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V,. CIU7.AIIA VII.I.AAMI RUBENS DIPLOMÁTICO ESPAÑOL MADIIII)

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V,. CIU7.AI IA V I I . I .AAMI

RUBENSDIPLOMÁTICO ESPAÑOL

MADIIII)

RÜBENSDIPLOMÁTICO ESPAÑOL.

RUBENS

DIPLOMÁTICO ESPAÑOL

1 CUADROS, SEGÚN LOS T

CRUZADA VILLAAMll.

MADRIDCASA EDITORIAL DE MBDINA Y NAVARRO

EXCMO. SR. D. FRANCISCO ROMERO ROBLEDO.

Mi querido amigo: Supuesto que ahora,y por pecados ajenos, nos obligan á serPOLÍTICOS PE REEMPLAZO, Volvamos Id VÍsta

atrás para buscar, en el estudio de pasa-dos tiempos, solaz y consuelo que mitigueel dolor que nos producen los males quelamentamos. Aplicándome yo el consejo.aquí le présenlo el producto de algunosdias de trabajo; y no por lo que valga selo ofrezco, porque como cosa mia ha de serruin y baladí, sino como una prueba de mimucha voluntad de hallar á todas horasmanera de demostrarle que no le olvida suagradecido y buen amigo.

PRÓLOGO.

El vivo interés que inspiran siempre aquelloshombrea que por su talento, su virtud ó BUS ac-ciones valerosas alcanzan la veneración y el res-peto de sus contemporáneos y el culto á susmerecimientos de la.i edades futuras, induce yarrastra con poderosa fuerza á cuantos sienten ensu alma afecto ó predisposición á seguir ó ad-mirar el orden de ideas en que aquellos seres ex-traordinarios se distinguieron de todos los demás,a Inquirir y escudrlfiar hasta el último extremo,no tan sólo lo principal, sino también las másligeras noticias, los más triviales hechos de lavida y obras de aquellos hombres privilegiados.De aquí dimanan tantas biografías y monogra-fías, que ahora y siempre se han escrito, y prin-cipalmente el origen del estudio de especialidades,que tanto distingue esta época presente, y queestá produciendo Inmenso provecho y derra-mando brillante luz sobre infinito número de co-nocimientos humanos, al mismo tiempo que

revela y avalora el trabajo, la virtud y el ta-lento de cuantos brillaron en algún, ramo delsaber, ó mayor y más heroico desprecio hicieronde la vida, posponiéndolo todo absolutamente allogro de sus nobles deseos, arduas investigacio-nes, honrados propósitos ó grandes empresas.Condeso que me hallo poseído de grande entu-siasmo y respetuosísima admiración y suma sim-patía por los grandes capitanes y hábiles polí-ticos de otros tiempos de mi patria, y mayor-mente aún por los más principales artistas detodos los pueblos. Consecuencia de esta mi pre-disposición es que me haya dedicado, sin darmede ello cuento, al estudio de la monografía de taló cual suceso ú obra de arte, y al de la biografíade históricas celebridades, artísticas sobre todo.

Uno da estos y aquellos estudios es el presentetrabajo histórico, rama que desgajo del áTbol deotro más extenso y concienzudo estudio, quebien sabe Dios que quisiera dar pronto á la es-tampa, y que se endereza á relatar la vida y re-gistrar laa obras todas del primer pintor de Es-paña, de D. Diego Velasquen. Ocupándome deéste, forzosamente tropecé con la gran figura dePedro Pablo Eubens, amigo de mi hombre, encuya vida artística notablemente llegó á iDftuir.Rebuscando noticias de Rubens, halló que algu-nas veces me salia al encuentro su personalidad,no como artista, sino como diplomático; y supetambién que tan grandes, sí no mayores servicios.

prestó el flamenco pintor k nuestra España conaus gestiones diploma ticas como con sus viví—almos pinceles. Pero Jlubens ha sido ya muy es-tudiado, aunque nunca tanto cuanto él se mere-ce, por sus compatriotas los flamencos. Libroshan hecha sübre él los franceses, tirando haciaellos su gloria, porque en Francia vivió algúntiempo, y en Francia hizo y aún se conservanmuchas obras de su mano: libros han publicadolos ingleses, porque en Londres residió como ar-tista y como secreto agento diplomático: libroshan escrito los italianos, porgue en Mantua y alcalor de loa (ionzagas corrieron los primeros añoade su juventud artística. ;Por qué,—me pregun-taba jo,—no se ha de decir algo en España sobreRubena, cuando más relaciones tuvo con ella quecon ninguna otra nación; cuando de EspaSa erala patria de Rubena; cuando de España recibió elencargo, y para España fue el servicio que preatócomo enviado diplomático de Felipe IV; cuandoera, subdito del rey de España; cuando tanto em-pleó sus pinceles para honra y servicio de Rapa-ña; y, en fln, cuando algo nuevo y desconocidosobre su vida puede decirso fundado en auténticosy curiosísimos documentos? Y esta nueva impor-tancia que pueda adquirir Rubens, débela k Es-paña, de cuyo rey siempre se manifestó humil-dísimo y lea\ subdito, y por cuyos intererea aban-donó el artista loa suyos propios, su familia, supaís natal y su casa, á cuya devoción se halló

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siempre, y cuyas órdenes religiosamente cumplióen servicio de su patria política.

Todas cuantas plumas han escrito njira la es-tampa el nombre de llubena, dejaron registradoque intervino como agente diplomático para lapaz celebrada entre Carlos I de Inglaterra y Fe-lipe IV de España, que se flrmó en 1630, y porlo cual residió en Londres largo tiempo en elaño de 1629. Perú no sabemos que escritor algunoregistrara los legajos del archivo general de Si-mancas en buaca do las cartas y despuchos deRubena y para Itubens, que mediaron en aquellanegociación. Y esto ea precisamente lo que nohace mucho me propuse buscar, por habermedicho mi amigo, más que amigo mi hermano, donJosé Fernandez Jiménez, que tenia noticia de queallí existían bastantes autógrafos de Rubens.¿Habré hallado todo lo que fuera de desear? Nopor cierto, porque Uubens desde Londres se en-tendía durante mi secreta misión, tanto con elconde-duque de Olivares, cuanto con la infantaIsabel Clara Eugenia, gobernadores de nuestraFlandea, y los papelea de su gobernación no vi-nieron todos á Simancas; pues notorio es que enFlandes debioron quedar loa que tuvieran rela-ción o n los negocios que allí se despachaban,por medio de los subditos de aquel país, con lasnaciones aliadas ó enemigas de la metrópoli.Guiado, pues, por el interés que este eminente ar-tista me inspira, y obligado á estudiar la in-

11fluencia que ejerció en la pintura española, meextravié, como dice el poeta divino, de la de-recha via, y por otro sendero fui llevado á co-nocer al diplomático, olvidando al artista. Yen verdad que, si bien manejaba el pincel elel maestro flamenco, no fue lerdo para la diplo-macia, Incansable, celoso, advertido, prudente yleal en extremo, se hizo querer en la corte del des-graciado Carlos; y sin darse un momento de re-poso en au misión, sigue los paaos todos de susenemigos, descubre sua secretas y pérfidas ma-quinaciones, cobra crédito, inspira confianza 4loa ministros del rey, gana las simpatías delmismo Carlos, adviérteles los errores de susafines, no promete nada m&s allá de lo que con-viniera ofrecer á sus poderdantes, dice la verdadseca y desnuda á sus jefes, y con respetuosa lla-nura y caballeresca timidez aconseja lo conve-niente, indica los peligros, presenta sin exage-ración las conveniencias, encarece sin entusiasmolos benéficos resultados, y pospone su persona yprovecho al leal servicio de su rey. Pocas vecesaparece en estos casos la imaginación fogosa delartista, y nunca ni para nada, ni por nada,mezcla ni asoma siquiera su profesión de artista.Si sus cartas y despachos no fueran de su manoy llevaran su firma, no sería fácil adivinar quefuesen del autor del Descendimiento y de la Ser-piente de bronce. La previsión, prudencia y disi-mulo del diplomático aparecen tan altos como el

entusiasmo y la Inspiración dsl artista. Condi-ciones antitéticas que coexisten en tan privile-

Marehé, pues, por esta senda y encontré al di-plomático, pero no pude olvidarme nunca delpintor, y volví á mi propósito; y asi, en estas pá-ginas, presentaré al diplomático español PedroPablo Rubens, y registraré las obras que el pin-tor de Amberes hizo en España y para España;dejaréle hablar á él mismo para darle á conocercomo agente diplomático, y copiando los inven-tarios de cuadros del alcázar de Madrid y del pa-lacio del Buen Retiro en tiempo de la casa deAustria, indicaré las obras de su mano que fueronnuestras. Y para recorrer ambos caminos, valdré-monos también de lo que-loa archivos de Mantuanos han enseñado por medio de Mr, Armand Bas-chet, que hasta ahora ha publicado algo de lomucho que nos dice que allí encontró de Ilubens,reiativo a su primer viaje a España, asi comotambién de lo que nos cuentan compatriotasnuestros que le conocieron ó le vieron en su se-gundo viaje. Trazaremos, así, con mala brocha ymano tímida ó insegura dos cuadros á lft par,que como las portezuelas de un díptico formenun sólo coujunto, que será Rubens en España ypara Eapaüa, viéndose en uno al diplomático, enotro al artista, y en ambos puntos todas sus re-laciones con nuestra patria. Y conque hayamosconseguido demostrar qué parte de la gloria de

13Rubena pertenece á Espaíla. j con inducir á mashábil mano y más autorizada pluma a que añada,

algo y aun algos tendrá que corregir, para mayorgloria de España y del artista, nueatro de*eo aerasatisfecho.

RUBENS.

CAPITULO PRIMERO.

Estado de lag relaciones políticas entre España éInglaterra al advenimiento al trono de Feli-pe IV.—Negociaciones habidas para el proyec-tado matrimonio del principe de Galea, hijo delroy Jacobo de Inglaterra, con la infanta de Es-paña doña María Teresa de Austria, hermanade Felipe IV.—Inesperada llegada del principede Gales á Madrid.—Recibimiento y estanciaen la corte.—Su marcha a Inglaterra.—Roturade loa proyectados desposorioa.—Liga contraEspaña.—Política que inaugura contra Españael nuevo rey de Inglaterra Carlos I.—Su alianzacon los holandeses y expedición contra Cádiz.—Armada española contra Irlanda.—Sitio dela Rochela, y término de las hostilidades entreEspaña é Inglaterra.

Con el siglo XVI terminaban sus días losdos grandes monarcas que por largos añosrigieron los destinos de España y de Ingla-terra. Únicamente con la muerte de Feli-pe II y de Isabel, podian extinguirse los odiosy apagarse la llama del inmenso rencor que

ambos se profesaban. Siempre futí tan vivo,constante y creciente, como arraigadas yprofundas eran sus distintas y contrariascreencias religiosos y particulares y nacio-nales intereses. Difícil ó imposible se repu-taba su coexistencia pacífica, siendo opues-tos sus intereses y juzgándose aquellos reyesprotectores y escudos de sus propias creen-cias. Pero asegurada ya en Inglaterra'lalibertad de la reforma, circunscrita paraEspaña la lucha religiosa á las fronteras deHolanda y Celandü, desaparecidos del mun-do los dos rivales, y sustituidos por otrosmonarcas amigos de la paz, que no heredaroncon sus tronos los odios de sus antecesores,aparecieron de hecho las treguas y suspen-sión de armas, sucediendo en seguida untratado de paz, amistad y'comercio, que sefirmó en Madrid á 28 de Agosto de 1604.

Los deseos de paz ijue se revelaban en lapolítica del duque de Lerma, privado deltercer Felipe, y la prudente y sabia gestióndel ilustre ¿ ilustrado D. Diego Sarmientode Acuña', conde de Gondomur, embajadorde España en Londres, rjue supo captarseprimeramente las simpatías de aquella cortev después el aprecio y la amistad particulardel rey Jacobo, causas fueron que estrecha-

ron muy pronto é íntimamente las amistosasrelaciones entre ambas coronas. En 1617se trató en Londres, entre el rey de Ingla-terra y nuestro embajador, del matrimoniode Carlos, príncipe de Gales, con la infantade España doña María Teresa de Austria,hija del rey Felipe III. No era presumibleque tan piadoso y fanático monarca prestaraoidos asemejantes proposiciones, ni accedierafácilmente á que una hija suya casara conpríncipe hereje, ni que ambos pueblos vie-ran con calma transición tan repentina. Asífue, que ni los deseos del inglés, ní los es-fuerzos del de Gondomar, llegaron á obtenerresultado satisfactorio, aun cuando no m e -diaron rotundas repulsas ni negativas explí-citas. En tal estado quedó el asunto, sin cjuela falta de buen suceso produjera tampocoruptura ni aun enfriamiento entre ambas co-ronas; prueba grande del estado de intimi-dad en que habia logrado mantener la amis-tad el sagaz político conde de Gondomar.

