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Viajeras en la Alhambra - Junta de Andalucía · Estos relatos y descripciones de la Alhambra y de Granada reparan en detalles con toques humanos, apreciaciones singulares, y recrean

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Viajeras en la Alhambra

Viajeras en la Alhambra

María Antonia López-Burgos

© de la presente edición: Consejería de Turismo, Comercio y Deporte. Junta de Andalucía

© Estudio preliminar, selección de textos y traducción: María Antonia López-Burgos del Barrio© de Ilustraciones y acuarelas: María Antonia López-Burgos del Barrio

Diseño y producción editorial: Signatura Ediciones de Andalucía, S.L.

Depósito Legal: SE-4157-07

ISBN: 978-84-89225-06-0

Impreso en España

A Margarita que tiene la pena de ser ciega en Granada.

La autora

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Presentación

Hasta ahora conocíamos cientos de visiones de la Alhambra que, siendo sin duda el buque insignia de nuestros monu-mentos, suscitó admiración y despertó grandes emociones desde antiguo. Sin embargo todos esos testimonios pertene-cían a plumas masculinas, como si ninguna mujer –aunque en la mayoría de los casos pasaron por sus patios, sus salones y sus jardines junto a los hombres– hubiera expresado lo que sentía. Usando una expresión de Fátima Mernisi podría decirse que existía en este ámbito un clamoroso silencio que ahora María Antonia López-Burgos llena con este libro de palabras femeninas escritas a lo largo de la segunda parte del siglo XIX y el primer tercio del XX.

Son autoras conocidas en muchos casos y en su época por el público de su país pero que en España no gozaron de reconocimiento, salvo casos aislados como el de Louisa Teni0són y alguna otra. Por eso el libro Viajeras en la Alhambra, a parte de sus valores literarios intrínsecos, se convierte también en un ariete de papel que abre un horizonte más amplio a la literatura de viajes, un género cada vez más demandado por un público que vuelve a amar los recorridos sosegados y las miradas subjetivas.

Bienvenido sea, pues, este segundo volumen de la Colección “Turistas de Ayer” que, engarzando con el de Almería Dorada, comienza a formar una cadena y promete nuevos eslabones.

Sergio Moreno MonrovéConsejero de Turismo, Comercio y Deportede la Junta de Andalucía

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Prólogo

España, y en particular Andalucía, despertaron un enorme interés en los escritores viaje-ros ingleses del siglo XIX. Una de las causas fue la guerra de la Independencia, que ellos llamaron "guerra peninsular". Los recuerdos de Wellington, la implicación de Inglaterra en la guerra contra Napoleón, así como los relatos y descripciones de los militares ingle-ses fueron el inicio del despertar del viaje romántico por excelencia.

España estuvo en el siglo XVII, por razones políticas y militares, fuera del Grand Tour, ese circuito ilustrado de la nobleza inglesa y alemana precursor del turismo, que solía tener Italia como principal destino. Pero con el inicio del siglo XIX, y debido al exotismo de muchas de nuestras ciudades y monumentos, se generó un interés orienta-lista en el que Andalucía ocuparía un lugar destacado entre los escritores europeos.

Fueron a menudo los viajeros ingleses, americanos, franceses, los que pusieron de relieve y dieron valor a muchos monumentos y obras de arte que nosotros habíamos dejado en el olvido. Su interés despertó el nuestro y no pocas restauraciones y acciones protectoras fueron estimuladas por esos viajeros.

Menos conocida es, sin embargo, la obra de las mujeres viajeras, en su gran mayoría anglosajonas, que ahora rescata, para nuestro deleite, María Antonia López-Burgos del Barrio, una de las decanas y mejores especialistas en la literatura de viajes en lengua in-glesa, como ha puesto de manifiesto en toda su extensa obra.

María Antonia López-Burgos, rinde justicia no solamente a las mujeres, sino a esa vi-sión a menudo más amplia, más comprensiva, que ellas, observadoras e intuitivas, suelen captar mejor que los hombres. La obra de la profesora López-Burgos, tiene finalmente un tercer interés, que son sus ilustraciones y dibujos, que ella firma como Miriam, que le añaden un particular encanto. Por último, la solidez de la investigación bibliográfica de esta profesora hace que sea también una guía para los coleccionistas de libros antiguos

María Antonia López-Burgos - Viajeras en la Alhambra

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y perdidos que podremos husmear en los anaqueles de los libreros y anticuarios ingleses y norteamericanos para intentar hacernos con alguna de esas joyas que aquí describe y resume.

Estos relatos y descripciones de la Alhambra y de Granada reparan en detalles con toques humanos, apreciaciones singulares, y recrean el ambiente del siglo XIX. Por otro lado, María Antonia López-Burgos extiende su recuento al siglo XX, lo que completa y cierra ese panorama de nuestro país a los ojos anglosajones. No deja de ser conmovedor, por ejemplo, el relato de los bombardeos en Granada en 1937 que nos ha dejado Helen Nicholson.

Las obras presentadas aquí son muy diversas; unas revelan una profesionalidad de la escritura, un saber hacer que viene confirmado por la obra literaria de las autoras. Otras son descripciones más a vuela pluma, pero de gran frescura y espontaneidad. Fueron todas ellas viajeras no utilitarias, desinteresadas y deslumbradas por Andalucía sin ser sólo consumidoras de exotismo. Estas viajeras se guiaron por su instinto, por sus lecturas y conocimientos y por los relatos de viejos soldados. Muchas de ellas viajaron cuando todavía no existían las guías (la primera guía de Karl Baedeker, sobre Bélgica, aparece en 1878, y la primera guía Michelin de Francia, en 1900). Las primeras guías de viajes de España sólo empiezan a ser editadas tras la primera guerra mundial.

Este trabajo va más allá de la pura memoria. Los relatos de viajeros extranjeros nos aportan la visión del otro, otra perspectiva que nos descubre siempre aspectos de nuestra realidad y de nuestra historia que nos habían pasado desapercibidos. Revalorizan la ciu-dad y el país. Nos ayudan también a saber viajar, a saber mirar y no sólo ver, y a registrar en la memoria, mediante la escritura y no solamente mediante las imágenes, el paisaje humano y monumental que vemos. En los relatos aquí presentados siempre destaca esa cultura que para muchos de los viajeros actuales quisiéramos, ahora que los viajes son fugaces, superficiales y fotogénicos más que otra cosa. Los relatos son la muestra más excelente de esa relación que se establece entre el viajero, los habitantes y el lugar, cada uno marcando su impronta en el otro de una especial manera.

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Eran aquellos viajes, lentos, pausados, con tiempo para encontrar tipos humanos diferentes, para apreciar las costumbres locales. Eran viajes que duraban semanas si no meses porque los precarios medios de transporte, con su lentitud y sus inconvenientes también contribuían a que aquéllos no fueran triviales, a evitar esa especie de atolon-dramiento de los apresurados viajes actuales. Cuando se llegaba a un lugar era para quedarse, para aprovechar y rentabilizar el esfuerzo del camino. Baste con recordar que en inglés la palabra travel viene de la misma raíz que travail o trabajo. La rebelión de las masas turísticas, la masificación de los viajes y la excesiva rapidez de los transportes son una de las causas de que un tipo de turismo desvirtúe y banalice el arte de viajar.

Y, en fin, para los responsables turísticos redescubrir esos relatos es también un acica-te para mejorar lo que tenemos. Hoy Andalucía ya no es exótica, es moderna y mucho más dinámica. Quienes nos visitan buscan las huellas del pasado pero deben también encontrar la hospitalidad y simpatía que siempre caracterizó a esta región. No debemos conformarnos con lo antiguo, con vivir sólo de las glorias del pasado y de los monumen-tos que nos legaron los antiguos. Debemos seguir creando y protegiendo un entorno urbano y natural armonioso y saber seguir siendo todavía atractivos y acogedores.

París, julio 2007Jaime-Axel Ruiz BaudrihayeDirector de la Oficina Española de Turismo. París

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Índice

Presentación del Consejero de Turismo, Comercio y Deporte . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

Prólogo de Jaime-Axel Ruiz Baudrihaye . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11

Estudio Preliminar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19

Autoras del siglo XIXGROSVENOR, Elizabeth Mary (1840-1841) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45

Visita a la Alhambra guiada por Bensakén . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47ROMER, Isabella Frances, (1842) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55

La Alhambra, recompensa tras un largo viaje . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57Visita a la Ahambra guiada por Monsieur Louis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 60

QUILLINAN, Dora (1845) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71Encalado del Generalife . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73La Alhambra en el mes de mayo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 76Puesta de sol desde la Ermita de San Miguel . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79Adiós a la Alhambra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 80

TENISON, Lady Louisa (1850-1853) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83Un carmen en el Mauror . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 85La magia de la Alhambra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 88Situación de la Alhambra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 91Palacio de Carlos V . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 94Entrada al Palacio Nazarí . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95Vistas desde la Alhambra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103Las Torres de la Alhambra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 105El Generalife . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 107El Carmen de los Mártires . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109

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STUART-WORTLEY, Lady Emmeline (1856) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 111Llegada a Granada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 113Visita a la Alhambra guiada por Bensakén . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 114Última visita a la Alhambra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 126Visita al Generalife . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 128

ANÓNIMO (1867) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 131El bosque de la Alhambra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 133Despertar en la Alhambra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 134La Alhambra. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 136Paseo por el Generalife . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 144La "Silla del Moro" . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 146Aspectos negativos de la Alhambra: los turistas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 148Último día en Granada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 150

HERBERT, Lady Elizabeth (1866) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 153El nuevo hotel Alhambra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 155La Alhambra, un lugar para soñar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 158

EDWARDS, Matilda Betham . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 161Invierno en la Alhambra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 163La Alhambra: un cuento de hadas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 166Puestas de sol desde la Alhambra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 170

ANÓNIMO (1867) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 175El bosque de la Alhambra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 177Entrada a la Alhambra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 178Los alrededores del Palacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 180Visita al Palacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 183Visita al Generalife . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 188

TOLLEMACHE, W.A. (1869) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 191El recinto de la Alhambra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 193La vega, campo de batalla entre moros y cristianos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 195Visita al palacio de la Alhambra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 197El Generalife . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 202Puesta de sol desde la Alhambra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 205

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JACKSON, Mary Catherine (1873) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 207Llegada a la Alhambra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 209Puesta de sol desde la Torre de la Vela . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 212

HARVEY, Annie, J. (1872) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 213Días de verano en la Alhambra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 215La Torre de las Infantas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 220Los jardines del Generalife . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 224

RAMSAY, Mrs. (1874) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 227Llegada a Granada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 229La gran maravilla del mundo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 230Conservación de la Alhambra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 234

MOULTON, Louise Chandler (1896) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 235¡Por fin estábamos en la Alhambra! . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 237La Alhambra a la luz de la luna . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 239

Autoras del siglo XXFITZGERALD, Sybil (1905) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 245

El Generalife . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 247HOWE, Maud (1908) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 249

La campana de la Torre de la Vela . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 251ASQUITH, Margot (1923) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 255

Unos días en un carmen en el Generalife . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 257HILL, Cecilia (1931) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 259

El Generalife . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 261NICHOLSON, Helen (1937) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 263

Despertar en el bosque de la Alhambra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 265Sonidos de guerra en la Alhambra. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 267

Bibliografía. Fuentes Primarias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 279

Bibliografía. Fuentes Secundarias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 281

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Estudio preliminar

A lo largo de la historia el ser humano se ha visto impulsado a viajar. Nuestro com-patriota Séneca, en los primeros años de la Era Cristiana afirmó: «El cabalgar, el viajar y el mudar de lugar, recrean el ánimo» y varias décadas después Plinio el Viejo expresó: «Por naturaleza los hombres gustan de ver cosas nuevas y de viajar». Unas veces se viajaba por necesidad, otras, el viaje se hacía para satisfacer el espíritu de aventura intrínseco al ser humano, aunque no es hasta mediados del siglo XVII y principios del siglo XVIII cuando se empieza a viajar por placer, y es entonces, cuando España, un país que había permanecido al margen de las rutas culturales europeas, comienza a ejercer una poderosa atracción entre los viajeros procedentes del Reino Unido quienes, cansados de las como-didades y de los caminos trillados de los países que tradicionalmente se incluían en lo que se dio en denominar el Grand Tour� ven en la Península Ibérica una tierra por des-cubrir. Son cientos los viajeros que desde mediados del siglo XVIII y sobre todo durante el siglo XIX, recorren España, cuadernillo en mano, unos dibujando, otros escribiendo sus diarios, libros de bitácora coloristas y amenos, dejando constancia de haber realizado el viaje, pero ya fuese con el carboncillo, el pincel o la palabra, a todos les mueve el ánimo de llegar a lo más profundo del alma de esta tierra indómita y describir un país que, aunque atrasado con respecto a algunos países de Europa, les ofrece el orientalismo y el pintoresquismo que podían desear, puesto que por encima de todo España era un país que consideran “diferente”.

1 Los británicos fueron los creadores de lo que luego se llamó el Grand Tour, es decir, el viaje que realizaban por centro Europa los hijos de las familias nobles, una vez finalizados sus estudios. Lo que en el siglo XVII había sido un viaje minoritario, con el paso de los años se convirtió en un reco-rrido turístico que la moda extendió a los hijos de familias acomodadas y que solía incluir Los Países Bajos, algunos principados alemanes, Francia, Suiza e Italia. En este recorrido había dos ciudades clave: París y Roma. Para saber más del Grand Tour ver: FREIXA, C. Los Ingleses y el arte de viajar. Barcelona 1993.

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Para el lector iniciado en el género literario de viajes, decir que España ha sido el país del que más se escribió durante el siglo XIX y uno de los que más se sigue escribiendo en la actualidad es obvio y de todos conocido. Pero para el lector profano en la materia que se acerca por primera vez a una antología de textos de viajeros por España debemos enmarcar el tema ofreciendo unas brevísimas pinceladas introductorias.

Viajaron por España infinidad de extranjeros sobre todo centroeuropeos, pero fueron sin embargo los que llegaron desde las Islas Británicas y un tanto en menor grado los norteamericanos, los que han dejado una producción literaria más amplia y continuada a lo largo del siglo XIX y primera mitad del XX.

Peter Besas afirma en la introducción a su obra The Written Road to Spain� «Los es-tantes de muchas bibliotecas y librerías crujen bajo el peso de libros de viaje y guías sobre España. Y cada año el número se va incrementando», aunque esto no es nuevo, durante la estancia de H. Willis Baxley en España entre los años 1871 y 1874, su amigo George H. Williams, Earl of Baltimore le escribió en estos términos3: «mira y anota tanto como te sea posible de ese país, para tus amigos que no podemos estar contigo [...] sobre todo, observa y describe todo lo que te sea posible de Granada. Cuanto más mejor del estado pasado y presente de ese palacio árabe cuya historia ha sido tan rica en acontecimientos». Incluso Samuel Manning, autor de Spanish Pictures� dice en 1870: «Residentes y turistas en España, están comenzando a quejarse de la invasión de hordas del norte. Ahora nos podemos encontrar con numerosos viajeros ingleses y norteamericanos, no sólo en lu-gares tales como Granada y Sevilla, sino en Segovia, Ronda o Ávila y los libros de viajes por España se han multiplicado en proporción. Unos años más tarde fue Horatio H. Hammick5, administrador de las propiedades españolas del Duque de Wellington quien nos dice: «No hay país sobre el que se escriban anualmente más libros que España».

2 BESAS, P. The Written Road to Spain Madrid, 1988.

3 BAXLEY, H. W. Spain, Art Remains and Art Realities London, Longmans , Green and Co. 1875.

4 MANNING, S. Spanish Pictures drawn with Pen and Pencil London, The Religious Track Society, 1870.

5 HAMMICK, H. The Duke of Wellington Spanish’s State London, Spottishwoode, 1885.

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Si tenemos en cuenta las dotes de observación que enriquecen el temperamento an-glosajón, no es de extrañar que se dedicasen a observar y describir países extranjeros.

Durante el siglo XIX y primeras décadas del XX, España ofrecía al viajero todo lo que podía soñar y era en Andalucía donde buscaban y encontraban las raíces románticas, se enaltece todo lo oriental, el mundo árabe, sus vestigios, sus restos arquitectónicos y su cultura adquieren un espacio predominante en sus diarios y cuadernos de dibujo que una vez de vuelta en sus países de origen publicaron convirtiéndose este género literario en un gran negocio editorial. Muchos publicaron sus experiencias de viaje movidos por un afán de ayudar a futuros viajeros a salvar todos y cada uno de los inconvenientes y dificultades por los que ellos habían pasado y que habían superado de forma heroica, apareciendo un gran número de libros con formato de guía en los que con tratamiento más o menos literario se daban itinerarios y distancias, los lugares dignos de mención, medios de transporte que incluían hasta los nombres de las mulas que tiraban de esta u otra diligencia, los ingredientes y precios de las comidas, consejos para evitar ser extorsionado en ventas y posadas, si eran o no ruidosas las habitaciones de posadas, ventas, fondas o casas de pupilos, etc. Otros pu-blicaron con la intención de poner en letras de molde todo lo que habían sentido al viajar por una tierra con tantos contrastes y tan rica en matices, otros simplemente para que sus familiares y amigos pudiesen disfrutar de sus peripecias y aventuras en tierras tan lejanas sin ningún tipo de riesgo y desde la tranquilidad de sus hogares y otros, porque ya antes de emprender viaje tenían el compromiso con alguna de las editoriales que se dedicaban a este género literario y que proliferaron a lo largo de todo el siglo XIX en las principales capitales de Europa, sobre todo en la del Reino Unido. No debemos olvidar que habían nacido las sociedades geográficas y que en los círculos culturales de Londres los temas de conversación que se alejaban de la política se centraban en el arte, los viajes y los grandes descubrimientos.

Y si para estos viajeros, escritores y pintores, Andalucía representaba la imagen más estereotipada de España, Granada era un lugar mágico al que peregrinar. Muchos han sido los viajeros de épocas pretéritas que se aventuraron por los polvorientos y acci-

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dentados caminos andaluces en busca de las escondidas bellezas que libros escritos por viajeros anteriores les habían desvelado y de las que tanto habían oído hablar.

Aún si bien la mayor parte de los libros de viajes por Andalucía escritos durante el siglo XIX y primera mitad del XX lo fueron por hombres, no es desdeñable el número de damas valientes que nos han dejado testimonio de sus hazañas... ¡No podemos olvidar que el viajar por España durante el siglo XIX era una hazaña!. Los relatos de estas audaces e intrépidas mujeres6 están dotados de una amenidad poco frecuente. Sus descripciones reflejan la vida cotidiana y se acercan a nuestras vivencias con una gran frescura na-rrativa. Son obras que están llenas de anécdotas, de incisivas críticas. Todo lo enjuician; recordemos que ellas eran damas de alcurnia, ricas, valientes, animosas y cultas.

A mediados de siglo XIX visitar Granada bien merecía las tres largas jornadas de terrible y peligroso camino desde la vecina Málaga sin posibilidad de realizar el viaje más que a lomos de acémilas si escogían la ruta de Alhama, cabalgando por estrechas y escarpadas veredas con precipicios y barrancos que las dejaban sin respiración, o traque-teadas, magulladas, empaquetadas y doloridas si lo hacían en alguna de las diligencias que cubrían el trayecto entre las dos ciudades por la carretera de Loja, viendo como el pesado vehículo, con su tiro de ocho mulas, corría el riesgo de caer al vacío en cada una de las curvas del zigzagueante camino, cuando al galope, estas se ponían rebelonas. Las que llegaban a Granada procedentes de las regiones levantinas no lo tenían más fácil, como tampoco las que aterrorizadas atravesaban Despeñaperros por los solitarios desfi-laderos, sintiéndose observadas por todos y cada uno de los campesinos con los que se cruzaban y en los que sus asustados espíritus sólo veían atracadores sedientos de sangre que sus mentes imaginaban con fiera mirada y la faca en la mano, que las desvalijarían, las llevarían como rehenes a las montañas o incluso las matarían en cualquier recodo del camino.

Al avanzar el siglo XIX contemplamos un cambio bastante significativo en lo que a los relatos se refiere. Los viajes se van haciendo cada vez más cómodos y seguros a decir

6 LÓPEZ-BURGOS, M. A. Siete Viajeras inglesas en Granada. Granada, Axares, 1996.

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de las viajeras que recorren las tierras andaluzas y vemos como el trayecto en sí comienza a perder importancia en el conjunto de la obra. Las rutas ya no son tan peligrosas como solían serlo o al menos, la presencia de la Guardia Civil en las zonas más solitarias de los caminos, les hace pensar que el recorrido será bastante más seguro de lo que solía serlo antaño. La mejora en las infraestructuras y en las instalaciones hoteleras son factores decisivos que se suman para facilitar a las intrépidas “turistas” sus desplazamientos y sus estancias en las distintas ciudades. Con todo y con eso, la preparación de los equipajes continúa siendo un tema de crucial importancia puesto de manifiesto por algunas de ellas.

Si en décadas anteriores los escritores en general solían recomendar a futuros viajeros, tanto hombres como mujeres, no llevar nada de valor para no ser tentación de bandoleros o de las gentes que se reunían en las ventas de los caminos7, ahora en la segunda mitad de siglo la tendencia parece ser la contraria como queda reflejado en las ilustrativas palabras de Matilda Betham-Edward cuando ya acomodada en la diligencia en la que se disponía a viajar expresa: «Entonces nos hizo sonreír y nos lo hace ahora pensar en la magnitud de nuestros preparativos para el viaje. Y ahora permítanme apuntar, si fuese posible po-nerlo por escrito, la absurda idea de que para viajar a gusto se debe viajar sin equipaje. Yo he viajado mucho y si estuviera escribiendo un manual para todos los futuros turistas, pondría, como lema para el libro: “Viaja siempre con tus mejores ropas y al menos con media docena de baules”. El equipaje y los buenos trajes hacen las veces de un séquito de sirvientes. El equipaje y las buenas ropas aseguran buenos lugares, cortesía por todos sitios y una in-finidad de pequeñas comodidades. El equipaje y las buenas ropas resultaran ser tus ángeles de la guarda donde quiera que vayas. Para los salvajes está muy bien viajar sin equipaje –los aristócratas japoneses ni siquiera llevan pañuelos de bolsillo, pero si alguien quiere viajar agradable y provechosamente, déjenle que lleve una maleta bien provista.»

7 El lector interesado también puede acercarse a los cinco volúmenes sobre Viajeros ingleses en Granada que he publicado con anterioridad, y a los libros sobre bandolerismo en Andalucía en los que encontrará diversas referencias. Por Tierras de Bandoleros/ Travelling through a Land of Bandits. Fundación para el Desarrollo de los Pueblos de la Ruta del Tempranillo. Málaga 2003 y ¡La Bolsa o la Vida! Caligrama Eds. Málaga 2003.

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Las diligencias y las galeras siguen siendo durante todo el siglo XIX y primera mitad del XX el mayor sufrimiento al que se enfrenta el viajero. Un viaje en diligencia o en galera es sinónimo de magulladuras, terribles dolores de huesos y todo lo que podamos imaginar puesto que estas no habían mejorado con el paso del tiempo. En este largo período las diligencias seguían siendo vehículos pesados, estudios perfectos de equi-librio en los que sorprende su estabilidad cuando se amontonan en lo alto todo tipo de mercancías. El estado de los caminos no ayudaba a suavizar el traqueteo del carruaje. El viajero, y ni que decir tiene, la viajera, se siente dolorida, apretujada, indefensa ante tanta incomodidad, pero en este caso, Granada está al final del camino y su belleza, de la que todas habían oído hablar bien merece algún sacrificio. Granada aparecía en el horizonte como una reina coronada por los rojos torreones de la Alhambra y protegida por las elevadas cumbres de Sierra Nevada con la Vega extendida a sus pies y sus blancos cortijos y alquerías salpicados entre el exuberante verdor de sus campos, como si de perlas en un cáliz de esmeraldas se tratara.

La viajera por fin ha llegado a Granada y la sublime belleza de la ciudad le hace ol-vidar todo el peligro y las incomodidades del viaje. El sueño se hace realidad y exhausta como está pronto se despereza de su cansancio, borra de su memoria las penalidades y se apresura a descubrir los tesoros escondidos de los que tanto había oído hablar y que tanto ha deseado descubrir. Granada se le presenta envuelta en todo un halo de leyendas y romances y esta, imbuida por todo el romanticismo de la época, corre a perderse por entre los solitarios y encantados patios y salas de la Alhambra y colma su sed de belleza paseando al atardecer por los fragantes caminillos del Generalife, perfumados de arrayán, jazmín, romero o santolina, paraíso donde habitan las luciérnagas y cantan los ruiseñores y se emociona al contemplar el rielar de la fría luna en sus estanques y fuentes y deja sin sentido el dicho de que Una imagen vale más que mil palabras puesto que dando rienda suelta a su imaginación utiliza esas mil palabras, y mil más, para describir toda la belleza y el embrujo de la Alhambra.

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Viajeras en la Alhambra recoge los relatos de 19 mujeres8 que entre los años 1840 y 1937 visitaron Granada, escribieron sus experiencias de viaje y nos han legado unas in-teresantes descripciones del estado en el que se encontraban La Alhambra y el Generalife y 27 dibujos a plumilla, aguada y acuarela que he ido realizando a lo largo de los últimos años y que intentan reflejar el estado en el que se encontraban la Alhambra, el Generalife y algún que otro rincón de Granada en tiempos pasados.

Una vez seleccionados los libros, todos ellos ediciones originales en lengua inglesa he traducido los textos manteniendo a conciencia el estilo narrativo de cada una de viajeras que aquí presento sin que mi deseo haya sido en ningún momento glosar los relatos sino presentar la traducción lo más literal posible con la intención de que el lector pueda distinguir entre los distintos estilos narrativos de las viajeras y podrá comprobar que algunas estaban dotadas de un buen hacer literario y que también las hubo que ca-recían completamente de el. Las traducciones a su vez favorecen a investigadores de las más diversas disciplinas: biólogos, geólogos, historiadores, sociólogos, historiadores del arte, urbanistas, arquitectos y un largo etcétera podrán aproximarse a los libros y utilizar cuantos datos esconden estos textos, fuente de información de incalculable valor para toda persona interesada en conocer el estado en el que se encontraban la Alhambra y el Generalife en otros tiempos. Por otro lado, quien se acerque a esta antología como libro de esparcimiento encontrará relatos amenos, llenos de entretenidas anécdotas, retrato que tan bien ha sabido poner en letras de molde la mirada escrutadora de estas mujeres curiosas, impertinentes o no, pero siempre entusiastas que pasearon y dieron rienda suelta a sus ensoñaciones cuando paseaban por el recinto monumental de la Alhambra.

He mantenido la grafía de los topónimos del original inglés, aunque en algunos casos incluyo la corrección entre […]. No he convertido las medidas de longitud al sistema métrico decimal para no romper el estilo de la narración. Cuando ha sido posible aporto 8 De los diecinueve relatos diecisiete fueron escritos por viajeras británicas y sólo tres por viajeras

norteamericanas, aunque Mawd Howe (1908), casada con un súbdito británico, y Helen Nicholson (1937) se sienten británicas.

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una serie de datos biográficos con objeto de ayudar al lector a situarse y conocer el con-texto y los motivos de viaje de quien escribe.

Los 27 dibujos que ilustran esta obra son mi aportación personal e individual a un trabajo de investigación sobre literatura de viajeros por España al que he dedicado más de tres décadas de mi vida y que como ocurre con los grandes amores, esta pasión por la literatura de viajes y por el dibujo que he mantenido y que mantengo, con el tiempo se va haciendo cada vez más profunda.

En Viajeras por la Alhambra unas veces leemos descripciones en las que el entu-siasmo emana en cada una de las frases, que nos transportan a salas y patios del palacio, nos hacen sentir los ruiseñores y nos hacen languidecer con sus imágenes de la luna iluminando el paseo de cipreses del Generalife. Otros relatos dejan traslucir un cierto desencanto cuando las embarga un sentimiento de desilusión al contemplar aspectos del monumento deplorables como la profusión y gusto por el blanqueado de muros y paredes, el chirriar de cadenas de los condenados que habitaban las frías mazmorras de la Alcazaba o los chiquillos que se arremolinaban pidiendo limosna cuando veían llegar a las extranjeras, pero lo que puedo asegurar, porque yo también lo he experimentado, es que ninguna se quedó indiferente y que en sus vidas hubo un antes y un después de haber sentido, vivido, paseado y soñado La Alhambra.

***

El primer relato es de Lady Elizabeth Mary Grosvenor, autora de A Narrative of a Yacht Voyage in the Mediterranean during the Years �8�0-��� (Londres 1842). Sir Richard Grosvenor, segundo marqués de Westminster y su esposa Lady Elizabeth, realizaron un viaje en barco por el Mediterráneo entre 1841 y 1841. Durante su estancia en Gibraltar decidieron visitar Granada. Se prepararon a conciencia para la aventura, incluso tomaron la precaución de llevar dos pistolas cargadas además de una serie de utensilios que enumera cuidadosamente: «Nuestras provisiones, algo que era absolutamente necesario llevar, con-

9 GROSVENOR, E.M. A Narrative of a Yacht Voyage in the Mediterranean during the Years 1840-41. London, John Murray, 1842.

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sistían en té, azúcar, mermelada de grosellas, galletas, jamón, vino y algunas latas de carne en conserva, ingeniosamente colocadas en nuestras tinas de cobre. Una cantimplora que no queríamos y que por lo general es más inconveniente que útil. Una caja con cuchillos, te-nedores, cucharas y una tetera, es un complemento indispensable; otra cajita de cuero muy útil con tres cuernos para beber, completaba nuestro equipaje. También llevábamos mi cama de latón para acampada, dos colchones de goma, sábanas y toallas y deberíamos haber llevado lámparas; los colchones y las sábanas estaban enrollados en su gran bolsa de cuero y atados detrás del carruaje; las otras cosas estaban colocadas dentro del carruaje y bajo los asientos. Nuestras dos palanganas de cobre –llenas como ya he dicho– iban balanceándose en una estera entre el asiento del conductor y el carruaje. Todos estos detalles los especifico para beneficio de futuros viajeros, ya que para esta aventura es absolutamente imprescin-dible llevar todo lo necesario; de todas formas es bastante engorroso estar cargado con de-masiados objetos y también sería una imprudencia y poco seguro llevar algo de valor o, de hecho, una gran cantidad de cualquier cosa. Los adornos personales como relojes, cadenas, etc., es mejor quitárselos ya que son fuertes tentaciones para estas gentes salvajes y violentas que habitan las zonas del interior, así como para los dueños de los lugares donde se suele pasar la noche». Todos los peligros e incomodidades del camino quedaron compensados cuando llegaron a la Fonda del Comercio, según Lady Elizabeth, el mejor alojamiento de la ciudad. Se sentaron a la mesa en el gran comedor y dice que la “cocina” no estaba mal. Tomaron perdices de patas rojas y algunos otros pájaros pequeños, zorzales o carboneros comunes. A la mañana siguiente, guiados por Emmanuel Bensakén, fueron a la Catedral y subieron a la torre desde donde disfrutaron de una magnífica vista de la ciudad y de la Alhambra. Luego, ascendiendo por la Cuesta de Gomérez llegaron a la Puerta de las Gra-nadas. Visitaron el Palacio Nazarí, donde observa que algunas de las estancias de aspecto abandonado podrían convertirse en alojamientos paradisíacos si se volvieran a arreglar. Recorrieron el Generalife y el Convento de los Mártires, donde vieron el cedro plantado por San Juan de Dios del que apunta que es el único que existe en España.

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Un año más tarde visitó Granada Isabella Frances Romer, autora de The Rhone, the Darro and the Guadalquivir�0 (Londres 1843). Mrs. Romer estuvo casada con el Mayor Hamilton, del que se separó en 1827, volviendo a tomar su apellido de soltera. Dedicó la mayor parte de su vida a viajar y a publicar las experiencias de sus aventuras. En 1842 recorrió varias ciudades y pueblos de España. Desde que llegó a Málaga estuvo reco-giendo opiniones para averiguar la mejor forma de visitar Granada. Después de varios interrogatorios ella y los componentes de su grupo llegaron a la conclusión de que no había más que dos modos factibles, a saber, hay que escoger entre la diligencia o cabalgar a lomos de acémilas. Las carreteras estaban tan infestadas de bandoleros, apunta, que el hecho de que no te roben era contemplado casi como un milagro. «Debo confesar que todos estos detalles no son muy alentadores y que la cobardía ante tales dificultades debe perdonarse en una débil mujer, pero Granada ha sido uno de mis sueños durante muchos años y una peregrinación hasta allí, en mi opinión, es merecedora de los posibles peligros y la fatiga que lleva implícito realizarla». Por fin se decidieron por la diligencia y emprendieron un viaje agotador y lleno de penalidades. «Al tercer día un grito de júbilo salió de labios del conductor: ¡Granada, Granada!, esto nos avisó de que ya podíamos divisar nuestro objetivo. Jamás en mis continuos viajes he esperado llegar a un sitio en tal estado de excitación si se exceptúan dos ocasiones, cuando vi Roma en la distancia y cuando ardió Constantinopla por primera vez ante mi vista». Su gozo se desvaneció cuando al entrar en Granada nada le pareció agradable. Las calles las vio muy estrechas y las casas poco elegantes, aunque al entrar en la Alhambra su entusiasmo no tuvo límites. El cónsul británico en Málaga les había recomendado que se alojasen en un hotel de la Alhambra, no sólo por su limpieza, sino para evitar la pronunciada cuesta que separa el palacio árabe de la ciudad, y así lo hicieron. «¡Estábamos en la Alhambra! Quién se podía quejar de tener un poco de frío o de hambre ante tal placentera realidad? Por ello, felices, nos retiramos a nuestros duros camastros con filosofía y buen humor y decididos a diver-tirnos y pasarlo lo mejor posible en nuestra expedición por España, sobre todo cuando pensábamos en sorprender a nuestros amigos contándoles nuestras aventuras».

10 ROMER, Mrs Isabella Frances, The Rhone, The Darro and the Guadalquivir; A Summer Ramble in 1842. Richard Bentley, London, 1843.

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Entre 1845 y 1846, debido a su delicado estado de salud, Dora Quillinan viajó por Portugal y España junto a su esposo, el poeta Edward Quillinan. Durante este tiempo escribió un diario que luego publicó con el título A Journal of a Few Months’ Residence in Portugal, and Glimpses of the South of Spain��, dedicado a sus padres. Este diario, como ella misma dice en el prólogo, lo escribió solamente para compartir con sus amigos las aventuras vividas.

Llegaron a Granada y tuvieron que pasar una hora en la aduana viendo como los inspectores que querían recibir soborno removían el contenido de cada una de las bolsas de viaje mirando con detenimiento y lentitud cada par de medias y cada pañuelo, pero ellos no estaban dispuestos a pagar nada, así que se sentaron a esperar tranquilamente entre risas por lo absurdo del procedimiento. Una vez revisado el equipaje se dirigieron al “León Dorado” donde contemplaron con estupor que no había nada preparado, no tenían camas e incluso vieron como llevaban los muebles a algunas habitaciones. Por fin las terminaron de arreglar y dice Dora Quillinan que cuando se tumbó en la cama la encontró limpia, cómoda y «sin ningún tipo de criatura que me molestara mientras descansaba». A la mañana siguiente no pudieron visitar la Alhambra, que se encontraba cerrada: «¡Qué mañana más bonita! y ¡qué vistas he contemplado desde el tejado de la casa! Ni pluma ni lápiz pueden dibujar tal paisaje. ¡La Alhambra! ¡La Vega! ¡La Sierra Nevada! –todo ante mí– y la ciudad con sus arboledas y fuentes a mis pies. […] Algunos miembros del grupo estaban demasiado aturdidos a causa del traqueteo de la diligencia, por lo que les recomendaron que se quedaran en reposo todo el día; yo también me quedé en la casa, ya que la Alhambra se encontraba cerrada, debido a un “levanta-miento” que había tenido lugar en Granada dos días antes de nuestra llegada, momento en el que muchos de los “cabecillas” –entre treinta y cuarenta– fueron detenidos y en-viados a prisión en la Alhambra». […] Por fin, al día siguiente, subieron por la cuesta de Gomérez y entraron en el bosque por la Puerta de las Granadas. Primero visitaron el Generalife, donde vieron cómo estaban cubriendo las tracerías de estuco con un vulgar

11 QUILLINAN, Dora Journal of A Few Months’ Residence in Portugal and Glimpses of the South of Spain. Edward Moxon, London, 1847.

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blanqueado bajo la atenta mirada del dueño del palacio. Luego fueron al Palacio Nazarí donde recorrieron todos sus patios y salas.

Lady Louisa Tenison, autora de Castile and Andalucia��, (Londres, 1853), llegó a Gibraltar a finales de 1850 y permaneció en España dos años y medio aproximadamente. Pasó una buena temporada en Málaga, desde donde viajó a Granada en dos ocasiones. La primera vez cabalgó siguiendo la ruta de Vélez Málaga y Alhama y al llegar a la zona de colinas que bordea la Vega expresó con entusiasmo: «Cabalgamos apresuradamente hacia la cresta de la colina que había delante, todos ansiosos por obtener la primera vista de Granada y fue en verdad gloriosa ya que el sol poniente estaba justo en ese momento haciendo caer su dorada luz sobre las lejanas torres de la Alhambra, y la regia ciudad se levantaba ante nosotros con su corona de montañas, mientras la Vega se extendía como una alfombra verde a sus pies».

Cuando entraron por la Alameda del Genil ya se había hecho de noche. En un prin-cipio se alojaron en la Fonda de la Amistad, un hotel cerca del teatro pero, como tenían intención de permanecer en Granada durante cinco o seis meses se dedicaron a buscar una casa para alquilar. La tarea no fue fácil. Aunque en el centro de la ciudad había bastantes casas vacías, ellos deseaban una casa cerca de la Alhambra. Después de superar bastantes dificultades, Lady Tenison consiguió alquilar un carmen en la zona de Torres Bermejas que describe en los siguientes términos: «Al final pudimos alquilar una villa llena de encanto, el que la casa fuese tan pequeña se veía ampliamente compensado por la belleza de la situación. Por supuesto, estaba desamueblada, pero comprar o alquilar muebles para una residencia de verano en estos países no es algo demasiado difícil, ya que, en un clima como este, se necesita bastante poco». Les dijeron que la zona no era demasiado segura ya que las casuchas de alrededor estaban en su mayoría habitadas por gentes de la más baja descripción y aunque dice que no podían presumir de un vecin-dario selecto, nunca tuvieron razón para arrepentirse de haber fijado su residencia en un Carmen desafiando los comentarios de conocidos de la ciudad que les aseguraban que

12 TENISON, Lady L. Castile and Andalucia Richard Bentley, London, 1853.

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si lo hacían los podrían atracar e incluso asesinar. Vivir en un enclave tan privilegiado les facilitaba visitar la Alhambra y el Generalife a todas horas ofreciendo a sus lectores descripciones de una gran minuciosidad.

Coincidiendo con la estancia de Lady Tenison en Granada, visitó la ciudad la poetisa y escritora Lady Emmeline Stuart-Wortley autora de The Sweet South�3 (Londres, 1856), libro en el que recoge el viaje que realizó por España y norte de África junto a su hija Victoria y otras dos damas, probablemente como continuación de su viaje a Portugal y Madeira, puesto que llegan a Cádiz procedentes de Lisboa. The Sweet South se publico un año después de su muerte para uso privado y en la primera página hay una nota en la que el editor expresa lo siguiente: Debo informar a los familiares y amigos de la desaparecida Lady Emmeline Stuart Wortley que la mayor parte de la obra entró en prensa sin la supervisión de la autora.

El grupo había llegado a Cádiz en barco procedente de Lisboa. Después de una es-tancia considerable en la que recorrieron diversos puntos de la costa española, Tánger y Tetuán, se dirigieron a Málaga desde donde partieron en diligencia rumbo a Granada. El viaje fue muy accidentado y difícil. Al llegar a Granada se alojaron en el hotel Mi-nerva aunque les resultó muy incómodo y al día siguiente se trasladaron al León de Oro, situado en la Plaza de Bailén frente al Teatro de la Opera. Bensakén las guió en su recorrido por la Alhambra y el Generalife lugares de los que ofrece una descripción muy completa y minuciosa y apunta que ambos monumentos no se deben visitar el mismo día argumentando este consejo con razones de peso. Esta viajera comete un error que se ha trasmitido de unos libros a otros y confunde los nombres de Duero y Beiro y dice que por Granada pasa el Duero, pero que va seco.

Los granadinos le parecieron muy singulares y en su relato, al igual que hizo en Se-villa, incluye los gritos y pregones con los que los vendedores callejeros ofrecen sus pro-ductos y también incluye un detallado estudio de la forma de pronunciar de los anda-

13 STUART-WORTLEY, Lady E. The Sweet South, London: (Printed for private circulation) George Bar-clay, 1856.

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luces y de algunas de las tradiciones granadinas más arraigadas. Después de una estancia muy placentera en Granada salieron en la diligencia que iba a Jaén y luego a Madrid.

Lady Elizabeth Herbert, dedicada a la literatura y la filantropía viajó a España en 1866. Fruto de este viaje vio la luz la obra Impressions of Spain in �866��, (Londres 1867) en la que de manera un tanto superficial va enumerando todo lo que de interés encuentra a su paso por las distintas ciudades que visita. El grupo en el que viajaba llegó a Granada en diligencia procedente de Málaga en compañía de varias hermanas de la caridad. Llegaron cansados, hambrientos, sucios y helados de frío y para colmo de males las cartas enviadas para reservar habitaciones se habían extraviado. Al final pudieron en-contrar una habitación pequeña donde poder descansar y rasparse el barro del camino. Después de una acalorada discusión sobre qué hacer, decidieron probar suerte en un hotel que se acababa de inaugurar en la Alhambra. Subieron por la cuesta de Gomérez y entraron en el bosque por la Puerta de las Granadas. Visitaron la Alhambra de la que ofrece un relato bastante general y carente de todo detalle.

El mismo año que Lady Herbert, Matilda Betham-Edwards visitó Granada. Autora entre otras obras de Through Spain to the Sahara�5, (Londres 1868) en la que narra sus experiencias de viaje junto a una amiga durante el otoño de 1866. Su intención, pasar unas vacaciones conscientes de que iban a enriquecerse y hacerse más sabias con las experiencias que les esperaban en España. Iban a visitar otro país alternando diligencias y trenes, iban a hablar otro idioma, respirar otra atmósfera y sentir las influencias de otra religión. Las había traído a España su deseo de visitar los museos de Madrid con los cuadros de Velázquez y de conocer los restos árabes de Córdoba, Sevilla y Granada. Desde la costa del sur de España pensaban cruzar hasta Orán y visitar la bella ciudad de Tclemcen, que califica como “la Granada de Oriente”.

«Seguramente en ningún otro país, aparte de en la paciente España, apunta, habrían permitido a dos damas llenar el compartimiento de primera clase del vagón del tren del

14 HERBERT, Lady E. Impressions of Spain in 1866, Richard Bentley, London 1867.

15 EDWARDS, M. Betham, Through Spain to the Sahara Hurst and Blackett, Publishers London, 1868.

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modo en el que nosotras lo hicimos. Bajo los asientos, sobre los asientos, por encima de los asientos, había apilados una gran variedad de paquetes, una caja con medicinas, un baño de caucho plegable de la India, una cesta con provisiones (una precaución que nunca se debe olvidar), dos o tres paquetes con libros, dos o tres paquetes con mantas de viaje, una bolsa de cuero con lo necesario para pintar, cuadernos de dibujo de distintos tamaños, una bolsa de seda con agujas y madejas, por último, una curiosa bolsa que contenía libretas, gemelos de ópera, pasaportes, una tetera, una botella de agua, un cojín inflable, zapatillas, y un gran número de objetos diversos. Y, por otro lado, todo era de gran utilidad. En esos largos y lentos viajes por España en ferrocarril, siempre estábamos solas, como ya he dicho. Nosotras desayunábamos, comíamos, escribíamos cartas y diarios, leímos todos nuestros libros de principio a fin y repasábamos nuestra ropa, dibujábamos, preparábamos té, nos podríamos haber refrescado con un baño frío si no hubiese sido porque no había agua. No había nada que nos sobrara de nuestro magnífico equipaje y tampoco hubo nunca nada que nos fuera engorroso siendo suficiente dar unos cuantos cuartos a los mozos cuando cambiábamos de vagón. En lo que respecta a los libros los habíamos leído todos antes de llegar a la mitad de nuestro viaje por España y eso que íbamos bastante bien provistas; La Guía de Ford. La Arquitectura Gótica de Street, Don Quijote en español, La Vida de Velázquez de Stirling, de Washington Irving las bonitas bobadas acerca de la Alhambra, de Chasles Memoir of Cervantes, los manuales de Lavice y Viardot, el libro de Gautier, y unos cincuenta libros acerca de España en francés, alemán, inglés y español, entre otros, los deliciosos y animados ensayos acerca de sus compatriotas de Don Ramón Mesonero Romanos. Por supuesto nuestro equipaje se iba haciendo mayor cuanto más avanzábamos. Comprábamos libros, mapas, fotografías, ropas por todas partes, cerámica de Andujar y Talavera, encajes de La Mancha, bordados en Málaga, capas en Granada, hasta que, cuando llegamos a final de nuestro viaje, nuestro equipaje, como lo llaman los españoles, era todo un espectáculo para todos los que lo miraban».

Desde Málaga decidieron viajar a Granada. Habían reservado la berlina de la di-ligencia sólo para ellas, precaución que recomienda a todas las personas que intenten viajar por España. «La berlina, dice, es un pequeño habitáculo que tiene tres asientos

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y numerosos bolsillos y ganchos para guardar pequeños bultos; es un tanto estrecha, es cierto, y un aprisionamiento de quince horas dentro de un espacio como este no es en absoluto una experiencia agradable». Por fin, después de un viaje bastante aburrido y monótono llegaron a Granada. A primera vista se sintieron desilusionadas con el as-pecto de la ciudad, y de hecho, dice, vieron que Córdoba y Toledo eran infinitamente más impresionantes, pero su desilusión pronto se convirtió en un sincero entusiasmo. Abriéndose paso entre una multitud de mendigos se dirigieron hacia el hotel Ortiz, en el bosque de la Alhambra. Contrataron al célebre Bensakén como cicerone al que des-cribe como un hombre muy mayor, estirado y de apariencia aristocrática y muy entretenido cuando le da por ahí. Va narrando historias de los hombres importantes que ha conocido durante tantos años como guía de Granada y la Alhambra. Su inglés es muy elegante y también habla otras lenguas europeas además de árabe.

Como al día siguiente de su llegada era domingo, la Alhambra estaba cerrada, por lo que tuvieron que limitarse a visitar la Catedral, la Cartuja y por la tarde pasearon por la Alameda.

El siguiente relato pertenece a la obra Recollections of Spanish Travel�6 (Londres, 1874), editada de forma anónima en memoria de Lady Penelope Holland, fallecida el 7 de diciembre de 1873. Esta obra recoge en los capítulos "Ten Days at Seville in 1867" y "Recollection of Spanish Travel" las experiencias vividas por un grupo en el que viajaba Lady Holland. aunque la narración del mismo es de agosto de 1873. Los diez días de Sevilla cuentan las celebraciones de Semana Santa y luego prosiguieron viaje hacia Gibraltar, desde donde visitaron varias localidades andaluzas, entre ellas, Ronda Málaga y Granada.

La última etapa de su viaje y la llegada a Granada la describe en los siguientes tér-minos: «Salimos a las cuatro y cuarto y durante las dos horas siguientes fuimos atrave-sando la famosa Vega de Granada. Su belleza y exuberancia son difíciles de superar y no podemos asombrarnos de la energía con la que durante siglos fue asediada por los cristianos y defendida por los moros». A lo lejos en la distancia, continua, se levanta la

16 Recollections of Spanish Travel in 1867 Macmillan and Co., London, 1874.

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cordillera de Sierra Nevada como una gran cadena montañosa cubierta de nieve. En un cerro por debajo pudieron distinguir Granada con los pintorescamente toscos torreones de la Alhambra surgiendo de entre los árboles, y en todos los puntos del horizonte cadenas de montañas que resplandecían con la luz de la tarde y que se extendían hasta los pies de la llanura más fértil de Europa, exquisitamente azul en la distancia que brillaba en un primer plano con infinidad de colores.

«Aunque no hubiésemos oído su nombre antes, era un espectáculo que habría des-pertado la admiración del espectador más indiferente, pero, con todo el esplendor añadido de los más románticos e históricos recuerdos, la primera vista de Granada era un momento crucial en la vida de cualquier persona.»

Atravesando la ciudad desde la estación subieron la colina hasta la Fonda Ortiz (ahora, dice, llamado Hotel Washington Irving) y, polvorientos, cansados y hambrientos como estában, pensaron que esa noche era mejor no hacer otra cosa que disfrutar el sentimiento de satisfacción de que por fin habían llegado a Granada y de que estaban durmiendo bajo las sombras de la Alhambra.

A Winter Tour in Spain�7, obra anónima, fue escrita por el autor o autora de Dacia Singleton�8 y Altogether Wrong y se publicó en Londres en 1868. Varias lecturas detalladas me inclinan a pensar que podría tratarse de una dama por lo que incluyo su descripción de la Alhambra en esta antología. A Winter Tour in Spain ofrece una de las descripciones de España más amenas, ingeniosas y útiles y en la introducción incluye una serie de normas para viajar por la Península, sobre todo para el que se dispone a realizar un viaje con niños pequeños, como era su caso. El viaje lo realizaron en 1867. En Málaga alquilaron un carruaje y salieron rumbo a Loja en dirección a Granada llevando sólo lo

17 ANÓNIMO: A Winter Tour in Spain by the Author of Dacia Singleton, Altogether Wrong, etc. etc... Tinsley Brothers. London. 1868. Este título puede confundir al investigador ya que hubo otra obra publicada en Londres en 1883 con el mismo título: MIDDLETON, W.C. A Winter Tour in Spain.

18 En la ficha bibliográfica existente en la Bodleian Library de Oxford referente a la obra Dacia Single-ton, en la que se indica que pertenece al autor de Altogether Wrong, aparece en el encabezamiento Singleton Dacia, nombre ficticio.

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indispensable para dos semanas. Durante todo el camino se sintieron bastante intran-quilos por miedo a los salteadores que les dijeron infestaban la zona. En Loja tomaron el tren hasta Granada trayecto que se hacía sólo en dos horas. Llegaron a Granada a eso de las seis de la tarde y cuando por fin pudieron salir de la estación ya había oscurecido, por lo que no pudieron ver nada por muchas ganas que tenían de poder echar al menos un vistazo a la Alhambra. «Para la mayoría de los ingleses, dice, Sevilla y Granada son España –la primera con sus riquezas artísticas y el halo de romance que rodea su propio nombre; la segunda con la Alhambra y gran cantidad de restos árabes a cada paso.»

De este relato llama la atención su descripción del Palacio de Carlos V, del que dice que su interior nos hace pensar que fue construido como un coso taurino. Del Palacio Nazarí apunta que estaba siendo restaurado completamente cuando ellos lo visitaron. Comenta que el señor que está a cargo de las llaves es muy atento y si el viajero va sin guía, entonces es muy comunicativo ya que es enemigo acérrimo de todos ellos, desde Bensakén hacia abajo.

Después de dos semanas muy agradables en Granada tuvieron que mentalizarse a seguir viaje, aunque de mala gana ya que le tenían pavor a la larga travesía desde Málaga hasta Alicante, sobre todo porque el recuerdo de la que realizaron desde Gibraltar a Málaga la tenían muy fresca en la memoria. El trayecto por tierra entre Granada y Alicante lo harían en nueve días mientras que su criado viajaría desde Málaga en barco con los equipajes.

Mrs. W. A. Tollemache viajó por España en 1869 publicando con posterioridad una gran obra Spanish Towns and Spanish Pictures��, aparecida en Londres un año más tarde. Apunta en su obra que España es probablemente el único país de Europa que no ha sido infestado por turistas «algo a tener muy en cuenta a la hora de proyectar un viaje».

Después de visitar Madrid, Toledo, Sevilla y Córdoba, Mrs. Tollemache viajó a Granada. Desde Loja dice que el tren tardó menos de dos horas. Llegaron a eso de las nueve y nada más comenzar su relato de Granada dice: «¿Quién puede entrar en la capital mora sin conmoverse? –la ciudad cuyos cimientos están en las colinas y cuya conquista da lugar a

19 TOLLEMACHE, W.A. Spanish Towns and Spanish Pictures J. T. Hayes, London 1870.

María Antonia López-Burgos - Viajeras en la Alhambra

37

una bella página en la historia. El viajero más apático se emociona cuando el carruaje pasa veloz a través de la puerta de Elvira, y una intensa sensación de excitación se siente cuando después de subir por la empinada calle de los Gomeles se hace una pausa antes de llegar a la puerta de Carlos V, ya que dentro de esta puerta están los dominios de la Alhambra. Bosques de olmos y chopos, avenidas cubiertas por altas enramadas bordean la empinada subida desde esta puerta, y coronando las alturas se ven las rojizas torres de la antigua for-taleza árabe». Y aunque es consciente de que la Alhambra ha sido descrita en infinidad de ocasiones y que los ingleses pudieron contemplar algunas maquetas en el palacio de cristal, no tiene palabras para dar una idea exacta de su belleza, ¡La Alhambra tiene que ser vista!

