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1 Una cosmovisión suplantada en Hermandad de Octavio Paz Absoluto, eternidad, por una parte; tiempo y muerte, por la otra: la tentativa de Paz es fusionarlos. -Guillermo Sucre Luis A. López Soto Universidad de Sonora En lo que parecería un incuestionable lugar común, no es incierto afirmar que Octavio Paz (1914-1998) es el poeta mexicano de más relevancia en el mundo de las letras universales contemporáneas. Es, pues, un poeta universal. Compleja y vasta, su poesía -reunida en Libertad bajo palabra (1958), Salamandra (1962), Ladera Este (1969), y recogida posteriormente en Poemas (1935-1976) y Árbol adentro (1987)- participa, en una extraña relación simbiótica y dialéctica, de la profundidad intelectual del ensayo y del enfoque lírico-religioso de la contemplación. La crítica le ha conferido el título de ser un escritor sui generis, y es innumerable la cantidad de libros y artículos que, así dentro del ámbito académico como fuera de éste, han abordado su extensa obra literaria 1 . A manera de romanticismo trasnochado, e ignorando a Enrico Mario Santí, Yvon Grenier, John, Feine, se habla incluso que no ha nacido aún el crítico de Octavio Paz, el Williamson de Góngora, el Antonio Alatorre de Sor Juana Inés. Lo cierto, sin embargo, es que, por una parte, estamos ante una obra coherente y crucial en el desarrollo de la literatura mexicana del siglo XX. Por otra parte, hay un sentido totalizante y cósmico en los poemas de Paz que, pretendiendo superar los enfoques meramente historiográficos de la literatura nacional, es acaso el más interesante y, sobre todo, más pertinente considerando los alcances universalistas de nuestro poeta en cuestión. A pesar de las conscientes limitaciones de espacio, tiempo y de capacidades propias, el sentido básico de esta ponencia es indagar qué concepción del mundo, desde nuestro horizonte contemporáneo y de la historia de las ideas, nos revela la poesía de Octavio Paz, acotada en un breve pero complejo poema titulado “Hermandad”. En 1931 Paz publica su primer poema. 2 Para 1987, treinta años después de haber publicado su obra monumental Piedra de sol, muestra ya una madurez de estilo y temas, pues ha consolidado su voz en una obra que va desde el clasicismo renovado de la primera mitad del 1 Véase, Verani, Hugo J., Octavio Paz: bibliografía crítica. México: UNAM, 1983. 2 “Cabellera”, El Nacional Dominical, supl. de El Nacional, 2 de agosto de 1931, p 3.

Una cosmovisión suplantada en Hermandad de Octavio Paz

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Una cosmovisión suplantada en Hermandad de Octavio Paz

Absoluto, eternidad, por una parte; tiempo y muerte, por la otra: la tentativa de Paz es fusionarlos.

-Guillermo Sucre

Luis A. López Soto

Universidad de Sonora

En lo que parecería un incuestionable lugar común, no es incierto afirmar que Octavio Paz

(1914-1998) es el poeta mexicano de más relevancia en el mundo de las letras universales

contemporáneas. Es, pues, un poeta universal. Compleja y vasta, su poesía -reunida en Libertad

bajo palabra (1958), Salamandra (1962), Ladera Este (1969), y recogida posteriormente en Poemas

(1935-1976) y Árbol adentro (1987)- participa, en una extraña relación simbiótica y dialéctica, de

la profundidad intelectual del ensayo y del enfoque lírico-religioso de la contemplación. La

crítica le ha conferido el título de ser un escritor sui generis, y es innumerable la cantidad de

libros y artículos que, así dentro del ámbito académico como fuera de éste, han abordado su

extensa obra literaria1. A manera de romanticismo trasnochado, e ignorando a Enrico Mario

Santí, Yvon Grenier, John, Feine, se habla incluso que no ha nacido aún el crítico de Octavio

Paz, el Williamson de Góngora, el Antonio Alatorre de Sor Juana Inés. Lo cierto, sin embargo,

es que, por una parte, estamos ante una obra coherente y crucial en el desarrollo de la literatura

mexicana del siglo XX. Por otra parte, hay un sentido totalizante y cósmico en los poemas de

Paz que, pretendiendo superar los enfoques meramente historiográficos de la literatura

nacional, es acaso el más interesante y, sobre todo, más pertinente considerando los alcances

universalistas de nuestro poeta en cuestión. A pesar de las conscientes limitaciones de espacio,

tiempo y de capacidades propias, el sentido básico de esta ponencia es indagar qué concepción

del mundo, desde nuestro horizonte contemporáneo y de la historia de las ideas, nos revela la

poesía de Octavio Paz, acotada en un breve pero complejo poema titulado “Hermandad”.

