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VÍCTOR DELGADO Ñandekuéra

V D Ñandekuéra · 2014-10-14 · gratitud –y permanente recuerdo– a Rafael Gigli con quien discutí ... Para decir palabras ciertas, siempre fue de la tierra, ... Y al tercer

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Víctor DelgaDo

Ñandekuéra

Víctor DelgaDo

Ñandekuéra

ÑanDekuéra: Expresión guaranítica que puede traducirse al español como “todos nosotros”.

Diseño de tapa y puesta en página:Beatriz Sá[email protected]

Ilustraciones de cubierta:La imagen en colores de campesinos con garrotes corresponde al archivo del diario Última hora (Paraguay). La restante es del autor.

Delgado, Víctor Ñandekuera / todos nosotros. - 1a ed. - Buenos Aires : Agora, 2012. 320 p. ; 21x14 cm.

ISBN 978-950-9553-55-2

1. Conflictos Sociales. 2. Historia del Paraguay. I. Título. CDD 305.563 309 89

Fecha de catalogación: 15/05/2012

Víctor [email protected]

Primera edición: Editorial AgoraJusto Antonio Suárez 6796, Piso 1, Depto. 10, Ciudad Autónoma de Buenos Aires

Impreso en la ArgentinaQueda hecho el depósito que indica la Ley 11.723

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de re-producción, distribución, comunicación pública y transformación de la obra sin contar con autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La in-fracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual.

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Prefacio

La presencia de masas campesinas que, en pleno siglo XXI, aco-meten luchas para conquistar la tierra es un dato de la realidad en cuya relevancia reparan pocos estudiosos y especialistas del presen-te latinoamericano.

En América del Sur son los campesinos paraguayos, más sumer-gidos y explotados, quienes encarnan una de las experiencias más apasionantes y esperanzadoras de la región, por sus métodos contun-dentes en la lucha popular, la conquista efectiva del suelo y sus con-ciencias preñadas de propósitos emancipadores y antiimperialistas.

Este libro intenta describirlos a través de sus historias particula-res, según los mismos protagonistas las perciben y cuentan. Adrede no se trata de una narración impersonal y aún menos de una ela-boración en tono académico. He intentado reproducir con la ma-yor fidelidad sus formas orales. Testimonios y relatos podrán leerse como narraciones independientes unas de otras, aunque integran indivisibles el “hilo sutil de la memoria” que entrama toda verdade-ra historia popular, narrada por sus hacedores.

Escogí esta forma porque la creí justa. Por el valor que tienen sus propias voces; convencido de su derecho a sostenerlas en el tiempo, y del nuestro a conocerlas de primera mano.

De mi parte, puedo dividir la elaboración de estas páginas en dos momentos personales: uno, de gran regocijo mientras procu-ré información en repetidas incursiones por el campo paraguayo. Y otro, más complicado, de la escritura; empeñado en sortear el abismo entre las transcripciones literarias y la riqueza –quizás in-transferible– de un universo desbordante, intenso, siempre difícil de poner en letras.

En cualquier caso, el resultado no puede contemplarse como el producto de un autor solitario y distante de los acontecimientos na-

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rrados. Desde el vamos sentí la compañía de los actores principales de esta historia. Con ellos comparto la autoría.

Resta el agradecimiento a quienes, machete en mano, tantas ve-ces abrieron senderos en el monte para que pudiera llegar a destino. A quienes me brindaron su hospitalidad y en cuyas casas hice no-che. A sus esfuerzos por sortear mis dificultades idiomáticas frente a una población cuya lengua es casi exclusivamente el guaraní. Tuve innumerables, pacientes y solícitos traductores. Algunos se presen-taron espontáneos, otros fueron responsables asignados para esa función, con un sinnumero de recomendaciones, por directivos de la Federación Nacional Campesina o por el propio Eris Cabrera, entonces secretario del Movimiento Popular Revolucionario Pa-raguay Pyahurâ. Ambas organizaciones, a lo largo de estos años, franquearon sus estructuras con inusitada confianza y generosidad para que cumpliera mi trabajo con entera libertad. Vale extender mi gratitud –y permanente recuerdo– a Rafael Gigli con quien discutí y compartí las características y particularidades políticas y económi-cas de la lucha agraria paraguaya, lector atento desde los primeros borradores hasta el presente texto.

Donde se habladel pasado y también

comienza esta historia

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Velorio

“Mientras que te queden puños” Miguel Hernández

José Jesús Flecha rió pocas veces. Y está más serio que nunca en el lecho de muerte. Desobligado de padecimientos, esa llamarada de hombre ahora es rigidez echada y puro silencio. Lidia Saya le llora con ojos secos. Aquel marido quieto ya no es de este mundo, una vez sembrado a la tierra pertenecerá. Para decir palabras ciertas, siempre fue de la tierra, donde penó pesares de labriego, pesares que se repiten todo el tiempo, eso es historia vieja.

El sol de marzo revienta en la explanada de tierra. Un soplo de casuarinas arpegia el aire en el korapy1 del difunto. En un círculo de sillas ya se acomodan los dolientes. Habrá velorio en las afueras del gran Caaguazú, donde los muer-tos se velan sin mortaja, vestidos con sus mejores prendas. Bien modestas son las de José Jesús, que no es muerto de fortuna. Sin mayores aderezos, endomingado y tieso, está en la caja. No parece hombre vencido, como si la muerte no le fuera un asunto propio. Sin causarle grandes estropicios le entró como al descuido en el cuerpo enjuto, curtido por otras instancias igualmente incómodas. Está bien sabido, la vida de un labriego nunca es cosa simple. Será entonces que la muerte quiso respetar su dignidad de labrador entero. Y aún volteado se lo barrunta altivo, sujetando un orgullo de difun-to redivivo en las acciones pretéritas de las Ligas.

–¡Mbogueha Dios!,2 recibe bien a este difunto –suplica

1 Patio.2 Dios apagador.

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una rezadora con la mirada puesta en el techo, sobando cuentas de un rosario. En balde son los rezos que le organizan y el café capitán3 que allí se toma. José Jesús Flecha, sin credo ni dios, ha muerto bien. Donde sea que vaya no lleva cuentas pendientes y a ningún vivo ha de molestar una vez sepultado. En paz está. Y deja mejor cosecha encima de la tierra. Una hilada buena de hombres y mujeres. Que los hijos son gente tan respetable como alzada. Así los plantó él, para conquistar la tierra necesaria. Y por ese norte andan unidos en la grupa del Paraguay más verde, misterioso y también violento.

Y al tercer día levantarán un altar para el novenario. Vestida la mesa con una sábana blanca, dispuestos los nueve escalones, alineada la cinta negra a la izquierda, ardientes las 18 velas, una a cada extremo de los peldaños. Y así trans-currirán nueve jornadas de rezos. Al noveno día, de mañana, ofrecerán a parientes y amistades asado a la estaca y por la tarde chipa y tortas, dando por concluidos los recordatorios. Un rezo por cada escalón, nueve plegarias y los oficios santos se acaban. Y al medio año volverán a rezar novenas para que ese hombre belicoso y campesino no tenga modo de penar en ánima sobre la tierra. La usanza manda y así se ordena. Pero José Jesús, es de los que nunca habrían querido des-cansar en paz sino en lucha; y renacer cada mañana en la enjundia de Eladio, en los silencios de piedra de Mariano, en la mirada clara de Luciano, en la guerra sin alarde de Doralina o en la insumisión gallarda de Florencia. Campe-sinos revolucionarios y gente de por aquí. Sin tiempo para mayores llantos. Que es marzo y en Paraguay cada marzo un grito de esperanza hace temblar la tierra.

Caaguazú,1999

3 Café con un poco de caña paraguaya.

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Donde se habla del pasado y también comienza esta historia

eladio Flecha narra cómo su padre, un día, se incorporó a las ligas agrarias

Los Flecha somos gente de Tacuaty de Cordillera. Mis abuelos, mi padre y sus hermanos integraban una familia de 14 miembros, con 70 hectáreas de tierra. Campesinos de trabajar su parcela que venían de mucha pelea. Su sangre quedó en los campos de batalla en 1865, en 1930 y también en la revolución de los pyinandi en 1947.

Mi papá por tradición familiar fue liberal, aunque sin una idea social o política definida. Más bien tenía una concepción campe-sinista. Pero cuando la guerra civil del 47, la familia Flecha resultó masacrada. Mi padre, como una forma de responder, se sumó a un comité de defensa de la comunidad. Y ahí tomó las armas y comen-zó una lucha de dos años, guardiando en defensa de su comunidad. Después, cuando el Partido Colorado se constituyó en el poder, resultaron perseguidos. Mi padre se aproblemó demasiado con el cau-dillo político de Tacuaty y tuvo que meterse en el monte. En 1951 se afincó en el departamento Caaguazú, zona de Coronel Oviedo, cuando todavía era una gran selva. Y logró 14 hectáreas de su entera propiedad, donde crecimos sus hijos.

Con mi papá, siempre hemos hablado de la necesidad de que uno pueda defenderse con armas para dejar de ser sometido. Aun-que no tenía mucho conocimiento político, mínimamente entendía la realidad. Suficiente para ser crítico de los terratenientes, de la Iglesia, de los caudillos… En un comienzo él tuvo su odio con el Partido Colorado, que era el que estaba en el poder. Esa era su mentalidad de entonces. Después ya comprendió que el problema no era aquel. Que por encima de los caudillos siempre había fuerzas extrañas, poderosas. Gringos, decía él. Eso estaba viendo cuando en el 65 ingresó a las Ligas Agrarias. Nosotros, que desde pequeñitos trabajábamos a su lado, éramos pendejos cuando un día le vimos sumarse a aquellas reuniones. El nos hablaba de la necesidad de la

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organización campesina. ¿Y para qué?, le preguntábamos. Tenemos que emanciparnos, repetía. Y nos decía que, algún día, también no-sotros debíamos tener nuestra propia tierra, que 14 hectáreas ya no servirían para alimentar a toda nuestra familia.

mariano Flecha, hermano mayor de eladio, habla de su padre y de cómo se acercó él a las

ligas, en un principio, sin entender nada

Cuando mi padre tuvo demasiados problemas por la revolución del 47 y penetró en el monte totalmente aislado, solo con un grupo de parientes, yo tenía 2 o 3 años. Me quedé con mi madre en nuestro pueblo de Cordillera. Un día, regresó a escondidas y nos llevó con él para el lado de Coronel Oviedo. En 1957 fuimos a Caaguazú.

Mi papá era totalmente campesino y cuando se planteó la orga-nización de las Ligas Agrarias no dudó, se hizo miembro. En el 66, cuando con mis 18 cumplidos, regresé del cuartel con el alta de la conscripción, él me estuvo esperando con un puñal y un revólver. En el campo se acostumbra obsequiar así al hijo que acababa de ha-cerse hombre. Y ya me convidó para integrar la organización campe-sina. En un principio no entendía nada porque era una discusión que nunca había escuchado. Entonces me era incómodo participar en las reuniones. De a poco empecé a entender aquello de pelear por una sociedad más justa; la diferencia entre pobres y ricos, y cómo una pequeña cantidad de paraguayos manejaban la política y la economía para sus intereses. Y empiezo a interesarme porque ya vi que era ne-cesario cambiar esa situación injusta. En la escuela había hecho hasta el primer curso, pero de casi nada me sirvió. Lo que sé lo aprendí en las reuniones, en el debate, con mis compañeros. Allí formé mi con-ciencia de clase y ya vi que no había otro remedio que enfrentar al dictador Stroessner, a pesar del miedo que tanto metía en el campo.

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Donde se habla del pasado y también comienza esta historia

aquí mariano, que ya era un actiVista de las ligas, recuerda cuando se aprobleman con

los curas y comienza la represión

Aquellas reuniones eran clandestinas, otras públicas, con com-pañeros guardiando el lugar. Porque en casi todas las comunidades ya había pyrague [soplón] que perseguían e informaban al régimen sobre los activistas campesinos. Entonces había que tener organi-zación y picardía para eludirlos. Para ese tiempo, en Caaguazú, ya había dos locales de nuestra organización montados con el aporte de los compañeros. Pero en un proceso de dos o tres años empezó a actuar la policía con mayor violencia: persecución, apresamientos, garroteadas… Y estábamos en eso cuando quinientos compañeros ocupan la iglesia de Caaguazú. Aquello que surgió como un pro-blema de orden municipal, un conflicto con el intendente, en el que la Iglesia no tenía demasiado que ver, encubría otra puja de los campesinos con los curas. Porque lo de las Ligas empezó casi con la hegemonía de ellos. Hasta que en un momento, los compañeros comienzan a querer la autonomía para su organización campesina. Y ahí comienzan los roces con los pa’i [sacerdotes]. Entonces, en aquella toma de la iglesia repercutió bastante este debate interno. Una semana de ocupación, comiendo hostias a lo santo, hasta que nos salimos. Como resultado de semejante accionamiento, hubo doce compañeros presos en la Delegación de Coronel Oviedo. Y ahí empezó a plantearse una ocupación más seria. Había una es-cuela agrícola, de los curas también, dentro de un latifundio cerca de Coronel Oviedo, en Carlos Fannel. Entonces se tomó aquella escuela para conseguir la liberación de los detenidos. Fue en 1970 o 71. Los stronistas* movilizaron su gente para meternos miedo y enemistarnos con un sector del pueblo católico. Llevábamos una

*Stronista:expresiónquerefierealrégimendeStroessner.

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semana de ocupación cuando nos convocó un comisario de Coro-nel Oviedo para llegar a un entendimiento. Y se logró la liberación de los detenidos pero, a cambio, no se nos concedió libertad para organizarnos. “En este territorio se acabaron las garantías para ha-cer reuniones de campesinos, a no ser con aviso previo y siempre en presencia de un agente nuestro”, dijo el comisario. Y aquella actitud represiva ya nos hizo pensar un poco diferente. Los curas no podían ser los enemigos principales. Algunos vimos que no había razón para debilitarnos en esa pelea frente a la dictadura, pero tampoco podíamos supeditar nuestras acciones a la voluntad del clero. Aun ni de su sector más combativo, porque ellos no estaban dispuestos a ir a fondo. En respuesta, creció nuestro clandestinismo.

boniFacio ÁValos, que entonces era un mita’i, y mÁs tarde se emparentó con los Flecha,

también rememora aquellos episodios

Las Ligas, claro, tienen su importancia recordarlas porque fueron el semillero, el inicio de este proceso que protagoniza hoy la FNC*. Entonces yo era un niño que me encontraba rindiendo mi examen final de cuarto grado, cuando los campesinos ocuparon la iglesia de Caaguazú. El papá de Mariano, mis padres, el Mariano mismo…, es-taban en esa acción. La iglesia pronto estuvo rodeada por los policías garroteros. Dentro, nuestra gente resistiendo. Y el pueblo, que los ha-bía estado respaldando y proveyendo de alimentos, se agolpaba afuera. Llegaban con sus carretas repletas de mandioca. Mataban sus anima-les y los ofrecían para alimentar a los luchadores; todos entregaban alegres sus pocas riquezas, ahí mismo, en el portal donde ya no había ni rastros de misa. O sea que fue una lucha muy popular. Que “Ca-

* FederaciónNacionalCampesina.

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Donde se habla del pasado y también comienza esta historia

aguazú se ha quedado sin Cristo”, repetían algunas mujeres, que “qué barbaridad que ya no hay más pecados”…, y no sé qué más. Entonces hubo una reacción de las autoridades de la dictadura muy fuerte.

El objetivo específico yo ya no me acuerdo. ¿Por qué se llegó a ocupar la iglesia?, eso sí que no sé. Pero fue el inicio de las primeras acciones del campesinado como organización, después de mucho silencio dictatorial. Y dos o tres días después ya estuvo acorralada la gente. Le rodearon los policías y los reaccionarios del pueblo. En-tonces ya no permitieron el ingreso de alimentos ni agua. Adentro había niños y muchas mujeres ¡Vaya, qué coraje el de estos cristos! Querían atraparlos como a ratas y que abandonaran la iglesia apre-tados por la sed y el hambre.

Yo apenas era un mitâ michî [chicuelo] que llevaba y traía cosas con mi hermana Gumersinda, pensando siempre que tenía que ha-cer mi examen de cuarto. Y aquel día salí corriendo de la iglesia, llegué a casa, me vestí rápido, agarré mi cuaderno y corrí 2.000 metros hasta la escuela. Rendíamos por turno: un turno las mujeres, otro los varones. Como les tocó rendir primero a ellas, la maestra me aceptó que llegara tarde pero me acusó de comunista porque estaba ocupando la iglesia. Yo hasta sentí mi orgullo, no sabía qué era aquello pero comunista me sonó a palabra grande; “ha de ser, entonces, que yo ando haciendo cosas de grandes nomás”, pensé. Al día siguiente fui más contento a la iglesia tomada, pero la repre-sión era mucho más fuerte. Había un gran cordón de seguridad aco-rralando a los ocupantes. Me quedé del lado de afuera, observando eso, con mi hermana Gumersinda que estaba muy embarazada, y su esposo allí dentro con los luchadores. Ella me cogió de una mano, buscamos entrar y ahí, con sus cachiporras, los policías nos garro-tearon a los dos. Había muchos de mis amigos en la calle, mirando. ¡Y cientos de gente apostada gritando en contra! Me fui, recuerdo, humillado por los garrotes y por la burla de mis compañeros que reían. Eso recuerdo yo, nomás. Es el Mariano quien se recuerda

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mejor de todo ese tema de la reivindicación. Yo creo que la ocupa-ción de la iglesia se dio porque, en esa época, ésta formaba parte del frente de lucha antidictatorial e impulsaba la organización de las Ligas Agrarias. Participaba en la capacitación de los dirigentes cam-pesinos. Entonces, más se ocupó como una forma de resguardarse y llamar la atención desde allí. Pero no todos los curas y sus santos estaban en la misma y hubo reacción. Bueno, después se ocupó el Colegio de Coronel Oviedo, eso fue mucho más fuerte todavía. Fueron acciones demasiado importantes, pero ese proceso de acu-mulación de la lucha campesina se cortó en 1976.

Mi padre no era un hombre de ideas. Era un agricultor abandonado por el Estado, sin crédito, sin asistencia técnica. Entonces pasó a formar parte de la organización como una forma de presionar al gobierno.

donde eladio dice que siendo un niÑose conVirtió en correo de las ligas agrarias

¿No sabías que yo masco tabaco? Sí, sí…, así es. Me enseñó mi padre. “Voy a enseñarte –me dijo– porque si no cuando yo sea viejo quién me va a comprar tabaco”. Entonces empecé a mascar con él. Y como vicio se aprende rápido pero no oficio…, ¡se me pegó su enseñanza! Y por mi padre, también, desde los quince que voy estando en la lucha, cuando me convertí en correo de las Ligas Agrarias. Sí, cuando había movilizaciones y la orden era ocupar una institución pública, yo era…, bueno, a lo mejor eso en términos políticos es otra cosa, no sé, le decían “correo”. Era el contacto de los que estaban dentro de la ocupación con los que permanecían afuera. Iba de un lado a otro poniendo mi mejor cara de bobo, mezclándome, escurriéndome entre los polis. Un chico zonzo que va y viene. Eso semejaba ser, pero ya andaba yo cumpliendo con mi deber militante. Y ya tenía mis 17 años cuando ocurrió aquella

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ocupación de la iglesia. Caí preso 4 horas. Y la policía me anduvo explicando que a mi edad era poco conveniente que me juntara con los que estaban ahí dentro, que eran comunistas, que tenían armas y preocupaciones que yo, un chico tan joven, no podía compartir. Que era una verdadera pena y hasta peligroso que me metiera en eso. Un peligro para mí y hasta para mi familia quien, por mi culpa, se iba a liar con la autoridad… Durante 4 horas me estuvieron sermonean-do, sin darme respiro. Luego me dijeron, “bueno, andate para tu casa y no vuelvas nunca más allí”. Entonces me salí con susto de la policía y prontito nomás informé a los compañeros que me dijeron: “no, es mentira. No te van a prender”. Y yo les hice caso y seguí asistiéndolos en su lucha que me parecía de lo más importante.

Después, en el 76, ya era más mayor cuando nuevamente actué como correo entre los compañeros que estaban en la cárcel con Mariano y los que quedaron afuera. Un año llevando y trayendo noticias. Así nomás fui acumulando experiencia dentro de la lucha. Era un activista. No era marxista. Activista nomás era…, quizá vo-luntarista. Bueno, muchas otras cosas era, tal vez más malas que buenas, ahora mismo lo pienso. Pero, hacía el intento. Hasta que comencé a leer el marxismo, porque yo siempre tuve dentro de mí que el problema era de clase y que la posición de un luchador debe ser de clase. Entonces llegué al marxismo cuando, en eso de ser contacto con los de adentro y de afuera, un compañero me pasó un librito así de chiquitito que hablaba de tales asuntos. Empecé a leer, leer y me interesó. Luego leía cualquier cosa que hablara de marxismo hasta que me enteré, con mi corta experiencia, que había marxólogos puro charlatanerías, que escribían libros que eran total-mente al revés. O sea revisionistas. Luego leí algo a Lenin y a partir de ahí me fui consolidando ideológicamente. Pero el Mariano entró en política más antes. Yo ya soy un resultado de las conversaciones que tuve con él, que en el 76 ya era un dirigente nacional de las Li-gas Agrarias. Sin partido, eso sí. Activista y voluntarioso, en actitud

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de combate. Mariano es 4 años más viejo que yo. Entonces cuando yo tenía 15 el Mariano19. Y le seguí en su lucha. Pero antes de eso ya nos habían tildado de comunistas.

eladio describe cómo los Flecha, con sus modos de trabajar la tierra,

conFundieron bastante al comisario calderini

Cuando jóvenes trabajábamos juntos la tierra: hermano y her-mana. Y había también una administración conjunta. Así era la práctica nuestra. Y con ella influimos dentro de la comunidad. Ya empezamos a trabajar diez o quince jóvenes, a la par. Allí y acá. Mudándonos de un lugar para otro. Ya en una chacra, luego en otra y así… siempre comunitariamente. Mientras eso acontecía, había un comisario general en Caaguazú, un tal Calderini, que un día nos mandó una nota ordenando dejáramos de trabajar en minga [trabajo grupal, solidario].

Se apersonó el comisario de campaña, un tal Villalba, en nombre de aquel señor comisario general, a traer la notificación. Y ya empezó a fastidiarnos con su discurso de pyrague tonto. “¿Y por qué el señor comisario dice que no se puede?”, quisimos saber. “Porque se pare-ce demasiado a los comunistas”, contestó el muy bruto. “Pero si la minga está de más antes que nosotros y que los comunistas también”, le hemos anoticiado nosotros. ¡Y no! Porfió no queriendo ver que la minga es modalidad bien antigua en el Paraguay. Así como trabajar colectivamente la tierra tampoco es ajeno al pueblo guaraní, que en un tiempo ya remoto hasta supo practicar una suerte de comunismo primitivo. Aunque eso sabemos recién ahora. Antes no sabíamos. Desconocíamos, nosotros, todo eso. Hacíamos nomás, sin saber de aquel pasado. Pero el comisario de Caaguazú no es que entendiera historia o dejara de entender. Para él, simplemente era una práctica

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peligrosa por diferente. Entonces quería meternos preso. Y ahí mis-mo le mandamos a decir que nadie iba a atajarnos ya. Que la volun-tad nuestra era trabajar así. Que nada de malo había en ello. Además le aclaramos: no entendemos nada de comunismo, nosotros. Ni idea qué cosa es y ni modo de saberlo. Pero si comunismo es buscar salida a una necesidad, a lo mejor entonces es muy bueno y no es tan malo como dicen. Y el Villalba se hinchó más y le fue con todo el cuento al señor comisario. Pronto levantaron rumores en el sector sobre las costumbres que andaba propagandizando la familia Flecha. Y tres compañeros de los quince que estuvimos en un principio se asusta-ron demasiado y se marcharon del grupo. Pero después empezaron a sumarse otros hasta ser un núcleo grande de compañeros resistiendo la voluntad del aquel comisario. Cada uno tenía su tierra pero las kopidas*, o una siembra, las hacíamos colectivamente. Era más con-veniente. A lo mejor en tres horas terminábamos una tarea que de ha-cerla uno solo tardaba días. Esa cuenta llevábamos nosotros, nomás. Luego, si aquello era comunismo no sabíamos. Teníamos necesidades y las resolvíamos ayudándonos. A lo mejor era un pensamiento un poco cristiano. Pero discutíamos algo más que trabajo. Durante el descanso hablábamos del comportamiento de los jóvenes, de nuestro futuro en la sociedad paraguaya, de nuestros destinos tan controlados por la dictadura. Luego, cuando íbamos a una fiesta, por ejemplo, nos cuidábamos los unos a los otros. Aquella forma de trabajo sirvió para compartir muchas cosas. Eso a nosotros nos gustaba ¡y había sido que estaba prohibido! Y también estaba prohibido hablar. Cuando uno iba a tener una reunión entre tres o cuatro personas ya había que salir a pedir permiso al señor comisario. Nosotros, ¡ni caso! Hasta que el Mariano se aproblemó con la policía.

*Kopidas:porkopi,desmalezarconmacheteofoiza,diferentedeka’api(car-pir)conazada.

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relato de eladio. de cuando el mariano se aproblema con la policía y de cuÁnto costó

en la Vecindad superar la imagen de comunistas comiendo carne humana

Aquel día en que mi hermano cayó preso, estábamos recolectan-do algodón con 15 compañeros. Y de regreso a casa veníamos en carreta cuando el Mariano bajó por el camino a comprar cigarrillos. Y nosotros llegamos a casa más antes que él. Estaba la policía de civil en el patio. Ahí un señor gritó: “¡Quién de ustedes es Mariano Flecha!”. “No, él no está acá, está viniendo de por allí”, señalamos. El policía se fue junto a él. “¿Vos sos?”, preguntó nuevamente a los gritos. “Sí soy”, se asinceró Mariano. “Bueno, estás detenido”, orde-nó el agente. Ahí, en el camino, había un camión lleno de policías que empezaron a bajar, eran treinta o más de treinta. Y nos pusie-ron boca abajo contra la tierra. “¡Que nadie se mueva!…, ¡sentate en esa silla!…”, a los gritos obligaron a mi padre a permanecer sentado en el patio, al sol. Tres policías le apuntaron con metralleta y le dicen: “Si te movés te morís”. Pero a él no le asustaba nada de eso. Comenzaron a requisar. Teníamos un depósito lleno de pro-ductos. Con ellos hicieron una mezcla: maní, porotos, algodón…, todo mezclaron arruinando nuestras cosechas. “¡Qué buscan!”, pre-gunto molesto mi padre, viendo el daño. “No se meta. Su hijo tiene armas”, gritó el oficial. “Nosotros ni escopeta tenemos”, replicó mi padre. Mi viejo tenía la plata de la última cosecha de algodón en la almohada y encontraron eso. “¡Seguro que te vino de Cuba!”, con-sideraron ellos. “De dónde sacan semejante cosa…”, atinó mi pa-dre. “Je, jekora’e, ndaje” [se dice, corre el rumor], murmuró un milico vejiga seca… Y por lo menos una hora estuvieron así, revisando la casa, los alrededores; ofendiendo a nuestra familia con advertencias sucias. No hallaron nada. Finalmente dijeron: “Vamos a llevar a tu hijo un momento al destacamento policial, a la tarde lo regresamos

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con vos”. Y se llevaron al Mariano. Todos quedamos un poco asus-tados y los vecinos mirando de lejos. Qué es lo que pasa ahí, decían, pero ninguno se arrimaba. Y ya salieron murmuraciones, incluso los policías decían que por comunista le llevaban, nomás. A persona que encontraban por la calle, le señalaban al Mariano. “Es un comu-nista”, decían ellos. Y a la gente le entró miedo, no sabían ni por qué pero ya le miraban al Mariano como a un criminal. Aquella tarde no regresó, al otro día tampoco y ya dos de mis hermanas y yo marcha-mos a la policía a preguntar por él. No respondieron nada. Nos fui-mos a la delegación de gobierno de Coronel Oviedo a preguntar, y nada otra vez. Desaparecido. Volvimos a casa y empezamos a buscar abogado o algo así. Todos los abogados preguntaban a mi padre por qué tu hijo anda preso. “No sabemos, estaba trabajando y de allí le tomaron”, hemos aclarado nosotros. “Bueno… nadie se va a meter en eso. Si mató a diez o doce no va a haber problema, va a tener su defensa, pero si es que no se sabe es por cuestiones políticas”, nos dijeron. ¡Nadie se quiso meter! Y mamá decía que a lo mejor ya fue muerto. Vamos a hacerle un rezo…, todo eso. Yo le decía que no, como una forma de calmar su ánimo, le repetía: “A lo mejor Mariano salió de la policía y se fue a casa de algún amigo para esconderse y no le tomen nuevamente los policías, y por seguridad para nosotros ni nos comunica donde está”. Pero tampoco creía yo eso.

A los tres meses tuvimos noticias. Supimos que estaba en la comisaría tercera. Había sido que lo tomaron de casa y directo le llevaron al departamento de investigaciones en Asunción. El ya te-nía sospechas de que le iban apresar, entonces no guardó ningún documento, ninguna pista en casa. Esa vez, el único detenido en Caaguazú fue Mariano. Tenía 30 años, era el representante nacional de su fuerza y le salvó a todos sus compañeros, guardando silen-cio. ¡Mudo el Mariano!, sin derramar una frase estuvo veinte meses apresado. Y así como le llevaron, un día cualquiera le dijeron “bue-no, andate a tu casa”. Entonces el Mariano volvió. Lo más peor fue

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esa propaganda que hicieron, de que se lo habían llevado por co-munista. De los compañeros que llegaban todos los días a casa, en un principio nadie más llegó. Hasta los parientes se perdieron. Ni a preguntar venían. Al lado de casa estaba la canchita de fútbol, que era también un lugar de encuentro, de conversación… y nadie más vino a jugar a la pelota. Silencio total. Los más reaccionarios decían que a mí también pronto me irían a tomar. Querían que me salga de acá. Que me fuera a la Argentina, a Brasil. “No, si me quieren tomar que me tomen de acá”, les repliqué. Vino un tiempo de amedren-tamiento permanente. Tremendo fue eso. Mis hermanas iban a las fiestas y nadie quería bailar con ellas porque eran comunistas. O sea que nos aislaron de la sociedad. Y eso pudimos recuperar otra vez con la militancia, con la lucha diaria. Porque cuando volvió Maria-no, él procuró retomar su lucha y así pudimos volver a las reunio-nes y a ser lo que fuimos siempre. Costó que se le pasara a la gente esa imagen de comunistas comiendo carne humana. Si…, así fue. Y ya para ese tiempo estábamos estructurando una organización más importante. Después que el Mariano nos habló clarito. Nos explicó de aquellos asuntos en los que él andaba.

larga interVención de mariano. donde explica una discusión dentro de las ligas agrarias y su

incorporación a la opm*

En principio, la fusión de jóvenes católicos con los explotados del campo posibilitó las organizaciones representativas que encara-ron la lucha por reivindicaciones rurales y contra el hostigamiento del regimen stronista en el campo. Y, como ya he dicho, fue la iglesia el timonel. Así fueron, en su origen, las Ligas Agrarias. Y pron-

*OrganizaciónPolíticaMilitar.

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to algunos intelectuales de Asunción, contrarios a la dictadura de Stroessner, ejercieron también influencia sobre su accionar. Hoy creo que ellos contemplaban al campesinado como una fuerza en bruto a la que había que dirigir para derrocar la dictadura. Entonces intentaban trabajar políticamente dentro del sector. Y ya en los años 70, diferenciándose cada vez más de los curas, entre los dirigentes propiamente campesinos, creció una corriente que tenía otra posi-ción. Sostenía que la organización campesina debía ser autónoma de la Iglesia, de los partidos políticos y de los intelectuales. Debía ser, además, una organización de clase. Una corriente clasista. Pero casi la mayoría de los dirigentes de masas, en el campo, estábamos sin mucha capacidad política y con posiciones ideológicas poco claras. Entonces estuvimos lejos de imponer la voluntad nuestra y marchamos de arrastre. En el 72, en una reunión nacional que se realizó en Eusebio Ayala, se discutió ya muy duramente si las organizaciones campesinas debían ser confesional o aconfesional. Participaron muchos curas y monjas, también intelectuales y otros sectores que ahora no sabría decir a quién respondían. Yo aún era muy joven y poco entendía aquel debate. Tres días se discutió sin llegar a un acuerdo y hubo que redactar el documento con las dos posiciones. Pronto sin que se resuelva aquella diferencia, surgió con fuerza dentro de las Ligas una corriente más militarista promovida por algunos intelectuales desde Asunción. Sostenían que la única salida era tomar las armas y pelear. Y ya mismo se metió en el cam-po aquella intención de la lucha armada. Entonces, en el seno de las Ligas, ya hubo bastantes diferencias con los curas. Sobre todo por-que algunos, al radicalizarse las Ligas, se asustaron y otros muchos levantaron el caballo y hasta se pasaron a la reacción. Así es como, casi con prescindencia de ellos y del sector católico, van a aparecer dos corrientes, una enteramente militarista y otra que no descarta-ba la toma de las armas pero con el fortalecimiento previo de una organización de masas, ya que dentro del campesinado no había

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preparación política ni ideológica para tomar las armas. Entonces se abrió una disputa fuera y dentro de la FENALAC (Federación Nacional de Ligas Agrarias Cristianas) por la dirección del movi-miento. Por un lado, los curas que no querían perder su influencia sobre el campesinado; y por otro, una suma de dirigentes campesi-nos que acordábamos en obtener la autonomía de la Iglesia, aunque con bastantes discrepancias por la cuestión de las armas.

A un costado de la prédica clerical, se empezó a discutir la nece-sidad de dar un paso más en la lucha. Aquí en Caaguazú ya éramos un grupo más de izquierda que cristiano, pero sin una base teórica concreta. Veíamos que había una realidad que era injusta y que esa realidad había que cambiar, transformarla. ¡Pero nada de conocimien-to teórico! Mucha voluntad, mucho esfuerzo, eso sí. No había en nosotros una definición ideológica bien clara.

En eso andábamos cuando surgió un contacto con compatrio-tas más politizados, en la Argentina. Pero aquel relacionamiento internacional nos llevó a un camino de descuido de las masas. Y se fue dando toda una discusión al margen de ellas, con una concep-ción foquista. Mi dirigencia nacional dijo que ya estábamos dema-siado pollerudos con tanto cura revoloteando y que la cosa estaba como para meter bala nomás. Que la dictadura no se conmovía con sermones. Que esa vuelta había que ponerse los pantalones, contactarse con algo superior… Sin embargo eran opiniones muy al margen de la masa.

Tenía yo, en aquel tiempo, un prestigio dentro de las Ligas y fui designado junto con otros dirigentes regionales para viajar a Bue-nos Aires en busca de contactos. Fuimos, en el 73, con el propósito de viajar a Cuba vía Chile. Debía permanecer uno o dos meses en la Argentina y luego continuar viaje, pero cuando llegué a Buenos Aires, Allende fue derrocado en Chile y se frustró el viaje. Entonces quedé en la Argentina, conchabado de peón de albañil en un edi-ficio alto como en mi vida ví…; bueno, otra vuelta cuento aquello

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de trabajar sobre un andamio tan elevado y luego, esos asados que comí… y tanta gente caminando por la vereda…, todo eso que me tuvo muy sorprendido al salir del campo para meterme en una ciudad tan grande, verdad. Y allí me mantuve como obrero de la construcción sin alejarme de aquellos contactos políticos que me habían encomendado. Así, paraguayos con uruguayos tupamaros, estuvimos contactándonos un tiempo largo con integrantes del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo) y de Montoneros, pro-curando capacitarnos políticamente; pero las diferencias, al menos conmigo, fueron grandes. Aunque entonces no supiera explicarlo. Años después comprendí que había mucho foquismo en ellos y poca línea de masas. Pero entonces no supe distinguirlo bien. Traía mi mente calenturienta. Se estaba en una etapa política en que la única alternativa que se veía y que se tenía en cuenta era recurrir a las armas para enfrentar la dictadura, muy sin contemplar las opi-niones de las masas.

De regreso al Paraguay, nomás tratamos de organizarnos en el campo de una forma un tanto diferente, celularizados, en grupos minúsculos, coordinados por comités regionales, preparándonos para un asunto más serio. Y los estudiantes que también habían pasado por Buenos Aires hicieron su organización de células y un grupo armado que llamaron OPM, Organización Política Militar, totalmente controlada por dirigentes urbanos con un escaso rela-cionamiento en el sector campesino.

Al proponerse la lucha armada, ya tuvimos problemas aquí den-tro de la organización. Porque nosotros, hacia Caaguazú, planteá-bamos las cosas de una forma diferente. Sin mucha teoría, puro coraje, pero sin querernos apartar de nuestra gente. Y la cúpula no. Con una línea foquista, no tenían demasiado en cuenta la prepara-ción, la formación, la vigilancia popular… Por ejemplo, se hablaba una vez con un compañero y ya lo tenían ahí adocumentado como un combatiente. Y entonces eso trajo problemas. Hasta inclusive

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en un momento llegamos a ser casi enemigos. Porque los del OPM me tildaron de reaccionario a mí y al núcleo de Caaguazú. Y así empezaron las diferencias, pero no se podía retroceder, porque pa-raguayo que retrocede muere, dicen. Tampoco tenía conocimiento abundoso como para entender y salvar las diferencias surgidas. Se estaba de acuerdo en tomar las armas para confrontar. Pero noso-tros planteábamos incursionar en la masa con las ideas y crear las condiciones para actuar luego. Que si actuábamos en aquel mo-mento, nuestros enemigos iban a ser esas mismas masas. Y lo que sucedió fue eso, nomás.

Pero la discusión duró dos años. Y en ese proceso, en Caaguazú cinco compañeros nos sumamos a una célula para capacitarnos po-líticamente y también un poco en el manejo de las pequeñas armas que teníamos. Aprendimos su uso, a armar y desarmar…, en fin, cosa sencilla. Y esa preparación fue creciendo por todo Caaguazú y también por Cordillera, que tuvo otra experiencia de lucha, un poco diferente de la nuestra. Y la OPM se extendió con su discurso que prendió sin tanta reserva en el campo de Misiones.

La OPM sostenía como objetivo echar abajo la dictadura pero no tenía una gran base teórica. Para nosotros en quienes ya ha-bía hecho carne un pensamiento un poco más profundo, era más que derrotar la dictadura. Había que transformar la estructura de la sociedad. Destruir el Estado de los terratenientes. Era una idea marxista, pero plantear marxismo a la masa, así como sí, no cabía porque ésta tenía ganada su cabeza por lo que le decían los curas. Y no había caso. Estaba para perdonar nomás, y para recibir justicia divina. Y así…, sermoneados por los curas y tironeados por los jóvenes, anduvimos buscando rumbo sin dejar la lucha.

Buscando clarificar los pensamientos viajé tres o cuatro veces más a la Argentina. Pero en los últimos tiempos ya no pude juntar-me con los argentinos partidarios del foquismo. Ya no estaban o estaban escondidos, muertos o vaya a saber dónde. Y en esa situa-

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ción, medio asilados y confundidos nos encontró la gran represión del año 1976. Cayeron varios compañeros de la OPM, casi toda su estructura se desintegra cuando detienen a Brañas, en Encarnación. Y en abril de aquel mismo año llegó la gran represión en el campo. La OPM no tuvo capacidad de respuesta. Dispuso actuar militar-mente hacia Misiones donde tenía más militantes. Era una salida de moribundos, de arrinconados. Y yo me mantuve en Caaguazú, no pude marcharme a otro lado porque en mi casa nadie sabía en lo que andaba. Entonces dije, bueno me quedo.

este es el momento en que mariano cuenta cómo lo aprenden y lo lleVan a la cÁrcel de asunción.

también cómo, una Vez liberado, buscó una compaÑera, se casó y de a poco

retomó la lucha campesina

Llevaban dos meses de represión grande y a mí todavía no me habían tomado. Esperaba nomás, esperaba. Hasta que el 23 de mayo de 1976, a las once y media de la mañana, vinieron. Yo regresaba a mi chacra, con la foiza* echada a un hombro, pero me demoré comprando cigarrillos en un almacencito. De allí les ví, llegaron dos vehículos hasta mi casa. Un agente alzó su mano. La almacenera me dijo, “andate porque son policías”. “No tengo nada que esconder, me quedo”, repliqué. Y ahí los guardias armados me tomaron por los brazos. Me llevan con mis cigarrillos a una celda primeramen-te a una comisaría de Coronel Oviedo, donde hallé a demasiados compañeros con las cabezas rapadas. Estoy con ellos unas horas y a las once de la noche, sin probar agua ni bocado, me trasladan a

*Foiza:suertedehoz,consumedialunaligeramentemásabiertaymangoprolongado,utilizadaparaabrirpicadas.

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Asunción con bastante apuro. Sucedió que la policía que me había prendido informó con su radio: “Hay un apresado en Caaguazú, es el ciudadano fulano de tal y queda a disposición del juez”. Pero va que en Asunción entienden mal. Se han creído que el juez de Caaguazú fue apresado. Y ya por eso me trasladaron con orden de urgencia. Al llegar me adentran en las oficinas principales. Y al ver mi pinta, que venía de trabajar la chacra, me preguntan: “¿Qué es lo que sos en Caaguazú?”. “Agricultor”, dije. “No, no, decí lo que sos”. “Agricultor, nomás”, insistí. “¡Qué lindo juez de una gran puta que trajeron!”, gritó el principal y me mandó para la celda, carajeándome y también a la policía que me apresó. ¡Cantidad de presos ahí, en Asunción! Cada noche, tortura. Y ninguna reacción de los compa-ñeros, puro aguantar nomás. Recuerdo que se esperaban acciones de la OPM, un operativo liberación o cosa parecida. Pero era todavía una organización poco estructurada política y militarmente. Esta-ban en una etapa de preparación, nomás. Entonces, nada. Era de balde esperar. Si apenas habían empezado a sacar armas a la policía en algún que otro operativo. De modo que ni una reacción hubo afuera. Y adentro continuaban las torturas. Ahí mismo soy enterado que hacia Coronel Oviedo, hacia San Pedro, habían caído todos los compañeros. En Caaguazú yo solo, porque los del OPM tenían mi nombre escrito en papeles que acreditaban la discusión si revuelta sí, si revuelta no… y todo esa cuestión. Y aquel dato, en manos de los policías, hizo que me prendieran. Eso mismo me maliciaba yo antes de caer preso; por lo que escondí algunos documentos políticos y también algunas armas y me quedé así, solo, bien solo esperando que me arrearan. Y nadie más cayó en Caaguazú.

Los compañeros que quedaron allí tampoco actuaron, más bien se escondieron porque no sabían si yo iba a dar sus nombres. Pero no, que antes muerto, pensé.

Me tuvieron preso ahí, año y ocho meses. En Investigaciones estuve casi dos meses, sin garantía alguna, hasta que comenzó a

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actuar Amnesti International y otras organizaciones de los dere-chos humanos. Entonces las detenciones ya se hicieron públicas, y repartieron los presos por las comisarías. Yo fui a parar a la 8º. Seis meses permanecí allí, dentro de un calabozo de tres metros por dos junto a trece compañeros, todos detenidos por cuestiones políticas aunque solamente cuatro pertenecíamos a la OPM. Los otros eran del PORA, el Partido Obrero Revolucionario, que según tengo entendido lo habían armado algunos ex-militantes del ERP de Argentina. Pero ellos actuaban hacia Encarnación, no recuerdo que tuvieran articulación con la OPM.

Luego nos trasladan a Emboscada, la cárcel de máxima segu-ridad. Y allí estuvimos 400 presos cercados por una muralla de 4 metros de altura. No todos eran activistas, algunos no pasaban de ser dirigentes agrarios. Pero la dictadura ideó aquel plan para deste-rrarnos de la cabeza de la gente. Sembró el terror para que el pueblo se olvidara de los soliviantadores, empuñaran armas o no. Y como las organizaciones armadas carecían de apoyo popular, al gobierno le fue muy fácil desarticular el foco. Entonces la estrategia de la dic-tadura fue todita una campaña de mentiras para meter miedo con el comunismo y para que se aceptaran todas las acciones de barbarie y asesinatos que emprendieron, ya para desarticular a la OPM, ya para meter bala contra el propio pueblo si fuera necesario. Esa fue una enseñanza para nosotros acerca del foquismo. Resulta mucho más fácil desbaratar un foco que cualquier acción de masas y mucho me-nos aún si es una organización de masas fortalecida y consolidada. De ahí parte la práctica nuestra de ahora. Siento que estamos recti-ficando aquella mala política de entonces con mis compañeros del MPRPP (Movimiento Popular Revolucionario Paraguay Pyahurâ).

Volviendo a mi detención, ellos trataron de arrancarme datos mediante tortura, insultos y engaños. Hasta metieron un pyrague en mi celda, simulando ser un preso más y hasta le torturaron en mi presencia, tanto como a mí, para ver si me lo creía un compañero y

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me sinceraba con él. Y no. Que no soy ñe’emby’y [hablar de más].Despacio fueron liberando gente. Al año y ocho meses me

abrieron la puerta del calabozo, pero no me dejaron tranquilo. Que al salir me siguieron demasiado. La policía me vigilaba día y noche. Entonces, yo he visto, que me largaron para seguirme, nomás.

En aquel tiempo empecé a buscar compañera para casarme y en el 79 me casé con Clotilde y empezamos otra vez a tener un grupo de 5 compañeros que nos reuníamos, así, por las noches tratando de articular el movimiento. Pero asesinan a un compañero en Cor-dillera. Fue en el 79. Y hasta hoy no se esclarece eso. Tomaron a un loco y dijeron “éste fue el asesino”, y que no y que sí… Y ya me llamó otro compañero y me dijo “tenés que salirte del país”. “Y por qué”, le dije. “Es que ahora le mataron a Rodas y tienen dicho que luego te matan a vos”. “No, no me voy a ninguna parte –respondí a mi compañero–, y tampoco me van a hacer lo que a Blas Rodas, que estoy andando sin dejar huella”. Y en ese interin el papá y la mamá de mi señora se iban a mudar hacia Vaquería. Le pedí a mi señora “andate con ellos, yo me quedo”. Y me quedé en Caaguazú buscan-do que actúen sobre mí. Yo estuve preparado, siempre anduve con mi pistola. No me sacaba de encima esa idea. Cuestión de tres mes es que estuve ahí che ñohápe [en soledad] y no actuaron. Entonces marché hacia Vaquería, a una nueva ocupación de un terreno ya ganado. No tenía ningún pedazo de tierra ahí pero me he metido en una casa abandonada. Empecé a trabajar como cualquier otro. Y ya me conseguí un 5 hectáreas. Y ahí otra vez me toman preso, por impulsar la ocupación. Amagaron con llevarme a la cárcel, pero no. Advertencia fue nomás.

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aquí boní, o sea boniFacio ÁValos, opina sobre la Vuelta de mariano a caaguazú

Cuando Mariano volvió, volvieron las reuniones para la lucha campesina. Yo ya le conocía bien, porque he estado a su lado desde el 75 y de más antes también. Cuando hacíamos nuestras reuniones clandestinas, Mariano era el compañero de mayor acumulación, por su visión política de la realidad se iba convirtiendo en un dirigente nuestro. Yo ya tendría mis 17 años y andaba en estas cuestiones aunque no comprendía mucho, digamos. Yo le seguía a él por otras razones también que ni vale recordarlas. Pero sí, compartí mucho teniendo en cuenta que él tenía su novia y la novia de Mariano te-nía una hermana… Y yo novilleaba [noviaba] con la hermana de la novia de Mariano y eso parte de allá, casi del 74. Entonces estaba cerca no ya de su vida política sino también de su vida cotidiana. Porque siempre me prendía de la camisa del Mariano para irme con él, a la casa de la chica que me gustaba. Después viene que Mariano es detenido y encarcelado un año y ocho meses. Y en ese lapso su novia, atemorizada por los rumores de que él era un co-munista y no viendo perspectivas de formar una familia tranquila, se alejó. Se procuró otro novio con el que se casó la misma semana que liberaron al Mariano. Y yo perdí el contacto con mi chica, que también se casó. ¡Qué anduvimos mal de amores con el Mariano! Y al salir él de la cárcel empezamos a andar por la tierra, nuevamente juntos. Un día me invitó al cumpleaños de su hermana Doralina, que cumplía sus quince. Es la primera vez que la he visto a ella, a pesar de que siempre andaba por ahí. Es que ella no vivía con su papá sino con sus tíos en un lugar no muy lejos de Caaguazú. Pero cuando su cumpleaños, vino a festejarlo a casa de sus padres; y es la primera vez que he visto a la Dora, ahí. Bailamos. Llegó hasta ahí nuestro primer encuentro. Los Flecha siempre fueron solidarios con los luchadores, y yo era un gallo que tenía lo mío. De modo

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que en aquella fiesta fui bien recibido y tuvimos privilegios en la cuestión de comer los pollos y esas cuestiones. Y recuerdo que mi amigo Clemente, al finalizar la noche me exigió que hiciera un reci-tado a la quinceañera. Entonces yo y mi borrachera nos portamos, porque un tantito de recitado me salió. Ella había sido la Dora, con el tiempo mi mujer.

Pero sí, cuando el Mariano volvió yo estuve con él, a su lado, en sus asuntos. Desde el principio nomás estoy. Con todos los errores y con todos los méritos. A partir de los 80 ya estuvo Eladio en la cuestión. Pero antes, Mariano. Así pues.

donde eladio dice que sus primeras luchas ocurrieron en las ligas y en el clandestinismo

En el 76, cuando detuvieron a Mariano, casi quedó totalmente desarticulada la organización campesina. Algunos compañeros hu-yeron a Concepción, otros a Canindeyu, otros a Alto Paraná, a Ita-pua; la mayoría de los compañeros eran de Misiones y Paraguarí.

La represión se extendió. Los militares por los campos buscan-do guerrilleros en los esteros. No se podía trabajar en las chacras porque le apresaban a uno. Todo el mundo debía estar en su casa, que el trabajo mismo era la revolución para estos condenados.

Y nosotros, los más jóvenes éramos simples militantes medios de las Ligas Agrarias. Todos los que no caímos presos quedamos en el lugar algo quietos.

En ese tiempo, cualquier reunión era atacada por policías. Re-cuerdo que una vez estábamos reunidos unos 30 compañeros. Y llegando ahí el presidente de la seccional, un Colorado, pues, con un grupo de policías y preguntando qué estábamos discutiendo. Y nosotros respondimos que estábamos discutiendo el problema del campesinado. “¿Quién les dio permiso?”. “Nadie, la necesidad

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nuestra nomás nos obligó a sentarnos a discutir”. Y ahí, el mismo presidente de la seccional, un civil, empezó a golpear a un compa-ñero. Luego entró la policía a castigar y ya corrimos a escondernos. Pero al dueño de casa le llevaron preso. Y ya regresó el temor y nadie quiso prestar su casa para reuniones. Entonces comenzamos a reunirnos en los montes.

Era inexperto pero ya tenía esa mentalidad de que la seguridad debía ser clandestina. Y me acuerdo cuando teníamos reunión den-tro del monte. La decisión era sentarse y mantener los pies en el aire, sin moverse, para no hacer un pisadero. Nadie fumaba. Pero después, a la noche, salíamos del monte y hacíamos fiesta, bailába-mos… Ahora, tras varios años me di cuenta que no sabíamos qué significaba clandestinismo. ¡De día poníamos tanto cuidado y de noche una fiesta! Algo desubicado era nuestro clandestinismo, pero muy sincero, verdad.

Hasta que cayó la dictadura todas nuestras reuniones fueron clan-destinas. La disciplina, una cuestión fundamental. Los compañeros no tenían que amanecerse en el camino. Si uno no estaba a la hora era señal de que le mataron o fue demorado, como le llamaban a las detenciones en aquel tiempo.

Entonces se programaba cada reunión, se ponía una hora y si uno se atrasaba diez minutos, ya los compañeros levantaban la re-unión por falta de garantías. En cualquier sitio hacíamos los encuen-tros, parando nuestra oreja, hablando bajito como rezando para no alertar al enemigo. En el campo, en el monte, en un cruce de cami-nos… Recuerdo, en Caaguazú, una señora religiosa nos prestaba su casa. Hasta ocho días duraban nuestras reuniones secretas.

Así, el campesinado fue resistiendo con coraje aquel terror que la dictadura sembró en los campos. Se comentaban cosas…, en Misio-nes…, en Paraguarí…, ¡asuntos terribles! Comunidades enteras ex-terminadas. Familias íntegras asesinadas, otras con sus jefes de familia encarcelados. Muchas mujeres quedaron allí, solas con los hijos, en

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las chacras, con sus miedos, con sus odios al dictador. Por eso fue tan lento y trabajoso alzar nuestras cabezas. Y fue en aquel proceso tremendo de lucha silenciosa que discutimos la importancia de arti-cular y desarrollar una línea única para la lucha por la tierra.

unas reFlexiones de mariano acerca de la lucha

Mis viejos compañeros de las Ligas Agrarias no están, ya. Quie-nes militaban, no militan más. Están sus acciones del pasado, ellos quedaron por el camino. Algunos están muertos, otros se volvieron reaccionarios y unos cuantos se marcharon a sus casas y se guar-daron sin luchar. Nunca tuve ese pensamiento, yo. Merece su pena luchar, es un entender mío. En mis años, que ya son unos cuantos, he leído un par de libros nomás. Pero lo que más me ha capacitado es estar en la lucha. Y cuando hay pueblo movilizado, ahí ya uno se capacita bastante mejor. Luego digo yo, luchar sirve para ser hom-bre. En cambio, aquietarse mansamente en su casa es dejarse embru-tecer. Eso casi es triste, compañero. Y si me alejé por un tiempo de Caaguazú, cuando armé mi matrimonio con Clotilde y me interné con mi familia en el monte, fue para que no engordaran su vista los pyrague. Para que no me volvieran a prender, para no terminar adolo-rido de rabia en un calabozo.

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pyrague1

“De tanto burlar al pueblo tenía la vida negra” Carmen Soler

Silueta de ypaka’a2 Eligio Lecuna, pyrague patas con pelos, crece esmirrio a rora kyra3 y milhambres.4 Los ojos pequeños y saltones son dos pirañas movedizas sobre una nariz mínima y ganchuda. Cogote luengo y moteado como un marlo. Tiene una voz agria, repugnante, los labios finos y listos para soltar un silbido monocorde. Va siempre solo. En las siestas se pierde descalzo en los pantanos donde desovan las víboras, se entretiene reventando huevos, meando nidos, despanzurrando renacuajos y haciendo otras crueldades. Eligio Lecuna, sombrero con bullanga de piojos, trae si acaso una sola preocupación, el latido de su estómago.

Eligio Lecuna, padre desconocido, madre chipera; lleva-dor de mendrugos a la mesa de una familia tan numerosa como famélica. De madrugada picanea un burro costillas latentes hasta llegar al colgadero y allí carga tripas de cerdo en un canasto. Después desanda las calles de barro colorado,

1Pyrague:“patasconpelos”,deandarsilencioso.“Soplón”.Policíain-formante,enlaépocadeStroessnerenlaspoblacionesrurales,sinsalario,quedelatanporpocacosa,acambiodepasesgratis,accesoaespectáculos,etc.Peroparaaccederatalesprerrogativasdebíanmostrarelcarnédepolicíasecreto.Sedicequesurgieroneneltiem-podeFrancia,encasasdelosrealistas.Actualmentelosserviciostienencaracterísticasmássofisticadas.Aunqueresulteunasimpli-ficación,elpueblocontinúadenominandoPyragueaestosagentes.

2 Gallinetadeagua.3 Alimentoausteroabasedemaízygrasadecerdo.4 Por“milhombres”,lianamedicinal.Debesunombreaqueenlague-rradelChacosalvódeunainfecciónintestinalaunacompañíadesoldados.Enelcamposuelendenominarlairónicamente“milham-bre”enalusiónaunadelasmúltiplesvirtudesqueseleatribuyen.

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frecuenta el tenderío. Implora a su clientela. Se confunde en el alboroto. Aunque el tufo y la sangradera siempre delatan su presencia. Eligio tripero, se entretiene con la gente. Un cuajo para don Dionisio peluquero, un pedazo de tripa gor-da para Sinforiana lavandera. Salí de aquí guri, le echan cuando estorba las paciencias. Eligio aprende a odiar a la gente. Por eso es feliz cuando va a devolver el canasto entre la inmundicia y el hedor matancero. Su patrón siempre lo sorprende a un costado del colgadero, jugando con la sangre enmierdada de los puercos degollados. Este muchacho va a llegar lejos, piensa el patrón, pues no hay quien se relama en la bosta con tan pocos miramientos. Sabio y pérfido el patrón. Eligio Lecuna, entre la inmundicia y el mosquerío fue creciendo sin que nadie lo notara. Hecho un hombre lle-gó hasta donde la inconciencia y los latidos de estómago lo pusieron. Se hizo pyrague. Falto él de pensamientos buenos, una tarde, lo entusiasmaron con cuatro frases dos oficiales. Lo apalabraron mientras tranquilos tomaban tereré en el destacamento. Qué ventajas tengo yo con eso, preguntó el desgraciado. ¡Añamechu!,5 que si hay partido de fútbol o pongamos por caso una película, una fiesta de esas… o qué sé, entrás gratis sin cuento… Y algún que otro cigarro, un poco de caña, hicieron más amena aquella charla antes de sellar acuerdo. El tripero se volvió pyrague en un cantar de gallos. Y ya supo en qué ocuparse de ahí en adelante. Cues-tión de tener los oídos bien atentos, nada más, le dieron de consejo. ¡Pobrecito Paraguay, qué va a ser de él con tanto comunista suelto!, piensa apenas salido a la calle con oficio nuevo. ¿Qué querrán?, curas anticristianos, sotanelas del demonio y tantos contestatarios violentos. Están perdidos

5Caramba.

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con sus cabezas rellenas de malos pensamientos, ¿de qué se quejan esos panzas llenas? ¡Son pendejos! Si ya lo dice el general Stroessner en “La hora del líder”: los problemas se van a solucionar. Y el General tiene razones para decir esto. Camina bien convencido el tripero, vuelto un pies de lana. Harto contento. Ahora va oyendo las cuestiones que se dicen por el camino. El pueblo está infecto de peligros. Y es de buen ciudadano servir al gobierno. Ya no cabe en el cuerpo del recién enrolado tanto honor. Una sola cosa enturbia sus pensamientos: ¿qué clase de agente secreto es, si cada vez que desee entrar en la cancha o por caso cuando proyecten un celuloide, va a tener que exhibir el papel de informante secreto para que le permitan acceso? ¿O es que lo secreto, de tal modo, no deja de ser secreto? Pero la aflicción se le borra pronto, si ya lo dice el líder por la radio: los problemas se van a solucionar.