Así las cosas estaban, cuando subió altrono de su padre el rey D. Felipe IV, y«>n él comenzó á regir los destinos de lasEspañas D. Gaspar de Guztnan, llamado máslarde el Conde-Duque de Olivares. Apresu-róse el rey de Inglaterra á saludar a su

nuevo hermano, encargando á su embajadoren Madrid, el conde Bristol, que al mismotiempo renovase tas pretensiones del casa-miento de su hijo el príncipe de Gales conla infanta, uniendo á ellas la exigencia deque por España se restituyeran al condePalatino los estados que se le acababan deganar en la última guerra de Alemania, envirtud de la que se hallaban en posesión degran parte del Palatinado el duque de Ba-viera, y del resto las tropas españolas. Erael conde Palatino yerno del rey de Ingla-terra, y uno de los principales instigadoresy fautores de aquella guerra, y también delos más por ella castigados. No dependia ex-clusivamente de la voluntad de España estadevolución, Sun cuando tuviese entonces elde Olivares sobrada fuerza y harto derechopara inducir al duque de Baviera a ceder loque tenia usurpado; pero de su voluntad,como privado, dependia que las tropas e s -pañolas entregaran al deudo del inglés lasplazas que en aquel estado ocupaban ennombre de España. Presentábase por lo tantoen este nuevo reinado la cuestión de losmatrimonios con estos y los antiguos y gra-ves inconvenientes, porque no habian des-aparecido los obstáculos originados por la

ylo

diversidad de religión de los noviosistemática y tosca intransigencia deen materias religiosas ofrecía fácil y viablecamino para transigir con los herejes, hastael punto de darles por reina una infanta ca-tólica. Sin embargo, escucháronse ambosgobiernos con aparente beneplácito y secondujeron con suma cortesía las comenza-das negociaciones. Por parte de España eranuestro embajador en Londres D. CarlosCoioma, comendador de Montiel y la Osa,del Consejo de Guerra y gobernador deCambray, antiguo soldado de Flandes y clá-sico historiador de parte de aquellas guer-ras, que se hallaba en aquella corte, tratandolas condiciones con que el rey Jacobo habiade entregar á la infanta Isabel Clara Euge-nia, gobernadora de los Paises Bajos, laplaza de Frankdal. Enfrente de la preten-sión del Palatinado presentó Colonia la exi-gencia de que los católicos ingleses pudie-ran ejercer en toda la Gran Bretaña libre-mente su culto, sin que por ello pudieranger inquietados; lo cual no podia ser, enverdad, más digno de un monarca católico,ni tampoco más hábil bajo el punto de vistapolítico,, pues era muy suficiente para j u s -tificar que una reina católica ocupara un

solio protestante, y además hacia surgir unacuestión, difícil en extremo de resolver parael monarca inglés y lo suficientemente gravepara servir de contrapeso y equivalenciaá la del Palatinado, y por lo tanto oca-sionada á muchas y largas negociaciones.Pedíase demasiado por ambas partes; con-cedíase poco menos que nada, y no prospe-raba grandemente el negocio, porque ni alConde-Duque convenia ceder el Palatinadotan fácilmente á un rebelde príncipe hereje,ni mucho menos le parecía pequeña cosatransigir con la reforma, tan odiada enaquellos tiempos del pueblo español. Porotra porte, tampoco al inglés le era dablelibertar de tal modo á los católicos ingleses,perseguidos aún por los menos tildados desospechos, y siendo como eran los reformis-tas dueños del Parlamento; pero tampoco lasinstancias de su yerno le consentían aban-donar sus pretensiones. Menudeaban losdespachos diplomáticos, preñados todos ellosde frases que expresaban la más cariñosoadhesión y el mayor respeto; pero el nego-cio no lograba pasar de su primera etapa.Así estaban las cosas, cuando apareció undia en Madrid el Príncipe de Gales. Unarelación manuscrita r¡ue se guarda en el ar-

chivo de Simancas (Legajo 7026-Kstado,fol. 376 al 384), nos cuentu que fue su lle-gada de esta manera:

«Sin auerse tenido noticia de la benida delPrincipe de Gales, llegó de Embozo á estacorte viernes 17 de Marco de 1623, á lasdiez de la noche', traiendo solo en su com-pañía al Marqués Baquingan, de la ordende lo Xarrutera, del Consejo de Estado delRey de la Gran Bretaña, caballerizo mayordel mismo Príncipe, Almirante de Inglater-ra, y á cuyo cargo está el manejo de losnegocios de aquel Reyno. Apeóse en la po-sada del Conde de Bristol, Embaxador extra-ordinario en esta corte del dicho Rey, auiéo-dolé seguido después las demás personas quetraya consigo (que en todas eran siete): elprimero que tubo aquella noche noticia desta[legada del Principe, fue el Conde de Gon-domar, el qual la dio luego al señor Condede Oliuares, y aunque se procuró por en -tonces encubrir esto hasta entender el in-tento y deseo del Príncipe, no se nudo,antes se fue dibulgando, y más con la llega-da de vn correo que despachó don CarlosColoma, que eírue al Rey nuestro señor deEmbaxador extraordinario en Inglaterra, que

llegó á los 1 8 , con cartas para su magestad,en que le daua cjuenta desta benida.

»El mismo día, sábado, é las seys de latarde, bino á de la huerta la Priora en vncoche del Rey nuestro señor, el Marqués deBoquingan, a berse con el señor Conde deOliuares, y auiéndose allí hablado, y dadole.el Conde la bienbenida con palabras de granamor v cortesía, se entró en el coche conél, y fue en su compañía aber al Príncipede Gales y bisitarle en nombre del Reynuestro señor. El Conde hizo este cumpli-miente con la prudencia que se deu¡a espe-rar de quien como él sirue á su magestadcon tanto acierto, celo y amor.

»E1 Rey nuestro señor, en señal de la ale-gría que tan justamente tubo con la benidade tal huésped, salió en público el domingosiguiente 19 del mismo mes, yendo con suniagestad en su coche la Reyna nuestra s e -ñora, los señores Infantes María, Carlos yFernando. Fue grande el acompañamientodeste dia, assí de damas de la Reyna nues-tra señora y de su alteza de lá señora Infanta,como de la nobleza y caballería desta corte,y criados de la casa Real. Sus magestadesfueron á los recoletos Agustinos, haciendosu paseo por la calle mayor. Estaua en la

puerta de Guadalajara en vn coche embo-zado, el Principe de Gales, el. Marqués deBoquingan, los Embajadores extraordinarioy ordinario de Inglaterra y el Conde deGondomar, que desde que llegó el Príncipele ha asistido. Y al emparexar el coche desus magestades con el del Príncipe, repa-rando el Rey nuestro señor en los Embaxa-dores, les quitó el sombrero en la forma queotras vezes, sin otra ninguna demostración,y siguiendo su paseo sus magestades; elPríncipe, por diferentes calles se adelantó ybolbió a esperarles cerca de San Gerónimo,y tomando por li> alto, sus magestades, elpaseo, fueron á los recoletos, donde hicieronoración, y el Principe, tomando allí otropuesto, seestubo quedo, y aguardó la bueltade los coches, en la cual, por hauer ano-checido, benian con gran número de achasblancas, assí en'el desús mngestades, comoen los de las damas. (Vista muy luzida.) Elconcurso de gente de á pié, á caballo ycoches desle día fue de los mayores que sehan bisto en esta corte, y el contento detodos muy ygual á la demostración del Prín-cipe. Sus magestades bolbieron á Palagioalgo tarde, y el de Gales, sin hacer másmudanzasá su posada, donde aquella misma

noche le fue n ber el señor Conde de Oli-uares, y á aplazar la visita de su magestad,secreta, con el Príncipe. Esta fue en elPrado, esta misma noche á las doce della.Con el Rey nuestro señor iban el Marguesde Boquingan y el señor Conde de Oliua-res, y con el Príncipe el Embaxador extra-ordinario y el Conde de Gondomar. Alacercarse los coches de su magestad y delPrincipe, se apearon ambos aun tiempo. ElRey nuestro señor lo reciuió con demostra-ciones de gran boluntad y mucha cortesía,y el Príncipe dio tanbien muestras del con-tento que tenia de ber á.su magestad y auerhecho jornada de tanto gusto suyo, y auien-do pasado en esto, entre ambos, grandescortesías, fueron muy de ponderar las quevbo sobre el entrar en el coche de su ma-gestad (donde se estubo como de visita), noqueriendo el Príncipe entrar primero, enque porfió mucho, y S|J mageatad le benciócon que se le avia de tratar como huésped,y finalmente el Príncipe entró el primero,asegurando á su magestad que á su Padreno obedeciera en aquello. Dióle su mages-tad la mano derecha en el mismo coche,auiendo porfiado también el Príncipe en notomalla; estubieron gran rato de visita,

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auiendo sido el tratamiento de Magestad yAlteza, y al despedirse hubo grandes cum-plimientos sobre el tomar cada vno su coche,y esto vino á ser aun tiempo, sin hauerpermitido su magestad otra cosa.

«El Rey nuestro señor, con parecer delseñor Conde de Oliuarcs, que en toda estamateria se ha gobernado y procedido connotable prudencia y acierto, mandó quedesde luego se fuese tratando del reciui-miento y ospedaje que se deuia hazer aunPríncipe tan grande y que con tanta llanezavino á su corte, dejando aparte ser hijo devn Rey, con quien su magestad profesa tancincera y verdadera amistad; y en el cortotiempo que duró esta preuencion se uió sumagestad con el Príncipe algunas bezes,auiéndose ymbiado tamWn recaudos demucha cortesía de vna y otra parte. Tubo BUmagestad por combiniente que la entradapública del Príncipe fuese desde San Geró-nimo, y para que no quedase ninguna so-'enidad por hazer, de las permitidas ydeuidas á tan alta persona. Hauiendo pocosdias que en estos Reynos auia su magestadmandado publicar en materia de traxes algu-nas prematicas, las derogó por el tiempo queestubiese aquí el Príncipe, dando assí mis-

rao orden que de las cárceles desta corte yde las demás dcstos Reynos fuesen librestodas las personas presas en ellas, en cuyascausas no hubiese partes.

iiEl domingo por la mañana, 27 de Mar-co, á las nueue y media fueron por el Prín-cipe á la posada del Conde de Bristol, donAgustin Messia, el Marqués de Montes-claros, D. FeTnando Xiron y el Conde deGondomar, todos del Consejo de Estado;lleuaronle á San Gerónimo el Real, donde elConde de Gondomar le tenia aderezado muyostenta ti uamen te el quarto donde sus mages-tades, en cassos particulares suelen retirarse,y allí con la misma ostentación le dio el Condela comida, asistiendo á este acto los Minis-tros referidos, á los quales, aunque les pidióse cubriesen, no lo hizieron, guardando enesta parte la antigua costumbre de Castilla.

nDcspues de medio día, en virtud de lasórdenes que su magestad auía dado, le fue-ron á visitar sus Consejos y á darle la bien-benida. Comencó el primero, sin nombre deConsejo, el Inquisidor General; después lesiguió el Consejo Real de Castilla, y por suantigüedad los demás Consejos. El Príncipelos reciuió muy benignamente á todos, qu i -tándoles el sombrero, mostrando con estas

demostraciones gran satisfaeion de los fauo-res que BU magestud le hazia, sin querer dará nadie la mano, hauiendo los Consejos cum-plido con este officio. Hizo la Villa el mismocumplimiento en la forma que suele recluiry reciuió al Rey nuestro señor quando e n -tró aquí por heredero de estos Reynos.

«Siempre, se hallaron presentes con elPríncipe á esta solenidad los dichos minis-tros, y en los intermedios que hauia de laentrada de vn Consejo á otro, le entretenianablando en diuersas cosas.

_ «El Rey nuestro señor fue á San Geró-nimo en vn coche encubierto, y con su ma-gestad el señor Conde de Oliuares, Duquedel Infantado, y otros señores de su cáma-ra. Salióle el Príncipe á rreciuir hasta el finde la escalerilla que sale al Oliuar, hastadonde llegó su magestad en el coche áapearse, y haziéndose grandes cortesías sinsentarse ní entrar en ninguna parte, subie-ron á caballo, algo antes el Príncipe por lamucha instancia que su magestad le hizo, yen esta forma acompañando á su magestadtoda la corte, fueron hasta cerca de los clé-rigos menores, donde estaua la Villa con elpalio, trayendo su magestad al Principe ásu mano derecha, en que también vbo mu-

chas cortesías, por no quererla el Príncipe,y como iban entraron en él, y en esta formase siguió la entrada hasta palacio.

»Estubieron las callesy centenas con mu-cho adorno de colgaduras ricas y atrechos,en diferentes partes, tablados en que se re-presentauan comedias y se hazian diuersosbayles y dancas.Tubo de grandeza esta en-trada, entre otras cosas, elmucho concursode grandes señores y caballeros que salie-ron á ella, conociendo el gusto que en estodaban al Rey nuestro señor; y no fue m e -nos de ver las galas, bordados y libreas ri-cas que todos sacaron, siendo narto de ad-mirar" la breuedad con que todo esto se hi-zo. Estauan los Consejos en diferentes pues-tos en sus bentanas, y al emparejar el Palioá ellas los quitaua el sombrero el Príncipede Gales, cuya persona y agrado ha parezidogeneralmente bien.

»Iban detras del Palio consecutivamenteel Conde de Olíuares, cuya gala y luci-miento de su persona fue muy ae ver, y nomenos de el adorno de sus criados, á quie-nes dio una costosa l ibrea,yósu lado dere-cho el Marqués de Boquingan, seguíanleslos Consejeros de Estado que no son grandesque lleuaban en medio á los Embaxadores

ordinario y extraordinario, y detras de todoesto iba la guardia de los Archeros que lu-ció mucho en esta ocasión por ¡r tan bienadornada de armas, caballos y plumas. Conesta orden se llegó á Palacio, donde hauién-dose apeado subió el Príncipe ó bisitar á laReyna nuestra señora, acompañándole sumagestad, y al entrar de las puertas fue deber las cortesías que también se hizieron,

Lmucho lo que se porfió sobre el que louia de hazer antes; y su magestad, como

quien también saue cumplir con-la obliga-ción de Rey, dixo al Príncipe de Gales, ees,señor, entre vuestra alteza, echándole lasmanos á las espaldas como haziéndole fuer-ca, y el de Gales entónzes dando muestrasde abracarse con su . majestad y echándoleanimismo los brazos, le hizo la misma fuerzacon que ambos binieron á entrarjuntos.

