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Capítulo 1
-Hola.
-Hola Noah. Qtal todo?
-Bien, y tu?
-Genial.
-Salimos?
-Sta noche? No sé… Espera.
Samuel apartó su mirada de la pantalla de su teléfono móvil y miró a su alrededor,
buscando a Marc. No estaba en la habitación, pero el ruido procedente del cuarto de baño lo
delató.
—¡Marc! —llamó.
—¿Qué? —La respuesta le llegó amortiguada tras el sonido del agua corriente y el cristal
de la mampara de la ducha.
Samuel se levantó de la cama con cierta pereza, dejando abandonado su teléfono móvil, y
se dirigió al baño. A través de la mampara podía ver el cuerpo mojado y enjabonado de su novio.
A pesar de la distorsión creada por el cristal, levemente opaco, se tomó unos segundos para
recrearse en su cuerpo: sus anchos hombros de nadador, su esbelta cintura, sus pequeñas y firmes
nalgas. Abrió la mampara para que esta no le dificultara la visión, pero un súbito grito le hizo
cerrarla de nuevo:
—¡Joder, pisha, que hace frío!
—Lo siento —murmuró al volver a cerrar.
—¿Qué pasa?
—Nada, que me mensajeaba con Noah y…
—¿Otra vez?
Samuel suspiró. A pesar de que había sido su novio quien insistiera en que estableciera
una amistad con aquel extraño y triste chico que conocieran unas semanas atrás en su primera
noche en el Sodoma, no hacía ningún esfuerzo con intentar ocultar los celos que esa incipiente
relación le causaban. Al principio no ponía pegas cuando hablaban por teléfono y se
mensajeaban, pero ponía mala cara y excusas cada vez que Samuel insinuaba que quería que
quedaran con Noah para charlar o ir de copas. En los últimos días, incluso parecía estar
molestándole que hablaran por teléfono. La situación se estaba volviendo ridícula, pero a Samuel
no le parecía que acabar su amistad con ese chico fuera bueno, ni para Marc ni para él.
—Sí, otra vez —dijo con calma, como si no hubiera notado el tono de resquemor en la
voz de su novio—. Dice que si salimos esta noche.
—¿Esta noche? No puede ser. Tengo competición.
—Anda, es verdad... Pero, ¿qué problema hay? Podemos ir después.
—Luego me voy de cena con los chicos del equipo, ¿no te acuerdas? Dile que otro día.
Samuel se ajustó las gafas para ganar unos segundos de tiempo.
—Vaya, qué pena —admitió, para luego añadir rápidamente—: Le diré que no puedes
venir conmigo.
—¿Qué?
Samuel hizo caso omiso de su novio y volvió la habitación. Se tumbó boca abajo en la
cama, cogió su móvil, desbloqueó la pantalla y se encontró con un nuevo mensaje de Noah.
-Samu?…
-Ya estoy.Q sí,q salimos,pero Marc no puede ir
-Sta bien.Nos vemos en el Sodoma a las 12?
Samuel se lo pensó un momento antes de contestar.
-Ok
Tras enviar el mensaje, apagó el teléfono a la vez que oía a Marc salir de la ducha.
—¿Qué me estabas diciendo? —preguntó su novio, entrando en la habitación con una
toalla rodeando su talle y otra en la mano, con la que se secaba sus rubios cabellos.
Samuel lo observó un momento y se mordió el labio inferior, al ver cómo una gota de
agua se desprendía de uno de sus cabellos, caía sobre su pecho y descendía por el abdomen hasta
perderse en la mullida tela que cubría sus partes íntimas, pero apartó la vista al notar como su
boca se secaba y su ingle empezaba a latir con cierta insistencia. No creía que recrearse en el
perfecto cuerpo de su chico le sirviera para el propósito que quería conseguir. Carraspeó
ruidosamente.
—Que esta noche salgo con Noah al Sodoma. ¿No me oíste antes?—preguntó como si tal
cosa, habiéndose propuesto fingir que no se daba cuenta de los celos de Marc.
—¿No te dije que teníamos planes?
Marc se quitó la toalla que le cubría y la tiró sobre la cama.
—Eres tú quien tiene planes.
—Pensé que vendrías con nosotros a cenar.
—¿Tanto te molesta que no vaya a verte competir?
La mirada mal encarada que su novio le echó le convenció de que, tal y como ya
sospechaba, lo que le molestaba no era precisamente que no fuera a verle nadar, sino lo que haría
en vez de eso.
—¿No estarás molesto porque salga por ahí sin ti, no? —continuó Samuel, tanteando—.
¿No estarás celoso?
—¿Celoso yo? ¿De quién, de ese tal Noah? No, no, que va —se apresuró a desmentir
Marc, quizás demasiado rápido para ser creíble.
Sin embargo, Samuel decidió fingir que efectivamente le creía.
—Ningún problema entonces. Que tengas suerte en la competición, cariño. Llámame
luego para saber qué tal te fue.
Para aquel entonces, Marc ya había terminado de vestirse y llenaba su mochila con una
muda de ropa limpia y un bañador deportivo. Le miró durante un instante, aún algo enfurruñado,
y Samuel le sonrió conciliador, en un intento de relajar la tensión. Marc, quizás movido por la
misma motivación, gateó por la cama hasta llegar hasta él.
—Samu, Samuelín, Sugusito… —murmuró con voz melosa, mientras hundía su nariz en
el hueco que se formaba entre su cuello y su hombro a la vez que deslizaba una mano por su
cintura—. Tendrás cuidado en el Sodoma, ¿verdad?
—¿Que si tendré cuidado? —Samuel a duras penas consiguió reprimir una risita—. ¿Ves
como sí que estás celoso?
