solía decir James – toca pelear, toca

hacerles frente.

Poco después nos echaron a ambos de nuestras casas. Con apenas suficiente plata para una

pieza, empezamos a vivir como se nos dio la gana. Nos buscábamos trabajitos donde sea que

fueran apareciendo. Éramos guerreros todos y James era el general. Cada mañana salíamos para

Ciudad Bolívar y ahí veíamos qué hacíamos. Chiqui y la Brava hacían rap en transporte público,

y el resto los ayudábamos a meterse a las estaciones siempre que los echaban. Elmo hacía una

vaina más desagradable, se metía al metro cable de Bogotá, ahí no había seguridad y en las

cabinas solo cabían seis personas, todas en camino a los barrios ricos. Él sacaba el chuzo y los

atracaba a todos y, una vez veía que el vagón estuviera pasando por una parte cercana al nivel del

piso, forzaba la puerta a abrirse y se lanzaba, bajaba la loma y repetía el proceso. No sabía cómo

es que no metían guardias ahí, o cámaras, pero Elmo no parecía preocupado, y James no se lo

criticaba.

- Hacemos lo que toca – me dijo – no porque seamos malos, sino porque somos avispados,

rebuscados. Es malicia indígena, la que tenemos todos los colombianos, toca usarla o sino

uno no come.

Él lo dijo, así que para mí se convirtió en verdad. De todas maneras no era mi problema, James y

yo cambiábamos la actividad cada semana, y nunca hacíamos nada de ese calibre. Hacer

malabares en los semáforos, limpiar vidrios, vender cosas pirateadas y dulces…no teníamos algo

fijo, más allá de llegar a Ciudad Bolívar a las nueve de la mañana no queríamos otra rutina.

Recuerdo que siempre que llegábamos me sentía fuera de lugar. Había un par de rascacielos con

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un tercero en construcción. Cada uno estaba repleto de cientos de apartamentos bonitos que las

empresas grandes otorgaban a sus pocos empleados humanos, el único privilegio de esos a los

que les daba por llamarse a sí mismos la clase media. A su alrededor, un puñado de casas y

edificios bajos, más de la mitad remodelados, bordeaban calles amplias y limpias donde los

trancones eran cosa poco común y la contaminación apenas si se sentía.

- ¿Por qué nos la pasamos acá, James? - le pregunté un día - Este barrio tiene muchos tombos,

y pura gente medio gomela, ¿no nos iría mejor más al norte?

- Porque mi papá la guerreó en este mismo barrio, panita - me respondió - esta parte no

siempre fue tan limpia. Antes de que el senador Zuleta ese se pusiera a remodelar y empezara

a quitarle sus casas a los pobres, esta parte era para gente como usted y yo.

No sé qué me sorprendió más, que hablara de su papá o de Zuleta. A su papá nunca lo

mencionaba, sabía que estaba muerto y hasta ahí. Y a Zuleta, lo odiaba con toda su alma, se

emputaba con solo decir su nombre.

- Pero es que es como peligroso, – le continué cuestionando - ¿qué tal si en serio nos cogen un

día de estos?

- Me vale, ya le dije, aquí estamos es reclamando nuestro territorio. Nada le gana a eso.

Le di un segundo vistazo a la zona: había varios locales cerrados, muchas grúas y ruido,

derrumbando ladrillo, y reemplazándolo por brillantes torres de vidrio; muchos locales eran

tiendas de plantas y animales, todos falsos y hechos en laboratorio. Pero más raro aún, había un

aire de antigüedad, de historia. Los ancianos que uno notaba mendigando en las calles, o

caminando a sus trabajos, tenían el dolor del esfuerzo y la experiencia en sus ojos. Esta zona era

vieja, era real, por más capas de pintura que le estuvieran echando.

Me convenció y así nos quedamos. Después de todo no sé qué esperaba, yo a James no le

cuestionaba nada, por tonto que fuera. James era de los que hacían lo que querían, él era del tipo

de persona que volvía su palabra ley, o al menos, para mí siempre fue alguien así. Un ser libre,

hasta que conoció a esa vieja.

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La vieja en cuestión era una prostituta, no muy distinta de todas las que James se había

conseguido a través de los años, o al menos eso pensé cuando la vi por primera vez. Un día como

cualquier otro en ese territorio que veíamos como nuestro estaba ella, parada en un andén

esperando que alguien la contratara. Usaba gafas gruesas, tenía pelo rulo y rubio, y un vestido

morado barato lleno de brillos. James se la quedó mirando de reojo por horas, con una

inseguridad que yo nunca le había visto con otras mujeres. ¿Qué le llamaba la atención de esa

mujer? No sé, nunca entendí; sin embargo, con la intensidad de sus miradas y su constante

silencio, se notaba que la estaba incomodando, hasta que llegó el momento en el que ella le habló

a él por primera vez.

- Yo sé que usted no tiene con qué pagarme entonces pa’ que se sigue antojando. Mire para

otro lado.

Esperaba que James tuviera una respuesta. Nada muy elocuente, pero definitivamente insultante.

Pero no, por dos o tres segundos James se quedó embelesado, sin nada que decir, por primera vez

desde que lo conocí.

Decidí que si él no se iba a defender yo lo haría.

- Qué antojado ni que nada, solo se le quedó viendo esa pata de maniquí horrorosa que tiene.

La prostituta se puso roja de la ira pero no contestó, inconscientemente miro hacia abajo, hacia la

pierna prostética que su vestido no alcanzaba a cubrir del todo. Pensé que James me seguiría la

corriente y fingiría que era por eso que la andaba mirando. Pero no, el malparido me dio un

codazo en el estómago, como si hubiera hecho la cosa más estúpida e inapropiada del mundo,

como si nosotros fuéramos educados, para empezar.

- No sea tan desgraciado, panita, que ella hasta con esa vaina aguanta.

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No supe qué responderle. Para mi esa vieja no era nada especial. Es más, con la pierna de robot

me ponía los pelos de punta, me recordaba a los “profesores” del colegio. James, por otro lado,

estaba totalmente tragado. Con la misma seguridad de siempre, James se acercó a la prostituta y

le puso un manojo de billetes en la mano.

- ¡Esa es toda la plata que hizo hoy, James!

- Es mi plata no la suya, yo hago lo que se me dé la gana.

James se fue con la vieja al motel que quedaba al final de la cuadra. Y desde entonces no volvió

a ser el mismo. A partir de ese día, James dedicó su vida a esa prostituta sin nombre. Llegaba a

trabajar dos horas antes que yo, y la plata que se hacía en el día, se iba toda en esa vieja, quien la

recibía sin decir una sola palabra. Con el paso del tiempo, James empezó a esforzarse más.

Acompañaba al Chiqui en sus atracos, vendía drogas y hasta empezó a hacer de reclutador para

el jefe de un prostíbulo. Cada noche yo le insistía que lo estaban robando, que una noche con ella

no valía tanto. Pero él solo me mandaba a callar, me decía que yo no entendía la situación.

James se volvió un extraño en los días que siguieron. La Brava le dijo que era un puto azotado y

no le dirigió más la palabra. Chiqui y Elmo no le dijeron nada, pero se notaba que pensaban lo

mismo. Todos nos fuimos separando. Fue entonces que empecé a espiarlo, sin encontrarle nada

concreto. Se la pasaba con ella todos los días, y en las noches se encontraba con un tipo que no

conocía, un señor con traje caro al que James le hablaba como si fuera el patrón o algo así. Eso

no estaba bien, James nunca había tenido un patrón.

La verdad, yo sabía que algo más estaba pasando. Había días en los que James le pagaba a ella y

luego no hacían nada, solo hablar. Entendía que en algún punto en su relación habían dejado el

sexo como una cosa secundaria, y que el plan en el que estaban era otro. Lo que no sabía era cuál

era ese plan. Siempre que me ponía de metido, los espiaba o medio alcanzaba a escuchar sus

conversaciones, hablaban de irse a algún lado. James le contaba a ella cosas que él nunca me

contaba a mí. Que estaba frustrado, que estaba aburrido. Hasta que un día, lo escuche decir algo

que nunca habría esperado de él.

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- Yo voy por ahí diciéndole a todos que soy el guerrero, que disque creo en algo o me la peleo

por algo. Pura mierda. Lo que soy es un pendejo. Un pendejo que quiere plata.

- Pues sí – le respondió ella – eso somos todos.

No. No, eso no era cierto. James era una persona segura, James era el que me mantenía a mi

tranquilo en las situaciones más jodidas. Si él dudaba de sí mismo entonces, ¿qué hacía yo? Por

primera vez en años me puse a pensar sobre mi vida. Sobre mis cagadas, sobre el lugar en el que

estaba ¿yo de qué tenía que enorgullecerme? ¿Qué había hecho yo y cómo terminé acá?

Esos pensamientos eran muy peligrosos para mí. Frustrado decidí que toda la culpa era de esa

mujer, que ella lo estaba haciendo débil, decidí que me iba a poner a espiarla a ella esta vez, que

me enteraría de qué andaba haciendo con James y la alejaría de él.

Una noche, cuando James ya le había dado toda su plata a esa prostituta, le dije que me iba para

mi casa, y él hizo lo mismo. Pero me quedé. Y en el mismo andén de siempre, la encontré a ella.

Sin darse cuenta de mi presencia se quedó viendo a los carros pasar, ofreciéndose a cualquiera

que le diera por acercarse, sin ningún éxito.

Aburrida empezó a dar vueltas. El barrio era oscuro. Pero con las luces de neón de las vallas

publicitarias iluminando su vestido brillante la pude seguir de lejos. Vi cómo se rascaba lo que le

quedaba de pierna izquierda mientras pasaba por los locales que vendían animales artificiales y

los rumbeaderos, buscando a algún interesado. Eventualmente, un carro negro se detuvo frente a

ella y bajó la ventana.

La prostituta y el hombre en el carro hablaron por unos momentos. Luego, sin la menor idea de

cómo las cosas empeoraron tan rápido, tres tipos en trajes y máscaras negras agarraron a la

prostituta a la fuerza y la metieron en el carro. Alarmado, corrí detrás de ellos. La mujer me vio

y, con voz temblorosa, me gritó que me alejara, que corriera. No le hice caso, los hombres de

negro notaron mi presencia y se me lanzaron encima antes de que pudiera dar un solo puño.

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Entre gritos ahogados me arrastraron junto con la prostituta al carro misterioso. Dentro, se

encontraba un hombre en traje. Al verme, su cara se desfiguró del asco.

- No sé quién carajos se creyó usted, pero se metió en donde no debía.

No reconocí al hombre en frente mío en un principio, las caras de los políticos suelen mezclarse

en mi cabeza. Aunque con escucharle la voz fue suficiente.

- ¿Senador Zuleta?

Era el tipo que James odiaba, el que más cambios hacía en el sur de Bogotá. Sentado ahí, con un

par de tipos enmascarados a sus lados y un arma en su mano. Zuleta se relajó en su asiento y me

apuntó al pecho.

- No, pues. Vinimos aquí buscando a la señorita Vanessa. Pero llega este pendejo y arma

alboroto. Perdóneme, muchacho, pero usted mañana ya no amanece.

Miré a mi lado a la mujer que hasta ahora me había enterado se llamaba Vanessa. Tenía a uno de

esos guardaespaldas encima, agarrándole el cuello con suficiente fuerza para que le costara

respirar. Al concentrarme en uno de esos hombres con máscaras negras, brillantes como cascos

de motociclista, uno me volteo a mirar. El callado susurro de un ventilador se escapaba de los

lados de su cuello, y un resplandor rojo parpadeaba a ambos lados de su cara. No eran humanos,

y el carro parecía ser de esos que se manejaban solos. Los tres estábamos solos.

- Pa’ qué la quiere – le pregunté–. Si se la quiere tirar en eso trabaja ella ya, no la tenía que

obligar.

Zuleta hizo otra mueca horrenda, se notaba que no le interesaba la sugerencia.

- Lo que haga yo con ella no es su problema. Mejor vaya despidiéndose, no falta mucho para

llegar a donde vamos.

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El carro empezó a moverse. No sé por qué, pero no me importaba el arma que me estaba

apuntando. Sabía que aquí no me iba a disparar, él no se veía como alguien que se fuera a atrever

a manchar su carro con sangre.

Me fijé en Vanessa, el robot ya la había dejado ir, y estaba mirando absorta por la ventana. Las

luces de la ciudad pasaban por las ventanas cubiertas de lluvia, llenando su rostro de colores

cálidos, dándole un aire de misterio a toda la escena. Ella parecía tan desinteresada, empañaba el

vidrio con su aliento y trazaba dibujitos en él: una casita, unas vacas, una pareja feliz. Aún no

sabía que le veía James de bueno a esa mujer. Pero bueno y raro son dos cosas distintas, y ella de

raro tenía mucho.

- ¿Y a usted por qué se la quiere llevar Zuleta? – Le pregunté. Pretendiendo que el político ese

no estaba ahí.

- Quieren que vaya a visitar a un amigo mutuo. Que le dispa…

Zuleta se aclaró la garganta, interrumpiéndonos. Vanessa no dijo más sobre el tema. Decidí

hablar de otra cosa.

- ¿Usted y James qué andaban haciendo?

- Ahorrando

- ¿Para qué? ¿y por qué se llevaba usted la plata?

- ¿Usted no es su amigo? Él es de los que se antojan con cualquier pendejada y se lo gastan

todo. Cuando me conoció me pagó con todos sus ahorros.

No le podía cuestionar eso. James sí era ese tipo de persona. Pero eso no respondía mi primera

pregunta. Observé a Vanessa por unos momentos, esperando que dijera más, que dijera para qué

necesitaban la plata. Vanessa puso los ojos en blanco y siguió dibujando en la ventana. La pareja

tenía dos niños ahora, y más animales en su finca. Fue ahí que entendí que ella ya había

respondido mi pregunta.

El carro paró en las afueras de la ciudad. Me bajaron solo a mí, y, entre tres robots, me

arrastraron hasta un potrero lejano.

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Cuando estuvimos lo suficientemente lejos, me pusieron de rodillas y me empujaron la cara

contra el lodo. En frente mío se encontraba un peñasco enorme, una caída de ahí y no iba a

sobrevivir.

Un robot me mantuvo contra el piso mientras los otros dos se pusieron en frente mío. Fue ahí que

noté que a uno no le sonaba ningún ventilador. Ni siquiera hacia esos chirridos desagradables al

moverse. Ese mismo robot se paró en frente mío y se quitó lo que pensé que era su cabeza. En

realidad, era un casco.

- No se debió meter en esto, panita.

Se me hizo un nudo en el pecho, un sudor frío me recorrió la espalda. ¿James? ¿Por qué?

- ¿Qué está pasando? ¿James, es usted?

Él no me respondió, y no tenía que. Yo lo sentía, yo sabía que era él.

James se veía pálido, con ojeras. Los ojos los tenia llorosos. Pero eso no era lo raro. La chaqueta,

los tennis, el peinado. Todo eso era nuevo. Me acordé de los tipos en traje con los que había

hablado días atrás.

- Usted entregó a Vanessa a ese tipo, ¿no? ¿usted le dijo cómo encontrarla y ella ni se enteró?

Se quedó callado, lo tomé como confirmación. No se me ocurrió qué decirle, ni qué pensar. Así

que me fui por lo más fácil, lo madreé hasta que no me dieron más los pulmones.

- ¿Por qué, malparido? ¿Por qué?

Él se encogió de hombros.

