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V CERTAMEN DE RELATO CORTO DE LAS ESCUELAS DEL AVE MARÍA
1. CATEGORÍA INFANTIL
1.1. La carrera solidaria Andrés Manjón
1.2. La carrera solidaria Andrés Manjón
2. CATEGORÍA PRIMER CICLO DE EPO
2.1. Los bichitos y la gran carrera solidaria
2.2. Carrera solidaria
3. CATEGORÍA SEGUNDO CICLO DE EPO
3.1. La carrera solidaria
3.2. Una carrera mágica
4. CATEGORÍA TERCER CICLO DE EPO
4.4. Otro día más
4.2. El inventor africano
5. CATEGORÍA PRIMER CICLO DE ESO
5.1. La carrera y la vida
5.2. La carrera solidaria
6. CATEGORÍA SEGUNDO CICLO DE ESO Y FPB
6.1. Perdida
6.1.1. La carrera de mi vida
6.2. El reencuentro
7. CATEGORÍA BACHILLERATO Y FP
7.1. La sombra que me acompaña
7.2. Palabras al silencio
8. CATEGORÍA NECESIDADES EDUCATIVAS ESPECIALES Y AULA DE
INTEGRACIÓN
8.1. La carrera solidaria
8.2. La solidaridad
V CERTAMEN DE RELATO CORTO DE LAS ESCUELAS
DEL AVE MARÍA
CATEGORÍA INFANTIL
PRIMER PREMIO
TEO LÓPEZ ROMÁN
INFANTIL (5 AÑOS)
AVE MARÍA CASA MADRE
V CERTAMEN DE RELATO CORTO DE LAS ESCUELAS
DEL AVE MARÍA
CATEGORÍA INFANTIL
ACCÉSIT
ANDREA RODRÍGUEZ MARTÍN
INFANTIL (4 AÑOS)
AVE MARÍA LA QUINTA
V CERTAMEN DE RELATO CORTO DE LAS ESCUELAS
DEL AVE MARÍA
CATEGORÍA PRIMER CICLO DE EPO
PRIMER PREMIO
ALEJANDRO VEGA VILAR
1º EPO
AVE MARÍA LA QUINTA
LOS BICHITOS Y LA GRAN CARRERA SOLIDARIA
Y allí estábamos, un año más en la línea de salida de la carrera solidaria, en donde
unos bichitos, que se llamaban Javier, Antonio, Alicia y Alejandro, estaban preparados para
comenzar. El organizador de la carrera dijo: “preparados, listos, ya!!!!”, y la carrera comenzó, así
que todos salieron disparados como una bala. Estaban corriendo muy deprisa, cuando de
repente una piedra gigante, cayó en medio del circuito, entonces los bichitos se pusieron muy
tristes, porque no podían pasar con la piedra en medio. A Javier se le ocurrió una idea,
llamaron a todos los bichitos del campo para que les ayudaran a mover la piedra, que no les
dejaba continuar.
Como por arte de magia, comenzaron a aparecer cientos y cientos de bichitos por
todas partes, y todos juntos comenzaron a empujar la piedra, que poco a poco se fue moviendo,
hasta que consiguieron apartarla del circuito. Los cuatro bichitos corredores, muy contentos,
les dieron las gracias a sus amigos los bichos del campo, por ayudarlos a mover la piedra.
Y siguieron la carrera, corrieron muy deprisa, para alcanzar al resto de los corredores.
Cuando de repente el bichito Antonio, que iba muy rápido, sin darse cuenta, tropezó y cayó al
suelo, y se hizo daño en una pata. Todos pararon para ver qué había pasado, Javier trajo un
botiquín de emergencia, y le puso una venda. Pero el bichito Antonio, no podía andar muy
bien, y le dijo al resto de sus compañeros que terminaran la carrera sin él. Pero sus
compañeros no querían dejarlo solo, ni rendirse, querían llegar los cuatro juntos. Así que como
estaban muy cerca de terminar la carrera, lo cogieron, y todos juntos atravesaron la meta.
No consiguieron ser los primeros, pero estaban muy felices y contentos, porque su
premio fue que lo habían pasado muy bien.
Celebraron el gran día de aventuras, amistad y compañerismo que habían vivido en la
Carrera Solidaria.
V CERTAMEN DE RELATO CORTO DE LAS ESCUELAS
DEL AVE MARÍA
CATEGORÍA PRIMER CICLO DE EPO
ACCÉSIT
MAGDALENA CORAL GABARRÍ AMOREO
2º EPO
AVE MARÍA CASA MADRE
CARRERA SOLIDARIA
Y allí estábamos, un año más, en la línea de salida de la carrera solidaria. Yo estaba muy
nerviosa y me levanté temprano, esa mañana para prepararme. Aquel día salimos de casa más
temprano que de costumbre porque estaba muy ansiosa.
Cuando los corredores nos estábamos preparando comencé a sentirme mal, me dolía la
barriga. Mi madre me trajo agua, me abrazó y me dijo que lo importante era sentirnos bien y
participar en la carrera, que era por una buena causa y no llegar los primeros. Respiré hondo,
me fui calmando y comenzó la carrera. Miré a mi alrededor, era un día bonito, había mucha
gente y bullicio. Pasamos por lugares del barrio y crucé miradas con amigos y compañeros de
clase. Estaba contenta y disfrutando. Y sin darme cuenta mi pecho tocó la cinta de llegada.
¡Habíamos finalizado!.
V CERTAMEN DE RELATO CORTO DE LAS ESCUELAS
DEL AVE MARÍA
CATEGORÍA SEGUNDO CICLO DE EPO
PRIMER PREMIO
AMARA BLANCO JÓDAR
3º EPO
AVE MARÍA VARADERO
LA CARRERA SOLIDARIA
Y allí estábamos, un año más, en la línea de salida de la carrera solidaria para concienciar
de la importancia de ayudar a los demás.
Allí estaba con mi primo Manuel que tiene discapacidad motora. Nos apuntamos porque
nos gusta mucho hacer deporte.
Llegamos más temprano para rellenar los papeles y recoger el dorsal con el número que
teníamos. Aún faltaban veinte minutos para empezar pero estábamos muy nerviosos porque
ya estaba llegando la gente a la carrera.
Como mi primo está en silla de ruedas tengo que correr con él y empujo su silla por
detrás. Para animarnos un poco nos dimos un abrazo. Escuchamos la señal de salida y
empezamos a correr.
Al principio no estábamos muy cansados pero poco a poco nos costaba más llegar al
final, gracias a los ánimos de la gente, llegamos hasta la meta.
No fuimos los primeros, pero para nosotros era como si hubiese sido así. Mi primo
Manuel estaba muy contento porque es la primera vez que corría en una carrera. Él creía que
nunca iba a poder ir a una carrera, pero gracias a mi ayuda y a los ánimos de todos los amigos y
familia consiguió participar y correr en su silla de ruedas.
Estábamos muy orgullosos de él porque todo el mundo piensa que porque tiene una
discapacidad no puede hacer algunas cosas, por ejemplo, participar en una carrera. Pero con
ayuda y esfuerzo todo el mundo puede lograr sus metas, da igual como seamos lo importante
es superar las dificultades.
V CERTAMEN DE RELATO CORTO DE LAS ESCUELAS
DEL AVE MARÍA
CATEGORÍA SEGUNDO CICLO DE EPO
ACCÉSIT
AMADOU MANNEH
3º EPO
AVE MARÍA ESPARRAGUERA
UNA CARRERA MÁGICA
Y allí estábamos, un año más , en la línea de salida de la carrera solidaria.
Mientras corríamos, Rafa se cayó, le ayudé a levantarse y me adelantaron unos pocos de
corredores, pero no me importó, me estaba divirtiendo mucho viendo al público que había y
que animaba con entusiasmo.
De pronto, un niño me hizo la zancadilla y me caí. Cuando me estaba levantando, noté
que alguien me daba la mano y me ayudaba.
-¡Madre mía! ¡Un Mago!. El Mago de los deportes.
Iba vestido con un pantalón corto, una camiseta y una sudadera de colores brillantes y unas
zapatillas de estrellitas plateadas.
El señor Mago me dijo :¡Hola Bamba!, he venido del país de la Magia, para concederte tres
deseos
- ¡Puf, esto es un sueño!¡ No me lo puedo creer!
- Señor Mago , mucho gusto conocerlo, mi primer deseo, sería poder entrenar todos los días, el
segundo, que no se hagan trampas en el deporte y el tercero que nadie se burle cuando corro.
Desapareció el señor Mago y empecé a correr de nuevo. Estaba adelantando a varios
niños , cuando de pronto...vI a un hombre bárbaro maltratando a un cachorro de gato y unos
niños riéndose y disfrutando con lo que el hombre malvado le estaba haciendo al pobrecito
gatito.
Me detuve y sigilosamente me acerqué al hombre y le dije:
- ¡Señor! ¡Basta ya !, los animales son seres vivos y lo que usted le está haciendo le duele
mucho.
El hombre bárbaro agachó la cabeza, se sintió avergonzado, soltó al gatito y se fue. Los
niños que había alrededor me miraron raro, pero yo no me asusté cogí al gatito y empecé a
correr hasta que me incorporé de nuevo a la carrera.
