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Georges Fradier Ver Y entender Algunos aspectos de la apreciación mutua de los valores culturales del , Oriente y del Qccident

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Georges Fradier Ver Y entender Algunos aspectos

de la apreciación mutua de los valores culturales del , Oriente y del Qccident

Ver y entender

Ver y entender

por Georges Fradier. 4

Notas sobre algunos aspectos de la apreciación mutua de los valores culturales del Oriente y del Occidente.

Ilustraciones de Shizume Moriharu.

Unesco

Publicado en 1963 por la Organización6 de las Naciones Unidas para la Educación,

la Ciencia y la Cultura. Place de Fontenoy, Paris-7e. O Unesco 1963 MC.63/Djj/S

Advertencia

Al presentar este folleto conviene señalar a la atención del lector su subtí- tulo : no se trata de una exposición sistemática, y mucho menos de consejos de carácter oficial, sino de una serie de artículos y de digresiones. Por otra parte, estas notas se refieren tan sólo a algunos aspectos de la comprensión y apreciación mutuas de los valores culturales del Oriente y del Occidente. Otros problemas más fundamentales, en lo que atañe a esos valores, han sido ya estudiados por especialistas calificados de casi todos los países del mundo que prosiguen su labor en esa esfera. En el boletín Oriente-Occidente que publica la Unesco, figuran periódicamente las reseñas de los estudios efectuados a este respecto en lo tocante a investigaciones, educación, infor- mación, filosofía, historia, arte y literatura; el lector los consultará con pro- vecho si quiere tener una visión panorámica de la obra que se lleva a cabo en virtud del proyecto principal de la Unesco relativo a estos problemas. Señalemos, por último, que este folleto ha sido concebido para los jóvenes -alumnos de liceos o de facultades - y también para los educadores y los dirigentes de organizaciones de la juventud. Varios jóvenes, estudiantes o no, han colaborado en este trabajo. Agradecemos muy particularmente la colaboración de los Sres. Mohcen Draz y Mohammad Husain, y de las Srtas. Tomiko Takeda y Olga Tellis; sin su ayuda no habrían podido escri- birse estas páginas.

Índics

Progreso y prejuicios

La comprensión universal a través de los sentimientos Un nortcamericano en Aagdad

L a prueba dc París

L a isla desnuda

Los Cuerpos-Santos

Icrishma Leela

Conclusión Sabcr para vcr, mirar para comprcnder

Anexo Lista de obras y documentos

varios sobrc las culturas de Oricnte

y de Occidentc, publicados con los auspicios de la Uncsco o

de lni comisiones nacionales dc la Unesco

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Progreso

?Es usted más inteligente que sus padres ? <Más generoso ? <Tiene usted más sensibilidad que ellos? <Utiliza con más valor su libertad? <Cree usted que las naciones, o simplemente los seres humanos, son menos hos- tiles, y que el mundo es menos incomprensible que lo que creían sus padres ? Nos gustaría hacer estas preguntas a los jóvenes que se pronuncian en

términos abstractos sobre el progreso, pues esta palabra despierta emociones cada vez más vagas. La mayoría de los jóvenes advierte, claro está, que existe un progreso de la técnica, de la ciencia o de la medicina. Tan sólo una minoría cree en el progreso de la moral, o bien los que creen en él no se atreven a decirlo. En cuanto al progreso de las artes, del pensamiento y de la literatura, es aún más difícil pronunciarse. Tenemos la costumbre de expresar con cifras las progresiones y mostrar su desarrollo por medio de gráficos, pero hay realidades que se resisten a ello. Claro está, siempre es fácil referirse al crecimiento constante de la producción literaria, musical, pictórica, y hablar de cientos de millones de lectores. Pero la verdad es que en el fondo no sabemos si los libros son mejores, los cuadros más her- mosos o los lectores más penetrantes. Así planteada, la cuestión carece de sentido. Es posible que personas competentes aborden un día la evaluación de

los resultados del proyecto principal llevado a cabo por la Unesco desde 1957 para fomentar la apreciación mutua de los valores culturales del Oriente y del Occidente. Tratarán de averiguar, por ejemplo, si los ingleses -probablemente los jóvenes ingleses - conocen y aprecian mejor, con más hondura y simpatía, los valores culturales de los chinos, y recíprocamente. Para ello será necesario establecer métodos ingeniosos, y proceder con

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suma paciencia. Sin embargo, en espera de ese día, podríamos esbozar desde ahora un panorama global, tal vez verosímil, de los progresos alcan- zados. En efecto, cabría felicitarse del progreso muy importante de la infor-

mación puesta al alcance de todos sobre la historia, la evolución, los pro- blemas sociales y políticos, los modos de vida, los paisajes, la religión y las artes de casi todos los pueblos. Habría que citar en primer término los esfuerzos realizados en la enseñanza, ya que desde hace poco tiempo los programas escolares de varios países incluyen el estudio de la historia y de las culturas de grandes regiones que hasta ahora se pasaban en silencio. Sería aiín más fácil mostrar la influencia creciente - siempre en el ámbito de los valores culturales - del cine, de la radio, de la televisión, de los periódicos y revistas, de la industria del disco, de la edición (reportajes, estudios, traducciones de obras clásicas o de novelas contemporáneas), etc. Cabría también insistir en la importancia de los viajes, cada vez más accesibles a los jóvenes, así como en la de las reuniones, de los festivales de la juventud o de los campos internacionales de trabajo voluntario, y subrayar, huelga decirlo, el extraordinario aprendizaje de la vida internacional que tienen ocasión de hacer los becarios que amplían sus estudios en el extranjero. Dicho sea con otras palabras, la cantidad de informaciones de que puede

disponer hoy un joven occidental, por ejemplo, sobre las costumbres, las preocupaciones y los juegos de los países orientales, no guarda relación alguna con lo que sus padres podían aprender a este respecto hace veinte años. Gracias a los programas radiofónicos puede haber oido un concierto de Smod indio o una orquesta de Bali; el cine le descubre la vida cotidiana y los trabajos de los campesinos del Nilo, o los espisodios más diversos de la historia medieval o contemporánea del Japón. Además, gracias a las películas documentales, tiene la posibilidad de ver Borobudur, Angkor Vat, Ispahan o el Taj Mahal. Los periódicos y las revistas se encargan de ofre- cerle una multitud de imágenes, en general hermosas y siempre pintorescas, de cada uno de los países a en vías de desarrollo », cuyo exotismo, contrastes o misterios nos brindan constantemente. Si la mayoría de los jóvenes occidentales disponen de tantas informa-

ciones sobre los países del Oriente, y si recíprocamente ocurre lo mismo con los jóvenes orientales, casi todos los cuales muestran gran afición por la música de baile y las películas importadas de América y de Europa, ?cabe decir acaso que se han alcanzado los objetivos del proyecto prin-

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cipal ? Podría dudarse de ello. Una amalgama de conocimientos superficiales, de nociones heterogéneas, de imágenes arbitrariamente desglosadas de su contexto, y de estadísticas aprendidas por casualidad, puede dar lugar a conversaciones brillantes pero no siempre entraña una verdadera com- prensión de la realidad. Cabe preguntar si, por el contrario, esas informa- ciones asimiladas por casualidad y sin esfuerzo no llevan en sí el peligro de provocar un hastío satisfecho; en efecto, a fuerza de ver cosas de aquí y de allá y de oír comentarios sobre cualquier tema, época o país, no tarda en creerse que se conoce y que se comprende todo. Las informaciones demasiado rápidas no tienen siquiera la ventaja de

acabar con los prejuicios. Recientemente, una iuj osa revista internacional presentó un reportaje sobre una familia japonesa ((típica ». Este tipo de reportajes es frecuente, y el que citamos era mejor que la mayoría de los que leemos habitualmente, pues daba muchos detalles precisosy sugestivos sobre la vida social y económica de la llamada (( clase media ». Al propio tiempo, para no descuidar lo pintoresco, el autor imistía en los famosos conflictos entre el pasado y los tiempos modernos, que 10s observadores descubren todo el tiempo en Oriente. Estos conflictos, o al menos esta tensión, se expresan de diversas maneras : en el plano lingüístico (las pala- bras extranjeras introducidas en el vocabulario), en el plano psiquiátrico (a fuerza de vivir parte en la era atómica y parte en la tradición, el individuo se refugia en la esquizofrenia), en el plano histórico (la edad media se pro- longa en el siglo xs). Este último aspecto es el que prefieren los periodistas que redactan el pie de las fotos : un pantalón es el siglo ss, un kimono la edad media; un astillero el siglo xx, un templo sintoísta la edad media Esto no es totalmente falso. Pero a fuerza de insistir en estos supuestos contrastes, lo que se logra es perpetuar involuntariamente una serie de pre- juicios : ((El oriental toma del Occidente su cultura científica (incluso, se agrega, su racionalismo), su comodidad, su política y sus diversiones; surge así un divorcio doloroso o risible entre su alma tradicional y oriental y su mentalidad moderna; el oriental corre a su pérdida al adaptarse a medios técnicos que no podría asimilar su cultura », etc. ... Para que nos acerquemos un poco más a la verdad propongo, por ejem-

plo, que se hagan reportajes y fotografías del mismo tipo sobre una familia (( típica )) de Wurtemberg. Sería facilísimo destacar los contrastes, e incluso las contradicciones insuperables que se dan entre la vida moderna de un ingeniero alemán y las tradiciones medievales de su hogar. Su madre, su

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mujer y quizá él mismo leen aún una obra arcaica titulada La Biblia, tra- ducida mucho antes de la revolución industrial por un monje cuya memoria se sigue venerando. En esta familia, el padre trabaja de día en una oficina ultramoderna, y de noche se reúne con sus amigos en un local de aspecto o de origen gótico y, entonando con ellos canciones rituales a veces muy antiguas, consume una bebida hecha con cebada fermentada cuya fórmula remonta a los germanos y a los celtas. Un joven chino que pasara unas semanas en Stuttgart advertiría estos

contrastes sin que por ello se le ocurriera deplorarlos; por lo demás, encontraría gentes que se los explicaran con bastante sentido del humor. La razón estriba en que las informaciones que se recogen en los viajes, siendo menos variadas que las de los periódicos, son más densas y no se graban solamente en la memoria. Las jiras individuales o en grupos, y sobre todo las reuniones internacionales, permiten cada año que un mayor número de jóvenes descubra a sus lejanos camaradas del Oriente o del Occidente. Ahora bien, una cosa es encontrar semejantes y otra, no tan fácil, descubrir un país, y sobre todo una cultura. Nada mejor, claro está, que poder expresarse y comprenderse en el plano de la amistad; el trabajo en común, los juegos colectivos, las resoluciones tomadas conjuntamente en favor de la paz y de la concordia, son actividades que merecen fomen- tarse. Pero a veces, las reuniones más armoniosas sólo dejan vagos recuerdos. Entrañan también el riesgo de una simplificación abusiva del problema de los valores culturales diferentes. Del prejuicio de las barreras infranqueables se pasa entonces al de la uniformidad: (( Somos todos iguales. En todas partes ocurre lo mismo, Tenemos las mismas necesidades, las mismas aspi- raciones ». H e ahí lo que se dice, con el riesgo de acabar concluyendo que todo esfuerzo intelectual es superfluo. Otro peligro, en cambio, acecha a los espíritus un tanto más exigentes

a quienes interesa la historia y las filosofías de la historia que están de moda. La tendencia a las generalizaciones, excelente para reaccionar contra la estrechez de las especialidades, lleva a veces a hacer afirmaciones teme- rarias en la esfera del pasado y de la geografía humana : así, pueblos enteros se encuentran sin más ni más clasificados en una civilización o en un grupo de culturas. Sea cual fuere su ventaja didáctica, conviene señalar el peligro de estas vastas explicaciones globales que, a veces, no son sino ilusiones ópticas que pueden engañar a las personas más cultivadas. Tiempo hace que se critican, por ejemplo, los toscos juicios de valor que se aplican al

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Oriente y al Occidente; sin embargo esos juicios dan pruebas de una mara- villosa resistencia. Así, por ejemplo, (( las luces del espíritu siguen encon- trándose en el Oriente; el materialismo continúa caracterizando al Occi- dente ... D Otros conceptos, menos vastos pero no por ello mejor compro- bados, siguen difundiéndose por el mundo; continúan publicándose, con firmas autorizadas, pensamientos sobre la felicidad a concebida en Occidente como plenitud vital y en la India como pérdida de la vida o disolución en el infinito ». Y en Oriente se encuentran siempre eminentes profesores que viajan a Europa seguros de anudar contactos provechosos con todos sus colegas, «ya que las gentes cultivadas, en Europa como aquí, hablan todas el inglés D. Por ello, en las páginas siguientes se tratará modestamente de proponer,

no un método de comprensión, sino algunas aproximaciones y actitudes. Se invitará asimismo al lector a pensar que los problemas del Proyecto Principal relativo a la Apreciación Mutua de los Valores Culturales del Oriente y del Occidente, son menos simples de lo que suelen imaginar acluéllos que los creen superados o resueltos. En estas páginas nos limita- remos a dar ejemplos de ciertos peligros y de algunas posibilidades. En la mayoría de los casos se hará referencia a situaciones concretas que pueden suscitar equívocos o incomprensiones, pero que asimismo pueden despertar - siempre que se haga el esfuerzo necesario -la comprensión, la aprecia- ción mutua y el enriquecimiento cultural.

La comprensión universal a t m e s de los sentimientos

La incomprensión mutua, la incomunicabilidad de las conciencias, de los grupos étnicos, de las culturas, o por lo menos la dificultad de comunicación entre los individuos, las culturas y los grupos, ?son invención de los inte- lectuales ? Probablemente. ?Existe para la gente humilde y sencilla un pro- blema de comunicación internacional ? Probablemente no. Si no exagera- mos, si no buscamos complicaciones superfluas, si no extremamos las suti- lezas, comprenderemos que todos los hombres son semejantes y que nada esencial se opone a su amistad. Como dice la canción : (( Si tous les gars du monde D etc. ...

Sería inoportuno detenerse en estas consideraciones si, para muchos jóvenes de nuestro tiempo, los problemas interculturales no estuvieran extremadamente simplificados y aun totalmente resueltos, por ejemplo, en cuanto 1 dos orientales descubren que se entienden perfectamente )) con dos occidentales. Los artistas, los escritores juzgarán que la comprensión que se obtiene o persigue de esa manera es demasiado elemental para merecer atención. Dirán que en muchos países de Europa, toda obra en construcción reúne, junto a los obreros locales, a obreros españoles, ita- lianos, norafricanos, portugueses, entre los cuales se establece una coope- ración muy positiva, pero cuyos intercambios culturales se reducen, forzoso es reconocerlo, a algunas canciones, algunas palabras o ideas que todos acaban por aceptar, a alguna que otra observación sobre la comida. Podría agregarse que esos albañiles no constituyen un exponente de sus valores culturales y por lo tanto no pueden comunicarlos. Sus relaciones son cor- diales, sería difícil pedir más. Los estudiantes de una gran universidad son en cambio, por definición,

personas instruidas, capaces de expresarse. Conozco a algunos de ellos, jóvenes biólogos, físicos, químicos, que frecuentan una facultad de ciencias muy famosa y muy cosmopolita. Todo parece indicar que los intercambios entre ellos son tan humanos (y a juicio de los intelectuales antes mencio- nados, tan vacíos) como los intercambios plurilingües o monosilábicos de los trabajadores a que antes hemos aludido. Europeos del norte y del este, tunecinos, marroquíes, africanos del Senegal al Congo, vietnaineses, japo- neses, franceses tanto de Parjs como de las provincias, Íraternizan con la misma sencillez en sus ciudades universitarias que en los anfiteatros y los laboratorios. Las diferencias de origen no sólo no son un obstáculo, sino que en muchos casos apenas llegan a percibirse con suficiente claridad para poderlas nombrar y dar lugar, por consiguiente, a planteamientos de tipo cultural. Se reconoce un acento extranjero sin preocuparse de determinar con precisión su origen. Un companero parece ser de Asia Sudoriental, pero sería superfluo tratar de averiguar más cuando ya se sabe que juega bien al tenis o se apasiona por la mecánica de los fluidos. Puede j uzgarse admirable esa indiferencia por las particularidades que

dividen a los hombres : orígenes raciales, creencias religiosas, idiomas, vínculos familiares y tradicionales. Por otra parte, cabe preguntarse qué valor tienen esas relaciones de camaradería o de amistad que prescinden de los elementos fundamentales de cada cultura. Pero la pregunta sería inútil. El hecho es que esas relaciones se establezcan en un plano en apa- riencia perfectamente homogéneo : el de los placeres y las preocupaciones de una generación, y en particular de los estudiantes o jóvenes científicos de la presente generación. Si los problemas de física, disecciones, análisis, si las funciones cerebrales activadas por el estudio y la investigación cien- tífica, ignoran las particularidades nacionales y culturales, los espíritus de los jóvenes impregnados de esa cultura sin fronteras no pueden imaginar que haya otra. A veces, en conversaciones más íntimas, sospecharán que existen muchas diferencias e incluso abismos; pero a falta de referencias, los atribuirán a azares individuales. Es posible también que los grandes problemas del momento provoquen declaraciones y, como suele decirse, ((tomas de posición »; las discusiones, confidenciales u oratorias, siguen siendo a pesar de todo una característica universitaria. Con motivo de crisis políticas, amenazas de guerra, la bomba atómica, los derechos de la juventud, películas de tesis o el control de la natalidad, las opiniones se expresan con más o menos originalidad y pueden en rigor, en tal o cual caso, llegar

a determinar una división en grupos o sectores opuestos dentro del medio universitario. Pero es evidente que, a ojos de los interesados, esos sectores de opinión no reflejan en modo alguno las divisiones culturales del mundo que han explicado los profesores de letras o de historia. Frente a ciertos problemas se podrán distinguir actitudes diversas de gentes de distintos partidos e incluso de diferentes ramas de estudios; pero esas actitudes no darán una idea de las diferencias culturales entre países o continentes, y por otra parte nunca serán un obstáculo para la comprensión, puesto que son demasiado fáciles de comprender o por lo menos así lo parecen debido a su trivialidad. Recientemente se efectuó una encuesta entre varios grupos de jóvenes

de dieciséis a veintidós años, en Canadá, India, Japón, Francia y Malasia. No se trataba de un sondeo de opinión; el cuestionario no tenía por objeto establecer una estadística de las opiniones políticas, religiosas o filosóficas de los jóvenes del Oriente y del Occidente, sino que trataba más bien de descubrir ciertos valores en los cuales el hombre funda su existencia «sin saberlo las más de las veces ». Los encargados de la encuesta pensaban que se podía encontrar (( en los valores aceptados por cada hombre en el fondo de su espíritu y de su corazón, un factor de acercamiento o por lo menos de mejor comprensión del prójimo ». A juzgar por las respuetas obtenidas parece, en efecto, que esa esperanza está en gran medida justificada; pero no es seguro que sea muy grande la diferencia entre la expresión de esos ((valores n y la de las opiniones exteriormente profesadas en los medios estudiados. La encuesta acaba de terminarse, pero todavía no se ha pro- cedido a su análisis e interpretación científica. La Unesco publicará a fines de 1963 los resultados. M e limitaré, pues, a hacer aquí algunas observaciones fragmentarias sobre ciertas respuestas que he podido consultar. <Cuál es la posición de los jóvenes frente al mundo y su evolución?

