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Universidad de Córdoba E.B.T. Universidad de Córdoba
ESCUELA TÉCNICA SUPERIOR
DE INGENIERÍA AGRONÓMICA Y DE MONTES
DEPARTAMENTO DE CIENCIAS Y RECURSOS AGRÍCOLAS Y FORESTALES
TRABAJO PROFESIONAL FIN DE CARRERA
“Evaluación ambiental del uso de plaguicidas mediante
estaciones de biomonitoreo con colonias de Apis mellifera en
las provincias de Badajoz, Córdoba y Valencia”
ALUMNA: Alicia Díaz García
DIRECTORES: Dr. D. Enrique Quesada Moraga
Dr. D. José Antonio Ruiz Martínez
TITULACIÓN: Ingeniero Agrónomo
PLAN DE ESTUDIOS: 2000
Córdoba, septiembre 2016
Este estudio ha sido parcialmente financiado por los siguientes proyectos:
“Evaluación medioambiental de pesticidas mediante estaciones de biomonitoreo con colonias
de Apis mellifera. Posible uso para la certificación de producción integrada en Extremadura”.
Gabinete de Iniciativa Joven. Presidencia Junta de Extremadura. (Asistencia Técnica: DAGIJ-
2006-1-74)
“Evaluación de la contaminación urbana en el municipio de Córdoba mediante el empleo de Apis
mellifera como bioindicadores ambientales” (2006/000228), la Concejalía de Medio Ambiente
del Ayuntamiento de Córdoba.
“Desarrollo y puesta en marcha de una red de estaciones de biomonitoreo con colonias de Apis
mellifera para la evaluación a tiempo real de la contaminación urbana en el municipio de
Córdoba”. Secretaría de Estado de Cambio Climático de la Dirección General de Calidad y
Evaluación Ambiental, del Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino (PC 199-003,
2008-2011).
“Intoxicaciones con plaguicidas en colonias de Apis mellifera de la comunidad valenciana”
Asociación de Defensa Sanitaria Apícola de la comunidad valenciana (2012).
D. Enrique Quesada Moraga, Catedrático de Entomología Agrícola del Departamento
de Ciencias y Recursos Agrícolas y Forestales de la E.T.S.I.A.M., Universidad de Córdoba.
D. José Antonio Ruiz Martínez, Doctor en Veterinaria y Técnico Apícola.
INFORMAN:
Que el Trabajo Profesional Fin de Carrera titulado “Evaluación ambiental del uso de
plaguicidas mediante estaciones de biomonitoreo con colonias de Apis mellifera en las
provincias de Badajoz, Córdoba y Valencia” realizado por Alicia Díaz García, alumna de
la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Agrónomos y Montes, reúne los requisitos
necesarios para su defensa.
Y para que así conste, firman el presente en Córdoba a 9 de Septiembre de dos mil
dieciséis.
Fdo: D. Enrique Quesada Moraga Fdo: D. José Antonio Ruiz Martínez
Fdo: Alicia Díaz García
A Peke
Agradecimientos
A mis directores de proyecto: el Dr. Enrique Quesada Moraga, por creer en mí y en mis
capacidades y ayudarme siempre que lo he necesitado, por su actitud positiva y
pragmática a la hora de abordar este último paso, que logró contagiarme y, por
supuesto, por transmitirme sus conocimientos, tanto durante la realización de este
trabajo como en las asignaturas que me ha impartido durante la carrera, que han sido,
sin lugar a dudas, las que más me han motivado. Al Dr. José Antonio Ruiz Martínez, al
que más que un director considero un amigo, por su infinita paciencia, por preocuparse
por mí y animarme siempre, por la ayuda que me ha prestado en los momentos duros
y, sobre todo, por abrirme las puertas a un mundo tan increíble como es la apicultura y
compartir conmigo la pasión que él siente hacia el mismo. Mil gracias a los dos, de todo
corazón.
A Daniel, mi peke, el amor de mi vida, mi compañero, sin el cual, no hubiese sido capaz
de terminar este proyecto. Gracias por no dejarme caer, por estar ahí para mí
absolutamente siempre, por creer en mí en cada paso del camino, incluso cuando ni yo
misma lo hacía, por recordarme cada día lo que es verdaderamente importante, por
todas esas conversaciones interminables que finalmente que dieron sus frutos y,
simplemente, por ser como eres, mi persona favorita en el mundo. Sin tu cariño y tu
apoyo, esto no hubiese sido posible.
A mis padres, Antonio y Alicia, que me han permitido poder estudiar esta carrera y me
han apoyado y animado con ilusión y cariño en los momentos en los que lo he
necesitado. Gracias por esta ahí.
A Inmaculada Garrido, por ayudarme siempre que he acudido a ella y por su infinita
amabilidad y paciencia. Eres un amor, Inma.
A Fernando, por no rendirse conmigo y creer en mí.
Y por último, aunque no menos importante, quiero dar las gracias a todos aquellos
amigos con los que he compartido buenos momentos, en particular, Lau, Mon y Mary,
mis “chicas velvet”, que siempre me hacen sonreír y con las que me lo paso genial. Y,
especialmente, quiero dar las gracias a mi amiga Ana, mi “compi” de la carrera, una
persona buena de verdad, amable y divertida, con la que he pasado muy buenos
momentos durante estos años de universidad. Gracias por preocuparte por mí, saber
escuchar, darme ánimos cuando sabías que lo necesitaba y arrancarme una sonrisa cada
vez que nos veíamos. Gracias Ana.
A TOD@S, GRACIAS.
Resumen La abeja de la miel, Apis mellifera Linnaeus 1758, es un insecto de gran importancia ecológica
y económica, cuyo manejo técnico actual es sencillo y de coste reducido, lo que convierte a la especie en un excelente organismo bioindicador de la contaminación ambiental por plaguicidas. El presente trabajo aborda por primera vez en España el empleo de la abeja de la miel para evaluar el riesgo ambiental derivado del empleo de plaguicidas en distintas localizaciones y diferentes periodos de seguimiento. Para ello, estaciones de biomonitoreo constituidas por dos colonias de Apis mellifera iberiensis y equipadas con una jaula modelo underbasket para la recolección de abejas muertas, fueron ubicadas estratégicamente en las provincias de Badajoz, Córdoba y Valencia. Se instalaron dos estaciones en Badajoz, en el año 2007, en zonas agrícolas; cinco en Córdoba, en el año 2010, en zonas agrícolas, urbanas y forestales y dos estaciones en Valencia, en el año 2012, en zonas agrícolas. De cada una de esas estaciones se recolectaron, semanalmente, muestras de abejas muertas durante los meses de primavera y verano. Los residuos de plaguicidas presentes en aquellas muestras en las que se superó el umbral crítico de mortalidad de 250 abejas muertas por semana y estación fueron determinados mediante cromatografía de gases combinada con espectrometría de masas (GC-MS, HPLC-MS, GC-MS/MS, LC-MS/MS). El procesamiento de los datos de mortalidad de abejas y presencia de plaguicidas permitió calcular, para cada estación y mes, el Índice de Riesgo Ambiental (IEH: Index Environmental Hazard), basado en la toxicidad y la persistencia de cada sustancia activa detectada. En Badajoz, el 40% de las muestras superó el umbral crítico de mortalidad y se detectaron un total de 6 materias activas, de las cuales, la más frecuente fue el fenitrotión, excluida del Anexo I de la Directiva 91/414/CEE (314) en el año 2007. En esta provincia, el IEH más preocupante fue B2 (importante) y el obtenido con mayor frecuencia fue B3 (extendido). En Córdoba, el 50% de las muestras superó el umbral crítico de mortalidad, encontrándose gran variabilidad según las estaciones. Así, en la estación CO1, ubicada en una parcela del Centro de Experimentación Agraria IFAPA, ninguna de las muestras tomadas superó el umbral. Sin embargo, en la estación CO5, ubicada en una cantera abandonada localizada al oeste de la ciudad, la totalidad de las muestras superaron el umbral. En esta provincia, se detectaron 4 materias activas distintas y una de ellas, el carbaril, que también fue excluida del Anexo I de la Directiva 91/414/CEE (314) en el año 2007, apareció en 18 de las 19 muestras analizadas que resultaron positivas a plaguicidas. Los IEH más elevados registrados en Córdoba fueron B3 (extendido) y C1 (medio) y el obtenido con mayor frecuencia fue D4 (ausente). En Valencia, en la estación VA1, ubicada en Barxeta, un 29,4% de las muestras superaron el umbral crítico de mortalidad, mientras que en la estación VA2, ubicada en Montroi, el porcentaje ascendió al 68,4% del total de las muestras recogidas. En esta provincia, se detectaron un total de 11 materias activas, siendo las más frecuentes el ometoato, excluida del Anexo I de la Directiva 91/414/CEE (314) en el año 2002, y el dimetoato. De las tres provincias de estudio, fue Valencia aquella en la que se registró el IEH más alarmante (A4: considerable). Sin embargo, el IEH obtenido con mayor frecuencia fue D4 (ausente).De acuerdo a los resultados obtenidos, el biomonitoreo con estaciones de A. mellifera puede constituir una herramienta válida a la hora de obtener información de interés acerca del riesgo medioambiental y la sostenibilidad del uso de plaguicidas en un área determinada a lo largo del tiempo. Por esta razón, el control de la repercusión medioambiental de la contaminación por plaguicidas con bioindicadores como A. mellifera, y no solo con los análisis fisicoquímicos, debería considerarse como práctica habitual, sistemática y obligatoria recogida en la legislación vigente. De otro modo, en su defecto, este tipo de estudios podría utilizarse para la certificación de una producción agraria realmente respetuosa con el medioambiente.
Palabras clave: Apis mellifera, bioindicador, biomonitoreo, plaguicidas, riesgo medioambiental.