Mis compañeros se alegraron de verme, me dieron agua y un poquito de chocolate.
Y allí estaba un año más, la meta de la carrera solidaria, meta que crucÉ sin saber en qué lugar
había llegado. Estaba muy feliz, había ganado el mejor premio, mi cachorrito de gato,
Esparraguerillo, ese sería su nombre.
V CERTAMEN DE RELATO CORTO DE LAS ESCUELAS
DEL AVE MARÍA
CATEGORÍA TERCER CICLO DE EPO
PRIMER PREMIO
DIEGO ROMÁN SÁNCHEZ
5º EPO
AVE MARÍA S.ISIDRO
OTRO DÍA MÁS
Y allí estábamos, un año más, en la línea de salida de la carrera solidaria esperando a
todos esos campeones que por su solidaridad y esfuerzo se merecen ese título.
Es curioso el ser humano que es capaz de los actos más crueles y horribles y también de
los más bonitos, solidarios, desinteresados y amorosos gestos. Pero perdonad, no me he
presentado todavía; soy Fermín Trujillo, trabajo montando y desmontando la línea de meta, los
podios y las tarimas de las carreras solidarias; es un trabajo duro y sufrido el tener que
descargar esas pesadas estructuras, montarlas en perfectas condiciones y luego una vez
terminada la carrera solidaria desmontarlas y cargarlas otra vez en el camión y otro viaje a otra
ciudad o pueblo; para volver a empezar una y otra vez siempre a contrarreloj. Es duro, cansado
y estresante. Mi jefe se llama Doroteo es bajito, con rostro más bien feo, con gafas, calvo y
regordete; no para de dar órdenes "oye tú por aquí Paco, Fermín esto etc, etc...". Es en esos
momentos una persona horrible pues no atiende a razones con nosotros no perdona ni el más
mínimo error, por muchas excusas que se le pongan y explicaciones que se le dé, es inflexible a
tal extremo que solo podemos pedir perdón, agachar la cabeza y redoblar esfuerzos no sin
antes fundirnos con su mirada y helarnos la sangre de las venas.
El jefe Doroteo nunca se equivoca, es un sabio que nunca falla; si se comete algún error
por sus indicaciones se excusa en dejar muy claro que el fallo no es suyo, faltaría más, es
nuestro por no obedecer sus instrucciones e indicaciones, es lo que sucede con los jefes.
A medida que avanza la instalación y se acerca la conclusión de la obra se va
transformando en otra persona, se va viendo rayas de felicidad en sus ojos, se hace más
humano, sí aprecia que nos sobra tiempo y que todo estará listo se relaja , sonríe y es
bondadoso; en esos momentos gusta trabajar para él. Todo, es bueno, risas... Qué pena que
solo dure unas horas mientras transcurre la carrera solidaria, después se transforma como el
Dr. Jekyll y míster Hyde. Empieza a mirar su reloj, que por cierto es muy bonito, es muy
antiguo, de esos que son de cadena con una tapa que parece de plata. No sé qué ve en el reloj
cuando lo mira porque le va cambiando su cara, empiezan nervios, el estrés, nos habla a voces
para que lo desmontemos todo y lo carguemos en el camión para acometer la siguiente ruta
durante la cual volverá a ser una persona buena.
Muchas veces pienso en la solidaridad de la gente, que en cierta manera para
nosotros, sería genial que distrajeran un poco al jefe Doroteo, aunque la solidaridad de estas
personas ya lo es con la aportación de su dinero y su presencia en la carrera. También son
solidarios las organizaciones, empresas colaboradoras y los voluntarios: mi jefe Doroteo dona
una parte de sus ingresos, es por ello que nos mete tanta prisa para no perder mucho dinero,
en cierta manera nosotros somos solidarios, la cuadrilla de trabajadores que aguantamos
mucha presión y no escatimamos en esfuerzo para que todo salga bien en la carrera solidaria.
Me gusta pensar que aporto mi granito de arena en estos acontecimientos tan bonitos,
solidarios, desinteresados y humanos, así como esos gestos amorosos hacia personas e
instituciones con el único interés de hacer el bien al necesitado.
Os podría contar mil anécdotas que han pasado en la carrera solidaria como el de Villa
Rubia donde todo el pueblo se paralizó para correr, incluso el policía del pueblo y ancianos de
más de ochenta años de edad con sus bastones jajaja... o en Huétor Vega donde la meta se
puso en la parte baja del pueblo porque si no nadie terminaba la carrera por las cuestas… y
muchas más, pero lo destacable de todas ellas es sin duda la humanidad, cómo la gente
anónima se esfuerza por un “bien solidario”.
Y mientras veo pasar otro día más en la línea de meta de la carrera solidaria, a tanta
gente con una cara de felicidad inmensa por el hecho de estar allí y acabarla, no puedo más
que pensar, que, aunque muy pronto estaré trabajando muy duro, veré en mi mente todos
esos rostros y su esfuerzo será el mío y su ilusión la luz que me guíe para no desfallecer en
estos momentos de trabajo, con el ánimo y la ilusión de estar mañana o pasado contemplando
en primera fila los gestos de humanidad que mueven el mundo .
V CERTAMEN DE RELATO CORTO DE LAS ESCUELAS
DEL AVE MARÍA
CATEGORÍA TERCER CICLO DE EPO
ACCÉSIT
MARIO BALDA AGUDO
6º EPO
AVE MARÍA LA QUINTA
EL INVENTOR AFRICANO
Y allí estábamos, un año más, en la línea de salida de la Carrera Solidaria. Los nervios se
apoderaban de nosotros. Había tanta gente que apenas podíamos movernos.
- Entiendo que estéis nerviosos, porque sabéis que os voy a ganar – dijo Miguel.
La verdad es que Miguel es muy rápido, pero se lo tiene demasiado creído.
De repente, la gente que teníamos delante comenzó a avanzar. No habíamos oído nada
que nos indicase comenzar la carrera, pero esto significaba que debíamos empezar a correr.
Empecé corriendo muy rápido, e iba dejando a todo el mundo detrás de mí. Notaba el viento en
mi cara y una gran sensación de libertad. Al cabo de un rato, vi que no había nadie delante de
mí. ¡Iba el primero!
Estaba a pocos metros de la línea de meta y continuaba en primera posición. Había
muchísimas personas animando. Justo cuando iba a terminar la carrera, mis ojos vieron a alguien
entre la multitud de espectadores y me paré en seco. Le miré fijamente, sin dar crédito a lo que
estaba observando. Era Mafoud, un niño de origen africano recién llegado a mi colegio. Pero lo
que más me extrañó fue la ropa que llevaba puesta. Su camiseta blanca tenía manchas de todos
los colores y su pantalón estaba repleto de agujeros. Yo estaba acostumbrado a ver a Mafoud
vestido con el uniforme del colegio. Mis compañeros de clase decían que se lo había
proporcionado el Fondo Solidario Avemariano. De pronto escuché una voz a mis espaldas.
- ¡Te espero en la línea de meta!
¡Era Miguel! Me acababa de adelantar e iba a ganar la carrera. Empecé a correr de nuevo,
pero era demasiado tarde. Había llegado en segunda posición.
- ¡Te dije que iba a ganar! – exclamó Miguel.
- Ha sido porque me he parado al final – dije sin dar más explicaciones, porque quería
contarlo cuando estuviésemos todos juntos.
Al cabo de un rato llegó Lourdes. Venía agotada y muy sofocada.
- ¿Qué tal la carrera? – le pregunté.
- Muy dura – me respondió. Pero vale la pena hacer un esfuerzo si es por una buena
causa.
Como ya estábamos todos juntos, fuimos a donde estaban nuestros padres. Nos
felicitaron por nuestra gran carrera. Al cabo de un rato les dije a mis amigos:
- ¿Sabéis por qué me he tenido que parar al final de la carrera?
- No lo sé – respondió Lourdes. La verdad es que me ha parecido bastante extraño.
- Ha sido porque he visto a Mafoud con la ropa manchada y muy rota – les comenté. Al
final la gente de nuestra clase tenía razón. La familia de Mafoud no tiene dinero ni para
comprarle el uniforme.
- Me da mucha pena – dijo Lourdes con tristeza.
- Hablando de Mafoud, está viniendo hacia nosotros – intervino Miguel.
- Hola – nos saludó. Vosotros haber corrido mucho bien.
Mafoud no hablaba demasiado bien en español porque llevaba muy poco tiempo en este
país.
- Gracias – le respondí.
- ¿Querer venir todos a mi sitio secreto? – preguntó el africano. No estar mucho lejos de
aquí.
Nos miramos asombrados. Era la primera vez que hablábamos con él, pero quería
enseñarnos un lugar muy importante y que nadie conocía.
- Iremos contigo, pero nuestros padres nos tienen que dar permiso – dijo Lourdes.
Así que fuimos a contárselo. Nos dejaron ir, pero no podíamos volver muy tarde.
- ¡Seguidme! – exclamó Mafoud, y comenzó a andar.
Enseguida salimos de las calles principales y empezamos a recorrer callejones. Todo
estaba solitario. No se escuchaba nada y nadie pasaba por allí. Sólo había algunos gatos
alrededor de los contenedores de basura. Continuamos caminando hasta que el africano dijo:
- Es aquí.
