Vegetti, Mario - Quince Lecciones Sobre Platón

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MARIO VEGETTI - Quince lecciones sobre PlatónHay libros que a la fuerza extraen de los diálogos platónicos un sistema doctrinal con el objeto de escribir justamente aquel tratado de «filosofía platónica» cuya posibilidad Platón se había negado incluso a sí mismo. Otros prefieren exponer el contenido de los diálogos «uno a uno», incurriendo una vez más en un riesgo de violencia expositiva. Resulta legítimo preguntarse si todo ello no debería inducirnos a renunciar al intento de escribir otro libro sobre Platón. Pero tal vez no sea así. Esta misma conciencia puede que permita escribir un libro menos arbitrario, carente de la pretensión tiránica de exponer, y por ello agotar, «la filosofía de Platón». Se puede intentar escribir un libro que parta de los «discursos» de Platón con el fin de proporcionar a los lectores algunas informaciones necesarias para continuar reflexionando con él, para proseguir su exploración de los temas y de los modos que son propios del pensar filosóficamente: para buscar una respuesta a preguntas que todavía son las nuestras. Ese es justamente el propósito que se llevará a la práctica en este libro, que no aspira a sustituir a los diálogos, sino a ofrecer un mapa orientativo para la lectura de los mismos, a facilitar un acceso que sigue siendo un derecho de todos, sin plantear el atajo del «manual». CONTENIDOLección 0. Este libroLección 1. El hombre y la experienciaLección 2. El maestroLección 3. «Padres» y rivalesLección 4. Escribir la filosofía5Lección 5. «El único ausente era Platón»Lección 6. La ciudad enferma y sus médicosLección 7. «La mejor ciudad, si es posible»Lección 8. La muerte del maestro y las paradojas de la inmortalidadLección 9. El alma, la ciudad y el cuerpoLección 10. Las ideas: ser, verdad, valorLección 11. ¿Una teoría de los «dos mundos»?Lección 12. Discutir: «La potencia de la dialéctica»Lección 13. ¿Ciencia de la dialéctica?Lección 14. Los avatares de la AcademiaLección 15. PlatonismosApéndice 1. Lo «bueno» y el «uno»Apéndice 2. El mundoApéndice 3. Las leyesíndice de nombresíndice de las obras de Platón citadas

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  • MARIO VEGETTI

    Quince lecciones sobrePlatn

    T R A D U C C I N D E M IG U E L S A L A Z A R

    *EDITORIAL CREDOS, S. A.

    MADRID

  • Titu lo original italiana: (Juiiuln i leawni su 1latnnr. G iulio Kinauili rililorc s.p.a., Torino, 2003.

    de ia traduccin: Miguel Salaznr Barroso, 2012. EDITORIAL CREDOS, S.A., 2012.

    Lpez de Hoyos, 141 - 28002 Madrid. www.editorialgredos.com

    Primera edicin: marzo de 2012.

    r ef .: CBEC008

    isbn : 978-84-249-2601-4

    depsito legal : m . 5 .993-20 12

    Queda rigurosamente prohibida sin autorizacin por escrito del editor cualquier forma de reproduccin, distribucin,

    comunicacin pblica o transformacin de esta obra, que ser sometida a las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a Cedro (Centro Espaol de Derechos Reprogrficos, www.cedro.org) si necesitan fotocopiar o escanear algn fragmento de esta obra

    (www.conlicencia.com; 9 1 702 19 70 / 93 272 04 47).Todos los derechos reservados.

    http://www.editorialgredos.comhttp://www.cedro.orghttp://www.conlicencia.com
  • CONTEN IDO

    Leccin 0. Este libro, 9Leccin 1. El hombre y la experiencia, 15Leccin 2. El maestro, 31Leccin 3. Padres y rivales, 51Leccin 4. Escribir la filosofa, 65Leccin 5. El nico ausente era Platn, 79Leccin 6. La ciudad enferma y sus mdicos, 101Leccin 7. La mejor ciudad, si es posible, 121Leccin 8. La muerte del maestro y las paradojas

    de la inmortalidad, 139Leccin 9. El alma, la ciudad y el cuerpo, 153Leccin 10. Las ideas: ser, verdad, valor, 169Leccin 11. Una teora de los dos mundos?, 187Leccin 12. Discutir: La potencia de la dialctica, 199Leccin 13. Ciencia de la dialctica?, 2 11Leccin 14. Los avatares de la Academia, 227Leccin 15. Platonismos, 241Apndice 1. Lo bueno y el uno, 251Apndice 2. El mundo, 259Apndice 3. Las leyes, 265

    ndice de nombres, 273ndice de las obras de Platn citadas, 279

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  • L E C C I N O

    ESTE LIBRO

    En todo caso, al menos puedo decir lo siguiente a propsito de todos los que han escrito y escribirn y pretenden ser competentes en las materias por las que yo me intereso, o porque recibieron mis enseanzas o de otros o porque lo descubrieron personalmente: en mi opinin, es imposible que hayan comprendido nada de la materia. Desde luego, no hay ni habr nunca una obra ma que trate de estos temas; no se pueden, en efecto, precisar como se hace con otras ciencias [...]. Sin duda, tengo la seguridad de que, tanto por escrito como de viva voz, nadie podra exponer estas materias mejor que yo [...|. Si yo hubiera credo que podan expresarse satisfactoriamente con destino al vulgo por escrito u oralmente, qu otra tarea ms hermosa habra podido llevar a cabo en mi vida que manifestar por escrito lo que es un supremo servicio a la humanidad y sacar a la luz en beneficio de todos la naturaleza de las cosas?

    platn, Carta VII, 34ib-d

    Son palabras de Platn (si el testimonio autobiogrfico recogido en la Carta VII se ha de dar por autntico y fidedigno) dirigidas contra un discpulo suyo con demasiadas nfulas, el joven Dionisio II, futuro tirano de Siracusa, que se jactaba de haber escrito un manual de filosofa platnica.

    Platn tena numerosas buenas razones para pensar que un manual semejante no poda y no debiera ser escrito. La primera era que el conocimiento filosfico no se puede aprender y transmitir a semejanza del saber de las dems ciencias y tcnicas, cuyos elementos quedan recogidos en los libros. Por el contrario, el filosfico exige

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  • 10 (Jn in iT let t iones sttbtr I latn

    una dedicacin duradera, el compromiso de una vida dedicada a la discusin y a la confrontacin directa entre hombres dedicados a la investigacin; prende en el alma como una chispa que se libera tras haber frotado durante largo tiempo el pedernal del pensamiento. La filosofa es un ejercicio de comprensin, una actitud de la mente y del alma, no un patrimonio de conocimientos que se pueda dar por adquirido de una vez por todas tras la lectura de un libro: en tal caso sera tan solo el presuntuoso alarde de un falso saber, la repeticin de frmulas carentes de significado.

    La segunda razn del rechazo platnico al libro filosfico era que este acaba en las manos de cualquiera, sin poder, como pasa con cualquier libro, escoger a sus destinatarios. Pero la filosofa no es para todos: no porque constituya un saber secreto y esotrico, sino porque su ejercicio requiere facultades intelectuales y morales que no pueden poseer muchos. No puede ser filsofo sino solo una peligrosa imitacin el falso sabio, el sofista quien carece del vigor intelectual necesario para perseguir tenazmente la verdad y de la responsabilidad moral que se precisa para poner esa verdad al servicio del bien comn de los hombres.

    La tercera razn, por lo dems ya implcita en las dos primeras, estribaba en que Platn no conceba la propia filosofa como un sistema de doctrinas dogmticas, las cuales pudiesen imponerse al lector en la forma concluyente del manual. En lugar de lectores, su filosofa necesitaba ms bien interlocutores que pudiesen tomar parte en las reflexiones.

    En definitiva, Platn rechaz siempre que lo considerasen como el autor de un sistema filosfico completo, hasta el punto de que la propia escuela por l fundada, la Academia, empez a considerarlo, pocas dcadas despus de su muerte, como un pensador escptico.

    As pues, segn el mismo Platn, no poda haber un libro de Platn, y menos an un libro sobre Platn. El modo elusivo y huidizo con que l conceba la filosofa en el momento mismo en que la constitua por vez primera como mbito especfico de pensamiento basta para explicar la dificultad, con la cual todava nos enfren-

  • I '.str libro

    tumos hoy en din, de escribir adecuadamente un libro semejante, pese a los miles de volmenes de contenido platnico que llenan los estantes de nuestras bibliotecas.

    F.l propio Platn haba decidido representar la indagacin filosfica (antes an que su filosofa) escenificndola en dilogos: los cuales no dejan de ser otra cosa que textos escritos que, sin embargo, a diferencia de los tratados y manuales, pueden simular el trabajo en vivo y en comn de la reflexin filosfica al abordar los problemas que la vida y el pensamiento plantean. Cada uno de los dilogos expresa as posturas que obedecen en todo momento a los temas en discusin o a los personajes que toman parte, y que suponen modos de vivir y de pensar diferentes y a menudo en conflicto entre ellos, como sucede en las situaciones concretas en que tiene lugar la indagacin filosfica. Los dilogos conducen as a resultados muy distintos, en ocasiones incluso contradictorios, en cualquier caso irreductibles por principio a la unidad del tratado y del sistema.

    Por ello cada libro sobre Platn supone de alguna manera una traicin a su peculiar modo de representar la indagacin filosfica, y ejerce una especie de violencia declarativa para con l. Hay libros que a la fuerza extraen de los dilogos un sistema doctrinal, pretendiendo as escribir justamente aquel manual o tratado de filosofa platnica que Platn no vea realizable ni siquiera por l mismo, ni tampoco por el joven tirano Dionisio y cualquier otro de sus discpulos. Otros libros, con mayor prudencia, prefieren exponer el contenido de los dilogos de uno en uno. Sin embargo, tambin estos incurren en un riesgo de violencia declarativa, toda vez que han de establecer un criterio de sucesin entre los dilogos que aboca a la configuracin de un modelo de desarrollo lineal del pensamiento platnico.

    Pero cualquier criterio de ordenacin es arbitrario. Apenas sabemos nada en relacin con la cronologa de la composicin de los dilogos, y por otra parte como es obvio antes de la invencin de la imprenta , jams fue publicado ninguno de ellos para poder fechar la primera edicin. Los textos platnicos contienen en cambio

  • 12 (Jiunt c lecciones sobre 'latn

    algunas indicaciones sobre el momento en el que se supone que tuvo lugar la discusin que simulan transcribir, pero tales indicaciones son demasiado inciertas y demasiado supeditadas a los propsitos representativos de cada uno de los dilogos como para poder servir de criterio de ordenacin expositiva. Existen finalmente libros que se proponen reabsorber por entero la filosofa de Platn en el relato de su biografa. Sin embargo, tambin hay en ellos una especie de arbitrariedad y de violencia: es demasiado poco lo que sabemos de la vida de Platn para convertirla en el eje central de su indagacin filosfica, y por lo dems no parece lcito identificar el pensamiento con la vida de un autor que jams quiso hablar en primera persona en los textos que reflejan dicho pensamiento.

    Resulta lcito preguntarse si ser conscientes de todo ello no debera inducirnos a renunciar al intento de escribir otro libro sobre Platn. Sin embargo, tal vez no tenga por qu ser as. Puede ocurrir que esa misma conciencia permita escribir un libro menos arbitrario, menos violento, carente de la pretensin tirnica de exponer, y por ello agotar, la filosofa de Platn. Se trata ms bien de recoger una invitacin que el propio Platn haba formulado, a propsito de su dilogo sobre las Leyes.

