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PÁGINA UNO MARZO 2016 I Apuntes de la intervención de Julián Carrón en la Asamblea con los responsables de Comunión y Liberación en Italia Pacengo di Lazise (Verona), 27 de febrero de 2016 UNA PRESENCIA ORIGINAL En estas páginas: ciclo escultórico del deambulatorio de la Catedral de Chartres. Aquí: Thomas Boudin, La Transfiguración.

Una presencia original, por Julián Carrión

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Apuntes de la intervención de Carrión en la Asamblea con los responsables de Comunión y Liberación

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MARZO 2016 I

Apuntes de la intervención de Julián Carrón

en la Asamblea con los responsables de Comunión y Liberación en Italia

Pacengo di Lazise (Verona), 27 de febrero de 2016

UNA PRESENCIA ORIGINAL

En estas páginas: ciclo escultórico del deambulatorio de la Catedral de Chartres. Aquí: Thomas Boudin, La Transfiguración.

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Es evidente para todos que nos encontramos en unmomento de grandes cambios y que no resulta fácilorientarse en el contexto cultural actual. Nos halla-mos frente a un giro radical que requiere pacienciay tiempo para comprender, y no podemos pensar

que resolveremos los problemas discutiendo sin más. Las pá-ginas que siguen tratan de ofrecer una contribución al ca-mino de cada uno para propiciar el diálogo entre nosotros.

Hace dos semanas, durante el encuentro con un grupo desacerdotes del norte de Italia, uno de ellos decía que lo que es-tamos viviendo es «un momento verdaderamente apasio-nante». Yo también creo que es así, porque todo lo que el Mis-terio no nos ahorra, como nos decía siempre don Giussani, espara nuestra maduración. Aunque no sepamos todavía cómopuede hacernos madurar y estamos un poco confundidos, es-tamos seguros sin embargo de que esta circunstancia, ligada aldebate sobre los desafíos éticos y antropológicos que repre-senta la proliferación de los “nuevos” derechos, con todas laspreguntas que han surgido y con todas las conversaciones, aveces encendidas, que hemos tenido que afrontar, puede seruna ocasión preciosa: de hecho, solo cuando la realidad nosdesafía emerge ante nuestros ojos, ante nosotros mismos an-tes que ante los demás, qué es lo más querido para nosotros,dónde está nuestra esperanza. Cuanto más desafiados nos ve-mos, tanto más se pone de manifiesto el punto de vista sinté-tico con el que afrontamos la vida.

Ahora bien, es verdad que esta situación es para nuestramaduración, pero esto no ocurre de forma mecánica. Portanto, hace falta que nos impliquemos para poder compren-derla y nos dejemos desafiar por ella. Y como es algo quenos ha afectado a todos, cada uno puede ver cómo ha es-tado, cómo ha reaccionado –todos hemos reaccionado de unmodo u otro–, qué hipótesis ha defendido al afrontarla yqué ha podido verificar. Cada uno de nosotros debe realizaruna verificación, porque el hecho de que se nos ocurranideas no quiere decir que estas sean necesariamente justas.Yo soy el primero que no quiero quedarme al margen deesto. Muchas veces se nos han ocurrido ideas que luego lavida ha demostrado que no eran tan inteligentes como pen-sábamos. Por eso debemos darnos un espacio de serenidadpara un diálogo que sea verdaderamente constructivo.

LA LECCIÓN DEL 68: LA RELACIÓN

ENTRE ACONTECIMIENTO Y TRADICIÓN

¿Qué riqueza, qué recurso tenemos para afrontar el nuevodesafío que el presente nos plantea? Nuestra historia. A me-nudo creemos que ya la conocemos, la damos por sabida,cada uno recuerda unos momentos determinados. Pero losdesafíos del presente nos permiten descubrir aspectos denuestra historia que quizá debamos aprender de nuevo.

¿Por qué empezó don Giussani el movimiento? En la Iglesiaambrosiana no faltaban desde luego ni claridad teológica nicomunicación del dogma, pero él se dio cuenta de que estono era suficiente. Lo comprendió desde sus primeros pasos enMilán, y después nada más llegar al Berchet: allí tenía ante síestudiantes de familias cristianas a los que la fe ya no les inte-

resaba. Este descubrimiento marcó el comienzo de su tenta-tiva. Don Giussani empezó el movimiento para responder aeste dato, buscando un modo de comunicar la verdad cris-tiana –la que había aprendido en el seminario– que respon-diese al desinterés con el que se había topado desde el primerdía de clase. Estamos a mediados de los años cincuenta.

Sin embargo, hay un momento de la historia posterior quepara Giussani fue crucial: el 68. En verano de 1968 afirma enlos Ejercicios a los Memores Domini: «Me parece un signo delos tiempos que lo que fundamenta o puede fundamentar elllamamiento y la adhesión al hecho cristiano ya no es el plan-teamiento de la tradición, ya no es la historia [cristiana]. […]Necesitamos revisar en su raíz todo el planteamiento que he-mos hecho siempre durante la experiencia de los diez últimosaños y que todavía repetimos». Creo que todavía tenemos queentender el alcance de esta observación. La onda del 68 le per-mitió a Giussani percibir con claridad que «ni la tradición, niuna teoría, ni una concepción, ni una demostración teórica;ni la filosofía cristiana, ni la teología cristiana, ni la concep-ción del universo que tiene el cristianismo pueden ser motivopara adherirse al cristianismo». Y al referirse a los Evangeliosafirma que el motivo por el que la gente seguía a Jesús «no erapor los debates que mantenía, no era por las explicacionesque ofrecía, no era por las referencias que hacía al AntiguoTestamento; era porque constituía una presencia cargada demensaje». «El mensaje no es un discurso: es una presencia,una persona. Es una forma de presencia de una persona».Para que resulte claro lo que quiere decir, añade: «Es bastantefácil observar cómo el anuncio recupera la tradición […] Re-cordad a los dos de Emaús, una de las páginas más bellas delEvangelio: “Mientras el extraño peregrino nos explicaba losprofetas, nuestro corazón ardía”. Así pues, el anuncio cristianoera, sí, “un discurso”, pero “a través de la presencia, vinculadoa la presencia de una persona”. El contenido del anuncio cris-tiano “es su misma persona”, Cristo» (A. Savorana, Luigi Gius-sani. Su vida, Encuentro, Madrid 2015, pp. 430-431). Sin esto,muy probablemente ninguno de nosotros estaría aquí.

Entonces, ¿qué es el cristianismo? «Es ‘eso’ que hace que latradición y el pasado se conviertan en realidad viva, que haceque el pensamiento, la idea y el valor sean una realidad viva.¡Pero lo que vive es algo que está presente! Metodológica-mente [entonces] no podemos hacer otra cosa, si no quere-mos confundirnos, que retornar al origen, y ver cómo surgió,cómo comenzó» el cristianismo. «“Fue un acontecimiento. Elcristianismo es un acontecimiento” que suelda el pasado conel presente. ¿De qué tipo es este acontecimiento? “No creye-ron porque Cristo hablara diciendo aquellas cosas, no creye-ron porque Cristo hiciera aquellos milagros, no creyeronporque Cristo citara a los profetas, no creyeron porqueCristo resucitara a los muertos. Cuánta gente (la inmensamayoría) le escuchó hablar así, le oyó decir aquellas palabras,le vio hacer aquellos milagros, y el acontecimiento no tuvolugar para ellos”». En este punto, don Giussani se preguntapor qué creyeron entonces los primeros discípulos de Jesús:«“Creyeron por una presencia. […] Una presencia con unrostro bien preciso, una presencia rica de palabra, es decir,

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llena de propuesta, de significado”. No toda persona o reali-dad es presencia, continúa Giussani; lo es “solo en cuantotiene algo de imprevisto o imprevisible, es decir, cuando llevaconsigo una novedad radical” […]; en efecto, “el cristianismonació como anuncio: la experiencia de una novedad irreduc-tible”» (ibídem, pp. 434-435).