Eligio Lecuna, desgreñado de cuerpo e ideas, pyrague de Caaguazú. Mboja6 del régimen, va por el mundo con sus dos oficios aprendidos: picaneador de burros y delator de campesinos. Como una lacra chismosa recorre las orillas del hambre, buscando gente con labios prietos, campesinos de ojos alborotados y que murmuren por lo bajo. Son los más peligrosos, le tienen avisado. No hay que dormirse en los laureles. El campo está plagado de enemigos de la pa-tria. Camina y a todo pone su oreja. Un orgullo cobarde lo mantiene despierto en la madrugada avistando movimien-tos de kapuera. Tumultos hechos de sombras. Cigarros que zigzaguean en líneas delgadas de fuego. Se quiebran. Re-surgen. Se agrandan como brasas debajo de un bigote en-hiesto, iluminando una boca abierta. Una boca que habla,

6Arrimado.

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seguro que está apeligrando el régimen. Atento Eligio, no te duermas, noche y día tenés que andar despierto que tus orejas ahora son del General. El sol requema su sombrero tiriento. Dentro, va su cabeza llena de miedo y una inmun-dicia de pensamientos. Eligio Lecuna, nacido tan pobre como todos por este suelo. Oído tísico, vendedor de tripas, delator de labriegos.

MARIANO FLECHA, MILITANTE DE LAS LIGAS AGRARIAS. PERSE-GUIDO Y ENCARCELADO DURANTE LA DICTADURA DEL GENERAL STROESSNER.

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instante en que teodora aguilar, que supo enseÑar catecismo y dirigir la liturgia, eVoca su incorporación a las ligas campesinas de san pedro

De once años andaba yo enseñando catecismo nomás. Después he sabido dirigir la liturgia hasta que me metí en las Ligas campe-sinas. Ocurrió en el 73, porque antes no he sabido nada de aquel asunto. Hasta ahí andaba con mis rezos, nomás. Mis padres no eran gente que luchara en las organizaciones. Como tantos otros, sólo lu-chaban en la tierra para sobrevivir. Pero yo, andando con los curas, tomé contacto con los grupos juveniles. Los curas estaban integra-dos pero no manejaban la lucha. Pero en las reuniones siempre se leía la Biblia y hacíamos nuestras reflexiones cristianas, comparando la lectura con nuestra vida campesina, tan pobre en un mundo rico y siempre con patrones tan principales. Es que los curas se habían radicalizado. Si era por una cuestión de no quedar al margen del pueblo o qué, es una cosa que no supe exactamente. El caso es que la formación de las Ligas partían de la Iglesia. Y los curas no se apartaban. Aunque pronto hicimos reuniones y cursos de capa-citación, sin su presencia. Eso, cuando empezamos a comprender mejor qué papel tenía la Iglesia como institución, hasta dónde podía acompañar una lucha de clases. Entonces armamos reuniones a sus espaldas, porque veíamos que los curas no tenían libertad para ir un poquitín más lejos en la lucha. Y ahí mismo el pensamiento reli-gioso se me vuela un poco y me entra uno más de izquierda. Pero, cuando eso, todavía ni escuchaba hablar de Carlos Marx. Eso yo no conocía. Luchaba contra la injusticia nomás. Por la recuperación de la tierra. No teníamos, luego, un libro de Marx, de Lenin, u otros materiales…, ¡biblias nomás eran! Y todas esas biblias llevaron los policías cuando comenzaron a prendernos. Qué más iban a hallar, entre tanta sotana y mbyjape [hostia]. Sin embargo informaron que

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apresaban comunistas, eso escribieron en los papeles: comunistas. Y ya en el 76 llegó la represión más dura. Asustaba de tan coraju-dos que se pusieron los uniformados. En San Pedro supimos de esa persecución feroz, pero igual hicimos nuestro trabajo en forma clandestina. Así, en las noches, entrábamos al monte y en un claro hacíamos reuniones.

En aquel tiempo, de mi casa, participaba solamente yo. Mis her-manos Juan y Silvano todavía no. Uno era músico y prácticamente no se encontraba dentro de la zona. El otro todavía era soltero y me apoyaba demasiado, pero no integraba. Mis padres en un principio no entendían muy bien mi trabajo ni cómo fue que andando con los curas acabé envuelta en estos asuntos. Luego sí y mi madre empezó a apoyarme demasiado. Cuando hacíamos reuniones a escondidas ella hacía la comida para todos y llevaba. Un día, en el camino, se asustó mucho por unos estampidos que escuchó en el campo; ha ti-rado el alimento y a la rastra, de los pelos, me ha querido sacar de la reunión. “¡Vamos, Teodora, que llegaron los soldados!”, gritaba en medio de un llanto desesperado. Pero esos estampidos eran festejos de un casamiento nomás.

juan, hermano de teodora, dice que la dictadura sembró terror en el campo y se

recuerda de apolinaria, los hermanos martí, los cÁceres, clemente… y otros compaÑeros

En el 74 o 75, ya había demasiado persecución en esta zona de San Pedro. Los liguistas se reunían a puerta cerrada, en una habi-tación o bien en el monte, casi en clandestinidad. En aquel tiempo tendría yo mis 20 años. No integraba la organización, simplemente ayudaba. La discusión se centraba cada vez más en cómo derrocar la dictadura. Era una cuestión bien política. En Santaní había un

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cura italiano, el padre Mario, que arengaba contra Stroessner y lue-go resultó un pyrague. Un delator. Un vulgar colaboracionista. Eso nos alejó más todavía de los curas, aunque es justo decir que no todos actuaron del mismo modo. Hubo catequistas, curas…, gente muy del clero que se comportó y hasta padeció la represión. Pero ya comenzábamos a sentir una sensación de soledad, de puro aisla-miento frente al poder dictatorial. En el 76 hubo represión en el se-gundo departamento de Jejuí y luego en todo el país. Una violencia que sembró terror en el campo y logró dispersar a los luchadores: unos por acá…, otros por allá… Andaban solos, con sus ideas a cuestas pero callados. Aprovechando aquella desorganización, los represores se llevaban y torturaban a cualquiera para que soltara in-formación. Apolinaria, por caso, era catequista nomás, embarazada y todo le llevaron una noche. Porque la policía se llegaba de noche hasta las chacras, insultaba, garroteaba a la gente, ponía sus casas patas para arriba y luego apresaban a un miembro de la familia, le llevaban y le obligaban a punta de arma llamar a otro vecino y ya lo tomaban a éste también…, esas razias nocturnas eran una calami-dad. Paralizaban hasta a los más valientes, verdad. Cuando amane-cía, uno notaba las ausencias, sin poder hacer casi nada. Todo era un puro miedo. Me recuerdo de Juan Martí, a él lo atraparon una noche junto a su hermano Claudio. De Ruperto Cáceres, Cándido Cáceres, Clemente…, en su mayoría dirigentes y catequistas, eran. O tal vez simpatizantes de las Ligas. La policía llegaba con listas de nombres. Bastaba que hubieras participado en reuniones o que alguien te de-latara, para figurar en esas listas. No faltaban tampoco soplones: los pyrague de cada zona encargados de cantar nombres a la policía.

amanecer en yataity

“Porque su esperanza ha sido hermosacomo ciruelos florecidos para siempre”

Jorge Teillier

Juana Damacena ya no duerme, el último halo de paz se le escabuyó con el chirrido de la puerta. Oye cómo Teodora, su hija, se aleja hacia la carretera. Y va parloteando con los cuz-cos en la oscuridad. El aire fresco emparcha sus cachetes. Es madrugada cerrada, todos parecen estar durmiendo. Mejor, piensa Teodora. Respira la floresta mojada. Campesina, mili-tante, que atrás dejó los rezos. Ya camina por el borde de la ca-rretera. Trae las manos sudadas. Al pasar por un ogakorapy,1 semblantea el burro y la vaca lechera de los vecinos. Se inco-moda por la curiosidad de las bestias, que echan humo de sus belfos. Teodora apresura el paso, teme perder el Expreso. Va a su encuentro 20 kilómetros más abajo. Aunque el colectivo pasa por el frente de la chacra, hay que alejar toda sospecha, le han enseñado los compañeros. Cualquier pyrague, o tal vez menos: un campesino muerto de miedo podría delatarla. Teodora, tanta cautela, casi flota en el sendero. Otra chacra. Un perro flaco que husmea. No hay peligro, aún mantienen el fogón sin lumbre, –Duermen, todos duermen– se tranquiliza. ¡Scrac!…, scrac!…, apenas se oyen los pies raspando la car-bonilla que bordea el pavimento. Precavida, antes de dejar la casa, bebió kapi’icedrón2 en abundancia. El té sujeta los ner-vios de la ex catequista. De la militante campesina, a punto ya de volverse un poco comunista. En el bolso una muda y un cuaderno, rumbo a la cita clandestina.

1 Cerco.2 Infusiónnatural.Seleatribuyeunefectotranquilizante.

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teodora se acuerda que hasta tener linterna era peligroso y que con todo

se alzaban los soldados

Creo que las Ligas Agrarias hicieron que la dictadura se sintiera cercada. Así fue que llegó a ver un enemigo en cada campesino. En 1976, en San Pedro ya hubo policías militares recorriendo los campos, garroteando a los campesinos que hallaban a su paso. Gri-tándole, insultándole. Según ellos, todos éramos revolucionarios o sospechosos de serlo. Si alguien tenía linterna en su casa, eso tam-bién quitaban. “Es arma”, decían. Y alzaban los cuchillos, las herra-mientas…, todo. Todo quitaban. Ellos vaciaban las casas sin que sus dueños pudieran hacer una queja. En Jejuí, a dos kilómetros más o menos de aquí, 26 familias trabajaban y vivían comunitariamente, al mando de un cura. A todos le llevaron una noche. Vacía quedó aquella comunidad. Y cuando eso pasó, también en Yataity, donde estaba nuestra casa y teníamos nuestra organización semi clandesti-nizada, se alzaron con un par de compañeros. Si hasta lanzaron un decreto que no tenía que quedar un catequista en los campos. Ni modo de no ser perseguido. Tuvimos que agachar nuestras cabezas un tiempo y después de dos o tres años empezamos a hacer reunión otra vez, pero muy a escondidas y con bastante miedo. Ni una luz encendida, siempre de noche. Solamente en mi casa y en la de mi hermano. No, ya no participaban los curas.

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laureano aguilar no habla castellano

“Ya iba quedando así de íntimo con la tierra” Alberto Szpunberg

La tos rotunda y seca hizo temblar el camastro de Laurea-no Aguilar. Para el hombre, que se anda los días guardado en una mudez maciza, las noches son siempre ruidosas. Tiene los pulmones aguijoneados por el tabaco y los aguaceros. Ya no es joven y ni siquiera de eso se ha quejado. Sin palabras casi, fue dejando la vida en los surcos. Para alguien que aprendió los asuntos de la tierra hundiendo los dedos en ella y sólo los apartó para ir a la guerra, las palabras no valen de gran cosa. Menos cuando se llega a viejo. Si algo lo pone un poco nervioso es tener que levantarse a echar aguas en las noches. Quién sabe en qué piensa cuando la tos le viene honda, le apuñala el pecho hasta hacerle crujir los huesos. Y se queda un largo rato mirando el zinc del techo, oyendo el sonar de las chicharras, avistando los lamparazos de las muâ1 entre las maderas, es-cudriñando el cajón grande en el rincón donde, a falta de silla ortopédica, pasa encorsetada sus últimos días la mamá prin-cipal.2 Quién sabe en qué pensamientos anda un hombre tan sin palabras para afuera. Laureano Aguilar da tres vueltas, atrae la manta hasta el vientre y entra en otro sueño. Acudi-rán a su cabeza imágenes alborotadas de la guerra chica3, de

1 Luciérnagas.2Personamayordeedad,enestecasoabueladeTeodora.3 ExpresiónpopularqueseusaparaevocarelconflictobélicoconBolivia(1932-1935),distinguiéndolodela“guerragrande”delaTripleAlianza(1865-1870).

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otros tiempos de labranza buena y de aquellos más cercanos de zozobra y tinieblas, cuando el dictador Stroessner, perse-guidor de campesinos, violentador de comarcas rurales, puso a los suyos bajo sospecha. Laureano Aguilar calla. No habla castellano, no quiere. El guaraní es su lengua.

TEODORA AGUILAR, CAMPESINA DE SAN PEDRO, DISERTANDO EN UN CURSO PARA PROMOTORES IDEOLÓGICOS DE LA FNC.

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aquí teodora cuenta cómo retornó a las reuniones clandestinas

y conoció a alberto areco y a la Familia Flecha

Nuestro papá, Laureano Aguilar, no se ha metido en política. Sin embargo estuvo bien de acuerdo en que lo hiciéramos sus hijos. El guardiaba la casa durante las noches, por seguridad, cuando en el 77 o 78 retomamos las reuniones aunque seguíamos bajo la mirada de los militares. Había pyragues por todos lados. Vecinos temerosos que por miedo se volvían delatores y había que cuidarse de ellos también. Mi padre fue bien diligente en ese asunto, con linterna y arma pasó sus noches ahí, custodiando.

En aquel tiempo, el pensamiento nuestro ya fue otro. Dejamos los rezos y dijimos, “bueno, alguna vez tendremos que empezar a luchar por la revolución para cambiar este sistema viejo que nos oprime”. Entonces empezamos a hacer reuniones. Venían compa-ñeros de muchos lugares; encuentros zonales, hacíamos. Hasta que procuramos una coordinación nacional en Asunción. Hasta allí todas nuestras prácticas fueron totalmente clandestinas. Cuando eso, acá estábamos yo y otro compañero que viajábamos a Asunción. Salía-mos de noche a la ruta para tomar el colectivo. Caminábamos 15 o 20 kilómetros para que nuestro vecindario no viera que estábamos viajando a Asunción. Y así, con disimulo, retomamos la lucha.

Y en 1983 vino a mi casa un señor, a invitarme para hacer una ONG para ir a trabajar a Itapúa…, a Encarnación. Prometió que iban a pagarme por los trabajos que haría al frente de un grupo de mujeres. Entonces dejé mi casa y me marché a allí, pero siempre seguí yendo a las reuniones de Asunción. En ese tiempo encontré a Alberto que trabajaba en Asunción por su organización. Sí, allí le conocí. Y ya lo de la ONG me resultó puro charlatanerío. Es que comencé a profundizar más con los compañeros y ya vi que el camino es muy otro. Entonces nos hemos conocido con la familia

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Flecha por el 85 o 86, en tiempos de la CONAPA (Coordinación Nacional de Productores Agrícolas) que integramos con diversas organizaciones departamentales. En ese tiempo las había en Con-cepción, San Pedro, Caaguazú y Guaira. Y la lucha, para mí, allí cobró otro sentido. Un sentido nuevo, revolucionario.

alberto areco. de cómo un día dejó las alabanzas a dios, ni bien empezaron

a caerle gordo los asesinatos y las torturas de la dictadura

Las tierras de Colonia Independencia, en Guaira, eran bonitas, pero no para dar de comer a familia tan numerosa como la de mis padres Bautista Areco, Teófila Chamorro y sus 15 hijos.

Eran propietarios de 37 hectáreas, pero 32 de piedra. Nada cre-cía y fue preciso que un día nos mudáramos. Ocurrió a mis 17, en 1978, cuando a pocos kilómetros fundamos la colonia “Tres de Noviembre”. La gente quiso ponerle así en recuerdo del natalicio del criminal Stroessner, porque tampoco faltaban chupamedias en el campo. Pero los indígenas, mucho antes, habían nombrado esas mismas tierras Estero Porâ [estero lindo].

Mi padre, además de campesino, fue comisario. De esos comisa-rios que la dictadura nombraba donde no había autoridad ni repre-sentación oficial. No era un comisario de horca y cuchillo. Y aunque tenía su confusión ideológica, no fue de abusar. Sus hijos, tenemos el orgullo que si vamos a la colonia no somos recordados como la cría de un tirano. Es que él también fue buscando la verdad. Y aunque es-colarmente era poco, anduvo priorizando otras cosas. El buscó dar-nos a sus hijos una formación cristiana. Y en eso estábamos cuando nos entró en la cabeza lo de las organizaciones campesinas. Porque, nosotros, llegamos a esto por los curas. Sin embargo, en ese entonces

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la jerarquía de la Iglesia católica trataba de acompañar a la dictadura, llamando a sus seguidores a la moderación. Pero los muertos, los asesinatos, las torturas empezaron a caernos gordo, y entre tantas alabanzas a dios se nos metió la gana de hacer cosa más terrenal, que sirviera para arreglar cuentas aquí, en la tierra.

Y cuando formamos un círculo campesino, le invitamos a nues-tro padre, autoridad policial de la zona. En principio no quiso saber nada, pues había sido instruido para denunciar cualquier brote de insurgencia, cualquier intento de ocupación de tierras o formación de ligas… Todo aquello no le caía en gracia hasta que, un día, aca-bó ladeando sus opiniones. Y ya dudó demasiado de las funciones milicianas, cuando cada lunes iba a reportarse a sus superiores y en la academia policial le pedían los nombres de los agitadores y de todo aquel que se anduviera juntando en grupos de más de tres. Sus jefes le atemorizan: “no ve que son subversivos, revoltosos que están en contra del gobierno, contra la familia paraguaya; que son comunistas sin patria, incitadores de violencia. Unos cobardes de su buena madre que se prenden a las polleras de los curas…”, todo eso le decían a mi padre. Y él callaba porque entre los organizados andábamos algunos de sus 15 hijos.

alberto recuerda el día que su padre, comisario, católico y serVidor de la dictadura, preparó sus

pistolas y participó en una reunión campesina

El tuvo policía a su cargo y todo. Se lo consideraba autoridad en la zona, si hasta tenía un nombramiento de la delegación de go-bierno y sólo respondía a los mandos de un jefe distrital. Y su jefe, en muchas ocasiones llegaba e imponía a su tropa prácticas de tiro al blanco, cosa de estar preparados para el día que hubiera que ma-tar campesinos revoltosos. A quien metiera un balazo por el pico de

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una botella y rompiera su fondo, obsequiaba un puñado de balas. ¡Se jugaban puños y puños de balas! Al gobierno, yo creo, le sobraban tiros en esa época. Y mi padre ya estaba embotado con tanta propa-ganda reaccionaria. Acudía luego, cada mes, a sus encuentros como franciscano. Allí, cristianamente, los compadres y sus parientes ha-blan de los desheredados de la tierra y esos asuntos. Y ya, él se puso demasiado confundidito. Cuanto más avanzaba su moral cristiana, más se debilitaba dentro de él la dictadura. Por insistencia nuestra participó en la reunión campesina. Un día preparó sus pistolas y fue bien armado. Dos días iba durando aquella reunión y él callado. Ya, tarde le preguntaron “qué dice, cómo se encuentra entre nosotros, o vienes de soplón”. Y tampoco habló. Al tercer día se le preguntó con más rudeza, “¿qué venís haciendo, vos, acá? ¿De parte de quién estás?, sino te vamos a echar…”. Y ahí empezó a contar mi padre. “Nosotros, comisarios, tenemos cada lunes una academia en la que los jefes superiores nos dan instrucciones contra todo lo que ustedes hacen; y hasta nos resguardarán si atacamos una de estas reuniones y le matamos a uno, dos o tres de ustedes. Por eso traje mi armamento. Si la que hasta ahora fue mi gente viene a atacarnos, esto tenemos a favor”, dijo mostrando sus mboka [arma de fuego].

Después de aquella reunión entregó la credencial y ya no fue más policía. Aunque no ha tenido militancia ni un nivel revolucio-nario, apartó los viejos resquemores y desde entonces se puso de nuestro bando. Cuando eso, yo trabajaba en Guaira, que es cuarto departamento. Teodora era de San Pedro, entonces comienza nues-tro idilio en las reuniones.

preguntado por el “idilio” con teodora, dice que no estÁ acostumbrado a hablar de esas cosas

Con Teodora nos pusimos a novillear en medio de nuestras ac-

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ciones militantes. Ella por el departamento de San Pedro y yo por el comité agricultor de Guaira. Caramba…, hasta da risa recordar-lo… Y un poco de vergüenza también. Bueno…, voy a contar una sola cuestión: en materia de romances en el campo, antes de pasar a mayores, es costumbre hablar con la familia de la cortejada. Será an-ticuado pero es una costumbre arraigada en la gente vieja y por eso casi siempre damos cumplimiento. Pero con Teodora emprendimos conversaciones por nuestra cuenta sin hacer charla familiar, ni nada de eso. Entonces mis visitas a su casa ya fueron frecuentes y un buen día para ganarme la estima de su mamá, doña Juana, alisé el piso de su patio e hice un emparejamiento con ladrillos. Bien bonito resultó. La señora me lo agradeció y hasta fui invitado a comer. Guaira es tie-rra de agua dulce, no conocía entonces la dureza de las aguas de San Pedro por lo que, al terminar aquella faena, enjuagué mi sudor en una tina y también relamí mis cabellos para quedar más presentable. Pero aquellas aguas salitrosas me jugaron una mala pasada. Va que el salitre dejó mis pelos duros y para arriba. Un copete bien gracioso. Van pasando los años y mis cuñados aún se recuerdan y se burlan de aquello. Luego hemos formado esta familia grande con Teodora y toda su gente, unidos por la fortaleza revolucionaria.

aquí areco narra cómo, en aquellos aÑos, la prudencia trajo complicaciones ideológicas

y el momento en que, por Fin, se encuentran con los hermanos Flecha

En aquel tiempo dictatorial, en mi Guaira, como táctica sólo teníamos pequeños proyectos productivos. No más que eso. De po-lítica poco, que la autoridad estaba encima, ¡caramba! Aquel hostigo no cesó en un día. Los campesinos teníamos el lomo hinchado ya. Surco y surco como kururu [sapo] desconfiado, un poco de labranza

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y otro de conversaciones, pero omaña yvyre [mirando al suelo] para no ganarnos una garroteada. Lo malo de aquella prudencia fue que a algunos compañeros les entró confusión y blandura. Olvidaron que aquello era un asunto táctico, cosa del momento nomás; y les vino a gustar solamente el desarrollo productivo. “Mirá compadre, que tenemos que ser parte del bloque revolucionario, que esto del desarrollo está bueno pero es puro tirar para adelante. Un puro discurso de la burguesía. Que nadie mejora la existencia a puro su-dor y surco. ¡Está bien ya! ‘Proyección’, ‘desarrollo’, ‘planeamiento productivo…’, son palabras bien bonitas, pero planeemos un poco revolucionariamente”, hemos dicho nosotros. Los compañeros re-capacitaban y a veces no. Y hubo quien se quedó con su sueño capitalista. Y lo hemos respetado porque no es nuestro enemigo principal. ¡Qué va! Hasta quizá sea nuestro amigo y tal vez futuro compañero. Que los naranjos también se inclinan de puro madu-ros. Otros continuamos esta lucha sin dudar. Sabiendo que no hay destino bueno para el campesino pobre, si de a ratos no se aparta del surco a pelear por otra cosa que no sea su cosecha. Aquellos emprendimientos productivos, estaban preñados de argumentos propios de la pequeña burguesía, pero nos sirvieron para no apar-tarnos de la masa y para plantarnos mejor frente a la dictadura. En las reuniones discutíamos sobre los cultivos, pero pronto también analizábamos la situación política del Paraguay. “¿Qué hago con mis tomates?”, preguntaban. “Bueno, para eso estamos planifican-do una venta conjunta”. “¿Y qué es eso de colectivamente? A mí me han dicho que nadie va a comprarnos de ese modo, que mejor vender solo”. “Ya te han calentado las orejas”. “Que no, que esto no va a andar porque al gobierno no le gusta, ahora mismo me lo dijeron”. “A mí se me hace que vos no entendés ni medio de todo cuanto dices”. “No. Para mí, producir es asunto de productores y la política de políticos, qué tienen que ver los tomates con la inten-ción del imperialismo y esa lata que me has dado el otro día”. “Pues

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mucho, compañero, mucho… ” Y así, todos los días, estábamos cuando supimos del Servicio Arquidiocesano de Comercialización. Un esfuerzo nuevo de esos compañeros que sobrevivieron la repre-sión grande del 76; cuando las fuerzas represivas se juramentaron aniquilar todas las organizaciones campesinas, en especial las Ligas Agrarias, donde los pa’i habían tenido tanta incidencia. Y muchos de esos compañeros que se salvaron de la horca, resurgieron en-cabezando el SEARCO [Servicio Arquidiocesano de Comerciali-zación]. Los pa’i ya no dirigían, pues, pero algunos hacían acom-pañamiento con su buen nombre y cruz. Y entre los campesinos estaban los hermanos Flecha. Ahí les conocí. Formaban parte de la Coordinadora regional de Caaguazú. Su visión era más política que la nuestra. Los hermanos Flecha tenían una experiencia impor-tante. Compañeros que conocieron desde muy temprano la lucha y también la cárcel en el caso del compañero Mariano. Toda la familia Flecha es luchadora, lo digo y me recuerdo de Eladio pero también de Florencia, Doralina, Luciano…, sus maridos y sus mujeres.

boní. sobre los inicios de la conapa

Ya en el 78, liberaron a casi la mayoría de los compañeros que habían caído presos. Con los que retornaron al campo, se comienza a discutir la posibilidad de una coordinación nacional. Ya que todos los compañeros que habían actuado en el período anterior, aunque dispersos tenían su organización regional. Concepción, San Pedro, aquí en Caaguazú igual que en Itapúa, Canindeyú, Guairá, Misiones, Paraguarí…, pero eran organizaciones regionales, distritales muy esparcidas, sin ninguna articulación nacional.

Fue cuando abrimos una relación buena con el obispado, con la Pastoral Social Arquidiocesana, a la que planteamos que nos donara un terreno y nos apoyaron con 950.000 guaraníes para la construc-

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ción de un local en Asunción. Eso fue en el 81, creo. Estábamos cinco o seis regiones. No eran regiones fuertes sino pequeños gru-pos de campesinos. También habíamos alquilado un depósito en el Mercado para almacenar productos y luego comercializarlos. Esto era una necesidad de los pequeños productores. Algunos de ellos de hortalizas, cercanos a Asunción, tuvieron mucho que ver con nues-tro origen. Todo aquello fue con apoyo de la pastoral. Había mucho olor a vela, entonces. Pero simultáneamente se discutía ideología y se le llevaba a los asociados una capacitación política. Pronto em-pezaron a surgir otras organizaciones y fue el inicio de la primera acumulación de fuerzas a nivel nacional que después llamaríamos Coordinadora Nacional de Productores Agrícolas (CONAPA). In-tegrándola un buen número de distritales, no todas pero tal vez una docena de ellas.

eladio rememora una discusión con los intelectuales durante el proceso

de creación de la CONAPA

Y en el intercambio de pareceres resurgieron los debates sobre si la organización campesina debía ser autónoma y clasista o acompa-ñar los reclamos de la Iglesia. Nosotros ya planteábamos una cues-tión de clase. Y sosteníamos que los intelectuales, igual que los curas, debían formar su nucleamiento de resistencia y a partir de él esta-blecer trabajos políticos en alianza con el campesinado, para golpear juntos a la dictadura; y no meterse en el campesinado para direccio-narlo. Porque algunos intelectuales, en esa época, para captar fondos del exterior, pretendían estar dentro del nuestras organizaciones.

Y hubo una lucha tremenda enrededor al tema, que nos llevó años vencer. En el 86 ya venía el Papa al Paraguay. La Iglesia plan-teó hacer una carta de denuncia antidictatorial. Y nos encontramos

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en Alto Paraná, a discutir el tenor de esa carta contra Stroessner. Estuvimos reunidos tres días. Dos para elaborar aquel escrito con el acompañamiento de curas, monjas y los intelectuales. ¡Una carta así de larga! Entre los campesinos, allí presentes, dijimos: “bueno, a lo mejor el Papa ni nos lee esta carta. ¿No sería mucho más impor-tante dedicar un día a discutir nuestra coordinación nacional, una organización única?”. Eso planteó un compañero y le apoyamos. Entonces ya comunicamos a los curas y las monjas que íbamos a destinar un día para discutir como organización campesina. Allí sur-gió la primera idea de constituir la CONAPA.* Después de varias reuniones hicimos una asamblea nacional y ahí aparecieron, recuer-do, militantes del Partido de los Trabajadores. Y tuvimos una puja tremenda porque ellos planteaban que la CONAPA debía ser una organización revolucionaria. Nosotros sostuvimos: “de clase” y que las cuestiones revolucionarias, en esta instancia, quedaran para los partidos políticos. Y que en todo caso, entre las organizaciones de clase y los partidos revolucionarios debía haber un respeto. Defen-dimos eso hasta tal punto que ya empezamos a vislumbrar la con-formación de la FNC, porque la CONAPA era sólo una instancia de coordinación. No era una organización. Y nosotros queríamos algo orgánico con una posición definida de clase. También discu-timos, en aquel entonces, la necesidad de articular con los compa-ñeros obreros, como la única posibilidad de garantizar el triunfo de la lucha. Tanto es así que la CONAPA fue miembro fundador de la Central Unitaria de Trabajadores, con una posición totalmente diferente de la burocracia sindical de aquella época. Allí planteamos la capacitación de los compañeros obreros en el clasismo como una lucha frontal con el enemigo. A tal punto que nos expulsaron de la

*OriginalmentelaCONAPAcontóconochoregionales.Entrelascuales,sóloCaaguazú,SanPedroyCentralparticipabandelaCoordinadoradeSolida-ridadSindicalyCampesina,basedelfuturoMovimientoPopularRevolucio-narioParaguayPyahurâ.

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Donde se habla del pasado y también comienza esta historia

dirección de la CUT. La burocracia manipuló para dejarnos afuera. Y a partir de ahí estamos trabajando con las bases.

Todo ese proceso cumple su ciclo y llegamos a la creación de la FNC, que dimos a conocer públicamente en 1991.

nueVo relato de eladio. sobre algunas discusiones dadas en el origen

de la Federación nacional campesina

Fue un paso histórico, porque hasta entonces el campesinado paraguayo, que desde siempre luchó por tierras, lo había hecho disperso, reaccionando según las necesidades o desesperación de cada grupo, sin una concepción orgánica. Hasta las propias Ligas Agrarias tuvieron un perfil movimientista, carente de estructura na-cional o regional. Por considerarlo una debilidad, hemos dicho: no, hay que organizarse mejor. Unificar la lucha por la tierra en una organización con principios, con autonomía, con vida asamblea-ria permanente. Se empezó a discutir aquello, y modelos de lucha, formas de ocupación, de resistencia, sistemas productivos… Pero en ese proceso hubo demasiadas diferencias entre las organizacio-nes campesinas preexistentes.** La posibilidad de conformar con ellas la Federación parecía imposible. Estaban las que mantenían compromisos con la Iglesia, otras con ONGs; algunas eran más autónomas, las había de carácter más partidario… Discutimos en tres o cuatro oportunidades y no hubo caso. Cada una quería impo-ner su etiqueta, su protagonismo. Nosotros, lo que llamábamos el “bloque” integrado por compañeros de Caaguazú, San Pedro, Con-

**ConformaronlaFNC,ensuscomienzos,todaslasorganizacionesquein-tegrabanlaCONAPA,másACADEI,ASAGRAPA(AltoParaná),CAA,AR-PAC(Caaguazú)yCRAI(Itapúa).SuprimerpresidentefueelcampesinoAlfonsoCohene.

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cepción, Central y Canindeyu, defendimos el propósito de articular todas las organizaciones con una línea clasista y de masas. Y a par-tir de ahí plantear en forma conjunta luchas y reivindicaciones de todo el campesinado. Pero eso no se logró enteramente. Pudimos conformar la FNC con nueve organizaciones ya alistadas en la CO-NAPA y tres más. Doce en total. Y en el estatuto de la Federación plasmamos todo aquel debate que veníamos librando desde la déca-da del 70. Allí mismo reza que la FNC es una organización clasista, combativa, autónoma y democrática. Y que su base la constituyen los pequeños productores y los campesinos sin tierra. Después de la caída de la dictadura, en el 91, hicimos la primera asamblea consti-tutiva. Pero, a poco andar, las diferencias volvieron a aparecer en el seno mismo de la nueva organización. Y apareció esa cuestión que ya había aflorado en CONAPA: que la FNC debía ser una organi-zación revolucionaria. Era una postura minoritaria que defendieron los compañeros trotskistas. Le hicimos frente con discusiones, de-bates, planteamientos, siempre en el seno de la masa. Y así fuimos consolidando una línea única, desechando lo que no servía para la clase y absorbiendo lo que sí valía. Un proceso de clarificación, difícil. Por dos años la FNC no pudo fijar posición en muchas cues-tiones por falta de acuerdo, hasta que los compañeros trotskistas renunciaron. Quedamos los que buscábamos una organización que no fuera, en las formas nomás, principista y revolucionaria.

A partir de allí, ingresaron más organizaciones regionales a la FNC. La primera marcha sobre Asunción en el 94, ya fue sin los trotskistas. Nuestra gran diferencia con ellos es que practicamos una línea de masas. Y que para nosotros toda organización exis-tente del campesinado paraguayo debería articularse en una lucha unitaria. Tanto es así que, después de la marcha del 94, constituimos la Mesa Coordinadora Nacional de Organizaciones Campesinas, donde están todas las organizaciones, sin exclusiones.

Y ahí apareció nuevamente una línea más oportunista electora-

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Donde se habla del pasado y también comienza esta historia

lista. Desde FNC respondimos que la cuestión electoral queda para los partidos políticos. Y que las organizaciones gremiales debemos luchar por las necesidades concretas del campesinado. El pequeño productor por créditos, asistencia técnica, garantía de mercado, pre-cio, la defensa de la soberanía nacional frente al Mercosur. Y los sin tierra, por su derecho a tenerla.

Un sector más electoralista sostuvo otra cosa. A tal punto que de la Mesa Coordinadora surgieron tres organizaciones: el MCP, OLP y la CIS, que la CIS por ejemplo luego fue con la gente de Lino.

MARZO DE 2007. VISTA PARCIAL DE UNA IMPONENTE COLUMNA DE CAMPESINOS AVANZANDO, COMO TODOS LOS AÑO, POR LAS CALLES DE ASUNCIÓN.

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“LA LUCHA CONTINÚA¡VENCEREMOS!” ES EL GRITO DE LOS CAMPESINOS QUE LLE-GAN HASTA LA CAPITAL CON EL RECLAMO DE REFORMA AGRARIA.

PALOS Y PUÑOS EN ALTO EN OTRA MARCHA DE LA FNC.

Donde se dicenalgunas palabras

acerca de la FNC

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Donde se dicen algunas palabras acerca de la FNC

Las clases dominantes, la dirigencia política tradicional, bue-na parte de los intelectuales orgánicos, así como lo principal de la prensa paraguaya hacen esfuerzos para relativizar el protagonismo del campesinado. No pocos analistas y politólogos –a veces con concepciones que presumen de vanguardismo–, describen al mo-vimiento campesino organizado como un simple conglomerado de labriegos impulsados a la lucha por reivindicaciones legítimas, aun-que por estar desprovistos de mayor conciencia política, acabarán –tal ha sucedido en otros tramos de la historia del país– manipula-dos por el Estado.

Ocurre que la sola idea de campesinos con objetivos propios, no es fácil de digerir para la sociedad paraguaya. Hay una opinión –bastante generalizada– que considera al segmento campesino lo más atrasado, ignorante y retrógrado del pueblo, incapaz de llevar adelante por sí mismo cualquier acción redentora. Una visión tan desajustada como la de quienes, sobredimensionando el peso de las reivindicaciones económicas, diluyen el perfil clasista y combativo de sus acciones; endilgándole con toda intencionalidad un carác-ter apenas reformista. Según esta postura, para los campesinos, a medida que hagan la experiencia reivindicativa y resuelvan favora-blemente sus necesidades perentorias, aquel accionar dejará de ser traumático, hasta insertarse en la vida política nacional, contribu-yendo a la formación de una nueva democracia, más participativa que la presente; sin quebrantar los parámetros del actual Estado y su tranquilizador modelo electoral.

La realidad es diferente. Aunque se lo soslaye, es un secreto a voces que la FNC, con sus dirigentes legítimos, integran una corriente social poderosa, cada día más sólida. Es claramente el segmento popular con mayor posibilidad de incidir y terciar, en las próximas décadas, en la vida política de este país, férreamente controlado por grandes mo-nopolios internacionales y una clase terrateniente con contradiccio-nes en su seno aunque cohesionada en las acciones anticampesinas.

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El posicionamiento en ascenso del campesinado más sometido es fácil de corroborar: algunos años atrás, autoridades municipales, departamentales y aun las del propio gobierno nacional, muy a su pesar, dejaron de mostrarse indiferentes al fenómeno. Y menos to-davía pueden eludir sus planteos. La presencia y la opinión de la FNC se tornó insoslayable a la hora de debatir cualquiera de las pro-blemáticas centrales del país, aún aquellas que trascienden la cues-tión campesina. Sitial que han ganado, en primer lugar, por la avasa-llante presencia numérica. Luego, por su fuerte impronta combativa. Pero, fundamentalmente por la justeza de una línea de trabajo que no sólo le garantiza la confianza y adhesión activa entre los poblado-res más explotados del campo, sino que ha demostrado eficacia para organizarlos en torno a sus mayores necesidades e insatisfacciones; simultáneamente con el despliegue de una visión política auténtica, de clase, con perspectivas transformadoras de la realidad nacional. Y si algo han dejado claro, es su escaso apego a las prácticas mañosas de la democracia burguesa. Sorteando, inclusive, las tentaciones del “alternativismo” político y consecutivos ofrecimientos para mutar en una fuerza electoral.

He aquí, entonces, el campesinado “atrasado” convertido, en ape-nas una década de organización, en una gran fuerza social y política del cono sur. Con independencia de clase, con programa propio –que además sorprendió internacionalmente, durante el “Marzo paragua-yo” en 1999, por su arrojo, férrea disciplina y capacidad de acción en la lucha popular– y que no parece dispuesto a malgastar su futuro en ningún terreno ilusorio. Espacio político que suelen recrear con mu-cha destreza las actuales democracias formales del continente, para descomprimir la rebeldía de las masas. De allí el recelo indisimulado y latente que la FNC despierta en los sectores reformistas.

Adviértase que su ascendente representatividad en el campo, no es obra espontánea, ni responde a liderazgos particulares. La FNC, en un rico proceso de masas, con aciertos, errores, marchas y con-

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Donde se dicen algunas palabras acerca de la FNC

tramarchas, logró su mayor acumulación tras aplicar como método organizativo el centralismo democrático. Ha tenido –y tiene– diri-gentes carismáticos que notoriamente se destacan del conjunto. En la práctica prevalece siempre una línea de masas. Las resoluciones en la FNC se toman de conjunto. Habiéndolas discutido con profundidad en sus instancias de base. Luego son avaladas por los afiliados en asambleas multitudinarias. De la misma forma se legitima el rol de cada dirigente, cuyas acciones son vigiladas con igual rigor y esmero.

Tanto el crecimiento de sus filas como el carácter certero de sus pasos guardan estrecha relación con este método y estilo de trabajo. Sin ser la única organización del Paraguay que nuclea a campesinos sin tierras y pequeños propietarios, hoy se destaca entre las demás especialmente por las cualidades antes citadas y también por el peso numérico de sus filas.

de tierras recuperadas y la necesidad de una reforma agraria

La FNC contabiliza 190.000 hectáreas recuperadas, todas im-productivas hasta el día de la toma. Aún con ser un volumen im-portante, por lejos, no satisface la demanda de este campesinado sin tierras, esperanzado y férreamente convencido de la necesidad de una reforma agraria profunda, para erradicar uno de los mayores desequilibrios estructurales del continente y del mundo. Mientras el uno por ciento de los propietarios concentra el 89 por ciento de la tierra, el 80 por ciento de los campesinos disponen sólo del 6 por ciento de las tierras en explotación. Existen 400.000 campesinos sin tierra. Algo más de 100.000 trabajan en parcelas de 5 hectáreas, sin papeles y sin títulos de propiedad. Otros 20.000 ocupan extensiones inferiores a una hectárea. El 80 por ciento de las explotaciones rura-les tienen una dimensión que no supera las 20 hectáreas. En el otro extremo, 3.000 terratenientes poseen 20 millones de hectáreas. La

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ostentación del poder latifundista resulta obscena. Los gobiernos que le sucedieron a la dictadura de Stroessner, fuera de su retórica, nunca mostraron interés por modificar esta realidad. De ahí que la relación entre quienes administran el Estado paraguayo y la FNC sea en extremo conflictiva. Más aún desde que la organización cam-pesina evidenció notoria claridad conceptual y destreza para avan-zar con este reclamo histórico. Sucesivos congresos por la tierra y la reforma agraria reinstalaron el tema en el seno de la sociedad paraguaya. Ya no como una simple consigna o vulgar reclamo de justicia que, por otra parte, siempre estuvo presente en el Paraguay (inclusive hasta los partidos tradicionales nunca dejaron de coque-tear verbalmente con ello). Diferenciándose del reclamo histórico, la FNC retomó el planteó de reforma agraria como requisito inex-cusable para acabar con la estructura dependiente, latifundista, el atraso y la gran expoliación monopólica, que hacen imposible una economía e industria nacional en función de los intereses del con-junto del pueblo paraguayo.

políticas agrarias y cooperación agrícola

Como las políticas agrarias oficiales, desde siempre, han esta-do en sintonía con los intereses latifundistas y las exigencias del mercado externo –además de escatimar la tierra– nunca incluyeron fomentos para la producción rural en pequeñas y medianas explo-taciones. Aun hoy el Estado sigue sin garantizar infraestructura, asistencia técnica ni crediticia real para que los sectores peor po-sicionados del campo se realicen favorablemente y no en situación de indigencia extrema y perpetuo quebranto. En consecuencia, los reclamos de la FNC – que tiene en la lucha por la tierra su principal causa de movilización– tampoco olvidan otras reivindicaciones de tipo coyuntural.* Estos planteos parciales, sí suelen obtener algún tipo de respuesta satisfactoria (como fue la gran condonación de deu-

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das en 1999), no sin previas y encendidas discusiones, acompañadas por un programa de medidas de fuerza de alcance nacional. Verda-deras pulseadas con el gobierno de turno que a menudo cobran un cariz tenso y violento.

En verdad, las concesiones que suelen arrancarle a los gobier-nos, apenas morigeran los padecimientos del campesinado. Pues, su nivel de postración y sojuzgamiento económico no podrá sortearse nunca con paliativos. Sin embargo, estos logros parciales, son fes-tejados en el seno de la masa campesina porque implican un alivio temporal para sus maltrechas economías, pero más por considerar-los “batallas” ganadas, dentro de una pelea que saben más trascen-dental y extendida en el tiempo.

Ampliar el horizonte de los reclamos –sin quedar circunscriptos a la toma de tierras o la petición de una reforma agraria– le reportó a la organización los favores de una alianza cada vez más sólida con otros sectores de pequeños y medianos productores que, aunque disponen de parcelas, están igualmente condenados y excluidos por la política agraria. Dicha alianza, últimamente reforzó el prestigio y los alcances de la FNC, inclusive en áreas urbanas. Dándole mayor sustancia a su planteo político, actualmente formulado desde una posición que pro-cura integrar los grandes temas nacionales, la lucha social cotidiana, con el objetivo primordial e histórico de la recuperación del suelo.

Sin cejar las reivindicaciones sectoriales –que también incluyen prédica crediticia, precios para la producción, o tarifa social energéti-ca–, al profundizar el análisis de la realidad sociopolítica del Paraguay, la FNC devino en una de las fuerzas nacionales que se oponen con mayor contundencia a la entrega patrimonial de los recursos del país. Su combativa y clara actitud frente al proceso de privatizaciones, ha refrenado la claudicación ante los monopolios extranjeros. Asimismo

* En los últimos años emprendió de manera exitosa sucesivos planes de lucha por reivindicaciones para el conjunto del campesinado, tales como: condona-ción de deudas, precios para la producción agrícola y subsidios.

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sostiene una fuerte pulseada contra el avance indiscriminado del cul-tivo de la soja.* Mientras demanda del Estado Nacional una política soberana de agroindustrialización del cultivo del algodón, desde una perspectiva que comprenda los intereses nacionales y del conjunto del pueblo trabajador.

ocupación, asentamientos y comunidades

Actualmente, bajo su órbita, contabiliza 11 regionales incluyen-do ocupaciones, asentamientos y comunidades antiguas. Su empa-dronamiento registra unas 14.000 familias que involucran alrededor de 60.000 paraguayos. Buena parte se trata de tierras conquistadas a partir de tomas pergeñadas y dirigidas por la propia organiza-ción. Otras pertenecen a asentamientos de antigua data o producto de tomas espontáneas, cuyos ocupantes fueron al encuentro de la organización con posterioridad a la conquista de la tierra o en el proceso de la toma, en procura de conocimientos y respaldo. Hoy, sus ocupantes reconocen como dirección madre a la FNC y actúan orgánicamente de acuerdo con sus estatutos.

En la actualidad, la FNC acumula una rica experiencia sobre la preparación de tomas y la lucha por la tierra en general. Ha estu-diado sus propias experiencias y sistematizado los pasos que llevan

*Enlosúltimosañosaumentólasuperficiedestinadaaestecultivo.Así,enel 2003, en términos de volumen, el total remesado fueron 52.700 toneladas, superior en un 340 por ciento a las del año anterior. En 2005 hubo un creci-miento del 11,3 por ciento debido a un incremento de 5,35 por ciento en las hectáreas cultivadas y de 5,6 por ciento en su rendimiento. En la temporada 2006/2007lasuperficiecultivadasuperólosdosmillonesdehectáreas.Estosy otros datos estadísticos fundamentan el cuarto lugar que el Paraguay ocupa en la exportación mundial de soja y un quinto puesto, en el mundo, en cuanto alaproducción.Elcultivoextensivodesoja,sostienelaFNC,sólobeneficiaa terratenientes y monopolios exportadores ya que, casi con exclusividad, es comercializadaenelmercadoexternomientrassonínfimoslosvolúmenesco-locadosenelmercadointerno.Agravaladependenciaeconómicaycontribuyea la concentración de la tierra; además de desplazar los cultivos tradicionales

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al objetivo. Sin embargo mantiene amplitud de criterios y respeta las distintas iniciativas campesinas. La preparación de las tomas no siguen un patrón único. Aunque hay una suerte de manual –más verbalizado que escrito–, a la hora de ocupar un latifundio se resis-ten a imponer un modelo prefijado. Y sólo ponen cuidado en que la masa conozca las experiencias del pasado y que se valga de las mismas para evitar la repetición de errores.

Internamente discriminan entre “ocupaciones”, “asentamientos” y “comunidades”. Llaman ocupación a las tierras tomadas cuya te-nencia aún disputan con el terrateniente y las fuerzas legales. Donde los campesinos no tienen asegurada la estabilidad y, a menudo, son fustigados y perseguidos para que hagan abandono del lugar.

Los asentamientos, en cambio, son colonias en proceso de obte-ner la tenencia legal. Cuando el trámite se halla en un estado avan-zado y el latifundista –casi siempre por cansancio– resigna la titula-ridad y los representantes del gobierno comienzan a aceptar dicho asentamiento como un caso consumado.

Las comunidades, son adjudicaciones antiguas, ya legitimadas por el Estado.

La FNC, como queda dicho, no es la única organización que planifica y promueve ocupaciones en el Paraguay, aunque sí la que tiene mayor presencia. En lo que respecta a sus acciones, el resulta-

–como yerba mate, caña dulce, algodón, los denominados “de autoconsumo”– y sustituir la producción ganadera. En los últimos tiempos es un factor más de presión sobre las comunidades rurales, donde el pequeño productor acaba cer-cado por el “aluvión” sojero; recibe ofrecimientos económicos –en apariencia ventajosos– que suelen conminarlo a arrendar o vender la tierra. Curso que, a largo plazo, profundiza el empobrecimiento de las familias campesinas, a veces inhabilitadas para resolver su alimentación con recursos propios. E indirecta-mente contribuye al desmoronamiento de la estructura familiar que, con me-nor disposición de tierra, algunos de sus miembros deben procurar un nuevo trabajo migrando a los centros urbanos internos o externos. Este cultivo, ade-más, tiene incidencia directa en el grave proceso de deforestación que, junto con las fumigaciones y el uso de herbicidas, causan un impacto irreversible en la naturaleza, la vida silvestre y la salud de las poblaciones campesinas.

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do son: 35 asentamientos legalizados o en vista de ello y siete ocu-paciones. Desde 1999, el 80 por ciento de los campos adjudicados oficialmente por el Instituto de Bienestar Rural,* permanecen sin título. Para obtenerlo se le exige a cada beneficiario cinco cuotas abonadas, un requisito difícil de cumplir. Tema que suscitó un gran debate y planteo de la FNC, para impedir la ejecución de los cam-pesinos endeudados y la pérdida del solar ganado.

Las dimensiones de las parcelas individuales que nunca superan las 10 hectáreas, varían según las características del suelo, las dimen-siones de la tierra tomada y el número de aspirantes que se moviliza.

¿cómo es el proceso de una ocupación, según la fnc?

Se forma una comisión vecinal con aspirantes a tierras en una determinada localidad rural. Se abre un período de alistamiento para interesados. Tras ello, resuelven qué tierras tomarán, preferen-temente cercanas al lugar que se constituyó la comisión. Al momen-to de elegir, van a priorizar solares cuya superficie supere las 3.000 hectáreas, aquellos latifundios que permanecen improductivos, que fueron malhabidos por el terrateniente o que están en manos de testaferros. Optarán entonces, desde su óptica, por el latifundio que reúna más elementos favorables.**

La justeza de la elección repercute luego favorablemente y gene-ra simpatías en el entorno, incluso en la población urbana que suele solidarizarse con el campesinado, al contemplar la toma de tierras como un acto justiciero y de reparación histórica.

*ActualInstitutoNacionaldeDesarrolloRuralylaTierra(INDERT).**Cadavezescogensuperficiesmásextensas,interviniendounnúmeromayor

de ocupantes. En diciembre de 2005, 1.090 aspirantes a tierras tomaron 11.000 hectáreas de un latifundio de Sosa Gutierrez en San Pedro. Simultáneamente, 750 campesinos tomaron 10.000 hectáreas de Bogarín, en Caaguazú.

Actualmentelascomisionesvecinalesdeaspirantessonsuplantadasporun“CensoNacional”queejecutalapropiaFNCypresentaalINDERT.Cuan-donohayrespuestaoficial,seresuelveocuparellatifundio.

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Donde se dicen algunas palabras acerca de la FNC

Una mañana los campesinos “amanecen” dentro del predio. Le-vantan una carpa y dos o tres días después llegará la expedición policial a querer desalojarlos. Los ocupantes son instruidos para preparar una rudimentaria defensa. No siempre triunfan, a veces son desalojados por la fuerza. El grado de violencia suele resultar proporcional al valor de la tierra en disputa y al poder económico que ostenta el terrateniente. Muchas ocupaciones atraviesan largos períodos de tensión, en el que los desalojos se reiteran o los ocu-pantes son hostigados con fuerzas parapoliciales. Sicarios que renta el mismo estanciero. La resistencia campesina suele vencer por can-sancio a los terratenientes que, con el tiempo, optan por resignar la tierra antes que invertir más dinero en guardias privadas y sobornos a las fuerzas públicas.

los ocupantes

Siempre son hijos de campesinos, mitâ [muchachos] o kuñataî [muchachas] de 27 a 30 años. Emplazados a un dilema sin otras variantes posibles: tierras o éxodo. Existe entre ellos un alto por-centaje de analfabetismo (en algunas zonas rurales supera el 80 por ciento). Su idioma es el guaraní y sólo una minoría hace uso del castellano. Es común que padres y familiares de los ocupantes con-tribuyan solidarios con alimentos, en el primer tramo de cada toma. La comunidad, de los alrededores, también suele hacer lo propio y hasta se ha dado el caso que los mismos terratenientes envían vacas antes de que se las “ajusticien”.

“Ocupar no es lo más difícil, el asunto es permanecer”, coinci-den todos. En los últimos años la principal pulseada y la resistencia armada es contra los matones a sueldo y contra la policía.

Cada asentamiento desarrolla métodos de seguridad según su experiencia propia y la que va acumulando el conjunto del movi-miento, con el correr de los años. Esto da lugar a un incontado

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número de medidas ciertamente originales e ingeniosas. Por ejem-plo, los ranchos, en un principio, resultaron en extremo vulnerables cuando la policía irrumpió con motosierras y pudo derribarlos sin esfuerzos. Tras ello, los ocupantes erigieron sus viviendas con pa-los en cuyo interior esconden una viga de hierro de construcción. Elemento que no sólo los vuelve resistentes, también destruye la herramienta policial.

¿cómo funciona la fnc?

Organizada en once regionales. Cada una de éstas tiene su propia Dirección. Todas integradas a un Consejo Nacional de Delegados que se reúne cada cuatro meses. Instancia en la que se traza la línea política de la organización. Por encima existe una Dirección Cen-tral, cuyas autoridades surgen de elecciones directas, no proporcio-nales. Cotidianamente es esta Dirección Central la que operativiza, mediante las direcciones regionales, las acciones a implementar. La relación con la comunidad a propósito de la lucha, la producción, el cumplimiento del cronograma de asambleas y otras actividades, es responsabilidad de cada Dirección Regional con los militantes de la Federación.

el trabajo productivo

Pese a la poca disponibilidad de recursos, la escasa incorpora-ción tecnológica y las carencias propias del suelo recuperado, el tra-bajo productivo es otro logro exitoso de la FNC.

Las tierras conquistadas hasta ahora, en su mayoría, son pobres en humus, presentan suelos arenosos, con apenas diez centímetros de fertilidad. Para cuya preservación es indispensable introducir abono o “verde”, adoptando modalidades rotativas en el uso, cues-tión no siempre sencilla en parcelas tan estrechas. Frente a situacio-

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Donde se dicen algunas palabras acerca de la FNC

nes de infertilidad, una costumbre muy arraigada en el campesinado ha sido el abandono del lugar y el desplazamiento hacia tierras más aptas. Desarrollando con ello pautas culturales que remiten casi al nomadismo. La FNC ha luchado contra este viejo hábito. En prin-cipio, inculcando una mayor conciencia acerca de la importancia de preservar la tierra como bien no renovable. Difunde entre sus afiliados la necesidad de incorporar tipos de labranza mínima, sin arado. Para éstas y otras cuestiones técnicas, se ha desarrollado un plan con ayuda técnica.

Debe consignarse que el trabajo colectivo y personalizado favo-rece este tipo de prácticas, en contraposición con el uso irracional que llevan adelante los productores de grandes propiedades. Y si bien los ocupantes de tierras son reiteradamente acusados de de-predar montes, los hechos demuestran que la depredación ha es-tado a cargo de los grandes propietarios y de la industria maderera exportadora, principales responsables de la deforestación.

producción y objetivo político

Si el primer objetivo de la FNC es procurar la tierra, el segun-do es producir para arraigar y no perecer de hambre. La política de autosostenimiento y defensa del lugar ocupado se expresa en la consigna “Ocupar, producir, resistir”, que resume un derrotero insoslayable, a la vez que establece un orden de prioridades.

A diferencia de otras organizaciones latinoamericanas que, para ocupar tierras, aceptan financiamiento externo o bien recursos eco-nómicos que no provienen de su propias filas, la FNC es partidaria del autosostenimiento. No admite ayuda externa más que el propio aporte solidario de la comunidad más cercana a la ocupación o de otros campesinos de la FNC, y sólo como excepción en el tramo inicial de una toma. Una vez instalados en el predio, raudos los campesinos dan comienzo a un ciclo productivo, el más elemental,

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para garantizar la subsistencia del núcleo ocupante y sus respectivas familias, sin abandonar la resistencia ante los embates policiales o de los propios estancieros. Línea que se cumple a rajatabla con éxi-to y es motivo de orgullo para la organización. Por lo demás, una buena logística y la preparación rigurosa de cada toma los hace ser muy austeros en los despliegues preliminares.

Lo productivo, al menos en esa primera etapa, se supedita al ob-jetivo político. Se programa conforme a las medidas de resistencia que la realidad impone en cada asentamiento. Esto nunca es igual. En ocasiones, las tareas de seguridad demandan un esfuerzo supe-rior y una participación muy activa de los acampantes. Otras veces, cuando la situación se presenta más distendida, pueden dedicar ma-yor tiempo y brazos a la labor productiva. Cuando se vislumbra el afincamiento definitivo, se discute arduamente en el seno de cada ocupación la faz productiva. Qué se produce, cómo se produce y cómo se distribuye hace a un debate perenne en la organización. Y cada asentamiento cumple su propia experiencia según el grado de madurez ideológica y conciencia política.

la pelea por el mercado

No es excepcional que en los asentamientos, al cabo de tres o cuatro años de trabajo continuo, combinando formas de labor individual con algunas prácticas colectivas y sin incorporar –en ningún caso— mano de obra asalariada, logren una producción que sobrepasa las exigencias del autoconsumo. Excedente éste que procuran colocar en el mercado interno. Rango que no desesti-man, si no que es visto como un logro en camino a incorporarse al mercado productivo nacional. Pues, la FNC no adscribe y combate con regular fuerza las teorías –muy difundidas por algunas ONGs– que propician la construcción de comunidades cerradas, automar-ginalizadas de la vida política y económica del país y, muchas veces

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Donde se dicen algunas palabras acerca de la FNC

sin ser su propósito, acaban aislando a las familias campesinas del proceso nacional.

una línea autónoma e independiente

También sobresale su autonomía con respecto al Estado y la po-lítica tradicional; así como de otros organismos en apariencia inde-pendientes, tal se han presentado no pocas ONGs; en rigor, casi siempre montadas con recursos financieros suministrados por las mismas clases dominantes locales o por fuerzas extra nacionales que participan en la disputa interimperialista. Estas organizaciones, “sin fines de lucro”, con un tinte progresista, a menudo suelen solventar proyectos comunitarios y rurales, so pretexto de instruir al campesi-nado sobre prácticas alternativas de producción.*

Que la FNC se forjara despojada de tutelajes tiene importancia ya que, en la historia del Paraguay, demasiadas veces el campesi-nado fue impulsado “de arrastre” a la acción directa como tropa de maniobra en las sucesivas pujas entre los partidos tradicionales, sirviendo involuntariamente a objetivos ajenos a sus propios inte-reses. Epoca en que las consignas campesinas –aunque fundadas en el reclamo histórico del derecho a la tierra–, estuvieron preñadas de oportunismo, para seducir y cautivar la simpatía de las masas rurales en cuanto conato y revuelta existió. Contiendas que, con el devenir histórico, apenas significaron mayor frustración y relego para los sin tierra.

La FNC desde su origen sostiene una consigna que los campesi-nos, a modo de grito de guerra, suelen reproducir a voz en cuello y puños cerrados en cada congreso, marcha y concentración pública: “La lucha continúa… ¡Venceremos!”.

* Ver capítulo siguiente.

