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Universidad Nacional de Lomas de Zamora
Facultad de Ciencias Sociales
Cátedra Libre Latinoamericana de Integración
Señor Ingeniero Arturo Somoza, Presidente del
Consejo Interuniversitario Nacional y Rector de la
Universidad Nacional de Cuyo,
Doctor Diego A. Molea, Rector de la
Universidad Nacional de Lomas de Zamora,
Licenciado Santiago Aragón, Decano de la
Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad
Nacional de Lomas de Zamora,
Dr. Humberto Podetti, Director de la Cátedra
de Integración Latinoamericana en esta prestigiosa
Universidad,
Señor Embajador Milenko Skoknic, Embajador de
Chile en Argentina,
Señor Rafael Follonier, Coordinador General,
Presidencia de la Nación,
Señor Victorio Taccetti, ex Vice-Canciller y
mi colega en Berlin,
Autoridades Municipales,
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Estimados Docentes y alumnos de distintas
Universidades,
Señoras y Señores,
Es con satisfacción que he aceptado la
invitación para inaugurar formalmente la Cátedra
Libre de Integración Latinoamericana y Caribeña de
la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. El
establecimiento de una cátedra destinada a debatir
los temas de la integración regional refleja el
creciente interés de la academia y de la sociedad
– y ya no sólo de los gobiernos – en un tema que
me parece fundamental para el desarrollo futuro de
nuestros países. Los congratulo por la iniciativa.
Vivimos hoy en un escenario internacional
complejo, donde los cambios ocurren rápidamente y
no siempre de manera muy clara.
Tenemos el desafío de convivir con la
velocidad de la información y de la tecnología, el
cambio climático, la relatividad del espacio-
tiempo (sobre todo por la universalización de la
internet), los cambios en las costumbres y los
valores sociales e individuales. Este desafío se
traduce, en concreto, en la comprensión que
tengamos del mundo y en las respuestas necesarias
a los problemas a los que nos enfrentamos.
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Precisamos desarrollar conceptos a partir de
nuestra realidad en vez de reaccionar a
construcciones teóricas y prácticas generadas en
ambientes que desconsideran nuestras condiciones
objetivas.
Después del final de la Guerra Fría, vivimos
un breve período marcado por la supremacía
política y económica de un único país. La invasión
de Irak, en 2003, fue la expresión máxima de ese
orden unipolar.
Sin embargo, no se verificó la expansión
global de valores democráticos y liberales
defendidos por el llamado mundo occidental.
Tampoco se logró un ambiente internacional estable
y libre de armas de destrucción en masa.
En el ámbito económico, el "Consenso de
Washington" predicó la liberalización comercial y
financiera de las economías. Las consecuencias
nefastas de esas políticas para el refuerzo de la
industrialización, para el desarrollo tecnológico
y para las poblaciones más carenciadas de nuestra
región abrieron camino al avance de modelos
distintos que mostraron, como en el caso del
Brasil, que es posible conjugar crecimiento
económico e inclusión social.
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Con la disminución del poder relativo –
militar y económico - de los Estados Unidos,
surgieron centros alternativos de poder, aunque
todavía en proceso de maduración: Brasil, Rusia,
India, y China – los llamados BRICS – además de
México, Sudáfrica, Turquía e Indonesia, entre
otros.
No obstante los cambios de las últimas
décadas, enfrentamos indefiniciones e
incertidumbre en cuanto a los contornos del
orden internacional. En qué medida los nuevos
centros de poder tienen real capacidad para
alterar o formular nuevas disciplinas
internacionales que se alineen con las
aspiraciones de sus sociedades?
Vivimos, según algunos, en una macro-
estructura multipolar; otros ven una situación de
apolaridad, en la cual los actores que surgen aún
carecen de capacidad de establecer esferas de
influencia. Si el poder es un dato inamovible de
la política, el derecho y las instituciones
internas e internacionales son herramientas
esenciales para la adecuada convivencia de los
Estados en un régimen que formalmente desconoce
jerarquías.
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Así, en un orden internacional multipolar, los
procesos de integración confieren a los países
mayor capacidad de actuación y mejor inserción
global, ante los distintos polos de poder.
Me gustaría hablar ahora de nuestro
continente. América del Sur representa el 12% de
la superficie del globo y tiene un 25% de las
tierras agrícolas, el 25% del agua dulce y el 40%
de la biodiversidad del planeta. Esos datos, por
sí solos, nos dan una idea del potencial de la
región. Su adecuada utilización puede convertirlos
en recursos de poder que la posicionen en el orden
internacional de un modo distinto a lo que fue
hasta hoy.