- Pues qué le cuento… – me dijo – el senador ese anda con un plan bien rebuscado, ni idea de

qué es. Elmo me contó que alguien estaba pagando bien por encontrarla a ella. Fin de la

historia.

Esperaba más explicaciones, algo distinto, no sé. Él no dijo una palabra más.

- Pero ustedes…ella pensaba que ustedes dos.

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- Yo también lo pensé, lo quería, pero me ofrecieron mucho, panita – me respondió -. ¿Qué

esperaba usted de mí? Yo soy igual que todos los demás, soy un pendejo que busca plata,

igual que usted.

- No, yo no soy así. Yo lo buscaba a usted, lo seguía a usted. Era mi amigo, mi compadre mi…

- ¿Por qué? ¿Qué tengo de especial?

No tenía ni la menor idea, la verdad no. Tal vez me hice ideas todos estos años, pensando que era

la gran cosa. Que él era libre, que era real, más real que los profesores, que la abuela, que la

enfermera, que las calles. Pero resulto que no, todos somos los robots de alguien.

James no esperó a que le respondiera, él y el otro robot me tomaron de ambos brazos, y me

tiraron hacia el vacío.

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Debate

Jueves a las seis de la tarde en la universidad.

Probablemente el momento de irse a casa. Uno anda cansado, con la cabeza llena de información

inútil, y más de una entrega para el día siguiente. Sin embargo, a uno le dan ganas de una pola, se

busca al compañero de clases y se sienta en un disque bar cercano que con solo verlo grita que

hay Poker barata. Como es costumbre uno se pone a hablar pendejadas (tareas, trabajos), pero,

porque las pendejadas no dan pa’ más de diez minutos de conversación, uno termina hablando de

las súper pendejadas (pasatiempos, series de Netflix, películas) y, luego, las recontra pendejadas

(chismes, novias, tusas). Por último, se llega a la conclusión lógica: política. El botón de

autodestrucción de cualquier conversación civilizada.

- Parce, yo le recontra juro que gana Zuleta – declaró Pacho luego de la cuarta Poker - No le

haga caso a las redes sociales, ese man tiene todo el apoyo del pueblo.

- Eso es lo que me da miedo ¿no ve que ese tipo está dejando al resto de gente sin trabajo?

Saavedra es mejor opción.

- Mire, ni se moleste con esas pendejadas. Zuleta solo es senador y ya está mejorando el medio

ambiente, está invirtiendo en la educación, en infraestructura.

- ¿Y a cambio de cuantos trabajos? Con cada mejora que hace el gobierno manda a traer diez

mil robots más.

Pacho se llevó las manos al rostro, siempre hacia eso cuando le daban ganas de pegarle a alguien.

Pasado mañana iba a ser el primer y último debate de la segunda vuelta de estas elecciones

presidenciales. Zuleta del partido “gran cambio” contra Saavedra del partido “humano”. Lo

conveniente es que nuestra universidad había sido elegida como sede, y no nos lo íbamos a

perder.

- A ver, a ver no se me haga el bobo. Usted sabe muy bien que Zuleta tiene sus soluciones para

eso también. Con su plan para incrementar los trabajos en el área de la agricultura toda esa

gente sin trabajo…

- La mandan a una selva a trabajar mil horas al día para compañías extranjeras, mire cinco

años en el futuro y le juro que a la mayoría de esa gente la estarán explotando hasta que se

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muera. No, solo no, la única manera de progresar es bajarse a toda esa máquina que tenemos

rondando por ahí. Saavedra quiere hacer eso. Obligar a las empresas a volver a contratar

empleados de verdad.

- Ajá, para que se nos baje toda la productividad. Toda esa plata, ese avance que ha hecho el

país en los últimos años, ido a la mierda porque toca volver a pagar un montón de salarios

mínimos a unos ñeros sin educación.

Se dio cuenta de lo que dijo, y trató de retractarse. Pero yo me aproveché antes de que pudiera.

- Perdón, pero, ¿sus papas no son parte de esos ñeros? Por lo que me ha dicho, ellos no

recibieron ninguna educación. Su trabajo no es bien pagado tampoco.

- Es distinto.

- No lo es, a ellos les va a tocar trabajar en el campo también. Pero como usted es el estudiante

becado ya se cree cosa aparte. Mírelo desde la perspectiva de ellos, ¿van a votar por Saavedra

o Zuleta?

Se le puso la cara roja. No sabía si era por rabia o porque ya se estaba poniendo prendo.

Música, reggaetón, irrumpió del bolsillo de Pacho de la nada. Pacho se sacó el celular del

bolsillo y respondió la llamada. Me mantuve callado mientras él seguía diciendo “sí, sí claro” y

“entiendo”, una y otra vez. Con el tono más neutral posible para que la persona haciendo la

llamada no se diera cuenta de que andaba un poco tomado.

Apenas colgó el teléfono, me mando una mira suspicaz. Esa maldita cara de sabelotodo que

siempre ponía.

- Sabe que, hagamos algo, venga conmigo a la U y le voy a mostrar porque es que Zuleta es

mejor candidato – me dijo, evitando totalmente mi punto sobre su familia. El gran pendejo…

- ¿Por qué? ¿Qué me quiere mostrar?

- Solo venga, sí. Le voy a mostrar algo que en su carrera no le van a mostrar jamás.

Puse los ojos en blanco. El ingeniero Pacho con ganas de joderme de nuevo porque me fui por la

psiquiatría.

- Venga – me demandó, esta vez jalándome de la camisa. Y yo, bien idiota, le hice caso.

Volvimos a la universidad, ya cuando el sol estaba bajando y se estaban empezando a prender los

postes de luz. Docenas de pantallas y avisos de neón se prendieron en las caras y techos de los

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edificios, promocionando productos, servicios y, por supuesto, a Zuleta y Saavedra. Pacho me

guio hasta el edificio de ingeniería. Pensé que subiríamos a uno de los laboratorios del último

piso. Pero el decidió bajar al sótano. Un lugar al que, hasta donde sabía, nadie iba jamás.

- ¿Está seguro de que tenemos permiso de estar acá?

- Pues, yo tengo – me respondió Pacho – usted no tanto, pero nadie se va a enterar.

- Okey… Tiene que ver con la llamada que respondió

- Sí, soy parte de un semillero que se encarga de investigar un equipo nuevo que nos llegó. Al

profe se le olvido apagar unas cosas así que me pidió que lo hiciera por él. Aunque no le diga

a nadie, lo hago sonar como cosa simple pero la verdad creo que podrían despedir al profe

por olvidarse de esto.

En serio no sabía adónde iba Pacho con todo esto. Pero ya me estaban dando ganas de volver a

mi casa y hacer mi tarea. Pensé en interrumpirlo, decirle que tenía que irme y dejarlo así. Sin

embargo, había algo que me detenía, y sabía exactamente qué era: la cara de idiota que me haría.

La mirada de condescendencia seguida por esas ganas de dárselas del que gano el debate que

tuvimos en el bar solo porque me dio cagada continuar.

No le iba a dar esa satisfacción.

Nos encontramos con un corredor blanco con puertas de vidrio grueso, cámaras de seguridad y

por supuesto dos guardias. Pensé que hasta aquí habíamos llegado. Pero Pacho los saludo como

si fueran los mejores amigos del mundo, les preguntó sobre sus vidas, y luego de unos tres o

cuatro minutos conversar, les dijo que se me había quedado mi tarjeta de ingreso adentro. Los

guardias le creyeron y nos dejaron pasar.

Llegamos a una puerta de acero que nunca había visto antes en la universidad. Pacho sacó una

tarjeta del bolsillo y la pasó por una rendija. Con el parpadeo de unas luces y un rechinido

metálico la puerta empezó a abrirse lentamente. Era como una de esas entradas de bóvedas de

banco, tan gruesa que nadie podría moverla a la fuerza. Lo que sea que tuvieran acá, no querían

que nadie se lo fuera a robar.

- Por nada del mundo le debe decir a nadie que lo traje acá, ¿okey?

- Entonces, ¿para qué me trae en primer lugar? No entiendo que tiene esto que ver con lo que

estábamos hablando.

100

- Tiene todo que ver. Yo le dije, Zuleta invierte en tecnología, en educación. Eso es bueno y

aquí está la prueba.

Cruzamos el umbral y vi a qué se refería. Adentro, se encontraba lo que me parecía un

laboratorio poco común. Una habitación ovalada con muchos escritorios, computadores,

carpetas, papeles y, sobretodo, herramientas con propósitos desconocidos. En el centro se

encontraba una maquina alargada con muchas piezas movibles, repleta de tubos que se esparcían

por las paredes. Encima de esta, se encontraba un tipo de burbuja transparente cubierta de cables,

chips y rellena de lo que parecía ser un gas anaranjado brillante. En su centro se veían unas leves

descargas eléctricas que se activaban cada pocos segundos, formando una luz blanca e

incandescente que me daba ceguera. Más allá de todo eso, el lugar era tan caliente como un

turco. Se me pegaba la camiseta al cuerpo con el sudor, y sentía un tipo de estática en el aire que

literalmente me estaba poniendo los pelos de punta.

- Y esto es…

Pacho se llevó las manos al rostro de nuevo. Frustrado.

- Parce, ¿es en serio? Es el primer generador de fusión nuclear del país. Eso es lo que es.

Un generador nuclear, radioactivo, debajo de la universidad. Me llevo un momento procesar lo

que me estaba diciendo.

- Me voy.

Pacho me jaló de la manga, agitado.

- ¿Por qué? ¿Qué paso?

- ¿Qué putas cree que hace metiéndome acá? ¡es nuclear!, en primer lugar. ¿A quién carajos se

le ocurre tener esto debajo de la universidad?

- Zuleta dijo que iba a donar esto a la universidad hace meses.

- Si pero pensé que lo pondrían en algún lugar lejos, como en alguna sede fuera de la ciudad o

algo así. ¿Qué tal si explota? o se le mete radiación a los estudiantes o alguna vaina rara.

Pacho me jaló hacia atrás y se paró en frente de la salida, bloqueándome.

- Es FUSIÓN nuclear, no fisión, idiota.

Pacho se quedó callado ahí, esperando que eso fuera suficiente para dejarme satisfecho. Como si

yo supiera la diferencia. Después de unos momentos de silencio, él suspiro.

101

- Me refiero a que no hay nada a qué tenerle miedo. Aquí no hay plutonio, ni un montón de

radiación, ni mucho menos. No separamos átomos, los combinamos, y, para hacer eso, no

usamos más que unos tanques de hidrogeno y esa máquina de ahí. Cero peligro.

Me preocupó que hubiera hecho énfasis en que no había “un montón de radiación” ósea que sí

había? ¿Solo que menos? Unos susurros metálicos se escaparon de las tuberías que recubrían

toda la habitación. Saltando de la impresión, seguí los sonidos con la mirada. Eran gases,

saliendo del aparato en la burbuja y dando a parar a un tanque amplio detrás de mí, donde

escaparon hacia arriba con el mismo sonido que hace una olla a presión.

- ¿Eso qué es? – le pregunté.

- Helio. Convertimos el hidrogeno en deuterio, luego en helio y a partir de eso se crea energía,

muchísima energía. Básicamente lo mismo que hace el sol. Aunque no se preocupe, esa

burbuja de ahí contiene la mayoría del calor.

No parecía, la temperatura no me estaba dejando ni respirar. Quise decirle que no quería estar en

un pequeño equivalente del sol. Pero me pareció que ya estaba actuando muy cagado del miedo.

- Bueno, ¿y qué? Mandó a hacer esta vaina. Eso no cambia nada – le dije, tratando de actuar

poco impresionado.

- Lo cambia todo. Piénselo, la energía que provee esto es casi que infinita. ¿Qué necesidad hay

de represas o hidroeléctricas o cualquier cosa como esa? Con esto se nos arreglaron todos los

problemas.

- Pues considerando que gracias al partido “Gran cambio” ya no somos dueños de casi nada de

esa agua. Además me imagino que usted estará bien contento cuando despidan a todos los

que trabajan en esas hidroeléctricas.

Pacho me dio la espalda, rendido. Seguro que ya se había dado cuenta que nada de lo que fuera a

decir iba a cambiar mi opinión.

Y es que yo no era idiota. Tal vez no sabía cómo funcionaba una de estas cosas, o la diferencia

entre fusión o fisión. Pero si sabía de lo que eran capaces. Rusia, Ucrania, Australia, todos estos

países habían sido salvados de crisis energéticas gracias a estos inventos, de la misma manera

que los robots nos sacaron de una crisis económica años atrás.

- ¿En serio no le parece bueno esto? – me preguntó Pacho – ¿ni un poco?

102

Me senté a su lado y observé la extraña burbuja de vidrio, lanzando sus luces blancas y rayos

eléctricos.

- Parce, tocaría ser un idiota, un completo resentido, para negar que la tecnología beneficia a la

sociedad. Pero sabe, como psiquiatra yo también trato con algo que beneficia a la gente:

drogas y medicamentos ¿sabe qué pasa con esas cosas?

- ¿Qué?

- Que tienen efectos secundarios. En algunos casos bien dañinos, y a mí me preocupan esos

efectos ¿no deberían preocuparle a usted también?

Los ojos se le abrieron como platos. Por primera vez creo que ambos pudimos estar de acuerdo,

o al menos, no en lados completamente opuestos.

- Aun voy a votar por Zuleta.

- Bueno, dele, aun voy a votar por Saavedra.

Pacho se paró del asiento y se acercó a un computador en un pequeño cubículo apartado de todos

los demás.

- ¿Qué hace? – le pregunté.

- Lo que el profe me pidió. Tengo que cerrar las válvulas de hidrogeno y apagar el campo

electromagnético.

No entendí porque no podía decir que iba a apagar el aparato y ya. Pacho siempre andaba con

ganas de dárselas.

Ya estaba oscuro, salimos del generador poco después. Estábamos listos para irnos cada uno de

vuelta a nuestras casas, y hasta en buenos términos por primera vez desde que nos conocimos.

Yo iba a usar dron taxi, Pacho iba a usar el metro. El tipo hasta decidió acompañarme a la

estación. Subimos a la plataforma de aterrizaje, en el último piso del edificio central de la

universidad, y esperamos por el dron, que ya se veía llegando desde el horizonte empobrecido,

oscuro y desigual de los edificios del norte.

Pacho me dio unas palmadas fuertes en el hombro.

- ¿Qué pasó, parce?

103

Me voltee a verlo. Tenía el rostro pálido, las manos sobre su boca y sus parpados de par en par,

como si estuviera viendo el fin del mundo pasar frente a sus ojos.

- ¿Qué pasa? – le pregunté de nuevo. El no pudo ni formar las palabras.

Por más que lo moví y le jalé de la manga él no hizo más que señalar hacia el edificio de

ingeniería, en donde una columna de humo negro se empezó a alzar de una chimenea.

- La cagué – respondió al fin –perro, la cagué grave.

- ¿Cómo así? Pacho, cálmese.

Él no hizo más que repetir la magnitud en la que la había cagado, ya con un par de lágrimas

formándosele en los ojos. Estaba a punto de preguntarle si necesitaba que le gastara un taxi o

algo, cuando salió pitado de la plataforma y bajó las escaleras del edificio de dos en dos.

- ¡Pacho, espere!

Lo perseguí mientras bajaba del edificio, mientras empujaba gente fuera de su camino, cruzaba

en frente de carros sin ningún cuidado y pisaba las matas de los jardines sin ningún tipo de

consciencia o interés. Todo eso de camino al generador de fusión.