Antes de abandonar Granada pasaron el último día en la Alhambra y por la noche, dice que cuando el plateado tañido de la campana llegó a su oído desde la Torre de la Vela, no pudieron resistir y que fueron a visitarla de nuevo a la luz de la luna y a tocar con sus propias manos la campana que suena cada cinco minutos durante toda la noche.

«Los moros pensaban que el paraíso del Corán estaba suspendido sobre la Vega de Granada, y mientras que estaban en esta torre, y le decían adiós a este paraíso terrenal, ilu-minado por la tenue luz de la luna, las palabras20 del profeta de la Meca llegaron a sus labios, y con una mirada se volvieron para contemplar la ciudad por última vez.»

Mary Catherine Jackson, autora de Word-Sketches in the Sweet South��, (Londres 1873), viajó por España en otoño de 1870. La escritora, achacosa aunque no enferma, decidió realizar el viaje a Gibraltar en un barco de 1400 toneladas al que ella se refiere como “el Tub”. Llegó a Granada a las cinco de la mañana y se alojó en el Hotel Was-hington Irving en el bosque de la Alhambra. El guía del hotel que la había recogido en la estación fue quien la condujo a su habitación sin que hubiese nadie más por allí. Después de un viaje tan largo lo que más podía desear era darse un baño, aunque se tuvo que conformar con liarse una toalla húmeda en la cabeza para calmar la fuerte migraña que la aquejaba. La primera vez quiso visitar la Alhambra sin compañía y recorrió el bosque hasta

20 “El hombre no tiene más que un paraíso, y el mío no está aquí”.

21 JACKSON, M.C. Word-Sketches in the Sweet South Richard Bentley, London 1873.

María Antonia López-Burgos - Viajeras en la Alhambra

38

llegar a la puerta, donde se dio cuenta que necesitaba un guía o un permiso especial para poder entrar en los Palacios Nazaríes y se tuvo que conformar con ver el emplazamiento y aprender un poco a moverse por allí. Al segundo día de estar en Granada, después de haber recorrido todas las salas de embrujada belleza, al caer la tarde se dirigió ella sola hacia la Alcazaba con intención de ver la puesta de sol desde la Torre de la Vela.

Annie J. Harvey, viajó por España en 1872. Autora de Cositas Españolas or Every Day Life in Spain��, (Londres 1875), esta obra incluye descripciones de Gibraltar, Granada, Madrid, El Escorial, Sevilla y Toledo. Llegó a Granada procedente de Málaga una mañana de verano muy temprano. La ciudad aún dormía pero al ascender por el bosque de la Alhambra la naturaleza expresó con su más dulce acento un himno de alabanza a la mañana. Se dirigieron a la fonda de los Siete Suelos y, aunque cansados de toda la noche de viaje, no podían irse a dormir sin antes contemplar el maravilloso panorama que se abría ante ellos. Fueron apresuradamente a la plaza de los Algibes y allí se olvidaron por completo del desayuno que había preparado la buena patrona y que les esperaba en la fonda. Visitaron la Alhambra en varias ocasiones y al final ya los conocían los guardianes y les permitían pasear por todos los patios y salas del palacio a su antojo. Así pasaban sus días de forma placentera hasta que una mañana escucharon el sonido de tambores. Su curiosidad les hizo correr hacia el Tocador desde donde vieron un gran número de sol-dados reunidos en la gran plaza y les confirmaron que durante la noche habían llegado dos nuevos regimientos. Toda la ciudad estaba intranquila y las autoridades tomaron medidas para reprimir cualquier intento de insurrección. No podían volver a Málaga puesto que esa ciudad se encontraba en plena efervescencia. Fue entonces cuando reci-bieron un telegrama de un amigo en el que les comunicaba que Madrid estaba en calma y les recomendaba viajar hasta allí lo antes posible.

Mrs. Ramsay, autora de A Summer in Spain�3 (Londres 1874) dice que siempre había deseado viajar por España puesto que quería conocer «las maravillas del museo de Madrid;

22 HARVEY, Annie, J. (Mrs. Of Ickwell Bury) Cositas Españolas; or Every Day Life in Spain. Hurst and Blackett, London 1875.

23 RAMSAY, MRS. A Summer in Spain Tinsley Brothers, London 1874.

María Antonia López-Burgos - Viajeras en la Alhambra

3�

las connotaciones históricas de Córdoba, los patios de naranjos de Sevilla; Cádiz, emer-giendo del océano como una Venus; los palmerales de Elche o el mismo Gibraltar, y sobre todo, destacando por su belleza, ¡la Alhambra!» Si bien por una u otra causa, este viaje siempre lo iba posponiendo. Primero se resistía a dejar en invierno su acogedora residencia en Roma puesto que le aterraba la idea de vivir en un lugar con los suelos sin alfombras, las casas sin chimeneas en las habitaciones y en general todas las incomodidades que pensaba encontrar en España. Por fin decidió que viajaría en la primavera de 1872, cuando llegaron noticias de un levantamiento carlista. A punto de abandonar su proyectado viaje un co-nocido que había vivido en Sevilla les dijo: «¿Si a ustedes no les gustan las revoluciones, como se les ocurre planear un viaje a España?» Por fin, el 25 de abril pusieron rumbo a Bayona. Cuando divisó la ciudad a lo lejos coronada por los torreones de la Alhambra dice que sintió una sensación extraña, algo que no había sentido desde hacía mucho tiempo y que le hizo recordar su llegada a Venecia en una noche estrellada. Se alojaron en el hotel “Siete Suelos”, en pleno corazón del bosque entre la Alhambra y el Generalife. Durante los meses de julio y agosto pasaban las tardes en las ventiladas salas de la Alhambra disfrutando con la lectura de antiguas leyendas de galantes caballeros, de bellas damas, de amor y de guerra, hasta el punto de que el mundo soñado les parecía el mundo real y dice que se les hacía muy extraño volver al hotel y que les ofrecieran prensa internacional.

De la Alhambra apunta que hubo dos cosas que le sorprendieron en particular, a saber, su gran tamaño y su perfecto estado de conservación.

El último relato perteneciente a viajeras del siglo XIX lo he seleccionado de la obra de Louise Chandler Moulton autora de Lazy Tours… in Spain and Elsewhere��, (Londres 1896). Esta escritora estadounidense apunta que viajaba para divertirse y también por motivos de salud y que no tenía intención de pasar penalidades y ningún afán de aventura. Desde su infancia había deseado viajar a España. Con el paso de los años, cuando ella comentaba entre su círculo de amistades su deseo de hacer realidad el sueño de viajar a España todos le decían que era un viaje carísimo, que los hoteles eran horribles los trenes

24 MOULTON, L. Chandler Lazy Tours… in Spain and Elsewhere Ward Lock, London, 1896.

María Antonia López-Burgos - Viajeras en la Alhambra

40

apestaban a ajo y que los bandoleros la atracarían o la secuestrarían, pero ella seguía en su empeño y cuando estaba en París decidió viajar a España con otras cuatro irreflexivas damas. Por fin llegaron a la Alhambra y dice que se sentía impulsada por un deseo salvaje de verlo todo a la vez y que iba corriendo de un lado a otro, atravesando patios y jardines, asustada ante el hecho de que le sorprendiera la noche y tener que volver al hotel y que le quedase algo por ver. Dice que de todo el palacio lo que más le gustó fue el Patio de los Leones.

Con la llegada del siglo XX nuevas oleadas de viajeros, hombres y mujeres de todos los rincones de Europa y Norteamérica visitan Andalucía, y en especial Granada, atraídos en cierto modo por un afán de orientalismo que había visto sus días dorados en la cen-turia anterior. La imposibilidad o la peligrosidad que suponía para las nuevas viajeras del siglo XX introducirse en tierras del norte de África en busca de paisajes exóticos y del romanticismo oriental más cercano a la civilizada Europa, convierte Andalucía en digno sustituto de esas tierras anheladas, tan cercanas pero a la vez tan alejadas. Prueba de ese afán por recrear un orientalismo un tanto desvanecido en las últimas décadas del siglo anterior, son las obras de Sybil Fitzgerald 1905, In the Track of the Moors. Sketches in Spain and Northern Africa�5 publicada en Londres en 1905 y Cecilia Hill Moorish Towns in Spain�6. Londres 1931 de las cuales he seleccionado dos brevísimas descripciones del Generalife. Incluimos también el relato de Maud Howe, viajera norteamericana, autora de Sun and Shadow in Spain�7, Boston 1908. Ella deja patente su audacia y lo valeroso de su carácter al viajar por una España en la que todavía era reciente el recuerdo de la derrota de 1898 contra la armada norteamericana. En Granada ofrece el retrato de dos hermanas que vivían en la Torre de la Vela encargadas de tocar la campana cada noche. Margot Asquith 1923, Condesa de Oxford y Asquith, autora de Places and Persons�8,

25 FITZGERALD, S. In the Track of the Moors. Sketches in Spain and Northern Africa J.M. Dent London, 1905.

26 HILL, C. Moorish Towns in Spain Methuen & Co. London 1931.

27 HOWE, M. Sun and Shadow in Spain Little Brown, Boston 1908.

28 ASQUITH, M. Places and Persons Thornton Butterworth, London 1925.

María Antonia López-Burgos - Viajeras en la Alhambra

41

Londres, 1925 permaneció varios días en Granada visitando al matrimonio Temple que vivía en un carmen en el recinto de la Alhambra.

El último relato que he seleccionado para esta antología pertenece a la escritora nor-teamericana Helen Nicholson autora de Death in the Morning�� (Londres 1937) quien viajó a Granada para visitar a su hija Asta que se había casado con Alfonso Gámir San-doval30, anglista y profesor de los Cursos para Extranjeros que impartía la Universidad de Granada. Ambos vivían en Villa Paulina, un carmen situado junto a la Torre de los Siete Suelos en pleno bosque de la Alhambra. Helen Nicholson visita a su hija en un momento crítico de la historia reciente de España, puesto que permaneció en Granada durante las semanas inmediatamente previas y posteriores al estallido de la guerra civil española, y describe una ciudad atemorizada ante los continuos bombardeos. Ante el estallido de la contienda, la baronesa Zglinitzki que curiosamente se autocalifica de “in-glesa” huyó de España vía Gibraltar. Su descripción de la Alhambra es propia de una persona sensible a la belleza y al romanticismo que supone despertar todos los días entre sus fragancias y sus históricas piedras.

29 NICHOLSON, H. Death in the Morning Lovat Dickson, London 1937.

30 Deseo mencionar el hecho de que cuando niña conocí a “Tio Alfonso”, apelativo cariñoso con el que sus amigos y la intelectualidad granadina llamaba al profesor Gámir Sandoval, amigo de mis padres, padrino de bautismo de mi hermano Eduardo, y cuyas dedicatorias a mis padres en sus libros sobre relatos de viajeros extranjeros en Granada, conservo como tesoros ya que fueron estos el comienzo de mi pasión por este género literario.

Auto

ras d

el S

iglo

XIX

Autoras del Siglo XIX

La Alcazaba desde San Nicolás

45

Elizabeth Mary Grosvenor (1840-1841)

Casada el 16 de septiembre de 1819 con Sir Richard Grosvenor, segundo marqués de Westminster (1795-1869), tuvieron cuatro hijos y nueve hijas. Entre 1840 y 1841 ambos realizaron un viaje en barco por el Mediterráneo del cual la condesa Grosvenor, cuyo nombre de soltera era Elizabeth Mary Leveson-Gower, publicó A narrative of a Yacht Voyage in the Mediterranean during the Years �8�0-��.31

31 GROSVENOR, E.M. A narrative of a Yacht Voyage in the Mediterranean during the Years 1840-41. London, John Murray, 1842.

Pilar de Carlos V

[ 47

Visita a la Alhambra guiada por Bensakén

Por fin, después de dar vueltas y más vueltas durante bastante tiempo, llegamos

a Granada, habíamos recorrido ese día siete leguas y nos detuvimos en la Fonda del

Comercio, que es el mejor alojamiento de la ciudad.

[…] Contratamos un guía que resultó ser uno muy bueno y que, entre otros

idiomas, hablaba inglés, de nombre Mr. Emmanuel Bensaken. […] Desde todo lo alto

de la Torre de la Catedral hay una vista magnífica de la ciudad y de la Alhambra.

[…] Llegamos a la Puerta de las Granadas, un bello arco de tiempos de Carlos

V, con granadas y águilas con las alas abiertas, talladas en la piedra; una granada

abierta es el emblema de Granada.

Dejando a la derecha las Torres Bermejas que se supone que son más antiguas

que la Alhambra y que algunos atribuyen a los fenicios, continuamos por la Alameda

de los Pobres, que es un bello y amplio paseo de grava que va a través de un bosque

muy bien cuidado con arboledas en sus riberas y bordeado por un riachuelo cris-

talino con bonitas fuentes en cada uno de los extremos. Este bello acceso lleva

hasta la Alhambra pasando por otra caudalosa fuente construida por Carlos V justo

debajo de una de las antiguas murallas árabes.

Una misteriosa mano, símbolo de la Providencia, está tallada sobre el primer

arco de la Puerta de la Justicia, y la llave, emblema de la fe, sobre el arco interior.

A estos, la tradición les atribuye un mágico encantamiento: “hasta que la mano

descienda y agarre la llave, la Alhambra y el dominio de los árabes prevalecería,

pero la predicción no se mantuvo; el reino musulmán ha caído pero la mano y la

llave permanecen sin haberse movido. Un sinuoso pasadizo bajo este arco conduce

con recodos muy acusados a un espacio abierto muy grande sobre la parte más

alta de la colina donde, rodeado por las murallas árabes se encuentra el inacabado

48 ]

Palacio de Carlos V que el Emperador decidió no concluir debido a los frecuentes

terremotos. Es de un estilo arquitectónico almohadillado muy bello con columnas

y bajo relieves de mármol negro que están tan pulidos que tienen el aspecto de

ser de bronce. Todo este edificio se levantó en el lugar en el que se encontraba el

Palacio de invierno de la Alhambra pero se debe censurar el gusto que lo emplazó

justo al lado de la arquitectura sarracena de la Alhambra. Hay enormes cisternas

árabes subterráneas enfrente que aún se utilizan. A uno de los lados, por debajo a la

izquierda, una pequeña puerta de aspecto sencillo conduce al Palacio de verano de

la Alhambra y un instante transporta al visitante a la tierra encantada de arquitectura

y jardines tan magníficamente descrita por Washington Irving, como para hacer que

sea inútil para cualquier otra pluma intentar hacerle justicia y, la tarea parecería aún

más desesperanzadora, después de haberla visto. Incluso sus descripciones parecen

inadecuadas para la casi ingrávida gracia, belleza y exquisito encanto de los arcos,

salas, jardines y fuentes, que parecen como si justo acabaran de ser abandonadas

por sus dueños, refinados y aristocráticos, pero desafortunados.

El estanque en el primer jardín, llamado el Patio de la Alberca, tiene una de las

aguas más cristalinas, iluminadas por los ciprinos dorados y bordeado por el arrayán

y las rosas; las galerías y salas están cubiertas con el más fino trabajo de estuco sos-

tenido por columnas de mármol.

El Patio de los Leones es el siguiente jardín; toma su nombre de una fuente en el

centro que consiste en una taza sostenida por doce leones. Alrededor del patio de

un tamaño de aproximadamente cien por cincuenta pies, hay una galería de arcos

con ciento cuarenta y una columnas, con un pórtico en cada extremo. En el lado

derecho, en el centro, está la Sala de los Abencerrajes, cuyos restos de manchas de

sangre se dice que están marcadas por las manchas negras que aún se pueden ver

en el borde de la fuente en el centro del suelo de mármol blanco.

La historia de la masacre de los treinta y seis Abencerrajes que tuvo lugar por

mandato de Abdallah, el último rey de Granada y en su presencia, es como sigue:

[ 4�

Los Zegries, una poderosa familia árabe, eran los enemigos mortales de los Abence-

rrajes y estaban celosos del favor que ellos disfrutaban por parte del Rey y la Reina.

Un día, uno de los zegries pudo ver a la reina Fátima parlamentar en secreto, bajo

uno de los cipreses en el jardín del Generalife con Albin Hamet, jefe de los Abence-

rrajes. Esto se lo contaron a Abdallah con insinuaciones intencionadas para inflamar

sus celos y le incitaron a vengarse de la familia rival. Así pues, los invitó a todos al

Palacio de la Alhambra, e hizo que fuesen entrando uno a uno, y les fue cortando

la cabeza uno tras otro en la fuente de esta sala. Treinta y seis cayeron víctimas y

más hubiesen sido asesinados, si el esclavo de uno de ellos, que dio la casualidad

que pudo contemplar la tragedia, no hubiese escapado hacia la puerta y avisado

del peligro a los que quedaban; rápidamente escaparon y agitaron a los ciudadanos

para vengar a sus parientes muertos. La gente se unió a su causa y el tumulto no se

pudo sofocar hasta que doscientos pertenecientes a la familia de los zegries fueron

pasados a cuchillo. El propio rey escapó con dificultad escondiéndose en una mez-

quita cercana. Cuando se restableció la tranquilidad, se reunió un concejo en el que

se debatió el tema y a la reina se la sentenció a ser quemada viva si en treinta días

ella no encontraba cuatro caballeros que reivindicaran su honor en combate con sus

cuatro acusadores, los jefes de los zegries. Estos no llegaron y el fatídico día la reina

fue conducida a la plaza para su ejecución, cuando de repente cuatro caballeros

cristianos a los que ella en secreto había pedido que defendieran su causa, llegaron

hasta allí. Se enzarzaron en un combate y vencieron a los infieles, que confesaron

con su último aliento la falsedad de sus acusaciones.

Frente a esta sala se encuentra la Sala de Dos Hermanas, llamada de ese modo

por las dos enormes losas de mármol que hay en el suelo. Los techos de estas dos

salas superan toda alabanza, y ciertamente es imposible describirlos, por la be-

lleza, complejidad y delicadeza de su diseño. El colorido en muchos lugares es aún

bastante nítido, en particular el dorado y el azul celeste, cuyo efecto es digno de

mención, en especial en los nichos en forma de colmenas en las esquinas, como ca-

rámbanos, entremezclados con oro y colores. Los azulejos que son muy utilizados

50 ]

en los lados de las habitaciones, son como brillante esmalte. La Sala de la Justicia

se encuentra en uno de los lados del Patio de los Leones, donde por primera vez

se dijo misa en presencia de Isabel y Fernando cuando tomaron posesión de la

Alhambra y más allá, el bonito aunque pequeño, jardín de Lindaraja, con su fuente

de mármol y sus naranjos y limoneros.

Algunas estancias, ahora de aspecto abandonado, y que antiguamente estaban

pintadas y preparadas para Felipe V e Isabel de Parma, se podrían convertir en un

alojamiento paradisíaco si se arreglaran otra vez; estas conducen a través de varios

pasadizos y corredores hacia un balcón completamente enrejado como si se tratase

de una jaula, que se dice que ha formado parte de la prisión de Fátima, la esposa

de Abdallah y donde estuvo encerrada posteriormente Juana la Loca, madre de

Carlos V.

Las vistas del valle que se extiende por debajo, desde el Tocador, es decir, el

pequeño vestidor de la Sultana en lo más alto de una torre, sin ventanas pero con

arcos abiertos a tres lados, son tan bellas que su descripción es imposible. Se asoma

al escarpado precipicio en el que está situada la Alhambra, sobre todo el conjunto

de la ciudad de Granada, tanto la antigua como la nueva, sobre sus numerosos

conventos que hay en las colinas lejanas, ahora vacíos y desmoronándose, pero

todavía magníficos en cuanto a su tamaño y emplazamiento; por encima, sobre un

promontorio hacia la derecha, se encuentra el Generalife, el otro palacio árabe. Se

puede ver toda la Vega o llanuras inmensas llenas de huertos, viñedos y todo tipo

de cultivos que aún rodean Granada y que se extienden hacia las desérticas llanuras

que nosotros habíamos atravesado y que en la antigüedad también estaban com-

pletamente cultivadas; todo este conjunto termina en una inmensa cadena mon-

tañosa.

“¿Dónde está el cobarde que no se atreviera

a luchar por una tierra como ésta?”

[ 51

Yo no me puedo imaginar que exista una tierra bajo el sol que sea más bella

y el clima, como nos ocurrió, no lo fue menos; disfrutamos un brillante cielo azul

y un sol caliente después de unos cuantos chaparrones que hubo por la mañana

temprano.

En una de las esquinas del suelo del Tocador hay una piedra cuadrada, perforada

por agujeros, que, ya que coincide con una chimenea de la habitación que hay

debajo, se supone que estaba pensada para dejar pasar el humo de los perfumes.

Nos fuimos con bastante pesar de este delicioso lugar y bajamos a la Sala del

Secreto, una galería de susurros que conduce a tres bellas estancias con dos grandes

baños para el rey y la reina, y uno más pequeño para el principito. Los techos de

estas habitaciones están, como es lo usual, maravillosamente decorados y parcial-

mente abiertos al exterior, al tener unas perforaciones que forman parte del diseño.

Desde aquí pasamos a la Sala de las Camas, con una gran alcoba a cada extremo

para que reposaran el rey y la reina después del baño y con galerías en lo alto para

la música. Desde allí, al Tesoro, un largo y abovedado pasadizo con dos figuras

femeninas bastante malas a la entrada, donde se encontraron algunas vasijas llenas

de oro y plata después de la expulsión de los árabes; este conduce a la Mezquita,

con un techo dorado de madera tallada de forma muy bonita; esta Mezquita ahora

está convertida en capilla. Desde aquí nos condujeron a la sala más bonita de todas,

la Sala de Comares que se abre al Salón de Embajadores, una espléndida habitación

en un cuadrado de cuarenta pies. El techo es de una belleza elaboradísima, en

forma de cúpula y tan alto que difícilmente se puede calcular su elevación ya que

se pierde en un oscuro laberinto de tallados, dorados y colorido. Los diseños de las

paredes son inimitables debido a su variedad, riqueza y delicadeza. En una pequeña

habitación que estuvimos viendo a través de una ventana desde el jardín, hay un

viejo cofre árabe de hierro, con fuertes cierres, que se encontró en el tesoro y un

enorme jarrón de porcelana que cuando fue descubierto se encontraba lleno de

monedas.

52 ]

Sobre el magnífico Salón de Embajadores se levanta la inmensa torre de ladrillo

de Comares. Macizas murallas rodean el palacio y un gran espacio de tierra y jar-

dines, con muchas torres situadas a intervalos y todas con sus respectivos nombres,

como la Torre de la Vela, la Torre de los Infantes32, etc. Un pasadizo subterráneo

se extiende a lo largo de toda la fortaleza bajo las murallas. El número, belleza y

variedad de las frescas y centelleantes fuentes en los distintos jardines, son vivos

recuerdos de su origen árabe.

El gobernador de la Alhambra habita una serie de pequeñas habitaciones que

forman parte del palacio. Dentro del recinto hay una gran iglesia, Santa María cons-

truida sobre los cimientos de una mezquita y cerca de esta iglesia hay una casa

árabe habitada por una dama española; y como se trata de una bella y original

muestra del estilo árabe, permite a nuestro guía llevar extranjeros para verla. Fuimos

muy amablemente recibidos por la propia dueña en persona y encontramos que

celebraban una gran fiesta familiar, todos estuvieron tan amistosos y educados que

nos enseñaron la casa completamente. Esta era muy curiosa, con magníficas vistas

hacia todos lados. Seguimos caminando hasta la Última Puerta33 o puerta por la que

el desafortunado Abdallah salió de la Alhambra por última vez. Entonces al partir

pidió que fuese cerrada para no volver a ser utilizada como entrada; pero después

de haberse derrumbado a causa de un terremoto, ha sido descubierta hace sólo

unos pocos años y se ha vuelto a abrir. Se llega hasta ella por una vereda muy

estrecha y escarpada que da un giro brusco inmediatamente después de pasar a

través de esta puerta de tristes recuerdos y después sigue cruzando un arco más,

sube a una maravillosa colina donde crece un bosque atravesado por varios paseos

y veredas cruzando un barranco y, a eso de doscientas yardas hacia arriba, hacia

el Generalife, hay otro palacio de los reyes moros, construido por un príncipe de la

casa de los Omar.

32 Aquí quería decir la Torre de las Infantas.

33 Se trata de la Puerta de los Siete Suelos.

[ 53

El edificio es del mismo estilo que la Alhambra pero más pequeño y en todos

aspectos una miniatura de decoración y gusto. Los bancales están convertidos en

pequeñas terrazas y filas de jardines unos sobre otros dispuestos en pequeños par-

terres con setos de arrayán, adelfas y jazmines, rodeando estanques y fuentes de

agua cristalina que también es conducida por medio de pequeños canales a través

de las habitaciones. Una galería con arcos a todo lo largo de uno de los jardines

domina la Alhambra, Granada y todo el magnífico panorama que hay detrás. En una

de las salas hay algunos retratos bastante curiosos de Abdallah y su familia, Isabel

y Fernando, Felipe II y otros de la Familia Real y de Gonsalvo de Cordova [sic. por

Gonzalo Fernández de Córdova]. En los jardines pudimos ver cipreses cortados y

guiados para formar arcos y en una sección cuatro cipreses de inmenso tamaño

bajo los cuales Fátima, esposa de Abdallah, tuvo el desgraciado encuentro con Albin

Hamet, el jefe de los Abencerrajes, cuyo resultado acabo de detallar. Teniendo en

cuenta el tamaño de estos extraordinarios árboles deben ser tan viejos como el di-

luvio y aún se encuentran sanísimos y repletos de brotes. Hay infinidad de ellos, de

todas las edades, por todo este país y producen el efecto de los cuadros de Poussin

a los paisajes, en particular cuando están situados cerca de viejos conventos.

En el cerro de Santa Helena, que es la parte alta de la montaña que se levanta

justo por encima de la zona que hay detrás del jardín del Generalife y al que su-

bimos, antiguamente había una mezquita donde Abdallah se refugió de la furia

de sus súbditos después del asesinato de los Abencerrajes y por esto, la colina se

llama “La Silla del Moro”. Las vistas desde esta altura son tan bellas que uno puede

hacerse buena idea del amargo sentimiento de pesar de los desafortunados árabes

al verse obligados a abandonar una morada tan exquisita y querida por cuya resti-

tución todavía cada viernes sus descendientes elevan sus plegarias al cielo.

Fuimos descendiendo por los paseos del bosque a través de espesuras de hi-

gueras, acacias y cactus bajo la colina donde se habían construido fortificaciones

hace unos cuantos años contra el Carlista General Gómez y seguimos a lo largo de

54 ]

una magnífica terraza orientada hacia el sur, por encima de la ciudad, hacia un con-

vento muy bello pero desierto; era el convento de los Mártires, en cuyas cercanías

hay un inmenso cedro rojo34 que se dice que es el único que existe en toda España

y que fue plantado por San Juan de Dios35, un santo de reciente canonización. Vol-

vimos a la ciudad atravesando la Puerta de las Granadas.

34 Se trata del famoso cedro de San Juan de la Cruz, tenido en la ciudad como el único Cedro del Líbano existente en Europa. Es un ciprés poco frecuente, Cupressus lusitánica, originario de Méjico. Cultivado desde el siglo XVI en los jardines españoles.

35 Fue plantado por S. Juan de la Cruz.

55

Mrs. Romer (1842)

Isabella Frances Romer (? - 1852) fue escritora de miscelánea. Se casó con el Mayor Hamerton del que se separó en 1827 y volvió a tomar su nombre de soltera. Funda-mentalmente se dedicó a viajar. En 1843 apareció la obra The Rhone, the Darro and the Guadalquivir, a Summer Ramble in �8��36, reeditada con posterioridad en 1847. Además de esta, escribió: A Pilgrimage to the Temples and Tombs of Egypt, Nubia and Palestine in �8�5-�8�6, editado en 1846 en dos volúmenes, con una segunda edición un año más tarde. The Birds of Passage, or Flying Glimpses of Many Lands, recopilación en tres volúmenes de cuentos y descripciones, algunos de ellos publicados con anterioridad, publicado en tres volúmenes en 1847. Murió en Chester Square en Londres el 27 de abril de 1852.

36 ROMER, Mrs. I. F.The Rhone, the Darro and the Guadalquivir; A summer ramble in 1842. Richard Bentley, London, 1843.

El Tocador de la Reina

[ 57

La Alhambra, recompensa tras un largo viaje

Tardamos más de media hora en poder descubrir las torres de la Alhambra, último

baluarte de los reyes moros y su exterior, como toda la arquitectura de los países

musulmanes, en ningún momento da idea de la fabulosa elegancia y refinamiento

que caracterizan las decoraciones interiores ya que parece más una fortaleza que el

palacio de una estirpe de reyes muy voluptuosa. Sin embargo su situación es admi-

rable, coronando la cima de una colina, sobre cuyas laderas está Granada parcial-

mente construida y con vistas a la maravillosa Vega y a la cordillera de Sierra Nevada.

[…]A la llegada nos acosó un viejo guía francés de nombre Louis, que esperaba para

ofrecer sus servicios a cualquier persona que los requiriera. El guía era un antiguo

desertor del ejército francés de los que ocuparon España durante la Guerra de la

Independencia que se había casado en Granada, donde había vivido los últimos

treinta años y, aunque hablaba español con fluidez y vestía el traje de majo, había

algo en él que hacía que no pudiera negar su origen.

El cónsul de Málaga nos había recomendado que nos alojásemos en un hotel

muy nuevo que se encontraba dentro del recinto de la Alhambra, no sólo por

su limpieza, sino para evitarnos la empinada cuesta que separa el palacio árabe

de la ciudad. Nos pusimos en manos de Louis y nos decidimos a subir bajo los

ardientes rayos de sol de las cinco de la tarde perseguidos por gran número de

ociosos, algunos perfectamente vestidos, que se habían arremolinado alrededor

de la diligencia para vernos y que no debían tener mejor forma de pasar la tarde

del domingo que seguirnos a cualquier parte a la que pensáramos ir. Para hacerles

ver que esta persecución nos molestaba, nos deteníamos de vez en cuando y los

mirábamos de una forma inequívoca. Ellos también se detenían un momento y, de

58 ]

forma un tanto provocadora, reanudaban su marcha en cuanto lo hacía el grupo y

si hablábamos entre nosotros, se acercaban a mirarnos las caras como queriendo

entender nuestras palabras y, aunque el guía se enfadó con ellos en más de una

ocasión, era como si le hablara al viento, o mucho peor, se reían en su propia cara

con bastante aire de insolencia, por lo que Louis se disculpaba por el poco efecto

que surtían sus palabras entre el grupo de intrusos mal educados, diciéndonos que

la población de Granada estaba compuesta por la más abominable canalla y las

peores malas bestias del universo y que él sabía que era una tarea sin esperanza

intentar civilizarles y reformar sus modales.

Después de atravesar la Puerta de las Granadas llegamos al bosque de la Al-

hambra donde árboles, parterres de flores, avenidas y veredas, presentaban un per-

fecto orden, cuando de repente, nos encontramos frente a una inmensa torre roja

junto a una fuente, construida por Carlos V, adornada con águilas imperiales y con

bajo relieves.

A la entrada de la Puerta de la Justicia el guía nos hizo detenernos durante un

momento para mostrarnos la mano grabada sobre el arco y la llave, y nos dijo que

esos símbolos habían dado lugar a las más diversas supersticiones, así como a la

creencia popular de que esos signos no eran otra cosa que la parte visible de un en-

cantamiento al que la Alhambra debe su existencia. Había unos cuantos soldados que

vivían allí, ya que la puerta estaba convertida en la vivienda de los guardas.

Llegamos a la puerta del hotel, que nos pareció más la puerta de una granja.

Aunque no pedíamos mucho, sólo cuatro dormitorios grandes y dos para el ser-

vicio, no nos fue fácil conseguir alojamiento. La posada había sido abierta hacía

tan poco tiempo que no tenía ni lo más elemental, careciendo del más mínimo

mobiliario. Las ventanas se encontraban desprovistas de cristales, aunque el re-

ciente blanqueado de las paredes y de los suelos de barro nos parecieron de lo

más acogedor después de dos días de terrible experiencia en las ventas españolas

y, aunque no teníamos más que unos colchones en el suelo, un par de sillas des-

[ 5�

vencijadas y una mesita, preferíamos eso a lo que habíamos oído en referencia a las

viejas posadas granadinas en cuanto a la suciedad y a las pulgas y otros bichos de

naturaleza parecida. Por otro lado la mera idea de vivir dentro del recinto de la Al-

hambra, nos hacía afrontar las incomodidades a cambio del “prestigio” de nuestro

emplazamiento, aunque el placer era sólo el que proporcionaba la imaginación,

ya que desde el hospedaje no podíamos ver el Palacio. Había un sólo espejo para

uso de todos y nos lo teníamos que ir pasando de habitación en habitación para

poder arreglarnos; el aire frío nos hacía helarnos por las noches ya que las ventanas

no tenían cristales, y al anochecer cerramos los postigos de las ventanas herméti-

camente, nos llevaron unas velas que lo único que hacían era hacer visible la oscu-

ridad y con lo cansados y doloridos que nos encontrábamos no nos apeteció tomar

ningún alimento, aunque ya no quedaba nada cuando llegamos al hotel, pero eso

sí, ¡estábamos en la Alhambra! ¿Quién se podía quejar de tener un poco de frío o

de hambre ante tal placentera realidad? por lo que, felices, nos retiramos a nuestros

duros camastros con filosofía y buen humor y decididos a divertirnos y pasarlo lo

mejor posible en nuestra expedición por España, sobre todo cuando pensábamos

en sorprender a nuestros amigos contándoles nuestras aventuras.

60 ]

Visita a la Alhambra guiada por Monsieur Louis

¡Por fin había visto la Alhambra!, Había visto el Generalife y me faltaban las

palabras para expresar el asombro y la admiración que me produjeron, ya que

habían superado mis expectativas. Todas nuestras fatigas y sufrimientos se borraron

de repente cuando mis ojos recorrieron los exquisitos detalles del palacio árabe.

Aunque el palacio era conocido a través de los numerosos dibujos realizados por

los innumerables cronistas de la Alhambra, había sido Washington Irving el que

había contribuido en mayor medida a que este monumento fuera familiar a todos

los lectores ingleses y es por esto, por lo que todos ellos nada más llegar a Granada,

se han asegurado el servicio de Mateo Ximenez, “hijo de la Alhambra” que gracias

a la pluma de su distinguido patrón, ha conocido la fama, no sólo como el mejor

cicerone, sino como la persona más versada en todo lo referente a antiguas le-

yendas de “salas y torres”. Nos apresuramos a buscarle pero fue inútil ya que un

coronel inglés se nos había adelantado y lo había contratado para todo el tiempo

que durasen sus paseos por la Alhambra. No tuvimos más remedio que ponernos

bajo la tutela y guía de Monsieur Louis, que en ningún caso es inferior al “hijo de la

Alhambra”. Se le puede calificar de ingenioso e imaginativo y capaz de satisfacer

sin problemas la curiosidad provocada por la ignorancia.

Primero nos llevó, de acuerdo con la ruta que él mismo marcó, al Generalife,

residencia veraniega de los reyes moros que ocupa parte del cerro de Santa Elena y

que, aunque parece contiguo a la Alhambra, está separado de esta por un profundo

barranco lleno de exuberantes frutales. En sus días dorados el Generalife fue más

famoso por el esplendor de sus bosques y jardines que por la construcción en sí.

[ 61

Después de cruzar el mencionado barranco entramos por una puertecilla y nos

vimos dentro de un jardín adornado por numerosos arbustos, fuentes y susurrantes

riachuelos que corrían entre los arriates. Este jardín había sido el refugio donde se

daban cita la última sultana y su amante, el desafortunado Aben Hamed. Por la puerta

por la que entramos encontramos el famoso ciprés bajo cuya sombra los enemigos

de la dama la sorprendieron con su Abencerraje y desde entonces ha tomado el

nombre del Ciprés de la Sultana. Quise arrancarle una rama, pero me fue imposible

debido a la gran altura del tronco, aunque uno de los integrantes del grupo, que me

había visto mientras realizaba mi tentativa intentó conseguir una escalera, cosa que le

permitió encaramarse hasta las ramas más altas y gracias a esto pude llevarme una re-

liquia de ese árbol sagrado para las historias románticas bajo cuya sombra se dice que

la Eva de este paraíso había escuchado el acento del tentador. Que la acusación fuera

cierta o que por el contrario se tratara solamente de una estratagema para arruinar

el nombre de los Abencerrajes, creo que nadie lo sabe, aunque los hechos han sido

narrados en repetidas ocasiones por escritores de romances.

Respecto al Generalife, aunque es más famoso por sus jardines que por las cons-

trucciones, el panorama que se contempla desde allí es incomparable.

En una de las salas del palacio hay una colección de retratos, de poco o ningún

valor artístico, pero de gran valía para el curioso, ya que ofrecen los rasgos de al-

gunos de los personajes más importantes de los últimos años de la dinastía árabe en

España. De todos ellos el mejor es el de Abu Abdala, apodado Boabdil, el último Rey

moro de Granada y apodado por los moros El Zogoybí y por los españoles El Rey

Chico, que se representa como un joven rubio y de aspecto afeminado vestido de

amarillo y negro. El retrato de El Zagal, tío y rival de Boabdil, también se encuentra

entre la colección, con su aspecto fiero y enérgico, que contrasta con el aspecto

débil, blando e irresoluto de su sobrino.

Recorrimos los jardines del Generalife bajo, disfrutando del frescor de la exube-

rante vegetación, hasta llegar a la parte más elevada desde donde las vistas eran

62 ]

excelentes, aunque no pudimos permanecer disfrutando de aquél paisaje debido

a que nos sorprendió un fuerte chaparrón y fuimos a refugiarnos en una de las ga-

lerías del jardín donde se encuentra el ciprés de la Sultana y desde allí, cuando dejó

de llover, fuimos hacia la Alhambra, paraje que no hay palabras para dar una idea

exacta de la belleza encantada que encierra. Ninguno de los dibujos o grabados

que yo había visto eran reflejo fiel de la realidad, ya que ellos presentan invariable-

mente el efecto de unas dimensiones más grandes de lo que verdaderamente lo

son. Las características primordiales del edificio son la gracia y la elegancia más que

la grandiosidad y sobre todo el más lujoso refinamiento combinado con un tipo de

belleza sobrenatural y ligera que da pie a la superstición de que la Alhambra no fue

obra de mortales sino que surgió de un encantamiento.

Como todas las residencias reales de oriente, el exterior de la Alhambra es tosco

y sin ningún tipo de adorno y parece más la fortaleza de un jefe de la montaña

que el palacio de voluptuosos monarcas sin que ofrezca la más leve idea de las

maravillas que encierra, pero cuando se accede, se abre ante la atónita mirada del

visitante un mundo maravilloso. La extraordinaria conservación de su interior, la

pureza intachable de las esbeltas columnas de mármol que sostienen ligeros arcos,

las susurrantes fuentes de alabastro, el verdor y lozanía de los árboles y flores que

adornan los distintos patios y el perfecto orden en el que mantienen todo el con-

junto, destruye cualquier idea de abandono y desolación.

Los muros de varias de las salas se encuentran cubiertos por arabescos de di-

seños imaginables e inimaginables mezclados con frases del Corán y con versos en

caracteres cúficos y árabes37 hechos con una mezcla blanca del mismo tono y con-

sistencia del mármol sobre campos de los más vivos colores, de entre los que pre-

domina el azul marino por lo que produce el efecto de caro guipure sobre satén.

El Patio de la Alberca, que a veces llaman Patio de los Arrayanes, debido a los

enormes setos de esta planta que bordean ambos lados del estanque, está lleno de

37 Lo mantengo como aparece en el texto original.

[ 63

peces dorados y plateados, y en su día estuvo destinado a baño de los criados de

palacio.

El Patio de los Leones, es sin lugar a dudas el rincón más interesante de la

Alhambra, no sólo por la belleza de ensueño de su arquitectura, sino por las con-

notaciones románticas que lleva implícitas. Aquí fue donde vieron su triste final

los Zegrís y los Abencerrages, los Güelfos y Gibelinos, o Montescos y Capuletos

de Granada, donde uno tras otro, fueron conducidos y decapitados por orden de

Boabdil. La fuente de los Leones ha sido descrita demasiadas veces y demasiado

bien como para ofrecer algún nuevo detalle, aunque yo lo haré de forma detallada

y precisa, ofreciendo también la traducción de los versos que aparecen en el borde

de la fuente que incluye la obra de Murphy Arabian Antiquities of Spain38.

Hace unos cuantos años, se hizo un importante descubrimiento frente al Patio

de los Leones. Se trata de cuatro lápidas en las que se encuentran grabados los

epitafios de cuatro reyes granadinos, una de ellas es la de Yusuf, bajo cuyo reinado

se levantó la Puerta de la Justicia y cuyo asesinato tuvo lugar mientras el monarca,

después de terminado el ayuno del Ramazán [sic. por Ramadán] se encontraba

orando en la mezquita pública de la Alhambra. El asesino, un fanático o maniático,

se avalanzó sobre su víctima, puñal en mano y se lo clavó en el costado. Cuando

los servidores de Yusuf oyeron sus gritos, corrieron hacia el monarca, prendieron al

asesino y, sin más dilación, lo sacaron al aire libre y lo quemaron vivo. Incluyo en mi

relato la traducción al inglés del epitafio del desafortunado Yusuf39.

Desde la propia fuente salen cuatro caminos de mármol blanco encontrándose

los espacios intermedios llenos de rosales, arrayanes, granados, adelfas y naranjos

cuya fragancia perfuma el aire y junto con el frescor que produce el agua de la

fuente, invita al reposo e incluso puede llegar a crispar los nervios.

38 Murphy, James Cavanah: The Arabian Antiquities of Spain. London 1813 (Álbum de Grabados).

39 Este larguísimo epitafio no lo he incluido en el relato de viaje. Se encuentra en las páginas 22-25 (ambas inclusive) del Vol. 2 de la edición de Bentley de 1843.

64 ]

A continuación se encuentra la Sala de los Abencerrajes, así llamada por que

en el centro de la misma existe una pequeña fuente de mármol donde fueron arro-

jadas las cabezas de los 36 nobles de esa tribu. La fuente se encuentra seca lo que

nos permitió analizar una gran mancha que tiene en su interior y que nuestro guía

nos aseguró que se trataba de la huella dejada por la sangre de los Abencerrajes.

Esta Sala es un magnífico ejemplo de elegancia. Su techo, en forma de cúpula, se

encuentra ornamentado con blancas estalactitas adornadas con una profusión de

vivos colores. El suelo es de mármol blanco y sus paredes están cubiertas por una

gran variedad de arabescos entrelazados con frases del Corán y versos en honor

del palacio y sus fundadores. A la entrada, a cada lado, hay dos nichos pequeños,

donde dejaban las babuchas los que entraban en presencia del sultán. En general,

todo es de tal belleza que más parecían haber sido hadas las que hubieran eje-

cutado el trabajo. La luz se consigue a través de estrechas aberturas en la base de la

cúpula y a través del arco de entrada, desde el que se ve una perspectiva magnífica

del Patio de los Leones.

En el lado este del mismo patio se abre la Sala de la Justicia, cuyos techos se

encuentran pintados al fresco, aunque no están restaurados y han sido origen de

controversia. Algunos viajeros piensan que se trata de un trabajo de artistas árabes,

mientras que otros sostienen que debieron ser posteriores a la conquista y por lo

tanto obra de españoles. Aunque el hecho de haber sido pintados sobre madera

incrustada en el estuco de las cúpulas que forma parte de la construcción original,

prueba que no se ha tratado de un trabajo posterior y por lo tanto es coevo con

el edificio. Yo opino que debieron ser ejecutados por esclavos cristianos ya que

los moros solían hacer que sus cautivos cristianos trabajaran en los jardines y en

las fortificaciones de la Alhambra, y, ¿por qué no habrían de trabajar en el palacio?

Representan a hombres, mujeres y animales, objetos todos ellos prohibidos para

los pinceles musulmanes y de hecho, están bastante lejos de mantener la fisonomía

peculiar del lugar sin que aparezca en ningún tipo de decoración árabe.

[ 65

La Sala de la Justicia es más triste y umbría que las otras, de proporciones largas

y estrechas, aunque posee seis arcos que la dividen profusamente decorados. El

techo está bastante dañado y parece como si se fuera a derrumbar en cualquier

momento, aunque las pinturas aún mantienen su brillo. El guía nos aseguró que el

daño en los techos había sido causado por los terremotos y no por el tiempo.

Frente a la sala de los Abencerrajes se encuentra la sala de Dos Hermanas, cuyo

nombre se supone que hace referencia a las dos grandes losas de mármol blanco

que se encuentran en el suelo, a ambos lados de una fuente que adorna el centro.

Esta sala quizá sea la más bella, la menos defectuosa y la mejor conservada de todas

las salas del palacio. Su decoración y dimensiones son bastante parecidas a la sala

de Abencerrajes, pero está aún menos deteriorada. Se comunica con la sala de las

Infantas o Tocador de la Reina, una joya perfecta, donde se combina en miniatura

toda la belleza de las otras salas. Sus ventanas en arco dan sobre el jardín de Lin-

daraja, en cuyo centro se encuentra una magnífica fuente de alabastro rodeada de

naranjos. Antes, desde allí, se podía contemplar una magnífica vista del Albaicín,

pero ahora esta se encontraba completamente tapada por un tremendo muro blan-

queado construido por los españoles de la Reconquista, los cuales, aunque no se

atrevieron a destruir la Alhambra, hicieron todo lo que pudieron para evitar el re-

cuerdo árabe, así pues, en el Patio de los Arrayanes, el muro del Palacio de Carlos

V, que aunque podría ser una obra magnífica en cualquier otro lugar, aparece como

odioso debido al sitio en el que se encuentra, está pegando y sobrepasa la mag-

nífica galería de arcos que forma uno de los extremos del patio, de modo que la en-

trada original al palacio de la Alhambra se encuentra cerrada por la mal concebida

vecindad de su rival español, que se dice que fue construido sólo para romper la

belleza de la residencia árabe.

De todos modos hay que reconocer que, aunque el gobierno actúa con una

negligencia vergonzosa en cuanto a ciertos aspectos de la civilización y los avances

de la nación, sobre todo en lo que yo he podido observar, se han olvidado de su

66 ]

haraganería en cuanto a la conservación de la Alhambra ya que en las zonas donde

ha hecho estragos el paso del tiempo o que han sufrido pequeños temblores, un

gran número de trabajadores están dedicados a prevenir el posterior deterioro con

medidas cautelares y se están llevando a cabo reparaciones realizadas en perfecta

armonía con el estilo original de arquitectura y ornamentación. Por otro lado todas

las casas del barrio del Albaicín, cualquiera que sea su naturaleza, están sujetas a un

impuesto del tres por ciento sobre el precio del alquiler, cuyo montante se emplea

en mantener el Palacio de la Alhambra y sus jardines, y hay que hacer constar que,

la tarea se lleva a cabo concienzudamente ya que jamás vi mayor perfección, orden

y limpieza que en estos bellos parajes.

Estas Salas que acabo de describir completan el cuadrado del Patio de los Leones

y forman la zona conocida por los guías como el Palacio de Abdala, derivado del

nombre del ultimo y desafortunado de sus moradores, Boabdil, cuyos delitos y re-

veses han conferido ese trágico interés sobre salas y patios identificados de forma

inmediata con episodios sanguinarios de su turbulento reinado.

Desde allí proseguimos subiendo un tramo de escalera y llegamos a un aislado

mirador sostenido por columnas de mármol y a cuyo alrededor corre una galería

abierta. Se llama el Tocador, y en su estado original debió combinar todos los

lujosos requisitos para la tranquilidad y el disfrute tan extendidos dentro de la men-

talidad árabe. Como ejemplo sólo hay que citar la antesala del Tocador, donde

en una esquina del suelo hay una gran losa de mármol perforada con agujeros

a través de los que salía el vapor de perfumes que se quemaban debajo, pero es

lamentable el mal gusto de los españoles al haber pintado el interior de este pa-

bellón, cuyo diseño y arquitectura son completamente árabes, con frescos en los

que se representa una colección de dioses del Olimpo, sobre un fondo rojo, que

no están mal ejecutados40, aunque, hacen que el espectador se vuelva con disgusto

al contemplarlos. Esta decoración incongruente fue realizada en el Tocador por ar-

40 Los autores de estos frescos fueron Julio Aquiles y Alexandre Mayner. La obra fue realizada entre 1537 y 1539 aunque por estar mal realizadas fueron borradas. Los mismos autores las volvieron

[ 67

tistas italianos ya que Felipe V lo decoró para su bella esposa, Isabel de Parma. Los

viajeros han contribuido a la ruina y destrucción del palacio, ya que, mientras que

los ricos arabescos de las salas más bajas han escapado al espolio que se permiten

estos viajeros en los monumentos que visitan, los muros del Tocador los han con-

vertido en un completo registro de viajeros, pudiéndose leer infinidad de nombres y

fechas pintadas y grabadas por todos lados, mostrando una especie de vandalismo

colegial sin otro placer que la destrucción. La mayoría de los nombres que podían

leerse eran ingleses y debido a la gran distancia que hay desde Inglaterra y a que

los viajes solían estar llenos de dificultades, el que llegaba a un lugar tan lejano

sentía el vanidoso impulso de dejar grabados su nombre, fecha y dirección. Un

príncipe ruso41, sintiendo gran desprecio por los que utilizaban ese sistema, regaló

un libro de firmas hace unos años. El libro se encuentra custodiado por uno de los

porteros, el cual lo presenta a los viajeros para que escriban en él sus nombres y

las naciones de procedencia. En el mismo libro aparecen unas líneas escritas por el

propio príncipe en las que hace referencia al Tocador, e insta a los viajeros a trans-

ferir sus firmas de los muros a las páginas en blanco de este libro.

Uno de los primeros nombres que me llamaron la atención y que aparecía en

la primera página fue el de Washington Irving y, si no hubiera sido por mi sentido

de la honestidad, habría arrancado la página para guardar tan preciado autógrafo,

aunque cerré el libro y me alejé con gran tristeza, sin haberme dejado caer en la

tentación.

La Torre de Comares en cuyo interior está el Salón de Embajadores, normalmente

llamado la Sala de Comares, nombre que se debe a unos trabajadores persas que es-

tuvieron trabajando en su construcción, es la mayor de todas las salas del palacio y no

posee el aire de encantamiento tan peculiar de la arquitectura árabe. Su aspecto más

a realizar entre 1539 y 1546. El valor de estas pinturas es tan grande que, en su género, no se les conoce rival en España. (Gómez Moreno, M. Guía de Granada. Granada, 1892.)

41 Dolgorouki, amigo inseparable de Washington Irving. Durante su estancia en Granada en 1828 ambos fueron alojados en la Alhambra, en las habitaciones que les había proporcionado el Gober-nador.

68 ]

pesado se debe a la gran cúpula y techo ornamentado a base de incrustaciones de

madera, aunque bellamente pintada y adornada con marfil y madreperla. Magnífico

trabajo, aunque menos delicado que el de estalactitas que adorna las otras salas. En

el centro queda un cuadrado del suelo original de mosaico árabe con losas vidriadas

de brillantes colores en las que aparecen lemas en caracteres cúficos, y escudos de

los distintos reyes árabes que reinaron en Granada. El resto del suelo fue destruido

y se reemplazó de forma muy poco apropiada ya que se pavimentó con ladrillos

corrientes. El mismo vandalismo puede observarse con respecto a las puertas. Las

originales árabes eran de taracea de madera oscura, habiéndose sustituido por unas

puertas pintadas de azul chillón.

Mrs. Romer continúa con una recopilación de las inscripciones en verso que apa-

recen en los muros de la sala y que ya habían sido traducidas al inglés con anterio-

ridad42.