Tratemos de identificarnos con don Giussani: habría po-dido hacer como si en el 68 no hubiese ocurrido nada y seguirsu camino sin más. Pero no lo hizo. ¿Por qué? Porque para él«las circunstancias», como siempre nos hemos dicho, son«factor esencial» de la vocación. La circunstancia en la queuno toma posición frente a todo el mundo «es importantepara la definición misma del testimonio» (L. Giussani, Elhombre y su destino. En camino, Encuentro, Madrid 2003, p.61). Él aceptó la llamada a la conversión que procedía de larealidad y se mostró disponible para cuestionarse sin perma-necer apegado a las formas del pasado. Como hizo desde elprincipio. Para comunicar la novedad cristiana había insistidoen ciertas cosas que no formaban parte del modo habitualque tenía la Iglesia ambrosiana de comunicar la fe: por ejem-plo, el reclamo a la experiencia, y por ello a la necesidad deuna verificación, o juntar en los radios a chi-cos y chicas. Cuanto más apegado estaba a loesencial, tanto más libre era con respecto a lasformas. Por eso nos testimonió lo que nos re-cordó el Papa Francisco el 7 de marzo del añopasado en Roma, es decir, que «el cristianismono se realiza jamás en la historia como unconjunto fijo de posiciones que defender, quese relacionan con lo nuevo como pura antíte-sis; el cristianismo es principio de redención,que asume lo nuevo salvándolo» (L. Giussani,Llevar la esperanza. Primeros escritos, Encuen-tro, Madrid 1998, p. 135).

Por eso yo atribuyo una importancia deci-siva a esta circunstancia que hemos atravesadoy que aún estamos atravesando, porque entodo lo que ha sucedido es crucial la defini-ción de nuestro testimonio. Todo el lío entorno al tema de las uniones civiles ha saltado justamente porel intento de algunos de definir en qué tiene que consistirnuestro testimonio ahora. Este es el motivo por el que se dis-cute, hasta llegar al enfrentamiento. Por eso no podemos se-guir adelante si no aclaramos esto hasta el fondo.

En mi opinión, la primera cuestión es aclarar qué es unjuicio, porque frecuentemente para nosotros juzgar equivalea tomar partido. Pero el Evangelio nos muestra que en mu-chas ocasiones Jesús hace juicios de tal modo que su formade ponerse ante las cuestiones no supone tomar partido.Pensemos en el episodio del tributo al César: quieren que seponga de un lado o del otro para encasillarlo. Jesús no ofreceun juicio que pueda satisfacer a aquellos que quieren obli-garle a decantarse por uno de los polos de la alternativa: oeres un colaboracionista romano si dices que hay que pagarel tributo al César; o eres anti romano si declaras que no hayque pagarlo. Jesús no toma partido por ninguno de los dos:«Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios»(Lc 20,25). En este episodio Jesús juzga la relación entre lapolítica y la religión, y su enigmática respuesta ha sido el

fundamento de una novedad irreductible a la hora de com-prender el papel del poder en la sociedad durante veinte si-glos. Él descoloca a los interlocutores también cuando seocupa de otras dimensiones elementales de la experiencia co-mún. Cuando habla del matrimonio, es decir, de la realiza-ción de los afectos, o cuando amonesta sobre la riqueza, esdecir, sobre el uso justo de los bienes materiales, no son solosus adversarios los que se quedan estupefactos. Incluso susdiscípulos se ven completamente superados por la originali-dad de su propuesta, casi escandalizados. Con respecto a laindisolubilidad del matrimonio, exclaman: «Si esa es la situa-ción del hombre con la mujer, no trae cuenta casarse» (Mt19,10); mientras que, en el segundo caso, al escuchar a Jesúsdecir que «más fácil le es a un camello pasar por el ojo deuna aguja que a un rico entrar en el reino de los cielos», «losdiscípulos dijeron espantados: “Entonces, ¿quién puede sal-varse?”» (Mt 19,24-25). Nadie puede negar que Jesús juzgaentrando de lleno en la cuestión, aunque de un modo dis-tinto a las expectativas de sus distintos interlocutores. Lopone de manifiesto el desconcierto de los que le escuchan.Para responder a la desproporción que los hombres advierten

ante su propuesta, Jesús se ve obligado a jugaruna carta que muestra la originalidad de supresencia frente a las actitudes reductivas desus adversarios y de sus mismos discípulos,que pretenden hacerle tomar partido: «Es im-posible para los hombres, pero Dios lo puedetodo» (Mt 19,26). De este modo revela de-lante de todos su autoconciencia, su identi-dad. ¡Podríamos continuar con hechos de estetipo hasta mañana!

Se pueden ofrecer juicios pertinentes que noimplican alinearse o no se reducen a una tomade partido. Con respecto al problema de lasuniones civiles, el juicio decisivo ha sido remi-tir al misterio del hombre considerado en suintegridad, que se expresa en la espera infinitadel corazón humano. Precisamente por esto elhombre real no encuentra paz, está inquieto, y

nunca podrá conformarse con una imagen reducida de res-puesta a su deseo. Solo si se ofrece un juicio hasta este puntose entra en lo concreto de la ley, porque se dice que dicha ley,se apruebe de un modo u otro, siempre será insuficiente pararesponder al deseo de infinito propio del hombre.

Frente a lo que ha sucedido todos hemos dado un juicioexplícita o implícitamente, a través de nuestro modo de mo-vernos y de la forma de nuestra respuesta. Al igual que en elintento de ofrecer un remedio a la enfermedad, el médico ex-presa cuál es su diagnóstico, del mismo modo cada uno denosotros ha podido ver qué juicio ha dado sobre el dramahumano que estaba detrás de la “cuestión” de la ley Cirinnà.Justamente por el juicio que he expresado sobre el hombre ysu naturaleza, creo que la única respuesta es Cristo. PeroCristo no definido de forma abstracta, sino como un encuen-tro vivo, como el de la samaritana en el pozo, como el en-cuentro del que habla don Giussani, porque «en una socie-dad como esta no se puede crear algo nuevo si no es con lavida» («Movimento, “regola” di libertà», a cargo de O.Grassi, CL Litterae communionis, n. 11/1978, p. 44). »

La situación queestamos viviendo es para nuestra

maduración, pero estono ocurre de forma

mecánica. Por tanto,hace falta que nosimpliquemos para

poder comprenderla ynos dejemos desafiarpor ella. Cada uno denosotros debe realizar

una verificación

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Cristo no es una parte de la solución, sino la única solu-ción en la que creo. Solo si entendemos esto podremos en-tonces desacralizar en cierto modo la tentativa legisladora yabrir un espacio de encuentro y de diálogo incluso para lospolíticos. Volveré luego sobre este punto.

UNA PRESENCIA REACTIVA

Si miramos nuestra historia, la forma en que se afrontó laprovocación del 68 es un ejemplo evidente de lo que estamosdiciendo. Don Giussani formuló un juicio que propuso una yotra vez de forma incansable, y que no identificó con una delas posiciones que estaban en juego. Él cuestionó no solo elintento marxista, sino también nuestro intento de respuesta aldesafío que representaba el marxismo. ¿Por qué esta compara-ción entre la situación actual y el 68? Porque, como ha subra-yado el cardenal Scola, «la confrontación con la revolución se-xual [que estamos viviendo ahora] es un desafío no inferior alque supuso la revolución marxista» («Il no ai divorziati resta,ma non è un castigo, e sugli omosessuali la Chiesa è statalenta», entrevista a cargo de Paolo Rodari, la Repubblica, 12octubre 2014, p. 19): son variantes de la misma cuestión, dosintentos de salvarse con las propias fuerzas.

¿Qué juicio hizo Giussani sobre el cariz que había asumidonuestro intento de responder al desafío del 68? Dijo quehabíamos respondido asumiendo el mismo criterio de juicioque tenían aquellos a los que criticábamos, replicando elmodo de pensar de los demás. Con esto no estaba desde luegoequiparando el marxismo con nuestro intento de respuesta,sino que estaba juzgando ambos intentos como hijos de lamisma matriz cultural, porque la respuesta que el movi-miento daba al 68 en los primeros años 70 aceptaba el terrenode juego definido por el marxismo. «El éxito […] del Palalidoestuvo […] en el origen de un equívoco que estaría destinadoa ejercer durante cierto tiempo un influjo no del todo positivoen la vida y en el desarrollo del movimiento. En efecto, en la

onda de ese éxito la actividad de los dirigentes de Comunióny Liberación comenzó a orientarse por entero a demostrar yponer en práctica los valores positivos que podía haber en lamanera cristiana de afrontar la temática que el 68 habíapuesto de manifiesto. En otras palabras, nos empeñábamosciertamente en plantear lo específico del hecho cristiano, perosolo dentro de los límites de un horizonte previamente deter-minado por otros» (L. Giussani, El movimiento de Comunióny Liberación. 1954-1986, Encuentro, Madrid 1987, p. 133).

