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Una Palabra para la VIDA – OCTUBRE Comentarios de Dolores Aleixandre Aquel día, al caer la tarde, Jesús les dijo: Crucemos a la orilla de enfrente. Despidiendo a la gente, lo recogieron en la barca como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó un fuerte torbellino de viento y las olas se abalanzaban contra la barca hasta casi llenarla de agua. El estaba a popa, dormido sobre un cabezal. Lo despertaron y le dicen: Maestro, ¿no te importa que nos hundamos? Se levantó, increpó al viento y ordenó al mar: ¡Silencio, cállate! El viento amainó y sobrevino una gran calma. El les dijo: ¿Por qué son tan cobardes? ¿Cómo es que no tienen fe? Llenos de temor se decían unos a otros: – ¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen? (Mc 4,35-41). 1. RELEER DESDE LA MEMORIA DEL CORAZÓN A la luz del contexto bíblico… La presencia del miedo en el texto sólo se comprende recurriendo al AT en el que se repite constantemente esta escena: Dios se acerca, aquellos a quienes visita se llenan de temor y Él les dice: “No temáis”. El miedo será la reacción de Abraham (Gen 15,2), de Sara en el encinar de Mambré (Gen 18,15), de Agar junto al pozo del desierto (Gen 21,17), de Jacob al despertarse de su sueño en Betel (Gen 28,17), de Moisés frente a la zarza ardiente (Ex 3,6), del pueblo a la orilla del Mar Rojo cuando los perseguían los egipcios (Ex 14,10), de Isaías en la teofanía del templo (Is 6,5)…Pero todos ellos escuchan un tranquilizador: “No temas...por parte de Dios. Lo que se teme de Él no es tanto su superioridad ni la distancia que existe entre lo divino y lo humano, sino su santidad: Dios es santo y el hombre es pecador. Pero es el profeta Oseas quien nos descubre en qué consiste esa santidad: “¿Cómo podré dejarte, Efraín; entregarte a ti, Israel? ¿Cómo dejarte como a Admá; tratarte corno a Seboín? Me da un vuelco el corazón, se me revuelven todas las entrañas. No cederé al ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraín;

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Una Palabra para la VIDA – OCTUBREComentarios de Dolores Aleixandre

Aquel día, al caer la tarde, Jesús les dijo: –Crucemos a la orilla de enfrente. Despidiendo a la gente, lo recogieron en la barca como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó un fuerte torbellino de viento y las olas se abalanzaban contra la barca hasta casi llenarla de agua.  El estaba a popa, dormido sobre un cabezal. Lo despertaron y le dicen: –Maestro, ¿no te importa que nos hundamos? Se levantó, increpó al viento y ordenó al mar: – ¡Silencio, cállate! El viento amainó y sobrevino una gran calma. El les dijo: – ¿Por qué son tan cobardes? ¿Cómo es que no tienen fe? Llenos de temor se decían unos a otros: – ¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen? (Mc 4,35-41).1. RELEER DESDE LA MEMORIA DEL CORAZÓNA la luz del contexto bíblico…La presencia del miedo en el texto sólo se comprende recurriendo al AT en el que se repite constantemente esta escena: Dios se acerca, aquellos a quienes visita se llenan de temor y Él les dice: “No temáis”.  El miedo será la reacción de Abraham (Gen 15,2), de Sara en el encinar de Mambré (Gen 18,15), de Agar junto al pozo del desierto (Gen 21,17), de Jacob al despertarse de su sueño en Betel (Gen 28,17),  de  Moisés frente a la zarza ardiente (Ex 3,6), del pueblo a la orilla del Mar Rojo cuando los perseguían los egipcios (Ex 14,10),  de Isaías en la teofanía del templo (Is 6,5)…Pero todos ellos escuchan un tranquilizador: “No temas...”por parte de Dios.Lo que se teme de Él no es tanto su superioridad ni la distancia que existe entre lo divino y lo humano, sino su santidad: Dios es santo y el hombre es pecador. Pero es el profeta Oseas quien nos descubre en qué consiste esa santidad:“¿Cómo podré dejarte, Efraín; entregarte a ti, Israel?¿Cómo dejarte como a Admá; tratarte corno a Seboín?Me da un vuelco el corazón, se me revuelven todas las entrañas.No cederé al ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraín;que soy Dios y no hombre, Santo en medio de ti no enemigo devastador” (Os 11,1-9).Esta es la verdadera  definición del Dios que anuncian los Profetas: su santidad consiste en  su amor y por eso no es algo que nos aleja de Él sino más bien algo que nos persigue, como el amor. Su grandeza no consiste ante todo en su poder, sino en su misericordia, su  perdón y su fidelidad. La paciencia humana conoce límites, la de Dios los