    [Ningn I modelo superior a este: que invite al maestro a ensear estos discursos a los discpulos, y si encuentra que en ellos hay elementos afines [...] conversaciones anlogas a esta nuestra, que en ningn modo las excluya, antes bien las pase por escrito (Leyes, V II, 81 id-e).

    En otras palabras, se puede intentar escribir un libro que parta de los discursos de Platn con el fin de proporcionar a los lectores cuanto menos algunas de las informaciones necesarias para continuar reflexionando con l, para proseguir su exploracin de los temas y de las formas que son propios del pensar filosficamente.

    Tal es justamente el propsito que se llevar a la prctica en este libro, que no aspira a sustituir los dilogos, sino a ofrecer un mapa orientativo para la lectura de los mismos, facilitando un acceso que

  • /.'.*te lib io

    sigue siendo un du rillo de muclios sin plantear el atajo engaoso del manual. Kl libro tiene por objeto en su mitad aproximada (lecciones 1-6, 14-15) esbozar la posicin del autor de los dilogos, ya sea en relacin con el entorno histrico y cultural en el que l haba crecido y al cual iba destinado su mensaje, o bien ante los textos en que era escenificada la conversacin; as pues, ms que de un enfoque biogrfico, se trata de una contextualizacin de la empresa filosfica de Platn, de una reconstruccin del trasfondo a partir del cual cobran forma las situaciones dialgicas y de una discusin de los mtodos necesarios para comprenderlas. Una segunda mitad (lecciones 6-13) gira en torno a la reconstruccin de teoremas filosficos, de ncleos temticos que se mantienen relativamente constantes aunque cambien los contextos dialgicos: no la filosofa platnica conviene repetirlo , sino ms bien los nodos en torno a los que ella va tejiendo su trama siempre mutable y renovada. Apresurmonos a decir que el orden expositivo de tales nodos temticos es inevitablemente arbitrario. Ninguno de ellos goza de prioridad ante los dems, sino que ms bien la presuponen: como veremos, la urdimbre de la reflexin platnica se puede entender como una estructura triangular, cuyos vrtices estn representados por la verdad, el ser y el valor, pudiendo esbozarse naturalmente el permetro del tringulo, segn los casos, a partir de cualquiera de sus vrtices. Por ltimo, tres sucintos apndices abordan temas que no constituyen una sub- estructura terica constante, sino que se abordan en dilogos aislados: no obstante, dada su importancia para la tradicin vinculada al platonismo, requieren al menos una mencin somera. Mucho se ha omitido con el propsito, claro est, de mostrar cuanto menos de manera ntida y accesible el estilo y el sentido de la representacin platnica del pensar filosficamente.

    El planteamiento del libro y su redaccin siguen de cerca las lecciones impartidas en mi curso del semestre otoo-invierno de 2001 en la Universidad de Pava. Con el fin de aligerar la exposicin de estos discursos puestos por escrito, a cada leccin le sigue una nota que contiene informaciones y referencias bibliogrficas indispensa

  • {iuince lecciones sobre Platn

    bles, aunque por supuesto en modo alguno exhaustivas. Tambin en este caso, lo importante sera que las mismas proporcionen herramientas tiles para seguir reflexionando sobre Platn y con Platn. Por la misma razn, se ha hecho en cambio un empleo abundante de la mencin de textos antiguos, de Platn, de sus contemporneos, de sus crticos.

    NOTA

    La actitud de Platn ante la escritura filosfica se aborda en la leccin 4. Del problema de los mtodos de interpretacin del pensamiento platnico se ocupa la leccin 5. Las interpretaciones de dicho pensamiento por parte de la tradicin de la Academia se exponen en la leccin 15.

    Un ejemplo reciente y valioso de tratamiento sistemtico de la filosofa de Platn es el que se ofrece en el libro de c. r e a l e , Per una nuova interpretazione di Platone, Miln, Vita e Pensiero, 1997. En el extremo opuesto, v. t e j e r a , Plato's Dialogues One by One, Lanham (Md.), Rowman & Littlefield, 1999, ha intentado llevar a cabo la exposicin de los dilogos de uno en uno, segn el orden de la fecha dramtica (aquella en que se supone que tuvo lugar el dilogo transcrito). Recientemente, f . t r a b a t t o n i , Platone, Florencia, Carocci, 1998, proporciona una exposicin mixta, atendiendo a los problemas y a los dilogos (en el supuesto orden en que fueron redactados). En la misma lnea, sigue siendo ejemplar la obra de f . f r i e d l n d e r , Plato, 3 vols., trad, inglesa, Nueva York, Harper & Row, 1958. Un ejemplo clsico de reabsorcin de la filosofa en la biografa de Platn es el propuesto por u. v o n w i l a m o w i t z -m l l e n d o r f f , Platon, Berln, Weidmanns- che Buchhandlung, 1920.

  • L E C C I N I

    EL HOMBRE Y LA EXPER IENC IA

    Este hombre ms que cualquier otro desarroll la filosofa y la disolvi.

    FiLODEMO, Historia de la Academia, c o l . Y.

    Segn el historiador Filodemo, que escriba en el siglo i a. C., Platn habra sido por consiguiente una especie de genio ambiguo de la filosofa: la habra llevado a su plena madurez, tras los titubeantes comienzos, y al mismo tiempo, con su modo de practicarla a travs de la forma dialgica, habra abonado su disolucin en la chchara jactanciosa o en el escepticismo. Pero Platn no haba nacido en la filosofa y para la filosofa. De sus orgenes familiares y su ambiente social tenemos noticia por Digenes Laercio, un bigrafo muy tardo (siglo ni d. C.) que se sirvi no obstante de buenas fuentes, que se remontan en parte a Espeusipo, sucesor de Platn en la direccin de su escuela, la Academia, e hijo de su hermana Potona.

    Platn, hijo de Aristn y de Perictone o de Potona, era ateniense, y por su madre su linaje se remontaba a Soln. Pues hermano de este fue Drpides, padre de Critias, el que fue uno de los Treinta, y de Glaucn, del que fueron hijos Crmides y Perictone, de la cual y de Aristn naci Platn, el sexto descendiente por generaciones de Soln. [...] Dicen que el padre de Soln trazaba su ascendencia hasta Codro. Espeusipo, Clearco y Anaxilaides cuentan que era fama en Atenas que Aristn intent forzar a Perictone, que estaba en la plenitud de su belleza, pero no lo logr. Y al cesar en su violencia vio la aparicin de Apolo. Por ello la conserv intocada durante su matrimonio hasta

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  • I (t (Jut tu r le a m u rs sub ir l /utiin

    cl parto. Conque nacc Platn, segn afirma Apolodoro, en la O lim piada ochenta y ocho, el sptimo da del mes Targclin |mediados de mayo de 428/427I, en el mismo da que dicen los delios que naci Apolo (Digenes Laercio, Vidas de los filsofos ilustres, III, 1-2).

    Platn naci, pues, en el seno de la aristocracia ateniense, en una familia rica tanto en bienes (su casa, nos informa l mismo, estaba llena de perros de caza y gran nmero de aves de raza, la Repblica, V, 459a) como, y sobre todo, en lo acreditado de su linaje. Por el lado paterno, los orgenes se remontaban a Codro, ltimo rey de Atenas segn la legenda. Por el lado materno, la familia se ufanaba de descender de Soln, el primer legislador de Atenas, el hombre que a comienzos del siglo vi haba configurado, en un momento de aguda crisis social, un orden constitucional capaz de garantizar a la ciudad durante casi dos siglos una relativa concordia interna. De s mismo Soln haba escrito: Al pueblo he dado los privilegios suficientes/ no negndole respeto pero sin satisfacer pretensiones excesivas; / tambin para aquellos que gozaban de poder y se distinguan por sus riquezas, / orden que no sufrieran ninguna afrenta. / Me alc para proteger a unos y otros con escudo poderoso / y no consent que ninguna de las dos partes venciese a la otra injustamente (fr. 7 Gentili- Prato). Y tambin: He hecho esto con mi fuerza, / armonizando entre s violencia y justicia / llevando a buen fin mi tarea, / y he escrito leyes igualmente para el humilde y el noble,/concediendo a cada uno una recta justicia (fr. 30 Gentili-Prato).

    En la familia de Platn se conservaba, pues, una memoria de realeza, por un lado, y por el otro la del sabio legislador que se sita por encima de las partes y consigue imponer el imperio de la justicia en aras del inters comn. En todo caso, una vocacin de poder supremo, compartida tambin, sin embargo, por una figura ms prxima, y ms funesta, al buen rey y al fundador de la ley: el to materno Critias, el fantico oligrquico que en el 404 cuando Platn contaba veinticuatro aos acabara con la democracia de Atenas anulando aquellos equilibrios sociales que haba instaurado precisamen-

  • /,'/ hom bre y lu r x p n m u iu '7

    le Soln. Critias tral de reemplazarlos con el poder de un grupo de ricos aristcratas (los Treinta tiranos), para cuyo carcter sanguinario l hallara justificacin afirmando que toda revolucin es portadora de muerte (Jenofonte, Historia griega, II, 3.32). Critias, cuyo poder dur pocos meses, fue derrocado por una restauracin democrtica en la que l mismo hall la muerte, pero el dao que haba causado en la historia poltica de la ciudad estaba destinado a dejar una impronta duradera en la memoria colectiva y, como veremos, en la propia experiencia personal del joven Platn.

    La cual estaba en cualquier caso jalonada por los recuerdos y las figuras familiares, de cuya importancia l era por lo dems plenamente consciente.

    Leemos al respecto un reflejo en las palabras atribuidas a Scrates, que se dirige al joven Crmides, to de Platn y destinado a formar parte de la tirana de los Treinta:

    Y es muy justo, dije yo, Crmides, que en todas estas cosas te distingas de los dems. Porque bien s que a ningn otro de aqu y ahora le sera fcil mostrar qu dos casas de las de Atenas podran concurrir, segn parece, al nacimiento de un vastago ms hermoso y noble que aquellas de las que t procedes. Porque, por parte de padre, desciende de Critias el de Dr- pides, y tal como se cuenta, vuestra casa ha sido ensalzada por Anacreonte, Soln y otros muchos poetas como excelente en belleza y en virtudes y en todo aquello que cuenta para la felicidad. Y lo mismo por el lado materno. Nadie, en efecto, en toda nuestra tierra, ha sido tan famoso como tu to Pirilampo, en hermosura y grandeza, cada vez que iba como enviado al Gran Rey o a cualquier otro de los de Asia. En resumidas cuentas, en nada es inferior a la otra familia. Puesto que de tales linajes procedes, es natural que seas el primero en todo (Crmides, 15yd-158a).

    Los recuerdos y las figuras familiares seran igualmente importantes para el pensamiento poltico de Platn: lo recorren figuras como la del hombre real del cual se habla en el Poltico, del fundador de las leyes de la justicia que anima la Repblica y las Leyes, y tambin aquella otra inquietante del tirano a quien se evoca a menudo como

  • iS (Ji/iin e lectiones >bre Platn

    poseedor de la forma de potier ms eficaz, capaz de ofrecer un atajo para imponer el buen orden social. No obstante, en el comentario biogrfico de Digenes Laercio hay tambin un rasgo ms especfico de la imagen de Platn, que representa sin duda el eco de la leyenda que su escuela comenz a difundir justo despus de su muerte. Seales precisas de un origen distinto, de Apolo, el dios solar del conocimiento proftico. La de Platn habra sido una especie de inmaculada concepcin en la que el dios ocup el lugar del padre terrenal Aristn, concibiendo al hijo de la virgen Perictone; por lo dems, el filsofo habra nacido el mismo da que dicha divinidad, confirmando una proximidad, un destino. En virtud de tales seales, Platn se ha integrado en otra genealoga, conocida en la tradicin griega y por lo dems recurrente tambin en sus obras, justamente la del hombre divino: dotado en otras palabras de un acceso al conocimiento y a la virtud de naturaleza sobrehumana.