»La Reina nuestra señora, y su alteza dela señora Infante, bieron esta entrada reti-radas detras de bidrieras, y su magestad dela Reina passó después sola á su quarto áesperar la bisita en la pieza donde tiene suestrado, y sauido que llegaban el Rey y elPríncipe, salió á recibirlos asta )a puerta;dos pasos antes della hízole su magestad alPríncipe vna reberencia muy grande, y el

Príncipe á su majestad una sumisión hastael suelo, inclinando las rodillas y acome-tiendo á tomarle la mano. Estauan debaxodel dosel tres sülas para los Reyes y Prín-cipe. Hechos estos cumplimientos, se sentóla Reina nuestra señora en la de en me-dio; y en otra, á su mano derecha, algoladeada, el Príncipe de Gales, y en la otra,el Rey nuestro señor; y en esta misma piezaestauan alrededor della en pié, y arrimadaslas damas y meninas con gran adorno y ga-las. Acavada la bisita (que duró poco menosde media ora) licuó el Rey nuestro señor alPrincipe al quarto que le estaua preuenidopara su aposento, saliéndole acompañando laReyna nuestra señora asta la misma puerta,donde á la despedida huuo grandes cumpli-mientos. Pasaron por el corredor y baxarpnpor la escalera principal, tomando el portalde la mano izquierda, donde está el ConsejoReal, y por la puerta del salieron los seño-res Infinites Carlos y Fernando á recluirle,y antes de juntarse le hizieron una cumplidareberencia, y al llegar cerca otra hasta yn-car la rodilla en tierra. El Rey les quito elsombrero y el Príncipe se humilló tanto, quecasi llegó al suelo, y levantó ¿ los Infantes,los quales le fueron acompañando algo d e -

lante hasta la pieza de la cama, y sin sen-tarse se boluío su magestud con sos herma-nos á su quarto.

»E1 ospedaje que al Príncipe ee a hechoes como de vn tan gran Rey, siendo las col-gaduras y adrezos de los aposentos de losmas ricos que tiene su magestad: síruenledos mayordomos de su magestad, que sonel Conde de Gondomar y el de la Puebla, ytambién le siruen los gentiles hombres deboca y Pajes, liauiéndose formado para soloesto todos los oKcios necesarios al serui^iode vn Rey. Asístele la Guarda de su mages-Uid en la forma que á su Real persona; y íamisma noche de la entrada le hizo vn p re -sente la Reyna nuestra señora de cosas deolor, ropa blanca y joyas, que se presuponebaldna mas de doce mil ducados.

»Ansehecho luminarias generalmente tresnoches, y en ellas á auido por las cailes ar-tificios de fuego, muchos chirimias, trompe-tas y atabales: y á los 28 del mismo mes,que fue otro dia después de la entrada, fue-ron de cada Consejo dos Consejeros á bisitarfll Príncipe y bolberle á dezír quan conten-tos estauan de su llegada, suplicándole bieseen las COSSÍIS de gracia en que cada Consejolo podía seruir, porque tenian orden de su

magostad de acudir á esto con gran reue-rencia y cuidado.

«A ordenado el Rey nuestnj señor quetraten de festexar y agasajar al Principe elAlmirante de Castilla, Duque do Cea, Mar-qué» de Belada y Duque de Ixar, y que tam-bién asistan en su quarto por sus turnos vnConsejero destado cada dia.

«Después del reciuimiento que se hizoal Príncipe solo ay que añadir, d lo aquí re-ferido, que el resto de la quaresma se en -tretallo saliendo muchos días al campo consu magestad, y otros Be ocupaua en correren el Parque de Palacio sortija y estafermo.Bió la procesión de semana santa desde suguarió, y el primer dia de Pascua las dio á laReyna nuestra señora, estando con su mages-tad su AHeza de la Señora Infanta. El s e -gundo día huuo vna máscara al anochecermuy lucida que la hizo el Almirante de Cas-tilla, para fixar el cartel de la sortija que man-tiene; fue de 60 de acaballo, y de embozose halló en ella y corrió el Rey nuestro s e -ñor y el señor Infante Carlos. Pasada laPasqua fue su magestad á Aranjuez y t an-uien el Príncipe, y allí huuo otra máscara,que asiguran fue lucida. Y hauíéndose d e -tenido en este viage su magestad en yda y

buelta solo seys dias, boluieron á gozar dela fiesta de toros, y el dia de Santiago elberde, que es aquí muy solemne, como lofue por el mucho concurso de gente queliuuo. La fiesta de toros fue a 3 de Mayo;buuo en la plaza muchos caualleros y s e -ñores que entraron con rejones, y fuegrande su lucimiento de libreas y númerode lacayos.

»Su magestad y el Príncipe y ambos In-fantes estuuieron juntos en vn balcón en lapanadería, y en otro á la mano derecha condivisiones, sin que se pudieran ver el uno alotro, la Reyna nuestra señora y la señoraInfanta.»

Muchas fueron las relaciones y aun hubolibros que de estas fiestas se escribieron; ytanto admiró á la corte, que el historiadorde esta época del reinado de Felipe IV de-dica largas páginas á su relato. A la h is-toria, pues, de Céspedes yMeneses, y á lasrelaciones sueltas, remitimos al curioso lec-t o r que más detalles quiera saber de estasfiestas.

Habia mandado Su Magestad que se t ra -tase al Príncipe con las mismas ceremonias<¡ue su persona acostumbraba y que se es-

cribiese á los prelados de sus reinos paraque cada uno hiciese de muy grandes ve-ras, encomendar á Dios las cosas que oca-sionaron la venida á España del Príncipe(Céspedes, Historia de Felipe IV). Tam-bién se escribió á algunos grandes, ponde-rándoles la obligación en que el de Gales lehabia metido con venirse a sus reinos, y eldeseo que tenía de agasajarle, para lo quelee rogaba que le ayudasen; y para mas de-mostrar sus deseos, comunicó á sus Audien-cias y Consejos, que cuanto el Príncipe lesordenase de cosas de gracia lo cumpliesen.Durante la permanencia del de Gales en lacorte, fueron tantas y tales las fiestas, losregocijos, agasajos y muestras de respeto,estimación, cariño y aun amor que se leprodigaron, que no habia memoria de ha-berse hecho jamás tales extremos con Prin-cipe alguno en todos estos reinos. El reyJacobo, más que admiradodecuanto pasaba,y sabiendo ser todo obra exclusiva del Conde-Duque, escribióle muy atento, tanto paraagradecerle el recibimiento hecho á su hijo,cuanto porque, como buen político, sabialo que le importaba tener al favorito de suparte. Agradó al Príncipe la Infanta, man-dóse á Roma al Duque de Pastrano en con-

sulta del caso (que por cierto se cubrió degloria en el camino tomando en la mar va-jeles piratas, y haciendo crecido númerode prisioneros), formáronse dos juntas deteólogos que informaran sobre el casamien- .to, y como todas estas consultas fueran fa-vorables, llegó á juzgarse arreglado todo,fijándose día para los desposorios. Mas porlas causas indicadas, ó por otras que cubreaún el misterio,lo cierto es que... el Prin-cipe se marchó de Madrid con tan buensemblante como agraviado en el fondo, de-jando poderes para continuar las negocia-ciones: po.ro allí quedaron. Esto dice elmás enterado, el de mejor juicio y más sa-bio criterio de cuantos historiadores anti-guos y modernos han trotado el período dela dinastía austríaca, el Sr. D. Antonio Cá-novas del Castillo, en su Bosquejo histórico^e la casa de Austria en España.

Ajeno de este lugar seria detallar las fies-tos todas, las demostraciones de amor y res-peto que se hicieron al Príncipe, y lo muyregalado que fue también, tanto por parte del^ e y , Como de los grandes y poderosos dela corte; no siendo menor, en verdad, lnesplendidez que él demostraba en todo, asítín el lujo de su persona y séquito, como taro-

bien por las adquisiciones que hizo, puesasegura Lope de Vega, en su Dicho y depo-sición sobre el Pleito de los pintores, publi-cado por Carducho, que el Principe hizobuscar cotí notable cuidado todas las mejo-res pinturas que se podían hallar, las cua-les pagó y estimó con excesivo precio, aun-que desgraciadamente más fueron en nú-mero y mejores en calidad las que ledona-naron el rey y los magnates, conociendo suamor á las artes. Pruébalo sobradamentemencionar que la célebre Danae de Ticíano,conocida hoy en el museo de Louvre porla Venus del Pardo, fue uno de tantos cua-dros que le donó la munificencia dal cuartoFelipe.

Pero dejando para más propio lugar lalista de estos dones, opinemos con el señorCánovas, que lo que movió á Olivares áobrar de tal suerte fue el sentimiento ge-neral del país, que debía mirar con muymalos ojos, después de tanto como se habíapredicado contra los protestantes, el enviaruna infanta á ser reina de ellos, pues yaá aquella hota era más fanática la gene-rosidad de la nació' que la cortó á losCon-se/os, y el mismo Santo Oficio: porquesiempre que echan raíces en los pueblos

opiniones verdaderas ó falsas, cuesla tantoarrancarlas, por lo menos, cuanto costóarraigarlas. En prueba de esta opinión,dice Céspedes y Meneses, que en tanto queen las graves juntas de ministros y de teó-logos resolvían dudas consultadas del repe-tido matrimonio, no así los subditos de Es-paña se conformaban igualmente en desearsu ejecución. La oposición de religiones, yaquel ejemplo lamentable de Enrique VIIIy Catalina, antecesores del de Gales, des-acreditaban sus promesas y la esperanzadel vinculo.

Aun cuando no adolecia la corte del cuartoFelipe del fanatismo religioso que la de supadre, sobrábale, sin embargo, bastantepara que la repugnara unirse en tan estre-cho lazo con los enemigos de la fe; y si bienesta intransigencia pudo por el momento in-ducir al Conde-Duque á desechar alianzaque tan útil pudiera haberle sido para com-batir á su sombra la heregfa misma en Ho-landa, quiso la suerte, quizá más que laprudencia, que resultara mt'is tarde grande-mente provechosa para la Infanta novia, yaun para España, la cruel repulsa que r e -cibió el de Gales.

Partió el Principe de Madrid para Paris

con el Marqués de Mirabel, nuestro emba-jador en aquella corte, con gran gala y es-plendor, y colmado de ríeos dones, el sá-bado 9 de Setiembre, después de haber ju-rado el dia 7, en manos del Patriarca delas Indias, sobre los Santos Evangelios, elcumplimiento y observancia de las conve-nidas capitulaciones matrimoniales; h a -biendo hecho lo mismo por BU parte el reyFelipe IV, y quedando con poderes el In-fante D. Carlos y el Conde de Bristol paraverificar los esponsales, tan pronto comollegaran de Roma la dispensa del nuevoPontífice. Es de notar que al despedirse dela Infanta, sirviéndole de intérprete su em-bajador el de Bristol, le diese ella mismauna carta de su mano para una monja delconvento de Carrion de ¡os Condes, tenidaen olor de santidad, rogándole que, pueshabía de pasar por allí, la visitara y entre-gase el papel, porque en él la rogaba queencomendara á Dios su viaje, Encargóleademás muy mucho que protegiese a los ca-tólicos ingleses, representándole con verasque por cualquiera arriesgaría vida y sa-lud. Bastaría por sí sólo este detalle parademostrarnos, si no hubiera otras muchí-simas pruebas mayores, que la intención de

Espuña era acceder á este matrimonio si lo-graba convertir al Príncipe á 'la fe católica,como más seguro medio de dar libertad á loscatólicos ingleses.

