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Varian Wrynn, Sylvanas Brisaveloz,down.tsgamerz.com/LibrosWarcraft/Leyendas.pdf · 2016-05-20 · escrita por el autor best seller del New York Times Micky Neilson. ... él se encuentra

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Varian Wrynn, Sylvanas Brisaveloz,Genn Cringris, Vol’jin y GelbinMekkatorque son sólo algunos delos indomables personajes quelideran a las nobles razas deAzeroth. Sus gestas son leyenda,sus nombres están cincelados enpiedra. Con una sola palabra,pueden forjar la paz o la guerra ydar forma al destino de World ofWarcraft.

¿Qué es lo que define la grandezade los líderes de Azeroth? ¿Sufuerza? ¿Su sabiduría?

La respuesta es distinta para cadauno de estos campeones. Pero loque comparten es una luchaincansable por inculcar el orgullo ensus seguidores y llevar a susnaciones a nuevos retos. Estaemocionante antología exploraalgunos de los más gloriosos —y enocasiones desgarradores—momentos de la vida de estoshéroes.

Junto a los doce relatos de LeaderShort Stories, aparecidos en el sitioweb oficial del juego(www.worldofwarcraft.com), estacompilación incluye emocionantes

aventuras que implican a algunas delas otras figuras más relevantes deAzeroth. Entre estas narraciones seencuentra La sangre de los Altonato,una inédita y apasionante visión delorigen de los elfos de sangre,escrita por el autor best seller delNew York Times Micky Neilson.

Ahora, siéntate y disfruta de estosépicos y enriquecedores relatos deWarcraft, que brillan a la luz de lasesperanzas y los temores másprofundos de los líderes del mundo,y demuestran por qué razas enteraslos ven como leyendas.

AA. VV.

LeyendasWarcraft: World of Warcraft - 99

ePub r1.0Triangulín 17.06.14

Título original: ParagonsAA. VV., 2013Traducción: Raúl Sastre (La sangre de losAltonatos)Ilustraciones: Ludo Lullabi

Editor digital: TriangulínePub base r1.1

Notas editor digitalLos quince primeros relatos son

extraídos directamente de la página webde World of Warcraft, pueden tenerdiferencias con la versión en papel.

Quiero agradecer especialmente aEtriol por su gran trabajo con «Lasangre de los Altonatos», que gracias aél se encuentra en este libro

También agradecer a Piolin y orhipor su invaluable trabajo con la portaday las imágenes internas.

GENN CRINGRIS

SEÑOR DE SU

MANADA

James Waugh

—Nunca aceptes la mano que tetiendan, hijo… —dijo el rey ArchibaldCringris; su robusta complexión ya noera más que una silueta borrosa contra lamortecina luz del crepúsculo—.Siempre es mejor que te sostengas por

tus propios medios. Es lo que distinguea los grandes de los sumisos.

Su hijo, Genn, que solo tenía sieteaños, retiró la mano que había alzado.Estaba sentado con las piernas cruzadassobre las frías piedras de lafortificación construida hacía poco. Lasmurallas eran una muestra impresionantedel poder de la nación, pero, para Genn,quizás no tan impresionante como elhombre que se alzaba frente a él.

Archibald siguió con elrazonamiento tal y como solía hacercuando quería explicar algo.

—¿Crees que todo esto se construyópidiéndole ayuda a los otros reinos?

Las elaboradas torres de la ciudadde Gilneas dominaban el paisaje. Sinduda era un panorama espléndido:grandes tejados que coronaban callesadoquinadas; tiendas, fábricas, torresque desprendían nubes de humo; sinduda se trataba de una ciudad con lamirada puesta en el futuro, en elpotencial de su gente.

—Cuando yo era un joven príncipe,como tú ahora, ¡mi padre nunca hubierasoñado con esto! Pero yo sí tenía unsueño, emprendí el camino por micuenta y míranos ahora… Se llevó acabo sin aceptar la mano de Ventormentao suplicar ayuda a Lordaeron. Y por

supuesto no nos postramos ante esosarrogantes semihumanos de largas orejasde Quel’Thalas.

Genn había oído las historias deGilneas de épocas previas a lacoronación de Archibald. Era unanación que no tenía ni un ápice delpoder que llegaría a alcanzar.

—Venga, levántate chico. Levántate,y no vuelvas a pedirme que te ayude.Porque todo esto será tuyo, y cuando losea, deberás estar listo.

—Es vuestro, padre. Gilneassiempre será vuestra.

Archibald sonrió y suavizó el tono.—No, futuro rey. Los príncipes se

convierten en reyes, y los días sedesvanecen en la noche. Así son lascosas… Ven, parece que estárefrescando. Deberíamos darnos unfestín. Creo que esta noche hay jabalíasado.

Genn se puso en pie rápidamente. Unsuculento jabalí al cardopresto,preparado por quien según Genn era elmejor chef de todo Azeroth, era lo quemás le gustaba bajo las dos lunas.

—¿Creéis que habrá manzanas ensalsa con la cena, padre?

—Si quieres manzanas en salsa,hijo, las tendrás. Es el privilegio depríncipes y reyes.

Dicho esto, ambos bajaron de lasmurallas. Los últimos rayos de luzlanguidecían en el cielo crepuscular.

El barco de transporte de los elfosde la noche se agitaba en las aguas cadavez más turbulentas. Con cada mareantesacudida, los antiguos tablones demadera que se usaron hacía miles deaños para construir el imponente cascodel barco crujían de forma estridente yquejumbrosa.

Dentro, en un húmedo camarote, elrey Genn Cringris abrió los ojos. Eserecuerdo de su juventud aún supuraba,aún lo atormentaba por razones que nollegaba a comprender. Y no era el único:

últimamente toda una corriente derecuerdos de su pasado inundaba sumente, ahogando sus pensamientosconscientes como si intentarantransmitirle un mensaje que no lograbadiscernir. Este aspecto de la memoriaera misterioso, con una magia particular,quizás más extraña y poderosa que losimponentes poderes arcanos que tantoles gustaba usar a los magosencapuchados de Dalaran.

Empezó a incorporarse, pero tuvoque volver a dejarse caer en la cama. Sucuerpo estaba dolorido por la recientebatalla. La batalla por su reino, labatalla que había perdido.

Se tragó el dolor y cerró los ojos.Las imágenes que deseaba apartar de sumente regresaban sin cesar. Una coparodando por un suelo de piedra;banderas gilneanas colgandoorgullosas de un muro; su difunto hijo,Liam, sangrando por la boca, mecidoentre los brazos de Genn. Abrió losojos, suplicando un respiro. Ahí, ante él,se hallaba extendida la mano púrpura deun elfo de la noche.

—Dejad que os ayude, LordCringris. Habéis sufrido mucho duranteestos tumultuosos días —TalarEmpuñarroble pronunció estas palabrascon dulzura, pero Genn no confundió la

gentileza del elfo de la noche condebilidad.

Talar era alto, llevaba una elaboradaarmadura de cuero y una túnicaconfeccionada con una tela sedosa de uncolor que Genn no había visto nunca:azul o tal vez verde, no sabría decirlo.Un hermoso plumaje caía en borlas delbastón largo que Talar sujetaba con laotra mano.

Durante un momento muy breveGenn miró fijamente la mano que leofrecían.

—Este viejo rey no necesita tu ayudani la de nadie para salir de la cama,Talar Empuñarroble. Aún puedo hacerlo

solo. —Se levantó, aguantando la ola dedolor que recorrió su espalda.

Talar vio el gesto de dolor de Genne intentó ocultar su frustración antes devolver a hablar. —Traigo más malasnoticias, honorable rey. Se os necesitaen cubierta… ¡El peligro persiste!

La luz de la antorcha titilaba yproyectaba sombras contra los muros degranito de las estancias para invitadosreales de Lordaeron. Genn y muchos delos nobles gilneanos más influyentes sehabían desplazado para atender a lallamada urgente que el rey Terenas habíalanzado a todos los señores de Azeroth.Solo habían pasado algunas horas desde

que supieron de la conquista deVentormenta por la Horda de los orcos,y de los tiempos difíciles que podríanestar por llegar. Después de una cena decortesía con los demás reyes, Genn sehabía retirado a sus aposentos paraconsultar la situación con suscompatriotas. No tardaron en estallar lasdiscusiones.

—Esos malditos engendros verdesbien podrían aparecer ante nuestraspuertas si no actuamos, Lord Cringris.Deberíamos unirnos a esta Alianza.Debemos hacer todo lo posible antes deque esos monstruos se abran camino através de las tierras de los otros reinos

hacia el nuestro —Lord Crowley era unhombre inteligente, más joven que Genn,y algo menos curtido en los aspectosmás sutiles de la política, pero muchoscreían que era un noble con un futurobrillante. Pronunció su súplica a losseñores sentados a la mesa con un fervorque no veían a menudo salvo en elmismo Cringris.

—Lo sé, Crowley. Entiendo tustemores. De veras. Pero estos… orcos,… como los llaman, no se han acercadoa nuestras tierras. No se ha derramado niuna gota de sangre gilneana. Mi corazónsangra por Ventormenta, por el jovenpríncipe Varian y por ese héroe, Lothar.

Te lo aseguro. ¿Pero acaso debo avocara mi gente a un destino similar? ¿Merecela pena que un solo gilneano sacrifiquesu vida por una causa que no le afecta?—Genn era vehemente. Esta amenaza delos orcos era algo nuevo y extraño, perono estaba totalmente seguro de que setratase de una amenaza con la que lalaboriosa gente de Gilneas no pudieralidiar por sí sola. Los orcos no eran másque unos brutos, después de todo.Engendros—. Monstruos.

—Señor, por lo que habéis descrito,las otras naciones parecen estar ansiosaspor ayudar. Si Aterratrols, Perenolde yel resto toman parte, no sé cómo

podríamos seguir considerándonosvecinos y amigos suyos si no nos unimosa ellos —añadió Crowley. Gennentendió por qué lo apreciaban tanto.Pronunciaba cada palabra con marcadovigor. No entraban en juego maticespolíticos: solo se trataba de un hombrepreocupado por sus camaradas. Genn lorespetaba por muy equivocado queestuviera. Crowley no podía entender loinsensato de su solidaridad, lo quepodría acarrear. No comprendía que supropia gente era lo que debía contar porencima de todo. Era joven y un reciénllegado entre la nobleza.

—Mi padre nunca pensó que el

futuro de nuestra gente estuviese ligadoal camino que tomasen Lordaeron,Stromgarde y Alterac. Algunos sonfuertes, Lord Crowley, y algunos sondébiles. Así son las cosas. Nosotros losgilneanos somos fuertes, y los gilneanosdebemos cuidar de nuestra propiamanada por encima de todo —Genn loshabía convencido. Observó gestos deasentimiento. Observó cómo los noblesse imaginaban los primeros informes delfrente, los lamentos de las madres quehabían perdido a sus hijos. Observócómo calculaban la pérdida de vidasque supondría la petición de Terenas yde Lothar.

Pero entonces, se alzó una moderadavoz que venía del fondo.

—Por otro lado, mi señor. Paramantener buenas relaciones con nuestrosreinos hermanos y asegurar laestabilidad del comercio y los arancelesen el futuro, tal vez deberíamos enviarun pequeño contingente. Uno que lesdemuestre de lo que es capaz incluso lamás ínfima contribución militargilneana. Tenemos a nuestra miliciapreparada para atacar a posiblesenemigos. Usémosla.

Se llamaba Godfrey. Genn confiabaen su consejo pero siempre desconfiabade sus ambiciones. La propuesta de

Godfrey no estaba motivada por laempatía como la de Crowley. Se tratabade un astuto juego político que legarantizaría notoriedad a Godfrey, elcomandante de dicha milicia. Pero teníarazón: el comercio y los aranceles leaportaban al reino grandes ingresos, yno sería prudente poner en peligro esosbeneficios.

—Es una opción que tiene susventajas, mi señor —añadió el barónAshbury. Ashbury era uno de los amigosen quien más confiaba Genn. Habíancrecido juntos; su padre, Lord AshburyI, había ayudado a Archibald a levantarla nación, y Archibald siempre le había

dicho a Genn que confiara en la lealtadde los Ashbury a la corona.

—Tendré en cuenta esa opción,Godfrey.

Genn y Talar subieron a toda prisapor la escalera de caracol hacia lacubierta. La alarma flotaba en elambiente. Aun así, Genn se sorprendióde lo ornamentadas que estaban estasnaves elfas. Tanta artesanía plasmada encada detalle funcional. El mero tamañodel barco y sus múltiples nivelesescapaban incluso a la inventiva de supropia gente.

—Parece que los gilneanos sonbastante testarudos, Lord Cringris —la

frustración de Talar había aumentado alo largo del último día.

—Es una cualidad que siemprehemos admirado en nosotros mismos,buen druida.

—Sí. Ya lo veo.—Has sido muy cortés, Talar, pero

preferiría que dijeras lo que sientes deverdad. He notado tu recelo desdenuestro primer encuentro. Te ruego queme hagas el honor de sincerarte de unavez por todas.

—Mis disculpas si he dado esaimpresión. Yo… Azeroth está en gravepeligro, majestad. Me temo que es unaetapa que no superaremos a menos que

estemos realmente unidos… Vos sois ungobernante que eligió apartar a todo sureino del resto del continente. Sois unrey que rechazó peticiones de ayudadurante años. Veréis, soy un druida.Creo que todas las cosas estánconectadas. Así está formada lanaturaleza. Un ecosistema. Estasdecisiones son… extrañas para mí.

—Os debo mucho a ti y a tu pueblo,Talar. Puede que nos separen grandesdiferencias. Pero no dejes que nosdividan.

Talar inclinó la cabeza suavemente.—Desde luego que no lo harán. El

archidruida Tempestira cree que vos y

vuestra gente seréis una baza importantepara la Alianza. Yo no cuestionaría susabiduría.

—¿Una baza para la Alianza? —Genn quedó desconcertado—. Tenemosuna gran deuda con tu gente, es cierto…pero no puedo ofrecerte, ni a ti ni a tulíder, ninguna garantía de que podamosparticipar en los asuntos de vuestranoble Alianza como baza de importanciaalguna.

—Es una lástima oír eso. Pero esoson asuntos políticos. Nuestra misión essobrevivir a este día.

Fuera la luz escaseaba ya. Unosretazos de pálida iluminación se

asomaban entre las nubes solo paraacabar siendo devorados por el oscurohorizonte. El fresco aire saladoimpregnaba la nariz de Genn, y losgraznidos de las gaviotas retumbabanespantosamente en la distancia.

Docenas de humanoides violetas seafanaban, haciendo cuanto podían parapreparar su barco ante lo que sepresentaba como una tormenta tremenda.Pero entre el púrpura pudo ver a supropia gente. Piel rosada y, porsupuesto, a los huargen: criaturaslupinas; mitad bestia, mitad humanas;remisos a atender a las peticiones de sussalvadores.

—Como puedes ver, Rey, pretendenayudar con los preparativos ignorandolas órdenes. Se han negado a acatar mimandato de que todos los que no seanmarineros de cubierta se vayan abajo.

Cerca de la proa, Genn podía vercómo dos centinelas, hermosas mujeresguerreras, intentaban evitar que unhuargen manejara los cabos de vela. Lacosa no pintaba bien. El hombre loboestaba empujando a un tercer marinoelfo de la noche, enfurecido por serexpulsado.

—Debes entender que la misión quenos fue encomendada en un principio noera traer a lo que quedaba de la

población de una nación a Darnassus.Era ayudar con los huargen. Ya vamosapurados. Mirad ahí fuera. Esto no esuna simple borrasca. Podríamos estarenfrentándonos a nuestro mayorobstáculo hasta ahora —continuó Talar.

—Muy bien, Talar.Había varios barcos más de los

elfos de la noche en el océano en lasinmediaciones del navío. Genn sabíaque en uno de ellos, el Resplandor deElune, se hallaban su mujer, Mia, y suhija, Tess: su familia. Le resultabaextraño pensar en su familia y no incluira su hijo. Le causaba más dolor quecualquier aflicción física que hubiera

podido sufrir en toda su vida. Lecausaba más dolor que perder un reino.

—¡Los exploradores regresan! —gritó un vigía desde la cofa, señalandohacia el sombrío cielo.

Tres borrones negros se apartaron dela penumbra preñada de tormenta.Empezaron a discernirse poco a poco,ya no eran borrones sino gigantescoscuervos de tormenta que volaban a granvelocidad hacia Talar; sus fuertesgraznidos eran una cacofonía queexpresaba alarma y, según le pareció aGenn, miedo.

Entonces los enormes cuervos setransformaron. Genn todavía se estaba

acostumbrando a ver este tipotransformación. Había oído que algunoscampesinos gilneanos practicaban eldruidismo, pero no lo había presenciadohasta hacía poco. Las formas de pájarose retorcieron y se agitaron, deshaciendosus anatomías para tomar sus formasnaturales: las de druidas kaldorei, doshombres y una mujer.

El pánico se reflejaba en cada unade sus caras.

—¡Tenemos que ordenarle a losbarcos que actúen de inmediato! —dijola mujer druida.

—La tormenta… es… no se parece anada que haya visto. Trae olas tres veces

más grandes que gigantes… El mar estálleno de armazones de barcosdestrozados —dijo uno de los hombres.Estaba intentando con todas sus fuerzasmantener la compostura, pero su terrorera evidente.

—Es justo lo que temía —dijo Talar—. Id, aprisa, avisad a los capitanes. Unbarco solo no sobrevivirá. ¡Decidlesque debemos formar una flotillaenseguida!

Sin dudarlo, los druidas secontorsionaron retomando su forma decuervos de tormenta antes dedispersarse en dirección a las otrasnaves. Genn podía ver el océano turbio

y negras nubes de lluvia cubriendo elcielo no muy lejos. No venía de unentorno marinero, pero la situación,incluso para sus limitadosconocimientos náuticos, parecía grave.

—Ese maldito dragón negro aún nospersigue —dijo Talar. Era el estado másemocional en que lo había visto Genndesde que escaparan de Gilneas a duraspenas—. Este Cataclismo… el mundoaún tiembla; estas tormentas handesgarrado los mares…

—Alamuerte el Destructor es unmonstruo, sin duda… pero imaginar queesa bestia causó este gran Cataclismo…que las réplicas continúan por su

culpa… Yo…—Creedme, Genn Cringris. Como ya

he dicho, nos encontramos en elmomento más funesto. Si sobrevivimos aesto, las preocupaciones de Gilneas soloserán el principio. Ahora llevad avuestra gente bajo cubierta. Mitripulación debe trabajar con precisión,sin distracciones. Dad la orden para quevuestra gente obedezca en todos losbarcos —Talar ya había empezado aagitar su brazo hacia los marineros quehabía arriba, en el puente.

—Podemos ayudar, Talar. Mi gentees muy capaz… Querrán participar en latarea de salvar sus propios pellejos.

—¡No hay tiempo para discutir!¡Preferiría que sus pellejos, como decís,no acabaran en el fondo del MareMagnum convertidos en comida para losnagas! En esta ocasión, en nuestrosbarcos, Gilneas tiene que cooperar.

Empezaron a caer cortinas de lluvia.El líquido caía sobre la esforzadatripulación de forma amenazadora. Elmar comenzó a levantarse. Genn se diocuenta de que este no era momento nilugar para que su gente protestara. Estaera una situación en la que tendrían queconfiarle su destino a los kaldorei.

Los vientos aullaban; entonces,como salida de la nada, se estrelló

contra el casco una ola enorme, queempujó la robusta nave e hizo quehumanos, elfos de la noche y huargen setambalearan por toda la cubierta. Gennresbaló y se agarró con fureza a uno delos mástiles tratando de mantenerse enpie por todos los medios. Esta tormenta,este tsunami, había golpeado mucho másrápido incluso de lo que habíanpredicho los exploradores.

Ya le costaba distinguir algo a cortadistancia; solo veía la tromba de agua.Le llegaban los gritos de su gente. Losoía discutir con los elfos de la noche.

Genn irguió su cuerpo hacia delantey empezó a gritar sus propias órdenes a

los suyos.—¿Qué queréis hacer qué? —

Godfrey lo miró fijamente a través desus gafas gruesas como cubitos de hielo.Las implicaciones de lo que acababa deoír eran abrumadoras. Resultabaoportuno que estuvieran en la sala deguerra.

—Ya me has oído, Godfrey.—¿Queréis amurallar toda nuestra

nación? ¿Cerrar nuestras fronteras yponer fin al comercio con el resto de laAlianza? Yo… Es un decisión muyradical, ¿no os parece?

—¡Ya os hice caso a ti y a Crowleyen el pasado, y mira lo que hemos

conseguido! Gilneanos muertos,aniquilados por esos canallas verdes yahora la Alianza, oh, esa «Alianza» queestabas tan seguro de que sería unabendición para nuestro pueblo… quieremás y más cada día. Ellos toman ytoman, ¿pero qué recibimos nosotros acambio? ¡¿Dónde está esa magníficareciprocidad en la que tanto confiabais?!Ahora quieren que les enviemos oropara esa fortaleza… Nethergarde…¿Qué tiene que ver esa avanzada conGilneas… con mi pueblo? —Genn noestaba de humor para que lo desafiaran.

Godfrey miró el gastado mapa de lanación que estaba extendido encima de

la vieja mesa de roble. Levantó su copade vino y creyó que sería mejor dejar eltema. Genn era un rey decidido, como supadre.

Godfrey bebió un largo trago devino. Era tinto de Kul Tiras. Se diocuenta, saboreando el licor con lalengua, de que estos podrían ser losúltimos sorbos de vino de esa isla quebebiera. Por fin habló.

—No estoy sugiriendo que sea unamala idea. Sin embargo, sí que creoque…

—Aceptamos la mano de la Alianza.Le dimos nuestro apoyo, y mira lo quehemos conseguido. Como nación somos

más pobres mientras ellos cosechan losbeneficios de nuestras contribuciones…Había orcos… malditas bestiassalvajes. Tú los viste, sabes de lo queson capaces… Ahora Terenas quiere quele demos más oro. Quizás más sangre.¡Yo digo que no! —Genn pronuncióestas palabras con la contundencia de unhombre que ha tenido una visión.

—La muralla tendrá que atravesarlas tierras de algún noble. Debéis daroscuenta. Ninguna de nuestras fronterasnaturales servirá. Son fáciles de superar.

—¡Claro que me doy cuenta,hombre! Sea quien sea se lecompensará, así como a los granjeros y

ciudadanos de sus dominios.Godfrey tomó otro sorbo de vino,

tenía la cabeza hecha un torbellino,calculando opciones y estudiando elmapa. Se reclinó en la silla.

—En este mapa parece que estéissugiriendo la posibilidad de pasar porlos dominios de Lord Marley… Peroobservad el terreno, mi señor…Tenemos esta región montañosa justoaquí. Sería una fortaleza magnífica conmontañas a cada lado que crearían unabarrera natural segura.

—Lo que dices es cierto.—Claro que para llegar allí

tendríamos que dejar fuera algunas de

las tierras de Lord Crowley.Aislaríamos Piroleña y Molino Ámbar.

—También había pensado ya en eso.Es la dirección correcta. Pero…Crowley es poderoso. Tiene muchainfluencia, incluso tanta como tú,Godfrey. Puede que no se lo tome a laligera.

—No… es cierto. Sin embargodebería entender la lógica de estadecisión. Es lo mejor para Gilneas.Cualquiera se daría cuenta de que seríauna barrera impenetrable —continuóGodfrey, tragando su vino mientrasesperaba la reacción de Genn.

—Desde luego que lo sería,

Godfrey. Y, por supuesto, tus dominiospasarían a ser los de mayor valorestratégico, ya que se convertiría ennuestra ventana al exterior. Tendrías elterritorio más cercano a la muralla.

—Mi señor, se trata delemplazamiento, de Gilneas. Espero queno estéis sugiriendo…

—Ya basta, Godfrey. Tienes razónrespecto a esto. Lo entiendo… seancuales sean tus motivos, viejo amigo.

—Majestad, yo…—Construir la muralla a través de

esas montañas, con las tierras de Puertadel Norte como parapeto, garantizaránuestra seguridad. Reconozco tu lógica.

Lord Crowley… Darius tendrá queentenderlo.

Godfrey apuró su copa y actoseguido se sirvió otra. Iba a necesitaruna buena cantidad de vino y cerveza enlos años venideros, y lo sabía. Pero hoy,como decían en el ambiente tropical deBahía del Botín, había convertido «loslimones en limonada». Hizo un esfuerzopara evitar sonreír.

—Entonces debemos convocar unconsejo de nobles inmediatamente. —Godfrey se puso en pie—. Esta es ladecisión correcta, mi señor, por precariaque sea.

—Eso lo sé… —Genn parecía estar

absorto en la trémula luz de las velas. Sequedó mirando fijamente como si soñaracon un futuro oculto en esas llamas—.Pero imagina… solo imagina lo brillanteque será nuestro futuro sin ningunainterferencia. Solo imagínatelo.

Las naves luchaban contra las fuertesolas, arrimándose unas a otras enorquestada formación. Los marineroselfos de la noche se apiñaban a babor yestribor de los barcos, lanzándolecuerdas a las tripulaciones de los navíosadyacentes.

El razonamiento era evidente: si losbarcos lograban formar una flotillaresistente, atados con fuerza, todos

tendrían más posibilidades de resistircontra la brutal tormenta que si cadabarco lo hiciera por separado.

—¡El grupo de retaguardia hasufrido daños graves en sus mástiles,señor! —gritó unos de los marineros.Talar corrió a la parte trasera del puentepara mirar.

—Eh, Talar… ¿dónde está elResplandor de Elune? ¿No está con elgrupo de retaguardia? —preguntó Gennmientras subía por los empapadosescalones hacia el puente del barco.

Talar titubeó. —Tenéis razón.Todavía no tenemos noticias suyas. Talarseñaló a la derecha con su largo dedo

color lavanda. Genn entrecerró los ojos.A través de la neblina gris podía ver lasvagas siluetas de dos naves. Una deellas estaba dañada y estaba siendoarrastrada por la otra.

—Elfo de la noche, tu catalejo.¡Ahora! —Sin esperar, Genn se loarrancó de las manos al marinero.

Al mirar a través del catalejo, Gennpudo ver cómo las formas se dirigíantorpemente hacia él. Se confirmaron susmiedos. El Resplandor de Elune estabaguiando a un barco dañado con un mástilroto y las velas rasgadas desplegadas enla popa.

—¡Arrimad el hombro, daos prisa y

agarraos fuerte! —gritó el vigía desde lacofa.

Pero era demasiado tarde. El mundodesapareció bajo los pies Genn, y él ylos que lo rodeaban quedaronsuspendidos en el aire. El catalejo salióvolando de su mano y rebotó al caer enla cubierta, que ahora estaba en posiciónvertical.

Luego no quedó más que la fría ysalada sensación del océano… y elaplastante y apagado dolor de cabeza alchocar contra la madera y de loscuerpos deslizándose hacia atrás antesde caer.

El dolor trajo de vuelta las

imágenes. Una copa cayendo en elsuelo de piedra. La cara de Liam.

¡BUM! El barco cayó y se estrellócontra el agua con tanta fuerza que aGenn le pitaron los oídos.

Oyó un estruendo, y cuando fue amirar vio que el palo mayor se habíapartido por la mitad debido al impacto yse había estrellado contra la cubierta.Oyó los gritos alarmados de marinerosque corrían de un lado para otrohaciendo todo lo posible por achicar elagua del barco que entraba cada vez másrápido.

—Esa ola debía de medir cuarentametros. ¡No podremos soportar este

castigo mucho más tiempo, señor! —gritó el marinero, intentandoincorporarse en su maltrecho estado.Genn también se puso en pie intentandorecuperar el equilibrio. Sus oídosseguían zumbando con un pitido hueco.Ahora la ola se dirigía directamente alas naves del horizonte… hacia elResplandor de Elune y su carga herida.

—¡Mia! ¡Tess!Antes de que pudiera hacerse nada,

la ola rompió contra las torpes naves. AGenn le pareció que el tiempo sedetenía.

Los dos barcos de transportechocaron uno contra otro, las tablas de

madera saltaban como las astillas de unárbol talado. Era como si el mar hubieraabierto su enorme gaznate y estuvieraintentando tragarse todos los deshechosde los alrededores, inhalando la navehecha añicos y enviando al destrozadoResplandor de Elune a la deriva.

—¡Por la Luz! —murmuró Genn, suspalabras eran poco más que un suspiro,como una plegaria suave y desesperada.

El otro barco había desaparecidoincluso antes de que Genn pudieraparpadear, dejando el Resplandor deElune solo con el océano que empezabaa tragárselo poco a poco.

—A los botes… Bajad los botes

salvavidas. ¡¡¡Tenemos que intentarrescatarlos!!! —ahora Talar estabagritando concentrado en el frenesí de laacción.

—¡Pero las sacudidas de la tormentano cesan, Talar! ¡Una ola tras otra! —gritó un marinero. Las palabras seabrieron paso en el pitido de los oídosde Genn.

—¡Siguen viniendo, mi señor, unaoleada tras otra! ¡Simplemente siguen…viniendo! Yo… hay poco que podamoshacer. —El capitán de la guardia nopodía ocultar su terror, tenía la bocaabierta y la mirada fija hacia abajo.Genn, un adolescente Liam, el capitán y

el infame archimago real conocido comoArugal estaban en las almenas, en lo altode la Muralla de Cringris.

Bajo ellos había un mar dedesgarbados cuerpos de no-muertos,incontables criaturas arácnidas cargandoy enormes monstruosidades cuyoscuerpos parecían estar cosidos con lapiel de cadáveres putrefactos. La raíz deesta maligna nigromancia no estabaclara, pero su origen sí lo estaba…Lordaeron. Lordaeron, que semanasantes le había suplicado ayuda a Gilneasy se la habían negado.

—Por la Luz, míralos. Es que hay…tantos —Genn estaba espantado por lo

que veía. La luz de la luna brillabasobre las destartaladas armaduras de lasfiguras esqueléticas. Les llegaba el ecode sus gemidos, persistentes eincesantes. Los no muertos se movíancomo uno con un único objetivo: abriruna brecha en la muralla.

Bajo ellos, al otro lado de lamuralla, soldados gilneanos manteníanla formación, lanzando flechas de fuegofútilmente contra la multitud, sus rastrossurcaban la oscuridad hasta queencontraban a su objetivo. Pero tanpronto como uno de los no muertos ardíaen llamas, otro tomaba su lugar.

—No parece que vaya a acabar

nunca, majestad. Llevamos días así.Yo… No creo que podamos aguantarmucho más tiempo. Incluso nuestra granmuralla acabará cediendo ante la fuerzadel número. —El capitán estabanervioso. Había visto muchos horroresen los últimos días, cosas que ningúnhombre debería haber visto… cosas queningún hombre podría olvidar.

—¡Cálmate! Eres un gilneano.¿Dónde está tu sentido del honor? Porsupuesto que la muralla resistirá y porsupuesto que sobreviviremos incluso aesto —Genn era severo. Debíademostrar su liderazgo a toda costa.Tenía que ser el señor de su manada, el

corazón palpitante de Gilneas.Miró afuera, escuchó los gritos que

venían de abajo, vio cómo sus hombresperdían terreno y se arrastraban devuelta a su muralla. Se preguntó lo quehabría hecho su padre en un momentocomo este. Tenía que haber una solución.

—Padre, tendrías que haber…tendrías que haberme hecho caso.

Genn se volvió hacia la voz. Nopodía creer lo que estaba oyendo. Supropio hijo, Liam, su propio chico, loestaba cuestionando de nuevo, y aquí,delante de los demás, mientras Gennestaba haciendo todo lo posible parainspirar fe.

—¡Este no es el momento, chico!Ahora no. —Los ojos de Genn ardíancon furia.

Genn miró al archimago quepermanecía en silencio junto a él.Arugal siempre había sido todo unmisterio. Ni siquiera aquí mostrabaatisbo alguno reconocible de emoción,ni miedo, tan solo la calmada ycalculadora mirada de alguien queestuviera analizando los cadáveresvivos que había abajo, intrigado. Peroasí eran aquellos que dedicaban su vidaa lo arcano. Genn nunca había conocidoa ninguno que hubiese mostrado empatía.

—Maese mago…

—¿Sí, mi señor? —as palabras deArugal eran frías y entrecortadas, y susojos estaban devorando el panorama quetenía a sus pies.

—Haz lo que dijimos. ¡Pero hazloya!

Arugal inclinó ligeramente lacabeza, esbozó una extraña sonrisa cualniño al que le hubieran dado un juguetenuevo. —Así se hará, mi señor.

Y se marchó, dejando a Genn, aLiam y al capitán entre terroríficossonidos: el choque del acero contra lasarmaduras, los continuos gemidos de losno muertos y los gritos de soldadosgilneanos al morir. Durante un breve

instante, Genn pensó en lo que acababade hacer. Había visto a los hombreslobo, los huargen, que Arugal habíainvocado. Eran bestias peligrosas,aumentar su número podría representaruna carga. Pero estos eran tiemposdesesperados; quizás hacían faltamonstruos para derrotar a monstruos.

La flotilla se enfrentaba a la peorparte de la tormenta, olas gigantescas seabatían sobre los barcos, pero la fuerzacombinada de madera resistente yremaches de acero de toda una flotaaguantaba firme. Los miembros de lasnaves se encargaban enseguida decualquier desperfecto sufrido en

cualquiera de ellas.Sin embargo, la flotilla no estaba

ayudando al Resplandor de Elune. Noestaba ayudando a Mia y a Tess. Elbarco, o lo que quedaba de él, se hundíacada vez más.

Cuatro botes salvavidas cayeronsobre el océano, blanco y espumoso acausa de las olas arremolinadas y lafuerte lluvia, cuyo color contrastabafuertemente el cielo repleto de nubesnegras. Varias centinelas bajaron por lasescalas de cuerda hacia los esquifes,con las afiladas espadas de los elfos dela noche ceñidas a la espalda. Gennsiguió a Talar a estribor.

—Talar… debo ir contigo —suplicó.

—Rey Cringris, mi deber es llevarosa vos y a vuestro pueblo a salvo hastaDarnassus —estaba gritando paraimponerse al rugido del trueno y al azotedel viento—. Mi conciencia no mepermite poner en peligro vuestra vidatambién. Esta es una tarea peligrosa,razón por la cual, como líder de laexpedición, debo ser yo quien seembarque en ella. Me niego a arriesgar amás que un puñado de mi propia gente…Os prometo que haré todo lo que esté enmi mano para traeros a vuestra esposa ya vuestra hija.

—Son todo lo que tengo, Talar.Debo…

—¡Debéis quedaros! —Talar bajópor la escala de cuerda y se dejó caer enel bote. Los botes salvavidas se alejaronrápidamente y se dirigieron hacia elResplandor de Elune así como a lasdiminutas manchas púrpuras y rosas queflotaban en el mar, agitando los brazos.

Genn observaba cómo los esquifesrebotaban en la mar picada. No. Nopodía quedarse. No podía. Era sufamilia. Se lo debía. Incluso ahora, consu mundo hecho pedazos, a pesar detodas las decisiones insensatas quehabía tomado, Mia y Tess aún creían en

él y lo apoyaban. Respiró hondo y soltóun rugido. Podía sentir el cambio, sucuerpo expandiéndose, su pelocreciendo rápidamente, su caraextendiéndose hasta convertirse en unhocico pardo.

Con un sonoro aullido, arqueando laespalda y levantando los brazos hacia elcielo, completó su transformación. Eraun huargen, uno de los hombres lobo quele había pedido a Arugal que invocarahace tantos años… Uno de los hombreslobo que, junto con los Renegados,habían destruido su nación sin remedio.Pero bajo esta forma era más rápido ymás fuerte. La maldición que sufría tenía

sus ventajas.Corrió hacia estribor a toda

velocidad. La cubierta mojada noafectaba a su equilibrio: estabaexcepcionalmente concentrado. Elinstinto animal que había en su interiorcorría por sus venas. Su mente estabaobcecada en la tarea que lo ocupaba,nada más, solo en llevarla a cabo. Yentonces, al llegar al borde, ¡saltó!

Talar se giró bruscamente cuandooyó el aullido. Por encima de él,cayendo en su bote salvavidas, comouna mole en la lluvia, estaba Cringris.

Cringris había aterrizadoperfectamente de pie y miraba al druida

a los ojos. Las centinelas a izquierda yderecha desenvainaron sus espadasinstintivamente para atacar.

—En los asuntos de mi propiafamilia, debo actuar —ahora la voz deGenn era salvaje, terrorífica.

Talar les hizo señas a las centinelaspara que retrocedieran. —Qué hombretan testarudo. Pero después de unmomento, Talar asintió.

Los botes salvavidas pusieronrumbo al barco que se estaba hundiendo.El Resplandor de Elune crujió, sumadera se estaba astillando, su casco seestaba haciendo añicos y su proaapuntaba al cielo.

—¡Eh, ahí! ¡Ayuda!—¡Por la Luz, por favor, salvadme!—¡Hermano druida, ayuda!Agitando los brazos, pataleando

frenéticamente, las figuras gilneanas ykaldorei estaban intentando con todassus fuerzas mantener la cabeza fuera delas agitadas aguas.

Las centinelas de los botes agarraronlos brazos extendidos y sacaron del aguaa los supervivientes. El bote salvavidasde Talar y Genn fue directo hacia elbarco de transporte destrozado. Habíasupervivientes en lo alto de la proa queestaba dada la vuelta. Sus gritosquedaban ahogados por el torbellino de

sonidos que los rodeaban: la lluvia, losvientos azotadores, el tambaleo de lanave. No había muchos, o no tantoscomo debería… y Genn cayó en lacuenta enseguida. Los otros debíanhaber perecido en el Mare Magnum o enlas fauces de las bestias que acechabanen su eterno estómago.

—¡Mia! ¡Tess! —gritó Genn. Suvista era mejor en su forma huargen, y através de la lluvia no podía ver a sufamilia en la proa—. ¡Tienen que seguirdentro! Seguro.

—Avanzad hacia el barco. Lanzadcables allá arriba. ¡Vamos!

Las centinelas a bordo del esquife

lanzaron sus espadas a lo alto concuerdas atadas a ellas. Las antiguasarmas se clavaron en la proa, y lascuerdas desenrolladas colgaron hacialas fuertes manos de las guerreras.

—No están ahí arriba. Si viven,tienen que estar dentro —sin esperar unarespuesta, Genn saltó del botesalvavidas y se aferró a los remachessobresalientes del casco del barco.Trepó hasta un ojo de buey cuyo cristalse había roto.

—¡Cringris! Detente. ¡A lossupervivientes siempre se les ordenaque vayan hacia la proa o la popa! Siestán vivas, estarán… —pero era

demasiado tarde. Genn ya habíaarrancado el marco de madera del ojode buey y había desaparecido en elinterior del barco que se hundía.

—Insensato… se ahogará. Si quierehacerlo solo, que así sea —susurróTalar. Dicho esto, tomó la forma de unenorme cuervo de tormenta y planeó enel cielo gris hacia la proa y lossupervivientes que había en ella.

Dentro del barco ardía un fuego.Salían nubes gris oscuro. Genn no veíacasi. El calor era sofocante y resultabamuy difícil respirar. Todo estaba patasarriba, descolocado. Los pasillosestaban inclinados y repletos de tablas

rotas y muebles carbonizados. Porencima de Genn, fuera del camarote, sepodían oír los gritos desesperados delos supervivientes.

—¿Mia?Respiró hondo y dejó que la rabia

natural de su forma salvaje se adueñarade él, y se puso en marcha, corriendohacia el camarote del pasillo lateral, através de las llamas y la estructura delbarco que se desmoronaba.

—¡¿Tess?!La fuerza de la gravedad lo

aplastaba; cada movimiento hacia arribaera una lucha. Los cadáveres llenabanlos pasillos. Muchos fueron antaño

orgullosas guerreras centinelas kaldorei,algunas estaban empaladas en estacas demadera, otras lívidas, parecía que lashubieran cogido desprevenidas, conmiradas de decorosa sorpresa: no eraasí como esperaban morir. Ahora estabacaminando por las paredes volcadas. Elsuelo estaba a su izquierda.

El humo flotaba hacia él, el olor decarne quemada se aferraba a susorificios nasales. Era un olor que leresultaba familiar.

La ciudad de Gilneas ardía. El humose deslizaba por las calles laterales y elfuego de cañón retumbaba en el cielo.Genn estaba en la muralla, mirando

hacia abajo. Era la misma muralla desdedonde había contemplado anaranjadaspuestas de sol con su padre cuando eraniño, donde había admirado la granciudad y nación que tendría quegobernar.

Pero ahora esa ciudad estaba enpeligro. Crowley había hecho marchar asus hombres, a esos rebeldes de laPuerta del Norte, como se hacían llamar,a través de las puertas. Eran terroristas,desde el punto de vista de Genn, y habíaque ocuparse de su traición.

Crowley no había aceptado lamuralla de buena gana. Había desafiadoa Cringris e incluso había ayudado a la

Alianza durante lo que se conocía comola Tercera Guerra enviando a la«Brigada de Gilneas» para asistir aLady Jaina Valiente.

Genn había intentado razonar con elorgulloso noble. Había intentado dejarclaro que esta muralla era la forma deavanzar. Había intentado explicarle porqué ayudar a la Alianza estaba mal,incluso aunque su propio hijo seopusiera. Pero Crowley no quiso ver laverdad de estos hechos. Crowleyinsistía en que estaba haciendo lo mejorpor el futuro de Gilneas y en queacabaría con la «tiranía» de Genn.

La guerra civil atenazaba la nación.

La capital estaba en llamas, atacada porla propia gente de Gilneas. El gransueño de Archibald Cringris se estabadesvaneciendo.

Genn se giró bruscamente y empezóa trepar por el pasillo que debería habersido horizontal. Corrió hacia los gritosde ayuda.

Encima de él, veía brazos púrpuraextendidos a través de los escombrosvolcados que bloqueaban el marco de lapuerta. Las manos exploraban los restosque los tenían atrapados, buscando unasalida desesperadamente. Debían depertenecer a marineros atascados en uncamarote de proa.

Genn no perdió ni un segundo. Secolumpió hacia delante con su brazoderecho y se agarró al marco cubierto deredes con el brazo izquierdo, haciendocaer los escombros. A través de lamadera doblada y de los pesados restos,pudo ver la cara de un elfo de la nocheque lo miraba eufórico.

—Por la luz de Elune, ¿de dónde hassalido? —exclamó una voz.

—Hemos venido a rescataros —tirófuerte de los escombros, pero no cedían.No podía hacerlo solo.

—Empujad con todas vuestrasfuerzas. ¡Si combinamos nuestrosesfuerzos, podré sacaros!

—Se hará como dices, huargen.Genn se concentró, intentando

mantener sus recuerdos alejados de suajetreada mente. Una copa que cae.Vino derramándose en el suelo depiedra, como sangre. Otra vez no. Nopodían distraerlo ahora. No podíandebilitarlo aquí. Finalmente, tiró fuertede la mole mientras los elfos de la nocheempujaban.

¡Crac! Los escombros se vinieronabajo. Genn empujó su cuerpo hacia lapuerta. Un marinero elfo de la nocheempezó a caer, pero encontró dóndeagarrarse. ¡Eran libres!

—Gracias. Habíamos empezado a

aceptar nuestras muertes.—Nunca estés tan dispuesto a

aceptar cosas inciertas, elfo de la noche.Seguidme.

Pronto, varios marineros corrieronpasillo abajo con él. Gruesas columnasde humo se arremolinaban bajo ellos.

—¿Dónde están mi esposa y mi hija?—¿Tus qué? —preguntó un marinero

con la cara ensangrentada.—¿Sois… el rey Cringris? —añadió

otro elfo de la noche.Cringris asintió.—Sus aposentos están abajo, pero

no las hemos visto. Las centinelas teníanque haberlas traído a proa, pero…

—¿Pero qué?—Nadie ha sabido nada de ellas…

estaban en los camarotes de estribor.Por la mente de Genn pasaron las

imágenes de los cuerpos destrozados delas centinelas que había visto cuandoentró en el barco. La imagen fuereemplazada rápidamente por otroretazo de sus agitados recuerdos: ungrupo de centinelas yaciendo en uncharco de sangre en Puerto Quilla, enGilneas. Las centinelas habían muerto amanos de guardias de la MuerteRenegados. Esos monstruos no-muertosque servían a la Reina alma en pena sehabían aliado con un culto huargen

renegado cuyo único objetivo erahacerse con las tierras de Genn.

Genn y los marineros corrieron porlos pasillos que se venían abajo. Podíansentir cómo el barco se hundía cada vezmás. Ahora estaba ocurriendo muyrápido, con sacudidas largas ysobrecogedoras. Bajando, vieron loscuerpos de centinelas muertas.

—Abajo y a la izquierda. Los botessalvavidas os esperan al otro lado de laventana. ¡Ahora marchaos! —Gennseñaló hacia el pasillo lleno de humo,hacia el camarote por el que habíaentrado.

—El camarote de vuestra esposa

está más abajo, cerca de la cubierta depopa. Buena suerte y gracias —dijo elmarinero.

Dicho esto, Genn se soltó y se dejócaer, a través del pasillo, a través delhumo. Era una sensación extraña caerpor el barco. Podía ver subir el aguapasillo arriba.

—¡Ayudadnos! —era la voz de unamujer. Era la voz de Mia. Genn lo supode inmediato. Extendió la mano,agarrándose al marco de una puerta,deteniendo su caída.

—¡Ya voy, amor mío!Genn se abrió paso por el pasillo

inundado. Salpicaba espuma blanca a

través de los ojos de buey. Casi nopodía ver con la gruesa capa de humo yceniza que lo cegaba.

—¡Esposo! —gritó Mia. Estabadelante de él. Solo tenía que seguiradelante.

—¡Aguanta! ¡No voy a perderte! —Ahora los recuerdos lo invadían másrápido, una vez más, fragmentos deimágenes del cuerpo herido de Liamentre sus brazos, una copa cayendo enel suelo en una sala de guerra, vinoderramado. Los reprimió… ¡No, ahorano!

Mientras los recuerdos se disipaban,tiró abajo una puerta y entró en el

camarote de un empujón.—¡Padre! —Tess, su hermosa hija,

se aferró a él con fuerza. Detrás de ellayacía Mia. Su pierna estaba torcidahacia un lado, inflamada y morada:claramente rota—. Madre… su… ¡supierna está destrozada! No podíadejarla… Cuando el barco recibió elimpacto, el tocador cayó sobre ella y…

—Marchaos, los dos. Marchaos,queridos, marchaos mientras hayatiempo. ¡Por favor dejadme aquí! —Miase esforzaba por ser coherente a pesardel dolor.

—¡No te dejaré, madre!—No te dejaremos. ¡Nunca! —Genn

corrió junto a Mia y la cogió tiernamenteen sus brazos. Ella gritó de dolor, y elsonido le desgarró el corazón a Genn.Su pierna colgaba inerte.

—Shhh… ya está, amor mío. Voy asacarte de aquí. Tienes que resistir —apesar del dolor, le dedicó la ampliasonrisa que siempre le había iluminadola cara y arrugado la pequeña nariz. Erala sonrisa que había hecho que seenamorase de ella tantos años atráscuando se vieron por primera vez en elbanquete real de Aderic. Iba a entrar enestado de shock a causa del dolor, perosu sonrisa seguía siendo radiante—.Agárrate a mi espalda, hija. ¡Debemos

darnos prisa!Tess rodeó su corpulenta figura con

los brazos y, con un nivel deconcentración que llevaba días sinsentir, Genn cargó en medio del humo,sosteniendo a Mia con cada fibra de suser. Las cubiertas estaban prácticamenteinundadas, y el pasillo que llevaba aproa estaba sumergido. Con un brazo secolumpió hacia delante, avanzandopesadamente hacia arriba, Tess loayudaba a agarrar a su madre. Despaciopero con seguridad Genn siguió adelantecon su familia.

—¡Aprisa, padre: el agua estásubiendo!

Genn no miró abajo. Percibió laalarma en su tono de voz y sabía que elagua los alcanzaría pronto. Verlo no leayudaría.

Al girar en un pasillo, pasaron juntoa los cadáveres de las centinelas y sedirigió al camarote por donde habíaentrado. Pero antes de que Genn pudieradar otro paso, su estómago dio unvuelco. Los gritos de su mujer y de suhija retumbaron en sus oídos peroquedaron ahogados por el fuertechasquido del Resplandor de Elune alhundirse aún más. El tiempo no estabade su parte, y con un último arranque deenergía fue hacia la salida todo lo

rápido que pudo.Al otro lado del ojo de buey pudo

ver los botes salvavidas arrimados unosa otros, acogiendo a los pocossupervivientes que quedaban. Lacorriente hacía chocar los esquifes unoscontra otros, y Talar mantenía unadelicada actitud equilibrada mientrasrecibía a los que se habían salvado.Genn vio que los marineros que acababade rescatar estaban ahora en losesquifes, vivos.

—¡Talar! La reina está herida.¡Tienes que ayudarlas a ella y a laprincesa! —gritó Genn, su vozabriéndose paso en el viento.

—Suéltalas. ¡Las recogeré!¡Podemos curarla! —gritó Talar,impresionado por lo que estaba viendo.

Genn miró a izquierda y derecha.Ahora estas dos mujeres eran su razónpara vivir. Ni su nación, ni su hijo. Loeran todo para él. —Amor mío, tedolerá muchísimo cuando caigas. Sipudiera detener el dolor, lo haría. Tienesque ser fuerte.

—Puedo soportar cualquier dolor siestás junto a mí, esposo. Te quiero…siempre. Ahora suéltame.

Genn sonrió y la dejó caer por el ojode buey hasta zambullirse en el océano.—Tess, es tu turno. ¡Ayuda a tu madre!.

Tess le dedicó una sonrisa torcida,los ojos comenzaban a llenársele delágrimas, se izó por el ojo de buey ysaltó al agua.

Las dos mujeres salieronrápidamente a la superficie, jadeandopor la falta de aire, moviendo losbrazos. El esquife de Talar llegó junto aellas mientras las centinelas seescoraban para sacarlas.

Aliviado y orgulloso por lo queacababa de hacer, Genn empezó a salirpor el ojo de buey, pero antes de quepudiera hacerlo…

¡Zas!Talar sintió un vacío que tiraba

desde abajo. Los esquifes se inclinarony chocaron unos contra otros. Como sitirase de él una poderosa fuerza, elResplandor de Elune cayó en picado.

Genn abrió los ojos de par en parmientras era engullido en un instante,cayendo por el camarote hacia el pasilloinundado, una succión lo arrastrabahacia abajo, hacia las entrañas del barcohundido.

—¡Genn! —gritó Mia. El barcohabía desaparecido. Solo quedabanespumosos círculos concéntricos quehacían ondas como una gigantesca diana.

El agua llenó los pulmones de Genn,haciendo que tosiera el aire que le

quedaba. Agitó los brazos, intentandonadar hacia arriba, resistiéndose a lafuerza que tiraba de él.

Le estaba entrando el pánico, elcorazón le latía a toda velocidad,parecía que se le iba a salir por lagarganta. Comprendió que no le quedabamucho de vida.

A Genn le estaba entrando el pánico.Podía oír a Godfrey, a Ashbury y aalgunos nobles más que lo llamaban enel bosque. Sabía que no tardarían muchoen encontrarlo. En el suelo, delante deél, había una de las bestias, uno de loshuargen que rondaban El Monte Negro,recordatorios terribles del fracaso de

Arugal años atrás, recordatoriosterribles de las órdenes de Genn de usara esas bestias para combatir a la Plaga,recordatorios aún peores de cómo losmonstruos se habían vuelto contra lapropia gente de Genn. Lo había abatido;los impactos de trabuco ahora eranagujeros en su pecho. El cuerpoemanaba calor y los charcos de sangreempezaron a coagular.

Era un secreto de los nobles que losciudadanos nunca debían conocer. Cadaluna llena, Genn, Godfrey, Ashbury,Marley y otros se iban a El MonteNegro, armados hasta los dientes, enbusca de criaturas que para la mayoría

de su gente no eran más que un mito,relatos de guerra exagerados contadospor soldados que regresaban de laMuralla de Cringris. Los nobles lesdaban caza como deporte y porvenganza… exterminaban a lasalimañas.

Tocó la cálida humedad de suhombro, donde la piel palpitaba y ledaba punzadas. Sus manos estabanmanchadas de espesa y pegajosa sangrecarmesí. Le había mordido. La bestia lehabía tendido una emboscada,atenazando su hombro antes de que Gennpudiera disparar. El miedo se apoderóde él. Se sentía enfermo. ¿Iba a

convertirse en uno de los monstruos quedespreciaba? Sabía que si Godfrey,Ashbury y Marley veían la mordeduraharían lo que hubiera esperado quehicieran. Lo que haría él si estuviera ensu lugar. Acabarían con él. La maldiciónno se extendería. Se puso en pie, limpióla sangre de su hombro y se subió elcuello.

—Majestad, ¿cómo estáis? —eraMarley quien gritaba a través delfollaje.

Con mano temblorosa, Genn arrancóun trozo de su bolsa y lo metió bajo latela de su chaqueta a la altura delhombro. Tiró aún más del cuello de su

abrigo y reprimió un quejido.—Lord Cringris. ¿Dónde estáis? —

Godfrey lo llamaba desde el bosque.Genn se subió el cuello tanto como

pudo. La herida le ardía y el dolor lehacía respirar con dificultad.

—Sí… estoy… estoy aquí. ¡Maté ala bestia! —respondió Genn a gritos,esperando poder engañarlos. Se apartódel cuerpo despacio, respirando aintervalos cortos, nervioso, y se agachópara limpiarse las manos sangrientascon la hierba húmeda.

La lengua del huargen colgaba haciaun lado como un lazo rosado torcido, yla mirada vidriosa de la bestia estaba

clavada en él como si lo estuvierajuzgando.

—¡Padre! —gritó Tess al ver cómoel barco desaparecía bajo el agua.

—Volved con la flotilla. Ya. Yo iré apor él. ¡Marchaos! —Talar espetó susórdenes desde la proa del botesalvavidas.

—Por favor… te lo ruego, trae a mimarido de vuelta —le suplicó Mia.

—Haré lo que pueda, reina Cringris.—Dicho esto, Talar saltó al agua. Bajola superficie se transformó en un leónmarino de piel suave, una forma quehabía perfeccionado durante milenios.Era una forma útil para su vida de

marinero. Pudo ver cómo el Resplandorde Elune se deslizaba hacia lasprofundidades, envuelto por laoscuridad que allí reinaba.

Genn nadaba con fuerza, dandopatadas. La presión en sus pulmones erainsoportable. Podía sentir cómo sumente se rendía, suplicando una dulceliberación, suplicando dejar de sentirese ardor en el pecho o la presión en losoídos. La cabeza le daba vueltas, secolapsaba, imágenes estroboscópicas derecuerdos danzaban en la cúspide de suinconsciencia. El dolor que leprovocaban era quizás lo único que lepermitía seguir adelante.

Vio el día en que los huargen habíanatacado la ciudad de Gilneas. Vio lasilueta de la misteriosa sacerdotisa elfade la noche que se le había aparecidopor primera vez para advertirle delpeligro al que se enfrentaba. Podía ver asu hijo alentando orgullosamente a sugente para que luchara contra losRenegados. Podía ver a su gentesiguiendo al joven príncipe con losrostros llenos de inspiración. Recordóhaber pensado claramente en loorgulloso que estaba del joven al quehabía educado.

Pero se estaba debilitando a todaprisa. Se estaba soltando del marco al

que se había agarrado. Sentía cómo lascorrientes tiraban de él.

Mantente en pie por ti mismo,chico. Podrás hacer lo que quierassiempre que tengas el valor y el arrojode mantenerte en pie por ti mismo. Erala voz de su padre que rondaba en lomás profundo de su mente.

Lo sé, padre. Lo sé. Como si a Gennle hubieran dado una de las pocionesrojas que hacían los boticarios, la vozde su padre le insufló vida. Se propulsóhacia delante, pestañeando, con lacabeza prácticamente en blanco.

¡Puedes superarte de maneras quetú mismo desconoces!

Casi había llegado al ojo de buey.Fuera pudo ver la silueta de una criaturaque venía hacia la apertura. Era un leónmarino contorsionando su cuerpo entrelas corrientes.

Genn luchó contra la fuerza queintentaba arrastrarlo a lasprofundidades. Luchó contra laoscuridad de su mente que intentabaahogarlo con la misma intensidad que elagua, cerró los ojos. Cuando volvió aabrirlos, vio una mano violeta extendidapor la ventana. Era Talar; su otra manoestaba agarrada con fuerza al marco dela ventana mientras las corrientesintentaban arrastrarlo dentro.

Genn miró directamente a los ojosbrillantes del elfo de la noche, luego a lamano que le tendía. Talar había venido apor él. Había arriesgado su vida pararescatar a un hombre que apenas conocíay que no le gustaba demasiado.

Con un último esfuerzo, usando hastael último gramo de fuerza que lequedaba, Genn se lanzó hacia delante,con su propia mano extendida hasta quese aferró a la de Talar.

Y entonces todo se volvió negro.La misiva estaba desplegada sobre

la mesa. Liam la golpeó con la mano,esforzándose por dejar claro suargumento. Solo era un adolescente,

pero no iba a seguir temiendo expresarsu opinión. Estaba asustado y furioso, yestaba en total desacuerdo con su padre.

—Ahora puedes retirarte, Liam. Heoído lo que piensas de este asunto y nome gusta este espectáculo. —Genn tomóotro sorbo de vino.

—¿Qué pasará si esa Plaga llegahasta aquí? —siguió Liam.

—Esa es la razón por la que lamuralla separa nuestra gran nación delas otras —le rebatió Genn. Empezaba asentirse un poco borracho, y estaconversación le estaba dando dolor decabeza.

—¿Y qué pasa si esas criaturas

superan vuestra muralla? ¿Entonces qué,padre? Además, ¿y si pudiéramos haberhecho algo para detenerlo de antemano?

Con un único y rápido movimientoGenn se puso en pie y tiró su copa, aúnllena de vino, contra el suelo de piedra.—¿Cómo te atreves a cuestionar a tupadre, chico? ¡Retírate!.

La copa cayó con un ruido metálico,el vino se derramó por el suelo como lasangre de una herida reciente. Liam lamiró fijamente, sorprendido, antes devolver a hablar.

—No, señor. No lo haré hasta queme hayáis oído. Oído de verdad.Escuchado de verdad, por una vez. Nos

lo están suplicando, padre. Lordaeronsolo nos está pidiendo ayuda en unasituación realmente desesperada. Estánmuriendo mientras hablamos. Esto no esuna petición de aranceles o…

—¡Son peticiones de debilidad!¿Quieres salir ahí? ¿Quieres enfrentartea esas monstruosidades? ¿Es eso? No.No arriesgaré la vida de mi hijo ni la deningún hijo de Gilneas. ¡Mi padre no lohabría hecho, y tampoco lo hará su hijo!

—Siempre con el abuelo. Siempre.Es como si vos mismo no fuerais reysino tan solo un senescal que le mantienela silla caliente hasta que él vuelva.

—¡¿Cómo te atreves, muchacho?!

—Hay que tener en cuenta otrasposibilidades… Este hijo tomaríadecisiones diferentes a las de su padre.

—Cuando yo tenía tu edad, lo únicoque quería era ser como mi padre. Esees el deber de un príncipe.

—Y yo creía que el deber de unpríncipe era llegar a convertirse en ungran rey. —Liam se dio la vuelta. Sabíaque esta discusión estaba perdida; supadre actuaría como siempre.

—¡Apártate de mi vista! ¡Vete,márchate lejos!… Esa muralla nosprotegerá, chico —gritó Genn,tropezando con su silla—. Aguantará, yGilneas siempre será grande…

¡siempre!Sus palabras resonaron en los muros

de la estancia vacía.Genn parpadeó. Cuando abrió los

ojos, quedó cegado por los brillantesrayos de sol. Los cubrió con una mano.Estaba vivo. No oía ni sentía la lluvia.Encima de él había un cielo azul repletode esponjosas nubes blancas.

—Estáis despierto —dijoalegremente una voz familiar.

—Talar susurró Genn con unasonrisa. —Me has salvado la vida.

—Estabais soñando, buen rey,hablando en voz alta.

—Estaba soñando con mi chico…

Mi hijo hubiera sido un buen rey, mejorque este viejo testarudo.

—Genn… Lord Cringris, no oshagáis esto. Sois…

—Oh, no, Talar, esto no es tristeza…Desde luego habrá momentos en los queesta pérdida me golpeará como si mearrojaran una piedra contra el pecho,pero ahora puedo hallar consuelo…

—No entiendo.—Liam entendía que siempre hay

que tener en cuenta otras opciones, quecada situación requiere una medida deacción diferente. Soy un padre orgullosode saber que mi hijo era más sabio queyo.

—Tal vez todos podamos tener encuenta otras opciones… Vuestra gente estestaruda, y vos también, pero sin eserasgo muchos de los marineros noestarían vivos hoy. Será un honor paramí llevaros hasta Teldrassil.

—Ah, sí, Teldrassil. Me han dichoque es un paisaje digno de ver.

—Venid, vuestra esposa y vuestrahija os esperan. La pierna de la reinaestá curada. —Talar extendió la manopara sujetar levantar a Genn de lacubierta.

Genn miró la mano por un instante.—Este viejo rey no necesita tu ayuda

ni la de nadie para levantarse, Talar

Empuñarroble. Espero que no lo hayasolvidado —y se incorporó con una levesonrisa.

Talar estalló en carcajadas. —Comoqueráis, amigo—. Talar seguía riéndose.Era la primera vez que Genn oía reírseal elfo de la noche o que lo veía sonreír.

Una vez en pie, Genn contemplócómo la luz del sol oscilaba sobre elocéano en calma. Estaba dolorido. Ledolía todo el cuerpo, pero su menteestaba más despejada de lo que habíaestado en semanas. Esperó un momento,seguro de que sus pensamientos prontose verían invadidos por recuerdos quepreferiría olvidar. Pero ahora no lo

atormentaba ninguno. Los barcos seestaban separando de la flotilla. Ahora,fuera de peligro, cada uno izó suspropias velas radiantes y se deslizóadentrándose en el mar bañado por elsol.

—Me dijiste que ese archidruidaTempestira cree que mi gente será unabaza importante para la Alianza.

—Así es.—Pues puede que esté en lo cierto…

Puede que esté en lo cierto.

GARROSH GRITO

INFERNAL

CORAZÓN DE

GUERRA

Sarah Pine

Me decepcionas, Garrosh.Hiciera lo que hiciera, el recuerdo

de aquellas palabras no se apagaba. Noimportaba cuántas veces escuchara los

orgullosos vítores de «¡Bienvenido,Señor supremo!», mientras atravesabaEl Martillo de Agmar, ni cuánto tiempopermaneció en las ruinas ante la Puertade Cólera observando las llamasencantadas que todavía ardían allí.Incluso el choque de sus filos contra lasbestias o los miembros de la Plaga quese atrevían a enfrentarse a él solo leproporcionaba un alivio temporal. Todaslas cálidas salpicaduras de sangrecontra su cara no eran capaces de ahogaraquella voz. En el momento en queregresaba al camino escuchaba esaspalabras en su mente cada vez que lapata de su gran lobo se posaba sobre la

nieve.Quizá fuera la continua presencia del

Jefe de Guerra en su flanco lo que hacíaque las palabras permanecieran. Thrallhabía decidido acompañar a Garrosh devuelta al Bastión Grito de Guerra desdeDalaran. Había dicho que quería ver susterritorios en Rasganorte. Garrosh sesentía como si llevara un carabina, perotambién era una oportunidad. Lasincursiones de la Horda en Rasganorteno eran precisamente triviales. Seguroque Thrall se había dado cuenta.Seguramente apreciaría todo lo que sehabía conseguido en ese frente.

Garrosh escupió a la espalda de su

lobo, Malak, y contra los juncos. El lagoKum’uya quedaba tras ellos, tranquilocomo un espejo en el gris cielo de lamañana. Llegarían al Bastión Grito deGuerra a media tarde, o al anochecer siiban despacio. En privado tenía queadmitir que estaba ansioso por ver lamirada en los ojos de Thrall cuandollegaran.

Por desgracia no podrían admirarlodebidamente mientras se acercaban. Enun instante, Garrosh supo que losnerubianos habían vuelto a entrar en laCantera de Piedra de Poderío. Hizo unamueca. Daba igual lo efectivo que fuerasu bloqueo de Azjol-Nerub, los insectos

siempre se las arreglaban para encontrarel modo de volver al oeste. Susespeluznantes chillidos eraninconfundibles, llevados a todos losrincones por el gélido viento de latundra.

—¡Adelante! ¡Atacad! —ordenóGarrosh a los jinetes Kor’kron que lesacompañaban, olvidando que, enrealidad, él no era el comandante delgrupo. Había espoleado a Malak algalope y los había dejado atrás antes derecordar que el decoro dictaba quedefiriera en Thrall. Bueno, el decoro noganaba batallas. La acción, sí.

Más sonidos de la pelea se hicieron

audibles mientras se acercaba: gritos delos guardas de batalla, las pesadasexplosiones de la artillería y eldistintivo sonido de las armas de metalal astillarse contra la quitina nerubiana.Garrosh preparó sus hachas, su pulsoacelerándose por la emoción. Cabalgóhacia el borde de la cantera, Malak noperdía el paso. Se deslizaron paredabajo, saltaron sobre las rocas y losandamiajes y, con un grito, Garrosh selanzó al combate.

El nerubiano ante él no le vio venir.El primer golpe de Garrosh le hizo unprofundo corte en el tórax y el segundoseparó su parte delantera de su cuerpo.

El guarda Grito de Guerra que habíaestado luchando contra él levantó lavista con su hacha lista por encima de suhombro. Garrosh sonrió.

—¡Grito Infernal! —gritó elguerrero, a modo de saludo. Se dirigió alos que le rodeaban—. ¡El señorsupremo Grito Infernal ha regresado!

Garrosh levantó su hacha comorespuesta. —¡Derrotadlos!— gritó a sussoldados. —¡Recordad a estas alimañaslo que significa atacar a la Horda! ¡Lok-tar ogar!

La arenga de Garrosh inyectó unfervor renovado en los defensores. Unenorme monstruo con aspecto de

escarabajo dominaba el suelo de lacantera y Garrosh azuzó a su lobo paraenfrentarse a él. Los lobos orcos estabanentrenados para la batalla al igual quesus jinetes y Malak propinó un profundomordisco al tarso del nerubiano,desequilibrándolo mientras Garroshsaltaba sobre él. A pesar de lo ventajosoque podía llegar a ser el combatemontado, siempre se sentía mejor conlos pies sobre la tierra.

El nerubiano bufó y lanzó susmiembros delanteros contra su cuello.Garrosh paró el golpe y con un barridode su hacha envió los extremos cortadosa tierra. El insecto caminó hacia atrás y

Garrosh prácticamente bailó tras él,moviendo sus hachas con gélida gracia.La sangre cantaba en sus venas, el fervorde la batalla ardía en su pecho. Nunca sele ocurriría pensar en la ironía de quecuando más vivo se sentía era cuando seenfrentaba a la muerte.

Garrosh golpeó el tórax delmonstruo mientras Malak atacaba a suspiernas para evitar que pudieraconseguir estabilidad. Mientraspreparaba el siguiente golpe, unbrillante destello seguido de un afiladocrujido y el olor de quitina cortada ledesorientaron momentáneamente yanunciaron la entrada del Jefe de Guerra

Thrall en la batalla. El nerubiano estabaderrotado y no tenía adonde ir. Garroshsintió una oleada de certeza mientraslevantaba el hacha y asestaba el golpefinal, partiendo la cabeza del enormeinsecto en dos.

Con eso, Garrosh sabía que habíaganado la batalla. Todo lo que faltabaera que las tropas de Grito de Guerra seencargaran de las tropas de nerubianosque aún se ocultaban en la cantera. Alver que los guardas tenían dificultades,Thrall levantó el Martillo Maldito,murmurando algo que Garrosh no pudooír. A la orden del Jefe de Guerra, elviento repentinamente se convirtió en un

aullante vendaval de furia y el airecrujió, levantando los pelillos de laparte trasera del cuello de Garrosh.Thrall invocó un rayo de luz cegadoracontra el último grupo que quedaba,mientras los soldados se apartaban delcamino. La explosión hizo que llovierantrocitos de caparazón sobre las rocas.

Garrosh llamó a Malak a su lado ypasó el brazo sobre su grupa,observando a las tropas agradado por suéxito. La lucha había sido rápida, perosatisfactoria. Por desgracia, la Hordahabía construido su fortaleza en lo altode una zona muy concurrida del antiguoreino nerubiano, pero los ataques eran

cada vez menos frecuentes y él confiabaen que en algún momento cesarían porcompleto. Sus soldados se volvían máseficientes con cada oportunidad dedefensa y las tropas habían aguantado.Las tropas seguirían aguantando.

Caminó hacia la rampa en la partedelantera del Bastión Grito de Guerra,donde esperaba el supervisor Razgorcuya espada todavía goteaba icor.

—Ya era hora de que aparecieras —dijo secándose el sudor de la frente.Garrosh rio.

—No me perdería la oportunidad dematar algunos insectos tamaño familiar—contestó. Razgor sonrió.

—El Jefe de Guerra Thrall me haacompañado desde Dalaran —continuóGarrosh—, para inspeccionar nuestrasconquistas en Rasganorte. —Mientrashablaba, Thrall ascendió por el caminodetrás de Garrosh.

Los ojos de Razgor se abrieron yasintió. Se giró para enfrentarse a lamultitud de soldados a su alrededor.

—¡Bienvenidos al retorno del señorsupremo Grito Infernal! —anunció. Lossoldados jalearon y alzaron sus armas—. Y dad la bienvenida —continuó envoz más alta—, a nuestro Jefe de GuerraThrall, hijo de Durotan—. Todos segiraron casi a la vez y saludaron

también, todos los ojos humildementepuestos en Thrall. Razgor dio un pasohacia delante y saludó también.

—Nos honra tu presencia en elBastión Grito de Guerra, Jefe de Guerra—dijo. Los ojos de Thrall recorrieronlas altas paredes de piedra de lafortaleza, a través de las murallas dehierro, por el foso de la cantera en elque acababan de luchar y finalmente separó en Garrosh, quien le devolvió lamirada.

—Me recuerda a Orgrimmar —dijoThrall—. Impresionante.

—Lo es aún más en el interior —respondió Garrosh—. Te lo

enseñaremos.—Estoy seguro de que no me

decepcionará —respondió Thrall.Garrosh apretó los dientes al oírlo.

Orgrimmar. La primera vez que lahabía visto casi se quedó en el sitio. Nohacía mucho que habían dejado atrás elCañón del Ventajo, surgiendo entre susaltas murallas de arenisca bajo elimplacable sol de Durotar. Ante ellos seextendía sin fin la roja explanada y elhorizonte se perdía entre el resplandordel calor que distorsionaba la distancia.Aquello no se parecía en nada a lasverdes montañas onduladas de Nagrand.

—¡Ahí! ¿La ves? —Thrall detuvo su

montura y señaló hacia el horizonte alnorte. Garrosh se colocó a su altura yentornó los ojos. Tras ellos su cortejoredujo la velocidad y comenzó a darvueltas.

En la distancia vio una alta puerta,una muralla de columnas de maderaafiladas, torres con tejados rojos… No,sus ojos le engañaban. Estabasorprendido. Orgrimmar no podía sertan grande. Miró y vio a Thrallobservándole intensamente, la mástímida de las sonrisas en su rostro. Eraevidente que esperaba ansioso lareacción de Garrosh. Garrosh sintiócomo ardían sus pómulos. Puede que

Garadar no fuera especialmenteespectacular, pero él era el cabecilla.Era el hijo de su padre.

—Impresionante —gruñó—. Si estan grande como parece.

Thrall rio.—Solo espera —dijo sonriendo.Las puertas no solo eran altas, eran

enormes. Los guardas saludaronelaboradamente mientras pasaban,reconociendo al Jefe de Guerra. Garroshconcentró su mirada en el frente yenderezó sus hombros. De pronto sintióla garganta seca. Era el polvo, porsupuesto.

Thrall había llenado su mente con

imágenes de la ciudad durante lassemanas de viaje. Garrosh habíapensado que sabía razonablemente bienqué esperar. Estaba equivocado. Nada,ni todas las palabras del mundo podríanhaberle preparado para lo que vio. Losedificios se alzaban ante él en dos o tresalturas y sus fachadas desaparecían enaireados callejones que recibían sombrade los árboles y las rocas quesobresalían. Si un asentamiento orco lamitad de grande había existido enDraenor, hacía mucho que había sidoarrasado o abandonado. Pero Orgrimmarrezumaba vida. En la plaza habíadocenas y docenas de orcos. Más orcos

de los que había visto en años, más delos que pensaba que aún vivían. Era unaimagen para la que no podría habersepreparado.

Cuando Garrosh no era más que unniño, los clanes se habían consolidadopara formar la Horda y habían pasadomeses preparándose para lo que seconocería como la Primera Guerra.Años después, tras la Segunda Guerra,la Alianza había invadido a su vez latierra natal de los orcos y Garrosh habíaansiado unirse a las filas de Horda yluchar junto a su padre. Pero suoportunidad pasaba, y en cambio él seencontraba bajo cuarentena en Garadar

por culpa de la viruela roja, apenascapaz de caminar, sufriendo por lafiebre de su enfermedad y la vergüenzade su debilidad. Su propio padre habíaido a Azeroth sin mirar atrás, para novolver a ver Garadar ni a su hijo. Él,Garrosh Grito Infernal, heredero delclan Grito de Guerra, no había tenidofuerza para ayudar a su gente. La Hordalo había rechazado. Podría haber sido unMag’har, incorrupto, pero también eraindeseado.

Finalmente la Horda había caído.Los humanos habían destruido el PortalOscuro, apresado a los orcos derrotadosy las tremendas guerras habían

terminado. Los Mag’har estabancompletamente solos. Algunos de losorcos de la Horda se habían quedado,seguramente, pero habían evitadoGaradar, cautelosos y despreciando asus enfermos habitantes. La epidemiahabía seguido su curso, pero lasuperstición y la amargura eran difícilesde borrar. Los orcos se convirtieron enun pueblo menguante, fragmentados yluchando siempre al borde de lasupervivencia. Con el tiempo se habíavuelto evidente que la Horda habíasufrido verdaderos estragos y susenemigos habían continuadopresionando hasta que la esperanza se

había convertido en cenizas y lasupervivencia parecía una locuraimposible.

Aquí, ante él, la Horda no solo habíasobrevivido: prosperaba. La plazaestaba abarrotada de orcos. Losmercaderes anunciaban sus objetos,atrayendo a sus clientes potenciales condescuentos. Los niños correteaban entrelos puestos, simulando batallas debroma contra un enemigo invisible. Losbrutos patrullaban las calles. Garroshapenas podía creer la escena que veíaante él.

Junto a él, Thrall rio. Garrosh lemiró.

—Es una vista agradable —dijoThrall.

Garrosh asintió, pero no habló.—Lo verás todo, Garrosh —

continuó Thrall. Sonrió ampliamente—.¡Bienvenido a Orgrimmar!

En el Bastión Grito de Guerracaminaron por las murallas, treparon alo alto de las torres y pasearon por lasforjas y por la curtiduría. Cuandoregresaron a la Gran Sala, Thrall pasólo que parecieron siglos examinando unenorme mapa táctico de Rasganorteextendido en el suelo. Laboriosamentegrabado y bordado en trozos de cuero,detallaba todas las conquistas y frentes

conocidos en Rasganorte, amigos yenemigos. Garrosh se fijó especialmenteen la intensidad con la que Thrallmiraba en el norte la península de LasCumbres Tormentosas, donde seencontraba Ulduar. La mente de Garroshse desplazó repentinamente de vuelta asu breve reunión con el Kirin Tor enDalaran. Defraudas. Apretó los puñoshasta que le dolieron los nudillos.

—¿Dónde —dijo Thrallrepentinamente—, está el frente enCorona de Hielo? —Estudió el mapa,solo había una marca de tiza.

—En la tierra al sudeste —contestóGarrosh—, en manos de la Cruzada

Argenta. —Señaló a otro punto delmapa, justo al norte del territorio de laCruzada—. Enviamos al Martillo deOrgrim aquí. Atacaremos las murallasde Corona de Hielo desde el aire. —Miró a Thrall—. Nuestros exploradoresdicen que la Alianza planea hacer lomismo.

Antes de que Thrall pudieraresponder, se escuchó otra voz en lasala.

—El ataque ya ha comenzado. —Thrall y Garrosh se giraron para miraral orador.

El alto señor supremo VarokColmillosauro sostenía un pergamino

sellado en su mano mientras caminabahacia ellos.

—Esta misiva ha llegado esta tarde—continuó—. Lleva el sello personal deKorm Marcanegra.

—Throm-ka, Varok —dijo Thrall.—Throm-ka, Jefe de Guerra —

respondió.—Vinimos desde Dalaran pasando

por el Martillo de Agmar —le dijoThrall. Hizo una pausa—. Rendimoshomenaje a la Puerta de Cólera.

Varok se quedó en silencio.—Siento lo de Dranosh —dijo

Thrall.—Mi hijo murió de forma honorable

defendiendo a su gente —respondióVarok, quizá demasiado deprisa—. Suespíritu será vengado cuandoderrotemos al Rey Exánime.

Thrall asintió.—Aquí está el informe de

Marcanegra —continuó Varok,devolviendo su atención al pergamino—. Veamos qué noticias nos llegan delfrente.

Garrosh adoraba Orgrimmar.Adoraba caminar por sus calles,adoraba visitar los mercados, adorabalos establos y las zonas deentrenamiento, y las herrerías y lastiendas. Lo que más le gustaba eran los

estandartes que ondeaban al viento en loalto de los postes repartidos por laciudad: los estandartes rojos y negros dela Horda. Bajo esas banderas sabía cuálera su lugar. Servía a la Horda, al igualque su padre antes que él.

Sin embargo, se encontraba bastantesolo a pesar de estar rodeado de sugente. Fuera donde fuera, la gente lemiraba. Las noticias de que el hijo deGrom Grito Infernal vivía y que habíallegado a Orgrimmar se extendierondeprisa y al principio había dado porhecho que ese tenía que ser el motivo.Pero un día escuchó a un niño pequeñohablando en alto con su madre.

—¡Mira ahí! ¡Parece tan raro!—¡Shhh! ¡Calla!—¡Pero su piel! ¡No es verde como

la nuestra! ¿Qué orcos no tienen pielverde?

Garrosh se giró hacia el niño quehabía hablado. Todavía le miraba, conlos ojos muy abiertos, chupándose undedo a un lado de la boca. Garrosh ledevolvió la mirada y la madre le viobrevemente. Dejó de mirarle y agarró elbrazo de su hijo, marchándoseapresuradamente. Lentamente, Garroshdesplazó su mirada por la acerca,retando silenciosamente a cualquieraque hubiera oído la conversación a que

dijera algo. No, mi piel no es verde, esmarrón, decían sus ojos. Soy uno de losMag’har. Cuando estuvo convencido deque había intimidado adecuadamente acualquier mirón, se giró y continuó consu camino despacio. Solo habíaavanzado una corta distancia cuando unamano ligera en su brazo le detuvo.

Garrosh se giró sorprendido.—Perdóname, joven, pero puedo

explicarlo.Se trataba de un orco anciano, su

largo cabello hacía tiempo que se habíavuelto plateado, pero todavía lo llevabatrenzado. La cantidad de cicatrices en sucara y brazos dejaban claro que era un

experimentado guerrero. Garrosh lemiró.

—¿Qué tienes que decir, viejo?—Ese niño decía la verdad, pero no

lo entiende. —El viejo orco agitó lacabeza.

Garrosh se liberó del contacto. —No me interesa tu explicación— dijovolviendo a girarse para irse.

—Yo luché junto a tu padre, GritoInfernal —dijo el guerrero. Garrosh sequedó quieto—. Le seguí desde elsaqueo de Shattrath hasta los bosques deVallefresno. Bebí la sangre deMannoroth junto a él y sentí la maldiciónevaporarse tras su sacrificio.

—No puedes imaginar lo quesignifica verte para aquellos como yo.Una vez que la maldición desapareció,fuimos libres de recordar lo quehabíamos abandonado y lo que habíamosdestruido. Pensábamos que no quedabanada de lo que había sido nuestra genteuna vez. Verte… —se calló y miró aGarrosh de arriba abajo—. Saber quenuestro pasado no se ha perdido deltodo… hace que tengamos esperanza enel futuro.

—Grom era un gran guerrero. Leseguí hasta el fin de Draenor y más allá.Ahora ya no sirvo para el campo debatalla, pero si pudiera, te seguiría a ti

también.Garrosh no podía sentirse más

perdido. Miraba al anciano guerrero,incapaz de hablar. Sabía que Thrallhabía sido un compañero cercano de supadre y Thrall había hablado mucho deGrom. Pero Thrall no había conocido aGrom durante mucho tiempo y habíamuchas cosas que Garrosh ansiaba oír,aunque era demasiado orgulloso paraadmitirlo. Quería conocer las historias,las buenas. Había crecido rodeado delas malas.

—Harás que tu gente esté orgullosa,Grito Infernal —dijo el orco. Por fin segiró y se marchó, dejando a Garrosh

solo en la calle con un montón depensamientos que no hacían más queirritarle. No podía recordar qué era loque iba a hacer. Con un bufido eligió unadirección y comenzó a andar. Era mejorque quedarse quieto.

Sus pies le llevaron a la zona este dela ciudad, al Valle del Honor y a laamplia laguna donde se acumulaba elagua del manantial. Se sentó en una rocaen la orilla y observó cómo caía el aguadesde la roca y salpicaba en el pequeñolago. El flujo constante y la sombra delsalto refrescaban el aire yproporcionaban un agradable aliviocontra el calor del desierto. El agua era

agradable contra su piel.Su piel. Se miró la parte trasera de

las manos y vio su exuberante colormarrón contra la roca manchada de rojo.Frunció el ceño. ¿Era cierto que losorcos de la Horda de Thrall norecordaban de dónde venían?¿Realmente su aspecto tenía tantosignificado?

Un salpicón cercano le hizo levantarla vista. Una joven orco estaba lanzandouna red de pesca. Él la miro trabajarausentemente. Su piel, por supuesto, eraverde. Ella se giró para acercarse a la

orilla y sus dos ojos se encontraron conel de ella. Un parche cubría el lugardonde debería haber estado su ojoderecho. Para su sorpresa, le miró conel ceño fruncido.

—Es divertido, ¿verdad? —le dijo,su voz llena de desprecio mientras sured goteaba agua—, sentarse ahí y mirarcómo forcejeo con unos cuantos peces.Espero que lo disfrutes.

Garrosh resopló. —No me importalo que hagas. Pesca o no como teparezca. Cómpralo en el mercado si note gusta la labor.

—¿Comprarlo? —Echó la cabezahacia atrás y rio—. ¿Vas a pagarlo tú?

¡Es fácil decirlo, Grito Infernal! Sí, séquién eres.

Él volvió a reírse. —Claro que losabes. Soy el único Mag’har deOrgrimmar. Si no lo supieras, tendríaque faltarte el otro ojo también.

—Arrogante igual que tu padre. —Comenzó a recoger su red y a guardarlaen un saco de tela burda—. Eres uninsensato, igual que él.

Sus palabras hicieron hervir lasangre en las venas de Garrosh. Saltódesde la roca en la que había estadosentado y caminó hacia ella. —Mi padresacrificó su vida por ti y por el resto dela gente de Thrall. Creo que gracias a él

estás libre de la maldición de sangre.—¡La maldición existió gracias a él!

—replicó ella—. ¡Y yo no formo partede la gente del Jefe de Guerra! ¡Soy unahija de la Horda, al igual que mis padresantes que yo, pero mi deber no va másallá!

Sus palabras enfurecieron a Garrosh.—¿Dices que no tienes deber? ¿Dicesque no formas parte de la gente del Jefede Guerra? ¿Mientras estás en estaciudad? ¿Dónde podemos vivir libres ennuestro espacio sin miedo a que nosaniquilen? ¿Dónde tenemos todo lo quenecesitamos?

—¡Ja! —gruñó ella—. Deja que te

pregunte esto, Grito Infernal: ¿es querealmente no has visto esta ciudad? Sí,el mercado está lleno. ¿Pero de dóndeviene eso? ¿Dónde están las granjas enDurotar?

Garrosh entornó los ojos. Sabía quehabía algunas en las afueras deOrgrimmar, pero la mayoría solocriaban cerdos y no proporcionabancosechas de grano ni fruta.

—¡Exacto! —continuó—. No hayninguna. Todo lo que tenemos se traedesde kilómetros de distancia. —Miróhacia la bolsa en la que guardaba su red—. O de lo que podemos arrebatar aldesierto. Y en lo referente a seguridad

—rio—, la Alianza se adentra más ennuestra tierra cada día. ¡Si es que puedellamar a este pedrusco rojo tierra! Alnorte se encuentra el bosque deVallefresno, lleno de todo lo quepodríamos necesitar, pero ¿nosasentamos allí? ¡No! ¡En cambiovivimos en un desierto! Así que, dime,Grito Infernal, ¿por qué el buen Jefe deGuerra que ama a su gente noscondenaría a este baldío cuando en loalto del río hay más recompensas? Oestá corrupto o es un incompetente oambas, y tu pareces encajar en eso.

Esa había sido la gota que colmabael vaso.

—¡Traición! —gritó Garrosh. Dio unpaso amenazador contra ella—. ¡Osasinsultar al Jefe de Guerra! ¡Cierra laboca, traidora, o te la cerraré yo!

—Adelante y… —comenzó ella,apretando los puños, preparándose parael golpe.

—¡No! ¡Krenna! —gritó una voznueva. Garrosh miró, otra orco corríahacia ellos.

—¡Krenna, cierra la boca! —continuó interponiéndose entre ellos.

La del parche en el ojo, Krenna,miró a la persona que se dirigía a ella,después bufó y se retiró.

—Entonces me iré. Gorgonna. —Se

echó la bolsa sobre el hombro y se fuesin decirles nada más. Garrosh fue aseguirla, pero Gorgonna se giróinmediatamente y le agarró el brazo.

—Por favor, detente —dijo—.Disculpa a mi hermana. No siente lo quedice.

—Será mejor que no —gruñóGarrosh. Gorgonna suspiró, soltándole.

—Nosotras pasamos nuestra niñezen los campos de internamiento tras laSegunda Guerra. Está agradecida de queel Jefe de Guerra nos liberara, pero…—dudó y después añadió en voz baja—:Cree que no hace lo suficiente.

—¿Y tú? —preguntó Garrosh.

Gorgonna miró hacia el camino quehabía tomado Krenna y no hablóinmediatamente.

—Nuestros padres lucharon en lasguerras —dijo lentamente—. Bebieronla sangre de Mannoroth al igual que tupadre y compartieron su maldición.Cometieron actos terribles en nombre dela Horda. Atacaron y asesinaron a genteinocente.

Garrosh se erizó. Su padre no era unasesino. —¡Hicieron lo que creíannecesario! ¿Profanas el nombre de tupropia sangre?

—¡No te equivoques, yo honro lamemoria de mis padres! —gritó ella—.

Pero se equivocaban en lo que creían.¡Todos los orcos se equivocaban!Debemos sufrir por ello. El Jefe deGuerra lo entiende y yo también. Mihermana no.

—Eso es ridículo. ¡Nunca luchasteen las guerras! Has dicho que estuvisteisen los campos de internamiento. ¿Es queno es suficiente castigo? ¿Por quédeberíais sufrir más?

—De todas formas llevo la marca —dijo levantando las manos, verdes comolas de su hermana y como las de todoslos orcos de Orgrimmar menos él—.Recojo los frutos que sembraron.¿Acaso no todo tiene un precio?

—¿Y quién decide el precio? —preguntó Garrosh. Su actitud leenfadaba. —¿Es que no tenía orgullo?¿Quién podría tener el derecho de tomaresa decisión?

—Pagaré lo que pida el Jefe deGuerra —respondió ella.

—Thrall nunca sería tan pocorazonable. No le debemos nada a nadie.

Gorgonna le miro durante unmomento y, de repente, se rio de formatan amarga como lo había hecho suhermana. —Claro que no— dijo. —Túno le debes nada a nadie, Mag’har. Peronosotras no somos tú.

—Esto es una atrocidad —dijo

Thrall. Caminaba inquieto por la sala—.No puedo creer que el atracador delcielo apruebe una cosa así.

Varok estaba sentado en la mesa, laspáginas del informe de Marcanegraesparcidas ante él. Al otro lado de lahabitación, Garrosh cogió unas cuantasfichas pintadas de azul querepresentaban a la Alianza, unas cuantaspintadas de rojo que representaban a laHorda y unas cuantas pintadas concalaveras que representaban a la Plaga.Las echó todas sobre el mapa de Coronade Hielo, al sur de Mord’rethar, en elPortón de la Muerte de la Ciudadela dela Corona de Hielo. Con un trozo de

carbón dibujo una gran X sobre elretorcido cuero. El informe había dadoun nombre a esta región: El Frente Roto.

La Alianza había intentadoconquistar Mord’rethar, pero unapatrulla de la Horda había visto alregimiento y había conseguido evitar elasalto… atacándoles desde detrás.Atrapados entre la Plaga por delante y laHorda por detrás, las tropas de laAlianza habían fallecido, pero tambiénlo habían hecho las de la Horda.También la Plaga había sufridopérdidas, pero el Portón continuaba bajoel control del Rey Exánime.

Las tropas de Marcanegra habían

esperado deliberadamente hasta que lossoldados de la Alianza estuvieron encombate y después los asesinaron. Lacara de Thrall se contorsionaba mientrasleía las palabras del atracador del cielo:«Aunque les ha costado la vida, sudesinteresado valor evitó que la Alianzacapturara un punto estratégico. ¡Esevalor es digno de auténticos guerrerosde la Horda»!

—Desinteresado valor. Valor dignode la Horda. —Thrall casi escupió laspalabras—. Y la Plaga aún controla elPortón de la Muerte. ¿Es eso lo quequiere? ¿Es esto lo que consideramosgloria?

Garrosh se mantuvo atípicamentecallado, mirando las fichas de maderasobre el mapa. Casi podía sentir losojos de Varok clavándose en su espalday los de Thrall pronto caerían sobre éltambién. Era bueno que la Alianza nocontrolara Mord’rethar, Garrosh estabaseguro de eso. Pero continuabaobservando los pequeños marcadores demadera y, entrada la noche, muchodespués de que los demás comandantesse hubieran retirado a dormir, Garroshvolvió a leer la carta de Marcanegra.

—¡Ese valor es digno de auténticosguerreros de la Horda!

Llamó a un mensajero. —Ve a

buscar al atracador del cielo KormMarcanegra en el Martillo de Orgrim—dijo entregándole un pergamino. —Deberegresar al Bastión Grito de Guerrainmediatamente. Dile que el señorsupremo Grito Infernal quiere verle.

Garrosh pensaba que lo queGorgonna había dicho junto al lago eraabsurdo. Su propio padre había sido elprimero en beber la sangre deMannoroth, eso lo sabía, por losancestros que lo sabía, nadie le dejaríaolvidarlo, pero, a cambio, Grom habíamatado a Mannoroth poniendo fin a lamaldición a costa de su propia vida. Sudeuda fue pagada en sangre. ¿Qué más

podían pedir?Lo que de verdad le fastidiaba eran

las palabras de Krenna.Le fastidiaban cuando los elfos de la

noche asaltaban las caravanas demadera de Vallefresno.

Le fastidiaban cuando los soldadosdel Fuerte de Tiragarde robaban enCerrotajo.

Le fastidiaban cuando los enanos deBael Modan y los humanos del Fuertedel Norte se negaban a abandonar elterritorio de la Horda que habíanusurpado.

Ninguna de esas cosas estabaocurriendo por primera vez.

Era cierto que había habidoenfrentamientos y muchas de lasavanzadas habían actuado en defensapropia. Garrosh ansiaba viajar yprestarles su apoyo. Estaría encantadode luchar para asegurarlas. Leencantaría enseñar a la Alianza adejarles tranquilos, a dejarles coger loque necesitaban para sobrevivir. Alcontrario que Garadar, Orgrimmar teníala fuerza y los números para defenderse.

Bueno, las habría tenido si las tropasorcas no estuvieran enredadas enMolino Tarren, ayudando a losRenegados (una gente con un nombremuy apropiado, en opinión de Garrosh).

Garrosh no alcanzaba a comprender quéveía Thrall en ellos.

Todavía más orcos habían sidoenviados a Quel’Thalas. Las propiasinteracciones de Garrosh con los elfosen Orgrimmar le habían hechopreguntarse por qué la Horda deberíapreocuparse por ellos. Su respetoparecía flaquear.

Y los trols. Garrosh apenas podíasoportar pensar en ellos. Recluta trasrecluta era enviado a ayudarles areclamar su territorio en el sur y, dealgún modo, todos los intentosfracasaban. Por lo visto esto llevabapasando años. ¿Qué clase de gente no

podía derrotar ni a un solo médicobrujo? ¿Iba a ser necesaria una invasióna gran escala, otra distracción para lastropas de la Horda, para reclamar unascuantas miserables islas?

Cuanto más pensaba Garrosh en ello,más ardía su rabia. Con cada día quepasaba lo que había dicho Krennallamaba a su conciencia. La impacienciade Garrosh aumentaba.

Entonces comenzaron los rumores.Desde Trinquete escucharon, a través deBahía del Botín, que pasaba algo rarocon los envíos de grano. La gentecomenzó a cuchichear. Los pocosRenegados que habitaban en Orgrimmar

avisaron a sus líderes: Está ocurriendode nuevo.

No se equivocaban.Nadie había vivido tiempos como

estos. Los amigos se convertían enenemigos, la vida en una muerte que nolo era del todo. No había lugar para lasdudas, la piedad, el cuartel. Esto era lapeste. Era brujería de una maldad quesolo Gul’dan podría haber imaginado,pero hacía mucho que Gul’dan estabamuerto. Garrosh descubrió que era otroel que orquestaba estas atrocidades: unantiguo príncipe de la Alianza. Uno quehabía sido demasiado ingenuo,demasiado débil y demasiado estúpido

para evitar que lo manipularan hastavolverse malo. Ahora hacía que lamuerte cayera sobre ellos.

Las hachas de Garrosh se habíanlevantado y vuelto a caer una y otra vezen defensa de Orgrimmar. Protegería asu gente.

Entonces, de pronto, pareciódetenerse. La extensión de la peste sedetuvo. Se encargaron de los últimosinfectados, pero Garrosh sabía que esono era el final. Ni de lejos. El únicorecurso contra un enemigo tan descaradoera la guerra, brutal y despiadada. Ladeseaba. Guiaría a sus ejércitos paraque repartieran la justicia de la Horda.

Solo tenía que esperar la orden deThrall.

Llegan informes de todo el mundo.La peste nos ha diezmado y lasciudadelas voladoras envían a sustropas a profanar nuestras tierras.Pero sigues esperando, Jefe de Guerra.Convocas un consejo cuando deberíasllamar a la guerra. Incuso estos…aliados… a los que has aceptado ennuestra Horda se han reunido aquí y loúnico que nos dices es que aguantemos.Estamos aguantando, Thrall. Tú estásdudando.

—¿Me estás retando, chico? —respondió Thrall en una voz

terriblemente calmada—. No tengotiempo para esto… —se dio la vuelta.

—¿Así que lo rechazas? ¿Es el hijode Durontan un cobarde?

Eso captó la atención de Thrall. Segiró y a Garrosh le agradó ver la furiaen sus ojos.

—¡Dentro! —gruñó, señalando alCírculo del Valor. Garrosh podría habercantado.

Te haré actuar.En retrospectiva Garrosh sabía que

había tenido mucha suerte de quehubieran interrumpido el duelo, aunquepreferiría morir a admitirlo. No era unproblema. Thrall había recuperado la

razón y había dado la orden de ir aRasganorte, una orden en la que Garroshhabía comenzado a trabajar con fervor.

Ahora se encontraba en la salafrontal de la ciudadela que habíaconstruido, en la tierra que habíaconquistado, esperando la llegada deKorm Marcanegra. Thrall se habíaquedado en Rasganorte. Garrosh estabaseguro de que deseaba ser testigo decómo Garrosh se encargaba delatracador del cielo.

—¿Volverás a sentirtedecepcionado, Jefe de Guerra?

Marcanegra caminaba pesadamentea través de la entrada, mirando

alrededor sorprendido por el público. Apesar de la presencia del Jefe deGuerra, se dirigió a Garrosh. —Hassolicitado que regrese al Bastión Gritode Guerra, Señor Supremo— dijo. —Hehonrado esa petición.

Garrosh levantó la carta sobre ElFrente Roto. —Aquí detallas cómo unade tus patrullas evitó que la Alianzaconquistara un punto estratégico en lalucha contra la Plaga.

Marcanegra sonrió ampliamente. —¡Un gran trabajo por su parte! ¿No esglorioso?

Garrosh volvió a mirar al informe y,de nuevo, a Marcanegra. —No.

Marcanegra levantó las cejassorprendido.

—Un emboscada sobre tropasesperando para luchar es una cosa.¿Atacar a un regimiento que ya estáluchando contra otro desde detrás? ¿Quéserá lo próximo que hagas? —preguntóGarrosh—. ¿Infiltrarte en sucampamento y envenenar su agua?¿Esclavizar a uno de sus comandantescon magia y obligarle a asesinar a sutropas mientras duermen? ¿Rociarloscon una enfermedad como losRenegados? ¿Lucharás como ellos?

Marcanegra tartamudeó sin encontrarlas palabras adecuadas.

—No hay más combate que elhonorable, Marcanegra. —Garroshsostuvo el informe frente a su cara y loarrugó en su mano—. ¿Esto? ¡Esto es eltrabajo de un cobarde! ¡No habrácobardes en mi ejército!

—Señor Supremo —tartamudeóMarcanegra—. Si he avergonzado anuestra causa, abandonaré mi puesto.

—¿Admites que eres un cobarde?De nuevo: No habrá cobardes en miejército. Demuestra que no eres uno,Marcanegra. Regresa al Martillo deOrgrim y dirige a tus soldados de unmodo digno de la Horda. Si fracasas, noquerré tu dimisión, si no tu cabeza

empalada. Ahora desaparece de mivista.

Garrosh no esperó a ver cómo semarchaba Marcanegra. Salió de la saladando grandes zancadas y subió lasescaleras hasta lo alto de uno de losbaluartes del Bastión. Caminó de arribaabajo, con el ceño fruncido. Examinó elestado de las defensas y se fijó en quéhabría que reparar y quién eraresponsable de que estuviera en eseestado.

Volvió a caminar junto a la muralla yse sobresaltó cuando Thrall apareció ensu camino. —¿Sí, Jefe de Guerra?

Thrall le miró pensativo. A Garrosh

no le gustaba la expresión de su cara.—Creo que lo has hecho bien con

Marcanegra —dijo Thrall—. Lasacciones de sus soldados en El FrenteRoto fueron inconcebibles, pero él siguesiendo un comandante fuerte. Nuestroavance en Corona de Hielo sufriría consu pérdida. Has tomado la decisiónacertada.

Garrosh se abrió paso. —Solotendrá una oportunidad más. No toleraréque haya tramposos e impostores en miejército— respondió.

—Ciertamente —le dijo Thrallirónicamente—. Recuerdo algo quealguien me dijo en lo alto de la Torre

Violeta no hace demasiadas semanas.«Un verdadero Jefe de Guerra nunca seasociaría con cobardes».

Garrosh se paró en seco y se girólentamente. Escuchar a Thrall repetir suspropias palabras le inquietó. —Yo nosoy el Jefe de Guerra— respondió trasun momento.

Thrall rio. —Lo sé. Pero esaspalabras son ciertas. También dignas deun Señor Supremo—. Thrall miróalrededor, observando el Bastión, el margris al oeste y la llanura de la tundra quese extendía alrededor de ellos. —Esteno es un logro pequeño, Garrosh.Nuestros asentamientos son seguros y el

frente de Rasganorte sigue presionando.Luchas junto a tus soldados con valor yte respetan. Deberías estar orgulloso.

Garrosh entornó los ojos.—No lamento mi elección de

comandante para esta ofensiva —dijoThrall.

Garrosh parpadeó sorprendido,inseguro de qué decir. Esta reacción erainesperada. Cambiaba el peso de sucuerpo de un pie a otro, incómodo por lasensación del elogio de Thrall, pero nole disgustaba. —Sirvo a la Horda— dijopor fin Garrosh. —Haré lo que seamejor para ella—.

—De eso no me cabe ninguna duda

—respondió Thrall—. Y me enorgullecedecir que lo haces bien.

Garrosh volvió a cambiar el peso depie y miró sobre el hombro de Thrallhacia la pared de enfrente. El estandartegranate de la Horda se agitaba con laleve brisa.

—Sin embargo —continuó Thrall—,creo que tu actitud hacia la Alianza eserrónea. No podemos ganar esta guerrasin ellos.

Garrosh volvió a mirar a los ojos deThrall. —Mi deber es para con la Horda— respondió, —y solo con la Horda.

—Quizá, Garrosh —dijo Thrall—,pero derramar sangre no es la única

manera de cumplir ese deber.—¡Bah!Garrosh se giró y apoyó ambas

manos contra el parapeto. Tras él podíaescuchar las pisadas de Thrall bajandolas escaleras. Garrosh miró hacia elnublado cielo. Thrall no comprendía quela Alianza nunca les dejaría en paz.Cruzaría todos los límites, como losenemigos de los orcos en Garadar, hastaque la Horda cediera. La única opciónera luchar, echar a los humanos primero.La seguridad de los orcos estaba porencima de todo. No habría ningunanegociación hasta que la Alianzacomprendiera aquello. Garrosh no se

detendría. Su gente nunca volvería amenguar, no de nuevo. La Horda nuncacaería.

CONSEJO DE

LOS 3

MARTILLOS

HIERRO Y

FUEGO

Matt Burns

El cielo sobre Pico Nidal atrajo aKurdran Martillo Salvaje como el

resplandor distante de una hoguera enuna fría noche de invierno. Tras veintelargos años atrapado en el infernalmundo ahora conocido comoTerrallende, había regresado al hogar.Nunca había lamentado haberse unido ala expedición de la Alianza para lucharcontra la Horda de orcos en su propiomundo; pero tras arduos años, el anhelode volver a ver aquel cielo se le habíamarcado a fuego en el corazón.

Su grifo, Cielo’ree, planeó sobre élcon otros tres de su especie, tan enérgicacomo siempre durante las dos últimasdécadas. Kurdran ansiaba estar allíarriba con ella y sentir la brisa de la

montaña en el rostro. El destinocaprichoso había decidido que andaríasobre dos piernas en la tierra, pero eraen el cielo donde se sentía libre deverdad. Ese era el mayor regalo queCielo’ree podía ofrecerle. Volar era másvalioso que su ferocidad en el combateo la amistad que le brindaba en tiemposde paz. Sin embargo, por ahora, ladejaría remontar el vuelo a solas.

Kurdran respiró profundamente ycontempló su hogar: los verdes bosquesse extendían en todas direcciones, losenanos Martillo Salvaje searremolinaban alrededor de las tiendas ylas casas de las laderas de la montaña; y

el colosal aviario, un recinto de piedraesculpido con la imagen de uno de losnobles grifos, coronaba la cima de PicoNidal. Todo permanecía tal y como lohabía dejado.

A continuación, sacó un cetro dehierro envuelto en briznas de hierba yadornado con plumas de grifo. No setrataba de un arma sino de unrecordatorio, ya que su martillo detormenta desgastado por la batallapendía de su espalda. En Terrallende, elcetro se había convertido en algomístico; un símbolo de su identidad ydel hogar que luchaba por proteger. Envarias ocasiones lo había mantenido

cerca y había sentido que la esperanza leinvadía y le impulsaba a continuar. Sinembargo, ahora que ya estaba de vuelta,la potencia del cetro parecía haberse…

Un chillido estrepitoso rasgó el aire.Kurdran miró hacia arriba y una punzadade miedo le atravesó. Cielo’ree caía enespiral hacia el suelo con las alasretorcidas de forma poco natural.

—¡Cielo’ree! —gritó Kurdran.El grifo chocó contra el suelo con un

golpe tremendo. Los huesos astilladossobresalían de sus patas traseras hechastrizas y la sangre no dejaba de brotar deuna horrible brecha en el cráneo.Cielo’ree intentó levantarse pero se

derrumbó por el dolor. Abrió el pico ydejó escapar un gemido débil.

—¡No te muevas, muchacha! —voceó Kurdran. Con el corazón en unpuño, acudió a ayudar a su compañeracaída cuando, de repente, su mano sequedó rígida.

El cetro que sostenía comenzó aburbujear y a transformarse en algoescalofriantemente familiar… cristal…diamante. Unos tentáculos titilantessalieron del cetro y se deslizaron por subrazo, congelándolo y endureciéndolo.La sustancia viscosa alcanzó su pecho yse extendió hacia abajo hasta unir suspiernas con el suelo.

Kurdran luchó por alcanzar elmartillo de tormenta de su espalda, peroel diamante recubrió su brazo antes deque pudiera empuñar su arma. Atrapadosin poder moverse, solo pudo observarcon desesperación cómo el grifo que lehabía salvado la vida en incontablesocasiones y que se había convertido enparte de su propio ser se desangrabalentamente ante sus ojos.

La helada y pesada prisióndiamantina prosiguió por el cuello deKurdran hasta que descendió por lagarganta e inundó los pulmones.Finalmente, cubrió sus ojos y orejas deforma que Cielo’ree y el tentador cielo

azul se desvanecieron.Pero a Kurdran se le negó la

liberación de la muerte. Existió en unvacío mientras el terror invadía su mentecomo el metal líquido en una forja. Alfinal, oyó un ruido lejano y repetitivoque se hacía cada vez más fuerte.

PUM. PUM. PUM.Cada golpe enviaba vibraciones

sordas a través de su cuerpo, como sialguien golpeara con fuerza un objetocontundente contra su mortaja cristalinapara intentar liberarlo.

PUM. PUM. PUM.La rigidez de su cuerpo perdió

intensidad. Recuperó la sensibilidad de

sus extremidades. Después, el ruidocobró un tono diferente.

CLAC. CLAC. CLAC.Aquel ruido familiar era todo lo que

necesitaba para reconocer dónde seencontraba y percatarse de que habíadespertado de una pesadilla para entraren otra. El tañido metálico del martillogolpeando el yunque prosiguió día ynoche, crispando los oídos de Kurdran.Sentía el pulso de una ciudad que no erala suya, construida en el corazón de unamontaña a una profundidad tal, que novolvería a conocer la felicidad de loscielos abiertos.

Estaba en Forjaz.

La ciudad de los antepasados deKurdran era una caldera hirviendo deantiguos prejuicios. Se agitaba sin finmientras sus gases tóxicos disolvíancualquier lógica y razón que hiciera quelos enanos Barbabronce, MartilloSalvaje y Hierro Negro vivieran juntosen Forjaz por primera vez después dedos siglos. Kurdran era ajeno a todoaquello y buscaba respuestas en lo másprofundo de su ardiente corazón lleno dedudas, que estaba cada vez más cerca deexplotar.

De una forma perturbadora, aún sesentía como si estuviese en guerra con la

Horda maldita por la sangre y atrapadoen Terrallende. Sin embargo, no teníaclaro quién era su enemigo en Forjaz.No había demonios enloquecidos niviolentos orcos dispuestos a diezmartoda vida en el mundo. Solo habíapalabras.

Cuando Kurdran había llegado aForjaz hacía unas pocas semanas, se lehabía tratado como a una especie dehéroe por sus sacrificios en Terrallende.Ahora era diferente. Rumoresinfundados sobre el clan de los MartilloSalvaje habían surgido en los pasillosmás oscuros de la ciudad, comofantasmas vengativos de la sangrienta

guerra de los Tres Martillos que habíadestruido la unidad de los clanes enanoshacía tantos años. Decían de todo, desdehistorias sobre rituales de sacrificio enPico Nidal hasta cuentos que afirmabanque Kurdran había ejecutado a docenasde soldados de la Alianza enTerrallende por haberse retirado de labatalla. Hacía una semana, los enanoshabían dirigido su atención hacia unnuevo tema de interés.

—El consejo aguarda, señor feudalKurdran.

Kurdran ignoró al guardia de Forjazy sostuvo con fuerza el cetro de losMartillo Salvaje entre sus manos. Desde

su ventajosa perspectiva en el nidal degrifos de la ciudad, Kurdran echó unvistazo a la profunda y oscura GranFundición; el corazón de Forjaz de tanacertado nombre. Cascadas de metalfundido caían del techo hasta piscinashirviendo de un naranja amarillento.Más allá de las cubas ardientes de metallíquido, los enanos herreros golpeabanlos martillos contra los yunques. Elcalor, especialmente cerca de lafundición, era excesivamente agobiantey te hacía sentir como si estuvierasatrapado en una botella de cristal opacoy te hubieran dejado allí para que teasfixiases bajo el sol abrasador.

Cielo’ree yacía sobre una cama depaja a su lado, con las patas bajo suenorme cuerpo. Kurdran acarició lamelena de plumas con sus dedosencallecidos y reflexionó sobre sudestino.

—¿Por qué habré elegido venir aeste lugar? —murmuró Kurdran para símismo.

—Porque no querías que se repitieseel maldito pasado —contestó una voztranquila. Eli Rayo se acercó a Kurdranmientras rastrillaba la paja para formarmontones ordenados—. Porque el reyMagni, a pesar de ser un Barbabronce,era un enano honorable. Y porque, como

bien le dijiste a Falstad, eres el únicoenano capaz de realizar este trabajo —continuó el cuidador de Cielo’ree.

Las palabras de Eli trajeronrecuerdos dolorosos a Kurdran. Alregresar de Terrallende, Kurdran habíasido bastante irrespetuoso con su buenamigo Falstad, que había gobernado alos Martillo Salvaje en su ausencia. Sinembargo, preocuparse ahora por Falstadsolo añadiría pesar a laspreocupaciones de Kurdran, así que seobligó a dejar de lado los pensamientossobre su amigo.

Cielo’ree emitió un leve arrullo ygolpeó suavemente con el pico a

Kurdran como si quisiera apoyar laspalabras de Eli.

—No hablaba contigo. —Kurdranseñaló a Eli con desdén y después sedirigió a Cielo’ree—. Contigo tampoco.

Cielo’ree cambió de postura en loalto del nido de paja, revelando asídurante unos instantes tres huevos decolor crema con motas azules que habíapuesto poco después de llegar a Forjaz.Kurdran había querido que regresase aPico Nidal con la nidada en vez de quepermaneciera en la ciudad, pero ella noquiso abandonarlo. No era una mascota.Era un espíritu libre capaz de elegir sudestino igual que Kurdran podía elegir

el suyo.La decisión de Cielo’ree de

quedarse llenó a Kurdran de una mezclade felicidad y enojo. Nada más ponerlos huevos, el grifo se había vuelto tandébil y frágil que no podía volar. Losnumerosos sacerdotes, maestros degrifos y alquimistas que la habíanexaminado llegaron a la mismaconclusión. El estado de Cielo’ree no sedebía a ninguna extraña enfermedad quehubiese contraído en Terrallende o enForjaz, sino que era una dolencia que notenía cura: el tiempo.

—Señor feudal Kurdran…—¡Ya voy! —replicó Kurdran,

mirando fijamente al guardia de Forjaz.—No podrás ir si te quedas sentado

en el suelo, ¿no? —le reprendió Elimientras continuaba con su trabajo.

Kurdran gruñó y se levantó. Elacorazado guardia Barbabronce se diola vuelta con brusquedad y se abrió pasocon torpeza entre los montones de nidosde grifo que se extendían por la pasarelaque envolvía La Gran Fundición. Elnidal había duplicado su tamaño desdeque los Martillo Salvaje habían llegadoa la ciudad con sus propios grifos. Dealguna manera, la zona se habíaconvertido en una especie de recuerdode Pico Nidal; un hogar lejos del hogar.

Con el cetro a un lado, Kurdransiguió al guardia saludando con unmovimiento de cabeza a los jinetes degrifos Martillo Salvaje que permanecíansentados entre los montones de paja. Tantristes como Kurdran, los enanos lovieron pasar como quien mira alcondenado a muerte de camino a su citacon el destino.

De alguna manera, así era.Kurdran siguió los pasos del guardia

por la pasarela hasta alcanzar El Trono.Una bulliciosa multitud de enanospermanecía fuera de la cámara, con susrostros inundados de una mezcla desombra y luz procedente de los

blandones de hierro que ardían por todala ciudad. Los miembros de cada clanestaban presentes: los Barbabroncecubiertos de placas de plata pulida; losMartillo Salvaje con sus tatuajes yadornados con plumas de grifo; y losHierro Negro de piel cenicienta con susmandiles de trabajo y cubiertos dehollín. La reunión ofrecía una pequeñavisión de Forjaz como un todo, con unpequeño número de miembros MartilloSalvaje y Hierro Negro repartidos entrela mayoría de los urbanitasBarbabronce.

Al abrirse paso entre la multitud,Kurdran escuchó algunos comentarios

que procedían de las acaloradasconversaciones de los enanos.

—Los Barbabronce conservamosnuestra pieza del martillo de Modimustal cual, ¡como debe ser!

—Lo teníais almacenado en vuestrabiblioteca cogiendo polvo. Los MartilloSalvaje hicimos algo nuevo con nuestrapieza

—Bah, muchacho, es inútil discutirsobre esto con un Barbabronce.Cualquier pieza decente de mercancíaque sale de Forjaz es algo que hansaqueado de alguna cámara antigua —gritó un jinete de grifos cercano.

Alguien de entre la muchedumbre

empujó al que hablaba contra Kurdran yla multitud se apartó y lo rodeó.

—¡Abrid paso! —voceó Kurdran.Unos pocos enanos que se

encontraban cerca le abrieron camino.Otros le observaron con sus rostroscontraídos por la rabia.

—¡Abrid paso a Kurdran, elrepresentante de las ‘mariposas’! —bramó una voz cargada de sarcasmo,utilizando un término despectivo para elclan de Kurdran.

—¡Ronda de birra a mi cuenta siKurdran acepta ceder su pieza delmartillo de Modimus!

—¡Ningún enano en sus cabales se

perdería la oportunidad de apostarcontra eso!

Kurdran avanzó a codazos hasta laprimera fila de enanos y apareció en ElTrono. La cámara, hogar de la regenciade Forjaz, era como el resto de laciudad: oscura y sombría con altosmuros de piedra metálicos iluminadapor el brillo de las lámparas colgadas.En el fondo de la sala, en lo alto de unaplataforma elevada, se hallaban los trestronos idénticos del Consejo de los TresMartillos.

Un escalofrío recorrió el cuerpo deKurdran cuando sus ojos se posaronsobre el trono central, el que una vez fue

del rey Magni. Cuando Kurdran se habíaunido al consejo, el hermano de Magni,Muradin, le había enseñado lasprofundidades de la ciudad antigua. Allí,Kurdran había visto la imagen que mástarde atormentaría sus sueños: el reyMagni convertido en estatua dediamante. La petrificación habíasucedido cuando el Rey había realizadoun ritual místico para entrar en comunióncon la tierra y obtener respuestas sobrelos preocupantes terremotos, tormentas ydemás calamidades que recaían sobre latierra en aquel momento.

Ahora Muradin ocupaba el tronocentral. Kurdran observó al enano

Barbabronce, quien le devolvió unamirada torva. No tenía nada que ver conla calurosa bienvenida que le habíaofrecido a Kurdran al entrar en laciudad. Durante sus primeros días en elconsejo, Kurdran había compartidomuchas pintas de cerveza con Muradin yhabía contado historias de Terrallendemientras que el Barbabronce le hablabade las suyas en el continente helado deRasganorte. A medida que pasaban losdías, Muradin había adoptado unaactitud fría con Kurdran por razones queel Martillo Salvaje no alcanzaba acomprender.

A la derecha de Muradin se

encontraba Moira Thaurissan, la hija deMagni. A pesar de haber destrozado a supadre al unirse en matrimonio a losantiguos rivales del clan Barbabronce,los Hierro Negro, era la heredera legaldel trono de Forjaz. Igual que supequeño Fenran, que se mecíatranquilamente en la cuna a los pies deMoira.

La heredera, con su pelo recogido endos moños perfectos, hizo una levereverencia ante Kurdran.

—Bienvenido, Kurdran.—Sí —fue todo lo que dijo Kurdran.

Pasó al lado de una mesa de maderacolocada al final de la rampa de acceso

a los tronos. En la mesa había dosartefactos que la semana anterior habíancausado un gran revuelo en el hirvientecaldero de Forjaz: un bastón nudoso demadera con una gema violeta profundoengastada en él y un cabezal de martillocombado y lleno de marcas.

Kurdran hizo una mueca cuando violas reliquias y ocupó su lugar en el tronoque había a la izquierda de Muradin. Noera la primera vez que se sentía fuera delugar desde que había llegado a Forjazpara gobernar junto con Moira yMuradin. El consejo tenía muchosapoyos Barbabronce y Hierro Negro,este último debido a Fenran. Pero

Kurdran se sentía bastante solo.El murmullo de voces a la entrada

de El Trono se extinguió y el consejeroBelgrum, un enano avejentado situado alpie de la rampa, hizo una reverencia.Dos jóvenes historiadores que seencontraban cerca imitaron el ademán derespeto de Belgrum. Uno de ellos era unenano Martillo Salvaje muy bajitovestido con una intensa túnica roja; unverificador con fama de concienzudo.

Belgrum se irguió y avanzó unospasos arrastrando los pies.

—Bienvenido, señor feudalKurdran. Supongo que ya habrás tomadouna decisión, ¿no?

Kurdran echó un vistazo a la sala.Todo era igual que como hacía unosdías. La misma pregunta. La mismamultitud de enanos que se peleaban. Elmismo sentimiento de estar arrinconado.En todas las ocasiones anteriores,siempre le había contestado a Belgrumlo mismo: no. Sin embargo, la nocheanterior, un Martillo Salvaje y unBarbabronce resultaron muertos en unareyerta en la que discutían sobre el cetroque Kurdran sostenía en sus manos.

—Creo que no me queda otroremedio —contestó Kurdran.

—Maldita sea… —suspiró Muradin—. Cuánto vas a seguir insistiendo en…

—Kurdran —interrumpió Moira—,de nosotros tres, eres el que más tieneque sacrificar. Si eliges quedarte lapieza del martillo, tendremos querenunciar a nuestros planes.

Kurdran dirigió su atención alpergamino ajado que sostenía el puñotembloroso y envejecido de Belgrum. Elpapiro, que había sido descubierto en labiblioteca de Forjaz la semana anterior,describía algunas partes de la guerracivil de los enanos de hacía siglos.Según la historia, cuando murió el Reyde Forjaz, Modimus Yunquemar, losclanes lucharon por el control de laciudad. Durante los sucesos, el arma de

Modimus, el Martillo del Gran Rey,desapareció de forma misteriosa. A lolargo de los años, Kurdran había oídorumores sobre el paradero del martillo.El papiro puso fin a las especulaciones.Decía que el martillo de Modimus sehabía dividido en tres piezas. Durante elcaos de la guerra, cada uno de los claneshabía conseguido, de una forma u otra,las distintas piezas. Kurdran dedujo que,ante el incierto futuro de Forjaz, losenanos inocentemente creían que unirtodas las piezas del martillo forjaría elcamino hacia la paz o simplementeresolvería sus antiguas rencillas yhostilidades.

Kurdran apartó la vista delpergamino.

—Ya he tomado mi decisión —gritómientras alzaba el cetro con la mano—.Esta herencia ha pertenecido al clan delos Martillo Salvaje durante siglos. Sime uní a este consejo, fue para mantenerla paz, ¡no para volver a forjar un viejomartillo!

Gritos de ira resonaron entre la masade recios y curiosos enanos.

—¡Para empezar, el martillo era deModimus! ¡Pertenece a la ciudad!

—¡Si los Martillo Salvaje noquieren la paz, no deben formar partedel consejo!

Agitado, Kurdran miró a sualrededor mientras la muchedumbrerodeaba a los pocos enanos MartilloSalvaje que se encontraban entre ellos,así como los guardias armados, queacudían a sofocar el disturbio.

—Pero uno de los hombres de miclan ahora está muerto por culpa de estemartillo —Kurdran voceó por encima delos clamores—. No permitiré quevuelva a suceder.

Emitiendo un ruido sordo, agarrócon fuerza el cetro de los MartilloSalvaje una vez más y lo dejó sobre lamesa de madera junto con los demásartefactos. Se hizo silencio entre la

multitud.Belgrum asintió y levantó las manos

hacia todos los presentes. —Que asísea. ¡Por decreto del consejo, el granmartillo de Modimus Yunquemar, últimoRey de Forjaz, se volverá a forjar!

Un ensordecedor clamor estallóentre los enanos que asistían alacontecimiento y Kurdran frunció elceño.

—Como veis —continuó Belgrum—, el mango del martillo de Modimusprocede de los Martillo Salvaje.Alguien del clan lo cogió y lo convirtióen un cetro que porta el señor feudalKurdran, y antes que él, el señor feudal

Khardros.Kurdran miró el cetro. Su forma y

tamaño eran ligeramente distintos de ladescripción del mango del martillo delpergamino. Recordaba haberlepreguntado a Khardros hacía algunosaños por la procedencia del cetro. Elviejo enano le había contestado que elpasado de la reliquia no era importante,que su importancia solo yacía en lo quese había convertido. Kurdran siemprehabía visto la ambigua explicación delseñor feudal como una de sus habitualesmeditaciones filosóficas, quizás inclusocomo una metáfora para el clan MartilloSalvaje. Ahora, se preguntaba si había

sido Khardros quien se había apoderadodel mango y había vuelto a forjarlo paranunca más hablar de su origen.

Belgrum hizo un gesto y observó elcabezal del martillo deforme situadoencima de la mesa de madera.

—De los Barbabronce procede elcabezal del martillo de Modimus, quesufrió daños y quedó irreconocible trasun incendio que tuvo lugar durante laguerra civil. Después, se ocuparon de lapieza en la biblioteca de la ciudad juntocon otros restos que se reunieron enmemoria del conflicto.

A continuación, Belgrum extendió lamano hacia el bastón nudoso que se

encontraba al lado del cabezal delmartillo.

—Y de los Hierro Negro procede elcristal que una vez fue dorado y que seengastó en el cabezal del martillo deModimus. Uno de los hechiceros delclan lo encontró y alteró su color paraocultar su identidad.

Los Hierro Negro que estabanpresentes emitieron un aplauso sonoro ydesigual.

—La forja comenzará en tres días.Por el momento, el consejo solicita quevolváis al trabajo mientras decide quiénunirá las piezas —dijo Belgrum.

Los curiosos se dispersaron

lentamente mientras retomaban susacaloradas discusiones como si lareunión nunca se hubiese celebrado.Kurdran observó fijamente el cetro delos Martillo Salvaje que descansabasobre la mesa de madera. Había unacuestión que le devoraba: en laspróximas semanas y meses, ¿qué más lequitaría Forjaz a él y a su clan?

Sin mediar palabra, descendió de larampa de piedra y se dirigió hacia lasalida de El Trono.

—Kurdran —lo llamó Moira conpreocupación—. Aún tenemos quedecidir quién forjará el martillo.

—Da igual —gruñó Kurdran

mientras abandonaba la sala.

Kurdran paseaba junto a Cielo’reepor las filas de casas y tiendas demercaderes del anillo exterior de laciudad. El sonido del martillo al golpearlos yunques de La Gran Fundiciónsonaba como un eco débil. El paso delos años se reflejaba con intensidad enlos ojos del grifo y la lentitud de susandares era dolorosamente evidente. Sinembargo, para disgusto de Kurdran,Cielo’ree parecía disfrutar explorandolos rincones y recovecos de Forjaz.

Kurdran soñaba más que nada con

abandonar Forjaz y volar con Cielo’ree,pero el grifo solo podía ofrecerle unsimple paseo. Normalmente, pasearresultaba ser una distracción agradable,pero hoy su mente estaba inundada depensamientos relacionados con elmartillo de Modimus. Después de queKurdran saliese furioso de la reunióndel consejo el día anterior, Moira yMuradin eligieron a un herrero HierroNegro para reforjar el martillo. AKurdran le hirvió la sangre con estadecisión, aunque, en realidad, solopodía culparse a sí mismo por no haberquerido tomar parte en la decisión. Suaversión por el clan Hierro Negro era

muy intensa. La traición y la perfidiaparecían estar tan arraigadas en lacultura del clan Hierro Negro como losgrifos en la de los Martillo Salvaje.

Por desgracia, sacrificar su cetro nohabía servido para apaciguar la tensiónen Forjaz. Mientras Kurdran paseaba,sintió como se clavaban en él lasmiradas rencorosas de los que pasaban asu lado, que se fijaban en su piel morenay curtida, en su imponente coleta roja yen sus tatuajes. Kurdran sabía que lasmiradas iban más allá de su aparienciade forastero. Forjaz era un choque deculturas en el que cada una se creíasuperior a las demás. Los Martillo

Salvaje preferían vivir en la superficie yremontar el vuelo en las tierras del nortecon sus queridos grifos. LosBarbabronce preferían morar en lamontaña como siempre habían hecho. Ylos Hierro Negro… los Hierro Negrovivían en lo más profundo de lassombras envueltos en…

Un hombro revestido de placas deacero chocó contra el costado deKurdran y lo sacó de sus pensamientos.Se dio la vuelta y se encontró con dosHierro Negro transportando un barrilenorme. El enano con el que se habíatopado le lanzó una mirada con los ojosencendidos, típicos de los Hierro Negro,

que le recordó a Kurdran los ojosdemoniacos que había visto enTerrallende.

El enano Hierro Negro gruñó y, acontinuación, él y su compañeroprosiguieron su camino. Les seguía unafila de miembros del clan divida porparejas que también transportabanbarriles. Un fuerte olor emanaba de losrecipientes y Kurdran lo reconociócomo el aroma de los licores quedestilaban los Hierro Negro. El brebajeno se parecía nada a la cerveza que tantole gustaba. Era el tipo de bebida queentumecía los sentidos y le hacía a unoolvidarse de todo tras beber un solo

vaso. Kurdran había visto grupos deHierro Negro transportar barriles deesta bebida por la ciudad muchas vecesya que, al parecer, buscaban algo másfuerte que lo que les ofrecía Forjaz.

—Kurdran —dijo alguien ocultocuando pasó el último Hierro Negro quetransportaba un barril. La voz erainconfundible, tranquila y regia de unaforma estudiada.

Kurdran se dio la vuelta y vio que sele acercaba Moira. La acompañaba unrobusto enano Hierro Negro llamadoDrukan, con quien ya se la había vistoacompañada en muchas ocasiones.

—Vaya, dando un paseo con la noble

Cielo’ree… —dijo con una sonrisacortés.

Kurdran examinó el rostro de Moiraen busca de alguna señal quedesmintiera su cordialidad. Sospechabaque ella y sus Hierro Negro eran, dealguna manera, los responsables deextender los rumores que circulabansobre el clan Martillo Salvaje.

Después de todo, el Consejo de losTres Martillos se había creado a partirde sus acciones violentas. Tras elaccidente de Magni, Moira había sitiadola ciudad con miembros del clan HierroNegro armados y había reclamado eltrono. La decisión de volver a forjar el

martillo de Modimus también se habíatomado a instancias suyas.

Sin embargo, Moira habíademostrado repetidas veces ser la mayoraliada de Kurdran en Forjaz. Cuandosurgieron quejas, la mayoría infundadas,sobre los Martillo Salvaje, y lesculpaban de la escasez de comida yalojamiento y del abarrotamiento delnidal de grifos, ella les había defendido.Pero su aparente benevolencia nosatisfacía a Kurdran.

—Necesitaba alejarse un poco delcalor —dijo Kurdran mientras daba unaspalmaditas a los cuartos traserosleoninos de Cielo’ree.

Moira se acercó a Cielo’ree ylevantó la mano hacia el pico del grifo.—Una criatura magnífica. ¿Cómo seencuentra?

—Va mejorando —mintió Kurdran,ya que no quería hablar del tema conMoira más de lo estrictamentenecesario. De hecho, le habíasorprendido que Cielo’ree se hubiesepodido levantar del nido ese día.

—Presiento que estará como nuevaen menos que canta un gallo —dijoMoira. Acarició la crin de Cielo’ree yel grifo agachó la cabeza emitiendo unsuave arrullo.

