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LO QUE EL ABUELO ME ENSEÑÓ (CALCULO) Hace unos cuantos años que sucedió esta historia que os voy a contar. Yo era muy pequeño, pero me acuerdo de todo lo que aprendí con mi abuelo aquel año. Mi abuelo siempre decía que yo tenía que ir a la escuela para aprender muchas cosas y que por eso tenía que vivir en la ciudad y hacerme un hombre útil. Yo era tan pequeño que aún no conocía los números bien, ni las regletas Cuisènaire, pero lo que no sabía era que a lo largo de ese verano que iba a pasar con mi abuelo en su pequeño pueblo, iba a aprender tantas cosas. Deseaba que despuntara el día para irme a trabajar con mi abuelo al campo, algo que nunca había hecho, y que, ¡estaba deseando hacer!. Mi abuelo me despertó temprano y me preparó un gran tazón de leche y unas galletas; desayuné muy rápido, ¡había que irse!. Nos montamos en el caballo, llamado Rufo, que mi abuelo siempre llevaba a trabajar, pues como era muy viejo no podía conducir. Después de un rato galopando sobre Rufo, llegamos al campo donde mi abuelo trabajaba y me dijo: José Antonio vas a realizar tu primera tarea como hombre de campo Yo estaba deseando saber cuál sería ese trabajo, y mi abuelo siguió: Ves esa cuadra que hay allí, pues dentro hay 1 oveja blanca, tendrás que echarle de comer. Hice lo que mi abuelo me había mandado y una vez terminado le dije: "Abuelo, ya lo he hecho”. Muy bien hijo, contestó él (mi abuelo siempre me llamaba hijo, no sé porqué no me llamaba por mi

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LO QUE EL ABUELO ME ENSEÑÓ

(CALCULO)

Hace unos cuantos años que sucedió esta historia que os voy a contar. Yo era muy pequeño, pero me acuerdo de todo lo que aprendí con mi abuelo aquel año.

Mi abuelo siempre decía que yo tenía que ir a la escuela para aprender muchas cosas y que por eso tenía que vivir en la ciudad y hacerme un hombre útil.

Yo era tan pequeño que aún no conocía los números bien, ni las regletas Cuisènaire, pero lo que no sabía era que a lo largo de ese verano que iba a pasar con mi abuelo en su pequeño pueblo, iba a aprender tantas cosas.

Deseaba que despuntara el día para irme a trabajar con mi abuelo al campo, algo que nunca había hecho, y que, ¡estaba deseando hacer!.

Mi abuelo me despertó temprano y me preparó un gran tazón de leche y unas galletas; desayuné muy rápido, ¡había que irse!.

Nos montamos en el caballo, llamado Rufo, que mi abuelo siempre llevaba a trabajar, pues como era muy viejo no podía conducir.

Después de un rato galopando sobre Rufo, llegamos al campo donde mi abuelo trabajaba y me dijo:

José Antonio vas a realizar tu primera tarea como hombre de campo

Yo estaba deseando saber cuál sería ese trabajo, y mi abuelo siguió:

Ves esa cuadra que hay allí, pues dentro hay 1 oveja blanca, tendrás que echarle de comer.

Hice lo que mi abuelo me había mandado y una vez terminado le dije: "Abuelo, ya lo he hecho”. Muy bien hijo, contestó él (mi abuelo siempre me llamaba hijo, no sé porqué no me llamaba por mi nombre, pero como yo a él tampoco le llamaba por el suyo sino abuelo, estábamos en paz).

Ahora, hijo, ve a la huerta y coge 2 tomates rojos para comérnoslos con sal.

Fui, cogí los dos tomates más rojos que había en el huerto y se los llevé a mi abuelo; estaban buenísimos. Mi abuelo, entonces, me dijo: Venga hijo, que aún quedan muchas cosas por hacer.

Vuelve ahora al huerto y tráete 3 pepinos verdes para comer esta noche de postre con miel.

Así lo hice, fui otra vez al huerto y traje 3 pepinos verdes bien hermosos.

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Muy bien hijo, ¿ves ahora aquel rosal?, pues ve y traete 4 rosas de las rosadas.

No entendí muy bien porqué tenía que cortar 4 rosas de color rosado, pero como soy un chico obediente, fui y las corté.

Gracias hijo. Para combatir la sed, ve otra vez al huerto y de alguno de los limoneros tráete 5 limones bien amarillos.

