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VALSES Y REVOLUCIONES BAILE Y SOCIEDAD EN LA GUERRA Y EN LA PAZ 1 Por: AÍDA MARTÍNEZ CARREÑO l siglo de los grandes descubrimientos científicos y las constituciones liberales, de la emoción romántica y las revoluciones anarquistas, de los primeros rascacielos y los últimos esclavos, fue también el siglo del vals, una forma de baile perturbadora que permitía a los caballeros tomar a su pareja por la cintura. BAILES PATRIÓTICOS Desde la entrada a Bogotá de los ejércitos triunfadores en el puente Boyacá en agosto de 1819 quedó establecido el ritual de una celebración que se repetiría durante muchos años: para la tropa, comida al aire libre, ríos de chicha y corridas de toros; para la oficialidad y gentes principales, baile y refresco. Así se fue construyendo el calendario de las fiestas patrias. Cuenta José Manuel Groot que en 1820 se celebró por primera vez el aniversario del 20 de julio en todos los pueblos de Cundinamarca, y relata las fiestas de Funza en ese año: "...¡Qué toldos se hicieron, ya para los pasadieces y bisbices [juegos de suerte, especie de loterías], ya para las botillerías... Hubo bailes permanentes, porque se bailaba hasta entre el día". Colombia, hija querida del Libertador, iniciaba su historia bailadora y rumbera. Concebida entre uno y otro vals, la nueva república era fiel a la inspiración de su creador. Sobre lo que el baile había significado en su vida, Bolívar hizo a Luis Perú de la Croix la siguiente confidencia: "...Que en tiempo de sus campañas cuando su cuartel general se hallaba en una ciudad, villa o pueblo siempre se bailaba casi todas las noches y su gusto era terminar un valse e ir a dictar algunas órdenes y oficios; volver a bailar y a trabajar: que sus ideas entonces eran mas claras, más fuertes y su estilo más elocuente; en fin, que el baile lo inspiraba y excitaba su imaginación". No nos extrañe, por lo tanto, que desde sus inicios las conmemoraciones patrias tuvieran como evento central el baile. Para el primer aniversario de la Batalla de Boyacá, además de las celebraciones populares se ofrecieron dos bailes: uno el día 7 de agosto en el Palacio Presidencial y otro de máscaras, el día 10, organizado en el Coliseo. El reglamento de éste ultimo siguió muy cercanamente las instrucciones que en su tiempo había expedido el virrey Amar, y los danzantes ejecutaron contradanzas, minués y boleros venidos de España intercalados con el novedoso vals. Por entonces la independencia era únicamente política y no cultural. 1 Tomado de: Revista Credencial Historia. (Bogotá - Colombia). Edición 168 Diciembre de 2003

VALSES Y REVOLUCIONES - AIDA MARTINEZ CARREÑO

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VALSES Y REVOLUCIONES BAILE Y SOCIEDAD EN LA GUERRA Y EN LA PAZ1

Por: AÍDA MARTÍNEZ CARREÑO

l siglo de los grandes descubrimientos científicos y las constituciones liberales, de

la emoción romántica y las revoluciones anarquistas, de los primeros rascacielos y

los últimos esclavos, fue también el siglo del vals, una forma de baile perturbadora que

permitía a los caballeros tomar a su pareja por la cintura.