Kurdran siempre había creído que

Cielo’ree era buena juzgando a laspersonas. El hecho de que aceptase aMoira de tan buena gana le hacía dudarde sus sospechas sobre la líder de losHierro Negro.

Moira miró a Drukan, que seencontraba más alejado con unaexpresión adusta.

—Acércate, Drukan. Cielo’ree esuna leyenda. ¿Sabías que se haenfrentado a dragones?

—No me fio de una bestia que tienepredilección por la sangre enana —dijoDrukan despectivo.

Los ojos de Moira se abrieron comoplatos y contuvo la risa.

—No seas ridículo.—Eso es lo que dicen de las tierras

de los Martillo Salvaje —dijo Drukan—. Alimentan a sus grifos con la carnede sus prisioneros. Y, bueno, sobre estatal Cielo’ree dicen que se ha puestohasta arriba.

Kurdran sintió que un golpe de calorinvadía su cuerpo y se acercó un paso aDrukan.

—Cuidado con lo que dices, amigo.—Ya sabes que se han extendido

rumores absurdos —dijo Moira mientrasposaba su mano sobre el hombroblindado de Kurdran.

—Drukan está… ¿Cómo te lo

explicaría? Aún está aprendiendo a sercivilizado.

Se dio la vuelta hacia Drukan y dijoen un tono malévolo:

—Discúlpate.—Pero, su Alteza…—Ahora. —Lanzó una mirada fría a

Drukan que dijo más que mil palabras.—Acepta mis disculpas —replicó

Drukan a Kurdran entre dientes.—Bueno, no pretendo molestaros a

ti y a Cielo’ree —dijo Moira de nuevocon su tono cordial—. Solo queríadecirte que la decisión que tomaste ayerfue muy humilde… Algo que meesperaba después de haber oído hablar

sobre tus actos heroicos en Terrallende.Volver a forjar el martillo nos unirá yocurrirá gracias a ti.

—No soy como uno de esos enanosque no piensan por sí mismos —contestóKurdran con severidad—. Lo hecho,hecho está.

La heredera de Forjaz sonrió.—Por supuesto. Os dejo con vuestro

paseo.Kurdran observó a Moira y a Drukan

mientras se alejaban después de quehubiesen arruinado el momento de pazcon Cielo’ree. Quería ver un enemigo enMoira. Al menos, eso haría que laconfusión en Forjaz resultase

comprensible. Sin embargo, Kurdransintió con creciente malestar quebuscaba la razón en una ciudad que yano era la misma.

—Volvamos al nidal, compañera —dijo Kurdran tirando suavemente del alade Cielo’ree.

Kurdran ocupó su lugar en El Tronoy se obligó a permanecer tranquilo.Tuvo que echar mano de toda su fuerzade voluntad para no arremeter contraBelgrum, que se encontraba ante lostronos.

—Asumo toda la responsabilidad —

afirmó el consejero mientras agachabala cabeza como muestra de respeto haciaKurdran y los demás miembros delconsejo.

El Trono solo lo ocupaban Belgrumy los tres representantes de los clanes.Aún así, el viejo enano hablaba en vozbaja. Entre palabra y palabra, un tensosilencio invadía la sala. En su manosostenía el pergamino que narraba lahistoria del martillo de Modimus.

—Es una sarta de mentiras bienpreparada. —Belgrum levantó elpergamino e hizo una mueca de disgusto—. Tras haberlo inspeccionado a fondo,parece que el pergamino fue envejecido

con magia. Y estaba almacenado en loslibros de registro. A simple vista, nohabía nada de lo que preocuparse.

—¿Qué no había nada de lo quepreocuparse? —se indignó Kurdran—.¡Uno de mis hombres ha muerto!

—Por si no te acuerdas, uno de losmíos también ha muerto —replicóMuradin—. Esto no habría pasado sihubieras entregado tu pieza del martillodesde el principio.

—¿Estás sordo, amigo? ¡No es unapieza de nada!

—¡No te inventes excusas! Paraempezar, ¡no querías colaborar!

—Os lo ruego, Muradin y Kurdran

—dijo Moira dirigiendo su atenciónhacia Belgrum—. La forja es dentro deun día. Entendéis lo que esto significa,¿verdad?

—Sí, su Alteza. Pero el pergaminoes falso. Pondría la mano en el fuego porello. Alguien se tomó el tremendoesfuerzo de hacerlo pasar porverdadero, pero la escritura no coincidecon la del resto de pergaminos de lamisma época.

—Entonces, ¿cuándo se originaronestas piezas? —preguntó Moira.

—Lo que sabemos es que el cetro delos Martillo Salvaje y la gema de losHierro Negro aparecieron después de la

guerra civil. El pergamino describía endetalle los daños que sufrió el cabezaldel martillo de los Barbabronce, graciasa lo que pudimos encontrarlo. Pero conlo que hemos descubierto ahora, esimposible saber cuándo se dañó y secolocó en la biblioteca.

—¿Quién lo hizo? —gruñó Kurdran.Se limpió una capa reciente de sudor dela calva. A pesar de su constituciónfuerte, el calor sofocante de la ciudadempezaba a calar en él.

—Uff… es imposible de saber. Cadadía pasan muchos enanos por labiblioteca —contestó Belgrum.

—No importa. Debemos seguir

adelante con el plan —dijo Moira—.Nuestros camaradas enanos esperan unacto de unión. Si esta historia sale a laluz y cancelamos la forja, buscarán unculpable. Por lo tanto, la noticia no debesalir de esta sala —añadió mientrasfijaba su mirada en Belgrum. El enanocanoso asintió.

Kurdran golpeó el puño contra sutrono.

—¡No cederé algo que por derechole pertenece a mi clan para mantenerviva esta mentira!

—Ya no es una mentira para laciudad —dijo Muradin—. No despuésde haberlo estado discutiendo durante

días.A pesar de su desasosiego, Kurdran

reconoció la sabiduría de las palabrasde Muradin. La discusión del martillo deModimus había colocado a Forjaz en uncamino sin retorno, como una avalanchaincontrolada que continuaría su cursohasta que tuviera lugar la forja sinimportar lo que dijese el consejo.

Kurdran se sentó en el nidal degrifos y reflexionó sobre la preocupantesituación. La verdad sobre el martillo deModimus le impedía pensar en otracosa. Había tenido la esperanza de

llevar a Cielo’ree a pasear y aclarar susideas, pero el grifo no había podidolevantarse del nido. Yacía inmóvil,respirando débilmente.

Los jinetes de grifos MartilloSalvaje estaban sentados cerca de suscompañeros alados, consternados por elestado de Cielo’ree y la tensión en elambiente de Forjaz. Hasta elcomportamiento jovial de Eli habíacambiado. El cuidador de grifosrastrillaba con apatía montones de pajaen silencio. Muchos jinetes de grifos,incluido Eli, eran veteranos deTerrallende. Habían seguido a Kurdran aForjaz igual que lo habían hecho al

hogar de los orcos sin cuestionar jamássus decisiones. Por primera vez en suvida, Kurdran sintió que les habíaconducido a una batalla inútil sinvictoria posible.

Kurdran se levantó y anduvo por elnidal mientras diez Hierro Negro quetransportaban unos barriles comenzarona pasar entre los nidos que se extendíanpor la pasarela. A su paso, los HierroNegro miraron con sus perturbadoresojos a los Martillo Salvaje quepermanecían sentados. Uno de ellostropezó con un montón de paja seca ehizo caer un barril al suelo. Elrecipiente de madera se partió en dos y

un líquido de color pálido se derramópor el nidal.

El Hierro Negro que se había caídogolpeó su puño contra el suelo y seesforzó por levantarse.

—¿Por qué los Martillo Salvajetenéis que tener a los pájaros plantadospor donde pasamos? —dijo el HierroNegro y escupió al grifo que estaba máscerca. La criatura graznó, golpeó elborde de su nido con una de sus garras ylanzó un puñado de paja a la cara delenano enfurecido.

Eli interrumpió su tarea y, concalma, se acercó al Hierro Negro.

—No es culpa suya, amigo —dijo

tranquilo.—Vuestras bestias no han sido más

que una molestia desde que llegaron.Encima de tener que andar esquivandosus sucios nidos, se puede percibir suhedor desde las puertas de la ciudad. —El Hierro Negro estaba furioso. Sechascó los nudillos y avanzó un pasohacia el grifo más cercano con lasmanos cerradas en un puño.

Instintivamente, Eli apuntó al HierroNegro con su horquilla.

—No te atrevas a tocar al grifo,amigo.

Los ojos del Hierro Negro seabrieron como platos al ver la horquilla

que le apuntaba.—¿Lo veis, compañeros? —le dijo a

los demás Hierro Negro—. Un MartilloSalvaje alzando un arma contranosotros.

Eli bajó la horquilla sin perder uninstante.

—No intentes hacer que parezca loque no es.

Cinco jinetes de grifos quepermanecían acuclillados cerca, selevantaron. Uno de ellos dio un pasoadelante y le clavó un dedo en el pechoarmado del Hierro Negro.

—Coge al resto de tu manada depuercos y lárgate de aquí —dijo el

Martillo Salvaje.Kurdran lo vio venir. El caldero

estaba hirviendo y su interior secalentaba cada vez más. Tras lapreocupante revelación sobre el martillode Modimus, lo último que le faltaba eratener que vérselas con una pelea. Seacercó a los Hierro Negro con laesperanza de evitar lo inevitable.

—¡Los Martillo Salvaje preferiríaisver esta ciudad reducida a cenizas antesde que esas bestias sufrieran ningúndaño! —rugió el Hierro Negro, ydespués se volvió hacia sus compañeros—. Dadles algo que les calme losnervios, camaradas.

Sin dudar un segundo, dos de losHierro Negro lanzaron su barril al nidal.El tonel sobrevoló la cabeza deKurdran, fue a estrellarse cerca deCielo’ree y la roció a ella y a los grifoscercanos de licor Hierro Negro.

Por unos instantes, la ira creció en elinterior de Kurdran y tuvo que respirarprofundamente para recuperar lacompostura. Se dirigió hacia el líder delos Hierro Negro para pedirle que sefuese por donde había venido junto conel resto de su clan. Al ver a Kurdran, elHierro Negro dio un paso hacia atrás deforma involuntaria, se resbaló en la pajay cayó al suelo con un golpe sordo.

Escandalosas carcajadas estallaronentre los jinetes de grifos.

—¡El mozalbete se ha asustado solocon ver a Kurdran! —gritó uno de ellos.

El Hierro Negro miró enfadado a sualrededor con la humillación reflejadaen la cara. Finalmente, se levanto yavanzó hasta detenerse a unoscentímetros de Kurdran.

—Señor feudal de las mariposas…¿Por qué no vas a sentarte en la paja conel resto de los animales? —gruñó elHierro Negro. Después escupió aKurdran en la cara.

La escasa intensidad del insultoactivó un interruptor dentro de Kurdran,

como si algo hubiera estado acechandoen lo más profundo de su ser desde sullegada a Forjaz. El sueño esquivo dever el cielo sobre Pico Nidal… sudecisión de renunciar a la reliquia… laenfermedad de Cielo’ree. Todo explotóa la vez y la furia lo cegó.

El puño de Kurdran chocó con lacabeza del Hierro Negro con tal fuerzaque lo tiró al suelo.

Sin recibir ninguna orden, losMartillo Salvaje que permanecían allado de Kurdran cargaron contra losHierro Negro. Éstos arrojaron susbarriles sobre los atacantes, que conhabilidad experta los esquivaron y

rodaron para sortear el peligro. Losgrifos graznaron a medida que losbarriles se estrellaban por todo el nidaly se hacían añicos al chocar contra elsuelo apenas cubierto por una fina capade paja. Entonces, los Martillo Salvaje ylos Hierro Negro se enzarzaron en unapelea en la que se agarraban a todos losmiembros o armaduras que podían.

Los grupos empujaron en un tira yafloja hasta que, finalmente, los HierroNegro perdieron el equilibrio ycolisionaron contra un blandón cercano.Brasas ardiendo saltaron del recipientede hierro y prendieron un montón depaja. El fugo se extendió por los nidos

que había alrededor, alimentado por ellicor Hierro Negro.

En cuestión de segundos, el nidalentero ardía en llamas. El humo searremolinaba subiendo hacia el techo deLa Gran Fundición. Algunos grifosgritaron y chillaron y alzaron el vuelo,dejando un torrente de plumas, ceniza ybrasas que giraba como un torbellinodebajo de ellos.

—¡Agua! —rugió Kurdran pasandopor encima del montón de enanos queyacían en el suelo.

Algunos enanos que se encontrabanen otras partes de La Gran Fundición,corrieron hacia el nidal. La mayoría de

los grifos sobrevolaban los lugares másrecónditos del lugar, pero algunos sehabían quedado en tierra. Tres de ellosse habían apiñado alrededor deCielo’ree y su nido.

—¡Cielo’ree! —gritó Kurdran—.¡Sal de aquí!

El grifo emitió un chillido que hizoque Kurdran cerrara los ojos del dolor.Era un sonido que no había oído desdeTerrallende. Un grito de batalla que,muchas veces, había bastado para quelos enemigos de Cielo’ree echaran acorrer aterrorizados.

Las llamas rugían alrededor delgrifo. Kurdran apenas podía ver a

Cielo’ree a través del denso humo quecubría el nidal. Uno de los grifos quetenía al lado echó a volar como unamancha borrosa y dejó un rastro deplumas carbonizadas en el aire. Losotros dos grifos también alzaron elvuelo, pero no huyeron. Planeabanmientras agarraban las alas de Cielo’reecon las garras y se lanzaban brevesgraznidos el uno al otro. Al unísono, losdos grifos empezaron a batir las alas confuria en un intento de elevar a Cielo’reedel suelo, pero ella se liberó de suscompañeros.

Los enanos empezaron a extinguir elfuego con barriles de agua mientras una

pareja de gnomos recién llegadosenvueltos en túnicas largas y sueltasempezaron a murmurar hechizos quearrojaron cristales de hielo sobre elnidal. Sin embargo, el fuego continuórugiendo. Kurdran comenzó a quitarse laarmadura, pero en su estado deperplejidad lo único que pudo hacer fuemanejar torpemente las ataduras.Desechó la idea y salió disparado hacialas llamas.

—¡Kurdran! —gritó Eli.El cuidador de grifos y otros dos

Martillo Salvaje se aferraron con losbrazos al cuerpo de Kurdran. Inclusocon la fuerza combinada de tres enanos

que no tenían intención de soltarle,Kurdran fue acercándose más y más alas llamas. Necesitaron dos MartilloSalvaje más para hacerle caer al fin.

Atrapado en el suelo, lo único queKurdran pudo hacer fue observar cómolos dos grifos que se habían quedadocon Cielo’ree huían del nidal, ya que elcalor y el humo eran tan intensos que yano se podían soportar. Tras unossegundos agonizantes, Cielo’reefinalmente se derrumbó sobre el suelo.

Cuando consiguieron apagar lasúltimas ascuas, Eli y los demás MartilloSalvaje soltaron a Kurdran, que corrióhacia el nidal que seguía ardiendo

lentamente. Cielo’ree permanecía allí,inmóvil. Carbonizada y humeando.

Una mano tocó el hombro deKurdran.

—Lo… lo siento —dijo Eli con vozronca.

—¿Por qué se ha negado a que lossuyos la ayuden? Estaban intentandosalvarla… —murmuró Kurdranincrédulo.

—En fin… es normal, muchacho.¡Estaba protegiendo los huevos! —dijoEli de pronto.

Los dos enanos movieron el cuerpode Cielo’ree con cuidado. Debajo,donde antes habrían encontrado tres

huevos prístinos, ahora no quedaban másque fragmentos de cáscarascarbonizadas y los restos medio cocidosde los hijos de Cielo’ree.

Kurdran se quedó mudo ante laterrible visión.

—Ella… lo intentó —añadió Eli, yse arrodilló delante del nidoennegrecido.

La multitud que rodeaba el nidaldestruido permaneció en silencio.Incluso los Hierro Negro, que habíansido en parte responsables de aquelfuego, parecían desconcertados y mudos.Todo el mundo miraba a Kurdran. Elhumo que lo rodeaba estaba impregnado

con el olor a carne y paja quemada. Elenano se mareó.

Kurdran salió de La Gran Fundiciónmientras los grifos seguían volando encírculos sobre la ciudad y los residentesintentaban averiguar qué había sucedido.Era lo único que podía hacer para noderrumbarse. El fuego había abierto unaherida en él y a través de ella escapabael último resquicio de esperanza,ambición y alegría que una vez habíacorrido por sus venas.

Durante horas, estuvo sentado soloen una taberna poco frecuentada con una

pinta de cerveza intacta, mientrasacudían a él recuerdos de Cielo’ree.Ahora, cada uno de ellos iba marcadopor la imagen del cadáver carbonizado.Cielo’ree tendría que haber muerto en labatalla o, por lo menos, no tan lejos desu reconfortante hogar cerca de PicoNidal. No en el corazón de una montaña.

Fue un error venir aquí, pensóKurdran. Su arrepentimiento le trajo a lamemoria el recuerdo de alguien a quienhabía mantenido alejado de su mente lasúltimas semanas: Falstad.

Falstad se había hecho cargo deltítulo de señor feudal de los MartilloSalvaje los años que Kurdran había

pasado en Terrallende. Después deregresar a Pico Nidal, Kurdran habíasentido la imperiosa necesidad decompensar a todo el mundo por lasdécadas que había permanecido lejos desu hogar. Aunque oficialmente no habíareclamado su antiguo puesto, Kurdranhabía dado órdenes a su clan sinconsultar con Falstad y eso habíasocavado la posición del gran señorfeudal.

El viaje de Kurdran a Forjaz era unejemplo de los intentos excesivamenteentusiastas de probar a todos que seguíasiendo el líder de siempre. Como actualgran señor feudal, Falstad había sido

convocado para unirse al Consejo de losTres Martillos, pero Kurdran le habíaquitado esa oportunidad tras afirmar deuna forma muy poco sutil, que su amigono contaba con la experiencia suficientecomo para desempeñar esa tarea. Enmedio del júbilo por el regreso deKurdran de Terrallende, el clan habíarespaldado su decisión. Después de todolo que se había dicho y hecho, Kurdrantodavía podía ver la ira y el dolor en losojos del gran señor feudal, como si paraél no significaran nada los veinte añosque Falstad había pasado liderando a supueblo con valor.

Ahora Kurdran se daba cuenta de la

estupidez que había cometido. Porprimera vez, deseó que Falstad ocuparasu lugar en la ciudad. No porqueKurdran quisiera que fuera él quiensufriera la tensión que se vivía enForjaz, sino porque creía sinceramenteque Falstad era el enano adecuado parael trabajo.

—No —se dijo Kurdran.Hacer venir a Falstad, a pesar de

todo lo que había ocurrido, sería unsigno de debilidad. Kurdran se diocuenta de que todavía existían manerasde evitar que Forjaz le quitara todo loque le era querido.

Todavía había algo que la ciudad no

le había arrebatado.

El Trono estaba vacío cuandoKurdran pasó por él para llegar al tronode Muradin. Al lado del asiento depiedra yacía el enorme baúl de piedradonde se guardaban las tres piezas delmartillo de Modimus. Cada miembro delconsejo había recibido una llave grandey pesada para poder abrirlo. Kurdranmetió la suya en la cerradura.

Abrió lentamente el baúl y sacó elcetro de su clan. Ahora tenía un aspectovulgar, profanado, sin las plumas degrifo y las brinzas de hierba seca que

habían quitado como paso previo a lareforja.

—Sabía que vendrías a recuperarlo—dijo una voz cargada de regocijo.

Kurdran se volvió rápidamente.Moira estaba al pie de la rampa queconducía a los tronos, vestida aún con suatuendo formal, con Fenran en brazos.Un rayo de luz atravesaba El Tronodesde la puerta abierta de sus aposentossituados al fondo de la sala.

—No formaré parte de esta mentira.Moira subió la rampa con elegancia.—Me recuerdas a Fenran cuando

sujeta uno de sus juguetes como si lavida le fuera en ello. Cuando intentó

quitárselo se coge una buena pataleta.—Nunca has comprendido qué

significa esto para mí… y nunca loharás.

La heredera de Forjaz caminó hastael trono de Kurdran y lo miró de arribaabajo.

—Todavía sigo sin comprender porqué viniste aquí —dijo Moira—. Tú y tuclan no tenéis nada que hacer en Forjaz.Y, al parecer, tú tampoco quieres estaraquí.

—Se me pidió que viniera.—No fui yo.Cierto. Cuando Moira había llegado

a Forjaz con sus Hierro Negro, había

sitiado la ciudad. Uno de los visitantesque se había quedado atrapado dentroera el príncipe Anduin Wrynn deVentormenta. Como reacción, su padre,el rey Varian, había acompañado a ungrupo de asesinos del IV:7 a Forjaz conla intención de matar a Moira por susfaltas. Finalmente, el rey humano habíaoptado por perdonarle la vida, perohabía decidido crear el Consejo de losTres Martillos para mantener la paz. Alhacerlo, Varian había nombrado aFalstad representante de los MartilloSalvaje.

Durante unos instantes, los dosenanos se miraron el uno al otro, hasta

que Moira rompió el silencio.—Me pregunto cómo asume la

derrota un enano como tú, que hasganado tantas batallas.

—¿A qué te refieres?Moira dejó a Fenran cerca el trono

de Muradin y el pequeño trepó hastasentarse en el asiento de piedra,riéndose y ajeno a la conversación queestaba teniendo lugar.

—Debe de ser un sentimientoterrible.

—¿De qué estás hablando? —insistió Kurdran a la vez que crecía sunerviosismo.

Una sonrisa asomó en el rostro de

Moira. Era el mismo gesto estudiadoque Kurdran habían visto cientos deveces, pero en la situación actualreflejaba algo siniestro. De pronto,empezó a darse cuenta de lo que ocurría.

—Me preocupé bastante cuando teuniste al consejo. Eras un enano convoluntad de hierro, con fuerza yresolución, que lo había sacrificadotodo para proteger nuestro mundo.Cuando por fin llegaste, noté la fuerzacon la que te aferrabas a ese pedazo dehierro. Era una visión extraña… comosi, de alguna manera, hubierasdepositado todo tu orgullo en ese únicoobjeto.

Kurdran apenas oyó las palabras deMoira. Sus pensamientos iban a todavelocidad. Los extraños rumores sobrelos Martillo Salvaje. La crecientetensión originada a causa del pergaminofalsificado que encontraron en labiblioteca. Incluso el hecho de queMoira hubiera defendido al clan deKurdran. Todo aquello dibujaba a losMartillo Salvaje como una banda deinconformistas y poco a poco habíaminado su reputación. Como resultado,la atención de todo el mundo había sidodesviada del objeto de odio habitual enForjaz: los Hierro Negro.

La simplicidad de aquello llenó a

Kurdran con ese terrible sentimiento deineptitud propio del que se ve superadopor un enemigo que no está a su nivel.Aquel era el tipo de comportamientotaimado que uno podía esperar deMoira, pero él no había confiado en suintuición.

—¿Así que fuiste tú la que colocóese pergamino en la biblioteca? ¿Odejaste que esa rata de Drukan lo hicierapor ti?

La heredera de Forjaz simplementesonrió irónica y dio unas palmaditas enel hombro de Fenran mientras ignorabala pregunta.

—He colocado guardias en la

biblioteca. Puedo asegurarte de que novolverá a suceder algo así.

—¡Responde a la pregunta! —rugióKurdran a la vez que sacaba su martillode tormenta y apuntaba a Moira con él.

Moira lo miró fría, como si nada.—Has matado dragones con ese

martillo, ¿verdad? Cientos de orcostambién, ¿supongo? Puedo imaginarmequé me haría a mí.

—Te abriría el cráneo antes de quepudieras abrir la boca.

Moira ahogó una carcajada.—Y mientras mi sangre, aún

caliente, bañara el suelo, mi gente sealzaría y quemaría tu ciudad. Tú y tu

clan de brutos seríais los primeros enser arrojados al fuego.

—Si tuvieras una pizca de honor,admitirías lo que hiciste.

—Se acabó, Kurdran. Eres un enanode acción, se te dan mal las palabras. Yen Forjaz, lo que importan son laspalabras. Esto no es Terrallende, dondela victoria se mide por la cantidad desangre que derramas. Aquí se mide porel número de corazones que ganas. Y túhas fallado de forma estrepitosa.Después de todo, quizá Falstad hubierasido un enano más apropiado pararepresentar a tu clan.

—Todo este tiempo has estado

hablando sobre unidad —dijo Kurdranmientras sujetaba el martillo de tormentacon más fuerza—. Ni siquiera sabes loque quieres.

El rostro de Moira se tensó y tuvoque esforzarse para seguir sonriendo.

—Sé exactamente lo que quiero —respondió entre dientes—. Tú nunca hasestado dispuesto a tender la mano de lapaz a los Hierro Negro. Ya habíastomado tus decisiones antes de veniraquí, guiadas por un antiguo odio.

—¿Así que nos sacrificaste a mí y ami clan para que los Hierro Negro nofuerais tratados como la basura quesois? —preguntó Kurdran.

—Hice lo que hice pensando en elfuturo. Para que cuando mi hijo heredeel trono, no gobierne una ciudad que lotrata como a un paria por culpa de lasangre que corre por sus venas.

—Si Magni pudiera verte ahora…Imagino el dolor que sentiría al ver a latrogg de su hija destruir todo lo queluchó por construir en vida.

—No me hables como si conocierasmi pasado, o el de Magni. —Moirahabía explotado de ira—. Tú y tu clansois invitados en esta ciudad. ¡Cuantoantes os marchéis, mejor! —Inconscientemente, Moira apretó elbrazo de Fenran y el bebé empezó a

llorar.—Siempre esperé que… —Kurdran

se detuvo en seco. De pronto, sematerializó en él un sentimiento terrible.Avanzó un paso hacia Moira y colocó elmartillo de tormenta a unos centímetrosdel rostro de la enana—. Has… hasmatado a Cielo’ree. Has ordenado a tusucio clan que comenzaran el incendio.

—No —respondió Moira rebosantede indignación—, no me acuses de algode lo que solo tú eres responsable. Hecastigado a los Hierro Negro que hanparticipado en la pelea; pero por lo queme han dicho, tú fuiste el primero engolpear.

La culpabilidad arraigó dentro deKurdran. Desde el incendio habíaintentado olvidar que había podidoevitar la pelea. Relajó los brazos y bajóel martillo de tormenta.

—Cógelo y vete —dijo Moiramirando el cetro—. O no.

Cogió a Fenran en brazos ydescendió por la rampa sin volver lavista atrás ni una sola vez.

—Sea como sea, comenzaremos conla forja. Por la mañana, será un HierroNegro el que traiga la unidad a losclanes —añadió Moira mientras entrabaen sus aposentos privados y daba unportazo tras ella.

La verdad que contenían laspalabras de Moira, todo lo que habíadicho, suponía una pesada carga. Elenemigo que Kurdran siempre habíadeseado encontrar se había descubiertoante él, pero no podía hacer nada paraluchar contra ella sin poner en peligro atoda la ciudad. Estaba tan indefensocomo la estatua cristalina que era el reyMagni. De pronto, el sentimiento dederrota, extraño para él, lo alcanzó.

El sudor empezó a cubrir todo sucuerpo. Con cada respiración, sentíacomo si inspirase calor estancado en vezde aire. Kurdran deslizó el cetro por unaabertura de su pechera, cerca del brazo.

Con la reliquia bien escondida, corriópor la sala hacia las puertas de Forjazmientras sentía que las paredes depiedra de la ciudad se cerraban sobre él.

A las puertas de Forjaz, Kurdraninhaló profundamente el aire helado. Elsudor que cubría su cuerpo se enfrió enla noche gélida y sintió un escalofrío.

A lo lejos, a través de una cortina denieve, algunas siluetas iluminadas por laluz de las puertas abiertas de la ciudaddescargaban cajones de un carro. Una delas siluetas miró a Kurdran. Despuésavanzó con dificultad por la nieve hacia

él.Era Muradin.—Te he estado buscando, muchacho

—dijo el Barbabronce mientras sequitaba la nieve de los hombroscubiertos de placas—. No sé cómodecirte cuánto siento lo de Cielo’ree. Hamuerto como vivió, sin miedo. Luchandopor lo que era más importante paraella… los suyos. Su futuro.

—Su futuro ha muerto con ella —respondió Kurdran. Dejó escapar unlargo suspiro y el aliento se convirtió enuna nube blanca por el frío.

Muradin guardó silencio duranteunos instantes.

—Sí… pero yo preferiría morir pormi gente en una pelea que sé que puedoganar que no luchar en absoluto.Supongo que sabes bien de lo que hablo,¿no es cierto?

Kurdran entrecerró los ojos ante laafrenta, pero se sentía débil después delencuentro con Moira.

—He luchado por mi pueblo desdeel día que puse un pie en Forjaz.

—No confundas cabezonería convalor. No es lo mismo —replicóMuradin.

—No lo entiendes. Eres igual queMoira.

Muradin suspiró y agachó la cabeza.

—Cuando te uniste al consejo,pensé: «He aquí un enano que puedeponer fin a todas estas disputas». Perolo único que has hecho es empeorar lascosas.

—Sí, porque he tenido queenfrentarme a todo solo. Tú me recibistecon los brazos abiertos, pero en cuantoadopté una posición firme sobre algo enlo que creía, me diste la espalda.

—¿Cuántas veces te he dicho que nomerecía la pena pelearse por ese asuntodel martillo? Decidí ahorrar energíascuando me quedó claro que no estabasdispuesto a atender a razones —replicóMuradin.

Kurdran tuvo que admitir, a favordel Barbabronce, que recordaba todaslas veces que Muradin se habíaacercado a él en privado para intentarconvencerlo de que renunciara al cetrode los Martillo Salvaje. Pero cada unade las conversaciones le había parecidoa Kurdran más un ataque personal que unconsejo.

—¿Es que no lo ves, muchacho? —continuó Muradin—. Ese viejohierrucho es un cepo que te tiene preso.A ti y a toda la ciudad. Cuando másdiscutimos sobre él, más nos oprime.

—¿Y qué ocurriría si no quieroseguir adelante con la forja de mañana?

—le espetó Kurdran. Mientras laspalabras salían de su boca, sintió que elcetro que llevaba escondido bajo laarmadura se le clavaba en las costillas.

Muradin frunció el ceño. Miró aKurdran lleno de desdén.

—Magni disfrutaba de tus aventurasen Terrallende, de cómo luchabas conCielo’ree. Me alegro de que no esté aquípara ver lo necio que eres en realidad.

Kurdran había sopesado la idea dehablarle a Muradin sobre su encuentrocon Moira. Pero ahora se preguntaba siMuradin estaría compinchado con la hijade Magni. Sin embargo, Muradin poseíauna franqueza que acallaba todos sus

temores. En cierto sentido, eso hacía quelas palabras del Barbabronce ledolieran aún más.

—¡En Terrallende, el cetro mantuvovivo el corazón de mi clan! —gritóKurdran.

—¡El corazón de tu clan está en ti!—La voz de Muradin se alzó tambiénpara equipararse a la de Kurdran—.Estaba en Cielo’ree. Y está en todos losMartillo Salvaje que hay en la ciudad,sufriendo cada vez que te empeñas enseguir discutiendo. Intento que estaciudad avance, no quiero que se hundacon esas tonterías sobre hierro antiguo.

—¿Que avance? —se burló Kurdran

—. El martillo no era la mejor manerade avanzar cuando pensábamos que erareal, y estoy seguro de que no lo esahora que sabemos que es una mentira.

Muradin inspiró profundamente yapoyó una mano en el hombro deKurdran.

—Déjalo estar, muchacho. Sinsacrificio no se consigue nada bueno. Túlo sabes mejor que todos nosotros.

Kurdran se quitó el brazo delBarbabronce de encima.

—¿Por eso me estabas buscando?¿Para darme lecciones sobre cómo tengoque gobernar a mi clan?

El rostro de Muradin se contorsionó

de ira. Volvió la vista hacia lasmisteriosas siluetas que trabajaban enmedio de la noche. Los otros enanosseguían descargando cajones, ajenos aMuradin y a Kurdran. Cuando elBarbabronce volvió a concentrarse enKurdran, le cruzó la cara de un bofetón yel Martillo Salvaje retrocedió.

—No, muchacho. Solo quería vercon mis propios ojos dónde está la líneaque separa la realidad de la ficción.

Cuando Kurdran se recuperó delimpacto, Muradin ya había echado aandar hacia el carro. El Martillo Salvajese quedó en las puertas, mirandofijamente la oscuridad de la noche.

El cetro de los Martillo Salvaje leresultaba extrañamente pesado. Muchosde sus recuerdos de Terrallende estabanvinculados a él. Pero antes de eso, no sehabía sentido especialmente unido a lareliquia. De hecho, recordaba que casise la había dejado olvidada cuandopartió hacia el mundo natal de los orcos.El cetro había estado colgado en unapared, cubierto por una capa de polvo,cuando, por capricho, había decididometerlo en su equipaje.

De pronto, se sintió estúpido porhaberse llevado el cetro d El Trono.¿Qué iba a hacer con él? ¿Abandonar laciudad y renegar de sus deberes como

miembro del consejo, manchando nosolo su honor sino también el de Falstady el del resto de su clan?

Kurdran sopesó la pregunta mientrascruzaba las puertas y regresaba al calorde Forjaz. Caminaba sin rumbo por elanillo exterior de la ciudad cuandoalguien lo llamó.

Era Eli, que corría hacia él cargadocon un puñado de pieles.

—No estoy de humor —murmuróKurdran.

—Sí, sí. Ya sé cómo te sientes. ¡Peroseguro que quieres ver esto, muchacho!—dijo Eli, que casi se cayó al suelo.

El cuidador de grifos dejó las pieles

y se arrodilló al lado. Kurdran lo imitó yobservó muy intrigado mientras Elidesliaba el paquete.

—Es de ella —afirmó Eli. Unasonrisa bordeada por su poblada barbase dibujó de oreja a oreja.

Kurdran se inclinó aún más,incrédulo. Dentro, bien arrullado por laspieles, había un huevo manchado dehollín.

—¿Pero cómo…? —A Kurdran nole salían las palabras.

—Lo llevaba uno de los grifos. Haestado escondiéndose en una percha enLa Gran Fundición. Probablemente hayacogido el huevo durante el incendio.

Ninguno de los otros se ha ocupado delos huevos —explicó Eli—. Te heestado buscando desde entonces.

Kurdran recordó entonces que, entreel caos del incendio, las cenizas, lasplumas y los terribles gritos, un grifoque había acompañado a Cielo’reehabía alzado el vuelo con las patasdelanteras pegadas con fuerza contra elpecho. Kurdran levantó la cabeza y vioque a Eli se le humedecían los ojos. Elcuidador de grifos se los secórápidamente.

—No se lo digas a nadie. Si losmuchachos se enteran de que he estadollorando, nunca me dejarán en paz.

—No sería la primera vez que tepones llorón. —Una carcajada atronódesde el interior de Kurdran mientraslas palabras salían de su boca. Sinembargo, la alegría estaba teñida de iray miró de nuevo el huevo. Losacontecimientos habían dado un giromilagroso, pero si tuviera laoportunidad, cambiaría el huevo porCielo’ree sin pensarlo dos veces.

—No es Cielo’ree… —dijoKurdran.

—Ay, un pensamiento como ese teenvenenará la mente, muchacho.Olvídalo o, de lo contrario, pasarás todala vida esperando algo que no llegará

nunca. —Eli agarró el antebrazo deKurdran—. Este nunca será Cielo’ree —continuó Eli más serio de lo queKurdran le había visto nunca—. Perolleva su sangre. Es su regalo para ti. Ypuedo prometerte que un día seconvertirá en un grifo tan hermoso comosu madre.

—Sí…, —dijo Kurdran y sintió quese le formaba un nudo en la garganta.

Lleno de dudas, apoyó la palma dela mano en el huevo. Estaba caliente,pero era una sensación complementediferente al sofocante calor de Forjaz.La calidez recorrió las venas deKurdran y le hizo sentir como si

estuviera bajo los azules cielos de lasTierras del Interior, bañado por la luzdel sol. En aquel instante lo vio todoclaro. Sabía lo que tenía que hacer, sinimportar las consecuencias, para honraral rey Magni y cumplir con sus deberescomo miembro del Consejo de los TresMartillos.

Cuando Kurdran llegó, La GranFundición estaba abarrotada de enanosque se apelotonaban hombro conhombro. Casi toda la ciudad habíaacudido a la forja del martillo deModimus. Incluso estaban presentes

unos pocos gnomos, draenei y otrosmiembros de la Alianza, aunque semantenían alejados de los enanos que searremolinaban alrededor del monstruosoGran Yunque en el corazón de lafundición.

Una hilera de guardias de Forjazacordonaba el área que rodeaba elyunque, y solo Moira, Muradin y elherrero Hierro Negro estaban dentro.Muchos de los enanos allí presentesiban armados, tensos por la iraacumulada. Los Martillo Salvaje sehabían reunido cerca de la entrada a ElTrono, lejos de su lugar habitual, en elnidal de grifos. Tras el incendio, se

habían llevado a sus compañeros aladosfuera de la ciudad. Ahora, el nidal, unavez limpio y arreglado con paja nueva,acomodaba tan solo a los grifos deForjaz.

Kurdran se abrió camino por lafundición abarrotada. Un clamorgigantesco se alzó de la masa que lorodeaba y, entre el rugido indescifrable,Kurdran captó la palabra —ladrón—proferida una y otra vez. A medida quese acercaba al centro de la estancia, vioa Moira de pie detrás de sus guardias,dirigiéndose al público.

—Tenemos nuestras sospechas sobrequién robó el mango del martillo de

Modimus —dijo Moira—. Se llevará acabo una investigación. Sin embargo, nopermitiremos que esos ladronesdesbaraten nuestros planes.Comenzaremos con la forja tal y como…—Moira dejó la frase inacabada cuandovio a Kurdran atravesar la línea deguardias que rodeaba el Gran Yunque.

—Kurdran —dijo Moira conindiferencia, como si el encuentro de lanoche anterior no hubiera tenido lugar—. Hay un ladrón entre nosotros.

La heredera de Forjaz señaló elGran Yunque, donde descansaban elcabezal del martillo de los Barbabroncey la gema de los Hierro Negro, a la vista

de todos.—¿Tienes alguna información que

pueda arrojar algo de luz en este asunto?—preguntó en voz alta para que laoyeran todos los espectadores.

Bajo la máscara de cortesía,Kurdran podía percibir que Moiraestaba saboreando cada instante de loque probablemente creía que era sumomento de dominación total sobre elrepresentante de los Martillo Salvaje.

—Sí, la tengo —respondió Kurdranmientras miraba brevemente a Muradin.El Barbabronce observó a Kurdranindignado, pero no dijo nada.

Kurdran caminó hasta el borde del

Gran Yunque. Sacó la reliquia de losMartillo Salvaje de su armadura y alzóel cetro en el aire, hacia los enanos allípresentes.

—¡Forjaz! ——rugió—. He sido yoquien se ha llevado la pieza del martillo.

Los gritos se alzaron entre lamultitud y los enanos empezaron aempujar contra el anillo de guardias delGran Yunque. Otros se acercaron hacialos Martillo Salvaje de la entrada de ElTrono.

Muradin se acercó más al yunque yagarró el brazo libre de Kurdran.

—¡Kurdran! —El Barbabroncebullía de ira—. ¡Vas a provocar un

motín!—Dijiste que yo podía ser el que

pusiera fin a las disputas en esta ciudad.Y eso es lo que pretendo hacer.

—¿Cómo? —preguntó Muradin.—Rompiendo la cadena, muchacho.Muradin frunció el ceño confuso.

Pero, poco a poco, Kurdran tuvo laimpresión de que el Barbabronceempezaba a darse cuenta de lo queestaba a punto de ocurrir. Muradincaminó hacia la multitud y rugió:

—¡Dejad que hable!Cuando el clamor se apagó, Kurdran

continuó.—Durante mucho años estuve

atrapado en Terrallende, sin saber aciencia cierta si alguna vez podríaregresar a casa. Durante todo esetiempo, este pedazo de hierro nos dioesperanzas a mis muchachos y a mí.¡Nos recordó quiénes éramos y por quéestábamos luchando!

Kurdran miró la reliquia. La nocheanterior, arrodillado al lado del huevode Cielo’ree, por fin se había dadocuenta de lo que era el cetro: un viejopedazo de hierro. Metal templado quehabía enfrentado a los enanos, y habíainstigado el miedo y el odio en elcorazón del propio Kurdran. Nada lohabía diferenciado de la airada y

descerebrada masa que se enfrentaba aél en aquel instante. Un enano asustadode lo desconocido, negándose a avanzarsi ello significaba renunciar a algoconocido. Pero era lo que había hechoen Terrallende. Había renunciado a sutítulo de gran señor feudal a favor deFalstad. Había entregado los mejoresaños de su vida a Pico Nidal paraasegurar un futuro mejor para los suyos.En comparación, el cetro era algodemasiado trivial.

—Pero esto no es Terrallende —continuó Kurdran—, y esta no es laForjaz de nuestros ancestros. De modoque, ¿por qué estamos intentando forjar

este martillo para que lo sea? Esta esuna nueva Forjaz. ¡Nunca será como ladel pasado y forjar el martillo deModimus no cambiará absolutamentenada! —Kurdran golpeó el yunque conla reliquia de los Martillo Salvaje—.¡Mi clan y yo no queremos ver cómoesta nueva era comienzaencadenándonos a un martillo!

Los movimientos de la multitudempezaron a ser erráticos. En lassombras de La Gran Fundición, losenanos parecían un único organismo,expandiéndose y contrayéndose, a puntode reventar por las costuras.

—¡Se va a llevar la pieza!

—¡Los Martillos Salvaje descubrensus verdaderas intenciones!

Sin decir una palabra más, Kurdransacó su martillo de tormenta. Con unsolo movimiento veloz, alzó el arma y ladejó caer sobre el cetro en medio de unrelámpago. El trueno que surgió hizo quele pitaran los oídos a pesar de llevarmuchas décadas utilizando el arma. Lareliquia explotó en una lluvia de astillasde hierro.

La multitud se quedó helada,perpleja. La confusión asomó en lostensos rostros de los enanos.

—La nueva Forjaz empieza aquí.Preguntaos a vosotros mismos: ¿queréis

comenzar reforjando este martillo que undía podría volver a romperse? LosMartillo Salvaje hemos decidido dar unpaso adelante, no atrás. ¿Quién está connosotros?

Cuando Kurdran se volvió y ofreciósu martillo de tormenta a los demásmiembros del consejo, se sorprendió alver que Muradin ya iba de camino alyunque.

—¡Los Barbabronce! —gritóMuradin, y agarró el martillo detormenta con una mano.

Al unísono, Muradin y Kurdranmiraron a Moira, al igual que todos losque se habían reunido en la Gran

Fundición. Ella estaba sola.La heredera de Forjaz miró

alrededor como si estuviera buscandouna salida. El silencio se hacíainterminable, pero finalmente se acercóal yunque dando unos pasos extraños,como si su cuerpo y su mente estuvieranluchando el uno contra el otro. Con losojos fijos en Kurdran, puso la manosobre la de Muradin en el mango delmartillo de tormenta.

Con la mano libre, Kurdran colocóel cabezal del martillo de losBarbabronce y la gema de los HierroNegro en el centro del enorme yunque.Como si fueran una misma persona, los

miembros del consejo dejaron caer elarma de Kurdran. Sonaron más truenos ylos artefactos restantes se hicieronañicos. Y con ellos, murió la mentira.

Después, los tres enanospermanecieron en el yunque, inmóviles,con una mano en el martillo de tormenta,manteniéndolo en alto. La multitudaplaudió y pronto empezaron a vitorear.En todo momento, Moira miró a Kurdrancomo si estuviera esperando que él ledijera algo. Kurdran no dijo nada.

A la semana siguiente, la tensiónentre los clanes se había convertido en

una brasa que ardía lentamente: seguíapresente, pero la amenaza de laviolencia parecía distante. Kurdran seestaba bebiendo su segunda pinta decerveza en la taberna Roca de Fuego,sentado en una mesa, solo, en un rincóndel establecimiento. Sin embargo, susoledad no nacía de la ira o la culpa.Estaba esperando a alguien con nerviosailusión.

«Si al final no viene —pensóKurdran—, ¿quién podría culparle?».

Como respuesta a su preguntasilenciosa, Falstad Martillo Salvajeentró en la taberna, con el pelo rojorecogido en una coleta como lo llevaba

Kurdran. Se detuvo en el umbralmientras sus ojos buscaban en lapenumbra de la estancia hasta queencontró a Kurdran. Sin sonreír ni hacergesto alguno, Falstad se acercó a lamesa de Kurdran y tomó asiento.

—Me alegro de verte, muchacho —dijo Kurdran.

—Lo mismo digo —respondióFalstad sin mucho entusiasmo.

Pasó un instante de silencioincómodo. Kurdran había hecho venir aFalstad a Forjaz al poco de haberdestruido el cetro de los MartilloSalvaje, sin tener ni idea de cómoreaccionaría su amigo a la llamada.

Ahora que Falstad estaba en la ciudad,Kurdran se sentía aliviado e inseguro.

—No es necesario que hagas esto.Tienes más derecho que yo a estar enese consejo —añadió Falstad.

—No —replicó Kurdran—. Hassido el gran señor feudal de los MartilloSalvaje durante veinte años. Lo únicoque ha cambiado eso ha sido un enanocabezota que pensó que podía hacer eltrabajo mejor que tú…

—He hablado con Eli hace unmomento. Al parecer ya has dejado tumarca en Forjaz.

—Lo único que he hecho ha sidoarreglar un lío que había formado yo

mismo. Un lío que no habría tenido lugarsi tú hubieras estado aquí.

Falstad miró con dureza a Kurdran,frunciendo la boca. Kurdran se preparó,ya que esperaba que su amigo lereprendiera por su arrogancia e, inclusose regodeara del malestar que habíacausado en Forjaz.

—Aunque no lo hagas por mí —dijoKurdran de forma repentina—, ocupa tulugar en el consejo por el bien denuestro clan.

Falstad se reclinó en la silla con losbrazos cruzados. Sus ojos miraron aKurdran en todo momento.

—Así que esperas que te perdone y

me una al consejo… ¿cuando ni siquierahay una pinta bien fría esperándome enla mesa? —preguntó Falstad mientrasgran una sonrisa cruzaba su rostro.

Kurdran soltó una sonora carcajaday sintió que se quitaba un gran peso deencima. En ese instante, reconoció lainmensa sabiduría y capacidad deperdón que poseía Falstad. Eran rasgosque llevarían a los Martillo Salvaje ahacer grandes cosas, incluso a pesar dela incertidumbre que reinaba sobre laformación del consejo.

Después de que Kurdran hubierapedido una pinta para Falstad, los dosenanos alzaron sus jarras.

—Por el consejo —dijo Falstad.—Por el gran señor feudal de los

Martillo Salvaje —añadió Kurdran.—Por Cielo’ree. —Falstad se llevó

la jarra a los labios antes de queKurdran pudiera añadir otro brindis. Nocabía duda de que Eli había informado aFalstad de la muerte de Cielo’ree.Kurdran apreció la brevedad delhomenaje porque sabía, como Falstad yotros jinetes de grifos, que lascondolencias prolongadas no podíanatenuar el dolor provocado por lamuerte de una amiga como Cielo’ree.

Falstad dejó la jarra sobre la mesacon un golpe hueco y preguntó:

—Entonces, ¿qué harás ahora?—Quizá viaje a Ventormenta. He

tenido buenas experiencias con loshumanos en el pasado y tengo ganas deconocer a ese tal rey Varian. Y… heoído que levantaron una estatua en mihonor tras darme por muerto enTerrallende, justo en la entrada de laciudad. —Kurdran sonrió.

—Sí… Yo escribí la placa. Meresultó muy difícil encontrar algo buenoque decir sobre ti —replicó Falstad conuna risita.

A medida que avanzó la noche, otrosenanos se unieron a Kurdran y a Falstaden su mesa. Charlaron sobre los grandes

cambios políticos que estabanocurriendo en todos los reinos deAzeroth, y de los desastres naturales quehabían dado nueva forma al mundo trasel cataclismo. Entre los temas que másinteresaban a Kurdran estaba el de losenanos Martillo Salvaje que vivíandesperdigados por las Tierras AltasCrepusculares. Valoraban mucho suindependencia y se habían mantenidoajenos al gobierno de Pico Nidal. Sinembargo, hace poco, habían llegadonoticias de que algo oscuro habíaechado raíces entre las verdes colinasde las tierras del norte.

Cuando los enanos abordaron otros

temas, Kurdran dejó volar su mente. Unasemana atrás habría estado preocupadopensando que, al renunciar a su puestoen el consejo, había perdido poder antelos ojos de su clan. Ahora, eso no teníagran importancia. Había algo en elsacrificio, algo en el hecho de conseguirque su voluntad ignorara los deseospersonales por el bien de su pueblo quehacía que Kurdran ardiera en su interior.Era la misma sensación que lo habíallevado a Terrallende y le habíapermitido romper el cetro de losMartillo Salvaje. Su destino no estabaen Forjaz, ni tampoco sentado dejandopasar el tiempo en Pico Nidal. Estaba

aquí y allá: en una vida guiada por losvientos. En esa incertidumbre residía lafuerza para plantar cara a cualquierdesafío, para mantenerse firme ante lasinsalvables probabilidades y luchar porel más mínimo atisbo de esperanza.Aquel era el deseo de un MartilloSalvaje.

Por primera vez desde que habíallegado a la ciudad; de hecho, desde quehabía llegado de Terrallende; se sintiólibre, como si estuviera volando entrelas nubes con Cielo’ree. En suimaginación, era lo que hacía. Kurdranestaba con el espíritu del grifo, surcandola extensión azul sin nubes que parecía

infinita. Más adelante, le aguardaba algoindescifrable, titilando como unespejismo. En su corazón, sabía que erala paz para Pico Nidal y todos losMartillo Salvaje. Resultaba imposiblepredecir si tardaría en llegar un día, unasemana o diez años, y era ridículopreocuparse. Resuelto y lleno dedeterminación, dio a Cielo’ree una firmepalmadita en el cuello y dejó que losvientos los guiaran hacia el horizonte.

GALLYWIX

SECRETOS

MERCANTES

DE UN

PRÍNCIPE

MERCANTE

Gavin Jurgens-Fyhrie

Introducción del autor

Eh, camarada, aquí el príncipemercante Gallywix. Si tienes este libroentre las manos es porque quieres sercomo yo. ¿Quién no querría? No existeun goblin vivo más poderoso y peligrosoque yo. Puedo darte todo lo quenecesitas para alcanzar el éxito.

Pero primero, un amistoso avisolegal vinculante exclusivamentededicado a ti.

Si estás leyendo esto y no has

comprado el libro todavía, estásrobando. ¿Acaso crees que hojear es uncrimen inocente? ¿Crees que es tuderecho como cliente? ¡Pues estás muyequivocado, sinvergüenza! Los gorronescomo tú son los que hicieron que seredujese mi margen de beneficios delaño pasado, por lo que he tenido queabstenerme de añadir un ala demobiliario comestible a mi mansión.Ahora, en vez de los sofás de chocolatecon cojines rellenos de crema que memerezco, tengo que conformarme conmuebles de seda. ¿Alguna vez hasintentado comer seda? ¿Sabes siquierade dónde procede? ¡De la bocaza de un

gusano, de ahí! Tienes que solucionaresto. Compra mi libro o mis asesinosexplosivos te perseguirán como la ratade pantoque ladrona que eres.

¿Qué? ¿No me crees? ¿Nosconocemos? Uno no llega a príncipemercante lanzando amenazas vacías. Elpuesto no es hereditario como esecómodo trabajo de rey que tienen loshumanos de piel rosada. Si te digo quetreinta y dos espías están observandocómo te muerdes el labio por losnervios, más te valdría creerme,camarada.

No te molestes en mirar a tualrededor. No los verás. Deja de

hacerme perder el tiempo y de poner enpeligro tu vida. Veinte mil oros es unprecio muy bajo por la historia de mivida. Y si lees más allá de esta frase sincomprar el libro, dedicaré cadamilímetro de mi imperio a destruirte.¿Me entiendes?

Bien. Pues ahora, paga al malditovendedor.

¿Ya lo has hecho? ¿Seguro? Genial.Bueno, gracias por comprar mi libro,perdedor. ¿Quieres ser príncipemercante? Yo quiero un ejército deatracadores viles que lleven mi carapintada en los puños, pero lasnegociaciones con la Legión Ardiente no

han llegado a buen puerto; así quesupongo que ninguno de los dos vamos aconseguir lo que queremos.

¿Por qué no puedes ser príncipemercante? Porque todos los puestosestán ocupados por goblins muchomejores que tú, por eso. Todavía noestás listo, pero no te preocupes. Hasacudido al goblin adecuado.

Quizá hayas oído algunos rumoressobre mí. «Gallywix se convirtió enpríncipe mercante haciendo explotar,traicionando o incluso vendiendo atodos los que conocía. Cuando el MonteKajaro entró en erupción, Gallywixposeía el único barco y cobró a los

refugiados el módico precio de losahorros de sus vidas por subir a bordo.Apelotonó a la crema y nata de laaristocracia goblin en la bodega como sisardinas en lata e intentó venderlos atodos como esclavos. Ese monstruo deGallywix traicionó a toda su raza por unbazillón de macarrones».

¿A que suena horrible?Pues, ¿sabes qué? Es todo cierto.

¿Por qué iba a mentir? Nunca encubrohechos de los que estoy orgulloso. Si elmundo fuera a partirse en dos mañana,compraría el Portal Oscuro, montaríauna cabina de peaje y cobraría a todoslos refugiados hasta dejarles los

bolsillos vacíos, los dedos sin anillos,los bocadillos sin relleno y con unaobligación contractual de construirme unpalacio volador en los cielos deNagrand. ¡Es el estilo goblin! ¡Oferta ydemanda! ¡Asúmelo!

Pero, oye. Tú has pagado el precio yesto es lo que recibirás a cambio: lostres secretos del Príncipe mercante másgrande que ha conocido este balón debarro. No llevará mucho tiempodesvelarlos. De hecho, si hojeas un pocoel libro te darás cuenta de que lasúltimas trescientas páginas son copiasde periódicos viejos y recetas de cecinade pescado.

Lo siento, camarada. No se admitendevoluciones.

Secreto 1: No permitas quenadie se quede con tu trozo del

pastel

El día que cumplí diez años, me hicecon el negocio familiar de manitas Y conel sindicato del crimen local. Fue másfácil que vender un espejo a un elfo desangre. Presta mucha atención…

El día de mi cumpleaños empezócomo cualquier otra mañana: mi padre

casi me mató.Aunque no era su intención. De

hecho, ese era su problema. Nada de loque hacía salía nunca como habríadeseado, un hecho que no hay que tomara la ligera cuando se trabaja conexplosivos. El único taller que pudomontar estaba situado en una zona tanmala de La Barriada, que ni siquiera losrecaudadores de impuestos del príncipemercante Maldy estaban a salvo. Elúltimo en atreverse a ir allí se quedó sinbotas, le asaltaron, le insultaron y leataron a un barril de pólvora para luegohacerlo rodar de vuelta hasta el viejogoblin con una educada carta de rechazo

encajada entre los dientes.Papá veía la ausencia de impuestos

como un beneficio extra. Yo veía lascalles embarradas y la basura irradiada.Hasta las ratas se mudaban. Papá creíaque algún día daría la campanada con uninvento que sacudiría el mundo. Yosabía que era cuestión de tiempo que noshiciera saltar por los aires, así que lanoche anterior decidí escaparme yhacerme pirata como mamá.

Pasé toda la noche planeando yhaciendo las maletas. Los cincomacarrones que llevaba escondidos enmis botas desgastadas representaban unafortuna para mí. Papá se levantó al

amanecer y empezó a trastear por eltaller, hablando consigo mismo. Suinvestigación y proceso de desarrolloconstaba de tres fases: optimismo,preocupación y pánico; y la tercerapodía hacerte perder unos pocos dedos ycasi toda la piel. Estaba en la fase 2,9cuando cerré mi hatillo y lo escondídebajo de mi colchón enmohecido.

—Vamos —murmuró desde el otrolado de dos paredes delgadas como elpapel—. Un poco más ajustado… másajustado… vaya. Ay, ay. Oh, no. ¡No!¡Espera! ¡Chaval! ¡Despierta y ponte acubierto!

Adormilado, levanté la cabeza de la

almohada de plomo justo en el momentoen el que un oso de peluche de peloanaranjado y rostro mecánico atravesabala pared como un cohete. Me vio, emitióun chillido escalofriante y explotóarrojando ráfagas de metralla por todaspartes.

Unos pasos sonaron en el lúgubrepasillo y papá apareció en el umbral,apurado. No llamó primero, pero noporque tuviera prisa. El mes anterior elnapalm había derretido la puerta.

—¿Estás bien, chaval? ¿Lo hasvisto? ¡Una prueba perfecta!¡Combustión horizontal, objetivo fijado,viraje giroscópico y detonación! El

sindicato dijo que utilizar microbombaspara la navegación y combustible paracohetes para dar impulso fundiría todoel barrio, pero les hemos demostradoque…

Lancé mi almohada hecha trizas alsuelo y cayó con un ruido metálico.

—Ese era el único prototipo, ¿no?—Bueno, sí, pero…—¿Y los planos fueron…? —

pregunté sin terminar la frase para que élpudiera contestar. Tenía un montón deexperiencia hablando con él.

—Robados por un pollo mecánico.Aquello era una novedad, pero no

iba a conseguir que yo perdiera el hilo.

—Así que no puedes construirlo denuevo, ¿verdad?

Papá abrió la boca para replicar.Después, sus ojos como platostransmitieron horror. Yo asentí. La rutinamatutina había terminado. Ya era hora dedesayunar y ponerse en camino.

—No importa, chaval. Ahoraentiendo los rudimentos. Los explosivosescondidos en objetos encantadores sonun mercado completamente inexplorado.¡Vamos a ser ricos!

—Papá, la única forma de dejar deser pobres es que nos vueles por losaires —repliqué.

—Eso no es justo, Jastor. Es solo

cuestión de tiempo.—¿Sabes qué? Tienes razón. Algún

día nos matarás a los dos, papá. Tecreo.

—¡Eh! Hay un montón de chavalesgoblins ahí fuera que desearían que suspadres fueran manitas. Cuando tenía tuedad, solía soñar que…

—En serio, papá. ¿Otra vez esahistoria?

—… mis padres dejarían de palearalcantarillas y harían explotar cosas. Laverdad es que me preocupa mucho quedigas que tienes miedo de lasexplosiones. Eso no es muy goblin.

—¡No! ¿Sabes lo que no es muy

goblin? Tener un crío y decirle que se«vaya a jugar». ¿Sabes cuál es elproblema? ¡Que no hay a nadie conquien jugar! Jelky tiene que pasar todoel día trenzando mechas. Druz se levantaal amanecer para mezclar cemento.¿Sabes lo humillante que es que mipropio padre no me obligue a trabajarpara él?

Papá lanzó los brazos al aire yvolvió sobre sus pasos por el cortopasillo del taller.

—¿Sabes qué? —gritó—. Por quéno dejas que yo me ocupe del negocio yhabrá una galleta Azucarillo aquí para elprimer niño que venga y que sea su

cumpleaños.—¡Para hacer negocio tienes que

vender cosas de vez en cuando! —legrité, pero no le puse mucho empeño.¡Azucarillo! ¡Un bocado para el viaje!

—¿Crees que puedes hacerlo mejor?—me dijo desde el taller—. Puedesintentarlo cuando quie… oh, hola,caballeros.

Parecía que mi padre tenía clientes.Lo interpreté como una buena señal parami viaje. Si iba a suceder algo tan pocoprobable como que alguien quisieracomprar algo en el taller de mi padre,entonces no tendría ningún problemapara encontrar un barco que me sacara

de Kezan. Diablos, incluso quizáspudiera encontrar un tiburón amaestradoque me llevara a una isla mágica hechade pastelillos y platino. Avancéruidosamente por el pasillo en busca demi galleta.

La pastelería Azucarillo ya noexiste. Unos pocos años antes de que losorcos llegaran a Azeroth, aquellapequeña tienda de barrio fue ligeramentebombardeada durante la Segunda GuerraMercante, asiduamente bombardeadadurante la Cuarta Guerra Mercante yfundida durante la Guerra de la Paz.Durante un mes el barrio entero olió aazúcar quemado y a pedazos de cuerpos.

Pero la verdad es esta: si nunca hasprobado una galleta de la pasteleríaAzucarillo, entonces no sabes lo que esuna galleta de verdad. Punto final.

Eran tan grandes que había quesujetarlas con ambas manos y solíanestar tostadas en los bordes. Lospedazos de chocolate eran del tamañode un puño de ogro. Un toque de canelay azúcar cristalizado. Y solo recibía unaal año.

Al llegar al final del pasillo medetuve en seco y me escondí en lapenumbra. Debería haberlo sabido. Nohabía clientes. Skezzo y sus matonesestaban intentando desplumar a mi padre

de nuevo.En La Barriada, hasta los criminales

estaban casi en la ruina y la banda de laCalle del Cobre no era una excepción.Todavía puedo ver a ese idiota deSkezzo con sus pendientes de oro falso yel apestoso traje hecho a retales. Loúnico que hizo en la vida que valió lapena fue meterse conmigo.

Lanzó a papá contra el banco detrabajo de tres patas y media. Cerca delotro extremo, mi galleta se tambaleó ennuestro único plato. Gruñí entre dientes,pero no era tan orgulloso como para nocomerme aquella cosa del suelo si meveía obligado a hacerlo. Tú también lo

habrías hecho, créeme.—¿Qué vamos a hacer contigo,

Luzik? —dijo Skezzo—. Nunca nospagas a tiempo. En realidad, nunca nospagas. Odiaría tener que enviar a Lumpoaquí mañana para que haga saltar por losaires… —Skezzo no terminó la frase alver que no encontraba nada más valiosoque un montón de dinamita que, como yate habrás enterado, se supone queexplota.

—Mira, lo siento —dijo papá—.Andamos un poco cortos de dinero.¡Apenas me alcanza para comprarsuministros!

—Y dulces, al parecer —dijo

Skezzo mientras pasaba a su lado yalargaba el brazo para coger…

Mi.Galleta.—Págame todo lo que me debes esta

noche —insistió llenándose la boca.Migas de valor incalculable llovieronsobre su solapa grasienta—. O tequemaré el taller y te cobraré por lasantorchas.

Entonces me vio en el umbral, meguiñó el ojo y salió de allí con airearrogante, dejando un rastro de migastras él.

Y ya no pude soportarlo más. Si nohubiera sido por esa galleta, me habría

largado de allí para ser un humilde reypirata de los Mares del Sur y el mundosería un lugar muy distinto.

Entré estupefacto en el taller. Papáme estaba hablando. Pero no podía oírleporque la sangre zumbaba con fuerza enmis oídos.

Podría haberme ido de Kezan sihubiera querido, pero esa no era lacuestión. Papá había permitido que unosmatones de pacotilla le quitaran suscosas. Yo había permitido que mequitaran la galleta. Ese era el problema.Por eso éramos pobres. Sí, Skezzo teníauna banda. Sí, tenía armas y eranmuchos. Pero yo tenía algo que se

hinchaba en mi interior como una flotade zepelines al atacar una cabaña gnoll:un código, llenos de bordes afilados ypiezas engrasadas. Ese negociopertenecía a mi padre. Ese negocio eramío. Esa galleta era mía. No culpaba aSkezzo por intentarlo, pero nadie me ibaa quitar lo que era mío, bajo ningúnconcepto.

Diez minutos más tarde estaba alotro lado de la ciudad con uno de losusureros de Skezzo, rodeado de humo decigarrillo y matones que se sonreían.

—A ver si me he enterado bien —dijo el usurero, riéndose entre dientes—. Debes dinero al jefe, ¿y quieres

pedir prestado para pagarle?—Sí —respondí.—¿Con intereses? —preguntó el

usurero mientras le temblaban los labiospor el esfuerzo de intentar nocarcajearse en mi cara.

—Los que consideres que son justos—dije muy serio.

—Vale, mequetrefe —aceptómientras contaba el dinero—. Pero creoque sé por qué tu padre está metido enlíos. Está claro que en vuestra familia nolleváis el sentido del negocio en lassangre.

Lo único que en la sociedad goblinse extiende más rápido que un

calendario de las Chicas Polvorilla es laposibilidad de humillar públicamente aalguien. Skezzo regresó esa noche contoda su banda, usureros incluidos. Portoda la Calle del Cobre las puertas seabrieron a medida que nuestros lealesvecinos salían para ver cómo el manitasy el inútil de su hijo perdían todo eldinero que les quedaba y eranexpulsados de la ciudad. Solo que papáno estaba. Había salido a por otragalleta, que resultaba ser algo muypropio de él: hacer algo con buenaintención pero totalmentedesencaminado. Aquello ya no teníanada que ver con galletas.

Skezzo y su banda se detuvierondelante de mí como una terrible punta deflecha.

—¿Tienes mi dinero, chaval? —dijo. Sus secuaces observaban porencima del hombro, ansiosos por ver siyo iba ser tan imbécil como para seguiradelante con aquello.

—Con intereses —anuncié yo.Skezzo me arrebató la bolsa de la

mano, me dio unas palmaditas en lacabeza y se marchó tranquilamente calleabajo con su banda. Sí. Ni siquieracontó el dinero. Todavía sigo sincomprender cómo aquel tipo podía estaral mando de algo más complicado que

una salchicha.—Un placer hacer negocios contigo,

chaval —me gritó sin darse la vuelta—.Lumpo, lleva la bolsa. Pesa mucho.

—Es por la dinamita —dijevoluntarioso.

Las cámaras no se inventaron hastaaños más tarde, pero mataría por unafotografía de Skezzo y sus secuacesmirándome perplejos un segundo antesde que explotara la bomba que habíaescondida debajo del dinero.

Cuando el humo se desvaneció, labanda al completo se había volatilizado.Con una coordinación que provocabaescalofríos, mis curiosos vecinos

miraron el cráter humeante y luego a mí.Sonreí y apunté al cielo. Cientos de

ojos obedecieron y alzaron la vista.Skezzo, su banda y el dinero en

llamas llovían del cielo.Crucé la calle para llegar al lado de

Bezok el ladrillero, caminando con pasovivo animado por los grititos de misvecinos. Sí, puede que el truco mehubiera costado lo que quedaba deldinero de papá, que había utilizado paracubrir los intereses y pagar la dinamita,pero al final de esa semana, esoscuatrocientos macarrones no serían másque calderilla.

—¡Vaya, vaya! —dijo Bezok

mientras un montón de goblins empezabaa asomar por todas las puertasentreabiertas y callejones apestosospara participar en la caza del tesoro másasquerosa del mundo: buscarmacarrones que siguieran enteros—.¡Les has dado una buena lección, chaval!¡Somos libres!

—No durará —repliqué yo mientrasesquivaba un calcetín en llamas sinprestarle mucha atención—. Hay unvacío. En cuanto oigan que Skezzo ya noestá, otra bandas vendrán a ocupar sulugar. Tenemos que constituirnos ensociedad para protegernos. Establecer yproteger rutas comerciales.

—¡Sí! —respondió Bezok soñador—. ¡Una idea genial! Quizás algún díapodamos…

—No —le interrumpí—. Venmañana por la mañana y tendrépreparado el contrato. Puedes seguir alfrente de la producción, ¿vale? Yo meencargaré de la parte aburrida.

—¿Eh? —dijo Bezok sin dejar deparpadear. Había estado concentrado enuna ligera nube de macarrones en llamasque iban a la deriva hacia el tejado desu chabola—. Espera, ¿te crees quepuedes llevar mi negocio? Escucha,chaval…

—Bum —dije.

—¿Bum?, —preguntó Bezokestremeciéndose.

—Bum.—¿Por qué dices «bum»?—Me gusta decir «bum» —respondí

con esa inquietante serenidad que sololos niños son capaces de conseguir—.Mira, ven a verme mañana por lamañana. Ni siquiera te darás cuenta deque estoy al mando hasta que veas lacantidad de dinero que estás ganando.

Bezok no era un cobarde. Se las veíay deseaba para pagar las facturas. Y esla gente así la que siempre estábuscando un forma rápida e inesperadade amasar macarrones.

—¿Sabes qué, chaval? ¿Por qué no?Puedo dejarlo más adelante si quiero,¿no?

—Claro, redactaré contrato paracontemplar esa posibilidad —contestéyo. Lo único que Bezok tendría quehacer era dejarme el negocio a mí,pagarme una tasa de administración deun año y meterse en un traje de oso tresveces a la semana para anunciar lanueva línea de productos encantadoresexplosivos de papá.

Dejé a Bezok ocupado sacando unaescalera de mano para llegar a lahoguera de macarrones que se habíacongregado en su tejado y caminé hasta

casa lleno de arrogancia. Cuando papáregresó, yo estaba ocupado escribiendomi primer contrato en letras tanpequeñas que ni siquiera un minúsculomosquito con gafas podría leerlas. Esmuy fácil escribir contratos si teconcentras en engañar a los pobresidiotas que van a firmarlos, y sirecuerdas que casi todo el mundo creeque la letra pequeña está ahí para que laleas por encima antes de firmar, en vezde para enseñársela a diez abogados,comprobarla en un juzgado,desmantelarla después palabra porpalabra y hacerla explotar en unadetonación controlada.

Papá arrastró los pies y se aclaró lagarganta.

—Puedo hacerlo mejor —afirméantes de que él pudiera decir nada. Nome hacía falta mirarle la cara para saberque ya se había enterado de lo de laexplosión.

—¿Q-qué? —tartamudeó. Llevabauna bolsa de papel arrugada en la mano.

—Me has preguntado si creía quepodría llevar el negocio mejor que tú. Ypuedo. A partir de mañana por lamañana vamos a tener acceso a la pastade Bezok y a otras cosas a partir de ahí.Pero necesito que firmes esto para queme lo cedas todo mí.

Permaneció en silencio un ratolargo. Yo aproveché el tiempo paraescribir unas cuantas líneas más.

—Desde luego, eres igualito que tumadre —dijo al final—. Está bien,tienes una semana. Si no obtenemosbeneficios suficientes para comprar másdinamita tendrás que dejarlo, ¿deacuerdo?

Sí, él creía que me estaba dejandofracasar para que así pudiera aprenderuna valiosa lección. A pesar de todo, medejó solo con mi nueva galleta y mitrabajo. La galleta se puso rancia para eltercer borrador y decidí guardarla comorecuerdo. De hecho, todavía la

conservo.Cuando llegó la fecha límite que

había establecido papá, la mitad de losnegocios de nuestra manzana se habíanunido al Conglomerado de la Calle delCobre. Yo ya me había mudado, pero leenvié tras cajas de dinamita, un trajeantiexplosivos y un regalo extra.

Sí, tienes razón. Fui un poco blando.Pero recuerda, yo tenía diez años poraquel entonces, genio. Amasé mi primermillón de macarrones por la época en laque pillaste el sklaz por nadar en lamancha de aceite tóxico que rodeaba laFábrica de Comida Saludable de GarzakQuemavena.

Además, era mi padre. Y yo cuidode todas las cosas que me pertenecen.

Secreto 2: O eres despiadado oeres un alma cándida. No hay

término medio

Pasaron los años. No voy a hacerteuna lista detallada de todos los negociosde los que me apropié, o que comencé,vendí o destruí. Gané: es lo único quecuenta. Gané todo lo que quería.

No porque tuviera suerte, no. Lasuerte no existe. La suerte es para

perdedores. Si eres lo suficientementegrande, rápido y duro como para hacerteun hueco en el mundo, todos los demásse inclinarán ante ti para darte todo loque quieres simplemente por la emociónde formar parte de tu éxito.

Bueno, casi todo el mundo. De vezen cuando, se te llevarán por delanteotros más grandes, rápidos y duros quetú. Y te derribarán como a un árbolsagrado en la expedición de tala deVentura y Cía. si no lo haces tú primero.

En la época de la Segunda Guerra,yo era la estrella ascendente de Kezan.Era el presidente del gigantescoConglomerado de la Calle del Cobre,

asesor del sindicato de manitas, goblinjefe de la Coalición Mercante y elsegundo tipo más rico del CártelPantoque. El príncipe mercante Maldydecidió que quería conocer a su másprobable competidor, así que me envióuna invitación para la fiesta decumpleaños de su hija, que se celebraríaen su mansión.

El viejo goblin era tan popular comouna barra de jabón en un barco pirata.Se rumoreaba que el príncipe mercanteBonvapor estaba forrándose gracias a unsupuesto contrato de exclusividad con laHorda. Maldy pensó que si las cosas seponían feas para la Horda, la Alianza

iría después a por nosotros. Habíapuesto todos sus esfuerzos en controlarel comercio, asegurándose de quePantoque tenía suficientes suministros ydinero para eludir un bloqueoeconómico y obligar a los demáscárteles a inclinarse ante él y lamerle lasbotas.

Buena idea, pero he aquí elproblema: al goblin medio no le gustaser cauto. La cautela es aburrida. Lospeces gordos y financieros de Pantoquedecidieron que querían a alguien másjoven y agresivo que el príncipemercante Maldy. Adivina a quién.

Seis meses de planear entre

bastidores habían conducido a aquellanoche mucho antes de que a Maldy se lehubiera ocurrido siquiera lo de lainvitación. Todos los ángulos estabancubiertos y todas las manos habían sidodebidamente untadas. Incluso los demáspríncipes mercantes habían dado suaprobación en secreto, aunque solo fueraporque les atraía la idea de tener uncompetidor poco experimentado. Eléxito era inevitable: al amanecer, yosería príncipe mercante.

Caminé por el sendero que llevaba ala mansión de Maldy. Thissy Puntacero,mi asistente personal, me alcanzócorriendo. Años después tuve que

despedirla por contratar asesinos paraque me mataran en la piscina. Eramagnífica.

—He registrado… el escritorio deMaldy, señor —jadeó—. Tenía… lallave escondida debajo de una estatua deun halcón. He encontrado suinvestigación… sobre lo que estántramando los demás príncipesmercantes.

—Genial —respondí. Maldy seestaba volviendo blando si habíaempezado a dejar cosas así tiradas porcualquier parte—. ¿Qué están haciendo?Tenemos que copiarles si queremosseguir siendo competitivos.

Thissy rebuscó entre los papeles.—Formando ejércitos mercenarios.—Muy práctico. Envía una cesta de

regalo llena de oro a los filibusteros delos Mares del Sur.

—¿De metal o de chocolate, señor?—De chocolate. Van a morderlo de

todas formas. Por lo menos que lodisfruten. ¿Qué más?

—Perfumes.—¿Perfumes?—Al príncipe mercante Donais le

gustan mucho, señor.—Está bien. Permíteme que te

ahorre tiempo. ¿Ves todo lo que hay enesa lista? Contrata a alguien que lo haga

para mí. Ahora lárgate. Me esperan enuna fiesta.

Thissy asintió una vez y se marchó.Yo me acerqué tres pasos más a lamansión antes de que Riddlevox,director del sindicato de manitas,apareciera de detrás de un arbusto.

—¿Recuerdas el plan? —susurró.—Yo ideé el plan —respondí

esforzándome por no rechinar losdientes. Lo había basado en la grandebilidad del príncipe mercante Maldy:quería a su hija de verdad. Si eres unpríncipe mercante, no puedes permitirtetener familia cercana ni amigos;«amiguete» y «zoquete» suenan parecido

por alguna razón. Papá era la excepción,claro. Tenía la misma ambición que laleña mojada. Además, cualquiera queintentara secuestrarlo para amenazarmedescubriría bien pronto si un goblinpodía ser embutido en un cañón ydisparado desde Kezan hasta Bahía delBotín sin sufrir grandes daños.

—No la cagues, Gallywix —dijoRiddlevox mientras volvía al arbusto—.Y que no se te ocurran ideas extrañas.Quizás empiecen a llamarte Príncipemercante, pero trabajarás para nosotros,¿estamos?

—Claro, jefe. —En tus sueños,imbécil.

El guardia que vigilaba el cotarro enel borde la pista de baile me saludó alpasar con una ligera inclinación decabeza. Desde hacía dos meses habíaido sustituyendo a los guardaespaldasdel Príncipe mercante con mis propiosmercenarios. Seguí con mi paseo.

¿Alguna vez te ha pasado que todosy cada uno de los asistentes a una fiestase vuelvan para mirarte y aclamarte?¿No? Te lo recomiendo. Un centenar degoblins intentaron captar mi atención oinvitarme a una copa. Yo les ignoré atodos y recolecté un puñado dehojaldres de langostrok de una bandejaque pasó cerca. Tenía trabajo que hacer.

Nunca antes había visto a la hija delPríncipe mercante, Nessa. Miinvestigador me había informado de que,para la fiesta, Nessa había comprado unvestido azul con una horquilla dediamantes con forma de libélula. Habíaañadido que era «despampanante». Lodespedí, claro. Pero cuando vi a Nessadesde el otro extremo de la fiesta, me dicuenta de que por primera vez en la vidadebía a alguien una disculpa.

Era tan hermosa que podías llegar apensar que le estaban pagando horasextras por eso. Su piel tenía el colorverde del mar profundo y los ojos erantan oscuros como la medianoche en una

mina de esmeraldas. La horquilla dediamantes parecía un accesorio baratoen comparación con su relucientecabello rizado.

Una mano invisible me agarró de lospulmones y me hizo atravesar la multitudhasta llegar a ella. Nadie podíadetenerme. Sabía que tenía querecuperar el control; el plan A dependíade que yo consiguiera alejar a Nessa dela fiesta de modo que el escuadrón desecuestro pudiera llevársela. Así Maldyse rendiría sin luchar.

—¿Quieres bailar? —le preguntémientras arrojaba el plan A por elretrete.

—¿Por qué no? —respondió ella.Me di cuenta de que me había observadoacercarme todo el rato. Estupendo—.Nandirx me aburre sobremanera.

Me la llevé del lado del pequeñobanquero desolado hacia el centro de lapista de baile. Charlamos mientrasbailábamos, pero no sabría decirte dequé. Me sentía como si estuvieraborracho. Mis ambiciones estaban enserios apuros. Si actuaba en contra de supadre perdería mi oportunidad con ellay, déjame que te diga una cosa, subelleza era mucho más asombrosa en lasdistancias cortas. Tenía que mantener lasangre fría.

—Cásate conmigo —solté.Ella rio sarcástica. «Casi no te

conozco, señor Gallywix», respondió.—Eso tiene fácil remedio —

repliqué—. Soy…—El presidente del gigantesco

Conglomerado de la Calle del Cobre,asesor del sindicato de manitas, elgoblin jefe en la Coalición Mercante yel segundo tipo más rico del CártelPantoque —completó ella con mediasonrisa.

¡Había leído mi comunicado deprensa!

—Pero no puedo casarme contigo —continuó—. Sí, a veces has tenido

suerte, pero a mí me van los goblinsdespiadados. Los que asumen riesgos.

Me quedé sin habla durante unossegundos. Sin embargo, no se me da muybien quedarme sin habla, así que merecuperé enseguida.

Le hablé de mis comienzos. Le pusedelante recortes de prensa sobre losmisteriosos incendios de hospitales y laextorsión a huérfanos. Le indiqué dóndepodría encontrar enterrados loscadáveres. Y a partir de ahí, le contécosas realmente desagradables.

Ella escuchó con la cabezainclinada. De vez en cuando, sonreía.

Cuando terminé, se encogió de

hombros y dijo: «Supongo que es unbuen comienzo».

Qué mujer, ¿verdad? Hasta aquelinstante, me había sentido culpable,bueno, en realidad no, sobre el plan B;pero, de pronto, estuve convencido deque esa era la forma de ganármela.Quería un goblin realmente despiadado.¡Prácticamente me había dado subendición!

No me di cuenta del barullo que sehabía armado a mi espalda hasta que unbastón me golpeó un hombro. Mi di lavuelta y… oh, vaya.

—Ah, así que tú eres el que estáacaparando a mi hija, joven Gallywix —

dijo el príncipe mercante Maldymientras se apoyaba en su grueso bastón.Su mano, cubierta de pesados anillos deoro, se cerraba sobre el mango que,sospechosamente, parecía unaempuñadura.

En la fiesta se hizo el silencio.Aquellos goblins habían visto muchaspuñaladas traicioneras entre las clasesaltas como para saber que algo estaba apunto de suceder. «Me alegro deconocerte por fin. Haz el favor de notocar la mercancía». «Lo siento, señor»,dije mientras me alejaba de Nessa.

—Gracias. He sabido que misfuerzas de seguridad quemaron tu

fábrica de falsificaciones el mes pasado.Espero que no te lo tomaras como algopersonal. Son solo negocios.

—No digas «solo», señor —repliqué con una sonrisa—. Hace quesuene como una disculpa.

Su rostro arrugado compuso unasonrisa amplia y correosa. «Sabía queme caerías bien», dijo. ¿«Estásdisfrutando de la fiesta de mi hija»?

—¿Su fiesta? —respondí, y señalé alos guardias—. Ya no. Ahora es mifiesta.

—¿Qué? —adró Maldy con el ceñofruncido.

—A partir del anochecer de hoy, soy

el mayor accionista de la CoaliciónMercante a través de cientos detapaderas y negocios falsos. Podríascomprobarlo, pero he comprado a todotu equipo de administración, así que nocreo que quieras confiar en ellos. Tusfuerzas de seguridad están bajo micontrol. He robado la tierra que haydebajo de tu casa. Y has alquilado esosanillos en una de mis tiendas. Estásacabado, Maldy. Estás acabado y todo elmundo lo sabe.

A lo lejos, un loro emitió ungraznido. Maldy enrojeció y despuéspasó a color púrpura cuando miró a sualrededor en busca de un aliado y solo

encontró a mis matones cerrandoposiciones sobre nosotros como unamuralla. Les mantuve alejados conambas manos. Para impresionar a Nessa,la siguiente fase necesitaba un toquepersonal.

—Mi cargamento —gruñó Maldy—.La mitad de mi flota está zarpando ahoramismo con un cargamento de armas parala Alianza. Sacaré una fortuna y locompraré todo de nuevo.

—Me alegro de que lo menciones —dije mientras sacaba un control remotodel bolsillo—. He organizado unpequeño espectáculo para nuestrosinvitados. Pulsa el botón.

—¡No!—¿Qué? ¿No te gustan las

sorpresas? ¿Tienes miedo? ¡Creía quelos príncipes mercantes tenían quetenerlos bien puestos! ¡Pulsa el botón,Maldy!

Mostrando los dientes como un leónviejo, Maldy dejó caer el dedo confuerza sobre el enorme botón rojo.

Abajo, en el puerto, todos los barcosde su flota mercante explotaron enrugientes bolas de fuego siguiendo unperfecto orden alfabético.

Aprovechándome del momento deasombro de Maldy, le cogí el bastón dela mano, saqué la espada que mi

investigador me había dicho quecontenía y la acerqué a Nessa sinmirarla siquiera.

—Bien. Tienes una hora para salirde Kezan antes de que me cargue a tuhija y te tire de cabeza al Monte Kajaro—dije sin dejar de sonreír a Maldy.Después, me volví para mirar a Nessa—. ¿Te parezco suficientementedespiadado?

Oh. Estaba tan pálida que casi sepodía ver a través de ella.

—¿Demasiado? —dije con los ojosentrecerrados.

Nessa esquivó la espada y se acercóa toda velocidad para cruzarme la cara

de una bofetada. Después, apoyó lasmanos sobre los hombros de su padre ylo guió a través de la perpleja multitud.

Dejé caer la espada y alcé las manosmostrando cuatro dedos, el símbologoblin para la victoria más aplastante.Los invitados… mis invitados…rugieron de entusiasmo, se abalanzaronsobre mí para darme palmadas en laespalda y felicitarme mientras medeslizaban tarjetas de visita y sobornosen los bolsillos. No miré a los ojos a niuno.

En vez de eso, observé cómo Nessaguiaba a su padre colina abajo hastasalir de la mansión.

Secreto 3: Si tu plan dejubilación no incluye un palacio,

estás haciendo algo mal

Eso fue hace más de veinte años.Quizás te preguntes si tengoremordimientos. Claro, exilié al amor demi vida a los diez minutos de conocerlay, más tarde, organicé la muertetotalmente accidental del suegro quenunca llegué a tener. Todos los que heconocido en la vida han intentadotraicionarme. Estoy solo.

¡JA! Sí. ¡Oh, no, todo lo que tengo

son mi riqueza y poder sin límites! ¡Quétrágico! Puedes enviarme dinero paraconsolarme.

Pero, ¿sabes qué? Todos los añosenvío a Nessa un cuadro en el que salgoyo disfrutando de mis riquezas. Ella mesuele mandar cajas sencillas llenas deexplosivos. ¿Quién dice que lasrelaciones a larga distancia no suelenfuncionar?

Tras años de escribir la letrapequeña mis manos suelen agarrotarsecon facilidad, así que voy a irterminando esto. Ahora conoces muchosde mis secretos, pero no te confundas.Nunca podrás ganarme. Nunca ha habido

una trampa que yo no haya sabido volvera mí favor. Incluso cuando ese goblinque no voy a nombrar intentó hacer queese orco bruto, Thrall, me matara;incluso entonces conseguí seguir en lomás alto.

Literalmente. ¿Has visto mi nuevochabolo? ¿Un palacete en la cima de unamontaña en Azshara? ¿Con vistas almar? ¿Campo de golf de granadas?¿Bodega secreta para la priva? ¿Tíasbuenas en la piscina? No, claro que no.Los perdedores tienen la entradaprohibida a mi propiedad.

Pero, oye, no me engaño a mímismo. Sé que no viviré para siempre.

¿Has mirado por la ventanaúltimamente? Este planeta tiene másgrietas que una cáscara de huevo.Mañana, Azshara podría acabar bajo elmar.

Has comprado mi libro y eso nosconvierte en camaradas, ¿no? Bien. Demodo que, en el improbable caso de queme sobrevivas, solo necesitas hacer unacosa para dominar a toda la raza goblin.

Ganar.Eso es todo. Te he dicho que tienes

que aferrarte a lo que es tuyo, que seasdespiadado y que poseas un palaciodonde puedas serlo a conciencia. Pero siquieres ser como yo, chaval, tienes que

creer que todo lo que te rodea es tuyopor derecho. Y tienes que hacer lo quesea para conseguirlo.

Así que sal ahí fuera y gana. Engañaa tus amigos y a tu familia, explota a lagente que confía en ti y roba una bonitamansión para ir empezando. Obténbuenos beneficios.

«Pero, ¿cómo me hago rico, príncipemercante Gallywix?». Buena pregunta,chaval. Desafortunadamente, para esoharía falta otro libro entero y ya tehabrás dado cuenta de que no tiendo adar las cosas gratis.

Te diré esto. Empieza por enviar tudinero, joyas, delicias fritas y animales

exóticos a mi palacete. Cuando decidasque ya has pagado suficiente, te enviaréuna copia de Hacerte rico a loGallywix. Y tienes mi garantía personalde que ese libro no es ningún timo*.

Espero hacer negocios contigopronto, camarada.

* El significado de «timo», al que sereferirá a partir de ahora como «lapalabra», ha sido totalmente definidapor el príncipe mercante Gallywix.Cualquier intento de descubrir ladefinición de la palabra podrá acarrearacciones legales. Cualquier intento de

definir la palabra podrá acarrearacciones legales. Cualquier queja sobreeste volumen o las recetas para la sopade aleta de múrloc, la sopa de ojo demúrloc, la sopa de escama de múrloc ola sopa de «no quieras saberlo» demúrloc contenidos en los siguientesveintisiete volúmenes podrá acarrearacciones legales. Cualquier acción legaltendrá como consecuencia unadevastadora acción legal en represalia.No te metas conmigo, camarada. Tengouna fosa de escórpidos y tú no.

GELBIN

MEKKATORQUE

ACORTADO

Cameron Dayton

—Hemos hecho un barrido deseguridad en los pisos superiores delsector 17, señor. Todo parece estarintacto desde, eh, desde que nosmarchamos. Aunque, claro está, apesta atrogg…

—Mmmm, sí, esa deliciosa mezclade moho, sarna y mono rancio. Hace quese te vayan las ganas de comer, lo sé.

El capitán de engranajes HerkArrancarresortes hizo un gesto dedisgusto y palideció ligeramente al oírla descripción de su comandante. Sinduda, el hedor estaba afectando a lamoral de las tropas.

—¿Y tu grupo está equipado con miúltimo modelo de taponanapias de altavelocidad?

—Sí, señor. El hedor… bueno, sepuede saborear, señor. Por muytaponada que tengamos la nariz. —Arrancarresortes echó la cabeza hacia

atrás y mostró un buen par de orificiosnasales de gnomo que estaban, desdeluego, muy bien taponados—. Dosmiembros de mi batallón han pedido eltraslado a la patrulla trol en Yunquemar,y mi médico quiere saber si damos bajaspor apestamiento.

El Manitas Mayor GelbinMekkatorque suspiró, se subió las gafashasta la frente y se masajeó con el dedoíndice y el pulgar el puente de suprominente nariz. Las gafas nuevas lehacían daño y ajustarlas era la primeraen una lista de mil tareas que teníapendientes para cuando terminara labatalla. No había dormido la noche

anterior y sentía sensible y dolorida lacarne donde se habían apoyado laslentes. Reconquistar Gnomeregan estabaresultando ser mucho más que unasimple acción militar.

Aquel hedor, por ejemplo. Uno delos problemas de los vastossubterráneos de la ciudad mecánica, unoentre cientos en realidad, era laventilación. A plena capacidad, losventiladores de la red, las rejillas deventilación y los filtros habíannecesitado el trabajo de un equipo dequince técnicos trabajando veinticuatrohoras al día para conseguir queGnomeregan oliera a limpio y a fresco.

Años de desperdicios troggs sin limpiarse habían convertido en capas desuciedad apestosa e impenetrable queestaba resultando más difícil de eliminarque a los mismos invasores.

—No te preocupes, capitán. Estasemana tengo a los cerebritos delCuerpo de Alquimistas trabajando en elprototipo de mis cañones eliminapestesinodoros. Deberían ayudarnos a eliminarese hedor insoportable de nuestras salas.¿Qué tal si tu batallón y tú os cogéis elresto del día libre? Id a Cebatruenos apor unas pintas.

El otro gnomo sonrió, saludó yasintió rápidamente.

Mekkatorque volvió a concentrarseen los planos que estaban extendidossobre la mesa detrás de él y se colocólas gafas de nuevo con un gesto de dolor.Aunque aún se seguía luchandoencarnizadamente en algunos sectores deGnomeregan, otros habían caído en susmanos con sorprendente facilidad. Porsupuesto, la ayuda de la Alianza habíasido vital en este aspecto, pero Gelbinno estaba tan seguro. Le había dado laimpresión de que La Sala de Máquinashabía estado casi… abandonada. No erapropio de sus viejos enemigos renunciara un territorio con tanta facilidad.

Gelbin se vio interrumpido por

alguien que se aclaraba la garganta y segiró. El capitán de engranajes seguíatodavía allí, retorciéndose las manos.

—Lo siento. ¿Hay algo más,capitán?

—Bueno, sí, Manitas Mayor, señor.Si no te importa que te haga unapregunta…

—En absoluto. Habla.—De acuerdo, señor. Es solo que

algunos de los chicos se estabanpreguntando, y yo también, ¿por quéhemos sido enviados a reconocer esesector? Quiero decir, está lejos delfrente y no parece que contenga ningúntipo de recurso ni que posea ningún

valor estratégico. Simplemente parece labiblioteca de un vejestorio, señor.

—¿Dices que parece la «bibliotecade un vejestorio»?

El capitán Arrancarresortes sonriócon complicidad.

—Ajá, esa ha sido mi impresión,señor: montones de libros viejos,papeles arrugados y algo que parece lamadriguera de un conejo construida conmoldes de tarta…

—Bueno, supongo que la maqueta aescala del Tranvía Subterráneo sí queparece una madriguera…

—Del… ¿señor?—Esos eran mis aposentos, capitán.

—¿Tus aposentos, señor? Oh. Oh.Mis disculpas, Manitas Mayor. No erami intención…

—Supongo que no es lo queesperabas de alguien de mi elevadaposición, ¿verdad? —Gelbin rio y seinclinó hacia delante para dar unaspalmaditas amistosas en el hombro delcapitán avergonzado—. No tepreocupes, Arrancarresortes. Quizá hayaocupado un asiento elevado en laCámara Manitas, pero todo el trabajo deverdad, la meditación y los inventos quehe creado han tenido lugar en esadesastrada biblioteca de un vejestorio.Ahora, al salir, ¿harías el favor de

informar al sargento Pernocobre de queestoy listo para examinar la zona?Gracias por tu duro trabajo, capitán.

Gelbin esperó hasta que su equipode seguridad se hubo dado la vuelta yhubiera desaparecido al doblar laesquina antes de borrar la sonrisa de sucara. Hundió los hombros con unasonora exhalación que fue en partesuspiro, en parte maldición.

Resultaba duro. Resultaba duroregresar a su estudio. A su rincón. Aquelera el lugar que se imaginaba cada vezque oía la palabra hogar, incluso apesar de los muchos años transcurridos.Años de vivir amparado por la caridad

y la tolerancia de unos aliados que, apesar de todos sus nobles gestos,todavía le miraban con compasión.

La compasión. Ah, esa era la partemás dura. Para una raza de genteambiciosa cuya vida se regía por elpoderoso orden de las leyes científicasdel universo, ser dignos de compasiónresultaba insoportable. La compasiónera un insulto hacia ellos. Gelbin serevolvía ante la lástima y sabía que supueblo también sentía lo mismo: comolíder, había aprendido que conveníaprestar un poco de atención a lasemociones personales ya que, a menudoy en cierto grado, reflejaban lo que

sentían el resto de los gnomos.Pero la compasión no era lo único,

por lo menos para el Manitas Mayor.Tener que mantener la sonrisa, losvalerosos ánimos y la chispa gnoma antesu pueblo. Tener que ser capaz deproyectar una constante e ininterrumpidaconfianza en las reducidas estancias dela vieja Ciudad Manitas, cuando loúnico que quería era dejarse caer alsuelo y… y…

Gelbin inspiró tembloroso y setambaleó. Apoyó el hombro contra lapared de metal con un ruido sordo.Tantos muertos. ¡Tantos!

Recuperándose, apretó los puños y

exhaló. Cerró los ojos y contó númerosprimos hasta que los sentimientos seretiraron, una vez más, hasta un lejanorincón de su mente. Números primos,seguros y dignos de confianza. Siemprese podía contar con ellos. Confiar enellos. Gelbin sabía que tendría querecuperar los sentimientos y enfrentarsea ellos algún día, pero ahora no habíatiempo para eso. No había tiempo enabsoluto. Los gnomos necesitaban que suManitas Mayor estuviera en plena formapara la reconquista de su hogar, y dejartraslucir detalles estúpidos comovergüenza y remordimientos solo leharía parecer débil. Un pueblo nómada

al borde de la extinción no podíapermitirse tener un líder débil.

Por lo menos, otra vez no.Tras alejar ese pensamiento de su

mente, Gelbin avanzó y empezó asopesar las condiciones en las que seencontraba su antiguo hogar. Alcontrario que sus compañeros de laAlianza, el Manitas Mayor evitaba lavida cómoda y elegante en favor de unestilo de hogar más práctico. ¿De quéservía tener un trono si se pensaba mejorde pie? La gastada red de pasillos delsector 17 era la representación física delproceso creativo de Gelbin: labiblioteca conectada con la sala de

diseño conectada con una fundiciónsencilla conectada con la Cámara de laAsamblea. Investigación, imaginación,creación, ingeniería. Allí era dondehabía reunido a sus fuerzas, las habíafundido con hierro y las había ordenadomarchar. Literalmente.

En aquellos pasillos, Gelbin habíaimaginado el primer mecazancudo, quehabía permitido a su diminuto puebloseguir el paso de los poderososdestreros humanos. Aquella invenciónhabía cubierto de gloria al joven gnomoy lo había colocado en el camino haciael liderazgo. El microajustadorgiromático, el robot de reparación, el

Tranvía Subterráneo, incluso elprototipo para la máquina de asedioenana; todo había nacido de bocetos ysueños que habían tenido lugar en suestudio. Todo había formado parte deaquel magma primordial que era laimaginación de Gelbin al servicio de losgnomos.

—Lo que conduce a la siguientepregunta —murmuró—. ¿Pueden cieninvenciones brillantes compensar unerror terrible?

La oscuridad hizo que las palabraspermanecieran en el aire y las cubrió dedolor. Mientras esperaba una respuestaque ya conocía, el Manitas Mayor se dio

cuenta de algo que le hizo sonreír porprimera vez desde que había bajado allí.Estaba hablando consigo mismo. Eraalgo que no hacía desde… bueno, desdela última vez que había vivido enaquellos túneles. Puede que el regresode la neurosis fuera buena señal. Gelbinse rascó la barba recortada de formaimpecable.

—Si encuentro esperanza en unarecaída psicótica, la situación debe sermuy grave.

Mientras se movía por la Cámara dela Asamblea, pasó el dedo por un bancocubierto de polvo y chasqueó la lengua.Los años no habían pasado en balde.

Incluso bajo aquella luz temblorosa, queseguía funcionando como muestra de lasupremacía de la ingeniería gnoma,Gelbin percibió que aquel estudio, enotra época impoluto, iba a necesitar unalimpieza en profundidad.

Echó un vistazo a su vitrina detrofeos en la pared del fondo. Era unmueble que el Manitas Mayor habíainstalado a petición de sus aprendices ysolo porque había necesitado un lugardonde meter todas aquellas mencionesde honor inútiles. Como todo lo demás,estaba cubierto por una capa de polvo.

La pieza central de la enormecolección era su primer prototipo

operativo de mecazancudo, que sealzaba orgulloso y larguirucho entrevarias medallas y menciones.

Gelbin sonrió al darse cuenta de queincluso los modelos más recientes y másrápidos recién salidos de Forjazrecordaban ligeramente a aquel modo deandar como de ave y al torso de teterade su primera obra. Es más, habíarecibido informes de sus agentes enRasganorte que afirmaban que losenigmáticos mecagnomos habíanadoptado su invento para sus propiospropósitos misteriosos. ¿Qué podíaresultar más halagador que el hecho deque una raza de máquinas adoptara tu

máquina para moverse por el mundo?A pesar de que el mecazancudo

había sido el primero (y, podría decirse,el más popular) de sus inventos, elcontinuo fluir de creaciones únicas,poderosas y violentamente prácticas quehabía ideado entre aquellas paredeshabía fortalecido a su pueblo, y habíademostrado que los gnomos eran unactivo fundamental para la Alianza deenanos, humanos y elfos. Así era comoGelbin Mekkatorque había pasado deser un simple inventor a convertirse enManitas Mayor de los gnomos. Así eracomo Gelbin Mekkatorque habíaalcanzado sus cotas más altas, había

dado lugar a sus inventos más brillantesy había recibido los más altos honoresde manos de un pueblo que valoraba lacreatividad y el trabajo manual porencima de todo.

Y así era como Gelbin Mekkatorquehabía confiado tontamente en el consejode alguien a quien había considerado unamigo. Así era como GelbinMekkatorque había dado la orden quehabía matado a casi todo su pueblo, quehabía costado a los supervivientes lapérdida del hogar y los había condenadoa la mendicidad y a la ignominia.

Golpeó la pared con el puño ylevantó una nube de polvo. Las luces del

techo parpadearon como haciéndose ecode su frustración. El Manitas Mayordecidió que lo mejor sería darse unpaseo hasta que se le pasara. Echó aandar por la Cámara de la Asambleahasta la fundición y después pasó a lasala de diseño. Entonces se detuvo. Depronto, Gelbin se dio cuenta, con ciertasorpresa, de que acababa de manifestarsu primer sentimiento de ira en aquelmomento, años después de la traición. Yeste ataque de ira, tan poco propio de él,le había sentado de maravilla. Quizá losenanos estuvieran agotando supaciencia. O quizá era por el hecho deestar en casa de nuevo, por fin lejos de

los ojos de benefactores que los mirabancon ojos compasivos y de ciudadanospreocupados. Se sintió como si hubieracaído el telón y ya no tuviera que hacerel papel de Manitas Mayor. Allí, por fin,podía ser Gelbin. Gelbin podía sentirtristeza; Gelbin podía sentirsetraicionado; y Gelbin podía sentir furia ydesolación ante la maldita injusticia detodo aquello.

Gruñó y la tomó con la pared denuevo; saboreó el brusco dolor en losnudillos y el satisfactorio sonidometálico que reverberó por los pasillosde hierro que lo rodeaban. Por lo menos,el haber pasado tanto tiempo entre

enanos había fortalecido a su pueblo yahora aceptaban sus habilidades físicasde mejor grado que nunca antes en todala historia estudiosa de los gnomos. Losenanos habían dominado el pocodelicado arte del combate cuerpo acuerpo en un mundo hecho para seresque, normalmente, les doblaban enestatura, mientras que los gnomos sehabían concentrado en escapar y evitarconflictos de ese estilo. Pero aquellosaños de dificultades y supervivenciaentre sus aliados más toscos habíanencendido en los gnomos la chispacombativa, para bien o para mal. Gelbinveía cada vez más gnomos armados con

espadas, luciendo armaduras y quereplicaban a la gente alta mucho más queantes.

—Bueno —murmuró—, lo dereplicar no ha ayudado mucho a nuestrasya menguadas fuerzas.

El eco de su violento golpe contra lapared seguía resonando por la estancia yel Manitas Mayor se detuvo a mitad delpensamiento. Eso no sonaba como debíasonar.

Gelbin inclinó la cabeza yretrocedió un paso. El sector 17 se habíaexcavado en las macizas laderas delnoroeste de Dun Morogh, una porción deesa cordillera nevada que consistía

principalmente en granito y esquisto.Los pasillos recubiertos de hierro deaquella ala de Gnomeregan no deberíanresponder a la fuerza percutora conaquel tipo de resonancia. ¿Acaso leestaba fallando la memoria?

De nuevo, Gelbin golpeó la paredcon los nudillos con los ojos cerrados.Otra vez, el sonido llegó a él con el ecode una campana.

Sin despegar los ojos de la pared,Gelbin retrocedió hasta el centro de laestancia. Su vieja silla de fabricacióntrol, un delicioso mueble primitivohecho de huesos y pellejo de raptor,seguía en su lugar de siempre. La silla

era un recuerdo del primer ataque en elque habían participado los gnomos comoparte de la Alianza, contra uncampamento de la Horda durante laSegunda Guerra; y Gelbin habíaconservado aquel mueble de aspectofiero para tener presente dos cosas. Laprimera, que sus enemigos vivían en unmundo al que daban forma con carne yhuesos de monstruos. La segunda, queincluso los salvajes con colmillos y pielmusgosa necesitaban un sitio cómodopara descansar de vez en cuando.Aunque el Manitas Mayor muy pocasveces se sentaba mientras estabaabsorbido por sus inventos, a veces

había utilizado la silla como un catreimprovisado tras interminables nochesde invenciones. Al ser un mueble bajo ycon un asiento muy amplio destinado altrasero relativamente grande de lostrols, era perfecto para una siestagnoma. Con un suspiro de preocupaciónse dejó caer en la silla y agradeció susuavidad.

¿Acaso se había acometido algúntipo de obra en aquella zona desde eléxodo? Las sospechas de Gelbinaumentaron. Examinó la sala de diseñoen busca de cualquier señal de sabotaje:cables sueltos, paneles que noestuvieran en su lugar o huellas

desconocidas en el polvo. El sector alcompleto había sido examinado por suequipo más capaz, pero Mekkatorquehabía aprendido que no había queconfiar ciegamente. Sobre todo cuandoTermochufe andaba de por medio.

Sicco Termochufe. Aquel nombretodavía le provocaba un nudo en elestómago, una opresión que no podíaeliminarse a base de razonamientos.Gelbin por fin había dado con untérmino para aquella sensación: era unsentimiento con el que estaba terrible ypavorosamente poco familiarizado. Eraconfusión. En aquel extraño momento, elManitas Mayor Gelbin Mekkatorque se

sentía muy, pero que muy confuso.¿Cómo había podido ocurrir

aquello?Un gnomo de Gnomeregan que

actuara contra su propio pueblo era algoimposible, una casualidad, unaaberración inconcebible. Al contrarioque los enanos, los gnomos no teníanningún tipo de antecedente de violenciainterna. Su pasado carecía de señores dela guerra o de facciones violentas.Simplemente, los gnomos no luchabancontra los gnomos. En un mundo deleones, tigres, fúrbolgs y gente alta, suscongéneres habían tenido que confiar losunos en los otros. No hacía falta ni

decirlo. Por eso los gnomos no recurríanal primitivo derecho de primogénito quehabía causado tanto derramamiento desangre entre otras razas de Azeroth, yhacía siglos que habían prescindido dela monarquía. Los gnomos elegían a suslíderes por acuerdo común, basándoseen los méritos del trabajo. Un mérito quese medía totalmente por los beneficiosaportados a la raza. Actuar de forma quedañara a tu propia raza, ansiar el podera pesar del coste para tu propiopueblo… eso era algo que podrían hacerun enano o un orco. Desde luego, eraindiscutiblemente humano. Pero, ¿cómopodía ser que un gnomo hubiera dejado

a los gnomos al borde de la extinción?Sicco había afirmado que había

comprobado los niveles de radiacióndel gas. Había afirmado que teníapruebas de su efecto radical en lostroggs y había mostrado a Gelbin cifrasfalsificadas en cuanto a su densidad ypeso volumétrico. El gas deberíahaberse quedado en las zonas encuarentena y las secciones más bajas deGnomeregan para ir envenenando a losinvasores a medida que emergían de lasprofundidades, mientras que los gnomospermanecerían aislados y a salvo en lostúneles urbanos superiores. En aquelmomento, aquella había parecido ser la

única forma de eliminar la invasiónimprevista y así no les haría falta pedirayuda a la muy atareada Alianza. Losgnomos se ocuparían de los gnomos.Termochufe había parecido estar muyconvencido de que su inventofuncionaría.

Pero la mayoría de los troggssimplemente atravesaron el gasarrastrando los pies, y el único efectoque tuvo en ellos fue, en todo caso, quese volvieron más salvajes a medida quese convertían en seres irradiados. Y elgas había subido por todo Gnomeregan.Se había filtrado por los afamadosfiltros de aire limpio a domicilio de

Termochufe y había matado a losgnomos que esperaban en sus casas,ahogados por viles nubes verdes traspuertas que el Manitas Mayor les habíaprometido que los mantendrían a salvo.Gnomeregan murió ese día. Murióporque Gelbin Mekkatorque habíaconfiado en que un amigo sería unamigo. O por lo menos, un gnomo.

Gelbin se reclinó y cerró los ojos.La presión que sentía en el pecho leresultaba casi dolorosa y por enésimavez se preguntó si debería renunciar a sutítulo y dejar que otro ocupara el puestode Manitas Mayor. Alguien menosconfundido. Alguien que no cometería un

error estúpido que terminaría matando atanta gente…

Esta vez no intentó contener ladesesperación, la enorme oleada depena que surgió del lugar en el que habíaestado acumulándose durante demasiadotiempo. Gelbin respiró rápidamente,contó números primos y se aferró confuerza al asiento de la silla. Pero estavez no pudo detenerse. El dolorsobrepasó todas sus defensas y estalló através de su pecho con un gemidogutural y lastimero.

En medio de la oscuridad y elsilencio de piedra de su estudioabandonado, el Manitas Mayor Gelbin

Mekkatorque lloró al fin.

Cuando se le secaron las lágrimas,cesaron los temblores y la escalofriantetranquilidad volvió a la estancia, Gelbinsuspiró débilmente y se incorporó. Sesentía… vacío… y limpio, como siestuviera hueco por dentro. No era,exactamente, una buena sensación. Peroera la que necesitaba sentir condesesperación.

Era hora de volver a la superficie,junto a su pueblo. Ya se sentía un egoístapor haberse tomado tanto tiempo parasus problemas personales. Se apoyó en

los reposabrazos, empezó a levantarse.Y se detuvo.Sentía algo frío bajo la mano. Gelbin

abrió los ojos y miró. Cuidadosamenteplegadas en uno de los brazos de la sillaencontró sus gafas favoritas, lassencillas lentes con montura de mitrilque había recibido como regalo trasgraduarse en la Universidad Charnela.Resistentes, reconfortantes y dignas deconfianza. Desde entonces, habíanocupado la misma posición en su caradurante décadas; una posición que solose había visto interrumpida por lainvasión de los troggs y la consiguientehuida precipitada de los gnomos.

Mientras tanto, Gelbin había seguidoadelante con un nuevo par de gafas quehabía fabricado en Forjaz en su tiempolibre, mientras corría apresurado entreCiudad Manitas y el trono deBarbabronce. Era una hazaña que supobre nariz había lamentado desdeentonces. Sonriendo, el Manitas Mayoralargó la mano para recoger sus gafasperdidas.

—Ahora puedo volver a ser yomismo…

Cuando retiró las gafas delreposabrazos sintió una extraña tensióny Gelbin se detuvo en seco. Un recuerdohelado apareció desde lo más profundo

de su memoria: aquellas gafas habíansido un regalo por su graduación. Unregalo de su amigo y compañero degraduación Sicco Termochufe.

Y Gelbin nunca hubiera dejado susgafas sobre la silla.

Demasiado tarde se percató deldelgado cable que envolvía el puente.Bajaba por el costado de la silla hastaentrar por un minúsculo agujeropracticado en una baldosa del suelo. Eraun hilo de metal casi invisible.Veraplata, increíblemente ligera peromás fuerte que el acero. Gelbin sintió unleve tirón al otro lado del cable, elmovimiento mecánico de un resorte al

soltarse; y alzó la mirada en el momentojusto para ver cómo una pesada puertacerraba la entrada con un fuerte golpe.Se escuchó un ruido metálico similar enel pasillo de salida justo detrás de él.

¿Obras nuevas en el sector 17? Alparecer, las había habido. Alguien habíadejado una trampa para el ManitasMayor y Gelbin había caídodirectamente en ella.

¿Quién más iba a sentarse en aquellasilla? ¿Quién más tocaría las gafas delManitas Mayor? Mientras engranajesocultos en las paredes huecas crujían yse ponían en marcha, Gelbin sedescubrió pensando si el capitán

Arrancarresortes se había dejadosobornar o si, realmente, su equipohabía pasado por alto aquel sabotaje.

Hubo un crujido de estática, unaltavoz eléctrico cobró vida y sonó unavoz que había poblado las pesadillas delManitas Mayor durante años.

—Sabes, querido Gelbin, mepregunté si este cebo sería demasiadoobvio para ti. Casi no he podido creerlocuando ha saltado la alarma. Parece serque puedo contar con que tu encantadoraingenuidad siempre anulará tu intelecto.

Gelbin se puso de pie de un salto yse secó los ojos. Durante un segundo yde un modo infantil, le preocupó que

Sicco le hubiera visto llorar, pero elManitas Mayor enseguida desechó elpensamiento. Algo más frío habíareemplazado el sentimiento de vacío dehacía unos minutos. El miedo y lavergüenza chocaron con su confusión endolorosa armonía. Gelbin apretó losdientes y echó mano de la hebilla delcinturón donde normalmente solía llevara su querida Mekkalibur. Nada. En susprisas por volver a su antiguo estudio,se había presentado allí totalmentedesarmado.

Eso era algo que no hacía nunca, nisiquiera mientras caminaba por Forjaz.¿Acaso estaba perdiendo la cabeza?

Confusión, despistes y ahora esto.Curiosamente, Termochufe tenía

razón. El Manitas Mayor habíasospechado que había algún tipo detrampa allí abajo, había percibido queaquel sector había caído con demasiadafacilidad. Pero… ¿cómo podíaTermochufe invertir tanto tiempo yrecursos en matar a un solo gnomocuando la Alianza al completo estaballamando a su puerta? De nuevo, laconfusión.

—¡Concéntrate, maldita sea! —sesusurró. Iba a morir allí abajo si no serecomponía rápidamente. El ManitasMayor nunca se había visto tan bajo de

moral pero, si quería vivir, no podíapermitir que su viejo amigo lo supiera.Quizá un duelo verbal mantuvieraocupada la famosa mente cuadrada deSicco mientras Gelbin intentaba buscarla manera de salir de allí. Se aclaró lagarganta.

—Está claro que te he consideradomejor táctico de lo que eres, Sicco. Nome sorprende que mis fuerzas hayan sidocapaces de avanzar de esta forma contratu ejército atrincherado, una multitud quenos supera en tres a uno: has estadoperdiendo el tiempo en tus estúpidosjuegos de venganza.

Mientras examinaba la estancia a

toda velocidad, Gelbin se esforzó paramantener la concentración. SiTermochufe decidía inundar aquellaestancia con el mismo gas tóxico quehabía utilizado contra su pueblo, nohabría escapatoria. Gelbin conocíaaquella habitación lo suficiente comopara darse cuenta de eso. Solo había dospuertas y las dos estaban selladas. Sellevó el faldón de la casaca a la caramientras miraba a su alrededor en buscade señales de la mortal niebla verde.Quizá pudiera contener la respiración eltiempo suficiente para salir por elconducto que Termochufe hubieraconstruido para traer el gas hasta allí.

Sicco Termochufe se reía.—¿Estúpidos juegos de venganza?

Gelbin, ¿tienes alguna idea del impactoque tendrá tu muerte en los gnomos? Tehan mantenido al timón a pesar de todolo que he hecho para desacreditarte.Esos pequeños estúpidos adoran a suManitas Mayor. Tu muerte lesdesagarrará el corazón.

La respuesta de Gelbin se viointerrumpida por el clic de uninterruptor activándose. Silencio mortaly, después, un gruñido mecánico, elsonido de unos pesados cables de hierroen ruedas impulsadas por resortes. Lapared que tenía enfrente, la misma pared

que había golpeado, empezó a subirhacia el techo. Hubo una oleada de calory aire húmedo, y Gelbin se percató de laforma que iba adoptar su asesinato. Olíaa moho, sarna y mono rancio.

El trogg emergió de las sombras conun gruñido húmedo. De constituciónpoderosa y brazos musculosos que lecolgaban casi hasta el suelo, se movíacon el aire arrogante y confiado de undepredador que sabe que su presa notiene escapatoria.

El Manitas Mayor ya habíaparticipado en combates contra aquellasbestias anteriormente, pero nunca habíaestado tan cerca de una; su equipo de

seguridad nunca lo hubiera permitido (elmismo equipo al que había ordenado deforma estúpida que lo esperaran fueradel sector). El trogg abultaba el dobleque Gelbin y una maraña de cicatrices lecubría la piel endurecida del torso. Unasprotuberancias irregulares y óseas lesobresalían de los hombros y los codos,bultos deformados que atestiguaban suherencia rocosa. Gelbin había oídorumores que afirmaban que los troggseran una rama deformada de la razaenana. Aunque nunca se le ocurriríamencionárselo a sus gentiles anfitriones,sí que veía ciertas similitudes en labarba enmarañada, la constitución recia

y gruesa y los tensos músculos queparecían haber sido tallados en granito.

Pero ahí era donde terminaban losparecidos. El trogg caminaba con loshombros caídos, como un mono, y lucíael ceño y los caninos afilados de undepredador.

Gelbin recordó su instrucción decombate. Normalmente, un trogg era unenemigo al que se tenían que enfrentarcuatro o cinco gnomos, contando quefueran gnomos bien armados yexperimentados en guerra subterránea.Mekkatorque era un táctico probado ysabía que incluso sin su armadura avapor y Mekkalibur a su lado, todavía

podía ser un adversario bastantedecente. El gnomo dio un paso adelantey examinó la estancia. Quizá si se lasarreglaba para llegar al otro extremo delestudio con suficiente rapidez, allí habíaun taburete que podría servirle de armaimprovisada. Si podía mantener al trogga raya, quizá fuera capaz de escapar porla abertura por la que había llegado suasesino. Sería peligroso, pero era lamejor…

Dos troggs más arrastraron los pieshasta la luz. El primero gruñó órdenesguturales a los otros dos, que secolocaron a ambos lados de su presacon una rapidez salvaje que parecía

imposible para su envergadura.La pared se bajó tras ellos con un

sonido metálico premonitorio y Gelbinlo vio claro con una enorme tristeza: ibaa morir allí. No había forma de escaparde la trampa de Termochufe. Sicco iba aterminar el trabajo que años antes habíacomenzado en las cámaras deGnomeregan. Finalmente, la ciudadcaería de forma irremediable en manosdel monstruo que se hacía pasar porgnomo. Gelbin cayó de rodillas y cerrólos ojos.

Era el fin.Se acabó.Ya estaba cansando de la compasión,

cansado de que le recordaran todos losdías que había perdido su reino soloporque se había comportado como ungnomo. Estaba cansado de la malditaconfusión. El sonido de arrastrar lospies de los troggs se acercó y, en unsusurro, Gelbin Mekkatorque sedespidió de Gnomeregan. De su gente.

«Esos pequeños estúpidos adoran asu Manitas Mayor».

A pesar de todo, adoran a suManitas Mayor.

Gelbin abrió los ojos y miró haciaabajo. Se dio cuenta de que todavíatenía las gafas en las manos y vio elcable de veraplata, fino como una

cuchilla, que se extendía hasta el suelo.Casi por instinto, su mente de ingenierose hizo cargo de la situación y una seriede planos empezaron a pasar ante susojos.

El cable de la trampa conducía a loque claramente era un gatillo con unresorte de peso. Esto estaba unido a uneje pesado que tenía el contrapeso enlos cables que habían levantado la paredayudados por bisagras de hierrooxidado, o por lo menos, era a lo quesonaban. Sicco siempre había sido muydescuidado en el ensamblaje. El restoera ingeniería básica, de hecho, y aGelbin le pareció irónico que Sicco, el

anti gnomo, confiara en la tecnologíagnoma para conseguir sus propósitososcuros. Una tecnología que Gelbinhabía adaptado, que Gelbin habíainnovado y que Gelbin había dominadopara proteger y salvar a su pueblo.

Gelbin Mekkatorque era un gnomocon sus defectos y sus virtudes. Por esosu pueblo lo amaba. Por eso seguíasiendo Manitas Mayor. Por eso todavíaseguía luchando por los gnomos, a pesarde tanta humillación, oscuridad yconfusión.

Y, de pronto, ya no estabaconfundido.

Gelbin rodó a un lado y esquivó el

puñetazo del primer trogg mientras selanzaba de cabeza hacia él. Los nudillosrocosos de la criatura chocaron con elsuelo de baldosa y levantaron astillasque volaron hacia él. Al segundosiguiente, Gelbin ya se habíaincorporado y corría hacia el fondo delestudio. Un plan estaba tomando formaen su cabeza.

—Dime, Sicco. Si mi muerte suponeuna ventaja tan grande para ti, ¿por quéhas esperado hasta ahora? ¿No habríasido más fácil matarme cuando aúnconfiaba en ti?

Resultaba difícil correr y hablar a lavez, pero Gelbin sabía que tenía que

mantener distraído a Termochufe siquería que aquello saliera bien.

Creyendo que la presa corría haciaalguna salida oculta, los dos troggs quecubrían sus flancos cargaron parabloquearle el paso. Gelbin ya habíaprevisto ese movimiento y se tomó esospocos segundos de ventaja para enrollarlo que quedaba del cable de veraplataen torno a sus gafas.

El primer trogg ya estaba de nuevo apunto de caer sobre él y Gelbin sevolvió para correr directamente hacia labestia aullante. El trogg no habíaesperado aquella reacción y se abalanzósobre el vacío cuando Gelbin se agachó,

se escurrió entre sus piernas, seincorporó y siguió corriendo.

Con un rugido, el trogg se giró yavanzó pesadamente tras él. Los otrosdos troggs, animados por los ruidos desu hermano, aullaron y se cernieronsobre su presa. Gelbin sabía que no erananimales estúpidos. Se habíancontentado con dejar que el primer troggagotara al gnomo para luego lanzarsesobre la comida fácil. La voz de Siccopetardeó sobre ellos.

—¿Qué? ¿Todavía no estás muerto?Gelbin sonrió mientras corría. Su

enemigo acababa de revelar que, a pesarde que podía oír lo que ocurría en el

interior de la cámara, no podía ver nada.Quizá aquello funcionara.

El trogg enfadado era rápido, muchomás de lo que Gelbin hubieraimaginado, y el gnomo pudo sentir suterrible aliento en su nuca. Él habíaempezado a jadear cansado y seconcentró en la mesa de dibujo queestaba a tan solo unos metros de él.

Más cerca. Más cerca.Con un gañido súbito, el trogg se vio

impulsado hacia atrás y cayó al suelocomo arrastrado por una fuerzainvisible. El cable de veraplata queGelbin había atado a su tobillo habíallegado al límite y estaba aferrado a las

robustas gafas de mitril de tal forma quela combinación de peso y velocidad lohabía tensado y había cortado un pie deltrogg. Un rugido de angustia, en partegemido y en parte grito, atravesó el aire.Mekkatorque hizo un guiño a la bestiacomo disculpándose y corrió hastallegar a la mesa de dibujo que teníadelante. Uno de los troggs se acercó a sucompañero caído, más por curiosidadque por preocupación, mientras que elotro continuaba acercándose a Gelbin.

Murmullos de enfado sonaron por elaltavoz oculto en las alturas.

—Tienes razón, Gelbin. Tenía quehaberte matado en aquella época, pero

necesitaba una cabeza de turco.Necesitaba a alguien contra quienlevantar a los gnomos para acabarsiendo elegido Manitas Mayor. ¿Tehaces una idea del tiempo que pasérumiando el plan que arruinaría tunombre? ¡Matarte habría sidodemasiado sencillo!

Gelbin llegó a la mesa y frenéticoempezó a abrir cajones. Cubrió susacciones manteniendo un tono deconversación perfectamente normal.

—Así que, ¿cuándo empieza la parteen la que levantas a los gnomos y teconviertes en Manitas Mayor? ¿No teníaque haber ocurrido antes del genocidio?

Sicco gruñó, maldijo y se oyó elinconfundible sonido de una llaveinglesa rebotando en una pared. Gelbinestaba empezando a alterar aTermochufe.

—¡Cualquier idiota puede sonarsabio a toro pasado! El gas fue… muchomás eficaz de lo que imaginé. Miscálculos arrojaron una tasa demortalidad del treinta por ciento, unnúmero de cadáveres significativo anivel estadístico, todos yaciendo a tuspies. Eso, seguido por mi impresionanteactuación a la hora de librarnos de lostroggs, habría asegurado el éxito de migolpe de estado.

Gelbin vio su oportunidad.—Creo que aquí la palabra clave es

habría…Se oyó otro golpe, aunque esta vez

fue como si alguien hubiera dado unpuñetazo al micrófono.

—¿Quién habría podido imaginarque los gnomos te seguirían inclusodespués de que yo hubiera teñido tusmanos con su sangre? ¿Que actuaríancontra toda lógica y se dejarían llevarpor las emociones como un puñado deelfos de la noche llorones? ¡Me alegrode que el gas tuviera el efecto que tuvo!¡Los gnomos necesitaban esa purga!

El siguiente sonido fue similar al

anterior, solo que más fuerte y seguidopor un rugido de estática. Después sehizo el silencio. Al parecer, SiccoTermochufe no había tenido en cuenta elimpacto directo en sus estadísticas dedurabilidad del micrófono. Gelbin dejóde rebuscar, levantó la mirada y sonrió.

—Ese genio, ese genio. Acabas deperder tu facultad de reírte de mí adistancia, amigo mío.

Se inclinó de nuevo y volvió altrabajo. Afortunadamente, Termochufehabía tenido la precaución de dejar elestudio en su estado original para evitaralertar a los especialistas del ManitasMayor. De hecho, Gelbin sospechaba

que la mayor parte de aquella trampa sehabía construido en otro lugar paraluego instalarla detrás de las paredes ybajo el suelo. Lo único que habíadelatado la intrusión había sido elmaldito cable.

Y el maldito cable había reducidosus problemas en un 33,3 por ciento(repetido, claro). Gelbin descubrió loque estaba buscando en el fondo delúltimo cajón. Era una pequeña carterade piel que contenía una serie deherramientas que solían utilizar susayudantes para el mantenimiento de losrelojes que había por todo el estudio.

La puntualidad nunca había sido uno

de sus puntos fuertes, pero le gustabasaber lo tarde que iba a llegar a suscitas.

El gnomo se volvió para ubicar a susatacantes y esquivó otro golpe salvaje.Uno de los troggs había intentadoacercarse a él sigilosamente y el puñoatravesó la mesa que había detrás deGelbin como si estuviera hecha decerillas. Siempre había sospechado queaquellas criaturas contaban conminerales pesados en su fisiología, y losdestrozos que habían causado en losúltimos minutos en el suelo y en elmobiliario lo atestiguaban.

De nuevo, la velocidad del gnomo

fue su ventaja, y se escurrió de la bestiacon la cartera en la mano. El trogg rugióde ira y después gruñó una serie deórdenes a sus hermanos. Un monstruoestaba desangrándose en el suelo, peroel otro asintió con un gruñido y se moviólentamente por la estancia. Su plan eraatrapar a Gelbin entre ambos y despuésatacar para matarlo. El Manitas Mayorno podía correr para siempre. Eracuestión de tiempo y ellos lo sabían.

Gelbin había regresado al centro dela estancia, donde encontró la sillavolcada, que seguía allí. El troggmoribundo había tropezado con el cablecon toda la fuerza de su pesado cuerpo

en movimiento y había arrancado la cajadel resorte que había estado escondidadebajo de las baldosas del suelo. Erauna caja metálica cuadrada del tamañode un plato. Y si Sicco Termochufehabía recurrido a la misma ingenieríadescuidada y al estilo goblin que Gelbinle había visto utilizar en otras ocasiones,el eje del resorte principal y suscontrapesos estarían justo debajo deaquello.

Gelbin empujó la silla a un lado yabrió su cartera: una llave inglesa, unmartillo de hierro, una lima y un frascoblanco de aceite de bocanegra paralubricar resortes, todo en miniatura y del

tamaño adecuado para trabajar conrelojes. O para sabotear un sabotaje.Alzó la mirada y calculó el tiempo quetardarían los troggs en caer sobre él.Quizá veinte segundos. Necesitabatreinta.

Le quitó el tapón al frasco, derramósu contenido y después lo hizo rodar porel suelo como una línea relucientedirecta hacia el trogg más cercano. Lacriatura miró el pequeño frasco, mostróuna alegría simiesca y levantó la miradapara encontrarse con que el gnomo teníaen la mano una llave inglesa diminuta yuna lima. Con un movimiento rápido,Gelbin frotó la llave inglesa contra la

lima. Una brillante línea de chispas cayóal suelo y prendió el rastro de aceite quefue avanzando como una serpiente velozhasta llegar al frasco que descansaba alos pies del trogg. Ocurrió tan rápidoque la criatura apenas tuvo tiempo paratirarse a un lado cuando una bola defuego explotó debajo de él. Elenmarañado pelo de la barba ardió y eltrogg empezó a correr frenético,golpeándose con sus nudillos de piedra.Eso solo sirvió para alimentar lasllamas.

Satisfecho, Gelbin volvió al cable ya la baldosa rota, y desmontó la caja delresorte que tenía a sus pies. El otro trogg

todavía estaba en el otro extremo de lahabitación y se movía con mucha máscautela ahora que un gnomo desarmadohabía conseguido envolver en llamas asu compañero.

—Ahora tengo treinta segundos —murmuró el Manitas Mayor—. Quizácuarenta.

Utilizó la llave inglesa para abrir labase del resorte y localizó el mecanismoen el fondo de una bobina de veraplata.Sí, Sicco había sido muy descuidado. Unbuen saboteador se habría asegurado deque el resorte no se pudiera volver autilizar por medio de material de un solouso y resortes de poca resistencia. El

resorte de aquella bobina todavía sepodría utilizar unas pocas veces más y,rápidamente, Gelbin unió el resorte conel interruptor del contrapeso, unacombinación oblonga de piñonesresponsable de que las paredes subierany bajaran al manipular unos cablesconectados a otro muelle enormeenrollado alrededor de un ejedirectamente debajo de sus pies. Ahoraque el resorte estaba fijado, puso elinterruptor a un lado y metió la mano enel hueco que había dejado la caja delresorte. La llave inglesa se movió comoun rayo cuando Gelbin quitó a todavelocidad los tornillos que mantenían el

eje fijo en su sitio.Eran cuatro tornillos oxidados en

total y a Gelbin le llevó el tiempo que lequedaba quitar tres de ellos. El metalgruñó cuando el enorme peso que anteshabía estado sostenido por toda laestructura descansó en un solo tornillocorroído.