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LA SIGLA DE LA FNC PINTADA EN EL INTERIOR DE UNA VIVIENDA RURAL. MÁS ARRIBA EL ROSTRO DEL CHE Y UNA FRASE:”SOLO LOS QUE VIVEN DE RODILLAS VEN A SUS ENEMIGOS COMO GIGANTES”.

ASENTAMIENTO REPUBLICANO EN EL DEPARTAMENTO DE SAN PEDRO. CAMPESINAS PELANDO MANDIOCA. AÑO 1998.

Donde se plantean diferencias

con algunas ONGs

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Donde se plantean diferencias con algunas ONGs

La irrupción de ONGs con financiamiento externo en Paraguay data de varios años. Desde un comienzo buscaron insertarse en áreas rurales e incidir en las decisiones del campesinado. Igual que la mayoría de los grupos católicos, buena parte de ellas, desplazan de la discusión el tema del Estado y proponen como remedio para los males rurales proyectos productivos de autogestión, basados en el mero desarrollo del “ingenio” y la capacitación técnica o “reedu-cación” de la familia campesina. Algunas son proclives a un falso ecologismo, tan fundamentalista como incompleto. Y en función de una supuesta “pureza campesina”, alientan proyectos producti-vos de espaldas al mercado, apenas destinados a resolver el consu-mo familiar.

En sus antípodas, la FNC descree que con sortear el mercado un campesino se libere de algo. Este, señalan, existe independiente-mente de la voluntad de los campesinos y buena parte de su subsis-tencia se halla indefectiblemente sujeta al mismo. A la hora de ejem-plificar, describen: “Un campesino puede criar su cerdo, su gallina y hasta establecer relaciones de trueque y olvidarse de la existencia del mercado. Pero cuando llega el invierno y desea comprar una frazada acude al mercado. Y no puede llevar un jamón de su chan-cho y cambiarlo por el abrigo”. De donde el “alternativismo”, tan preconizado por una parte de estas ONGs, resulta falaz.

Sin dejar de cuestionar las reglas que rigen el mercado, la FNC plantea producir para comerciar en él. Ubica al Estado en el centro de sus cuestionamientos políticos, considerándolo responsable de garantizar precios equitativos en resguardo de la producción de me-nor escala. A partir de ello, plantean la necesidad de un Estado que represente los intereses del trabajo y la producción nacional, no los del latifundismo especulador.

Sobre la notoria incorporación de técnicos locales a estas ONGs, han dicho los dirigentes campesinos: “Ellas le brindan reconoci-miento, cierto prestigio social y buen salario, cuestiones que el país

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no les ofrece, ya que el Estado carece de interés por el desarrollo científico. Los técnicos seducidos por estas estructuras, a veces, len-tamente son ganados también en lo ideológico; pues las decisiones de los intelectuales, a menudo, están mediatizadas por sus formas de vida. Entonces, lo primero que aparece es que el dinero de las ONGs viene a ocupar intelectuales ociosos, sin trabajo, que en otra situación podrían ser un potencial revolucionario muy importante”.

El segundo cuestionamiento que hacen tiene que ver con que muchas de estas organizaciones procuran desalentar cualquier ca-mino de lucha política, fomentando sólo “salidas” coyunturales y de corto alcance. Su inserción, opinan, se debe más que al buen resultado de los proyectos a la disponibilidad de dinero que mues-tran. “Trabajan sobre una comunidad, encaran una labor producti-va y rápidamente aportan dinero para la financiación, mientras una comunidad cercana, quizá más radicalizada, soporta toda suerte de dificultades para llevar adelante el emprendimiento más modesto. El mensaje entonces es claro: la lucha no sirve. Acto seguido usan esas experiencias como propaganda contra la dirigencia combativa rural, desalentando cualquier proceso de lucha”.

Claro que cuando ese aporte externo caduca, la comunidad re-torna al desamparo. No existen proyectos a largo plazo que grafi-quen lo contrario.

La FNC considera destructivo y reaccionario el rol de ciertas ONGs, tras constatar que allí, donde temporalmente prestan respaldo económico, el campesino es desmovilizado y también desideologiza-do. Ya que ex profeso es aislado de la problemática nacional, apartado de la lucha política y entretenido con emprendimientos productivos de corto vuelo, pendientes de una financiación acotada, no sólo por lo efímera sino, y más grave, por la dependencia que trae en sus entrañas. Es notorio, además, el empeño que algunas de estas organizaciones han puesto para corromper dirigentes agrarios y generalizar la idea de que “no se puede hacer nada en el monte” que no sea producir.

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Donde se plantean diferencias con algunas ONGs

No obstante, con mucha amplitud la Federación Nacional Cam-pesina ha sabido mantener puntos de contacto con un número importante de ellas, sin perder de vista que –más allá de los pro-yectos, de sus personeros visibles y de muchísimos colaboradores honestos- mantienen sujeción al capital que proviene de países con apetencias imperialistas. “No pensamos que necesariamente exista mala intención en cada uno de estos proyectos. Puede, inclusive, que entre sus miembros locales haya buena voluntad, o acaso más oportunismo que maldad, pero el fondo de la cuestión es que el financiamiento proviene de afuera y con intereses determinados, contrapuestos a los del pueblo”.

La FNC señala que estas organizaciones son “de apoyo y ser-vicios”, según lo especifican sus cartas constitutivas. Entonces, di-cen, “las veces que establecemos contacto y acuerdos, exigimos que respeten su propia definición. Significa que sólo deben apoyar y prestar servicios, mientras el campesinado conserva la dirección de todo emprendimiento y su independencia gremial y política”.

de cómo ven los campesinos federados el trabajo de las onGs

“No es bueno que un campesino abandone la lucha por el mer-cado. Nos corresponde conquistar un espacio y poder acudir allí a vender la producción. Las ONGs nos dicen: eso no es posible, nada puede hacer un campesino pobre ante un enemigo tan poderoso. Entonces lanzan sus proyectos de autogestionamiento. Y para ellos todo es autogestión, autogestión…, pero tanto autogestionarnos un día vamos a tener que autoenterrarnos”.

Salustiano, campesino de Yryvukuá, departamento de San Pedro

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“Nos diferenciamos de las ONGs, que dicen que con ingenio, proyectos y trabajo se puede salir adelante. Ellas tienen un respeto absoluto por la propiedad privada. Cuando les hablamos de ocupar tierras, nos quieren enseñar a engordar pollitos. Bueno, les respon-demos, vamos por la tierra y después engordamos pollos”.

Fidelino, campesino de zona norte, departamento de San Pedro

“Las ONGs son vendedoras de miseria y resignación. Traen sus proyectos productivos disfrazaditos de comunitarios, pero nomás engordan el individualismo y la desconfianza en el camino de masas y de verdadera colectivización”.

Jacinto, campesino de San Pedro

“Ellos le ponen palabras bonitas para hablar de su mandioca…, su tal cosa…, tal otra… Con su financiamiento parece todo bien fácil. Luego los campesinos con su ayuda obtienen producción y ahí comienzan los mismos padecimientos de todo pequeño campesino. Cuando producen para el mercado interno a veces se les pudre la producción sin poder venderla, y con tantas palabras bonitas que han gastado. Por eso son muy afectos a proponer una economía familiar de subsistencia. Incluso el Banco Interamericano de Desa-rrollo y el Banco Mundial, proponen lo mismo. Es decir, un puro engaño. Respecto a la toma de tierras están totalmente en desacuer-do, ninguna ONG es capaz de apoyar eso”.

Luciano, campesino de Mbarigui, Caaguazú

“Para todo le echan a usted un discurso bonito, importante. Lle-gan al campo con un discurso estampado, no hacen más que encimar palabras para nombrar lo que ya conocemos. ¡Hay que oír lo listos que parecen!, luego ya vemos: la pobreza es el resultado final”.

Nicolasa, campesina de San Pedro

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relato, más o menos jocoso, oído a secundino miranda a propósito de unos chanchos taiwaneses que terminaron honrando a san blas

“Toda la gama del arribismomostraba sus dientes de oro”

Gonzalo Rojas

Y esto pasó hace ya demasiado tiempo en Cordillera. Los taiwaneses llegan y dicen: queremos apoyarlos a ustedes que son pobres. ¡Vamos!, las ONG estaban promoviendo lo que llamaban agricultura sustentable. Agricultura sustenta-ble y autoconsumo, son palabras que suenan bien, verdad. Sin embargo, hemos discutido en el campo y visto que eran recetas para convertirnos en comedores felices de nuestros porotos y gallinas y…, ahí nomás nos dejaban, verdad, sin alzarnos del pozo. Nosotros también aspiramos a tener mé-dicos, camas, frazadas, autos, teléfonos, televisión… ¿Acaso comiéndonos nuestros porotos vamos a lograr alguito así? ¡Claro que no! Y ya en esas conversaciones estábamos cuan-do los taiwaneses meta con lo de la agricultura sustentable. Lo que nosotros llamamos un puro posibilismo agrícola. Y viéndonos medio desconfiaditos nos dicen ya: bueno, para el autoconsumo, vamos a regalarles cerdos. A cada labrador les entregaremos tres hembras y ustedes nos compran el ma-cho a un precio baratísimo. Y esta ayuda que damos, aclara-ron, es con el compromiso de ustedes que en la primera pari-ción van a obsequiarle una hembrita a su vecino. Esto va a permitir que haya más vientres y así tendrán pronto muchos más chanchos en la zona y… ya no me recuerdo más cuántas

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palabras bonitas sostuvieron. Y bueno…, como la solidari-dad siempre entusiasma acá, todos aceptamos aquel ofreci-miento de la ONG, que nos “regaló” las chanchas tan pronto nos vendió los chanchos. Cuando los puercos crecen un poco y dejan de mamar, siempre le alimentamos con mandioca aplastada y con maíz tupi. Eso hicimos aquella vez y no re-sultó. Los kure1 masticaban la mandioca y la soltaban chu-padita, hecha una goma. ¡Caramba!, nunca se habían visto animales tan delicados para comer. Vencido por la flacura que llevaban esos puercos, a un compañero ya se le antojó hupi2 al chancho y mirarle bien cerquita. ¡Ahí le vio que no traía dientes! Le miramos a los otros, ¡y los muy condenados con sus encías de viejito!… Fuimos a ver a los técnicos de la ONG. “¡Ah no –explicaron ellos –, estos cerdos no comen mandioca ni maíz, porque es una variedad sin dientes. Pero a no afligirse, que nosotros vendemos un balanceado especial a tantos guaraníes la bolsa…”

¡Y allí nomás se acabó el emprendimiento! Ni chancho, ni balanceado. Esperamos el 3 de febrero para llevarles al asador. Una gritería aquella mañana… Y en un rato, todos estuvieron sobre las brasas. Ah, yo me creo que los taiwane-ses se ofendieron demasiado pero San Blas quedó bien agra-decido.3

1 Cerdos.2 Alzar. 3 San Blas, Santo Patrono del Paraguay. En la creencia popular, para

homenajearlo hay que comer mucho. En el campo también se asegu-ra que es el Santo de la garganta. Y se sostiene que rogando “¡San Blas, San Blas!” sana las gargantas de los fieles creyentes.

Donde se cuentala lucha por las tierras

de Mbarigui 14

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Donde se cuenta la lucha por las tierras de Mbarigui 14

Aquí MAriAno FlechA reMeMorA cóMo, trAs perderse en un sinnúMero de ocupAciones de

tierrAs, Fue ApAlAbrAdo por sus herMAnos pArA ocupAr lAs tierrAs de MbArigui

Entonces, desde que salí de la cárcel, me he perdido un tiempo largo hacia el norte, en ocupaciones de tierras, todas muy desorga-nizadas. Ni sentido tiene mencionarlas, tantas que fueron. Ocupa-ción, desalojo, ocupación… Siempre rodando por ahí…, buscando donde asentarme, contactándome con compañeros en la misma situación. Luego tomábamos tierras y ya mismo la persecución ca-yendo sobre nosotros. Nos dispersaban fácil. Por falta de organiza-ción, no podíamos ejercer resistencia. Los terratenientes lograban su propósito en un santiamén. Así estuve en varias tomas en la zona de Yhû [agua negra]. Una muy encarnizada fue en FINAP, un lati-fundio de japoneses. Más luego, en el 86, marché a otra ocupación, en tierras del poeta Matías Gues… Así, todos esos años ganan-do y perdiendo. Y aunque cierta vez procuré mi pucho de tierra, tampoco vi bueno quedarme aguardando que me esquilmaran de por vida como campesino pobre. Tuve en mi cabeza continuar la pelea, no quise desobligarme. Llevaba estas cosas un poco conver-sadas con Eladio. Y un día le dije: “si hay ocupación por ahí tenés que llamarme”. Porque mi intención era una comunidad autónoma que se desenvolviera en forma organizada. Al tiempo llegó nuestro hermano menor, Luciano, a mi asentamiento y me anotició. “Hay una ocupación, allá en Campo 9”, dijo. “Está bien, vamos allá”, res-pondí. Era la ocupación de Mbarigui 14 sobre un latifundio de José Domingo Ocampo. En 1991 nos sumamos con Eladio y Luciano a un grupo de compañeros que tenían un proceso de casi seis años de lucha para conseguir las tierras. Y esos compañeros necesitaban de verdad un lote, aunque no tenían profundizada la problemática campesina. Quiero decir que, en un principio, estaban muy esperan-

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zados en los trámites legales. Pero, puros papeleos y promesas era lo que habían recibido hasta entonces. De a poco hemos rumbeado la lucha en sentido distinto. Nos preparamos para ocupar la tierra y resistir en ella. En el 91 ocupamos, pero la mudanza grande la emprendimos en diciembre del 92.

MoMento en el que interviene luciAno FlechA pArA resuMir los pAsos que se dieron hAstA gAnAr

lAs tierrAs de MbArigui

No es que se tomó la tierra y ya… Toda ocupación tiene su parte de lucha. Este asentamiento, por caso, comenzó con trámites en 1985. En su primera etapa se formó en Caaguazú una comi-sión vecinal de sin tierra que planteó al IBR* su reconocimiento y después comenzó una larga batalla institucional. En 1990, la comi-sión se transformó en asociación campesina, con una organización más estructurada. Para entonces los parlamentarios aceptaron la expropiación, pero el terrateniente planteó un recurso de inconsti-tucionalidad. Y ahí estuvo demorada la cuestión, sin que los jueces resolvieran. Después de 5 años de trámites, sin ninguna esperanza de conquistar la tierra, en 1991, en una asamblea general de socios resolvimos que la única posibilidad de hacernos con la tierra era la ocupación. Se discutió profundamente con todos los compañeros qué significaba aquello y luego organizamos la toma.

Y la ocupación se hizo a las 9 de la mañana. De madrugada hemos partido a bordo de un camión desde Caaguazú, trayendo muy poca cosa. Viendo la dureza del asunto, resolvimos primeriar con una comi-tiva puramente de hombres hasta hacer una producción mínima para subsistencia, y más luego procurar que la familia se mude completa.

* Instituto de Bienestar Rural. Actualmente INDERT.

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Donde se cuenta la lucha por las tierras de Mbarigui 14

Al llegar volteamos el alambre y nos ingresamos convencidos de que nadie nos movería de aquí. “Es nuestro”, dijimos. “¡Kokue [Chacra] o cementerio!”, hemos gritado muchas veces. Esa primera ocupación fue dura, pues, no había colonia paraguaya en la cerca-nía que se solidarizara con nuestra lucha. Los menonitas, que nos rodeaban -porque esta es zona de menonitas-, primeramente nos trataron como a enemigos. Ellos también pretendían las tierras y hasta tenían sus conversaciones con el dueño para adquirirlas. Se encerraron en sus posturas capitalistas y no han sido solidarios, qué va. Más bien actuaron en conjunto con la policía. A la que dieron aviso y al tercer día fuimos desalojados por la fuerza. Cuestión de días nomás. Porque hemos vuelto a ocupar. Y ya con esfuerzo 47 compañeros desmontamos 15 hectáreas. Quince días de trabajo, en medio de los gringos, que no te daban la mano y había que vivir de cualquier cosa cuando se terminaban las provisiones. Así, bien caras fuimos pagando las tierras, descuartelados y hambrientos. Sin excedentes ni dividendos, con lo que el monte provee de momento. Y el segundo desalojo se produjo cuando una partida policial nos sorprende trabajando. Vino el camión del terrateniente, nos alzó a todos y nos llevó al pueblo. Y puso a cinco compañeros a ocu-par calabozos mugrientos. Soportando humillaciones y tormentos. Porque la cobardía siempre pone nombres ruidosos a quien está indefenso: “Usurpadores…”, “revoltosos…”, les han gritado. Ya para entonces, el resto de los campesinos, en la calle, como una forma de resistir y de defender a los detenidos, sin perder tiempo, nos organizamos. Le apresamos el camión al latifundista a puro machete y palos, y exigimos la liberación de los compañeros. Como es menester de los policías cuidar la propiedad privada de los terra-tenientes, al instante nomás logramos la liberación. Cambiamos ro-dado por detenidos. “Lárguense y cuidado con lo que van a hacer”, gruñeron los uniformados. Y no hemos hecho más que organizar la vuelta a la tierra. Sin embargo la policía destruyó todo en la ocu-

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pación, que por entonces eran nueve ranchos. Los reconstruimos. Y las fuerzas policiales volvieron a intentar el desalojo. Pero ya, para aquel tiempo, habíamos resuelto armamentarnos con mache-te, foiza, escopetas, puñales… y guardiar de frontera a frontera la ocupación. También habíamos aprendido a no dispersarnos nunca, aún trabajando, porque eso nos debilitaba ante un posible ataque. De modo que cuando llegó la policía, nuestra guardia avisó y le esperamos compactos en el lugar. Se tuvieron que regresar con sus manos vacías al destacamento. En el momento, sentimos que la historia comenzaba a cambiar.

Mientras, se planteó el proyecto de expropiación en la instancia parlamentaria y se ganó. Luego se ganó en el Poder Ejecutivo; des-pués llevó mucho tiempo desbaratar un recurso de inconstitucio-nalidad que presentó el propietario de la tierra en la Justicia. Otra vez lucha, hasta que se ratificó la ley aprobada por el Ejecutivo. Allí sobrevino otro planteamiento del terrateniente para que vetaran la ley. Llevó un tiempo más de peleas, pero los compañeros ya estaban todos adentro, ocupando y produciendo. Y cuando la producción de los primeros surcos de mandioca, maíz y porotos, estuvo para el consumo fuimos por nuestras familias. Se afincaron, por fin nuestras mujeres e hijos. Entonces, para la siguiente amenaza de desalojo tam-bién se prepararon ellos para resistir. Y fue doblemente efectivo para frustrar el embate policial. Y a partir de ahí no hubo más desalojos, entonces comenzamos a trabajar las primeras 15 hectáreas colectiva-mente. Y, aparejado con ello, todas las prácticas solidarias y colecti-vas sentando las bases de un sistema nuevo, de una vida distinta, en lo económico, en lo social y también en lo político.

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Donde se cuenta la lucha por las tierras de Mbarigui 14

MAriAno se recuerdA de AlgunAs tretAs del terrAteniente pArA no entregAr lA tierrA

y de cóMo se relAcionAron con unA coMunidAd indígenA

Dueño de mucho más suelo, el terrateniente conservaba a éste improductivo, aunque puso su grito en el cielo: “¡Se trata de una reserva ecológica!”. Le investigamos y vimos que mentía. De ecoló-gico, nada. Aquí mismo ya habían volteado abundante monte y sa-cado rollos. Entonces el muy japúva [embustero] se defendió: “Ocu-rre que es una tierra que ya cedí a las comunidades indígenas”.* Hablamos con los indígenas y rápido lo desmintieron. Entonces llegamos a un acuerdo con los compañeros indígenas. Nos prome-timos ayuda mutua hasta que el terrateniente cumpliera su promesa de entregarle tierras y hasta alcanzar nuestro propósito. Hicimos un reclamo por 2.063 hectáreas. Mil para los indígenas y el resto para nuestra asociación campesina.

Una vez consolidados aquí, los indígenas pidieron sus mil y se les entregó ese espacio, aunque están ocupando 400 hectáreas, nada más. Las restantes se las fueron pillando los menonitas. Ellos, los in-dígenas, hasta ahora están igual que nosotros, ilegales, sin procurar la titularidad. Mantenemos amistad y respetamos sus decisiones.

sobre lA experienciA de producción colectivA. ApreciAciones de elAdio

Quiero insistir en aquello que ha dicho el Luciano: antes de to-mar por la fuerza la tierra, hubo cuatro años de lucha legal que prueban el cinismo de los gobernantes burgueses. Trámites en el

* Mby’a, comunidad originaria del lugar.

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IBR…, planteamientos en el Parlamento…, idas, venidas, un pala-brerío burocrático para dilatar la cuestión. De no haber entrado en esa tierra, de no haber resistido con firmeza a las amenazas policia-les, los legisladores nunca hubieran desapropiado al terrateniente.

Cuando sucedieron aquellas pujas, yo era presidente de la FNC y prometí no apartarme de mis compañeros hasta sacar adelante el propósito. Entonces abandoné todo, mi producción en Caaguazú, mi familia…, todo, durante un año. Fui a ocupar la tierra de Mba-rigui y allí me quedé junto al resto. Y ahí en las asambleas, todas las tardes, cuando nos desobligábamos de las tareas laborales, tomando tereré discutíamos la manera de no seguir un camino individualista que fuera a dispersarnos. Unidos, decíamos, hemos tomado la tie-rra y juntos seguimos en nuestras primeras labores, ¿por qué en el futuro el trabajo productivo tiene que dividirnos cada uno por su lado y debilitarnos? Vimos que, por nuestra falta de maquinarias y de recursos, el trabajo colectivo era necesario. Nadie podría salir adelante con su propia fuerza por más que dispusiera de una parce-la. Entonces discutimos cómo organizar lo colectivo. Se pusieron algunas reglas mínimas de acatamiento conjunto para que no hubie-ra injusticias, para igualar esfuerzos. Se fijaron reglas, por decisión de la asamblea. Y ahí las reglas, un ejemplo: era acudir a las 7 de la mañana a cumplir con el trabajo productivo. Pero un compañero, al primer día, indisciplinado; al segundo día, indisciplinado; bueno, al tercer día ya le hemos llamado la atención. “Es que así no me gusta a mí”, se defendió él. “Que así pierdo mi libertad”, se quejó. “Que un paraguayo es libre de hacer lo que quiere, y mucho más si tiene tierra, que no ha de ser para esclavizarnos que luchamos…” Esos fueron sus argumentos para plantear que deseaba trabajar su chacra a la hora que él quisiera. Entonces se le explicó que había una nece-sidad de organizarse en grupo. Lo que no implicaba esclavitud sino un puro compromiso con sus iguales. Pero su individualismo no le permitió ver aquello y se salió del grupo. Aunque le hemos permi-

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tido que intentara su proyecto individual, no pudo avanzar con su soledad y mezquindades.

Otro compañero planteó, un día, que debíamos ser respetuosos con el dueño de la tierra, que a lo mejor podía ayudarnos. ¡Impo-sible!, replicaban otros. “El terrateniente es un enemigo de clase, cualquier cosa que venga de él va a ser para manipularnos”. “¡No!, fíjate que ha cambiado su trato, hasta ha venido a hablar con no-sotros amigablemente”, dijo. Y los compañeros le han respondido, “me parece que tu tienes un problema de conciencia de clase, que no distingues a los enemigos, que si viene a hablar suavemente es porque está derrotado”. Y así íbamos…, discutiendo hasta que un día acordamos iniciar una explotación colectiva en 15 hectáreas. Y cuando toda la producción estuvo para consumo o venta, en una asamblea un compañero se levantó y dijo: “bueno, es momento de repartir la producción, dividamos todo por igual”. Otro manifestó “No, acá hay que distribuir según las bocas”. Y aquel compañero protestó: “Pero Fulano tiene siete hijos y Mengano dos, ¿por qué se va a llevar más él si trabajamos igual?”. Se explicó que dentro de la producción social y en el momento que transitábamos en nuestra ocupación, era: “a cada uno según su necesidad, no según su capa-cidad”. Y hubo quienes lo entendieron así y dijeron, bueno, acepta-mos. Y quien no tuvo ojos para la medida y se radicalizó. Entonces al descontento le entregamos su parte de mandioca. Pero resulta que él consumió la mandioca muy pronto y los que mantuvimos nuestra parte colectivamente tuvimos mandioca para mucho más tiempo. Recién allí comprendió que se equivocó queriendo individualizar su producción, por lo que modificó su idea después de la experiencia.

Ese proceso de acumulación, a partir de debates y la práctica en el trabajo rural, es de suma importancia y cambia la mentalidad del individuo.

Mbarigui fue nuestro primer intento de producción colectiva. Hoy cada uno tiene su parcela y los más avanzados trabajamos en

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forma colectiva por decisión y convencimiento propio, respetando y esperando que el resto haga su experiencia. La práctica demuestra que los compañeros que quieren ser individualistas no pueden so-brevivir. Por ejemplo, existe el almacén social fundado por decisión de los campesinos y administrado por la comunidad misma. Pero un campesino quiso poner almacén propio. La dirección del asenta-miento lo cuestionó. “¿Acaso quieres ganar dinero con el esfuerzo de tus compañeros?”. “Yo soy libre de hacer mi negocio, a nadie voy a obligar”, nos ha dicho él. No entró en razones, entonces le concedimos permiso para que instale su almacén. Un año estuvo en eso, el compañero, hasta que se le pudrió la mercadería. Porque el resto de la comunidad que tiene su mentalidad más colectiva acude al almacén social. Entonces, ese compañero con mente individua-lista entró otra vez a formar parte del colectivo. La práctica hizo que se diera cuenta de la imposibilidad de sobrevivir en forma indi-vidual en el asentamiento. Sí, compañero: las prácticas comunistas son una necesidad de los campesinos pobres.

Y sobre la marcha también tuvimos discrepancias por el alma-cén social. De pronto, comenzó a dar una pequeña ganancia y hubo compañeros que sugirieron un reparto equitativo del beneficio en-tre los socios. Se discutió duro y acordamos con aquellos que opi-naron que si en Mbarigui teníamos almacén social y tierras se lo debíamos a la lucha. Una lucha que nos excede porque fue y es de carácter nacional. Viene de mucho antes y continuará, porque hay demasiados campesinos en situación de esperanza. Entonces se re-solvió destinar solidariamente las ganancias del almacén a la lucha campesina nacional.

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unA vueltA por

MbArigui 14“La tierra está forjando

sus alas, sin cadenas” Carmen Soler

Para llegar desde Caaguazú hay que recorrer 45 kiló-metros, abandonar la carretera y adentrarse otros 27 kiló-metros por un camino rojo y solitario. Campo 9 es zona de colonias menonitas y latifundios impenetrables. Al fondo del camino, en el monte virgen, hay un claro de esperanza: Mbarigui 14 es la primera experiencia de toma orientada por la Federación Nacional Campesina, desde que se cons-tituyó como tal.

Al visitarla por primera vez, hacía cinco años que aquello había dejado de ser monte espeso. La camioneta, conducida por un miembro de la FNC, se aproximó hasta una alambra-da. De pronto, se oyeron tres bombas disparados por la vi-gilancia campesina. El número de estruendos indicaba que éramos visita amistosa. De no, siete disparos hubieran pues-to en guardia a todos y, quien más quien menos, habrían corrido a tomar un arma o a ocupar un puesto preasignado. Aquí la organización de la autodefensa armada es un hecho previo a la resolución del congreso de la FNC celebrado en 1996, cuando votó su instrumentación en todas las ocupa-ciones y asentamientos que orienta. Con el transcurrir de los años, en Mbarigui, esa decisión se mantiene férrea.

Mbarigui 14 consta de 700 hectáreas. En ellas se ali-nean 76 parcelas de 10 hectáreas cada una, mensuradas y adjudicadas democráticamente por los propios colonos. Y 400 hectáreas, inviables para agricultura, destinadas a la

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explotación comunitaria de pastoreo, para usufructo de los ocupantes que poseen ganado.

La organización primigenia fue “por calles”, en cinco comités. Cuyo número de integrantes no era uniforme: los había de diez y también de veinte miembros. Catorce inte-grantes formaban la Comisión Directiva del asentamiento, elegida en asamblea general ordinaria: dos representantes por cada comité, dos por los jóvenes y dos por las mujeres. Asimismo, un representante de esta asociación campesina integraba el Comité Ejecutivo de la FNC.

La asamblea general ordinaria se reunía cada doce me-ses, pero podía constituirse en forma extraordinaria cada vez que resultara necesario.

En el corazón del asentamiento, sobre un claro de 6 hec-táreas desmontadas, está lo que llaman el “centro urbano” que consta de dos construcciones donde funcionan el único almacén, la escuela y la enfermería.

Entre los ocupantes adultos el analfabetismo es elevado. No hay en todo el asentamiento un núcleo familiar que tenga menos de cinco hijos. Un centenar acuden a la escuela, a car-go de tres maestros a los que les llevó un largo tiempo com-prender que los campesinos rústicos también tienen ideas de cómo educar a sus hijos. Si bien respetan la normativa esta-tal, porque es decisión de la FNC que los hijos de los campe-sinos reciban el mismo programa educativo que el conjunto del pueblo paraguayo, los adultos no dejan de intervenir en algunos aspectos clave de la formación de sus hijos.

Nunca faltaron en el asentamiento instancias para dis-cutir. La administración general, en un comienzo, estableció que cada lunes la comisión del almacén de consumo debía rendir cuentas y planificar compras. Todos los miércoles ha-bía reunión de la cooperadora de educación. Los jueves se

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encontraban los comités (cinco reuniones simultáneas en las casas de los campesinos para discutir lo agrario). Mientras los domingos parlamentaba la comisión directiva en pleno. Esta ha sido la responsable de ejecutar las decisiones asam-blearias. Cada comité discutía y planificaba democrática-mente la producción individual (que cada integrante realiza en su parcela) y una producción colectiva, en acuerdo con lo dispuesto por la administración general.

Las autoridades del asentamiento reconocían distin-tos grados de conciencia. Según los cuales se planteaban proyectos de producción colectiva más avanzados o no. La idea, era ir avanzando en las prácticas colectivas, respe-tando el desarrollo cualitativo de los campesinos. “Iremos planteando lo que se adecua a la conciencia y realidad de los compañeros. Nada por imposición, todo por decisión de la masa. Por ejemplo, los procesos de discusiones, de clari-ficación ideológica, se han dado desde el inicio de la ocupa-ción. Y un primer gran logro fue el Almacén Social, cuando los compañeros entendieron y lo asumieron como suyo. Fue un gran paso en el campo social y político dentro de esta comunidad”, afirmó Mariano.

El funcionamiento del almacén es muy sencillo. La ad-ministración compra mercadería al por mayor y establece los precios de venta con un mínimo de ganancia. Sin embar-go no fue creado con fines benéficos y menos aún de lucro. Apenas lo consideran “un medio, no una solución”. Y es una experiencia muy valorizada por el conjunto de la comuni-dad fuera de los resultados y beneficios económicos. Un cam-pesino, mostrándose orgulloso, argumentó: “Le llamamos Almacén Social, porque es de todos nosotros. De su manejo se encargan veinte compañeros elegidos para la función y van rotando de a cinco. Así cada compañero va adquiriendo

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experiencia de administración y nadie se cree con mayores poderes que otros”.

Las autoridades del asentamiento no se engañan. No tratan de formar una sociedad socialista dentro del Esta-do capitalista paraguayo. “Sólo buscamos acercarnos a un nivel superior de producción colectiva. En lo político, a una cuestión más autogestionaria. Y que los compañeros se va-yan cualificando en esas prácticas. De manera que cada vez estén más claros del papel del Estado, que nos sigue explo-tando aunque hayamos liberado estas tierras. Porque el Es-tado es responsable directo de cuánto padece un campesino paraguayo; es la madre de todos sus males: en el problema de la tierra, la educación, la salud, la familia… También es el responsable del mercado y de lo mal que se paga la producción del pequeño campesino. Desde la FNC se pelea, justamente, contra el Estado opresor, ya que no se va a poder lograr una verdadera producción social mientras tengamos este Estado encima. Entonces, como línea política ideológica general, se plantea la lucha contra este Estado explotador. Lo que nacionaliza nuestra problemática campesina. Y no nos consumimos en la resolución de los problemas internos mirando para dentro sino para afuera. Y en la medida que los compañeros de los distintos asentamientos y ocupaciones se politizan y se organizan, la lucha se torna más seria”.

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AhorA luciAno, A lA soMbrA de un AguAcAte, FlAnqueAdo por dos cAMpesinos y Asistiéndose

con los Apuntes en un cuAderno, brindA un AMplio inForMe sobre pArcelAción

y orgAnizAción productivA en MbArigui

Hemos discutido harto su planificación. Había compañeros con idea de levantar un centro urbano en círculo para el afincamiento de las familias, y después los lotes saliendo de los fondos de ese casco en forma de rayos. Pero la asamblea de campesinos lo desestimó por impráctico y algo injusto ya que los lotes y las distancias con respecto al casco iban a ser muy desiguales. Luego los del IBR nos han querido imponer su modelo. Hicieron un cálculo matemático, sin avistar el te-rreno y sin conocer nuestras necesidades, han partido la superficie en 97 lotes de 10 hectáreas cada uno, ¡y ya está! Se lo hemos desestimado porque la tierra no es un queso para dividirla así, livianamente.

Los ocupantes resolvimos relevar el terreno. Apartando todo aquel que no era bueno para agricultura y también dejamos una re-serva para que arroyos y especies forestales, se mantengan en un es-tado natural. Luego trazamos 64 lotes de 10 hectáreas cada uno. Lo que resta quedó como reserva. Distribuimos los lotes sin aguardar la mensura oficial del IBR ni la legalización de este plano nuestro.

sobre el precio de lA tierrA

Planteamos al IBR una propuesta, teniendo en cuenta el Estatuto Agrario vigente, que dice que se tiene que contemplar el precio comer-cial en la zona, el precio oficial, y en relación con eso deducir un valor a pagar por la expropiación. Nuestro cálculo no excede de los 297.500 guaraníes por hectárea. El terrateniente pidió 1.800.000 por hectárea.*

* La pelea por el precio sigue hoy en la Corte Suprema de Justicia de la Na-ción, sin resolución aún.

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de lA distribución

En un comienzo sostuvimos una organización de nueve comités de campesinos, que era una forma de acomodamiento del tiempo de la ocupación, cuando para dormir habíamos hecho nueve car-pas y así quedamos agrupados desde entonces. Cuando se hizo la distribución por calles (este asentamiento tiene varias calles inter-nas), realizamos un sorteo para ver sobre qué calle se asentaba cada comité. Se enumeraron los lotes y los comités. Cada comité consta de siete, ocho o diez campesinos. Entonces a cada comité le ha to-cado asentarse en una calle determinada. Los compañeros de carpa, ahora lo somos de chacra. Pero dentro de cada comité también se sorteó para ver qué lote ocupaba cada integrante. En asamblea general se discutió si los familiares debíamos tener nuestras chacras lindando, por ejemplo si yo debía tener mi parcela junto a la de Eladio y Mariano. Se resolvió que no. No tenemos el concepto de familia cerrada. Consideramos que, ante todo, somos compañeros por encima de los parentescos.

de lA escriturAción y lA propiedAd colectivA

De inicio, en la asociación, discutimos el modo de escriturar la propiedad; también si íbamos a pagar la tierra y en qué condi-ciones. Hasta ahora tenemos dificultades con eso. Ni nosotros ha-bíamos conocido profundamente nuestro propio comportamiento. Aunque estamos hablando un poco anticipadamente, pues todavía ignoramos si alguna vez tendremos título, hay una idea bastante só-lida en la comunidad de obtener un título colectivo. Qué ventajas y desventajas puede tener tal decisión es un debate todavía. Una cosa buena es que la mayoría de los compañeros estamos con la creencia de que el título no debe ser individual. En principio, hemos resuelto que se debe hacer una sola escritura por las 1.063 hectáreas. Unos

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pocos compañeros todavía mantienen preferencia por una titulari-dad individual. Nosotros orgánicamente hemos impulsado la pro-piedad colectiva. Muchas cuestiones nos señalan que es mejor así. Es una forma de apuntalar la cultura colectivista y de hacer frente a la legislación burguesa que plantea defender la propiedad privada del burgués pero no del pobre a quien desampara fácilmente. En Paraguay, para recibir crédito un campesino tiene que hipotecar el título de su tierra. Y si luego no puede cumplir, porque las mismas políticas gubernamentales no hacen otra cosa que esquilmarlo, en-tonces viene que el banco se alza con todito lo del campesino. Este apenas se queda con lo puesto, nomás. Por lo que hemos dicho: aquí va a ser diferente. Si un campesino necesita crédito, no va a depositar su escritura en el banco, indefenso. Tendrá que conver-sarlo con el resto, con la organización, que siempre está en mejores condiciones de negociación y de ver las conveniencias reales de un campesino. En la FNC, por caso, sostenemos que el crédito tiene que ser crédito. No una cuota anticipada de entrega de su terreno, que va a tener que ceder sin remedio más adelante al prestamista. Porque no existe política de crédito que se pueda saldar.

El título de propiedad colectiva, entonces, es una manera de resguardar a cada campesino de un seguro despojo. También sirve para evitar actitudes especulativas en el futuro. Se ha dado el caso de ocupaciones por encargo de acaparadores que mandan a tomar tierras y una vez logrados los títulos las transfieren por un puñado de guaraníes. También un título colectivo vale para evitar las ventas in-dividuales. Implica una transformación jurídica y también cultural.

Es un tema complicado de resolver porque hay demasiadas pre-siones externas para que el campesinado tome el camino indivi-dualista. Por ejemplo acá, en el seno de nuestra colonia, ejerció su influencia una ONG de Asunción que, contrariando nuestra línea, siempre asesoró con principios individualistas. Pero, por suerte los campesinos han hecho su propia experiencia y ya se fortalecen en

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sus ideas. Antes un intelectual, alguien de corbata, venía de la ciudad y ya era jefe. Ahora no es así, acá. Tampoco es verdad que nuestra gente esté enteramente clarificada, ¡no!, eso no. Es un proceso lento, a partir de una iniciativa que partió del núcleo ideológicamente más avanzado. Al impulsar socializar la producción y la tierra lo máximo posible, la mayoría de nuestros compañeros no lo vieron mal, acep-taron. Primeramente sin analizar demasiado el carácter ideológico de esta cuestión. Luego, en la práctica, se han nutrido de elementos para convencerse y cada día son más los compañeros que defienden dicha postura. Sin embargo la práctica también ya nos demuestra que va a seguir siendo un tema de debate permanente.

de lAs clAses sociAles

En la primera etapa hubo desviaciones. Compañeros que, a partir de obtener la tierra, consideraron posible enriquecerse e in-tentaron prosperar apartándose de las necesidades del grupo. No se los reprendió pero tampoco hemos alentado que se desarrollen iniciativas de tipo capitalista en el seno mismo de la comunidad y que un campesino se aventaje a costa de otros. Dichas desigualda-des suelen producirse a partir de la intermediación comercial. De ahí que impulsamos una estructura económica que no favorece la negociación individual. En esta primera etapa, el almacén social nos ayudó a eliminar este tipo de oportunismo.

sobre lA producción

¿Por qué nuestra forma de producir la tierra, a diferencia de la comercialización, todavía es de tipo individual? Bueno, eso es una expresión del actual desarrollo ideológico del asentamiento, que nos está diciendo: hasta aquí hemos llegado… Hoy somos así, mañana veremos…

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En estos primeros años mantuvimos un sistema productivo tra-dicional, pero sin dejar de discutir y encaminarnos hacia una pro-ducción más colectiva. Apoyándonos, inclusive, en costumbres na-turales del pueblo paraguayo. Que, más antes de que nos sometiera el conquistador español y aún después como resistencia, conserva-mos aunque aislada y muy acotadamente una tendencia al trabajo en cooperación. En reciprocidad, por medio de la minga [trabajo gru-pal], del jopói [intercambio solidario de mercancías] y otras formas en franca oposición a los métodos individuales de tipo capitalista. Hemos buscado recuperar y desarrollar estas formas lo más que se puede. Entonces, algunos compañeros ya plantean una producción un poco más avanzada.

diFerenciA entre tener y no tener lA tierrA

Existe una diferencia grande. Un campesino es esto, nomás: cam-pesino. Sin tierra, la única cosa que hace es trabajar para otro. Incluso por mandioca, por maíz, por poroto…, nada más que por eso tra-baja.* Su vida depende de la tierra, entonces es una conquista muy primordial. Pero la tierra propia tampoco alcanza para liberarlo defi-nitivamente del yugo. ¡Qué va!, si allí mismo empieza más lucha.

contrA AlgunAs viejAs costuMbres

Se cuestiona al campesinado paraguayo por la poca afición al afinca-miento estable. “Para qué quieren tierras si ya pronto las abandonan y se marchan”, ha cuestionado más de una vez la prensa burguesa, los terra-tenientes y los enemigos de la FNC. Son críticas mal intencionadas.

* En comparación con el número de campesinos, son pocos los peones rurales en el Paraguay. Aquí se los denomina asalariados y encuentran trabajo en las estancias. Ganan 25.000 guaraníes por día (unos 150 dólares mensua-les). No tienen sindicato.

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Es verdad que en el campesinado se propagó una mentalidad casi puramente recolectora, pero no fue su culpa. Años de andar peregrinando; saltando de lugar en lugar, perseguidos ya por patro-nes, ya por gobernantes, o por la falta de recursos para mantener productiva una tierra, sin posibilidad de arraigo definitivo… No-sotros luchamos para revertir esa realidad. Tratamos de reeducar-nos a partir de conquistar el suelo. Y es en el mismo proceso de la conquista cuando se da un debate ideológico muy profundo. Porque hay campesinos que primeramente tienen la idea de lograr su tierra y más luego venderla. En asentamientos que carecen de organización, que no tienen organismos de debates, donde se practica el indivi-dualismo y no hay un compromiso colectivo, es posible que algunos obtengan su tierra, luego la vendan y se vayan. Acá nosotros no lo permitimos. Y sólo tres se han alejado. Unos porque se habían sumado con idea de enriquecerse rápido y eso así no es. Pero no se les permitió que vendieran la tierra. Sólo las mejoras que supieron incorporarle (horno, casa, pozo de agua). Tampoco a precio comer-cial, sino al que estipuló la Comisión Directiva, con aprobación de la asamblea. También la comisión es la que se encarga de admitir la in-corporación de un nuevo colono en reemplazo de quien se marcha.

de lAs diFerenciAs en el trAbAjo

Muchos campesinos, al cabo de cinco o seis años tuvieron su parcela cultivada y otros apenas para subsistencia. El problema pro-ductivo es algo que no tenemos bien discutido todavía. Carecemos de una mentalidad productiva uniformada. Porque para una buena producción el hombre tiene que intervenir en la naturaleza. Y acá, en algunos compañeros, todavía persiste esa idea de recoger los frutos de la tierra y cuando ésta se agota…, bueno ya está. Piensan en hallar otra tierra mejor. Un modo muy primitivo de actuar, sobre el que no llevamos culpa, como ya dije.

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Los pequeños productores del Paraguay, sin tierras disponibles, sin precio rentable para sus productos, son gente que produce para sus necesidades mínimas. La agricultura es una ciencia y eso no se da acá. Por tradición y por necesidad se trabaja, nomás. Con todas las limitaciones que el Estado y el sistema dependiente imponen.

sobre el doMinio de lA técnicA

La no implementación de una técnica productiva es un problema real. Luchamos contra eso. Pero no hay posibilidad de cambio sin el respaldo del Estado. Igual que muchos compañeros del asentamien-to, considero que un productor tiene que tener una actitud de inves-tigación de las cuestiones productivas. Así como un industrial conoce lo que es bueno para su fábrica, un campesino debe saber qué es lo mejor para que su tierra produzca cada día más, sin empobrecerla.

Y llevamos discutido en el seno del asentamiento que éstas no son preocupaciones burguesas, sino que tienen un interés revolu-cionario. ¿Cómo vamos a construir para la revolución sin lograr autonomía productiva para enfrentar, por ejemplo, un bloqueo económico? Una comunidad que no se organiza económicamente puede desaparecer en un tiempo no muy lejano. En Mbarigui, como experiencia, comenzamos a trabajar colectivamente una parcela, tratando de aplicar en ella la tecnología, con ayuda de ingenieros amigos de la FNC.

de lA disciplinA

Tenemos un reglamento que señala que si algún compañero crea problemas en la comunidad, debe contemplarlo la directiva y luego llamar a una asamblea general para plantear su cuestión. Y allí entre todos determinar qué sanción le cabe. Esta, antes que un castigo, tiene la función de rehabilitarlo frente a la comunidad. Cuando su

ÑAndekuérA

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falta no es grave, quizá se le encomienda medio día de kopida so-cial*; por ejemplo, un día de kopida alrededor de la escuela. Si es más grave entonces le tocará kopi alrededor de la escuela y del almacén social, en fin…, éstos y otros castigos semejantes se aplican. In-clusive a un compañero se le aplicó la sanción de no ingresar por dos años al asentamiento y eso cumplió. Este compañero es muy bueno, pero cuando toma se descontrola demasiado causando tras-tornos a los demás. Mereció castigos leves en más de una ocasión, pero no resultaron. Entonces se lo castigó severamente.

de lA AutodeFensA

Estamos alistados en la FNC. Fue en el seno de ella, en 1996, que se planteó la necesidad de que cada asentamiento organice su auto-defensa armada. En nuestro asentamiento hubo condiciones ideo-lógicas para plantearlo y así hicimos. Existía una necesidad interna previa; porque el latifundista nos tuvo a las corridas un tiempo. Y aunque la situación se distendió, resolvimos estructurar un sistema de seguridad y de control dentro del asentamiento. Es, digamos, una cuestión natural que surge del proceso de la lucha por la tierra. No hay razón para convencer a ningún compañero más que la necesidad propia. No es por educación sino por requerimiento real.

breve conversAción con AlFonso, cAMpesino de MbArigui,

A lA verA de unA cAlle del AsentAMiento

–Acá hemos desarrollado una mentalidad solidaria que nos for-talece por igual. Si continuamos aproblemados no es entre nosotros,

* Kopida social: desmalezar con machete o foiza para bien de la comunidad, no personal.

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Donde se cuenta la lucha por las tierras de Mbarigui 14

sino por las políticas gubernamentales. Y con el antiguo patrón de la tierra que no quiere reconocer nuestros derechos sobre ella. Des-de un inicio he acompañado la lucha por Mbarigui. Verá: es una de las ocupaciones que se hizo todo legal, pero esa legalidad, al menos hasta hoy, no cuenta para la Justicia.

–¿Por qué?–Porque aún hay persecución. No hay arreglo entre el antiguo

propietario y el INDERT. Son gestiones administrativas que hasta ahora no se solucionan. Y en nada creemos ya. Confiamos sólo en los compañeros, todos defenderemos esta tierra.

–¿Qué diferencias halla entre un campesino sin tierra y aquél que ya la posee, como es su caso?

–Y… casi que mucha y que poca. Porque el campesino que tiene tierras, lo mismo está explotado. Trabaja para autoconsumo y cuando lo hace para el mercado allí su producción vale casi nada. Entonces se convierte en un desdichado. Ahora, claro, el campesino que no tiene tierras es más desgraciado todavía. Aunque probablemente sea más animoso en su lucha. Porque el que ya tiene, verdad, quizá se contenta con eso. Y a mi entender hace muy mal. La conquista de la tierra es el principio, un paso fundamental en la lucha campesina que continúa.

–¿Está conforme con las disposiciones internas?–Son disposiciones. Las hemos elegido. Verá, yo me considero

un trabajador y siempre he ayudado a quienes precisan. Cuando ten-go que trabajar, trabajo; y cuando tengo que hacer cuestiones de la comunidad, dejo mi trabajo y cumplo. Porque también es parte del trabajo. Para eso conquistamos la tierra para ser patrones y señores de uno mismo. Entonces, si uno no va a disponer de su tiempo para otras cuestiones es lo mismo que no haber conquistado nada.

–¿Qué piensa de sus dirigentes?–Los dirigentes son también trabajadores. No hay diferencias

con el resto. Ellos tienen su responsabilidad dirigencial. Y la comu-nidad controla sus acciones.

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–¿Propiedad individual o propiedad colectiva?–Eso depende ya de cada campesino. Mi pensamiento es que

la propiedad colectiva es la salida para liberarnos verdaderamente. Otros creen que no es así. Y mientras piensen de tal modo pre-valecerán en ellos ideas individualistas. Por ahora Mbarigui es un asentamiento de propiedad asociativa, en donde siempre tenemos trabajo colectivo y también individual, pero pujamos para que la tenencia de la tierra sea comunitaria; un solo título para el conjun-to. Pero en Paraguay hay pocos asentamientos que lo plantean de este modo.

–¿Está de acuerdo con la autodefensa armada?–Bueno, la cuestión de los enfrentamientos es un problema que

siempre está, verdad. La policía es muy jodida aquí. Debemos tener nuestra arma. No es que queremos pelear pero queremos nuestra seguridad. Y son problemas que hay que esperar, porque la política misma es así. Al ocupar nuestra tierra, estábamos conscientes de que íbamos a recibir persecución. No es que tengamos un pensa-miento duro, son ellos, pues, los duros. Entonces ahí viene la perse-cución. ¿Por qué no habríamos de prepararnos?

–¿Por qué habría de confiar un ocupante en la organiza-ción del asentamiento?

–Si no hay otro modo. Existen muchas dificultades cuando los ocupantes no se organizan. Toman la tierra y luego viven de proble-ma en problema. Entonces arruinan lo que han logrado. La organi-zación garantiza continuidad y la posibilidad de avanzar en políticas productivas y sociales propias.

–¿Está conforme con su vida?–Bueno…, de otra vida no podría contestar, porque siempre fui

campesino, agricultor. Hay mucha gente que va a la ciudad, trabaja para patrones y vuelve después al campo. Yo no lo sé, porque nunca he abandonado mi trabajo. Permanecer en mi tierra es lo mejor que me ha pasado, eso es lo que sé.

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Donde se cuenta la lucha por las tierras de Mbarigui 14

Alfonso es un campesino receloso y algo desconfiado. Ante la presencia de extraños no descuida la vigilancia de su calle, al punto de encañonarnos con su escopeta hasta hacernos las averiguaciones correspondientes. Está muy conforme con la conquista de las tie-rras donde también habita su padre, un carpintero rudimentario. El adhiere a las tareas colectivas aunque se muestra muy tolerante con quienes no piensan de igual modo. No es de izquierda y pertenece a un partido tradicional. Se negó a hacer críticas sobre la administra-ción, pero esbozó un discurso moral. “Yo siempre ayudo a los que precisan, pero también he luchado contra esa cuestión del vicio que es otro problema entre paraguayos”. Se refería al juego y al alcohol. Alfonso tiene compañera y ocho hijos y cree que la educación siste-mática es un modo de hallar un futuro mejor.

MAriAno FlechA, quien Al MoMento de decir estAs pAlAbrAs erA presidente del AsentAMiento, opinó sobre el AlMAcén sociAl, lA no introMisión

de lA policíA. el rol de lA Mujer y otros teMAs

Nuestra línea política siempre parte de la práctica. El trabajo productivo y la vida asamblearia van resolviendo las diferencias ideológicas que existen en el asentamiento. Por ejemplo, hace algún tiempo la asamblea campesina acordó implementar una chacra co-mún en cada comité para la producción de semillas, la instalación de colmenas o la plantación de cítricos. Y nos hemos esforzado para que ese proceso sea bien democrático, discutido y acordado con todos los compañeros. Procurando que haya un buen resulta-do productivo, pero también un avance ideológico. Es bien difícil cambiar de mentalidad. No vivimos en un país socialista. Paraguay es un país oprimido por los terratenientes y los imperialismos y eso no se cambia desde un asentamiento. Sencillamente estamos resis-

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tiendo y creando conciencia. Y vamos planteando algunas cuestiones políticas junto con la práctica productiva; permitiendo que nuestros compañeros saquen conclusiones. Escuchamos sus razones y luego recién actuamos, sin atarnos a moldes. De las reuniones va saliendo la claridad. Acá, por ejemplo, hay autonomía en todo sentido. Se llegó a eso no por imposición ideológica sino por convencimiento propio de los compañeros. Por ejemplo, el almacén social no es una imposición de los dirigentes. Y no fue que no hubo almacenes individuales. Existie-ron, sí. Tampoco se dictó una resolución para eliminarlos, ¡qué va!, su confrontación con las ventajas del almacén social los fue superando.

Y a la par del Almacén Social, pronto llegaron otras prácticas so-lidarias y colectivas, sentando las bases de un sistema nuevo, de una vida distinta. Por eso fue importante el almacén, por su implicancia en lo económico, en lo social y especialmente en lo político. Ahora, claro, ya estaríamos bien equivocados si pensáramos que es zona liberada. ¡No señor! Estamos padeciendo los desajustes de la so-ciedad capitalista como todo paraguayo. Aunque en cierto sentido, por nuestra lucha, estamos mejor posicionados que otros sectores del pueblo. Por ejemplo, en estos años que llevamos de ocupación, después del último desalojo, la policía jamás se metió con nuestros problemas. Aquí no entran más agentes ni represores del Estado. Los problemas de orden, de disciplina, se han resuelto entre com-pañeros, en asambleas. No es que no han existido problemas. Ha habido muchos. Pero la resolución ha llegado de la decisión del conjunto, sin acudir al enemigo de clase. Esta práctica dio sus fru-tos y creó mucha conciencia. Hoy día, los compañeros no quieren una alcaldía aquí dentro. Ninguno permitiría eso, conscientes de que nosotros mismos podemos darle solución a cada problema. ¿Acaso puede cuidarnos de algo esa policía que siempre nos tra-tó peor que a animales? Para defendernos alcanza la autodefensa planificada. ¿Y la Justicia? Bueno, el poder judicial también ya nos humilló lo suficiente. Decimos que si un campesino sabe lo que es

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justicia también puede administrarla. Y casi no han existido proble-mas de disciplina en el asentamiento. Y si un compañero actúa mal se le llama la atención en nombre de la comunidad, con eso hasta hoy alcanza. En el trabajo ocurre parecido: cada vez más, estamos adentrándonos en el uso colectivo de la tierra; y eso no nos trajo discordias. Simplemente anotamos en un registro los días trabaja-dos y, al final, cuando se produce el resultado económico, se divide a partir del sacrificio puesto por cada compañero en el trabajo; y no existen reyertas, porque ya está discutido que es así. También hemos combatido el vizcacherío [robo menor] sin reprimir. Hoy, si algún compañero encuentra en el camino una herramienta que no le pertenece, la deja en el Almacén o en la Escuela. Y su dueño sabe que allí la hallará. Con mucha discusión vencimos esa costumbre paraguaya de quedarse con lo ajeno. En la época del doctor Fran-cia al que vizcacheaba le cortaban un dedo de la mano y si reincidía, otro; a la tercera, lo ejecutaban en plaza pública. Sin esa crueldad, tenemos que volver a ser justos, por convicción nomás, por puro sentimiento entre camaradas.

Creo que también vamos venciendo aquella idea torcida de que los paraguayos no podríamos vivir nunca en un régimen comunista. Pues aquí, poquito a poco, la práctica va demostrando lo contrario.

Hasta para la mujer mejoran las cosas en nuestro asentamiento. La Constitución paraguaya le dio independencia política. Nosotros decimos que también le corresponde independencia económica. En el asentamiento lo tiene, es su derecho. No es fácil que todos lo admitan, pero ya se va haciendo costumbre.

ocAsión en que MAriAno pide opinAr coMo productor

Ahora, compañero, te voy a hablar como productor. Yo trabajo mi tierra igual que todos. Cada campesino de Mbarigui cultiva su

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parcela unitariamente. También sabe ayudarse en minga y siempre hay una tarea colectiva, siguiendo los compromisos planificados por cada comité. Los mejoramientos productivos son bien lentos. Por ejemplo, yo tengo 5 hectáreas trabajadas. Eso es lo que pude desmontar en estos años y no dispongo de mayor capacidad para trabajar que ese suelo. Lo hago con mi familia y en ocasiones gra-cias a la asistencia de mis compañeros. Aunque cada parcela tiene una totalidad de 10 hectáreas, la mayoría, por el momento, tiene solamente una mitad en producción. El resto va quedando con monte. Todavía, mucha producción es de subsistencia, poco pro-ducimos para el mercado. Durante un tiempo nuestro único ingre-so monetario fue la venta de carbón. Una horneada lleva quince días de trabajo bruto y agotador. El producido de tamaño esfuerzo quizá sean 2.000 kilogramos de carbón. Su venta importan unos cien dólares, de los cuales casi una mitad se pierden en gastos de combustible, en pagar carro, pagar ayuda… Todavía hoy hacemos carbón, no porque sea rubro que dé dinero. Hacemos para limpiar la chacra, para aprovechar el desmonte.

A medida que gano un espacio al monte, amplío mis cultivos de mandioca, maíz y porotos. Igual hacen mis compañeros. La mandioca es principal producto del asentamiento. Para comida de las vacas, los asnos, los cerdos; para comida nuestra, y también si se puede para vender. Luego comercializamos algo de hortalizas, principalmente pimientos. Pero ninguno de nuestros productos tie-nen precios como para que un campesino pueda desenvolverse con dinero. Igual que el resto del pequeño campesinado paraguayo, el campesino de Mbarigui come de su producción, pero casi no maneja dinero para sus otras necesidades. A veces los compañeros hacen changas con los menonitas en sus campos y de allí se procuran una ganancia en guaraníes. En el asentamiento nadie tiene personal ren-tado. Cuando se precisa mano de obra, si bien prevalece el trabajo en minga, también hay quien paga con dinero por trabajo. Hay un precio

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establecido: 10.000 guaraníes por jornada. Si es para acarrear madera al horno es más: 15.000 guaraníes. Pero nada de esto es frecuente.

La mayoría tenemos vaca lechera y animales menores; quiero decir gallinas, cerdos…

En mi entendimiento va siendo un desafío hacernos a un modo productivo nuevo. Hasta aquí, toda la vida los terratenientes nos han retaceado la tierra. Y los gobernantes nunca pusieron precio bueno a nuestros frutos. A la fuerza, luego, nos hemos hecho una mentalidad recolectora, en el sentido que no se piensa en introducir técnicas y conocimientos al labrar la tierra. Hay campesinos que sólo producen para su consumo. Y si no conservan su grano ya se destruyen nuevamente… Eso hay que cambiar, compañero. Es corriente que un campesino paraguayo diga: yo me voy a vivir ahí porque hay un río y porque hay mucho pescado, o porque es muy linda tierra… No piensa en buscarle la forma de mejorar su fertili-dad, cree que debe permanecer allí hasta que se agote y deje de dar buena mandioca. Y cuando eso, ya piensa en correrse de sitio.