Obligóse el Príncipe a cumplir los deseosde la Infanta, y detúvose hora y media enCarrion conversando con la monja, quiencon fanática grosería no dejó de demostrarlesu desagrado por el negocio y la visita; de-biendo haber producido el mismo mal efectoen el Príncipe la ruda franqueza de lamonja, pues aceleró su murchii de maneraque al llegar a Santander el 21 de Setiem-bre, sin pararse ni descansar, se embarcó enlos galeones ingleses que en aquel puerto leestallan esperando. Si irritado dejó el deGales al pueblo español contra este proyec-tado matrimonio, no halló menos contrarioá ello al pueblo inglés, que con júbilo leveía tornar soltero á las islas, juzgando yarotas las negociaciones. Uniéronse á estosdeseos los de las naciones enemigas de Es-paña, que con gozo veian el mal camino delnegocio, y que con todas sus fuerzas co-menzaron a procurar que por completo fra-casara. Pronto consiguieron que se ordenaseal embajador de Bristol que presentara alRey Felipe condiciones muy diferentes y

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más duras de las acordadas, precisamenteen los momentos en que llegaba á Madridla dispensa esperada del Papa, y se señalabael xiia para los desposorios. Por aquellas ex-trañas exigencias, y porque, al decir del his-toriador Céspedes, Dios, que miraba por elbien de España, y no deseaba nuestro mal,hizo volver lo de abajo arriba, poniendouna montaña inaccesible por haberse sabidoentonces (coincidencia que la sinceridad his-tórica no puede admitir) que el de Galeshabía dejado á su embajador el de Bristol,antes de partir de Madrid, un papel, en quele decia: que muy presto le haría saber suvoluntad, y que en el Ínterin no diese nin-gunas cartas á la Infanta, ni el titulo dePrincesa (que ya se le daba en la corte), ni lapidiese audiencia más, con lo cual comenzóesta gran máquina á desmoronarse, y úl-timamente á deshacerse. ¡Tan frágiles eransus cimientos, y tan mentidas las simpatíasque oficialmente se demostraban ambas co-ronas! No es dudoso que hubiera algunosdeseos en los gobernantes de España é In-glaterra de consolidar la paz, pero ni el es-piritu español se lo permitía al Conde-Du-que, ni el Parlamento se lo consentia alnoy Jacobo; y así fue que los clamores de

aquel y los actos del Parlamento, caminandoambos al mismo fin por distintos caminos,en alas de sus sentimientos religiososopuestos y enemigos implacables (aun alpresente), dieron motivo para que nuestroembajador extraordinario en Londres, elMarqués de la Hinojosa, que había acompa-ñado al Príncipe, se viera forzado á abando-nar su residencia; por más que el Rey Jaco-bo, monos violento, tratara de satisfacerle enalgo, aunque por pura cortesía. Porque bien

Sresto, manifestando España que su coñ-uda no reconocía más norte en sus ac-

ciones que la prosperidad y aumento de laIglesia católica, se comenzó el concierto deuna liga, cuyos esenciales fines iban enca-minados á unirse contra el Imperio y contraEspaña para la restitución del Palatinado alConde desposeído, de la Valtelina á los Gri-sones, y para socorrer á las rebeldes pro-vincias de Holanda en su guerra contra Es-Paña. Anudábase esta ligis con el casamientodel de Gales con María Enriqueta de Bor-l'on, hermana del Rey de Francia Luis XIII.Había, pues, triunfado la política francesa. ElRey cristianísimo, menos escrupuloso, no va-cilo, como el católico, en dar su hermana alprotestante, siendo tan católico como la In

fanta; prestábase con ello, y mus aún, con-tribuían poderosamente á la persecución delos católicos ítigleses, y armábase y guer-reaba contra los monarcas que de ellos eranel sosten y amparo, al mismo tiempo quecombatía á sangre y fuego dentro de suspropios Y naturales limites a los hugonotesó reformistas franceses. Aberraciones poreste estilo presenta muchas la historia, queexplica lambien su razón de ser en las pa-siones que excitan los intereses particularesdel momento á bastardos fines encaminados.

Decidida ya la política del rey de Ingla-terra, comenzaron luego las vejaciones ypersecuciones de los católicos de aquel pa¡B;dióle el Parlamento recursos para la liga, ypermitióse publicamente el reclutamiento enla Gran Bretaña de tropas para los rebeldesholandeses, al mismo tiempo que abandonabaá Londres el Marqués de la Hinojosa, y seordenaba á su compañero de misión, el e m -bajador ordinario D. Carlos Coloma, quemarchase á ocupar su gobierno de la tierray castillo de Cambray, dejando únicamenteal secretario de la Embajada.

En esta formidable liga ofensiva y defen-siva contra la casa de Austria, y principal-mente contra España, se invitó á que en-

trara, bajo promesas de rescatarle ciudadesque hubia perdido, al mismo Pontífice: el reyae Francia en ella se obligaba á sostenergruesa armada en Marsella contra las navesespañolas del Mediterráneo, y á manteneren Italia un ejército de veinticinco mil in-fantes y cuatro mil caballos: los duques deSaboya, hartos de recibir mercedes y servi-cios del rey católico, apresuráronse a pagár-selos con perfidias, dolos y traiciones, segúntradicional costumbre de su casa; y udemásde abrir la entrada de Italia por sus monta-ñas de la Saboya, se obligó á mantener ásu costa, para formar parte del ejército con-tra España» un cuerpo de seis mil doscien-tos soldados: los venecianos prometierondoce mil, y pagar juntamente con Francia lascompañías de suizos y grisones que bajasená la guerra; y el rey Jacobo á atacar las cos-tes españolas del mar Océano con cien navesdotadas de un ejército de desembarco, y áproporcionar al holandés un cuerpo dé ejér-cito de quince mil hombres. Unía tambiénBUS fuerzas en nuestra contra la Dinamarca,Y cobraban mayor brio los rebeldes de Flan-des. Formidable era el enemigo que enfrentede España se presentaba, y grande el e s -fuerzo necesario para contrarestarle. No

había ya ni el dinero suficiente, ni las fuer-zas bastantes para sostener y vencer tan t e r -rible abalancna de enemigos, pero sobrabaaún valor para resistirlo, y había algunos,aunque pocos, buenos generales y denodadosveteranos; que el valor fue la última de lasvirtudes que perdió en su ruina la potentemonarquía austríaca de España.

Dejando á un lado las guerras de Italia enla Vtiltelina, las del Imperio en Alemania,las de Flandes y las que en las Indias mante-níamos contra holandeses, todas simultaneas,sigamos nuestro propósito de relatar no másque nuestras contiendas y relaciones con in-gleses, quienes no se daban en *jrdad granprisa en aprestar su escuadra del Océano. En-tré tanto, y á 6 de Abril de este año de \ 625que historiamos, murió el rey Jacobo, y ocu-pó inmediatamente su trono con el nombre deCarlos I el príncipe de Gales, desapareciendocon su advenimiento al poder, toda sombra deobstáculo a la política hostil á España, ma-yormente aún con el matrimonio que con-trajo el nuevo rey en María Enriqueta deBorbon, que en el próximo mes de Juniopisó las playas de la Gran Bretaña. Ocupá-ronse, pues, con grande impulso aquel ve-rano los arsenales ingleses en aprestar la es-

cuadra que habia de dirigirse contra Espa-ña, que en el mes de Octubre pudo hacerseá la mar, compuesta de cien velos, con tre-ce mil hombres á bordo, al mando de LordWimbledon.

Era jefe de nuestra armada del OcéanoD. Fadrique de Toledo, bravo, experimen-tado y prudente marino; hallábase con lamejor y mayor parte de las naves castella-nas y portuguesas y un cuerpo de ocho milhombres de desembarco, en las costas de laAmérica del Sur guerreando contra holan-deses, para desinfectarlas de enemigos. Re-cibió el de Toledo aviso en el mes de Agostoen Fernambuco, por una carabela que desdeLisboa le despachó el Marqués de la Hinojo-sa, noticiándole que el inglés habia hecho de-cir que iría con fuerte armada en su busca;con ío que, advertido, supo prevenirse y ajua-tar su derrotero para volver por más segurasmares, á fin de excusar el encuentro; pues conel exiguo número de naves que traia y su es-casa tripulación, y 'o fatigada y mermada quevenia, á causa de haber presidiado convenien-temente aquellos mares, fuera temeraria ¡m-Kudencia presentarse ante fuerzas de re-

isco y más de cuatro veces mayores enniimero á las suyas, y tanto más cuanto que

si lograba tocar en aulvo á las costas de Es-pitia, luego de llegar á ellas podría ser degran utilidad para evitar algún premeditadoataque d(íl inglés. Mal trecho, y con pérdidade dos cascos entró en Málaga impelido porloa vientos, que no le permitieron tocar enCádiz, á 24 de Octubre, con parte de suarmada, pues la otra restante, aún más maltrecha y con mayores pérdidas, arribó áLisboa, aunque con la fortuna de no habersido avistada de la inglesa, que en los mia-mos días surcaba iguales mares en direcciónopuesta.

El de Hinojiwa, que gobernaba á Lis-boa, apercihíase como podia juntando algu-nas velas para la defensa del puerto y laciudad, que acrecentó con el arribo suso-dicho; pero por avisos que tuvo y por larudeza del tiempo, llegó á creer que la ar-mada inglesa se habia deshecho en los ma-res y vístose obligada á arribar á sus cos-tas. Los ingleses, por su parte, bien por-que estuviesen avisados de que el de Hino-josa les esperaba apercibido para la defensa,ó bien porque les llamaba la codicia de ha -cer presa en algunos galeones de los quese esperaban en Cádiz de las Indias, confos que pudiesen resarcirse de los gastos

crecidos que la expedición les costaba, secorrieron liácia la Boca del Estrecho, ha-ciendo de Cádiz e) objeto de sus rapiñas.

Gobernaba á la sazón la ciudad y puertode Cádiz D. Fernando Girón, anciano yachacoso, pero bizarro y decidido, comoviejo soldado de los buenos tiempos. Nocreía que, después de tanto tiempo y á bocade un invierno que tan rudo se presentaba,se habría de arriesgar el inglés á aportarpor aquellos mares; y aunque no del U)dodesapercibido, se mostraba con demasiadaconfianza. Aumentáronse algún tanto suspequeños recursos con la entrada en Cádizde las naves procedentes de la armada delBrasil, que mandaban Roque Centeno, elMarqués de Torrecusso y D. Rodrigo San-tistéban, Marqués de Coprani, los cualescon el valeroso Diego Ruiz, ayuda de campode Girón, y principal y mayormente con elmagnate de Andalucía Duque de Medina-aidonia, habían de ayudarle a suplir la faltade gente y de defensas. El dia i ' de No-viembre, hallándose en misa D. Fernando,fuó avisado de la llegada de las naves ingle-sas, c inmediatamente despachó correos alde Medinasidonia, á las villas cercanas, álas principales ciudades andaluzas, á los

gaIn

puertos de la costa de África y á la mismacorte, noticiando el peligro y pidiendo in-mediatos y poderosos auxilios. A poco deseñalarse fas velas en el horizonte, vióselasencaminar tan decididamente á la bahía, que

uchos creyeron que no eran noves enemirs, sino antes bien galeones de la flota de

ndias, pues tan naturalmente se iban en-trando. Hubo tiempo, sin embargo, paraque, haciéndose paso la verdad, se retira-ran á amparar en la Carraca veinte y seisnaves de Ñapóles y las procedentes del Bra-sil, que demasiado confiadas permanecíansurtas en la bahía, casi en los momentos enque abocaban á ella las inglesas. Al siguientedia contábase ya en Cádiz, entre paisanosmal armados y soldados viejos, hasta cuatromil hombres, con que hubo para fortalecersealgún tanto, aunque también aumentabamas el peligro, porque no guardaba la ciu-dad pertrechos y vituallas más que parasostener por sólo tres días á tantas bocas.Aquel mismo, y con temerario denuedo, ar-ribó á Cádiz el duque de Fernandína consolas cinco galeras, y forzando el paso ybatiéndose con extraordinario brio y españolarrojo, atravesó por medio de las cien velasinglesas, abriéndose paso y tomando el

puerto, con tan buena suerte que no perdióni una sola nave, y causó algún daño ú tan-tas enemigas. En el ínterin, los inglesesatacaban al Puntal, desmontaban sus pie-zas, echando a tierra suficiente númerode soldados y lograron bien pronto que elescaso presidio que lo defendía hubiera dedesampararlo, saliendo do él con todos loshonores de lo guerra. Consecuencia de latoma del Puntal fue el desembarco, hechoal otro dia, de diez mií hombres y su atrin-cheramiento en él ; aunque no lo lograronsin que Diego Ruiz, que, como dicho queda,era teniente del Maestre de Campo General,

Ígran soldado, con solos quinientos hom-

res decididos y bien dirigidos, les causaramuchas bajas y entorpeciera grandemente lafunción, sin pérdida ninguna de su parte.Habian llegado ya el de Medinasidonia, yel de Osuna, y los auxilios de las villasandaluzas; pero no bastaba, ni para resistirel empuje que pudiera dar el enemigo, niaun siguiera para aparentar que la ciudadse hallaba bien socorrida. Para ello ideóKuiz colocar toda la gente de manera queapareciera ser sólo las vanguardias de los de-fensores, é hiciese suponer que cuando detal manera aquellas se presentaban habria

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forzosamente de tener detras de si conside-rables fuerzas que formaran el grueso delejército. A todo asistía y á todo proveía yá todos los jefes ocupaba, haciendo llegar elsocorro a donde era más urgente, el veteranoGirón, que sentado en un sillón de brazosse hacia conducir á donde mas necesaria erasu presencia (1), escarmentando fuertementeal inglés cuantas veces intentaba nuevosataques a los puntos avanzados de la ciudad.Mermadas las fuerzas de Lord Wimbledon

s o a rm. 151 antiguo, 697 modern, ae

guarda un cuadro de grandes dimensiones, defiguras del tamaño natural, pintado por el pintordel rey Eugenio Caxes, en que se representa kD. Fernando Girón sentado en silla de manos,con truje negro, y COD véngala de mando y mule-tilla de apoyo, dando órdenes á su teniente DiegoRuiz, á quien acompaña, al parecer, el Corregi-dor de Jerez D. Luis Pejrtocarrero; se ven e,notro grupo, á la derecha del cuadro, el Duque doFernandlna, D. Rodrigo Santistebaa, Marqués di-,Coprani y Roque Centeno. Distingüese en e,\fondo la mar y la playa, y á los ingreses embar-cándose precipitadamente, acosados por los espa-ñoles. Pintado este cuadro en la corte de Feli-pe IV, y poco después de estos sucesos, no dejaduda alguna en cuanto á la veracidad de los per-sonajes retratados, y es prueba patente de la im-portancia grande que se dio a la resistencia deCádiz y mal suceso del inglés.

por la grande resistencia que hallaban, sinpoder adelantar en la invasión, y juzgandopor estos resultados que Jos refuerzos que enCádiz habría serian superiores á las suyas,ó temeroso quiza de que pudiera verse obli-gado á reembarcarse por alguna derrota conel desorden natural en estos trances—des-gracia que podria llegar á comprometer susnaves si en aquellos momentos los tiempos yla mar le eran adversos, lo que era muyprobable, tanto por lo adelantado del invier-no, cuanto porque ya habian llegado á sunoticia los formidables aprestos que se ha-cian en todo el reino para ir e» su contra;—corrido y mal trecho se reembarcó precipi-tadamente, con pérdida de treinta velas ym^s de mil soldados, y sin más hazañas quehaber abordado dos barcos mercantes yquemado una ermita en el Puntol. Arribó ál'Lymouth la tan temida escuadra inglesa enel s de Diciembre.