En su mayoría los interrogados están satisfechos de vivir en nuestros días : en Malasia el 81 %, en Canadá el 71 %, etc., salvo en el Japón donde el 60 % de los jóvenes hubiera preferido vivir, según dicen, ((hace IOO años ». Sin embargo, cuando se les pregunta si la humanidad progresa, el 66 % de los mismos japoneses responden que sí. Por lo demás, la pro- porción de jóvenes convencidos del progreso de la humanidad es más alta en la India y en Malasia, en tanto que el 409 % de los jóvenes franceses interrogados confiesan no creer en él. ?Cuál es la actitud de los jóvenes con respecto al extranjero y a lo exótico? En todas partes una mayoría

bastante débil se declara dispuesta a casarse con una persona de otra religión. Pero entre las jóvenes japonesas sólo el 26 yo de aceptaría casarse con un extranjero. Es cierto que en Francia el 63 % de sus contemporáneas se resisten a la idea de casarse con un muchacho de otra raza, aunque en su gran mayoría afirman cree en la igualdad de las razas. ?Es ese el reflejo de tendencias profundas, de una adhesión a valores

culturales antiguos o nuevos ? 20 se trata, por el contrario, de reacciones verbales a ciertas preguntas, unas indiscretas, otras apasionantes o anticua- das, según las opiniones que cambian rápidamente, como es sabido ? Los sociólogos nos lo dirán más adelante. Pero desde ahora se podría señalar que esas respuestas, esas estadísticas parecen dar indicaciones más abundantes sobre la mentalidad de la juventud hacia 1960 quc sobre los rasgos carac- terísticos de los jóvenes nacionales de los países de que se trata. No es que todas las respuestas sean evidentes ni que, sobre todo, se puedan prever las conclusiones a que ha de llegarse mediante un análisis severo: ya a primera vista aparecen las sorpresas. Por ejemplo, en ninguna parte se encuentra una mayoría dispuesta a visitar otro planeta salvo en Malasia, y especialmente entre las jóvenes malayas por oposición a las de otras comu- nidades de este país. A la pregunta : (( ?Cree usted que la muerte significa el final definitivo del individuo ?», hay menos de un tercio de respuestas afirmativas en todas partes, salvo en Canadá, donde la proporción de jóvenes que no creen en la supervivencia en el más allá es muy inferior (8,s Yo, si bien el 13,6 % declaran no lo sé D) y en Francia, donde es más alta (el 34 /& no creen en la supervivencia, y el 6,8 yo se niegan a responder). Pero si ciertos lectores se sorprenderán ante estos resultados, otros los encon- trarán obvios. Tratemos de esbozar un retrato somero de la juventud de un gran país

determinado hojeando las respuestas dadas al cuestionario. La mayoría de los muchachos piensa llevar una vida tranquila y regular; su preocupación actual es la educación, el éxito en los exámenes. La mayoría de las mucha- chas, más preocupadas por los problemas familiares, desea por otra parte una existencia variada, llena de acontecimientos. Entre todos esos jóvenes de ambos sexos, casi todos estudiantes, la mayoría cree que los hijos, de tres a diecinueve años, pueden muy bien ser educados fuera del hogar por (( expertos », sin separación de sexos. Por lo que se refiere a las diversiones, esa mayoría prefiere, sin vacilar, el cine. En el sufrimiento busca consuelo primero en los amigos, luego en la soledad, después en la naturaleza (sólo

las muchachas mencionan en último término la religión). Los dos sexos estiman en su mayoría que vale más obedecer que mandar. Por otra parte declaran que la vida vale la pena de vivirse para bien de la humanidad, luego para bien de la nación y por último para bien del grupo y de la familia. Proyectan consagrar sus energías a la humanidad en primer lugar, luego a la ciencia, a la investigación (después, en última instancia, los muchachos mencionan el confort personal y las muchachas la libertad y la gloria). Por último, la gran mayoría está satisfecha de vivir en nuestra época, tiene el convencimiento de que la humanidad progresa y su interés por el futuro es tan vivo que los organizadores locales de la encuesta hacen el comentario siguiente : (( En otros términos, puede decirse que esta juventud concede poca o ninguna importancia a los valores del pasado ». (Qué país es esse ? (Canadá ? (Japón ? (La Unión Soviética ? En modo

alguno; ese país es la India. No me atrevería a afirmar que ese retrato hecho a base de estadísticas

(que el análisis hará más complejo), da una idea muy exacta de la juventud india, de su manera de vivir e incluso de pensar. Es de temer que sólo sea un esquema desprovisto de todos los matices que precisamente sirven para distinguir a los indios del resto de la humanidad; pero aun así, el esquema tendría la inmensa ventaja de mostrar que el resto de la humanidad )) puede entenderse sin dificultad con los jóvenes indios, cuando se trate de cine, de la educación de los hijos confiados a técnicos, de la defensa del orden social y del futuro de la humanidad. Para las relaciones privadas, colectivas, politicas, internacionales, esas cuestiones son importantes. Desde luego, los valores culturales permanecen en segundo plano. Pero la com- prensión mutua entre los jóvenes y, por extensión, entre los pueblos, va por buen camino. En realidad está ya lograda, por poco que nos detengamos a considerar las ideas y sobre todo los sentimientos que están en el aire, constantes probablemente universales que definen a una generación. Dicho lo cual, se podría sugerir que las experiencias individuales dan un

tipo de comprensión no por distinto menos sensible.

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Un norteamericano en Bagdad

Un día conocí en un avión a un joven norteamericano que acababa de pasar una semana en Bagdad sin hablar una palabra con nadie. Por lo menos así decía él. (( Quería conocer la ciudad y para ello las conversaciones son inú- tiles. Por otra parte, como ignoro el árabe, pude comportarme como un perfecto analfabeto, sin periódicos, sin libros. Caminé mucho al azar y nunca perdí el tiempo al extraviarme. Quería sentir la ciudad ... », m e dijo. Había recorrido las dos orillas del Tigris y, deteniéndose cada día a la

hora del crepúsculo en el puente de la Victoria, había llegado a ser un sutil catador de los colores, los movimientos, los matices del paisaje y del río que lo anima. En el momento en que el oro pálido del cielo se torna anaran- jado y luego púrpura, suelen quedar en el poniente grandes lagos de luz donde flotan esas nubes en forma de volutas, de aspecto comestible, con que los pintores persas, a imitación de los chinos, adornaban sus miniaturas. Cuando sobre esa claridad se recortaban una fila de palmeras a la izquierda, los minaretes y cúpulas a la derecha, cada vez más negros, cada vez más netos, el norteamericano había sentido más de una vez que las lágrimas afluían a sus ojos. Había descubierto la luna, o más bien una media luna delgada con las dos puntas vueltas hacia el cenit, media luna islámica y preislámica que el joven volvió a encontrar en las joyas de oro de las prin- cesas babilónicas del Museo Arqueológico, y también en las orejas de las mujeres de los barrios populares. Había errado por los zocos o por lo que de ellos queda, por callejuelas y callejones ; había presenciado grandes tra- bajos de demolición, pues la ciudad se estaba renovando; había pasado bajo los andamios. Había rondado en torno a los bancos, a las mezquitas, llegando a mezclarse con la multitud de creyentes en el patio de un famoso santuario de las afueras cuyo nombre no podía pronunciar : el de Kaximein. Se había deleitado en el Museo Arqueológico donde se amontonan los tesoros de Sumer, Babilonia y Assur, estatuas y joyas, estelas y tabletas, los primeros escritos del hombre y los vasos más antiguos y más hermosos del mundo; se había visto allí en medio de los grupos de escolares a quienes se hace visitar esas maravillas para imbuirles de un patriotismo mesopotámico de raíces cinco veces milenarias. Pero no se conformó con eso; también visitó concienzudamente otros museos más modestos donde se conservan los monumentos recientes de la historia y los del arte musulmán. Por último había tomado el té dos o tres veces, sentado en terrazas o bajo verandas

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decrépitas, escuchando el mayor tiempo posible discos importados de El Cairo entre apacibles señores que respetaban su mutismo sin dificultad. Una noche, fatigado de recorrer las avenidas desiertas del barrio nuevo que se extiende al este de la ciudad, tuvo la alegría de que la policía le detuviera y le llevara hasta su hotel en un ((jeep »; otra noche, en un oscuro dédalo de callejas cerca del río, dos niños acudieron en su ayuda y, llevándole uno de ellos de la mano, le acompañaron hasta las ya familiares tiendas de Raslid Street; pero no había podido comunicar sus impresiones ni a los niños ni a los policías.

<( Poco importa, decía. Ahora tengo en la cabeza mi plano de la ciudad donde figuran no sólo puntos de vista, sino sobre todo ruidos, olores, imá- genes complejas en las que se mezclan toda clase de sensaciones. Es indu- dable que no sé lo que piensan los habitantes de Bagdad. Sus opiniones políticas, sus preocupaciones sociales y económicas, metafísicas, sindicales o militares m e son igualmente desconocidas. Pero sé lo que sienten, lo que ven, lo que oyen, lo que respiran, cómo andan, comen, se visten. Cuando m e detenía a contemplar el río, a la puesta del sol, nunca estaba solo. ?Quién puede decir que esos iraqueses m e son tan extraños como hace ocho días ? Le aseguro que los adivino. Y siento por ellos verdadero afecto. Ahora m e sentiré toda la vida muy cerca de ellos ... D Lamenté que tal esfuerzo de comprensión o de intuición fuera unilateral.

Por falta de tiempo y de conversaciones ningún habitante de Badgad había podido apreciar a su vez las cualidades del joven, tímido pero generoso. Pensándolo bien, parece exagerado exigir reciprocidad en un caso semejante. Sería maravilloso que todas las ciudades inspiraran en una semana, aun sin saberlo, tanta amistad a los viajeros sensibles.

La prueba de París

Para un joven norteamericano, futuro profesor de literatura inglesa, Bagdad era esencialmente una ciudad exótica, de la que sólo se pueden explorar en pocos días la superficie, las luces, los perfumes, las sombras. Para los jóvenes instruidos que vienen de las grandes ciudades de Oriente, París no es exó- tica. Mucho antes de llegar, desde su infancia, han leído y escuchado tantos relatos, han visto tantas imágenes de su historia o de sus monumentos, de sus modas o sus aventuras, que esta ciudad se ubica con toda naturalidad

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en su concepción del mundo. A lo sumo reconocen en ella uno de los sím- bolos del Occidente, entre otros llamados Londres, Moscú, Nueva York, Roma, y Shakespeare, Tolstoi, Einstein, Picasso, Louis Armstrong, Le Cor- busier, Fellini, Chanel, según los momentos y los gustos. Por otra parte, si las culturas árabe, china, india, irania, etc., son todavía para el occidental inmensos territorios misteriosos que han de descubrirse con ciencia y paciencia, la cultura europea y, en este caso, la francesa, no oculta en apa- riencia ningún misterio; apenas hay diferencia entre ella y los programas escolares vigentes en todos los buenos establecimientos de enseñanza de Oriente. H a de recordarse, por ejemplo, que en la mayoría de los países de Asia, los manuales y los profesores de historia se extienden mucho más sobre Europa que sobre Asia, se interesan más por la Guerra de las Dos Rosas que por las conquistas de Ashoka; y sólo los occidentales siguen creyendo que las ciencias naturales son exclusivas del Occidente. Por eso los dos jóvenes orientales cuyos testimonios estamos utilizando

no esperaban descubrir lo desconocido, ni en el mapa, ni en sí mismos. Uno de ellos, un egipcio de veintinueve años, prepara el doctorado de letras; la otra, una india de veintidós años, es ya periodista profesional. Llegan a París con pocos meses de intervalo, para enfrentarse, no con libros, cuadros, edificios, obras de teatro o conciertos, sino con la ciudad misma y quizá también con algunos de sus valores culturales encarnados en lo coti- diano y vividos con más o menos fortuna. Tanto para el uno como para la otra la primera impresión fue decepcio-

nante. París no les deslumbró de inmediato. No se produjo el flechazo. El primero esperaba encontrar algo parecido a El Cairo : a París no me

causó una gran impresión ... Mi impresión hubiera sido mayor si, por ejemplo, después de vivir en una de nuestras aldeas aisladas donde faltan todavía el agua corriente y la electricidad, donde las viviendas son toscas construcciones de tierra cuya iínica pieza cobija a la vez al amo, a su mujer a sus hijos, a su búfala y a su camello, me hubieran transportado brusca- mente a una de nuestras modestas capitales de distrito donde las calles pavi- mentadas permiten un continuo tráfico de vehículos y los edificios de piedra tienen tres o cuatro pisos en cuyo interior puede hacerse el día o la noche oprimiendo simplemente un conmutador ... )) No hay sorpresa posible para un habitante de El Cairo que, al partir para París y antes de cerrar la puerta de su piso, ha tenido la precaución de desconectar su nevera, comprobar que las llaves de gas están cerradas y colocar el transistor en su maleta ... ))

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a Llegué durante un invierno invariablemente oscuro y lluvioso, y durante los primeros días mi preocupación fue sobre todo caminar pegado a la pared, la cabeza hundida entre los hombros para tratar de mojarme lo menos posible. Cuando alzaba la mirada para leer el nombre de una calle, veía casas imponentes en su uniformidad, pero tan grises y tristes que pensé en un incendio reciente cuyas llamas y humaredas hubieran lamido y ensu- ciado todas las fachadas de París ... ». La periodista india no pensaba en Bombay; avanzaba hacia la ville-lhvihe

de los carteles de turismo : G una ciudad de ensueño, cuna de la moda y la elegancia, patria de hermosas mannepim, incomparable en el arte de agradar ... Llego con el corazón palpitante ... iAy, qué fácil es cruzar la fron- tera que separa el sueño de la realidad! Era una mañana glacial y lluviosa; inquietantes nubarrones pesaban sobre la ciudad. Cerré los ojos, con un desengaño pueril, y volví a abrirlos para mirar, sin comprender bien, auto- móviles y autobuses corriendo a toda velocidad, gentes que se precipitaban en todas direcciones, viejos edificios formidables ... <Es éste el (( alegre París »... frío, hostil, cruel con el extranjero ?)). Pero después de la decepción del primer encuentro, llega la época del

descubrimiento gradual en que cada uno aplica un método personal, más o menos audaz, más o menos prudente. El estudiante egipcio compara las costumbres y la vida familiar de su país con las que intuye en Francia. (( <Hasta qué punto esta fiebre (1. agitación parisiense) permite una orga- nización de la vida doméstica ? <Existe una verdadera vida familiar, o bien este tipo de vida activa entraña forzosamente una gran independencia indi- vidual y por consiguiente una dispersión inevitable de los miembros de la familia, una libertad total y quizá peligrosa para los muy jóvenes ? Estos, muy atareados y muy independientes a la vez <cómo ordenan su vida? En nuestras familias la madre, que por lo general se ocupa únicamente de educar a sus hijos y administrar la casa, ejerce una vigilancia constante: conoce los horarios de cada uno de sus hijos o hijas, que deben reunirse en todas las comidas y están obligados a decir con quién salen, a dónde van y a qué hora estarán de regreso. Pero <qué es mejor? <Esa vigilancia estricta o la completa libertad ? ». D e esa manera el joven egipcio descubre ciertos aspectos de la libertad

(y sus peligros), la igualdad de los sexos (y sus inconvenientes, como la decadencia de la galantería), y por fin el placer de cambiar de opinión.

a Creo que muchas veces me he equivocado en mis deducciones; por lo

menos comprendo ahora que mi juicio apresurado se basaba en apariencias. Al conocer mejor a la gente, advertí que no pocas muchachas cenan en su casa y van a misa con sus padres ...; que hay muchas personas desinteresadas y generosas. Y una joven alemana me decía que estaba encantada de la galantería de los franceses ... N La viajera india se contenta con mirar a su alrededor, sin apresurarse,

acercándose cada vez más a la realidad. Se abstiene de comparar, pero <( poco a poco las nubes se dispersan, sale el sol y, con él, nace la esperanza de lo que podría brindar París. Los viejos edificios parecen menos sombríos, menos severos. La noche opera una transfiguración sorprendente.. . Pero sobre todo uno se despoja de su mentalidad de turista, se deja llevar por la corriente de la vida parisiense y advierte en seguida el reverso de la medalla : una realidad dinámica, una cálida y sincera humanidad ». Este periodo está consagrado también a la enseñanza: un oriental en

Occidente se ve obligado a responder a las preguntas más extrañas. (( Un día m e preguntaron, creo que sin malicia, si iba a la escuela en mi caballo árabe. D Los europeos parecen exigir todavía más de una india : (( Sí, es cierto, entre nosotros son todavía muchos los padres que conciertan el matri- monio de sus hijos ... Sí, la religión, las creencias religiosas desempeñan un papel importante en la vida del individuo ... No, no existe religión del Estado, la India es laica, y no sólo hay hindúes, sino también musulmanes, parsis, cristianos, budistas, jainistas ... No, por Dios, no he aprendido el inglés en Inglaterra, lo he hablado siempre; pero el hindi es lengua nacional, y tenemos además catorce lenguas regionales importantes ... <Cómo ? <Esta marca en la frente ? Se llama tihk. Para las mujeres hindúes tiene un signi- ficado especial : las casadas lo llevan rojo; las solteras, negro o verde oscuro. Pero ahora casi todas usamos el tilak porque armoniza con el sari, forma parte del maquillaje ... ?Miseria ? Sí, es cierto, la India es un país pobre; pero se hace mucho por aliviar esa miseria. No olvide que nuestra población aumenta a un ritmo aterrador, y que para limitar ese ritmo se tropieza con obstáculos religiosos ... Además, en la India hay de todo: riqueza y pobreza, ignorancia y saber, virtud y vicio, progreso y estancamiento. M á s o menos como en todas partes ?no es cierto ? Artesanado rural y también grandes industrias ... Pues ... sí, se lo aseguro, tenemos pintores, escritores, músicos, filósofos ... ¡No, por favor: los tigres y los elefantes no andan sueltos por las calles! ».

Se observará que los huéspedes hubieran podido encontrar esos datos en

un manual de geografía de segundo año de bachillerato o incluso en la prensa diaria. Pero así son las cosas. En cambio, sin interrogar - al menos en apariencia - nuestra periodista va adquiriendo conocimientos mucho menos elementales sobre Europa, o sobre París por lo menos. En las pre- guntas que a menudo se le hacen sobre las religiones y las filosofías de la India, descubre cierta nostalgia primero, y después auténticas preocupa- ciones espirituales que la obligan a dudar del (( materialismo grosero )) que antes consideraba de buen tono atribuir al Occidente superindustrializado ... Por otra parte, dice, ((pronto comprendi que París no es únicamente una ciudad para el placer. Existe, desde luego, un París de evasión al que llegan con entusiasmo gentes del continente y de ultramar, pero existe también el París que trabaja y estudia, el París sensible y humano. La época y las concepciones modernas del progreso pueden darle cierta artificialidad, pero el verdadero París, que no conocíamos, no cambiará nunca; bajo el oropel tiene raíces profundas.. . ». Pasan algunas semanas o algunos meses, y París, donde los jóvenes ya

no se sienten ni como viajeros ni como invitados, no tiene ya nada de hostii ni de extraño; se desmoronan las fachadas de la publicidad y detrás de ellas se aclaran los misterios ... ((Calles, árboles, transeúntes, me eran cada día más familiares, cuenta el estudiante egipcio, al punto de olvidar que me encontraba en país extranjero. ¿Cómo sentirse fuera de lugar en el barrio de la Sorbona, por ejemplo, o en la Ciudad Universitaria, donde se mezclan y codean toda clase de colores, razas, nacionalidades, culturas, religiones e indumentarias ? Uno se siente casi mejor que en el propio país, pues está en todo el mundo a la vez. Cuando por fin salió el sol sobre París, observé un cambio completo (ten mí o en los demás ?) : me pareció que los rostros se abrían, que asomaba en ellos cierto placer de vivir. A mi alrededor todo el mundo era más afable, más sonriente, más espiritual quizá ... París me gustaba cada vez más ». En ese aprendizaje o en esas metamorfosis, las estaciones desempeñan al

parecer un papel importante; pero cualquiera de ellas puede ser la preferida : para un egipcio, la primavera; para una india, será el fin del verano : (( Por fin empiezan a verse niños en las calles y plazas, dice, y esos adolescentes que suelen tener un aire más grave que los adultos ... A medida que los comercios resucitan, exhibiendo una abundancia inimaginable un mes antes, el paisaje parece cada vez más hermoso. Se siente la tibia caricia del sol sobre las aguas rizadas del Sena, sobre los árboles amarillentos ... N Pero

en realidad <no ha sido el tiempo del aprendizaje, el tiempo dedicado a trabar amistad con la ciudad, el que le ha conferido ese color, esa belleza ? Esos jóvenes descubren a su alrededor (y también en sí mismos) un París indescriptible, una ciudad muy abierta y a la vez muy secreta, muy acogedora pero a la que hay que conquistar, y que cada uno posee como dueño exclu- sivo. Hace mucho tiempo que los escritores la celebran así en todas las lenguas; se la podría llamar el París de los extranjeros, siempre que se incluya entre éstos un buen número de franceses de provincias. «Poco a poco se llega a querer a esta ciudad como si fuera una cosa propia, dice la periodista de Bombay. Uno termina por elegir su bar o su café del que poco a poco se llega a conocer a todos los clientes. El recién llegado encuentra al cabo de cierto tiempo un rincón donde se siente como en su casa, donde es adoptado. El escritor y el que sueña con serlo, el artista y el que se consi- dera tal, las gentes sencillas y los (( snobs », los normales y los anormales, los filósofos y los estudiantes, todos encuentran aquí su lugar y su camino. >) Es evidente que se podría analizar mejor ese encanto al cual confiesan

sucumbir estos viajeros. En todo caso, sus breves testimonios revelan que existen en la ciudad y en los ambientes por ellos explorados hábitos de curiosidad y de libertad, un sentido de la hospitalidad y una tolerancia dignas de ser calificadas, en sentido amplio, de valores culturales. Hay diversos grados de comprensión, es cierto; pero esos valores difusos, pocas veces nombrados, o presentados sin ostentación, son los que seducen con la misma simplicidad a un estudiante egipcio que a una periodista india.