Los países sudamericanos compartimos valores
comunes: desde la defensa de la paz y de la
democracia hasta la promoción de los derechos
humanos y de la calidad de vida de todos los
ciudadanos. El último aspecto se ha convertido,
afortunadamente, en una auténtica política de
Estado en la mayoría de los países de la región.
Lo que necesitamos es reconocer nuestras
fortalezas y estar conscientes de nuestras
vulnerabilidades. Con la globalización, los
Estados y las sociedades están necesariamente
ligados al mundo y son influidos por él. Para
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enfrentar los efectos de esa nueva y más
impactante inserción en el mundo, es imperativo
trabajar juntos para organizarnos como una entidad
política robusta e institucionalizada. Una América
del Sur capaz de irradiar paz, justicia y el
respeto al derecho en el orden mundial. Una
América del Sur capaz de generar innovación que la
haga más competitiva en los mercados globales y
fuerte en la defensa de nuestros intereses
comunes.
Para el Brasil, además, la integración es un
dispositivo constitucional. El Artículo 4 de la
Constitución de 1988 determina que el Brasil debe
buscar la integración económica, política y
cultural de los pueblos de América Latina, con
vistas a la formación de una comunidad
latinoamericana de naciones.
Argentina y Brasil, por ser los dos países más
grandes de la región, tienen la responsabilidad de
impulsar el proceso de integración.
Es importante recordar que, hasta que Brasil y
Argentina se pusieron de acuerdo sobre cómo
impulsar los temas estratégicos comunes, en los
años 80, muy poco pasó en lo que respecta la
integración. Los doce acuerdos bilaterales
firmados en 1986 fueron esenciales no sólo para el
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fortalecimiento de la relación bilateral, pero
también fueron la base misma para la creación del
Mercosur, en 1991.
Me gustaría hacer una mención especial al
liderazgo de los Presidentes Raúl Alfonsín y José
Sarney en ese importante e histórico paso para la
unión de los dos países y del continente. La
percepción estratégica de ambos permitió archivar
sospechas recíprocas y movilizar esperanzas
comunes capaces de abrir un nuevo capítulo en las
relaciones bilaterales y construir el camino de la
integración.
A partir de entonces, hemos sido capaces de
crear mecanismos para fomentar la confianza
bilateral. El mejor ejemplo tal vez sea la
cooperación nuclear, que tuvo efectos globales
pero ganó un valor inmediato en los planes
bilateral y regional. Ambos países mantuvieron su
capacidad de utilizar de manera autónoma la
energía nuclear para fines pacíficos, al mismo
tiempo en que asumieron compromisos cabales y
abarcadores en contra de la proliferación de las
armas nucleares. Fue gracias a esa comprensión
sobre la sinergia entre negociación diplomática y
desarrollo tecnológico como fundamentos para
construir el futuro que se ideó y creó la Agencia
Brasileño-Argentina de Contabilidad y Control de
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Materiales Nucleares – la ABACC, mecanismo
innovador y creo que hasta hoy único en el mundo
de control mutuo entre dos países.
Hemos logrado un ambiente de confianza
recíproca, pieza fundamental para la integración.
Eso se combina, en el caso del Brasil, con el
rechazo de una actitud aislacionista. El Brasil ha
sido siempre un país que buscó consolidar su
inserción en las transformaciones experimentadas
por el sistema internacional por medio de una
acción participativa. La integración, que hoy es
parte esencial de nuestra política externa, es
resultado de la comprensión de que las asimetrías
y vulnerabilidades que aún caracterizan a las
naciones sudamericanas deben ser superadas
mediante un esfuerzo conjunto.
El proceso de integración más profundo de la
región sigue siendo el Mercosur. Pese a las
críticas que algunos le destinan, hay que
reconocer los importantes avances logrados desde
la firma del Tratado de Asunción, en 1991.
En términos comerciales, por ejemplo, el
comercio entre Brasil y los países del Mercosur
pasó de 4.500 millones, en 1991, a más de USD 40
mil millones, en 2012, lo que representa un
aumento de cerca de diez veces.
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Argentina es el principal destino de las
exportaciones industriales de Brasil. Brasil es el
más grande consumidor de productos industriales de
Argentina. Alrededor de la mitad de la producción
de autos de Argentina, por ejemplo, se destina al
mercado brasileño.
Tenemos también una cláusula democrática,
establecida por el Protocolo de Ushuaia, que
determina que la plena vigencia de las
instituciones democráticas es condición esencial
para el desarrollo de los procesos de integración
entre los Estados Partes.
