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Breviario de Bioética Intramed 2010
Unidad I
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UNIDAD I. Nacimiento y sentido de la Bioética
I. El término “Bioética”
II. La naturaleza de la ética
III. El nacimiento de la Bioética
IV. Las Teorías éticas
V. Un texto para continuar con la lectura
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Unidad I
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UNIDAD I. Nacimiento y sentido de la Bioética
I. El término “Bioética”
El término “Bioética” fue acuñado por Van Rensselaer Potter, un
bioquímico y profesor de Oncología estadounidense que falleció en 2001. Con
este vocablo, Potter aludió originariamente a un abordaje que abarcaba
disciplinas tales como la biología, la ecología, la medicina, todos ellos saberes
puestos al servicio de los valores humanos.
En su propuesta, dichos valores se orientaban a incorporar una
perspectiva ética en nuestros deberes y obligaciones, no sólo en relación con
otros seres humanos, sino también con la biosfera en su totalidad.
Aunque en algunas ocasiones, el término todavía se emplea con
el sentido de una ética ecológica o ambiental, en la actualidad
designa por lo general la ética biomédica, esto es, el estudio de
las problemáticas de índole ética que surgen en el campo de las ciencias
biológicas y médicas.
La Encyclopedia of Bioethics define la Bioética como “el estudio
sistemático de la conducta humana en el área de las ciencias humanas y de la
atención sanitaria, en cuanto se examina dicha conducta a la luz de valores y
principios morales”.
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Desde esta perspectiva, la Bioética ha pasado a ser un área de estudio
especializada pero interdisciplinaria. No obstante, dado que su propuesta, como
decíamos, es incorporar la perspectiva ética, debe ser considerada como una
rama de la ética, más específicamente, de la ética aplicada. Por esta razón,
previo a cualquier estudio serio de Bioética, es esencial tener algún
conocimiento de la naturaleza de la Ética.
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II. La naturaleza de la Ética
El término “ética” deriva del griego, ethos, que significa “costumbre”.
Debido a dicho origen, a menudo se ha definido la Ética como la doctrina de las
costumbres. En la evolución posterior del sentido del vocablo, lo ético se
identificó cada vez más con lo moral, y la ética ha llegado a significar
propiamente la ciencia que se ocupa de los objetos morales en todas sus
formas, esto es, la filosofía moral.
Hasta la secularización que acompañó al Iluminismo que irrumpió a
fines del siglo XVIII, la Ética creció subordinada al pensamiento religioso. En
ese entonces, esta disciplina se concebía como el efecto y la expresión de la
voluntad de Dios en el hombre, conocida por la luz natural o razón −facultad
humana que, al no estar marcada por el pecado, nos permite conocer la
voluntad de Dios−.
Interrogarnos sobre la naturaleza de la ética implica explorar si hay
un conjunto de valores morales tales como la justicia, la verdad, la honestidad
–entre otros tantos–, independientes de las creencias
humanas. A esa posición se la conoce como objetivismo
ético, porque afirma, precisamente, que dichos valores
son objetivos. El objetivismo puede ser fundado o bien en
una postura religiosa –en cuyo marco, Dios es quien
ordena esos valores− o bien en una postura laica, donde
la objetividad de los valores no depende de los decretos
divinos.
A esta posición sobre la naturaleza de la ética se le opone el
subjetivismo ético −postura que, en su versión más simple, fue impulsada
por el filósofo escocés del siglo XVIII David Hume−. Se trata de una teoría que
afirma la tesis de que cuando una persona dice que algo es moralmente bueno
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o malo, esto significa que dicha persona lo aprueba o desaprueba, y nada más.
En otras palabras, no afirma que un hecho o una conducta posean un valor
intrínseco como puede serlo la justicia, la verdad o la honestidad.
Hume sostuvo que si observamos, por ejemplo, un homicidio, podemos
contemplar la serie de acciones que conforman dicho
acto (vemos a alguien apuntar con un arma a un ser
humano, que dispara y que da en el blanco). Sin
embargo, la inmoralidad del acto homicida no es
observable. Con lo cual, los valores tienen un alcance
meramente subjetivo, y de allí el nombre de la teoría. De más está decir que
esta posición así simplificada daría lugar a versiones mucho más sofisticadas y
mejor fundamentadas.