Grande fue, en efecto, la impresión queauso en Madrid y en lodo Castilla la inso-

lencia del Inglés, pero mayor fue aún elpatrióti t i Cstilla entera

Inglés, pe ypatriótico entusiasmo con que Castilla enterarespondió al llamamiento que se la hacia porsu rey para defenderse. Acordóse la forma-ción qe un ejército que liabia de mandar el

valiente y experimentado veterano de Flan-des D. Agustín Alexia, maese de CampoGeneral y del Consejo de Estado; y no hubonoble, ciudad, villa , soldado ni caballero

3ue no volase a ponerse bajo las banderasel Mexla. Aún habia en España restos de

aquellos hombres prodigiosos del pasado si-glo, pues aún no íiabia llegado su aniquila-miento hasta el punto que llegó pocos añosdespués.

Todo parecía que era igualmente ventu-roso en estas jornadas para España; porqueel temor grande que justamente se tenia deque la armada inglesa se hubiese hecho á lamar en busca y espera de la flota de lasIndias, que habría de arribar á Cádiz do undia á otro, desapareció bien pronto vién-dola entrar salvo y completa en la bahía eldia 29 de Noviembre, sin haber divisadonave inglesa, ni en travesía, ni en las cerca-nías de nuestras costas (1), al mismo tíetn-po que la flotilla, que la infanta doña IsabelClara Eugenia, gobernadora de la Flandes,armaba en Dunkcrke, lograba, con el favor

(1) Tal estrañeza j asombro causó esto hechoiue ae mandaron dar por él gracias al Todopode-

de los vientos y su arrojo, causar daños

f randes á la costa rebelde de Holanda, des-acer su escuadrilla, compuesta de naves

inglesas y holandesas y hundir en el marmuchas de ellas, obligando ó las restantes átomar puerto en las costas de Inglaterra, ydestruir las ricas pesquerías de. los rebel-des, sin pérdidas de nuestra parte y conharta gloria y notable provecho.

Terminaron con estag empresas tas hosti-lidades por parte de Inglaterra; pero nopodía el .Conde-Daque, ciego por los tr iun-fos que erróneamente se achacaba, conten-tarse con la ventaja que habia alcanzadodesde las costos de Flandes, pues cuando^Francia sostenía el sitio de la Rochela, quedefendían los protestantes franceses auxilia-dos por fuerzas inglesas, precisamente cuandomas le convenia la quieta espectativa, se pres-tó á auxiliar al Cardenal de Ricbelieü con unaflota de cincuenta velas que pasara a hacerdaño á las costas de Ingluterra é Irlanda ydistrayendo del sitio, llamadas por necesidad«el socorro de su propio país, las naves ylos hombres que auxiliaban á los rocheleses.Prestóse candidamente á su ruina el de Oli-vares, y mandó en aquel invierno la citadaescuadra, la cual mal trecha de los tempo-

rales, hizo lo mismo que la inglesa en Cádizen 102Í), que fue volverse con pérdidas ásus puertos.

En este estado se hallaban las relaciones-entre España é Inglaterra, á consecuenciade los hechos que quedan referidos, cuandocomenzaron, las negociaciones diplomáticaspara la paz, (fue en los siguientes capítulosse relatan.

CAPÍTULO II.

Primerviaje de Rabona ¿ España.—Ua bellas artosen la corte de Valladolid.

El poderoso impulso que dio D. Felipe IIal desarrollo y prosperidad en Castilla delas bellas artes, á causa de la obra delmonasterio del Escorial, no era posible quesu hijo D. Felipe III lo prosiguiese conigual vigor. Falto del grande objeto y de latenacidad y perseverancia de carácter conque su padre llegó á realizar el propósitode enriquecer su querido monasterio concuantas obras maestras del arte pudiera ad-quirir en Europa, y con el trabajo de los•nejores artistas que en su tiempo habiafuera y dentro de España, murieron, puededecirse con Felipe II, los mejores pinto-res de su tiempo. Faltaban Navarrete el

Mudo, gloria de los españoles que en SunLorenzo el Real pintaron; Alonso SánchezCoello, el severo retratista de aquella corte;Juan Gómez, Miguel Barroso, y otros. Que-daron sólo en Madrid Bartolomé Carduchoy Patricio Caxes, habilísimos en su arte, yaque no los mejores de la colonia italiana delEscorial.

Pero así como la corte del segundo Fe-lipe se distinguió por su misteriosa grave-dad, no menos que por la exageración desu fanatismo religioso, que la indujo en susúltimos tiempos á esquivar los más inocen-tes placeres, la de su hijo D. Felipe III,religiosa también, pero más jovial y másfranca, abrió sus puertas á honestas distrac-ciones, trocó el sombrío aspecto de los tra-jes por claras y alegres galas, menudeó lasfiestas reales, viajó con regia esplendidez yaparato, v llegó a cobijar en su palacio deValladolid las representaciones dramáticasde carácter profano. El duque de Lerma,verdadero sucesor de Felipe II , por serdueño de la voluntad de Felipe III, comogrande añcionado que era al lujo, á los pla-ceres, á las letras y á las artes, prodigabafunciones, viajes y fiestas á la corte, con unaesplendidez inusitada en el anterior reinado,

que pagaban las arcas reales, no sin que almismo tiempo la corte particular del valido,para mayor ostentación, adquiriese á su vez,en son de albricias, títulos, hábitos, dona-ciones, privilegios y regalos sin cuento.

. Estas preeminencias, tan a poca costa ad-

r'ridas, así como el deseo de la corle dequitarse del largo silencio y de la pro-

longada reclusión en que durante el anteriorreinado habia estado sumida, cambiaron porcompleto su carácter. Divertíase y rezabael rey, aseguraba el favorito su poder, ydando bastante menos importancia ó la po-lítica exterior y a la gobernación interior delreino de la que el difunto rey le daba, logróLerma, merced a la docilidad del nuevo mo-narca, imbuirle todas sus aficiones. Ador-nábanse con pinturas al fresco las mansionesreales; al temple los coliseos y arcos triun-fales de las fiestas, y ol óleo se pintabanmuchas obras que engalanaron los palacios ódecoraron los templos y claustros de funda-ciones religiosas. Inmensas sumas empleóFelipe III en los repetidos viajes que por elreino hrzo, visitando casi todas las provin-cias, pero en ninguna parte tantas como enValladolid, cuando allí se trasladó en 1 6 0 1 .Más de ciento treinta millones de marave-

dises (1) costó al rey el pnlíicío que el du-que de Lerma. pnseia y le vendió en Valla-dolid, además del derecho que se reservópara si y los sujos de la alcaidía perpetuade él, aotada con mil doscientos ducadosanuales. Tal adquisición obligaba á Feli-pe IH á decorar el nuevo palacio con lasuntuosidad propia del rey de España deaquel entonces. Llevó la corte consigo áValladolid á Bartolomé Carducho, a su her-mano Vicente y á Bartolomé de Cárdenas,pintor este último, ó quien unos quierenhacer de origen portugués y otros napolita-no, discípulo de Alonso Sánchez Coello,que trabajó bastante en Valladolid en elconvento de San Pablo, por mandato delduque, descollando sobre todas sus obrasel gran cuadro que ocupaba todo el testerodel claustro, en el que representó á la Vir-

il) Según escritura otorgada en 29 de Diciem-bre del año 1601 en Valladolid anee Juan Santilla-na, recibió el duque de Lerma de mano de Gar-cllaso do la Vega 64.8¡)7.317 maravedís por im-porte del coste principal del palacio, y 37.807.413maravedís por valor de las mejoras hechas en élpor el duque. Posteriormente, en 1307, adquirió elrey del mismo duque, en SO.265.166 maravedís,con la misma reserva de la alcaidía, la llamadacasa de los jardines, ante el escribano GabrielHojas, en 27 de Agosto.

gen con el manto extendido cobijando iSanto Domingo, varios religiosos de su o r -den, y al mismo duque en hábito cardena-licio, arrodillados en torno de la madre delSalvador. Volvió á Madrid Bartolomé des-pués de pasar por la amargura de ijue mu-ries»su mujer Francisca de Avila, presa enlas cárceles de Valladolid en 19 de Setiem-bre de 1613, y pintó con Juan de Chinnosen 1619 varios cuadros del convento deAtocha, hoy perdidos. Desconocidas susobras, ni aun podemos juzgarle por las desus discípulos Manuel de Molina y Juan deCárdenas, su hijo, porque pintando luegomás tarde ambos en Madrid, ajustaron suestilo al general de la escuela. Pero si cree-mos a D. Lázaro Diaz del Valle y de laPuerta, diremos, como él dice en su ma-nuscrito original, que Bartolomé de Cárde-nas ijané opinión y fama eterna de habersido excelente pintor.

Con motivo de los fiestas reales en cele-bridad del nacimiento de Felipe IV en Va-lladolid, se construyó contiguo al palacio uncoliseo que dirigió Francisco de Mira, yconsistia en un inmenso salón de doscientospies de largo por setenta y cuatro de ancho.Bartolomé Carducho contribuyó, como pin-

tor, á decorar este teatro, y en él hizo susprimeras armas, pintando perspectivas ódecoraciones, como ahora decimos, su her-mano Vicente. Y quizá también el secretariodel Rey Gracian Dantisco, pintor aficio-nado y autor del gran carro triunfal queconstruyó el Ayuntamiento de Valladolidpara solemnizar aquellas mismas fiestas, pu-siese mano en la ropa del teatro.

Pintores, escultores, plateros y hastagrabadores, contaba la corte en los seisaños que en Valladolid residió. Fundia e s -tatuas Pompcyo Leoni, restauraba el palacioDiego de Praves, el viejo Juan de Arfemodelaba, fundia y cincelaba para Felipe IIIuna preciosa fuente con aguamanil de platadorada y esmaltada; magnifica obra de arte,que le valió i . 050 ducados, y Hernando deSolis, grababa adornos y retratos con ex -quisito gusto.

Gozaba el duque de Lerma dentro y fuerade España fama de aficionado á la pintura;reunia una colección muy recomendable decuadros, y daba trabajo á los pintores de lacorte. Pero por muy hábiles, por muyamaestrados y famosos que la corte y losescritores de aquel tiempo creyeran á estospintores, hay que confesar, noy día que

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vemos sus obras á la luz de la crítica sanu <íimparcial, que si bien para España, dondeno habia aún escuela propia de pintura,podian ser tenidos en algo, eran toaos ellosartistas de segunda y tercera fila, compa-rados con los que fuera de España pintabanentonces, y con los que algunos años des-pués fundaron tan brillantemente la escuelaoriginal española.

Tal era el estado de la pintura en la cortedel tercer Felipe cuando apareció en ella elpintor Pedro Pablo Rubens.

Era duque de Mantua al principio delsiglo decimoséptimo Vicente I de Gonzaga,nacido en 1563, hijo de Guillermo el joro-bado (gobbo) y de Eleonora de Austria. Noheredó de su padre ni las malas formas desu cuerpo, ni las buenas condiciones econó-micas de su alma; pues hombre de arrogan-te figura y en demasía espléndido, gozóCuanto nudo con su persona y derrochó másaún de lo que halló atesorado, tanto con suvida galante y licenciosa, como en protegersabíoa artistas y poetas, y formar un riquí-simo museo de objetos de artes. Galileo, elTasso y Rubens fueron del número do aque-llos, y los museos de Londres y Madridguardan aún muchos de éstos. Las come-

diantas y las mujeres hermosas de todasclases y condiciones hicieron de su vida unacompleta serie de aventuras tan escandalosascomo verdaderamente interesantes, pues másparecen cuentos y novelas que verosímilesacontecimientos. Con razón puede decirseque no hubo príncipe alguno de su tiempoque mejor supiese vivir, y realmente vi-viera con más esplendidez ni más suntuosamajestad, siendo en toda clase de lujos ydeleites exagerado hasta lo increíble.

El hombre de confianza de este príncipe,

3ue ejercía las funciones de su secretario, seamaba Annibal Chieppio; era habilísimo di-

plomático, infatigable en el trabajo, grande-mente leal a su señor, agradecido, y consobrado talento pnra servirle á pedir deboca. El duque conocía muy bien estasbuenas cualidades de su hombre de confianza,

Í> tanto, que ni la envidia ni la calumniangraron apartarle de su lado.

En esta pequeña pero fastuosísima • corteera el predilecto pintor desde el año 1602Pedro Pablo Rubena, muy considerado delduque, y más aún del secretario Chieppio.

