1
a mujer de Bach escri- bió parte de algunas de sus obras. Un docu- mental asegura que la segunda esposa del compositor, Anna Madgalena, escribió parte de al- gunas de las mejores obras del músico”. Éstos son el título y el subtítulo de una información publicada el mismo día que me pongo a escribir sobre una mu- jer escritora de mediados del si- glo XX, una mujer a la que, en comparación con otras que se vieron ensombrecidas por la obra de sus parejas o que pusie- ron su trabajo al servicio de ellos, se le reconoció su mérito... Pero a menudo con críticas so- bre su carácter demasiado emo- tivo, histérico tal vez, sobre su irracionalidad y su incapacidad para pulir sus novelas hasta de- jarlas desprovistas de demasiada sinceridad y libertad. Elizabeth Smart no tuvo pro- blemas para firmar sus historias, ni para que le fuera reconocida su capacidad para escribir de forma diferente, para saltarse los límites que se le ponen a las artistas. No, ésos no eran sus proble- mas. Elizabeth Smart solo los tu- vo para ser entendida de verdad, para que su trabajo fuera puesto al nivel del de sus compañeros masculinos. Era como si romper con las normas siendo hombre, debiera ser valorado –la volup- tuosidad, la falta de corsés y ta- búes, el reconocimiento del de- seo y del dolor sin ponerse obstá- culos a uno mismo, sin censura ninguna–, pero que siendo mu- jer solo fuera el resultado de al- gún trastorno mental y merecie- ra más una receta médica que una palabra de aliento. Que Smart no era una mujer de su tiempo está clarísimo. Su madre le escribió, tras la publica- ción de En Grand Central Station me senté y lloré, “tus ideas no me parecen compatibles con la sa- lud mental”. Casi nada. Y “ojalá hubieras utilizado esas estupen- das cualidades para mejores fi- nes y más pronto. Qué distinta habría sido tu vida en tal caso”. Con “estupendas cualidades” se refería a “fortaleza, resistencia y simpatía”; le faltaba añadir la belleza, pues al parecer la Smart era un bellezón, y ya se sabe có- mo se valora eso en una mujer. Era todo eso, tenía todo eso. Basta leer sobre su vida para dar- se cuenta. Nacida en una familia adine- rada de Ottawa, estaba destina- da a ser otra hija que se casa bien después de haberse cultivado un poco y haber asistido a mu- chos bailes. Pero Elizabeth des- de muy joven quiso algo más. Quiso leer más que un poco, es- cribir lo suyo y vivir el amor li- bremente, solo por amor y no por comodidades o el qué di- rán. La verdad es que se empe- ñó en esto último especialmen- te, no solo porque una vez que comenzó a vivir lejos de sus pa- dres descubrió el sexo –habla- mos de la década de 1930, había nacido en 1913–, sino sobre to- do porque un día entró en una librería de Londres, cayó en sus manos un libro de poemas de un autor llamado George Bar- ker y decidió que aquel era el hombre de sus sueños. Sueños: alma. El único con el que podría entenderse de verdad, pensó. El que podía expresar lo que ella sentía sin haberla conocido. Co- mo dice Rosemary Sullivan en la biografía sobre la escritora pu- blicada hace años por Circe, “sin haber visto siquiera una fo- to suya, comenzó la relación de Elizabeth con él, que duraría to- da la vida... Todo lo que había precedido la propulsaba hacia ese momento”. Fortaleza, resistencia y simpa- tía (y belleza) mediantes, Eliza- beth llegó a conocer al poeta, que resultó estar casado y que, como ella, vivía más o menos li- bremente su sexualidad. Prime- ro le ayudó económicamente en la distancia y manteniendo con- tacto por carta; luego, ya en Cali- fornia, acompañó a Barker y su esposa largo tiempo; después, comenzaron una relación de la que nacieron cuatro hijos en menos de una década y cons- truida sobre largas separacio- nes, llena de idas y venidas, de promesas, de intentos de expli- carse qué era el amor y cuántas veces se podía recuperar la con- fianza. Llena, también, de la fe de ca- da uno de ellos en el trabajo del otro. Barker no se lo negó nun- ca pero sí la ayuda en la crianza de los hijos, lo cual complicaba mucho la vida de la escritora. Al- gunos amigos le decían a Eliza- beth que para qué intentarlo si jamás llegaría a ser como su compañero. Pero ella trabajó durante años sobre sus diarios y experiencias, añadiendo sus muchísimas lecturas –incluida la Biblia–, hasta dar forma a un libro corto e intenso que sigue siendo moderno tanto tiempo después. Porque es personal, único; porque es una labor de orfebrería literaria de tal pro- fundidad y sinceridad que pare- ce imposible que sea real. Es una exploración de sí misma, del deseo y de los límites, de la tradición y de la ruptura, con continuas referencias literarias. Es un texto en prosa, pero en la memoria queda impreso como un largo poema. Las críticas que recibió en su primera edición lo calificaban de !un violento y há- bil ataque a la familia”, de “cu- riosas efusiones”, “egocentris- mo que provoca la repugnancia del lector y deja la impresión de que la autora ha desperdiciado un gran potencial de patetismo en un tema trivial que no mere- cía tanto”, “un auténtico don de imaginación poética, una loable sinceridad y un profundo can- dor en el sufrimiento”... En la novela –¿novela? ¿habla- mos de autoficción o de qué ha- blamos?–, Smart cuenta su ca- mino desde antes de conocer a Barker hasta su unión en los pri- meros años, incluido su primer embarazo, que por supuesto fue todo un escándalo. Ella canta al amor tal y como lo entiende. No se guarda sentimientos, ni se avergüenza, y muestra su extra- ñeza ante aquellos que la seña- lan y le dicen que lo que hace es ilegal. Sí, lo era. Viajaba con un hombre casado: debía decir que la habían engañado o confesar- se loca, pero no mostrarse tal y como quería. “La sencilla pala- bra Amor ofende con su desnu- dez”. Sobre todo si la pronuncia- ba, una y otra vez, una chica rica de buena familia que no quería ocultarse. “¿Es que disfruto es- candalizando a los mayores?”, se pregunta en En Grand Central Station me senté y lloré. Menos mal que creyó en sí misma. “Mi cora- zón contra mi corazón se encar- niza. El ritmo de sus latidos es el ritmo de la verdad, envenenado ritmo”. Elena Sierra “L Al ritmo de su corazón 13 Bilbao Ella canta al amor tal y como lo entiende. No se guarda sentimientos ni se avergüenza “Mi corazón contra mi corazón se encarniza. El ritmo de sus latidos es el ritmo de la verdad, envenenado ritmo” Elizabeth Smart no se ciñó a las normas escritas para una joven adinerada nacida en 1913 y prefirió seguir su instinto, creando una novela cuya intensidad y sinceridad es difícil de superar Elizabeth Smart en California, después de haber conocido a George Barker Elizabeth con sus hijos, 1948 Vidas invisibles