    Seales apolneas acompaan adems, en la leyenda de Platn, su encuentro con el futuro maestro, Scrates, que determinara su destino, unindose, sin reemplazarla, a la genealoga familiar. Cuenta Digenes Laercio que Scrates vio en sueos que tena un cisne de poca edad en sus rodillas, que al punto desarrollaba sus alas y echaba a volar cantando dulcemente. Y al da siguiente se encontr con Platn, y dijo que l era el ave (III, 5). El cisne era el ave sagrada de Apolo, que as habra profetizado a Scrates la aparicin del extraordinario discpulo, pronto destinado, como auguraba el sueo, a dejar al maestro para desplegar su canto filosfico. Quiz no fuera Scrates el nico maestro de Platn sabemos por Aristteles {Metafsica, I, 6, 987a) que sigui tambin las enseanzas de Crtilo, un seguidor de Herclito , pero es cierto que el modo de pensar y de vivir de Scrates imprimi una huella profunda y duradera en el discpulo divino, hasta el punto de que este lo eligi como el protagonista casi exclusivo de sus dilogos.

    Conocemos los episodios posteriores de la vida de Platn en buena medida gracias a un documento autobiogrfico extraordinario conocido con el nombre de Carta Vil. La autenticidad de dicho do-

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  • 20 Uuincc len iunes subte Pintn

    cia de Platn. Import en efecto a muchos intrpretes fieles a este respecto a la leccin de un alumno aventajado de Platn como Aristteles sostener, en general, la inadecuacin de la filosofa en lo relativo a todo compromiso marcadamente poltico; y, en particular, liberar la imagen de Platn de la sombra de una participacin activa en los ambiguos sucesos de la tirana siracusana. Por lo dems, semejante empeo, extendido sobre todo entre los autores anglosajones con la intencin entre otras de exculpar a Platn frente a las clebres acusaciones de Karl Popper, que vio en l al progenitor de los dos llamados totalitarismos del siglo xx, el fascista y el comunista , llega al extremo de considerar las propuestas polticas manifestadas por Platn en la Repblica como nicamente utpicas cuando no irnicas, en cualquier caso no para ser tomadas al pie de la letra como documentos del verdadero pensamiento de su autor: un filsofo demasiado serio y cabal para haber propuesto de veras como deseable la abolicin de la familia y de la propiedad privada.

    Volviendo de todas formas a la Carta VII, se puede considerar razonablemente que la misma constituye un documento biogrfico fidedigno: tanto si se trata de un texto escrito, al menos en gran parte, por el mismo Platn, como si su redaccin se debe a sus primeros sucesores, como Espeusipo, deseosos de rehabilitar la escuela y al maestro ante una opinin pblica hostil a su intervencin en Siracusa, y en cualquier caso bien informados en lo tocante a su formacin y a los hechos de su biografa. Sigamos pues el relato considerndolo como un testimonio fiable del modo en que el viejo Platn (lacarta, dirigida a los amigos de Din de Siracusa, puede ser fechada en el 353) reflexionaba sobre su experiencia personal.

    Cuando yo era joven, sent lo mismo que les pasa a otros muchos.Tena la idea de dedicarme a la poltica tan pronto como fuera dueode mis actos (324b).

    Esa vocacin no era en absoluto excepcional: en la Atenas de los siglos v y vi, el compromiso poltico supona una etapa poco menos

  • /,'/ hombre y lu rxp cn rm ni 21

    que obligela en la vida de los jvenes miembros de la gran aristocracia, c|iie lo sentan como un deber y como un derecho natural al poder, y con mayor razn esto deba ser as para quien, como Platn, hubiese nacido en una familia cuya genealoga coincidiera con la his- loria misma de la ciudad.

    La ocasin propicia pareci presentrsele a Platn con veinticua- iro aos, con el golpe de estado de los Treinta tiranos que en el 404 acabaron con el rgimen democrtico, un rgimen poltico acosado por muchos lados (324c) y, ni que decir tiene, sobre todo por la parle aristocrtica a la que l se hallaba unido de nacimiento.

    Algunos de ellos eran parientes y conocidos mos y, en consecuencia, me invitaron al punto a colaborar en trabajos que, segn ellos, me interesaban (324d).

    I )e hecho, de los Treinta formaban parte Critias y Crmides, to y hermano de la madre de Platn, respectivamente. Era perfectamen- ie natural que este esperase una restauracin de la justicia en la ciudad. Sin embargo, la tirana no tard en revelar su rostro violento y opresivo: cientos de ciudadanos del bando democrtico exiliados o condenados a muerte para confiscarles las riquezas, uso indiscriminado de la fuerza para imponer un poder ilegtimo, empleo sin prejuicios del engao y la traicin, hasta el punto, comenta Platn, de que hicieron parecer de oro al antiguo rgimen (324c!). Le afect sobre todo un episodio: el intento de los Treinta de implicar en un acto criminal, el arresto de un hombre ilegalmente condenado a muerte, a su maestro, Scrates, convirtindolo as en cmplice; peticin que Scrates naturalmente desobedeci con peligro para su propia vida.

    Me indign y me abstuve de las vergenzas de aquella poca. Poco tiempo despus cay el rgimen de los Treinta con todo su sistema poltico. Y otra vez, aunque con ms tranquilidad, me arrastr el deseo de dedicarme a la actividad poltica (325a-b).

  • 22 (Jitintr Icci iones sobre Platn

    El rgimen democrtico, restaurado pocos meses despus con una accin de fuerza en la cual perdi la vida el propio Critias, dio muestras observa Platn casi con sorpresa de cierta tolerancia, la cual poda permitirle entrar nuevamente en poltica incluso en un contexto dominado por el bando contrario. Sobrevino sin embargo, algunos aos ms tarde (399), un acontecimiento traumtico que iba a terminar con esa esperanza, alejando para siempre a Platn de la escena de la democracia ateniense. El maestro, Scrates, fue procesado y condenado a muerte acusado por representantes del restablecido rgimen democrtico por un jurado popular representativo de toda la ciudad. Las razones del proceso y de la condena eran fundamentalmente polticas, como veremos en la leccin 2. Sin embargo, en la experiencia de Platn, la condena del maestro supuso una ruptura insalvable. No solo era signo del fracaso del rgimen democrtico, que se revelaba as opuesto pero simtrico a la violenta oligarqua de Critias. Aquel episodio trgico (que tal vez indujera, durante algn tiempo, a Platn y a otros miembros del grupo socrtico a huir de Atenas por temor a sufrir ulteriores persecuciones) pareca abrir un conflicto irresoluble entre el ejercicio crtico del pensamiento filosfico y la dimensin poltica de la ciudad, con sus requisitos de conformidad ante el rgimen dominante, cualquiera que fuese la naturaleza social. Desde entonces, Platn no dej de reflexionar sobre la relacin entre la filosofa y la ciudad: sobre lo que la filosofa podra hacer para garantizar a la ciudad un poder justo, y sobre lo que la ciudad tendra que hacer por la filosofa con vistas a la salvacin comn.

    Al observar yo estas cosas y ver a los hombres que llevaban la poltica, as como las leyes y las costumbres, cuanto ms atentamente lo estudiaba y ms iba avanzando en edad, tanto ms difcil me pareca administrar bien los asuntos pblicos. Por una parte, no me pareca que pudiera hacerlo sin la ayuda de amigos y colaboradores de confianza, y no era fcil encontrar a quienes lo fueran, ya que la ciudad ya no se rega segn las costumbres y usos de nuestros antepasados, y era imposible adquirir otros nuevos con alguna facilidad (Carta VII, 3 2 5^ ) .

  • / / hombre y It i experiencia H

    l'sias palabras recuerdan cl tema de la soledad de Scrates, de la indica impotencia de su intento de inlluir mediante la confrontacin personal, face to face, en el ethos y la poltica de la ciudad. Platon ya haba aludido a esa soledad y a esa impotencia, en una especie de evaluacin crtica de la experiencia del maestro, en una pgina de la Repblica.

    No hay nada sano por as decirlo en la actividad poltica, y que no cuentan con ningn aliado con el cual puedan acudir en socorro de las causas justas y conservar la vida, sino que, como un hombre que ha cado entre fieras, no estn dispuestos a unrseles en el dao ni son capaces de hacer frente a su furia salvaje, y que, antes de prestar algn servicio al Estado* o a los amigos, han de perecer sin resultar de provecho para s mismos o para los dems (Repblica, V I, 49d).

    Erente a esta peligrosa soledad y a esta impotencia, prosigue Platn, es comprensible la actitud de quien busca refugio en la intimidad de los estudios, como junto a un muro durante una tormenta, y as alcanza el final de su vida mantenindose a salvo de la injusticia y de la locura colectiva. No es poco, ciertamente; pero tampoco muy importante, aade Platn, hablando por medio del personaje Scrates, al no hallar la organizacin poltica adecuada, pues en una apropiada crecer ms y se pondr a salvo a s mismo particularmente y al Estado en comn (497a). No es ciertamente el camino del muro el que escogera Platn para s mismo, sino el de la bsqueda de compaeros y aliados con los que hacer frente, ya no en soledad, a las fieras de la poltica; adems, naturalmente, de una comunicacin pblica que segua los pasos de la socrtica bajo la forma diferente de la composicin de dilogos escritos, que probablemente dio inicio poco despus de la muerte del maestro. La funda

    * Aunque en general hemos traducido en la presente obra citt [la polis grie- ga| como ciudad, mantenemos en su literalidad los fragmentos que aqu se reproducen de las obras de Platn publicadas en castellano en los que dicho trmino se ha vertido como Estado. (N. del r.)

  • 24 ( Ju iru e a n o n e s sobre 'la tn

    cin de la escuela de Platn, la Academia, probablemente en torno al 387, responda a esa doble intencin: consolidar un grupo de amigos, con quienes practicar la indagacin filosfica y explorar las vas de la accin poltica (de la Academia se hablar ms extensamente en la leccin 14).

    Pero entretanto, Platn sigue observando la situacin sin dejar de aguardar la ocasin propiciar para pasar a la accin.

    Al final llegu a comprender que todos los Estados actuales estn mal gobernados; pues su legislacin casi no tiene remedio sin una reforma extraordinaria unida a felices circunstancias. Entonces me sent obligado a reconocer, en alabanza de la filosofa verdadera, que solo a partir de ella es posible distinguir lo que es justo, tanto en el terreno de la vida pblica como en la privada. Por ello, no cesarn los males del gnero humano hasta que ocupen el poder los filsofos puros y autnticos o bien los que ejercen el poder en las ciudades lleguen a ser filsofos verdaderos {arta VII, 32a-b).

    El viejo Platn (tal vez por iniciativa de su bigrafo) hace hincapi aqu en la conviccin esencial de la Repblica, donde se sostena (como veremos en la leccin 7) que solo un poder filosfico puede poner fin a los males de la ciudad, y se aclaraba tambin qu filsofos estaban legitimados para realizar esa tarea en virtud de su saber. Sin embargo, con arreglo a la Carta VII, Platn ya se dispuso a realizar el primero de sus viajes en direccin a la metrpolis siciliana de Siracusa, en el 388/387, con esa conviccin.