Las salas que existen debajo de esta presentan un aspecto muy diferente y es-

taban destinadas a otro fin. Se trata de las mazmorras donde estuvieron prisioneros

Boabdil y su madre, la sultana Aixa durante toda la infancia de éste por orden de

su padre. Desde allí escapo con la ayuda de los cinturones de los fieles servidores,

huyendo a caballo hasta Guadix. En esta prisión estuvo confinada la Sultana desde

que fue acusada de infidelidad por los Zegries. Estas son las sombras y las salas de

arriba las luces, de la dinastía árabe, y sirve esto para ilustrar los rasgos sombríos

y feroces del carácter árabe. Exquisito refinamiento en las costumbres y avanzada

civilización que parecen ser incompatibles con actos de violencia y sangre.

Aparte de estas lóbregas dependencias hay otras cerca que se abren hacia el

patio de las mazmorras que despiertan pensamientos menos melancólicos. Una de

ellas es la llamada Sala del Tesoro. A la entrada hay dos estatuas de mármol que

representan figuras femeninas sentadas con las cabezas vueltas hacia el pasaje em-

42 Estas, no las incluyo en el relato. Se encuentran en las páginas 41-45 (ambas inclusive), en el Vol.2 de la edición de Bentley de 1843.

[ 6�

bovedado del que parece como si estas fueran sus guardianas. No se ha decidido

si su origen es árabe o cristiano, aunque se ha asegurado que los españoles las

encontraron allí, en el mismo sitio, cuando finalizó la Reconquista; posiblemente

hayan surgido de la misma mano y del mismo cincel que esculpió los doce leones

de la fuente ya que no parecen obras de arte mejores a las de los cuadrúpedos de

dudosa apariencia. Washington Irving las convirtió en las dos “discretas estatuas”

de uno de sus cuentos.

Los baños me recordaron los que había visto en Seraglio [sic. por Serrallo] en

Constantinopla. El baño de los Reyes es donde se encuentran el baño del rey y de

la reina. El baño del Príncipe tiene un tamaño apropiado para los infantes y la Sala

de la Reina, o Sala de la Sultana es a donde las mujeres del harem real se retiraban

después del baño. En esta sala, una fuente ocupa el centro existiendo a ambos

lados unas tarimas de mosaico donde se ponían unos cojines sobre los cuales des-

cansaban las bellas, mientras que los músicos, situados en una galería que rodea

la parte alta de la sala, las adormecían con dulces cantos de amor, unidos al tenue

murmullo de la fuente. Esta galería se encuentra en tan lamentable estado de con-

servación que cualquier día se derrumbará completamente.

Por último, la sala de los Secretos que se construyó siguiendo las mismas pre-

misas adoptadas para la construcción de la galería de los secretos en la Catedral de

San Pablo. Los guías de la Alhambra la enseñan como la cosa más maravillosa que

encierra el palacio.

Subí a la Torre de la Vela, descubrí una lápida en la que se hacía referencia a los

Reyes Católicos, ya que me extrañó no encontrar en las zonas de ornamentación

posterior a la de los árabes, referencias a Fernando e Isabel, estando todas ellas

dedicadas a su nieto Carlos V. Después de la conquista esta torre fue convertida

en campanario y bajo la campana se encuentra la mencionada lápida, en la que se

recoge la victoriosa entrada de los Reyes Católicos dentro del palacio de sus derro-

tados enemigos el dos de enero de 1492.

70 ]

Si ya era magnífico el panorama que se podía divisar desde el Tocador de la

Reina, el que se contempla desde la Torre de la Vela lo supera tanto en extensión

como en diversidad, tratándose de uno de los espectáculos más bellos que un ser

humano pueda contemplar. Desde lo alto de esta gran torre la vista alcanza a toda la

ciudad de Granada que se extiende a unos quinientos o seiscientos pies por debajo

de las tres colinas que la dividen. Como si estuvieran dibujadas en un mapa, se

pueden divisar todas sus plazas, iglesias, conventos, palacios y alamedas; el valle y

bosque del Darro, la colina del Albaicín, la del Generalife, con su palacio blanco y

sus entramados jardines; las antiguas Torres Bermejas, cuyo origen se pierde en la os-

curidad de los tiempos; las robustas murallas de la Alhambra, que rodean en su tota-

lidad las altas cumbres de los cerros en los que se asienta y, allá a lo lejos, la soleada

Vega, con toda su fértil exuberancia, regada por el Genil, salpicada de maizales,

viñedos, alamedas y casas, entre las que se descubre el pueblo de Santa Fe como

una mancha blanca resplandeciendo entre las muchas tonalidades del paisaje.

[…] Muchas personas creen que el Palacio árabe representa toda la Alhambra,

mientras que lo cierto es que sólo ocupa una pequeña extensión dentro de ésta. La

Alhambra era, hablando con propiedad, una fortaleza y nos podemos hacer idea de

su tamaño si tenemos en cuenta que en tiempo de los árabes, independientemente

de los moradores del palacio, cuarenta mil hombres estaban acomodados dentro

de la fortaleza, que entonces estaba defendida por mil treinta torres. Actualmente

el espacio que está comprendido dentro de la “jurisdicción de la Alhambra” con-

tiene, además del palacio árabe y los jardines, una bella alameda, la plaza de los

Aljibes, que surte a la ciudad de Granada con la mejor agua, varias plazas, el palacio

de Carlos V, una parroquia católica, un convento franciscano, una completa alde-

huela de casuchas pobladas por los harapientos “hijos de la Alhambra” y la posada

recientemente construida. La importancia de la zona se puede deducir del hecho

de que ostenta un gobierno diferente. El Gobernador de la Alhambra ocupaba

antiguamente habitaciones del palacio, pero desde hace algunos años cambió su

residencia a Granada.

71

Dora Quillinan (1845)

Dora Quillinan (1804-1847) segunda esposa del poeta Edward Quillinan (1791-1851), con el que se casó después del fallecimiento de su primera esposa a causa de unas terribles quemaduras.

Dora Quillinan era la segunda hija de William Wordsworth, para diferenciarla de su tía paterna Dorothy, la solían llamar “Dorina”. Entre 1845 y 1846 debido a su delicada salud, el matrimonio viajó durante un año por Portugal y España, de cuyo viaje surgió un libro encantador A Journal of a Few Months’ Residence in Portugal, and Glimpses of the South of Spain43, dedicado a sus padres. Este diario, como ella misma dice en el prólogo, lo escribió solamente para uso de sus amigos.

43 Dora QUILLINAN, Journal of A Few Months’ Residence in Portugal and Glimpses of the South of Spain. Edward Moxon, London, 1847.

Jardines del Generalife

[ 73

Encalado del Generalife

Granada, lunes 4 de mayo.

¡Qué mañana más bonita y qué vistas he contemplado desde el tejado de la casa!

Ni pluma ni lápiz pueden dibujar tal paisaje. ¡La Alhambra! ¡La Vega! ¡Sierra Nevada!

–todo ante mí– y la ciudad con sus arboledas y fuentes a mis pies. […] Algunos de

los integrantes del grupo estaban demasiado aturdidos a causa del traqueteo de la

diligencia, por lo que les recomendaron que se quedaran en reposo todo el día; yo

también me quedé en la casa ya que la Alhambra se encontraba cerrada debido a

un “levantamiento” que había tenido lugar en Granada dos días antes de nuestra

llegada. Muchos de los “cabecillas” –entre treinta y cuarenta– fueron detenidos y

enviados a prisión en la Alhambra.

[…] Era un día radiante, un día hecho para la ocasión el que nos encontramos

un poco después de las ocho de la mañana, en nuestro camino hacia la Alhambra

–atravesando calles estrechas, trazadas de forma irregular y no muy pintorescas–,

hasta que llegamos a una por la que corre el Darro. Aquí, el ventilado mirador (con

su tejado voladizo, sostenido por esos graciosos arcos árabes surgiendo de dos del-

gadas columnas), los balcones y las galerías de madera, que están tentando al que

lleva un cuaderno de dibujo, algo que no se puede abrir sin ofender en las ciudades

españolas. Algunas de estas casas, que cuelgan sobre el río justo donde lo cruza

un puente de un sólo arco, muy antiguo y de forma muy afortunada habría sido un

modelo muy bonito y típico para dibujarlo. Al salir de esta calle, se entra en una

gran plaza que a esta hora tan temprana de la mañana estaba llena de tenderetes o

mesas, donde hombres y mujeres estaban atareados dedicados a comprar y vender

frutas y verduras. Nos costó trabajo pasar con nuestros burros por entre los rebaños

de cabras que casi cubrían el suelo –descansando, supongo, después de que las lle-

74 ]

varan hasta allí desde el campo para ser ordeñadas. Saliendo de esta plaza se llega a

la Calle de Gomeles, una calle empinada que se cierra por la puerta de las Granadas.

Se pasa por debajo y se encuentra uno de repente en un espeso y sombrío bosque

con anchos paseos que se dividen en tres direcciones y cada uno lleva a diferentes

partes del palacio encantado. Nosotros fuimos por la parte central. Los ruiseñores

estaban cantando a nuestro alrededor como jamás los había oído cantar. Parecía

como si cada rama albergara un pájaro cantor ¡Qué coro de dulces voces! El Darro

corría por debajo a nuestra izquierda y las fuentes por todas partes nos enviaban

su fresca y borboteante canción. Esta deliciosa sombra, la dulce música y la refres-

cante armonía de aguas no te abandonan hasta que se llega a la gran entrada de la

Alhambra: La Torre de la Justicia. Aquí giramos a nuestra derecha y continuamos du-

rante un poco más de tiempo bajo esta deliciosa sombra ya que primero visitamos

el Generalife.

En este lugar, uno de los más interesantes, vimos con toda certeza a vulgares

yeseros en el mismísimo momento en el que estaban, flagrante delicto, embadur-

nando completamente las delicadas tracerías con un vulgar blanqueado; mientras

que un caballero joven, que nos lo presentaron como el propietario, estaba con-

templando complacido el proceso que a mí casi me deja sin respiración, y que

consistía realmente en hacer desaparecer por completo las magníficas tracerías

de estuco. Pero, para una descripción del Generalife, digo lo mismo que dije en

Sevilla y se debe decir en cualquier dirección en que se mire en España –consulte

el Hand-book44 de Ford. En éste encontraran una magnífica y exacta descripción de

las galerías, pilares, arcos, flores, fuentes y jardines, con el Darro reluciente que fluye

en medio con su propio esplendor, ya que el agua está protegida del ardiente sol

por arcos de arboledas de hojas perennes. La vista desde la galería es gloriosa. La

Alhambra –grandiosa en su simplicidad externa–, surgiendo de un cinturón de ár-

boles en un primer plano y asomándose a la ciudad y sobre toda la Vega un valle de

treinta millas de largo por veinticinco de ancho y cerrado a cada lado por una noble

44 Ford, R. Hand-book for Travellers in Spain and Readers at Home. London 1845.

[ 75

cordillera, Sierra Nevada a la cabeza, el paso de Loja a los pies. Algunos cipreses,

tan viejos como del tiempo de los moros son el orgullo de este jardín. Yo medí uno

y comprobé que tenía cuatro yardas de circunferencia media yarda por encima

del suelo, y más arriba, donde el tronco se había hinchado formando enormes

excrecencias, tal y como se puede ver en viejos robles, era bastante más grueso.

Subimos a una moderna casa de verano construida en la parte más alta del terreno.

La vista que se obtiene desde aquí es más extensa que la vista desde abajo, pero no

tan bonita. Desde aquí nos contentamos con mirar a la Silla del Moro. Como hacía

muchísimo calor, ninguno nos atrevimos a trepar por esta zona baldía del monte,

con un sol tan ardiente cayéndonos sobre las espaldas.

76 ]

La Alhambra en el mes de mayo

Bajamos la colina y entramos en la Alhambra por el Patio de la Barca45 que Ford

dice que debe ser Berkah –patio de las bendiciones; y desde allí al Patio de los

Leones. Pero aquí también debemos, tanto yo como mis lectores referirnos a Ford.

Su descripción es tan exacta como sólo puede hacerla un ojo paciente y obser-

vador, con tiempo y oportunidad de estudiar y sobre todo, con un conocimiento

científico de su materia. Y ya que una pluma como la de Ford y dibujos como los

que yo he visto, pueden ofrecer una imagen bastante más distinta de la forma y

estilo del lugar, la Alhambra debe ser visitada y visitada también en un día de mayo

tal y como el que nosotros disfrutamos, si se quiere entender y sentir el espíritu del

lugar. Altas como eran mis expectativas, la realidad superó con creces todo lo que

mi fantasía había imaginado de columnas en forma de palmera, arcos de medio

punto, techos abovedados con maravillosa decoración de estalactitas perfectas y

muros cubiertos por el más bello calado, suelos de mármol y fuentes juguetonas

en el centro de casi todas las salas. Yo no estaba preparada del todo para la ex-

traordinaria belleza natural que rodea este maravilloso palacio. Las vistas desde

las distintas salas son deliciosas, en especial la vista desde la ventana de la Sala de

Dos Hermanas que es la zona más exquisita. Y ¡qué delicioso ajimez desde el que

mirar hacia abajo tal panorama! Qué vistas tan magníficas también desde la galería

abierta que conduce al tocador –el vestidor de la sultana; y sobre todo desde la

Torre de la Vela, sobre la que la bandera cristiana por primera vez fue enarbolada

y podía ser contemplada desde Sierra Nevada hasta Loja, por todos los habitantes

de esa vasta y rica llanura, o por toda la cordillera que protege el valle. ¡Y qué

guardiana es Sierra Nevada, levantando su cabeza completamente blanca hacia los

45 Este patio ha recibido nombres distintos, entre ellos: de la Alberca, de los Arrayanes, del Estanque o de Comares, y de este, se pasa a la Sala de la Barca.

[ 77

mismísimos cielos! Toda esta belleza sublime en la distancia se mezcla con la gran

dureza y aridez de las montañas más bajas; y justo a mano tienes todo lo dulce y

bonito, lleno de gracia y delicadeza. El murmullo de las fuentes, ¡y la gracia que

tiene este murmullo bajo un sol español! el aire perfumado por las flores, naranjales

y limonares; la higuera que proporciona tan buena sombra, la parra trepadora, el

ciprés que busca el cielo; los áloes y chumberas y tantas otras plantas curiosamente

bellas, sin hablar de las flores y arbustos incluso más apreciados por el ojo inglés

ya que se les saluda como amigos ingleses. ¡Y luego los ruiseñores! cantándote por

todos lados. Puedes subirte a la torre que desees, salir a donde quieras, y allí seguro

que te llega su entusiasmada música.

Nada puede ser una prueba más fuerte del maravilloso efecto de la peculiar be-

lleza de la Alhambra que el absoluto disgusto con el que, al salir de este palacio en-

cantado, involuntariamente apartas la mirada de ese enorme y pomposo edificio sin

terminar que Carlos V pretendía como palacio que eclipsara la belleza del primero.

Gran parte de la Alhambra fue derribada para hacer sitio para este vasto monstruo,

que tiene bastante menos derecho de afinidad con su vecino árabe que un caballo

percherón con uno árabe.

Permanecimos paseando por la Alhambra, de sala en sala y de patio a patio y

siempre pensando que lo último que habíamos visto era lo más mágico, con una

excepción, la mezquita que me desagradó. Aunque no fue construida para soportar

el peso de ese feo altar en la parte del fondo y esa horrible y cursi galería para la

orquesta en la otra parte, la hornacina en la antesala, donde se ponía el Corán, es

quizás debido a su tamaño, la muestra más exquisita de trabajo de estuco de todo

el edificio. Pero, aunque toda esta decoración de escayola es tan bonita, lo que más

me gusta es la delicadeza de los arcos y pilares de deslumbrante mármol blanco, los

tejados planos y los cónicos, y los suelos, y las fuentes, y... ¿qué no?

La austera simpleza de esas torres lisas cuadradas y torretas tienen un encanto

indescriptible. ¡Y qué aspecto tan bello tiene el edificio desde la Alameda de Darro,

78 ]

coronando el boscoso precipicio, a cuyos pies el Darro corre a hablarle a la aje-

treada y bochornosa ciudad del frescor y tranquilo silencio de la Alhambra!

Nosotros nos vimos obligados demasiado pronto a hacer lo que el Darro: –apre-

surarnos hacia la ciudad porque el reloj estaba dando las cuatro.

[ 7�

Puesta de sol desde la Ermita de San Miguel

Después de comer salimos otra vez a ver la puesta de sol desde la ermita de

San Miguel que se encuentra en lo alto de un cerro que se levanta por encima de la

parte vieja de la ciudad y que es considerablemente más alto que la colina en la que

está construida la Alhambra. Así pues, desde la explanada de la ermita se puede ob-

tener una vista perfecta de este gran edificio, dándole la vuelta al monte, subiendo

y bajando por los desniveles del terreno. Queda un trozo bastante extenso de las

viejas murallas que un forastero puede abarcar de un vistazo. La enorme extensión

de terreno que cubría el palacio, sus jardines, etc. […] No fuimos particularmente

afortunados con nuestra puesta de sol, pero bajo cualquier circunstancia esta vista

bien merece arrastrar las piernas o sacar el monedero que se requiere para llegar

hasta aquí. De algún modo la vista es mejor que la que se contempla desde la Torre

de la Vela: se tiene la perspectiva de las nobles montañas por detrás, por entre el

barranco y más allá y se ve hasta la zona donde el Darro tiene su nacimiento.

80 ]

Adiós a la Alhambra

Antes de volver a emprender viaje, Dora Quillinan quiso volver a visitar la Al-

hambra.

Ahora siempre es necesario pedir permiso para entrar a la Alhambra. Mi mulero

(ya que hoy no tenía ningún otro sirviente) no sabía nada acerca de este asunto

e incluso ignoraba la zona en la que vivía el General. Así pues me vi obligada a

subir la escalera y encontrar el camino como pude por este estrecho pasadizo bajo

y bastante oscuro hasta llegar a la puerta de la vivienda del General y aquí dejar

mi tarjeta a un ordenanza que estaba a su servicio y pedir permiso, en el mejor

español que pude balbucear, para entrar en la Alhambra. Un sirviente le cogió la

tarjeta al ordenanza y salió el propio General a mirar, yo creo, por curiosidad, a la

audaz dama inglesa que se había aventurado de ese modo a presentarse sola en su

puerta. Sin embargo, fue muy cortés y en ese mismo instante me concedió lo que

yo solicitaba y me apresuré escaleras abajo con el corazón más alegre que cuando

las subí, ya que entonces no sentí ningún peligro; debido a que me acompañaba

el fuerte deseo de vagar durante unas cuantas horas más por el interior de estos

muros que yo tanto había deseado ver durante toda mi vida, y que probablemente

no volvería a ver otra vez. En seguida me dirigí al Patio de los Leones. Cuanto más

se estudia este bello edificio más exquisitamente maravilloso parece. Su belleza me

resultó incluso más impresionante en esta segunda visita que en la primera, aunque

aquella tuvo lugar en un verdadero día de Alhambra, cosa que no ocurrió esta vez,

ya que todo el tiempo que permanecí allí estuvo diluviando y un viento helado se

metía por todos los rincones del edificio. Cuatro horas pasadas sobre las alas del

viento. Comencé a mirar el reloj y me di cuenta que mi tiempo se había acabado,

cuando yo me estaba haciendo la ilusión de que aún me quedaba la mitad. En aquél

momento la lluvia había cesado y cuando salí de esos patios de Aladino, la Vega

[ 81

tenía un aspecto más exuberantemente bello que nunca bajo los variados efectos

de la luz producidos por un sol radiante, unas nubes oscuras y una tenue neblina

ondulada. […] Oh, ¡cuantas cosas habrías... encontrado para admirar!

Puerta de la Justicia

83

Lady Louisa Tenison (1850-53)

El Dictionary of National Biography no incluye la personalidad de Lady Louisa Te-nison, sólo sabemos de ella que nació en 1819 y murió en 1882. Recorrió Oriente próximo, reflejando este viaje en Sketches in the East publicado en 1840. Varios años después, pasó una larga temporada en España. Llegó a Gibraltar a finales de 1850. Estuvo en Málaga aunque los veranos los pasó entre Granada y Sevilla. Emprendió viaje rumbo a Inglaterra en mayo de 1853.

Fruto de su estancia en España publicó en 1853 Castile and Andalucia46, obra que in-cluye gran cantidad de dibujos y grabados realizados por ella y por Mr. Egron Lundgren, artista sueco que en aquellos años tenía fijada su residencia en Sevilla. Estos grabados se ejecutaron bajo la supervisión de John F. Lewis, autor de dos importantísimos ál-bumes.47

Lady Tenison dice en el prólogo a Castile and Andalucia que no ha consultado otros libros en la preparación de la misma, salvo las historias y las crónicas de las ciudades que visitó.48

46 TENISON, Lady Louisa Castile and Andalucia Richard Bentley London, 1853 (xiii+488 págs., veinti-cuatro grabados y veinte viñetas).

47 Sketches of Spain and Spanish Character Made During his Tour in that Country in the Years 1833-1834. Drawn in Stone from the Original Sketches Entirely by Himself London 1834 y Lewi’s Sketches and Drawings of the Alhambra made During a Residence in Granada in the Year 1833-1834 London 1835?

48 El 17 de febrero de 1855, Richard Ford escribe a Gayangos comentándole que la obra de Lady Tenison no era sino una copia diluida de su Hand-Book. (Letters to Gayangos, Carta 63, y también en Robertson, I. Los curiosos impertinenetes, p. 349)

Torre de la Vela desde el Mauror

[ 85

Un carmen en el Mauror

Cabalgamos apresuradamente hacia la cresta de la colina que había delante,

todos ansiosos de obtener la primera vista de Granada y fue en verdad gloriosa ya

que el sol poniente estaba justo haciendo caer su dorada luz sobre las lejanas torres

de la Alhambra y la regia ciudad se levantaba ante nosotros, con su corona de

montañas, mientras que la Vega se extendía como una alfombra verde a sus pies.

Puede haber pocas vistas tan encantadoras como esta. […] Paramos en la Fonda de

la Amistad, un hotel cerca del teatro. Después de haber visitado la Alhambra a su

debido tiempo, nos dedicamos a la tarea de buscar casa ya que habíamos venido a

Granada con intención de permanecer cinco o seis meses. Hay muchas casas que

se pueden conseguir en la misma ciudad […] pero nosotros estábamos ansiosos

de conseguir una casa cerca de la Alhambra, así podríamos tener la ventaja de un

jardín y disfrutar las espléndidas vistas que presenta cualquier situación elevada.

Esto no fue una cosa fácil de llevar a cabo; los carmenes, como ellos llaman a las

villas de alrededor de Granada, al ser por lo general casas muy pobres, sus dueños

las mantienen no como residencias sino como lugares para disfrutar, donde se

pueden retirar de la ciudad para pasar un día al fresco durante el calor del verano.

Casi todas están rodeadas de grandes jardines llenos de largos emparrados y re-

frescantes fuentes. Fuimos a varios; pero encontramos difícil dar con uno que fuese

apropiado. O la casa no era lo suficientemente grande, o los dueños no deseaban

alquilarla. […]Al final pudimos conseguir una villa llena de encanto y el que la casa

fuese tan pequeña se veía ampliamente compensado por la belleza de la situación.

Por supuesto estaba desamueblada, pero comprar o alquilar muebles para una re-

sidencia de verano en estos países no es una labor demasiado difícil, ya que en un

clima como este se necesita bastante poco.

86 ]

La situación era privilegiada: en el extremo del espolón sur de la colina en la que

se encuentra situada la Alhambra. Desde allí se divisaba toda la zona, desde el paso

de Moclín a la derecha, a Sierra Nevada a la izquierda, abarcando la Vega con sus

cerros circundantes. Teníamos una terraza con un emparrado, donde pasábamos

nuestros días a la sombra del exuberante follaje y nos refrescábamos con el sonido

del agua al correr de numerosas fuentes, mientras que las exquisitas uvas colgaban

en espesos racimos por encima de nuestras cabezas. Era un lugar precioso desde el

cual contemplar el magnífico paisaje, bañado por todos los brillantes tonos del sol

poniente cuando se ocultaba por detrás de Sierra Elvira, vistiendo las montañas de

un manto púrpura y arrojando un torrente de luz dorada sobre la llanura. A la luz de

la luna tenía un encanto diferente, aunque igual de magnífico. Entonces, la Torre de

la Vela se destacaba como un gigante velando la ciudad que estaba dormida abajo,

preparado, si hubiese habido algún peligro, a dar la voz de alarma con su campana

de profundo tañido. Pero ahora todo duerme en paz y su sonido sólo sirve para

despertar al fatigado campesino y advertirle que ha llegado la hora de ocuparse del

riego de sus campos. […] Un empinado paseo cubierto de parras, al que se ascendía

a través de escalones a lo largo de las terrazas, nos llevaba a los pies de Torres Ber-

mejas, cuyos muros formaban los límites de nuestro jardín. De acuerdo con todas

las descripciones, las Torres Bermejas son la parte más antigua de la Alhambra;

algunos mantienen que son de origen fenicio, origen que le dan a casi todo lo que

es muy antiguo o cuya historia es completamente oscura. Llamadas Bermejas por el

peculiar color de tapia y ladrillo con el que están construidas; fueron levantadas por

los primeros árabes y servían para mantener sometidos a los habitantes cristianos,

a los que les habían asignado esta zona –ahora parroquia de San Cecilio– como

barrio en el que pudieran vivir. La vista desde todo lo alto es quizás la menos bonita

de Granada; los tejados de las casas en la ciudad que se extiende abajo destacan

demasiado. Aquí es donde estaban los calabozos de los cautivos cristianos, os-

curas mazmorras donde muchos infelices desgraciados consumieron largos años

de penalidades. […] Podrían recopilarse muchas historias de amor y pesar de las

[ 87

leyendas relacionadas con estos viejos muros; pero ahora no hay nada romántico

en ellos. Un día, cuando me encontraba en lo alto de la torre, lo que oí por casua-

lidad –no era lamento de ningún caballero cautivo– sino la más prosaica confesión

de un guía de viajeros de Gibraltar que había llevado hasta allí con engaños a dos

desafortunados ingleses y le estaba diciendo en confianza a la vieja guardesa de la

torre, que él sabía que allí no había nada que ver, pero él siempre se empeñaba en

llevar viajeros y que ella también podía beneficiarse de sus pesetas; y con muchas

promesas de que no la olvidaría y de favores a cambio, guió a sus víctimas mientras

las admiraban ya que, en la inocencia de sus corazones, habían estado haciendo el

recorrido, mientras que su desconocimiento de la lengua les dejó completamente

al margen del plan que se había llevado a cabo en su presencia.

[…] Solíamos salir a todas horas, tanto tarde como temprano y pasábamos a

través de los sombríos paseos de la Alhambra por la noche sin que nunca nos en-

contráramos con el menor problema, aunque los viajeros aún persisten en repetir

las historias de los guías en la ciudad a los que les encanta asustarlos con cuentos

acerca de la inseguridad de estos tenebrosos paseos y mantienen que no es seguro

pasear por ellos cuando se hace de noche.

En resumen, habría sido difícil de escoger un lugar más encantador que este para

una residencia de verano, y su proximidad a la Alhambra nos permitía disfrutar esta

última sin la fatiga de subir desde la ciudad.

88 ]

La magia de la Alhambra

¡La Alhambra! ¡El palacio-fortaleza de los moros! Hay magia en el nombre que

colma la imaginación con los recuerdos del pasado. Los poetas la han cantado; los

pintores han pasado cada una de sus piedras a sus lienzos; los viajeros la han des-

crito con el más entusiasta de los lenguajes y, todavía hay unos pocos que podrían

sentirse desilusionados al contemplarla, pocos, al menos, de los que están verdade-

ramente capacitados para apreciar lo bello de la naturaleza y del arte.

Exquisito como es el interior de la parte árabe, el exterior me parece que tiene

incluso más encanto. Sus torres rojizas, ciñiendo las alturas, adquieren un perfil

siempre cambiante de acuerdo con la dirección desde la que se contemplan. Si-

tuada en el último espolón de una cadena montañosa, cuyas alturas, coronadas de

nieve, se levantan por detrás a 9000 pies, mira hacia abajo de forma orgullosa a la

Vega y a la ciudad a sus pies. La vista más perfecta es la que se obtiene desde una

pequeña explanada delante de la iglesia de San Nicolás, en la colina del Albaicín

que está enfrente.

Desde aquí, a la misma altura, a través del valle del Darro, se ven extendiéndose

los largos perfiles de murallas y torres, recogiendo entre sus brazos los más singu-

lares restos del pasado y las más sorprendentes evidencias de las dinastías cam-

biantes y los distintos credos. Las salas encantadas de los fastuosos Califas –el ma-

jestuoso palacio de un Emperador– la mezquita, la iglesia, el tosco torreón del moro

de turbante, el convento de los monjes encapuchados, todos están delante de ti,

hasta cierto punto y con tal variedad de implicaciones históricas que la convierten

más en una ciudad en miniatura que en una fortaleza. Aquí, también, el paisaje

circundante presta su ayuda más eficaz para hacer del conjunto un cuadro de in-

superable belleza. Toda la cordillera de Sierra Nevada, inmediatamente detrás, con

[ 8�

sus cumbres nevadas y sus laderas que acaban en escarpados barrancos. Hacia la

izquierda, las blancas columnatas y miradores del Generalife, retiro veraniego del

moro, situado en las alturas entre las verdes laderas de la Silla del Moro.

Ante ti, extendiéndose alrededor de la enorme explanada que torre tras torre

cubre la Alhambra aparecen –la torre de las Infantas, la de los Picos –con sus viejas

y barbudas almenas– los muros de la Casa Sánchez derrumbándose; las delicadas

pero elegantes proporciones del Tocador, de aspecto frágil, que cuelga sobre el

barranco, unido por una liviana y aireada galería a la inmensa torre de Comares.

Detrás de estas, un grupo de tejados del palacio árabe que esconden, como suele

ocurrir en los edificios de origen oriental, detrás de un exterior liso y simple, escenas

de belleza mágica y encantamiento, morada apropiada para esa lujosa corte cuya

barbarie oriental estaba suavizada e incluso dignificada por la constante relación

con las virtudes caballerescas de los cristianos. Los rojos muros, sostenidos por con-

trafuertes continúan hacia la derecha conectando la maciza torre de Comares con

las torres aun más altas de la Alcazaba, que formaron la fortaleza. En medio, en el

espacio abierto se levanta el palacio de Carlos V, cuyo inmenso perfil continuo pre-

senta desde la distancia una apariencia imponente, por mucho que, desde dentro

de las murallas, tiene un aspecto incongruente y fuera de lugar.

Las torres de la Alcazaba, en ella misma una enorme ciudadela con puertas y

patios culminan con la más elevada de todas, la torre de la Vela, que se levanta en la

extremidad más occidental y desde donde se puede ver toda la zona de alrededor.

Más allá y, aparentemente perteneciendo a ésta, los rojizos muros de las Torres

Bermejas forman también parte del conjunto. Desde los pies de la torre de la Vela,

la colina cae de forma abrupta hacia la ciudad que serpentea por el valle del Darro

y se extiende por todo el borde de la Vega, donde la mirada puede pasearse libre-

mente sobre un mar de verdor.

Es difícil imaginar una vista más variada y espléndida. La puesta de sol es mag-

nífica cuando las murallas resplandecen con una luz rojiza y las nieves de la Sierra

�0 ]

están tintadas con matices rosáceos. El tono tan intenso de colorido que toma la

propia Alhambra, el verde brillante de los árboles que la rodean, las profundas

sombras de los valles, las luces gloriosas de las lejanas montañas, todos presentan

un cuadro insuperable, tanto en forma como en color.

[ �1

Situación de la Alhambra

Ofrecer un relato minucioso de la Alhambra, que ha sido descrita tan a menudo

y de forma tan elocuente, parece peor que un cuento narrado dos veces. La fantasía

poética y la imagen oriental de Washington Irving49, y los detalles más precisos y

elaborados de Mr. Ford50, la han hecho familiar a la mayoría de los lectores; y sin

embargo no es posible, al escribir sobre Granada, omitir la descripción de lo que

constituye su rasgo distintivo más sorprendente y su atracción principal.

Ya la hemos visto desde la colina del Albaicín y desde allí obtuvimos una im-

presión general del exterior. Antes de subir, es conveniente referirse a la situación

relativa de terreno que ocupa. De los numerosos ríos que las cercanas montañas

hacen bajar a la llanura, los principales son el Genil y el Darro. Estos, aunque fluyen

de nacimientos bastante separados entre sí, se van aproximando gradualmente

hasta que, durante más de una legua antes de llegar a la Vega, corren hacia el oeste

a través de dos valles de gran belleza, divididos por un solo monte llamado el Cerro

del Sol. En el extremo unen sus aguas y corren juntos por la inmensa llanura. Es aquí

en la unión de ambos ríos, a la entrada de estos valles, en uno de los márgenes de

la Vega, donde la ciudad de Granada está felizmente situada. El Cerro del Sol no

mantiene la misma elevación hasta casi su extremo. Antes de llegar a Granada en

un punto llamado la Silla del Moro, desciende un poco y luego se divide en dos

mesetas o terrazas de extensión considerable, con un valle estrecho y con mucha

vegetación entre ellas que desciende suavemente hacia la ciudad. En las zonas más

altas está situado el Generalife –en la terraza del norte está situada la Alhambra,

con el Darro que corre por debajo en la otra, las Torres Bermejas y los restos del

49 Irving, W.: Tales of the Alhambra to which are added Legends of the Conquest of Spain. París, 1840.

50 Ford, R.: A Handbook for Travellers in Spain and Readers at Home. Describing the Country and Cities, the Natives and their Manners with notices on Spanish History. London, 1845.

�2 ]

convento de los Mártires y, por encima de la suave cuesta que hay en medio, están

las sombreadas avenidas y paseos que llevan hasta la Alhambra.

Al subir desde la ciudad se asciende desde Plaza Nueva hacia arriba por una calle

llamada Calle de Gomeles, nombre que toma de una tribu africana. Al final de esta

calle se llega a una horrenda muestra de arquitectura, una imitación de una puerta

árabe, construida en el reinado de Carlos V, donde termina la ciudad y comienzan

las murallas de la fortaleza. Bastante por encima, en la parte de la izquierda, está la

Torre de la Vela, a la derecha las Torres Bermejas y enfrente, una amplia avenida,

completamente en sombra, y admirablemente cuidada, que lleva a las terrazas de

arriba por una serie de cuestas que ascienden de forma gradual.

Por un camino más corto pero más empinado se puede subir la parte izquierda

del bosque y seguir justo hacia la entrada, la Puerta de la Justicia. Un magnífico arco

de herradura de casi cuarenta pies de altura nos introduce en una torre cuadrada

de inmensas proporciones. Unos cuantos pies más adentro hay un arco interior

más pequeño de diseño similar, protegido por puertas de madera recubiertas de

hierro mientras que el espacio intermedio está abierto en el tejado para una mejor

defensa y una mayor seguridad. En la clave del arco exterior hay grabada una mano

gigantesca con un trozo del antebrazo y en el interior está trazada la forma de una

llave.

Muchas y fantásticas han sido las interpretaciones dadas a estos dos emblemas

pero la mano ahora es generalmente considerada como que había sido un talismán

contra el mal de ojo y contra cualquier tipo de brujería, mientras que la mano repre-

senta el poder otorgado a Mohammed de cerrar las puertas del paraíso. El emblema

de una llave era común en los estandartes de los moros en Andalucía, sin embargo,

la tradición dice que había un dicho sobre que las torres de la Alhambra estarían en

pie hasta que se unan la mano y la llave. Sobre la llave han roto los azulejos y han

formado una hornacina para colocar la estatua de la Virgen, un lugar inadecuado e

inoportuno para tal capilla.

[ �3

El pasadizo a través de la torre gira en ángulos rectos para dificultar el acceso.

Una calle entre altos muros lleva a una gran plaza abierta, llamada la Plaza de los

Aljibes. Al entrar, a la derecha hay una torre pequeña, la Puerta del Vino, que al-

gunos han supuesto que se podría tratar de un mirab o capilla pequeña, pero que,

con más probabilidad parece haber sido la puerta interior a través de cuyos dobles

arcos magníficamente acabados se entraba a la ciudadela.

La Plaza de los Aljibes se llama de ese modo debido a que su superficie cubre

dos grandes aljibes que recogen las aguas del Darro. Cada uno tiene 125 pies de

largo y 25 de ancho. El agua es bastante apreciada por muchos dada su frescura y

calidad. En la esquina de la plaza hay un pozo por el que se saca. En verano aquí

se levanta un gran toldo, donde multitud de ociosos pasan el día y donde ruidosos

aguadores siempre están rellenando sus botijas para surtir a la sedienta ciudad.

�4 ]

Palacio de Carlos V

Hacia el lado izquierdo de la Plaza se levantan las empinadas torres de la Al-

cazaba o fortaleza de la Alhambra y hacia la derecha la inmensa estructura que

levantó Carlos V sobre las ruinas del palacio de invierno de los moros, con dinero

sacado por la fuerza a la porción de sus súbditos más cruelmente tratada.

Cuando llegó a Granada después de su matrimonio con Isabel de Portugal se

sintió cautivado por la magnífica situación de la Alhambra y dio órdenes para la

erección de un palacio que debería brillar más que los encantados patios que había

al lado. A los moros se les había obligado a pagar hasta 80.000 ducados para dis-

pensarles de las rigurosas leyes que Carlos había impuesto que les prohibían llevar

sus trajes, etc... Él dedicó parte de la cantidad a la realización de su plan favorito.

La ejecución de esta obra fue encargada a Pedro Machuca, que al haber estudiado

en Italia, fue uno de los primeros en introducir en España el estilo de arquitectura

Greco-romano. La estructura consiste en un gran cuadrado de 240 pies. De este,

dos lados están profusamente decorados y los otros dos sólo en parte. El edificio en

su totalidad es muy pesado y está sobrecargado de ornamentación. Un gran patio

circular forma el interior sostenido por una doble fila de columnas, una encima

de otra y tiene el aspecto de ser más apropiado para plaza de toros que para

residencia digna de un rey y está completamente desproporcionado con el resto

del edificio, puesto que deja sólo un espacio estrecho para habitaciones entre el

patio y los muros exteriores. Escasez de fondos o capricho real parece que han

sido las causas para que no se terminase ya que nunca fue techado y aún continua

siendo una mera estructura. El edificio en su totalidad no armoniza para nada con

la ciudadela árabe en la que se encuentra situado. En cualquier otro lugar hubiese

podido provocar admiración, pero aquí lo único que hace es que perjudica la be-

lleza del conjunto debido a su extraña incongruencia.

[ �5

Entrada al Palacio Nazarí

Monopolizando el escenario, el viajero busca en vano cualquier signo de ese

palacio árabe del que ha oído tanto y difícilmente puede reprimir un sentido de

disgusto cuando encuentra que tiene que pasar por una puertecilla casi escondida

bajo la sombra de este inmenso mamotreto para llegar a lo que estaba buscando.

Sin embargo, la simpleza del exterior del palacio árabe no desentona con el ca-

rácter de su arquitectura.

En las casas más importantes de Damasco, un exterior pobre encierra patios y

salas dignos de ser descritos en los cuentos de las “Mil y una noches.” Construidas

sólo para el placer de sus moradores, están diseñadas más para desviar que para

atraer la admiración de los transeúntes. Las habitaciones elevadas, sólo con muy

pocas ventanas, no dejan pasar el calor y la luz del día, y, se abren a patios inte-

riores donde las aguas, siempre brotando de fuentes de mármol, refrescan y enfrían

el aire. El humilde exterior hace más sorprendente la belleza que hay dentro y eso

es lo que ocurre en la Alhambra. Cuando se abre la puertecilla a la que acabo de

aludir, la escena que aparece ante la mirada del viajero, encanta a la vez que sor-

prende debido a su contraste con lo que acaban de estar contemplando.

En lugar de estar rodeado por inmensos muros, se encuentra en patios de pro-

porciones pequeñas y delicadas. El propio tamaño es decepcionante; el conjunto

parece como una arquitectura de juguete; pero pronto cautiva por su elegancia.

Los innumerables dibujos que forman sus tracerías que parecen encaje sobre los

muros –las delgadas columnas que se agrupan alrededor de los patios– el exquisito

trabajo de los techos, todos hablan del temperamento poético y de las costumbres

voluptuosas de los que habitaban aquí. Y de ese modo, la Alhambra presenta la

misma naturaleza de las gentes que la levantaron; austeros e invencibles para la

�6 ]

lucha por fuera, dulces y afeminados en la paz de su interior; exhalan el espíritu de

la guerra, aunque son amantes del placer e indolentes seguidores de Mahoma.

El patio al que primero se entra se llama el Patio de los Arrayanes. Tiene cerca

de 140 pies de largo por 80 de ancho; ocupa el centro un gran estanque, encas-

trado en el suelo de mármol a cuyos lados se extienden cuidadosamente setos de

arrayán, mientras que fuentecillas hacen saltar sus frescas aguas por todos lados.

En el extremo que está más cerca de la puerta de entrada se extiende una galería

de columnas de dos pisos, bajo la cual estaba la entrada principal al palacio, ahora

completamente bloqueada por los inmensos muros del edificio contiguo. En el

extremo opuesto, atravesando una columnata similar, cruza un elegante corredor

elevado hasta el Salón de Embajadores que ocupa la Torre de Comares. En los

muros a cada lado al entrar hay dos pequeñas hornacinas para colocar el calzado.

La estancia, que es de proporciones enormes y bellísimas –un cuadrado de 37

pies– se ilumina a través de nueve ventanas, tres vanos en cada uno de los salientes

lados de la torre, a medio camino entre el suelo y la parte desde donde arranca el

techo en forma de cúpula, que se levanta a más de 70 pies por encima; y justo por

debajo de estas, a nivel del suelo, se abren las respectivas ventanas bajo arcos, a

través del enorme grosor de los muros, sobre balcones que cuelgan por encima del

Darro desde donde se obtienen por todos lados las mejores vistas. Los muros se

encuentran cubiertos con esas elaboradas celosías de estuco, de las que los moros

eran maestros y se pueden ver por todas partes escritos en caracteres cúficos que

expresan la gloria de Dios y la vanidad de las cosas humanas. La cúpula por encima

está formada por diminutos trozos de madera tallada, teñida de varios colores y ad-

mirablemente ensamblada. El suelo, que ahora es de losetas bastas, una vez fue de

mármol. Tiene una fuente en el centro y por encima de este suelo, hasta una altura

de varios pies, los muros están cubiertos por azulejos, o losetas pintadas, con una

interminable variedad de dibujos y colores. Era en este salón donde los reyes moros

ofrecían audiencia y tenían sus recepciones de estado.

[ �7

Desde el Salón de Embajadores prosiguiendo a través de un oscuro pasadizo

que se encuentra a la derecha, cuyos pilares tabicados lo han convertido en un

lóbrego corredor, que en su día fue una ventilada columnata, se continua sobre

una galería abierta sostenida por delicadas columnas de mármol que conducen a

una pequeña torre cuadrada, cuyas diminutas proporciones están en sorprendente

contraste con la enorme mole de Comares. Normalmente se le llama el Tocador o

Peinador de la Reina, una situación demasiado al fresco para un aposento de ese

tipo que adquiere este nombre, se dice, debido a la utilización que se le dio y no a

los fines para los que originalmente fue diseñado.

Colgado sobre el valle del Darro, sus lados abiertos al magnífico panorama que

lo rodea, hay algo sublime en la idea de seleccionar un lugar como ese para la

oración y la meditación religiosa. Aquí los reyes moros tenían su mirab u oratorio

privado; aquí adoraban a Dios en medio de un templo del que sólo Él mismo podía

ser el arquitecto. Al caer en decadencia después de la conquista fue parcialmente

restaurada por el Emperador y cuando Felipe V visitó Granada fue acondicionado

como Tocador de la Reina y pintado al fresco al estilo italiano. Por debajo de las ins-

cripciones árabes, apropiadas a su diseño original, hay dibujadas ciudades y puertos

de mar, ninfas acuáticas y sirenas, los logros de Phaeton51 y las Virtudes Cardinales,

todo, según la autoridad española “de buen gusto”.

Desde el Tocador, una serie de habitaciones modernizadas con pesados arte-

sonados, cubiertos con el Plus ultra de Carlos V –ese eterno lema que aparece por

todas partes–, llevan a la maravillosa estancia llamada el Mirador de Lindaraja. La

profusión de ornamento que se ofrece aquí es completamente sorprendente y es

de igual modo sorprendente como la belleza del diseño en general se incrementa,

sin que se estropee, debido a la elaborada minuciosidad de los detalles. Desde una

alcoba, cuyos muros brillan por los azulejos y atraen y deleitan la mirada con las

más delicadas tracerías, los dobles arcos de un mirador se asoman sobre una fuente

51 La leyenda más difundida refiere que se apoderó del carro de Helio, pero que no supo conducir los caballos, y el carro, demasiado cerca de la Tierra, estuvo a punto de provocar una catástrofe. Zeus fulminó a Faetón y lo precipitó en el Erídano.

�8 ]

de mármol que reluce en medio de naranjos y arrayanes, mientras que dentro, la

mirada abarca una vista a la que sólo el lápiz puede hacer justicia. Ante ti, la Sala

de Dos Hermanas, con su altísimo techo en forma de cúpula, suspendido en una

confusión aparente muy estudiada y elaborada de calados colgantes, con tanta

gracia como si se tratara de estalactitas y reflejando los mismos tonos en forma de

prisma, sus pulidos suelos de mármol, sus muros de arabescos, sus altos arcos que

se abren al Patio de los Leones, a través de cuyas graciosas columnas se puede ver

la igualmente espléndida Sala de los Abencerrajes.

La larga perspectiva de los arcos que van disminuyendo, la infinita variedad de

líneas y colores, todos surgiendo y armonizando unos con otros y el carácter de

lujosa elegancia que permanece por todos lados, produce en el que lo contempla

un sentimiento del más vivo placer y no deja de admirar el gusto y la destreza, que

con unos materiales tan comunes, pudieron producir unos efectos tan bellos. A

todo lo largo de la Sala de dos Hermanas, en los muros, a intervalos regulares, y en

los puntos centrales desde los que salen los complicados arabescos, hay insertados

escudos dorados, sobre los que se encuentra inscrito en una banda azul el lema de

Ibnu-l-ahmar, “Sólo Dios es vencedor”. Este escudo se puede ver en todas las salas

y estancias más importantes del palacio.

Al salir, se abre ante ti el famoso Patio de los Leones. Una graciosa galería de

arcos de herradura sostenida por 128 columnas de mármol blanco de 11 pies de

altura rodea un patio de 116 por 66 pies. En cada uno de sus extremos un pabellón

de diseño ligero y elegante se adentra en el patio, sostenido por grupos de co-

lumnas unidas por arcos de ornamentación bastante más elaborada que los de los

lados, presentando la decoración de estalactitas y colores que caracterizan la sala

por la que habíamos pasado. El suelo debajo de estos es de mármol pulido y los

surtidores de agua que hay en el centro le dan una ligereza adicional al conjunto.

En el centro del patio la gran fuente de la cual toma su nombre, merece ser men-

cionada, más por su fama que por su belleza. Sostenida por doce leones, cuyas fi-

guras enanas parecen inadecuadas para su aspecto demasiado pesado y como para

[ ��

armonizar con la sutil arquitectura que la rodea, y los propios animales, más como

gatos que como los reyes de la selva, ofrecen un sorprendente ejemplo del error co-

metido por el escultor musulmán, cuando se aventuró a transgredir el mandato de

su profeta. Antiguamente, todo el espacio del patio era un jardín, pero se descubrió

que el agua con el que se regaba, iba gradualmente minando los cimientos y han

quitado todas las plantas y las han sustituido por un suelo de losetas.

Las constantes relaciones con los cristianos modificaron en muchos aspectos las

costumbres de los musulmanes y los leones no son aquí la única violación de las

leyes que prohíben la representación de seres humanos. Saliendo del corredor hacia

el extremo oriental hay tres estancias muy bien acabadas, pero ahora en estado de

abandono cuyos techos están decorados con pinturas, cuyos colores aún se con-

servan frescos y brillantes. La del centro está pintada sobre fondo dorado y repre-

senta un diván con diez moros sentados impartiendo justicia; de aquí que esta se

llame la Sala del Tribunal. Las de los lados representan diversas escenas románticas;

combates, damas en poder de los magos y otros temas de la época caballeresca.

Atribuidas por algunos a un autóctono, por otros a artistas cristianos, presentan

signos evidentes de haber sido realizadas en los albores del arte. Los caballeros a

caballo, tan altos como las torres de la propia Alhambra, muestran los mismos ca-

nones de perspectiva que se pueden encontrar en las antiguas ilustraciones de las

Crónicas de Froissart52 y las ilustraciones de los primeros manuscritos.

De pie, en el Patio de los Leones, el espectador se queda sorprendido del as-

pecto de fragilidad de la estructura que le rodea. El más leve golpe parecería sufi-

ciente para destruirlo y ya han pasado casi quinientos años desde que las delgadas

columnas y estas delicadas tracerías se expusieron por primera vez a las vicisitudes

del tiempo. Ahora está, sin embargo, deteriorándose con rapidez, y las múltiples

52 Froissart, Jean. Cronista francés 1333 ó 1337 y 1400. Clérigo ilustrado. Vivió en ambientes nobilia-rios y cortesanos. Fue secretario de la Reina de Inglaterra. Viajó mucho. A partir de 1384 Canónigo de Chimay. Redactó entonces sus Crónicas en las que narraba los acontecimientos ocurridos en Europa entre 1325 y 1400. Lo más característico de la obra es la amplitud de la información y las numerosas noticias pintorescas incluidas en ella.

100 ]

barras de hierro que últimamente han ido toscamente insertando entre los arcos,

aunque puede que retarden su ruina, tristemente perjudican el encanto del efecto.

La Alhambra podría aún conservarse en casi su prístina belleza, si los trabajos

fuesen acometidos con habilidad y espíritu de generosidad, éxito que redundaría

en el honor de los españoles; pero las restauraciones, en lugar de estar siendo en-

cargadas a artesanos de primera fila, se están realizando de forma más económica

por presos que destruyen más de lo que conservan y cuyo chirriar de cadenas no

incrementa de ningún modo el placer del espectáculo.

En el lado del patio opuesto a la Sala de Dos Hermanas unos cuantos escalones

llevan a la Sala de los Abencerrajes, cuya espantosa masacre se supone que tuvo

lugar en la fuente que se encuentra en el centro de la habitación. Con fe ciega el guía

muestra al viajero la puertecilla lateral, por la que fueron entrando uno a uno a recibir

el golpe mortal, y nos señalaba las manchas de sangre que aún testifican la tragedia.

Sería una labor inútil decir que tales historias son ficticias y probar que los horrores

de la fuente y la tierna leyenda del ciprés del Generalife, existieron solamente en las

románticas páginas de Hyta53 [sic. por Hita]. Apreciamos los errores que divierten o

fascinan, ¿quién iba a sentirse desengañado en un escenario como este?

Al ser de proporciones y diseño casi similares a la sala de enfrente no es nece-

sario referirse a sus detalles. Las aristas colgantes de su reluciente bóveda, sus muros

como si fueran de encaje, sus aposentos aporticados, todos tienen igual acabado y

53 Pérez de Hita, Ginés: Guerras civiles de Granada, en dos partes, cuyo título completo es: Historia de los vandos de los Zegries y Abencerrages, Cavalleros moros de Granada, y de las guerras que hubo en ella, la primera parte se imprimió en Zaragoza en 1595. Se trata de una novela histórica, en la que la ficción y la realidad se entremezclan hábilmente. A imitación de los libros de caballerías, Pérez de Hita dice traducir de un original árabe del historiador Abenhamín, personaje inexistente; sus fuentes son los historiadores de los siglos XV y XVI que tratan de Granada, como Pulgar y Garibay, roman-ces fronterizos y moriscos y tradiciones locales, que el autor demuestra conocer bien. La segunda parte narra la rebelión de los moriscos en la Alpujarra, pese a haber sido testigo, el elemento ficticio aparece casi con la misma intensidad que en la primera parte. (Gran Enciclopedia Larousse). Por otro lado Izquierdo, Francisco: Guía de las Guías de Granada. Madrid 1976. Nos dice que: Pérez de Hita, Ginés. Fue el traductor de la obra: Historia de los vandos de los Zegríes y Abencerrages, Cava-lleros moros de Granada, y de las Civiles Guerras que huvo en ella, hasta que el Rey Don Fernando el Quinto la ganó. 1757.

[ 101

son de igual belleza. Volviendo al Patio de los Leones, te colocas bajo el pabellón

del oeste y te vuelves a encontrar en el Patio de los Arrayanes, enfrente de la puerta

por la que entraste, completando de ese modo el circuito del Palacio Árabe.