Esta úlu’ma nos confía, además, sin añadir comentarios, que (( comprendió muchas cosas frente a las vidrieras de la catedral ». Hela pues situada, y a nosotros con ella, ante otros valores muy diferentes que ya no ponen de relieve necesariamente la semejanza de todos los seres humanos. La reflexión sobre el tema puede dar lugar a investigaciones o discusiones un poco más complicadas, sin llegar a los largos estudios ni a la erudición apasionada de los especialistas. Pero las obras de arte y a veces las escenas callejeras, no hablan de inmediato al corazón; para entregar su secreto sobre los pueblos o las culturas, exigen cierto esfuerzo. Los capítulos que siguen ofrecen dos o tres ejemplos de ello.

Entre todas las islas que componen los nobles y delicados paisajes del Mar Interior del Japón, el cineasta Kaneto Shindo escogió un islote de z hectá- reas como tema de una película extraordinaria que se considera a la altura de las obras de Robert Flaherty y, en particular, de la titulada El hombre de Arála. Es una película en la que no ocurre nada o, si se quiere, en la que acaecen múltiples acontecimientos tan inútiles como densos, pero sin enlace narrativo. La isla, rocosa y de tierra pobre, es habitada y cultivada minuciosamente, centímetro por centímetro, por una pareja todavía joven que trabaja sin cesar, de la madrugada a la noche, con la obstinación y hasta el frenesí que atribuímos a las abejas y a las hormigas. Tienen dos hijitos, el mayor de los cuales pasa todo el día en la escuela de la gran isla de enfrente, a la que sus padres tienen que ir cada hora a buscar el agua. En efecto, en el islote no hay ni fuente, ni manantial, ni una sola gota de agua potable. Así, durante la mayor parte del año su vida consiste en ir y venir en barca para traer agua dulce en cubos que transportan por medio de un balancín, desplazándose cuidadosa y lentamente hasta la cumbre de su colina para regar, una a una, las plantas de judías y de patatas dulces. En esa forma han conseguido incluso cultivar maíz y trigo. Plantar, binar, regar, remar, trans- portar, cavar, volver a remar, a regar ... H e aquí toda su existencia. Apenas interrumpen esos trabajos para comer y dormir. En la gran isla -el mundo exterior - no conocen a nadie : para ellos sólo es el lugar de donde procede el agua, donde está la escuela, donde hay tiendas a las que van rara vez y con gran respeto, y donde vive el médico, ese médico que un día llegará demasiado tarde, cuando uno de los niños ya ha muerto. La película está impregnada de esta sencillez: en ella se ve a las gentes vivir, trabajar y

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morir sin pronunciar palabra; y no es que se trate de una película muda, sino simplemente no hablada. La fotografía es admirable y, sin embargo, el público no siempre percibe la belleza de las imágenes, pues está absorbido constantemente por los dos personajes principales o, mejor dicho, por la intensidad de la actuación de dos grandes actores, Yasuji Tonoyama y Nobuko Otowa. Una japonesa (J) y un europeo (E) han visto dos veces esta película. H e

aquí su diálogo, cuyo contenido didáctico y ritmo algo acompasado no sorprenderán a quienes conocen la seriedad de los estudiantes japoneses.

E. - Cuando estuve en el Japón hace unos meses, m e pareció que la película L a isla ríesntidd era poco o muy mal conocida. Pregunté a varias personas, y m e contestaron vagamente : N Ah, sí. Una película documental <verdad ? ».

J. - Nadie se interesó mucho por esta película en el Japón antes de que el Occidente la (( descubriera D. <Película documental ? En efecto, Shindo Icaneto es el conocido autor de varias películas, cortas y largas, de espíritu proletario, de testimonios directos, filmados tal vez con la intención de denunciar una injusticia: algo así como un realismo socialista. Por otra parte, admiró mucho al público que la actriz Otowa, que suele desempeñar papeles de dama distinguida, se hubiese (( rebajado )) a encarnar un personaje sudoroso y hasta sucio a veces. Pero sucedió que este film se consideró como notable en el extranjero, ganó el premio del Festival de Moscú, y entonces se le calificó en Japón de (( melodrama ». E. - iCurioso calificativo! Pero supongamos por un instante que se

trate realmente de una película documental. En tal caso cabe preguntar: ?Qué se aprende en ella sobre el Japón ? Prescindamos de la belleza de los paisajes. Se ven esos campos, esos arrozales dispuestos como jardines tra- zados con tiralíneas y pulidos con piedra pómez. Se adivina, más que se ve, un tráfico incesante de barcos, remolcadores, paquebotes, etc. Y hasta se visita una ciudad ruidosa, trepidante y trabajadora. J. - La ciudad es Onomichi. M e parece útil mostrar esta ciudad al

mismo tiempo antigua y moderna, de importancia media, y hacer ver esos paisajes que pueden considerarse como típicos. Luego hay las casas: un extranjero que jamás haya visto, ni siquiera en película, las casas japonesas, apenas logrará imaginárselas. Así, por ejemplo, la palabra N casa x evoca en un español la imagen de una construcción de piedra (algo insólito en el

Japón) o de ladrillos, con su tejado de pizarra negra o de tejas coloradas. Para nosotros, en cambio, la casa es ante todo un conjunto de pilares y de vigas de madera al descubierto, y la tierra enjalbegada que cubre el armazón de bambúes trenzados con el que se hacen los muros. El tejado es de tejas grises cuando no de paja. Toda la construcción está ampliamente abierta a la naturaleza, gracias a grandes puertas corredizas. H e aquí todavía una palabra que se presta a equívocos. La puerta de papel (shoj) como el tabique de papel (fusuma) y el famoso tatami con el que se tapiza el interior, constituyen otros tantos elementos indispensables que hay que conocer bien para formarse una idea de la casa japonesa. E. - Verdad es que esto se percibe en la película. Sin embargo, la

cabaña donde habita el matrimonio del islote es demasiado miserable para corresponder enteramente a tal concepto del hogar. <Habrá que deducir de ello que todos los campesinos japoneses son tan pobres? J. - D e ningún modo. En conjunto distan de ser pudientes, a pesar de

la riqueza que producen para el país, pero por otra parte los personajes de L a isla desnuda no son propiamente miserables; no se mueren de hambre, y se visten muy decentemente. Sin embargo, las gentes que viven en ese grado de pobreza y trabajan tan duramente constituyen una minoría muy reducida. E. - En definitiva, pues, <no se tratará de una película de tesis, desti-

nada a denunciar la triste suerte de esa minoría ? J. - Sí. A mi juicio el cineasta parece haber partido de esta actitud de

reivindicación; pero siendo demasiado artista y demasiado poeta para darse por satisfecho con ello, ha terminado por hacer una obra poética. E. - También lo creo. Y hasta una tragedia. Con el pretexto de describir

la condición de una familia de campesinos en un rincón del suelo japonés, la película va mucho más lejos. Diría que es casi una tragedia, pero falta algo en ella para serlo del todo. J. - <Qué? E. - El lenguaje. Esas gentes viven juntas, sufren juntas, y nunca se

dirigen la palabra. Entre las características que distinguen al hombre de los demás animales se cuenta en primer lugar el lenguaje; al menos así suele pretenderse. Ahora bien, esos personajes no dicen nunca nada, absoluta- mente nada, de tal modo que cabría preguntar si están verdaderamente juntos o simplemente yuxtapuestos en pleno aislamiento.

J. - iAh, sí, la ausencia de comunicación! Eso siempre sorprende a los

extranjeros, y ya m e lo han senalado varias veces. <( jC6rno ? ?No tienen nada que decirse ? D Pues bien, ese silencio yo ni siquiera lo había notado. Es que entre nosotros no se suele decir nada; en los momentos de gran emoción o cuando se sufre un dolor extremo, nuestras gentes callan. E. - Ahora pienso en aquella escena atroz en que la mujer, después de

haber trepado una vez más por la colina con su provisión de agua, infinita- mente preciosa, tropieza y vierte uno de los cubos. El marido la mira, se acerca a ella y la derriba de un bofetón. Ese bofetón es su único medio de expresarse. J. - Y sin embargo quiere mucho a su mujer, sin duda alguna. No le

pega por mera brutalidad. Ella cometió una falta involuntaria, y él resta- blece el orden de las cosas. Pienso que ella lo comprende así. M á s adelante la mujer mira la gran isla por la noche; está sola y contempla de lejos los fuegos artificiales (se trata probablemente del 16 de agosto, la fiesta de los miiertos, asociada al fuego; cerca de los fuegos artificiales se ven las barcas iluminadas). L a mujer sigue contemplando la isla, y su marido se le acerca por detrás. No dice nada. ?Es que no sabe dirigirle unas palabras de con- suelo ? No; no sabe decirle que él también sufre y que la comprende. Y ella ni siquiera sabe que su marido, inmóvil durante un momento, la contempla con el corazón desgarrado. Sin pronunciar una palabra se dirigen cuesta arriba, cada uno con su pala, para enterrar las cenizas de su hijo. E. - <Quiere usted decir que saben por instinto que ninguna palabra

podría aliviar un dolor tan profundo ? J. - No es eso: los japoneses saben también perfectamente que alivia

no sentirse solo en la desgracia, y que la compañía da más valor para soportar una gran pena. E. - <Será, pues, a causa de cierta torpeza ? J. - Sin duda alguna. Pero esa torpeza es tan frecuente que ya no nos

sorprende. H e aquí la prueba: por mi parte, el silencio en esta película m e ha parecido normal y natural; aun prescindiendo de que ésa haya sido la intención del cineasta. Los miembros de esa familia no se dirigen la palabra, con lo cual no puedo dejar de pensar en mi propia familia. Procuro com- prender porqué nos expresamos tan poco y tan mal entre miembros de una misma familia, entre marido y mujer, hasta entre enamorados. Tal vez seamos más expresivos entre amigos o camaradas ... Al principio de mi estancia en Europa me sorprendió ver a los niños de la casa (dos estudiantes de escuela secundaria y uno de la primaria) que charlaban con los mayores

durante las comidas. Ni siquiera vacilaban en contradecir a su propio padre, que llegaba a contestarles sosegadamente cuando había lugar : c Pues sí tienes razón)). Jamás en mi casa hubiera yo soñado en discutir con mi padre. Incluso creyendo que tal vez no tuviera razón, no me hubiese atrevido a decirle : G Papá, eso no lo pienso así, pues creo que ... )) $e hubiera enfa- dado ? <Lo hubiera tomado bien ? No lo sé, y jamás intenté saberlo. Y por lo que se refiere a mi madre, nunca he hablado, lo que verdaderamente se llama hablar con ella. E. - Tal vez sea un signo de docilidad, o de espíritu de obediencia. J. - No, y no hay que buscar la explicación por ese lado. Es más bien

que toda discusión es inconcebible, y no digamos nada de las puras charlas ... E. - Sin embargo, la sociedad japonesa evoluciona, y las relaciones

entre padres e hijos también ... J. - El Japón acaba de pasar por transformaciones sociales tal vez más

bruscas y violentas que las ocurridas en cualquier otro país. Pero, ¿cómo decirlo ? Escuche usted : hace dos siglos, en el Japón se representaban dramas con gran éxito en los que el héroe mataba a su hijo para salvar al hijo del señor y cumplir con un deber de lealtad. En tales casos se aplaudía al héroe sin vacilación. Pues bien, hoy en día el público todavía llora abundante- mente con tales dramas, sin preguntarse si el padre tiene derecho a matar a su hijo. Durante la ocupación norteamericana se prohibió la representación de una tragedia de este género, porque la moral feudal en que se inspiraba se oponía a la democracia y a los derechos humanos. Pero unos años más tarde se volvió a representar ante un público entusiasta. La razón y la ley han proclamado los derechos del individuo, y hasta los del niño. Evidente- mente en la actualidad nadie mataría a su hijo para salvar al hijo de su supe- rior. Pero, así y todo, el público contemporáneo no ve nada criminal ni inmoral en esa tragedia. E. - <Y cómo hay que interpretarlo? J. - A mi juicio, la vida de familia no se inspira en los principios que

convienen a nuestra época, y todavía nos falta mucho para librarnos por completo de los vestigios de la bella moral confuciana. E. - <Dice usted la bella moral ? J. - Sí, porque en verdad lo era. Por lo que se refiere a la vida conyugal,

existe una mayor igualdad que hace quince años. La situación de la mujer ha variado. En la película de que hablamos hay hacia el final una escena que me parece altamente significativa. La mujer, llena de cólera, vuelca

Foto Kindai Eiga Kyokai.

Foto Kindai Eiga Kyokai.

adrede el precioso cubo de agua, o sea que repite intencionadamente el gesto por el cual el marido no había vacilado en golpearla. Acto seguido, se echa al suelo y se pone a arrancar las plantas convulsivamente ... Pero esta vez su marido se queda inmóvil y contempla con profunda piedad a su mujer que desvaría porque ha perdido a su hijo. No dice nada. Si diera rienda suelta a sus impulsos, tal vez se echaría también de bruces al suelo. Pero se calla. Como siempre. Nada. Reanuda su trabajo. Comprende muy bien el dolor p la rebeldía de su mujer contra esa probreza por cuya causa ha dejado morir al hijo. Ella no dispone de otro medio de expresión. Él tampoco. No tienen la costumbre de hablar, de expresar sus pensamientos, de exteriorizar 10 que sienten. E. - En algunos casos vale más que sea así. En Tokio una amiga m e

llevó un día al templo de Asakusa. Al visitar ese barrio que en cierto modo es la cuna religiosa de la ciudad, y al ver los cinematógrafos, los lugares de diversión y las tiendas de recuerdos y de objetos piadosos, creí que m e darían toda clase de explicaciones sobre el santuario, destruido durante la guerra y reedificado hace poco con materiales modernos pero respetando hasta en el más pequeño detalle sus características primitivas. Pues bien, no fue así: mi amiga m e invitó a subir la escalinata del templo y a descal- zarme. Luego nos arrodillamos (o, mejor dicho, nos sentamos a la japonesa) en medio de los fieles. Permanecimos así bastante tiempo, sin cruzar una palabra, desde luego, toda palabra hubiese sido inútil. En un caso semejante mis compatriotas m e habrían mostrado las estatuas y los ornamentos, inci- tándome a admirar las bellezas arquitectónicas del templo, y m e hubiesen señalado mil pormenores divertidos o emocionantes en el comportamiento de los monjes y de los peregrinos; y, en definitiva, me habrían cansado. En vez de todo ello, el largo rato de presencia silenciosa m e dejó un recuerdo absolutamente indeleble.

J. - Usted apreció el silencio en este caso, pero no lo comprende cuando se trata de la vida de familia o de la convivencia de marido y mujer. Sin embargo, un hombre y una mujer pueden saber que se aman profundamente y no encontrar palabras para expresarlo. E. - H e oido decir que las palabras de ternura brillan por su ausencia

en el idioma japonés. J. - Lo que pasa es que mis compatriotas no saben emplearlas. Un joven

japonés amigo mío m e confesó que le sería más fácil hacer una declaración de amor en un idioma extranjero que en el propio. No m e sorprendió. Un

muchacho japonés que sepa decir N te quiero )) en español, no sabrá pro- nunciar tan fácilmente las palabras equivalentes en japonés, y hasta es pro- bable que no las haya oido nunca. Las habrá leído a menudo en relatos maravillosos, pero esas palabras no forman parte de la vida corriente y apenas se oyen en la vida íntima; los enamorados más ardientes se guardan bien de pronunciarlas en alta voz. E. - Entonces <cómo se hace uno comprender ? J. - Por medio de miradas. Hay un proverbio que dice que los ojos

hablan mejor que la boca. Así, los enamorados japoneses se callan. Será o no un defecto, pero de todas maneras constituye una característica distin- tiva. E. - <Cree usted que también es una característica distintiva el guardar

absoluto silencio durante los funerales, cuando alguien se acerca -como decimos nosotros- a dar el pésame ? En La isla desntlda la escena de los funerales me parece intolerable. Los niños de la escuela asisten con su maestra a la cremación de su pequeño camarada. El bonzo está con ellos; joven bien alimentado y mejor vestido, su rostro no traduce más que frialdad e indiferencia. J. - Jamás vi a un bonzo exteriorizar sus emociones. Pero <se fijó

usted en la seriedad, la gravedad de los alumnos y alumnas de la escuela ? E. - Los padres y el hermanito descienden hasta la orilla para acoger

a los que llegan. Todo el mundo se saluda cortésmente, y poco falta para que se sonrían. J. - Podrían sonreirse. No estaría mal. Desde luego eso le intrigaría

a usted todavía más, <verdad? E. - Sí, sí, la sonrisa asiática ... Ortega y Gasset la explicaba por consi-

deraciones demográficas. Se es tanto más cortés, decía, cuanto mayor es la probabilidad de ofender o de herir a la gente. J. - Se ha hablado tanto sobre la N sonrisa oriental D... Un francés que

residió largos años en el Lejano Oriente m e contó la forma en que su secre- tario chino le había anunciado el fallecimiento de su madre. Lo hizo ... con una sonrisa. Usted hubiese pensado que el secretario se había vuelto loco o que se alegraba de la muerte de su madre. D e ninguna manera : se trataba de una prueba de cortesía, de una sonrisa que constituía una barrera contra usted y para usted al mismo tiempo. En el Japón no se tiene el derecho de exteriorizar ante un superior, sin que éste lo pida, las opiniones y los sen- timientos propios; y cuando se trata de desgracias, se tiene todavía menos