Gelbin se incorporó justo en elmomento en el que el trogg lo agarró ylo lanzó al aire. Después acercó aMekkatorque a su cara y le lanzó unasonrisa irregular: su paciencia habíarecibido su recompensa. El ManitasMayor estaba a centímetros de losdientes agrietados y rocosos, dientes que

aún lucían los restos de la última pobrecriatura que había estado tan cerca deltrogg antes que él. Gelbin se encogiócon un gesto de disgusto.

—Arrancarresortes tenía razón.Puedo saborear el olor.

El trogg rugió y el Manitas Mayoracabó rociado de saliva.

Después, Gelbin estrelló un puñocontra la boca del trogg, con lo que ledestrozó los dientes delanteros y leobligó a tragar restos de hueso quevolaron hasta su garganta. El trogg lodejó caer y se tambaleó con un gritogorgojeante. Gelbin se quitó la sangre dela mano y después la abrió para revelar

que sostenía el martillo de hierro.—Un consejo, amigo. Nunca dejes

que un gnomo se acerque a tus dientes.El trogg se limpió la sangre de la

boca y después se volvió cuando el otrotrogg se acercó a él, con la pielchamuscada llena de ampollas. Las doscriaturas estaba iracundas y Gelbinsabía que en cuestión de segundos selanzarían sobre él para destrozarle. Dioun paso atrás y apretó el resorte quehabía reconstruido a toda velocidad.

Debajo del suelo cambiaron lospesos, los cables se tensaron y un únicotornillo oxidado se rompió por lapresión. Las baldosas que los troggs

tenían bajo los pies cedieron cuando uncable atravesó el suelo tirando del eje,en una explosión de roca y metal. Lostroggs salieron volando hacia atrás ychocaron con el escritorio destrozadomientras se abría la pared falsa que elManitas Mayor tenía a sus espaldas.

Sus enemigos habían caído y lasalida estaba libre. Era hora de largarse.Gelbin se volvió mientras guardaba lasherramientas en el cinturón. Durante unsegundo, se detuvo y, de hecho, seplanteó volver para recoger sus gafas.Las podía ver al otro extremo de laestancia, todavía atadas a los restosgrotescos de un pie de trogg con un trozo

de cable. Intactas. En buenascondiciones. Automáticamente se llevóuna mano a la nariz y acarició el lugarque las nuevas gafas solían dejardolorido.

—No, no —se dijo Gelbin negandocon la cabeza—. Han cumplido supropósito. Y tengo que salir de aquí.

Pero había esperado demasiado.Ahora empezaban a asomar más troggspor la salida. Docenas de ellos.Ocuparon toda la abertura y rodearon aGelbin, gruñendo, rugiendo yrelamiéndose los afilados dientes. ElManitas Mayor se había quedado sinideas y no confiaba en que los troggs

fueran tan amables como para auparlode modo que pudiera machacarles lacara con su martillo.

Pero los troggs no se movían.Esperaban.

—Supongo que te debo una disculpa,Gelbin. He subestimado tu audacia, teníaque haberte enviado cuatro troggs.

La risa aguda que siguió a aquellafrase fue desconcertante. Por cómosonaba, Gelbin dedujo que SiccoTermochufe se había vuelto aún másloco desde que vivía allí abajo conaquellos monstruos. Hubo un sonidometálico y el silbido de un motor avapor, y Sicco apareció.

El Mekigeniero había creado unnuevo traje de batalla para él. Gelbinhabía oído informes que afirmaban que,durante todos aquellos años, Sicco habíaestado moviéndose por las entrañas deGnomeregan conduciendo una cosaenorme con forma de caldero, pero estoera totalmente diferente. El ensamblajede tamaño humano pasó a través de lostroggs inmóviles con gran agilidad,emitiendo silbidos de vapor. Había sidosoldado a partir de metales maleablesdecorativos y se parecía a una de esasarmaduras elegantes que solían utilizarlos humanos en desfiles y para darseimportancia ante los plebeyos; solo que

en este caso era la pequeña y arrugadacabeza de Sicco la que salía por laabertura superior. El gnomo dementehabía envejecido muy mal aquellos añosy Gelbin apenas reconoció a su antiguoamigo. Tenía las mejillas hundidas,canas, pelo escaso y un tono verdosoenfermizo que atestiguaban la presenciade la radiación y la locura.

Sicco vio la mirada de compasiónde Gelbin y la tomó como si el ManitasMayor admirara su trabajo. Sin dejar desonreír, giró sobre sí mismo y despuéshizo una reverencia llena de florituras.

—Una impresionante muestra deingeniería, ¿verdad? Hice algunas

pruebas con un prototipo de campañamás práctico, pero resultó serdemasiado voluminoso… y propenso aexplosiones. Este traje es mucho másestable en ese sentido y mucho másadecuado para mi posición.

—¿Tu posición?—Claro. Es de lo más adecuado que

el rey de los gnomos pueda mirar a losojos a los demás gobernantes del mundo.Sé que es un concepto difícil decomprender para un lastimero fracasocomo tú.

Gelbin frunció el ceño.—El rey de los gnomos, ¿eh? Así

que doy por sentado que has renunciado

a ganar unas elecciones. Probablementesea lo mejor, ya que al electorado quizále resulte difícil votar a un candidatoque no es un gnomo.

Sicco pareció perplejo durante unossegundos y sonó un silbido. El ManitasMayor no estaba seguro de si el sonidoprocedía del motor a vapor situado en latripa del traje de Sicco, o si había sidouna reacción reptiliana de su usurpadoren ciernes. Fuera lo que fuera, el sonidoencajaba a la perfección con el ceñofruncido de Termochufe.

—Creo que suplicar por las sobrasen la mesa de los enanos te ha vuelto unpoco chiflado, Gelbin. ¿Qué no soy un

gnomo? ¡Yo soy diez veces más gnomode lo que tú serás jamás! Mientras tequedabas sentado y te deleitabas en tufalso e impredecible «genio», yo era elque tenía que luchar por elreconocimiento. ¿Quién pasó semanasdiseñando todos los sistemas debalística de tus máquinas de asedio?¡Convertí tu pesado armatoste de metalen un cañón móvil! Ese trabajo afianzónuestra alianza con los enanos. ¿Y acasorecibí el agradecimiento que me merecíaalguna vez?

Gelbin suspiró.

—Sicco, tú eras uno de los gnomosmás inteligentes de todo Dun Morogh ypareces haber olvidado que yo nuncadejé de expresar mi agradecimiento portu trabajo.

Tenías ideas creativas, inclusobrillantes. Pero eras descuidado. Tequedabas corto en tus cálculos y nodedicabas tiempo al refinamiento de tusideas. Te asigné el diseño de la artilleríaporque creí que podrías estar a la alturade la tarea. Pero tus cálculos debalística habrían hecho explotar mismáquinas de asedio en cuanto recargaranuna sola vez. Pasé muchas horasrehaciendo tus cálculos antes de

enviarlas a Forjaz.—¿Qué? ¡Mentiras! Si mi trabajo

era de tan mala calidad, ¿por qué dejasteque me llevara el mérito por las armas?

—Porque —dijo Gelbin—, eras miamigo.

Sicco Termochufe dio un paso atráscon los ojos abiertos como platos.Durante un instante, su rostro se suavizópara convertirlo en un recuerdo deljoven y brillante gnomo con el queGelbin había entablado amistad hacíatantos años. El gnomo al que habíaayudado a graduarse en la universidad,que había empleado en su fundición y alque había colocado en un puesto

prominente en la Cámara Manitas apesar de su trabajo cada vez más llenode errores. Sicco parpadeó varias vecesy se rascó la frente con una manometálica.

—Gelbin, yo… yo…Y entonces se percató de la mano

metálica, de los poderosos dedos que élhabía creado en solitario. Cerró la manohasta convertirla en un puño y el rostrode Sicco se retorció hasta adquirir unamueca de loco. El amigo de Gelbinhabía desaparecido.

—Bueno, es por esa debilidad ñoñaque decidí quitarte las riendas de lasmanos. Los gnomos deberíamos dominar

esta tierra con nuestras armasimparables y no dedicarnos a comerciarcon ellas con nuestros estúpidos aliados.¡Para eso están los goblins!

El Manitas Mayor negó con lacabeza.

—Nunca lo has entendido, ¿verdad?Nuestra lealtad a nuestros amigos es laque nos proporciona nuestra mayor ymás verdadera fuerza. Es lo que nosdistingue de los ogros y los troggs e,incluso, de los goblins. Por eso losenanos nos han ayudado a evitar nuestraextinción incluso cediéndonos parte desus cámaras de piedra para quepodamos tener un sitio al que llamar

hogar. Y por eso hay enanos, humanos,draenei y elfos de la noche que mueren anuestro lado en estos túneles pararecuperar una ciudad que nunca fue suya.Están aquí porque son nuestros amigos,Sicco. Mis amigos. Es un poder que losnúmeros no pueden equiparar.

El Mekigeniero silbó y avanzó. Estevez Gelbin estaba seguro de que elsonido había sido producido por la bocafruncida de Termochufe.

—¿Por qué no te limitas a cerrar losojos y dejas que termine con estavergüenza?

Se detuvo justo delante del ManitasMayor. Sicco sacudió la cabeza, alzó

una mano y la movió en señal dedespedida. La mano hizo un sonidometálico, giró hasta completar un círculoy después despareció en la muñeca demetal del traje de batalla. Termochuferio burlón y alargó el brazo. Con otroescape de vapor, una hoja terrible surgiódel puño, una hoja que tenía unresplandor rojo a causa del calormecánico. Gelbin cayó hacia atrás,sobre el eje, y sintió el resorte entensión contra su columna vertebral.Todavía tenía la llave inglesa en elcinturón y la utilizó para bloquear lahoja de Sicco. Esa acción produjo otrarisa burlona.

—Oh, vaya. Pareces estar tandesamparado ahí abajo. ¿Así es como tehan enseñado a luchar los enanos?

—No —respondió Gelbin mientrashacía girar la llave inglesa en sus dedos—. Así es como lucha un gnomo.Cuidado con la cabeza.

El Manitas Mayor se giró y golpeóel pasador que mantenía el resorte en susitio con la llave inglesa; un pasador quehabía estado aguantando toda laestructura que tenía debajo. Ahora cayócon un ruido metálico, liberó el resorte yel eje salió disparado como un borrónde acero impulsado por la tremendaenergía acumulada y descargada en

cuestión de segundos. Gelbin sintió unaespecie de barrido de movimiento quepasó por encima de su cabeza y luego…nada.

Se movió a un lado y echó un vistazoatrás. Los troggs seguían allí, babeando.Sicco dejó escapar otra risita.

Tres pelos solitarios que crecían enla calva de Gelbin cayeron lentamentedelante de sus ojos.

Seguidos por las cabezas de todoslos troggs de la cámara.

Y, finalmente, por el torso cortado endos del traje de batalla de SiccoTermochufe. Con una explosión de vaporcaliente, la parte superior se deslizó y

cayó al suelo justo delante de Gelbin, yrodó hasta quedar boca arriba contra lapierna del Manitas Mayor. El ocupantetragó una vez y parpadeó repetidamente.

Sicco estaba sorprendido.Sicco estaba… confundido.—M-mis piernas están en esa mitad

—dijo Sicco señalando la parte del trajeque todavía seguía de pie.

El Manitas Mayor GelbinMekkatorque asintió y se inclinó paradarle unas palmaditas en su hombromecanizado.

—Sí que están ahí, amigo mío. Ygracias al corte realizado a granvelocidad y la cauterización provocada

por el vapor que ha escapado del motor,probablemente no sangres mucho. Mequedaría un rato para ver si las ratas teencuentran antes que tus esbirros troggs,pero creo que ya he visto suficientesbestias de esas por hoy.

—¿Vas a… vas a dejarme aquí?—No mereces una muerte rápida,

Sicco. Te mereces una larga y miserableexistencia en un agujero oscuro, rodeadode monstruos asquerosos.

Gelbin dio un paso atrás con unasonrisa triste. Abrió los brazos comopara abarcar toda la Gnomeregan caídaque los rodeaba.

—De hecho, has creado tu propia

prisión, aquí mismo. Mejor de lo que yohubiera podido hacerlo nunca. Esta vezrealmente me has superado. Felicidades.

Sicco Termochufe pestañeó.Tartamudeó. Gelbin disfrutó de la raraocasión de poder contemplar a suenemigo caído. Podía oír que seacercaban más troggs por la abertura ysabía que era hora de marcharse.

—Además, si sobrevives, no se meocurre nadie mejor para liderar a estasbestias que uno de los suyos.

Se inclinó hacia adelante y olisqueóla cabeza de Sicco, arrugando la narizasqueado.

—Disfruta de lo que te queda de

tiempo en la cárcel, amigo mío. Tucondena está a punto de terminar.

Y dicho esto, Gelbin salió delestudio para regresar a Nueva CiudadManitas, dejando a Sicco solo eindefenso y cortado por la mitad en laoscuridad.

Todavía iban a necesitar tiempo ymuchos esfuerzos para purificar lainfestación de los troggs. La limpiezaintensiva de aquellos pasillos apestososhabía subido mucho en la lista deprioridades, y el Manitas Mayor yaestaba imaginando planos para unadistribución mucho más abierta yaireada del lugar. Aquel «agujero

oscuro» iba a sufrir una remodelaciónnunca vista, ni siquiera por los titanes,no solo para devolverle su antiguoesplendor, sino para convertirlo en algomucho mejor. Mucho más luminoso.

Mucho más adecuado para losgnomos de Azeroth. Gelbin se quitó lasgafas nuevas y suspiró mientras semasajeaba el puente de la nariz con losdedos. Después de todo, con un par demejoras podría llegar incluso aacostumbrarse a ellas.

VOL’JIN

EL JUICIO

Brian Kindregan

El joven trol se agachó bajo lalluvia, mirando al frente, hacia donde elcamino se perdía frente a la densamaleza de la jungla. Ni la luz ni la brisaatravesaban el follaje. Esa parte de laisla se conocía como el Primer Hogar ysolo los cazadores de las Sombras y loslocos se adentraban en ella.

Vol’jin no era un cazador de lasSombras.

Sentía como le corrían entre losdedos de los pies ríos de agua. La lluviaera intensa y cada gota que le golpeabaen la espalda le empujaba hacia elPrimer Hogar. En ocasiones, loscazadores de las Sombras regresaban,pero los locos nunca lo hacían. Detrásde Vol’jin, otro trol se cubría bajo unagran hoja de palmera.

Zalazane tampoco era un cazador delas Sombras.

—No eh’tamos lih’tos —dijoZalazane mientras masticaba pedazos decarne de kommu—. El juicio es para

trols más viejos que han hecho grandescosas. Nosotros somos jóvenes, unosdon nadie.

—Yo soy joven; tú serás un donnadie —murmuró Vol’jin antes delevantarse—. Debemos hacerlo, Zal.Anoche, mi padre se pasó horas mirandoel fuego y ahora actúa como si se lefuese a caer el cielo encima. Creo quetuvo una visión. Se acercan cambios ydebemos eh’tar preparaos.

—¿Crees que los loa te van a hacercazador de las Sombras?

—Me juzgarán, seguro. Me pondrána prueba. Aunque no sé qué quiere decireso.

—Dicen que los loa controlaránnueh’tras mentes —dijo Zalazane conseriedad—. Nos van a confundir ymanipular y harán que tengamosvisiones.

—Se dice que son muchas pruebas.Si me consideran digno, seré un cazadorde las Sombras —respondió Vol’jin—.Si no me consideran digno… nada nossalvará.

—Vaya, yo los voy a impresionar —dijo Zalazane con una sonrisa decomplicidad.

—Pero se van a reír de ti. —Pisó elbarro y avanzó con calma hasta situarseal lado de su amigo. Se miraron el uno

al otro un instante y se les dibujó unaamplia sonrisa, que dejaba ver suscolmillos. Ya desde su infancia en elpoblado Lanza Negra, eso era siempreseñal de que Vol’jin y Zalazane estabana punto de hacer algo especialmenteestúpido.

Con un gran alarido, se precipitaroncorriendo hacia el Primer Hogar. Seestrellaron contra las opresivas lianas yraíces. La muerte, tanto repentina comolenta, inundaba el lugar, pero eranjóvenes y estaban convencidos de queno podían morir.

No obstante, aquí estaban los loa.Los antiguos espíritus de aquellos que

habían trascendido la muerte podríanotorgar favores maravillosos o infligirterribles castigos. Los loa podían dar aun trol una segunda vista, o volverloloco hasta arrancarse sus propios ojos.Su juicio era despiadado, súbito eimpredecible.

Vol’jin y Zalazane corrieron duranteun rato y ambos empezaron apreguntarse si las leyendas del PrimerHogar se habrían exagerado. No parecíahaber grandes amenazas. Dos frondasenormes bloqueaban el camino. Con unmovimiento rápido, se deslizaron porambos lados, para descubrir una granplanta carnívora, una nambu. Unos

labios peludos y separados lesesperaban. Unos dientes fibrosos seretorcían con impaciencia en lasenormes fauces y Vol’jin no pudodetenerse a tiempo. Se lanzó a laizquierda, rozando el borde de la nambu.

Dio vueltas y trompicones hastatoparse contra algo duro y escamoso.Retrocedió tambaleándose, aturdido,sacudiendo la cabeza. Ese algo se dio lavuelta, dejando ver que se trataba de unraptor muy enfadado y muy grande, elmás grande que Vol’jin había vistojamás. Retrocedió un poco más,consciente de que la nambu estaba enalguna parte detrás de él. Podía oír a

Zalazane emitiendo sonidos sordos yextraños, pero Vol’jin había perdido lapista de su amigo.

El raptor lanzó la cabeza haciaVol’jin y este se inclinó hacia laizquierda. Una mandíbula inmensa secerró justo en el lugar donde acababa deestar. De la boca de la criatura salieronríos de saliva. La nambu reaccionó almovimiento veloz como un rayo y cerrólos dientes contra el raptor, inyectandoveneno en la carne rasgada de la bestia.Vol’jin solo tuvo unas décimas paraaprovecharse de la distracción: sacó laguja y acechó a la nambu, estudiándola.Zalazane estaba en el otro extremo de la

planta, revolcándose en un enjambre deinsectos alchu que se había abalanzadosobre él, mordiéndole y picándole. Nopodría ayudarle de momento.

El raptor arrancó la nambu delsuelo, desgarrando las raíces y lanzandolejos la planta. Los pequeños ojosenfurecidos de la bestia se posaron enZalazane, atraídos por los movimientosfrenéticos del trol.

No había tiempo. Vol’jin soltó ungrito de batalla y cargó con fuerza con laguja. Atravesó la carne: Vol’jin abrió unreguero de sangre en el lomo del raptor,que se balanceó retorciéndose de dolory lanzó a Vol’jin a los matorrales de un

cabezazo. Vol’jin no veía nada con elrostro cubierto de hojas húmedas ypegajosas. Sintió que la tierra temblabacuando la bestia cargó contra él. Vol’jinse tambaleó hacia atrás y a la derecha alvolver a sentir las mandíbulas del raptora centímetros de él. Se limpió las hojasde la cara justo a tiempo para ver alraptor retroceder y volver a por él.

Oyó a Zalazane al otro lado delraptor, gritando y haciendo ruidos.

Vol’jin se echó hacia atrás, sinatreverse a darle la espalda a la bestia.Vio que Zalazane estaba atacando desdeel otro lado, pero el raptor balanceó lacola cerca del suelo y atrapó los pies de

Zalazane debajo. La maniobra dio soloun segundo a Vol’jin, pero tendría queser suficiente.

Se abalanzó sobre el raptor y seaferró a su cuello. Durante un aterradorinstante, su rostro quedó presionadocontra la mandíbula inferior de la bestia,que le despeinaba la cresta con sualiento. Entonces, consiguió girar sobreel pescuezo y clavar las rodillas en losomóplatos del raptor.

El raptor chilló y se agitó. Zalazanesaltó para ponerse en pie y golpeó conel bastón la pata con garra de la bestia.Vol’jin oyó huesos partirse. Se agarrócon más fuerza al pescuezo y clavó la

guja en la garganta de la criatura.El raptor se había rendido con

Vol’jin y avanzó hacia Zalazane,arrastrando la pata destrozada. Zalazaneretrocedió lentamente, no obstanteVol’jin podía sentir cómo se estiraban ycontraían los músculos de la bestia. Lequedaban segundos.

Vol’jin tiró con violencia y sintiócomo la guja se clavaba en el músculo yla arteria. La sangre salió disparada enuna cortina escarlata al sacar la gujaformando un gran arco. El raptor setambaleó hacia un lado y luego hacia elotro y cayó al suelo, con la boca acentímetros de los pies de Zalazane.

Vol’jin se levantó al verse libre.—¿Qué era eso? —dijo Zalazane

jadeando—. Es el raptor más grande quehe vih’to.

—¿Eh’taría poseío por un loa?¿Nueh’tra primera prueba?

—No creo, colega. —Zalazane seacercó a la garganta chorreante delraptor, ignorando la agonía mortal de labestia—. Reconoceremos la pruebacuando llegue. —Ahuecó las manos pararecoger la sangre del raptor y se la echópor la cara.

—¿Qué haces? —preguntó Vol’jin.—Magia oh’cura, colega —

respondió Zalazane mientras daba los

últimos toques a la máscara de sangre yse lamía los dedos. Le hizo un gesto aVol’jin para que hiciese lo mismo.

—No quiero oler a sangre en eh’telugar —dijo Vol’jin. Zalazane se arrancóun insecto y se lo tiró a Vol’jin. Sindejar pasar un segundo, Vol’jin agarró elinsecto y se lo mandó de vuelta aZalazane.

—Vamos a oler a la sangre de algogrande y malo. Vamos a oler a muerte ypeligro —dijo Zalazane mientras lelanzaba otro insecto. Recientementehabía comenzado a trabajar con elmaestro Gadrin, el médico brujo jefe delos Lanza Negra, y sonaba confiado.

Vol’jin se deshizo del insecto y semovió para coger algo de la sangre queaún salía de la criatura.

—Nos podría salvar —comentóZalazane—. Pero no de los loa.

—No de los loa —reconocióVol’jin, mientras se echaba la sangrecaliente y pegajosa por la cara. Olíafuerte—. Pero aún así solosobreviviremos a este juicioenfrentándonos a los loa. Y aceptando loque venga.

—Ya, colega.—¡Ay! —Vol’jin bajó la mirada al

sentir un dolor repentino. Mientras teníalos ojos cerrados para untarse la sangre,

Zalazane le había colocado tres insectosfuriosos en el pecho.

—Cuando sea un cazador de lasSombras —dijo a Zalazane—, le pediréa los loa que te maten.

—Entonces yo también tendré mispropios poderes —bromeó Zalazane.

La noche había llegado. La junglasiempre estaba oscura y Vol’jin solosabía que era de noche por el frescor delaire y las nubes de furiosos insectos quezumbaban al pasar en grandes oleadas.Mosquitos tan grandes como su manobuscaban una presa. Vol’jin y Zalazane

se sentaron en la cima de una pequeñaelevación. A un lado, una caída marcadaacababa en rocas afiladas. Caminaronhasta acabar con los pies doloridos y elaliento entrecortado. El aire estabacargado y estancado.

—Esta prueba es extraña —dijoZalazane con voz baja y precavida—.Solo andamos por ahí y matamosbestias. ¿Dónde están los loa?

Vol’jin estaba a punto de respondercuando se le heló la columna y sintió unapresencia. En la elevación había un loacon ellos. No podía verlo ni olerlo, perolos pelos de la nuca le decían que estabaallí. Una mirada a Zalazane reveló el

mismo terror crudo en los ojos de suamigo.

Entonces llegó el dolor. Peor que eldolor de un hueso roto o la herida de unapuñalada. Más profundo y complejo quecualquier dolor que Vol’jin hubiesesentido nunca, inundó su mente, lo que leimpedía pensar.

Una voz le susurró. «El precipicio»,dijo de forma silenciosa. «Las rocas delfondo acaban con el dolor. Rápido.Fácil». Vol’jin se dio cuenta de que eracierto: podía llegar al borde en uninstante y el dolor se acabaría. Su únicaalternativa era resistir.

Vol’jin cerró los ojos y resistió.

Tras una eternidad, su cuerpo loabandonó. Flotó, liberado de todasensación. Una visión apareciólentamente frente a él. Estaba allí, másmayor, con más confianza. Observaba lavisión desde lejos al mismo tiempo quenotaba ser parte de ella. Una fila de trolsLanza Negra se desplegó tras él.Caminaban a través de una tierra extrañacon poca vegetación y rocas naranjas.En la distancia se elevaba una granciudad, llena de bordes afilados y púas.Sonaban tambores de guerra y había unhumo espeso sobre la ciudad. Eraextraño, había criaturas verdes yorondas con armaduras complejas

desplegadas al frente. Otras pocascriaturas, grandes y peludas, conpezuñas, observaban desde un lado.

Vol’jin se acercó al líder de lascriaturas verdes, que tenía una expresiónfirme y sabía. Se dieron la mano comoiguales y sonrieron. Las palabras fluíanen la mente de Vol’jin: Orcos.Orgrimmar. Tauren. Thrall.

Las criaturas verdes hicieron gestosde bienvenida y los Lanza Negra dejaronsus cargas y parecían aliviados… peroderrotados en algún sentido.

—¿Por qué? —preguntó una voz.Vol’jin sintió la voz en los huesos; hizotemblar su interior—. ¿Por qué subyugas

a nueh’tro pueblo? Es mejor lucharsolos y con orgullo, morir solos y conorgullo.

—No —dijo Vol’jin, pensando—.Los Lanza Negra deberían eh’tarsiempre libres y orgullosos. Perotenemos que eh’tar vivos para ser libres.Si morimos, perdemos. Mejor eh’peraral momento oportuno, resih’tir. Somosuna raza antigua, colega, y resih’timos.

Sintió la certeza de lo que decíamientras hablaba. Siempre había sido elestratega entre sus amigos, el quepensaba la solución a los problemas.Tenía una gran determinación para lasupervivencia y la victoria.

—Eres sabio para ser tan joven —dijo la voz—. Los Lanza Negra van asufrir; van a luchar. Para ellos, resih’tires sobrevivir. —La visión se fundió anteél para revelar algo que solo podría serel loa: una esfera brillante que emanabasabiduría y tristeza ancestrales, pero deun brillo algo apagado y sin lustre. Algoque vagaba por el Primer Hogar desdemucho antes de que naciese Vol’jin.Imágenes y formas flotaban ydesaparecían bajo su superficie. Vol’jinapenas tuvo tiempo de registrar al loaantes de que desapareciese. El mundocambió a su alrededor.

—Te otorgo la visión —dijo la voz

mientras se desvanecía. Vol’jin volvió ala elevación. Zalazane estaba allí.

—Podemos ver a los loa. ¡Podemosverlos! —exclamó Zalazane. Los dostrols se sonrieron.

—Puede que vivamos un día más —dijo Vol’jin.

—Tú eh’tás muy confiao —dijoZalazane—. No eh’tamos lih’tos. Gadrindijo que habría muchas leh’ciones queaprender. El juicio es complicao. Losloa guardan más cosas para nosotros.

—¿Qué te moh’traron los loa? —preguntó Vol’jin. Zalazane y él se

sentaron alrededor del fuego, asando unkommu en la hoguera. La grasa caía delos huesos de la criatura al fuego, quechisporroteaba y estallaba. Habíanpasado varios días, eso le parecía aVol’jin y el fuego era un lujo imprudente.Sin embargo, la fauna parecía dejarlestranquilos, como si los hubiesenmarcado los loa. No era tantranquilizador como debería haber sido.

—Yo era un gran médico brujo paralos Lanza Negra —dijo Zalazane—.Eh’tábamos en una tierra eh’traña,luchando. Nueh’tra supervivencia estabaen peligro, colega. Necesitábamos serfuertes y lo éramos. Eran tiempos

difíciles para todos, en eh’pecial paranueh’tro líder. No sé quién era el líder,pero no era tu padre, colega —dijoZalazane en voz baja. Entonces sonrió—. ¡Seré médico brujo!

—Te mentí, Zal —dijo Vol’jin. Pudosentir la atención de Zalazane alinstante, aunque el otro trol simplementeesperó a que Vol’jin continuase. Los dosse conocían de toda la vida y ningunohabía mentido nunca al otro sobre nadaserio—. Mi padre hacía algo más queah’tuar eh’traño. Me habló de unavisión. Me dijo que tenía que ir a pasarel juicio. Me dijo que no quedabatiempo.

—¿Te dijo que teníamos que ir?—No teníamos. Solo yo. Nunca lo

había vih’to así, Zal. No me eh’cuchaba,solo quería que me fuese. Tenía muchaprisa, pero cuando me fui… miré haciaatrás buh’cándolo.

—¿Sí?—Y él me miraba como si no me

fuese a ver nunca más. Como si meenviase a la muerte.

—¿Así que pensah’te que tambiénme querías matar a mí? —preguntóZalazane con una sonrisa pícara.Siempre había sido capaz de levantar elánimo de Vol’jin. Siempre se habíanpodido ayudar mutuamente.

—No eh’toy lih’to, Zal. No loconseguiría solo. Pero pensé quejuntos… —Vol’jin escuchaba en sucabeza las palabras en la voz de supadre—. Débil —habría dicho Sen’jin—. Débil y blando. El líder de losLanza Negra no puede ser así. La vidaes demasiao dura, incluso aquí ennueh’tra isla.

—Juntos somos más fuertes. No pasana, colega. Yo te ayudaré cuando seasdébil. —Zalazane sonrió y quitógravedad a sus palabras—. Siempre meayudas. Juntos lo lograremos.

Vol’jin abrió la boca para responder,pero se quedó helado cuando vio un

brillo en la jungla. Otro loa, aún másprimigenio y desconocido, brillaba através de las hojas. Estaba lejos, pero lellamaba. Vol’jin saltó para ponerse depie y acechó entre los árboles.

—¿Adónde vas, colega? —gritóZalazane; pero Vol’jin continuó. Nopodía dejar que el loa se fuese. Alacercarse a la luz, tropezando con lasramas, el loa se extinguió y Vol’jin seencontró solo en la penumbra de lajungla.

Finalmente, volvió a ver el brillorevelador a su derecha. Echó a correr,arrancando ramas y raíces, para lanzarsea por el loa. Cuando apartó la última

rama, el espíritu volvió a desaparecer.Esperó, jadeando un momento, y se

dio cuenta de que no tenía sentidopermanecer inmóvil. El loa lo habíadejado solo en la húmeda oscuridad delPrimer Hogar. No jugaría al juego delloa. Que intentase guiarle mientrasdeambulaba entre los árboles. Tal vezencontrase al loa antes de que élvolviese a encontrarle. Se movió através de la densa maleza con máscuidado, caminando con cautela. Notenía ni idea de su posición con respectoal campamento, pero no le importaba.Encontrar al loa significaba lasupervivencia. No encontrarlo

significaba la muerte. El loa era lo únicoque importaba.

Se detuvo en un claro. Veía partesdel cielo a través de los huecos en lacúpula menos tupida de la jungla. Medíala respiración para intentar estartranquilo y estudió los árboles. No vionada. Gradualmente, comodespertándose de un sueño profundo,percibió el calor que tenía detrás.

Se dio la vuelta y el loa estabadetrás, a centímetros de él. Tan cercaque podía ver el movimiento y losjuegos de los tentáculos brillantes de susuperficie. El brillo del loa se expandiópara cubrir su visión.

Apareció en una cueva, una especiede túnel, y el camino se dividía ante él.En cada rama del camino había unavisión de sí mismo.

En una estaba sentado en un trono deoro puro. Había asados enormesenvueltos en hojas de palma, estabarodeado de muestras de la mejor bebidade la jungla y había trols hembra quebailaban para él. Parecía sano y feliz.Una pequeña cadena de oro le ataba eltobillo a una pata del trono. En la otravisión, estaba herido y sangrando,demacrado y rodeado de enemigos. Lavisión estaba nublada y cambiabacontinuamente, pero siempre estaba

luchando, siempre peleaba. A veceslideraba a otros Lanza Negra; a vecesluchaba solo; pero el mensaje estabaclaro: una vida de lucha y esfuerzoconstante, sin descanso, una masacrecontinua.

Vol’jin se rió. «¿Se supone que eh’toes una prueba, gran loa? Eh’to es fácil.Eh’cojo la libertad. Lucharé y sufriré, ypuede que nunca sea feliz, pero eh’cojola libertad».

Desde lejos, le llegó la grave yprimigenia voz del loa. «La elección noera la prueba, querido hermano. Sidudah’te, si tuvih’te que pensarlo, sillegah’te a eh’tar tentado un segundo,

habrías fracasao». Vol’jin se estremecióal escuchar el tono de voz del loa. Sonócomo si fallar hubiese significado lamuerte, o algo peor.

La cueva se desvaneció y Vol’jinapareció en una grada, contemplandouna arena. Observó sus manos. Eran lassuyas, pero más viejas; tenían callos ycicatrices de muchos años de asuntosmarciales. A su alrededor habíaancianos y luchadores de la tribu LanzaNegra. Más allá había orcos, tauren yotros. Todos observaban atentos cómoluchaban dos criaturas. Un orco marróncon un hacha poderosa y un tauren conuna lanza. Ambos llevaban solo un

taparrabos de cuero y estaban untados enaceite para la batalla. Una vez más, levinieron palabras a la mente: Garrosh yCairne. Aullavísceras y Lanzarruna.

Los dos luchaban y retrocedían en laarena. El orco marrón sangraba porvarias heridas, mientras el taurenpermanecía ileso. Con su nueva visión,Vol’jin también podía ver a los loa portodas partes. Pululaban por el aire y sequedaban suspendidos alrededor de losbordes de la visión. Estaban reunidos einquietos. Sin duda este momento teníagrandes implicaciones para la gente deVol’jin, y puede que para todo Azeroth.

Mientras Vol’jin miraba, el orco

bajó su hacha formando un gran arco; elarma rugió con el silbido del aire alcolarse entre las muescas del borde. Eltauren levantó la lanza para defenderse,pero no fue suficiente: el hacha partió lalanza y rozó al tauren.

Ambos combatientes se pararon unmomento. El orco estaba casi demasiadoherido para aguantar en pie, mientrasque el tauren apenas tenía un arañazo.Sin embargo, fue el tauren el que setambaleó, con las manos rendidas aambos lados. Un trozo de la lanzacolgaba entre sus débiles dedos.

El orco levantó el arma y cargó. Elrugido del hacha inundó la arena. El

orco precipitó el hacha contra el cuellodel tauren.

Vol’jin sintió una punzada de doloren el corazón por el grave daño recibidopor el tauren. Se dio cuenta de que unsentimiento de pura tristeza resonaba através del tiempo en Vol’jin por estavisión, tristeza por la pérdida de unamigo y un anciano respetado.

El tauren se derrumbó. Antes de caeral suelo, el mundo se detuvo. Lossentidos de Vol’jin se alertaron y sintiócomo si el universo entero se hubieseahogado al respirar un instante antes degritar.

Los loa se volvieron locos. Bufaban

y susurraban. Revoloteaban de un lado aotro, gritándole al oído y lanzándose através de él. Nadie más habíareaccionado aún. Los demás testigospermanecían inmóviles. El tauren aúncaía hacia el suelo, con la sangresaliéndole a chorros.

Entonces Vol’jin lo entendió.Veneno. Le vino a la cabeza de

repente: el hacha estaba envenenada yeso no estaba bien. No era la forma deactuar de esa gente. El tauren golpeó elsuelo con un ruido sordo. Todo empezóa moverse a velocidad normal. La gradaexplotó entre vítores e indignación.

Todo se fundió y se formó una nueva

visión. La vio y él estaba en ella. Sevolvió a ver en el primer lugar de unafila de trols. Transportaban suspertenencias y parecían decididos. Élseguía en el extraño paisaje naranja. Almirar por encima del hombro vio la granciudad de su visión anterior, peroparecía más oscura y cruda. Había orcosformando sobre la muralla, observandoa los trols que se iban, con miradaamenazadora. Vol’jin sintió unainquietud aún más profunda; había algomás que le inquietaba en la visión.Entonces se dio cuenta.

No veía a Zalazane.—¿Dónde eh’tá Zal? —se preguntó

Vol’jin—. Ahora necesito a mi amigomás que nunca.

Vol’jin sintió aprensión einseguridad en su interior, revestidas poruna fría cólera, la determinación deguiar a los Lanza Negra en los tiemposdifíciles que les esperaban.

—Dijih’te a mi hermano que eramejor sobrevivir —dijo el loa—,aunque significase ser débil, para poderseguir luchando. Es mejor resistir quemorir con gloria. —La voz arrancó lamente de Vol’jin de la visión y leaceleró el corazón. Era la voz de alguienque había visto mayores glorias yhorrores de lo que Vol’jin nunca sabría

—. Ahora te llevas a los Lanza Negra dela seguridad de Orgrimmar; arriesgasuna alianza que representa fuerza. ¿Porqué no te aclaras?

Vol’jin dudó. Le estaban haciendouna pregunta muy importante y no teníacontexto. ¿Por qué haría eso? Miró a sualrededor. Su pueblo estaba enfadado,asustado, decidido, emocionado. Miróatrás a la muralla.

Entonces su mirada se posó enGarrosh. El imponente Jefe de Guerraobservaba desde las almenas, con gestosevero, pero con una pequeña sonrisa desatisfacción en los labios. Tenía suarmadura puesta y el cielo de fondo, con

la luz reflejándose en el tatuaje negro desu mandíbula inferior.

Era un salvaje con un don para laviolencia y la guerra, pero sinconocimientos de diplomacia oacuerdos.

Entonces Vol’jin lo comprendió.—Traje aquí a los Lanza Negra para

proteger nueh’tros cuerpos —dijo—.Vivimos para poder seguir luchando.Pero solo nueh’tro cuerpo. Lo que nopueden perder los Lanza Negra, loa, loque nunca podemos perder, es nueh’traalma. Los Lanza Negra tienen alma y sinos quedamos con eh’te orco, siseguimos sus órdenes, perdemos el

alma. Eso no tiene solución.—Los Lanza Negra deben

sobrevivir, pero no vale para nada sipierden el alma. Los Lanza Negra debenser auténticos. Ser auténticos —dijo lavoz—. Ahora oyes a los loa. Nos oirástodo el rato. Debes aprender aeh’cuchar.

Vol’jin abrió los ojos. Estabatumbado sobre la superficie embarradadel suelo de la jungla. Varios tipos deinsectos construían alegremente capullosde barro sobre su cuerpo. Aún estabacerca del fuego, que ahora ardía sinfuerza. No había rastro de Zalazane.Como en la visión. Vol’jin hizo un

esfuerzo para incorporarse.Justo después, Zalazane surgió

renqueante de la oscuridad y se sentódetrás de él. Miraron el fuego ensilencio durante unos instantes.

—Me vi… —dijo Zalazane entredudas—. Me vi separando a losluchadores Lanza Negra de la tribu. Ellíder era muy débil, nos vendió, colega.Me convertí en el nuevo líder, y la tribuse dividió en dos. —Zalazane no quisomirar a Vol’jin.

—¿Quién era el líder, Zal? Dicesque no era mi padre, pero tiene que seralguien que conozcamos.

Zalazane seguía sin mirar a Vol’jin.

Vol’jin cogió un palo y removió elfuego. «Ya vale de pruebas» fue lo únicoque dijo.

Vol’jin caminó alrededor del fuego.Estaba inquieto y furioso, con ganas dematar algo. Lo habían empujado, tirado,machacado y mareado. Su mundo teníamenos sentido cada minuto que pasaba.Ahora su amistad con Zalazane (lo únicocon lo que Vol’jin siempre habíacontado además del amor de su tribu ysu padre) pendía de un hilo.

—Se acabó —anunció sin mirar aZalazane—. Voy a cazar. Necesitamos

comida y yo necesito matar. —Sacó laguja y se deslizó para perderse en laoscura maleza. Avanzar en solitariohacia la parte más peligrosa de la isla sele antojó una buena idea.

Se trataba de la fuerza.En el fuego, Zalazane empezó un

canto vudú en bajo. Más adelante, en lapenumbra, Vol’jin escuchó el chasquidode una ramita. Una gran criaturaintentaba permanecer oculta. Vol’jinsonrió con los labios apretados contralos colmillos y los dedos clavados en laguja.

Avanzó mientras sentía como losfinos pelos de las grandes hojas de upka

le acariciaban la cara. Volvió a escucharel sonido, ahora a su izquierda. Se giró ydio la vuelta para tener la criatura a laderecha.

Una vez más, escuchó un movimientoen la vegetación a su izquierda.Entonces se dio cuenta de que la criaturalo estaba observando. Solo podía haceruna cosa: cargó.

Las ramas y las raíces se leenganchaban al lanzarse hacia delantecon un grito gutural. Delante, otro trolesperaba de pie.

Vol’jin se lanzó contra él y amboscayeron. Colocó la guja alrededor delcuello del otro trol en la oscuridad.

Todos los trols de la isla eran LanzaNegra y sus amigos, pero Vol’jin habíacrecido escuchando historias de losviolentos Gurubashi, y en aquel lugarcualquier cosa podía suceder.

El otro trol levantó la vista y susfacciones se iluminaron con un rayo deluz del fuego distante. Era Sen’jin, elpadre de Vol’jin.

—¿Papá? —preguntó Vol’jinimpactado mientras se quitaba deencima del trol que estaba boca abajo.Sen’jin sonrió y empujó a Vol’jin. El trolmás joven aterrizó en el barro, riéndose.

Sen’jin se puso de pie de un salto,giró el bastón y lo dirigió al pecho de

Vol’jin. Vol’jin vio la intención asesinadel rostro de su padre, se apartó y evitópor muy poco un golpe que le habríaclavado las costillas en el corazón.Vol’jin se puso de pie, cauteloso y enguardia, pero sin atacar.

—¿Papá? —preguntó—. ¿Qué pasa?—Sen’jin solo sonrió y atacó con elbastón en un arco bajo mortal. Vol’jinsaltó, pero Sen’jin aprovechó el impulsodel golpe para lanzar su cabeza contra elpecho de Vol’jin.

Vol’jin aterrizó de un salto, con elaire escapándole de los pulmones. Segiró sobre la espalda, jadeando. Sen’jinse deslizó hasta él, girando de nuevo el

bastón.—Papá, ¿por qué haces eh’to? ¿He

fallado? ¡No lo entiendo! —exclamóVol’jin.

Sen’jin hizo una pausa. —¿Noluchas porque crees que me conoces?Eres débil.

Dicho eso, golpeó con el bastón lamano extendida de Vol’jin. El golpellevaba hasta el último gramo de fuerzadel viejo trol y la mano de Vol’jin sehizo añicos. Su pulgar, atrapado por lamano, recibió la mayor parte de lafuerza. Los huesos se astillaron y elpulgar quedó colgando como una garfa.

Vol’jin no conseguía encontrarle

sentido a la situación. Se giró hacia unlado, sujetando con la mano izquierda lamano derecha; más allá de la muñecatodo estaba roto y el pulgar estaba hechopuré. Estaba asustado y sentía como sele escapaba la realidad de losalrededores. Vio los grandes piesdesnudos de Sen’jin moverse hacia lajungla.

—¡Papá! —gritó. Sen’jin no sedetuvo ni ralentizó el paso, ni si quieramiró atrás. Los arbustos se movieron ydesapareció—. ¡Papá! —Vol’jin cayóhacia atrás, con los ojos cerrados confuerza, sujetando el brazo.

Pasado un momento, recuperó el

control de la mente y bajó la vista paramirar la mano. El pulgar estabadestrozado. Su guja yacía en el barro,con el metal pulido manchado de barro ysangre.

La mano se sanaría, pero el pulgarquedaría deforme. Vol’jin nunca lanzaríaun cuchillo ni sujetaría una guja con esamano. Nunca cazaría, nunca señalizaríaun ataque.

Sin embargo, había una forma dearreglar eso. Sabía que había una forma.

Vol’jin tomó aliento, miró a la gujade la mano izquierda y la elevó muchosobre su cabeza. Lo haría con los ojosabiertos. Hizo bajar la guja en un arco

largo y elegante. Atravesó la piel y elhueso de su mano derecha; la cosa rota ydeforme que había sido su pulgar salióvolando hacia la oscuridad.

Quería gritar a las estrellas, pero semordió el labio hasta sangrar,retorciéndose. No hizo ruido. El pulgarvolvería a crecer de forma limpia.Todos los trols estaban bendecidos porlos loa con una cierta regeneración. Lespodían volver a crecer los dedos y losdedos de los pies, aunque partes máscomplejas como las extremidades y losórganos fuesen más allá de sushabilidades. Llevaría algo de tiempo,pero volvería a estar completo otra vez.

Empezó a ver una luz brillante alfondo de su visión y se preguntó siestaba a punto de desmayarse. Sinembargo, la luz se hizo más y más fuerte.

Vol’jin levantó la vista.Un loa brillaba cerca de él. Su luz

relucía mucho y vibraba. Más fuerte yalgo más nuevo que el antiguo ycauteloso loa que había visto antes. Leresultaba algo familiar. Sintió queconocía a ese espíritu de antes, dealguna vez.

Al sentir Vol’jin al nuevo loa,apareció en una visión. Estaba en unaisla con jungla, una muy diferente de suhogar actual.

En la visión, se veía y representabaa sí mismo al mismo tiempo. Era másviejo, más sabio, más duro y mucho másinfeliz. Lideraba un grupo de trols entrelas hojas.

La escena cambió y estaba luchandocon otro trol. Un médico brujo de ojossalvajes adornado con fetiches y uncollar con garras en una cuerda.Luchaban hasta la muerte mientras otrosluchaban a su alrededor.

El médico brujo era Zalazane.El loa habló: «¿Luchas contra los

tuyos? ¿Otro Lanza Negra? ¿Tu amigo dela infancia?».

Vol’jin no dijo nada, simplemente

observaba la pelea, que fuedesvaneciéndose poco a poco, con loscolores corriéndose y cayendo como elpigmento fresco de un ídolo bajo lalluvia.

Zalazane, no. Habían corrido,pescado y peleado toda su infanciajuntos. Habían construido fuertes debarro y la primera vez que mataron unabestia lo hicieron juntos. Zalazane sabíacosas sobre Vol’jin que nadie más sabía.Sus miedos y triunfos. La vez que habíallorado por una mascota muerta cuandoera pequeño o el día que había apaleadoa un matón más mayor hasta dejarloinconsciente. Zalazane siempre había

estado allí.Vol’jin bajó la mirada. El muñón lo

decía todo.—Mataré a cualquiera que sea una

amenaza para el futuro de los LanzaNegra —dijo—. No importa a quién. Latribu lo es todo; su futuro… lo es todo.

—Eres sabio, chico —dijo el loacon una familiaridad que Vol’jin noconseguía identificar—. No te cortah’teel pulgar para salvar la vida; lo hicih’tepara salvar el futuro. Los Lanza Negradeben ser fieros. Ser auténticos.Resistir. Nunca será fácil, pero es laúnica forma.

—¿Quién eres? —preguntó Vol’jin.

Tenía que preguntarlo.El loa ignoró su pregunta. «Te

concedo el poder de comulgar con losloa —dijo—. No siempre haremos loque nos digas, pero te eh’cucharemos.Ahora eres un cazador de las Sombras,trol». Desapareció.

Más tarde, Vol’jin y Zalazanecaminaban a través de la densa maleza.

—El futuro —dijo Vol’jin— no eh’táeh’crito. No somos fichas en un tablero.Si mato algo, morirá porque yo lodecido.

—Claro, colega —dijo Zalazane—.En mi viaje eh’piritual lo entendí todo.Vemos caminos. No son seguros, solo

posibilidades. Si un trol es débil cuandodebería ser fuerte, puede que otro trol déun paso adelante. Entonces puede que eldébil… —Apartó la vista de Vol’jin—.Ese será el malo en la hih’toria delfuerte.

—¿Pero qué pasa si vuelve a serfuerte, Zalazane?

—No lo sé, colega. Hay vudú oscuroen todo eso. Puede que ambos seangrandes líderes. Puede que amigos. Opuede que el segundo trol sea el villano.

—Zalazane, no dejaremos que esosuceda. Somos amigos, y aprendemoscosas. Tú y yo, colega, tenemos queresih’tir y ser auténticos y fieros.

—Claro —dijo Zalazane, pero conpoca esperanza—. Lo descubriremos,Vol’jin.

Vol’jin y Zalazane se movieron porla maleza, y dejaron rápidamente elPrimer Hogar atrás. Comenzaron a versignos familiares que les indicaban quela tierra de los Lanza Negra estabacerca.

Las visiones y revelaciones de losúltimos días desaparecían rápidamente.Vol’jin intentó recordar los detalles confrustración, pero con cada paso que losalejaba del Primer Hogar, los recuerdosiban reduciéndose. Puede que eso fueselo que querían los loa: una vaga

sensación de lo que se necesitaba. Soloquedaban unas pocas palabras. Resistir.Auténticos. Fieros.

Ahora Vol’jin y Zalazane erandiferentes. Avanzaban con confianza,atentos continuamente a posiblespeligros. Se habían transformado en elPrimer Hogar. Habían entrado comocachorros y salieron como predadores.Eran peligrosos, orgullosos, fuertes;eran de la tribu Lanza Negra.

Al acercarse al poblado,comenzaron a ver señales alarmantes.Hojas pisoteadas y manchas de sangre.Olor a humo en el aire.

Todos los sentidos de Vol’jin le

decían que algo había cambiado. Algofundamental del ir y venir de la vida enla isla había cambiado para siempre.

Extendió una mano y Zalazane sedetuvo al instante. Se detuvieron en elcamino a poca distancia del pobladoLanza Negra. Aún no lo veían, peroincluso los sonidos tenían mala pinta.Vol’jin oyó actividad, el ruido deequipos de trabajo cortando madera ymartillando.

Vol’jin cerró los ojos y tomó aliento,escuchando a los loa. Le susurraron,pero seguía siendo difícil entenderlos.Aprendería con el tiempo.

—Creo que han atacado nuestro

poblado —dijo a Zalazane, intentandodescifrar los mensajes de los agitadosloa.

Zalazane solo asintió con la cabeza.Ahora tenía sus propios métodos y susdiferentes perspectivas habían creado unabismo entre ellos.

Volvieron a avanzar, con las armaspreparadas, dando cada paso concuidado.

Atravesaron las hojas y vieron elpoblado Lanza Negra ante ellos. Habíanderribado las cabañas y los escombrosyacían desparramados por todas partes.

Había cadáveres distribuidos enfilas ordenadas en el extremo del

poblado. Los trols avanzaron entre losmuertos, dejándolos en posición de paz.Las hembras y los niños se arrodillabansobre algunos trols, sollozando ytirándose del pelo. Un sacerdote iba deun lado al otro con los ojos cerrados,farfullando.

Los trols, vivos o muertos, erantodos Lanza Negra.

Vol’jin y Zalazane aceleraron elpaso, en dirección al centro delpoblado. Allí las ruinas eran aún másdevastadoras. Pasaron junto a muchosLanza Negra, todos demasiado ocupadoscon sus problemas como para darsecuenta de la presencia de los dos.

Cerca de la laguna vieron grupos deLanza Negra que construían barcos.Muchos barcos. Los equiposorganizados eran extraños para la vidarelajada de la isla a la que estabaacostumbrado Vol’jin.

Su corazón comenzó a latir másrápido. Su pueblo no había sidoconquistado, pero en el poco tiempo quese había ido, había cambiado.

Vol’jin y Zalazane se detuvieron enel centro del poblado, dos figurasinmóviles en un mar de actividadbulliciosa. Unos pocos trols quepasaban con prisa les lanzaron miradasdesconfiadas y confusas. Los loa

empezaron a clamar en alto. Solo Vol’jinlos podía oír, pero sabía que algo seacercaba. Analizó los alrededores y viocomo un trol se acercaba. Vol’jin yZalazane se dieron la vuelta paraencontrarse con Gadrin, el médico brujojefe de la tribu, que se acercaba a ellos.

—Muchachos —dijo—. ¿Dóndehabéis eh’tao? Creía que eh’tábaismuertos.

—¿Qué quieres decir, maestro? —preguntó Zalazane—. Hemos eh’tao enla jungla una semana.

—¿Una semana? Vol’jin, Zalazane…habéis eh’tao fuera tres meses. Hanpasao muchas cosas. Unas criaturas

verdes raras llegaron del agua…—Orcos —dijo Vol’jin.—Sí, colega —dijo Gadrin

sorprendido. Adoptó un tonoconsiderado al continuar—. Tu padre,Vol’jin… luchó contra la Bruja del Mar,y…

—Se fue al más allá. Ahora eh’tácon Bwonsamdi, maestro Gad. Lo sé. —Vol’jin comprendió la verdad de lo quedecía al salirle las palabras de la boca.Sabía que su padre ya no estaba entrelos Lanza Negra. Al menos no como trol.

—Vamos a seguir a los orcos pormar —continuó Gadrin—. La Bruja delMar es demasiao fuerte; no podemos

quedarnos aquí. Tu padre dijo que nosfuésemos. Llevará algo de tiempo,tenemos que prepararnos.

—Lo comprendo —dijo Vol’jin, derepente repleto de confianza—. Mepongo al cargo de la evacuación.

—Te ayudaré —dijo Zalazane conuna sonrisa.

Vol’jin sonrió a su amigo. Lo másinteligente sería enviar a Zalazanedelante para preparar el camino.Zalazane era su amigo más leal y haríabien el trabajo. Sin embargo, una partede Vol’jin se mostró reacia ante la idea.No sabía por qué, pero sentía que ahoradebería tener a Zalazane cerca de él.

Se ayudarían el uno al otro. Juntospodrían lograr cualquier cosa. Seríanauténticos y fieros, y resistirían.

Fin.

TYRANDE Y

MALFURION

SEMILLAS DE FE

Valerie Watrous

Podría haber estado dormida. Lasfacciones de la elfa de la noche estabanperfectamente relajadas, excepto suboca, que estaba ligeramente torcida,como si sus sueños no fueranagradables. El cuerpo estaba intacto y

sin apenas rastro de daños, a diferenciade muchos de los otros que habían vistoen los últimos días. TyrandeSusurravientos se arrodilló junto alcadáver para verlo más de cerca. Habíaalgas ensangrentadas en el cabello de lamujer muerta, y apestaba a mar y a lentaputrefacción. Llevaba muerta variosdías. Probablemente habría sido una delas primeras víctimas del Cataclismo, yla había arrastrado la inundación.Ninguna sacerdotisa de Elune podríatraerla ya de vuelta.

―¡Tyrande!La cabeza de la suma sacerdotisa se

alzó de pronto cuando el aire le trajo la

voz de una de sus confidentes máscercanas, Merende. Buscó a lo largo delas orillas de la Aldea Rut’theran y vio aMerende que consolaba a una jovensacerdotisa que sollozaba con la caraoculta en su blanca toga. Al acercarse,Tyrande comprendió el motivo. Elcuerpo retorcido de una pequeña elfa dela noche yacía ante ellas.

―Su hermana ―articuló Merendeen silencio, señalando a la sacerdotisadesconsolada. Tyrande asintió y lesindicó que se apartaran. Cuando la zonaestaba libre, fijó la mirada en elcadáver. Supo al momento que no habíaesperanza, los miembros estaban

retorcidos en ángulos imposibles y lasheridas se habían drenado de sangre,pero los elfos de la noche no abandonana sus difuntos. Limpiarían el cuerpo,ocultarían las heridas, y arreglarían lasarticulaciones rotas antes de devolverlaa la tierra.

Tyrande se agachó y limpió el barrode la cara de la niña, susurrando dulcesoraciones a la diosa de la luna para queguiara su espíritu y aliviara el dolor desu hermana. El polvo se desprendió,revelando una piel violeta claro yondulados cabellos azul oscuro. Losojos almendrados aún estaban abiertos,fijos en el cielo cubierto de nubes. El

rostro mostraba un gran parecido conotro que ella contempló por primera vezhacía muchos miles de años. Tyrandecerró los ojos para luchar contra laslágrimas que pugnaban por salir.

Shandris… ojalá pudiera saberalgo de ti…

―¿A qué distancia has podidoviajar, Morthis? ―preguntó MalfurionTempestira, entregando al exploradoruna taza humeante de sidra. El otro elfode la noche la engulló agradecido yahogó un escalofrío. Estaba calado hastalos huesos tras volver de su patrulla,

pero el descanso podría esperar hastaque compartiera lo que habíadescubierto. Los dos druidas serefugiaron en la habitación más alta delEnclave Cenarion.

―Los vientos eran terribles. Tansolo pude llegar a la Atalaya deMaestra, pero habían recibido informessobre Astranaar y Feralas ―Elexplorador se acomodó en uno de losbancos de madera de la habitación,mirando nervioso hacia las ramas de losárboles de Darnassus que se mecían enel exterior.

―¿Astranaar sigue en pie? ―La vozde Malfurion se llenó de alivio. Llevaba

días coordinando patrullas deexploradores, pero la mitad de losdruidas no habían podido llegar siquieraal continente a pesar de sus arduosesfuerzos. Carecían de noticia alguna, ymuchos de ellos temían lo peor.

―Sí, se ha salvado, junto con Puntade Nijel, pero los asentamientos a lolargo de la costa no han tenido tantasuerte.

―¿Qué quieres decir?―No hay modo de acercarse a

Costa Oscura. Ninguno de los druidasenviados allí ha regresado ―la voz delexplorador se quebró de dolor. Algunosde sus amigos estaban entre los

desaparecidos―. Tuve que volar dandoun gran rodeo en círculo para evitarverme atrapado en el temporal.

―¿Qué sabes del BastiónPlumaluna? ―preguntó Malfurion. Justocuando terminó de hablar, la delgadasilueta de Tyrande apareció en laentrada de la habitación.

―¿De Plumaluna? ―Morthis lanzóuna fugaz mirada al archidruida, como sino estuviera seguro de si debería o nocontinuar―. Los exploradores nopudieron establecer contacto con nadiede allí. Desde la distancia, vieron maresrevueltos y… nagas ―Su voz se hundióen un susurro al darse cuenta de que

Tyrande se acercaba―. Cientos denagas. Las monstruosas y serpentinascriaturas habían lanzado ataques contrael Bastión Plumaluna en el pasado, peronunca se había oído hablar de un asaltoa gran escala.

―¿Vieron a alguien en la isla?¿Algún superviviente? ―preguntó conseriedad la suma sacerdotisa.

El explorador sacudió la cabeza.―Ninguno. ―La expresión de Tyrandeera arrolladora, y no solo intuyó supena, sino que la sintió―. Pero el cieloestaba oscuro y llovía con fuerza. Dudoque la general esté… ―Hizo una pausa,reconsiderando sus palabras―. Quiero

decir, que las centinelas del BastiónPlumaluna son tremendamentecompetentes, suma sacerdotisa.

Tyrande suspiró y le colocó la manosobre el hombro, con aire tranquilizador.―Tu coraje y tu firmeza nos han traídoestas noticias, Morthis. Te damos lasgracias por ello. Es la primerainformación que recibimos sobre elcontinente desde que golpeó la tragedia.Ahora no vamos a pedirte nada más. Porfavor, descansa.

El explorador asintió y salió de lahabitación a lentas y cansadas zancadas.

Malfurion se giró hacia su esposa.Su precioso rostro de juventud eterna

estaba aquejado por la preocupación, elmiedo, y ese rasgo de determinacióninamovible que él aprendió a reconocerdurante su largo cortejo.

―Había cinco víctimas enRut’theran ―dijo―. Y no he podidosalvar a ninguna de ellas.

―Tyrande… ―Malfurion envolviósus manos entre las suyas parareconfortarla.

―Tengo que ir a buscarla, Mal.Shandris es como una hija para mí―Hizo una pausa―. Tal vez la únicahija que tendré jamás.

Sus palabras le dolieron. Hubo untiempo en que el futuro no tenía límites

para los elfos de la noche, perosacrificar las bendiciones de Nordrassil,el Árbol del Mundo, también supuso elfin de ese sueño. Las consecuencias dela nueva mortalidad de los elfos de lanoche aún no estaban claras, peromuchos sentían un silencioso terror quedescansaba sobre sus hombros. Loshijos de las estrellas ya no eran taneternos como su nombre indicaba.

―Lo entiendo, ¿pero por qué ahora?¿Cómo sabes que el destino del bastiónno se ha decidido ya? ―preguntó, con elceño fruncido de preocupación

―Shandris ha ocupado mispensamientos desde que todo esto

empezó. No sabría decirte cómo lo sé,pero estoy segura de ello.

―Entonces, ¿has tenido una visión?―Malfurion sabía que la diosa luna,Elune, había concedido a Tyrandevisiones similares en el pasado.

―No, esta vez no. ÚltimamenteElune ha permanecido oculta. Missentimientos proceden del interior…Una madre sabe si su hijo está enpeligro ―Hizo una pausa al ver que élla observaba con escepticismo―. Notodos los lazos son de sangre, Mal.

―Pero desde que la tragediagolpeó, hemos dicho a nuestro puebloque permanezcan en Teldrassil, que no

busquen a sus familiares en el continenteporque no hallarán más que la muerte.

―Entonces, ¿crees que me espera lamuerte? ―Sus ojos brillaron como elhielo.

―No ―admitió él. No se podíanegar que la suma sacerdotisa era una delas favoritas de Elune, y también unaguerrera formidable por méritospropios―. Pero yo no dejaría Darnassusen tiempos tan funestos. Sé que antes heestado ausente con demasiadafrecuencia, me inquieta. Ojalá hubieraestado presente cuando se formóTeldrassil, cuando mi hermano seenfrentó a su final en Terrallende…

―Suspiró―. Sin embargo, no puedocambiar el pasado. Solo puedo estaraquí ahora. ―Y le hubiera gustadoañadir: «y me gustaría tenerte aquí, ami lado», pero la expresión de suesposa le hizo guardar silencio.

―Illidan tuvo un destinodesafortunado, Mal. Ninguno denosotros pudo hacer nada por él. Sulocura lo superó hasta acabar con él―Ella aún recordaba lo extraño que leresultaba, casi un extraño, cuandoSargeras le quemó los ojos miles deaños atrás―. Debemos dedicar nuestrosesfuerzos a aquellos que puedensalvarse aún… de lo contrario nos

arrepentiremos de nuestras decisionesuna y otra vez.

Se dio la vuelta y salió, su toga demarfil ondeaba a su alrededor como unatormenta en rápida formación.

La general Shandris Plumalunarecuperó el equilibrio mientras sebalanceaba sobre las vigas del tejado dela posada empapadas por la lluvia. Unadocena de centinelas estaban de pie a sualrededor, todas ellas apaleadas ymagulladas, pero sin intención alguna derendirse. Alzó su mano en una señalfamiliar.

―¡Disparad!Los arqueros dispararon sus arcos

en dirección al ejército de nagasagrupados bajo ellos. Estaban cansados,solo la mitad de las flechas abatieron asus objetivos, incluida la de Shandris,que penetró en el ojo de una sirena naga.Se revolvió con violencia durante unossegundos, y después su serpentina figuradesapareció entre las olas. Peroaparecieron varias decenas más paraocupar su lugar. En el agua, los nagas seencontraban en su elemento, y losrefuerzos llegaban más rápido de lo queShandris y sus centinelas podíanmatarlos.

―Preparaos ―ordenó Shandriscuando un muro de agua surgió del maralborotado. La ola chocó contra lafachada debilitada de la posada,empapando a la general y a su ejército.El centinela de su izquierda, Nelara,recibió un fuerte impacto y resbaló hastala mitad del tejado antes de queShandris se lanzara tras ella y la asieradel brazo. Con esfuerzo, la generalconsiguió tirar de ella y ayudarla alevantarse. Al mirar hacia abajo,descubrió que la planta inferior de laposada se estaba inundando a granvelocidad.

―Tenemos que sacar a los

supervivientes y desplazarnos a un lugarmás alto ―ordenó Shandris―. Esteedificio podría venirse abajo encualquier momento. ¡Nelara, llévalos ala torre! Todos los de mi derecha,seguidla ―Señaló a la mitad de lascentinelas―. Allí tendremos másposibilidades. ―Nelara asintió y seencaramó al borde del tejado paradespués balancearse y saltar al balcónde abajo. Los demás la siguieron, yShandris se estremeció al percibir lafatiga en sus pasos.

―Los demás: vamos a causar talconfusión que nuestros enemigos nisiquiera se percatarán de la marcha del

otro grupo. ¡Ash karath! ―gritó lageneral, alzando su arco y disparandoflechas con furia. Sabía que la suerte desu ejército pendía de un hilo. Cualquierdescuido en su concentración supondríala muerte de todos los demás.

Por suerte, los elfos se recuperaron.Llovieron flechas sobre el agua,haciendo que los nagas se esparcieran ybufaran de frustración. Los ataques delos invasores se ralentizaron y parecíaque hubieran iniciado la retirada deverdad. Momentos después, no se veíacon claridad a ninguna de ellos, eran tansolo sombras bajo las olas. Shandrislanzó una rauda mirada a la parte trasera

de la posada. La mayor parte de la islaestaba inundada, pero las centinelas ylos civiles se acercaban a buen paso a latorre. Cuando devolvió la vista al mar,sin embargo, descubrió adónde habíanido los nagas.

Sus guerreros se habían hecho conun caparazón enorme, lo bastante grandecomo para albergar a más de diez deellos a la vez, y lo estaban usando comoescudo contra las flechas mientrasavanzaban con dificultad. Shandris hizoa sus centinelas la señal de alto el fuego.―Reuníos con los demás. Yo meencargo de esto ―Los elfos de la nocheintercambiaron miradas escépticas y

empezaron a alejarse, vacilantes―. ¡Idcon Nelara, ahora! ―añadió ella.

Sin esperar confirmación, Shandrissaltó al agua desde el tejado. Los nagasse dieron la vuelta y se dirigieron haciaella a buen ritmo, con renovado vigor.No pudo evitar pensar en su largo yretorcido pasado. Los aristocráticosAltonato, liderados por la reinaAzshara, invocaron ingenuamente a laLegión Ardiente a este mundo, ypermitieron que los demonios sededicaran a arrasarlo hasta que sevieron vencidos por un ejércitocompuesto por elfos de la noche y otrasrazas. En el periodo subsiguiente, los

Altonato supervivientes fuerondesterrados a las profundidades del mar,donde se transformaron en espantosasmutaciones de sí mismos… los nagas.

En aquel entonces ella era joven,pero la propia Shandris combatió en laguerra al lado de Tyrande. Los nagasfracasaron al reclamar la gloria de susancestros, pero aun así los odiaba conuna ira que le erizaba el cabello. Noobstante, esperó, y les permitióacercarse hasta que llegó el momentoapropiado. Cerrando los ojos, empezó asusurrar una antigua oración a Elune,llenando cada palabra de fe y devoción,tal y como le había enseñado Tyrande

hace tiempo, cuando la adiestró comosacerdotisa de la diosa luna. Lasserpientes rodearon a la general elfa dela noche, y a sus oídos llegó más de unadébil risa divertida cuando terminó depronunciar las palabras sagradas.

La respuesta de Elune llegó veloz.Corrientes de energía derribaron a todoslos nagas que la circundaban, mientrasmiraban boquiabiertos sin dar crédito asus ojos. Cuando se acalló el últimoronco grito agónico, Shandrisinspeccionó los cadáveres con unalúgubre satisfacción.

―Vuestra fe siempre fue débil,escoria Altonato.

Había sido un movimientoarriesgado, pero había funcionado.Aunque Shandris nunca había sido ni lamitad de poderosa que su mentora,Tyrande, seguía recordando con cariñosu temprana época en el templo. Suadiestramiento le había dado poderesmuy superiores a los de las demáscentinelas, y eran una alternativa sólidacuando arcos, flechas y gujas nobastaban. Pero recurrir a la oraciónresultaba agotador: su utilizaciónsiempre pasaba factura.

Luchó contra las olas y nadó hacia lacosta hasta que sus pies tocaron el suelo,y después empezó a caminar con

dificultad por el agua en dirección a losciviles y a las centinelas que escapaban.Algo iba mal; no habían avanzadomucho desde la última vez que los vio.Cuando se acercó, vio a Nelara y a suscompañeros frente a un grupo muchomás grande de mirmidones. Losresidentes de Plumaluna corrían a sualrededor, aterrados y desesperados porhallar refugio, todos ellos tan familiaresy preciados para ella como su propiocorazón.

El investigador Quintis Jongujacorrió delante de los demás, en unarriesgado intento de ponerse a cubiertopasando por un hueco entre las

centinelas y un segundo grupo demirmidones que se acercaban. Shandrisrecordaba las largas conversaciones quehabía compartido con Quintis acerca deFandral Corzocelada. Ambos habíanalbergado en vano la esperanza de queTyrande reprendiera formalmente aCorzocelada por sus extrañasactividades, pero la suma sacerdotisasimplemente les recordó que el CírculoCenarion operaba fuera de sujurisdicción. Aun así, Quintis había sidolo bastante perspicaz como para verantes que los demás cómo crecía laoscuridad en Corzocelada, y aún másperspicaz para saber que estaría a salvo

del archidruida mientras permanecierabajo la protección de Shandris en elbastión.

Pero el ingenio de Quintis no losalvaría ahora. El líder de losmirmidones avistó al elfo de la nochemientras corría y alzó su arma. Shandrisgritó para avisar a Quintis, pero estelevantó la vista justo cuando el tridentedel naga se hundía en su espalda. Lamiró fijamente con impotenteincertidumbre y después cayó. Su sangreoscureció el agua y acabó pordesvanecerse lentamente en el mar.

Los cielos tormentosos ocultaban laluz del alba, pero los ciudadanos deDarnassus se retiraron a sushabitaciones a la hora acostumbrada.Puede que para algunos fuera un modode hallar consuelo, una rutina conocidaen el turbulento origen del desastre. Paraotros, era una excusa para pasar untiempo a solas, sumidos en su dolor.Para Tyrande, fue la ocasión de escapar.

La suma sacerdotisa echó un rápidovistazo a su alrededor, después seescabulló del templo, dirigiéndose a untranquilo sendero que pasaba por detrás

de las prominentes estructuras deDarnassus. No era la ruta más eficaz,pero en esta ocasión, tenía queasegurarse de que no la viera nadie.Tras girar otra esquina, alcanzó lamodesta vivienda que compartía con suesposo.

Tyrande abrió la puerta, y un rayo deluz se coló por entre los tablones delsuelo. Las habitaciones estabandesiertas. Supuso que Malfurion estaríaaún en el enclave, y empezó a prepararel equipaje para el peligroso viaje quele esperaba. No tardó apenas encambiarse la toga del templo por suarmadura de placas, parecida a la de las

centinelas. Solo se dejó puesto susencillo aro de la media luna comosímbolo de su estatus.

Tras rebuscar en un gran baúl,Tyrande sacó su arco y su carcaj, ydespués extrajo su guja lunarhermosamente labrada. La débil luz sereflejó ondulante sobre las tres hojas delarma mientras desataba su envoltura, ypercibió que todas las bendiciones quehabía recibido se conservaban tanfuertes como siempre. Si los informes deMorthis eran correctos, las necesitaríapara tener éxito, junto con todas lasventajas que pudiera conseguir.

Tyrande se giró para salir y un

objeto familiar llamó su atención. Anteella, sobre la estantería, había una granplanta en un tiesto, sus hojas con formade corazón se enroscaban alrededor delas elegantes ramas. Se la conocía comoalor’el, u «hoja del amante», y aunquefueron bastante comunes hace miles deaños, las plantas estabandesapareciendo de forma gradual a lolargo y ancho de Kalimdor.

De alguna forma Shandris se habíahecho con una, y se la había regalado aTyrande y Malfurion el día de su boda.Con una sonrisa traviesa, la hijaadoptiva de Tyrande había informadocon alegría a los invitados de que, de

acuerdo con una antigua pero totalmenteinfundada leyenda kaldorei, el alor’elsolo florecería junto a una pareja que seprofesara un amor perfecto.Naturalmente, confiaba en que Malfuriony su esposa serían los candidatosideales para demostrar la veracidad dela leyenda. Los demás invitados losvitorearon y brindaros por ellos,haciéndoles partícipes de su confianza,pero la planta por ahora aún no habíadado siquiera un capullo.

No obstante, era el tipo de regaloque solo Shandris podría hacer. YTyrande esperaba que no fuera el último.

―No dejaré que mueras hoy aquí.Lo prometo ―Shandris agarró con másfuerza la muñeca de Vestia Lanzaluna,pero la sacerdotisa lloraba más aún.

―¡Latro, se ha quedado atrás! Oh,Elune, cuida de él. Lo hemos perdido, lohemos perdido… ―Sus sollozosaumentaron, y Shandris se dio cuenta deque los pocos refugiados que quedabanmurmuraban nerviosos. Todos ellosluchaban por contener la misma oleadade emoción en la difícil tarea deabandonar la isla arrasada por la guerra.

―Tu esposo querría que siguierasadelante, Vestia. Debes hacerlo por él.Por todos los que han dado sus vidas

hoy aquí. Por favor ―Shandris miróimplorante a la reacia elfa de la noche.Podía sentir cómo la torre arbórea cedíabajo sus pies, mientras las raíces sedebilitaban; no les quedaba muchotiempo.

Se sintió aliviada cuando Vestiacontuvo sus sollozos y le permitióguiarla hacia el hipogrifo. El plumajeazul de la criatura alada parecía casinegro por la lluvia, pero sus ojos semantenían brillantes y alerta.

―Llévala al continente. Ten cuidadocon el viento ―le advirtió Shandris,sintiéndose agradecida por laconsiderable inteligencia del hipogrifo.

Ningún pájaro corriente podría volarcon un tiempo tan turbulento, pero lanoble criatura que se erguía ante ellatenía posibilidades.

Vestia y el hipogrifo desaparecieronentre las vaporosas nubes, y Nelaraascendió por la rampa corriendo.―¡General! ¡Te necesitan ahí abajo: losnagas están intentando echar abajo latorre!

―Lleva a los demás supervivientesal continente, Nelara. Hay suficienteshipogrifos para ti y la mayoría de lascentinelas. Pide ayuda a Thalanaarcuanto antes.

Nelara se giró hacia ella

sorprendida. ―Yo no me marcho deaquí. Ni siquiera tú puedes vencer atodos los nagas sin ayuda…

―Has cumplido con tu obligación,centinela ―respondió Shandris condeterminación―. Te ordeno que teretires.

―No reconsiderarás tu decisión,¿verdad? ―Nelara agachó la cabeza, y aShandris le pareció ver una lágrimafundirse con las gotas de lluvia queresbalaban por su mejilla.

―Una vez alguien me salvó la vidacuando pensaba que todo estaba perdido―dijo la general de forma pausada―.Para mí sería el mayor honor poder

hacerle ese regalo a otra persona―Inició el descenso por la rampa, haciael fragor de la batalla―. Ande’thoras-ethil, Nelara.

―¡Cuándo llegue mandaré unhipogrifo que vuelva a por ti! ―gritó―.¡Espera en lo alto de la torre!

A Shandris le resultó muy duro nodecirle a la joven centinela que el planera imposible, pero pronto oyó a Nelarallamar a los hipogrifos restantes ydecidió dejarla sola.

Con sus últimas órdenes enejecución, Shandris se lanzó a la caóticabatalla que bramaba a los pies de latorre. El estrecho edificio era un cuello

de botella natural, y hasta el momento unpuñado de centinelas se las habíaarreglado para defender la estructuracon éxito desde dentro. Levantaron unabarricada en la entrada y estabandisparando flechas a los nagas queatacaban desde el otro lado.

Shandris tomó su arco y empezó adisparar a un ritmo constante y bienentrenado. ―Sois libres de partir,centinelas. Dirigíos a la cámara másalta, allí hay hipogrifos esperándoos.

Los demás elfos de la noche estabandemasiado cansados y heridos comopara cuestionar sus órdenes. A Shandrisle dolió ver que varios de los suyos

habían caído, y sus cuerpos yacían sobreel suelo, enfriándose. Uno a uno, loselfos supervivientes salieron en fila,dejando finos rastros de sangre en sushuellas. Pero ver marchar a cada uno deellos llenaba a Shandris de fuerzasrenovadas. Ahora sus flechas estabansalvando vidas: cada naga muertosignificaba unos pocos segundos más depaz para que pudieran huir losresidentes del Bastión Plumaluna.

Pero sabía que las defensas de latorre no aguantarían mucho tiempo. Losataques de los nagas estaban abriendogrietas en la barricada, y un destello deluz iluminó el cielo cuando una sirena

lanzó un hechizo en dirección aShandris. La general pronunció unjuramento kaldorei y se protegió la cara.La barrera saltó en pedazos lanzandofragmentos de madera astillada por todala habitación. Cuando bajó los brazos, lasirena se encontraba ante ella,flanqueada por un par de imponentesmirmidones. Su fino atavío, signo de surango, brillaba en la tenue luz. Nagas ymás nagas se concentraron detrás deellos.

―Tú debes de ser la general. Yosirvo a la lady Szenastra ―recitó―. Esun gran placer.

Shandris apretó su arco con fuerza.

La comandante naga la examinó conaires de superioridad. A pesar de todaslas escamas y las espinas, sus gestoseran una imitación tan perfecta de lacondescendencia de los Altonato quehelaron la sangre de la general. ―No esnecesario seguir con esto, ¿sabes? Miseñora me ha autorizado a planteartenuestras condiciones de paz.

―¡Qué tremendamente generoso porsu parte! ¿Qué es lo que quiere,entonces?

―Consíguenos la cabeza de tuseñora, la falsa reina, Tyrande.

Shandris disparó una flecha a lasonrisa aduladora de la naga. La

criatura, en plena convulsión, intentóagarrarse la garganta, pero sus gritossolo emergieron como chorros desangre. Cayó al suelo, ahogándose.

Shandris miró con frialdad a losguardas. ―Llevadle eso a vuestraseñora.

Un segundo más tarde, seabalanzaron sobre ella. Shandris inicióuna descarga frenética de golpes con suguja, consiguió deshacerse de los dosprimeros mirmidones con facilidad,pero un tridente le alcanzó el brazo ylanzó el arma lejos de su alcance. Otrahoja se hundió profundamente en sucostado, y la dejó sin respiración

mientras se tambaleaba hacia atrás. Losnagas estaban por todas partes,golpeaban con furia, y solo le quedabauna defensa.

Shandris invocó a Elune y sacrificósus últimas fuerzas en la oración, aunquecentelleó y se apagó en su interior, comouna vela al viento.

La fe es el principio de todas lascosas. Esa fue la primera lección queaprendió y memorizó como hermana deElune. Tyrande recordó la severidad dela suma sacerdotisa Dejahna mientrasinspeccionaba a las niñas, pronta a

eliminar a todas las pupilas pocoentusiastas que solo se habían unido alas hermanas por su ausencia deaptitudes para la magia. Si tushabilidades con la magia arcana sonaceptables, pero no fuertes, tal vezpuedas llegar a ser hechicera. Si tushabilidades con la aguja y el hilo sonaceptables, pero no fuertes, tal vezpuedas llegar a ser costurera. Mas si tufe es aceptable, pero no fuerte, nuncallegarás a ser sacerdotisa.

Era extraña la claridad con la quelas palabras volvían a ella, mientrasforcejeaba por mantenerse sobre elhipogrifo. Tenían a los vientos en contra

y la lluvia le pegaba el cabello cerúleoa los hombros, pero parte de su menteaún estaba en el antiguo Templo deElune, en Suramar, donde lospenetrantes ojos de Dejahna la habíanmirado con escepticismo.

―¿Por qué has elegido este camino,Tyrande Susurravientos?

―Porque quiero proteger a losdemás ―respondió―. En especial aaquellos a los que quiero. ―La sumasacerdotisa la contempló despuésdurante largo rato, y Tyrande nunca supocon exactitud qué opinaba Dejahnasobre esa conversación, pero durantemucho tiempo sospechó que, de algún

modo, la semilla de su nominación comosucesora se había plantado en esa fraseescueta y sincera.

En muchas ocasiones se habíacuestionado la decisión de supredecesora de designarla a ella comosuma sacerdotisa. ¿Cómo habría sido suvida sin la carga del liderazgo? ¿Habríatenido que matar a las Vigilantes paraque Illidan los ayudara a luchar contra laLegión Ardiente? ¿Se habría vistoforzada a esperar miles de años paracasarse por fin con su amado? ¿Habríasufrido menos su pueblo durante laGuerra de los Ancestros si sugobernante hubiera tenido más

experiencia?Dejahna tenía razón: la fe era su

única guía. Ahora la guiaba en lainterminable tormenta para rescatar a lageneral más capaz que había conocidonunca de un peligro que se presentabaturbio pero inevitable en su mente. Yestaba sola. Sus palabras no habíanconvencido a Malfurion, a pesar delconvencimiento de ella… Sin dudaparecía que la fe era un don pococomún.

El hipogrifo graznó, y Tyrande oteópor encima de su cornamenta. Feralasestaba ante ellos, y la Isla de Sardorapenas era visible a través de una

cortina de niebla. En algún lugar, bajoellos, Shandris estaba esperando.Tyrande necesitaba creer que aún seguíaviva.

Dio un golpecito en el cuello delhipogrifo para indicarle que debíaaterrizar hacia el sur. Era más fácilcomunicarse mediante el contacto enmedio del viento torrencial, y lascriaturas siempre entendían el código.El hipogrifo se lanzó hacia adelantecomo respuesta y extendió sus alas en unintento por amortiguar la tempestad. Apesar de sus esfuerzos, el vendaval lesdio un revolcón que casi los lanzó almar revuelto que quedaba a sus pies.

Tyrande se deslizó hasta el extremoderecho de la montura, con la esperanzade que el cambio de peso ayudara alhipogrifo a recuperar el equilibrio. Porun momento permanecieron suspendidos,como una hoja en el viento, y después lacriatura se ladeó y se dirigió veloz haciala orilla.

Tyrande se aferraba a él condeterminación. ―Bueno, eso ha sidopoco sensato, pero efectivo. ―Elhipogrifo ahuecó las plumas lleno deorgullo al aterrizar en una zona de sueloseco justo a las afueras del BastiónPlumaluna―. Supongo que por esoestamos juntos en esto. No te alejes

―dijo. Desmontó y caminó con cautelahacia el asentamiento.

Morthis no había mentido.Plumaluna era un auténtico caos, susestructuras se desmoronaban y estabaninundadas. Los nagas estaban por todaspartes, saqueaban entre los escombros ypatrullaban la costa como si esperaranla llegada de refuerzos en cualquiermomento. De algún modo, con la lluviay el viento, no la vieron acercarse desdeel sur. O puede que una elfa de la nochesolitaria no fuera causa depreocupación.

Se le pasó por la cabeza queShandris podría haber escapado de la

isla antes de la invasión, pero nodescansaría hasta haber hecho unabúsqueda exhaustiva. El miedo porShandris la roía por dentro, y lerecordaba a la niña muerta en la costade Rut’theran. Tyrande siguió adelante,acercándose al edificio más cercanomientras vigilaba a las patrullas a supaso. No le asustaba la idea de uncombate, pero su misión iría más rápidosin enfrentamientos innecesarios.

Al adentrarse en el maltrechorefugio, los tablones del suelo crujíanbajo sus pies y el agua fluía de lasgrietas de la pared. Al inspeccionar elárea, Tyrande descubrió una mancha

lavanda junto a una de las librerías, ¿erala punta de una oreja? Se apresuró haciaella, con la esperanza de que no fuerademasiado tarde. La librería estabaempotrada en una esquina, e hizo faltauna patada certera para moverla, pero lasuma sacerdotisa consiguió empujarla aun lado para descubrir el cuerpo quehabía bajo ella. Se agachó y levantó alelfo de la noche del charco de lodo queinundaba la estructura.

Reconoció enseguida su larga trenza.Latronicus Lanzaluna, uno de losprimeros que lucharon contra los nagasen el Bastión Plumaluna. Ahoradescansaba en los brazos de Elune. Le

cerró los ojos y murmuró la oración delos muertos. Las palabras se habíanhecho demasiado habituales en suslabios en los últimos días.

En el resto de la estancia soloencontró el cuerpo de otra centinelaasesinada, seguramente a manos de losnagas, y decenas de suministrosabandonados que se habían echado aperder en la inundación. Al salir, ungrupo de exploradores naga doblaron laesquina y la vieron. La suma sacerdotisaextendió los brazos y pronunció unaspocas palabras, y comenzó a lanzarrayos de luz de luna sobre sus enemigosantes de que pudieran atacar. Los nagas

se desplomaron ante su ataque y ellacorrió hacia la posada, mientras buscababajo el agua algún rastro, alguna señalde batalla que pudiera llevarla hastaShandris y los demás supervivientes,pero las inundaciones habían convertidola tierra en lodo.

Una sombra sobrevoló su cabeza, yTyrande alzó la guja alarmada. Unpájaro enorme volaba en círculos sobreella. Se detuvo, mirando a la enormecriatura con incredulidad. El pájaro selanzó en picado, y ella fue reconociendoel oscuro plumaje y el brillo decididoque iluminaba los ojos del cuervo detormenta. El pájaro se posó, y en

cuestión de segundos, se transformó enla familiar forma de su amado.

―Siento haberte hecho esperar―Sonrió.

―Mal… ―Lo abrazó―. Al finalhas venido.

―Ahora lucharemos como un soloser. Nuestro amigo Broll Manto de Osoha ocupado mi lugar en la organizaciónde los druidas exploradores, y Merendese hace cargo de tus obligaciones enDarnassus.

―Gracias, amor mío. El BastiónPlumaluna necesita con urgencia nuestraayuda. No he podido encontrar ningúnsuperviviente, y es imposible encontrar

su rastro entre tanta agua.Él asintió. ―Tal vez pueda ayudarte

con eso ―El archidruida cerró los ojospara meditar y extendió los brazos anteél, con las palmas abiertas sobre latierra devastada. Ráfagas de viento searremolinaron alrededor de Malfurion,quien las fundió creando un enormeciclón. Las turbias aguas empezaron aagitarse y a retirarse, y el violentotorbellino las devolvió al mar. Soloquedó ante ellos el paisaje destruido dela Isla de Sardor, que reveló un rastro decadáveres que llegaba hasta la gigantetorre arbórea del noreste.

Pero el hechizo también había

alertado a los nagas. Llegaban por todaspartes, ansiosos por descubrir la causade la retirada de las aguas. Cuandovieron a los elfos de la noche, lasserpentinas criaturas dieron un grito dealarma, atrayendo a más de sus tropas.Se preparaban para atacar. Unahechicera naga, Lady Szenastra,apareció en el centro del crecientegrupo. A juzgar por la deferencia con laque la trataban sus súbditos, Tyrandepudo deducir que era la líder de eseejército.

―Ahora la Isla Sardor es nuestra.Has venido aquí a morir, «Majestad»―se burló Szenastra.

―No soy ninguna reina ―dijoTyrande con brusquedad―. Y prefierola muerte antes que atribuirme ese título.¿Qué has hecho con los kaldorei quehabitaban aquí?

―Ahora tu pueblo duermeeternamente. ¿No los ves? ―Szenastraseñaló divertida a los cadáveres―. Siquieres, puedes unirte a ellos ahoramismo. Mi señora lady Szallah estaríaencantada si accedieras. De lo contrario,tendré que encargarme de ti yo misma―Hizo una señal, y un grupo demirmidones se deslizaron haciaadelante. Tyrande y Malfurionintercambiaron una mirada.

―Qué rápido olvidan la derrotaestos mentecatos ―murmuró la sumasacerdotisa apretando los dientes.

―En ese caso, tendremos querefrescarles la memoria ―dijoMalfurion. Tyrande asintió con un gestoveloz. Los relámpagos surcaron el cielocuando el archidruida empezó a lanzarsu hechizo. Las nubes que cubrían la islase oscurecieron aún más, y las cabezasde los nagas se dirigieron al cieloalarmadas. Szenastra bufó una orden, yel ejército de nagas avanzó hacia lapareja de elfos de la noche.

Malfurion observaba, imperturbable,esperando a que las energías se

fusionaran. Cuando la tormenta acabó deformarse, inclinó ligeramente sus astashacia el cielo, y el firmamento desató suira sobre el ejército de nagas. Los rayoscentelleaban contra la tierra, cada unode ellos se dividía en tridentes quearrasaban docenas de desafortunadosmirmidones. Mientras las tropas sedispersaban en el caos, Tyrande empezóa perseguir a la hechicera.

Lady Szenastra ya había iniciado lahuida, pero la suma sacerdotisa liberóuna enorme columna de Fuego lunarsobre ella. La naga sufrió convulsionesdurante un momento, mientras la energíaardía a través de su cuerpo, después, se

desplomó sobre el suelo, hundiendo susbrillantes alhajas en el barro.

Tyrande se apresuró hacia la torre.La entrada estaba bloqueada por losescombros, como si la hubieran selladodesde el interior. Impasible, consiguióabrirse camino con varios golpesfuriosos de guja.

Dentro de la habitación, ShandrisPlumaluna yacía en un charco de sangreque refulgía sobre las tablas del suelo.

Un sollozo se ahogó en la gargantade Tyrande al apresurarse junto a la elfaherida. Se hincó de rodillas y comenzó arezar, apenas capaz de formular palabrasen su dolor. ―Elune, concédeme esto,

aunque sea lo único. Sálvala; porfavor… es mi hija. Ella cree que lasalvé, pero fue ella quien me salvó amí… una y otra vez. Mi vida estaríavacía sin ella ―Las lágrimas sedeslizaban por sus mejillas, brillantescomo estelas de estrellas.

Malfurion corrió junto a ella, peroestaba demasiado consternada y no sepercató de su presencia hasta que él lesostuvo la mano. Este sencillo gesto ledio fuerza y, sobre todo, le hizo sentircómo su poder se unía al de ella;fundidos para intentar curar a Shandris.

La observaron durante largo rato,casi sin respirar. Entonces, las pestañas

de Shandris aletearon y abrió los ojosadormilados. Giró la cabeza de un ladoa otro, e intentó enfocar la vista en lassiluetas agachadas ante ella, siluetasconocidas. ―¿Min’da? ¿An’da?―preguntó sollozando, con el ceñofruncido por la confusión.

Tyrande no tenía palabras. Suslágrimas cayeron al suelo, oscureciendoaún más la madera manchada. Colocó sumano sobre el hombro de Shandris yrespiró profundamente. ―Tus padresaún descansan con Elune, Shandris. Perotú no, gracias a la ayuda de Mal.

―Tyrande supo en todo momentoque estabas en peligro. No podía pensar

en otra cosa ―añadió Malfurion.Shandris los miró. ―Bueno, tal vez

no me encontrara tan alejada después detodo ―Se rió y después se estremeciópor el dolor―. P-parece… que Elune alfinal ha respondido a mis oraciones.

Tyrande alzó los ojos haciaMalfurion. ―Creo que ha respondido alas de todos nosotros.

A Shandris la despertaron las notasde un antiguo himno fúnebre.Reincorporándose con cuidado, mirópor una ventana a su lado, que daba alcentro de Darnassus. Los familiares

canales estaban iluminados por velas, ycada una de las pequeñas luces redondasflotaba sobre la superficie cristalinacomo briznas de hierba en el bosque.Malfurion y Tyrande se alzaban con airesolemne en el centro del acto, mientrasel pueblo de Darnassus y los refugiadosde Kalimdor se reunían a su alrededor.

Las caras de muchos de los elfos dela noche estaban hinchadas yenrojecidas por el llanto. Parecía quealgunos de ellos llevaran días sindormir. Shandris conocía demasiadobien su dolor. Buscando entre lamultitud, vio también a Vestia, de pie,solitaria, en el extremo exterior del

grupo. Habían perdido a tantos. Casitodos conocían a alguien que habíafallecido en las últimas semanas deconfusión.

Los féretros empezaron a avanzarsobre carros tirados por parejas desables de la noche, fatigados bajo elpeso de los cuerpos. Tyrande dio unpaso adelante para bendecir a losmuertos por última vez antes delsepelio. No se oía ningún sonidoexcepto la inquietante e inconsolablemelodía de las sacerdotisas.

Era un espectáculo doloroso, pero laherida no podría sanar sin liberar antesel dolor. Shandris sabía que su pueblo

necesitaba pasar por ello antes de poderenfrentarse a los retos que llegaríandespués. Volvió a mirar a Malfurion yTyrande, que permanecían uno junto alotro, contra la marea de dolor y pérdida.A lo lejos, sobre ellos, las nubesempezaban a desvanecerse, y una finahebra de luz de luna iluminaba susrostros. Elune conoce a los suyos,pensó Shandris. No estamos solos enesta lucha.

Se sentía ya más tranquila, selevantó y atravesó la habitación,renqueando, para tomar una dosis de lasraíces calmantes medicinales queMalfurion había dejado para ella. La

gran planta alor’el, su regalo de bodaspara la feliz pareja, había crecidomuchísimo desde la última vez que lavio, y uno de sus zarcillos colgabadesde el borde de la estantería. Con ungrito de alegría, descubrió que estabacubierto de capullos a punto de florecer.

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BAINE PEZUÑA

DE SANGRE

AL IGUAL QUE

NUESTROS

PADRES

Steven Nix

Un viejo carro desvencijadoavanzaba lentamente por el camino hacia

La Gran Puerta, donde le esperaba unapequeña patrulla preparada paraescoltarlo hasta la lejana torre dezepelín. Allí, distribuiría el agua quetransportaba por los asentamientos orcosde Durotar, que era la zona más afectadapor la reciente sequía. El joven kodoque tiraba del carro avanzaba con elpaso lánguido rutinario en los largosviajes y alcanzó la cima de la colinaantes de desaparecer de la vista.

Un exasperado goblin observabamientras el carro desaparecía. Su propiocarro tendría que haber ido tras esacaravana y, sin embargo, él seguía allíparado al lado del pozo porque la brisa

había desaparecido y había convertidoen inútil el surtidor accionado por elviento. —Date prisa con eso, ¿quieres?Tenemos que darnos prisa si queremosque una patrulla nos escolte en este viaje—. El goblin movía el pie irritadomientras dirigía su ira al joven orco queforcejeaba con la manivela.

—Cálmate, Izwix —dijo un orcoguerrero que se encontraba cercamientras se tumbaba en la hierba—.¿Qué van a hacer unos cuantos lacayosde la Alianza? Si hacen el más mínimomovimiento se llevarán un hachazo en lacabeza. —Cogió una ramita de unarbusto cercano y comenzó a limpiarse

los dientes con ella.—¡La Alianza es una amenaza,

Grotz! —contestó el goblin—. Y laverdad es que preferiría llevar escoltaen vez de tener que confiar en tuslimitadas facultades… o en las suyas —dijo, señalando al asesino oculto entrelos arbustos.

—No te preocupes por mí, Izwix —dijo Dras, mientras salía súbitamente desu escondrijo—. Le clavaré una pica dejabalíes en la espalda a cualquiera quese me acerque. Deja que los bellacos dela Alianza se nos acerquen.

Izwix suspiró. —¿Qué he hecho yopara merecer a estos dos… eh? —Los

arbustos que rodeaban el pozo seagitaron cuando asomó la cabeza. —¿Qué ha sido eso?

Todos giraron la cabeza hacia ellugar del que provenía el sonido; Grotzagarró su hacha y se puso en pie. Elsonido se detuvo. Dio un cauteloso pasohacia adelante mientras un murmullorecorría todo el arbusto, de un extremo aotro. Todas y cada una de las ramascomenzaron a agitarse de formaviolenta. Izwix se alejó receloso, endirección al kodo que permanecía atadoal carro del agua. Dras jugó con suscuchillos, nervioso mientras el crujidode las hojas aumentaba.

Docenas de bestias con aspecto dejabalíes, que empuñaban lanzas y todotipo de armas diferentes y cubiertas porarmaduras de retales, salieron alexterior y rodearon al grupo. Uno o doscayeron bajo el hacha de Grotz antes deque este se viese superado. Izwix tratóde huir. Dras se agachó en busca decobertura y se encontró de bruces con ellíder del ataque. El jabaespín se lanzóferozmente contra el orco hasta chocarcontra él con la cabeza.

El resto de los miembros de lacaravana cayeron uno tras otro y lahierba se tiñó rápidamente de rojo en lasinmediaciones del pozo. Izwix había

conseguido desatar al kodo, saltar sobresu lomo y espolearlo para que se pusieraen marcha antes de que una lanzasurcase los aires y lo derribase de sumontura. El kodo siguió avanzandomientras los jabaespines saqueaban elcarro y desaparecían por donde habíanvenido, de vuelta al BarrancoCortazarza.

Algún tiempo antes de este ataque,Baine Pezuña de Sangre, Gran jefe delas tribus tauren, se encontraba en sucabaña en Cima del Trueno con GarroshGrito Infernal y el archidruida Hamuul

Tótem de Runa. No se trataba de unencuentro casual: Baine había decididono vengarse de Garrosh por la muerte deCairne Pezuña de Sangre por el bien delliderazgo de una Horda unida. Bainesabía que la Horda necesitaba un líderfuerte a la cabeza si pretendíasobrevivir; y Garrosh era capaz deinspirar a su pueblo. Pero la reunión noiba bien. Garrosh, que en un principio sehabía mostrado cauteloso por el papelque había desempeñado en la muerte delpadre de Baine, se dejaba llevar denuevo de sus bravuconerías yfanfarronadas, y había llegado aMulgore con una cantidad absurda de

exigencias.Las palabras vehementes se

elevaban y llenaban el ambiente.Hamuul, que normalmente se mostrabareservado y silencioso, comenzaba alevantar también el tono de voz enrespuesta al testarudo y descarado jovenorco que tenía ante sí. La manera en laque Garrosh dirigía a la Horda dejabamucho que desear a los ojos del tauren,y Hamuul todavía no podía creer queCairne Pezuña de Sangre, el más grandede los líderes tauren, hubiera perecido amanos de ese cachorro. Como consejerode Baine, Hamuul había abierto lasnegociaciones para transportar los

suministros de agua hasta Orgrimmar.Hasta el momento, las negociaciones nohabían ido muy bien.

Baine observaba con aire estoicomientras agarraba con una mano sumaza, hasta que alzó educadamente laotra mano para intervenir. Pasado unmomento, los otros dos callaron yescucharon a Baine.

—Garrosh, dices que necesitas agua,pero ¿qué hay del Río Furia del Sur y desu cuenca? ¿Acaso no puedes obtener deahí toda el agua que necesitas?

A Garrosh se le escapó un gestoburlón. —En condiciones normales, sí,pero está contaminada. Podemos usarla

para regar los cultivos, pero nopodemos beberla. Esto nos causaproblemas en la ciudad y allí donde losorcos establezcan sus hogares por estastierras.

Con la mirada fija en los ojos deGarrosh, Hamuul añadió sinpreámbulos: —¿Y qué es exactamente loque la está contaminando?

Garrosh rechinó los dientes. —Losproyectos de los goblins en Azsharaparecen tener… efectos colaterales. Estacontaminación provocada por susexcavaciones parece haber penetrado enla tierra y se desplaza ahora por el ríohacia el sur, donde nosotros sufrimos las

consecuencias.Baine cruzó la mirada con Hamuul

un instante. —¿Por qué no ordenamos alos goblins que paren? Para darletiempo a la tierra a que se sane y quecontinúen más adelante. Con un poco deplanificación y previsión, los goblinspodrán realizar sus proyectos hastacierto punto y de esa forma nodañaremos la tierra innecesariamente.

Garrosh golpeó con los nudillos enla mesa. —¡Tonterías! Sus proyectos sonvitales para nuestros esfuerzos bélicos.No pondré en peligro la seguridad de laHorda. En Mulgore todavía hay muchaagua, y será esa agua la que

suministraremos a Orgrimmar y a losasentamientos de los alrededores.

Hamuul añadió en tono calmado: —Yo estoy de acuerdo con Baine, y túsabes que tiene razón. Los goblins debenparar o trasladar sus edificios a otrolugar para permitir que la tierra sane yel río se recupere.

—¿Y qué hace vuestras opinionesmás válidas que las miles que oigo cadadía? —Garrosh entornó ligeramente losojos—. Además, no lo estoy pidiendo.Es una orden.

La discusión volvió a animarse.Hamuul y Garrosh siguieron gritandohasta que Baine acabó por exasperarse y

gritó: —¡Ya basta! ¡Esta discusión nonos lleva a ningún lado!

Ambos se callaron, sorprendidosante tal arranque y observaron fijamentea Baine, que añadió en un tono máscalmado: —Garrosh, conseguirás tuagua. Pero quiero un representanteoficial tauren que actúe como consejeroen los próximos proyectos de losgoblins.

Garrosh fijó una mirada fría enBaine. —Por supuesto que conseguirémi agua. Mi deber para con la Horda esmantener a todo el mundo sano y salvo.No pienso tolerar que se cuestionen nimi liderazgo ni mis intenciones—. Y tras

eso salió furioso de la tienda dandovoces por encima del hombro. —¡Mandaré pronto a mi enviado paraestablecer un calendario de los envíos!

Hamuul observó cómo se alejaba ydijo: —Si por una vez fuese capaz deescuchar alguna opinión que no fuese lasuya…

Baine esbozó una sonrisa triste ycolocó su enorme mano en el hombro deHamuul. —Dale tiempo, Hamuul. Paraindividuos como Garrosh, el tiempo esefímero. Entrará en razón o se destruiráa sí mismo. Esos son los únicos destinosque le aguardan. En cualquiera de loscasos, la paciencia es nuestro mejor

aliada.Hamuul sacudió la cabeza como

para despejarla. —Nosotros yaexistíamos antes de la llegada de losorcos, seguro que lo recuerdas. Tal veztu padre estuviera en deuda con Thrallpor todo lo que hizo por nuestra gente,pero esta es una nueva Horda. He oídolo que susurran algunos tauren. Muchosse preguntan si en realidad debemosseguir formando parte de esta Horda—.Dio un bufido. —La Horda ha hechomucho y le debemos mucho, pero tienesque admitir que estas dudas tienentambién su sentido.

Baine cogió un mapa de un estante y

comenzó a buscar todos los pozosconocidos de Mulgore. —Tal y comodices, es posible que mi padre estuvieraen deuda con Thrall, pero él creía en laHorda que ayudó a crear. A pesar de quemi padre ya no esté con nosotros y delos cambios a los que nos enfrentamos,yo todavía creo en la Horda.

Al cabo de poco tiempo, el trasiegode caravanas que transportaban aguadesde los diversos pozos de Mulgorehasta Orgrimmar se había convertido enla norma habitual. Desde allí, el agua sedistribuía para que todos los ciudadanos

de Durotar volvieran a disfrutar de aguafresca en sus hogares. De vez en cuandose recibía algún informe sobre intentosde asaltos por parte de bandidos, peroen general, el transporte de agua nocausaba problemas.

El primer ataque sufrido en Mulgoresupuso una gran sorpresa para Baine. Nosolo había tenido lugar en su territorio,sino que había sido una brutal matanza.La investigación del incidente no habíadesvelado ninguna pista sobre losatacantes o sus motivos. Los cadáveresmantenían sus pertenencias y el carro dela caravana había sido destrozado, apesar de que en su interior no había nada

de interés. El carro solo transportaba uncontenedor de agua, después de todo.Las manchas de sangre de la hierbaindicaban que se habían llevado arastras varios cadáveres, pero el restode los miembros de la caravana sí selocalizaron.

Baine estaba desconcertado. En unprincipio temió que se tratase de unataque en represalia de los exiliadosTótem Siniestro, pero sus exploradorescaminamillas no consiguieron encontrarnada que demostrase que estabaninvolucrados. Un día, se encontrabaestudiando detenidamente uno de esosinformes cuando un mensajero orco se

acercó y se aclaró la garganta. Bainelevantó la vista e hizo un gesto paraindicar al orco que entrase. —¿A quédebo esta visita?

—Mensaje del Jefe de Guerra. —Elmensajero desenrolló la carta y comenzóa leerla—. A la atención del Gran jefede los tauren Baine Pezuña de Sangre, elJefe de Guerra de la Horda GarroshGrito Infernal le envía lo siguiente: Eltransporte de agua se mantiene tal ycomo estaba programado y eso meagrada. Sin embargo, debes tener encuenta que el agua de las últimasentregas estaba contaminada con algúnagente desconocido. Espero que esto se

solucione rápidamente.Baine pensó un instante, con el ceño

fruncido por la preocupación. —Esasentregas provenían del Pozo PezuñaInvernal. Dile a Garrosh que loinvestigaré personalmente. Dicho esto,el mensajero se marchó al momento y,tras dejar a uno de sus valientes a cargode Cima del Trueno, Baine se preparópara el viaje hacia el sur de Mulgore.

Baine observó con aire solemne loscadáveres esparcidos alrededor delpozo. Era una masacre. Tres caravanasestaban destrozadas y sin posibilidad de

arreglo, y habían robado todo lo que noestaba clavado, incluidos loscontenedores de agua que transportaban.Los kodos de los carros habíandesaparecido y los cadáveres de ochoguardias de las caravanas yacían encírculo alrededor de los seistrabajadores que habían tratado dedefender. Esta vez los guardias estabanmás preparados, por lo que había almenos una docena de cadáveres dejabaespines desperdigados por la zona.

—Son jabaespines, pero están mejorarmados. ¿Has visto la armadura de esede ahí? Son retazos de varios diseños dela Horda. Nunca había visto jabaespines

tan organizados como estos. —Baine sequedó pensativo—. Uno de losobstáculos para la paz en Mulgore hasido siempre la tozuda amenaza de losjabaespines. Mi padre nunca consiguióentablar conversaciones con ellos. Perosi han cambiado de líderes, tal vezpodamos negociar con ellos en estaocasión.

—Informa al Campamento Narachede que deben intentar ponerse encontacto con los jabaespines delBarranco Cortazarza. No podemosresponder a una matanza con otra, y nopermitiré que la escalada de violenciaconduzca a una guerra en mi propio

territorio.—Me quedaré en mi antiguo

alojamiento en el Poblado Pezuña deSangre durante unos días. Infórmame delas novedades en cuanto puedas. —Acontinuación Baine se giró hacia sumensajero—. Informa a Garrosh de quehemos descubierto al culpable y de quenos ocuparemos de la situación.

Garrosh contestó unas horasdespués, exactamente como Baine habíaesperado. El Jefe de Guerra insistía enque las tropas debían ponerse en marchapara recuperar las tierras y expulsar alos atacantes. Terminaba su mensaje conla frase: Y si tú eres incapaz de

solucionar esto, no te quepa duda deque yo lo haré.

Baine resopló. —Esto no puede ser.Esperaba que fuese capaz decomprender la necesidad de evitar otroenfrentamiento. Que así sea. Dile aGarrosh que agradecemos su apoyo,pero que no hay ninguna necesidad deemprender una operación militar en estemomento, ya que deseamos ver cómoresultan las negociaciones. Ruego a laMadre Tierra para que sean fructíferas.

Al día siguiente el caminamillas seacercó a Baine en su antiguo

alojamiento. —Tengo noticias sobre lasituación con los jabaespines, Gran jefe.

Baine le miró con aire esperanzado.—¿Buenas noticias, tal vez?

—Hemos tratado de ponernos encontacto con ellos de todas las formasposibles, pero atacan a nuestrosenviados en cuanto los avistan. Trascada intento, vuelven cubiertos desangre ajena. —El explorador observóla decepción en la mirada de Baine. Yañadió rápidamente—: Pero las bajashan sido mínimas. Solo luchaban cuandoera necesario durante la retirada.

Baine suspiró. —Muy bien.Suspended los intentos de negociación

por el momento. Tengo que encontrar elorigen de sus ataques si queremossolucionar este asunto sin un innecesarioderramamiento de sangre.

Uno de los consejeros de Bainehabló. —Con el debido respeto, Granjefe, estoy seguro de que un pequeñogrupo de efectivos podría infiltrarse sinser visto y asesinar a su líder. Siconseguimos desorganizarlos, será másfácil acabar con ellos.

—De ninguna manera. Sé que dealguna manera podemos conseguir lapaz. No caeremos en la tentación de laacción militar. Ese es el estilo deGarrosh, no el mío.

Y centró su atención de nuevo en elcaminamillas que esperabapacientemente. —Ve a entregarles mimensaje y añade que nadie debe entraren el territorio de los jabaespines sin mipermiso expreso. Encontraré unarespuesta a esta nueva amenaza—. Elexplorador salió al momento y Bainecomenzó a prepararse para el viaje deregreso al hogar paterno.

Baine se giró para mirar a susconsejeros una vez más antes de salir dela tienda. —El mundo está devastado; laAlianza nos acosa en nuestras fronteras,y la Horda trata de devorarse a sí mismadesde el interior. Quiero probar otra

solución que no sea el derramamiento desangre.

El mismo consejero volvió aintervenir. —Me gustaría estar deacuerdo, pero esos jabaespines no sonmás que bestias beligerantes que llevanaños persiguiendo a nuestro pueblo. Lapaz con ellos no duraría mucho.

Baine asintió brevemente. —Tal vez.Es posible que la paz fuera efímera,pero ¿acaso necesitamos otro conflictoen nuestro territorio ahora mismo? —Ydicho esto partió hacia Cima del Trueno.

Una noche, poco tiempo después del

último ataque, varios tauren delCampamento Narache se reunieronalrededor del fuego. Los ataques de losjabaespines habían aumentado, y parecíaque cada vez drenaban más las reservasde agua de sus tierras para enviarla aotros.

El más anciano intervino en primerlugar. —No deberíamos utilizar asínuestras tierras. Hasta el momento,Baine se ha sometido a todas y cada unade las demandas del fanfarrón deGarrosh, por mezquinas que estasfueran. ¿Cuánto tiempo más podemospermanecer aquí sentados observandocómo entrega todo lo que somos a los

orcos?Un tauren algo más joven añadió: —

No podemos ser los únicos queopinemos de esta forma. ¿Alguno denosotros ha hablado con las otras tribus?

El primer interviniente suspiró. —Yo lo he hecho, y ya sabéis lo testarudosque pueden llegar a ser los Iracerada ylos Pezuña Pétrea. No son totalmenteconscientes de cómo las decisiones queha tomado Baine desde la muerte de supadre han afectado a Mulgore.

—Es posible que Baine no sea supadre, pero estoy seguro que haga lo quehaga será por nuestro bien. El bienestarde su pueblo es lo único que realmente

le preocupa.—Puede ser, pero eso no cambia el

hecho de que vivir aquí resulte cada vezmás peligroso. Nosotros los Sendaeternano somos una tribu que estéacostumbrada a permanecerestacionarios, ¿por qué no nostrasladamos? Recordad otros tiempos,cuando nos trasladábamos en busca decaza. Ahora tenemos un territorio al quepodemos considerar nuestro hogar, peroa costa de nuestra libertad. —Suspiró ehizo un gesto a sus camaradas—. ¿Osacordáis de cuando observábamos unaporción de cielo diferente cada mes?¿Por qué tenemos que encadenarnos a un

solo territorio cuando siempre hemossido libres?

—¿Y adónde iríamos exactamente?El tauren más anciano se encogió de

hombros y atizó el fuego. —Nunca dijeque se tratase de un plan perfecto…

Baine había encargado a suscaminamillas que mantuvieran vigiladoslos movimientos de los jabaespines ysus últimos ataques rabiosos y violentos.Los jabaespines siempre habían sidocriaturas beligerantes, pero ahora suhostilidad iba en aumento. A pesar de suextensa red de exploradores, los ataques

seguían sucediendo y no encontrabanrespuestas. Hacía tiempo que no hablabacon Hamuul y confiaba en que el viejoarchidruida hubiese encontrado algunasrespuestas.

Baine consiguió encontrar a Hamuulen la base de Cima del Trueno, mientrasel druida estudiaba la flora y la fauna.No quería molestar a su consejero, asíque Baine dijo con voz suave: —Necesitaría de tu consejo, Hamuul.

Hamuul se levantó esbozando unasonrisa. —Por supuesto, joven Baine. Teofreceré toda la ayuda que pueda, ya losabes.

—Como ya sabes, hablé hace poco

con los exploradores sobre los últimosataques de los jabaespines. Seguíanperplejos y no tenían ninguna respuesta.Sé que últimamente has estado encomunión con la Madre Tierra más amenudo de lo habitual. ¿Has descubiertoalgo que pueda aclarar en alguna medidaeste misterio?

Hamuul agarró un manojo de hierba,lo olió y luego dejó que se lo llevara elviento. Observó cómo caía y sacudió lacabeza. —Por desgracia, aún no. Entraren comunión con la tierra lleva sutiempo, Baine, especialmente con laconfusión en la que está sumida.Continuaré con mi meditación. Y

consultar a un par de chamanes tampoconos hará daño…

Baine sacudió su apesadumbradacabeza mientras observaba a Hamuulalejarse murmullando. Habían pasadodemasiadas cosas desde la ausencia desu padre. No estaba seguro de cómoresolvería esto, pero estaba decidido aencontrar la manera. Habían sufridodemasiados conflictos en los últimosaños y una solución pacífica sería comouna brisa de aire fresco.

En el camino de vuelta a loselevadores, Baine se encontró con un

grupo de tauren cargados con paquetes ysuministros. —¡Caminamillas! ¿Ospreparáis para salir de viaje?

Todos inclinaron la cabeza alunísono, y el líder del grupo dijo: —Losentimos mucho, Gran jefe, pero nopodemos permanecer en Mulgore.

Baine cerró los ojos un instante. Alabrirlos de nuevo, todo el buen humorque pudiese haber tenido, habíadesaparecido. —Te animaría a que tequedases, Pezuñagris. Te mentiría si tedijera que estos no son tiemposdifíciles, pero precisamente por esoahora, más que nunca, debemospermanecer unidos.

El anciano tauren asintió con lacabeza. —Tus palabras son ciertas, peroaquí no podemos hacer gran cosa.¿Recuerdas nuestras viejas costumbres?Todavía existen tierras que no hansufrido la contaminación de la guerra.Podemos llevar una vida pacífica ylibre, si volvemos a ser nómadas.

—Pero las viejas costumbres ya nosirven como antes. Los nómadaspertenecen a un mundo mucho másamplio, no a un mundo reducido por laguerra y la conquista. Al convertirnos ensedentarios, tenemos un hogar, y paraproteger ese hogar como es debido,tenemos que permanecer unidos como

pueblo.Pezuñagris se movió incómodo. —

Por desgracia, Mulgore, al igual quetantas otras tierras, se ha convertido enuna extensión de la voluntad de Garrosh.Solo queremos trasladarnos a unterritorio que no esté sometido a suarrogancia. Te agradecemos que te hayashecho cargo del liderazgo tras la muertede tu padre, pero estos cambios sondemasiado para nosotros.

Baine apretó la mandíbula y afirmórotundo: —Garrosh es el líder de laHorda y, arrogante o no, hemos juradolealtad a esa misma Horda. Esto va másallá de los líderes, se trata de un

concepto duradero y unificador al queThrall y mi padre ayudaron a dar forma.Si le damos una oportunidad, la Hordasuperará estos problemas y se salvarátanto de las amenazas externas como delas disputas internas. Te doy mi palabra.

—Si tú lo dices, Gran jefe. —Baineasintió con un ademán rápido y sedirigió al elevador para volver a Cimadel Trueno. Pezuñagris Sendaeterna sedirigió a su grupo diciendo—: Volvamosal Campamento Narache ypreparémonos para el viaje. Lospreparativos nos llevarán algo detiempo antes de que podamos partir.

Varios días después, Hamuul volviócon Baine seguido por un enorme eimponente orco. El orco hizo unaprofunda reverencia y dijo: —Soy Swartde Cerrotajo, Gran jefe. Es un honorpara mí conocerte al fin.

Baine inclinó la cabeza en respuestay dijo: —El honor es mío. Hamuul meha hablado de ti, y cualquier amigo suyoes más que bienvenido en Cima delTrueno. ¿A qué debo esta visita?

Hamuul dijo: —Traemos buenasnuevas. Nos pediste que resolviésemosde forma pacífica el conflicto con losjabaespines. No ha sido fácil, perocreemos haber encontrado una solución.

Baine sonrió. —Ah, maravillosasnoticias, sin duda. Mi padre siempreestuvo demasiado ocupado en otrosasuntos como para dedicarles demasiadaatención, aunque sospechaba que sepodría razonar con ellos. Continúa, porfavor.

Hamuul continuó: —Llevamos yabastante tiempo entregados a unaprofunda meditación y creemos haberdescubierto por fin el origen de estosdisturbios. ¿Swart?

Swart se aclaró la garganta. —Losjabaespines tienen individuosespecializados denominados buscaquaque, por lo visto debido a la agitación

reciente de la tierra, han perdido sucapacidad para encontrar agua.Desesperados por encontrar agua fresca,se aventuran cada vez más y con másagresividad, y por la noche se retiran asus zarzas. Creemos que la solución essencilla: encontrarles una fuente de agualocal, de algún modo—. Miró a Hamuul.

Hamuul sonrió. —Y ahí es dondeentro yo…

Baine y Hamuul esperaron en laantecámara de Garrosh mientrasagitaban las colas indignados. Garroshno se apresuraba por nadie, se tratase de

un líder o no. Cuando llegó por fin,Baine, contrariamente a lo dictado porel protocolo, fue directo al grano. —Jefede Guerra, tenemos información quepuede resultar crucial para el futuro denuestros envíos de agua. Creímosnecesario discutir este asunto contigo.

—Los ataques se han vuelto cadavez más osados en las últimas semanas,pero creemos haber encontrado la fuentedel problema, así como el origen de losenvíos de agua contaminada querecibiste. Los jabaespines son unaamenaza que ha castigado a nuestropueblo durante años, pero nunca habíanquerido más que territorio para

expandirse, algo que podían hacerperfectamente de forma subterránea. Porlo visto, con la reciente agitación de latierra, también ellos necesitan agua.

Un joven mensajero tauren irrumpiócorriendo en la cámara e interrumpió aBaine. —¡Gran jefe! Te pido disculpas,pero me han enviado para informarte deque hemos descubierto un nuevo ataque.¡Han asesinado al personal y han robadoel agua y el equipo!

Baine asintió con la cabeza. —Gracias por informarme. Vuelve a Cimadel Trueno e informa a Ruk Embestidade Guerra de que volveré pronto paraocuparme de la situación.

Al marcharse el mensajero, Garroshcomenzó a pasearse de un lado a otro dela sala. —Este es el tercer ataque enesta semana. Sabemos quiénes son losresponsables y sin embargo, no hansufrido castigo alguno, y encima estosjabaespines se ríen de ti atacando envuestras fronteras. Empiezo a perder laconfianza.

Baine alzó la mano. —Garrosh, loque no acabas de comprender es queeste es un asunto que afecta al territoriotauren y, como tal, nuestro pueblo seencargará de solucionarlo. Yo meencargaré de ello. En este mismomomento estamos buscando la guía de la

Madre Tierra.Garrosh levantó las manos y gritó:

—¡La Madre Tierra! ¡La Madre Tierra!No hago más que escuchar esa letanía.¿Pero qué es eso de la Madre Tierra?

—Es la creadora de nuestro puebloy la voz de la sabiduría de la tierra queguía nuestros pasos…

—Pero utilizáis a la Madre Tierracomo excusa —interrumpió Garrosh—.¡Os quedáis quietos y habláis, peronunca actuáis! Estos jabaespines quierenhacer una demostración de fuerza y laHorda hará su propia demostración defuerza también…

Baine tomó aire y continuó en tono

calmado. —Garrosh, te pidoamablemente que respetes nuestrascostumbres y nuestros métodos.Solucionaremos este problemarápidamente y sin derramamiento desangre innecesario. Esto es mucho máscomplicado de lo que parece a simplevista. Estos ataques surgen de ladesesperación, y solucionar susproblemas servirá para solucionartambién los nuestros.

Baine terminó de hablar mientrasGarrosh le fulminaba con la mirada. —Puedo comprender tu deseo de hacerlosretroceder por la fuerza, pero losjabaespines son más astutos de lo que

imaginas. Un ataque directo tendríaconsecuencias, y mi pueblo sufriría porsu causa.

—En el momento en que atacaronnuestros suministros de agua, seconvirtieron en un problema de laHorda. Sufrimos como un único ser, yvuestros retrasos nos pasan factura todoslos días. No me quedaré paradoobservando cómo conviertes en unchiste la fuerza y la determinación de laHorda. Pondremos fin a esta agresión, yrápido. —Dicho esto, Garrosh salió dela sala y desapareció.

Hamuul observó a Garrosh mientrassalía y resopló. —Ni siquiera escucha.

Típico. ¿Y qué es lo que cree que puedehacer al respecto?

Baine blandió Rompemiedos, y lamaza de cabeza de plata ribeteada debandas doradas y runas lanzó brillantesdestellos. Inclinó la cabeza brevementey se dirigió al zepelín que le esperaba.—Temo que Garrosh esté subestimandoenormemente a nuestros enemigos.Cuando volvamos a Cima del Trueno,prepara a los caminasol. Tal vez todavíanecesite nuestra ayuda, la quiera o no.

Esa noche, mientras Cima delTrueno descansaba, Baine se paseaba

inquieto en su cabaña. Su insistencia enconseguir una solución pacífica habíaprovocado más ataques a caravanas,incluido un ataque a gran escala en suterritorio que podría poner en peligro lavida del Jefe de Guerra. Al entrarHamuul en la sala, Baine salió de suensoñación y levantó la vista para decircon tono apesadumbrado: —Tengo misdudas, Hamuul, de que este sea elcamino adecuado. Tal vez losSendaeterna tengan razón después detodo. La Horda era diferente cuando mipadre era el Gran jefe—. Hizo unapausa. —No es la primera vez que mepregunto si seré capaz de liderar a

nuestro pueblo. Pero en esta ocasión, mepregunto si debo hacerlo.

Hamuul respondió con ciertaemoción en la voz. —No es momentopara dudar de uno mismo, joven Baine.Estás haciendo un trabajo tan buenocomo el de tu padre. No me cabe dudade que aprobaría la sabiduría con la quehas guiado tus pasos y el empeño quepones para que esto se solucione de laforma correcta—. Hizo un gesto con lamano. —Dejemos que aquellos que noson capaces de verlo se vayan yencuentren su propio camino.

Baine sonrió ligeramente. —Recuerdo que no hace tanto tiempo

compartías con ellos esa opinión.Hamuul se tensó visiblemente. —

Hablé de forma precipitada y dejándomellevar por la frustración. No tengoinconveniente en admitir que meequivoqué. Saldremos de esto ycomprobarás que eres un buen líder, apesar de que todavía no lo creas.

En ese mismo momento, Garroshestaba preparando a los Kor’kron parala invasión del Barranco Cortazarza.Quince de ellos estaban ante él enposición de firmes, con los ojos fijos ybrillantes a causa de la maliciosa

excitación de la batalla que seavecinaba.

—Estos tauren son capaces dehablar hasta el final de los días, ¡¿peroacaso actúan cuando su propio territoriosufre la amenaza de una invasión?! —maldijo Garrosh—. Tenemos quedemostrarles de lo que son capaces losverdaderos guerreros. Nuestro objetivoson los cubiles de los jabaespines el surde Mulgore. El ataque comenzará pocodespués del alba. Preparaos.

Sus guerreros saludaron y corrierona prepararse. Garrosh tomó asiento denuevo y se colocó a Aullavísceras sobreel regazo. Los llevaría a la victoria y el

hacha de su padre danzaría en la gloriade la batalla una vez más. Garroshmostró los dientes con una dura sonrisa.

Los Kor’kron eran la élite; eranletales y además contaban con elelemento de la sorpresa. Los oscuroszepelines se deslizaron en silencio porel aire en las tempranas horas previas alamanecer, y se detuvieron cerca de losterritorios ocupados por losjabaespines. Liderados por Garrosh, losguerreros descendieron por sogas paraaterrizar casi en las cabezas de laspatrullas de jabaespines. Las espadas

relucieron en una ráfaga de ataques ydiez jabaespines permanecieroninmóviles en el suelo. Solo un ligerochillido escapó de uno de ellos, y losguardias que se encontraban junto a laentrada de la madriguera avanzaron parainvestigar. Ellos también cayeronrápidamente ante la avalancha de hachasy espadas que se desató frente alasombrado grupo. Cuando los zepelinesse retiraron a una distancia segura, losKor’kron avanzaron por los túneles,eliminando rápida y eficazmente toda laresistencia que iban encontrando.

La batalla fue corta pero intensa, ylos jabaespines defendieron su territorio

con una ferocidad que sorprendióincluso a Garrosh. Acostumbrados aluchar en túneles estrechos, emplearonincluso los colmillos si era necesario;luchaban con un entusiasmo ciego. Notemían morir defendiendo su hogar.Garrosh sonrió mientras los jabaespinescon los que se topaba caían uno trasotro. Hoy les enseñaría lo que era elmiedo.

Unos minutos después, el grupoalcanzó la cámara principal. Garrosh loslideraba triunfal con Aullavísceras enalto, preparada para golpear. Asintiócon orgullo. El suelo estaba cubierto decadáveres, y no se oía nada más que la

esforzada respiración de los guerreros.Investigaron la zona en busca de algunaseñal, tratando de decidir cuál de lamultitud de túneles debían seguir. Trasunos minutos, se oyó el sonido de unaescaramuza detrás de ellos, y sevolvieron lentamente, esperandoencontrarse a unos pocos rezagados.

En lugar de unos cuantos rezagados,descubrieron que los túneles de laretaguardia estaban plagados de bestias.Los recién llegados se detuvieron uninstante para observar las docenas decadáveres de sus hermanos que cubríanel suelo. Garrosh les gritó: —Hoypagaréis. ¡Hoy conoceréis la ira de la

Horda!A la señal de Garrosh, los Kor’kron

lanzaron una lluvia de hachas contra lamultitud, y una decena de chillidosretumbaron por toda la caverna. Pero losjabaespines no hicieron ningún amagode atacar. Otra oleada de hachas cayósobre ellos, pero las bestiaspermanecían inmóviles. —¡¿Quésignifica esto?!— gritó Garrosh. —¿Osrendís tan fácilmente? ¡No tendrécompasión, os haré pedazos aquí mismo!

Como si fueran un solo ser, lamultitud que tenía ante él alzó sus armasy chilló de forma atronadora. La cavernaen la retaguardia de los Kor’kron

retumbó, y al girarse, los orcosdescubrieron una marea de cientos debestias que avanzaba con rapidezprovenientes de túneles que surgían delsuelo y de agujeros en el techo.

—¡Moveos al flanco izquierdo!Hacia delante, ¡vamos! —gritó Garrosh—. ¡No permitáis que nos corten elcamino a la superficie! —Los guerrerosse lanzaron contra los jabaespines,dejando la salida a sus espaldas.Aullavísceras danzaba en el aire comouna imagen borrosa y descendía a todavelocidad sobre los líderes del ataque.Cayeron con un sonido sordo, y másbestias sustituyeron a sus hermanos

muertos.Resonó una orden: —¡Avanzad! —Y

los guerreros avanzaron con más fuerzahacia los ensordecedores chillidos ygruñidos de los jabaespines querespondían al avance sin dudarlo.Destellos de color iluminaban losrostros crispados de los Kor’kronmientras los chamanes jabaespineslanzaban hechizos a sus filas. Cada vezque alcanzaban un objetivo, se oía unaexplosión de rugidos que retumbaba entoda la caverna. Garrosh comprobó condesazón que cada uno de los destellossignificaba que sus filas perdían unguerrero. A medida que resultaban

abatidos, los guerreros dejaban caer lasantorchas, que se apagaban con rapidez.Garrosh gruñó y luchó con renovadovigor y aún más rabia. Era un GritoInfernal, y un Grito Infernal no se dejabavencer por bestias patéticas. Sacaría alos suyos de esta.

Blandió a Aullavísceras de un lado aotro cada vez más rápido, y el aire sepreñó del sobrenatural silbido delmovimiento del hacha. El aullidoretumbó por los túneles y recibió comorespuesta los chillidos de más bestias.Los jabaespines caían por doquier,desmembrados al paso del hacha deGarrosh, pero su número no disminuía.

Ni transigían ni se retiraban; y Garroshse vio forzado a avanzar cada vez máshacia el interior de la cueva, hasta queya no pudo ver la luz de la superficie.Estaba solo, prácticamente a oscuras yrodeado de una corriente interminablede jabaespines que chillaban de formahorrenda. Comenzaron a arrancarle laarmadura, arañaban y mordían la carneque quedaba expuesta, y le forzaban aadentrarse aún más en las profundidadesdel túnel.