- Yo no veo ninguna puerta – se quejó Miguel.
Mafoud no respondió. Se limitó a sacar una llave muy pequeña de su estropeado bolsillo
y abrió una trampilla camuflada en el suelo.
- Ya poder pasar – nos dijo nuestro nuevo amigo.
Asombrados, bajamos por unas escaleras de mano y llegamos a una acogedora sala.
Tenía un decorado bastante antiguo, pero era un lugar muy amplio.
- Yo descubrir este sitio cuando llegar a esta ciudad – nos contó el africano. La llave estar
al lado de la trampilla.
- ¡Me encanta este sitio! – exclamó Lourdes.
- A mí también – opiné yo. ¿Qué son esos libros y todas esas piezas?
- Yo querer ser inventor de mayor. Ayer recoger libros en biblioteca. Son de cómo
construir objetos sencillos y útiles. Yo sólo ver dibujos porque no saber leer. Si juntar varias
ilustraciones yo construir cosas increíbles. Pero mi familia no tener dinero para mejorar mis
inventos – nos informó Mafoud. También nos explicó que quería dar sus creaciones a los niños
pobres de África, para mejorar un poco su vida.
La verdad es que Mafoud construía objetos fabulosos. Había un retrete portátil, de
manera que se podía montar y desmontar, una cantimplora que potabilizaba el agua ella sola, y
muchos más inventos.
Sus padres habían empezado la carrera de Magisterio, ya que ellos sabían leer y escribir.
Pero hasta que no la terminasen y encontrasen un puesto de trabajo, tenían el dinero justo para
vivir.
Yo me alegré de haber corrido la Carrera Solidaria, porque había podido ayudar a muchos
niños como Mafoud. A partir de ese día comenzamos a visitarle muy a menudo y empezamos
ayudarle en sus creaciones.
Al cabo de unos años, los padres de Mafoud terminaron su carrera universitaria y
consiguieron un puesto en mi colegio. Gracias a ese sueldo, nuestro amigo africano pudo viajar
hasta su tierra natal y hacer felices a muchas familias que lo estaban pasando mal.
Cada día me siento orgulloso de Mafoud. Me hace sentir una enorme felicidad pensar
que aquel soñador y talentoso niño ha conseguido lo que quería gracias al esfuerzo y al trabajo.
V CERTAMEN DE RELATO CORTO DE LAS ESCUELAS
DEL AVE MARÍA
CATEGORÍA PRIMER CICLO DE ESO
PRIMER PREMIO
ANDREA TORRES GARCÍA
1º ESO
AVE MARÍA LA QUINTA
LA CARRERA Y LA VIDA
Y allí estábamos, un año más, en la línea de salida de la Carrera Solidaria, mi hermano
mayor, Andrés, y yo íbamos a ir por primera vez solos, lo cual me gustó bastante ya que al no
estar vigilado por mis padres me sentía más independiente, ya que eso de ser el hermano
pequeño suponía estar vigilado las veinticuatro horas del día, trescientos sesenta y cinco días
del año.
Esta vez nos había acompañado Sofía, la “amiga especial” de mi hermano, era alta
morena y esbelta, con unos enormes ojos castaños, así como su pelo, ondulado y largo, en
definitiva era muy guapa y risueña.
Sabía que mi hermano estaría anonadado hablando y mirando a Sofía, por eso vine,
aunque a mí esto de la Carrera Solidaria me parecía un rollo, y no era ni de lejos mejor idea que
quedarme en casa jugando a la PlayStation o quedando con mis amigos del barrio, Pablo y Alex,
pero ese no era el caso, mi plan consistía en hacer una exploración a fondo del lugar, ya que
aquello era enorme, y, como es lógico, un lugar tan grande debía de albergar un montón de
misterios.
He de decir que aquel día no hacía muy buen tiempo, el cielo estaba nublado y llovía a
cántaros, además, había un montón de gente por todas partes, y todos iban vestidos con una
camiseta que decía: “Carrera Solidaria de don Andrés Manjón”.
Pasaban las horas y la lluvia y la gente que iba y venía de un lado a otro eran
incesantes, entonces fue cuando comencé a arrepentirme de haber venido, hacía frío y
además, cada vez estaba más convencido de que esto de la carrera solidaria no eran más que
tonterías, y una perdida de tiempo, debería haberme quedado en casa, sin hacer nada…
Entonces comencé a sentir un cosquilleo en el estómago, y bastó solo un pestañeo, una
milésima de segundo, para desaparecer entre la multitud y convertirme en aire o en una
especie de gas, no sabía muy bien en lo que me había convertido, tal vez una especie de
fantasma, pero de lo que sí estaba convencido era de que ya no era un niño, sino algo más
que eso, era tan ligero como una pluma y tan rápido como la luz, y, de pronto… ¡Zas!,
desaparecí.
Por un segundo sentí que abandonaba mi estado fantasmagórico para convertirme en
algo consistente y sólido, tal vez una silla o un cuadro colgado en una pared de consistencia
rugosa y hueca de lo que parecía ser la sala de estar de alguien, cuando, de pronto, ese alguien,
que, a juzgar por la envergadura de su silueta en la tenue luz que alumbrada la sala, no tendría
más de dieciséis años, entraba por la puerta de madera y lanzaba con desgana su mochila
negra. Este se desplomó cabizbajo en lo que parecía la silueta de un viejo sofá polvoriento,
entonces, el humo que desprendía su cigarro recién encendido comienza a enturbiar la imagen
haciéndome desaparecer de nuevo y sentí que me transformaba en el vaho grisáceo que
desprendía aquel cigarro y escapaba por la ventana de un estudio en la sexta planta de un
edificio entre calles húmedas y laberintos de voces rotas, perros que aullan y humaredas de
tubos de escape.
A partir de aquello, las escenas se iban sucediendo, discusiones familiares, calculadoras
y facturas bancarias, familias tristes y mendrugos de pan duro para cenar.
Entonces volví a sentir aquel extraño cosquilleo en la zona abdominal, y en un abrir y
cerrar de ojos, como si de magia se tratase, ya no era el humo de aquel cigarro, que luchaba
por escapar por la ventana, ni un fantasma, tampoco un cuadro o una silla, volvía a ser yo, el
mismo de siempre, egoísta y travieso, el hermano pequeño, el hijo más querido, el del cinco
raspado y el que casi nunca estudia, pero, sobre todo, el que acababa de darse cuenta de que
otros como él, ni siquiera tenían la oportunidad de hacerlo.
Estaba algo mareado y empapado, seguía lloviendo, aunque no tan fuerte ni tan
seguido como antes, el tiempo había amainado y el sol se abría paso entre las nubes, dejando
ver la fortaleza de la Alhambra a lo lejos.
El paisaje se presentaba húmedo, silencioso y desierto, entonces, bajé la vista al suelo,
encontrando allí un papel húmedo y algo roto que decía:
“Fondo Solidario Avemariano (FSA), creado para aliviar la grave situación de muchas
familias de nuestro entorno con becas para comedor, compras de comida, material escolar,
ropa…”
-www.carrerasolidaria.amgr.com
Aquello me dejó petrificado, ya que ese insignificante trozo de papel húmedo y roto y
aquella extraña experiencia, me hicieron abrir los ojos y comprender que aquella “chorrada de
carrera” que tanto aborrecía, albergaba un una finalidad verdaderamente solidaria con
aquellos que realmente lo necesitan, y eso era precioso.
Todo esto me hizo reflexionar, ya que ni a mí ni a mi hermano nunca nos había faltado
de nada, es más, teníamos mucho de todo y poco que verdaderamente valorábamos, cinco
comidas al día, ropa y calzado de sobra, medicinas cuando enfermábamos, caprichos en cada
cumpleaños, abundancia en navidades y muchas más cosas de las que verdaderamente
necesitábamos. Y, aún así, seguíamos quejándonos de la negativa de nuestros padres a
comprarnos el nuevo iPhone, ya que la versión anterior ya está desfasada.
Poco después seguí caminando sin rumbo a la espera de encontrar a mi hermano,
cuando, de pronto, escuché una voz que me llamaba a gritos, era Sofía, que venía corriendo
hacia mí, y, sofocada, me preguntó que dónde había estado, también me dijo que la carrera
había acabado hace una hora y no habían parado de buscarme. Después, Sofía, mi hermano y
yo nos dirigimos hacia casa.
Jamás le hablé a nadie a cerca de esto, ni siquiera se lo mencioné a mi mejor amigo,
Alex, ni a mis padres, ni a la profe. Aún no estoy seguro de si ocurrió de verdad, fue un sueño o
tal vez alguna extraña elocuencia de mi mente, pero de lo que sí estoy seguro, es de que
aquello que vi, es una realidad, que en nuestro entorno hay personas en “situaciones
complicadas” y que estas repercuten, de alguna manera u otra a cada miembro de la familia.
Muchos de nosotros no somos conscientes de estas situaciones, o tal vez sí, pero, claro,
se está más a gusto tirado en el sofá jugando a la “Play” (PlayStation).
V CERTAMEN DE RELATO CORTO DE LAS ESCUELAS
DEL AVE MARÍA
CATEGORÍA PRIMER CICLO DE ESO
ACCÉSIT
ALICIA PICOSSI CÓRDOBA
3º ESO
AVE MARÍA VISTILLAS
LA CARRERA SOLIDARIA
Y allí estábamos, un año más, en la línea de salida de la Carrera Solidaria.