BAILES PATRIÓTICOS Desde la entrada a Bogotá de los ejércitos triunfadores en el puente Boyacá en agosto de 1819 quedó establecido el ritual de una celebración que se repetiría durante muchos años: para la tropa, comida al aire libre, ríos de chicha y corridas de toros; para la oficialidad y gentes principales, baile y refresco. Así se fue construyendo el calendario de las fiestas patrias. Cuenta José Manuel Groot que en 1820 se celebró por primera vez el aniversario del 20 de julio en todos los pueblos de Cundinamarca, y relata las fiestas de Funza en ese año: "...¡Qué toldos se hicieron, ya para los pasadieces y bisbices [juegos de suerte, especie de loterías], ya para las botillerías... Hubo bailes permanentes, porque se bailaba hasta entre el día". Colombia, hija querida del Libertador, iniciaba su historia bailadora y rumbera. Concebida entre uno y otro vals, la nueva república era fiel a la inspiración de su creador. Sobre lo que el baile había significado en su vida, Bolívar hizo a Luis Perú de la Croix la siguiente confidencia: "...Que en tiempo de sus campañas cuando su cuartel general se hallaba en una ciudad, villa o pueblo siempre se bailaba casi todas las noches y su gusto era terminar un valse e ir a dictar algunas órdenes y oficios; volver a bailar y a trabajar: que sus ideas entonces eran mas claras, más fuertes y su estilo más elocuente; en fin, que el baile lo inspiraba y excitaba su imaginación". No nos extrañe, por lo tanto, que desde sus inicios las conmemoraciones patrias tuvieran como evento central el baile. Para el primer aniversario de la Batalla de Boyacá, además de las celebraciones populares se ofrecieron dos bailes: uno el día 7 de agosto en el Palacio Presidencial y otro de máscaras, el día 10, organizado en el Coliseo. El reglamento de éste ultimo siguió muy cercanamente las instrucciones que en su tiempo había expedido el virrey Amar, y los danzantes ejecutaron contradanzas, minués y boleros venidos de España intercalados con el novedoso vals. Por entonces la independencia era únicamente política y no cultural.

1 Tomado de: Revista Credencial Historia. (Bogotá - Colombia). Edición 168 Diciembre de 2003

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Posiblemente los criollos sazonarían a su propio gusto las danzas europeas: el inglés Richard Bache observó, con cierta maliciosa fruición, la manera de bailar las damas caraqueñas en 1822: "Los movimientos, en vez de ser hacia arriba y hacia abajo, son laterales y las parejas guardan el compás rozando apenas el áspero pavimento...los brazos tienen más uso que los pies, son manejados por las bellas hijas de Caracas con mucha gracia y destreza. Bailan tan íntimamente entrelazados, que se necesita cierto dominio sobre sí mismo para no recelar a veces la posible usurpación de seres que nos pertenecen...". En general las damas de la sociedad neogranadina no bailaban el popular y lascivo fandango, una danza que se consideraba originaria de América; era de muy buen recibo el valse lento, "con un movimiento semejante al de un vapor anclado", que poco a poco dio lugar a los denominados valses colombianos, en los cuales se originó el pasillo. Sin mayores variaciones pero sí con variados incidentes, las fiestas de la patria continuaron celebrándose ruidosamente durante toda la década del veinte, y los homenajes al Libertador siguieron idéntico ritual. En diciembre de 1826, cuando permaneció por una semana en la Villa del Socorro, se ofrecieron en su honor fiestas diarias que incluyeron fuegos artificiales, corridas, cabalgatas, piezas teatrales, un baile de disfraz, tres bailes en casas privadas y un "esplendoroso baile en la sala de la municipalidad". A poco el escenario de la alegría se fue cambiando: durante un baile ofrecido por el Libertador en 1827, el cónsul general de Holanda, indignado porque un hijo de Miranda se sentó sobre el abanico y el frasquito de sales de su dama, lo desafió. Celebrado