Don Giussani reconocía la exigencia de verdad que había enel marxismo, porque «el marxista expresaba también una exi-gencia del corazón, tal vez confusa, oscurecida, dilapidada porun discurso ideológico» (In cammino. 1992-1998, BUR, Milán2014, p. 216); pero justamente porque reconocía la verdad dela exigencia que se hallaba detrás de esa tentativa ideológica,percibía con agudeza la insuficiencia de nuestra propuesta.Por tanto, si no comprendemos hasta el fondo cuál es la exi-gencia que se agita dentro de lo que sucede hoy, tambiénnuestra tentativa –como entonces– estará reducida, y seráinadecuada nuestra pretendida respuesta.

Por eso en 1972, poco después de los eventos en cuestión,se para a juzgar la sacudida del 68 y afirma que en aquel mo-mento se intentó superar «el desconcierto con una voluntadde intervenir, de actuar, de obrar, […] lanzándonos de cabezadetrás del mundo» (L. Giussani, «La larga marcha de la ma-durez», Huellas-Litterae communionis 3/2008, p. 36), con unesfuerzo y una pretensión de cambiar las cosas con nuestraspropias fuerzas, exactamente como los demás. En 1993 donGiussani vuelve a afirmar retrospectivamente el mismo juiciode aquellos años: «Estábamos movidos por el impulso de ha-cer, de conseguir realizar, de ofrecer respuestas y operacionesen las que pudiésemos demostrar a los demás que actuandosegún los principios cristianos lo hacíamos mejor que ellos.Solo así conseguiríamos también nosotros tener una patria»(In cammino. 1992-1998, op. cit., p. 219). Haber aceptado el

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Simon Mazière, La Piedad.

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terreno definido por los demás produjo una grandísima mo-vilización, pero también consecuencias imprevisibles. ¿Quéconsecuencias? Sin que nos diésemos cuenta, se produjo «elpaso de una matriz a otra, [del cristianismo al moralismo][…] haciendo lo más abstracto posible el discurso y minimi-zando la experiencia en la que se participaba antes». De estemodo, «se obró una reducción o una banalización del espe-sor histórico del hecho cristiano, […] minimizando su al-cance histórico, “disolviéndolo”, restándole toda su incidenciahistórica». Porque esto es lo que nos parece muchas veces anosotros: que el hecho cristiano en cuanto tal carece de inci-dencia histórica. Consecuentemente, como no tiene inciden-cia, debemos movilizarnos y hacer otra cosa para responder ala situación. Esto tuvo tres consecuencias, que don Giussanidescribe así: 1) «“Una concepción eficientista del compro-miso cristiano, con tintes de moralismo”. Algo más que tin-tes: ¡una completa reducción a moralismo!». El cristianismocambia de rostro: en vez de ser un hecho, se convierte en unmoralismo, una ética. En esto se ve la reducción que se ha lle-vado a cabo de lo que es el hombre, porque uno que ha en-tendido que el hombre es deseo de infinito no pretendedesde luego resolver el problema con la ética. Cuando unotrata de responder con el moralismo, quieredecir que ya ha reducido al hombre. 2) «Laincapacidad para dotar al discurso de digni-dad cultural, para madurar la propia expe-riencia cristiana hasta que se convierta en unjuicio crítico y sistemático, y por tanto, en su-gerencia de modalidad de acción», motivopor el cual no nace una cultura distinta, sinoque se propone la misma cultura moralistapropia del marxismo: «Ahora voy yo a ponerlas cosas en su sitio»; 3) «La infravaloraciónteórica y práctica de la experiencia de la auto-ridad» (L. Giussani, «La larga marcha de lamadurez», Huellas-Litterae communionis, op.cit., pp. 37-39).

Decidme vosotros si no está claro el juiciode don Giussani: «Lo que dominó en el desconcierto generalfue un lanzarse de cabeza detrás del mundo. Nuestra historia,sus contenidos y sus valores, fueron minimizados, interpreta-dos lo más posible de manera abstracta, como excluidos de lavida concreta, vaciados de su capacidad de incidir sobre lacontingencia histórica y, por tanto, ajenos a una verdadera en-carnación». ¿Y cómo define este intento? Afirma él mismo alreferirse a la actitud global de los que promovieron y partici-paron en el movimiento del 68: «Es la ingenuidad de conside-rarme “medida de todas las cosas”, es la simpleza del hombreque piensa: “Ahora voy yo a poner las cosas en su sitio”. […]¡Qué melancolía! ¡Qué tristeza experimentamos enseguida ycómo se agravó con el paso de los años!» (ibídem, pp. 35,38).

Es una ingenuidad, una presunción de la que tambiénnosotros hemos participado y participamos, identificada re-cientemente por el Papa Francisco en su discurso en el Con-greso de la Iglesia italiana en Florencia, cuando habla de latentación pelagiana: «Ella empuja a la Iglesia a no ser hu-milde, desinteresada y bienaventurada. Y lo hace con la apa-riencia de un bien. El pelagianismo nos conduce a poner laconfianza en las estructuras, en las organizaciones, en las

planificaciones perfectas, siendo abstractas. A menudo noslleva también a asumir un estilo de control, de dureza, denormatividad. La norma da al pelagiano la seguridad desentirse superior, de tener una orientación precisa. Allí en-cuentra su fuerza» (Francisco, Discurso en el encuentro conlos representantes del V Congreso nacional de la Iglesia Ita-liana, Florencia, 10 noviembre 2015).

Se trata de una reducción del cristianismo. «Así es comonace», observa don Giussani, «el “discurso” sobre los valoresmorales, porque el discurso acerca de los valores morales im-plica la idea subyacente de que el remedio contra la disolu-ción viene de la fuerza de la imaginación y de la voluntad delhombre» (L. Giussani, «Es siempre una gracia», en Está, por-que actúa, Encuentro, Madrid 1994, pp. 59-61). Puede ser unaley, puede ser una movilización de masas o cualquier otracosa que podamos imaginar. Esta es la corrección radical dedon Giussani. ¿Y cuál es la razón última de esta actitud acu-sada por don Giussani? «Es una inseguridad existencial, es unmiedo de fondo, lo que nos hace concebir como punto deapoyo, como razón de nuestra consistencia las cosas que hace-mos en el ámbito cultural y organizativo» (Uomini senza pa-tria. 1982-1983, BUR, Milán 2008, p. 97), lo que nos hace de-

cir que algo tenemos que hacer.Con esta serie de observaciones, repartidas

a lo largo de los años, ¿qué es lo que está juz-gando don Giussani? Una cierta forma depresencia colectiva del movimiento como tal.No está juzgando a uno u otro. Por ello la dis-cusión que se ha desencadenado en estas se-manas sobre la cuestión del testimonio, indi-vidual o comunitario, distrae, porque laverdadera cuestión es el contenido del testi-monio, ya sea individual o comunitario, por-que el testimonio, cuando es tal, es siemprepúblico. Don Giussani está juzgando el conte-nido último de nuestra presencia y de nuestraacción, que había sido reducida a moralismo,a promoción o demostración de valores cris-

tianos. Por eso, hablando a los universitarios, afirma en 1982que «es como si el movimiento de Comunión y Liberación,desde los años 70 en adelante, hubiese trabajado, construidoy luchado sobre los valores que Cristo ha traído, mientrasque el hecho de Cristo para nosotros, para nuestras personasy para todos los que han hecho CL con nosotros, “hubiesecaminado por una vía paralela”» (ibídem, p. 56).

Lo que don Giussani estaba desenmascarando era un tipode presencia pública como resultado de un moralismo impe-rante, dominante; una presencia colectiva fruto de una «inse-guridad existencial». A esto le hemos dado muchas veces, deforma indebida, el nombre de «presencia» (en su sentido ori-ginal). Por eso don Giussani nos dice: «Mientras que el cris-tianismo consista en sostener dialéctica e incluso práctica-mente los valores cristianos, encontrará espacio y acogida encualquier sitio. Pero ahí donde el cristiano es un hombre queanuncia en la realidad humana, histórica, la presencia perma-nente […] de Dios que se ha hecho Uno entre nosotros, quees objeto de experiencia […], que determina de forma activacomo horizonte total, como el amor último […], [es decir] lapresencia de Cristo como centro de la forma de mirar, de »

Con respecto a las uniones civiles,

el juicio decisivo ha sido remitir al

misterio del hombreconsiderado en su

integridad. El hombrereal nunca podrá

conformarse con unaimagen reducida de

respuesta a su deseo

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concebir y de afrontar la vida, como sentido de toda ac-ción, como fuente de toda la actividad del hombre en su tota-lidad, es decir, de la actividad cultural del hombre, el hombreque hace esto no tiene patria» (ibídem, p. 90). Lo mismo quesucede hoy: si redujésemos el cristianismo a la afirmación dia-léctica de valores cristianos, tendríamos una patria.