En 1931 Paz publica su primer poema.2 Para 1987, treinta años después de haber

publicado su obra monumental Piedra de sol, muestra ya una madurez de estilo y temas, pues ha

consolidado su voz en una obra que va desde el clasicismo renovado de la primera mitad del

1 Véase, Verani, Hugo J., Octavio Paz: bibliografía crítica. México: UNAM, 1983.

2 “Cabellera”, El Nacional Dominical, supl. de El Nacional, 2 de agosto de 1931, p 3.

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siglo XX a través de un vago eco postmodernista de Leopoldo Lugones en Luna silvestre (1933),

la leve tentativa de la literatura comprometida evidenciada en Bajo tu clara sombra y otros poemas

sobre España (1937), hasta el surrealismo francés de Blanco (1969). La tradición y la ruptura o, en

sus propios términos, la tradición de la ruptura. Principal heredero del grupo Contemporáneos,

continúa con el proyecto universalista de la palabra, autosuficiente y creadora. Así como “el

grupo sin grupo”, nombres como Ramón López Velarde y José Juan Tablada, representan el

antecedente artístico inmediato donde se establece la “fundación” de la poesía mexicana

moderna. En Árbol adentro, en cuyas páginas figura el poema antes mencionado y motivo de

esta ponencia, estamos ya ante el poeta mayor que –sin caer en un sospechoso afán

biografista— ha trabajado para la diplomacia mexicana en Francia y, sobre todo, en la India,

hecho que le permite estar en contacto con otra visión estética y sensible del mundo. Accede a

un cosmos amplio, en cuya voz sintética e integral se hace manifiesta la búsqueda de una

identidad personal y universal más allá de los nacionalismos y las fronteras geopolíticas. Es

obligado citar “Hermandad” enteramente:

Homenaje a Claudio Ptolomeo

Soy hombre: duro poco

y es enorme la noche.

Pero miro hacia arriba:

las estrellas escriben.

Sin entender comprendo:

también soy escritura

y en este mismo instante

alguien me deletrea.

La utilización de los dos puntos es la obsesión de Octavio Paz por el sentido del recomienzo.

Piedra de sol “termina” con dos puntos. De “Hermandad”, en forma de octava italiana

(composición de ocho versos heptasílabos), salta a la vista una contingencia: el poema está

escrito desde la perspectiva de un pensamiento analógico: los fenómenos astrales,

inconmensurables y distantes, adquieren significado y orden en el mundo de los hombres.

Subyace a esto implícitamente una metafísica, una religión y, gracias a la modelización y

actuación verbal, una poética. Arroja elementos para la antropología, se acerca a la filosofía y

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es, en suma, poesía. Llama la atención la originalidad del epígrafe (“Homenaje a Claudio

Ptolomeo”), que es una muestra de culto a un pasado remoto, aunque subrepticiamente

vigente, de nuestra tradición occidental. Cosmopolita, Paz no tiene empacho en saberse y

sentirse hijo de la cosmografía de la antigua Grecia y reconciliarse en la islámica Herat (Y llamé

a esa media hora: / Perfección de lo Finito) en “Felicidad en Herat” (Ladera Este, 1968). Asimismo,

es también una forma cifrada que recuerda a su Homenaje y profanaciones (1960), en donde

reelabora sintáctica y creativamente el soneto “Amor constante más allá de la muerte” del

poeta Francisco de Quevedo.