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el duelo al día siguiente, el diplomático holandés quedó muerto a orillas del río Fucha con un balazo en la frente. En el año siguiente, 1828, en un baile de máscaras ofrecido en el Coliseo un grupo de complotados planeó asesinar al Libertador. El tiempo de los bailes patrióticos concluía. Las divergencias en torno a la forma de gobierno apresuraban la definición de dos partidos, cuya lucha por el poder consumiría las energías físicas y morales del país llevándolo a una sucesión de guerras civiles, dentro de las cuales, cómo nó, también hubo espacio para el baile. BAILE Y CLASE SOCIAL Los grandes bailes por cuenta del erario, los banquetes campales y las fiestas públicas quedaron en el pasado. A mitad de siglo se remplazaron por visitas, veladas y saraos que organizaban los jóvenes con cualquier pretexto que iba de la fiesta patria a la del santo y un único propósito final: bailar. Las crónicas de Bogotá recuerdan esos bailecitos siempre animados, en los cuales solamente circulaban bebidas frescas como agua de moras, naranjada, horchata y limonada, apropiadas para calmar la agitación de la danza. Asistían todos los miembros de las familias amigas, incluídos "padre, madre, hijas, niños, perro y sirvientas", y estaban circunscritos a un grupo escogido dentro de la misma clase social. La penetrante observación de Manuel Ancízar plantea las dificultades de llevar una vida social activa en los poblados de menor tamaño, donde las gentes se dividían entre las irreconciliables clases alta y baja; en Piedecuesta en 1860, dice Ancízar, "las familias de rumbo, que por fortuna son pocas, ...viven aisladas, reducidas a fumar solas sus tabacos y entregadas a tristes rivalidades que les imposibilitan cualquier diversión ...si alguna se proyecta comienzan a averiguar si han convidado señoras de primera o de segunda, ...resultando que no pueden reunirse o se juntan por rareza en número suficiente para formar un baile vacío y glacial...". Una diversión más auténtica se podía encontrar en los bailes de campesinos, de cintureras, de ñapangas o en las fiestas de arrabal, que también entrañaban riesgos para quien sin ser del medio, quisiera inmiscuirse en ellas. Fortunato Pereira lo explica así: "En Ibagué... para sentirme pueblo entre el pueblo adoptaba, con verdadera fruición, su indumentaria: alpargata nueva, calzón blanco, camisa roja, poncho de hilo y el sombrero de paja nuevecito; convertido en uno de tantos y no un caballero embotado, bailaba la noche entera el melancólico bambuco, el arrobador torbellino o la difícil caña". Cuando las clases estaban directamente marcadas por la etnia, la cuestión era más sencilla. En Cartagena, el Concejo Municipal aprobó en 1882 un acuerdo mediante el cual se fijaban los impuestos sobre los bailes públicos, así: — $ 6 por cada vez que se verifiquen bailes de música de viento o de piano. — $ 2 por cada vez que se verifiquen bailes de bandoneón, organillo, concertino, acordeón, arpa y demás instrumentos de cuerda. — $ 1 por cada vez que se verifiquen bailes de cumbia, porros, mapalés, gaitas y todos los demás análogos.

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Es decir, los bailes de negros, identificados con su propia música, pagaban el impuesto más bajo. BAILES DE BUEN TONO Si los bailes marcaban una barrera entre clases sociales, también contribuían a destacar importancia, poder y savoir vivre. Un manual de etiqueta firmado por "Una dama colombiana", impreso en 1913, advierte en el capítulo dedicado a los bailes: "El papel de la dueña de casa es sumamente difícil..." y entra a enumerar las responsabilidades que recaen sobre ella, incluída la de "vigilar que las muchachas no se queden sentadas y buscar con discreción los jóvenes que deban sacarlas a bailar...". Como hitos importantes en esta historia de giros y de saltos, vale la pena mencionar tres bailes que hicieron época en Bogotá durante los últimos años del siglo: en 1887, el denominado "Baile de los Diez", porque lo organizaron diez jóvenes de la sociedad. En 1891, el baile de fantasía realizado en el Palacio de la Carrera, que el presidente Carlos Holguín prestó a los organizadores. Criticado por la Defensa Católica se dijo que a la entrada la gente rechiflaba a los invitados", como lo apunta Egberto Bermúdez, en su Historia de la música en Santafé y Bogotá, 1538-1938 (Bogotá: Fundación de Música, 2000). Para esa ocasión el compositor Jorge Pombo compuso los valses denominados Brisas del Funza. Con cuidada diplomacia el último gran baile del siglo, ofrecido el 16 de octubre de 1896 por el Gun Club en el Teatro Colón, no se concentró en los socios y convocó a un gran número de invitados. La prensa estimó una asistencia de dos mil personas. El diminuto carné de baile que se repartió a las damas llevó impresos los nombres de los valses Gun Club y 16 de Octubre compuestos por Carlos Umaña y Narciso Garay para la fiesta.

