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LECTURAS DE HISTORIA DE MÉXICO PARA EL BACHILLERATO: Comprensión de los procesos históricos Selección, adaptación, introducción y notas de: Alejandro Alcántara Gallegos

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LECTURAS DE HISTORIA DE MÉXICOPARA EL BACHILLERATO:

Comprensión de los procesos históricos

Selección, adaptación, introducción y notas de:Alejandro Alcántara Gallegos

INTRODUCCIÓN

Uno de los problemas de la enseñanza de la Historia en la educación media superior es, con frecuencia, lograr que los estudiantes visualicen, distingan las etapas y comprendan los procesos históricos fundamentales en el desarrollo de las sociedades cuyo estudio exigen los programas de cada asignatura del área, y la preocupación es mayor por supuesto cuando se trata de estudiar la Historia de México.

Un reflejo del poco manejo de procesos históricos por parte de los alumnos es el hecho de que buena parte de los contenidos que diariamente se trabajan en el aula –y sus correspondientes instrumentos de evaluación- están, generalmente, más dirigidos a la identificación o caracterización de las distintas etapas o fenómenos de la Historia que a su comprensión como procesos sociales o bien a su análisis como momentos formativos y definitorios del desarrollo de México y de su realidad actual.

Desde luego que llevar a este punto a los adolescentes que estudian el bachillerato no es una tarea fácil, y tampoco puede despreciarse el logro de otros niveles de conocimiento por parte del alumno en el estudio de nuestra materia. Pero si los profesores de Historia hemos realmente de formar -y no de informar- a nuestros estudiantes, tendremos que buscar necesariamente el manejo de una enseñanza de la Historia que pueda aportar a los alumnos eso que tantas veces hemos leído o escuchado: el análisis del momento concreto que vive el alumno, del “aquí y ahora” del estudiante. Buscar este vínculo entre enseñanza de la Historia y aprendizaje de los jóvenes no es otra cosa más que revalorar el conocimiento histórico en su verdadera dimensión: los historiadores no son anticuarios, la Historia no “estudia el pasado” ni se aprende para tener una “cultura general”; la única razón por la que vale la pena enseñar Historia es, desde mi punto de vista, para que los individuos del presente puedan formular y responder preguntas cruciales acerca de cómo está construida históricamente la realidad social en que viven y cuáles son los referentes desde los que pueden tratar de orientar críticamente su participación en la sociedad.

En realidad, y en contra de la mayoría de las definiciones de libro de texto, hay que dejar claro que la Historia tiene como verdadero objeto de estudio al presente, pues es para explicarlo que el historiador o el hombre de hoy utiliza el pasado como medio e instrumento, siendo por tanto obligado a cada generación reescribir su propia historia dado que no puede conformarse con las explicaciones de otras épocas, gastadas ideológicamente, superadas teórica o metodológicamente, atrasadas con respecto a la información disponible y, sobre todo, construidas para dar respuesta a las preocupaciones de otras generaciones y de otras épocas. Por ello, es necesario problematizar sí el conocimiento de la Historia, pero siempre en relación con las preocupaciones de los hombres y las mujeres de hoy.

Es muy probable que por esta razón los manuales y libros de texto para apoyar el aprendizaje de la Historia resulten poco atractivos, pues generalmente son sólo descriptivos y no ofrecen una visión de proceso, no explican el papel que los acontecimientos y las etapas juegan en el proceso formativo del país, y no se comprometen con una interpretación global de los procesos históricos que rebase los mitos, los lugares comunes, las verdades sabidas, el carácter superficial e inútil de la monografía, el detalle extremo de la enciclopedia y, en ocasiones, hasta los restos de la “historia oficial” de otras épocas.

Por ello, lo que presentamos aquí pretende ser una colección de textos interpretativos, críticos y con visiones totalizadoras, que den cuenta de cada uno de, lo que a mi juicio son, los principales procesos históricos que han conformado al México actual. Por supuesto, dichos textos provienen de diferentes autores, propuestas historiográficas, disciplinas e incluso épocas; pero eso sí, todos ofrecen una visión clara sobre los problemas y el sentido de cada etapa de la historia de México. El historiador profesional podrá estar de acuerdo o no con el contenido de algunos textos, pero vale la pena recordar que la virtud principal de un buen trabajo historiográfico es la de poder ofrecer, luego de la más sesuda investigación, una imagen clara, global y crítica de la etapa o el evento estudiado. Eso es lo que se ha buscado para integrar esta antología, y por ello el papel que

este trabajo puede tener como recurso para la enseñanza de la historia de México me parece fundamental.

Por supuesto que tratándose de una antología dirigida a los estudiantes de bachillerato los textos seleccionados se han tenido que adaptar en forma y extensión –nunca en contenido- para lograr lecturas ágiles, breves (hasta donde eso es posible) y coherentes con la cronología, periodización y secuencia de los procesos históricos sobre los que versa este trabajo. Igualmente, la adaptación ha buscado también reducir la complejidad de los textos –sobre todo de aquéllos que pertenecen a obras especializadas y no de divulgación- tomando en cuenta la transición del pensamiento concreto al pensamiento abstracto en los adolescentes, que para el nivel de bachillerato (15 o 16 años) debe ser ya un proceso adelantado. Sin embargo, se requiere de todas formas del esfuerzo intelectual y analítico que toda lectura atenta necesita hacer para sacarle jugo a un texto, lo cual implica el desarrollo de habilidades de pensamiento vinculadas en primer término a la comprensión y comentario de textos, un ámbito en el que nuestros alumnos también necesitan formarse.