Bella a todas horas del día, es aún más bonita cuando se contempla a la luz de

la luna. Cuando todo está en calma y en silencio, cuando ningún sonido molesta

la casi abrumadora tranquilidad del escenario, la imaginación puede dar rienda

suelta a sus desenfrenadas fantasías y poblar estos patios una vez más con sus an-

tiguos habitantes. Cuando la brillante luna se mira en las columnas encantadas, los

estragos del tiempo, las bárbaras modificaciones de los “Soberanos cristianos”, los

cambios modernos que perjudican lo que aun queda, todo se mezcla en las pro-

fundas y oscuras sombras que esconden las tristes realidades que hacen desvanecer

las imágenes del pasado. No se ve otra cosa que el bello contorno del conjunto

que aparece más como trabajo de duendes que de hombres y que parece como si

el más leve soplo le pudiera hacer desaparecer. Este es el momento en que vienen

a la memoria las viejas baladas y nos hacen recordar imágenes de los actores y las

escenas de la historia de los moros.

Entonces también es el momento de disfrutar de las vistas; mirar hacia abajo

desde las ventanas de la Torre de Comares sobre la ciudad en calma, con sus in-

numerables luces brillando en la oscuridad; un cielo más bajo, brillando como si lo

fuera, rivalizando con el de arriba –el “cielo bajo”, como lo llaman los españoles.

Podemos permanecer contemplando sus misteriosas sombras hasta que, olvidán-

donos del presente, esperamos oír los dulces murmullos que suenan de minarete

en minarete “No hay más que un sólo Dios y Mahoma es su profeta.” Pero nuestro

sueño pronto se desvanece, las campanas de innumerables iglesias irrumpen en

la tranquilidad de la noche y el fuerte grito de alerta de “Ave María Purísima”,

nos recuerda las luchas de los católicos contra los enemigos de su fe y, aunque la

imaginación está privada de tan rica fuente de poesía y romance, aún en nuestros

corazones nos alegramos del triunfo de los ejércitos cristianos y nos ponemos del

102 ]

lado de aquellos que sufrieron tanto para colocar el estandarte de la Cruz en las

torres de los infieles.

Después de haber contemplado el interior del palacio árabe, podemos pasear

por todo lo que queda del enorme recinto que hay dentro de las murallas. Vol-

viendo a la Plaza de los Aljibes, la cruzamos hacia la Alcazaba, que ocupa el ex-

tremo de la explanada y se proyecta sobre la ciudad. A través de un muro de gran

altura y grosor, protegido por tres torres enormes, ahora casi en ruinas, entramos a

un patio de grandes dimensiones, lleno de hierbajos y basura, por una vieja puerta

que se está desmoronando. Hacia la derecha hay dos pequeños patios interiores y

torres que aún se mantienen bastante bien conservadas y que sirven como prisión

para condenados, que llenan la plaza y que son empleados en cualquier trabajo

que se realice dentro de las murallas. Enfrente, grandiosa y visible desde todas

partes, se levanta la Torre de la Vela, la torre principal de la Alhambra, en todo lo

alto de la que el Conde de Tendilla por primera vez hizo ondear el estandarte de

Castilla cuando tomó posesión de Granada en nombre de Fernando e Isabel, el 2

de enero de 1492. Debajo de la larga inscripción que recuerda el acontecimiento,

se encuentra colgada una campana, que suena a intervalos establecidos durante

toda la noche avisando a los labriegos de la Vega de que las horas van pasando y

de cuándo deben abrir las compuertas para regar sus campos.

Las vistas desde esta torre son de las más bonitas de Granada. Mirando hacia el

este, en primer plano, se encuentran las rojas murallas de la Alcazaba que se están

desmoronando. Más allá los distintos edificios de la Alhambra, a sus espaldas, el rico

follaje y las blancas galerías del Generalife sobre el que levanta la dorada cumbre de

la Silla del Moro, ahora desierta y sin cultivar, aunque antiguamente estaba cubierta

por palacios y jardines. Por debajo de la Silla del Moro, al otro lado del barranco

por el que corre el Darro, se ven escondidos entre los árboles, los enormes edificios

del Monte Sacro [sic. por Sacromonte] un colegio que aún conserva sus posesiones

a pesar de las modernas confiscaciones que han suprimido todas las propiedades

monásticas.

[ 103

Vistas desde la Alhambra

Las áridas colinas que forman el otro lado del valle descienden gradualmente

hacia la ciudad. La iglesia de San Miguel Alto es un edificio sorprendente en uno

de los cerros que están inmediatamente por encima del Albaicín, que se levanta

enfrente de la Alhambra, coronado por las aún amenazadoras ruinas de su fortaleza

rival. En la distancia, limitando el horizonte, la vista se pasea de un lado a otro

sobre un enorme anfiteatro; las cumbres rocosas de Moclín que sobresalen por

encima del desfiladero, las igualmente elevadas cumbres de Parapanda, la Sierra

de Montefrío, la garganta de Loja, donde el Genil prosigue su curso en su camino

para unir sus aguas a las del Guadalquivir; la extensa cordillera que une esta con la

Sierra Tejeda, que se levanta a unos 6.000 pies por detrás de Alhama; las onduladas

colinas que se agrupan en el lugar donde la tradición nos dice que el último Rey de

Granada le dijo adiós al paraíso que estaba abandonando; las montañas por detrás

de Padúl, que gradualmente se extienden hasta las gigantescas proporciones del

Picacho de Veleta, cuyo nevado perfil se convierte en los marrones y rugosos picos

de las montañas más bajas y estas, a su vez, por el exuberante verdor del valle del

Genil. Dentro de este anfiteatro de montañas se extiende la Vega, salpicada de

pueblecillos y cortijos; completamente cubierta por olivares y ondulantes campos

de maíz y cáñamo; mientras que una línea de verdor bien definida que se extiende

a través de esta, hace que se pueda ver el curso del Genil. Santa Fe, La Zubia, Al-

hendín, son todos nombres históricos; cada porción de terreno ha sido rociado con

la sangre de ejércitos contendientes. Frente a Parapanda, y sobresaliendo de las

montañas que hay en último término, se levantan los escarpados picos volcánicos

de Sierra Elvira, lugar donde estuvo la antigua ciudad de Illiberis y escenario de

muchas encarnizadas batallas. Un poco más allá se encuentra el puente de Pinos,

donde Colón fue alcanzado por el mensajero de Isabel cuando, disgustado por la

104 ]

tardanza y decepciones que le proporcionaba la cambiante conducta del cauteloso

Fernando, se dirigía a ofrecer a algún otro monarca la gloria y el beneficio de sus

geniales proyectos. Todavía más lejos se encuentra el Soto de Roma, el regalo de la

nación española a Wellington. A tus pies, a un lado están las serpenteantes calles,

plazas e iglesias de Granada; al otro, los bosques de la Alhambra, y por encima de

ellos lo que queda de las ruinas del convento de los Mártires. Por donde quiera que

se pasee la mirada el escenario es siempre variado y siempre bello.

Los terraplenes que hay por debajo de la Torre de la Vela han sido convertidos

en jardines y, en ellos hay algunas parras magníficas y muy viejas. Aquí también

crece un ciprés alto que forma desde todas partes algo muy prominente que se

puede ver bastante por encima de las murallas desde cualquier punto desde el que

se contemple la Alhambra.

Al salir de la Alcazaba y seguir a lo largo de la plaza por la que entramos, se

pasa por una horrible casa, que parece más una capilla metodista que cualquier

otra cosa, y que ha sido construida muy cerca de la Puerta del Vino sobre uno de

los emplazamientos más bonitos del lugar ¡Admirable muestra del gusto español

moderno!

[ 105

Las torres de la Alhambra

Pasando por la cara sur del palacio de Carlos V y dejando a la derecha la puerta

que ha sido levantada para entrada de carros, nos encontramos en un laberinto de

casuchas de aspecto miserable que actualmente ocupan el lugar donde una vez es-

tuvieron las espléndidas residencias de los oficiales y la morada de los reyes moros.

Desde aquí, siguiendo el círculo de murallas, se pasa una sucesión de ruinas de

las torres que fueron voladas por los franceses en 1812. Una de ellas es la llamada

de los Siete Suelos, a través de una puerta que (cerrada desde entonces) se dice

que Boabdil había atravesado para entregar su capital y reino. Las torres restantes,

bordeando el barranco que separa la Alhambra de los jardines del Generalife, aún

presentan rasgos de su antiguo esplendor. La Torre de las Infantas, con sus bellos

arcos y decoración de arabescos, ahora se encuentra ennegrecida debido al humo

y las costumbres asquerosas de las pobres familias a las que han permitido habitarla.

Lo mismo ocurre con las Torres del Candil, de las Cautivas y la de los Picos, cuyos

muros y ventanas profusamente calados con una gruesa capa de polvo, y cubiertas

con horribles estampitas de santos y mártires, presentan un contraste bastante triste

entre su destino presente y pasado. También las veredas que llevan a estas torres

están en consonancia con su estado actual. El cactus y el áloe obstruyen el camino,

las ramas de las parras trepan sobre los muros que se desmoronan, junto con la

hiedra que crece con salvaje exuberancia y todo alrededor es ruina y desolación.

Antes de abandonar la Alhambra por la Puerta de Hierro, una puerta a los pies de

la Torre de los Picos, que lleva hacia la parte baja del barranco, si volvemos hacia la

Casa Real, pasamos por una casa que pertenece a una familia que se llama Teruel

y que presenta muchos rasgos de arquitectura árabe. Las vistas desde las ventanas

que se asoman al Darro son sumamente bellas. En esta zona hay varios jardines

grandes que ocupan un espacio considerable dentro de las murallas; y aquí también

106 ]

hay una pequeña alameda, junto a Santa María de la Alhambra, un edificio que aún

se utiliza como parroquia. Actualmente las autoridades militares han convertido

el convento de San Francisco en almacén y polvorín. Fue construido por Tendilla,

el primer Gobernador de la Alhambra; y aquí mantuvieron los cuerpos de Isabel y

Fernando, y el de Gonzalvo [sic. por Gonzálo Fernández] de Córdova, antes de que

fueran trasladados a sus definitivos lugares de reposo en la ciudad de Granada.

Así se encuentra la Alhambra en el momento actual y, tanto es así, que es en

verdad sorprendente que los Reyes de España no hayan establecido aquí nunca una

residencia de verano. Si hubiesen simplemente protegido y conservado el edificio

árabe, algo que se podría haber hecho fácilmente, hubieran tenido un palacio que

no posee ningún soberano en Europa, único por la originalidad de su diseño, e ini-

gualable en cuanto a la belleza de su situación.

Al salir de la Puerta de Hierro se entra en un pintoresco barranco donde las

torres que acabo de describir forman un modelo perfecto para el pintor. Un camino

hacia la izquierda desciende al valle del Darro de forma abrupta y una pequeña

vereda enfrente lleva a una entrada lateral del Generalife.

Sin embargo, el camino en la parte alta del barranco es el más bonito: a un lado

están las viejas murallas cubiertas por hiedra e higueras; al otro empinados bancales

repletos de flores y follaje, y en uno de los extremos está cruzado por un bonito arco

antiguo que sirve como acueducto para llevar a la Alhambra las aguas del Darro,

que para este fin han sido desviadas de su canal original a una distancia de varias

millas por encima del valle. Desde allí son conducidas a lo largo de las laderas de las

montañas por una sucesión de acequias y arroyos. Pasando bajo la Fuente Peña, nos

encontramos en el extremo del gran paseo central de la Alhambra y unos cuantos

pasos más allá, se llega a la entrada principal del Generalife. Un largo camino a

través de unas huertas completamente cultivadas lleva a una avenida de cipreses,

donde las parras se entrelazan por entre los árboles, formando con sus hojas de bri-

llante color verde, un bello contraste con el tono oscuro de los cipreses.

[ 107

El Generalife

El Generalife, como ahora se encuentra, es de extensión limitada y lo poco que

queda ha sido tan bárbaramente blanqueado que es difícil distinguir decoraciones

de cenefas de las yeserías o las delicadas inscripciones que cubren las paredes. Una

larga galería con arcos ofrece una vista del paisaje encantadora con la Alhambra

como objeto principal en primer plano. Construido como un lugar de recreo para

los príncipes musulmanes, parece en verdad una morada de amor y placer. Las

aguas del Darro corriendo por los jardines, las fuentes saltando entre los arbustos

y flores, los paseos y cenadores en la más profunda sombra, los altos miradores,

desde los que se contemplan a cada lado los más bellos paisajes; todo esto hace

que para residencia de verano sea un perfecto paraíso. En el jardín que hay detrás

de las habitaciones modernas se levanta el famosísimo ciprés al que acabo de

aludir; pero a pesar de la dudosa autenticidad de la leyenda que se le atribuye, los

viajeros aún continuaran privándole de su corteza y llevándose sus recuerdos del

noble Abencerraje y de la delicada Sultana.

En varias habitaciones se conservan algunos cuadros horrendos, uno de los

cuales se supuso durante algún tiempo que era el retrato del Rey Chico (Boabdil),

pero una inscripción demostraba que se trataba de Aben Hut, uno de los reyes

de Granada, del que es descendiente el Marqués de Campotejar-Gentili, dueño

actual del Generalife. Aunque la familia no reside aquí. Como se han convertido

en italianos más que españoles viven en Génova, mientras que su propiedad se

encuentra en manos de un agente o administrador.

Un mirador corona las verdes cumbres y por una puerta lateral se accede a la

Silla del Moro. En la cima de esta colina hay un montón de ruinas. Son los restos

de las fortificaciones levantadas y posteriormente voladas por los franceses. Estéril

108 ]

y arrasada, ahora, lo único que produce son unas cuantas espigas de endeble maíz,

donde una vez la destreza y laboriosidad de los moros hizo florecer jardines. Aquí

estaba el palacio de verano de Darlarocca54 y los famosísimos Alijares, a los que

se alude en la conocida balada en la que Juan II es descrito como buscando infor-

mación acerca de las bellezas de Granada, mientras se encontraba acampado con

sus tropas al pie de Elvira. Varios estanques de piedra grandes y excavaciones de

gran profundidad dan fe de como estas colinas fueron regadas en tiempos, pero

ahora están completamente secas y todo está baldío ya que en este país donde hay

falta de agua la tierra pronto se convierte en un desierto. […]

54 Quiere decir Daralharosa (Palacio de). Según Gómez Moreno (1892): Junto al albercón de las Da-mas, que servía para regar la huerta del Generalife, dando vista a la cuenca del Darro, creese que existió este palacio, cuyo nombre significa Casa de la Esposa, pues allí se encuentran vestigios de construcción arábiga.

[ 10�

El Carmen de los Mártires

Volviendo a los Paseos de la Alhambra, un camino a mano izquierda lleva a la

explanada del sur, llamada el Campo de los Mártires, cuyos terrenos pertenecían

antes a los monjes carmelitas. Aquí se levantó una pequeña ermita para conme-

morar el lugar donde fueron entregadas al Conde de Tendilla las llaves de la ciudad;

y después, se construyó un monasterio sobre el mismo lugar. Los edificios han sido

completamente destruidos y las tierras ahora pertenecen a un propietario laico. Un

bello acueducto de arcos que lleva el agua para el riego corre por entre los campos

que se enorgullecen de poseer el árbol más bello y singular, un tipo de ciprés, que

se dice que es el único que existe en toda Europa55. Las zonas altas de estas colinas

están cubiertas de carmenes rodeados de jardines.

Lo que se entiende aquí por el término “jardines” no debe inducir al lector

a pensar en la idea de belleza y cultivos, tal y como se debería suponer con el

clima casi tropical que ellos tienen, repletos de variedades de exquisitos arbustos y

flores. Están muy mal cultivados y muy mal cuidados y tienen flores sólo de las más

corrientes, tales como las que podrían tenerse en el jardín de un cottage56 inglés.

Sus propios árboles frutales, la parra, la higuera y el granado, ofrecen la principal

atracción y aunque a menudo florecen con profusión de rosas, es más por un suelo

extremadamente rico que por cualquier cuidado o cultivo que se les haya prestado.

Es verdad que una llamativa flor es siempre muy preciada como adorno para el pelo

y no hay falta de macetas en los balcones, donde el clavel, el cactus y su favorita,

Flor del Moro, (como los granadinos llaman a una bella mesembryanthemum roja,

que brilla perfectamente con el sol) recibe el agua que necesita; pero como pueblo,

55 Se trata del famoso cedro de San Juan de la Cruz, tenido en la ciudad como el único Cedro del Líbano existente en Europa. Es un ciprés poco frecuente, Cupressus lusitánica, originario de Méjico. Cultivado desde el siglo XVI en los jardines españoles.

56 Casa de campo.

110 ]

no tienen la más leve idea de floricultura, ni gusto, ni interés por esta, ni aprecian en

lo más mínimo las bellezas de la naturaleza como generalmente se suele entender

este término. Encerrados en sus pueblos, nunca han vivido ni nunca han aprendido

a disfrutar de los encantos del campo. En lo que se refiere a algún interés por las

vistas bellas, o el soportar cualquier fatiga o problema para buscarlas, tales tonterías

están clasificadas entre las otras fantasías excéntricas de los locos ingleses. Una

persona que dibuje por el mero amor al arte difícilmente se considera que esté

en sus cabales. A menudo me han preguntado, por cuanto dinero vendería mis

dibujos y, cuando les contestaba que los hacía para divertirme, una sonrisa mezcla

de incredulidad y piedad me convencía de que me clasificaban como una persona

que no era muy lista o que no era sincera. En una ocasión en el Patio de los Leones,

mientras estaba copiando los arabescos, algunos visitantes preguntones llegaron a

la conclusión de que ¡estaba pintando nuevos modelos para abanicos!

Bajo un sol de este calibre y con la abundancia de agua que aquí siempre hay a

mano, un jardinero diestro y con gusto podría convertir los terrenos alrededor de

estos carmenes en un paraíso terrenal. Rara vez los ocupan sus propietarios que

sólo los visitan de forma ocasional solamente para pasar la tarde y por regla general

los ceden a personas que sacan buen provecho vendiendo las fresas y otras frutas.

Los inquilinos son extremadamente civilizados y serviciales y cada vez que he ido a

un carmen a pedir permiso para dibujar, siempre he sido recibida de la forma más

calurosa y cortés.

111

Lady Emmeline Stuart-Wortley (1856)

Emmeline Charlotte Elizabeth Stuart-Wortley, poetisa y escritora de libros de viaje fue la segunda hija de John Henry Manners, quinto duque de Ruthland, K.G., y de Lady Elizabeth Howard. Nació el 2 de mayo de 180657. Se casó el 17 de febrero de 1831 con el aristócrata Charles Stuart-Wortley. Tuvieron tres hijos: Archbald Henry Planta-genet, Adelbert William John y Victoria Alexandrina.

Sus primeros poemas aparecieron en 1833 y durante los once años siguientes estuvo publicando anualmente un volumen de versos, alguno de ellos fruto de sus experiencias de viaje. Su última obra “ A Visit to Portugal and Madeira” apareció en Londres en 1854. Murió en Beirut en 1855. En 1856, un año después de su muerte, alguno de sus allegados publicó su obra póstuma The Sweet South58 en dos volúmenes. En este libro se recoge el viaje que realizó por España y norte de África junto a su hija Victoria y otras dos mujeres, probablemente como continuación de su viaje a Portugal y Madeira puesto que llega a Cádiz procedente de Lisboa. The Sweet South se publicó para uso privado y en la primera página hay una nota en la que el editor dice: “Debo informar a los familiares y amigos de la desaparecida Lady Emmeline Stuart-Wortley que la mayor parte de la obra entró en prensa sin la supervisión de la autora”.

57 Foulché-Delbosc, R. opus cit., da 1811 como fecha de su nacimiento.

58 STUART-WORTLEY, LADY E. The Sweet South, London: (Printed for private circulation) George Barclay, 1856.

Puerta de las Granadas

[ 113

Llegada a Granada

Después de una parada muy breve, nos fuimos derechas al Hotel Minerva, donde

un viejo francés, haciendo de “guía” nos trató con aire protector sobre manera y

estuvo hablando alternativamente español y francés, francés y español, dejándonos

indeciblemente perplejas. Creo que se trata del Señor Louis, un desertor francés

muy conocido. Nuestro alojamiento no era bueno, pero descubrimos que teníamos

un balcón delicioso, al que nos trasladábamos cuando podíamos desde las habita-

ciones que eran menos agradables. Sin embargo, nosotras no pudimos vivaquear

en él aunque no nos gustaban nuestras habitaciones. Como era de noche y dema-

siado tarde para trasladarnos nos quedamos en el Hotel de la Diosa de la Sabiduría

hasta por la mañana y luego emigramos al León de Oro, en la plaza de Bailén y allí

estuvimos muy cómodas y contentas. Estábamos muy contentas de estar por fin en

Granada, Granada, amada antes de ser vista, y cuando te hemos visto, mucho más

amada.

Este hotel está musicalmente “situado” justo enfrente de la Opera. La Plaza de

Bailén es alegre, la gente de la casa es muy atenta y las habitaciones se adaptaban

muy bien a lo que queríamos. Granada es un lugar más animado y más poblado de

lo que yo me había imaginado.

114 ]

Visita a la Alhambra guiada por Bensakén

Apenas nos habíamos acomodado en el León de Oro cuando salimos para ir a

visitar la Alhambra. Hacía una mañana muy bonita y el camino hacia el magnífico

palacio-fortaleza árabe, entre árboles que dan sombra, es también muy bonito.

Mientras íbamos subiendo la colina con nuestro guía, Eugenio Bensakén (un guía

extraordinariamente bueno), un caballero que también iba subiendo la colina de la

Alhambra al mismo tiempo y que conocía a nuestro cicerone comenzó a hablarle

en una gran variedad de lenguas. Evidentemente se trataba de un personaje bas-

tante políglota, con una especie de tufillo a cachorro y un pedante.

“¡Ah! ¡Eugenio Capo di Bacco! calor subiendo ezta colina, Mais quel beau tems!

Superbe, charmant! ¡Ah! ¿Va a la Alhambra? Muchos extranjeros vienen. He oído

que vendrán algunos ingleses. ¡Ah! Usted oyó to de eze caballo, ¿eh? malo ezo. Ach!

sohr sohlect; Ich glaube”.

“Si, Señor, yo lo sentí musho” dijo Eugenio, después de dudar un poco, para

pensar en qué lengua responder. Escogió el inglés, probablemente por cortesía hacia

nosotras y miró muy enfadado a su engreído paisano! “eso está bastante mal”.

Ja wohl! Hombre nada hay de mas cierto pero. Le mettre en colère pour cela.

Ezo sería una cosa muy absurda. ¡Sin embazzo! ¡Bueno, yo no digo nada! “E meglio

solrucciolar co piedi che colla lingua” (mejor resbalar con el pie que con la lengua,

o con las lenguas, quizás). “Cuando me lo presentaron él estaba un poco aver-

gonzado. ¡Heu, quam difficile est crimen, non prodere vullu! (tu sabe la palabra de

Latín); ¡pero qué hombre! ¡está loco! Il à la mer a boire! No me voy a quedar con el

caballo. ¿Él que puede hacer? Él tiene una tarea difícil. Y en lo que a mí respecta, él

va a decir algunas falsedades acerca de mí. Estoy cierto soit tausend teufel. Il y a des

reproches qui louent, et des louanges qui medisant”.

[ 115

“¡Ciertamente, Caballero!” y nosotros adelantamos completamente a nuestro

amigo, como bien recuerdo, quien hablaba tan rápido que naturalmente se quedó

sin resuello.

Y ahora giramos de manera repentina hacia la entrada principal de la Alhambra.

La Torre de la Justicia. Los moros la llamaban Bábu-sh-shari’-ah (La puerta de la ley).

La construyó Yusuf I Abu-l-hajaj.

Encima de la puerta de entrada interior hay una inscripción en la que se recoge

el nombre del fundador y su elevación. Una mano abierta se puede contemplar

colocada visiblemente por encima del arco de herradura exterior. Esta es consi-

derada por algunos como que intenta ser una representación de la hospitalidad

y generosidad, para otros se contempla como una especie de los cinco grandes

mandamientos del credo islámico. Otros en ocasiones suponen que se trata de

un amuleto contra el terrorífico mal de ojo tan temido por los hijos de oriente,

moriscos, napolitanos y muchos españoles. Algunos relacionan esta mano abierta

con la Jadh israelita (la mano todopoderosa), uno de los emblemas preferidos de

omnipotencia y supervisión universal –como siempre se ha dicho.

Después de contemplar esto avanzamos un poco para ver la llave tallada que

hay encima del arco interior. La llave parece que era una señal o un símbolo que

significaba la sabiduría entre los Sufís. Se dice que los Almohades han llevado esta

insignia y símbolo en sus estandartes de guerra.

Por supuesto que nos repitieron el viejo cuento en el que se dice que los orien-

tales de otro tiempo se jactaban de que el odiado cristiano nunca vería esta puerta

abierta para él, hasta que la inmóvil mano coja la simulada llave. Se entra en el

lugar a través de una puerta doble. No hay ningún mameluco vistoso armado hasta

los dientes y lleno de orgullo, ni tampoco hay un jefe árabe, ni ningún moro impo-

nente andando con paso señorial, con dignidad regia, con rostro y pasos majes-

tuosos. Unos cuantos individuos con aspecto de vagonetas y de rostros cetrinos,

están paseándose tranquilamente y parece como si necesitasen urgentemente los

116 ]

servicios de una pastilla para los problemas biliares y remedios tales, y no parece

que puedan tener nada que hacer aquí. Desde que atravesamos esta puerta bajo

la mágica mano ya no creímos en otra cosa o en nadie más que en el moro. Nos

agarró con toda su fuerza, abierta como está, y sentimos como si esos cinco dedos

místicos nos estuvieran apretando nuestros propios corazones. Nosotras creemos

en el moro aquí y ahora y en nadie ni en nada más. En otros momentos y en otros

lugares, los neveros, los carboneros y los pintorescos holgazanes y gandules espa-

ñoles podrían haber sido interesantes; en un lugar como este su mera existencia

parece una impertinencia bastante poco seria.

Y luego se pasa al lado de un retablo insignificante, sin ninguna ostentación, pero

tan antiguo como la propia conquista y en el que se recoge esta. En la Alhambra hay

una jurisdicción distinta que la separa de Granada, pero la diferencia, quizás, ahora

es más nominal que real. Sin embargo esta debe existir ya que la Alhambra tiene su

propio Gobernador.

¿Qué viajero no se detendrá a contemplar una Virgen y un Niño pintados por

el no menos distinguido artista que no es otro que San Lucas? –aunque, para ser

exacto, no es muy distinguido como artista. Nuestro guía no nos pidió que nos

creyésemos esto y es posible que pensara que la reputación de San Lucas no se

vería en ningún modo favorecida al suponérsele autor de esta obra de arte y que

en lo que al arte de la pintura se refiere el fue más un pecador que un santo, si fue

él quien realizó esta presuntuosa obra de arte; así que nosotros continuamos hacia

adelante.

Ahora el visitante avanza a lo largo de una estrecha y cerrada vereda entre dos

muros y que lleva hasta la Plaza de los Aljibes, bajo la cual los moros construyeron

unos tanques que se llenan con el plateado Darro. Esta plaza es la que divide el edi-

ficio palaciego de la Alcazaba. Antiguamente se accedía por la Torre del Homenaje

que se levanta al final de un patio para el juego de pelota cuyo muro es una mons-

truosidad y deformidad considerable en esta plaza. Hay un altar de los romanos

[ 117

de Ilíberis, que los moros transformaron en esta Torre del Homenaje. Los franceses

idearon y realizaron la entrada actual.

Ahora en la Alcazaba hay galeotes encerrados. En lugar de esta gente tan poco

agradable deberían tener unos cuantos moros dóciles para que se paseasen con

sus túnicas flotando al viento con ondeantes barbas para decorar el lugar de forma

característica.

Nosotras casi ni nos detuvimos un momento a contemplar el inmenso cascarón

del inacabado palacio de Carlos V. Esta águila imperial de piedra no llegó prácti-

camente a romper su cascarón; y allí sigue, triste y abandonado, con toda su gloria

y todas sus piedras de pudinga de color crema y muchos bajorrelieves bastante

aburridos. El interior tiene un inmenso patio circular, de estilos Dórico y Jónico, des-

figurado y desproporcionado que, sin embargo, podría haber constituido un buen

coso para las corridas de toros.

Y ahora entramos en el mismísimo palacio de las Mil Maravillas, andando sigilo-

samente como si tuviésemos miedo de que se desvaneciera nuestro sueño abrigado

durante tanto tiempo, o de molestar a las bellas durmientes quienes, ¡ay de mi! nunca

volverán a despertarse para iluminar este mágico lugar con su agradable presencia.

Permítasenos que nos olvidemos de los mendigos, los criminales, los enfermos y

de todo a excepción del pasado, ¡el olvidado hace mucho tiempo! ¡los califas de oc-

cidente, los hijos del islám que gobernaron aquí, deleitados, glorificados, triunfantes,

caídos, vencidos!

Entras por una esquina como si estuvieras entrando sigilosamente a esta gloria del

pasado subrepticiamente y a escondidas. Carlos V demolió la antigua gran fachada

que se abría al sur. Por supuesto que esta nunca ha sido restaurada y la entrada actual,

de origen español, es una pobre sustituta de esa.

118 ]

Es bien sabido que el exterior se construyó bastante tosco y adusto: parece que

se hizo como si el propósito fuese realzar el efecto y el placer experimentado por los

visitantes cuando se les introducía por primera vez en este lugar paradisíaco.

El primer patio tiene distintos nombres, cada uno de ellos con un significado

peculiar. Como el verdadero era el de Berkah, el Bendito (una palabra en árabe

parecida Beerkeh, parece que significa aljibe, de ahí Alberca –uno de los nombres

que yo ahora mencionaré). Los alias son de la Barca de la Barca y de la Alberca

(del estanque de peces). En tiempos aquí florecían los mirtos y por consiguiente

ha surgido otro alias de los Arrayanes (Arrayhán es el nombre árabe del mirto). Este

noble Patio es muy grande –unos ciento cincuenta pies de largo por ochenta de

ancho.

A la derecha hay una elegante galería doble cuya parte superior es el único

ejemplo de este tipo que hay en toda la edificación.

La magnífica entrada al edificio original de este lugar encantado estaba aquí,

pero Carlos V, como he observado anteriormente, destruyó esta y todo el palacio

de invierno para hacer sitio a este moderno palacio que las deidades vengadoras de

los moros parecen empeñadas en erradicar por completo. Hace tiempo el estanque

en el centro estuvo rodeado por una balaustrada árabe pero ésta se desmontó y se

vendió por piezas. El suelo de mármol está levantado y muy estropeado.

Las salas que hay a la derecha de este patio fueron espléndidas en su día pero

han tenido su brillante esplendor completamente empañado y convertido en una

ruina. Cuando se sigue en dirección a la Torre de Comares hay una encantadora an-

tesala o galería. Delicadas, en verdad, parecen las columnas sobre las que descansa

el extraordinario peso; pero hay una decoración calada que aligera las embeca-

duras y deja pasar las refrescantes brisas al mismo tiempo para que corran a través

de estas. Cerca del extremo de la parte derecha de esta antesala hay unas columnas

de azulejo de gran belleza, y aún quedan fragmentos del los brillantes colores que

adornaban originalmente el ataurique de estuco. Aquí también hay maravillosos

[ 11�

colgantes en forma de panal y con aspecto de estar formados por estalactitas;

también hay un techo cilíndrico, lleno de fantásticos diseños, en los que se pone de

manifiesto la más suntuosa armonía de la fantasía.

El Patio de los Leones es la única zona de la Alhambra que creo que en cierto

modo está favorecida en descripciones y dibujos; a pesar de todo sólo me desilu-

sionó un poquito, puesto que yo esperaba sentirme allí desilusionada. Ciertamente

es muy bella, es maravillosa; pero es de un tamaño bastante insignificante (como

había oído antes de haberla visto como es), y este, hasta cierto punto, es perjudicial

para su impresión general, puesto que hay un algo indefinible en ella que te hace

sentir, a mi me parece, que debiera ser un patio majestuoso y grandioso. Luego,

debido a su reducido tamaño, te tienes que colocar demasiado cerca de las cari-

caturas de los leones, ellos mismos de tamaño reducido y con muy pocas preten-

siones. Esta especie de leones como pequeños perros falderos horribles están pen-

sados para parecer aún más absurdos por el hecho de tener unas pipas colocadas

en la boca, y no pipas de tabaco, querido lector, sino caños de agua. Sus patas son

muy cortas, sus caras apergaminadas; –son tan feos como poco leoninos.

Los doce leones sostienen una fuente de alabastro. La fuente que hay aquí,

creo, es la única que ha sido restaurada y tengo entendido que a veces la hacen

funcionar. Antiguamente había nacaradas y borboteantes fuentes que corrían y bri-

llaban por todas partes como si fueran las incontenibles lágrimas del pobre moro

completamente emocionado, siempre fluyendo, siempre brotando.

Su ultimi suspiri podrían ser acallados, parece, mientras seguían cayendo sus

ultimes lagrimas. Sebastiani engujó estas incontenibles lágrimas –me siento bastante

inclinada a pensar que fueron las únicas que el enjugó en toda su vida.

¡Qué indeciblemente, casi inconcebiblemente bellas son la Sala de los Amba-

jadores [sic por Embajadores] y la exquisita Sala de los Abencerrajes! Estas, debo

confesar, son mis dos salas preferidas; pero debo añadir una tercera, aunque esa

hay que admirarla más de hecho por las deliciosas vistas que se obtienen desde

120 ]

ella que por su propia belleza y perfección –El Tocador de la Reina. La reina Mab

y todos sus súbditos seguramente adornaron esta sala de los Abencerrajes, y aún

siguen adornándola. ¡Parece cambiar ante tus ojos ya que hay una abundancia tal

de prodigalidad y superfluidad de belleza, que casi nunca parece totalmente la

misma! ¡Belleza sobre belleza! y todavía queda suficiente, parece, como para hacer

surgir una nueva y más joven creación!

¡El techo de estalactitas formando un panal es tan delicadamente bello, tan in-

trincado, tan brillante, tan exquisito, que parece de hecho, un pequeño firmamento

artificial que estuviera colgado sobre tu cabeza! ¡Cuantas partes de estas encanta-

doras creaciones de los moros se presentan ante ti como bonitas estrellas embe-

llecidas con flores igual de bellas y rayos de sol armonizando con fragmentos de

arco iris y las más hermosas, ardientes venas del corazón de deslumbrantes joyas

procedentes de las más remotas profundidades del centro de la Tierra!

Las delicadas alitas de las propias hadas parecen levemente sujetas a estas relu-

cientes superficies del mismo modo que los naturalistas convierten las más bellas

mariposas en algún deslumbrante y brillante duendecillo.

Seguro que no hay nada, aparte de la luz etérea, la transparencia, el brillo vi-

viente de las alas de las hadas estremeciéndose con las fantasías púrpura, azul ce-

leste y dorada, que pueda haber prestado ese brillante resplandor, esa estremecida

y mística luz. Parece que por todos lados hay una neblina –una rica y brillante

neblina– de luz y belleza por todas partes.

Caminemos durante un rato por este impresionante salón. ¿Es que no parecen

bellas las rosas silvestres y tulipanes y rubíes y esmeraldas y lapis lázuli y zafiros,

o incluso nubes de verano y el risueño iris de los cielos después de estos sorpren-

dentes matices que aún siguen brillando tras un lapsus de muchos y muchos años,

la quintaesencia del esplendor en cuanto a color? Resguardados aquí del sol y del

aire exterior y con no demasiada luz como para examinarlos, ellos retienen su res-

plandor y parecen arder y brillar en sus rincones y huecos secretos y allí entre las

[ 121

fantásticas tracerías como los propios espíritus de los colores, las ardientes almas de

pequeñas estrellas que aún están por nacer o que han cambiado de lugar.

¡Yo no se que en alguna otra parte, a excepción quizás, entre las deslumbrantes

glorias florales de algunas zonas de América del Sur, haya sido alguna vez comple-

tamente consciente de lo fabuloso que podría ser un color! Pero parece que no hay

fin para las maravillas de este lugar cautivador; por donde quiera que giras puedes

encontrar algún nuevo objeto que admirar.

En los lugares en los que el brillo no es tan trascendente y deslumbrante, aún

sigue siendo embrujadoramente bello. Aquí tienes las tornasoladas tonalidades del

cuello de paloma con la luz cambiante, la brillante grandiosidad del pavo real, el

elegante esplendor del pájaro del paraíso, o de esos diamantes y rubíes vivos, los

cientos de pájaros radiantes y cantarines. A veces ves los maravillosos y variados

brillos de las relucientes escamas de la serpiente, o las incomparables tonalidades

de algún pez tropical. ¡Brillantes y suaves reflejos parecen estremecerse y relucir

en el propio aire hasta el punto en el que podías imaginar que estaba formado o

cubierto por átomos de estrellas y polvo de arco iris!

El exquisito techo de panal de la Sala de Abencerrajes es una de las cosas más

admirables que hay aquí; parece una encantadora combinación de Naturaleza y

arte en sus delicadamente ideadas decoraciones. Hay algo que pone fin comple-

tamente a toda idea de fría formalidad y mero trabajo humano –los laboriosos

esfuerzos del hombre– en la elaborada cristalización de las bellas formas que se

encuentran suspendidas sobre tu cabeza. La naturaleza parece haber estado tan

convencida y embrujada por las hazañas de su hermano el arte, que ella entra pre-

cipitadamente, y lleva su regazo lleno de nuevos tesoros y antes de este inesperado

regalo, comenzó ayudando y añadiendo un acabado imperecedero a los trabajos

tan hábilmente comenzados. Ella traía alusiones y armonías de exquisitas y naca-

radas grutas y densos y boscosos emparrados de coral y traían hasta aquí el dorado

ardiente e intangible de las nubes del sol poniente.

122 ]

¡Miren esa suntuosa infinidad de eclosiones geométricas, esos rojizos y relu-

cientes reflejos, esas intrincadas tracerías que parece que confunden nuestros

propios pensamientos en un incandescente laberinto –un laberinto de vida y luz,

atravesado por sus siempre encendidas tonalidades, hasta el punto en que el propio

aire que te rodea también parece que esté lleno de arabescos y esté dorado y

bañado por el arco iris y avivado con un brillante y trémulo resplandor!

¡Aquí, camines por donde camines, te encontrarás bajo magníficos techos, con

soles y estrellas como los arcos de un universo en miniatura, nervados con luz,

rodeados de un ardiente y flotante oro intersectado por la luz del día! ¡Por todas

partes se ruborizan y brillan los muros incrustados de tesoros, como si estuviesen

enriquecidas con el esplendor real de insignias hechas añicos! Y por entre las al-

cobas encantadas y las engalanadas columnatas, ¡que interminable calado! ¡Es

como si estuviera formado por inclinadas y temblorosas llamas, o por chorros de

agua impetuosos y que se dispersan fantásticamente en todas direcciones! En qué

forma las solemnes bendiciones y letanías orientales están esparcidas aquí con una

abundancia tan acertada, que tu podrías imaginar que los artesanos y constructores

pensaban mientras rezaban, puesto que ellos trabajaban y las iban labrando y las

realizaron casi de una manera inconsciente, aún llenando el espacio enriquecido

con algo más que esplendor, sin embargo hablando y brillando a través de ráfagas

de muchos colores y el triunfo de su resplandor.

Hay infinidad de flores que se retuercen formando bellos diseños y espléndidas

parodias de misales adornados con piedras preciosas, cuyos muchos matices y pro-

fusamente iluminadas hojas aparecen brillando y refulgiendo a través de sus cu-

biertas llenas de joyas y engalanadas con tesoros.

¡Te paseas bajo el dorado enrejado obsesionada por las imperceptibles seme-

janzas de todos sus místicos resplandores! Por todos lados aparecen muestras de

belleza opuestas y contradictorias, aunque armoniosas y extrañamente entremez-

cladas. ¡Aquí parece brillante escarcha! La delicadeza de las caprichosas sutilezas

[ 123

de la escarcha, con los súbitos e intensos brillos del centelleante fuego; allí, arcos

iris estrellados, titilando con toda la variedad y confusión de sus propios colores

deslumbrantes, ¡cómo si se estremecieran mientras brillaban! –allí, formas pétreas

que parecen tan ligeras, sutiles y transparentes, en su dorada moderación, que

recuerdan ¡místicas petrificaciones del dorado y plateado aire! Y todo está cente-

lleante, brillando, reluciendo y reflejándose ¡como si las almas de futuros soles y

nuevas creaciones estuviesen estremeciéndose aquí encerradas en una suntuosa

tumba de belleza!

¡Y entre toda esta gloria y resplandor, llamaradas y fulgores de arte indio y brillo

de cientos de coloreados pájaros y lujosa magnificencia, piensas en la obra de la

naturaleza en las hojas centrales de flores maravillosas, en las ruborosas y engala-

nadas guirnaldas de retorcido coral y en mil bellezas y casi milagros de naturaleza

y arte! Seguramente los descendientes de los Ommiades deben haber impregnado

sus clarividentes ideas con los abundantes recuerdos de todos los tipos de cauti-

vadores hechizos y cosas sublimes de la naturaleza, y todo lo que la poesía jamás

haya soñado o podido vislumbrar, en momentos de inmensa inspiración, hasta

que cualquier pensamiento se empapa en el exceso de la más completa e insólita

hermosura. Esta maravillosa Alhambra parece una crisálida de nueva creación, de

hecho sigue reluciendo mientras nace la propia mariposa.

Y todavía, mientras vagábamos por estas galerías y alcobas con sus ligeros y per-

forados enrejados y con todas sus columnas engalanadas y adornadas y envueltas

en color púrpura, dorado y bermellón, como si todo fuera imperial y real de modo

que las Sultanas más ancianas de Granada fueran a observarlas o a pasar por ellas,

¿no parecemos sentir un leve toque de su fantasía y su inspiración, cómo si también

pudiéramos felizmente construir Alhambras? Pero, ¡ay, Dios mío! à l’Espagnole, ¡las

nuestras seguían siendo Alhambras en el aire! Y de hecho, a veces, debido a la pri-

morosa luminosidad y etérea delicadeza del conjunto, estamos dispuestas a creer

que el incomparable y completamente embrujado edificio estaba hecho de aire

124 ]

entrelazado y de rocío petrificado y de luz de luna a la que se ha dado forma,

forjándola con los encendidos y dorados rayos del sol naciente o poniente que

están suspendidos en la distancia –celestiales e imperecederos. ¡No tienes más que

mirar a estos colgantes y relucientes bordados, estas tiernas oraciones y florecidas

perfecciones!

¡Qué a gusto se está también en estos lugares mágicos, donde las exuberantes

y auténticas flores del granado y la rosa despliegan su pompa floral! Ellos también

parecen otorgar un nuevo significado a la exquisita belleza de todo el conjunto

de este reino del ensueño y estos rocíos sembrados de estrellas, de perfumes y

rubores, parecen recoger la mística leyenda de las floridas oraciones árabes cuyos

caracteres son tan exquisitos, mientras que el conjunto parece estar fundido en un

maravilloso caos de luces, tonalidades, olores y placeres; y casi no podemos evitar

pensar que los moros debieron haber plantado sus plantas trepadoras, estos bellos

y sedosos adornos de la naturaleza, enredados y que se van metiendo dentro de

los calados nichos y fragmentos de alabastro y que todo lleva la huella de su mágica

mano.

No por mera apariencia y vanidad, o por boato y ostentoso lujo cubrieron los

orientales los muros con inscripciones entrelazadas y con los floridos y pintorescos

caracteres de Cufa y Arábia, que aunque se expresan en silencio, ruina y deca-

dencia, aún siguen emotivamente musitando –”¡Alabado! ¡Alabado!” hasta que

toda su reflectante luz y las maravillosas tonalidades del diamante, parezcan reflejar

incluso otra Luz –un santificado rayo de luz desde lo más profundo, la brillante

Eternidad, inundada de brillos de vida y oculta en su propia inmensidad de gloria.

Capullos, flores, hojas, todos parecen repetir estas inscripciones y todavía parecen

estas silenciosas voces flotando por todas partes alrededor de esta preciosa obra

del hombre, como el alma de toda esta belleza, la elevada interpretación de toda

esta elaborada decoración y poesía y elocuencia arquitectónica. Nosotras instinti-

vamente también oíamos el ¡Alabado! ¡Alabado! desde las ardientes estrellas por

[ 125

encima, en el brillante aire, donde los colores de muchos objetos parecen fundidos

en un mar de oro; mientras que el cielo en todo lo alto, por la mañana temprano

o en la magníficamente encendida puesta de sol, parece florecer e ir abriendo,

hoja por hoja, convirtiéndose, él mismo, en una grandiosa, gloriosa y dorada rosa.

¡Alabado! ¡Alabado! ¡No hay otro Conquistador más que el Todopoderoso! y los

pergaminos con las Escrituras, frágiles y floridos, o incluso los más perdurables, que

repiten esta tremenda y eterna verdad de verdades, están colgados en los firma-

mentos, si, incluso como en las flores, como en las gotas de rocío, las nubes, las

relucientes alas de los insectos y los mismísimos átomos que danzan en los rayos

del sol.

Desde el Tocador de la Reina disfrutamos durante bastante tiempo las magníficas

vistas. Este supuesto tocador de la Sultana (que sin embargo Ford dice que en lugar

de eso se trata de un mirador o de un oratorio sarraceno) fue provocadoramente

desarracenizado por Carlos V, en quien no creemos aquí en la Alhambra, habiendo

otorgando completamente nuestra lealtad pasada y presente a Abderr-r-Rahman el

Magnífico o incluso a Boabdil el Desafortunado. Pensamos en el Emperador Carlos

como un caballero flamenco viejo y gotoso con muy mal gusto, con sandalias y

quien probablemente llevaría un chaleco de franela.

Hay perforaciones en la losa de mármol en una de las esquinas de esta aireada

habitación, a través de las cuales, los maravillosos olores se supone que eran ele-

vados hasta el lugar en el que la Sultana mientras tanto se colocaba sus enjoyados

penachos y sus ceñidores de diamantes. Un lujo muy oriental, esto; y ciertamente

creíble, ¡si no la verdad!

126 ]

Última visita a la Alhambra

Intentamos venir a menudo a este palacio de los califas de antaño y por lo tanto

nos pudimos despedir de su fascinante escenario por la presente, sin el intenso

pesar que por otra parte podríamos haber sentido. Por supuesto, visitamos el Patio

de Lindaraja (el nombre de una bonita princesa sarracena –algunos españoles te

dirán que era una bella cristiana hecha esclava) y la Sala de la Justicia con sus

pinturas de los Reyes orientales y los salones contiguos, donde en los techos hay

extraordinarios vestigios de pinturas de moros, cristianos, fragmentos de almenados

castillos, con bellas damas que se asoman desde ellos, la caza del jabalí, guerreros,

un león encadenado y otros temas (se cree que fueron obra de algún apóstata cris-

tiano y están pintados sobre cueros de animales, unidos y pegados a la cúpula por

medio de clavos), y la Sala de las Dos Hermanas y otros varios lugares interesantes.

Caminamos hacia el Generalife, aunque durante un rato, al igual que la gente que

ha estado mirando al mismísimo sol y todavía ve una inmensa imagen de él en cual-

quier cosa que mira, la imaginación estaba todavía obsesionada por los magníficos

objetos que habíamos estado estudiando –por los arcos de la entrada hacia la Sala

de dos Hermanas profusamente adornados y tallados; por los preciosos colgantes

en forma de estalactitas de la que está dedicada a la memoria de los caballerescos

Abencerrages; y al tres veces maravilloso arco que se abre a la sala central en el

extremo oriental del Patio de los Leones, con sus magníficas inscripciones, embe-

caduras y arquivoltas y lujosa decoración, tan delicada y fantástica, tan minuciosa

y elaborada, que casi parece encaje, fina como la gasa transparente de las alas de

una libélula, o como los hilos de la telaraña deshaciéndose en la neblina matinal,

hasta que tu “te la pudieras beber”, como dicen los españoles, un encaje líquido,

un tembloroso y reluciente rocío de belleza!

[ 127

¡Qué maravilloso es que aún sobreviva gran parte de esta exquisita ornamen-

tación! con un aspecto frágil y que se desvanece ante la vista como la más suave

pelusa de la fruta –el más delicado vilano sobre la flor más primorosa. Y de hecho

ha sobrevivido muchísimo tiempo al abandono y peor aún, a horas de reparaciones,

restauraciones, blanqueados, borrados y asaltos de bandidos y tormentas, y algunos

dicen que a terremotos, revoluciones, convulsiones y a los franceses. ¡Después de

todo esto, una está tentada a pensar que no hay nada como la filigrana! Lo firme

puede debilitarse, el granito puede ser destrozado, las rocas se pueden esparcir, el

plomo derretir, el hierro puede corroerse, la piedra deshacerse, el acero se puede

romper, el bronce se puede rajar –los hilos de la telaraña parecen ser a prueba del

tiempo y a prueba de la guerra. ¿No hubiera sido mejor que hubiésemos intentado

algo así para nuestras tan cacareadas defensas? Quizás los chinos no estén tan

equivocados, después de todo, cuando levantan baluartes de papel y fortificaciones

de calicó.

128 ]

Visita al Generalife

Un agreste barranco separa la Alhambra del Generalife. Aquí no debemos es-

perar una repetición del valioso tesoro de escrituras sagradas y arabescos, pero hay

bastantes cosas que son interesantes y las vistas son magníficas.

A su debido tiempo visitamos los viejos cipreses, donde dice la leyenda que la

bella y falsa Zoraya se encontró con su amado Abencerraje. Pero creo que no se

debe intentar ver la Alhambra y el Generalife el mismo día; tu mente está dema-

siado absorta en la primera; y yo casi creo que si te muestran después el lugar en el

cual Cristóbal Colón se imaginó por primera vez el Nuevo Mundo o Dante abrió el

ojo de su poderosa mente en tres grandes mundos –la tierra, el reino celestial y el

infernal (ya que él no olvidó ni pasó por alto el primero), tu los contemplarías con

una mirada bastante indiferente.

Pero de todos modos decidimos echar un vistazo al Generalife. Un arroyo, un

vástago del plateado Darro, corre a través del patio que hay aquí por debajo de

sombreados y frondosos arcos, y a su vez se convierte en el padre de infinidad de

riachuelos menores, nietos de ese mismo Dios fluvial59 de plateadas barbas, del ro-

mántico Darro, que confiere interminable frescura y fertilidad a las plantas y flores

en este lugar, una vez el amado jardín del moro (el Generalife o Jennutu-l-’arif- el

Jardín del Arquitecto, debido a una especie de belvedere de columnas en los jar-

dines y tiene unas vistas espléndidas, en verdad, al igual que las tienen todas las

alturas y lugares elevados que hay por aquí).

Desde aquí tu dominas la Alhambra, y en cierto modo, la horrible y lóbrega

construcción que tiene por fuera. La concha de la perla de valor suele ser muy

basta; con una leve tonalidad rosada, sin embargo, es como si las resplandecientes

59 Deidad tutelar que se supone que vive y que manda en un río.

[ 12�

glorias que tiene en su interior estuvieran medio escapando a través de su sombrío

y tosco sudario.

Aquí hay algunos arcos y arabescos, pero tienes tantos mucho más bonitos ante

los ojos de tu mente y tu memoria que empiezas a ser excesivamente exigente;

y como si legiones de hadas y ejércitos de espíritus y elfos no hubieran aparente-

mente puesto sus diminutas almas en cada uno de los dentados arcos y en cada

uno de los fantásticos arabescos, nos dimos la vuelta completamente indiferentes,

para decirlo de un modo suave. Nos hicimos rigurosas en cuanto al ataurique y de-

licadísimas sibaritas en lo que a trabajos de mosaicos se refiere. Nosotras pedíamos

la perfección absoluta en los jaspeados, y somos hipercríticas en cuanto al trabajo

de panal y exigentes en los azulejos.

En el Generalife nos enseñaron los llamados retratos “problemáticos” (muy poco

problemáticos, insatisfactorios) de ciertos distinguidos personajes del pasado. El del

Rey Chico, en lo que recuerdo, era rubio y de ojos azules. Sus ropajes amarillos y

tiene algunos adornos de piel negra alrededor. También hay retratos de los Reyes

Isabel y Fernando.

Aquí te muestran el árbol genealógico de la familia Grimaldi. El fundador fue

un moro que se convirtió al cristianismo al igual que su hijo Alonzo. Esta villa de

las montañas y las fuentes, rodeada por parras y cipreses y con confusas leyendas

como pálidas nubes que flotan sobre él, pertenece ahora con todas sus fantasías

y sus higos, sus misterios y melocotones, sus indefinidas visiones y sus encantadas

vistas, sus apocalípticas imágenes y sus reminiscencias más concretas, al envidiable

Marqués de Campotejar de la familia del moro converso del que he hablado antes,

quien, al menos, debería volver a adoptar el atuendo árabe y ser tan bueno como

para representar a un moro domesticado, algo que tanto hemos deseado ver aquí,

para beneficio especial de turistas y novelistas.