Las relaciones de Mantua con España porestos años de 1603 eran aún tan cordialescomo debian serlo entre un príncipe de r e -

ducidos estados, cuyos abuelos debieron eltítulo de duques de Mantua y de marquesesde Monferrato á la munificencia del Empe-rador Carlos V, que largamente les pagó deeste modo la adhesión a su causa durantelas guerras de Italia del siglo anterior, y elpoderoso rey sucesor de aquel gran César.La situación de Mantua exigia estar bien conla casa de Austria; y por aquel entoncesel verdadero jefe de esta poderosa casa éraloel Rey de las Españas. El duque Vicente,por su carácter y por su conocimiento de lascortes de Europa, sabia muy bien que paraorillar cualquier enojoso negocio, 6 para al-canzar algún provecho, son los dones pode-roso registro, y aun quizá supiera tambiénel proverbio español que dice: dádivas que-brantanpeñas, Maniroto y pródigo en todo,poco debiera importarle reunir regalos conque atraerse la voluntad de la corte deEspaña, y principalmente del duque deLerma.

Cierta debió de ser la afición que cuentantenia el de Lerma á la pintura, cuando llegóá noticia del de Mantua, y éste decidió que'" principal parte de los regalos que paraEspaña preparaba, hubiera de consistir encuadros para el favorito de Felipe 111. Por el

mes de Junio del ano 1002 proyectóse elenvió de los regalos, y el duque de Mantuaordenó á su embajador en Roma, Le] i o A r -rigoni, que encargóse al más hábil de todoslos copiantes que alli hubiere la reproduc-ción de doce obras maestras. Pedro Hcchetifue el pintor escogido para esto encargo, quecomenzó en el mes de Agosto y terminó oonel año, habiendo oído durante su trabajo áD. Jerónimo de Silva, guarda-joyas de laarchiduquesa Isabel, grandes elogios de él,y el pronóstico de lo mucho que habia deagradar en España.—Llegadas á Mantua laspinturas, y reunidos ya los demás objetos quenabian de completar los regalos, pensóse en lapersona que debería llevar acabo esta misión,y fue el elegido Pedro Pablo Rubens.—La co-misión consistía sencillamente en conducir áEspaña y poner á disposición del embajadordel duque vn esta corte, todos los objetos quecomponían el presente; pero al mismo tiem-po deseaba el duque de Mantua enriquecerla célebre colección de retratos que en supalacio reunia de mujeres hermosas de todoel mundo, con algunos de los de las beldadesmás famosas de la corte de España. Nadiemás á propósito que Rubens para presentarseen palacio acompañando pinturas y objetos

de arte, tanto por ser el artista que era,cuanto por ser también un completo caba-llero, elegante, de rostro agraciado, afabley grandemente simpático. Acondicionadostodos los efectos, y provisto de su pasapor-te, salió de Mantua para Madrid el día 5 deMarzo, conduciendo lo siguiente:

Para S- M, la carroza y los caballos.Once arcabuces, de ellos seis de ballena yseis rayados. Un vaso de cristal de rocalleno de perfumes.

Para el duque de Lerma todas las pin-turas. Un vaso de piala de grandes dimen-siones, con colores. Dos vasos de oro.

Para la condesa de Lemus una cruz ydos candelabros de cristal de roca.

Para el secretario Pedro Franqueza dosvasos de cristal de roca y un juego enterode colgaduras de damasco con los frontalesde tisú de oro. Acompañaban k estas cosas'as cartas para quienes iban dirigidas; y"tra al Sr. lbarti, representante de Mantuacerca del Rey Católico, que decía asi.

Y con la presente va Pedro Pablo, fía-r>wnco, nuestro pintor, á cuyo celo hemosresuelto encomendar todos los objetos... Yl°s arcabuces que se han hecho según el usode estepais, con todo esmero, de acero finor

6(5y con el artificio magnifico, cuyo secretosabrá explicar Pedro Pablo... Las pinturasson para el duque de Lerma, y por lo quehace á su calidad y origen, Pedro Pablodirá lo que conviene decir, como hombre in-teligente que es; y no entramos en más por-menores.

Estos presentes deberán ser ofrecidos porvos personalmente, con asistencia, por su-puesto, de Pedro Pablo, que tendríamosgusto en que lo presentarais como expresa-mente enviado con ellos.

Y como este mismo Pedro Pablo pinta yretraía admirablemente, queremos que sihay aún más damas de importancia, ademúsde aquellas cuyos retratos nos ha enviadoel conde Vicencio, os aprovechéis de supresencia en esa.

Si Pedro Pablo tiene necesidad para suvuelta de algún dinero, entregádselo yavisadme la suma para enviárosla por Ge-nova.—En Mantua á 5 de Marzo de 1603.

Dejando á un lado las peripecias del viajede Rubens hasta llegar á Alicante (porque elcurioso lector puede verlas en el concienzu-do estudio hecho por Mr. Armand-Bachetsobre estos viajes, publicado en el T. 6 de

«El Arte en España»), donde desembarcóhacia el día 23 de Abril, conviene seguirpor sus propias cartas la curiosa relación deBU viaje por España.

Hallábase la corte por estos días, segúncuenta Luis Cabrera, desde el 20 de Abrilhasta el 13 de Mayo, en Aranjuez y enmarcha para Valladolid, adonde llegó preci-samente el mismo en que Rubens; puesdice con fecha i 7 de Mayo en carta al secre-tario del Duque:

«. . . Después de veinte dias de camino,fastidioso por las continuas lluvias y gran-des vientos, llegamos el 13 ñe Mayo aValladolid, donde el Sr. Annibaí no faltó¿recibirnos con suma cortesía, aunque medijo que aún no habían llegado á sus ma-nos fas órdenes del Soberano su señor. Ae s ' a noticia, que de cierto modo me dejóestupefacto, le respondí que yo sabia conseguridad cuál era la intención de S. A.,\ que decirle más seria supérfluo, despuésd e tantos ejemplos como se podían aducir£ n prueba de que yo no era el primero quehabía venido dirigido á é\ de este mismom °do. Quizá Iberti tuviese sus razonesPara hablarme de aquella manera. Conti-nuamente está siendo muy bueno y cari-

íioso conmigo, y me ha rogado que escribatodo esto á V. S.»

Son curiosos estos comentarios de Mr. Bas-chet.

Como siempre, Rubens sigue hablando dedinero. Los gastos han sido grandes: t r es -cientos escudos por un lado, doscientos du-cados por otro: llegó casi sin nada, y obligadoá hacer gastos, sobre todo para vestirse. Seharia trajes modestos, pero era preciso hon-rar á su Soberano. Dirigióse para ello á Iberli,quien le ayudó en tojo y para todo, y po-niéndose bajo su férula, siguió sus instruc-ciones. Gracias, pues, á Ibcrti, pudo tomarprestados trescientos ducados. Habia gastadodoscientos de su dinero en el viaje, y por lotanto sólo se declaro deudor de ciento; sumaque te era fácil pagar de sus futuros sueldos.

Este mismo día 17 de Mayo, Rubens es-cribió al durjue. dando aviso de su llegaday de la de los caballos «pieni é belli comesi serai dalla staíla di vostra Altezza Se-renissima.i) Todos los criados gozaban debuena salud, excepto el ayuda de cámara.Los vasos de cristal de roca los tenia consi-go. Lo demás venia poco á poco. Franca ygalantemente se anticipa á satisfacer las ad-vertencias que pudiera hacerle S. A.

«... Y si en la apariencia, alguna acción""a, con motivo do los excesivos gastos, ooe cualquiera otra cosa hubiera negado ádesagradar á V. A., yo ruego y suplicoa V. A. que demore la reprensión hasta elmomento en que me sea permitido demos-trar su inevitable necesidad. Entre tanto,buscaré un consuelo en la grandeza de sudiscreción, proporcionada á la de su he-'mco corazón, ante cuyo serenísimo brillorae inclino con respeto besando su noblemano.

»De Valladolid elaño ) 603, á 17Mayo.—^ V. A. S. su humilde servidor. Pedrorabio Rubens.»

Las cartas del 24 de Mayo, del diplomá-™> y de Rubens, inauguran la serie de de-nles sobre las pinturas, y bajo este puntoa« vista no hay en ellas más que lamenta-r e s del uno y del otro.

«La i n j t rib l i«La ynjusta suerte»—escribe el pintor—de i t i f i««losa de mi gran satisfec. , „„

gun costumbre, de aguar mi gozo con alguna^grac ia . ¿No ha hallado esta vez el medio

6 perjudicarme donde toda precaución hu-™a«a no puede, no tan sólo obviar el peli-ero> sino ni aun sospecharle? Las pinturas

embaladas bajo mi dirección y vigilancia contodos los cuidados imaginables, en presenciadel mismo duque, abiertas en Alicante pororden de los aduaneros, y encontradas enperfecto estado de conservación, y desem-paquetadas hoy en casa del Sr. Iberti, hanaparecido literalmente perdidas, hasta talpunto que desespero de poder arreglarlas.Las lelas mismas, aunque provistas de guar-das de metal y de doble forro encerado, me-tidas todas en cajas de madera, se han po-drido por efecto de las lluvias continuas du-rante veinticinco días (cosa increible e n E s -

ma), loa colores se han descascarado y pordemasiada humedad se han hinchado y

crecido, cosa en muchos sitios irremediable,a menos que no se arranque aquella con elcuchillo y se les barnice de nuevo. Tal esen puridad el mal, que no lo exagero parano dar lugar á que se crea que de antemanohago valer la restauración, que haré de to-dos los modos posibles; cumpliendo asicon S. A. que me ha dado el encargo decuidar y conducir obras de otro pintor—sinque se halle en ellas una sola pincelada á mimanera.—Hablo así, no por resentimiento,sino á propósito del deseo del Sr. Iberti quequiere que en un momento pintemos m u -

pala

chos cuadros con ayuda de pintores españo-les. Secundaré su deseo, pero no lo apruebo,considerando el poco tiempo de que pode-mos disponer, unido á la increíble insufi-ciencia y negligencia de estos pintores, y desu manera (a la que Dios me libre de pare-cerme en nada), absolutamente distinta de lamía. En suma perjimus pugnantia secuiticornibus adversis componere. Ademas, el ha-cho no podría ocultarse, por efecto ¿e losmismos pintores, que desdeñando mi cola-boración y mís órdenes, levantarían acta deser una usurpación y proclamarían que todoera obra de ellos. Tanto lo creo así cuanto

Íue sabiendo que las pinturas son para eluque de Lerma, no habia duda que los

cuadros eran para una galería pública. Esto"ada me importaría porque yo les cederíadesde luego esta fama; pero saco en consen-Cias que necesariamente de remediarse asfesto se conocería, hasta por la frescura delos colores, y esta superchería no sena d e -cente. Además, yo me he propuesto no con-fundirme jamás con otro, aunque sea ungrande hombre, y el trabajo de este modo"echo, es tanto de uno como de otro, y meencontraría por mi partó desflorado fsver-9lnatoJ, cosa inconveniente en una obra de

tan poca importancia é indigna de mi nom-bre, que no es aquí desconocido. Y si porúltimo se me hubieran dado las órdenesque yo quería, habria podido ahora, con máshonra para él y para mí, dar distinta satis-facción al duque de Lerma, que no es deltodo ignorante de las cosas huenas, por cuyarazón se deleita en la costumbre que tienede ver todos los días cuadros admirables enPalacio y en el Escorial, yadeTininno, ya deRafael, ya de otros. Estoy sorprendido de lacalidad y de la cantidad de estos cuadros;pero modernos no hay nada que valga. De-claro ingenuamente que no tengo mas ob-jeto en esta corte que el continuo serviciode V. A. S., á la cual me he sometido desdeel primer dia que le conocí. Que mande,pues, y que disponga de mí en todo y portodo, en la seguridad de que cumpliré exac-tamente sus órdenes. El Sr. Iberti tiene so-bre mí un poder semejante, aunque en mu-cha menor escala. Estoy seguro de que sino esta conforme con mi manera de ver,tiene de ello perfecto sentimiento. Será obe-decido. Y escribo de este modo r.opormur-*murar de él, sino para desmostrar cuan difí-cil me es darme á conocer en obras pocodignas de mí y de mi serenísimo amo.

I

quien, estoy seguro, por las buenas noticiasde V. S., que no interpretará sino favora-blemente mis palabras.—De Valladolid, 24Mayo, 1603.—De V. S. S. muy humildeservidor, Pedro Pablo Rubens.—Al muyilustre señor mi muy respetable dueño el^r. Annibal Chieppío, secretario de S. A. S.—Mánluu.»

Esta carta es sin duda nlguna de los másnotables de toda la correspondencia. Elestilo es difuso, y el modo de expresarse esmuy embarazoso; los paréntesis abundan,pero ¡cómo se revela Rubens, aunque tanjoven todavía! Su fiereza, que no es orgullo;e ' sentimiento profundo de su propio valor,.cuya manifestación sólo los necios tienen lacostumbre de vituperar; su poderosa volun-t a de no emplear su talento más que en lasmas elevadas regiones del arte y del pensa-miento, muestras son distintivas de su per-sonalidad. Es muy digna de ser notada lalibertad y valor con que habla el jovenPmtor cortesano á su protector, quien, siYertamente lo era, no por eso dejaba delei" Amblen un ministro y un consejero delF r 'ncipe. Si Rubens no hubiese sido más*íUe un pintor cortesano, siendo pintor de

la corte, ¡con qué precipitación (dioses in-mortales) hubiese hallado todo fácil y posi-ble! Pero era Pedro Pablo Rubena, conocíasu fuerza, y sin dejar de ser admirable-mente digno en e\ servicio de su comisión,le repugnaba pensar que no se le estimaseen lo que valian sus hechos personales y sutalento de artista.