Así, esta antología aspira a convertirse en un apoyo útil para la enseñanza y el aprendizaje de la historia de nuestro país, donde profesores y alumnos encuentren textos que les sirvan como fuente de información, como introducción a una clase, como base para el debate, como instrumento para ejercitar la comprensión de lectura, como texto para elaborar mapas conceptuales, como herramienta para integrar los conocimientos de un tema o bien como medio para aprender directamente la historia de México. De cualquier forma que se utilice, vale la pena recordar siempre que la lectura es, sin lugar a dudas, una de las formas en que individual o colectivamente más aprendemos los seres humanos, y que la promoción de dicha actividad entre los estudiantes es otra de las tareas que los educadores tenemos en nuestra práctica docente.

LECTURAS

1. Los orígenes mexicanosJosé Luís Lorenzo

El paso de Asia a América

Por mucho tiempo se ha discutido de dónde vinieron los primeros pobladores del continente americano, sus primeros y reales descubridores, y en qué fecha tuvo lugar este acontecimiento. Aunque todavía haya quien insista en ver huellas de negros, semitas, caucásicos y algunos otros, existe un consenso general en atribuir el descubrimiento y población original de América a grupos de carácter mongoloide. Es cierto que la presencia de determinados tipos de características físicas poco mongoloides, junto con la existencia de lenguas con elementos australoides y de objetos de tipo polinesio-melanesio, llevaron a buscar las rutas por las que individuos de esas regiones pudieran haber llegado. También ha habido quien, en función de rasgos culturales muy generales y primarios, trajera a los primeros pobladores desde Europa, pero es clara la afinidad física con Asia.

Venir desde Asia hasta América es relativamente fácil a través del Estrecho de Bering, pues ambos continentes están separados por poco más de 80 kilómetros. Llegar desde Australia es algo más complicado, pues aparte de tener que efectuar varias travesías marítimas de algo más de 1 000 kilómetros, hubieran tenido que caminar algunos otros miles por las inhóspitas tierras de la Antártida, con temperaturas muy rara vez superiores a los cero grados centígrados, y luego, por si todo esto pareciera fácil, hacer otra travesía de casi 1 000 kilómetros para ingresar al continente por su extremo sur. Los supuestos australoides hubieran tenido que resolver semejante problema, y eso sin contar con que eran muy poco afectos a la navegación y carecían de la tecnología suficiente para hacer los medios de transporte marítimo necesarios. Se hace difícil imaginar los motivos que los hubieran llevado a abandonar una tierra de clima templado por otras que en ese largo trayecto se cuentan entre las más frías del mundo. Es cierto que melanesios y polinesios son navegantes, sobre todo los segundos, pero esta capacidad parece que se desarrolló hace apenas unos 2 500 años. Con esto no se niega que en tiempos más recientes hayan podido llegar navegantes de diversas culturas, asiáticas y oceánicas, en arribada forzosa o como aventura; pero para entonces, indudablemente, América tenía ya una población que había venido antes por vía terrestre.

Como ya se ha indicado, la distancia entre el Cabo Dezhnev, el extremo más oriental de la península de Chukotka, en Siberia, y el Cabo Príncipe de Gales, la punta más oriental de la península de Seward, en Alaska, es corta, y además, casi a la mitad de la distancia se encuentran dos islas, la Gran y la Pequeña Diomede. En esa parte del Estrecho de Bering la cubierta de hielo invernal se forma en el mes de noviembre y dura hasta junio, si bien sólo se ve íntegra de noviembre a marzo. Esto quiere decir que la travesía, a pie, es factible en el invierno, si bien se corre el riesgo, siempre presente, de que alguna de las fuertes tormentas de esta zona rompa el hielo y haga el paso impracticable o provoque un accidente fatal. En los pocos meses de deshielo la travesía por agua también es posible, si se dispone de algún medio de navegación de cierta categoría, ya que a lo largo de la costa asiática corre hacia el sur una corriente marina, y por el lado americano hay otra que va hacia el norte. No es que las condiciones de travesía sean imposibles; lo que hay que tener en cuenta es el nivel de desarrollo cultural de la gente que pudo hacerlo y, de acuerdo con ello, las posibilidades reales.

Queda, por último, una probabilidad mayor. El tiempo geológico se ha dividido en una serie de unidades temporales con ciertas características propias. […] aquella en la que vivimos y a la cual algo arbitrariamente se le ha dado comienzo 10 000 años atrás, es la llamada Holoceno. A ésta le antecedió el Pleistoceno, época que, de acuerdo con los últimos estudios, comenzó hace tres millones de años.