Vidas invisibles Al ritmo de su corazón - CALAMBUR ... · habría sido tu vida en tal caso”. ... da la vida... Todo lo que había ... El ritmo de sus latidos es el ritmo de la

  • Upload
    lythien

  • View
    217

  • Download
    0

Embed Size (px)

Citation preview

a mujer de Bach escri-bió parte de algunasde sus obras. Un docu-

mental asegura que la segundaesposa del compositor, AnnaMadgalena, escribió parte de al-gunas de las mejores obras delmúsico”. Éstos son el título y elsubtítulo de una informaciónpublicada el mismo día que mepongo a escribir sobre una mu-jer escritora de mediados del si-glo XX, una mujer a la que, encomparación con otras que sevieron ensombrecidas por laobra de sus parejas o que pusie-ron su trabajo al servicio deellos, se le reconoció su mérito...Pero a menudo con críticas so-bre su carácter demasiado emo-tivo, histérico tal vez, sobre suirracionalidad y su incapacidadpara pulir sus novelas hasta de-jarlas desprovistas de demasiadasinceridad y libertad.

Elizabeth Smart no tuvo pro-blemas para firmar sus historias,ni para que le fuera reconocidasu capacidad para escribir deforma diferente, para saltarselos límites que se le ponen a lasartistas.

No, ésos no eran sus proble-mas. Elizabeth Smart solo los tu-vo para ser entendida de verdad,para que su trabajo fuera puestoal nivel del de sus compañerosmasculinos. Era como si romper

con las normas siendo hombre,debiera ser valorado –la volup-tuosidad, la falta de corsés y ta-búes, el reconocimiento del de-seo y del dolor sin ponerse obstá-culos a uno mismo, sin censuraninguna–, pero que siendo mu-jer solo fuera el resultado de al-gún trastorno mental y merecie-ra más una receta médica queuna palabra de aliento.

Que Smart no era una mujerde su tiempo está clarísimo. Sumadre le escribió, tras la publica-ción de En Grand Central Stationme senté y lloré, “tus ideas no meparecen compatibles con la sa-lud mental”. Casi nada. Y “ojaláhubieras utilizado esas estupen-

das cualidades para mejores fi-nes y más pronto. Qué distintahabría sido tu vida en tal caso”.Con “estupendas cualidades” serefería a “fortaleza, resistencia ysimpatía”; le faltaba añadir labelleza, pues al parecer la Smartera un bellezón, y ya se sabe có-mo se valora eso en una mujer.Era todo eso, tenía todo eso.Basta leer sobre su vida para dar-se cuenta.