UNA PRESENCIA ORIGINAL

¿Por qué insiste tantas veces y durante tanto tiempo donGiussani en corregir nuestra actitud? La nuestra no puedeser una presencia reactiva, que tome partido simplementepor unos o por otros, sino que tiene que llegar a ser unapresencia original, porque «una presencia reactiva […]tiende a imitar lo que dicen y hacen los demás […] (escomo jugar en su terreno, aceptar las condiciones de la luchaque ellos establecen)», es decir, aceptar el campo que otrosdefinen. «Hace falta, pues, una presencia original» (L. Gius-sani, De la utopía a la presencia. 1975-1978, Encuentro, Ma-drid 2013, p. 58). Esto es muy distinto de alinearse, y noquiere decir no tomar posición: ¡significa tomar una posi-ción distinta y en ningún sentido retirarse a las sacristías!

Un juicio original, una presencia original es irreductible ala lógica de los posicionamientos, aun en-trando en lo específico, hasta llegar a los deta-lles. En el encuentro con los universitariosque tuvo lugar en Riccione en 1976, donGiussani describió en qué consiste una pre-sencia original: «Una presencia es originalcuando brota y encuentra su consistencia enuna identidad consciente y en el afecto a ella.[…] Nuestra identidad es la identificación conCristo» (ibídem, pp. 58-59). ¿Por qué es nece-saria una presencia original? Precisamentepor la situación histórica del hombre, que laIglesia ha tenido constantemente ante losojos, porque no se perciben con claridad lasevidencias elementales de la vida. Dice el Ca-tecismo de la Iglesia Católica: «Los preceptosde la ley natural no son percibidos por todos, sin dificultad,con firme certeza y sin mezcla alguna de error. En la situa-ción actual, la gracia y la revelación son necesarias al hombrepecador para que las verdades religiosas y morales puedanser conocidas “de todos y sin dificultad, con una firme cer-teza y sin mezcla de error”» (Catecismo de la Iglesia Católica,n. 1960). Esto resulta hoy cada vez más evidente, pero toda lahistoria de la Iglesia documenta tal percepción de la condi-ción del hombre. ¿Cómo podemos pensar que podemosofrecer una contribución para solucionar las dificultades delhombre de hoy sin ser conscientes de la dramaticidad de susituación histórica? Si Cristo no despierta al hombre, si nodespierta en él la conciencia plena de lo que es, no es posibleque el hombre llegue por sí mismo a conocer con claridad einmediatez las evidencias elementales. Y somos nosotros losque deberíamos comprenderlo bien, porque nadie estaríaaquí si no le hubiese sucedido esto.

Entonces, ¿qué puede responder a esta situación? Comodecía antes, en nuestra forma de responder mostramos sihemos comprendido verdaderamente de qué se trata, y si eldiagnóstico del problema es adecuado. Cuando Giussani in-

siste en el hecho de que ante el desafío actual lo único quetenemos es «Juan y Andrés», el encuentro de Juan y Andréscon Jesús, ¿está diciendo algo espiritualista? Cuando afirmaque «la persona vuelve a hallarse a sí misma en un encuen-tro vivo» (L’io rinasce in un incontro. 1986-1987, BUR, Milán2010, p. 182), ¿está dando una respuesta intimista al pro-blema del hombre? Es lo que con frecuencia decimos o pen-samos: «Sí, eso está bien, ya lo sabemos, pero ahora entre-mos en lo concreto de los temas». Pero, ¿acaso puede unhombre aclararse prescindiendo de un encuentro? Gracias aun encuentro brotan una percepción completa de sí, unaconciencia y una creatividad nuevas, que impregnan todoslos ámbitos de la vida personal y social.

Precisamente porque era consciente de la situación histó-rica, don Giussani consideró que en un contexto como el delos años 70 no resultaba útil el referéndum sobre el divorcio,como él mismo afirma en la entrevista con Robi Ronza: «Lainvitación de monseñor Bartoletti fue aceptada por nosotros[…] por obediencia a la autoridad eclesiástica. Pues por suparte CL no estaba de hecho plenamente de acuerdo en lautilidad de una iniciativa semejante en aquellascircunstancias» (El movimiento de Comunión y Liberación,

op. cit., p. 134). Y no porque hubiese cam-biado la idea que tenía acerca del matrimo-nio, sino porque, si uno entiende cuál es lanaturaleza del problema, puede considerarque ciertas iniciativas no son útiles si se dandeterminadas circunstancias. Giussani no sehabía vuelto relativista o laicista de repente,hasta el punto de poner en duda la importan-cia de la defensa pública del matrimonio ymucho menos la doctrina que la Iglesia tienesobre él. El suyo era un juicio histórico. Él fueel primero en comprender que algo estaba su-cediendo en la sociedad. Y por eso, en losaños 50, justamente para responder al desafíoque veía surgir, había creado el movimiento.

Solo si caemos en la cuenta de la situaciónpodremos comprender de forma realista cuál es nuestro papelen el mundo. Esto es justamente lo que significa entrar en loconcreto de la cuestión: dar un juicio, formular un diagnós-tico adecuado a la situación histórica concreta del hombre.

En 1998, hacia el final de su vida, don Giussani vuelve nue-vamente sobre estas cosas. Cuando alguien le pregunta: «¿Porqué un movimiento como el nuestro insiste tanto en el yo, ypor qué solo ahora esta insistencia?», él responde: «¡El iniciodel movimiento estaba dominado por el problema de la per-sona!» (In cammino. 1992-1998, op. cit., pp. 337-338). Peromuchas veces esto nos parece insuficiente, mientras que paradon Giussani es lo único adecuado: «En efecto, cuando se es-trecha a nuestro alrededor el cerco de una sociedad adversahasta amenazar la vivacidad de nuestra presencia, y cuandouna hegemonía cultural y social tiende a penetrar en nuestrocorazón y agrava nuestras habituales vacilaciones, entonceses que ha llegado el tiempo de la persona». Y, ¿qué es la per-sona? ¿Dónde está su consistencia? Porque, en última ins-tancia, esta es la pregunta decisiva. «En una situación endonde todo es arrancado del tronco y reducido a unmontón de hojas secas, lo que urge para que la persona

La verdadera cuestiónes el contenido

del testimonio, ya sea individual o

comunitario, porqueel testimonio, cuando

es tal, es siemprepúblico. Don Giussani

está juzgando elcontenido último

de nuestra presenciay de nuestra acción

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sea es la autoconciencia, una percepción de sí clara y amorosa,llena de la conciencia de su propio destino y, por tanto, capazde afecto verdadero a uno mismo, liberada de la obtusa ins-tintivdad del amor propio. Si perdemos esta identidad nadanos aprovecha» («È venuto il tempo della persona», a cargo deL. Cioni, Litterae Communionis CL, n. 1/1977, pp. 11-12). Pre-cisamente porque vivimos en una sociedad como la que todosconocemos, una sociedad absolutamente plural, el únicofreno al poder es un yo cuya conciencia le permita vivir eneste contexto sin sucumbir a las seducciones del poder.

Nosotros, como dice el Papa Francisco, «venimos de unaacción pastoral […] donde la Iglesia era la única referenciade la cultura. […] Es nuestra herencia […]. Pero ya no esta-mos en esa época. Ha pasado [nos guste o no]. No estamosen la cristiandad, ya no. Hoy ya no somos los únicos queproducen cultura, ni los primeros, ni los más escuchados.Necesitamos, por lo tanto, un cambio de mentalidad pasto-ral […] porque el hombre, la mujer, las familias y los diver-sos grupos que viven en la ciudad esperan de nosotros, y lonecesitan para su vida, la Buena Noticia que es Jesús y suEvangelio» (Francisco, Discurso a los participantes en el Con-greso Internacional de Pastoral de las Grandes Ciudades, 27noviembre 2014, 1). Esto no significa ceder al relativismo,sino reconocer que la situación ha cambiado.