Si se producen mil kilos de maíz en una hectárea, ya nos parece bueno. No interesa si con técnica pueden obtenerse cinco mil. Y no es por teko rei [holgazanería]. Los poderosos nos han sometido a esa vida, por años. Estamos en procura de cambiar tales modos. Cuesta, porque son costumbres arraigadas. Por ejemplo, el cultivo del tabaco en Paraguay fue, en un tiempo, una renta buena. Ya no, no es cultivo alternativo. Pero el campesino viejo tiene su práctica de sembrar tabaco y sigue con ella. Su costumbre puede más que el precio de los mercados. Igual está sucediendo con el algodón que al final de la cosecha sólo quedan deudas. Este modo de actuar lo en-deuda más y más. Acá decimos: no compañeros, hay que cambiar, estudiar, planificar…

En Mbarigui, siendo sincero, trabajamos, producimos, pero to-davía no tenemos estudiado que da cada planta, sus calorías y to-das esas cuestiones. No está bien eso. Son asuntos que de a poco

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ya discutimos en los comités, desde la práctica. Sí, recién ahora lo estamos conversando. Se terminó lo del carbón, hay que empezar a vivir del producido de la tierra, entonces eso es lo que hay que conocer mejor.

Antes de estar en una organización, el campesino jamás pien-sa en tales asuntos. Recién después sucede. En los comités, en los grupos de trabajo, en la comisión directiva… Son las instancias de la organización las que nos llevan a un despertar; y, por cierto, la conquista del suelo. Porque el campesino, una vez que dispone de la tierra, ve y aspira otras cosas: salud, educación…, cuestiones bien importantes también.

Casi viejo vengo a pensar en estas cuestiones, antes no. Como productor tengo mucho que aprender junto a mis compañeros. Para criar animales menores se necesita soja, por ejemplo, y nosotros no le dábamos importancia a la soja, hasta que fuimos bien aconsejados por el comité. Sembrar trigo va a convenir si se tienen máquinas. Por ahora sembramos socialmente. La tecnificación es otro problema, estudiamos la posibilidad de incorporarla colectivamente. Por ahora hay sembradoras manuales y dos pulverizadoras por comité; pero si tenemos alguna herramienta propia, casi que es colectiva también.

AÑos después, FlorenciA FlechA, cAMpesinA y dirigente del lugAr, nos inForMó de Algunos cAMbios

Los comités fueron disueltos por voluntad de una asamblea general ordinaria. En la práctica se había comprobado que tenían mucho de formal, no favorecían ni garantizaban la participación de todos sus miembros, además de entorpecer la toma de decisiones, ya que era dificultoso aunar criterios. “Casi paralizaban la acción. Además, en ellos sólo se discutía sobre lo administrativo y casi nun-

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ca lo político”, cuestionó Florencia, explicando que fueron sustitui-dos por un sistema de asambleas generales, a las que acuden todos los integrantes de la comunidad. Pero advirtió que a partir de esa asamblea general suelen surgir tareas específicas que requieren de más instancias de debate y trabajo. Por caso, existen reuniones de mujeres que abordan cuestiones de género.

La dirección se reúne quincenalmente o, si se requiere, cada ocho días. Cuando hay emergencias o cuestiones importantes que resolver se coloca un cartel en el Almacén Social y no hay necesidad de cursar invitación. “Los chicos lo primero que hacen es mirar la pizarra y si no saben leer preguntan al almacenero qué dice en ella. Luego informan a sus mayores, quienes acuden, sin faltar, a cual-quier asamblea extraordinaria”. Para convocar en casos de urgencia siguen apelando a las bombas de estruendo. La asamblea ordinaria también es la que elige los miembros que integran el “equipo eco-nómico” destinado a planificar, comprar y trasladar la mercadería para el Almacén Social, junto a los dos almaceneros, puesto que continúa siendo rotativo cada dos meses. El accionar de éstos siem-pre es sometido a juicio de la Asamblea General.

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lA cAsA de MAriAno, en MbArigui

“Nosotros le llamamos camarada” Rafael Alberti

Desde el camino se avista sin dificultad. Es casi igual a la de sus compañeros de comité. Baja, de madera y con detalles que acusan esmero. Se le adelanta un patio espacio-so, rectangular, que el propio Mariano abrió un día a foiza y tala hasta vencer la maleza tupida del monte paraguayo. Ahora, en los ratos libres, lo emprolija a machetazos con lo que logra una formidable explanada verde, simétrica, que apenas hiere un sendero hasta la modesta construcción. Dos cuartos enfrentados, una cocina, un alero y un tinglado am-plio para todo. A un costado, una hilera de frutales; más allá, el pozo de 20 metros de profundidad para proveerse de agua clara y fresca. En el otro extremo, a una distancia pru-dente, la letrina. Así concibió su vivienda y así la levantó con las propias manos, con horquetones gruesos y pura madera rebanada a pulso, ni bien llegaron los días tranquilos y la vida se fue haciendo posible en Mbarigui 14.

Nuestro primer encuentro se produjo una mañana a metros de su casa, cuando todavía era el presidente de la ocupación. Camisa blanca, pantalón negro y andar sigiloso. Mariano Flecha es un campesino de más de 50 años, pelo entrecano y piel cetrina. Casi sin gestos, fuma rodeado de si-lencio. Cuando habla, pone los párpados a mitad de camino, echa una mirada mansa y su voz es un susurro grave que brota entre el humo del cigarro. Sin alzar el tono, es capaz de estarse horas relatando asuntos del monte, historias de la cruenta lucha por la tierra. Como buen anfitrión, acomete un esfuerzo grande para hablar en castellano. Cuando lo hace

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en lengua propia, esos parlamentos adquieren una sonori-dad esplendorosa. A veces echa las manos a los bolsillos y ca-lla. Entonces toda su figura, preñada de gestos americanos, se vuelve un símbolo poderoso de la tierra guaranítica. Nun-ca asoman en sus intervenciones atisbos de grandilocuencia. Los episodios más terribles o los hechos de mayor estoicismo, en su relato guardan una dimensión modesta. “El hombre está para cumplir sus asuntos”, suele decir. Aquella noche, después de un par de brindis y festejos en el Almacén Social, me hospedó en su casa. A la mañana siguiente, al levantar-me, casi de madrugada, su mujer, Clotilde, ya ordeñaba una vaca mientras él lavaba unas prendas en un fuentón. Es-trechamos nuestras manos y me invitó a pasar a la cocina. Al borde de un brasero estuvimos mateando mientras unos cerdos querendones se adentraban en busca de unos marlos. Por el hueco de la puerta se dejaban ver las gallinas, el buey, la vaca y el mandiocal… patrimonio de campesino meneste-roso. Mariano, después de mucho silencio inició una larga intervención sobre asuntos rurales que sólo interrumpió para ir a trabajar. Dos horas más tarde volvimos a encontrarnos para desayunar un rora1 acompañado con mandioca. Apro-vechamos para continuar nuestras conversaciones sobre su pasado en las desaparecidas Ligas Agrarias y este presente de militante y, por encima de todo, siempre campesino. Así transcurrió la jornada entre el trabajo y la charla. Por ese entonces estaba casi todo por hacerse en Mbarigui.

Dos años más tarde pasé por allí y fui a saludarlo. No lo hallé en su casa. Entrada la noche llegó con su foiza al hom-bro. Nuevamente demostró una gran hospitalidad aunque, en un primer momento, no me reconoció. Hizo correr el tereré

1 Queso, maíz, aceite, agua.

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con abundantes yuyos. Volvió a relatarme, sin ninguna pri-sa, alumbrado por la humildad paraguaya, otros detalles de su larga pelea por la tierra y algunos logros recientes de la organización. Una vez más hice noche en su casa hasta que emprendimos viaje a Asunción. En un tercer encuentro apenas logré verlo y darle un abrazo a las apuradas. Maria-no permanecía, “en pie de guerra”, en una plaza del centro asunceno, durante las jornadas del “Marzo paraguayo”. Me pareció que conservaba su parsimonia de siempre en una combinación rara de coraje y serenidad. Pero quince días más tarde la suerte quiso que fuera mi celoso custodio du-rante una nueva y breve estada en esa Capital.

Aunque el tiempo pase, es difícil que pueda borrar de mi retina y mi corazón a este hombre profundamente ameri-cano. Sobrio discursista de lo necesario. Sabedor de dónde quiere ir a parar.

CALLE INTERNA. ASENTAMIENTO EN MBARIGUI 14.

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Donde se cuenta la lucha por las tierras de Mbarigui 14

elAdio FlechA. recuerdos del “MArzo pArAguAyo” y de cóMo, un díA,

decidieron cAMbiAr el noMbre MbArigui 14 por el de “cristóbAl espínolA”

La historia no es muy fácil: con los compañeros empezamos a dis-cutir que los campesinos que cayeron en la lucha son héroes nuestros, héroes del campesinado; y que sería muy justo perpetuar sus nombres en los asentamientos, en sus escuelas… Que así como la oligarquía va poniendo el nombre de sus difuntos a calles, plazas y ciudades, noso-tros tenemos que honrar a nuestros héroes. Entonces, ahí los com-pañeros resolvieron ponerle al asentamiento el nombre de Cristóbal Espínola, campesino de aquí, caído en el “Marzo paraguayo”.*

Pero no fue tan fácil, porque la oligarquía nos pidió documentos de hasta la tercera consanguinidad de Cristóbal para saber quién era, de dónde venía, qué hicieron su familiares con anterioridad… Entonces hubo muchos trámites para que el asentamiento llegara a tener su nombre.

* Si bien la ciudad es un terreno hostil para los campesinos, en marzo de 1999, sin una preparación ex profeso, urgidos de improvisto por la crisis institucio-nal, fueron capaces de permanecer una semana en pleno centro asunceno. Con disciplina, un gran valor y elevado grado de convencimiento ideológico, hombres, mujeres y niños de la FNC, participaron con denuedo en el com-bate popular. Aquel protagonismo, sin dudas, crucial en el desarrollo de los acontecimientos, entonces y más tarde, fue deliberadamente escamoteado por la prensa nacional e internacional.

La organización campesina en un balance de los sucesos dejó escrito: “Uno de los aportes clave del campesinado fue la destrucción del mito ‘linista’ [en alusión al general Lino César Oviedo] a propósito de su supuesta ascenden-cia en el campo. Lo desmintió la presencia de más de 30.000 campesinos luchando en su contra, en batallas decisivas del pueblo paraguayo y no en fantasías electoralistas. Hecho que generó una abrumadora desmoraliza-ción en las huestes del general fascista”.

Con la misma independencia y decisión que obró durante aquellos días, rá-pido la FNC supo replegarse hacia el campo para continuar, desde el inte-rior del país, su lucha por la tierra y demás reivindicaciones sectoriales y nacionales.

ÑAndekuérA

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La determinación surgió en una asamblea del asentamiento. Y de ahí ya le llamamos Cristóbal Espínola a lo que antes nombrába-mos Mbarigui 14, pero los trámites llevaron su tiempo y recién a los tres años de la muerte de Cristóbal pudimos procurar su legitima-ción oficial.

El fue un compañero luchador. Uno de los primeros ocupantes de estas tierras. En 1999, desde la FNC librábamos una lucha a nivel nacional por la condonación de la deuda de los pequeños y media-nos productores que estaban con posibilidades de ser desalojados por medio de una orden judicial, intimados por el Banco Nacio-nal de Fomento. Entonces hubo una movilización nacional y fue el reclamo central de nuestra sexta marcha anual sobre Asunción. Cristóbal no tenía apeligrada su tierra. Simplemente, como era una cuestión de clase, se comprometió con la lucha, solidariamente, en defensa de los pequeños y medianos campesinos. No dudó en ele-gir, antes que la vida tranquila, las incomodidades y los riesgos que a veces acarrea la lucha. Entonces se acopló al núcleo de vecinos que fuimos a reclamar a Asunción.

Pero, a pocas horas de marchar, cuando casi todas nuestras co-lumnas ya se hallaban concentradas en el Seminario Metropolitano, en la Capital, sucedió un hecho que significó un cambio radical en la política paraguaya: el asesinato del vicepresidente de la República, doctor Luis María Argaña.

Tras el episodio hubo muchas presiones sobre nosotros, para que jugáramos a favor de uno u otro sector. Algunos fueron a pro-ponernos, sin más, la suspensión de nuestro reclamo y un regreso manso al campo. Otros pretendían usar la masiva presencia del cam-pesinado en la ciudad para tumbar el gobierno de Raúl Cubas Grau; sin cuestionar el modelo de sujeción imperialista al cual adscribían y adscriben las distintas “alternativas” para lo que ellos denominan “democracia paraguaya”. O sea, un simple cambio de figuras, des-virtuando el profundo sentimiento antifascista del pueblo y, en los

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Donde se cuenta la lucha por las tierras de Mbarigui 14

hechos, convertiría a los campesinos en carne de cañón de uno de los sectores en pugna. Ante eso, la FNC mantuvo su independen-cia. Resolvió sostener todo su programa, la marcha y su reivindi-cación de condonación. Pero como entendemos que las libertades públicas deben ser el resultado de la lucha de todo un pueblo, no podíamos aceptar que nuevamente se apoderase de la estructura del Estado un gobierno fascista, dictatorial. Conscientes de eso, vimos la necesidad de acoplarnos con otros sectores democráticos que ya se movilizaban en Asunción, sin por ello dejar a un lado nuestras necesidades concretas como era la condonación. Entonces Cristó-bal Espínola formó parte del contingente de más de 30.000 cam-pesinos que estuvimos en el centro de Asunción durante el “Marzo paraguayo”. Y en un enfrentamiento con los fascistas, una bala le entró por su boca destrozándole la nuca.

CERCO CAMPESINO EN EL “MARZO PARAGUAYO”. ASUNCIÓN, AÑO 1999. IMAGEN DEL DIARIO ÚLTIMA HORA.

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Donde se relatala fundación del MPRPP*

y otras cuestiones políticas

* Movimiento Popular Revolucionario Paraguay Pyahurâ

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Donde se relata la fundación del MPRPP y otras cuestiones políticas

Eladio Evoca cómo maduró En él y En otros compañEros la idEa dE armar partido

No he sido de meterme en partidos políticos. De jovencito nunca anduve pensando en aquello. Los Flecha, con ser campesinos luchado-res, nunca antes nos metimos en tales cuestiones. Porque papá tuvo esa, no sé, capacidad y no nos obligó a participar en los partidos tradiciona-les. A pesar de que él tenía sus ideas cercanas al Partido Liberal. Si bien siempre mantuvo su independencia y bastante desconfianza por los caudillos seccionaleros y la forma de politiquear con el pueblo. Sus hi-jos tampoco confiábamos. Entonces no nos metíamos en los partidos. Pero tanto Mariano como yo, hemos ido anoticiándonos de otras ideas. Y ya fue un pensamiento de izquierda el nuestro. Nos hemos instruido de a poco en la lucha y cuando fuimos abriendo nuestras cabezas ya estuvieron bien presentes aquellas cuestiones que plantearon el Che y más antes Marx, Lenin… todo eso muy mezclado, con nuestros deseos de vivir libremente, de trabajar la tierra sin explotadores. Con nuestra idea de un Paraguay sin dictadores y sin opresión imperialista… En fin, ya casi no me recuerdo cómo es que uno se fue haciendo a una forma de pensar nueva. En un principio, casi, la guía fueron los terratenientes y la dictadura. ¡Así nomás! Lo que era malo para ellos, pues entonces ya pintaba bueno para mí. Si los latifundistas decían “el marxismo es una peste”; el marxismo entonces debía tener su cualidad buena para un campesino como yo, pensaba. Un cálculo que hacía con mi simpleza de hombre de clase. Necesidad de intentar un rumbo, un criterio aparte de los que provocaban el hambre. Porque ni modo que pensáramos lo mismo, verdad. Y ya fui viendo entonces un poco más esas cuestiones de izquierda, estudiando más el marxismo.

En un tiempo, recibía mucha presión de los trotskistas para entrar en el PT.* Y yo tenía en la cabeza que ese era un partido surgido de

* Partido de los Trabajadores.

ñandEkuéra

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la necesidad de los intelectuales pero no del pueblo, que, yo creo, ni conocían. Otra cosa me figuraba como organización de clase, yo. Y también estaba el PC, en ese entonces sin ninguna influencia en la masa y casi que sin saber qué estaba pasando en ella; ya que ante la cruenta represión, que padecieron sus militantes durante la dictadura, una gran mayoría había optado por el exilio.

Entonces seguí con mis lecturas y mi práctica de luchador cam-pesino, sin inmiscuirme en cuestiones partidarias, platicando con mi hermano Mariano y otros compañeros. Y ya un día tuvimos más cla-ro que la economía del país depende enteramente de la agricultura. Y que eso nos colocaba a nosotros, campesinos tan despreciados, en el centro de la cuestión. Y esa visión compartimos con otros compañe-ros, obreros en la ciudad, que en un proceso de luchas, intercambian-do opiniones y lecturas, fuimos conociendo; como los maestros…, como Eris Cabrera… Ellos eran trabajadores urbanos que tenían al-gunas ideas más elaboradas acerca de la unidad obrero-campesina. Y ya vimos también que en Paraguay no hay salida si sigue habiendo latifundios. Que hacerles la pelea no es un problema del campesinado nomás, sino de clase. De toda la clase trabajadora y del conjunto del pueblo paraguayo que desea ver su patria libre, creciendo; y a su gente viviendo en la igualdad. Comprendimos que la lucha iba más allá de la toma de tierras que históricamente hemos venido practicando los sin tierra paraguayos. Que tal cosa exigía una revolución. Asimismo vimos que el motor de esa revolución, en el Paraguay, es el campesi-nado. Recuerdo que, mientras manteníamos estas discusiones, el 70 por ciento de los habitantes del país eran campesinos. Actualmente mermó y ya estamos en 51 por ciento, consecuencia del gran latifun-dio que expulsa al campesinado a las ciudades o al exilio. También anduvimos viendo que la clase obrera iba a ser la fuerza directriz de la lucha. Fue cuando empezamos a discutir la necesidad de una herra-mienta política revolucionaria. Ya que teníamos nuestra crítica sobre los partidos de izquierda existentes ¿Por qué? Bueno, no eran el resul-

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Donde se relata la fundación del MPRPP y otras cuestiones políticas

tado de la acumulación de experiencia de lucha, ni del campesinado ni de la clase obrera. Eran nucleamientos menores, de intelectuales, ar-tesanos, pequeños comerciantes, etc, bastante distanciados de la masa y sus experiencias más avanzadas. Y nosotros no estábamos de acuer-do. Porque una fuerza política revolucionaria, debe recoger tal expe-riencia. Quien no tiene eso, termina pronto en un partido que habla nomás. Así fue como en los 80, clandestinamente fuimos madurando la creación de una instancia política. Libramos la lucha campesina en un plano gremial pero muy de acuerdo con las posiciones políticas que ya íbamos adoptando poco a poco. Nos fuimos buscando dentro de la organización campesina y en la ciudad. En ese proceso conoci-mos a Alfonso Cohene y Heriberto Bobadilla, campesinos pequeños de las afueras de Asunción, a Eris y otros compañeros, con quienes vimos claramente las limitaciones gremiales y la necesidad de una fuerza propia con independencia de la burguesía.

En el 86, hicimos un encuentro en Caacupé y acordamos cues-tiones básicas, elementales orientadores. Le llamamos “Acuerdo de Caacupé”. Dejamos escrito cinco puntos.**

Comenzamos el trabajo político, coordinando tareas en el campo y la ciudad. En el campo, buscamos contactarnos con los compañe-ros más avanzados en San Pedro, Concepción, Caacupé, Caaguazú, Canindeyu… A quienes considerábamos ideológicamente más próxi-

** Los puntos del “Acuerdo de Caacupé” son:a. Definiralospartidosburguesescomoenemigos;plantearnosólolalucha

contra estos partidos, sino contra la burguesía como clase.b. Manifestar los desacuerdos tácticos ymetodológicos con los partidos de

izquierdaquenosurgieronde la luchay lapolitizacióndelpueblo,sinocomoexpresióndenecesidaddepequeñosgrupos.

c. Adhesiónbásica,general,almarxismo-leninismo,comoherramientaeinstru-mentoteóricoconelcualseanalizaríanlascuestionessocialesypolíticas.

d. Compromiso de ir construyendo una herramienta política revolucionaria quepuedaserpartedeladireccióndelasmasasenelprocesodelucharevolucionaria.

e. EnloInternacional(conmuypocooningúnconceptoteórico,casiintuiti-vamente)definimos–antelainfluenciatrotskista,sobretodoenelestu-diantado–apoyaralarevoluciónyalpueblocubano.

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mos, les planteamos los puntos del documento. Eris, por su lado, en el movimiento obrero urbano. En la primera etapa le llamamos “Coordinadora de Solidaridad Sindical y Campesina”. Y pronto lo-gramos coordinar algunas luchas en unidad, obreros y campesinos. Primer gran resultado de nuestro avance en lo ideológico y político.

rEcuErdos dE Eris cabrEra sobrE aquEl primEr EncuEntro dEl prolEtariado rural

con El campEsinado

En plena dictadura stronista, en 1977, con mis compañeros meta-lúrgicos habíamos fundado el SINOMA. Pese a las normas represivas iniciamos una lucha reivindicativa con movilizaciones y huelgas que pronto lograron sacudir la política interna del Paraguay. En medio de aquellas acciones establecemos contacto con aquel núcleo de campe-sinos que, clandestinamente, también pujaba por organizarse. Así se producen nuestros primeros intercambios de opiniones entre campe-sinos y obreros. Hasta que en 1983 los metalúrgicos con la Coordina-dora Campesina de Horticultores (CCH), la Coordinadora Nacional de Productores Agrícolas (CONAPA) y la Organización de Trabaja-dores de la Educación del Paraguay (OTEP), abrimos un debate más público sobre la dictadura, la situación nacional y la relación de de-pendencia de nuestro país respecto de los imperialismos. A partir de nuestras breves experiencias de lucha, discutimos qué rol debíamos jugar los trabajadores y con qué perspectiva organizarnos en procura de cambios profundos, sin desconocer que la clase obrera paraguaya adolecía de acumulación de luchas concretas en las que pudiéramos basarnos. Sin dejar de contemplar que las últimas experiencias de lu-cha popular en el país, protagonizadas por las Ligas Agrarias Cam-pesinas, habían sido brutalmente aniquiladas por la misma dictadura que aún ejercía el poder. Algunos de nuestros nuevos compañeros

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campesinos, como Mariano Flecha, habían sufrido en carne propia aquel proceso. Otros, más jóvenes, sólo guardábamos un recuerdo de las revueltas agrarias que, sin embargo, habían preñado nuestras cabezas y corazones con sentimientos revolucionarios. Unos y otros: campesinos y obreros urbanos, considerábamos a aquellos episodios del pasado una gran experiencia popular, de cuyos errores debíamos sacar conclusiones para poder avanzar. Y mientras librábamos estas discusiones, creamos la Coordinadora de Solidaridad Sindical Cam-pesina (CSSC) que podría considerarse un antecedente embrionario del MPRPP, por ser una instancia extrasindical, bastante más política, con cierta cohesión ideológica. Con la que procurábamos respaldar el surgimiento y la consolidación de organizaciones gremiales por rama, sin dejar de promover en el seno de las mismas un debate y análisis de la realidad nacional; asimismo, para sintetizar y aunar las experiencias que las organizaciones íbamos acumulando en la propia práctica.

En aquella Coordinadora pivotaban principios emancipadores, todavía no muy definidos o siquiera demasiado hablados. Eran, diría-mos, aspiraciones sobrentendidas por los participantes y que luego, felizmente, pudimos desarrollar con toda intensidad hasta forjar una corriente política concreta. Desde luego, cuando eso, ya habíamos estrechado relaciones quienes acabaríamos siendo el núcleo funda-cional del MPRPP. Entre ellos Eladio Flecha, Alberto Areco, Teodo-ra Aguilar, Ermo Rodríguez, Gabriel Espínola, Heriberto Bobadilla, Alfonso Cohene…

Ermo rodríguEz, docEntE dE caaguazú, rEsEña su EncuEntro con los campEsinos y los obrEros

En 1986 los trabajadores de la educación todavía ganábamos 75 por ciento menos que el monto mínimo establecido por el código laboral. Un núcleo se constituyó y planteó hacer una campaña na-

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cional y juntar cien mil firmas para conquistar el salario mínimo. Fue una necesidad sectorial pero en el debate a muchos nos quedó claro la necesidad de sostener, en el gremio, una línea de clase ya que la organización magisterial, igual que otros sindicatos, se supeditaba a la política de Stroessner. Esa Federación de Educadores del Paraguay (FEP), afiliada a la Confederación Paraguaya de Trabajadores (CPT), sólo con algunos recambios dirigenciales, hasta hoy mantiene una línea oficialista y de conciliación.

La campaña de las cien mil firmas posibilitó el surgimiento de una línea de confrontación, la necesidad de dignificar la profesión docen-te y la idea de construir una herramienta de lucha fuera del control de la dictadura. Fue el origen de la Organización de Trabajadores de la Educación del Paraguay (OTEP). Y para entonces ya se había pro-ducido el contacto de muchos de estos docentes con Eris Cabrera. Recuerdo que Stroessner ordenó una feroz persecución contra los principales dirigentes de la OTEP. Pero cuando cayó la dictadura, muchísimos maestros se incorporaron a las filas de la OTEP, que se convirtió en un sindicato nacional.

Yo, mientras eso acontecía, estaba trabajando como docente en Caaguazú. La OTEP, por esos tiempos, existía como núcleo en Asun-ción y contaba con algunos miembros dispersos en Concepción y San Pedro. A la caída de la dictadura, se constituyeron otras regiona-les, como fue la de Caaguazú. Entonces comencé a viajar a Asunción para las reuniones de la OTEP, como Secretario General de la Regio-nal Caaguazú, y en esas reuniones de contactos y coordinación cono-cí a Eris Cabrera. Discutíamos la perspectiva política de la OTEP, la necesidad de darle un sentido político más de clase a este auge que se expresaba en cientos de afiliaciones a nuestro sindicato.

Eris fue una persona que dedicó mucho de su tiempo y pensa-mientos para lograr la construcción de varias organizaciones sindi-cales, campesinas y populares de nuestro país, entre ellas la OTEP. Sin que por ello dejara de percibir la necesidad del partido de las

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clases oprimidas. Entonces, era también un entramador paciente de esa futura fuerza política.

opinionEs dE Eris sobrE la rEcomposición dEl movimiEnto sindical

Antes, y a finales de los 80, se dan algunas experiencias de organi-zación sindical que luego del derrocamiento de la dictadura, en 1989, contribuyeron a la creación de las centrales obreras. Sin embargo, en la conformación de éstas, la Coordinadora de Solidaridad Campesi-na mantuvo una actitud crítica al plantear que la recomposición del movimiento sindical venía acompañada de graves fallas, tras más de veinte años de quietud frente al poder stronista.

La falta de tradición sindical en el seno de nuestra clase obrera, el desconocimiento general de los mecanismos de explotación del sistema capitalista y la ausencia de prácticas sindicales democráticas se hicieron notar negativamente en el proceso de construcción. Las cúpulas dirigenciales se burocratizaron rápido. Se apartaron del sen-tir de las masas, cuando no se corrompieron hasta alcanzar niveles escandalosos, con situaciones delictivas que dieron que hablar a la prensa, la política y la justicia burguesa, durante años.

Nuestra propuesta había sido fortalecer cada organización sindical desde abajo, llevando el debate hasta sus afiliados. Impulsar la unifica-ción de las organizaciones por ramas productivas y la construcción de una central de trabajadores que mantuviera independencia política y económica respecto de patronales y organismos internacionales. Nos opusimos al oportunismo dirigencial y a la manipulación del sindica-lismo internacional. Ya que en ese momento hubieron agrupaciones sindicales que comenzaron a funcionar con estructuras financiadas por centrales obreras internacionales. Entonces, algunos dirigentes locales pasaron a estar muy pendientes del posicionamiento per-

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sonal que podrían lograr en aquellas organizaciones superiores y olvidaron que la fuerza del sindicalismo no está en la imagen “exi-tosa” de sus dirigentes ni en el poderío económico de su aparato sindical, sino en la organización consciente de sus afiliados. Y esa organización es poderosa, temida y respetada por las clases domi-nantes, si los trabajadores alcanzan objetivos claros en la defensa de sus intereses de clase y se disponen a luchar por la transformación de la sociedad que los oprime.

Pero mientras librábamos con desigualdad esa lucha, surgieron la Central Nacional de Trabajadores (CNT) y la Central Unitaria de Trabajadores (CUT). Nuestras fuerzas resultaron insuficientes para imponer una línea clasista. Ambas tuvieron un florecimiento signa-do por los obstáculos que previmos. Diez años más tarde, en 1998, la Coordinadora Obrera Campesina y Popular (COCP) constató la justeza de nuestra apreciación: tras una década de funcionamiento orgánico, el movimiento obrero se hallaba totalmente fragmentado en sindicatos por empresas; aislados y debilitados, con sus dirigencias burocratizadas y desvinculadas de las bases. La mayoría de los trabaja-dores supo guardar distancia en reprobación a estas formas bastardas de sindicalismo.

Ermo rodríguEz. dE cómo, En mEdio dE aquEl vEndaval, los docEntEs dE la otEp

mantuviEron fidElidad a los principios

En 1989, la OTEP convocó a un plenario nacional para analizar y discutir la necesidad de contar con un Estatuto del Docente. Nos juntamos unos 200 trabajadores de la educación. En aquel momento constituyó un éxito político y de propaganda. Al finalizar, presen-tamos las conclusiones ante el Parlamento Nacional y se abrió un debate grande sobre la cuestión. Al siguiente año, para el 30 de abril,

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día del maestro paraguayo, la OTEP convocó a una huelga y marcha nacional, a la que acudieron más de 5.000 docentes de todo el país. Este nuevo hecho repercutió en la sociedad paraguaya. Habíamos acordado la huelga y movilización con la FEP, pero sus dirigentes, tan conciliadores, mantenían desacuerdo con nuestra postura de asumir como propias las luchas que ya libraba nuestro pueblo, y la necesidad de sumarnos a ellas. Entonces se prepararon dos actos, uno frente al Congreso Nacional impulsado por nosotros y otro frente a la Cate-dral metropolitana planteado por la FEP. Había dos equipos de soni-do, dos escenarios. Y en esa pulseada pudimos derrotar la propuesta de la FEP, ya que todos los maestros concurrieron al lugar donde la OTEP convocó.

Fortalecidos, ese mismo año concretamos el primer Congreso Nacional de la OTEP, mientras sus filas experimentaban un creci-miento grande, principalmente en el interior del país. En Caaguazú, Caazapá, Concepción, San Pedro…, también en Asunción.

Y junto a la CONAPA y el SINOMA (Sindicato Nacional de Obreros Metalúrgicos y Afines) ya constituimos un núcleo de pensa-miento clasista. Y como tal participamos en la discusión de línea para constituir la CUT. Llevamos allí la famosa frase de “no pongamos la carreta por delante de los bueyes”. Queríamos decir con eso que la clase obrera paraguaya no tenía en ese momento experiencia, bagaje de lucha, conocimiento de organización y, por lo tanto, planteábamos constituir desde abajo las organizaciones, para que la constitución de una central obrera fuese la conclusión de un proceso de organi-zación del proletariado y no un mero instrumento burocrático. Pero primaron otros intereses políticos que querían que los trabajadores no tuvieran una hegemonía de clase en aquel recambio en el movi-miento sindical paraguayo; en particular por parte del Movimiento Intersindical de Trabajadores (MIT), liderado por Víctor Báez Mos-queira, quien fuera electo primer presidente de la Central Unitaria de Trabajadores, actual Secretario General de la ORIT.

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Pero en aquel proceso, la OTEP fue consolidando aún más sus lazos con la Federación Nacional Campesina. Y muy pronto también con otras organizaciones populares, sindicales, partidarias y movi-mientos de izquierda. Con todos ellos analizaríamos el desafío de la Asamblea Nacional Constituyente.

Eladio cuEnta Esa ExpEriEncia ElEctoral y cómo, En un dEscuido, los campEsinos acabaron hablando dE “markEting” y dE la dEntadura dEl candidato

Aquella convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente, en 1991, fue un hecho importante para todos nosotros. La Coor-dinadora de Solidaridad Sindical Campesina (CSSC) resolvió par-ticipar. Entonces creamos un frente popular que llevó el nombre Paraguay Pyahurâ. En los hechos, fue el primer antecedente en el que se procuró aglutinar a diversos sectores y organizaciones opri-midas por los imperialismos.

Entonces, ni nunca, hemos tenido un propósito electoralista, pero sí entendemos que el tema de las elecciones puede ser contemplado como una cuestión táctica. Y en esa oportunidad, cuando se iba a dis-cutir un modelo de país, de Estado, vimos que podía ser importante la participación nuestra, máxime si nos posibilitaba extender dicho debate y nuestra palabra en otros sectores populares del Paraguay. Así que convocamos a otras organizaciones populares, campesinas, obreras, docentes…, para discutir la importancia de participar en la Constituyente con representantes propios.Y en esa experiencia tam-bién fuimos desbrozando un camino. Ya que pudimos comprender que, dentro del electoralismo, hay diferentes momentos en los que, cuando no se tiene experiencia, aparecen cosas disparatadas, cosas insólitas que sólo buscan torcer tu rumbo.

En aquel frente había algunos intelectuales, gente de la pequeña

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burguesía que nos acompañaban. Ellos, como buenos conocedores de la cuestión electoral, cuando proclamamos nuestro candidato nú-mero uno, que era un campesino, dijeron “bueno, es el momento de discutir el marketing”. Pero nosotros, en aquel momento, ni sabíamos qué significaba eso. Ahí nos explicaron que el candidato debería tener una buena pinta, tendríamos que hacerle una peluqueada general. Y el compañero nuestro hacía 20 años que no tenía dientes. Entonces, como prioridad, nos señalaron que debía tener un paladar* nuevo para atraer al electorado. Así es que hubo que hipotecar la propiedad de otro compañero para procurar el dinero y cubrir aquellos gastos. Le pusimos a nuestro candidato una dentadura reluciente. Y allá fui-mos con nuestro bendito marketing a hacer campaña. El compañero hizo su debut en un programa de radio para exponer nuestro plantea-miento y resultó que casi no pudo hablar porque, después de 20 años sin dientes, ¡no había modo de que pronunciara palabra con aquella dentadura postiza!

Luego, el responsable del marketing ya nos aconsejó que había que comprarle su camisa nueva, sus zapatos, pantalón... Pronto, para contentar al electorado, nuestro candidato ya iba a ser o parecer otro muy distinto al que en esencia era y que como tal lo habíamos elegido. ¡Qué sentido tenía aquello!

Es que en ese frente, donde se habían nucleado diferentes orga-nizaciones, cada uno tenía su propio pensamiento y era tan amplio aquello…; por ejemplo: dentro de las organizaciones del campesi-nado había militantes de todos los partidos. Tampoco dentro de los sindicatos y de las restantes organizaciones había una gran cohesión política e ideológica. Era muy heterogéneo. Entonces cuando se plan-teó lo electoral, los compañeros dicen “¿por qué tengo que votar por un movimiento desconocido? Voy a votar por mi partido nomás”. Eso sonaba razonable. Por eso, aunque de acuerdo con la cantidad

* Dentadura postiza.

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de afiliados de cada organización se estimaba que sacaríamos unos 40.000 votos, en el momento de la contienda electoral quedó demos-trado que era una apreciación errónea. Ya que cada compañero optó por su partido y el resultado fue magro. Desnudó un hecho objetivo: aquel frente, aunque con un propósito sincero, tenía su debilidad po-lítica e ideológica. Afortunadamente sacamos nuestras conclusiones y pudimos avanzar en la consolidación del núcleo más afín, aquel con el que luego fundaríamos el movimiento partidario, ya con una concepción más clara de lo electoral y las alianzas.

Eris cabrEra. sobrE los primEros trabajos partidarios y las difErEncias

EntrE partido y grEmio

En 1993, nos reunimos para evaluar nuestra participación en el nuevo proceso de lucha popular que se venía dando en Paraguay. Y basándonos en los acuerdos de Caacupé redefinimos los objetivos de la Coordinadora de Solidaridad Sindical. Allí contemplamos lo imperioso de aunar los contenidos políticos e ideológicos de quie-nes conformábamos la agrupación. Que la permanencia en sus filas implicara un acto de conciencia militante y que cada compañero tras-ladara al seno de su organización esta línea. Asimismo nos trazamos el propósito de construir una herramienta política basada en la teoría del marxismo-leninismo. Mantener una política de confrontación con los partidos tradicionales y de crítica permanente hacia los partidos de la izquierda electoralista.

Sobre estas definiciones se fue consolidando el núcleo fundacional del MPRPP. Los primeros trabajos partidarios en el seno de las orga-nizaciones de masas campesinas y obreras, acompañando el proceso de construcción y fortalecimiento de las mismas, estuvieron orienta-dos a articular las diferentes luchas gremiales que hasta entonces se

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daban fragmentadas en el territorio nacional. Esto sin la pretensión de autoerigirnos en la vanguardia de las organizaciones; sino desde una perspectiva de aportar y aprender políticamente de dichos procesos.

A partir de nuestro arraigo y posterior crecimiento dentro de esas organizaciones de masas, articulando en la práctica la lucha social con la asimilación de la teoría marxista-leninista, en 1996 hicimos pública la existencia de nuestra fuerza política construida en la clandestinidad en los últimos años de la dictadura y durante los primeros del llama-do proceso de transición democrática. Hasta entonces no había en nuestro país una referencia partidaria marxista que tuviera verdadera incidencia o vinculación entre militantes políticos y organizaciones de masas. El MPRPP implicó un avance en tal sentido. Sin dejar de es-tablecer las diferencias que existen entre partido y gremio; sin perder de vista que el partido es una instancia superior de organización y ho-mogeneidad ideológica. En tanto que el gremio debe ser una instancia amplia, democrática, de lucha sectorial. Un partido ha de respetar sus decisiones, sin dejar de influir en ellas. Es decir, la masa es la protago-nista de su propia lucha y el partido una influencia, una guía.

juicio dE Eladio sobrE El lanzamiEnto dEl mprpp y algunas difErEncias con otras

fuErzas dE izquiErda

Diez años estuvimos en ese proceso de clandestinismo y lucha, organizándonos en el seno de la masa. Y a los doce recién salimos como Partido. Ya éramos una fuerza con identidad en el campo de la lucha popular, pero veníamos actuando sin nombre, sin definirnos como tal. Recuerdo que algunos, entre ellos los compañeros del PC, nos acusaban de “gremialeros”, porque no teníamos partido. Y resul-ta que cuando construimos partido nos criticaron por esto también.

Y ya cuando resolvimos presentarnos públicamente, los com-

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pañeros traían nombres. Unos decían Movimiento, otros Partido. Se discutía por qué llamarnos movimiento o por qué partido…, hasta que en un congreso nos decidimos. Por historia, vimos con-veniente poner el nombre de Movimiento, pero conscientes de que formábamos un partido regido por el centralismo democrá-tico. Entonces luego de una marcha campesina sobre Asunción, esa misma noche, lanzamos el MPRPP. En los diarios apareció una fotografía de Alfonso, Alberto y mía, como los principales exponentes de la nueva organización cuando, en aquel tiempo, éra-mos simples militantes. Pero la foto sirvió para que nos tildaran de oportunistas, de usar al campesinado con fines políticos y to-das esas macanas que siempre han dicho, verdad. Y allá también corrieron los periodistas al Congreso de la Nación a recabar una opinión de los parlamentarios sobre quienes pretendíamos “hacer renacer el marxismo en el Paraguay”. Y los muy bribones casi no querían opinar. Es que nuestra definición de partido revolucio-nario marxista-leninista, vino a inquietarlos un poco a todos. La prensa no dejaba de comentar ese dato tan curioso de por qué en un momento en que el marxismo había sido desechado hasta en Rusia y no sé en cuántos sitios más…, nosotros salíamos a defen-der unas ideas tan viejas y superadas. Y en cuanto a la FNC, co-menzaron a difundir que ya la habíamos convertido en un partido, en un puro abuso del campesinado para provecho propio…, en fin, cosas así. A eso respondíamos que en la organización campesi-na, como puede haber compañeros de derecha, también puede que haya de izquierda. Y que daba la perra casualidad que éramos esto último pero, como tenemos nuestra amplitud y nuestra grandeza, no íbamos a correr a nadie de la FNC porque no pensara igual. Y así fue hasta hoy. Y si dentro de la FNC, algún compañero nos preguntaba por el MPRPP decíamos, bueno compañero, si usted tiene curiosidad por saber qué cosa es, hay una dirección central a la que se puede invitar a charlar.

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opinionEs dE albErto arEco. su incorporación al mprpp, El rol dE un dirigEntE

y la rElación con la fnc

El campesinado es parte de este mundo donde hay cobardes y valientes. Hay conservadores y progresistas; reaccionarios y revo-lucionarios. Hice muy despacio mi experiencia política. Porque no es trabajo de un día ni de un año, no; menos para un campesino como yo, que fuertemente llevo en la sangre temores. Miedos viejos inculcados a nuestra gente campesina. Temor a la inutilidad, a no ser capaz y errar el camino, a no poder con tanta gente culta de la ciudad que lo cercan y confunden con un amontonar de palabras, que uno no sabe y escucha con respeto en un principio pero, luego, ellos mismos las ensucian con sus actos, con sus gestos de despre-cio hacia el pueblo.

Verdad que un campesino tiene menos palabras, tal vez por eso no las anda ensuciando así nomás. Ahora me encuentro cómodo con lo que soy y nada temo ante estos señorones de hablar compli-cado. Aunque sí tengo mis temores a equivocarme frente a la masa.

Una debilidad notoria en un dirigente es la falta de humildad polí-tica. Sin humildad, no hay trato respetuoso con la masa. Entonces ese dirigente no aprende nada. Y su rumbo nunca será bueno. Tomar la experiencia de la gente y avanzar con ella es la única manera de forta-lecer un movimiento, una organización. Solamente así llegamos a una conciencia más clara. No creo en los dirigentes apartados de la masa.

Ahora, bien, uno no puede limitarse a ser sólo dirigente gremial y es hasta natural, pienso, que desemboque en un compromiso po-lítico más profundo. Lo que también presenta otro duro desafío. El desafío de no caer en estos movimientos alternativos, según ahora le llaman los “progresistas”. Me refiero a quienes plantean un camino electoralero; que lo tientan a uno, lo palmean, lo circundan todo el tiempo. Luego están los que se llaman “revolucionarios” y desean

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plantarse en el campo con ánimo de darnos unas cuantas lecciones y decirnos cuál es nuestro rol, al margen de las vivencias, la historia y el conocimiento propio. Y a veces, así, arruinan un dirigente, malogran el trabajo de la masa. Algunos creen que por ser dirigente se puede engañar a la masa, pero eso dura poco.

Para mí fue muy determinante conocer y luego integrar el Movi-miento Popular Revolucionario Paraguay Pyahurâ. Cuando se anun-ció su existencia, llevaba un proceso de consolidación de diez años, con mucha experiencia acumulada. Hoy, en el campo, es un núcleo bien definido. La masa campesina conoce su línea de respeto hacia ella. Eso mismo pude ver yo con mis ojos durante años, antes de su-marme a sus filas. ¿Qué importancia tiene para un dirigente de masas un partido? Mucho, si ese partido es revolucionario de verdad, si ese partido parte de la masa. Entonces es una guía, una linterna que pone claridad en la noche. En estos últimos tiempos, otros compañeros de otras organizaciones campesinas no pueden sobrevivir ante se-mejante desafío. Nuestro crecimiento en el movimiento campesino, tiene que ver con que la mayoría de sus dirigentes nos hemos sumado activamente a las filas del MPRPP contra el oportunismo. Entonces soy militante, así, en forma pública. Me he convertido en dirigente revolucionario, sin dejar de ser campesino. Y tengo, junto a mis com-pañeros de Partido, una responsabilidad política, que es avanzar en el cumplimiento de un programa. Y esto nunca se hace avasallando la voluntad de la masa ni interfiriendo, con trampas, en el desarrollo de la FNC, donde se respetan todas las ideas que bullen. Esta orga-nización siempre peleó por su autonomía organizativa, al margen de las ONGs, la Iglesia y los partidos políticos. Y es un ejemplo en ese sentido. Porque a la Iglesia católica no entra un protestante, al partido colorado no se arrima un liberal…; sin embargo, a la FNC ingresan todos y allí se debate y se discute democráticamente. Como militantes políticos no interferimos en el desarrollo de la organización gremial, pero decimos la verdad: la lucha institucional no alcanzará para libe-

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rar a nuestro pueblo de tanta opresión. Entonces luchamos por la soberanía. No estamos de acuerdo con la política de privatización, del libre comercio. Y vamos a luchar orgánicamente por cambiar esto. Necesitamos para eso un instrumento, un partido revolucionario.

así habló Eris cabrEra, fundador dEl mprpp, a propósito dE algunas cuEstionEs políticas

y dEl trabajo En El sEno dEl campEsinado

Paraguay fue la nación más avanzada, política, económica y militar-mente, de América del Sur. Pero es difícil imaginarlo hoy, cuando en toda su extensión hace mella una estructura capitalista atrasada, todavía con potentes signos precapitalistas. Los mismos que fueron instalados, con fuerza y saña, a partir de 1870 tras la guerra de la Triple Alianza, al comenzar en nuestro territorio un rosario de gobiernos traidores y proimperialistas. Implementando formas ingeniosas para enajenar las tierras estatales, hasta ese entonces a disposición de los nativos, caren-tes de todo título de propiedad, aunque afianzados por generaciones en ellas. Y aquellos primeros mandatarios que juraron respetar la Consti-tución y su Patria en cuarteles de ocupación brasileña, dieron inicio al más grande y vergonzoso reparto de tierras en beneficio de los capita-les extranjeros, para la explotación forestal, yerbatera y ganadera. Hubo desde el inicio una cláusula que favoreció la concentración latifundista y dejó al pueblo paraguayo al margen, imponiéndose la exigencia de un número elevado de hectáreas como cantidad mínima a comprar en subastas públicas. Quien no podía adquirir dicha cantidad, tenía vedado su acceso a la tierra. Con esos candados legales se inició el gran proce-so de desnacionalización de la tierra. Sus ocupantes legítimos fueron despojados y condenados al ultraje. Los nuevos poseedores, pronto reclutaron a indígenas y campesinos desposeídos para explotarlos sal-vajemente como mensú en sus yerbatales o en los quebrachales de

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las empresas tanineras de Puerto Casado. Buena parte de la actual oligarquía paraguaya tiene aquel origen miserable.

Como reacción lógica, de ahí en adelante, también se iniciarán las arremetidas campesinas contra el gran latifundio. Hasta el día de hoy, una parte importante de nuestro pueblo siempre considerará las ocupa-ciones campesinas un acto de justicia. No hay tal condena social. Resul-tan aprobadas por nuestro pueblo. Contempladas como la recuperación de aquello que le arrebataron los gobiernos entreguistas del pasado con inusitada violencia, escudándose en una legislación tramposa.

Es así como las ocupaciones de tierras, que en la actualidad em-prende el campesinado, son también una reivindicación histórica de los derechos del conjunto del pueblo paraguayo.

Tomando en cuenta ese rico proceso histórico, de recuperación del patrimonio y la larga lucha del campesinado paraguayo, el Movi-miento Popular Revolucionario Paraguay Pyahurâ procura sintetizar todas esas experiencias, reflexionando sobre cada una de ellas, para fundirnos nuevamente en el seno de la masa campesina procurando hallar, en el actual proceso, nuevas formas y contenidos que hagan posible su avance en un sentido liberador. Con cada experiencia nueva, en cada ocupación, se da un aprendizaje mutuo, permanente, en las filas del Partido y en las propias masas.

dEl partido y las ocupacionEs dE tiErras

El MPRPP desde su inicio definió que en Paraguay el contingen-te principal de la lucha popular es el sector campesino. Y que junto a la clase obrera, como fuerza dirigente, harán posible el avance hacia una revolución democrática, agraria y antiimperialista. Sin embargo no nos es posible garantizar un proceso revolucionario por medio de la lucha por la tierra. Simultáneo con esta reivindicación, existe un trabajo con las masas, que tiene que ver con lo ideológico. De allí la importancia de comprender que la pelea por la tierra es una parte

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de la lucha por la liberación nacional. A su vez, nuestro Partido, ha de permanecer fundido con la masa campesina, aprender de ella y contribuir para que cumpla su misión histórica. En ese proceso que compartimos, revolucionarios y campesinos, hay un período de preparación, que tiene que ver con elegir la tierra y con orga-nizarse para tomarla. Esta es una preparación práctica que jamás desestimamos. Al mismo tiempo entendemos que es indispensable la formación ideológica del núcleo campesino.

Nuestro Partido estimula la discusión política con quienes van a ocupar. En ese intercambio analizamos el problema de la tierra ya no como una cuestión individual, sino como una causa nacional, estrechamente vinculada con la defensa de la soberanía y la recupe-ración de un área perdida antes. Allí entonces la lucha social deviene en una lucha política. Los campesinos avanzan muy rápidamente sobre esta forma de mirar las cosas. La propia historia, su práctica y su condición de clase, lo llevan a asimilar muy rápidamente esas cuestiones teóricas.

Otro paso consiste en una gran discusión sobre la preparación de la resistencia interna, la forma de distribuir la tierra y la organi-zación política que se dará esa futura comunidad rural.

En lo organizativo somos partidarios de un método asambleario bien democrático, cuyo carácter amplio no elimine la necesaria dis-ciplina, por ejemplo, en un momento histórico de enfrentamiento y necesario combate, la masa discute libremente pero también pone rigor en el cumplimiento de sus decisiones. La disciplina es un as-pecto importante. No es pura asamblea nomás… y después vienen los paramilitares y nos cosen a balazos, no.

dE la organización intErna y la participación dEl partido

La organización política interna de cada asentamiento y quiénes van a conformar su dirección, son cuestiones que deben estar discu-

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tidas y resueltas en asambleas democráticas, bien amplias, para que fluyan las cuestiones ideológicas y políticas más generales –y aun par-ticulares– que cohabitan en el grupo. Es el modo de obtener una di-rección representativa de la masa, sin más imposiciones que su propia voluntad. Es obvio que nuestro Partido hace lo posible por construir una célula partidaria en cada ocupación, de manera que haya en la lucha política e ideológica un acompañamiento de nuestra línea.

dE cómo dEtErminan El latifundio a ocupar

En un tiempo, las necesidades del campesinado llegaron a ser tan perentorias que ocupaban cualquier predio que hallaran impro-ductivo. Hemos conocido casos de sin tierra que ocupaban 30 hec-táreas entre 10 familias. Se les preguntaba “¿por qué ocuparon allí?”. “Bueno…, es que pertenecen a un guardia”, respondían satisfechos, creyéndose justicieros. Pero resultaba imposible sostener tales ocu-paciones. Ya porque la vecindad los aislaba, al reprobar la acción contra un pequeño propietario a quien, con razón, nadie visualizaba como el enemigo real de la zona; ya porque se irritaban o entraban en pánico los restantes campesinos pequeños del entorno, quienes debían ser nuestros aliados naturales. Y también porque las dimen-siones del predio no hacían posible ningún proyecto productivo. Además, los asentamientos con pocos ocupantes son más fáciles de vulnerar por las fuerzas represivas. De ahí que, preferentemente, propiciamos que las tomas tengan cierto carácter masivo. En la ac-tualidad, nuestro Partido tiene influencia en asentamientos de 200 familias, aunque los hay de menor número y también mayores que éstos. En suma, las dimensiones de la tierra a ocupar, para nosotros, responde a una exigencia de tipo estratégico e ideológico.

Después de algunas malas experiencias, por fin se definió en un Congreso Campesino en 1996 privilegiar la toma de latifundios, en lo posible, de 3.000 o más hectáreas. Resolución que impulsó nues-

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tro Partido por intermedio de los dirigentes de base y objetivamente representó un avance importante en el movimiento campesino.

A la hora de planificar una ocupación, también se toman otros recaudos. Por ejemplo, la comunicación es un detalle estratégico que no debe descuidarse. Los latifundios que van a ser ocupados no pueden permanecer aislados, deben ofrecer un mínimo de comuni-cación. Y cercano a comunidades campesinas que puedan brindar solidaridad contra la represión y para la provisión de alimentos.

Para el MPRPP, en el presente, la ocupación de tierras es parte de la lucha de masas, pero no es la guerrilla. No es que ocupamos para aislarnos de la sociedad. Hay organizaciones y grupos menores que, en discrepancia con esta línea y la de la FNC, optaron por el camino del aislamiento. Condenando a los campesinos a un estilo de vida casi insostenible, con enormes dificultades para producir y aún para sacar la producción de los asentamientos.

Continuando con los requisitos: la tierra a ocupar además de perte-necer a un terrateniente, no hallarse aislada, contar con vías de comuni-cación, debe ser fértil, estar próxima a un arroyo o con posibilidades de obtener fácilmente agua potable. Y, en algunos casos, cercana a otra es-tancia. Ya que, cuando todavía no hay producción, los estancieros “co-laborarán” con alguna vaquita. Llamamos a esto (se refiere a la tarea de faenar animales clandestinamente) “recuperación”. No lo consideramos un robo. Pero es una práctica que sólo en casos de extrema necesidad aprobamos. No impulsamos como línea la faena de animales de estan-cias vecinas, tal como han llegado a teorizar otros movimientos conside-rando tal práctica parte de la lucha contra la propiedad capitalista.

dE la consigna “ocupar, producir, rEsistir”

Históricamente, en nuestro país, al reclamar por la tierra coexis-ten claramente dos líneas, dos métodos. Uno más antilatifundista que otro. Hay quienes no ocupan la tierra ni la trabajan antes de

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que el Estado los autorice. Entonces, acampan al costado del lati-fundio y allí permanecen en señal de reclamo. Casi es una posición “de Cristo crucificado”, para que la pequeña burguesía se apiade y pelee por ellos. Lo cual genera cierto paternalismo dirigencial. Los ocupantes no toman la lucha como propia, resignan su dirección y se burocratiza el planteo. Finalmente, no hay acumulación, no hay fuerza propia y la resolución queda en manos del Estado.

Contrariamente nosotros sostenemos que no es posible confiar en un Estado que representa a los intereses monopólicos y latifun-distas. Es con lucha, no con ruegos, la forma de reclamar un dere-cho. Decimos: primero la lucha y después el papelerío legal. Que esto sin aquello es sólo mendicidad y burocracia. Somos partidarios de, una vez planificada una toma, voltear el alambrado y penetrar en el latifundio. Tan rápido como eso, limpiar el monte y ponerse a cultivar. Y esa producción, por mínima que resulte, garantizará au-tonomía al ocupante. No tendrá que depender de la “voluntad” del Estado ni de otras fuerzas que no sean las propias. Sólo hasta que logran los primeros cultivos colectivos, reciben la solidaridad de los pequeños productores, quienes apoyan estas acciones con algo de su producción. Esta es la única ayuda externa que reciben en ese lapso, que –debemos resaltarlo– es cuando ocurren los embates más encarnizados de las fuerzas represivas. O sea que, mientras los campesinos abren los primeros surcos, también suelen hacer frente a las arremetidas policiales, la intimidación de matones a sueldo, los emplazamientos de la justicia… y toda la jarana conocida.

Esa experiencia de “lucha, producción y resistencia”, basada en la propia fuerza, devino en una de las mayores virtudes. Es la gran peculiaridad de este movimiento campesino que reconquistó decenas de miles de hectáreas y se consolidó como un poderoso movimiento de masas, autónomo, capaz de avanzar por sus propios medios sin aceptar tutelajes u otros compromisos ajenos a los inte-reses de los ocupantes.

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El partido, sobrE El modo dE producir y distribuir la tiErra

Al inicio de toda ocupación impulsamos la economía de subsis-tencia. Y tan pronto se puede, una planificación del cultivo de renta: aquel que halle colocación en el mercado y genere divisas para el asentamiento. Puede ser algodón, maíz o cualquier otro, pero pro-curamos que se produzca y comercialice en forma colectiva. Sin embargo, la planificación productiva recae en la dirección política y administrativa de cada asentamiento, supeditada a las decisiones de la asamblea general. La línea del Partido sólo gravitará si sus cua-dros son escuchados y sus argumentos compartidos por el resto.

En cuanto a la distribución de la tierra, el Partido promueve un debate democrático en el seno de la masa campesina. Aunque preferimos que no prospere la distribución individual de la tierra, en la práctica se dan diversas formas, de acuerdo con el grado de comprensión que tienen sobre el tema quienes protagonizan las ocupaciones. Entonces, según el desarrollo de cada comunidad es la distribución y disposición de las parcelas. En algunas cunde con mayor facilidad y rapidez la colectivización, en otras no.

Existe una base natural que favorece el despliegue de prácticas colectivas. Inclusive por razones culturales profundas e históricas: el pueblo guaranítico, antes de la llegada del español, antes de las misiones jesuíticas, con relación al uso de la tierra y el destino de sus productos sostenía una visión contrapuesta al sentido de propiedad que trajo el conquistador. Los guaraníes labraban la tierra en forma colectiva y familiar. El relacionamiento productivo se daba a través de la minga y el jopói. La particularidad de que, aún después de su organi-zación política independiente hasta la guerra de la Triple Alianza, no existiera casi propiedad individual sobre la tierra –que en su mayoría pertenecía al Estado y el pueblo disponía de ella con cierta libertad y ventajas mediante acuerdos y arriendos– hizo posible el afianzamien-

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to de dichos rasgos culturales. Rasgos que el modelo “capitalista”, pese a sus aspiraciones, no pudo eliminar totalmente. Con la expan-sión del latifundismo, el campesinado pobre y los sin tierra quedaron sujetos a una economía de subsistencia en la que las viejas pautas culturales mantienen validez.

Aún hoy, el camino del lucro personal no les garantiza ni el acce-so ni la permanencia en la tierra. Es la lucha colectiva la que lo hace posible. Esto y la ausencia de medios tecnológicos, objetivamente, los impulsa a un sistema productivo casi sin espacio para individualismos. El trabajo comunitario aflora entonces con fuerza y naturalidad. No es algo que la masa tenga teorizado, simplemente está arraigado en ella.

No es que nos interese, sin embargo, reproducir el pasado. Par-timos de él y del presente, para construir algo nuevo. Teniendo en claro que estamos luchando dentro de una sociedad capitalista. Entonces, esto nuevo no expresa la liberación del campesinado ni mucho menos. Son sólo formas de resistencia para avanzar definiti-vamente hacia una sociedad sin explotados, cuya producción sea de cada uno según su capacidad, a cada cual según su necesidades.

sobrE la propiEdad dE la tiErra

Preferimos formas de propiedad colectiva: todos los ocupantes dueños de toda la superficie y una sola escritura a nombre de to-dos los ocupantes. Porque tiene algunas ventajas ya probadas en la práctica y reduce la posibilidad del camino individualista. Y desde ahora trabajamos para no tener que toparnos, en el futuro, con un montón de pequeños propietarios conservadores, aferrados a su propiedad individual. Aunque respetamos las decisiones de la masa, insistimos en que ésta es una preocupación central. De cómo se resuelve dependerá el rumbo del movimiento campesino. La simple ocupación de la tierra no garantiza el proceso revolucionario.