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el derecho de imponer la propia tristeza a las personas a las que hay que respetar, por ejemplo, a los vecinos. Esta es una ley absoluta del compor- tamiento en el Japón, como en China o en Vietnam. Vemos así que en los funerales de La isla desfzltda no hay nadie que llore; pero la emoción es hondísima. E. - La hoguera sigue ardiendo cuando los visitantes se marchan. El

barquito da la vuelta a la isla y el hermano menor corre de un campo a otro para verlo hasta el final. Apagada la hoguera, los padres enterrarin las cenizas y colocarán una humilde tablilla sobre la tumba. J. - En ella han inscfito el nombre del fallecido. D e arriba a abajo se

lee el nombre de la ley, que acaba de conferirle el bonzo para la vida futura, y su nombre propio, Taro. E. - La emoción es hondísima, como dice usted. La nuestra, en todo

caso, se explica porque hemos presenciado esa escena intolerable y porque vemos esos semblantes y oimos la música. No olvidemos la música, que tiene en las películas un papel prodigioso cuya importancia se olvida a menudo. J. - En efecto, la música de Hayashi Kikaru es muy adecuada. Consiste

en una melodía muy simple, que se repite con algunas variaciones según las escenas. E. - <Se propuso el compositor Hayashi crear una melodía tradicional,

auténticamente (( japonesa )) ? J. - En modo alguno, Pero los instrumentos tienen una tonalidad muy

japonesa. Diríase que se trata de la flauta shakzhchi, y no de una guitarra sino del Aoto. E. - El conjunto es muy impresionante. Pero quisiera advertirle que se

trata de una música destinada exclusivamente a la película con el fin de esti- mular la sensibilidad de los espectadores; o sea que no es la música de la escena representada, la que oirían los actores, pues ésta es casi inexistente. Para introducir la descripción filmada de la primavera se oye una VOZ de mujer que entona la canción tradicional de los cerezos : Sakz~ ya... y cabe pensar que los personajes la oyen también para sus adentros. Hay también unos muchachos que cantan acompasadamente una canción durante la clase. Finalmente, durante escenas muy breves, se oyen en esta película canciones antiguas y folklóricas : los juegos y danzas de las fiestas de la cosecha y año nuevo. Los dos pequeños asisten a esas escenas pero no participan en ellas. Sus padres aún menos, pues no tienen tiempo para ello. En reali-

dad no pertenecen a un mundo donde se canta, se baila, se juega o se reza.. . J. - Sí, son muy pobres. Viven al margen de la sociedad, y esa sociedad

-la aldea, la gran isla- les desprecia por ello y les rechaza. Los héroes de La isla desnuda van a buscar el agua a un riachuelo que corre más allá de los arrozales. El agua no es potable. Y la isla no les pertenece. Cuando van a entregar su trigo a ese hombre abominable que ni siquiera se asoma para acogerles, lo hacen para poder pagar el arriendo. Creo que sólo venden en provecho propio un saco de cada cuatro, lo que les permite hacer sus com- pras en la tienda de comestibles y adquirir una botella de saké ... E. - Eso es : viven fuera, aislados, solos. Y por ello, sin duda, no puedo

dejar de ver en esta película una tragedia, un cuadro despiadado de la condi- ción humana o, si se quiere, de cierta condición humana. Para los seres que vemos en la pantalla lo esencial de la vida es el trabajo, la fatiga, la pro- ducción, la reproducción, la muerte. Sólo de vez en cuando, de un modo marginal, por encima y fuera del alcance, se alude a la «cultura», a los valores más duraderos, es decir, a las tradiciones nacionales y religiosas que para esos seres tienen tan poca realidad como los grandes barcos de vapor que desfilan por el horizonte. No es que se hayan olvidado esos valores: pero su presentación es irónica y se los muestra como separados de las gentes. Además, éstas son pobres, explotadas. ?Podrían mejorar su suerte ? J. - ?De qué manera ? ?Instalando un cabrestante para subir el agua ?

<Cavar una cisterna ? Tal vez; pero yo creo que son demasiado pobres, demasiado esclavos de su trabajo ... En cuanto a abandonar la tierra para trabajar de albañil en la ciudad, nuestro héroe no puede siquiera imaginarlo : allí sería igualmente pobre y todavía menos libre. E. - Sí, es verdad, están encerrados en sus vidas. M e decía usted que

Shindo pasa por marxista. En todo caso ha sabido expresar el aislamiento, no solamente el del proletariado sino el de todos nosotros. Su visión del mundo es profundamente pesimista, pero su pesimismo está lleno de pudor. J. - No comparto su opinión. Esa ironía de que habla usted yo no

la percibo. La isla desnzíh es simplemente una hermosísima película en la que el cineasta describe la felicidad de que goza una familia a pesar de tener que luchar con grandes dificultades materiales y a pesar de la muerte de uno de los niños, que es un accidente que se hubiera podido evitar en un hogar mejor acomodado. La película pone de manifiesto la felicidad de esos cam-

pesinos, que tienen una confianza absoluta en la tierra que cultivan. Se les ve extasiaclos ante los surcos sedientos, ante los retoños que apuntan. E. - <Ha dicho usted lafelicidad? J. - Sí, y añadiré que se trata de una felicidad envidiable. No faltan los

momentos de gozo. Cuando el pequeñuelo atrapa un besugo vivo, todo el mundo se alegra. Al día siguiente, con los trajes de los domingos, toman el vaporcito que va a la ciudad: hay que vender ese pescado por el que pagan un bueii precio los gastrónomos. Al final lo venden a una pescadería, tal vez a bajo precio pero resignándose para no decepcionar a sus hijos. La venta produce lo bastante para poder cenar en un restaurante (un gran acontecimiento), comprar camisas y hacer una excursión en funicular por encima de los tejados. Todo ello es muy alegre. Pero además, y sobre todo, hay muchos otros momentos de goce aún más sencillo : el trabajo sosegado en el hogar, durante la estación de las lluvias y, cotidianamente, los mornen- tos que siguzn a las faenas más duras. Tener en sus manos un puñado de tierra, remar despaciosamente por la mañana cuando empieza a cantar el gallo, contemplar el ocaso del sol en alta mar, bañarse por la tarde ... <Se fijó usted cómo lo hacen ? Se calienta una gran cantidad de agua y los niños son los primeros en zambullirse. Luego se baña el padre, y finalmente la madre. <Observó usted la sonrisa de la mujer ? Eso es felicidad. Sí, esa mujer es feliz. E. - M e parece que, hablando de La isla dwzridd, m e ha enseñado usted

una porción de cosas sobre el Japón. J. - No estoy segura, pero, por su parte, usted m e ha enseñado mucho

sobre su manera de ver las cosas. Sí, debo reconocer que mis amigos extran- jeros, al interesarse por mi país, m e animan a conocerlo mejor ...

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Los Caepos- Santos

En Quezac-sur-Dordogne, villorrio de I 600 habitantes, cabeza de distrito en el Bas-Limousin, la fiesta de los Cuerpos-Santos se celebra el primer domingo de septiembre. Desde el punto de vista económico, la festividad va acompañada de una

feria de ganado. Desde la mañana del sábado pueden verse terneras pardas de largos cuernos, becerros de tres meses y cerdos del año, exhibidos en lugares establecidos por la tradición. Los tratantes suelen afluir en gran número: campesinos y campesinas de todo el distrito van al pueblo ese día (y no cualquier otro) para aprovisionarse en telas, zapatos, cordeles, monturas, a veces en máquinas agrícolas y, naturalmente, en toneles, pues las vendimias se anuncian para el mes siguiente. Por cierto que en toda la región las fiestas patronales se escalonan entre la siega y la vendimia, y no hacia fines de otoño como es de ley en otras localidades. Por consiguiente, la feria -o sea la fiesta de los Cuerpos-Santos - sirve de ocasión para un intercambio extraordinario de mercancías y de dinero; cada año se registran compra-ventas y contratos considerables para los agricultores, ganaderos, cultivadores de cereal y viñadores. Desde el punto de vista de las diversiones y recreos, la fiesta obliga a

la pequeña aldea a facilitar todo el espacio de que dispone en sus plazas (alrededor de la fuente, junto a la cruz, y en torno de la estatua de uno de esos hijos ilustres, general del primer imperio) para colocar el tío vivo, los puestos de tiro al blanco, los mostradores de golosinas, los juegos de lotería y, sobre todo, para los bailes públicos que ocupan por lo menos tres pla- zuelas distintas. Hay que decir que los bailarines no son exclusivamente de Quezac-sur-Dordogne : en motocicletas, N scooters », o autobuses de ser-

vicio especial, llegan al pueblo los jóvenes de las aldeas situadas a unos jo kilómetros a la redonda, para participar en la fiesta y en las danzas durante todo el día y parte de la noche. Pero esta fiesta está animada por un espíritu de intercambio y compensación : los invitados de hoy pasarán a ser los invitantes de los próximos domingos. Además, ni siquiera es necesario mencionarlo, las características más originales de la fiesta corren a cargo de los jóvenes de ambos sexos que ese año van a cumplir sus veinte abriles. Las rivalidades entre aldeas y barrios, que antiguamente se expre- saban en torneos de fuerza y destreza, se manifiestan hoy sobre todo entre los niños y adolescentes, y su expresión característica son las carreras de bicicletas. Pero el espíritu de desafío y de competencia preside también la reciente costumbre del desfile de carrozas de flores. Los jóvenes trabajan intensamente y dan libre curso a su buen humor en la decoración de esas carrozas, que recorren las calles del pueblo convertidas en costosos cuadros vivos, con muy claras alusiones a acontecimientos y personajes locales que se han destacado de algún modo durante el año. Los ciudadanos hacen así alegremente su autocrítica, al evaluar la calidad de estos monumentos efí- meros dedicados a su propia historia. Si se añade que la fiesta comprende también, obligatoriamente, un número de fuegos artificiales de una riqueza sorprendente, se ve con toda claridad que el programa de diversiones no puede separarse del aspecto económico de la celebración. Los organizadores gastan en cohetes y música las cantidades que han obtenido de sus padres, de las familias y comerciantes de la localidad, o de los visitantes que se resignan a ser (( víctimas )) de una encarnizada y sonriente venta de insignias. Los niños gastan en golosinas y en sensaciones fuertes, sobre los tíos vivos, sumas que bastan para alimentar durante una semana a veinte familias de feriantes. En cantidades mucho más altas se cifran el consumo de alimentos y de bebidas, tanto en los cafés y hoteles que durante tres días están abarro- tados de gentes bulliciosas, como en los domicilios privados, pues casi todas las familias siguen la tradición de celebrar la fiesta con espléndidas comidas. No es de extrañar, por consiguiente, que al ser interrogados sobre la

fiesta, sus placeres y sus tradiciones, los habitantes de la localidad guarden completo silencio sobre la importancia y el predominio del aspecto econó- mico, a pesar de tener clara conciencia del mismo. Es la fiesta de los Cuerpos- Santos; ese es su nombre y su razón de ser; por consiguiente, cada infor- mador alude siempre al origen religioso de la fiesta. Si no penetra más a fondo, el viajero superficial y crédulo se contentará con describir las cere-

monias que, en su propia ingenuidad, le parecerán triviales o misteriosas. Observará que la vasta iglesia románica, construida por monjes en el siglo XII con objeto de que los peregrinos encontraran lugar de descanso en su recinto, apenas basta para contener la muchedumbre de fieles que, en una buena mitad, llegan también de las aldeas vecinas. Después nos hará seguir la larga y lenta procesión de esos fieles que salen de la iglesia, atraviesan parte del pueblo y marchan por la carretera principal. A la cabeza, p pre- cediendo al clero, cuatro muchachos llevan sobre sus espaldas una caja dorada. El cortejo se para delante de una fuente. A los cánticos sucede un murmullo de plegarias mientras se deposita la caja al borde de la fuente; al regreso de la procesión vuelven a oirse jubilosos cánticos, cargados de sentimiento, que a lo largo de medio kilómetro se desgranan en un ritmo inseguro y poco acompasado. Nuestro viajero perderá un poco de su ingenuidad si trata de definir las

diversas actitudes de las tres o cuatro mil personas que participan en estas ceremonias. Si cae en la cuenta de que en ese pueblo y precisamente en ese día se veneran reliquias a las que se transporta ritualmente hasta una fuente milagrosa, quizá para renovar gracias a ese contacto su poder misterioso, garantizándoles así un suplemento de irradiación y de vida para un año más, a menos que sea el manantial quien saca nuevos efluvios de la visita de las reliquias, podrá asimismo percatarse de que los devotos que participan en la procesión parecen exentos de toda exaltación mística; en vano se pro- curaría descubrir en ellos los signos de una ferviente y ansiosa esperanza en algún milagro. Si algunos fieles esperan conseguir del rito una gracia inmediata y tangible, saben disimular perfectamente ese sentimiento. La mayoría de las mujeres y de los hombres de alguna edad marchan en silencio y no sin solemnidad; los otros conversan entre sí discretamente, compor- tándose en general como en los entierros. En cuanto a los niños que forman la masa del cortejo, van cantando lo mejor que pueden, sin dar prueba alguna de indisciplina. Sin embargo, nuestro viajero se muestra cada vez más curioso y, durante

algunas horas, su perplejidad será paralela a su curiosidad. Tratemos de imaginarlo : se trata de un joven pakistano de 23 años, estudiante en geo- logía, y becario residente en París. En compañía de colegas parisienses lleva dos semanas viendo desfilar paisajes, juegos, rostros y actitudes, e interca- lando en la monotonía del (t camping D al aire libre la diversa variedad de los albergues de la juventud. Hasta ahora pocas cosas han llegado a sorpren-

derle. Las fábricas, los trabajos agrícolas, los balnearios, los museos y las maravillas de la arquitectura, que comienzan a fatigarlo un tanto, los ha ido descubriendo infaliblemente gracias a folletos y guías de turismo. A veces hasta los ribazos o las canteras han venido a confirmar las lecciones aportadas por la geología. No; en verdad, nada le ha sorprendido. Y si se le hubiese preguntado cuál era su opinión acerca de Francia, no hubiera vacilado en exponer diversos juicios u opiniones : en quince &as de vaca- ciones ha recorrido más de dos mil kilómetros, así como durante varios meses ha caminado sobre muchas aceras y ha atravesado muchos túneles de (( métro )) en París, entre la Ciudad Universitaria y la Facultad de Ciencias. En suma, conocía ya el país, y no esperaba las sorpresas de Quezac. Dete- nerse en esa localidad dos días por pura casualidad, coincidiendo con la fiesta de los Cuerpos-Santos, ha sido exponerse a inesperados descubrimien- tos que le divierten, le preocupan y hasta le inquietan. Los puestos de los feriantes no plantean problema alguno, como tampoco

las banderolas y los preparativos del baile. Pero la procesión ... <De qué se trata en realidad ? Los colegas parisienses no saben explicarle el fenómeno, y en verdad tampoco se preocupan mucho. En sus vagas respuestas nuestro pakistano cree percibir reticencias que le hieren en lo más íntimo de su ser. Las cuestiones acerca de la religión son molestas sin duda alguna, y él no debería haberlas planteado. Sin embargo, para ayudarle, los camaradas inte- rrogan a la sirvienta del café, pero sus explicaciones le decepcionan igual- mente. <Qué ? Pues sí, es la fiesta de los Cuerpos-Santos. Y este día sale la procesión, como es fácil verlo. Así se hace todos los años. Es una vieja tradición de siempre. Otras preguntas llevan a precisar la noción de Cuerpos- Santos, de reliquias, y a citar nombres inverosímiles : San Feliciano, San Pri- mitivo. <Qué santos son esos ? Pues eso, Primitivo y Feliciano, es todo lo que se sabe. Sin embargo, otros comensales de la mesa a quienes va inte- resando el interrogatorio, creen que se puede decir algo más. Por ejemplo, que se trata de mártires : los dos santos personajes fueron martirizados en tiempos antiguos, pero no se sabe exactamente cuándo, pues esa época abarca un periodo muy largo : se ignora si fue en tiempo de los señores o en el de los romanos. Pero hay que insistir acerca de la fuente milagrosa. En un principio, fue un manantial que brotaba sobre la colina, en el bosque; más tarde se hizo una conducción por tubería hasta la carretera. Muchos creen que este agua cura las enfermedades, sobre todo las convulsiones infantiles. En otro tiempo traía la lluvia. Todo es tan viejo como el mundo.

Mejor dicho, todo empezó después del martirio de los dos santos : al parecer el manantial brotó en el momento en que sus cuerpos entraban en los limites de la comunidad. Como se ve, la explicación va por buen camino, pero el pakistano no se

siente del todo satisfecho. Desea saber por qué los habitantes de esta región conservan reliquias y, una vez por año, las transportan a la salida del pueblo, y lo que todo esto significa. Porque, en resumidas cuentas, jamás ha visto una cosa parecida entre los europeos que viven en Pakistán, ni tampoco en París entre sus camaradas de la universidad. Sin embargo, piensa que los cristianos, sobre todo los de la iglesia católica y los de la iglesia ortodoxa, observan prácticas un tanto extrañas, pero no se atreve a decirlo pública- mente, y se ruboriza de sólo pensar que sus correligionarios juzgarían esas prácticas como expresiones idolátricas. No hay duda de que el islamismo, tal como se vive en muchas tierras del Islam, no ignora el culto de los santos, que en muchas regiones se acomoda evidentemente a las costumbres y tra- diciones de las gentes del campo, análogas si se quiere a la procesión de Quezac. Pero nuestro amigo no alcanza a percibir el sentido profundo de esta manifestación religiosa, envuelta en una obscuridad un tanto vejatoria para un joven que trata de conocer los grandes valores culturales de Europa y que creyendo poseer un conocimiento objetivo de los de Francia, descubre cuando menos lo esperaba, estas realidades de provincia. <Cómo integrar en el vasto conjunto cultural al que aspira un estudiante moderno, la historia cíclica de una provincia de la que jamás había oido hablar, pero que no por eso deja de estar situada en Occidente ? (Los habitantes del Limousin le dirían incluso que su provincia es eminentemente occidental...). El joven estudiante tiene ansias de comprender este misterio, y el recuerdo del culto de los santos musulmanes le pone ya en camino de una cierta comprensión, aunque todavía confusa: hay una analogía entre uno y otro, piensa el joven. Está dispuesto a admitir ciertas relaciones entre fenómenos proba- blemente irreductibles. Y aunque le queda por descubrir el contenido del fenómeno que ha presenciado a orillas de la Dordoña, en todo caso ya está en situación de respetarlo. Por desgracia, las explicaciones que busca el joven palíistano no pueden

proporcionarlas fácilmente aquéllos que jamás han analizado esas cosas en detalle. Con paciencia, con una voluntad a toda prueba, las gentes de Quezac, viejos y jóvenes, le van dando una profusión de nombres propios que no dicen gran cosa, fechas vagas y contradictorias, y detalles ridículos y absur-

dos. Mezclan la procesión con la feria, el concurso de las carrozas de flores y el menú tradicional del banquete de fiesta, durante el cual se entonan can- ciones cuyas palabras, además, no pertenecen al francés, pues el joven extranjero debe saber que en la localidad se hablan dos lenguas. Sin insistir, el estudiante piensa que le dicen todos estos cuentos para ocultar mejor algo relativo a los Cuerpos-Santos. En el fondo, piensa, los franceses tienen costumbres bastante extrañas, y procuran disimular su sentido a los extran- jeros. Esta reflexión lo humilla un tanto, pero se equivoca : al mezclar tanta información sobre los milagros del manantial, el mercado de las terneras o de los cerdos, y los alimentos casi rituales del primer domingo de sep- tiembre, los residentes de la localidad tratan simplemente de hacerle com- prender la noción de fiesta de los Cuerpos-Santos que, para ellos, es una festividad global. Esperaban que llegase a imaginar la fiesta tal como ellos la sienten : un valor en sí mismo (sean cuales fueren sus orígenes y fluctua- ciones), cuyo contenido se enuncia y se agota precisamente en la enume- ración desordenada de los diversos momentos de la celebración. Si es perseverante, el curioso interrogará al cura o al maestro, y hasta a

ese personaje un tanto pintoresco que se encuentra en todos los pueblos y aldeas : el erudito local. Ahora bien, este último ofrece todas las garantías necesarias, puesto que se trata de un profesor universitario que pasa sus vacaciones en Quezac, ((cuna de su familia », según le gusta decir. Y así, de pronto y sin ia menor reticencia, entre el estampido de las carabinas y el vocerío de los altavoces, se revelan casi por completo los arcanos que parecían tan bien protegidos. No es que todo sea simple y fácil de retener, pues el profesor no resiste al placer de exponer todo lo que sabe, y de explorar todas las hipótesis a propósito de lo que ignora. Pero si las cosas siguen siendo bastante complicadas, las presenta sin embargo como una lección que se explica a un alumno de enseñanza superior, sin misterios y en orden cronológico. El hecho de saber que Primitivo y Feliciano, patronos y protectores de