¿De qué depende que el hombre de hoy pueda comprender?Solo de que nosotros podamos testimoniar la fe, personal ocomunitariamente, de modo convincente, como decía el car-denal Ratzinger en 2003: «Se trata del hombre, del mundo. Yes evidente que ambos no pueden salvarse si Dios no es pre-sentado de manera convincente. Nadie puede arrogarse laidea de conocer con seguridad el camino para resolver esta si-tuación difícil. Tal cosa no es posible, porque en una sociedad

libre la verdad no puede buscar otros medios para imponersesi no es precisamente la fuerza de la convicción. Pero la con-vicción, en medio de la gran multitud de impresiones y exi-gencias que acosan al hombre, se va formando solo con difi-cultad» (Fe, verdad y tolerancia, Sígueme, Salamanca 2005, p.128). Y en otro texto propone un ejemplo para explicar supensamiento: «Permítaseme […] expresarme con un ejemploque muestra lo dramático de la cuestión. La controversia so-bre el crucifijo en las escuelas […]. Si nosotros ya no tenemosla capacidad para comprender y defender el hecho de que nopodemos renunciar a signos como el de la cruz, entonces elcristianismo se convierte en algo a lo que podemos renunciar.[…] Por ello el cristianismo debe estar a favor de estos signospúblicos […]. Pero ellos pueden subsistir mientras los sos-tiene la fuerza de una convicción pública. Esta es nuestra ta-rea. Si no estamos persuadidos, y no somos capaces de per-suadir, no tenemos tampoco el derecho de exigir unreconocimiento público. Entonces ya no somos indispensa-bles, tenemos que entregar las armas. Pero entonces privamosa la sociedad, con nuestra falta de convicción, de lo que es ob-jetivamente indispensable para ella: las bases espirituales de suhumanidad y de su libertad. La única fuerza con la que el cris-tianismo puede hacerse valer públicamente es en última ins-tancia la fuerza de su verdad íntegra. Sin embargo, esta fuerzaes hoy tan indispensable como siempre, porque sin verdad elhombre no puede sobrevivir. Esta es la esperanza segura delcristianismo. Este es su inmenso desafío y exigencia para cadauno de nosotros» (J. Ratzinger, «Orientamento cristiano nellademocrazia pluralistica?», en Chiesa, ecumenismo e politica,Edizioni Paoline, Cinisello Balsamo 1987, pp. 205-206).

Puesto que no existe relación con la verdad que no pase através de la libertad, el desafío es testimoniar la verdad »

Thomas Boudin, Las tres mujeres en el sepulcro.

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íntegra del cristianismo de modo que pueda persuadir alos demás de su pertinencia a las exigencias de la vida, porquede otro modo será difícil convencer a las personas. Por estemotivo don Giussani siempre ha señalado las tres dimensio-nes esenciales del anuncio cristiano, entendidas como «el as-pecto de apertura hacia la realidad total que muestra un gestohumano al realizarse. Es lo que permite que se ponga de re-lieve el sentido último de una empresa humana. Las dimen-siones representan, pues, las vertientes más importantes de ungesto, las que miden (cf. “dimetior” en latín) el valor del gesto,las que ponen en práctica todas sus potencialidades» (L. Gius-sani, El camino a la verdad es una experiencia, Encuentro, Ma-drid 1997, p. 22). Volveremos en otro momento sobre la edu-cación integral que desarrolla estas dimensiones, teniendopresente que esta solo es posible si vuelve a suceder un en-cuentro, por tanto una novedad original que amplíe la razóny dilate el afecto, conciliándolos en una propuesta capaz decambiar todos los dinamismos humanos, hasta llegar a gene-rar una personalidad nueva. De hecho, la criatura nueva im-plica «que nos mantengamos contemporáneos al aconteci-miento que lo produce y continuamente lo sostiene. Ya queese origen no es una idea sino un lugar, una realidad viviente,el criterio nuevo para juzgar solamente resultaposible manteniéndose en relación continuacon esa realidad, es decir, con la compañía hu-mana que prolonga en el tiempo el Aconteci-miento inicial» (L. Giussani – S. Alberto – J.Prades, Crear huellas en la historia del mundo,Encuentro, Madrid 1999, p. 75).

Cada uno debe verificar la eficacia delmodo con el que se pone ante la realidad,observando si una reducción del cristianismoa discurso o a cultura, a ética o a valores,desenganchados de la irreductible novedadde un encuentro, es capaz de convencer auna persona para que cambie de posición.En el 68 don Giussani aprendió justamenteque no bastaba un buen curso de antropolo-gía, que no bastaban una buena teología o la ética. Por eso,ahora igual que entonces, la circunstancia en la que tenemosque vivir es una ocasión clamorosa para comprender qué esel cristianismo. Escribe Juan Pablo II en la Veritatis splendor:«Esta obra de la Iglesia encuentra su punto de apoyo –su se-creto formativo– no tanto en los enunciados doctrinales y enlas exhortaciones pastorales a la vigilancia, cuanto en tenerla mirada fija en el Señor Jesús. La Iglesia cada día mira conincansable amor a Cristo, plenamente consciente de quesolo en él está la respuesta verdadera y definitiva al pro-blema moral. […] Urge recuperar y presentar una vez másel verdadero rostro de la fe cristiana, que no es simplementeun conjunto de proposiciones que se han de acoger y ratifi-car con la mente, sino un conocimiento de Cristo vividopersonalmente, una memoria viva de sus mandamientos,una verdad que se ha de hacer vida (Carta encíclica Veritatissplendor, 1993, 85 y 88), es decir, una experiencia que se hade comunicar.

Si nosotros no vamos hasta el fondo de todas estas cosas, nopodremos proponer algo original. Nos limitaremos a repetiralguna de las formas reducidas de entender el cristianismo.

Es como si hoy nos viéramos todavía en la necesidad deaprender esa mirada que el Concilio Vaticano II ha introdu-cido en la Iglesia de Dios. Y es significativo que las personas,cuando se ven afrontando desafíos como el actual, se topencon textos que adquieren un valor para todos. Más de uno meha enviado la Alocución de Pablo VI en la última sesión públicadel Concilio, en diciembre de 1965. A continuación os pro-pongo algunos pasajes de dicha alocución: «Tal vez nuncacomo en esta ocasión ha sentido la Iglesia la necesidad de co-nocer, de acercarse, de comprender, de penetrar, de servir, deevangelizar a la sociedad que la rodea y de seguirla; por decirloasí, de alcanzarla casi en su rápido y continuo cambio. Esta ac-titud, determinada por las distancias y las rupturas ocurridasen los últimos siglos, en el siglo pasado y en este particular-mente, entre la Iglesia y la civilización profana, actitud inspi-rada siempre por la esencial misión salvadora de la Iglesia, haestado obrando fuerte y continuamente en el Concilio, hasta elpunto de sugerir a algunos la sospecha de que un tolerante yexcesivo relativismo ante el mundo exterior, ante la historiaque pasa, ante la moda actual, ante las necesidades contingen-tes, ante el pensamiento ajeno, haya estado dominando a per-sonas y actos del Sínodo ecuménico a costa de la fidelidad de-

bida a la tradición […]. La Iglesia del Concilio,sí, se ha ocupado mucho, además, de sí mismay de la relación que la une con Dios, del hom-bre tal cual se presenta hoy en realidad: delhombre vivo, del hombre enteramente ocu-pado de sí, del hombre que no solo se hace elcentro de todo su interés, sino que se atreve allamarse principio y razón de toda la realidad.Todo el hombre fenoménico, es decir, cubiertocon las vestiduras de sus innumerables apa-riencias, […] el hombre trágico en sus propiosdramas, el hombre superhombre de ayer y dehoy y, por lo mismo, frágil y falso, egoísta y fe-roz; luego el hombre descontento de sí, que ríey que llora; el hombre versátil, siempre dis-puesto a declamar cualquier papel»; es decir, el

hombre no en abstracto, sino el hombre concreto tal como sepresenta históricamente a los ojos de la Iglesia.