Llegamos al edificio de ingeniería, donde los estudiantes estaban saliendo pitados debido a la

alarma de incendios que había empezado a sonar. Bajamos al sótano y no encontramos a los

guardias de antes, así que seguimos derecho.

- ¡Pacho, pare ya mismo y dígame cuál es el bendito problema!

- Que estamos jodidos, jodidos y muertos – me respondió mientras se abría la puerta de acero

con extrema lentitud – ¡Puta vida abrase ya!

Pateó la puerta, una decisión de la que se arrepintió inmediatamente. Ya me estaban empezando

a estresar, Pacho siempre era del tipo que explicaban todo, y justo ahora se había puesto en el

plan contrario.

- Solo dígame qué pasa y ya

Pacho se agarró el pie adolorido y se sentó a esperar a que se abriera la puerta. De la pequeña

rendija ya presente, se escapaba el pitido de alarmas como de carros de bomberos.

- Ese humo negro que salió del edificio es carbono. Enormes cantidades de carbono.

- ¿Y qué?

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- ¿Pues qué cree? La idea del reactor es hacer helio y parar ahí. Pero para hacer carbono se

necesita combinar átomos de helio y eso significa…

- ¿Qué, qué significa?

- Una reacción en cadena. Apagué el campo electromagnético pero no detuve la colisión de

átomos. Esta cosa podría hacer una puta implosión.

La puerta terminó de abrirse, y Pacho se movió cojeando hacia adentro.

- ¿Qué cree que está haciendo? – le pregunté – tenemos que largarnos de aquí.

- No puedo – me contestó – tengo que parar esta vaina.

- ¡Parce, no hay manera que yo me vaya a meter en medio de un segundo puto Chernóbil! Y

usted no debería tampoco.

Pacho me agarró de la camisa y me acercó nariz con nariz.

- Si esta vaina explota no será un segundo Chernóbil Julio, en el mejor de los casos será diez

veces peor que Hiroshima, en el peor hasta cien veces eso.

Me lo imaginé con gran detalle, una nube en forma de hongo cubriendo a toda la ciudad.

Millones de personas muertas solo porque nos dio por tomarnos unas polas y hablar de

estupideces cerca de la universidad. La familia de Pacho vivía al otro lado de la ciudad, tal vez

hasta se salvarían. Pero aun así él no iba a irse a ningún lado, y yo, con mi familia viviendo a no

más de diez cuadras de distancia, estaba que me orinaba del miedo, pero no me iba a ir tampoco.

- ¿Qué hacemos entonces?

Pacho sacó unos trajes abultados de una textura metálica de un locker cercano.

- Póngase esto. Protege contra la radiación y el calor. Pero solo por unos cuantos minutos.

Ambos nos vestimos, con guantes, botas y casco incluidos, hasta que no era capaz de ver más

que lo que me permitía una pequeña rendija cubierta por un vidrio nublado. Pacho abrió otro

compartimiento y sacó tres barras alargadas de un metal oscuro, entró antes que yo y ambos nos

encontramos con un calor abrasador. En el centro del cuarto, el pequeño punto de luz, se había

convertido en una masa azul y blanca con una densidad similar a la de la lava; que se chorreaba

derritiendo los tubos, el piso y el resto de la maquinaria.

- No se atreva a quitarse el casco – me advirtió Pacho – ve esa vaina sin protección y se irradia

hasta la muerte en dos segundos, se le derrite la cabeza en diez.

105

No sé si el man me creía idiota o que, no iba a quitarme el casco por nada del mundo.

Pacho me ofreció las tres extrañas barras que tenía en sus manos.

- Estas son barras de cadmio, se usan para controlar fisión nuclear – me grito sobre el chillido

de las alarmas – colóquelas en los compartimientos alrededor de la maquina en el centro.

- Usted me dijo que esto era fusión – le grite de vuelta.

- Sí. Pero estoy a punto de acelerar el proceso de colisión, voy a convertirlo en fisión

justamente para que las barras lo contengan. Esto podría salvarnos o jodernos a todos.

No estaba seguro de que entendiera pero ya no me importaba. Con las piernas que me temblaban

y dispuesto a ni ver a esa bola incandescente. Me acerqué a esa masa caliente hasta que pude ver

la superficie de mi traje especial derretirse. Me sudó el cuerpo entero, se me revolvió el

estómago y mi cerebro se sintió perdido y revuelto. Sin embargo, tuve el tiempo suficiente como

para colocar las barras de metal esas en sus compartimientos, mientras el maldito de Pacho hacia

el trabajo fácil y tecleaba cositas en un computador cercano. Finalmente, Pacho arrancó un

extintor blanco de la pared y empezó a dispararlo hacia la masa naranja hasta que se convirtió en

nada más que una costra gris pegada en medio de la habitación.

Pacho me jaló fuera de la habitación, cerró la puerta de acero, y una vez estuvo bien cerrada, se

quitó el traje. Yo tardé un rato en recuperarme, tuve que recobrar el aliento, despejar mi cerebro,

vomitar un poco en mi casco. Pero eventualmente también me quite el traje y vi que Pacho tenía

una sonrisa de alivio pegada en el rostro.

- Estamos vivos, malparido, estamos vivos – me gritó, abrazándome fuerte. Estaba tan

aliviado, que no me molestó abrazarlo de vuelta. Aun cuando sus pendejadas fueron las que

casi nos mataron en primer lugar.

- ¿Qué hacemos ahora? – le pregunté.

- ¿Pues qué cree? Nos volamos de acá. Los bomberos ya deben estar que vienen y no quiero

que nos encuentren.

- ¿Y las cámaras de seguridad?

- Antes de siquiera revisar las cámaras tendrán que arreglar esa solución tan macheteada que

hice ahí adentro. Créame, Julio, lo que hice ahí es inestable como un carajo, un error y

106

explota todo. Por si fuera poco, mañana es el debate presidencial. La universidad estará bien

ocupada, lo suficiente para que se me ocurra algo.

Boquiabierto, lo observé mientras subía las escaleras del sótano y llamaba un dron taxi por su

celular.

- Si es tan inestable… entonces, qué hacemos – le pregunté.

- Nada – me contestó – dejar así, que lo arreglen los profesionales. Literal acabamos de

arriesgar nuestras vidas. Ahora lo único que falta es ver cómo le hago para no arriesgar la

beca también.

Ese “deje así” fue lo que dio fin al último debate que tuve con Pacho, el último debate que tuvo

lugar en esa universidad, y la historia de cómo Bogotá casi que desapareció del mapa.

107

Colombia Humana

Saavedra presidente. Colombia humana, Colombia unida

El comercial continuó su musiquita por unos segundos más, mientras la cámara se centraba en mi

rostro sonriente. Miraba al horizonte, rodeado por diez personas de etnias distintas a las que

nunca había visto en mi vida. La proyección se detuvo y el equipo entero comenzó un aplauso

poco duradero, interrumpido por la manifestación de mi absoluta indiferencia.

- ¿Cómo le pareció, doctor? - me preguntó el director de campaña - podemos tenerlo en

televisión la próxima semana y habrá una versión de realidad aumentada en…

- No me joda.

El director retrocedió por la impresión, su postura y expresión mostrando signos de pánico.

Todos los pendejos se quedaron pasmados, echándose miradas como si los fuera a regañar el

profesor. Me enderece, frotándome el cuello en un intento fútil de calmar el dolor.

- A ver, señor Hoyos, ¿qué creé?, ¿qué veo mal?

El señor Hoyos se congeló en una expresión similar a un puchero antes de contestar.

- P-pues no sé. El comercial lo muestra a usted en buena luz. Es memorable, colorido y la

canción es…

Le casqué a la mesa.

- ¿Dónde está el mensaje, eh? Si mal no recuerdo yo grabe una sección de cinco minutos en la

que explicaba paso a paso las acciones que tomaría con respecto al boom del trabajo

automatizado.

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Me acerqué bien despacio a Hoyos, atento a echarle una mala mirada al resto de su equipo al

pasar.

- Y, sin embargo, ¿qué estoy viendo? Que de ese segmento sólo usaron trece segundos. Esos

momenticos que estaban repletos de las palabras escuálidas y periféricas que usted me puso a

decir el día de la filmación.

Hoyos se puso contra la pared.

- ¿Qu-qué le digo, señor? Pensamos que la audiencia general podría aburrirse con tanto detalle.

- Aaah… entonces mis propuestas son aburridas. Solucionar los problemas este país es

aburrido, ¿es eso?

- No, no señor. Pero, ¿no cree que un comercial de una campaña presidencial debería ser un

poco más… no sé

- Vacío e inútil me imagino. ¿Cree que la gente se va a interesar en una proyección de realidad

aumentada en la que no hago más que saludar gente y besar bebés por tres minutos? ¿Por qué

cree que, en toda la historia de este bendito país, el Estado la ha tenido que guerrear para

traer gente a las urnas? ¿Por qué cree que nadie vota? ¡Es por las pendejadas, Hoyos! Las

pendejadas como esta.

Ya estaba nariz a nariz con Hoyos. Se estaba cubriendo la cara como si le fuera a pegar.

- Perdóneme, doctor. Yo se lo arreglo como quiere. Solo no me eche. Yo el norte no lo

aguantaría, por favor.

Las súplicas del hombre me empezaron a bajar los humos. Suspiré y me pase las manos por el

rostro. Tanto estrés, tantos dolores últimamente. Estaba que no daba más.

- Que le quede claro a todos acá - dije, dándole la espalda a Hoyos - no voy a reemplazar a

nadie por un robot. Así que no se me pongan a llorar y mejor piensen cómo van a hacer las

vainas de aquí en adelante. No digo que pongan los cinco minutos ahí. Pero que se entienda

el mensaje con un poquito de transparencia, carajo.

109

Me dirigí hacia la puerta.

- Lo arreglan y me lo muestran el jueves - dije antes de irme. Cerré la puerta detrás de mí,

antes de que Hoyos pudiera agradecerme.

Me alcanzaron a llamar tres veces en un solo viaje en ascensor. Que Zuleta dijo esto, que me

acusaron de aquello, que tenía que hacer otras veinte cosas antes de que terminara la maldita

hora. Estaba que quería reventar. Sorprendentemente, la vida era más fácil cuando era

empresario. Crear una multinacional siempre había sido estresante. Pero siempre sentí que por

bien o mal que fueran a salir las cosas, yo era el único que saldría afectado.

Luego, esos robots empezaron a aparecer en todos lados, y empleados despedidos de otras

empresas empezaron a buscarme a mí. Algunos eran viejos, otros jóvenes, unos locales, otros

inmigrantes. Pero todos estaban temerosos de otro despido, de que yo fuera igual al resto de los

empresarios. Yo no lo era, y estaba harto de los atropellos.

No sé cómo es que se me ocurrió todo ese cuento de la presidencia. Pero me estaba matando del

estrés, ya ni el whisky de siempre me calmaba, ni siquiera me sabía a nada.

Copa en mano, me encerré en mi oficina, cerré las persianas y hasta desconecté a mi asistente

personal. Pero, nada acallaba el bullicio de afuera o mis propios pensamientos. Solo necesitaba

diez minutos, diez minutos en los que las sienes no me trepidaran como tambores o sintiera que

me fuera a explotar el cráneo de adentro hacia afuera.

El primer debate de la segunda vuelta se acercaba y las encuestas estaban a mi favor. En seis

horas dejaría a ese malnacido de Zuleta callado frente a la televisión nacional y tendría esta vaina

asegurada de aquí hasta las elecciones. Estaba tan seguro, aunque mis dedos temblorosos me

indicaron lo contrario.

110

Tome un trago largo de whisky. Abrí una caja fuerte que tenía debajo de mi escritorio, y unas

pastillas azules. Lisergida tratada, una nueva variedad del LSD, de gran costo y efectos

secundarios relativamente controlados. Ilegal como cualquier droga, pero capaz de darme esos

buenos sueños que ya no tenía desde que dormir se volvió un privilegio.

Es interesante la manera en la que actúa esta droga. Contrario al LSD las alucinaciones no vienen

después de media hora, sino de cinco minutos. No son un montón de colores y sensaciones

mescladas. Son sueños bajo mi control. Se habían convertido en una parte tan cómoda de mi

vida, me mostraban lo que quería ver con más resolución que cualquier pantalla. Con los olores

correctos, los sonidos exactos.

Me veía a mí mismo en mi niñez, corriendo por los potreros verdes, buscando sapos en las aguas

estancadas y volando cometas. Todo mientras mi amiga Vanessa me pedía que la esperara.

Sentía el olor de pasto recién cortando, el viento en mi cara. Volteaba a ver a mi amiga, y notaba

su rostro sonriente asomándose entre sus marañas de pelo. Sus rizos rubios y gafas gruesas

distraían de lo que en mi opinión era un bonito rostro.

- ¡Julián!, espérame, carajo – me decía ella, medio riéndose entre gemidos de cansancio.

Yo la conocía, actuaba toda inocente pero le gustaba molestar. Seguro me hacía zancadilla si me

detenía, así que seguí corriendo.

Todo era tan fácil, en ese pueblito lejano de Zapatoca en Santander. Con tanta montaña y tanto

valle alrededor nadie nos venía a molestar. Y la tecnología que nos llegaba venía a cuentagotas,

lento y cómodo como debería ser.

Recordé como volvía a la plaza del pueblo, a ver si ayudaba en la tienda de mi papá para variar.

Solo para quedarme quieto, boquiabierto. Viendo los camiones y maquinaria extranjeros, más

altos que una casa, pasar fragorosos por el centro, dejando marcas en las calles empedradas en su

camino a las nuevas minas de litio descubiertas meses atrás. No pasaría mucho tiempo antes de

que el pueblo entero se convirtiera en un mero anexo de una fábrica masiva de baterías. Y mi

111

papá, herido en las minas por una hernia, me llevara a Bogotá a mendigar en la completa miseria.

Lejos de Vanessa.

Sentí un par de toquecitos familiares en la puerta. Los colores, las sensaciones, todo se fue

deshaciendo con relativa rapidez. Siguieron tocando la puerta, frenéticamente después de un rato.

Sin embargo, me tomé mi tiempo. Escondí mis pastillas, me lavé la cara y me aseguré de que

estuviera en mis sentidos. Finalmente, le indique a mi futuro vicepresidente, Carlos Miranda, que

siguiera.

- Hombre, tenemos que hablar - me dijo, echándose en el sofá más cercano sin siquiera dar un

saludo.

- ¿Qué pasó?

Miranda estaba que suspiraba aire como si se fuera a acabar. Parecía salido de una maratón.

- Acabo de salir de unas entrevistas. Me tuvieron contra la pared con toda esa vaina de su

proyecto de ley.

- Solo tenía que decir lo que había en el documento que le mandé.

- Lo intenté, pero no me atreví a detallar la escala en la que se realizarán estos cambios - me

dijo mientras se iba sirviendo un whisky - y ahora me ando preguntando si toda esa vaina es

buena idea.

Estaba seguro de que iba terminar diciendo eso.

- A ver, cuénteme cuál es el problema - Le dije.

- ¿Cómo que cuál es el problema? ¡¿Limitar la mano de obra robótica en oficinas al solo 20%

del personal?! ¿Sabe lo irreal que suena eso?

- Ha funcionado en Francia y Alemania.

- ¡Esos lugares lo dejaron en 45%!

- Sí, pero ellos no tienen nuestros índices de desempleo. Es lo único que podría funcionar

Miranda.