Quezac, eran dos hermanos pertenecientes a una familia noble de Agen, donde vivieron y fueron martirizados en 303, no basta sin duda alguna para satisfacer plenamente el deseo de conocer el fondo del asunto. Empero, un nombre de lugar, una fecha precisa, dan una cierta seguridad, pues permiten situar por lo menos el recuerdo de esos dos desconocidos en un contexto histórico : el de las persecuciones anticristianas que en pleno siglo IV seguían ordenando algunos dirigentes no siempre incultos pero convencidos de que

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la represión policíaca podía aplastar una ideología que se estimaba perniciosa. Nuestro estudiante hubiera prilferido quizás interrumpir al profesor e inte- rrogarle acerca de la suerte corrida por aquellas víctimas ejemplares, viejos jefes y sobre todo jóvenes militantes, hombres y mujeres cuyo sacrificio, lejos de perjudicar su religión clandestina, preparaba el triunfo de esa nueva fe que poco a poco debía animar a toda Europa : así, dos generaciones más tarde, el emperador en persona proclamaría la victoria del Cristianismo. Pero el profesor prefiere franquear la épocas a paso de gigante : (( N o puedo contarle la vida de esos dos jóvenes. Nada se sabe de ellos, excepto las cir- cunstancias dc su ejecución, parecidas a las que consigna la hagiografía de toda doctrina y de toda época: circunstancias horribles y magníficas, en una palabra, edificantes. No, lo que importa a Quezac y a su fiesta, y por consiguiente 2 usted, es menos la vida de estos héroes que la conservación de sus restos ». Por fortuna, en el capítulo de las reliquias el inventario de algunos huesos

ocupa poco lugar. Para dar placer a su joven interlocutor, el profesor pasa a describir espontáneamente y a grandes rasgos la historia del culto de las reliquias que, durante mil años, desempeñó en la cristiandad occidental un papel que nuestros contemporáneos, sean de Karachi o de Quezac, apenas pueden imaginar. Desde la introducción del cristianismo, y sobre todo a partir del siglo s, la veneración de las reliquias estimuló el fervor de las masas y, como consecuencia, el desarrollo, la prosperidad, la arquitectura de innumerables monasterios, catedrales, pueblos y aldeas, principalmente en las diversas rutas de las grandes peregrinaciones del Mont Saint Michel, de Compostela y de Roma. Sí, gracias a las reliquias que se mostraban en ellas, algunas de esas estaciones llegaron a adquirir una notoriedad verda- deramente internacional, mientras que otras debían contentarse con la adhe- sión de los fieles de su región, ni el azar ni la fama de los santos bienhechores fueron los únicos responsables de esos hechos. Entre un santuario y otro surgieron a veces duras rivalidades que, al incitar a este o a aquel grupo a reunir todos los factores favorables al éxito, contribuyeron de un modo admirable al progreso de las bellas artes, de la literatura, de la educación, hasta del comercio y, más de una vez, incluso de las franquicias y privilegios comunales, es decir (añade el profesor forzando un poco la nota), de la libertad política. Por consiguiente, este telón de fondo era indispensable para que un joven

pakistano curioso llegara a saber que los cuerpos de los santos Feliciano y

Primitivo fueron traídos a la abadía benedictina de Quezac bajo el reino de los hijos de Carlomagno (cuyo recuerdo, para un musulmán, va ligado al del más ilustre Califa de Bagdad). Sin más, se muestra dispuesto a prestar la debidaatención, como se lo sugiere el profesor, a los grandes milagros con que la confianza popular en los santos Primitivo y Feliciano ha venido jalo- nando los siglos : por ejemplo, gracias a los Cuerpos-Santos, Quezac y las baronías de los alrededores se liberaron en 923 de los normandos, en 135 j de los ingleses, y en I 5 30 de la peste. Una pregunta más, piensa el inter- locutor, una última respuesta que indudablemente será breve, y se sentirá totalmente satisfecho. <( D e modo que estas reliquias <han permanecido intactas desde hace más de I 600 años ? Y el arca que he visto esta mañana, ?sigue siendo la misma del siglo x ? ». Por desgracia, la contestación no tendría sentido si fuera breve. El pro-

fesor vacila, y se niega a pronunciarse sobre los I 600 años de autenticidad. Si a comienzos del siglo x las venerables reliquias eran en efecto las de los dos mártires en cuestión (10 cual es imposible de afirmar, aunque tampoco exista razón alguna para negarlo), en ese caso eran también auténticas en I 5 69. Por otra parte, sigue declarando el profesor, se puede garantizar que hoy, 2 de septiembre de 1962, son fundamentalmente idénticas a lo que eran en I j 81. Y ante la alarma que con toda discreción manifiesta el joven pakis- tano, el profesor se ve obligado a levantar un segundo telón de fondo, porque no podría mencionar a la ligera los ultrajes que sufrieron en el siglo XVI d e s de preciosos relicarios si no explicara antes lo que fueron las guerras de religión de aquel entonces. Naturalmente, no puede esperarse que un ciudadano culto de Karachi conozca en detalle las querellas doctrinales, políticas y militares del siglo de la Reforma y de la Contrarre- forma.. Nuestro amigo oriental se siente incapaz de apreciar las sutilezas teológicas, las crisis de conciencia y las luchas sangrientas que dividieron atrozmente la cristiandad en los tiempos en que Humayun y Akbar reinaban en Oriente. Sin embargo, como le interesan todas las grandes aventuras del espíritu humano, recuerda con placer algunos libros o cursos destinados al estudio del Renacimiento, y no ignora los nombres de Lutero y de Cal- vino, la matanza del día de San Bartolomé, ni los daños causados por la intolerancia mutua que, en aquella época, hizo más víctimas que las epi- demias o que las disputas entre príncipes a las que prestaba sangrientos pretextos. Por esa razón, el siglo XVI no sólo evoca para él los ((grandes descubrimientos », la exploración del mundo, Cervantes y Shakespeare, o

el apogeo del imperio otomano, sino también largos años de bandidaje pro- vincial y campesino en una buena parte de Europa. Gracias a estos recuerdos escolares de un viajero menos ignorante de lo que se le creía, el profesor puede explicar sin preocupación alguna lo siguiente : los Cuerpos-Santos fueron profanados en 1 ~ 6 9 por soldados calvinistas que, como botín, se llevaron un arca cubierta de oro y de piedras preciosas. En cuanto a las reli- quias, enterradas según parece bajo el pavimento de la iglesia, fueron descu- biertas nuevamente doce años más tarde. Y para terminar su lección, hace notar que desde entonces se celebra el primer domingo de septiembre la procesión que antes se llevaba a cabo en otra fecha, a fin de conmemorar esos acontecimientos y las curaciones maravillosas que los acompañaron- <Hemos dicho (( par:. terminar )) ? Todavía no. Al parecer, el respetable

guía ha olvidado la fuente, término de la procesión. iAh, es verdad, la fuente! Se trata de un hilo de agua, pero que jamás se seca. Mucho se podría decir sobre este punto, y más aún soñar. La procesión lleva el arca de los mártires y la presenta a la fuente, y esta costumbre hace pensar en un gesto mágico, cuando en realidad convendría ver en ella un gesto sim- bólico, de un simbolismo elemental y emotivo a la vez, anticuado y de gran actualidad. Con ese encuentro del msnantial rupestre y del relicario cristiano, <no se trata acaso de sellar una alianza, una reconciliación a primera vista imposible, entre dos religiones : la nueva, la victoriosa, y la otra muy antigua, secreta y que no acaba de morir ? Las fuentes sagradas, en todos los lugares donde todavía se las respeta, no han esperado para ser santas y benéficas el nombre que se les da ni la efigie que a veces las domina y les sirve después de falso certificado de origen. D e esta suerte, el joven pakistano se deja llevar por el profesor, a la vez menos preciso y más lírico, a una época que él creía desaparecida después de los hijos de Carlomagno: le queda por imaginarse la Galia rural que, al margen de ciudades ya convertidas, resistió pasivamente durante largo tiempo al celo de los predicadores cristianos que, por cierto, no abundaron en las zonas rurales hasta el siglo XII. D e los viejos cultos gálicos no debía subsistir ninguna doctrina, ningún himno y ningún rito, fuera de esos fragmentos degradados y desfigurados que sobre- viven tristemente en lo que hoy llamamos supersticiones y brujerías. Sin embargo, los lugares santos no podían ni ocultarse ni desaparecer : el cristia- nismo tenía que luchar contra los cultos ligados a esos lugares, pero no contra las emociones que, según los casos, imantaban una montaña, una roca o un manantial. Las más de las veces, destruido el altar, retirada la

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estatua, el lugar santo seguía existiendo bajo una forma cristiana, unas veces ornamentado y otras abandonado por los comentaristas eruditos, y su papel se perpetuaba a través de las generaciones. La evolución y la permanencia son aquí universales. Sin duda alguna, no habrá un solo país en el mundo donde no se encuentren ejemplos análogos. Así habla con lirismo el pro- fesor, para que al fin su interlocutor pueda comprender que esta mañana los habitantes de Quexac-sur-Dordogne han celebrado tranquilamente, y la mayoría de ellos sin saberlo, una auténtica ceremonia de retorno a las fuentes, e impregnada del recuerdo de un interminable linaje de antepasados, hasta los primeros portadores de reliquias, de hace mil años, y aún más allá, hasta los primeros orantes que veneraron el manantial oculto en el bosque. «La fiesta de los Cuerpos-Santos enseña muchas cosas sobre nuestras

vidas piíblicas y privadas », hace notar el profesor. G Sin embargo, atención; no crea usted que esas leyendas, esas creencias y esas prácticas encierran toda la historia de esta pequeña región. Es una historia bastante más rica : una historia de Europa en miniatura ... )) Pero al escuchar estas palabras, el estudiante tan curioso y tan respetuoso se siente presa del vértigo. Sabe que en esas colinas al pie de las cuales serpentean la Dordoña y sus afluentes, la historia, con sus castillos, sus iglesias, sus monumentos a los muertos y sus inscripciones sobre la Resistencia, está apenas más viva que la pre- historia. A unos pasos de aquí yacía hasta hace poco, desde la época de Neanderthal, el hombre de La-Chapelle-aux-Saints, en medio de sus renos, sus osos y sus bisontes. El joven interlocutor siente que el profesor va a relatarle toda la historia a en miniatura )> de la evolución humana, comen- zando esta vez desde el diluvio. En medio del estrépito de un disco de twist, se excusa y da las gracias al profesor : por hoy, se contentará con los Cuerpos- Santos.

No se pregunta a una viuda china por qué se viste de blanco; tampoco hay que preguntar a uno que está festejando el Carnaval, qué sabe de las satur- nales y de la cuaresma. Sin embargo, el pakistano de Quezac había aprendido muchas cosas de boca de los aldeanos que le abrumaban con sus expli- caciones, no del todo reales e históricas, pero no podía darse cuenta de ello hasta después de recoger en otra parte datos más amplios y mas científicos. Sin duda hubiera podido obtener esos datos realizando una encuesta pura- mente libresca, y sin jamas visitar Quezac; pero esa información habría carecido de peso, no hubiera estado llena de vida y de interés. Cuando se

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procura penetrar a fondo y conocer el significado de determinadas costum- bres y tradiciones, lo que se quiere es adquirir conocimientos sobre la cultura de las gentes que, entre mil otras actividades fácilmente explicables, respetan esas tradiciones y observan esas costumbres. A este respecto, por ejemplo, los habitantes de Quexac no sabrían explicar esa cultura en términos inte- ligibles y satisfactorios, precisamente porque la viven. En realidad no la consideran como una cultura, sino como una segunda naturaleza. La pro- cesión de los Cuerpos-Santos transcurre a través de las edades tan tcnatu- ralmente D como las aguas de la Dordoña. Más aún : en esta dialéctica de la naturaleza y de la cultura, el habitante autóctono tenderá a invertir los términos. Las ancianas del pueblo deplorarán que la fiesta sirva cada vez más de pretexto a los bailes, que a su vez son ocasión de bodas prematuras; por consiguiente, en los cc cambios )) que denuncian, creen ver una evolución cultural cuando para un sociólogo las particularidades de la fiesta de Quezac no son más que variaciones culturales sobre el tema fundamental de los intercambios de bienes, de servicios, de muchachos y muchachas entre fami- lias y pueblos. No es posible describir con claridad y lógica un fenómeno cultural en el que se participa enteramente, y que jamás se ha soñado en criticar desde el exterior; es menester tomar una cierta distancia para dispo- ner de una perspectiva, y comparar este hecho con otros fenómenos análo- gos, integrándolo en un conjunto coherente. Los habitantes de Quezac ni siquiera piensan en ello. Pero el profesor logra su propósito, debido en gran parte a que su interlocutor es m á s sensible a la infinita variedad de maneras de ser que se observan en el mundo. Puede analizar cada uno de los elementos de una fiesta en una colectividad determinada, para más tarde sintetizarlos. D e esta suerte se llega a comprender el fondo de la cuestión. Empero no hay que olvidar que no habría nada que comprender si esos elementos no hubieran sido percibidos previamente al margen de toda perspectiva científica. Si los habitantes de ese pueblo, jóvenes y viejos, fueran tan cultos como el profesor, la cultura que les distingue de otras provincias y hasta de otras naciones y otros continentes, estaría en vías de desaparición. Los Cuerpos-Santos no provocarían ninguna celebración de procesiones y regocijos; se podría disertar de historia y de arqueología, en relación con ellos, pero nadie tendría el derecho de hablar de valores, de cultura ni, sobre todo, de tradiciones culturales. Sin duda alguna, estas últimas no pueden expresarse más que en términos de crítica; pero la realidad es que sólo viven en aquéllos que no pueden expresarlas.

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En cuanto al provecho que pueda sacar de estas modestas encuestas un estudiante viajero, parecido a nuestro pakistano, bastará señalar los inespe- rados conocimientos que ha ido recogiendo y que le revelan valores culturales dignos de gran estima. No cabe duda de que este género de descu- brimientos va más allá de una peculiaridad local, por muy atractiva que parezca. Quien haya hecho ese descubrimiento se da cuenta obligadamente de que por ese medio, casi al azar (pero un azar atentamente observado) ha entrado en posesión de una llave que puede abrirle muchas otras puertas. No hay país en el mundo, por N nuevo )) o industrializado que sea, donde la cultura auténticamente vivida sea sinónimo de cultura de masas, y no hay un solo pueblo donde los habitantes, todos civilizados por definición, se adapten exactamente a los postulados de la civilización moderna, como tampoco existe individuo alguno que se parezca exactamente al retrato que las enciclopedias nos ofrecen del G hombre del siglo xx ». No es necesario ir muy lejos para descubrir la verdad sobre la cultura moderna universal que, si existiera realmente como se la imagina, victoriosa y en estado puro, acabaría por quitarnos todo afán de viajar. Pero el gusto de los viajes y de la aventura persiste lo mismo que la esperama de nuevos descubrimientos humanos : y ello ocurre porque todavía se cree en la apasionante multipli- cidad de los valores y de las formas culturales. Sí, esos valores y esas formas existen. En los cafés de Quezac, los hombres se reúnen en alegres tertulias los domingos y hablan en la lengua occitana, que no posee un gran valor como medio de comunicación internacional; luego interrumpen su conver- sación para ver la televisión ... A los ojos de un tecnócrata, esas tertulias, esas conversaciones y tradiciones son perfectamente anacrónicas, y las juzga con un cierto aire de sorna. Lo cierto es que los habitantes del Bas-Limousin, entre otros, aman su lengua y la utilizan y utilizarán durante toda su vida, con el mismo orgullo con que hablan el francés, defienden el sufragio uni- verzal, utilizan las cuentas bancarias y los motores diesel, y les gusta la tele- visión. Las formas culturales vivas no están ocultas : un simple cuento, a veces

un simple proverbio o un simple gesto (o una simple procesión) pueden ofrecer la posibilidad de explorar muchas otras. Pero sólo la posibilidad. Será necesario, cada vez, superar nuestra ignorancia o nuestra pereza, o las dos al mismo tiempo.

Carta a Joris van W.

Querido Joris

Una noche de marzo en Delhi, o Nueva Delhi es, un don divino concedido a los habitantes, ricos o pobres, que no lo ignoran, y más aún a los visitantes occidentales, que deberían recibirlo hondamente con- movidos como una gracia. No es posible describir esas noches; quienes las han vivido creen hacerse comprender con palabras como dulzura, tibieza, aromas, estrellas, miradas nocturnas, palmeras ; pero casi nunca lo consi- guen, porque no hay modo de decir, hablando de palmeras, si los altos follajes que rodean las ricas mansiones de Nueva Delhi son más impresio- nantes que dos o tres ramas asomadas sobre un muro de las callejuelas más modestas y apacibles al otro ludo de Kashimiri Gate, ni de explicar la razón de que esa dulzura en la que tanto se insiste sea tan perceptible a la hora del crepúsculo entre las explosiones de los (( tisi-scooters )) de Connaught Circle como en la soledad suntuosa de los jardines de 1,odi. El invierno ha terminado; y el terrible verano no empezará hasta dentro de unas semanas. La multitud que vive en los viejos pisos sin terrazas ni aire acondicionado no ha invadido aún las plazas y los solares para dormir. Puede usted ir al azar por las praderas todavía verdes que hay entre el Fuerte Rojo y la Gran Mezquita, donde hastalas vacas son raras, o bien por los (( Ranilila Grounds )) que bafia la luna y que acarician sin mctáfora la noche p la brisa. Tenía usted que sentir por fuerza la macia, demasiado embriagadora quizá para las gent-es de nuestros climas, de una naturaleza que precisamente estos días parece ofrecerse en un gozo puro con las espontaneidad, la juven- tud y la discreci6n de las acogidas que sabc dispcnsar un pueblo como el de este país que? según usted mismo dice, es el más hospitalario del mundo. Si no está usted enfermo y encerrado en una clínica es evidente

que va a encontrar un placer nuevo en la vida y razones más hondas de vivir: esos son los favores o las ilusiones que prodigan los meses de febrero y marzo en la India del Norte; los músicos de aquí han sabido siempre expresarlos en melodías singulares apasionadas. Hay que decir también que esas noches de primavera son en cierto modo un valor cultural. Los hombres de esta tierra han dado, en efecto, a la primavera títulos de

nobleza más prestigiosos y mas altos quizá que en ningún otro lugar. La estación florida le llevará a usted en Europa a tararear canciones de Rolando de Laso o aires de twist (o quizá a pensar en alguna figura de Botticeili), pero aquí se ha encarnado en leyendas divinas que desde hace tres mil años inspiran sin cesar a los poetas, a los escultores, a los pintores e incluso a los filósofos. Como no ha venido usted a Oriente sin información literaria, puedo hablarle del Ramayana; desde la Iliada, ninguna otra epopeya ha modelado durante tanto tiempo los espíritus de todo un pueblo ; pero para hablarle de ella con motivo de esa noche de marzo he de suponer que la mitología hindú no es para usted demasiado abstrusa y que cuando visita usted un templo con un tropel de turistas, no se contenta con admirar las estatuas sin averiguar lo que representan. Imagine usted en Gante a otro turista que, so pretexto de ser agnóstico, no vea nada más que líneas y colores en el Retablo del Cordero Místico. Supongo pues, que ante una efigie de la Trinidad hindú, sabe usted reconocer los tres rostros a veces idénticos, a veces totalmente distintos de Brahma, Vishnú y Shiva, y que incluso ha comprendido usted que Vishnú es el símbolo de la vida perpetua, de la obstinación en el ser. La potencia de Vishnú mantiene unido el universo. Sin él todo se desintegra; cuando duerme, los mundos se desvanecen. Quie- nes han nacido para morir tienen puesta en él su esperanza. En la India le habrán dicho a usted que es el dios de todas las religiones. Por eso, a inter- valos de siglos o de milenios cada vez que el mundo corre peligro de destrucción, vuelve a encarnarse para consolidarlo o rejuvenecerlo, Nunca conseguirti usted recordar las múltiples formas de esas encarnaciones suce- sivas. Pero las dos más ilustres y más bellas se relacionan con la noche de marzo que usted ha vivido: son Rama y Krishna. Los paisajes y las estaciones de la India no han debido de haber cambiado