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sobrE la distribución dE la ganancia y la dirEcción dE los asEntamiEntos

Allí donde los fondos económicos son resultantes de la produc-ción colectiva, y no hay producción individual, éstos están adminis-trados por la dirección del asentamiento. Dicha dirección no actúa se-parada de la comunidad. Tiene la obligación de hacer como mínimo una asamblea por semana, en la que ella y toda la comunidad rinde cuentas, informa, explica acerca de sus compromisos contraídos o que le fueran encomendados. Inclusive, es esta dirección la que se ocupa de proporcionar medios económicos a los más jóvenes, por ejemplo, para sus salidas y diversiones. Y si los recursos no alcanzan para satisfacer a todos a la vez, ellos turnarán sus salidas democráti-camente. Cito este ejemplo porque describe muy bien qué grado de consideraciones ocupan a esa dirección y a la comunidad en su con-junto cuando se logra un nivel avanzado de colectivización.

más sobrE las autoridadEs

En todas las comunidades, su dirección nombra a tres jefes. Uno es el responsable general, el jefe político; otro, de la autodefensa y el tercero es responsable de la administración. No son jefes supremos. Lo son en el sentido de cumplimentar las decisiones que la co-munidad les ha encomendado en las asambleas. El funcionamiento político, el desarrollo productivo y las cuestiones de seguridad civil están a cargo de los jefes político y administrativo. En tanto que el responsable de la autodefensa se ocupa de preparar a los compañe-ros de la autodefensa, dirigirlos, controlarlos en su desempeño con las armas, la limpieza de las mismas y otros asuntos específicos.*

* Ver capítulo “Donde se habla de la autodefensa armada y sus razones en el campo paraguayo”.

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sobrE la instrucción Escolar

Dada la numerosa población infantil, el tema educativo es una de las prioridades y en cada asentamiento se discute mucho al res-pecto. A diferencia de otros movimientos latinoamericanos que han trazado políticas educativas específicas para el campesinado, para-lelas a la oficial, nuestro Partido alienta la iniciativa de no apartar los niños de lo que es el proceso educativo estatal, en tanto somos integrantes de la sociedad paraguaya.

Es verdad que somos críticos y deseamos modificar su rumbo histórico, pero en un proceso de masas, siempre integrados a la vida paraguaya y no al margen de ella. De tal modo que, en esta etapa, hemos considerado inadecuado parcializar la educación de los hijos de los campesinos.

En casi todas nuestras áreas rurales el analfabetismo es lo pre-dominante, más entre los adultos. Deseamos superarlo en todos los niveles. Pero como primera medida apostamos a alfabetizar a los niños. Y es una prioridad en todo asentamiento radicar un estable-cimiento donde se imparta el programa educativo oficial. Peleamos para que el Estado asuma el pago del salario a un docente.

Después de mucha gestión, cuando el Ministerio accede, la co-munidad es quien va en busca del profesor para que asuma la tarea. Entonces se conversa con el aspirante a propósito de las aspiracio-nes educativas que tiene la comunidad. Se llega a un entendimiento y casi no hay dificultades en la práctica.

El maestro cumple con el programa oficial, pero también debe aceptar algunas pautas educativas que la comunidad campesina es-tima valioso inculcar a sus niños. Así como las clases dominantes inciden y hacen prevalecer su ideología en los programas oficiales de estudio, el campesinado está dispuesto a resistir tal parcialidad sintiendo, además, que le asisten derechos sobre la enseñanza de sus hijos.

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la salud

Los asentamientos que están distantes de los centros urbanos, con su lucha, lograron que el Ministerio de Salud les mande un gi-necólogo y un pediatra con regularidad. Cada comunidad construye una sala de primeros auxilios. Hay provisión de vacunas para los niños, suero antiofídico y otros medicamentos esenciales, tras un intenso reclamo de la FNC al Estado Nacional. La FNC tiene casi 200 voluntarios para los primeros auxilios, que están en contacto con la comunidad y se organizan en Consejos por la Salud Pública.

dEl prolEtariado rural

Es notoriamente exiguo. Casi no hay asalariados en el campo para-guayo, donde todavía abundan extensos latifundios inexplotados. Tierras ociosas, concebidas por sus patrones como un bien de especulación. Puede que el desmonte y la comercialización de madera, ocasionalmen-te, los lleve a ocupar mano de obra, pero a veces ni eso. Sí hay asalariados rurales en la zona sojera. También en la zafra de caña de azúcar partici-pan obreros temporarios que el resto del año se dedican a changas.

Nuestra línea es impulsar su participación en los sindicatos para que su lucha tenga un contenido específico, propio de esa clase. Una salida fácil sería orientarlos a que luchen por la tierra. Sin embargo hemos aprendido que no todos los obreros rurales son campesinos proletarizados. Muchos son verdaderamente proletarios rurales y tienen sus propios objetivos de clase. Algunas de sus reivindicaciones empalman naturalmente con las del campesinado pobre o sin tierra. De manera que tienen un largo camino de unidad por recorrer.

sobrE El pEquEño campEsinado

No es que la totalidad del pequeño campesinado haya sido pro-

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tagonista de luchas agrarias. Hay quienes heredaron la tierra de sus mayores o les fue adjudicada en antiguos parcelamientos oficiales. Estos, igual que muchos campesinos medios, no han compartido la experiencia de tomar tierras. Y la gran burguesía y los terratenientes ejercen presión para mantenerlos distantes de nuestro lado. Hacen campañas para desprestigiar las prácticas de la FNC. Las tildan de violentas y estériles, con afán de meter miedo y sembrar la división. Sucede, sin embargo, que el Estado que escatima las tierras a una parte del pueblo mientras protege los latifundios, es el mismo que pone precio miserable a los cultivos de los pequeños y medianos campesinos. Unos y otros, son víctimas directas del mismo yugo. Antes que tarde, el grueso del pequeño campesinado va a converger con la masa campesina más desamparada y por ende más comba-tiva. Nosotros hemos trabajado duramente para buscar la unidad, contra algunas fuerzas seudorevolucionarias que nos han querido empujar hacia posiciones sectarias.

El reclamo por la tierra con ser el principal objetivo no es el único de la organización campesina. Al reivindicar intereses muy concretos de los pequeños y medianos productores, como su en-deudamiento, la cuestión crediticia o el precio mínimo y sostén de los productos, se logró estrechar sólidos lazos de unidad y confor-mar un frente antiterrateniente. Y a la vez, construir un colchón antifascista muy poderoso. Detalle al que no podemos restarle trascendencia, ya que entre el pequeño y mediano campesinado, la propuesta seudonacionalista de Lino Oviedo tuvo un grado impor-tante de aceptación, que no subestimamos. De modo que le hemos disputado política e ideológicamente estos sectores con una línea de unidad y lucha en el seno del pueblo. Sobre todo a partir de 1999 cuando la FNC desplegó una gran campaña y promovió reuniones masivas, por Departamentos, hasta estructurar un organismo muy amplio de deudores bancarios. Esa acción se libró en tres niveles: lucha institucional, propaganda y movilización. Poniendo siempre

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la política al mando. Sin ella, fácilmente se desvía el trabajo para saciar intereses oportunistas.

sobrE El prolEtariado urbano y su incorporación a la lucha protagonizada por El campEsinado

Paraguay es un país centralmente agrario. La industria ocupa el tercer lugar de importancia en el Producto Bruto Interno. Y su in-cipiente desarrollo hoy está muy ligado a lo que “sobró” de Itaipu, cuya construcción requirió que se radicaran algunas industrias com-plementarias, las que se fueron montando en función de las necesi-dades de la gran obra. Cuando acabó la construcción de la central hidroeléctrica, quedó un remanente de medianas industrias que hoy se exhiben como el máximo desarrollo industrial paraguayo. Entre ellas algunas empresas metalúrgicas especializadas en cuestiones hidroeléctricas. Ahí estaría el centro del proletariado industrial. El sector textil no presenta gran desarrollo. Sólo el 10 por ciento del algodón producido en el país queda para ser manufacturado. El 90 restante va a Liverpool.

Luego, el sector de asalariados numéricamente más importante es el de los empleados estatales, después el de comercio y finanzas.

Su dirigencia sindical hoy se reparte en tres centrales obreras burocráticas: La CPT histórica, con un origen stronista, la CUT y la CNT. Nosotros tratamos de desburocratizar esas estructuras im-pulsando el debate y la lucha en las bases de cada gremio. Asimismo disputamos sus direcciones donde nos es posible, como ha ocurri-do en metalúrgicos, docentes...

Partidariamente trabajamos con el campesinado y la clase obrera. Impulsamos su unidad para algunas acciones nacionales. En ese cami-no fue que impulsamos en 1997, el primer Congreso Obrero Campe-sino, para debatir la necesidad de sumar la clase trabajadora urbana a las luchas, cuyo protagonista excluyente venía siendo el campesinado.

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Ahí surgió la Coordinadora Obrera, Campesina y Popular (COCP) como una instancia de unidad para debatir sobre las cuestiones na-cionales y encarar acciones conjuntas avanzando en la lucha. Esta Coordinadora centraliza a todas las organizaciones campesinas “de combate” con las tres centrales sindicales y resuelven sus determina-ciones en asamblea. Su actual composición expresa porcentualmente: 50 por ciento de campesinos, 50 por ciento de obreros.

dE nuEvo Eladio, sobrE rElacionEs intErnacionalEs, los impErialismos,

El tipo dE rEvolución y otras prEcisionEs

Nuestra línea básica para el relacionamiento internacional desde siempre estuvo precedida por el principio de mantener la autono-mía. Jamás aceptar ser guiados desde afuera o cuestión parecida. Pero con la misma certeza, desde antes del lanzamiento público del Partido, estuvimos conscientes de la necesidad de establecer un re-lacionamiento internacional, principalmente con los países vecinos. Claro, primero tuvimos relación con otras organizaciones hermanas de nuestro país. Y en un segundo paso con las de los países vecinos. Y, en nuestros comienzos, buscamos relacionarnos con organiza-ciones del Brasil, porque allí había un auge de luchas importante. Se hablaba del marxismo-leninismo, del Partido de los Trabajado-res… Entonces primero nos contactamos con gente del PT, espe-cialmente con el sector “Articulación” que respondía a Lula, que en aquel tiempo era un dirigente de origen obrero. Pero rápidamente surgieron diferencias políticas. Y como nosotros creemos que entre revolucionarios debe haber sinceridad, les expresamos esas diferen-cias: principalmente el excesivo electoralismo. Veíamos que esto iba restringiendo los principios revolucionarios, ya que –en esa carrera electoral– siempre había que adaptar el programa para poder captar

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más votos, nunca para profundizar y defender la política revolucio-naria y de clase. Y como ellos reconocieron esto, se fue diluyendo nuestro relacionamiento.

Gremialmente la Federación Nacional Campesina, en un princi-pio, se relacionó con el MST* del Brasil, que en esos tiempos tenía una posición más de izquierda, más de clase. Luego, fue absorbido por la línea que marcaba el PT. Con el MST también discutimos es-tas diferencias, en un intercambio franco, agradeciéndoles los mo-mentos que pudimos compartir en varias actividades y todo lo que pudimos aprender de su organización.

Recuerdo que tuve una reunión importante con los tres prin-cipales dirigentes del MST, Joao Pedro Stedile, Egidio Brunetto, Gilmar Mauro. Les expresé nuestra opinión de que el MST se iba diluyendo como organización de masas con línea de izquierda. Que, a nuestro entender, era el momento de pasar a construir un partido de vanguardia para acumular entre lo más avanzado del campo. En ese entonces no entendíamos por qué discrepaban con nosotros. Luego fuimos viendo que su estrategia electoralista los llevaba a confluir con el PT. Otro tema de discusión fue por qué estaban dentro del PT. Decían que aquello era “la unidad dentro de la diver-sidad”. Nosotros partidariamente no creemos en eso, ya que pensa-mos que en toda unidad hay hegemonía de alguna línea política.

Cuando la Conferencia de Santa Carmen, en 1996, recuerdo que estábamos charlando con Egidio Brunetto y los compañeros del PCR de la Argentina, Gigli y Armando. Y yo cuento, con orgullo, que ha-bíamos lanzado públicamente, en marzo de ese año, nuestro partido MPRPP, donde las masas podían referenciarse. Y Egidio me contestó que eso era una macana, que habíamos caído en la trampa, que aque-llo nos iba a sectarizar y perderíamos el apoyo de las masas. Fue la última vez que nos visitó el MST. Opáma [terminó] la relación.

* Movimiento Sin Tierra.

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Luego de esta experiencia con el PT y MST del Brasil, continua-mos convencidos que había que buscar aliados y amigos revolucio-narios en los países vecinos. Tuvimos contactos con organizaciones de la Argentina, que en su momento nos sirvieron para conocer más algunas cuestiones de política internacional, pero también sur-gieron diferencias que enfriaron estas relaciones.

En un encuentro de organizaciones latinoamericanas que se rea-lizó en Buenos Aires, en 1995, nos contactamos con los compañe-ros del Partido Comunista Revolucionario (PCR) de la Argentina. En sucesivas reuniones realizadas en Asunción y Buenos Aires fui-mos conociendo la línea política de este partido revolucionario. En más de una oportunidad vinieron a exponer y discutir con nosotros su secretario general, el camarada Otto Vargas y otros dirigentes na-cionales del PCR, como los camaradas Jorge Rocha y Rafael Gigli. Bueno, con Rafael nos hemos visto bastante seguido.

Nosotros siempre planteamos que el relacionamiento sea frater-no y sobre la base del respeto mutuo. Ya que hay varias experien-cias, a nivel mundial y latinoamericano, donde apenas iniciado el relacionamiento te quieren dar línea, qué es lo que uno debe hacer.

Con los compañeros del PCR vimos que podíamos compartir experiencias, discutir y respetarnos mutuamente. Por eso se ha ido profundizando en el tiempo la relación con ellos. Y fuimos viendo que teníamos muchas coincidencias. Similitudes en los análisis, en particular en lo que se refiere a la situación internacional y a cómo confrontar, desde el punto de vista revolucionario, el avance de los imperialismos en nuestros países. Coincidimos con el PCR en con-frontar con la corriente latinoamericana que plantea un mundo uni-polar, con un solo imperialismo. Para nosotros hay multipolaridad en el mundo, existen varios imperialismos.

También, en un proceso de discusión, fuimos viendo el carácter imperialista de la Unión Soviética, cuestión sobre la que no tenía-mos claridad al principio.

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Nuestra línea es que para hacer la revolución en nuestro país la dirección debe ser de la clase obrera y su partido, y la fuerza prin-cipal el campesinado. En este punto el PCR coincide con nosotros, a diferencia de otros partidos de izquierda de aquí del Paraguay y de otros países.

El excesivo electoralismo ha venido suplantando la unidad obre-ro-campesina. Y con ello se va destruyendo la línea revolucionaria para la toma del poder.

En realidad, estos puntos de coincidencia con el PCR de la Ar-gentina son parte de una coincidencia principal sobre el tipo de re-volución para nuestros países. Ambos luchamos por una revolución agraria, democrática y antiimperialista. Teníamos y tenemos una gran discusión con otras fuerzas políticas paraguayas que plantean una revolución socialista desde el inicio. Por eso fue para nosotros una buena sorpresa encontrar un partido argentino que tuviera el mismo análisis sobre el tipo de revolución.

Ellos levantan las banderas del maoísmo en la Argentina. Nosotros, cuando conformamos el núcleo del MPRPP, la base

teórica sobre la que discutíamos fue el marxismo-leninismo, y tra-tamos de ser coherentes en eso. Pero la propia característica del Paraguay también nos llevó a ver, a estudiar, muchos elementos del maoísmo. Fuimos viendo que muchos análisis nuestros iban em-palmando con lo que había teorizado Mao Tsetung. El planteo de éste sobre la guerra popular prolongada entendemos que es central para nosotros. Y a pesar de que aún no nos hemos definido como maoístas, muchos políticos, en particular los de la pequeña burgue-sía, nos tildan así.

Estamos discutiendo dentro del Partido esta cuestión del maoís-mo. Y nuestra idea es que no podemos imponer definiciones, sino que tenemos que estudiar, discutir, para luego definir. Aquí en el Paraguay hay gente que se dice maoísta y que está a kilómetros de lo que hacemos nosotros en política revolucionaria. Por eso no cree-

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mos que sean maoístas. Y nosotros, que aún no nos hemos definido como maoístas, llevamos adelante una práctica revolucionaria que es coincidente con lo teorizado por el camarada Mao Tsetung. Nomás estamos realizando seminarios y charlas para ir clarificando el conte-nido del maoísmo con nuestros militantes, ya que eso es un compro-miso que tenemos pendiente con nosotros mismos. Nos falta, como dicen los argentinos, la “guinda sobre el postre”, o el yvapurû como dijo una vez nuestro Eris, traduciendo esta figura al guaraní.

Quiero expresar que también hemos avanzado en el relaciona-miento con partidos y movimientos revolucionarios, como el PCR del Uruguay, otras organizaciones obreras y campesinas del Brasil, de Bolivia, Ecuador… Con quienes participamos desde hace varios años en el “Encuentro de Partidos, Movimientos y Organizaciones Revolucionarias y Antiimperialistas de América del Sur”, cuya 5º reunión realizamos en el 2005 en Asunción.

Donde se citan más pareceres

de Eladio Flecha

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La casa antigua de eLadio

“Tantos hombres que siembran corajes como ráfagas” Elvio Romero

En Caaguazú, donde el paisaje comienza a hacerse campo está la casa de Eladio Flecha. Primero que nada el mandio-cal, un takurú1 gigante y hacia el fondo los surcos de maíz. Y un poco más atrás los naranjos. También un pozo de agua con brocal de madera, más frutales, la pequeña vivienda le-vantada con listones de madera, una explanada de tierra y un borrico atado a un árbol alimentándose con mandioca.

Hacía años que Eladio llevaba cultivando el lote, un des-membramiento minúsculo de la parcela paterna. Suficiente para que los suyos coman y puedan continuar la vida. Los hijos de Eladio son siete. Vidalia, Griselda, Laura, Milcia-des, Fernando, Rafael y Eladio Germán; los últimos aún eran niños y hablaban casi solamente el guaraní. Se los advertía templados en la causa paterna. Cada uno de ellos podía narrar sus propias hazañas en los cortes de ruta y movilizaciones; los varones ostentaban con orgullo su bau-tismo de fuego al formar parte del “cuerpo de honditeros” de la organización campesina.

Eladio, la vez que lo visitamos en el lugar y conversa-mos largamente, aún era presidente de la FNC. Y proyecta-ba mudarse al monte, a sus 10 hectáreas conquistadas en Mbarigui 14, donde poco tiempo después levantó con sus propias manos otra vivienda de madera y al cabo de unos años se radicó con la familia.

En el patio de su vieja casa, descalzo, rodeado por los

1 Hormiguero.

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suyos, en nada manifestaba el batallar borrascoso con que siempre supo preñar las movilizaciones de la FNC y casi to-das las luchas populares de los últimos años. Nadie arries-garía a decir que se trataba del mismo hombre, capaz de rugir con un enorme vozarrón en los despachos ministeria-les. Sus discursos públicos, siempre en lengua guaraní, son resonantes. Como si se deslizara una roca sobre el pedregal, cada palabra suya repica cavernosa, partiendo el aire, con razones antiguas. Y sus argumentos, a menudo, dejan sin aliento a los funcionarios públicos. Son ocasiones en las que Eladio echa miradas taladrantes. Sin embargo, en su casa, es parco y sigiloso. No abunda en discursos. Más bien es un campesino de palabras escasas y justas. Casi arisco a las conversas. No es líder por su imagen ni por su verba, aunque de muchacho, ante la falta de educadores en ese Caaguazú de las orillas, le tocó ser maestro vakara’y.2 Aho-ra se mofa de aquel pasado. Dice que enseñó “un poco de letras” a los escueleros que, como él, eran hijos de campesi-nos; pero que ni los pupitres ni las aulas han sido su fuerte. Más bien, denle la posibilidad de pisar libre la tierra. Que siempre quiso vivir del campo y de la producción. Y la tarea de luchador social ni la militancia política lo apartaron de tal propósito.

Eladio aún alternaba sus obligaciones en la FNC con las tareas rurales. Y lo mismo haría algún tiempo después tras ocupar responsabilidades partidarias.

La FNC le había asignado una modesta retribución de 89 dólares, para solventar los trabajos más rudos que, en su ausencia, su compañera Emilia y sus hijos, todavía meno-

2 “Maestro vaquita”, definición vulgar con que se identifica popular-mente a los particulares voluntarios que, por ausencia de docentes, asumen en forma provisional este rol.

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res, no podían cumplir. Era el único ingreso monetario del por entonces presidente de la Federación Nacional Cam-pesina. Aunque Eladio llevaba por entonces veinte años como productor de algodón, casi único cultivo de venta en el mercado, e históricamente sin precio que haga posible el mínimo desahogo económico de un pequeño campesino como es él. Los surcos que cosechaba de maíz, mandioca, poroto y maní, eran básicamente para el consumo familiar. –Para vivir nomás. Nada alcanza para muebles, para cu-rarse la salud o dar educación suficiente a los hijos. Apenas para vestimenta y alimento, son los ingresos de un campe-sino de mi talla–, dijo en aquella ocasión. La austeridad y el despojo de objetos domésticos en su vivienda, volvían innecesarios esos dichos de quien, hacía muy poco, había sostenido una fuerte puja en el seno familiar cuando, a re-gañadientes, acató la voluntad de la mayoría y adquirió una heladera. Unico artefacto “sofisticado” en la casa.

En ese entorno menesteroso sonaban más que ridículas todas las infamias que, cada tanto, suele proferir la prensa burguesa. Calumnias que apuntan a desprestigiar su ima-gen. Entre otros dislates, se repetía por ahí, que Eladio era dueño de una flota de camiones.

Nos habló de esos infundios con una sonrisa y sin alte-rarse. Parecía no martirizarlo. En cambio, sí se mostró pre-ocupado por la seguridad de la familia. Recibía toda suerte de provocaciones, a la espera de una reacción violenta de su parte. Ya había sucedido lo de Vidalia.3 También le habían robado su única vaca, los cerdos, las gallinas…. Consciente del propósito artero que escondían esas raterías, las sobre-

3 Vidalia Flecha, una de sus hijas, violada por sicarios.

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llevaba sin reaccionar. Y lejos de optar por radicarse en la ciudad prefirió internarse en el campo y vivir entre sus pa-res. Este era su proyecto en ciernes, nos confió sereno, muy seguro de sus cosas.4

Mientras, desde una vieja radio portátil llegaba el can-tar de un mítico grupo de folclore paraguayo.

–…Y hay canciones muy buenas, che–, se interrumpió entonces Eladio, poniendo oídos a la canción, que se apre-suró a traducirnos:

– “No voy a andar agachado/porque soy raza guaraní”, va diciendo el tema …

Después, a propósito de esos cantores, recordó:–En la época de la dictadura, yo pegaba mi oreja a la

radio para escucharles… –y siguió con la traducción: –“… que el Mariscal dio su vida para salvar la sobe-

ranía del país./…al Paraguay se le llamaba entonces el gigante/… que el imperialismo no metía ni su nariz en el Paraguay/…que el imperialismo dijo mejor que desapa-rezca porque el Paraguay es un peligro/…se equivocan estos traidores, porque la raza guaraní es difícil de doble-gar/…Debemos mandar a todos los imperialistas de vuelta porque Paraguay es nuestro/…Afuera la tiranía, Paraguay en alto…

Encrespando el ceño, explicó :–Esa canción habla de Francia…, de López…, de cuan-

do Paraguay tenía su ferrocarril, su fundición de hierro, sus armas y balas…, de cuando era una potencia en América

4 Años después, cumplió su plan: para garantizar la seguridad de su familia y la producción se radicó en Mbarigui 14 y volvió a criar cer-dos, gallinas, pavos, etc, además de insistir con sus sembrados. Aún hoy, cuando puede, articula gustoso las actividades políticas con las faenas rurales.

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Latina y el imperialismo dijo, bueno, es mejor que hagamos desaparecer este país porque es un peligro. Y mandó encima a Argentina, Brasil y Uruguay. Todo aquello va contando la canción…, sí.

Eladio Flecha es un dirigente forjado en los surcos. Duro, implacable con el enemigo. Disciplinado, exigente y autocrí-tico en el desempeño militante. Sensible y en extremo justo con los suyos y su clase. Entrañable y hospitalario, siempre. Adusto cuando se precisa. Sin par en la fi esta, cuando cua-dra. Sencillo hasta el karaku5.

Orillas de Caaguazú, 1999

5 Tuétano.

SEPTIEMBRE DE 2007. ELADIO BAILA CON SU COMPAÑERA EMILIA, UNA TAR-DE DE CELEBRACIONES EN EL LOCAL DE LA FNC, EN ASUNCIÓN.

Ñandekuéra

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eLadio expLica por qué siempre quiso vivir deL campo y de La producción.

y cómo se organizó su famiLia para no abandonar Las obLigaciones de campesino

Soy campesino y debo trabajar mi tierra. Nada tiene que ver que los compañeros me hayan elegido para presidir la Federación Nacional Campesina y después el Partido. Trabajo mi tierra y lucho. Porque también es mi compromiso. Pero siempre quise vivir del campo y de la producción. No creo en esos dirigentes que para luchar mejor se van a la ciudad, se sientan detrás de un escritorio. Señores principales parecen, mburuvicha [jefe] y no compañeros. Si hasta se andan vanagloriando por su dominio del castellano. Se ol-vidan rápido de los cimientos, cuando se vuelven puebleros. Para mí la vida en la ciudad es imposible, forzado estoy en ella. El rela-cionamiento con la gente, bueno, el andar mismo, todo es diferente. Entonces no puedo estarme por demasiado tiempo. Por obligación estoy, por puro deber. Es parte del sacrificio que me toca por ser dirigente, eso nomás. Pero mi lugar es acá y de mi trabajo quiero vivir nomás yo. Eso mismo resolvimos hace unos años, con los compañeros, que debía ser la vida de un dirigente de Federación: un igual, un campesino con un poco más de compromisos y de trabajo. Ahora, desde hace años estoy demasiado afectado a las ta-reas organizativas de la FNC, pero nunca me alejo de la produc-ción. A veces vengo quince días, hago los trabajos de más fuerza y después le dejo a la señora y los mita’ikuéra [niños] el trabajo que resta. Para producir los rubros de consumo, de subsistencia, ellos atienden eso. La sobrevivencia de nuestra familia es totalmente la agricultura. Más antes, tuvimos cría de gallinas, de cerdos, teníamos vaca, pero nos han robado todo. No fue gente del vecindario, no. Provocadores que han venido a probarme: a ver si Eladio Flecha,

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Donde se citan más pareceres de Eladio Flecha

el luchador campesino, es capaz de denunciarlos a la policía. A ver si me pongo del lado de los represores, a ver si me convierto en un denunciador. Entonces he tenido que sujetarme. Y me he dejado quitar las cosas, nomás.

En mi ausencia, Emilia, mi compañera, se encarga de llevar ade-lante la tarea rural. Aunque ella también tiene sus compromisos organizativos, su participación activa en la política, si hay moviliza-ción…, corte de ruta…, ella también está. A veces los chicos quedan dos o tres días solos y lo mismo manejan la tarea. Son chicos pero los hemos formado para eso y para que sepan cuidar su seguridad. Y cuando Emilia y los gurí no pueden con la tarea, buscamos forma entre los compañeros de la misma organización que puedan ayudar. Esa es una decisión de los compañeros: apoyar a los que se ocupan de la parte dirigencial para que no pierdan su sobrevivencia.*

recuerdo de eLadio de cómo en eL pasado intentaron comprar su voLuntad

Claro, siempre hay desafíos del enemigo. Entonces es bueno estar preparado, con las ideas y la moral en su lugar para no doble-garse, para no perderse con tentaciones. Una vez, por ejemplo, vino llegando una ONG que tenía su programa de desarrollo parroquial o algo así. Fue en el 86, creo, cuando ya andábamos en lo que hoy andamos. Y así nomás me ofreció 300.000 guaraníes y un vehículo para que trabajara para ellos entre el campesinado, en la parte de educación, me decían. “Primero vamos a hablar –les dije– yo voy a elaborar la línea educativa”. “¡No! eso no”, me respondieron, “eso ya está hecho”. “Entonces no hay acuerdo”, me puse firme. Luego me convocaron el responsable de esa ONG y dos curas párrocos.

*Testimonio dado en 1998.

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Allí me preguntaron “¿qué es lo que vos querés?”. “Yo acostumbro a vivir de la chacra y mantengo mi autonomía. Si pierdo mi subsis-tencia y trabajo por un sueldo a lo mejor ya voy a vivir de eso… Ya no me voy a poder alejar de lo que vos mandás y eso no quiero. Estoy dispuesto a vivir como sea pero no a perder mi autonomía”, les puse en claro. “Nosotros queremos ayudarte”, dijo uno de los curas. “Agradezco eso pero no va a poder ser porque ya estoy en una organización en la que la línea para trabajar se decide en el seno de la masa y no necesitan llenarme la panza para convencerme, porque yo pienso como ellos, y eso nomás es…” Entonces los curas tragaron su saliva y ni una palabra ya soltaron.

Aquel fue el primer desafío de tantos que tuve en todos estos años. Recuerdo otro, en el 94. La gente del Encuentro Nacional, vino a ofrecerme una moto y un sueldo para trabajar como operador po-lítico los viernes, sábados y domingos. Y yo, me prometieron, hasta el jueves podía atender mis asuntos del campo. Tres veces vinieron y respondí no. Finalmente mandaron a un amigo íntimo, diciéndome que hay más plata. “Un millón de sueldo, es”. Y ahí yo le he confi-denciado a mi amigo: “vos sabés bien, don Rafael, que yo trabajo en una organización campesina, que tenemos nuestras críticas para ese partido. Y no es de bien nacido aceptar tal propuesta… ”

Y así siempre. El mal ronda sobre nuestra organización. A veces se aproxima con cara de Tupâ [dios], más otras de Aña [diablo] con su cola y todo.

momento en que eLadio habLa de sus hijos y de cómo Los preparó para que también eLLos

sean Luchadores

Los Flecha, hoy, somos gente organizada, comprometida. La mayoría en esta familia es militante; somos gente del Partido y nos

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Donde se citan más pareceres de Eladio Flecha

ayudamos en la tarea, hombre y mujer. El aporte más grande de Emilia, mi compañera, es que ella siempre incentivó a nuestros hi-jos a tener una posición de lucha frente a la necesidad. Hay veces que estuve alejado de casa, veinte días, un mes… y ellos de pequeñi-tos comprendieron cuál es mi trabajo, qué hace su padre… A pesar que a veces se llegaban hasta casa gente y le decían a mi compañera, che, ¿vos sabés que está haciendo él por allá, tantos días lejos de su casa?… Y ella soportó todos estos desafíos. Ese acosamiento.

Y a mis hijos también les decían en la escuela, tu papá es un vividor; mientras tu mami trabaja él nomás habla en la ciudad… Y ellos han replicado que el compromiso familiar que tenemos los Flecha es un compromiso de lucha. Entendían los mita’i eso y se defendían de los hijos de los reaccionarios, de los politiqueros que les atacaban con mucha dureza y maldad. Y cuando se hablaba de cuestiones agrarias, en el colegio, a mis hijos les designan para ha-blar, nomás. Ellos hacían sus consultas en casa y luego sostenían el debate, que siempre era un puro acoso a nuestra línea. Sus compa-ñeros les hacían preguntas, ¿cómo se entiende que los campesinos hablen de la defensa de la ecología siendo depredadores?, ¿por qué arrasan con todo y andan quemando los montes?… Y mis mucha-chos respondían: “no, no es así. Los latifundistas, los ganaderos son depredadores. Si en San Pedro, ahora mismito, miles y miles de hectáreas de monte se echan abajo y se hacen campo. Y acá, por ejemplo, desde Alto Paraná hasta Itapúa, no hay ni una sola planta verde. ¿Lo hizo el campesino? No. ¡Los grandes empresarios, los exportadores, lo han hecho!” Entonces, ellos, respondían de esa manera. Y cuando les reprochaban que el campesinado comercia con la madera, ellos han dicho: “Mentira. Esa es una manera de desprestigiar al campesino y su lucha. Porque el campesino no tiene taller, no tiene camión, no tiene tractor. Cómo va a depredar. ¡No, si son los empresarios nomás!”.

Asimismo se fueron templando los mita’ikuéra [niños] en la lu-

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cha y en el accionar frente al enemigo. Participando, además, desde niñitos en todas las acciones de la FNC, como ser: movilización, corte de rutas, honditeadas… todo.

La burguesía, es mi pensamiento, nunca regala sus niños al ene-migo. No conceden un tranco de ventaja. Sin disimulo les preparan con sus ideas, con sus creencias religiosas, con sus intereses… ¿Por qué nosotros vamos a ser tan liberales, entonces? ¿Por qué vamos a regalarle la cabeza de nuestros hijos para que se la llenen con sus ideas reaccionarias?

eLadio, a propósito de Las habLadurías

Los dirigentes de la FNC y los militantes del MPRPP, hemos sido blanco de muchas calumnias. Detrás de todas ellas está el po-der terrateniente aunque, a veces, son los seccionaleros de cada de-partamento que no soportan su doblez, su vergüenza de manteni-dos. Entonces acaban vomitando calumnias, nomás. Pero entre los campesinos y obreros, hay respeto por los que luchamos. Por eso aquellas mentiras no cumplen un efecto malo. Al contrario, la masa rechaza las habladurías y forma su propia opinión sobre nosotros. Hay un avance y una comprensión de la lucha nuestra. Los terra-tenientes, los reaccionarios, dicen, “¿quién no conoce a ese Eladio Flecha?, ¡un hekoreíva! [vago, haragán]… Tiene camiones de carga de transportes de soja al Brasil…, tiene un country en Itacurubí, donde se va todos los fines de semana de vacaciones…” Entonces ya hay gente que responde, “eso es mentira. Eladio Flecha y Alberto Areco son gente conocida, conocemos dónde viven y que su sobre-vivencia está sustentada por el trabajo”. El pueblo responde de este modo. Y ya no tenemos necesidad de defendernos.

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Donde se citan más pareceres de Eladio Flecha

sobre Los curas, La reLigión y de cómo emiLia descubrió aLgunas cuestiones

y cambió su mentaLidad

Desde los jesuitas que viene siendo así. A su modo, se mantie-ne una influencia cristiana en la comunidad. El campesinado pa-raguayo casi desde su origen estuvo muy sometido a las creencias religiosas. Ahora, claro, como yo digo: hay curas y curas, no. Con muchos de ellos nuestro relacionamiento no es malo, hasta va sien-do bueno. La Iglesia del Paraguay ha dicho varias veces que está con los campesinos pero hace saber que en algunos puntos nomás, en otros ya no. No acuerdan con nuestra postura sobre la propiedad privada. Dicen respetar los bienes del prójimo y no les importa si el tal prójimo es un fulano poderoso. Con riquezas logradas median-te explotación, ¿no? Tampoco acuerdan con nuestra resolución de aplicar la autodefensa armada. Pero apoyan las marchas y a partir de allí, medio replegaditos, medio sin decirlo todo, a veces se ponen solidarios con nosotros, quienes pensamos distinto pero no les tra-tamos de enemigos.

Yo no he sido religioso, jamás, ¡qué va! Emilia sí. Antes de cono-cerle yo, ella tenía su religiosidad. Era de las que creían que el cura no tenía bolas. Que era distinto a los hombres. Más luego fue com-penetrándose con la lucha y ya estuvo abandonando toda creencia. Pero al principio de nuestro relacionamiento Emilia todavía tenía otra mentalidad, entonces la presión de su entorno fue grande para convertirme a mí.

Cuando vivíamos en las afueras de Caaguazú, había un recorrido de una imagen. Y sabiendo de mis posturas igual vinieron gentes que querían hacer llegar la imagen hasta nuestra casa. Y nosotros no teníamos ni mesa para poner la Virgen. Pero ellos han conseguido la mesa para asentarla. Y viene llegando la hermana de Emilia, cató-lica también. Y le dijo a Emilia “hay que tener por lo menos algún

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santo ahí, porque la Virgen no va a poder estar sola”. Prestaron un santo entonces y ahí lo han puesto también al santo. Así pudo estar la Virgen en mi casa, con un santo de compañía. Entonces llegaba la gente a verla, quizá gustosa de hallar la casa de Eladio Flecha convertida en un rezadero. Pues bien, si ese era el gusto de ellos, meter un santo en mi casa, ¡ya está! A mí no me hizo pena. Aguanté nomás. El cura de Caaguazú conocía la posición nuestra. Y hacía aquello para demostrar que la fe podía con nuestra rebeldía.

Mis hijos más chicos ya no son bautizados y hay quienes los miran como si vivieran en delito. Ahora, los primeros sí, a ellos les hemos acristianado por insistencia de la hermana de Emilia. “¿ikaraímapa?, ¿ikaraímapa?…” [¿ya está bautizado?…], venía todas las semanas con su lata. Afligidísima porque en casa teníamos ni-ños sin bautizo. Luego vino un cura hasta el oratorio y ya, durante mi ausencia, viene llegando a nuestra casa la hermana de Emilia, rogándole que lleve sus chicos para bautizarle. “Que no están pre-parados, que no está Eladio y no tenemos ni para compadre”, se defendió la Emilia. “No, que es lo mismo así nomás, sin padrino ni nada, ya arreglé con el cura”, le repuso esta hermana suya. “Bueno, vamos a ir nomás”, le dijo Emilia y entonces se fueron llegando los tres… ¡Y así se bautizaron!, a las apuradas. ¡Es poco serio eso! Después les invitaban cada domingo al oratorio. Y yo primero les digo, “bueno, si ustedes quieren ir, vayan”. Y van dos o tres veces y luego no quieren ir más. “No, porque ahí no nos dicen nada. No entendemos lo que dicen”, comentaron ellos. “Bueno, digo yo, si no van a aprender nada, para qué van a ir. Dejen nomás…” Pero tan pronto dejaron, apareció la hermana de Emilia. Que dos veces vinieron tus hijos y ya no vienen más, se quejó. “Si no quieren ir más yo no les puedo obligar”, dice Emilia. “¡No!, ahí está el pro-blema, los padres tienen que obligarles. La responsabilidad tuya es obligarles a ir”, insiste su hermana.

Ahí está la diferencia: nosotros no obligamos. Les dije, en su mo-

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Donde se citan más pareceres de Eladio Flecha

mento a mis hijos, a lo mejor alguna vez se van a bautizar, pero ahora no. Cuando lo decidan sus ganas, nomás. Eso considero justo yo.

Quiero decir, pues, que Emilia, de a poco fue cambiando su mentalidad religiosa. A medida que se comprometió con nuestra causa, un día los enfrentó y ya no hubo más virgen ni santo ni cura que valga en mi casa.

momento en que eLadio es preguntado por Los terratenientes

Mi vida he pasado luchando contra ellos y casi no conozco sus

caras. De los grandes terratenientes de Caaguazú, que es mi lugar, no puedo hablar de cómo son en persona. Sí de sus maldades, pero no de cómo son ellos, porque han andado casi nada por aquí. No les he visto yo. Siempre oí hablar, desde niño, de La Fabril SA, de Balanzá, los Ocampo…, hasta Alto Paraná, dicen, llegaban los montes apropiados por ellos, muy antes. Familias bien apellidadas, con sus casas en Asunción o fuera del país. Latifundistas de cientos de miles de hectáreas sin rostro para la mayoría del pueblo paragua-yo. Con explotaciones madereras y nada más… Estoy hablando de cuando Caaguazú tenía sólo salida a Villarrica, donde estaban sus talleres, sus pocas instalaciones y un ejército de hacheros semiescla-vizados. Luego, acaso, han desarrollado otras formas, no menos es-peculativas, no menos explotadoras, escudados por el privilegio que les otorga el acaparamiento privado de la tierra. Contra eso, contra el hambre que han sembrado a lo largo de la historia, nos hemos soliviantado lentamente los campesinos. No es contra sus personas. No nos caen ni bonitos ni feos. Su condición de terratenientes es la razón que nos distancia, sin remedio. Nos divide una causa que ellos llaman “usurpación” y nosotros: reforma agraria.

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vueLto a preguntar por Los terratenientes eLadio ensaya otra respuesta

Bueno, vamos a hablar entonces un poco más de ellos. Hace tiempo, les calificamos como “lo más reaccionario” dentro de la so-ciedad. No son “sector productivo”. Especuladores, son. Bastantes años atrás, Enrique Riera, siendo presidente de la Asociación Rural del Paraguay (ARP) en un programa radial dijo que los campesinos incitábamos a la violencia contra los propietarios. Allí el periodis-ta preguntó, “¿dígame, a cuántos latifundistas dieron muerte los campesinos?”. “A ninguno”, debió responder él. Y aquel periodista atinadamente concluyó: “Y sin embargo, ustedes, ya han matado a más de medio centenar de campesinos desde 1989 en adelante. La violencia que ustedes están instrumentando en el campo ya es in-soportable. Son demasiado buenos los campesinos, que todavía no actúan contra ustedes como ustedes actúan contra ellos”.

Opiniones semejantes se escuchan, ya, entre la gente menos politi-zada del Paraguay. Y ese tal Enrique Riera es el mismo que supo decir de mi compañero Alberto Areco que debía ser enjuiciado por agitador.

Ellos no quieren reconocer que, contra el latifundismo, no hay necesidad de agitar. El principal agitador entre el campesinado es la falta de tierras. Lo que la FNC o nuestro MPRPP hacen es acom-pañar y plantear la necesidad del sector. Sin olvidar que la falta de tierras y el tema de la reforma agraria, son problemas nacionales.

Ellos dicen que la producción ganadera o de soja es una produc-ción importante para el país. Nosotros decimos: para los ganaderos, para los latifundistas, será. Para el país lo importante es desarrollar la producción para que haya industrialización sin dependencia de los grandes capitales y monopolios extranjeros. Y los miles y miles de desocupados puedan tener trabajo y los labradores acceso a la tierra. Eso es para nosotros reforma agraria. Una cuestión patrióti-ca. ¡Una razón soberana!

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Donde se citan más pareceres de Eladio Flecha

eLadio, eL porqué de Las ocupaciones de tierra y de una Lucha más bien Larga. también de cómo eL

estado no Les permite dormirse en La rama

En el campo paraguayo, han existido mil promesas de coloniza-ción oficial que los gobernantes nunca cumplieron. La única colo-nización real ha sido la que el pueblo lleva adelante, con su decisión y su hambre. Gracias a ello todavía estamos aquí, hablando como gentes, pisando nuestro suelo. Sin él no podríamos conservarnos como pueblo, con identidad, con memoria, ya que ésta es una Na-ción enteramente campesina, alterada muy temprano y en forma brusca por la aparición del latifundio. Generaciones de paraguayos, a veces sin demasiada ideología ni métodos, hemos buscado reparar aquel despojo histórico. Y desde siempre las ocupaciones de tierras fueron el camino que hallamos. Antes, por voluntades individuales o de grupos menores que actuaban casi como bandoleros, impul-sados por una necesidad cierta. Lo que traía como consecuencia desalojos muy violentos. Tan pronto aparecían cien compañeros ocupando una propiedad, el gobierno los echaba a garrotazos. Re-tornaban doscientos ocupantes y… ¡otra vez la policía! Luego ya se llegaban en cantidad de quinientos campesinos y ¡vuelta la re-presión!… Y así, durante años. Pero algún asentamiento siempre lograba el objetivo y se consolidaba en el lugar. Un proceso lento, pero ésta ha sido la colonización real. La otra, puro discursillo. La última colonización legal, motorizada por el Estado, que recuerdo fue en 1963. Una famosa repatriación de paraguayos que vivían en la Argentina. Y a partir de ahí ninguna colonia más.

Esta acción de ganar tierras por la fuerza, en un determinado momento, fue aprovechada por el dictador Stroessner y le sirvió para consolidar su poder. Consintió algunas que, por supuesto, no afectaban tierras de sus amigos o parientes. Una vez consumadas,

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las reconocía y hacía su propaganda: “el gobierno está dando tie-rras...” Pero eran ocupaciones compulsivas, siempre. Ocupaciones que el gobierno pese a sus intentos no lograba reprimir, y luego no tenía más camino que un reconocimiento. Y ya, tan rápido creó un Instituto de Reforma Agraria; y fue cuando dio aquellas tierras a los compatriotas que regresaran de la Argentina. Sin embargo, apro-vechó para convertir todo aquello en un negocio para beneficio de su dictadura: pagaba por las tierras 500 guaraníes la hectárea a los terratenientes, mientras se las entregaba a los campesinos por 1300 y hasta 1500 guaraníes. Asimismo es hasta hoy, el Estado nunca deja de hacer negocios. Ahora también hace sus cuestiones como para borrar de la faz de la tierra a los campesinos más pobres. Por caso: la parcela que fue de mi padre tiene su título totalmente pagado. Se pagó 2300 guaraníes por cada hectárea. Nuestra familia penó demasiado para saldar su deuda con el Estado. Pero también exis-te un impuesto inmobiliario. Y nosotros vamos pagando por esta tierra 29.000 guaraníes anuales. Pero, si por diez años no se paga, anulan el título de propiedad. Y es ésta otra manera de ir quitando la tierra al campesino. Ya que el monto que peticionan es imposible de pagar con esta crisis. Nos empobrecen y acorralan con sus polí-ticas económicas, luego procuran desalojarnos para reconstituir sus latifundios. Entonces, está visto que si no hay lucha campesina se vuelve a formar la gran propiedad muy rápidamente y el campesino otra vez sufre el arrebato de los poderosos, quienes lo condenan a conquistar una nueva parcela o a marchar a la ciudad a vender asadito1 o bien a ofrecerse para los peores oficios en la Argentina… y más destino no tenemos. Si no quebrantamos sus leyes que fa-vorecen tales acumulaciones, vamos perdidos. Ellos nos enrostran esta ilegalidad nuestra. “No acatan la legislación paraguaya”, dicen tan serios. Es que si nos dejaran un ratito hacer leyes a nosotros

1 Trocitos de carne asada y mandioca ensartados en una vara.

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Donde se citan más pareceres de Eladio Flecha

tal vez sea todo muy diferente. Y ya veríamos cuán legalistas son estos señores… Entonces así vamos, pues. Y tarde o temprano esta reforma agraria se hace, compañero. Se hace porque, escrita o no, es necesidad de muchos. Y toda verdad grande acaba arremetiendo contra lo que es razón de pocos.

NOVIEMBRE DEL 98. HUELGA NACIONAL CONTRA EL GOBIERNO DE CUBAS. ELADIO Y SUS COMPAÑEROS FORCEJEAN CON POLICÍAS. IMAGEN DEL DIARIO ÚLTIMA HORA.

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ASAMBLE CAMPESINA EN SANTA CARMEN DURANTE LA SEGUNDA OCUPACIÓN, YA CON VIVIENDAS CONSTRUIDAS.

SEGUNDO DESALOJO EN SANTA CARMEN. LAS FUERZAS REPRESIVAS ARRASAN EL PRECARIO ASENTAMIENTO.

Donde se recuerda génesis y final de la luchaen Santa Carmen

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De cómo Arsenio y mAriAno1 se encontrAron en lAs AfuerAs

De cAAguAzú y DeciDieron luchAr por tierrAs

“¡Toda la patria en el suelo sobre dos palos en cruz!”

Elvio Romero

Nadie avisa. El destierro llega cuando la mandioca no alcanza, cuando el número de bocas sobrepasa al de los surcos. Cuando los brazos se desganan de tanto agitarlos por casi nada. Impulsados por un no comer pretérito, los jóvenes siempre se marchan a las ciudades, se agolpan en sus orillas. Aficionados a una rabia vieja, allí amasan una furia fresca de campesinos desterrados. Los de esta histo-ria atesoran todavía en las miradas el asombro de cuando llegaron al suburbio caaguaceño y se apiñaron sin mejor remedio. Probaron, como es costumbre, un oficio, después otro…, los que pudieron. Hambre y desamparo los pone de un mismo lado. No se buscan pero ya se encuentran. En las calles, en las noches, bebiendo un poco de caña y hasta en las fiestas santorales. Se huelen, se escuchan y compadecen unos a otros, hasta se entregan a los mismos sueños. Y un día luminoso se organizan para cambiar de suerte.

y esto le suceDió A Arsenio y A mAriAno

Arsenio Vázquez, hijo de Ladislao y doña Visitación, con ser joven no deja de ser serio y calmo. Guaireño de nacimien-

1 Arsenio Vázquez y Mariano Díaz.

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to, su vida transitó por chacras y surcos ajenos. Los vaivenes propios de la existencia campesina lo cribaron de un sitio para el otro. Un día, quiso la suerte depositarlo en Blas Ga-ray. Se vinculó al SEARCO y más luego a la comisión de sin tierra del ARPAC. Conoció los primeros compañeros de lucha y aquel recorrido mustio de otros sin tierra. Fue así como supo de más dolores y de otras arbitrariedades. En-tonces él, que venía de cantar con voz armoniosa y angelical en los coros de la iglesia y de ser un prieto catequista de parroquia, abrazó el credo de los sin dioses y se unió al Mo-vimiento Popular Revolucionario Paraguay Pyahurâ.

Andanza semejante tiene Mariano Díaz, campesino igual de serio y resuelto, venido de Coronel Oviedo. De bue-na raíz, que su madre alistó en las Ligas Agrarias. A su lado, dicen, semilló la conciencia. Militante temprano del SEARCO, cobertura un tanto beata de campesinos rebeldes en tiempos dictatoriales. En aquellas filas se hizo a la idea de trabajar las tierras colectivamente. Y fue esa claridad de pensamiento, sin abandonar del todo la fe cristiana, la que lentamente lo aproximó al Pyahurâ. De un soplo se convier-te en revolucionario sólido. Mariano es hombre hogareño y tiene compañera valerosa. Concepción Pintos, se llama la natural de Villarrica. Y allí estaba con sus padres, donde la tierra ya era vieja y daba poca cosa. Cuando se mudaron a Caaguazú buscando tierra más provechosa, fijó los ojos en Mariano, que era su vecino. De aquel amor con mucha promesa nacieron los hijos que al final de esta historia son siete. La “mayora” es Fulvia Ramona, segunda es Estela. El tercero y primer hijo varón es Patricio, cuarto Juan y quinto José David. Lucía Belén se llama la sexta niña y el benjamín Mariano Luis, quien no conocerá a su padre con vida. En es-tos retoños reverdecen los sueños levantiscos de Mariano, y

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un compromiso de luchar junto a los más miserables de este suelo. Que así les enseñó el progenitor. Mariano es católico, religioso que hasta reza rosario y todo. Y también marxista ha comenzado a ser. A pesar de su condición de analfabe-to, como casi todos los que le acompañan en esta cruzada, emprende una pelea por su capacitación. Que quiere, dice, ganarle una batalla al Estado burgués quien lo condena a la ignorancia. Es doña Conché2 quien le lee en voz alta los libros. Un poco la Biblia, otro rato esos documentos del Par-tido. Aquí los escritos de Lenin, y vuelta a un repasito de las escrituras cristianas. Nadie sabe que Mariano no sabe leer. Se diría que es letrado por las luces con que parlamenta. Sin abandonar los rezos, cada día confía más en la organi-zación campesina, en el nuevo Partido que está ayudando a construir; y sobre todo, en sus compañeros por quienes está dispuesto a entregar la vida. “Si muero y alguna vez falta para cocer el alimento, compañeros, usen mis huesos como leña”, tuvo a bien declarar en una de las reuniones prepa-ratorias y se hizo un silencio grueso. Mariano, que no toma alcohol, solamente cuando fue aceptado en el Partido, de alegría, se emborrachó. Luego no quiso beber más caña. Que los hombres verdaderos no necesitan estar ka’u3 para ser lo que son, soltó como enseñanza a sus hijos lo que para él ha sido ley. Pero un día pasó un chofer y le convidó con whisky. Su hijo pequeño, al verle empujando un trago, con asombro preguntó, “¿qué pasa papá, dejaste de ser hombre?”. La pre-gunta desarmó a Mariano. “¡Qué puta!, qué vergüenza ten-go, no sé ni cómo arreglar eso…”, puchereó entre su gente. Que así de puro y recto es él.

2 Apodo de Concepción.3 Borracho.

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De cuAnDo Arsenio y mAriAno entrAron Al lAtifunDio De KnosfelmAcher

Ahora Arsenio y Mariano marchan entre las sombras de la noche junto a los suyos. Son casi ciento setenta. Traen las mandíbulas engranadas. Los ojos estacados en el cami-no. Por fin, van a aventajarse en la tierra. Son los campos de Knosfelmacher.4 Militarote retirado de las fuerzas, quien goza de esos campos habidos sin méritos. Más de 7.000 hec-táreas lindantes con el lago Iguazú. Le tomarán sólo mil. Que los campesinos son gente bien considerada.

A un costado de la carretera levantan carpas y se apues-tan seis meses hasta que, por fin, entran al latifundio. Y al tercer día la policía vendrá a sacarlos con la violencia acostumbrada. “Sálganse los delincuentes, esto es propiedad privada”, gritan los sicarios con gesto de quien no mira más allá de sus narices. Pero aquí se topan con gente organizada que se queda y resiste. Y al primer desalojo se arrinconan en una margen del Iguazú, un mes largo en preparación de otra arremetida. Son menos en la nueva intentona, que la lucha aprieta y acobarda a los no tan fuertes. Insisten, tal vez, cien. Alcanzan a quemar malezas, limpiar y hundir las semillas, que tan rápido se aprobleman con el latifundista y su guardia de asesinos. Que aquel terrateniente, con un es-cuadrón de matones y pistoleros propios, va a sacar a relucir sus viejas artes.

Los labriegos plantan resistencia. De a ratos un repliegue y un perderse en el monte, dos, tres días… y vuelta a alzarse

4 Uno de los generales más poderosos del Ejército Paraguayo en tiem-pos de Stroessner. De origen alemán, también dicen que fue director de instruistas militares y técnico en armamentos. Fue encontrado muerto a fines de 1996.

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y entrarle al latifundio, que es consigna de la Federación y rumbo de todos: ocupar, producir, resistir. Ya mismo en las sementeras brota el verde, sin que la lucha haya acabado; lo otro, ni qué decirlo: los desalojos se suceden y se cuentan en cantidad de siete. Idas y vueltas a la vera del río, cuando no a los calabozos. Lo último, no es asombro para ninguno. Un grito, un palo en alto alzado por un brazo campesino, alcan-zan para que asome rápido el rostro más mañoso y cobarde del latifundismo.

entonces los sicArios jurAmentAron tomAr mAte en sus cAbezAs

Hay que estar totalmente vacío de tripas para soportarlo quieto, cuando los sicarios no abandonan el maltrato. Su presencia intimida y altera la vida de los asentados. Entre balaceras, amenazas e insultos, pasan sus días los campe-sinos, casi dispuestos a una pelea. Quince días antes de la tragedia, el terrateniente manda un aviso mafioso. Anda allí un perro, de esos perros medios vagos, que está un rato en el asentamiento y otro rato entre los paramilitares. Le juegan unos y otros, y medra con el favor de ambos bandos. Y ese pe-rro un día apareció por el campamento con un cartel colgan-do de su cogote. Letras muy desparejas que decían “Mariano Díaz y Félix Alfonso —que así se llama otro compañero— ¡Bandidos! Váyanse de acá o tomaremos mate en sus cabe-zas”. Todos sintieron el peligro más cerca, y asumieron la señal. Y en medio de esa tensión Doña Conché, grávida de su séptimo, una noche dijo a su compañero “Me preocupa el chi-co que va a nacer”. Y ella misma después contó que Mariano con gesto calmo entonces le susurró “No te preocupes mujer, que esta Organización nuestra es familia de todos. Nunca

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van a faltarle padres a los niños”. Esas palabras, dichas con tanta confianza, apenas alcanzaron para calmar la aflicción. Si la vida en Santa Carmen era un vivo desconcierto.

y en tAl frAgor vA que mAriAno y Arsenio se vuelven grAnDes cAmArADAs

Ambos son corajudos y bien parejos en el trabajo. Les res-petan y les admiran en el asentamiento. “No voy a morir de brazos cruzados frente a la injustica”, sentenció una mañana Arsenio, anticipándose a los hechos. Pero ambos piensan para más adelante: creen que hay que colectivizar la producción. Y también el consumo. “Es el mejor camino para no explotarnos entre explotados”, dice uno, asiente el otro. Son argumentos que convencen al resto. Entonces en Santa Carmen hay una sola olla para todas las bocas. Como señal de un camino nue-vo, procuran sortear el hambre colectivamente. “A cada uno según su necesidad, que eso es lo correcto”, según estuvieron discutiendo. Entonces la sentencia se cumple en extremo. Es justo el repartimiento de mandioca cocida, son justas las cu-charadas de porotos que se llevan a la boca. Y en eso están cuando ocurre lo que ya sabemos. Es 12 de junio de 1996 y habrá asamblea en la comunidad. Los ocupantes tienen las expectativas puestas en los debates, donde se discute la mar-cha de la ocupación y se toman decisiones.

hAstA que hAllAn lA muerte en un nArAnjAl

Temprano, a la hora del mate, Mariano intercambia pa-receres con su compañera. Arsenio se encuentra lavando su ropa. En los días próximos emprenderá un viaje a Asunción, donde participará como delegado del ARPAC al congreso

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campesino. Y esa misma mañana los espera larga y buena conversa con todos sus compañeros. Y más luego, conside-rando que hacía mucho tiempo que la comunidad no comía ningún tipo de carne, es Arsenio quien da la idea. Que la ocasión daba, dijo, para sacrificar un cerdo y sabrosar un poco aquella olla colectiva que, hace tiempo, resultaba de muy poco peso. Y como nadie pudo desaficionarse, todos acuerdan. En esos menesteres andan cuando se advierte que hará falta naranja agria para condimento. A buscarla par-ten, hacia el monte, Mariano, Arsenio y cinco compañeras. El primero carga al hombro una escopeta, pero marchan dis-tendidos y sin miedos. Al ingresar a terreno abierto, a escasa distancia del naranjal, los paramilitares en emboscada dis-paran a matar. Tumban a Arsenio con una bala en el muslo. Mariano se tiende en la tierra para repeler el ataque y una bala le retumba en el cráneo. Los asesinos ya ponen distan-cia. A gritos las mujeres dan aviso en el campamento y los hombres llegan corriendo. Arsenio, malherido, se arrastró hacia el monte en busca de refugio. Allí lo encuentra su so-brino Celso. ¡He vípemi oikove!.5 “¿Qué te han hecho?”, con-sulta antes del desconsuelo. “Una cosita de nada”, responde el moribundo. Tan simple como eso es la despedida. Un flujo de sangre lo va vaciando, la falta de medios hace el resto. Arsenio está muerto. “¡Ombojojáma ikupy!”6, asienten en el campamento. Unas horas después Zapata bañará el cuerpo ensangrentado y lo adecentará para su pobre entierro. El féretro, cuentan, fue descendido empinado y con urgencia. Arriba, quedó una lomada de tierra fresca, huella de difun-to que no porta riquezas.