112

Miranda se tomó el vaso de whisky de una bocanada y dio un último suspiro de frustración. Él

sabía que yo tenía razón.

- Yo sé. Pero al menos suavice el golpe un poquito. No se ponga a detallar todo el proyecto de

ley así como así durante el debate. Es una vaina bien pesada, controversial. Las grandes

empresas y los del “partido gran cambio” ya están bien molestos con usted así como está.

- Juemadre, ya tuve esta misma conversación esta mañana ¿entonces de qué quiere que hable?

Miranda me lanzó una mirada llena de inseguridad. Yo sabía lo que iba a decir y él sabía lo que

yo iba a responder.

- Usted sabe, ayudar a mejorar la educación, la cultura. Una solución más permanente para…

- Pendejadas.

- Podría hablar sobre el plan del tratado de libre comercio con China. Sobre lo estúpido que es.

- Esa es la propuesta de mi competidor no la mía. Si me preguntan al respecto hablaré. Pero no

espere que base mi discurso final en criticar a mi oposición. Esas son más pendejadas.

Se desparramó sobre el sofá, rendido.

- Pendejadas, pendejadas, pendejadas - dijo imitándome - tantas veces que dice eso ya lo están

llamando doctor pendejadas.

- Qué me llamen como se les dé la gana. Es la verdad. Como si algún votante se fuera creer

todo el cuento de la educación. Siempre que un político lo dice suena a pura mierda. ¿Cuánto

tiempo cree que se tarda educar a la gente de este país? Y ni hablar de la cultura. Estamos en

una crisis, por bonito que sea el cuento de la educación lo que se necesita ahora es medidas

inmediatas.

No sabía si es que Miranda me creía bobo. Era obvio que mi solución solo era temporal. La única

manera en la que este problema se iba arreglar es si el pueblo aprendía a ser robots en vez de

tratar de competir con ellos. Pero eso no era algo que yo pudiera hacer. Y mucho menos malditos

113

corruptos como Zuleta y los otros candidatos. Aunque mi idea no fuera la más duradera ni la

mejor para todos. Al menos si prometía que podía lograrla frente a un público, podría hacerlo

con un poco de sinceridad

Guardé la botella de whisky, abrí las persianas y me puse mi blazer.

- El progreso es como un bus Miranda. Tiene que seguir moviéndose. Uno se tarda mucho y lo

dejan tirado.

- ¿Y cree que su proyecto la va a detener un rato? A ver si Colombia se logra subir.

- Así me toque pararme en frente a que me atropellen.

A las seis de la tarde salimos para el debate.

Las luces titilantes del sur oriente de la ciudad ya se estaban empezando a imponer sobre las

montañas, robando atención de los humos sulfúricos del inferior. Docenas de rascacielos se

apilaban de manera ascendiente, entretejidos por una maraña de puentes y carreteras flotantes.

Nuestro dron sobrevoló a masas enteras de vehículos voladores. Decorados con banderas

colombianas y las palabras “Saavedra presidente” pintadas en su superficies cromadas. Más

abajo, en aquellas calles apeñuscadas de las clases medias, los carros sonaban sus bocinas a todo

volumen, y los transeúntes salían a hacer bullicio de todos los tipos al verme pasar, con la

esperanza de que los escuchara, que los viera. Lo intentaba, pero era difícil. Los humos los

cubrían, y sus clamores sonaban como zumbidos de mosca.

- ¿Bajamos un poco? Podría saludar a la multitud - me sugirió Miranda.

- No. Si bajo no querré volver a subir en toda la noche.

Seguimos derecho hasta la Universidad Nuevo Francisco, donde se organizaría el debate. Ahí,

nos recibía un gran público, la mayoría estudiantes, ondeando banderas y pancartas por todos

lados. Apeñuscados contra una baranda que les detenía de acercarse a mí. Al salir de mi dron, un

par de guardaespaldas se hicieron a mis lados y hasta un par de mechas de seguridad se

apostaron en frente de las masas.

114

Esos exoesqueletos titánicos, negros, más cubiertos de armas y metal que un tanque, se

aseguraron de que ni un alma intentará cruzar la baranda. Mi caminata de ahí hasta el auditorio

estaba libre de obstáculos.

Empecé a sospechar que los efectos de las drogas no se me habían ido del todo. Pues me sentía

tan lleno de vida. Los ruidos de la multitud me motivaban, los colores y los flashes de las

cámaras me daban una percepción muy surreal de mis alrededores. Era como recuperarse de una

borrachera, sentía que tenía control sobre mis acciones. Pero ese control era tenue, frágil.

Los momentos que siguieron fueron un revuelto difuso. Recuerdo ver a Zuleta en la entrada del

auditorio. Saludándome, tenso bajo una sonrisa plástica. Para variar, no estaba acompañado de su

amigo el chino. Y por un momento me pregunté dónde andaba.

Entonces, entre las masas, escuche una voz familiar.

- Julián

Se me congelaron las piernas, me corrió una sensación fría por la nuca.

- ¡Julián!

La voz que escuché en ese momento, apenas distinguible entre las barras y clamores del público,

más nostálgica que cualquier droga o alucinación. Era real, era ella.

Moví al guardaespaldas de mi camino, e ignoré a Miranda, alarmado a mi lado. ¿Estaba aquí en

Bogotá? ¿Después de todos estos años? Esos rizos, esas gafas y esa sonrisa ¿Había sobrevivido

esta miseria de vida al igual que yo?

Busqué en la multitud, alarmado, mis ojos borrosos de tanto mirar en todas direcciones. Hasta

que volví a escuchar la voz llamándome, y la vi de nuevo, por primera vez en años.

115

No veía a la gente a su alrededor, ni aquellos empujándome firmemente de vuelta al centro de la

calle. Las voces se sentían lentas e inteligibles, las cámaras irrelevantes. Los gritos unísonos de

“Colombia humana, Colombia unida” apenas si hacían ruido de fondo para el escenario de

ensueño en el que me encontraba.

Vanessa estaba en la multitud, había estado tratando de llamar mi atención y la había

conseguido. Esos rizos rubios, esas gafas gruesas. Las aprecié por cortos segundos, antes de ver,

de tocar su rostro lleno de pánico y lágrimas.

- Perdón, Julián.

Vanessa sacó un arma y con mano temblorosa me disparó en el pecho

116

Himno

Hace ya cuatro meses que se me pidió escribir sobre la época de la Segunda Violencia. Y he

reescrito las mismas páginas más veces de las que me molestaría contar. No por los eventos, no

por los detalles, sino por mis pensamientos y reflexiones. Pues ahora que han pasado los años, y

tengo la sabiduría y la perspectiva provista por los eventos que le siguieron, me imagino que ya

va siendo hora de decidir si mis acciones deberían verse en una luz de orgullo, o de

remordimiento. La verdad, aun no tengo idea.

Olvidando estas nimiedades, es importante mencionar que el único pensamiento en mi cabeza

ese día era el siguiente: seis balas. Desde que me había unido a la policía había disparado seis

balas fuera del rango de tiro. Las primeras dos las disparé después de un intento de asesinato en

Usaquén. Escuché un ruido, entré en pánico y eché bala a lo primero que vi, resultó ser un gato al

que ni rocé. Las otras cuatro las disparé a un sicario que pasó con una metralleta desde una

motocicleta hace un par de meses, de nuevo, no le di a nada.

Pero en las cuarenta y ocho horas seguidas al asesinato de Saavedra había disparado catorce.

Había herido a tres personas, había matado a dos. Me sentía dominado por el remordimiento:

lloré, vomité y por unos segundos, hasta deseé mi propia muerte. Todo a causa del primer y

último político al que alguna vez llegué a admirar, y su asesinato.

Aún recuerdo la manera en la que se me congeló el cuerpo y el pecho se me vació en un

mismísimo instante, cuando la mujer le disparó en el pecho en pleno centro de la ciudad. Desde

una pantalla pude observar a las masas enfurecidas, la ira que se apoderó de los fanáticos, la

manera tan grotesca en la que -entre más de veinte personas-, la mujer responsable por el

homicidio fue golpeada y pateada en el suelo hasta que los mechas despejaron a la multitud.

El incidente había dejado a la ciudad en un estado de histeria, caos. Más importante aún, había

dejado a una mujer, una homicida, en coma en una habitación del hospital nuevo Monserrate, y

se suponía que era mi trabajo protegerla.

117

La cantidad de personas que se habían fabricado o conseguido armas en sus ganas de meterse al

hospital era abrumadora. El segundo día después del incidente, dos de mis compañeros ya habían

recibido heridas de bala y en más de cuatro ocasiones me vi forzado a responder con mi arma.

Hizo falta que lanzarán una papa bomba al dron del teniente, para que éste declarara que la

situación estaba fuera de nuestro control. La mañana siguiente, el ejército nacional estacionó un

echa y una fila de soldados en la entrada, mientras que mis compañeros y yo nos quedamos

resguardando la entrada de la habitación de la asesina desconocida. Yo, joven y enfurecido,

estaba en desacuerdo.

- ¿Alguien acá entiende por qué estamos haciendo esto? - le pregunté a Carlos la tercera

mañana- esta vieja asesinó a un candidato presidencial y nosotros dizque protegiéndola.

- ¿Cuál es la otra opción? - me respondió - no puede tener un juicio si la matan allá afuera.

- ¡Mejor ella que nosotros! ¿No vio que le dispararon a Forigua en las bolas? Con ejército o

sin ejército, hay un mínimo de trescientas personas allá afuera que nos van a matar si no la

entregamos. Y, considerando lo que hizo ella, lo merece.

- Le dispararon en el muslo no en las bolas, no sea llorón, Poeta. Además, si cree que va a

poder entregar a esa vieja sin que lo metan a la cárcel, entonces dele.

- Escribo cuentos, no poemas. Y usted no sea el llorón. Siempre es todo derechito, todo

aburrido, lambiéndole a todo el mundo.

- ¿Mejor por qué no sigue vigilando el cuarto de la señora? Siga así y lo van a poner a lamber

más que a mí, y a la fuerza.

Carlos dio media vuelta y se fue, refunfuñando sobre mis pendejadas. Yo me quedé haciendo

guardia en la puerta.

Estoy seguro de que trate de calmarme más de una vez, de verle lógica a la situación. Pero era

imposible. Escuchaba las protestas afuera, el megáfono del teniente amenazando que respondería

con la fuerza a quien sea que tratara de acercarse. Estruendos siguieron, disparos de los mechas,

que esperaba no fueran más que granadas de gas lacrimógeno.

118

Quería entrar a la habitación de esa mujer. Una parte de mí pensaba en lastimarla, la otra deseaba

hablarle una vez despertara, saber quién era y quién le daba el derecho de ponerme en una

situación en la que me tocaba matar gente. No sabía si tener claridad, dejar de inventarme

cuentos, y saber cómo ocurrieron las cosas me iba a ayudar. Pero quería hacer el intento.

Ya no podía de la curiosidad. No vi que hubiera nadie alrededor, así que abrí la puerta despacio y

ahí la encontré, medio muerta en su cama. Su rostro estaba desfigurado por los moretones y,

mechones enteros de su pelo rubio ya no estaban en su cabeza, un pedazo de gaza le cubría el ojo

izquierdo, o por lo menos la cuenca vacía donde solía estar.

No supe qué pensar al verla, la imagen de una asesina no emanaba de algo así. Si algo me

recordaba a mi mamá, aunque no estaba seguro del porqué. La vi hacer un par de muecas,

susurrar un par de cosas ¿Se iba a despertar?

Creo que en todo este tiempo, nadie llegó a enterarse de la identidad de esa mujer. No tenía

cedula, no tenía huellas, ni ningún tipo de marca que la identificara. Le faltaba una pierna, pero

la prótesis nunca pudo ser rastreada. Todo el mundo necesitaba que despertara para dar su

testimonio. Pues, por más que se defendieron los de ultraderecha, ya el pueblo se estaba haciendo

a la idea de que habían sido responsables; hasta que no se probaran inocentes, la gente se seguiría

matando en las calles, y cada noche las multitudes se meterían en las empresas a romper robots y

golpear a los adinerados.

Escuché varios pares de zapatos haciendo ruido por los pasillos. Asustado, me retiré hacia la

entrada solo para encontrar un grupo de cinco personas, todas en trajes o ropa elegante de

camino hacia la habitación.

El segundo candidato presidencial, Zuleta, estaba en el centro, detrás de él estaba un hombre

asiático, una mujer bastante elegante que lo agarraba del brazo y dos hombres con cara de

políticos o empresarios. No necesitaba pedirles ningún tipo de documento, estaba seguro de que

tenían permiso de estar ahí. No me sorprendería si fueran los dueños del lugar.

119

Me aparté de la puerta y la congregación entró sin decirme ni un buenos días. El hombre asiático

se quedó mirando al cuerpo inmóvil de la mujer, cubierta de tubos y cables. La rodeo, la

manoseo, hasta le olio el cabello por unos cortos momentos. Fue al ver la actitud enferma de ese

señor, que Zuleta se dio cuenta de mi presencia, y con una sonrisa politiquera y una disculpa me

cerró la puerta en la cara.

Yo sabía lo que me pasaría si esta gente me encontraba metiéndome en sus asuntos. Pero no pude

evitarlo, yo no era responsable de la delgada puerta, o de mi buen oído. Me quedé dándole la

espalda a la pared y “sin querer” escuché todo.

- La vaina entera se jodió - dijo Zuleta - esta vieja no siguió el plan, y ahora terminó toda

cascada por la multitud, así no puede declarar.

- Seguro entró en pánico cuando vio a Saavedra.

En esa época yo era mal hablado, torpe, insensato, pero no era estúpido; desde el momento en el

que dijeron eso, apoye la grabadora de mi celular contra la puerta.

El hombre asiático dijo unas palabras en su idioma, que luego fueron traducidas por uno de sus

acompañantes.

- Dice que hay que controlar la situación - tradujo uno de los hombres en corbata -

publicamos su identidad, decimos que lo hizo por motivos personales.

- Pero ya se publicó que la vieja no tenía nada que la identificara. Nos preguntaran de dónde

sacamos su información.

Con cada palabra que decían me sentía más preocupado por mi propia seguridad. Las cosas que

estaba escuchando podrían causarme la muerte. Pero no quería dejar de grabar, porque lo que

estaba presenciando era cada teoría, cada sospecha, confirmándose. Que Zhang, el representante

de Xionex, era un criminal. Que Zuleta era un corrupto, y que estaban trabajando juntos. Pero, lo

más importante, que habían traído a esta mujer a matar Saavedra, consiguiéndose a alguien que

lo conociera personalmente para poder justificar el asesinato como un tipo de crimen pasional y

no algo político.

120

- Nos inventamos algo – dijo Zuleta - podemos falsificar la información de la autopsia. Que

diga que está repleta de drogas. A ver si así la gente se convence que no tuvimos nada que

ver.

¿La autopsia?, pero aún estaba viva.

Escuché varios sonidos. Un maletín abriéndose, un empaque plástico siendo rasgado, unos

susurros incomprensibles seguidos por una risa. Sentí un vacío en el pecho. Esta gente era de

gran importancia, de influencia. Lo que sea que fueran a hacer no había nadie con permiso de

pararlos. Si lo que estaba oyendo era verdad esa mujer era una víctima también, y si iban a hacer

lo pensaba que iban a hacer, podrían salirse con la suya sin ser llevados a ningún tipo de justicia.