No le quedaba otra opción que la deretroceder en la dirección en la que leobligaban a hacerlo, siempre haciaabajo. Podía sentir sus cálidos alientos y

sus alaridos de emoción. Se giró y buscóa tientas un camino para salir a lasuperficie pero lo único que encontrófue un pequeño túnel lateral sin salida.Finalmente, cuando su espalda tocó lapared del túnel, Aullavísceras se quedóencajada en una grieta de la roca y nopudo liberarla.

Con un rugido ronco, Garrosh selanzó contra la marea erizada deespadas. Forcejeó con uno de losatacantes hasta quitarle la lanza, queacto seguido ensartó en la cabeza deotro. Al hacerlo, la antorcha que llevabala bestia, la única fuente de luz restante,cayó al suelo y se apagó. La oscuridad

se hizo absoluta. No dejaban de llegar y,a pesar de que estaba solo y perdido enla oscuridad, Garrosh no pensaba pararhasta que estuviesen todos muertos.Empezaron a dolerle los brazos y surespiración se volvió entrecortada, perocontinuó luchando con todas las armas alalcance de su mano. Por cada bestia quecaía, otra ocupaba su lugar.

Poco a poco, empezó a versesuperado, cada vez más ataques de losjabaespines alcanzaban su objetivo.Entonces percibió una tenue luz queteñía la oscuridad, pero siguióconcentrado en la lucha. A medida quela luz aumentaba, muchos de sus

atacantes se detuvieron y escuchó unligero alboroto en el túnel principal. Depronto, una luz tremendamente brillantedescendió en varios halos radiantes; lafuente de la que provenían se acercabacada vez más. Los jabaespines que lerodeaban chillaron con rabia yvolvieron por donde habían venido. Apesar de estar cegado, Garrosh vio a lasbestias volar por todas partes, como sifuesen mero muñecos de papel.

La luz se hizo todavía más brillantey se acercó a la curva en la que seencontraba luchando por su vida. A lavuelta de la curva pudo ver a Baineacompañado por Hamuul Tótem de Runa

y un puñado de caminasoles. Baine gritóhacia la parte interior del túnel: —¡Manteneos firmes, hermanos! ¡Notemáis la oscuridad!— Rompemiedosbrillaba intensamente en sus manos,incluso más que la Luz radiante queemanaba de los propios caminasoles.Baine se preguntó por un momento siAnduin Wrynn aprobaría el uso de suregalo para algo así; las bestias caíanuna tras otra bajo la maza enana hastaque, por fin, se retiraron en masa alinterior de sus madrigueras, buscando elrefugio de la oscuridad.

Baine se acercó rápidamente al Jefede Guerra. —Garrosh, coge tu arma y

vámonos. Tenemos que salir de aquíantes de que nos rodeen—. Ayudó aGarrosh a ponerse en pie y le ayudó asacar el arma de la grieta del muro. —Date prisa.

Se abrieron camino rápidamentehasta la superficie y, a excepción de loscadáveres que cubrían el suelo, elcamino se encontraba libre deobstáculos. Mientras atravesaban unacaverna más grande, Baine confió en subuena fortuna, esperó que losjabaespines se hubieran retirado porcompleto. Al llegar al otro lado, Hamuulordenó que se detuvieran. Se arrodilló ycomenzó a murmurar, en busca de un

consejo que le ayudara a tomar elcamino correcto que los llevase alexterior. En el momento en que se pusode pie y tomó la dirección adecuada, losmuros de las cuevas estallaron. El grupose giró para enfrentarse al nuevo ataque,pero se detuvo abruptamente al ver a losatacantes.

El grito de Garrosh se elevó porencima del estruendo: —¡¿Qué son esascosas?!

Baine dio un paso hacia atrásmovido por la cautela. —Ojalá losupiera, Jefe de Guerra…

Jabaespines mucho más grandes ypálidos de lo normal comenzaron a

rodear a los guerreros. A medida queavanzaban, emitieron unos sonidossobrenaturalmente agudos queperforaban los oídos de los guerreros.Sus cuerpos eran blancos, estabancubiertos de espinas de un tono verdeenfermizo y tenían unos ojosprotuberantes que sobresalían en susrostros. Eran al menos un palmo másaltos que cualquier otro jabaespínconocido por los tauren o por cualquierotra raza, y la maliciosa inteligencia quese reflejaba en sus miradas demostrabaque se trataba de criaturas mucho máscapaces que sus hermanos caídosdurante el ataque de Baine, Hamuul y los

caminasoles.Baine ordenó a sus caminasoles que

se detuvieran y ambas facciones seencontraron frente a frente. Solo habíauna opción: retroceder. El ambiente sevolvió pesado y se alzó un olorempalagoso y terroso a medida que lasbestias pálidas ocupaban cada uno delos resquicios de la caverna. Pero noatacaron. Parecían estar midiendo a susinvasores, ideando un plan para supróximo movimiento.

Garrosh levantó su hacha y gritó: —¡Bestias fantasmales! ¡Acabemos conesto ahora!

Baine gritó más alto que Garrosh: —

¡Jefe de Guerra, tenemos que salir aespacio abierto! ¡Si permanecemos aquí,todo estará perdido! —Hamuul hizo ungesto y unas pequeñas vides surgieronde la tierra y se enroscaron creando uncamino que atravesaba el laberinto detúneles hasta llegar al exterior. —¡Seguidlo, rápido! —ordenó Baine.

Mientras Garrosh los seguía aregañadientes Baine, Hamuul y loscaminasoles corrieron hacia lasuperficie y alcanzaron la cima justo enel momento en que el hechizo de Hamuulse extinguía. Ahora tenían espacio paramaniobrar. Mientras Garrosh se centrabaen la salida del túnel, Baine cogió la

pistola de bengalas goblin del cinturónde Garrosh y la disparó al aire. Loszepelines comenzaron a moverse pararecogerlos, pero no con la velocidadsuficiente. Las bestias antinaturalesaparecieron en la superficie;parpadeando debido a la luz de lamañana.

Baine avanzó hacia ellos a medidaque iban emergiendo, y estosretrocedieron, conscientes de que no seencontraban en su ambiente. Baine segiró hacia Hamuul mientras elarchidruida hacía un gesto y gritaba a lamultitud que se apelotonaba frente a él:—Había una solución mejor. Una

solución que todos habéis preferidoignorar. ¡Observad la bendición de laMadre Tierra! —Y dicho esto, Hamuulavanzó y con un grito, clavó su bastón enel suelo.

El agua comenzó a manar de unaenorme fuente delante de él, rodeó a losjabaespines albinos y, con un tremendoestruendo, los barrió de nuevo hacia eltúnel. Los que permanecieron en lasuperficie cayeron al suelo debido a laexplosión, y lo mismo le ocurrió a undisgustado Garrosh. Los taurenpermanecieron inmóviles y firmes,clavados a la tierra que tanto veneraban.

Un río nuevo surgió del punto en el

que Hamuul había clavado su bastón yavanzó entre las rocas para llegar hastael interior de los túneles en lasprofundidades de la tierra. Cuando losjabaespines se levantaron, Baine avanzóotro paso hacia ellos. —La tierra esgenerosa con aquellos que la tratan conrespeto. Hay agua suficiente para todos.Observaréis que este río ha trazado supropio curso entre estos túneles hastallegar a un lago subterráneo. Tomad estepresente y no nos molestéis más.

Los jabaespines regresaronlentamente a los túneles mientras la luzcoronaba ya, por completo, las colinasque rodeaban Mulgore. El amanecer era

muy importante para los tauren, puessimbolizaba el renacimiento, pero eneste día, añadía un renovado respeto porla Madre Tierra y sus múltiples dones.Avanzaron entre los cadáveres de losjabaespines caídos en el ataque inicial yse dirigieron hacia el CampamentoNarache. Garrosh avanzaba en silencio,demasiado enfurecido como para hablar.Baine se dio cuenta de que no lesorprendía para nada esa reacciónmientras estudiaba los rígidosmovimientos de Garrosh.

El primer zepelín llegó por fin alpunto de recogida y se detuvo mientrasla escala de cuerda descendía hasta el

suelo. Baine miró hacia arriba y luegobajó la vista hacia los caminasolesreunidos a su alrededor. Miró a Garroshun instante antes de señalar la nave conla cabeza y decir: —Ve y lidera a laHorda. Si volvemos a necesitar tu ayudaen Mulgore, te lo haremos saber. Dichoesto, dio la espalda al Jefe de Guerra,que permanecía en silencio, y comenzóel camino de vuelta a Cima del Truenocon los caminasoles que le seguían decerca.

La noche se cernía ya sobre Mulgorey las sombras cubrían la tierra. Los

fuegos iluminaban tanto las mesetascomo las llanuras a medida que lostauren se preparaban para la noche. Esanoche dormirían profundamentesabiendo que su territorio se encontrabaa salvo de nuevo. En el exterior de lacabaña de Baine, PezuñagrisSendaeterna y unos cuantos miembros desu tribu dudaban. Por fin, dijo: —Armémonos de valor. Tenemos quehacerlo.

Los miembros de su tribu le seguíande cerca cuando entró en la salaprincipal, donde Baine trataba derelajarse, y preguntó con voz queda: —Gran jefe, ¿nos concedes unos minutos

de tu tiempo?Baine se levantó con una sonrisa

cansada. —Por supuesto. ¿Qué puedohacer por vosotros?

El anciano tauren inclinó la cabeza ydijo: —A pesar de tus ánimos, nuestroscorazones seguían atribulados. Nospreparamos para partir y en lastempranas horas del alba, marchamos.Fuimos testigos de tu victoria sobre losjabaespines y resultó realmenteinspirador. Posees la fuerza de un líder yconfías en una sabiduría que nosotros nofuimos capaces de ver. Nos avergüenzaadmitir que sentimos la necesidad deabandonar esta tierra y queremos que

aceptes nuestras humildes disculpas,Gran jefe.

Baine hizo un gesto con la mano. —Vivimos tiempos turbulentos e inciertos.Vuestros corazones atribulados sonfáciles de perdonar. Esos jabaespines novolverán a hostigarnos en Mulgore, peroeso no quiere decir que ya no tengamosproblemas. Los problemas nos acosantanto dentro como fuera, pero solo sipermanecemos unidos podremossuperarlos.

Baine avanzó hasta la entrada de lacabaña y miró hacia el exterior duranteun largo rato. Observó cómo Cima delTrueno se preparaba para la noche, las

fogatas ardían desperdigadas en ladistancia. Podía distinguir vagamente lasilueta del Campamento Narache, dondelos jóvenes valientes tauren habíanretomado su instrucción. Losnecesitarían en futuras tribulaciones,tribulaciones que volverían a poner aprueba la fe y la imperturbabilidad de supueblo.

Baine asintió y volvió su atención alpequeño grupo reunido ante él. —Nuestro pueblo ha recorrido estastierras durante muchos años y duranteese tiempo hemos aprendido muchosobre el mundo. Nuestros aliadostendrán que contar con nosotros por

nuestra sabiduría y conocimiento. Mipadre hizo en otro tiempo una promesa ala Horda, prometió devolver el servicioque está le había prestado a nuestra raza.Y yo pretendo mantener esa promesa.

VARIAN WRYNN

SANGRE DE

NUESTROS

ANTEPASADOS

E. Daniel Arey

Algo despertó al Rey Varian Wrynnde su profundo sueño. Mientras éste seencontraba de pie, inmóvil en lapenumbra, el débil sonido de un goteo

distante hacía eco en las murallas delCastillo de Ventormenta. Un sentimientode temor inundó al monarca, pues era unruido que había escuchado antes.

Varian avanzó con cuidado hacia lapuerta y acercó una oreja al roblebruñido. Nada, ni movimiento, nipisadas. Luego, como si viniera de muylejos, el apagado murmullo de unamultitud vitoreando fuera del castillo, enalguna parte. ¿Acaso no me levanté parala ceremonia del día de hoy?

Una vez más hizo acto de presenciael extraño goteo. Esta vez retumbaba enel piso helado, de modo claro y húmedo.Varian abrió la puerta con lentitud y se

asomó al corredor; oscuridad y silencio.Aún las antorchas parecían titilar conluz fría, que se apagaba tan prontosurgía. Para ser un hombre que sepermitía pocas emociones, Varian sintióalgo agitarse en su interior, algo viejo,joven, quizá olvidado por largo tiempo.Era casi como el sentimiento infantildel… ¿miedo?

Descartó tal noción de inmediato. Élera Lo’Gosh, el Lobo Fantasma. Elgladiador que provocaba terror en loscorazones de amigos y enemigos porigual. Aun así no podía sacudirse esasensación primigenia de inquietud ypeligro que invadía su cuerpo.

Al salir al corredor, Varian notó quesus guaridas no se encontraban en suspuestos habituales. ¿Están todosocupados con el Día de Remembranza,o hay algún trasfondo siniestro?

Caminó con cautela por la negruradel pasillo hasta llegar al enorme yfamiliar salón del trono del Castillo deVentormenta. Sin embargo, susimponentes muros se veían distintos;más altos, más oscuros y vacíos. Delelevado techo de piedra colgabanbanderas —cuya apariencia era similara la de estridentes telarañas— quetenían estampado el rostro dorado de unleón; emblema que indicaba el orgullo y

la fuerza de la gran nación deVentormenta.

En la penumbra, Varian escuchó ungrito ahogado y una súbita escaramuza.Posó la vista en el suelo, donde unsendero de sangre conducía claramenteal centro de la habitación. Ahí, entre laoscuridad, apenas notó dos siluetas enfrenética lucha. Conforme sus ojos seajustaron, pudo ver un hombre derodillas, herido y sangrante. Frente a élse encontraba una tosca e imponentefigura femenina.

Varian la conocía a la perfección. Susilueta distorsionada revelaba la torcidanaturaleza de su cuerpo y alma. Era

Garona Halforcen, mitad draenei, mitadorco. La asesina creada por la enfermamente de Gul’dan.

Mientras Varian permanecía inmóvilsin poder creer a sus ojos, sangre frescaescurría por el filo de la hoja de lamedio orco. El líquido llegaba a lapunta y goteaba… caía… hasta tornarseen un pétalo de rosa carmesí en el pisode mármol. Los recuerdos, cualavalancha, arrollaron a Varian cuandoreconoció al hombre que se encontrabaen el suelo. La armadura, los atavíosreales; era su padre, el rey Llane.

Garona miró a Varian, mostrandouna espantosa sonrisita en su rostro

surcado de lágrimas antes de descargaruna cuchillada. El destello del acerocortó la oscuridad y se clavóprofundamente en el pecho del rey, quiense encontraba de rodillas.

—¡No! —Gritó Varian mientras seabalanzaba, gateando por el suelomanchado de sangre para llegar a supadre. Levantó el cuerpo lánguido delrey y lo abrazó mientras el rostro de lamedio orco se fundía con la oscuridad.

—Padre, —suplicó Varian,meciéndole en sus brazos.

La boca de Llane temblaba a causadel dolor y luego se abrió, dejandoescapar una línea de sangre. Con un

hediondo siseo, el viejo rey logróformar unas cuantas palabras. —Así escomo siempre termina… para los reyesWrynn.

Con eso, los ojos de Llane sepusieron en blanco y su quijada se abrió,dando a su rostro una terrible expresión.De las profundidades de su gargantasurgió una vibración quitinosa. Varianquería arrancarse los ojos, perodescubrió que le era imposible. Algo semovía en la sombra de la boca abiertade su padre, serpenteaba brillante en elcrepúsculo evanescente.

De las fauces del rey muertosurgieron súbitamente infinidad de

gusanos. Miles y miles de estas criaturasconsumieron el rostro cenizo de Llane.Varian intentó alejarse, pero los gusanosse lanzaron sobre él, gorjeando ydevorando su cuerpo al son de un últimogrito de agonía.

Varian se enderezó en su silla deinmediato, el terrible grito todavía uneco en sus oídos. Estaba sentado frente asu mesa de mapas en los aposentosprivados superiores del Castillo deVentormenta. La cálida luz del sol, juntocon el rugido de una multitud alegre, secolaba al interior de la habitación a

través de una de las ventanas elevadas.La celebración del Día deRemembranza se encuentra en curso.

Sostenía un relicario de plata sinlustre, el cual se encontraba cerrado conllave. Varian intentó abrirlo de modoinstintivo, como había hecho ya milveces, pero lo encontró inexorablementesellado.

La puerta se abrió de golpe y elcomandante supremo de la defensa deVentormenta entró con presura. El rostrodel general Marcus Jonathan presentabaun semblante de gran preocupación. —¿Ocurre algo, su alteza? Escuchamos ungrito.

Varian guardó el relicariorápidamente y se incorporó. —Todobien, Marcus—. El rey intentóacomodarse la armadura y se quitó unmechón de cabello que obstruía sus ojoscansados. Los dedos del monarcasintieron las profundas líneas depreocupación y falta de sueño de losúltimos meses; un periodo de semanasborrosas dedicadas a responder a lasmúltiples emergencias que dejó elsúbito ataque de Alamuerte contra laciudad y el mundo.

Tanto él como el general seencontraban vestidos de gala para lafestividad y a Jonathan, con su estatura y

facciones afiladas, le quedaba el papelmejor que a la mayoría.

—La ceremonia de honor secelebrará en tres horas, su alteza, —dijoJonathan—. ¿Está listo su discurso?

Varian miró el pergamino en blancoque reposaba sobre la mesa. —Aúnestoy trabajando en él, Jonathan. Y noencuentro las palabras adecuadas.

El comandante supremo lo estudió yVarian cambió el tema con presteza. —¿Ha llegado mi hijo?

El general Jonathan negó con lacabeza. —Nadie ha visto al príncipeAnduin, su alteza.

En un intento por ocultar su

decepción, Varian miró por las ventanasdel castillo hacia el atrio que seextendía abajo. Era un mar de gente, conbanderas y serpentinas ondeando en elaire, niños vestidos como sus héroes deantaño favoritos y comida y bebida quefluia al son de las risas. El Día deRemembranza era parte en memoria delos caídos y parte celebración, sinembargo, Varian nunca hallaba regocijoen este evento.

Mientras miraba, la multitudavanzaba lentamente hacia el Valle delos Héroes, donde las estatuas de losgrandes campeones de la humanidadvigilaban la entrada de Ventormenta. El

escenario para la Ceremonia de Honorhabía sido colocado a la sombra deestos famosos líderes, a quienes se lesreconocería hoy con reverencia yagradecimiento por sus increíbleshazañas.

Jonathan prosiguió. —Señor, cuandoesté listo, el arzobispo le espera afuerapara informarle de las reparaciones dela ciudad y el cuidado de los heridos.

—Sí, sí, en un momento. —Varianhizo un ademán para que le dejase solo.Jonathan inclinó la cabeza y dejó lahabitación sin hacer ruido, cerrando lapuerta tras de sí.

El monarca se sacudió las telarañas

de su mente y sacó el delicado relicariouna vez más, examinando su arrugadoreflejo en la superficie metálica. Elmundo ha cambiado, pero he demantenerme firme.

Varian posó la vista en el retrato delrey Llane que se encontraba sobre lachimenea. Hoy más que nunca, el líderde la humanidad, rey de Ventormenta,roca de la Alianza, debe presentar lomejor de sí; su padre no esperaríamenos.

El arzobispo Benedictus seencontraba ataviado con sus togas y

accesorios más finos, en representaciónde la cultura de Ventormenta este magnodía. Junto a él se encontraba un hombrepequeño y sucio que cargaba unconsiderable bulto de pergaminosarrugados.

Benedictus miró con avidez cuandoel rey salió de sus aposentos. —La Luzlo bendiga, rey Varian—. Dijo con unasonrisa en tanto que el monarcadescendía por la escalinata.

—Igualmente, Padre, —respondióVarian—. Parece estar vestido para unaaudiencia con su creador.

Benedictus hizo un ademán con subastón, un gesto solemne y bien

practicado. —En estos tiempos,debemos estar listos para reunirnos conla Luz en cualquier momento.

Al lado del arzobispo, el hombrepequeño, un tanto nervioso también,revisaba una y otra vez su enorme bultode papeles y diagramas de la ciudad. Desúbito, Varian cayó en la cuenta de quese trataba de Baros Alexston, elarquitecto de la ciudad. Apenas lereconoció entre la gran cantidad de lodoque cubría su rostro y ropa.

Varian indicó con la mano que lesiguieran y comenzó a descender lasescaleras. ¿Cómo van las reparacionesde la ciudad, Baros?

—Tan bien como uno pudieraesperar, majestad. —Asintió éste,luchando por no tirar sus pergaminos.Benedictus le dio unas palmaditas en laespalda al arquitecto—. Baros estásiendo muy modesto, alteza. Ha hechomilagros en la restauración deVentormenta; sin mencionar variasmejoras notables.

Varian sintió algo de alivio. Erabueno ver que sus consejerosrecuperaban algo de su optimismo. —¿Qué es lo más urgente?

El arquitecto asintió y, nervioso,procedió a desenrollar uno de sus tantospergaminos mientras caminaba. Esto

provocó que al menos otros tresescaparan de entre sus dedos y cayeranal suelo.

—Mil disculpas, señor… sí, aquíestá. —Baros señaló un punto en elmapa, dejando marcas de lodo con susdedos sucios en el proceso—. Hemosinvestigado el daño causado a las dostorres primarias en la entrada de laciudad. —El arquitecto sacudió lacabeza y emitió un silbido—. Esedragón negro debe ser aún más pesadode lo que sugiere su tamaño;posiblemente sea por la armadura deelementio oscuro. Hemos efectuadoalgunas excavaciones, los cimientos se

encuentran en condiciones deplorables.Baros examinó más diagramas

mientras hablaba. —Lo mismo sucedecon el ala este del castillo aquí… yaquí, así como algunos de los edificiosde mayor tamaño en el muelle;incluyendo lo que queda de…— Elarquitecto hizo una pausa, al parecerdemasiado dolido como para completarla lista.

Benedictus intervino. —Porsupuesto, lo que queda del AntiguoCuartel y el terrible cráter donde algunavez existió el parque. Que la Luzbendiga sus almas.

El rostro de Baros denotaba tristeza

detrás de las manchas de lodo. —Metemo que será necesario efectuarreparaciones extensas y será costoso.

Los ojos de Varian se posaron en elarquitecto, dolores enterrados por largotiempo que salían a la superficie.¿Habla de dinero? ¿En estos tiempos?Ni Benedictus ni Baros parecieron darsecuenta de su reacción y Varian apretó elpaso para sofocar el nudo de ira quecrecía en su estómago.

En el rellano siguiente, el rey sedetuvo para inspeccionar parte del dañoque sufrió su castillo. La escalinataestaba cubierta de escombros donde unenorme boquete permitía ver el cielo y

la ciudad abajo. Conforme Varianexaminaba el área, Baros revisó suspapeles.

—Ya requisamos piedra a la canterapara reemplazar esto, su alteza. —Posteriormente hizo el intento dealigerar la situación—. Estará listo antesde lo que canta un gallo. Los castillostienen suficientes corrientes de aire aúncuando no les faltan muros enteros,¿verdad?

Varian lo ignoró mientras tocabaensimismado las rocas irregulares consu mano enguantada. Arrancadas de latorre como si le hubieran dado unafuerte mordida, cosa que no distaba

mucho de la realidad. El guante del reyentró en contacto con algo puntiagudo,una astilla de color obsidiana y conforma de daga que sobresalía de lapared dañada. Era un fragmento de laarmadura de elementio del dragón —unaesquirla negra como la noche— de casidos manos de longitud y muy filosa. Eltrozo de armadura se encontrabaprofundamente clavado en la roca, peroVarian logró extraerlo con algo deesfuerzo.

La mostró para que los hombres lavieran. —Esta criatura vil, este…Alamuerte… no es la primera amenazaque pone en peligro las murallas de

Ventormenta—. La mirada del monarcaperforó el cráneo del arquitecto. —Vamos a reconstruir y a mantenernosfirmes como siempre hemos hecho,cueste lo que cueste. ¡Nos aseguraremosde que esa bestia oscura pague milveces el precio!

El rey miró su ciudad dañada através del agujero irregular. Su guantede placas crujió al apretar el fragmentode la armadura del dragón en furiasilenciosa. Abajo, el gran muelle deVentormenta era un gran bosque pobladode mástiles de embarcaciones. El puertoestaba repleto de navíos de todoscolores, tamaños y formas. El Día de

Remembranza siempre contaba con grancantidad de peregrinos para honrar ycelebrar a los héroes de la humanidad,sin embargo, nunca había visto talconcurrencia en años previos.

En ese instante, otro barco ingresó alpuerto y tiró anclas. Era un gran barcokaldorei con filigrana plateada y velasperfumadas de color morado. Varianguardó el fragmento de la armadura deAlamuerte en su cinturón y se volvióhacia sus consejeros. —¿Habrán venidoeste año por el honor del pasado, o portemor del futuro?

Benedictus posó su vista en lacongregación de buques. —Ciertamente

muchos buscan refugio de la amenazaque presenta el dragón negro, sumajestad. Algunos incluso proclamanque es augurio del fin de los tiempos.

Varian gruñó. —Perdería pocoaliento, Padre, y aún menos sueño sobrelas cavilaciones insanas de unos cuantoscultistas del Martillo Crepuscular, ¿amenos de que considere útil talpalabrería durante sus exaltadossermones en la catedral? —El reyofreció una irónica sonrisa al arzobispo.

—Lo que sea que haga que la gentecrea… y actúe… —Benedictus sonrió

de vuelta—. Sin duda, la gente deVentormenta necesita esperanza pero,más que eso, es imperativo que exista unplan. Confío que nuestro soberanoproporcionará a los presentes algo enque creer cuando hable en la Ceremoniade Honor más tarde.

Varian pensó en su discurso del Díade Remembranza. ¿Qué podría decirpara aliviar las profundas heridas quehabía sufrido el mundo?

El general Jonathan se aproximó ehizo una cortés reverencia frente alarzobispo antes de volverse hacia el rey.—Disculpe, su alteza, pero me pidieronrecordarle que la Delegación de Honor

aguarda su presencia en el salón deltrono—. Jonathan intentó sonreír con laesperanza de hacer las noticias másdigeribles.

Varian frunció el ceño. Odiaba lasobligaciones del cargo, en particular lapompa y labia de las festividades.Preferiría estar en otro lado,desempeñando eso que los guerreroshacen mejor, luchar contra dragones ensus guaridas o destazar océanos dedemonios; en lugar de lidiar con unadelegación de diplomáticos insufribles.Eso último es más perjudicial para lasalud.

Varian suspiró resignado. —Muy

bien general, terminemos con esto deuna buena vez.

Jaina Valiente se encontraba en lasala del trono observando la eclécticareunión de nobles, políticos y otrosdelegados. El gran salón del Castillo deVentormenta era amplio, sin embargo, laperfumada multitud de dignatariosllenaba el espacio y enrarecía elambiente. El arcoiris de luminarias seextendía a través del gran arco hastaperderse de vista.

Como líder de la Isla de Theramore,Jaina era parte de la Delegación de

Honor que fue seleccionada para estarde pie detrás del rey durante su discursoen memoria de los caídos. Con laAlianza bajo presión en frentes aún máspeligrosos, muchos habían venido a verque planes tenía el gran líder deVentormenta con respecto a la recientecrisis mundial.

Genn Cringris estaba cerca, sus ojosexaminaban a la multitud con la mismaintensidad que ella. Jaina echó unvistazo por la habitación con laesperanza de hallar el rostro de Anduinentre la muchedumbre, no obstante,quién sabe dónde se encontraba elpríncipe. Se preguntó si Varian y el

joven príncipe habrían resuelto sualtercado más reciente, el cual separó aAnduin de su padre y lo condujo hacia lasabiduría de Velen, el profeta draenei.Sin embargo, consciente de la rigidez deVarian, Jaina sabía que éste sóloenterraba hachas en los cráneos de susenemigos. No, la ausencia del príncipeindicaba claramente que la brechapermanecía.

Cringris suspiró con impaciencia.Los presentes habían estado esperandoun buen rato, deseosos de ver la sede depoder de Ventormenta y el Asiento delLeón, el gran trono afiligranado de losreyes Wrynn.

Jaina miró los enormes felinos queadornaban la tarima, cada uno alerta yferoz como si su misión fuesesalvaguardar la totalidad de Azeroth.Ella se preguntó qué tan profundamentequedó arraigado ese ideal en Variancuando niño y qué tanta de esa presiónafectó su modo de pensar. Crecer en lasombra de héroes debe haber sidodifícil y creer que un solo hombrepuede cargar tal peso es absurdo. Jainaalguna vez amó a un hombre que sequebró bajo una carga igualmenteimposible.

Poco después centró su atención enla multitud inquieta y analizó la escena.Tenía el don envidiable de poder leer ala gente con facilidad, sin embargo, eldía de hoy no era necesario tener muchotalento para sentir el miedo y lafrustración que permeaban el entorno; enbreve ubicó una fuente de descontentoentre la muchedumbre. Provenía de ungrupo de nobles y delegados en torno aun hombre con complexión de oso, cuyorostro enrojecido radiaba descontento.Lord Aldous Lescovar, hijo del traidorGregor Lescovar, rumiaba por todo y

estaba infectando a los presentes en lahabitación.

Los nobles habían bebido losuficiente como para aflojar sus lenguasy, mientras Jaina escuchabadiscretamente, el nombre del rey Wrynnhizo acto de presencia en laconversación una y otra vez; escupidocomo si fuera un amargo veneno.

Jaina sabía que existía verdad enalgunas de las cosas que decían loshombres. Varian era difícil en ocasionesy su intensidad era tan dura para susamigos como para sus enemigos. Noobstante, también conocía al rey losuficiente como para saber donde se

encontraba su corazón. Con gusto daríala vida para salvar a su gente. Varian seregía por preceptos antiguos que pocosentendían en la actualidad; un código deconducta que exigía más de sus líderes.Este malentendido separó gradualmenteal rey de su pueblo, e incluso de supropio hijo, y sus enemigos seaprovecharon de ello con propósitossiniestros.

Jaina siempre había sido aliada delrey Wrynn, sino es que su partidariaincondicional. Bien sabe la Luz queVarian no hace fácil que alguien sea sualiado, mucho menos su consejerocercano o amigo. Al tratar al Lobo

Fantasma, Jaina sabía que era mejoraproximarse a su corazón en lugar de asus colmillos.

Ella misma vino para intentardisuadir al rey de su inflexible posturacon respecto a la Horda, pero losdelegados borrachos que rodeaban alimpetuoso barón podrían descarrilar susobjetivos. Con una sonrisa forzada seaproximó al barón Lescovar y a sugentuza.

—Recuerden bien, —Jaina hizo unareverencia frente a todos ellos,empleando el saludo tradicional de lafestividad.

—Recuerda bien, Jaina Valiente. —

La mirada del barón se posó en susaliados y luego de regreso en ella,incapaz de dilucidar si la llegada de lahechicera era una señal de apoyo opeligro. Jaina sintió el modo en que lavista del hombre la manoseó como sóloun joven barón se atrevería. Tenía carade bruto y, pese a los abrigos caros y laseda, sus ojos ásperos traicionabancualquier semblante de elegancia quesus atavíos intentasen crear.

El barón estaba alerta, con mentevacilante al igual que su cuerpo. —¿Quéte trae de este lado del océano mientrasarde tu propia tierra?

Jaina notó que el barón estaba másborracho de lo que había pensado eignoró su pregunta. —Al igual que usted,vengo a presentar mis respetos a loshéroes de antaño, pero también en buscade un plan que se ajuste a los nuevospeligros que enfrenta actualmente laAlianza.

El barón gesticuló con la mano paraseñalar a todos sus compatriotas. —Enefecto, estos nuevos peligros nos afectana todos de igual manera. Ricos y pobres,mercaderes y chusma. ¿Cómo sucedióesto, maga? ¿A quién hemos de culpar?

Jaina mantuvo un rostro serio,imposible de leer, y respondió al cabo

de una cuidadosa pausa. —El liderazgode la Alianza ha enfrentado infinidad dedesafíos en fechas recientes. Sí, hanexistido errores de juicio y se hanaprendido muchas lecciones, perotambién ha habido grandes victorias.

Un noble viejo y nervudo se abriópaso entre la gente, sacudiendo lacabeza con frustración. —Estamoshartos de las guerras de la Alianza queconsumen nuestro oro y sangre. Lasaventuras imprudentes y las venganzaspersonales sólo sirven para socavar lasoportunidades de paz y prosperidad.

Jaina alzó una mano paratranquilizar la atmósfera. —Muchos han

expresado inquietudes similares. Porejemplo, la agresión mal encausadahacia la Horda. Personalmenteconsidero que es difícil conseguirbuenos aliados en estas épocas,particularmente cuando nuestrosenemigos parecen multiplicarse de modoinfinito.

El barón colocó su grueso brazosobre el hombro de Jaina, cuya piel seerizó con el contacto. —Muchachos,creo que tenemos aquí a una amante deorcos—. Las risas que siguieronapestaban a cerveza rancia y el barón seaproximó a ella, demasiado cerca, sualiento caliente y burlón. —¿O quizá te

inclinas por los hediondos tauren?Con gracia, ella se soltó del agarre

del barón y presentó una máscara desimpatía con respecto a suspreocupaciones. En estas épocas, laAlianza no podía darse el lujo depermitir que más fisuras la debilitasen.Azeroth había revelado sus fracturasocultas que, literalmente, partieron almundo.

Jaina intentó sonreír y el barón ledevolvió el gesto, cosa que sólo sirviópara destacar los rasgos porcinos de surostro. Él le guiñó un ojo. —Sabemosque tú y el rey son cercanos.Necesitamos que razones con él,

convéncelo de buscar la paz dondeexista tal posibilidad y de lidiar con esemaldito dragón antes de que no quedeciudad con la que podamos comerciar.

—Entiendo sus inquietudes,comparto muchas de ellas.

—Entonces haz tu deber y utiliza tuinfluencia, no hay ganadores con laguerra ciega. Los planes actuales del reyson…

—¿Son qué? —Preguntó una vozprofunda detrás del barón. Todos sevolvieron para ver al rey Wrynn en elumbral. El murmullo se apagó cuandoVarian entró al salón—. Por favor, barónLescovar, ilumínenos. Díganos qué

traerán mis planes. —La mirada deVarian un relámpago que se clavó en losojos de Lescovar. Éste retrocedió amodo de sumisión.

—Mil disculpas, su alteza. —Elbarón hizo una reverencia—. Sóloteníamos un animado debate con laestimada líder de Theramore.

Varian caminó hasta el barón y sólose detuvo una vez que se encontró dentrodel espacio vital del noble; casi narizcon nariz. El rey habló suavemente, perosu gruñido retumbó fuerte y claro.

—Mientras eras un cachorro en elfétido cubil de tu familia, yo guiaba alos ejércitos de Ventormenta a la

victoria. —Echó una mirada a todos lospresentes para ver si alguien se atrevía adesafiarle—. Nos he conducido a travésdel océano hasta el gélido Rasganorte,así como a las profanas profundidadesde Entrañas; victoria tras victoria. Sinembargo, muchos de ustedes aún dudan.

Los dignatarios se encontrabanincómodos, pero nadie emitió palabraalguna. Jaina se encontraba fuera de sípor la rabia que sentía internamente. Lobueno es que íbamos a mantener loscolmillos del rey fuera de esto.

Varian observó los rostros de lospresentes. —¿Qué hacen aquí hoy?¿Vinieron a hacerme perder el tiempo?

¿A exigir que escuche sus insignificantesquejas sobre mis esfuerzos por protegereste mundo? ¿¡Por protegerlos austedes!?

Silencio.El fuego del Lobo Fantasma ardía en

sus ojos. Un fulgor que se manteníafirme en la noche y obligaba a lassombras a retroceder.

—¿O vinieron a ver a Lo’Gosh consus propios ojos? A contemplar a aquelque hace la guerra con el mismo deleiteque sus enemigos.

Muchos empezaron a dejar el lugar,pero Varian no había terminado.

—¡Hay quienes dicen que no soy

mejor que nuestros enemigos, que yo soyel monstruo! Bueno, si es así, ¡soy elmonstruo que necesitan! ¡Aquel quecuenta con la ferocidad suficiente comopara infundir terror en el corazón de laoscuridad! ¡Alguien con el valor parahacer lo que sea necesario para defendera la humanidad del abismo!

Al concluir su diatriba, Varian miróa su alrededor y se encontró con elfamiliar rostro de Anduin observándolefijamente desde el fondo de la sala deltrono. Su hijo llegó en algún punto de susermón. A juzgar por la cara de horrorque mostraba el príncipe, quedaba claroque nada había cambiado desde que se

separaron en pésimos términos.Los ojos de Anduin mostraban

miedo y sorpresa; Varian sintió como elalma se le caía hasta los pies. ¿Me heconvertido en tal extraño para mipropio hijo? Intentó relajar susfacciones, pero aún podía sentir su furiaquemándole la piel. Anduin retrocedió ydejó la habitación. Con ello, la furia delrey escapó como agua de una presa rota,dejando sólo un vacío. Varian se sentóen su trono e hizo un gesto cansadoindicando a los presentes que se fueran.

Sorprendidos, los presentes salieronlentamente en fila india, temerosos delfuturo y del líder de la humanidad. Sólo

Jaina y el arzobispo permanecieron,mirando a Varian de reojo. Sin pensarlo,el rey deslizó la mano bajo su túnica ytocó el relicario de plata en su bolsillo.La fría superficie metálica calmó unpoco el propósito que le hervía en lasangre. Varian sabía que nadiecomprendía lo que debía hacer; o ser.Nadie lo comprendía y nadie locomprendería jamás.

Jaina y Benedictus observaban ensilencio como Varian iba de un lado alotro de la habitación cual fieraenjaulada. El rey daba vueltas al

relicario de plata una y otra vez, labrillante cadena tensándose con lamisma furia que consumía al rey. TantoJaina como Benedictus se sentíanimpotentes, e intentaban hallar un puertoseguro en la tormenta.

—El príncipe entenderá algún día,su alteza. —Dijo Benedictus—. Poseeun alma iluminada. —El arzobispo lelanzó una mirada a Jaina en busca deapoyo pero, antes de que pudiera deciralgo, Varian gruñó.

—Nunca debí permitir que partiera.El deber de Anduin se encuentra aquícon su pueblo, no con los draenei.

—Pero aún es joven, —dijo Jaina

—. Anduin todavía busca su lugar en elcírculo. Se encuentra en una misión paradescubrir quién es en realidad.

Varian se detuvo y le lanzó unamirada iracunda. —Es el heredero deltrono de Ventormenta, Jaina, y casi unhombre. ¡A su edad yo ya habíadominado la espada y estaba listo paraluchar contra los enemigos de laAlianza!

Jaina se estremeció. ¿Acaso la valíade un hombre sólo se mide según lopronto que mata, Varian? —Ella intentóregresarle una mirada con la mismaferocidad—. ¿Acaso no puedes ver queAnduin ha elegido un camino distinto?

Varian hizo una pausa. —He…aceptado las decisiones de Anduin, perotemo que aún carece de la fuerzanecesaria para gobernar. Son tiemposdifíciles como ha puntualizado,arzobispo.

—De cierto que el mundo setambalea. —El arzobispo intentócuidadosamente dar forma a las palabrascon sus manos—. Pero la Luz muestra uncamino distinto para cada uno denosotros, hasta llegar al final escrito.

—¡Basta de sermones, Benedictus!El mundo real no es tan indulgente comosu iglesia. Ser rey es una tareapeligrosa. ¡Un mal paso y la gente

muere!Benedictus dio un paso al frente y

colocó una mano sobre el hombro delrey. —En el Día de Remembranza, másque en cualquier otro, se que seconsidera responsable por muchascosas; particularmente lo que hemosperdido…— Prosiguió con cuidado. —Lo que usted ha perdido.

El rey apretó el relicario de plata, sumente perdida en una madeja depensamientos y preocupaciones. —SiAnduin no está listo, si tiene algunaflaqueza, todo será…— Varian sedetuvo de súbito e intentó sacudirse esaidea.

Jaina intervino para disipar el temor.—Anduin tiene una fuerza distinta quedar a este mundo, Varian. Eligió elsacerdocio por algo, es un sanador y seencuentra armonizado con la Luz.

Varian asintió. —Lo que dices escierto, Jaina. Anduin nunca ha sido…como yo—. Con un suspiro, el rey sedejó caer sobre el trono.

—Como dijo antes, majestad —enunció Benedictus—, los tiempos hancambiado y queda claro que debemosadaptarnos. La época en que loscorazones como el de Lothar eran laúnica manera de sobrevivir está porterminar. El mundo parece desear algo

nuevo.Varian lo miró, su mente plagada de

incertidumbre. Los cimientos de Azerothhabían sido sacudidos hasta su centro ymuchas de sus piezas de desprendierono perdieron para siempre. Sus creenciasalguna vez firmes se tornaron endebles.Benedictus y Jaina se encaminaron haciala salida, pero el arzobispo tenía unaúltima petición.

—En cuanto a la renovación, sualteza. Tengo un obsequio para usted eneste Día de Remembranza, de hecho,tanto para usted como para el príncipe.

El rey suspiró. —Me temo que sóloyo podré recibir su generosidad hoy día,

Padre. Queda claro que mi hijo no tienedeseos de estar cerca de mí.

Benedictus sonrió. —No permitaque su corazón se acongoje. La Luzsiempre brilla, incluso en las nochesmás oscuras. ¿Podría reunirse conmigomás tarde? Me parece que servirá pararemediar muchos de sus problemas.

Varian no estaba convencido de ello.—¿Dónde y cuándo, Padre? Como sabe,tengo un día muy ocupado.

El arzobispo se inclinó y le susurróla ubicación al rey. El rostro de Varianse endureció al escuchar el lugar dereunión pero, al cabo de un momento,asintió de mala gana.

Mientras Jaina y el arzobispodejaban la habitación, Varian formulóuna última pregunta para Benedictus. —Dígame, arzobispo. ¿Cree que Anduinllegará a ser un buen rey?

Éste se volvió y asintió conautoridad. —Por supuesto, señor. Sisobrevive al crisol de nuestros tiempos.Los días de tribulación tienden aeliminar todas las impurezas, dejandoúnicamente el acero más fuerte. Losreyes Wrynn siempre han demostrado suvalía, su alteza—. Hizo una reverencia ysalió junto con Jaina, dejando a Variansolo en la sala del trono, en compañíadel peso del mando que le era tan

familiar al rey.

Cuando Varian entró al cementeriode la ciudad, el sol comenzaba su lentodescenso por el horizonte, proyectandorayos cálidos de color siena sobre losenormes capiteles de la catedral y lassilenciosas tumbas.

La tristeza inundó al rey cuando pasócerca de las lápidas que conocía tanbien, un sendero que había recorrido enprevios Días de Remembranza. Elincisivo y dulce aroma de las violetasfrescas llegó a su nariz y conjurórecuerdos del maravilloso perfume de su

esposa Tiffin, su alegre risa, su amablesonrisa.

Se aproximó a los leones de piedraque montaban guardia sobre la tumba desu esposa y pareció entrar en algún tipode trance mientras los recuerdosperdidos formaban un torrente en suspensamientos. Rayos de luz dorada sereflejaban en la placa de bronce de latumba. Varian leyó la última línea de lainscripción —pues nuestro mundo setorna frío en tu ausencia— y sintiócomo una amarga ola de verdadinundaba su corazón. Tú y Anduin son loúnico que me ha dado calidez en estemundo, Tiffin.

El monarca se volvió al escucharpasos detrás de él. Con sorpresa viocomo se aproximaban Benedictus y suhijo. La emoción de ver al príncipe seapagó rápidamente al notar el shock ensu rostro, así como el modo en queclavó la vista en el arzobispo.

A Varian le sorprendió ver lo muchoque Anduin había crecido y se preguntósi sólo era una ilusión óptica. Frustrado,el príncipe acomodó su arco y carcaj,lanzándole una mirada fulminante alsacerdote. —Cuando me pidió que leacompañase, arzobispo, olvidómencionar que mi padre estaba invitado.

Benedictus le sonrió al joven. —En

ocasiones, mi estimado príncipe, esnecesario guardar ciertos secretos sihemos de sanar al mundo.

Varian sintió que regresaba al rol depadre. Quería decirle al muchacho quedejara de actuar como tonto y quemadurara. Deseaba ordenarle a Anduinque permaneciera en Ventormenta ycumpliera con sus deberes comopríncipe y heredero al trono. Sinembargo, sabía que esto tendría elmismo resultado que la vez pasada.Mientras más severo se portaba conAnduin, más lo alejaba.

—¿Es éste su obsequio del Día deRemembranza? —El rey Wrynn intentó

suavizar su tono—. ¿Una reuniónfamiliar sorpresa? De manerainconsciente, sus ojos se posaron sobrela tumba de Tiffin.

El arzobispo los miró a ambos yparecía satisfecho. —En parte, pero haymás. ¿Recuerda la misión que meencomendó hace mucho tiempo? ¿Justodespués de que la bienamada Tiffinmurió?

El rey pensó por un momento. Habíapasado tanto tiempo e infinidad de cosasdesde la muerte de su esposa. Muchoscambios, gran parte de él habíacambiado. ¿Podría Tiffin amar alhombre en el que me he convertido?

Benedictus le extendió a Varian unareluciente llave de plata y al rey leimpresionó el peso del objeto que ahorasostenía en la palma de su mano. Anduinsupo de inmediato lo que era, —la llavedel relicario de mamá.

Varian se quedó sin palabras y buscóalgo qué decir. —¡Lo encontró! ¿Cómo?

—Sí señor, tal como ordenó. Sientoque haya tomado tanto tiempo, peroconsideré que hoy sería un buen díacomo para regresarles a ambos losrecuerdos. —Benedictus dio al príncipeun par de palmaditas en la cabeza.

El rey sintió como una fibra sensiblese movía en su interior. —Gracias

Benedictus, eres un buen hombre. Noquisiera pensar que haría sin ti.

El arzobispo inclinó la cabeza. —Por favor, permitan que los deje a solas—. Hizo un gesto con la mano mientrasse volvía para retirarse. —La paz seacon ambos—, dijo antes de internarse enla arboleda.

Varian daba vueltas a la llave deplata una y otra vez, intentandocomprender la extraña despedida delarzobispo. Finalmente notó que Anduinlo observaba. Todas las cosas severasque deseaba decirle a su hijo carecíande trascendencia. Se dio cuenta de quesólo una cosa era cierta. Anduin era más

importante que todo eso; le quedabaclaro.

El príncipe se volvió para mirar latumba de su madre, absorto en suspensamientos. Varian rompió el silencio.—Es bueno verte, hijo, creo que hascrecido al menos una cabeza, o más,desde…— Se detuvo. —¿Asumo que lacomida draenei te sienta bien?

—El maestro Velen dice que crezcoen todas direcciones, —respondióAnduin sin retirar la vista de la tumba desu madre—. Velen siempre me recuerdaque «debemos crecer en todasdirecciones cada día».

—Consejo sabio y valioso, —dijo

Varian—. En especial para un rey… ofuturo rey.

—Anduin frunció el ceño y miró a supadre, sus ojos azul profundo brillaban.—¿Está muriendo el mundo, padre?

La simple intensidad de la preguntatomó desprevenido a Varian,recordándole las interrogantesinocentes, si complejas, que Anduinplanteaba cuando era un niño pequeño.Incluso entonces la sabiduría delmuchacho había sido evidente.

Varian trató de responder concuidado. —No estoy muy versado entales cosas, pero conozco los ciclos delmundo, al igual que las estaciones. Todo

tiene su tiempo y tal devenir esnecesario en el círculo de la renovación—. Pensó como podría describirlomejor y desenvainó su espada. —Deigual modo que una gran arma, hijo, esnecesario renovar el filo de cuando encuando si deseas que conserve todo supoder.

—Así habla Velen también, dice quela muerte y el renacimiento son parte dela misma rueda estelar y que su gente hapresenciado la larga marcha del tiempocomo nadie más.

—Entonces de seguro sabe que losreyes y reinos van y vienen, pero que laverdad, el honor y el deber son para

siempre.—Y el amor, —dijo Anduin sin

mirar a su padre.El rey meditó un poco al respecto y

asintió. —Sí, el amor.Anduin continuó. —Considero que

el amor perdura aun encima de todas lascosas.

De súbito, Varian supo qué debíahacer. Tenía el relicario de plata en lamano y hablaba incluso antes de saber loque iba a decir. —He conservado elrelicario de tu madre todos estos añoscomo recordatorio de mis obligacionescomo rey. Para recordar que toda accióntiene consecuencias y que un líder debe

vivir con sus decisiones, buenas ymalas, porque todo mundo cuenta conellos.

Varian le extendió el relicario aAnduin.

—Quiero que tú… —El rey guardósilencio—. Es decir, pensé que quizá tegustaría tenerlo.

Anduin asintió y Varian colocó elrelicario de Tiffin alrededor del cuellode su hijo. El príncipe lo tomó y pasósus dedos sobre los grabados, delmismo modo en que Varian había hechopor ya tantos años.

Luego, Varian le dio la llave de platay el tiempo se detuvo.

Aun la brisa del cementerio pareciócontener el aliento como señal derespeto por lo que ocurría. Varian sintiócomo si estuviera pasando algún tipo deantorcha, un sentimiento de pertenencia;un poderoso símbolo de crecimiento yadultez que de algún modo ayudaría a suhijo en el futuro.

—Ahora te pertenece —dijo—,puedes abrirlo cuando estés listo.

Anduin pensó por un momento yluego guardó la llave en su bolsa.Encontraría el tiempo hacer la paz conel pasado en sus propios términos.

—Ella adoraba ese relicario,Anduin. —Dijo Varian—. Amaba la

belleza y a la gente de Ventormenta…pero lo que más amaba en el mundo eraa ti.

En la luz vespertina, los ojos deAnduin se humedecieron y Varian miró asu hijo, notando más cosas que nuncaantes. —He sido un tanto… ciego… alno ver el hombre en el que te hasconvertido.

Con eso, las lágrimas del muchachose desbordaron junto con las palabrasque siempre había querido decir. —Desearía ser más como tú, padre.Quiero ser un gran rey pero… no soy tanfuerte…— El príncipe se limpió laslágrimas con rabia, como si fueran una

señal de debilidad.Varian colocó su brazo alrededor de

su hijo. —No, Anduin. Tienes más valorque yo y surge desde un lugar profundoen tu corazón. ¿Recuerdas lo que decíatu tío Magni? «La fuerza se manifiestade muchas formas»…

Ambos repitieron la última parte alunísono. «… tanto grandes comopequeñas».

Anduin sonrió ante el cálidorecuerdo y Varian prosiguió. —Yopermanezco rígido e inflexible ante latormenta, pero tu sientes el viento, temueves con él y lo haces tuyo; cosa quete vuelve irrompible.

Varian se volvió hacia el monumentoa Tiffin. —Tu madre tenía esas mismascualidades. Ella perfeccionó el arte dela persuasión gentil y su amor movía almundo.

El príncipe fijó la mirada en el sitiodonde descansaba su madre, intentandocontrolar las lágrimas que manaban.Varian decía las cosas sin pensar, nocomo el rey de Ventormenta, sino comoun padre a su hijo.

—Es bueno que puedas llorar frentea ella, Anduin. Yo nunca tuve esa…fuerza. —Ambos guardaron silencio porun momento, mirando la tumba de lapersona cuyo amor mutuo era su

conexión más profunda; incluso más quela sangre.

—La extraño, —dijo Anduin al fin—. Sé que no era más que un bebé, peroaún puedo sentir su presencia.

—Y por eso serás el mejor de losreyes Wrynn, —dijo Varian, dándolepalmaditas en la espalda a su hijo.Deseaba que el momento pudiese durarpara siempre, pero sabía que eso no eraposible—. Dime, ¿por dónde crees quevendrá la emboscada?

Anduin se secó las lágrimas. —Llevan rato observándonos, ¿quiénescrees que sean?

—Lo más seguro es que sean

asesinos, —murmuró Varian—.Posiblemente decidieron aprovechar lasdistracciones a causa de lasfestividades, momento en que los líderesde Ventormenta estarían juntos enpúblico. En fin, ¿cuál es tu plan?

El príncipe miró a su alrededor sinser obvio. —Nos atacarán desde el este,intentando cubrir la salida principal.Será un ataque de fuerza bruta, no deastucia. Si usamos el muro que seencuentra al oeste para cubrir nuestrasespaldas podremos equilibrar labalanza.

Varian no pudo contener su sonrisa.—Impresionante, escuchabas mientras te

daba todas esas aburridas lecciones.—Me has enseñado más de lo que

crees, padre.Varian asintió y Anduin respondió

con una sonrisa. Algo tácito pasó entreambos y no necesitaba palabra alguna.

El estruendo de fuegos artificialesrompió el silencio. Del Valle de losHéroes surgieron misiles mágicos queascendieron hasta llegar a gran alturadonde estallaron, dejando escapar unacascada fulgurante de colores y formas.La ceremonia de clausura del Día deRemembranza había comenzado.

No obstante, los fuegos artificialestambién sirvieron como señal para otra

cosa. De entre las sombras surgió ungrupo de hombres con aparienciapeligrosa. Todos iban armados y susrostros denotaban intenciones asesinas.

Varian se volvió hacia su hijo, casidisfrutando el momento. —Parece quevoy a llegar un poco tarde a dar midiscurso.

Los atacantes convergieron en losdos hombres y Varian contó diez, no hayproblema, pensó el rey. Sin embargo,Anduin señaló hacia la retaguardia,donde un hombre surgió de atrás de unárbol. Era un poderoso hechicero. Sutoga de color morado oscuro fulgurabacon protecciones mágicas, en tanto que

runas ardientes de energía oscilabanalrededor de su bastón torcido.

—No me gusta la apariencia de ése,—dijo Varian mientras desenvainaba suespada. Anduin asintió, tomó su arco ypreparó una flecha. El hechicero trazóun óvalo brillante en el aire y comenzó aentonar una invocación.

Más fuegos artificiales partieron elcielo y los atacantes cargaron contra elrey y el príncipe. Los estruendosahogaron los gritos de batalla de losasesinos mientras, del otro lado delLago de Ventormenta, las voces de padree hijo entonaron al unísono y conorgullo. —¡Por la Alianza!

Un caleidoscopio de gente rodeabalas enormes estatuas en el puente quecruzaba el Valle de los Héroes. Lamultitud aplaudió con desenfreno al verlos fuegos artificiales mágicos, cuyasexplosiones reverberaban por lasmurallas hasta llegar al foso.

Sastres, herreros, cocineros,vendedores y soldados se encontrabanhombro a hombro en el puente; la fila seextendía por el camino hacia VillaDorada. Todos se la estaban pasando demaravilla, enganchados por elespectáculo.

Sin embargo, en el escenario, el

contingente de la Delegación de Honorno mostraba tal entusiasmo. Seguía eldiscurso del rey Wrynn y todosdesconocían su paradero. Jaina yMathias Shaw intercambiaron miradasmientras el mariscal de campo Afrasiabisaludaba al público desde el podio.Sería el gran honor de éste presentar alrey Wrynn antes de su discurso, noobstante, al concluir el espectáculo defuegos artificiales, el monarca deVentormenta aún no aparecía. Laceremonia estaba fuera de curso y aAfrasiabi no le agradaba cuando losplanes se salían de curso.

El mariscal de campo se volvió y

gruñó. —¡Maldición! ¿Dónde está? Lospresentes en el escenario se encogieronde hombros y Afrasiabi ofreció unabreve sonrisa a la audiencia antes deaproximarse a los delegados y jefes deestado. La delegación misma seencontraba en caos, discutiendo todaposibilidad y contingencia. Algunos delos nobles querían que la ceremoniacontinuara, rey o no rey. Otros insistíanque era necesario esperar a su líder sinimportar qué tanto tomara.

El general Jonathan, siempre elestratega, tenía un plan B. —Mariscal decampo, sugiero que inicie acciónevasiva con fintas y distracción.

Mantenga la línea mientras vamos enbusca del rey—. Jaina y Mathiasasintieron.

Esa nueva estrategia desagradó aúnmás al mariscal de campo.

—General, soy un comandante delos ejércitos del rey, no un cirquero. —Miró a los presentes con cara de pocosamigos, pero se topó con un conjunto derostros desesperados. Cada uno de ellosle imploraba que hiciera el sacrificiopor el equipo.

—¡No tengo nada preparado! —Protestó el mariscal de campo.

—Improvise, distráigalos,manténgalos entretenidos. —Dijeron

varias voces a coro.El público gruñía ansioso a sus

espaldas y, al final, Afrasiabi aceptó conun suspiro. Refunfuñando se volvió paraencarar a la veleidosa multitud. —Malditos espectáculos de gnomos yponis…

El supremo comandante deVentormenta ofreció una sonrisa forzadaque brilló aún más que todas lasmedallas que adornaban su armadura.Luego comenzó a deleitar a la audienciacon uno de sus temas favoritos: lafascinante historia, así como los pococonocidos fastidios, de las tácticasusadas en las máquinas de asedio

impulsadas por vapor.

Varian Wrynn se desplazaba comoelemental de viento, saltando y girandoen todas direcciones para proteger a suhijo a toda costa. Un instante cargabahacia la izquierda, lanzando ampliostajos con su espada para obligar a unafila de atacantes a retroceder. Elsiguiente, interceptaba a otro grupo quese aproximaba hacia Anduin desde elotro lado, descargando brutales ataquescon su salvaje espada Shalamayne.

Mantuvieron el muro de piedra a susespaldas e intentaron repeler a los

atacantes, pero, pese a sus mejoresesfuerzos, ni el príncipe ni el rey podíanavanzar hacia el hechicero. En laretaguardia, el mago estaba invocandoalgo a Ventormenta y el tamaño delportal aumentaba con cada minuto.

Varian detuvo el hacha de uno de susatacantes y luego seccionó el brazo delasesino con un terrible ataque con suespada. Varian saltó hacia el frente,intentando aprovechar el momento. Noobstante, cada vez que ganaba terreno,sus adversarios se valían del temor porla vida de su hijo y se aproximaban almuchacho. Le quedó claro al rey que losasesinos sólo jugaban con él y que eso

duraría hasta que algo saliera del portal;aunque Varian no podía imaginar qué.

El monarca lanzó una breve miradahacia su hijo y se llenó de orgullo. Elpríncipe permanecía firme, disparandoflecha tras flecha contra el enemigo. Delos cuerpos de los asesinos sobresalíanmúltiples saetas emplumadas, sinembargo, sólo tres habían muerto. Habíamagia oscura de por medio.

Anduin evadió una daga arrojadiza yquedó más cerca de Varian. —Estánprotegidos, padre. ¡Ten cuidado!

Varian se volvió hacia su hijo. —Mantente cerca, debemos alcanzar alhechicero antes de que termine su

invocación.El príncipe asintió y levantó las

manos. —Dos pueden jugar el juego deprotección—. Murmuró una oración yenunció la palabra de poder «Escudo»,ésta hizo eco en los cielos como untrueno.

Varian sintió como se erizaron losvellos en la parte posterior de su cuelloal materializarse un escudo de energíadivina a su alrededor. Éste le sonrió a suhijo de modo rapaz y luego se volviópara encarar a dos pícaros que seencontraban en mal lugar y en elmomento equivocado.

—¡Veamos si están protegidos

contra esto! —rugió Varian. Cargó haciadelante, dio un salto impresionante dejócaer su espada con un golpe salvaje.

El orbe fulgurante de Shalamaynedejó un destello de luz borrosa mientrasla hoja partía al sorpendido asesino decabeza a estómago. El torso sin vidacayó en dos pedazos y Lo’Gosh, aúnantes de que el cadáver seccionadotocase el suelo, ya iba en pos de supróxima víctima; descargando un feroztajo y acabándole igual de rápido.Anduin le apoyaba disparando flechas,cubriendo los flancos de su padre.

Las dos coronas de Ventormenta semovían como uno, cortando con y

perforando con flechas mientras seabrían paso por la línea defensiva endirección a un hechicero que parecíaestar cada vez más desesperado. El reyy el príncipe eran el equipo perfecto.Varian atacaba con fuerza bruta ilimitaday Anduin descargaba un aluvión defilosas saetas hacia puntos dondecausarían el mayor daño posible.

El hechicero maligno cayó en lacuenta de que su oportunidad de teneréxito disminuía y redobló esfuerzos,canalizando más energía hacia el campobrillante. Con esto, algo grande yterrible comenzó a tomar forma en elinterior del portal.

—No se encuentra dentro delcastillo, he revisado en todos lados. —Dijo el general Jonathan, aún sin alientopor la búsqueda.

Jaina miró a Mathias y frunció elceño. —Esto no es típico de él—.¿Dónde puede estar? ¿Dónde está elpríncipe?

Ante tales palabras, el general quedóaún más alarmado. —¿Desconocemos elparadero del rey y del príncipe? ¡Esto esun desastre!

Shaw sacudió la cabeza. —Amplíenel área de búsqueda, general, yomovilizaré a IV:7.

—Yo revisaré el puerto, —dijoJaina mientras desaparecía con undestello de luz blanca.

Consternado, Jonathan se encaminóhacia la salida.

—General —dijo Shaw preocupadoen tanto que detenía a Jonathan por elbrazo—, prepárese para sonar laalarma, temo que haya algo siniestro enmarcha.

El rey era un feroz lobo, enfrentandoa cada defensor en su camino; hasta doso tres al unísono. Sus ojos denotabansed de sangre mientras se abría paso

hacia el hechicero. Luego de un aluviónde ataques, sólo tres enemigos loseparaban de su presa.

Anduin disparaba flechas conmovimientos fluidos que denotabanmaestría. Las saetas silbantes alcanzarona uno de los últimos defensores conprecisión perfecta, clavándoseprofundamente. El pícaro cayó al suelo yAnduin parpadeó sorprendido. Eraobvio que el hechizo de escudo se habíadisipado y el hechicero estabademasiado concentrado en canalizarhasta la última gota de su maná en elportal; no en la protección para suscamaradas. Los últimos dos asesinos

miraron consternados al hechicero yVarian aprovechó la oportunidad.

Con una veloz carga recorrió ladistancia que los separaba y cruzó acerocon ambos pícaros al mismo tiempo,proyectándolos hacia atrás con sufurioso embate. Tal acción los dejóaturdidos y desprotegidos, un instante,pero eso era todo lo que Variannecesitaba.

Al son de un grito de guerra quepareció surgir de las profundidades dela Vorágine, Varian descargó untorbellino de acero afilado, hendiendoarmadura y decapitando a ambosasesinos al mismo tiempo; la expresión

de horror y sorpresa quedó congelada ensus rostros mientras dos cabezas seprecipitaban hacia el suelo.

Jadeando, Varian se detuvo y miró alhechicero que se encontraba tan solo aunos pasos. Éste mostró sus dientesamarillos en una sonrisa de triunfo. —¡Demasiado tarde! ¡Tu perdición es…!

Antes de que el taumaturgo pudieseterminar, Varian cargó de nuevo,lanzando un tajo con su espada en tantoque Anduin descargaba una flecha porencima del hombro de su padre. Parasorpresa de ambos, el hechicero nisiquiera intentó defenderse; la flecha leperforó el cuello, seguida de la espada

de Varian atravesándole el pecho. Súúnica preocupación había sidocompletar el hechizo del portal, aun acosto de su propia vida.

El hechicero presentaba una sonrisade triunfo mientras se desplomaba. Conel portal finalizado, era posible percibirla silueta oscura y voluminosa de unacriatura aproximándose.

—¡Atrás Anduin! —Gritó Varian.Con un destello de luz, surgió una

enorme figura del portal. Anduin dejóescapar un grito ahogado de asombromientras Varian adoptaba una posturadefensiva. Frente a ellos se encontrabael dracónido más grande que jamás

habían visto. El enorme monstruo mitaddragón, mitad humano, estaba ataviadode cola a cabeza con una colosalarmadura púrpura que ostentaba lasmarcas del culto del MartilloCrepuscular. Sus gruesas placasrefulgían con hechizos de protección.

El dracónido desenvainó dosgigantescas hachas que llevaba a laespalda y rugió un desafío que sacudiólos árboles y le heló la espina dorsal aAnduin. Varian se colocó entre elmonstruo y su hijo, a quien miró dereojo poco después. —Sin importar loque pase, permanece detrás de mí,Anduin. ¿Entiendes? No te acerques,

esta criatura… esta cosa… es algodistinto.

El príncipe ni siquiera tuvo laoportunidad de asentir antes de que eldracónido aullara con furia y seabalanzara contra el muchacho.

—Entonces, con el advenimiento delcigüeñal de vapor transversal deGnomeregan —prosiguió el mariscal decampo, mirando sobre su hombro con laesperansa de que el rey hubiese llegadoya—, ah… con este nuevo engranar derueda dentada, y gracias al sistema depresión mejorado, la máquina de asedio

podía lanzar proyectiles de más de 300kilogramos; incluso en el gélido climade Corona de Hielo.

El mariscal de campo Afrasiabi hizouna pausa, esperando que la multitudquedara tan impresionada con ese datocomo él. En efecto, la gente deVentormenta se encontraba impactada,tanto que no emitían sonido alguno. Enel fondo se escuchó la caída de unabalorio. El mariscal de campo sevolvió y se encogió de hombros,dándose por vencido.

Los nobles de la ciudad seencontraban fuera de sí y uno de ellosespetó, —alguien haga algo. ¡Esto es un

desastre! ¿Dónde está el rey?Todos los delegados comenzaron a

hablar al unísono. Habían estadovociferando y cuchicheando por un buenrato ya, pero por fin alcanzaron unconsenso. Se volvieron haciaBenedictus. —Hemos decidido que elarzobispo debe hablar en lugar del rey.

Benedictus hizo un ademán. —No,no. Me halagan, pero no mecorresponde. Esperemos a ver quéocurrió con nuestro rey.

La multitud abucheaba y silbaba. Elmariscal de campo Afrasiabi abandonósu puesto en el podio y se sentódisgustado. —Hmmph… ¡Yo gano

batallas, no corazones!Un creciente sentimiento de

preocupación se diseminaba entre elpúblico. La gente comenzaba a percibirque algo estaba mal. Breves comentariosde ansiosa insatisfacción alcanzaron lasgradas conforme el muro de voces de lamultitud se hizo más fuerte.

—Los estamos perdiendo, Padre.Haga algo. —Suplicó uno de los nobles—. Por favor, el pueblo le adora.

Benedictus miró a los miembros dela delegación y finalmente aceptó. —Muy bien, será mi gran y humilde honordecir unas cuantas palabras como tributoal día de hoy.

La multitud murmuró satisfechacuando el arzobispo Benedictus avanzóhacia el podio, su presenciatranquilizadora pareció llenar el vacíodel valle. El escándalo se tranquilizó yse apagó, la gente se encontraba deseosade escuchar a su líder espiritual. Elarzobispo hizo una pausa y luego levantólas manos. Hubo una ovación yBenedictus comenzó a hablar.

Sangre brillante manaba de heridasrecientes mientras Varian aguantaba unpoderoso golpe de la enorme hacha deldracónido. La gigantesca criatura avanzó

y descargó un ataque con su segundahacha. Esto hizo que Varian setambaleara, ya que su espada apenas yabsorbió el aplastante impacto. Elmonarca notó una oportunidad y, congran destreza, lanzó un tajo contra elabdomen de la criatura. No obstante, suespada rebotó en la armadura con unalluvia de chispas. El dracónido miróhacia abajo y soltó una risa gutural,caminando en círculos lentos alrededordel guerrero cansado; jugando con él.

Anduin disparó su última flechacontra la bestia, pero era inútil; comomosquitos frente a un gnoll. Variancontinuó su lucha, intentando mantener la

atención de la criatura alejada de suhijo. Conforme caía golpe tras golpesobre el rey, Anduin sólo podía verangustiado como su padre intentabadesviar la increíble fuerza del monstruo.

De súbito, el dracónido giró,moviéndose más rápido de lo que sutamaño pudiese sugerir. Varian logródetener las hachas, pero la cola conpúas de la criatura alcanzó de lleno alrey en el pecho y lo derribó. Varianaterrizó violentamente, rodó hastadetenerse y quedó inmóvil.

Anduin miró conmocionado elcuerpo inerte de su padre. Era como unapesadilla de la que no pudiese despertar.

—¡Padre!— gritó Anduin, pero Varianseguía inmóvil, cubierto de sangre ypolvo.

El príncipe caminó hacia el rey, peroluego sintió la tierra temblar bajo suspies. Levantó la mirada justo a tiempopara ver al dracónido lanzarse contra élcual toro enardecido; gigantesco y sinpiedad. Una de sus hachas masivas yaestaba rebanando el aire con direcciónal puente de la nariz del muchacho.

Anduin cayó de espaldas,sosteniendo su arco cual pluma en unhuracán. El hacha del dracónido seimpactó contra el arma, despedazándolay enviando al joven al suelo. Estaba

boca abajo en el lodo, sus brazos ypecho entumecidos por el impacto. Hizoel intento de incorporarse, pero sucuerpo aturdido se negó a cooperar.Todo lo que podía hacer era rodar, loque fue suficiente para salvar su vida.Instantes después, la segunda hacha cayócon gran fuerza en el sitio donde habíaestado la cabeza de Anduin. Tierra yguijarros salieron despedidos a causadel tremendo golpe, forzando almuchacho a entrecerrar los ojos.

El príncipe se colapsó jadeando, sumente una avalancha de pensamientos.Anduin miró el cuerpo inerte de supadre y luego se obligó a mirar al

enorme dracónido que se encontraba alfrente, intentando mostrar la ausencia demiedo y el orgullo que corresponde alpríncipe de Ventormenta; tal como supadre haría. Clavó la vista en los fríosojos azules de la criatura y sintió comolo envolvía una extraña calma.

El ser mitad dragón levantó sushachas y se mofó, sus colmidosretorcidos goteaban con sed de sangre.Anduin murmuró una breve oración,consciente de que todo terminaríapronto. Las hachas silbaron con júbilosalvaje…

De súbito, una ráfaga de colores azuly dorado se encontraba sobre él. Su

padre estaba ahí, sangrando ytambaléandose, y había detenido elataque del dracónido con su espada. Alson de un agudo chirrido de metal contrametal, el hacha del hombre dragón y elarma de Varian cayeron al suelo… peroel dracónido descargó un feroz tajo consu segunda hacha.

Varian sintió como la mordida de lahoja partió su armadura y se incrustóprofundamente en su tórax. El violentoimpacto sembró al rey en el suelo, perosus ojos nunca se despegaron de Anduin.Quería asegurarse de que su hijo noestaba herido.

Sus miradas se cruzaron y los ojos

de Varian adquirieron un matiz mássuave, aliviado de que su hijo estabaileso. Sin embargo, al asentarse elpolvo, la mirada de Anduin denotó granhorror ante lo que veía.

Varian se encontraba en el suelo, conel hacha del dracónido clavada en elpecho. Anduin gimió con angustiadurante ese instante que parecíaextenderse como si fuera una eternidad.El monarca miró a su hijo a los ojos y ledijo que todo estaba bien. Así terminasiempre para los reyes Wrynn…

El dracónido se encontraba cerca,riendo mientras Varian tosía y lesuplicaba con la mirada a Anduin que le

concediese un último favor.—Corre… —Susurró Varian en

tanto que una fresca y gentil negrura leenvolvía lentamente. Déjame ser elúltimo que pague este precio. Lacriatura se burló del rey, arrancando elhacha de su pecho, un tirón extrañamentesordo. Ya no había dolor ni tristeza,Varian sabía que moriría tal como habíavivido. La criatura alzó la hoja mojada,su superficie metálica, marcada yensangrentada, brillaba con el sol delocaso. Qué pacífico es este sitio,Tiffin…

Varian sintió que el mundo sealejaba… pero luego percibió que

alguien se encontraba de rodillas junto aél, orando y permaneciendo firme ante eltemible dracónido. El monarca luchópor mantener la consciencia y vio que suhijo tenía los brazos extendidos; suspalabras y oraciones le protegían ymantenían a raya a la criatura. Anduin seincorporó y alzó sus brazos hacia elcielo. Una nova dorada de energíadivina obligó al monstruo a retrocedermientras el príncipe avanzaba, fuerte ysin temor. ¡Como un rey!

Cuando Anduin entonó la palabra depoder «Barrera», el cementerio pareciótornarse borroso y fulgurante en torno alrey y al príncipe. Confundido, el

dracónido descargó su hacha contra elmuchacho, pero la imponente hojarebotó sin causar daño al son de untimbre celestial. Varian observómaravillado mientras Anduinperseveraba. El dracónido, listo paraatacar, caminaba en círculos alrededorde Anduin, quien sólo tenía su fe comoarma. Varian trató de alcanzar su espada,pero ésta se encontraba muy lejos. Cayónuevamente de espaldas sintiendo grandolor. No podía respirar bien, muchomenos moverse.

Anduin se mantuvo erguido comouna roca, valiente y resuelto, aun cuandoel dracónido preparaba una última

carga. Varian rodó pese al terrible dolore intentó levantarse, tenía que haceralgo. De pronto, sintió el pesadofragmento de la armadura del dragónnegro en su cinturón. Al cabo de variosintentos, el rey logró sacar la filosa púa.

Al cargar el dracónido, el muchachono se inmutó, rodeado por un aura deLuz Sagrada. Abrió sus palmas y entonólas palabras para disipar magia. Latierra se cimbró a causa de la energía,sacudiendo las lápidas y enviando unaonda por la superficie del lago. Undestello de fuego surgió del cielo ygolpeó al dracónido mientras éste seaproximaba.

El infierno cegó a la bestia y éstatrastabilló en dirección a la serenasilueta de Anduin; aullando de rabia ydolor. Al desplomarse el dracónido, suarmadura adquirió rápidamente un colorgris sin brillo; libre de la protección demagias oscuras.

En el último instante, Varianarremetió contra la bestia con toda lafuerza que le quedaba en el cuerpo,alzando la punta hambrienta delfragmento de armadura de Alamuerte.

El choque con el dracónido fuecomo una tremenda avalancha mientraséste cayó encima de Varian. El filosofragmento perforó la armadura del

monstruo y se hundió en su pecho. Enalgún lugar de su mente, Varian escuchóalgo que parecía ser mitad grito debatalla y mitad grito de agonía, pero noestaba seguro si lo emitió él o lacriatura. Luego, por fortuna, todo sevolvió negro.

En algún punto muy distante, Variansabía que Anduin estaba ahí. Abrió losojos para ver que su hijo le abrazaba,las lágrimas del muchacho mezclándosecon el charco de sangre que se extendíabajo el rey.

Jaina y Jonathan entraron corriendoal cementerio acompañados por uncontingente de guardias. El general

frunció el ceño e indicó a sus hombresque revisaran los cadáveres de losasesinos. Jaina se arrodilló junto alpríncipe. Al ver la terrible herida deVarian, ella dirigió una mirada a Anduiny sacudió la cabeza.

Varian miró a Anduin con calidez yadmiración. —Tenías razón…— dijocon una mueca de dolor, —el amorsobrevive a todo. Anduin limpió lasangre y tierra de los ojos de su padre,pero Varian apenas y podía sentirlo. Sucuerpo estaba tan frío; el mundo parecíaderretirse.

El sol brillaba de color rojo sangreen el horizonte, bañando el cementerio

en un tono carmesí oscuro. El rey cerrólos ojos y dejó que la Luz hiciera losuyo. Mientras la guardia de honor deVentormenta se reunía alrededor de sumoribundo rey, la respiraciónentrecortada de Varian se tornaba cadavez más débil y menos frecuente.

—Lo siento mucho, padre, —dijoAnduin entre sollozos.

Varian abrió los ojos e intentósonreír. —No, soy yo quien lo siente…por no haber visto antes lo que eras… loque siempre has sido. Estoy muyorgulloso… de que tú eres mi hijo—.Varian levantó su mano ensangrentadapara tocar la mejilla del muchacho. —

No llores por mí, Anduin. Éste siempreha sido mi destino… no permitas que seconvierta en el tuyo.

Con eso, el brazo de Varian cayóinerte. Anduin se quedó ahí, paralizadopor un instante que pareció unaeternidad; su cuerpo entumecidomientras su vida se desplomaba enespiral frente a sus ojos. Jonathan seinclinó para ayudar al joven aincorporarse. —Ven Anduin, esnecesario que te llevemos a la seguridaddel castillo. El heredero al trono debeser protegido.

Anduin se quedó inmóvil. No habíaescuchado ninguna de las palabras del

general, sólo miraba el bulto moribundoque era su padre sin poder creerlo.

—Dejemos este lugar, —suplicóJaina, extendiéndole un brazo. Pero elpríncipe los apartó y se limpió los ojoscon súbita furia.

—¡No! ¡Esto no termina así! —Eljoven sacudió el cuerpo del rey—. ¿¡Meescuchas padre!? —¡Un príncipe Wrynnjamás volverá a ver a un ser amadomorir frente a sus ojos! ¡Éste no esnuestro destino! —Anduin gritó hacia elcielo y las nubes parecieron abrirse amodo de respuesta.

Los presentes miraron con asombrocuando el príncipe cerró los ojos y

comenzó a murmurar lentamente unensalmo. En un principio el sonido erasuave y gentil, pero conforme aumentó elcrescendo de su voz, se convirtió en unabella y poderosa canción. Al surgir laspalabras, las manos del jovencomenzaron a brillar con luz tenue.Gradualmente, dicho brillo seintensificó hasta rivalizar con el sol delocaso, inundando el cementerio con luzsimilar a la del mediodía.

La canción alcanzó su ápice y eljoven sacerdote alzó sus ojos y vozhacia los cielos, suplicando al corazóndel cosmos que le proporcionase unafuente de poder divino.

De súbito, rayos líquidos másradiantes que mil soles surgieron de laspuntas de los dedos de Anduin,penetrando el cuerpo del rey ypintándolo todo con un resplandoramarillo brillante. Los guardiasexhalaron con asombro y retrocedieron.El cuerpo de Varian estaba siendosacudido por un influjo de luz pura y enel centro de todo ello se encontrabaAnduin, manteniendo a su padre cercamientras una vorágine de infinita bellezadanzaba entre ellos.

Luego, en agudo contraste con lasintensas espirales de energía quegiraban por doquier, el príncipe colocó

sus manos en la frente del rey inerte ycomenzó a hablar con voz melodiosa ygentil; orando de modo pacífico.

Benedictus estaba en su elemento yla multitud aplaudía todo lo que decía.La gente de Ventormenta algún día sedaría cuenta de que este día había sidoinevitable, que a través de él, el mundofinalmente sería purificado por estosimportantes acontecimientos.

Extendió un brazo hacia lamuchedumbre que seguía con atencióncada una de sus palabras. —En estosmomentos enfrentamos tiempos terribles.

El mundo y sus cimientos han sidohendidos por completo. ¡Azeroth estásiendo purificado por fuego divino ysiempre recordaremos estos días detribulación como el crisol que dioorigen a una nueva era!

La multitud aplaudió sin saber porqué y Benedictus sonrió para sí mismo,cerrando los ojos con satisfacción. Depronto, la multitud vitoreó nuevamente,con mucho más fuerza que antes.Sorprendido, Benedictus abrió los ojos.Otro rugido, mucho más fuerte que elprevio, y el arzobispo se volvió paraver cual era el objeto de las ovacionesde la multitud.

Cojeando, maltrechos y cubiertos desangre, el rey Varian y el príncipeAnduin entraron en escena, avanzandotrabajosamente a causa de la fatiga.Conforme el público notó el estado en elque se encontraban, surgieron murmullosde preocupación, pero Varian alzó unamano para calmarlos y el silencio sehizo presente.

Benedictus no tenía palabras; hizouna reverencia y le cedió el escenario alrey de Ventormenta. Varian cojeó hastael podio. Anduin le ayudaba amantenerse firme en su estado dedebilidad. El monarca le dio a su hijouna palmadita en el hombro y asintió a

modo de agradecimiento. Anduinregresó con Jaina y los demásdelegados.

Varian cayó en la cuenta de quenunca tuvo tiempo para preparar sudiscurso del Día de Remembranza. Elrey hizo una pausa breve, intentandosonreír pese al dolor que sentía y supoperfectamente qué era lo que tenía quedecir. Señaló las enormes estatuas quelos rodeaban.

—¡Escúchenme ciudadanos deVentormenta! Su rey se encuentra frentea ustedes y su corazón aún palpita—. Untambor que cada día resuena con másfuerza al ver la determinación que han

mostrado para reconstruir después de latragedia. Del mismo modo en que estasestatuas siguen de pie, Ventormentatambién; ¡hoy y siempre!

Como si los primeros rayos de lamañana hubieran surgido en el horizonte,la multitud estalló con la ovación másbrillante que jamás se había escuchadoante las puertas de la gran ciudadhumana.

—Estamos aquí reunidos este Día deRemembranza para honrar a aquelloshéroes que nos han mostrado el caminocon la luz de sus vidas y la gloria de susobras.

La multitud respondió con aplausos

de entusiasmo.—¡Uther Lightbringer!Los aplausos se convirtieron en un

rugido salvaje.—¡Anduin Lothar!La ovación ahogó todo sonido por

largo tiempo y Varian aguardópacientemente a que concluyera.Rebosaba de orgullo por su gente y suciudad, sin embargo, su tono se volviómás sombrío.

—Una vez más enfrentamos unanueva y terrible amenaza. —El reyseñaló las torres dañadas—. Aun ahora,llevamos cicatrices recientesprovocadas por fuerzas oscuras que

buscan nuestra destrucción. —Varianlevantó la voz para que todosescucharan—. ¡Pero la humanidad no seencoge de miedo tan fácilmente!¡Estamos de pie en la brecha ymantenemos la línea! ¡Nunca seremosesclavos del miedo!

La multitud aplaudió con desenfreno.Los delegados que se encontraban en elescenario detrás del rey aplaudieroncomo uno, sus diferencias y quejasperdidas con el momento. Conforme lamuchedumbre gritaba jubilosa, Varianechó una mirada a Jaina y Anduin,quienes luchaban contra sus propiasemociones. Cuando habló de nuevo, su

voz era más suave y paternal, algo quela gente de Ventormenta no habíaescuchado antes.

—El día de hoy debemos recordarno sólo lo bueno, sino también lo malo,ya que nos hacemos mejores con laadversidad y los tropiezos. Yo he sido…un rey ausente, dando a caza a nuestrosenemigos hasta el corazón delinframundo. La seguridad de todosustedes es mi responsabilidad principaly que gocen de una buena vida es miprimera y única vocación. Porque no esla gente la que sirve al rey, ¡sino que elrey quien sirve a su gente!

La audiencia aplaudió una vez más.

Volaron rosas al escenario y buenosdeseos surgieron de todos los rinconesde la multitud. Quedaba claro que a lagente le importaba mucho más de lo queel rey sabía y esto le llegó al corazón.

—No siempre he sido el mejorlíder… o padre… o esposo. —Los ojosde Varian se tornaron vidriosos a causade los recuerdos. Se volvió y asintió,mirando a su hijo.

—Un hombre sabio dijo, «cada unode nosotros debe crecer en todasdirecciones cada día». Bueno, mishuesos aún pueden crecer un poco más ydetrás de mí veo una ciudad que resurgedel desastre, ¡con renovadas esperanzas

y capiteles fulgurantes!Las ovaciones de los arquitectos y

mamposteros fueron las más sonoras detodas. Varian alzó una mano paracontinuar.

—Sí, hoy honramos al pasado, ¡perocon los ojos puestos en un futuro másbrillante! Uno que forjaremos juntos,¡para nosotros, nuestros hijos y los hijosde nuestros hijos!

El rugido resultante fue lacombinación de amor y esperanza.

Varian miró a la multitud y notómuchos rostros jóvenes con los ojosfijos en él, niños que prontoemprenderían sus propias misiones y

que, de modo muy particular, harían delmundo un mejor lugar.

—Cada generación está destinada alograr su gran promesa. Es seguro quecada una enfrentará un conjunto único depruebas y tribulaciones; habrá algunasque estarán convencidas de que el fin seacerca. Pero no hay verdad en la mentirarepetida hasta la saciedad en lastabernas. Esa que dice que los «buenosviejos tiempos» se encuentran parasiempre detrás de nosotros. ¡No! ¡Cadadía que despertamos con vida es un grandía! ¡Y cada generación encuentra elmodo de convertirse en la mejorgeneración que ha vivido!

En tanto que la multitud aclamaba, elrey echó una mirada a la delegación dehonor. Jaina sonreía y Anduin aplaudíacon más fuerza que nadie, el relicario desu madre danzaba en su cadena. Elrostro del joven estaba lleno de orgulloy algo más: amor.

Varian ya no se sentía solo en sulucha para proteger el mundo. La sangrede sus padres corría por sus venas y, deigual modo, por las de Anduin. Variansintió como la calidez y el consuelo desus ancestros se extendía, incluso, másallá de la Gran División. Eso le diofuerza para ser rey y algún día le daría aAnduin el poder para cumplir su propio

destino. Varian le sonrió a su hijo yluego se volvió hacia el público. Ahoracontaba con una seguridad que llenabalos espacios vacíos, los cuales se habíanenconado por largo tiempo en sucorazón.

—En el pasado hemos dependido dela fuerza y del acero para forjar nuestrocamino. Protegemos lo que podemos ydestruimos lo que debemos. Pero esa noes la única vía. Si hemos de restaurareste mundo, llegará el día en que loslíderes de Azeroth ya no sean guerreros,¡sino sanadores! Aquellos que curen enlugar de romper. Sólo entoncespodremos remediar nuestros males

profundos y alcanzar paz duradera.La multitud rugió su aprobación

unánime. Incluso el barón Lescovar y sugrupo de nobles se encontraban de pie yaplaudiendo, conmovidos por el poder yel orgullo de la visión de su rey. VarianWrynn alzó ambas manos para que laaudiencia guardara silencio por últimavez y señaló de nuevo a las majestuosasestatuas.

—¡Miren hacia arriba! Los héroesde antaño aún se mantienen firmes y loshonramos y recordamos el día de hoy.¡Ahora miren a su lado! ¡Junto a ustedesse encuentran todos los héroes delmañana! Tú… y tú… y tú. Cada uno de

ustedes jugará un papel; cada unomarcará la diferencia. ¡Con el tiempo,algunos serán honrados este día porproezas mucho más grandes de lo quepodríamos imaginar!

Las generaciones más jóvenes de lamultitud agregaron sus voces al rugido,ojos inocentes encendidos con lapromesa y emoción de las fantásticasaventuras del porvenir. Aun el bruscomariscal de campo Afrasiabi pretendiótener una basurita en el ojo en lugar deuna lágrima.

—Entonces, ¡pueblo de Ventormenta!Unámonos este día, renovemos nuestrapromesa de mantener y proteger la Luz.

Juntos vamos a enfrentar esta nuevatormenta de oscuridad y nosmantendremos firmes ante ella; comosiempre ha hecho la humanidad… ¡ycomo siempre hará!

La multitud guardó sus rugidos mássonoros para el final. Un coro de ¡Largavida al Rey Varian! ¡Larga vida al reyVarian! Ascendió hacia el cielo convigor y convicción. Las ovaciones notenían fin y hacían eco en el bosque deElwynn; llegando débilmente hasta lospicos distantes de las MontañasCrestagrana.

Mientras Varian se deleitaba con lacalidez de su pueblo, se sintió

verdaderamente en casa por primera vezen muchos años. Apreciaba la granfortuna de ser padre, el increíble honorde ser el rey de Ventormenta y, no porprimera ni última vez, el rey VarianWrynn se sintió muy orgulloso de serhumano.

SYLVANAS

BRISAVELOZ

FILO DE LA

NOCHE

Dave Kosak

CORONA DE HIELO

Sylvanas Brisaveloz se desplaza

por un mar de bienestar, la pureza de laemoción reemplaza las sensacionesfísicas. Puede tocar la felicidad, ver laalegría, oír la paz. Esta es la vidadespués de muerte, su destino. El mareterno en el que se encontró después decaer en la batalla, mientras defendíaLunargenta. Este es su sitio. Con cadarecuerdo, su memoria sobre este lugarse empaña. El sonido se aleja; el calor,se enfría. La visión toma la palidez deun sueño recordado a medias. Pero conaterradora claridad, el recuerdosiempre acaba igual: el espíritu deSylvanas siente cómo lo arrancan deallí. El dolor es tan intenso que deja su

alma rota para siempre. El complacidorostro de Arthas Menethil, con susonrisa ladeada y sus ojos muertos, lamira con malicia al tirar de ella paradevolverla al mundo. Se sientemancillada. ¡Su risa, esa risa hueca,tan solo recordarla le enerva la piel!

—¡Hijo de perra! —vociferóSylvanas, dándole una patada a un trozodesprendido de la armadura congeladadel Rey Exánime. Su voz, vacía yaterradora, se quebró por la tensión desu odio. El sonido retumbó entre lospicos de la Corona de Hielo, y se

desplazó por los valles como la densaniebla que siempre ocupaba ese horriblelugar.

Se había aventurado sola hasta elantiguo centro de poder del ReyExánime. Hasta la misma cima de laCiudadela de la Corona de Hielo, sobrela que se alzaba un trono helado encimade una plataforma de blanco hielo. Eraobvio que ese pequeño egotista queconoció de niña elegiría ese lugar paraasentarse, sobre la cima del mundo.¿Pero dónde estaba ahora? Estabaacabado. Ya no podía sentir su maldadatenazando su consciencia. Su armadurarota yacía hecha pedazos sobre el

blanco pico ante su trono, rodeada denegruzcas masas de vísceras heladas,los restos de aquellos que, por fin, lohabían derrotado.

Sylvanas lamentaba no haber estadoallí para verlo destruido. Recogió unguantelete destrozado que cubrió lamano que empuñara la Agonía deEscarcha. «Por fin ha muerto». ¿Peropor qué se sentía tan vacía? ¿Por quéaún se agitaba de ira? Arrojó laarmadura desde el pico, y la viodesaparecer entre la turbia bruma.

No estaba sola. Nueve espíritusresplandecientes la rodeaban en lacumbre, sus caras cubiertas con

máscaras fijaban su mirada en ella, susformas efímeras se manteníansuspendidas sobre gráciles y etéreasalas. Eran las Val’kyr, antiguasdoncellas guerreras, que fueron esclavasde la voluntad de Arthas. ¿Por quéseguían en aquel lugar? Sylvanas no losabía, ni le importaba. Se mantuvieronfuera de su camino, en un silencioabsoluto, inmóviles, incluso cuandoSylvanas gritó y bramó. ¿Laobservaban? ¿La juzgaban? Las ignoró yavanzó por la nieve hacia el mismoasiento de poder de Arthas.

Había alguien sentado en el trono.Al principio Sylvanas pensó que era

el cadáver de Arthas, colocado de formaburlesca en ese lugar de honor y selladoen un bloque de hielo, pero la silueta nocoincidía en absoluto. Se acercó al tronoy pasó la mano sobre la superficie delhielo, atisbando la distorsionada formaque había en su interior. Humano, sí.Reconoció el perfil de una hombrera deplacas de la Alianza. Pero el cuerpopresentaba serias quemaduras, la carneestaba abierta como si la hubieranasado. Llevaba la corona de Arthas, y ensus ojos, ese brillo de consciencia… —Lo han reemplazado— ¡un nuevo ReyExánime ocupaba el trono!

Sylvanas volvió a gritar, y el

asombro se convirtió en una iraexplosiva. Golpeó con fuerza sobre elhielo con la palma de la mano y despuéscon el puño. El hielo se quebró. Elrostro inmóvil del interior se cuarteótras una maraña de fisuras. Sus gritos sedesvanecieron, desapareciendo en laniebla que envolvía el pico.

—Lo han reemplazado. ¿Quiere estodecir que siempre habrá un ReyExánime? Idiotas. —Asumieroningenuos que ese rey marioneta noretorcería el mundo para conseguir suspropósitos. O lo que es peor: seconvertiría en el arma de un ser aún másterrible.

Fue un golpe amargo. Habíaconfiado en aventurarse hasta allítriunfante, y no en descubrir una nuevaderrota. La victoria era vana. Pero sealejó del trono, se irguió, y aceptó queel ciclo seguiría adelante. Arthas estabamuerto. ¿Qué importaba si otro cadáverocupaba su trono vacante? SylvanasBrisaveloz había obtenido su venganza.La visión que los había alentado a ella ya su pueblo a seguir durante años por finse había hecho realidad. Y ni a una solafibra de su cadáver seco y vivo leimportaba hacia dónde se dirigiera elmundo de allí en adelante.

Ahora todo había acabado. En parte

se sorprendió de seguir siquieraexistiendo, sin la continua presencia deél, siempre tirando de lo más profundode su mente. Se apartó del trono y sevolvió lentamente para inspeccionar elmundo frío y gris que la rodeaba. Suspensamientos volvieron a ese lugar deabsoluta felicidad, el recuerdo de subreve visión de lo que le esperaba másallá. Su hogar. Había llegado la hora.

Lentamente, haciendo crujir el sueloa sus pasos, se dirigió hacia elescarpado borde de la plataforma dehielo. Trescientos metros más abajo,oculto por las nubes, se encontraba elbosque de púas de saronita destrozadas

que había explorado antes. Una simplecaída no podría matarla: su carneanimada era casi indestructible. Pero laspúas, sangre endurecida de un diosantiguo, no solo harían pedazos sucuerpo, sino que asolarían también sualma. Lo anhelaba. El regreso a la paz.La misión que había comenzado en losbosques de Lunargenta finalmente sehabía completado con la muerte deArthas.

Retiró el arco de su hombro y lolanzó a un lado. Este golpeó contra elhielo irregular. Después se quitó elcarcaj. Las flechas cayeron de él encascada, deslizándose por el borde de la

Ciudadela de la Corona de Hielo, ydesaparecieron una a una en la niebla.El carcaj vacío cayó sin hacer ruido alsuelo, a sus pies.

Su oscura capa, hecha jirones,liberada del peso del armamento queacababa de desechar, ondeaba alrededorde su cuello mecida por el desagradableviento. No podía sentir frío, tan solo unsordo dolor. Pronto no sentiría nada.Percibía ya cómo su espíritu buscaba unlugar en el que descansar por primeravez en casi una década. Su silueta seacercó al borde del acantilado. Cerrólos ojos.

Todas a una, las Val’kyr se giraron

hacia ella en silencio.

GILNEAS

—Adelante… —gritó el mariscal,pero su orden se vio interrumpida poruna bala de mosquete que le destrozó lamandíbula inferior. La muralla que selevantaba ante él estaba fracturada, peroaún cobijaba a los francotiradores quese ocultaban arriba, en la lluvia. Elaguacero caía desde el cielo en forma deblancos mantos, que empapaban de igualmodo a atacantes y defensores. El

mariscal se desplomó, derribó una pilade escombros como si de un saco deleña se tratara, y fue a caer sobre eldenso lodo. Sus tropas, al igual que losdemoledores atascados y los carros dedespojos de su artillería, no estabanhaciendo ningún progreso. Sin duda acualquier hombre corriente le habríacostado la vida, pero el mariscal yaestaba muerto, por lo que se levantórápidamente del lodo, mientras escupíasangre coagulada e icor de los restos desu cara.

Al norte, a través de una largaextensión de campo cubierta de surcos, yal otro lado de una espesa cortina de

lluvia, Garrosh Grito Infernal trataba decomprender lo que estaba ocurriendo enel frente. Podía ver el contorno gris dela gran muralla gilneana, llena deenormes grietas diagonales abiertas porel Cataclismo. Si sus Kor’kron hubieranestado en el frente, las habríanatravesado a pie. Gruñó al observar queun grupo de exploradores Renegadosretrocedieron pesadamente por entre ellodo, andrajosos y magullados. Inclusoen la victoria, los Renegados parecíancadáveres; en la derrota, su aspecto eraaún peor.

—Tus exploradores no sirven paranada. Los he mandado a hostigar a las

defensas de la muralla, y vuelven arastras como perros apaleados —Garrosh resopló, sin mirar siquiera a suacompañante. El gran orco de pieloscura estaba engalanado con su másamenazadora vestimenta de batalla; susvenosos y tatuados bíceps rebosaban pordebajo de los guarda hombrosrecubiertos de colmillos. A pesar de quese encontraba justo delante de su tienda,se negaba a guarecerse de la lluvia, queresbalaba sobre su rostro ceñudo y suennegrecida mandíbula.

Junto al gran orco, y a resguardobajo el toldo de la tienda, el maestroboticario Lydon parecía tremendamente

frágil. Su rostro picado de viruela seestremecía bajo un revoltijo apelmazadode pelo morado grisáceo, mientrasintentaba formular una respuesta que leevitara otra ronda de abuso verbalcortesía del Jefe de Guerra.

—Te aseguro que están haciendotodo lo que pueden —dijo con tononeutro y con voz ronca y tenue—. Casiseguro que las defensas gilneanas estánsumidas en la confusión.

—Entonces, ¿por qué vuelvencojeando tus exploradores en lugar depresionar hacia adelante? —Garrosh ledio una patada a un barril. Tras él, sustropas resistían bajo el aguacero: cuatro

compañías de orcos y tauren de éliteseleccionados uno a uno, reforzados porcinco batallones de los guerreros másduros de Orgrimmar. Se extendían sobreel Bosque de Argénteos, en un mar derostros verdes y pardos contra el fondorojo brillante de sus estandartes—. ¿Ydónde están los regimientos queLordaeron prometió? Deberían penetraren tropel por la brecha. Estamosperdiendo tiempo.

Lydon sabía que no merecía la penadiscutir tácticas con el tozudo Jefe deGuerra, pero a medida que se acercabala hora del ataque, la desesperación seapoderó de él. Se humedeció los labios

grises con una lengua de un tono moradooscuro e intentó responder de formadespreocupada con la esperanza dehacerlo entrar en razón.

—Se están retrasando por la lluvia,seguramente, pero deberían estar al caer.Son… sin duda… los mejores deLordaeron. Lo mejor de nuestrainfantería y la columna vertebral detodos nuestros recursos…

Garrosh se tocó la cara con losnudillos. Dirigió la mirada hacia elterreno y, mentalmente, situó allí a lainfantería y a la caballería queesperaban mientras Lydon hablaba.

—Pero no puedes mandarlos

directos a la grieta central de la muralla—continuó diciendo Lydon—. Es un…cuello de botella. Bien fortificado y muyvigilado. Las tropas, con sus pesadasarmaduras y a lomos de caballo, nopodrían maniobrar a través de la brecha:los abatirían a golpe de mosquete desdelos escombros. Seguro que entiendes…

—¡Por supuesto que lo entiendo! —respondió Garrosh—. La puerta está amedio abrir; ahora tenemos que echarlaabajo. Eso es para lo que valéis los detu especie —el Jefe de Guerra posó lamirada sobre el maestro boticario, fijósu fría mirada en la pálida luzamarillenta que desprendían las cuencas

oculares de este—. Ya sois cadáveres,es casi imposible mataros. Inundáis elcuello de botella y abrís paso para queel resto de la Horda pueda entrarmientras aún están frescos y rabiosos.Avanzaremos sobre un puente decadáveres destrozados si es necesario.Así es como se asaltan lasfortificaciones y como se ganan guerras.

El maestro boticario levantó dosdedos huesudos.

—Pero si pudiéramos usar tan soloun… un toque de la peste. Solo paraabrir un agujero. Ni siquiera tanto comopara provocar… ¡tan solo una pizca!Más para sembrar el miedo y el pánico

que para causar verdadero…El revés de la mano de Garrosh

cruzó el aire, salpicando la tienda conun brillante arco de agua de lluvia, y fuea chocar con fuerza sobre la mejilla deLydon. El maestro boticario se tambaleócomo si hubiera recibido la coz de uncaballo, pero valiéndose tan solo de suvoluntad consiguió mantenerse erguidodespués del golpe.

—Ni se te ocurra sugerir siquierautilizar un gramo de esa basura queescondes, o te reduciré a ti y a tu cloacade ciudad a cenizas —gruñó Garrosh. Yse volvió hacia la acción.

Humillado, el maestro boticario

Lydon murmuró con la mandíbulaapretada de forma casi inaudible:

—Sí, Jefe de Guerra.Pero secretamente, la ira se

arremolinaba en su interior. «¿Dóndeestá la Dama Oscura Sylvanas?», sepreguntó, elevando sus vacías cuencasoculares hacia el cielo gris. «¿Por quéno está aquí para oponerse a estabestia?».

CORONA DE HIELO

Sylvanas se tambaleaba al borde del

pico de la Corona de Hielo con los ojoscerrados. Levantó los brazos. A pesar deque el viento cortaba de frío, ella solosentía un dolor sordo.

Notó una presencia cercana y abriólos ojos. Las Val’kyr se habían acercadoa ella, lo bastante como para quepudiera ver las armas refulgentes quedescansaban contra sus espectralesmuslos. ¿Qué querían?

Sin previo aviso, una visión llenó sucabeza. Un recuerdo. Se vio a sí mismaen un cálido dormitorio inundado por elsol. A través de la ventana se colabanlos dorados rayos que iluminaban lasmotas de polvo en suspensión y

reflejaban vistosas siluetas sobre elsuelo. Era su dormitorio. Hace toda unavida. Aún no había llegado a suvigésimo otoño, pero aun así, la jovenSylvanas era ya la cazadora másprometedora de su familia. Se calzó susbotas de cuero hasta el muslo, midiendocon cuidado los cordones y atándolos deforma decorativa. Reajustó el bordadoen forma de hoja, y después se bajó dela cama para admirar su reflejo en elespejo. Su rubio pelo hasta la cinturafluía como el agua, traslúcido porcompleto a la luz del sol. Sonrió alespejo y se atusó el cabello hastaconseguir una curva perfecta alrededor

de sus largas y esbeltas orejas. Nobastaba con ser la mejor cazadora de lafamilia. Tenía que dejarlos a todosboquiabiertos a su paso. Su vanidad eratremenda.

Era un recuerdo extraño y olvidadoque sacó a Sylvanas del acantilado.¿Qué había provocado ese recuerdo?Esa vida se había perdido por completohacía demasiado tiempo.

Otro recuerdo inundó sus sentidos.Ahora estaba agazapada detrás de unafloramiento de lisa piedra en el BosqueCanción Eterna. El follaje otoñal crujíasobre ella, enmascarando el sonido delos pasos de su compañero, que se

apresuraba para esconderse a su lado.—¡Hay muchos!— gruñó, y dejó de

hablar al ver que ella levantaba un dedo.—Aquí solo tenemos un par de docenasde forestales —dijo en tono susurrante—. ¡No podrán sobrevivir a esto! —Sylvanas no apartó su mirada de laoscura masa de cadáveres que seacercaba al vado del río arrastrando lospies y pisoteándolo todo a su paso. Erala cúspide de la Tercera Guerra, yfaltaban horas para la caída deLunargenta a manos del ejército deArthas.

—Solo tienen que retenerlosmientras reforzamos la defensa de La

Fuente del Sol —respondió, midiendo eltono de sus palabras.

—¡Van a morir!—Son flechas del carcaj —dijo

Sylvanas—. Tendrán que entregar suvida si pretendemos ganar.

Era categórica. ¿Insensible? No, unaluchadora. Tenía el corazón de unaguerrera.

Entonces, de forma tan repentinacomo la anterior, le asaltó un tercerrecuerdo.

—¡Legítimos herederos deLordaeron! —clamó Sylvanas,sosteniendo su arco en alto. Suantebrazo, aún esbelto y musculoso, era

de un color azul grisáceo. Estabamuerto. Esta escena era muy diferente.Su visión tenía el frío brillo de unrecuerdo vivido después de la muerte.Ante ella esperaba una masa grotesca yagitada de cadáveres que presentabanarmaduras descuidadas, cuerposdestrozados y un inimaginable hedor. Depronto sus lastimosas y desesperadasmiradas le recordaron a las de los niños.Le repugnaban. Pero la movía lanecesidad—. El Rey Exánime flaquea.Vuestra voluntad os pertenece. ¿Acasohabréis de ser marginados en vuestrapropia tierra? ¿O tomaremos las cruelescartas que nos ha dado el destino para

recuperar nuestro lugar en este mundo?Sus preguntas fueron recibidas con

balbuceos primero, pero con una ronca ycasi desesperada ovación después. Lospuños huesudos se alzaban hacia elcielo. Esta pobre gente: campesinos,granjeros, sacerdotes, guerreros,señores y nobles… aún no habíanasumido lo que les había pasado. Peroera electrizante que alguien, cualquiera,les asegurara que tenían un lugar enalguna parte.

—Nos han abandonado. Estamos…desamparados. Pero mañana, cuandoamanezca, la capital será nuestra —dictaminó y entonces todos rugieron.

—¿Y qué pasa con los humanos? —preguntó un joven alquimista cuando elestruendo se desvaneció. Sylvanas loreconoció de la batalla de la nocheanterior. En las cuencas de sus ojosbrillaba una fría inteligencia, Lydon erasu nombre. Él había comprendido ya susituación, y se refería a los humanoscomo si fueran una raza diferente.Sylvanas decidió hacer buen uso de él.

—Los humanos servirán a supropósito —respondió ella, y su menteya estaba inmersa en cálculos—. Creenque ellos están liberando la ciudad.Dejad que luchen por nosotros ysacrifiquen sus vidas en nuestro

beneficio. Ellos son —recuperó unaanalogía que ya había usado antes— lasflechas de nuestro carcaj.

La tumultuosa masa de no-muertosaplaudía, tosía y expectoraba de alegríamientras asentía. Sylvanas observó a lamuchedumbre con frialdad. «Y vosotrostambién lo sois», pensó para sí. Flechasque apuntaré al corazón de Arthas.

¿Mantenía su corazón de guerrera?¿Se había vuelto fría? No, era la misma.Igual en la muerte que en vida.

Sylvanas sacudió la cabeza paradisipar la visión. Estos eras susrecuerdos, pero no era ella quien losestaba recordando. Los estaban

extrayendo de su interior. Los sacabanlas Val’kyr. Los espíritus mudospermanecían suspendidos a sualrededor, observándola en silencio.«Me están explorando», comprendióSylvanas. «¡Me juzgan!».

Llenó los pulmones de aire frío y susojos se llenaron de vida de repente.

—¡No permitiré que me juzguen!—gritó, volviéndose desde el acantiladopara enfrentarse a sus acusadoras. —Nivosotras, ni nadie —La furia hervía ensu interior. ¿Funcionaría su Lamento dealma en pena contra estas… cosas?

Pero no le hizo falta luchar. Ya habíaacabado.

—Alejaos— ordenó. —¡Y salid demi cabeza!

Sylvanas dio un paso atrás, el vientoazotaba su cabello y hacía batir su caparaída. Los recuerdos de lo que fuetiempo atrás y en qué se habíaconvertido le provocaron un nudo en elestómago, y ahora se disponía adesatarlo. Ya no volvería a ser lavengativa líder de una raza mestiza decadáveres descompuestos. Su trabajoestaba hecho y la recompensa quedurante tanto tiempo le habían negado laesperaba. En su anhelo por sentir esafelicidad absoluta olvidada, se dejó caerde espaldas desde lo alto de la

Ciudadela de la Corona de Hielo. Elviento corría veloz a su lado, se oyó unlamento cada vez más alto. La cumbre, ylas silenciosas Val’kyr de la cima,desaparecieron…

Su cuerpo golpeó con fuerza contralas piedras de saronita destrozándose deforma irrevocable.

GILNEAS

Como en un sueño, el corazón delejército de no-muertos de Lordaeronavanzaba con gran estruendo. Los gritos

de mando enmudecían de maneraextraña. La caballería pesada entraba entropel por la brecha, de algún modo, loscascos esqueléticos de las monturasencontraban dónde pisar entre losdespedazados restos del muro. LosRenegados forcejeaban por abrirse pasopor un hueco que en algunos tramos nosuperaba la anchura de cuatroindividuos.

Entonces la artillería de losdefensores abrió fuego con un apagado yreverberante crujido. Allí donde caíanlos proyectiles, hombres y caballossaltaban por los aires convirtiéndose enpolvo y vísceras. El fuego manaba de

los mosquetes con el resonar detambores lejanos: las filas iban cayendouna a una. Pero estos veteranos habíansobrevivido a los horrores de la Coronade Hielo. Consiguieron abrirse paso, sindescanso, para atacar a los defensoresque esperaban al otro lado. Llegó lasegunda oleada lanzando rezones a loalto del muro, desde donde brotaba elaceite. De repente, el frente estalló enllamas. La pólvora los seguíaalcanzando, pero los Renegadoscontinuaban su arremetida.

Algunos llegaban a lo alto de lamuralla, tan solo para acabardespedazados. Los defensores no eran

humanos. Esas rabiosas criaturas lupinasque solían merodear por los alrededoresdel Bosque de Argénteos habíanconseguido organizarse en una fuerza decombate. Allí donde las armas y lasespadas fracasaban, dientes y garrasdestrozaban al ejército no-muerto.

Los Renegados se alzaron de nuevo,las armas estaban salpicadas de sangre ycubiertas de agua de lluvia. Las siluetasde los combatientes aparecían grises enla bruma, sus gritos, de algún modo,eran ecos mudos de su destrucción.Ahora incluso los defensoresflaqueaban. Después de haber matado atantos, ¿podía quedar algo todavía?

La primera oleada de orcos cogió alos gilneanos por sorpresa. Las fuerzasde la Horda se abalanzaron haciadelante sobre una alfombra decadáveres, la sed de victoria ardía ensus ojos y en sus gargantas. De pronto,todo era silencio. Y después no habíanada.

En su lugar se alzaba El Baluarte, lafortificación a medio terminar quemarcaba la frontera entre Lordaeron y loque se había llegado a conocer como lasTierras de la Peste. El maestro boticarioLydon estaba allí, había perdido elbrazo izquierdo y un enorme corte lecruzaba la cara. Se dirigió con urgencia

a su pueblo, pero el silencio reinaba enel ambiente. Estaba planeando unadefensa de última hora en El Baluarte,aunque tenía poco con lo que contar. Elcorazón del ejército Renegado habíasido sacrificado en Gilneas.

Los pocos que quedaban seenfrentarían a un ejército organizado dehumanos y enanos que se dirigía hacia eloeste, y que acababa de obtener unavictoria en Andorhal. El ejércitovapuleado que quedaba en El Baluartetenía pocas esperanzas de salirvictorioso. El resto de la Horda seencontraba en paradero desconocido.

«Esto no es real», comprendió

Sylvanas al percibir de pronto su propiaconsciencia, que observaba estossucesos espectrales mientras sedesarrollaban. Estaba muerta: podíasentirlo, pero su espíritu estaba retenidoen el limbo. «¿Qué es esto?».

Lo último que recordaba era la caídaque la había llevado a la muerte. Estasvisiones eran como recuerdos desucesos que no habían ocurrido aún. ¿Dedónde venían? ¿Dónde se encontrabaahora?

De repente, la capital estabaasediada. El rey Wrynn se encontrabamás allá de los restos ardientes de latorre del zepelín, dibujando diagramas

de Entrañas para sus generales. Ya habíaatacado la ciudad antes, confiaba en lavictoria.

Dentro de las murallas de la ciudad,las hogueras ardían furiosas. La ira deSylvanas crecía; la Alianza ya estabaquemando los cadáveres. No. Espera.Intentó comprender la borrosa visión.«Los pocos Renegados que quedan estánlanzándose a las hogueras», comprendió,lo prefieren a enfrentarse a susejecutores.

—¡Esto no es real! —dijo Sylvanas.Su voz retumbaba en su cabeza y sonabacomo cuando estaba viva. ¿Realmenteera tan débil su pueblo?—. No, ¡no! —

Garrosh había masacrado a sus mejorestropas en sus inútiles campañaspersonales. Se había perdido elliderazgo de los Renegados. Eso era loque mostraban estas visiones.

La bruma se apelmazó por completoy el futuro se volvió borroso. Sylvanasya no sentía su propio cuerpo. Estabaflotando en algún tipo de limbo. Se diocuenta de que se podía ver a sí misma ylevantó las manos en silenciosoasombro. Su piel volvía a ser rosada,firme y luminosa como lo era en vida.Pero no estaba sola.

Ahogó un grito al ver que estabarodeada. Nueve guerreras formaban un

círculo en torno a ella, y su bellezaeclipsaba la suya propia. Las Val’kyrmostraban la apariencia que tenían envida. Algunas tenían el cabello oscurocomo el azabache que caía enmarcandosu tez morena y ojos azules comozafiros. Otras tenían rubias melenas delpálido y brillante color del sol reflejadosobre la nieve. Sus rostros eran suaves,pero sus facciones marcadas. Sus brazoseran tersos y musculosos; sus muslos,gruesos y fuertes. Cada una de ellassostenía un arma diferente: una lanza,una alabarda, un gran mandoble que sealzaba hasta la altura de la barbilla,dentro de una resplandeciente envoltura

de acero pulido. Cada una de ellas erala mejor guerrera de su generación.

«Todas ellas son como yo», observóSylvanas. «Vanidosas, victoriosas, yorgullosas».

—Sí, lo fuimos —dijo la rubiaVal’kyr que iba armada con elmandoble, respondiendo a Sylvanascomo si hubiera hablado en voz alta. Suvoz era rica y plena—. Soy Annhylde laInvocadora. Estas son mis hermanasdoncellas de batalla, y somos las únicasnueve que quedamos. En vida servimosa los guerreros del norte, y decidimosseguir con nuestro servicio en la muerte.

—Para servir al Rey Exánime.

La visión de Annhylde se mostróirritada.

—¿Acaso tú decidiste servir al ReyExánime? —preguntó.

—¿Qué es esto? ¿Qué son estasvisiones? —Sylvanas exigía unarespuesta.

—Visiones del futuro —explicóAnnhylde—. Toda vida deja una estelaal morir. Esta es la tuya.

—No hace falta una bola de cristalpara saber que Grito Infernal sacrificarálos recursos de la Horda,destruyéndolos para satisfacer su sed deconquista —Sylvanas sintió una iraantigua que brotaba de nuevo, pero no

podía sentir la respuesta de su cuerpo.No podía sentir nada—. ¿Adónde mehabéis traído? Debería estar muerta.

—Lo estás —afirmó otra Val’kyr decabellos de color carbón.

—Ya he probado antes a qué sabe elolvido —protestó Sylvanas—. Metenéis retenida en el limbo. ¿Por qué?

Annhylde esperó paciente, y con vozcalmada y comedida respondió:

—Para mostrarte las consecuenciasde tu muerte, y para ofrecerte laposibilidad de elegir…

—Ya he tomado una decisión —interrumpió Sylvanas.

—¡Tu pueblo morirá! —dijo la

Val’kyr de cabello oscuro. Sin dudahabía sido la más joven de las doncellasde batalla en vida y ahora era la másimpaciente de las no-muertas.

Sylvanas pensó en su pueblo. Habíanavanzado mucho desde sus diezmadosorígenes, aquella anhelante y confusamultitud de cadáveres frescos seapiñaba alrededor de las ruinas de laderruida capital de Lordaeron. Ahoralos Renegados eran una auténticanación: una fétida y espantosa masa dearmazones inertes cubiertos de sangre,hábiles en el combate, devastadores conlas artes arcanas y libres de los grilletesde la moralidad. Pulidos hasta

convertirse en la mejor arma. Su arma.Y habían asestado el golpe mortal parael que ella los había creado. No leimportaba cuál fuera su destino.

—¡Déjalos que mueran! —gritóSylvanas—. ¡Ya no los necesito!

Annhylde levantó una mano parasilenciar a sus hermanas de armas másjóvenes.

—Calma, Agatha. Ella no lo sabe.Necesita ver más. —La líder de lasVal’kyr dirigió sus luminosos ojosverdes hacia Sylvanas, y en su expresiónse leía la tristeza—. SylvanasBrisaveloz, el olvido que buscas estuyo. No te detendremos.

Los ojos de Annhylde se cerraron, yen ese momento las figuras sedesvanecieron para recuperar susformas espectrales.

Entonces Sylvanas sintió que laestaban sacando de allí, sus sentidosestaban aturdidos. Todo desapareció y eltiempo se detuvo.

—¡Está perdida! —gimió Agatha.

GILNEAS

La lluvia seguía, incesante,convirtiendo el suelo ante la muralla

gilneana en una ciénaga. MientrasGarrosh inspeccionaba las filas de losRenegados, las patas de su gran lobo deguerra se hundían en la mugre. El aguade lluvia le resbalaba por la cara y seevaporaba de la parte alta de su cabeza,afeitada hace días.

—Los gilneanos se escondenasustados detrás de sus altas murallas depiedra —gritó el Jefe de Guerra, y suprofunda voz retumbaba por encima delestruendo de la lluvia y los truenos—.Vosotros, ciudadanos de Lordaeron,conocéis su historia. Cuando sus aliadoshumanos los necesitaban, ¿qué hicieron?Construyeron un muro y se ocultaron tras

él.Las espadas chocaban contra los

escudos. No todos los Renegados semantenían aferrados a sus recuerdos devida, pero los que los conservaban, nosentían ningún cariño por el reino quehabía dado la espalda al mundo en sushoras más desesperadas.

Garrosh continuó, con la cabeza altamientras sus palabras llenaban el aire.

—Viven en la deshonra. ¿Cómocreéis que lucharán? ¿Con honor? —Estalló una risa gutural—. No, sufriránla muerte de los cobardes y seránrecordados como tales. Pero vuestragloria de hoy pervivirá en la historia y

en los cánticos —Garrosh Grito Infernalvolvió el rostro hacia la quebradamuralla de Gilneas, desenvainando lalegendaria hacha Aullavísceras quedescansaba sobre su espalda yapuntando su filo mellado hacia losparapetos destruidos—. ¡Las murallascaen, pero el honor es eterno!

El maestro boticario Lydon se pasóunos dedos huesudos por entre lamaraña de pelo. El bramido de orcos,tauren y Renegados superaba el deltrueno.

—¿Cómo lo consigue? —sepreguntó Lydon—. ¡Mis hermanosRenegados aclaman su propia

destrucción!Lydon buscó con desesperación las

palabras adecuadas, una última llamadaa la cordura y en contra del plan deGarrosh. Intentó imaginarse lo que diríala Dama Oscura a Garrosh, cómo leharía contener su sed de sangre. Sumandíbula se abrió, pero no surgió niuna sola palabra de ella.

Un estruendo distante brotó pordetrás de la vanguardia de losRenegados.

Garrosh espoleó a su lobo de guerrapara dirigirlo hacia el flanco delejército, dejando libre el camino para unataque.

—¡Héroes de los Renegados! Sois lapunta de mi lanza. Alzad los brazos,alzad vuestras voces y no os detengáishasta que el estandarte de la Hordaondee en lo alto de esos muros —Aullavísceras descendió—. ¡A lacargaaaaaaa!

—¡IGNORAD ESA ORDEN! —gritó una voz desde el norte. El alaridode la Reina alma en pena portaba unapotencia y una pureza tan aterradorasque hasta la propia lluvia pareció dejarde caer al oírlo. Un relámpago partió elcielo en dos, y los truenos crujieroncomo la piedra bajo el martillo. Todaslas cabezas se giraron hacia ella, la

Dama Oscura montaba a horcajadassobre su esquelética montura, su negracapa ondeaba con la furia de su ímpetu ysus ojos estaban enmarcados por unacaperuza lamida por la lluvia. Cuandolos Renegados la vieron, bajaron susarmas hacia el lodo, inclinaron lacabeza y se arrodillaron.

El maestro boticario Lydon no sehincó de rodillas, aunque le flaqueabanlas piernas ante la visión de lasalvadora de los Renegados. Seadelantó con paso indeciso arrastrandosu larga toga con torpeza por el lodo yalargó el brazo para asir las riendas delcorcel de su señora cuando este se

detuvo.—Dama Oscura —susurró, el alivio

lo había dejado sin aliento.Entonces, parpadeó asombrado: a

ambos lados, Lady Sylvanas estabaflanqueada por las abominables Val’kyr,y sus resplandecientes cuerpos estabansuspendidos en el aire, sustentados portraslúcidas alas.

Garrosh se acercó a ella por elirregular camino, el ejército deRenegados, silenciosos y arrodillados,se extendía a su alrededor como milesde estatuas mudas. La sed de sangrebrillaba en sus ojos. Lydon no pudoevitar retroceder.

Pero Sylvanas no pestañeó, ni sequitó la caperuza en señal de respeto.Alzó la barbilla con un gesto sutil.Pronunció sus palabras, dirigidas aGarrosh, pero lo bastante altas comopara que todos pudieran oírlas.

—Grito Infernal. Gilneas caerá. Y laHorda recibirá su premio —afirmó—.Pero si quieres usar a mi pueblo,tendremos que hacerlo a mi manera —retiró la capa de uno de sus hombros,revelando su veteada piel gris y lasplacas de cuero adornadas de plumas desu decorada armadura negra—. Mis tresbarcos más rápidos ya están en caminohacia la costa sur para desviar la

atención de la capital gilneana. Y enestos momentos, estoy reuniendorefuerzos en Camposanto.

El boticario Lydon ladeó la cabezaante tan críptica afirmación. Por lo queél recordaba, en Camposanto noquedaba nada más que un cementerio.

Pero lo más importante era que algoen la soberana presencia de Garroshhabía cambiado. La voz de la dama,siempre aterradora, ahora tenía un toquedecisivo, como si hablara con ladeterminación de los dioses. ¿Y quépretendían esas Val’kyr que semantenían suspendidas y silenciosas a sulado?

—Mi señora —susurró Lydon—.¿Dónde has estado?

Ella bajó la vista hacia su súbdito.El boticario Lydon retrocedió y sustemblorosas manos dejaron caer lasriendas del corcel.

LA OSCURIDAD

Lady Sylvanas Brisaveloz se viosumida en una caída libre. No en elsentido físico; su cuerpo se había hechopedazos al pie de la Ciudadela de laCorona de Hielo. Era su espíritu el que

caía, perdido, como un barco sin timónen la tormenta.

¿Cómo había llegado hasta allí? Noconseguía recordarlo. ¿La había matadoArthas? ¿Se había suicidado? ¿La habíanenviado las Val’kyr para ser juzgada?Allí el tiempo no significaba nada. Suvida no parecía una serie de sucesos,sino un único instante, un minúsculofogonazo de consciencia en un vacíoinfinito.

Solo percibía oscuridad.Y después sintió, sintió de verdad,

por primera vez en mucho tiempo.Retrocedió asustada. Agonizante.

Estaba allí, sentía que su espíritu

estaba completo de nuevo, y solo sentíasufrimiento. Podía sentir de nuevo, perosolo sentía un abyecto dolor. Frío.Desesperanza.

Miedo.Había otros en la oscuridad.

Criaturas que no reconocía, porque nadatan terrible podría existir en el mundo delos vivos. Sus garras la arañaban, perono tenía boca con la que gritar. Sus ojosse fijaban en ella, pero no podíadevolverles la mirada.

Arrepentimiento.Sintió una presencia familiar. La

reconoció. La voz burlona que un tiempola retuvo prisionera. ¿Arthas? ¿Arthas

Menethil? ¿Aquí? Su esencia seapresuró hacia ella, desesperada, ydespués retrocedió horrorizada alreconocerla. El niño que llegaría a serRey Exánime. Tan solo un pequeño niñorubio asustado, recogiendo lasconsecuencias de una vida de errores. Sia Sylvanas le hubiera quedado un solopedazo del alma que no estuvieradestrozado o atormentado, habríallegado incluso a sentir, por primeravez, un mínimo resquicio de lástima porél.

En el vasto paisaje que conteníatodo el sufrimiento del mundo y toda lamaldad infinita, el Rey Exánime era…

insignificante.Ahora los demás la tenían atrapada.

La habían rodeado. Alegres, laatormentaban, arañaban su consciencia,se regocijaban ante su sufrimiento.

Horror.Así sería su eternidad: un vacío sin

fin, el oscuro y desconocido reino de laangustia.

¿Pasó un instante o una vida antes deque un solo rayo de luz se abrieracamino en la oscuridad? Vinieron haciaella, con los brazos extendidos. Lasnueve Val’kyr, cuya belleza le resultabaincreíble tras permanecer en aquellaoscuridad, envolvieron a Sylvanas con

un único halo de luz.Se sintió pequeña y desnuda. Se

encogió. Cuando encontró su voz denuevo, solo podía sollozar. SylvanasBrisaveloz estaba derrotada. Pero aúnasí, las Val’kyr no la juzgaron.

—Lady Sylvanas —dijo Annhylde,con voz tranquilizadora. Tocó la mejillade la elfa forestal—. Te necesitamos.

—¿Qué…, qué queréis?—Estamos sometidas a la voluntad

del durmiente Rey Exánime. Prisionerasen la cima de la Corona de Hielo, puedeque por toda la eternidad. Anhelamosnuestra libertad, como tú hace tiempoanhelaste la tuya —Annhylde se

arrodilló junto a Sylvanas y las demásse reunieron alrededor de ambas con losbrazos enlazados—. Necesitamos un serreceptor. Alguien como nosotras. Unahermana de la guerra. Fuerte. Queentienda la vida y la muerte. Que hayavisto la luz y la oscuridad. Alguiendigna de manejar un poder sobre la viday la muerte.

—Te necesitamos —repitió Agatha,mientras su negro cabello flotaba libreen la luz.

—Mis hermanas quedarán libres,libres del Rey Exánime para siempre,pero sus almas estarán unidas a la tuya—añadió Annhylde—. Sylvanas

Brisaveloz, Dama Oscura, reina de losRenegados… podrías caminar de nuevoentre los vivos gracias a la hermandadde las Val’kyr. Mientras ellas vivan, tútambién lo harás. Libertad, vida… ypoder sobre la muerte. Este es nuestropacto. ¿Aceptas nuestro obsequio?

Sylvanas respondió, pero no deforma inmediata. El acechante olvido lallenaba de terror. Incluso ahora, sentía laira fluir a su alrededor como unatormenta. Esta era su única salida. Perono quería aceptar debido al miedo.Esperó hasta que sintió algo más. Unacamaradería. Una hermandad.Hermanas. Separadas estaban

condenadas. Pero juntas, serían libres…y con ellas, podría posponer su destino.

—Sí —dijo ella—. Tenéis mipalabra.

Annhylde asintió con seriedad,después se levantó, sus facciones eranturbias y fantasmales.

—El pacto está sellado, SylvanasBrisaveloz —dijo—. Mis hermanas sontuyas, y tú ejerces dominio sobre la viday la muerte —tras una larga pausaañadió—: Yo ocuparé tu lugar.

La luz era cegadora.Entonces, Sylvanas despertó, su

cuerpo estaba retorcido pero entero, laenorme columna de la Ciudadela de la

Corona de Hielo se cernía sobre ellacomo una lápida.

Annhylde se había ido. Sylvanasestaba rodeada por las otras ochoVal’kyr.

Mientras ellas vivieran, ella tambiénlo haría.

GILNEAS

—¿Quién eres tú para revocar misórdenes? —preguntó Garrosh conaspereza, y azuzó a su lobo de guerrapara que avanzara. El enorme orco

impuso su gran envergadura ante ella, seacercó por un costado y le dirigió unamirada fulminante.

Sylvanas no se movió ni se asustó.—Hubo un tiempo en que fui igual

que tú, Garrosh —respondió ella, convoz calmada y firme, adecuando elvolumen para que solo el Jefe de Guerrapudiera oírla—. Aquellos que meservían no eran más que herramientas.Flechas en mi carcaj —levantó la manoy se retiró la caperuza despacio,después, dirigió su oscura mirada haciaél. Sus ojos estaban vivos, en susdescomunales pupilas negro azabachebullía la ira, y ascuas al rojo vivo

brillaban en lo más profundo.En ese momento, nadie se atrevió a

mirar a Sylvanas Brisaveloz a los ojos.Nadie excepto Garrosh Grito Infernal.

Lo que vio fue un gran vacío negro,una oscuridad infinita. Había miedo enesos ojos, pero también algo más. Algoque aterrorizaba incluso al gran Jefe deGuerra. Su lobo empezó a alejarse pocoa poco, de forma instintiva.

—Garrosh Grito Infernal. Hecaminado por los reinos de los muertos.He visto la infinita oscuridad. Nada delo que digas. O hagas. Podrá asustarmelo más mínimo.

El ejército de no muertos que

rodeaba y protegía a la Dama Oscuraaún le pertenecía en cuerpo y alma. Peroya no eran flechas en su carcaj, ya no.Eran un baluarte contra lo infinito.Debía usarlos con sabiduría, y ningúnorco ignorante los sacrificaría mientrasella caminara en el mundo de los vivos.