Aun más, no es fortuita tal dedicatoria, pues “Hermandad” tiene su antecedente textual

en un poema de Claudio Ptolomeo (85 d.C.-165 d.C.), nacido en Egipto y muerto en

Alejandría, el astrónomo de la idea geocéntrica apoyada en la mecánica celeste de Aristóteles

(De los Cielos, 340 a. C.) que fue amplia e históricamente secundada ad nauseaum por la

escolástica medieval, es decir, por lo que a la postre constituiría nuestra tradición

judeocristiana, la cosmovisión occidental3. El mismo Paz anota el dato:

En la Antología Palatina4 aparecen dos poemas atribuidos a Ptolomeo (VII, 314 y

IX, 577). Para Pierre Waltz y Guy Saury es más que probable que el segundo

epigrama sea realmente del gran astrónomo Claudio Ptolomeo. Hay en el

poema de Claudio Ptolomeo una afirmación de la divinidad e inmortalidad del

alma que es de estirpe platónica pero que revela también al astrónomo

familiarizado con las cosas del cielo. Dice así: “Sé que soy mortal pero cuando

observo la moción circular de la muchedumbre de estrellas, no toco la tierra

con los pies: me siento cerca del mismo Zeus y bebo hasta saciarme el licor de

los dioses –la ambrosía”. Es hermoso que para Ptolomeo la contemplación

consista en beber con los ojos la inmortalidad.5

3 Sólo por una razón metodológica de resaltar la tradición judeocristiana que aquí me ocupa, escribí “la

cosmovisión occidental” en singular, bajo riesgo de no dejar la posibilidad de señalar otras concepciones del

mundo alternas en nuestra cultura. Atinadamente, Wilhelm Dilthey, quien acuña el término, lo hace en plural

destacando así la pugna de dos o tres sin que una se erija como superior o válida sobre otra. 4 Realizada en el siglo X d. C., la Antología Palatina es una colección de epigramas griegos escritos desde el

siglo V a. C. hasta ek VI d. C. 5 Paz, Octavio, Lo mejor de Octavio Paz. El fuego de cada día. Barcelona, Seix Barral, 1989, p. 346.

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La ambrosía, el manjar de los dioses, se ha vuelto, en el caso de “Hermandad”, una experiencia

literaria, estética. “Hermandad” es, por su parte, una representación del fenómeno

intransferible de la contemplación. El pensamiento de Octavio Paz dista de la metafísica; no

obstante, su poesía, cercana a la visión del amor como reconciliación y vuelta al origen, es

capaz de trastrocar la división entre ciencia, filosofía, religión. Es insuficiente una lectura

tripartita que ve en el poema una mera versión poetizada de una teoría astronómica (ciencia), o

una traducción en verso de un sistema de pensamiento (filosofía), o la experiencia mística de

una persona iniciada (religión). Siempre es preferible la mesura y la inclusión de todos los

elementos en el texto a la hora de establecerse una interpretación.

El poema es, en primera instancia, una reelaboración intertextual o, en términos

derridianos, una diseminación. Contiene un germen de estirpe epigramática, el cual colinda con

cierto laconismo o minimalismo muy presente en el Octavio Paz maduro de Libertad bajo

palabra. A la manera de la imitatio clásica, Paz conserva en “Hermandad” cierta similitud

discursiva al original, una vaga analogía. Aspecto sumamente relevante y pertinente para el

caso: el de Ptolomeo es un texto profundamente religioso y lírico; el de Octavio Paz, sin ser

cristiano o pagano como el resto de los textos de la Antología Palatina, es intensamente

contemplativo. Al contrario de la poesía simbolista o surrealista, no se define sino a partir de la

afirmación de una voz llana: “Soy hombre: duro poco”. Es la voz del hombre ancestral y

contemporáneo la que ha inspirado la búsqueda de sentido. Mexicanos, griegos, judíos o

indios, son hombres. Así tenga la suerte de una obviedad, la mortalidad es el sine quanon de la

condición humana en el siglo X d. C. o en el XXI. El mundo parece recién formado: no hay

edad sino un solo fluir. “Soy hombre: duro poco y es enorme la noche.” El tiempo ha cedido

frente a la pesadumbre vasta de los siglos. Parafraseando un adagio popular, ante la muerte,

todos (ricos o pobres, sabios o ignorantes) somos iguales: morimos. La creencia en la

inmortalidad del alma o la reencarnación en otras vidas, o la supresión de toda forma de vida

consciente, está de antemano determinada por la cláusula de la muerte. Un hecho universal y

concreto. “Y es enorme la noche”, no es la “noche obscura del alma” del místico cristiano.

