Valencia y Unamuno

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  • Estudios de Literatura Colombiana No. 9, julio-diciembre, 2001

    Valencia contra Unamuno:Quin tiene derecho a interpretar a Silva?

    J. Eduardo Jaramillo-Zuluaga*Denison University1

    Resumen: En la historia de la crtica literaria en Colombia, ocupa un lugarespecial el artculo en el que Guillermo Valencia reprueba el prlogo deMiguel de Unamuno a las Poesas de Jos Asuncin Silva. El artculo deValencia es algo ms que un ajuste de cuentas; es la legitimacin de esemodo de hacer crtica literaria que caracterizara el pensamiento crtico delpas en la primera mitad del siglo XX.

    Descriptores: Silva, Jos Asuncin; Poesa colombiana; Crtica literaria;Unamuno, Miguel de; Valencia, Guillermo.

    Abstract: In Colombias literary criticism an article by Guillermo Valenciahas a prominent position from which he attacks the Unamunos prologueto the Jos Asuncin Silvas Poesas. Valencias contribution is more thana settling up, it is the legitimation of his way of making literary criticismthat caracterizes the critical thinking of the country at the first half of theXX century.

    Key words: Silva, Jos Asuncin; Colombian poetry; Literary criticism;Unamuno, Miguel de; Valencia, Guillermo.

    A comienzos de mayo de 1908, Luis Mara Holgun, miembro de una familia depatricios y letrados bogotanos, anunciaba desde Pars la primera edicin de lospoemas de Jos Asuncin Silva, realizada por la casa editorial de Granada yCa., y acompaada por un prlogo de don Miguel de Unamuno. Segn Holgun,garantizaban el cuidado de la edicin los escritores y diplomticos colombianosCarlos Arturo Torres y Santiago Prez Triana (Nacional). Prez Triana resi-

    * Ph. D en Literaturas Hispnicas, Washington University, St. Louis; profesor de Espaol en elDepartamento de Lenguas Modernas, Denison University, Granville, Ohio 43023, [email protected]; http://www.denison.edu/~jaramillo.

    1 El presente trabajo se funda en la diferencia establecida por Baldomero Sann Cano hacia 1891,entre vida intelectual pblica y vida intelectual privada. Dijo Sann Cano entonces: Hay sin

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    da en Europa desde haca ya varios aos y tena relaciones de amistad conimportantes escritores espaoles y latinoamericanos. Juan Valera, por ejemplo,haba prologado sus Reminiscencias tudescas (1902), una coleccin de cuen-tos sobre su vida estudiantil en Alemania, y Rufino Blanco Fombona (1908,255-259) y el mismo Unamuno (1966, 805-808) la haban reseado muy favo-rablemente. Unamuno, adems, se ufanaba de su amistad con Prez Triana y,como tantos que lo trataron, llegaba a considerarlo como un conversador ex-traordinario, dueo de muchas y amenas historias que relataba en un castellanoimpecable. Es probable que fuera Prez Triana quien relacionara a Unamunocon Hernando Martnez cuando ste se present en Madrid con los manuscri-tos de Silva y el resuelto inters de publicarlos.

    De Hernando Martnez no se tienen noticias. Slo se sabe de l que era uncolector de los escritos en verso y prosa de Silva (Unamuno, 1979, 409), unlector devoto, secreto y audaz, que se presentaba de sbito en Espaa llevandoconsigo el tesoro potico ms importante de la Atenas suramericana. Unamuno,por el contrario, era a comienzos del siglo XX una de las personalidades msnotables de las letras espaolas. En 1895 haba publicado En torno al casticis-mo, uno de sus ensayos ms influyentes, al que haban seguido una novela, Pazen la guerra (1897), una obra de teatro, La esfinge (1898), y una reflexinpedaggica, De la enseanza superior en Espaa (1899), que le valieron,entre otras cosas, el nombramiento como rector de la Universidad de Salamancaen 1901. En los aos siguientes public numerosas obras, entre ellas un austerovolumen de Poesas (1907).