ÍNDICE
1. INTRODUCCIÓN .................................................................................................... 1
1.1. ORIGEN Y DESARROLLO DE LA AGRICULTURA...................................................................... 1
1.2. AGRICULTURA Y MEDIOAMBIENTE ................................................................................... 4
1.3. LOS PLAGUICIDAS Y SU USO EN AGRICULTURA .................................................................... 5
1.4. CONTAMINACIÓN AMBIENTAL POR PLAGUICIDAS ................................................................ 7
1.4.1. Medioambiente ............................................................................................... 8
1.4.2. Salud humana ................................................................................................ 10
1.4.3. Organismos no diana .................................................................................... 10
1.5. EVALUACIÓN DEL RIESGO AMBIENTAL DEL USO DE PLAGUICIDAS .......................................... 11
1.6. UTILIZACIÓN DE BIOINDICADORES EN EVALUACIÓN MEDIOAMBIENTAL .................................. 14
1.7. COLONIAS DE APIS MELLIFERA COMO BIOINDICADORES ..................................................... 17
1.8. LA ABEJA MELÍFERA COMO BIOINDICADOR DE PLAGUICIDAS ................................................ 23
1.9. OBJETIVOS ............................................................................................................... 26
2. MATERIALES Y MÉTODOS ................................................................................... 27
2.1. BIOMONITOREO ........................................................................................................ 27
2.1.1. Composición de las estaciones de biomonitoreo .......................................... 27
2.1.2. Localización de las estaciones de biomonitoreo ........................................... 30
2.1.3. Sistema de biomonitoreo .............................................................................. 34
2.1.4. Toma de muestras ......................................................................................... 34
2.2. ANÁLISIS DE PLAGUICIDAS ........................................................................................... 36
2.2.1. Determinación de organofosforados, carbamatos y piretroides .................. 37
2.2.2. Determinación de neonicotinoides ................................................................ 38
2.2.3. Determinación de clorpirifos etil y del resto de plaguicidas ......................... 39
2.3. CÁLCULO DEL ÍNDICE DE RIESGO AMBIENTAL (IEH) .......................................................... 40
2.3.1. Clase de Mortalidad ...................................................................................... 40
2.3.2. Índice de Toxicidad de los Plaguicidas (IPT) .................................................. 40
2.3.3. Índice de Riesgo Ambiental (IEH) .................................................................. 43
3. RESULTADOS ...................................................................................................... 45
3.1. MORTALIDAD DE ABEJAS ............................................................................................. 45
3.2. PRESENCIA DE PLAGUICIDAS ......................................................................................... 48
3.3. ÍNDICE DE RIESGO AMBIENTAL ..................................................................................... 54
4. DISCUSIÓN ......................................................................................................... 59
5. CONCLUSIONES .................................................................................................. 65
6. BIBLIOGRAFÍA ..................................................................................................... 67
7. INDICE DE TABLAS............................................................................................... 77
8. ÍNDICE DE FIGURAS ............................................................................................. 79
ANEXO .................................................................................................................. 81
1. INTRODUCCIÓN
Introducción
1
1. INTRODUCCIÓN
1.1. Origen y desarrollo de la agricultura
Uno de los acontecimientos más significativos en la historia de la humanidad fue el
descubrimiento que hizo el ser humano de su capacidad para manejar plantas de las que
obtenía sus alimentos (De Bauer, 2009).
Los cambios climáticos, la incertidumbre diaria de conseguir suficientes alimentos y
la desaparición de los grandes mamíferos obligaron al ser humano a cambiar su
condición de recolector y cazador a agricultor y ganadero (De Bauer, 2009). Según
Maroto (1998), la agricultura surgió alrededor del 9000 a.d.C en la época conocida como
Neolítico y en una zona de terreno bautizada por los arqueólogos como “Creciente
fértil”, que se corresponde actualmente con el área en forma de media luna que va
desde Egipto hasta los ríos Tigris y Éufrates.
La adopción de la actividad agrícola tuvo, sin duda, consecuencias trascendentales
para la humanidad. El ser humano reemplazó el nomadismo por el sedentarismo, dando
lugar a los primeros asentamientos y a las futuras civilizaciones, comenzó a modificar
los ecosistemas naturales al favorecer a algunas especies vegetales en detrimento de
otras y, al disponer de alimentos de forma segura, pudo desarrollar mejor sus facultades
intelectuales, lo que posibilitó la invención de nuevos útiles y herramientas y el
surgimiento de técnicas, artes y oficios. Todo ello derivó en la que se considera la
consecuencia más destacada del surgimiento de la agricultura, el incremento
poblacional, que, en lo político y en lo socioeconómico, ha modificado la faz de la Tierra
(De Bauer, 2009).
Los sistemas de aprovisionamiento de alimentos, como necesidad primaria del ser
humano, han evolucionado a través del tiempo. En forma muy amplia, se distinguen tres
fases: la agricultura preindustrial, la agricultura industrial y la agricultura del siglo XX (De
Bauer, 2009).
Introducción
2
Durante la fase de agricultura preindustrial, que comprende desde el inicio de la
agricultura (9000 a.d.C) hasta la edad moderna (siglos XVI y XVII), el ser humano practica
una agricultura de subsistencia, es decir, produce lo necesario para garantizar la
seguridad alimentaria de su comunidad. Se trata de una agricultura tradicional, que
depende casi exclusivamente de los ciclos de la naturaleza y es muy vulnerable a las
catástrofes. Es poco productiva y se caracteriza por la dependencia de los factores físicos
y el empleo de técnicas y herramientas arcaicas. Durante esta fase, el cambio técnico
tiene lugar de manera lenta y progresiva y es a partir del siglo XVIII cuando se inicia una
fase de creciente aplicación de energía y de tecnología a la producción agraria en
muchas zonas del mundo (De Bauer, 2009; Studer, 2016).
La obligación de responder a la necesidad acuciante de alimentar a una población en
continuo aumento constituye el motor de cambio para el paso de la agricultura
preindustrial a una agricultura más desarrollada (agricultura industrial). Tal paso
comienza en la segunda mitad del siglo XVIII y se potencia durante el siglo XIX a lo largo
de diversas líneas de desarrollo tales como una búsqueda incesante de las técnicas
agrícolas óptimas, una importancia creciente de la mecanización y la selección de nuevas
variedades y razas adaptadas a las nuevas condiciones de cultivo (Cubero y Moreno,
1991)
En el siglo XIX y hasta mediados del siglo XX, el ser humano, acorde con la
industrialización y el desarrollo tecnológico de la época, tecnifica la producción de
alimentos. Avances en investigación científico-técnica como la invención de la segadora
mecánica (Cyrus Hall McCormick, 1838), el empleo de abono químico para fertilizar
tierras (Justus von Liebig, 1845) o el descubrimiento de las Leyes de la Herencia (Gregor
Mendel, 1865) y de la heterosis del maíz (George H. Shull, 1906), permiten incrementar
la producción de alimentos y practicar una agricultura más eficiente (De Bauer, 2009).
A mediados del siglo XX, como producto de la investigación científica, surge lo que se
conoce como “revolución verde”, que supone el paso hacia una agricultura basada en el
productivismo. Impulsada por la generación de variedades de arroz y trigo con alto
potencial de rendimiento y adoptada, de manera extensa y rápida, por los agricultores
Introducción
3
de varios países en desarrollo a fines del decenio de 1960 y a principios de los 70, la
revolución verde trae consecuencias significativas para el nivel de vida de los
consumidores y productores de estos países. Sin embargo, también supone un
incremento acelerado en el uso de factores de producción como fertilizantes
nitrogenados y agua de riego. Por tanto, el modelo de agricultura productivista que
surge como resultado de esta revolución, basado en el monocultivo, la mecanización y
los agroquímicos, no solo supone una mejora en los rendimientos, sino que, desde su
inicio trae consigo consecuencias negativas como la degradación del medioambiente y
la generación de excedentes de producción sin solucionar el problema del hambre en el
mundo (Carson, 1962; Cubero y Moreno, 1991)
A lo largo del siglo XX, la progresión de las líneas anteriormente mencionadas deja de
ser lineal para convertirse en exponencial, absorbiendo todo lo que la tecnología pone
a su disposición. Se incorporan de este modo el uso de nuevos compuestos químicos
para luchar contra plagas, enfermedades y malas hierbas, la fabricación de abonos en
sustitución de los naturales, las técnicas de cultivo intensivo, la mecanización total de
las operaciones agrícolas y nuevos métodos de mejora genética, con la incorporación de
técnicas de biología molecular (Cubero y Moreno, 1991)
Sin embargo, aunque la tecnificación de la agricultura favorece el incremento de los
rendimientos de los cultivos, genera impactos negativos que ponen en peligro la
alimentación de las generaciones futuras sin lograr solucionar el problema de la
distribución de los alimentos en el mundo. Por tanto, frente al modelo de agricultura
productivista del siglo XX, surgen dos modelos alternativos: la producción agraria
ecológica y la agricultura sostenible (Studer, 2016).
El modelo de producción agraria ecológica, en algunas de sus distintas variantes,
parece renunciar a los avances científico-técnicos y a los aspectos positivos de la
revolución verde que permitieron un gran desarrollo agrario. La vuelta a métodos
ancestrales de producción agraria originaría un incremento excesivo de los precios de
los alimentos y una necesidad de aumentar la superficie agraria cultivada en detrimento
Introducción
4
de la forestal, para no poner en peligro la producción global de producción de alimentos
mundiales (Jiménez-Díaz, 1998).
Por ello, entre las dos visiones de agricultura productivista y producción agraria
ecológica, aparece el concepto de agricultura sostenible, que es aquella que satisface
las necesidades alimenticias del presente, asegurando las de las generaciones venideras
(Jiménez-Díaz, 1998).
En el siglo XIX, la agricultura se enfrenta al reto de producir más alimentos,
disponiendo de menos recursos, a fin de alimentar a una población creciente. Se calcula
que hacia el año 2050, la población de la Tierra habrá aumentado en 2.000 millones de
personas, hasta alcanzar los 9000. Garantizar la seguridad alimentaria para toda esa
población bajo la amenaza del cambio climático, que agota las tierras y el agua
disponible, no será tarea fácil. Será necesario, por tanto, adoptar métodos de
producción más eficaces que permitan satisfacer la creciente demanda de alimentos sin
perjudicar los recursos naturales y el medioambiente (FAO, 2009; Comisión Europea,
2012).