Pero cuando hablé del Marqués de Campotejar, ¿hice alguna alusión o insi-

nuación acerca de que las frutas y fantasías, las viñas y visiones, fueran todas suyas?

130 ]

Por supuesto que nunca ha visto o estado cerca del lugar en toda su vida (cosa de

España), y nunca lo hará. Esto nos sorprendió ya que en nuestro país un hombre

valora con ternura una vieja cabaña, aunque esta sea su hogar, y se apega a ella

(cosa de Inglaterra). De lo que oigo y observo, parece que si aquí le das a un

hombre un lugar bonito, lo conduces a un irremediable exilio en seguida y para

siempre. El Marqués vive en Génova y tengo idea de que yo una vez visité su pa-

lacio en Génova para examinar algunas obras de arte. Ciertamente un hombre es

muy afortunado por residir en la belleza y esplendor de Génova la Superba; pero,

cuando el Generalife te pertenece, asomándose a la maravillosa Alhambra y con

vistas a la bonita Vega y las montañas que la rodean, tu no necesitas irte a viajar por

el extranjero para encontrar un lugar en el que descansar la cabeza y refrescar tus

ojos, no, ni siquiera a Génova la Superba o a la gloriosa Italia.

131

Anónimo (1867)

La obra de autor anónimo Recollections of Spanish Travel editada en memoria de Lady Penelope Holland, fallecida el 7 de diciembre de 1873 y publicada en Londres en 1874, narra en dos capítulos [viz.] Ten days at Seville in �867 y Recollection of Spanish Travel las experiencias de un viaje realizado en 1867, aunque la narración del mismo es de agosto de 1873.

La segunda parte del libro cuyo título coincide con el título general de la obra Recol-lections of Spanish Travel recoge las experiencias de un viaje desde Gibraltar a Granada que realizaron a comienzos de mayo de 1867.

La Alhambra con Sierra Nevada al fondo

[ 133

El bosque de la Alhambra

La belleza de los paisajes españoles se debe más a la limpieza de la atmósfera, a

las pintorescas y pedregosas montañas y al intenso colorido de los primeros planos,

que a los árboles y el follaje. Mientras íbamos hacia el hotel nos sorprendimos al

encontrarnos atravesando por una plantación de olmos considerable, un verdadero

bosque que nos hizo recordar los de Inglaterra. El nombre de un héroe inglés está

apropiadamente relacionado con este lugar. El Duque de Wellington a quien España

había otorgado algunas fincas en la Vega, regaló hace muchos años varios miles de

olmos jóvenes a la ciudad de Granada con el propósito de plantar un jardín público

bajo las murallas de la Alhambra y para demostrar a los españoles la posibilidad

de cultivarlos en su propio país. La guerra ha esquilmado los viejos bosques de

España y la despoblación que han sufrido, junto a la persecución y emigración, ha

impedido que vuelvan a ser plantados otra vez y el clima ha sufrido mucho a raíz de

la consiguiente pérdida de humedad. Estos olmos son una prueba de que esto no

tendría por que haber sido así. Están muy necesitados de un entresacado a manos

de un experto pero han crecido con una exuberancia que prueba que el suelo y el

clima les son favorables. La fresca sombra de los árboles y el gorjeo de los pájaros

entre sus ramas, junto con el lujo de buenas camas, nos hicieron dormir con una

sensación de estar en casa, mayor de cualquier otra que hayamos tenido desde que

estamos en España.

134 ]

Despertar en la Alhambra

Sábado 11 de mayo de 1867.– Hotel Ortiz. El ruido de los martillos y sierras de

los trabajadores nos han despertado temprano esta mañana y nos han concien-

ciado de haber llegado a nuestro destino. Estaban ampliando nuestro confortable

hotelito y en cualquier otro momento podríamos haber abandonado de mala gana

el descanso del que nos estaban privando, doblemente apreciado después de tantas

noches sin haber podido descansar. Pero esta mañana fue suficiente despertarnos

con la brillante luz de la mañana y darnos cuenta de que estábamos en Granada.

Casi parecía demasiado bueno para ser verdad. […]

¡Era una mañana tan bonita! El sol era tan brillante, el aire tan fresco y vigorizante,

los árboles que había fuera tan verdes y umbrosos y las murallas de la Alhambra tan

al alcance de la mano. Qué placer tan intenso al estar allí, un escenario templado y

acogedor en el que el simple hecho de existir es goce y en el que se amontonan los

recuerdos históricos más pintorescos. No envidio a aquellos para quienes la historia

es una aburrida recopilación de antiguos hechos históricos y a quienes no les pre-

ocupa recordar a los aguerridos moros con su pintoresca caballerosidad injertada

en el siempre pintoresco orientalismo. Caballeros con cota de malla que llevan tur-

bantes sobre sus yelmos, arremetiendo lanza en ristre contra sus rivales cristianos

bajo las murallas del maravilloso castillo encantado, en honor de sultanas de ojos

negros, quienes no se encontraban, como ahora lo están, encerradas en atroces

serrallos. Sabios –no profesores universitarios corrientes–, sino hombres que artísti-

camente combinaron los conocimientos reales con los más pintorescos elementos

de astrología y magia. Entonces nuevos actores cruzan el escenario y uno trae a la

memoria al ejército cristiano rodeando la bella ciudad, la gran lucha entre la Media

luna y la Cruz sostenida bajo sus murallas; Isabel y Fernando “los Reyes Católicos”,

el sensato rey con su amada y noble esposa, “los más perfectos de los personajes

[ 135

históricos”, dedicando sus vidas y sus riquezas a la derrota del infiel, y por último,

aunque no menos importante, Colón con su cabeza llena de la visión de un mundo

desconocido saliendo desde el campamento en pos de esta importante misión.

Todo esto había ocurrido en Granada y nosotros íbamos a disfrutar este día el

escenario de estos importantes acontecimientos.

Después del desayuno, en el que nos dimos un festín de deliciosas fresas sil-

vestres, nos dirigimos a la Alhambra y disfrutamos de un agradable paseo subiendo

por los sombreados caminillos que conducen hasta allí atravesando el bosque de

olmos que habíamos observado ayer por la noche.

Desafortunadamente eran más de las diez antes de que llegásemos a las puertas

de la Alhambra y para nuestro gran pesar las encontramos cerradas. Desde las ocho

a las diez de la mañana y desde las cinco a las siete por la tarde eran las horas para

los visitantes ¿íbamos a ser tan poco razonables como para pensar que el guarda

español se tomaría el trabajo de enseñarla cuando el sol estuviese alto? El debe

echar su siesta y por la tarde estará preparado para abrir las puertas otra vez. Nos

volvimos bastante decepcionados pero afortunadamente en Granada hay mucho

que ver además de la Alhambra.

Bajamos la cuesta hasta la ciudad y creo que ninguno de nosotros estaba pre-

parado para encontrar un lugar tan grande y tan próspero. El bazar árabe o Zacatín,

que fue lo primero que visitamos y que mantiene más vestigios de sus antiguos

habitantes que ningún otro barrio –sólo exceptuando la Alhambra– es muy pinto-

resco y de aspecto oriental. Es una calle estrecha llena de tiendas, en su mayoría

orfebrerías, cuyas fachadas están decoradas con restos de complicados arabescos

que aún mantiene un aspecto completamente oriental. Los barrios más españoles

de la ciudad no son tan pintorescos como en Sevilla, ya que los portones en ésta

se sustituyen en todas las casas por las rejas abiertas que permiten al transeúnte ad-

mirar sus bonitos patios. Nosotros visitamos el estudio del artista que está dedicado

a producir maquetas de la Alhambra y encontramos estas copias ejecutadas mara-

villosamente y esto suscitó aún más nuestro deseo de ver el original. […]

136 ]

La Alhambra

A las cinco volvimos a subir otra vez por los sombríos paseos hasta la Puerta de

la Justicia y esta vez no la encontramos cerrada. Se dice que en la antigüedad aquí

el propio rey se sentaba a la manera oriental impartiendo justicia a sus súbditos y

dándoles audiencia a todos. Es una enorme torre cuadrada y en el lado exterior del

arco de herradura hay un fragmento de un brazo esculpido y en el lado interior una

llave. Estos dos símbolos han sido interpretados de diversas maneras –el primero

como (1) un emblema de hospitalidad, (2) como los dedos simbolizando los cinco

principios fundamentales del credo musulmán ó (3), como un talismán contra el

mal de ojo; el otro como un símbolo del poder, de autoridad o de conocimiento.

Debemos dejar a aquellos que estén versados en sabiduría popular oriental decidir

sobre esta cuestión, pero esto muestra a los menos versados el primero de los

muchos ejemplos del alejamiento del rígido cumplimiento de la Ley islámica que se

exhiben en la Alhambra.

El filósofo es probable que suspire mientras reflexiona sobre la diferencia, que

se habría hecho sentir en España y quizás en Europa si los moros hubieran sido

gradualmente convertidos al cristianismo por la delicada influencia del tiempo y el

vínculo que crea un país común, en lugar de haber sido expulsados a la fuerza con

todo su acerbo de genialidad, ciencia y laboriosidad. Pero nosotros no estábamos

allí para moralizar sino para aprovechar el tiempo al máximo antes de que nos vié-

semos obligados a dejar al guardia volver a su siesta. Entramos entusiasmados, pre-

guntándonos si volveríamos con nuestras expectativas cumplidas o si lo haríamos

desilusionados. Después de atravesar el estrecho y serpenteante pasadizo que los

constructores de otros tiempos utilizaban para asegurar los accesos, entramos en

la Plaza de los Aljibes, un enorme espacio abierto bajo el cual están construidos los

aljibes por medio de los cuales se suministra agua a la fortaleza. A nuestra derecha

[ 137

estaba el horrible mamotreto en ruinas, el inacabado palacio de Carlos V, quien

para construir esto destruyó media Alhambra y todas las salas de invierno de sus

predecesores árabes.

“¡Menudo bárbaro! exclamo alguien y desviando nuestra mirada hacia otro sitio

entramos al Patio de la Alberca por una puerta lateral, ya que el Emperador bárbaro

destruyó la entrada principal. Tiene unos cien por noventa pies y tiene un estanque

rectangular bordeado de setos de arrayán de los que también este tomó su nombre.

Aquí somos conscientes de los destrozos causados por los invasores franceses y de

la serie de maravillosas salas a las que se accede a través de él, destruidas por ellos,

un vandalismo del que España podría quejarse con la conciencia más tranquila, si

sus propios hijos no hubieran servido de ejemplo. Se dice que el estanque servía

para las abluciones de la familia real antes de pasar hacia la mezquita. Aunque era

muy bonito atravesamos con rapidez para llegar cuanto antes al célebre Patio de

los Leones.

La maravillosa maqueta que todos los londinenses recuerdan en el Palacio de

Cristal y en la que ahora pensamos con pesar, nos había preparado para una gran

belleza, pero en ningún modo nos ha estropeado nuestra apreciación de la rea-

lidad. Su tamaño fue quizás lo primero que nos sorprendió.

La Alhambra no es una casa de muñecas; no es un palacio de juguete como el

que habíamos visto en Aranjuez, construido por príncipes infantiles para disfrutar

de su ridículo ocio, sino la espléndida residencia de monarcas refinados y acostum-

brados a una vida de lujo. Una galería de 124 columnas de mármol blanco rodea el

patio de mármol en cuyo centro se encuentra la famosa fuente de la que este toma

su nombre y por encima de los espléndidos arcos de herradura encontramos el más

bello y elaborado trabajo de pañería, tal y como sólo el gusto árabe podía proyectar.

El señor Contreras, al que la Alhambra debe tanto, ha restaurado recientemente

todo éste trabajo con una gran maestría y gusto, y aquí al menos podemos olvidar

el presente e imaginar que el palacio ha vuelto a ser decorado para la llegada de

138 ]

una sultana favorita. Fue construido en 1377, cuando Ricardo II ocupaba el trono de

Inglaterra y cuando el Castillo de Windsor era una residencia nueva –y para nuestro

modo de pensar actual, muy poco apropiada para la realeza. ¡No es de extrañar

que cuando los poetas y trovadores cristianos recorrían sin rumbo estas regiones

volviesen interpretando canciones de castillos encantados y de princesas de cuentos

de hadas!

En cada uno de los extremos hay espléndidos pórticos que se adentran en el

patio y que rompen la uniformidad del contorno. Todos los muros que están ex-

puestos a las inclemencias del tiempo han perdido el color y sus elaborados dibujos

ofrecen el aspecto de cortinas de encaje de color crema.

Sí es cierto que la arquitectura gótica debe su origen a las ideas sugeridas por

los grandiosos e impresionantes calveros de los bosques primigenios de la europa

septentrional, la arquitectura árabe puede buscar su origen en las cortinas de las

tiendas de las tribus nómadas de Asia. Todo parece estar proyectado para lograr el

frescor y la sombra –el frío y la lluvia no entraban en los cálculos del arquitecto y el

intenso cielo azul que la cubre multiplica por diez el efecto de la arquitectura. Para

darnos cuenta y creer el hecho de que el palacio una vez fue ocupado por mortales,

por seres humanos a quienes el mal tiempo les podía causar efectos desagradables,

tenemos que recordar que todo lo que queda en la actualidad del palacio son las

dependencias para el verano, puesto que la monstruosa mole de Carlos V se cons-

truyó en el lugar en el que se encontraba el palacio de invierno. Pero la tradición de

los delitos humanos nos hace recordar los tristes hechos de la historia. La famosa

Fuente de los Leones –una magnífica taza de alabastro, sostenida por doce ani-

males, cuyo parecido con cualquier criatura viviente podemos suponer que ha sido

siempre considerado demasiado leve como para transgredir la ley musulmana– se

dice que estuvo manchada con la sangre de todos los hijos de Abu Hasen y Ayeshah

(a excepción de Boabdil) ejecutados allí siguiendo ordenes de su padre.

[ 13�

Atravesando una puerta frente a la fuente, en el centro del lado sur del Patio

de los Leones, entramos en la Sala de Abencerrajes, otro bello escenario de mor-

tífera tradición, donde se dice que el mismo tirano sanguinario agasajó a traición

y luego asesinó a varios jefes de los Abencerrajes, quienes apoyaban a Ayeshah.

Es cierto que una oscura mancha sobre la superficie de mármol ha dado lugar a

esta tradición. La combinación de voluptuoso refinamiento y lujo incomparable

con estos actos de desnaturalizada criminalidad nos traen a la mente los días en

que en Samaria (2 Reyes X 7) “ellos apresaron a los hijos del rey, y dieron muerte a

setenta personas y pusieron sus manos en cestos, y los enviaron a [Jehu] y luego a

Jezrrel”; o también (2 Reyes XI, 1) “cuando Athaliah la madre de Ahaziah vio que su

hijo estaba muerto, se levantó y destruyó toda la semilla real”; o algunos de los más

oscuros capítulos de la historia oriental antigua y moderna. Somos conscientes de

que se debe a la influencia de la cristiandad el que estos actos a sangre fría hayan

sido desterrados de Europa occidental. Pero no teníamos demasiado tiempo para

moralizar ya que había mucho que ver y el guarda no tardaría mucho en exigir su

descanso vespertino.

Dejando atrás los sangrientos recuerdos de los Abencerrajes, pasamos hacia la

Sala del Tribunal o Sala de la Justicia que está dividida en varios compartimentos y

presenta una gran riqueza arquitectónica y un diseño elegante y elaborado. Aquí

algunas de las alcobas tienen los techos cubiertos con cuero pintado con escenas

que introducen muchos dibujos poco ortodoxos de caballeros y damas, cacería de

jabalís, perros y pájaros todos ellos contrarios a la ley musulmana. Es todavía objeto

de polémica y discusión la época en la que fueron ejecutados, ya sea en tiempos

de los árabes por musulmanes poco estrictos, o por cristianos cautivos o posterior-

mente por los cristianos victoriosos y triunfantes. En un tema en el que tantos espe-

cialistas difieren, nosotros no nos atrevemos a expresar ninguna opinión, y menos

aún podemos aventurarnos a entrar en la otra cuestión polémica acerca de los dos

camellos representados en el jarrón que se encuentra en una de las hornacinas del

mismo patio y que M. Doré ha pintado. Respecto a este (que yo debo haber visto

140 ]

ya que está recogido en el diario de una persona de nuestro grupo) me veo en la

tesitura de hacer una terrible confesión: lo he olvidado completamente. Tanto si fue

por falta de atención por mi parte o si se debió a que estuviera mal situado, o si fue

porque mi mente y mis ojos estaban profundamente absortos en la original belleza

del palacio como un todo, debo confesar que lo he olvidado completamente y,

debo colocarme a merced de la piedad de mi lector.

Continuando nuestra visita alrededor del Patio de los Leones entramos en la

sala que hay en el lado norte frente a la Sala de Abencerrajes. Esta que tiene el

nombre de Sala de Dos Hermanas, debido a dos enormes losas de mármol blanco

en el suelo, es por así decirlo la joya más perfecta de todo el palacio. De hecho,

por todo este maravilloso edificio habíamos agotado todas las palabras de elogio

mucho antes de haber examinado todos sus lugares maravillosos. Esta, con sus bo-

nitas alcobas y la galería contigua y el Mirador de Lindaraja, formaban parte de las

estancias privadas de los reyes árabes y ciertamente nunca ha habido mortales que

hayan vivido de forma más delicada. El techo de estalactitas, formado como se dice

por cinco mil piezas, es maravillosamente bello y elaborado, y en este lado del edi-

ficio aparece un nuevo elemento de belleza. A través de los bonitos ajimeces uno

se puede asomar a un jardín y obtener una pintoresca vista de los toscos torreones

rojizos que forman el exterior del palacio.

Sea cual fuese el motivo de los arquitectos árabes a la hora de construir un

exterior tan tosco para sus bellas salas, no hay duda de que el contraste como

nosotros lo vemos ahora incrementa la belleza de ambos. “Mira con atención a mi

elegancia y tu te beneficiarás de una crónica sobre decoración”, dice una de las ins-

cripciones en la Sala de Dos Hermanas que no supimos leer en árabe, pero que yo

espero que todos tuviéramos el gusto suficiente como para sentir que era verdad.

Al igual que todos los orientales, los árabes se distinguieron en la utilización de un

colorido de muy buen gusto y el señor Contreras ha tratado de restaurar sus obras

con sumo cuidado. Rojo, azul, blanco y dorado eran los únicos colores que ellos uti-

[ 141

lizaban, pero la combinación de estos parece que ofrece una interminable variedad.

Todos los muros expuestos al aire libre estaban sin pintar, quizás por el miedo a

los efectos del mal tiempo sobre ellos, o posiblemente porque los decoradores

pudieron pensar que el nítido azul del cielo de Andalucía tenía suficiente color y

era todo lo que se necesitaba para hacer resaltar los efectos de los bellos arabescos

color crema que hemos descrito sobre los arcos en el Patio de los Leones.

Luego, dando la vuelta al Jardín de Lindaraja nos dirigimos hacia el Tocador de

la Reina, desde donde se obtiene una magnífica vista de la Vega.

Por este lado los muros del palacio son de gran altura y aquí se aprecia mucho

mejor que por el otro que la Alhambra es una fortaleza así como el tocador de una

reina. Las toscas e inexpugnables murallas almenadas de pintoresca piedra son de

un tono ocre rojizo cubiertas por bellas enredaderas que se elevan aquí desde todo

lo alto de una empinada colina. La ciudad queda a nuestros pies, en frente está la

colina coronada por el Generalife y extendiéndose hasta donde la vista alcanza, la

fabulosa Vega, bordeada por cadenas de pintorescas montañas ahora bañadas por

la luz de la puesta de sol.

El Tocador está decorado con frescos pintados en los días de Carlos V, cuyo

nombre escuchamos con un estremecimiento ya que destrozaba todo lo que

tocaba. Cerca se encuentra la escalera que lleva a la capillita utilizada por Isabel y

Fernando, lo poético de cuyos nombres compensa en gran medida por su falta del

debido respeto hacia las obras de sus antecesores árabes. Aquí podemos imaginar a

Isabel dándole gracias a Dios en sus oraciones privadas por el logro de la gran obra

a la que ella había dedicado toda su vida. Fatales para España como fueron algunos

de los errores que ella cometió, nos gusta recordar el humilde orgullo y piadosa

alegría que debió inundar el corazón de la gran y noble reina cuando se arrodillara

por primera vez a orar dentro de los muros de la Alhambra.

Luego proseguimos otra vez hacia el Salón de Embajadores en la bella Torre de

Comares, con sus ventanas profundamente empotradas y el techo de cedro y marfil,

142 ]

otro ejemplo espléndido del gusto árabe. Luego continuamos hacia los Baños con

la Sala de Reposo contigua cuya distribución parece haber sido casi idéntica a la de

los baños turcos modernos. Luego seguimos hacia la sala en la que Boabdil se dice

que estuvo preso y desde cuya ventana escapó descolgado en una cesta.

Continuamos hacia la Mezquita que Carlos V convirtió en capilla con gran detri-

mento de su belleza, pero que mantiene muchos vestigios de su antiguo encanto.

Aquí son muy bonitos los Azulejos o losas que rodean los muros hasta una altura de

unos cinco pies. Los deberíamos haber mencionado antes en muchos de los otros

patios, si no hubiera sido porque teníamos una superabundancia tal de objetos

dignos de elogio que describir.

Hemos vuelto otra vez al Patio de la Alberca y hemos vuelto a recorrer todo lo

que ahora queda de este maravilloso palacio. No estábamos dispuestos a estropear

nuestra impresión con una rápida visita al horrendo palacio de Carlos V, que oculta

su fealdad al visitante cuando el visitante sale del edificio.

Ya eran las siete y nos advirtieron que no nos podíamos quedar más tiempo y

nos dimos cuenta para nuestro pesar que no podíamos volver a hacer otra visita

al día siguiente. En un país donde las corridas de toros y las fiestas siempre tienen

lugar en domingo nos sentimos inclinados a quejarnos al escuchar que no nos

estaba permitido el tranquilo placer de deambular por un palacio vacío. Pero los

españoles nunca pierden una ocasión para no hacer nada.

Dejamos el palacio por el mismo sitio por el que habíamos entrado, con impre-

siones de la Alhambra que el tiempo nunca podrá borrar y volvimos al hotel cansados

de placer y exhaustos de entusiasta admiración.

Domingo 12 de mayo.– Para aquellos que verdaderamente aprecian los placeres

de viajar y quienes pueden poner en un viaje interesante toda su energía de cuerpo

y alma, seis días de trabajo a la semana son más que suficientes y el descanso do-

minical no es sólo un deber, sino una positiva sensación de alivio y un placer. La

[ 143

semana pasada había sido una semana de constante tensión de cuerpo y mente.

Habíamos estado viajando por una zona que ninguno de nosotros esperaba tener

la buena suerte de volver a visitar en alguna otra ocasión. Habíamos soportado bas-

tante fatiga física, largas jornadas bajo un sol abrasador con poco descanso por las

noches y siempre nos habíamos sentido presionados por un ardiente deseo de ob-

servarlo todo y de no pasar por alto nada. Nos habíamos ganado nuestro descanso

y lo disfrutamos mucho aunque no permanecimos completamente ociosos.

No creo que nos molestara demasiado darnos cuenta de que no había en

Granada ninguna iglesia protestante a la que asistir. La experiencia nos ha enseñado

a conformarnos con lo que nuestro grupo podía encontrar y revivir juntos tranquila-

mente los recuerdos y pensamientos de los domingos en Inglaterra.

Así pues, permanecimos tranquilamente en nuestro agradable hotelito la mayor

parte de la mañana y a eso del mediodía salimos a dar un paseo hacia el Gene-

ralife (el Jennatu-l’-arif, o Jardín del Arquitecto), una fortaleza a cierta distancia de

la Alhambra que utilizaban los reyes moros como palacio de verano. Se dice que

fue reconstruido o agrandado a comienzos del siglo XIV, una fecha que nos hace

retroceder mucho en el tiempo.

144 ]

Paseo por el Generalife

Ahora pertenece a un dueño ausente, el Marqués de Campotejar, del que se

dice que es descendiente de un moro cristianizado a quien los Reyes Católicos lo

entregaron como recompensa por los servicios que les ofreció durante el asedio,

servicios valiosos para ellos aunque fue traidor a su propia raza. Nos vimos obli-

gados a obtener un permiso del administrador para poder entrar. Reside en la casa

del Marqués en la ciudad en la que encontramos muchos objetos curiosos. El admi-

nistrador, que era un caballero mayor bastante callado, nos proporcionó el permiso

inmediatamente y luego nos mostró una espada antigua muy bonita en una funda

llena de bellas incrustaciones que se dice perteneció a Boabdil y que fue ofrecida

por los Reyes al antepasado del Marqués. Yo no soy de esas personas para quien

las reliquias no tienen ningún interés, y que es capaz de mirar con completa indife-

rencia tales objetos, y, después de haber visto el magnífico palacio de Boabdil y el

espléndido reino sobre el que gobernó, no pude evitar sentir un estremecimiento

de emoción al coger el arma que le fue entregada como muestra de la perdida de

todo. ¿La entregó completamente abatido o lleno de apasionada indignación? ¿In-

tentaron sus dedos vacíos agarrarla en vano cuando su cruel madre se burló de él

a causa de sus lágrimas en el “Ultimo Suspiro”?

Luego nos enseñaron una sala interesante, donde el curiosísimo techo tallado en

madera estaba decorado con los retratos en alto relieve de Isabel y Fernando y los

más distinguidos de sus generales en tiempos del asedio. También había bastantes

cuadros muy buenos en la sala con firmas de artistas distinguidos: Tiziano, Alonso

Cano, etc. pero ninguno de ellos de gran mérito.

Nos fuimos pronto y al volver pasamos por el hotel y, rodeando los muros de

la Alhambra por el lado opuesto al barranco, fuimos subiendo la colina que está

[ 145

coronada por el Generalife. Entramos en el recinto a través de un agradable jardín

curiosamente dispuesto y encontramos que la casa, al igual que la Alhambra, tiene

un aspecto exterior tosco y sencillo. En un jardín interior crecen algunos cipreses

maravillosos, uno de los cuales, llamado “de la Sultana”. Se dice que ha sido histó-

ricamente conocido aquí desde hace 700 años y su tamaño es tan extraordinario

que uno no puede despreciar la tradición. Por todas partes en los jardines están

guiados formando arcos y maravillosamente recortados formando distintas figuras

que le dan un carácter muy pintoresco a todo el lugar. Frescos cenadores y som-

breados paseos con innumerables fuentes y riachuelos salpicando produciendo

frescor por todos lados, hacen de él un lugar agradable para el descanso dominical

del viajero. No debemos omitir mencionar también algunos laureles sorprendente-

mente grandes.

Puesto que habíamos explorado la Alhambra tan recientemente, no encon-

tramos demasiadas cosas que admirar en el propio Generalife como hubiésemos

encontrado de lo contrario. Allí dentro hay un patio largo, decorado con arabescos

y desde el que se abren diversas salas; pero todo el conjunto está en un estado

ruinoso y casi todos los muros han sido blanqueados despiadadamente. Sin em-

bargo, una sala pequeña, mantiene su aspecto original y podría ser un modelo

encantador para el tocador de una dama en un clima como el de Granada. En

otra sala se expone una colección de retratos a los cuales se ha puesto el nombre

de varios héroes de los días de la conquista, pero no merecen mucha atención, ni

como obras de arte ni como monumentos históricos. El que lleva el nombre de

Boabdil, por ejemplo, representa a un hombre tan rubio que quien lo contempla se

ve obligado a dudar si realmente es un retrato del último de los reyes moros.

146 ]

La Silla del Moro

Subiendo por el curioso y pintoresco jardín, admiramos la vista desde la casa

de verano o mirador y nos vemos tentados a subir aún más alto para obtener una

vista aún más extensa. El cerro que se llama la “Silla del Moro” dicen que era el

lugar en el que se encontraba un palacio (los Alijares) que era insignificante si se

compara con el de la Alhambra y que estaba rodeado por espléndidos jardines y

suntuosas villas. Estando como estábamos en lo alto de una colina desierta, sin el

más mínimo vestigio de su magnífico esplendor, estas cosas eran difíciles de creer

y como si estuviera en consonancia con sus recuerdos, soplaba en la cumbre un

desagradable vendaval. Sin embargo, la vista era magnífica y la gran llanura, llena

de color y vegetación, se extendía bajo nuestros pies rodeada por su corona de le-

janas montañas. Es un paisaje que hechiza y cuanto más contemplaba la Vega más

admiraba su brillante extensión.

Después de disfrutar de la vista durante un rato volvimos a la ciudad bajando

por la muralla norte de la Alhambra e intentamos dibujar un paño de muralla que

encontramos en nuestro camino. Como hemos dicho antes uno de sus mayores

encantos es la diversidad de su belleza, la maravillosa armonía como de cuento de

hadas del interior y el tosco pintoresquismo de sus murallas exteriores. Ningún cas-

tillo de la época de los Plantagenet ha tenido unas murallas más toscas y lisas, unas

líneas más irregulares o una mampostería más simple. Los tonos de muchos siglos

ahora le dan un encanto y un interés que no se deben a su arquitecto y las ocres

y rojizas murallas, manchadas y agrietadas por el tiempo y la guerra, se elevan de

forma pintoresca entre los jardines y los árboles que las rodean.

Volvimos al hotel a cenar y después, una vez más, con uno de mis acompa-

ñantes, estuve dando una vuelta por los muros del palacio a la luz del anochecer.

[ 147

Tuvimos mucha suerte de encontrar una de las puertas abiertas y de persuadir a

los hombres que estaban de guardia para que nos permitieran entrar durante unos

cuantos minutos. No fue más que una visita muy corta pero nos produjo una sen-

sación de alivio que nos permitieran estar allí solos, en lugar de que nos hicieran

el recorrido de todas las salas con un variado grupo de turistas de distintas nacio-

nalidades, cuyas observaciones no siempre armonizan con nuestros propios sen-

timientos. Nos asomamos a algunos de los patios y salas y exploramos el extraño

palacio de Carlos V que parece que cuanto más se le mira más feo se ve. Es muy

curioso y distinto a cualquier otro edificio proyectado para ser una residencia que

yo hubiera visto hasta entonces. Podemos hablar de él como “pensado como resi-

dencia” ya que nunca fue utilizado y nunca fue terminado y permanece como un

monumento del mal gusto y del insensible triunfo. Es un cuadrado de 220 pies, tres

de cuyos lados presentan elementos decorativos complicados de un estilo clásico

decadente. Sin embargo el interior es la parte más curiosa del edificio ya que está

construido con la forma de un patio circular que debió ser proyectado con vistas a

la celebración de corridas de toros, torneos o quizás, autos de fe, y ciertamente no

con la idea de incrementar o la comodidad o el lujo del palacio, ya que su forma hu-

biera echado a perder cualquier habitación adyacente. Cualquiera siente bastante

satisfacción al pensar que nunca fue terminado; pero ¡Oh! mejor si no se hubiese

comenzado nunca y si en lugar de eso pudiésemos caminar sin rumbo por las salas

de invierno del palacio árabe que fueron destruidas ¡para hacerle sitio a esto!

No se puede evitar preguntarse si a aquellos que han dejado de existir sobre la

tierra se les permite conocer las críticas de la posteridad a sus obras. A menudo esto

sería suficiente castigo. ¿Como podría sentirse “el más católico de los reyes” por

ejemplo, si supiera que el palacio que había proyectado con imperturbable orgullo

y triunfo, como monumento conmemorativo de la conquista de los moros infieles,

ahora estaba condenado por todos los europeos cultos como la obra de un hombre

sin gusto, que ni siquiera pudo apreciar debidamente la belleza que el tuvo el poder

de destruir, pero que no tuvo el genio de rivalizar?

148 ]

Aspectos negativos de la Alhambra: los turistas

Lunes, 13 de mayo.– A las siete volvimos a la Alhambra otra vez y para evitar que

nuestros lectores piensen que somos víctimas de nuestro entusiasmo y que estamos

delirantes ante el romanticismo árabe, vamos a confesar algunos de los inconve-

nientes que hacían que nuestro gozo fuese incompleto. Muchos refranes dicen y el

proverbio nos enseña que hay un gusano en cada capullo, una gota amarga en cada

copa y por supuesto, con todo lo bella que es Granada, siendo como es un paraíso

terrenal, hay algo que se echa de menos y algo por lo que protestar.

Hemos insinuado que sus ángeles custodios –dicho sea de paso custodios ex-

tremadamente indolentes– bien podrían acortar la duración de su tiempo de ocio

y permitir que las puertas estuviesen abiertas con más frecuencia, aunque esa no

es nuestra única queja. La severidad de los ángeles guardianes quizás lo único que

consigue es que humildemente se ansíe poder entrar en el Jardín del Edén. Pero

además ¡hay turistas! ¡esos odiosos turistas! Ingleses, franceses, alemanes, rusos,

americanos –tanto de América del norte como del sur– que ahora infestan cada

rincón de la pintoresca Europa.

El que seamos también turistas, despreciados, odiados y evitados por otros, es

un hecho del que ningún viajero es plenamente consciente. Una vez escuchamos

decir “¡La gente agradable debe viajar por la noche!” Sabemos que van al extranjero,

pero a los que nos encontramos “no son agradables”. El que haya menos turistas

en España que en ninguna otra parte es uno de los grandes encantos de viajar

allí. Pero algunos visitan Granada y te ves en la obligación de hacer la visita a la

Alhambra en su compañía. Pero ahora éramos lo suficientemente bien conocidos

en el palacio como para que los guardas confiaran un poco en nosotros y aunque

nos miraban disimuladamente, comenzaron a hacernos justicia y a no sospechar

[ 14�

que pudiésemos causar algún daño al edificio. Ellos no nos han encontrado inten-

tando inmortalizarnos garabateando nuestros ilustres nombres en las columnas de

alabastro o aumentando nuestras colecciones en casa arrancando las orejas de los

leones que rodean la fuente o trozos de arabescos de los muros. Así pues, aunque

probablemente nos consideren como lunáticos, parece que habían llegado a la

conclusión de que éramos inofensivos y comenzaron a tranquilizarse un poco con

respecto a nuestro grupo.

Los patios estaban preciosos con la luz de la mañana y sentíamos un profundo

deseo de llevarnos –no una reliquia o un fragmento, ¡Oh, ángeles custodios! sino un

dibujo del Salón de Embajadores. Nos insinuaron que podíamos hacerlo mientras

que los “turistas” iban de un lado a otro y nos quedamos atrás rezagados durante

un rato hasta que dejamos que nuestros enemigos continuaran hacia adelante. Sa-

camos nuestros cuadernos de dibujo y nuestros lápices y justo cuando comenzá-

bamos a darnos cuenta más que nunca –en nuestro vano intento de copiarla– de

la maravillosa complejidad e ingeniosidad de la decoración, volvieron a aparecer

los “turistas” protestando completamente indignados. Recordamos que hablaban

alemán e inglés, pero aparte de esto olvidamos a nuestros enemigos personalmente,

aunque no olvidamos el daño que nos causaron. Les parecía un agravio que se fiaran

de nosotros y nos permitieran quedarnos rezagados –no que a ellos les obligaran a

seguir avanzando, y como la Alhambra difícilmente podría ser dibujada en medio de

una encarnizada discusión, nos vimos obligados a llevarnos sólo un torpe esbozo

de un magnífico arco doble con sus esbeltas columnas de mármol enmarcando

una bonita vista de espléndidas nubes matutinas, lejanas montañas y la pintoresca

ciudad. El episodio no nos hizo tener mejores pensamientos hacia nuestros compa-

ñeros turistas y tampoco nos hizo disfrutar su compañía durante el resto de la visita

y por primera vez no lamentamos demasiado abandonar el palacio.

Después de volver a casa para desayunar, ya que llevábamos el suficiente tiempo

en España como para habernos acostumbrado a las costumbres nacionales, y no luchar

ya por conseguir un desayuno inglés antes de comenzar por la mañana temprano, nos

fuimos otra vez con dirección a la catedral y a las tumbas de los Reyes. […]

150 ]

Último día en Granada

Martes, 14 de mayo.– Fue con un sentimiento de gran pesar que nos dimos

cuenta de que este era nuestro último día en Granada. Hasta este momento, al dejar

otros lugares interesantes habíamos sentido que aún nos quedaba mucho ante no-

sotros; pero ahora, nuestros pasos tenían que dirigirse hacia el norte y nuestro viaje

estaba rápidamente llegando a su fin.

Siempre es triste dejar un lugar que te ha interesado profundamente sin ninguna

expectativa de volver a visitarlo. Durante unas cuantas horas más la pintoresca

ciudad y el palacio iban a ser realidades para nosotros y para el resto de nuestras

vidas probablemente nunca dejarían de ser otra cosa que felices recuerdos. Apro-

vechamos el día al máximo –dibujamos las murallas de la Alhambra muy temprano

con la luz de la mañana y luego le hicimos una visita de adiós al interior. Por fortuna

no había tantos “turistas” como en los días anteriores que nos crisparan los nervios

y nos coartaran la libertad y pudimos disfrutarla más. Fuimos lo suficientemente

locos como para intentar por comparación decidir qué salas o patios eran los más

bonitos y nos dimos cuenta de que era extremadamente difícil tomar cualquier

decisión, pero observamos que habíamos vuelto a pasear con más frecuencia a la

maravillosa Sala de Lindaraja que se abre a la de “Dos Hermanas” y desde cuyo

magnífico ajimez se obtiene una bonita vista de las toscas y viejas torres, las mu-

rallas y la lejana Vega. Intentamos plasmar las bellezas del lugar en nuestra memoria

y luego pensamos que los detalles de lo que nos había impresionado tanto jamás

podrían borrarse de nuestra mente. ¡Qué pena, esto no ha sido así! El tiempo ha

desdibujado muchas de las líneas de las imágenes de la memoria y las descripciones

que nosotros ahora podemos ofrecer carecen de la belleza de la realidad. Si cuando

finalicen estos lamentables problemas de España, Granada todavía sigue en pie,

dejemos a nuestros lectores ir allí por ellos mismos. Lo único que tememos es que

[ 151

cuando vuelvan nos culpen por haber mencionado sólo la mitad de las bellezas y la

mitad de las connotaciones de esta, la más pintoresca de todas las ciudades.

Pensamos que no podíamos hacer nada mejor que contemplar Granada por

última vez desde el mismo lugar en que lo hizo Boabdil, así que por la tarde, unos

a caballo y otros en carruaje, nos dirigimos hacia el Ultimo Suspiro del Moro, una

pequeña colina a unas siete millas de distancia, donde, dice la tradición, que lloró al

volverse por última vez cuando se dirigía a su eterno exilio.[…] Fuimos conscientes

de que la burla de su cruel madre: “¡Haces bien en llorar como una mujer por lo

que tu no has podido defender como un hombre!” fue una tortura completamente

innecesaria. ¿Qué no se habrá reprochado a sí mismo mientras la miraba por última

vez con los ojos llenos de lágrimas de amargo remordimiento?

También nosotros miramos por última vez, pero sin amargura, sólo con un gran

júbilo puesto que habíamos cargado nuestras memorias con “cosas bellas” que

serían para nosotros “una eterna alegría” de la que nada podría privarnos.¡Habíamos

contemplado Granada por última vez!

Puerta del Vino

153

Lady Elizabeth Herbert (1866)

Escritora de temas diversos, dedicó parte de su larga vida (1822-1911) a la filan-tropía. Lady Elizabeth Herbert fue hija del General Charles A’Court, miembro del Par-lamento y soldado. Su tío, quien posteriormente obtuvo el título de Lord Heytesbury fue Embajador Británico en St. Petesburgo. A la edad de veinticuatro años se casó con un joven y prometedor político Sidney Herbert, segundo hijo del Earl of Pembroke. Murió en 1861 poco después de haber sido nombrado Baron Herbert of Lea, dejando viuda, cuatro hijos y tres hijas. Desde el momento de su conversión al catolicismo Lady Herbert fue el centro y motor de infinidad de actos de caridad. Se dedicó a escribir, y entre sus obras se encuentran: Impressions of Spain in �866, “Cradle Lands” i.e. Egypt and Palestine (1867); “Wives and Mothers of the Oldem Time” (1871); “Wayside Tales” (1880). Aparte de estas obras hay varias historias, algunas de ellas autobiográficas y cierto número de Vidas, principalmente traducidas o resumidas de originales franceses. Lady Herbert fue una figura muy conocida en Roma a donde viajaba una vez al año hasta prácticamente el final de su larga vida.

Impressions of Spain presenta un tipo de descripción propio de un viaje rápido, es decir, enumera muy por encima todo lo que de interés encuentra en cualquiera de las ciudades por las que pasó.

Procedentes de Málaga llegaron a Granada con varias Hermanas de la caridad. Lady Herbert se limita a hacer una enumeración de lugares, hablando siempre en nombre del grupo. La obra apareció publicada en 1866 año en que fue escrita.

[ 155

El nuevo hotel Alhambra

En suma, era imposible imaginar un viaje más desagradable y fue entonces con

gran alegría cuando se encontraron, después de dieciséis horas aprisionados, por fin

liberados y una vez más dispuestos a estirar las piernas en la Alameda de Granada.

Cansados, hambrientos, sucios y helados de frío, un nuevo disgusto les aguardaba

aquí. Todos los hoteles estaban llenos (sus cartas reservando habitaciones se habían

extraviado) y sólo se pudo encontrar una diminuta habitación en la que pudieran

refugiarse y rasparse el barro de sus ropas y cabellos. Uno de los del grupo se di-

rigió a la catedral; el resto mantuvo un consejo de guerra y finalmente decidieron

probar suerte en el nuevo hotel ‘Alhambra’ en las afueras de la ciudad, donde se

iba a coger alojamiento ya que lo frío y húmedo de la estación había disuadido a los

visitantes usuales de solicitar esta residencia puramente veraniega.

Tuvieron muchas razones para alegrarse por esta decisión porque, aunque el

frío era intenso, aun había nieve incluso en las colinas de alrededor, y la casa no

tuviera ningún tipo de chimeneas o estufas, la limpieza y la comodidad compensó

con creces este inconveniente, sin mencionar la gran ventaja de estar cerca de la

Alhambra, punto de atracción para cualquiera de los viajeros que visita Granada. La

subida es muy pintoresca pero muy empinada. Después de dejar las calles horribles,

estrechas y mal pavimentadas, que dislocan casi todos los huesos cuando se intenta

pasar por ellas sobre ruedas, y después de pasar por la Sala de la Audiencia y otros

magníficos edificios públicos, se llega a una puerta en forma de arco que de repente

te lleva a una especie de jardín público. Está plantado con magníficos olmos ingleses

y tiene muchos paseos, fuentes y bancos, en los que las veredas y paseos a pesar de

sus grandes desniveles, se mantienen muy bonitos y cuidados gracias al trabajo de

los presos bajo la supervisión de un cuerpo de guardas, vestidos completamente a

156 ]

la andaluza. El hotel está situado en lo más alto de una colina mirando hacia la mag-

nífica cordillera de montañas nevadas a la derecha. A la izquierda, lo primero que

sorprende a la vista es la Torre de la Justicia. Sobre el arco de herradura exterior hay

una mano abierta tallada sobre cuyo significado la opinión de los entendidos está

dividida: algunos dicen que es un emblema del poder de Dios, otros un talismán

contra el mal de ojo. Sobre el arco interior hay una llave esculpida, que tipifica el

poder del Profeta sobre las puertas del cielo y el infierno. Una doble puerta protege

esta entrada que no puede atravesar ningún burro: en la hornacina hay una imagen

pequeña y muy bella de la Virgen y el Niño con marco y cristal. Pasando a través

de este arco se llega a una plaza abierta, en cuyo exterior se levantan dos torres;

una ha sido comprada por un inglés, que ha convertido la parte más baja en su

residencia. ¿Dónde no vamos a encontrar a nuestros paisanos que tienen el don de

la ubicuidad? 60.

La otra es la llamada Torre de la Vela, debido a que en esta torre vigía cuelga la

campana que avisa a los regantes de la Vega que se extiende por debajo. La vista

desde aquí es la cosa más encantadora que se pueda imaginar y alcanza a toda la

zona. Por debajo se asienta Granada con sus torres y sus ríos relucientes: el Darro

y el Genil. Más allá se extiende la magnífica y rica Vega (o llanura), sembrada de

cortijos y pueblecillos y rodeada por montañas nevadas, con la Sierra de Alhama a

un lado y el Desfiladero de Loja en el otro. Al bajar la torre y al llegar otra vez a la

plaza que hay debajo se ve enfrente un enorme palacio dórico en ruinas, un monu-

mento del mal gusto de Carlos V que hizo demoler una parte bastante extensa de la

60 Este encuentro inesperado le recordó a alguien de nuestro grupo una sorpresa similar, hace unos años, en las montañas del Tirol. Ella estaba cabalgando con su esposo cuando llegaron a un viejo castillo muy pintoresco, en la garganta de un desfiladero bastante apartado del camino. Al pararse a contemplarlo, y al abrir completamente una puerta que se encontraba medio abierta en lo que parecía ser la única zona habitable de las ruinas, se encontraron con un grupo de niños ingleses de caras mofletudas, sentados alrededor de una mesa, con sus delantales blancos, tomando una innegable merienda inglesa. Y les dijo la nurse que el actual dueño de este castillo austriaco era un comerciante londinense, que se traía a sus niños año tras año a pasar el verano. Un plan de lo más acertado, como se podía comprobar por las brillantes miradas de estos saludables niños.

[ 157

construcción árabe para levantar su horrible edificio, que al igual que otras muchas

cosas en España, permanece sin terminar.

Al pasar a través de una puerta baja a la derecha, nuestros viajeros se quedaron

completamente deslumbrados por la belleza que de repente irrumpió ante ellos.

Es imposible imaginar algo más exquisito que la Alhambra, de la cual no hay

dibujos, ni maquetas del palacio de cristal, ni incluso las descripciones poéticas

de Washington Irving, que puedan darle a uno la más leve idea. ‘J’essaie en vain

de penser: je ne peux que sentir!’61 exclamó la autora de Les Lettres d’Espagne62 al

entrar; pero el pensamiento predominante es el de pena por los árabes, cuya di-

nastía produjo tales maravillas de belleza y arte. Al entrar por el patio de la Alberca

y visitando primero la Galería de los Susurros63, se pasa a través del Salón de Emba-

jadores y el patio de los Leones, desde donde se llega a la Sala de Abencerrajes y a

la de la Justicia con sus dos curiosos monumentos y su maravilloso tejado calado, y

luego se llega a la joya del conjunto, las zonas privadas de los reyes árabes, con el

apartado dormitorio del rey y la reina, el tocador y las bellas ventanas con celosías

que se abren al maravilloso jardincillo de Lindaraja (las violetas y las flores del na-

ranjo que perfumaban el aire) y los exquisitos baños por abajo64.

61 ¡Intenté pensar, pero lo único que pude fue sentir!

62 Nos inclinamos a pensar que Lady Herbert hace referencia a la obra de Marie-Catherine d’Aulnoy (1650-1705) Relation du voyage d’Espagne, del que hubo numerosas ediciones, así como traduccio-nes inglesas, que se reeditaron hasta 10 veces (ver: Fouché Delbosc, R.:Bibliographie des Voyages en Espagne et en Portugal. Revue Hispanique, Tomo LXXXI. Paris, 1933.

63 Se refiere a la Sala de los Secretos.

64 Pocos han descrito este encantador palacio tan bien como la dama francesa que acabamos de mencionar. Ella dice, hablando del sentimiento que le provoca: “Yo preferiría mejor ser triturada en las fauces de estos hermosos monstruos, que tienen las narices como el nudo de una corbata, llamados leones por la gracia de Mahoma, que hablarte de la Alhambra, ya que esta descripción es tan difícil. Las murallas no son más que delicadas blondas. Las más atrevidas estalactitas no pueden dar una idea de cúpulas. Todo es una maravilla, un trabajo de abejas o de hadas. Las esculturas son de una delicadeza maravillosa, de un gusto perfecto, de una riqueza que os hizo soñar en todo aquello que antaño os describían los cuentos de hadas, a la feliz edad en la que la imaginación tiene alas de oro. ¡Qué pena! la mía ya no tiene alas, es de plomo. Los árabes no empleaban más que cuatro colores: Azul, rojo, negro y dorado. Esta riqueza, estas vivas tonalidades aún se pueden ver por todos lados. En fin, amigo mío, esto no es en absoluto un palacio; es la ciudad de un mago.

158 ]

La Alhambra, un lugar para soñar

Es algo en lo que soñar y supera todas las expectativas. Una y otra vez volvían

nuestros viajeros y siempre encontraban algún bello lugar desconocido. El gober-

nador vive en una esquina modernizada del edificio no lejos de la mezquita, que

ha sufrido el mal gusto de los expoliadores cristianos. No se puede decir que él

sea una buena muestra de la cortesía española ya que, a pesar de las cartas de

presentación de los más altos cargos, tuvimos gran dificultad para que a nuestro

grupo se le permitiera ver algo más, aparte de las zonas del edificio abiertas al pú-

blico en general. Al final, de todos modos, accedió a buscar las llaves de la Torre

de las Infantas, en una época residencia de las princesas cuyo trágico destino fue

recogido con tan buen criterio por Washington Irving. Se trata de una bella jaulita

que se asoma al barranco con su magnífico acueducto por debajo, y que está profu-

samente adornada con delicados ornamentos árabes en el techo y en los muros. A

continuación, cruzando un jardín llegaron a la puerta por la que Boabdil abandonó

su palacio la última vez y que luego fue tapiada cumpliendo su especial deseo. La

torre en esta esquina fue minada y destruida por los franceses. Nuestro grupo des-

cendió luego a una pequeña mezquita magníficamente restaurada adquirida hace

poco por el Coronel...

Esto completaba el circuito de la Alhambra que se encuentra rodeada con mu-

rallas y torres de ese profundo tono rojizo que se destaca tan magníficamente en

contraste con el cielo azul intenso, pero la mayor parte fue destruida implacable-

mente por Sebastiani, en la época en la que ocupó Granada.

La restauración de este palacio sin igual ha sido llevada a cabo por la actual reina

que la ha puesto en manos de un artista de primer orden llamado Contreras. Esta

confianza ha sido bien otorgada ya que es imposible contemplar un trabajo mejor

[ 15�

realizado y de una forma más perfecta, siendo muy difícil distinguir entre las partes

antiguas y las nuevas. Si él está disponible para completarla, las generaciones fu-

turas verán la Alhambra restaurada de forma muy parecida a su prístina belleza. Este

caballero hace exquisitos modelos de distintas partes del edificio, hechos a escala,

que son las miniaturas facsímiles más perfectas posibles de las diferentes zonas de

este maravilloso palacio y un momento muy agradable de la visita. Nuestros viajeros

compraron varias y sólo lamentamos que no hubiesen escogido algunas del mismo

tamaño ya que podrían haber hecho un bonito panel para una vitrina o biombo.

Patio de los Leones

161

Matilda Betham-Edwards (1866)

Autora de la obra Through Spain to the Sahara, publicada en Londres en 1868, Ma-tilda Betham-Edwards (1836-1919) es también autora de A winter with the Swallows in Algeria Lóndres 1867, obra que obtuvo elogiosas críticas.

Hija de Edward Edwards y Barbara, [de soltera Betham], Matilda nació en Wester-field (Suffolk). Cuando era joven pasó bastante tiempo en Francia ya que su madre era medio francesa. Matilda Betham-Edwards le puso guión a su apellido para incluir el nombre de soltera de su madre. Fue una escritora en activo durante sesenta y dos años, publicando docenas de novelas, libros infantiles y libros sobre Francia. Después de la muerte de su padre en 1864, se trasladó a Londres y llegó a ser una figura importante en el panorama literario londinense, contándose entre sus amigos a George Eliot, Coventry Patmore y Sarah Grand, pseudónimo de Mrs. Elizabeth McFall [de soltera Clarke], con quien mantuvo una activa correspondencia.

Betham-Edwards visitó Francia por primera vez en 1875 y durante cuarenta años después de esta visita publicó diversos trabajos sobre las simpatías políticas, condiciones económicas y características regionales de prácticamente todas y cada una de las distintas regiones francesas. En 1891 Francia le concedió el título de Officier de l’Instruction Pub-lique de France.

El viaje que relata en Through Spain to the Sahara lo realizó junto a una compañera. Salieron de Tours a mediados de noviembre de 1866 y cruzaron España de norte a sur alternando diligencias y trenes, de hecho ellas viajan desde Granada a Loja inaugurando el tren que iba a cubrir este trayecto.