    embargo en Bogot una distincin que hacer en punto a la vida del alma, y es que hay dos muydistintas y muy fciles de separar: la vida intelectual pblica, en nuestro concepto nula; y lavida intelectual ntima con la cual nos ha favorecido la Providencia. No hay para qu venir aprobar que falta la primera donde no hay conferencias, ni peridicos que remuevan y manoseenlas ideas contemporneas, ni cursos pblicos, ni centros intelectuales de gnero alguno. Laotra s es muy generosa y sobre todo muy barata. En Bogot hay decenas de esprituscultivados con delicadeza, que llevan cuenta detallada de las elevaciones y depresiones de suyo y que siguen el movimiento de los espritus en la Europa civilizada. Y lo que es ms raro yms ventajoso para los bogotanos, el tratar a esta gente es cosa muy fcil y barata. Para trataren Londres a la gente que est por encima en asuntos de ciencias y de letras es menester uncerebro privilegiado que lo recomiende a uno, o un capitalito que sirva de brete ssamo parallegar a tan altas regiones. En Bogot, yo, usted, el primer quisque, emparejamos con VargasVega, con Jorge Holgun, con J. Ignacio Escobar, con J. A. Silva o con Carlos Eduardo Coronadoy echamos por esas calles a parlar de lo nuevo y de lo trascendental. Esto siquiera es unaventaja entre tan dolorosas miserias (1891, 5.752). En otras ocasiones me he referido a estareflexin de Sann Cano (vase Jaramillo-Zuluaga, 1997 y 1998).

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    Unamuno se enorgulleca con razn de ser uno de los pocos escritores espa-oles que se interesaban por las letras latinoamericanas, y tanto as que su primerartculo publicado haba sido una resea sobre el Martn Fierro (Chaves, 1970,1); adems, entre 1900 y 1906 se haba desempeado como reseista de obraslatinoamericanas en La Lectura, donde tena una columna, De literatura hispa-noamericana, que habitualmente reproducan peridicos y revistas como El CojoIlustrado de Venezuela y La Nacin y Caras y Caretas de Argentina (100). Lasnicas personalidades que en el campo de la crtica hubiesen podido compararsecon Unamuno en su inters por las letras latinoamericanas y que hubiesen podidoescribir un prlogo para las poesas de Silva, eran Juan Valera y MarcelinoMenndez y Pelayo, pero Valera haba muerto en 1905 y Menndez y Pelayo,aunque vivo (morira en 1912), era un lector ortodoxo, conservador y catlicoque bien poda juzgar con dureza al poeta suicida. As pues, si se quera dar a laobra de Silva una dimensin continental, Unamuno era la persona indicada paraescribir ese prlogo. Existan dos grandes reparos: el primero de ellos era la pre-vencin, de todos conocida, que Unamuno senta por la poesa que mostraraalguna influencia de Pars; el segundo, el que produca tanta indignacin entre losletrados bogotanos, era que el hombre ms indicado para prologar el libro deSilva era otro, el mentor de Silva, Baldomero Sann Cano, el crtico cuyo dicta-men todos haban esperado por aos y que as, de pronto y para siempre, se veadespojado del gran honor de comentar a su poeta.

    Unamuno agradeca con razn la oportunidad que Martnez le haba puestodelante. Era verdad que lo ignoraba casi todo sobre Silva y sobre el ambienteen que vivi, pero en cambio era el primer lector forneo que poda juzgar lospoemas de Silva. En alguna ocasin haba reconocido las limitaciones de co-mentar una obra latinoamericana sin conocer de primera mano la sociedad enque se haba escrito ni la posicin que en ella tena su autor, pero vea tambinen ello la ventaja de tener una perspectiva ms amplia y no contaminada por lasrencillas locales (106). De la vida de Silva no poda sino repetir las mismasimprecisiones y fantasas que encontraba en las revistas o que le referan Torres,Martnez o Prez Triana; as pues, escamoteando hasta donde pudo los detallesbiogrficos del poeta, prefiri dedicar lo central del prlogo a juzgar los poe-mas de Silva en lo que decan de su manera de sentir la existencia.2 Fue una

    2 En una de las cartas de agradecimiento que Unamuno escribi a Martnez le solicitaba algunosdetalles biogrficos del poeta (Martinengo, 1997, 197). Fue poco lo que consigui: la noticiade que Elvira haba muerto, no meses antes, sino dos o tres aos antes de que Silva escribierael Nocturno (200).