Continúa Pablo VI: «El humanismo laico y profano haaparecido, finalmente, en toda su terrible estatura y, en uncierto sentido, ha desafiado al Concilio. La religión del Diosque se ha hecho hombre se ha encontrado con la religión(porque tal es) del hombre que se hace Dios. ¿Qué ha suce-dido? ¿Un choque, una lucha, una condenación? Podría ha-berse dado, pero no se produjo. La antigua historia del sama-ritano ha sido la pauta de la espiritualidad del Concilio. Unasimpatía inmensa lo ha penetrado todo. El descubrimientode las necesidades humanas (y son tanto mayores cuantomás grande se hace el hijo de la tierra) ha absorbido la aten-ción de nuestro Sínodo. […] Una corriente de afecto y deadmiración se ha volcado del Concilio hacia el mundo mo-derno […]. El magisterio […] ha bajado […] al diálogo con[el mundo] […], ha adoptado la voz fácil y amiga de la cari-dad pastoral […], no se ha dirigido solo a la inteligencia es-peculativa, sino que ha procurado expresarse también con elestilo de conversación corriente de hoy, a la cual el recurso ala experiencia vivida y el empleo del sentimiento cordial

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Para don Giussani el diálogo no era unadialéctica. «Diálogo

es comunicar lapropia existencia

a otra existencia: escomunicar la propiavida personal a otrasvidas personales através de los signos

de las palabras, de losgestos, de la actitud»

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confieren una vivacidad más atractiva y una mayor fuerzapersuasiva; ha hablado al hombre de hoy tal cual es. Otracosa debemos destacar aún: toda esta riqueza doctrinal seorienta en una única dirección: servir al hombre. Al hombreen todas sus condiciones, en todas sus debilidades, en todassus necesidades. La Iglesia se ha declarado casi la sirvienta dela humanidad» (Alocución durante la última Sesión Públicadel Concilio Ecuménico Vaticano II, 7 diciembre 1965).

A pesar de que han transcurrido cincuenta años, somos to-davía invitados por este llamamiento del Concilio a tener unasimpatía y un afecto por el hombre concreto, a bajar a dialo-gar con cualquiera, sabiendo perfectamente que para ser per-suasivos no basta con repetir la doctrina, sino que se necesitauna experiencia vivida. Tenemos que ser los primeros encomprenderlo, porque don Giussani empezó el movimientojustamente con esta mirada, con ese deseo de diálogo. Lo ve-mos muy bien en el planteamiento que dio al fenómeno delradio: «El radio es diálogo». Para don Giussani el diálogo noera una dialéctica o una «discusión» que nacía «del merogusto de expresarse, de una curiosidad o del orgullo de afir-marse uno mismo», sino que era «contacto de experiencias».El radio –prosigue– es «participar en la experiencia de quienhabla, y es contar la propia experiencia». Ytambién: «Diálogo es comunicar la propiaexistencia a otra existencia: es comunicar lapropia vida personal a otras vidas personales através de los signos de las palabras, de los ges-tos, de la actitud». No se limitaba a un inter-cambio de ideas, sino que se realizaba en to-dos los aspectos de la vida. «El diálogo–continúa don Giussani– es vida. Nuestro diá-logo está muy lejos de la concepción laicista,que lo ve como dialéctica, como enfrenta-miento más o menos lúcido de ideas y de me-didas mentales. Nuestro diálogo es un mutuocomunicarnos a nosotros mismos. En nuestrodiálogo el acento no se pone en las ideas sinoen la persona como tal, en la libertad. Nuestrodiálogo es una vida de la que las ideas son solo una parte» (L.Giussani en M. Busani, Gioventù Studentesca. Storia di un mo-vimiento cattolico dalla ricostruzione alla contestazione, obraque publicará próximamente la editorial Studium).

Si el diálogo no es una dialéctica, sino la comunicación deuna experiencia, la cuestión entonces es mirar la experienciaque hemos hecho en nuestro intento por verificar. Nadie po-drá convencerse si no realiza una verificación. No es la dis-cusión o la dialéctica lo que permite captar la verdad.Nosotros solo comprendemos la verdad cuando se pone demanifiesto en nuestra experiencia. Lo hemos dicho de mu-chos modos, recordando la parábola del hijo pródigo: el pa-dre no salió a convencer a su hijo para que se quedara encasa, tuvo que rendirse a su voluntad de vivir una experien-cia distinta, aun sabiendo que lo perdería durante algúntiempo. Solo a través de esa experiencia –como cada uno denosotros puede comprender por el camino que ha hecho– sehace evidente ante los ojos del hijo que el intento de solu-ción que había elegido para satisfacer su deseo de ser libreera absolutamente inadecuado. Tuvo que someter su intentoa la verificación de la experiencia.

Preguntado por el padre Antonio Sicari sobre cómo afron-tar el drama de una persona que se «desespera» en la droga,don Giussani responde: en primer lugar, es necesario «ayu-darle a reconocer que la situación en la que se ha refugiado esno solo desproporcionada, sino contraproducente con res-pecto a su misma exigencia desesperada de sentido, de felici-dad». Lo que significa ayudarle a reconocer la realidad. Pero,¿cómo hacerlo? «Esto exige de por sí una larga y paradójicapaciencia. Paradójica porque al principio es como tenerle que“permitir” la experiencia que ha hecho». ¡Es impresionante!No es que no se desee convencerle, pero la cuestión es: ¿cómose convence al hombre real del que habla el Concilio? O leatas a la silla –le obligas, lo que evidentemente es imposible–o bien, después de haberle dicho todo lo que debes, te vesobligado a “permitirle” la experiencia que trata de hacer. ¿Yqué razón aduce don Giussani? ¿Cuál es el motivo último deeste modo de actuar? Él sugiere comportarse así porque es «lomismo que hace Dios con el hombre». La verdadera razón deeste comportamiento no es una estrategia que él se saca no séde dónde, sino que es lo mismo que ha hecho Dios con elhombre. Desde el principio, por el hecho de que le ha creadolibre, no ha podido evitar permitirle al hombre que se com-

portara como quisiera. De no ser así, nos ha-bría matado a todos al primer error. «Dios hatenido la paciencia de decirnos –continúaGiussani– “haced lo que queráis”». ¿Y qué hahecho el hombre? «La torre de Babel» («Entre-vista a Monseñor Luigi Giussani», a cargo delpadre A. Sicari, en Communio. Strumento in-ternazionale per un lavoro teologico, n. 98-99,marzo-junio 1988, pp. 195-196). Desde esemomento hemos hecho de todo.

¿Y nosotros? Es como si quisiéramos evi-tarle al hombre el ejercicio de la libertad.Pero no podemos saltarnos el riesgo de la li-bertad: no porque ahora no esté de modaimponer algo a las personas, sino porqueDios nos ha hecho libres. El primero que

quiere respetar el método de Dios soy yo, somos nosotros.El verdadero desafío que tenemos ante nosotros es cómo

podemos ofrecer algo que sea más atractivo que lo que loshombres pueden elegir reduciendo el alcance de su deseo.Frente a cualquier propuesta –incluso la más potente comoes la de Jesús–, siempre está en juego la libertad, como nostestimonia el Evangelio: «Vino Juan el Bautista, que ni comepan ni bebe vino, y decís: “Tiene un demonio”; vino el Hijodel hombre, que come y bebe, y decís: “Mirad qué hombremás comilón y borracho, amigo de publicanos y pecado-res”» (Lc 7,33-34).

En este breve texto del Evangelio se pone de manifiesto elmétodo de Dios. Frente a una propuesta, también nosotrospodemos decidir seguir o interpretar. Esto sucede tambiéncuando nos damos una sugerencia para el camino. De he-cho, don Giussani decía del carisma: «Hay dos reglas funda-mentales para que el carisma sea vivido con una obedienciaque haga de él un movimiento capaz de comunicar la me-moria de Cristo y de dar testimonio de Él. Ante todo, la uni-dad como referencia real y determinante al punto original.Sin esta referencia real y determinante al punto donde se »

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¿Y nosotros? Es como si quisiéramos

evitarle al hombre el ejercicio de lalibertad. Pero no

podemos saltarnos elriesgo de la libertad:no porque ahora no

esté de moda imponeralgo a las personas,

sino porque Dios nos ha hecho libres

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origina el carisma, desaparece la obediencia y se recon-duce toda la cuestión al gran principio mundano y no cris-tiano de la interpretación; solo existe uno de estos dos ca-mino: o la obediencia o la interpretación. En la obedienciaafirmas algo que has encontrado, más grande que tú, de loque esperas tu salvación y de lo que esperas para ti una ver-dad y una capacidad de amor cada vez mayores. En la inter-pretación no haces sino afirmarte a ti mismo, afirmar tumedida, es decir, tu limitación y tus defectos. La obedienciahace florecer delante de una presencia más grande; la inter-pretación tiende a reducir incluso la presencia más generosay grande, más noble y rica, a nuestra medida mental, a loque nos parece a nosotros. Pero entonces ya no hay camino,hay solo discusión, presunción y división. La segunda carac-terística […] es la libertad. La libertad es responsabilidadpersonal, llena de inteligencia y de corazón, en la adhesión alhecho que se nos ha ofrecido, es la apertura al don de reco-nocer y de amar la gran presencia. Es la capacidad de aban-donar la propia medida discutible» (Occorre soffrire perché laverità non si cristallizzi in dottrina ma nasca dalla carne, Ejer-cicios Espirituales de la Fraternidad de Comunión y Libera-ción, pro manuscripto, Rímini 1989, pp. 48-49).