Cuesta de los Chinos

[ 163

Invierno en la Alhambra

Por fin llegamos a Granada. A primera vista nos sentimos bastante desilusio-

nadas con el aspecto de la ciudad; y de hecho, vimos como Córdoba y Toledo eran

infinitamente más impresionantes cuando uno se acerca por la carretera usual pero

posteriormente, nuestras ideas preconcebidas se cumplieron mil veces. […]

Nunca ha habido un hotel con una situación más deliciosa que la del hotel Ortiz,

el cual nos habían recomendado.

El hotel Ortiz se encuentra en los jardines de la Alhambra. Las ventanas dejaban

entrar el dorado sol y desde ellas se podían ver los paseos de olmos brillantes

tonos amarillentos y vistas panorámicas de la llanura y la montaña. La Alhambra

está bastante cerca. Desde aquí alcanzas a ver las almenas, fantásticas en cuanto

al color y a las líneas, allí puedes ver una torre. El aire es ligero, cálido y agradable.

Todos tienen una sonrisa afable y aspecto de ser personas activas y van por todos

lados cantando. ¡Las habitaciones tienen mucho sol y unas vistas muy bonitas y la

Alhambra está al lado! Parece demasiado bueno para ser verdad.

Después de un baño y de tomar un te excelente acompañado por pan con

mantequilla, la primera que habíamos probado en España y, después de un corto

descanso, nosotras preguntamos por el Señor Bensakén.

El Señor Bensakén estaba en la casa y esperaría a las Señoras ahora mismo,

fue la respuesta. Después de esperar una hora, volvimos a preguntar por el Señor

Bensaken. “¿No ha venido?” fue la respuesta con tono de sorpresa. “Nosotros se lo

enviamos ya hace bastante tiempo”. Pero Bensakén no apareció y como la tarde se

estaba echando encima, abandonamos la idea de visitar la Alhambra ese día y en

lugar de eso nos dirigimos a pasear por los jardines.

164 ]

Debo decir que no hay una época mejor que el otoño para disfrutar de estas

maravillosas avenidas de elevados olmos, de estas paratas y de los cantarines arro-

yuelos. La melancolía de la estación armoniza con la melancolía de este lugar; y las

puestas de sol le confieren una solemnidad teñida de rojo sangre como la de un

campo de batalla sobre la espléndida llanura de la Vega.

El gran encanto de los jardines de la Alhambra es el constante murmullo y el bor-

boteo del agua. Nunca dejas de ver o de escuchar el murmullo y el salpicar de nieve

fundida que surge como por encanto desde los helados confines de Sierra Nevada

y tanto las vistas como los sonidos te van hechizando progresivamente como una

dulce melodía. Los lechos de flores, tan bellamente conservados antes, ahora se en-

cuentran en un lamentable estado de abandono pero los setos de arrayán y violetas

están muy bonitos en este estado de abandono y los naranjos y limoneros están

cargados de azahar y de frutos como en el pasado. Nos quedamos hasta después

de la puesta de sol, cuando las viejas torres y el amarillento bosque de olmos se

encendían adoptando las tonalidades del brillante cobre y la llanura que se extendía

por debajo estaba salpicada de profundas sombras negras, púrpura y doradas. Más

allá se elevaban las montañas de Sierra Nevada azules y grisáceas, sus cimas res-

plandeciendo con el plateado brillo de las nieves perpetuas en un cinturón de un

sonrosado cielo. Fue un espectáculo mágico.

Cuando volvimos a nuestro hotel, fuimos informadas de que Bensakén nos estaba

esperando en el comedor o salle à manger; ¡cual no sería nuestra sorpresa al darnos

cuenta de que Bensakén, el famoso guía y nuestro viejo amigo el de la capa raída

eran una misma persona!

“¡Anda! señor Bensakén”, dijimos, “usted debería haberse presentado al prin-

cipio” “No teníamos idea de que era usted, de lo contrario le habríamos contratado

como guía en aquel mismo instante”.

El anciano estaba evidentemente bastante ofendido con nosotras.

[ 165

“Señora”, dijo, “no tengo costumbre de imponerme donde no se me requiere

y ustedes prefirieron emplear un chico español. Corriente! ustedes hicieron lo que

quisieron”.

“Pero”, recalcamos, “¿Cómo íbamos a saber que usted era el Señor Bensakén?

¿Por qué no nos dio usted su tarjeta? Nosotras hemos venido a Granada con la

intención de no emplear a ningún otro guía salvo a Bensakén. Nosotras enviamos

a buscarle esta tarde, y usted no vino”. Es evidente que él se quedó fuera por estar

enfadado y se nos estaba haciendo muy difícil curar la herida de la que no nos sen-

tíamos en absoluto culpables. Al final, impacientándonos un poco, dijimos en un

tono de acritud: “Señor Bensakén este error ha ocurrido realmente por su propia es-

tupidez y no ha sido por ninguna falta nuestra. Si usted desea actuar como nuestro

guía, nosotras estaríamos deseosas de contratarle y dejar que termine este asunto.

El tema se dio por zanjado y el Señor Bensakén se convirtió en nuestro cicerone.

El es muy mayor, estirado, de apariencia aristocrática y muy entretenido cuando

le da por ahí; lleno de historias de los hombres importantes que ha conocido,

Longfellow, Irving y otros. Su inglés es maravillosamente elegante y también habla

varias lenguas europeas aparte de árabe. Pero los viajeros que deseen asegurarse

sus servicios deben apresurarse en llegar a Granada ya que se encuentra en las

últimas y tose de una forma terrible.

Como al día siguiente era domingo, la Alhambra no estaba abierta y nos diri-

gimos a ver la Catedral y el convento de la Cartuja. […]

166 ]

La Alhambra: un cuento de hadas

El hotel era como un pequeño paraíso lleno de amabilidad y comodidad. Desde

cada una de las ventanas había extensas vistas de las murallas de la Alhambra y del

jardín. A excepción de nosotras había muy pocos visitantes de modo que la salle à

manger era casi para nosotras solas y las personas eran tan agradables y siempre tan

preocupadas por nuestra comodidad que hubiésemos deseado quedarnos todo un

mes.

Aunque ya estábamos en diciembre el tiempo era perfecto, templado, soleado

y agradable. Estábamos contentas de tener una pequeña chimenea encendida por

las noches, podíamos estar deambulando de arriba a abajo durante todo el día sin

ponernos los sombreros. En el jardín florecían las rosas y los geranios y a donde

quiera que fuésemos paseando, muchachos como los de Murillo nos iban ofre-

ciendo ramitos de violetas. […]

No hay ningún lugar en el mundo como la Alhambra, tan elegante, tan perfecto,

tan triste. No hay palabras que puedan describirla y tampoco lápiz que pueda di-

bujarla; permanece apartada en el corazón y en la imaginación como una segunda

e incluso aún más dorada juventud que hubiéramos podido disfrutar durante un

breve espacio de tiempo que nos hizo felices y que después se extinguió.

Los jardines están bordeados por violetas y arrayán y les dan sombra naranjos

y limoneros. Los suelos de mármol, las fuentes secas, las esbeltas columnas de

alabastro, los espléndidos techos, los muros cubiertos por delicados arabescos y

versos, los ventilados patios, los soleados estanques, los lujosos baños, el silencio

y la desolación que ha caído sobre todo esto, es de hecho indescriptible y nos he-

chiza como la armonía del más musical de los poemas.

[ 167

Es un cuento de hadas para los hombres y las mujeres de todos los países y reli-

giones, la belleza hecha realidad –la más inconcebible y la más embriagadora–, una

personificación dulce y sutil del pensamiento y el arte oriental. La Alhambra está en

general en un estado tan ruinoso aunque en partes tan perfecto, tan desnuda en

algunos sitios y tan llena de color en otros, tan desolada aunque tan embrujada por

las voces que creo que a lo que más se parece es a las bellas joyas antiguas. Algunas

de las joyas se han desprendido, el oro se ha ennegrecido, el broche está roto, la

corona se ha torcido, pero mírala durante un rato y todo aparece como fue una vez.

Perlas y amatistas, esmeralda y ópalo, resplandecen en alguna bella garganta, un

broche dorado rodea un brazo níveo y bien torneado y brilla una corona en alguna

dorada cabeza, ¿quién sabe si de una diosa, quién sabe si de una mujer? No se ha

perdido nada ni tampoco se ha cambiado ni ha muerto.

No sabemos que admirar más en este pequeño pero exquisito reino mágico.

Como niñas en una feria que hacen palmas mientras ríen de alegría cada vez que

contemplan un nuevo juguete, gritando, ¡este es mejor! ¡no, éste! ¡no, éste! íbamos

pasando de un patio a otro, de una sala a otra, declarando que uno rivalizaba con

el otro mientras seguíamos hacia adelante. Durante un momento yo mantuve que

el patio de Lindaraja se llevaba la palma, en otro momento que era el de la Alberca,

pero cada uno es tan perfecto a su modo que es casi imposible tener preferencia

por alguno en particular. La vista de la Alberca es muy bonita en un día soleado. La

primera vez que lo vimos fue cuando el sol jugaba en el agua y los reflejos con los

colores del arco iris en las delicadas columnas de alabastro era mágico. Pero todo

es mágico, el patio de los Leones, los Baños, el Salón de Embajadores, la Mezquita,

la Sala de dos Hermanas; y podríamos llorar ante el deterioro que las está destru-

yendo.

Lo que nunca deja de sorprender es la riqueza y la delicadeza, casi se podría

decir, femeninamente acabada y elaborada de cada una de las partes. Los muros

están cubiertos por cerámicas vidriadas y coloreadas y por arabescos; los techos

168 ]

son o de madera de pino incrustada o de madera de cedro, y están ahuecados

al estilo de las estalactitas de las cuevas; los suelos son de mármol blanco puli-

mentado, las columnas de forma de palma, de alabastro y hay fuentes por todos

lados. No hay nada que añadir ni nada que quitar en este palacio de Aladino y,

cuando vas aprendiendo a comprender el lugar, comienzas a amarlo y a maravi-

llarte ante él cada vez más. Pero si hoy es un Palacio de Aladino, cómo debe haber

sido cuando de las fuentes brotaban caños de perlas bajo el sol, cuando todos los

patios estaban perfumados por el arrayán, por la adelfa y por el azahar. Cuando los

resplandecientes suelos blancos estuvieran parcialmente cubiertos por maravillosas

alfombras, cuando las delicadas columnas estuvieran cubiertas de oro y las caladas

cúpulas resplandecieran llenas de color naranja, púrpura y rojo. Cuando el califa

administrara justicia rodeado por sus cortesanos, un segundo Salomón con más es-

plendor que el de Salomón; cuando el patio de la Alberca resonaba con las alegres

voces de las doncellas árabes que se bañaban y jugaban y se contaban historias

de amor las unas a las otras durante todo el día. Como debió haber sido entonces

realmente, cuando cada una de las salas tenía el eco de voces y resplandecía con

los ricos atuendos orientales. Sólo los poetas y los cronistas de la época pueden

decirlo ya que sus nombres se cuentan por cientos, puesto que nunca el sol del

mecenazgo brilló con más resplandor que bajo la dinastía de los Omeyas, y las

glorias y los desastres de la bella Granada se convirtieron en un tema favorito tanto

de poetas como de poetisas.

La Alhambra no puede comprenderse en un día. A primera vista tienes motivos

para sentirte desilusionada. Los patios son más pequeños de lo que pensabas, o

parece que están sobrecargados de ornamentación, o les falta anchura aquí y altura

allí, pero esto son sólo las críticas de la ignorancia. Como el hermoso y caprichoso

niño que te pone a prueba y te martiriza en un momento y al instante es todo

dulzura y buenos modales y sólo necesita caricias, la Alhambra debe ser aceptada

tal y como es. Cuando la has visto como la vimos nosotras, con la luz nacarada

del amanecer, bajo el ardiente sol del mediodía, con la oscuridad del crepúsculo,

[ 16�

en noches plateadas, saldrás con esa imagen, henchida de alegría que nace de la

belleza y agradeces la buena hora en que tus pasos te llevaron hasta Granada. Las

murallas exteriores y las torres son grandiosas, pero para disfrutar de su grandio-

sidad se debe evitar ver el Palacio de Carlos V, el hongo más inoportuno que jamás

creció entre las fragantes flores estivales.

170 ]

Puestas de sol desde la Alhambra

Nosotras habíamos llegado a Granada en la época de las puestas de sol y ¡qué

puestas de sol había! Entonces los largos paños de las irregulares murallas, normal-

mente de ese intenso color ocre con el que las cañerías manchan el mármol blanco,

se teñían con un tono completamente carmesí, los marchitos olmos resplandecían

con una sonrosada luz, todo parecía estar flotando en una dorada neblina. O si

dejábamos de mirar las murallas y volvíamos la cabeza hacia el oeste, contemplá-

bamos una extensa llanura color violeta, rodeada por una Sierra cuyas cumbres

estaban nevadas y tras de las cuales el sol se estaba poniendo con un indescriptible

esplendor de luz y color. Al instante, el resplandor había desaparecido; rosadas

nubes como pétalos de rosa estaban suspendidas en el cielo y desaparecían len-

tamente una a una y por último llegaba el crepúsculo azul grisáceo y miles de

enormes estrellas meridionales.

Uno se va arraigando tanto a este lugar, por todo lo que en ella hay de belleza,

belleza de arte, de ambiente, de todo, tanta que nadie desea dejarlo. Es decir, si una

fuera sólo puro intelecto nunca desearía marcharse de aquí, pero la parte material

de cualquier pobre ser humano y de cualquier protestante debe imaginarse el hecho

de morir en Granada como algo simplemente horrible. Nunca como aquí sentí tanta

aversión por la España católica y tanto respeto por la España musulmana. Los árabes

hicieron Granada el paraíso que encontramos que es, y fue un momento fatídico para

el mundo civilizado cuando su ilustrado gobierno llegó a su fin. Todo lo que Granada

tiene de bueno es árabe; en lugar de las artes, la filosofía, la tolerancia, la caridad y la

riqueza, llegaron la ignorancia, la Inquisición, la superstición, la miseria y la pobreza.

Pero olvidemos todas estas cosas y dediquemos nuestro tiempo y nuestros pen-

samientos a la Alhambra. Es bastante sorprendente que una creación tal ¿qué otro

[ 171

nombre podríamos utilizar al hablar de la Alhambra? haya sido obra del último pe-

ríodo de la gloria mahometana. Al igual que muchas flores, la última y la más bella

de un verano indio sólo alcanzaba todo su esplendor cuando el sol que la había

hecho florecer se estaba poniendo, y casi no había terminado de ir abriendo sus

pétalos uno a uno cuando las heladas y el viento los dañaban. Todo lo que podían

hacer el desprecio y la maldad, y debemos admitir también los terremotos, se hizo

para despojar al bellísimo palacio de los moros, y la única maravilla es que todo

permanece para mostrarnos su esplendor de antaño. La mezcla de belleza y deso-

lación por todos lados nos recuerda a Heidelberg, sólo que Heidelberg es menos

perfecta y menos melancólica ya que debido a su prosperidad, la civilización que la

había creado no se extinguió.

Las descripciones, ya sean poéticas o detalladas, fotografías o dibujos a la

acuarela, no pueden dar una idea completa de la Alhambra. Una sola visita de-

frauda las expectativas preconcebidas. Para conocerla y valorarla por lo que es,

debe ser vista una y otra vez y estudiada en profundidad. Apreciarla de acuerdo

con su valor real requiere un verdadero conocimiento del arte musulmán y estar de

acuerdo con sus profundos sentimientos religiosos.

“La arquitectura de los árabes”, dice Owen Jones, “es esencialmente religiosa y

es hija del Corán, como lo es de la Biblia la arquitectura gótica. Y el viajero siempre

debe mantener esta verdad en la memoria. De hecho, es imposible comprender

cualquiera de las sensacionales obras de los árabes sin haber leído el Corán, cuya

reverencia hacia él queda de manifiesto en los numerosos textos extraídos de él con

los que ellos adornaron sus muros. En la Alhambra estas escrituras sagradas se han

grabado de la manera más bella y elaborada; y lo que consideran los eruditos árabes

como una obra de amor, sin que se haya omitido una vocal o un signo de pun-

tuación. Cuando se escribe árabe normal las vocales se tratan como si fuesen mu-

172 ]

jeres y se mantienen fuera de la vista, pero al igual que el Corán que admite que las

mujeres entren en el Paraíso, así el arte admite que las letras estén a su servicio”65.

La vida oriental está tan llena de encantos, que gratifica tanto el corazón como

la imaginación encontrar en la arquitectura árabe una trascripción de ella. ¿Quién

puede dudar que las elegantes columnas estában inspiradas por la todavía aún

más elegante palmera, la ligera galería de columnas por la ventilada tienda, los

arabescos dorados y de otros colores por los tejidos de seda de Damasco? Y la

propia Alhambra, tan espléndida por dentro y con un exterior tan austero, guerrero

e inexpugnable, se podría considerar como una sintetización del Corán, que es al

mismo tiempo, religioso, guerrero, lujoso, sensual y estético.

Si desea estudiar el arte musulmán en detalle, coja en la mano uno de los bellos

trabajos de taracea, o techos de artesonado, o una loseta vidriada o azulejo. En

ambos casos la historia de la palabra es la historia del objeto. Artesonado significa

una artesa; algo que sin duda, en primer lugar sugiere la forma de estos techos; y

azulejo se deriva directamente del término árabe zuluja, una loseta esmaltada, y

azul que a su vez se deriva de luzmad, lapislázuli. La mayor parte de los nombres

que se utilizan para designar los colores en español se derivan de la misma fuente

en todas las artes, ya que, al igual que ocurre con el azulejo, o loseta coloreada, los

profesores de arte tienen que proporcionar el nombre. Ambos, tanto artesonado cu-

bierta como azulejo pavimento, son muy orientales y antiguos. En la Biblia leíamos

de casas “techadas con cedro y pintadas de bermellón” y de los “pavimentos de

zafiro”.

65 Creo que el único libro útil para todos, salvo para el estudioso que leerá a Gayangos, Pranzes y el magnífico trabajo de Owen Jones, es el Hand-book to the Alhambra, Crystal Palace de este último caballero al que me acabo de referir. Por supuesto, todos pueden llevar su Ford, pero en lo que a la Alhambra se refiere, el panfleto de Mr. Owen Jones es más explícito y exclusivo, y una vez que lo dominas, hace que la Alhambra resulte familiar y fácil de comprender. Nosotras lo llevábamos con tanto cariño como habíamos llevado el libro de Street acerca de las catedrales de Burgos y Toledo.

[ 173

No hay nada que se pueda equiparar al gusto y buen sentido, siempre un cri-

terio artístico infalible, que se exhiben tanto en estos triunfos de la forma, el color

y la adecuación. El mosaico, que siempre presenta unos diseños muy elegantes y

unos colores maravillosamente esmaltados, es frío, limpio y exactamente el tipo de

solería adecuada para el clima caluroso. Nunca se ha escatimado el trabajo tanto

de la mente como el manual, ya que dondequiera que existan unos buenos azu-

lejos es seguro que existe gran variedad tanto en color como en diseño. Pero es

principalmente en las cubiertas de artesonado donde los artistas árabes no tienen

rival. Aquí dan rienda suelta a su fantástica imaginación y la vista se hechiza ante las

maravillosas combinaciones de forma y color que no tienen rival salvo en su poesía,

igualmente rica e igualmente complicada. Un verso del Corán es tan florido y armo-

nioso para el oído del arabista, como deben serlo cada uno de sus diseños para el

ojo de cualquier artista, sin que tenga importancia la nación de la que proceda.

Pero la simplicidad del plano original es el aspecto más sorprendente a tener en

cuenta. El árabe era tan bueno en geometría como en el arte y utilizó su geometría

en el arte de una manera extraordinaria.

En el Generalife, el palacio de verano de los reyes de Granada, se pueden ver

algunos de los más bellos azulejos y techos. Hasta él se llega a través de un bonito

paseo y aquí, incluso en diciembre encontré los jardines llenos de rosas y otras flores

estivales en plena floración. Granada es de hecho un jardín de rosas y el Generalife

es la más ligera y ventilada de las casas de verano que jamás hayan construido los

árabes, amantes del frescor, los riachuelos y los arrayanes; nos recuerda:

“En Xanadú el Kubla Khan

decretó una majestuosa casa de reposo”

Pero, ¿por qué seguir hablando de Granada? Después de todo, las descripciones

son todas inútiles. ¡Vidi tantum! Habiendo visto la Alhambra, una parece haberlo

visto todo.

Torre de los Picos

175

Anónimo (1867)

A Winter Tour in Spain66 es la obra que escrita por el autor o autora de Dacia Singleton y Altogether Wrong, ofrece una de las descripciones de España más amenas, ingeniosas y útiles. Ninguna de las bibliografías consultadas67 indica si es hombre o mujer, si bien, me inclino a pensar que podría tratarse de una mujer68. En la introducción incluye una serie de normas para viajar por la Península, sobre todo para el que se dispone a realizar un viaje con niños pequeños, como era su caso. El viaje lo realizaron en 1867.

66 ANÓNIMO: A Winter Tour in Spain by the Author of Dacia Singleton, Altogether Wrong, etc. etc.. Tinsley Brothers. London. 1868. ix + 361. Este título puede confundir al investigador ya que hubo otra obra publicada en Londres en 1883. Se trata de MIDDLETON, W.C. A Winter Tour in Spain, autor también de A Collection of Letters Written Home during a Tour to and from Egypt, up to the Nile to first Cataract. London 1883.

67 Foulché-Delbosc Bibliographie des Voyages en Espagne et Portugal pág. 547; Farinelli Viajes por Es-paña y Portugal. Vol.III pág. 413; Paláu Manual del librero Hispano-Americano págs. 217 y 105. (En esta última aparece H. Pemberton como autor de A winter Tour in Spain) Sin embargo, tanto en el catálogo de la Bodleian Library como en el de la British Library, entre las obras de H. Pemberton, no aparece ninguna con este título.

Conocemos la existencia de un ejemplar de la obra A Winter Tour in Spain publicada en Londres por Tinsley Brothers en 1868 en el que la portada presenta el título...by the author of Dacia Singleton y Altogether Wrong y con una siguiente portada donde bajo el mismo título aparece el nombre de H. Pemberton con el mismo editor.

68 El único dato en el que se puede intuir, ni siquiera asegurar, que es una escritora, es cuando en la página 351 mientras estaban tratando de contratar un carruaje para las ocho personas del grupo que intentaban realizar el trayecto entre Barcelona y Perpignan expresa: El cochero dijo que “..la diligencia era espaciosa y en ella podrían viajar ocho y que la carretera era tan horrorosa en algunas zonas que posiblemente ninguna dama querría ir sentada fuera e ir viéndola. No íbamos a discutir esta tontería, dice, ya que no sabíamos nada de cómo era, aparte de decirle que nosotros estábamos seguros de que llegada la ocasión, teníamos bastante control de nuestros nervios”; de todos modos al ser un grupo es difícil saber si esto hace referencia a quien escribe o a alguna de las damas integrantes del mismo. Aunque, si al final resulta ser H. Pemberton el autor es seguro que se trata de un caballero.

Palacio de Carlos V (antes de su restauración)

[ 177

El bosque de la Alhambra

Por fin a las seis llegamos a Granada, pero antes de salir de la estación y atravesar

las calles de la ciudad había oscurecido ya tanto, que no pudimos ver nada por muy

ansiosos que estábamos de al menos poder echar un vistazo a la Alhambra.

Para la mayoría de los ingleses Sevilla y Granada son España –la primera con sus

riquezas en arte y el halo de romance que rodea su propio nombre; la segunda con

la Alhambra y gran cantidad de antigüedades a cada paso. Nos dirigimos hacia el

hotel Washington Irving dentro del bosque de la Alhambra. Es muy cómodo, está

magníficamente situado y tan limpio que podríamos imaginar que el propietario ha

crecido en Holanda. A la mañana siguiente estábamos encantados al mirar por la

ventana los jardines de alrededor. Una larga avenida abierta en el centro de la colina

y cuyas laderas a ambos lados están plantadas con 8.000 olmos que fueron enviados

por el duque en 1811 como regalo al gobierno español y que fueron plantados aquí.

Se plantaron demasiado cerca razón por la que han crecido raquíticos y de aspecto

enclenque. Durante la primavera las violetas perfuman perfectamente la atmósfera y

llenan de color estas colinas. A cada paso hay golfillos que te van metiendo ramilletes

bajo las narices que venden por un cuarto.

Granada se encuentra a 3.500 pies por encima del nivel del mar y la colina en

la que está la Alhambra está situada entre dos más. Alrededor de esta colina hay

murallas, con torres en varios puntos, formando todo el recinto en tiempo de los

moros una de sus más inexpugnables fortalezas. Se comenzó en 1248 y se terminó

en 1314; sus murallas son de un gran espesor aunque no son muy altas.

178 ]

Entrada a la Alhambra

La entrada principal es por una magnífica puerta formada por un arco de he-

rradura; sobre ella hay grabada una mano abierta. A esta puerta le sigue otro arco

de herradura de menores dimensiones sobre el cual hay grabada una llave; luego la

entrada continua a través de un pasadizo sinuoso hasta que sales al otro lado por

otro arco de las mismas características. Por esta puerta no se permite la entrada a

ningún animal cuadrúpedo ya que se ha levantado aquí una pequeña capilla y de

ese modo se evita que se pueda correr el riesgo de que se le ofrezca a la Virgen

algo indigno. Inmediatamente después a la derecha se encuentra la Torre del Vino.

Un bello arco doble, que solía ser la entrada, decorado con elementos que parecen

encaje con azulejos por encima. Ahora se entra por una puerta corriente que hay a

un lado. Esta torre es propiedad de Sir Granville Temple. Allá por el año 1849 se la

compró a la reina, a quien pertenece toda la Alhambra, y ahora ha alquilado la casa

a un fotógrafo francés. Hacia la izquierda están las ruinas de la vieja fortaleza y la

torre de la Vela, llamada de ese modo por la gran campana que aquí hay colgada y

que suena o mejor dicho, que emite un triste tañido cada noche para que la gente

sepa que se acerca la hora de regar sus campos. La misma campana se supone que

posee poderes bastante peculiares el día dos de enero ya que cualquier muchacha

que la toque tiene la certeza de asegurarse un buen marido durante el año que

acaba de comenzar. Cuanto más fuerte toque mejor será él, por lo tanto el ruido es

ensordecedor durante todo el día y no hay muchacha casadera que no acuda hasta

allí. La vista desde esta torre es grandiosa, como de hecho lo es desde cualquier

punto de estas alturas. Una tarde contemplamos una puesta de sol. Justo delante

de nosotros la magnífica Vega, la exuberante llanura de Granada, llena de huertos y

arboledas y en medio de ella pudimos ver, teñido por la luz del ocaso, el pueblo de

Santa Fe, que construyeron los Reyes Isabel y Fernando después de que se hubiese

[ 17�

destruido su campamento. También en este pueblo Cristóbal Colón organizó con

la Reina como iba a efectuar su viaje a América. Se había marchado con disgusto

y desesperado, con la determinación de conseguir para otro país lo que el suyo

propio había rehusado permitirle hacer, cuando la Reina Isabel la Católica, lo volvió

a llamar a su lado, y Occidente fue su recompensa. La vista nunca se cansa de

contemplar este panorama, pero los tonos rosados que aún vestían Sierra Nevada

se iban tornando rápidamente fríos y grises y nos volvimos a casa, no con alegría,

sino en silencio y pensativos. Hay algo en esos escenarios por los que nos veíamos

rodeados, todos ruinas del pasado, su decadente grandeza, los destrozos y deso-

lación, que están pensados para deprimir los espíritus más que para elevarlos.

180 ]

Los alrededores del Palacio

Con diferencia el edificio que por su aspecto destaca más de toda la Alhambra

es la estructura de un palacio, que ocupa el mismísimo centro de la colina y que

Carlos V comenzó en 1526. En 1633 alcanzó su estado actual y ha permanecido así

desde entonces. El interior nos hace pensar que fue construido para hacer corridas

de toros en el patio. Es muy bello y está rodeado por treinta y dos columnas de

mármol. Todas las fachadas son muy bonitas, pero obstruye y tapa tanto el palacio,

que es bastante difícil encontrar la entrada. Rodeando la parte derecha del palacio

de Carlos V llegamos a un conjunto de pequeñas casuchas que casi forman un

pueblecillo. Todas las rentas las cobra la reina puesto que la Alhambra es propiedad

privada de los soberanos reinantes. Así pues, ellos pueden alquilar o vender, pero

en el último caso el comprador tiene que pagar una contribución anual a la corona;

de hecho, esto hace a los propietarios arrendatarios a los que no se puede echar.

Siguiendo un poco más allá se encuentra todo lo que queda del una vez famoso

convento de los franciscanos y que ahora han convertido en pisos. La iglesia está

completamente desnuda y con los muros blanqueados. Donde estaba el altar mayor

hay un pequeño hueco rodeado por tracerías. Fue aquí donde permanecieron los

ataúdes con los cuerpos de Isabel y Fernando esperando la conclusión de las obras

de su actual tumba en la Catedral. Aquí también fueron depositados los restos del

Gran Capitán antes de ser llevados a San Jerónimo. En el patio las columnas son lo

único que se puede recomendar. Todo está en ruinas, todo rodeado por sórdida

miseria. El convento fue construido por moros conversos al igual que la mayoría de

los edificios importantes que se construyeron después de la conquista, algo que ha

contribuido a que la arquitectura árabe esté tan extendida, incluso después de que

su dinastía se extinguiera. Su magnífica mezquita fue completamente destruida y en

su lugar se levantó en 1581 la iglesia de Santa María detrás del palacio de Carlos V.

[ 181

En medio de una pequeña jungla se levanta una pequeña mezquita que fue com-

prada, junto con la casa de la moneda, por un coronel inglés, residente en Madrid

durante muchos años, quien, con un gran esfuerzo digno de elogio ha restaurado la

mezquita, y si hay alguien que nunca haya visto edificios árabes, debería entrar en

éste y contemplarlo con gran admiración; los muros y los arcos son los originales

y lo único que es nuevo es la decoración. En una habitación que hay más arriba se

conserva una losa de mármol con inscripciones árabes en las que se leen instruc-

ciones de como había que acuñar las monedas. Esta antes se encontraba en la casa

de la moneda, que el coronel [...] vendió al completo, incluso todos los materiales

de construcción; lo único que quedó sin vender fue esta losa y dos leones puesto

que eran demasiado pesados para que se los llevasen. Los dos leones solían estar a

ambos lados de un estanque frente a la casa de la moneda. Ahora se encuentran a

la entrada del jardín en el que está la mezquita.

El marqués de Zafra tiene una casa con muy buen aspecto cerca de esta. Si

seguimos derechos nos encontramos en la Torre de los Picos. Es la única torre que

queda prácticamente sin tocar; está como estaba en época de los moros; la ventana

es perfecta y muy bonita. Más allá estaban los establos de los reyes moros; están

tapiados para evitar que los gamberros y los mirones destruyan completamente lo

que queda de ellos. Ahora pasamos por la Puerta de Hierro que aún mantiene la

puerta y el cerrojo originales. Cerrojo que se echa todas las noches. Más allá está

la Torre del Candil, luego la Torre de las Cautivas, donde mantenían a las cautivas

cristianas; cerca está la Torre de las Infantas, donde una vez vivieron las princesas

moras, pero que cobra un nuevo interés después de haber leído el precioso cuento

de Washington Irving que trata de ésta. La última torre que hay es la Torre del

Agua. Sebastián [sic por Sebastiani] causó aquí tal destrozo que no quedan más que

unas cuantas ruinas. En este punto cruza el camino el acueducto que lleva el agua

desde el Mulhacén hasta el Generalife y desde aquí a la Alhambra y luego al Darro.

Boabdil excavó el barranco que bordea la Alhambra por este lado para separarla del

Generalife, puesto el le dio este palacio a su hijo. El muro de tierra resultante tiene

182 ]

todo el aspecto de un muro edificado, habiéndose formado en la superficie una

costra de salitre y magnesio que le da la apariencia de que fueran capas de mortero.

Aquí traen ganado para que lo lama consiguiendo no sólo que den mejor leche sino

que ésta sea mucho más abundante. Este inmenso muro se convierte en verano en

vivienda para todos los pobres que puedan encontrar alojamiento; se instalan en

las grandes aberturas que existen y que parecen madrigueras gigantes y allí viven

frescos y sin tener que pagar renta. Embutida en una de las esquinas de la Torre del

Homenaje hay una curiosa lápida colocada allí por los árabes. Se encontró entre

las ruinas de Ilíberis y en la inscripción se lee que estaba dedicada por Valerio a su

esposa Cornelia, el único nombre que pudimos leer.

[ 183

Visita al Palacio

El exterior del palacio de la Alhambra es tan simple y sencillo que el contraste

se hace diez veces más sorprendente con respecto a su bellísimo interior. La en-

trada, una mera puerta corriente, puesto que la original fue tapada por el inmenso

edificio levantado por Carlos V, nos lleva directamente hacia el maravilloso palacio

de los moros. Es imposible ofrecer una descripción completa de este maravilloso

cúmulo de exquisito trabajo. Nosotros somos completamente incapaces de hacerle

justicia, pero intentaremos un somero bosquejo. Su belleza no puede exagerarse

y con todo lo que habíamos oído de ella no sólo no estábamos desilusionados,

sino que encontramos que superaba todo lo que habíamos imaginado. Primero

entramos en el Patio de los Arrayanes o patio de los Mirtos. Recibe su nombre de

una gran superficie de agua en el centro rodeada por setos de arrayán. Ahora hay

peces en el agua pero anteriormente se utilizaba para bañarse. Está rodeada por

una galería exquisitamente realizada y en cada una de las esquinas hay recovecos

que se utilizaban como puestos de guardia para los eunucos que vigilaban mientras

se bañaban las damas. Los calados y techos en forma de panal de estos huecos

son muy bellos. Se encuentran en perfecto estado y en algunos lugares aún perma-

necen los colores originales. Este patio es de 150 pies de largo por 82 de ancho.

Saliendo hacia la derecha, se encuentra el famoso Patio de los Leones, llamado de

ese modo por los doce leones que sostienen la fuente de mármol del centro. El

frágil y delicado aspecto de este patio está fuera de toda descripción. Está rodeado

por galerías sostenidas por 144 columnas de mármol de esbelta apariencia. La orna-

mentación de calados de los muros, los adornos que cuelgan con forma de estalac-

titas con los que están formados los techos, con el intenso colorido aún perfecto en

algunos lugares, todo esto confiere al conjunto un aspecto de lugar encantado que

supera al de cualquier otro de los que hemos visto aquí. A la derecha se encuentra

184 ]

la Sala de los Abencerrajes, llamada de ese modo por la masacre de treinta y cinco

caballeros, quienes, de acuerdo con la tradición, fueron decapitados aquí por orden

de Boabdil, porque uno de estos abencerrajes se suponía que estaba enamorado

de su reina Zoraya. Como no estaba claro del todo quien fue el culpable, todos

fueron condenados a morir. Aquí nuestro guía Emmanuel Bensaken, el moro, como

le llaman, nos señaló unas grandes manchas en el mármol blanco, que se dice que

son la sangre de las víctimas de Boabdil. La Sala de la Justicia ocupa completamente

uno de los lados del Patio de los Leones. Los bellos peristilos árabes son tan ligeros

y de una apariencia tan frágil que difícilmente podemos entender el modo en el que

sostienen el peso de los arcos. Aquí hay algunas pinturas realizadas sobre cuero y

bastante extrañas ejecutadas por un esclavo cristiano. En un hueco hay un jarrón es-

pléndido; desafortunadamente se le ha roto y se le ha caído una de las asas. Boabdil

llenó este jarrón de oro obtenido de una de las minas que había en las cercanías

e intentó llevárselo cuando abandonó este palacio, pero como encontró joyas de

mayor valor y más fáciles de transportar, lo dejó y los españoles se beneficiaron de

su contenido. Hay varias lápidas pertenecientes a los reyes moros colocadas contra

los muros. Las galerías de arcos calados son muy bonitas; es difícil entender como

todo esto ha resistido el paso del tiempo, los terremotos y las guerras. Quizás haya

recibido más daño a manos de soldados violentos que incluso por las tremendas

sacudidas de los terremotos a los que ha sobrevivido.

Frente a la Sala de Abencerrajes se encuentra la Sala de Dos Hermanas, llamada

de ese modo por dos enormes losas de mármol blanco idénticas que hay en el suelo.

Es una sala muy bella, grande y majestuosa; la parte inferior de los muros está recu-

bierta de azulejos en los que se encuentran representados los blasones de los reyes

moros. Aparece con frecuencia el nombre de Abdallah. La parte superior está de-

corada con el más exquisito trabajo de estuco, con un aspecto que recuerda el más

bello y elaborado bordado. Este tipo de ornamentación se dice que fue inventado en

Damasco; se encuentra entremezclado con textos del Corán e inscripciones amo-

rosas. Los huecos en los muros son para divanes y otomanas. A la entrada a todos los

[ 185

aposentos hay pequeñas hornacinas para colocar las babuchas que solían quitarse

antes de entrar. En esta sala se encuentra la única ventana con “celosía” que queda

en el palacio. Se le llama de ese modo porque las damas podían mirar desde estas

ventanas sin ser vistas lo que ocurría abajo.

Bordeando el Patio de la Alberca, entramos por un magnífico arco de herradura

al Salón de Embajadores, una espléndida estancia, con ventanas abiertas en los

gruesos muros que se asoman al valle que hay por debajo. El techo es muy bello, es

de madera de cedro y los muros un conjunto de tracerías elaboradamente bellas.

Este salón se encuentra bajo la Torre de Comares, la parte más elevada de todo el

edificio. Fue aquí donde Boabdil estuvo encerrado con su madre, Aija-la-Horra por

orden de su padre Aben Hassan, quien, después de casarse por segunda vez, en

esta ocasión con una esclava cristiana llamada Zorayda, y de tener dos hijos con

ella, fue instigado por los celos que esta le tenía a Boabdil, su hijo primogénito,

consiguiendo que lo condenara a muerte y como primer paso fue encerrado aquí

junto a su madre; pero ella consiguió que éste escapara por la ventana dejándolo

caer en una cesta. La parte más perfecta del palacio de la Alhambra es la Sala del

Reposo. Ahora se llega a ella a través de un oscuro, angosto y largo pasadizo, y más

allá se encuentran los grandes baños de mármol utilizados por el rey, las sultanas y

los infantes. Esta zona ha sido completamente restaurada y se le ha dado un color

exquisitamente intenso. Hay un gran número de estancias, cada una más bella que

la anterior. Es un laberinto de salas maravillosas, apropiadas sólo para lo que eran,

la morada de las huríes. No se puede imaginar el tocador de la sultana, utilizado

por una vulgar mortal. En una esquina de este pabellón abierto a tres vientos hay

una gran losa de mármol blanco con agujeros. La reina se colocaba sobre ella y a

través de esta la perfumaban antes de presentarse al rey. Todo esto es lo que hacía

que este palacio fuese una morada perfecta. Ellos han desaparecido del mundo

occidental, de hecho, al deambular por estos mágicos aposentos, nosotros casi po-

dríamos invocar a algunas bellezas morenas e imaginarlas todavía como moradoras

ocupando aun este paraíso. A la luz de la luna, con las oscuras sombras que reflejan

186 ]

por todos lados y las columnas de mármol blanco, cada una incrementando el

efecto de la otra, podríamos fácilmente permanecer recreándonos en estos sueños;

y si los lejanos sones de la música alcanzan nuestro oído, algo que hoy día, con los

hoteles a tiro de piedra no es extraño que ocurra, podemos continuar con la falsa

ilusión e imaginar, el amor, la música y la poesía todavía constituyendo el único

pensamiento y ocupación de las lánguidas y alicaídas bellezas del harem.

Mantienen el palacio en perfecto orden y bastante protegido de cualquier

nuevo daño, tanto el que pueda estar causado por accidentes como el que pueda

estarlo por actos vandálicos. Está siendo completamente restaurado, pero los tra-

bajos avanzan muy lentamente debido a que los fondos son bastante escasos. La

restauración se le ha encargado a un artista llamado Contreras y se piensa que tar-

darán doce años en acabarla. El señor Contreras tiene un estudio que bien merece

la pena visitarlo. Tiene trozos de obras árabes, copias exactas en miniatura de varias

partes del palacio de la Alhambra unas pintadas y otras no. Varían en tamaño entre

ocho y veinte pulgadas y en cuanto al precio oscilan entre diez y cuarenta dólares.

Nosotros nos trajimos uno o dos a Inglaterra pensando que quedarían bien incrus-

tados en un muro, pero la dificultad está en encontrarles el lugar adecuado. El Em-

perador de Rusia le ha encargado a Contreras que supervise la construcción de un

palacio en San Petesburgo similar al de la Alhambra. El fue quien realizó el trabajo

de estuco enviado a Inglaterra y construido en el Palacio de Cristal como réplica de

algunas zonas de este palacio.

Hay muchas personas que comparan el palacio árabe de Granada con el Al-

cázar de Sevilla, aunque para nuestros ojos la comparación no es mejor que lo

que sería comparar un caballo percherón con un pura sangre. Los azulejos son más

bonitos en Sevilla, no los del Alcázar, sino los de la casa de verano; en el palacio de

la Alhambra han sido terriblemente destruidos.

El hombre que está a cargo de las llaves del palacio es muy atento y comunicativo

si se da el caso de que se vaya sin guía, puesto que es enemigo acérrimo de todos

[ 187

ellos, desde Bensakén hacia abajo; de hecho, parece que exista una gran enemistad

entre Bensakén y la mayoría de las personas que están al cuidado de cualquiera de los

lugares que hay para enseñar; es posible que lo que ocurre es que cuando él está allí

sus tarifas sean menores. Es el mejor guía de Granada, aunque ahora ya casi no puede

trabajar. Tiene un hijo a quien está intentando traspasar los clientes cuando puede, pero

sus habilidades no son dignas de mención. El padre de Bensakén era árabe, su madre

inglesa y el nació en Gibraltar.

188 ]

Visita al Generalife

El Palacio del Generalife, que una vez perteneció al hijo de Boabdil, último rey

moro que reinó en Granada, está situado en una colina que se asoma a la Alhambra.

Una enorme puerta en el caminillo central lleva a los jardines. Esta propiedad per-

tenece hoy al Marqués de Campotejar quien reside en Génova y allí se le conoce

como el Conde de Palavicini-Grimaldi. Es descendiente de Cidi Aya, un príncipe

árabe, a quien Fernando premió con este palacio por haberse convertido al cris-

tianismo. Originalmente era un colegio y lo compró Boabdil para su hijo Omar,

cuyo amor por la flauta era tan grande que el ruido que hacía constantemente casi

enloquece a su padre; así pues él se vino aquí donde podía hacer todo el ruido que

deseara sin molestar a nadie. Cuando Boabdil abandonó Granada para no volver

nunca jamás Omar le siguió.

El jardín que hay por fuera de la verja que lleva al jardín interior tiene una avenida

de cipreses muy bonita. Hay uno o dos de gran altura alrededor de cuyos troncos

se enredan las viejas parras que casi llegan a todo lo alto. Aquí también crecen al-

gunos granados famosos por sus magníficos frutos. El jardín interior es un conjunto

de cipreses atados por arriba que presentan todo tipo de formas y que se unen en la

parte superior haciendo arcos sobre los estanques. A excepción de las violetas que

asoman por cada agujerillo o rincón casi no se ve otro tipo de flores. El jardín está

formando terrazas y en una de las más bajas hay un mirto pegado al muro que se

remonta al tiempo de los árabes y cuya raíz es de gran tamaño. Entre dos estanques

hay un lugar en forma de bóveda cubierto por un laurel y varios arrayanes llamado

una suca, donde a veces solían tomar café y fumar. Aquí hay plantado un pimentero

enviado por el Conde Palavicini desde Génova y es el único que existe en Granada.

En la tercera terraza se encuentra el famoso ciprés llamado el “árbol del amor”

donde Zoraya se supone que se había reunido con su amante abencerraje. Es un

[ 18�

árbol magnífico de gran porte y altura plantado en el siglo trece. En la parte superior

de la colina, desde donde se ve la casa, se encuentran las ruinas de una mezquita,

donde se dice que Boabdil solía retirarse siempre en busca de paz durante cada

una de las contiendas, hasta que su tío El Zagel [sic por Zagal] con el que a veces

mantuvo una buena armonía, aunque de corazón se odiaban mutuamente, le hacía

llegar la noticia de que todo se encontraba tranquilo, de ahí que ese lugar ahora se

llame La Silla del Moro.

La vista desde este punto es, si es posible, aún más bonita que la de la Torre de

la Vela en la Alhambra.

La casa en sí misma es una desilusión. Los pocos elementos árabes de la deco-

ración que quedan están tan blanqueados que es difícil ver el trazado de los mismos,

aunque son muy bellos. Una enorme puerta de madera de pino, incrustada y colgada

sobre pernos, como lo están todas las puertas árabes, lleva a una sala donde la de-

coración es muy elaborada y donde el techo está formado por incrustaciones y está

pintado. Esta da a lo que se ha llamado la galería de las pinturas, dos habitaciones

corrientes pero divididas por un vestíbulo bellamente ornamentado y en el que me-

recería la pena quitar todo el blanqueado para poder mostrar todo el estucado que

hay debajo. Aquí también el techo tiene incrustaciones. En la primera sala están los

retratos de Isabel y Fernando y los de sus descendientes directos, entre ellos el de

Felipe II, esposo de María de Inglaterra. En la segunda sala hay retratos de los ante-

pasados del actual propietario del palacio comenzando por Cidi Aya. También están

los retratos de Boabdil, el Rey Chico como se le llamaba; su tío el Zagal y un cuadro

con dos barcos, uno en el que Colón dejó el Viejo Mundo en busca del Nuevo. Una

galería de arcos muy delicada que corre a uno de los lados del jardín lleva hasta una

pequeña capilla en la que no hay nada que merezca la pena contemplar.

El propietario del Generalife nunca viene a Granada y tampoco hace nada que

denote que tiene el más mínimo interés por su propiedad. Mantiene un agente o

1�0 ]

administrador en una casa en la ciudad que también le pertenece llamada la Casa

de los Tiros. […]

Después de dos semanas muy agradables en Granada tuvimos que mentali-

zarnos a seguir avanzando aunque en cierto modo de mala gana puesto que le

teníamos pavor al largo viaje en barco desde Málaga hasta Alicante, sobre todo

ya que el recuerdo de nuestra travesía desde Gibraltar a Málaga lo teníamos muy

fresco en la memoria.

Por tierra, el viaje iba a durar cinco días69, pero entonces no estaríamos per-

diendo el tiempo, ya que dicen que el paisaje es magnífico y nosotros también

deseábamos formarnos una idea de este modo de viajar.

[…] ¡Qué mañana más bonita, y que grandiosamente bella se veía Granada

cuando íbamos subiendo por las colinas, dejándola detrás de nosotros en la llanura,

protegida por la brillante y resplandeciente Sierra Nevada!

69 Este relato completo se puede leer en López-Burgos M.A. Guadix y su comarca. Relatos de Viajeros Melbourne 2000 y Por Tierras de Baza Melbourne 2000.

1�1

Mrs. W.A. Tollemache (1869)

El Dictionary of National Biography no recoge la personalidad de esta autora que en 1869 vino a España. Fruto de este viaje publicó una gran obra Spanish Towns and Spanish Pictures70 aparecida en Londres un año más tarde. Su relato de viaje comienza en París. Entra en España por San Sebastián y después de visitar varias ciudades castellanas entra en Andalucía; permaneció en Sevilla desde donde viajó a Granada.

70 TOLLEMACHE, W.A. Spanish Towns and Spanish Pictures J. T. Hayes. London. 1870.

Patio de los Arrayanes

[ 1�3

El recinto de la Alhambra

¿Quién puede entrar en la capital mora sin conmoverse? –la ciudad cuyos ci-

mientos están en las colinas y cuya conquista da lugar a una bella página en la

historia. El viajero más apático se emociona cuando el carruaje pasa corriendo a

través de la puerta de Elvira y una intensa sensación de excitación se siente cuando

después de subir por la empinada calle de los Gomeles se hace una pausa antes

de la puerta de Carlos V ya que dentro de esta puerta están los dominios de la

Alhambra.

Bosques de olmos y chopos y avenidas cubiertas por altas enramadas que

bordean la empinada subida desde esta puerta y coronando las alturas se ven las

rojizas torres de la antigua fortaleza árabe.

Hotel Washington Irving.– El hotel mas cómodo de toda España, situado en lo

más alto, como un nido en medio de los olmos y álamos y a cinco minutos andando

desde la entrada principal de la Alhambra.

La Alhambra.– Cuando íbamos subiendo por la avenida que lleva a la entrada

principal íbamos oyendo el sonido de bastante agua y el canto del zorzal en los

frondosos bosques verdes que formaban una bóveda de ramas por encima de

nuestras cabezas.

A la Alhambra se entra a través de la Puerta de la Justicia, por un arco de he-

rradura donde se ve una mano abierta esculpida y más allá una llave, que tienen

algún significado mítico, ahora desconocido. Esta puerta fue construida por Yusuf,

que posteriormente fue asesinado mientras oraba en la mezquita de la Alhambra.

Data del siglo XIV y era aquí donde se sentaban los reyes árabes al estilo oriental y

administraban justicia.

1�4 ]

Al pasar por un estrecho pasadizo nos encontramos en un espacio cerrado lleno

de ruinas y de todo tipo de dilapidación y dominado por inmensas torres cuadradas.

El primer sentimiento de excitación estuvo seguido por sorpresa y desagrado y nos

puso en los labios una exclamación “¡Es posible que esto sea la Alhambra de la que

tanto se ha dicho! ¿Dónde están los patios encantados descritos tan a menudo?”

Con un movimiento casi de impaciencia seguimos a nuestro guía pasando estos

montones de basura hacia la Torre de la Vela que ahora se encontraba bastante

cerca alzándose muy por encima de las otras fortalezas. Pasamos por un pintoresco

pozo árabe, entramos en la torre y encontramos que estaba guardada por una

malhumorada anciana que estaba preparando su comida y un joven en quien ella

delegó para subirnos por la estrecha escalera. En lo más alto de la torre había una

puerta baja que el joven abrió y salimos en las almenas. ¡Con que vista tan mag-

nifica se encontraron nuestros ojos! Por debajo se extendía la ciudad, con la bella

Vega llena de verdor más allá; sus jardines, huertos y praderas cercadas por lejanas

montañas.

[ 1�5

La vega, campo de batalla entre moros y cristianos

Santa Fe se extendía enfrente al abrigo de bosques y arboledas; y mientras que

contemplábamos este paisaje encantado, nos imaginamos las huestes cristianas

acampadas en esta gloriosa llanura hace casi cuatrocientos años y la profunda exci-

tación e impaciente mirada con la que la segunda mañana del año 1492 debieron

mirar el avance de Mendoza y sus relucientes caballeros, cuando se dirigían con

lentitud desde el campamento a la ciudadela, y luego pasando por la puerta árabe

se perdieron de vista, hasta que un fuerte grito proclamo que la cruz de plata había

sido colocada en la torre mas alta de la Alhambra –esta misma Torre de la Vela– y

todo el ejército se arrodilló y rezó.

Luego, ondeando sobre la ciudadela árabe apareció el estandarte de Santiago y

los estandartes reales de Castilla y Aragón y desde la gran llanura por abajo subían

las fuertes voces cantando el himno solemne Te Deum Laudamus.

Allá a lo lejos se vio otro grupo –pero esta vez bajando desde la Alcazaba a las

llanuras. Se trataba de cristianos cautivos haciendo sonar sus cadenas y cantando

una canción de gracias por la liberación. Una canción dedicada a las huestes triun-

fantes, seguida por una fuerte aclamación cuando llegaron al campamento.

En las almenas de la torre hay una inscripción que marca la fecha de la caída de

Granada –dos de enero de 1492. La cruz de plata colocada por Mendoza en esta

Torre de la Vela fue regalo del Papa Sixto IV, pero ¡que pena! hubo también otro

regalo del mismo Papa –La Inquisición– que estableció en España y que rápida-

mente llenó esta ciudad encantada de infortunio y desolación.

1�6 ]

Toda Europa se alegró con las agradables noticias de que Granada se había

convertido y que estaba en manos cristianas y en Londres el acontecimiento fue

celebrado con una gran ceremonia seguida por un Te Deum en la Catedral de San

Pablo, momento en el que el cardenal Morton rezo delante de Enrique VII junto a

toda su corte.

En la Torre de la Vela hay colgada una gran campana de tiempo de los árabes.

Se usa por las noches para aconsejar a los campesinos de la Vega, que la tierra debe

ser regada con el aire frío de la noche.