Símbolo romántico, la noche es, a su vez, una realidad fáctica: las estrellas no se observan sino

en la noche. Es la hora del poeta-astrónomo, la hora de la contemplación. Ptolomeo es

consciente de su condición humana de mortalidad, y sólo aspira a observar “la moción circular

de la muchedumbre de las estrellas”. La inmensidad del firmamento es infinita para los ojos

finitos. Asimismo, el poeta se asombra ante la magnitud del universo. “Soy hombre: duro poco

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/ y es enorme la noche”: conciencia y condición o, desglosándolo, conciencia de la condición.

Hasta aquí asistimos al credo básico del ser histórico: “poco” frente a la muchedumbre astral,

apabullante e infinita.

Seguidamente, nos sorprende un verso cuya primera palabra es una adversativa: “Pero

miro hacia arriba: las estrellas escriben”. La conjunción pero no tendría sentido si no le ha

precedido un primer elemento oracional que la justifique. Nuestra conciencia y condición,

según la cosmovisión judeocristiana enfatizada por la teología bíblica paulina y el platonismo,

evidencian la carencia de la plenitud, la vida verdadera del Dios eterno para el cristiano, y de

los dioses inmortales para el pagano. Nuestro delito, haber nacido con la mancha de Adán, el

pecado original, lleva al poeta a “mirar hacia arriba”. Sin meternos en honduras teóricas acerca

de las oposiciones binarias (Claude Lévi Strauss), y sin ser éste un enfoque estructuralista, es

preciso aludir, aunque de manera somera, la función deíctica que “arriba”, “abajo, “subir”,

“caer”, muy presente en la poesía de Paz, puede llegar a significar. Dejo sólo por un momento

“Hermandad” para volver a él después. En una serie de sonetos de juventud llamada “Primer

día” (1935) y reunida en Libertad bajo palabra, leemos:

Inmóvil en la luz, pero danzante,

tu movimiento a la quietud que cría

en la cima del vértigo se alía

deteniendo, no al vuelo, sí al instante.

Luz que no se derrama, ya diamante,

fija en la rotación del mediodía,

sol que no se consume ni se enfría

de cenizas y llama equidistante.

Tu salto es un segundo congelado

que ni apresura al tiempo ni lo mata:

preso en su movimiento ensimismado

tu cuerpo de sí mismo se desata

y cae y se dispersa tu blancura

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y vuelves a ser agua y tierra obscura.

Encuentro, básicamente, una dinámica de texto relacional en donde las oposiciones inmóvil-

danzante, movimiento-quietud, fija-rotación, cima-vértigo, cenizas-llama, corresponden a la lógica arriba-

abajo. “Arriba” es vida, “abajo” es muerte. El soneto consagra el resquicio entre fijeza y

vértigo: el instante. El tiempo, frío-caliente, se nulifica. Este microcosmos alegóricamente

vislumbrado en el citado poema es un tema recurrente más amplio cuyas formulaciones

encontramos en el arte poética paziana: El arco y la lira (1956). Tiempo versus instante.

Responde a la cosmovisión de tiempo-instante-tiempo. El instante es la versión paziana de la

eternidad. Aun más, el instante es el leitmotiv de la obra total de Paz. En éste, el hombre accede

a volver a ser, al punto de partida, a la reconciliación con el otro y con el Gran Todo. El

penúltimo verso del último terceto (“y cae y se dispersa tu blancura”) es la versión a posteriori

del “miro hacia arriba”, de manera que la realidad real alegorizada en esta última caída, nos

condena a nuestra condición: “a ser agua y tierra obscura.” Agua + tierra obscura = lodo,

cieno, barro. Y en “Nocturno de San Ildefonso” (Vuelta, 1976), el poeta cuestiona su propia

dialéctica preguntándose: “¿morir / será caer o subir, / una sensación o una cesación?” (Las

cursivas son mías.)