El Jefe de Guerra envainó su hachasobre su espalda, su montura se alejabacon sigilo de la de ella. Después de unlargo rato, por fin, retiró la mirada deesos ojos.

—Muy bien, Dama Oscura —admitió lo bastante alto como para quetodos lo oyeran—. TomaremosGilneas… a tu manera.

Espoleó a su montura para queavanzara y se dirigió sin prisa hacia suspropias tropas. «Pero te estarévigilando», se dijo a sí mismo.

«Los ojos de Grito Infernal tevigilan más que los de cualquier otro».

VELEN

LECCIÓN DE

PROFETA

Marc Hutcheson

La energía en alza del Trono de losNaaru proporcionaba cierta paz interioral más sanguinario de los peregrinosguerreros e impresionaba al máshastiado de los habitantes de Azeroth.La figura que flotaba frente al Trono

hacía tiempo que había encontradoconfort en esta columna de Luz. Velenmiró hacia el exterior de su cámara demeditación en busca de respuestas… entodas las conexiones, grandes ypequeñas, donde podría percibir laslíneas del futuro. Durante los mesespasados, dichas líneas habían idofragmentándose de manera progresiva.

Mientras el profeta de los draeneimeditaba, con las piernas cruzadas bajoel cuerpo y las manos colocadas sobresus antiguas rodillas, los cristales quereflejaban sus energías brillaban, latíany giraban en torno a él; y no lo hacíansiguiendo un cierto patrón, sino

mediante el caos. Y las visiones, lasinfinitas posibilidades de los mañanas,lo perturbaban.

Una gnoma, cansada y desaliñada,tiraba de un extraño artilugio por lapolvorienta Terrallende, dejando trasde sí sendos surcos que serpenteabansin fin sobre las dunas. Los etéreos, consus energías envueltas en vendas, selimitaban a observar su lucha, sinayudar ni impedir el duro avance de lagnoma.

El vindicador Maraad, luchabacontra un enemigo invisible con suinmenso martillo cristalino, y cayó derodillas mientras una lanza de la más

negra oscuridad se clavaba en supecho y un humo aceitoso y enfermizorecorría el borde del arma.

La acorazada figura de Alamuerte,que invadía el cielo, voló sobre unmundo abrasado y aterrizó sobre losrestos carbonizados de un árbol tanimponente que solo podía tratarse deNordrassil, mientras varios suplicantesataviados con capas de un oscuro colormorado se organizaban en filas y searrojaban a una grieta volcánicapresente en la tierra.

Med’an, guardián de Tirisfal,rompió a llorar; las lágrimas eran unelemento extraño sobre sus rasgos con

matices orcos, y sus ojos se mostrabantan vulnerables y doloridos que susimple visión habría destrozado elcorazón de cualquiera.

Pero no el de Velen.El Profeta había aprendido hace

tiempo a desvincularse de sus visionespara evitar que estas lo volvieran loco.El tercer ojo de la profecía había estadotanto tiempo con él que tenerpremoniciones era algo parecido arespirar. Los fragmentos del cristal deAta’mal lo habían transformado en uncentinela de universos alternativos sinfin alguno, algunas veces hasta susmismos eclipses compuestos de

oscuridad, hielo o fuego. Velen no sentíapena por esos futuros, no lloraba por susextinciones ni saltaba de júbilo por sustriunfos. Simplemente los leía,observaba sus bordados tapices, enbusca de caminos que llevaran a lavictoria definitiva, donde la vida y laLuz luchaban contra la oscuridad yeludían la aniquilación de todo loconocido. ¿Qué importancia tenían esospequeños sucesos que tanto apreciabanla mayor parte de los mortales, eincluidos sus propios draenei, encomparación con la inmensaresponsabilidad de garantizar lasupervivencia de la creación?

Velen buscó entre los restos de lasimágenes moviéndose con rapidez,intentando asir algo, encontrar una señalen el camino. Pero este le era esquivo.

Anduin Wrynn se arrodilló sobre latierra blanda y apoyó las manos sobre unazotador, una de las pocas mutacionesque aún pervivían del choque de ElExodar contra Azeroth. Dos draeneirodeaban a la criatura y la sujetabanpara el Príncipe; su fuerza impedía quese moviese con libertad y escapase de laLuz canalizada a través de las manos deljoven. En un primer momento los

draenei se propusieron como misiónenmendar el daño que su destructivaaparición había provocado en el mundo,pero cuando completaron la mayor partedel trabajo se dieron cuenta de que suspoderes eran necesarios en otroslugares: al principio, en la guerra contrala Legión Ardiente, después en elavance hacia los helados dominios delRey Exánime, y ahora… para paliar lasconsecuencias del Cataclismo.

Con la confusión algunas de lasperversas monstruosidades habíanpasado desapercibidas, y ahora vagabaninmersas en la locura y el dolor,desviadas de su propósito original por

un terrible accidente. La primera vezque Anduin contempló una, no sintióasco, sino pena. Tengo que ayudar.Tengo que ayudar. Tengo queintentarlo. Durante el primer descansode sus clases con Velen el Príncipe sehabía apresurado a las salvajes tierrasde la Isla Bruma Azur, mientras susescoltas se esforzaban por seguir suestela. Ahora le servían de agarremientras rogaba a la Luz que curase almutante para calmar su locura. Anduinno comprendía lo que le pasaba aaquella criatura. No necesitaba saberlo.

La Luz lo sabía. Su poder sedesplazaba a través del joven Príncipe,

y esta lo utilizaba como canal paraenderezar a la criatura que se retorcíabajo sus manos. El acto de sanaciónsiempre hacía sentir a Anduin como auna llave en una cerradura, como unaherramienta empleada de maneracorrecta, y ya había probado sus talentosdurante su estancia con los draenei. Suconfianza había crecido bajo el tutelajede la antigua raza, especialmente bajolas órdenes del Perpetuo, el Profeta. Loveas o no, padre, yo tenía razón. Magnitenía razón. Esta es mi vocación.

Ese pensamiento hizo que seentristeciese. Quería a su padre, pero elabismo entre Varian y Anduin, tanto en

temperamento como en experiencia, erademasiado grande. ¿Por qué no puedesverlo, Padre? No soy como tú. ¿Quéhay de malo en ello? ¿Acaso no sepuede aprender nada de nuestrasdiferencias? ¿De mí?

Anduin lamentaba su parte en esapelea. Su padre insistió en tratarlo comoa un niño, cuando el Profeta, Magni yotros lo observaban de maneratotalmente distinta y reconocían en él supotencial. Anduin y su padre habíandiscutido durante la cumbre de laAlianza en Darnassus, y Varian habíallegado a las manos con él, dañándole elbrazo al retorcérselo. Anduin no se

había sentido nunca tan orgulloso comocuando, después de esa discusión, elProfeta le habló con su voz sobrenaturalpara invitarlo a estudiar en El Exodarcomo su pupilo.

¿Por qué no pudiste comprender quetenía que ir, padre? ¿Por qué no podíasver el honor que había en esainvitación?

Anduin hizo que su atenciónvolviese al presente, lejos de laautocompasión y hacia las necesidadesdel azotador. Se prometió a sí mismodurante el siguiente latido de corazónque nunca dejaría de sentirse asombradopor esa experiencia. La sanación se veía

demasiado a menudo como algo banal,un milagro transformado en mundano,pero Anduin sabía que la Luz, fuente desanación, no lo veía así. Toda vida, todavida, era un milagro.

Frente al Príncipe se encontraba enese momento una bella criatura vegetalcon anchos pétalos de color morado yverde, erguida y fuerte. Los draenei lasoltaron. Uno de ellos se inclinó enreconocimiento a lo que había hecho elmuchacho.

Anduin escuchó cierto alboroto a susespaldas, y comenzó a salir porcompleto del trance de sanación, parapercatarse de que sus reales posaderas

se encontraban en el barro. Muyelegante, pensó Anduin. Padre estaríaemocionado.

El Príncipe se puso de pie de unsalto. Frente a él se encontraba un altodraenei que lucía armadura pesada. Setrataba de un Escudo, uno de losguardias personales de Velen.

—El Profeta ha solicitado verle,príncipe Anduin —fue todo lo que dijo.

En un primer momento, losrefugiados habían llegado humildemente,de uno en uno o de dos en dos, en barcoscon fugas y balsas artesanales,

arriesgándose a lo desconocido parahuir de lo terriblemente conocido. Sehabía extendido el rumor de que losdraenei habían aguantado la ruptura delmundo, de que se podía encontrarrefugio en la Isla Bruma Azur. Y losrumores eran algo mejor que la realidada la que se enfrentaba la mayoría deestos exiliados. En un principio losdraenei los ayudaron en lo que pudieron,les proporcionaron un lugar fuera de ElExodar, los curaron y compartieroncomida y agua con ellos. Pero entonceslos parias comenzaron a intentarencontrar a sus amigos y familiares, y lallamada resonó por todo Kalimdor: El

Profeta mantiene la Isla Bruma Azur asalvo. El Profeta previó el Cataclismo yno se equivocará en nada. El goteo derefugiados se convirtió en decenas yveintenas… y después en centenares.Ahora el campo de refugiados dabacobijo a un millar de exiliados, y losdraenei descubrieron que susnecesidades sobrepasaban ya suvoluntad y capacidad de donación.

Los susurros del campamentoacabaron por tomar un tono mássombrío. El Profeta no quiere vernos.Los draenei lo tienen escondido en lasbodegas de su barco. ¿No es cierto queparecen demonios encapuchados?

Anduin había pasado cierto tiempoentre los refugiados, curándolos comopodía, promoviendo la fe en la Luzeterna, dando consejos y guiando con talcalma que a menudo dejaba a los adultosimpresionados ante su presencia… yalgo trastornados cuando no estaba porlos alrededores. El Príncipe habíapreguntado en muchas ocasiones por quéesas caprichosas almas no habíanbuscado el amparo de su padre, de lafortaleza de Ventormenta. Ellosrespondían de soslayo, diciendo que supadre era un gran rey y un rey de verdad,pero que no podía ver el futuro comohacía el Profeta. Con el debido respeto,

inferían con su tono, tu padre essimplemente un hombre. El Profeta esmás que eso. Después de un tiempo, trasunir muchas conversaciones como partesde un puzle, Anduin se percató de quelas acciones de los refugiados no sebasaban simplemente en venerar a unprofeta que no conocían. Esa genteprovenía de los márgenes de lasociedad. Para ellos, el legítimo ordendel gobierno era algo que se debíatemer, no algo que pudiera protegerlos.Llegado un momento, el Príncipe dejóde hacer preguntas.

De ese modo, era ya una carafamiliar cuando se le escoltó a través

del campamento para su audiencia conVelen. Familiar, pero aún no uno deellos. Sentía la distancia, una brecha queprovenía de su sangre real, su fuerza enla Luz y el trauma de su niñez. Enalgunas ocasiones pensaba que legustaría ser más… normal. Sin embargo,estaba comenzando a sentir, mientras sedirigía a toda velocidad hacia losdesafíos y las extrañas energías de lapubertad, que las diferencias erannecesarias. Tenía un papel único quecumplir, el de guiar y proteger a supueblo, y no era ni un privilegio ni unafuente de poder personal. Era un deber.

Todos los refugiados eran humanos.

No había duda alguna de que los enanoseran demasiado orgullosos paraabandonar su tierra natal; los elfos de lanoche no se dejaban intimidar nisiquiera por la ira de Alamuerte; y losgnomos eran… bueno, eran gnomos.¿Qué podían temer de la lava y losterremotos cuando la siguiente explosiónse encontraba tan solo a un fallo dedistancia?

Los refugiados sufrían miedo,hambre y enfermedades. La fiebre seapoderaba de ellos con granregularidad, y el joven Príncipeutilizaba sus talentos cuando lasepidemias barrían el campamento.

Dados sus esfuerzos, le resultóimposible no sentirse dolido por loscomentarios que escuchó mientrascaminaba frente a un grupo derefugiados sentados en círculo, loscuales no hacían nada productivo másallá de disfrutar de una simple cháchara.

—La mascota del alienígena —dijouno.

—¿El Profeta ve al chico pero anosotros nos rechaza? —fue larespuesta. El resto de la conversación seperdió en el aire mientras pasaba delargo. Anduin pasaba mucho tiempoviendo a la gente, observando contranquilidad el ajetreo de sus almas en

sus rostros. Y en la mirada de muchos delos exiliados vio la misma acusaciónque había escuchado en alto solo unosmomentos antes. La charla delcampamento fue contra él, y era difícilquitarse de encima su resentimiento. Nohe hecho más que ayudar, pensó elPríncipe.

Pero entonces se le presentó unaduda inquietante. ¿Por qué Velen no losrecibe?

Los recuerdos del aire gélido y delnorte muerto fueron dejando de acapararla mente del jinete de grifos mientras

sobrevolaba los cálidos climas deKalimdor. La carga del grifo era almismo tiempo más pesada y mássilenciosa de a lo que estabaacostumbrada la bestia. Generalmente,los que estaban amarrados a la tierra semostraban impresionados por laperspectiva de volar, o asustados antelos movimientos y maniobras normalesde los que sí lo hacían. A pesar de queel viajero dijese poco en voz alta, lospequeños ruidos y la tensión en laspiernas decían mucho al sensible yobservador grifo. Contrastaba con laserenidad y la quietud, que era lanaturaleza de su jinete en esos

momentos.Alguien que había visto docenas de

mundos y había luchado contra la LegiónArdiente en un conflicto interminable nopodía encontrar nada digno de menciónen un vuelo a través de Azeroth. Elvindicador Maraad teníapreocupaciones que hacían palidecer labelleza de la vista. El norte estaba asalvo; la oscuridad del Rey Exánime,eliminada; era el momento de llevar suenergía a otro lugar. Había oído de lavuelta del Destructor, de la devastacióna la que se enfrentaba Azeroth, pero élera draenei; ¿qué significaba para él queun simple mundo estuviese bajo

amenaza? La Legión acechaba en ElVacío Abisal, y en teoría seguíaacabando con cualquier vida que secruzase ante el ejército demoníaco.

Mientras volaba sobre la Isla BrumaAzur bajo la luz de la luna, se quedóimpresionado al ver multitud deminúsculas luces que reflejabantenuemente las estrellas de más arriba.Durante un instante, en un extrañopensamiento, Maraad observó las lucescomo sus propios pequeños mundosantes de corregirse y llevar la miradahacia arriba. Los cielos eran suinquietud. Siempre.

¿Había un ejército acampado cerca

de El Exodar? ¿Por qué no se le habíainformado?

El grifo voló a través de un portalmetálico en el casco de El Exodar y fuerecibido por el maestro de grifos,Stephanos. Stephanos se inclinólevemente.

—Felicidades por la victoria en elnorte, Vindicador. Me alegro de volver averle en casa.

—¿Casa? Nosotros no tenemos casa,hermano. No realmente. Somos losnómadas del universo, los exiliados delperdido Argus. No deberíamos olvidareso nunca. ¿Qué son las hogueras que hevisto mientras venía? ¿Acaso un ejército

amenaza nuestra isla?—No, Vindicador. Son refugiados

que escapan de los horrores delCataclismo. Esperan que el Profeta lossalve.

Maraad frunció el ceño, unaexpresión que resultaba extraña para susfacciones.

—Todos lo esperamos, hermano.El Vindicador no esperó a la

respuesta. Se movió con rapidez ydeterminación hacia el Trono, y después,sin pausa alguna, en la dirección a lacámara de Velen. El ruido de suspezuñas retumbaba en el cristalino sueloa cada paso, y mientras pasaba enfrente

de los dos Escudos que hacían guardia ala entrada, Maraad buscó cualquierseñal que evidenciase una falta devigilancia. Nunca más, pensó. Draenorya fue suficiente.

Solo cuando llegó al umbral quellevaba a la sala de recepción delProfeta uno de los Escudos abandonó supose de estatua. El guardia dio un pasoal frente, bloqueando la entrada. No eraalgo imprevisto.

—Soy el vindicador Maraad,anteriormente al mando de la Alianza enRasganorte —profirió Maraad a modode ritual—. Busco audiencia con elProfeta.

—El Profeta no recibe a nadie,vindicador Maraad. Siento negarle laentrada tras su largo viaje.

Eso sí que no lo había previsto.—Aún estamos en las primeras

horas de la tarde. ¿Dices que el Profetarechaza recibirme? He realizado latravesía completa desde Rasganorte, y nisiquiera le habéis preguntado.

El Escudo mostró claramente suincomodidad.

—De nuevo, mis disculpas,Vindicador. En este momento no puederecibir a nadie.

—¿Debería volver por la mañana?—Yo no lo haría, Vindicador. Desde

hace muchas semanas, todo aquel quebusca audiencia con el Profeta se havisto rechazado, a excepción delPríncipe humano. Tomaré nota de suvisita y le avisaré cuando sus órdenescambien.

Maraad observó al Escudo duranteun breve espacio de tiempo sin dejarentrever sus pensamientos antes devolver por donde había venido.

Anduin se encontraba frente a sumentor en un silencio contemplativo. Eraimposible aprehender con certeza laedad o la sabiduría de Velen, así que

como acostumbraba el joven, el Príncipesimplemente lo aceptaba como unafuerza de la naturaleza; como el sol o laslunas. El Profeta le estaba dando laespalda, y Velen levitaba con una posemeditativa que el muchacho había vistomuchas veces durante las últimassemanas.

—¿Por qué no avisaste al mundosobre el Cataclismo? —se le escapó aAnduin.

El Profeta no varió su posición. Nohubo ni un tic ni un movimiento dehombros que traicionase lospensamientos de Velen, pero algo sepercibía en el silencio posterior a la

pregunta; algo denso.—Yo busco el camino, espero que la

Luz ilumine nuestro sendero más allá dela Legión y su destructiva misión. Soloyo puedo ver el camino. Solo yo puedorevelárselo a las fuerzas de la Luz.

Anduin reflexionó sobre lo queacababa de escuchar.

—Parece una carga terrible.El Profeta giró lentamente en el aire

para colocarse frente al Príncipe.—Por eso transito los caminos del

mañana. La Legión y los DiosesAntiguos hacen arder huecos en el tejidodel futuro, y si puedo verlos, si puedopreparar a las razas mortales, es posible

que evitemos el desastre.—¿Y si fracasas?La serenidad eterna de Velen se

resquebrajó por un momento,remplazada por un breve instante pordolor y pena en cantidades inmensas,que parecían aún más temibles por lacalma presente tanto antes comodespués.

—Deja que te muestre algo —susurró el antiguo draenei. Se descubrióy se aproximó al suelo. Aún flotandovarios centímetros por encima del suelometálico del El Exodar, el Profetaacortó la distancia y posó su mano sobreuna de las cejas del Príncipe—. Lo

siento, pero es necesario —dijo elProfeta.

El Exodar desapareció, y en su lugaraparecieron únicamente vastasextensiones de oscuridad interrumpidaspor luces y místicas energías. Derepente, tras un súbito empujón, Anduinse encontró sobre un extraño suelobajo un cielo que no le resultabafamiliar. Había cuatro prominenteslunas compitiendo por su atención, unaatmósfera de color ámbar, yformaciones rocosas en el suelo detono azul que se retorcían de milmaneras distintas. Anduin no podía verningún rastro de agua, pero las rocas

coloreadas parecían olas enfrentadassúbitamente congeladas al antojo decierto artista con dotes divinas. Habíacriaturas diseminadas por el terreno yarremolinándose en el cielo, tanvariadas y diferentes que resultabanimposibles de describir. Los colores,los distintos medios de locomoción ylos patrones se formaban a partir delbaile, el juego o la guerra… Casi nadade ello tenía sentido, y Anduin se quedóperplejo, intentando captar elmaravilloso caos abstracto presente entodo ello.

¡Y la Luz! Podía sentir cómo lorodeaba, más fuerte que en ningún otro

lugar de Azeroth, vibraba y brillaba através de las criaturas alienígenas.

El cielo se oscureció. Primero pasóa un furioso rojo, que invadió los cieloscolor ámbar como una señalpremonitoria de fatalidad. Tras unosinstantes, el color comenzó a moversehacia un tono verde que causabanáuseas. Varios cometas brillantes seabrieron paso a través de los enfermoscielos con gran estruendo y golpearonla tierra, haciendo que todas las pobrescriaturas se dispersasen, presas delpánico. De sus cráteres se levantaronlos cometas, temibles e inmensos, ycomenzaron a propagar la muerte con

una eficacia desprovista de piedad.Una brecha se abrió en el aire cercadel Príncipe, y un maremoto de horrorsalió por ella: demonios alados ysúcubos que portaban fuegos de coloramarillo verduzco y poderosa magiadestruían todo lo que se ponía en sucamino. Después de que el oscuroejército hubiese terminado sudespliegue, una forma gigantescaatravesó la grieta; se parecíademasiado a los draenei como para queel Príncipe no se percatase de ello.

Este último ser arrasó lasesculturas rocosas a su alrededor,despejando un espacio en el que se

pudo arrodillar sobre el polvo creado apartir de su destrucción, y dibujó unossímbolos de maléfico poder con sugarra. Cuando terminó, sobrevino unmomento de perfecta quietud, con lacarnicería detenida y todo el mundo ala espera mientras reinaba un silencioespeluznante.

Y entonces, una explosión.Las energías desatadas acabaron

con la superficie del mundo, y Anduinse vio a sí mismo gritando y alzandosus brazos aterrorizado, pero la magialo atravesó sin causar daño alguno. LaLegión volvió por el portal, regresandoal oscuro nexo del hogar demoníaco, y

tras su marcha quedó… la nada.Ningún tipo de vida. Incluso lasformidables formaciones rocosasdesaparecieron, las cuales Anduinnunca sabría si eran naturales omoldeadas por la vida alienígena quehabía visto. Solo quedaban cenizas ymateria desgarrada. Incluso el cieloestaba encapotado, y ya no permitíaver con claridad las cuatro lunas.

En ese momento, afortunadamente, lavisión llegó a su fin.

Anduin volvía a estar frente alProfeta, y aunque luchó contra suimpulso y estaba enfadado consigomismo, rompió a llorar.

—No hay vergüenza alguna enlamentar semejante pérdida —dijo Velencon suavidad.

—¿Qué mundo era ese? ¿Cuándopasó esto? —preguntó el Príncipe entrelágrimas.

—No sé su nombre. Sus habitantesno hablaban en modo algunocomprensible para nosotros, y ningunade las razas mortales de este mundohabía posado jamás sus pies allí. Yo lollamo Fanlin’Deskor: Cielos Ámbarsobre Formidable Roca. Puesto quedudo que la Legión registre sus víctimaso siquiera se digne a recordarlas, esprobable que nosotros seamos los

únicos seres del universo que sepamosde su existencia.

—Qué triste —dijo Anduin.—Sí. Si la Luz lo quiere, cuando se

alcance la victoria definitiva, me sentarésobre una torre construida en uno de losmundos perdidos, y como forma depenitencia tomaré nota de todos ellos.

—¿Penitencia? ¿Por qué? ¿Qué hashecho aparte de ayudar, Velen?

—Hace ya mucho que fracasé alintentar cambiar la senda de mishermanos. Y la creación pagó el precio.—Velen hizo un gesto para dejar esadiscusión a un lado y así poder volver alpropósito de haber mostrado la visión a

Anduin—. Lo que pretendía era hacertever las consecuencias de la derrota.Pese a todo lo terrible que hademostrado ser el Cataclismo, pese alimponente enemigo que es Alamuerte,nuestra guerra es una lucha mucho másamplia. No defendemos un único mundo,sino todos ellos.

Anduin siempre sabía que sus clasesestaban cerca de terminar cuando elProfeta volvía a su postura demeditación y observaba las energías delTrono. Mientras el Príncipe abría lapuerta de la estancia y se disponía amarcharse, una última frase provenientedel Profeta lo siguió desde la

habitación.—Y, joven: es una carga terrible.

El tono carente de emoción de esasúltimas palabras persiguió a Anduindurante el resto del día y bien entrada lanoche. Estuvo dando vueltas, luchandocontra el sueño que solía encontrar confacilidad. Cuando terminó por sucumbir,sus sueños llegaron de manera muynítida y vívida.

Fuegos demoníacos y mundos rotospasaban a toda velocidad por un negrocielo desprovisto de soles o lunas.Todas las luces del universo eran

oscuras, como si las velas de unsantuario se hubiesen apagado por elfrío soplo del viento. Y sin embargo,por encima de la ausencia de luz, elsilencio era lo más perturbador paraAnduin. En un universo vivo nodebería, no podía, reinar semejantequietud.

El primer pensamiento que le vinoa la mente mientras observaba el fin delos días fue el de que no volvería a vera su padre… ni tendría la oportunidadde salvar el abismo que entoncesexistía entre ellos. Y entonces,extendiendo esa idea con la empatíacaracterística de su naturaleza, Anduin

pensó en que ningún hijo en rincónalguno del universo podría ya decir asu padre que lo quería, o pronunciarlas reconfortantes palabras de «losiento». Más allá del silencio y lasapagadas estrellas, el mayor de loshorrores provenía de la muerte de laposibilidad, de la esperanza.

Y de pronto, un sonido. Al principiono era más que una vibración en lanoche, aunque esa leve perturbacióndel aire era pura, fuerte y clara. Unresplandor hizo acto de presencia, ydespués varios más; la vibración setornó en muchas, todas con distintostonos, y las vistas y los sonidos se

fundieron en una ascendente marea dearcoiris y melodía. Seres de Luzrodearon a Anduin, rescatándolo de laoscuridad y trayendo la esperanza enun coro que restauró el universo.

En medio de esa vorágine aparecióel rostro de uno de los refugiados, unhombre al que el Príncipe había vistomuchas veces pero cuyo nombredesconocía. Los seres alrededor deAnduin proclamaron, entre cánticos:«Una vida, un universo».

Se despertó entre sudores, con elpelo enmarañado por la intensidad delsueño (visión, era una visión…), y aunasí confortado por lo que había visto.

Volvió a dormirse, y tuvo sueñosafortunadamente mediocres.

Maraad se encontraba en una ampliasala circular con runas brillantesgrabadas en las curvadas paredes. Tresancianos e incólumes draenei dominabanel centro de la estancia, con sus bellas yelegantes armaduras, tan limpias queproyectaban un brilloso lustre.Rodeándolos había varios paladines yvindicadores, todos en postura dedeferencia hacia los tres de manera sutil;su obediencia provenía de una pirámidede autoridad que no dejaba espacio para

el ego, ni en su cima ni en su base.Estos tres constituían el Triunvirato

de la Mano: Boros, Kuros y Aesom. Elresto de los presentes en la estancia eranla élite draenei: la Mano de Argus. Trassu llegada, Maraad se había percatadode que el Triunvirato había vuelto a ElExodar, al igual que él, y haciendo unesfuerzo por volver a conectar con sushermanos de Azeroth, su objetivo eradilucidar los siguientes pasos de su razaa la luz de los recientes acontecimientos.

Había pasado demasiado tiempodesde que Maraad se había presentadofrente al Triunvirato y se había reunidoen consejo con los líderes de los

draenei. Había olvidado cuán ordenadasy llenas de mesura eran las disertacionesentre ellos, lo confortable que parecíauna conversación con sus razonablesaltibajos, sin los juegos verbales y lasimpredecibles reacciones del resto delas razas de la Alianza. El contraste sevino abajo por completo cuando la largadiscusión sobre los refugiados y suapremiante situación se viocalmadamente interrumpida por elvindicador Romnar. Romnar dirigía losesfuerzos destinados a reparar la navedraenei de viajes interdimensionales, ElExodar, y mientras el debate giraba enun cortés pero indeciso círculo sobre

cómo hacer frente al creciente númerode forasteros que llegaba a la isla, dijo:

—Puede que pronto toda estadiscusión no tenga importancia. ElExodar está casi reparado por completo.

Un anuncio de tal trascendencia, dehaber tenido lugar a bordo de ElRompecielos con los líderes de laAlianza en Rasganorte, habría caídocomo un verdadero rayo, y una peleadialéctica habría dado comienzo. En vezde eso, la noticia fue recibida consonrisas de satisfacción, y una solamano se posó sobre el hombro deRomnar. Bien hecho, decía la atmósferapresente en la habitación.

—¿«Casi reparado» cuánto tiemposignifica? —preguntó Maraad.

—Una semana. Ya hemos reparadotodos los sistemas principales. En estosmomentos estamos simplementelimpiando y reforzando las áreas quemuestran ciertas debilidades.

—¿Podríamos levantar el vuelo connuestra nave en una semana? ¿Qué diceel Profeta al respecto? —preguntóMaraad.

Un silencio incómodo se apoderó dela estancia.

—¿No lo sabe? —inquirió Maraad,incrédulo.

—Rechaza vernos a cualquiera de

nosotros —respondió Aesom—.Dejamos un mensaje a los Escudos, perono hemos recibido respuesta alguna.

—¿Soy el único al que esto lemolesta? —preguntó Maraad, deseandoen silencio no haber pronunciado esaspalabras nada más hacerlo. Llevodemasiado tiempo lejos de El Exodar,pensó. Por supuesto que les molestaba.Su silencio no denotaba aprobación,sino inquietud.

¿Qué se puede hacer cuando pareceque el Profeta ha perdido el rumbo?

Antes de que ningún otro pudiesehablar, un draenei cuyo nombre eradesconocido para Maraad tomó la

palabra.—Los refugiados están ante nuestras

puertas. Exigen ver al Profeta.Pues que se pongan a la cola, pensó

Maraad con amargo humor.

—¿Por qué no avisaste al mundosobre el Cataclismo? Una simple ylógica pregunta formulada por un niñomortal resonaba, acusadora, por toda laestancia en silencio, distrayendo alProfeta de su contemplación de la Luz.Velen había evitado, más querespondido; había oscurecido, en lugarde iluminado. Estaba sorprendido

consigo mismo. ¿Aún soy capaz deinducir al engaño? ¿Incluso después detodo este tiempo? ¿Tanto por dentrocomo por fuera?

¿Por qué razón un profeta no avisade una calamidad?

Él la había visto. La sombraacorazada de la noche cerniéndosesobre Azeroth, oscureciendo el mundocon fuego y dolor. También había vistoel fin de Azeroth en una docena deApocalipsis, y había atisbado un millarde victorias y fracasos menores en losserpenteantes futuros. Y la Luz (la guía,la brújula, el sentido que le ayudaba anavegar por los inciertos mares de sus

visiones) no había apuntadodirectamente hacia el Cataclismo, habíadejado el destructivo retorno deAlamuerte como una posibilidad entremuchas. ¿Qué valor tenía un profeta queno percibía diferencia alguna entre unavisión verdadera y una falsa?

Velen hizo lo que pudo para alejar lapregunta del muchacho de su cabeza yvolver a centrar sus pensamientos enrecuperar su habilidad para discernir laverdad entre sus interminablesvisiones… antes de volverse loco o deque fuese demasiado tarde. Cuando elEscudo que actuaba de centinela en suestancia solicitó una nueva audiencia

para el Triunvirato, Velen no respondió.Había visto a El Exodar reparado y

encaminándose al Vacío, absorbido porla oscuridad para no volver jamás.

Había visto a El Exodaraparentemente reparado explotar nadamás despegar, matando a la mayorparte de los draenei y llenando dedesechos la Isla Bruma Azur.

Había visto a El Exodaraterrizando en Terrallende y a losdraenei sanando su antiguo hogar en elexilio.

Había visto a los draenei repararsu nave transdimensional solamentepara dejarla en Azeroth. Algunas veces

eso llevaba a las sombras, y otras no.Velen no jugaría con conjeturas. Sin

la Luz señalando el camino se sentíaparalizado. Que decida el Triunvirato,pensaba.

Cuando no hubo más distraccionesdel exterior volvió al interior a buscarel camino desesperadamente.

Maraad se mantuvo al margen e hizotodo lo que pudo por ocultar su disgusto.La mayor parte de sus tratos conhumanos hasta ese momento había tenidolugar con los ocasionalmenteimpetuosos, pero siempre valientes

héroes de la Alianza en Rasganorte. Eradifícil creer que esas harapientascriaturas, a las cuales en muchasocasiones les faltaban dientes y en lasque no estaban presentes la cortesía y elintelecto que se esperan de un serracional, fuesen de la misma raza queaquellos humanos junto a los que habíamarchado.

—Queremos ver al Prefeta —balbuceó uno de ellos con una caradeformada en lenguaje ordinario apenasreconocible—. Él lo va a solucionátodo.

—¿Este es a quien habéis elegidocomo portavoz? —Maraad no pudo

evitar preguntar en voz alta. Su veladoinsulto pasó completamentedesapercibido.

—El Profeta no recibe a nadie,amigo. Nosotros también esperamos susabio consejo en estos oscurosmomentos. Hablará cuando así lo decida—dijo un pacificador de El Exodar.

—Eso e’mentira. ¡Recibe alPríncipe de Ventormenta!

—El príncipe Anduin estáformándose en los caminos de la Luzbajo el tutelaje del Profeta. Deberíaissentiros henrados, incluso orgullosos,porque el Eterno enseñe a uno de losvuestros. ¿Quién sabe qué bondades

traerá esto a vuestro pueblo?—¡Mira el gallito! ¿Y quién eres tú

pa’deci’nos por qué tenemos quesentirnos honrados, eh? ¿Quién eres tú?¡No eres más que un demonioencapuchao, eso mismo!

No podía haber peor insulto para undraenei que el recordarle sus lazos conlos eredar de la Legión. Los ojos delpacificador se estrecharonpeligrosamente, y su mano se movióhacia la brillante espada que tenía a uncostado. Tras ese gesto, Maraad se vio así mismo buscando su gran martillo, yotros draenei se acercaron y seinclinaron hacia la «delegación» de la

chusma. Maraad observó cómo loshumanos instintivamente se echaronatrás. Aunque sus mentes conscienteseran realmente necias, el animal quehabía en su interior detectó la realidadde mejor manera.

El pacificador se relajóvisiblemente y apartó la mano, haciendover que se había percatado del miedo delos refugiados.

—Sé que estáis lejos de vuestrascasas. Tenéis hambre y el futuro esincierto. En semejante situación, soissabios al buscar el consejo de nuestroprofeta. Créeme, compañero, si te digoque nada me gustaría más que este

tuviese en cuenta tus preocupaciones.Pero has de comprender esto: susopciones son infinitas. Vendrá a ti o no,como él desee, pero no se veráobligado. Os aconsejo que volváis avuestras casas en el campamento.

—¿Qué casas? Esto no son casas —fue la hosca respuesta. El grupo sedispersó, murmurando y con expresionessombrías. Los humanos habían estadocerca de llegar a las manos con sushuéspedes, y todos eran conscientes deello.

—¿Con qué derecho nos hablanellos de exilio a nosotros? —dijo elpacificador, al mismo tiempo

impresionado y tranquilo.—Sin duda; ¿con qué derecho? —

respondió Maraad.

Rodeado por la Mano de Argus y suslíderes, Maraad se mostró franco a lahora de dar su opinión.

—El Profeta no compartirá susabiduría con nosotros. La decisión esnuestra. ¡Vayamos a la guerra contra laLegión! O, si eso no es posible,volvamos a la pobre y torturadaTerrallende y terminemos el trabajocomo se debe. Nuestro segundo hogarnos necesita, al igual que Los Perdidos,

que aún vagan por las tierras baldías.Maraad halló el silencio como

respuesta del Triunvirato, pero podíapercibir que estaban de acuerdo a travésde sus ligerísimos movimientos facialesy corporales, los cuales traicionaban lospensamientos de los líderes. Sinembargo, había cierta sensación demalestar, y el Vindicador conocía suorigen… porque él también lo sentía. ElProfeta debería hablar, deberíabendecir nuestra decisión.

—De aquí a una semana probaremoslos pistones de fase de El Exodar. Y sipara entonces el Profeta no ha hablado,¡dejaremos atrás Azeroth!

—¿Cómo van tus clases, Anduin?¿Tu comprensión avanza?

Durante meses, el Príncipe se habíasentido satisfecho por la atención que sele dispensaba, emocionado por laoportunidad de aprender del ser máscercano a la Luz de todo Azeroth. Peroahora, mientras resonaban las apaciblesy tranquilas cuestiones de Velen en sucabeza, el resentimiento estalló.

—¿No ves lo que está pasando ahífuera? —preguntó Anduin.

—Siempre hay algo pasando ahífuera —respondió la suave voz. Aunquelo dijo con tacto, el tono escondía cierta

crítica—. Lo que me preocupa es elcamino.

—¿Qué es el camino? ¿Una lejanaguerra en un remoto mundo? Tenecesitan aquí. Y te necesitan ahora.¿Por eso nunca dijiste nada delCataclismo? ¿Simplemente no erasconsciente de él? ¿O es que el resto nosomos más que insectos para ti? ¿Oincluso peor, piezas de ajedrez?

Había pasado una eternidad desdeque alguien se atrevió por última vez areprochar algo al Profeta. Giró lacabeza hacia el Príncipe, sorprendido,como solía sucederle en presencia dehumanos, por la rapidez a la que el

chico parecía estar convirtiéndose en unhombre y por el adulto presente en laspalabras que acababa de escuchar. Y tanpronto como pudo ver a Anduin, elmundo cambió.

En vez del Príncipe, tenía delante aun guerrero con armadura, con suyelmo y su coraza resplandecientes porla esencia de la propia Luz. El guerreroblandía una espada forjada con elmismo material que la armadura, y lallevaba en alto mientras se encontrabasobre una formación rocosa… Velen nopodía saber si se trataba de Azeroth ode otro mundo. Y de repente, del oscurocielo que había encima, brotó la

caballería conjunta de las razas deAzeroth. Los elfos de sangre, los orcos,los trols, los tauren e incluso losexecrables no-muertos y los intrigantesgoblins llevaban monturas voladorasde todo tipo y condición. Llevabanarmadura y armas mágicas quebrillaban con tal poder que el merohecho de vislumbrarlas hacía daño alos ojos de Velen. Además de laslegiones de la Horda, los antiguos elfosde la noche avanzaban junto a loshumanos, los enanos y los gnomos,cuyos ancestros formaban la Alianzaoriginaria, y los mutables huargen ibantambién a su lado. Los propios draenei

de Velen reforzaban el ejército, en lassus filas relucían metales de otromundo y los guerreros llevaban mazasy espadas cristalinas en las manos.

La Alianza y la Horda no estabansolas.

Los dragones cayeron en picado enformación, lo cual hacía que el cielopareciese una gigantesca ala de reptilmulticolor. Cubrían el horizonte con sunúmero y tamaño, y cuando lanzaron undesafiante rugido no solo se agitó latierra en la que estaba Velen, sino todoel universo.

Y aun así, con todo esto en mente,el mayor asombro para los sentidos de

Velen fue ver a aquellos que volabanjusto después de los dragones. Losnaaru habían entrado en el campo, yeran tantos que Velen no podíaentender cómo la creación podíacontenerlos. El poder de estos seres dela Luz hizo que el corazón de Velenbullese de esperanza, dejase atrás lascenturias de soledad y se preguntasecómo podría haber desesperado porquela oscuridad, no importa cuán terriblefuese, pudiese realmente reinar.

Y en ese momento cayó una sombra.Era enorme y vacía, y engullía toda

la luz que entraba en ella. Velen sabíaque lo consumiría todo hasta que, al

final, acabase por devorarse a símisma, pegando mordiscosinterminables a la nada en la GranOscuridad del Más Allá y eliminandotodo sentido del universo, desde lasonata más inspiradora a la másfascinante puesta de sol. Erademasiado terrible para podercontemplarlo y comprenderlo, y aun asíel ejército se encaminaba directo haciaella. Y la luz comenzó a apagarse…

Frente al Profeta solo había un chicohumano, con los ojos abiertos yapasionados, diciendo algo ininteligiblepara él.

El Profeta le dio la espalda a

Anduin, y su mente se abrió caminohacia la Luz, intentando llegar al hilo dela visión que había presenciado,procurando vislumbrar el camino entrelas posibilidades fracturadas. Aquello lerecordó, forzosamente, las semanas quellevaron al Cataclismo. No se percatódel momento en que el Príncipeabandonó la estancia.

La semana transcurrió de maneratensa para los refugiados. Los draeneiestaban inmersos en sus propiaspreocupaciones, preparándose paraprobar su amada nave e inquietos por el

silencio del Profeta. Los exiliados sepercataron del incremento de laactividad, y podían sentir algo en elambiente. Su ignorancia respecto a lasrazones no hacía más que alimentar sussospechas y rumores más oscuros. Hubounas pocas voces que recordaban alresto la bondad que les habíandispensado los draenei, pero la perennenaturaleza de los mortales era sospechary temer aquello que no entendían, y laspezuñas y la piel azul de sus patronosacabaron por ser más importantes quelos suministros y las curas que leshabían proporcionado. Muy pocosrefugiados se preguntaban, incluso en la

tranquila oscuridad mientras reposabanseguros bajo la protección de la IslaBruma Azur, cómo se habría tratado alos draenei si estos hubiesen huido aotras costas de la Alianza en busca deayuda.

Y así, cuando la inmensa estructurallamada El Exodar comenzó a emitirzumbidos y a vibrar, cuando el propioaire se llenó de electricidad a sualrededor, los instintos de los refugiadosles dijeron algo que su inteligencia nopodía: la nave funcionaba.

¡Los draenei se marchan! Pensaronsuficientes de ellos como para que elpánico se apoderase del campamento.

¡Se llevan al Profeta!El oculto se había convertido en un

salvador para los refugiados; el Profetaera un talismán contra los horrores delCataclismo. Como la mayor parte de lasturbas, esta no tenía un solo líder, y nohabía manera de saber cuándo seconvirtieran en acción el temor y laspreocupaciones. Y así, casi elcampamento al completo comenzó adirigirse como un imprudente torbellinohacia El Exodar.

¿Cómo respondía uno a la llamadade las centurias, al desafío de ver cada

día como algo nuevo y no como unarepetición de banalidades que solopodía terminar en lamentos? La cargamás pesada para el ser que solo habíasido Velen y entonces era el Profeta (unafuerza, un mito, una abstracción) era lasoledad de la comprensión más elevada.Él no podía no ver lo visto. Y sabía queese hastío, esa falta de conviccióndiaria, era la mayor arma contra él enmanos de aquellos que otrora fueron sushermanos.

¿Te has hartado de llevar muerte alos mundos? Velen se preguntó sobreKil’jaeden, su amigo perdido. ¿Algunavez te preguntas, en la oscuridad de tu

alma, por las decisiones que hastomado?

Estas eran viejas preocupaciones,antiguas reflexiones.

En un posible futuro, habíavislumbrado al siguiente Rey Exánimesalir de El Trono Helado, aún mástemible que Arthas o Ner’zhul, y barrerla tierra a su paso con millares deguerreros esqueléticos. Cuando laLegión volvía, era a un mundo yamuerto, y los demonios se reían yjugaban con los draenei, alzados deforma antinatural mientras todosechaban en cara a Velen la caza quehabía seguido por todo el universo.

Había visto al Guardián de laTierra enloquecido, el Destructor,inundar el mundo con llamas ycontemplar las muertes de sus propioshijos, el Vuelo Negro, para así saciarsu demente necesidad de acabar contodo.

Por favor, rogó a la Luz. Muéstrameel camino.

La muchedumbre había perdido todala inteligencia a causa de su grannúmero, la razón cedió ante las pasionesde la masa. Los draenei intentabannegociar, pero sin ningún éxito, y cuando

la alarma sonó y los paladines, losvindicadores, los sacerdotes y losmagos se enfrentaron a la plebe, secumplió la trágica predicción. Losdefensores se enfrentaban a una elecciónimposible: o luchar con el mero objetivode contener y hacer retroceder,arriesgándose a morir a manos de unenemigo menor, o acabar con aliadosque no tenían intención de matar. Laguerra era algo que se debía llevar acabo por completo o en caso contrariono iniciarse, y los draenei fueronconscientes de ello cuando el vindicadorRomnar cayó bajo el levantamientomientras se abría paso hacia las puertas

para investigar por qué sus pruebashabían causado tanto malestar. ElVindicador sufrió graves heridas por lamuchedumbre antes de que otros draeneifueran capaces de ponerlo a buenrecaudo tras sus líneas.

Ver cómo Romnar caía trajorecuerdos a Maraad de las luchas contralos no-muertos, y su martillo cristalinodejó de dedicarse a la defensa paracomenzar a desplomarse sobre losinvasores con toda su fuerza. Una vezrompió las ataduras de la piedad, elresto de los draenei lo siguieron, y elcomienzo de la carnicería se cobró lasangre de los refugiados.

—¡Profeta! ¡Tienes que venir! ¡Ven!—gritó Anduin a Velen, que permanecíade espaldas y levitando. El pánico en lavoz del muchacho cortó de raíz lasvisiones, y Velen llevó su atención alpresente y giró la cabeza para hacerfrente a esas exclamaciones.

—¿Qué pasa? —preguntó Velen consu tono eterno.

—Los refugiados están asediando ElExodar. ¡Tu pueblo está atacándolos!Atacando a inocentes.

Velen lo sintió. El camino. Este sebifurcaba, y podía ver que el chico leconducía por una de las dos

desviaciones. Al final de la otra habíasombra. La carga de saber que todopodía cambiar de forma radical a causade decisiones tan nimias era inmensa.¿Era eso, entonces, el significado de suvisión anterior? ¿Qué la señal para traera Velen desde lo salvaje de vuelta alcamino de la Luz era el chico?

—¿Acaso a los que están luchandofuera les importa algo tu guerra? —gritóel chico. Y entonces, recordando susueño, dijo—. ¡Toda vida es ununiverso!

¿Tan perdido me hallo? Se preguntóVelen. ¿Debe darme lecciones un chicomortal?

Y entonces la respuesta vino de lomás profundo de su alma: las leccionesde la Luz son una bendición sinimportar su origen.

—Iré —dijo Velen.

Los adversarios estaban enfrascadosen una lucha desesperada que borrabacualquier otra preocupación. Losrefugiados sabían que habían cometidoun terrible error, y ya era demasiadotarde para dar marcha atrás. Luchabanpor la necesidad de sobrevivir, paracorregir su error. Los draenei,comprendían lo grave de sus actos: el

horror de matar no solo a aliados, sinotambién a aquellos que eran másdébiles, hacía que los defensoressintiesen una trágica rabia de odiocontra sí mismos. Detener la carniceríano era algo que pudiese hacercualquiera.

Pero Velen no era cualquiera.El mundo se inundó de Luz, cegando

por igual a la muchedumbre y a losdefensores; una explosión solar rúnica ygeométrica iluminaba más que oscurecíaa la figura suspendida en su centro. Elcristal del Profeta refulgía tras él, y suvoz tronó de tal manera que algunos delos combatientes tuvieron que ponerse

de rodillas.—¡Basta!Los draenei se detuvieron, la

mayoría de ellos aliviados; variosdejaron caer sus armas al suelo,horrorizados. Los refugiados sequedaron paralizados ante la visión delmítico Profeta en carne y hueso frente aellos.

Velen descendió hasta que seencontró planeando entre ellos a escasoscentímetros por encima del sueloensangrentado de la Isla Bruma Azur.

—¿Así es como tratamos a nuestroshermanos? —preguntó Velen apenado.Muchos de los draenei rompieron a

llorar avergonzados al ver su decepción.Maraad estaba inmóvil—. ¿Y vosotros,que disfrutáis de nuestra ayuda, nuestrahospitalidad, golpeáis a vuestros amigossin provocación alguna? ¿Cómo podíaninguno de los combatientes hacer frentea la acusación de esos ojos eternos?

El Profeta descendió al embarrado,pisoteado y ensangrentado suelo, y suspezuñas entraron en contacto con él.

Hubo cierta exclamación conjuntapor parte del resto de los draeneicuando la mugre manchó el extremo delas vestimentas del Profeta. Velen seacercó a uno de los caídos, arrodilladosobre el barro, y alargó su mano para

sostener el maltrecho cuerpo. La Luzsurgió de una de sus manos mientras laintroducía en el pecho destrozado; sintiódolor al ver la marca familiar de unmartillo cristalino, y canalizó la Luzpara acabar con la herida. El humanoabrió los ojos, sanado de la heridapotencialmente mortal.

Anduin tenía razón. ¿Qué esperanzahabía para el universo si Velen nodefendía cada vida lo mejor que podía?¿No ganarían la guerra los draenei acosta de todo lo que merecía la pena?

Velen se levantó, y sus vestimentassucias hablaban con elocuencia. Sedirigió a sus hermanos, a sus hijos.

—Iremos al encuentro de losmortales de Azeroth, los aliados a losque nos debemos, y los ayudaremos ensu misión de sanar el mundo delCataclismo.

Maraad fue quien pronunció unaspalabras. Solo él se atrevió.

—El Exodar por fin está reparado,Profeta. Deberíamos combatir a laLegión. O quizás volver a Terrallendepara poder sanar nuestro hogar en elexilio.

—Que cada cual actúe según le dictesu conciencia —respondió el Profeta—.Pero esto os debo decir: nuestra guerraestá en todos los lugares. En cada acto

y cada vez que respiramos. Debemospreparar a la gente de este mundo paraque se una. Debemos ser su ejemplopara la unión contra el mal. Si estamospreparados, los despertaremos paraformar la alianza definitiva contra laoscuridad. Id al encuentro de la gente,salvadlos de las heridas que haprovocado el Cataclismo, y haced quese fortalezcan para el futuro.

Las palabras del Profeta causaron ungran efecto en el resto de los draenei, yse dirigieron a los refugiados heridos.Anduin prestó sus crecientes poderes adicho esfuerzo, e incluso cuando Velense encontraba sanando y velando por los

refugiados no pudo evitar observar alPríncipe, impresionado como estaba porel hombre en el que se estabaconvirtiendo.

El Exodar no era únicamente unamáquina para los draenei, sino algovivo, un hermano de un modo que elresto de razas jamás entendería. Sudolor había terminado, y su esencia sehabía visto restaurada. El Profeta dejósentir su alborozo junto a toda su razapor la victoria.

Los refugiados se habían reunido enconsejo, congregados en anillos

concéntricos cada vez más amplios enlas colinas cercanas al Valle Ammen, yconcluyeron que su sitio estaba con lossuyos. Contagiados por la emoción de laespectacular aparición de Velen, muchosde los humanos se interesaron porhacerse sacerdotes, y casi todos seunieron a la fuerza de Ventormenta parareparar la destrucción causada porAlamuerte. Cuando se les preguntabapor su experiencia con los draenei, losrefugiados afirmarían por el resto de susvidas que la razón estuvo de su partedurante todo el tiempo, y que el Profetales había dado la respuesta alCataclismo.

Servir al prójimo.Aun así, aquellos a los que más

había afectado el trágico ataque de losrefugiados fueron el propio Eterno y elhumano que algún día sería Rey. CuandoAnduin volvió a estar frente a su mentor,se lo encontró de frente, con sus pezuñashendidas en el suelo.

—Gracias por hacerme ver elcamino. Me preguntaste por qué no avisédel Cataclismo. Fracasé a la hora dereconocer la amenaza que escondíaporque estaba demasiado concentradoen el interior y… de alguna manera,también en el exterior. Había perdido devista a los individuos en el mundo

actual, sus necesidades, y por ello elfaro de la Luz se hizo más tenue ante mí.Si no estoy conectado con los seresvivos del ahora, ¿cómo podré recorreralguna vez todas las conexiones de susfuturos?

—Algún día serás un poderososacerdote, príncipe Anduin. Y un sabiorey.

Anduin solo deseaba que su padrepudiese oír esas palabras.

LOR’THEMAR

THERON

A LA SOMBRA

DEL SOL

Sarah Pine

La superficie del escritorio deLor’themar ya no se veía bajo la grancantidad de papeles apilados en ella.Informes, misivas, órdenes e inventarios

mantenía un precario equilibrio en pilasdiversas que hacía tiempo que habíadejado de organizar. Todos los papelesestaban relacionados con la breve perobrutal guerra por Quel’Danas y LaFuente del Sol. En ese momento, notenía presente ninguno de ellos.

En la mano sostenía un sobre sinabrir. Había un gran ojo estampado en susello de cera violeta, el símbolo deDalaran. Parecía mirarlo con aireacusatorio, y recordarle todas las otrascartas similares que había recibido ytirado. Rompió el sello y sacó elpergamino cuidadosamente doblado quehabía en el interior del sobre.

Reconoció la escritura pulcra yordenada que adornaba la página.

Últimamente, el archimago AethasAtracasol había solicitado numerosasaudiencias con el Señor regente, peroLor’themar le había ignoradodeliberadamente. Desde los sucesos deQuel’Danas había intentado olvidarsedesesperadamente del resto del mundo,pero se dio cuenta de que, al final, elmundo acabaría plantándose ante él.

Lor’themar suspiró y se echó haciaatrás en su silla. Esta carta era muchomás breve que las anteriores. Esta vez,Aethas no preguntaba, sino queanunciaba la fecha y hora de su llegada.

Lor’themar pasó el dedo por el ásperoborde del papel. Sabía de sobra lo queAethas iba a proponer y aún no teníaclaro cómo quería responder.

Lor’themar seguía sin estarconvencido de sus pensamientos cuandollegó el día en que se esperaba la venidade Aethas. Mientras atravesaba la AgujaFuria del Sol hasta el vestíbulo frontalen el que aparecería el archimago,Halduron lo interceptó y le ofreció unpequeño fardo de suave lana de colorescarlata. Lor’themar lo cogió y losostuvo mientras lo observaba, y

descubrió un fénix dorado real: eltabardo de la Ciudad de Lunargenta.

―No ―dijo bruscamente mientrasdevolvía la prenda a su amigo con unademán.

―Debes llevarlo ―presionóHalduron.

―¿Qué más da? ―respondiómientras avanzaba―. Todo el que estáal servicio de Lunargenta debe llevarlo.

―Es un símbolo de estado ―gritóHalduron tras él―. Eres el jefe deestado. Guarda las apariencias.

―Soy el Señor regente ―dijoLor’themar mientras se alejaba―. No elrey.

―No se trata de eso, Lor’themar.Pareces un errante.

Lor’themar se detuvo en seco.―Soy un errante ―replicó de forma

aún más tajante de lo que pretendía.―Eras un errante ―suspiró

Halduron―. Y ya no puedes volver aserlo, Lor’themar. Eso lo sabemos concerteza a estas alturas.

Lor’themar inclinó la cabeza yrespiró profundamente.

―Llegaremos tarde, Halduron.Siguió caminando y, tras un momento

de pausa, escuchó cómo le seguían laspisadas de Halduron en el suelo.

Rommath ya los esperaba en el

vestíbulo, con su peso apoyado en elbastón y la mirada perdida en el muromás lejano. Miró a Lor’themar yHalduron mientras entraban y un retazode desaprobación apareciómomentáneamente en su cara, pero sevolvió sin hablar. Antaño habríadesaprobado la elección de Lor’themarde aparecer como forestal de forma aúnmás enérgica que Halduron, pero ya no.A pesar de haber sido un gran problemapara él, Lor’themar ya solo sentíalástima por el mago. La traición final deKael’thas se había cobrado su mayorprecio en su más leal partidario.

El aire entre ellos resplandeció con

un brillo violeta, la marca inconfundiblede la magia Arcana. Un momentodespués, un destello de luz blancaazulada iluminó la sala y Aethas sematerializó frente a ellos. Se puso firme,sacudiéndose la túnica, y a Lor’themarno le pasó desapercibido lo ridículo desu aspecto. El elegante tejido mágico deun tono púrpura profundo del Kirin Torcontrastaba horriblemente con su pelocobrizo, y no tenía la caída adecuadapara su fina figura. De sus cartas y derumores de terceros, Lor’themar asumióque Aethas era idealista y sagaz, ademásde muy joven para la posición que sehabía labrado en Dalaran. Pero la

mayoría de los magos sin’dorei estabanmuertos. A fin de cuentas, pensó que laambición de Aethas era algo bueno. Almenos, alguno de ellos mantenía laesperanza.

―Bienvenido a casa, archimagoAtracasol ―anunció.

Aethas sonrió un instante.―Gracias,Lord Theron ―respondió haciendo unagrácil reverencia―. Ojalá volviese paraquedarme.

―Por supuesto ―replicóLor’themar con diplomacia―. Tucorrespondencia me tiene al corrientedel motivo de tu visita. Tanto misconsejeros como yo escucharemos tu

petición.Normalmente, Lor’themar les habría

conducido a todos a la majestuosa salade reuniones del extremo norte delpalacio. Era una cámara impresionantediseñada específicamente para estepropósito. Pero el día era claro y elhorizonte se límpido como un fragmentode cristal. La isla se vería al otro ladodel canal. Lor’themar casi deseó novolver a ver Quel’Danas, de modo quelos condujo a una alcoba al este delpatio principal que daba a los oscurostejados coronados por cúpulas de laCiudad de Lunargenta. Se sentaron, yAethas comenzó a hablar.

―Estoy aquí por asuntos de sumaimportancia que nos conciernen a todos.No me cabe duda de que estarás alcorriente del motivo por el que el KirinTor se ha reubicado en Rasganorte.

―Sí, Malygos― respondióLor’themar―. ¿Qué es lo que quieres?

Aethas negó con la cabeza. ―Elpoder del Vuelo Azul y la amenaza quesupone son aún mayores de lo quepensamos en un principio. Quieroformalizar el compromiso con el KirinTor. Es imperativo que los magos deQuel’Thalas y Dalaran trabajen juntosde nuevo, como hicimos durante años enel pasado.

―No.Aethas reaccionó irritado. Frunció

profundamente el ceño y la boca. Lanegativa no la había pronunciadoLor’themar. Se giró hacia la persona quehabía hablado y dijo: ―He preguntadoal Señor regente. No al gran magister.

Rommath rió con tal amargura quecasi pareció que tosía. ―Bueno,entonces, deja que el Señor regentedecida si puedo hablar.

―Me atrevería a afirmar queescucharemos tu opinión en cualquiercaso ―dijo Lor’themar tratando decontrolar el tono sarcástico―. Adelante,di lo que debas decir.

Los ojos de Rommath destellaronincluso a pesar de que la sala estabamuy bien iluminada. ―Cuántagenerosidad, Lor’themar ―replicó, sindejar de fijar la mirada en el rostro deAethas. Su voz sonó como una serpienteenrollada: suave, feroz y peligrosa.

―¿Acaso Modera te ha dado algunapauta antes de partir, Aethas? Nopareces tú mismo. Tus palabras rezumansu falsa diplomacia. Al menos, ella nose atreve a poner el pie aquí en persona.Tiene suficiente sentido común. Supongoque debería estar agradecido por estaspequeñas gentilezas.

―Modera coincide conmigo en

estos asuntos ―respondió Aethaságilmente y sin picar el anzuelo deRommath.

―Coincide contigo ―musitóRommath―, o, mejor dicho, coincidescon ella. Dudo que te hubiesen enviadoaquí a hablar en su nombre si pensarasmínimamente por ti mismo.

―Maldita sea, Rommath. ―Lapaciencia de Aethas se quebró―.¿Tienes algo interesante que decir apartede insultos personales?

―Estás ciego ―replicó Rommathcon aplomo y sin alterar la voz―.Intentaron abarcar más de lo que erancapaces y ahora se enfrentan a Malygos

y Arthas. Es lógico que tengan miedo.Necesitan ayuda de alguien por encimade su capacidad. Y ¿a quién se handirigido siempre cuando entraban enjuego asuntos Arcanos? A nosotros. Losmiembros del Kirin Tor te jurarán queeres un elemento indispensable paraellos, que tus habilidades soninestimables. Cuando te conviertas enuna molestia, se desharán de ti. ―Ladeóla cabeza. Una de sus largas orejastemblaba casi imperceptiblementemientras su ojos se dirigieron aHalduron y luego a Lor’themar―.Pregúntales. Ellos lo saben. Pero no tanbien como yo.

Aethas miró fijamente a Rommath.―Quel’Thalas y el Kirin Tor sonaliados desde hace más de dos mil años―dijo―. Desde que nos unimosformalmente a la Horda, ha habidotensión pero…

Rommath rió de nuevo, esta vez conmás estruendo.

―Desde que nos unimosformalmente a la Horda ―repitió―.Claro. Supongo que resulta extraño. ¿Túte acuerdas, archimago Atracasol,exactamente del porqué quisimosunirnos a la Horda?

Aethas no respondió pero miró aRommath directamente a los ojos, sin

pestañear.―Una traición monumental ―dijo

Rommath con la voz casi convertida enun susurro. Sus ojos brillaron con unarabia furibunda que ni el paso de unadécada había conseguido aplacar―. EnDalaran ―continuó―, bajo la siempreatenta mirada del Kirin Tor.

―No tuvieron nada que ver con…―Asumo que te refieres

―interrumpió Rommath―, a que elKirin Tor no hizo nada. Ni por evitarlo,ni por detenerlo. Y, en cambio ―alzó lavoz―, dejó que nos pudriésemos en lasprisiones bajo la ciudad que muchosconsiderábamos nuestro hogar tanto

como la propia Lunargenta. Una ciudada la que nuestro propio príncipe sirviófielmente como a su tierra natal durantemás tiempo de lo que dura una vidahumana. Una ciudad por la que luchamosy morimos a petición del Kirin Tor. Unaciudad desde la que observaría ensilencio cómo colgábamos del cadalso.Su ciudad.

―El Kirin Tor se encuentra bajo unnuevo liderazgo ―replicó Aethas.Lor’themar pensó que su tono moderadohablaba bien del joven archimago.

―Eso es mentira y lo sabes ―dijoRommath―. Puede que Rhonin sea lacabeza visible, pero Modera y Ansirem

siguen en el consejo. La misma genteque miró a otro lado sin problemascuando Garithos nos sentenció a muerte.Que se pudran en el infierno, o mejor, enel ejército de Arthas como la Peste―dijo mofándose.

―Esperemos que ningún miembrodel Consejo de los Seis acabe nuncabajo el dominio de Arthas, Rommath―dijo con calma Halduron.

―A pesar de tu obvio desdén por elKirin Tor, pareces muy bien informado,gran magister ―dijo Aethas.

―Probablemente es una de losmotivos por los que yo soy el granmagister de Quel’Thalas y tú no ―le

recriminó Rommath―. Y, como tal,nunca ordenaré a mis magos que sirvanal Kirin Tor. Jamás.

Los dedos de Lor’themar secrisparon contra la suave superficie dela mesa y su boca se endureció.Rommath caminaba sobre una línea muydelgada y la había cruzado.

―Ya basta ―dijo con calmaLor’themar―. No tienes autoridad paralanzar esos ultimátums. Yo decidiré simando a nuestras fuerzas a Rasganorte y,si así lo decido, tú y tus magoscumpliréis las órdenes.

―Ahora ―dijo poniéndose enpie―, está claro que seguir con esto no

causará más que disputas mezquinas y,desde luego, si vosotros dos queréisseguir así, adelante. Yo, sin embargo, novoy a perder más el tiempo. Y diría queel general forestal opina de formasimilar.

―Tengo asuntos que tratar en el sur―prosiguió―, y pensaba marcharmemañana. No creo que vaya a cambiar deplanes. Puedes quedarte, archimago,pero es posible que yo me marchealgunos días.

Aethas no contestó, pero tampocologró ocultar su irritación. A Lor’themarle importaba poco su enojo. Dio mediavuelta para marcharse.

―Algunos irán a Dalaran lo quieraso no, Señor regente ―dijo Aethas desdeel otro extremo de la sala. Lor’themarhizo una pausa y se volvió para mirarlomientras proseguía―. Dame al menos labendición para hablar en nombre de laregencia de Lunargenta y me encargaréde que se protejan los intereses de lossin’dorei.

Rommath resopló a modo derespuesta, pero no dijo nada. Por unmomento, Lor’themar consideró lapetición de Aethas, pero el joven elfo noestaba en posición de negociar. Todossabían bien que las habilidades deestado de Aethas eran muy inferiores a

las de los demás hombres de la sala.―Haré que un sirviente te muestre

tus aposentos, archimago ―dijoLor’themar.

Aethas se marchó con bastantedignidad, permitiéndose lanzar un par deduras miradas a Rommath. El granmagister parecía bastante resuelto, peroLor’themar observó cómo su pasovacilaba y las marcas de agotamientoreaparecían en su rostro al perder devista a Aethas. Lor’themar se habíafijado en la fragilidad de Rommath: sepodía doblegar su voluntad.

En el pasado, Lor’themar habríaconsiderado una bajeza el simple hechode considerar aprovecharse de algo así.Ahora lo consideraba necesario.

Se sentó a solas junto a la ventana ensus aposentos y reflexionó sobre losdebates de la tarde. Seguía escuchandola resuelta voz de Aethas en su cabezamientras retorcía las largas cortinasentre sus manos y contemplaba losjardines de la aguja. Algunos irán aDalaran lo quieras o no. Lor’themar nopodía negar esa verdad pero, enprivado, sentía el mismo desdén queRommath. ¿Cómo podía fiarse de queAethas representase con fidelidad a la

regencia cuando ya iba ataviado con losropajes del Kirin Tor y usaba su sello ensu correspondencia? Aethas estabatotalmente involucrado en la guerra deEl Nexo. Eso estaba claro. ¿A cuántosmás convencería para que lo siguieran?Y, como Señor regente, ¿hasta qué puntoestaba obligado a proteger a su pueblocuando este se aventuraba en territorioambiguo?

El paño se tensó y comenzó adeshilacharse bajo el brusco einconsciente tratamiento de Lor’themar.Él no se percató.

―No estoy seguro ―le confesóHalduron más tarde. Había encontradoal Señor regente sentado aún junto a laventana, mirando fijamente hacia elocaso. El primer vistazo le bastó paradirigirse al anaquel de los licores yservir un generoso trago a su viejoamigo. El general forestal se sentó frentea él.

―Creo que sus intenciones sonhonestas ―continuó Halduron―. Lo queno sé es hasta qué punto podemosconfiar en las intenciones honestas,incluso entre nuestro propio pueblo.

Lor’themar se puso en pie y fue alanaquel para rellenar su copa. ―Temoque si le damos autoridad para actuar ennuestro nombre pueda,intencionadamente o no, prometer algoque no estemos dispuestos a conceder.―Lor’themar hizo una pausa y miró altecho tallado―. En cualquier caso, si lesiguen suficientes sin’dorei a Dalaran,acabará siendo su líder de facto y nodeseo que lo haga sin que tengaobligación alguna hacia la coro… haciaLunargenta.

―Sería mejor si Rommath no fuesetan testarudo ―musitó Halduron―.Vivió en Dalaran mucho tiempo. Él

mismo ostenta el título de archimago, yasabes. Tiene suficiente experiencia conel Kirin Tor como para saber cómomanejarlos y es lo bastante leal a sutierra como para que podamos confiaren él. Sería el enlace ideal con Aethas.

Lor’themar sonrió ligeramente antelas palabras de Halduron. ―Vaya,resulta extraño escucharte hablar bien deRommath.

―Nunca aprobé aquel asunto conM’uru, ni la formación de losCaballeros de sangre, no ―admitióHalduron―. Pero eso es agua pasada yno tenemos más razones para dudar deél. Si fuera a traicionarnos, lo habría

hecho cuando Kael’thas… ―Laspalabras vacilaron y se helaron en lagarganta de Halduron. Ninguno hablódurante un largo rato.

―Bueno ―añadió al fin―, lohubiera hecho entonces.

―¿Qué dices tú? ―Lor’themarcambió de tema y volvió a su asientojunto a la ventana―. ¿Qué crees quedebemos hacer con Aethas y Dalaran?

―Aethas se considera un miembrodel Kirin Tor ―replicó Halduron―. Yse me ocurren unos cuantos más queestarían encantados de volver a llevarese manto. Si el Kirin Tor quiere admitira elfos de sangre, no podemos evitar que

lo hagan.―No, no podemos ―respondió

Lor’themar. Y permaneció en silencio unmomento―. Sin embargo, mi instinto medice que debemos evitar la participaciónoficial en la guerra de El Nexo. Aethasdebe informarnos periódicamente ytenemos que imponerle unos límites muyclaros. Pero aquellos que quieranofrecer sus servicios lo harán bajo labandera del Kirin Tor, no la deQuel’Thalas.

La comisura de Halduron se elevópara dibujar una sonrisa sardónica, yLor’themar fingió no advertir lamelancolía que se reflejaba en los ojos

de su amigo. ―¿Qué decías esta mañanaacerca de ser un errante? Cada día quepasa hablas más como un rey,Lor’themar ―señaló Halduron.

Desde donde estaba, Halduron nopudo ver cómo los dedos de Lor’themarse cerraban con fuerza alrededor delvaso.

Algunos días después, Lor’themar, alomos de su halcón zancudo, recorría lasladeras del norte de las Tierras de laPeste del Este. Observar aquellas tierrasle producía dolor; era un elfo y, además,un forestal. Un hijo de los bosques, del

agua clara y de las hojas doradas. Lavisión de la tierra cuarteada ycontaminada y de los árboles secos deleste de Lordaeron encogía su corazón ycasi le provocaba arcadas. Ese sería eldestino de Quel’Thalas de no ser por laincansable vigilancia de los suyos.

Lor’themar miró hacia atrás. Tresguardias de honor errantes le seguían.Habían venido por insistencia deHalduron y Rommath.

―Desde luego ―había dichoHalduron―, no tendrías que ir de ningúnmodo, había pensado que habríasabandonado esa idea absurda cuandoAethas vino a vernos. Pero veo que nada

de lo que diga te detendrá, así que almenos llevarás escolta. No me discutas.Rommath quiso enviar a algunos de losCaballeros de sangre, lo que eraimpensable. ―No serán bien recibidos―señaló Lor’themar. Y tampoco yo losquiero a mi lado, añadió para sí ensilencio. Por suerte Rommath no habíainsistido.

Al fin, pudo vislumbrar el risco quebuscaba. Al primer vistazo, parecía otraprotuberancia en una pared rocosa baja,pero sabía que no era solo eso. Dio ungiro brusco a su montura para dirigirlahacia el camino y prosiguió a pasorápido. El sigilo no serviría de nada, los

exploradores ya lo habrían visto.Tal y como esperaba, cuando solo

había recorrido la mitad del camino porla ventosa senda, aparecieron dosfiguras de detrás de las rocas. El choquede sus hojas al bloquear el caminoresonó con violencia en la inquietantetranquilidad de las Tierras de la Peste.

―¿Quién viene al RefugioQuel’Lithien? ―preguntó uno de ellos.

Lor’themar los miró sin alterarse.―No seáis necios. Ya sabéis quién

soy.El otro lo miró directamente a los

ojos.―Eso no significa que seas

bienvenido, señor regente Theron.Lor’themar desenvainó las dos

espadas que llevaba a la espalda. Losguardias de Quel’Lithien agarraron suspropias armas con más fuerza y uno deellos movió ligeramente los dedos,preparando la señal de ataque para losmuchos otros que seguramente seocultaban en el terreno. En silencio, elSeñor regente dejó sus hojas en el sueloe hizo lo mismo con su arco y su carcaj.Realizó un gesto a su escolta para que leimitasen y, después, enarcó una ceja.

―¿Basta para convenceros de quemis intenciones son honestas?

El primer explorador Quel’Lithien

habló de nuevo.―Dinos para qué has venido.―Tengo noticias para el señor

forestal Lanzalcón y la suma sacerdotisaClamacielos ―dijo―. Acerca… ―Seaclaró la garganta― Acerca delpríncipe Kael’thas.

Los guardias sopesaron estainformación un instante e intercambiaronmiradas brevemente, pero, la mayorparte del tiempo, no apartaron la vistade Lor’themar. A Lor’themar no le pasóinadvertido que sus ojos eran azules, sinmácula. Al final, uno de ellos hizo ungesto con la cabeza hacia el risco.

―De acuerdo ―dijo―, el señor

forestal decidirá qué hacer contigo.Sígueme.

El otro chasqueó los dedos y, comoLor’themar había predicho, otra mediadocena de exploradores Quel’Lithienemergieron de diversos barrancos yfisuras para recoger las armas que él ysus hombres habían dejado en la tierra.En silencio, Lor’themar los siguió.

En la parte alta del sendero,enclavado entre las rocas y los arbustossecos, Quel’Lithien apareció ante ellos.Sus preciosas vallas de madera estabandescoloridas y picadas, sin duda debidoa los estragos de la Peste. Los erranteshabían camuflado sus vigas con follaje

podrido. Lor’themar sintió un extrañopinchazo en el estómago al ver elrefugio y trató de no pensar en los díasen que sus alrededores eran verdes y lasvisitas eran recibidas con júbilo y nocon la violencia de las armas. Esos díashabían pasado.

Dejó su halcón zancudo a una de lasexploradoras. Ella lo recogió y lo guiócon mirada suspicaz. Uno de losexploradores que lo había detenido en elsendero se había adelantado hasta elrefugio. Mientras Lor’themar miraba,este regresó acompañado de dos elfos alos que hacía años que no veía.

―Lor’themar Theron. ―La voz de

la suma sacerdotisa Aurora Clamacielosera comedida y en absoluto hostil―.Debo admitir que me sorprende verteaquí.

―Tienes agallas ―dijo concrueldad Renthar Lanzalcón― paradejarte ver por aquí. Podría hacer queuna docena de arqueros te convirtiesenen un acerico.

Las palabras le dolieron, aunque lasesperaba. Cerró el ojo bueno y lo volvióa abrir despacio.

―Tengo noticias ―añadió sinmás― que debéis conocer.

―¿No podías haber mandado unacarta? ―dijo Renthar con desdén.

―¿La habrías leído?― respondióLor’themar. Y el pequeño movimientoen la comisura del labio de Aurora y elceño profundamente fruncido de Rentharle respondieron aquello que ya sabía.No la habría leído―. No he venidohasta aquí por algo trivial ―dijofinalmente―. ¿Escucharéis al menos loque tengo que decir?

Renthar y Aurora lo miraron sindecir palabra. Luego se dieron la vueltay regresaron al refugio. Lor’themar lossiguió, percatándose dolido de lasmiradas fijas de los elfos nobles.

Las avanzadas de los errantes en losReinos del Este nunca habían sido

fastuosas, pero la austeridad deQuel’Lithien daba que pensar. Algunasparedes estaban profundamentemarcadas por algún tipo de filo y lasmanchas oscuras del suelo eranseguramente de sangre. Sin embargo, loselfos se enorgullecían del cuidado delrefugio; las cortinas, aunque gastadas,estaban cuidadosamente remendadas conpuntadas uniformes. El antiguo mapa deleste de Lordaeron que estaba clavado enla pared tenía muchas anotaciones enuna letra elegante y no había ni una solamancha de tinta en el amarillentopergamino. Lor’themar sintió unapequeña punzada en su interior al ver

todo aquello, como si hubieraredescubierto una carta olvidada de unantiguo amor. Él había vivido como unerrante en un pasado que parecía ahoratan lejano que podía ser solo un sueño.

―Por aquí ―dijo Renthar,señalando con el pulgar una pequeñasala cuya puerta abrió de un empujón―.Cierra al entrar ―le dijo a Lor’themarsin mirar atrás.

Lor’themar se sentó frente a Aurora.Renthar apartó varios restos dearmadura de cuero ensangrentada de laestrecha mesa antes de sentarse con ella.La forma en que lo observaban, comojueces de un tribunal, casi hizo sonreír a

Lor’themar.―Decías que tenías algo que decir.

―La voz de Renthar rompió elsilencio―. Dilo.

―Hace varias semanas volvieroncon nosotros varios efectivos de lasfuerzas Furia del Sol.

Renthar y Aurora miraronincrédulos. Lor’themar experimentócierta satisfacción.

―Por La Fuente del Sol ―dijoAurora suavemente―. He de reconocerque no lo esperaba.

―Entonces ―los ojos de Rentharbrillaron de forma extraña y aLor’themar casi le recordó a

Rommath―, ¿estás aquí por orden delpríncipe para ofrecernos una disculpaoficial?

―Podría ser ―respondióLor’themar―, si estuviese vivo.

Si los elfos nobles que tenía delantehabían parecido conmocionadosanteriormente, esa conmoción palidecíaen comparación con la que expresabansus rostros en ese momento. El color sehabía esfumado de sus rostros.

―Explícate, maldita sea ―exigióRenthar.

Lor’themar respiró hondo y empezóa narrar los eventos del pasado reciente.No había previsto lo doloroso que

resultaría contar la historia,especialmente a dos seres que lodespreciaban profundamente. Escupiólas palabras una a una, a veces a lafuerza. Tuvo que realizar un verdaderoesfuerzo para hacérselas llegar. Cuandopor fin terminó su relato, parpadeó comosi despertase.

―La Fuente del Sol nos ha sidodevuelta ―dijo Aurora. Volvió la vistahacia la ventana.

―Sí ―replicó Lor’themar.El silencio exánime y absoluto de

las Tierras de la Peste los envolvió.Lor’themar inclinó la cabeza,reviviendo su propio momento de

comprensión cuando el fragor de labatalla en Quel’Danas se apagó porcompleto y La Fuente del Sol volvió abrillar majestuosa y digna. La observócon la misma expresión paralizada queahora veía en las caras de Renthar yAurora, pero no halló júbilo en subrillo. Nunca imaginó que el precio desu recuperación fuese demasiado alto.

La voz de Aurora lo sobresaltó.―Me preguntaba por qué las punzadasde la adicción se habían calmado tantoúltimamente. No he necesitado…ayuda… para soportarlas.

―La magia de La Fuente del Sol hacambiado ―dijo Lor’themar―. Algunos

necesitarán tiempo para adaptarse.―Algunos, sí. ―Aurora alzó la

mano y pareció coger algo queLor’themar no podía ver, y lo retorcióentre los dedos como si se tratase de unalarga cinta―. Soy sacerdotisa de la Luz.Conozco esta magia.

―Fue un gran don ―se escuchódecir a sí mismo Lor’themar. Aurora lomiró de reojo y este comprendió que sufalta de convicción no había pasadodesapercibida.

―Si el príncipe está muerto ―dijoRenthar―, ¿qué será de la corona deQuel’Thalas?

―El propio Kael’thas decretó que

Anasterian siempre sería el último reyde Quel’Thalas. Nadie ha reclamado lacorona.

Renthar entornó los ojos. ―¿Y sialguien la reclamase?

―No hay nadie con vida que tengaderecho a ella.

Renthar lo miró directamente.Lor’themar le devolvió la mirada con lamisma ferocidad. Renthar Lanzalcónpodía dudar de él en todo, excepto enesto.

Aurora habló de nuevo. ―Supongoque esto es lo que viniste a contarnos.

―Sí ―respondió Lor’themar.―Entonces puedes marcharte

cuando quieras ―dijo Renthar.Lor’themar cerró el ojo. ―Hay algo

más. ―Esto sería lo más duro.―¿Ah, sí? ―dijo Renthar con voz

monótona―. ¿Bien?―Como los Furia de Sol ha vuelto a

nosotros ―empezó Lor’themar―, ynuestra posición en las Tierras Fantasmaes más… segura… la situación de loserrantes es algo menos precaria. Por loque ellos, yo, os enviaré suministrosregularmente.

Lor’themar ya se estabaacostumbrado a las burlas de aquellos alos que no podía complacer, por lo queno esperaba que la risa de Renthar se le

clavase como un aguijón. Incluso elrostro de Aurora, tan contenido y serenonormalmente, enrojeció con evidentedesdén.

―Llevamos cinco añospudriéndonos aquí. Nos expulsaron denuestros hogares por orden tuya pornegarnos a succionar la magia de losseres vivos, como vampiros. ―Rentharse levantó del asiento y se inclinó sobrela mesa, estremecido de ira―. ¿Y ahoranos quieres ofrecer ayuda? ¿Ahoravienes, después de todo lo que hemospasado? ¿Después de lo que nos hizo laHorda en nombre de ese bastardohumano que se hacía llamar forestal?

¿Acaso crees que estoy ciego,Lor’themar? Debería matarte. ¡Deberíamatarte y enviarle tu cabeza a Sylvanas!

A pesar de la violenta reacción deRenthar, Lor’themar se fijó en una solapalabra: forestal. Y no uno cualquiera,uno humano. Lor’themar solo sabía dela existencia de uno.

―Pensé ―empezó a decirdespacio―, que Nathanos Marris nosobrevivió a la Peste.

Tanto Aurora como Renthar sevolvieron despacio hacia él, conexpresión fría como figuras de marfil.Por primera vez desde que comenzó estaconfrontación, Lor’themar sintió el

martilleo de su corazón en los oídos y unnudo en la garganta que le impedíatragar con normalidad.

Aurora habló primero.―Así fue ―dijo.Lor’themar miró fijamente a Aurora.

Algo flotaba en el ambiente, como unasombra que acechaba por los rinconesde la habitación; descubriría de qué setrataba antes de irse.

―No se convirtió en un miembro dela Peste ―dijo ella.

―Sylvanas siempre sintió unextraño orgullo hacia él ―musitóRenthar, mirando hacia otro lado―. Nosería tan sorprendente que lo llamase a

su servicio antes de que Arthasdominase su voluntad.

―Venimos en nombre del campeónde la Reina alma en pena ―citó―. Esodijeron al llegar: Tienes algo que lepertenece. ―Renthar volvió a girar elrostro hacia Lor’themar―. Teníamosuna copia del registro que detallaba laadmisión de Marris en los errantes. Selo llevaron por la fuerza y mataron atodos los forestales que encontraron ensu camino. La Horda, Lor’themar.Incluidos los Renegados. El pueblo deSylvanas. Tus aliados.

Lor’themar no podía hablar. Nosabía si le temblaría la voz.

―En otro tiempo habría entregadomi vida gustoso a petición del generalforestal. ―La voz de Renthar se llenóde una amargura insoportable―. Ya nosomos su pueblo. Y tampoco el tuyo.

―Renthar ―comenzóLor’themar―, a pesar de todas nuestrasdiferencias, sabes que yo no he…

Renthar se echó a reír, y lointerrumpió.

―¿Nos envías a este destierroolvidado porque te suponemos unestorbo, y te permites el lujo deescandalizarte ante nuestro sufrimiento?No hay insultos lo bastante envenenadospara describirte, Lor’themar. Yo sé de

quién provienen las tropas deTranquillien, Señor regente. Mepregunto a cuántos de tus forestalessin’dorei habrán matado delante de tuspropias narices. Enfréntate a la situacióncomo quieras. Yo solo espero que tengastu merecido.

―Ahora vete ―dijo con calma―.Envía suministros si quieres. Te enviarélos corazones de los que los traigan,envueltos en sus propios tabardos.

Lor’themar se puso en pie y se girópara marcharse. Lo habían sorprendidocon la guardia bajada y los muros que lorodeaban ya no garantizaban solidez.Vio a Aurora ponerse en pie y mirarlo,

con la barbilla alta y desafiante. Ni ellani Renthar dijeron nada más y parecíaque la simple fuerza de su odio loempujaba fuera de la habitación.

No tenía motivos para enfrentarse aellos. Podía, tal vez, ofrecer la otramejilla como penitencia, pero se habríanlimitado a escupirle y sinceramente noencontraba podía reprochárselo. Si enalgún momento tuvo alguna esperanza deexpiación, y tal vez fuera así, ladesolación de las Tierras de la Pestehabían acabado con ella, como ocurríacon todo lo que vivía y soñaba. Esospuentes habían ardido hacía muchotiempo, y fue él mismo quien prendió la

llama.Sus tres guardias esperaban sentados

en la sala de la entrada, rodeados deforestales quel’dorei con flechascargadas en los arcos. Saliódirectamente fuera y sus forestales losiguieron.

En el patio, un exploradorQuel’Lithien sostenía las riendas de sushalcones zancudos y otro llevaba susarmas. Lor’themar cogió suspertenencias, subió a su montura yvolvió al lugar donde Renthar y Auroraseguían mirando. Sintió el impulso dedecir algo, lo que fuera, para intentartender un puente sobre el abismo que los

separaba, pero todas las palabras queintentó decir se marchitaron y seconvirtieron en polvo en su boca. Dio lavuelta a su halcón zancudo y no miróatrás.

Horas después, mientras subían porel Desfiladero Thalassiano, comenzó anevar. Atravesaron las puertas quedelimitaban la frontera sur deQuel’Thalas con apenas una mirada.Antaño, sus arcos se alzaban, blancos ydorados, de tal modo que parecían saltardesde las propias rocas y caer encascada al suelo con destellos de

tonalidades marmóreas y ambarinas.Arthas los había reducido a ruinas,como todo lo que tocaba. Los oscurosestandartes de la Peste aún colgaban delo alto de las murallas, desde donde seagitaban y crujían con el viento de lamontaña.

―Lord Theron ―dijo un miembrode la escolta―, deberías usar la capacon este tiempo.

Lor’themar no respondió. No podíasentirse más helado de lo que ya estaba.Los copos de nieve le caían sobre lacara y resbalaban por su piel desnuda.

Halduron y Rommath esperaban elregreso de Lor’themar en Lunargenta.También Aethas, para mayor escarnio deLor’themar. Cuando Halduron lo miró ydijo: ―¿Y bien? Lor’themar negó con lacabeza. Halduron alzó las cejas comopreguntando: ¿Qué esperabas?Rommath no lo vio.

―¿Cómo reaccionaron ante tupresencia? ―preguntó Aethas.Lor’themar se volvió para mirarlo.

―Hace cinco años los eché de loshogares que habían defendido con lamisma valentía que la que demuestran

hoy en Quel’Thalas ―respondió―.¿Cómo crees que reaccionaron?

Aethas se encogió apenado.―Vereesa Brisaveloz está casada

con el nuevo líder del Kirin Tor. Yo nole gusto ni tampoco aquellos a los querepresento. Esperaba que… como eresun forestal… ―Aethas se encogió dehombros―. Pensé que nos serías deayuda para cerrar esa brecha. Supongoque me equivoqué.

Lor’themar puso gesto de desagradoal oír el nombre de Vereesa. ―Suponesbien ―dijo.

Esa tarde, narró a Halduron losdetalles de su viaje a Quel’Lithien entresorbos de vino de Canción Eterna.

―Estaba claro que te tratarían condesprecio. Eso lo sabías de sobra ―lerecriminó su general forestal―. Laverdad, no sé por qué te molestaste en ir.

―Tú habrías hecho lo mismo―respondió Lor’themar, y Halduronfrunció el ceño.

―Me conoces demasiado bien―dijo finalmente. Se recostó en su sillay miró por la ventana.

―No sabían nada de La Fuente del

Sol ―dijo Lor’themar―. Hice locorrecto al ir.

―¿A quién intentas convencer aquí?―preguntó Halduron confundido.

―Halduron ―dijo Lor’themarrápidamente―, ¿recuerdas a NathanosMarris?

―Claro ―dijo mientras fruncía elceño―, ¿por qué?

―Aurora me dijo que loconvirtieron en no muerto ―respondióLor’themar―. Sylvanas lo llamó a suservicio. Se le conoce como el campeónde la Reina alma en pena.

Halduron se recostó en su silla, sebalanceó sobre las patas traseras y

colocó las palmas bajo su cabeza.―Tiene gracia ―dijo―. Sylvanassiempre lo consideró un campeón.Kae…, ejem, algunos no estabandispuestos a aceptar a un montón dehumanos en los errantes. Incluido yo.

―Los forestales de Quel’Lithienfueron atacados por un grupo de laHorda bajo las órdenes del campeón dela Reina alma en pena ―dijo al finLor’themar. Apuró el contenido de sucopa y la dejó en la mesa―. Mataron amuchos.

Halduron posó de nuevo las patasdelanteras de su silla con estruendo.

―¿Por qué querría atacar

Quel’Lithien?Lor’themar se encogió de hombros.

―En Quel’Lithien tenían una copia delregistro thalassiano en el que Sylvanasdaba su autorización final para admitirloen los errantes. Al parecer lo querían.

―¿Y por eso manda a sussubordinados a atacarlos? ¿Por unlibro? ―La voz de Halduron rezumabaescepticismo.

―Eso es lo que me dijeron.―¿Estás seguro de que no mentían?―Lo pensé ―admitió

Lor’themar―, pero Renthar Lanzalcónsiempre ha tenido principios muysólidos.

―Y no me imagino a Auroraactuando de forma deshonesta ni un solodía de su vida ―añadió Halduron. Ysuspiró profundamente―. ¿Crees queSylvanas lo sabe?

Lor’themar negó con la cabeza.―No lo sé.

―¿Si lo supiese, crees que leimportaría?

Esa era la pregunta que temíaLor’themar. ―Tampoco lo sé. ¿Y si nole importa? ―Se cubrió la cara con lasmanos―. Eran sus forestales.

―Eran los tuyos cuando losmandaste al exilio ―dijo con calmaHalduron.

―En realidad eran los tuyos―replicó Lor’themar. Se erizó de furiapor un momento, pero luego sus hombrosse relajaron. Las palabras de Rentharresonaron de manera fantasmal en sucabeza: ¿Nos envías a este destierroolvidado porque te suponemos unestorbo, y te permites el lujo deescandalizarte ante nuestrosufrimiento?

―Yo no quería verlos muertos―dijo finalmente Lor’themar;avergonzado de escuchar el tono dedisculpa en su voz―, pero no me podíapermitir tener una nación dividida…

El tacto de una mano pesada en su

hombro le hizo alzar la cabeza.―Lo sé ―dijo Halduron,

poniéndole un vaso lleno delante―.Contrólate. ―Su tono era duro pero nocruel―. Siempre supimos que era unriesgo confiar en los Renegados. Pero¿acaso algún otro se ofreció a luchar porQuel’Thalas?

Lor’themar levantó el vaso. El solde la tarde brilló a través de él y tiñó sucontenido de un tono rojizo como elóxido, como los campos de las Tierrasde la Peste.

Lor’themar repiqueteaba con los

dedos en la mesa, haciendo un aburridorecuento de las notas que había tomadoen las diversas reuniones con Aethas.Tendría que dar al archimago unarespuesta definitiva ese mismo día o aldía siguiente. Se pellizcó el puente nasalcon el índice y el pulgar y miró de reojoel vino del anaquel. Un golpe en lapuerta lo sacó de sus pensamientos.

―¿Sí? ―preguntó.El mensajero se inclinó de forma

apresurada y contestó.―Lord Theron, se requiere tu

presencia en la sala.Lor’themar frunció el ceño.

Halduron y Rommath habrían llegado y,

a estas alturas, seguro que Aethastambién.

―No estoy disponible ―respondióclaramente.

―Mi señor ―dijo el mensajero―,la Reina alma en pena no esperará.

Lor’themar sintió que el corazón ledaba un vuelco. Se incorporó enseguida.

―No ―dijo con calma―, porsupuesto que no. Llévame ante ella.

El mensajero dio media vueltamientras lanzaba una inquieta mirada alSeñor regente. Lor’themar se armó devalor mientras lo seguía.

Empleó los minutos que tardaron enllegar hasta la sala frontal para poner en

orden sus pensamientos. En los años quellevaba gobernando Quel’Thalas, sehabía acostumbrado a considerarlo casicomo un acto físico, del mismo modoque se vestía manto de regente. Sentía elcambio, hasta la punta de los dedos.Frente a Sylvanas necesitaría todo elaplomo que pudiese reunir.

Halduron y Rommath se unieron ensilencio a él por el camino. La expresióndel rostro del general forestal erasombría.

Rommath parecía más ausente; sabíalo que les esperaba, pero su disgusto eramás distante e impersonal, a diferenciadel de Lor’themar y Halduron. Para

ellos, el destino de Sylvanas era unaherida que se reabría cada vez que laveían, y cuyo dolor aún no habíaremitido.

En la sala en la que estaba, la luzparecía desvanecerse; no porqueescasease o se atenuara, sino que dabala impresión de precipitarse y sehundiese hacia el lugar que ellaocupaba, como si la luz del sol titubeasea su alrededor. El feroz destello blancode sus ojos hacía que la pálida piel desu rostro demacrado destacase aún más.Sus Guardias reales del Terror laflanqueaban, blandiendo hojasennegrecidas en sus manos esqueléticas.

Lo único que Lor’themar escuchó alentrar en la sala fue el eco de suspropios pasos, e incluso eso parecióatenuarse con rapidez de formaantinatural en presencia de la Reinaalma en pena.

―¿Qué te trae a Lunargenta,Sylvanas? ―preguntó.

―Acabo de volver de Orgrimmar―dijo. Su voz parecía arañar lasparedes. Al mover la boca, Lor’themarpudo ver cómo la carne alrededor deella se cuarteaba y pelaba como unamuda de piel de serpiente―. Arthas haosado atacar el corazón de la Horda.

Lor’themar sintió que se le secaba la

boca, y una oleada de inquietud comenzóa acumularse en su pecho. Sylvanas hizouna pausa, analizando su reacción. Esteapretó los dientes y mantuvo la calma.

―El ataque fue repelido con éxito―continuó―. Pero Arthas solo estájugando con nosotros. Hemos de llevarla guerra hasta él. El Jefe de GuerraThrall entiende al fin lo que nosotroscomprendimos hace mucho tiempo.―Sus ojos brillaban con peligrosaimpaciencia―. La Horda se preparapara la guerra. Y los sin’dorei,Lor’themar, son una parte de la Horda.

Sus palabras cayeron como piedrassobre él. Comprendía lo que le estaba

pidiendo y siempre supo que llegaríaeste momento. Sin embargo, mientrasestaba en la sala, sintió de repente queese gran espacio lo engullía, y no fuecapaz de responder.

―Lor’themar. ―Las palabras deSylvanas se agitaban a su alrededor conimpaciencia―. Vamos a destruir aArthas, de una vez por todas.

Despacio, Lor’themar negó con lacabeza.

―Entiendo que el Jefe de GuerraThrall y tú queráis contar con nosotrospara unirnos al frente inicial enRasganorte. Pero estamos muydebilitados. Ya hemos recibido una

petición similar del Kirin Tor, y, enconciencia, no puedo enviar a nuestrasfuerzas al norte. Desde lo ocurrido enQuel’Danas…

―Esto no es una petición,Lor’themar ―interrumpió ella. Sus ojosbrillaban rojos de ira―. Enviarás tropasque acompañarán a los Renegados.

―Sylvanas ―dijo Lor’themar concalma―, acabamos de librar una guerracivil. ¿Qué podríamos ofrecer?

―¿Has olvidado quién esresponsable en primera instancia delestado de Quel’Thalas? ¿Quién esrealmente el responsable? ―Buscó unarespuesta en su rostro y, al no

encontrarla, continuó―. Bueno, ¡pues yono! No me arrebatarán mi venganza y túme darás lo que te pido: los forestales ymagos sin’dorei y también losCaballeros de sangre.

―No podemos prescindir de ellos,Sylvanas.

Sus labios escamosos formaron unamueca de desdén.

―Si eso es lo que quieres, puedesesconderte como un perro apaleado,Lor’themar. Si piensas que ganarás algocon ello eres un necio. ¿Crees queArthas se conformará con ignorartemientras esperas aquí y te lames lasheridas? ¿Crees que yo toleraré tal

cobardía? Te lo advierto: los que noestán con los Renegados, están contraellos. Y los que se les oponen, no duranmucho tiempo.

―Mi pueblo ya lleva un tiempovigilando estas tierras. Y solo gracias ami influencia tenéis un lugar en la horda.Nos ayudaréis en Rasganorte si noquieres que os abandone enQuel’Thalas.

En el sur, cerca de las Tierras de laPeste, donde la Plaga aún campaba a susanchas cerca de La Cicatriz Muerta apesar de todos los esfuerzos, no podíanpermitirse prescindir de las tropas deSylvanas. No había mentido a Aurora y

Renthar al decir que su posición en lasTierras Fantasma era más segura, perono era tan ingenuo como para pensar quese podía defender únicamente con tropasthalassianas. Sin los Renegados,Tranquillien caería. ¿Y qué vendríadespués?

Por segunda vez desde que volvió deQuel’Lithien, recordó las palabras deLanzalcón:

Ya no somos su pueblo.Siendo honesto consigo mismo,

Lor’themar no podía negar que siemprelo había sabido.

―Enviar a mi pueblo exhausto a quemuera en Rasganorte o arriesgarme a

perder otra vez Quel’Thalas frente a laPlaga. ―Como en la lejanía, escuchó supropia risa, que sonaba más a la deRommath que a la suya propia―. No medejas opción, Sylvanas.

La Reina alma en pena lo miróindiferente.

―Espero tus fuerzas en Entrañas endos semanas, Lor’themar ―replicó―.No me fallarás en esto.

―Sí, mi señora.Se dio la vuelta para marcharse.―¿Cómo puedes hacerlo?

―Lor’themar se sorprendió ligeramenteal percibir la ira desesperada en la vozde Rommath; el gran magister parecía

creer aún que se podía negociar conSylvanas.

―¡Eso es chantaje! ―continuóRommath, mientras apretaba los puñosalrededor de su bastón―. ¡Fuiste túquien se ofreció a ayudarnos en primerlugar! ¡Nunca te pedimos ayuda, nos laotorgaste por propia voluntad! ¿Cómopuedes llamarnos aliados y acontinuación pedirnos rescate pornuestras tierras?

Sylvanas lo miró un instante. Dealgún modo consiguió mirarlo porencima del hombre, a pesar de ser másbaja que él.

―Nadie te obligó a aceptar mi

oferta ―dijo―. La decisión fue tuya.Ahora solo exijo la voluntad y lafortaleza para derrotar a nuestro mayorenemigo.

Rommath la miró con odiodeclarado, pero Lor’themar habló antesde que este pudiese hacerlo.

―¿Hay algo más que quierasdiscutir, Sylvanas? ―Le pareció quesonaba como derrotado, desprovisto devoluntad y pasión. Discutir, se burló unavocecita en su interior. Como si sepudiese discutir sobre algo con laReina alma en pena.

―No. He terminado aquí,Lor’themar.

―Shorel’aran, Sylvanas ―añadióél. Sus ojos brillaron al oír la fórmulade despedida thalassiana, pero no dijonada más. Lor’themar la miró mientrasse alejaba con indiferente interés; soloporque no había nada que ver. Se sintiótan frágil como una brizna de hierba enuna helada.

Cuando Lor’themar se dio la vuelta,vio con desagrado que Aethas habíallegado en algún momento de la reunión.Le resultaba denigrante que elarchimago hubiese presenciado suhumillación, pero no tenía muchasfuerzas para preocuparse de su orgullo.A pesar de la confusión, sus

pensamientos se centraban ya en elalistamiento. Conocía bien losprocedimientos de la guerra. Halduronllamaría al capitán Marcasol y alteniente Correalba. Rommath convocaríaa los magos. También podría representara los Caballeros de sangre mientrasestos informaban a Liadrin. Aethastendría la oportunidad de demostrar suvalía. Lor’themar volvía por el corredorcomo en un sueño.

―¡Lor’themar!Se detuvo y se volvió hacia la

persona que hablaba, tratando dedominar su expresión, de parecer atentoo interesado. La verdad es que estaba

exhausto. Deseaba regresar a su mesa yestar solo, ocuparse de tareas mecánicasy necesarias para olvidar durante un ratolo que había ocurrido allí.

Como siempre, Rommath no ledejaría salirse con la suya.

―Lor’themar ―repitió mientrasalcanzaba al Señor regente―. Deverdad no puedes… no podemos…

―Ya la has oído, Rommath―interrumpió Lor’themar―. O vamos aRasganorte, o perdemos el apoyo de losRenegados y puede que también delresto de la Horda. Por tanto, iremos. Segiró para volver a marcharse.

―¡Aún hay soldados en los

hospitales por lo de Quel’Danas!―continuó Rommath―. ¡Ni siquierahemos honrado a los muertos de formaadecuada en La Fuente del Sol,Lor’themar!

―No tenemos elección, Rommath.¿No lo entiendes? ¡O hacemos lo quedice Sylvanas, o probablementeperdamos todo el territorio deQuel’Thalas al sur del Elrendar!

―¡Pues que se pierda! ―gritóRommath y Lor’themar se quedóconmocionado. Se giró lentamente ypudo ver el rostro de Halduron tambiénsumido en un profundo estupor.

―¿Perderlo? ―comenzó a alzar la

voz―. ¿Sabes cuántos elfos, tantosin’dorei como quel’dorei, murieron pordefender esas tierras? ¿Cuántos siguenmuriendo? ¿Y me dices que loperdamos? ¿Pero qué diablos te pasa?

―¡Preferirían haber muerto en vanoque entregar sus vidas para que teconviertas en una simple marioneta dealgún ser monstruoso, en el nombre desu sacrificio!

Lor’themar no podía creer lo queestaba oyendo. Rommath lo miró, perono con furia o desprecio, sino con unadesesperación salvaje y terrible pocohabitual en él. Durante todo el ejerciciode Lor’themar como regente, a pesar de

haber discutido muchas veces, Rommathnunca había perdido la compostura ni elaplomo. Ahora, prácticamente temblaba.Lor’themar miró de reojo, y vio que sehabía reunido una pequeña multitud entorno a ellos. No quería montar unaescena.

―No cedas a sus amenazas ―dijoRommath con calma. Lor’themar se diocuenta horrorizado que le estabasuplicando―. Solo pretende utilizarte.

Lor’themar cerró los puños conresentimiento. ―Haré lo que seanecesario para proteger Quel’Thalas y asu pueblo ―declaró―. Aunque esosuponga que me utilicen. Y tú

obedecerás mis órdenes. ¿Me heexpresado con claridad?

―¿Y durante cuánto tiempo creesque podrás jugar a esto?

―Todo el tiempo que sea necesario―respondió Lor’themar inquebrantable.Rommath trató de superar al Señorregente en obstinación, pero no era tareafácil. Se enderezó y miró a Rommathdesde arriba. Rommath le devolvió lamirada un momento, pero todo su cuerpopareció flaquear. Cerró los ojos.

―Otro líder de los sin’dorei medijo una vez algo muy parecido,Lor’themar ―dijo con suavidad,apartando la mirada―. Entonces, no

discutí con él; de hecho, en ese momentopensé que tenía razón.

A Lor’themar se le heló la sangre.―Lo enterramos en Quel’Danas

―dijo Rommath, y suspiró pesaroso―.Avisaré a Lady Liadrin y al magisterJurasangre de tu decisión, Señor regente.Te informaré de sus preparativos. ―Semarchó sin decir una palabra más, conlos hombros hundidos.

Sin apenas poder pensar, Lor’themarobservó aturdido cómo la menguantefigura del gran magíster desaparecía trasuna esquina.

―Lor’themar. ―La voz tranquila deHalduron le sacó de su trance. Se volvió

hacia su amigo y descubrió al generalforestal que lo contemplaba extrañado,como si lo viese por primera vez.Lor’themar quería sacudirlo y gritarleque dejase de mirarlo así.

―¿Cuáles son las órdenes del Señorregente? ―preguntó Halduron. Suformalidad resultaba inquietante.

―Avisa al Retiro del Errante y alEnclave del Errante ―respondió―.Diles lo que hemos decidido.

Halduron asintió, y le dedicó unaúltima e inescrutable mirada.

Lor’themar miró a su alrededor conuna oscura mueca que hizo que todos lossirvientes y guardias de palacio se

apresurasen en volver a sus tareas. Laúnica persona que quedaba en elcorredor era Aethas Atracasol, que senegaba a que lo ignorasen.

―Si vas a Rasganorte, ¿apoyarástambién al Kirin…?

―El Kirin Tor puede hacer lo que levenga en gana, no es cosa mía ―espetóLor’themar―. Pero como un grannúmero de fuerzas de los sin’dorei sedirigirán en breve al norte, imagino quemuchos acabarán llamando a tu puerta.Harás lo posible para ayudarlos, Aethas.Ahora, busca a Rommath. Seguro quepuedes serle útil. ―El desprecio deLor’themar le venció finalmente―.

Imagino que estarás encantado,archimago.

Aethas hizo un gesto de negación.―Es cierto que quiero vuestro apoyo enRasganorte, Señor regente. Pero no deesta forma. Créeme si te digo quepreferiría que accedieses por librevoluntad y no por…

―Mi voluntad permanece intacta,gracias ―interrumpió de nuevoLor’themar, azuzado por el aguijón enlas palabras de Aethas―. Y mi voluntadsigue gobernando Quel’Thalas.

―Claro, mi señor ―respondióAethas, inclinándose ligeramente enseñal de conciliación. Pero al levantar

la cabeza, Lor’themar vio que ladisculpa no se reflejaba en sus ojos.Furioso, Lor’themar se dio la vuelta y lodejó allí solo, de pie entre los pesadosestandartes rojos y dorados.

Diario del Señor regente, entrada 83

No recuerdo la última vez que lementí a alguien de forma tan descarada,ni siquiera cuando me vi obligado aentrar en política. Pero mentí a Aethas yél lo sabe. Yo sé que lo sabe ycualquiera que me escuchase también lo

sabría. De hecho mi voluntad no valeprácticamente nada. Puedo fingir que mipoder es real pero, al final, es todo unapantomima. Me puedo lavar las manos,hacerme el mártir, cargar con las culpasy no conseguir nada, o puedoenfrentarme a otros y hacerles cargarcon las culpas, convirtiéndome así en laesencia de todo contra lo que heluchado. Si alguna vez he racionalizadomis decisiones bajo cualquier otralógica, me engañaba a mí mismo.Lanzalcón tenía razón: he tenido quellegar a extremos de lo más dudosos,pero La Fuente del Sol nunca se habríarestaurado de no ser así. Él y Aurora

pueden dormir a pierna suelta sabiendoque nunca han comprometido su ética,pero si niegan haber prosperado en laestela de aquellos que sí lo hicieron, seengañan a sí mismos tanto como yo.

En este momento casi me inclino acreer que el fin justifica los medios.Pero las ruinas del Bancal del Magisterme atormentarán para siempre, y merecordarán el destino que podríaaguardarme por pensar así. Sigo estesendero, pero soy consciente de que lasacciones que emprendo por necesidadson indefendibles. Son realidadesirreconciliables, pero, en ocasiones, soycapaz de concebirlas ambas y casi de

comprenderlas. Podría considerarlo unaprofunda revelación si fuera tanignorante como para no darme cuenta deque tan solo he comprendido lo queKael’thas y Anasterian comprendieronantes que yo. No nos queda más opciónque seguir el camino que se nos otorgacon la mayor dignidad posible; de ellodependerá la propia gloria odesaparición de cada uno. Debemosrezar para que nuestros corazones ynuestras almas no se pierdan porcompleto antes de que todo acabe. PorLa Fuente del Sol, espero que todo estono me consuma por completo.

CAMINO A LA

PERDICIÓN

Evelyn Fredericksen

—Me estoy cansando de este acosocontinuo. Estaba en pleno estudio dedelicada magia que requiere semanas depreparación y diversos rituales —Kel’Thuzad se vio obligado a esperardurante horas, exasperado por habersido insultado, antes de que se lepermitiera la mínima cortesía de

explicarse ante sus acusadores. Lossupuestos portavoces del grupo,Drenden y Modera, habían sido desdehace tiempo sus críticos más fragorosos.No obstante, no habrían pronunciadoesta última acusación sin el apoyo deAntonidas, que aparecería tarde otemprano. ¿Qué traería por aquí alanciano?

Drenden resopló. —Es la primeravez que oigo llamar «delicada» a esetipo de magia.

—Una opinión ignorante de unhombre ignorante —dijo Kel’Thuzadcon fría precisión.

Entonces, una voz distante le habló,

una voz amiga. Sus comentarios leresultaban ya tan familiares que losconsideraba como propios. Te temen yenvidian. Al fin y al cabo, gracias aestos nuevos estudios, seguirásadquiriendo nuevos conocimientos ypoder.

De repente, hubo un destello, y unarchimago de pelo gris con cara depocos amigos apareció en la entrada.Bajo el brazo llevaba un pequeño cofrede madera. —De no haberlo visto pormí mismo, no lo habría creído. Una vezmás, has vuelto a abusar de nuestrapaciencia, Kel’Thuzad.

—El venerable Antonidas por fin

nos deleita con su presencia. Empezabaa pensar que habrías enfermado.

—Te asusta la vejez, ¿no es cierto?—interrumpió Antonidas—. Un día tedarás cuenta de que es inexorable.

Si eso le consuela, deja que opineasí…

Como para tranquilizarlo, Antonidasañadió: —En cuanto a mi salud serefiere, no hay de qué preocuparse. Tansolo andaba ocupado en otros asuntos.

—¿Acaso buscando pruebas demagia prohibida entre mis estancias?Deberías encontrar mejores recursos.

—Cierto, pues tus estancias noalbergan evidencia alguna. Aunque esos

almacenes que posees en las tierras delnorte… —Antonidas le miró conrepugnancia.

¡Maldito! Menudo fisgónpretencioso. —No tenías ningún derechoa…

Antonidas golpeó su bastón contra elsuelo para hacerlo callar, y se volvióhacia los otros magos. —Ha convertidolos edificios en laboratorios pararealizar una serie de suciosexperimentos. Vedlo vosotros mismos,compañeros. Contemplad el fruto de sutrabajo— abrió el cofre y lo inclinópara que todos pudieran verlo bien.

Restos de rata en estado de

descomposición. Dos seguíanescarbando torpemente a los lados delcofre en un vano intento de escapar.Varios magos se apartaron, en una ola deconsternación. Incluso el elfo noble depelo dorado, sentado al final de la sala,parecía sobresaltado, pues la edad delPríncipe Kael’thas descartaba laposibilidad de que fuera capaz derealizar una hazaña como ésa.

Volviendo la mirada hacia las ratascautivas, Kel’Thuzad apreció que éstasyacían ahora inmóviles. Más fallos,aparentemente. No importaba. Algún díacrearía un espécimen estable e inmortal.Tendría una buena razón que justificara

tantas horas de trabajo… Tan solo eracuestión de tiempo.

El hechizo que te silencia tienevarios cabos sueltos. ¿Quieres que temuestre cómo terminar de deshacerlos?

El tiempo y su aliado desconocido,cuya enigmática voz oía en ocasiones, leayudarían a avanzar un paso más haciasu objetivo. «Muéstrame cómo», pensó.

De repente, apareció un destello,tras el que se descubrió una mujer joven.Cuando se acercó a Antonidas, los ojosdel elfo noble la siguieron con mirada ala vez desazonada y amenazadora. PeroLady Jaina Valiente no le prestóatención: estaba completamente

concentrada en su labor. El apuestopríncipe no tenía ninguna posibilidad.

Sus intensos ojos azules dedicaronuna mirada curiosa a Kel’Thuzad. Tomóla caja de las manos de Antonidas, queexplicó: —Mi aprendiz podrá apreciarque el cofre y su contenido han sidoincinerados.

La mujer inclinó la cabeza y seteletransportó, saliendo de la estancia.Al otro lado, el elfo noble miraba elespacio ahora vacío con el ceñofruncido. Bajo otras circunstancias, aKel’Thuzad esta escenita de teatro mudole habría parecido divertida. Sin poderdefenderse, Antonidas proseguía con su

diatriba. Conteniendo su furia enabsoluto silencio, Kel’Thuzad, seesforzó una vez más por liberarse.

—Ya hemos permitido que lasituación llegue demasiado lejos. Lehemos reprendido a menudo por sus másque cuestionables propensiones.Intentamos guiarlo, y ahora nosenteramos de que ha estado practicandola magia oscura. Los habitantes delKirin Tor comienzan a pronunciar sunombre como si de una palabra malditase tratase.

—¡Mientes! —exclamó Kel’Thuzadcon todas sus fuerzas, y captó laatención de algunos de los magos, que

esperaban oír una explicación—. Loscampesinos recuerdan la SegundaGuerra tan bien como yo. Di lo que teplazca sobre los orcos, pero sus brujosostentaban gran poder, un poder contrael que poco podíamos defendernos.Tenemos una obligación: debemosaprender a manejar y hacer frente a estetipo de magia solos.

—¿Para formar un ejército de ratasmuertas, cuya existencia sobrenaturaltenga las horas contadas? —replicóAntonidas con brusquedad—. Sí, hijo,también encontré tus diarios. Hasguardado un registro muy detalladosobre esta empresa abominable. No

puedes pretender utilizar estas criaturaspatéticas contra los orcos. Asumiendo,por supuesto, que los orcos emerjanalgún día de su letargo, escapen de loscampos de reclusión, y de algunamanera, consigan volver a convertirseen una amenaza.

—Por ser un poco más joven que túno creo que puedas calificarme de niño—replicó Kel’Thuzad—. En cuanto alas ratas, me sirven para hacerme unaidea de mis progresos. Se trata de unatécnica experimental básica.

Antonidas suspiró. —Me consta queúltimamente pasas la mayor parte deltiempo en el norte. Tus ausencias, cada

vez más prolongadas, fueron lo queprimero llamó mi atención. Seguro queha llegado a tus oídos que el nuevoimpuesto del rey ha levantado eldescontento del pueblo. Tu egoístabúsqueda de poder podría incitar larevuelta de los campesinos. Lordaeronpodría verse envuelto en una guerracivil.

No sabía nada de ese impuesto,Antonidas debía de estar exagerando.Además, un verdadero mago se centraríaen asuntos de mayor envergadura. —Seré más discreto— ofreció, apretandolos dientes.

—Ni toda la discreción del mundo

podría esconder un secreto de tal calibre—afirmó Drenden.

Modera añadió: —Sabes quesiempre hemos actuado con precauciónpara proteger a los nuestros sinconvertirnos nosotros mismos en unpeligro. No osamos sacrificar nuestrahumanidad, al menos no nuestraapariencia humana y mucho menosnuestra esencia. Tus métodos podrían, enel mejor de los casos, condenarnoscomo herejes.

Era el colmo. —Se nos ha tachadode herejes durante siglos. La Iglesia noha apreciado nunca nuestros métodos.No obstante, esos sentimientos aún

perduran.Ella asintió. —Porque evitamos la

práctica de magia oscura, que conduce ala corrupción y a la catástrofe.

—¡Porque somos necesarios!—Basta. —Antonidas parecía

cansado, y dirigiéndose a Modera y aDrenden, añadió—: Si las palabrashubiesen bastado para hacerle entrar enrazón, ya lo habría hecho.

—He escuchado lo que teníais quedecir —respondió Kel’Thuzadexasperado—. Por todos los dioses, ¡oshe escuchado hasta hartarme! Vosotrossois quienes no queréis escucharme amí, ni olvidaros de vuestras ideas

anticua…—No comprendes cuál es nuestro

propósito hoy —interrumpió Antonidas—, esto no es un debate. En estemomento, se están investigando tuspropiedades con perfecta minuciosidad.Todos los objetos manchados con magianegra serán confiscados y, tras seridentificados, con gran satisfacción pornuestra parte, serán destruidos.

Su aliado anónimo le advirtió queesto podría ocurrir, pero Kel’Thuzad nole creyó. Qué raro. Incluso se sintióaliviado porque la situación llegarahasta este punto. Tanto secretismo habíalimitado el alcance de su trabajo y

entorpecido su progreso.—En vista de la evidencia —dijo

Antonidas pesadamente—, el reyTerenas está de acuerdo con nuestrocriterio. Si no abandonas esta locura, sete despojará de tu rango y propiedades,y serás exiliado de Dalaran… y de todoLordaeron.

Con ese pensamiento rondando en sumente, Kel’Thuzad se inclinó yabandonó la estancia. Sin duda, el KirinTor mantendría en secreto su supuestadesvergüenza, temiendo lasrepercusiones que sus actos tendrían dehacerse pública. Por una vez, esacobardía actuaría en su favor. Su riqueza

nunca llenaría los cofres del rey.

Una manada de lobos siguió aKel’Thuzad durante varios kilómetros,lo suficientemente apartados como paraquedar fuera del alcance de sushechizos, hasta que quedaron atrás.Mirando con recelo por encima delhombro, los vio gruñir y bajar las orejasantes de desaparecer. Afortunadamente,los vientos árticos también amainaban.A lo lejos pudo avistar la cumbre, unainhóspita cima, con cierta sensación detriunfo, con una corazonada. Lo más altode la Corona de Hielo. Pocos

exploradores se habían aventurado en elglaciar, e incluso menos habíansobrevivido para contarlo. Pero él,Kel’Thuzad, escalaría sus cumbres soloy miraría hacia abajo al resto delmundo.

Por desgracia, apenas existíanmapas del gélido continente deRasganorte, y los encontró inútiles,como todas las provisiones que contanto orgullo había preparado para suviaje. Con dudas acerca del camino aseguir y sobre su destino final, no podíaarriesgarse a teletransportarse.Culpándose a sí mismo, se tambaleóhacia delante. Había perdido la pista

sobre cuánto tiempo llevaba caminando.A pesar de su pelliza, temblaba demanera incontrolable. Sus piernas erancomo pilares de piedra, extrañas yentumecidas. Su cuerpo comenzaba aperecer. Si no encontraba cobijo pronto,moriría ahí mismo.

Por fin, un destello apareció: setrataba de un obelisco de piedra grabadocon símbolos mágicos y, detrás, unaciudadela. ¡Por fin! Pasandoapresuradamente el obelisco, cruzó unpuente de, lo que parecía, energía pura.Las puertas de la ciudadela se abrieroncuando se acercó, pero se detuvo enseco.

La entrada estaba protegida por dosgrotescas criaturas que parecían arañasgigantes de cintura para abajo. Seisdelgadas patas soportaban el peso decada criatura; las otras dos extremidadesestaban sujetas como brazos a un torsoapenas humanoide. Algo, si cabe, mássorprendente que las criaturas en sí, erasu estado. Sus cuerpos presentaban todotipo de heridas, de las cuales la másgrave estaba toscamente vendada. Losbrazos de uno de los guardias estabanvendados en ángulos casi imposibles.De la mandíbula sarnosa del otroguardia rezumaba icor, pero no mostróintención alguna de limpiárselo.

A pesar del olor putrefacto a no-muerto, los guardias no mostrabanseñales de confusión, contrariamente alas ratas de Kel’Thuzad. Las criaturasde aspecto arácnido debían de haberconservado su fuerza y coordinacióninnatas. De no ser así, serían guardiasmediocres. Su creador era, sin duda, unnigromante cualificado.

Para su sorpresa, se apartaron paradejarle pasar. Ignorando la razón de subuena fortuna, y sin replicarla, entró debuena gana a la ciudadela, mucho máscalurosa. En la entrada, más adelante, sebatía una estatua de una de las criaturassemiarácnidas. El edificio mismo era

reciente, pero la estatua era bastanteantigua. Ahora que lo pensaba, ya habíavisto estatuas parecidas a ésta en lasantiguas ruinas que atravesó en sucamino hacia el norte. El frío estabaminando su ingenio.

Suponía que el nigromante habíaconquistado un reino de estos seresparecidos a las arañas, convirtiéndolascon éxito en no-muertos, apoderándosede sus tesoros como botín de guerra. Laalegría lo colmó. Seguro que aquíaprendería grandes lecciones.

Al final de la entrada advirtió unacriatura gigante: una grotesca mezclaentre escarabajo y araña. Se le acercó

con paso decidido y Kel’Thuzadobservó que su imponente figuramostraba incluso más heridas yvendajes. Al igual que los guardias, eraun no-muerto, pero su accidentada masacorporal le asustaba más queimpresionaba. Dudó que pudiera tener lahabilidad suficiente para vencer a unmonstruo así, y mucho menosresucitarlo.

La criatura le saludó con una vozbaja y profunda que resonaba desde suvoluminoso cuerpo. Aunque hablabaperfecta y comprensible lengua común,el sonido le daba frío. Extrañoszumbidos y chasquidos sostenían sus

palabras. —El maestro te ha estadoesperando, archimago. Yo soyAnub’arak.

Ese ser tenía tanto la inteligenciacomo las habilidades motorasnecesarias para el lenguaje… ¡Increíble!—Sí. Deseo convertirme en su aprendiz.

La enorme criatura lo miró.Seguramente se estaba preguntando sisería sabroso como aperitivo.

Se aclaró la garganta connerviosismo. —¿Puedo verle?

—Todo a su debido tiempo —contestó Anub’arak con voz estridente—. Hasta ahora has dedicado tu vida ala obtención de conocimiento, una

excelente meta. Sin embargo, tuexperiencia como mago no es aúnsuficiente para servir al maestro.

¿Qué podría haber inspirado talespalabras? ¿Acaso consideraba elmayordomo a Kel’Thuzad como rival?Aquella era una idea errónea que habríaque disipar lo antes posible. —Comoantiguo miembro del Kirin Tor, dominomás magia de la que podrías imaginar.Estoy más que preparado para cualquiertarea que el maestro me quiera adjudicar—. Eso está por ver.

Anub’arak lo condujo a través deuna serie de túneles que llevaban másallá de la tierra. Por fin, Kel’Thuzad y

su guía aparecieron dentro de un enormezigurat cuyo nombre, según dijoAnub’arak, era Naxxramas. Por suarquitectura, el edificio debía de sertambién producto de las criaturassemiarácnidas. De hecho, las primerascámaras que Anub’arak le mostróestaban pobladas de cosas no-muertas,que vertiginosamente perdían sufrescura. Arañas reales tambiéndeambulaban por los rincones entre losno-muertos, ocupadas tejiendo telarañasy poniendo huevos.

Kel’Thuzad evitó expresar surepugnancia. No daría esa gransatisfacción al enorme mayordomo.

Refiriéndose a uno de los seresarácnidos, dijo: —Tenéis ciertoparecido. ¿Pertenecéis todos a la mismaraza?

—A la raza nerubiana, sí. Entoncesllegó el maestro. A medida que suinfluencia se extendía, guerreamoscontra él, creyendo ingenuamente queteníamos oportunidad de vencer. Muchosfuimos asesinados y resucitados comono-muertos. En vida yo era rey, ahorasoy señor de la cripta.

—A cambio de ser inmortal, diste tuacuerdo para servirlo —Kel’Thuzadpensó en voz alta—. Extraordinario.

—Dar su acuerdo implica elegir.

Lo que significaba que el nigromantepodría imponer la obediencia de los no-muertos. Kel’Thuzad era, quizás, elúnico ser vivo en ir hasta allí porvoluntad propia. Ligeramente nervioso,cambió de tema. —Este lugar está llenode los de tu raza. Supongo que eresquien manda aquí.

—Después de mi muerte, guié a mishermanos para conquistar este ziguratpara nuestro nuevo maestro. Tambiénsupervisé su remodelación para quetuviera su diseño actual. Sin embargo,Naxxramas no caerá bajo mi autoridad.Tampoco lo harán mis hermanos, susúnicos habitantes. Ésta es solo una de

sus cuatro alas.—En ese caso, continúa la visita,

señor de la cripta. Muéstrame el resto.La segunda ala era todo lo que

Kel’Thuzad había esperado. Artefactosmágicos, instrumentos de laboratorio, yotros suministros que dejaban enevidencia sus viejos laboratorios. Salasinmensas que podrían albergar todo unejército de ayudantes. Bestias no-muertas que fueron sagazmente cosidas apartir de un batiburrillo de animalespara luego renacer. O incluso unospocos humanoides compuestos dediversos cuerpos humanos. Las parteshumanas no mostraban heridas.

Contrariamente a los nerubianos, loshumanos no habían luchado contra sudestino. El nigromante debía de haberadquirido los cuerpos de algúncementerio cercano. Prudente, paraevitar ser descubierto. El Kirin Torhabría actuado sin demora.

Por desgracia, la tercera ala deledificio resultaba menos interesante.Anub’arak le mostró armas y una zonapara entrenamiento al combate. Acontinuación, el señor de la cripta loguió a través de cámaras plagadas concientos, no, miles de barriles sellados yde embalajes. ¿Para qué necesitarían enNaxxramas tantos suministros? Bueno, la

pirámide estaría bien aprovisionada encaso de asedio.

Al final, él y Anub’arak alcanzaronla última ala. Unos champiñonesgigantes crecían en un área ajardinada ydespedían vapores nocivos que lerevolvieron el estómago a Kel’Thuzad.El suelo entre cada hongo tenía unaspecto malsano, posiblemente enfermo.Al acercarse para observarlo, pisó algoque ahí chapoteaba entre el fango: unacriatura de baja talla semejante a ungusano.

Se estremeció y, apresuradamente,continuó. La siguiente sala conteníaalgunos calderos llenos de un líquido

verdoso en ebullición. Con curiosidad, ya pesar del olor hediondo, Kel’Thuzadavanzó un paso, pero, de repente, unaenorme garra le bloqueó el paso.

—El maestro desea quepermanezcas entre los vivos. Tu hora noha llegado aún.

Contuvo la respiración. —¿Esa cosame habría matado?

—Hay muchos que no servirían almaestro estando en vida. El fluidoresuelve ese problema. —Ante lamirada en blanco de Kel’Thuzad, elseñor de la cripta dijo—: Ven. Te lomostraré.

Anub’arak lo llevó hasta la celda de

dos prisioneros. A juzgar por lasencillez de sus ropas, debían de seraldeanos. El hombre acunaba en susbrazos a la mujer. Ésta estaba pálidacomo la cera y bañada en sudor. Ambosvivos, aunque, sin lugar a dudas, lamujer estaba enferma. Kel’Thuzad miróal señor de la cripta con ciertaaprensión.

Sus ojos, vidriosos y llenos dedesesperación, se encontraron con losde Kel’Thuzad y se iluminaron. —¡Piedad, mi señor! Mi cuerpo noresponde. He visto lo que ocurrirádespués. Una descarga de llamas es loque pido de usted. Permítame descansar

en paz.Tenía miedo de convertirse en la

esclava del nigromante. SegúnAnub’arak, no tenía opción. Kel’Thuzadapartó la mirada con inquietud. Despuésde todo, la mujer no seguiría viva muchotiempo.

Ésta se zafó de los brazos delhombre y se colgó de las barras. —¡¡Porpiedad!! ¡Si no me ayuda, al menosponga a salvo a mi marido!— rogóllorando desconsolada.

—Tranquila, cariño —le murmuró elhombre detrás—. No te dejaré.

—¡Haz que se calle! —Kel’Thuzadmurmuró a Anub’arak con brusquedad.

—¿El ruido te molesta? —Con unfugaz movimiento, Anub’arak lanzó unauña a través de las barras y pinzó a lamujer atravesándole el corazón.Después, el señor de la cripta sacudió elcuerpo, echándolo al suelo.

El marido gritó con agonía.Sintiéndose culpable pero algo aliviado,Kel’Thuzad comenzó a darse la vuelta,pero se detuvo al ver que el cuerpocomenzaba a retorcerse y arquearsecontra el suelo de piedra. El hombre,boquiabierto de la impresión, se quedóen silencio.

La piel de la mujer muerta estabacambiando de color hacia un gris

verdoso. Progresivamente, los espasmoscesaron y, con cierta inestabilidad, sepuso en pie. Giró la cabeza hacia unlado, y le entró un escalofrío al ver a sumarido. —Guardias, saquen a estehombre de aquí— dijo irritada.

Los guardias no se movieron. Con ungruñido, pasó los dedos por su pelocastaño y enredado y Kel’Thuzadobservó su rostro con atención. Susvenas se oscurecían bajo su piel, y susojos parecían salvajes, comoenloquecidos.

Su marido preguntó vacilante —amor… ¿estás bien?

Una risotada escapó de la mujer,

convirtiéndose en un gruñido cuando éldio un paso con vacilación hacia ella.—No te acerques más.

El hombre ignoró su protesta y seacercó a ella, pero ella lo repelió consuficiente fuerza como para mandarlovolando, golpeando las barras de lacelda y deslizándose hacia el suelo,aturdido.

—Atrás —sus palabras se estabanvolviendo más guturales—. Herirte —seagarró los hombros abrazándose a símisma y retrocedió hasta chocar contrala otra pared de la celda—. Herirte,herirte —gimió, y algo en sus palabrasdaba a entender que algo no iba bien.

Sin entender muy bien lo queocurría, Kel’Thuzad observó cómolevantaba una mano lenta y bruscamentehacia el agujero en su pecho. Setambaleó, hizo una mueca, trayéndoselos dedos a la boca, chupándolos.Después, con un movimiento impreciso,se abalanzó sobre su marido,golpeándolo y enseñando los dientes.

El hombre chilló, y la sangre corriópor el suelo de la celda. Kel’Thuzad seestremeció, pero el hecho de cerrar losojos no ayudaba… aún podía oírsonidos atroces. Desgarros, descuajos,mordiscos. Un lamento suave dedesdicha le hizo temer que la mujer no-

muerta era consciente de sus actos hastacierto punto, pero incapaz de contenerse.

Enfermo y horrorizado, seteletransportó muy lejos de Naxxramas yse alejó un poco, dando tumbos, yvomitó. Tras encontrar un poco de nievevirgen, tomó de ésta a manos llenas y sefrotó con insistencia boca y rostro.Sentía como si ya nunca se sintieralimpio. ¿En qué se había metido?