No sé si era por tener muchas historias en la cabeza. Mucho héroe y mucha fantasía llenándome

el cerebro. Pero por unos segundos perdí el miedo. Pensé en las personas que había matado en

estos dos días, en la gente protestando afuera por una vieja que ni importaba, en los tipos que sí

importaban al otro lado de la puerta.

Irrumpí en la habitación, no con el arma en la mano, eso no me serviría. Con el celular.

La imagen que me encontré era justamente la que me había estado imaginando. Uno de los

hombres en traje a punto de inyectar la bolsa de sangre de la mujer con una jeringa llena de aire.

Tome las fotos, corrí fuera de la habitación y antes de que alguien pudiera encontrarme o

detenerme, las puse en todas las redes sociales junto con el audio y acompañado por las

siguientes palabras.

“Zuleta matando a su asesina personal”

En mi huida, me crucé con Carlos en media patrulla.

- ¿Hombre, qué pasó? No corra.

- Ayúdeme a esconderme.

121

- ¿Qué?

- Descubrí a los que mandaron a matar a Saavedra, me van a matar si me encuentran.

Estaba seguro que me iba a preguntar qué cuentos me estaba haciendo, pero se empezaron a

escuchar los pasos y los gritos viniendo de los pasillos.

- Carajo, venga, venga.

Nos metimos en el baño para personas discapacitadas. Nos quedamos quietos y callados,

esperando a que alguien nos encontrara. Pero luego de un rato nos dimos cuenta de que, quien

fuera que me estuviera buscando, había seguido derecho.

Le expliqué a Carlos la situación.

- ¿Le vieron la cara? - me preguntó.

- Pues sí, obvio. Pero por un segundo nada más.

- Sea un segundo o un minuto no importa. Ya qué, ya lo descubrieron. ¿Por qué hijuemadres

haría algo así?

- ¿Cómo que por qué hijuemadres? Es por culpa de gente como esa que mi mamá anda sin

trabajo, que no hace más que vender chucherías en el metro. Tal vez así por fin le pasa algo

a gente como esa.

Carlos me cascó en la cara.

- ¡Se supone que usted es un policía, Poeta! Si la gente ve esas imágenes se van a volver aún

más violentos de lo que ya están, ¿eso le parece bien? ¿Le parece que ese es su trabajo?

Sabía que él tenía razón, aunque me llevó años aceptarlo. Minutos antes había estado pensando

en lo terrible y violenta que era la situación en la que me encontraba, y ahora la había hecho aún

peor. Pero no podía arrepentirme, las personas a las que había disparado en la entrada del

hospital pensaban y querían lo mismo que yo. Merecían la verdad.

- Ya qué, ya mandé las imágenes. ¿Me va a ayudar o no?

Carlos pensó su respuesta por varios segundos. Escuché más pasos acercarse al baño y seguir

derechos de nuevo.

122

- Lo ayudo a salir del hospital, pero hasta ahí.

La salida del hospital no fue fácil. Nos tocó llegar hasta el ascensor esquivando a cualquier

persona que nos pasara cerca, actuando natural aun cuando teníamos todas las ganas de correr.

Una vez en la clínica, Carlos y yo pasamos por urgencias, donde nos encontramos con un

practicante de medicina, y le pedimos su ropa a cambio de toda la plata que llevábamos en los

bolsillos. Una vez fuera del edificio, pensé que se había acabado la crisis. La gente estaba

protestando afuera. Pero las fuerzas del ejército los mantenían a raya y ninguno de ellos se iba a

atrever a lastimar a miembros del hospital. Solo tuve que rodear a la multitud y atravesar la zona

empresarial de Monserrate hasta llegar a la terminal del metro.

Carlos se había quedado adentro, si alguien le preguntaba sobre dónde andaba yo tendría que

inventarse algo. Mientras tanto, yo me quedé solo, con el objetivo de buscar a mi mamá e irme

lejos. ¿A dónde?, no tenía idea.

Llegue a la entrada de la estación de metro a eso de las seis de la tarde. El subterráneo en Bogotá

era casi nuevo. Pero se veía como si tuviera cien años. Aun desde afuera la estación no se podía

esconder el olor a agua estancada. Todas las paredes andaban cubiertas de colorido grafiti, la

mayoría de estos burlándose de políticos y quejándose del mismo transporte. La información

viajaba rápido. Por donde sea que yo viera, se empezaba a notar la evidencia de lo que acababa

de hacer. La gente estaba mirando las pantallas y proyecciones de sus teléfonos, relojes y gafas.

Veía indignación, veía ira, escuché gritos e insultos al aire.

Por un instante, crucé ojos en la multitud con alguien a quien no quería ver: un hombre asiático,

rodeado de soldados, apuntando en mi dirección.

- ¡Deténgase! - me gritó un soldado.

Me metí a la estación de un salto, sin pagar el pasaje. Podía escuchar los pasos de los soldados

detrás de mí, y las multitudes no me estaban dejando avanzar más.

123

Eran precisamente las seis de la tarde. Bocinas se prendieron, y el himno de Bogotá empezó a

sonar a todo volumen a través de toda la estación.

“Entonemos un himno a tu cielo, a tu tierra y tu puro vivir...”

Empujé y golpeé gente fuera de mi camino. No encontraba ningún tren al que meterme, no sabía

a dónde ir. El hombre asiático empezó a bajar las escaleras, lanzando gritos incomprensibles. Al

tiempo, los demás usuarios del metro se enfurecieron conmigo, y empezaron a lanzarse insultos y

a retenerme aún más.

“Desde entonces no hay miedo en tus lindes, ni codicia en tu gran corazón…”

Los momentos que siguieron no los podría detallar bien por más que intentara. Había gritos,

confusión, gente chiflando y empujando en medio de una estación a punto de reventar. Y

entonces, las voces de la entrada se callaron, y las miradas se enfocaron en el asiático y sus

acompañantes. Unos murmullos empezaron a tomar fuerza.

“Blanca estrella que alumbra en los andes, ancha senda que va al porvenir...”

El hombre asiático estaba en mi foto, estaba en el audio, y ya todos lo habían visto. Las masas de

gente indignada, reprimida, desempleada. Todos me ignoraron por completo y en una

incontrolable ola de ira ciudadana, se abalanzaron sobre el asiático y su escolta.

“Flor de razas compendio y corona, en la patria no hay otra ni hablar...”

Me hice paso entre las peleas, los disparos de advertencia, las muestras de rebelión e

inconformidad presentes en ese momento y lugar. Y en ese instante, vi un tren, un tren con el que

le daría la espalda al desastre que ayudé a empezar, que me llevaría a donde mi madre y lejos de

cualquier consecuencia que pudiera recaer sobre mí. Al exilio desde donde ahora cuento esta

historia. Yo tomé ese tren, pero no sin hacer algo antes.

124

“¡Nuestra voz la repiten los siglos!...”

Aún tenía mi arma, mi arma que había disparado catorce balas, y que dispararía la número

quince. Pero no vino de mí, ya no quería disparar más. Llamé la atención del primer ciudadano

enfurecido que vi, un hombre con pinta de campesino que estaba gritando con más fuerza que

cualquier otro ahí. Le di la pistola con una bala y le dije que le disparara al chino ese y así lo

hizo. El señor trepó por encima de las masas y a todo pulmón gritó:

- ¡Aquí le cobro por el caballo, malparido!

No supe de qué hablaba, pero no importaba, el disparo hizo eco en toda la estación y el

susodicho malparido cayó muerto en el pavimento.

“Bogotá, Bogotá, ¡Bogotá!”

125

Diagonal

Rara vez le preguntaban a mi abuelo sobre política. Pero cuando alguien lo hacía, él estaba

acostumbrado a siempre hacer la misma declaración:

“La izquierda es para los ignorantes, la derecha es para los egoístas y el centro es una fantasía.

Yo no pertenezco a nada, no por indecisión, sino por principio. Quién sabe, tal vez cuando se

inventen más direcciones, un arriba, un abajo o un diagonal, lograré unirme a algo”.

Aún recuerdo el día en el que me contaron de su muerte. Unos fascistas de derecha le echaron

chuzo por estar diciendo esas pendejadas. Desde entonces entendí que, si no eres amigo de un

lado y enemigo de otro, entonces eres enemigo de todos.

Fue por saber eso que, cuando el grupo de hombres armados se tomaron mi oficina y nos

apuntaron con rifles, declaré que yo me quería unir a su movimiento humanista con completa

confianza. Menos de un mes después tenía un uniforme improvisado, un rifle propio, y la tarea

de manejar un puto robot gigante.

- Venga, ¿usted cree que yo sé cómo manejar esta vaina? - le dije al supuesto capitán. Un tipo

cinco años menor que yo, que solo tenía el título porque era su apodo durante sus protestas

en la Universidad Pedagógica.

- Usted fue el que dijo que se nos unía, Martínez, ahora le toca lo que le toca. Además, usted

es bueno con las máquinas, ¿no era ese su trabajo?

No, yo era un mero programador. Pero eso no importaba, ahora mi trabajo era ser y hacer lo que

este pendejo me dijera.

Ya había participado en tres batallas con esta gente. Había sobrevivido a la masacre de Fontibón,

colocado los explosivos en la batalla de Puente Aranda y había servido de mensajero durante la

toma del museo del oro, donde ahora teníamos nuestra nueva base improvisada, asediada por el

126

ejército y a punto de derrumbarse.

Lo que los demás no sabían era que, desde el momento en que me entregaron el arma hasta hoy,

yo no me había atrevido a disparar a alguien directamente. Se notaba que eso no iba a durar.

El tipo se acercó al gigantesco exoesqueleto negro, y lo acarició como si fuera un perrito.

- De todos modos esta vaina es súper fácil de manejar. Si ha jugado juegos en su Xbox sabe

cómo usar esto.

- ¿De dónde lo sacaron?

- Nos lo mandó un beneficiario de nuestra muy justa causa. Ni siquiera es una pendejada

china como los del ejército. Es coreana, de marca, mi perro.

Se notaba. Esa cosa era casi el doble de grande que las del ejército. Dos brazos y tres piernas

rodeaban un torso enorme decorado con grafiti, la bandera de Colombia, algunos símbolos

soviéticos y fotos de un Saavedra bien furioso (¿Saavedra era de izquierda?, No estaba enterado).

En la parte superior se asomaba algo parecido a una cabeza, con una línea roja brillante a manera

de ojos. Tenía armas de gran calibre en los antebrazos, los hombros, las caderas y la espalda.

Estábamos en una parte abierta del museo, en la que el techo era bien alto, y, aun así, este animal

apenas si cabía.

- Entonces que, ¿salgo en esta vaina y echo bala hasta llegar al sur oeste? - pregunté.

- No, no, no. Usted no va allá, nosotros vamos.

- ¿Cómo así?

- Desde el asesinato en el metro los del ejército hicieron una línea por todos los barrios

ricachos con soldados y tanques. No hay manera de entrar. Y para empeorar, estamos todos

rodeados.

No me lo tenía que decir, meterse en este museo había sido una idea estúpida. Desde la

madrugada nos tenían asediados.

127

- ¿Entonces?

- Entonces los distraemos, vamos a llamar a unos amigos nuestros que se van a tomar la

Universidad del Externado. Justo al borde de los barrios ricos. Los soldados que nos están

jodiendo acá se irán allá a reforzar, los que hacen guardia en el borde también. Cuando

estén en medio de la pelea, quiero que usted vaya, mate por todo lado y luego salga pitado

por la circunvalar. Disparando edificios, robots, lo que le salga.

- Los tanques y mechas de ellos me persiguen y ustedes aprovechan para meterse.

El malparido asintió despreocupado, como si no me estuviera mandando en una misión suicida.

- Le toca porque le toca, así de simple – fue lo último que me dijo el capitán.

Me dieron dos horas para prepararme: “coma, duerma, hasta le consigo con quien tirar si quiere”

me dijo el Capitán. Pero no pedí ninguna. La comida no era más que galguerías robadas de las

tienditas al lado del museo; dormir no se podía con la balacera de afuera, ¿y lo último? ¿Con

quién y con qué ganas? Prefería buscarme una manera de escapar.

La pensé desde todos los ángulos posibles, de eso estoy seguro. Y aun así no se me ocurrió nada.

No sabía cómo escaparme sin que me vieran los otros soldados. Yo trabajaba en una oficina,

carajo, si había sobrevivido hasta ahora era porque sabía esconderme, nada más.

Al final, con mis nervios de pura nena no pude hacer nada. Cuando llegó el momento de “la

operación” si se le podía llamar así, me tocó presentarme frente al teniente que me preparó en el

uso del mecha con un curso extensivo de tres minutos.

- El robot imita los movimientos de sus brazos y manos, solo póngase los guantes que están

ahí y muévase como quiera. Los pedales están abajo, izquierdo para avanzar, derecho para

retroceder. Hay un switch al lado del asiento, lo usa y el robot guarda los pies y saca unas

ruedas. Los controles de dirección y armas están en las palancas de los lados.

- Okey, ¿algo más?

128

- No se le ocurra disparar el cañón de la espalda mientras está con ruedas, el retroceso es

capaz de volcar la máquina. Pone los pies y se pega bien al piso. Para más, lea el manual.

Por lo que sabía, el manual lo habíamos usado una vez se nos acabó el papel higiénico. No lo

pedí.

El teniente presionó un botón en un control remoto, y el animal abrió sus fauces metálicas,

mostrándome una cabina mucho más claustrofóbica de lo que me imaginaba.

Cuando era pequeño me había imaginado a mí mismo manejando una de estas cosas, pensé que

sería la mejor sensación del mundo. La verdad, no sabía si lo era. Apenas prendí el mecha y di

mis primeros pasos este, me llenó los ojos de un montón de información muy violenta y caótica

para comprender. A través de cuatro pantallas ubicadas en la cabina, el mecha me mostró un

video de toda la calle dieciséis. El escenario que vi ni siquiera lo podía distinguir como parte de

una ciudad. Veía conteos de muertos, pedazos de concreto deshecho volando por todas partes,

humos y gases cubriendo toda la calle, de manera que no se sabía quién disparaba de dónde. Peor

aún, por más fuertes que fueran los sonidos de las balas, no alcanzaban a ahogar del todo los

gritos de ayuda. Vi a niños cojeando entre la niebla, civiles disparar al primero que pasara cerca

de sus ventanas. Una señora saltó de un doceavo piso por razones que no llegue a comprender.

Me acerqué al umbral del museo y lo demolí por completo en el proceso con mis incómodos

pasos robóticos. Lo que más me golpeó al salir fue la voz que se esparcía por toda la cuadra.

Desde un parlante de ubicación desconocida sonaban los gritos enfurecidos del Coronel Miranda,

nuestro nuevo líder.

“Condenamos las acciones del asesino Zuleta, y de sus aprovechados extranjeros. Condenamos

la tortura sistemática de nuestro pueblo, ejercido por el bien de unos cuantos privilegiados y su

egoísmo. Esta gente buscaba trabajo, buscaba igualdad y justicia, y, este gobierno en el que

nunca creí, pero que al menos intenté cambiar, nos ha fallado a todos. Saavedra, nuestro

verdadero presidente, nuestro amigo; Él intentó por las buenas, ¡ahora prepárense para las

malas!”

129

Hace un mes este tipo no era más que un político cualquiera, pero ahora, en cada pelea nuestra,

venía con su mismo discursito aterrador.