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desconoce: esa es la diferencia entre Él y nosotros y es eso lo que nos provoca sobrecogimiento y temor.Por eso Jonás reconocía que el verdadero motivo de su huida no era su misión en Nínive, sino el amor de Dios:“¡Ay Señor, ya me lo decía yo cuando estaba en mi tierra. Por algo me adelanté a huir a Tarsis; porque sé que eres un Dios compasivo y clemente, paciente y misericordioso, que te arrepientes de las amenazas…” (Jon 4,1)Se trata de un temor que abre a la confianza y que, en vez de alejarnos de Dios, nos acerca a Él. Las actuaciones de Jesús en el evangelio de Marcos provocan reacciones de temor, asombro, desconcierto, miedo, sobresalto… Después de la expulsión de un demonio en Cafarnaúm  “todos se llenaron de estupor” (1,27); al asistir a la curación del paralítico “todos se asombraron”  (2,12); la mujer que tenía un flujo de sangre queda “asustada y temblando” (5,33); su enseñanza en Nazaret hace que la multitud le escuche asombrada (Cf. 6,2) y después de la curación del sordomudo “estaban estupefactos” (7,37); los discípulos, al verle caminar sobre las aguas “dieron un grito pues todos lo vieron y se espantaron” (6, 50), al ver su transfiguración “estaban llenos de miedo”( 9,6);  también lo están al oír que es más difícil que un camello entre por el ojo de una aguja que un rico se salve  (10,26) y al verle emprender con decisión el camino de Jerusalén (10,32); también sus adversarios tenían miedo  (11,12) y las mujeres que fueron a la tumba en la mañana de Pascua “salieron huyendo del sepulcro, temblando y fuera de sí, y de puro miedo, no dijeron nada a nadie” (16,8).¡Descubrir el texto!“Crucemos a la orilla de enfrente”: es la  orilla de los paganos, los extranjeros, los diferentes, aquellos con quienes, según la tradición de Israel no se debía tomar contacto. Como si fuera un presagio de todo lo que de amenazador tiene lo diferente, estalla una tormenta y ese fenómeno en el lago de Galilea puede ser terrible: en pocos minutos se levanta el viento y las olas se vuelven peligrosas para los tripulantes de una barca de pesca.El evangelio de Marcos pretende darnos a conocer la divinidad de Jesús y por eso dice de él lo que AT dice de Dios.  Jesús es el más humano de los hombres: se le acercan, lo tocan, le buscan…; pero, al mismo tiempo, el que se aproxima a él entra en contacto con su santidad y experimenta temor, asombro y estupefacción. Eso explica los sentimientos de los discípulos  al verle calmar la tempestad.Como Palabra para hoyExisten dos momentos en la vida de fe: un tiempo débil que no acierta a esperar que ese Jesús dormido pueda levantarse, increpar al viento y