Cada año, la carrera se celebraba en una ciudad distinta. Yo vivía en Huelva y este año
tenía lugar en Granada, la ciudad de La Alhambra.
Hasta ahora, en realidad, no me había planteado la razón por la que me presentaba, pero
nunca me había puesto ninguna meta. Nunca había sido capaz de cumplir algún sueño, nunca
había ganado nada. Y esta vez me disponía a participar para llegar a sentirme ganadora.
A escasos segundos de comenzar alguien pasó por mi lado. Tuve que fijarme en el dorsal
de su camiseta, para saber que era de la ciudad que serviría de escenario a mis propósitos,
dejando un aroma intenso que me hizo girar la cabeza. Se paró a un metro de mí. No podía
apartar la vista de aquel perfil, de su pelo acariciado por la brisa. Todo estaba preparado. El juez
de salida alzó la mano para dar la señal y entonces, pasó: se cruzaron las miradas. Una breve
sonrisa se posó en su rostro. Mi corazón se aceleró. Se escuchó el disparo de salida, pero ninguno
de los dos nos movimos por unos instantes. Vi cómo, gentilmente, me hacía un gesto con la
cabeza para que lo siguiera hasta la línea de salida y empecé a correr junto a él, a pocos
centímetros un cuerpo del otro.
Empezó como una historia más, una de tantas que fracasaron, una de tantas que habían
marcado mi vida y que me hacían recelar respecto a lo que me deparara el futuro. Aquéllas
dejaron una herida abierta que impedían que sanara. Pero aquella coraza de hielo que helaba
mis sentidos, que me hacía incapaz de sentir, comenzaba a desvanecerse con cada metro
recorrido junto a él… con cada mirada… con cada sonrisa.
Quería volver a sentirme ilusionada.
Obviamente ya no me importaba ganar, solamente quería correr, disfrutar lento y
entusiasmadamente los cuatro kilómetros que nos quedaban por delante. Sintiendo cada paso,
conscientes de nuestro recorrido, corrimos.
Sin poder aguantar más el deseo de dirigir palabra… nos paramos y comenzamos a hablar.
Señalando un bar me preguntó si quería tomar algo y yo respondí: un café. Con una sonrisa
intacta, nos sentamos, pedimos y conversamos durante varias horas. No había prisa, la química
que fluía en el aire hacía que el tiempo se detuviera y que a la vez se desvaneciera la coraza.
Después de un par de cafés, confesándonos con miradas las ganas de besarnos y sin poder
contenerse más, acercó su mano para acariciar mi pelo. Otra vez sentí cÓmo mi corazón se
aceleró pero, esta vez, latía con más fuerza. Con las miradas fijas, sonriendo de vez en cuando,
poco a poco se acercaba. Hubo un instante en el que se paró… creí estar soñando y, de repente,
sentí como sus labios poco a poco besaban los míos. Mi corazón se paró por un segundo sin
poder respirar. Solamente cerré los ojos y me dejé llevar.
Paseando, recorrimos la ciudad hasta llegar al Sacromonte. Lo que más me gustó fue ver
las cuevas flamencas y lo que menos, sus cuestas, pero me sentí como una cría aprendiendo y
sintiendo tantas emociones que las hubiera subido y bajado tantas veces como sentidos tengo
para percibir con cada uno de ellos la magia que me sostenía en el aire.
Bajamos y en el mirador de San Nicolás observamos, juntos, el atardecer, el sol
escondiéndose tras La Alhambra. Tan bonita fue la sensación…con el perfume de su pelo…
mirando al horizonte. Pedí al cielo que nos diera el mismo destino.
No sé si por dicha o por desdicha, empezó a llover. Como niños corrimos bajo la lluvia sin
remordimientos, hasta llegar a un pequeño bar. Tan cálida fue la gente que nos encontró en
Plaza Nueva que, cuando nos vieron empapados, nos sentaron en una mesa al lado de una
estufa. Una sopa hirviendo, una buena copa de vino, el sonido de la lluvia de fondo, sus ojos
marrones… y la esencia de Granada. Quizá fue eso, la esencia. Pero no hacía falta nada más para
que dos personas se conocieran.
Después de cenar y de que nuestras ropas se secaran, entusiasmado por salir a enseñarme
la ciudad para conocer los placeres que contenía, no nos dejaron. No paraba de llover y sin
intención de hacerlo nos alojamos allí. La habitación era pequeña, pero bastó para que dos
personas se descubrieran. Aquella noche prendieron dos corazones.
Quizá fueron las miradas y las sonrisas. Quizá fue el deseo de que desapareciera la
melancolía.
Me aferré a su ser poniéndole ilusión con cada sentido, abriéndole mis manos a lo
inesperado. Escuché los latidos de su corazón…y seguí sus pasos.
Al parecer el cielo me escuchó. Con la pasión de la lujuria se forjó la unión de nuestros
corazones.
La cordura no hizo nombre a la locura, locura que prendía constantemente el anhelo de
encontrar poco a poco la razón de estar allí.
Cada centímetro de mi cuerpo se erizaba con las caricias que me regalaban sus manos…
lentas, llenas de palabras impronunciables. Palabras que solo pueden ser expresadas y
comprendidas cuando se despiertan los instintos más primitivos y pasionales de cualquier ser
humano.
Con un único testigo, la luna que nos brindó aquella noche, a la cual elevamos nuestros
sentimientos, conciliamos el sueño piel con piel. Y al despertar vi su cuerpo junto al mío. Supe
que la satisfacción de sentirme ganadora se había cumplido. Mi coraza había desaparecido.
Desde aquel instante todo cambió. Volví a respirar profundamente.
V CERTAMEN DE RELATO CORTO DE LAS ESCUELAS
DEL AVE MARÍA
CATEGORÍA SEGUNDO CICLO DE ESO
Y FORMACIÓN PROFESIONAL BÁSICA
PRIMER PREMIO
ANA ISABEL JIMÉNEZ SÁNCHEZ
4º ESO
AVE MARÍA S.ISIDRO
PERDIDA
Y allí estábamos, un año más, en la línea de salida de la carrera solidaria... ¿Cuántos años
habían pasado ya desde la primera carrera?, ¿Noventa?, ¿Noventa y uno? Bah, no importa, la
gente seguía participando como si fuera la primera. El caso es que, entre todas las personas
había una chica joven, que iba a correr esta carrera por primera vez, esperando como todos a
que dieran la señal. Pero ella no era como todos, ella era diferente. Su nombre era Elisa, tenía
unos quince años, y bueno, vivía en su mundo; era una chica despistada, y con una gran
imaginación.
Dieron la señal de salida y todos comenzaron a correr. Llegados a un punto, los carteles
que indicaban el recorrido no se veían muy bien, y Elisa, que no sabía bien hacia dónde
apuntaba la flecha, continuó por un camino diferente, el cual pensaba que podría ser el
correcto. Mientras seguía corriendo, se dio cuenta de que hacía un buen rato que no se
encontraba con ningún corredor. No entendía por qué, pero pensó que más adelante ya vería
a alguien. En el recorrido que había tomado, que estaba repleto de vegetación, lo cual no era
común por aquella zona, se encontró con un señor que parecía ser bastante joven e iba vestido
con un pijama y una bata. Cualquiera hubiera decidido pasar de largo, pero bueno, Elisa no era
como la mayoría.
Se acercó a ese señor y le preguntó que por qué iba en pijama. Él le respondió que tenía
una fiesta importante, y tenía que ir elegante. Elisa se sorprendió al oír aquello, pero, al ver que
iba en la misma dirección que ella y como nunca había conocido a un señor tan pintoresco, le
preguntó si la quería acompañar. Este le dijo que sí, ya que le dio la impresión de que Elisa sería
una chica muy simpática. Ambos se presentaron, y el señor misterioso le dijo que se llamaba
Joan. Tras las presentaciones los dos fueron por el camino, charlando. Ella le contó que estaba
en mitad de una carrera y que llevaba un rato sin encontrarse con ningún corredor, y él le
comentó que no había oído nada acerca de ninguna carrera pero tampoco era extraño, porque
no salía muy a menudo de su casa.
De repente, aparecieron tres perros. No parecía que fueran a ser muy amigables con
ellos. Los tres eran pequeños y de un color oscuro, pero rugían enseñando los dientes de una
manera que a la chica no le resultó muy segura. De todas formas Joan, al cual le gustaban
bastante los perros, no pudo evitar acercarse a acariciarlos, pensando que así quizá los
calmaría. Pero en el momento en que fue a acariciarlos, uno de ellos le mordió en la mano y se
le empezó a llenar la bata de sangre. La joven fue corriendo a ayudarle y usó el cordón de la
bata para cortar la hemorragia. Los perros, que solo querían intimidar porque los
consideraban un peligro, salieron corriendo y se metieron en un bosque. Elisa se extrañó. No
recordaba haber visto ese bosque antes. Entonces recordó Io que todo el mundo le decía: que
era muy despistada y vivía en su mundo, y pensó que a lo mejor no se había fijado bien, por lo
que no le dio mucha más importancia.
El hombre no decía nada, pero parecía inquieto, como si quisiera contarle algo, pero no
lo hizo.