Mortalidad versus inmortalidad. El poeta opta por la vivacidad (=eternidad) del instante

que, ya dentro de nuestra óptica, y volviendo a “Hermandad”, “las estrellas escriben”. El

hombre, ¿escritura del universo de Dios, la Substancia, la Idea, el Espíritu del mundo? Se

antoja una lectura trascendentalista para su interpretación. El astrónomo, el místico y, en

última instancia, el poeta, intentan descifrar el misterio del cosmos semántico. Una versión

antitética la plasma Paz en “Analfabeto” (Libertad bajo palabra), un mínimo poema:

Alcé la cara al cielo,

Inmensa piedra de gastadas letras:

Nada me revelaron las estrellas.

Quien no sabe leer el cosmos, nada sabe; es un analfabeto, un no hermanado con el cosmos cuya

condición existencial es el sentimiento de orfandad, común a todos los hombres y en todos los

tiempos. Astrónomo, místico y poeta, siendo mortales, no son guiados por una

sistematización: no es ni ciencia ni religión, sino una cosmovisión, una imagen del mundo. “Sin

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entender comprendo” es, en este sentido, revelador, pues a través de la intuición es que el

hombre conoce su paradigma cósmico. “Y en este mismo instante / alguien me deletrea”

puede suscitar una lectura trascendentalista frente a una inmanentista, más inmediata: la

interpelación al lector. La poética del instante no se realiza si el lector no renueva o recomienza

la eternidad al deletrear los versos del poeta.

Es preciso traer a colación el concepto de cosmovisión para señalar más concretamente

cuál encontramos en “Hermandad”. Wilhelm Dilthey (1833-1911), el filósofo idealista alemán

representante del historicismo heredado de Hegel que, sin embargo, recusa el absoluto del

Espíritu y la metafísica universal, acuñó por primera vez el concepto de cosmovisión o

concepción del mundo:

Las concepciones del mundo no son productos del pensamiento. No nacen de

la pura voluntad de conocer. La captación de la realidad constituye un factor

importante en su formación, pero no es más que uno. Surge de las actitudes

vitales, de las experiencias de la vida, de la estructura de nuestra totalidad

psíquica. (…) La formación de las concepciones del mundo se halla

determinada por la voluntad de obtener la solidez de la imagen del mundo, de la

apreciación de la vida, de la acción de la voluntad. (…) Lo mismo la religión y la

filosofía buscan solidez, fuerza actuante, señorío, validez universal. (…) La

historia realiza una selección entre ellas, pero sus grandes tipos se mantienen

unos a otros todopoderosos, indemostrables e indestructibles. No deben su

origen a ninguna demostración, ya que no pueden ser destruidas tampoco por

ninguna. Pero sus raíces vivas persisten y producen a su tiempo nuevas

configuraciones.6

Observemos esta “nueva configuración" en “Hermandad”, uno de los poemas más cifrados de

la poesía contemporánea. Brevísimos, sus versos discurren una lógica sumamente coherente,

para la cual se sugiere aquí una propuesta de análisis: se trastroca el esquema clásico de la

teología bíblico-cristiana, en cuyo despliegue encontramos a la eternidad, equivalente al Dios

omnisciente y omnipotente. El esquema sigue en la dispensación del Génesis con Adán,

6 Dilthey, Wilhelm, Teoría de la concepción del mundo, México, Fondo de Cultura Económica, 1945, p. 119.

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hombre y criatura accidentada en el tiempo (el mal, la variación y la conciencia), para

reconciliar los dos polos en la fase apocalíptica que pone fin a los tiempos y en donde es

restaurada la eternidad: Eternidad-tiempo-Eternidad. Paz, en su cosmovisión poética, si se me

permite el término, subvierte este orden en Tiempo-eternidad (= instante)-tiempo. El hablante

poético queda, en la contemplación, varado por la revelación del instante. El horizonte de la