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serenar el mar. Es esto lo que no comprendieron los apóstoles en fase de “fe débil”. En cambio, la fe “probada”, arraigada en la experiencia de que Dios convierte al perdido, sopla las cenizas del amor apagado, hace resurgir a la comunidad agostada, se mantiene firme en los vuelcos de la existencia como una secreta victoria sobre el mundo de la desesperanza y el temor.Es verdad que con frecuencia gritamos de miedo ante las incertidumbres de lo que nos toca vivir,  pero creemos a pesar de todo que, a bordo de la barca de nuestras aventuras, ha subido alguien que sostiene el timón y que nos llevará “a la otra orilla”.Cuando nos sentimos divididos entre el miedo y la confianza, siempre  depende de nosotrosla decisión de mirar la realidad solamente como una amenaza, oyendo sólo el bramido de la tormenta, o conceder crédito a la fe que nos asegura que Alguien está a nuestro lado para sostenernos en medio de los embates de la vida. Según sea nuestra respuesta, nos hundiremos o nos sentiremos acompañados por Aquel que puede hacernos llegar a salvo a la otra orilla. Esto es la fe.Habla PedroEl Maestro suele reprocharnos con frecuencia nuestras reacciones de miedo y no se equivoca. Ese fue mi primer sentimiento cuando se acercó a Andrés y a mí mientras lavábamos las redes a la orilla del lago y nos pidió que nos fuéramos con él: « Aléjate de mi, que soy un pecador », le dije entonces y más de una vez me ha recordado aquella reacción y me ha comparado riendo con el profeta Isaías, temblando de pies a cabeza cuando Dios le  manifestó su gloria en el templo. O con el atemorizado Jeremías balbuciendo ante el Señor: «Mira que no sé hablar, que sólo soy un muchacho… »La misión que nos ha confiado nos asusta un poco a todos, y a veces se diría que también él la siente gravitando sobre sus hombros y como si le abrumara e hiciera tambalearse el suelo debajo de los pies. Quizá por eso se aleja de nosotros en esos momentos, se retira sólo a orar y, cuando vuelve trae de nuevo el rostro sereno, como si hubiera escuchado directamente la voz silenciosa de Dios diciéndole: «No tengas miedo, yo estoy contigo». Y entonces da la sensación de que todo su ser se apoya seguro sobre roca, que en torno a él se alza una muralla inexpugnable, o que está en lo alto de un picacho rocoso, con abasto de pan y provisión de agua…Uno de esos días nos propuso rezar juntos dos de los himnos de subida a Jerusalén:“Los que confían en el Señor son como el monte Sión,no vacila, está asentado para siempre.

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A Jerusalén la rodean las montañas,a su pueblo lo rodea el Señor” (Sal 125,1-2).“El Señor es tu guardián, el Señor es tu sombra, está a tu derecha.De día el sol no te hará daño ni la luna de noche” (Sal 121,5-6).Y se puso después a hablarnos de Dios como guardián que nunca duerme, como almena y escudo que nos defiende, como un Padre que lleva nuestros nombres escritos en la palma de sus manos… Él vive esa seguridad tan intensamente, que no puede comprender que nuestra fe sea tan vacilante y que seamos tan desconfiados ante aquello que no somos capaces de constatar inmediatamente.Un día que estábamos sentados en la orilla del Jordán nos propuso esta parábola: «El Reino de los Cielos se parece a dos hombres que están cada uno a un lado de un río profundo y a uno de ellos le parece muy hondo e imposible de atravesar sin perder pie.  El otro, que ya lo ha cruzado y sabe que hay vado, le dice: «No tengas miedo, hay roca debajo aunque no puedas verla, puedes atravesarlo apoyándote en ella…  Pero el temeroso prefiere quedarse del otro lado, paralizado por el miedo a lo que aún no ha comprobado por sí mismo. Y la seguridad que le ofrece la orilla familiar le impide correr el riesgo de avanzar hacia lo desconocido, cuando sólo allí haría la experiencia de que existe una Roca que sostiene a todo el que se atreve a apoyarse en ella… »Debe parecerle que nosotros reaccionamos casi siempre como el hombre temeroso y quizá por eso, cuando encuentra en alguien un gesto de confianza, se muestra tan deslumbrado, como si hubiera encontrado un tesoro escondido. Y quizá también por eso le gusta tanto estar con los niños, mirar su tranquila concentración cuando juegan, su instintiva seguridad en que los mayores están ahí para cuidarlos, y defenderlos, y llevarlos en brazos cuando se cansan.En la segunda  luna de Pascua, estábamos atravesando el lago en la barca de Pedro, cuando se levantó un viento que amenazaba tormenta.  Él debía estar rendido que se había echado en popa, apoyando la cabeza sobre un rollo de cuerdas y se había quedado dormido. De pronto el cielo se oscureció, el viento arreciaba y comenzaron a formarse remolinos en el agua. Se desencadenó una terrible galerna y todos estábamos demudados y despavoridos, nos dábamos órdenes unos a otros para achicar el agua y remábamos sin rumbo mientras la barca subía  y bajaba como una cáscara de nuez en poder de las olas. Ninguno podíamos comprender cómo él seguía durmiendo tan tranquilo, así que me puse a zarandearle y le grité:  «¿Es que no te importa que nos ahoguemos? ». Se puso en pie y dijo con voz fuerte:«¡Silencio! ¿Dónde está vuestra fe? » . Y no sé bien si nos lo estaba ordenando a nosotros, o al  miedo que nos estaba dominando y que nos hundía en su abismo con mucha más fuerza que la amenaza de las olas.