mucho desde la época de esas encarnaciones, que parecen situarse cqn un intervalo de varios siglos en un tiempo relativamente cercano al nuestro: al empezar, según dicen, la llamada (( era de los conflictos ». No tiene usted

motivo, pues, para sentirse muy desorientado. Empecemos por Rama, el (( encantador », al que no puede usted ignorar sin menosprecio para las lite- raturas indias y para la sensibilidad del pueblo que le acoge, porque la devoción a ese dios hecho príncipe está viva en todas las clases de la socie- dad. La historia de Rama, con su exaltación de tantos sentimientos gene- rosos y, en especial, de la lealtad y la fidelidad a la palabra empeñada, es una mina inagotable para ensayistas y narradores; guardando distancias, es en la India algo así como la de Don Quijote en España; en la India y fuera de ella; para más de un erudito ahí está el origen del príncipe encantador de las leyendas occidentales, que sale vencedor de mil pruebas naturales y mágicas antes de encontrar de nuevo a su amada, a Sita, a la que puede usted reconocer representada en esas imágenes coloreadas en el papel o en el yeso que llenan los bazares, y que son portadoras humildes y obsesivas de tantos valores culturales. Ahí la tiene usted con un loto en la mano, cubierta de joyas, sentada sobre la rodilla izquierda de Rama, de un Rama que sonríe, apacible y esplendoroso con su collar y sus pendientes, pero que no suelta el arco. Detrás de él está su hermano, el puro y valeroso Laksh- manna, armado también. A sus pies, reposa Hanumán, el rey de los monos, vencedor de los demonios del antiguo Ceilán ... (A propósito de este personaje abnegado, de este animal semidiós, se

preguntará usted si los niños indios tienen los mismos sentimientos con respecto a los monos que los jóvenes visitantes del parque zoológico de Londres, de Hamburgo o de Amberes. Sería inverosímil, en efecto, que mirando unos monos, los indios no evocarán con frecuencia las hazañas del ejército de Hanumán. D e igual manera, un lector de los Fioretti pensará en San Francisco de Asís al ver el juego de los pajarillos, y a un aficionado a la poesía los gatos le recordarán algún verso de Baudelaire. ?Le parecen a usted abusivas esas comparaciones ? Su objeto se limita a sugerirle que los bestiarios de los distintos pueblos son muy diversos. En el secreto de las asociaciones mentales, las bestias se convierten también en valores cultu- rales.) Según se cuenta, Rama, que había hecho voto de no tener más que una

sola esposa, prometió reencarnarse más tarde para satisfacer las pasiones que inspiraba a sus fieles. Y así apareció Krishna, el Negro, el Atractivo, el dios del amor, que supo serlo todo para todos y para todas, por ejemplo, en aquella selva extraordinaria de Brindabán, no lejos de la Jumna, donde se sitúa el paraíso más sensual y más inocente que los hombres han podido

inventar. En las noches de marzo el espíritu de Krishna está presente en Delhi; aunque usted no ha leído ni una línea del Bhagavata Purana, usted ha pasado indudablemente por Brindabán. M e escribe usted en su carta : (( Anoche estuve invitado a un espectáculo

al aire libre, una cosa interminable, que se llama Kri.rhna Leela. Al principio creí sucumbir, abrumado por unos discursos patrióticos, eruditos, filósofos, oficiales, etc. Luego vino una música, de primer momento inquietante, pero al cabo terriblemente monótona. El espectáculo es una especie de ballet o revista histórica con trajes maravillosos, elementos de folklore e incom- prensibles pasos de baile. Hay demasiada pantomima, demasiados dioses y demasiados demonios, demasiados personajes, demasiados cuadros que pa- recen sucederse al azar. Es sin duda ufia reconstrucción folklórica. ?Pero qué sentido tiene todo eso en nuestro tiempo ? <Hay ahí dentro algún men- saje ? No se sabe. Lo que yo sé es que da sueño. )) Tengo veinte años más que usted, amigo mío, y no puedo decirle, como

merece, que es usted un tonto de capirote; pero si tuviera usted mi edad, yo se lo diría sin vacilar. La suerte, y la amistad de sus huéspedes, le han llevado una noche de marzo hasta el umbral de un tesoro cultural fabuloso. No es ese el único; hay muchos más en la India que es casi tan vasta como Europa, y tan poblada y tan diversa; pero ése es uno de los elementos más seductores y más fecundos de un patrimonio qu-e no pertenece sólo al pasado, sino que sigue enriqueciéndose aun hoy; y usted habla de discursos demasiado largos, de reconstituciones folklóricas : usted no ha comprendido nada. Cuando en el siglo SVII los campesinos de Oberainmergau hicieron voto

de representar periódicamente la Pasión, y cuando aun hoy siguen cum- pliendo ese voto <se trata sencillamente de folklore? Si asiste usted al espectáculo, por más amplitud que haya cobrado y por muchos que sean los turistas <se le ocurrirá a usted juzgarlo como una representación escénica comparable al Pnrsijal o al Barco Fclíztnsma ? No ; instintivamente aplicará usted otros criterios, estará usted implicado en seguida; durante varias horas se sentirá usted cristiano e incluso bávaro, y participará en el juego. Lo mismo le ocurrió en las pastorales que todavía se representan a veces en Provenza, y cuyo tema es la infancia de Cristo. También allí hay (( trajes maravillosos D y (( demasiados personajes N y N demasiados cuadros »; pero a usted no se le ocurrirá decir que esos cuadros se suceden (( al azar )>. Menos solemne, menos ritual, menos espontáneo, el ballet que usted vio

no es, por supuesto, el equivalente de esas representaciones, ni tampoco el

de los autos de la edad media, que podrían reponerse hoy en un teatro con gran aparato; pero la participación de un público popular en la Pastoral y en Krishna Leela tiene en común el doble carácter de no haber sorpresas y de estar cargada de emoción. Poco le costará además experimentar la misma simpatia y no tardará usted en comprender y compartir esa emoción siempre queconozca usted de antemano la historia que el teatro o la danza se proponen revivir. Supongo que el coreógrafo sólo hizo hacia el final del ballet alguna

alusión a las hazañas de Krishna adulto en la guerra feudal y cósmica en que tantos príncipes de la misma sangre se mataron unos a otros. Entonces fue cuando Krishna enseñó a Arjuna, guerrero tentado por la no violencia, los deberes del combate y de la vida. Aquel inolvidable sermón en un carro de guerra, era, en efecto, un mensaje », como usted dice, pero un mensaje para los filósofos. La vida de Krishna aparece en las representaciones afor- tunadamente menos austera. Verdad es que los dioses no faltan, ni los monstruos, ni los demonios, que el héroe está obligado a exterminar cada día para librar a la tierra de su presencia; pero de lo que se trata sobre todo es de los trabajos y los placeres de un pueblo feliz, todavía muy próximo a una especie de edad de oro campesina y patriarcal. Las Mocedades de Krisha transcurren en los prados y en los bosques, entre vaqueros y leche- ras. El príncipe, confiado desde su nacimiento, para escapar de la matanza de los inocentes, a una familia de ganaderos tan bondadosa como opulenta, crece en fuerza y en picardía más que en buen juicio. El relato de sus burlas, de sus bromas de niño mimado es inagotable; a todos encanta; nadie resiste a la seducción de ese infante celestial que, después de abandonarse a los peores caprichos, desarma con una sonrisa a sus nodrizas, a sus ayas y, más tarde, a sus amigas. Sus amigas, las compañeras de sus juegos, que son muchísimas, están dispuestas a olvidarlo todo : trabajo, familia, presente y pasado, para seguirle o simplemente para buscarle por el bosque. (Más tarde sus esposas, sus esposas legítimas, serán también decenas, centenares... hasta llegar en número a dieciséis mil ochocientas ocho). Como todos los que se acercan a Krishna niño o joven, sus amigas tienen un instante, el tiempo de un relámpago, la visión de su divinidad : Krishna es Vishnú. El deslumbramiento de la revelación no les deja casi nunca el recuerdo. La adoración o el éxtasis desaparecen; la vida prosigue, muy humana, quizá un poco sobrehumana; los padres adoptivos reanudan sus tareas, un gue- rrero vuelve al combate, las muchachas danzan y se adentran en la noche

atraídas por el reclamo de la flauta. No m e diga usted nunca más, se lo ruego, que la flauta le ha parecido monótona. Ni siquiera fue usted capaz de reconocer a Krishna niño entre los otros

muchachos ; más tarde, a pesar de su elegancia, la elegancia del bailarín, le confundió usted con Bala Rama su hermano y compafiero de aventuras, que tiene, sin embargo, un estilo muy personal, porque le gusta el vino como a Krishna le gustan las mujeres y porque ante todo sobresale en las hazañas gargantuescas (cuando se quiere bañar, y el río no se le acerca, lo engancha y atrae con el arado). Usted no vio que en el fondo de ese río estaba la serpiente monstruosa y que Icrishna bailando la abatía; ni vio a Radha entre las vaqueras y las lecheras, y cuando Radha bailaba con su divino amante el Rns Lceh, usted pensó que aquello era otra danta tradicional «incom- prensible », a pesar de que los amores de Radha y Krishna, la unión entre ambos y la transfiguración de la pareja que forman juntos fuera de todas las normas sociales sean los temas de una gran parte de la literatura y, por supuesto, de varios cultos místicos de las diversas regiones de la India. Ignorando las virtudes propias de la historia de Krishna, estaba usted

además imposibilitado de apreciar el valor excepcional de los bailarines. Ciertas figuras, ciertas danzas follilóricas debieron de gustarle por su ani- mación y colorido y porque las rondas, las manos en la cadera, los ritmos sencillos son siempre agradables. En el siglo xx no hay, en efecto, nada más universal que el folklore, con su cerámica, sus tejidos, su cestería y sus bailes; y las rondas corresponden evidentemente a un espectáculo que fue popular en su origen y debe seguir siéndolo; pero en las danzas llamadas clásicas, que obedecen a un arte refinado en extremo, usted no ha visto, según parece, nada más que convención y simbolisino. La técnica de esas danzas es tan convencional como la del teatro Bolshoi o la de Covent Garden. Los maestros que la enseñan, por ejemplo, en una escuela como el Bharatiya I<ala Iíendra de Delhi, son los herederos directos de quienes hicieron en otro tiempo famosas las cortes principescas e imperiales. Su saber es tanto más precioso, por otra parte, cuanto que es muy perecedero; en la dama clásica, el estilo kathak ha estado ya a punto de desaparecer y sólo se mantienen en la India republicana gracias a la generosidad de algunos mecenas perfectamente desinteresados. El estilo Kathak es difícil entre todos; la maestría no se adquiere sin largos

alios de inexorable disciplina, pero abre una libertad increíble. Pase usted unas, horas, unos días, si puede, en la escuela, con esos bailarines, esos can-

tores y esos músicos, porque no tendrá usted en otra parte ocasión de admirar un virtuosismo semejante a cualquier edad; pero en la danza sobre todo no tiene el mundo artistas que dominen más soberanamente su técnica y su cuerpo. Usted se sienta en la sala desnuda que llena la vibración fun- damental, monocorde e inmutable de la tambura. La bailarina le saluda, y permanece al principio inrnóvii; luego, cuando el llamamiento que le dirige el tocador de tabla se va haciendo cada vez más irresistible, le sacan de su inmovilidad unos ligeros chasquidos de los dedos y se acerca; hace el gesto de besar los pies del gurú, que está sentado junto a usted; se recoge un momento : va a bailar, y baila ...; cuando obedeciendo a un gesto del gurú se detenga, no sabrá usted si ha transcurrido media hora o una hora; hubiera podido bailar todo el día sin cansarse como si improvisara ritmos cada vez más complejos, ni frenética ni mecánica, sino al contrario con una precisión cada vez más exigente y un entusiasmo cada vez más poderoso. Tanta gracia, tanto saber y esa fuerza inextinguible le darán a usted indu- dablemente unas luces sobre la danza, sobre sus recursos estéticos, y por decirlo así, estáticos, que no encontrará usted nunca en ningún otro espec- táculo de ballet; y por otra parte, esa bailarina, cuya técnica gobierna el menor gesto y la menor espresión desde el fuego de la mirada hasta la música de las ajorcas que tintinean al ritmo de los pies desnudos en el mármol, le comunicará a usted, supongo yo, los prestigios del Krixhza Leela que no supo usted ver la otra noche. Por ahí llegará usted también más tarde a la revelación del Krishna de la

poesía. El recuerdo de una bailarina que a los veinte años es ya tan N tra- dicional D le ayudará sin duda a hojear la Gitn Govinda, el «Canto del Boyero D que compuso Jayadeva hace ocho siglos, y las variantes más o menos místicas y más o menos ingeniosas de una docena de poetas líricos, desde Mira Bai, la princesa, hasta Bihari La1 y Kalí Das, que trataron el tema entre el siglo xv y el siglo XVIII. No es difícil encontrar las traducciones. Más fácil aún le será mirar y admirar las colecciones de grabados y repro- ducciones: la pintura india sería poca cosa si no se hubiera inspirado en los amores de Icrishna; y el director de ese ballet que a usted le pareció folklórico se había inspirado por fuerza en los viejos pintores del Pendjab, que iluminaron los manuscritos en loor de Krishna. Todavía en tiempos muy recientes ha sido ICrishna el tema preferido de Jamini Roy en Bengala y sobre todo de George I<eyt en Ceilán. N o es el pasado lo único que explora usted cuando aprende a conocer a Krishna, el cual no ha corrido la suerte

de otros dioses, como Apolo o como Orfeo, ni es competencia exclusiva de los arqueólogos. La prueba la tiene usted en el mismo Kri.rhm Leela. Sus encantos le

dejaron indiferente; su ardor carnal y religioso le defraudó; sus tesoros poéticos le aburrieron, Eche usted, siquiera, la culpa de esa frustración al azar, a los discursos o incluso a la obscuridad, que no le permitía leer el programa. ?Por qué no ? Pero cuando le cuentan la historia de aquel geó- metra del siglo XVIII que, después de haber visto una tragedia de Racine, preguntaba al salir del teatro : a Y <qué demuestra eso ? )) no dirá usted que sea Racine el más digno de lástima. Las danzas, los cantos y las panto- mimas que se inspiran en las leyendas de Krishna tienen por objeto agra- darle; ni los coreógrafos, ni los bailarines se proponían demostrarle ninguna verdad abstracta, ni enseñarle nada sobre la historia local, ni expresar con imágenes de Epinal unos dogmas que usted debiera aceptar como articulo de fe. La aventura divina que representan proclama sin duda que la vida vale la pena de ser vivida y que el mundo puede verse libre de sus terrores; pero eso lo proclaman constantemente la música, la danza y probablemente todas las artes, que sólo predican a convencidos. Esa afirmación, que en la historia de Krishna tiene más fuerza persuasiva que nunca, no suele usted rechazarla ni pasa usted su tiempo tapándose los ojos y las orejas ante todo lo que sea belieza y fantasía. Esta vez, sin embargo, no ha podido usted salir de sí mismo, ni de sus costumbres, de su embarazo de extranjero, que voluntaria y desesperadamente se mantiene extranjero. Si el esplendor de las decoraciones y de los trajes no le conmovía bas-

tante hubiera usted podido, en rigor, dárselas durante el espectáculo de historiador de razas y religiones, distracción más seria con la que hubiera podido reemplazar el mensaje que usted buscaba. Hubiera usted podido observar, por ejemplo, que Krishna, lo mismo que Rama, tiene siempre la piel de un color muy oscuro, que en algunas pinturas es casi azul nocturno, porque no pertenece a la casta de los brahmanes, sino a la de los nobles y guerreros; hubiera especulado usted sobre su origen dravidiano, por lo demás controvertido, y sobre las luchas y los cambios que ese color simbo- liza; en los tiempos védicos y en épocas posteriores, los arios se mezclaron, sin suplantarlas, con las poblaciones ya establecidas, cuyas razas y lenguas siguen dominando en el sur de la India. A tales mezclas deben las culturas del país su complejidad y su riqueza. Reflexiones como esas, que no son inútiles, hubieran podido entretenerle; pero la verdad es que están a mil

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leguas del Kri~hna Leela que no le hablaba a usted más que de alegría. También es verdad que para entender ese gozoso lenguaje hubiera tenido

usted que saber cuanto acabo de explicarle y algo más todavía. Nada le hubiera sido más fácil. Sin hablar de lo que se puede aprender en los libros, le habría bastado preguntar en Delhi a un amigo, no digo al más erudito, sino a cualquiera. Unas indicaciones, algún recuerdo personal, alguna anéc- dota le hubieran abierto a usted el camino. Es probable incluso que el tono de quienes le hablaran de las leyendas y del culto de Krishna, hubiera susci- tado en usted una disposición favorable al espectáculo; hubiera estado usted en condiciones de comprender el desarrollo de las escenas y los cuadros que le desconcertaron y de adivinar quizá el sentido profundo de esa inmensa historia que se desenvuelve simultáneamente a ras de tierra y en el nivel de lo sobrenatural, y que acumula con magnificencia hazañas descomunales para dejar mejor asentada la victoria de la vida y del amor.

Salir indiferente y un poco despectivo de un espectáculo en que todo un pueblo se complace, no es cosa grave, cree usted. Lo siento por usted. Hágame caso : vuelva al Kri~hna Leela o, si hay una representación mientras dure su estancia, vaya a ver el Ram Liza ; pero procure usted estar presente por entero. Ese teatro abierto bajo las estrellas no se parece nada a lo que fue la ópera en tiempos de Stendhal, cuando iban los elegantes al último acto para aplaudir con la punta de los dedos el aria del tenor célebre. No tenga usted inconveniente en emocionarse; no se niegue el placer de seguir la fábula desde el principio hasta el fin; esfuércese en juzgar a los actores, a los bailarines y a los músicos con arreglo a las normas que ellos siguen y teniendo presente lo que quieren hacer y lo que quieren expresar. La India, con toda su historia, su civilización y su vida no por eso va de repente a convertirse para usted en algo tan familiar, tan inteligible y tan claro como su ciudad natal; llegar a tanto no es cosa fácil; pero le aseguro que se sen- tirá un poco menos extranjero. Comprender un fragmento de una cultura tan vasta, aunque no sea lo mismo que explorar en profundidad la India moderna y el hinduísmo, le habyd. permitido alcanzar una dimensión nueva de su inteligencia y de su sensibilidad. L a necia pregunta de todos los viajeros apresurados : (( ¿Cómo es posible

ser indio ? )) seguirá preocupándole mientras no se haga usted indio. Si fuera usted incapaz de esa conversión provisional, no veo por qué pro- longa su estancia en la India. A ver si m e explico : cuando se va al Líbano, hay que hacerse árabe.

Conchsión

Saber para ver, mirar para comprender ...

