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UNCIÒN DE LOS ENFERMOS final

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Page 1: UNCIÒN DE LOS ENFERMOS final

UNCIÒN DE LOS ENFERMOS

Temario

Introducción:

Tema 1: ¿Qué es el sacramento de la unción de los enfermos?

El Sacramento de la Unción de Enfermos confiere al cristiano una gracia

especial para enfrentar las dificultades propias de una enfermedad grave o vejez. Se le

conoce también como el "sagrado viático", porque es el recurso, el "refrigerio" que lleva

el cristiano para poder sobrellevar con fortaleza y en estado de gracia un momento de

tránsito, especialmente el tránsito a la Casa del Padre a través de la muerte.

Lo esencial del sacramento consiste en ungir la frente y las manos del enfermo

acompañada de una oración litúrgica realizada por el sacerdote o el obispo, únicos

ministros que pueden administrar este sacramento.

La Unción de enfermos se conocía antes como "Extrema Unción", pues sólo se

administraba "in articulo mortis" (a punto de morir). Actualmente el sacramento se

puede administrar más de una vez, siempre que sea en caso de enfermedad grave.

¿Cuántas veces puede recibir el sacramento un cristiano?

Las veces que sea necesaria, siempre que sea en estado grave. Puede recibirlo

incluso cuando el estado grave se produce como recaída de un estado anterior por el que

ya había recibido el sacramento.

¿Qué efectos tiene la Unción de enfermos?

La unción une al enfermo a la Pasión de Cristo para su bien y el de toda la

Iglesia; obtiene consuelo, paz y ánimo; obtiene el perdón de los pecados (si el enfermo

no ha podido obtenerlo por el sacramento de la reconciliación), restablece la salud

corporal (si conviene a la salud espiritual) y prepara para el paso a la vida eterna.

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La unción de los enfermos en la historia de la Iglesia

Antes del siglo V los testimonios son escasos y poco seguros. A partir del siglo

V hay muchos testimonios, entre los que merece destacarse una carta del papa Inocencio

I a Decio, obispo de Gubbio, del 19 de marzo del año 416. Desde la época carolingia

hasta el Vaticano II transcurre un largo período de tiempo en el que proliferan muchos

rituales con diversos matices, e incluso ritos pintorescos, hasta llegar a unificarse en el

ritual romano del papa Pablo V (1614).

En la constitución apostólica de Pablo VI, así como en los praenotanda a la

edición típica del ritual romano y en las orientaciones doctrinales y pastorales del

episcopado español, se afirma claramente que los sujetos de este sacramento son todos

los enfermos que padecen una enfermedad seria, y que su realidad afecta al individuo y

a la comunidad cristiana.

Es esporádica y tardía, la mención del sacramento entre los Padres. Cesáreo de

Arles (+ 542) es el primero en aludir a la unción. Lo hace en sus sermones, donde

exhorta a los enfermos a que pidan a los presbíteros, y no a los magos y adivinos el óleo

bendecido para ungirse. Cesáreo habla también de enfermos que pueden ir a la Iglesia;

se trata, por tanto, de enfermedades leves; jamás menciona el peligro de muerte. Textos

análogos aparecen en Eligio de Noyon (+ 660) y en Jonás de Orleans (843).

Beda el Venerable (+ 735) relaciona Mc 6, 13 con el pasaje de la Carta de

Santiago y llega a la conclusión de que los apóstoles impusieron el precepto de ungir a

los posesos y a todos los demás enfermos con óleo bendecido por el obispo.

A partir del s. vIII, con la Reforma carolingia, la unción de los enfermos

experimenta un cambio profundo en diversos aspectos. A partir de ahora ya son muchos

los testimonios litúrgicos, pues se imponen los ordines, que detallan la forma a usar

para el rito. Hay una mayor acentuación de la importancia que tiene el ministerio en la

administración de los sacramentos. La bendición del óleo queda ahora estrictamente

reservada al obispo.

La unción se solemniza notablemente en el s. IX; en ciertas regiones participan

siete sacerdotes (costumbre conservada en el rito bizantino); en algunas partes se repetía

durante siete días; se multiplican ritos secundarios y se añaden más oraciones. Se

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enumeran las partes del cuerpo que deben ser ungidas, imponiéndose los rituales que

prescriben siete unciones: ojos, oídos, nariz, labios, riñones (pecho), manos y pies.