Ya había estado en esta misma situación otras tres veces, sin embargo, esta ocasión fue distinta,

cuando pisé el pedal y di un paso al frente, las balas y las voces se callaron, como si yo fuera la

estrella de esta obra de teatro.

- ¡Guerrilleros de mierda! - gritó una voz desconocida. Antes de que me empezaran a

disparar por todo lado.

El sonido de cada bala hacía eco dentro de mi pequeña cabina, dándome dolor de oídos. Pero por

más que disparaban no pasaba nada, no se formaba ni la más pequeña abolladura en la superficie

de mi armadura. De un momento a otro pase de sentirme nervioso, temeroso por mi vida, a

sentirme extasiado. Aquí estaba protegido, aquí no podían tocarme.

Alce el brazo y el exoesqueleto siguió mi ejemplo, presione el botón rojo, y una enorme

metralleta en mi antebrazo empezó a girar, y disparando un chorro de balas desde ocho huecos

distintos con cada revolución. Con un solo movimiento de mi brazo, personitas corrían asustadas,

carros explotaban, estructuras se derrumbaban. Entre más seguía, caminando a grandes zancadas

por la calle, probando las diferentes armas, más se me llenaba el pecho de un cosquilleo

agradable. Mis respiros eran tan irregulares que creí que me iba a hiperventilar. Sin darme

cuenta, me estaba riendo.

Apenas estaba al tanto de las órdenes que me estaban llegando. Simplemente no me importaba,

¿para qué tenía que lanzarme allá a hacer de distracción? Con un arma así podía atravesar las

líneas enemigas y bombardear todo. Juemadre, ¿qué estaba pensando? Manejando esto no tenía

que obedecer a ningún ejército, podía ser de arriba, abajo, diagonal, como mi abuelo. Nadie

podría detenerme.

130

Oprimí el botón y los pies de la maquina fueron reemplazados por tres ruedas. Empecé a

moverme a una velocidad similar a la de un tanque. No avance mucho antes de que la

Universidad del Externado se empezara a asomar en la distancia. Fuego de morteros llovía sobre

los techos, y banderas del partido humano ondeaban en las ventanas. Podía llegar allá a matar a

todo el mundo, convertirme en mártir de la revolución. Pero, creyéndome inteligente, le avisé al

Capitán que no se me daba la gana de morir, apagué el comunicador y me fui en la dirección

contraria.

Por supuesto, la historia de mi abuelo intentó repetirse. Aún con la mayoría de sus fuerzas

ocupadas, y sin mucha provocación por mi parte, el ejército mandó un total de tres mechas, dos

tanques y dos pelotones armados en mi contra. Fue ahí que realmente me di cuenta del poder que

tenía en mis manos. Los fumigué con metralleta, disparé misiles desde mis hombros, y cuando

intentaron responder, me retiré detrás de los edificios con una velocidad que sus copias baratas

no conocían. Aun cuando se me fueron acabando las balas, se me ocurrió la ridícula idea de

meterme en medio de los otros mechas y empezar a lanzar puños como si fuera un “bonche” en

rock al parque. Sorprendentemente funcionó, sin siquiera entender como había sido tan fácil,

estuve libre para ir a donde yo quisiera.

Inesperadamente, esa libertad me terminó dando un miedo que no esperaba. Si no recuerdo mal,

fue llegando a la calle 116 que se me metió ese terrible pensamiento en la cabeza: ¿a dónde voy?

Yo ya no tenía casa, ni familia, ni amigos. La mayoría de mis conocidos estaban en Nariño, un

lugar que yo no iba a alcanzar con las dos horas de batería que le quedaban a esta vaina. En

cuanto al resto de personas en esta ciudad, o estaban con los humanistas, con el ejército,

escondidos o muertos. El aeropuerto y las salidas de la ciudad estaban todos cerrados, y aun si

entregaba esta máquina al ejército y me declaraba de derecha, solo me iban a meter a la cárcel,

ponerme de soldado, o matarme ahí mismo.

Recuerdo la manera tan idiota en la que deambulé por esa ciudad medio muerta. Ya había

llegado bien al norte, lejos del epicentro de la pelea. Aquí no había nada más que ruinas y gente

buscando refugio. Cada momento de silencio se sintió más doloroso que el anterior. Me estaba

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acostumbrando a la quietud, a pensar sobre mis acciones. ¿A cuántos había matado? ¿Por qué

había sido tan imprudente? ¿Qué gané?

Busqué en el GPS. Cualquier salida de la ciudad, cualquier opción. ¿Pero para qué? ¿Siquiera

sabía cómo estaba el resto del país? Ya se habían bajado la televisión y el internet así que no nos

llegaba información. No se me había ocurrido que lo mismo que estaba pasando acá se pudiera

esparcir a otros lados, ¿qué tal que sí? ¿Qué tal que el país entero anduviera en llamas, y no

hubiera ningún lugar al que correr?

De todas maneras, cualquier camino que yo fuera a elegir no valió nada al final. Otro grupo

armado se metió en mi camino poco después ¿de qué lado era? no lo sé, no importaba. Lo

importante es que yo no tenía manera de hacerles pelea. No me quedaban balas ni misiles; y los

brazos mecánicos crujían y rechinaban con lentitud con cada movimiento que les ponía a hacer.

Traté de escapar, giré en seco y en subida por el puente de la 116. Pero dos camionetas me

cortaron el paso y me forzaron a retroceder. Giré tan rápido que me empecé a marear y me dirigí

hacia las calles estrechas de Usaquén. Pero no sirvió de nada. Una hilera de morteros y drones

estuvo ahí para recibirme. Entré en pánico. Empecé a buscar la manada de botones y pantallas en

frente mío por una opción, pero no entendía nada. Entre más disparos recibía, más escuchaba el

¡pam! ¡pan! ¡PAN!, que golpeaba la cabina y se habría paso a través de mi armadura. Las luces

de la cabina se volvieron rojas, y una alarma ahogó mis pensamientos y me instigó unas ganas

incontenibles de gritar.

Me acordé del cañón, el cañón en la espalda. Oprimí botones a la loca hasta que un cilindro

metálico descendió a mis espaldas y se extendió hasta tres veces su longitud original. Presioné el

gatillo, y como el estúpido que era me quedé pasmado cuando las ruedas del mecha cedieron por

la fuerza del retroceso y me dispararon hacia atrás. Mi supuesto exoesqueleto invencible se

estrelló contra las ruinas de un centro comercial. Demoliendo una roca tan sólida que dejó a mi

cabina arrugada como un pedazo de papel aluminio.

Estrellarme junto a un gigante de treinta y ocho toneladas me fracturó las costillas, me perforó el

hígado, y hasta me dejó parapléjico. Sin embargo, no me mató. En ese momento no supe qué

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pasaría después, qué harían conmigo. Pero al menos tenía la simple satisfacción de que por unos

momentos había sido yo mismo, había sido de arriba, de abajo y diagonal. Aun así, estaba bien

consciente de que tanto mi abuelo como yo, éramos unos completos pendejos.

133

Coronel

Mi hermana mayor se suicidó y no pude llorar. No lloré porque ella nunca me quiso, o por lo

menos eso parecía.

Hubo una época en la que teníamos un apartamento chiquito en Kennedy, mi hermana llegaba a

la casa todas las noches, me ayudaba con mi tarea, y luego trasnochábamos juntas viendo

televisión, hasta que yo no daba más. Aun sin papás, estábamos bien y contentas. Pero luego ella

tuvo que conseguirse ese novio raro, ese viejo enfermo. Ese señor nos empezó a pagar todo, y

terminamos mudándonos a un lugar bien alto, bonito, en el que ella me dejaba sola por meses

enteros.

Y hoy, hoy me dicen que mi hermana se lanzó de un edificio, corriendo de unos tipos que

planeaban matarla de todos modos, y, ¿esperan que esté triste? Estoy emputada. Había tantas

cosas que quería decirle, que quería gritarle.

- Por el momento te tenemos que llevar a un lugar seguro - me dijo un soldado, que junto con

sus compañeros se habían metido a mi apartamento esa mañana - No sé si sabes, niña, pero

la situación en la ciudad se ha salido de control.

Por supuesto que sabía, se escuchaban las explosiones desde acá, cada vez que veía las noticias

había más reportes del avance de los terroristas de abajo. He estado llorando todas las noches

pensando que vendrían acá a matarme, solo porque tuve la mala suerte de tener una hermana con

plata.

El soldado me tomó de la mano. El imbécil pensaba que porque era pequeña que yo lo iba a dejar

que me llevara a donde se le diera la gana.

- ¡Suélteme! - le grité, quitando mi mano.

134

Ni siquiera sabía porque querían protegerme. Nuestra plata venía de un viejo al que mataron hace

un mes. Y mi hermana estaba muerta, yo ya no valía nada.

- Señorita, por favor, los humanistas ya lograron meterse en la zona Monserrate. Va a estar

en peligro.

- ¡No me importa! Yo no soy de ustedes, ¿quiere que esté segura? Llévenme a mi barrio,

déjenme volver a ser pobre, así nadie me lastima.

El soldado se llevó las manos a la cara, frustrado. Yo sabía cómo sonaba, como una pequeña

inmadura. Pero no me importaba, no quería estar aquí, no quería. Pero tampoco quería irme a

algún refugio cualquiera y esperar a que me mataran. Había estado sola todo este tiempo,

seguiría aguantando sola. Y si venia alguien a atacar, me escondía, y ya.

El soldado dio dos pasos adelante y volvió a cogerme del brazo, más fuerte esta vez. Antes de

que pudiera liberarme, el tipo me alzó y me puso en sus hombros.

- Suélteme. ¡Suéltemeeeeee! - chillé, con voz tan aguda que los otros soldados se tuvieron

que tapar los oídos.

- Mire niña, mis órdenes son evacuar a todo el mundo y yo no pienso dejarla acá por mas

berrinches que haga.

El soldado no alcanzó a llevarme fuera de la sala de mi propia casa cuando se empezó a sacudir

el piso, y un ruido, que me hizo temblar los huesos, provino del edificio del frente.

Alcancé a ver por la ventana del apartamento desde el umbral de la puerta. Justo en frente de

nosotros un rascacielos, al nivel de las nubes, igual que el nuestro, estaba explotando,

derrumbándose sobre sí mismo mientras se escuchaban los aullidos felices de una multitud.

Esta gente no me iba a buscar, no iba a razonar conmigo. Me iban a explotar y ya.

- Tenemos que irnos - gritó el soldado que me tenía en su hombro, y esta vez, sin ninguna

protesta mía, fui cargada por las escaleras de emergencia.

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Solo estábamos tres pisos más abajo del pent-house, pero la subida para mí duró siglos; con el

sonido cada vez más fuerte de balas, gritos y sirenas, se volvía tan difícil pensar. Mi respiración

era irregular, sentía que las paredes se cerraban a mí alrededor y cada salto al subir un escalón

me removía el estómago. Solo me pude tranquilizar cuando llegamos al techo y sentí el aire frío

en mi cara. Nos estaba esperando un dron con las turbinas calientes y las hélices en movimiento.

Por un momento, pensé que estábamos a salvo.

Y es que el peligro no se sintió real en esos primeros momentos. Sí tenía miedo, mucho miedo.

Pero no creía que fuera morir, no en serio. Eso cambio cuando los guerrilleros empezaron a

dispararle al dron. Al principio lo que sentí fue un montón de pequeños choques en el piso del

vehículo, se escuchaban como crispetas explotando. Entonces, empezó a timbrar una alarma, y

chispas brotaron de todos lados, explotando cerca de mi rostro, cegándome. Hubo unos crujidos

de metal, el sonido de hélices bajando la velocidad, y empezamos a caer en espiral, fuera de

control.

Dos soldados estuvieron conmigo durante la caída, uno de ellos abrazándome con fuerza. En

esos momentos, yo me perdí completamente. Mis ojos dejaron de ver formas o personas, solo

luces borrosas y ruidos intermitentes, nada más. No vi mi vida pasar frente a mis ojos ni pensé en

mis papas o mi hermana. Durante toda la caída mi único pensamiento fue “no” una y otra vez.

“no, no, no” hasta chocar.

Desperté pensando que estaba muerta.

Había tanto silencio, tanta calma. Era como un domingo en la mañana, sabía que estaba

despierta, pero no quería abrir los ojos. Aunque en este caso no era por pereza o comodidad, era

por puro terror. No quería ver nada, no quería sentir nada. Pues si abría los ojos y veía que estaba

en el cielo sería terrible. Pero si los abría y me encontraba con el dron caído sería aún peor. No

quería ver a Dios ni a Jesús, no aún, y, ¿estar sola en medio del desastre? No, todo menos estar

sola.

Me moví solo un poco, sin quererlo ni pensarlo, por puro instinto. Y con eso bastó, un dolor

profundo, caliente, frío, punzante, me cubrió el brazo desde el hombro hasta las puntas de los

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dedos. Lloré, más fuerte de lo que nunca lo había hecho, tanto que me dieron ganas de

desmayarme para no sentir más.

Insulté, pataleé, me revolqué por el piso del dron y no fue suficiente. Odiaba donde estaba,

odiaba todo esto.

El silencio desapareció, y más explosiones saltaron de todas las direcciones, ruidos de bala

pegaban tan fuerte que podría jurar que las tenía a lado. Sin querer, abrí los ojos.

Vi cadáveres.

El tipo que me había cargado hasta el dron, que me había abrazado con fuerza durante la caída.

Estaba desparramado sobre la silla, con sus ojos en blanco y la boca dejando escapar chorros de

sangre. Su compañero ni siquiera estaba entero. Al otro extremo del vehículo, un pedazo de la

puerta se había doblado, enterrándose en medio del pecho del soldado, separándolo en dos.

Estas ya no se veían como personas, se veían como objetos, cosas sin vida. Inertes, deshechos,

rojos y húmedos.

Dolor y trauma, grité por ambas razones, hasta que la garganta no me dio más. Aún mucho

después seguí llorando. Quería a mi mamá, quería a mi papá y a mi hermana. Quería vivir.

- Hola, hola. ¿Hay alguien? – dijo una voz desconocida – Ospina, Carlos, respondan.

Seguí gimiendo de dolor en la oscuridad. Noté la voz viniendo del comunicador en la muñeca del

soldado. Pero no podía enfocarme en lo que decía, no podía sacarme el cadáver de la cabeza, ni

de verlo. No podía pensar.

- Si están ahí contesten ya mismo. Hay más humanistas acercándose a su zona. O salen de ahí

o los matan.

Esas últimas palabras registraron en mi cabeza. Por más dolor que sintiera, por más trastornada

que estuviera, no me quería morir. Quería salir. ¡Quería sobrevivir, carajo! Conteniendo las

ganas de vomitar, alcé mi mano sana y arranqué el comunicador de la mano del soldado muerto.

- ¡Hola!, ¡Ayúdeme, por favor! Nos caímos y-y están muertos. Estoy sola…estoy sola y no sé

qué hacer. No sé, no se…

- ¡Calma! Cálmate niña. Necesito que respires y me cuentes las cosas bien.

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Lo intenté, en serio lo hice. Pero mi corazón no dejaba de correr, mis sentidos no se ubicaban. El

dolor y el pánico no me dejaban.

- Soy el Coronel Serrano, y te juro que voy a ayudarte – me aseguró. Su voz era suave, llena

de confianza.

Por alguna razón su tono me emputaba. Aquí estaba yo, asustada porque podía morirme en

cualquier momento y este tipo queriendo que estuviera calmada, que siquiera intentara describir

lo que estaba viendo.