1.2. Agricultura y medioambiente
A pesar de los progresos registrados en las últimas décadas en materia
medioambiental, Europa se enfrenta a retos de gran envergadura. La contaminación
ambiental, el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la degradación del suelo
constituyen, a día de hoy, problemas de primer orden que ponen en riesgo los
equilibrios ecológicos que sustenta la vida (Agencia Europea de Medio Ambiente, 2015).
Para solventar estos problemas es necesario que se produzcan cambios, tanto en los
modelos de producción como en las pautas de consumo, orientados hacia la protección
del entorno natural y el uso eficiente de los recursos.
Las actividades agrarias pueden acarrear efectos indeseados sobre la calidad del aire,
el agua y el suelo, entre otras razones, como consecuencia del empleo de plaguicidas y
Introducción
5
fertilizantes, lo que hace necesario un cambio de modelo orientado hacia una
producción más sostenible y respetuosa con el medioambiente. No en vano, la Unión
Europea puso en marcha, en 2006, una estrategia temática que culminó con la
aprobación de la Directiva 2009/128/CE de Uso Sostenible de Plaguicidas, ya
transpuesta a todos los estados miembros. Su intención era reducir los riesgos
medioambientales derivados del uso de estas sustancias y fomentar la gestión integrada
de plagas y el empleo de alternativas no químicas.
A pesar de ello, en la edición 2015 del anuario estadístico sobre agricultura, ganadería
y pesca, publicado por la Unión Europea, se muestra a España como el país con mayor
consumo de plaguicidas del conjunto de los 28 estados miembros. Por este motivo se
hace necesario no solo controlar los residuos de estos productos en los alimentos, sino
vigilar su presencia en el medioambiente.
1.3. Los plaguicidas y su uso en agricultura
Desde los inicios de la agricultura, los agricultores han visto amenazados sus cultivos
por agentes que pueden originar plagas (fitófagos), organismos que son capaces de
originar enfermedades (fitopatógenos) y plantas adventicias, comúnmente
denominadas malas hierbas, que resultan no deseables por competir con las plantas
cultivadas por agua y nutrientes.
Existen pocas plantas que escapen al ataque de estos agentes, pero han sido las
condiciones agrícolas de intensificación de la producción a través de formaciones
monoespecíficas, nuevas variedades de consumo, uso intensivo de fertilizantes y
modificación de ambientes hacia condiciones de mayor desarrollo vegetal, las que han
originado un desmesurado incremento de la actividad de estos organismos (Casida y
Quistad, 1998).
Estos agentes nocivos pueden originar importantes pérdidas de cosecha, que si no se
adoptan medidas de control, pueden llegar a suponer un 49% para trigo, un 77% para
Introducción
6
arroz y un 68% para maíz (Oerke, 2005). Estos tres cultivos, junto con la patata,
constituyen el 60% del aporte calórico de nuestra dieta (FAO, s.f.). Por este motivo, para
salvaguardar el elevado nivel de productividad necesario para hacer frente a las
necesidades alimenticias de la población, resulta vital prevenir o reducir estas pérdidas
(Oerke, 2005).
El empleo de productos químicos naturales o sintéticos capaces de ejercer
alteraciones fisiológicas sobre los organismos nocivos de las plantas cultivadas ha
constituido sin lugar a duda uno de los grandes avances de la agricultura y un claro
exponente de la revolución verde (Casida y Quistad, 1998).
La aparición de los primeros plaguicidas químicos de uso agrícola data de mediados
del siglo XVI, en 1630 se empiezan a usar en Francia derivados del arsénico como
insecticidas para el tratamiento de semillas, la nicotina se emplea por primera vez como
insecticida en 1690, y más tarde, ya a principios del siglo XIX, comienzan a utilizarse
insecticidas de origen botánico como el pelitre y la rotenona (Casida y Quistad, 1998;
Polyrakis, 2009).
A partir de entonces y hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial, empiezan a
utilizarse de forma generalizada diferentes productos para proteger a los vegetales.
Fundamentalmente se trata de sustancias químicas de naturaleza inorgánica: azufre;
arseniatos de plomo, calcio y sodio; fluoruros y fluosilicatos; jabones, etc. (Jones, 1973;
Polyrakis, 2009).
Es al final de la contienda cuando se inicia la química agrícola moderna con la
introducción de los insecticidas orgánicos sintéticos, el primero de los cuales fue el DDT,
compuesto de la familia de los organoclorados cuyas propiedades insecticidas fueron
descubiertas en 1939 por Paul Müller (Ware y Whitacre, 2004). Posteriormente, la
aparición de otros insecticidas sintéticos -los organofosforados en los años 60, los
carbamatos en los 70 y los piretroides en la década de los 80- y a introducción de los
herbicidas y los fungicidas en 1970-1980, contribuye en gran medida a la protección de
cultivos y a la producción agrícola (Casida y Quistad, 1998; Aktar et al., 2009).
Introducción
7
Desde la década de los 80 hasta la actualidad, han aparecido nuevos grupos de
sustancias químicas y, actualmente, el número de plaguicidas existentes a nivel mundial
es superior a 10.000, de los cuales sólo se utilizan entre 600 y 800, mientras que el
número de combinaciones comerciales asciende a 12.000. Para el año 2050 se
pronostica que la producción global de plaguicidas puede alcanzar los 10 millones de
toneladas métricas (Polyrakis, 2009; Brittain y Potts, 2011).
Hoy en día, los plaguicidas son ampliamente utilizados en los agroecosistemas para
preservar de forma económica y eficaz al menos parte de la producción potencial de los
cultivos así como la calidad de los productos agrarios, e incluso su valor nutricional y
seguridad (Comisión Europea, 2006a; Damalas y Eleftherohorinos, 2011). Solo en 2013,
se registró en la Unión Europea un consumo de plaguicidas de 360.000 toneladas, con
España a la cabeza con un 19,5%, seguida de Francia (18,7%), Italia (13,8%) y Alemania
(12,3%) (Forti y Henrard, 2016).
Es indudable que el empleo de estos productos ha beneficiado a la humanidad, pero
su uso no ha estado exento de efectos secundarios sobre el medioambiente y los
organismos no diana, tanto artrópodos, parasitoides, depredadores y polinizadores,
como mamíferos, aves y peces, lo que ha impulsado en los últimos 50 años el desarrollo
de normativas, principios, métodos y técnicas que buscan limitar y reducir su empleo
(Aktar et al., 2009).
1.4. Contaminación ambiental por plaguicidas
A mediados del siglo XX no existía una gran preocupación sobre el efecto de los
plaguicidas en la salud humana y medioambiental. Fue a principios de los años 60, en
1962, cuando el libro de Rachel Carson “La primavera silenciosa” reveló importantes
aspectos sobre los efectos perjudiciales de estos compuestos químicos. Esta publicación
sirvió para llamar la atención del público sobre ciertos aspectos como la toxicidad de
muchos plaguicidas en humanos, animales domésticos y vida salvaje, su fitotoxicidad o
su capacidad de transporte y contaminación medioambiental. Existen hoy evidencias
Introducción
8
abrumadoras de que muchos de estos químicos constituyen un riesgo potencial para los
seres humanos y ocasionan efectos indeseables en el medioambiente (Valavanidis y
Vlachogianni, 2011; Aktar el al., 2009).
1.4.1. Medioambiente
Se estima que cuando un plaguicida es empleado para controlar un determinado
agente nocivo, aproximadamente un 47% del producto aplicado se deposita en suelos y
aguas superficiales colindantes o se dispersa en la atmósfera, poniendo en riesgo la
salud medioambiental y pudiendo afectar negativamente a organismos no diana
(vertebrados, invertebrados, microorganismos y plantas) (Ramírez y Lacasaña, 2001;
Polyrakis, 2009)
La atmósfera es, probablemente, el medio más importante para la dispersión de
plaguicidas a larga distancia. Fenómenos como la deriva y la evaporación, que tienen
lugar durante la aplicación por pulverización, la volatilización desde los cultivos y los
suelos agrícolas, la erosión eólica de suelos contaminados y la emisión de contaminantes
durante los procesos de fabricación y eliminación de estos productos contribuyen
enormemente a incrementar la concentración de residuos de plaguicidas en la
atmósfera (Polyrakis, 2009).
La cantidad de producto aplicado que puede perderse como consecuencia de la
deriva oscila entre el 2 y el 25% y, a los pocos días de ser aplicado, entre el 80% y el 90%
del mismo puede volatilizarse e incorporarse a la atmosfera. Las pérdidas ocurridas
durante la pulverización y la volatilización desde áreas agrícolas tratadas son
responsables del 90% de la contaminación atmosférica por plaguicidas. Los residuos de
plaguicidas presentes en el aire atmosférico representan una fuente importante de
exposición para los seres humanos y la fauna y flora silvestre (Aktar, 2009; Polyrakis,
2009).
Introducción
9
Desde la atmósfera, los plaguicidas pueden entrar en contacto con el suelo. Una vez
allí, pueden permanecer meses o incluso años, dependiendo de su persistencia. Existen
plaguicidas persistentes y de naturaleza hidrofóbica que se adhieren fuertemente a las
partículas del suelo, es el caso de algunos insecticidas organoclorados (DDT, endosulfán,
lindano), cuyos residuos siguen aún presentes en el suelo a pesar de estar prohibidos en
agricultura (Doxtader y Croissant, 1992; Andreu y Picó, 2004).
Una de las propiedades de los plaguicidas que más condiciona su destino en el suelo
es su solubilidad Los plaguicidas solubles se disuelven en la fracción líquida del suelo y
pueden contaminar las aguas subterráneas al ser lavados por el agua de lluvia o riego.