    La ciudad, una de las mayores del mundo griego, era gobernada por el poderoso y prestigioso tirano Dionisio I. Desconocemos qu razones haban llevado a Platn a visitar su corte: quiz fuera una invitacin del mismo tirano, deseoso de estrechar sus contactos con miembros influyentes de la aristocracia y de la intelectualidad ateniense, quiz las presiones de Din, un joven aristcrata siracusano a quien ya entonces consideraba Platn entre sus mejores alumnos, y que luego desempeara un papel decisivo en las andanzas en Sira-

  • /.'/ hom bre y la e x p r im a tu

    usa de Platn y de la Academia; qui/., tambin, una vaga esperanza de poder persuadir al tirano para que adoptase una forma de gobierno inspirada en los principios filosficos de la justicia. Sin embargo, es verdad que con la eleccin siracusana Platn rompa de manera definitiva con la poltica ateniense: en el 387 justamente, I )ionisio haba apoyado la humillante paz de Antlcidas, impues- ia a Atenas por Esparta y Persia.

    Cualesquiera que fuesen las intenciones y las esperanzas de Platn al trasladarse por primera vez a Siracusa, no tardara en caer presa del desencanto. La forma de vida de la metrpolis siciliana -despotismo, lujo, corrupcin (hinchndose de comer dos veces al

    da, no dormir nunca solo por la noche, Carta VII, 326b ) haca inevitable, a juicio de Platn, que en semejante ciudad se sucediesen regmenes aberrantes como tiranas, oligarquas, democracias, y que quienes detenten el poder ni soportarn siquiera or el nombre de un rgimen poltico justo e igualitario (32d).

    Platn dedic los siguientes veinte aos a la creacin de la Academia (adonde, en el 367, lleg un alumno con un gran futuro como Aristteles) y a la elaboracin de algunos de sus dilogos ms importantes, entre ellos la Repblica, un extraordinario esfuerzo de sntesis terica dedicada a conjugar los contornos de una filosofa rigurosa con un proyecto de radical renovacin poltica y moral de la sociedad. Sin embargo, precisamente esa enseanza, unida a la frecuentacin de Din, dara pie, casi de forma involuntaria, a una nueva y ms grave implicacin platnica en las vicisitudes de la poltica siracusana: Al entablar entonces yo relaciones con Din, que era un joven, y explicarle en mis conversaciones lo que me pareca mejor para los hombres, aconsejndole que lo pusiera en prctica, es posible que no me diera cuenta de que de alguna manera estaba preparando inconscientemente la futura cada de la tirana siracusana (327a).

    En el 367 mora Dionisio I y le suceda el hijo, Dionisio II. Din se haba convencido de que una intervencin directa de Platn podra inclinar al joven tirano hacia el ejercicio de un gobierno fi

  • ('Jtiintr leu innes snhre l lu/fin

    losfico (y quiz pensara para sus adentros en aprovecharse de la autoridad del maestro para asumir l mismo el poder). Por ello insisti ante Platn para que tomase parte en un nuevo viaje a Sicilia, que en esta ocasin se revestira como una misin oficial de la Academia. Platn vacil, consciente de los riesgos que comportaba la empresa, pero finalmente decidi intentarlo, porque, como explicara muchos aos despus,

    si alguna vez haba que intentar llevar a cabo las ideas pensadas acerca de las leyes y la poltica, este era el momento de intentarlo, pues si poda convencer suficientemente a un solo hombre [Dionisio II], habra conseguido la realizacin de toda clase de bienes. Con esta disposicin de nimo me aventur a salir de mi patria, no por los motivos que algunos imaginaban, sino porque estaba muy avergonzado ante mis propios ojos de que pudiera parecer sin ms nicamente como un charlatn de feria a quien no le gustaba atenerse a la realidad de las cosas [...]. Por ello acud, por motivos razonables y justos, en la medida en que pueden serlo los humanos; abandon por ello mis propias ocupaciones, que no eran haladles, y fui a ponerme a las rdenes de un rgimen tirnico que no pareca adecuado ni a mis enseanzas ni a mi persona (Carta Vil, 328c, 329 a-b).

    La expedicin siracusana se consumi entre nobles ingenuidades, sospechas e intrigas. En su esfuerzo por reeducar al joven tirano y a su corte, los acadmicos convencidos como estaban, a partir de las doctrinas expuestas por el maestro en la Repblica, de que el conocimiento matemtico abonaba el camino a la virtud y la justicia trataron de introducir la geometra en el palacio del prncipe, hasta el punto de que el edificio se hallaba envuelto en una nube de polvo causada por la multitud de quienes se dedicaban a la geometra dibujando sobre la arena sus figuras (Plutarco, Din, 13.4). Del mismo Platn se murmuraba en la corte que intent convencer al tirano para que licenciase a su poderoso ejrcito y desarmara su enorme flota con el fin de dedicarse con los acadmicos a la bsqueda del misterioso bien moral por l profesado, como tambin a intentar

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    participacin le numerosos acadmicos y con el apoyo de Kspeusipo, el sobrino de Platn destinado a sucederlo en la direccin de la escuela (sin duda tambin con la aprobacin inequvoca del propio maestro). Din contaba con una insurreccin popular en Siracusa para deponer a Dionisio, y en efecto se sali con la suya. Pero no tard en mostrar que no aspiraba a otra cosa que a sucederle en la tirana, y por ello fue a su vez asesinado en el 354 por uno de los acadmicos que lo haban seguido a Siracusa, Calipo.

    Los ltimos aos de la vida de Platn, y tambin los que siguieron a su muerte, se caracterizan por una convulsa participacin de los miembros de la escuela en la vida poltica de Grecia. Algunos, como Eudoxo, se limitaron a proponer leyes para su ciudad. Otros, como Pitn y Herclides en el 359, se erigieron en tiranicidas, y por ello les rindieron honores en Atenas; an hubo otros que se hicieron tiranos, como Clearco en el 352, asesinado a su vez por otros dos acadmicos; Coriseo y Erasto se hicieron consejeros del tirano Her- mas de Atarnea.

    Platn presenciaba entonces de lejos aquella violenta implicacin de la escuela en los sucesos polticos, que en todo caso l haba inspirado con sus vivencias en Siracusa adems de con sus textos. Sin embargo, ahora ya estaba centrado en la labor filosfica a la cual se dedic hasta el ltimo de sus das. El extenso dilogo sobre las Leyes qued an en forma de esbozo sobre la cera de las tablillas, y correspondi al alumno-secretario de Platn, el pitagrico Filipo de Opunte, escribirlo con la redaccin definitiva. Segn una tradicin, el da de su muerte, en el 347/346, los alumnos, al entrar en su habitacin, hallaron junto a la cabecera las tablillas que contenan el inicio de la Repblica, que l se dispona a reelaborar nuevamente (Digenes Laercio, III, 37; Dionisio de Halicarnaso, De comp, verb., 25).

    Recibi sepultura en el jardn de la Academia, junto a un templete de las Musas que l mismo haba mandado construir. No tardaron los alumnos en venerarlo como hombre divino, y se propag la leyenda de su origen apolneo. Poco despus, la tradicin se dividi en dos corrientes: la hagiogrfica, vinculada a la Academia,

  • hambre y a experient ia 29

    y la malvola, que en parte se remonta a la escuela de Aristteles, el l'cri pa to, que lo tach tanto de ser el inspirador de feroces tiranas como de plagiario sin escrpulos de las obras de Demcrito y de los pitagricos, las cuales habra adquirido y luego quemado para ocul- lar el engao.

    NOTA

    1 odos los testimonios biogrficos sobre Platn estn recogidos en a . s w i f t r i g i - n o s . Platnica. The Anecdotes concerning the life and writings o f Plato, Leiden, Brill, 1976.

    Para la discusin sobre la autenticidad de los aspectos biogrficos y polticos de la Carta VII, vase m . i s n a r d i p a r e n t e , Filosofa e politica nelle Letteredi Platone, Npoles, Guida, 1 9 7 0 , y el reciente avance de l . b r i s s o n (ed.), Platon. Lettres, Pars, Flammarion, 1 9 8 7 ; para la atribucin a Espeusipo, vase m . 1 . f i n l e y , Plato and practical Politics, en i d . , Aspects o f Antiquity, Londres, Chatto & Windus, 1 9 7 7 1 . Un anlisis completo de los testimonios sobre la actividad poltica de Platn y de la Academia se encuentra en . t r a m p e d a c h , Platon, die Akademie und die zeitgenssische Politik, Stuttgart, Steiner, 1 9 9 4 ; sobre las expediciones a Siracusa, vase tambin . v o n f r i t z , Platon in Sizilien und das Problem der Philosophenherrs- ihaft, Berlin, De Gruyter, 1 9 6 8 . Para las crticas a la poltica platnica es clsica la obra de . p o p p e r , La societ aperta e i suoi nemici, vol. I, trad, it., Roma, A rmando, 1 9 7 3 . [Hay trad, cast: La sociedad abierta y sus enemigos, Barcelona, Pai- ds, 1 9 9 4 ] .

  • L E C C I N 2

    EL MAESTRO

    Qu va! Unos mangantes, lo s. Te ests refiriendo a esos embaucadores, paliduchos y descalzos, entre los que se cuentan el desgraciado de Scrates y Querefonte.

    a r i s t f a n e s , Las nubes, vv. 102-104

    Mi querido y viejo amigo Scrates, de quien no tendra ningn reparo en afirmar que fue el hombre ms justo de su poca.

    p l a t n , Carta VII, 324e

    Platn comenz a escribir sus dilogos despus del 399, el ao crucial del proceso y de la condena a muerte de Scrates. Pero casi todos los dilogos se sitan en los treinta aos anteriores, y por consiguiente en el perodo de formacin durante la juventud de su autor. Ponen en escena la gran sociedad ateniense en el arco de tiempo que abarca desde la muerte de Pericles, que fue el leader y el protagonista (428), pasando por los sucesos que se antojaban incontenibles en la guerra del Peloponeso, hasta la derrota del 404 y el golpe de estado oligrquico de Critias. Los personajes de los dilogos casi todos muertos no mucho antes de la composicin de los textos representan aquella sociedad, con sus intelectuales, sus aristcratas, sus generales, sus sacerdotes: como si Platn hubiese querido visitar de nuevo los lugares y a las personas de su juventud, dar nueva voz por ltima vez a la generacin en que se haba formado, volver a interrogarla para comprender y hacer comprender a posteriori los errores que haban llevado a la crisis de la ciudad, de modo que transmitie-

    3 1

  • (unit c Un tant't subie / latn

    ra, a su pesar, una advertencia a los propios sucesores para que aquellos errores no se repitieran nuevamente, para que no se desperdiciaran las oportunidades que se volvieran a presentar.