El fenómeno tan peculiar de las glaciaciones fue característico del periodo Pleistoceno, y sus alternancias de etapas frías y etapas templadas han dejado huellas por toda la superficie de la Tierra, bien sea por los procesos directos de las masas de hielo que se desplazaron, o por los indirectos, los que tuvieron lugar en zonas a las que no alcanzaron los hielos, pero que estuvieron influidas por las

alteraciones climáticas mayores. La historia geológica de la Tierra nos muestra que hubo glaciaciones también en otros periodos.

Debe distinguirse entre las glaciaciones de montaña y las polares o de casquete. Las primeras se forman en lugares elevados en que las temperaturas reinantes están en cero grados o bajo cero, con lo cual todas las precipitaciones que esas zonas reciben caen en forma de nieve que al acumularse origina hielo. Cuando alcanza un cierto espesor comienza a deslizarse por las laderas, formando los glaciares. Las zonas tropicales o ecuatoriales sólo tienen glaciares en montañas de gran altura, pero según nos acercamos a los polos, la altura mínima necesaria para que una montaña esté glaciada, como se comprenderá en seguida, va disminuyendo.

[…] Durante mucho tiempo se ha hablado de las posibles causas de las edades del hielo. Empecemos por exponer las teorías que existen acerca de los cambios climáticos que ha experimentado la Tierra, puesto que el crecimiento y la mengua del los glaciares está causado, en cada caso, por las circunstancias climáticas reinantes. Pueden agruparse las numerosas teorías así: 1º, variaciones en la emisión solar; 2°, velos de polvo cósmico; 3º, variaciones geométricas de los movimientos de la Tierra; 4º, variaciones en la transmisión y absorción de la atmósfera terrestre; 5º, movimientos laterales y verticales de la corteza terrestre y 6º, cambios en el sistema de circulación atmósfera-océanos. Ninguna de ellas explica totalmente por qué ha habido etapas de glaciación y de deglaciación y sólo con la suma de varias se puede entender todo el mecanismo. A pesar de esta inseguridad, ahora se ve que la quinta y sexta explicación ofrece mejores posibilidades.

[…] El estudio del fondo de los mares ha aportado conocimientos que obligan a replantear todas las ideas sobre la deriva de las masas continentales, que han estado deslizándose de un lugar a otro y ocupando áreas muy distintas a aquellas en que se encuentran ahora. Mediante procedimientos radiocronológicos ha sido posible fechar rocas cuyas partículas de hierro, además, tenían la peculiaridad de encontrarse orientadas de acuerdo con la posición del polo magnético en el tiempo de su consolidación, y se vio que había reversiones del orden de 180°, o sea que el polo magnético no sólo ha estado sometido a las deambulaciones ya conocidas, sino que en .la historia de la Tierra ha habido etapas en las que se ha desplazado hasta una posición opuesta, cercana al Polo Sur geográfico […]. Así pues, las masas continentales que ahora conocemos y aquellas otras que la paleoecología nos dice que existieron en el pasado, han tenido una existencia que podríamos calificar de nomádica .

[…] De acuerdo con lo que hasta ahora se sabe, la Antártida ocupa el lugar en el que ahora está, desde el Mioceno, hace unos 25 millones de años, y desde entonces, se ha convertido en un monstruoso congelador que envía frío hacia toda su periferia, por la atmósfera y la superficie de los océanos y mucho más allá, hasta las costas de Kamchatka, en el Pacífico, mediante corrientes de agua fría, más pesada que la caliente, que viajan pegadas al fondo. En el Atlántico solamente llegan un poco más allá de Río de Janeiro, donde se encuentran con las que bajan de Groenlandia. Se piensa que la presencia de una masa continental en cualquiera de los Polos desencadena automáticamente una serie de efectos de enfriamiento que desembocan en glaciaciones siempre y cuando la precipitación sea suficiente en las latitudes medias. Si en cierto periodo geológico los polos están ocupados por mar y no por continente, los efectos del fenómeno quedarán circunscritos a un área más reducida.

[…] La interacción de todos estos elementos es desde luego muy compleja, pero por lo menos debe tomarse en cuenta que el enfriamiento producido por una glaciación llega en cierto momento a hacer descender la temperatura media, disminuye las precipitaciones y finalmente provoca una deglaciación. Pasado un tiempo el fenómeno se invierte y la deglaciación provoca una nueva glaciación. Así, pues, se trata de un fenómeno cíclico. Las huellas que han quedado de estos avances y retrocesos nos demuestran con claridad la existencia de cuatro avances mayores del hielo en Norteamérica, y huellas, muy escasas e imprecisas, de uno o dos más, anteriores. En Europa están claros un mínimo de seis avances.

El Pleistoceno se caracterizó porque durante su transcurso la Tierra sufrió una larga serie de glaciaciones, o sea que, por algunas decenas de miles de años, en las altas latitudes se desarrollaron enormes casquetes de hielo de tal tamaño que en el norte de Europa los hielos descendieron hasta más al sur de Berlín, formando un manto de centenares de metros de espesor en algunos puntos, y

en el norte de América, un casquete semejante, que iba del Atlántico al Pacífico, alcanzó bastante al sur, hasta Kansas e Illinois. En el transcurso de esos tres millones de años hubo varios avances ma-yores, compuestos de otros menores con intervalos de mejoría climática, durante los cuales la masa de hielo permanecía estacionaria o sufría algunos retrocesos. Entre una y otra de las glaciaciones mayores hubo períodos en los que el clima era como el de ahora o algo más caluroso, lo cual provocaba la desaparición casi total de las masas heladas, que se reducían a las cumbres de las más altas montañas o a latitudes muy superiores, virtualmente los Polos.