En el agua subterránea, debido a la baja disponibilidad de luz, calor y oxígeno, los
plaguicidas se degradan a un ritmo mucho más lento y, por tanto, pueden permanecer
allí durante largos periodos de tiempo. Cuando se detecta la contaminación, suele estar
muy extendida y pueden pasar años hasta que un acuífero se purifique por completo
mediante procesos naturales (Polyrakis, 2009).
Las aguas superficiales y subterráneas se contaminan, principalmente, a través de la
escorrentía, el drenaje y la lixiviación. El agua de lluvia o riego que entra en contacto con
cultivos y terrenos tratados y no penetra en el suelo (agua de escorrentía), contamina
los cursos de agua superficial, que también están expuestos a plaguicidas si se
encuentran próximos al lugar de aplicación, y los fenómenos de drenaje y lixiviación son
las principales vías a partir de las cuales los plaguicidas alcanzan y contaminan las aguas
subterráneas (Polyrakis, 2009). Más allá, el medio acuático es especialmente sensible a
los plaguicidas y su contaminación como consecuencia del empleo de estos compuestos
está muy extendida. Es una de las principales vías a través de la cual los plaguicidas son
transportados desde el lugar en el que son aplicados hasta otras áreas
medioambientales (Aktar el al., 2009; Polyrakis, 2009; UE, 2009a).
Introducción
10
1.4.2. Salud humana
Los usuarios directos que mezclan, transportan, almacenan o aplican estos
productos, al estar expuestas a ellos de manera directa, constituyen el colectivo que
sufre un mayor riesgo de intoxicación aguda. Sin embargo, a consecuencia de la
presencia de residuos de plaguicidas en el aire, el agua y los alimentos, toda la población
en general está expuesta de manera indirecta a estos contaminantes. Según la OMS
(1990), no hay segmento alguno de la población que se encuentre exento del riesgo de
exposición a plaguicidas, siendo este riesgo mayor o menor en función de la toxicidad
de los productos y del grado de exposición a los mismos (Comisión Europea, 2006a;
Damalas y Eleftherohorinos, 2011).
1.4.3. Organismos no diana
Se han publicado numerosos artículos científicos acerca de los efectos de los
plaguicidas sobre los organismos no diana y la biodiversidad que revelan que el uso de
estos compuestos ha contribuido especialmente a la reducción de las poblaciones de
aves, insectos, anfibios y organismos acuáticos. Los efectos sobre estos organismos
pueden producirse como resultado de la exposición directa a estos compuestos o bien
de manera indirecta a través de la reducción de la disponibilidad de alimento (Eyhorn et
al., 2015).
Los productos herbicidas son aplicados en campos de cultivo y otras áreas de manera
generalizada y continua y suponen la eliminación de muchas especies de plantas
silvestres que ofrecen refugio y alimento a insectos beneficiosos, arácnidos y pájaros. El
uso de plaguicidas reduce las poblaciones de estos organismos que, de manera natural,
contribuyen al control de insectos fitófagos. Existen casos en los que, la reducción de las
poblaciones de insectos beneficiosos ha propiciado el desarrollo de ciertas plagas que
antes constituían una amenaza leve. El mal manejo y uso desmesurado de plaguicidas
también puede derivar en el surgimiento de nuevas especies plaga (Eyhorn et al., 2015).
Introducción
11
El uso generalizado de plaguicidas sistémicos, que son absorbidos y transportados a
través de las plantas, se prevé que causará un impacto sustancial en la biodiversidad y
el funcionamiento de los ecosistemas (Eyhorn et al., 2015). Hay estudios que
demuestran que los insecticidas sistémicos del grupo de los neonicotinoides alteran la
capacidad de las abejas de la miel para orientarse y regresar a la colmena y, por este
motivo, constituyen una de las causas de la inexplicable y masiva desaparición que,
desde 2006, está afectando a estos importantes insectos polinizadores (Fischer et al.,
2014; Chensheng et al., 2014).
Para reducir el impacto de los plaguicidas en la salud humana y el medioambiente,
además del empleo de formulaciones más seguras o la implementación de sistemas de
cultivo alternativos menos dependientes de estos productos es necesario evaluar el
riesgo ambiental derivado de su uso (Damalas y Eleftherohorinos, 2011).
1.5. Evaluación del riesgo ambiental del uso de plaguicidas
Muchos de los efectos adversos de los plaguicidas en el medio ambiente dependen
de las interacciones entre las propiedades fisicoquímicas (presión de vapor, la
estabilidad, solubilidad, pKa) del plaguicida, la adsorción y persistencia del compuesto
en el suelo, la diversidad vegetal, la variación climática y factores edáficos como el pH,
el contenido de materia orgánica o la humedad del suelo (Damalas y Eleftherohorinos,
2011).
Además, la toxicidad y ecotoxicidad de las materias activas aplicadas, la condiciones
meteorológicas imperantes durante y después de su aplicación, la capacidad del
plaguicida para persistir en el medio ambiente y aspectos relativos a su aplicación como
la dosis aplicada, los métodos y equipos empleados y las medidas de precaución
tomadas, también condicionan en menor o mayor medida el impacto medioambiental
ocasionado por estos agroquímicos. Las propiedades del suelo y las condiciones
climáticas son los factores más condicionan el destino y el comportamiento de los
plaguicidas en el medio ambiente y, por lo tanto, su actividad, selectividad y potenciales
Introducción
12
efectos adversos sobre los distintos compartimentos ambientales (Damalas y
Eleftherohorinos, 2011).
La evaluación del riesgo que supone el uso de plaguicidas en el medio ambiente no
es un proceso fácil ni particularmente preciso. Esto se debe a las diferencias en los
periodos y niveles de exposición, los tipos de sustancias activas y formulaciones
empleadas (respecto a su toxicidad y persistencia), así como las características
ambientales de las zonas donde los plaguicidas se suelen aplicar (Damalas y
Eleftherohorinos, 2011).
A pesar de ello, existe una necesidad creciente entre los usuarios de plaguicidas, los
consumidores y las autoridades sanitarias y ambientales de obtener más información
sobre el riesgo de estos compuestos para el medio ambiente. Por este motivo, se han
desarrollado varios indicadores capaces de describir el riesgo medioambiental del uso
de plaguicidas (Reus et al., 2002).
Recientemente se ha llevado a cabo en Europa un estudio comparativo en el que se
han aplicado ocho indicadores de riesgo ambiental sobre 15 aplicaciones de plaguicidas.
A pesar de que los ocho indicadores difieren en los parámetros y métodos, su aplicación
para evaluar el riesgo sobre compartimientos ambientales individuales (agua superficial,
agua subterránea y suelo) proporcionó clasificaciones similares para los 15 plaguicidas
aplicados. A este respecto, este trabajo refleja la necesidad de armonizar e incrementar
el uso de este tipo de herramientas en la Unión Europea (Reus et al., 2002).
Tal y como señala el Reglamento (CE) nº 1185/2009, relativo a las estadísticas de
plaguicidas, para desarrollar y poder calcular indicadores de riesgo armonizados que
permitan monitorizar el riesgo relativo al uso de plaguicidas y ayuden a identificar
aquellas áreas y periodos en los que el riesgo para la salud medioambiental es más
elevado, es necesario disponer de estadísticas detalladas, armonizadas, actualizadas y
comparables en todos los Estados miembros sobre el uso de plaguicidas en la U.E. (UE,
2009b; Eurostat, 2012ª y 2012c).
Introducción
13
Por tanto, se requieren datos sobre las sustancias activas, su aplicación y las
características ambientales de aquellas áreas en las que son aplicadas. Sin embargo, a
excepción del tipo de cultivo en el que son aplicados estos productos, no se dispone de
datos homogéneos y comparables sobre los restantes factores (Eurostat, 2012b;
Eurostat, 2012c).
Aunque el riesgo, en un sentido riguroso, no es fácil de definir, muchos indicadores
de riesgo pueden calcularse y agruparse en función de diferentes lógicas y métodos. En
este sentido, y entre otros esfuerzos, se han desarrollado dos proyectos europeos para
proporcionar apoyo con esta cuestión: el proyecto HAIR y el proyecto FOOTPRINT
(Eurostat, 2012c).
El proyecto HAIR (“HArmonized environmental Indicators for pesticide Risk”), ha
desarrollado y evaluado indicadores mejorados del riesgo general de los plaguicidas con
base en una aplicación informática que ha permitido predecir los riesgos asociados con
la exposición a distintos plaguicidas para la salud pública y los ecosistemas (Eurostat,
2012c; Cordis, 2012).
Por su parte, el proyecto FOOTPRINT ha permitido el desarrollo de herramientas,
como la base de datos de propiedades de los plaguicidas (FOOTPRINT PPDB), para el
análisis del impacto de los plaguicidas en Europa tanto a escala nacional como
continental (Eurostat, 2012c).
Basándose en los conceptos desarrollados por estos dos proyectos, desde la Unión
Europea se ha propuesto, en el marco de su Estrategia Renovada de Desarrollo
Sostenible, un indicador agroambiental denominado “pesticide risk”. Este indicador, que
forma parte de un conjunto de 28 indicadores agroambientales propuestos para
supervisar la integración de las consideraciones medioambientales en la política agrícola
común, tiene como objetivo proporcionar una representación sintética del riesgo del
uso de plaguicidas en Europa, empleando para ello la limitada información disponible.
Se calcula como la suma ponderada de la relación exposición/toxicidad de todos los
Introducción
14
grupos químicos de plaguicidas utilizados en Europa (Comisión Europea, 2006b;
Eurostat, 2012c).
A pesar de que se han desarrollado varios indicadores que permiten evaluar el riesgo
potencial de los plaguicidas para la salud humana y el medio ambiente, su empleo no
está exento de dificultades metodológicas o problemas de tipo práctico (tiempo y
costes). Es por ello que existe la necesidad de desarrollar indicadores alternativos,
menos complejos, pero no por ello menos fiables, que permitan evaluar el riesgo del uso
de plaguicidas y de este modo contribuir a la reducción de los posibles efectos negativos
de estos productos sobre el medio ambiente.