    La Atenas en que se sitan los dilogos era la sociedad de la que su mayor artfice poltico, Pericles, haba podido decir, en un discurso recogido por Tucdides: amamos la belleza (philokaloumen) pero no el boato, amamos el saber (philosophoumen) sin molicie (II, 40), y que l haba definido una escuela (paideusis) para toda Grecia (II, 41). Sin embargo, aquella Atenas era tambin la ciudad que haba financiado su prosperidad, su belleza, su mismo desarrollo cultural, gracias a los recursos obtenidos de forma brutal de las comunidades sometidas a su imperio, la ciudad que el mismo Pericles haba llamado en otro discurso tirana, advirtindola del peligro que comportara la prdida del imperio: a l ya no podis renunciar [...] ya que ahora el vuestro es un dominio de naturaleza tirnica: conquistar un dominio semejante puede parecer inicuo, pero en cualquier caso deshacerse de l es peligroso; supone de hecho la esclavitud en vez de la libertad y el riesgo de habrselas con el odio alimentado en vuestras contiendas como dueos del imperio (11,63). Pero la Atenas en que se haba formado el joven Platn no solo estaba atenazada entre la paz, la prosperidad, el florecimiento de la cultura en el interior y la necesidad de la guerra con el fin de conservar el dominio imperial en el exterior. La misma guerra un maestro violento, en palabras de su historiador Tucdides (III, 82) no tardara en mostrar cmo el conflicto externo estaba destinado a reflejarse tambin en el interior, incumpliendo el pacto social, haciendo estallar las contradicciones latentes entre los aristcratas y el pueblo, entre ricos y pobres, hasta aquella guerra civil (stasis) de la que los golpes de estado oligrquicos del 4 11 y del 404, as como para Platn el proceso del 399, fueron los episodios ms violentos y crueles.

    Cmo se haba llegado a la catstrofe? Esa es la pregunta que Platn dirige a la generacin de los adultos entre los que se haba criado, testigo admirado de su grandeza y crtico preocupado de sus

  • /'/ maestra

    moros: una pregunta formulada on ocasiones de modo directo, pero ms a menucio destinada a la indagacin de las premisas morales e intelectuales de aquellos errores y de aquella catstrofe.

    Kn el centro del gran coro ateniense que puebla el escenario ilc los dilogos se encuentra un protagonista enigmtico: Scrates, el maestro del joven filsofo. Enigmtico para nosotros ciertamente lo es Scrates, pero probablemente tambin lo fue para sus contempo- lneos, y aun para sus propios discpulos.

    Tal enigma socrtico tuvo, desde el mismo comienzo, muchos aspectos. En primer lugar, la anomala de la posicin social. Scrates, hijo de un modesto escultor y de una partera, perteneca a aquel estamento artesanal que constitua la base social de la democracia aleniense. Jams dej Scrates de referirse a los artesanos, ora como interlocutores directos de su conversacin en torno a los problemas de la ciudad, ora, metafricamente, como ejemplo de una pericia tcnica, fiable y transmisible dentro de sus lmites, unos lmites que sin embargo no haba que intentar traspasar. En cualquiera de los dos sentidos, que Scrates se refiriese al entorno de las tcnicas suscitaba el enojo y el desprecio de sus interlocutores aristocrticos. En el Gorgias, Calicles, un personaje poltico con inclinaciones sofsticas y oligrquicas, exclama: Por los dioses, no cesas, en suma, de hablar continuamente de zapateros, cardadores, cocineros y mdicos, como si nuestra conversacin fuera acerca de esto (491a), en lugar de, se entiende, referirse a los ciudadanos eminentes, los verdaderos lderes de la ciudad. Y parece que Critias, una vez asumida la tirana, haba dictado un decreto que prohiba a Scrates seguir frecuentando a zapateros, herreros y carpinteros, algo que evidentemente estaba hacindose molesto tambin en el plano poltico (Jenofonte, Recuerdos de Scrates, I, 2).

    Por otra parte, Scrates contaba entre sus amigos y alumnos tambin con exponentes de la gran aristocracia ateniense, desde el crculo familiar del mismo Critias a jvenes brillantes como Alcibiades y Platn. Paradjicamente, las simpatas que Scrates despertaba en ese ambiente se deban probablemente a su actitud crtica en

  • (Juiru e lecciones sobre 'latn

    relacin con la democracia, derivada tie su persistente invocacin del modelo tcnico. Si hay que curar una enfermedad o construir un edificio razonaba pblicamente Scrates , quien debe decidir sobre la terapia y sobre el proyecto no es una mayora asamblearia, sino la competencia especfica del mdico y del arquitecto. Por qu, entonces, sobre los asuntos de mayor importancia para la vida colectiva, la paz, la guerra, las leyes, deciden todos sin excepcin, mdicos, arquitectos, herreros, zapateros? Qu competencia les legitima para tomar tales decisiones? Desconocemos qu consecuencias extrajo Scrates de dicha crtica. Pero lo que es seguro es que para los aristcratas la misma sonaba como una confirmacin del propio derecho a ejercer el poder en la ciudad, como su tradicional estamento de expertos del gobierno; y que para Platn significara la necesidad de sustituir la incompetencia de las asambleas democrticas con el poder de los especialistas de la poltica, una lite que en su lenguaje llamara los filsofos-reyes o los reyes-filsofos.

    Un segundo, y tambin ms inquietante, aspecto del enigma de Scrates consista en su sabidura. Sabida era una respuesta del orculo de Delfos, a su amigo Querefonte, que lo defina como el ms sabio de los atenienses; pero en la misma medida se conoca la mxima socrtica de no saber nada. En un clebre pasaje de su discurso de defensa ante el tribunal, que Platn reelabor de un modo que tal vez no faltaba a la verdad en \& Apologa, Scrates explic que haba comprendido finalmente el sentido del orculo. Su mayor sabidura consista en la conciencia de no saber, la ignorancia ajena en la creencia de poseer un saber en realidad vaco e ilusorio (como en el caso de los poetas y los polticos), o dotado de un contenido propio pero inconsciente de los propios lmites (como en el caso de los artesanos) (Apologa, 2ia-23b). Sin embargo, esa autodefensa socrtica se exageraba probablemente, por exigencias retricas, al simplificar la sabidura de Scrates a esa rara conciencia de no saber nada. En realidad, la misma queda en parte desmentida por la autobiografa intelectual que Platn le atribuye en el Fedn, no carente de cierta verosimilitud al ser confirmada, como veremos, por un importante

  • /.'/ niiirstm

    testimonio externo. Contaba, pues, Scrates: cuando era joven, estuve asombrosamente ansioso de ese saber que ahora llaman investigacin de la naturaleza . En ese mbito, Scrates admita haber lamentado las doctrinas de viejos sabios como Empdocles y Alc- men, y sobre todo haber ledo el libro sobre la naturaleza de una figura intelectual de la Atenas de Pericles como Anaxgoras (que lue procesado y expulsado por impiedad, por haber sostenido que el So l no es una divinidad sino una masa de metal incandescente). Ms urde, Scrates explicaba que se haba sentido decepcionado con .iquel conocimiento naturalista por su incapacidad para proporcionar fundamentos slidos a las propias doctrinas y para explicar el sentido y la razn de los procesos naturales; as, en lugar de mirar directamente las cosas, se refugi en los conceptos (logoi), en la argumentacin racional y crtica pensada para poner a prueba las teoras sobre las cosas mismas {Fedn, a-iooa). Estos conceptus socrticos, como veremos, consistan en una tcnica particular .irgumentativa de tipo refutatorio.

    La autobiografa intelectual del Fedn confirma en cualquier i :iso el primer ataque a Scrates, aquel que el gran cmico Aristfanes le haba dirigido en una comedia memorable, Las nubes, representada por vez primera en el 423 (Platn solo tena entonces cinco aos). La admonicin de Aristfanes confirma que ya entonces los atenienses tenan a Scrates por un personaje anmalo, inquietante para la comunidad.

    En la comedia, el viejo Estrepsades, atenazado por las deudas, desea que su hijo Fidpides aprenda las artes del discurso del engao para que pueda defenderlo de sus acreedores. Se hace introducir entonces en el pensadero de los espritus geniales. All dentro habitan hombres que discursean sobre el cielo y te persuaden de que es un horno que est todo alrededor nuestro y de que nosotros somos los carbones. A quien pague por ello, estos hombres le ensean a triunfar en cualquier pleito (vv. 94-95). En el pensadero reina Scrates, izado a lo alto en una canasta para poder observar ms de cerca los fenmenos celestes. De Estrepsades exige Scrates ante todo una

  • Owner Iret iones ui/>ie Platn

    profesin de e: Y no volvers ; creer en dios alguno que no sea de los que nosotros veneramos, el Vaco circundante, las Nubes y la Lengua, estos tres y ni uno ms? (vv. 423-424); en cuanto a los dioses tradicionales de la ciudad, Pero qu Zeus! No digas tonteras. Zeus ni siquiera existe (v. 367). En la trinidad socrtica, a la que se aade el Torbellino (v. 379), destacan las Nubes: se trata, algo fcil de ver, de una condensacin burlona del pensamiento cosmolgico y meteorolgico de los sabios (sophistai, v. 331) naturalistas preso- crticos, y en primer lugar de Empdocles y Anaxgoras, en cuyo pensamiento el Scrates del Fedn admita haber estado interesado en su poca juvenil. Pero y qu decir de la Lengua? En este punto, Aristfanes realiza, con las palabras de su Scrates, una condensacin ulterior: Son las Nubes celestes, grandes diosas para los hombres libres de la esclavitud del trabajo; ellas nos traen la inteligencia, el discurso y el entendimiento, la fantasa y el circunloquio, el ataque y el contraataque (vv. 316-318). A la vertiente cosmolgica se aade pues aqu la retrica y sofista, el arte de la persuasin, de la refutacin y del engao, justamente lo que Estrepsades deseaba que Scrates enseara a Fidpides (esa es la divina Lengua, que de una u otra manera alude a los discursos a los que el Scrates del Fedn deca haberse vuelto tras abandonar la especulacin naturalista). Haz que aprenda los dos razonamientos, el bueno, sea el que sea, y el malo, aquel que vence al bueno diciendo cosas injustas. Y si no ambos, al menos el injusto, cueste lo que cueste (vv. 882-885).

    As pues, Aristfanes convierte a Scrates en el prototipo cmico del nuevo tipo de intelectual que incomodaba a la opinin pblica tradicionalista ateniense: naturalista ateo por un lado, en cuanto devoto de figuras cosmolgicas destinadas a reemplazar a los dioses de la religin de la ciudad, orador y sofista por el otro, capaz, con las novsimas tcnicas del discurso, de desbaratar el sistema de los valores compartidos, de convencer a individuos y comunidades para ir en pos de la injusticia en vez de la justicia que aquel sistema representaba. Estn presentes, en el Scrates aristofnico, tanto Anaxgoras como Gorgias y Protgoras; pero el hecho de que todas

  • /'/ maestro

    i sas lisuras scan condcnsadas bajo cl nombre tic Scrates es la mues- i ra de hasta qu punto este era exasperante para el pblico del teatro lmico, es decir, para la ciudad en general. Por lo dems, a dicho pblico la figura de Scrates deba resultarle de una u otra manera reconocible tras el personaje cmico. Ciertamente, la recriminacin cmica poda ser considerada bastante pertinente para creer fundadas las acusaciones formuladas de modo explcito contra Scrates por Anito y Meleto en el ao 399: haber introducido nuevas divinidades en lugar de los dioses de la tradicin olmpica y haber co- I rompido a los jvenes con su prctica de los discursos. Una vez mas, por tanto, un Scrates naturalista y ateo y un Scrates sofista. I )c la continuidad entre el retrato cmico de Aristfanes y los cargos de la acusacin, Scrates se muestra por otra parte perfectamente consciente en la Apologa: Pero lo son ms |acusadores temibles], atenienses, los que tomndoos a muchos de vosotros desde nios os persuadan y me acusaban mentirosamente, diciendo que hay un cierto Scrates, sabio, que se ocupa de las cosas celestes, que investiga lodo lo que hay bajo la tierra y que hace ms fuerte el argumento ms dbil (18b). Se trata, conviene aadir, precisamente de las acusaciones explcitas: porque las implcitas, ms peligrosas y ms convincentes para el jurado democrtico, tenan sin duda que ver con la crtica de incompetencia dirigida por Scrates a las mayoras asamblearias y con su frecuentacin de personajes hostiles al rgimen democrtico como Critias, Crmides y Alcibiades.