Leamos ciertas distinciones acerca del Subjetivismo como
fundamento de la naturaleza de la ética, tal como es condensada por dos
especialistas australianos, Peter Singer y Helga Kuhse:
Un interrogante sobre la naturaleza de la ética de particular
importancia es: ¿En qué medida la ética permite aplicar el
razonamiento o inaugurar un debate? Muchas personas
suponen sin mucho análisis que la ética es subjetiva. El
subjetivismo sostiene que la visión ética que tenemos es una
cuestión de opinión o de gusto que no puede dar lugar a
discusión. Pero si la ética se tratara sólo de una cuestión de
gusto personal, ¿por qué tendríamos que debatir acerca de ella?
Si Elena dice “a mi me gusta el café con azúcar”, mientras Pablo
dice “a mí me gusta el café amargo”, no hay mucho que Elena y
Pablo puedan debatir al respecto. Ninguna de las afirmaciones
contradice a la otra. Ambas pueden ser verdaderas. Pero si
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Elena dice: “Los médicos nunca intervienen en la práctica de la
muerte asistida”, mientras que Pablo dice: “A veces, los
médicos practican la muerte asistida,” en este caso, Elena y
Pablo están en desacuerdo, y éste parece ser un punto a
debatir en torno de la práctica del suicidio asistido por un
médico.
Parece claro que algunos temas éticos admiten discusión. Si yo
digo “siempre es incorrecto matar a un ser humano” y “el
aborto no siempre es incorrecto”, entonces estoy negando que
con el aborto se mata a un ser humano. Además de caer en una
contradicción, no defendí una posición coherente. De manera
que, al menos, la coherencia es un requisito para cualquier
posición ética defendible y, por lo tanto, establece un límite a la
subjetividad de los juicios médicos.
El requerimiento de la exactitud efectiva fija así otro límite. En
general, el debate sobre problemas éticos involucra temas
complejos. Pero no podemos alcanzar las decisiones éticas
correctas a menos que estemos bien informados sobre los
hechos importantes. Al respecto, las decisiones éticas son
decisiones diferentes de las decisiones que dependen del gusto
de cada cual. Nosotros podemos saborear una determinada
comida sin saber lo que estamos comiendo, pero si asumimos
que la reanimación de un paciente terminal en contra de sus
deseos es incorrecta, entonces no podemos saber si el caso de
la reanimación es moralmente correcto o incorrecto sin antes
conocer el pronóstico del paciente y si el paciente ha expresado
algún deseo acerca de ser reanimado. En este sentido, no existe
equivalencia entre la ética y el gusto.
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III. El nacimiento de la Bioética
Desde la década de 1960 los problemas éticos en atención de la salud y
en las ciencias biomédicas han llamado la atención del público sin precedentes.
En parte, este fenómeno es resultado de los desarrollos novedosos y
revolucionarios de las ciencias biomédicas y de la medicina clínica.
¡Enumeremos algunos de los incontables progresos de la medicina y la
biotecnología que inciden en nuevas prácticas sociales, impensables unos pocos
años atrás!!
Las máquinas de diálisis, los respiradores artificiales y el transplante
de órganos permiten mantener con vida a pacientes que de otro
modo habrían muerto. La fertilización in vitro y las técnicas de
reproducción asistida permiten nuevas modalidades vinculares entre
padres e hijos, incluyendo el nacimiento de hijos que no están
relacionados genéticamente con las mujeres que los gestan. La investigación en
células embrionarias promete la cura de enfermedades hasta hoy imposibles de
erradicar. Gracias a los avances de la genómica, ya se vislumbra la posibilidad
de la medicina personalizada. Y la comunidad internacional está intentando
poner límites a la investigación orientada al logro de la clonación humana….
Sin embargo, estos avances tecnológicos no fueron el único factor que
disparó el interés ético en el área de la atención sanitaria.
Otro factor fue la preocupación sobre la clase de poder que los
profesionales de la salud y los científicos ejercen, lo cual puede verse en la
defensa de los derechos de los pacientes a tomar decisiones que los afecten.
Mucho más complejo es cuando son sus familiares o allegados quienes deben
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emitir un juicio sustituto en lugar del paciente: se ha vuelto claro a lo largo de
las cinco últimas décadas que, por dar sólo un ejemplo, alguien debe decidir si
continuar con el sostén vital de un paciente a sabiendas de que éste nunca
recobrará la conciencia.