Grecia clásica, del cual Ptolomeo estaba imbuido, permitió la conformación de una imagen de

un universo geocéntrico. El cristianismo medieval sublimó la Antigüedad clásica y le dio un

enfoque más perfecto para su misión: el del monoteísmo. Dios, o los dioses, escribían el

destino de la humanidad. Ptolomeo, el astrónomo, así como el teólogo escolástico, fungieron

de guardianes de la cosmovisión ya compartida. Ciencia y religión en una simbiosis ya

indivisible, deviniendo a estas alturas en filosofía, o en nuestro caso, en una poética. Esta tríada

de disciplinas o formas de conocimiento, es asimismo una tríada de relaciones cuyas fronteras

se confunden, colindan hasta llegar a confundirse. La ciencia y la religión conforman la imagen

del mundo, y la poesía la proyecta, modificándola.

En la formulación teórica del crítico canadiense Northrop Frye, la literatura es una

adaptación a posteriori de la religión, es decir, una versión lingüística y desplazada, relativamente

autónoma de la historia.7 El texto literario como una suplantación del texto sagrado. No sería

ocioso –aunque no es ahora el momento para hacer una disquisición extensa en relación al

fenómeno— recordar el origen religioso y metafísico de lo que hoy se nos presenta con el

adjetivo de literario. Léase, el Job hebreo, Gilgamesh, los epigramas y las tragedias griegas, etc.

Sin embargo, llanamente, hay un consenso más o menos generalizado de que lo literario no es

un fenómeno aislado del resto de las formas de conocimientos y prácticas sociales: ciencia,

filosofía, religión, derecho, etc. En otras palabras, la literatura como la modelización textual de

las creencias del hombre conforme a sí mismo y en relación al universo.

Y al respecto de la ciencia específicamente y sobre el mismo tema de la poética de

Octavio Paz, Saúl Yurkievich escribe:

El arte no reemplaza el conocimiento científico pero aporta complementos del

mundo; es una “metáfora epistemológica”, una representación figurada que se

7 Para una condensación de los principios de Northrop Frye, véase, Eagleton Terry, Una introducción a la

teoría literaria. México: Fondo de Cultura Económica, 1988. O directamente al autor en Frye Northrop,

Anatomy of Criticism, Princeton: N. J., 1957.

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organiza, como los otros conocimientos, según los modelos con que cada época

percibe y concibe la realidad”.8

Génesis de la literatura en esta propuesta, la religión y la ciencia han conformado nuestra

cosmovisión o la imagen del mundo. El tiempo lineal, hijo de la caída adánica y el pecado, es,

según la idea cristiana de la historia humana, tan sólo la transición para recuperar o perder la

eternidad en Dios. El instante, consagración de la poética del hombre, no es ni mortalidad ni

inmortalidad: es vivacidad, una versión de la eternidad, en donde los tres tiempos confluyen

para disiparse al final del poema.

Como mencioné al inicio de esta ponencia, la obra del Nobel mexicano es de una

complejidad que suscita, como todas las grandes obras de arte, una pléyade de visiones e

interpretaciones. Este enfoque intentó un acercamiento cuyo concepto de ciencia estuvo

representado por la noción de teoría geocéntrica; y de religión, por la tradición judeocristiana.

Así pues, sin caer del todo en el romanticismo de que el crítico de Paz aún no ha nacido, como

en toda investigación, en ésta particularmente son inevitables los vacíos conceptuales y/o

metodológicos.

En lo consiguiente, y para terminar mi participación –que no concluir la discusión—,

diré que el arte literario no reemplaza las diferentes cosmovisiones que a través de la historia el

hombre y los sistemas sociales producen. La poética de Octavio Paz, aquí brevemente acotada,

da pie para investigaciones que busquen abundar en la posibilidad de que, al menos

estéticamente, accedamos a escrutar la cosmovisión que nos ha conformado como civilización.

El arte literario, sin lograr trascender la ciencia y la religión, sin embargo, permite trastocar

estos sistemas, subvirtiéndolos y reconciliando lo irreconciliable, de manera que, como Paz

parece aludir, el hombre pueda ser una metáfora del universo, un poema de Dios.

8 Saúl Yurkievich, “Octavio Paz, Indagador de la palabra” en Revista Iberoamericana, Homenaje a Octavio

Paz, 37: 24, enero-marzo, 1971, p. 72.