Se levantó y continuaron el camino. Ella se había olvidado completamente de la carrera,
simplemente andaba.
- Gracias. —dijo Joan tras un incómodo silencio.
- No es para tanto. —respondió Elisa dejando escapar una sonrisa.
- No seas modesta. Venga, iacompáñame a la fiesta!—la invitó muy animado.
- No sé yo... Bueno, vale. —accedió la chica no muy convencida.
Andando, llegaron a un edificio. Ese era el lugar de la fiesta, así que entraron, y cuando
Elisa iba a subir las escaleras, Joan le dijo que no era arriba, que tenían que bajar a los
aparcamientos que había debajo del edificio. Ambos bajaron en ascensor, aunque también
había unas escaleras que permitían llegar al mismo sitio, y al salir del ascensor vieron un
aparcamiento normal y corriente, sin muchos coches y de aspecto un tanto lúgubre.
- ¿y los invitados? —preguntó la joven bastante confundida.
- ¿No los ves? —contestó él, mientras comenzaba a bailar y daba un chasquido de
dedos.
En ese instante Elisa pestañeó, y al volver a abrir los ojos allí estaban: todos los invitados
vestidos muy elegantes y Joan con un traje. Se escuchaba una canción marchosa y todos
comenzaron a bailar. Ella no podía resistirse y se unió a ellos. Al dar los primeros pasos desde
que pestañeó se dio cuenta que llevaba un vestido precioso, de color rojo. Sonrió y comenzó a
dejarse llevar por la música. El señor se acercó a ella y le preguntó cómo se lo estaba pasando.
Obviamente, dijo que se lo estaba pasando genial, y tras decirle eso le dijo que bailara con ella.
Todo iba perfecto, hasta que de repente empezaron a torcerse las cosas. De las escaleras
se vio caer una chica. Estaba tirada y la sangre borbotaba de su cabeza e impregnaba su pelo, y
poco a poco iba acaparando todo el suelo. Elisa fue corriendo a socorrerla y se fijó en que no la
había empujado nadie. Se había tirado ella sola. Miró entonces lo que llevaba en la mano: era
una bolsa que contenía una especie de algodón negro, que curiosamente le resultaba familiar,
pero no sabía lo que era. Joan se acercó y ella le enseñó lo que tenía en la mano. Al instante, él
quedó horrorizado.
- Está muerta. No hay nada que podamos hacer. Ha ingerido una sustancia llamada onir
que te hace alucinar si tomas una cantidad moderada, pero si la tomas en exceso, entras
en un estado de paranoia hasta el punto que necesitas sentir algo mucho más fuerte,
tan fuerte como la muerte. —afirmó tristemente.
Toda la gente que había en la fiesta estaba asustada, no comprendían nada. De repente,
él chasqueó de nuevo los dedos y todo desapareció; la música, los invitados, la fiesta... Pero la
chica seguía allí tirada, muerta. Joan no Io comprendía, ¿por qué no desaparecía? Elisa estaba
en estado de shock, no entendía qué estaba pasando. Pasó un rato hasta que los dos
reaccionaron. La joven le suplicó que le explicara lo que sucedía, y él cedió. Le explicó que
antes de la carrera los organizadores habían dejado una mesa con algo de comida que debían
comer antes de salir para coger fuerzas. Pero alguien había dejado en esa mesa onir, quizá
porque se lo había dejado olvidado. El caso es que ella se lo comió y cuando pasó un rato
comenzaron las alucinaciones. Tenían que ir al bosque que habían visto antes para coger una
de las plantas que había allí, la cual le haría desaparecer su estado de alucinación.
Ambos se dirigieron hacia el bosque, se llevaron a la chica muerta con ellos. Cuando
llegaron, Joan comenzó a buscar la planta, mientras Elisa cavaba un hoyo para enterrar a la
chica. Pero cuando estaba a mitad del hoyo, el señor llegó con la planta y le dijo que se la
comiera sin pensarlo. Asustada con todo lo que le estaba pasando, obedeció, pero justo antes
de que lo hiciera cayó en la cuenta, ¿Joan tampoco era real entonces? Le comenzaron a caer
unas lágrimas de los ojos y lo miró. Ahí estaba, esbozando una sonrisa triste. Le abrazó con
todas sus fuerzas, y él le devolvió el abrazo. En mitad de este, Elisa cogió la planta y se la metió
en la boca sin pensarlo más, con los ojos cerrados llenos de lágrimas, mientras se oían de
fondo los ladridos de unos tres perros. Y sin más, todo se desvaneció. Volvió a abrir los ojos y
allí estaba otra vez, en la carrera. Al fondo podía ver la meta y un montón de gente esperando
que llegaran todos los corredores.
Decidió continuar corriendo hasta que al fin cruzó la meta. Se escuchaban aplausos y
gritos de emoción. Había terminado la carrera. Todos se iban yendo poco a poco menos Elisa.
Estaba sentada en el suelo, confusa. Ya no quedaba casi nadie, miró al frente y allí estaba. Era
un señor de aspecto joven paseando a tres perros. Eran Joan. Elisa sonrió.
V CERTAMEN DE RELATO CORTO DE LAS ESCUELAS
DEL AVE MARÍA
CATEGORÍA SEGUNDO CICLO DE ESO
Y FORMACIÓN PROFESIONAL BÁSICA
PRIMER PREMIO
AURORA MAZA LÓPEZ
4º ESO
AVE MARÍA ALBOLOTE
LA CARRERA DE MI VIDA
Y allí estábamos, un año más, en la línea de salida de la carrera solidaria. No podía creerme que mi
amiga Lucy; que venía de New Jersey que venía a pasar unos días en casa, me hubiese convencido para
apuntarme a la carrera de mi colegio, madre mía, con la pereza que me da todo eso. Y allí estamos las dos en
la línea de salida esperando a escuchar el disparo y echar a correr.
Después de segundos de nerviosismo, por fin lo escuchamos, y toda la marabunta sale disparada como
una manada de ovejas que ven la comida a lo lejos. La primera subida, insoportable, pero ahí voy
aguantando, miro a Lucy a ver cómo va y de pronto ella que corría tan alegremente se para en seco y mira
hacia una dirección que no se corresponde con la de seguir la carrera.
– ¿Qué pasa? – le pregunto
– Ven y sígueme, ahí hay alguien que nos llama
– ¿Cómo? ¿Estás loca? Vamos, sigue corriendo que acabemos.
– No me insistas, ¡venga! – y tirando fuertemente de mi mano me hace correr hacia el lado contrario,
adentrándome dentro del colegio Ave María Casa Madre, donde ya he venido unas cuantas veces de visita.
– Pero Lucy de verdad, ¿¡estás loca!?¿a dónde vamos?
– Ya te he dicho que me sigas, que un hombre nos llama desde allí
– ¿Qué hombre? Yo no veo nada, solo la entrada a la capilla del colegio, jardín, clases...
– ¡Allí! ¿lo ves? – replica sin dejarme terminar de hablar
Y metiéndonos por la puerta principal de la capilla atravesamos hasta el fondo y detrás del altar entramos por
una puerta que yo nunca había visto siguiendo a ese supuesto hombre que la llama.
– Seguidme- escucho de repente una voz irreconocible.
– ¿Qué pasa? ¿Quién eres? – mi primera respuesta cerebral es que era un profesor del colegio algo
despistado, pero insiste demasiado ansioso en que lo sigamos...
– ¡Madre mía en que lío nos estamos metiendo, como venga alguien y nos vea allí...! – pienso yo.
Conforme avanzamos se va perdiendo la oscuridad y haciéndose la luz, una luz tenue pero que alumbra
lo suficiente como para distinguir que lo que estamos atravesando es un largo pasadizo.
Estoy exhausta pero no me atrevo a parar ni a decirle algo a Lucy, así que ahí sigo sin parar de correr.
De pronto Lucy se para y lo que intuía ella como una sombra se detiene ante una pesada puerta de madera.
–Soy Hassin y habéis sido elegidas para ver con vuestros propios ojos lo que se les ha negado a generaciones.
Yo creo que voy a empezar a llorar, no sé dónde estamos y hacía diez minutos estaba en la salida de la
carrera solidaria de mi colegio. Lucy parece mucho menos asustada que yo, está como emocionada, tal vez el
estar tan lejos de su país le haga ver esto como una aventura, mientras que yo me paralizo por el miedo.
– ¿Cómo dices? No entendemos nada de lo que nos explicas – se atreve a decir Lucy en su pobre pero
inteligible castellano.
– Solo abrid bien los ojos cuando abra esta puerta, traspasaremos la barrera del tiempo, estamos en los
pasadizos secretos de la Alhambra, hemos atravesado el río Darro por el pasadizo que comunica la Alhambra
con el exterior y que acaba en la capilla de ese colegio.
Yo temblaba, pero la seguridad de Lucy ante lo desconocido y sin explicación me hacía no desmayarme.
Y se abrió aquella puerta. No podíamos casi ni respirar ante lo que nuestras retinas estaban contemplando.
Sí, era la Alhambra, pero no podía ser en el momento de marzo de 2016, habíamos retrocedido unos cuantos
siglos, era la Alhambra del siglo XIV tal y como lo habíamos estudiado un tiempo atrás en el colegio.