    Sin embargo, el Scrates de Aristfanes y de sus acusadores no liene relacin alguna con la imagen que Platn le hace esbozar en su discurso de defensa ni con la que tenan sus discpulos. Quin era entonces el autntico Scrates? Y cules las razones de la fuerte impresin que suscit, en el buen y el mal sentido, en la vida cultural de Atenas, en la que ciertamente no faltaban personajes notorios? Es muy difcil intentar dar respuesta a estas preguntas refirindonos a los contenidos del pensamiento y la enseanza de Scrates: sobre los mismos estamos, al mismo tiempo, demasiado poco y excesivamente informados. Demasiado poco, claro est, porque Scrates no escribi

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    nada. Tena al menos dos buenas razones para ello. La primera de ellas es de orden social: todava en la segunda mitad del siglo v el uso de la escritura no era considerado socialmentc normal por los ciudadanos atenienses. Escriban, s, profesionales intelectuales por lo general no atenienses , como los mdicos, los maestros de retricao los arquitectos, en forma de manuales tcnicos; escriban los historiadores, como Herdoto y Tucdides, para fijar en la escritura sus narraciones tras haberlas relatado probablemente al pblico bajo la forma de una performance oral; los autores de teatro ponan por escrito sus guiones, destinados sin embargo no a la lectura pblica, sino a las compaas que deban recitarlos. No escriban, en cambio, los polticos de la ciudad y sus ciudadanos eminentes; la escritura era considerada en definitiva como algo propio de actividades profesionales remuneradas, apreciadas pero sin un gran prestigio social y por eso a menudo confiadas a extranjeros.

    La segunda razn es de orden intelectual. Scrates pretenda distinguirse de otro grupo de autores de obras escritas, tampoco ellos por lo dems atenienses: los sabios de la tradicin arcaica, como He- rclito, Parmnides, Empdocles, y ms tarde el propio Anaxgoras, que haban redactado en verso o en prosa sus obras sobre la naturaleza, el cosmos o la verdad. Sin embargo, a diferencia de esos sabios, que segn el Fedn incluso haban despertado su inters juvenil, y contrariamente a la stira aristofnica, Scrates afirmaba, como se ha visto, carecer de sabidura alguna para transmitir, no poseer ninguna verdad para proclamar; como no fuera una actitud crtica, una llamada a la reflexin, que nicamente poda cobrar la forma del dilogo directo, de la comunicacin oral inmediata de un hombre a otro. Nada de todo ello poda ser escrito ni por tanto legado a las generaciones venideras.

    Por otra parte, se deca, tambin estamos excesivamente informados sobre el magisterio de Scrates. Para el amplio crculo de sus compaeros y discpulos, el juicio y la muerte lo convirtieron en una figura emblemtica, una especie de mrtir de la filosofa en sus inicios; su imagen, llamada a legitimar opciones filosficas enfrenta

  • I'.I nutest rn

    das, no tard en convertirse en el trofeo en disputa entre las diversas escuelas en que se dividieron los socrticos. Naci as un verdadero y peculiar gnero literario, las conversaciones socrticas (logoi iol{ratil{oi), que aspiraban a fijar y perpetuar en la memoria la propia voz del maestro y, por descontado, a ofrecer la interpretacin que se pretenda la autntica. Los principales autores de tales dilogos so- I rticos puestos por escrito y los nicos cuyas obras nos han llegado ntegras son por supuesto Platn y Jenofonte, pero hubo mu- I los otros, cuyos textos se han conocido solo fragmentariamente, como Esquines, Euclides de Megara, Antstenes o Aristipo, por citar solo a los ms importantes. Se ha calculado que en el perodo de mayor florecimiento de dicha literatura, el cuarto de siglo entre los aos W4 y 37o se publicaron cerca de trescientos dilogos socrticos, con una media, asombrosa para la poca, de aproximadamente un texto cada mes: por tanto, un fenmeno editorial de dimensiones ex-I raordinarias que da idea de cun fundamental resultaba la experiencia socrtica en la memoria de sus discpulos inmediatos y de toda la vida intelectual griega, y de hasta qu punto para la filosofa naciente la construccin de una imagen de Scrates convertido ya en su hroe fundador constitua un problema decisivo.

    Para nosotros, sin embargo, la misma abundancia de informaciones y de interpretaciones en primer lugar aquellas, divergentes, debidas a Platn y Jenofonte, pero acto seguido tambin las que se recogen en las tradiciones cnica, estoica y escptica supone un obstculo poco menos que insuperable para la reconstruccin histrica del pensamiento socrtico. Es probable que al menos los dilogos juveniles de Platn, los que estn ms cerca cronolgicamente ile la muerte del maestro, contengan algn rasgo que pueda atribuirse a su personalidad histrica, pero aun as, no hay que olvidar en todo caso que el Scrates platnico es siempre un personaje de los dilogos y no un retrato biogrfico.

    Antes de volver a la cuestin, y sobre todo al aspecto que aqu ms nos interesa la actitud de Platn hacia el maestro , podemos, con una certidumbre algo mayor, intentar dar respuesta a otra

  • .(() On i/ne Im innes subir Vlutn

    pregunta: qu hada Scrates? Cules fueron las razones del inmenso impacto intelectual y tambin emotivo que caus, en un sentido positivo o negativo, en el entorno social y cultural ateniense?

    Ante todo, Scrates discuta: oculto en un rincn con tres o cuatro jovenzuelos, segn la burla de su adversario Calicles (Gorgias, 483d); o en las gradas del teatro de Dionisio (dice el coro de los espectadores en Las Ranas de Aristfanes): Es grato no estar junto a Scrates al lado sentado, charlando, lejos de toda poesa, desatendiendo las ms grandes cosas del arte de nuestra tragedia. Si entre discursos, en cambio, solemnes y gallinceos picoteos hueros dejas pasar el tiempo ociosamente, es cosa de dementes (vv. 1491 -1499); en los lugares de encuentro de la ciudad, la plaza y el mercado (Apologa, 17c), donde abordaba en pblico a los polticos, a los poetas, a sus queridos artesanos (2ic-22d); finalmente, en los lugares de reunin de los intelectuales y de la juventud cultivada, como los gimnasios o las casas de los atenienses ricos (donde se escenifican dilogos platnicos como Crmides, Protgoras o E l banquete).

    IY de qu discuta Scrates en este su incansable empeo de abordar a toda la ciudad en un dilogo face to fa ce con sus miembros ms eminentes o con sus jvenes ms prometedores? Para responder a este interrogante, podemos confiar razonablemente en las palabras que Platn pone en su boca en su discurso de defensa ante el tribunal de Atenas.

    Scrates explica entonces que ha sometido a sus conciudadanos a un examen crtico (exetasis) con el fin de verificar y refutar (elenchos) sus pretensiones de poseer conocimientos seguros (Apologa, 2$a-c). Pona pues en tela de juicio los lugares comunes, los prejuicios aceptados socialmente, las presunciones de sabidura sin fundamento. Era incansable, y tambin provocador, en lo tocante a mostrar a los atenienses, tanto a los humildes como a los ilustres, que actuaban guindose por opiniones acogidas y repetidas sin crtica, de las cuales no comprendan cabalmente ni las razones ni el sentido ni las consecuencias. Esa tenaz labor de Scrates adoptaba la forma de una tcnica de discusin, precisamente el elenchos, a menudo difcil

  • / / rmirstro 4 '

    de diferenciar de la controversia crstica de los sofistas, como so- lian lamentar sus interlocutores. F.l interrogante socrtico parta de la pregunta qu entiendes (ti legeis) cuando hablas de justicia, de valor, de religiosidad o de virtud?. El interlocutor se vea as forzado a formular explcitamente una opinin, por lo general un prepucio, que hasta ese momento haban compartido inconscientemente. Scrates mostraba entonces cmo, desarrollando coherentemente -sa opinin, se derivaban consecuencias contradictorias e inaceptables para su interlocutor, o bien parciales e inadecuadas. Haba que icformular entonces el punto de partida, que era sometido a una nueva investigacin crtica. Por ejemplo, si a la pregunta qu entiendes por justo ?, el interlocutor responda devolver a cada uno lo que de l se haya recibido, Scrates observaba que sera entonces justo devolver un arma a un amigo que, trastornado, quisiera utilizarla para cometer un crimen (Repblica, I: el libro contiene uno de los mayores ejemplos de refutacin socrtica en torno al problema de la justicia). O bien, si a la pregunta qu entiendes por bello ?, se responda una bella muchacha, Scrates objetaba que una bella muchacha puede envejecer y perder su belleza, y que de todos modos es poco agraciada si se la compara con una diosa (Hipias Mayor). El propsito de la refutacin socrtica se comparaba con el arte de la partera, la mayutica: es decir, hacer nacer en la mente del interlocutor ideas nuevas y ms adecuadas, invitar en definitiva a losi iudadanos al ejercicio del espritu crtico, de la libre reflexin, con el fin de alcanzar una mayor madurez en la capacidad de discernimiento. La refutacin, para diferenciarse de la erstica, presupona una relacin de amistad fraterna entre los dos dialogantes y aspiraba a la consecucin del acuerdo, del consenso entre ambos: sin embargo, en este aspecto Scrates no sola llegar a buen puerto, como si no se diera cuenta de que el desacuerdo opona muchas veces ideologas enfrentadas, formas de vida radicalmente opuestas, conflictos de fondo que la simple conversacin crtica no poda en modo alguno solucionar. As sucede justamente en algunas de las disputas ms memorables de Scrates con sus adversarios sofistas representa

  • t- ( )tiin

  • I I maestro

    inicia cierta como lii/.o Platn en el Fedn la conviccin de tina inmortalidad del alma. Deca en realidad a los atenienses en la Ifmlogui cine La muerte es una de estas dos cosas: o bien el que est muerto no es nada ni tiene sensacin de nada, o bien, segn se dice, la muerte es precisamente una transformacin, un cambio de mora- d;i para el alma de este lugar de aqu a otro lugar (40c). Un aconte -I imiento apreciable en ambos casos: un largo y placentero sueo enI I primero, la oportunidad de nuevos encuentros y nuevas conversa- I iones en el segundo (40^41 a).

    No obstante, con independencia de la cuestin de la inmortalidad, la contraposicin socrtica entre la interioridad del alma individual y la dimensin pblica deba parecer explosiva. La virtud ya no pareca ahora, como siempre lo haba sido, la capacidad de ofrecer unas prestaciones excelentes que posibilitaban el reconocimiento so-I ial, la honra y el honor; antes bien, consista en una certeza interior de la justicia de la propia conducta, en una armona, en una paz con uno mismo, que aseguraba una felicidad personal completamente al margen del reconocimiento pblico. Tal serenidad autnoma y iiitosuficiente del sabio tambin era ciertamente la condicin de una conducta pblica inspirada en la equidad y la justicia, pero lo exoneraba de la dependencia de los dems, lo pona en condiciones de t riticar los valores compartidos, lo converta, en definitiva, en un individuo separado, y potencialmente contrario, ante el espacio

    colectivo. El yo, el alma y la virtud pasaban as a constituir, en el examen y en la refutacin a que Scrates someta a sus conciudadanos, una polaridad diferente con respecto al nosotros de la ciudad y su tradicin. Los valores competitivos, agonales, que desde siempre la haban inervado, eran ahora puestos en tela de juicio. Segn Scrates, la virtud ya no es xito y excelencia en el rendimiento, sino conocimiento de aquello que es de veras bueno y de veras malo para el yo interior, para el alma. As pues, es mejor sufrir una injusticia que cometerla, ya que en este segundo caso la que sale perjudicada es nuestra propia alma, y en el primero solo nuestro cuerpo, nuestra exterioridad. Es ms, sostena Scrates, nadie hace el mal

  • H (Junu c let < lotir, sobre Platn

    voluntariamente, porque cada uno desea en realidad lo que es bueno, aquello que sirve a nuestra alma, y por ende a nuestra felicidad interior; el malvado es solo aquel que no sabe comprender, por un error de razonamiento, aquello que de verdad es bueno para el alma, la justicia, portadora de felicidad privada e, indirectamente, tambin colectiva.