Adviértase, no obstante, que no se trata de una decisión
técnica que sólo los profesionales de la salud pueden tomar. Una vez
establecido el diagnóstico y el pronóstico del paciente, la decisión involucra
cuestiones éticas, y la decisión misma es de índole ética, en cuyo marco los
deseos expresados alguna vez por el paciente, o las opiniones de sus familiares
o allegados, no pueden no tomarse en cuenta ¡y hasta deben desplazar el
punto de vista personal de los miembros del equipo sanitario!!!
Ahora bien: Pese a los progresos mencionados, y pese
a que el término en sí mismo es nuevo, y debe mucho al
desarrollo reciente en las ciencias médicas, la Bioética puede
ser también vista como la versión moderna de un campo más
antiguo llamado “ética médica”.
Tradicionalmente, la ética médica hacía hincapié en la relación médico-paciente
y en las virtudes poseídas por el buen profesional, así como también en las
relaciones entre colegas.
Pero como se suele decir, ha corrido mucha agua bajo el puente …
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La Bioética de hoy no se limita al abordaje tradicional de las relaciones
médico-paciente y médico-médico, sino que sobrepasa las mismas y tiene un
alcance impensado por esas tradiciones.
• En primer lugar, su meta no es la defensa o apoyo de un grupo de
reglas, sino una mejor comprensión de los problemas.
• En segundo lugar, está preparada para formular preguntas
filosóficas complejas acerca de la naturaleza de la ética, el
valor de la vida, el significado de ser persona, el significado de ser
un ser humano, entre tantas otras.
• En tercer lugar, abarca temas de políticas públicas y de la
distribución de los recursos en salud.
Es por todo ello que la Bioética es un campo nuevo de estudio e investigación.
Por cierto, la Bioética nos confronta con numerosos interrogantes,
consideremos algunos de ellos:
◊ Cuando no hay riesgo de vida, ¿es lo mismo que una mujer aborte en
la cuarta semana de embarazo a que lo haga cuando cursa el quinto mes?
◊ Cuando nacen niños que padecen graves deficiencias ¿deberíamos
dejar que la naturaleza siga su curso y que la muerte acontezca?
◊ ¿Debe reconocérseles a los individuos un “derecho a morir”?
◊ ¿Deberían los profesionales de la salud mentir a sus pacientes en
ciertas circunstancias?
◊ ¿Deberían procrear aquellas personas que sufren enfermedades
genéticas hereditarias?
◊ ¿Existe un derecho a la atención médica?
◊ ¿Tienen derecho los padres a autorizar a que sus hijos menores de
edad sean utilizados como sujetos de investigación?
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Muchos de nosotros tenemos escasa tolerancia hacia preguntas como las
mencionadas. Parecen demasiado frías y abstractas. Por lo
general, los profesionales tienden a dar una respuesta
desde la clínica e incluso desde lo que ordena la ley, a
veces sin tomar en cuenta los valores involucrados en
cada una de esas circunstancias.
Sin embargo, nuestra actitud cambia cuando nos
encontramos en una posición en la que debemos tomar decisiones de este tipo.
Y cambia también cuando nos encontramos en una posición en la cual debemos
aconsejar a otros sobre estas problemáticas.
Pero ya sea que veamos el problema desde lo abstracto o lo concreto,
estamos inclinados a formular la misma pregunta:
¿Existen reglas que podamos utilizar a modo de guías para
cuando nos toque enfrentarnos con decisiones morales?
Los viejos códigos de ética se encontraban a menudo expresados en forma de
juramentos. El más conocido para la tradición occidental es el Juramento
Hipocrático, el cual constituye el punto de partida de la ética médica de
Occidente.
A pesar de ser todavía hoy ampliamente aceptado, sus orígenes
permanecen ocultos. La fecha del Juramento Hipocrático es
muy incierta, pues se estima que se redactó entre el siglo VI
antes de Cristo y el comienzo de la Era cristiana.
Pero lo que sí se sabe es que, en el mundo clásico, convivían numerosas
escuelas de medicina, cada una reflejando diversas creencias filosóficas,
médicas y religiosas.