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    decisin acertada. Aunque el prlogo es una obra menor de Unamuno, un tantodeshilvanada en las interpretaciones que propone, los temas que enunci for-maron parte de las discusiones sobre la vida y la obra de Silva en los aos porvenir. Algunos de ellos, es verdad, fueron recibidos con indiferencia y se olvida-ron bien pronto, como aquello de la afinidad que poda existir entre Silva y elpoeta espaol Vicente Querol; otros ya eran mencionados rutinariamente porlos comentaristas de Silva aunque Unamuno los consideraba de una maneradistinta, como aquello de referirse al ambiente bogotano no tanto por la inciden-cia que tuvo en el suicidio de Silva como por la forma en que aparece sugeridoen algunos de sus poemas. En lo esencial, y para cuantos seguan las disputas deUnamuno con el modernismo, el prlogo se aproximaba a una curiosa conce-sin, la admisin de que lo fundamental de la poesa bien poda residir en lasonoridad de las palabras.

    Silva, comenzaba admitiendo Unamuno, haba iniciado una renovacin de lapoesa hispanoamericana y aun de la espaola, que otros escritores no habansabido continuar. El modernismo, deca, pareca reducirse a una tcnica delverso, a una msica verbal que lo dejaba indiferente; en la poesa de Silva, encambio, encontraba algo difcil de explicar, algo inefable, una msica interior:puede decirse que diga cosa alguna; Silva canta (Unamuno, 1979, 409). Y acontinuacin resaltaba aquellos poemas de Silva que eran msica, msica dealas, casi silenciosa, o sin casi (410). All donde le pareca que el poeta habadicho menos, all era donde encontraba lo mejor de Silva: en la msica callada,en el poema del misterio, en el canto evanescente del tiempo y de los seresamados y desaparecidos (412). Para explicar esa evanescencia, Unamuno acudaa la teora de que Silva no era un poeta ertico y no lo era porque no comunica-ba los detalles sensuales y evidentes que mencionaban otros poetas modernistas.El poeta, explicaba, no haba vivido nunca el tiempo del amor ertico y, por elcontrario, haba pasado sin transicin de la infancia a la consideracin de lamuerte, una consideracin que no alcanzaba a articularse en pensamiento sinoen msica, en honda y misteriosa msica. Arriesgando una conclusin, Unamunodictamin que Silva era un poeta metafsico.

    En cuanto las Poesas de Silva salieron publicadas, las ideas de Unamunoque las acompaaban adquirieron una significacin que su mismo autor no es-peraba. Hasta entonces Unamuno haba rechazado en bloque la doctrina est-tica del modernismo. Apenas un ao antes le haba escrito una carta a RubnDaro en la que estableca su posicin: Yo estimo en ms que usted puedacreer, su genio potico, aun siendo l tan contrario a muchas de mis aficiones

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    (cit. Garca Blanco, 1964, 63). Ahora el prlogo que acompaaba las Poesasde Silva pareca indicar que Unamuno reconsideraba su opinin. En efecto, siera Silva, en su honda msica, un poeta metafsico, no significaba esto que enel modernismo poda reconocerse despus de todo una poesa de substancia?No pas mucho tiempo antes de que Unamuno recogiera velas e intentara ha-cer algunas precisiones. En agosto de ese ao public un ensayo en El CojoIlustrado en el que se correga: Silva no era despus de todo un poeta metaf-sico: si en su poesa se encontraba una preocupacin de substancia, era unapreocupacin articulada con la inocencia de un nio; si sus versos componanuna msica inefable, se trataba de una msica que nadie ms haba podidoreproducir; si en la comparacin con otros poetas de su generacin Silva adqui-ra una estatura continental, el modernismo en cambio demostraba su poca so-lidez, su precario panamericanismo.

    Diez aos atrs, en 1898, el da en que haba recitado Leyendo a Silva enel cementerio de los suicidas, Guillermo Valencia haba impuesto el sueo deun libro de corte fino y largo para los poemas de Silva. Ese libro soadoestaba lleno de primores: sus hojas de papel eran de Holanda, sus letras de orohaban sido ilustradas por maestros pintores, en sus maysculas habitabansinuosas serpientes y por sus amplios mrgenes avanzaban lentos y cansadoscaracoles. En contraste, el libro de Poesas que prolog Unamuno en 1908 noera sino un tosco libro en octavo, hecho en papel barato, sin ndice y acompa-ado de algunas rpidas ilustraciones y una seccin de Plumas ajenas querecoga, irnicamente, desde el poema de Valencia hasta la prosa que un miem-bro de la legacin colombiana en Espaa haba ledo en la Unin Americana deMadrid (Ory). Ms grave an era el poco cuidado que se haba puesto en laedicin de los poemas: no aparecan en el orden preciso que su autor hubieradeseado, se encontraban en ellos algunas erratas y aun el ejercicio de un censorque en el Nocturno I haba sustituido Desnuda t en mis brazos por Rendi-da t a mis splicas. Previsiblemente, cuando el libro por fin lleg a las vidasmanos de los letrados bogotanos, fue juzgado como el fruto de una conspira-cin universal.