Otro de los principios esenciales del Mercosur
es el de reducir las asimetrías entre los países
miembros del bloque. La premisa es que el progreso
de cada una de nuestras economías es el progreso
de todas.
Para eso, se creó, en 2006, el Fondo para la
Convergencia Estructural del Mercosur, el FOCEM,
que se destina a financiar proyectos de desarrollo
que privilegien la integración regional. En una
década de operación, en el año 2016, el FOCEM
habrá contribuido con US$ 1 mil millones para
proyectos esenciales para el desarrollo de la
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integración regional. Brasil es el responsable por
el 70 % de las contribuciones.
Sólo para dar un ejemplo, la semana pasada los
Presidentes Dilma Rousseff y Horacio Cartes, de
Paraguay, inauguraron la línea de transmisión
eléctrica entre Itaipú y Villa Hayes, en los
alrededores de Asunción; 85% de los costos fueron
financiados por el FOCEM. Hay proyectos en
Uruguay, como la rehabilitación de la línea
ferroviaria de Rivera; en Argentina, de ampliación
de escuelas en Santa Fe y también en el Brasil, de
saneamiento básico en São Borja y Ponta Porã.
La entrada de Venezuela al Mercosur ofrece una
nueva dimensión política y económica al bloque. El
Mercosur se extiende ahora desde la Tierra del
Fuego hasta el Caribe. También nos transformamos
en una potencia energética de primera magnitud,
con aproximadamente 20% de las reservas mundiales
de petróleo. El ingreso pleno de Bolivia y Ecuador
también está en negociación, así como el de
Surinam.
Por todo eso, creo que no sería exagerado
decir que el Mercosur es el más importante
proyecto de política externa brasileño desde el
final del exitoso proceso de delimitación de todas
nuestras fronteras, hace más de un siglo.
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En 2008, en la III Cumbre de Jefes de Estado
de América del Sur, en Brasilia, los presidentes
sudamericanos decidieron dar un nuevo paso en la
integración continental. El Tratado de la UNASUR
de 2008 es histórico. Por primera vez, los países
sudamericanos celebraron un acuerdo internacional
con el objetivo de incrementar e institucionalizar
su cooperación política, económica y social, así
como profundizar el proceso de integración entre
ellos.
La creación de UNASUR es una oportunidad
singular de formar un espacio de convergencia
regional en áreas tales como la infraestructura,
la armonización de políticas públicas y
económicas, la defensa y la seguridad, la
educación, el movimiento de las personas y el
turismo, entre otros.
La consolidación de América del Sur como
bloque político y económico coherente permitirá a
nuestro continente negociar en pie de igualdad con
otras naciones y bloques de poder.
Más importante aún, Unasur se convierte en la
base institucional para forjar una fuerte
identidad regional, basada en principios
compartidos como la solución pacífica de
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conflictos, la sostenibilidad del desarrollo, la
democracia, la justicia social y la mejora de la
calidad de vida de todos los ciudadanos.
El mejoramiento de la infraestructura es, para
eso, esencial. En ese particular, la cooperación
Brasil-Argentina, por lo que contribuye en
términos de producción y circulación de bienes y
servicios, es un elemento dinámico para la mejora
de la infraestructura sudamericana.
Las empresas brasileñas tienen un papel
relevante al traer experiencia, tecnología y
capacidad de gestión en la construcción de grandes
obras de infraestructura. Su actuación tiene el
respaldo decidido del Gobierno brasileño por medio
de financiamientos del Banco Brasileño de
Desarrollo, el BNDES, que garantizan la
sustentación de proyectos que requieren grandes
inversiones y largo plazo de amortiguación. Es
importante mencionar acá que, desde 2003, el
BNDES, está autorizado a financiar proyectos en
los países de la región. Uno de ellos, acá mismo
en Argentina, es el tan importante soterramiento
del Sarmiento.
Uno de los elementos centrales de UNASUR es el
Consejo de Defensa Sudamericano. Sólo el tema del
espionaje, una cuestión que afecta la soberanía
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misma de nuestras naciones, ya justificaría la
creación de una "comunidad de seguridad" en la
región.
Pero también es relevante el establecimiento
de una visión conjunta para la defensa de nuestros
recursos naturales: petróleo, agua, florestas,
minerales y la disponibilidad de tierras de
cultivo. La protección de estos verdaderos
"activos estratégicos" es un tema de seguridad
nacional, particularmente desde la perspectiva
futura de escasez de recursos alimenticios y
energéticos a nivel mundial.