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Una de estas escuelas era dirigida por Hipócrates. La escuela hipocrática
produjo una gran cantidad de escritos científicos y éticos.
Si atendemos a su contenido, al declarar “Haré uso del régimen dietético
para ayuda del enfermo, según mi capacidad y recto entender, del daño e
injusticia le preservaré”, comprometiéndose a usar de
su poder y discernimiento en beneficio de los
enfermos, apartándoles del perjuicio y el temor, el
Juramento Hipocrático prefigura los Principios de
Beneficencia y No-maleficencia: los profesionales
sanitarios deben actuar para beneficiar a sus
pacientes y, en principio, deben impedir el daño.
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Asimismo, cuando se compromete a guardar silencio sobre todo aquello
que en la profesión, o fuera de ella, oiga o vea en la vida de los hombres que
no deban ser públicos, el Juramento anticipa el respeto a la
confidencialidad hacia el paciente.
Es claro entonces que, desde tiempos inmemoriales, se supo que las
dificultades morales que suelen presentarse en la
atención sanitaria son tan importantes y complejas que
requieren de una reflexión especial. La Bioética brinda la
posibilidad de pensar críticamente en torno de esas y otras
cuestiones importantes y complejas.
Sin embargo, la Bioética, en la medida en que se centra en los valores
morales involucrados en esas cuestiones, constituye una disciplina que debe ser
repensada, una y otra vez, ante las nuevas prácticas que las nuevas tecnologías
biomédicas están haciendo realidad.
Por lo tanto, si queremos responder a la pregunta de si acaso existen
principios morales a los que debamos recurrir en el contexto de la atención
sanitaria, debemos volvernos hacia los abordajes éticos que intentaron dar una
respuesta a esos y a otros problemas.
Cada uno de los abordajes que examinaremos en este primer módulo
representa un intento de suministrar principios básicos a los cuales podemos
recurrir al tomar decisiones morales.
Examinaremos estos abordajes y veremos su relación con los problemas
morales que surgen en contextos clínicos. Discutiremos las razones que se nos
ofrecen para persuadirnos de aceptar cada abordaje señalando, a su vez,
algunas de las dificultades que los mismos presentan.
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IV. Las Teorías éticas
Las teorías éticas también ofrecen medios para explicar y justificar
acciones. Si nuestras acciones son guiadas por una determinada teoría,
podemos explicarlas más tarde, demostrando que los principios de la teoría nos
indicaban que actuáramos del modo en que lo hicimos. En dichos casos, la
explicación constituye a la vez una justificación.
Las dos familias de teorías éticas más extendidas son dos: una se funda
en principios (o derechos) que deben orientar a la acción. La otra familia de
teorías éticas calcula las consecuencias de dicha acción.
El primer grupo de teorías éticas se denominan teorías
deontológicas (del griego, deon, que significa “deber”). Las
primeras
formulaciones
deontológicas en el
mundo occidental
son, tal vez, los célebres Diez
Mandamientos ordenados por
Dios a Moisés en el Monte Sinaí.
Esos mandamientos mandan
absolutamente, le son dictados al
hombre desde fuera (por Dios, si bien el portavoz es Moisés) y por eso se dice
que el legado bíblico da lugar a una ética heterónoma.
Otra teoría deontológica que conserva todavía una fuerza inusitada es el
deontologismo kantiano.
Según Kant, el célebre filósofo alemán que vivió durante la Ilustración que
floreció a finales del siglo XVIII, el concepto clave de la ética es el de deber.
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Es tal su importancia que el único principio que debe regir la conducta
humana es, precisamente, el que ordena actuar guiados por el deber. Es más:
se debe obrar, siempre y sin excepciones, por deber.
Obrar por deber es obrar por principios racionales, esto es, universales
(válidos para todas las personas) y absolutos (que no varían con las
circunstancias): la manera de probar si los principios que guían mi acción son
universales y absolutos consiste en intentar elevar mi máxima (que es lo que
yo, personalmente, deseo hacer) a ley universal (ver si puedo querer para
todos, lo mismo que quiero para mí). Dado que es el propio sujeto moral el que
se ordena la ley a sí mismo, se trata de una ética autónoma.