    Valencia lo consider de inmediato como una profanacin. En un artculolcido y furibundo que hizo divulgar a los cuatro vientos en publicaciones comoPopayn, El Cojo Ilustrado, La Organizacin, Nosotros y La Revista Mo-derna, describi el prlogo de Unamuno como una violacin de la tumba deSilva, como un acto no menos infame que la pareja de arrabal que ilustraba elNocturno III. Cmo se atreva Unamuno a decir que Silva era un poeta sen-

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    timental? Poemas como Lzaro, Da de difuntos, Luz de luna, La res-puesta de la tierra y Un poema expresaban un pesimismo cruel y refinadoque poco tena de sentimental y que bien poda caracterizarse, muy a la moder-na, como un sadismo intelectual, como una perseverancia en ciertos temasque poco a poco haban gastado sus energas (Valencia, 1979, 620).3 De igualforma, cmo poda decirse que Silva se haba suicidado porque aoraba losdas de su infancia? Era verdad que en sus poemas se perciba una conjuncinde los temas de la infancia y de la muerte, pero el suicidio de Silva no se debaa una aoranza del pasado, sino ms bien a un aristocratismo radical (615), auna elevada incapacidad para hacerle concesiones al medio en que le toc viviry que acab por asfixiarlo. En todo se equivocaba Unamuno. Por momentos sepodan excusar sus juicios porque se fundaban en el conocimiento de una obraque haba llegado a sus manos de modo incongruente, fragmentario y mutilado;pero de ninguna manera se poda aceptar aquello de que Silva haba sido unpoeta filsofo que no haba alcanzado la madurez. La incomprensin, la falta desensibilidad, era obvia en el escritor espaol. Para comprobarlo bastaba conojear el mediocre volumen de Poesas que haba publicado un ao atrs y so-bre el que Valencia prometa escribir un artculo inmisericorde. Unamuno no erasino un crtico estupendo semejante a aqul que el mismo Silva haba satirizadoalguna vez: Le mostr mi poema a un crtico estupendo.../ Y lo ley seis vecesy me dijo No entiendo!. Un inapelable latn era la ltima sentencia contra elrector de la Universidad de Salamanca: quod Natura non dat Salmantica nonpraestat (625).

    No slo el latn prestaba eficacia al dictamen de Valencia. Tambin la admi-racin que inspiraba entre sus conciudadanos, la leyenda de su precocidad, suvida al parecer destinada a gobernar. En el momento en que escribe su diatribacontra Unamuno, Valencia es un hombre de treinta y cinco aos, un senador dela Repblica y un reconocido poeta de Trofeos, la revista literaria ms presti-

    3 Aunque Valencia no lo explica, el sadismo intelectual de Silva se corresponde con el llamadomtodo perverso que seguan los poetas modernos en sus creaciones. En un fino comentariosobre la obra de Silva, el escritor cubano Jos Manuel Poveda explic as el mtodo perverso:Para que un libro, un cuadro o un paisaje le impresionen; para hallarse en condiciones deproducir unas estrofas, prepara verdaderas orgas sensoriales que exaltan durante unos instantessu imaginacin a costa de futuras impotencias que harn cada da ms premioso el tratamiento.El sistema nervioso desequilibrado y exacerbado ha de construir desde ahora en derredor delpoeta verdaderos parasos artificiales (1981, 212). En LAme et lvolution de la littraturedes origines a nos jours, el crtico francs Georges Dumesnil emple el concepto de Mtodoperverso para explicar el pesimismo de la poesa moderna (1903, 169).