    Y sin embargo, pese a esas paradojas morales suyas que podan parecer escandalosas, cuando no suscitar el escarnio y la acusacin de anandria, de falta de la virilidad propia del hombre verdadero, capaz de defenderse y atacar, de ayudar a los amigos y castigar a los enemigos, segn la moral agonal de la tradicin, pese a todo ello, Scrates segua siendo en lo ms hondo un hombre de la polis, un hombre del siglo v. La comunidad de los ciudadanos, la ley que la gobierna, continuaba siendo para l un horizonte insuperable.

    Cuando, en el Critn platnico, los amigos le proponen organizar una evasin de la crcel donde aguarda su ejecucin para salvarse y proteger a su familia, Scrates responde imaginando que se le presentan, personificadas, las Leyes mismas de la ciudad donde siempre ha vivido. Ellas sostienen que son ms importantes, para todo ciudadano, que el padre y la madre: permiten el nacimiento, la educacin, la supervivencia de cada cual (5od-5ib). Si luego no complacen a alguien, este tiene dos alternativas: o convencer a la ciudad para cambiarlas con arreglo a la justicia, o abandonar la ciudad por otra con leyes mejores (50C-51C). Pero Scrates no ha hecho ni lo uno ni lo otro: cmo puede violar las leyes que haba aceptado, justamente l que se ha pasado toda la vida afirmando que lo ms importante es la virtud y la justicia, y tambin la legalidad y las leyes? (53c). Scrates se convenca as de aceptar el veredicto de la ciudad, plenamente legal, que lo condenaba a morir.

    As pues, el alma y la virtud, por un lado, la ciudad y las leyes, por el otro, conformaban el horizonte no superable, aunque polarizado con una tensin potencialmente contradictoria, dentro del cual se desarrollaba la experiencia socrtica, con aquel resultado trgico que poda semejar un hado.

  • t i muestro 4*5

    I Kntro ilc t:il hori/.onte, los discpulos de Scrates y sus suceso-ii s fueron identificando, y escogiendo, la imagen del maestro que ms les convena. Jenofonte opt por el moralista que equiparaba leyV justicia, respetuoso de las costumbres compartidas de la ciudad, lid ;i la tradicin religiosa hasta el servilismo. En cambio, cnicos y iioicos destacaron en l la autonoma orgullosa del sabio, la intransigente defensa de su virtud y de su libertad interior frente a toda limitacin y convencin social y poltica. La tradicin escptica insisti en el no saber socrtico, en su infatigable crtica a cualquier presuncin de posesin de conocimientos definitivos e irrebatibles sobre el mundo y el hombre.

    En cuanto a Platn, el encuentro en su juventud con Scrates sin iluda alguna represent antes que nada una experiencia traumtica, destinada a dejar una huella indeleble en su vida incluso antes que en su pensamiento: la experiencia de una autntica conversin, que apart para siempre al joven aristcrata del tipo de vida prefigurado en razn de su condicin social, de su entorno intelectual, e hizo de l un filsofo en la variedad de significados que dicho trmino adquirira cada vez en su reflexin (por otra parte, la misma palabra filosofa fue redefinida en el entorno socrtico en su valor de amor por el saber, por tanto de investigacin incesante, en contraposicin a la sophia, a la pretensin de una sabidura adquirida de una vez para siempre).

    Sin embargo, en ese camino hacia la filosofa, Scrates se torn un problema tambin para Platn. El socratismo tuvo que parecerle una fase menor de la filosofa, a la que deba hacer crecer, superar la minora de edad, guiar a la edad adulta. Es fcil advertir en los dilogos las seales de un distanciamiento crtico del discpulo frente al maestro, de su actitud irnica, incluso de una creciente irritacin en ocasiones; seales atribuidas a los interlocutores de Scrates, que sin iluda hablan en nombre del autor, o bien a las frecuentes autocrticas que se ponen en boca del propio personaje Scrates. Junto a ellas aparecen luego las crticas explcitas, de cuyo objeto no podan ciertamente albergar dudas los destinatarios de los dilogos: tales

  • 4'* Outfit e Ira tones so/ne Ilatn

    crticas ponan el acento en la soledad y la impotencia socrticas, el carcter no concluyente e incluso la peligrosidad de una prctica de la refutacin sin consecuencias claras, en definitiva la insuficiencia de una experiencia tan crucial como inmadura.

    El intento llevado a cabo por Scrates de cambiar la ciudad sin ayuda, persuadiendo a sus ciudadanos de uno en uno, mediante el dilogo en las calles y las plazas, para convertirse a la virtud, semejaba, segn Platn, a la ingenuidad trgica de quienes no contando con un aliado con el cual puedan acudir en socorro de las causas justas y conservar la vida, se encontrasen como un hombre que ha cado entre fieras, no estn dispuestos a unrseles en el dao ni son capaces de hacer frente a su furia salvaje, y que, por tanto, antes de prestar algn servicio al Estado o a los amigos, han de perecer sin resultar de provecho para s mismos o para los dems (Repblica, VI, 49c-d).

    El lenguaje de Platn es en este punto inequvocamente poltico- militar: los amigos y los aliados (.symmachoi) evocan la imagen de las heteras oligrquicas (las asociaciones en forma de partido que haban promovido los golpes de estado del 4 11 y del 404, y de las cuales la Academia platnica sera en cierto sentido, como veremos en la leccin 14, la heredera filosfica). Las leyes de la ciudad no deben ser aceptadas, con la resignacin socrtica del Critn, sino modificadas con arreglo a la justicia: si alguien conoce leyes mejores que las que estaban antes en vigencia, no debe aguardar para instituirlas a haber convencido a la propia ciudad, sino que puede sin usar la persuasin, imponer por la fuerza lo que es mejor, escribi Platn en E l poltico (29a-b). As pues, era la fuerza lo primero que a juicio de Platn haba que aadir a la soledad y a la impotencia socrticas.

    Lo segundo era el saber. El carcter negativo de la refutacin socrtica, que dejaba al interlocutor solo con las propias incertidum- bres, pareca no ya no concluyente en el plano intelectual, sino adems moralmente peligroso. Es como si afirmaba Platn con una metfora eficaz a un muchacho educado en el respeto a los pa-

  • I / war atro 17

    ilirs, alguien le revelase ser en realidad un hijo adoptivo, sin indi- i.irlc despus su verdadera familia: perdida la confianza en los padres, se dejara arrastrar fcilmente por las malas compaas, sin saber ya ni quin es ni quin podra ser (Repblica, VII, 538a-c). En olas palabras, la crtica de las certezas socialmente compartidas, de los valores tradicionales, si no es capaz de reemplazar aquellas y estos con un sistema de creencias mejor fundadas, resulta moralmente irresponsable, franqueando el paso a un nihilismo sofista de la peor condicin. En trminos ms tcnicos, la refutacin diale tica tiene que guiarse, para Platn, no segn la apariencia (doxa) no segn la esencia (ousia) (534c): es decir, no preguntando, como Iwica Scrates, qu entiendes porr? (una pregunta que da pie a i Xponer la opinin del interlocutor), sino qu es*? (la pregunta i s ahora relativa a la naturaleza objetiva de la cosa sobre la que se indaga).

    Desde ambos puntos de vista crticos, un dilogo esplndido oino la Repblica puede ser interpretado como una especie de novela de formacin del personaje Scrates o, si se quiere, como una reeducacin del maestro por parte del discpulo. Scrates en-I I a en el dilogo bajando al Pireo en la noche, encaminndose a la casa de Cfalo, donde tendr lugar la conversacin, con su acostumbrada actitud refutatoria y mayutica. Se propondr mostrar t'iin inconsistentes e inadecuadas son las opiniones sobre la justicia del viejo artesano Cfalo, de su hijo Polemarco, hasta de un adversario temible como el sofista Trasmaco, para lo cual recurrir a sus analogas predilectas con los oficios y las artes, sin por otra parte querer decir nada en positivo; afirmando no saber nada con la irona habitual que Trasmaco interpreta como puro fingimiento (Repblica, I, 337a).

    Sin embargo, al final del dilogo, el personaje de Scrates vuelve a elevarse a lo alto y a la luz del sol, dotado ya de toda una serie de conocimientos positivos: una teora de la justicia pblica e individual, un proyecto poltico resultante, y una psicologa, una ontolo- ga y una epistemologa en que se asientan la primera y el segundo.

  • 4 (Jit i nt />)( Platn

    Por tanto, un Scrates platnicamente mayor tie edad, examinado nuevamente y desarrollado por su discpulo en la esencia del dilogo con interlocutores, como el mismo Trasmaco y los hermanos de Platn, Glaucn y Adimanto, a travs de los cuales se manifestaban sin duda las peticiones y las exigencias intelectuales del alumno- autor.

    Platn fue, pues, el primero en volver a juzgar de un modo u otro a Scrates, bien es cierto que absolvindolo por la rectitud de las intenciones morales el hombre ms justo entre los de entonces y por el rol de fundador cuando menos de la actitud filosfica ante la vida, si bien no verdaderamente de la filosofa en su madurez intelectual y ticamente responsable.

    Pero el proceso continuara celebrndose en la historia de la cultura europea. Y ni siquiera en el siglo xix se le concedera la absolucin. Hegel vera en la experiencia socrtica aquella fase en que el espritu en la propia interioridad subjetiva se contrapone a la objetividad del Estado y a la sustancia tica consistente de la comunidad: una fase sin duda necesaria pero incompleta al anunciar la conciencia infeliz y, sobre todo en el caso de Scrates, inoportuna. Este principio en virtud del cual el individuo se confa al propio interior prepar la destruccin del pueblo ateniense, pues an no se haba fundido con la disposicin del pueblo; y el principio superior siempre debe parecer calamitoso cuando todava no constituye un todo con la sustancialidad del pueblo. Con una retrica ms enardecida, pero no lejos de la condena hegeliana a la infelicidad socrtica y su rol subversivo de la poca heroica de los griegos, Nietzsche vio en Scrates una verdadera monstruosidad per defectum', quin es ese que por propia voluntad se atreve a negar la naturaleza griega [...]? T, con pulso firme, has destruido lo mejor de la sociedad; que se desmorona, se convierte en ruinas! .

    En el rastro socrtico siguen as advirtindose potencia e impotencia, soledad y eficacia, capacidad de erosionar una forma de vida sin poderla sustituir con otra; una sensacin quiz no muy dis-

  • ' muestro 49

    unta tic- aquella que deban sentir los atenienses congregados en el11 iluinal del 599, que optaron por la condena con una mayora de 280 votos contra 220, y que se hallaba asimismo en el centro del problema Scrates para su discpulo divino, el hijo de Perictone y Aris- iiMi (o, acaso, de Apolo).