La idea base del Consejo Sudamericano de
Defensa es que los problemas y las diferencias que
puedan existir entre nosotros sean tratados sobre
la base de la diplomacia y el diálogo.
El objetivo del CDS no es funcionar como una
alianza de defensa, es decir, "una especie de OTAN
del Hemisferio Sur”. La meta principal del CDS es
el fortalecimiento de la cooperación militar entre
los países de América del Sur y la creación de una
política de defensa basada en una doctrina común
de "cooperación disuasoria", como bien comentó el
Ministro de Defensa del Brasil, Celso Amorim,
durante su reciente visita a Buenos Aires.
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Otro tema central en la construcción de un
espacio de integración es el de la democracia,
principalmente para países como los nuestros, que
han pasado por un proceso de transición política
en las últimas décadas.
Hoy vivimos democracias plenas. Brasil
celebró, el último día 5 de octubre, los 25 años
de nuestra Constitución. El próximo 10 de
diciembre, se celebrarán los 30 años del retorno
de la democracia en Argentina. Jamás en su
historia América del Sur ha vivido un periodo tan
largo de continuidad democrática.
Este es un logro no menor si observamos como
en otras partes del mundo los procesos
democráticos no siempre son la regla. La
democracia y el Estado de Derecho no sólo
constituyen la columna vertebral de la
sostenibilidad política de nuestros pueblos. Son
también esenciales para llevar adelante el proceso
de integración regional.
En reconocimiento de eso, los países de UNASUR
firmaron, en 2010, el Protocolo Adicional sobre el
Compromiso con la Democracia. Ese documento
establece que los Estados miembros de UNASUR
rechazarán cualquier amenaza para el orden
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institucional y los valores y principios
democráticos.
Es igualmente importante el refuerzo de la
democracia interna, por medio de la participación
ciudadana no únicamente en las elecciones – aunque
estas sean, por supuesto, esenciales – como
también de manera permanente, acompañando de cerca
los trabajos de un Congreso que debe ser fuerte,
un Judiciario independiente y un Ejecutivo capaz
de atender las demandas de la población.
Sólo por medio de instituciones sólidas
seremos capaces de garantizar la continuidad de
los ideales democráticos en nuestros países.
Otro elemento central del proceso de
integración es el comercio. Mucho ya se ha
estudiado sobre el rol de los intercambios
comerciales como propulsores del desarrollo
económico y social de los países. Particularmente
relevante es la correlación positiva entre
comercio y competitividad.
Como he mencionado, el Mercosur ha cumplido su
misión de propulsar el comercio entre los países
del bloque. A pesar de la existencia de barreras
no-arancelarias que todavía afectan al comercio
intrabloque, la liberalización comercial logró
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alcanzar el 99% del comercio entre los países de
Mercosur.
En este momento, un tema prioritario para el
bloque es el comienzo de las negociaciones
comerciales con la Unión Europea. Se trata de un
mercado de 507 millones de personas, con un
comercio exterior de 2,2 billones de dólares.
Consideramos que firmar un acuerdo comercial con
un socio de esa dimensión puede tener un enorme
potencial para el crecimiento económico y la
competitividad del Mercosur. Se trata aquí de una
vía de doble mano, pues un acuerdo beneficiará
mucho a las empresas europeas ya instaladas en
nuestros países.
Sabemos que las negociaciones son complejas,
principalmente en la parte que más interesa a
nuestros países, el acceso al mercado europeo de
productos agrícolas. El sector privado de Brasil
ha manifestado una voluntad inequívoca de seguir
con las negociaciones con la UE. Después de un
largo proceso de consultas internas, Brasil tiene
una lista de oferta de bienes a ser presentada a
los europeos. Estamos dialogando con los socios de
Mercosur para cumplir con el objetivo asumido con
la Unión Europea de intercambiar ofertas hasta el
final de este año. El 15 de noviembre, los países
del Mercosur se reunirán en Caracas para discutir
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la elaboración de lista común de ofertas a la
Unión Europea.
La Unión Europea sigue negociando acuerdos de
libre comercio con importantes mercados de América
Latina y Asia. Asimismo se delinean procesos
negociadores entre las principales economías
globales: Estados Unidos-Unión Europea; Unión
Europea-Japón y la Asociación Transpacífica, o
TPP, que incluye a once países, sólo para
mencionar algunos. Así que debemos tomar la
iniciativa bajo pena de ver la pérdida de espacio
comercial hacia otras regiones.