1.6. Utilización de bioindicadores en evaluación medioambiental
El principal objetivo del control de la contaminación ambiental es la protección de la
salud humana y del resto de seres vivos (Ruiz et al., 2013). Las metodologías de
supervisión aplicadas están basadas, en su mayor parte, en procedimientos
fisicoquímicos que, por su alta capacidad analítica, proporcionan datos exactos en
cuanto a la concentración de contaminantes en el ambiente. Sin embargo, esta
información no es completa porque sólo una parte de la contaminación tiene una
importancia toxicológica para los organismos. No hay datos sobre la cantidad asimilable
o los efectos biológicos de los agentes contaminantes (Porrini et al., 2002).
Por ello, conocer las concentraciones de contaminantes a partir de los métodos físico-
químicos, siendo importante, significa conocer sólo una parte del problema, puesto que
no permite extraer conclusiones directas del posible daño ambiental sobre el ser
humano y demás seres vivos (Gutiérrez et al., 2015).
Esto conduce a la necesidad de utilizar bioindicadores, ya que si la evaluación de la
contaminación medioambiental tiene por objetivo evitar que la salud de los seres vivos
se vea afectada, entonces es lógico que de alguna manera los propios seres vivos sean
tenidos en cuenta en esta valoración (Ruiz et al., 2013)
Introducción
15
Un bioindicador puede ser definido como una especie o grupo de especies que
reflejan los estados bióticos y abióticos del medio ambiente y cuya observación o
seguimiento nos permite detectar e interpretar los cambios y alteraciones producidos
en un hábitat, una comunidad o un ecosistema (Hodkinson y Jackson, 2005).
La observación y seguimiento en el tiempo de un bioindicador, denominada
biomonitoreo o biomonitorización, permite observar la influencia de los cambios
ambientales en el ciclo de vida del bioindicador. Dichos cambios pueden repercutir en
presencia o ausencia del ser vivo, modificaciones estructurales y/o morfológicas,
variaciones demográficas y/o cambios de comportamiento y acumulación de sustancias
contaminantes particulares en sus tejidos (Porrini et al., 2002). El biomonitoreo es, por
tanto, una metodología de evaluación ambiental que, a diferencia de los métodos
tradicionales, posibilita determinar el impacto de los contaminantes ambientales sobre
la parte viva del medio ambiente (Gorza, 2007).
Entre las ventajas que presenta un estudio con bioindicadores ambientales, Gutiérrez
et al. (2015) señala las siguientes:
La mayoría de los estudios, tanto con un objetivo ecológico como sanitario
demandan, para resultar significativos, conocer si la realidad físico-química del
medio se está reflejando en la realidad biótica. Los bioindicadores podrían
utilizarse para asegurarnos esta relación.
Los bioindicadores permitirían conocer la “biodisponibilidad” de los
contaminantes, es decir, la cantidad de éstos con la que los organismos entran
en contacto realmente.
El enfoque químico no tiene en cuenta ningún efecto aditivo, sinérgico o
antagónico que pudiera producirse.
Introducción
16
En los datos químicos sólo se cuantifican determinadas sustancias, pero éstas,
dentro de los seres vivos pueden experimentar transformaciones
(biotransformación), dando lugar a metabolitos, muchas veces más agresivos
que los productos iniciales (bioactivación).
Las medidas físicas y químicas sólo dan información sobre las condiciones que
existen en los instantes en que se obtienen las muestras. La vigilancia biológica
permite el estudio de las condiciones existentes durante un periodo largo de
exposición a un contaminante.
Los bioindicadores son capaces, además, de evaluar los efectos de impactos no
relacionados directamente con la contaminación.
Existen campos o sectores ambientales, como la política de aguas, donde los
bioindicadores se vienen empleando desde el año 2000. Así en este marco, el estado de
las aguas se clasifica y evalúa en base a un conjunto de indicadores biológicos,
hidromorfológicos y de carácter físico-químico (UE, 2000). Los invertebrados terrestres
comparten con los acuáticos muchas de las características que los hacen valiosos para
ser utilizados como bioindicadores, por lo que se ha propuesto que en un futuro la
implantación de los invertebrados terrestres será similar a la de los acuáticos (Hodkinson
y Jackson, 2005).
Sin embargo, en ambientes terrestres, los bioindicadores aún no cuentan con
suficiente aceptación por parte de los responsables políticos, la administración pública
o el sector privado. Esto puede deberse a la insuficiente estandarización de los métodos
empleados y la consecuente baja comparabilidad de los resultados obtenidos (Klumpp
y Klumpp, 2004), así como a la ausencia de regulación específica para los ambientes
terrestres (Hodkinson y Jackson, 2005).
Algunos invertebrados terrestres, como la abeja melífera, Apis mellifera Linnaeus
1758, pueden ser muy útiles como instrumento de monitorización ambiental, al
Introducción
17
responder, de acuerdo a la naturaleza del contaminante, con variaciones demográficas,
cambios de comportamiento y bioacumulación, al interceptar y asimilar la fracción
biodisponible (Gutiérrez, 2016).
Hasta ahora, estas asunciones no son consideradas por las agencias y organismos de
control ambientales, probablemente porque la evaluación de la calidad ambiental con
bioindicadores está basada sólo en la comparación con instrumentos fisicoquímicos. Así
por ejemplo, el hecho de que las abejas melíferas estén presentes y visiten todos los
sectores ambientales, no es tenido en cuenta (Porrini et al., 2002).
1.7. Colonias de Apis mellifera como bioindicadores
El empleo de A. mellifera como bioindicador se remonta a 1935, cuando Svoboda
señaló las repercusiones negativas de determinados contaminantes industriales sobre
este insecto, y propuso que este himenóptero podría proporcionar importante
información sobre el impacto medioambiental de ciertas industrias en un área
determinada (Crane, 1984)
Efectivamente, A. mellifera reúne la mayoría de los requisitos básicos que la
convierten en un bioindicador ideal (Gutiérrez, 2016):
a) Es una especie bien conocida taxonómicamente y fácilmente identificable por
personas no especialistas. Además, no está declarada como especie amenazada.
Se trata de un insecto social ampliamente estudiado y existe información
abundante sobre aspectos relacionados con su biología, fisiología,
comportamiento y ecología, incluyendo los agentes patógenos que las afectan.
b) Es un insecto abundante, que presenta una amplia área de distribución
geográfica y que constituye, dentro del género Apis, la abeja más utilizada en las
prácticas apícolas de todo el mundo. Por lo tanto, puede ser utilizada en
Introducción
18
ambientes diversos y prácticamente a nivel mundial, posibilitando la realización
de protocolos reproducibles y estandarizables.
c) Las colonias de A. mellifera están sujetas a una rápida y continua regeneración,
lo que se debe a su elevada tasa de reproducción y a su relativamente corta vida
media (entre 4-5 semanas en primavera-verano y 3-4 meses en otoño-invierno).
Esto permite que se puedan tomar muestras representativas regularmente, a
diario inclusive, y asegura la continuidad de estudios a largo plazo (Porrini et al.,
2003).
d) Además, esta especie posibilita la medición de contaminantes emitidos al medio
ambiente en un determinado periodo de tiempo, así como la determinación de
su bioacumulación en los diferentes productos apícolas a largo plazo (Market et
al., 2011). Las abejas melíferas pueden responder de diferentes formas a
aquellas alteraciones ambientales que amenazan su existencia. En el caso de la
emisión de contaminantes al medio ambiente, su respuesta dependerá, entre
otros aspectos, de la naturaleza de los mismos y de su grado de tolerancia a tales
compuestos. Contaminantes como los metales pesados pueden ser acumulados
en sus cuerpos o en los productos de la colmena. Sin embargo, contaminantes
como los plaguicidas, pueden llegar a causarles la muerte. En ambas respuestas,
los parámetros estudiados (residuos y mortalidad) pueden ser cuantificados
(Porrini et al., 2002).
e) Es una especie de gran importancia ecológica y económica. Forma parte de ese
conjunto de animales que llevan a cabo la polinización de numerosas especies
botánicas, tanto silvestres como de interés para la alimentación de personas y
animales. Por tanto, no solo desempeña una función especialmente relevante en
la seguridad alimentaria de nuestro planeta, sino que, desde el punto de vista
ecológico, juega un papel crucial para el mantenimiento de la integridad
funcional de los ecosistemas terrestres.
Introducción
19
f) Las colonias de A. mellifera son sencillas de manipular y la toma de muestras es
muy asequible. Además, gracias a su alta tasa de reproducción (3 semanas) es
posible disponer de numerosos individuos que presentan características
similares (Devillers, 2002b).
g) Por todo ello, la utilización de estaciones de biomonitoreo con A. mellifera es un
sistema para evaluar la contaminación ambiental de costes reducidos,
especialmente en relación al número de muestras que pueden ser tomadas
(Porrini et al., 2002).
Además de cumplir con los requerimientos básicos para constituir un valioso
instrumento de monitorización ambiental, las abejas melíferas poseen una serie de
características morfológicas y etológicas que las convierten en un efectivo detector
ecológico (Porrini et al., 2002).
Las abejas interactúan intensamente con el ambiente que rodea a la colmena. La
población media de una colonia, aunque aumenta o disminuye según la época del año,
oscila entre 20.000 y 40.000 individuos, de los cuales, alrededor de una cuarta parte de
son abejas recolectoras. Para satisfacer las necesidades de agua (25kg/año aprox.) y
alimento (120 kg de néctar y 20 kg de polen/año aprox.) de la colonia, las abejas
recolectoras visitan, cada día, las distintas especies vegetales y los diversos recursos
hídricos presentes en su área de pecoreo (Gutiérrez, 2016).