    NOTA

    I ni re las obras generales recientes sobre Scrates se recomiendan: c . v l a s t o s , 5o - I vate. II filosofo dell'ironia complessa, trad, it., Florencia, La Nuova Italia, 1998; i , b r ic k h o u s e y N. D. s m i t h , Plato's Socrates, Oxford, Oxford University Press, 1994; vase tambin c . g ia n n a n t o n i y m . n a r c y (eds.), Lezionisocratiche, Npoles, llibliopolis, 1997. Sobre la imagen de Scrates, vase d . l a n z a , Lo stolto, Turin, I inaudi, 1997, y f . d e l u i s e y c. f a r in e t t i , Felicit socrtico. Immagim di Socrate e mttdelli antropologa ideali nella filosofa antica, Hildesheim, Olms, 1997. Sobre la literatura socrtica, vase l . r o s s e t t i , Le dialogue socratique in statu nascenti, rn Philosophie antique, I (2001), pgs. 11-35.

    Los juicios de Hegel y Nietzsche sobre Scrates se encuentran, respectiva- nu'nte, en las Lecciones sobre la filosofa de la historia universal y en El nacimiento de la tragedia.

  • L E C C I N 3

    PADRES Y R IVALES

    No supongas que soy capaz de cometer una especie de parricidio. [...] para defendernos, debemos poner a prueba el argumento del padre Parmnides y obligar, a lo que no es, a que sea en cierto modo, y, recprocamente, a lo que es, a que de cierto modo no sea. l.] Por eso hay que osar enfrentarse ahora al argumento paterno.

    p l a t n , Sofista, 2 4 i d - 2 4 2 a

    El sofista no es otra cosa que un miembro de un gnero que gana dinero, que posee la tcnica de la discusin, que es parte de la contestacin, del cuestionamiento, del combate, de la lucha, de la adquisicin.

    p l a t n , Sofista, 2 2 6 a

    IMuLn haba tenido un maestro sin escritura y sin saber, el cual le luiba entregado como herencia propia sobre todo el testimonio de una forma de vida, un espacio de indagacin, delimitado por la po- luridad del alma y la ciudad, y un mtodo para tal indagacin, el discurso crtico.

    Pero ciertamente en la Atenas de los aos de la formacin de IMatn haba otras improntas en forma de textos escritos o de no- I iones transmitidas de una sabidura que ms tarde, por obra del mismo Platn y de su alumno Aristteles, se enmarcara entre los incunables de la filosofa. Eran las profecas de verdad de los sabios arcaicos, cuyo recuerdo se hallaba unido a una aspiracin a la majestad, a una condicin ms que humana que aquellos maestros haban personificado. Se encontraban en primer lugar Pitgoras y su

    51

  • *>a ('Juim t ici t iiinn \t>hre Vlatn

    secta, poderosos hacia finales del siglo vi en ciudades de la Magna Grecia como Crotona y Metaponto, y cuyos descendientes, tras ser violentamente expulsados de los lugares en que se hallaban, se haban dispersado por la Grecia continental. Es probable que su pensamiento mstico del alma hubiera impresionado a Scrates, y que llegase sin duda a Platn, como se pone de manifiesto en el Fedn. Por otro lado, algunos decenios ms tarde hubo muchos pitagricos que confluyeron probablemente en la misma escuela de Platn, la Academia.

    Haba un sabio enigmtico como Herclito, heredero de una responsabilidad sacerdotal en feso, uno de cuyos alumnos, Crtilo, fue tal vez como asegura Aristteles (Metafsica, I, 6) una especie de maestro secreto de Platn, que habra aprendido de l la tesis del continuo fluir, de la inestabilidad perenne de las cosas naturales. Haba tambin un gran naturalista y mago, Empdocles, venerado en Agrigento como una semidivinidad, cuyo recuerdo se asocia a Scrates, como se ha visto, tanto en Las nubes de Aristfanes como en el Fedn platnico (hay que recordar que la primera manifestacin preplatnica de la palabra filosofa se refiere justamente al pensamiento de Empdocles en un texto mdico de finales del siglo V, Sobre la medicina antigua).

    De las huellas dejadas por todos aquellos sabios, Platn recogera, en los aos de su formacin y en mayor medida durante el perodo de medio siglo en el que estuvo componiendo sus dilogos, legados importantes en torno a los temas de la naturaleza, del devenir, del alma; y sobre todo en torno al nexo que deba unir saber y poder.

    Sin embargo, solo uno Parmnides, sabio y legislador de Elea, donde quizs al comienzo del siglo v haba fundado una secta de profetas-curanderos fue considerado por l el padre de la filosofa, aunque fuera con palabras no atribuidas a Scrates sino a un interlocutor importante de los dilogos de su madurez, llamado no por casualidad el extranjero de Elea. Parmnides en un poema de fuertes rasgos religiosos e iniciticos haba establecido los cnones abstractos y definitivos de la verdad, la tautologa fundadora segn

  • 7 W m y iWii 1rs

    lu cual nicamente cl ser es, es inteligible y cxpresable, cl no-ser no s y no puede ser pensado ni expresado con arreglo a la verdad. La exigencia de la estabilidad, la univocidad y la inmutabilidad del sis- irma ser/verdad constituira, como veremos en las lecciones 10 y 1 1 , 'I rje central del pensamiento platnico, oponindose diametral- im iitc (pero sin sustituirla) a la tesis del maestro secreto heracl- u-o sobre el perpetuo devenir de los procesos naturales. No hay duda de que tal exigencia impuesta por Parmnides tena que ser, segn Platn, desarrollada y articulada, ms all de su rigidez tautolgica inaugural, para que el discurso de la filosofa pudiese hablar del inundo, de la ciencia, de la ciudad; hasta empujar al heredero al parricidio terico de aquel anciano venerable y terrible (Teete

    to, 183c).De toda aquella tradicin de sabidura, hallada durante los aos

    i le la formacin y an en mayor medida despus, Platn fue sin duda I heredero crtico, pero sobre todo el liquidador testamentario. Hay un pasaje memorable del Sofista en el cual el extranjero eleata se despide con un desapego benvolamente irnico, donde sin duda se rellcja el humor del viejo Platn, que merece ser reproducido extensamente.

    Me parece que, tanto Parmnides como aquellos que alguna vez se propusieron definir cuntos y cules son los entes, se dirigieron a nosotros con ligereza. Me da la impresin de que cada uno de ellos nos narra una especie de mito, como si fusemos nios. Uno dice que los entes son tres, que a veces pelean entre s, y que otras veces, convertidos en amigos, llevan a cabo casamientos y nacimientos, y alimentan a sus descendientes. [Fercides de Sir, In de Quos?|. Otro dice que son dos, lo hmedo y lo seco, o lo caliente y lo fro, que cohabitan y se casan [ Alcmen, Arquelao? |. El grupo eleata, que parti de nosotros y que comenz con Jenfanes y antes an, expone en sus mitos que la llamada multiplicidad no es sino un solo ente | Parmnides|. Musas de Jonia y de Sicilia pensaron que era ms fcil combinar ambos mitos y decir que el ser es mltiple y uno, pues el odio y la amistad lo unen. Discordando siempre concuerda, dicen las ms speras de estas musas

  • ( J t i in ir In imnr< u>/>ic Vlntn

    |Hcrclito|. mientras que las ms suaves |Kmpc

  • l 'iu im - y Urales SS

    /.i, Jenofonte escri!);i que los sofistas son como las prostitutas (Re- t nenias Je Sonares, 1,6. i $). Tal escndalo parece en realidad excesivo (< I mismo no se produca con otros profesionales retribuidos como los mdicos, considerados por otra parte de condicin social infe- I inr). Sin embargo, es un reflejo de la incomodidad, el descontento, i I recelo de una aristocracia que necesitaba de los maestros sofistas, ia/n por la cual los hospedaba, los adulaba, les pagaba generosamente, y al mismo tiempo tema el potencial subversivo de su cultu- I I para con la tradicin autctona de la cual las grandes familias se lonsideraban depositaras. Se entiende entonces que la crtica ms peligrosa que un autor tradicionalista como Aristfanes pudiese di- I )> i r a Scrates ante la opinin pblica ateniense consistiera en equipararlo a l, un ciudadano con los maestros de la sabidura xi ranjeros mercenarios: una acusacin tanto ms creble por cuanto l.i prctica refutatoria de Scrates poda ser fcilmente equiparada ron las argumentaciones de los sofistas, si no en las intenciones s al menos en la forma.

    Ms concretamente, en lo relativo a las figuras de cada sofista y m i pensamiento, nos hallamos ante una situacin paradjica: la gran mayora de las informaciones de que disponemos al respecto proceden de Platn, su gran adversario, hasta el punto de que se puede .ilirmar tranquilamente que para nosotros ellos y l son sobre todo t /instrucciones platnicas. Cmo explicar esta paradoja? Platn vio irrtamente en el desafo planteado por la sofstica un fenmeno intelectual lo bastante importante como para requerir ante los con- i< mporneos y la posteridad no solo una refutacin, sino sobre lodo una labor de comprensin en el plano terico y de interpreta- I ion de una forma de vida y de accin. Por ello Platn reconstruy,o construy, en primer lugar las premisas tericas que en la prctica de los sofistas haban permanecido probablemente implcitas, su sentido general, sus consecuencias, hasta el punto de atribuir a sus adversarios una agudeza de pensamiento y una conciencia filosfica de las que tal vez ellos hubieran carecido y por las que ni tan solo se hubieran interesado. En segundo lugar, Platn recre los personajes

  • ( Ju iru c I r n io n n m /nr Platon

    de los sofistas poniendo en escena a figuras inolvidables como Gorgias, Protgoras, Prodico, Hipias o T rasmaco, inventando otras como Polo, Calicles, Eutidemo y Dionisodoro con el propsito de interpretarlos, refutarlos, convencerlos de la validez de la refutacin a que se les haba sometido: de forma que al menos ante el pblico de los dilogos, si no en la vida y en sus conversaciones con Scrates, los sofistas pudieran ser comprendidos de una vez por todas y finalmente, acaso, derrotados. Empresa esta nada fcil si se piensa que los maestros sofistas ocupan la escena de los dilogos desde los ms precoces, como el Protgoras y el Hipias Mayor, hasta algunos de los ms tardos, como el Teeteto y precisamente el Sofista, durante un perodo de trabajo filosfico incesante que se prolonga al menos por espacio de cuarenta aos.

    Cul era pues la naturaleza de un desafo tan poderoso como para hacer necesario tan esforzada labor de comprensin y refutacin ?

    Siguiendo a Platn y, en relacin con Gorgias, tambin a una tradicin escptica posterior, podemos reconstruir al respecto las caractersticas filosficas principales.

    Gorgias, de Leontinos, en Sicilia, parece haber sido el primero en fundar tericamente la autonoma de la dimensin retrica, persuasiva, y por tanto performativa del lenguaje, en comparacin con su vinculacin tradicional y parmendea a la verdad de las cosas y del ser. As pues, Gorgias sostendra segn cuenta el escptico Sexto Emprico estas tres tesis, i) Nada existe en sentido objetivo y absoluto; 2) aun si existiese algo, no sera aprehensible por el conocimiento humano, es decir, seguira siendo totalmente externo en relacin con la experiencia subjetiva; no hay relacin entre pensar y ser, ya que de otro modo existira cualquier cosa pensada, como un hombre que vuela o un carro que corre por el mar; 3) si en definitiva existiese algo y fuese comprensible, no sera comunicable a otros, ya que la cosa existente es radicalmente distinta respecto de la palabra comunicativa que debera transmitirla (Diels-Kr