Uno a uno, fue ordenando losdispersos pensamientos dentro de sumente. Al nigromante no solo leinteresaba estudiar una especialidadmágica académica y ampliamentecondenada, y tampoco iba a cesar de

fortalecer a los suyos contra el ataque.Estaba produciendo un fluido en masaque convertía a la gente en zombis.Naxxramas también contaba con unabastecimiento enorme de suministros,armas, armaduras y campos deentrenamiento…

Éstas no eran medidas defensivas,sino preparativos de guerra.

Un aire repentino lo azotó con ungrito sobrenatural, y un grupo de fríosespectros surgió ante sus ojos. Ya habíaleído acerca de ellos años atrás en laCiudadela Violeta. La vaga descripciónde sus figuras nubosas y traslúcidas nomencionaba nada sobre la frígida

malicia de sus ojos incandescentes.Uno de los espectros se acercó y

preguntó: —¿Pensándotelo mejor?Como puedes ver, tu pequeño truco no teservirá de nada. No puedes escapar almaestro. En cualquier caso, ¿quéesperarías lograr?, ¿adónde irías? Esmás, ¿quién te creería?

Luchar o huir… esas habrían sidolas dos decisiones más heroicas.Heroicas, pero sin sentido. Su muerte nohabría servido de nada. Al aceptarconvertirse en el aprendiz delnigromante, Kel’Thuzad tendría tiempopara aprender más. Con el entrenamientosuficiente, podría superarlo o pillarle

desprevenido.Asintió con la cabeza al espectro. —

Muy bien. Llévame hasta él.Los espectros lo teletransportaron de

vuelta a la ciudadela y lo guiaron haciaabajo por una serie de pasillos yhabitaciones que Kel’Thuzad sabía nopodría recordar después. Por fin, en lasprofundidades de la tierra, él y losespectros entraron en una enorme cuevacuyo frío húmedo se metía hasta loshuesos. En el centro de la cueva seencontraba una alta aguja de roca quemareaba al mirarla. Cubiertas por lanieve, unas escaleras de caracol subíanhacia la aguja.

Él y los espectros comenzaron elascenso. Su corazón albergaba emocióny temor a la vez. Cuando se dio cuentade que sus pasos se hacían más lentos,apretó el paso, pero su resolución noduró mucho. Sentía como si un pesotirara de él. Cierto era que el viaje através de Rasganorte le había fatigadomucho más de lo que imaginaba.

En la distancia y por encima de él,en lo alto de la aguja, apenas pudoapreciar un enorme fragmento de cristal.Limpio de nieve y de un leve brilloazulado. No había señal del nigromante.

Uno de los espectros utilizaba unagélida ráfaga de viento para empujarlo.

Su paso volvía a aminorar. Irritado, dioun tirón de su capa, apretándola contraél y se forzó a continuar subiendo, apesar de respirar con dificultad.

El tiempo pasaba, y una ráfaga deaguanieve lo devolvió a la realidad. Sehabía parado en mitad de las escaleraspara apoyarse sobre su bastón. El aireera fétido y sofocante, y jadeando,consiguió decir: —Un momento, porfavor.

Uno de los espectros detrás de éldijo: —Nosotros no podemos descansar,¿por qué deberías hacerlo tú?

Descorazonado, Kel’Thuzadcontinuó subiendo, intentando ignorar su

agotamiento, cada vez mayor.Esforzándose, levantó la cabeza y vioque el tenue cristal se iba acercando. Aesta distancia, parecía un trono de formaserrada, con figuras difusas y oscuras enel interior. Alrededor de él podíapalparse cierta aura de amenaza.

Los espectros pasaron junto a élrozándolo mientras aullaban. Ecos deaquel sonido resonaron por la cueva.Kel’Thuzad se abrigó con fuerza bajo sucapa con manos temblorosas y ateridas.Su respiración se asfixiaba al fondo desu garganta, y sintió la repentinanecesidad de salir corriendo. —¿Dóndeestá el maestro?— preguntó con voz alta

y temblorosa.No obtuvo respuesta, solo una

tormenta de granizo que le dio unlatigazo cruel. Se tambaleó y recobró elequilibrio. Con cada paso, el tronocercano sobre él transmitía cada vezmás opresión, empujando su cabezahacia abajo, doblando su espalda.Apenas podía caminar erguido. Pocodespués cayó al suelo de rodillas.

El nigromante se dirigiódirectamente a Kel’Thuzad con un tonoque no resultaba ni remotamente amable.Que ésta sea tu primera lección. Nosiento afecto alguno por ti ni por tugente. Más bien al contrario, pretendo

purgar de Humanidad a este planeta, yno cometer ningún error… y poseo elpoder necesario para ello.

Los espectros, implacables, no lepermitieron detenerse. A pesar de lahumillación, dejó su bastón a un lado ycomenzó a arrastrarse. La maldad delnigromante le apretó aún más,hundiéndolo más en la nieve.Kel’Thuzad temblaba aterido, pero…qué equivocación había cometido… quéestúpida e inmensa estupidez. Ya nosentía fatiga, sino miedo… un miedosobrecogedor.

Nunca me cogerás desprevenido,pues nunca duermo, y como ya habrás

averiguado, puedo leer el pensamientotan fácilmente como un libro. Noesperes vencerme. Tu mente endeble esincapaz de manejar la energía que yomanipulo a mi antojo.

Ya hacía tiempo que las ropas deKel’Thuzad estaban desgarradas, y susleotardos eran inútiles contra los toscospeldaños de piedra helada. Sus manos yrodillas dejaban marcas de sangre trasél a medida que avanzaba penosamentepor la última espiral. El trono irradiabaun frío que se metía hasta los huesos yhabía niebla alrededor. No era un tronode cristal, sino de hielo.

La inmortalidad puede ser una gran

ventaja. También puede ser agonizante,cuyo gusto no has aprendido aún aapreciar. Desafíame, y te enseñaré todolo que he aprendido del miedo. Vas asuplicar la muerte.

Se acercó unos pocos pasos al tronoy ya no pudo avanzar más, clavado sinremedio bajo el aura abrumadora de esacosa de poder inhumano y odio. Unpoder oculto ejercía fuerza sobre él yaplastaba su rostro contra la durapiedra. —Por favor— se oyó a sí mismosollozando. —¡¡Por favor!!— suplicódejando escapar estas palabras.

Por fin la presión cesó. Losespectros se fueron volando, pero sabía

que levantarse no era la mejor idea.Dudaba, en cualquier caso, que pudierahacerlo. No obstante, su mirada buscabaa su torturador.

Un conjunto de armadura pesada seencontraba sentada en el interior deltrono, más que sobre él. Kel’Thuzadllegó a pensar que la armadura seríanegra, pero, forzando la vista, vio que laluz no se reflejaba en su superficie. Dehecho, cuanto más miraba, parecía quedevoraba más luz, esperanza y cordura.

El casco, adornado con pinchos,servía de corona. Tenía una gema azulincrustada y, al igual que el resto de laarmadura, parecía vacío. En un

guantelete, la figura blandía una espadamaciza cuyo filo había sido grabado conrunas. Aquí yacía el poder… aquí yacíala perdición.

Como mi aprendiz, adquirirás elconocimiento y la magia quesobrepasará tus sueños másambiciosos. Pero a cambio, vivo omuerto, serás mi servidor el resto detus días. Si me traicionas, te arrebataréla consciencia y continuarás a miservicio.

Servir a este ser espectral, o a esteRey Exánime, como Kel’Thuzad habíaempezado a considerarlo, le otorgaríasin duda gran poder… y maldición para

toda la eternidad. Pero esa informaciónla había adquirido demasiado tarde.Además, la perdición no suponía muchosin la perspectiva de una muerte certera.

—Te pertenezco, lo juro —aseverócon voz ronca.

A modo de respuesta, el ReyExánime le envió una visión deNaxxramas. Pequeñas figuras vestidasde negro formaban un ancho círculofuera del glaciar. Sus brazos,visiblemente rodeados de magia oscura,se elevaban y descendían al son de uncanto monótono que Kel’Thuzad nopodía comprender. La tierra tembló bajosus pies, pero continuaron lanzando

hechizos.Vas a salir ahí fuera y vas a

testimoniar mi poder. Serás miembajador entre los vivos y reunirás ungrupo de seres similares para ejecutarmi plan. Mediante la ilusión, lapersuasión, la enfermedad y la fuerza,establecerás mi dominio en Azeroth.

Para sorpresa de Kel’Thuzad, elhielo se desplazó y crujió, y la punta delzigurat perforó el terreno helado. Unedificio surgía del suelo. Mientras lasfiguras vestidas redoblaban susesfuerzos, la vasta pirámide proseguíasu emergencia imposible. Pedazos detierra y hielo saltaron por los aires con

una fuerza explosiva. Pronto laestructura entera se había despojado delabrazo de la tierra. Lenta, pero segura,Naxxramas se elevó en el aire.

Y ésta será tu embarcación.

LA GUERRA DEL

MAR DE DUNAS

Micky Neilson

El sol de mediodía mantenía suinquebrantable mirada fija sobre laarena de Silithus, convertido en untestigo mudo sobre la multitud desoldados reunida alrededor del Murodel Escarabajo.

Continuó su travesía, entre de lasmasas reunidas bajo él. Era como si el

orbe se hubiera detenido para lanzarimplacables oleadas de calor hasta quelos vastos ejércitos se colapsaran acausa de la exposición.

Entre las agitadas formacionesdestacaba una solitaria elfa de la nochemeditando en silencio. Sus compañerosla miraban admirados; algunos casi conreverencia. Los demás allí reunidos, unaselección de representantes de cada razade todas las regiones del mundoconocido, la escrutaban afectados porsus propios prejuicios raciales. Despuésde todo, la mortal enemistad entre loselfos de la noche y los trols y tauren seremontaba a años atrás.

Sin tener en cuenta sus afiliaciones,todos los que se habían unido a labatalla aquel día compartían el mismosentimiento hacia la elfa de la noche:respeto. Shiromar era como el sol en elcielo: impasible, inquebrantable yresuelta. Estas cualidades le habíanvenido bien en los últimos meses,concediéndole la fuerza para continuarcuando todo parecía perdido, cuando lamisión parecía interminable y cuandosus compañeros se habían rendido.

Habían pasado por el vigilante y lasCavernas del Tiempo; por el dragón debronce, el Señor de linaje y lascolmenas de retorcidos insectos;

entonces se encontraron con losfragmentos y sus guardianes, losancianos dragones, que no estabandispuestos a ceder fácilmente. Paracompletar la tarea hubo que recurrir a lacoacción, el ingenio y, en ocasiones, a laviolencia pura y dura.

Y todo aquello por un objeto, elobjeto que Shiromar sostenía en susmanos en ese preciso instante: el cetrodel Mar de Dunas, al fin reconstruidotras mil años.

Al final todos los caminos conducíanaquí, a Silithus y a las puertas del Murodel Escarabajo. Al lugar donde el cetrofue destrozado.

Shiromar miró hacia el cielo yrecordó la época en la que el sol habíaquedado eclipsado por los dragones, enque los Qiraji y los silítidos caían sobrelas legiones de elfos de la noche enoleadas aparentemente interminables, enque la suerte no era más que una sombra.Parecía que nadie fuera a sobrevivir aaquellos terribles meses, pero allíestaba ella, de pie ante la sagradabarrera que había salvado sus vidastantos años atrás, durante la Guerra delMar de Dunas…

Fandral Corzocelada dirigía el

ataque junto con su hijo Valstann.Habían elegido el desfiladero para quesus flancos estuvieran protegidos ante elinfinito flujo de silítidos. Shiromarestaba cerca, tras la primera línea,lanzando hechizos tan rápido como susenergías se lo permitían.

Fandral y Valstann, acompañadospor los centinelas, sacerdotisas yvigilantes más endurecidos por labatalla habían conseguido llegar hasta laboca del desfiladero, mientras losdruidas lanzaban hechizos y curabanafanosamente. Parecía que cada grangrupo de silítidos que conseguíaneliminar era reemplazado por cientos.

Así había sido durante los últimos días,desde que habían tenido noticias de laincursión de silítidos y Fandral habíallamado a las armas.

La sacerdotisa Shiromar y suscompañeras habían recuperado energíasuficiente como para invocarsimultáneamente la gracia de Elune:observaron mientras una cegadoracolumna de luz destruía al enjambre quebloqueaba el final del desfiladero.

Entonces un sonido grave y vibrantellenó el aire. Uno a uno, los insectosvoladores —los Qiraji alados—volaron sobre el borde del desfiladero yatacaron a los druidas que se

encontraban en las posiciones de apoyo.Fandral condujo a las primeras

líneas desde el desfiladero hasta laarena abierta, pisando montones decadáveres de silítidos. El aire habíacobrado vida con el zumbido de losQiraji mientras descendían en picado yusaban sus apéndices en forma de garrapara atacar. Fandral continuó haciadelante para permitir que las filas deapoyo pudieran dispersarse.

Al mirar hacia una cresta distante,Shiromar observó que enjambres deQiraji terrestres se acercaban por lacresta como hormigas saliendo de suhormiguero. Una monstruosidad gigante

apareció, moviendo sus extremidadescon forma de garra, acechando sobretodos y gritando órdenes a los soldados-insecto.

Entre el parloteo y zumbido de losenjambres, un sonido parecía repetirseen la presencia del guerrero que tenía elcontrol: Rajaxx, Rajaxx… AunqueShiromar no entendía lascomunicaciones de los Qiraji, sepreguntó si no sería ése el nombre de lacriatura.

Al acercarse la siguiente oleada deQiraji, se escuchó el sonido de un grancuerno: desde el este y el oeste unamultitud de elfos de la noche cargó. Con

un grito capaz de helar la sangre decualquiera, Fandral y Valstann selanzaron contra el corazón del enjambre,ambos bandos chocaron y se mezclaronuno en el otro cuando las recién llegadastropas golpearon a ambos lados.

Shiromar estaba segura de quehabían ganado, pero cuando las sombrasfueron creciendo y el día se convirtió ennoche, la batalla continuaba. En elcentro del encuentro Fandral, Valstann yel general Qiraji luchabandesesperadamente.

Evitando con dificultad variosataques de Qiraji alados, Shiromar miróhacia donde el general luchaba contra

padre e hijo. Los números de los Qirajiestaban menguando y el general parecíasentirlo, ya que con un gran salto seapartó, regresando hacia la cresta dondeFandral lo había visto por primera vez.Desde allí desapareció y las pocascriaturas insecto que quedaban fueronrápidamente erradicadas.

Aquella noche hicieron turnos deguardia mientras el ejército de los elfosde la noche descansaba. Fandral sabíaque la amenaza Qiraji no había sido deltodo eliminada y esperaba que la batallavolviera a comenzar por la mañana. A lolargo de la noche, Shiromar sólo pudodormir en breves periodos, con el

estruendo de la batalla resonando en susoídos, a pesar de que el desierto estabaen calma.

Al llegar la mañana, el ejércitovolvió a formar filas y marchó hacia lacresta donde fueron recibidos por unainquietante tranquilidad. Shiromar miróhacia el horizonte, pero no había rastroalguno de los Qiraji y silítidos. CuandoFandral se preparó para continuaravanzando, llegó un mensajero conterribles noticias: la Aldea del Vientodel Sur estaba siendo atacada.

Fandral pensó en enviar las tropas adefender la aldea, pero presintió queaquella acción dejaría una puerta abierta

a la invasión de los Qirajisupervivientes. Aún no sabían cuál erael número exacto de insectos o si habíanvisto todo lo que esta nueva raza teníapara atacarles.

Valstann adivinó los pensamientosde su padre y se ofreció a dirigir undestacamento a la aldea para queFandral pudiera quedarse donde estabay contener posibles ataques.

Desde cerca Shiromar escuchó elresto de la conversación:

—Podría ser una trampa —dijoFandral.

—No podemos arriesgarnos, padre—. Respondió Valstann. —Yo iré.

Defenderé la ciudad y regresarévictorioso, manteniendo el honor de tunombre.

Fandral asintió de mala gana. —Vuelve vivo y estaré más que satisfecho.

Valstann reunió un destacamento yFandral contempló a su hijo mientraspartía. A Shiromar le preocupaba quesus fuerzas estuvieran divididas, peroentendía la necesidad de hacerlo.

Durante los siguientes días,Shiromar y los demás lucharon contrauna oleada tras otra de silítidos quesurgían de las colmenas repartidas porla tierra. Pero seguía sin haber rastro delos Qiraji. Una sensación de temor

empezó a crecer en el interior deShiromar; creía que el hecho de que elSeñor de los silítidos no hubiera dadoseñales de vida durante tanto tiempo eraun mal augurio. Le preocupaba eldestino de Valstann y en diversosmomentos del día, entre la continuacarnicería, veía a Fandral mirandosilencioso hacia el horizonte, esperandoansiosamente el retorno de su hijo.

El tercer día, cuando el sol alcanzósu cenit, aparecieron los Qiraji, másnumerosos que antes. Una vez más elzumbido de sus alas de insecto se hizopatente en el aire, y una vez más lainterminable multitud apareció en el

horizonte. Se desplegaron ante Fandral ylos demás como la tenebrosa sombra deuna nube que oscurece el sol… y sedetuvieron.

Y esperaron.Fandral colocó a sus tropas en

formación y se mantuvo al frentemientras los cuervos tormentososvolaban a su alrededor en círculo y losdruidas en forma de oso arañaban latierra ansiosos, todos observando conatención. Momentos después, la mareade insectos se abrió y la corpulentasilueta del general Qiraji se acercó,llevando una figura herida en suapéndice con forma de garra. Llegó

hasta el frente de las líneas Qiraji ysostuvo a Valstann Corzocelada en loalto para que todos lo vieran.

Se escucharon gritos sofocados entrelos soldados. Shiromar sintió cómo sucorazón se partía. Fandral permanecióde pie, en silencio… sabía que Vientodel Sur había caído y temía que su hijopudiera estar ya muerto. Se maldijo porhaberle permitido partir y permanecióinmovilizado por una mezcla de miedo,ira y desesperación.

Entre las garras del general, Valstannse revolvió y habló al general, aunqueestaba demasiado lejos como para quese le pudiera oír.

Al fin, el hechizo que había caídosobre Fandral se rompió y cargó haciadelante, seguido por el ejército de elfosde la noche, pero la distancia erademasiado grande… y antes de que elgeneral Qiraji actuara, Shiromar sabíaque no podrían llegar hasta Valstann atiempo.

El general Qiraji apoyó su segundagarra sobre la silueta ensangrentada deValstann; apretó y las separó cercenandoel cuerpo del joven elfo de la noche porla cintura.

Fandral aflojó el paso, vaciló y cayóde rodillas. Los elfos de la nochepasaron a su lado. Cuando los dos

ejércitos chocaron, una tormenta dearena llegó desde el este, bloqueando laluz, asfixiando, sofocando. El vientocasi detuvo el movimiento de Shiromar.Tapó sus ojos lo mejor que pudo, elbramante viento azotando sus oídos,ahogando los sonidos de la batalla y losgritos de sus compañeros moribundos.

Entre el caos vio la turbia y enormesombra del general Qiraji no muy lejos,tajando y matando entre las líneas deelfos de la noche como un recolectorcortando trigo. Entonces escuchó aFandral, su voz fantasmagórica entre latormenta, ordenando al ejército que sereplegara.

Lo que vino después pareció ocurrirmuy deprisa, aunque en realidad duróvarios días: Fandral guió a las tropashasta Silithus, a través de los pasos dela montaña y hasta la cuenca del Cráterde Un’Goro. Los ejércitos de Qiraji ysilítidos nunca quedaron atrás, matandoa todos los que caían fuera de laprotección de las fuerzas principales.

Pero una vez dentro de Un’Goroalgo extraño ocurrió: entre las filas secorrió el rumor de que los Qiraji sehabían replegado, justo cuando lastropas atravesaron el borde del cráter.El archidruida reunió a las tropas quequedaban en el centro de la cuenca y

ordenó que no cedieran. Al fin los queluchaban, los que huían y losmoribundos podrían disfrutar de unatregua. Pero los elfos de la noche habíansufrido una amarga derrota y el gesto deFandral Corzocelada había cambiadoirremediablemente.

Shiromar observó mientras Fandralhacía guardia vigilando desde la Crestadel Penacho en Llamas, con el vapor delos respiraderos del volcán alzándosetras él y el brillo naranja de la lavailuminaba su cara, con una mueca queescondía la tristeza más profunda: unapena que sólo los padres que hanenterrado a sus hijos conocen.

La repentina retirada de los Qirajidesconcertaba a Shiromar. Cuanto máspensaba en ello, más recordaba acercade las leyendas acerca del Cráter, losrumores de que había sido construido enla edad primordial por los propiosdioses. Quizá ellos vigilaran aquellatierra. Quizá sus bendiciones aúnungieran ese lugar. Sin embargo, unacosa era segura: si no se concebía unplan para detener la marea de la razainsecto…

Kalimdor se perdería para siempre.La Guerra del Mar de Dunas

continuó durante varios largos yagónicos meses. Shiromar consiguiósobrevivir batalla tras batalla, pero loselfos de la noche siempre estaban a ladefensiva, siempre inferiores en númeroy siempre obligados a retroceder.

Desesperado, Fandral buscó laayuda del escurridizo Vuelo de Bronce.Su negativa inicial a interferir fuerevocada cuando los descarados Qirajiatacaron las Cavernas del Tiempo, hogary dominio del Nozdormu, el Atemporal.

El heredero de Nozdormu,Anacronos, aceptó alistar al Vuelo deBronce contra los acechantes Qiraji.Cada elfo de la noche que se encontraba

en buenas condiciones físicas se unió ala causa y juntos iniciaron una campañapara retomar Silithus.

Pero incluso con el poder de losdragones respaldándoles, la cantidad deQiraji y silítidos era abrumadora, asíque Anacronos invocó a la progenie delos demás Vuelos: Merithra, hija deYsera el Vuelo Verde; Caelestrasz, hijode Alexstrasza del Rojo y Arygos, hijode Malygos del Azul.

Los dragones y los Qiraji aladoslucharon en el cielo despejado sobreSilithus mientras todas las fuerzas de loselfos de la noche de Kalimdor lo hacíanen la tierra. A pesar de ello, parecía que

los ejércitos de Qiraji y silítidos fueraninterminables.

Más tarde, Shiromar escuchósusurros que afirmaban que los dragonesque sobrevolaban la antigua ciudad de laque emergían los Qiraji habían vistoalgo preocupante allí. Algo queapuntaba a que una presencia másantigua y terrorífica se escondía detrásdel violento ataque.

Quizá fuera esta revelación lo queapresuró a los dragones y a Fandral aconcebir su desesperado plan final:contener a los Qiraji dentro de la ciudady levantar una barrera que los confinaradentro hasta que pudieran elaborar una

estratagema más esperanzadora.Con la ayuda de los cuatro Vuelos,

comenzó el ataque final a la ciudad.Shiromar avanzaba detrás de Fandralmientras los cadáveres de los Qirajialados caían del cielo. En lo alto, losdragones estaban eliminando a lossoldados-insecto. Como si fueran unosolo, los elfos de la noche y losdragones formaron una muralla andanteque forzaba a los Qiraji a retrocederhacia la ciudad de Ahn’Qiraj.

Pero, al llegar a las puertas de laciudad, la situación cambió y eso eratodo lo que los ejércitos combinadospodían hacer para resistir. Seguir

presionando era imposible. Merithra,Caelestrasz y Arygos decidieronadentrarse en la ciudad y contener a losQiraji durante tiempo suficiente paraque Anacronos, Fandral y los demásdruidas y sacerdotisas crearan la barreramágica.

Y así los tres dragones y suscompañeros volaron directos hacia laslegiones Qiraji, hacia la ciudad, con laesperanza de que su sacrificio no fueraen vano.

Fuera de las puertas, Fandral pidió alos druidas que concentraran susenergías mientras Anacronos invocabala barrera encantada. Más allá de las

puertas, los tres dragones sucumbieronante las abrumadoras fuerzas mientraslos Qiraji seguían brotando.

Shiromar concentró sus energías einvocó la bendición de Elune mientras labarrera se erigía ante sus ojos: piedra,roca y raíces emergían desde debajo dela arena creando un muro impenetrable.Incluso los soldados alados queintentaban sobrevolarlo se encontrabancon un obstáculo invisible que no podíansortear.

Los Qiraji que quedaban fuera delmuro fueron rápidamente eliminados.Los cadáveres de los Qiraji, elfos de lanoche y dragones ensuciaban la

ensangrentada arena.Anacronos señaló a un escarabajo

que se escabullía entre sus pies.Mientras Shiromar lo observaba, lacriatura se quedó quieta, después seaplastó, transformándose en un gongmetálico. Las piedras se movieron a unanueva posición cerca del muro, creandoel estrado sobre el que el gong fuefinalmente colocado.

El gran dragón caminó hasta laextremidad cortada de uno de suscompañeros caídos. Sostuvo el apéndicey, tras una serie de encantamientos, laextremidad cambió de forma hastaconvertirse en un cetro.

El dragón le explicó a Fandral que sialguna vez algún mortal deseabaatravesar la barrera mágica y acceder ala Antigua ciudad, tan solo tendría quegolpear el gong con el cetro y laspuertas se abrirían. Entonces, entregó elcetro al archidruida.

Fandral miró hacia abajo,retorciendo la cara con desdén. —¡Noquiero tener nada que ver con Silithus nicon los Qiraji y mucho menos con losmalditos dragones!— y después de deciraquello, Fandral lanzó el objeto contralas puertas mágicas, donde se hizoañicos con una lluvia de fragmentos, yse fue.

—¿Destrozarías nuestro vínculo poruna cuestión de orgullo? —preguntó eldragón.

Fandral se giró. —El alma de mihijo no encontrará consuelo en estavictoria vacía, dragón. Lo recuperaré.¡Incluso si tardo milenios, recuperaré ami hijo! Fandral pasó de largo junto aShiromar…

… quien podía verlo claramente ensu mente, como si sólo hubiera pasadoun día en vez de mil años.

Uno a uno los ejércitos reunidos deKalimdor la miraron, esperando. Ella seacercó hacia el estrado entre humanos ytauren, gnomos y enanos e incluso trols,

razas contra las que su gente habíaluchado y que ahora se habían unidopara acabar con la amenaza de losQiraji de una vez por todas.

Shiromar permaneció ante la base delos escalones y respiró hondo. Subió alo alto del estrado y dudó durante unsolo segundo. Entonces, golpeófuertemente el cetro contra el antiguogong.

INTACTO

Micky Neilson

Todo lo que existe está vivo. Esaspalabras se habían convertido en unmantra en su cabeza, un refuerzoconstante a su recién halladoentendimiento. Aún más importante, eranuna epifanía, la llave para desbloquearun universo de conocimiento totalmentenuevo. Y la epifanía era por lo que seencontraba él aquí.

Nobundo se reconfortaba en aquellas

palabras a medida que, lentamente,atravesaba con suma dificultad elbosque de la Marisma de Zangar, llenode setas colosales con brillantes esporasverdes y rojas entre la niebla matutina.Atravesó los chirriantes puentes demadera que sorteaban las aguas pocoprofundas de la marisma. En tan sólounos instantes se encontró a sí mismo ensu destino, contemplando las radiantesláminas de una seta que hacía parecerpequeñas a todas las demás. En lo altode su sombrero, le esperaba elasentamiento draenei de Telredor.

Continuó turbado, apoyándosepesadamente sobre su bastón y

maldiciendo el dolor de susarticulaciones mientras subía en laplataforma que le llevaría a la cima.Estaba preocupado, pues aún no sabíacómo iban a reaccionar los demás.Había existido un tiempo en el que no sehabía permitido a su gente el acceso alos asentamientos de los no afectados.

—Se van a reír de mí.Aspiró una bocanada del frío y

neblinoso aire de la marisma y le pidióque le proporcionara valor para afrontarel reto que ante él se presentaba.

Cuando la plataforma se detuvo,Nobundo atravesó los arcos de laentrada arrastrando los pies, bajó unas

empinadas escaleras y continuó por elrellano que daba a la pequeña plaza delasentamiento, donde la asamblea ya sehabía reunido.

Observó las expresiones serias delos diversos draenei cuyas desdeñosasmiradas de superioridad estaban fijas enél.

Después de todo él era un Krokul:«Tábido».

Ser Tábido era ser un infame y unparia. No estaba bien y no era justo,pero era la realidad que se había vistoobligado a aceptar. Muchos de sushermanos y hermanas no afectados nopodían comprender cómo había tenido

lugar el deterioro de los Krokul,especialmente en el caso de Nobundo.¿Cómo podía haber caído tan bajoalguien tan favorecido por la Luz y contanto talento?

A pesar de que el propio Nobundono sabía cómo, sí que sabía cuándohabía sucedido. Recordaba con claridadapabullante el momento exacto quehabía marcado el inicio de su propiadecadencia personal.

El cielo lloraba mientras los orcosasediaban la Ciudad de Shattrath.

Habían pasado muchos largos mesesdesde que la lluvia había bendecido lastierras de Draenor, pero ahora unas

nubes negras enturbiaban el cielo, comosi de una protesta ante la batalla que seavecinaba se tratara. Leves chubascosempapaban la ciudad y al ejército que seencontraba fuera de sus murallas,convirtiéndose progresivamente en unconstante aguacero mientras ambosbandos observaban y esperaban.

Deben de ser miles, especulaba conamargura Nobundo desde su posición enlo alto de la muralla interior. Al otrolado de la fortificación, las sombras semovían entre los árboles del Bosque deTerokkar iluminadas por antorchas.Quizá, si los orcos se hubieran tomadoel tiempo de planearlo todo con más

cautela, habrían desforestado la regiónpara preparar ataque, pero, por aquelentonces, la estrategia de los orcosbrillaba por su ausencia. Para ellos todose reducía a la emoción de la batalla y ala satisfacción inmediata delderramamiento de sangre.

Telmor había caído, al igual queKarabor y Farahlon. Muchas de lasciudades draenei, otrora majestuosas,yacían ahora convertidas en ruinas.Shattrath era la única que resistía.

Lentamente, el ensamblaje orco fuemaniobrando hasta estar en posición,trayendo a la mente de Nobundoimágenes de una gran serpiente de

grandes colmillos, enroscándose parapreparar el ataque.

—No es que se suponga que vamosa sobrevivir.

Sabía perfectamente que tanto élcomo los demás que se hallaban allíreunidos aquella noche no eran más queun sacrificio. Se habían ofrecidovoluntarios para quedarse atrás y lucharsu última batalla. Su inevitable derrotaaplacaría a los orcos, de modo que estosdarían por hecho que los draenei habíansido diezmados hasta la extinción.Aquellos que habían buscado cobijo enotros lugares sobrevivirían para volvera luchar en otro momento, cuando la

balanza estuviera más equilibrada.—Que así sea. Mi espíritu

continuará vivo, volviéndose uno conla gloria de la Luz.

Envalentonado, Nobundo se alzó entoda su magnitud preparando su fuerte yatlética corpulencia para lo que iba aocurrir. Su gruesa cola se movía de unlado a otro con ansia mientras élapoyaba todo su peso en sus dosleoninas piernas y enterraba las pezuñasen la sólida mampostería de piedra.Respiró hondo, agarrando con fuerza elmango de su pesado martillo, bendecidopor la Luz.

—Pero no moriré sin luchar.

Él y los otros Vindicadores,guerreros sagrados de la Luz, lucharíanhasta el final. Miró a sus hermanos,colocados en intervalos a lo largo de lamuralla. Al igual que él, se mostrabanimpasibles y decididos, habiendoaceptado el destino que les esperaba.

Fuera habían llegado las máquinasde guerra: catapultas, arietes, ballestas,máquinas de asedio de todo tipo que seiluminaban brevemente con la luz de lasantorchas. Sus pesados aparatos crujíany gruñían de forma inquietante mientrasse colocaban a distancia de lanzamientode la muralla.

Se oían tambores, al principio

esporádicos, pero rápidamente se lesunieron más y más hasta que el bosqueentero respiró con un ritmo que habíacomenzado suave como la lluvia y quehabía crecido hasta ser un redobleatronador. Nobundo susurró una oración,pidiendo a la Luz que le diera fuerzas.

Hubo un ruido sordo y profundo y elmovimiento de las turbias nubes en loalto resonó con el frenético redoble delos tambores. Durante un segundo,Nobundo se preguntó si, por casualidad,la Luz estaría intentando responder a suoración con una exhibición de poder yfuria más allá de lo que nadie pudierainvocar, un gran rayo de fuego sagrado

que erradicaría al salvaje ejércitosediento de sangre de un solo barrido.

De hecho, ocurrió algo después,pero que nada tenía que ver con lossagrados poderes de la Luz.

Las nubes tronaron, se revolvieron yestallaron, taladradas por cientos deproyectiles ardientes que seprecipitaban contra la tierra a velocidadmeteórica y con fuerza devastadora.

Un bramido ensordecedor golpeó losoídos de Nobundo cuando uno de losobjetos pasó peligrosamente cerca de él,destruyendo un contrafuerte cercano yarrojándole multitud de escombrosencima. Como si esperara una señal, la

multitud del exterior cargó haciadelante. Sus espeluznantes gritos deguerra resonaban sobre la ciudad amedida que se movilizaban con unsingular propósito: destruir todo lo quese pusiera en su camino.

La intensidad de la lluvia aumentócuando la muralla exterior comenzó atemblar con los golpes de las enormespiedras que lanzaban las primitivascatapultas. Nobundo sabía que el murono aguantaría mucho. Se habíaconstruido con prisas: las secciones dela muralla que se extendían sobre elhundido suelo del anillo exterior eran unañadido realizado el año anterior. Esta

medida de defensa se volvió necesariaya que los ogros exterminaban su pueblode forma metódica y prontocomprendieron que esta ciudad sería subastión final.

Algunos ogros de aspecto brutalintentaron penetrar en una zona de lamuralla que ya había sido dañadadurante el asalto de meteoritos. Otrasdos de las gigantescas bestias golpeabanlas puertas principales de la ciudad conun descomunal ariete.

Los hermanos de Nobundo lanzaronalgunos ataques contra el enemigo, peropor cada enemigo que eliminaban losdraenei aparecían otros dos. La sección

dañada de la muralla había comenzado adesmoronarse por completo. Unaavalancha de orcos enloquecidos gritabaal otro lado, escalando unos encima delos otros en el frenesí de la sangría.

Había llegado el momento. Nobundoalzó su martillo hacia el cielo, cerró losojos y eliminó la insoportable cacofoníade la batalla de su cabeza. Su menteinvocó a la Luz y su cuerpo sintió sucalor apoderarse de él. El martilloresplandeció. Se concentró en susintenciones y dirigió sus sagradospoderes hacia los ogros de abajo.

Un destello cegador iluminó porcompleto y durante un breve lapso el

escenario de la batalla, seguido delrugido aterrorizado de la avanzada delos orcos al sentir cómo la sagrada Luzlos quemaba, dejándolos sin palabras ydeteniéndolos durante tiempo suficientepara que varios guerreros draeneipudieran concentrarse en eliminar a unode los ogros gigantes.

El alivio momentáneo de Nobundofue aniquilado por el sonido de maderaastillándose: el último empujón delariete contra las puertas había dadoresultado. Nobundo observó cómo losdefensores del Bajo Arrabal corríanpara enfrentarse a la marea de orcos yogros y eran eliminados al instante.

Nobundo invocó de nuevo a la Luz,dirigiendo sus poderes de sanación aquién fuera posible, pero losadversarios eran demasiados. En cuantosanaba a un draenei herido, ese mismoguerrero recibía múltiples ataquesbrutales en cuestión de segundos.

Más ogros colaboraban en lasección dañada de la muralla exterior ycomenzaban a tener éxito en su avance.Los defensores, en amplia desventaja ysuperados en número, estaban apostadosa cada lado.

Los orcos estaban enloquecidos,embriagados por la sed de sangre. Amedida que invadían el anillo exterior,

Nobundo podía ver sus ojos: brillaban,ardían con una furia magenta que era a lavez hipnótica y aterradora. Nobundo ylos otros Vindicadores cambiaron detáctica, pasaron de curar a purgar. Denuevo, la ciudad se vio bañada en unresplandor brillante al tiempo quedecenas de orcos eran golpeados por laLuz, el brillo magenta disminuía en susojos momentáneamente, mientras ellosse desplomaban hacia delante para sereliminados por los guerreros draeneique aún quedaban.

¡Kra-kum!La muralla tembló y las pezuñas de

Nobundo se deslizaron por la piedra

humedecida por la lluvia. Recuperó elequilibrio y, al mirar hacia abajo, vio auno de los ogros machacando la base delcontrafuerte de la izquierda con un palodel tamaño de un tronco. Levantó elmartillo hacia el cielo, pero suconcentración se vio interrumpida porotro sonido…

¡Kra-KABUM!Esta vez no había sido el ogro, sino

una explosión originada debajo, perofuera de su campo de visión, que hizoque Nobundo perdiese el equilibrio.Rodó hacia un lado, miró por el borde yvio una ligera niebla roja que cubría elBajo Arrabal. Los pocos defensores que

aún resistían comenzaban a tenerarcadas y a asfixiarse. Se agachaban,muchos de ellos dejando caer sus armas.Los bárbaros orcos se deshicieronrápidamente de los guerreros enfermos,deleitándose en la matanza.

Cuando terminó la carnicería,miraron hacia arriba, rabiosos ydeseando destrozar a los defensores enlo alto de la muralla, arrancándoles lasextremidades una a una. Algunos orcosse subieron a la espalda de los ogros,intentando escalar la escarpadasuperficie con sus manos desnudas. Suagresividad y desenfrenada ferocidadresultaban asombrosas. La neblina se

había extendido por todo el BajoArrabal y comenzaba a elevarse,oscureciendo poco a poco el tumultoinferior.

Nobundo escuchó un alboroto detrásde él. Varios orcos que habían logradoatravesar las defensas del círculointerior se dirigían hacia la colina.

¡Kra-kum!La pared tembló de nuevo y

Nobundo maldijo al ogro de abajo que,sin duda alguna, había comenzado agolpear el contrafuerte de nuevo. Unasegunda salva de meteoritos ardientescayó del cielo al tiempo que Nobundo sepreparaba para enfrentarse a la nueva

oleada de atacantes.Dirigió la furia de la Luz al primer

orco que se le acercaba de frente. Losojos de la bestia verde se enturbiaron yél se encogió. Nobundo golpeó el cráneodel orco de lleno con el martillo,después lo levantó y lo movió hacia laizquierda, sintiendo un crujido muysatisfactorio cuando oyó cómo se lerompían las costillas al orco. Se giró ytrazó una curva descendiente con elmartillo, golpeando el lateral de lapierna de otro orco y destrozándole larótula. La bestia gimió de dolor y seprecipitó desde la muralla.

La niebla ya llegaba hasta arriba,

extendiéndose y formando una especiede alfombra sobre la piedra. Nobundo ylos demás Vindicadores luchabanmientras la niebla se elevaba hastallegarles primero hasta el pecho ydespués hasta la cara, irritando sus ojosy quemando sus pulmones.

Nobundo escuchó los gritos mortalesde algunos de sus compañeros, pero nopodía verlos a través de la espesa nieblaroja. Por suerte, parecía haberse libradode los ataques; se tambaleó hacia atrásconteniendo la necesidad de vomitar.Parecía que la cabeza le iba a explotar.

Entonces un espantoso grito deguerra que le heló la sangre surgió de la

niebla.Una sombra se acercó. Nobundo

intentó ver algo mientras su cuerpo seretorcía por los espasmos. Intentó portodos los medios contener larespiración, cuando, de la densa nieblagranate, surgió un ser terrorífico llenode tatuajes y de ojos fieros… un orcogigantesco cubierto del reconociblecolor azul de la sangre draenei, sinaliento, blandiendo un hacha a dosmanos y de aspecto perverso. El pelo decolor cuervo le caía sobre los hombrosy el pecho, y se había pintado lamandíbula inferior de negro, dotando asu cara del semblante de una calavera.

Detrás de él se alzaron decenas deorcos. Nobundo sabía que el final estabacerca.

¡Kra-kum!La pared tembló una vez más. El

temible orco cargó. Nobundo se inclinóhacia atrás. La hoja le hizo un profundocorte en el pecho, desgarrando suarmadura y entumeciendo su costadoizquierdo. Nobundo respondió con ungolpe de su martillo que destrozó losdedos de la mano derecha del orco,inutilizándola al igual que el hacha quesujetaba. Y entonces, para horror deNobundo, la terrible criatura sonrió.

El orco le agarró con su mano buena

y las calderas gemelas de sus ojos lopenetraron… lo atravesaron. Nobundose vio obligado a jadear. Al hacerlo,sintió que le arrancaban la voluntad. Eracomo si algún tipo de magia oscura odemoníaca estuviera surtiendo efecto,como si parte de su propia esenciaestuviera siendo destruida y ese era unataque para el que no tenía respuesta.

¡Kra-kum!Nobundo vomitó sangre espesa

sobre la cara y el pecho del orco. Cerrólos ojos y frenética y desesperadamenteaclamó a la Luz, suplicándole queneutralizara al orco durante tiemposuficiente como para organizar una

defensa. Gritó…Y por primera vez desde que había

entrado en contacto con la Luz y habíasido bendecido por su sagradoresplandor…

No hubo respuesta.Aterrorizado, abrió los ojos y miró a

las maníacas órbitas de fuego del orco,quien abrió su gran boca y bramó,ahogando todos los demás sonidos yamenazando con destrozar sus tímpanos.Era como si de repente hubiera entradoen algún tipo de terrible sueñosilencioso. La bestia se echó hacia atrásy le golpeó la cara con la cabeza.Nobundo cayó hacia atrás, sacudiendo

los brazos, la lluvia le golpeaba, esosardientes ojos abrasaban los suyosmientras caía… hacia abajo, haciaabajo, hacia abajo a través de la niebla,sobre algo alargado que gimió antes deceder bajo él.

Aún atrapado en la pesadillasilenciosa, Nobundo vio al orcodesaparecer por el borde del muro.Cerca, el contrafuerte arruinado cedió yuna gigantesca sección de la murallasuperior cayó, bloqueando la lluvia y elcielo, y atrapando a Nobundo en unmundo de sosegada oscuridad.

Ahí tumbado pensó en los que sehabían refugiado, rezaba para que ellos

escaparan de la matanza, aquellos aquienes amaba y respetaba, aquellos porlos que había entregado su…

Vida. Por algún motivo aún seaferraba a la vida.

Nobundo salió del oscuro pozo de lainconsciencia para encontrarse atrapadoen un confinamiento asfixiante ycegador. Su respiración había quedadoreducida a una serie de jadeosentrecortados y aún así seguía vivo. Nosabía cuánto tiempo había transcurridodesde… desde que la muralla cayó…desde…

Intentó alcanzar la superficiementalmente. Es probable que en el

tumulto de la batalla no hubiera sidocapaz de concentrarse lo suficiente parallegar hasta la Luz, pero ahora, ahorapodía contactar con ella, seguramenteahora podría…

Nada.No hubo respuesta.Nobundo nunca se había sentido tan

impotentemente perdido ni tan solo. Sila Luz estaba fuera de su alcance ymoría ahí, ¿qué sería de su espíritu? ¿Nolo recibiría la Luz? ¿Quedaría suesencia condenada a pasar la eternidadvagando por el vacío?

Había vivido honorablemente. Sinembargo… ¿podía esto ser algún tipo de

castigo?Mientras su mente buscaba

respuestas, alzó su mano. Ésta rozó deinmediato contra la piedra. Poco a pocose dio cuenta de que estaba en unaposición muy extraña, que una masa mássuave, pero igualmente formidableestaba apretada junto a él y queseguramente su pierna izquierda estabarota.

Giró hacia su derecha y respiróhondo, intentado ignorar el dolor de suscostillas y de su pierna. No podíasanarse sin recurrir a la Luz, así que, demomento, tendría que soportar el dolor.Al menos volvía a sentir el lado

izquierdo. Y… podía oír los sonidosapagados causados por susmovimientos, así que también habíarecuperado el oído.

El hecho de que estuviera respirandosignificaba que, por algún lugar, estabaentrando aire. Mientras sus ojoscontinuaban acostumbrándose a laoscuridad vio un agujerito, no de luz,sino un punto donde la oscuridad eramás clara que la que le rodeaba. Intentóalcanzarlo y su mano aterrizó sobre unobjeto cilíndrico familiar: el mango desu martillo.

Con la poca fuerza que le quedaba,Nobundo agarró el mango justo bajo la

cabeza, lo levantó y golpeó en ladirección del agujerito. Trozos demampostería cedieron, revelandovagamente un pasillo creado porenormes bloques de piedra y los ángulosen los que habían caído.

Sus oídos percibieroninmediatamente el sonido de gritosenmudecidos, lamentos de auténticoterror que provenían de la distancia. Usóel martillo para elevar su torso por elagujero que había creado y salir alestrecho espacio. Al hacerlo, escuchó unprofundo quejido surgir de lasprofundidades de los escombros detrásde él.

Con un brote de fuerza se arrastródentro del pasillo, conteniendo lanecesidad de gritar cuando su piernarota se deslizó por el umbral de piedradentada y sacudió su cuerpo con oleadasde dolor. Los pesados lamentoscontinuaron. Las piedras a su alrededorse movieron y por los resquicioscayeron arena y tierra. Rápidamente searrastró hacia una salida irregular dondepudo intuir una tenue luz.

A juzgar por los lamentos cada vezmás altos del ser de debajo de losescombros, Nobundo adivinó que setrataba de un ogro y que estaba tratando,por todos los medios, de salir de allí.

Nobundo giró sobre su espalda y caminócon los codos hacia el aire nocturnomientras el ogro hacía otro esfuerzo.Nobundo podía ver el montículo decascotes ahora. El ogro rugió con rabiauna última vez y toda la masa secolapsó, enviando una nube de polvo entodas las direcciones y poniendo fin alarrebato.

Otro grito lo siguió inmediatamentedesde lo alto y a lo lejos: el sonido deuna mujer aterrorizada.

Nobundo se giró y observó algo queno podría olvidar jamás, sin importarcuánto lo intentara a partir de aquelmomento.

El Bajo Arrabal iluminado por laluna y la ambientación de las hoguerasde arriba, se había convertido en unafosa común para los cuerpos de losdraenei masacrados. Y a pesar de que lalluvia había parado, los montículos decadáveres aún estaban manchados devómito, sangre y todo tipo de residuos.

El corazón de Nobundo palideció alver a niños entre los muertos. A pesar desu juventud, muchos de ellos se habíanofrecido voluntarios para quedarse consus padres, quienes sabíanperfectamente que los orcossospecharían de una ciudad draenei enla que no viviera ningún niño y entonces

perseguirían a los demás miembros desu raza hasta extinguirlos. Aún así, unaparte de Nobundo esperaba y rezaba contodas sus fuerzas para que pudiesendefender a los niños y permanecieran asalvo en los escondites que habían sidocavados a toda prisa en las montañas. Laesperanza de un loco, lo sabía, pero aúnasí se aferraba a ella.

—¿Hay algo más absurdo quematar niños?

De nuevo llegaron a sus oídos losgritos de una mujer, acompañados demofas y abucheos. Los orcos estaban decelebración, regodeándose en suvictoria. Mirando hacia arriba identificó

la fuente del jaleo: en lo alto,sobresaliendo por Las Colinas Barrera,los draenei habían construido el AltoAldor. Allí los orcos estaban torturandoa una pobre hembra draenei.

—Debo intentar detenerlos.¿Pero cómo? Solo, con una pierna

rota, uno contra cientos… sin labendición de la Luz y armado tan sólocon su martillo. ¿Cómo podía detener lalocura que se extendía sobre él?

—¡He de encontrar un modo!Se arrastró frenético sobre los

cadáveres, resbalando con los fluidos,intentando ignorar el hedor y lasvísceras. Avanzó por el círculo exterior

del Bajo Arrabal hacia la base de lascolinas donde la muralla se juntaba conla montaña. Encontraría un modo deescalar hasta allí. Lo encontraría…

Los gritos cesaron. Miró para verlas sombras de las siluetas a la luz de laluna. Llevaban un objeto inmóvil haciael borde del muro y entonces lanzaron lamercancía inerte a las profundidades.Aterrizó con un ruido sordo, no muylejos de donde Nobundo yacía inmóvil.

Se arrastró hacia delante, buscandoalguna señal de vida en la mujer…Cuando se acercó lo suficiente para versus rasgos, supo que se llamaba Shaka.La había visto varias veces, pero sólo

habían hablado en un par de ocasiones.Siempre le había resultado agradable yatractiva. Ahora yacía maltratada ymagullada, degollada, desangrada. Almenos para ella se había terminado eldolor.

Se escuchó otro grito desde arriba,la voz volvía a ser femenina. La rabiaemanó de Nobundo. Rabia y frustraciónacompañadas de un irrefrenable deseode venganza.

—No hay nada que puedas hacer.Desesperado, agarró el martillo y

volvió a intentar llamar a la Luz. Quizáscon su ayuda podría hacer algo,cualquier cosa… Pero una vez más la

única respuesta fue el silencio.Algo en su interior le instó a salir de

allí lo antes posible, a buscar a los queestaban escondidos, a vivir… paracumplir algún propósito mejor algúndía.

—Eso es cobardía. He de encontrarun modo.

Pero en su interior Nobundo sabíaque esa batalla había terminado. Sirealmente le esperaba algún destinomejor, debía huir en aquel instante. Siintentaba subir, moriría sin sentidoalguno. Los gritos de angustia volvierona perforar el aire nocturno. Nobundo fijóla vista en una sección del muro exterior

que yacía parcialmente en ruinas. Era unobstáculo peligroso, pero no insuperabley no estaba vigilado.

—Es el momento; has de tomar unadecisión.

Era una oportunidad. Unaoportunidad de vivir y volver a marcarla diferencia algún día en el futuro.

—Debes sobrevivir. Debescontinuar.

El largo lamento resonó de nuevo,pero esta vez fue piadosamente cortadoen seco. El sonido de voces orcas detrásde la esquina del muro interior llegóhasta él. Sonaba como si los orcosestuvieran deambulando entre los

cadáveres, buscando algo o a alguien.Se le había acabado el tiempo.

Nobundo cogió el martillo. Aunquele costó un tiempo y esfuerzoconsiderables, con la poca fuerza que lequedaba consiguió llegar hasta losdemás cuerpos a través del hueco delmuro.

Mientras se arrastraba lenta ydolorosamente hacia el Bosque deTerokkar, los gritos femeninos volvierona comenzar en el Alto Aldor.

—Seguro que tu supervivencia esuna señal, un mensaje de la Luz.

Rolc era sacerdote y su amigo desdehacía tiempo. Curó las heridas de

Nobundo y estaba realmente contento devolver a verlo, pero le resultaba difícilcomprender por qué Nobundo insistía enque había perdido el favor de la Luz.

—Nos bendice a cada uno de unamanera. Cuando llegue el momentovolverás a encontrarla.

—Espero que sea verdad, viejoamigo. Es sólo… que ya no me sientoigual. Algo dentro de mí ha cambiado.

—Tonterías. Estas cansado yconfuso, y después de todo por lo quehas pasado, no se te puede culpar. Ve adescansar.

Rolc salió de la cueva. Nobundo setumbo y cerró los ojos…

Llanto. Las frenéticas súplicas delas mujeres.

Los ojos de Nobundo se abrieron degolpe. Llevaba varios días aquí, en unode los campamentos ocupados por losque se habían escondido antes de labatalla, pero aún así no podía escaparde los gritos descorazonadores de lasmujeres a las que había abandonado a lamuerte. Le llamaban cada vez quecerraba los ojos, suplicándole que lasayudara, que las salvara.

—No tuviste elección.¿Se trataba de la verdad? No estaba

seguro. Últimamente cada vez le costabamás pensar con claridad. Sus

pensamientos eran turbios, inconexos.Suspiró profundamente y se levantó dela manta colocada sobre el suelo depiedra, gimiendo por las protestas desus doloridas articulaciones.

Salió al neblinoso aire de lamarisma y llegó hasta una cama dejuncos empapados. La Marisma deZangar era un territorio inhóspito, pero,al menos por el momento, era su hogar.

Los orcos siempre habían evitadolos pantanos, y con razón. Toda la regiónestaba cubierta por aguas salobres ypoco profundas; la mayoría de la fauna yla flora era venenosa si no se preparabacorrectamente y muchas de las criaturas

más grandes del pantano se comeríancualquier cosa que no se las comieraprimero.

Al pasar al lado de varias setasgigantes, escuchó voces elevadas: unaconmoción en el límite del campamento.

Se apresuró a ver qué ocurría. Tresdraenei heridos, dos hombres y unamujer, eran asistidos por miembros delcampamento dentro del perímetroprotegido por los guardas.

Nobundo lanzó una miradainterrogadora a uno de los guardas, querespondió a la pregunta jamásformulada: —Supervivientes deShattrath.

Impulsado, Nobundo siguió al grupoa las cuevas, donde tumbarondelicadamente sobre mantas a lossupervivientes. Rolc colocó primero susmanos sobre el que estaba inconsciente,pero no pudo despertarlo.

La mujer, aparentemente aturdida,susurraba: —¿Dónde estamos? ¿Qué hapasado? No siento… Algo está…

Rolc se acercó y la tranquilizó. —Relájate. Ahora estás entre amigos.Todo saldrá bien.

Nobundo se preguntó si todo saldríabien de verdad. Los grupos orcos decaza ya habían descubierto y borradodel mapa uno de los campamentos. Y,

¿cómo habían sobrevivido esos tres?¿De qué horrores había sido testigo lamujer? ¿Qué había provocado su actualestado catatónico? Es más, la forma enla que se comportaba y el aspecto quetenía… Nobundo se preguntó si susheridas iban más allá de lo puramentefísico: parecían disecados, inanimados.

Su aspecto se correspondía con suspropios sentimientos.

Varios días después, lossupervivientes se habían recuperado losuficiente como para que Nobundopudiera preguntarles con tranquilidadacerca de Shattrath.

La mujer, Korin, habló primero. Su

voz se rompió mientras recordaba laexperiencia. —Tuvimos suerte. Nosquedamos en las profundidades de lamontaña, en uno de los pocosescondrijos que aún no handescubierto… al menos en gran parte.

Nobundo parecía perplejo.—Hubo un momento en el que un

grupo de monstruos de piel verdosa nosencontró. La batalla a continuaciónfue… Yo nunca había visto algo así.Cuatro de los hombres que se habíanofrecido a defender nuestro grupo fueronasesinados, aunque ellos tambiénmataron a muchos orcos. Al final sóloquedaron Herat y Estes. Mataron al resto

de las brutales criaturas. Eran bestiassalvajes. Y aquellos ojos, aquellosterribles ojos…

Estes habló: —Hubo una explosión.Instantes después un gas pútrido se colóen nuestro escondite, ahogándonos,haciéndonos sentir más enfermos de loque jamás nos habíamos sentido.

Nobundo pensó en la artificialniebla rojiza y rápidamente intentóeliminar el recuerdo. Herac interrumpió:—Parecía que estuviéramos muriendo.La mayoría nos desmayamos. Aldespertar ya era de día. Los nivelessuperiores estaban desiertos. Llegamosa Las Colinas Barrera y desde allí

viajamos a Nagrand, donde nosencontraron varios días después.

—¿Cuántos quedabais allí?Herac respondió: —Veinte. Quizá

más. La mayoría mujeres, algunos niños.Otros fueron llegando después, como elque está inconsciente en las cuevas…Dijeron que se llama Akama. Según noshan contado, inhaló una mayor dosis degas que los demás supervivientes. Rolcaún no sabe si volverá a…— Heracinterrumpió y se quedó en silencio.

Estes continuó: —Más tarde nosseparamos y fuimos a distintoscampamentos en la Marisma de Zangar yNagrand. A modo de precaución, así si

uno de los campamentos era descubiertopor los orcos, no nos matarían a todos.

—¿Alguno de vosotros era sacerdoteo Vindicador, poseedor de la Luz?

Los tres sacudieron la cabeza. —Nopuedo hablar por Akama, pero Estes yyo sólo éramos artesanos, pocoacostumbrados a blandir armas deningún tipo. Por eso nos enviaron a lascuevas, para servir de última línea dedefensa.

Korin le preguntó a Nobundo: —Cuando escapaste, ¿alguien más huyócontigo? ¿Hubo algún otrosuperviviente? Oímos a los orcos en losniveles inferiores, pero no queríamos

arriesgarnos a que nos descubrieran, asíque huimos.

Nobundo pensó en los cuerposapilados en el Bajo Arrabal, escuchó lassúplicas desde el Alto Aldor e intentóaislar los tortuosos gritos de su mente.

—No, —respondió—. Nadie másque yo sepa.

Pasaron varias estaciones.Velen, su líder profeta, les había

visitado hacía dos días… ¿o erancuatro? Últimamente a Nobundo lecostaba recordar algunas cosas. Velenhabía venido desde uno de loscampamentos vecinos. Suemplazamiento exacto se mantenía en

secreto por si alguien era capturadovivo y torturado. Los draenei no podíantransmitir información de la que nodisponían. Velen les había habladosobre el futuro, sobre la necesidad depasar desapercibidos durante algúntiempo, probablemente años, paraesperar y observar qué ocurría con losorcos.

Según Velen, los pieles verdeshabían comenzado a construir algo queparecía ocupar todo su tiempo yrecursos. Aparentemente, este proyectohabía desviado su atención de losdraenei supervivientes, al menos por elmomento. Lo que estaban construyendo

los orcos, no muy lejos de su ciudadelaprincipal en las tierras agostadas,parecía ser algún tipo de portal.

Velen parecía saber más de lo quecontaba, pero al fin y al cabo era unprofeta, un vidente. Nobundo pensó queel noble sabio debía saber muchascosas, cosas que él y los demás no eranlo suficientemente inteligentes paracomprender.

Nobundo observó a Korin adentrarseen el agua con su lanza de pescar. Algoen ella parecía diferente. Le daba lasensación de que su físico había variadoen las últimas semanas. Sus antebrazosse habían vuelto algo más largos: su

cara parecía demacrada y su postura sehabía deteriorado. Por improbable quepareciera, su cola parecía haberencogido.

Herac y Estes se acercaron yNobundo podría haber jurado quenotaba las mismas transformaciones enellos. Echó un vistazo a sus propiosantebrazos. ¿Era su imaginación oparecían hinchados? No había vuelto asentirse bien desde… desde aquellanoche, pero había dado por hecho que serecuperaría con el tiempo. Ahora estabaempezando a preocuparse cada vez más.

Korin se le acercó. —He terminadopor hoy. Necesito tumbarme—. Le

entregó la lanza a Nobundo.—¿Estás bien?, —preguntó él.Korin trató de dibujar una sonrisa a

la que le faltaba convicción. —Sólocansada—, respondió.

Nobundo se sentó con los ojoscerrados en lo alto de las montañas quetenían vistas a la Marisma de Zangar. Sesentía cansado, cansado hasta el alma.Había venido aquí para estar solo.Hacía varios días que no había visto aKorin. Ella y los otros dos se habíanenclaustrado en una de las cuevas ycuando preguntaba sobre su estado, todolo que recibía a modo de respuesta eranhombros encogidos que no sabían nada.

Algo iba drásticamente mal.Nobundo lo sabía: había visto loscambios en él y en los demássupervivientes, incluido Akama. El restodel campamento también lo sabía.Parecían hablarle cada vez menos, Rolctambién. Y el otro día, al volver alcampamento con algunos pecespequeños, le habían dicho que ya teníansuficientes, que debería comérselos él…como si la enfermedad que se estabaapoderando de él pudiera ser contagiadaa los demás si tocaban la misma comidaque él.

Nobundo estaba asqueado. ¿Es quesu servicio no significaba nada? Se

había acostumbrado a pasar muchashoras en la cima de las montañas,pensando en silencio, obligando a sumente a centrarse, intentandodesesperadamente lograr lo que aúnestaba fuera de su alcance: el acceso ala Luz. Era como si le hubieran cerradouna puerta, como si la parte de su menteque podía contactar con ella hubieradejado de funcionar, o aún peor, como siya no existiera.

Incluso simples pensamientos comoesos le daban dolor de cabeza.Últimamente le estaba resultabaarticular sus pensamientos. Sus brazosseguían hinchándose, una hinchazón que

no desaparecía y sus pezuñas habíancomenzado a astillarse. Incluso algunostrozos se le habían caído y no le habíanvuelto a crecer. Y mientras tanto laspesadillas… las pesadillas continuaban.

Al menos las patrullas orcas sehabían vuelto menos frecuentes. Habíanrecibido informes de que fuera lo quefuera lo que estaban construyendo losorcos casi estaba terminado. Y parecíaser algún tipo de portal, tal y comoVelen había dicho.

—Bien —pensó Nobundo—. Esperoque lo atraviesen y que les conduzcadirectos a su perdición.

Se levantó lentamente y volvió al

campamento pausadamente, agradecidopor el apoyo que le proporcionaba elmartillo que se había vuelto tan pesadoen las últimas semanas. Lo llevaba conla cabeza hacia abajo, usándolo lamayoría de las veces como bastón.

Horas después llegó a su destino ydecidió ir a ver a Rolc. Juntos podríanconvocar una reunión para tratar elproblema de la creciente intoleranciamostrada por…

Nobundo se detuvo a la entrada de lacueva de Rolc. Korin estaba allí,tumbada en una manta. Se habíatransformado de modo que ya apenasparecía una draenei, sino una parodia de

su raza. Parecía enfermiza y consumida.Sus ojos eran lechosos y sus antebrazosse habían hinchado hasta serdescomunales. Sus pezuñas habíanmudado hasta ser dos protuberanciasóseas idénticas y su cola no era más queun pequeño bulto. A pesar de sudelicada condición, forcejeaba en losbrazos de Rolc.

—¡Quiero morir! ¡Sólo quieromorir! ¡Quiero que acabe el dolor!

Rolc la sujetaba con firmeza.Nobundo se acerco rápidamente y seagachó.

—¡No digas tonterías! —Miró aRolc—. ¿No puedes curarla?

El sacerdote frunció el ceño mirandoa su amigo. —¡Lo he intentado!

—¡Déjame ir! ¡Déjame morir!Un brillo emanó de las manos de

Rolc, tranquilizando a Korin,apoderándose de ella gentilmente hastaque sus esfuerzos disminuyeron y,finalmente, cesaron. Ella rompió a llorary se colocó en posición fetal. Rolc lehizo un gesto con la cabeza a Nobundopara que abandonaran la cueva.

Una vez fuera, Rolc fijó su severamirada en Nobundo. —He hecho todo loque he podido. Es como si su cuerpo ysu voluntad estuvieran rotos.

—Tiene que haber algo que pueda…

algún modo de… —Nobundo intentócomunicar sus pensamientoscorrectamente—. ¡Tenemos que haceralgo!, —esputó al fin.

Rolc permaneció un momento ensilencio. —Me preocupan, al igual quetú. Hemos recibido informes queafirman que los supervivientes deShattrath de los otros campamentos estánsufriendo las mismas transformaciones.Sea lo que sea no responde a ningúntratamiento y no se cura. A nuestra gentele preocupa que, si no tomamosmedidas, podamos estar todos perdidos.

—¿Qué dices? ¿Qué ha pasado?Rolc suspiró. —Por el momento

sólo son comentarios. He intentado serla voz de la razón, pero ni siquiera yopodré defenderos durante mucho tiempo.Y, la verdad sea dicha, no estoy segurode que deba.

Nobundo sintió que su amigo lehabía decepcionado amargamente, laúnica persona en la que creía que podíaconfiar estaba sucumbiendo a la mismaparanoia que los demás.

Sin palabras, Nobundo se dio lavuelta y se marchó.

El estado de Korin empeoró yaquella decisión de la que Rolc habíahablado y que Nobundo tanto temía sehizo pública unos días después.

Reunieron a Nobundo, Korin, Estesy Herac ante los miembros delcampamento. Algunos portabanexpresiones adustas, otros parecíantristes, otros no mostraban ningunaexpresión. Por su parte, Rolc parecíatener un conflicto personal, pero aún así,su expresión era resuelta, como la de uncazador que prefiere no matar, pero quesabe que debe comer y se estápreparando para asestar un golpe mortala su presa.

El campamento había decidido queRolc fuera su portavoz. —Esto no esfácil para mí, para ninguno denosotros…— señaló a la estoica

asamblea detrás de él. —Pero hemoshablado con los representantes de losotros campamentos y hemos tomado unadecisión juntos. Creemos que lo mejorpara todos será que los que habéis sidoafectados permanezcáis juntos, peroseparados de los que aún tenemos buenasalud.

Korin, con un aspectoparticularmente desolado, habló en unsusurro rasgado: —¿Nos estáisexiliando?

Antes de que Rolc pudiera objetaralgo, Nobundo interrumpió: —¡Eso esexactamente lo que están haciendo! ¡Nopueden solucionar nuestro problema, así

que… así que esperan poder ignorarlo!¡Sólo quieren que nos vayamos!

—¡No podemos ayudaros! —espetóRolc—. No sabemos si vuestracondición es contagiosa o no y vuestramenguada capacidad física y mental esun riesgo que no podemos asumir. ¡Noquedamos tantos como para tentar a lasuerte!

¿Qué hay del otro, de Akama?Preguntó Korin.

—Se quedará bajo mi cuidado hastaque despierte —respondió Rolc antes deañadir— si despierta.

—¡Qué amable por tu parte! —murmuró Nobundo con un toque de

sarcasmo en sus palabras.Rolc se encaró a Nobundo. A pesar

de que la salud le fallaba, Nobundo seirguió y miró a Rolc fijamente a losojos.

Rolc dijo: —Te has estadopreguntando si la Luz te había castigadocon su silencio por tu fracaso enShattrath.

—¡Lo di todo en Shattrath! ¡Estabadispuesto a morir para que todosvosotros pudierais vivir!

—Sí, pero no moriste.—¿Qué estás…? ¿Insinúas que

abandoné?—Creo que si la Luz te ha

abandonado, sus motivos tendrá.¿Quiénes somos nosotros paracuestionar los designios de la Luz? —Rolc miró a los demás buscando suapoyo. Algunos de ellos apartaron lavista, pero muchos no lo hicieron—. Seacomo sea, es hora de que aceptes tunuevo lugar en el orden de las cosas.Creo que es hora de que tengas en cuentael bienestar de los demás…

Rolc se agachó y arrancó el martillode la mano de Nobundo.

—Y creo que es hora de que dejesde pretender ser lo que no eres.

Ha sido un error venir aquí. Nada hacambiado. Aún eres un Krokul, aún eres

un Tábido.No. Le escucharían. Él les obligaría

a escucharle. Después de todo habíatenido una epifanía. Nobundo apartó susojos de la asamblea y los fijó en lafuente en el centro de la pequeña plaza.Pidió lucidez al Agua.

Sintió como sus pensamientos secentraban. Dio gracias al Agua y,apoyándose pesadamente en su bastón,se obligó a sí mismo a enfrentarse almar de miradas desaprobadoras. Huboun silencio incómodo.

—Esto no tiene ningún sentido —escuchó a alguien decir.

Cuando intentó comenzar a hablar, su

voz sonó diminuta y afónica, distante asus propios oídos. Se aclaró la gargantay volvió a comenzar, más alto. —Hevenido a… hablaros sobre…

—Estamos perdiendo el tiempo.¿Qué puede tener que decirnos unKrokul?

Se unieron más voces de disensión.Nobundo flaqueó. Su boca se movía,pero su voz se había perdido.

Tenía razón. Ha sido un error.Nobundo se giró para marcharse y

miró a los plácidos ojos del profeta, sulíder, Velen.

El vidente lanzó una mirada crítica aNobundo. —¿Vas a algún lugar?

Nobundo se sentó en lo alto de unade las colinas que daban a las tierrasagostadas. No habían cambiado muchoen los últimos… ¿Cuánto hacía quehabía venido aquí por primera vez?¿Cinco años? ¿Seis?

Cuando él y los demás fueronexpulsados del campamento por sucondición de Krokul, como habíanacabado llamándose, Nobundo estabaenfadado, frustrado y deprimido. Fuehasta el punto más lejano en la únicadirección que le permitieron. Siemprehabía querido investigar las colinas querodeaban la Marisma de Zangar, pero en

la base de aquellas colinas estaban loscampamentos de los no afectados, unaregión a la que —su especie— no podíaacercarse.

Así que se aventuró aquí a través delcalor sofocante. Se encontraba en lospicos que dominan las tierras másbaldías de Draenor: tierras que habíansido claros exuberantes antes de lapolítica de odio y genocidio de losorcos, y que ahora no eran más quebaldíos creados por los brujos y suretorcida magia.

Al menos los orcos ya no eran unproblema tan grave. Algunas patrullasorcas aún se dejaban ver de vez en

cuando y mataban a los draenei queencontraban. Pero el número de orcos sehabía reducido: muchos de los salvajesde piel verde habían atravesado suportal años atrás y aún no habían vuelto.

Como resultado, Nobundo habíaescuchado que su gente estabaconstruyendo una nueva ciudad en algúnlugar de la marisma. No importa, pensó,es una ciudad en la que nunca serébienvenido.

Nobundo y los otros continuabanexperimentando cambios. Lesaparecieron apéndices donde antes notenían. Granos, pecas y extraños bultoshicieron acto de presencia en sus

cuerpos. Sus pezuñas, uno de los rasgosdistintivos de los draenei, habíandesaparecido, siendo reemplazadas poralgo que parecían unos pies deformes.Pero los cambios no se limitaban sólo alo físico. A sus cerebros les costabacada vez más mantener sus funcionesmás elevadas. Y algunos… algunos seperdieron del todo, convirtiéndose encaparazones vacíos que serpenteaban sinrumbo, conversando con audiencias quesólo existían en sus mentes. Algunos delos Perdidos se despertaban un día ycomenzaban a vagar para no regresarnunca. Uno de los primeros en hacer esofue Estes. Ahora a Korin sólo le

quedaba uno de los compañeros con losque había compartido aquel oscuromomento en Shattrath.

Basta, pensó. Deja de aplazarlo.Haz lo que viniste a hacer.

Lo había estado aplazando porqueuna parte de él sabía que esta vez nosería diferente. Pero lo haría de todosmodos, tal y como lo había hecho cadadía durante los últimos años… porque,de algún modo, en algún lugar, una partede él aún mantenía la esperanza.

Cerró los ojos, eliminó todos lospensamientos irrelevantes de su mente einvocó a la Luz. Por favor, sólo por estavez… deja que me regodee en tu

radiante gloria.Nada.Vuelve a intentarlo.Lo intentó con cada ápice de

concentración que le quedaba.—Nobundo.El corazón estuvo a punto de

salírsele por la boca, abrió los ojos degolpe y extendió una mano pararecuperar el equilibrio. Miró a sualrededor, al cielo.

—¡Te encontré!Al girarse vio a Korin y soltó el

aliento, agitando la cabeza.Qué tontería pensar que habías

recuperado el favor de la Luz.

Ella se acercó y se sentó junto a él,con aspecto agotado, enfermizo yligeramente confuso.

—¿Cómo estás? —preguntó él.—No peor que de costumbre.Nobundo esperó algo más, pero

Korin sólo miraba fijamente el áridopanorama.

Sin que ninguno de los dos la viera,una silueta espiaba desde un cúmulocercano de piedras dentadas,observando. Escuchando.

—¿Querías decirme algo?Korin pensó un momento. —¡Ah sí!

— dijo al fin. —Hoy ha venido un nuevomiembro al campamento. Ha dicho que

los orcos se están reagrupando.Preparándose para algo. Están lideradospor un nuevo… ¿cómo se llaman? ¿Losque hacen magia oscura?

—¿Brujo?—Sí, creo que era eso. —Korin se

levantó y se adelantó, quedando a unoscentímetros del borde del acantilado.Estuvo callada durante mucho tiempo.

No muy lejos, la silueta tras laspiedras se marchó tan discretamentecomo había llegado.

Los ojos de Korin se mostrabandistantes, al igual que su áspera voz alhablar, como si no estuviera del todoallí. —¿Qué crees que pasaría si diera

un par de pasos más?Nobundo dudó, no sabía si estaba

bromeando o no. —Creo que te caerías.—Sí, mi cuerpo caería. Pero a veces

creo que mi espíritu… ¿volaría? No, esano es la palabra. ¿Cuál es la palabra?¿Subir y subir como volando?

Nobundo pensó. —¿Alzarse?—¡Sí! Mi cuerpo caería, pero mi

espíritu se alzaría.Días después Nobundo se despertó.

Le dolía la cabeza y tenía el estomagovacío. Decidió aventurarse a salir y versi quedaba algún pez de la comida deldía anterior.

Al salir de la cueva, se dio cuenta de

que los demás estaban reunidos mirandohacia arriba con los ojos protegidos.Salió de debajo de una seta gigante, alzóla vista y también tuvo que proteger susojos. Se quedó boquiabierto.

Había aparecido una brecha en elrojizo cielo del alba. Era como si sehubiera abierto una costura, destrozandoel tejido de su mundo, permitiendo laentrada a unas luces deslumbrantes y unapoderosísima energía sin refinar. Labrecha temblaba y bailaba como unagigantesca serpiente de luz pura.

El suelo comenzó a temblar. Lapresión aumentó en la cabeza deNobundo, amenazando con hacerla

explotar desde sus oídos. Laelectricidad crepitaba en el aire, lospelos del cuerpo de Nobundo seencresparon y durante un breve,enloquecedor segundo parecía que lapropia realidad se estaba destruyendo.

Mientras Nobundo observaba,durante un breve instante, los draeneireunidos parecieron separarse enimágenes gemelas: algunos mayores,otros más jóvenes, algunos que no eranTábidos sino bastante sanos, algunosdraenei no afectados. Entonces la ilusióndesapareció. La tierra se tambaleó comosi Nobundo estuviera de pie en la partetrasera de un carro que se había puesto

en movimiento repentinamente. Él y losdemás salieron despedidos al barro yallí se quedaron mientras todo seguíatemblando.

Tras unos minutos los tembloresdisminuyeron y finalmente se detuvieron.Korin observaba estupefacta la brecha,mientras volvía a sellarse. —Nuestromundo se está acabando— susurró.

Su mundo no se había acabado. Perohabía faltado poco.

Cuando Nobundo regresó a su lugarhabitual en la cima de las colinas al díasiguiente, miró hacia el horizonte y vioque había enloquecido. Columnas dehumo se elevaban en el cielo y formaban

una nube negra sobre la tierra. El airequemaba sus pulmones. En la base delprecipicio en el que se encontraba seabrió una fisura gigante. De ella salíavapor, y cuando Nobundo se inclinó,pudo ver un brillo pálido que surgía dela tierra.

Grandes porciones del desérticosuelo habían sido arrancadas y flotabanen el aire de forma inexplicable. Yalgunos trozos del cielo parecíanventanas hacia… algo. Era como sipudiera observar otros mundos a travésde esas ventanas, algunas distantes,algunas aparentemente cercanas; peroNobundo no podía decidir si aquello era

real o alguna ilusión causada por lacatástrofe.

Y todo estaba impregnado de unsilencio palpable, como si todas lascriaturas de la tierra hubieran muerto ohubieran corrido a refugiarse en algúnescondrijo remoto. Aún así Nobundosentía que no estaba solo. Durante unbreve instante le dio la sensación depercibir movimientos furtivos por elrabillo del ojo. Observó su alrededor,medio esperando ver a Korin.

Nada. Tan sólo su turbada mentegastándole una mala pasada.

Nobundo dirigió la vista una vezmás hacia el escenario de pesadilla que

se extendía ante él y se preguntó si elfinal de todo lo conocido iba a tenerlugar en un futuro cercano.

Pero el tiempo pasó y la vida, tal ycomo la conocían, continuó. Se filtraroninformes en el campamento queafirmaban que regiones enteras habíansido completamente destruidas. Pero aúnasí el mundo había sobrevivido.

Apaleado, retorcido, atormentado…El mundo había sobrevivido, al igualque los Tábidos. Comían frutos secos,raíces y los pocos peces queencontraban en los pantanos. Hervían elagua y buscaban cobijo de tormentascomo jamás habían visto, pero

sobrevivían. Y a medida que lasestaciones pasaban, los animalescomenzaron a regresar. Algunospertenecían a especies que antes noexistían, pero los animales volvieron.Cuando los Tábidos eran lo bastanteafortunados como para tener éxito en lacaza, se alimentaban de carne.Sobrevivían.

Al menos la mayoría. Hacía unosdías Herac había desaparecido. Durantelargos meses había estado distante yconfundido y, a pesar de que Korinnunca hablaba de ello, tanto ella comoNobundo sabían que había estado apunto de unirse a los Perdidos. Herac

era el último de los defensores de Korinen Shattrath y Nobundo sintió supérdida.

Y aunque Nobundo no lomencionaba, se preguntaba si algún díaél también perdería la cordura y seaventuraría a lo desconocido para novolver jamás, convirtiéndose en pocomás que un recuerdo.

Continuó con su vigilia diaria,peregrinando hasta la remota cima,conservando la esperanza de que sicumplía su penitencia, algún día la Luzvolvería a envolverlo con su brillo.

Cada día regresaba decepcionado alcampamento.

Y cada noche volvía a tener lamisma horrible pesadilla.

Nobundo se encontraba fuera de laCiudad de Shattrath, golpeando laspuertas cerradas con los puños mientraslos gritos de los moribundosdesgarraban el aire nocturno. Susubconsciente sabía que era otro sueño,otra pesadilla y se preguntaba si sería lamisma otra vez.

Golpeaba la madera repetidamentehasta que sus maltratadas manoscomenzaban a sangrar. En el interior,mujeres y niños morían lentamente,muertes terribles. Uno a uno los gritos seiban apagando hasta que sólo quedaba

un último lamento atormentado. Élreconocía ese clamor: era la voz quehabía retumbado en el Bosque deTerokkar mientras escapaba de laciudad.

Ese grito no tardaba mucho endesvanecerse como los demás y noquedaba nada más que silencio.Nobundo se apartaba de las puertas,mirando a su débil, deformado e inútilcuerpo. Temblaba y lloraba esperando elinevitable despertar.

Hubo un crujido y las puertas seabrieron lentamente. Nobundo miróhacia arriba estupefacto. Esto nuncahabía ocurrido antes. Esto era nuevo.

¿Qué podía significar?Las enormes puertas revelaron un

Bajo Arrabal vacío, los muros ycontrafuertes interiores iluminados poruna sola hoguera dentro del anillointerior.

Nobundo entró, atraído por el calorde las llamas. Miró alrededor, pero nohabía ningún cuerpo, ninguna señal de lamasacre que había tenido lugar, salvounas pocas armas abandonadasesparcidas alrededor del fuego.

Un trueno retumbó suavemente yNobundo sintió una gota de lluvia caeren su brazo. Dio un paso más y lasgigantescas puertas se cerraron tras él.

Entonces escuchó sonidos, sonidosarrastrados que emanaban de debajo dela hoguera y que se acercaban. Él no ibaarmado, ni siquiera llevaba su bastón yel hecho de saber que estaba soñando noaliviaba la sensación de peligro. Sepreparó para coger un trozo de maderaardiendo de la hoguera, cuando vio auna mujer draenei salir a la luz.

La lluvia esporádica persistía.Al principio sonrió, encantado de

ver que uno de los suyos habíasobrevivido, pero su sonrisa pronto sedesvaneció al ver el sangriento corte desu garganta, los moratones de su cuerpo.Su brazo izquierdo colgaba de su cuerpo

inútilmente y sin fuerzas. Le observabacon la mirada perdida y, aún así, suexpresión era… acusadora. Alacercarse, se dio cuenta de que eraShaka. Pronto se le unieron las demás,decenas de ellas arrastrándose haciadelante desde todos los lados, con losojos nublados y los cuerpos llenos dehorripilantes heridas.

El viento se levantó, avivando elfuego. La suave lluvia se convirtió en unchubasco constante. Una a una lasmujeres se agacharon para recoger lasarmas del suelo, avanzando. Nobundo sehizo con una antorcha de la hoguera.

¡Quería salvaros! ¡No pude hacer

nada! Quería gritar, pero no le salían laspalabras. Sus movimientos parecíanlentos, restringidos.

El viento volvió a tomar fuerza,apagando la antorcha que sosteníaNobundo. Las mujeres asesinadas seacercaron más, alzando sus armasmientras el viento golpeaba las llamasde la hoguera hasta que esta también seapagó, dejando a Nobundo a oscuras.

Esperó, escuchando… intentandooírlas acercarse entre la lluvia.

De pronto sintió un gélido apretón ensu muñeca. Nobundo gritó…

Y se despertó. Se sentía agotado,más cansado que cuando se fue a dormir.

Los sueños le estaban minando.Decidió que la brisa de la mañana

podría sentarle bien. A lo mejor Korinestaba despierta y podían hablar.

Fue hasta donde desayunabanreunidos algunos de los demás ypreguntó a uno de los miembros másnuevos dónde se encontraba Korin.

—Se ha ido.—¿Ido? ¿Adónde? ¿Cuándo?—Hace poco. No ha dicho adonde.

Se comportaba de forma extraña… Hadicho que iba a… ¿cómo se dice?

El Tábido hizo una pausa, pensando,luego asintió al recordarlo.

—Eso es. Ha dicho que iba a

‘alzarse’.Nobundo corrió tan deprisa como

sus piernas se lo permitieron. Cuandollegó a la cima de la montaña, suspulmones parecían arder, estabatosiendo una espesa mucosidad verde ysu pierna temblaba descontroladamente.

La vio en la meseta que daba alacantilado, de pie en el borde mirandohacia abajo.

—¡Korin! ¡Detente!Ella se giró, ofreció algo parecido a

una sonrisa y entonces se arrojó ensilencio, despareciendo en una densanube de vapor.

Nobundo llegó hasta el borde y miró

hacia abajo, pero sólo vio un lívidobrillo a lo lejos.

—Has llegado demasiado tarde.Había vuelto a fracasar, exactamente

igual que había fracasado cuando nopudo salvar a las mujeres de Shattrath.Nobundo cerró los ojos con fuerza einvocó mentalmente a la Luz: ¿Por qué?¿Por qué me has abandonado? ¿Porqué sigues atormentándome? ¿Acaso note serví fielmente?

Seguía sin obtener respuesta alguna.Sólo una suave brisa secando laslágrimas en sus mejillas.

Quizá Korin tuviera razón. En elfondo Nobundo sabía por qué había

hecho aquello: no quería convertirse enuno de los Perdidos. Quizá habíaencontrado la única salida.

No le quedaba nada en el mundo.Sería tan fácil dar esos últimos pasos,saltar desde el borde y poner fin a susufrimiento…

No muy lejos una silueta salió dedetrás de unas rocas que sobresalían,lista para llamarle…

Pero incluso en este momento,exiliado por su gente, ignorado por laLuz, atormentado por las almas deaquellas a las que no había podidosalvar… Nobundo descubrió que nopodía rendirse.

La brisa se convirtió en un vendaval,dispersando nubes de vapor yempujando con tanta fuerza que alejó aNobundo del borde del acantilado. Entrela confusión distinguió una palabra:Todo…

Nobundo se esforzó en escuchar.Seguramente su cordura había llegado allímite; probablemente su mente le estabagastando una broma.

La silueta de las rocas volvió aesconderse, continuando su vigilanciasilenciosa.

El viento volvió a tomar fuerza unavez más Todo lo que existe…

Más palabras. ¿Qué locura era

aquella? Esto no era obra de la Luz. LaLuz no hablaba, era un calor que leimpregnaba el cuerpo. Esto era algonuevo, algo distinto. Una última ráfagade viento sopló en la meseta, obligandoa Nobundo a sentarse.

—Todo lo que existe, está vivo…Después de tantos años de súplicas,

Nobundo, al fin, había recibido unarespuesta, una respuesta que no proveníade la Luz… sino del Viento.

Nobundo había escuchado historiassobre prácticas orcas que relacionadascon los elementos: Tierra, Viento, Fuegoy Agua. Su gente había sido testigo dealgunos de los poderes que estos —

chamanes— poseían antes de lacampaña de asesinatos, pero los draeneidesconocían la mayoría de estashabilidades.

Los días siguientes, Nobundo volvióa la colina, donde oía los susurros delViento: alivio, promesas y tentadoraspistas de que le aguardaba la riqueza delconocimiento. A veces la voz del Vientoera tranquila y aplacadora, y otras erainsistente y poderosa. Pero en la mentede Nobundo aún existía la duda de si,después de todo, se estaba volviendoloco.

El quinto día, cuando estaba sentadocerca del borde del acantilado, escuchó

un ruido sordo, como un trueno, a pesarde que el cielo estaba despejado. Abriólos ojos y vio una gran columna deFuego estallar en la grieta delacantilado, elevándose desde la fisurade abajo. Las llamas se extendieron y ensus parpadeantes destellos pudodistinguir rasgos nebulosos quecambiaban. Cuando habló por primeravez, sonó como una poderosa tormenta.

—Ve a las montañas de Nagrand. Enlo alto, en las cimas, encontrarás unlugar… ahí es donde comienza tuverdadero viaje.

Nobundo pensó en ello y respondió:—Para llegar allí, tendré que pasar por

los campamentos de los no afectados,donde mi gente tiene el accesoprohibido.

El Fuego se expandió con velocidady pudo sentir el calor en el rostro. ¡Nopongas en entredicho la oportunidadque se te está concediendo!

Las llamas amainaron.—Camina con la cabeza bien alta,

pues ya no estás solo.No muy lejos, aquel que tanto tiempo

llevaba observando a Nobundo volvió aagacharse en su escondite. Y, aunque nopodía oír a los elementos comoNobundo, había visto las llamas y susrasgos parpadeantes. Si Nobundo

hubiera podido mirar a los ojos delobservador, habría visto asombroabsoluto.

Durante los dos días siguientesNobundo hizo el arduo camino con elViento en la espalda, susurrándole aloído. Aprendió que los chamanes orcosestaban en comunión con los elementos,pero su conexión se cortó cuando losorcos empezaron a practicar magia vil.Podría haber aprendido más cosas, peroa veces a Nobundo le resultaba difícilentender, como si la comunicaciónestuviera siendo filtrada o aguada.

En varias ocasiones a lo largo delcamino, tuvo la sensación de que oía

pasos detrás de él. Cuando miraba haciaatrás, sentía que lo que le seguía seacababa de ocultar. Se preguntó si seríanlos elementos. O producto de suimaginación.

Cuando por fin llegó a loscampamentos de los no afectados, hacíatiempo que el sol había abandonado elcielo. No cabía duda de que losvigilantes le habían visto acercarse,pues dos guardias le estaban esperandocuando llegó al perímetro delcampamento.

—¿Qué te trae por aquí? —preguntóel mayor de los dos guardias.

—Sólo quiero atravesar las

montañas.Algunos de los demás miembros del

campamento habían salido y miraban aNobundo con recelo.

—Tenemos órdenes estrictas. LosKrokul no pueden entrar en elcampamento. Tendrás que ir a otro lugar.

—No quiero quedarme en vuestrocampamento, sólo pasar. —Nobundo dioun paso adelante.

El más grande de los guardiasextendió la mano, empujando a Nobundohacia atrás. —Te he dicho…

Entonces se escuchó un truenoensordecedor y una masa negra de nubesapareció donde segundos antes el cielo

era azul, liberando una repentina trombade agua. El Viento que antes habíaanimado a Nobundo a apresurarse ahorasoplaba con fuerza descomunal,forzando a los dos guardias a retroceder.Lo más increíble de todo era que, tantoel Viento como la lluvia, se movíanalrededor de Nobundo para golpear alos dos guardias, que cayeron en elsucio barro.

Nobundo observó losacontecimientos con los ojos comoplatos por el asombro. —Así que esto eslo que pasa—, pensó en voz alta —cuando los elementos están de tu lado—.Sonrió.

Los miembros del campamentobuscaron cobijo en las cuevas. Losguardias miraron a Nobundoaterrorizados. Por su parte, Nobundosimplemente avanzó, apoyándose en subastón mientras caminaba lentamentepor el campamento hasta llegar a lafalda de las montañas al otro lado,dejando a los residentes delcampamento sorprendidos, asustados yconfundidos.

La figura que había seguido aNobundo salió de su escondite tras unade las setas gigantes. No se atrevía acontinuar, pues al fin y al cabo era unKrokul.

Pero los acontecimientos de los queAkama acababa de ser testigo habíanplantando una semilla en su interior.Desde que se había despertado de sulargo sueño, no había sentido nada másque desesperación y punzante miedo alfuturo. Pero ver lo que este Krokulacababa de hacer, ver los elementossalir en su defensa, agitó un sentimientoen Akama que él creía muerto.

Sintió esperanza.Con esa nueva esperanza se dio la

vuelta y regresó silenciosamente a lamarisma.

Muchas horas después, terriblementefatigado, Nobundo escaló a lo alto de

las montañas y comenzó a ver señales devegetación verde y fresca. Cuando suspasos fueron más lentos debido alcansancio, el Viento le empujó y lapropia Tierra bajo sus pies parecíaprestarle fuerzas. Y aunque la lluviacontinuaba, parecía caer en todas partesmenos sobre él y proporcionabariachuelos de los que Nobundo bebíacon ansia.

A medida que se acercaba a lascumbres, escuchaba voces quecompetían en su mente: una grave ypersistente seguida del familiar sonidodel Viento y finalmente la ocasionalresonancia del Fuego. Las voces

parecían caóticas; chocaban en su prisapor entrar en comunión con él. Tanto quellegaron a formar una cacofonía que leobligó a detenerse Basta, si habláistodos a la vez no os entiendo.

Nobundo invocó la poca fuerza quele quedaba y subió a un montículo convistas exuberantes. Aquí Draenor eracomo en el pasado: fértil y sereno, unbello refugio ajardinado lleno decascadas y vibrante vida.

—Debes perdonarlos: ha pasadomucho tiempo desde que sintieron latemplada influencia de un chamán porúltima vez. Están enfadados,confundidos, aún dolidos por el golpe

que les asestaron.—El cataclismo, —dijo Nobundo

mientras se adentraba en el tranquiloescenario. Se arrodilló y bebió de unalaguna y se sintió rejuvenecer. Sintió sumente abrirse, sus pensamientos seestaban volviendo parte de lo que lerodeaba y, a cambio, lo que le rodeabanse estaba volviendo parte de él.

La voz que le respondía era, a lavez, clara y relajante, fuerte y robusta.Sí. Quizá yo fui la menos afectada, perosiempre ha sido así. Es necesario queyo me adapte rápidamente, ya que yoproporciono los cimientos para la vida.

—Agua.

Más que oírla, sintió la afirmación.—Bienvenido. Aquí, en este

silencioso refugio, los elementoscoexisten en relativa paz. Así nuestraconversación contigo será más fácil,especialmente en las primeras fases detu viaje, cuando aún no sepas sentirnuestras intenciones sin pensar. Elverdadero conocimiento y sucomprensión te llevarán años. Pero sisigues el camino, con el tiempo estarán atu disposición… aunque nunca bajo tumando. Si nos respetas y tu motivaciónno se vuelve egoísta, nunca teabandonaremos.

—¿Por qué me habéis elegido a mí?

—El cataclismo nos dejó en laincertidumbre y la confusión. Durante untiempo estuvimos perdidos. En tisentimos un alma gemela: confusa,descuidada. Nos llevó bastante tiemporecuperarnos lo suficiente como parapoder contactar, pero cuando lologramos esperábamos que fueses…receptivo.

A Nobundo le parecía demasiadobueno para ser verdad. Pero ¿quépasaba con la Luz? ¿La estabatraicionando si elegía este nuevocamino? ¿Le estaba dando la espalda?¿Era esto una prueba?

—El riesgo valdría la pena si…

—¿Podré usar estas habilidadespara ayudar a mi gente?

—Sí. La relación entre loselementos y el chamán es de sincronía.La influencia del chamán ayuda acalmarnos y unirnos, del mismo modoque nuestra influencia enriquece yrealiza al chamán. Cuando hayascompletado tu entrenamiento, podrásinvocar a los elementos en tiempos denecesidad. Si los elementosconsideramos tu causa justa, teayudaremos en la medida que podamos.

El verdadero entendimiento, tal ycomo el Agua le había prometido, lellevó años. Pero con el tiempo Nobundo

consiguió comprender las energías devida que le rodeaban. Desde las másgrandes criaturas de Draenor hasta unaparentemente insignificante grano dearena. Él era perfectamente conscientede que todo lo que existía tenía energíavital y de que estas energías estabanunidas y dependían las unas de las otras,independientemente de su ubicacióngeográfica y de las fuerzas opuestas. Loque era más: podía sentir aquellasenergías como si fueran parte de él yahora comprendía que lo eran.

Los elementos mantuvieron su partedel trato y le fueron concedidos algunosaspectos de su naturaleza. Del Agua

obtuvo claridad y paciencia: porprimera vez, después de tantos años, suspensamientos no estaban nublados. DelFuego consiguió pasión, una nuevaapreciación de la vida y el deseo desobreponerse a cualquier obstáculo. LaTierra le concedió firmeza, una voluntadde acero y una determinacióninquebrantable. Del Viento adquirió elvalor y la persistencia: cómo adentrarsey presionar ante la adversidad.

Pero aún quedaba una lección desuma importancia que le evitaba. Lonotaba, sentía que los elementos seestaban guardando algo, algo que él,simplemente, no estaba preparado para

entender.Y… aún seguían las pesadillas. Se

habían mitigado un poco, pero nochetras noche Nobundo volvía a encontrarsegolpeando las puertas de Shattrath,mientras los gritos de los moribundosresonaban en sus oídos. Y ahora, cuandoatravesaba las puertas y permanecíajunto al fuego, cuando lasrecriminadoras muertas aparecían,Korin las acompañaba.

Sintió el calmante tono del Agua:Sentimos que aún estás… turbado.

—Sí —respondió—. Me atormentanlos espíritus de aquellos que fallecieronen Shattrath. ¿Los elementos pueden

hacer algo al respecto?—El conflicto no reside en los

espíritus de los que se han ido, sino enti. Es un conflicto que has de resolver túsolo.

—¿Dificultará este conflicto larealización de mi verdadero potencialcomo chamán?

Una sensación de júbilo surgió delas lagunas a su alrededor. De todos loselementos el Agua era el másdespreocupado. Tu conflicto se reflejaen el cielo sobre ti, en la Tierra bajotus pies, en mí y sobre todo en elFuego. Es un reflejo de la eterna luchade la naturaleza por conseguir y

mantener el equilibrio.Nobundo pensó durante un momento.

—No importa hasta dónde me lleve miviaje, supongo que el verdaderoentendimiento reside en saber que elviaje nunca acabará.

—Bien… muy bien. Ha llegado elmomento de dar el siguiente paso, quizáel más importante de todos.

—Estoy listo.—Cierra los ojos.Nobundo los cerró. Sintió como si la

Tierra desapareciera bajo sus pies,sintió a los elementos retirarse y duranteun aterrador segundo su mente volvió aShattrath, abandonada en la oscuridad.

Entonces sintió… algo. Algo muydiferente a los demás elementos. Parecíainmenso: frío pero no hostil. Y, en supresencia, Nobundo se sintió muy, muypequeño. Entonces notó que estapresencia hablaba con multitud devoces, femeninas y masculinas, unaarmónica sinfonía dentro y alrededor deél.

—Abre los ojos.Nobundo los abrió. Y de nuevo

volvió a experimentar la sensación depequeñez, de insignificancia, mientrasobservaba una oscura extensión sin finalllena de miles de mundos. Algunos comoDraenor; otros, grandes bolas de fuego y

escarcha; algunos cubiertos de agua;algunos inertes y desérticos.

Y de pronto Nobundo comprendió…algo que parecía tan simple y sinembargo un concepto que habíaescapado a su mente: había incontablesmundos más allá. Esto ya lo sabía, yaque su gente había viajado a muchosmundos antes de asentarse en Draenor.Pero lo que Nobundo no había logradocomprender era que el poder de loselementos llegaba más allá también.Cada mundo tenía sus propios elementosy sus propios poderes que invocar.

Y había más. Aquí, en el vacío,existía otro elemento, uno que parecía

unir todos los mundos, uno formando poruna energía indescriptible. Si pudierainvocarlo…, pero inmediatamente se diocuenta de que, en esta fase, aún erademasiado inexperto para entrar encomunión con este misterioso nuevoelemento. Esto no era más que un atisbo,un regalo para su entendimiento…

Una epifanía.Velen evaluó a Nobundo con sus

cristalinos ojos azules. Nobundoprotestó, —¡no me escucharán! Creo queesto no ha sido una buena idea.

El labio de Velen se curvó hacia unlado. Tenía esa expresión que hacía queNobundo tuviera la sensación de que el

profeta sabía muchas cosas más allá delo que él podía comprender.

—No consigo que me vean comoalgo más que un Krokul,independientemente de lo que puedaenseñarles.

—Quizá el auténtico problema noresida en ellos.

«Eso es lo que dijeron loselementos», pensó Nobundo.

Como resultado de susconversaciones previas, Nobundo habíaaprendido a no intentar adivinar lo quepensaba el profeta, así que esperó ensilencio.

Velen continuó, —oigo los gritos en

tu mente: las mujeres de Shattrath. Estoyal tanto de la carga que soporta tucorazón. Te preguntas si tu huida fue unacto de cobardía.

Nobundo asintió, sobrecogidorepentinamente por la emoción.

—Una parte de ti sabía que eraimperativo que sobrevivieras paraabrazar tu destino. Y desde aquel día, apesar de todas las pruebas que tuvisteque superar, nunca te rendiste. Por eso teelegí. Nuestra gente te llama Krokul,Tábido, pero creo que tú nos puedesmostrar nuestra mayor esperanza.

Velen apoyó una mano amiga en elhombro de Nobundo. —Déjalas ir. Deja

que sus gritos se silencien.Era cierto. No era un cobarde. Una

parte de él lo sabía, pero con todo loque había ocurrido desde entonces, esaparte se había perdido. Nobundo dejóescapar un profundo suspiro y, de algúnmodo, supo que cuando se acostara esanoche, la pesadilla no le estaríaesperando. Sintió la alegría de loselementos; era como si estuvieran…orgullosos.

Velen sonrió. —Ahora, por el biende todos nosotros, ve. Ve y acepta tudestino.

Nobundo volvió al alto. Los draeneireunidos conversaban entre ellos, sin

prestar atención a la débil figura dearriba.

Levantó su bastón. Las nubes sereunieron en el cielo azul, proyectandouna oscura sombra sobre elasentamiento. Los draenei dejaron dehablar.

Nobundo les llamó, su voz resonó enla marisma. —Mirad y escuchad.

Cayó un diluvio. Los rayos bailaronentre las lámparas que rodeaban laplaza, destrozando los cristales. Losdraenei reunidos observabansobrecogidos.

—Habéis venido aquí a aprender yalgún día obtener estos poderes: ¡los

poderes del chamán!—¡Pero el chamanismo es una

práctica orca! —gritó alguien desde elpúblico. Otros se le unieron.

—Sí. Una práctica que ellosabandonaron para entrar en comunióncon los demonios. Ahora nosotrosviajaremos por el camino del chamán,un camino que nos llevará a un futuro enel que nadie matará a nuestrasmujeres…

Nobundo hizo una pausa,manteniendo su voz firme.

—Ni a nuestros hijos. Donde losKrokul y los no afectados colaboraránpara conseguir un sueño que nuestra

gente olvidó hace mucho: la verdaderalibertad.

Los miembros de la asamblea semiraron, buscando la aprobación en losdemás, buscando pistas de resistencia.Al final todos parecieron llegar a lamisma conclusión: escucharían.

—Vuestro viaje comienza con estassimples palabras…

Nobundo sonrió. Las nubes seagitaron. Los rayos formaron un arco. Lalluvia cayó.

—Todo lo que existe está vivo.

LA SANGRE DE

LOS ALTONATOS

Micky Neilson

CAPÍTULO UNO: O TODOS ONINGUNO

Por suerte había dejado de delirar.Mientras recuperaba la consciencia,

los horrores de los que Liadrin habíasido testigo seguían frescos en su

memoria.Sacudió la cabeza, para aclararse

las ideas, abrió los ojos e intentóorientarse en ese entorno invertido. Elhumo se había despejado y la vacilanteluz de las antorchas proyectaba unassombras danzantes por esas paredes depiedra tallada. Unas gigantescasmáscaras de madera, que se hallabanmontadas sobre unas lanzas con punta depiedra, miraban hacia el suelo demanera desaprobadora; esas bastasefigies de diversos animales divinosprimitivos y tenebrosos los vigilabansilenciosa y sombríamente.

Al menos, la habitación había

recuperado la normalidad.Ese espacio cerrado de forma

circular contaba con una serie deescalones con forma de anillo en suparte central, que descendían hasta unpiso inferior redondo, cuyo suelo estabarepleto de surcos que se expandían haciafuera, como los radios de una rueda,desde un centro hundido hasta alcanzarunos agujeros de desagüe situados en losbordes. Liadrin se percató, con extremodesagrado, de que el suelo y los surcosestaban manchados de una sustanciaoscura de color carmesí. Del techo,encima de esa hondonada, pendía unenorme gancho por medio de una cadena

oxidada.Posó la mirada sobre un brasero de

cobre bastante llano que yacía en elsuelo a pocos metros. Dentro de él, unaspocas ascuas brillaban aún tenuemente.

En ese instante, en algún lugarsituado junto al muro de su derecha,Dar’Khan se despertó sobresaltado.Volvió la cabeza para ver cómo seretorcía bajo esas cuerdas que lo ataban,pero sus esfuerzos fueron en vano; elmago seguía demasiado débil. Tenía lacara roja por culpa de la sangre que sele había ido acumulando en la cabeza;además, las venas de sus sienesdestacaban sobremanera y su larga

melena rozaba el suelo. Miró a sualrededor frenéticamente por unmomento y, acto seguido, profirió unhondo suspiro.

Clavó sus ojos en Liadrin.—Me hallaba atrapado en una suerte

de pesadilla horrible.—Igual que yo —contestó Liadrin

—. Me he despertado solo unossegundos antes que tú.

Dar’Khan se revolvió una vez más,pero fue inútil.

—No tenía intención de morir deesta manera —masculló—. Atado comoun animal.

—NINGUNO TENÍAMOS intención

de morir de esta manera —le corrigióLiadrin.

—No me gusta que habléis tantosobre la muerte —protestó Galell.Liadrin volvió la cabeza hacia el ladoopuesto, donde el joven sacerdote seencontraba colgado, y se preguntócuándo habría recuperado la lucidez.

El sacerdote siguió hablando, comosi se hallaran en una situación normal.

Los dos habláis como si ya oshubierais rendido. Yo, sin embargo,pretendo dar con la manera de salir deeste atolladero.

Dar’Khan lanzó unas carcajadasbreves y teñidas de tristeza.

—Ah, bendita sea la ignorancia dela juventud.

¿Me estás llamando ignorante? Pueste recuerdo que no fui y quien nos llevóhasta una emboscada.

—Fue tu torpeza la que sin dudaalertó a esos salvajes de nuestrapresencia.

—Al menos yo no fui el primero enser golpeado y caer inconsciente

—Claro, ya que para eso tendríasque haber luchado. Después de todo, lossacerdotes no estáis preparados para losrigores del combate. Nuestra misiónconsiste en preservar la vida e iluminara nuestros camaradas No el esplendor

de la Luz —les interrumpió Liadrin— esmás fácil derramar sangre que restañarlas heridas, Si alguna vez yacesdestrozado y moribundo en el campo debatalla seguro que acabarásagradeciendo a la Fuente del Sol queposeamos el don de la curación. —Dar’Khan se preparó para replicarmientras Liadrin proseguía hablando—.Pero discutir es precisamente lo que nodeberíamos seguir haciendo. A menosque queramos atraer su atención y queellos regresen para volvemos a dejarinconscientes.

Dar’Khan resopló a modo derespuesta para mostrar su indignación,

pero a partir de ahí reinó el silencio,que solo quebraba el crepitar de lasantorchas. Liadrin intentó hacer algúnmovimiento; cualquiera, aunque solofuera mover un dedo. Sin embargo, esasligaduras mantenían sus manos bienatadas a su espalda y el resto de sucuerpo se negaba a reaccionar. La únicasensación que era capaz de notar era untremendo dolor provocado por esascuerdas que le jetaban fuertemente lostobillos.

Entonces, Galell hizo una preguntaen voz baja.

—¿Por qué creéis que todavía nohan intentado matamos?

—No lo sé, Galell —contestóLiadrin, a pesar de que, en realidad,tenía alguna idea al respecto, ya quehabía oído algunas historias acerca deciertos horripilantes rituales trols, unashistonas que su interlocutor más jovenprobablemente nunca habría escuchado,unas historias que nunca acababan bien.Estaba bastante segura de que fuera loque fuera lo que esos monstruos con pielcubierta de musgo les tuvieranreservado, seguramente iba a serextremadamente desagradable.

Se volvió para mirar a Dar’Khan,quien había cerrado los ojos como siestuviera meditando, lo cual era una

buena señal. Quizás estaban superandotodas las secuelas que les habían dejadolos golpes recibidos en la cabeza. Lapropia Liadrin notaba que lentamenteiba recobrando la capacidad deconcentrarse. Cerró los ojos y buscó contodo su ser la gloria de la Luz, pero estasiguió fuera de su alcance.

Se preguntó entonces si alguienhabría reparado en su ausencia. De serasí, tal vez los Errantes hubieranpreparado una partida de búsqueda; talvez incluso estuvieran reuniendo unejército ahora mismo. Se sintióresponsable por no haber exigido unaescolta más fuertemente armada cuando

se habían aventurado a investigar esapiedra rúnica defectuosa. Debería haberhecho mucho más para poder proteger asu joven aprendiz, Galell, quien a pesarde su coraje, ignoraba aún cómofuncionaba realmente el mundo.

Como habían pasado varios mesesdesde el último ataque a una aldea elfa,Liadrin se había sentido bastante seguraen compañía del puñado de arquerosque hacían también las veces de guía.Aunque, claro, esos arqueros cayeronrápidamente ante los trols, quienes seabalanzaron sobre ellos tras habersurgido, aparentemente, de la nada.

Sin lugar a dudas, habían

permanecido escondidos en los árbolesy habían aguardado el momentooportuno para abalanzarse sobre susadversarios. ¿Acaso eran ellos los quehabían neutralizado esa piedra rúnica?¿O, simplemente, la habían descubiertoy habían esperado a que se presentaraalguien a investigar?

Si habían aprendido a sabotear laspiedras rúnicas, tenían un graveproblema que solucionar… De repente,oyó unas tenues pisadas que procedíande detrás de la puerta de madera que sehallaba justo frente a ella. Oyó untintineo metálico y un crujido. Alinstante, la puerta se abrió.

Qué criatura tan espantosa, pensóLiadrin al ver entrar al trol. Al fin y alcabo, tenía más derecho a odiar a lostrols que la mayoría de la gente. Porculpa de esas bestias, había perdido asus padres, fallecidos en una de lasmuchas incursiones brutales querealizaban los trols.

Este trol en particular llevabaapoyado sobre un hombro huesudo elextremo de un palo de madera. Gracias asu constitución enjuta y desgarbada pudoatravesar la puerta con suma facilidad,pero como era tan alto, la fina línea depelo que coronaba su cabeza y la hélicede sus orejas puntiagudas rozaron la

parte superior de la entrada. Portaba elprimitivo atuendo tribal de los Amani,que estaba compuesto de poco más queun taparrabos, unas plumas, unosabalorios y diversos accesorios decuero. A ambos lados de su cintura, doshachas ligeras pendían de una cuerda,que hacía las veces de cinturón. Miró aese peculiar trio y esbozó una ampliasonrisa; al curvar sus oscuros labios,mostró unos dientes puntiagudos y unoslargos colmillos amarillentos quebrotaban de su mandíbula en direcciónascendente.

A continuación, se adentró en laestancia unos cuantos pasos y se apartó

a la derecha para permitir que entraraotro trol. Este se parecía mucho alanterior, salvo por el hecho de que suscolmillos se inclinaban hacia abajo y seexpandían hacia los lados.

Un compañero elfo colgaba bocadebajo de ese palo de madera quellevaban sobre los hombros ambos trols;se trataba de un forestal que debía de serun Errante de alto rango, a juzgar por suarmadura ligera, el cual tuvo que apretarel mentón contra el pecho para evitarrozar con la cabeza el suelo.

Los trols iniciaron una discusión ensu peculiar idioma, por lo que Liadrinsolo logró entender algún que otro

fragmento suelto Primer trol señaló conla cabeza hacia la pared donde ella y losdemás se encontraban colgados. Elsegundo señaló hacia el gancho quependía del techo en el centro de lahabitación.

—No discutáis por mi culpa; con lobien que os estabais llevando hastaahora —comentó el forestal. Mientraspronunciaba estas palabras, examinó laestancia, fijándose en todos los detalles,a la ve que evaluaba la situación. Sumirada se cruzó con la de Liadrin, aquien obsequió con una sonrisa fugaz ycompasiva.

El primer trol dirigió su mirada

hacia el forestal y, a continuación, laalzó hacia su compañero y se encogió dehombros. Acto seguido, llevaron al elfohasta las escaleras situadas en el centrode la estancia y lo elevaron, para poderenganchar las cuerdas con las que lehabían atado los tobillos al gancho.Después, el segundo trol lo desenganchódel palo de madera.

—En unos momentos, nuestroscompañeros van a tomar este pequeñoescondrijo vuestro —les advirtió elforestal a los trols—. Si nos dejáismarchar ahora, tal vez podamosmostramos misericordiosos convosotros en cierta medida.

Al instante, el segundo trol echóhacia atrás una pierna y propinó alforestal una fuerte patada en la cabeza.El primer trol se rio, con unascarcajadas profundas y guturales queestremecieron a Liadrin.

Algo se movió cerca de la puerta.Ambos trols se quedaron quietos y, actoseguido, se apartaron al ver que untercer trol entraba en la estancia.

Este se apoyaba al andar en unbastón coronado por una cabezareducida de elfo, y unas calaverasdeformadas esbozaban unas sonrisasmaliciosas desde el extremo superior deunas estacas de madera que sobresalían

a su espalda. De su cinturón colgabanunas bolsas, unos amuletos y unosfetiches de aspecto muy extraño.

En su cara se divisaban las arrugaspropias de su avanzada edad; sinembargo, el brillo de esos ojos quedestacaban bajo ese prominente ceñoreflejaba una perturbadora inteligencia.

Dar’Khan se lamentó.—Oh, otra vez, no…El anciano médico brujo sorteó el

círculo de la parte central y se acercó albrasero del suelo.

En cuanto el médico brujo metió unamano en una bolsa, de la que extrajodiversas hojas verdes que arrojó al

brasero, los otros dos trols salieronrápidamente de esa estancia.

—¿Qué está haciendo? —preguntóel forestal.

—Prepara algo para que dejemos deresistimos —contestó Liadrin.

El médico brujo amontonó con sumocuidado un poco de leña bajo el braseroy colocó el extremo de una cuerda deunos quince centímetros de largo bajoesta. A continuación, se agachó ypronunció una sola palabra.

—Dazdooga.Liadrin dio por sentado que esa

palabra significaba «fuego» porque elextremo de la cuerda que yacía apartada

en la leña se prendió. El anciano médicobrujo se rio entre dientes, a la vez que segiraba y sorteaba de nuevo el círculoarrastrando los pies para salir de laestancia. Los dos trols de antes cerraronrápidamente la puerta tras él y lasellaron con llave desde fuera.

—No nos queda mucho tiempo —informó Liadrin al forestal mientras lacuerda se iba quemando y la llama seacercaba a la leña.

—Me Hamo Lor’themar Theron ysoy teniente de los Errantes respondió elforestal con premura. —Nuestro grupode tres hombres se vio sorprendido ysuperado en número por el enemigo,

aunque logramos enviar a una veintenade esos monstruos a reunirse con susancestros antes de que cayera por culpade una de esas pociones embotelladassuyas. Cuando me desperté, miscamaradas estaban muertos y yo… tal ycomo me veis ahora.

Galell inquirió:—¿Es cierto lo que has dicho antes

acerca de que vienen refuerzos aayudamos?

—Por desgracia, no. Fue una merabaladronada, pero dadas lascircunstancias… —Posó la miradasobre la cuerda que se quemaba—…pensé que había que intentarlo.

Entonces, Dar’Khan habló.—¿Tienes alguna idea de qué

planean hacer con nosotros?Lor’themar intentó girar la cabeza

para poder ver al mago, pero fueincapaz.

—No. Pero mientras me traían haciaaquí, me dio la sensación de que estabanmuy atareados preparando unrecibimiento.

Ya solo quedaba una cuarta parte dela cuerda para que la llama alcanzara laleña.

Liadrin volvió la cabeza haciaDar’Khan.

—¿Has recuperado las fuerzas?

Dar’Khan. intentó concentrarse.Liadrin y los demás notaron un levetirón, pero no físicamente sino en losmás hondo de su ser. Esa sensación seprolongó durante unos breves segundosy se esfumó.

Dar’Khan negó con la cabeza.Como el fuego estaba a punto de

alcanzar la leña, Lor’themar habló conun tono apremiante.

—Quizá sobrevivamos a esto, peropara que eso sea posible, debemoscolaborar. Cuando la oportunidad sepresente, entraré en acción. El restotendréis que intentar hacer todo loposible por imitarme. Cuando llegue el

momento, ¡no titubeéis! Os juro que noimporta lo que suceda, si soy capaz deliberarme, no os dejaré atrás. —La leñase prendió—. ¡Estamos juntos en esto,así que o sobrevivimos todos operecemos todos!

El brasero se calentó. Un espesohumo negro se alzó de esas hojas, sehinchó, y ascendió extendiéndose por eltecho. Unos segundos después, una nubede tentáculos inició su descenso.

En ese instante, Lor’themar concluyósu perorata:

—Os juro que de aquí saldremostodos vivos o moriremos todos juntos. Otodos o ninguno.

Liadrin observó cómo el humo leenvolvía los pies y luego las piernas,para progresar después por el resto desu cuerpo.

—De acuerdo: o todos o ninguno.Galell se mostró de acuerdo y,

sorprendentemente, su voz transmitió lamisma compostura, la misma confianza,que antes.

—O todos o ninguno.A Dar’Khan se le desorbitaron los

ojos en cuanto el humo le engulló eltorso.

Sí, sí… ¡o todos o ninguno!La oscuridad envolvió la estancia.Liadrin cerró los ojos y todo cuanto

oía a su alrededor pasó a sonar muylejos y distorsionado. Aguantó larespiración todo el tiempo posible hastaque el pánico se apoderó de ella y tuvoque jadear para poder respirar. Deinmediato, ese humo amargo le llenó lospulmones y la quemó por dentro.

Al instante, sintió que se partía endos, era como si su mente y su espírituse hubieran separado de su cuerpo,como si se hallaran perdidos ydeambularan por esa espesa nieblanegra.

Apenas fue consciente de que abríalos ojos.

Entonces, el humo se retiró hacia las

esquinas de la estancia girando yagitándose como si fuera una nubetormentosa que hubiera cobrado vida.

Lor’themar tembló un poco alprincipio y, acto seguido, sufrió unasviolentas convulsiones. De su bocabrotó espuma a borbotones, al mismotiempo que se retorcía y agitaba como unpez atrapado por un anzuelo.

De repente, una voz resonó por todoese espacio cerrado; una voz áspera yronca que pertenecía a un trol. Esesonido parecía surgir de todas partes ala vez y parecía llenar la cámaramientras se desplazaba por la estanciade un modo espeluznante.

—La Luz no os va a salvar ahora.Tras el humo, a ambos lados, se

oyeron unos crujidos. Dos de lasmáscaras de madera salieron disparadasde la pared y, a continuación,permanecieron flotando en el aire.

—Habéis sido juzgados y habéissido hallados culpables.

Los rasgos de las máscaras sedesfiguraron para reflejar el sentimientoque expresaba esa voz.

—¡Culpables!—¡Culpables!Liadrin se giró para ver a Dar’Khan,

cuyos ojos se habían vuelto bancos porcompleto. Sonreía, se reía; esas

carcajadas resultaban másestremecedoras que si hubiera chillado.

Dirigió sus ojos a Galell, quien ledevolvió la mirada expresión donde semezclaba la conmoción y él… ¿alivio?

—A veces da la impresión de queunos niños están chillando —dijo—. Sí,centenares de niños.

De repente, se le desprendió un grantrozo de su cráneo, que fue a parar alsuelo. Un incesante flujo de sangre manóde ese agujero que tenía abierto en lacabeza y salpicó la mampostería.Liadrin apartó la vista.

Lor’themar aulló de agonía y Liadrinobservó horrorizada cómo su cuerpo

ardía envuelto en llamas.Las dos máscaras se hallaban ahora

más cerca, la miraban ceño fruncidomientras la condenaban malévolamente.

—¡Culpables!—¡Culpables!Dar’Khan siguió riéndose. Liadrin

miró hacia atrás La piel del mago sehabía tomado gris y se le estabacayendo. Se le había pelado la piel quele rodeaba la boca, de tal modo quehabían quedado expuestas unas faucessangrientas y sonrientes propias de undepredador. Un insecto hinchadoemergió por una de sus fosas nasales yse escabulló por su rostro. Los huesos le

rasgaron la carne y quedaron a la vista.Liadrin cerró los ojos con fuerza.Esto no es real.No es real.¡No es real!La voz prosiguió hablando.—¡Habéis sido hallados culpables!Liadrin abrió los ojos. Las máscaras

ya no se encontraban ahí. Estabacompletamente desorientada e ignorabacuánto tiempo había estado alucinando.

¿Se acabó, pensó, o es que mi menteme está jugando otra mala pasada?

El velo de humo se apartó y, tras él,apareció un trol que se encontrabaagachado ante ella. Vestía un jubón de

cuero que llevaba desabrochado y laparte inferior de su rostro estaba tapadapor una larga tela. Al trol se ledesorbitaron los ojos y dos chorros dellamas brotaron de ellos.

Supongo que, después de todo, aúnsufro las secuelas del humo.

—Sois culpables. Culpables dehabernos expulsado de nuestras propiastierras…

Dos trols curtidos en mil batallas,que también llevaban tapada parteinferior de sus caras con un trozo detela, flanqueaban sentados a Lor’themarno estaba ardiendo, aunque todavíaretorcía y sufría convulsiones; además,

tenía los ojos mientras luchaba con suspropias y horrendas visiones.

Los trols golpearon el suelo depiedra con sus lanzas

—¡Culpables!—¡Culpables!—Culpables de obligamos a

escondemos como animales Culpablesde matar a mis hermanos y hermanas.Culpables de pensar que todo cuanto osrodea os pertenece. Culpables de ser tannecios como para pensar que vais atriunfar donde otros fracasaron.

El trol se detuvo por un momento yestudió a Liadrin detenidamente. A esabestia inmunda le brillaron pérfidamente

los ojos mientras se reía entre dientes yuna carcajada resonaba en lo másprofundo de su garganta.

Liadrin asumió de inmediato quedebía de tratarse de Zul’jin. Había oídohistorias sobre ese temible líder trol querealizaba ataques contra cualquier aldeaelfa por muy protegida que estuviera. Dealgún modo, siempre se las habíaingeniado para infiltrarse en susdefensas y siempre se las arreglaba parainfligir mucho daño a sus adversarios ycausar muchas bajas; además de huirsiempre indemne. Era famoso por sucrueldad y astucia.

—Los aqir intentaron expulsar a

nuestros ancestros; luego, los elfos de lanoche intentaron obligamos a marchar.Después, lo ha intentado vosotros,pero…

Se inclinó aún más cerca y agitó lacabeza de lado a lado

—… nosotros somos como unapesadilla… —Liadrin parpadeó y, derepente, el pañuelo de Zul’jin setransformo en una inmensa boaconstrictor que reptaba por la cara ycuello de ese líder—… que no seolvida.

La serpiente alzó su gigantescacabeza y abrió sus fauces, mostrando asíuna hilera tras otra de dientes afilados

como agujas.Liadrin volvió a parpadear y la

serpiente desapareció; fue reemplazadapor un pañuelo destrozado.

Zul’jin se enderezó cuan largo era(poseía una altura impresionante;fácilmente, le sacaba cabeza y media altrol más alto que ella hubiera visto hastaentonces) y se dirigió al piso inferior.Lor’themar también había abierto ya losojos mientras parecía que estabaintentando librarse de sus visiones yrecordar dónde estaba.

Entonces, se preguntó cómo seencontraría Galell. Miró hacia atrás ycomprobó que este tenía los ojos

cerrados, pero daba la sensación de que,en vez de estar combatiendo contra unaspesadillas espantosas, se hallaba sumidoen unos pensamientos muy hondos; másque aterrorizado, parecía meditabundo.Liadrin no estaba segura de si eso debíapreocuparla o no.

—Y como no vamos a marchamos…creo que deberíamos reconquistarnuestras tierras, quemar vuestros bonitosedificios y enviaros de vuelta corriendopor donde habéis venido. Pero no va aser fácil. Sois taimados y arteros…

En ese instante, se llevó una mano aun costado y desenvainó una daga dehoja ondulada de casi un metro de largo.

—Nuestra magia es débil comparadacon vuestras piedras rúnicas. Vuestrasciudades están protegidas con esamagia. Pero he estado observando ypensando…

Lor’themar.—Creo que extraéis vuestro poder

de ese manantial de la luz… ¿Cómo lollamáis? ¿La Fuente del Sol? Sí, creoque de ahí obtenéis ese poder. Sin él,quizá vuestra magia no sería tanextraordinaria.

Liadrin se volvió hacia Dar’Khan,quien ya no era un cadáver viviente, sinoque parecía haber recuperado eljuicio… De hecho, parecía estar

prestando atención incluso.Lor’themar colocada en su sitio.

Acto seguido, rasgo la túnica delforestal, cuyo torso quedó expuesto.

Liadrin intentó mover un dedo, perono hubo suerte. Respiró hondo, seserenó en la medida de lo posible yvolvió a intentarlo.

Y lo logró.Aunque solo fue un movimiento muy

leve, era algo, al menos, Eso significabaque los efectos del humo empezaban aremitir.

Lor’themar, aunque apenas le rozó lapiel.

—Quiero saber cómo podría superar

el poder de esas piedras rúnicas. Quierosaberlo todo sobre la Fuente del Sol ysus defensas.

En ese instante, Liadrin pensó: Esoera un alivio, al menos.

El líder trol se puso en pie y posó lamirada sobre Liadrin y los demás.

—Quizá vuestro amigo no hable. Esun forestal, ¿no? Sí, son muy duros. Perovais a ver cómo lo desollamos vivo, levais a oír chillar hasta que no le quedealiento; quizá así os lo penséis mejor,quizá así alguno de vosotros decidahablar, pero debéis saber que solo osvoy a dar una oportunidad.

Dar’Khan. Por último, echó un

vistazo fugaz a Galell, que seguía conlos ojos cerrados. El silencio seprolongó durante un momento quepareció eterno.

—Vuestra reacción no me sorprende.Sois muy orgullosos. Tal vez os gustemucho luchar y matar, pero que os quedeclara una cosa, vamos a pelear hasta queno quede ninguno de nosotros en pie. Osvais a enterar de qué pasta estamoshechos. Presa de la ansiedad,Lor’themar. —Pero primero te voy aabrir en canal para comprobar de quéestás hecho tú.

—¡No! —exclamó Liadrin—.¡Apártate de él!

La sacerdotisa giró la cabeza haciaDar’Khan y le suplicó con la mirada quehiciera algo. El mago clavó su miradateñida de miedo en ella. En esemomento, parecía sentirse totalmentedesconcertado e inútil. Hizo un gesto denegación con la cabe, con el que leindicó que todavía no había recuperadola capacidad de lanzar hechizos.

La punta de la daga atravesó la pielde Zul’jin le hizo un largo tajo haciaabajo en vertical.

—No va a ser rápido…De inmediato, Liadrin intentó

invocar a la Luz para curarle esa heridapero aquel humo seguía levantando un

muro en su mente.Lor’themar no chilló, pues se

hallaba tremendamente concentrado enla tarea que había iniciado solo unossegundos antes. Había logrado recuperarcierta movilidad en las manos y estabaintentando sacar el diminuto cuchilloque llevaba debajo del cinturón en lazona lumbar.

La sangre manó a raudales por laherida abierta y Zul’jin introdujo suslarguiruchos dedos en ella.

Lor’themar gritó.Liadrin dirigió su mirada a Galell,

quien, de algún modo, había logradoaflojar las ligaduras que le ataban las

muñecas. Ahora, estaba intentandosoltarse las de los tobillos. Los otrosdos trols estaban tan concentrados en latortura de Lor’themar que no se estabanpercatando de nada.

Lor’themar por la cara, por amboslados, donde el pañuelo no le tapaba.

Galell logró soltarse, cayó al suelo yrodó a un lado. Inmediatamente, se pusoen pie y cogió una de las lanzas queestaban apoyadas sobre la pared. El trolque se encontraba más cerca de él segiró y abrió los ojos como platos a lavez que lanzaba su lanza. Galell esquivóel proyectil por muy poco y, al mismotiempo, el trol hizo ademán de coger el

hacha que llevaba atada al cinturón.El joven sacerdote vaciló por un

breve instante y, de repente, cruzó de unsalto la estancia y le clavó su lanza altrol en el cuello, atravesándole tambiénla garganta. El trol alzó ambas manos ytrató de agarrar a tientas la puntaensangrentada de la lanza que emergíade su cuello mientras intentaba seguirrespirando como podía. Cayó haciaatrás a la vez que un inmóvil Galell locontemplaba fijamente. Observó cómoel trol agitaba los brazos en el aire envano mientras su sangre empapaba elsuelo de piedra.

Nunca había matado a nadie, pensó

Liadrin.Zul’jin se giró y atacó con su

cuchillo ondulado, cuya hoja silbó alrasgar el aire a solo unos centímetrosdel rostro de Galell, quien se tambaleóhacia atrás, al resbalarse con la sangredel trol moribundo.

Lor’themar había logrado sacar eldiminuto cuchillo que llevaba en la partede atrás del cinturón. Cortó las cuerdasque le ataban las muñecas y se alzó, consumo dolor, hasta poder alcanzar lasligaduras de los tobillos, que cortó acontinuación.

Galell se hizo con una de las hachasque el trol caído llevaba en su cinturón

Se puso en pie como un rayo y arremetiócontra Lor’themar.

El trol de la cicatriz se dispuso aarrojar su lanza contra Galell peroZul’jin cargó hacia él, con la daga enristre, justo cuando el joven sacerdotecogía la máscara para utilizarla a modode escudo. La punta de la daga del lídertrol se clavó en la madera. Galell seabalanzó sobre su rival.

En ese instante, Lor’themar cayó alsuelo, mareado y adormilado por culpade la sangre que había perdido.

Liadrin intentó librarse de susataduras a la vez que volvía a sentir esamisma sensación que había notado antes

de que alguien tiraba de ella desde lomás hondo de su ser. Lanzo una mirada aDar’Khan, que seguía colgadototalmente quieto y con los ojoscerrados. Esa sensación se intensificópor un breve instante y, acto seguido, sedisipó. Cabía la posibilidad de que elmago hubiera recuperado su capacidadde concentración, así que tal vez…Liadrin cerró los ojos y expandió suconsciencia para alcanzar la Luz.

Zul’jin agarró con fuerza la máscaraque sostenía Galell y tiró de ellaobligando así al joven sacerdote a girar,lo que provocó que este se estamparacontra la puerta de madera, a

continuación, el líder trol cogió un hachaque llevaba colgada del cinturón y sedispuso a romper a hachazos la máscaraque Galell utilizaba como defensaimprovisada.

El trol de la cicatriz saltó al pisoinferior y se cernió amenazante sobreLor’themar. Acto seguido, alzó su lanzapor encima de la cabeza, dispuesto apropinar un golpe letal.

Lor’themar rodó hacia delante, sedetuvo justo detrás de una de las piernasde su atacante y, con la diminuta hojaque había utilizado para liberarse, lecortó el tendón de Aquiles justo porencima del tobillo. El trol de la cicatriz

aulló de dolor y trastabilló hacia atrás,de modo que fue a caer sobre losescalones.

Entretanto, Galell notó cómo lapuerta que tenía a sus espaldas temblabaviolentamente, por culpa de los golpesque recibía desde el otro lado, al mismotiempo que intentaba esquivar lamortífera hacha de Zul’jin.

Liadrin por fin sintió el cálidoresplandor de la Luz, que inundó su sermientras se concentraba en todo el dolory horror que había experimentado en losúltimos minutos para redirigirlo hacia lamente de Zul’jin.