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Me acordé del griterío que acompañaba en tiempos del desierto el traslado del arca, cuando decían:“¡Levántate, Señor! Que se dispersen tus enemigos,huyan de tu presencia los que te odian” (Num 10,35).Los enemigos que salían huyendo de nosotros se llamaban ahora temor, angustia y ansiedad, la palabra de Jesús ponía suelo bajo nuestros pies, nuestro pánico desaparecía y una sorprendente tranquilidad nos serenaba. El mar había comenzado a calmarse y ahora remábamos en silencio hacia la otra orilla, bajo las estrella de un cielo despejado.Y fue en ese momento cuando nos invadió un temor aún más profundo  que el que habíamos sentido durante la tempestad. Nos dimos cuenta de que lo que estaba pidiendo de   nosotros consistía en una confianza total, una seguridad absoluta en que la firmeza que él  ofrece no es una recompensa a nuestro esfuerzo, sino un don que se nos regala  gratuitamente cuando nos atrevemos a fiarnos de él en medio de las tormentas de la vida.3. ENTRAR EN LA ORACIÓN DE JESÚSLas palabras de los Salmos 91 y 125 pueden descubrirnos algo del secreto de la confianza de Jesús en su Padre:“A la entrada de la noche quiero bendecirte, Padre, por la seguridad de saberme amparado por tu amor y arrimado a tu sombra, por esta confianza que me habita y que me hace llamarte mi refugio y mi alcázar, mi escudo y mi armadura.A tu lado me sé a salvo de las redes de quienes pretenden cazar mi vida como la de un pájaro y, con todos los pequeños y desamparados, me siento abrigado por tus plumas y protegido bajo tus alas. No temo a las sombras de la noche, ni a la persecución de mis enemigos, ni a las amenazas que se me llegan desde el ámbito de las  tinieblas. Ocurra lo que ocurra, sé que la desgracia no se me acercará y por eso descanso tranquilo en tus manos, como si los ángeles me llevaran en sus palmas, sin dejarme tropezar con las piedras del camino.No tengo miedo de defender a los humildes aunque eso signifique enfrentarme con los calumnias de los poderosos y el secreto de esta ausencia de temor está en que vivo apoyado sobre tu palabra que me asegura:No temas, yo te pondré a salvo,te pondré en alto porque conoces mi nombre.Cuando me llames, te escucharé;estaré contigo en el peligro,

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te defenderé y te honraré;te saciaré de largos días y te haré gozar de mi salvación.Es esta confianza que me habita la que me hace sentirme firme como el monte Sión en Jerusalén. Porque a Jerusalén la rodean montañas, pero a mí y a tu pueblo nos rodeas tú, Padre, y esa seguridad disipa nuestros miedos y nos hace bendecirte desde que sale el sol hasta su ocaso todos los días de nuestra vida