Al mismo tiempo que el pintor escribíade la muñera que hemos visto al consejero,el diplomático duba parte del desastre á suAlteza y decía la manera con que debería,según él, remediarse. Su carta nos enseñabalo que no sabíamos todavía, es decir, quede los cuadros, dos se habían salvado: unSan Jerónimo de Quintín Metsys, y el re -trato del señor duque de Mantua. Avisa queel flamenco retocaría los cuadros estropea-dos, pero que, según decía, necesitaría unmes para acabarlos, y que algunos cuadrospequeños dudaba poderlos salvar. Para su-plirlos, se le había ocurrido la idea, quemientras se esperaba la vuelta do su Majes-tad, anunciada ya para fin del mes siguien-te, el dicho Fiamengo hiciese media docenade cuadros de cosas de cacería—cose hosca-recete—género muy buscado en España y ápropósito para galería; pero cree que el

liempo no dará de sí para ello, como no seencuentre algún joven pintor capuz de ayu-darle. Que escribirá al duque de Lermapara saber si debe enviar la carroza á Bur-gos, a fin de que S. M. pueda servirse de'illa para su viaje a Valladolid, y le confe-sará el caso ocurrido á las pinturas, dicién-dole el remedio que empleó el individuoenviado con ellas por S. A., é indicando lomacho que dudaba de que hubiese podidoocurrir un accidente de tal naturaleza. Enfin, que la indispensable restauración de loscuadros retardara otro tanto tiempo al pin-tor para empezar la obra de los retratos detas señoras que había ordenado S. A.; yque por lo tanto duda que Rubcns puedavolver antes de la época en que el mismoha de marchar para ceder su puesto al su-cesor que S. A. !e ha destinado cerca de lacorte del Rey Católico. Con fecha 7 de J u -nio da nuevas noticias de las pinturas; elflamenco trabaja y el mal no era tan grandecomo se había creído: los repintes del pin-tor son excelentes. El 5 de Junio se ha sa-bido la muerte de la duquesa de Lerma;suceso de gran importancia en la corte, ypor el cual su audiencia experimentará algúnretraso. La duquesa murió el día 2 en Bui-

trago, á veinte leguas de Valladolid, á con-secuencia de una fiebre maligna. El duquemanifiesta cierto sentimiento, á pesar de laescasa simpatía que por la duquesa sintióenvida, con motivo de su imil carácter ysoberbia.

Mientras caminaba Felipe III de Burgos áValladolid, proseguía Rubene las restaura-ciones de los avenados cuadros, que dio porrecompuestos el día 1 i de Junio, así comotambién por completamente perdidas la co-pia de San Juan, de Rafael, y una Virgen,cuyo autor no consta. Con creces subsanóel flamenco esta pérdida, pues para que elnúmero de lienzos no disminuyera pintóoriginales un Demócrito y un Herdclilo;sustitución con la cual salió muy gananciosoel duque de Lerma.

Llegó por fin la corte á Valladolid conánimo de detenerse allí todo el verano, yaprestáronse el diplomático y pintor man-tuanos á presentar sus regalos y entablarsus pretensiones. H. Rodrigo Calderón quedóen quedaría oportuno aviso al Sr. lberti deldia y sitio en que serian recibidos en audien-cia por S. M. y por el señor duque. Entretanto, el conde de Orgaz, como caballerizode S. M., había revisado ya los caballos y

hasta escogido uno que tuviese buen pusopara que pudiera servir á S. 11. pura mon-tarlo desde luego, recayendo esta elecciónen el que tenia por nombre Bazzofione. To-dos los caballos agradaron mucho, y no me-nos la carroza, así por su forma elegantecomo por sus cómodos movimientos. Llegópor fin el dia de la audiencia, y de ella elmismo Rubens da curioste detalles en lassiguientes cartas- Esta primera está dirigidaal duque de Mantua:

«Serenísimo Señor.—Aunque la de Ibertíhace innecesaria mi carta, no puedo sinembargo pasar sin añadir algunas palabrasá la completa descripción que hace a V. A . ;

Í' no porque yo pretenda decir algo que see haya olvidado, sino por regocijarme del

buen éxito, pudiendo además atestiguar comoasistente ó como participante de la entregade los regalos. La de la carroza la fie visto,(del caroa.no videj, la de las pinturas y losvasos la he hecho (deMe pitture fecij. To-cante á la primera, tengo el placer de hacermención de los juicios que formaba el reycon gestos, sonrisas y palabras: en cuantoá lo segundo, por parte del duque de Lerma,tengo la satisfacción también de haberle

oido y observado la admiración juiciosa quele producía lo que era bueno, y su satisfac-ción, que no era fingida, pero que, á mi jui-cio, y según he podido comprender, recono-cía por causa la calidad y cantidad de losregalos. Espero, pues, que sí alguna vez losdones recompensan al donador, V. A. con-seguirá su fin. Circunstancias, por otmparte, de tiempo y* lugar, v otras que la ca-sualidad ha hecho favorables, nos han va-lido de mucho, además del excelente juiciode Iberti, muy experimentado en decir loque conviene ó las costumbres de esta corte.A su suficienciii,pues, me remito en el relatode esta historia... Valladolid 17 de Julio de4603. Etc., etc.—Pedro Pablo Rubens.»

La otra corta está escrita a\t SecretarioChieppio, y dice:

«Presencié con mis ojos la donación dela carroza, pero fui partícipe activo en la delas pinturas. La una y la otra se han hechoá mi satisfacción, como bien dirigidas y. ve-rificadas por el juiciosísimo Iberti. Verdad esque hubiera podido guardar para él todo elhonor de la comisión, y colocarme sin em-bargo donde sólo me hubiera correspondido

hacer una cortes!;!, aunque hubiese sidomuda, á S. M., presentándosele ocasión có-moda y buena en un lugar abierto al públi-co y accesible á todos. No quiero interpre-tarlo mal (¡me importa tan poco!), pero mechoca tan rápida metamorfosis, habiéndomecomunicado la carta del duque, en la cualSu Alteza lo recomendaba expresamente mipresentación é S . M. (particular favor de SuAlteza). No digo todo esto lamentándomepor ambición de algún incienso, ni me enojano haberle alcanzado, sino que cuento sen-cillamente lo que ha pasado, 4^ dudando deque Iberti habrá cambiado de resolución áúltima hora, por alguna razón, á menos deque con el entusiasmo del momento no per-diese el recuerdo de lo que acabamos deconvenir. No me ha dado explicación nin-guna m se ha excusado por el cambio delprograma que convinimos media hora entes:por mi parte ni le he dado motivo para ello,ni le he dicho palabra sobre el particular.

»Me colocaron cerca del duque, y toméparte en la embajada. Me manifestó su ale-gría por la bondad y número de las pinturas,que enteramente han adquirido cierto carác-ter de antigüedad (gracias á los retoques),por el hecho mismo de la avería. Se han

tomado y aceptado como originales (al m e -nos por la generalidad), sin que haya habidoduda por su parte, 01 instancia ninguna porla nuestra para hacerlo creer así. El rey, l;ireina, mucnos gentiles hombres y algunospintores las han admirado. Libre ya de estecuidado, emprenderé los retratos que meha ordenado S. A., sin levantar mano, áno ser que me vea precisado á hacer algúnencargo del rey ó del duquede Lerma, queya ha propuesto á Ibertí que he de hacerleno sé qué. Me conforman; con Su voluntad,porque estoy seguro que no ha de encar-garme nada que no redunde en servicio denuestros padroni, en nombre de los cualesme someto á su albedrio... De Valladolid17 de Julio de 1603. Etc. , e tc .— Pedro Pa-blo Rubens.—Al muy ilustre señor miprotector, muy respetado, el Sr. AnnibalCbieppio, Secretario deS . A. S—Mantua.»

El largo despacho t¡n que emplea Ibertínada menos que ocho páginas para contar ásu señor el ceremonial y los detalles de laentrega délos regalos á S. M-, no lo relataminuciosamente Mr. Baschet. Pero hé aquíen qué términos se describe la particularentrega de las pinturas:

«La mañana siguiente (dice) fui á ha-blar al duque... y le participé el recuerdoque S. A. tenía de S. E . ofreciéndole va-nas pinturas, á cuya arte gubia que te-nia decidida afición. El duque me ordenóque las llevaran á Palacio al día siguientedespués de comer. Hícelo así, dejando alpaso en casa de D. Rodrigo Calderón lasveinte y cuatro emperatrices. Víéronlas ély gu señora, las elogiaron y las recibieron,diciéndome que quedaban eternamente obli-gados á V. Á. y é BU casa serenísima: des=-[lues-pasé al Palacio en su compañía, y allíme designaron un gran salón muy á propo-sito para colocar los cuadros. El flamenco«e encargó de colocarlos, y lo hizo con gran•irte, situando cada uno de ellos á su luz yen sitio á propósito para hacerlos valer. Nohabiendo castado este salón, aunque eramuy grande, como he dicho, se destinópara los lienzos pequeños otra sala conti-gua, El Heráclito y el Demócrilo, hechoscon tanto arte por el flamenco, se colocaronallí también. Entró entonces el duque entraje de casa y solo. Después de los cumpli-mientos de costumbre, empezó á mirarlosuno por uno, según el ordenen que estabancolocados; primeramente la Creación, des -

pues los Planetas, y sucesivamente lasobras de Ticiano y de otros; y después dehaber visto todos los grandes lienzos, se en-tregó a reflexionar sobre las cosas más no-tables que en ellos habia hallado, y salvosla Creación y los Planetas, los tuvo todospor originales, aunque de nuestra parte nosalió observación alguna sobre este particu-lar. Pero cuando él nabia creído haber con-cluido, después de una hora, se le dijo quehabia más cuadros en el salón inmediato, yapenas entró en él, se admiró de tan grannúmero y de tan singulares y selectas pin-turas. Puede muy bien calificárselas de ta-les, porque con los retoques del flamencoparecen distintas de entes. S. E . , consi-derando cada cuadro y apoyando mucho subondad y perfección, dfjonos que VuestraAlteza le habia mandado un gran tesoro, quecuadraba mucho con su gusto y su deseo.No dejamos por un momento de encarecersu discurso, recordando á propósito la rareza

ppde las buenas cosas en Italia y la gran difi-cultad de procurárselas, por la avidez de loscoleccionistas. Al llegara! retrato de VuestraAlt h b i d l l

gAlteza, que ya habia notado al entrar en lasala, después de haberle admirado y read-mirado, considerando con minuciosidad to-

dos sus detalles, encomió la viveza de lamirada, la majestad y la serenidad del rostroy las proporciones del conjunto, conviniendoen tjue por tal retrato era fácil venir en cono-cimiento de !a grandeza de alma de VuestraAlteza, á quien hubiera conocido entre mil,por las relaciones que le habían hecho deBU persona. Como consecuencia de la con-versación que ayer tuve con él, hubo ocasiónde incluir el retrato en el número de loscuadros. Hablando de la edad, del valor y deotras cualidades de V. A. , me preguntó siel pintor que habia enviado con ellas podríahacer aquf un retrato de memoria de VuestraAlteza, porque deseaba vivamente tenerlo,ó si era necesario escribir á Italia. Así,pues, viendo este deseo, y hallando propiciala ocasión, le ofrecia el que V. S. se habiadignado'enviarme para mf... Le presenté enfieguida los vasos para perfumes, rogándoleque se sirviese del de cristal para beberagua, que se recomendaba por la eleganciade su trabajo más que por la materia. Loguardó todo con el mayor cuidado, mara-villándose de la bondad y de lo acabado deloe grutescos y de toda la obra. Alabó, enfi", la curiosidad y el gusto de V. A. , dán-dole infinitas gracias, y prometiéndome em-

peñarse con S. M. para que V. A. consi-guiera su deseo. S. E, me dijo también queprocuraría tener el placer de que S. M. vieseaquella misma tarde las pinturas y los vasos,como en efecto sucedió así. La reina, lasdamas y muchos caballeros de Palacio fue-ron á verlas al día siguiente. Todos las ala-baron. D. Rodrigo me ha contado que SuExcelencia dijo que habia entre las pinturasalgunas tan raras, que merecían quedaranvinculadas para su hijo; y el conde de A r -cos, mayordomo de la reina, que pretendiade inteligente. las ha alabado muchísimo.La circunstancia de la muerte de la duquesade Lerma ha hecho que estos cuadros agra-dasen más de lo que nubieran agradado an-tes, porque en vida de la duquesa, el duqueapreciaba y gustaba más de imágenes de¡/ala y de amores: tales eran su capri-cho y los que buscaba. Después de lamuerte de su mujer, há mandado descol-gar las pinturas profanas, y dado orden deque todas las que V. A. le ha enviado lassustituyan, pues S. E. no respira hoy másque devoción, religión y retraimiento de lascosas mundanas. S. E. ha dirigido frasessumamente benévolas al flamenco, que sehalló presente á la entrega de ia carroza y

de los cuadros, y me preguntó si V. A. lehabia enviudo para que se quedase aquí alservicio de S. M., pues en ello tendríagusto. Le respondí, para no perder esteservidor, que V. A. le habia enviado sola-mente para conducir los cuadros y para darcuenta del viaje, pero que durante su es-tancia aquí serviría á S. E. en loque lequisiera ordenar. Creo fijamente que el du-

Je ha de mandar hacerle algunos cua-cos... DeValladoIidlSdeJuliode1G03.»T

dr<De aquí parte la noticia de ser originales

de Rubens, y pintados en España, estos doscuadros de Demócrito y Heráclito, que he-chos para el duque de Lerma figuran, sinembargo, como más adelante se dirá, entreloa cuadros que S. AI. el rey de Españaposeía.