5 Le queda un resto de vida.6 Está muerto.

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En tanto Mariano, emprende su vía crucis. Hospitales públicos y privados se niegan a brindarle buena atención…, hasta que fallece de un derrame cerebral. Lo sepultan en el asentamiento mismo por decisión familiar. Los hijos, por pe-queños no pierden la firmeza aprendida. Si hasta juramen-tan sobre el cajón del padre muerto, de a puños cerrados: “¡La lucha continúa, venceremos!”. Que la tierra que guarda estos muertos, se preña con más abono rebelde. Eso, mejor que nadie, saben los latifundistas.

Aquí se cuentA el hostigo De los guArDiAs, cuAnDo pArtieron en Dos lAs cAsAs, los AnimAles y toDo resultó un puro tormento

Ya están los mártires enterrados. Aún no pusieron térmi-no a sendos novenarios, cuando la policía llega y se alza con 42 labriegos. A la rastra les llevan. Todos a los calabozos. “¡Mañana vamos a bailar con sus viejas!”, vociferan burlones los guardianes. Son los mismos que al amanecer se llegan en tres camiones hasta el campamento. “¡No les va a resultar fá-cil!”, dispuestas a hacer frente replican las de polleras. “Tie-nen tiempo hasta las nueve para salirse de la hacienda”, no-tifican los represores. Ninguna se mueve. Ni aún con el plazo cumplido, se dan por enteradas. “¡Suban a los camiones si no quieren ser apresadas!”, ordenan a empellones los uni-formados. Ninguna cede. Y ahí es cuando, enceguecidos de rabia, atropellan como fieras con sus motosierras y derri-ban las casas. Y una vez que acaban la emprenden con los animales. Parten los cerdos, los perros y las aves de corral en dos pedazos… No es digna de ver esta salvajada. Pero ellos braman de placer, celebrando su propia brutalidad. Y sueltan palabras terribles mientras recogen las tripas de

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los animales despanzados. Dicen que para comerlas más tarde. Tanta ferocidad paraliza a los más pequeños. Sus madres, no aciertan explicarles el suceso. Cómo esclarecer lo que no se comprende. Apenas ponen su resto de voluntad en no entregarse. Se repliegan y amuchan alrededor de la tumba fresca de Mariano; no saben bien si para protegerse ellas o para proteger lo que queda del asentamiento, que ahora es esa tumba y un puro descampado. Demudadas, son un manojo que tiembla. Algunas llevan más críos en el vientre. La viuda de Mariano es una de ellas.

A metros de allí, donde antes era el centro del asentamien-to, los policías organizan un asado y comienzan a emborra-charse. Tienen la risotada y la gritería fácil. Cuando están bien ka’u, se arman de coraje falso y con sus lenguas duras aconsejan “Perras, váyanse para sus casas…”. Pero ellas con buena lógica responden “Imposible. Somos sin tierra, por tanto casa no tenemos…” Se sabe que la milicia tiene dificul-tades naturales para entender a quien lleva faldas, tanto más portando borrachera. “Le llevamos al local de la FNC”, bal-bucea el más fresco. “No, nuestro local es este”, gritan ellas.

Ya porque tienen agotados los argumentos o porque les es trabajoso sostener una discusión con tanta caña en el cuerpo, los guardias se irritan por completo y prometen pasar a ac-ciones peores. Viendo el peligro, que hasta podrían violarlas, ya que ellas no eran tantas pero 500 los policías, resuelven acatar buenamente la orden. “¿Y a dónde las llevamos?”, pregunta entonces el principal. “Eso no es asunto nuestro. Ustedes nos sacan, ustedes nos llevan”, exclaman altivas. “¡Pero mujer, las vamos a arriar a la cárcel!”, se asombra el principal. “Y, bueno, será a la cárcel nomás…”, profieren desafiantes. “¡Suban todas!”, ordenan. Y en el viaje, amagan con abandonarlas en una cuneta. “Bájense a buena o bájense

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a mala”, gritan los milicos. Las detenidas se niegan. “Aquí no, los autos pasan a centímetros y es peligroso para nuestros hijos”. Se hace un silencio. Hay desconcierto entre los guar-dias. Una encara al grupo: “Ustedes tienen mujeres, hijas, madres… y si no tienen, se tienen que enterar igual: somos mujeres, paraguayas, sin tierra y no tienen por qué hacernos esto”. ¿Son esas palabras o la ebriedad lo que reblandece a las bestias?, cuestión que a gritos ordenan descender. Y por detrás, sin decir Cristo, tiraron sus pocas pertenencias, y se hacen añicos contra el suelo. Así son abandonadas, en medio del camino, con su llanto y con lo puesto. Y a la intemperie permanecen cinco días hasta que se organizan y con ayuda de la comunidad resuelven liberar a sus presos. Quedan so-lamente 30 mujeres y van a acampar al tribunal de Coronel Oviedo, en las narices de aquello que llaman Justicia. La que preparó calabozos mugrientos y catres duros como pie-dras para los campesinos; la que sobreseyó al terrateniente instigador de la muerte de Mariano y Arsenio. Sin culpas ni cargos, ahora hace ocupar la tierra por fuerzas represivas. Y dentro del latifundio se levanta un campamento armado. Tan militarizada está la zona que cuando los hombres son liberados, no pueden volver a ocupar. Son reubicados por la FNC en otras ocupaciones.

Y un día como cualquier otro nacerá el hijo de Mariano y Ña Conché le pondrá el nombre del difunto. Los otros son muy niños todavía pero desde entonces tomarán a su madre de las faldas y la empujarán a los comités y marchas, a se-guir luchando. Subirán a todos las tribunas campesinas y honrarán la memoria del padre asesinado. Una mañana, unos periodistas, buscando la nota sensible y llorosa, pre-guntan al más grande “¿Vos sentís que tu papá ha muerto?” El chico, haciendo un gesto de fastidio por la obviedad, res-

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ponde: “Claro que sí. ¿No ve que fue asesinado? Pero nuestro dolor no es grande porque él ya nos contó que tenía que morir por la lucha si era necesario para ganar la tierra. Y nosotros vamos siguiendo su camino”. Los periodistas ya prefi eren suspender el cuestionario.

Y desde entonces, en cada marcha una bandera, ¡Knos-felmacher, asesino de campesinos! Y en cada marcha un gri-to, ¡Arsenio y Mariano, presentes!

FLORENCIA FLECHA, DIRIGENTE CAMPESINA DE CAAGUAZÚ, ENCA-BEZA UNA MARCHA DE REPUDIO POR EL ASESINATO DE LOS DOS COMPAÑEROS.

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ARSENIO VÁZQUEZ, CAMPESINO DE SANTA CARMEN, ASESINADO POR SICARIOS DEL LATIFUNDISTA.

CONCEPCIÓN PINTOS Y SUS PEQUEÑOS HIJOS FLANQUEADOS POR ALBERTO ARE-CO Y BONIFACIO ÁVALOS, MIENTRAS RINDEN HOMENAJE A SU COMPAÑERO MARIA-NO DÍAZ.

Donde se refieren los sucesos del Cruce Larroza

y otros episodios de violencia contra el campesinado

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Donde se refieren los sucesos del Cruce Larroza y otros

De cómo recuerDa TeoDora aguilar los inciDenTes Del cruce larroza, cuanDo alenTó a los compañeros hasTa que balean el micrófono

Habían matado a un compañero campesino hacia Itaipú, enton-ces hicimos homenaje, ahí en la ruta. Cuando eso, estoy enferma y no voy a ir. Pero Alberto me dio orden, me mandó decir que tengo que estar y hacer mi discurso. Entonces me levanté y marché con los compañeros, en camioneta, hasta aquel cruce de rutas, sin nom-bre. A partir de lo que ocurrió aquel día le llamamos Cruce Larroza, antes no. Era “cruce” solamente. Y aquel día empezó la caminata nuestra, muy tranquilos, sobre la ruta. Yo caminé también, a pesar de estar mala de salud. Después comenzó el acto central en el mismo cruce, sobre el pavimento. Tomé el micrófono y hablé para alentar a los compañeros que están cortando la ruta. Y pronto comenzó la pelea de los compañeros con la policía. Entonces, ahí estuve con Alberto alentando a los compañeros por altoparlante. Gritábamos esas consignas nuestras, que siempre decimos en nuestras marchas. Más o menos a 15 o 20 metros de distancia estaba aquella garroteada policial, y ya vienen al palco con la novedad de que hay compañeros heridos. Pedí por micrófono que los acercaran, que vamos a buscar forma de llevarlos a un hospital… Pero ya vienen y me avisan que Larroza se quedó sin vida. No me tardo y anuncio que hay un com-pañero muerto y varios heridos. Y grito mi bronca por altoparlante; porque se siente odio, verdad. Odio y un dolor demasiado grande. Es que los terratenientes ya quieren nuestra sangre, nuestros cuer-pos llenos de plomo y sus campos, despejados de campesinos, solito para ellos. Así es, pues. La muerte del compañero Larroza fue por puro gusto nomás. Nosotros hicimos pacto con la policía, aquella vez. Una hora teníamos para hacer nuestro acto. Y cuando faltaban diez minutos, empezaron un ataque. Ellos provocaron el incidente y

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a los cinco minutos ya pararon. Pero los compañeros estaban dema-siado embroncados y empezaron a ocupar nuevamente el centro de la ruta, brotados de rabia. Y ya otra vez el ataque de los policías… y los compañeros que se enardecen…, ni modo que arengara alguien, todos estaban ocupados en luchar. El palco vacío. Entonces va que encontré el micrófono en el suelo y me puse a arengar, cuando un po-licía viene y lanza un gas lacrimógeno en mi propia cara. ¡Añamechu! [¡Caramba!]. Empecé a respirar mal. ¡No quiero marcharme, quiero plantarme ahí, yo! Así es que le arrebato un helado a un vendedor para respirar otra vez y seguir mi arenga. “¡Compañeros!, que vinimos para mostrar quiénes somos, no para correr. No somos delincuentes que huimos…”. Y ahí estábamos unas tres mil quinientas personas, mitad forcejeando, mitad desbandándose por el campo huyendo de los balazos. En eso el tiroteo ya llega a la mesa donde estábamos. Sonaban demasiado cerca aquellas balas y una maraña de garrotes iba a dejar una pradera de sangre, casi. Empecé a caminar, sin dejar de arengar a mis compañeros, no era mi intención correr, irme nomás hacia donde ahora se agrupaban, allá del otro costado de la ruta. Y dele con mi música: “¡Luchar, vencer o morir! ¡Se va a acabar.... ! Pero se acercan demasiado los policías. Encima de mi rostro los tengo, casi. Y les grito “¡ipy’a mirî! [cobarde] ¡jukaha! [asesino] ¡Fascista desde la raíz de tu culo!… Eso les grité y estalla su rabia y balean el equipo de sonido y ya me callé, porque sin equipo no da tanta gracia, verdad.

sixTo porTillo, quien resulTó baleaDo, rememora la encerrona

Se estuvo llegando a mi lado un compañero y revisó mi cuerpo para ver por dónde salía tanta sangre. Yo, ocupado en la puja, ni cuenta que tenía esa bala incrustada. Habíamos descubierto que al-gunos de los agresores estaban vestidos de policía, pero eran simples

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Donde se refieren los sucesos del Cruce Larroza y otros

matones nomás, asesinos de los estancieros, quizá. O contratados por la propia policía que vino al acto con orden de matar. Ya que habíamos acordado hasta con los colectiveros que se iba a respetar el paro. Con la misma policía también, llegamos a un entendimien-to. Entonces estábamos todos sobre la ruta en paz. Sin embargo hubo una orden final de reprimir, de atacar injustificadamente a los campesinos. Discutieron entre los policías, algunos no querían aca-tar esto, pero pudo la jerarquía. A unos pocos policías se les dio la orden de disparar apuntándonos y al resto arriba, como para susto. Y atacaron por atrás, cobardemente, atropellando a los manifestan-tes. Resultó primero que tiraban gases y se los devolvíamos para malograrlos con su mismo veneno. Y en medio de la humareda me inclino para agarrar una bomba al ras y ahí me alcanzó ese balazo de 9 milímetros, pero yo ni cuenta. Es el compañero que viene y me dice “Estás sangrando, compañero. ¡Esto es bala! ¡Esos perros de su madre están tirando con bala pura!”, gritó. Y así era nomás.

Al compañero Sebastián Larroza lo asesinaron, de frente. De-cididamente, digamos. En seguida vino una gran confusión. Y ya también le aciertan al compañero Carlos Cáceres, el ya estaba en la cantina cuando le hieren. Los compañeros corren, se defien-den como pueden. No había autodefensa, cuando eso. Ahora ya, pero en ese tiempo lastimosamente no. Porque todo eso ocurrió por nuestra desprevención. Ellos luego dijeron “Se mataron entre campesinos, no hemos sido nosotros. La policía estuvo allí pero no disparó”. ¡Mentiras!, compañero.

el campesino Daniel quinTana con pena evoca cómo Después la jusTicia hasTa profanó la Tumba

Del DifunTo y serrucharon su cabeza

Nadie se tragó aquel cuento policial y desde la Federación de-

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nunciamos públicamente: los compañeros han muerto por balas criminales de los represores, sostuvimos. La cuestión fue subiendo de tono y ya se hizo preocupante para las autoridades que no lo-graban explicar los sucesos sin echarse tierra encima. Y va que una noche la jueza quiso ir al cementerio a sacar la bala de su cuerpo, para borrar todo rastro. Un compañero que se enteró, dio aviso a la FNC. Los compañeros fueron a guardiar el cementerio, pero no apareció nadie. Cuando se retiran de madrugada, llegó recién una comitiva oficial. Entonces los compañeros retornan al cementario. Se encuentran con que ya habían roto el panteón, decapitado al difunto y sobre otra tumba vecina serruchaban su cabeza. Junto a nuestros compañeros se hallaba el padre del muerto. De momento hubo que sujetarlo. Le tomaron por sus brazos y piernas porque quería matar a quienes allí se estaban ensañando con el cuerpo de su hijo. Cuesta imaginar el dolor de ese hombre. Y cuesta comprender que cosa así haga la Justicia paraguaya. Aquel hombre, entre llantos, prometió que si tenía armas le mataba allí mismo a todos. Entonces los campesinos retuvimos cuatro horas al juez aquel, hasta que lle-garon los periodistas. Rescatamos la bala y labramos un acta, confir-mando que pertenecía a la policía claramente, esa bala. Ya no hubo más dudas de lo que ocurrió aquel día. Se confirmó que la represión policial se había cargado con la vida de un campesino más.

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viDalia en el caaguazú verDe

“Hay corazones congelados”Luis Franco

Otra cosa es ese Caaguazú de los costados. Sin amasijo de casas ni ruidos. Otra cosa, sin aquel trajín de la despen-sería. Sin ese desorden de ademanes y gritos, ni chiperas, ni pelafustanes que gastan tiempo en las esquinas. Otra cosa es, este Caaguazú que se escurre por el camino rojo. Sin perros dominados por el hambre lamiéndose las propias costillas, sin triperos vociferantes rodeados de moscas, sin carros empinados de pobreza y nada, ni gatos pelambrosos y errabundos, ni aguas servidas, ni fritangas saturando el aire. Otra cosa. Ese Caaguazú, que se va metiendo en el ver-de. Ese verde de muchos verdes, que de tarde son verdes so-focantes. De ramas quietas, de pájaros con buches agitados y ojos reventones. Otra cosa es el Caaguazú que atardece. Cuando el reverbero ya no bruñe sobre el lomo del camino y el jaleo de los kyju1 meten una bulla fastidiosa. Y un aro-ma áspero asciende desde el ortigal. El camino, un poco más ancho y desparejo, el rojo tierra que no endurece. Y cuando sí, los costrones se parten de nada con sólo patearlos. Hier-ven las chicharras en la zanja. Ahora casi llueve. La tierra se pone tanto más roja y las mariposas desaparecen. Nadie desanda el sendero, sólo Vidalia va en confianza. Casi niña. Apenas pensando en que ya no palmotean las mariposas. Y también falta el aire. El sopor no cede. Las gotas no alcan-zan para eso. El sopor también es verde. De un verde más sereno que los otros, y se siente en los pulmones, y acelera los

1 Grillo.

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latidos. Así es este Caaguazú, cuando acaba el caserío prieto y se presume el monte. Vidalia por el camino. Sola. De regre-so, nomás. De la escuela viene. Son pocas cuadras. Vidalia mitakuña’i2, con los útiles en la mano. Camina sin recelo. La distrae el croar del ranerío. Quizá la acompañe algún miedo, pero difícil. Le enseñaron a no tenerlos. Los Flecha son gente de poco miedo. Trece años y la mirada insumisa; que los de su sangre así también miran. Vidalia esbelta. Quizás ellos sepan que es esbelta. Es alta y flaca, lo primero que advirtie-ron. Hija de Eladio, el campesino. No hay dudas, es la cría, dijeron. Tiene ojos como candelas y camina recta. ¡Es no-más!, insistieron. Vidalia, señalada, hija de Eladio, ¡un reo! La están aguardando en un atajo del Caaguazú más verde, entre ortigas amoratadas por el reverbero. Vidalia, presa de sicarios en el camino. No son más que tres los desconocidos. Tienen la cobardía alojada en los rostros. Uno va al encuen-tro, revólver en mano. Los otros, a un costado del sendero. Vidalia, los útiles prietos. Los ojos llenos de sorpresa. El del revólver le sujeta con violencia, le apunta. Entre los tres ya la arrojan contra el suelo. Desgarran su ropa a pura bocana-da de insultos, sin darle resuello. Vidalia ojos de tataindy,3

semblante de miedo. Aturde el aliento de las bestias. Vidalia, kuehe mitâkuñami,4 ¡hija de perra! mascullaron ellos. Con el rostro sumido en la tierra mastica asco y desconsuelo. Si no estuviera tan paralizada habría gritado, ¡yo soy hija de revolucionario!, como quien busca alentarse en las soledades de un desierto. Quiénes pueden ser ellos. Lo están dicien-do con el nauseoso gesto. ¡Sicarios! Nada más que eso. Lo sabe Vidalia, hija de campesino. Ojos candela. Sin torore

2 Niña.3 Candela.4 Ayer niña.

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purahéi,5 ultrajada por medrosos recaderos. “Andá, conta-le a tu padre lo que hemos hecho. Y también, decile, que le mataremos”. Vidalia, mirada insumisa, esbelta y callada, se levanta. Alza los útiles. No dice nada…

Caaguazú entre sombras verdes. Camino a casa, Vida-lia sin llanto ni lágrimas. Al llegar no cuenta, no habla. Se acuesta sin decir palabra. Pensó, Vidalia inmóvil en su catre, pensó cosas buenas para olvidar. Pensó en el avati pororo,6 en el manduvi maimbe,7 pensó en su ogaroka8 y el takuru gigante, en la tikichuéla9 y en el trompo de madera que su papá una vez le fabricó, cuando era más niña. Se recordó descalza, pies curtidos, con un cuchillito partiendo mandioca a la sombra, como aprendió de Eladio, como le encarga siempre Emilia, su madre, para alimentar al bueno del buey. Pensó esto y otras cosas, creyendo que podría olvi-dar lo ocurrido en el camino. Vidalia hija de un campesino metido a ordenar asuntos de la tierra. Ella quiere demasia-do a su padre, así, como Emilia enseñó a quererle. Desea no apenarlo con su desdicha. Callada, quieta en el catre. El dolor pasa, Vidalia. Más vale aguantarse. Nde irûnkuéra10 Vidalia, algún día, van a vengarse. Pero una hemorragia la delata. Entre el susto y el espanto Vidalia cuenta la verdad. Entonces dicen, hay que avisarle a Eladio.11

5 Canción de cuna.6 Palomitas de maíz.7 Maní tostado.8 Patio.9 Juego de niños. 10 Tus compañeros.11 Vidalia Flecha tenía 13 años cuando ocurrió este hecho. Al tomar

estado público, la televisión regional propuso entrevistarla de espal-das a la cámara para proteger su identidad. “¿Por qué –se extrañó–, acaso los delincuentes no son ellos?” Vidalia expuso su rostro ante las cámaras. “Si va a saberse que se sepa todo”, reclamó. La denuncia en la Justicia no prosperó y el hecho quedó impune hasta hoy.

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elaDio puesTo a recorDar aquel Trance Dice que fue uno De los peores De su viDa y Da fe que

nunca Tuvo más enemigos que los laTifunDisTas

Desde siempre la familia Flecha conoce la persecución. Pero aquella fue mi experiencia más dura. Yo me hallaba distante varios kilómetros, en San Pedro, en un piquete campesino. Y me avisaron ahí mismo, a un costado de la ruta, los compañeros desde Asunción. No sé bien qué sentí, cómo consideré aquella novedad tan doloro-sa; ahora mismo no sé explicar, yo. Me hallé con demasiada bronca y también pena. Entonces los compañeros organizaron mi vuelta a Caaguazú con una guardia armada por si se trataba de una em-boscada. Tomamos recaudos por si habían echado a correr aquella bola, sin ser verdad, para que acudiera cegado de odio a Caaguazú y entonces allí apresarme o hacerme cometer algún delito. Entonces, mis compañeros me hablaron, con calma. Siendo presidente de la FNC, aquella vez, me relevaron de todo mando. Así lo dispusieron los compañeros y yo acaté, para no cometer ninguna locura. Más sereno dije, vayamos ya. Y con unos cuantos compañeros de San Pedro alquilamos una camioneta, nos armamos y pusimos rumbo a mi casa, con la cabeza revuelta de ideas. Llegamos a las 12 de la no-che. Entonces vi que Vidalia estaba enferma, totalmente golpeada. Ella relató lo sucedido: no había por allá casi vecinos, estaba lloviz-nando, no había gente por la calle y de un yuyal salieron a su cruce. Mi hija tenía recién sus 13 cumplidos. Le violaron, le golpearon… y después le dijeron, contale a tu papá que es aviso nomás de lo que le va a pasar…

Vidalia, aquella noche dijo, “él habló castellano, tenía la manos delicadas y llevaba un pasamontañas”. Según su descripción del físi-co, era el de un policía que pude ver al día siguiente cuando fui a ha-cer la denuncia. Le confié a Ermo, “si voy a hacer lo que me dice mi conciencia a ese tipo lo mato acá mismo, porque estoy seguro que

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Donde se refieren los sucesos del Cruce Larroza y otros

él fue”. Pero, bueno, son cosas del momento…En la policía, hice denuncia nomás y casi no me dieron importancia. Después volví a mi casa a hablar con Vidalia, casi como a una mujer, ya no como a una niña. Y le dije, “bueno, de nada tenés culpa y si estás dispuesta a asumir lo que ocurrió, le vamos a hacer denuncia pública”. Mi hija respondió con firmeza. Las compañeras de su colegio hicieron una movilización de repudio, pidiendo castigo a los culpables. Y ya se dio un movimiento bastante importante en todo Caaguazú. Enton-ces, un día, vino la policía a casa. Me preguntaron, “¿vos no tenés un antecedente, algún enemigo…, que te haga pensar quién fue?” Y yo respondí, “no si no son latifundistas. Nunca tuve problemas con nadie, con ellos nomás”. “¿No te acordás de ninguno?”, insistió. Sa-biendo el sentido de su pregunta, respondí: “yo presenté la denun-cia ante ustedes para que busquen a los responsables, no para que me vengan a investigar”. Y ya pusieron su cara de perro muerto y se marcharon. Después de varios días llegó el señor juez y me habló de esta manera: “Flecha, pusimos un policía de civil que acompañó a tu hija clandestinamente durante veintidos días, a su ida y vuelta del colegio y no pudimos contactar que ella hablara con alguno”. ¡En esas palabras sentí hasta dónde estaban dispuestos con tal de entur-biar la causa! Claro, yo no tengo más enemigos que terratenientes y éstos no podían ser culpables. Entonces la sospechosa pasó a ser Vidalia. Acaso ella ocultaba algún compromiso con un hombre y luego inventara esa mentira. Pero como al finalizar esa investigación aquello no podía resultar cierto, se les acababa la historia. No había sospechosos. De seguido, me dijo, “estoy resolviendo de poner un guardia en tu casa. Tres policías que se turnen…” Entonces le paré a aquel Juez con estas palabras: “yo nunca dije públicamente pero siempre sospeché de la policía. No voy a permitir que se queden frente a mi casa. Yo mismo voy a buscar la forma de defender a mi familia”. El juez puso sus ojos grandes y dijo muy poco…Y ahí quedó todo. Hice denuncias donde pude. Hasta Amnesty Interna-

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tional pero nada pasó. Con la solidaridad del pueblo y de nuestros compañeros pudimos salvar una crisis tremenda dentro de la fa-milia. La más golpeada resultó Emilia, mi compañera y madre de Vidalia. Yo también, durante meses, tuve mi cabeza bastante aproble-mada, pero lo conversé con mis compañeros y pude superarlo más pronto. Vidalia, ciertamente, ella quedó lastimada, pero también fue sobreponiéndose sin ningún tratamiento psiquiátrico. Y eso pasó. Visto a la distancia, no sorprenden los métodos. Siempre van a ac-tuar malamente contra nosotros y nuestro movimiento, verdad. Al no llevar razones y cobardes que son…, lo suyo es golpear así…, con bajeza nomás, donde creen que acaso uno puede aflojar.*

De cómo viDalia, Dos años Después, evocó con esTas palabras el episoDio

Ahora mismo lo llevo como un recuerdo doloroso. Pero no es una molestia hablar de ello. Fue bien difícil, claro. “Te vamos a llevar a un psicólogo”, me ofreció Eris. No quise. “Pruebo si puedo por mi cuenta”, dije y así hice, y ya…. Claro que estuvo difícil superarlo. No sé hasta ahora si lo superé del todo. Yo creo que en aquel mo-

* Mientras Eladio conversaba de estas cuestiones pendía sobre él una orden de arresto, al atribuírsele desmanes en un corte de ruta. Su organización acababa de efectivizar en Caaguazú una combativa y exitosa medida de fuerza con motivo de celebrarse una gran huelga nacional contra el gobierno de Raúl Cubas. Los preparativos de aquella acción caaguaceña contempló la participación de 50 niños, hijos de campesinos, honditeros, la provisión de cientos de docenas de huevos podridos y un “arsenal” de 500 bolitas. “Cuando hemos tenido que atropellar a la policía, las bolitas lanzadas con hondas re-sultaron efectivas. Ellos traían sus escudos pero no les han resultado ya que nuestra fuerza de valientes honditeros les ha lanzado su carga por arriba, de costado, de cualquier lado…” describió con entusiasmo un viejo campesino. Aquel corte de rutas, en Caaguazú, resultó exitoso y la policía replegada, según consignaron algunos diarios nacionales, en cuyas portadas aparecía la imagen de Eladio Flecha luchando cuerpo a cuerpo con la policía.

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Donde se refieren los sucesos del Cruce Larroza y otros

mento fue muy penoso, sobre todo en el colegio, algunos chicos, en Caaguazú, me tiraban indirectas a propósito del incidente. Y yo meta sufrir por ello. Justamente me salí de aquel colegio, por esa cuestión y me traslado a Asunción a seguir allá mis estudios. Entonces trato…, quiero olvidarme un poco. Hasta que aprendí que es algo que te mar-ca para siempre. Entonces dije, si no puedo olvidar más bien quiero recordarlo todo, sabiendo que no es mi culpa. Recordando a los cul-pables. No olvidándome de quiénes han mandado a hacerme tamaña salvajada. Hoy pienso que aquello hasta hizo que me comprometiera más con mi papá y su lucha. Tuve apoyo de mi familia y de todos sus compañeros que estuvieron muy bien. Todos. Si no ya estaría en el manicomio, más o menos, como muchas otras que pasaron por la misma situación. No desesperé y lo voy resolviendo bien. No puedo mentir, fue la etapa más terrible que me tocó vivir y también para mi familia. Pero ya forma parte de nuestro pasado.

opina viDalia. qué es ser hija De un DirigenTe campesino y De cómo su maDre

le enseñó a valorarlo

Para mí, la lucha campesina, la lucha del pueblo paraguayo por su liberación es lo más natural. Nací en ello. Es nuestra vida. ¿Qué significa ser hija de Eladio Flecha? Es un gran compromiso, verdad. Y bastante complicado cuando se es joven. Tenés que ser igual a los otros y a la vez no. Por un lado, mis hermanos y yo, hemos sabido, desde niños que esto no trae privilegios sino compromisos y más obligaciones. Entonces está eso de que no podés fallarle a la gente ni a tu padre. Faltarle, como ser, en cuestiones que después dan pie para que señalen y digan: “ve, allí va la hija de ese que se dice revo-lucionario y mirá lo que hace”. Y aunque no siempre hemos partici-pado activamente como él, tampoco nos hemos convertido en otra

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cosa. Claro que ha habido de esos momentos… difíciles, diría yo. Sobre todo cuando niña, viéndolo a mi padre entregando su vida a la lucha. Y si hay gente que te aprecia, que te rodea y te da su afecto por lo que él hace, también venían otros que lanzaban todo el odio sobre una. “Hija de ladrón, tu padre es un busca pleitos…”, esas cosas nos decían. En el colegio, nomás tenía mucha cuestión a cau-sa de eso. De inicio me molestaban los comentarios, pero luego, de a poco, fui entendiendo. Y esa vida fue tan normal para mí, que no puedo decir cómo es. Papá solía faltar de casa, pero nunca tuvimos problemas de sentir su ausencia. El estaba siempre. El estaba en la lucha y eso lo hacía presente también en nuestra casa. Lo único que por ahí nos preguntaban, nos decían “tu papá es vago, debe tener mujeres en otro lado…”. Pero, casi nunca me hice problemas por esos dichos. Y creo que nosotros nunca le reclamamos nada a mí papá por el espíritu que tiene mi mamá que siempre nos habló bien de él y de lo que significa un dirigente. Más bien por mi mamá es que sus hijos estuvimos siempre así, firmes y convencidos de que nuestro padre debía mantenerse en lo suyo.

Donde se cuentala experiencia de Hachita*

*Hachita debe su nombre a la forma del campo ocupado (que semeja un hacha). Se halla a 35 km de Santana, a la derecha de la Ruta Nº 3, a 200 km de

Asunción, en el departamento de San Pedro.

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Donde se cuenta la experiencia de Hachita

La región es visualmente atractiva. Agreste todavía. Entre la exuberancia del verde tupido, como incrustado en el monte y co-ronado por un círculo de vastos latifundios –ya vírgenes, ya osten-tosos de pasturas y ganado– se alza el asentamiento de Hachita. Se llega por un único sendero de tierra que se estrecha y ensombrece a medida que lo invade la espesura de unos árboles de gran porte, enmarañados con interminables bejucos. El ysypo con flores lilas y amarillas salpica el paisaje y lo perfuma. Tal belleza, sin embargo, no logra distender a los campesinos. Es una zona en disputa y llegar hasta el núcleo poblado de ningún modo es un paseo. Conscientes de la endeblez institucional de la que gozan, los ocupantes no bajan la guardia. Toman recaudos cada vez que ingresan o parten de la ocupación. Está claro que para ellos la seguridad depende exclusi-vamente de la vigilancia y de su propia prudencia.

De las 455 hectáreas ocupadas, apenas 86 son de campo natural, el resto es monte virgen. Atraviesa esa superficie un bonito arroyo llamado Cururuo, (afluente del Río Kapi’ibary), en cuya ribera se aco-modan en cuclillas las campesinas que lavan ropa mientras los niños, pacientes, aguardan que algún pez caiga en la trampera. El curso su-perficial y manso de las aguas les permite atrapar peces con tramperas rudimentarias confeccionadas con madera de monte pero muy efecti-vas. Por años, aquí, el río ha sido la principal fuente de alimentos.

A simple vista Hachita es un asentamiento más, de los tantos que pueden contabilizarse en el departamento de San Pedro. Reúne sin embargo, algunas características que lo diferencian de este con-cierto de ocupaciones con modalidades e historias diversas.

La toma de tierras fue preparada durante dos años. Mientras esco-gían un lugar, los aspirantes discutieron el modelo del futuro asenta-miento. Hubo un centenar de inscriptos, pero una parte se alejó en dis-crepancia con el núcleo organizador tras definir que el uso y tenencia de la tierra –a ganar– sería compartida y la producción colectivizada. Es decir, un ensayo avanzado de producción y desarrollo socializado.

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Definido aquello, se optó tomar una extensión improductiva del terrateniente Julio Peña.

En 1994 irrumpieron en el latifundio 39 jefes de familia. Todos de Santaní, de origen campesino. Después del rozado establecieron una chacra colectiva, plantaron mandioca, maíz, maní. Y acudieron los demás integrantes de cada familia. Pasó un tiempo y la nómina se redujo a 25 núcleos familiares. Desistieron del proyecto quienes –pese a su voluntad inicial– no lograron asimilar las prácticas de socialización implementadas. El no parcelamiento representó para algunos un cambio muy brusco y no pudieron adaptarse.

estructura del asentamiento

Al cabo de cinco años de trabajo, la producción seguía siendo de subsistencia, únicamente comercializaban el carbón producido a partir del desmonte. Había 10 hectáreas cultivadas con maíz, 35 con man-dioca y 3 con poroto para consumo. Casi no poseían animales, solo algunos de corral de propiedad individual. Alguna vaca para procurar leche y sobre todo porcinos para proveerse de grasa para cocinar.

Aún todo estaba por hacerse y el orgullo de sus ocupantes se centraba en el diseño del futuro casco urbano. “Tenemos nuestro plano del asentamiento”, dijo una mujer del núcleo dirigente, des-plegando con delicadeza una cartulina con los trazos demarcativos del futuro centro urbano, donde pronto construirían las casas con madera provista a partir del desmonte. Aquel gráfico también su-gería la disposición de la chacra colectiva a una distancia prudente del casco.

Aún sin iniciar esas obras, precariamente asentados, los cam-pesinos estaban librando una puja burocrática con las autoridades estatales del departamento para lograr asistencia sanitaria y electri-ficación rural.

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Donde se cuenta la experiencia de Hachita

cómo parcelaron

Para el casco urbano trazaron 60 solares (algunos todavía sin ocupantes) de 33 por 100 metros cada uno, destinados a viviendas y espacio suficiente para la crianza de ganado menor. En el centro, 4 hectáreas para edificios comunitarios, una cancha de fútbol y par-quización. Con sentido utilitario buscaron que el arroyo Cururuó cruce el poblado. Optar que las tierras colectivas estén alejadas del casco urbano ameritó un rico debate entre quienes estimaban que la distancia conspiraría contra la vida campesina al favorecer un desenvolvimiento urbano apartado del núcleo productivo y los que preferían conservar la tierra como “un todo” claramente indiviso, apartado de las viviendas. Postura que prosperó.

estructura administrativa

Un reglamento interno determinó que la autoridad máxima del asentamiento es la Asamblea. De ésta participan todos los miembros adultos del asentamiento. Allí se eligen las autoridades ordinarias (pre-sidente, secretario, tesorero) y un Consejo Administrativo integrado por seis miembros del asentamiento. Los jóvenes, tanto como el nú-cleo femenino tienen un representante permanente que se encargará de plantear la problemática peculiar de su sector. Los consejeros se reúnen cada ocho días con la misión de organizar y preparar tareas prácticas y productivas, de acuerdo con lo resuelto por la Asamblea. A la que también le cabe la función de designar Grupos de Trabajo. Cada integrante del asentamiento debe incorporarse a uno de éstos para asumir responsabilidades laborales según aptitudes personales o bien por consenso y mandato de sus compañeros.

En la instancia máxima también se elige una Junta de Disciplina para que vele por el cumplimiento de un reglamento interno, que

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instruye sobre las obligaciones laborales y las sanciones que corres-ponden en caso de incumplimiento.

encuentro ocasional con un “Grupo de trabajo”

Encontramos a un grupo de trabajo integrado por 12 kopidores, que a fuerza de machete y foiza desmalezan una superficie rectangu-lar, en un futuro, destinada a ensanchar los límites del cultivo. Con la cerviz quebrada hacia el yuyal, en fila ordenada, forman un frente de varios metros. Han iniciado muy temprano la jornada y aunque toda-vía es de mañana el clima húmedo y excesivamente caluroso corroe sus cuerpos. Traen los torsos desnudos, empapados de sudor e inva-didos por el cansancio. A cada machetazo le antecede la estridencia de un grito que retumba en la proximidad del monte. Con esas voces se van dando ánimo. Alguien del grupo nos avista y ordena un alto en la faena para tomar tereré e intercambiar opiniones.

Los labradores explican que están ejecutando la tarea por resolu-ción asamblearia. Todos manifiestan su acuerdo con la producción colectiva. Aunque aclaran: “Todavía es de subsistencia. Y ella no nos permite mayor recurso económico. Excepto cuando hacemos carbón que es fácilmente vendible” (El dinero para los gastos ordi-narios del asentamiento, hasta ese entonces, lo procuraban con tra-bajos extras en asentamientos y campos vecinos. El Consejo decidía y organizaba las cuadrillas que llevaban adelante tales prácticas).

Lo que recaudan es patrimonio de todo el asentamiento y el des-tino de esos fondos se decide en el seno de la organización. Ya que la provisión de mercaderías y todas las demandas de los ocupantes, hasta los gastos más insignificantes, se canalizan por administración general y se resuelven en el seno del Consejo. “Si falta aceitita, ja-bón, sal…, allí discutimos y se compra según la necesidad. También según la necesidad se distribuye. No porque un campesino lleve 5 jabones, yo tengo que llevar la misma cantidad. ¿Y si alguien gasta

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Donde se cuenta la experiencia de Hachita

mucho? Bueno, eso también se controla. Si su pedido es considera-do excesivo se le plantea: ‘Compañera o compañero, estás gastando más de la cuenta. Otros en tu igual situación consumen menos’. Luego se le ayudará a que revea sus gastos para que en otra ocasión sean menores”.

Qué dicen los más jóvenes* del asentamiento

“Aquí los adolescentes ya van haciéndose a otra mentalidad –arries-ga un campesino mayor de edad, ante los demás miembros del Con-sejo Administrativo que lo escuchan con atención–. En principio por-que tienen el convencimiento de que pueden modificar la realidad. También porque son tomados en cuenta por el resto del asentamiento, quienes respetan sus intereses. Actualmente cuentan con cierto grado de organización a partir de sus propias vivencias e intereses”.

Horas más tarde el Consejo promueve una breve reunión con los jóvenes y nosotros. En ella son invitados a exponer su expe-riencia y su relación con el resto de la comunidad. Estas fueron sus expresiones:

“Hoy, luchar por ser campesinos es un desafío. Permanecer en la tierra, tiene demasiadas dificultades para cualquiera que tenga nues-tra edad. De aquí suele verse la ciudad muy tentadora. Marcharse ha estado en muchas de nuestras cabezas. Y algunos compañeros eso fue lo que eligieron. Pero a ninguno le fue mejor allá. Entonces decimos: es preferible quedarnos, defender el lugar para que el lugar no sea tan vai [feo, nocivo, perjudicial]”.

“El que quiso ropa de marca y esa cosa…, se marchó a la ciudad.

* Como miembros del asentamiento, los jóvenes, integran los Grupos de Tra-bajo junto a los adultos. Les asiste el derecho a acudir al Consejo por sus necesidades. Si beben cerveza, fuman o van a comprar alguna prenda, lo plantean y el Consejo destina recursos para esos fines, según las posibilida-des económicas de cada época del año.

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Pero allí un campesino casi nunca encuentra trabajo. Entonces esos compañeros acabaron de rateros, anarquizados y con su integridad pisoteada. Y allí se perdieron… Prefiero ser campesino. Con las necesidades que hoy tenemos, con esta pobreza en que vivimos, pero campesinos”.

“La ciudad promete lo que luego no da. En ella demasiados sin tierras pierden su alegría. Medio muertos los tienen allí, esclavi-zados o ya condenados a la ratería. Eso entendimos al quedarnos junto a nuestros mayores”.

“En Paraguay hace demasiado tiempo que los gobernantes ha-cen la misma cosa: cuidan el interés de los terratenientes y no tienen otra política que la expulsión campesina. Siempre corrieron a la gente de la tierra. A puro hambre nos empujan hacia las ciudades, como si allí hubiera sitio. Más hambre, nomás. Y por acá, latifun-dios vacíos. Nosotros decimos: ¡al revés!, hay que ocupar la tierra deshabitada”.

“La tierra es la otra patria, oculta. Es también paraguaya, pero no se sabe de quién es mientras esté en poder terrateniente. Vuelve a clarificarse, vuelve a ser patria cuando la toman los campesinos. Y esa lucha de desocultar la patria, para nosotros es también una pelea de resistencia contra el desarraigo”.

“En este asentamiento, la recreación es un tema que aviva los de-bates entre los jóvenes. Nos gusta la farra y queremos tener para nuestra copa, para nuestra salida, verdad. Pero comprendemos que hay prioridades. Además, acompañar la lucha como clase es la reali-dad nuestra. Y con esa mentalidad discutimos. Reconocemos que hay un objetivo mayor y que éste también contempla nuestra suerte”.

“En los primeros tiempos, se acercaron las ONGs con su prác-tica de querer parcializar todo: ‘para los jóvenes esto, para la mujer lo otro, para los hombres aquello’ y así…, todo organizado sepa-radamente. No hemos aceptado esa forma organizativa que divide. Buscamos la unidad, reconociendo y respetando la particularidad

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de cada sector. Pero hay un objetivo general que procuramos no olvidar a la hora de tomar cualquier decisión”.

la educación de los niÑos

Los adultos se sienten responsables de la educación de los me-nores. Eso se barrunta en toda conversación informal. Cualquier miembro de la comunidad, indefectiblemente saca a relucir los logros en esta materia. Es que la participación de la comunidad en el ámbito educativo va más allá de lo acostumbrado. En aquel momento integraban la comunidad 76 niños. 46 acudían a la preca-ria escuelita construida por los mismos campesinos. La enseñanza sistemática está a cargo de dos maestros dependientes del ministe-rio público paraguayo. Tramitaron sus nombramientos los propios campesinos ya que, de inicio, bregaron por la radicación de un ser-vicio educativo oficial, punto que fue arduamente discutido. “Estu-vimos viendo una cuestión antes de pronunciarnos: ¿Los maestros debían ser aquellos que manda el gobierno o era más prudente es-cogerlos nosotros? Llegamos a una situación intermedia. Decimos que nuestros niños deben compartir la educación con el resto de los niños y jóvenes que habitan este país. No obstante, los adultos de la comunidad mantenemos un estricto control y supervisión de la ac-tividad educativa que despliegan los docentes”, señaló una madre.

Qué dicen los campesinos de los docentes

En una pequeña asamblea improvisada baje el alero de la Escue-la, los miembros de la comunidad se expresan de esta forma:

“Fue muy sencillo, los maestros llegaron y le reunimos acá. Le mostramos el asentamiento y luego le hemos dicho: ésta es la co-munidad y ésta es la línea nuestra. Si te adecuás, sos el maestro de nuestros niños, si no te vas…”

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“Casi nadie quiere perder su sueldo, de manera que los maestros aceptaron las condiciones. Al principio, con mucha desconfianza. Con el tiempo se les gana la voluntad. Se concientizan, diríamos”.

“Son gente buena. Durante la semana viven en el mismo es-tablecimiento, comparten su vida con nosotros. Luego van a sus casas para pasar sus francos. Nos respetan y le respetamos”.

“Yo creo que un poco de miedo traían estos maestros. Luego conocieron nuestra realidad y se esforzaron para contribuir…”

“Llegaron ignorantes de muchas cosas. Nosotros le mostramos esta vida que llevamos. Ellos trajeron conocimientos a nuestros hi-jos. Esos conocimientos nosotros no sabemos. Después, al tiempo, a lo mejor todos sabemos un poco más de todo”.

“Tenemos una relación amigable con ellos. Es norma reunirnos para planificar una educación para los mita’ikuéra. Nos escuchan, les planteamos qué punto deben trabajar más, según el criterio de aquí. El profesor da su parecer y luego acomoda el programa”.

“Les hemos invitado a nuestras asambleas, van entendiendo de a poco. Por ahí se quedan sin entender demasiado, pero disciplinados, verdad” (ríen).

testimonio en el Que etelvina*, campesina de HacHita explica Qué es “la otra escuelita”

y por Qué la comunidad desea discutir los contenidos con los docentes

La ignorancia nuestra es demasiado grande sobre muchas cosas. Pero no por ello vamos a dejar que apeligren los intereses de cla-se, por bonitas que suenen las palabras de un maestro. Este señor maestro que aceptó dar sus clases aquí, es buena gente. Hoy tiene

* Etelvina es una mujer joven y dinámica, tiene siete hijos y un gran espíritu militante.

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Donde se cuenta la experiencia de Hachita

más claro qué significa poner los saberes a disposición de una cultura nueva. Y que en esa tarea estamos nosotros, campesinos. No es que interfiramos en la suya, no. Le respetamos su preparación, pero que-remos discutir los contenidos de esa educación. Hay mucho saber individualista, mucho saber capitalista que queremos analizar y de-terminar si es cosa buena para todos o para los capitalistas nomás. También los profesores deben reconocer que no saben mucho so-bre los campesinos, verdad. De cómo llevamos nuestra vida, ellos saben casi nada. Nuestro pensamiento, nuestra problema no está en los libros. En la escuela se habla del algodón, sí; de la mandioca, tam-bién… pero no del pensamiento de un campesino. Entonces, él (do-cente) llegó ignorante de cuestiones que luego ya sí conoce a partir de la convivencia. Y ese maestro debió acomodar su cabeza, según lo nuevo, según esta realidad. No interferimos sus conversas ante los ni-ños, no señor. Pero el maestro sabe que los adultos del asentamiento damos discusión y esa discusión, si es preciso, la hacemos en las aulas también. Y para que no sea tan desnivelada la cosa, creamos la escue-lita popular, que funciona en el mismo sitio donde da su clase el pro-fesor. Así es nomás. Una vez a la semana, allí los mayores hablamos a los chicos. Les informamos sobre la realidad del país. El objetivo es presentarle a los niños nuestra visión de la realidad.

A la vez que instruirlos sobre la necesidad de cambiar este sis-tema capitalista y para qué cosa queremos ese cambio. Aquí los campesinos confiamos en que se puede lograr un sistema mejor, que nos pueda librar de tantas penas y cargas. ¿Cómo va a ser?, ¿cuándo va a suceder?, bueno…, eso estamos discutiendo, verdad. Y esa discusión deben conocer nuestros niños, también. Así como no deben ignorar que hay responsables de nuestro sufrir. Que la vida no es un puro destino, como pretenden los burgueses. ¡Qué va! Si tenemos ejemplo de esto en nosotros mismos, pues. Hemos nacido desterrados. Y ya ve: luchando llegó la procuración de este suelo. Fuimos sin tierra…, ya no. Una cosa diferente somos; mucho

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mejor que aquello que más antes fuimos, verdad. ¿Suerte? No, no ha sido suerte. ¡Lucha!, es lo que ha habido. Y nuestra lucha trajo lo nuevo que hoy somos. Estos niños tienen que estar preparados para comprenderlo, sin caer en la novelita que cuenta el mundo bur-gués. Sus mayores tenemos la tarea de comunicarle esta visión de un mundo dividido en clases sociales. Allí están los opresores, los que reparten la miseria; aquí, nosotros, los oprimidos de siempre. Pero ya va siendo hora de que dejemos de serlo.

acerca del funcionamiento de la escuela de formación ideolóGica

Los campesinos la denominan “Escuelita Popular”, una expre-sión que transmite modestia pero también un profundo cariño por la pequeña conquista pedagógica. El Consejo Administrativo del asentamiento es el que tiene atribuciones para debatir y seleccio-nar los contenidos formativos. También elige un equipo educati-vo conformado por tres o cuatro miembros de la comunidad para que lleve adelante las disertaciones ante los niños. El resto de los campesinos, cuando están con ganas de bromear, llaman a estos compañeros “catequistas”. La diferencia: éstos no evangelizan, ni predican dogmas, sólo hablan de cambiar el sistema para construir una sociedad sin clases.

Visitamos la Escuela de Formación Ideológica una mañana de verano, fuera del período escolar. Igualmente se hallaba en funcio-namiento. Preguntamos el motivo y respondieron con naturalidad: “Es que el enemigo nunca se da vacaciones”.

Los niños llegaron a la hora convenida. Se acomodaron en los listones de madera que cumplen las veces de pupitre. Toda la insta-lación es de madera, no difiere de las restantes construcciones del lugar. Antes de iniciar la clase, uno de los responsables educativos se dirigió a los niños en guaraní: “A saludarnos”, ordenó. De pie, cerran-

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do un puño en alto, todos respondieron en tono animado: “¡Luchar, vencer o morir!”. El clima ya se había logrado. La concentración de los infantes indicaba el momento propicio para iniciar la clase.

El programa de actividades para el verano no tiene la rigidez del ciclo lectivo. Se aprovecha el tiempo para practicar canto revo-lucionario u oratoria. Primero pasarán revista a una larga nómina de canciones y consignas combativas. Son aquellas que cantan en sus celebraciones internas o bien cuando marchan junto a la FNC. Luego, los responsables exponen un tema que alude a la actualidad política y social. Ese día hablarán del precio del algodón en el mer-cado, cuánto reciben de aquella suma los campesinos, la posición que mantiene el gobierno ante los reclamos campesinos y cómo in-ciden las medidas gubernamentales en la vida del asentamiento. Los niños intercambian pareceres durante un largo rato. Clarificadas las ideas, la consigna es elaborar discursos de repudio al ministro de Agricultura. Uno a uno ejercitarán sus dotes para la oratoria. La clase juzgará luego el desempeño de cada compañero.

los niÑos, cuestión de todos

En Hachita se da otra particularidad. Los niños pertenecen al seno de la comunidad. Poco a poco van venciendo el concepto de familia cerrada. Educarlos, protegerlos, corregirlos, aún reprender-los…, todo lo que tenga que ver con su formación, es una cuestión comunitaria. “Ellos lo viven naturalmente. A los mayores nos de-manda esfuerzos comprenderlo. Nuestros hijos son de todos, tene-mos responsabilidad sobre ellos y el compromiso de respetarles y ser justos, más allá del parentesco. Para que no haya problemas y surjan hechos de injustica o desigualdad debemos imponer un gran rigor a nuestro proceder con los niños. Con ello vamos forjando relaciones más justas y respetuosas”, confiesa una campesina.

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pareceres del campesino cáceres sobre el crecimiento demoGráfico y la necesidad de

controlar la natalidad

Es un asunto serio, el de los mita’ikuéra…, yo creo que es en todo Paraguay. Pero para los campesinos más todavía. Familia numerosa, casi todas somos. En Hachita cada ocupante adulto tiene seis hijos o más. Y aquí sí hemos estado hablando de controlar un poco esto de la natalidad. La discusión surgió de las compañeras. Ellas lo han planteado casi con rigor. Algunas claro que no. Todavía no discuten eso y consideran que la maternidad no es problema para nada. Están dispuestas a continuar con esta modalidad de tener muchos niños. Pero otras compañeras, un día, señalaron que la crianza limita su libertad, su tiempo para ser más productivas… Esas cosas hemos estado escuchando últimamente. Una compañera, por ejemplo, llegó al Consejo Administrativo y dijo: “Bueno, ya basta. Quiero militar, no estar con un niño prendido a mi pollera todo el tiempo”. Pero a su compañero no le ha parecido del todo bien, le ha costado verlo de ese modo y no ha entendido a su mujer fácilmente.

Yo creo que una discusión grande lleva todavía ese tema en-tre nosotros. Casi ningún compañero quiere disciplinar su pájaro, verdad. Y el control de natalidad no está resultando todo lo que habíamos prometido. Es que los paraguayos llevamos la vejiga llena de tereré y eso hace que uno se envare por las noches y después los hijos van saliendo fácil…

nuevos aspectos sobre la experiencia de HacHita

Un par de años después, con la práctica, los ocupantes conclu-yeron que la producción colectiva, sin más, no era suficiente para producir los cambios esperados. Asimismo, las relaciones sociales

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Donde se cuenta la experiencia de Hachita

experimentaron cambios, no siempre positivos. Hubo períodos de estancamiento y aun signos de retroceso que requirieron oportunas campañas de corrección.

Algunas de estas situaciones conflictivas tuvieron como protago-nistas a las mujeres, cuyo rol en la comunidad al cabo de un tiempo experimentó una regresión comparada con el valioso desempeño inicial. Quizás un distendimiento en el Consejo Administrativo, un debate no dado a tiempo, llevó en algunos casos a una fuerte pér-dida de interés por las cuestiones colectivas. Fueron espaciando su participación en las actividades políticas o sociales y, por lo general, también fueron ellas quienes iniciaron recriminaciones a los mari-dos, presionándolos para que desistieran de participar en reuniones u actividades agitativas dentro y fuera del asentamiento. “Para que salir, si acá tenemos todo”, decían. Esos planteos estaban, casi siem-pre, encubiertos bajo formas de celos matrimoniales. Por lo que las reyertas se instalaron como cuestiones personales y muy exacerba-das, quizá por el medio aldeano y el aislamiento que implica la vida en una asentamiento con escaso núcleo poblacional. Después de un tiempo las relaciones sociales se tornaron harto complicadas. Rumo-res y comentarios llenos de intriga se fueron apoderando de la vida cotidiana, horadando relaciones familiares, fabricando enconos en grado tal que acabaron por entorpecer el desenvolvimiento de los miembros más activos del asentamiento. “Nuestro dirigente debía alejarse por unos días a cumplir diligencias en la Capital y ya su mujer recibía al oído una andanada de malos comentarios”. La situación se tornó molesta, todo hombre que se apartaba del asentamiento era sospechado de infidelidad. Hasta que un día se resolvió abordar la cuestión políticamente. Se discutió con franqueza y con detenimien-to, sobre las prácticas liberales y aquellas actividades diferenciadoras entre hombres y mujeres que, al cabo de un tiempo, habían impuesto otra vez un muro entre ambos sexos. Hubo entonces una dura cam-paña de autocrítica y rectificaciones.

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alGunos otros cambios

Las prácticas socializadas introdujeron, por su lado, innovacio-nes que provocaron algunos cambios en el comportamiento social de los habitantes. A poco andar, el lenguaje experimentó alteracio-nes y surgieron expresiones propias del medio. Por ejemplo, se da una pluralización y una pérdida de aquellas referencias de tipo in-dividual. Difícilmente una mujer hable de “el hombre”, dirá “los hombres” y con ello estará dando cuenta de que su compañero es parte de un conjunto de compañeros. Raramente se referirá a su niño en particular. Hablará de “los niños” poniendo su atención en el conjunto de niños que pueblan en el asentamiento.

Los niños, a su vez, reproducen el nuevo lenguaje y las nuevas pautas culturales. Ante una porción de comida insufi ciente, natu-ralmente son capaces de ordenarse para repartir con equidad entre todos el manjar. Los más mayores, son quienes asumen la respon-sabilidad de ordenar la distribución, entendida por todos como la única actitud posible. Entre ellos, sobre todo, casi no existen gestos de mezquindad ni encuentran otra forma que no sea la colectiva para satisfacer sus demandas.

TOMANDO TERERÉ. CARLOS CÁCERES,

CAMPESINO DE HACHITA.

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carlos cáceres, campesino sin bautizos

“Tuve que atravesar mi propia noche de extremo a extremo”

José Pedroni

¡Caramba con este Paraguay, que eran todos religiosos! Si no fuera por el capitalismo que mata de hambre, los cam-pesinos se mueren religiosos nomás. Si aquí nos volvemos co-munistas apurados por el capitalismo…, refunfuña Cáceres, campesino alto, de andar calmoso. Casi no le quedan dientes. Esto se avista cuando ríe y Cáceres tiene su risa bien gentil y sonora. Los penachos de la melena renegrida subrayan una juventud que le quedó prendida en el rostro. Algo rovasy1 en la gran ciudad. Sus bochinches no le caen y le despierta rece-los tanto apretuje. El monte es su lugar y, si de su voluntad dependiera, de aquél nunca quitaría los pies. Pero es proba-ble que a la ciudad tampoco le vaya un hombre como él, tan agreste y montaraz, con pasos de indio y semblante tan tor-vo. Jura que no oyó al Pombero y eso que aún está sin bauti-zo. Es que no ha de existir aquel misterio. Si desde que abrió los ojos él anda en el pecado ¡y nada! Cuando Cáceres dice ¡nada! suena desafiante y quiere decir que no hay qué temer por pecador. Que si hay Pombero ya estaría viniendo a su ta-pyi.2 Hijo de madre nomás, mitâ ñanandy3, pañales de yerba y hambre, crecido en región chaqueña. Mitâ pynandi,4 vien-tre con lombrices, engañado con tereré y mandi’o.5 El monte

1 Huraño, serio.2 Casa de campesino.3 Niño del yuyal.4 Niño descalzo.5 Mandioca, el “pan” paraguayo.

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frondoso jamás alcanza a ser cuna buena. Cumplidos sus 9 se marchó a otra región. Aunque el hambre es perseguidor con algunas gentes. Y a los 17 se incorporó al Ejército con más hambrina que voluntad; reclutado en los años de la represión grande, dice que se cansó de enterrar izquierdistas. Dele hacer hoyos en el campo, dele plantar jóvenes sin explicarse por qué eran tan peligrosos, que los uniformados daban mismo valor que a un perro y su sarna. En un principio, también, él se hizo a aquella idea. Aunque luego vio que es una pena muy gran-de ser soldado sin conciencia. Empuñar un arma y arrastrar tantos hermanos a un foso era como estar enterrándose uno mismo a cada rato. Llegó un día que la duda y la pena pudo más que un mugroso plato de comida. Y Cáceres se marchó del cuartel con su cabeza complicada de pensamientos. Y fue a dar con los curas, al arrimarse demasiado a una iglesia para escuchar sermones, sin que tales pláticas bastaran para convencerlo de la necesidad de un acristianamiento. Así, con-tinuó ñembyahyi6 y sin bautizo. Y va que se pone de novio con la hija de un caudillo colorado. Linda ella y poderosito su padre. Cuando aquel caudillo llamó al cura y al juez para casarlos como ley y dios quieren, Cáceres tuvo que ventilar su falta vieja: estoy sin bautizo, tartamudeó el muy sacrílego. Te bautizás ahora y ya…, respondieron quitando importancia al punto. Sin embargo, Cáceres se detuvo a pensar: ¡una lásti-ma acristianarse tan de apuro!, mejor me concubino y escapo. Y así resolvió sin más demoras. Amontonó las pobrezas y se largó con su prometida. Con ella, después de rodar mucho en estado de pecado, llegó a Hachita pródigo en hijos y de pensa-dera. Tiempo en que se volvió dirigente campesino y se redi-mió en rezos de reforma agraria.