Nacida en una familia adine-rada de Ottawa, estaba destina-da a ser otra hija que se casa biendespués de haberse cultivadoun poco y haber asistido a mu-chos bailes. Pero Elizabeth des-de muy joven quiso algo más.Quiso leer más que un poco, es-cribir lo suyo y vivir el amor li-bremente, solo por amor y nopor comodidades o el qué di-rán. La verdad es que se empe-ñó en esto último especialmen-te, no solo porque una vez quecomenzó a vivir lejos de sus pa-dres descubrió el sexo –habla-mos de la década de 1930, habíanacido en 1913–, sino sobre to-do porque un día entró en unalibrería de Londres, cayó en susmanos un libro de poemas deun autor llamado George Bar-ker y decidió que aquel era elhombre de sus sueños. Sueños:alma. El único con el que podríaentenderse de verdad, pensó. El

que podía expresar lo que ellasentía sin haberla conocido. Co-mo dice Rosemary Sullivan en labiografía sobre la escritora pu-blicada hace años por Circe,“sin haber visto siquiera una fo-to suya, comenzó la relación deElizabeth con él, que duraría to-da la vida... Todo lo que habíaprecedido la propulsaba haciaese momento”.

Fortaleza, resistencia y simpa-tía (y belleza) mediantes, Eliza-beth llegó a conocer al poeta,que resultó estar casado y que,como ella, vivía más o menos li-bremente su sexualidad. Prime-ro le ayudó económicamente enla distancia y manteniendo con-

tacto por carta; luego, ya en Cali-fornia, acompañó a Barker y suesposa largo tiempo; después,comenzaron una relación de laque nacieron cuatro hijos enmenos de una década y cons-truida sobre largas separacio-nes, llena de idas y venidas, depromesas, de intentos de expli-carse qué era el amor y cuántasveces se podía recuperar la con-fianza.

Llena, también, de la fe de ca-da uno de ellos en el trabajo delotro. Barker no se lo negó nun-ca pero sí la ayuda en la crianzade los hijos, lo cual complicabamucho la vida de la escritora. Al-gunos amigos le decían a Eliza-

beth que para qué intentarlo sijamás llegaría a ser como sucompañero. Pero ella trabajódurante años sobre sus diarios yexperiencias, añadiendo susmuchísimas lecturas –incluidala Biblia–, hasta dar forma a unlibro corto e intenso que siguesiendo moderno tanto tiempodespués. Porque es personal,único; porque es una labor deorfebrería literaria de tal pro-fundidad y sinceridad que pare-ce imposible que sea real. Esuna exploración de sí misma,del deseo y de los límites, de latradición y de la ruptura, concontinuas referencias literarias.Es un texto en prosa, pero en la

memoria queda impreso comoun largo poema. Las críticas querecibió en su primera edición localificaban de !un violento y há-bil ataque a la familia”, de “cu-riosas efusiones”, “egocentris-mo que provoca la repugnanciadel lector y deja la impresión deque la autora ha desperdiciadoun gran potencial de patetismoen un tema trivial que no mere-cía tanto”, “un auténtico don deimaginación poética, una loablesinceridad y un profundo can-dor en el sufrimiento”...

En la novela –¿novela? ¿habla-mos de autoficción o de qué ha-blamos?–, Smart cuenta su ca-mino desde antes de conocer aBarker hasta su unión en los pri-meros años, incluido su primerembarazo, que por supuesto fuetodo un escándalo. Ella canta alamor tal y como lo entiende. Nose guarda sentimientos, ni seavergüenza, y muestra su extra-ñeza ante aquellos que la seña-lan y le dicen que lo que hace esilegal. Sí, lo era. Viajaba con unhombre casado: debía decir quela habían engañado o confesar-se loca, pero no mostrarse tal ycomo quería. “La sencilla pala-bra Amor ofende con su desnu-dez”. Sobre todo si la pronuncia-ba, una y otra vez, una chica ricade buena familia que no queríaocultarse. “¿Es que disfruto es-candalizando a los mayores?”, sepregunta en En Grand CentralStation me senté y lloré. Menos malque creyó en sí misma. “Mi cora-zón contra mi corazón se encar-niza. El ritmo de sus latidos es elritmo de la verdad, envenenadoritmo”.

Elena Sierra

“L

Al ritmo desu corazón

13B i lbao

Ella canta al amor taly como lo entiende.

No se guardasentimientos nise avergüenza

“Mi corazón contra mi corazón se encarniza.El ritmo de sus latidos es el ritmo de la

verdad, envenenado ritmo”

Elizabeth Smart no se ciñóa las normas escritas para una

joven adinerada nacida en 1913 yprefirió seguir su instinto,

creando una novelacuya intensidad y sinceridad

es difícil de superar

Elizabeth Smart en California, después de haber conocido a George Barker

Elizabeth con sus hijos, 1948

Vidas invisibles