Como toda respuesta, su chico metió una mano por dentro de sus pantalones, para
acariciar sus nalgas, y Samuel sintió de nuevo, más vivamente que antes, la llamada del deseo. Se
dejó arrastrar a un húmedo y lánguido beso, pero se desembarazó de Marc en cuanto este intentó
desabrocharle los pantalones.
—¡Para! —le dijo entre risas. Los labios de Marc le hacían cosquillas en el cuello—.
Llegarás tarde a la competición.
—Está bien, Sugusito, pero prométeme que no tengo nada de qué preocuparme.
El primer instinto de Samuel fue asegurarle que así sería, pero su parte más retorcida
habló por él.
—De lo que tienes que preocuparte es de esa dichosa competición. Y de ser menos
desconfiado.
Marc se separó de él, habiendo perdido definitivamente su buen humor.
—Bueno, ya hablamos entonces —dijo, como despedida mientras se ponía de pie, sin ni
siquiera girarse para mirar a su novio a la cara.
Samuel chasqueó la lengua, pero no dijo nada más. Dejó que se fuera, aun a sabiendas de
que estaba enfadado, pensando que a la larga era lo mejor.
Unas horas más tarde, caminaba por la amplia avenida peatonal que semanas antes
recorriera medio borracho y abrazado a su novio, dando tumbos de bar en bar y sintiéndose
absoluta y absurdamente feliz. Ese recuerdo le llenaba ahora de cierta melancolía, pero seguía
sintiendo que había hecho lo correcto. Marc no podía persistir en esa conducta posesiva y celosa
con él. Sabía perfectamente que su relación no había sido un camino de rosas, y que su propia
actitud insegura en el pasado los había dañado a ambos, pero ahora él estaba seguro, sabía lo que
quería, y lo que quería era estar con Marc. Sin embargo, no había sido capaz de demostrárselo de
una manera que consiguiera que su novio se sintiera confiado y cómodo en la relación.
El casual y extraño encuentro con aquel chico guapo y descarado no había hecho más que
hacer patente aquel problema. Samuel sentía un sincero y profundo interés por Noah, pero ese
interés no tenía ni la más mínima connotación sexual. El chico le caía bien, le daba la oportunidad
de hacer más amistades, de aprender las reglas del juego de la noche gay y, quizás, de explorar
una parte de sí mismo que sólo se permitía mostrar frente a su novio. Además, sentía una malsana
curiosidad por la relación de Noah con el lobezno y, para ser sinceros, lo que más ansiaba era
cotillear. Pero no había conseguido que Marc entendiera que él pudiera sentir interés por un gay
guapo y atrevido sin que quisiera acostarse con él.
Quizás estaba cometiendo un error al salir a solas con Noah a sabiendas de que su chico
no estaba de acuerdo, pero le parecía más perjudicial ceder a sus deseos, basados en lo que él
consideraba un simple capricho.
Noah le esperaba en la puerta del Sodoma, haciendo cola pacientemente para entrar,
iluminado tan solo por las rojas y amarillas luces de neón de la entrada. Tenía la mirada baja,
clavada aparentemente en las puntas de sus zapatos, y parecía ignorar las miradas libidinosas que
el enorme oso que esperaba tras él le lanzaba a su culo. Samuel sonrió; no era de extrañar que ese
hombretón le mirara el culo a Noah, casi sería un pecado no hacerlo. Y ese era precisamente uno
de los pensamientos que nunca confesaría ante su novio.
—Hola —dijo en tono alegre al acercarse a él.
Noah levantó la mirada y sonrió.
—Hola —respondió a su vez.
Samuel dudó cómo saludarlo, así que se limitó a ponerse de pie junto a él.
—¿Y Marc? —le preguntó Noah como si tal cosa.
Samuel lo miró, preguntándose si a ese chico, que parecía ir por la vida con el
convencimiento de que todo el mundo quería follar con él, no le parecería sospechoso que
apareciera allí sin su novio.
—Tiene competición.
—¿Competición de qué?
—De natación.
—Con razón tiene ese cuerpazo.
Noah hizo el cumplido con tal naturalidad que Samuel no encontró ninguna razón para
enfadarse con él por alabar de esa manera a su novio.
—¿Crees que nos tendrán mucho tiempo esperando?
—No creo que tardemos mucho en entrar —dijo Noah.
De repente, Samuel pudo ver cómo su interlocutor fijaba la mirada en un punto a su
espalda y habría los ojos como platos.
—¿Pero tú has visto quién está ahí? —preguntó, medio nervioso y medio emocionado.
Samuel se giró para ver lo que Noah observaba con tanta atención y se encontró con que,
en un abrir y cerrar de ojos, se había formado un revuelo en torno a un hombre alto y atractivo
que parecía tener que esquivar a la multitud para acercarse al local, mientras que un nutrido grupo
de gente le interpelaba y le pedía autógrafos.
—No sé quién es.
—¿En serio no lo sabes? —Noah parecía casi conmocionado por la mera proximidad de
ese hombre.
—No, no lo sé —espetó Samuel, ajustándose las gafas para ver mejor. Ahora que se
fijaba, le sonaba su cara...
—Es ese futbolista que acaba de salir del armario —siseó su nuevo amigo—. ¡Venga,
hombre! Si ha salido en todos los periódicos.
Samuel miró con renovado interés a aquel rubio de facciones eslavas, habiendo recordado
leer el caso en la prensa local.
—Ah, sí, ese que tiene el apellido rumano.
—Eslovaco —le corrigió Noah. Y luego añadió, casi con adoración—: Ese es Mateo
Vicovic. Y parece que va a entrar al Sodoma.