El segundo grupo de teorías éticas son las consecuencialistas. Sus
representantes más célebres fueron los ingleses Jeremy
Bentham (1748-1832), considerado el padre del Utilitarismo
—la más importante de las teorías consecuencialistas—
y su discípulo John Stuart Mill (1806-1873).
En el marco de las teorías consecuencialistas, como bien lo dice su
nombre, en lugar de considerar los principios que rigen el acto, tomamos en
cuenta las consecuencias del acto. Toda vez que tengo que decidir si llevar a
cabo una acción o la otra acción alternativa, debo calcular la cantidad y calidad
de consecuencias buenas que se siguen de una acción y de la otra, no sólo para
mí, sino para el mayor número de individuos. Se trata, en suma, de maximizar
la utilidad: el acto bueno será aquel que, una vez comparadas las dos acciones,
produzca las mejores consecuencias, aquellas que sean más útiles para el
mayor número de individuos. Es notorio, entonces, que en la teoría utilitarista,
el principio que debe regir la conducta es el Principio de mayor utilidad.
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¡Repasemos lo visto hasta el momento en esta unidad!!
���� La definición de Ética
���� La naturaleza de la disciplina: el objetivismo y el subjetivismo
���� La definición de Bioética
���� El nacimiento de la disciplina
���� El Juramento Hipocrático
���� El Deontologismo
���� El Utilitarismo
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VI.Un texto para continuar con la lectura
Para todos aquellos que deseen continuar los temas
examinados en esta unidad, continuamos con el texto de Peter Singer y
Helga Kuhse, incluido en Bioethics: An Anthology.
Extractos del mismo ya fueron expuestos más arriba… Por cierto,
puede resultar algo complejo, pero para aquellos que se animan, su lectura
bien vale la pena.
El término “Bioética” fue acuñado por Van Rensselaer Potter, quien lo
utilizó para describir su propuesta sobre la necesidad que tenemos de
incorporar una ética a nuestras obligaciones, no solo en relación con otros
seres humanos, sino también con la biosfera en su totalidad. Aunque en
algunas ocasiones el término todavía se aplica en el sentido de una ética
ecológica, en la actualidad, más comúnmente está limitado al estudio de los
temas éticos que surgen de las ciencias biológicas y médicas. Desde este
punto de vista, la Bioética ha pasado a ser un área de estudio especializada
pero interdisciplinaria. […]
La Bioética puede ser considerada como una rama de la ética, o más
específicamente, de la ética aplicada. Por esta razón, previo a cualquier
estudio serio de Bioética, es esencial tener algún conocimiento de la
naturaleza de la ética. El resto de esta introducción intentará brindar ese
conocimiento.
[…] El relativismo ético, conocido a veces como relativismo cultural,
es un paso que aleja del subjetivismo ético, pero también limita muchísimo
el alcance de los argumentos éticos. El relativista ético sostiene que no son
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las actitudes individuales las que determinan qué es lo correcto y lo
incorrecto, sino las actitudes culturales en las cuales uno vive. Heródoto
relata cómo Darío, rey de Persia, convocó ante su presencia a los griegos de
la costa oeste de su reino y les preguntó cuánto pagarían por comer el
cadáver de sus padres. Ellos se horrorizaron ante esa idea y dijeron que eso
no lo harían por ninguna cantidad de dinero, debido a que su costumbre era
cremar a sus muertos. Luego Darío llamó a los indios de la frontera este de
su reino, y les preguntó si quemarían los cadáveres de sus padres. Los
interpelados comenzaron a llorar y pidieron al rey que dejara de mencionar
un acto que les producía un disgusto tan tremendo. Heródoto comenta
entonces que cada nación se basa en sus propias costumbres. Desde aquí
sólo hay un corto paso hasta el concepto de que no puede haber algo
correcto o incorrecto desde el punto de vista objetivo, más allá de los
límites de la propia cultura. Este concepto fue muy aceptado en el siglo XIX
por los antropólogos occidentales que comenzaron a conocer diferentes
culturas, y quedaron confundidos con los conceptos éticos tan diferentes de
los ya conocidos y aceptados por la sociedad europea. Como defensa contra
la aceptación automática de que los moralistas occidentales son superiores
y que pudieron haberse impuesto sobre los “salvajes,” muchos antropólogos
argumentaron que, puesto que la moralidad está relacionada con la cultura,
ninguna cultura puede considerar que su moralidad es superior a la de otras
culturas.