De esta larga serie de glaciaciones que tuvieron lugar en Norteamérica, la última de todas, que se ha denominado Wisconsiniana, es la que tiene importancia para el problema que aquí se examina. El hombre ha de haber pasado a América en este periodo, lo cual no significa que se niegue que hayan llegado algunos hombres, u homínidos, en etapas anteriores, de lo cual no se ha encontrado ni la menor evidencia. De la glaciación Wisconsiniana en cambio, hay restos claros y abundantes. Dentro de ese periodo cabe señalar una serie de subperiodos o subestadios en los que el casquete de hielo polar avanzaba y retrocedía sucesivamente.

Un fenómeno más debe considerarse todavía. Durante esas épocas de glaciación, el hielo, acumulado sobre los continentes en sus altas latitudes y en parte de las medianas, además de las altas montañas, era de hecho agua que se inmovilizaba y dejaba de participar en el ciclo continuo de precipitación, evaporación y condensación, y que por lo tanto se restaba a la masa de agua de los mares. Con ello, el nivel de éstos descendía en la proporción que marcaba la masa de hielo acumulada. Al comenzar una etapa glacial se iniciaba la substracción de agua al volumen total de los mares y océanos. Según la glaciación avanzaba, el agua disminuía hasta llegar al punto en que la deglaciación se iniciaba y con ello volvían a ascender los niveles de los mares. Para entender mejor los resultados de este proceso baste decir que si ahora se fundiese todo el hielo que está almacenado sobre la Antártida, el nivel del mar subiría treinta metros.

El fondo del Estrecho de Bering es de escasos cuarenta metros, y hay pruebas fehacientes para asegurar que, cuando el mar ha descendido 50 metros o más durante una glaciación, ambos continentes han quedado unidos por una llanura en la que sobresalen las montañas que ahora son las islas Diomedes. Cuando el mar ha alcanzado su más bajo nivel, entre 100 y 110 metros menos, ha aflorado una masa terrestre de más de 1 000 kilómetros en su eje norte-sur, a la cual se ha dado el nombre de Beringia.

Así, pues, basta […] lo hasta aquí expuesto, para tener una clara visión de cómo y cuándo existieron las posibilidades de pasar de un lado a otro a pie enjuto. La posibilidad de llegar al continente americano por su extremo noroeste, cruzando por el puente emergido, queda bien establecida en el transcurso de un subestadio glacial.

La penetración en el continente

Los habitantes del extremo noroeste de Siberia eran gente habituada a vivir en condiciones árticas. Esto quiere decir que su cultura había sabido conformarse de tal manera que les permitía obtener de ese medio ambiente un máximo de resultados, al menos lo suficiente para subsistir. No es posible pensar en grandes presiones demográficas que hubieran ejercido en algunos grupos humanos un proceso de centrifugación hacia una periferia inhóspita. Es más natural aceptar que habían participado en un proceso cultural que era respuesta a la explotación de un complejo ecológico, particular de la zona ártica, igual a un lado y otro del Estrecho de Bering, así como a éste mismo cuando quedaba al descubierto. De esta forma, toda visión romántica respecto a la conquista o descubrimiento de un continente se anula ante la realidad de un desplazamiento de grupos nomádicos dentro del hábitat que su cultura explotaba mejor.

La orografía del noreste siberiano, junto con su gran latitud, hacía que, al instaurarse una etapa glacial, las cadenas montañosas de Gydan-Kolyma y de Oryak, por el sur, unidas por una serie de sistemas montañosos menores, se cubrieran de glaciares, al igual que las mesetas de Yukagirsk y Anadyr, aislando el noreste siberiano más extremo. De hecho, el territorio explotable por el hombre se reducía mucho, pero esta pérdida de área era compensada con el creciente territorio que abandonaba el mar. En el otro extremo del puente, en Alaska, la cadena montañosa de

Brooks, hacia el norte, y al sur el Sistema Montañoso del Pacífico, también se cubrían de hielos que, en el extremo este, en la cabecera del río Yukón, se unían a la punta noroeste del casquete Laurentido, masa de hielo que cubría el centro del continente. De esta manera se delimitaba por el hielo un territorio aislado pero amplio, sometido, es cierto, al condicionamiento ártico, pero no mucho más extremoso del que previamente existía y al cual los habitantes del extremo nororiental asiático ya se habían acostumbrado. Se ve cómo, durante un máximo de glaciación, se crea un impedimento real para que los primeros habitantes de América se puedan desplazar hacia los climas más benignos del sur […].