Estos rituales aparecen en Francia y Alemania, y se consolidan en Roma durante

los ss. XII y XIII. El cambio más profundo con respecto a la época precedente se debe a

que la reforma carolingia vincula la unción de enfermos a los moribundos, poniéndola

en estrecha relación con el viático y, sobre todo, con la penitencia de los enfermos de

muerte. Esta vinculación modificó la forma de concebir el significado y los efectos de

dicha unción. En adelante ya no fue sujeto el enfermo como tal, sino sólo el enfermo en

peligro de muerte.

Pedro Lombardo considera la unción de enfermos como sacramento de moribundos.

Afirma que debe administrarse al final de la vida y la llama expresamente "extrema

unctio". Le atribuye un doble efecto: perdona los pecados y alivia la debilidad corporal

del enfermo.

Buenaventura (+ l274) se expresa de manera similar: lo presenta como el sacramento

para el trance de la muerte: cuando no hay indicios de que el enfermo se halle en peligro

de muerte, no debe administrarse la unción

Tomás de Aquino (+ 1274) escribió dos tratados completos sobre la unción de

enfermos: uno en su Comentario a las Sentencias, y el otro en la Summa contra gentiles.

También la llama "ultima unctio". No obstante considera la posibilidad de que el

enfermo se cure, y afirma que puede repetirse la "extremaunción", si cae en la misma

situación.

El primer Concilio de Lyon (1245) le da el nombre de "unctio extrema". El Concilio de

Florencia recoge el Decreto para los Armenios.

El nombre del sacramento de acuerdo con el Concilio Vaticano II, se conocía como

"Extrema Unción", pues sólo se administraba articulo mortis (a punto de morir).

Actualmente el sacramento se denomina canónicamente "Unción de los Enfermos" y se

puede administrar más de una vez, siempre que el enfermo se encuentre grave.

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Tema 2: La unción en la Sagrada Escritura

El sacramento de la unción de los enfermos entronca con el ministerio de Jesús y

de la Iglesia primitiva en relación con la enfermedad en sus diversas formas y vivencias.

Los datos bíblicos, en sentido estricto, sobre el mismo son más bien escasos y

susceptibles de diversas explicaciones exegéticas (Sant 5,13-16; Me 6,7.12-13), por lo

cual es necesario integrar estos datos en una temática más amplia, que aparece un poco

por toda la Sagrada Escritura, como son los temas de la enfermedad, el dolor, el

sufrimiento y la presencia y solidaridad con aquellos que necesitan ser curados en

alguna de sus dimensiones existenciales.

Por otra parte, las tradiciones oriental y occidental documentan praxis distintas y

una amplia variedad de denominaciones: óleo santo, sacra unctio, óleo de curación,

misterio de las lámparas, etc. Las formas y ritos propios de este sacramento varían a lo

largo de los siglos; por lo que respecta al lugar, se celebrará tanto en casa como en la

iglesia, pudiendo ser administrado por seglares o presbíteros. Lo mismo podemos

afirmar con respecto a los destinatarios, que varían a lo largo de la historia. Acerca de

los efectos del sacramento la tradición litúrgico-teológica se mueve entre los corporales

y los espirituales. También encontramos distintas valoraciones por lo que respecta a sus

gestos, que van desde la bendición del óleo hasta la liturgia de la unción.

La teología católica ha visto en la carta de Santiago (St 5, 14-15) el fundamento

bíblico para el sacramento de la Unción de los enfermos. El autor de la carta, después de

dar varios consejos relativos a la vida cristiana, da también una norma para los

enfermos: “¿Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que

oren sobre él y le unjan con óleo en el nombre del Señor. Y la oración de la fe salvará al

enfermo, y el Señor hará que se levante, y si hubiera cometido pecados, le serán

perdonados”.