Lor’themar intentó coger un hacha

que se encontraba caída en el suelo muycerca de él. Logró alcanzar el mango almismo tiempo que se esforzaba porponerse de rodillas.

Zul’jin dejó de atacar a Galell de unmodo tan implacable, sus ataques sevolvieron más lentos. El líder guerrerose tambaleó como si estuviera aturdido yse llevó la mano libre a la cabeza, comosi estuviera sufriendo un terrible dolor yun ataque de paranoia y terror. Noobstante, Galell ya no podía soportarmás las constantes embestidas querecibía la puerta desde el otro lado. Eljoven sacerdote arrojo la máscara alsuelo, se volvió y concentró sus

esfuerzos en mantener la puerta cerrada.En ese momento, unas manchas

oscuras aparecieron en la visiónperiférica de Lor’themar, quien eraconsciente de que a duras penas habíarecuperado el dominio de su mente y supropio cuerpo. Se esforzó por mantenerla concentración mientras el trol de lacicatriz, que no estaba dispuesto aaceptar la derrota a pesar de tumbadoboca abajo y ser incapaz de ponerse enpie, se movía para adoptar una posiciónque le permitiera atacar a su adversario.

Liadrin se dio cuenta de queLor’themar, el pánico dominó a Liadrinpor una fracción de segundo y perdió

totalmente el contacto con la Luz.El trol arremetió contra el forestal.

Lor’themar logró bloquear el golpe consu hacha cuando la punta de la lanza sehallaba ya a solo unos centímetros de suobjetivo. El mango de la lanza se hizoañicos y el forestal gritó de dolor encuanto las astillas de madera se leclavaron en el hombro. Entonces, lanzóun hachazo del revés y estuvo a punto dedecapitar al trol. La criatura se llevó lasmanos a la profunda herida que su rivalle había abierto en la garganta, de la quemanaba sangre a borbotones, y rodó decostado.

En ese instante, Dar’Khan. Las gotas

de sudor surcaban el rostro del mago,quien tenía los ojos cerrados y losdientes apretados, y cuyas venas delcuello y las sienes parecían estar a puntode estallar.

Si bien Zul’jin se había recuperadoya del ataque mental de Liadrin, fingióque seguía muy débil por solo unsegundo más, mientras evaluaba lasituación y repasaba con sumo cuidadosus opciones. Con una rapidez inusitada,agarró a Galell del pelo, lo apartó de unterrible empujón de la puerta y le hizo lazancadilla.

La puerta se abrió de maneraviolenta y unos cuantos trols entraron en

tropel. Tres de ellos rodearon aLor’themar y alzaron sus lanzas.

Zul’jin obligó a Galell a arrodillarsede un empujón, a la vez que aferraba conmás fuerza si cabe al sacerdote del peloy cogía impulso con el hacha parapropinarle el golpe letal…

Liadrin notó que esa sensación deque alguien estaba tirando de sus tripasiba en aumento, hasta que sintió que todasu esencia estaba siendo arrancada deese lugar en particular, del mundo.

Zul’jin blandió el hacha con todassus fuerzas justo cuando Galell sedesvanecía, de tal manera que la otramano del trol solo sujetaba el vacío

cuando la hoja hendió unas diminutaspartículas de luz que revoloteaban en elaire.

El líder trol se giró y la ira ardió ensus ojos mientras varios guerreros trolsmás entraban en avalancha en laestancia.

Llegaban demasiado tarde. Losprisioneros habían escapado.

CAPÍTULO DOS: CAEN LASSOMBRAS

Liadrin y Galell estaban sentados en

la cima de Agujas del Sol. Al sur,relucían las radiantes cúpulas y losmajestuosos y altísimos pináculos de laciudad de Lunargenta.

Pero lejos, en el horizonte, un fulgorresplandecía, su brillo rivalizaba con elresplandor del sol que se reflejaba en elMare Magnum. Un esplendoroso haz deluz atravesó las nubes, un rayo de laFuente del Sol: el magnífico corazón desu sociedad, la fuente que alimentabasus energías místicas, una fuenteaparentemente inagotable de poderarcano.

Era la Fuente del Sol la que hacíaque el reino elfo de Quel’Thalas pudiera

existir, era la Fuente del Sol la que hacíaposible que los elfos nobles pudieranvivir de ese modo. Sus energíasproporcionaban poder a los magos quehabían levantado ese reino y permitíaque se conjuraran muchos de loshechizos que utilizaban en su vidadiaria. Mientras la Fuente del Solexistiera, el futuro del pueblo de Liadrinparecía tan brillante como las radiantesenergías de la misma fuente sagrada.

Claro que el futuro no siempre habíasido tan prometedor para los elfosnobles. Miles de años atrás habían sidoexpulsados de su tierra natal deVallefresno por ser adeptos a la magia…

a una magia que había atraído laatención d ela demoníaca LegiónArdiente y había provocad la Guerra delos Ancestros.

No obstante, la magia se habíaconvertido en una parte fundamental ybásica de las vidas de los elfos nobles,como lo era comer o respirar. Sinembargo, acabaron rechazando lasviejas costumbres de sus hermanoskaldorei (la adoración de la luna y a ladiosa Elune) y decidieron idolatrar alsol. También viajaron hasta estas nuevastierras y se asentaron en un territorio quehabía pertenecido en su día a los trols,donde fundaron su reino, que defendían

de manera incansable.Y mira todo lo que hemos logrado,

pensó Liadrin mientras cerraba los ojos.Incluso ahora era capaz de notar cómo elcalor de la Fuente del Sol inundaba suser. La luz de esa fuente iluminaba todoslos momentos del día de los elfosnobles. Los bañaba con su luz, losalimentaba sin cesar.

Les permitía prosperar.Liadrin estaba tumbada boca arriba,

con una sonrisa relajad dibujada en surostro, mientras repasaba mentalmente laceremonia de ascenso a la que habíaacudido esa mañana. Recordó el aspectomagnífico que había tenido Lor’themar.

También se acordó de cómo el sumosacerdote Vandellor se había inclinadohacia ella para hacerle una confidencia:

—Es un joven excelente… seguroque hará muy afortunada a algunadamisela cuando llegue el momento.

Liadrin negó con la cabeza. Así eraVandellor, siempre velaba por losintereses de la sacerdotisa.

Tras el asesinato de sus padres, fueVandellor quien reunió el papel de supadre, así como el de su mentor en loscaminos de la Luz. Ambas funciones lashabía ejercido de manera excelente.

Aún así, Liadrin no quería que eseviejo elfo se inmiscuyera en su vida

romántica. Al fin y al cabo, talescuestiones nunca debían forzarse. Habíarespondido al comentario de Vandellorcon una sonrisilla y una mirada dereproche. Ante lo cual, el sumosacerdote había alzado ambas manos,con las palmas hacia fuera, en señal derendición, y se había vuelto a acomodaren su asiento.

A la izquierda de Vandellor, seencontraba el gran magíster Belo’vir,quien acababa de comentar lo bastantealto como para que Liadrin pudieraescucharlo:

—Por el mero hecho de que tú jamáshayas querido casarte, no tienes derecho

a insistir en que debe prometerse enmatrimonio.

—Bueno, yo nunca pude encontrar anadie capaz de soportarme —replicóVandellor—. Al menos, ella no tendráese problema.

Liadrin reprendió a ambos hombrescon delicadeza.

—Sois incorregibles. No me extrañaque nunca os casarais. Y ahora, porfavor, espero que tengáis la amabilidadde no seguir hablando sobre mí como sino estuviera presente.

El gran magíster se recostó, suspiróy masculló:

—No será de tu sangre, pero no cabe

duda de que se parece a ti.Liadrin contuvo una risita. Desde

que ella tenía uso de razón, amboshombres habían sido amigos. Habíancrecido juntos, habían libradoincontables batallas codo con codo y, enocasiones, a Liadrin le daba porespecular sobre en qué clase de líos sehabría metido cuando eran jóvenes.Ahora, en el otoño de sus vidas, lerecordaban más a una vieja pareja quediscutía continuamente que a ningunaotra cosa, lo cual siempre la hacía reír.

Mientras tanto, en la plaza, Sylvanashabía continuado con la ceremonia.

—Con este Fora’nal te nombro

Alar’annalas, señor forestal de losErrantes. La bondadosa gente de estereino puede descansar tranquila al saberque siempre estarás aquí paraprotegerlos, para defenderlos decualquier amenaza.

Remató sus palabras con un «belonobelore’dorei», que significaba «soportabien tus pesadas cargas, hijo del sol».

Incluso el rey Anasterian habíahecho acto de presencia brevementepara desearle a Lor’themar un éxitoprolongado. El rey parecía hallarse muyanima, a pesar de su débil salud, quehabía ido declinando de maneracontinuada en los últimos años. Liadrin

se maravilló ante su fino pelo, quellegaba casi hasta el suelo y brillaba conun blanco tan deslumbrante queprácticamente daba la sensación de querefulgía. Tras darle sus mejores deseos,el rey partió junto a un pequeño grupode consejeros vestidos con túnicas.

Si bien cabía la posibilidad de queLiadrin se equivocara, tuvo la sensaciónde que esos consejeros habían sidoportadores de malas noticias, pues creíahaber atisbado un gesto de preocupaciónen el semblante de Anasterian antes deque se lo llevaran con premura.

Entonces, había vuelto a centrar suatención en Dar’Khan también habían

estado presentes cuando había sidoascendido a capitán forestal. Pero estaceremonia era especial, al igual que loera su protagonista.

Quel’Thalas y, por tanto, los elfos sehabían visto obligados a participar en lacontienda.

Zul’jin, ni siquiera esos dragoneslegendarios infinitamente sabios yfuertes, pudieron superar el escudomágico (que recibía sus energías de laFuente del Sol, por supuesto) queprotegía la capital de los elfos.

Mientras el Pozo del Sol nosproteja, nuestro reino será invencible,pensó Liadrin con orgullo.

Gracias al apoyo de los ejércitos dela Alianza, Lor’themar y Sylvanashabían avanzado por el sur bajo elmando de Alleria, la extraordinariahermana de Sylvanas.

Eso provocó que el grueso de lasfuerzas de la Horda tuviera que dirigirseal oeste y abandonar el inútil asedio deLor’themar y los ejércitos de la Alianzapersiguieron a la Horda, mientrasSylvanas y su robusto contingente elfo sequedaban atrás para eliminar esaamenaza que aún permanecía allí.

El rey Anasterian vio entonces laoportunidad de cambiar para siempre elequilibrio de poder entre los elfos y los

trols. Con ese fin, envió a unos cuantosmagos y sacerdotes a ayudar a losforestales a detener y eliminar a lasfuerzas Amani que todavía quedaban enpie.

Liadrin fue asignada al pelotónliderado por Halduron Alasol. Ese día,el cielo se tiñó de color rojo sangre, elaire hedió a cenizas y fuego y lospulmones le ardieron por culta de esosdevastadores infiernos que engullían losbosques. Ese día, el destacamento deHalduron logró atrapar y capturar allegendario Zul’jin sin querer, de modoaccidental.

Como los incendios se habían

extendido de manera errática eimprevisible, Zul’jin y un puñado de suscamaradas se separaron del grueso delejército de sus hermanos Amani y sevieron empujados hacia la orilla dellago Darrowmere; no obstante, fueronincapaces de alcanzarlo por culpa de lasenormes columnas de fuego quedevoraban los árboles.

Halduron y sus forestales acabaroncon los camaradas de Zul’jin habíaperdido el contacto con el ejércitoAmani por culpa de esas terriblestormentas de fuego, Halduron se habíaalejado de las fuerzas de Sylvanas.

Como los exploradores fueron

incapaces de hallar un camino entre lasllamas, decidieron que los forestalestendrían que esperar. El destino deZul’jin se encontraba en manosúnicamente de Halduron, quien sehallaba agotado por la batalla yseparado del resto de las fuerzasaliadas.

Muchos de los forestales del pelotónde Halduron habían perdido compañeroso seres queridos por culpa de lassangrientas campañas de Zul’jin, por loque su furia no iba a poder ser aplacadafácilmente. Mientras el sol ibaabandonando el cielo, continuarongolpeándolo, cada vez más y más

violentamente, hasta que uno de loshombres de Halduron cogió un cuchilloy le arrancó el ojo derecho.

Al final, Liadrin tuvo que llevarse aHalduron a un rincón.

—Aunque soy consciente de que nohas buscado mi consejo en este asunto,he de señalar que considero inútilproseguir con este tormento. Si vamos amatarlo, acabemos ya de una vez con él.La tortura siempre deja un saboramargo.

Halduron suspiró.—Yo no debo tomar ese tipo de

decisiones.Liadrin entendía el razonamiento del

forestal, pero ahí había más de lo queparecía a simple vista, había algo en sucomportamiento que revelaba queactuaba impulsado por unasmotivaciones que no estaba dispuesto acompartir.

Mientras Liadrin cavilaba, unasombra planeó sobre el rostro deHalduron. Acto seguido, una lanza demadera fue a clavarse en el costadoizquierdo del teniente. Los refuerzos deZul’Aman habían hallado un camino porel que cruzar el lago y habían tomadoposiciones en esas estructurasdesmoronadas que les brindabanprotección. Mientras Halduron

recuperaba el equilibrio, Liadrin leextrajo el resto de la lanza y logrócanalizar la luz suficiente como para queel forestal pudiera sanarse y preparar elcontraataque. Halduron reunió a supelotón, con el fin de peinar elperímetro y acabar con sus atacantes.

Liadrin los acompañó. Pronto,descubrieron que esa fuerza de asaltoera muy reducida y estaba dispersa; soloeran un puñado de trols que habíanlogrado atravesar las llamas. Paracuando llegó la medianoche, habíandado buena cuenta de todos susadversarios. Sin embargo, al regresar alas ruinas, Liadrin se topó con algo que

quedaría grabado a fuego en sumemoria.

Un extremo de la cadena seguíasujeto a la columna de piedra, pero elotro, que se encontraba en el suelo ycuyo extremo acababa en un grillete,seguía atado al brazo de Zul’jin, quehabía sido cortado justo a la altura delhombro. También había desaparecido lalanza que Liadrin le había arrancado aHalduron del torso. Asimismo, una grancantidad de sangre empapaba el suelo enun radio muy amplio.

De ese modo, el infame Zul’jin seconvertiría en un lema habitual entre losAmani.

No obstante, a pesar de suimportancia para la Horda, el viejo troldesapareció por completo. Habíapasado más de una década y Liadrin sepreguntaba si Zul’jin seguiría vivo o no.

En ese instante, abandonó suensimismamiento y disfrutó de la calidezdel sol que acariciaba su rostro, a la vezque dejaba de contemplar la distanteFuente del Sol y decidía posar la miradasobre esas ajetreadas calles, donde unosniños corrían de aquí para allá riendomientras unos ciudadanos realizaban sustareas dianas con determinación. Lacalma y la paz dominaban en el reino, locual, si uno creía en los rumores,

contrastaba tremendamente con lo muchoque estaban sufriendo los humanos.

En las últimas semanas, habíancorrido rumores por Lunargenta de quese había desatado una plaga de no-muertos, una epidemia que habíaarrasado aldeas enteras y cuyas víctimasresucitaban como cadávereshambrientos y agresivos decididos asembrar el caos y provocar masacres.

Se estremeció al pensar en esashistorias sobre muertos que atacaban asus parientes vivos. Incluso serumoreaba que habían tenido quesacrificar una ciudad entera (¿Cómo sellamaba? ¿Stratholme?), que habían

tenido que masacrarla para contener laepidemia. Todo resultaba realmenteaterrador, lo cual le hacía sentir aún mássana y salva en la Tierra de laPrimavera Eterna de los elfos y dabaaún más razones a su gente parapermanecer alejados de los humanos.

Miró a Galell, quien no estabaobservando nada en particular. Sepreguntaba en qué estaría pensando esejoven, que había dejado de ser un meroaprendiz para convertirse en unsacerdote querido y muy respetado. Lapropia Liadrin (aunque intentórecordarse a sí misma que no debíamostrarse demasiado orgullosa de ello)

había tenido mucho que ver con su granprogresión. Galell le había dicho enmuchas ocasiones que nunca podríaagradecérselo como era debido… y entodas esas ocasiones, ella le habíarecordado gentilmente que no hacia faltaque lo hiciera. Después de todo, graciasa él, había podido sobrevivir ese día enque acabaron encerrados en un esconditetrol.

A veces, todavía se preguntaba cómohabía logrado Galell deshacerse de susataduras. Siempre que se lo preguntaba,él se limitaba a sonreír y responder: «Sino te ocultara algún secreto, nuestrarelación no tendría ninguna gracia,

¿eh?». Y la reacción de Liadrin siempreera la misma: sonreía mientras negabacon la cabeza.

Hubo alguna que otra ocasión en laque Liadrin intuyó que el jovensacerdote sentía algo por ella. Sinembargo, a ella le resultaba imposibleconsiderarlo algo más que una versiónjoven de sí misma…, no, esacomparación era injusta… No le eraposible considerarlo algo más que unhermano pequeño, por lo cual surelación no podía ir mucho más lejos.Sospechaba que Galell era conscientede lo que ella opinaba al respecto, poresa razón nunca hablaban sobre el tema.

—¿Es una reunión privada, o puedounirme a vosotros?

Liadrin alzó la mirada y unaafectuosa sonrisa se dibujó en su rostroal ver a Lor’themar.

—¿Todo un Alar’annalas mepregunta si puedo disfrutar de sucompañía? —replicó Liadrin, quien sepuso en pie para darle un abrazo alforestal justo cuando alguien hizo uncomentario desde la puerta.

—Yo he hecho mucho por él paraque llegue tan alto. ¡No creáis que haalcanzado tanta notoriedad por sí solo!

Dar’Khan se reía de cosas que soloél sabía o que solo a él le hacían gracia.

—Como que tú no has sido siempremuy ambicioso —replicó Lor’themar sesentó—. Dar Khan ha estado estudiandodetenidamente las defensas de nuestraciudad…

—Esa es una información quepretendo utilizar de un modo juicioso, oslo aseguro —afirmó el mago al mismotiempo que tomaba asiento—. Si laSegunda Guerra nos enseñó algo, es quenuestras defensas no son infalibles Enmi opinión, Lor’themar ya conoce cuálesson sus debilidades… pero creo quenecesitaremos el apoyo de alguien queno sea un militar para que la Asambleaabra los ojos en esta manera.

—Lo cual aprovechará parapostularle como el candidato ideal agran magíster —sugirió Galell.

A Dar’Khan le centellearonfugazmente esos ojos verdeazulados quetenía, al mismo tiempo que lanzaba unamirada teñida de reproche al jovensacerdote. Resultó evidente que tuvo quehacer un gran esfuerzo para respondercon un tono de voz sereno.

—Ese es un cargo que debería haberocupado hace mucho. ¿Acaso es unpecado ansiar que a uno le reconozcansus logros?

La mirada del mago dejó de ser tandura en cuanto llegaron las bebidas para

los ahí presentes.Liadrin reflexionó acerca de lo

envidioso que parecía haberse vueltoZul’jin. Liadrin se preguntaba hasta quépunto le habían reconcomido por dentrotodos esos años plagados deresentimiento.

—Aunque lo más importante de todoes proteger la Fuente del Sol, porsupuesto —concluyó Dar*Khan, cuyamirada se dirigió rápidamente haciaLor’themar.

—Esa es una gran verdad —admitióel señor forestal.

Entonces, reinó un silencio que teprolongo hasta que Liadrin decidió

romperlo.—Recuerdo que, cuando nos

capturaron los trols, pensé que quizáDar’Khan, ya que las siguientespalabras iban dirigidas especialmente aél. —Debemos sentirnos agradecidospor lo que tenemos. Debemos dar lasgracias por las vidas que vivimos, porla paz que disfrutamos.

—Sí, y también debemos dar lasgracias por poder contar unos con otros—apostilló Lor’themar—. Seguimosvivos porque permanecimos juntos. Nodebemos olvidar que somos tan fuertesporque permanecemos unidos.

—En efecto. —Liadrin se incorporó

mucho más animada—. Brindemos porel bendito fulgor de la Fuente del Sol.¡Por la Luz! Y, por ti, Lor’themar, porsupuesto. Felicidades por tu ascenso.Pero sobre todo, brindemos pormantenemos siempre unidos… O todos oninguno.

Liadrin alzó su copa y se preguntó sisus palabras habrían llegado muy hondoa Dar’Khan; sin embargo, el magomantuvo un gesto inescrutable cuandolevantó su propio cáliz.

El resto se sumó al brindis y tresvoces replicaron al unísono:

—O todos o ninguno.

La vida les sonreía. La serenidad yla paz reinaban en la ciudad.

Pero eso no iba a durar.Liadrin se encontraba sobre el

adarve de las puertas interiores deLunargenta, observando nerviosamenteel avance torpe, pesado y decidido delos no-muertos, preguntándose cómo ypor qué su pueblo volvía a hallarse entrela espada y la pared. A unos metros a suizquierda se hallaba Vandellor, quien lelanzó una mirada fugaz y reconfortante.

La peste se había extendido de talforma que los humanos no eran capacesde contenerla. Y lo más perturbador detodo era que el propio rey de Lordaeron,

Terenas Menethil II, había muerto. Serumoreaba que lo había asesinado supropio hijo, ni más ni menos. Ahora, lasciudades humanas no eran más que unmontón de ruinas (la misma capitalhabía quedado reducida a escombros) yel torvo espectro de la muerte avanzabaamenazadoramente hacia las murallas delos elfos.

Una fuerza maléfica guiaba losmovimientos de esos ejércitos decadáveres. Liadrin se preguntódistraídamente si esa figura distantemontada a caballo sena su amo. Esasilueta recortada ante el ciclo abrasadorse hallaba en la cresta de una montaña

muy alta sobre la que permanecíatotalmente inmóvil, aunque su capa y supelo espectralmente blanco sí se movíanmecidos por el viento. A su alrededoravanzaban los no-muertos en tropel,coronando la cima como si fuera unaúnica ola implacable e inagotable.

Un abrumador hedor a podrido habíaprecedido la llegada de ese ejército deno-muertos; era la pestilencia propia deun matadero de una necrópolis, de losmuertos putrefactos. A pesar de que loselfos apenas habían tenido tiempo paraprepararse. Liadrin halló consuelo alpensar que sus defensas mágicas eranimpenetrables. Se dijo a sí misma que

todo iría bien al mismo tiempo quebajaba su mirada hacía esa grotescamuchedumbre que se agolpaba alláabajo.

Unos necrófagos, que avanzabanarrastrando los pies y estaban tandescompuestos que habían perdidocualquier semejanza con un ser humano,conformaban la vanguardia enemigaTras esos cadáveres putrefactos,marchaban de un modo caótico unosesqueletos con armadura. Entre estos,caminaban unas abominacionesdescomunales, del tamaño de un ogro,que hacían estremecerse a la tierramientras progresaban lentamente y

blandían ganchos, cadenas y guadañasmanchados de sangre. Esasmonstruosidades horrendas parecíanhaber sido creadas uniendo retales dediferentes cadáveres; algunos de ellosincluso poseían unas extremidadesañadidas que se agitaban ante sushinchados torsos. Muchos de ellosdejaban un rastro de víscerassanguinolentas que caían de unasenormes heridas abiertas en sus cuerpos.

Entre esas aberraciones, habíaalgunas seres que todavía parecíanhumanos; muchos de ellos eran ancianosdemacrados ataviados con largastúnicas, que portaban bastones y

llevaban sobre la coronilla algunacalavera de animal a modo de adorno;esos seres, que practicaban una magiaatroz y manipulaban la vida y la muertede manera macabra a su antojo, erannigromantes. En ese instante, Liadrincaptó cierto movimiento en elhorizonte… y divisó algo másrepugnante que esas atrocidadesgrotescas que portaban cadenas. Esosengendros se asemejaban a unas arañascolosales. Liadrin recordó entonceshistorias que había oído contar sobre losaqir, una raza de insectos inteligenteshacía mucho tiempo olvidada, cuyosancestros habían poblado esas mismas

tierras en el pasado, antes de que lostrols los expulsaran hace milenios. Sibien el imperio aqiri ya no existía, cabíala posibilidad de que algunossupervivientes de esa raza hubieransobrevivido escondidos en los rinconesmás remotos del mundo.

De repente, una voz rasgó el aire yresonó con claridad, como si su dueñose hallara a solo unos metros dedistancia. Liadrin supo enseguida quepertenecía a esa misteriosa figuramontada a caballo. Fue un bramidoestentóreo, áspero y frío, en el quetodavía podían detectarse leves trazasde humanidad.

—El reloj de arena se vacía. Bajadvuestras defensas. Si me permitísacceder a la Fuente del Sol. osrecompensaré con la servidumbreeterna. Si os negáis… no solo acabarécon vuestras vidas, sino también con lasde aquellos que amáis, con las devuestros padres e hijos, de modo que noquedará nadie para llorar vuestramuerte.

Aunque los ecos de su voz seprolongaron varios segundos, supropuesta solo recibió el silencio porrespuesta.

Liadrin miró a Vandellor en busca decierto consuelo, pero el viejo sacerdote

parecía concentrado en evaluar a lamultitud congregada ahí abajo. Más alláde él. Cerca de la torre de guardiaoccidental, se hallaba el gran magísterBelo’vir, con los brazos cruzados yaparentemente imperturbable, pensófugazmente en Galell quien se habíapresentado voluntario para ayudar areunir a todos los niños de la ciudad porsi al final había que evacuarlos.

Solo por precaución, por supuesto,se recordó Liadrin a si misma, quienaferró su bastón con más firmeza si cabeal echar la vista atrás para contemplar laPlaza Alalcón. La plaza, quenormalmente bullía de vida, se hallaba

espeluznantemente vacía. Acto seguido,volvió a posar su mirada sobre elejército reunido ahí fuera. Seguramente,esas fuerzas repugnantes no suponíanuna verdadera amenaza. Al fin y al cabo,si ni siquiera los dragones rojos habíansido capaces de penetrar sus defensas enel pasado, ¿cómo iba a hacerlo unamuchedumbre de cadáveres animadossin mente?

Bajo la guía del rey Anasterian ycon el poder de la Fuente del Sol anuestro alcance, seguramentepodremos repeler cualquier ataque.

Aún así, había algo que noencajaba… Si ese señor d ela guerra de

pelo blanco de esa cima poseyera deverdad el poder necesario como paraentrar en su ciudad, ya había irrumpidoen ella. ¿A qué venían entonces esasfanfarronerías? Era como si estuvieraaguardando a algo, haciendo tiempo…

Esperando una señal.

En cuanto An’telas. Eso significabaque la magia que debería haber ocultadoese templo al aire libre había sidoanulada. Además, los guardianes quetenían que haber estado apostados juntoa sus columnas parecían haberseesfumado.

Ordenó a sus forestales que sedesplegaran y exploraran la zona. Suteniente, Ry’el, transmitió la orden.

El pelotón de An’telas.La zona que circundaba el templo

estaba repleta de huellas y los árboles yla maleza próximos habían sidoapartados por lo que debía de ser unafuerza de tamaño considerableprocedente del oeste, pero lo másllamativo de todo era la hierbaquemada, las plantas marchitas y latierra devastada que marcaba el caminoque habían seguido los intrusos.Lor’themar no estaba seguro de quepodría haber causado exactamente esa

devastación tan extraña, pero no perdióel tiempo especulando.

Temía que el factor tiempo fueravital, sobre todo si…

Mientras bajaba de la cima, eltejado del templo quedo a la vista, demodo que pudo divisar el altar quehabía dentro.

Vio que había sido reducido aescombros.

A Lor’themar se le aceleró elcorazón: el cristal lunar incrustado en elaltar había desaparecido. Se lo habíanllevado. Pero ¿cómo? ¿Quién? ¿Acasolo habían robado algunos buscadores detesoros? ¿O lo había sustraído ese

ejército que marchaba hacia el nortecuyo avance había percibido?

An’telas había sido erigida en mediode una intersección de líneas ley, unoscanales de inmenso poder mágico quediscurrían por las entrañas de la mismatierra, Ese puesto avanzado se habíaconstruido sobre una convergencia notan importante como la Fuente del Sol.ya que esta fuente sagrada había sidolevantada justo encima de undescomunal cruce de canales de energíaarcana.

En An’telas, incrustado en ese altarahora destrozado, se había hallado hastaentonces uno de los tres cristales

lunares. Según la leyenda, el cristal quese guardaba ahí había sido extraído delOjo Esmeralda de Jenna la cuando elmundo aún era joven.

Había otros dos cristales más;ambos se encontraban enclaustrados enotros templos levantados en otrasintersecciones de líneas ley: uno era untrozo de la Piedra Ametista deHannalee; el otro, un fragmento delCuerpo de Zafiro de Enulaia.

Esos tres cristales, cargados deenergía gracias a las lineas ley,transmitían las arcanas energías de latierra a la red mágica que protegíaLunargenta. Ese domo de energía era

conocido por los elfos comoBan’dinoriel: el Guardián de la Puerta.Se trataba de una barrera defensiva deun poder inconmensurable que hacíapalidecer por comparación a las piedrasrúnicas, que alimentaban el campoexterior de atenuación; un campo quesolo permitía utilizar la magia élfica.

Pero ahora, uno de esos cristaleshabía desaparecido. A pesar de queLor’themar se aproximó a losescombros y los revisóconcienzudamente, la piedra no aparecíapor ningún lado. Salió del templo y searrodillo sobre el suelo del bosque.

Había unas marcas muy profundas en

ese terreno quemado; se trataba de unconjunto muy variado de huellas que nose parecían a nada que Lor’themarhubiera visto antes. Y ese olor… esapestilencia a osario que le revolvía auno las tripas e impregnaba toda lazona…

Ry’el regresó y afirmó que no habíahallado ni rastro de los guardianes ni deningún enemigo.

Lor’themar consideraba que no sepodían permitir el lujo de retroceder, nosi su reino estaba en peligro.

Mientras cabalgaba raudo y veloz,una sene de pensamientos dieron vueltaspor su cabeza a la misma velocidad. Si

esos tipos que habían asaltado el templopertenecían a ese ejército, ¿con qué finhabían robado los cristales? En teoría,quizá fuera posible acabar con elGuardián de la Pueda con el poder deesos objetos, esa era una de lasdebilidades de su sistema defensivo queLor’themar, pero tal y como le habíadicho al mago en su momento…

Por el mero hecho de arrancar loscristales de su sitio, la barrera no iba acolapsarse de inmediato. Si bien el robode estas reliquias mágicas provocaríaque el escudo fuera menguando depotencia con el paso del tiempo, losmagos de Lunargenta eran más que

capaces de canalizar las energías de laFuente del Sol para mantener levantadassus defensas. En realidad, usaban loscristales porque era más conveniente ymucho más eficaz que obligar a losmagos a canalizar esa magia todo el día.

No obstante, había otra posibilidadremota de superar sus defensas.Consistía en revertir el flujo de energíade los cristales, lo cual provocaría unasobrecarga que podría hacer que labarrera se viniera abajo. Pero tal hazañarequeriría contar con una fuente deenergía de una potencia inconcebible.

Lor’themar aceleró el paso, pues noquería correr ningún riesgo… pero no

solo por eso, sino porque unosdescorazonadores malos augurios sehabían adueñado de lo más hondo de suser, por unos pensamientos que habríapreferido no tener y que le estabanreconcomiendo por dentro.

En todos los años que habían pasadodesde el descubrimiento de esasintersecciones, ningún enemigo exteriorhabía descubierto jamás la existencia delos templos ni de los cristales quealbergaban en su interior, ni siquiera lostrols. Ese secreto lo conocíanúnicamente los elfos nobles. Sin dudaalguna, ninguno de ellos se habríaatrevido a traicionar a su raza, aunque lo

hubieran capturado y torturado, como lehabía ocurrido a él. Sin lugar a dudas,ninguno de los suyos seria capaz deponer en peligro todo lo que habíanconstruido y defendido con tanto ahínco.

Esos malos augurios setransformaron entonces en una tremendasensación de premura. El señor forestalordenó a sus hombres que comerán almáximo.

Cuando el sol del mediodía alcanzósu cénit, la hedionda podredumbre queprocedía del otro lado de las murallasera ya insoportable.

Un mar turbulento de horrendasmonstruosidades se extendía anteLiadrin. Ahí no había ninguna formacióndiscernible, pues no parecían tenerningún interés en organizar sus fuerzasde algún modo estratégico, sino quelodo lo fiaban a acercarse lo másposible a la muralla en tropel, ya quesus tropas eran innumerables. Laavalancha de cadáveres que coronabanla cresta de la montaña había idomenguando hasta convertirse en un merogoteo constante. Liadrin pudocomprobar que el terreno que eseejército había atravesado hace pocotenía ahora un color repugnante, mezcla

de negro y púrpura, que, literalmente,parecía una cicatriz.

La hierba, el suelo, la piedra…nada es inmune a esta peste, reflexionóLiadrin sombríamente.

Entonces, divisó movimiento en lacima de la montaña y pudo distinguirunos carros con ruedas empujados porunos cadáveres putrefactos, en los quetransportaban montones de… algo; lasacerdotisa fue incapaz de discernir quéera eso en concreto. Los carros sedetuvieron en la cima y entonces pudocomprobar que eran catapultas. Algunoscadáveres arrastraron esos montones decosas inidentificables hasta esas

máquinas de asedio para utilizarloscomo munición.

En ese instante, una de las criaturasnecrófagas de allá abajo se acercódemasiado a la muralla y rebotó alestrellarse contra la barrera defensivainvisible. En otras circunstancias, laestúpida expresión que se dibujó en lacara de esa criatura quizá hubieraresultado cómica. El engendro setrastabillo hacia atrás y cayó, perdiendola parte inferior del brazo derecho en lacaída. Entonces, hizo algo que era almismo tiempo absurdo yextremadamente enervante; ese engendrocogió la extremidad que había perdido

con la mano izquierda y se dispuso amordisquearla.

Mientras Liadrin reprimía unaoleada de náuseas, la voz de esamisteriosa figura montada a caballo, esavoz tan gélida como un frío viento capazde helarte hasta los huesos, resonó unavez más.

—No sobrestiméis vuestro poder. ¡Yno subestiméis el mío! ¡He sobrevividoa pesadillas inimaginables! He viajadohasta los confines del mundo y herenunciado a todo cuanto quería. Nopenséis ni por un momento que vuestrasmurallas doradas me disuadirán. ¡Soy elheraldo del apocalipsis, el portador de

la destrucción; el Matarreyes! Os lovuelvo a repetir, bajad vuestrasdefensas.

Es él, pensó Liadrin. Arthas, elpríncipe caído que asesinó a su rey, a supadre. Arthas, quien ya no era unhombre, sino un monstruo. De repente, lainquietud la dominó, pues conocía al finla identidad de su enemigo y sabía queeste había traído la calamidad a supropio pueblo. Entonces, decidiórecurrir al poder del cristal colocadosobre el extremo superior de su bastónpara poder concentrarse, para poderdesterrar todas las dudas que plagabansu mente y para poder cenarse en el

problema que ahora tenía entre manos.Cerca de la puerta interior se oyó al

gran magíster Belo’vir responder con untono de voz imperativo propio de unbarítono.

Infinidad de ejércitos han holladoeste mismo suelo y han lanzado lasmismas baladronadas que tú —vociferó,con un tono que una tremenda confianzaa la vez que resultaba un tanto burlón—.¡Cómo puedes ver con claridad, todosfracasaron a pesar de sus ímprobosesfuerzos! ¡Y tú hoy no vas a tener mássuerte! ¡Ese ejército sin mente quecomandas estaría mejor si hubierapermanecido muerto!

El jinete respondió inmediatamentecon una fría bravata:

—Ciertamente, conozco a alguienque hubiera deseado que eso fuera así.Alguien al que todos admirabais…

El jinete obligó a su caballo a girar.—Acércate —ordenó.Las aberraciones que se hallaban

más cerca de él se apartaron y una figuraflotó a través del espacio que dejaron. Apesar de la lejanía. Liadrin pudodiscernir que era una mujer de su propiaraza…

Por un segundo, esa mujer guardó undesafiante silencio. Entonces, la figuramontada a caballo hizo un leve gesto. La

mujer se retorció y contorsionó, echó lacabeza hacia atrás… y gritó.

Liadrin soltó su bastón para poderllevarse las manos a los oídos y, durantevanos segundos, mientras ese chillidoduró, fue incapaz de moverse y apenaspudo respirar. Cuando ese aullido seapagó, la sacerdotisa no estuvo siquierasegura de si había acabado o no, ya quetodavía resonaba en sus oídos esechillido capaz de perforarle lostímpanos. Intentó sobreponerse al mareosubsiguiente mientras esa espantosamujer hablaba; su voz sonó amplificada,tal y como lo había hecho La del jinetenegro que la controlaba.

—Haced… lo que dice. Si…obedecéis, será… misericordioso.

Liadrin oyó entonces que alguienrespiraba hondo a su izquierda. EraVandellor, quien negaba con la cabeza,pues era incapaz de aceptar la verdadque acababa de descubrir, al mismotiempo que decía:

—Esa voz… se parece a la de…La desesperación se adueñó del

semblante del anciano, a la vez queintentaba distinguir con más claridad esafigura. Liadrin supo inmediatamente quéquería decir. Conocía perfectamente esavoz. Era la voz de alguien que habíahalagado a Lor’themar en la ceremonia

de ascenso, era la voz de alguien a quienlos elfos habían considerado una lídervaliosa, respetada y querida.

Era la voz de Sylvanas Brisaveloz.An’daroth.Al forestal se le partió el corazón al

ver un montón de cadáveresdesperdigados entre las ruinas. Al igualque en An’telas, aquí los guardianesyacían muertos a plena vista.

Sin ningún género de dudas, loscorazones de esos elfos caídos ya nolatían: su sangre impregnaba losescombros dispersos y unos agujerosenormes y profundos se abrían en suspechos, gargantas y espaldas. Aun así,

Ry’el ordenó a los demás que hicieranlo mismo.

El segundo cuerpo que el señorforestal examinó tampoco tenía pulso, aligual que el primero. Los ojos de Ry’elle confirmó que el resto de los guardiascaídos también estaban muertos.

Lor’themar entornó los ojos y divisó unas sombras que emergían delbosque, a espaldas de sus soldados. Ensolo una fracción de segundo, sosteníasu largo arco en sus manos, en el que yahabía colocado una flecha y cuya cuerdahabía tensado tanto que las plumas delastil le acariciaron la mejilla. La luz delsol que se filtraba por el follaje reveló

que sus armaduras y sus facciones eranélficas; sí, eran los guardianes deAn’telas. Aliviado, el señor forestalbajó su arco.

Ry’el se volvió en cuanto esos elfossalieron del bosque, Lor’themar sepercató de que habían sufrido unasheridas espantosas. Al elfo queencabezaba ese grupo le faltaba casitodo el brazo izquierdo y gran parte delcráneo de modo que su larga melenarubia solo pendía de un lado de sucabeza, ya que en el otro lado solo habíauna gruesa costra de sangre seca. Losdemás habían sufrido unas heridasigualmente atroces; de hecho, resultaba

increíble que aún fueran capaces deandar. No obstante, había algo más, algoterriblemente inquietante en la maneraque avanzaban lánguidamente ensilencio. Sus rostros eran totalmenteinexpresivos. No mostraban ningúnalivio por haberse encontrado con suscompañeros elfos, ni siquieraevidenciaban el porte sombrío deaquellos que acaban de participar en unabatalla y han terminado agotados.¿Acaso se hallaban conmocionados?

En cuanto Ry’el se les aproximó, elprimero de los guardianes alzó suespada y, sin inmutarse lo más mínimo,decapitó al teniente. Al instante, el resto

de los guardianes arremetieron contralos forestales, quienes, presa de laincredulidad, se quedaron paralizadosmomentáneamente, al igual que el propioLor’themar.

Poco a poco, el señor forestal fueasimilando que los guardianes queestaban atacando a sus hombres estabanrealmente muertos. Habían fallecido y,de algún modo, habían vuelto a lavida… con la intención de matarlostanto a sus hombres como a él.Lor’themar intentó superar sudesconcierto para poder reaccionar,pero en cuanto desenvainó su espada, elcentinela cuyo pulso había comprobado

solo unos segundos antes (ese centinelaque estaba muerto, sin lugar a dudas) selevantó silenciosamente y se puso de piea su espalda.

Liadrin y Vandellor intentabanrecuperarse del sobresalto que se habíanllevado al haber visto a SylvanasBrisaveloz, una amada matriarca de supueblo, convertida en un mero títeredesprovisto de vida cuyos hilosmanejaba ese príncipe caído. Vandellorse encontraba visiblemente afectado.

—Por la luz… Sylvanas. ¿Cómopuede ser? —masculló lo bastante alto

como para que Liadrin pudieraescucharlo.

El gran magíster Belo’virpermaneció en silencio. La sombra deuna tremenda tristeza planeaba sobre él.Liadrin notó que una diminuta grieta deincertidumbre se extendía por loscimientos de su fe.

Si la misma general forestal habíacaído ante este enemigo, ¿de qué másserían capaces esos nuevos adversarios?Cuando Liadrin pisó por primera vez eladarve, hizo gala de una confianzainquebrantable, pero ahora…

Justo entonces, un fogonazo de luzámbar estalló en el cielo.

Todos elevaron la cabeza hacia elfirmamento. Liadrin se giro. Ese rayosolar había surgido del norte, que sehallaba a sus espaldas, del lugar dondese encontraba la Fuente del Sol. Laexplosión se disipó. En la lejanía, eljinete negro se volvió hacia losmiembros más cercanos de esaabominable muchedumbre. Actoseguido, una de esas criaturas le entregoun objeto cubierto con una tela oscura.

El príncipe caldo espoleó a sucaballo para que descendiera de esacima. Su pelo y su capa ondearon alviento mientras esas monstruosidades seapartaban ante él. Enseguida, se halló en

una elevación próxima y Liadrin pudoverlo con más claridad; comprobó quesu montura era, en realidad, un corcelputrefacto, esquelético y provisto decuernos, cuyos ojos ardían y cuyaspezuñas refulgían. El expríncipe Arthaspor su parte, a pesar de su palidez y dehallarse un tanto demacrado, podríahaber pasado por un ser humano.

En ese instante, el líder enemigo sevolvió para que todos pudierancontemplar el objeto que sostenía en lamano derecha Súbitamente, habló con suatronadora voz glacial.

—¡Ciudadanos de Lunargenta! Os hedado múltiples oportunidades de

rendiros, que habéis rechazadotozudamente.

Entonces, apartó la tela que cubríaaquel objeto y lo sostuvo en alto: setrataba de tres cristales unidos, queconformaban una piedra más grande.

Vandellor profirió un grito ahogadoy Belo’vir dijo de repente:

—Son los cristales lunares. ¿Cómoes posible?

Esas gemas ardieron allá abajo conun intenso fuego en su interior cuando eljinete proclamó:

—¡Debéis saber que hoy todavuestra raza y todo vuestro pasado seráborrado de la faz de la Tierra! ¡La

misma Muerte ha venido a reclamar elnoble hogar de los elfos para si!

Una luz multicolor estalló en unfogonazo cegador La muralla que seencontraba a los pies de Liadrin tembló,a la vez que unas líneas de fuegorecorrieron la Tierra. Allá en lo alto, lamisma esencia de la barrera defensivade los elfos se vino abajo en cuanto unanillo incandescente se extendió, comouna onda en un estanque, a través de eseescudo invisible acompañado de unrugido ensordecedor. Unas cascadasdeslumbrantes de energía ondularon antesus ojos hasta desaparecer. En solo unossegundos, la mayor defensa de los elfos

nobles, el Guardián de la Puerta, habíacaído.

Belo’vir se volvió y bramó:—¡Arqueros, ocupad vuestras

posiciones en la muralla! ¡Preparad losdracohalcones!

A continuación, se giro hacia elmagíster más cercano.

—¡Avisa a la Asamblea de queBan’dinoriel ha caído, de que hay que aizar la barrera de nuevo! ¡Deprisa!

El magíster asintió, se transformó enuna luz deslumbrante y se desvaneció.

Los arqueros elfos ocuparon entropel el adarve, al mismo tiempo que lagrotesca turbamulta de aberraciones del

otro lado se acercaba como unaavalancha. La vanguardia de cadáveresputrefactos logró subir a la muralla porla que treparon a gran velocidad,mientras otros cuantos miembros de eseejército cavaban frenéticamente pordebajo de esta construcción, Belo’viralzó ambas manos, como si estuvierasujetando una copa invisible entre ellasy, al instante, una turbulenta bola defuego se formó ante él Los magosposicionados a lo largo del adarvehicieron lo mismo y generaron una seriede orbes ardientes. En solo unossegundos, las llamas se aplanaron yextendieron, creando un lazo de fuego

que cubría toda la muralla a lo largo.Belo’vir y el resto de magos bajaron

las manos y, de inmediato, las llamasdescendieron por la muralla como undescomunal tapiz ardiente, que incineróa toda la vanguardia del ejército de no-muertos.

En esos instantes, centenares dearqueros se agolpaban en la plazaAlalcón y en el bazar al este. En cuantoBelo’vir dio la orden, los arqueros deallá abajo, así como los de la muralla,colocaron sus flechas en sus arcos yestiraron sus cuerdas al unísono. El granmagíster elevó una mano y, acto seguido,la bajó. Los arqueros dispararon y el

silbido de un millar de veloces flechasrasgó el aire. Una andanada queoscureció el cielo sobrevoló la cabezade Liadrin y cayó sobre la multitudcongregada ahí fuera, atravesandoextremidades, torsos y cráneos… sinembargo, dio la impresión de que esosproyectiles eran como meras gotas delluvia para casi todas esasmonstruosidades de pesadilla, pues,lamentablemente, ni una sola de esascriaturas mordió el polvo.

El príncipe caído se volvió haciaSylvanas e hizo un leve gesto.

Belo’vir suspiró profundamente.—Hay que variar de estrategia…

ordenad a los arqueros que prendanfuego a sus…

El chillido ensordecedor queprofirió a continuación la exgeneralforestal obligó a Liadrin y Vandellor aarrodillarse y a Belo’vir a taparse losoídos. Un silencio sepulcral reinó acontinuación, que fue aprovechado paraque las catapultas situadas a lo largo dela cresta de la de la montaña lanzaransus proyectiles de carne y hueso. Alinstante, un amasijo de extraños objetosdeformes impacto contra la muralla. Unode ellos golpeó a un arquero situadocerca de Liadrin, provocando su caída.Liadrin se horrorizó al comprobar que el

proyectil, que había aterrizado sobre lapasarela, era una cabeza decapitada,cuyos ojos velados contemplabanfijamente la nada, cuyas horripilantesfacciones estaban congeladas en el gestode estupefacción que aquel hombrehabía esbozado en sus últimos instantesde vida, Era un elfo; sin duda alguna,uno de los forestales de Sylvanas.

Liadrin escrutó la muralla y elterreno situado allá abajo, donde pudover un amasijo de trozos de cuerpos,órganos y sangre que habían sidolanzados desde las catapultas a modo deproyectiles. Como no había duda de queese conjunto de extremidades, vísceras y

torsos no iba a hacer ningún dañoestructural a la muralla, dio por sentadoque ese ataque buscaba únicamentedesmoralizar y aterrorizar a sus rivales,destrozarlos psicológicamente.

Pues no va a funcionar.Entonces, Liadrin, cuyo mundo

todavía se hallaba sumido en unamortaja de silencio, decidió coger subastón con ambas manos y fijó la vistaen el horizonte.

Unas criaturas gigantescas querecordaban a unos murciélagos ocuparonel cielo por entero, a la vez que eseejército de no-muertos arremetía entropel contra la muralla. Súbitamente,

unas enormes sombras planearonfugazmente por encima de Liadrin, quienalzó la mirada y vio a decenas y decenasde jinetes de dracohalcones que volabana gran velocidad dispuestos a entablarbatalla.

En solo unos segundos losdracohalcones se abalanzaron sobreesas pesadillas con alas y entablaron unespectacular combate aéreo, utilizandosus alas como armas, hicieron cabriolasen el aire y chocaron con susadversarios.

Los cadáveres volvieron a treparpor la muralla mientras muchos máscontinuaban cavando allá abajo y una

turbamulta de abominaciones horrendasarremetía contra la puerta principal.Liadrin miró a ambos lados y lo únicoque pudo ver fue a un mar de enemigos;una marea realmente sobrecogedora fueconsciente en ese instante de que loselfos no podrían defender como eradebido toda la muralla ni todas laspuertas.

El pánico la dominó y tuvo queconcentrarse para recobrar lacompostura Intentó contactar con la Luzpara poder sanar a esos jinetes dedracohalcones heridos que se veíansuperados en número. Vandellor, quienjusto acababa de empezar a hacer lo

mismo, tenía dibujado en su rostro ungesto de gran concentración y ambosbrazos estirados, así como las manosenvueltas en un tenue fulgor. De repente,unos haces de luz, que parecían habersurgido de la nada, alcanzaron a losjinetes que surcaban el cielo.

En un principio, Liadrin tuvo lasensación de que la Luz no estabarespondiendo a su invocación. El miedose apoderó de su mente y perdió laconcentración; sintió que iba más alládel mero miedo a la muerte o a quecayera la ciudad, sino que era algomucho más profundo, algo que noalcanzaba a…

Entonces se dio cuenta de dónde sehallaba el problema: en la Fuente delSol. Sus energías parecían hallarse muylejos, era como si algo las amortiguara,como si su reconfortante esplendor seencontrara atenuado por alguna fuerzadesconocida. En ese instante, a duraspenas fue capaz de oír el fragor de labatalla que los cadáveres que habíanalcanzado la parte superior de lamuralla acababan de desatar, losarqueros más próximos soltaron susarcos y empuñaron sus espadas, puestanto ellos como los magos iban a tenerque combatir ahora cuerpo a cuerpo.

Liadrin se recordó a si misma que

por mucho que las energías de la Fuentedel Sol no le llegaran como era debido,eso no podía impedir que invocara a laLuz. Cerro los ojos y buscó el brillo dela Luz. valiéndose de su bastón parapoder mantener la concentración Sinembargo, en cuanto la bendita gloria dela Luz la inundó…

… oyó un FUOOOOSSS atronadorpor encima de su cabeza, seguido poruna colisión que estremeció lamampostería e hizo volar escombros pordoquier en medio de una espesa nube depolvo.

Una de esas criaturas con forma demurciélago, que llevaba agarrado a un

dracohalcón, se acababa de estamparjunto a su presa contra la torre deguardia más próxima, El dracohalcón ysu jinete habían salido despedidos alchocar contra esa estructura, habíancaído al suelo y habían sido devoradosrápidamente por esa muchedumbre deno-muertos. La pesadilla con alas, sinembargo, había acabado cayendo sobreel adarve situado entre Belo’vir yVandellor aplastando a un arquero yempujando al viejo sacerdote al suelo.

Liadrin alejó a Vandellor de ahí. Elmonstruoso murciélago chilló de dolor.Belo’vir lo agarró de una de sus alas,que también eran brazos, y alzo su mano

libre, la cual estaba envuelta en llamasde inmediato, la piel de esa aberraciónse endureció, y, acto seguido, la criaturaentera quedó petrificada.

Los arqueros situados en las puertascentraron sus disparos en las pesadillascon alas, al mismo tiempo que, endiversos puntos de la muralla, unascriaturas gigantescas con forma de arañaemergían de debajo de las baldosas depiedra tras haber logrado abrirse caminopor el subsuelo. Por otro lado. Liadrinpudo comprobar que muchas de esascriaturas murciélago yacían ahora en elsuelo con sus deformes cuerpospetrificados, inmunes a cualquier ataque.

Entonces. Belo’vir hizo un gesto y elveloz proyectil estalló en llamas, comosi nunca hubiera existido.

—Están utilizando a nuestrospropios muertos… en nuestra contra —acertó a decir con voz ronca.

Con una sola mano. Liadrin arrancóla flecha de la espalda de Belo’virmientras que con la otra llamabadesesperadamente a la Luz. Presa de losnervios, notó que la Luz la esquivabauna vez más. A pesar de que expandió sumente y su alma, sintió que la Luz seguíaeludiéndola, aunque se hallaba cerca.Siguió intentándolo con más intensidadsi cabe y al final…

La energía sanadora bañó al granmagíster en el mismo instante en que uncadavérico desgraciado se encaramabacon dificultad a la parte superior de lamuralla a solo unos centímetros deambos. Liadrin abrió los ojos y, con unaexplosión de fuego, devolvió a esabestia horrenda a la multitud de alláabajo.

Súbitamente, se oyó un estruendoatronador procedente de la garita,seguido por el crujido de la madera alastillarse tras recibir el impacto de unoscañonazos. Las puertas principaleshabían caído. Belo’vir se giró.

—¿Por qué no se ha alzado la

barrera? —preguntó, sin dirigirse anadie en particular. Acto seguido, clavósus ojos en el príncipe caído, La miradade Arthas se cruzó con la de Belo’vir ya Liadrin le dio la sensación de quehabía sido capaz de atisbar brevementeuna sonrisa en el rostro de su enemigo.

A la suma sacerdotisa el corazón ledio un vuelco cuando, con un chillidomuy agudo, la bestia alada que seencontraba entre ambos volvió a cobrarvida, cuando su piel de piedra volvió atransformarse una vez más en pelaje ycarne.

Las garras del tamaño de unas dagasde esa bestia hendieron el aire a diestro

y siniestro, sorprendiendo a Vandellor yprovocando que Liadrin soltara subastón, que acabó rodando por losbaluartes a |a vez que Belo’vir agarrabaa esa criatura del cuello. Entretanto,abajo, un torrente imparable demonstruosidades atravesaba ladestrozada puerta principal. Las puertaslaterales situadas al este y oeste cayeronpoco después.

Los jinetes de los dracohalconesatacaron con rapidez inusitada: lascriaturas murciélago de piel pétrea delsuelo volvieron a ser de carne y hueso, yse abalanzaron sobre los arqueros,quienes ya estaban siendo atacados por

cadáveres y arañas. Asimismo, muchosmás de esos monstruosos insectosemergieron de debajo de la muralla ytambién irrumpieron por la puertaabierta.

Liadrin apartó a Vandellor a un ladoy le clavó la flecha que sostenía en lamano justo en la base del cráneo a esaaberración con forma de murciélago. Lacriatura aulló. Belo’vir se giró, estiroambos brazos hacia delante y unasllamas surgieron de sus manos, El fuegoengulló a esa criatura, que huyó volandopor encima del muro para acabarcayendo sobre esa masa informe deabajo, bajo la cual desapareció.

Liadrin clavó su mirada en elhorizonte, donde unos enjambres de esaspesadillas aladas cubrían de nuevo elcielo por entero.

En unos segundos, las criaturasmurciélago que acababan de llegardescendieron sobre los jinetes dedracohalcones, que ahora se hallabanirremediablemente superados ennúmero. Vandellor curó a tantos comopudo de un modo desesperado. Liadrinhizo lo mismo mientras imploraba a laLuz que los protegiera en su momento demayor necesidad.

Una enorme parte de la murallasituada a su derecha tembló y se

derrumbó varios metros, ya que suscimientos estaban cediendo por culpa delos túneles subterráneos que habíanabierto las arañas.

Un joven archimago llamadoRommath se aproximó corriendo aBelo’vir, quien estaba apoyadopesadamente sobre la parte superior dela muralla.

Señor, las defensas de la ciudad hancaído. Han superado nuestras líneas.¿Qué debemos hacer?

Belo’vir escrutó el campo de batallaen busca del jinete negro y Sylvanas,pero fue en vano.

—La Fuente del Sol se halla en

peligro. Debemos retiramos aQuel’Danas para proteger la fuentesagrada.

A Vandellor se le desorbitaron losojos. Tanto él como Liadrin se volvieronhacia el gran magíster.

—¿Vamos a retiramos? Pero ¿quéserá de Lunargenta? —preguntó el sumosacerdote.

La mirada taciturna que les lanzóBelo’vir fue una respuesta más quesuficiente.

—Ya es demasiado tarde para salvarLunargenta. La Fuente del Sol es loúnico que importa. —A continuación, segiró hacia Rommath—. Evacuad la

ciudad. Llevad a los niños a los barcosy partid de inmediato. Teletransportad atoda la gente que podáis a la isla.

El archimago asintió y se marchóraudo y veloz.

Vandellor miró a Liadrin y, a pesarde que no tenían ningún lazo de sangreentre ellos, la suma sacerdotisa fuecapaz de percibir el amor y lapreocupación propios de un padre en susojos. A continuación, el sacerdote sevolvió hacia Belo’vir.

—He de pedirte un favor.—Te lo concederé si está en mi

mano.Vandellor se inclinó hacia el gran

magíster y le susurró algo al oído. Actoseguido, un pensativo Belo’vir dirigiósu mirada hacia Liadrin.

Cuando Vandellor se alejó de él, elgran magíster posó su mirada sobre elanciano y asintió.

—Nos vamos.Belo’vir, Vandellor y una veintena

de arqueros desaparecieron del adarve,dejando atrás únicamente unas ascuas deluz que giraban en el aire en medio deesa devastación total.

Una sombra se movía detrás deLor’themar, una sombra que ocupaba el

lugar donde debería haber estado un elfomuerto. Esa sombra había alzado unbrazo, en cuya mano sostenía una espadacon la que se preparaba para atacar. Elforestal se giró de improviso y trazó unamplio arco con su arma, decapitandoasí al guardián. El cadáver dio otro pasohacia delante antes de caer de bruces.

En ese instante, a su alrededor, seestremecieron unos cuantos más de esosguardianes asesinados, como siacabaran de despertar de un profundosueño.

Lor’themar corrió hacia suscompañeros forestales para ayudarlos,pero era demasiado tarde. Solo uno de

sus hombres seguía en pie y estabarodeado por tres de esos cadáveresreanimados. Ese único superviviente leclavó su espada al guardián máspróximo, atravesándole el corazón, locual habría matado a cualquier ser vivo;sin embargo, no pareció afectar deninguna manera a su atacante impío.

El guardián agarró al forestal de lamano con la que sostenía la espada y sela cercenó de una manera muy pocoortodoxa, llevándose por delante laarmadura, la carne y el hueso.

Lor’themar les iba a dar alcance ensolo un par de zancadas más.

A pesar de que los demás guardianes

lanzaban ataques torpes y dispersos, unode ellos acabó acertando al forestal enun punto que su armadura no cubría. Asífue como cayó el último de los hombresde Lor’themar, aferrando el acero quesobresalía de su vientre. Acto seguido,los tres posaron sus ojos vidriosossobre el señor forestal.

Tras él, dos de los guardianes quehabían sido asesinados recientemente sepusieron en pie con suma torpeza,agarraron sus espadas con esas manosdesprovistas de vida y lentamenteavanzaron hacia él tambaleándose.

Rápidamente, Lor’themar dirigió susojos hacia el guardián decapitado que

había pretendido matarlo, el cual seguíainmóvil en el suelo, Al parecer, esasespantosas atrocidades no podían serderrotadas de una estocada en elcorazón, pero sí podían ser vencidas sise les cortaba la cabeza. Esquivó unaestocada lánguida, se puso de puntillas ygiró, acertando en su objetivo con unatremenda precisión. Al instante, dos deesos no-muertos yacieron sin vida unavez más. Un tercero trastabilló haciaatrás, a la vez que su cabeza pendíahacia delante sobre una enorme heridaabierta allá donde antes había estado sugarganta.

Lor’themar notó un tremendo dolor

en un muslo y en la mano con la quesostenía la espada, pues ahí lo habíanherido algunos de esos cadáveres queaún quedaban en pie. El señor forestaljadeaba agitadamente por culpa de lomucho que acababa de correr. Arremetióentonces contra la muñeca del atacantemás próximo y le cercenó la mano con laque sujetaba la espada, pero el cadáverse abalanzó sobre el forestal antes deque pudiera reaccionar y le arañó lacara con la mano que aún le quedaba.

De repente, Lor’themar sintió unespantoso dolor en el ojo, que desatóunas oleadas de intensa agonía querecorrieron tanto su mente como su

cuerpo. Supo al instante que habíaperdido ese ojo y que, si no se lo curabapronto un sanador, probablemente sequedaría así para siempre.

Siempre que lograra sobrevivir a lospróximos minutos.

El cadáver que le había destrozadoel ojo lo empujó hacia atrás por purainercia. Se tropezó con una piedra a laaltura del talón y cayó al suelo confuerza. Otro cadáver yacía clavadosobre la punta de su espada, aunque nosabía si había acabado empalado ahí demanera fortuita o si ese no-muerto sehabía arrojado sobre el arma adrede. Elresto de cadáveres alzaron sus espadas.

De improviso, un silbido muy agudohendió el aire. La cabeza del cadáveratravesado por la espada de Lor’themarse meció hacia delante, al recibir elimpacto de una flecha en la cuenca de suojo derecho.

Una segunda flecha alcanzó al únicocadáver que quedaba en pie en el pecho,atravesando su armadura. Lentamente yde una manera un tanto estúpida, el elfomuerto alzó la vista justo cuando otraflecha volaba hacia él. Este proyectil leacertó en la garganta y emergió por suespalda. Una cuarta flecha se clavó ensu frente y, al instante, el cadáver cayó.El no-muerto que seguía clavado en la

espada del señor forestal se llevódistraídamente una mano a la punta de laflecha que le sobresalía de la cuenca delojo y entonces… ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! Tresflechas más se enterraron en la parteposterior de ese elfo no-muerto.

Lor’themar extrajo su espada delcadáver y, en cuanto este cayó haciadelante, se apartó rápidamente. Dirigiósu vista hacia el sur y divisó a Halduronquien se aproximaba raudo y veloz,acompañado de un pelotón de Errantes.

—An’telas han sido reducidas aescombros; hemos venido lo más rápidoque…

Halduron se calló de repente al ver

cómo tenía el señor forestal el ojo.—¡Tu ojo! Debemos llevarte a…De improviso, oyeron unos

chasquidos procedentes del cercanobosque. Lor’themar alzó una mano parapedirle a Halduron quien,evidentemente, también había oído esosruidos, que se callara. Una sombra sedesplazaba entre los árboles a variosmetros de distancia. El señor forestal sepuso en pie de un salto y cogió su arcocon rapidez propia de la experiencia yla práctica. En solo un instante, habíacolocado una flecha en esa cuerda queya había tensado; el hecho de tener elojo izquierdo destrozado no suponía

ninguna desventaja a la hora de apuntary disparar, ya que lo habría cerrado detodos modos.

La flecha voló velozmente hacia suobjetivo y la sombra cayó. Halduron,Lor’themar se arrodilló junto a eseanciano, que llevaba sobre la cabezaalgo que parecía ser una calavera deoso. Halduron dio una patada al bastóndel nigromante para que no pudieraalcanzarlo.

—Es un humano… pero no estámuerto como los demás. Al menos, nopor ahora.

El nigromante entornó la mirada.—Habéis llegado demasiado tarde.

La Plaga ya habrá… —Tosió de manerarepentina y la sangre le salpicó labarbilla y el pecho—… ya habráarrasado vuestro amado… reino.

El anciano exhaló aire con fuerza yun estertor escapó de su garganta.

Halduron acercó una oreja al pechode aquel humano.

—Está muerto. Y espero que demanera permanente. ¿Acaso es posibleque haya dicho la verdad? —inquinóHalduron, quien alzó la vista ycomprobó que Lor’themar ya habíaechado a correr hacia el norte.

Desde el alcázar del buque mercanteFellovar un ansioso Galell observócómo unos penachos de humo negro sealzaban perezosamente desde el lugardonde se encontraba Lunargenta, Entreesas columnas de humo, se divisabanunas aberraciones que se asemejaban alos murciélagos y que revoloteaban deun lado para otro, trazando círculos enel cielo y lanzándose en picado. Noobstante, los acantilados del cabonordeste de Quel’Thalas le impedíanatisbar la ciudad con claridad.

Presa de la desesperación, deseó

poder hacer algo al respecto, pero teníaque estar ahí, dispuesto a prestar ayudaa los evacuados si era necesario. Unsanador y un puñado de guardianeshabían sido asignados a cada uno de lostres barcos que transportaban a cerca deun centenar de niños. En cuanto llegarana las Tierras del Interior y los críos sehallaran a salvo con los enanos MartilloSalvaje, regresaría y combatiría hasta elamargo final si hacía falta.

Se dirigió a babor y, desde ahí,contempló el resplandeciente haz de luzde la Fuente del Sol, que se elevaba deun modo magnifico hacia el cielo, y sepreguntó por qué su luminosidad había

menguado. Mientras se habíanapresurado a embarcar a los niños enlos barcos, había escuchado a otrosrealizar comentarios similares. Daba lasensación de que las energías de lafuente sagrada estaban siendo contenidaspor algo o alguien, que pretendía que nopudieran valerse ellas.

—Quiero volver a casa. ¿Cuándopodremos volver?

Galell se dio la vuelta y se topó conun crío vestido de manera elegante consu mejor atuendo que llevaba el pelopeinado de un modo impecable, el cualintentaba hacer todo lo posible paraparecer muy valiente. Galell también

podía percibir el miedo que se ocultabatras esa fachada de bravura. Entonces,se arrodilló para colocarse a la mismaaltura del niño.

—¿Cómo te llamas?—An’dorvel.—Escucha, joven An’dorvel. Debes

hacer todo lo posible por ser fuerte ypaciente y, sobre todo, no debespreocuparte. ¿Serás capaz de hacer algoasí?

El crío apretó los dientes y asintió.—Bien. Ahora ve abajo con los

demás —le ordenó Galell.El muchacho se volvió y como hacia

la trampilla de la cubierta principal.

Galell fue a estribor y se agachó paraevitar la botavara de la vela mayor. ElMorn’danel estaba ganando velocidad yse estaba colocando a su altura.Mientras dejaban atrás los acantiladosdel norte de la costa Bris Azur, Galellpudo divisar Lunargenta en la lejaníapese a que no podía verla bien, fuecapaz de distinguir que muchos sus altospináculos habían sido derribados. Se lepartió el corazón.

Su Patria se estaba desmoronandomientras él se encontraba ahí, sin poderhacer nada.

Tampoco vio nada que le indicaraque el ejército invasor siguiera ahí y

murciélagos también parecían haberseesfumado.

El Morn’danel los adelantó,atravesando esas aguas tranquilas.Galell decidió entonces echar un vistazoal Varillian, el tercer barco de eseconvoy. Se agachó una vez más parasortear la botavara y divisó el Varilliandesde la popa de babor De repente, porel rabillo del ojo, captó que algo semovía, algo que, en un principio,parecía una nube gigantesca. Pero encuanto giró la cabeza, comprobó que esa«nube» estaba compuesta en realidadpor esas criaturas que creía que eranmurciélagos gigantes; una bandada

enorme de ellos estaba descendiendosobre el Varillian. Galell se volvió ygritó:

—¡Alerta!Dos guardias se acercaron a él

corriendo desde la cubierta de proa y,unos segundos después, se sumó a ellosRevenn, el capitán del Fellovar. Losguardianes cogieron sus arcos ydispararon varias andanadas de flechasmientras en el Varillian tenía lugar unhorrendo espectáculo… Casi una decenade esas criaturas se abalanzaron sobre elbarco rezagado, al que rasgaron lasvelas y destrozaron las jarcias al mismotiempo que reducían los mástiles a

astillas. Los elfos que viajaban a bordointentaron hacer todo lo posible porcombatir a esas bestias, a pesar de que,desgraciadamente, los superaban ennúmero.

Galell intentó entrar en contacto conla Luz para poder apoyar a losagobiados guardias de la otra nave ylogró sanar a vanos, pero no erasuficiente.

Aunque el fragor de la batalla fueespantoso, lo que más afectó a Galellfueron los gritos de terror, los chillidosahogados de los niños que se hallabanbajo cubierta.

El capitán Revenn corrió hacia proa

y vociferó al timonel:—¡Todo a babor!En ese instante, tres de esas

horrendas criaturas se separaron delgrupo principal, acortaron rápidamentela distancia que los separaba delFellovar y arremetieron contra susmástiles. En solo unos segundos, esasbestias rapaces estaban haciendo trizaslas velas mayores y los trinquetes.

Pese a que los guardianes delFellovar respondieron a ese ataque conflechas, enseguida sufrieron el asalto deesas aberraciones furiosas. Los niñosgritaron en la bodega. Galell imploródesesperadamente a la Luz que sanara y

protegiera a los atacados. Todo estosucedió en menos tiempo del que senecesita para respirar hondo una solavez.

Mientras tanto, en el Varillian, elpalo del trinquete que estaba fracturadose vino abajo, atravesando la cubierta yel casco por estribor. La nave hizoaguas, se ladeó cuarenta y cinco gradosy la proa se inclinó hacia la espuma delmar.

Acto seguido, varias de esas bestiasmurciélago se separaron del resto paraatacar la nave que encabezaba latravesía, el Morn’danel, la cual viróbruscamente hacia babor; quizá con

demasiada brusquedad, ya que seinterpuso en el camino del Fellovar.

De improviso, una de esas criaturasse precipitó sobre el guardián máscercano a Galell. El sacerdote posó susanadora mano sobre su compañero elfoal mismo tiempo que cogía la daga delguardián y se la clavaba en la espalda aesa bestia. Mientras el Morn’danel seaproximaba de costado, ese engendrocon forma de murciélago aulló y giró enel aire, llevándose consigo a Galell ensus brazos hacia el este, hacia el cielo,hacia mar abierto.

Por encima de los chillidosensordecedores de esa criatura, el joven

sacerdote pudo oír la devastadoracolisión que se produjo en cuanto elbauprés del Fellovar empaló alMorn’danel por el medio. Galell tuvoque recurrir a toda su fuerza de voluntadpara intentar no pensar en los niños queviajaban en el interior de ambos navíosy en el final que les aguardaba, ya que,incluso en esos momentos, soportar lapesada carga de tal desesperaciónparecía un destino peor que la muerte.

El viento lo azotó a la vez que hacíatodo lo posible por seguir agarrado aese monstruo con una mano y buscaba atientas la empuñadura de la daga con laotra. La criatura le propinó un mordisco

en el cuello justo cuando dio con elarma, que extrajo de un tirón y, actoseguido, enterró en una zona del cuerpode esa aberración situada varioscentímetros más arriba, donde suponíaque debía hallarse el corazón de esabestia. Notó que ese engendro perdíaímpetu y, súbitamente, tanto él como esacriatura murciélago cayeron en picadohacia las aguas cristalinas que losaguardaban allá abajo.

Por el rabillo del ojo, a duras penasalcanzó a ver cómo los mamparos deldesdichado Varillian se hundían en elagua. A pesar de que intentó no pensaren An’dorvel, a pesar de que intentó no

imaginárselo con su pelo peinadocuidadosamente y su atuendo impecableatrapado y chillando junto a los demásniños en la bodega del Fellovarmientras el agua entraba ahí a raudales,no pudo evitarlo y se derrumbóemocionalmente. Entonces, sintió unfuerte impacto al chocar contra lasuperficie del agua junto a esa criaturamurciélago. El mundo se tomó borrosopara Galell, pero mientras suconsciencia flaqueaba, todavía pudo oírlos gritos de agonía de los niños queviajaban a bordo del Morn’danel y elFellovar.

Al final, una piadosa oscuridad se

apoderó de él.

Hacerse con los cristales lunareshabía sido muy fácil.

Como era de esperar, habíainformado a su amo de los conjuros decamuflaje que ocultaban esos templos,pero tampoco habría hecho falta, ya queel amo Arthas contaba con sus propiosagentes capaces de ver a través de esosengaños mágicos con suma facilidad.

Aun así, le había hecho saber queexistían los cristales lunares, así comodonde se encontraban los templos y lehabía especificado cuajes eran sus

defensas; toda esa información se lahabía sonsacado a ese necio deLor’themar prácticamente sin haceresfuerzo alguno.

De algún modo, Arthas habíalogrado que Dar’Khan pudieracomunicarse mentalmente con unconsejero cuyas recomendacioneshechas entre susurros resultaron ser muyútiles. Si a estos consejos se les sumabael poder mágico que el amo Arthas lehabía proporcionado, el mago pudocontar con las herramientas necesariaspara confeccionar los hechizos decontención y liberación.

Si bien el amo utilizaría la esencia

de la Fuente del Sol en la medida que lanecesitase para alcanzar unos objetivosque el mago ignoraba, le habíaprometido a Dar’Khan Drathir seríarecordado con temor y respeto, y sunombre se sumaría a la lista de losmagos más poderosos que jamás habíanexistido.

Dar’Khan sonrió con suficienciamientras limpiaba la sangre de la hojade su espada. Las espadas eran unasarmas bastas y burdas, pero en este casoeran necesarias desgraciadamente. Elconsejero le había advertido que debíareservar sus energías mágicas parallevar a cabo el conjuro de contención.

A pesar de que había podido contar conlas fuerzas extra que le habíaproporcionado su amo, el conjuro lohabía dejado extenuado. No obstante,aunque se sentía muy débil ycompletamente exhausto, había logradoatravesar con su espada a un últimomagíster que no sospechaba que era untraidor.

El filo de su arma había saboreadola sangre de muchos en las últimashoras. Los cadáveres de diversosmiembros clave de la Asamblea yacíandesperdigados por la meseta de laFuente del Sol. Había ido a por los quesabía que supondrían una mayor

amenaza: los que estaban másfamiliarizados con el tipo de sortilegioque iba a tener que realizar, aquellosque podrían detectar el hechizo con másfacilidad y rastrear su origen hasta darcon él. No obstante, el caso de Belo’virera distinto, puesto que el gran magísterdominaba con maestría los hechizos quelos magos solían utilizar máshabitualmente, pero no estaba muyfamiliarizado con la vertiente másesotérica de lo arcano.

Tras haber llegado tan lejos,Dar’Khan llegó a gozar realmentecuando atravesaba con esa espada lafrágil carne.

En cuanto terminó con esa funestalabor, escogió un lugar bastante alejadocomo para poder lanzar el hechizo; elsalón más remoto que pudo encontrardel Bancal del Magíster.

En cuanto inició el encantamiento,lanzó una llamarada que surcó el cielopor encima de Lunargenta; esa era laseñal acordada para que su amo supieraque había llegado el momento de actuar.

Las órdenes que Dar’Khan. Pasó porencima del cadáver de un desgraciadomago, que había irrumpido corriendo enla sala justo cuando el conjuro decontención acababa de ser completado,y prosiguió caminando hasta un balcón

desde el que podía contemplarse laFuente del Sol.

El resto de magos se encontrabanahí, rodeando con las manos en alto esehaz de luz central de energía arcana, yaque intentaban desesperadamentecanalizar su poder para levantar algúntipo de defensa; sin embargo, el hechizode contención estaba desbaratando todossus esfuerzos.

Por un breve instante, Belo’virlideraba un importante ejército,compuesto de magos, sacerdotes,arqueros y forestales, que se dirigía a laorilla sur de la isla. Los miembros de LaAsamblea que todavía seguían vivos

habían decidido quedarse atrás, puesestaban empecinados en desentrañar elmisterio de por qué no podían acceder alas energías de la Fuente del Sol.

Dar’Khan se percató en ese instantede que, a pesar de que gracias al hechizode contención había impedido que losdemás pudieran acceder a la esencia dela Fuente del Sol… él todavía podíahacerlo.

Si decidía hacer uso de esasenergías, no agradaría a su amo, ya quesus órdenes habían sido muy claras alrespecto: Dar’Khan debía esperar a quellegara Arthas. No obstante, no pasaríanada si, simplemente, probaba esas

energías un poco…Mientras los desconcertados magos

seguían intentando dar con una solucióna ciegas, Dar’Khan estiró ambos brazosy abrió su ser, invitando así a que undiminuto tentáculo de ese manantialarcano entrara en él lentamente. Unaminúscula porción de ese poder loatravesó como si se tratara de unrelámpago y, por un instanteinfinitesimal, creyó que esa pequeñafracción de energía sería más que capazde despedazarlo.

Pero él era Dar’Khan. Y éste era elmomento que tanto había anhelado, quetanto había planeado y por el que había

asesinado a muchos. Ese poder era suyoe iba a usarlo. Valiéndose de unastécnicas que su misterioso consejero lehabía enseñado, Dare’Khan se hizo conel control de las energías robadas y notócómo esas fuerzas caóticas quebramaban en su fuero interno se ibanestabilizando.

La sonrisa del mago se ensanchó aúnmás.

Pero debía parar. Sabía que debíaparar. Aunque seguro que su amo no seenojaría con él si se hacía con un pocomás de poder…

Bajo el mando de Quel’Danas.Liadrin se hallaba en un bancal desde elque podía verse la última línea dedefensa elfa y se preguntó si losevacuados habrían logrado escaparsanos y salvos. También rogó a la Luzque Galell y los niños alcanzaran sudestino. Entonces, dirigió su miradahacia Vandellor, quien se encontraba enel tejado de un almacén próximo, congesto muy serio y tenso. Acto seguido,Liadrin dirigió sus ojos al sur una vezmás.

Las sombras se habían ido alargando

a medida que el día se acercaba a su fin.En la lejanía, esa masa de tierra que eraQuel’Thalas se extendía hasta el mar.Liadrin apenas era capaz de distinguirlas estructuras de madera del puerto delnorte. Más allá, una espesa nube humonegro se alzaba hasta el cielo, arrastradahasta una gran altura por los vientos deleste. La sacerdotisa se preguntó cómopensaba el príncipe caído atravesar consu ejército esa distancia que losseparaba. ¿Cruzarían ese mar a nado?¿O lo harían montados en esas criaturasmurciélago? ¿O acaso contaban con unaarmada de barcos que los llevarían hastael otro lado?

Mantén la concentración, seaconsejó a sí misma. No podíapermitirse el lujo de que tuviera lugarotro incidente como el acaecido en lapuerta interior cuando esasmonstruosidades llegaron. En esaocasión, había perdido la concentracióny había sucumbido al miedo, razón porla que había tenido muchos problemaspara canalizar la Luz.

Conserva la calma. Confiá en laLuz. Lograremos sobreponernos a esto.

Sin embargo, por mucho quequisiera, seguía dudando. Se sintióinvadida por una abrumadora sensaciónde espanto al ver su amada patria

reducida a escombros. Tuvo una terriblepremonición: la Fuente del Sol corría ungrave peligro. Temía que Arthas prontose presentaría ahí, ya que de algúnmodo, lograría atravesar ese mar que losseparaba.

Y traería la muerte consigo.

Los ejércitos de la Plaga aguardabanórdenes mientras deambulaban de aquípara allá. Algunos de sus miembrosestaban muy ocupados demoliendo unpuerto situado en la costa a ciertadistancia. Otros cuantos habían clavadosus miradas en una isla del noroeste, en

la Isla del Caminante del Sol, pues sehabían quedado ya sin tierras nipropiedades que arrasar.

Al otro lado del Mar del Norte, unluminoso rayo de luz que surgía de laFuente del Sol brillaba como un faro. Enesa isla de los elfos, estos los esperabandesafiantes; esa enorme masa de aguaera lo único que los separaba de laPlaga.

Los esbirros no-muertos parecíanmoverse sin ton ni son por la orilla quehabían invadido en tropel; o biencaminaban de aquí para allá, buscandorestos de cuerpos, o bien simplementepermanecían quietos. Pero entonces,

súbitamente y al unísono, alzaron suscabezas y se giraron hacia el sur. Trashaber recibido una señal no verbal, unoscuantos cadáveres putrefactos y unascuantas colosales arañas se apartaron aun lado, despejándole el camino a suamo.

Una figura ataviada con unaarmadura negra, que cabalgaba a lomosde un corcel de color ébano que poseíaunos ojos de fuego, atravesó ese pasilloimprovisado y obligó a detenerse a sumontura a escasos metros de la orilla.Aquel humano, que había sido en su díael príncipe Arthas y un reverenciadocampeón de los Caballeros de la Mano

de piala, escrutó el paisaje con unosojos fríos, negros y carentes de todaemoción; con los ojos de un caballerode la Muerte. Desmontó de manera ágilal mismo tiempo que desenvainaba unatizona temible, que debía sostener conambas manos y tenía runas talladas.Mientras avanzaba, las runas de la hojabrillaron tenuemente y unas espirales dehumo brotaron de su filo.

Permaneció callado por un momento,con la mirada clavada en Quel’Danas.Acto seguido, inclinó la cabeza ysusurró algo a algún acompañanteinvisible.

—Será pronto.

Una figura pálida y espectral seacercó flotando hasta colocarse a sulado. Entonces, Arthas miró hacia atrás,en dirección a Sylvanas.

—No puedes llenar este canal decadáveres para poder atravesarlo.Arthas —afirmó la exgeneral forestal—.Ni aunque utilizaras a todos los muertosde toda la ciudad seria bastante. Nopuedes avanzar más. Me alegro de tufracaso.

Arthas alzó distraídamente una manoy, al instante, Sylvanas cayó al suelo,aullando de agonía. Sus gritosatormentados reverberaron en varioskilómetros a la redonda.

—¿Acaso crees que no habíaprevisto que llegaría este momento? —replicó Arthas, quien dio un paso alfrente—. En su día, fui un ser humano…tan falible y vulnerable como cualquierotro. Y sí, en esa época, sin una flota debarcos, un obstáculo como este podríahaber parecido insuperable… Acontinuación, Arthas alzó su espada porencima de su cabeza y la arrojó hacia laorilla. El arma dio vueltas en el aire y supunta se clavó violentamente en laarena.

—Pero ya no. —El caballero de laMuerte se giró—. Chsss… Escucha;Agonía de Escarcha está hablando.

La espada emitió un zumbido muyleve y resonante, y las runas que ladecoraban brillaron intensamente. Enese momento, el agua del océano que ibaa morir a la orilla rozó el filo de la hojay, al instante se congeló.

Arthas sonrió.—Sé testigo del final: de la caída de

la última barrera.De repente, se oyeron una serie de

crujidos, borboteos y siseos a medidaque el hielo que rodeaba la hoja se fueexpandiendo; en un principio,lentamente, aunque enseguida se acelerósu crecimiento; se extendió como unamancha a través del mar y afectó a toda

esa masa de agua, que rápidamente setransformó en hielo al congelarse elocéano palmo a palmo, legua a legua,desde su plácida superficie hasta susinsondables y turbias profundidades.

En solo unos instantes, una placasólida de hielo blanco cubría muchoskilómetros a lo largo y ancho endirección norte, hasta alcanzar la costade Quel’Danas.

Al unisono, esa turbamulta pútridaavanzó en tropel. Al principio, algunosde esos cadáveres se resbalaron alhollar esa superficie tan lisa; muchos deellos incluso avanzaron con torpeza acuatro patas. Únicamente esas

monstruosas arañas gigantes noparecieron inmutarse lo más mínimo alpisar el hielo.

El corcel de Arthas se le acercó y elcaballero de la Muerte se montó en élsin apenas hacer esfuerzo. Después,espoleó a su caballo para que avanzaraunos cuantos pasos, se agachó y arrancósu espada del hielo. Mientras esamultitud aberrante pasaba junto a él,Arthas miró hacia atrás.

Ah, y no te permito que te dirijas amí por mi antiguo nombre, Sylvanas… Apartir de ahora, puedes llamarme amo.

Espada en mano, Arthas conminó asu montura a hollar el hielo.

Belo’vir y los magos ahí reunidospermanecieron sumidos en laincredulidad y el silencio, mientrascontemplaban fijamente esa extensión dehielo sólido extendida por donde sehabía hallado un océano sereno solounos instantes antes.

Al otro lado de esa llanura helada,los ejércitos de la Plaga habíanrecorrido ya una cuarta parte de ladistancia que los separaba de suobjetivo y avanzaban con paso firme.

Liadrin se retorcía las manosmientras observaba su avance desde elbancal y el corazón se le desbocaba. El

silencio era sepulcral.Belo’vir se encaminó hacia la orilla

dando grandes zancadas.—¡Hermanos, ayudadme! —exclamó

al mismo tiempo que se arrodillabasobre la orilla helada. Un intenso fulgoremergió de sus manos y de inmediato,unas llamas surcaron el hielo. Losdemás magos siguieron el ejemplo delgran magíster, generando un río de fuegoque fluyó por encima de esa gélidasuperficie.

Los ejércitos de no-muertos habíancubierto ya la mitad del recorrido.

Aunque los magos generaron el calorsuficiente como para derretir las capas

superiores del hielo hasta vanos metrosde profundidad, ese titánico esfuerzoresultó ser insuficiente para penetrar enlas zonas más profundas y heladas, porlo que no pudieron derretirlas…;además, la energía que habían invertidoen el esfuerzo había dejado tanto aBelo’vir como a los demás exhaustos.

El gran magíster desistió, al igualque el resto, y las llamas sedesvanecieron. Entonces, se volvióhacia los magos más cercanos a él. LaPlaga se hallaba ya a tiro de piedra.

—Atrás les ordenó el gran magístercon voz ronca, pues llevaba muchashoras gritando.

Los magos obedecieron al mismotiempo que ocupaban la van guardia desus fuerzas varias decenas de arqueroselfos, que portaban flechas llameanteslistas para ser disparadas en sus arcos.Belo’vir permaneció en silencio.Liadrin cerró los ojos e intentódesesperadamente calmar losatronadores latidos de su corazónmientras el gran magíster vociferaba:

—A mi señal.Alzó un brazo a la vez que, fatigado,

evaluaba a las fuerzas que aproximaban.Los cadáveres, las arañas

monstruosas y otros diversos seresgrotescos alcanzaron entonces la capa

de agua derretida, que no era muyprofunda, pero eso no demoró suprogresión. Belo’vir bajó el brazo.

—¡Disparad!Una lluvia de misiles ardientes

hendió el aire y cayó sobre numerososadversarios, provocando que seralentizara momentáneamente el avancede su vanguardia. Sin embargo, muchasde esas criaturas monstruosas siguieronavanzando a pesar de que sus cuerposestaban envueltos en llamas.

—¡Mantened la formación! —bramóBelo’vir.

Unos gritos de guerra resonaron encuanto los elfos desenvainaron sus

espadas y se sumieron a la refriega paradespachar a esos horrores de pesadillasi eso era posible. Liadrin ignoró elfragor de la batalla, cerró los ojos ybuscó el contacto con la Luz.

El enemigo avanzó inexorablementey empujó a las fuerzas elfas de nuevohacia la orilla; la Plaga era tan numerosaque se impuso abrumadoramente a susrivales, a pesar de los tremendosesfuerzos de los magos y los sanadores.

—¡Mantened la formación! —volvióa gritar Belo’vir, al mismo tiempo queunas llamas brotaban de las yemas desus dedos—. Mantened la…

A pesar del fragor del combate,

Liadrin pudo oír cómo se clavaba esaflecha en el lado derecho del pecho deBelo’vir. La suma sacerdotisa intentódesesperadamente hallar la Luz mientrasel gran magíster se tambaleaba haciaatrás. En ese mismo instante, ocultoentre esa inmensa hueste, un elfo nobleresucitado bajó su arco y siguiócaminando torpe y lentamente.

Al mismo tiempo que Liadrin estabaa punto de alcanzar el fulgor de la Luz,Vandellor canalizó sus energíascurativas hacia Belo’vir, quien agarró laflecha por su extremo emplumado y lapartió. A continuación, empujó el astilhacia dentro hasta que la punta de la

flecha emergió por su espalda,rasgándole la piel y atravesándole latúnica; después, se llevó la mano a laespalda para poder arrancársela deltodo.

De improviso, el suelo bajo los piesde Liadrin tembló y esta perdió laconcentración. La sacerdotisa dirigió lamirada hacia el campo de batalla, dondeunos elfos intrépidos luchaban presas dela desesperación mientras gritaban,caían y morían. El pánico la dominómientras intentaba contactar con la Luzuna vez más, pero esta vez la percibióaún más lejos que antes.

Justo entonces, el jinete negro,

Arthas, emergió de entre esa masainforme, galopando raudo y veloz haciaBelo’vir justo por debajo del hombro.

Liadrin golpeó con los puños laverja que tenía delante, chilló pan poderdesahogarse y aliviar su frustración almismo tiempo que el príncipe caídocabalgaba hacia la Fuente del Sol.Vandellor siguió canalizando la Luzhacia el gran magíster, en un esfuerzoque cualquier sacerdote más joven ymenos experimentado habría sidoincapaz de hacer. El cuerpo de Belo’virrelució envuelto en un aura dorada; noobstante, esa turbamulta necrófaga se lollevó por delante y lo pisoteó en cuanto

holló tierra firme.Vandellor trepó por los aleros y

descendió por la fachada del almacéncon la intención de ayudar a su viejoamigo. Pese a que Liadrin le pidió agritos que se detuviera, el anciano elfono la escuchó o no quiso prestarleatención.

De repente, se produjo un cambio enel aire. Liadrin notó que el vello se leponía de punta. Unos pequeñosfragmentos de escombros flotantessalieron disparados hacia un lugarsituado al norte de la costa, esosdesperdicios giraron en el aire y, actoseguido, se dispersaron al rasgarse el

aire. Súbitamente, ahí apareció el reyAnasterian Caminante del Sol.

Arthas se detuvo y obligó a sucaballo a darse la vuelta.

El rey vestía la armaduraDarth’Remar.

También portaba la hojarruna de subisabuelo. Zul’Aman. En la manoizquierda sostenía un bastónornamentado; el cristal relucientemontado sobre su extremo superior erauna reliquia encantada cuyo origen seremontaba a Kalimdor, la antigua patriade los elfos nobles. A pesar de que elpeso de los años, de sus tres mil años deexistencia, había hecho mella en su

cuerpo, tanto la mente como el corazóndel rey Anasterian seguían en plenaforma. El monarca había hecho acopiode todas las fuerzas que le quedaban yhabía decidido presentarse en esemomento para librar esa terrible batallaque sabía que seria la última.

Anasterian atravesó esa hueste depesadilla que había alcanzado ya laorilla helada, atacando al enemigo adiestro y siniestro con su bastón y suespada: se abrió paso por esa llanura dehielo a base de mandobles, estocadas ygolpes hasta alcanzar la zona de hieloderretido que miles de no-muertosseguían atravesando.

Se detuvo en cuanto se halló enmedio de esa turbamulta. Entonces,profirió un grito de guerra en el antiguoidioma thalassiano y golpeó con la parteinferior de su bastón ese hielo sólido. Alinstante, la no muy profunda capa deagua se extendió en un radio muy amplioy unas grietas, cuyo origen era el puntode impacto, se abrieron en esasuperficie helada. Esas fisuras en formade telaraña se expandieron yensancharon hasta que el agua saladaemergió por ellas.

El aire se estremeció alrededor delrey. Los soldados cadáveres que sehabían dirigido hacía él para rodearlo

cayeron hacia atrás como si hubieransido golpeados. Anasterian sedesvaneció y el agua, que había sidodesterrada de su lugar natural unosmomentos antes, volvió a llenar el vacíoque el monarca acababa de dejar. Elhielo siguió quebrándose hasta que ungran trecho helado se deshizo en variostémpanos descomunales. Los no-muertosintentaron mantener el equilibrio sobreesos inestables trozos de hielo, pero lamayoría resbaló y fue engullida por esasolas turbulentas.

A lo largo de la costa se abrió unhueco entre esa multitud de no-muertos,ya que una fuerza invisible los empujaba

y apartaba de en medio.Unas diminutas partículas de

escombros giraban en el aire, quesúbitamente se iluminó. Anasterianapareció de nuevo y el cristal situado enel extremo superior de su bastónproyectó una luz ámbar muy intensa.

A los pies del rey brotó un círculode fuego, cuyas llamas cobraronvelocidad a su alrededor tras unirse;acto seguido, se elevaron violentamente,se extendieron y conformaron ungigantesco y destructor tornado de fuego.

Las monstruosidades que rodeabanal rey ardieron.

Liadrin sintió renacer levemente la

esperanza en su fuero interno. Comohacia la orilla, en busca de Vandellor y,enseguida, lo divisó vadeando entre unamultitud de cadáveres, entre los quebuscaba a Belo’vir, sin embargo, esahueste no-muerta se interponía entre ellay el sumo sacerdote. Entonces, se volviópara dirigir su mirada hacia Arthas y, enese instante, comprobó que las faccionesdel príncipe caído reflejaban unasemociones que hasta entonces no habíamostrado. Ira. Frustración. Impaciencia.

Liadrin se abrió paso hastaVandellor luchando como una posesa:entonces, se detuvo, miró a su alrededory se percató de que los no-muertos ahora

permanecían inmóviles y alerta,observando las reacciones de Arthas.Liadrin prosiguió avanzando haciaVandellor, quien se encontrabaarrodillado junto a un destrozadoBelo’vir. A pesar de que el sumosacerdote intentaba sanardesesperadamente las miles de heridasdel gran magíster, lo único que habíalogrado era mantener a su viejo amigoconsciente.

Liadrin agarró a Vandellor por loshombros.

—¡Si mueres no nos serás de ayuda!Vandellor agarró a Belo’vir con un

brazo y tiró de él para que pudiera

incorporarse. El gran magíster clavó sumirada en el lugar donde se hallabanArthas y Anasterian. Liadrin y Vandellordirigieron sus ojos al mismo lugar.

Arthas espoleó a su montura y cargócontra el rey. El vórtice ígneo se disipóal arremeter el jinete negro contra él.Aunque Liadrin observó con sumaatención todo cuanto acaeció después,todo sucedió a tal velocidad que casi leresultó imposible comprender lo queveían sus ojos.

Arthas se abalanzó sobre el rey consu espada y Anasterian pareciódesplazarse sin ni siquiera habersemovido, ya que pasó de hallarse

directamente delante de ese caballonegro a encontrarse arrodillado einclinado. De repente, una luzdeslumbrante brotó de su reliquia decristal con el fin de cegar a Arthas, peroel caballero de la Muerte logró golpearel bastón del monarca y desviar sutrayectoria, con tal mala fortuna que elbastón acabó cercenando las patasdelanteras de su corcel.

El caballo cayó a plomo. Arthasgritó una extraña palabra (que a Liadrinle sonó muy similar a «invencible») ycayó rodando de su montura.Rápidamente, se puso en pie con ungesto de rabia. El antiguo príncipe

parecía consternado, aunque esareacción no se debía a que hubieraresultado hendo. Miró a su caballo yobservó impotente cómo intentabaagónica y desesperadamenteenderezarse, pero fue en vano. Actoseguido, fulminó con La mirada al rey.

Los no-muertos que habían seguidoavanzando prosiguieron su ataque; Lasturbamultas cercanas al rey y Arthas, sinembargo, permanecieron inmóviles,mientras los elfos que todavía no habíancaído observaban y esperaban a queconcluyera ese duelo que decidiría eldestino de todos ellos.

Liadrin sintió una apremiante

necesidad de mirar al mar. Ahí vio aSylvanas, quien permanecía quieta ypesarosa encima del hielo que flotabasobre las aguas. Liadrin se compadecióde la antigua general forestal, quienestaba siendo obligada a observar unabatalla en la que no se le permitíaintervenir. La suma sacerdotisa centró suatención de nuevo en Anasterian yArthas, quien bramó:

—Quizá fuiste un adversarioformidable hace tiempo. Pero ahora, soycapaz de percibir cómo se apaga lachispa de tu alma, cómo tu fuerza vitaltitila débilmente como una vela alviento… con sumo gusto, voy a apagar

para siempre esa llama.El rey y el antiguo príncipe trazaron

un círculo uno alrededor del otro.Anasterian sostenía a Felo’melora conambas manos con tanta fuera que susnudillos se habían tomado blancos.

—Al menos yo podeos un alma,despreciable bastardo.

Arthas alzó a Agonía de Escarcha.—No por mucho tiempo.Al igual que antes, Liadrin tuvo la

sensación de que los acontecimientos sesucedían tan rápidamente que ni sumente ni sus ojos eran capaces deasimilarlos. Arthas se abalanzó sobre elrey. Anasterian pareció dejar de existir y

apareció justo detrás de Arthas, al queintentó decapitar. El caballero de laMuerte se echó al suelo y se giró. El reyvolvió a teletransportarse de nuevo.Arthas aferró a Agonía de Escarcha consuma fuerza y, al instante, emergió deella una onda expansiva que congeló derepente todo lo que se hallaba en lasinmediaciones.

Aunque Liadrin no acabó congelada,sí notó el impacto de la detonación.Anasterian permaneció inmóvil, ya quetodo su cuerpo había quedado cubiertopor una capa de hielo. Las runas de lasespadas de ambos refulgieronferozmente mientras Arthas caminaba

hacia el rey. El caparazón helado quecubría al monarca se agrietó y deshizo.Arthas hizo una finta; Anasterian atacócon todas sus fuerzas. Felo’melora yAgonía de Escarcha chocaron. Liadrincontuvo la respiración.

Con un terrible y desgarrador tañido,Agonía de Escarcha partió la hoja élficaen dos. Arthas prosiguió con su golpehacia abajo y atravesó la pierna derechadel rey. Anasterian hincó una rodilla entierra y enterró muy profundamente lahoja rota de Felo’melora en el muslo deArthas. El antiguo príncipe gruñó, dio lavuelta a su espada y se la clavó aAnasterian justo por detrás de la

clavicula. A continuación, empujó haciadentro la hoja, le atravesó el pecho y leperforó el corazón.

Anasterian exhaló su último aliento yse quedó quieto. Arthas arrancó laespada y, acto seguido, el rey, totalmenterígido, cavó de bruces sobre el hielo.

Una espantosa estupefacción seapoderó de Liadrin. Anasterian habíamuerto.

Un grito horrendo rasgó el aire.Liadrin se llevó las manos a los oídos y,a través de sus lágrimas, pudo ver aSylvanas, quien atormentada ydesgarrada, aireaba su frustración yclamaba indignada al cielo con un

aullido prolongado y teñido dedesesperación.

En cuanto ese grito de angustia cesóal fin, Belo’vir se volvió hacia la costa.Ahí, decenas de no-muertos que nopodían ahogarse estaban alcanzando laorilla de manera torpe y desmañada. Elgran magíster era espantosamenteconsciente de que, sin lugar a dudas,pronto emergerían miles más.

Vandellor profirió un grito alatravesarle una hoja oxidada el pecho.Liadrin dirigió su mirada hacia laespalda del sumo sacerdote y pudo verque tenía clavada ahí la empuñadura deuna hoz que estaba atada a una cadena.

Buscó con la mirada el otro extremo deesa cadena y comprobó que quien lasostenía, a varios pasos de distancia, erauna de esas babeantes abominacioneshechas de retales unidos de carne. Elengendro tiró entonces de la cadena yarrancó así la hoz de la espalda deVandellor seccionándole la columna. Elanciano elfo se derrumbó.

Liadrin lanzó un chillido plagado deangustia, cayó de rodillas al suelo y, conmás desesperación que antes si cabe,intentó contactar con la Luz. Sinembargo, debido a su estado deagitación, la radiante gloria de la Luz leresultó inalcanzable.

De improviso, un diminuto orbe defuego salió disparado de la palma deuna de las manos de Belo’vir y alcanzóa ese altísimo coloso, de tal modo quepenetró en su pálida piel y explotódentro de él. El monstruo puso los ojosen blanco al caer y el suelo tembló porculpa del impacto.

Los cadáveres empapados de aguasalada se aproximaron aún más a ellos.Belo’vir miró a Arthas, quien se hallabajunto a su corcel, cuyas patas delanterasya estaban curadas. El príncipe caídodesató una gran bolsa que llevabacolgada de la silla, miró satisfecho porúltima vez al rey muerto y, a

continuación, se dirigió a la Fuente delSol.

Entonces, Belo’vir habló, con untono de voz lo suficientemente alto comopara que Liadrin pudiera escucharle.

—Se acabó. Hemos perdido.El gran magíster posó una mano

sobre el hombro de Liadrin la cual notóal instante esa sensación, que ya leresultaba familiar de que algo tiraba deella en su fuero interno.

Consternada, alzó la cabeza haciaBelo’vir y lo miró con los ojosdesorbitados.

—¿Qué estás haciendo?Belo’vir la contempló con una

mirada benévola teñida de resignación.—Hago un favor a un viejo amigo.—¡No. quiero quedarme! Quiero…Liadrin se desvaneció, lo cual le

libró de ser testigo de cómo los no-muertos se cernían sobre el granmagíster, lo rodeaban y losdespedazaban sin miramientos.

Dar’Khan había absorbido ya unpoco más del abrumador poder de laFuente del Sol cuando percibió lapresencia de su amo. Por un breveinstante, se planteó la posibilidad deabsorber tanta energía como pudiera

para teletransportarse luego muy lejos,pero sabía que, sin duda alguna, su amolo encontraría, daba igual dóndedecidiera esconderse.

Dar’Khan abrió los ojossúbitamente. Allá abajo, una turbamultade no-muertos había obligado a batirseen retirada al resto de los miembros dela Asamblea. El mago pudo comprobarque habían abierto un camino por el queArthas avanzaba hacia la fuente.

Tal y como había practicado, tal ycomo le había enseñado su instructor,Dar’Khan no se sentía de ningún modoextenuado, ya que el Poder de la Fuentedel Sol lo había fortalecido.

Durante un fugaz instante, el magotemió que Arthas pudiera castigarlo porculpa de la codicia que había mostrado;sin embargo, su amo se quedó quietodelante de la Fuente del Sol durante unlargo instante, contemplando su premio.El fulgor radiante de la fuente iluminólas facciones del príncipe caído. Sucapa ondeó al viento, que también meciósu canosa melena. Los no-muertos locontemplaban inmóviles a una distanciacercana.

—¡Amo! —exclamó Dar’Khan—.Amo, he…

Arthas susurró unas palabras aalguien invisible y, acto seguido, arrojó

un saco al haz de luz de la Fuente delSol. El mago llegó a apreciar que unoshuesos caían de esa bolsa justo antes deque el rayo centelleara con una luzblanca cegadora.

Dar’Khan se aferró el pecho confuerza. Por culpa de lo que acababa dehacer su amo, la esencia de la Fuente delSol había cambiado repentinamente. Esamutación afectó profundamente a esemago traidor en lo más hondo de su ser.En cuanto se recuperó, se concentró,cerró los ojos, desapareció…

… y apareció junto a Arthas; sinembargo, el caballero de la Muerte no leprestó ninguna atención. El rayo de la

Fuente del Sol había adquirido un colormuy extraño; un violeta pálido moteadode verde. En el interior de ese miasmaturbulento, dio la impresión de que seestremecía una sombra.

—Amo, las energías de…Arthas habló sin volver la cabeza lo

más mínimo, con una voz fría como lahoja de un cuchillo.

Sí, han sido contaminadas. No teencontrarías tan mal si no hubierasabsorbido parte de ellas.

Aterrado, el mago hincó una rodillaen el suelo y tartamudeó:

—Amo, te juro que…La voz del antiguo príncipe adoptó

un tono más sereno, pues trataba decalmar al mago.

¿Por qué tienes tanto miedo? Hasactuado siguiendo el dictado de tupropia naturaleza. Deseabas servirme ylo has hecho. Y seguirás haciéndolo.Después de lodo, has contribuido a queeste momento sea posible.

Una voz áspera, ronca y sepulcralresonó desde el interior de esa luzturbia.

—¡He renacido, tal y como se meprometió! ¡El Rey Exánime me haconcedido la vida eterna!

Dar’Khan reconoció de inmediatoesa voz, a pesar de que ya no era un

susurro. Era la voz de su consejeroinvisible, era esa otra voz que habíaoído en su mente, esa voz que le habíaproporcionado los conocimientosnecesarios para que la Fuente del Solcayera en sus manos.

El mago se puso en pie. Al instante,profirió un fuerte gruñido al sentir cómoel frío acero le atravesaba las entrañas.Miró fijamente a Arthas a los ojos ysolo pudo ver un abismo insondable.Acto seguido, el caballero de la Muerteextrajo su espada.

—No temas, mi ambicioso amigo.La muerte es solo el principio, como micolega Kel’Thuzad puede atestiguar.

Dar’Khan se volvió, cayó otra vezde rodillas y contempló cómo esa figuraflotaba dentro de esa esencia nociva quehasta hace poco había sido el corazón yel alma del remo de su pueblo.

Un espeluznante esqueleto concuernos, ataviado con unos peculiaresropajes, una armadura y unas cadenasemergió de la fuente. Irradiaba tal gélidamaldad que Dar’Khan tuvo la sensaciónde que se le estaba helando la sangrepor el mero hecho de haber posado sumirada en él.

Entonces, la oscuridad se adueñó dela visión periférica del mago y el mundopareció alejarse de él. La calavera de

ese engendro se inclinó sobre él y tuvola sensación de que esas fauceshuesudas se curvaban para formar unasonrisa.

Lo último que escuchó Dar’Khan fuela más burlona de aquel esqueleto.

CAPÍTULO TRES: LA CORRUPTAFUENTE DEL SOL

Lor’themar esperaba impaciente enla puerta oriental, en ese terreno repletode escombros que había sido en su díael bazar, entre las deprimentes ruinas de

Lunargenta.Halduron se aproximó. Lor’themar

le formuló la inevitable pregunta, apesar de que sabía perfectamente larespuesta.

—¿Algún cambio?El forestal negó con la cabeza.

Lor’themar se limitó a asentir y aintentar disimular lo mucho que lepreocupaba el estado de su amigoGalell.

Al llegar a Lunargenta, Lor’themar yel resto de los Errantes habían reunido atodos los supervivientes que habían sidocapaces de localizar. Después,establecieron una posición defensiva en

la plaza y acabaron con los no-muertosque todavía deambulaban por ahí yvigilaban la capital arrasada tras lamarcha de Arthas. Al día siguiente, losErrantes peinaron el perímetro variasveces en busca de cualquiersuperviviente que se les hubiera pasadopor alto en un principio o que intentasealcanzar la ciudad.

Lor’themar se había encontrado porcasualidad a Galell inconsciente en laorilla oriental, en medio de unos restosde madera, junto a los cadáveres deunos cuantos guardianes y el cuerpo deuna macabra criatura que recordaba a unmurciélago; se parecía a esas bestias

muertas que plagaban las plazasinteriores de la ciudad y el terrenocolindante a esta. Los cadáveres habíansido quemados, por supuesto, y estepronto iba a compartir su mismo destino.

Al regresar a la ciudad, los Erranteshabían dejado a Galell en la trastiendade una de las pocas estructuras queseguían totalmente intactas; un edificiode dos plantas que, en su día, antes deesa devastación, había sido una tabernamuy popular.

Ese mismo día había llegado a laciudad un puñado de supervivientes deLor’themar se dio cuenta de que esoselfos traían consigo un cadáver, una

figura cadavérica de reluciente peloblanco ataviada con una armadura.Entonces, se percató de que esoshermanos habían logrado llevarse delcampo de batalla al rey caído, aAnasterian, lo cual le sorprendiótremendamente. Enseguida, corrieronmuchas historias acerca del coraje deambos hermanos entre sus compañeroselfos, que ayudaron a levantarligeramente la moral de lossupervivientes, cuyo estado de ánimoera cada vez más sombrío.

Si bien las secuelas de ese desastrelos habían sumido en la desesperación yla confusión, había otra razón mucho

más poderosa que cundiera el desánimo:el estado actual de la Fuente del Sol. LaFuente había cambiado. Lor’themar losabía y los demás supervivientestambién, aunque no hablaran de ello; noobstante, el señor forestal sospechabaque sí hablaban entre ellos sobre esetema, pero nunca cuando él estaba cerca.

Aun así, era mejor dejar que losexpertos en magia se preocuparan detales cuestiones. Como señor forestal,estaba obligado a garantizar laseguridad de los que quedaban vivos. Yeso era precisamente lo que pretendíahacer.

Cierto tiempo más tarde, Galell se

despertó. Lor’themar corrió a su lado ydio gracias al sol porque el sacerdotehubiera recuperado la consciencia. Sinembargo, poco le duró la alegría alforestal. Sí. Galell había despertado,eso era cierto, pero sus ojos eran comolas ventanas de una casa vacía. Elsacerdote no respondía a los estímulosdel mundo exterior, era incapaz depronunciar una sola palabra y selimitaba a mirar inexpresivamente a lapared que había ante él.

Una semana después, seguía en elmismo estado.

Pese a que Lor’themar lepreocupaba mucho Galell, le

preocupaba aún más el destino de otrapersona a la que, con el paso de losaños, había aprendido a respetar yapreciar por encima del resto de susamigos: le inquietaba mucho el destinode Liadrin.

Los supervivientes siguieronllegando con cuentagotas. Cada \vez quese presentaba uno de ellos, Lor’themaroptó por centrarse en lo que tenía entremanos, aunque sin abandonar del todo laesperanza de que Liadrin pudiera seguirviva.

Ahora, se hallaba junto a las puertas,aguardando la llegada de Kirin Tor; unórgano muy elitista que reunía a los

magos más poderosos de todo el mundoconocido.

Aunque Kael’thas se podría haberteletransportado directamente hasta unaplaza de esa ciudad (lo cual era unagesta muy sencilla para alguien queposeyera los poderes mágicos delpríncipe), el hijo de Anasterian habíadecidido viajar por el sur para poderevaluar con sus propios ojos el alcancede la devastación que habían sufrido elremo y la ciudad tanto por fuera comopor dentro.

Ese era el mensaje que Rommath, elconsejero del príncipe, le habíaentregado a Lor’themar Rommath se

había teletransportado a la ciudad cuatrodías antes, con tan mala suerte que habíaido a aparecer en la plaza Alalcón, enuna parte de la ciudad que los Errantestodavía no controlaban. No obstante, esemagíster demostró ser más que capaz dedefenderse solo, ya que logró abrirsepaso entre decenas de no-muertos,mientras buscaba supervivientes, hastaque llegó por fin al bazar, donde hallórefugio.

A pesar de que la llegada delconsejero del príncipe había supuesto ungran alivio para Lor’themar, el forestalno congenió con Rommath, era un elfomuy silencioso, poseía una mirada

penetrante y tenía un carácter muy frío.Incluso ahora, mientras esperaban a losdemás supervivientes, el señor forestalse sentía un tanto incómodo ante esemagíster.

Además, sus bruscos modales nohabían ayudado en nada a serenar losánimos de los abatidos supervivientes.El magíster no había hecho ningúnanuncio oficial y, de hecho, habíaaconsejado a Kael’thas a la ciudad, paraimpedir así que algún «traidor» (sí,había utilizado esa palabra, no se habíaandado con rodeos) pudiera concebiralgún plan para atentar contra elpríncipe.

Lor’themar, que era confiado pornaturaleza, aún albergaba la esperanzade que lo que sospechaba no fueracierto, aún seguía intentado negardesesperadamente lo que cada vezestaba más conocido que era verdad.

Hay un traidor.Si eso era cierto, entonces

Lor’themar también había jugado unpapel clave en la caída de Lunargenta alno haber permanecido alerta como eradebido, por haber sido tan confiado, taningenuo. Por esa razón, el señor forestalseguía deseando estar equivocado alrespecto, a pesar de que todas lasevidencias demostraban lo contrario.

Más tarde, ese mismo día, llegó porfin el príncipe sin llamar la atención, sinpompa ni boato alguno, acompañado porun puñado de arqueros, dos sacerdotes,la Guardia Real y otro magíster: un elfomodesto y afable llamado Astalor.

Las facciones del príncipe revelabande manera inconfundible que pertenecíaa la orgullosa dinastía Caminante delSol: esos pómulos elevados, esa narizesbelta y esos ojos cerúleos eraninconfundibles, además, tenía unamirada triste pero al mismo tiempoenérgica, que transmitía la sensación deque poseía una sabiduría tan enorme que

Lor’themar solo podía imaginar.En cuanto el príncipe entró en la

plaza, los rumores arreciaron entre losmuchos supervivientes.

—Ya es demasiado tarde…—… se marchará en cuanto tenga

una oportunidad…—Pero ¿para qué se iba a quedar

aquí?Kael’thas no reaccionó ante esos

comentarios (a lo mejor ni siquiera loshabía oído), sino que se limitó acontemplar esa destrucción, sin mostrarsus emociones, manteniéndoseimpertérrito.

Lor’themar se arrodilló ante él.

—Alteza, me alegra ver que hasllegado sano y salvo.

Con una seña, Kael’thas indicó alseñor forestal que podía levantarse.

—Sí, solo nos hemos topado conalgún reducido grupo de… adversarios.

El príncipe había titubeado; alparecer, era reacio a utilizar la palabra«no-muertos».

Kael’thas avanzó y paseó su miradapor todos los supervivientes, mientrasintentaba buscar las palabras adecuadas.

—Sé que esto ha sido muy difícil —acertó a decir, pero, de inmediato,volvieron a arreciar las protestas de lossupervivientes.

—¿Qué sabrás tú de las dificultadesque hemos soportado?

—Dinos cómo vamos a comer apartir de ahora…¿cómo vamos asobrevivir?

—¡Callaos y dejadle hablar! —exclamó Falon.

—¡Queremos hechos y no palabras!—Kael’thas se quedó callado. Los

supervivientes siguieron protestandoairadamente, sin respetar nada ni anadie. El Príncipe suspiró y se dio lavuelta.

—Me gustaría ver a mi padre.Lor’themar agachó la cabeza.—Como desees, alteza.

En la estancia principal de lataberna solo había una mesa, sobre lacual descansaba en paz el rey, cuyoreluciente pelo blanco parecía unmontón de nieve esparcido sobre esemueble. Sobre su pecho, con laempuñadura colocada justo bajo labarbilla, se encontraba Felo’melora,cuyas dos piezas partidas habían puestojuntas para que la espada parecierahallarse aún entra.

Kael’thas pasó un dedo por encimadel lugar donde ambas piezas se unían.

Lor’themar le explicó lo sucedido y,prácticamente, se disculpó por lo que

había acaecido.—Se rompió durante la batalla,

alteza.—No creí que eso fuera posible. —

Kael’thas buscó con la mirada el rostode su padre. Acto seguido, el príncipesiguió hablando con un tono más suave—. Hay muchas cosas que no creíaposible, hasta ahora.

Durante un momento, reinó elsilenció.

—¿Dónde están los demás cuerpos?—Los hemos quemado, mi señor.

Para evitar que… se levantaran denuevo.

El príncipe clavó una mirada teñida

de incredulidad en el señor forestal.Rápidamente, asimiló lo que este habíaquerido decirle y, al instante, asintió.

—Por supuesto.—Estaré fuera, junto a la puerta.A pesar de que Lor’themar cerró

como pudo esa puerta rota al salir de lataberna, pudo escuchar la sombría vozdel príncipe desde la calle.

—Elor bindel felallanmorin’aminor. —Lo primero que dijo elpríncipe fue una bendición thalassiana—. Sabía que este día llegaría… perojamás soñé que fuera a llegar tan pronto.Temo no estar preparado, padre. Tú eresel rey. Siempre serás el rey.

Lor’themar oyó entonces el roce deuna tela y, aunque no pudo verlo, supoque el príncipe se acababa de arrodillarjunto a su padre.

—Lo único que siempre he queridoes que te sintieras orgulloso de mí.Concédeme la fuerza necesaria para serel hombre que esperabas que fuera.Concédeme la fuerza necesaria paraguiarlos en estos tiempos desesperados.Concédeme la fuerza necesaria paraliderar a nuestro pueblo como esdebido. —A continuación, murmuró unúltimo rezo—. Elu’meniel mal alann.

Esa noche montaron una pirafuneraria y el cuerpo de Anasterian fue

incinerado. En cuanto prendieron fuegoa la pira, todas las miradas se volvieronexpectantes hacia Kael’thas y los magosse retiraron de nuevo en busca de eserefugio que les brindaba la tabernaaislados del resto.

—Entonces, ¿estamos solos en esto?¿Acaso debemos adivinar qué piensa elpríncipe? ¿Ni siquiera va a hacer undiscurso? —despotricó Vorinel, unartesano muy alto que procedía de laIsla del Caminante del Sol.

Lor’themar extendió ambos brazos ypidió silencio con una seña, mientras elresplandor anaranjado del fuegoiluminaba sus facciones.

—El príncipe se dirigirá a nosotrosa su debido tiempo. Hasta entonces,contamos con provisiones de comida yreservas de agua fresca suficientes.Aunque ahora carezcamos de algunascosas, sé que podremos obtenerlas dealgún modo. Mantened la calma eintentad ser pacientes.

Al mismo tiempo que los murmullosmenguaban, el señor forestal miró haciaatrás, hacia esos edificios a oscuras, yno pudo evitar preguntarse por qué elpríncipe había decidido aislarse delresto del mundo.

A lo largo de los dos días siguientes,el príncipe prácticamente estuvodesaparecido, al igual que Rommath yAstalor.

Durante ese tiempo, algunos gruposde no-muertos (algunos de los cualeseran cadáveres descompuestos; otros,meros esqueletos capaces de caminar, yalgunos otros, elfos caídos que habríanpodido pasar por vivos si no fuera porsus ojos velados, su mirada perdida y sutorpe deambular) continuaron buscandouna manera de atravesar sus defensas,pero los Errantes los repelieron.

Aunque sus defensas aguantaron,Lor’themar se sentía cada vez másagotado. Últimamente, cada vez lecostaba más despertarse.

Cuando llegó la mañana del tercerdía, Lor’themar, pues temía que pudieradesencadenarse una revuelta si todoseguía como hasta ahora. Pese a queFalon y Solanar le habían ayudadomucho a hora de mantener el orden, elseñor forestal temía que la paciencia deesa gente estuviera a punto de agotarse.

El príncipe regresó varias horas mástarde, flanqueado por los magísteres yportando un objeto tapado por una tela.De inmediato, se dirigieron presurosos a

la taberna y permanecieron ahí dentro elresto del día.

Kael’thas y sus acompañantes.Pero esa charla nunca tuvo lugar, ya

que, esa misma noche. Lor’themar y lepidió que reuniera a los supervivientes,pues quería dirigirse a ellos.

El príncipe, que tenía la miradaperdida, parecía hallarse un tantonervioso sobre esa plataformaimprovisada con los restos de algunasestructuras de la ciudad. Rommath yAstalor lo flanqueaban. La multitud lehacía preguntas a gritos:

¿Adónde vamos a ir?—¿Cuánta comida queda?—¿Por qué no se nos ha dicho nada?Entonces, Kael’thas habló con una

voz clara e imponente:—¡He estado en la Fuente del Sol!La muchedumbre calló.De repente. Lor’themar entendió, al

menos en parte, lo que el príncipe habíaestado haciendo cuando habíadesaparecido en diversas ocasionesdurante varias horas: se habíateletransportado a la Fuente del Sol.

Kael’thas prosiguió.—He podido examinar sus energías.

Y mis sospechas, así como las de mis

magísteres, se han confirmado. LaFuente del Sol ha sido corrompida ymancillada, la nigromancia hacontaminado su energía. Asimismo, losno-muertos se han dirigido en tropel aQuel’Danas, atraídos por esa vetustafuente como polillas a una llama. Y esamisma energía que los llama, ese mismopoder que sigue impregnando nuestraalma, se extenderá por lo que queda denuestro reino… por todas estas tierras,infectando, corrompiendo yenvenenándolo todo con su maldad.

Súbitamente, alguien gritó desde lamuchedumbre:

—Entonces, ¿deberíamos irnos?

¡Tenemos que alejamos de ella lo másposible! Además ¡aquí ya no queda nadapara nosotros!

—La Fuente del Sol nos alimentacon su energía sin importar dónde nosencontremos en este mundo. Nopodemos escapar de su influencia. Lasituación es esta: debemos combatiraquí y ahora, o si no, nos arriesgáremosa perderlo todo.

—¡Ya lo hemos perdido todo! —replicó una joven.

—¡No! Aún conserváis la vida. Ymientras sigáis vivos, esta tierra tambiénseguirá siendo nuestra. Este todavía esnuestro hogar. Podremos reconstruirlo.

Pero nunca lo lograremos si la amenazade la Fuente del Sol sigue planeandosobre nosotros.

—Entonces, ¿qué sugieres? —preguntó Falon.

—Esto no es una sugerencia, sinouna orden: la Fuente del Sol debe serdestruida.

El gentío volvió a estallar enprotestas; reinó tal cacofonía queVorinel tuvo que gritar como un posesopara ser escuchado.

—¡Nuestra ansia de poder mágicosiempre nos ha llevado al desastre! ¡Deeso intentaron advertimos nuestrosprimos kaldorei!

—¡Yo digo que debemos destruirla!De todos modos, ¡esa maldita cosanunca debería haber existido!

Si bien esas palabras suscitarondiversas reacciones de estupefacción yenojo, también había muchossupervivientes que, lo admitieranabiertamente o no, creían que Vorinelhabía dicho la verdad.

—Pero hay una amenaza mucho másinmediata y más aterradora que la quesupone nuestra valiosa Fuente del Sol —vociferó alguien, concretamente unamujer, desde la puerta.

Todos volvieron sus ojos hacia ellay comprobaron que cerca del umbral

había alguien ataviado con una túnica.Lor’themar en particular sintió uninconmensurable alivio al oír su voz. Alinstante, se abrió paso entre lamuchedumbre para poder verla mejor,para poder cerciorarse de que lo queveían sus ojos era lo que tanto deseaba.Y así fue.

—¿Y cuál es esa amenaza másinmediata? —preguntó el príncipe.

Liadrin se acercó y, pese a queestaba desaliñada y su ropa se hallabamanchada, parecía sana y fuerte, y muyviva cuando respondió:

—Los trols.

Llevan varios días entrando sinparar en Zul’Aman procedentes de loslugares más recónditos. Según parece,todos los Amani están abandonando susescondites y se están reuniendo con elfin de prepararse para la guerra.

En el interior de la taberna, Liadrinestaba sentada a la misma mesa donde elcuerpo de Anasterian había estado solounos días antes, justo frente a Kael’thas.Entre ambos, había un objeto bastantegrande tapado con un trozo de tela.

Lor’themar deambulaba de un lado aotro sin parar y Halduron se hallabacerca de él. Un guardia real seencontraba al lado del príncipe y, tras el

guardia, estaba Astalor. Rommath habíaoptado por un rincón oscuro, al abrigode las sombras.

El príncipe replicó:—¿Por qué quieren reunir un

ejército tan enorme para destruirnos?Podrían habernos atacado hace días,antes de que nos reagrupáramos, y nospodrían haber derrotado con relativafacilidad.

Liadrin se inclinó hacia delante.—Tal vez nosotros no seamos su

presa.El señor forestal se paró en seco. Su

mirada se cruzó con la de Liadrin yasintió.

—Hace mucho tiempo, Zul’Aman,desde donde pude escrutar el océano, ydivisé varios barcos, variosdestructores.

Kael’thas suspiró.—Así que saben que los no-muertos

han invadido Quel’Danas, de eso no hayduda. Esos engendros se estáncongregando en esa isla a millares; acada día que pasa, son más y más. Losmagísteres y yo pudimos comprobarlocuando fuimos a examinar la energía dela Fuente del Sol. Salimos de ahí convida por poco.

Astalor apostilló:—Es probable que los trols ignoren

cuál es el poder de las fuerzas no-muertas que todavía permanecen ahí.Solo saben que esa Plaga ha arrasadoLunargenta, lo cual es una gesta queellos nunca pudieron llevar a cabo…por eso están haciendo tantospreparativos y están reuniendo unejército tan enorme, porque no sabenque los miembros más poderosos de lastuerzas no-muertas ya no se encuentranahí.

El príncipe se reclinó en la silla,pensativo.

Muy bien. Quizá esto nos brinde laoportunidad que tanto estábamosesperando. Si los trols quieren la Fuente

del Sol, que se la queden.Kael’thas se puso en pie y apartó la

tela que cubría el objeto colocado sobrela mesa, revelando así lo que habíadebajo: los cristales lunares unidos.Acto seguido, se dispuso a pasearalrededor de la mesa.

—Cuando conocí a Arthas… no eramás que un zafio truhán indisciplinado.Sin embargo, ha sido capaz de utilizarnuestros cristales lunares en nuestracontra para quebrar nuestras defensas.

Liadrin asintió.—Así es. Yo misma fui testigo de

ello.El príncipe prosiguió.

—Entonces, nosotros tambiéndeberíamos usarlos en nuestro provecho.Los magísteres y yo podríamos canalizarbastante poder a través de estos cristalescomo para desestabilizar la Fuente delSol y, si mis cálculos son correctos,incluso podríamos destruirla.

Un pesado silencio dominó laestancia mientras cada uno de ellossopesaba la importancia de las palabrasque acababa de pronunciar el príncipe,quien dejó de andar y posó su mirada enLiadrin.

—¿Crees que los trols atacaránprimero?

—Sí. Cuento con un explorador

apostado en el extremo más aislado delas montañas que rodean Zul’Aman. Encuanto sus tropas se movilicen, nosalertará.

—Bien. Debemos coordinar nuestroplan con el ataque de los trols. Así,cuando acudan en tropel a Quel’Danas,podremos borrarlos de la faz de laTierra, tanto a ellos como a los no-muertos que aún queden allí.

Entonces, Astalor intervino en laconversación.

—Pero si centramos nuestro poderen canalizar esas energías, seremosincapaces de mantener a raya a los no-muertos.

El príncipe se mostró de acuerdo.—Sí, necesitaremos una fuerza de

choque que haga retroceder a los no-muertos durante el tiempo quenecesitemos Rommath, Astalor y yo parallevar a cabo nuestra tarea. Además, losno-muertos también estarán distraídoscon el ataque de los trols, así que solohará falta que un puñado de hombres nosacompañen en la Fuente del Sol. No voya reclutar a ninguno de lossupervivientes en contra de su voluntadpara esta misión, pero estoy dispuesto aaceptar voluntarios.

Lor’themar dio un paso al frente.—Los Errantes estamos dispuestos a

luchar a tu lado.—¡Sí, sí! —vociferó Halduron.Liadrin se puso en pie.—Yo también me sumo al plan.Kael’thas contempló detenidamente

la túnica que vestía la suma sacerdotisa.—De acuerdo. Nos vendrá bien

contar con otro sanador.—No actuaré como canal de la Luz.El príncipe arqueó una ceja.—¿Ah, no? ¿Por qué?La voz de Liadrin adoptó un tono

glacial.—¿De qué sirve recurrir a un poder

que no responde cuando más se lenecesita? La Luz es veleidosa y

despreciable, no quiero tener nada másque ver con ella. El mismo día en quemurió mi mentor, dejé de ser sumasacerdotisa.

Kael’thas permaneció callado.Rommath, sin embargo, habíaabandonado el abrigo de las sombras y,de hecho, parecía estar escuchando lodocon gran atención.

El señor forestal rompió el silencio.—Entonces, tal vez sería mejor que

te quedases…Liadrin pronunció un epíteto

thalassiano de tal modo que provocó queLor’themar arqueara una ceja.

—Bobadas. Lucharé con vosotros.

A continuación, se dirigió a la pareddonde los Errantes habían dejadoapoyadas una gran cantidad de armasque habían arrebatado a varios no-muertos derrotados. Se arrodilló y cogióuna clava.

—Estoy segura de que alguno de tushombres podrá enseñarme a usar esto.

Antes de que Lor’themar pudieraresponder, alguien habló desde elumbral de la puerta de la trastienda.

—Aún no sé si he recuperado micapacidad de canalizar la Luz, pero osayudaré en la medida que pueda.

Galell, que estaba apoyado sobre lajamba de la puerta, tenía el aspecto de

alguien que acababa de despertarse deun sueño largo y especialmente agitado.Liadrin gritó su nombre, corrió hacia ély le abrazó. Lor’themar y Galell sesintieron en paz.

Kael’thas también se había dirigidoal resto de supervivientes para pedirvoluntarios y los hermanos Falon ySolanar habían sido los primeros en darun paso al frente, a los que enseguida seunieron un puñado más de elfos. Ahora,el grupo de voluntarios al completo seencontraba en lo que solía ser el bazar.Esas veinte almas intrépidas soportabanla pesada carga del destino de todo supueblo sobre sus exhaustos hombros. La

mirada de los refugiados que losrodeaban estaban plagadas dedesesperación y ansiedad pero, en lomás hondo de su ser, todavía ardíantambién los rescoldos de la esperanza.

Un Errante atravesó presuroso lapuerta para comunicarles una noticia: elexplorador que vigilaba a los trols habíadisparado una flecha en llamas al cielo.Había dado la señal.

Entonces, Kael’thas, que sostenía ensus manos los sagrados cristales lunares,pronunció una sola palabra enthalassiano y, al instante, esa enormegema se dividió en tres. Le entregó unapiedra a Rommath y otra a Astalor.

Unas oscuras nubes surcaron delcielo.

—¡Ha llegado el momento! —anunció Kael’thas a la vez que sopiabaun fuerte viento del este—. ¡Qué la luzdel sol nos guie hasta el final! ¡Si eldestino nos lo permite, volveremos areunirnos con vosotros y todos nosotrostendremos un futuro! Si no regresamos…¡espero que nos volvamos a encontrardisfrutando de la paz eterna!