La penetración hacia el sur de quienes primero ocuparon la cuenca inferior del Yukón debió tener lugar cuando los hielos se retiraron, siendo éste el resultado más aparente de una mejoría del clima, etapa en la que, a la vez, ocurría un ascenso del nivel del mar que volvía a separar Asia de América. La mejoría del clima supone, para la zona ártica, la paulatina diferenciación de varias zonas climáticas que, durante un máximo glacial, quedan unidas bajo el común denominador ártico […]. Tundra, taiga y bosque boreal de coníferas, junto con algunas praderas de tipo alpino, forman una serie de unidades, a veces entremezcladas, en cuya presencia y desarrollo se conjugaban factores diversos, debidos a las características del subsuelo, el drenaje, la altura, la exposición a los vientos o al sol; en fin, un conjunto de elementos complejos y de resultados diversos. Este mosaico, con muy distintos potenciales en cuanto a su aprovechamiento por el hombre, de inmediato plantea la diversidad de adaptaciones a las que debía someterse cualquier grupo humano que intentara transitar por ellas.

Todo lo anterior quiere decir que ante los hombres que iniciaban la marcha se abrían varias perspectivas, la explotación de cada una de las cuales exigía una transformación cultural […]. Existen pruebas fehacientes de la presencia del hombre en la parte norte de América hace unos [45 000]1 años, quizá más todavía, y concretas de que estaba en México hace unos [35 000] 2 años, hace 16 000 en Venezuela, 18 000 en Perú, 13 000 en Chile y 12 700 en la Patagonia. Estas cifras, todas obtenidas por el procesamiento del Carbono 14 en materiales producto de la actividad humana o directamente asociados a ella, plantean otro problema: el de la fecha de su entrada por Bering. Se ha visto que el […] último avance importante de los hielos se sitúa hace 18 000 años, pero que se inició hace 22 000. Es obvio, pues, que los primeros hombres entraron durante el anterior avance del hielo, o al menos es cuando pudieron hacerlo simplemente caminando por el territorio de Beringia. Si entraron en esta etapa, esto puede haber sido a partir de hace 60 o 50 000 años, o bien más tarde, hasta hace unos 40 000 años. Es indudable que los primeros habitantes de México, aquellos de quienes se han encontrado los restos de sus hogares junto con los huesos de los animales que en esos hogares asaron, […] son los descendientes de esa primera oleada humana, pues la distancia que tuvieron que recorrer y la serie de adaptaciones que tuvieron que llevar a cabo en su cultura no son posibles más que en un largo tiempo […].

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2. Los primeros pobladores del actual territorio mexicano

Lorena Mirambell Silva

Introducción

[…] Investigaciones recientes permiten precisar las fechas del poblamiento inicial de América, que se efectuó por el estrecho de Bering hace 70,000/60,000 años, cuando los primeros cazadores-recolectores se desplazaron al Nuevo Mundo, como se verá, dado que el ambiente era el mismo en el noreste asiático, en Beringia y en Alaska, en la cuenca del Yukón, medio que estaban acostumbrados a explotar para obtener lo requerido para subsistir.

Si esta primera migración ocurrió hace 70,000/60,000 años, el poblamiento del continente llevó milenios, pues con certeza sabemos que llegaron al extremo sur hace 12,600 años y a México hace 35,000 años. Estos primeros habitantes traían consigo una cultura, la cual evolucionó y caracteriza la llamada Etapa Lítica. Así, veremos someramente cuál era su economía y alimentación, tipo de casa habitación, vestido, creencias religiosas, lenguaje, etcétera, aunque sobre .algunos aspectos son muy escasas las informaciones.

Lamentablemente los estudios de la etapa cultural que nos ocupa no se han desarrollado en México en la forma deseada, tal vez por ser un país con una arqueología monumental grandiosa. Son pocos los investigadores interesados en esta etapa y sus distintos horizontes, y en consecuencia, escasos los sitios excavados y más reducidos los que han sido fechados por la técnica del radiocarbono y la hidratación de la obsidiana, por lo que en términos generales la prehistoria de México es aún pobre.

La Etapa Lítica en México va de 35,000/30,000 a [2,300]1 antes del presente, aunque en algunas zonas del norte llega hasta hace unos 300-200 años. En este periodo tan largo, más de 25,000 años, se observa una clara evolución cultural y así se pudo establecer una periodización; es decir, una división interna en [etapas] con base en las características del material cultural, del material lítico básicamente, el que por sus particularidades es el que mejor se ha conservado. Las [etapas] que se establecieron fueron: el Arqueolítico, el Cenolítico, dividido en inferior y superior, y el Protoneolítico; en este último se advierten cambios notables, corno la aparición de una agricultura incipiente, aunque los grupos siguen siendo cazadores-recolectores nómadas o seminómadas, con artefactos líticos ya muy especializados y el empleo más profuso de materiales de origen orgánico.

[…] Con base en investigaciones recientes tenemos la certeza de que los primeros pobladores de lo que ahora es México llegaron hace unos 35,000 años; a los primeros habitantes comúnmente se les conoce como grupos de cazadores-recolectores-pescadores nómadas (grupos no productores de alimentos, sino depredadores). Por estudios paleoecológicos efectuados sabemos que el medio a finales del Pleistoceno superior era diferente al actual; existía una gran densidad de animales objeto de cacería y abundantes vegetales susceptibles de ser recolectados; en cambio los grupos humanos eran reducidos. Esto nos lleva a considerar la idea de una migración continua, lo que es un tanto relativo ya que si llegaban a un valle, un paraje con abundantes recursos, esa reducida población humana debió asentarse temporalmente, al menos mientras las fuentes de subsistencia eran suficientes, lo que debe haber estado muy ligado a las distintas estaciones del año, sobre todo, verano e invierno. En cierta forma conceptuamos una vida parcialmente nomádica, es decir con ocupación temporal, larga o corta, de campamentos al aire libre, cuevas o abrigos rocosos, sitios regularmente próximos a fuentes de agua -lagos, manantiales, ríos, arroyos- […].