Traduce Rubens por ignorancia delduque de"\..3nna la creencia en que éstequedó, suponiendo originales todos loscuadros. Bien pudiera ser tal y como Ru-bens lo afirma; ¿pero no podría ser tambiéngue hubiese habido algún exceso (h galan-tería por parte del de Lerma, y algún otrosxceso de vanidad del pintor al suponer quehabía logrado engañar al ministro, para al-

canzar asi mayor grado de adulación consu señor el de Mantua?

El Sr. Iberti dice también en un despa-cho, que «el flamenco ha comenzado áhacer los retratos que S. A. le ha mandado,y está comprometido á hacer no sé qué en-cargo que aún no ha determinado el duque deLerma.» No hay dato ninguno que dé á en-tender cuáles fuesen estos retratos, que seriamuy curioso conocer, porque darían noticiasde jas más hermosas damas de la corte deFelipe I I I ; pero no cabe duda alguna queestos retratos fueran para la galería de be-llas damas del Principe Vicente Gonzaga.

Con fecha 15 de Setiembre dice Rubensal Secretario Chieppio: «Nada pido para mivuelta sino lo que Iberti disponga, cuyaprudencia hasta el presente dispone de míy de mis manos, para satisfacer al gustodel duque de Lerma y honrar á S. A., conla esperanza en que estoy de darme á cono-cer en España con un gran retratoecuestre, que el Duque no esta menos peorservido que S. A.»

Este retrato debió acabarse á fines deOctubre ó principios de Noviembre, comolo prueban las siguientes lineas, de fecha19 de Octubre en Valladolid:

«El señor duque de Lerma me ha es-crito al fin para que le mande a! flamencoa la Ventohilla, Estados que tiene á quinceleguas de aqui, para concluir el retrato ácaballo, mandado hacer por S. E. y que, ájuicio de todo el mundo, va saliendo admi-rablemente. He determinado irme con él,puesto que el gasto no aumentará gran cosa,para poder avivar el fin de la negociaciónque tenemos pendiente.—19 Octubre1603.»

Indudablemente este retrato debió aca-barse el 22 de Octubre, á juzgar por eltiempo que el rey y el duque estuvieronen la Ventosilla, pues dice Cabrera en susrelaciones: La estada de SS. MM. en laVentosilla ha sido de quince dios despuésque llegaron, y el rey ha salido á casa deordinario, y los más dios se levantaba á lascuatro de la mañana y volvía del campo álas once de la noche... Partieron de allí álos 22 de Octubre para Segoviu, donde lle-garon el 25 . . . y el 31 debían llegar d SanLorenzo.

Lástima grande que, menos celoso elIberti por el servicio del de Parma, ó másinsistente el de Lerma, no hubiese llegado.

a conseguir éste su deseo de que aquí sehubiera quedado Hubens por algunos añosal servicio de Felipe III.

El nuevo enviado de Mantua, CelerioBonatí, pues Iberti había ya marchado áItalia, escribe en 23 de Noviembre: «Hellegado anles de ayer del Escorial, hastadonde he seguido ¿ S. M, durante un mespara llegar a un acuerdo...» ¿AcompañaríaRubens en este viaje a! Escoríala S. M.? Nose sabe, pues hay una laguna en la corres-pondecia de Rubens, guardada en Jos archi-vos de Parma, que corresponde precisamentek estos días.

Una sola carta, de 1603, sin mes nidía, nos falta citar para concluir la relacióndel viaje de Rubens á España. Es de Ru-bens. y muy notable, presentándose en ellade nuevo su carácter vivo y momentos fo-gosos, y en la que vemos también que Ru-bens tuvo orden de pasar á Francia devuelta de España, antes de llegaré Mantua;proyecto contra el que luchó y no realizó porlos motivos que se indican.

El 15 de Setiembre anuncia que irá á ha-cer el retrato ecuestre del duque de Lerma,y añade: «Después de locual iré á Francia,sí perseverase en su idea mi soberano y raa-

dama serenísima; como me indicaron antesde mi viaje, aunque luego nada se ha ha -blado de ello.—15 Setiembre, 1603.»

Parece cierto que Rubens se expresabasí para recordar la idea, y, por lo menos,

ponerla á discusión. En realidad es de creerque Rubens no tenia gran empeño de ir á lacorte de SS. MM. CC. para cumplir el en -cargo que le diese el duque, que no senaotro más que conocer nuevos países y hacerretratos para la galería de bellezas; en lo quese creia herido en su dignidad, según sedesprende de esta carta que de él se ha ha-llado, fechada en España...

«Ilustrísimo y respetado señor:

«He creido entender en la última cartade V. S. 1., que S. A. S. insiste en que yovaya á Francia, según me indicó antes dett|i salida de^sa . Permítaseme decir lo quepienso sobre mi actitud para-este viaje. Si"o tiene el duque más razón para que yo lohaga, según creo, que los retratos, me sor-prende lo poco que le urge mi regreso, áJuzgar por las cartas de Iberti, y más aúncuando en la de V. S. de 1." de Octubre esteasunto no era un negocio capital, y también

porque mil consecuencias inevitables eranel habitual resultado de semejantes órdenes.Sírvenme de ejemplo mis permanencias enEspaña y Roma: en una y otra parte se hanconvertido en meses las semanas que se ha-bian creido necesarias. El Sr. Ibertí sabe lasnecesidades inevitables que le han obligadoá él y á-mí ad jus usurpandum sin orden.Crea vuestra señoría que los franceses noceden en curiosidad ni é los unos ni á losotros, sobre todo teniendo un rey y unareina que no son ajenos al gusto de las be-llaa artes, como lo demuestran las grandesobras interrumpidas en estos momentosinopia, operarum. Tengo sobre el asuntonoticias particulares que me enseñan las di-ligenciaB que se practican en Flandes, enFlorencia, en el Piamonte y en Saboya (in-dudablemente a causa de malos informes)para hallar hombres. Estas cosas (que yodigo a S. S. impetrando su indulgencia) nolas mencionaria si ya yo no hubiese elegidopor dueño y maestro al señor duque, que mena concedido el favor de teñera Mantua porpatria adoptiva. El pretexto, aunque bajo,de los retratos que hay que hacer, me bastapara aspirar a trabajos más importantes, áno ser que visto el género de la comisión,

yo no me pueda imaginar que el duque lenaya elegido como más á proposito para dar-me á conocer SS. MM., adquiriendo de estemodo perfecta idea de lo que soy yo. A míme parece que seria más ventajoso, por eltiempo y dinero que economizaría, mandar-los hacer por Mr. de la Brosse, ó al señorCario Rossi,á cualquier pintor acostumbradoy práctico de esta corte, que hubiese hechomucho, evitando de este modo que yo pierdael tiempo, haga viajes, gastos, é invierta sa-larios en obras bajas á mi sentir, y vulgarespara todos. A pesar de todo, me ofrezcocomo buen servidor á cumplir inmediata-mente la decisión de mi señor á la más l i -gera orden que de él reciba. Le ruego, sinembargo, que se sirva de mí en la corte ófuera de ella para empresas propias de mitalento, y á propósito para continuar las quetiene ya comenzadas. Esta gracia estoy se-guro de obtenerla desde el momento en^ue V. S. sea mi intercesor para con el du-^ue mi señor, y en fe de lo que beso sumano con humilde respeto. De Vallado-!'d, 1603.—De vuestra señoría muy ilustrí-sima el muy humilde servidor, Pedro PabloBubens.—Al ilustrfsimo señor mi muy res-petado patrón el Sr. Annibal Chieppio.»

Esta notable carta no Liene fecha: pero enatención á ciertos detalles parece escrita enfin de Noviembre. ¿Qué contestaría el duquede Mantua? No se sabe.

Rubens volvía de España á Mantua en loaprimeros meses del año 1604.

Hasta aquí cuanto nos ha reveladoMr. Ar-mand Baschet en sus curiosas investigacio-nes hechas en el archivo de la antigua cortede Mantua, relativas ú la primera vez queRubens pisó el suelo de España. PeroMr. Baschet no pudo hallar en aquel archi-vo secreto dato alguno sobre la historiade los cuadros que Rubens pintó en Espa-ña, porque lo poco que sobreesté particularsaberse ha podido por mí hasta este mo-mento, lo he hallado en el no menos curiosoarchivo del Palacio Real de Madrid. Bienpoco ea, por cierto, pero ello da algunanueva noticia.

En el año de 1621 se hace un inventarioenValladolid pormuertedeCañamares, guar-dj f e d l D F l i III

p , gda-joyas que fue del rey D. Felipe III, paraque por él se incautara Gerónimo de Ángulode cuanto habia estado á cargo del finado.Di i i

p , pnimo de Ángulo

anto ia e o á c d l fidDice este inventario:

«Pinturas, mesas de jaspe, bufetes y otras

cosas que hay en este alcázar, casa real yjardines (prescindimos de las faltas de or-tografía del original) que S. M. tiene enla ciudad de Valladoíid, camino de NuestraSeñora del Prado, que llaman La Ribera, yestán a cargo de Gerónimo Ángulo, caseroV jardinero de la dicha casa y jardines.—En la galería baja.—Un retratro del duquede Lerma, á caballo, de cuatro varas dealto, guarnecido con marco de pino dado deoro y negro: es original de Pedro Rubens.—Un retrato del duque de Mantua, de varaV cuarto de largo, guarnecido de pino dora-do, todo de mano de Rubens.—Recibí, yoGerónimo de Ángulo, casero del alcázar,real casa y jardines que S. M. tiene en laciudad de Valladoíid, y camino de NuestraSeñora del Prado, que llaman La Ribera,del Sr. Hernando de Espejo, comisionado°e Cañamares, guarda-joyas que fue del reynuestro señor, todas las pinturas, retra-tos, etc., etc.; por cuanto todo lo susodichoestá á mi cargo en el dicho alcázar, casarei>l y Ribera, para el servicio de S. M., y

r verdnd lo firmo en Madrid á 6 del mesOctubre de 1621 años.—Gerónimo de

Ángulo.»

Era, pues, el retrato del Duque de Ler-ma de cuatro varas de alto, y pertenecíaá S . M. el rey D.Felipe IV, y no ala fami-liar del retratado, sin que pueda asegurarsesi fue secuestrado después de la caída delfavorito en 1618 por la corte de Felipe Hl,6 si fue donación hecha al rey por BU vali-do. Ello es que el retrato continuó en laCasa de la Ribera hasta el año de 1635, enque, según consta en otro inventario de estafecha hecho en Valladolid, allí estaba toda-vía, pues se lee lo siguiente:—«Galeríabaja.—Un retrato del duque de Lerma, ácaballo, de cuatro varas de alto, guarnecidocon marco de pino, dado de oro y negro,original de Rubens.» Este año de 1635 ,muertos ya los rencores, y olvidada hasta lamemoria de las cosas del período de favori-tismo del cardenal duque de Lerma, vuelveel retrato á poder de la familia del retrata-do, según lo demuestra la nota marginalpuesta en el citado inventario, al lado delregistro de este cuadro, cuyo tenor es así:«Este retrato se entrego á Juan de la Olallacon orden de la señora duquesa de Lermaque hoy es, en que dice como S. M. hizomerced de él al señor almirante.» ¿Guardaráaun la familia este curiosísimo é importante

retrato? No lo liemos podido averiguar, por-

3«e sólo hemos oido aecír que á principiosel presente siglo aún se conservaba en el

palacio que en la villa de Denia tienen losmarqueses de este titulo, sucesores del deLema .

No sólo poseia el hijo de Felipe III esteoriginal de Rubens, que debió ser propie-dad del de Lerma, sino que también guar-daba en su palacio algunos de los que R u -bens pintó en Madrid. En el inventario he-cho en 1636 de las pinturas del alcázar deMadrid, se lee:—-«Pieza de las bóvedas conventana al jardín de Levante.—Dos retratosdel duque y duquesa de Mantua, con le-chuguillas, vestida de negro, y él armado,con molduras, originales de Rubens.»

Aquí aparece un retrato nuevo del quenada dicen las cartas de Rubens, cual es elde la duquesa, y se sospecha además poreste dato que el retrato que Rubens traíadel duque le representaba armado: puede8 e r . no obstante, que estos dos retratos*uesen de otros duques posteriores.

Al registrar, por muerte de Carlos II,loa cuadros y demás efectos de la Torre del a Parada, en el año de 1700, pusierone n aquel inventario la siguiente partida:—

"Pieza segunda.—Dos pinturas iguales,angostas, la una de Uerácüto y la otra deDemócrito, de mano de Rubens, tasados enciento cincuenta doblones (2.250 pesetas):conducidas al Pardo.» La falta de inventa-rios de este sitio real, hace que, hasta casiun siglo después de pintados estos cuadros,no haya de ellos noticia segura. A los pocosaños de este inventario se hace un arregloy nueva distribución de cuadros en los realessitios, y toca a estos cambiar de lugar. Se-gún consta en una «Memoria de las pinturasque se sacaron de la Torre de la Parada

.para el real sitio del Pardo en 7 de Juliode 171 4, de orden del señor conde de Mon~temar, y se entregan al señor marqués deBalus», figuran colocadas en la «Piezasegunda, o y señaladas con el iinúm. 1 3 ,un Demócrito entero llorando» y anúm. i 4un Heráclito entero riyendo.» Eran, pues,estas dos figuras enteras y de tamaño natural.

Dejando para cuando sea ocasión de tra-tar de las obras perdidas de Rubens, do quese conserva noticia que hiciera en Españaó para España, basta ahora saber que laspinturas que Rubens hizo en su primera re-sidencia en España, fueron grandementeapreciadas en la corte.