En el intento de seguir el carisma indicaría una gran sabi-duría por parte de todos tener presente la clara recomenda-ción del cardenal Scola: «Es oportuno evitar, por parte detodos, una deletérea tentación que se ha dado con frecuenciaen la historia de la Iglesia, de las órdenes religiosas y de losdistintos carismas. En la necesaria y continua identificación

con la experiencia y el pensamiento del fundador no hayque buscar confirmaciones para la propia interpretaciónconsiderada, incluso de buena fe, como la única adecuada.Esta posición genera interminables dialécticas y conflictosde interpretación que paralizan» (Homilía en la misa por elXI Aniversario de la muerte del siervo de Dios mons. LuigiGiussani, Duomo de Milán, 16 febrero 2016).

Esto quiere decir que cada uno de nosotros podrá adherirsede modo no formal solo si está dispuesto a hacer la verifica-ción de lo que se le propone, porque la realidad se vuelvetransparente en la experiencia, no en nuestros pensamientosni en nuestras dialécticas. Si estuviésemos dispuestos a seguirel método de la experiencia, practicado desde siempre pordon Giussani, esto nos ahorraría muchas discusiones inútiles.Es inútil forzar a las personas a hacer cosas si no han realizadouna verificación libremente, porque solo se crece viviendo.

Al darse cuenta de la situación, Giussani decía que «enuna sociedad como esta no se puede crear algo nuevo si noes con la vida: no hay estructura ni organización o iniciativaque se sostengan. Solamente una vida nueva y diferentepuede revolucionar estructuras, iniciativas, relaciones, todo»(«Movimento, “regola” di libertà», a cargo de O. Grassi, CLLitterae communionis, n. 11, noviembre 1978, p. 44). Lo ve-mos cada vez que nos contamos hechos y encuentros.

Cuando Giussani decía estas cosas era bien consciente de laincidencia del poder en la sociedad, y sabía muy bien dedónde podía partir un intento adecuado de responder. Porello, cuando Robi Ronza le pregunta «por qué no hay una

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Thomas Boudin, La Resurrección.

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gran movilización cultural en torno a tesis como la que acabade exponerme», responde: «Esto puede ser la tarea de estudio-sos y hombres de cultura; no necesariamente, en cambio, deun consistente sujeto social como ya es en Italia el MP [estáhablando del Movimento Popolare]. Más que movilizar a lagente en grandes debates sobre las formas de realizar el cam-bio, una realidad como el MP lo que tiene que hacer es con-tribuir activamente a crear las condiciones que hagan posibleel cambio. Cuando provienen de un sujeto social influyente,[de hecho], las movilizaciones culturales terminan por susci-tar alarma y provocar reacciones del orden establecido quecon frecuencia son bastante más fuertes que la toma de con-ciencia y la voluntad de actuar que provocan al contrariofuera de él. Por lo tanto, a efectos del cambio, terminan porser contraproducentes» (El movimiento de Comunión y Libe-ración. 1954-1986, op. cit., p. 172). Esto no significa en abso-luto dejar de vivir una presencia cultural y operativamentesignificativa en los ambientes concretos de la vida de los hom-bres. Nadie ha insistido tanto en la presencia en el ambientecomo don Giussani: y «el ambiente es allí donde está elmundo abierto: la escuela, el trabajo, la calle» (L’io rinasce inun incontro. 1986-1987, op. cit., p. 85). No setrata por tanto de retirarse, sino de llevar acabo una presencia original, de modo cadavez más verdadero y pertinente al contexto.Por eso tenemos que ayudarnos a compren-der qué contribución se nos pide en este mo-mento histórico y cómo podemos realizarla.

LEY CIVIL Y LEY MORAL

Uno de los mayores obstáculos para alcan-zar claridad ha sido la confusión entre ley ci-vil y moral en nuestros debates en torno a laley en discusión. Aclarar la relación entre laIglesia y el ámbito político puede aportar algode luz, al menos en algunos rasgos destaca-dos. A propósito de esto, dice Ratzinger, «si-gue siendo fundamental […] la afirmaciónde Cristo: “Dad a Dios lo que es de Dios y alCésar lo que es del César” (Mt 22,21). Esta afirmación ha in-troducido un giro radical en la historia de la relación entrepolítica y religión. Hasta entonces valía en general el axiomapor el que el político mismo era sagrado [el político y la reli-gión eran todo uno] […]. La mencionada afirmación de Jesúsha puesto fin a esta identificación de las pretensiones estatalesen relación a los hombres con la exigencia sagrada de la vo-luntad divina en relación al mundo. De este modo se cuestio-naba la antigua idea de Estado y es comprensible que el Es-tado antiguo viese en la negación de su carácter total unataque a los fundamentos mismos de su existencia, un ataqueque castigaba con la pena de muerte. Si era válida la afirma-ción de Jesús, en verdad el Estado romano ya no tenía posibi-lidad de sobrevivir. Sin embargo, al mismo tiempo es necesa-rio afirmar también que precisamente esta separación entreautoridad estatal y sagrada, la nueva dualidad contenida enella, representa el inicio y el fundamento persistente de la ideaoccidental de libertad. Porque desde entonces existen dos co-munidades recíprocamente ordenadas, pero no idénticas, yninguna de ellas tiene la característica de totalidad»; y por ello

puede existir espacio para la libertad. «De este modo, cadauna de las dos comunidades es limitada en su radio de accióny la libertad se basa en el equilibrio de este ordenamiento re-cíproco […]. En el Medievo y en los inicios de la edad mo-derna se llegó con frecuencia a una fusión de hecho entre Es-tado e Iglesia, fusión que deformó la exigencia de la verdad dela fe haciéndola aparecer como constricción y caricatura delauténtico intento […]. La separación de Iglesia y Estado […]es la condición fundamental para la libertad» (J. Ratzinger, Lavita di Dio per gli uomini. Scritti per Communio, n. 208-210,julio-diciembre 2006, Jaca Book, Milán 2006, pp. 212-213).

Por tanto, esta dualidad hace posible la libertad y esto re-percute después en las leyes. San Agustín subrayaba ya la di-ferencia entre la ley civil del Estado y la ley divina. Escribíaque es perfectamente comprensible que «la ley hecha paragobernar la ciudad permita y deje impunes muchas accionesque son en cambio condenadas por la ley divina […]; noporque [la ley civil] no haga todo se debe condenar lo quehace» (cf. San Agustín, De libero arbitrio, I,5,13). «En otraspalabras –escribe el padre Nello Cipriani–, aunque la ley civildeba inspirarse en la ley eterna de Dios, no tiene que coinci-

dir necesariamente con ella en todo, conde-nando o castigando todo aquello que es con-trario a la voluntad de Dios» (N. Cipriani, «Ilruolo della Chiesa nella società civile: la tra-dizione patristica», en AA.VV., I cattolici e lasocietà pluralista. Il caso delle “leggi imper-fette”, a cargo de J. Joblin - R. Tremblay, Ed.Studio Domenicano, Bolonia 1996, p. 144).