El primer documento del Magisterio que habla de modo explícito de la Unción

de los enfermos es una carta del Papa Inocencio I a Decencio, obispo de Gubbio (19 de

marzo de 416). El Papa, comentando las palabras de la carta de Santiago, como reacción

a la interpretación según la cual sólo los presbíteros serían ministros del sacramento,

excluyendo a los obispos, rechaza esa limitación, afirmando que ministros del

sacramento son los presbíteros, pero también el obispo (cf. DS 216). En cualquier caso,

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la carta del Papa Inocencio I, como los demás testimonios del primer milenio (san

Cesáreo de Arlés, san Beda el Venerable), no proporcionan ninguna prueba de la

posibilidad de introducir ministros no sacerdotes para el sacramento de la Unción de los

enfermos

En el Magisterio y en la legislación posteriores hasta el concilio de Trento se

encuentran los siguientes datos:  Graciano, en su Decretum (alrededor del año 1140)

recoge casi literalmente la parte dispositiva de la mencionada carta de Inocencio I (parte

I, distinción 95, canon 3). Luego, en las Decretales de Gregorio IX se inserta una

decretal de Alejandro III (1159-1164) en la que responde afirmativamente a la pregunta

si el sacerdote puede administrar el sacramento de la Unción de los enfermos estando

totalmente solo, sin la presencia de otro clérigo o de un laico (X, 5, 40, 14). Por último,

el concilio de Florencia, en la bula Exsultate Deo (22 de noviembre de 1439) afirma

como verdad totalmente aceptada que "el ministro de este sacramento es el sacerdote"

(DS 1325).

Sería un error considerar la enfermedad misma como un castigo por los propios pecados

(cfr. Jn 9,3).

Potestad para perdonar los pecados (cfr. Mt 9,2-7).

«En mi nombre… impondrán las manos sobre los enfermos y se curarán» (Mc 16,17-

18).

“El tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades” (Mt 8,17; cfr. Is 53,4).

Cristo entonces nos salva no del dolor, sino en el dolor, transformado en oración, en un

“sacrificio espiritual” (cfr. Rm 12,1; 1 Pt 2,4-5).

A menudo Jesús pide a los enfermos que crean (Mc. 5, 34-36). También se sirve de

signos para curar: saliva e imposición de manos (Mc. 7, 32-36; 8, 22-25), barro y agua

(Jn. 9, 6). Los enfermos trataban de tocarlo porque "salía de Él una fuerza que los

curaba a todos" (Lc. 6, 19). Los discípulos, en seguimiento del Maestro, "yéndose de

ahí, predicaron que se convirtieran; expulsaban a muchos demonios y ungían con aceite

a muchos enfermos y los curaban" (Mc. 6, 12-13).

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3 tema : LA LITURGIA DE LA UNCIÓN DE ENFERMOS

La Unción es un sacramento propio y específico para los enfermos a los que se les

puede y debe administrar cuando entren en peligro de muerte o en caso de vejez. No es

lo mismo que el Viático que está pensado para moribundos sino para dar fuerzas a

sobrellevar la enfermedad y vivirla bien, no para ayudarle a morir. El signo más visible

de este sacramento es la unción con aceite de oliva debidamente bendecido ungiendo al

enfermo en la frente y en las manos. Sólo los sacerdotes (presbíteros y obispos) pueden

ser los ministros de este sacramento.

Su celebración es como sigue:

Ritos iniciales

* La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre, y la comunión del Espíritu

Santo, esté con todos vosotros.

* Y con tu espíritu.

Monición previa Acto penitencial

Queridos hermanos: En el Evangelio leemos que nuestro Señor Jesucristo curaba

a los enfermos, que acudían a él en busca de salud. Él mismo, que durante su vida sufrió

tanto por los hombres, está ahora presente en medio de nosotros, reunidos en su nombre,

y nos dice por medio el apóstol Santiago: «¿Está enfermo alguno de vosotros? Llame a

los presbíteros de la Iglesia, y que recen sobre él, después de ungirlo con óleo, en

nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo curará, y si ha

cometido pecado, lo perdonará». Pongamos, pues, a nuestro hermano enfermo en manos

de Cristo, que lo ama y puede curarlo, para que le conceda alivio y salud.

Acto penitencial

Hermanos: para participar con fruto en esta celebración, comencemos por reconocer

nuestros pecados.

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Yo confieso.

Yo confieso ante Dios todopoderoso, y ante ustedes hermanos, que he pecado

mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión. Por mi culpa, por mi culpa, por mi

gran culpa. Por eso ruego a Santa María siempre Virgen, a los ángeles, a los santos y a

ustedes hermanos que intercedan por mí ante Dios, Nuestro Señor. Amen.

Liturgia de la Palabra

Lectura del santo Evangelio según San Mateo (Mt 8,5-10.13)

En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaúm, un centurión se le acercó

diciéndole: Señor, tango en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho.

Él le contestó: -Voy a curarlo. Pero el centurión le replicó: -Señor, ¿quién soy yo para

que entres bajo mi techo? Basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano.