Actividades de subsistencia

Concretamente, si un grupo humano encontraba una zona con copiosos recursos, podía establecerse allí bastante tiempo; inclusive si éstos eran abundantes varios podían asentarse, compartiéndolos y

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hasta regresando anualmente al mismo lugar, ya con la certeza de lo pródigos que eran. Esto se ha podido comprobar a través de la excavación de distintos niveles de ocupación, pues es factible conocer por restos de origen animal o vegetal que aparecen en asociación con artefactos y otros tipos de evidencia de actividad humana, la época del año en que estos asentamientos se efectuaban y su duración. Así podemos decir que cada grupo tenía sus terrenos de caza que eran reconocidos por los otros, ya que no existía la propiedad privada, exceptuando aquélla referida a las armas, los ornamentos y algunos enseres caseros.

La ocupación de sitios próximos a fuentes de agua era por la necesidad imperiosa de beber, pero además son sitios favorables para la cacería, pues por una razón semejante, los animales se acercan a estos lugares. Asimismo, la vegetación es más abundante en esas áreas.

Estos grupos realizaban la cacería como una actividad primordial para su sustentación. Para un cazador de esta etapa era sencilla la captura de animales de tamaño menor e inclusive los de talla media, sólo ocasionalmente uno que otro mayor. La cacería no sólo les proporcionaba carne y vísceras para la alimentación, sino también pieles y abundante materia prima (hueso, tendones, pelo, asta, cuerno y marfil) para la manufactura de artefactos.

Como actividad paralela a la cacería, se realizaba con gran intensidad la recolección de insectos, de larvas, de huevos de aves, de hormigas, de culebras, así como de ostras, cangrejos y moluscos marinos. Sin duda, estos grupos fueron además carroñeros, es decir, consumían la carne de animales muertos en diversas circunstancias.

Pero ¿cómo se realizaba la cacería? Creemos que deben haber sido diversas las técnicas: arrojar piedras o palos a las presas, el uso de trampas, el de dardos con o sin propulsor, el de arco y flecha (técnica ya bastante tardía), y el empantanamiento intencional, como fue el caso, al menos en la Cuenca de México, de los grandes proboscídeos. Desde luego la captura no se redujo a los mamíferos, ya que las aves, los batracios y los reptiles también deben haber sido suculentos manjares.

Otra de las actividades desarrolladas fue la pesca, que en un principio debió realizarse a mano, y después con complejos artefactos elaborados exclusivamente para ese fin, con nasas, redes, arpones, anzuelos, etcétera. La recolección de frutos, granos, raíces, brotes tiernos, hongos, tubérculos tuvo gran importancia en la vida de estos grupos. No contamos con muchos testimonios sobre este aspecto, y sólo sabemos que para extraer raíces usaban un palo aguzado, simples palos largos para tirar frutos y que llevaban una bolsa, tal vez hecha con tiras de piel o fibras entretejidas, para colocar lo recolectado. Respecto al tipo de flora existente conocemos gracias al estudio del polen fósil y al hallazgo de semillas, de fragmentos de distintos vegetales y artefactos manufacturados con materiales de origen vegetal, el tipo de plantas existentes en cada momento.

Mucho se ha argumentado respecto a que las mujeres y los niños deben haberse dedicado a la búsqueda de materiales vegetales para el consumo diario, actividad que en ciertas estaciones del año debe haber sido muy fructífera. Con esto surge tal vez la primera división del trabajo, pues la caza se reservaba para el sexo masculino; aunque en el arreo participan todos y durante los largos desplazamientos las mujeres llevaban a cuestas algunos de los enseres caseros menores y a los niños pequeños que aún no se desplazaban por sí solos.

La caza y recolección, cuando eran copiosas, permitieron a los primeros habitantes dedicarse a otras actividades, como la cestería, que manufacturaban con hierbas o juncos torcidos y entrelazados, ya que tenían resuelto el problema básico de subsistencia.

En relación directa con las actividades citadas, caza y recolección, tenemos la preparación de alimentos. Sin lugar a duda creemos que muy pocos deben haberlos consumido crudos, sin cocción alguna y otros, como carne y vísceras, asados o tatemados directamente sobre las brazas. Dado que no tenían recipientes que resistiesen el fuego directo, pues estos grupos ya tenían conocimientos para hacer fuego y disponían de todo el combustible requerido, colocaban piedras muy calientes en rudimentarios recipientes naturales o en canastas de tejido muy cerrado en lugar de los anteriores, que sacaban cuando perdían calor; metían otras y así seguían hasta la cocción de aquellos alimentos que para su gusto lo requerían. […] Previo a la preparación de los alimentos, los animales cazados eran desollados empleando lascas, cuchillos y raspadores de piedra, artefactos que ellos mismos manufacturaban, y que carecían de mango en sus inicios.