[ 1�7

Visita al palacio de la Alhambra

A continuación bajamos de la torre y cruzando la gran explanada nos encon-

tramos frente a los inmensos muros del palacio de Carlos V ante el que se en-

cuentran los usuales jardines de boj y arrayán dispuestos de forma geométrica. Fue

con un sentimiento de algo parecido al resentimiento, con el que miramos este

palacio, con sus bajos relieves de bronce e inmensos portones tan poco acordes

con el estilo de la fortaleza árabe. Sus muros sin tejado cuentan su propia historia

de uno que empezó a construir pero no fue capaz de terminar. Nos dijeron que el

Emperador se detuvo debido a un terremoto, como si hubiese estado enviado para

reprobar su locura al haber demolido zonas del más glorioso de los monumentos

árabes, para hacerle sitio a su palacio italiano71.

Ahora dimos la vuelta y bajamos por un camino estrecho: a nuestra derecha se

levantaba un lado del palacio, su inmenso portal estaba parcialmente enterrado

bajo el nivel del suelo, y por encima se veía la inscripción Carlo Quinto en letras

enormes. A nuestra izquierda había un edificio moderno y enfrente otro muro con

una puerta baja sobre la que había colgado un vulgar candil.

A través de esta humilde entrada pasamos a uno de los famosísimos patios en-

cantados de la Alhambra.

Estábamos en el Patio de la Alberca.– en árabe Albarakah72 o Patio de las Bendi-

ciones. En el centro hay un gran estanque bordeado con dos setos de arrayán. En

un extremo está la entrada al palacio de Carlos V y enfrente está la gran Torre de

Comares, en cuyo interior se encuentra el Salón de Embajadores.

71 La obra se comenzó en 1527 bajo la dirección de Pedro Machuca, un año después de que el Em-perador hubiese estado en Granada.

72 Felipe V hizo del aljibe su alberca. De ahí ha tomado su actual nombre bastante menos romántico, “Patio de la Alberca”.

1�8 ]

Fue en este salón donde Muley Abul Hassan recibió a los caballeros enviados por

Fernando e Isabel para exigir el pago del tributo que les adeudaban. La petición fue

recibida con desprecio.

“Dígale a sus señores,” dijo el rey moro, que “En la casa de la moneda de

Granada ya no acuñan monedas de oro sino de acero”. Esta fue la respuesta con la

que despidió a los caballeros y comenzó la guerra.

Luego le sigue el Patio de los Leones, con la Sala de Abencerrajes a un lado y en

frente la de Dos Hermanas, con su bello hueco y ajimez que se abre a unas vistas

de gran encanto.

Aunque estos patios han sido descritos tanto y tan minuciosamente y aún por

mucho que lo hayan sido, así como el modelo en el Palacio de Cristal, no hay pa-

labras adecuadas para dar una idea exacta de su belleza, ¡La Alhambra tiene que

ser vista!

La Sala de Abencerrajes tiene una leyenda de interés romántico. La corte del

viejo monarca Muley Abul Hassan, estaba ocupada en las luchas que mantenían

las tribus principescas de los Abencerrajes y los Zegríes. Las peleas se hicieron

cada vez más violentas entre ellos y terminaron en la masacre de los Abencerrajes,

quienes habían provocado los deseos de venganza del rey. Treinta y seis caballeros

de esta valiente casta fueron hechos prisioneros a traición. Sin ser conscientes, se

dice, del destino que les esperaba, fueron llamados uno por uno a presencia del rey.

Cuando cada uno de los jefes se iba acercando a la fuente –lugar que se mancharía

con su sangre–, era prendido y decapitado por el verdugo. Las manchas se pueden

ver en el blanco suelo de mármol y no hay ningún guía que omita hacer referencia

a esto cada vez que señalan el lugar donde perecieron los Abencerrajes.

Antes de continuar más allá, no estaría de más volver al fundador de este palacio

árabe.

[ 1��

La Alhambra fue comenzada por Mohamed al Ahmar en el siglo XV, quinientos

años más tarde que la famosa Mezquita de Córdoba. En ese momento a los árabes

les quedaba bastante poco de sus antiguos dominios en España. Las ciudades habían

sido tomadas una tras otra por Fernando III de sobrenombre el Santo y entonces el

rey de Granada, preocupado por la seguridad de su reino, accedió a pagar tributo

a la corona española.

Fue muy grande la humillación de Mohamed cuando se le requirió poco tiempo

después para ayudar a España contra los árabes de Andalucía, pero él no pudo re-

husar la obediencia y Sevilla fue conquistada con su ayuda. El monarca árabe volvió

a Granada con el corazón herido y en respuesta a las aclamaciones de su pueblo

inclinó la cabeza tristemente, diciendo: “Dios es el único conquistador”. Desde

entonces éste se convirtió en su emblema y se ve por todos lados en los muros de

su palacio.

En el bello Patio de los Leones se encuentra la única representación de vida

animal de toda la Alhambra. Los doce leones que sustentan la fuente en el centro,

tienen, sin embargo, forma simbólica y traen a la memoria la descripción de los

doce bueyes de Salomón que sostenían el plomizo océano. Tanto musulmanes

como judíos prohibían la realización de retratos exactos de cosas terrenales.

Desde el Patio de los Leones seguimos hacia el Tocador o Mirador con su suelo

perforado, de donde emanaban dulces perfumes en los días en los que el lujo

oriental reinaba en el palacio árabe. Alrededor de este Tocador hay una galería

exterior, formada por delgadas pilastras de mármol blanco sobre las que descansan

arcos de herradura extremadamente ligeros y llenos de gracia. Es imposible ima-

ginar algo más bello y variado que las vistas desde estos arcos. Cada uno de ellos

enmarca una escena nueva y encantadora. A la derecha hay cerros con espesos

bosques, por encima de los cuales se ve una cordillera rocosa de tonos grisáceos –

escarpada y accidentada– y, todavía más altos, los blancos picos nevados de Sierra

Nevada. En la colina que se levanta frente al Mirador está el palacio de verano de

200 ]

los reyes árabes –El Generalife– con sus jardines colgantes, sus arboledas, y sus filas

de cipreses gigantes. A la izquierda, justo fuera del imponente perfil de la Torre de

Comares, sus toscos muros surgen de un montón de maleza. A través de la ventana

de esta torre, en un profundo hueco, se pueden ver las bellas ventanas de ajimez

del Salón de Embajadores con sus aperturas para ventilación profusamente deco-

radas.

Por debajo de estos ajimeces hay una ventana enrejada y un parapeto. Esta

ventana da luz a la prisión que se encuentra bajo el Salón de Embajadores donde

Muley Abul Hassan encerró a su antigua amada Ayxa y su hijo Boabdil El Chico, o El

Zogoybí, El desdichado. Boabdil era contemplado por las gentes de Granada como

el heredero del viejo monarca, pero ocurrió que en una de las escaramuzas árabes,

una muchacha cristiana llamada Zorayda fue capturada; y Muley Abul Hassan

quedó tan cautivado por su belleza, que repudió a la sultana Ayxa y finalmente

la encarceló junto a su hijo Boabdil en la Torre de Comares. Desde esta ventana

enrejada Ayxa, temiendo por la vida de su hijo, lo echó hacia abajo con un cordel

de seda sobre el parapeto. Hay una terrible altura y sin poder mirar hacia abajo la

intrépida madre de Boabdil con sus damas escucharon con impaciencia hasta que

oyeron el paso del caballo que le llevaba lejos a un lugar seguro. Cuando Boabdil

volvió a Granada lo hizo para destronar a su padre y autoproclamarse rey.

En el Salón de Embajadores Ayxa, restituida en su cargo, armó a su hijo, y le

dió su bendición antes de que él marchase a luchar contra los ejércitos españoles,

pero su joven esposa, Morayma, lloró cuando lo vio partir. Ellas lo contemplaron,

montado en su blanco corcel y seguido por su grupo de capitanes con turbante,

cuando pasó por el arco de Elvira. Su lanza se golpeó y se rompió contra el arco

y cuando Morayma oyó este mal presagio, corrió a su mirador para llorar por El

Zogoybi, “el Desdichado”.

El presagio se cumplió: Boabdil fue hecho prisionero en la batalla que hubo a

continuación y el viejo salvaje Muley Abul Hassan volvió a reinar en la Alhambra.

[ 201

Desde el Mirador nos fuimos paseando hasta la Mezquita donde Yusuf fue apu-

ñalado. Sobre el altar hay una pintura bastante mal realizada pero sugerente de los

Magos y en un medallón encima está representada la “estrella de oriente” pero las

manos cristianas han destrozado lo que una vez fue una bellísima mezquita árabe.

Sin embargo el techo, aún se adorna con madera incrustada y por todas partes se

encuentra la inscripción “Gracia” y “Bendición” y el lema de Mohamed “Dios es el

único conquistador”.

Luego fuimos a los Baños y a la Sala de los Secretos pero sería casi imposible

que yo intentara hacer alguna descripción. Aquellos que entran en las salas de la

Alhambra se van sintiendo gradualmente como si estuviesen arrastrados hacia un

círculo mágico; el hechizo se apodera de ellos y ni jóvenes ni viejos pueden escapar

a este subyugante poder. Es como si durante algún tiempo te hubieses entregado

a que te guiase la Mano encantada que se encuentra en lo alto de la Puerta de la

Justicia; y así, absorta en la belleza te deslizas a través de los silenciosos y desér-

ticos patios, imaginando el sonido de una melodía –el sonido del pasado– dulce y

plateado, haciendo despertar un coro de armonía dentro de ti.

Sin embargo, el momento de encantamiento se rompe bruscamente por la voz

del guarda, pidiendo a todos los visitantes que salgan a las cuatro en punto.

202 ]

El Generalife

Mañana del domingo día 2 de mayo. Esta mañana nos dirigimos temprano a

la Silla del Moro desde donde se contempla el Generalife. Fue allí donde Boabdil

solía ir para caer en profunda melancolía después de que hubiese jurado lealtad a

Fernando e Isabel. Las mentes de las gentes de su pueblo estaban llenas de fiera

indignación y desde este punto podía contemplar la ciudad donde no se atrevía a

aparecer, y lamentaba sin ser observado las desdichas que habían ensombrecido su

vida desde su nacimiento.

Para llegar a la Silla del Moro tuvimos que subir por una empinada vereda que

iba por los terrenos del Generalife, el palacio de verano de los reyes árabes.

Después de pasar a través de una avenida de oscuros cipreses de enorme tronco,

plantados por manos árabes, llegamos a las aguas del Darro, que corren veloces a

través de los jardines del Generalife, a su paso desde las montañas nevadas a las

llanuras de debajo. Al lado del rápido arroyo, crecen el granado y el arrayán, las

adelfas cuyas hojas no se marchitan y “la caña dulce de un lejano país73”.

Fuimos ascendiendo de parata en parata repletas de deliciosas flores; luego

viene otra corta subida y llegamos a un cerro seco y árido en fuerte contraste con

los jardines que había abajo. Desde aquí contemplamos la Alhambra, sus torres

vigías y sus baluartes; la ciudad, con sus tejados de tejas grises y las casas blancas

desplegadas como una red a los pies de la Ciudadela. La verde Vega, verde como

un prado inglés, extendiéndose millas hasta los pies de la Sierra. Vimos pueblecillos

salpicados sobre la gran llanura, entre bosquecillos, huertos y jardines y cuando

nos sentamos en este lugar solitario escuchamos el sonido grave de campanas de

73 La caña de azúcar fue cultivada por los árabes en España antes de que fuese conocida en el resto de Europa.

[ 203

muchas iglesias, los gritos de la ciudad y las voces de los niños por debajo, y por

encima, las alondras cantando sus himnos de alabanza.

En el palacio del Generalife hay un retrato de Boabdil, y en los mismos muros

se pueden ver a Fernando e Isabel y a Gonzalo de Córdova [sic por Gonzalo Fer-

nández de Córdova], cuyos primeros laureles los consiguió en la Conquista de

Granada. Boabdil, que tiene el pelo dorado y una expresión apacible, es la personi-

ficación de la paz, mientras que Gonzalo es la de la guerra.

Al día siguiente salimos a pasear por las murallas de la Alhambra. Inmensas

torres cuadradas se levantan a ciertos intervalos. Estas torres han sido alquiladas o

vendidas a individuos por el Gobierno y es imposible imaginar una posesión más

privilegiada que una torre en la Alhambra como residencia de verano para aquellos

que no han dejado atrás la época del romanticismo. Con bastante dificultad rea-

lizamos el circuito y por fin nos encontramos en un punto desde el que se podía

contemplar la Torre del Agua. Desde aquí, después de tener que subir gateando un

cierto trecho, nos dirigimos a la puerta tapiada de Los Siete Suelos: por esta puerta

Boabdil, El Zogoybi abandonó la Alhambra y su última petición a Isabel fue que no

se permitiera jamás a nadie pasar por ella.

El deseo del Zogoybi ha sido cumplido. Los arcos permanecen pero enormes

piedras impiden la entrada que se encuentra medio tapada por montones de tierra

y escombros –impracticable desde el día en que el desafortunado rey árabe con su

grupo de caballeros triste y silenciosamente pasaron cabalgando por esta puerta,

mientras que en la distancia gritos de triunfo les decían que las huestes cristianas

habían entrado en la Alhambra por la Puerta de la Justicia. Boabdil se paró en una

roca elevada –su esposa y su madre ya estaban allí– luego, volviéndose a con-

templar durante un largo rato su amada ciudad, rompió a sollozar diciendo, “Dios

es grande; ¿pero cuando ha existido infortunio mayor que el mío?”

“Haces bien”, exclamó su airada madre, “¡Llora como una mujer por lo que no

supiste defender como un hombre!”

204 ]

Esta colina aún se conoce como “La Cuesta de las Lágrimas” y la cumbre de

la roca, donde dijo adiós a su hogar, aún se llama con el tristísimo nombre de “El

último Suspiro del Moro.”

[ 205

Puesta de sol desde la Alhambra

La tarde se nos estaba haciendo pesada y nos apresuramos a volver a la Alhambra

con objeto de contemplar desde allí la puesta de sol. Llegamos a la Puerta de la

Justicia y obtuvimos permiso para subir al parapeto, donde encontramos algunas

personas ya reunidas. Enfrente de donde nos encontrábamos estaba la Torre de la

Vela y extendiéndose a lo lejos a todo alrededor, estaban las murallas y torreones

árabes rojos y ruinosos que se hacían más rojizos debido a los intensos arreboles

del sol poniente. La ciudad se extendía serpenteando por debajo en sombras por las

rocas y la maleza. Sobre Sierra Elvira había tenues nubes gris plateado veteadas por

brillantes líneas de color ámbar y magníficas tonalidades de rojo que hacían mayor

su intensidad y esplendor hasta que todo el cielo se cubrió por una llamarada de

magnífica luz, dando un indescriptible brillo a las viejas torres rojizas y a cada uno

de los torreones y a toda la fortaleza. Era como si un horno ardiera dentro de las

murallas de la Alhambra de tan fantástica como era la luz que echaba sobre ellas.

A lo lejos a través de la Vega corría el Genil, con sus aguas brillantes como balizas

en cada una de las curvas de su serpenteante curso. Cuando nos dimos la vuelta

para contemplar las montañas que hay detrás del Generalife tenían un aspecto frío

y triste, pero volvimos a mirar y también habían pasado bajo el poder transformador

de esta gloriosa puesta de sol meridional y el triste manto se transformó en un tono

violeta brillante y Sierra Nevada se veía asomada por encima con débiles vetas

rosadas que daban color a sus blancos picos nevados. A unos cien pies por debajo

de donde estábamos se encontraba la Avenida. Al asomarnos sobre el parapeto,

las claras notas del canto de los ruiseñores de repente llenaron el aire, cantando

por entre los altos olmos y chopos. Cualquier otro sonido desapareció. Todos es-

cuchamos en extasiado silencio esta bendición vespertina que se elevaba desde el

sombrío bosque cuando el sol se iba poniendo.

206 ]

Pasó un momento y el canto del ruiseñor fue roto por un francés que exclamó

en un tono de declamación “¿No es encantadora?74 ¡Yo no conozco más que una

ciudad en el mundo que me recuerde esta vista!” Esta observación iba dirigida a

mí y yo de forma inocente pregunté “¿Cuál?” ¡Por supuesto París! fue su cortante

respuesta. La caída desde lo sublime fue rápida. París se levantó ante mí –la imperial

París con su alegre uniformidad moderna– y a pasos agigantados bajamos de lo alto

de nuestra torre seguidos por el francés.

[…] Nuestro último día en Granada lo pasamos en la Alhambra y por la noche,

cuando el plateado tañido de la campana llegó a nuestro oído desde la Torre de la

Vela no pudimos resistir y fuimos a visitarla de nuevo a la luz de la luna y a tocar

con nuestras propias manos la campana que suena cada cinco minutos durante

toda la noche.

Los moros pensaban que el paraíso del Corán estaba suspendido sobre la Vega

de Granada, y mientras que estábamos en esta torre y le decíamos adiós a este

paraíso terrenal, iluminado por la tenue luz de la luna, las palabras75 del profeta de

la Meca llegaron a nuestros labios y con una mirada nos volvimos.

74 En el texto original aparece en francés: “Que c’est ravissant!”.

75 “El hombre no tiene más que un paraíso, y el mío no está aquí”.

207

Mary Catherine Jackson (1873)

Mary Catherine Jackson autora de Word-Sketches in the Sweet South76 publicada en Londres en 1873, viajó por España en otoño de 1870. La escritora, achacosa aunque no enferma decidió realizar el viaje a Gibraltar en un barco de 1400 toneladas al que ella se refiere como “el Tub”. El barco dice que parecía más cómodo de lo que era en realidad y que para colmo, no había camareras por lo que las féminas a bordo, dice, se sintieron bastante molestas, aunque el camarero un tal “Charles” era tan eficiente que en cierto modo, pronto se sintieron mejor. Llegó a Granada a las 5.00 de la mañana y se alojó en el Hotel Washington Irving en el bosque de la Alhambra. El guía del hotel que la había recogido en la estación fue quien la condujo a su habitación sin que hubiese nadie más por allí.

76 JACKSON, M.C. Word-Sketches in the Sweet South London, Richard Bentley 1873.

Granada desde la Torre de la Vela

[ 20�

Llegada a la Alhambra

Aunque estaba deseando darme un baño, fue algo que tan temprano era impen-

sable. Aparte de eso, tampoco había nada más para confortar al cansado viajero

y lo único que podía hacer era liarme una toalla húmeda alrededor de la cabeza

que me estaba doliendo muchísimo y acostarme a ver si podía dormir un poco.

Cuando bajé al comedor para desayunar comprobé que el guía me había dejado

un mensaje en el que me preguntaba a qué hora lo necesitaría. Mi respuesta fue

que no lo necesitaría en todo el día. Prefería ir sola a este viejo lugar y disfrutar de

la primera impresión que me produjese sin este individuo, puesto que no tenía a

mano a ningún agradable compañero.

Así pues, al poco rato crucé el camino que hay frente al hotel y fue paseando len-

tamente por las veredas que van atravesando el bosque –bosque que fue plantado

en 1812 de olmos procedentes de Inglaterra. Tiene un aspecto bastante curioso

ya que, como aparentemente nunca los han entresacado, los árboles están tan

amontonados que no pueden alcanzar su tamaño y han luchado por crecer en gran

número, poco firmes y con una apariencia enclenque, algo que no tiene nada que

ver con nuestra idea de lo que deberían ser los olmos.

Pero estos árboles forman una espesa masa de verdor por arriba que ofrece una

densa sombra. Por todos lados se pueden ver asientos y a excepción de que los

mendigos no te dejan en paz, es muy agradable sentarse en la temblorosa sombra

y escuchar el sonido de la chicharra en las ramas, y el contraste que produce el de-

liciosamente refrescante sonido de los borboteantes conductos de agua que hay a

ambos lados del camino, que se deslizan suavemente o que corren dependiendo de

lo empinada que sea la cuesta, pero siempre deliciosamente musicales al oído sobre

todo en una tierra tan abrasadora como España.

210 ]

A través del follaje se pueden ver partes de las rojas y desmoronadas murallas

o tapia del palacio cuando se llega a una fuente con relieves. Esta fuente no es

un resto de arquitectura árabe sino que es del tiempo de Carlos V y seguimos

subiendo para atravesar la Puerta de la Justicia, donde nos fijamos en los asientos

de piedra que tiene debajo donde los “hombres de la ciudad” puede que se hayan

sentado a administrar justicia, como en oriente, en los días de Ruth y Boaz. Miramos

las inscripciones árabes y la mano abierta sobre el bello arco de herradura y la llave

que hay debajo, y unos pasos más adelante, subiendo por un estrecho camino se

encuentra la Plaza de los Algibes, un enorme espacio abierto que se encuentra par-

cialmente rodeado por construcciones. Allí hay una iglesia y también se puede ver

el enorme e inacabado palacio comenzado por Carlos V; a uno de los lados están

los muros exteriores de la Alcazaba Kassábah, o antigua ciudadela de los árabes

(varios siglos anterior a otras zonas de la fortaleza), y en una esquina, enfrente, está

la entrada al Palacio de la Alhambra.

Pero ese lugar encantado, que no tiene nada de atrayente en su aspecto exterior,

necesita el “ábrete sésamo” que le da la presencia de un guía, o posiblemente se

necesite un permiso especial; por lo tanto, en mi primera visita me conformé con

hacerme una idea general de su emplazamiento y con “aprender a moverme por

allí”.

Sin muchas ganas de nada y entregándome a la languidez que los duros viajes

nocturnos me habían preparado, me senté en uno de los poyetes del famosísimo

pozo y después de descansar un rato mirando como cargaban los burros con ba-

rriles llenos de agua fresquita, disfruté de la dulce fragancia de las flores que había

en el jardín cuyos parterres estaban bordeados por setos de arrayán, y de vez en

cuando me volvía para que mis ojos pudiesen disfrutar de las vistas que se abrían

al otro lado.

Laderas cubiertas por bosques se extienden colina abajo desde el exterior de las

murallas. Allí, en todo lo hondo, corre el Darro; la ciudad queda hacia la izquierda

[ 211

pero enfrente se puede ver la colina llena de casas, jardines, murallas y construc-

ciones variopintas que forman el barrio llamado el Albaicín. […] Pero aunque tuve la

mente todo el día ocupada en ensoñaciones y evocando el pasado en una deliciosa

“ociosidad” mis dedos estuvieron todo el día sin parar y el resultado fueron unos

cuantos dibujos que recordaran estos agradables momentos.

Contemplando todo el circuito de murallas de la fortaleza, quizás no sorprenda

demasiado que pudiese albergar un ejército de cuarenta mil hombres. Su solidez

debió ser prodigiosa en aquellos días en los que era necesaria su defensa, ya que

tanto las murallas como las torres tienen un grosor enorme. Y en verdad, aunque la

fortaleza es elevada, todavía hay otras alturas que la superan, si bien estas era fácil

hacerlas inaccesibles para un enemigo hostil, y los árabes en su aguilera de montaña

debieron haber sentido que la naturaleza se aliaba con ellos mientras dirigían su

mirada hacia las enormes barreras rocosas bajo las cuales su paraíso se encontraba

protegido. Y hacia abajo, como un águila que acecha, podía contemplar el rico valle

que se extiende por debajo con toda su exhuberancia tropical, y pensar que sería

fácil lanzarse hacia abajo sobre su presa. Pero, como una serpiente, el enemigo se

fue acercando con sigilo haciendo que se debilitase su poder; se fue aproximando

arrastrándose hacia arriba privándole finalmente de su Jardín del Edén. […]

212 ]

Puesta de sol desde la Torre de la Vela

Durante mi segundo día de estancia en Granada, después de haber estado pa-

seando sin rumbo por todas las salas de embrujada belleza, y en cierta medida,

después de haberme empapado del espíritu del lugar, al caer la tarde, me dirigí yo

sola, sin nadie que me acompañase, hacia la Alcazaba-Kassábah, con la intención

de contemplar la puesta de sol desde todo lo alto de la Torre de la Vela.

Al entrar en la torre y ver las oscuras y angostas escaleras que tenía que subir,

vacilé durante un momento, pero como escuché acercarse a un grupo de soldados

que iban alborotando bastante, volví corriendo hacia la puerta. Así pues, cuando

todos salieron volví a la carga y empecé a correr escaleras arriba jadeando hasta

llegar a todo lo alto, apresurándome lo que pude ya que sabía que las glorias de la

puesta de sol son bastante efímeras. […] Permanecí todo lo que pude hechizada por

tanta belleza y por el gran interés del lugar hasta que la oscuridad me advirtió de

que debía bajar. En lo alto de la torre no había más que unos cuantos soldados que

como era de esperar miraron a la extranjera con mirada inquisitiva, pero que fueron

muy educados, como lo son todos los españoles –probablemente teniéndose en

bastante alta consideración como para omitir presentar sus respetos a otros.

Bajar por las escaleras en la oscuridad fue bastante peor que subirlas, aunque

al final lo conseguí sin ningún percance, al igual que el paseo, mejor dicho el trote,

atravesando las tenebrosas avenidas que me conducían de vuelta al hotel cuyas

luces agradecí.

213

Annie J. Harvey (1872)

Autora de la obra Cositas Españolas; or Every Day Life in Spain77, publicada en Londres en 1875. Annie J. (Mrs. Of Ickwell Bury) narra un viaje realizado en 1872, en el que presenta descripciones de Gibraltar, Granada, Madrid, El Escorial, Sevilla y Toledo.

Sabemos que a Granada llegó una mañana de verano y que se alojó en el “Hotel de los Siete Suelos” en el Bosque de la Alhambra. Un apéndice contiene una traducción libre y abreviada del relato de viaje y estancia en Madrid de una dama francesa durante el año de 1679. Esta dama francesa de la que Mrs. Harvey no da el nombre no es otra que la Condesa d’Aulnoy78.

77 HARVEY, Annie, J. (Mrs. Of Ickwell Bury) Cositas Españolas; or Every Day Life in Spain London, Hurst and Blackett. 1875.

78 Fouché Delbosc, R. Voyages en Espagne et en Portugal... p. 270.

Jardines del Partal

[ 215

Días de verano en la Alhambra

Llegamos a Granada una mañana de verano, muy temprano. La ciudad aún

estaba dormida, sin que hubiese en las calles ninguna señal de vida, pero cuando

íbamos ascendiendo por el bosque de la colina en cuya cumbre se encuentra la

Alhambra, pudimos escuchar la naturaleza con su más dulce acento, que ya estaba

cantando un himno de alabanza a la mañana.

Las voces de cientos de ruiseñores resonaban desde la espesura que nos ro-

deaba y el murmullo de innumerables arroyuelos añadían su música para aumentar

el concierto.

Al descender hacia la puerta de la Fonda de los Siete Suelos, cansados como es-

tábamos después de toda la noche de viaje, era imposible irnos a la cama sin echar

un vistazo a las maravillosas vistas que teníamos tan cerca. Algo que desconcertó

de algún modo a la buena patrona que nos había preparado el desayuno. Nos apre-

suramos a la explanada de la Plaza de los Algibes, al lado de la Torre de la Vela, y

con rapidez olvidamos el café caliente y otros placeres terrenales para deleitarnos

ante el encantador escenario que se abría ante nosotros.

La noche aún permanecía suspendida sobre los bosques de abajo, y las mon-

tañas nevadas de la sierra eran como espectros y formas misteriosas a la pálida luz

del amanecer. El lucero del alba, puro y translúcido, aún brillaba por encima de

ellas como si estuviese poco dispuesto a marcharse, aunque alrededor de los picos

más altos se podía observar el primer rubor tenue de la alborada. El fresco aire de

la mañana estaba endulzado por el perfume de rosas y de los setos de arrayán en el

jardín que hay delante del ruinoso palacio español. La gran ciudad a nuestros pies

estaba callada en profundo reposo, la oscuridad estaba suspendida sobre sus calles

216 ]

y plazas, y no había un sólo sonido que denotara la presencia de los varios miles de

seres humanos que estaban descansando tan cerca.

Pero, mientras la estábamos contemplando, llegó el nuevo día con dorada gloria,

cubriendo tanto el cielo como las montañas con rosadas nubes, mientras que el

joven sol, llevándose ante él la neblina que había puesto hasta ahora un velo sobre

la verde extensión de la Vega, nos desveló la maravillosa llanura con todo su rico

esplendor.

Acababa de tocar el primer rayo de luz la enorme cruz dorada que hay encima

de la catedral cuando en un instante las campanas de todas las iglesias y conventos

comenzaron a repicar y en un momento de todas partes surgió la agitación y el

zumbido de la vida que se estaba despertando.

Entonces nosotros, un tanto de mala gana, recordamos que estábamos ham-

brientos y cansados. Nos dimos cuenta de lo intensa que era nuestra fatiga ya que

fue bastante tarde cuando nos despertamos del profundo sueño provocado por el

enorme agotamiento.

Pretendíamos haber permanecido en Granada unos cuantos días, quizás una

semana, pero antes de que hubiesen transcurrido veinticuatro horas desde nuestra

llegada decidimos que era absolutamente necesario, al menos el doble de tiempo;

tales son los atractivos de un lugar tan sumamente fascinante, que mucho después

de que hubiésemos tenido que partir, aún permanecíamos día tras día, incapaces de

marcharnos, y por fin, lo único que tuvo efecto para que nos planteásemos nuestra

salida fue una repentina alarma. Un artista francés vino aquí a pasar una semana, la

semana se ha convertido en siete años, y aún no está dispuesto a irse.

Pero Granada, y en especial la Alhambra, poseen todo el encanto que el alma

de un ser humano pueda desear. ¡Qué pena! para los pobres mortales, el paraíso te-

rrenal es demasiado perfecto. El débil corazón de los hombres necesita una tensión

constante y una gran lucha para mantenerlo en orden. Demasiadas cosas buenas

[ 217

y bellas lo enervan y lo incapacitan para hacer frente a la aburrida e interminable

batalla de la vida.

El clima, los encantos y la belleza de Granada conquistaron a los árabes casi

tanto como a las huestes cristianas de Isabel y Fernando, y es hoy tal y como lo

era entonces. Pocos permanecen aquí mucho tiempo sin sentir ¡Vivamos y seamos

felices hoy, dejemos que el mañana se ocupe de él mismo!

Sin embargo, los verdaderos hijos de la Alhambra son un grupo de alegres,

pródigos y vagos que disfrutan la vida al máximo, y que no se preocupan más que

por el placer del momento. Todas las noches se puede escuchar el rasgueado de

la guitarra y el alegre repiqueteo de las castañuelas, mientras que las gentes cantan

y bailan, felizmente indiferentes a cualquiera de los problemas que puedan estar

ocurriendo en cualquier otra parte. La fértil Vega les da olivas, frutos y hortalizas en

abundancia, las montañas les proporcionan nieve, el sol resplandece brillante, los

pájaros cantan todo el día y casi toda la noche. ¿Qué pueden desear más los mor-

tales? “Come, bebe y se feliz, ¿qué importa si mañana nos morimos?”

Y nosotros mismos sentimos este encanto de la manera más profunda. La vida

parecía la perfección de la felicidad cuando, sentados debajo de un muro en sombra,

perezosamente contemplábamos los rayos del sol jugueteando por encima de las

rojizas torres de Torres Bermejas. La Vega por debajo se estremecía en el calor de un

día de verano, pero donde nos sentábamos, la fresca brisa de la Sierra Nevada susu-

rraba por entre las hojas de los árboles que nos cubrían. El aire estaba perfumado con

la dulce fragancia del azahar y de las rosas, mientras que el oído estaba adormecido

por la incesante melodía de los ruiseñores, el soporífero zumbido de las abejas y el

alegre murmullo de un pequeño arroyuelo mientras corría a nuestros pies por entre

la hierba.

El fragante aire y la deliciosa melodía, colmaban de felicidad todos los sentidos,

y pasar así nuestra existencia nos parecía como un sueño celestial del cual nadie de-

searía despertar. El mundo no puede ofrecer nada mejor, los problemas de la vida

218 ]

eran sólo un nombre, todas nuestras inquietudes se esfumaban y se nos olvidaban

en el mero placer de vivir.

Si el día era tan encantador, ¿qué palabras pueden dibujar el encanto de la

noche?, cuando la penumbra lo envuelve todo, con los misteriosos sonidos de la

noche y la naturaleza; cuando con la melancolía del crepúsculo los espíritus del

pasado vienen a la deriva a través de la mente, entonces estas ruinas se expresan

con otra voz, y alrededor de ellas permanece la patética bendición del recuerdo. Las

lágrimas aquí derramadas han permanecido desde hace mucho tiempo en reposo.

La luna, cuando derrama su tenue luz, tanto sobre la montaña como sobre el pa-

lacio en ruinas, habla de silencio y de paz; y la naturaleza, siempre consolatoria,

quita con un suave toque la dureza a la pena, y entre estos maravillosos escenarios

incluso el dolor por inmenso que sea, pierde su cruel aguijón.

Después de haber realizado el recorrido normal dos o tres veces, los guardas

nos conocían y se nos permitió pasear a nuestro antojo por los patios y salas de la

Alhambra. Algunos de los aposentos con más encanto son los que en una ocasión

estuvieron dedicados a la bella Isabel de Parma, esposa del monomaniático Felipe

V, que se divertía durante algunos de sus ataques de melancolía fingiendo estar

muerto, e insistía en que se realizaran los últimos ritos.

Desde una alta torre en la que se encuentra el Tocador de la Reina, se puede

obtener una vista probablemente sin igual en cuanto a extensión y belleza, pero

nuestros lugares de descanso preferidos eran la gran Sala de la Justicia y la Sala

de Dos Hermanas. Las dos planchas de mármol gemelas, idénticas en color y en

tamaño, que le dan nombre a la sala (la de Dos Hermanas), se dice que son las

silenciosas e incansables guardianas de un tesoro enterrado en las profundidades

de las montañas, y a las que ellas siempre señalan. Si se dibujara una línea desde

el centro de cada una hasta la lejana sierra, se podría descubrir una mítica puerta.

Dentro de sus hojas reposa una saga que hace tiempo defendía a Granada y a sus

reyes con la ayuda de poderosos encantamientos; pero un día, incluso este gran

[ 21�

filósofo cayó bajo la influencia de los encantos femeninos, y para disfrutar sin que

le molestaran cuando estaba en compañía de la que él amaba, se retiró con incalcu-

lables riquezas a un lugar recóndito de las montañas, y de igual modo insensible al

paso del tiempo, y sin recordar los cambios que habían tenido lugar sobre la tierra,

pasa sus días en perezosa y vergonzosa indolencia.

Una de las ventanas de la Sala de la Justicia, se asoma al recogido y delicioso jar-

dincillo de Lindaraja, llamado de ese modo por una bella dama de nombre Raquel, la

cual, después de reinar de forma suprema en el corazón del desafortunado Boabdil,

se hizo cristiana cuando los ejércitos de Fernando e Isabel entraron en Granada.

Después de hacerles volver la cabeza a muchos de los caballeros más distinguidos

de las huestes cristianas, llegó a ser superiora de un convento que había fundado, y

murió a edad muy avanzada, en completo loor de santidad.

Nuestros días veraniegos se nos iban silenciosamente de forma placentera.

220 ]

La Torre de las Infantas

A mediodía volvimos a nuestra amada Alhambra y en varios de sus sombríos

patios o grandiosas salas, pasamos las horas más bochornosas leyendo, trabajando,

pintando, con nuestros oídos entretenidos por el borboteo de las fuentes, o por

largas historias y leyendas relatadas por alguno de los amistosos guardas. La ciudad

abajo se estaba abrasando y ardía debido al intenso calor, pero en estas boscosas

alturas parecía reinar una primavera perpetua. […]Cuando el calor del sol disminuía,

nos gustaba deambular por entre las ruinas, o seguir cualquiera de las infinitas ve-

redas tortuosas o perdernos por los sombreados caminos y al hacerlo pudimos

conocer varias torres lejanas y otras partes del palacio y la fortaleza muy poco visi-

tadas y que juntas forman la Alhambra.

La naturaleza ha otorgado muchos dones a este lugar favorecido, y con una

mano rica y llena de magnificencia ha cubierto con vestido de hojas y flores todo

lo que podía ser repugnante. Nunca podían las ruinas estar más sonrientes en su

destrucción de lo que lo están estas, ya que el tiempo con sus diversos matices ha

convertido en belleza incluso la decadencia.

Una vez paseando a lo largo de las murallas, giramos hacia una pequeña vereda

de tierra sombreada, la mitad camino, la mitad torrentera; ya que un arroyo bajaba

por allí, primero en una parte luego en la otra –ahora escondiéndose entre los

grupos de higueras y arbustos de la profunda ribera, ahora jugando con ruidosa

algarabía por entre las piedras y la basura que se ha ido cayendo de las murallas,

cuando emergiendo de entre los árboles llegamos a una torre tan poderosa y tan

grande que en aquél mismo instante supimos que se trataba de la Torre de las In-

fantas. Aquí tres bellas princesas moras fueron cuidadosamente encerradas por su

padre para protegerlas contra los dardos del amor. Sin embargo, los altos muros,

[ 221

los guardianes celosos, y los padres cuidadosos no fueron suficientes cuando el

pequeño y perverso Cupido deseó entrar, y dos de las bellas doncellas, para unir

sus destinos a los de los galantes caballeros cristianos, a los cuales habían dado sus

corazones, desafiaron la vertiginosa altura, y fueron bajadas en una cesta desde

una ventana que parece que está casi en el cielo, de lo alta que se encuentra en la

elevada torre. La tercera, demasiado cobarde como para soportar una experiencia

tan pavorosa, se estremeció y no se decidió. ¡Que pena! ella tardó demasiado, el

momento preciso pasó, y la gentil doncella fue abandonada sola en su maravillosa

pero solitaria prisión. Aquí se fue consumiendo y murió, ya que aunque se le pre-

sentaron muchos pretendientes y el rey, su padre, hubiese deseado casarla con un

soberano vecino, su corazón siempre permaneció fiel a aquél al que ella perdió

por falta de valor. Una figura indefinida, difícilmente reconocible a través del agua

pulverizada, se dice que puede verse en medio de la fuente en la gran sala central,

y una débil voz lastimera se puede oír cantando alguna melodía árabe hace mucho

tiempo olvidada; pero no permitamos al que la oye que permanezca allí, ya que

hay un hechizo fatal en esos dulces sones, que suavemente pero con seguridad

adormecen al que los escucha y lo sumen en un reposo que se transforma al poco

tiempo en el sueño eterno de la muerte.

Estuvimos contemplando con interés la magnífica torre, una de las más bellas

muestras del trabajo de enladrillado oriental y estábamos meditando sobre el valor

de las bellas doncellas, cuando una dulce voz, pero en español, no árabe, nos

invitó a entrar. Nos volvimos, y en la penumbra del umbral de la puerta apareció

de pie ante nosotros la figura de una madre con su niño como una de las pinturas

de Murillo hechas realidad. Sus húmedos ojos, su oscuro pelo ondulado su vestido

morado, las redondeadas piernas del pequeño a medio vestir, todo era perfecto.

Aceptamos la invitación, y luego empezamos a subir y subir las sinuosas escaleras

de caracol hasta que por fin, casi sin aliento y bastante mareados, llegamos a la

ventilada habitación habitada por nuestro guía y su familia. Ventilada en verdad lo

222 ]

estaba, ya que no había ni postigos ni cristales que protegieran del frío, un par de

cortinas gruesas eran la única protección contra el viento y la lluvia.

Pero aunque ahora era muy pobre, ¡que cantidad de magníficos restos orientales

había allí! El alto techo era un enorme calado muy delicado y de aspecto mágico,

ahora desgraciadamente roto y ennegrecido debido al abandono y al humo. Las

paredes aún retenían partes de la magnífica decoración dorada y de colores con la

que antiguamente habían estado cubiertas.

Alrededor del hogar quedaban vestigios de magníficas tallas y las ventanas sin

cristales, con sus columnas de aspecto frágil y exquisito diseño eran ejemplares del

mejor período de la arquitectura árabe.

Pero la belleza interior no podía igualar a la belleza del exterior: la magnífica

vista que abarcaba las montañas, la vega y la ciudad, bañada por la luz del ocaso.

Aunque los españoles de todas las clases son muy sensibles a las bellezas de la

naturaleza, nuestro entusiasmo claramente divertía a esta buena gente de la torre, y

se reafirmaron en la idea de que no había sol como el sol español.

Visitamos este lugar muchas veces, tanto por las vistas como para examinar el

contenido de la torre, y con la cortesía del país, estas buenas gentes siempre nos

invitaron a compartir sus pobres comidas, aunque fuesen humildes y exiguas, en

apariencia sólo suficientes como para mantener la vida. Verduras hervidas condi-

mentadas con ajo, aceitunas, unos cuantos puñados de gaxpachos79 (un tipo de

habichuela marrón), con un trozo de pan negro, formaba su comida cotidiana. Rara

vez comen más de una comida al día, y esta comida, frugal como era, no tiene lugar

a una hora fija; generalmente a eso de la puesta de sol, cuando la jornada laboral

había terminado. Una olla era un lujo que rara vez se permitían, y sólo la comían

en las fiestas.

79 Creo que la autora quería decir garbanzos.

[ 223

Evitamos con todo cuidado visitar a nuestros amigos en estas grandes ocasiones,

ya que los ingredientes del estofado eran tan fuertes que sabíamos lo que iban a

cenar antes de llegar al pie de la torre.

Después de este primer momento no nos atrevimos a ofrecerles dinero, sola-

mente antes de nuestra partida pudimos hacerles aceptar un pequeño regalo como

recuerdo. Pero este es constantemente el caso en España, la innata amabilidad y

la generosidad de las gentes es bastante digna de mención, y contrasta profunda-

mente con las experiencias que suelen tener los viajeros en países extranjeros.

224 ]

Los jardines del Generalife

Alrededor del Patio de los Leones en la Alhambra se puede encontrar la siguiente inscripción en caracteres cúficos80, “Bendito sea el que le de al Imân Mohammed una mansión que exceda en belleza a las otras mansiones; y si no fuera así, aquí hay un jardín lleno de maravillas de arte, que Dios prohíbe que se pueda encontrar otro igual en cualquier otro lugar.”

Tales palabras se podrían aplicar bastante bien al Generalife. ¿Qué jardines po-drían compararse con éstos?

Las torres blancas de esta deliciosa villa se asoman por entre los árboles en un espolón de la montaña aún más alta que en la montaña en la que está enclavada la Alhambra. Sus terrazas, encendidas con flores, están realzadas completamente por grandes zonas llenas de naranjos y arbustos en flor y las frescas aguas del Darro no sólo fluyen de cualquier ladera y saltan hacia arriba en innumerables fuentes, sino que corren con impaciente aceleración a través de los patios de mármol y los arcos del propio edificio, manteniendo el aire limpio y fresco incluso durante el tórrido calor del verano.

No podría desearse una residencia mejor para el verano, y es difícil creer que su dueño casi no la ha visto nunca. Cidi Aya, el Abencerraje, fue uno de los más po-derosos de esos árabes que se unieron a la causa cristiana. Fue bautizado en Santa Fe y dio tanta ayuda eficaz a los reyes católicos para la conquista de Granada que recibió de ellos el Palacio del Generalife, y el nombre de Don Pedro de Granada. Su último descendiente directo, una hija, se casó con el Marqués de Palavicini de Génova y le condujo a este lugar encantado. Otra vez los descendientes mascu-linos en línea directa se han malogrado, y la propiedad pertenece a la Condesa Durazzo.

80 En el texto dice caracteres árabes.

[ 225

Cerca de nuestro hotel hay un grupo de pequeñas casas o chozas, la mayoría

de ellas construidas con los escombros de la Torre de los Siete Suelos, una puerta

volada por los franceses cuando tomaron posesión de la fortaleza.

Estas casas están habitadas por un grupo de gentes harapientas y alegres, pa-

rásitos de la Alhambra, pero, aunque sean pobres en cuanto a bienes terrenales,

son ricos en cuanto a prole numerosa se refiere. En cuanto ven un nuevo visitante

subiendo penosamente la empinada cuesta que lleva a la Alhambra, de cada puerta

sale un tropel de pequeños tormentos de ojos brillantes, quemados por el sol y de

pies descalzos, que caen directamente sobre el desafortunado viajero, poniéndole

en las manos ramilletes de capullos de rosa marchitos, o flores silvestres medio secas,

mientras que lo dejan sordo con su griterío ensordecedor pidiendo cuartos. Cada

vez que nos parábamos a contemplar las vistas, nos encontrábamos rodeados por

un ruidoso grupo, y cuando estábamos dibujando era aún peor —los deditos hacían

experimentos con los colores, o probaban las puntas de los lápices o los pinceles.

Por último, nos acordamos de contratar a un muchacho fuerte bastante alto para

que nos protegiera contra los más débiles. El éxito fue sorprendente, este no dejaba a

ninguno que nos molestara, sólo lo hacía él mismo, pero entonces, como Frankenstein,

nosotros habíamos creado una criatura de la que no nos podíamos librar.

Pedro nos miraba desde ese día en adelante con ojos de Argos, temeroso de

que cualquiera pudiera compartir sus beneficios. Nuestras salidas y nuestras en-

tradas eran observadas con vigilancia incansable, y por último, cuando deseábamos

escaparnos del guarda que nosotros mismos nos habíamos buscado, teníamos que

deslizarnos por una puerta cuando sabíamos que nos estaba esperando en otra

distinta. Al principio intentamos que fuese útil, ya que era muy activo y bonachón.

Hubiera sido de gran valor si hubiese podido tomar mensajes o llevado algo, pero

cualquier cosa que se le decía la olvidaba completamente en ese mismo instante,

y cualquier cosa que se le encomendaba estaba segura de que la perdería en el

camino. Así pues, aunque las intenciones de las que estábamos convencidos eran

buenas, los resultados eran prácticamente inútiles.

226 ]

[…] De ese modo transcurrían nuestros días, pero esta vida placentera iba a

llegar a un abrupto final. Una mañana el sonido de muchos tambores nos hizo

sentir curiosidad, y desde el lugar estratégico del Tocador, que está abierto a los

cuatro vientos, vimos un gran número de tropas bastante poco usual reunidas en la

gran plaza. Soldados a caballo también estaban cabalgando en varias direcciones.

Nuestro patrón, con formas que dejaban traslucir bastante nerviosismo nos con-

firmó que dos nuevos regimientos habían llegado durante la noche. Las fuerzas

armadas en las montañas habían sido aumentadas, pero no se sabía con seguridad

si se trataba de bandoleros o de Carlistas.

[…]A menudo íbamos al Generalife a la puesta de sol, la puerta de los jardines

se encontraba a no más de unos diez minutos de paseo desde los Siete Suelos. Esta

debía ser nuestra última visita, así pues nos entretuvimos paseando más tiempo del

habitual, sin ganas de dejar un lugar tan bonito y delicioso. Nos detuvimos durante

un momento en la entrada para decirle unas cuantas palabras de despedida al viejo

criado, cuando el sonido de muchos pies nos llegó a los oídos. El camino estaba bas-

tante solitario, y normalmente no solía haber más que unos cuantos transeúntes.

La oscuridad se echa encima muy rápidamente en los países meridionales y

nosotros nos habíamos entretenido hasta el crepúsculo. Estábamos casi en nuestro

escondrijo cuando un grupo de entre veinte y treinta hombres pasaron con rapidez

camino abajo. Tipos de aspecto más agresivo sería difícil encontrar en algún sitio.

Debían haber sido voluntarios, Carlistas o bandoleros, nunca lo sabremos, pero su

aspecto nos asustó hasta tal punto que no nos atrevimos a atravesar solos el corto

trecho que nos conducía hasta el mismo hotel.

Así pues pidiéndole al jardinero que nos acompañara, nos apresuramos, con la

intención de cambiar de lugar lo antes posible, y para nuestro gran consuelo nos

dimos cuenta de que acababa de llegarnos un telegrama de nuestro amable amigo

Mr. Layard, diciéndonos que Madrid estaba bastante seguro, y recomendándonos

que nos dirigiéramos a esa ciudad lo antes posible.

227

Mrs. Ramsay (1874)

Autora de la obra A Summer in Spain8� publicada en Londres en 1874, Mrs. Ramsay dice que siempre había deseado viajar por España aunque lo había ido posponiendo por una u otra causa. Pero cuando el Rey Amadeo subió al trono pensaron que había llegado el momento de hacer el viaje. Por un lado estaba su agradable vida en Roma y por otro las maravillas del museo de Madrid; las connotaciones históricas de Córdoba, los patios de naranjos de Sevilla; Cádiz, emergiendo del océano como una Venus; los palmerales de Elche o su propio Gibraltar, y por encima, lo más bello de todo, ¡la Alhambra!

Así pues, para evitar en parte las incomodidades, pensaron que deberían viajar con buen tiempo. Decidieron que saldrían de Roma después de la Pascua en 1872. Cuando lo tenían todo preparado para emprender viaje les llegaron noticias de un levantamiento carlista, y se vieron obligados a posponer la salida y casi estaban a punto de abandonar su idea cuando un amigo que había vivido mucho tiempo en Sevilla les dijo: ¿Si a ustedes no les gustan las revoluciones, como se les ocurre planear un viaje a España? Por fin, el 25 de abril pusieron rumbo a Bayona.

81 RAMSAY, MRS. A Summer in Spain London, Tinsley Brothers 1874.

Cuesta de Gomérez

[ 22�

Llegada a Granada

Justo al llegar a lo alto de un cerro pudimos divisar Granada a lo lejos con su Vega;

el mayoral se volvió y señalando una enorme e inexpugnable fortaleza, dijo, ¡La Al-

hambra! Sentí una sensación extraña. No había sentido nada igual desde que nos

deslizábamos suavemente hacia Venecia en una noche estrellada ya hace mucho

tiempo. Hace aún más, sentí lo mismo cuando cruzamos el Tíber por primera vez

cuando íbamos a Roma, y no volvería a sentir lo mismo hasta que vi Jerusalén. […]

Cuando pude ver con más nitidez los rojos torreones fue algo ciertamente muy dis-

tinto a lo que yo esperaba. Siempre me la había imaginado como el pequeño frag-

mento parecido a un tocador que había en Sydenham y que representa la realidad

como si una hoja de un roble nos diese idea de cómo es el árbol. A la distancia a la

que nos encontrábamos, la fortaleza árabe tenía el aspecto de cualquier ciudadela

de las zonas bajas de los Apeninos; cuando nos fuimos acercando nos recordaba

Bergamo, ya que la Alhambra es, a pequeña escala, como una ciudad elevada por

encima de Granada, aunque la Vega es bastante más exuberante que la llanura

lombarda y, Sierra Nevada, con sus nieves perpetuas, se ve tan cerca de Granada y

además tan extremadamente alta, que incluso parece que superase los 8.000 pies

que tiene sobre el nivel del mar y los 5.000 sobre la Vega de Granada.

230 ]

La gran maravilla del mundo

La diligencia se detuvo en el Hotel Victoria en el centro de la ciudad y nos pre-

guntamos cómo podríamos subir con nuestras pertenencias a la Alhambra, cuando

para nuestra tranquilidad escuchamos con acento inglés ¿Siete Suelos, Señora?

“Siete Suelos", dije encantada, y pronto nos vimos en un carruaje con rumbo a la

Alhambra. […] El Hotel Siete Suelos está maravillosamente situado entre la Alhambra

y el Generalife; los árboles llegan casi hasta las ventanas y delante hay una fuente

cuyo frescor es delicioso en las horas de calor. Al principio estábamos tan contentos

de estar allí, realmente y en verdad dentro de este encantado recinto, que parecía

como si en aquel momento casi no nos preocupara la idea de penetrar más adentro.

Además nos encontrábamos bastante cansados por el viaje que había resultado ser

de casi veintinueve horas en lugar de las veintisiete previstas, por lo que nos fuimos

a desayunar satisfechos al pensar que estábamos tan cerca del maravilloso palacio.

Desde la ventana de mi habitación yo casi podía tocar la Torre de los Siete Suelos

habitada según cuentan las leyendas, por un caballo sin cabeza y una jauría que

salía ladrando a media noche. Tengo que reconocer que hubo bastantes ladridos

por la noche, pero creo que los únicos habitantes de la embrujada morada no eran

más que una gata y sus cinco gatitos. Y desde esta torre salió Boabdil de la maravi-

llosa Alhambra por la última vez. Las torres y las murallas se encuentran en perfecto

estado de conservación y están rodeadas por una jungla de granados que ahora se

encontraban en flor.