Porque yo también vivo bajo disciplina y tango soldados a mis órdenes: y le digo a uno

«ve», y va; al otro, «ven», y viene; a mi criado, «haz esto», y lo hace.

Cuando Jesús lo oyó quedó admirado y dijo a los que le seguían: Os aseguro que en

Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Y al centurión le dijo: -Vuelve a casa, que se

cumpla lo que has creído.

Palabra del Señor.

Liturgia del Sacramento

* Bendito seas, Dios, Padre todopoderoso, que por nosotros y por nuestra salvación

enviaste tú Hijo al mundo.

* Bendito seas por siempre, Señor.

* Bendito seas, Dios, Hijo unigénito, que te has rebajado haciéndote hombre como

nosotros, para curar nuestras enfermedades.

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* Bendito seas por siempre, Señor.

* Bendito seas, Dios, Espíritu Santo Consolador, que con tu poder fortaleces la

debilidad de nuestro cuerpo.

* Bendito seas por siempre, Señor.

Mitiga, Señor, los dolores de este hijo tuyo, a quien ahora, llenos de fe, vamos a ungir

con el óleo santo; haz que se sienta confortado en su enfermedad y aliviado en sus

sufrimientos. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Santa Unción

Por esta santa Unción, y por su bondadosa misericordia te ayude el Señor con

la gracia del Espíritu Santo. Amén.

Te rogamos, Redentor nuestro, que por la gracia del Espíritu Santo, cures el

dolor de este enfermo, sanes sus heridas, perdones sus pecados, ahuyentes todo

sufrimiento de su cuerpo y de su alma y le devuelvas la salud espiritual y corporal, para

que, restablecido por tu misericordia, se incorpore de nuevo a los quehaceres de su vida.

Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

Conclusión del rito

Y ahora, todos juntos, invoquemos a Dios con la oración que el mismo Cristo nos

enseñó: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a

nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro

pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los

que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal, Amen.

* Que Dios Padre te bendiga. Amén.

* Que el Hijo de Dios te devuelva la salud. Amén.

* Que el Espíritu Santo te ilumine. Amén

* Que el Señor proteja tu cuerpo y salve tu alma. Amén.

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* Que haga brillar su rostro sobre ti y te lleva a la vida eterna. Amén.

* Y a todos vosotros, que estáis aquí presentes, os bendiga Dios todopoderoso, Padre,

Hijo y Espíritu Santo. Amén.

(Cuando lo permita el estado del enfermo y, sobre todo, cuando éste haya de recibir la

comunión, podrá conferirse el sacramento de la Unción dentro de la Misa. El momento

oportuno es despúes del Evangelio y de la homilía).

Tema 4: Pastoral de los enfermos.

PASTORAL DE LA SALUD. En el lenguaje de la Iglesia se entiende por “Pastoral de

la salud” toda acción encaminada a prevenir (medicina preventiva) las enfermedades del

cuerpo, ayudar a curarlas y proteger la salud corporal, una vez adquirida.

Los cristianos son conscientes de que la búsqueda de la salud física es misión no tanto

de la Iglesia, sino, sobre todo, del Estado y debe ser tarea prioritaria de este en sus

planes de gobierno. Es un deber de justicia ante la sociedad, particularmente para los

más necesitados. No se puede hablar de plena democracia, si la medicina, con la alta

tecnología que hoy la acompaña, no llega a todos por igual.

La “Pastoral de la salud” llevada a cabo por la Iglesia debe ser vista como una acción

subsidiaria a la tarea del Estado, es más un acto de caridad (amor) que de justicia.

Entre las actividades planificadas, de manera sistemática, por los católicos en torno a la

recuperación o asistencia de la vida corporal, cabe notar las siguientes: charlas

formativas sobre la salud, pronunciamientos sobre la necesidad de mejorar las

instalaciones sanitarias y los planes sociales de salud, la organización de congresos

internacionales o nacionales sobre sanidad física, existencia de congregaciones

religiosas o grupos de laicos dedicados al cuidado directo de los enfermos en centros

hospitalarios o en sus casas, la creación de hospitales propios (en el mundo hay unos

cinco mil cuatrocientos que dependen directamente de organismos eclesiales),

dispensarios propios (unos ciento catorce mil en el mundo), boticas populares,

programas especiales para una enfermedad peculiar (como para la lepra, el Sida, etc.), la

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formación de asociaciones católicas para diferentes grupos de operarios sanitarios:

enfermeras, médicos o profesionales de la salud en general.