Cuando se piensa, para el futuro, en los progresos de la razón y de la paz, se piensa en la juventud. Por ello, los jóvenes son sobre todo quienes deberán comprender y apreciar, por ellos mismos, en el sentido en que cada uno desea ser amado por sí mismo, los valores culturales de los diferentes pueblos del mundo. Por desgracia, los valores culturales de un país -sus valores intelectuales,

artísticos, morales, sus valores tradicionales, jurídicos, sociales, etc.- no se presentan a los extranjeros (ni a los nacionales) como objetos en las vitri- nas de una exposición. No se visitan, no se examinan con más o menos curiosidad, cómodamente clasificados tras un cristal y acompañados de letre- ros explicativos. Son cosas vivas y complejas, inseparables de los seres que inspiran o condicionan y quienes a su vez los modifican sin cesar. Si no se sabe nada de ellos, pasan totalmente desapercibidos. Pero si no se les ve, si no se les observa como fenómenos concretos, se corre el riesgo de no com- prenderlos. Esos valores pueden revelarse con motivo de reuniones, de fiestas o de

viajes (y de los viajes sin moverse que permite hacer la lectura o de las fiestas casi gratuitas que procuran algunos espectáculos, algunas películas). Y entonces ya no resultan ideas vagas, sino objetos singulares, quizá únicos, e incluso frágiles, y objetos que inspiran el mayor interés. Para hacer su descubrimiento, no basta con recorrer el mundo, y no es

necesario ver las ciudades más célebres ni los países más extraños. Una ensayista inglesa, viajera experimentada, autora de excelentes obras sobre el Asia Menor, señala con justeza : (( Para un buen viajero, no existen lugares sin interés. Se instala en cual-

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quiera de ellos, se compenetra con ellos. Se complace en descubrir el mundo y su diversidad desconocida, siempre nueva. Esa participación viva es lo que, a mi juicio, distingue al viajero del turista, que permanece aislado, como en el teatro, en vez de participar en la obra que se representa l... D

En millares de ciudades y de aldeas, el viajero que sepa mostrar interés verá los valores culturales auténticos de los hombres de nuestra época. Es fácil atravesar esas ciudades, echar una ojeada a sus monumentos y a sus costumbres y no conservar de ellas sino recuerdos pintorescos, que no tar- darán en borrarse si las fotos no les prestan una apariencia de vida. Sin embargo, no es muy difícil interesarse por 10 que se ve, sobre todo cuando el espectáculo parece insólito, ni reconocer que no se sabe algo, a fin de superar esa ignorancia. Al menos se evitan así algunas de las actitudes del turista fatigado : la resignación, taciturna o altiva, al no hay quien com- prenda a esta gente D, o la cordial condescendiente, que además no suele ser sincera, hacia esos pobres indígenas que desfilan, danzan, tocan la corneta, rezan, cantan o lloran en lugar de vivir como el común de los mortales. Esas actitudes ceden su lugar a la conprensión e incluso a la participación de que habla la viajera inglesa. Comprender las reglas del juego, es ya empezar a jugar. ?Podremos explorar así todas las culturas ? Nadie puede aprender todas

las lenguas. Y ni aun quienes se interesan por las lenguas pueden aprenderse los diccionarios de memoria : los mejores lingüistas se contentan con analizar la estructura de los idiomas y comprobar la aplicación de algunas normas : morfología, sintaxis, etc. No menos vano sería tratar de establecer una colección completa de hechos, de nombres propios, de anécdotas y casos extraiios para comprender los valores culturales extranjeros. En cambio, es posible buscar algunas explicaciones fundamentales estudiando, por ejem- plo, lo que en literatura se denominan los ((grandes temas ». La mayoría de las personas que pertenecen a una cultura determinada reaccionan, conscientemente o, muchas veces inconscientemente, con arreglo a las mis- mas normas, tanto si las aceptan como no, frente a determinados temas: vida, destino, amor, trabajo, muerte, familia, idea de la sociedad, sentido de la persona y sentido de la historia, figuras del ensueño ... Sin embargo, casi nunca se abordan de frente esos teinas. En vano pre-

guntamos a quemarropa a un amigo extranjero lo que piensa del trabajo, de

I. Freya Stark. Alexander’s Patb.

la religión o del amor, en vano por lo menos si queremos saber lo que realmente piensa cuando se entrega por completo, en cuerpo y alma, a esos problemas y a esas emociones. Para conseguir algo que no sea una respuesta (( correcta », amable y distraída, hay que partir de los hechos y de las cosas : situaciones concretas, manifestaciones públicas, obras de arte. Sólo así podrán comprenderse y apreciarse maneras de obrar, de pensar y de sentir sobre las que antes sólo se tenían vagas nociones, cuando no prejuicios. Pero las vagas nociones eran indispensables. La experíencía que supone

un viaje o un espectáculo puede ser vana si no encaja en un conjunto de conocimientos. El joven Mohammed, en Quezac-sur-Dordogne, era capaz de interesarse por valores puramente locales, (en apariencia), y de compren- der después que eran características de una cultura mucho más amplia que una provincia e incluso que un país. Lo comprendía-porque disponía ya de un conjunto de nociones en el que podía integrar los valores culturales de ese país. Al menos en sus líneas generales, conocía la historia y la geografía humana de Europa, la evolución de la cristiandad y las concepciones del Occidente en materia de economía, de vida social, etc. Gracias a estos cono- cimientos imprecisos, puede tener un sentido su minúsculo descubrimiento de Quezac. Y al mismo tiempo, ese saber sólo tiene valor y significación para Mohammed si se encarna en experiencias como la de Quezac. Nadie se desanimará, es de esperar, ante la perspectiva de todo lo que

habría que saber para poder situar y comprender fenómenos análogos en cualquier país de los cinco continentes. Pero también hay atajos. Y entre ellos merece recomendarse especialmente, por ejemplo, la lectura de algunas obras destinadas precisamente a exponer los elementos que pueden consi- derarse fundamentales en una forma de civilización o en una cultura nacio- nal. Entre esas obras, que han comenzado a publicarse recientemente por iniciativa de las Comisiones Nacionales de la Unesco, algunas son muy detalladas, como las relativas al Japón, a Corea 1, otras tan sucintas COMO las que acaban de intercambiar, en cierto modo, los Estados Unidos y la India 1. Todas ellas son útiles y todas permiten situar encuentros y expe- riencias en el contexto de la vida social y del pensamiento tradicional, tal como los conciben representantes autorizados de las culturas de que se trata. Los valores culturales se manifestarán con toda claridad a quienes puedan someter esos textos a la prueba de una experiencia personal.

I. Véase el anexo adjunto.

Para concluir, nos contentaremos con indicar, sencillamente, que no es posible apreciar los valores culturales si no se estudia y no se mira. Las páginas que preceden no tenían más objeto que invitar al estudio y a la atención, y recordar, además, el interés de ese estudio, que puede hacerse en múltiples ocasiones y, en cierto modo, con los pretextos más variados, j7 que tiene por finalidad hacernos más finamente humanos. Quizá hubiera bastado con citar unas palabras de Rousseau : (( Cuando se quiere estudiar a los hombres, hay que mirar cerca de sí; pero para estudiar al hombre, hay que aprender a mirar a lo lejos; hay que empezar por observar las dife- rencias para descubrir las propiedades 9. Sin embargo, ya que en nuestros días el progreso técnico suprime las distancias y que entre Oriente y Occi- dente apenas quedan lugares reservados a los pioneros y a los etnógrafos, podemos permitirnos corregir ligeramente a Rousseau : (( ... pero para estu- diar al hombre hay que aprender a levantar la vistan. Porque los valores culturales se perciben siempre algo más alto que al nivel de las necesidades, del conformismo y de la rutina.

I. Ensayo sobre cl origen de las lenguas.

Anexo Lista de obras y documentos varios sobre las culturas del Oriente y del Occidente

Obras sintéticas de documentación Corea Ützesco Korem 5ztrvey. Es un estudio enciclopédico de la cultura coreana realizado gracias a la Comisión Nacional; se compone de 1 5 capítulos y tiene más de 880 páginas de texto. En ellas se estudian sucesivamente los diferentes aspectos de la enseñanza, de las ciencias, la cultura, la religión y las artes, así como las principales instituciones culturales y científicas. Un capítulo adicional está dedi- cado a los monumentos y a las bellezas naturales, mientras que en diversos anexos figura la lista de las leyes más importantes, de las universidades y colegios, de los periódicos y revistas, así como también estadísticas (80 páginas) con mapas y grá- ficos, una cronología de la historia coreana, etc. La obra está abundantemente ilustrada. Japón Japm, its Land, People and Cuhre. Este volumen, compilado por la Comisión Nacional, constituye una verdadera enciclopedia en lengua inglesa, de I IOO pági- nas, que da una idea de conjunto de las artes tradicionales, de la literatura, de la música, de las danzas y de los juegos, de los usos y costumbres del Japón. La obra trata igualmente del desarrollo político, económico, científico e industrial, así como de los progresos realizados en la esfera de la educación. Está profusa- mente ilustrada.

Textos de lectura

Numerosas Comisiones Nacionales de la Unesco han comenzado a preparar textos de lectura recreativa sobre su cultura nacional, y también colecciones de docu- mentos. Cabe citar Australia, Birmania, Camboya, Checoeslovaquia, China (Repú- blica de), Filipinas, Finlandia, India, Japón, República Árabe Unida, Tailandia, Vietnam. Otros diecisiete países han facilitado elementos para la preparación de cuadros murales.

Además, diversos países han tomado espontáneamente iniciativas en el mismo sentido. He aquí algunos ejemplos : Australia La Comisión Nacional ha preparado el texto de un folleto destinado a ser difundido sobre todo en Asia Sudoriental, para dar a los alumnos asiáticos una imagen más exacta de la cultura y del modo de vida australianos. Este folleto se va a traducir a varias lenguas de la región mencionada. Itaiia Aspects de la culture italienne : expositions photographiques ifanérantes. La Comisión Nacional ha preparado para Oriente los modelos de tres exposiciones fotográficas circulantes, a fin de dar a conocer a los escolares los aspectos característicos de algunas ciudades típicas de Italia (Rávena bizantina, Siena medieval, Roma barroca). Proyecto bilateral (Nueva Zelandia-Camboya) La Comisión Nacional de Nueva Zelandia ha lanzado un llamamiento a varias comisiones nacionales de Asia para que le faciliten textos y material escolar que le den una imagen justa de sus países respectivos. La Comisión Nacional de Camboya ha respondido a ese llamamiento publicando un folleto para niños de diez a doce años, titulado La familia Nou-Men. Vietnam La Comisión Nacional prepara un juego de documentación visual sobre la vida y la cultura vietnamesas, destinado especialmente a los estudiantes extranjeros. La misma Comisión ha llevado ya a buen término una obra destinada al público escolar de los países de Occidente. Viet N a m qaotidien ef culturel, por el Dr. Thai van Kiem.

Obras de referencia

Alemania (República Federal de) En I 9 j 9, comenzó la preparación de una serie de obras sobre el tema a Oriente- Occidente ». Los cuatro primeros títulos anunciados son : Consecuencias a% /as nuevas tendencias de Asia para la economía y ja enseñanza alemanas, por el profesor A. Bergstraesser; El lugar de Asia en el mundo contemporáneo, por el profesor E. Sar- kisyans (de la Universidad de Friburgo); una idea general de las relaciones cultu- rales entre la República Federal de Alemania y los países de Asia; así como una traducción del folleto del Sr. G. Fradier, Oriente y Occidetlte : hacia la comprensión mutua. Argentina La Comisión Nacional ha decidido editar cuatro series de diapositivas en color, que ilustran diversos aspectos de las culturas orientales. Además, ha difundido por vía comercial un disco con lecturas de poemas del Gifaydi de Rabindranath Tagore.

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Austria La Comisión Nacional ha emprendido la publicación de una serie de volúmenes ilustrados que se destinan al público de habla alemana, y que presentan las culturas de diferentes países del Oriente. Han aparecido ya tres volúmenes : Islam, heute, rnorgen por Ernst Bannerth; Indien - 400 Millionen suden einen Weg por Hans Manndorff; Nusantara, Wunderwelt Indonesien, por Gustav de Jong. Hay otros volúmenes en curso de preparación : Geistke Stroniungen des neuen Indien, por Constantin Régamey ; Turhi - Vom Osnianenreicb ~ u m Nationalstaat, por Herbert Kansky ; Byxanx, por Endre Ivanka; Tibet, por René Nobesky-Wojkowitz. Canadá En 1961, la Comisión Nacional publicó una lista de libros sobre los países de Oriente, destinada al público canadiense. Esta lista comprende unos 500 títulos clasificados en tres secciones : a) Islam (que abarca el Oriente Cercano y Medio, algunas partes de &rica, Asia Central, el subcontinente indio, y a veces incluso Europa); b) La India y el Asia Sudoriental; c) El Lejano Oriente. Folletos destinados al público en general: Le Canada et I’Asie, L’Asie en éuo-

lution, Les études asiatiques et les Universités canadiennes, Dialogue 1919, etc. La Comi- sión Nacional publicó en 1959 un catálogo, con notas, de todas las películas asiáticas y de películas que tratan de Asia, disponibles en el Canadá, o que es fácil obtenerlas. Checoeslovaquia Desde 1945 aparece en checo una revista mensual: El Nlievo Oriente. Desde 1960, cada dos meses se publica una edición en inglés de esta revista con el título de Netv Orient Binionthj. La redacción se ha confiado a un equipo de jóvenes orientalistas bajo la dirección del Dr. B. Zbavitel. Estados Unidos Traditional Values iii kbnericnii Lije, por Ralph-Henry Gabriel (Comisión Nacio- nal, Wáshington). India Traditional Vahes in Indian Life, por Sudhakar Chattopadhyaya. (India Inter- national Center, Nueva Delhi). Nepal La Comisión Nacional de este país, sobre el que son escasas las obras destinadas al público en general, ha comenzado la preparación de una monografía ilustrada en inglés, que se prepara con la colaboración de especialistas extranjeros, y que tiene por objeto dar a conocer mejor la cultura nepalesa en el extranjero, sobre todo en los países de Occidente. Noruega La Comisión Nacional ha publicado una guía (Sta4 guide) sobre el Japón, para uso de directores y animadores de organizaciones que se dedican a la educación de adultos. En 1961, con la ayuda de la Unesco, emprendió la preparación de otras cuatro guías que tratarán de la India, el mundo arabe, Irán y China.

Suecia Con ayuda de la Comisión Nacional, el Club Internacional del Libro publicó en 1959 un estudio en sueco, titulado Oriente-Occidente: planteamiento de los problemas que entraña el Proyecto Principal de la Unesco. Tailandia El Instituto Nacional de Cultura (Bangkok) ha publicado en inglés una serie de diecisiete folletos que abarcan los aspectos más diversos del complejo cultural tailandés. Entre los títulos de esta <( Thailand culture series », mencionaremos : The cultures of Thailand, Tbai literature and Swasdi Raksa, Thai architectut-e and painting, Thai mgsic, Thai Buddhist sculpture, The story of Thai, Marriage custom, Thai latzguage, etc. Además, está en preparación una biografía de obras en lenguas occi- dentales que tratan de Tailandia. Turquía La Comisión Nacional ha iniciado la preparación de una obra en dos volúmenes sobre la historia de las artes turcas, como continuación al primer congreso inter- naciorlal de arte turco, celebrado en Ankara en 1959. Esta obra estará destinada especialmente al público extranjero. Varias comisiones nacionales han publicado, en forma multicopiada, listas y catá- logos de material audiovisual disponible (películas, diapositivas, colecciones de reproducciones o de copias, discos, grabaciones magnetofónicas, etc.), sobre otras culturas o sobre la cultura nacional para uso de un público extranjero ('Bélgica, Canadá, Estados Unidos de América, Francia, Ceilán, etc.). Algunos países han emprendido también la preparación de colecciones de mate-

rial visual, e incluso audiovisual, sobre su cultura nacional. Cabe citar la impor- tante colección de vistas fijas en color producida por el Japón sobre la historia de sus artes visuales y de sus jardines, las colecciones análogas que preparan Italia, Tailandia, India, etc.

Documentacion disponible a título gratuito

PERI~DICOS

Oriente-Occidente, boletín trimestral [en español, francés e inglés]. El Correo de la Unesco. Números de abril, junio, y diciembre de 191 8; julio-agosto de 1961; diciembre de 1961 [español, francés e inglés].

CATÁLOGOS Y LISTAS BIBLIOGRhFICAS

Lista alfabética de publicaciones de la Unesco. Catálogo de siete exposiciones circulantes de la Unesco (tres de las cuales tratan de Orieate : c Grabados japoneses en madera D; ((Dos mil años de pintura china »; (( Miniaturas persas »> [español, francés e inglés].

Vie et pensée de 1’Asie : Libliograpbie pozrr la jezinesse, por B. Dhingra [francés e

800 r e v w d’Asie (publicado por la Comisión Nacional francesa de la Unesco). Bibliografía sobre teizas orientales publicados en castellano, por O. Svanascini. Film on Asia available in Canada [inglés]. Film OIZ Asia : selected List. Establecida por la Asia Society, Nueva York. Dirigirse

Oriente : A surve_Y ofjlm. Preparado por el British Film Institute, 164 Shaftesbury

A Selectad bibliogra@y of books, films, filmslides, records and exhibitions about

inglés].

a The Asia Society, IIZ East 64th Street, Nueva York.

Avenue, Londres, W.C. z (1959) [inglés].

Asia (Comisión Nacional norteamericana, I 9 j 7). FOLLETOS Y OTROS DOCUMENTOS

14riistes d’Orient, artistes ZOccident - Enstern arfists, western artists (Reunión de La enseñaqn acerca del Oriente, por T. Ivor Davies [español, francés et inglés]. Oriente-Occidente : hacia la co?zprensión 7nutua, por G. Fradier, Unesco, París. Orieizt-Occident : rencotitres et injuences d~iratai cinquaizte siicles d’art (catálogo de expo-

Rabirldranath Tngore (catálogo de exposición) París I 961 [francés]. The ny we h e (Nueva Delhi, 1960) [inglés]. Conies dzi Cmnbodge - Tales from Cambodid (doc. Unesco/TE/r) [francés e inglés]. Azi Japon nvec des enfants japonnis - In Japan witb Japanese Cbildren (doc. Unesco/ Les Pbilippims - Tbe Philippines (doc. Unesco/SE/j) [francés e inglés]. Cmdros mzirales pedrrgó’icos [inglés]. Camboya, Ceilán, Filipinas, India, Indonesia,

Viena, septiembre de 1960) [francés e inglés].

sición) París I 9 j 9 [francés].

TE/z) [francés e inglés].

Japón y Tailandia.

Documentación puesta en venta

DIAPOSITIVAS

Coltzdn Utiesco de diapositiuas de obras de arte. París, Publicaciones filmadas de arte historia, 44 rue du Dragon. Precio máximo : 10 dólares (EE.UU.) (inciudios gastos de envío). Las instituciones de carácter educativo y cultural gozan de una reducción del 20 9;. Los pagos pueden efectuarse mediante Bonos de Ayuda de la Unesco. Notas explicativas en español, francés e inglés. I .a serie ; E&to : Pintzirm en tumbasy templos. 2.a serie : Irán : Ilfiniutm-as persas. 3 .a serie : Indin : Pintims de las czreuas de Ajantu. 9.a serie : Ceilán : Pinturas de iernplos y sunttfarios. 1o.a serie : Nubia : Obras maestras eti peligro. I I .a serie ; URSS : Icoco,zos rusos primitivo.r. I 2.a serie : México : Pinturas prebispánicrrs.

Trésors de I’lna’~. Parfs, Publicaciones filmadas de arte y de historia (44, rue du Dragon). Texto explicativo en español, francés e inglés. Precio : 30 F la serie de 40 diapositivas para las instituciones de carácter educativo y cultural. Publi- cadas por la Comisión Nacional Francesa de la Unesco.

Orient-Occident : Retacontres et inpuences h a n t cinquante siecies d’art. París, Comisión Nacional francesa de la Unesco (23 rue La Pérouse). Texto explicativo en español, francés e inglés. Precio de exportación : 48 F franqueo aparte (libre de impuestos).