Cada abeja recolectora puede realizar hasta diez vuelos al día visitando
aproximadamente 1000 flores de las que toma néctar o en torno a 800 para llenar las
cestillas de polen (Celli y Maccagnani, 2003). Por lo tanto, en base a cálculos empíricos,
se estima que una colonia de abejas puede llegar a traer a la colmena aproximadamente
hasta 10 millones de “micromuestras” de néctar y polen cada día, así como de otras
sustancias tales como mielatos, propóleo y agua. Eso significa que, diariamente, un
número considerable de individuos están “recolectando información” de la zona
circundante a la colonia (Porrini et al., 2002).
Introducción
20
Junto con los recursos necesarios para la supervivencia de la colonia, diversas
sustancias, contaminantes o no, pueden ser recogidas involuntariamente y llevadas a la
colmena. Una vez allí, dichos recursos son utilizados, distribuidos y/o almacenados y
quedan disponibles para ser analizados (Porrini et. al, 2002; Celli y Maccagnani, 2003).
Además, durante los vuelos que realizan en busca de recursos, las abejas pueden
inhalar diversas sustancias que pueden quedar retenidas en su interior o atraparlas en
las quetas ramificadas que recubren su cuerpo, al estar cargadas electrostáticamente
(Erickson 1975; Bromenshenk et al,. 2002; Porrini et al., 2002; Celli y Maccagnani, 2003).
Figura 1. Compartimientos ambientales visitados por las abejas (en color gris claro). Estos insectos son capaces de interceptar sustancias contaminantes presentes en la atmósfera y depositadas sobre la superficie de las plantas y en el suelo y pueden ingerir, además, agua contaminada (Porrini et al., 2002).
En definitiva, durante el proceso de biomonitoreo, las abejas visitan la mayoría de los
compartimentos ambientales (aire, vegetación, suelo y agua) recogiendo los
contaminantes que circulan en los medios gaseosos, sólidos y líquidos (Porrini et al.,
2002) (Figura 1).
Para satisfacer sus necesidades, una colonia de abejas funciona como una gran
entidad ameboide y difusa, que puede extenderse a una gran distancia en múltiples
Introducción
21
direcciones simultáneamente. El área en el cual las abejas pecorean e interceptan
contaminantes depende de la calidad de los recursos disponibles. La distancia que
pueden recorrer las recolectoras desde la colmena puede variar entre menos de 1 km
hasta aproximadamente 10 km si los recursos escasean o es detectada una floración
muy atractiva, abarcando entonces un área media que puede alcanzar los 100 km2. En
situaciones con una buena alimentación se estima una superficie de unos 7 km2 con
radios de pecoreo de entre 1,5 km y 2 km (Crane, 1984).
Las colonias de A. mellifera permiten trabajar con distintas matrices. Pueden
utilizarse muestras de abejas, larvas, polen, miel, propóleo y/o cera para evaluar
distintas características de la salud ambiental de una zona determinada. Además, al
poder inspeccionarse y ser fáciles de manejar, es posible, también, tomar datos sobre la
influencia de algunas perturbaciones ambientales en el desarrollo de la colonia.
Parámetros como la población de abejas adultas, la cantidad de cría, la producción de
cera o la cantidad de miel y polen cosechados, pueden ser medidos cuantitativamente
y establecer diferencias entre colonias expuestas o no a determinados riesgos
(Bromenshenk et al., 1991).
Además, siendo la apicultura una actividad ganadera extendida por todo el mundo,
los apicultores pueden convertirse en formidables aliados en la evaluación
medioambiental (Gutiérrez, 2016).
Pese a todas las ventajas destacadas en el biomonitoreo con A. mellifera como
indicador biológico, existen, sin embargo, algunas limitaciones (Porrini et al., 2002):
En días lluviosos las abejas no salen de la colmena y la temperatura debe ser al
menos de 10ºC para permitir el vuelo, por lo que en determinadas latitudes no
pueden ser usadas en invierno.
Las abejas recolectoras pueden no regresar a su colmena al desviarse hacia otras
colmenas por el fenómeno de la deriva o al morir en el exterior de forma natural
Introducción
22
o como consecuencia de su exposición a plaguicidas o algún otro tipo de
compuesto xenobiótico.
No es fácil realizar un censo real de la colonia, sobre todo en lo que respecta a la
edad y estado de desarrollo de sus miembros.
Existe una tendencia incontrolada, por parte de la colonia, a escoger su fuente
de alimento de forma autónoma.
Como muestra la Tabla 1, en la biomonitorización ambiental con abejas melíferas
existen distintos niveles, de acuerdo a su complejidad técnica y metodológica (Accorti,
1994).
Tabla 1. Niveles de monitorización ambiental (Acorti, 1994). a=colmena tradicional, b=colmena especial, c=trampa para abejas muertas, d=trampa de polen, e=recolección de pecoreadoras, f=fuerza de la colmena, g=contador de abejas electrónico.
Nivel I II III IV V VI
Contexto Apicultura Polinizac. Polinización
Monitorizac. Monitorizac. Monitorizac. Monitorizac.
Método contaje Manual Manual Manual Manual Manual Automático
Equipo y técnica a, c a, c a, c, d a, c, d, e a, c, d, e, f b, c, d, e, f, g
Frecuencia muestreo 1 X 7 días 1-2 X 7 días 1-3 X 7 días 1-5 X 7 días 3-5 X 7 días Continuo
Tiempo requerido + +/++ +/++ +++ +++ +/++++
Cualificación requerida
operador + + + ++ +++/++++ ++++
Sensibilidad + +/++ ++/+++ ++/+++ ++++ ++++
Coste + + ++ ++ +++ ++++
Aplicabilidad en campo ++++ +++ +++ ++ + +
El desarrollo tecnológico puede ayudar a remediar algunas de las limitaciones
mencionadas. Actualmente se dispone de contadores de abejas electrónicos que se
colocan en la piquera y permiten registrar la entrada y salida de las abejas mediante
unos sensores, se han desarrollado métodos de evaluación no invasivos de la población
interior de la colmena mediante cámara de infrarrojos y existen diversos avances
Introducción
23
tecnológicos en lo que respecta al seguimiento de las abejas pecoreadoras en sus vuelos
de inspección y forrajeo. De esta forma, puede verse cómo las nuevas tecnologías van a
ir incorporando nuevas formas de medición que complementen el convencional
biomonitoreo a pie de campo (Gutiérrez, 2016).
1.8. La abeja melífera como bioindicador de plaguicidas
Los plaguicidas son compuestos xenobióticos que han sido introducidos por
actividades humanas y que no existen de manera natural en el medio ambiente. Su uso
se ha incrementado en las últimas décadas de forma considerable, por lo que se
encuentran ampliamente distribuidos en el aire, el suelo, el agua y los seres vivos, para
los que pueden resultar especialmente dañinos.
Es posible determinar la concentración de plaguicidas en muestras ambientales de
aire, suelo y agua, pero se trata de una información limitada, pues, aunque permite
conocer la realidad físico-química del medio, no revela cómo esa realidad físico química
se está reflejando en la realidad biótica. Además, los datos obtenidos mediante estos
procedimientos hacen referencia únicamente a las condiciones existentes en los
instantes en que se obtienen las muestras (Porrini et al., 2014).
En algunos países de Europa se han desarrollado determinados indicadores que
permiten evaluar el riesgo que supone el uso de plaguicidas en el medioambiente. Sin
embargo, se trata de metodologías complejas que, en algunos casos, presentan
problemas de tipo práctico (tiempo y costes). Algunos investigadores, sin embargo, han
optado por el empleo de A. mellifera como organismo bioindicador de la calidad
ambiental derivada del uso de plaguicidas. La monitorización de estos compuestos
mediante el empleo de colonias de abejas melíferas es una técnica que no sólo permite
evaluar el riesgo potencial de intoxicación de estos insectos, sino también determinar el
grado de contaminación ambiental por el empleo de plaguicidas (Porrini et al., 2003)
Introducción
24
La abeja melífera, en comparación con otras especies de insectos, es
extremadamente sensible a los plaguicidas debido probablemente a una deficiencia en
el número de genes encargados de codificar enzimas de detoxificación de xenobióticos,
en comparación con el genoma de otros insectos (Claudianos et al., 2006).
Su sensibilidad a estos compuestos las convierte, no solo en un buen indicador
biológico de la contaminación ambiental derivada del empleo de estos productos, sino
en una herramienta muy interesante para su uso como organismo centinela o sistema
de alerta temprana ante los riesgos ambientales derivados de la utilización de productos
fitosanitarios (Porrini et al., 2003; Gutiérrez, 2016).
No todos los plaguicidas tienen un efecto letal sobre las abejas melíferas, de hecho,
muchos fungicidas y otros compuestos utilizados para diferentes propósitos a menudo
tienen un impacto menos grave en las abejas que la mayoría de los insecticidas (Porrini
et al., 2002). Entre los grupos químicos de insecticidas que se consideran altamente
tóxicos para las abejas melíferas se encuentran: los carbamatos, los organofosforados,
los piretroides sintéticos, los ciclodienos clorados y los cloronicotinilos (neonicotinoides)
(Claudianos et al., 2006).
La actividad tóxica de los de estos compuestos puede darse por contacto o por
ingesta. Por contacto, al volar a través de una nube de insecticida o al caminar sobre
partes tratadas de una planta o sobre cualquier otro lugar de su área de pecoreo en el
existan residuos de plaguicidas. Por ingesta, al consumir néctar, polen o incluso agua de
gutación contaminada, en el caso de insecticidas sistémicos como los neonicotinoides
(Devillers, 2002a; Tapparo et al., 2011).
Las abejas responden a la presencia de insecticidas en el ambiente con una
mortalidad que varía de acuerdo a numerosos factores, como la toxicidad apícola de la
materia activa empleada (DL50), la presencia de abejas pecoreadoras en el lugar y el
momento en el que el insecticida es aplicado, el método de aplicación del producto, las
condiciones meteorológicas como temperatura y viento y la presencia y extensión de la
floración entre especies cultivadas y silvestres (Porrini et al, 2002).