Notemos también, dentro de las estructuras eclesiales, los organismos especializados

para animar, promover y coordinar la Pastoral de la salud y sus múltiples acciones y

actividades: en su más alto nivel, para todo el mundo, está en el Vaticano el Pontificio

Consejo para la Pastoral de los Enfermos (digamos que es el “Ministerio para la salud”

del Papa); existe también un organismo en el Consejo Episcopal Latinoamericano, con

sede en Bogotá, al servicio de esta área para América Latina; y en cada país están

organizadas las Comisiones nacionales, diocesanas y parroquiales.

Una actividad clave en la Iglesia, relacionada con “la Pastoral de la salud”, es la Jornada

Mundial del Enfermo cada 11 de febrero, en la que se organizan eventos especiales en

todos los niveles eclesiales, mundiales, continentales, nacionales y locales. Dicha

jornada se empezó a tener desde los primeros años del siglo XX. El día escogido para

ella es la fecha de Nuestra Señora de Lourdes, celebrada en todo el mundo, pero sobre

todo en el Santuario que lleva su nombre en el Sur de Francia, muy conocido por las

curaciones físicas y los milagros prodigiosos, que allí se operan.

PASTORAL DE LOS ENFERMOS. En verdad que “la Pastoral de la salud” bien

pudiera llamarse “Pastoral de los enfermos”, pero en el lenguaje común de los fieles de

la Iglesia esta última denominación se suele aplicar más bien a la atención espiritual que

se ofrece a todos en momentos de enfermedad.

Así se llaman “ministros de los enfermos” a aquellos laicos, laicas o monjas, a quienes

se les confía una misión especial en el orden del espíritu, aunque muchos de ellos, de

hecho, realizan también acciones en bien de la salud de sus cuerpos.

Estos “ministros de los enfermos” los visitan en nombre de la comunidad eclesial, les

llevan el consuelo y el apoyo de la Palabra de Dios y de la Eucaristía. Como no pueden

venir a la Iglesia, a causa de las enfermedades, la Iglesia va a ellos, sea el quebranto

pasajero, grave o terminal. La meta es que, según su tradición milenaria, todo enfermo

católico reciba al menos una vez a la semana esta visita y la Comunión del Cuerpo de

Cristo en su casa o en el centro clínico u hospitalario, donde esté interno.

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Una acción importante en este orden espiritual es la “oración por los enfermos”, que se

suele hacer de manera individual en las propias casas, en pequeños grupos o

comunidades o en celebraciones multitudinarias. Mediante ellas se pide no solo el bien

de las almas, sino también la salud corporal. A lo largo de la historia de la Iglesia son

incontables las curaciones físicas fruto de la oración.

Un ministerio muy particular es el confiado a los sacerdotes, recogido por el Apóstol

Santiago, en su Carta que hace parte de los libros de la Biblia (Santiago 5, 14-15):

“¿Está enfermo alguno entre ustedes? Llame a los presbíteros (sacerdotes) de la Iglesia,

que oren sobre él y le unjan con óleo en el nombre del Señor. Y la oración de la fe

salvará al enfermo y el Señor hará que se levante y si hubiera cometido pecado, le serán

perdonados”.

Esta acción en la que se combinan el orar y el ungir, es llamada “Sacramento de la

Unción de los enfermos” y sus efectos, según la enseñanza bíblica y la practica

cotidiana de la Iglesia es triple: salvación del alma (que se manifiesta en la gran paz que

recibe el enfermo), curación física y perdón de los pecados.

Cualquier sacerdote puede dar testimonio de lo que ha visto y palpado en bien de los

enfermos a través de este sacramento, al que se suele unir los sacramento de la

reconciliación (Confesión) y Eucaristía (Comunión del Cuerpo de Cristo).

Hay que reconocer que muchos fieles no reciben todos los beneficios del “Sacramento

de la Unción de los enfermos”, porque llaman al sacerdote cuando estos están ya muy

graves o en fase terminal. Sin embargo, incluso, en estos casos se han visto enfermos

levantarse sanos.

De ahí que, periódicamente se tienen celebraciones comunitarias en las parroquias, a las

que asisten los enfermos para recibir este “Sacramento de la Unción”. Una celebración

de este tipo, que no suele faltar, se tiene cada 11 de febrero, con motivo de la Jornada

Mundial de los enfermos.