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    giosa de la poca. En los diez aos que han transcurrido desde la composicinde Leyendo a Silva, Valencia se ha establecido como el poeta ms importantede Colombia y como uno de sus polticos ms influyentes. Leyendo a Silva noera el ms popular de sus poemas, pero encerraba de modo ms dramtico,quizs, los dilemas fundamentales de su potica, los difciles arreglos a que llegpara establecerse en el crculo de los letrados y los gobernantes, esto es, lareduccin de la esttica decadentista a un decorado, a un gesto inofensivo parala ortodoxia cristiana. Aun las circunstancias en que dio a conocer el poemaconfirman su sentido de la oportunidad: el 24 de mayo de 1898, el da en que ungrupo de intelectuales haca por primera vez una peregrinacin a la tumba delpoeta suicida, Valencia declam los versos que consagraba a Silva y en que seconsagraba a s mismo como su sucesor. Cmo no iba a considerar a Unamunoun intruso quien de tantas maneras se haba nombrado a s mismo como elheredero del poeta desaparecido?

    Valencia firmaba su diatriba contra Unamuno con el seudnimo de JuanLanas. Era un seudnimo cuyo origen Unamuno no poda comprender. Valen-cia lo haba tomado de Egalit..., un poema irnico y desenfadado que slolos ntimos de Silva conocan y que permanecera indito hasta 1912. El poemadescriba la naturaleza democrtica del instinto sexual:

    Juan Lanas, el mozo de la esquina,es absolutamente igualal Emperador de la China:los dos son el mismo animal.

    En la pluma de Valencia, Juan Lanas era mucho ms que el mozo de laesquina; indicaba la facilidad con que un lector local poda refutar al prestigiosorector de la Universidad de Salamanca. No era, por supuesto, un lector cual-quiera. Bajo su apariencia democrtica acechaba un seor ansioso por estable-cer su derecho exclusivo a interpretar la poesa. En efecto, al definir las razonesque lo asistan frente a Unamuno, Valencia estableci las condiciones sobre lascuales deba operar la crtica literaria en Colombia y, ms especficamente, elcomentario sobre la obra de Silva. Esas condiciones eran tres: 1) el conoci-miento de la obra completa del poeta, de sus manuscritos; 2) el conocimientominucioso de su biografa; y 3) el conocimiento profundo que se desprenda dehaberlo conocido personalmente (Valencia, 1979, 625). En el crculo de losletrados no podan menos de recibirse aquellas condiciones con alborozo. Va-lencia, diran, era el nico que haba sabido interpretar fielmente el alma del

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    poeta (Jos Asuncin Silva..., 1909), el hermano de Silva (Jaramillo, 1910),el dueo de la verdad, como todo lo que ha salido por boca del autor (ManriqueTern, 1909). En las pginas de Valencia vean adems su legitimidad restaura-da. Despus de todo, slo ellos tenan acceso a los manuscritos del poeta, sloellos conocan ciertos detalles de su vida trgica; slo ellos haban tenido elprivilegio de conocerlo a l y a su familia. En adelante, y a lo largo de sus largasvidas, exhibiran el sello que Valencia haba estampado en su frente y se referi-ran al poeta y a su poesa con la autoridad que les daba haberse tropezado conSilva alguna vez en la calle. Les pareca que as restablecan la vida intelectualprivada en la que se sentan tan a gusto. Sin duda se engaaban. Algo habacambiado desde el momento en que Hernando Martnez haba puesto los ma-nuscritos de Silva en manos de Unamuno, algo que Valencia no poda ver y quela crtica literaria colombiana nunca supo agradecerle ni a Martnez ni a Unamuno:el hecho de que con la publicacin de las Poesas de Silva, aquellas tertulias depocos, aquellas conversaciones en el altozano, aquellas especulaciones acercade la sensibilidad del poeta y de sus hechos, deban ponerse ahora por escrito yenviarse a los peridicos. En la historia de nuestra crtica literaria, el paso de lavida intelectual privada a la vida intelectual pblica se realiz de este modo sutily resentido: si se trataba de establecer el genio del poeta haba que hacerlo en elcruce de la lectura de sus poemas con algo a lo que Unamuno no tena acceso,algo que consideraban ms revelador, ms econmico, ms prestigioso: las anc-dotas con las que condimentaban sus conversaciones; las ancdotas con lasque entretenan a su audiencia y en las que hacan alguna revelacin inesperada,las ancdotas que de ahora en adelante publicaran en el aniversario del poetasuicida y en las que Silva apareca junto a ellos, sus nicos testigos, los dueosde su secreto.

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