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UNAS POCAS REFLEXIONES SOBRE BIOLOGÍA: Sin muerte, no existiría la vida 26 de marzo de 2015 a las 21:55 UNAS POCAS REFLEXIONES SOBRE BIOLOGÍA Sin muerte, no existiría la vida La vida, para existir, requiere necesariamente de la muerte como su más estrecha colaboradora. Es un proceso primordial que transcurre a cada instante en cada resquicio de cada individuo metazoario, los seres humanos incluídos. Recordemos la tan fundamental apoptosis o muerte celular programada, un proceso autocontrolado que alcanza a los componentes de todos los tejidos, permitiéndoles su correcto diseño, crecimiento y funcionamiento ordenados, así como eliminar oportunamente las células defectuosas. O el omnipresente metabolismo, consistente en último término en la interacción dinámica de dos vías contrapuestas, la anabólica (fase sintética) y la catabólica (fase analítica o destructiva). Y detengámonos por un instante en el interesante ejemplo del tejido óseo. Los huesos no podrían surgir y desarrollarse sin la participación -por un lado- de las células generadoras de la matriz ósea (el linaje de los osteoblastos y osteocitos), y por otra parte de sus antagonistas, los osteoclastos, que cumplen la función de resorción o reabsorción (destrucción o demolición) organizada del hueso, para permitir el crecimiento y rediseño del mismo. Y se podría seguir con muchísimos más ejemplos connaturales a los procesos vitales. Pero el concurso necesario de la muerte no solamente ocurre a cada instante en lo más íntimo de cualquier organismo vivo -al menos hasta aquí, también y a su modo en los propios seres unicelulares-, ello en tanto condición esencial del funcionamiento y supervivencia del individuo. Porque la propia muerte global, definitiva y final -el fallecimiento de cada individuo como un todo- también desempeña un rol positivo a largo plazo para las especies, en la medida en que la sucesión de las generaciones deja el camino libre para la emergencia de nuevos individuos portadores de mutaciones casuales, las mismas que provocarán bajo ciertas condiciones unos rasgos diferentes, los que luego estarán sujetos al escrutinio inexorable de la selección natural, brindando de tal modo -cada tanto- nuevas opciones potencialmente ventajosas a la especie. Así, la muerte de los individuos de cada generación abre paso a sus descendientes, a los sostenes novedosos del propio proceso evolutivo. Por ende, la muerte eliminando los viejos ejemplares -los que ya no están en condiciones de seguir legando sus genes-, es un recurso muy conveniente para el conjunto, al Público

Unas Pocas Reflexiones Sobre Biología: Sin muerte, no existiría la vida

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El artículo realiza consideraciones sobre el rol que desempeña la muerte a escala de los individuos así como a nivel de las especies biológicas. En el primer caso, considerando los procesos metabólicos de degradación de la sustancia viva al interior de las células, la apoptosis, la existencia de ciertas células especializadas en eliminar a otras células del propio organismo, no solamente por causas patológicas sino además en muchos casos como condición posibilitadora del la ontogenia, del crecimiento y el desarrollo de tejidos, órganos y funciones en cada individuo, etc. Por otro lado, a nivel de las poblaciones y en general de las especies, dando cuenta del rol que desempeña en la evolución biológica la muerte de los individuos, en tanto permite el relevo, la sucesión y reemplazo de las generaciones en tanto canteras proveedoras de innovación, de la variabilidad genética, la que será sometida permanentemente al escrutinio inexorable de la selección natural en función de las modificaciones del entorno. Todo ello se enmarca en una reflexión de carácter biológico, pero que lo trasciende con significativas consecuencias de tipo filosófico.