Aunque los motivos por los cuales los antropólogos establecieron este
concepto fueron admirables, pudieron no haber apreciado las consecuencias
de la posición que estaban tomando. El relativista ético sostiene que una
afirmación como “está bien esclavizar a las personas de otras tribus cuando
son capturadas durante la guerra” significa simplemente que “en mi
sociedad, se acostumbra a esclavizar a las personas de otras tribus
capturadas durante la guerra.” Por lo tanto, si un miembro de la sociedad
cuestionara si es correcto esclavizar personas en esas circunstancias, podría
obtener como respuesta que simplemente es una demostración de las
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costumbres —por ejemplo, mostrando que muchas generaciones lo han
hecho después de cada guerra en la cual se capturaron prisioneros. De este
modo, no hay manera de que los reformadores morales digan que una
costumbre aceptada es incorrecta —ya que lo “incorrecto” está “en
concordancia con una costumbre aceptada—.”
Por otra parte, cuando las personas de diferentes culturas no
concuerdan en un tema ético, entonces el relativista ético no logra
solucionar el desacuerdo. En realidad, no hay un desacuerdo estricto. Si la
disputa aparente fuera sobre el tema mencionado, entonces una persona
podría decir “en mi país es costumbre esclavizar a las otras tribus si son
capturadas durante la guerra” y la otra persona podría decir “en mi país no
es costumbre permitir que un ser humano esclavice a otro.” Esto no está
más en desacuerdo que haber dicho que “en mi país, las personas se
saludan frotándose la nariz” y “en mi país, las personas se saludan
estrechándose las manos.” Si el relativismo ético es cierto, entonces es
imposible decir que una cultura es buena y la otra es mala. Teniendo en
cuenta que algunas culturas han practicado la esclavitud, o la incineración
de las viudas en la pira funeraria de sus esposos, el relativismo es difícil de
aceptar.
Una alternativa más promisoria para ambas concepciones éticas −−−−el
subjetivismo y el relativismo cultural−, es el prescriptivismo, derivado de la
ética desarrollada en Oxford por el filósofo R. M. Hare. Hare sostiene que la
propiedad distintiva de los juicios éticos es que se pueden universalizar. Con
esto, Hare quiere significar que si yo pronuncio un juicio ético, debo estar
preparado para hacerlo sobre temas universales, y aplicarlo a situaciones de
importancia similar. Por “términos universales”, Hare se refiere a aquellos
términos que no están referidos a un individuo particular. Por lo tanto, un
nombre propio no puede ser un tema universal. Por ejemplo, si yo hubiera
dicho “cada uno debe hacer lo que corresponde en interés de Mick Jagger,”
no estaría haciendo un juicio universal, porque he utilizado un nombre
propio. Lo mismo podría ser verdad si hubiese dicho que cada uno debe
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hacer lo que favorezca a mi interés, porque el pronombre personal “mi” está
utilizado para referirse a un individuo particular, a mí mismo.
Parecería que la eliminación de los términos particulares no nos
ayuda mucho. Después de todo, uno siempre puede describirlos en términos
universales. Quizás, no se pueda decir que cada uno debe hacerlo para
favorecer mi interés, pero puedo decir que cada uno debe hacer aquello que
sea en interés de la gente… y luego dar una descripción detallada de mí
mismo, incluyendo la localización precisa de mis pecas. El efecto podría ser
el mismo que decir que cada uno debe hacerlo en mi favor, porque no
habría ninguna persona, excepto yo, que cumpla con esa descripción. Pero
Hare encara este problema muy eficazmente diciendo que emitir un juicio
ético universal significa estar preparado para emitirlo en todas las
circunstancias posibles, incluyendo las hipotéticas. De manera que si yo
dijera que cada uno debe hacer lo que sea por el interés de una persona
con un patrón particular de pecas, debo estar preparado para indicar que,
en la situación hipotética en la cual yo no posea ese patrón de pecas, pero
alguna otra persona sí, debo hacer lo que sea por el bien de esa persona.
Ahora bien, yo puedo decir que lo haré confiando en que nunca me
encontraré en esta situación, pero esto simplemente significa que soy
deshonesto. No soy genuino al emitir un principio universal.