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Tema 5: Necesidad de los sacramentos de curación en la vida del bautizado.

Sabemos que esta santa unción fue uno de los sacramentos instituidos por Cristo. La

Iglesia manifiesta que, entre los siete sacramentos, hay uno especial para el auxilio de

los enfermos, que los ayuda ante las tribulaciones que la enfermedad trae con ella.

Ahora bien, sabemos que ni las oraciones más fervorosas logran la curación de todas

las enfermedades y que los sufrimientos que hay que padecer, tienen un sentido

especial, como nos lo dice San Pablo: “completo en mi carne lo que falta a las

tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia”. (Col.1, 24)

Ante el mandato de: “¡Sanad a los enfermos!” (Mt. 10, 8), la Iglesia cumple con esta

tarea tanto por los cuidados que le da a los enfermos, como por las oraciones de

intercesión. La unción de los enfermos se administra ungiendo al enfermo con óleo y

diciendo las palabras prescritas por la Liturgia.

Para muchos hablar del Sacramento de la Unción de los Enfermos resulta muy difícil.

Se tiene un enfermo cerca y sin embargo, no se habla sobre el asunto. Desde siempre,

ciertas personas han tenido la idea de que este es un Sacramento para los que se están

muriendo.

Inclusive se oponen a proponérselo a familiares y amigos, que se encuentran luchando

contra una enfermedad crónica, sin tomar en cuenta la fuerza que se recibe a través de la

Unción, tan necesaria para esas personas. Pero, les da miedo, ¡no se vayan a asustar!

todo esto demuestra que se desconoce el significado de este Sacramento de esperanza.

Sujeto de la Unción de los enfermos es toda persona bautizada, que haya alcanzado el

uso de razón y se encuentre en peligro de muerte por una grave enfermedad, o por vejez

a compañada de una avanzada debilidad. A los difuntos no se les puede administrar la

Unción de enfermos. Para recibir los frutos de este sacramento se requiere en el sujeto la

previa reconciliación con Dios y con la Iglesia, al menos con el deseo, inseparablemente

unido al arrepentimiento de los propios pecados y a la intención de confesarlos, cuando

sea posible, en el sacramento de la Penitencia. Por esto la Iglesia prevé que, antes de la

Unción, se administre al enfermo el sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación.

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El enfermo debe tener la intención, al menos habitual e implícita, de recibir este

sacramento. Dicho con otras palabras: el enfermo debe tener la voluntad no retractada

demorir como mueren los cristianos, y con los auxilios sobrenaturales que a éstos se

destinan. Aunque la Unción de enfermos puede administrarse a quien ha perdido ya los

sentidos, hay que procurar que se reciba con conocimiento, para que el enfermo pueda

disponerse mejor a recibir la gracia del sacramento. No debe administrarse a aquellos

que permanecen obstinadamente impenitentes en pecado mortal manifiesto (cfr. CIC,

can. 1007).

Si un enfermo que recibió la Unción recupera la salud, puede, en caso de nueva

enfermedad grave, recibir otra vez este sacramento; y, en el curso de la misma

enfermedad, el sacramento puede ser reiterado si la enfermedad se agrava (cfr. CIC,

can. 1004, 2). Por último, conviene tener presente esta indicación de la Iglesia: «En la

duda sobre si el enfermo ha alcanzado el uso de razón, sufre una enfermedad grave o ha

fallecido ya, adminístrese este sacramento».

NECESIDAD DE ESTE SACRAMENTO

La recepción de la Unción de enfermos no es necesaria con necesidad de medio para la

salvación, pero no se debe prescindir voluntariamente de este sacramento, si es posible

recibirlo, porque sería tanto como rechazar un auxilio de gran eficacia para la salvación.

Privar a un enfermo de esta ayuda, podría constituir un pecado grave.