– ¿Qué es esto? – preguntó la curiosa Lucy que del reino nazarí sabía más bien poco.
Aquel chico de ojos oliva y tez morena llamado Hassin se sonrió y solo nos dijo:
– Que la paz sea con vosotros – y nos invitó a entrar en aquel mundo que no sabíamos a que correspondía.
Y fue en ese momento cuando perdimos la noción de nuestro presente para convertirnos en invitadas
de un mundo que no parecía real. Seguíamos con nuestras mallas y camiseta de deporte, así que eso me
hacía pensar que no me estaba volviendo loca y que realmente estaba corriendo la carrera cuando aquello
pasó, pero por otro lado me estaba adentrando con mi amiga en un mundo que no podía existir en realidad.
Todo era mágico, las vestimentas de aquellas personas, los caballos en mitad de la ciudadela, puestos de
frutas y verduras en unos canastos y unas vasijas de cerámica con adornos verdes y azules que me
recordaban a una jarra de casa de mi abuela. Las mujeres llevaban cubiertas las caras con unos velos de
colores y de oro, y los hombres calzaban babuchas y vestían con unas calzas sujetas a la cintura por un fajín y
unos turbantes de colores llamativos.
Estaba acostumbrada a pasear con mis padres por la Alhambra y a imaginar cómo sería cuando vivía la
gente allí, pero todo lo que yo había imaginado no podía alcanzar la belleza de lo que yo contemplaba en ese
momento. Me llamaba la atención de tanta cantidad de gente, y estaban en armonía, se respiraba
tranquilidad en sus miradas y en sus quehaceres.
Hassin se adelantó y me dijo:
– Me voy a adelantar a tu pregunta y sí, ellos no os pueden ver porque perturbaríais la tranquilidad de este
lugar por vuestra indumentaria, podéis pasear por todo el lugar hasta que os avise para marchar.
No sabíamos a dónde ir porque queríamos verlo todo. Entramos a los palacios y pudimos ver lo refinado
de las sedas del salón del trono. Las fuentes eran prácticamente como yo estaba acostumbrada a verlas, pero
el rumor del agua se oía con mayor intensidad. Todo era tan especial, los rostros de las mujeres cubiertos
pero adornados, los niños en la calle, los cristianos claramente diferenciados por sus vestimentas más sobrias
y sus caras descubiertas y un montón de puestos de artesanos repartidos dentro de la ciudadela. Por un
momento perdía la noción del tiempo y no podía adivinar en qué momento del día o de la noche estaba.
Parecía que iba a anochecer cuando la figura de Hassin se puso a nuestro lado y nos indicó que había que
regresar. Obedientemente le seguimos desandando el camino recorrido y en silencio hasta llegar a la puerta
por la que habíamos accedido a aquel mundo. Cuando llegamos a ese punto miré a Hassin y le pregunté
– ¿Por qué nosotras?
– Estabais en el momento y lugar adecuado y vuestras almas de quince años son capaces de guardar el
secreto para toda la vida, que así sea.
No podía respirar de tanto correr y escuchaba a la multitud: ¡Vamos campeonas!
¿Cómo? Era la carrera y llegábamos a la meta, reconocí el paseo de Don Andrés Manjón.
Lucy corría a mi lado, y cruzamos la meta tan cansadas que no podíamos decirnos nada la una a la otra.
En ese momento fui consciente de que todo lo que había pasado había sido un sueño. Será que como el
recorrido era tan bonito se me han inspirado las neuronas para no ir pensando en lo cansada que estaba.
– Vamos a ver en que puesto hemos quedado – le dije a Lucy
Mi ilusión se enfrió a la vez que mi sudor y por momentos iba siendo más consciente de que la ficción me
había superado, y yo que era una gran soñadora estaba ya rozando los límites de la tontería...
– Vamos a ver la clasificación, anda Lucy, que ya mismo corren los pequeños y quiero ver a mi hermano.
Mi madre que se había acercado y me había estado escuchando me dijo:
– ¿Clasificación? Pero cariño, si habéis sido las últimas, estaba muy preocupada porque habéis entrado casi
una hora después y nadie os veía en el recorrido hasta que os hemos visto llegar por el Paseo de los Tristes.
Eso solo agitaba más mi confusión... pero qué pasaba aquí... no entendía nada de nada...
– Vamos a por una botella de agua a los puestos de avituallamiento, no puedo más.
Lucy no había dicho ni palabra desde que cruzamos la meta.
– Dos botellas de agua, por favor. – Y al alzar la vista para ver al chico al que le pedía el agua me quedé
petrificada. Era Hassin, con una gorra de deporte y chándal.
– Me estoy volviendo loca – pensé – voy a desmayarme...
Pero entonces fue cuando Lucy habló por fin:
– ¿Cómo te llamas, chico?
– Me llamo Hassin – sonrió – Que la paz sea con vosotros...
V CERTAMEN DE RELATO CORTO DE LAS ESCUELAS
DEL AVE MARÍA
CATEGORÍA SEGUNDO CICLO DE ESO
Y FORMACIÓN PROFESIONAL BÁSICA
ACCÉSIT
MIGUEL MUÑOZ AGUILERA
4º ESO
AVE MARÍA VISTILLAS
EL REENCUENTRO
Y allí estábamos, un año más, en la línea de salida de La Carrera Solidaria. Por fin llegó el
gran día esperado por mí y toda mi familia, porque ese día quería demostrar a la gente que podía
ganar La Carrera Solidaria de una forma especial y bonita; es decir, que yo iba a darlo todo por
ganar la carrera.
Cuando llegamos a Casa Madre, lo primero que hicimos fue darnos una vuelta por todo el
colegio para disfrutar del entorno y de sus maravillosas vistas. Mis amigos y yo comentamos lo
afortunados que son los alumnos de este colegio y nos imaginamos aprendiendo geografía de
la misma manera que D. Andrés Manjón enseñó a sus alumnos.
Según nos dijeron unos colaboradores, el inicio de la carrera estaba programado para las
doce y media de la mañana. Por lo tanto teníamos una hora y media para hablar con antiguos
compañeros y profesores que también estaban dispuestos a pasar una jornada maravillosa.
Nos dirigimos a la zona de la capilla y al acercarnos me pareció ver a un gran amigo de mi
infancia. Me paré a pensar y me dije que era imposible porque actualmente mi amigo vive en
Barcelona. Nos sentamos en las escalerillas y mis amigos y yo comenzamos a hablar sobre
nuestra estrategia para la carrera. En esos momentos giré la cabeza y otra vez me vino a la
cabeza la imagen de mi amigo. Por unos segundos no pude reaccionar hasta que las palabras de
mis amigos sobre la carrera resonaron de nuevo en mi cabeza. Faltaba una hora para la carrera
y estaba empezando a ponerme nervioso y un poco alterado por aquella extraña sensación de
haber visto a mi amigo.
Una vez planeada nuestra carrera, nos levantamos para ir a mirar la lista de participantes.
La lista de inscritos era larguísima, pero al llegar a la letra “c” mis ojos se detuvieron en un
nombre concreto y me quedé totalmente paralizado. Mis compañeros observaron mi reacción
y me preguntaron qué me pasaba. Yo respondí que en la lista de inscritos había una persona que
se llamaba igual que un amigo mío, pero que no podía ser él porque mi amigo vive en Barcelona.
Mis amigos no le dieron importancia, pero en mí la sensación de desasosiego y desconcierto era
cada vez mayor.
Ya no podía quitarme a mi amigo de la cabeza y de nuevo cuando íbamos andando por
delante del salón de actos, miré hacia las pistas deportivas y vi a aquel muchacho que tanto se
parecía a mi gran amigo. Sin embargo, seguí mi camino junto al resto de mis compañeros como
si mis piernas se moviesen de forma autómata e independientemente de las ganas de
detenerme y decirle algo a aquel muchacho.
Cada vez faltaba menos para el inicio de la carrera. A sólo treinta minutos del inicio se
escuchó la voz del speaker avisando a todos los corredores. Nos preparamos y empezamos el
calentamiento a lo largo de todo el colegio. Cuando íbamos corriendo por una zona estrecha me
tropecé con otro corredor y ambos caímos al suelo. Al levantarme mire a la otra persona y
exclamé: “¡Juan!”. Él respondió: “¡Miguel!”. Yo dije: “no puede ser hermano” y en ese momento
nos dimos un abrazo muy especial y emotivo para nosotros.
Le pregunté qué hacía en Granada. Y él me respondió que había venido a pasar el fin de
semana con unos primos y que como sus primos eran alumnos del Ave María ya hace dos
semanas que se habían apuntado a la carrera sabiendo sus primos que mi amigo pertenece a un
club de atletismo y que suele correr bastantes pruebas en Barcelona.
Estaba muy contento de volver a ver a mi amigo después de tantos años, pues a pesar de
haber intentado ponerme en contacto con él, desde que mi familia se mudó de Barcelona a
Granada nunca más supe de él, y ahora podría tener su número de móvil para poder enviarnos
algún que otro mensaje.
Él me respondió que también se alegraba mucho de verme y que iba a ser un día muy
especial para él. También sentía el no poder haber estado en contacto, pero que ya todo le daba
igual porque ya estábamos juntos de nuevo.