Una vez dicho esto, Kael’thas,Rommath y Astalor alzaron la mano queles quedaba libre simultáneamente y, alunísono, el grupo de veinte voluntariosse desvaneció entre unas relucientes

motas de luz que el cada vez más intensoviento dispersó.

Lor’themar dio un paso al frente.—Los Errantes estamos dispuestos a

luchar a tu lado.—¡Sí, sí! —vociferó Halduron.Liadrin se puso en pie.—Yo también me sumo al plan.Kael’thas contempló detenidamente

la túnica que vestía la suma sacerdotisa.—De acuerdo. Nos vendrá bien

contar con otro sanador.—No actuaré como canal de la Luz.El príncipe arqueó una ceja.—¿Ah, no? ¿Por qué?La voz de Liadrin adoptó un tono

glacial.—¿De qué sirve recurrir a un poder

que no responde cuando más se lenecesita? La Luz es veleidosa ydespreciable, no quiero tener nada másque ver con ella. El mismo día en quemurió mi mentor, dejé de ser sumasacerdotisa.

Kael’thas permaneció callado.Rommath, sin embargo, habíaabandonado el abrigo de las sombras y,de hecho, parecía estar escuchando todocon gran atención.

El señor forestal rompió el silencio.—Entonces, tal vez sería mejor que

te quedases…

Liadrin pronunció un epítetothalassiano de tal modo que provocó queLor’themar arqueara una ceja.

—Bobadas. Lucharé con vosotros.A continuación, se dirigió a la pared

donde los Errantes había dejadoapoyadas una gran cantidad de armasque habían arrebatado a varios no-muertos derrotados. Se arrodilló y cogióuna clava.

—Estoy segura de que alguno de tushombres podrá enseñarme a usar esto.

Antes de que Lor’themar pudieraresponder, alguien habló desde elumbral de la puerta de la trastienda.

—Aún no sé si he recuperado mi

capacidad de canalizar la Luz, pero osayudaré en la medida que pueda.

Galell, que estaba apoyado en lajamba de la puerta, tenía el aspecto dealguien que acababa de despertarse deun sueño largo y especialmente agitado.Liadrin gritó su nombre, corrió hacia ély lo abrazó. Lor’themar y Galell sesintieron en paz.

Kael’thas también se había dirigidoal resto de supervivientes para pedirvoluntarios y los hermanos Falon ySolanar habían sido los primeros en darun paso al frente, a los que enseguida seunieron un puñado más de elfos. Ahora,el grupo de voluntarios al completo se

encontraba en lo que solía ser el bazar.Esas veinte almas intrépidas soportabanla pesada carga del destino de todo supueblo obre sus exhaustos hombros. Lamirada de los refugiados que losrodeaban estaban plagadas dedesesperación y ansiedad pero, en lomás hondo de su ser, todavía ardíantambién los rescoldos de la esperanza.

Un Errante atravesó presuroso lapuerta para comunicarles una noticia: elexplorador que vigilaba a los trols habíadisparado una flecha en llamas al cielo.Había dado la señal.

Entonces. Kael’thas, que sostenía ensus manos los sagrados cristales lunares,

pronunció una sola palabra enthalassiano y, al instante, esa enormegema se dividió en tres. Le entregó unapiedra a Rommath y otra a Astalor.

Unas oscuras nubes surcaron delcielo.

—¡Ha llegado el momento! —anunció Kael’thas a la vez que soplabaun fuerte viento del este—. ¡Qué la luzdel sol nos guíe hasta el final! ¡Si eldestino nos lo permite, volveremos areunimos con vosotros y todos nosotrostendremos un futuro! Si no regresamos,¡espero nos volvamos a encontrardisfrutando de la paz eterna! —Una vezdicho esto, Kael’thas, Rommath y

Astalor alzaron la mano que les quedabalibre simultáneamente y, al unísono, Elgrupo de veinte voluntario sedesvaneció entre unas relucientes motasde luz que el cada vez más intensoviento dispersó.

Un vasto y turbulento océano de no-muertos rodeaba la Fuente del Sol ycubría Quel’Danas por entero.

De improviso, una serie dedetonaciones rasgaron el aire; unestrépito cuyo origen no eran unosrelámpagos sino unos cañones pesados.Al sudeste, una armada de destructorestrols se encontraba parada de costado acierta distancia del litoral, desde donde

bombardeaba la isla de maneracadenciosa con su poderosa artillería.Entretanto, por el lado de esas naves queno miraba a la orilla, estaban lanzandoal mar un gran número de botes detransporte de tropas repletos deguerreros trols. Muchos de los no-muertos que se hallaban cerca de lacosta de Kael’thas y los demásaparecieron súbitamente cerca de laFuente del Sol.

Unos relámpagos se bifurcaron en elfirmamento.

Los no-muertos que se habían vistoapartados a un lado al llegar ese gruporeaccionaron de inmediato y los

atacaron de una manera desmañada ytorpe. Al instante, la batalla se desató.Lor’themar y los Errantes seabalanzaron sobre sus adversarios,obligando así a retroceder a loscadáveres más cercanos. De ese modo,lograron abrir un hueco y trazar uncírculo defensivo alrededor de esebrillante rayo que se perdía allá arribaentre las nubes tormentosas.

Ka’elthas iba acompañado por unode sus sacerdotes personales. Susegundo al mando se unió a Astalor. Sibien los hermanos habían acordado queFalon se colocaría cerca de Rommath,en el último instante, Falon había

insistido en que Solanar ocupara sulugar.

—No es el momento de discutir —vociferó Falon por encima del fuerteviento mientras los Errantes luchabancon fiereza—. ¡Soy el mayor y seré másútil allí!

Un reticente Solanar cumplió losdeseos de su hermano y, raudo y veloz,Falon fue en ayuda de uno de losforestales heridos.

Galell decidió apoyar a lavanguardia de sus fuerzas. Esperabahaber tomado la decisión correcta. Alfin y al cabo, había estado varios díasinconsciente y aún no había intentado

contactar con la Luz. Restablecer suvínculo con la Luz era como caminar atientas por una habitación a oscuras. Elpaisaje no había cambiado, pero laperspectiva sí. Tenía que reorientarse,para hallar de nuevo el camino.

El príncipe y los magísteres cerraronlos ojos y susurraron unas palabras muypoderosas. Los cristales lunaresbrillaron de manera tenue.

Una bola de cañón trol cayó cerca,levantando una colosal nube compuestade piedras, polvo, escombros ycadáveres mutilados.

Lor’themar se preguntó si se estabavolviendo loco a la vez que se giraba y

atacaba a otro asaltante no-muerto.Comenzó a llover a cántaros en la

isla justo cuando decenas de botes detransporte de tropas trol alcanzaron laorilla sur, cuyos guerrerosdesembarcaron de inmediato y sesumaron a la refriega vadeando.

Pese a que Liadrin manejabatorpemente la pesada clava, su carenciade destreza la compensaba con unatremenda determinación y una furia sinlimites. Lor’themar le había dicho quedebía decapitar a los cadáveresandantes si quería acabar con ellosrealmente y eso era precisamente lo quela ex suma sacerdotisa estaba haciendo

con gran fervor, a pesar de que ibaataviada con una armadura que le habíaquitado a un guardián caído en batalla yno le quedaba nada bien.

Puedes hacerlo, pensó. Tienes quehacerlo.

Lor’themar se abrió paso aespadazos a través de un grupo de no-muertos y, detrás de este, se topó conunos antiguos magísteres que loaguardaban. Al ver sus ojos vidriosos,tuvo claro que no eran supervivientes,sino que, más bien, eran unos elfoscaídos que habían sido revividosrápidamente por algunos nigromantesdurante el saqueo de Lunargenta y a los

que habían abandonado en esa isla paraque se pudrieran cuando Arthas se habíamarchado de allí. Mientras intentabacercenarles sus desprotegidos cuellos,el forestal rezó para que esos magísteresno hubieran sido traídos de entre losmuertos con los mismos poderes queposeían cuando se hallaban entre losvivos.

Los truenos rugieron sin piedad.Unos rayos cegadores surgieron de

los cristales lunares y se adentraron enla Fuente del Sol. Rommath, Kael’thas yAstalor se arquearon hacia atrás alunísono. Unas corrientes discontinuas deenergía pura se elevaron hacia el ciclo,

cuyo calor y brillo era mucho mayor queel de los relámpagos que rasgaban elfirmamento.

Uno de los Errantes que seencontraba delante de Galell chilló alsentir cómo le atravesaba las costillas laespada de un siervo de la Plaga. Elsacerdote se serenó, se concentró,expandió su conciencia y contactó con laLuz. Canalizó sus propiedades curativashacia el forestal al mismo tiempo queoía una detonación atronadora queprocedía del litoral, a la vez que oía unsilbido agudo que anunciaba que unabola de cañón se aproximaba. Percibióque su vinculo con la Luz era cercenado

en cuanto esa bola de cañón impactocontra el suelo, rebotó y elevó por losaires al forestal, partiendoprácticamente en dos su cuerpo.

Galell permaneció quieto; pese aque la batalla seguía rugiendo a sualrededor, parecía hallarse muy distante,como si la estuviera observando a travésde un sueño.

Los elfos habían planeado empujar alos no-muertos hacia los asaltantesAmani, para mantenerlos ocupadosdurante el tiempo que Lor’themar rezópara que el príncipe y los magísteresconcluyeran su Urea antes de que esoocurriera.

El suelo tembló violentamente. Pesea que la mayoría de los Erranteslograron mantener el equilibrio, muchosde los no-muertos cayeron al barro.Unas grietas surgieron en la tierra y seensancharon con gran rapidez hastatransformarse en unas enormes fisuras,de las que brotó una energía abrasadora.

Mientras los no-muertos intentabanvolver a ponerse en pie Lor’themarpudo comprobar, que fácilmente, uncentenar de trols habían rodeado laFuente del Sol y estaban estrechando elcerco con premura. Sus gritos de guerrahendían el aire. Sus destructores habíancesado el bombardeo, pero ese era un

triste consuelo, ya que el ejército trolavanzaba cual avalancha.

Un solo rayo de pura energía blancaapareció súbitamente en el centro delhaz de luz de la Fuente del Sol. El rayolatió y creció, y se expandió con cadalatido. Kael’thas y los magísteresestaban, sin lugar a dudas, fatigados,pues estaban empleando todo su poderpara poder canalizar esas fuerzas.Ahora, los cristales lunares estabanenvueltos en llamas y una turbulentaenergía verde ocupaba su parte central.

Tras haber logrado levantarse delsuelo, los no-muertos avanzaron una vezmás hacia la Fuente del Sol. Mientras

Lor’themar defendía su posición, oyócómo algo se partía, algo que le recordóal sonido que hace el cuchillo de uncarnicero al partir la carne. Un cadáverputrefacto cayó delante de él y su lugarfue ocupado por un rabioso trol.

Los rabiosos eran mucho másmusculosos que sus hermanos y eran tanfuertes gracias a un cóctel en el que semezclaba magia primitiva y oscura; unossiniestros médicos brujos preparabanesas pociones que desataban unespantoso frenesí en esos ferocesguerreros. Este, en concreto, estabacubierto de tatuajes y pinturas de guerrade arriba abajo; además, blandía varias

lanzas de hoja muy gruesa.Lor’themar lo atacó y falló. Maldijo

entonces su incapacidad e percibir laprofundidad tras haber perdido un ojo.Se rehizo y volvió a arremeter contra eltrol, quien con una velocidad inusitadaparo el golpe y contraatacó. Untremendo dolor se apodero de lascostillas del señor forestal, ya que lapunta de la lanza trol había hallado ahíuna zona que su armadura no protegía.Falon. que se hallaba cerca de él,canalizó inmediatamente el podersanador de la Luz hacia esa herida. Elrabioso, que fue testigo de todo esto,decidió entonces coger una segunda

lanza que llevaba atada a la espalda y laarrojó hacia Falon, alcanzándole en elpecho.

Lor’themar alzó su espada conambas manos por encima de la cabeza ytrazó un arco descendente con el que leaplastó el cráneo a ese rabioso. Alinstante, se volvió y se arrodilló junto aFalon mientras dos Errantes cubrían consuma rapidez su puesto. Pudo comprobarque la vida se esfumaba de los ojos delsacerdote. Miró a su alrededor, en buscade otro sacerdote, pero no vio a ningunocerca…

Ya era demasiado tarde. La vidahabía abandonado a Falon.

Solanar, que se encontraba detrás deRommath, notó cómo una repentinasensación de tristeza se apoderaba de él.Buscó con la mirada a su hermano en elcampo de batalla, pero solo vio un caostotal. Sin embargo, ya sabía que… yasabía que Falon había muerto sinnecesidad de tener que verlo.

Liadrin le destrozó el cráneo a unaaberración que había sido en su día unguardián elfo y entornó los ojos parapoder ver algo a través de la intensalluvia. Entonces, se dio cuenta de queconocía al enemigo que se aproximabahacia ella. La desesperación se apoderóde ella y se le hizo un nudo en el

estómago. Se trataba de un anciano quevestía una túnica de sumo sacerdote.Bajó la clava al mismo tiempo quefijaba su mirada en los ojos inertes deVandellor.

No puedo hacerlo. ¡No puedohacerlo!

Debes hacerlo. No le mires a losojos.

Ese cadáver viviente que había sidoen su día el mentor de Liadrin, que habíasido como un padre para ella, intentóarañarla torpemente con unas largasuñas, pero no logró rozarle la cara. Esaaberración llevaba la túnica repleta deunas manchas oscuras de color carmesí

y en el centro de su pecho no había nadamás que una cavidad desigual infestadade gusanos.

La ex suma sacerdotisa maldijo a laLuz. la maldijo con una pasión quedesafiaba a todo cuanto hasta hacia pocohabía considerado sagrado y verdadero.Al instante, enterró la clava en la sien deVandellor. Pudo oír el chasquido de sucuello al romperse. El cadáver setambaleó y, acto seguido, arremetiócontra ella. Liadrin agarró mejor laclava y giró todo el cuerpo parapropinarle un segundo golpe del revés.Después, le sacudió por una tercera yúltima vez, logrando así que la cabeza

del viejo elfo se separaradefinitivamente de sus hombros.

Mientras ese engendro que habíasido Vandellor caía, Liadrin alzó lacabeza hacia el cielo y gritó bajo eseaguacero.

Rommath, Kael’thas y Astalor seecharon hacia atrás, pues la palpitantecolumna de un blanco cegador acababade engullir las tonalidades violáceas dela Fuente del Sol, que se expandió haciafuera acompañada de un fuerte zumbidoque se imponía a todos los demásruidos. Se estremeció con su últimolatido y, súbitamente, regresó al centrode la Fuente del Sol. El zumbido fue

reemplazado entonces por un silenciorepentino roto únicamente por el rítmicorepiqueteo de la lluvia al caer sobre elsuelo.

—¡Ahora, ahora! —gritó Kael’thas,a la vez que extendía ambos brazos a loancho.

Uno a uno, los Errantes, lossanadores y por último, los magísteres yel propio Kael’thas fuerondesapareciendo. Entonces, el cegadorrayo blanco explotó, vaporizando lodocuanto halló a su paso y a todos los queencontró en su camino.

Cuando el humo se disipó, ya noquedaba nada de la Fuente del Sol salvo

un agujero oscuro y vacío.

En la Isla del Caminante del Sol, yano quedaba nadie vivo que pudiera vercómo esa gigantesca criatura aladasobrevolaba la isla. Tras aterrizar,agachar la cabeza y plegar las alas paraprotegerse, el anillo exterior de laexplosión lo alcanzó.

El colosal dragón rojo se estremecióante el terrible impacto, aunque nosufrió daño alguno. A continuación,adoptó otra forma: la de un humanoataviado con una túnica. Después, alzóambas manos y las energías menguantes

de la Fuente del Sol se fusionaron en unasola.

¡He llegado tarde!, pensó el dragón,que respondía al nombre de Borelcuando portaba esa forma. Sin embargo,mientras observaba cómo esas energíasse unían, detectó algo dentro del tenuefulgor…

Tal vez… tal vez no esté todoperdido.

En el centro del antiguo bazar seprodujo un estallido de luz del queemergieron Kael’thas y todos los demás.

La gente que se había quedado allí

vitoreó y corrió a abrazar al grupo devalientes que acababa de regresar. Delos veinte que habían partido, habíansobrevivido diecisiete. Aunque daba laimpresión de que todos y cada uno deellos estaban total y completamenteextenuados. Kael’thas. Rommath yAstalor, sobre los que flotaban losrestos flamígeros de los cristaleslunares, parecían más cansados inclusoque el resto.

Lor’themar posó una mano sobre elhombro de Solanar.

—Falon ha sido asesinado por unode esos trols. Ha muerto para que yopueda vivir… Te prometo que procuraré

que el resto de mi vida sea digna de servivida para cerciorarme de que tuhermano no murió en vano.

Solanar contempló fijamente alseñor forestal durante varios segundos.Después, se sentó con las piernascruzadas en el suelo y enterró la cabezaentre las manos.

Liadrin se volvió hacia Galell, quienpermanecía callado y tenía la miradaperdida.

—¿Estás ileso?El sacerdote se limitó a asentir.

Liadrin le rodeó el hombro con un brazoy lo acercó hacia sí.

—Sé lo que sientes. Créeme, lo sé.

Rommath extendió entonces un brazoy abrió la mano con la palma haciaarriba, sobre la cual, a un par decentímetros, flotaba un cristal lunar.

—Los cristales lunares hansobrevivido.

Astalor entornó la mirada.—Su poder ha menguado mucho y,

sin ningún género de dudas habrá sidocorrompido por las energías que hantenido que canalizar, tal vez aún nossean útiles.

Entonces, el magíster se giró haciaKael’thas.

—Mi señor, creo que estarán másseguros si los guardas tú.

El príncipe desplazó su mirada de sucamarada a las piedras, que se habíanconvertido en unas llameantes esferasverdes.

Rommath titubeó brevemente y,entonces, añadió:

—Tiene razón.—Que así sea —respondió

Kael’thas.Al instante, los dos magísteres

hicieron un gesto y esos orbes pasaron aflotar justo delante del príncipe, quienextendió ambos brazos. Dos de esasesferas se dirigieron a sus hombros; unalevitó sobre su hombro derecho; la otra,sobre el izquierdo La tercera flotó por

encima de su cabeza mientras se subía ala plataforma y alzaba ambos brazospara acallar a los supervivientes.

Uno de ellos, una mujer deFondeadero de Vela del Sol, exclamó:

—¡Viva el nuevo rey! ¡Viva el reyKael’thas!

Pero antes de que aquel gentíopudiera responder, el príncipe gritó:

—No.Y todos callaron.—Anasterian era nuestro rey y

siempre será recordado como el últimorey de los elfos nobles. Ahora mismo,debemos centrarnos en lo másimportante: en rehacemos y curarnos. —

El príncipe bajó entonces las manos yprosiguió—. Hoy, hemos luchado contramuchos de nuestra propia raza, a quieneshemos destruido… hemos luchadocontra unas criaturas malignas que en sudía fueron elfos, contra unos elfos a losque conocía desde la infancia, contraunos elfos a los que quería yrespetaba…

Liadrin apretó con más fuerza sicabe a Galell del hombro y, actoseguido, le soltó, se volvió y se alejó.

—¡Este ataque a nuestro pueblo y ladestrucción de la Fuente del Sol marcael inicio de una nueva etapa sombríapara todos nosotros, pero tendremos que

adaptamos a las circunstancias,prevaleceremos y nos reharemos!

Lor’themar escrutó la mirada de lossupervivientes y pudo percibir en susojos la chispa cada vez más intensa dela impaciencia y de una esperanzarenacida. Incluso Solanar alzó la cabezay lo miró con melancolía.

—Debemos dejar toda esta miseriaatrás. ¡Debemos iniciar una nueva etapa!Por tanto, a partir de este día, ¡ya noseremos elfos nobles! En honor a lasangre que ha sido derramada por todoeste reino, en honor a los sacrificios denuestros hermanos y hermanas, denuestros padres e hijos, en honor a

Anasterian… ¡a partir de ahora,asumiremos el nombre de nuestradinastía real! ¡A partir de hoy, somos lossin’dorei! ¡Los elfos de sangre!

Kael’thas escrutó a los allícongregados, que repetían sus palabrascon las cabezas alzadas con orgullo.

—Sin’dorei…—Elfos de sangre…—¡Por Quel’Thalas! —gritó el

príncipe.—¡Por Quel’Thalas!El príncipe alzó los brazos y esos

orbes verdes que flotaban a su alrededorbrillaron intensamente.

—¡Por los sin’dorei!

CAPÍTULO CUATRO: LOSALBORES DE LOS

CABALLEROS DE SANGREEras tan orgullosa.Dejaste que el miedo le controlara.

Les fallaste¡No!Dejaste que Vandellor muriera y

ahora su alma está condenada.No, no.Deberías haber muerto con ellos.Pero no lo hice. No puede…Quizá.Quizá debería haber muerto con los

demás.¡¡¡No!!!

Liadrin se despertó en una salitasucia y repleta de polvo.

A pesar de que habían pasado cincoaños desde el ataque a la Fuente del Sol.muchas de las heridas que había sufridoen aquella época se negaban a curarse.

De todas esas emociones, a ella leparecía que la culpa era la más firme, laque más se resistía a ser desterrada. Nopodía deshacerse de ella ni dejarla almargen. No podía ignorarla. Persistíacon suma tozudez.

Un dolor sordo nublaba su mente. Sesentía muy débil y una fina capa desudor le cubría la piel.

Hacía mucho tiempo que noconsumía magia.

Al incorporarse, un grupo de ratascruzó ese suelo plagado de escombros agran velocidad. Los cuervos graznabanfuera, en algún lugar. Liadrin se puso enpie como pudo y atravesó lenta ytorpemente la puerta destrozada quellevaba hasta una antecámara quecarecía de techo.

Antes de poder serlo, intuyó lapresencia del pequeño cristal verde queyacía sobre un aparador destrozado

entre diversas armas y piezas dearmaduras, que conformaban el botín debatallas recientes.

Ese cristal era otro regalo más de sumisterioso benefactor. Había recibidovarios a lo largo de las últimas semanas,siempre se los habían dejado ahí demanera muy sigilosa y discreta, aunqueintuía la identidad de esa almacaritativa.

Cruzó la habitación, estiró el brazo ycogió la gema… después, se sentó bajouna ventana sin cristal alguno y apoyó laespalda contra la pared. Se acercó esapiedra verde al pecho, cerró el puño confuerza en tomo a ella, cerró los ojos… y

enseguida notó que la magia fluía porella como un arroyo cálido y persistente,que se extendía por todo su cuerpo hastainundarla Por dentro. Súbitamente, abriólos ojos (unos ojos que antaño habíasido azules; antes de la caída y ladestrucción de la fuente, antes de queperdieran abruptamente el acceso a susenergías, lo cual los había dejado en eselamentable estado), que relucían con uncolor verde muy brillante.

Liadrin sonrió al abrir el puño. Elagolado cristal seguía ahí, aunque ahorano era más que una piedra ennegrecida.

Con un leve movimiento de muñeca,la ex suma sacerdotisa la arrojó hacia

una esquina a oscuras. Acto seguido,profirió un hondo suspiro, se reclinó yse relajó una vez más.

Sabía que el alivio que sentía ahoraera solo temporal. Dentro de unas horas,esa hambre insaciable regresaría; esaansia, esa desesperación, ese anhelo quepedía a gritos más magia arcana.

Después de que la Fuente del Solfuera destruida, todos y cada uno de loselfos de sangre habían sentido unagujero negro, un vacío en su fuerointerno que había ido creciendo, sinprisa pero sin pausa, con el tiempo.

Ningún miembro de su raza, nisiquiera Kael’thas, había sido capaz de

prever las atroces secuelas que lapérdida de la Fuente del Sol iba aacarrear. Al principio, no entendían porqué se sumían en un estado letárgico, nipor qué esa extraña enfermedad estabamatando a los muy jóvenes y muy viejos.Después de todo, habían destruido lacorrupta Fuente del Sol; no cabía dudade que habían acabado con la amenazaque representaba.

Kael’thas, Rommath y Astalorestudiaron esa enfermedad que afectabaa los supervivientes con sumodetenimiento y, pasado cierto tiempo,llegaron a una conclusión: durantegeneraciones, los elfos nobles se habían

imbuido de las energías inagotables dela Fuente del Sol. Incluso cuando lafuente se corrompió, siguióimpregnándolos con su magia; con unamagia dañina y nociva, ciertamente,pero magia en definitiva.

Pero al quedarse sin las energías deese manantial mágico, los supervivientesse sentían vacíos y desolados y se veíanobligados a buscar desesperadamentealguna magia que reemplazara a la queuna vez había fluido por sus venas. Conel paso de los años, se habían vueltoadictos a la magia de la fuente y, ahoraque esta había desaparecido, los elfosde sangre teman que luchar a diario

contra la enfermedad y debilidad queacarreaba esa pérdida.

Los elfos se adaptaron a las nuevascircunstancias lo mejor posible. Elpropio Kael’thas buscó una solución asu dependencia y se mostró dispuesto aviajar hasta los confines del mundo ymás allá.

El príncipe había prometido quepondría punto final al dolor de jos elfosde sangre, había prometido que buscaríauna cura… o un sustituto adecuado paralas energías de la Fuente del Sol. Conese fin, se había aliado con Illidan, elveleidoso elfo de la noche, paracombatir a la Plaga tras la destrucción

de la fuente. Kael’thas optó por sellaresa alianza después de que tanto él comovarios de sus aliados hubieran sidoridiculizados y marginados por sus otros«aliados», las fuerzas humanas bajo elmando del gran mariscal Garithos.

Al final. Kael’thas a extraer magiade otras fuentes. A su vez, el príncipeenseñó a otros a hacer eso mismo y esosconocimientos fueron pasando de un elfode sangre a otro, hasta que todosconocieron las técnicas necesarias paraextraer energías arcanas de cristales,reliquias, criaturas o incluso mortalesque poseyeran tal poder.

Por último, Kael’thas había seguido

al Traidor hasta el mundo deTerrallende, el antiguo hogar de losorcos, donde, por lo que Liadrin teníaentendido, Illidan reinaba ahora comoseñor supremo de esas tierras tras haberlibrado una ardua lucha.

Pero ¿qué papel desempeñaKael’thas en el reino de Illidan?, sepreguntó Liadrin.

Le preocupaba que Illidan fuera unainfluencia muy perniciosa para elpríncipe, ya que el nuevo señor deTerrallende se servía de magias muyviles; de la magia oscura de losdemonios, que lo corrompía y loconsumía todo si el ansia por dominarla

no se mantenía a raya. Sí, eso lepreocupaba, pero ese tipo cuestiones nose hallaban bajo su control.

Liadrin se levantó, se acercó a laventana y, desde ahí, contempló lasTierras Fantasma.

A varios kilómetros al sur del lugardonde en el pasado se había alzado lapuerta exterior, se hallaban las TierrasFantasma; un terreno yermo y baldío alque antaño muchos de su raza habíanllamado hogar. Allá donde se habíanerigido los inmaculados estados elfos,ahora solo había ruinas destrozadas.Allá donde había habido bosquesfrondosos, solo quedaban unos espectros

arbóreos marchitos.No quedaba ni rastro de esos

intensos colores que deslumbraban lavista, pues habían sido reemplazadospor diversas tonalidades grises. Su edadde oro había quedado muy atrás. LaTierra de la Primavera Eterna habíadejado de existir.

No obstante, en ese mismo terrenodesolado, en esa mansión decrépita.Liadrin había morado las ultimassemanas mientras se enfrentaba a susfantasmas (a su ira, su culpa y suarrepentimiento) de la mejor manera quesabía, matando a todo agente de la Plagaque pudiera encontrar.

Liadrin escrutó los árboles, en buscade algún movimiento, de alguna señalque revelara que estaban ahí.

A pesar de que habían pasado cincoaños, esas aberraciones seguíaninsistiendo. Eran como una enfermedadincurable, para la que el remedio máslógico, al igual que ocurría concualquier otra aflicción, era extirpar esetumor maligno, extraerlo del todo. Peropara que la sanación fuera total, Liadrinsabía que tendría que cortarle la cabezaa esa serpiente, que debería hallar aaquel que seguía propagando la peste delos no-muertos, a aquel que se negaba amorir, a aquel que había sido una pieza

clave para que su reino cayera.A Dar’Khan.Arthas era inalcanzable, pues se

hallaba sentado en su trono de hielo enla cima del mundo en el continentehelado de Rasganorte. El caballero de laMuerte se había fusionado con suantiguo amo, el Rey Exánime y ahoraeran un solo ser. De momento, el nuevoRey Exánime parecía contentarse conaguardar ahí, en ese solitario lugar, aque la peste de los no-muertos seextendiera por todo el mundo gracias asus tenientes de campo y a laNecrópolis, su fortaleza flotante.

No obstante, Liadrin preveía, con

casi total seguridad, que a su pueblo leaguardaba en el futuro otra batallamucho más larga y cruenta con elexcaballero de la Muerte.

Otra cosa más que escapa a micontrol, pensó.

Si, más le valía preocuparse por elpresente.

Durante años, había perseguido yexterminado a los no-muertos allá dondelos encontrara. Había ayudado a lossuyos a liberar de la presencia de laPlaga a los bosques que rodeabanLunargenta (más conocidos como elBosque Canción Eterna). Si bien losdemás habían decidido concentrarse en

reconstruir sus hogares, ella se habíamarchado sola de ahí, tras haber juradodestruir a la Plaga para siempre, trashaber jurado que daría con aquel que lostraicionó.

Sin embargo. Lor’themar localizóprimero a ese mago traidor.

Hace dos años. Lor’themar,Halduron y unos cuantos más, con laayuda de los dragones azules, se habíanenfrentado a ese gusano de Dar‘Khan enel mismo lugar donde antaño se habíaencontrado la Fuente del Sol. Era unabatalla de la que el señor forestalapenas hablaba, en las raras ocasionesen que Liadrin y él aún conversaban.

No obstante, había una cosa en laque Lor’themar había insistido muchotras concluir esa batalla: según él, lasenergías de la Fuente del Sol no sehabían perdido del todo. De algúnmodo, de alguna forma, la esencia de lafuente todavía existía, pero esa esenciaestaba pasando por un proceso depurificación y, cuando llegara elmomento adecuado, la fuente volvería abrillar de nuevo.

Aunque a Liadrin eso le habíaparecido muy bien, era consciente deque Lor’themar siempre había sido unoptimista incorregible.

Por otro lado, ese desgraciado

cobarde de Dar’Khan había sidodestruido durante la batalla, o eso sesuponía… sin embargo, los agentes de laPlaga eran incapaces de permanecermuertos mucho tiempo.

En cuanto había quedado claro quehabía vuelto de entre los muertos,Liadrin se dispuso a seguir todos susmovimientos. No obstante, Dar’Khan nohabía logrado ser un superviviente natotanto en vida como en la muerte siendoun idiota; no, siempre se las habíaingeniado para ir un paso por delante,siempre se las había arreglado parahallarse cerca pero nunca ser alcanzado.Era como si tuviera ojos en todas partes,

que vigilaban y aguardabanpacientemente.

En el lejano sur de las TierrasFantasma, en la base de las montañas, laPlaga había levantado hacía poco unasmurallas, unas fortificaciones y unosedificios infernales con un propósitooculto; esas estructuras estaban hechascon hueso y hierro. Liadrin veía la manode Dar’Khan detrás de todo eso.

Por el momento, se contentaba conexterminar a los agentes no-muertos quevagaban desperdigados por esosbosques muertos, mientras soñaba conllevar a cabo su venganza algún día ennombre de Vandellor. Dar’Khan.

De hecho, la posibilidad dedestruirlo era la única razón que hacíaque se levantara todas las mañanas y seenfrentara a su enfermedad. Eso lamotivaba mis que cualquier deseo onecesidad.

Justo entonces, un ruido procedentedel otro lado de la puerta atrajo suatención. Algo o alguien se aproximaba.

Rápidamente, Liadrin empuñó lamaza más cercana, ya que era su armafavorita desde el día en que la Fuentedel Sol fue destruida.

Se giró, con la maza echada haciaatrás y… bajó el arma en cuantocomprobó que era Halduron quien

entraba en la habitación.—No pretendía sobresaltarte —se

disculpó con sinceridad.Normalmente, no saludo a las visitas

con una maza con la que pretendoaplastarles el cráneo —replicó Liadrincon suma calma—, pero no esperaba tullegada; además, los forestales sois muysigilosos.

Halduron sonrió.—¿Cómo te encuentras?—Me tomo las cosas como vienen.

¿Cómo va la reconstrucción?Avanza muy rápidamente. A cada día

que pasa, Lunargenta va renaciendopoco a poco. Si decides acompañarme,

podrías verlo con tus propios ojos.Una inquisitiva Liadrin arqueó las

cejas.—El regente ha requerido que te

presentes ante él.—Ah, el regente. ¿Cómo se

encuentra Lor’themar?—Se toma las cosas como vienen.La levísima sombra de una sonrisa

se dibujó en los labios de Liadrin.—Si me voy de aquí, ¿quién buscará

al traidor?—Los Errantes mantendrán los ojos

bien abiertos. Si detectan a Dar’Khan. teavisaremos inmediatamente. Tienes mipalabra.

A través de la puerta, pudo divisar amás miembros del pelotón de Halduron.

Quizá si cesaba esa búsquedamomentáneamente y descansabaadecuadamente, podría ver las cosas conmás claridad y podría planear unaestrategia mejor. Quizá Lor’themarhabía obtenido alguna información quepudiera ayudarla en su misión. Porsupuesto, volver a verlo también seriaestupendo.

—Además, podrás regresar aquícuando quieras —agregó Halduron.

Liadrin asintió.—Muy bien. Tú primero, general

forestal.

Era cierto, las agujas doradas deLunargenta se elevaban hacia el cielouna vez más. La mitad oriental de laciudad se hallaba ya bajo su completocontrol y había sido reconstruida en granparte, aunque las puertas principales ylos cuadrantes occidentales seguían ensu mayoría abandonados y sin reparar.Halduron informó a Liadrin de toda laIsla del Caminante del Sol tambiénhabía sido reconquistada y que, dehecho, estaba siendo reconstruida a buenritmo.

Mientras se aproximaban a la puertaoriental, Liadrin no pudo evitar

contemplarlo todo sinceramenteasombrada, ya que la ciudad se habíarecuperado mucho. En la parte interiorde esa entrada había una enorme estatuade Kael’thas junto a una pared.

Halduron señaló a la estatuamientras cruzaban el umbral y rodeabanel monumento.

—Ahora, a esta puerta se la llama laPuerta del Pastor aquí regresó Kael’thastras la devastación.

Una estatua idéntica se alzaba en elotro lado del muro, que se hallaba decara a la ciudad propiamente dicha.Unos estandartes pendían tanto dentrocomo fuera del patio y, debajo de estos,

ardían unos fuegos intensos en unosbraseros. Liadrin no pudo evitar pensarque todo aquello se parecía muchísimo aun santuario consagrado a una deidadmuy querida. En cuanto dejaron la puertaatrás y se aventuraron en Lunargenta porel Camino de los Ancestros, Liadrin semaravilló ante las espectaculares vistas,unas vistas que había temido no volver aver jamás: esas calles repletas deárboles, esos arcos ornamentados, esasurnas flotantes, esos pináculos altísimos,esos balcones dorados, esas torrencialescascadas…

Lunargenta volvía a parecer unhogar. Bullía de vida.

Incluso los patrulleros arcanoshabían regresado; unos engendros cuyafuente de energía era la magia, queactuaban como defensores de la paz,protectores y, a veces, como pregoneros.Sí. daba la sensación de que lanormalidad parecía reinar en la ciudaden gran parte. Liadrin sintió una gransatisfacción.

Dejaron atrás el nuevo Banco Realde Cambio y ascendieron por unasescaleras no muy pronunciadas quedaban a los magníficos jardines de laCorte del Sol. Continuaron hasta llegar ala base de una aguja colosal con formade punta de ala de halcón.

Cruzaron la entrada, subieron poruna tortuosa rampa y atravesaron otropasaje abovedado que llevaba alSagrario Interno. Desde ahí, Halduronguio a Liadrin hasta lo que parecía serun muro donde no había nada. Actoseguido, movió una mano frente a uncristal cercano y, al instante, una puertaoculta se abrió. Con una seña, le indicoa la exsacerdotisa que entrara, aunque élse quedó fuera.

—Que tengas un buen día, Liadrin. Yque te vaya bien.

Tras pronunciar esas palabras,Halduron se marchó.

La decoración del estudio era muysencilla y funcional; ahí solo había unaestantería repleta de tomos y grimorios,un escritorio y una silla situada junto auna pared, así como una piedra devisión en la esquina más cercana y unalarga mesa en el centro de la habitaciónsobre la cual había una larga y estrechacaja. Esa decoración no era muy acordecon los gustos de Lor’themar; de hecho,el regente parecía hallarse bastanteincómodo mientras deambulaba entre lamesa y una puerta envuelta en sombrassituada más allá.

En cuanto Liadrin entró, Lor’themarla saludó con un semblante y una actitud

que transmitían, al mismo tiempo, lasensación de que le brindaba unaafectuosa bienvenida mezclada con unacierta aprensión e inquietud. El regentelogró esbozar una sonrisa.

—Pensaba que tal vez no vendrías.—El mismo regente ha requerido mi

presencia… ¿cómo me iba a negar?Lor’themar posó rápidamente su ojo

bueno sobre la caja de la mesa.—Aunque me alegro de verte, en

realidad ha sido Rommath quien harequerido que vengas. Quiere hacerteuna propuesta sobre algo que Astalor yél han logrado… —El regente lanzó unamirada a la puerta que se hallaba a sus

espaldas—. Dejaré que sea él quien teexplique los detalles. Yo solo queríadesearte que todo vaya bien…

Lor’themar rodeó la mesa y seacercó a Liadrin, a la que hablóentonces en voz muy baja, como si esasparedes pudieran escucharles.

—Aunque, claro, tú decides siquieres aceptar su propuesta o no. Noapruebo del todo sus métodos, perotiene todo el apoyo de su altezaKael’thas.

El regente clavó su ojo bueno en laexsacerdotisa con gesto extremadamenteserio.

—Simplemente, te sugiero que te lo

pienses mucho y que sopeses lasconsecuencias con sumo cuidado. Lamagia nunca ha sido lo mío pero esteasunto en particular… ese instante,alguien que poseía una voz grave y seencontraba junto a la puerta situada en laparte posterior de la habitación, leinterrumpió.

—Me alegro de que hayas podidovenir, Liadrin.

Rommath abandonó el abrigo de lassombras de la puerta. Iba ataviado conuna túnica carmesí y un cuello alto (quele recordó desgraciadamente a Liadrinese pañuelo que solía llevar Zul’jin) queocultaba sus facciones por debajo de la

altura de sus ojos.En el pecho del gran magíster

brillaba un amuleto verde. A Liadrin ladominó de inmediato el ansia deapoderarse del poder arcano queirradiaba.

Lor’themar se volvió.—Os dejo a solas para que

deliberéis. —Entonces, apoyó una manofugazmente sobre el hombro de Liadrin—. Mi puerta siempre estará abiertapara ti.

El regente se marchó. La puertaoculta se deslizó y se cerró tras él,dejando a la ex suma sacerdotisa y algran magíster sumidos en un hondo

silencio. Dio la sensación de que laluminosidad de las luces de la estanciamenguaba. Durante varios segundos,Rommath clavó en Liadrin sus ojos deun verde intenso.

—Llevo cierto tiempo observándote.En un sentido figurado, por supuesto. Alo largo de los últimos años, tureputación como guerrera ha idocreciendo, lo cual resulta sorprendentesi tenemos en cuenta que antes eras unasacerdotisa.

Rommath se adentró aún más en lahabitación y se aproximó a la mesa. Elaura de poder que emanaba del amuletodespertó aún más ansias en Liadrin,

quien se obligó a hacer caso omiso deesa hambre de magia que la reconcomíapor dentro de manera apremiante einsistente y afectaba a todas las fibras desu ser.

—Los tiempos cambian. La gentecambia —replicó Liadrin.

—En efecto.Rommath se detuvo ante la mesa y

posó sus ojos sobre la caja que habíaahí encima. Liadrin clavó su mirada unavez más en el amuleto. Rommath laobservó detenidamente por un momentoy, a continuación, agarró esa baratija quellevaba al cuello y se la quitó.

—¡Oh, qué maleducado soy! —

exclamó el gran magíster, quien sorteó lamesa, extendió el brazo y le ofreció elamuleto que sostenía en la palma de lamano—. Adelante.

Liadrin notó un cosquilleo mientrasse concentraba en el aura mágica de esareliquia.

—¿Seguro que no te importa?Claro que no.Liadrin titubeo, pero al final,

extendió el brazo y cerró el puño sobreesa fruslería. Inmediatamente, percibiócómo la atravesaba por entero la calidezde su poder arcano, cómo la alimentaba.Se sumió en las profundidades de sufuero interno…

El flujo de magia embriagadora seinterrumpió de manera abrupta en cuantoRommath agarró esa reliquia y se laquitó.

—Los elfos de sangre debemosmantener un delicado equilibrio,debemos caminar siempre entre la lineaque separa la escasez del exceso. —Elgran magíster volvió a colocarse en unpunto situado delante de la mesa y sepuso de nuevo esa baratija en el cuello—. Siempre caminamos entre esos dosextremos. Debemos hallar el puntomedio, el equilibrio, pues ese es nuestrofin. Y al alcanzar ese fin nos sentimoscompletos.

Liadrin suspiró hondo, con el rostroaún sonrojado por la energía extraída alamuleto.

—¿Por qué estoy aquí?—A lo largo de tu vida, has ido de

un extremo a otro: de la devoción pía ala Luz… —Rommath sostuvo en alto sumano derecha, con la palma hacia arriba— a la destreza marcial propia de ungran guerrero. —Entonces, alzó la manoizquierda y la abrió—. En ese sentido,eres una elfa única. La idónea para lamisión que te voy a encomendar. Perotal y como he dicho antes… —Rommathjuntó ambas manos. La caja de la mesase deslizó hasta el borde de esta, hasta

colocarse a solo unos centímetros de él—. Iodos debemos hallar el equilibrio.

El gran magíster separó súbitamentelos dedos de las manos. Al instante, elcierre de la caja se abrió y la tapa sealzó, revelando en interior un objetosimilar a una lanza que poseía una hojaenorme de color carmesí en un extremo,cuyo filo plano tenía una forma querecordaba a unas llamas.

—¿Qué es eso?—Es una corcesca templada en

sangre, que será tu arma si decidesempuñarla.

Liadrin estiró el brazo. Rommathhizo un gesto y, de inmediato, el arma

salió volando y acabó en la mano de laexsacerdotisa. Estaba muy bien hecha yera muy cómoda al tacto. Tenía unalargura parecida a la del bastón quehabía llevado cuando era sacerdotisa,mientras que el peso de la hoja seaproximaba al de la clava que se habíaacostumbrado a blandir. Era como sifuera… una prolongación de sí misma.

El gran magíster pareció leerle lospensamientos.

—Como te he dicho… es unacuestión de equilibrio.

Rápidamente, Liadrin alzó lamirada. De repente, Rommath se hallabatan cerca de ella que pudo intuir que una

sonrisa se ocultaba tras ese cuello altomientras el magíster seguía hablando.

—Hace años, cuando te presentasteante nosotros y nos informaste delataque inminente que iban a realizar lostrols, antes de que partiéramos a destruirnuestra querida Fuente del Sol, dijistealgo que se me quedó grabado en lamemoria: dijiste que la Luz eradespreciable, que le fallaba a unocuando más se la necesitaba.

Los ojos verdes de Liadrin seclavaron en la mirada penetrante delgran magíster.

—Lo recuerdo.—¿Sigues pensando lo mismo a día

de hoy?—Sí.Rommath alzó la mano y acarició

con los dedos el filo con forma dellamas de la corcesca.

—¿Y si te dijera que hay unaforma… una manera de asegurar que laLuz te ayudará y no te dejará en laestacada? ¿Y si te dijera que podríasdoblegar a la Luz a tu voluntad, quepodrías darle órdenes con un meropensamiento y que podrías manipularlacon la misma facilidad que esa arma quesostienes en la mano?

—Si me dijeras eso, yo terespondería que eso es imposible. Nadie

puede dominar así a la Luz.Rommath estiró aún más el brazo y

posó su fría mano sobre el hombro deLiadrin, quien retrocedió ligeramente.

—Nada es imposible, solo lo quepermitimos que lo sea. Ven. quieroenseñarte algo.

La temperatura de la mano deRommath aumentó en cuanto notósensación de que algo tiraba de ella ensu fuero interno, provocada el hechizode teletransportación del magíster. Elestudio desapareció y fue reemplazadopor una habitación distinta. Liadrinatisbo el acceso a un balcón abovedadocercano, en cuya entrada ondeaba una

cortina transparente. Un fulgor tenue yradiante iluminaba es cortina desde elexterior. Por un mareante segundo,Liadrin se sintió como si se hallaradentro de un sueño.

—¿Dónde estamos?—Aunque no hemos viajado muy

lejos, sí hemos abandonado la Plaza delErrante. Aquí, mis magos másprominentes, liderados por Astalor, hanpasado mucho tiempo y han invertidomucho esfuerzo en intentar lograr loimposible. Y no hace mucho… —Rommath cruzó la pequeña estancia,apartó la cortina y le indicó que seacercara con una seña—. Lo

consiguieron.Liadrin volvió a tener esa sensación

de estar flotando en un sueño cuandoatravesó el umbral y se adentró en elbalcón que daba a una cámara muchomás grande. Una vez ahí, se quedóparalizada y mesmerizada. Fue incapazde hablar mientras contemplaba a un serluminoso que levitaba en ese espaciovacío, una criatura viva que parecíaestar compuesta de pura energía.

Ese ser brillaba y centelleaba,bañando con una luz, que llegaba a todoslos rincones, esa cámara, que recordabaa una caverna. Liadrin pudo distinguirunas alas en esa forma fluctuante, pero

aparte de eso, tenía ante sí la cosa másúnica, extraña y, probablemente, máshermosa que jamás había visto.

No solo irradiaba luz, sino queemanaba la Luz, A pesar de que se habíaalejado hacía mucho de ese poder, podíapercibir cómo inundaba la estancia porentero, iluminándolos a todos y cada unode ellos. Frente al balcón, Liadrin pudodivisar otro mirador, donde se hallabaun mago canalizando unas energías, decuyas manos brotaba un rayo ondulantede magia arcana que alcanzaba a ese ser.Al instante, Liadrin desplazó sus ojoshacia el suelo, donde dos magos máscanalizaban unas fuerzas similares hacia

esa entidad. Le dio la sensación de queesas corrientes de poder eran, enrealidad, unas cadenas mágicas.

Astalor, que se encontraba cerca deambos magos, posó su mirada sobreLiadrin y asintió con una leve sonrisa.

Entonces, la exsacerdotisa dirigió sumirada una vez más hacia ese serradiante y, al igual que antes, se quedóhipnotizada al instante.

—Nunca había visto nada igual.Una vez más, Liadrin pudo intuir que

Rommath estaba sonriendo.—Pocos lo han visto.El gran magíster se cruzó de brazos

y observó a la entidad con orgullo.

—Procede de Terrallende, aunqueno es originario de ese mundo. Es un…regalo, si quieres llamarlo así, de sualteza. Lo capturaron en una fortalezainterdimensional llamada el Castillo dela Tempestad. Es un naaru. Este, enconcreto, se llama M’uru.

—M’uru… —repitió Liadrin en vezbaja.

—Por lo que hemos deducido, estosseres son eternos, conscientes einmensamente poderosos. Y comoseguramente ya has percibido, son unasuerte de transmisores de la Luz. Quizáincluso sean una especie de emisariosde ese poder. El príncipe pretendía que

absorbiéramos todo el poder de estenaaru, que nos alimentáramos de él hastaque no quedara nada más por absorber,pero Astalor propuso otra alternativa. Ély yo reunimos a nuestros magos mástalentosos y buscamos sin descanso unamanera de subyugar a esta criatura, parapoder robarle su poder y doblegarla anuestra voluntad. Tras muchos intentosfrustrados y cuando casi habíamosabandonado toda esperanza, logramospor fin nuestro objetivo.

—Así que… este naaru obedecevuestras órdenes, ¿no?

—Sí. Y a través de él, podemoshacer que la Luz nos obedezca. Solo

necesitamos un receptáculo, unvoluntario. Alguien que tenga grandesconocimientos sobre la Luz, pero que noesté constreñido por las restricciones ylos escrúpulos morales que normalmenterigen utilización Rommath giró la cabezahacia ella. —Alguien capaz utilizar esepoder para aniquilar a los enemigos quese oponen a nosotros y de enseñar aotros a hacer lo mismo.

Las infinitas posibilidades quedescubría esa propuesta danzaronvelozmente por su mente. ¿Qué mejormanera podía haber de vengar aVandellor. Dar’Khan? Además, era unarma que podría utilizar como quisiera.

Se imaginó entonces a un ejercito desoldados capaces de manipular la Luzde maneras que nadie había sido capazde imaginar jamás.

—Si —afirmó Liadrin con decisión—, acepto tu oferta. Y si esto realmentefunciona como dices, estaré encantadade ayudarte.

Rommath asintió, dejó de estarcruzado de brazos e hizo un gesto. Laexsacerdotisa volvió a tener esaturbulenta sensación de que tiraban deella y, solo un instante después, sehallaba en el suelo de esa estancia, juntoa Astalor Alzó la vista y pudocontemplar a esa gloriosa entidad con

mayor claridad, El corazón le dio unvuelco y se quedó sin respiración. Antesu deslumbrante resplandor, se sintió derepente muy pequeña e insignificante.

Pero eso está a punto de cambiar,pensó.

—Arrodíllate y alza tu arma —leordenó Rommath.

Liadrin se arrodilló y alzó sucorcesca con ambas manos. Astalorapoyó una mano sobre el hombro de laexsacerdotisa y señaló con la otra aM’uru. Rommath hizo lo mismo. Amboscerraron los ojos y susurraron unaspalabras extrañas en un idioma que noparecía hecho para ser hablado por unos

mortales.Entonces, todo sucedió a la vez.El tiempo pareció detenerse. El

silencio reinó en la habitación y, duranteun breve segundo, se sintió como siflotara en el vacío…

De improviso, algo la golpeó.En su época de suma sacerdotisa,

cuando había invocado a la Luz, esta lahabía bañado con su fulgor, la habíaenvuelto con su calidez, pero esta vezsentía algo totalmente distinto. Se sentíacomo si la estuvieran despedazando. Eracomo si hubiera caído un relámpagodirectamente en su alma.

Por un instante, se sintió como si la

estuvieran volviendo del revés, como sile estuvieran arrancando las entrañas.Entonces, escuchó una música en sucabeza y fue consciente de que ese ser,el naaru, intentaba comunicarse con ella.Rommath y Astalor volvieron a susurrarunas palabras y, una vez más, se sintiócomo si la golpeara un rayo y los tonosmusicales que oía en su mente setransformaron en un ruido ensordecedor,en el chirrido que hace el metal al rozarcontra un cristal. Ese caos sónico duróvanos segundos y, de repente, Liadrinestuvo segura de que le iba a estallar lacabeza, literalmente. Entonces, eseestruendo cesó de inmediato.

Sin embargo, esa sensación de estarrepleta de esa energía permaneció.Ahora la Luz estaba dentro de ella, puesse había unido de manera inextricablecon su esencia y, además, se hallabasometida a su voluntad. Podía sentircómo recoma todo su cuerpo como unfuego voluble.

Liadrin se concentró, se miró lasmanos y sonrió al comprobar que el aurade la Luz las envolvía.

Rommath y Astalor dejaron deagarrarla cada uno de un hombro. Elgran magíster extendió los brazos, locual era un gesto repleto degrandiosidad, y le brillaron los ojos de

orgullo.—Y ahora te voy a nombrar líder de

nuestra nueva orden. ¡Te nombromatriarca de los Caballeros de Sangre!¡A partir de ahora, serás la sacerdotisaguerrera de los sin’dorei! Levántate yrecibe un merecido reconocimiento,lady Liadrin.

Alguien llamó a la puerta tres vecescon gran fuerza.

Galell estaba sentado en el suelo,con las rodillas pegadas al pechomientras se abrazaba a sí mismo eintentaba controlar los escalofríos que le

recorrían de la cabeza a los pies.Le costaba muchísimo pensar con

claridad, pero eso no era nada nuevo,pues se había pasado los últimos añosdesconectado del resto del mundo y conel juicio sumamente nublado. En cuantolos elfos averiguaron que eran adictos ala magia, Galell descubrió rápidamenteque unas fuertes dosis de magia arcanainducían un aturdimiento emocional queel exsacerdote hallaba muyreconfortante. La magia calmaba suspesadillas y apaciguaba suspensamientos y remordimientos; ledistanciaba de la desesperación. Cuandose encontraba en manos de lo arcano,

casi no sentía nada y la mayoría de lasveces era preferible no sentir nada atener que enfrentarse a la realidad.

Volvieron a llamar a la puerta conmás fuerza si cabe y más insistencia.Alguien de voz ronca gritó desde el otrolado:

—¡Despierta, escoria inmunda!Desgraciadamente, su cuerpo había

desarrollado cierta inmunidad a lamagia, por lo cual Galell debíaconsumir cada vez más magia arcanapara que esta le hiciera efecto, y sehabía visto obligado a recurrir a ciertasfuentes a las que los elfos honrados ni seacercaban: a los tenebrosos moradores

del Frontal de la Muerte, cuyos métodosde obtención y distribución de magiaeran cuestionables, cuando menos.

A pesar de hallarse en un estado detotal desconexión de la realidad, Galellera perfectamente consciente de que sehallaba al borde de un terribleprecipicio, de que su caída a losinfiernos a nivel tísico y mental lo habíallevado peligrosamente cerca deconvertirse en uno de los desdichados.Y no podía permitir que eso ocurriera,no.

—¡Vale, voy a derribar la puerta! —gritó entonces la persona que se hallabaal otro lado del portón.

Galell deseó disfrutar de labendición de la Luz una vez más, peroestaba tan saturado de magia y habíaperdido tanta claridad mental que gestale resultaba imposible. No había sentidola caricia de la Luz desde hacía muchosaños y se había alejado tanto de ella,que no sabía muy bien cómo podríahallar el camino de vuelta hasta esebendito poder…

La puerta se abrió violentamente.Orovinn irrumpió en la habitación conuna mirada plagada de furia.

—¿Dónde está mi dinero?El enloquecido elfo de sangre, cuya

melena morena era tan larga que se

extendía a lo largo de sus ropajes decuero oscuro, se alzaba amenazante ycon los puños cerrados sobre Galell,que seguía tirado en el suelo. Orovinn searrodilló y respiró hondo. Rápidamente,recorrió con la mirada la habitación y serio entre dientes.

—Así que… tienes el mono, ¿eh?Buena suerte con eso. —Entonces, eseenorme elfo agarró a Galell del cuello ylo atrajo hacia sí—. ¡Pero aún me debesdinero, chaval!

—Tengo intención de bascar trabajolos próximos días.

—Más te vale. Orovinn le propinóentonces un fuerte golpe al exsacerdote

en el pómulo. —Tienes una semana más.Si cuando acabe, no tengo ningunamoneda de oro en mis manos, ¡te juroque colgaré tu inmundo cadáver de laPuerta del Pastor!

Orovinn le escupió en la cara, selevantó y, antes de salir de la estancia,dio una patada a la única mesa que habíaen la estancia, que volcó.

Si bien era cierto que Galellesperaba tener un trabajo dentro de unosdías, también era cierto que con esetrabajo buscaba su propio beneficio y noel de Orovinn.

La noticia de que había nacido unanueva orden llamada los Caballeros deSangre corrió rápidamente. La mayoríahablaba sobre ello con cierto desdén, yaque se decía que estaban robando supoder a la Luz a través de una criaturapreternatural a la que manteníanesclavizada.

Sin embargo, la revelación mássorprendente (al menos para Galell)había tenido lugar un día en que, desdesu ventana, había podido observar aesos caballeros marchar cuandoatravesaban la ciudad; en ese instante, se

dio cuenta de que esa formación estabaencabezada… ¡por la mismísimaLiadrin! Se había quedado estupefacto.Al verla liderando a esos Caballeros deSangre, había pensado que quizá ellapodría brindarle la oportunidad devolver a entrar en contacto con la Luz,aunque tal vez no fuera de la manera queél habría deseado. No obstante, elexsacerdote temía que, sin laintervención de la Luz, lo poco quequedaba del hombre que había sido seperdería para siempre.

Así que había dejado de consumirmagia radicalmente, lo cual provocó queenfermara gravemente, pero era

necesario que aguantara todo lo posiblehasta poder recuperar la lucidez, parapoder superar ese estado de ruina física,mental y emocional en que se hallaba ypara poder presentarse ante Liadrincomo era debido. Sí, era necesarioporque intuía que realmente esa podríaser su última oportunidad…

… de empezar una nueva vida.

Pese a que todavía tenían mucho queaprender, Liadrin no pudo evitar sentirseimpresionada por los grandes avancesque habían hecho los miembros de laorden en las últimas semanas.

Además, a lo largo de esas mismassemanas, se había estado haciendomuchas preguntas: ¿Por qué había otrosque preferían seguir intentando alcanzarla Luz como se hacia antes? ¿Por quépreferían ser siervos de la Luz cuandopodían ser sus amos? ¿Por qué buscabansiempre a tientas algo que casi siemprese hallaba fuera de su alcance cuandoahora podían aferrarlo con firmeza ysometerlo a su voluntad?

Su montura, un corcel purasangrethalassiana, se movía inquieta. Liadrinla obligó a volverse hacia el sur. Desdesu posición en lo alto del risco podíadivisar ese páramo oscuro que

conformaban las Tierras Fantasma en lalejanía. Ese era su objetivo. Ahí esdonde se encontraba Dar’Khan.

Todo llegará a su debido tiempo.Piensa en el presente. Piensa en lo quepuedes controlar.

Por ahora, Liadrin se contentaba conadiestrar a su ejército. ¿Y qué mejormanera podía haber de adiestrarlos queliberando a sus tierras de esosnauseabundos desdichados queocupaban el puerto abandonado deFondeadero Vela del Sol?

Esos criminales desesperados ydementes, conocidos como losdesdichados, habían extraído tanta

magia arcana en unas cantidades tandesorbitadas que se habían transformadofísicamente en unas aberracionesdemacradas, temerarias y cruelescapaces de matar alegremente por soloun puñado de cristales de maná.

Aunque eran dignos de lástima, erantambién muy violentos y no se rendíanjamás, por lo que eran unos adversariosmuy a tener en cuenta.

Por lo cual, esta era una prueba másque adecuada para sus bisoñoscaballeros.

Mientras uno de sus caballerospedía ayuda a gritos desde allá abajo,Liadrin se recordó a sí misma que los

desdichados eran una amenaza que nohabía que tomar a la ligera. Espoleó a sumontura y bajó del risco para observarla batalla.

El puerto seguía estando ocupadopor unos barcos medio sumergidos,algunos de los cuales se remontaban a laSegunda Guerra incluso, cuyosbaupreses y mástiles quebradossobresalían como lanzas de esas aguaspoco profundas en ángulos exagerados.

Uno de esos barcos, un navíomercante, permanecía intacto. En lacubierta principal de la nave, Vranesh seencontraba rodeado por todas partes poresos trastornados desdichados.

—¡Hay seis en la bodega! ¿Acaso osvais a morir si me ofrecéis algunaayuda, palurdos plebeyos?

Vranesh era arrogante y distante,incluso para ser un elfo. Pero era un tipocomprometido y un luchador muydiestro. Mientras sus atacantes portabangarrotes y mazas, este caballero blandíauna lanza, similar en tamaño y aspecto ala corcesca que recibiría cuandoalcanzara el rango de adepto. Vranesharremetió contra sus asaltantes y a dosde ellos les abrió unos enormes tajos.

—¡Ahora mismo, estamos un pocoocupados! —exclamó Solanar.

Liadrin dirigió rápidamente su

mirada hacia la parte superior de lacofa, donde Solanar dio una patada a undesdichado, que cayó al vacío y que, porun horripilante y desgraciado caprichodel destino, acabó empalado en uno delos mástiles rotos.

Solanar había sido uno de losprimeros en presentarse voluntario a serun Caballero de Sangre. Como muchoselfos de sangre, se había cambiado elapellido para honrar a los caídos. En elcaso de Solanar, ese cambio tenía unaimportancia especial, pues con élpretendía honrar a su hermano (Liadrinconsideraba que Furiasangre, el nuevoapellido de este caballero, era un tributo

más que adecuado a su hermano).Entonces, Solanar se volvió hacia arribapara encararse con dos combatientesmás.

Cyssa. que también había logradoacceder hasta allí y se mostraba ansiosapor demostrar de qué pasta estabahecha, profirió un chillido agudo yatacó, canalizando la luz mediante sulanza. Ambos atacantes acabaron derodillas. Uno de ellos sacó una daga eintentó defenderse, pero Cyssa lodecapitó con un fervor que bordeaba eljúbilo.

—¡Aguanta. Vranesh! ¡Estaré ahí enbreve! —vociferó Mehlar Hojalba,

quien bajó apresuradamente desde alláarriba hasta la cubierta. Mehlar habíasido un paladín que había estado bajolas órdenes del legendario humano Utherel Iluminado y era un veterano que habíalibrado muchas batallas contra la Plaga.No obstante, echaba la culpa a Uther demuchas cosas; la caída de Quel’Thalasera una de ellas. Sin duda alguna,Mehlar era un hombre de principios, unadmirable ejemplo de rectitud moral.Aunque Liadrin no estaba precisamentede acuerdo con su forma de pensar,admiraba su te y convicción.

—¡Da igual! ¡Ya me las arreglarésolo! —replicó Vranesh, quien se

arrodilló a bordo del navío mercante. Alinstante, una luz cegadora lo envolvió, lacual se expandió súbita y violentamente,arrojando a los cuatro desdichados queaún quedaban en pie al agua.

Bachi y Sangrevalor (quienesodiaban que los llamaran por su nombre,que, de hecho, se negaban a dar aconocer, ya que preferían que sedirigieran a ellos por su apellido) seacercaron presurosos a la costa.

—Todo despejado en la orilla —anunció Sangrevalor.

Bachi, que era conocido por nosaber qué era el miedo, aunque tal vezestuviera un poco trastornado, se lanzó

de cabeza al agua para atacar a losdesdichados que Vranesh había arrojadoal mar.

Unas pisadas veloces resonaronjusto a la espalda de Liadrin quienobligó a su caballo a darse la vueltamientras alzaba su corcesca. Notó que laLuz la anegaba por dentro. Oyó esebreve pero ya familiar caos cacofónicodentro de su mente mientras encauzabala Luz a través de la corcesca paraatacar al líder de los desdichados, aquien arrojó hacia atrás, hacia él árboltras el cual se había estado escondiendohasta hacía poco. Tras rebotar contra esedescomunal tronco, se estampó de

bruces contra una valla de madera quebordeaba el camino.

Liadrin espoleó a su corcel, sedetuvo junto al líder caído y le clavó sucorcesca.

Mehlar (que había dejado de correrhacia Vranesh, pues este ya nonecesitaba su ayuda) ascendióvelozmente hacia donde se encontraba laexsacerdotisa con la lanza en ristre.

—¿Queda alguno más? ¡El próximocabeza de chorlito que ose atacartetendrá que responder ante mí, mi señora!

—Calma, Mehlar. Ese era el último.A continuación, Liadrin se llevó una

mano a la sien. Las jaquecas eran lo

peor de todo y, aunque utilizaba lamisma Luz para mitigarlas, con eseremedio solo parecía incrementar sufrecuencia e intensidad.

—¿Se encuentra mal, mi señora?—Estoy bien.Solanar y Cyssa habían pisado ya

tierra firme y se aproximaban, al igualque los demás, incluido Bachi, quiensonreía a pesar de estar empapado.Vranesh fue el último en llegar.

—¡Vranesh!—Lo sé, señora, debería haber

registrado la bodega.—Sí, deberías haberlo hecho. Y tú,

Solanar, deberías haber esperado a

Cyssa. Nunca te alejes corriendo de tucompañero.

Solanar asintió.—Los errores que habéis cometido

hoy son meros síntomas de un problemamucho más grave: de que no actuáiscomo un grupo. Todavía os comportáis yactuáis como individuos aislados, nohabéis interiorizado aún que formáisparte de algo mucho más grande. Sois unequipo. Si no actuáis como tal, moriréis—aseveró Liadrin, a la vez quearrancaba su corcesca del cadáver—, yahora… deshagámonos de toda estaescoria.

A pesar de lo mucho que habíanhecho los Caballeros de Sangre por esagente, la opinión del vulgo sobre ellosno había variado.

Liadrin esperaba que, en cuanto losciudadanos hubieran superado susiniciales reservas respecto a losmétodos que empleaba la orden, encuanto vieran lo que su grupo era capazde hacer, aceptarían a los Caballeros deSangre, tal vez incluso los recibirían conlos brazos abiertos.

Sin embargo, ahora que Liadrinencabezaba la marcha del grupo por elbazar, se percato de que seguíanmirándolos con el mismo desprecio,

miedo y precaución que antes. Algunosincluso rehuían sus miradas.

—No nos están recibiendo comounos héroes, precisamente —observóSolanar, quien caminaba junto al corcelde Liadrin.

Tenía razón. Nada había cambiado.En la Plaza del Errante les

aguardaba un recibimiento similarmientras Liadrin y los Caballeros deSangre se dirigían hacia losalojamientos que se habían convertidoen su base de operaciones.

Justo delante del edificio encuestión, Cyssa se detuvo y recorrió conla mirada a los ahí presentes.

—Pero ¿qué tripa se os ha roto?¿Acaso sois incapaces de entender queluchamos por vosotros para protegeros?

La mayoría de los curiosos sevolvieron y se centraron en sus asuntos.Unos pocos se atrevieron a devolverlela mirada de un modo desafiante.

Liadrin desmontó y le entregó lasriendas a Cyssa.

—Dales tiempo —le dijo.Asqueada, Cyssa llevó el corcel al

establo. Una vez dentro de la base deoperaciones de los Caballeros deSangre, Liadrin se quitó la armadura ydejó la corcesca en un armero situado enla pared opuesta. Daba gusto volver a

casa y poder relajarse, y poder respirarsin el agobio de la armadura.

—Cuando era muy joven, misamigos y yo solíamos jugar a un juego…

Liadrin reconoció esa voz deinmediato. Sonrió, se volvió y vio queGalell se encontraba justo en la entrada.Estaba delgado y un poco pálido, y teníaun hematoma muy feo en un pómulo. Aunasí, su aspecto mucho mejor que laúltima vez que lo había visto. Durantelos primeros días del periodo dereconstrucción, Galell casi siemprehabía permanecido callado y aislado delresto del mundo, lo cual habíapreocupado mucho a la exsacerdotisa,

Liadrin le había vuelto a preguntarmuchas veces sobre cómo había podidosoltarse de sus ataduras aquel remotodía en que habían acabado encerradosen la guarida de un trol, solo porobligarlo a hablar de algo, pero él lehabía dado la misma respuesta desiempre: «Si no te ocultara algúnsecreto, nuestra relación no tendríaninguna gracia, ¿eh?».

—A un juego llamado el cautivo —prosiguió diciendo Galell—. Uno denosotros hacia de preso y los demás loataban y abandonaban a su suerte. Elcautivo se las tenía que ingeniar comofuera para soltarse. Nos turnábamos y el

que se liberara en menos tiempo ganaba.Liadrin cruzó la habitación y abrazó

a su viejo amigo.—Yo era el mejor en ese juego. Ese

día, en la guarida de esos trols, recordémi infancia y me imaginé que volvía ajugar al cautivo. Aunque me llevó unpoco más de tiempo que cuando eracrío, al fin logré soltarme.

Liadrin sonrió y negó con la cabeza.—¿Eso es todo? ¿Ese es el gran

truco que me has estado ocultando todosestos años?

Galell asintió.—Al menos, ya no hay secretos entre

nosotros.

Todavía sonriendo, la matriarca delos Caballeros de Sangre lo mirófijamente durante un largo instante.

—¿Y qué me dices sobre esoscristales que dejaste en mi puertamientras me encontraba en las TierrasFantasma?

—¿Qué cristales?—No lo niegues; sé que fuiste tú.

Quería dar contigo para expresarte migratitud, pero me has ahorrado lasmolestias.

—Pero si…—Chsss. —Liadrin se llevó un dedo

a los labios—. Dime, ¿cómo te ha ido?—¿Quieres saber la verdad? —

Galell titubeó—. Hace mucho no soy elque era. Me siento muy perdido y solo.

Con suma delicadeza, Liadrin posóla palma de su mano sobre la mejilla deGalell.

—Tú nunca estarás solo. —Unfulgor inundó la mano de laexsacerdotisa y el moratón desaparecióal instante del rostro de su amigo—.Además, ¿quién de nosotros no se hasentido perdido durante estos últimosaños?

Galell sonrió, feliz por haber sentidode nuevo la Luz, aunque solo fuerabrevemente. Acto seguido, alzó unamano y la colocó sobre la de Liadrin.

—Me gustaría disfrutar de la calidezde la Luz como en el pasado. Pero… noes algo que pueda hacer ya yo solo,asique he venido a pedirte ayuda.

Liadrin arqueó una ceja.—¿Quieres utilizar nuestros métodos

para volver a conectar con la Luz? Nose puede decir que haya mucha«calidez» en la forma en que nosotrosinteractuamos con ella… —Liadrin miróen dirección a la cámara subterráneadonde mantenían encerrado a M’uru. Esbien una lucha. Una pelea constante.

Pero Galell insistió.Creo que esta podría ser la mejor

oportunidad que voy a tener Para volver

a ser el que era. Creo que la Luz memostrará el camino… aunque debaobligarla a hacerlo.

—¿Estás seguro de que quiereshacerlo?

—Sí.Un manto de silencio los cubrió a

ambos mientras la matriarca dictaba. Noestaba segura de si Galell tenía maderade Caballero de Sangre. Todo el mundosabía lo que había sufrido, todo elmundo sabía que había sobrevivido aalgo de lo que nunca quería hablar alhundimiento de esas naves mercantes, ala muerte de todos esos niñosevacuados. Liadrin se preguntaba a

menudo hasta qué punto ese día habíadejado unas cicatrices muy profundas ensu alma.

Pero si yo no le concedo unaoportunidad, ¿quién se la dará?

Liadrin suspiró.—¿Estás preparado para ser

despreciado, malinterpretado ymarginado por tus propios hermanos?

—Sufriré cuanto haga falta parapoder recuperar el control de mi vida.

—¿Estás dispuesto a mantener ladisciplina y a seguir el entrenamientoque se te va a exigir? ¿Estás dispuesto ahacer exactamente lo que yo diga?

—Sí. Sin duda alguna.

Liadrin lo observó detenidamente.Aún no las tenía todas consigo.

—Necesito tu ayuda, Liadrin. Otodos o ninguno, ¿vale?

Galell había demostrado muchocoraje en la guarida de los trols.Además, cuando llegó el momento dedestruir la Fuente del Sol, había estadoahí, luchando junto a ellos. Todo esotenía que servir de algo.

—Sí, o todos o ninguno —respondióal fin Liadrin—. Ven conmigo, entonces;Astalor tiene algo que enseñarte.

Pasaron los días y Liadrin regresó

una vez más a las Tierras Fantasma.Sin embargo, esta vez no estaba

sola.Miró a su derecha, donde Solanar

aguardaba montado sobre su propiocorcel. Iba vestido con el tabardo de losCaballeros de Sangre, cuyo símbolo eraun fénix en llamas sobre un fondo negro.Observo a los demás: Vranesh, Cyssa yBachi pasarían de ser adeptos a unoscaballeros de pleno derecho en breve…,pero seguían siendo muy individualistasy no actuaban como un grupocohesionado.

Y luego estaba Galell.Escrutó el claro envuelto en la

oscuridad y al fin lo divisó en la lejanía,cerca de los árboles.

A pesar de que había demostradouna gran determinación a lo largo de losúltimos días, no había hecho un granesfuerzo por integrarse al grupo. Liadrinhabía visto el brillo de la dicha en susojos cuando le habían mostrado a M’uruy, en ese momento, de manera fugaz,había vuelto a ser el antiguo Galell, elseguro y firme Galell. Se entrenabavigorosamente pero en silencio. No serelacionaba con casi nadie y los demáslo consideraban un tipo peculiar. En losdos últimos días, parecía haberseretraído más y eso preocupaba a

Liadrin. Se preguntaba si había tomadola decisión correcta al dejar que seuniera a la orden.

Entonces, se recordó a si misma quela primera fase requería de un períodode adaptación.

Dale tiempo.—Todo despejado, mi señora —

anunció Mehlar, quien se aproximabadesde el norte.

Sangrevalor emergió del bosquesituado al sur.

—Lo mismo digo —añadió.Liadrin asintió. No había ningún

miembro de la Plaga por esa zona, locual era una gran noticia. No obstante,

en la actualidad, la Plaga no era la únicaamenaza con la que debían tenercuidado. En las últimas semanas, habíandivisado varias bandas de trols que sedirigían en tropel a Zul’Aman y muchostrols habían sido vistos tambiénexplorando las ruinas cercanas al lugardonde se encontraba ahora su grupo.

Posó su mirada sobre la estructuraque tenían ante ellos y se preguntó si,por fin, se estarían más cerca decapturar a Dar’Khan.

Aunque todas las fincas de lasTierras Fantasma se hallaban en ruinas,el tiempo no parecía haber pasado porla Aguja de la Estrella del Alba. Ese

alto edificio, situado sobre un saliente alos pies de las montañas, al este del lagoElrendar, podía dar la impresión deabandonado a un observador no muyavezado, esos terrenos descuidadosestaban lo bastante cerca del BosqueCanción Eterna como para que algunaflora hubiera empezado a emerger aquí yallá; además, la propia torre relucíaespléndida en su largo camino hacia elciclo nocturno. Ahí arriba, Liadrin pudoatisbar unas torrecillas majestuosas queparecían flotar alrededor de la agujacentral. De hecho, para ser unaconstrucción supuestamente en ruinassituada en los lindes de una tierra

muerta, esa propiedad proyectaba elespejismo de hallarse en una condiciónexcelente.

Esa finca había sido en su día elhogar de Dar’Khan. Aquí había pasadosu infancia. Y era aquí donde, en losúltimos días, los Errantes habíandetectado movimientos sospechosos dela Plaga.

Era una especie de señal. Tenía queserlo. ¿Acaso Dar’Khan había cometidoal fin un error?

Liadrin esperaba que sí.—Entremos a echar un vistazo.

El interior de la mansión seencontraba en un estado inmaculado, aligual que casi toda la parte exterior. Lasparedes estaban cubiertas de muebles.Unos estandartes con el blasón de laciudad de Lunargenta pendían de unascolumnas. Una lámpara de araña decristal pendía allá en lo alto, rodeadapor una tortuosa escalera.

Vranesh inició el registro.—¿Qué es lo que buscamos

exactamente?—Ojalá lo supiera —contestó

Liadrin—. Algo fuera de lugar, alguna

pista sobre por qué la Plaga muestratanto interés de repente por este sitiodespués de tanto tiempo…

Sangrevalor y Bachi subieron por laescalera. Galell dejó de caminar y sellevó una mano a la cabeza.

—¿Qué te ocurre, Galell? —preguntó Liadrin.

—Es un mero dolor de cabeza. Nome pasa nada —respondió con una tenuesonrisa, en un vano intento por calmar supreocupación.

Las jaquecas parecían afectar aGalell más que a los demás y Liadrin nopodía evitar preguntarse por qué.Siempre había pensado que el joven

vivía más dentro de su propia cabezaque en el mundo real. Tal vez por esolos dolores de cabeza le afectabanmucho más lo que la hacía pensar quequizá no pudiera ser apto la orden.

—Mirad esa alfombra —dijo Cyssa,señalando el borde de una descomunalalfombra circular que se hallaba a suspies. En efecto, había un plieguealrededor de todo el borde de laalfombra, como si alguien la hubieraquitado y vuelto a colocarapresuradamente.

Los demás se apartaron. Liadrin seagachó y retiró la alfombra; había unatrampilla cuadrada ahí debajo.

—Bien visto. Cyssa. Me parece quehas dado con algo.

Liadrin se arrodilló, corrió elcerrojo y abrió la trampilla. Dentro deese pequeño hueco, encontró un viejodiario con tapas de cuero. Entre suspáginas había un pergamino, que noestaba tan amarillento como las hojasdel diario, sino que era blanco.

—¿Qué es eso? —inquirió Cyssa,acercándose.

Galell también se aproximó. Liadrindesenrolló el pergamino, en el cualhabía escrito un mensaje con unossímbolos que no fue capaz de reconocer.

—Una pista, tal vez.

Cuando Liadrin entró en losaposentos de Lor’themar, el regentehabía estado emplumando una flecha.Ahora, su entretenimiento yacíadescartado a un lado de la mesamientras transcribía el mensajeencontrado en la Aguja de la Estrella delAlba en un nuevo pergamino. Entretanto,los haces de luz del sol de la tarde secolaban por el halcón abierto.

Liadrin recorrió la habitación con lamirada. En un escritorio cercano divisóuna carta que tenía rolo su sello. Lo másintrigante de todo era que ese sello erael emblema de la Horda.

—No soy un experto, pero pareceescrito en clave —afirmó Lor’themar—.Si es así, quizá alguno de nuestrosescribas sea capaz de descifrarlo.Mientras tanto… —Enrolló elpergamino viejo, lo volvió a colocar enel diario y, por último, lo cerró y se loentregó a Liadrin—… sugiero quedevuelvas esto a su sitio y sigasvigilando la aguja.

Liadrin asintió.—De acuerdo.Lor’themar profirió un suspiro y

examinó una de las flechas que habíaestado preparando. Acto seguido, fijó sumirada en ella.

—Tenía mis reservas acerca de tunueva orden, ¿sabes? Aún las tengo, adecir verdad. Pero… —Los ojos deLor’themar volaron hasta la carta delescritorio—. A la luz de ciertos hechosrecientes, quizá no sea algo tan malo.

—¿A qué «hechos recientes» terefieres?

—He intercambiadocorrespondencia con Thrall y…Sylvanas.

A Liadrin le dio un vuelco elcorazón al oír mencionar el nombre dela antigua general forestal. Todo elmundo sabía que Sylvanas comandabaahora un ejército de no-muertos que se

habían aliado con la Horda, a los que seconocía como los Renegados. Sylvanashabía logrado liberarse del control queArthas había ejercido sobre ella, perotodavía tenía mucho camino por recorrerpara ganarse la confianza de Liadrin.Aún estaba por ver si, en esa reina delos Renegados, quedaba algún rastro ono de la noble y valerosa elfa que habíasido antaño.

—¿Y qué asunto nos traemos entremanos con ellos?

Lor’themar se puso en pie y seacercó al escritorio.

—Estamos en la fase preliminar deuna serie de discusiones cuya finalidad

es examinar la posibilidad de que lossin’dorei se alíen con la Horda.

Liadrin permaneció en silencio,meditabundo.

—Bueno… nuestros primos kaldoreise llevarían una gran sorpresa, sin duda.

Lor’themar se volvió.—Cierto. Pero… los tiempos

cambian.—Y la gente también —apostilló la

matriarca, repitiendo las mismaspalabras que le había dicho a Rommathno hacía mucho tiempo.

—La reputación de tus Caballerosde Sangre ha llegado hasta Durotar.Creo que tu nueva orden ha logrado que

les tiente más la posibilidad de sellaruna alianza con los elfos de sangre.Aunque albergaba muchas dudas alprincipio, ahora creo que es posible quepronto, algún día, tus caballeros y túlogréis hacer algo asombroso. Creo quecon eso bastaría para que Thrallcambiara de opinión.

Entonces, deja que la gente sigadespreciándonos, pensó Liadrin.

—Dar’Khan —dijo la matriarca envoz alta.

—¿Perdón?—Pase lo que pase. Dar’Khan tiene

que morir. Si al eliminarlo logramosconvencer a nuestros posibles aliados

de que deben unirse a nosotros, mielsobre hojuelas.

—Si eso fuera tan fácil, lo mataríayo mismo —replicó sombríamenteLor’themar—. En su día, creía que habíamuerto, pero…

De repente, pareció muy cansado.—Deberías descansar un poco.

Volveré mañana —le recomendóLiadrin, quien hizo ademán demarcharse.

—Tengo entendido que Galell se hasumado a tus filas. ¿Cómo se encuentranuestro viejo amigo?

Liadrin caviló un momento antes deresponder.

—Se está… adaptando, creo. Ledaré recuerdos de tu parte.

La matriarca asintió con la cabezauna última vez al mismo tiempo quesalía de la habitación.

El forestal cogió el material con elque emplumaba las flechas de la mesa yse lo llevó al escritorio. Entonces, abrióun cajoncito, dentro del cual habíavarios cristales arcanos. El propioLor’themar no los necesitaba tanto comosus hermanos. De hecho, los forestalesen general parecían menos afectados porla adicción a la magia y por el síndromede abstinencia que el resto, aunque elregente no sabía por qué.

Pero sí sabía que los demás elfos desangre no eran tan afortunados, por locual había encomendando a Halduron lamisión de dejar anónimamente algunoscristales a Liadrin mientras estaestuviera viviendo en las TierrasFantasma.

Los tiempos cambiaban, la gentecambiaba… pero había otras cosas,como la admiración y el afecto queLor’themar profesaba por Liadrin, quese habían mantenido inmutables a pesardel paso de los años.

Alguien llamó con fuerza a la puerta.

Galell estaba tumbado en el centrode la habitación. Daba la impresión deque esos golpes estaban acompasadoscon el doloroso martilleo que sentía enla cabeza. El exsacerdote estiró un brazoy agarró uno de los cristales que habíacogido en la Aguja de la Estrella delAlba. Lo aferró con fuerza, cerró losojos y notó que la jaqueca poco a pocodesaparecía a medida que la magia fluíadentro de él.

A lo largo de los últimos días,Galell se había percatado de que elconsumo de magia le ayudaba a aliviaresos dolores de cabeza. Pero cada veznecesitaba más cantidad de magia para

lograr únicamente un ligero alivio.También había sufrido amnesias, ya

que había ciertos periodos de tiemposobre los que no tenía ningún recuerdo.No era la primera vez que Galell teníala sensación de que estaba perdiendo lacordura. No obstante, había conseguidolo que quería: ahora era capaz decontrolar la Luz. Ahora podía manipularla Luz para combatir a sus adversarios ypodía curar sus propias heridas y las delos demás; sin embargo, la Luz no podíaborrar esa amargura que anidaba en sucorazón por mucho que la obligara. Lasjaquecas y ese ruido cacofónico yenervante que invadían su mente eran

unos recordatorios atroces de suincapacidad para superar ese dolor.

Los golpes que recibía la puerta sevolvieron más fuertes. Orovinn gritó:

—¡Ha llegado tu hora! ¡Despierta,alimaña!

Galell siguió intentándolo. Elproblema estribaba en que todavía nohabía aprendido a controlar la Luz de unmodo adecuado. Necesitaba más tiempoy también necesitaba aclarar sus ideas.Los cristales parecían ser la únicasolución. Por el momento, al menos.

La puerta tembló: estaba a punto devenirse abajo.

Galell cogió una bolsa cercana,

abrió la puerta violentamente y agarródel cuello a Orovinn, al que empujóhacia el otro extremo del pasillo,mientras canalizaba toda la energía de laLuz hacia su mano ignorardesesperadamente el ruido discordanteque bramaba en su mente.

Entonces, le restregó por la cara labolsa repleta de oro a aquel elfo tanalto.

—Con la mitad de esto, te pago loque te debo. Con la otra mitad, te pagarélos nuevos cristales que me traerásmañana por la mañana. ¡Y que sean de lamejor calidad! ¿Trato hecho?

Orovinn lo miró con unos ojos

desorbitados teñidos de miedo ybalbuceó con voz ronca:

—No veo ninguna razón que…impida que hagamos negocios.

A la tarde siguiente, a última hora,Liadrin cabalgaba hacia las TierrasFantasma junto a Solanar para relevar aVranesh, Mehlar y Galell: los tres sehabían pasado todo el día vigilando laAguja de la Estrella del Alba.

Para cuando ambos se adentraron enesos bosques marchitos, el solproyectaba sus últimos rayos.

Cuando se aproximaron hacia

Mehlar, este estaba apoyado sobre unatrampa para animales.

—¿Habéis visto algo? —preguntóLiadrin a voz en grito.

—No hemos visto ni oído nada. Hareinado un silencio sepulcral, mi señora—respondió Mehlar.

Justo entonces, Vranesh salió dedetrás de un carro cercano, ajustándoselos leotardos de anillas.

—¿Dónde está, Galell?Los dos hombres apostados ahí se

miraron mutuamente. Vranesh hablóprimero:

—Yo no me responsabilizo de esetipo; además, estaba respondiendo a una

llamada urgente de la naturaleza.Mehlar se encogió de hombros.—Hoy se ha ido a deambular por ahí

varias veces. Yo diría que se comportade un modo peculiar.

Vranesh resopló.—En su caso, lo peculiar es lo

normal.—A esto es lo que me refiero

siempre —le reprendió Liadrin—Cuando uno forma parte de un

grupo, debe cuidar de los demás¡Ninguno de los dos debería haberloperdido de vista!

Entonces, un chillido espeluznanteatravesó el lago y reverberó por las

montañas. Liadrin no pudo reconoceraquella voz; podía tratarse de Galell ono.

—Desplegaos —ordenó lamatriarca.

Los Caballeros de Sangreobedecieron.

Liadrin atravesó el denso bosque alomos de su caballo lo más rápidoposible en dirección sur, siguiendo elcamino de las laderas. Enseguida, sedetuvo cerca de un matorral aplastado,donde un círculo de sangre oscuraempapaba el suelo. Liadrin miró a lolejos, hacia el sur, hacia el altozano máspróximo.

Ahí había más sangre, que apenasera visible bajo esa luz menguante.

Espoleó a su montura y, al instante,se percató de que la cantidad de sangreque teñía el suelo, así como la malezade alrededor y los árboles, crecía de unmodo alarmante.

—¡Caballeros, a mí! —gritó Liadrin.Mientras seguía avanzando, la

matriarca vio… los restos mortales dealgún cuerpo descuartizado. Aunque nopodía saber si eran humanos, elfos o dealguna otra raza. Siguió ese macabrorastro aún más lejos y divisó unaextremidad cercenada: un brazo, enconcreto, cuya piel era de un color

verde pálido.Su corcel coronó otro altozano y

Liadrin escrutó desde ahí un pequeñoclaro situado allá abajo, donde Galell seencontraba sentado en medio de unamasijo de vísceras y miembrosdestrozados. La cabeza de un trol yacíadelante de él. Galell se mecía adelante yatrás, con las manos en la cabeza.Estaba cubierto de sangre, como si sehubiera pintado con ella.

Liadrin bajó de un salto de sucaballo y abrazó con fuerza a Galell. Enese instante, Solanar, Mehlar y Vraneshirrumpieron corriendo en ese atrozescenario.

—¡No deberíais haberlo perdido devista! —exclamó la matriarca mientrasse volvía hacia Vranesh y Mehlar.

—Lo siento, mi señora, no teníamosni idea… —se excusó Mehlar.

—¿Has hecho tú esto? —le preguntóLiadrin a Galell, pero la única respuestaque obtuvo fue un largo gemido.

—No teníamos ni idea —repitióMehlar, quien se quedó boquiabierto alcontemplar esa masacre.

—Debo llevarlo de vuelta aLunargenta. Mehlar, Vranesh, escuchad.Solanar se quedará aquí con vosotroshasta que yo envíe a otros caballeros arelevaros. ¡Manteneos alerta! Y ahora

ayudadme a subirlo al caballo.

—¿Cómo está? —inquirióLor’themar desde la mesa a la queestaba sentado.

—Está descansando.—¿Te ha contado lo que ocurrió?Liadrin estaba sentada en una silla

situada cerca de la puerta. Estabacubierta de sangre, ya que, cuando habíamontado al exsacerdote sobre el corcel,este la había manchado muchísimo.

—Solo que lo acorraló unexplorador trol en el bosque. Pero esono explica… Me ha contado que,

últimamente, ha estado pensando muchoen ese día en que acabamos en laguarida de unos trols hace unos cuantosaños. Lo cierto es que, desde hacetiempo, ya no es el mismo que era.

Era evidente que Lor’themar estabaextremadamente preocupado, comopodía deducirse por su semblante y eltono de voz con el que habló:

—Lo vigilaré de cerca. Aunque,ahora mismo, hay un asunto muy urgenteque requiere nuestra atención. Esta es larazón por la que he requerido tupresencia. —El regente desenrolló unpergamino—. Astalor ha descifrado elcódigo —anunció y, acto seguido, cogió

el pergamino de la mesa y lo leyó enalto—: «Te entregaré las Piedras de laLuz y el Fuego, así como los fragmentosque quedan de Piedra de la Chispacuando el día y la noche sean iguales».Esta misiva está firmada por un tal«Thadirr».

—Mañana por la noche es elequinoccio —observó Liadrin—. Pero¿a qué piedras se refiere ese mensaje?

Lor’themar volvió a colocar elpergamino sobre la mesa.

—Durante las Guerras Trols,Dar’Khan también lo sabe y quiereesconder las piedras en un lugar seguropara que no puedan ser usadas en su

contra.—¿Alguna idea sobre quién podría

ser el tal «Thadirr»?Lor’themar se limitó a negar con la

cabeza.—Quienquiera que sea, me da la

sensación de que ha localizado laspiedras antes que nosotros y ahoraplanea entregárselas a Dar’Khan —conjeturó Liadrin.

—Sí, pretende entregárselas sinrecibir nada a cambio, lo cual pareceindicar que… —De repente, alguienllamó a la puerta—. Pasa —gritó elregente.

Halduron entró en la habitación.

—Lamento molestar, pero he deinformarle de cierto asunto.

Lor’themar asintió.—Ya estábamos acabando. —Volvió

a centrar su atención en Liadrin—. Locual parece indicar que ese individuomisterioso no va a encontrarse conDar’Khan directamente, sino que va adejar esas piedras en el mismo sitiodonde descubriste el diario.

—Si es así, los Caballeros deSangre lo… o la estarán esperando.Quizá esta podría ser esa gran gesta,sobre la que tú y yo ya hemos hablado,que nos permitiría desequilibrar labalanza en tu favor en las negociaciones.

—Creo que puedes tener razón.Liadrin se levantó y se dispuso a

marchar.—A lo mejor tú también quieres oír

lo que tengo que decir —le dijoHalduron—. Debéis saber que un grupode buscadores de tesoros de la Alianzalograron infiltrarse en Zul’jin.

Lor’themar miró a Liadrin. Tras unmomento de silencio, respiró hondo consuma fuerza.

—Supongo que era una meracuestión de tiempo que ese buitreregresara a su nido.

Halduron parecía tremendamenteinquieto. Liadrin recordó la noche en

que Zul’jin había escapado y decidióque sería mejor dejar a ambos a solas.

—Iré a informar a mis caballeros.Mañana, esas piedras serán tuyas.

Liadrin agachó levemente la cabezaante Halduron de camino a la puerta.

Lor’themar se levantó y salió albalcón que daba a la Corte del Sol.Soplaba un frío viento, que agitó losmateriales que utilizaba para emplumarlas flechas que tenía sobre el escritorioy arrojó una pluma al suelo. Halduron seagachó para cogerla y la acarició entresus dedos.

—Añoras tu antigua vida comoforestal, ¿verdad?

Lor’themar siguió contemplando laciudad mientras respondía.

—Más a cada día que pasa. A veces,me siento como si estas paredes se mefueran a venir encima. Los bosques mellaman, hermano. Me imagino con elarco en la mano, con el cálido solacariciándome la piel y con el vientosusurrándome y prometiéndome nuevasaventuras. Sin murallas ni muros… sinuna agenda que atender. Sí, en esa épocafue cuando más vivo me sentí. Teenvidio por lo libre que eres.

Halduron se dio cuenta de queLor’themar no estaba mirando a laciudad, sino que estaba soñando con

esos bosques donde no había murallas nimuros.

—Hay una cosa más que debodecirte —afirmó Halduron con un tonode voz grave mientras se unía a Zul’jinen ese bosque… aunque mis hombres lotorturaron, fui yo quien tomó la decisiónde mantenerlo con vida, porque queríaque fueras tú quien decidiera su destino.Tuve la oportunidad de matarloentonces, pero no lo hice. Fue unestúpido error. Por mi culpa, ahora estávivo y vuelve a amenazamos.

Lor’themar se giró y dio unapalmada a Halduron en el hombro.

—Yo más que nadie se lo que es

sentirse culpable, Halduron. Al fin y alcabo, fue mi exceso de confianza lo quepermitió a Dar’Khan recopilar losconocimientos necesarios para abrirle lapuerta a Arthas, para traer la destruccióna nuestro reino…

—Pero ¡no podías saber lo quetramaba! —protestó Halduron deinmediato.

—Precisamente, eso es lo que queríadecirte. La culpa, los remordimientos, ladesesperación… se adueñan de nuestrocorazón y, con el paso del tiempo, teacaban devorando por dentro si se lopermites. Yo porto la pesada carga demi fracaso sobre mis hombros todos los

días.—¿Y cómo logras seguir adelante?

—insistió Halduron.—Negándome a que mis

sentimientos sean un escollo a la hora deafrontar mis tremendasresponsabilidades. Además, me aferró aun leve destello de esperanza: a quecreo que estas penalidades quecompartimos nos unirán aún más… —Lor’themar clavó su único ojo sobreHalduron y concluyó con totalsinceridad—. Después de todo lo quehemos pasado, sigues siendo micamarada más leal y de más confianza.

El alivio se adueñó del semblante de

Halduron.—Sí, yo también debería aferrarme

a un leve destello de esperanza —aseveró.

Tus padres se avergonzarían al veren lo que te has convertido.

Ellos lo entenderían. He hecho loque he considerado mejor.

Solo has triunfado a la hora deesconder tu miedo. Tu orgullo traerá laruina a aquellos que quieres.

No voy a escucharle. Renuncio a ti.No puedes huir de tus pecados.¡Te vas a callar porque yo te lo

ordeno!¿Al igual que das órdenes a la Luz?¡Pues si! ¡Y ahora lárgate! ¡Ya no

me dominas!Liadrin se despenó al oír unos

golpes en la puerta. La abrió y se topócon Vranesh, que tenía un aspectoalarmantemente pálido.

—Hay algo que debes ver.

Una enorme muchedumbre se habíacongregado en el interior de la Puertadel Pastor. Vranesh y Liadrin tuvieronque hacer un gran esfuerzo para poderabrirse paso hasta la parte frontal de esa

multitud, desde donde podíancontemplar la estatua de Kael’thas.

De ese monumento, pendía uncadáver cubierto de sangre, cuya cabezaestaba caída hacia delante de un modoextraño, ya que le habían partido elcuello, y cuyos brazos estaban estiradosy atados con una cuerda a las hombrerasde la armadura de la estatua.

—¿Quién es? —preguntó Liadrin.Alguna escoria del Frontal de la

Muerte. Creo que ha comentado que sellamaba Orovinn. Pero corren rumoresde que…

En ese preciso instante, uno de losahí congregados exclamó, señalando a la

matriarca:—¡Ha sido uno de los vuestros quién

ha hecho esto!—¡Yo no sé nada sobre este asunto!

—le espetó Liadrin.La turbamulta empezó a empujar

hacia delante y, al instante, variosguardias corrieron hacia allá pararestaurar el orden. Otro se abrió pasoentre esa muchedumbre rebelde paradirigirse a Liadrin.

—Mi señora, el gran magíster quierehablar contigo.

A Rommath le brillaban los ojos de

furia.—¡Han visto a uno de tus caballeros

colgando ese cadáver en la estatua enplena noche!

Liadrin pudo sentir que el granmagíster irradiaba una energía muynegativa y opresiva. Su ira era más quepalpable. Además, Vranesh le habíarevelado en confianza a la matriarcaque, efectivamente, muchos habíanidentificado a Galell como el asesino.Pero eso era imposible. Galell jamáshabría podido…

—Estamos negociando una posiblealianza con la Horda —le informóRommath.

Liadrin estuvo a punto de responderque ya conocía esa información, pero alfinal decidió no hacerlo. El granmagíster siguió hablando:

—Una debacle como esta podríaponer en peligro todo el proceso denegociación. Los guardianes y lospatrulleros arcanos lo han buscado portodo el reino y no han podido hallar nirastro de ese tal…

—Galell —apostilló Liadrin—.Debe haber algún error. Galell no es unasesino. Quizá lo mató en legítimadefensa.

—¡No hay ningún error! —le espetóRommath—. Ha desaparecido. ¡Y

ningún elfo inocente habría huido!¡Además, todo aquel que mata endefensa propia no monta un espectáculomacabro después con su víctima paraque todos lo vean! —El intenso fulgorque se había apoderado de los ojos delgran magíster ahora se había atenuado unpoco—. Voy a marchar en breve aTerrallende para informar a su alteza delestado de las negociaciones. Quiero quedes con ese tal Galell y espero que estasituación esté resuelta para cuandoregrese mañana.

—Pero hay otros asuntos queexigen…

—¿Exigen? —Rommath desapareció

al instante y reapareció, súbitamente, asolo unos centímetros de ella. Liadrinretrocedió un paso—. Yo sí que exijo.Te exijo que encuentres a ese renegado yque, cuando lo hagas, emplees todos losmedios necesarios para poder ponerpunto final a este asunto. ¡Sí, eso es loque yo exijo!

—¿Qué estás insinuando?El gran magíster respondió con un

tono de voz mucho más bajo y sereno.—Que hagas lo que tengas que

hacer.Un sinfín de pensamientos surcaron

la mente de Liadrin. Seguramente, notendría que acabar tomando unas

medidas tan extremas; seguramente,seria capaz de descubrir la verdad ytraer de vuelta a Galell, al queproporcionaría la ayuda adecuada. Peropara eso primero tenía que encontrarlo.Pero cuanto más cavilaba al respecto,más convencida estaba de que sabíaadonde había huido. Rommath siguióhablando:

Y hazlo rápida y discretamente. Talvez el futuro de nuestro pueblodependa de ello. ¿Puedo confiarleesta misión?

Liadrin vaciló.—¿Puedo confiarte esta misión? —

insistió el gran magíster.—Sí.Rommath hizo un gesto y la puerta

situada a la espalda de Liadrin se abrió.—Bien. Espero que demuestres que

no me equivoco al confiar en ti. ¡Y ahoravete!

La luna iluminaba con un cálidofulgor la Aguja de la Estrella del Alba;las paredes de mármol parecían irradiaruna tenue luz blanca.

Sin embargo, la luz de la luna no sefiltraba con tanta facilidad entre lasramas del esquelético árbol donde

Vranesh se revolvía incómodo mientrasmascullaba:

—¡Ten cuidado, Bachi! Estásocupando mi espacio.

—¿Qué estás insinuando? Deberíascreerme cuando te digo que no mepareces atractivo —replicó Bachi.

—¡Callaos los dos! ¡Se os oye portodas partes!

Solanar era quien había pronunciadoesas últimas palabras, el que asumía lasfunciones de líder de los caballeros enausencia de Liadrin.

Mientras él, Vranesh y Bachivigilaban ese edificio por el Sur, Cyssa,Mehlar y Sangrevalor lo observaban

desde un emplazamiento situado alNorte. Entre ambas posiciones podíandivisar con claridad a cualquiera queentrara o saliera de la Aguja de laEstrella del Alba.

Liadrin se había mostrado reacia adar explicaciones cuando le habíanpreguntado por qué se tenía quemarchar; les había dado la sensación deque estaba muy preocupada e inquietacuando había afirmado que debíaatender un asunto muy urgente y queconfiaba en que sus caballeros serianmás que capaces de ocuparse de un soloagente de la Plaga, quienquiera quefuera este o fuera lo que fuese. Aun así,

les había aconsejado que evaluarandetenidamente esa amenaza antes deentrar en acción y que, si considerabanque suponía un gran peligro, seria mejorque no hicieran nada.

No obstante, los rumores sobreGalell corrían desbocados entre loscaballeros… Algunos achacaban sudelirante comportamiento a un consumode magia terriblemente desequilibrado;otros afirmaban que era el poder de laLuz, la quebrada voz de M’uru, lo que lehabía vuelto loco. Todos ellos sufríandolores de cabeza e intentaban hacertodo lo posible por acallar esacacofonía que bombardeaba sus mentes

cuando canalizaban los poderes delnaaru… Aunque no hablaban sobre elloabiertamente, todos y cada uno de elloshabía intuido, en algún momento u otro,que, si no ponían limites a ese caossonoro, perderían la cordura algún día.

La súbita caída de Galell en lasfauces de la locura parecía haberperturbado mucho a Cyssa en particular.Se había aislado un poco del resto y nose comportaba como la elfa descarada yvivaracha de siempre. A Solanar lepreocupaban las consecuencias que lacrisis de locura de Galell podría tenersobre el grupo, pero por ahora hacíatodo lo posible para que todo el mundo

estuviera centrado en la tarea que teníanentre manos.

Bachi extendió un brazo, dio unapalmadita a Solanar en el hombro yseñaló hacia el lago, donde una figuraencorvada remaba en una barca quesurcaba esas aguas iluminadas por la luzde la luna.

Vranesh la observó detenidamente,ya que sus ojos (como los ojos decualquier elfo de sangre) eran capacesde percibir el aura de magia arcana queenvolvía a esa figura encapuchada. Encuanto llegó a la orilla, aquellaenigmática silueta se puso en pie; en susmanos aferraba un pequeño cofre.

—Por la fuente, ¿lo estáis viendo?Ese cofre irradia una energía muypotente… ¡Las piedras deben estar ahídentro!

—¡Calla! —le espetó Solanar.La figura, que sostenía el cofre

contra su pecho, abandonó el bote y,acto seguido, subió lentamente por lacolina. Para alivio de Solanar. Vranesh yBachi se mantuvieron callados. En solounos instantes, ese misterioso individuose adentraría en la aguja.

—Esta noche, no nos vamos a hacersolo con esas piedras, sino que esprobable que también logremos capturara un prisionero que lo sepa todo sobre

las operaciones de la Plaga. Ha llegadoel momento. ¡Da la señal a los demás!¡Es hora de atacar!

Lor’themar no se lo podía creer.Galell había sido acusado de

asesinato. ¿De verdad podía haber caídotan bajo? Lor’themar no había tenido laoportunidad de visitar a su amigo, tal ycomo había querido, por culpa de losinnumerables asuntos que habíanrequerido su atención, por culpa de lasmil cosas que tenía que hacer, comosiempre. Aunque, si hubiera logradosacar un rato para hacerle una visita,

¿eso habría cambiado las cosas? Elregente también se preguntó cómo debíade estar afrontando ese problemaLiadrin. Después de todo, había sidoella quien lo había introducido en laorden, había sido ella quien…

Los pensamientos de Lor’themar sevieron interrumpidos, ya que alguienestaba llamando a la puerta de manerainsistente.

—Pasa.La puerta se abrió y, acto seguido,

entró un mago que portaba una cajafuerte que parecía haber sobrevivido auna guerra. A continuación, cruzó lapuerta Astalor, quien parecía

tremendamente ansioso, lo cual no eranormal en él.

—He ordenado que te trajeran estoen cuanto me he dado cuenta de que…¡Oh, ojalá Rommath estuviera aquí!

—¿Qué es?El mago colocó la caja fuerte sobre

la mesa y, con el borde de esta, apartó aun lado los materiales con los queLor’themar estaba emplumando susflechas.

—Es una caja fuerte que hanencontrado entre las ruinas hace solounas horas, en una zona situada muylejos de los antiguos aposentos deBelo’vir, en una zona que todavía no

habíamos explorado… La explosión dela fuente debió de desplazarla hasta ahíen su día.

Astalor hizo un gesto y la tapa de lacaja se abrió de inmediato. En cuanto seacercó, Lor’themar pudo percibir laspoderosas emanaciones mágicas queirradiaba y pudo contemplar esaspiedras aguamarinas. Los fragmentos deuna tercera piedra vacían entre ambas:eran las Piedras de la Luz y el Fuego, ylos restos de la Piedra de la Chispa.

—No sé cuáles son las piedras queposee el tal Thadirr, pero seguro que noson estas, lo cual me lleva a extraer dosconclusiones: que o bien se ha hecho

con unas piedras similares y las hatomado por estas, o bien ha mentido.

Lor’themar cogió uno de losfragmentos mellados de la Piedra de laChispa y, a pesar de que no se hallabatan en sintonía con los poderes de lafuente como otros, fue capaz de notarque unas energías arcanas lo envolvíanal instante.

—Si miente… ¿por qué lo hace?—Para atrapar a Dar’Khan, tal vez.El regente colocó el fragmento sobre

la mesa y, con premura, buscó la copiaque había hecho de la carta. Si lo quesospechaba era cierto…

Lor’themar cogió una pluma que se

hallaba cerca y reordenó las letras de lafirma «Thadirr». Se maldijo a sí mismopor haber sido tan necio como para nohaber resuelto ese simple anagramaantes y a continuación, escribió unnombre: «Drathir». Si no hubiera estadotan preocupado por las negociacionescon la Horda, quizá se habría dadocuenta mucho antes…

—Sí, está claro que es una trampa,Astalor, pero su fin no es capujar aDar’Khan…

La furia lo dominó: estaba furiosocon Dar’Khan y consigo mismo. Acontinuación, cogió de la mesa elfragmento de la Piedra de la Chispa.

—El objetivo de esa trampa somosnosotros.

Dar’Khan había tenido que dar conla manera de atraer a la orden hasta unatrampa diseñada por él. Habíaconsiderado muchos planes alternativospara lograr su meta, pero los había idodescartando uno a uno. Al final, habíapedido consejo a su amo… y entoncesse había acordado de las piedras.

Después de todo, Lor’themar yLiadrin. Sabía que si creían que no seenfrentaban a una gran amenaza, sino asolo una persona, bajarían la guardia. Su

plan dependía del predeciblecomportamiento de sus antiguos amigos,lo cual agradó a su amo, quien dio elvisto bueno a esa trampa, que se tendióde inmediato.

El mago sonrió al recordar la caraque habían puesto los caballeros alirrumpir justo cuando fingía que estabadepositando las piedras en aquelescondrijo. Habían parecido tanconfiados en un principio… hasta queDar’Khan se había quitado la capucha yuna hueste de esbirros, que habíanpermanecido ocultos en las laderas,invadieron la gran sala. ¡Qué cara desorpresa habían puesto esos necios! Sí,

jamás podría olvidar ese momento.Ahora, cerca de él, uno de esos

caballeros (que, probablemente, era sulíder, a juzgar por el tabardo que vestía)se estaba enfrentando a los guerrerosesqueléticos que lo rodeaban. Derepente, hizo ademán de atacar. Alinstante. Dar’Khan hizo un gesto,susurró un encantamiento y ese fanáticobellaco cayó al suelo, donde se retorcióde dolor.

Si los Errantes no hubieranirrumpido entonces súbitamente, losCaballeros de Sangre ya habrían muerto.Halduron y su pelotón habían llegadojusto después de que la trampa saltara.

La batalla se había extendido hasta losterrenos que circundaban el edificio,donde los forestales habían luchadovalientemente… pero eso solo iba aservir para retrasar lo inevitable, porsupuesto.

Otro caballero, una mujerconcretamente, había logrado imponersea sus atacantes. Rápidamente, Dar’Khanhabía alzado las manos y separado losdedos para golpear con sus tenebrosospoderes el frágil cuerpo de la elfa, quevoló por los aires hasta estamparsecontra la tortuosa escalera con tantafuerza como para que se le rompieranvarios huesos. La mujer se quedó

inconsciente al instante… lo cual loenojó. ¿Qué gracia tendría matarla enese estado? Dar’Khan quiso cerciorarsede que se hallaba plenamente lúcidacuando falleciera.

El mago había albergado laesperanza de que Liadrin se encontraraentre sus adversarios y todavía esperabaque se presentase, para tal vez intentarlanzar una última ofensiva a ladesesperada antes de caer. Sí, seríaglorioso poder llevar su cadáver hastala Ciudad de la Muerte para hacer queregresara de entre los muertos como untítere al servicio del rey Exánime. Sí, suamo se sentiría muy dichoso si la propia

Liadrin acabara liderando a suscaballeros no-muertos en el asedio aLunargenta.

Justo entonces, uno de los agentesinvisibles de Dar’Khan (una de sussombras) le había proporcionado unaclara imagen de lo que estabaocurriendo fuera del edificio. ¡Undestacamento de guardianes acababa dellegar! Los había teletraqsportadoalguien a quien Dar’Khan no habíareconocido de inmediato… pero a quienacabó reconociendo rápidamente… erael perrito faldero de Kael’thas, Astalor,quien sostenía una especie de caja fuerteen las manos. Lo acompañaba alguien

más, alguien que se adentró corriendo enla jauja. Se trataba del mismísimoregente…

—¡Lor’themar! —gritó Dar’Khan, almismo tiempo que el regente irrumpíaraudo y veloz en la gran estancia.

—Saludos, Thadirr —replicóLor’themar con un tono mordaz.

Dar’Khan se había vueltoquebradizo y había adquirido el color deun pergamino amarillento. Sus ojos sehabían vuelto blanquecinos y unenjambre de insectos devoradores decarne recorría su cuerpo reanimado,

deambulando torpemente yretorciéndose entre piel y músculosputrefactos.

—He venido para acabar por fin contu miseria —afirmó Lor’themar.

En cuanto había descubierto laestratagema de Dar’Khan, el regentehabía reunido a su guardia privada yhabía ordenado a Astalor que losteletransportase hasta la aguja, aunqueantes de eso había acabado con ciertatarea pendiente…

Mientras cogía una flecha, echó unvistazo rápido a la estancia. Uno de losCaballeros de Sangre, una mujer, yacíacerca de las escaleras; era incapaz de

adivinar si estaba viva o muerta. Elresto de la orden libraba una batalla amuerte contra los cadáveres putrefactosesqueléticos que comandaba Dar’Khan.

—Por lo que parece, habéisdescubierto mi engaño. Muy bien Daigual. ¿Qué esperas lograr aparte demorir? —dijo Dar’Khan estirando elbrazo derecho de repente.

Al instante, unas llamas engulleron aLor’themar. Durante un breve segundo,el regente pudo percibir el olor de supropia piel y su propio pelo alquemarse; tuvo la sensación de que lasangre que corría por sus venas iba aempezar a hervir de un momento u otro,

como si lo estuvieran asando vivo.

Cerca de allí, Vranesh logró cobrarventaja sobre los asaltantes no-muertosque lo hostigaban. Por el rabillo del ojopudo divisar que Lor’themar. A solounos cuantos pasos de Solanar, un no-muerto alzó una espada oxidada conintención de atacar. Sin embargo,Sangrevalor conjuró un escudo sagradopara proteger a su camarada, frustrandoasí el ataque del miembro de la Plaga, locual permitió que el caballero pudieraseguir encauzando la Luz sin ningúnimpedimento.

Enseguida, Lor’themar miró a amboslados y comprobó que los Caballeros deSangre más próximos estabanproyectando sus conjuros de sanaciónsobre él en medio de sus combatesparticulares.

Entonces, Astalor irrumpió en laestancia, corriendo.

A Dar’Khan se le borró la sonrisade la cara.

Ese perrito faldero había entradocomo un rayo en esa gran sala,flanqueado por dos piedras querasgaban el aire y se asemejaban a un

par de pequeñas mascotas con alas. Elmago no-muerto pudo percibir alinstante el poder que emanaba de esasdos reliquias, pues él mismo habíautilizado esas energías en otra vida; unasenergías que ahora, en su forma actual,eran algo execrable para él.

Pudo sentir cómo la magia que lesuministraba fuerzas se escapaba de sumarchito cuerpo. Trastabilló hacia atrásmientras Astalor se detenía ygesticulaba, y las piedras que levitabana su izquierda y derecha lo debilitaban.Dar’Khan esbozó un gesto de terror, yaque, de repente, le habían arrebatadotodo su poder.

Sus esbirros también se vieronafectados; cesaron sus ataques y cayeroncomo el trigo ante un segador frente alas armas de esos furiosos caballeros.

Su amo no se iba a sentir nadacontento.

Lor’themar cogió la única flecha quellevaba en su carcaj. Esa era la tareaque había concluido antes de acompañara Astalor a la aguja: como ese fragmentoen particular de la Piedra de la Chispatenía una forma similar al de la punta deuna flecha, el regente la había colocadorápidamente sobre un astil que acababa

de emplumar. Con sus propias manos,había imbuido de magia esa flecha, lahabía convertido, literalmente, en unleve destello de esperanza, en un armaque ahora podría utilizar contraDar’Khan.

Colocó la flecha en la cuerda y latensó. El mago no-muerto intentó lanzarun último conjuro, pero el poder de laspiedras se lo impidió. Lor’themardisparó. A pesar de que la punta teníauna forma irregular, la flecha volóperfectamente y se clavó en la frente delmago traidor.

Dar’Khan hincó una rodilla en elsuelo y, de inmediato, empezó a

desintegrarse. Elevó una mano hasta elastil que sobresalía de su cráneo y tuvotiempo suficiente para proferir un últimoy lúgubre aullido antes de que su cuerpodestrozado se transformara por completoen un humo que se dispersó por el aireen solo unos segundos. La flecha, sinembargo, siguió ahí, flotando en el aire.Acto seguido, cayó estrepitosamente alsuelo y se detuvo justo al lado de laalfombra.

A continuación, varios Caballerosde Sangre corrieron a sanar a sucompañera inconsciente mientrasLor’themar lo invadió un pánicorepentino. ¿Dónde estaba? ¿Acaso había

caído en la batalla?El regente agarró del hombro a uno

de los caballeros más próximos.—¿Dónde está lady Liadrin?—Se fue, pues tenía un asunto

urgente que atender por orden deRommath —contestó el joven elfo.

—¿En qué consistía esa orden? —exigió saber Lor’themar.

El caballero se limitó a encogersede hombros a modo de respuesta.

El regente sintió un tremendo alivioal comprobar que sus peores temores nose habían hecho realidad. Mientras sedirigía hacia la salida, el regente inclinólevemente la cabeza ante Astalor, quien

respondió con el mismo gesto.Al salir al exterior, la ligera y

húmeda niebla que procedía del lagoElrendar le refrescó. Respiró hondo eseaire plagado de promesas de nuevasaventuras que aún estaban por llegar.Aunque no estaba totalmente seguro desi por fin había sido testigo del final deDar Khan, al menos pudo hallarconsuelo en el hecho de que ahora supueblo poseía esas piedras y que laderrota de ese mago traidor sería unfactor que contribuiría a impulsar lasnegociaciones con la Horda.

Como siempre, Lor’themar se sintiómuy esperanzado. En ese momento lejos

de las murallas y los muros de la corte,se sintió más vivo de lo que se habíasentido en mucho tiempo.

Entonces, centró sus pensamientosen Liadrin. ¿Cuál era esa misión que lehabía encomendado Rommath? Fuera loque fuese, seguramente palidecería encomparación con la peligrosa amenaza ala que sus caballeros se habíanenfrentado ahí.

El paso del tiempo había dejado suinconfundible marca en la guarida trol.

La puerta se había desmoronado ylas telarañas cubrían el techo, invadían

los recovecos más recónditos y seextendían por todas las paredes. Lasmáscaras de madera hacia mucho quehabían sido robadas o destruidas y loúnico que quedaba para recordar queuna vez habían estado ahí eran unaspilas de polvo y de víscerasinidentificables, lo mismo sucedía conlas lazas y las efigies de diosesanimales. Esa estancia apestaba a hecesde rata, moho y podredumbre.

Galell se encontraba sentado enmedio de esa oscuridad, en la oquedadcircular situada sobre la parle central dela que irradiaban esas hendiduras conforma de surco manchadas de sangre

muy antigua, a la que se había sumadorecientemente la suya; un pequeñoprecio a pagar por suprimir el estrépitoque el Ser de Luz desataba en su mente.

Galell cogió uno de los fragmentosde cristal de maná con una manotemblorosa, lo acercó hasta su brazoizquierdo y, lentamente, se introdujo esetrocito bajo la piel. Sin embargo, lasdosis de magia cada vez le afectabanmenos y pronto se iba a quedar sin másfragmentos.

Tendría que ir a ver a Orovinn parapedirle que le consiguiera más… peroespera, Orovinn estaba muerto, ¿verdad?Un recuerdo fugazmente por la mente de

Galell, algo que había visto con suspropios ojos, una escena repugnante enla que le desgarraba la a Orovinn consus propias manos. Aunque eso eraabsurdo, por supuesto. Él nunca…

Sacudido por unas convulsionesrepentinas, Galell se desplomó hacia uncostado, se hizo un ovillo y tuvo lasensación de que la habitación dabavueltas a su alrededor. Sí, sí, claro quehabía asesinado a Orovinn, tal y comoese malévolo elfo se merecía. Estabadestinado a morir… como todos.

Orovinn ya no volvería a llamar a supuerta a golpes. Galell sonrió y, alincorporarse, se echó a reír

estúpidamente.—Toc, toc. llamaba a mi puerta…

… pero Orovinn ya no volverá atoc-tocarme la moral.

El exsacerdote echó la cabeza haciaatrás y estalló en carcajadas. Esa fraseera una estupidez, por supuesto, pero enese momento le pareció la cosa másgraciosa que había oído jamás. Galelldejó de reírse por un instante y sepreguntó por qué le resultaba tangraciosa la muerte de otra persona, peroentonces se dio cuenta de que eso dabaigual. Intentó contener la risa, pero fue

inútil.—Toc, toc, llamaba a mi puerta…—… pero Orovinn ya no volverá a

toc-tocarme la moral.Liadrin pasó por encima del montón

de madera podrida que había sidoantaño la puerta de esa guarida trol. Apesar de que su raza había abandonadohacía mucho el culto a la diosa luna, susojos élficos todavía eran capaces de veren la penumbra. Al instante, se sintiódesolada por lo que contempló; Galellestaba sentado dentro de esa fosacircular y se reía estúpidamente de unmodo incontrolable. Su lanza y unoscuantos fragmentos mellados de cristal

yacían desperdigados a su alrededor,pero cuando Liadrin se acercó aún más aél, se percató de que tenía muchos másclavados por todo su cuerpo. Esostrozos de cristal sobresalían de susbrazos por varios sitios y la sangre fluíalibremente por esas heridas. Sus ojosardían con tanto fulgor que parecían casitotalmente blancos. Con ese aspecto yesos ojos relucientes, le recordóespantosamente a uno de losdesdichados, o aún peor, a uno de esosnecrófagos no-muertos que suelenacechar en las sombras.

No había estado muy segura de quéiba a encontrarse cuando llegara, ni

siquiera había estado segura de si Galellse encontraría ahí… pero sin dudaalguna no estaba preparada para algoasí.

—¿Galell?El exsacerdote se mecía adelante y

atrás, murmurando:—Toc, toc, llamaba a mi puerta…A Liadrin se le rompió el corazón.

Ante sus ojos tenía a Galell, a su antiguoaprendiz, a uno de sus mejores amigos,totalmente desquiciado. Se sintiótotalmente impotente. De hecho, se sintióresponsable de que su amigo hubieraelegido el camino de la autodestrucción.¿Acaso había ignorado las señales?

¿Acaso había estado demasiadocentrada en la orden y en sus propiosasuntos? ¿Acaso habría podido hacermucho más para evitar que se sumiera enla locura?

Súbitamente. Galell giró la cabezaen dirección hacia Liadrin. Se ledesorbitaron los ojos por un instante ysu rostro adoptó un gesto horrible.

—No estábamos destinados asobrevivir

—Galell, tienes que venir conmigo.Puedo ayudarte.

El exsacerdote se estremeció y serascó el brazo, provocando así quemanara sangre fresca de sus heridas.

Acto seguido, habló con voz ronca.—Nuestro destino era morir, para

ser castigados por los pecados delpasado. ¡Eso es lo que intenta decirmecuando ME GRITA!

En una mera atroz fracción desegundo, Galell cogió la lanza yabandonó la fosa de un salto, blandiendosu arma con una ferocidad antinatural yasombrosa.

Aunque Liadrin alzó su corcesca yconsiguió bloquear varios de sus ferocesataques, Galell logró rozar su armaduraen dos ocasiones. La matriarca setambaleó mientras intentaba contraatacarsin lanzar ningún golpe letal. Se tuvo

que agachar para evitar un arcomortífero que trazó esa lanza y, al mismotiempo, atacó a su amigo, abriéndole unaenorme herida en el muslo izquierdo.

Galell lanzó un hechizo de sanacióny la Luz brotó de él, pero luminiscenciaparecía… muy tenue y cetrina. Elexsacerdote se llevó la mano libre a lacabeza y chilló mientras soltaba la lanzay trastabillaba hacia atrás, lo queprovocó que cayera al foso.

Por un momento, sus facciones serelajaron y el fulgor de sus ojos seatenuó. En ese instante, Liadrin pudo verfugazmente al Galell de siempre, peroeso solo era un mero espejismo que

mostraba al elfo que había sido.Liadrin le imploró:—Esto no tiene por qué acabar así.

Es lo último que querría. Siempre fuistemuy fuerte mentalmente. Puedes derrotara la locura.

Su amigo replicó, y esta vez, su vozsonó como la del antiguo Galell.

—Cuando me habla, es como si uncristal se hiciera añicos. —Las lágrimasrecorrieron sus mejillas—. Me sientocomo si una parte de mí, esa parte a laque quiero aferrarme, se separara delresto de mi ser y fuera a la deriva comoun barco perdido entre… —Entonces, secalló, se incorporó hincando una rodilla

en el suelo y extendió lo brazos,mientras susurraba unas palabras aalguien o algo que no estaba ahí. Liadrina duras penas logró entender lo quedecía—. Debes hacer todo lo posiblepor ser fuerte y paciente y, sobre todo,no… —De repente, profirió un gritoplagado de angustia y agitó los puños enel aire. Después, golpeó con ellos esesuelo de piedra—. An’dorvel, lo siento.Siento tanto haberte fallado.

—¿Quién es An’dorvel? —preguntóLiadrin mientras se acercaba.

Galell sacudió violentamente lacabeza de lado a lado, cogió la lanza yretrocedió. Liadrin permaneció inmóvil,

con un brazo estirado.Galell aferró la lanza con más fuerza

si cabe. Encauzó la Luz hacia su arma,que refulgió de manera ominosa,mientras se agarraba la cabeza con laotra mano.

—A veces, es como si unos niñosgritaran. Como si cientos de críoschillaran.

Al exsacerdote se le desorbitaronlos ojos, que volvieron a relucir congran intensidad.

—O todos o ninguno, Liadrin. Noestábamos destinados a sobrevivir.

Galell adoptó un gesto espantoso yel semblante de su viejo amigo

desapareció para dar paso al rostro dela aberración en que se Habíaconvertido. Al instante, blandiendo suarma de un modo demencial, arremetiócontra Liadrin, a la que obligó aretroceder y a la que atacó como unabestia salvaje.

La matriarca bloqueó sus golpes y sedefendió como pudo, canalizando la Luzhacia su propia corcesca. El resplandorde ambas armas iluminó la penumbrosacámara, las cuales centellearon con másintensidad si cabe al chocar. Varios delos ataques de Galell lograron sortearlos bloqueos defensivos de su rival, a laque había empujado hacia la pared

opuesta. Liadrin logró esquivar por muypoco un lanzazo que la habríadecapitado y, en cuanto lanzó sucontraataque, se percató de que Galellhabía abierto la guardia al haberarremetido de esa manera contra ella, deque no seria capaz de reaccionar atiempo para bloquear o esquivar sugolpe, de que ese iba a ser su fin. Llorócuando la hoja de la corcesca atravesóla cabeza de Galell brillandointensamente. Fue un ataque preciso quele arrancó limpiamente la parte superiordel cráneo.

El exsacerdote cayó a plomo, comoun peso muerto, mientras el resto de su

sangre salpicaba la mampostería.El fulgor de la lanza de Galell

menguó. Liadrin dejó de encauzar la Luzhacia su arma y, una vez más, laoscuridad envolvió esa guarida.

Liadrin se sentó, sin prestar por elmomento ninguna atención a sus heridas,de las que manaba sangre. Atrajo aGalell hacía sí y le acarició laarmadura, al mismo tiempo que dabarienda suelta a sus lágrimas.

—O todos o ninguno, Galell; o todoso ninguno.

Siguió así hasta que se quedó sinmás lágrimas que llorar y el cadáver deGalell se enfrió.

He hecho lo que había que hacer,se repitió a sí misma una y otra vez. Mehe limitado a defenderme. No obstante,el aterrador recuerdo de ese díapermanecería de manera persistente ensu mente, pues sería imposibledesterrarlo de su memoria, ya que seríauna cicatriz permanente en su alma.

Horas después, mientrascontemplaba cómo las llamas engullíana Galell en un claro cercano a las ruinas,Liadrin ordenó a la Luz que le curaraesas heridas. Hizo todo lo posible porhacer caso omiso a las notas

discordantes que se clavaban en sumente cual dagas punzantes, e intentó nodejarse arrastrar por la inquietud cuandoesa cacofonía pareció prolongarsemucho más de lo habitual.

De improviso, una voz reconfortantey serena atravesó ese ruido informe.

—Has hecho lo que tenías que hacer.Liadrin se volvió y vio a

Lor’themar, quien estaba abandonandoel cobijo de los árboles. El regente seaproximó, titubeó y, por último, avanzóhasta la ex suma sacerdotisa a la queabrazó con fuerza. En ese instante, eltremendo dolor que había invadido lamente de Liadrin por fin se calmó.

—¿Qué nos ha pasado, Lor’themar?¿Qué le ha pasado a nuestro grupo deamigos?

Lor’themar respondió con sumagravedad.

—Los tiempos cambian.—La gente cambia —replicó

Liadrin.Mientras ambos permanecían unidos

en ese abrazo, lady Liadrin se preguntófugazmente si estaba equivocada, si talvez no estaba honrando la memoria deVandellor como debía, si tal vez sumentor, así como los sacerdotes y lospaladines de este mundo, habían estadosiempre en lo cierto…

… si tal vez el destino de la Luz erapermanecer inalcanzable para siempre.

MICKY NEILSON: Líder depublicaciones de Blizzard, dondetrabaja desde 1993. Además escriberelatos cortos, novelas y cómics de losmundos de Diablo, Warcraft y Starcraft.

SARAH PINE: Licenciada en BiologíaMolecular Ambiental y con una maestríaen Zoología, se desempeña como editorade contenido en WoW Insider.

Ganadora del primer premio en elconcurso de escritura creativa deBlizzard, con su relato «A la sombra delsol» el cual a pesar de ser un

«fanfiction» con unas pocasmodificaciones paso a formar parte dellore oficial de Warcraft.

JAMES WAUGH: Es desarrollador dehistorias senior y escritor en BlizzardEntertainment. Ha escrito varias obraspara StarCraft y Warcraft.

GAVIN JURGENS-FYHRIE: Escritor paraGuerrilla Games. A escrito historiaspara World of Warcraft, StarCraft II yDiablo III como freelance.

MATT BURNS: Escritor para BlizzardEntertainment. Ha escrito para Warcraft ,Diablo y StarCraft.

BRIAN KINDREGAN: Escritor paraBlizzard Entertainment.

CAMERON DAYTON: Ex empleado deBlizzard Entertainment, escribió algunashistorias cortas.

STEVEN NIX: Maestro de Juego enBlizzard Entertainment.

VALERIE WATROUS: Es una de lasescritoras de Diablo III. Trabajaprincipalmente en el diálogo y lacaracterización.

DAVE KOSAK: También conocido como«Fargo», es el principal diseñador de

Misiones de contenido para World ofWarcraft.

E. DANIEL AREY: Diseñador de MundoSenior II en Blizzard Entertainment.

MARC HUTCHESON: Participo en juegoscomo, Warcraft III, World of Warcraft,Diablo III, Blackthorne, The Lost Vikings

EVELYN FREDERICKSEN: Trabaja junto

a Chris Metzen en el desarrollo ymantenimiento del «lore» en todos losjuegos de Blizzard, libros y otrosmedios de comunicación. También haescrito cuentos cortos.