Introducción
25
Muchas de las abejas alcanzadas directamente por un insecticida morirán, bien en el
campo o durante su vuelo de regreso, debido a la toxicidad aguda del producto. Sin
embargo, el tratamiento no afecta con la misma intensidad a la totalidad de las abejas
recolectoras que se encuentran en el campo en un momento dado. Algunas serán
alcanzadas sólo marginalmente y finalmente morirán en la colmena, compartiendo así
su destino con otras abejas que, con posterioridad a la aplicación del producto, visiten
las flores de los cultivos tratados o de especies silvestres presentes en las proximidades
de los campos tratados (Porrini et al, 2002).
En el caso de sustancias activas que no son particularmente peligrosas, este insecto
actúa acumulando residuos en su cuerpo (superficial e internamente) y en los productos
de la colmena (miel, polen, cera, etc.) (Porrini et al., 1998; Porrini et al, 2002).
En definitiva, en lo que respecta al empleo de colonias de A. mellifera como
bioindicadores de la calidad ambiental derivada del uso de plaguicidas se han llevado a
cabo dos tipos de estudios: los que utilizan la mortalidad de abejas y el análisis de las
mismas (Porrini et al, 1998; 2002; 2014; Ghini et al., 2004) y los que aprovechan la
acumulación en otras matrices apícolas como la miel (Balayiannis y Balayiannis, 2008),
el polen, la cera o las abejas del interior de las colmenas (Chauzat et al., 2011). En ambas
casos, los parámetros estudiados (mortalidad y residuos) pueden ser cuantificados
(Porrini et al, 2002).
La identificación del ingrediente activo, su nivel de peligro, su distribución espacial y
temporal, la determinación de periodos o lugares en los que fue utilizado
inapropiadamente o la detección de sustancias no autorizadas, son algunas de las
posibilidades, mencionadas por estos investigadores (Gutiérrez, 2016).
Introducción
26
1.9. Objetivos
En el presente trabajo, se ha investigado el potencial de las colonias de Apis mellifera
como bioindicadores de la contaminación ambiental por plaguicidas, a partir de la
mortalidad de abejas y el análisis de las mismas, con el fin de lograr los siguientes
objetivos:
1.- Determinar el tipo de información que, acerca de la contaminación ambiental por
plaguicidas, puede proporcionar el biomonitoreo con Apis mellifera.
2.- Calcular el riesgo ambiental de dicha contaminación en distintas localizaciones y
diferentes periodos de tres áreas de estudio de las provincias de Badajoz, Córdoba y
Valencia.
3.- Evaluar si el biomonitoreo con colonias de Apis mellifera podría ser empleado como
una metodología útil para el control de la contaminación ambiental por plaguicidas.
2. MATERIALES Y MÉTODOS
Materiales y Métodos
27
2. MATERIALES Y MÉTODOS
La metodología seguida durante este estudio, tal y como puede verse en la Figura 2,
ha supuesto la integración de distintas fases de trabajo y áreas de conocimiento
desarrolladas en el campo, en el laboratorio y mediante el análisis de los datos
obtenidos:
2.1. Biomonitoreo.
2.2. Análisis de plaguicidas.
2.3. Cálculo del Índice de Riesgo Ambiental.
Figura 2. Resumen sobre la metodología lleva a cabo.
2.1. Biomonitoreo
2.1.1. Composición de las estaciones de biomonitoreo
Cada estación de biomonitoreo (Figura 3) estuvo compuesta por dos colmenas
modelo Dadant, con sendas colonias, separadas entre sí 60 cm, orientadas hacia el sur-
Materiales y Métodos
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sureste e instaladas sobre un soporte de madera a 40 cm del suelo. Para recoger las
abejas muertas se colocó, justo delante de la piquera de cada colmena, una jaula modelo
underbasket.
Las colonias de abejas pertenecieron a la raza Apis mellifera iberiensis y se
constituyeron a partir de enjambres de la campaña anterior. Con el fin de asegurar un
buen desarrollo y un adecuado estado sanitario, fueron inspeccionadas previamente al
comienzo de los ensayos. Para hacer frente al ácaro ectoparásito Varroa destructor
Anderson and Trueman se utilizaron las sustancias activas amitraz (1 g/colmena), tau
fluvalinato (1,6 g/colmena) y cumafós (2,72 g/colmena), todas autorizadas para tal fin.
La fortaleza media de las colonias fue de siete u ocho panales de abejas y cuatro o cinco
de cría.
Figura 3. Estación de biomonitoreo.
Se utilizaron jaulas underbasket para la toma de muestras por poseer los requisitos
necesarios de eficiencia: no interferir con el vuelo y las actividades normales de las
abejas sobre la tablilla de vuelo, prevenir el acceso de depredadores, facilitar el conteo,
soportar diversas condiciones climáticas, ser fáciles de instalar y quitar, y ser económicas
(McIndoo y Demuth, 1926; Anderson et al., 1958).
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Tal y como puede observarse en la Figura 4 cada jaula estaba formada por dos
bastidores rectangulares de madera de 10 x 50 x 100 cm. Los bastidores estaban unidos
por dos bisagras en uno de los laterales de 100 cm y disponían de un cierre, asegurado
por dos pestillos o aldabillas, en el lado opuesto. Este diseño facilitó la apertura de la
jaula para realizar el contaje de las abejas y la recogida de muestras. Asimismo, la parte
superior de la jaula contaba con una red o malla romboidal de alambre galvanizado,
cuyas diagonales fueron de 23 x 20 mm, para permitir la caída de las abejas, y la parte
inferior de la misma disponía de una chapa galvanizada perforada con agujeros de 3 mm
de diámetro, para retener a las abejas caídas y evacuar el agua en caso de lluvia. Entre
la jaula y el suelo se colocó una lámina de plástico.
Con el fin de evitar que las abejas considerasen la jaula como parte de su propia
colmena y reaccionasen llevando los cadáveres allí almacenados a un lugar más alejado
(Accorti et al., 1991; Illies et al., 2000), la estructura fue colocada en el suelo, justo
delante de la piquera y sin contacto alguno con el soporte.
En este tipo de estructura se almacenan dos tipos de abejas muertas: las abejas que,
justo antes de llegar a la colmena, caen en la jaula y mueren y aquellas que, a pesar de
lograr volver a la colmena, son expulsadas por sus compañeras al morir. Las abejas que
mueren en campo o bien durante su camino de vuelta a la colmena no pueden ser
recolectadas utilizando este tipo de jaula (Porrini et al., 2002).
Figura 4. Detalles de la jaula underbasket.
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2.1.2. Localización de las estaciones de biomonitoreo
El estudio se llevó a cabo en tres provincias y periodos diferentes:
En la provincia de Badajoz, del mes de mayo al mes de septiembre del año 2007
En la provincia de Córdoba, del mes de mayo al mes de julio del año 2010
En la provincia de la Valencia, del mes de enero al mes de junio del año 2012
Siguiendo las indicaciones de Porrini et al. (2002), en cada provincia, la elección de
las localizaciones en las que situar las estaciones se llevó a cabo tomando en
consideración los siguientes aspectos: el uso dado al territorio, sus características
orográficas, la composición de la vegetación, la presencia o la ausencia de las zonas
protegidas y las áreas naturales, y el impacto de la actividad humana. Se pretendía que
las estaciones estuviesen ubicadas en localizaciones apropiadas para los objetivos del
estudio.
En Badajoz, el estudio se realizó en el término municipal de Valdelacalzada, ubicado
en el noroeste de la provincia. La elección de las localizaciones exactas de las distintas
estaciones se llevó a cabo de manera consensuada con la sociedad cooperativa
hortofrutícola Caval, inexistente hoy en día.
En Córdoba, el estudio se llevó a cabo en el término municipal de la capital de
Córdoba y la ubicación de las distintas estaciones se decidió de manera conjunta con el
Ayuntamiento de Córdoba y la Agencia de Medio Ambiente y Agua de Andalucía.
En Valencia, la Agrupación de Defensa Sanitaria Apícola de la Comunidad (apiADS)
fue la que seleccionó la ubicación de las estaciones instaladas. En este caso, el estudio
se llevó a cabo en dos términos municipales distintos: Barxeta y Montroi.
Las localizaciones y número de estaciones fueron las siguientes:
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Provincia de Badajoz (término municipal de Valdelacalzada): se eligieron parcelas de
regadío con frutales jóvenes localizadas en la Vega del Guadiana para ubicar dos
estaciones (BA1 y BA2). Las estaciones estuvieron separadas entre sí 3 km de distancia
y situadas a 1,5 km del núcleo urbano (Tabla 2).
Tabla 2. Estaciones de biomonitoreo ubicadas en la provincia de Badajoz.
Provincia y Año Estación Coordenadas geográficas Uso del territorio
Badajoz (2007)
BA1
Latitud: 38.890258º Longitud: -6.726600º Altitud: 180.00m
Agrícola
BA2
Latitud: 38.891858º Longitud: -6.677033º Altitud: 183.00m
Agrícola
Figura 5. Localización geográfica de las estaciones de biomonitoreo (BA1 Y BA2) ubicadas en la provincia de Badajoz.
Provincia de Córdoba (término municipal de la capital de Córdoba): se seleccionaron
estratégicamente cinco emplazamientos para ubicar las estaciones de biomonitoreo. La
estación CO1 se localizó al oeste de la ciudad, en una parcela del Centro de
Experimentación Agraria IFAPA. En las proximidades de la parcela, que limita al sur con
el río Guadalquivir, existen distintos cultivos experimentales. La estación CO2 se ubicó a
unos 15 km al sur de la ciudad, en una zona de suelo agrícola, sin apenas vegetación
silvestre, donde dominan los cultivos de secano como cereales y girasol y perennes
como el olivar. La estación CO3 se situó al norte de Sierra Morena, a 8 km de distancia
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de la ciudad, en un parque natural periurbano donde predomina la vegetación de tipo
mediterráneo. La estación CO4 se ubicó en el centro de la capital, en la terraza del
monumento histórico “Torre de la Malmuerta”, siendo las plantas ornamentales de
jardines y calles las fuentes de alimento más accesibles para las abejas. Por último, la
estación CO5 se localizó al este de la ciudad, en una cantera abandonada que cuenta a
día de hoy con vegetación de tipo mediterráneo, aunque con escasa representación del
estrato arbóreo (Tabla 3).