Como no llegaba, tuve que coger una vieja escalera y así pude hacerme con los 5 limones amarillos. Mi abuelo, entonces, me preparó un rico refresco de limón para que cogiera fuerzas y pudiera seguir trabajando.

Una vez apagada nuestra sed, mi abuelo volvió a enviarme al huerto a por 6 lechugas de un precioso verde oscuro para venderlas en el pueblo.

Allá que fui a por las seis lechugas verde oscuro pensando por el camino que me estaba cansando de ir tantas veces al huerto, porque, digo yo, con un viaje que hubiera hecho podía haber traído todo.

Muy bien hijo - dijo mi abuelo - ahora ve al olivar y traeme 7 aceitunas negras para ver cómo va a ir la cosecha este año.

¡Menos mal que no me ha mandado otra vez al huerto, que si no me enfado!. Fui al olivar y traje las 7 aceitunas negras más brillantes que encontré.

¿Ya de vuelta hijo?, buenas aceitunas has cogido, vete ahora al huerto de nuevo y desentierra 8 patatas marrones que esta noche vamos a hacer una tortillita.

Y, ¡otra vez al huerto!, aunque esta vez no me enfadé porque antes me había mandado al olivar. Así que de nuevo en el huerto, cogí 8 patatas bien hermosas para hacer la deseada tortilla de mi abuelo.

Mi abuelo a mi vuelta volvió a decirme lo bien que lo había hecho y me hizo un nuevo encargo:

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Coge ahora esos 9 cubos azules y mételos en el cobertizo.

Diligente, empecé mi nueva tarea y los fui llevando poco a poco hasta que los 9 cubos azules estuvieron metidos en el cobertizo.

Cuando acabé, una vez más me dijo mi abuelo:

Muy bien hijo, y ya por úlitma vez vuelve al huerto y de alguno de los naranjos coge 10

naranjas para hacerte luego un zumo.

Volví de nuevo al huerto acompañado de la vieja escalera y cogí las 10 hermosas naranjas que me había pedido mi abuelo.

Muy bien hijo, ya está bien por hoy.

Así que de nuevo montados en Rufo volvimos al pueblo. Llegados a casa, mi abuelo me invitó a jugar a un juego muy divertido que tenía y sacó una vieja caja de madera que contenía un montón de varitas del mismo material, en diferentes colores y longitud. Mi abuelo me explicó que esas varitas se llamaban regletas Cuisènaire y que para poder jugar tenía que acordarme de la oveja, los 2 tomates, los 3 pepinos, ..., yo no entendía que relación tenía la oveja blanca con estas regletas y mi abuelo me explicó que la regleta blanca valía UNO, la roja valía DOS, por eso me envió a por dos tomates, y así sucesivamente.

¡¡Mi abuelo me estaba enseñando el valor de regletas a través de los viajes al huerto!!, de tal forma que en cada viaje debía coger un objeto más que en el viaje anterior. Es una lección que nunca he olvidado y además, desde aquel día, jugar con mi abuelo a las varitas -como a mi me gustaba llamarlas- se hizo algo habitual.

Hoy, yo también soy un abuelo, y también he enseñado a mis nietos a jugar con las regletas, mediante ¡por supuesto! los correspondientes viajes al huerto.

LA URRACA MALVADA(CALCULO)

Edad: 4-5 años, una vez conocidas y manipuladas las regletas

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Contenido: color y forma de las regletas hasta la amarilla

     Erase una vez un bosque en el que vivían muy felices unos animalitos un poco especiales. Todos tenían forma de cuadrado y eran de color blanco.

     No muy lejos de allí vivía su peor enemigo: una malvada urraca negra a la que le encantaba comer animalitos de color blanco. Todos los días la urraca se paseaba por el bosque para comerse a uno de ellos.

     Los cuadraditos blancos atemorizados por los ataques de la urraca decidieron buscar una solución cambiando su forma y color, de tal manera que, para que la urraca no los reconociera, se subieron uno encima de otro y cambiaron su vestido blanco por uno rojo.

     Su plan tuvo éxito durante unos días, hasta que la urraca, hambrienta y acostumbrada al color rojo, los atacó de nuevo. Volvieron, entonces, a pensar en camuflarse de tal manera que a cada animalito rojo se les subió encima uno blanco, cambiando así su forma y color por un vestido verde claro. ¡Qué contentos estuvieron durante unos días! Pero, de nuevo el plan fracasó y la urraca volvió a comérselos una vez que se habituó a distinguirlos entre el verde follaje.