El efecto de decir que un juicio ético debe poder generalizarse para
circunstancias tanto hipotéticas como reales es que siempre que uno emita
un juicio ético pueda aceptar el desafío de ponerse en el lugar de las partes
afectadas, y considerar si todavía podría aceptar ese juicio. Supóngase, por
ejemplo, que poseo una pequeña fábrica y que la manera más barata de
deshacerme de los residuos es verterlos en un río próximo. Yo no bebo agua
de ese río, pero sé que algunos aldeanos que viven río abajo sí lo hacen y
que los residuos pueden enfermarlos. La condición de que los juicios éticos
deben ser universales me crea la dificultad de justificar mi conducta, porque
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si yo me pusiera en el lugar de los aldeanos más que como propietario de la
fábrica, no aceptaría que los beneficios del dueño de la fábrica se
obtuvieran a expensas del riesgo de efectos nocivos sobre mi salud y la de
mis hijos. De este modo, el concepto de Hare requiere que tengamos en
cuenta los intereses y las preferencias de los demás afectados por nuestros
actos. De allí que ofrezca un elemento de razonamiento en el debate ético.
Desde este punto de vista, dado que lo correcto o incorrecto de
nuestras acciones depende de la manera en que afectan a los demás, el
prescriptivismo universal de Hare conduce a una forma de
consecuencialismo —es decir, el concepto de que la rectitud de una acción
depende de sus consecuencias—. La mejor forma del consecuencialismo es
el utilitarismo clásico desarrollado hacia fines del siglo XVIII por Jeremy
Bentham y popularizado en el siglo XIX por John Stuart Mill. Ellos postularon
que una acción es correcta si da lugar a “una cantidad mayor de felicidad”
que de miseria, comparada con cualquier otra alternativa, y es incorrecta en
el caso contrario. Por “cantidad mayor de felicidad,” los utilitaristas clásicos
significaban la suma del placer o la felicidad resultantes de una acción, a
cuyo resultado se les restaba el dolor o la miseria, productos de la misma
acción. Naturalmente, en algunas circunstancias, sólo seria posible reducir
la miseria, entonces la acción correcta debe ser la que traiga menos miseria
que cualquier otra alternativa.
El concepto utilitarista es interesante desde muchos aspectos. Este
concepto prioriza un solo principio que por sí solo pueda proporcionar una
respuesta correcta a todos los dilemas éticos, si pudiésemos predecir cuáles
serán las consecuencias de nuestras acciones. Deja a la ética fuera del
misterioso dominio de las obligaciones y las reglas, y basa las decisiones
éticas en algo que casi todos conocen y valorizan. En general, ese principio
del utilitarismo es aplicado universalmente, sin temores ni favoritismos.
Bentham dijo: “Cada uno cuenta para sí y ninguno para más de uno”, por lo
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cual quiere decir que la felicidad de un vagabundo común cuenta tanto
como la de un noble y que la felicidad de un africano no es menos
importante que la de un europeo.
[…] Otro ejemplo de una ética de reglas es la de Immanuel Kant. La
ética de Kant está basada en el “imperativo categórico,” el cual se expresa
en varias formulaciones diferentes. Una de ellas sostiene que nosotros
siempre debemos actuar de manera tal que consigamos que nuestra acción
sirva como una ley universal. Esto puede ser interpretado como una forma
de la idea de universalización de Hare, de la cual ya nos ocupamos. Otra de
sus formulaciones afirma que nosotros siempre debemos tratar a las otras
personas como un fin y no como un medio. Mientras esas formulaciones del
imperativo categórico podrían aplicarse de diferentes maneras, Kant las
llevó a reglas inviolables, por ejemplo, esas reglas ordenan que no se puede
dejar de cumplir con una promesa que no nos proponemos cumplir. Kant
también pensaba que siempre era incorrecto mentir. En respuesta a una
crítica que señalaba que esta regla tiene excepciones, Kant dijo que sería un
error mentir incluso si alguien se hubiese refugiado en nuestra casa y quien
lo persigue para matarlo golpeara a nuestra puerta preguntando por su
paradero. Los kantianos modernos suelen rechazar esta aceptación tan
estricta de las normas y sostienen que el imperativo categórico no implica
que las reglas contra la mentira sean tomadas tan estrictamente. […]
Puede ser que sigamos un sistema de principios o reglas que podrían
tener diferentes grados de rigidez o flexibilidad. ¿Cuál sería el origen de
tales reglas? Kant trató de deducirlas de su imperativo categórico,
imperativo que a su vez había alcanzado insistiendo en que la ley moral
debe estar basada sólo en la razón, sin ninguna influencia de lo que
queremos o deseamos. Pero el problema de intentar deducir la moralidad
solamente de la razón siempre ha tenido el inconveniente de un formalismo
vacío que no nos dice qué hacer. Para ponerlo en práctica, se necesita tener
cierto contenido adicional, y el intento del propio Kant de deducir las reglas
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de conducta de su imperativo categórico es poco convincente.