Uno de los procesos que más se discute hoy
día, tal vez por la cercanía, es la Alianza del
Pacífico, una iniciativa de liberalización
comercial que agrega a México, Colombia, Perú y
Chile. La Alianza del Pacífico tiene objetivos
claramente económicos, y busca aprovechar las
oportunidades oriundas de las cadenas de
suministro de la dinámica zona del Pacífico.
La Alianza del Pacífico no debe ser vista como
amenaza, ni tiene vocación para rivalizar con la
UNASUR y el Mercosur. La UNASUR trabaja para
promover la cooperación en áreas tan diversas como
la seguridad y la defensa, la salud, la educación,
la integración de la infraestructura, entre otros
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temas. El Mercosur es una unión aduanera con
veinte años de integración no sólo de la economía
sino también de la cultura, educación y otros
aspectos da ciudadanía. La Alianza del Pacífico,
por su vez, es la evolución del proceso de
liberación comercial entre cuatro países, con
miras a profundizar su integración en áreas como
libre circulación de personas e integración
energética.
Cabe notar que el Mercosur posee acuerdo de
libre comercio con los cuatro países de la Alianza
del Pacífico. Esos acuerdos significan la
reducción de los aranceles a cero para 99% del
comercio con Chile y con Perú y para 83,6% del
comercio con Colombia. Con México, el Mercosur
firmó un Acuerdo Cuadro en 2002 y avanzamos en las
negociaciones para desgravación arancelaria.
Señoras y señores,
El proceso de integración ocurre en medio a la
exacerbación de los intereses nacionales y frente
a mayores demandas de las sociedades. El Brasil,
por ejemplo, ha experimentado un significativo
proceso de movilidad social en los últimos diez
años, con el ingreso de cerca de 40 millones de
personas a la clase media. Esos ciudadanos
demandan mejores servicios públicos, mejor
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educación, más seguridad, más poder adquisitivo
para sus salarios. El proceso de integración tiene
que tener en cuenta las dinámicas sociales
internas. Traducir eso a la realidad requiere una
mayor voluntad política y visión estratégica por
parte de los que toman las decisiones.
Nuevos avances en la integración regional, por
lo tanto, deben reflejarse en otras áreas.
Necesitamos promover la integración de nuestra
infraestructura no sólo para beneficiar la
integración de las cadenas productivas regionales,
sino para permitir que nuestros productos sean
competitivos globalmente.
Necesitamos también fortalecer políticas de
inversión mutua y de mecanismos de financiación,
como el FOCEM o el Banco del Sur.
Debemos igualmente valorar iniciativas más
antiguas de cooperación como el Tratado de la
Cuenca del Plata, de 1969, y el Tratado de
Cooperación Amazónica, de 1978. Ambos fueron
proyectos pioneros de cooperación en torno a
recursos como el agua y la biodiversidad, vistos
hoy como estratégicos por la comunidad
internacional. Instancias como esas circunscriben
y facilitan la actuación de nuestros países en las
negociaciones multilaterales que buscan crear
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disciplinas globales para el manejo de activos
económicos y ambientales que están en la esfera
de soberanía de los Estados sudamericanos.
Y, finalmente, necesitamos reforzar e
institucionalizar el diálogo político en los
países de la región. El ex Presidente Lula, un
gran defensor de la integración regional, siempre
ha favorecido la convergencia de posiciones
políticas de los países de la región en los foros
internacionales. Juntos, nuestros países forman
una “potencia” que, en última instancia, puede
influir en la defensa de los intereses legítimos
de los países en desarrollo.
La Presidenta Dilma Rousseff también tiene la
integración regional como prioridad para la
política externa brasileña. La Presidenta ha
dicho, de forma inequívoca, que el MERCOSUR, la
UNASUR y la CELAC son instancias fundamentales
para el camino del desarrollo y el fortalecimiento
de las instituciones democráticas en nuestros
países. En su visión, los vectores de la promoción
de la ciudadanía social son esenciales en el
diseño de la integración. Por eso apoya la
creación de un estatuto de ciudadanía y de un plan
estratégico de acción social en UNASUR.
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Llegamos así a un elemento que considero
fundamental para avanzar: el compromiso de todos
los ciudadanos con la integración. La integración
debe pasar a ser parte de cómo pensamos el futuro
de nuestras sociedades. Sólo así, con una visión
de beneficios compartidos y de la importancia del
desarrollo equilibrado de los países de la región
seremos capaces de avanzar en ese proceso que creo
esencial para defender nuestros intereses en medio
a la transformación por la que pasa el orden
internacional.