- Solo ayúdeme, ¿sí? – le pedí.

- Lo primero que necesito es que salgas del dron, que corras lejos, rápido, subiendo la loma

tanto como puedas.

No pues, muy fácil.

- No puedo – le contesté – No puedo. Mi brazo me duele mucho. Está sangrando y no lo

puedo mover.

Hubo una pausa corta. Escuché voces, discusiones en el fondo.

- ¿Hola?

- ¿Hay un botiquín de primeros auxilios? – me preguntó al fin.

Traté de moverme, de arrastrarme tan lejos de los dos cadáveres como me fuera posible. Las

bolsas de aire se habían activado con el choque y me impedían ver y moverme. Rebuscando

entre ellas, encontré el botiquín pegado a una de las paredes del vehículo.

- Lo encontré

- Bien, ahora necesito que salgas pitada de ahí – me pidió el Coronel

¿Entonces para qué me pidió buscar el botiquín?

- ¡Pero mi brazo!

- No hay tiempo. Hay gente acercándose a tu posición. Están que rodean el edificio y te

encontraran. Llévate el botiquín contigo, y agarra tu brazo fuerte, no dejes que se mueva.

Cuando encuentres un buen lugar para esconderte, te arreglas el brazo.

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Quería decirle que era imposible, que apenas si podía aguantar el dolor acostada. Mientras corría

sería horrible, que podía morir. Pero no pude, escuché ecos de gritos a la vuelta de la esquina.

Ladridos de perros rabiosos, balas al aire, trompetas como las que usan los fanáticos del futbol.

- Entiendo tu dolor – me aseguró el Coronel – pero tienes que aguantar, tú puedes.

Los discursos motivacionales del tipo este no me estaban ayudando. Pero no tenía opciones,

respiré hondo, me agarré el brazo, contuve las lágrimas y le hice caso. Abrí la puerta del dron y

salí corriendo por las calles vacías.

Estaba realmente sola. Ni un alma quedaba al nivel del piso. Arriba y más allá de los rascacielos,

un montón de puntitos de luz bailaban desordenados hacia las montañas. Cada dron en Bogotá

estaba abandonando la ciudad. Se cerraban, trancaban y quitaban espacio unos a otros, hasta que

lograban liberarse del montón. Antes de perderse creaban un desfile de luces en el horizonte,

como un montón de luciérnagas.

Yo aún no conocía bien el barrio, y por lo poquito que veía iba a ser difícil encontrar un

escondite. La zona de Monserrate no tenía nada más que edificios altos y calles vacías. Ni

siquiera eran calles, eran ciclovías, lo que significaba que no había carros que pudiera usar de

escondite. Los callejones eran muy amplios, las tiendas estaban cerradas, los andenes muy

limpios, era un barrio de juguete. No había nada.

Pensé que iba a entrar en pánico de nuevo, cuando volvió a sonar el comunicador.

- Hay una construcción cerca de donde estas. Un par de cuadras al sur, ¿puedes llegar?

- Sí.

Fui a donde me dijo. Me seguí aguantando las dolorosas punzadas que me daban con cada paso y

llegué a una zona de construcción abandonada, lejos del bullicio y las explosiones. Me escondí

detrás de unas bolsas de cemento, abrí el botiquín, y siguiendo las instrucciones del Coronel, me

vendé la herida.

El proceso fue lento y repleto de sufrimiento. Mi antebrazo estaba volteado hacia un lado

inapropiado y tenía pedazos de vidrio incrustados en el codo. Cada instrucción que me daba el

coronel sonaba peor que la anterior. Cuando tuve que ajustar la posición de mis huesos yo

misma. Creo que nunca llegaré a sufrir un dolor similar en toda mi vida.

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- ¿Estás bien? – me preguntó el coronel.

- ¿Pues qué cree, que ando perfecta, idiota? – le respondí.

Él no dijo nada. Me sentí mal de repente, no me gustaba la actitud de este tipo. Y mi situación

era un maldito infierno. Pero él me estaba ayudando.

- Estoy mejor – le dije.

No supe si lo había hecho bien. La gaza estaba manchada de sangre, y mi brazo no estaba del

todo inmóvil. Pero no podía hacer más, duraría por ahora, y con eso me bastaba.

- Ya me vendé el brazo – le informé al Coronel –. Sé que no me dijiste, pero me inyecté algo

que había para el dolor, ¿está bien?

- Creo que sí. ¿Cómo te sientes exactamente?

- Duele menos y aún tengo miedo. No sé cómo voy a salir de acá.

- No te preocupes, solo quédate donde estas. Estoy en camino.

Solo con que me dijera eso pude sentir un poco de alivio.

- Gracias, muchas gracias.

- No te preocupes, es mi trabajo.

Hubo una pausa incómoda, quería seguir hablando. Detestaba este silencio mucho más que la

personalidad de este señor.

- ¿Cómo te llamas? – me preguntó él.

- Camila.

- Bueno, Camila. ¿Dónde están tus papas? ¿Necesitas que los encontremos?

- No, están muertos.

Hubo una segunda pausa.

- ¿Tienes otro familiar?

- Mi hermana, pero murió ayer, por los humanistas.

Una tercera pausa, más larga que la anterior.

- Eso es terrible. He visto mucha muerte en este último mes. Entiendo cómo debes sentirte.

No estaba segura de que entendiera, auqnue estaba empezando a sentirme un poco contenta de

tenerlo ahí. De tener a alguien, punto. Porque si no hablaba, si no me distraía o evitaba cerrar los

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ojos, vería a los cadáveres de nuevo. Su imagen estaba insertada en mi cerebro, casi como si

estuviera debajo de mis parpados.

- No importa – le dije – mi hermana no me importa, me dejó sola. Se consiguió un tipo que le

diera plata a cambio de quién sabe qué, y me arrastro acá.

Ni siquiera supe por qué le conté eso. Solo lo hice, si no se lo podría decir a mi hermana a la

cara, se lo diría a alguien más.

- Tal vez ella quería darte una mejor vida – me respondió. Con una seguridad que me causo

frustración.

- Teníamos una mejor vida. No había necesidad de venir acá, de cambiar las cosas. Le dieron

ganas de tener plata y ya, se olvidó de mí.

- ¿Acaso hay algo mal con querer plata? – me preguntó –. Todo el mundo busca

comodidades. Tanto para ellos mismos como para su familia, antes de que se mudaran acá,

¿qué hacia tu hermana? ¿Trabajaba para mantenerte?

No estaba segura que podía decir. Es cierto, ella me mantenía. Trabajaba por mí, mientras yo

vivía despreocupada. Sin embargo, la manera en la que lo estaba poniendo, no sé, no sonaba

correcta.

- Supongo que no está mal querer una vida más fácil. Es solo que, no sé, creo que me emputa

la manera en la que se consiguió esa plata, o que no haya pasado más tiempo conmigo, o

ambas.

El sonido de hélices llamó mi atención. Una luz se estaba acercando más y más cada segundo.

- Pues, yo no soy tu hermana – me dijo el Coronel –, pero al final del día, la gente no es tan

distinta una de la otra. Yo te entiendo, y estoy aquí para escucharte.

El dron aterrizó en frente de mí, y abrió sus puertas para dejar salir a dos soldados que me

escoltaron al interior. Estaba bien, o por lo menos tan bien como podía estar, tal vez hasta un

poco interesada en conocer al coronel. Emocionada, me metí en el vehículo y busqué al tipo que

me había estado ayudando.

- ¿Coronel Serrano?

No había nadie que se viera como un coronel, solo los dos soldados que me escoltaron, y un

robot silencioso en una esquina. Jalé de la manga a uno de los soldados para llamar su atención.

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- ¿Dónde está el coronel Serrano? Él dijo que me iba a buscar personalmente.

Él y su compañero intercambiaron unas sonrisas desagradables.

- Ahí está el Coronel – dijo, apuntando al robot –. Nos dijo que quería saludarte, pero se le

acabo la batería antes de llegar.

No entendí qué me estaban diciendo, no me cabía en la cabeza.

- ¿El Coronel no es humano?

El soldado puso los ojos en blanco.

- Pues obvio que sí es humano, esa es su estación de trabajo remota. A través de ese robot el

“está en el campo de batalla”, hablándonos y dándonos órdenes y demás.

El soldado respondió a mi sorpresa con una expresión de puro pesar. Se agachó y puso sus

manos en mis hombros.

- Esos tipos, los que están al mando, ellos no ven guerra. El coronel está en un dron de

camino a las afueras de la ciudad, con un buen whisky en la mano, seguro. ¿Qué pensabas

encontrar?

Me acordé de las palabras del coronel. Que había visto muertos, que entendía mi dolor, pero eran

todas mentiras. Lancé el comunicador por la ventana, consciente de que en toda su carrera el

señor Serrano no había visto más guerra que una niña de doce años.

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Típico Bogotá

Maté a mi amigo.

A aquel niño inocente que me dio el regalo de una infancia feliz. A aquel muchacho que creí

nunca vería en mi vida, y que terminé viendo como un cadáver a mis pies. Le disparé en medio

del pecho, y antes de siquiera poder reaccionar, pensar, lamentarme, una turba enfurecida me

molió a golpes hasta que deseé la muerte.

Cuando desperté en una habitación vacía del Hospital Monserrate, me di cuenta de mis acciones,

y el mundo se convirtió en aire turbio y ruido blanco. Todo lo que había antes de haber jalado el

gatillo, y todo lo que había después. No importaba ya. No se sentía tangible o relevante. Solo

quise llorar, gritar a todo pulmón. No por mi brazo roto, no por mi cara desfigurada, ni por mi

ojo perdido. Lloré por él, y por mi egoísmo.

No sé cuántos días estuve en el hospital. Durante los primeros dos o tres ni siquiera se me

ocurrió salir de la habitación. No me importaba que el hospital estuviera vacío, ni el eco de las

bombas o las sacudidas del edificio. Eventualmente, luego de una noche de sueño repleta de

pesadillas, me ganó el hambre, y me dieron ganas de salir. Tal vez no estaba sintiendo ninguna

emoción, pero el hambre sí la sentía. Y por alguna extraña razón no estaba aproximándome a la

idea de morir, por lo menos no demasiado.

Como esperaba, no quedaba ni un alma, y el lugar parecía diez veces más viejo de lo que en

realidad era. Pedazos de concreto estaban desparramados por los pasillos. Todas las habitaciones

estaban vacías, el aire frio del exterior se filtraba por las ventanas rotas y paredes demolidas.

Noté que el piso estaba cubierto con huellas de ruedas, frenéticas y en dirección a la salida.

Seguro camillas de hospital y gente en sillas de ruedas, arrastrados en la evacuación. ¿Si hubo

una evacuación por qué decidieron no llevarme? ¿Por prisa o por odio hacia mí? No tenía idea y

me daba igual.

No veía bien sin mis gafas, carajo, no veía bien sin mi ojo. Estaba descalza y mi pierna estaba

amoratada; la otra pierna, una prótesis sin batería y me tocaba arrastrarla por ahí. Pero seguí

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caminando. Vidrios y esquirlas de concreto se me enterraban en el pie. Pero seguí caminando, el

dolor hacía que nada se sintiera real, aunque sí me mantenía un poco más alerta.

Al llegar al primer piso, encontré una máquina expendedora con el vidrio roto. A primera vista

parecía vacía. Pero encontré unas papas tiradas en el fondo. Comencé a comérmelas mientras

salía del hospital.

Salí a la calle, y por un momento todo se sintió como una mañana de domingo en Zapatoca. El

aire se sentía limpio, la brisa era fría y las calles estaban completamente vacías. No había olores

ni sonidos que pudieran interrumpir la atmósfera pacífica, solo la completa soledad. Algo

tranquilo cuando estás en mi pueblo de origen, pues sabes que todos están durmiendo placidos en

sus casas. Aquí, aquí era aterrador, porque indicaba que hasta la última alma había evacuado o se

había muerto.

Se sentía como la mañana después del apocalipsis, el guayabo de una gran rumba. Había drones

caídos contra aceras y paredes, como un montón de mosquitos muertos. Había difuntos en la

acera, en los techos, colgando de las ventanas, en todas direcciones. Por alguna razón, ninguno

de ellos me causó gran impacto. Ya había visto muertos antes, en este caso no los maté yo, así

que no me importaban, no sabía qué más pensar.

Paseé coja y sin dirección por lo que asumí fueron horas. No traté de llevar una noción del

tiempo, ni sabía que quería ver o encontrar. Esta parte de la ciudad era desconocida para mí, y no

pensaba que fuera a encontrar nada o a nadie que fuera a ayudarme. Estaba en el total y completo

suroeste, en donde esas lomas empinadas se habían convertido en un tipo de fortaleza repleta de

rascacielos, residencias caras, puentes elevados a más de cuarenta pisos de altura y otras rarezas.

Esta parte de Bogotá no se sentía como Bogotá.

Decidí seguir la calle más grande que vi, hasta que me topé con el único puente que aún no había

colapsado. Continúe por ahí, pensando en no mirar hacia abajo. Eventualmente, llegué a una

iglesia. Era la más imponente que había visto en mi vida, blanca, puntiaguda y con un aire

pacífico. Pero, en comparación a los rascacielos atrás y alrededor de esta, era una cosa enana, y

el aire urbano arruinaba todo su ambiente.

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Noté que podía ver casi que toda la ciudad desde aquí, así que la observé por unos momentos.

Ignorando la capa de smog, ignorando las estructuras caídas y las columnas de humo, y viéndolo

desde cierto punto de vista muy específico, podía decirse que se veía como siempre. Bogotá

seguía siendo una masa desordenada de gris y café, de acero y de ladrillo, de edificios y

casuchas. Sin embargo, tenía algo que no podía ignorar, división. Fotos de Bogotá cuando era

niña mostraban un gran desorden de ciudad, pero de cierta manera, se veía homogéneo,

unificado, en su manera tan irregular de ser. Esta Bogotá, por otro lado, era muy bonita en un

lado, muy fea en el otro y con todo pegado en el medio. Un completo monstruo de Frankenstein.

Le di la espalda a la vista. Tuve que subir varias escaleras eléctricas, todas desactivadas. Cruzar

unos jardines desiertos y abrir unas puertas trancadas de manera antigua. Pero entré a la iglesia,

que si no estaba mal, era Monserrate.

Esperaba encontrar un lugar tranquilo en el que descansar, nada más. No quería meterme en los

asuntos de nadie ni interrumpir lo que sea que estuviera pasando para que toda la ciudad

estuviera vuelta mierda. Pero no tuve esa suerte, al entrar, encontré un grupo de más o menos

quince personas, todas arrodilladas en el piso, atadas de las manos y sin decir una sola palabra. A

su alrededor, cuatro tipos con rifles, listos para disparar.

- A las tres les disparamos, mis perros – le dijo uno de los hombres armados al resto.

Se escucharon unos llantos ahogados de la multitud. Una anciana empezó a rezar con toda su

fuerza.

- ¡Cállense ya! – gritó el tipo. Le estaba sudando la frente, y cambiaba la posición de sus

manos cada pocos segundos, inseguro de cómo agarrar el arma.

- ¿Qué pasa, capitán? – le preguntó uno de los jóvenes al que se las daba de líder –

Disparémosles ya, al asesino y a los otros ricachos.

- Sí – dijo otro dizque soldado – escuché que el gobierno mandó a traer gringos, qué tal si nos

encuentran. Démosle rápido.