6 Hambriento, famélico.

Donde se valorael papel de la mujer

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Donde se valora el papel de la mujer

Teodora aguilar. la mujer en la lucha por la Tierra

Ahora quiero referirme al protagonismo de la mujer, que es bien grande. Se esfuerzan las compañeras por estar en la lucha. Cumplen tareas en la casa y tareas en la lucha. Y cada vez se ve más nuestra participación en las movilizaciones callejeras.

Llevamos años capacitándonos, hombres y mujeres, para luchar por nuestra tierra. Ocupamos y tenemos problemas con los latifun-distas porque vienen y nos desalojan. Y ese desalojo es casi siempre violento. Entonces nos preparamos para resistir. Si vienen los poli-cías, no aceptamos salir por la buena. Defendemos nuestro lugar. Y cuando nos reprimen, salimos un rato nomás. Se van ellos, volvemos a entrar. Hasta 20 veces así, hemos hecho para ganar la tierra. Y en esa lucha larga es cuando vienen las acciones de las compañeras. Sin ellas, la lucha no podría darse así, tan prolongada. Son las mujeres, principalmente, quienes se enfrentan una y otra vez con la policía; a los hombres es costumbre que les lleven a todos presos. Quedan las mujeres y los niños en las ocupaciones. Y nomás ellas emprenden la resistencia. Hay mucho coraje en nuestras compañeras.

alberTo areco se auTocriTica y reconoce que, en oTros Tiempos, pensó algo disTinTo

Y en mi caso, por lo menos, me debo bastante autocrítica. Bas-tante tengo que aprender de mis camaradas. Antes, por ejemplo, sólo actuaban los hombres en las organizaciones. Y las compañeras que hoy militan, mujeres de compañeros, quedaban en sus casas y mucho menos los hijos participaban de esta lucha nuestra. “Ellas no entienden de estas cuestiones”, considerábamos. Luego apren-dimos que sí, que éramos los hombres quienes no entendíamos

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bastantes cosas; y hubo que aprender con los golpes. Eso también fue muy importante para plantear a los compañeros de otros asen-tamientos. La necesidad de la transformación de la sociedad tiene que pasar por todos.

Esto partió de nosotros luego de un tiempo, porque lo que an-tes decíamos era: la organización y la lucha es cosa de hombres, la mujer debe cuidar de su hombre y sus niños en la casa.

aquí Teodora evoca cómo sus cuÑadas nicolasa y joaquina alvarenga, amas de casa,

se hicieron grandes luchadoras

En nuestra familia somos cinco: Juana, Joaquina, Nicolasa, yo y ahora también mi hija, todas andamos haciendo esta vida. Yo, como dirigente gremial, participo bastante en actos, en cortes de rutas, pro-nunciando mis discursos, discutiendo con la masa en reuniones… Pero Faustina y Nicolasa, que son mis cuñadas, con otras compañe-ras de base, van también a las movilizacines a decir lo suyo, a tirar bolonqui junto con los compañeros, a defender las cuestiones nues-tras. Discuten la política y participan con su palabra. Yo estoy desde niña pero ellas no tanto. Entonces una vez voy llegando a casa y les digo: “ustedes no se van a quedar a cocinar y todo eso…, como esas amas de casa que andan detrás de los maridos. No, ustedes también se ganaron su derecho a estar en esta lucha, que no es un privilegio de hombres”, les digo. Sí, así mismo les hablé a las mujeres de mis hermanos. Y ellas estuvieron bien de acuerdo y se sumaron, tan rápi-do, sin solicitar permiso a sus maridos. Lo decidieron por su cuenta y mis hermanos respetaron la voluntad de ellas; y ya marcharon a un corte de ruta. De repente, el compañero que dirigía aquello les dio orden: “que las mujeres se mantengan al frente de la barricada”. Entonces Faustina y Nicolasa empezaron su primera experiencia.... Y se quedaron en primera fila para discutir con los policías, con

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Donde se valora el papel de la mujer

los camioneros que querían arremeter, para combatir primeramente, cuerpo a cuerpo, si era necesario y defender la barricada campesi-na. Ellas se desenvolvieron bien. Muy bien lo hicieron. Así fue su bautismo. Ahora son grandes luchadoras en nuestro departamento de San Pedro y dirigentes. Van a hacer difusión por la radio, van a mitines…, a hacer su trabajo militante ahí donde la Federación las requiere, sin faltarle a los maridos ni a sus hijos, ni a la casa. Ejemplo de luchadoras son mis cuñadas. Y mis hermanos que desde más antes están en la causa han tenido que aceptarlo así.

relaTo de maría crisTina*, ocupanTe de republicano. enTredicho con un TerraTenienTe

Republicano es un asentamiento enclavado en el departamen-to de San Pedro, desde el 24 de abril de 1996 cuando 44 familias sin tierras ocuparon 413 hectáreas pertenecientes a un latifundio de la familia Castagnino. Precedió la conquista definitiva una ardua y prolongada lucha, con desalojos, provocaciones y apresamientos policiales. Participaron hombres y mujeres. El testimonio que sigue refiere a uno de esos primeros enfrentamientos:

– Resulta que el terrateniente tiene su hijo. Y éste viniendo hasta aquí, un día de lluvia. Y nosotros le apresamos para que liberaran a un compañero puesto preso por culpa de su padre. Esa vez el hijo del terrateniente llegó con su camioneta, lo acompañaban otro señor y tres suboficiales. Su camioneta bien brillosa era. Las mujeres le vimos llegar y rodeamos su camioneta. Desde las cinco de la tarde le tuvimos cercado hasta las 11 de la noche. Teníamos algo de alcohol

* María Cristina, oriunda de San Pedro, al narrar este episodio tenía poco más de 20 años. Alguna vez llegó hasta Buenos Aires a trabajar en el servicio doméstico. “Hasta me traje un recuerdo de allá, que habla y come todo el tiem-po”, nos dijo revelando un camino común para miles de sus compatriotas. Ella eligió estar de vuelta en su tierra. Luchando para ganarla definitivamente.

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de quemar, viste, y le amenazamos con quemar su vehículo tan bri-llante. El hijo del patrón era bien buenito, un santo era. Quería fumar y no tenía cigarrillos, quería comer caramelos y no tenía caramelos… No traía un peso encima. Ni pensaba él que le iba a ocurrir semejante cosa. Su papá y los policías, esa vez, se quedaron en la casa principal tan tranquilos mientras él vino aquí a querer llevarnos por delante. El llegó para gritarnos su rabia de terrateniente invadido. Pero le hemos agarrado por sorpresa y ya no pudo movilizarse ni descender de su camioneta. Comenzó a llover. La lluvia arruinaba un poco el brillo de su camioneta. “Qué me van a hacer”, preguntó muy miedoso, después de un tiempo. “Por ahora no sabemos”, le replicó una compañera y nos reímos con bastante ganas. De a ratos, lo hacíamos descender de su vehículo para que se mojara un poquito, para que sufriera algo y lo volvíamos a meter. El hacía todo lo que decíamos.

Y ya mandaron a muchos policías para rescatarlo de nosotras. Pero llegando nomás vio que eso era imposible. Demasiadas muje-res le rodeábamos. Si intentaban algo, íbamos a quemar la camione-ta. Eso decidimos. Hermosa era su Toyota.

A las 9 de la noche vino un hermano de él. Más bravo que nues-tro prisionero, era. Y viene con su prepotencia y nos dice que no entiende guaraní, que así no puede hablar con nosotras; deseaba humillarnos, verdad; burlarse de nuestro uso del guaraní, que bien bonito es. El llegó armado y en compañía de más uniformados. Miró a su hermano y le dijo con enojo “qué haces acá sin arma. Con esta gente no te podés confiar”. Y ahí le dijo su hermano “andate de acá, no vengas a crear problemas, yo estoy bien”. Es que nosotras le detuvimos nomás. No le insultamos porque era bastante buenito. Su hermano se retiró entonces, hasta que fueron llegando más y más policías, como sesenta, setenta policías antimotines. Recién a las once de la noche se animaron a avanzar hasta el auto y lograron esparcirnos a empujones y golpes. También hubo muchos tiros al aire y nosotras meta dar vueltas a los gritos sobre su camioneta.

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Donde se valora el papel de la mujer

Por fin rescataron al hijo del terrateniente, pero la camioneta quedó inutilizada, bien fea. El hijo del patrón, luego ya liberado, olvidó su buenura y buscó mandarnos a la cárcel. Su padre puso la denuncia en Oviedo, quería orden de detención para todas. Respondimos que iríamos a la cárcel con nuestros hijos, porque acá habemos demasia-das madres solteras. Seis mujeres somos cabeza de familia y en ese momento había más, porque había compañeros presos y sus mujeres también estaban solas. Luego el patrón nos ha insultado, nos ha tra-tado de desvergonzadas. Un día vino y nos dijo que nos apartáramos ya mismo de su tierra. Le hemos dicho, ¿a dónde?, si no tenemos casa. Y el muy listo nos dice, “¿cómo sin tener casa se largan a tener hijos?”. “Es que para hacer hijos no se necesita tener casa”, replica-mos sin contener la risa. Y él entonces ha dicho que su mujer, que es toda una señora, no habla de tal forma. “Pero a los hijos los habrá hecho igual que nosotras”, contestamos y nos dio más risa todavía, pero el patrón ya no quiso seguir conversando.

Florencia Flecha. sobre la problemáTica de la mujer en el seno de la Fnc

La FNC dispuso que una de sus secretarías fuera para abordar

asuntos específicos de la mujer. Ya que las compañeras campesinas ponemos el pecho en las movilizaciones tanto como los hombres. Por lo que nuestro lugar, en los demás asuntos organizativos, tam-bién debe equipararse. Ahora damos batalla a algunas ideas malas que tienen los compañeros sobre nuestro género. Ideas que nos co-locan atrás de sus derechos. Son ideas que traemos en nuestras cabe-zas, un poco todos. Hombres y mujeres tenemos pensamientos así de atrasados y necesitamos cambiarlos. Nos hace falta capacitación política e ideológica, pero lo vamos logrando. Esto es libre (se refiere a la participación en las movilizaciones y al trabajo militante). La que

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quiere viene y la que no se queda en su casa. Pero creo que todas debemos pensar si deseamos cambiar o seguir como antes, cuando nuestro lugar era lavar ropa, cuidar niños, trabajar sin opinar sobre otro asunto que no fuera el familiar… Ahora, desde la organización campesina vamos procurando un sitio diferente. Y no partimos de mirar al compañero como si fuera un enemigo. Eso no. El com-pañero es compañero y si tiene ideas o actitudes que manifiestan desprecio por la mujer, le invitamos a que piense seriamente de una manera distinta, que trate de comprender este parecer nuestro. Hay quienes se resisten a modificar sus ideas. Hay quienes en reunión dicen: “bueno sí, ellas tienen razón”; pero de regreso a su hogar vuelven a ser los de antes. “En mi familia decido yo”, concluyen. Otros, en las asambleas piensan un poco y luego dicen “Estoy de acuerdo con el planteo, las compañeras mujeres tienen derecho, ellas son luchadoras y está bueno que luchen, ellas pueden ser dirigen-tes, todo… pero en casa mi mujer es mi mujer y mis hijas son mis hijas. Y es costumbre nuestra ser como somos. ¿A quién molesto con ser así? No estorbo a los demás y respeto la organización…” Y hay compañeras que aceptan de sus compañeros ese pensamiento individualista y tratan de justificarlo. Se tarda bastante en cambiar algunos pensamientos. Pero ya vamos avanzando.

belén imas, responsable del FrenTe nacional de mujeres del mprpp

opina sobre las mujeres campesinas organizadas

No podemos hablar de la mujer paraguaya generalizando. Es engañoso contemplar el tema desprovisto de una perspectiva de clase. Las cuestiones de género son trastocadas por las condiciones objetivas que se desarrollan en cada clase social. Por ejemplo, en el ámbito campesino, donde despliega su mayor influencia la FNC,

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Donde se valora el papel de la mujer

las contradicciones hombre-mujer quedan expuestas con suma evi-dencia a partir de que las compañeras tienen amplia participación en todo cuanto se refiere a las luchas concretas por la tierra: ocupa-ciones de latifundios, resistencias, movilizaciones… siempre parti-cipa la mujer. Entonces las contradicciones no se pueden eludir u ocultar por mucho tiempo si no es en detrimento de la práctica en su conjunto. El tema se hace ineludible y requiere que sea abordado comunitariamente, en el seno familiar y aún en el de la producción propiamente dicha.

La experiencia indica que es un camino muy largo a recorrer. De hecho, las contradicciones no son prontamente superadas, algunas de ellas se resisten a morir y perdurarán por mucho tiempo, pero po-drían ir resolviéndose en la medida en que profundicemos el debate colectivo y que la misma organización de las mujeres posibilite que las compañeras sean sujetos del proceso.

Desde el MPRPP ponemos gran empeño en impulsar la partici-pación política de las mujeres campesinas. En primer lugar, porque es parte de la fuerza principal, el campesinado. Y por otro, porque como pobres pesan sobre ellas todos los elementos de opresión y discriminación de género.

belén. relaTo de dos experiencias concreTas de violencia

Esto sucedió en un asentamiento ubicado en el departamento de Caaguazú cuya lucha, para conquistar la tierra, duró seis años. En ese proceso de combate la presencia y determinación de las mujeres adquirió un papel relevante. Algunas eran casadas, otras solteras. Las había muy jóvenes y de edad avanzada. Todas pusieron su fuerza junto, a veces detrás y otras delante de los hombres, por un objetivo que unía a ambos: la tierra.

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Ellas estaban para resistir los desalojos, en la provisión de ali-mentos, apostadas en los retenes de seguridad, dispuestas a enfren-tar la intimidación policial. También en las protestas callejeras, cada vez que sus compañeros fueron a la cárcel.

Luego de conquistar la tierra, continuaron siendo partícipes. Ganaron su espacio en los combates previos. Y hasta el presente son partícipes activas en la organización y funcionamiento de la comunidad.

Durante el proceso de formación del asentamiento, una compa-ñera era permanentemente maltratada física y verbalmente por su marido. Ella calló esta situación. Según explicaba, su vida era así des-de hacía mucho tiempo, casi después de que decidieran formar pareja.

Pero esa intención de ocultar y negar los golpes era inútil cuan-do en su rostro aparecían las huellas de una histórica tragedia que ella no se animaba a denunciar; según dijo “para no sacar las cosas de la familia hacia afuera”.

Sin embargo, como todas las acciones equivocadas, ésta tam-bién un día se desnudó. Ella hizo la primera denuncia al comité, la instancia más pequeña de organización dentro del asentamiento. En aquella ocasión el comité conversó con el marido e hizo una primera advertencia, observando que él debía poner empeño en transformar dicha situación. El colectivo obró con aparente justeza. Sin embargo, en la instancia privada, de lo individual, la presión y la culpabilidad aún recaían con mayor fuerza sobre ella por haber “desparramado hacia fuera las cosas de la familia”.

Y así, un día nuevamente fue golpeada; esta vez poniéndola al límite de la muerte. Pero ya no recurrió a guardar su dolor en el encierro del hogar, sino que salió a denunciar el hecho ante sus vecinas. Estas solicitaron una asamblea. Participaron todos los co-mités y miembros del asentamiento. La compañera denunció los repetitivos hechos de violencia que padecía. Y la asamblea respaldó la denuncia y expresó su solidaridad con la víctima. Entonces hubo

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Donde se valora el papel de la mujer

una nueva advertencia al golpeador, comunicándosele que era la última antes de tomar una determinación final. El prometió supe-rarse y abandonar esa mala conducta. Su promesa fue pública, en el transcurso de aquella instancia de discusión colectiva.

Durante los quince o veinte días siguientes todo el asentamiento vigiló el compromiso realizado. Cuando ya todos creían que existía una transformación, la compañera una vez más fue golpeada. A pesar del dolor y el miedo que sintió, esta vez optó por confiar en el respal-do de sus compañeros y compañeras y volvió a revelar lo sucedido.

Por segunda vez, entonces, se reunió la asamblea y pidió la opi-nión de la compañera, ya que la advertencia realizada al golpeador, a partir de ahora, sería puesta en práctica. Ella expresó que acataría la decisión mayoritaria. Y la decisión democrática de la asamblea fue que él no estaba en condiciones de quedarse porque su conducta era contraria a las reglas de convivencia y a la práctica democrática del asentamiento.

El decidió marcharse y la compañera quedó con la casa, el lote, los hijos, la producción y el respaldo de su comunidad.

El sancionado había sido hasta entonces delegado del asenta-miento en la coordinación de dirigentes del distrito, pero también abandonó esta responsabilidad, acaso por temor a que la sanción asamblearia se extendiera a esa instancia, o quizá por la vergüenza de haber sido expulsado de un asentamiento por uno de los peores delitos sociales que puede cometerse en el seno de un pueblo que busca su liberación.

Transcurrieron tres meses de aquello hasta que, el día menos pensado, el campesino regresó al asentamiento. Luego de solicitar el permiso correspondiente, habló con su esposa y ante una asamblea expresó su arrepentimiento por el daño que había cometido contra su compañera y sus hijos, solicitando el reingreso a la comunidad. Los compañeros y compañeras debatieron la solicitud. Algunos desconfiaban, otros arriesgaron un voto de confianza. Finalmente

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decidieron, previa opinión de la compañera, aceptar su petición, haciéndole saber que la comunidad entera estaría vigilando su con-ducta y ante el menor indicio de volver a sus prácticas anteriores sería sancionado, esta vez sin posibilidades de reingreso, por más autocrítica que expresara.

Aún hoy el ejemplo sigue vivo y la comunidad prosigue con su función vigilante.

oTro caso de violencia

Esto ocurrió en otro asentamiento. Aunque sus protagonistas buscaron una solución parecida a la del caso anterior, su desenlace fue otro. Confluyeron varios elementos: concepciones muy arrai-gadas en el seno del campesinado sobre la mujer, el alcohol, y la familia como un ente privado que rechaza influencias “extrañas”… Temas que resurgieron como preocupación y pasaron a debatirse una y otra vez, en el seno de aquella comunidad, cuando hubo aca-bado la pequeña historia.

Ella era una mujer campesina, cuyas manos empuñaron muchas veces el machete para abrir picadas. Y hasta armas para defenderse de la violencia policial. Como tantas otras sembró la tierra y cose-chó los frutos que sirven de autosostenimiento. Un día gritó ante toda la comunidad que estaba siendo maltratada por su compañero. Que cuando él bebía, dejaba de ser su compinche para convertirse en una fiera alcoholizada que no mediaba palabra para lanzarse so-bre lo que él consideraba una presa fácil. La asamblea comunitaria procedió de manera correcta sancionándolo.

Aunque él también hizo caso omiso a las primeras advertencias. Como justificación expresó que la comunidad no tenía por qué me-terse en los problemas familiares. Esto motivó a que las mujeres del Comité más cercano, conversaran con la compañera y resolvie-ran no esperar una siguiente asamblea para protegerla de aquella

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Donde se valora el papel de la mujer

situación que había derivado en una mezcla de dolor, impotencia y humillación constante.

Otro día transcurría cuando se escucharon gritos de auxilio. En-tonces la medida no se hizo esperar: las mujeres irrumpieron en el humilde rancho y tomaron al hombre, algunas de los pelos, otras propinándole puñetazos y patadas… Y no faltaron las que llegaron armadas con palos. El golpeador, sorprendido, no logró reaccionar.

Esta vez, las mujeres usaron parte de los métodos que la comu-nidad misma había empleado, tiempo atrás, para defenderse de las fuerzas represivas y proteger las tierras ganadas mediante la lucha popular colectiva. Con todo, el escarmiento no resultó enteramente eficaz y el hombre reincidió varias veces más, por lo que la comu-nidad decidió expulsarlo del asentamiento. Fue cuando tomó sus escasas pertenencias personales y partió con su soledad a cuestas. Sin embargo, luego de un tiempo, regresó y solicitó hablar con su es-posa. Y ¡vaya sorpresa!, ambos tomaron a sus hijos y se alejaron para siempre de aquel asentamiento en donde habían dejado una parte de su historia, esa que seguramente continuará como otras tantas denunciadas, u ocultas, adheridas a los procesos de todo un pueblo.

donde belén dice que el Tema de la violencia conTra la mujer es más amplio

y Trasciende la vida Familiar

Podríamos decir que cuanto más avanza la participación de las mujeres en la lucha de clases, recrudecen los métodos de represión y violencia contra nosotras. Asimismo es muy claro que de esta manera, este Estado a través de su fuerza represiva, reproduce el machismo como supremacía ideológica contra las mujeres pobres.

Por esta razón nos hemos dedicado a analizar, investigar, denun-ciar y clarificar a la sociedad y en nuestras propias organizaciones la

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violencia del Estado ejercida e implementada por la policía contra las mujeres organizadas.

recuerdos de la visiTa de una primera dama a un asenTamienTo y las accidenTadas diligencias

para enTronizar una virgen

Esto sucedió en la zona de Agüerito cuando la esposa del enton-ces presidente Wasmosi, visitó una ocupación campesina e intentó entregar obsequios. Los hombres, advertidos por el bullicio, deja-ron de labrar la tierra y se encaminaron hacia el campamento. Allí sus compañeras discutían animadas si aceptar o no los regalos de la visitante. La entonces primera dama del Paraguay, algo turbada, sin comprender la actitud asamblearia del manojo de campesinas, procuró explicar a viva voz sus intenciones amistosas. Tan pronto hilvanó una frase se le ordenó cerrar la boca: “Esto va por orden, señora”. Y la señora guardó silencio hasta que le fue concedida la palabra en cuarto lugar. Entonces confesó sorpresa por los desplan-tes, dijo que sólo deseaba entregar regalitos de carey a los chicos, que nada malo había en ello y mucho de solidario… Y balbuceó sin aliento otras palabras que nadie pudo escuchar por la gritería de las campesinas negadas a su presencia en aquel lote. Contempori-zadora, la señora respiró hondo, simuló restar importancia a tanta insolencia y arremetió obsequiosa con la entrega de una imagen de la Virgen de Caacupé, “para que les acompañe y dé suerte”, dijo. No hubo entre las presentes entusiasmo, ni quien tendiera los brazos. Ella semblanteó la austeridad del entorno y no queriendo abandonar la imagen entre los pastos, preguntó por un sitio “más adecuado, un cobertizo, algo…” Una campesina tomó la palabra: “La imagen es bien bonita, pero quizás esté mejor en la casa de us-ted, señora. Si quiere dejarle, ponga nomás su virgen en el suelo que

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Donde se valora el papel de la mujer

no tenemos para altar ni mucho menos”. La señora del Presidente, casi en un lloriqueo, recostó la imagen sobre una enramada y puso fin a la visita.

Han pasado largos años y en la zona, este episodio, se recuerda y se narra con cierta picardía. Con estas palabras que siguen lo relató Ramona, entre risas, durante una tertulia vecinal en ocasión de una asamblea campesina:

—Kuñakarai guazu, señora principal, gran señora, llega de la ciu-dad a estos campos donde hay tan poquito que ver. Esa señora de presidente desciende de su auto y nos mira. Entonces se conduele demasiado. ¿Qué pensabas encontrar aquí?, pensamos. Campesi-nos, mujeres campesinas y niños campesinos, nomás hay aquí. De este país somos, pero ni modo que vos nos tengás visto, señora. Y eso que su ména [esposo] era quien mandaba entonces. Y aquella ocasión le rodeamos con las compañeras y los mita’ikuéra [niños] también le rodean. Ella puso ojos de miedo. “Estos mitâ’i son naci-dos en el monte, disculpe che señora”, dijimos. Pero ella se asusta demasiado al vernos. Qué pucha que habíamos resultado tan feos para la señora, que ya ofrece sus jopói [regalos] a punto de llorisquear y también la imagen de nuestra virgen, trae. Entonces, le hemos dicho que no necesitábamos imágenes aquí. “¿Para qué?, si Tupâ [dios] es dios grande y buen protector de nuestro pueblo. Con eso basta”, dijimos nosotras. Que no, “que una imagen siempre ayuda”, ha dicho ella, tan segurita de sus cosas. “¡Ah!, puede ser por eso, entonces, por falta de virgen que aquí otra vez el Aña [diablo de ma-las artes, patrón de la desgracia] convertido en mal gusano caló las chalas y mordió nuestro maíz. El se llevó la cosecha para dejarnos, otra vez, con nuestra pobreza. Y ahora, che señora principal, venís vos con Virgen, pero si tu marido es más socio de Aña que de Tupâ. Eso sentimos acá, que ni maíz, ni porotos, ni algodón ni mandioca apagan la necesidad nuestra”. Y la señora se ha puesto llorosa con ganas de marcharse rápido sin saber si dejar o no la virgen y sus

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regalos. Pues la señora aquel día tuvo su merecido. Ni de Aña ni de Tupâ, nuestro nomás fue su castigo.

eTelvina, campesina de hachiTa. algunas opiniones y pareceres

sobre procreación y maTernidad

Etelvina siempre fue muy comunista. De contextura física me-nuda, es una mujer emprendedora, quien desde un comienzo supo ganarse un lugar destacado en la comunidad de Hachita. Y una de las más entusiastas entre el núcleo de compañeras, todas ellas bien dispuestas para el trabajo comunitario.

Con visible orgullo Etelvina llevaba la delantera a la hora de reseñar los logros del plan administrativo, por entonces, toda una experiencia piloto de la FNC.

A veces es el conocimiento o la mayor disposición para empren-der acciones lo que convierte a una persona en un dirigente, pero ella –así la describieron sus compañeros– ha sido siempre una se-ñora calladita. Ingresó al MPRPP antes que su marido. Pero nunca habló en las reuniones, escuchó y sólo hizo breves anotaciones en un cuaderno. Aunque por su grado de compromiso con las tareas desarrolladas en la comunidad de Hachita ya la distinguían. Un día caminó 12 km para hacer un cursillo en el que se profundizarían los conocimientos sobre algunas cuestiones teóricas. Allí se habló sobre la mujer y ella permaneció muy atenta, sin decir palabra. Otro compañero llegado de Asunción leyó párrafos de El origen de la fa-milia, la propiedad privada y el Estado de Federico Engels. Al culminar, se explayó sobre el comunismo primitivo, el tema de los matrimo-nios en tiempos del matriarcado; dijo que esto no era una actitud de liberalidad sexual burguesa sino que era una cultura que se daba sujeto a las relaciones de producción existentes… Después se re-

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Donde se valora el papel de la mujer

cordó que en tal sociedad los chicos pertenecían a la comunidad y contaban con la protección conjunta de sus habitantes… Ahí es cuando Etelvina, abre los ojos y dice, “Bueno, eso mismo hemos estado haciendo en Hachita con nuestros niños, lo que no sabía es que eso ya estaba escrito en un libro”.

Etelvina creció como militante y estuvo a la cabeza de las inicia-tivas más avanzadas de la comunidad que por entonces experimen-taba un cúmulo de prácticas colectivizadoras. Sin embargo, pronto debió menguar su participación en la militancia partidaria por la crianza de sus hijos, pasando a la categoría de “periférica”. Tiempo después, tomó coraje y planteó a los dirigentes nacionales algo que no se había atrevido a mencionar en la comunidad. “Yo, hijos no tengo más. Tuve que aguantar dos años de periferia por ellos y aho-ra que por fin he vuelto a ser militante, no quiero regresar a aquella otra vida”. Su planteo más tarde fue escuchado y discutido, como correspondía, en el seno de la comunidad de Hachita. Su visión, en un comienzo, no sólo encontró abundante resistencia entre los hombres. También resultó poco comprendida por algunas de sus pares que aún arrastraban concepciones atrasadas acerca de su pro-pio rol en la sociedad. Pero su confesión individual fue oportuna y sirvió para avanzar en el debate sobre procreación, maternidad, el lugar de la mujer en las comunidades rurales. Y si era correcto y justo mantener las mismas pautas culturales, heredadas de la so-ciedad burguesa, mientras allí se estaban propiciando cambios tan radicales, por ejemplo, en lo productivo.

Aunque Etelvina finalmente fue comprendida y respetada por su elección, y muchas otras mujeres se atrevieron a revelar opiniones y sentimientos semejantes, “sería improcedente dar por saldado aquel debate”, reflexionó un dirigente del MPRPP de la comunidad, al re-conocer que “a partir de ese planteo particular se instaló el tema y muchos compañeros han comenzado a vislumbrar y reflexionar acer-ca de la existencia de una realidad que todavía se presenta desigual

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para el hombre y la mujer por más que nos proclamemos defenso-res de la igualdad entre ambos sexos”.

A Etelvina, en su organismo político y en su propia comunidad, se la siguió valorando por esto y por sus muchos otros esfuerzos de luchadora revolucionaria.

MUJERES MILITANTES DE LA CORRIENTE SINDICAL CLASISTA Y DEL MPRPP SE MOVI-LIZAN PARA LOGRAR LA LEY DE SALUD MATERNO INFANTIL.

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crónica de un exceso campesino.episodio con un juez

“Las bárbaras, terribles, amorosas crueldades”Gabriel Celaya

Están los hombres ocupados volteando monte, haciendo rollo. Sólo mujeres y niños se encuentran en el asentamiento cuando se presenta el juez en compañía de cuatro policías.

Con desprecio en la mirada y bastante filo en la lengua, el letrado, lanza estas palabras:

–¡Lo que hacen no está bien. El Estado no les reconoce derechos!

–¿Qué derechos? –inquieren pronto las mujeres–. Si de acuerdo con tu ley, eso, sólo tienen los terratenientes.

–Están usurpando… –insiste levantisco el señor del traje, sin ganas de enredarse con desatinos de polleras.

–…–¡Que para la ley son intrusos, mujer! –suelta sin poder

sujetar la indignación. Ellas, que poco saben de leyes, lo ro-dean y toman prisionero. Y como son por principio muy de-mocráticas, corren igual suerte los policías, entendiendo que no existía razón para excepciones.

Y así las cosas: tan poderosos que llegaron aquéllos y tan con miedo ahora, amarrados a un palo. Ellas, hasta hace un rato dobladas en la faena, ahora con altivez desconocida, improvisando un jurado.

Nunca se vio antes tanta investidura desvestida. –¡Estas cosas pasan cuando la justicia se da vuelta –alec-

cionan las campesinas a sus detenidos. Sin embargo, carecen de soberbia y hasta intentan com-

prender la lógica de los letrados:

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–Oínos, señor juez, vos que sabés tanto, por qué no expli-cás lo que nosotras no entendemos: en Asunción los abogados como vos, han dicho que en Paraguay ser pobre es igual a ser delincuente.

–Por favor, suéltenme una mano que me comen los mos-quitos… –apenas suplica el juez, olvidando su sabihondez de magistrado.

Las horas pasan y como los campesinos siempre guardan hospitalidad ofrecen, de a cucharadas y en las bocas, comida a los prisioneros. Pero el poroto negro resulta no agradarle al juez. Los labios prietos y el gesto de desprecio, casi ofenden a quienes con tanto esmero pusieron lo mejor en la olla, si hasta han cocinado con grasa de cerdo.

Y así transcurren 42 horas de sibilino escarmiento, hasta que por fin los liberan. Y también devuelven a los agentes sus uniformes y las armas arrebatadas, que los campesinos no son gente de guardar rencores ni cosas ajenas.

El juez y sus acompañantes lucen bastante mal entraza-dos cuando hacen declaraciones ante la prensa. Y la noticia cobra rápido difusión pública.

–¡Un exceso inaceptable! –aleccionan al unísono en los es-trados de la sobria Justicia, que nunca se escandaliza cuando los que padecen “lo inaceptable” resultan ser campesinos.

–Actos que nos avergüenzan a todos como paraguayos –fin-gen compungidos los “ecuánimes” funcionarios del gobierno.

–Estas mujeres quebrantaron el límite admisible, burlán-dose de las instituciones legítimamente constituidas –exage-ra soplón y ampuloso un periodista…

Ni el juez humillado ni los policías disimulan el des-consuelo. No fueron los malos tratos sino el bochorno lo que los dejó de mal talante. Declaran con pesar que fueron sor-prendidos y no pudieron repeler tanto grito ni tanta rebel-

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día femenina. ¡Cómo iban a suponerlo! Que una turba de faldas y trenzas, les iban a amarrar las manos con sogas y juncos, para dejarlos día y medio sentados sobre un rollo recién talado.

Ellas, por su lado, sólo replican que en su asentamiento no hay más comodidad que un rollo para hacer sentar a la visita. En cuanto a lo otro, apenas un sorbo de la misma “medicina” que el campesinado traga todos los días. Pero el juez no está para recreos dialécticos: denuncia a la Justicia que sufrió castigos corporales. Brama con odio que fue azo-tado. Las acusadas niegan. El letrado muestra el trasero a la Justicia para probar los dichos. Bonita prueba del delito.*

* Episodio ocurrido en el distrito de Villa Ygatimi, departamento de Canindeyu. Junio de 1998. Con posterioridad, el dirigente de la FNC Eladio Flecha reconoció ante la Justicia la presencia de marcas en las nalgas del juez; sin embargo negó que de eso tuvieran culpa las campesinas. Las atribuyó a la falta de costumbre del juez, acaso fre-cuentador de otros modelos de asientos más confortables y mullidos que un vulgar rollizo tumbado.

UN JUEZ QUE INTENTA MOSTRAR LAS PRUEBAS DEL “DOLO”. ELADIO OB-SERVA IMPASIBLE. IMAGEN PUBLICADA EN EL DIARIO ABC.

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MUJERES DEL MPRPP JUNTO A OTRAS ORGANIZACIONES POPULARES Y DEMOCRÁTI-CAS RECLAMAN SUS DERECHOS EN LAS CALLES DE ASUNCIÓN.

BELÉN IMAS, RESPONSABLE DEL DE-PARTAMENTO MUJER DEL MPRPP.

DORALINA FLECHA, TAMBIÉN DIRIGENTE DEL MPRPP.DORALINA FLECHA, TAMBIÉN DIRIGENTE

Donde se opina acerca de la historia, la cultura y algunas otras

cuestiones, como leyendas, mitos y creencias rurales

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Donde se opina acerca de la historia, la cultura y algunas otras cuestiones

De cómo TeoDora ve la hisToria Del paraguay y algunas Tareas que, Dice ella,

“el pueblo se encomenDó un siglo aTrás”

Nosotros, paraguayos, perdimos la independencia en la época de los imperialistas. Ellos levantaron en nuestra contra a los her-manos países que son Argentina, Brasil y Uruguay. Alborotaron sus ejércitos y gobiernos traidores contra nuestra Nación. Y eso fue lo que llamaron Guerra de Triple Alianza. Pueblo contra pueblo, para beneficio de los poderosos. Y Paraguay, nación nueva y próspera, con esta guerra tan desgraciada, quedó en la pobreza más grande. Después vinieron gobiernos que sólo miraron por sí y por sus amos imperialistas. Se jalaron casi toda la tierra libre, hasta conformar una clase terrateniente. Y crearon leyes para favorecerles, en resguardo de su propiedad privada. Así nació el latifundio y una miseria gran-de para el resto del pueblo. Se perdió la pujanza que en los años de Francia y más antes también hizo del Paraguay un pueblo rico, un pueblo emprendedor y libre. Con sus haciendas públicas, con su fe-rrocarril…, todita aquella experiencia acumulada desde 1811, cuan-do la independencia. Pero luego de la Guerra Grande comenzó un puro padecer, la rapiña del suelo… Tomaron la riqueza unos pocos y ahora el gran problema es nuestro minifundismo, verdad. Porque todo se volvió latifundio. Así empezaron los problemas hasta hoy. Problema de la tierra, problema de la desocupación, problema de los niños de la calle, problema de la ignorancia, problema de la mu-jer explotada, problema de la emigración…

Y desde aquel tiempo hemos querido recuperar lo que fue pro-pio y ya no. Así pasó antes y pasa también, ahora. Venimos luchan-do de antiguo por la misma razón. Una problema histórico, decimos que es. Y cuando recuperemos la tierra, cuando dejemos de depen-der de los imperialismos, recién habrá justicia para Paraguay.

ÑanDekuéra

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aquí JacinTo espínola, campesino De san peDro, revela aspecTos De la lucha impensaDa De su

pueblo por la Defensa Del iDioma y la culTura

Debajo de un sombrero alado, sobresale su perfil puntiagudo y una gran sonrisa. Jacinto Espínola es un campesino alto, enflaqueci-do, de rostro anguloso y mirada bellaca. Inquieto y locuaz, al hablar contorsiona el cuerpo y expande los brazos longilargos, pareciendo que dibuja en el aire señales eléctricas. Afincado como pequeño productor rural en la región de San Pedro. Es un dirigente hábil que lleva años abrazando la causa campesina. En cuyo camino, él admi-te, fue dejando atrás “mañas” de caudillo seccionalero, que la vieja política supo adosarle durante algún tramo de su vida. De aquel caudillo rural al dirigente de masas que es hoy, hay un recorrido largo de lucha ideológica, críticas y autocríticas que parece asumir con alegría. Bien dispuesto al conocimiento, curioso por naturale-za, también trae consigo algunas preocupaciones culturales.* Aquí unas opiniones suyas, pronunciadas al pie de un aguacate:

–Cultura es un término que los campesinos manejamos casi nada. Se me hace que la definición está determinada por lo que so-mos. Se hace necesario pensar qué somos y hacia dónde nos enca-minamos, los campesinos paraguayos, sujetos de nuestra actividad y nuestra lucha. Y ya mismo nos encontramos hablando de cultura. Llamamos así a los nuestros y nuestros recursos. En la tierra encon-tramos muchos elementos de nuestra cultura. Para un agricultor, al menos, la tenencia de la tierra es fundamental para desarrollar su cultura. No estoy hablando de propiedad en un sentido capitalista. Estoy hablando de tenencia y trabajo, compañero… eso es más

* Entre sus preocupaciones culturales estuvo el deseo de traducir al guaraní La Internacional. Algunas palabras no contempladas en la oralidad guara-nítica eran su principal escollo para cumplir la tarea, que lo ocupó larga-mente, según creemos todavía inconclusa.

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Donde se opina acerca de la historia, la cultura y algunas otras cuestiones

que propiedad. También tenemos pensado que dentro de la cultura entra la idioma, porque configura nuestro arraigo. Si digo “fulano de tal” en lengua guaraní, él ya se reivindica. No quedarán dudas de que pertenece a este lugar nuestro. Y esto, acá tiene una gran importancia. Tierra y hombre son parte de una misma cosa, según creo. Difícil explicar, pero así lo comprendemos: hombre y tierra, son cuestiones inseparables en la cultura paraguaya que es casi en-teramente campesina. La idioma, también, integra ese patrimonio necesario. Como tal, en muchos momentos históricos fue presa del arrebato. De igual manera que nos fueron quitando la tierra, procu-raron pillarnos la lengua. Algo pudieron y otro poco no… Enton-ces, la idioma también es un asunto de pelea. Sin tierras y sin idioma propio nos han preferido ellos, los conquistadores, los señores de poder. Mismo los terratenientes, entiendo que aún ahora preferirían un campesinado sin palabras… En todos los tiempos han preten-dido silenciarnos. Inculcarnos otra lengua. En el campo, casi bien difícil nos resulta hablar español. Por eso hemos defendido nuestro idioma. No sabiendo, quizá, decir con palabras importantes, pero conociendo para nosotros nomás que es una cosa buena, una cosa propia y necesaria. Así, la idioma también representa la historia de resistencia de nosotros ante el enemigo imperialista y también de clase. Aquí, en el campo, en el monte, hemos sido guardianes del guaraní. Aunque otros procuraron su olvido, no sucedió. Tengo por conocimiento que en las ciudades, ahora mismo, estudian lo que para nosotros ha sido cuestión natural, sin un propósito hablado. Fue pura necesidad nomás. Hay estudiosos, me han dicho, que le reivindican al campesino, le reivindican por esto mismo que yo ven-go comentando. Es que, por muchos años, nuestro idioma no fue cuidado por maestros sino por el monte, siendo la mayoría de los que poblamos analfabetos, verdad. El monte espeso y escondedor fue quien cuidó del guaraní idioma. Y cuando el conquistador espa-ñol se merituó para borrarlo no le fue tan posible porque el pueblo

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guardó la lengua propia como un bien necesario. Luego han busca-do una domesticación con la enseñanza. La escuela, en un tiempo, quiso meter mucha vergüenza y un olvido de nuestro guaraní. No ocurre eso ahora. Antes sí, la escuela por medio de sus programas oficiales pretendió que olvidáramos lengua y cultura guaranítica. Dijeron que era para bien nuestro, para superar el atraso. Y si en la ciudad pudo un poco más esta idea, en el campo fue resistida. Campesinos de mi edad que han ido a la escuela, sin embargo, casi no hablan castellano. ¡Guaraní hablan nomás! Llevan olvidado el castellano. ¿Por qué? Es que no han oído a los señores maestros, no le han hecho caso o no han podido comprenderle, verdad. Estos trajeron, en aquel tiempo, malos modos. Llegaron y dijeron: “tu lengua no sirve, sirve la que yo te enseño”. Y fue cosa de hablar de un modo en presencia de los maestros y de otro en la vida. En la escuela, castellano para contentar a los maestros. ¡Fuera, guaraní! Y esa enseñanza fue derrotada. Hoy se respeta nuestro idioma. Si en la ciudad hay quienes lo reprueban, ocultan y hasta desprecian; en el campo ocurre lo contrario. Para nosotros la idioma es dignidad.

el planTeo De eTelvina

En una ocasión hizo un planteo en representación de sus com-pañeros de Hachita. Expresó que los documentos partidarios debían venir redactados en guaraní. Sin embargo, en el seno del Partido se juzgó “demasiado telúrica” aquella postura. En definitiva –se dijo– los paraguayos hablan guaraní pero escriben en castellano, que el guaraní es una cuestión oral nomás. Prevaleció esa posición y no hubo textos en guaraní. Etelvina con gran humildad aceptó tal deci-sión. Apenas dijo: “Está bien compañeros. Sucede que yo letreo, letreo y no comprendo; me lo dicen en guaraní y ya entiendo todo”.

Esta campesina expresaba, con su sencillez, una dificultad real

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de muchos paraguayos, sobre todo campesinos, cuyo idioma exclu-sivo aún es el guaraní. Por lo que la educación sistemática, basada en el idioma castellano, les resultó una vana e incordiosa formali-dad. Tarde llegó la reivindicación del idioma propio. Considerado un país bilingüe, recién en 1993 se incorporó el guaraní en los pro-gramas de enseñanza básica.*

El planteo de Etelvina, aunque no prosperó, sirvió para que el MPRPP fijara posición e invitara a sus afiliados campesinos a hacer un esfuerzo: mantener el guaraní como lengua propia, pero domi-nar el castellano para no ser aislados.

reflexiones De TeoDora acerca De la lengua maDre, los profesores y las reformas eDucaTivas

Casi la mitad de la población paraguaya está recibiendo poca o ninguna educación escolar. Especialmente las mujeres, en el cam-po, demasiadas compañeras resultan analfabetas. También nuestros compañeros. Ahora mismo hay un sesenta por ciento de analfa-betos funcionales, que leen y escriben pero no entienden lo que escriben ni lo que leen, porque tenemos dos idiomas: el guaraní y el castellano. En demasiadas escuelas se enseña el español y se deja atrás el guaraní. En la casa se habla guaraní. Y los niños, entonces, no aprenden nada. Porque su mamá, su papá, sus hermanos hablan guaraní. Y en la escuela se le reta, a veces hasta se le pega, cuando

* Sobre el punto, Eladio Flecha evocó coincidiendo con los dichos del campesino Jacinto Espínola: “Hasta los años 80, aún en las áreas rurales, obligaban a los niños usar castellano y no aprendían, casi. Acudían a clase con su guaraní aprendido en el seno de la familia… Lo que le enseñaban en la escuela no ser-vía para la vida y lo que traían de sus casas era botado por la escuela… y así; ¡una pelea sin solución! Se repetía el castellano de memoria, sin comprenderlo. El maestro dictaba en castellano su lección pero cuando tenía que reprender-los usaba guaraní, que también ha sido la lengua coloquial de todos los maes-tros. Entonces, ¡toda una confusión! Ahora vamos poniendo equilibrio”.

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habla guaraní. Esto sucede en algunas regiones, en otras no…, pero hay demasiados sitios en que todavía le reprenden por hablar gua-raní que es nuestro idioma verdadero.

En los últimos años se implementó una reforma educativa y se-gún ésta se enseña a los niños el guaraní científico, llaman ellos, que no es el guaraní que hablamos nosotros. Entonces ahí vienen más problemas: ahora los niños tienen tres idiomas: el guaraní que ha-blamos; el guaraní científico que se enseña en las escuelas, que ni las maestras ni los profesores saben bien de eso…; luego el español.

Y con esta cuestión del Mercosur, un buen día los señores fun-cionarios dijeron: tenemos que aprender el portugués. Y allí fue la maestra, que no sabe nada de portugués, que no sabe de guaraní científico, que casi no habla bien el español porque su idioma ha sido siempre el guaraní a querer enseñar portugués. ¡Es un proble-ma tremendo!

Nosotros, campesinos de la FNC, estamos por el respeto a nuestra lengua, por su defensa y uso. Pero también por un mayor conocimiento del castellano para evitar la marginalidad ante nues-tros hermanos que no hablan guaraní.

JacinTo, pregunTaDo por la minga Dice que es un bien culTural hereDaDo y aún valioso para el

campesinaDo pobre

La minga es tarea productiva a la vez que educativa: haciendo y conversando. Manipulando la cosa y también estudiando. Eso es la minga en su significado más profundo. Una modalidad de trabajo arraigada en el campesinado. Valiosa desde nuestra visión y vigente, según el significado que le atribuimos hoy, como un bien cultural heredado de nuestros anteriores. Una costumbre productiva muy antigua que todavía nos presta utilidad. Y como tal la defendemos.

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Nuestro país empobrecido carece de recursos para desarrollar agricultura democráticamente. En su mayoría, los campesinos pro-ducimos para sobrevivencia. No hay tecnología accesible ni alter-nativa individual que nos facilite la tarea. Así es que empleamos naturalmente la metodología de trabajo conjunto, de jopói [regalo, donación; en este caso intercambio de mercancías], de minga. En-tonces, compañero, ella no es enteramente una tradición. Es más que eso. Perdura entre nosotros porque mantiene un principio de justeza y porque todavía precisamos de ella. Usanzas colectivas que son muy normales en el pueblo paraguayo. Toda nuestra cultura, desde su origen, tiene una base colectivista, aunque más tarde las clases gobernantes hayan intentado meternos sus costumbres libe-rales, sus modos individualistas que buen daño nos causaron. Aquí es al revés, compañero: pensamos engrandecer la cultura vieja, en-riquecerla con lo nuevo pero con lo nuevo que es bueno para el conjunto del pueblo. Y ocurre que las prácticas individualistas no van tan de acuerdo con esta situación nuestra, de puras necesidades. Un campesino pobre si es individualista, se vuelve más pobre toda-vía. Y cuanto más individualistas sus prácticas más empobrecedoras le resultan. Esto es algo sencillo de comprender cuando se es un campesino sin medios según somos la inmensa mayoría. ¿Por qué habríamos de abandonar el trabajo de minga si con él avanzamos dentro del retroceso grande que llevamos?

Las parcelas que tenemos por aquí son demasiado pequeñas. Igual, son tan amplias como para que un campesino sin herra-mientas, con su familia, apenas pueda con ellas. Entonces están las prácticas colectivas: trabajamos un día para uno, mañana para mi compadre, luego en mi parcela… todos para todos. Solamente así avanzamos un poco más que trabajando individualmente. Y tam-bién nos vamos poniendo al día con los compañeros en el plano ideológico. Con la ayuda de la comunidad se nos quita lo burro, compartiendo el saber de todos los compañeros. Lo poquito que

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sabe uno puede hacerse grande en la cabeza de todos. Un campesi-no que trabaja solo, se parece a un animal de carga. Si comparte con otro, ya es hombre que piensa y acciona sobre la comunidad. Des-pués de cada jornada de trabajo de minga, no sólo hablan los diri-gentes, no. ¡Hablan todos!, hasta los más silenciosos. Si valés para trabajar la tierra, servís para opinar, decimos siempre al compañero que se retrae. Y finalmente todos hablan porque todos tenemos ideas. Por eso el trabajo de minga es también educativo. A medida que avanzamos en nuestra práctica productiva, también avanzan nuestras ideas. Consideramos, entonces, al trabajo de minga como un dínamo que empuja hacia acciones nuevas, acciones que son planteadas en conjunto, con respeto hacia la comunidad y a cada opinión. Porque no todos somos miembros de la FNC dentro de las comunidades, pero la lucha es de todos. Entonces, en el campo, dirigente y masa se funden en el trabajo de minga. Un instante pro-vechoso, de autoelevación de nuestra lucha, decimos nosotros.

un Joven campesino De san peDro que escuchó aTenTamenTe a JacinTo, Tomó la palabra y habló

en esTos Términos

Antes de que nuestra organización campesina se fortaleciera, en esta zona teníamos un principio muy antiguo, muy natural como el jopói y la minga, que respetábamos hasta que vino la intromisión de otra cultura. Entonces se introdujeron otros hábitos y otros gustos que atomizaron nuestras mentes, debido a una cultura implantada. Es nuestra organización, la FNC, quien recupera aquellos prin-cipios basados en la tarea colectiva y solidaria, para proyectarlos hacia adelante. Conscientes que la cultura dominante no se da por vencida. Y está presente hasta en la cachaca (música cuartetera) que nos presentan como divertimento.

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Donde se opina acerca de la historia, la cultura y algunas otras cuestiones

ismael, También Joven De san peDro, Dio su parecer sobre la culTura

El problema de nuestra cultura comienza quinientos años atrás y desde la colonización, cuando fueron asesinados ochenta millones de indios. Las consecuencias que estamos viviendo ahora empeza-ron allí. El desprecio hacia los indígenas y también el autodesprecio guaranítico que nos han hecho sentir por generaciones, se traslada a nuestra vivencia campesina. Eso intentamos revertir los jóvenes, ahora, apegados a ese reclamo prioritario y básico que es nuestro derecho a la tierra.

aquí TeoDora cuesTiona cierTos argumenTos civilizaTorios y Dice que la culTura De su pueblo

apeligrará mienTras haya poDer TerraTenienTe

Debemos revisar algunos términos. Para “civilizarnos”, quita-ron nuestro modo. Eso no deja de ser una civilización impuesta, que viene de otro lado a amordazar la cultura propia. En esa cultura impuesta, para ser “civilizados” hay que estar de acuerdo con lo que adoptan las clases dominantes como cosa buena. Entonces sus opi-niones y gustos van estando presentes hasta en las comidas, la for-ma de vestir, el comportamiento paraguayo, hasta en nuestro modo de expresar arte… Nosotros, campesinos, entramos en el mundo civilizado si aprendemos a escuchar y hacer lo que ellos dicen que es bueno. El saber y hacer auténticos tienen poca importancia. Apenas vale lo que podemos incorporar del mundo “civilizado”. Civiliza-ción, entonces, se parece bastante a dominación, a sometimiento. Así también deben entenderlo en el gobierno central, cuando nom-bran un promotor cultural para que trabaje en las regiones cam-pesinas. Ellos le pagan un sueldo y ese promotor llega hasta aquí

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con ceguera pretendiendo imponernos la cultura que llaman oficial. Y ocurre que cultura, para nosotros, primero que nada es tierra. Tierra y producción. Y ahí ya está su primer problema, porque la cultura oficial no ve las cosas de tal modo. Y como además de no contemplar nuestro parecer intenta cambiarlo, vienen los choques. El sistema educativo oficial todavía no comprende la cultura del pueblo. Y será así mientras responda a los intereses de los terrate-nientes. Mientras ellos manden, nuestra cultura apeligra. La lucha del campesinado comprende también una disputa por aclarar algu-nos términos con que lo han enredado todo. Civilización no puede querer decir olvido u ocultamiento de la cultura propia.

insTanTe en el que un campesino relaTa cómo en el pasaDo, pa’i roque se aproblemó con un

cacique llamaDo Ñesu, enTonces uno acabó sanTo y oTro asesino

Bueno pues, aquí se tiene sabido que San Roque es San Roque Gongález de la Santa Cruz, que fue un pa’i [sacerdote] paraguayo. Un señor cura, muy listo que en el pasado se metió a misionar entre los indígenas. Eso nos han dicho. Y también que éste fue bien recibido por la comunidad hasta que empezó a meter religión en sus cabezas. Y a ganar sus adeptos. Entonces un día el cacique Ñesu le llama y le dice, “mirá hermano, vos aquí fuiste recibido y no tuviste en cuenta nuestra hospitalidad y nuestra apertura hacia vos y ahora estás que-riendo destruir la cultura nuestra y estás metiendo una cultura que es la tuya. Y estás ganando nuestra gente y no hagás más eso”, le advir-tió aquel cacique. Todo eso dijo, pero el cura no acata la observancia. Y ahí se queda con un acepto y que no acepto… Entonces se fueron aproblemando cada vez más en la discusión. Y como el cura siguió ga-nando adeptos el Cacique Ñesu quedó medio solo y se vio obligado

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a matarlo de un garrotazo en la cabeza. Eso cuentan que sucedió nomás. Y con el tiempo va que lo hacen santo, un santo paraguayo. Del cacique no sé otra cosa. Sólo que garroteó al Santo.

DonDe Daniel quinTana, campesino De san pe-Dro, vincula la lucha campesina con la exisTencia

innombraDa De los pueblos originarios*

Siempre supe de asentamientos indígenas en Canindeyu y en San Pedro, pero nunca antes había puesto cuidado, hasta entrar en contacto personal.* El Estado siempre quiso tapar su existencia. Y nunca nadie, en el pasado, vinculó su historia con la historia del movimiento campesino. Sin embargo ellos representan el inicio de la larga lucha por la tierra. Los gobiernos procuraron ocultar al indígena o ponerlo como recuerdo, no como presente. Es que la comprensión del problema indígena lleva a un reconocimiento inmediato de los derechos del campesinado actual sobre la tierra. Y a eso temen bastante.

Cuando llegué a una de estas comunidades que llevaban siglos resistiendo en el monte, su cultura estaba muy poco contaminada; casi hasta 1980 vivieron de la caza y la pesca. Aún quedaba algo de bosque con animales silvestres. No concebían trabajar sino para sí mismos, aun hallándose en extrema pobreza y sin posesión alguna. Pero desde el Alto Paraná avanzaron los latifundios ganaderos, vol-tearon el bosque para sembrar pasturas y aquéllos, que siempre fue-ron recolectores, que no poseían la cultura del cultivo, quedaron sin su sustento natural. Y con demasiadas creencias que chocaban con

* El campesino Daniel Quintana, antes de ocupar tierras e incorporarse a la FNC, participó en un proyecto de asistencia denominado “Guaraní”, para desempeñarse como agente sanitario en una comunidad originaria en extin-ción, en el departamento de San Pedro.

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lo que el Estado pretendía ofrecerles. Por ejemplo, no aceptaban tratar su salud. La mayoría hallé tuberculosos. Su promedio de vida, en los años 80, era de treinta o cuarenta años. La tuberculosis los mataba fácil. Lentamente perdían su energía y quedaban sentados hasta morir. Aceptaban aquel estado de debilidad como un castigo de los dioses. Algunas veces ni probaban sus propios remedios por-que entendían que era discutir una voluntad superior. No obstante tenían su medicina, algunas muy secretas, como un yuyo anticon-ceptivo que les posibilitaba tener no más de cuatro o cinco hijos. Un número muy bajo comparado con nuestras familias campesinas, siempre bien numerosas. Y ellos no han querido revelarme nunca el secreto ni admitir la existencia. Tenían demasiada desconfianza de los criollos. Se hallaban doblegados y sin esperanzas en el trato. Conservaban como única arma la mentira. Mentían todo el tiempo. Era su pura defensa. Y entonces hubo una campaña de vacunación. En un principio, se negaron muy fuerte. Me llevó tiempo cono-cer las razones: un día, me confiaron que en tiempos de la guerra del Chaco había llegado una misión religiosa con intenciones de vacunarlos. Como de inicio se opusieron, la misión lo hizo por la fuerza, con soldados. Primero obligaron a los más chicos, después a las mujeres y por último a los hombres de la comunidad. Muchí-simos murieron luego, seguramente a causa de alguna epidemia, pero ellos culparon a las vacunas. Ese recuerdo llevaban en mente. No lo habían vivido pero sí oído contar a sus mayores. Nunca más permitieron una vacuna en su cuerpo como una forma de preser-varse. Sólo pude cumplir mi campaña de vacunación cuando merecí su confianza. Dos años necesité para tal cosa y hasta compartí sus ritos y bebí de su chicha agria. Yo solía recomendarles: “sin monte, sin naturaleza van a quedar sin comida, hay que prepararse para producir.” Pero aún eran un pueblo recolector, sin labranza, casi condenados a desaparecer junto con el desmonte, ante el avance de los terratenientes.

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conversación. acerca Del pombero y oTras creencias

Ultimos días de diciembre en Asunción. Casi madrugada, sin que afloje el calor. En el patio de tierra alisada de la FNC, varios di-rigentes regionales permanecen sentados en un gran círculo. Están recién llegados de sus respectivas zonas, la mayoría hizo un largo viaje para participar, al siguiente día, en una reunión de carácter nacional. Descalzados y con sus torsos desnudos, beben cerveza al tiempo que sostienen una charla distendida. Aunque sus rostros develan mucha fatiga están dispuestos y entretenidos. De pronto, el tema es el Pombero y se produce el siguiente diálogo:

–El Pombero viene a ser el duende de la noche, lo han visto en el campo, aunque él no se deja ver más que por un descuido…

–Dicen que es bien bajito y hace muchas maldades.–En el campo se le respeta demasiado. El castiga duramente lo

que no le agrada. Y si no hay más cristianos muertos enterrados en los patios de las casas, yo creo que es por temor al Pombero. Nadie quiere que éste ronde su casa.*

–¿Y qué hace cuando aparece?–Según, él viene llegando de noche y hace una piada o un silbido

tan fino que humanamente es imposible imitarlo. O sea que no es kuimba’e [macho] común.

–Y no entendés bien de dónde viene aquel silbido. Ni modo de localizarlo. Y después también le oís como un pollito que pía por todos lados.

–¿Y qué quiere decir con eso?–Bueno, si silba nomás, que es duende de la noche y que puede ser

amigo. Que no hace daño a nadie y que solamente hará el mal a quien

* Alude a una creencia popular que esgrime que los difuntos con “faltas” con-vocan al Pombero.