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UNAS POCAS REFLEXIONES SOBRE BIOLOGÍA: Sin muerte, no existiría la vida26 de marzo de 2015 a las 21:55

UNAS POCAS REFLEXIONES SOBRE BIOLOGÍA   

Sin muerte, no existiría la vida

 

La vida, para existir, requiere necesariamente de la muerte como su más estrecha

colaboradora. Es un proceso primordial que transcurre a cada instante en cada resquicio

de cada individuo metazoario, los seres humanos incluídos. Recordemos la tan

fundamental apoptosis o muerte celular programada, un proceso autocontrolado que

alcanza a los componentes de todos los tejidos, permitiéndoles su

correcto diseño, crecimiento y funcionamiento ordenados, así como eliminar

oportunamente las células defectuosas. O el omnipresente metabolismo, consistente en

último término en la interacción dinámica de dos vías contrapuestas, la anabólica (fase

sintética) y la catabólica (fase analítica o destructiva). Y detengámonos por un instante en

el interesante ejemplo del tejido óseo. Los huesos no podrían surgir y desarrollarse sin la

participación -por un lado- de las células generadoras de la matriz ósea (el linaje de los

osteoblastos y osteocitos), y por otra parte de sus antagonistas, los osteoclastos, que

cumplen la función de resorción o reabsorción (destrucción o demolición) organizada del

hueso, para permitir el crecimiento y rediseño del mismo. Y se podría seguir con

muchísimos más ejemplos connaturales a los procesos vitales.

 

  Pero el concurso necesario de la muerte no solamente ocurre a cada instante en lo más

íntimo de cualquier organismo vivo -al menos hasta aquí, también y a su modo en los

propios seres unicelulares-, ello en tanto condición esencial del funcionamiento y

supervivencia del individuo. Porque la propia muerte global, definitiva y final -el

fallecimiento de cada individuo como un todo- también desempeña un rol positivo a largo

plazo para las especies, en la medida en que la sucesión de las generaciones deja el

camino libre para la emergencia de nuevos individuos portadores de mutaciones casuales,

las mismas que provocarán bajo ciertas condiciones unos rasgos diferentes, los que luego

estarán sujetos al escrutinio inexorable de la selección natural, brindando de tal modo -

cada tanto- nuevas opciones potencialmente ventajosas a la especie. Así, la muerte de los

individuos de cada generación abre paso a sus descendientes, a los sostenes novedosos

del propio proceso evolutivo. Por ende, la muerte eliminando los viejos ejemplares -los que

ya no están en condiciones de seguir legando sus genes-, es un recurso muy conveniente

para el conjunto, al excluir los ejemplares añosos de una competencia intraespecífica

agotadora y superflua, la que además sobrecargaría a las diversas poblaciones con los

requerimientos extraordinarios que surgirían de un exceso insostenible de miembros

ancianos, demandando también ellos una cuota parte más de unos recursos siempre

finitos, escasos y permanentemente en disputa.

 

Entonces, aceptando la realidad antedicha tal como ella es, a la vez nos sentimos

profundos amantes de la vida, por cierto que del desarrollo de la existencia de los seres

individualmente considerados, en primer término de los propios seres humanos, aunque

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también por ello mismo siempre respetando -toda vez que sea posible- a los demás

taxones del árbol evolutivo tendiendo así a proteger la biodiversidad, lo cual implica y exige

también el más total y decidido irrespeto -pongamos por caso- de ciertos

microorganismos, de los parásitos y demás patógenos, así como

la determinación de continuar consumiendo otros seres vivientes sintientes, al menos

hasta tanto podamos producir unos eficaces sustitutos sintéticos.

 

  Bajo esos criterios y en esa medida, es lógico y coherente que además

nos manifestemos finalmente como firmes defensores de la persistencia del fenómeno

biológico global a través de su adaptación ininterrumpida, la que es expresada por

las cambiantes especies acompasando las modificaciones de sus variables entornos. Y en

ese marco asumamos consciente y maduramente el rol constructivo de la muerte, en

la medida en que comporta un insustituible momento evolutivo, en que es a cada paso el

imprescindible envés de la moneda de la vida...  

   (Maubert) 

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- Imagen: Gustav Klimt, La vida y la muerte (1911)