En relación con los medios de protección contra las inclemencias del tiempo, o sea casa y vestido, tenemos evidencias de campamentos al aire libre y en cuevas o abrigos rocosos, siendo estos últimos los que proporcionaban un seguro refugio natural contra la acción de los elementos climáticos e inclusive de los ataques de fieras. Es de pensarse que en algún momento hasta construían palizadas o pequeños muros de piedra para cerrar los accesos a las cuevas. También se ha visto que en ocasiones las cuevas y abrigos eran acondicionados: colocaban piedras en zonas estratégicas, regularizaban el piso y hasta delimitaban áreas de actividad.

La vida por lo regular se concentraba a la entrada de las cuevas o abrigos rocosos; rara vez se asentaban al fondo, salvo que la profundidad de éstos tuviese sólo unos cuantos metros. Si el campamento se hacía al aire libre, lo cual debe haber sucedido cuando el clima era grato o no había cuevas en los alrededores, es factible que hayan construido una simple mampara, una especie de pared o muro inclinado de ramas entrelazadas que les protegía del intenso sol, de la lluvia o del viento. Esta cubierta podía ampliarse o reacondicionarse según las necesidades; eran albergues, si así les podemos llamar, de estructura frágil y provisional. Tanto en cuevas, abrigos o sitios al aire libre, el fogón u hogar debe haber tenido un lugar preponderante, pues además de preparar ahí los alimentos, era una forma de tener luz y calor (si el clima lo requería); inclusive era útil para ahuyentar a los animales.

Pensamos que en ciertas épocas del año, los hombres iban completamente desnudos y que, cuando se cubrían, usaban las pieles de los animales cazados, las que deben haber unido, antes de aparecer las agujas, con simples perforaciones y tiras de piel, tendones o fibras vegetales.Se adornaban con diversos objetos (con conchas, con dientes perforados y sostenidos con fibras vegetales a manera de colgantes); tal vez hasta podemos considerar el uso de una pintura corporal rudimentaria, utilizando los recursos minerales disponibles, como hematita, limonita y carbón de madera.Aspectos culturales

Podemos afirmar que desde el momento en que los primeros grupos humanos se internaron en territorio americano, ya tenían un lenguaje de tipo moderno, aunque de vocabulario reducido; sólo sería hasta que estos grupos empezaron a ser sedentarios cuando el vocabulario se incrementó, ya que tuvieron que inventarse palabras para designar cosas nuevas, que anteriormente no eran comunes.

En cuanto a la organización social de estos grupos, fue sin duda muy elemental: una familia consanguínea o tal vez dos o tres, integrada cada una de ellas por un hombre, una mujer e hijos, o sea, en clanes; y al respecto insistimos que sólo podemos conjeturar, siendo lo expuesto muy discutible y tal vez sólo se afiliaban para la explotación de recursos. Igualmente, quizá reconocían un cierto parentesco, ignorando si era por línea paterna o materna. Los hombres deben haber buscado esposa entre las mujeres de otro grupo, sin poder especificar si había monogamia o poligamia; la unión conyugal debe haberse efectuado a temprana edad, en la adolescencia, pues el índice de vida era de pocos años.

En cuanto a las prácticas mortuorias no tenemos nociones precisas, pero extrapolando y por analogía podemos considerar que las había como en el Viejo Mundo, como entre los neandertales. Rara vez se tiene la suerte de encontrar un esqueleto humano completo; sólo se localizan fragmentos y dientes. Los entierros eran dispuestos tanto al aire libre como en las mismas cuevas; quizá en ocasiones simplemente abandonaban el cadáver en el camino. Para un entierro se excavaba una fosa de cierta profundidad y se depositaba el cuerpo con sus objetos personales (conchas, collares, cuentas y objetos de piedra en general).

No conocemos con detalle sus creencias religiosas, pero estamos seguros de que las tenían, aunque debieron ser muy primarias, una adoración a la naturaleza (sol o luna, lluvia, rayos, truenos), pues la dependencia hombre-naturaleza era muy estrecha. Sin duda profesaban el animismo y creían en la existencia de espíritus poderosos que eran venerados como divinidades. Respecto a las expresiones artísticas, en México tenemos tanto pinturas rupestres, como grabados en piedra, conocidos como petroglifos.

Hasta aquí hemos visto generalidades acerca del […] modo de vida de los primeros pobladores, concretamente de lo que se ha llamado la "Etapa Lítica". Esta etapa, que en otros continentes se conoce como Paleolítico, es aquella en la que el hombre no producía alimentos, etapa que precedió a la del descubrimiento de la agricultura, al inicio de la sedentarización y a la manufactura de objetos cerámicos.

Los primeros hombres en territorio mexicano

[…] Los primeros habitantes de México fueron escasos; ello se suma a lo frágil de las huellas de esta reducida y dispersa población, razón por la que no han llegado sus restos culturales hasta nuestros días, salvo cuando las condiciones son excepcionales. La mayoría de los artefactos con los que se cuenta para la reconstrucción de esta larga etapa cultural son los de piedra, los líticos, junto con restos tales como los hogares, las piedras calcinadas, las trazas de alimentos, los huesos de animales diversos y sin relación anatómica.