Al comentar este mismo pasaje agusti-niano, santo Tomás de Aquino escribe:«Como señala san Agustín, la ley humanano es capaz de castigar y de prohibir todaslas acciones malvadas: porque si quiesieseatacarlas todas, se eliminarían muchosbienes y quedaría comprometido el bien co-mún, necesario para el conjunto de loshombres. Por tanto, con el fin de que nin-guna culpa quedase sin castigar, era necesa-

ria la intervención de la ley divina, que prohíbe todos lospecados» (Summa Theologiae, I-II, q. 91, a. 4). La ley civiltiene un poder de coerción que no tiene la ley moral. Porello, en una sociedad en la que está vigente el principio delas dos comunidades, que es el origen del principio de liber-tad, no se puede pensar en imponer un tipo de ley a la queno se haya llegado a través del método propio de la socie-dad civil, es decir, primero se forman las convicciones en lasprácticas de vida y después, en los sistemas de gobierno de-mocráticos, el debate parlamentario entre los representan-tes elegidos por el pueblo.

Pero esto no vale solo para hoy, como recuerda el cardenalGeorges Cottier: «Los primeros legisladores cristianos [...]no abrogaron enseguida las leyes romanas tolerantes haciaprácticas no conformes [...] [a la moral de la Iglesia, porque]la Iglesia siempre ha percibido como lejana y peligrosa lailusión de eliminar totalmente el mal de la historia por la víalegal» (G. Cottier, «La politica, la morale e il peccato origi-nale» en M. Borghesi, Critica della teologia politica, Marietti1820, Génova 2013, pp. 302-303). »

UNA PRESENCIA ORIGINAL PÁGINAUNO

No se trata deretirarse, sino de llevara cabo una presencia

original, de modo cadavez más verdadero y

pertinente al contexto.Por eso tenemos que ayudarnos acomprender qué

contribución se nospide en este momento

histórico y cómopodemos realizarla

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Por eso, como escribe el padre Antonio Spadaro, alevitar «cuidadosamente reducir lo que es religioso al ámbitopolítico», el Papa Francisco «postula el fin de la época cons-tantiniana, rechazando radicalmente la idea de la realizacióndel reino de Dios sobre la tierra» («La diplomazia di Fran-cesco. La misericordia come processo politico», en La civiltàcattolica, I, 209-226/13 febrero 2016, pp. 215, 218). Esa épocaya ha pasado. Ni siquiera han podido resistir las leyes produ-cidas por la Revolución Francesa, que todavía conservabanuna inspiración cristiana. Precisamente en esta situaciónqueda todavía el espacio para una iniciativa. No es que notengamos que hacer nada. El problema es qué tenemos quehacer para atraer, convencer, entusiasmar con la fe hasta lle-gar a desafiar la libertad de las personas.

Y esto ofrece también el espacio para el trabajo de los políti-cos. Desde este punto de vista, es interesantísimo lo que Rat-zinger dijo en 1981: «El Estado no es la totalidad de la existen-cia humana [por esa separación a la que nos referíamos antes]y no abraza toda la esperanza humana. El hombre y su espe-ranza van más allá de la realidad del Estado y más allá de la es-fera de la acción política. [...] Esto aligera el peso al hombrepolítico y le abre el camino a una política ra-cional [aligera el peso porque de este modono depende todo de que un político consigaproponer una ley que lo resuelva todo, por-que la política no tiene esta finalidad] [...]. Elprimer servicio que hace la fe a la política espor tanto la liberación del hombre respecto ala irracionalidad de los mitos políticos, queson el verdadero riesgo de nuestro tiempo.Ser sobrios y realizar lo que sea posible [...]siempre ha sido difícil; la voz de la razónnunca es tan fuerte como el grito irracional.El grito que reclama las grandes cosas tiene lavibración del moralismo; limitarse a lo posi-ble parece en cambio una renuncia a la pa-sión moral, parece el pragmatismo de losmezquinos [para muchas personas esto es re-lativismo, es una cesión, una concesión].Pero la verdad es que la moral política consiste precisamenteen resistir a la seducción de las grandes palabras con las que seengaña a la realidad del hombre y a sus posibilidades. No esuna actitud verdaderamente moral lanzarse a la aventura porun moralismo, tratando de realizar por sí mismos las cosas deDios. Sí lo es en cambio la lealtad de quien acepta las medidasdel hombre y cumple, dentro de estas medidas, la obra delhombre. La verdadera moral de la actividad política no es laausencia de todo compromiso, sino el compromiso mismo»(Chiesa, ecumenismo e politica, op. cit., pp. 142-144).

Cada uno puede juzgar a la luz de estas palabras sus propiasreacciones y las de los demás frente a lo que está sucediendo.La actitud que Ratzinger indica a los políticos, ¿puede parecerquizá mezquina, no suficientemente a la altura de la moral yde lo que habría que hacer? Lo hemos visto también en el temadel proyecto de ley Cirinnà. Leamos lo que dijo la Congrega-ción para la Doctrina de la Fe en 2003: «Ante el reconoci-miento legal de las uniones homosexuales, o la equiparaciónlegal de estas al matrimonio con acceso a los derechos propiosdel mismo, es necesario oponerse» (Consideraciones sobre los

proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personashomosexuales, 3 junio 2003, 5). Estábamos en 2003. Y en 2007todos se habían opuesto a ambos proyectos sin discusión al-guna. Hoy se acepta el reconocimiento de los derechos civilesde las uniones de personas del mismo sexo sin la equiparacióncon el matrimonio hombre-mujer y eliminando la adopciónde niños. ¿Es esto mezquino? ¿Acaso la Iglesia se ha vuelto rela-tivista cuando dice que la eliminación de la adopción porparte de estas parejas del proyecto de ley sobre las uniones ci-viles es «una hipótesis correcta» (P. Parolin en P. Rodari, «LaChiesa teme “altri grimaldelli”», la Repubblica, 24 febrero 2016,p. 8), y por tanto un resultado aceptable, porque era lo que sepodía obtener siendo realistas? Esto no significa de hecho quehaya cambiado la moral de la Iglesia, como creen algunos. Elproblema es que, para reafirmar el valor del matrimonio, no sepuede recurrir a la coerción de la ley civil. Esto es lo que ha de-fendido la Iglesia: el testimonio de la belleza de la familia.

Un documento de la Congregación para la Doctrina de laFe recuerda, «como enseña Juan Pablo II en la EncíclicaEvangelium vitae a propósito del caso en que no fuera posi-ble evitar o abrogar completamente una ley abortista en vi-

gor o que está por ser sometida a votación,que “un parlamentario, cuya absoluta opo-sición personal al aborto sea clara y notoriaa todos, pueda lícitamente ofrecer su apoyoa propuestas encaminadas a limitar los da-ños de esa ley y disminuir así los efectos ne-gativos en el ámbito de la cultura y de lamoralidad pública”» (Nota doctrinal sobrealgunas cuestiones relativas al compromiso yla conducta de los católicos en la vida polí-tica, 2002, 4). ¡Limitar los daños! ¿Acaso esesto relativismo? El texto de la Evangeliumvitae prosigue: «En efecto, obrando de estemodo no se presta una colaboración ilícitaa una ley injusta; antes bien se realiza unintento legítimo y obligado de limitar susaspectos inicuos» (Carta encíclica Evange-lium vitae, 1995, 73).

Repito lo que he dicho al principio: una circunstanciacomo esta puede ayudarnos a comprender cuál es nuestratarea en el mundo. Seguramente no podremos evitar que seextienda una mentalidad hostil a los valores que ha traídoCristo ni que se multipliquen leyes que no nos satisfacen,pero nadie puede impedirnos usar todo el espacio de la vidapara testimoniar la belleza de la vida cristiana, con toda lariqueza de sus implicaciones culturales y operativas, po-niendo delante de todos una experiencia tan fascinante quepueda suscitar un interés en las personas con las que nos en-contramos. Esta es la verificación que individual y colectiva-mente estamos llamados a hacer. Y este es el motivo por elque don Giussani nos ha comunicado con insistencia el cris-tianismo como vida, una vida atractiva para todos. De he-cho, como afirma el Papa Francisco, «los cristianos tienen eldeber de anunciarlo sin excluir a nadie, no como quien im-pone una nueva obligación, sino como quien comparte unaalegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete desea-ble. La Iglesia no crece por proselitismo sino “por atracción”»(Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 2013, 14).

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No podremos evitarque se extienda una

mentalidad hostil a losvalores que ha traído

Cristo ni que semultipliquen leyes

que no nos satisfacen,pero nadie puede

impedirnos usar todoel espacio de la vida

para testimoniar la belleza de la vida

cristiana

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