Tabla 3. Estaciones de biomonitoreo ubicadas en la provincia de Córdoba.
Provincia y Año Estación Coordenadas geográficas Uso del territorio
Córdoba (2010)
CO1
Latitud: 37.851259º Longitud: -4.803460º Altitud: 94.88m
Mixta
CO2
Latitud: 37.805655º Longitud: -4.670286º Altitud: 210.72m
Agrícola
CO3
Latitud: 37.952227º Longitud: -4.819313º Altitud: 576.55m
Forestal
CO4
Latitud: 37.891775º Longitud: -4.777729º Altitud: 139.04m
Urbana
CO5
Latitud: 37.914457º Longitud: -4.762234º Altitud: 172.12m
Mixta
Figura 6. Localización geográfica de las estaciones de biomonitoreo (CO1, CO2, CO3, CO4 Y CO5) ubicadas en la provincia de Córdoba.
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Provincia de Valencia (términos municipales de Barxeta y Montroi): se situaron dos
estaciones (VA1 en Barxeta, VA2 en Montroi) separadas entre sí 60 km, en localizaciones
de ámbito agrario con cítricos y frutales como cultivos predominantes y presencia de
olivos y algarrobos. Ambas ubicaciones se encuentran próximas a zonas forestales con
vegetación silvestre y a parcelas descuidadas o semi-abandonadas con vegetación de
tipo ruderal (Tabla 4).
Tabla 4. Estaciones de biomonitoreo ubicadas en la provincia de Valencia.
Provincia y Año Estación Coordenadas geográficas Uso del territorio
Valencia (2012)
VA1
Latitud: 39.203660º Longitud: -0.372620º Altitud: 11.00m
Agrícola
VA2
Latitud: 39.012730º Longitud: -0.230570º Altitud: 37.00m
Agrícola
Figura 7. Localización geográfica de las estaciones de biomonitoreo (VA1 Y VA2) ubicadas en la provincia de Valencia.
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2.1.3. Sistema de biomonitoreo
Según Accorti (1994), los sistemas de monitorización para evaluar presencia de
plaguicidas con abejas pueden implicar diversos niveles de complejidad y sensibilidad,
dependiendo del contexto y de los objetivos perseguidos (Tabla 1).
En el presente proyecto se optó por un sistema de biomonitoreo intermedio entre
los niveles III y el IV llevado a cabo en colmenas comerciales y caracterizado por uso de
trampas para abejas muertas, frecuencia de muestreo semanal, contaje manual, tiempo
requerido medio y cualificación básica del operador (Tabla 5). La sensibilidad del
biomonitoreo puede considerarse media, su coste bajo y la aplicabilidad en campo
elevada.
Este nivel de monitoreo puede ir acompañado de la observación del vuelo de las
abejas y su comportamiento en piquera y tablilla de vuelo. Periódicamente, además, las
colonias deben ser revisadas, llevando a cabo un seguimiento de la reina y su fertilidad,
del estado sanitario de la colmena y de la evolución del desarrollo de la misma en cuanto
a número de panales de abejas adultas, cría y alimento (miel y polen).
Tabla 5. Protocolo de biomonitoreo.
Colmenas por estación Dos Matrices usadas Abejas muertas Trampa para recolectar abejas muertas “Underbasket” Frecuencia de muestreo Semanal Umbral crítico de mortalidad 250 abejas muertas/semana y estación Análisis Químico
2.1.4. Toma de muestras
Las abejas muertas almacenadas en la jaula underbasket de las dos colmenas que
componían cada estación fueron recogidas semanalmente durante un periodo de
muestreo que varió según los años. En Badajoz, de mayo a septiembre del año 2007, se
tomaron un total de 40 muestras, 20 en cada estación. En Córdoba, de mayo a julio del
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año 2010, se recolectaron 10 muestras por estación, constituyendo un total de 50
muestras por año. Por último, en Valencia, de enero a junio del año 2012, se tomaron
17 muestras en la estación ubicada en Barxeta y 19 en la situada en Montroi,
constituyendo un total de 36 muestras (Tabla 6).
Una vez recogidas de la jaula underbasket, las abejas muertas fueron depositadas en
una bolsa de plástico de congelación enumerada con el nombre de la estación, el
número de la colmena de procedencia y la fecha de recogida. El transporte de las
muestras tomadas se efectuó en una nevera portátil (Figura 8).
Figura 8. a) Muestra de abejas muertas, b) Transporte en nevera portátil.
En el laboratorio, se eliminaron las impurezas de cada muestra y se contabilizó el
número de abejas muertas. Solo fueron seleccionadas para su análisis las muestras que
superaron un umbral crítico de mortalidad de 250 abejas muertas por semana y
estación porque, de acuerdo a Porrini et al. (2003), en estos caos hay un 80% de
probabilidad de que exista presencia de plaguicidas.
Las muestras de 250 abejas se constituyeron proporcionalmente a partir de las abejas
muertas de cada una de las dos colmenas que componían la estación. Una vez
constituidas, las muestras fueron mantenidas a -28°C en espera de su análisis.
Desafortunadamente, nueve muestras procedentes de Valencia que superaron el
umbral crítico de mortalidad no pudieron enviarse al laboratorio de análisis (Tabla 5).
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Tabla 6. Datos sobre la toma de muestras llevada a cabo en Badajoz (2007), Córdoba (2010) y Valencia (2012).
Provincia Badajoz Córdoba Valencia
Año de estudio 2007 2010 2012
Estaciones (nombre) BA1 BA2 CO1 CO2 CO3 CO4 CO5 VA1 VA2
Periodo de muestreo may-sep may-jul ene-may feb-jun
Frecuencia de muestreo* Semanal Semanal Semanal
Muestras por estación 20 20 10 10 10 10 10 17 19
Muestras por provincia 40 50 36
*Puede variar entre 6 y 8 días.
2.2. Análisis de plaguicidas
Para la determinación de los residuos de plaguicidas, las muestras de abejas muertas
fueron enviadas al laboratorio de análisis del CREA – Api, institución italiana de
referencia para la investigación en apicultura y sericicultura que nació en 2004 como
resultado de la fusión del Istituto Nazionale di Apicoltura (INA), creado en 1925, y la
sección de sericicultura del Istituto Sperimentale per la Zoologia Agraria (ISZA). Se eligió
este laboratorio por su experiencia y especialización en técnicas analíticas puestas a
punto para el análisis de este tipo de residuos en matrices apícolas.
La determinación, en abejas muertas, de los residuos de plaguicidas se realizó
mediante un análisis multirresiduos. El proceso inicial de extracción de los residuos de
las muestras se llevó a cabo mediante el método internacional UNE EN 15662 (método
QuEChERS). Se trata de un sistema de extracción en fase sólida dispersiva (dSPE) que
implica dos etapas fundamentales, una primera fase de extracción simple seguida de
una fase de limpieza del extracto o clean-up mediante extracción en fase sólida por
dispersión (Ambrus et al., 1981).
A continuación, tras la extracción y preconcentración de los residuos de plaguicidas,
el extracto obtenido se analizó mediante distintas técnicas analíticas a fin de separar e
identificar los distintos compuestos de interés. Las muestras recogidas en los años 2007
y 2010 fueron analizadas mediante cromatografía de gases acoplada a espectrometría
de masas (GC-MS) y cromatografía líquida de alta eficacia acoplada a espectrometría de
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masas (HPLC-MS). En el año 2012, debido a los avances y ajustes en los métodos
analíticos, las muestras tomadas se analizaron mediante las siguientes técnicas
analíticas: cromatografía de gases acoplada a espectrometría de masas en tándem con
triple cuadrupolo (GC-MS/MS) y cromatografía de líquidos acoplada a espectrometría
de masas en tándem con triple cuadrupolo (LC-MS/MS).
2.2.1. Determinación de organofosforados, carbamatos y piretroides
La metodología para la determinación, en abejas, de residuos de insecticidas
organofosforados, carbamatos y piretroides se llevó a cabo mediante cromatografía de
gases acoplada a espectrometría de masas (GC-MS), de acuerdo a Rossi et al. (2001).
Una cantidad de 3 g de abejas liofilizadas fue depositada en un mezclador junto con
100 ml de acetona. Ambos componentes se homogeneizaron durante 10 minutos. La
solución resultante se filtró a través de tierra de diatomeas Celite® 545 directamente en
un matraz de fondo redondo de 150 ml que contenía una solución de cloruro de amonio,
ácido fosfórico y 5 g de Celite. Tras el filtrado, la solución se mantuvo en reposo durante
40 minutos y, transcurrido ese tiempo, se volvió a filtrar de nuevo a través de Celite y se
le añadieron 200 ml de una solución de cloruro de sodio y 100 ml de diclorometano. La
extracción con diclorometano se repitió una segunda vez.
Posteriormente, los extractos recolectados se sometieron a un proceso de
evaporación en rotavapor a presión reducida y temperatura inferior a 40°C. A
continuación, se redisolvieron con 1 ml de acetona. La solución resultante fue analizada
por cromatografía de gases con detector de nitrógeno-fósforo (GC-NPD) con una
columna SPB-608 de 30 mt · 0,5 µm y por cromatografía de gases acoplada a un
espectrómetro de masas trampa iónica con una columna DB5MS de 30 mt · 0,25 µm.
Las condiciones de la cromatografía de gases fueron las siguientes: temperatura de
columna inicial de 70°C, seguida de un programa de temperatura hasta 120ºC a una
velocidad de 50ºC/minuto y de 120ºC a 250ºC a una velocidad de 4ºC/minuto. El
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inyector estuvo a una temperatura de 280ºC, mientras que el detector alcanzó los
290ºC.
2.2.2. Determinación de neonicotinoides
La metodología seguida para la determinación, en abej