En cuanto verdadero y propio sacramento de la Nueva Ley, la Unción de los enfermos

ofrece al fiel cristiano la gracia santificante; además, la gracia sacramental específica de

la Unción de enfermos tiene como efectos:

— la unión más íntima con Cristo en su Pasión redentora, para su bien y el de toda la

Iglesia (cfr. Catecismo, 1521-1522; 1532);

— el consuelo, la paz y el ánimo para vencer las dificultades y sufrimientos propios de

la enfermedad grave o de la fragilidad de la vejez (cfr. Catecismo, 1520; 1532);

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— la curación de las reliquias del pecado y el perdón de los pecados veniales, así como

de los mortales en caso de que el enfermo estuviera arrepentido pero no hubiera podido

recibir el sacramento de la Penitencia (cfr. Catecismo, 1520);

— el restablecimiento de la salud corporal, si tal es la voluntad de Dios (cfr. Concilio de

Florencia: DS 1325; Catecismo, 1520);

— la preparación para el paso a la vida eterna. En este sentido afirma el Catecismo de la

Iglesia Católica: «Esta gracia [propia de la Unción de enfermos] es un don del Espíritu

Santo que renueva la confianza y la fe en Dios y fortalece contra las tentaciones del

maligno, especialmente la tentación de desaliento y de angustia ante la muerte (cfr. Hb

2,15)»

Las enfermedades y los dolores han sido siempre considerados como una de las

mayores dificultades que angustian la conciencia de los hombres. Sin embargo, los que

tienen la fe cristiana, aunque las sienten y experimentan, se ven ayudados por la luz le la

fe, gracias a la cual perciben la grandeza del misterio del sufrimiento y soporta los

mismos dolores con mayor fortaleza. En efecto: los cristianos no solamente conocer, por

las propias palabras de Cristo, el significado y el valor de la enfermedad de cara a su

salvación y la del mundo, sino que se saben amados por el mismo Cristo que en su vida

tantas veces visitó y curó a los enfermos.

Aun cuando la enfermedad se halla estrechamente vinculada a la condición del

hombre pecador, no siempre puede considerarse como un castigo impuesto a cada uno

por sus propios pecados. El mismo Cristo, que no tuvo pecado, cumpliendo la profecía

de Isaías, experimentó toda clase de sufrimientos en su pasión y participó en todos los

dolores de los hombres; más aún, cuando nosotros padecemos ahora, Cristo padece y

sufre en sus miembros configurados con él No obstante, todos esos padecimientos son

transitorios y pequeños comparados con el peso de gloria eterna que realizan en

nosotros.

Entra dentro del plan providencial de Dios el que el hombre luche ardientemente

contra cualquier enfermedad y busque solícitamente la salud, para que pueda seguir

desempeñando sus funciones en la sociedad y en la Iglesia con tal de que esté siempre

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dispuesto a completar lo que falta a la pasión de Cristo para la salvación del mundo,

esperando la liberación y la gloría de los hijos de Dios.

Es más: en la Iglesia, los enfermos, con su testimonio, deben recordar a los demás el

valor de las cosas esenciales y sobrenaturales y manifestar que la vida mortal de los

hombres ha de ser redimida por el misterio de la muerte y resurrección de Cristo.

No basta sólo con que el enfermo luche contra la enfermedad, sino que los médicos

y todos los que de algún modo tienen relación con los enfermos, han de hacer, intentar y

disponer todo lo que consideren provechoso para aliviar el espíritu y el cuerpo de los

que sufren; al comportarse así, cumple con aquella palabra de Cristo que mandaba

visitar a los enfermos, queriéndonos indicar que era el hombre completo el que se

confiaba a sus visitas para le ayudaran con medios físicos y le confortaran con

consuelos espirituales.

CONCLUSIÒN

Como conclusión, conviene recordar que el sacerdote, por el sacramento que ha

recibido, hace presente de una manera totalmente particular a nuestro Señor Jesucristo,

Cabeza de la Iglesia. En la administración de los sacramentos actúa in persona Christi

Capitis y también in persona Ecclesiae. Quien actúa en este sacramento es Jesucristo; el

sacerdote es el instrumento vivo y visible. Representa y hace presente a Cristo de modo

especial, por lo cual este sacramento tiene una dignidad y eficacia particulares con

respecto a un sacramental, pues, como dice la Palabra inspirada acerca de la Unción de

los enfermos, "el Señor hará que se levante" (St 5, 15). El sacerdote actúa también in

persona Ecclesiae. Los "presbíteros de la Iglesia" recogen en su plegaria (cf. St 5, 14) la

oración de toda la Iglesia; como dice santo Tomás de Aquino a este respecto:  "oratio

illa non fit a sacerdote in persona sua (...), sed fit in persona totius Ecclesiae" (Summa

Theol., Suppl., q. 31, a. 1, ad 1). Esa oración es escuchada.