Salimos después de desayunar a pesar del cansancio y preguntamos por dónde

se iba a la Alhambra. Nos señalaron por donde y comenzamos a andar hacia arriba

bajo los olmos. Pronto llegamos al inacabado palacio de Carlos V cuyo exterior es

cuadrado mientras que su interior es circular. Es un edificio demasiado bajo para

ser bonito aunque el tono pardo de la piedra produce muy buen efecto. Los setos

[ 231

de arrayán, con flores de suave fragancia que asomaban por todos lados, eran

deliciosos. Al final se elevaban los grandiosos torreones rojizos, protegidos por sol-

dados, y nosotros pensamos que este sería el palacio de los reyes moros y nos pu-

simos a contemplarlos llenos de curiosidad. Aunque la primera vez que alguien va

al “Palacio Árabe”, como se le denomina, debe verlo como es debido, con un guía

y para eso nosotros estábamos demasiado cansados. Además, primero queríamos

enviar nuestras cartas de presentación al Gobernador al objeto de obtener permiso

para dibujar y para movernos por allí como quisiéramos; y como la visita al Gober-

nador debería hacerse en correcto español, también para esto nos sentimos inca-

paces. Así pues, después de descansar un momento en un banco bajo unas adelfas,

subimos hacia el “pozo de los Algibes” a donde llevan los burros que cargan con

pintorescas botijas llenas de agua fresca que llevan a la ciudad. Por debajo de la

superficie en la parte alta de la Alhambra todo está hueco. Un gran algibe, como

la cripta de una catedral, está lleno de agua procedente del caudal del río Darro.

Tiene capacidad para todo un año y siempre se limpia en enero. Realmente el agua

es deliciosa, incluso mucho mejor que la de río frío y el pozo está continuamente

rodeado por grupos deliciosamente pintorescos. Admiramos la curiosa Puerta del

Vino con su bello arco y luego fuimos hacia abajo hasta la Puerta de la Justicia, que

es aún más espléndida; la “Puerta de la Ley” como la llamaban los árabes. Aquí bajo

el dominio musulmán, el Cadí, o Alcaide se sentaba y administraba justicia; y aquí,

sobre el arco, se encuentra la célebre”mano abierta” el talismán protector de la

Alhambra. Encima del arco interior hay una llave, también un símbolo o amuleto. Al

igual que ocurre en otras puertas árabes, no se pasa directamente, sino que después

de entrar hay que girar a la derecha y se sale por uno de los lados de la torre. Esto

es algo que se utiliza en oriente para hacer que la entrada sea más complicada.

Luego subimos un poco para asomarnos y ver el viejo barrio árabe del Albaicín que

resplandecía bajo el sol y que brillaba aún más cuando se acercaba el ocaso. Pero

después de cenar nos alegramos de meternos en la cama y dejar incluso las glorias

de la puesta de sol sobre la Vega.

232 ]

A la mañana siguiente llamamos a Don Rafael Contreras, el Gobernador, quien

amablemente nos dio un permiso ilimitado para movernos a nuestro antojo e ir a

donde quisiésemos. De camino hacia su casa le preguntamos al muchacho que nos

iba guiando “¿Es este el Palacio Árabe?” señalando los enormes torreones rojizos.

No, esa era la Alcazaba, la prisión. “Siempre fue una prisión”; y allí estaba la Torre

de la Vela, señalando una torre de la que colgaba una campana. Entonces, ¿dónde

estaba el Palacio Árabe? “Allí”, señalando hacia el Palacio de Carlos V. ¿Pero el

árabe? Decía yo con cierto recelo. “Sí”, esta vez señalando un macizo de adelfas.

Pero, ¿Dónde está la entrada? El muchacho seguía señalando las adelfas donde

había sólo un muro bastante bajo y no había ningún palacio. Así que le pregunté al

criado del Gobernador, quien señaló casi en dirección contraria hacia un seto de

arrayán al otro lado del Palacio de Carlos V, donde tampoco se podía ver ningún

edificio. Era desconcertante; seguramente no debería ser tan difícil encontrarlo; así

que continuamos subiendo y bajando y dando vueltas en vano hasta que comencé

a pensar que el genio del lugar lo había hecho invisible.

Al final fuimos condescendientes y le dijimos al muchacho que viniese con no-

sotros. Pensé que siguiendo la costumbre de estos malvados diablillos que son los

muchachos españoles, él nos estaba guiando por el camino equivocado; ya que

primero nos llevó a lo largo del palacio de Carlos V, donde yo sabía que no había

otra entrada; sólo el bajo muro de barro y el arbusto de adelfas. Luego, sin hacer

el más mínimo caso a mis protestas, se metió dentro del propio palacio, donde ya

habíamos estado y en el que yo sabía que no había nada que ver; y luego con-

tinuó descendiendo como si fuésemos a meternos en las entrañas de la tierra. Yo

realmente pensé que iba a resultar ser una broma bastante pesada y práctica, si no

algo peor y casi me negué a seguir. Pero justo entonces apareció un oficial con una

banda dorada en el sombrero (al menos apareció su sombrero) como si hubiese

aparecido por una trampilla y nos hizo una señal para que siguiésemos avanzando.

Así lo hicimos y nos encontramos con un tramo de escaleras que bajaba aparente-

mente hacia las profundidades, pero el amable oficial y la aún más amable aparición

[ 233

de un bonito gato gris nos animaron a continuar. Bajamos corriendo los escalones

y en lugar de encontrarnos, como me había temido, en una oscura bodega, está-

bamos en el Palacio de Boabdíl. En el Patio de los Arrayanes, con sus setos de fra-

gantes hojas y flores blancas como estrellas, bordeando el agua de color verde claro

que se agita suavemente bajo la dorada luz, y delante de nosotros las delgadas y

esbeltas columnas y el calado como encaje, que es tan extraño y que a su vez nos

es tan familiar.

Seguimos paseando hacia el Patio de los Leones, a la Sala de Dos Hermanas y

nos asomamos al Patio de Lindaraja; luego fuimos a la Sala de la justicia, con sus

solemnes retratos de Moros barbudos y con turbantes sentados en consejo; fuimos

a la Sala de Abencerrajes, donde las oscuras manchas rojas que hay en la fuente nos

hacen recordar una trágica leyenda. Subimos al Tocador de la Reina y desde allí mi-

ramos Sierra Nevada y contemplamos el Generalife rodeado de cipreses. Luego ba-

jamos atravesando ligeras galerías de columnas por entre las cuales alcanzábamos a

ver las maravillas del mundo exterior; luego aún más abajo entramos en los Baños,

con sus doradas tonalidades y sus colores azul y carmesí; volvimos a subir y pasear

por entre los patios repletos de naranjos y esbeltos y oscuros cipreses y en los que

todavía lucía el sol y luego entramos en la Mezquita en la que Boabdíl solía orar, y

ese bosque de esbeltas columnas y aquellos maravillosos arcos, siempre mostraban

un tono amarillo pálido bajo el sol de julio. Por fin nos vimos en el Salón de Emba-

jadores con sus gloriosas vistas a la Vega, a la Sierra y al valle y el exquisito marco

de esos maravillosos paisajes. Pero, ¿quién puede describir la Alhambra? Es lo único

sobre la tierra que no puede causar desilusión –¡es la gran maravilla del mundo!

234 ]

Conservación de la Alhambra

Hubo dos cosas que nos sorprendieron en particular en la Alhambra; a saber, su gran

tamaño y su perfecto estado de conservación. Nosotros esperábamos ver una pequeña

aunque exquisita ruina, si bien, en lugar de eso encontramos un gran palacio con una

excelente restauración. En una semana podría hacerse habitable y podría ponerse muy

confortable, y en lo que respecta a su tamaño, además del gran Salón de Embajadores,

el Patio de los Arrayanes con ciento cincuenta pies de largo y el Patio de los Leones

con más de cien y con todo y con eso, parecen pequeños comparados con todo el

conjunto. Las restauraciones ahora se están haciendo con sumo cuidado y habilidad, y

se está prestando mucha atención a la corrección en las inscripciones árabes. Antes no

era así, en los Baños, que se restauraron hace aproximadamente unos cuarenta años,

hay algunas inexactitudes ya que el restaurador no fue un erudito en árabe viendo los

caracteres cúficos no como letras sino como mera ornamentación sin ningún sentido.

En particular, la letra m, en Jumna, o “felicidad” se omite por consiguiente lo que dice

es una absoluta tontería. […] Tuvimos la suerte de conocer en Granada a un excelente

arabista que con suma amabilidad nos acompañaba a la Alhambra y nos enseñó a leer

las inscripciones. […] Durante los meses de julio y agosto pasábamos las largas tardes

de forma deliciosa en estas ventiladas salas leyendo antiguas baladas españolas, los

romanceros y cancioneros que narran las hazañas de moros y cristianos de tiempos

pasados, que hablan de torneos y de corridas de toros, de galantes caballeros y de

bellas damas, de amor y guerra y de derramamiento de sangre –hasta el punto de que

el mundo soñado parecía el mundo real y se nos hacía muy extraño volver al hotel y

que nos ofrecieran los periódicos “el Times y el Siècle”.

235

Louise Chandler Moulton (1896)

Autora de Lazy Tours… in Spain and Elsewhere8�, Londres 1896, publicó también “Bedtime Stories” “Swallow Flights” e “In the Garden of Dreams”. En una nota al comienzo de Lazy Tours… Louise Chandler Moulton se pregunta si un turista perezoso debería pedir disculpas por su pereza. A lo que añade que entonces el lector debe perdonarla ya que ella viajaba para divertirse y por motivos de salud, más que en busca de “penali-dades” y que en su diario de viaje ella había ido recogiendo más impresiones que detalles y que ni siquiera la salva el sentirse avergonzada por haber estado vagabundeando.

Desde su infancia había deseado visitar España con un empeño equiparable al que movió a Cristóbal Colón a zarpar desde las costas españolas y poner rumbo hacia el Nuevo Mundo en el que ella habitaba, bastante insatisfecha por lo tanto. Por todos lados corrían historias de la carestía del viaje, de la dificultad y del peligro que entra-ñaban los caminos españoles. “El viaje será cansadísimo” decía alguien; “Los hoteles son miserables, los trenes van abarrotados y te envenenarán con ajo”. Otra persona añadía “Nunca estarás fuera de peligro. Los bandoleros han desaparecido del resto de países civilizados para vivir en España” “Cualquier día pueden atracar el tren en el que viajes” “Todavía tendrás que tomar la precaución de llevar ‘la bolsa para ladrones’ de la que habla Washington Irving”. Y luego “lo caro del viaje” graznaba una tercera. “No podrás viajar sin un guía y seguro que te roba por todos lados”. Pero Louisa Chandler Moulton no se dejó influenciar y mientras estaba en París decidió viajar a España con otras cuatro irreflexivas damas.

82 MOULTON, L. Chandler Lazy Tours… in Spain and Elsewhere London, Ward Lock 1896.

Torres Bermejas

[ 237

¡Por fin estábamos en la Alhambra!

Habíamos entrado en el recinto de la Alhambra, y los olmos que había plantado

el Duque de Wellington formaban una espesa bóveda sobre nuestras cabezas.

Nuestros corazones se pusieron a latir con toda su fuerza y nos susurrábamos unas

a las otras, ¡por fin estamos aquí! Fuimos subiendo hasta la parte más alta y por

todos lados el agua murmuraba a nuestro lado y la luna nos miraba a través de los

árboles, y era un sueño lo que estábamos viviendo, y de hecho no era un sueño,

ya que estábamos aquí, delante del hotel Washington Irving, y cuando dijimos, casi

sin darnos cuenta de que estábamos hablando, “¿Es la Alhambra?” el encargado

del hotel, que tenía sólo un ojo, respondió en buen inglés: “Sí señoras, y sus habita-

ciones están preparadas”

Si hubiésemos estado en mayo en lugar de a finales de noviembre, entonces

todos los olmos del Duque habrían estado llenos de ruiseñores que se aparean,

construyen y cuidan su nidada aquí durante el mes de mayo, y enloquecen la noche

con la intensidad y la pasión de sus trinos. Pero cuando nos despertamos a la

mañana siguiente, nos dimos cuenta de que no habría sido más bonito ninguna otra

época del año. La brisa era suave como en junio –un aire constante y renovado,

que era maravilloso respirar. Nuestras ventanas daban al jardín donde las fuentes

saltaban y las rosas florecían y allí, bajo los árboles se sentaban los felices peregrinos

mientras daban sorbos a sus tazas de café.

[…] Se entra por la Puerta de la Justicia, se va bordeando el inoportuno e in-

acabado palacio de Carlos V y de repente percibes que estás en el real, aunque

irreal palacio de tus sueños. Vas paseando de un patio a otro desde una maravilla a

otra. Los muros color crema tirando a rosáceos están cubiertos de tracerías tan deli-

238 ]

cadas como calados. Estas en el mundo de las hadas. No piensas en el tamaño, ni en

lo inexpugnable ni cualquier otro atributo banal. Mientras la solidez fue el ideal de

la arquitectura egipcia, la ligereza fue el de los árabes. Ellos convirtieron los postes

de sus tiendas en columnas de mármol y realizaron sus labores de estuco con las

delicadas tracerías de los tapices de Cashemira que colgaban en sus tiendas.

Desde las ventanas de un patio te asomas y contemplas las altaneras montañas

y por otra la bulliciosa Granada que se extiende por el valle y por otras los cerros

excavados formando cuevas donde habitan los gitanos. Una de las curiosas ins-

cripciones que se puede interpretar dice: “Contempla con atención mi elegancia”,

pero en una primera visita no puedes mirar nada con atención. Una especie de em-

briaguez se apodera de ti. Te sientes impulsada por un deseo salvaje de verlo todo a

la vez y corres de un lado a otro asustada, no vaya a ser que la noche te sorprenda

antes de haberla visto entera.

Estoy casi segura de que el Patio de los Leones es el lugar más bello de todos.

Antes de haberlo visto me había imaginado que encontraría leones tan grandiosos

como el rey de todos los leones esculpido por Thorvaldsen83; pero los leones no se

parecen a nada que exista en la tierra ni en el cielo. Sus patas son tan toscas como

los pilares del dosel de una cama, la taza de alabastro de la fuente descansa en

sus pacientes lomos, y el agua sale de sus bocas abiertas. El encanto del patio no

radica en sus leones sino en la serie de esbeltas columnas y los exquisitos arcos que

salen de ellas. Aquí después, sientes que te encuentras en el corazón de un lugar

encantado. A uno de los lados está la Sala de Abencerrajes, donde aún te muestran

las manchas de la sangre que chorreaba de los guerreros que fueron asesinados allí,

y sus almas en pena vagan gimiendo en las noches lúgubres.

83 Bertel Thorvldsen (1770-1844) Escultor danés. En Roma se convirtió en uno de los impulsores del neoclasicismo. Autor del célebre León de Lucerna (1819-1821) que se encuentra en Lucerna, Suiza.

[ 23�

La Alhambra a la luz de la luna

Después de nuestro primer día allí volvimos otra vez por la noche puesto que

había luna llena; y, ¿con qué palabras se atreve una a reflejar la visión trascendente

y etérea? Delicadas columnas, tracerías talladas como telas de araña, arcos per-

fectos y sobre todo esto, el hechizo de la luna. Incluso cuando escribo de ella mi

respiración vuelve a entrecortarse –casi con miedo de dar un paso más por si todo

este halo de ensueño se desvanece. ¿Crees en fantasmas? Alguien a mi lado me

preguntó. “Yo los veo”, respondí con un susurro, y allí están. Los atezados moros

están reunidos bajo las esbeltas columnas del Patio de los Leones; los Abencerrajes,

asesinados y desapacibles gimen en la Sala en la que fueron pasados a cuchillo y la

reveladora luna nos señala el lugar donde su sangre manchó el blanco mármol. Fue

Boabdil quien derramó su sangre. Él tuvo la suficiente crueldad como para matar

pero le faltó valentía para conquistar y le llegó su turno cuando salió de la Alhambra

con las palabras de desdén de su madre en los oídos, “Haces bien en llorar como

mujer, tu, que no has sabido defenderla como un hombre”

Y también se acerca su espíritu con la cabeza gacha y avergonzada y desde su

Mirador la atezada sultana miraba y sonreía, todavía poseedora triunfante; y en su

jardín, Lindaraja paseaba como solía hacerlo entre los arrayanes y las rosas.

Cuando alguien lee acerca de los encantamientos de la Alhambra a la luz de la

luna, una piensa que se trata de exageraciones. Pero cuando estás allí bajo la pálida

luz de la luna, entre espíritus y glorias, sabes que es tan imposible exagerar como

describirla.

Vuelves el segundo día preparada para mirarla con más frialdad y entonces

percibes el grado de exquisitez de todos los detalles –las delicadas e infinita-

mente variadas tracerías de los muros, con sus techos, como si de repente los

240 ]

enormes copos de una tormenta de nieve se hubiesen convertido en piedra, las

delgadas columnas que parecen hechas sólo para los templos del país de las

hadas y la maravillosa e inagotable belleza que te rodea por todas partes. Y cada

uno de los lugares tiene su propia leyenda. Desde la Torre de la Cautiva se lanzó

al vacío una cautiva cristiana que prefirió la muerte a convertirse en la esposa de

un rey moro. En el Salón de Embajadores, Ayeshah, la madre de Boabdil, ofreció

a su hijo una espada sagrada y lo envió a luchar inútilmente contra los invasores,

pero al salir rompió su lanza contra una de las puertas y su joven sultana se puso

a llorar y le llamó “El desafortunado” y en 1492 –el mismo año en el que Colón

descubrió América, un vencido Boabdil entregó su espada sagrada y partió para

siempre desde la puerta de los Siete Suelos.

No puedo olvidarme de la Torre de la Vela, o torre vigía desde la que solíamos

ver la puesta de sol cuando arde todo el oeste con la magnificencia de un cielo

teñido de rojo mientras las blancas cumbres de Sierra Nevada reflejan toda la gloria

del poniente.

La Alhambra es Granada, pero incluso, si la Alhambra no estuviese allí, ¡Cuantas

otras cosas habría!

Está el Generalife, con su bello jardín tropical, sus viejos retratos, sus fantás-

ticas vistas, y abajo en la ciudad hay iglesias y conventos y la impresionante Ca-

tedral donde Isabel la Católica, la gran Isabel que envió a Colón a descubrir nuestro

Nuevo Mundo –yace enterrada con su esposo, el Rey Fernando junto a ella.

Vistas de la Alhambra

Auto

ras d

el S

iglo

XX

Autoras del Siglo XX

Jardín y lago en el Carmen de los Mártires

245

Sybil Fitzgerald (1905)

Autora de la obra In the Track of the Moors. Sketches in Spain and Northern Africa8�, publicada en Londres en 1905. Libro singular que incluye 63 ilustraciones a color y dibujos realizados por Augustine Fitzgerald.

84 FITZGERALD, S. In the Track of the Moors. Sketches in Spain and Northern Africa London, J.M. Dent 1905.

[ 247

El Generalife

Para otro ejemplar de un jardín árabe conservado casi perfectamente tendríamos

que dirigirnos al Generalife de Granada que se encuentra separado de la Alhambra

por un pequeño barranco, por debajo de un punto elevado en el que una vez

estuvo situado el maravilloso jardín de Dazalharoza. Cualesquiera que sean los

cambios que ha sufrido el palacio del Generalife, los jardines, por alguna razón inex-

plicable, han resistido completamente el gusto poco sistemático de estos últimos

tiempos, y aún se encuentran como en los días del moro Dernburg, “el proverbial

jardín por la abundancia de sus rosas, por la claridad de sus aguas, el fresco aliento

de sus perfumadas brisas”. Entrando por una puertecilla pasamos por debajo de las

blanquísimas galerías de columnas, resplandeciendo con la peculiar calidez de la

ausencia de color que es el encalado, como “el plumaje de un cisne". A cada uno

de los lados del estanque el aroma de flores silvestres de vivos colores se deja sentir

por todos los rincones del alargado patio. Atravesándolo, bordeamos las galerías de

columnas y llegamos al histórico patio donde una vez hubo

“Un joven ciprés alto, oscuro y derecho,

Que, en el jardín privado de una reina, daba

Su ligera y oscura sombra a la luz de la luna,

A medianoche, al sonido borboteante de una fuente”

Y aún da su sombra allí el ciprés de una sultana arqueado por años de silencio.

Desde las terrazas y a través de los ajimeces del Generalife, se pueden con-

templar las mejores vistas. Cuantas veces debió Fortuny pasear por aquí durante los

felices días de su vida disfrutando de la tranquilidad y la libertad de Granada que las

ciudades grandes le negaban.

Carrera del Darro

24�

Maud Howe (1908)

De niña, mientras jugaba a hacer castillos en las plateadas arenas de una de las playas de Rhode Island, que las olas se encargaban de inundar y de terminar por destruir, en una ocasión preguntó: ¿qué hay más allá? señalando el enorme océano Atlántico. España, fue la respuesta a lo que la niña añadió: “Cuando sea mayor iré a España” Con estas palabras comienza la obra Sun and Shadow in Spain85 publicada en Boston en 1908 y en la que recoge el viaje que llevó a cabo desde las costas del Nuevo Mundo. Al des-embarcar en Gibraltar le preguntaron si era súbdita británica a lo que respondió que ella era americana pero que su marido si lo era por lo que pudieron entrar después del toque de queda sin tener que pagar el chelín que se exigía a los extranjeros. Desde allí visitaron Ronda, Sevilla y Córdoba antes de llegar a Granada.

85 HOWE, M. Sun and Shadow in Spain Boston, Little Brown 1908.

[ 251

La campana de la Torre de la vela

“¿Quién anda ahí?”

“Gente de paz”

Encarnación abrió la puerta de la torre de la campana sólo un poco. Aunque el

sol aún no se había puesto, dentro de la Torre de la Vela de la Alhambra ya reinaba

la oscuridad. Los muros tienen seis pies de grosor; las ventanas, estrechas rendijas

en la angosta escalera dejaban entrar muy poca luz. Encarnación llevaba un típico

candil de aceite de oliva. Se protegió los ojos de la llama con su larga y velluda

mano y la luz dejó ver lo delgada que era. María, la hermana menor, tenía un as-

pecto igual de siniestro, aunque tenía un comportamiento más tímido permaneció

detrás, mirando por encima del hombro de Encarnación.

“Es el jóven caballero y sus amigos” dijo con un susurro. Encarnación abrió la

puerta de par en par y las dos hermanas nos sonrieron de forma hospitalaria como

una pareja de brujas bondadosas.

“Pero, pasen”

“Pasen”

Ellas se hacían eco como si estuviesen cantando un perpetuo dueto.

“Sean bienvenidos”

“Bienvenidos”

“¿Desean entrar?”

“Entrar”

252 ]

Seguimos a las hermanas hacia una habitación cuadrada con muros de un grosor

enorme. En una esquina había una especie de fogón, un fuego de carbón ardía bajo

una rejilla, donde había colocado un puchero de barro que hervía con algo que olía

muy bien. En uno de los muros había colgadas cuatro jaulas con canarios. Un gato

romano entró sigiloso por detrás de nosotros y se relamía los bigotes mientras fijaba

su mirada en los pájaros. María le amenazó con el dedo.

“Gatito malo” ¿Quién mato al petirrojo en el seto de arrayán? Y ahora, ¿qué

haces que no dejas de mirar a estos? Él sabe mucho como para tocar a estos; los

mira y los mira, y luego sale y caza otros pájaros.

En medio de la habitación había una mesa de trabajo redonda con la costura.

Había una chaqueta de algodón rojo a medio cortar al lado de un par de tijeras.

Desde una apertura en el oscuro y abovedado techo encima de la mesa de trabajo

pendía una cuerda llena de nudos.

Esa es la cuerda de la campana de la vela dijo Encarnación.

¿Es verdad que es usted quien toca la campana de la vela?

Si, tocamos la campana de la torre de la vela una vez cada media hora, desde

las ocho de la tarde hasta las cuatro de la mañana.

¿Ustedes se quedan levantadas toda la noche para hacerlo? ¿No hace un frío

terrible?

“Sí, a veces hace muchísimo frío. En invierno encendemos el brasero”. Encar-

nación corrió las faldas de cretona que ocultaban las patas y la parte baja de la mesa

y nos enseñó un brasero de cobre con una rejilla de alambre que lo cubría.

“Encendemos el carbón y ponemos los pies en la tarima de madera y nos abri-

gamos con gruesas mantillas y mantones. Nos las arreglamos bien, estamos muy

acostumbradas”

[ 253

Y ¿Qué hacen durante las largas noches de invierno? ¿Cómo pasan el tiempo?

“Siempre tenemos mucho trabajo; nosotras nos traemos costura. Algunas veces

una de nosotras le lee en voz alta a la otra”.

¿Viven ustedes dos aquí solas?

“Algunas veces nuestro hermano se queda con nosotras, pero no siempre,

suspiró Encarnación. Yo he sido la portera de la Torre de la Vela desde la noche

en que cayó un rayo en la torre que mató a mi padre y a mi madre, que en gloria

estén”.

“Los mató, que en gloria estén” repitió María.

“Que cosa más terrible” ¿Cuándo ocurrió?

“Hace mucho, muchísimo tiempo. El año en el que María hizo la Primera Co-

munión”. A nosotras nos despertó un estrepitoso ruido. La torre tembló, la campana

se puso a sonar más fuerte que nunca, había un humo muy denso. Para nosotras

fue fácil escapar ya que dormíamos en la parte de abajo; nuestro hermano dormía

arriba, cerca de nuestros padres. El se salvó porque se puso una toalla en la boca y

bajó arrastrándose a cuatro patas”.

“De rodillas”, intervino María. ¡Virgen Santa! ¡El Señor los tenga en su gloria con

sus zapatos!”

“La campana da la señal para abrir las compuertas, siguió Encarnación”; “regula

el regadío de la vega”. Cada una de las parcelas tiene su hora de riego. Las noches

de calma se puede oír la campana a más de treinta millas de distancia.”

[…] El complicado sistema de regadío, la sávia vital de Granada, está en las

manos de Encarnación y María. Vivir en una torre, y de todas ellas en una torre de

la Alhambra, y pasar la vida cooperando a que Granada sea verde y bonita, parece

una existencia bastante placentera, incluso aunque sea una vida solitaria.

254 ]

Despertarse cuando los otros duermen, y dormir cuando los demás están des-

piertos, parece siempre un destino bastante duro.

“Vuestros pájaros también deben ser una buena compañía” Le dije a María.

“Claro”, los hemos criado nosotras mismas. ¿Quiere usted ver los pajarillos recién

nacidos? Los tenemos en nuestro dormitorio porque es menos frío.

“Me encantaría”, Encarnación volvió a encender el candíl y me fue guiando el

camino hacia arriba por la escalera de piedra.

La ordenada habitación de arriba en la que dormían las hermanas tenía tres

camas. A pesar del grosor de las capas de cal de las paredes pudimos distinguir el

elegante trazado de los antiguos arcos y ventanas árabes. Entre las camas había

colgada una rama de palmera, un crucifijo y una estampa de la aparición de Nuestra

Señora de Lourdes a Bernardette. En uno de los extremos de la habitación había

una mesa larga con las jaulas donde estaban las crías de los canarios, que cuidan

con tanto esmero las hermanas que habitan la torre.

255

Margot Asquith (1923)

Condesa de Oxford y Asquith, es autora de una interesante obra titulada Places and Persons86, publicada en Londres en 1925 donde recoge las descripciones de varios viajes: Viaje a Egipto en 1891; Impresiones de América en 1922; La visita a España en 1923; A Italia en 1924, para concluir con unas breves reflexiones de cómo ella veía la vida en 1925.

Margot Asquith viajaba en compañía de su hijo Anthony. Permanecieron unos días en Madrid y luego fueron a Sevilla de donde salieron el 3 de abril con intención de per-manecer unos días en Granada.

86 ASQUITH, M. Places and Persons London, Thornton Butterworth 1925.

Patio de Lindaraja

[ 257

Unos días en un carmen en el Generalife

Fuimos en coche desde la estación al Carmen de los Fosos en el Generalife,

donde nuestros anfitriones, el Señor Charles Temple y su esposa, viven en una casa

preciosa al mismo nivel de la Alhambra que han construido ellos mismos con la-

drillo visto a estilo andaluz, con vigas de madera y chimeneas en las habitaciones.

La casa está rodeada por setos de áloes y olivos intercalados entre macizos de

cactus de aspecto chinesco, jardines plantados con pensamientos morados y gli-

cinas en flor. Desde la casa se disfruta de una vista tan bonita que es comparable a

la que se pueda obtener en Florencia o en Edinburgo. Oscar Wilde me dijo una vez

que él consideraba que las vistas bonitas estaban hechas para los malos artistas, así

que yo no las describiré, pero no creo que exista algo más bello en ningún otro país

del mundo que la vista desde el Carmen de los Fosos.

[…] Desde el centro de la ciudad se llega a Los Fosos por una cuesta que trans-

curre entre viejas murallas con bancos de piedra, una doble avenida de magní-

ficos árboles y atravesando la Puerta de las Granadas. […] Por la tarde fuimos a

la Alhambra donde nos presentaron a J. Flores, el intérprete que se encuentra en

el primero de los patios de la Casa Real para acompañar a los turistas más distin-

guidos.

Lo encontramos un hombre muy culto e ingenioso. Después de explicarnos

que la razón por la cual el sorprendente detalle de este monumento árabe había

resistido siglos de tormentas y lluvia, era porque estaba construido de una mezcla

de polvo de mármol, arena y estuco, comenzó a señalar el calado de los arcos, las

columnas, las puertas y galerías y dijo:

258 ]

“El toque femenino, señora, en la arquitectura, es lo que usted debe comprender

si desea apreciar lo que usted verá en la Alhambra, del mismo modo que en el Es-

corial se siente la influencia de los monjes”.

Fuimos de patio en patio y pasando de una belleza a otra acompañados por el

Arquitecto Conservador de la Alhambra hasta que llegamos a la galería más alta. Al

contemplar la belleza de los tejados de la ciudad que se extiende por debajo, sobre

las soleadas llanuras protegidas por cipreses y cansada de expresar elogios, por no

tener nada mejor que decir, me giré hacia el arquitecto y dije:

“Si alguna vez me suicido, será desde esta balaustrada” A lo que él contestó:

“Puede usted tener la completa seguridad señora, de que su idea habría estado pre-

vista si una unión de belleza en el paisaje y arquitectura como esta, que se remonta

al siglo trece, no inspirara Esperanza” […] El día seis dedicamos toda la mañana a

visitar el viejo palacio del Generalife, que no ha sufrido las restauraciones que ha

sufrido la Alhambra y que incluso tiene más interés.

Los enlosados patios de naranjos llenos de frutos, los enormes magnólios, los

rosales de pitiminí a punto de florecer, y surtidores de agua que suben a intervalos

perfectamente medidos a lo largo de los espesos setos de boj, se suman a la belleza

de las ventiladas y abiertas galerías, de las cubiertas de tejas y de los decorados

muros de un maravilloso edificio antiguo. Lo que me resultó sorprendente tanto

en la Alhambra como en el Generalife era la ausencia de guías y de turistas. No-

sotros sólo vimos unas cuantas personas diseminadas por allí, y no se les escuchaba

hablar; esto me convenció de que España es menos visitada que cualquier otro país

europeo de igual belleza.

25�

Cecilia Hill (1931)

Autora de la obra Moorish Towns in Spain87, Londres 1931, Cecilia Hill comienza la introducción reflexionando sobre los vaivenes de las relaciones hispano-británicas a lo largo de la historia.

En Londres, dice, Charing Cross (la cruz que hay fuera de la estación a la que da nombre) se levantó en memoria de Leonor de Castilla quien bebió el veneno de la herida de un rey inglés; Catalina de Aragón, divorciada de Enrique VIII o la Armada Invencible, destrozada por una tormenta, todos son pensamientos que nos vienen a la mente siempre que pensamos en España y que nos han acompañado desde nuestros días escolares. Desde la Armada Invencible, Inglaterra y España han sido mundos aparte y ambos países se habían olvidado el uno del otro. Sin embargo, continua, desde hace poco tiempo, en Inglaterra se han vuelto a retomar las viejas relaciones con España, relaciones que siglos atrás fueron muy estrechas. En su obra, Cecilia Hill, recorre varias ciudades en busca del pasado árabe de España. En Granada, ofrece una detallada descripción de la Alhambra aunque para esta antología he escogido su visión del Generalife.

87 HILL, C. Moorish Towns in Spain London, Methuen & Co. 1931.

Puerta de Elvira

[ 261

El Generalife

Siguiendo el camino siempre en sombra que pasa por delante del Hotel Was-

hington Irving se llega a la cancela del Generalife. Este era el palacio de verano de

las sultanas de Granada y es a la Alhambra lo que es el Trianon en Versalles, es

decir, un lugar para disfrutar y descansar de los asuntos de estado.

Es un palacio pequeño y delicioso que consiste principalmente en balconadas

y galerías de columnas. Se construyó en 1319 y ha soportado frecuentes restaura-

ciones no siempre realizadas con éxito y han sido sus jardines principalmente lo

que más nos han cautivado. De hecho, el arte árabe parece haber sido siempre muy

espléndido a la hora de amar sus jardines, ya que los más románticos cenadores y

las flores más raras son sólo ornamentos para engalanar su mayor placer –el agua.

No hay ninguna historia con la que podamos relacionar el Generalife. Es, pues,

sólo el jardín mágico donde bajo la sombra de sus cipreses, nuestros oídos se tran-

quilizan con el sonido del agua y nuestros ojos se llenan de gozo con sus plateados

reflejos. Es completamente relajante pasear por allí cuando nuestras mentes están

sobrecargadas por las trágicas connotaciones o incluso por el arte de la Alhambra.

Avanzamos por la avenida de elevados cipreses, tejos y adelfas y llegamos al

pequeño patio plantado con rosales y arrayán y en cuyo centro hay un estanque

bordeado por surtidores de agua. Todo es perfecto aunque a pequeña escala. El

maravilloso Generalife es como la casa de muñecas de una reina.

Atravesando una galería en el palacio, vemos otro jardín por debajo, también

con arrayán y fuentes. Pero una parte del Generalife parece que se utilizaba como

vivero.

262 ]

Hay una puerta con maravillosa decoración árabe que da entrada o a varias

salas pequeñas, desde las que se obtiene una bella vista del Albaicín, o a un jardín

más alto con los más bellos estanques y flores y donde se encuentra el llamado

ciprés de la sultana que fue plantado en tiempos árabes. Desde aquí pasando por

sucesivos jardines y terrazas y parterres bordeados por tejos, llegamos al Mirador o

Belvedere desde el que se puede ver toda la ciudad y las montañas. Si tomamos la

vereda que va subiendo por el cerro, llegaríamos a la Silla del Moro, donde una vez

se sentó Boabdil para contemplar desde allí una rebelión en Granada. Desde este

lugar podemos ver la exhuberante y resplandeciente Vega, coronada por la larga

línea de torres de la Alhambra y todo el agreste terreno circundante y hacia el norte

las níveas cumbres de Sierra Nevada.

263

Helen Nicholson88 (1937)

Autora de la obra Death in the Morning8�, publicada en Londres en 1937, Helen Nicholson viajó a España para pasar unos meses con su hija Asta y su marido Alfonso Gámir Sandoval, profesor de la Universidad de Granada, quienes vivían en el Cármen de Villa Paulina junto a la Torre de los Siete Suelos.

88 José Ruiz Mas ha realizado la traducción de este relato que se puede leer completo en: Muerte en la Madrugada, Granada, Comares 2007 cuyo estudio preliminar es de Cristina Viñes.

89 NICHOLSON, H. Death in the Morning London, Lovat Dickson 1937.

Ermita de San Sebastián

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Despertar en el bosque de la Alhambra

Viajé a España para pasar unos meses con mi hija y su esposo español. Su casa

está situada en la colina de la Alhambra, colgada sobre la ciudad de Granada. Los

grandes olmos plantados por Wellington, el “Duque de Hierro”, aportan su sombra

al jardín durante el verano. Para mí se trata de un jardín maravilloso. Los decadentes

muros rojos de la misma Alhambra constituyen sus lindes traseros y una cascada

procedente del palacio veraniego de las reinas moras fluye hacia su interior, lle-

nando la noche y el día con la cantarina melodía del agua. Debido a sus magnolios,

el aire en julio se carga del perfume de sus grandes y blancas flores de cera. Y

dispone también de los senderos perfectamente bordeados de setos tan caracte-

rísticos de todos los jardines españoles, así como de madreselva, jazmín y glicina.

Pero no debo regodearme en sus encantos. Es una tentación a la que tendré que

mostrar mi más firme resistencia, pues dondequiera que me encuentro, mi corazón

sigue añorando ese jardín.

Durante abril y mayo, y sobre todo en junio, ese entorno que tan familiar me

resultaba era demasiado encantador para ser real. Tras mi larga estancia en Ingla-

terra no lograba al principio acostumbrarme a despertarme por la mañana con

una riada de luz dorada y con el sonido de las cantarinas voces de los gitanos que

procedían del camino, al otro lado de las verjas de hierro que protegían nuestro

jardín. Me asomaba rápidamente a mi balcón para respirar con profundidad el aire

de la montaña, seco y estimulante como el mejor champaña, para inspirar la fra-

gancia de las rosas y el jazmín que crecían bajo mi ventana y para intentar ver, si

me era posible, a los pintorescos y joviales gitanos que pasaban por el camino.

Solían revolotear por la Alhambra en grupos, como aves tropicales de vivos colores,

deteniéndose con frecuencia ante nuestra casa para bailar y cantar, o para pasar

un rato entretenido o charlar. Sus profundas y extrañas voces estaban provistas de

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una mezcla de notas de inesperada dureza y de aterciopeladas cadencias. Nunca

me cansaba de observarlos: tenían tal elegancia; y algunas de las más jóvenes eran

realmente bellas. Pero todas tenían encanto. Los collares y pendientes que llevaban,

o las flores que se ponían en los sombreros, o sus mantones de seda con flecos y

sus vestidos de volantes me tenían fascinada, aunque sabía que se arreglaban así

con la única intención de atraer a los extranjeros, que eran su principal modo de

vida. Todo el que pagaba podía verlos bailar en sus propias cuevas con música de

guitarra, uno a uno o en parejas, mientras los demás cantaban o tocaban las palmas

al ritmo del baile.

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Sonidos de guerra en la Alhambra

Aquel memorable jueves acababa de terminar de vestirme para la fiesta de la

señora Turner, tras una breve siesta, cuando mi oído captó un sonido que en los

últimos días había aprendido a reconocer con precisión.

– Eso debe ser un aeroplano –le dije a Kathleen mientras me daba los guantes y

el bolso–. ¿No lo oyes?

– Creo que es un coche subiendo por la colina –dijo–. Suenan muy parecidos.

En ese momento Asta me llamó desde el rellano de la escalera para ver si estaba

lista.

– Sí, baja tú que ahora me uno a ti –le contesté a la vez que empezaba a buscar

mi abanico–. ¿Dónde dejé el abanico, que lo necesito?

Mientras lo buscábamos tenía aún vivo en mi mente el sonido al que antes me

referí.

– Estoy segura de que es un avión –insistí–, y por el sonido sé que está volando

muy bajo. Supongo que debe ser alguno de los nuestros. No ha sonado la alarma.

En ese momento una violenta explosión hendió el aire, lo cual nos sobresaltó

sobremanera a las dos.

– Llevaba Vd. razón. Era de verdad un avión –dijo Kathleen, que se había puesto

pálida–. Ha explotado realmente cerca –añadió–. En algún sitio de la colina.

Un grito de aviso nos llegó desde el piso de abajo:

– ¡Bajad, rápido!

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Corrimos a través del salón hacia el rellano, pero apenas habíamos llegado a

la puerta cuando cayó la segunda bomba. Por un momento pensé que había al-

canzado nuestra casa; había sido un ruido tan tremendo. Temblaron las paredes, los

cristales de las ventanas vibraron, toda la colina de la Alhambra pareció balancearse

con la conmoción. Mientras bajábamos corriendo las escaleras podíamos aún oír

el avión, terriblemente cerca, y mientras nos juntábamos en el vestíbulo del piso

de abajo hubo una tercera explosión, algo más alejada, y el bz-z-z de un segundo

avión.

– Ya se van –dijo alguien pasados unos segundos y casi a la vez dejamos de

oírlos. Más tarde supimos que en efecto volaban bajo y con extraordinaria velo-

cidad.

Alfonso abrió de un golpe la puerta y todos salimos en tropel al jardín con los

rostros blancos y algo temblorosos pues la segunda bomba había sonado dema-

siado cerca para nuestra comodidad.

– ¿Dónde ha caído? –nos preguntábamos. Asta sugirió ir al Washington Irving a

averiguarlo. Cuando pasábamos por el portón del jardín hacia el camino al que dan

sombra los grandes olmos, vi a un pequeño grupo formado por los moradores más

humildes de la Alhambra que charlaban entre sí en voz baja. Un instante después se

unieron a nuestros criados, que nos habían seguido hasta el portón; pero mientras

tanto nuestra atención se había tornado hacia una comitiva de gente que venía

hacia nosotros por el camino del hotel. Había algo realmente extraño en la forma

tan desordenada en que avanzaba la procesión, con los ojos fijos en el frente como

sonámbulos, y sentí un escalofrío en el corazón incluso antes de reconocerlos como

los norteamericanos que se hospedaban en el Washington. Algunas mujeres sólo

calzaban pantuflas, una chica llevaba suelto en cabello a la espalda y casi todos ellos

parecían haberse vestido aprisa con las primeras prendas que tuvieron a mano. Una

chica a la que conocía levemente, la señorita Weller, caminaba apoyada en el brazo

de su padre como si fuera ciega, con una mano puesta sobre los ojos y llorando en

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silencio. Me quedé mirándoles incapaz de moverme, pero Asta se abalanzó a ellos

corriendo. Alfonso, la señora Turner y su hija se habían unido al grupo en el portón

y escuché un murmullo que circulaba de boca en boca:

– ¡Ha caído sobre el Washington!

Mi primer pensamiento fue “¡Ha debido ser horrible para la pobre Solita!” Me

esforcé por adelantarme y unirme a Asta, que se acercaba a mí con las señoritas

Ross y Barbour. Estaban pálidas e impasibles, sin derramar lágrima alguna, casi he-

ladas de la impresión y del miedo, pero Asta sí lloraba y las lágrimas le rodaban por

las mejillas. Dijo con voz ronca:

– Ay, Mamá, pobrecita Solita…

Su voz se iba apagando. Le agarré las manos.

– No está herida, ¿verdad? Solita no, ¿verdad que no? ¡No podría soportarlo!

Asta asintió con la cabeza tragándose los sollozos.

– Dicen que la han matado, o que se está muriendo.

De alguna forma supe que en mi subconsciente esto era lo que siempre había

temido que pudiera ocurrirle a Solita. Limpiándome las lágrimas que me cegaban,

dije con apatía:

– Es mejor que vayamos a la fonda. Es posible que podamos hacer algo.

– No, no hay nada que hacer. Se la han llevado al hospital. ¿Y todas estas pobres

almas? Están todavía aturdidos de la impresión. No podemos dejar que sigan deam-

bulando sin rumbo por la carretera.

Me di cuenta de lo sensato y práctico de la sugerencia y recobré la compostura.

Con cierta dificultad conseguimos dirigir esta reducida comitiva a la deriva hacia

nuestra casa. Algunos ya se la habían pasado en dirección al campo abierto y nos

vimos obligados a ir a por ellos. Posteriormente, cuando los metimos a todos en casa

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y les dimos brandy, comenzaron a contar algo de lo que había ocurrido. Al parecer

estaban todos durmiendo la siesta cuando cayó la primera bomba. Luego supimos

que había explotado en el jardín del Carmen de la Justicia, una casa que afortunada-

mente se encontraba desocupada. Al despertar por la explosión, se levantaron de un

salto con la intención de buscar refugio en los sótanos del hotel, pero para llegar a las

escaleras tenían que pasar por un largo pasillo interior de cristaleras. Solita acababa

de abrir la puerta que daba al pasillo cuando cayó la segunda bomba en el patio del

hotel y quedó casi partida en dos por la metralla. Esperaba mellizos, niños los dos,

según supimos después, y murieron al instante.

La señorita Weller, que sostuvo a Solita en sus brazos tras ser alcanzada, hablaba

de lo valiente que había sido. Lo que nos dijo fue algo parecido a esto:

– Le dijo a su marido: “¡Luis, me han matado!”, y él me pidió que la sostuviera

mientras él y otro hombre preparaban el coche para llevarla al hospital, así que eso

hice. Nunca perdió la conciencia y nunca perdió la razón. Pero fue terrible, porque

no se podía hacer nada por ella… ¡y los pobres bebés!

La pobre chica no podía dejar de llorar. Debió de haber sido una experiencia

verdaderamente terrible para ella. Los brazos de uno de los bebés se encontraron

dos días más tarde detrás de las escaleras.

Los norteamericanos también nos dijeron que un botones del hotel de unos

dieciséis años a quien todos apreciaban mucho había oído el silbido de la bomba y

miró hacia el patio justo cuando ésta caía. Le voló prácticamente la cabeza. Otras

personas más fueron gravemente heridas y no se sabía si sobrevivirían o morirían.

Después oímos que la señorita Cañadas y su padre y una de sus doncellas estaban

entre los heridos. La chica y la doncella murieron casi en seguida, pero el padre

terminó curándose. Parecía realmente extraordinario que esta familia, que había

abandonado el hogar en busca de seguridad, se topase en otro sitio con la tragedia,

mientras su casa, a pesar de la colocación de la metralleta encima, no recibió ni un

rasguño en ninguno de los ataques aéreos.

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La tercera bomba, según oímos, había caído en el barranco que hay entre la

Alhambra y el Albaicín y por fortuna no causó muerte alguna. Pero estaba claro

que tales bombas tenían como objetivo el mismo palacio árabe, ese monumento

nacional que constituye uno de los mayores tesoros no sólo de España, sino del

mundo entero. Tanto el Carmen de la Justicia como el Hotel Washington se en-

cuentran verdaderamente cerca, y como la casa de mi yerno está aún más cerca,

pensamos que era más que probable que ésta fuera la siguiente diana.

Sin embargo, no había tiempo esa tarde para pensar en nosotras mismas, aunque

bien podríamos haberlo hecho. Tras pasar unos minutos procurando que nuestros

huéspedes se sintieran lo más cómodamente posible, les dejamos y nos fuimos

corriendo a la fonda, tan querida para nosotras por tantos recuerdos de tantos

años. Había un paisaje desolador. El coche de los muertos, una especie de carroza

fúnebre que iba de un lado a otro tras los ataques aéreos recogiendo a los muertos,

estaba aparcado en la puerta cuando entramos y dentro encontramos todo el lugar

nadando en sangre y con los cristales desparramados mientras se empapaba todo

del agua que caía incansable de un depósito roto. La confusión era indescriptible.

En medio de toda esa escena de horror y desolación la imagen que destacaba con

más claridad en mi mente era la de la joven cuñada de Solita, Encarna. Estaba de

pie, muy estirada, con el rostro más blanco que la tiza, con el vestido salpicado de

sangre y con una feroz sonrisa fija en sus labios que me perseguirá hasta que me

muera.

Cuando me iba a dirigir a ella, dos chicas me empujaron a un lado y literalmente

se arrojaron a ella sujetándola de los hombros.

– ¡Solita! ¿Está herida? –exclamaron desesperadas con la voz entrecortada de los

que temen la muerte o la angustia. Las reconocí como las hermanas de Solita.

– ¡Dinos! Nos han dicho que está herida. ¡Ay, por amor de Dios, dinos que no

la han matado!

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Encarna sacudió la cabeza, aún sonriendo. Una anciana que parecía una criada

intervino para explicar que a Solita se la habían llevado al hospital.

– Pero no es grave, estará bien –añadió con la clara intención de suavizar el

golpe. Las dos aterradas chicas arrastraron a Encarna hasta la puerta.

– Si está en el hospital, vayámonos para allá, y es mejor que te vengas con no-

sotras –dijeron mientras la miraban con lástima–. Ya has sufrido bastante.

Al día siguiente Encarna estuvo muy enferma de fiebre cerebral y aunque se

recuperó después de unos diez días, naturalmente no regresó a la Alhambra. Las

circunstancias me impidieron volver a verla antes de marcharme de España, pero su

recuerdo es uno de los más tristes que me llevé de allí.

En la confusión perdí a Asta, pero vi a una amiga nuestra, María Carazo, una

joven viuda que vivía en frente, con la mirada fija en los charcos de sangre, y la cogí

del brazo en la creencia de que ella también había sufrido bastante.

– No podemos hacer ya nada aquí –dije–. Podemos irnos a casa.

Se vino conmigo obedientemente, como si hubiera entrado en trance, sin dejar

de repetir en voz baja, a intervalos:

– Gracias a Dios que no ha muerto ningún extranjero. Todos los norteameri-

canos están a salvo, sólo han muerto españoles.

Después de un rato le pregunté qué había querido decir.

– ¿Por qué es mejor que mueran españoles que alguno de nosotros?

– Porque es nuestra guerra, no la vuestra –contestó–. ¿Por qué habrían de sacri-

ficarse vuestras vidas?

Me quedé muy impresionada de la nobleza de este sentimiento. Cuando lle-

gamos a nuestro portón, María decidió entrar en casa conmigo y tan pronto como

lo hicimos cayó desvanecida como si se hubiera muerto. Supe más tarde que su

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corazón no se encontraba demasiado fuerte y la escena de la fonda debió haberle

afectado profundamente.

Nos esforzamos durante diez minutos en hacerle recobrar el sentido y la señora

Turner y su hija la acompañaron posteriormente a su casa. Tanto Alfonso como Asta

habían desaparecido. Tengo la vaga impresión de que estaban haciendo alguna

gestión para la familia de Solita, así que Kathleen y yo nos dispusimos a atender

a los visitantes norteamericanos, que ahora intentaban recuperarse de su estado

traumático. Con la ayuda de las doncellas españolas tuvimos pronto el té listo;

menos mal que teníamos un amplio suministro de tazas, pues siguió viniendo cada

vez más gente para tener noticias de nosotras o de nuestros visitantes. Yo estuve

ocupada sirviendo té hasta las ocho en punto. Mientras tanto el teléfono no dejaba

de sonar, ya que la noticia del bombardeo de la Alhambra se había extendido por

la ciudad y parecía que la idea dominante era que la bomba había caído en nuestro

campo de tenis. Asta regresó a tiempo para atender algunas de las peticiones de

información. Dijo que el teléfono sonó veintinueve veces seguidas y, desesperada,

dejó descolgado el auricular. Al anochecer estábamos todas bastante cansadas.

No nos agradaba la idea de tener que devolver a nuestros invitados a la de-

solación que habíamos visto en el hotel y mi hija les animó a pasar la noche con

nosotras, pues aunque nuestra casa la teníamos ya llena, podíamos preparar para

ellos alguna forma de alojamiento donde pernoctar. En momentos como éste uno

no se preocupa de nada que no sea imprescindible. Frente al peligro y la muerte

todos somos hermanos.

Ellos preferían sin embargo regresar al hotel sabiendo que más tarde o más tem-

prano debían enfrentarse a la realidad. Sus habitaciones, por fortuna, no habían sido

dañadas y sabíamos que lo peor del desastre se habría limpiado ya a estas alturas.

Cuando les di las buenas noches me fui a mi habitación y sin encender siquiera

la luz salí al balcón, donde me quedé con la mirada puesta en el oscurecido jardín.

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El aire estaba cargado de la fragancia de las magnolias y de las voces de mi yerno y

el mozo de cuadra de mi hija, Joaquín, las cuales subían hasta mí cargadas de la rica

y sonora melodía de la lengua española. Era aún una noche tranquila, estrellada, de

absoluta paz y belleza. Sabía que posteriormente, cuando saliese la luna, el follaje

de los álamos gigantes dibujaría una delicada línea sobre la vía láctea. Mientras

meditaba sobre las trágicas imágenes de la tarde, mi corazón se sentía demasiado

agotado para rebelarse. Sólo podía percibir la presencia de Dios y la idea domi-

nante de que de cualquier forma Él siempre tiene sus razones para todo.

[…] Quizás sea relevante señalar que de las ocho bombas que cayeron en la

misma Alhambra –es decir, el palacio árabe junto al cual vivíamos–, ni una llegó

a explotar. Los granadinos no tardaron en atribuir esta inmunidad a los mágicos

hechizos con que la habían embrujado los moros que la construyeron. Hay una

mano grabada sobre la clave del arco en la portada de piedra de la gran Puerta de la

Justicia y justo debajo hay una llave. Sobre ambos cuerpos reza así una inscripción

en árabe: “Hasta que esta mano pueda coger la llave, la Alhambra logrará resistir

a todos sus enemigos”. Durante los siglos transcurridos desde que se grabó esta

inscripción, el Palacio Rojo,90 en efecto, ha soportado los ataques de sus enemigos,

incluyendo terremotos y la climatología, y, si bien el lector puede probar a explicar

el asunto como lo crea conveniente, yo personalmente me inclino por la teoría de

que han sido los antiguos encantamientos de los moros los que me han salvado la

vida una vez más.

90 Es la traducción literal de la palabra Alhambra.

Hotel Washington Irving y Hotel de los Siete Suelos(a principios del siglo XX)

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Bibl

iogr

afía

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