     Cansados de la situación, decidieron volver a poner en marcha el plan de cambio, ya que por lo menos durante unos días podían respirar tranquilos. Ahora, los verdes se añadieron uno blanco más y cambiaron su vestido por uno rosa.

     De nuevo, al poco tiempo, la urraca volvió a atacarlos, y a los animalitos rosas se les unió uno más, blanco también, cambiando de esta manera su forma y color por un vestido amarillo; a pesar de esto, la urraca, que era muy lista, descubrió cual era el disfraz de los cuadraditos y sin pensarlo dos veces decidió atacarlos nuevamente, pero esta vez la mala suerte la acompañaba, ya que, cada vez que lo intentaba, el reflejo del sol en el vestido amarillo la cegaba, impidiéndola ver y localizar a nuestros amigos quienes por fin astutamente salvaron la vida, y colorín colorado este cuento se ha acabado.

LAS AMISTADES DE JUANITO

Edad:  4 - 5 años, una vez explicadas y manipuladas las regletas en clase

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Contenidos: Números de 1 a 5

 

   

Había una vez un niño muy bueno y bondadoso que vivía con su mamá. Los dos eran muy felices, pero también muy pobres y apenas tenían dinero para comer. Juanito, que así se llamaba el pequeño, decidió hacer lo siguiente: 

"Al bosque me iré       y comida encontraré,       aunque tenga que caminar       día y noche sin descansar".

Andando se fue Juanito       siguiendo el caminito,       cuando más cansado estaba 

  vio lo que deseaba.

  Era un manzano majestuoso     lleno de frutos sabrosos, 

    cuando coger uno decidió     su estatura se lo impidió. 

        

Entonces se detuvo a pensar     y ayuda se fue a buscar, 

    con la regleta blanca se encontró     y ésta su ayuda le ofreció. 

  

 

El niño encima se subió     pero nada consiguió, 

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    la regleta roja que por allí cruzaba     le dijo que una mano le echaba.

"La regleta blanca mide uno nada más,     como yo mido uno más, 

    me pondré a su lado para que te subas con cuidado".   

Como Juanito aún no llegaba     pensó que uno más necesitaba,     la regleta verde que todo lo vio 

    al lado de la roja se colocó.   

      

  El pequeño pudo ascender     pero nada logró coger, 

    en ese momento cruzó la regleta rosa     que era muy cariñosa. 

     

"Veo que uno más necesitas     por lo que te echaré una manecita", 

    con la regleta verde se colocó     y el niño entonces subió. 

      

  Esto de nada sirvió 

    porque la fruta no alcanzó,     la regleta amarilla que iba caminando 

    pensó que la estaban necesitando.

Ella medía uno más que la rosa     y su ayuda podría ser valiosa, 

    Juanito no se cansaba     y subiendo continuaba. 

        

  Como quería lograr su objetivo     nunca se daba por vencido, 

    y tuvo que pedir ayuda     a la regleta verde oscura.

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"Yo mido uno más que la amarilla, puedes subir     y así la fruta conseguir", 

    el niño por fin llegó     y las manzanas cogió. 

      

Desde aquel instante     comida tuvieron bastante, 

    siempre se ayudaron     y gracias a su esfuerzo triunfaron.

Si todos nos ayudamos     cuando lo necesitamos, 

    y de corazón lo hacemos     más felices seremos. 

      

            

MANUEL ELARRIERO

De los muchos oficios que ejerció Manuel en su juventud, quizás sea el de arriero1 del que guarda un mejor recuerdo. Se levantaba muy tempranito, a las cinco de la madrugada, y

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antes de despuntar el día ya estaba con sus tres mulas en el remate de monte o de carbón, dispuesto a cargarlas y regresar al pueblo. Hace algún tiempo, me contó que Andrés y Donato eran por aquel entonces en el pueblo los intermediarios del carbón y de las varas para los tomateros, y siempre le estaban reprochando que si primero atendía a uno que al otro, cuando la verdad era que él se rompía la cabeza tratando de satisfacerlos de la mejor manera que podía y sabía. Por esta razón, muchas veces hacía viajes en los que unas mulas traían varas y otra carbón, o viceversa, con el fin de contentar a ambos.