[…] En esta discusión sobre ética no hemos mencionado nada acerca
de la religión. Esta omisión puede parecer rara, en vista de la estrecha
relación que a menudo hubo entre religión y ética, pero esa omisión refleja
nuestra creencia de que, a pesar de esta relación histórica, la ética y la
religión son fundamentalmente independientes. Lógicamente, la ética es
anterior a la religión. Si los creyentes afirman que cierta deidad es buena, o
la alaban o alaban su creación o sus hechos, esos creyentes tienen una
noción de la bondad que es previa e independiente de su concepción de la
deidad y de sus actos. Por otra parte, cuando ellos dicen que la deidad es
buena, y se les pregunta qué quieren decir con "bueno", tendrán que
referirse a la deidad, diciendo quizás que "bueno" significa "de acuerdo con
los deseos de la deidad". En este caso, oraciones como "Dios es bueno"
sería una tautología sin sentido. "Dios es bueno" podría significar nada más
que "Dios está en concordancia con los deseos de Dios." Como ya hemos
visto, hay ideas sobre aquello que hace que algo sea "bueno", que no se
encuentran vinculadas a creencia religiosa alguna. Mientras que las
religiones fomentan o instruyen a sus seguidores en la obediencia de
códigos éticos particulares, es obvio que otros que no siguen ninguna
religión también pueden pensar y actuar éticamente.
Decir que la ética es independiente de la religión no es negar que los
teólogos u otros creyentes religiosos puedan representar un papel en la
Bioética. Las tradiciones religiosas suelen tener muchos antecedentes de
debates sobre dilemas éticos, y la acumulación de sabiduría y experiencia
que representan puede brindarnos una comprensión valiosa de problemas
particulares. Pero este entendimiento debería estar sujeto a las críticas
como cualquier otra propuesta. Si finalmente las aceptamos, es debido a
que las hemos juzgado como buenas, y no porque son las declaraciones de
un papa, un rabino, un mullah o una persona santa.
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La ética es también independiente de la ley, en el sentido que no se
puede decidir si un acto es correcto o incorrecto basándose en su legalidad
o ilegalidad. A menudo, puede ser importante establecer si un acto es legal
o ilegal para decidir si es correcto o incorrecto, porque está establecido que
no es correcto infligir la ley, si no intervienen otros factores. Muchas
personas han pensado que esto es especialmente así en una democracia, en
la cual cada uno tiene su participación en la confección de la ley. Otra razón
por la cual un acto se puede considerar ilegal es si su legalidad puede
afectar las consecuencias que posiblemente provengan de él. Si la eutanasia
voluntaria activa es ilegal, entonces los médicos que la practican se
arriesgan a ser llevados a prisión, lo que hará que tanto ellos como sus
familiares sufran y también significa que ellos ya no podrán ayudar a otros
pacientes. Ésta puede ser una poderosa razón para no practicar la eutanasia
voluntaria cuando viola la ley […]. Si tenemos una obligación ética de acatar
la ley, y de ser así, qué importancia habría que otorgarle, es una cuestión
que debe ser precedida por una discusión ética…
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Bibliografía
Beauchamp T., Childress J. (eds.), Principios de ética biomédica, Barcelona,
Masson, 2002.
Cohen Diana, Temas de Bioética para inquietos morales, Buenos Aires,
Ediciones del Signo, 2004.
Singer Peter y Helga Kuhse, Bioethics: An Anthology, Oxford, Blackwell, 1999.