El capitán andaba bien tenso, no parecía dispuesto a disparar aún. Su arma estaba apuntada a un

hombre en particular, un tipo en traje, que se cubría la cara con sus brazos y rogaba por su vida.

Pero los ojos del capitán veían a los ancianos, al par de jóvenes asustados, a la niña indefensa. Se

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le notaba rendido, cansado, no supe si era por las vendas sangrantes que le cubrían la pierna, o

por las bolsas negras debajo de sus ojos, o simplemente porque no quería matar más inocentes.

No sé cómo es que se tardaron tanto en notarme. No traté de esconderme o de hacer poco ruido.

Literalmente entré y me los quedé mirando. Incapaz de sentir o pensar nada sobre la situación.

La primera persona que me vio fue un tipo al que le estaban apuntando con el arma, se descubrió

la cara y, por primera vez en varios días, logré sentir algo.

Zuleta, menos lastimado que yo, pero casi irreconocible por la sangre que le corría de la frente y

la nariz. No dude ni por un segundo, a la sorpresa de los presentes, corrí hacia la multitud y me

abalance sobre el malparido que me forzó a matar a mi amigo para ganarse una maldita

presidencia.

- ¿Qué carajos?

Cogí a los soldados totalmente por sorpresa, uno de ellos hasta dio un disparo al aire de la

impresión. El capitán dio unos pasos hacia atrás, sorprendido al verme caerle a Zuleta encima,

cogiéndolo a arañazos en la cara.

- ¿De dónde salió esta loca? Párenla, párenla ya.

- Desgraciado, desgraciado, maldito – chillé, hasta que sentí varios pares de manos sobre mis

hombros, arrastrándome lejos de él.

Forcejeé con la poquita fuerza que tenía. Obviamente no me sirvió de mucho, me jalaron de

cintura, brazos, piernas, y cargándome como un maniquí inerte, me sentaron junto al resto de los

rehenes y me empujaron la cabeza contra las baldosas del piso.

- ¿Está bien, niña? – me preguntó una persona entre la multitud.

Mire a mi lado, agachada como yo, estaba una ancianita. Tenía los ojos llorosos, pero me estaba

sonriendo.

- Uh, sí, ¿y usted? – le susurré.

- Asustada, como todos. Pero tratando de aceptar las cosas como van pasando.

- Pues sí, no hay de otra.

La señora me dio unas palmaditas en el hombro. No fui la única con la que habló la anciana,

preguntó a otros si querían acompañarla para rezar, y a una niña sola si quería tomar su mano.

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Los soldados no interrumpieron estas pequeñas conversaciones, estaban demasiado alarmados

por mi entrada, y el miedo de que no fuera la única cerca.

- ¡Qué alguien vigile afuera carajo! – gritó el capitán –, ¿qué putas con gente cayéndonos de la

nada?

Zuleta aprovechó la confusión para hacer el intento de hablar, su última mala decisión.

- Mire, entiendo que anda molesto – comenzó – pero seamos civilizados ¿sí?, usted me saca de

acá y yo le doy lo que usted quiera. Yo ni siquiera fui el que mato al Saavedra ese, no sé si la

alcanza a reconocer pero esa muchacha de ahí.

No terminó la frase. El capitán dio un grito de frustración.

- Estoy harto de tantas pendejadas y retrasos. ¡Estoy harto de estar peleando puta vida!

Con solo una mano en el rifle, sin apuntar o siquiera mirar a Zuleta a los ojos, le disparó una

corta ráfaga de balas descontroladas en pecho, cuello y cara, y ahí cayó muerto.

Me sentí mal, quería matarlo yo misma. Aun recordaba esa noche hace un par de meses, cuando

me alejó de mi calle en ciudad Bolívar y me arrastró en su carro a una choza desierta en las

afueras de la ciudad. Amenazando con mi muerte y con la de mi querido James, me dijo que

tenía que asistir al primer debate de la segunda vuelta y hacerme notar por Julián. Que esperara a

que él me contactara después, y que cuando estuviéramos solos, lo matara. La idea era que, a

causa de nuestra conexión en el pasado, los medios reportaran su muerte como el resultado de un

problema personal, y no un asesinato con intenciones políticas que pudiera involucrar a Zuleta.

Pero no, para bien o para mal, él vino hacia mí, me tocó el rostro, me miró con añoro. Sentí tanta

culpa, pánico, me puse nerviosa y disparé el arma ahí mismo.

Me di cuenta en ese momento de que todo lo que estaba pasando en la ciudad ahorita podía

considerarse mi culpa, tanto como es de Zuleta, y esas ganas de morir que tanto había estado

evitando empezaron a mostrar cierto atractivo.

¿Será que le cuento quien soy al capitán este? Que me dispare de una vez. No me va a reconocer

con la cara como la tengo, si quiero morir me va tocar trabajar por ello.

Me temblaba la pierna, me sudaban las manos y la espalda, comencé a pararme.

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Las ventanas explotaron, las puertas se abrieron de par en par, los jóvenes con rifles

retrocedieron asustados, un par soltando sus armas de inmediato.

- Everyone get down!

Los soldados gringos rodearon a los guerrilleros en tiempo record. La mayoría ni siquiera pensó

en resistirse, el capitán fue el único que levantó el arma, solo para recibir un disparo en la cabeza

antes de poder presionar el gatillo, una muerte tan corta y precisa que me tardé unos segundos en

darme cuenta de lo que acababa de ver.

- Let go of your weapons and put your hands behind your head – dijo el soldado.

- Suelte el arma y ponga mano detrás de sus cabeza – tradujo otro soldado con un español bien

roto.

Los terroristas hicieron caso. Debí sentirme aliviada, pero no lo lograba. Por un lado esta gente

estaría a salvo. Por otro, mis planes de suicidio no se podrían dar, aunque no estaba segura de

qué tan bueno o malo era eso.

Los gringos pusieron a esos desgraciados en esposas, pensé que se los llevarían y nos dejarían a

nosotros solos para que hiciéramos lo que se nos diera la gana. Pero se dio el caso contrario.

Dejaron a los terroristas ahí, abandonados a su suerte y nos escoltaron a nosotros fuera de

Monserrate.

- ¿A dónde nos lleva? – preguntó un joven.

- Fuera de la ciudad – respondió el gringo – Su presidente pidió ayuda, tenemos transporte y

vamos a extraer civiles.

Escuché suspiros de alivio, la ancianita abrazó a todos los que tenía cerca.

No sé si era por puro pesimismo, depresión, realismo, como lo llamen, pero pensé de una que esa

felicidad no iba a durar. Que con mi suerte algo saldría mal. Y, vaya sorpresa, algo salió mal.

Caminábamos directo hacia un claro donde estaba aterrizando el helicóptero cuando ocurrió el

disparo. No hubo ninguna advertencia, no hubo un sonido ni nada de eso, un momento tenía un

soldado en frente mío, al siguiente estaba en el piso, así de simple.

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- ¡Sniper! – gritó el gringo a cargo. Los otros soldados nos cubrieron con sus cuerpos y nos

forzaron a arrastrarnos por el piso, a uno más de ellos le dispararon en el proceso, en el brazo

esta vez.

- Muévase, muévase – nos gritó el gringo traductor. Nos arrastramos con mayor prisa.

Justo a mitad de camino, cuando las puertas del helicóptero empezaron a abrirse, una persona

más recibió un disparo en la pierna, un tipo en traje. Al que arrastraron los soldados entre

chillidos y pataletas.

No sé si fue por los soldados disparando de vuelta o por mera suerte pero llegamos hasta el

transporte sin que le dispararan a nadie más. Vi como los gringos metieron a las primeras seis

personas al vehículo, una por una. Pensé que harían justamente lo mismo con el resto de

nosotros. Pero no fue el caso, fueron metiendo gente una por una y luego, cuando solo faltaban

cuatro civiles por entrar, nos cerraron el camino.

- ¿Qué pasa? – preguntó el tipo herido de la pierna – Déjenos entrar, que tal si vuelve el

francotirador ese.

- We can’t, there’s too many of you guys, not enough space on the transport.

- Él dice que – comenzó el traductor.

- Cállese, yo sé que está diciendo – respondió el tipo enfurecido – Si no hay espacio entonces

que hacemos ¿quedarnos acá a que nos maten?

- Two of you can come, two must stay.

Los cuatro que quedaban nos quedamos ahí parados. Era la anciana, la niña, el tipo gritón y yo.

- Yo no me voy a morir – dijo el tipo – ¿No sabe quién soy yo? Soy el ingeniero Jacobo

Martínez. Trabajo con la fiscalía, tengo una empresa que vale billones, billions, you bitches.

Soló con que dijera eso me dieron ganas de que lo dejaran tirado. Solo por la ropa se notaba que

la anciana y la niña también eran de plata. Pero ninguna de ellas estaba presumiendo pendejadas

para salvarse la vida. Ese imbécil sí.

- Está herido – dije – seguro no sobrevive, déjenlo a él.

Martínez me agarró de la bata de hospital, la única ropa que estaba usando.

- ¿Quiere que le desfigure más la cara, perra?

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- Dele – le contesté – Yo me quedo aquí con usted, seguro nos disparan a ambos antes de que

logre tocarme.

Era en serio, me iba a quedar ahí con él a morirme, estaba segura, bien segura. Pero como

siempre, no tuve la satisfacción, la anciana me tomó del brazo, más fuerte de lo que esperaba, y

me empujó contra la entrada.

- No, no vaya, por favor – me dijo – yo me quedo, yo ya estoy vieja, no importo.

Los soldados no estaban muy al tanto de lo que decíamos, pero parecieron estar de acuerdo con

la anciana. Por más que hice fuerza me arrastraron hacia adentro, a la niña también, y dejaron al

tal Martínez y a la vieja atrás. Seguro para que les dispararan.

El transporte era bastante grande, más grande que cualquier otro objeto volador que hubiera visto

en mi vida. Con más de ocho hélices, plano como un portaviones, tan largo como una cancha de

fútbol y todo reforzado con un metal negro que nunca había visto en mi vida. Tenía el

presentimiento de que nuestro ejército no tendría uno de estos por una década o dos, y que bajar

esta cosa del cielo era completamente imposible.

Pero realmente sí estaba lleno. Había gente, sana y herida, por igual en cada esquina. De todo

tipo de procedencia también. Vi docenas de heridos apeñuscados, y ni un solo doctor

atendiéndolos. Familias enteras apoyadas contra paredes y corredores estrechos, también varios

adolescentes, con un solo adulto cuidándolos. Creo que hasta noté a uno de los amigos de James

agachado contra el marco de una puerta. Pero no era el Panita, así que no me dieron ganas de

hablarle.

Justo cuando se cerraron del todo las puertas y las hélices empezaron a coger velocidad, note

algo raro en la esquina izquierda de la zona de carga.

Le jale la manga al gringo traductor.

- ¿Usted no dijo que no había espacio para más gente?

- Sí – respondió el gringo, confundido.

- ¿Entonces porque tienen ese caballo viejo ocupando espacio ahí? Si lo hubieran sacado

habrían cabido los últimos dos.

El gringo evitó mi mirada, se mordió los labios, y finalmente, me siguió derecho sin responder.

150

- Los gringos no vinieron acá gratis – dijo uno de los dos jóvenes que habían sido rehenes

conmigo.

Nos sentamos todos en un círculo, en el único espacio medio despejado que había.

El vehículo siguió su curso, volando en una dirección desconocida a una altura a la que nunca

había estado yo en mi vida. Pensándolo bien, era la primera vez que estaba en un objeto volador,

y no podía disfrutarlo.

No estaba segura de cómo describir lo que sentía, ¿siquiera estaba sintiendo algo? ¿Era esto a lo

que llamaban depresión? Hubo un par de momentos en los que logré reaccionar, como cuando vi

a Zuleta, pero, de resto, mi mente y mi cuerpo no respondían bien.

Desde hacía años que no era la mujer que Julián recordaba, y desde que desperté en el hospital

ya no era la persona que James recordaba o que yo recordaba. No sabía quién era yo.

- We’ve got one last distress call to take care of today – se escuchó en el comunicador de un

soldado haciendo guardia detrás de nosotros.

- ¿Qué están diciendo? – le pregunté al joven.

- Tienen que hacerse cargo de una llamada de auxilio más.

- Pero, ¿cómo? – pregunté –, aquí ya no cabe más gente.

- No sé, déjeme escuchar.

Aunque no entendía nada, le preste atención a las comunicaciones, necesitaba una distracción,

cualquiera.

- They don’t need evac – continuó el tipo en el comunicador – they already have working

drones. They just need cover fire so they can escape.

- No necesitan evacuarlos, ya tienen drones. Solo toca cubrirlos para que escapen.

- We are gonna do a bombing run, that will do the trick, it’s at aah – el gringo paró de hablar,

como si estuviera buscando algo – Nuevo Francisco University, couple of miles north east.

El joven no tradujo, me le quedé mirando, esperando que dijera algo. Pero no dijo nada, él y su

amigo se miraron el uno al otro, a uno se le hizo un tick raro en le parpado, a otro le tembló un

pie.

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Sin saber qué carajos estaba pasando, uno de los jóvenes trato de hacerse camino entre las masas

de gente.

- ¡Paren! ¡No vayan a lanzar bombas allá!

El tipo trató de pasar derecho sobre la multitud, una idea terrible. Terminó pisando a la niña que

había sido rehén con nosotros, y chocó fuerte con los adolescentes que teníamos cerca, ninguno

de estos estuvo contento con él.

- Oiga, qué le pasa tipo idiota – le gritó la niña.

- Deje a mis estudiantes en paz, pendejo – Gritó el tipo que estaba a cargo de los adolescentes.

Los adolescentes contra los que cayó ni siquiera le dijeron nada, empezaron a darle patadas de

una, pegándole a otra gente por accidente en el proceso.

A mucha sorpresa de los gringos, que no supieron que putas estaba pasando, se armó puro

bonche, el típico de hora pico en una estación de metro, ese caos que me era tan familiar, que nos

era tan familiar a todos nosotros.

Fue por ese bonche que el joven no pudo advertirles a los soldados gringos que no echaran

bombas en la universidad. Así que, por supuesto, las bombas cayeron.

El joven no tuvo que explicar nada, yo había leído la noticia de que a Zuleta le dio por donar una

cosa nuclear a la universidad. Y cuando la onda masiva mandó el transporte para atrás, casi

haciéndonos caer en espiral, solo era cuestión de lógica. Por el inmovible poder del vehículo en

el que estábamos, la imposible velocidad a la que volamos, y algún tipo de milagro, escapamos

la parte más grave de la explosión, y pude ver la nube en forma de hongo formándose en el

horizonte mientras salimos de la ciudad.

Lo que siguió a ese día no necesita larga explicación. Grupos de guerrilleros se esparcieron por

el país, gente culpo la tragedia de Bogotá a los humanistas, otros a los progresistas, los

estadounidenses se lavaron las manos de todo el asunto y los chinos deshicieron toda afiliación

que tenían con nuestro país. Nadie resolvió nada y nos quedamos así, con gente dándose bala en

las selvas por lo que se estima serán otros cien años.

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En lo que se refiere a los del avión, yo incluida, escapamos del daño de la explosión, pero no de

la radiación. Han pasado tres años desde entonces, y por más que me insisten los doctores, no

voy a las quimioterapias. Es mi penitencia por mis errores, una muerte lenta.

Mientras tanto, trato de continuar mi vida acá, en Medellín, nueva capital de Colombia.

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