Una vez se encontró en la situación de tener que acarrear 60 sacos de carbón y 80 fejes3 de varas, y se planteó llevar en cada viaje carbón y varas, de modo que en todos los viajes fuera siempre el mismo número de sacos de carbón y también fuera fijo el número de fejes de varas. Luego de darle muchas vueltas llegó a la conclusión de que esto era posible, y así podía satisfacer tanto a Donato como Andrés al comenzar y terminar el mismo día el transporte de ambos productos y, además, cada día les traería una cantidad fija del respectivo material. Fue feliz durante los días que duró el trabajo y pudo dedicar mucho de su tiempo a observar la naturaleza, de la que siempre estuvo enamorado, al no tener que pensar en cada viaje qué cantidad de cada elemento debía cargar en sus mulas.

Me hizo observar que él nunca cargaba a ninguna con más de 2 fejes de varas o 3 sacos de carbón, pues éstas constituían su principal medio de trabajo y no quería arriesgarse a que alguna, por exceso de carga, se le mancase.¿Podrían ustedes animarse e intentar hallar el número de viajes que tuvo que hacer y los sacos de carbón y fejes de varas que transportaba en cada viaje? ¿Podría Manuel, respetando las condiciones de carga de sus mulas, haber finalizado en un mismo viaje el transporte si las cantidades hubieran sido 83 fejes de varas y 60 de carbón? ¿Y cuántos viajes hubiera tenido que hacer para finalizar conjuntamente el transporte si el carbón hubiera sido 60 sacos y 20 los fejes de varas?

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MANUEL EL PASTOR

En los años cincuenta Manuel ejerció el pastoreo. Tenía una considerable manada de cabras, un chivo y dos perros: dos bellos ejemplares de pastor garafiano4, que le proporcionaban una inestimable ayuda en su oficio. Cuando se aproximaban las fiestas Navideñas, Manuel se instalaba con su ganado en unos corrales de Buenavista, un pago próximo a Santa Cruz de La Palma, y todos los días, muy tempranito, descendía con las cabras hacia la ciudad. A veces se producía una situación desagradable cuando se encontraba con un grupo de manganzones5, que por aquello de pasar un rato la guasa le tildaban de mago6. En uno de esos encuentros le propusieron que hiciera una exhibiciónde silbidos, en los que ellos suponían que Manuel, como pastor, sería un experto. Él aceptó, pero les propuso que lo haría al día siguiente, con el fin de que tuvieran tiempo de reunir a más compañeros que pudieran contemplar tan importante acto.

Al día siguiente, gozosa como si se dispusiera a contemplar un número circense, la pandilla esperó a Manuel en una de las recónditas plazas por las que éste pasaba. Cuando llegó el momento, Manuel solicitó silencio y se dispuso a hacer la tan esperada exhibición: un silbido suave, como si acompañara el tarareo de una canción, salió de sus labios y, unos segundos después, les dio la espalda y enfiló con sus cabras por una calle.

–¡Eh! –gritaron los del grupo– nosotros queremos que chifles fuerte.

–No necesito silbar fuerte cuando tengo los animales tan cerca –les replicó Manuel.

Una vez le pregunté a Manuel si fueron muchos los que tuvieron el honor de asistir a tan extraordinario acto.

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–Bueno, me contestó, mis animales y yo éramos más. En realidad, la diferencia entre el número de cabras y el de "machangos" era un cuadrado perfecto. Cada una de las cifras que componían dicho

número también eran cuadrados perfectos, y el número de "bamballos"7, como no podía ser menos, era primo. Mis cabras no llegaban al centenar, exactamente su número estaba formado por dos cifras de las que una era múltiplo de la otra. Sentí curiosidad por saber el número exacto de bamballos o machangos, como los denominaba Manuel, y les puedo asegurar queconstituyeron un buen grupo los ridiculizados espectadores. Les invito a que, con los datos aportados por Manuel, traten de averiguar cuántos fueron exactamente

ESCUELA NORMAL “PROFR. DARIO RODRIGUEZ CRUZ”

LIC. EN EDUCACION PREESCOLAR

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CURSO: PENSAMIENTO CUANTITATIVO.

TRABAJO: CUENTOS (MATEMATICAS).

ASESORA: MINERVA MONTES ESPINOZA.

ESTUDIANTE: CRISTINA GARCIA MARTINEZ.

1° SEMESTRE“A”

NUMERO DE LISTA: 10

7 DE DICIEMBRE DEL 2012