L’Art du Gandbara et de I’Asie centrale. París, Comisión Nacional Francesa de la Unesco (23, m e La Pérouse). Texto explicativo en español, francés e inglés. Precio 48 F, franqueo aparte (libre de impuestos).

PELfCULAS

Oriente-Occiúente, imágems de tma exposicidn. Unesco, Departamento de Información, 1960. Versión espafiola, francesa e inglesa. Película en blanco y negro, 35 mm y 16 mm 20 minutos. Precio de la peücula en 16 mm: 45 dólares (Estados Unidos).

Terre des Dieux (sobre Egipto). París, RTF (Division commerciale), 107, rue de Grenelie. Duración : 26 minutos. Precio : zoo dólares (Estados Unidos).

Miniaturespersanes. París, realizador Sr. Feri Ferzaneh. 3 5 mm. Duración : 20 minu- tos. Precio: 4jo dólares (Estados Unidos).

CARPETAS DE DOCUMENTACI~N PARA EL PERSONAL DOCENTE

Teacbers’ Pacht on Soutb Asia. Sólo en inglés. Nueva York, The Asia Society, 112 East 64th Street. 1960. 2 dólares (Estados Unidos).

Teacbers’ Packet on Soufbeast Asia. Sólo en inglés. Nueva York, The Asia Society, 112 East 64th Street, 1960. 2 dólares (Estados Unidos).

Japan : A Packet for Teachers. Sólo en inglés. Nueva York, Japan Society, I I 2 East 64th Street, Nueva York. z dólares (Estados Unidos), franqueo incluido.

A Pacht on the MiaYle East. Sólo en inglés. Nueva York, American Association for Mddle East Studies. 730 Fifth Avenue. 1960. 2 dólares (Estados Unidos). Edición revisada 1961.

Commonwealtb Insz?tute Stz& Kits. Sólo en inglés. Londres, Commonwealth Institute (South Kensington). Precio : 24 dólares (Estados Unidos), franqueo aparte.

DISCOS

Antbologie de la musique classique de l’Inde. Editada por Alain Daniélou, París, Ducretet-Thomson (19, rue Lord Byron). Texto explicativo en francés e inglés. Tres discos microsurco de 30 cm. Precio : 6 dólares (Estados Unidos), cada disco.

Antbologie mxrica& de I’Orient. Cassel (República Federal de Alemania) : Barenreiter Verlag, Heinrich Schuts Aliee 29. Colección dirigida por Aiain Daniélou. Texto explicativo en alemán, francés e inglés. Precio: 6 dólares (Estados Unidos). Discos publicados : Laos, Afganistán, Camboya, Irán (z discos).

Musique de l’Inde : Ragas du matin et du soir. Por Ustad Ali Akbar Khan, Sarod. Presentación por Yehudi Menuhin. París. La Voix de Son Maitre, FALP 473 (artístico 30 cm). Precio máximo : 7 dólares (Estados Unidos).

ÁLBUMES DE ARTE DE LA << COLECCIÓN UNESCO DE ARTE MUNDIAL D

Nueva York. New York Graphic Society. Publicados en alemán, español, francés,

Australia. Pinturas abortgenes - Tierra de Ardeim. Ceilán. Pinturas de tenrplos y santrlarios. Egipto. Pinturas en tzmbasy templos. España. Pinturas románicas. Etiopía. Manzmritos iluminados. India. Pinturas de las cuevas de Ajanta. Irán. Miniaturas persas. - Biblioteca Imperial. Israel. Mosaicos antigtos. Grecia. Mosaicos bixantinos. Japón. Pinturas bzidicas ant$uas. Masaccio. Los frescos de Florencia. México. Pinturas prehispánicas. Noruega. Pinturas de las << Stavkirkei ». Checoeslovaquia. Manuscritos iluminddos románicos y góticos. TurquIa . hlantíscritos ihninados primitivos. URSS. Iconos raros primitivos. Yugoeslavia. Frescos medievales. Bulgaria. Pintnras mzirales de la Edad Media. Túnez. Alosaicor antiguos.

inglés e italiano. Precio único : 18 dólares (Estados Unidos).

UNESCO noLsILInRos DE ARTE

Aparece en seis lenguas, el precio de cada volumen está fijado en 3,50 francos en la edición francesa. En las otras ediciones el precio no será en ningún caso supe- rior a I dólar (Estados Unidos). Los diferentes editores son : E. Flammarion, París; Collins, Londres; The New American Library of World Literature Inc., Nueva York; R. Piper and Co. Verlag Munich; J. M. Meulenhoff, Amsterdam; Silvana Editoriale d’Arte, Milán; Editorial Rauter S.A., Barcelona; Editorial Hermes S.A., México, -todas estas ediciones se han preparado en colaboración con la Unesco y están impresas por la casa Almicare Pizzi, Milán (Italia).

Títulos disponibles (1963) Egipto - Pinturas en tumbasy teinplos. Irán - ilfiniaturas persas. Espaga - Pitituras románicus. URSS - Iconos rusos primitivos. Yugoeslavia - Frescos medievales.

India - Pinturas de las cuevas de Ajanta. Japón - Pinturas bzídicas ant&uas, México - Pinturas prehispánicas.

EL ARTE REFLEJO DEL HOMBRE (MAN THROUGH HIS ART)

La Confederación Mundial de Organizaciones de Profesionales de la Enseñanza tiene el propósito de producir, gracias a una ayuda económica de la Unesco, una serie de volúmenes que ilustren, por medio de reproducciones de obras de arte de diferentes países de Oriente y Occidente, algunos temas constantes y esen- ciales de la vida humana, tales como la familia, la muerte, el amor, etc. Este material visual irá acompañado de textos y comentarios que podrán utilizarse tanto en la enseñanza como en cursos de educación extraescolar.

SELECCI~N DE TRADUCCIONES DE OBRAS ORIENTALES

Abu Bakr. (Ben Tufayl) : Eljilósgo autodidacto, versión de Angel González Palen- Cia. Madrid, Imp. de Edic. Jura.

Abu Ishag, de Elvira Diwan. Publicado por primera vez, con introducción, aná- lisis y notas por Emilio García Gómez. Madrid. Consejo Superior de Estudios Árabes de Madrid y Granada, 1944.

Abz-U1-Adib. El Diván. Versión de Juan José Domenchina. México, 1945. Akutagawa, Ryunosuke. El biombo del injerno. Versión de Kazuya Sakai. Buenos Aires. La Mandrágora, Colección Asoka. Los cuentos que integran el volumen son : a Rashomon », ((La nariz », N En el bosque », Kesa y Morito n y N El biombo del infierno ».

Al Ghazali. O Hijo (Ayyuha’l Walad). Versión de F. Lator. Imprimerie Catho- lique. Beirut, 1952.

Antiguospoemas chinos anónimos. Versión y selección de Horacio Jorge Becco y Osvaldo Svanascini. Buenos Aires. Editó Sociedad Amigos del Arte Oriental, ‘952.

Antología de cuentistas chinos: Selección y prólogo de Lo Ta Kang. Versión de M a Ce Hwang (Marcela de Juan). Buenos Aires. Espasa Calpe Argentina S. A., Colección Austral, no 787, 1947.

Aurobindo, Sri. Elementos de Yoga. Versión de Patricia Canto. Buenos Aires, Saros, 191 5.

-. L a síntesis del Yoga. Versión castellana de Noemí Rosemblat. Buenos Aires, Saros, 1956.

Basho. Poemas. Introducción, versión y notas de Osvaldo Svanascini. Buenos Aires, Instituto Argentino- Japonés de Cultura, 195 8.

Basho. Jaikais de Bashoj ak sus discijulos. Versión de Jaime Tello, tomado de la traducción del japonés al francés por Kuni Matsuo y Emile Steinilber-Oberlin; Bogotá, Colombia, Librería Voluntad, S.A., I 941.

I. Estas obras han sido seleccionadas entre las que cita la Bibiiografia sobre temas orientales pzrblicados en castelano de Osvaldo Svanascini, Unesco. París, ~gGo.

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Bhagavad-Gita o el Canto del Buemt)extL[rmi'o, Versión, prólogo y notas de José Barrio Gutiérrez. Buenos Aires, Aguilar, Biblioteca Filosófica no 9, 19j 7.

Calidasa. Ronda de las estacioiies. Versión castellana de Enrique Fernández Latour, tomado de la versión francesa de E. Steinilber-Oberlin. Buenos Aires, G. Kraft Ltd., Colección Luces Eternas, I 9 5 4.

Cnlila y Diinna. Fábulas, leyendas, refranes, máximas y consejos orientales por Báidabi (el filósofo hindú). Única versión castellana vertida directamente del original árabe (versión al árabe de Abdul'lah bnu-1-Mugaffa'a). Buenos Aires, Ed. Arábigo-Argentina El Nilo, 1948.

Confucio. Los ciratro libros de jlosofía moraly politica de China. Versión de J. Farrán y Mayoral. Barcelona, José Janés, 1954.

-. Filosofía moraly puliticd de China. Versión de Antonio Zozaya. Buenos Aires, Siglo Veinte, 1943.

-. Trafados morales y politicos. Barcelona, Iberia, I 9 59. Confucio y Mencio (Kung-Fu-Tse)-(Meng-Tse). Los libros ca/hicos chimr. Ver- sión de Juan y José Bergua. Estudio premilinar y notas de Juan B. Bergua. Madrid, Ibéricas.

Coomaraswamy, Ananda 1;. ,4rfesy ojcios de lrz Ii~diay Ceiláti. VersiGn de J. Dubon. Madrid, M. Aguilar, s/f, 2j4 p.

Cuentos chinos. Barcelona, Araluce, 1956, 80 p. y láminas. Cz~eiifos de hadas chiios. Versión de E. Macho Quevedo. Barcelona, Molino,

Cztentos de hadar de la India. Versión castellana de Alfonso Nadal. Barcelona, Molino,

Cuentos egipcios. Barcelona, Araluce, I 9 j 6. Cuezfos japoneses. Versión de Takeshi Ehara, Buenos Aires, Iio-Slii-E. Ctcetitos malgyos. Madrid, Revista de Occidente. CrLenfos mzlq~os. Barcelona, Araluce. Los mejores cuentos de todos los países,

Cgientos mvich/h. Barcelona, Araluce, Los mejores cuentos de todos los países, 3 6 ;

Cuextos populares de China. Madrid, Revista de Occidente, Colec. Musas Lejanas,

Ctientos popnlares ii/nrroqi/iu. 1, Cuentos de miniales, Versión de Mohainmad 1 bn Azzuz Haquim. Madrid, CSIC, 1954.

Cueiztos fc/rcos. Barcelona, Aralnce, I 95 6. Chandidasa. Los a//lores de Rada y de Krisrm, poema bengalí. Versitn de Leopoldo de Zabalo. Barcelona, (( Anfora », 1942.

Chan Wing-Tsit, Conger, George P., 'I'akasuku, Junjiro, Suzuki, Daiseta Teitaro y Sakamaki, Shunze. Filosofía de Oriente. Versión de Jorge Hernández Campos y Jorge Portilla. México, Fondo de Cultura Económica, Colec. Breviarios n.o 28, 1950.

David-Neel, Alejandra. híisticosy mrrgos del Tibet. Versión de Rosa Spottorno de Ortega. Buenos Aires, Espasa Calpe Argentina, S.A., 1942.

195 5.

1954.

XXIV, 1952.

19j2.

1944, '84 P.

De Juan, Marcela. Breve antología de la poesía china. Madrid, Revista de Occidente, 1948.

Devi, Maya. Introducción a la daqa de la India. Buenos Aires, Mundonuevo, Colec. Asoka, 1960.

Garúa Gómez, Emilio. Cinco poetas mmulmanes. Buenos Aires, Espasa Calpe Argentina, S.A. Colec. Austral no 5 13, 1945.

González Palencia, Angel. Alfrabí, catálogo de las ciencias. Texto y versión caste- llana. Madrid. Publicaciones de la Facultad de Filosofía y Letras, 1932.

-. Biblioteca de cuentos orientales. Ocho volúmenes publicados : El visir resucitado, Elprínc$e que todo lo dio, El herreroy el Cazva, Los cuatro talismanes, Las nwertos vuelven, Guisantes, guisantes !, L a s promesas del ingrato y Las ruinas del molino, Madrid, Maestre, 1930.

Ha&, Echems ud Din Mohamed. Lasgacelas. Versión de Ernestina Champourcin, México, Centauro, 194.

Historia de los amorex de &yYrui_y RiuSd. Una chantefable oriental en estilo persa. Versión de A, R. Nykl. N e w York, Editado por The Hispanic Society of America.

Hwang, Ma Ce. Cuentos chinos de tradicidn antigua. Buenos Aires, Espasa Calpe Argentina, S.A. Colección Austral no 805, 1948.

Ibn Hazm de Córdoba. El collar de lapaZoma. Tratado sobre el amor y los amantes. Versión de Emilio García Gómez. Prólogo de José Ortega y Gasset, Madrid, Sociedad de Estudios y Publicaciones (Rivadeneyra), 195 2.

Ibn Tufayul. El jlósdo autodidacta. Versión de Angel González Palencia. Madrid, Ediciones Jura, 1948.

Kabawa, Toyohito. Cantos de los barrios bajos. Versión de Lois J. Erickson y notas e Introducción de G. Báez Camargo. México. Casa Unidad de Publicaciones, 1953-

Kabir. Ciea poemas de Kabir. Versión inglesa de Rabindranath Tagore, vertida al castellano con notas y prólogo de Joaquín V. González. Buenos Aires, Hachette, Col.

Kakuzo, Okakura. El sentido del arte. Versión castellana de O. Svanascini. Buenos Aires, Ed. Instituto Argentino-Japonés de Cultura, 1959, 32 p. Folleto conte- niendo un capítulo de la obra El libro del té de este autor japonés.

Kalidasa. El reconocimiento de Sahntala. Versión castellana e introducción de R. Cansinos-Assens, Santiago de Chile, Ercilla S.A. 1940.

-. L a ronda de laú estaciones; Ritm amhara. Versión y prefacio de Juan José Domen- china, México, Centauro, 1944.

Katha-Upanishad. Versión de Salvador Bucca. Tucumán, Argentina. Revista Humanista de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán.

Khayyam, Omar-i-. Rubabat. Ensayo crítico, versión castellana directa, y notas de Francisco A. Propato. Prólogo de Ernesto Martinenche. París, M. Bourdon, 1930.

Koran, El. Versión de Rafael Cansinos Assens. Madrid, Aguilar, 195 1, 870 p.

Libro de las nzily zina noches. Versión castellana y notas de R. Cansinos Assens. Madrid, Aguilar, I 9 5 6.

Li Tai Po. Poemas. Versión castellana e instroducción de Osvaldo Svanascini. Buenos Aires. Cuadernos del Unicornio, 32 p.

Mishima, Yukio. L a m q e r del abanico ; Seis pieeas de teatro Nod Moderno. Versión de Kazuya Sakai. Buenos Aires, la Mandrágora, Colec. Asoka, 1939.

Nal'a y Damayanti (Episodio del' Mababhnrata) . Versión de Francisco Rodríguez Adrados. Buenos Aires; Espasa Calpe Argentina, S.A. Colec. Austral no 712, 7947.

Nehru, J. EL descztbrifiiiento de La India. Versión castellana de Miguel Hernani. Buenos Aires, Sudamericana, 1949, 841 p.

Poemas japoneses. Instroducción, versión castellana y notas de Kazuya Sakai y Osvaldo Svanascini. Buenos Aires, Instituto Argentino- Japonés de Cultura, 1956, 32 p. Folleto conteniendo seis tankus o versos japoneses de 17 sílabas, de diferentes autores, con una introducción sobre esta técnica literaria.

Poesia árabe. Selección de Héctor F. Miri, Buenos Aires, Continental, 1944, 180 p. Poesia china Selección de A. J. Weiss y H. F. Miri, Buenos Aires, Continental, 1944,

Radhakrishnan, Sarvepalli. Kulki o el f.t..o de la civilixación. Versión de Natalia Diaconescu de Dimitriv. Buenos Aires, Doza, S.A. 1954.

-. ReLigióny sociedad. Versión de Josefa Sastre de Cabot. Buenos Aires, Suda- mericana, I 9 > j .

Ruy, Raúl A. El' libro dt lagran extinción de Gotumu eLBziddba. Buenos Aires, Hachette, S.A., Colec. El Mirador, 1913, 222 p.

Saadi : El jardin de las rosas. Versión castellana de Félix Etchegoyen de la versión francesa de Franz Toussaint. Buenos Aires, Kraft Ltda., Colec. Luces Eternas, I 9 j 5.

Svanascini, Osvaldo. Haiku (desde Basho hasta el siglo XVIII). Introduccióo, tra- ducción, notas y bibliografía. Buenos Aires. Mundonuevo.

Tagore, Rabindranath. Aues erruntes. Versión de Heriberto Lionel Charles, Tntro- ducción de Osvaldo Svanascini. Buenos Aires, Kraft Ltda., Colec. Luces Eternas, 19 j 3.

-. El a h a y el mundo. Versión de Alicia Molina y Vedia. Buenos Aires, Rueda, '950.

-. El cartero del Rty. Lu IZLIU nueva. Versión de Zenobia Camprubí de Jiménez y Juan Ramón Jiménez. Buenos Aires, Losada, S.A., 1938.

-. Gitan Jal'i. Versión castellana de Abel Alarcón, revisada y glosada por Sady Concha, Buenos Aires, Kier S.R.L., 1947.

-. Tagore, obra escogida (lírica breve, teatro, cuento, aforismo, escuela). Versión castellana de 2. C. de Jiménez, apéndice de Juan Ramón Jiménez, prólogo de Agustín Caballero Robredo. Madrid, Aguilar, 1957, 1342 p. Las obras conte- nidas en el volumen son las siguientes : Lírica breve : ((La Luna nueva », c El jardinero », (( Ofrenda lírica », N La cosecha », Regalo de Amante », (( Tránsito )) y c La fugitiva ». Teatro : (( El cartero del rey », (( El asceta »,

136 P.

77

«El rey y la reina», «Malini», (<El rey del salón oscuro », ((Sacrificio », (( Chitra N y Ciclo de la primavera ». Cuento : << Las piedras hambrientas », << Mashi n y (< La hermana mayor ». Aforismo : e Pájaros perdidos ». Escuela : (( Morada de Paz ».

Teatro japonés. Prólogo de Cristóbal de Castro, versión de Antonio Ferratgez. Madrid 1930, 276 p.

Tres misterios del teatro tibetuno. Prólogo, traducción y notas de Osvaldo Svanascini. Buenos Aires. Mundonuevo, Colec. Asoka, 195 9.

Tsudzumi, Tsuneyoshi. El arte japonés (no aparece el nombre del traductor). Bar- celona, Gustavo Gili, 1932, 336 p.

Valmiki. El Ramquna. Versión castellana y prólogo de Juan G. Luaces. Barcelona, José Jan&, 1 9 ~ 2 , tomos 1 y 11, 692 y 7 8 8 p.

Wakatzuki, Fukuyiro. Tradiciones japonesas. Versión castellana de M. Morales, Buenos Aires, Espasa Calpe, Argentina S.A., Colec. Austral no 103, 1945,

Yutang, Lin. La sabidwia de Confwio. Versión de Elena Dukelsky Yoffre. Buenos Aires, Siglo xx, 1952, 286 p. I ilust.

-. L a sabidaria de Laotsé. Versión de Floreal Mazía. Buenos Aires, Sudamericana, 1952, 279 P.

-. Sabidwíu chino. Versión castellana. Buenos Aires, Biblioteca Nueva, I 945 , 6 8 8 p.

Nueva, 1946, 6 8 8 p. -. Sabidaría hindu'. Versión de Georgette T. de Herberg. Buenos Aires, Biblioteca