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Más allá de la alegría y del esplendor, uno de los comentarios publicados por la prensa dejaba percibir la situación política y las crecientes tensiones sociales en esas décadas agobiadas por las guerras civiles: "Nos parece indudable que el movimiento producido por el baile ha ocupado muchos brazos y ha remediado muchas necesidades en los obreros desprovistos de trabajo: la modista, el sastre, el zapatero, el litógrafo, el carpintero, el pintor, el músico, el joyero, el comerciante, todos han recibido alguna parte de esta benéfica lluvia de oro; quizás el trabajo proporcionado por esta baraja de miles ha ocupado la mano ociosa que ya se preparaba para el crimen". BAILAR EN TIEMPOS DE GUERRA Entre los cuadros dramáticos de la reconquista española en 1816 se ha recordado el baile que ofreció el pacificador Morillo para celebrar el santo del rey, al cual debieron asistir obligadas las viudas y dolientes de los patriotas fusilados. Una escena más curiosa es la del caballero que pese a los reparos morales se ve obligado a bailar, como lo refiere el jefe conservador Adolfo Harker Mutis, quien en 1861 viajaba confinado de Santander al Tolima. En el libro Mis recuerdos, narra esa experiencia: "En Honda ...el nuevo prefecto resolvió ponerme en libertad...llevándome a su lado como amigo... Un día me convidó para que asistiéramos por la noche a un baile popular en lo cual, por supuesto, hube de convenir. Fuimos al baile, y encontrándome yo en la puerta de la sala entre los espectadores, el prefecto, como acto de galantería, me pasó la pareja de modo que no pude menos que dar con ella algunas vueltas. [Por esto he dicho] en varias ocasiones que nunca he bailado con una mujer del pueblo sino en tiempo de guerra y por orden de la autoridad".

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En otro escenario diferente, el baile es un desahogo, como lo describe el sargento mayor Luis

Angel Buitrago de las tropas revolucionarias que acompañaban al general Pablo Emilio

Bustamante en el Huila durante el año de 1900, en la guerra de los Mil Días: "En las afueras del

Pueblo de Paicol a orillas del río, una cantidad de gente, conservadora en extremo y valiente nos

recibió a bala durante un día entero. Solo a las 5 de la tarde pudimos pasar el río y reentablar el

puente. Recuerdo que detrás de unas grandes piedras en la playa, había unos muertos de esa

gente, caídos sobre los cerros de cápsulas vacías de Remington, quemadas durante la resistencia.

Al pasar el puente había un Estanco; en él unas pipas de aguardiente que no alcanzaron a botar y

unos instrumentos de cuerda que sacamos para distraernos durante la noche. No fue posible

impedir que la gente se tomara el trago; era luna llena, con la claridad, a las 10 bailaba todo el

mundo encima de los muertos y bebía. Nosotros tocábamos y cantábamos bambucos sin cesar,

como locos, hasta la madrugada [en] que ordenaron seguir la marcha". (Archivo General de la

Nación, Veteranos de la guerra de los Mil Días, Caja 100, Legajo 1732, p. 39).

En la paz o en la guerra, con alegría o por miedo, en salones adornados o en localitos pobretones,

el baile fue la afición que compartieron todas las clases sociales a lo largo y ancho del país durante

el siglo XIX. Lo que no compartieron fue el espacio donde se bailaba. Cuando volvieron a colocarse

la máscara para los carnavales estudiantiles de comienzos del siglo XX, desaparecieron

transitoriamente los rígidos compartimentos que las separaban.

Sobre las incertidumbres morales que en épocas de conciencias angustiadas e influencia clerical

acarreaban los bailes, escribió José María Cordovés Moure lo siguiente: "Bailar moderadamente,

consultando las conveniencias sociales, sin olvidar el respeto debido a una señorita que en esos

momentos se confía a nuestra hidalguía, es bueno; bailar oprimiendo la pareja como hace el boa

constrictor […] o hacer del baile un acto de preparación para comulgar al día siguiente, es malo".

Este artículo fue tomado de:

http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/revistas/credencial/diciembre2003/raro.htm