Como él también iba calentando con sus primos y no quería hacerlos esperar, inició su
marcha y me dijo: “en la carrera nos vemos y después hablamos”
Cuando alcancé a mis amigos les conté lo que me había sucedido y ellos se alegraron
mucho por mí. Mi amigo Rubén me dijo que él también se alegraba pero que ahora teníamos
que estar concentrados en la carrera, que ya quedaba muy poco para el inicio y que por
megafonía ya estaban avisando a todos los corredores que se acercasen a la línea de salida.
Los nervios del momento ya se notaban en las caras de los corredores. Mi amigo Rubén y
yo nos despedimos de nuestros amigos Eugenio, José, Matías y Nicolás, que iban a ver la carrera
en el Paseo de los Tristes y nos desearon suerte. Rápidamente nos dirigimos a la salida porque
estaban anunciando que sólo faltaban tres minutos.
“¡Todos en posición… y tres, dos, uno…!”. La carrera había empezado y los primeros clasificados
íbamos a por todo. Había muchos nervios y en los primeros metros mi amigo Juan se puso en
cabeza y nadie podía con él… En el kilómetro dos uno de los corredores del grupo de cabeza se
resbaló y no pudo seguir nuestro ritmo.
En el kilómetro cuatro empecé a apretar y me coloque en cuarta posición, justo por detrás
de mi compañero Rubén. Mientras tanto mi amigo Juan seguía en primera posición. Estaba muy
nervioso a pesar de que mi amigo Rubén y yo íbamos en una posición muy buena. El suelo estaba
resbaladizo por la lluvia que cayó durante la noche anterior y todos los corredores después de
ver lo sucedido corríamos con precaución de no caernos también.
Faltaban menos de dos kilómetros para la meta cuando otro corredor del grupo de cabeza
tuvo que abandonar, en este caso, por un pinchazo en el abductor. Y es que la cuesta de acceso
a La Alhambra y la posterior bajada se hicieron muy duras. En ese momento adelanté a algunos
corredores y me coloqué en segunda posición a unos metros por detrás de mi amigo Juan.
Desde Plaza Nueva hasta el Paseo de los Tristes las posiciones ya no cambiarían. Pero de
repente, al empezar la Cuesta del Chapiz, mi amigo resbaló y cayó al suelo. Por un momento iba
primero en la carrera pero me di la vuelta y le ayudé a levantarse ya que todavía se encontraba
sentado en el suelo maldiciendo su mala suerte. Una vez que ya estaba de pie, Juan me dijo:
“¡Eres grande Miguel!”.
En ese momento Rubén nos adelantó y se puso en primera posición. Juan y yo
reaccionamos rápidamente y en seguida nos pusimos a correr. Juan, esprintó y antes de la
entrada al colegio ya había adelantado a Rubén, ya que la cuesta se le había hecho muy dura
después de más de media hora de carrera. Yo, también adelanté a Rubén pero ya no pude
alcanzar a Juan que cruzó la línea de meta con unos pocos segundos de ventaja.
Media hora después estaban entregando los premios. Nuestros amigos que habían visto
la carrera en el Paseo de los tristes llegaron muy contentos y gritando, y mientras tanto los tres
primeros clasificados nos abrazábamos en el pódium.
Para terminar el día nos fuimos a un bar para tomar algo. Allí reímos, hablamos… por
último llegó lo peor, despedirme de mi amigo Juan. Mi amigo se despidió con un “te quiero,
acuérdate”. Y yo le respondí: “vale, se te echará de menos más de lo que tú te crees”.
En ese momento eran las diez de la noche y también me despedí de mis compañeros de clase.
Me marché directo a casa para contarle a mi familia todo lo que me había ocurrido.
V CERTAMEN DE RELATO CORTO DE LAS ESCUELAS
DEL AVE MARÍA
CATEGORÍA BACHILLERATO Y FORMACIÓN PROFESIONAL
PRIMER PREMIO
JAVIER DOMINGO LÓPEZ
2º BACHILLERATO
AVE MARÍA CASA MADRE
LA SOMBRA QUE ME ACOMPAÑA
Y allí estaba, un año más en la línea de salida de la carrera solidaria. Como no podía ser
de otra manera, el sol radiante de marzo calentaba el asfalto. El buen ambiente se respiraba
entre los atletas y el público. Todos animaban, desde los más pequeños a los más viejos; hijos,
padres y abuelos. Tres generaciones, como no podía ser de otra manera, y es que a ninguno nos
gusta perdernos la carrera solidaria, porque es un día en familia en el que ganamos todos. Y si
eres avemariano, más. Porque para todos los que hemos estudiado en el Ave María, correr la
carrera solidaria de nuestro fundador es especial.
Yo estaba tan nervioso como en la carreras anteriores, pero esta vez era especial porque
había subido hasta la última categoría, ¡por fin corría con los mayores! Antes de comenzar la
carrera, entre miles de personas, no pude evitar fijarme en el hombrecillo que estaba a mi lado.
Con su pelo cano y sus arrugas propias de una avanzada vejez. No parecía que el hombre fuera
capaz de terminar la carrera. Él, al percatarse de que yo lo estaba mirando, me devolvió la
mirada y una amplia y entrañable sonrisa, y subió su dedo pulgar. Todo estaba bien. Yo también
subí el mío, y ambos brindamos con nuestras sonrisas y nuestro dedos pulgares.
Sin darme cuenta, el estruendoso pistoletazo de salida enmudeció el ambiente ¡La
carrera había comenzado!, y con ella, los ánimos de mi madre, la cual me aplaudía y animaba
entusiasmada entre el público. Se notaba que era mi madre, y también que era avemariana. En
mi familia todos los somos, desde mi abuelo, a mi primo más pequeño.
La carrera este año era más dura, pero yo estaba preparado mentalmente. Llevaba
entrenando varias semanas el recorrido con mi padre. Nadie podría derrotarme. Sin embargo,
la carrera me resultó más dura que en los entrenamientos. Los nervios del momento, supongo.
Me agoté demasiado pronto, es una carrera con muchas cuestas, y no iba a tener fuerzas para
terminarla. Estaba en ese pensamiento de abandonar discretamente, echarme a un lado y
tragarme mi orgullo, pero sobre todo no hacer el ridículo de llegar a la meta el último, o andando
hecho polvo, delante de todos mis compañeros y mi familia, cuando en ese momento me pasó
aquel hombrecillo cano que me había sonreído a la salida. ¡Estaba en forma el vejete! A pesar
de su edad, propia de alguien ya con nietos, me había adelantado. “¡Ánimo muchacho, no vayas
a rendirte!” En ese momento, saqué fuerzas de donde yo creía que no las había, y pude seguir
corriendo. Primero las estrechas calles empedradas del Albayzín, y después el hermoso, y por
aquel entonces florido paseo del colegio. Aunque en mi mente sabía que me quedaba lo peor,
la durísima cuesta que sube desde el Campo del Príncipe al Hotel Palace. No me había olvidado
lo dura que era, pero gracias a los gritos del público y con mucho esfuerzo pude subirla hasta
arriba sin parar. Era increíble cómo me sentía de contento, y la seguridad que tenía de que iba
a poder terminar mi primera participación en la carrera de los mayores con la cabeza alta. Me
sentía como un corredor de cien metros vallas, saltando valla a valla.
Llegando ya a Plaza Nueva, de repente, un niño se tropezó y cayó al suelo. Era un niño
que había visto muchas veces por el patio de primaria de la Casa Madre. Era demasiado niño
como para correr la carrera, pero ahí estaba el chaval todo ilusionado. Y en mi colegio nadie le
quita la ilusión a un niño. Quizá era demasiado pequeño como para que el tumulto de atletas se
percatara de su presencia, y seguramente lo iban a pisar. Pero en aquel momento, de nuevo, vi
aparecer al hombrecillo mayor, como un ángel de la guarda, y protegiendo al pequeño
muchacho del resto de corredores, lo levantó, le sacudió las rodillas, le dio un beso en la frente,
y le dijo “Ahora a terminar la carrera como un valiente”. En contra de lo que yo esperaba, nadie
se sorprendió de aquella entrañable escena del anciano corredor. Era como si no lo hubieran
visto.
La dura carrera ya estaba llegando a su fin. Jadeante di un último empujón, y atravesé
la línea de meta. Lo había conseguido. No fue fácil, pero lo había conseguido. Me sentía bien. En
el camino a los puestos de agua, yo seguía intrigado por la presencia del viejecillo corredor. Con
aquella intriga, le pregunté a mi padre, el cual estaba a mi lado, tan cansado como yo por el
esfuerzo realizado :
- Papá, ¿has visto a un abuelito de pelo cano y vestimenta negra corriendo? - A lo que me
respondió:
- Hijo, no digas tonterías, los ancianos tienen en su espalda el peso de los años, y no tienen las
fuerzas que tienes tú para correr.
- Pero no papá, de verdad que lo he visto, y varias veces durante la carrera, hasta se paró a
ayudar a un niño. ¡Me adelantó!
- Eso es imposible, seguro que era un disfraz y te han tomado el pelo.
Yo sabía que no. Fui a preguntarle a mi madre, a mis amigos, pero ninguno lo vio. ¿Cómo
era eso posible? Estaba intrigado, pero, al final no le di mayor importancia.