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hace el mal. Porque hay que respetarse entre los que vivimos en esta tierra. Entonces el silbido es amistoso. La piada, en cambio, signi-fica que está enojado. Te está diciendo “mmmm… no me gusta lo que estás haciendo vos”. Y si relincha tenés que poner distancia, porque es señal que te va a hacer daño. Podés disculparte, decirle: “Perdón Señor de la noche, yo no quise…” Si el arrepentimiento es sincero, él ya no estorba más.

–Algunos dicen que es un ka’ygua [calabacita], morotingy [cabeza albina, casi blanco] que tiene sus características especiales. Que nace con un orificio que le permite silbar diferente; que también tiene capacidad para volverse invisible. Y que ante la embestida del hom-bre blanco sobre el monte, comienza a desperdigarse en lugares distintos como buscando su propio refugio. Es un ser pequeñito y peludo, le gusta la caña, el cigarro y la miel. Si llegás a relacionarte bien con él, te considera un amigo y te guía por camino bueno. Si te visita, no viene para el mal sino para el bien de tu familia.

–¿Y si es bueno por qué le temen?–Yo no sé…, yo no le vi nunca. Pero miedo le tienen casi todos.

No quisiera verle yo. Que así estoy bien.–En Piribebuy [escalofrío suave], mi pueblo, había un señor que

tenía un carrito y hacía su trabajo aunque era medio haragancito, tenía mujer jubilada y eso… El guardaba su caballo blanco percherón en una caballeriza angosta. Esa bestia no podía moverse allí dentro, era un “calabozo” de caballos. Y una vez, su dueño se levanta a las 7 de la mañana y le encuentra fuera de la caballeriza con su puerta candada como él le había dejado. La crin y la cola de su percherón totalmente trenzadas, ¡en trencitas así de finitas! Una artesanía de la gran puta. “Es el Pombero, es el Pombero”, comenzó a no dudarse en el vecin-dario. Yo no le he visto aquella vez ni ninguna otra. Lo que puedo de-cir es que he visto un caballo con trencitas, nada más. ¿Pudo que sea un fulano con paciencia para trenzar toda la noche? Pudo. Aunque tampoco le he visto yo a paraguayo con tanta paciencia, verdad.

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–Bueno, hechos como estos se cuentan demasiados. Cuando las gallinas están cacareando por las noches es porque es zorro, comadreja o Pombero. Y cuando es Pombero, uno se entera fácil. El no le come, le deja. Casi siempre cuelga las gallinas de un árbol con la cabeza para abajo. Y le pone las patas en horquilla. Esto hace mientras el Pombero emite su bulla burlona, que ensordece. Un daño grande suele hacer cada vez que aparece. Cinco o seis gallinas deja colgadas.

–Sí, en ocasiones también suelta caballos. A veces por burlón, pero más por castigo.

respuesTa De eris cabrera al ser pregunTaDo por las creencias campesinas

Mucho tiempo atrás se suscitó una discusión sobre estas cues-tiones y un viejo luchador social del Paraguay sostuvo con mucha suficiencia: no compañeros, el Pombero no existe. ¿Y por qué sa-bés?, preguntaron otros. Porque estuve en Moscú y allá no hay, con-cluyó este compañero bastante dogmático.

Mi camarada Eladio cuenta que, al surgir estos temas en el seno de su familia, su papá, don José Jesús Flecha, que era muy incrédulo, un materialista espontáneo, replicaba algo en broma algo en serio, “el Pombero casi seguro que no existe, sino el capitalismo ya habría hecho un negocio de él”.

Sin embargo, debemos admitir que muchos de nuestros prin-cipales dirigentes campesinos, aunque no son seres supersticio-sos y son grandes luchadores con un pensamiento de izquierda, como casi todo campesino confiesan que alguna vez han escuchado “algo”. En cualquier caso, aun los más incrédulos de estos com-pañeros no desdeñan la presencia de un “algo” que no alcanzan a descifrar. Los más “religiosos” hasta se atreven a plantear: “cómo no va a existir el Pombero, si yo escuché tal cosa y tal otra”.

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Las leyendas y creencias populares, de origen rural, abundan en el suelo paraguayo. Muchas de ellas sé que se repiten en la región, con algunas variantes y otras, con distintos nombres, presentan ca-racterísticas semejantes. O sea que no responden exclusivamente a una peculiaridad guranítica sino que son comunes a los pueblos de esta parte del continente que desarrollan su propia mitología en respuesta, podríamos decir, a los grandes misterios americanos.

Nosotros no hemos profundizado el tema, pero estamos cons-cientes que cabe hacerlo. Desde el punto de vista marxista, filosófi-ca y científicamente es incomprensible que existan los espíritus o las ánimas. Esa agregación a la materia de un componente inmaterial y esto mezclándose nuevamente con lo material, tan propio en las creencias populares, es decir: la corporización de algo que se pre-senta misterioso, es para nosotros muy complejo de analizar.

Este es un país de un gran sincretismo cultural, donde lo guara-nítico fue trastocado por la cultura del conquistador, según confir-man los estudiosos. Pero con decir esto no resolvemos casi nada, ni logramos esclarecer el misticismo actual del pueblo paraguayo.

Como materialistas dialécticos, por ahora, lo que llegamos a consensuar con nuestros compañeros es que existen sonidos típi-cos de lo que en el Paraguay se llama Pombero, que son sonidos que muchos escuchamos pero que carecemos de una explicación científica de lo que es. Hasta ahí llegamos. Conscientes que tenemos mucho por conocer y debatir sobre el conocimiento del pueblo. Por ello, pensamos que es multidisciplinario el trabajo del marxismo en el campo. Y como parte de ese trabajo no hecho están estas vivencias de los compañeros aún no explicadas. Como tal las con-templamos. Desde nuestro escaso conocimiento es incorrecto decir a nuestra gente: no, el Pombero no existe. Porque ellos, con toda razón, preguntarán ¿y por qué no? Bueno, porque no puede ser, contestaríamos a secas. Pero yo lo escucho, dirán ellos…Entonces, los camaradas urbanos hemos aprendido bastante que tampoco po-

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demos explicar algo que no sabemos, como el caso del Pombero. Algunos dicen: no, aquello que llaman presencia del Pombero es

la araña pollito que emite ese sonido. Pero tampoco hemos investi-gado a la araña pollito, para afirmarlo. Entonces debemos ser cui-dadosos. Por qué apurarnos con nuestras certezas urbanas cuando no lo son. En un proceso, que demandará tiempo, quizá podamos dilucidar todas y cada una de esas cuestiones, ayudándonos con la teoría, con la ciencia y mucho por la práctica y el saber del pueblo.

y esTanislao, campesino De san peDro, DiJo esTas palabras acerca Del JaguareTeava

También es una cosa que se le tiene bastante miedo y que, allá a

lo último, quiere decir en castellano “hombre tigre”, es el Jaguare-teava. Bueno, yo creo que es un hombre que se convierte en tigre y que sale en las noches a comer los animales. Hace mucho destrozo él. Yo no le vi nunca. El destrozo tan solamente he visto yo. Cuando llega el jaguareteava come su lengua a la vaca y luego se la encuentra con la cabeza recostada. Y según dicen no podés comer la carne porque ya está corrompida por los gusanos. Algunos veterinarios dicen que tiene las mismas características de la rabia que transmiten los murciélagos. Yo no sé decir si sí o si no. Eso nomás.

frucTuoso, También campesino, habló así De la “plaTa yvyguy”

Es una creencia vieja. Una cosa cierta, quizá; pero a algunos se les ha enfermado la cabeza demasiado con eso. Gente que ha enloquecido, casi, tratando de hallar “plata yvyguy” [bajo tierra]. Sig-nifica dinero bajo tierra, nomás. Son riquezas y joyas enterradas por

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los paraguayos, principalmente por el Ejército de López, durante la guerra de la Triple Alianza, como para protegerse del saqueo. Esa historia nos contaron siempre, entonces hay una tradición de bus-car dinero enterrado. Dicen que hay mucho tesoro bajo tierra, aquí. Puede ser verdad. Los paraguayos, hemos sido tan saqueados que tenemos costumbre de ocultar nuestras pertenencias que más valen. Hacemos pozos y enterramos, nomás.

Y dicen que eso también hicieron en el pasado los paraguayos más ricos. Entonces se alza un montón de historias que aseguran que hay mucho oro bajo la tierra. Nadie hace caso a su dueño, cual-quiera cava y busca eso. La señal es un fuego que levanta de noche la “plata yvyguy”, es como la luz mala, azul, que sube y luego cae hermosa. Mucha gente le busca, pero no sé si encuentra, ya.

la socialización De una mbóiJagua La mbóijagua es una de las víboras más temidas en el campo para-

guayo. La describen gigante y depredadora. Se narran historias terri-bles, donde mito y sucesos verídicos se entrelazan. Tanto que, quie-nes nunca la han visto, suelen describirla como una aparición mágica más que como una integrante real de la fauna silvestre. Entre fantasía y verdad hay un delgado y viscoso límite. Pero nadie duda que mide hasta 12 metros, que su cabeza es tan grande como la de un perro de porte mayor y que puede vivir hasta 200 años. Los campesinos la creen “capaz de comer vacas y toros”. Asoma –dicen– esporádica y excepcionalmente, cuando desciende la temperatura.

En Hachita, el asentamiento del departamento de San Pedro, cuya comunidad desplegó desde siempre formas colectivas de pro-ducción y consumo, sin alardear, recuerdan haber atrapado una y, “como corresponde”, haberla socializado en treinta equidistantes re-tazos que acabaron enriqueciendo la dieta de cada núcleo familiar.

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alberTo areco* Dice que con la lucha campesina se van acomoDanDo las cabezas

Al principio muchos de los que hoy estamos en esta lucha cam-pesina, tuvimos una visión religiosa de las cosas. En la lucha es que vamos acomodando nuestras cabezas, revisando ideas y creencias que en el pasado estuvieron demasiado arraigadas. Y algún rato nos acompañarán, todavía, ideas que no son enteramente revolucionarias, que nos quedan prendidas como ñuatî [espina]. Y no sólo religiosas son estas trabas. Las hay de todo tipo y conforman una cultura a des-terrar. Por ejemplo el machismo, el individualismo y otras lacras.

Mi familia viene de sentir una gran religiosidad. La madre de

* Alberto es un líder de masas. Siempre luce tranquilo y ceremonioso. Su rostro casi lampiño conserva los rasgos inconfundibles de la raza guaraní. Guaireño de origen, al momento de estas declaraciones, residía en una casa amplia de madera, en Yataity del Norte, a la vera de la ruta Nº 3 en el km. 202, junto a Teodora y sus cuñados: Juan Sixto Aguilar, Nicolasa Alvarenga, la mayoría de sus 11 hijos; Silvano Aguilar y Joaquina Alvarenga, los tres hijos de éstos, más Juana y Laureano los padres de Teodora, una anciana abuela y una hija de crianza, aún adolescente. En una de las salas sobresa-lía un cuadro con la imagen de Cristo, de quien la madre de Teodora aún era devota.

La chacra de los Aguilar, distante a un km. de la vivienda, suma 25 hectá-reas y todos viven de su producción.

Por entonces, los Aguilar-Areco sostenían una rutina de tres reuniones men-suales donde la familia planifica la producción y discutía aspectos ideológi-cos, procurando templar, sostenían “un nuevo espíritu, comunista”.

“Cualquier compromiso que vayamos a tomar en la cuestión económica –ex-plicó Alberto Areco– hacemos un esfuerzo para decidir colectivamente. Si vamos a adquirir una carreta, un buey o un caballo para hacer carancho (arada), resolvemos familiarmente. Lo mismo ante una acción gremial. Por-que es lo correcto, si bien demanda esfuerzos desprendernos de las viejas costumbres. Es difícil todavía sin violentar aquellas ideas arraigadas en nuestra casa. Tenemos a nuestra abuela, tenemos a nuestro padre y nuestra madre, también están los adolescentes y los propios niños. Estamos cons-cientes que hay diferencias, jerarquías. Pero cuando vamos a tomar decisio-nes, todos los planteamientos son válidos y procuramos que sean discutidos con la misma voluntad, dado que todos en distinto grado e intensidad, parti-cipamos de la cuestión productiva. Estamos en el principio de esta experien-cia que es una cuestión compleja”.

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Teodora ha sido una señora bien religiosa. Teodora misma fue ca-tequista en su juventud. ¿Y con eso qué? Para ser revolucionario no hace falta nacer marxista. Hoy nuestra familia se considera re-volucionaria, no precisamente marxista. Hacia eso queremos llegar. Queremos llegar a ser totalmente comunistas. Y en adelante, mucho tendremos para aprender. El comunismo, la vida en el comunismo, entendemos, es el máximo logro que puede alcanzar un hombre. Desde luego, no se dará aisladamente, un individuo, una familia, nunca van a resolver por cuenta propia el modo de producción en el que vivirán. Ello vendrá del conjunto de la sociedad.

un curso para promoTores iDeológicos en pleno campo. inTervención De alberTo areco

A la vera de la ruta Nº 3, en el departamento de San Pedro, hay un local a medio construir de la organización campesina. Allí, du-rante dos días, se dictará un curso para promotores ideológicos de la FNC. Están presentes un centenar de jóvenes, de ambos sexos, que habitan en la zona y que últimamente cumplieron una destacada actuación en las filas de la FNC. Con sus pies descalzos, ocupando una multitud de sillas y bancos rústicos, configuran un gran ruedo en un salón con piso de tierra y paredes de ladrillos sin revocadura. Aunque desprovisto de puertas y ventanas, el lugar está gratamante fresco a las 10 de la mañana de un diciembre demasiado caluroso. Un cántaro gigante de barro cocido, con abundante hierbas y agua fresca para el tereré, ocupa el centro.

Alberto Areco irrumpe y saluda con un abrazo efusivo a su compañera Teodora Aguilar a quien hace un par de días que no ve. El curso ya está en pleno desarrollo y es Teodora quien expone en lengua guaraní con mucha desenvoltura y notable despliegue peda-gógico. Por momentos se vale de un pizarrón. Allí, alguien escribió

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Donde se opina acerca de la historia, la cultura y algunas otras cuestiones

con tiza el temario del curso: Qué es el Estado. Sus funciones. Dife-rencias entre Organización Gremial y Organización Política Revo-lucionaria. Rol de un dirigente.

Tras las palabras de Teodora, sobrevienen varias intervenciones también en lengua guaraní. El debate es animado, se intercambian experiencias y pareceres en un tono más bien alegre. Las chanzas son corrientes aún en este tipo de reuniones. Predomina el carácter afable y tranquilo que es característica sobresaliente de este cam-pesinado, también extremadamente frontal y sincero a la hora de hacer planteos y críticas. Alberto, entonces secretario de la FNC, ha seguido con atención aquel debate sin dejar de celebrar cada una de las humoradas. Pasado un rato, Teodora lo invita a participar. El se dirige a la concurrencia:

“Compañeros, es posible que la burguesía no vea con buenos ojos estos cursos que hacemos. Un campesino debe saber producir y dejarse de tanto palabrerío, dirán ellos. Pero nosotros creemos que también nos debemos otro tipo de conocimientos. Si podemos tener promotores de salud, de apicultura…, de tantas otras cuestio-nes según fomenta el Estado y las ONGs, ¿cómo es que no vamos a tener promotores ideológicos? El promotor de salud aprende a colocar vacunas. Nosotros a luchar. El Estado capitalista da diplo-mas a cada promotor bien aprendido. Nos perdonarán ustedes, pero esta Federación no da diplomas con la firma de su presidente y secretario, no. El diploma nuestro puede ser la consigna ‘La lucha continúa. ¡Venceremos!’, que hoy ponemos en sus manos para que la defiendan con la teoría y la práctica. Ustedes podrán lucirla con orgullo como se lucen aquellos diplomas. Sólo que no será un papel que se les entrega de por vida. Más bien un compromiso a cada instante de la vida.

“Un promotor se diploma cuando está preparado para servir. Aquí también nos capacitamos para eso mismo, pues. Pero la masa campesina los reconocerá no por un diploma sino por su simple

ÑanDekuéra

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acción en la lucha antiterrateniente que libramos. Nuestros promo-tores tienen que llevar adelante la línea de la FNC en cada una de las zonas. Sus comunidades han confiado en ustedes y nuestra organi-zación también ha puesto sus esperanzas”.

Luego de sus palabras de bienvenida, Areco se refiere al tema central del curso:

“¿Y qué es el Estado, compañeros? Carlos Marx, un Añamemby [hijo del demonio] para los señores capitalistas, lo definió como el resultado de la irreconciliabilidad de las clases. Existe porque los hombres estamos divididos en clases sociales. Es el instrumento del cual se valen las clases dominantes para oprimir al pueblo. Nuestra Federación sostiene que el uno por ciento de la sociedad paraguaya controla el 98 por ciento de la población. Me dirán ustedes qué clase de Estado es el paraguayo...? ¿A quiénes sirve? A las Fuerzas Armadas, los terratenientes, la gran burguesía, los monopolios, a la iglesia…, lo que resta somos sus oprimidos. Dicen que debe haber leyes para el ordenamiento de la sociedad. Verdad, debe haberlas. Pero sucede que las que puede instituir este Estado desordenan... Y a partir de ese desorden se producen algunas interpretaciones erróneas. Por ejemplo: a los campesinos nos llaman usurpadores, delincuentes, porque violamos leyes que resguardan la propiedad de los terratenientes. Mejor ser delincuente de leyes antes que criminal, opinamos nosotros. Porque criminales han sido los hacedores de tales leyes que cuidan el patrimonio de los señores pero no traba-jan ni tantito por las necesidades del pueblo. Entonces ya vamos viendo que Ley es diferente de Justicia. Pero resulta que estas leyes injustas son defendidas por jueces. Los jueces que se atienen a estas leyes, sabemos, no podrán administrar justicia nunca. Sólo estarán fallando a favor de unos pocos en contra de la mayoría.

“Nosotros ya hemos definido, no por lo que dicen los libros sino por la experiencia del pueblo paraguayo, que la tierra es fuente de trabajo, sustento familiar y de desarrollo del país. Entonces ¿qué

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Donde se opina acerca de la historia, la cultura y algunas otras cuestiones

clases de leyes son éstas que la depositan en manos de un puñado de explotadores? Yo, compañeros, quiero ser delincuente de estas leyes hasta vencerlas y escribir otras más justas”.

JACINTO ESPÍNOLA, CAMPESINO Y DIRI-GENTE DEL MPRPP.

ODILÓN ESPÍNOLA, SECRETARIO DE LA FNC HASTA MARZO 2012.

MARCIAL GÓMEZ, SECRETARIO ADJUNTO DE LA FNC.

ERMO RODRÍGUEZ, DOCENTE, SECRETA-RIO DE LA OTEP.

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De buenavenTura y oTros asunTos, oíDos en un colecTivo camino a

yryvukua

“Todos tienen sed. Años enteros. Todos mastican un bocado de cielo

además de su amargura”Yanis Titsos

El sepulturero de Santaní barniza los ataúdes que van a llenar los próximos muertos del pueblo. Lo hace sin fingimien-tos en el patio de la funeraria, a vista de todo el mundo. Des-de un cartel con letras bien gordas ofrece: altar lumínico, capilla ardiente y mortajas de calidad, como si el anuncio pudiera despertar algún entusiasmo. En Santaní las casas son bajas, con paredes encaladas y portales adecentados. A media mañana su gente más antigua, sumida en un silen-cio grave, se abandona en los frentes de las viviendas para tomar tereré a la sombra de los mangos. Y permanecen ca-llados. Sin gestos. Como si fueran ellos mismos el paisaje o la postal de un almanaque perpetuo. El centro del pueblo, antiguo, sería igual a otros si no fuera por el desfiladero de construcciones jesuíticas que rodean la vieja plaza de armas. Comandancia, iglesia y una estatua generosa del fun-dador del Partido Colorado, Don Pedro Juan Caballero, po-nen importancia al casco. A poco de aquella arquitectura bien colonial, un vaho de fritanga invade la improvisada parada de colectivos. Allí, una chipera, bastante deslenguada, comer-cia los asuntos de una canasta. Su clientela son quienes llevan largo rato esperando el transporte público. Compran chipa y conversan enmarañados entre bártulos y una turba de mitâ’i de todas las edades. Todos son campesinos venidos al pueblo

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por unas horas a hacer diligencias. Tapiracuai es la única empresa de transporte que viaja

al interior de varios asentamientos en San Pedro. Un reco-rrido fatigoso, a veces también accidentado, con un rosario de imprevisiones y roturas a mitad del camino, que son la cosa más frecuente. Si bien carece de horarios fijos es raro que falle y casi siempre llega a destino.

–¡Chamigo, si vamos cargando todo, que partimos rápi-do! … –gritó el más espigado de los choferes, al poner un pie en Santaní; y levantó los brazos dejando ver dos grandes coronas de sudor en los sobacos de la camisa blanca, san-grada por el polvo. Chasqueó con fuerza sus palmas para alertar al pasaje todavía prendido a los cuentos de la chipe-ra. Garrafas, tubos fluorescentes, bebidas, una sembradora manual, tabaco, bolsas con semillas, alimentos de variado tipo, atados gigantes con ropa, un bidón con gasolina, es-trujes de sombreros, una yunta de gallinas…, y más, mu-cho más se pone en movimiento. Los campesinos siempre portan carga colorida, heterogénea e insospechada. Como si alguien hubiera pateado un takuru, todo eso se pone en danza promoviendo una gran bulla.

Un chofer calafatea con alambre una avería del mo-tor, el otro todavía carga bultos y recibe arengoso a los que traen rezago… El expreso Tapiracuai por dentro es un puro desvencijo. Huele a mala combustión, a aceite recalentado. Y el alboroto no acaba. Casi todos van de regreso a sus cha-cras; son ocupantes de tierras, colonos que llevan años en la zona. Se conocen.

–Cuando llegue salude a mi compadre en mi nombre –recomendó a los gritos un campesino de camisa despachu-rrada a la doña que se ganó para el fondo, al ruido de sus petates y una pichonera con dos gallinas agitadas.

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–Sí, pero usted avise a la kuña1 Atanasia que no olvide ha-cerse presente para mi santo que es el mes entrante –vociferó la doña acomodando las sentaderas en el último asiento libre.

–¡Cuidado, hombre!, no vaya a aplastar che ryguazu2

–advirtió la mujer a su vecino de asiento, y le pegó un abrazo a la jaula.

–Descuide doña Juliana. Yo le cuido mejor que mitâ rere-kua3 sus ynambukuéra.4

–¡Ynambu!…, qué gracia. Ya las tuviera usted picotean-do en su korapy5…

–Diga que ndakaruséi, che ryguatâ voi6 que si no…– reso-pló el ladero sobrándola.

–¡Deje de hacerse el gallito, usted! –chistó la doña inven-tando un enojo.

Los rezagados se amuchan en el pasillo. Con buen áni-mo aguantan el apretujón. Son bastante más que los que viajan sentados.

–El camino es largo pero últimamente se llega –soltó de consuelo un campesino alto y esquelético que no halló dónde sentarse. Con resignación estiró la diestra hasta un pasamanos colgante. Con la otra, aferró su par de zapatos contra el pecho. Y quedó firme como estaca, pareciendo que iba a iniciar un rezo.

–Nadie los aguanta demasiado tiempo… –se quejó corto de ánimo, sacudiendo la cabeza el muchacho que se procuró un asiento, pero tiene los zapatos del campesino rozándole la sien.

–…

1 Señora.2 Mis gallinas.3 Niñera.4 Perdices.5 Patio.6 No quiero comer, estoy satisfecho.

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–Digo, los zapatos… Para los campesinos, montarlos es como llevar la vida apretada –acota más comprensivo el jo-ven, ahora con ganas de iniciar conversación.

–Tiene verdad, jovencito –se entusiasmó el viejo de som-brero karanda’y7 del asiento delantero, girando el pescuezo hasta toparse con los ojos del mozo–. Se lo aseguro: yo por-que vengo al poblado, que sino… ya iba a usarlos. ¡Campe-sinos pynandi8 eso es lo que somos!

El hombre remató la frase con una carcajada estridente, lleno de complicidad con quienes le rodean. Escudriñó a casi todos pero se dirigió nuevamente al joven, semblanteándole la vestimenta de pueblero:

–Tal vez el karia’y9 va al campo por un paseo…–No. Soy maestro, es por trabajo –soltó el otro. –Ah…, maestro –replicó el viejo, asintiendo con la cabeza.Por las ventanillas desfilan los últimos solares de San-

taní. En un murallón blanco se lee una antigua pintada revenida por la humedad: “Yo voto por la soveranía popu-lar” y más abajo, con más firmeza ideológica que exactitud ortográfica:“Voto proteta MPRPP”.

Por aquí ya no se visualizan restos de la impronta jesuí-tica. Las casas son de puro listones de madera rebanada. Algunas están pintarrajeadas de rosa, de verde agua o ce-leste… con su atrás repleto de madreselvas y jazmines, res-guardando el hoyo seco10 . Desde el colectivo, se adivina el frescor de las arboledas tupidas.

Insistidor, el maestro arremete por su cuenta:—Los jesuitas anduvieron por estos lados. Levantaron

7 Cierta palmera.8 Descalzos.9 Joven.10 Letrina.

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muros, trajeron su arquitectura bonita. Pero una vez que se marcharon, el pueblo paraguayo volvió a lo suyo. Levantó sus casas de madera, según su antiguo modo. Se obstinó con su cultura y su lengua. Aquí, en el campo, casi hablan ente-ramente en guaraní. Un idioma dulce, bien poderoso –con-cluyó profesoral.

–Y usted, ¿de dónde es, mozo? –se entrometió el viejo, midiéndolo.

–De Villarrica, señor. Pero acabé mis estudios en Asunción.–Ah…, la ciudad. Tan llena de funcionarios melindrosos,

verdad –dice el viejo con sorna.–Cierto –admitió el maestro y echó los ojos por la ven-

tanilla. Ya era campo abierto, con el sol estampándose de lle-

no en la carrocería del Tapiracuai. Algunos desplazan las ventiletas, esperanzados en una brisa, pero una bocanada de polvo rojo invade el colectivo. Andados unos kilómetros el sopor rebulle y vence los ánimos. Con el traquetear se dislocan los cuerpos ganados por el cansancio. Mujeres y hombres traen rostros demacrados, curtidos, con un rictus de agobio antiguo. Pocos se resisten al sueño y vuelcan mi-radas vacías al campo donde, detrás del polvo, se alza el mandiocal.

–Va a llover –avisa una madre con un niño pequeño en brazos prendido a la teta y tres más que le rodean las fal-das–. El viento está del norte y el aire ya huele a agua…

Los despabilados acreditan su diagnóstico. Unos nuba-rrones cubren el cielo. Es ese instante en que se aquietan hasta las iguanas y el campo es más silencio que nada.

Algo sofocada, la mujer busca resollarse y se abanica con un pañuelo. Con la vista señala el camino. Avisa al resto:

–Hay pasajero nuevo.

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De un atajo lateral viene llegando un campesino, ha-ciendo señas aparatosas con el sombrero. El colectivero mermó la velocidad para que monte de un brinco. Los que van parados se apretujan otro poco. El hombre parece ex-hausto, atragantado con el polvo.

–Che tapykue tapérehe…11

–Yo te eché de menos– chanceó el chofer.El viejo de adelante repasó con la mirada al recién llega-

do y, en un soplo de voz, desliza a su vecino de asiento:–Na itiri, che irû…12

Con el batifondo, se despertaron algunos viajeros y no se tardan en echar a correr una guampa con tereré. La conver-sación, de un asiento a otro, se pone animosa.

–En Santaní he visto a doña Chimi en su casa nueva. Ella se concubinó con un karaiguazu13. Sí, un señor bien li-najudo parece.

–Como no sea un patrón omanda13 pero sin plata… –¡La ocurrencia! Si hasta tiene baño moderno, su casa.–Igualita a mi óga.15 Ya extrañarán sus sentaderas el

común…16

La jarana se extendió.–Al cabo que los paraguayos nos diferenciamos por las

cagadas. ¿Usted, jovencito, sabe que el campesino tiene su cagada más fuerte que la de los puebleros? –suelta con picar-día un campesino de barba retintosa, probando al maestro que apenas sonrió.

11 Me atrasé en el camino.12 No tiene nariz, mi compañero; señal de que tiene lepra. 13 Señor principal.14 Con poder, que ordena.15 Casa.16 Baño de pozo.

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–¡De tanto comer mandioca, pues!… –replica alguien de más atrás y casi el pasaje completo celebra la ocurrencia.

–¡Un respeto! No hay que ser malhablado –reprendió una mujer mayor de cabellera bien apeinetada; igual rió con gus-to y pasó el tereré al chofer.

–Será malhablado pero está diciendo cosa de verdad –justificó el viejo del sombrero karanda’y, como para encau-sar la charla por un costado más serio–. A mandi’ó17 vivimos la mayor parte de la vida. Eso producimos, eso también co-memos. Y el mingáu...18, un lujo para golosos…

Siguió un silencio largo que solo él volvió a romper:–Observen estos campos. Arde la vista de tan espaciosos,

¿cierto? Ese maizal ya casi se inclina de tan maduros los choclos. Y cuando suene la ñakyrâ,19 habrá un terrateniente haciendo cálculos.

Al advertir que lo escuchaban atentamente el viejo, des-pués de un suspiro, arremetió con sus recuerdos:

–Conocí estos campos cuando olían a perfume de guavira-poty.20 En ellos vivía una comunidad indígena que juntaba, en las mañanas, los frutitos dulzones del guavirami21 que, en el fondo, saben sabrosos como una uva. Aquella gente muy tranquila provisionaba sus ajaka’i22 y a nadie molestaban…

–¿Les conoció usted? –quiso saber más el maestro.–Cuando no tenían paz ni eran dueños de lo suyo… –soltó

el otro haciéndose el misterioso.–¿Qué quiere decir? –tiró de la lengua el joven.–Todo esto, hasta el borde del Río Kuruguaty, tuvo en

17 Mandioca.18 Postre de leche, azúcar y mandioca.19 Cigarra que anuncia que están madurando los choclos y las sandías.20 Flor blanquecilla del guavira.21 Arbusto de dulce fruto aromático.22 Cestillos de junco.

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sus manos La Industrial Paraguaya. En la ribera instaló su puerto, allí se cargaban las chatas a vapor con yerba mate o despachaban madera por jangada hacia territorio argenti-no. Los nativos fueron perdiendo el monte y acabaron alqui-lados por la Industrial como esclavos, casi. Su trabajo fue hachar, de mensú en los yerbatales o jangar el río. La muerte o la explotación infinita, su perra suerte. Una tan mala como la otra. Cuando declinó el poderío de la Industrial, ellos que-daron ahí, reducidos, pobrecitos y enfermos… Volvieron al guaviramí y a un silencio lleno de pena…, –acabó el viejo en un tono de voz cavernoso.

El micro roncó repechando un arenal, el joven maestro se distrajo mirando de refilón el campo. Contempló la espesura del pasto colonial, sin rastros de la selva de la que hablaba el viejo.

–¿Y que ha pasado aquí, luego? –preguntó.–¡Caramba! ¡Caramba con el maestrito! –repite el viejo

casi burlón–. Quiere saberlo todo de un tirón…Con el revés de una mano frotó el arrugue de su frente

sudada y se acomodó en el asiento para continuar el relato:–Bueno, usted no ha de tener edad para recordarse. En

la última dictadura el Estado compró parte de las extensio-nes de la Industrial Paraguaya y otras confiscó. Se rumoreó que con propósito de entregarlas al pueblo sin tierras. ¡Qué va!, fueron a mano de familias ligadas al oficialismo que ni siquiera se posesionaron. Reunieron miles de hectáreas por monedas y un par de años más tarde las vendieron en el ex-tranjero a buen precio. Un acto de especulación que amparó el propio dictador Stroessner, ¿comprende?

El viejo encrespó las cejas antes de seguir:–Pero una cosa, jovencito, son los papeles y otra la vo-

luntad de los hombres. En tiempos de las Ligas Agrarias,

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a empellones se fueron asentando. Y pudieron hacerlo por-que entonces nadie se atrevía a adentrarse hasta aquí. Fue una batalla demasiado grande, no tanto contra la ley como contra la naturaleza. Kilómetros de a caballo y a pie, de in-cógnito, por las noches, hasta ganarse en el monte más ce-rrado. El hombre que fue picado por una víbora allí nomás dejó la osamenta…, no había otra medicina que comerse un mbarakaja23 y había que hallarlo. ¿Alimentos? Los del monte nomás. ¡Hasta los monos empezaron a faltar! Una alegría, para aquellos hombres, probar un plato de porotos sin sal. ¿Agua?, del río. Y para beberla hacía falta caminar tres o cuatro horas. ¿Por cama?, el suelo… Así principia-ron las ocupaciones en esta zona sin que en Asunción se corriera la voz. Le sucederían otras después hasta poblar medianamente el lugar; pero ya ve, aún falta. Demasiada tierra hay aquí…

El viejo cabeceó con fastidio señalando el campo sin lími-tes, sin chacras, el puro verdor juntándose con el cielo a pun-to de desplomarse. Pero la conversación se truncó cuando al costado del camino se divisaron unas cruces de madera. Las mujeres se apresuran a santiguarse y los hombres descubren sus cabezas, en son de respeto.

–¿Por qué están?… –quiso saber el joven maestro, rom-piendo el silencio.

El paraguayo de los zapatos en la mano abandonó la mu-dez. Con una voz carrasposa dijo:

–En tiempos de la Industrial…, un pobre desgraciado que se aproblemó con los capangas. Huyó, pero antes supo procurarse un recortado. Luego se escondió en una enrama-da. Descansaba cuando lo hallaron cinco gendarmes, y de

23 Gato, se come contra la picadura de víbora.

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nada les valió. El hombre fue mucho más veloz y mató a cuatro antes de escabullirse por el Río Kapi’ívary.

–Y sí…, es demasiado triste la vida de un mensú… –co-roló el viejo, rechupando la bombilla del tereré.

El de los zapatos quiso completar su relato: –Dicen que ahora es un lugar señalado para los que quie-

ren ser imbatibles. Que esas cruces guardan poder… –¿Poder? –descreyó el maestro.–Contra las heridas de bala. Parece que aquel mensú

supo limar hueso de un niño muerto y su polvo logró santi-ficar en misa, metiéndose debajo de un altar… De ahí, le ha llegado la gracia para ser imbatible.

El viejo del sombrero meneó la cabeza con descreimiento:–Puras habladurías. Hazañas que le ponen a un hombre

corriente. También, en un tiempo sentí decir que Buenaven-tura era capaz de desenterrar los muertos y de devolverles la vida para luchar junto a los sin tierra. Nada de eso se ha visto ni comprobado, que yo sepa.

–¿Y quién es el Buenaventura, ese? –indagó la mujer de los niños.

–¡Era!… Tiempo que es muerto –replicó el viejo sin voltear-se–. Tal vez usted sea demasiado joven para saber de él…

–Un salteador común –rezongó el hombre de los zapatos prietos en el pecho.

–Habrá sido. Pero con su modo primitivo de lucha inten-tó poner manos en el desajuste histórico. En aquel orden que pone de rodillas a tanta gente en el portal de la opulencia latifundista –pontificó algo ampuloso el viejo.

–¿Pero qué tanto hizo aquel hombre, se puede saber? –in-terrogó el maestro con ansiedad.

El viejo adrede demoró la respuesta:–Casi nada, joven. Buenaventura era analfabeto. Según

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su nivel de entendimiento trató de hacer justicia, como pudo. Robaba el ganado de los ricos. De a caballo y con un Fal del que se agenciara vaya a saber cómo. Luego repartía las reses entre los más necesitados. Un día lo apresaron y fue a dar a una cárcel. Allí le apalearon hasta que sus huesos sonaron a leña seca. El juró ante sus propios verdugos, “si salgo de aquí voy a continuar con lo mío”. Dentro y fuera de la cárcel hubie-ron valientes que trabajaron para rescatarlo. Fue protagonista de una fuga muy celebrada. Y ese hombre, ya libre, cumplió. Murió haciendo su faena contra los ricos, una noche…

–¡Qué historia! –murmuró tocado el maestro.– Y bien cierta… –sentenció el viejo.Miró a todos buscando complicidad y lanzó otro de sus

alegatos pomposos: –En este Paraguay el bandolerismo se extendió por los

montes. Hubo una ráfaga de nombres que fueron esperanza. Eran hombres de un coraje personal. Olvidables, si usted quiere, pero que iluminaron el rostro y el corazón de tanta gente. Esos salteadores medio brutos y algo pokovi24, dispu-taron a los ricos el suelo, mismo su ganado en provecho del hambre de tanta gente.

–Eso es verdad, asintió como para correrse de sus ante-riores dichos el viajero de los zapatos en la mano.

–Y Buenaventura –insistió el viejo– fue uno de los últimos salteadores que corporizaron el reclamo agrario más primiti-vo. Un bandolero social que, a su manera, expresó la protesta rural de un campesinado desorganizado. Hoy es distinto.

–¿Y qué es lo que existe hoy? –inquirió el maestro.–Bueno, la Federación Nacional Campesina –retrucó el

viejo con orgullo y cerró el pico por un rato largo.

24 Ladronzuelo.

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De pronto, un viajero se adelantó hasta el chofer y secre-teó algo a su oído. El expreso Tapiracuai detuvo la marcha en pleno camino y todos los hombres descendieron a orinar. Allí, el maestro advirtió que el viejo parlanchín cojeaba de una pierna. Discreto pasó revista a aquel grupo de hombres que en fila meaban casi pegados a la carcasa del colectivo. Tal vez el viejo estuviera mintiendo, tal vez fuera un embus-tero que buscaba impresionarlo con sus cuentos sibilinos. No pudo evitar ese pensamiento, antes de sobreponerse. El viaje continuó y su cabeza otra vez estuvo atenta a los dichos de aquel hombre canoso , tan lleno de palabras.

–Ahí tiene otra, joven –interrumpió con un grito la mu-jer de la jaula, señalando hacia el camino. Entonces todos divisaron una nueva cruz a la sombra de un árbol. Alguien cuenta que allí se suicidó un desesperado. La mujer de la jaula, por lo bajo, se encomienda al santuario.

–Recuerdo esa muerte –no se contuvo el viejo–. Era tan pobre el infortunado que en su novenario no repartieron más que chipas y mandioca sancochada.

–Vaya, miseria… –lamentó en voz alta la mujer de los críos.

El maestro iba a decir o preguntar algo, pero el conductor frenó en medio de una nube de polvo y se dirigió al viejo:

–Ahora pare con su lata que me lo va confundir al maes-tro. Además –avisó al joven– debe bajar aquí. Pregunte para llegar al asentamiento si no va a perderse… Son quince o veinte kilómetros de caminata.

–Buenas tardes a todos –saludó el maestro abriéndose paso para descender.

–Que tenga suerte –gritó el viejo. El cielo se resistía a descargar agua. Antes de que el Ex-

preso Tapiracuai reanude la marcha, chistó un kavure’i.

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Texto viñetaTexto viñeta

ERIS CABRERA, FUNDADOR DEL MPRPP. ANTIIMPERIALISTA Y REVOLUCIONARIO IN-FATIGABLE. AQUÍ, CONTEMPLANDO EL INGRESO A ASUNCIÓN DE UNA IMPONENTE COLUMNA DE CAMPESINOS.

Donde Eladio toma la palabra para hablar de Eris,

del presente y el futuro paraguayo

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Donde Eladio toma la palabra para hablar de Eris, del presente y el futuro paraguayo

La muerte del camarada Eris, a sus 45 años, en el 2002, como toda muerte fue imprevista. Ninguno de los integrantes del MPRPP pensábamos que Eris nos iba a dejar. Estábamos entrando en un momento de discusión política-ideológica para fortalecer el Partido y así poder vanguardizar el movimiento de luchas populares que sacu-dían al Paraguay. Justo en ese momento, cuando íbamos alineando los planteos para que el Partido sea vanguardia, él muere. Fue un golpe muy duro para todos nosotros, porque Eris era un general dentro del Partido. Era su timón. Muy conocedor, estudioso del marxismo y gran articulador de éste con la práctica. Nacido en Piribebuy, un pueblo de Cordillera, donde hizo sus primeras incursiones en la política, al calor de las Ligas Agrarias, mientras era un estudiante del secundario. Bien temprano se incorporó a la vida laboral para desempeñar múltiples oficios. Así llegó a ser obrero metalúrgico en la ciudad, mientras par-ticipaba activamente en sucesivos agrupamientos contra la dictadura del general Stroessner. En aquella etapa se dio nuestro encuentro. Y fue quien planteó en nuestro núcleo inicial la importancia de armar una herramienta política, el partido de clase.

Murió mientras cumplía una tarea militante, en circunstancias que recibíamos, como parte de un intercambio de experiencias, a una delegación con compañeros de la Argentina, de la Corriente Clasista y Combativa (CCC) y de la Federación de Trabajo y Vivien-da (FTV) encabezada por el compañero Juan Carlos Alderete y Luis D´Elía respectivamente.

El camarada Eris estaba a cargo de la coordinación de esta visita. Los compañeros de la delegación argentina tuvieron problemas apenas pisaron suelo paraguayo. Ya en la aduana, en Puerto Falcón, fueron demorados, molestados con controles de documentos y otras cuestio-nes formales. Molestias que se repitieron durante todo aquel viaje por nuestro país. Desde algunos medios de prensa se desarrolló una cam-paña contra esta visita, diciendo “viene una delegación de garroteros argentinos”, cambiando el término piqueteros por garroteros.

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Eris, esa vez, se estableció en la ciudad de Caaguazú para coordi-nar la visita de la delegación a distintos asentamientos campesinos. La tensión provocada por el hostigamiento del gobierno terminó originando un problema cardíaco en el camarada Eris, quien fue internado en un sanatorio de la ciudad de Caaguazú el viernes 6 de septiembre por la tardecita. Nosotros estábamos en ese momento en Asunción. Enterados, nos trasladamos a Caaguazú. Cuando lo veo a Eris en el sanatorio, a eso de las 5 de la mañana, me dice “añe-ñanduvai che ra’ á” [me siento muy mal amigo]. El doctor me dijo luego “ya no tiene más vida”. Entonces les dije a los compañeros que había que trasladarlo inmediatamente a Asunción. En el curso del viaje de Caaguazú a Asunción fue acompañado por Belén y el compañero Odilón Espínola. Eris se ahogaba y el oxígeno de la ambulancia estaba agotado. Llegó muy mal y a las 9 de la mañana nos llaman por teléfono avisando que había fallecido. Su muerte nos causó un enorme dolor. Y más allá de lo afectivo, representó una pérdida sin igual para nuestra causa. Para los explotados de este suelo y aun para los principios emancipadores de todos los pueblos oprimidos de nuestro continente, que siempre tuvieron en Eris a un camarada lúcido y dispuesto a luchar. Un revolucionario con gran-des cualidades y un coraje personal que lo distinguía del común.

Apenas muerto Eris, nuestro Comité Central eligió de manera provisoria un nuevo secretario general del Partido, responsabili-dad que recayó en mi persona. Nunca había pasado por mi cabeza que podría ser un secretario general del Partido. Más que nada por mi formación, muy campesinista. Mis primeras lecturas del mar-xismo-leninismo me hacían pensar que los campesinos pequeños productores eran un sector reaccionario. Esta era la opinión, por aquella época, de la mayoría de los partidos de izquierda. Luego fui comprendiendo que ésa era una interpretación dogmática y que, en realidad, el campesinado es en nuestro país la fuerza principal.

Así que asumí la secretaría general provisoria, entendiendo que

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Donde Eladio toma la palabra para hablar de Eris, del presente y el futuro paraguayo

debíamos seguir con la discusión en la que veníamos en vida de Eris. El Partido tiene un proceso lleno de aciertos y errores. Y ana-lizamos los errores, en particular, para seguir aprendiendo. Y a los aciertos los vemos como elementos principales para profundizar nuestra línea.

Ante la muerte de Eris asumimos colectivamente el compromi-so de construir un partido verdaderamente revolucionario que lu-che por la toma del poder en nuestro país, tarea que ahora debemos continuar más que nunca.

Pocos meses antes de morir Eris, habíamos decidido impor-tantes cambios en la distribución de los cuadros partidarios. Entre ellos mi salida de la presidencia de la FNC para abocarme de lleno a las tareas del Partido.

Es que, en épocas de la dictadura, habíamos vislumbrado al cam-pesinado como una fuerza poderosa, donde sectores oportunistas, movimientos políticos y ONG´s ponen su interés para sacar su pro-pia tajada, casi siempre al margen de los intereses de la masa. Enton-ces, en esos años, resolvimos que los principales cuadros del Partido debían concentrarse en las organizaciones campesinas para librar la discusión con aquellos sectores, que en muchos casos tenían presen-cia activa dentro de la CONAPA y aun luego en la FNC. La militan-cia de nuestros principales cuadros partidarios en el seno del FNC fue imprescindible para garantizar una línea combativa y de clase.

Yo fui parte de esa militancia, en los tiempos de la CONAPA y luego en la FNC, hasta que el Partido evaluó que la organización campesina ya garantizaba una línea de clase, combativa, etc. Y que nosotros, los principales cuadros del Partido, habíamos cumplido un ciclo dentro de la FNC. Entonces fue el momento de pasar a fortalecer el organismo partidario. Claro, esto fue posible porque ya había una nueva camada de cuadros dirigentes, muy valiosos y combativos, que podían tomar las riendas de la FNC; compañeros como Odilón y Marcial Gómez, entre otros.

Ñandekuéra

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Y fue así que, en pocos meses, debí afrontar dos grandes cam-bios en mi vida personal: dejar la FNC y asumir como secretario general de Paraguay Pyahurâ.

Lo primero no me sorprendió porque ya lo veníamos discutien-do. Todos los compañeros estaban conscientes de que teníamos que dejar la presidencia de la FNC. Aunque en algunos sectores de la masa hubo cuestionamientos a esta decisión: preguntaban la razón por la cual salíamos. Estas discusiones se saldaron en un Congre-so Extraordinario de la FNC, cuando dejé mi cargo al compañero Odilón Espínola.

Sí me resultó sorpresivo asumir la Secretaría General de Para-guay Pyahurâ. Era una gran responsabilidad ya que el vacío que dejaba el camarada Eris era muy difícil de llenar. Honestamente, el compromiso me asustó, pero eso tampoco me hizo desistir de la responsabilidad que se me planteaba.

Me preocupaba también, un poco, el cambio en mi vida perso-nal y familiar. Ya que como dirigente gremial campesino, aún vivía asentado en mi chacra. Pero este nuevo compromiso era bastante más complejo que el trabajo gremial. En mi cabeza tenía el pro-blema de cómo se iba a resolver eso, no sólo en lo personal y en lo familiar, sino en la propia convivencia con mis compañeros de asentamiento. Finalmente pude armonizar este compromiso políti-co con mis características de vivencia. Luego, en una Conferencia del Partido, me pasaron de provisorio a permanente en el cargo de secretario general, con lo cual aumentaron mis obligaciones.

Pero todas estas cosas no me han hecho cambiar mi manera de ser; es decir, de un campesino acostumbrado a vivir de su tie-rra. Sigo trabajando en mi chacra aunque muchas de las tareas son realizadas por mi familia, debido a que una parte importante de mi tiempo transcurre en viajes, reuniones… Y así vamos nomás, mirando hacia adelante. Por un nuevo Paraguay. Ese que está en los sueños y las aspiraciones históricas de nuestro pueblo más ex-

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Donde Eladio toma la palabra para hablar de Eris, del presente y el futuro paraguayo

plotado y sumergido. Sé que por el camino de la reforma agraria algún día llegará la hora de hacer realidad todas esas tareas agrarias, antiimperialistas, democráticas y populares que se requieren para que nuestra nación sea libre de verdad.

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Nota del autor

Desde la aparición de este libro, en marzo de 2008, hasta la presente reedición, el movimiento campesino continuó su curso histórico. Realizó con regularidad las marchas anuales. Fijó posición y accionó ante cada acontecimiento político, eco-nómico y social con relevancia en la vida nacional. Mantuvo el reclamo de refor-ma agraria sin abandonar reivindicaciones coyunturales. Cautelosa, su dirigencia caracterizó la caída del partido Colorado después de 60 años en el desempeño del gobierno como “un hecho político importante”. Sin embargo, denunció que la estructura estatal y los sitios en los cuales se toman decisiones siguen “minados” por hombres y mujeres del coloradismo.

Se posicionan distantes y críticos del gobierno de Fernando Lugo, quien en 2008 accedió al poder con una alianza principalmente entre el partido Liberal (ex-presión de un sector de las clases dominantes del Paraguay que históricamente pugnó con el coloradismo por la administración del poder) y Tekojoja [andar en igualdad], un conglomerado de fuerzas consideradas populares o “progresistas” pero con escasa estructura e incidencia en las decisiones gubernamentales.

Aun caracterizando a dicho gobierno de “débil, amañado y sin voluntad para aliarse con los sectores populares”, el campesinado que se alista en la FNC, sin dejar de exponer reclamos y críticas, asumió públicamente que si el Presidente opta cumplir sus promesas electorales (Lugo incluyó en su plataforma una refor-ma agraria) respaldarían la decisión con todas sus fuerzas y convicciones, contra la derecha reaccionaria que se opone. Sin embargo hasta la prensa tradicional, mofándose, opinó que la reforma agraria de Lugo, parece haberse quedado “sin combustible antes de empezar”.

La endeblez del gobierno, su “falta de confianza en las masas, el tipo de alian-zas que ha entramado con monopolios internacionales”, hacen que los campesinos no vislumbren el mejor resultado.

La riqueza continúa en manos de una escandalosa minoría y se agudiza la po-breza en los sectores populares. En el campo, la producción tradicional se desguar-nece ante el avance arrollador de la soja, cultivada en grandes áreas por poderosas empresas agrícolas, muchas de procedencia internacional. Estos “productores” so-jeros acaparan lo principal de la tierra productiva, acentuando la extranjerización de la economía y del suelo, a la vez que un masivo desplazamiento de pequeños campesinos, definitivamente marginados del proceso productivo nacional. Situa-ción que dio origen a una nueva emigración masiva, principalmente hacia la Ar-gentina, donde los paraguayos suelen ser mano de obra barata en la construcción, el servicio doméstico, y también víctimas de la trata de personas. Atendiendo este

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estado de cosas la FNC y las organizaciones que la acompañan también extendie-ron sus brazos hacia este país vecino promoviendo la creación de la Asamblea de Inmigrante Paraguayos.

En su patria, en los años más recientes, avanzaron en la organización de sus jóvenes; también fueron motor de encendidas luchas populares. Una muy impor-tante, por la salud materno infantil, culminó con la conquista del decreto 10.540. Pero en ese proceso las mujeres hicieron una intensa experiencia como militantes. A partir de esa práctica y de las difi cultades halladas, ellas introdujeron un nuevo tema de debate: el machismo, enquistado profundamente en la raíces de la socie-dad paraguaya. Sin dudas latente en cada núcleo familiar, pero también en el seno de los organismos de masas. El planteo, aún en curso, caló en lo más hondo de estas organizaciones hasta revolucionar sus propias estructuras internas, compro-metidas desde entonces en una vigorosa campaña de autocrítica y rectifi cación: hoy, las actitudes machistas tanto como el oportunismo económico y sexual son cuestionados con severidad. Está de más apuntar que son las mujeres quienes llevan con mayor vigor y entereza este interesantísimo y original proceso interno de transformaciones –abierto y de cara a la sociedad–, sin descuidar los objetivos superiores de cada organización. Fruto del destacado protagonismo femenino, en el Congreso Ordinario de la FNC realizado en marzo de 2012, más de 500 delega-dos, tras dos días de debates, proclamaron un nuevo Comité Ejecutivo Nacional encabezado por Teodolina Villalba, una campesina de 35 años oriunda de San Pedro; primera vez que una mujer accede al cargo de mayor jerarquía interna en 21 años de historia de la FNC.

TEODOLINA VILLALBA, PRIMERA MUJER QUE PRESIDE LA FNC.

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Vocabulario

Al reproducir términos del guaraní (lengua originariamente ágrafa), en este libro se procuró respetar la omisión del acento ortográfico. Entonces no pre-sentan tilde las palabras que se pronuncian con acentuación en la última sílaba, con excepción de las españolizadas por su uso frecuente. Por ejemplo: “guaraní”. También prescindimos del empleo de diéresis (¨). Así se encontrará “pyrague” y no “pyragüé” como escribiríamos en lengua española según sugiere el sonido. Con el empleo del apóstrofo-pusó (’) y del circunflejo (^), se conservan todavía algunos acentos ortográficos en palabras llanas y esdrújulas (“opáma”,“ikaraímapa”). Y aunque se apela a la letra “c” en vocablos españolizados, para los casos restantes se optó por el grafema “k”. Por lo que encontrará “Caaguazú” pero también “ka’aty” y “kokue”.

aajaka’i: cestillos de junco.aña: diablo.añamechu: caramba.añamemby: hijo del demonio.añeñanduvai che ra’a: me siento muy mal amigo. avati pororo: palomitas de maíz.

cCaaguazú: (Depto.) monte grande.Canindeyu: (Depto.) pájaro amarillo, abundante en la zona a la que le ha dado su nombre.Cururuo: afluente del Río Kapi’ibary.che ñohápe: en soledad. che ryguazu: mis gallinas.che tapykue tapérehe: me atrasé por el camino.Chimi: apodo (antiguo) de Simona.

eEstero porâ: estero lindo.

gguavirami: arbusto de dulce fruto aro-mático.

guavirapoty: flor blanquecilla del Gua-vira.

hhekoreíva: vago, haragán.hevipemi oikove: le queda un resto de vida.hupi: alzar.

iikaraímapa: ¿ya está bautizado? ipy’a mirî: cobarde.

jjapúva: embustero, que miente.je, jekora’e, ndaje”: se dice, corre el rumor.jopói: regalo, donación; en este caso inter-cambio de mercancías.jukaha: asesino.

kkapi’i: paja.kapi’i cedrón: infusión natural.kapuera: superficie desmontada, sin cultivo, con maleza natural revenida.karaiguazu: señor principal.

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karaku: tuétano. Núcleo, centro de la cuestión (médula).karanda’y: cierta palmera.karia’y: joven.ka’aty: yerbalka’u:borracho.kavichu’ i: avispa.kavure’i: pájaro. Cuya pluma en el bol-sillo de un varón, asegura cierta creencia popular, atrae a la mujer.ka’ygua: calabacita.kokue: chacra.kopi: escardar pasto con machete o foi-za en vez de azada.korapy: patio.kuehe mitâkuñami: ayer niña.kuimba’e: hombre.kuña: señora.kuñakarai guazu: señora principal.kuñataî: muchacha. kure: cerdo.kururu: sapo.kyju: grillo.

mmandi’o: mandioca, el “pan” paraguayo.manduvi maimbe: maní tostado.mbarakaja: gato.mbarigui: insecto parecido al mosquito.mbogueha Dios: dios apagador. mbóijagua: animal de la mitología guaraní con cuerpo de víbora y cabeza de perro.mboja: arrimado, cerca.mboka: arma de fuego.mburuvicha: jefe.mbyjape: hostia.ména: esposo.milhombre: liana que en infusión pro-duce gran apetencia, por eso la llaman milhambre.

minga: trabajo grupal, solidario, en ayuda de. mingáu: antiguo postre de leche, azú-car y mandioca.mitâ: muchachos.mitâ’i: niño pequeño.mitakuña’i: niña.mita’ikuéra: niños.mitâ michî: chicuelo.mitâ ñanandy: niño del yuyal.mitâ pynandi: niño descalzo.mitâ rerekua: niñera.morotingy: cabeza albina. Medio blan-co, casi blanco.muâ: luciérnagas.

nna itiri, che irû: no tiene nariz, mi compañero; señal de que tiene lepra. nde irûnguéra: tus compañeros. ndakaruséi, che ryguatâ voi: no quie-ro comer, estoy satisfecho.

ññandekuéra: todos nosotros.Ñesu: nombre de un cacique (arrodi-llarse).ñakyrâ: cigarra.ñe’emby’y: hablar de más.ñembyahyi: hambriento.ñuatî: espina.

oóga: casa.okára: afuera, patio.ogakorapy: cerco.ogaroka: patio.omanda: tiene poder, que ordena.omaña yvyre: mirando al suelo.ombojojáma ikupy: está muerto.opáma: terminó.

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ppa’i: sacerdote.Piribebuy: (Ciudad de) escalofrío sua-ve.pokovi: ladronzuelo.pyahurâ: por un nuevo.pynandi: descalzo.pyrague: soplón, delator.

rrora: comida típica: queso, maíz, aceite, agua.rora kyra: comida austera, a base de maíz y grasa de cerdo.rovasy: serio, huraño.

ttakuru: hormiguero.

tapyi: casa de campesino. tataindy: candela.torore purahéi: canción de cuna.tupâ: dios.

vvai: feo, nocivo, perjudicial.vakara’y: maestro “vaquita”, sin título.

yYhû: agua negra.ynambukuéra: perdices.ypaka’a: gallineta de agua.Yryvukua: cueva de cuervo.ysypo: liana.yvyguy: bajo tierra.

campesiNos de la FNc caídos eN lucha o asesiNados por Fuerzas represiVas del estado

y sicarios de los terrateNieNtes

Depto. de Concepción Manuel Alvarenga Evaristo Brites ServinFrancisco Jara FloresAnacleto BarriosCalixto Mendoza

Depto. de CaaguazúArsenio VásquezMariano DíazJuliana Fleitas Cristóbal EspínolaCarlos RobleMario Arzamendia

Sebastián LarrozaCarlos NúñezCristian LeivaAndres Britos

Depto. de CanindeyuBernardo Ramírez RamírezRafael Pérez Roa Gregorio González VillalvaArsenio Páez

Depto. de CaazapaMariano Cañete

Depto. de ItapuaEsteban Balbuena

Depo. de San PedroÁngel CoronelJulián PortilloCresencio GonzálezJusto Villanueva Huber Wilson DureFelipe OzorioSebastiana Fernández

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íNdice

Donde se habla del pasado y también comienza esta historia ........

Donde se dicen algunas palabras acerca de la FNC .........................

Donde se plantean diferencias con algunas ONGs .........................

Donde se cuenta la lucha por las tierras de Mbarigüi 14 .................

Donde se relata la fundación del MPRPP y otras cuestiones políticas ...................................................................

Donde se citan más pareceres de Eladio Flecha ...............................

Donde se recuerda génesis y final de la lucha en Sta. Carmen .......

Donde se refieren los sucesos del Cruce Larrosa y otros episodios de violencia contra el campesinado ......................

Donde se explica la autodefensa armada y sus razones en el campo paraguayo .................................................

Donde se cuenta la experiencia de Hachita .......................................

Donde se valora el papel de la mujer .................................................

Donde se opinia acerca de la historia, la cultura y algunas otras cuestiones, tales como leyendas, mitos y creencias rurales .......................................................................

Donde Eladio toma la palabra para hablar de Eris, del presente y el futuro del pueblo paraguayo ...................................

Nota de autor ......................................................................................

Vocabulario .............................................................................................

Caídos en lucha ......................................................................................

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