Y pasaron los años, y con cada uno de ellos, una nueva edición de la carrera solidaria del
Ave María. Todos los años, a pesar de la emoción de la carrera, del sol radiante de marzo que
calentaba el asfalto, y como no podía ser de otra manera, de los gritos de ánimo de mi madre
desde el público; yo siempre estaba atento, buscando a aquel hombrecillo… Y te aseguro que si
te fijas bien, cada año allí estará, en la línea de salida, o entre el público, animándote en cada
obstáculo, en cada cuesta. Y cuando te flaqueen las fuerzas, piensa que él estará allí,
animándote, porque como cada año, en la línea de salida de la carrera solidaria, y de tu vida, a
todos los avemarianos siempre nos acompaña Don Andrés Manjón.
V CERTAMEN DE RELATO CORTO DE LAS ESCUELAS
DEL AVE MARÍA
CATEGORÍA BACHILLERATO Y FORMACIÓN PROFESIONAL
ACCÉSIT
JUAN CARLOS SIMÓN SÁNCHEZ
1º EDIFICACIÓN GRADO SUPERIOR
AVE MARÍA S.CRISTÓBAL
PALABRAS AL SILENCIO
Y allí estábamos, un año más, en la línea de salida de la Carrera Solidaria. Yo sólo la veía
como una forma más para poder integrarme; pero él no, él sólo quería silenciar aquellos
sollozos…
- ¿Quién es “él”? ¿A quién nombra?
- Sólo quiere expresarse, sigo leyendo su escrito.
No sería un día común, ya lo sabía desde el comienzo de la mañana. ¿Creéis que puedo
sufrir tanto sin algo a cambio, todo por simple diversión? Ese camino en medio de la nada fue
mi oportunidad para escapar… Pero no puedes hacer eso, es mejor contarlo, pedir ayuda; y no
seguir así, porque no harán nada para ayudar y seguirás siendo pasto del maltrato…
- Pero hay algo que no entiendo, ¿Por qué escribe de esa forma?
- No lo sabemos, pensamos que quizá pueda ser una forma de entenderse a sí mismo. Se
intenta ayudar por lo que ha tenido que pasar tiempo atrás. Su hijo lo ha pasado mal y
lo que ha pasado ha sido una forma de poder salir de ese agujero.
Por eso desaparecí de la línea que seguía la carrera. Me adelanté, así pude encontrarme
con los culpables de mi mal estar, “indefensos” como ellos me tomaban a mí para poder hacer
sus jugarretas de neandertales.
Fueron unos preciados minutos los que me dieron para poder preparar todo fuera de la
vista de otras personas participantes de la carrera. Quién diría lo fácil que fue mostrarle unas
botellas de agua con cara indefensa como el encargado de repartirlas, pero contaminadas con
conicina. Fue corta la espera hasta ver que sus simples náuseas pasaban a ser una parálisis
muscular y los aparté del camino. ¿Quién se daría cuenta de su ausencia y más contando con
toda la gente que está participando aquí?
No volverían a dañar a nadie de ninguna de las maneras, por fin toda persona podría
seguir con sus estudios y su vida personal de una forma corriente y habitual, sin más sobresaltos
ni abusos.
Ese fue mi momento, aún no había acabado de actuar el veneno en su totalidad y excorié
sus cuerpos para que sinti…
- ¡Por favor!, deje de leer eso, no… no puede ser posible lo que dice. Él no sería capaz de
tales atrocidades.
- Sé que es duro de entender, todo fue escrito por sus propias manos al ingresar aquí. No
intento defender el maltrato que recibió por parte de sus compañeros, pero lo que su
hijo hizo es un delito grave y me temo que tras todo lo acontecido se ha determinado
que el chico no es estable.
He aquí un relato exagerado que habla sobre el acoso escolar. ¿Quién es la persona que
habla con los padres? ¿Hablará la madre o el padre del chico?...
Estos son datos irrelevantes. Lo que de verdad importa es el sufrimiento por diversas
partes de familiares, afectados directos o incluso la gente que rodea a las víctimas.
Puede que el relato exagerado ayude a la gente a ver el tema como verdaderamente es,
un tema serio de tratar y difícil de erradicar.
Espero que sirva para su cometido.
V CERTAMEN DE RELATO CORTO DE LAS ESCUELAS
DEL AVE MARÍA
CATEGORÍA NECESIDADES EDUCATIVAS ESPECIALES
Y AULA DE INTEGRACIÓN
PRIMER PREMIO
ELVIRA VÁZQUEZ GUERRERO
2º ESO
AVE MARÍA VARADERO
LA CARRERA SOLIDARIA
Y allí estábamos, un año más, en la línea de salida de la carrera solidaria, era una mañana
muy calurosa y nos habíamos levantado muy pronto para ir a Granada. Todos los niños
empezamos a correr; estábamos muy contentos y felices porque sabíamos que con esta carrera
ayudamos a las familias necesitadas. Ese día me sentí muy orgullosa de haber ayudado a muchas
personas.
Cuando acabó la carrera mi madre habló con uno de los organizadores y le preguntó que
cómo lo había hecho y él le dijo que había quedado en muy buen puesto. Ella se puso muy
orgullosa y yo también. Me gustó mucho la carrera y pensé que quería volverla a repetir.
Después de la carrera yo tenía mucha hambre, así que decidimos ir a comer todos juntos
a un restaurante de Granada. La comida estaba deliciosa y todos quedamos encantados.
Cuando salimos del restaurante fuimos a una heladería y después de un rato pensándolo
decidí tomarme un helado de fresa ¡Fue el mejor helado que me había tomado nunca!
Una de mis amigas, que se llama Laura, saliendo de la heladería, se tropezó con un
escalón, se cayó y se hizo mucho daño. Mi madre la tuvo que coger en brazos hasta llegar al
coche porque ella no podía ni andar. Al llegar al coche, entramos todos rápido y nos abrochamos
todos los cinturones. De repente mi madre intentó arrancar el coche, pero hacía un ruido muy
raro y no arrancaba. Menos mal que iba con nosotras mi amigo Luis, que había estudiado un
módulo de mecánica en su pueblo y consiguió arrancarlo, pero le dijo que tenía que llevarlo al
taller a cambiarle la batería.
Cuando llegamos al hospital estuvimos mucho rato esperando a mi amiga Laura. Al final
le tuvieron que poner una escayola muy grande en el pie.
Eran las nueve de la noche cuando nos bajamos en coche para Motril, era muy tarde y
estábamos todos muy cansados. Yo le dije a mi madre que quería ir a otra carrera, que me había
gustado mucho, pero ella me dijo que se lo tenía que pensar muy bien.
El lunes cuando llegamos al cole, todos comentamos la carrera y la seño nos dijo que
pronto iban a organizar otra carrera solidaria en Motril y todos nos pusimos muy contentos,
pero pensé que tendría que convencer a mi madre.
Al final, ¡la conseguí convencer! , así que nos veremos en la próxima carrera.
V CERTAMEN DE RELATO CORTO DE LAS ESCUELAS
DEL AVE MARÍA
CATEGORÍA NECESIDADES EDUCATIVAS ESPECIALES
Y AULA DE INTEGRACIÓN
ACCÉSIT
DIEGO RUIZ GALLARDO
5º EPO
AVE MARÍA S.CRISTÓBAL
LA SOLIDARIDAD
Allí estábamos un año más en la línea de salida de la carrera solidaria, mientras que sentí
un ruido, era un perro ladrando, el dueño le dijo: tranquilo tranquilo, y le dio una pelota, para
entonces yo ya estaba casi a punto de llegar a la meta. Cuando llegué a la meta me sentí muy
contento y me dieron mi medalla, después hice un montón de cosas:
Me tiré en las colchonetas, me bebí un refresco y luego me fui a mi casa. Allí podría jugar
a lo que quisiera, luego me duché, cené, me lavé los dientes y me fui a la cama. Y al día siguiente
me desperté con el sol y me comí una magdalena de tres centímetros de chocolate y también
un cola-cao y cuando llegó la noche me acordé que ya mañana tenía que ir al cole. Desde
entonces, al igual que desde de las vacaciones de navidad, sentí que ya me gustaba más el
colegio.
También desde entonces comprendí que en el colegio había gente buena. Pensé que la
carrera solidaria sería muy divertida y que es una carrera con el fin de ayudar a la gente
necesitada y donde al finalizar hay juegos divertidos para que los niños y familiares puedan
divertirse y vivir una bonita aventura.
Las personas pueden correr por las calles de Granada capital y se les recompensa a la
llegada a la meta con bebidas, como por ejemplo fanta y coca cola, además de eso, las personas
necesitadas pueden vivir más felices porque con el dinero de la carrera solidaria, se les ayuda a
conseguir cosas importantes como, por ejemplo, ropa, libros, material escolar y otras cosas,
gracias a que los participantes echan un dinero para ello. Allí todas las personas pueden tirarse
en las colchonetas y los niños y niñas pueden ser felices y vivir divertidas aventuras con
familiares, amigos y compañeros. En la carrera las personas están serenas y simpáticas con los
necesitados, las personas con simpatía ayudan mejor a las personas necesitadas. Desde
entonces siento que muchos de los niños del Ave María San Cristóbal pueden vivir felices.