A continuación describo los horizontes establecidos: el Arqueolítico es el más antiguo de todos y cronológicamente va de c. 35,000 a 14,000 aP, con duración de unos 20,000 años aproximadamente. Se caracteriza por la presencia de artefactos de gran tamaño; los más comunes son los tajadores y las tajaderas, o sea fragmentos de roca o guijarros a los que, por la técnica de percusión directa, se les extrae una serie de fragmentos -lascas- para tener un borde cortante. Si las lascas se extraen por una sola cara, la dorsal, se les conoce como "tajadores" y si es por ambas, dorsal y ventral, como "tajaderas". Se conoce como lasca al fragmento de piedra desprendida, por percusión o por presión, de un fragmento de roca conocido como núcleo y que presenta una longitud siempre menor de dos veces su ancho. Además una lasca presenta una serie de características como son: un talón y un bulbo de percusión, o sea el punto en el que se recibió el impacto que las desprendió.

Además de las lascas, son abundantes las piezas conocidas como navajas, es decir, los fragmentos que presentan una longitud dos veces mayor al ancho máximo. Tanto lascas como navajas por lo regular presentan huellas de uso o ligeros retoques. También son muy numerosos los fragmentos de desecho de talla, por percusión, que por sus características no fueron empleados para la manufactura de artefactos; tal vez sólo hayan sido utilizados como herramientas para uso inmediato porque presentan un buen filo.

También se advierten artefactos de tamaño medio, tallados en forma alterna, lasqueo por las dos caras presentando un bifacialismo incipiente, y ya están presentes verdaderos artefactos como son los raspadores, las raederas y los denticulados.

De este horizonte se conocen los siguientes sitios: Laguna de Chapala, Baja California; Rancho La Amapola, El Cedral, San Luis Potosí; Chapala-Zacoalco, Jalisco; Tlapacoya, Estado de México; Caulapan, Puebla; Loltún, Yucatán, y Teopisca-Aguacatenango, Chiapas […].

El sitio Rancho La Amapola, El Cedral, San Luis Potosí es el más recientemente excavado y se localiza en el norte-centro de México, en una cuenca endorreica (o sea cerrada), en la que se encuentran numerosos sitios fosilíferos del Pleistoceno. En esta cuenca abundaban los manantiales, algunos de los cuales perduraron hasta principios de este siglo. Así, los trabajos arqueológico-paleontológicos se realizaron en un viejo manantial, ahora seco, en el que había numerosos restos óseos animales y madera, junto con restos de actividad humana. Siendo ésta una zona semidesértica, resulta comprensible que al manantial, ahora seco, llegase la fauna local a abrevar, el hombre a beber y ambos a obtener una presa fácil, razón por la que hay tal abundancia de restos óseos animales, aunque un ojo de agua es siempre un sitio peligroso.

El hombre debió acudir al manantial esporádicamente, a aprovisionarse de agua, para lo cual debió emplear recipientes naturales como son los bules (Lagenaria siceraria), los guajes (Crescentia alata o C. cujete) o bolsas hechas con las vejigas de ciertos animales. Su estancia debió ser corta, y si tenía oportunidad de cazar algún animal para alimentarse, ahí mismo debió prepararlo y consumirlo, como parece que fue el caso de un hogar localizado durante la primera temporada de excavaciones, cuyo carbón fue fechado en 31,850 ± 1,600 aP. Este hogar estaba formado por tarsos de proboscídeo, y al centro se advirtió una clara mancha de carbón de alrededor de 30 cm de

diámetro y 2 cm de espesor. La posición de los restos óseos y el carbón no dan lugar a duda de que es un hogar producto de la actividad humana.

Este sitio ha producido una enorme cantidad de restos óseos de fauna fósil extinta y reciente […]. En este sitio se ha recuperado una columna estratigráfica completa y su estudio dio como resultado una secuencia de cambios climáticos en cerca de 40,000 años […]. Como indicadores de ambientes cálidos se identificaron tapir y gliptodonte (Tapirus sp. y Glyptotherium floridanum), aunque este último denota también zonas pantanosas, y la presencia de mastodonte (Mamut americanum), la de un bosque poco denso, probablemente conviviendo con los roedores. Los caballos (Equus, con varias especies), los mamutes (Mammuthus) con una sola especie y los antilocápridos que aún no han sido identificados, nos indican presencia de praderas o áreas abiertas. De mamíferos se han reconocido alrededor de 40 especies y 25 géneros. Como se advierte, la mezcla es de difícil interpretación, pero al estudiar su presencia junto con la de moluscos, será factible delinear el panorama ambiental del sitio. Otros grupos de vertebrados presentes son las aves, los anfibios y los reptiles. De los primeros, el material aún se encuentra en estudio, habiéndose reconocido únicamente la presencia de aves de presa. Los anfibios están representados por un solo hueso, y los reptiles, por víboras, lagartijas y tortugas dulceacuícolas (Kinosternon); estas últimas indican la presencia de un cuerpo de agua cercano.

Vemos que la fauna del rancho La Amapola, El Cedral, indica un ecosistema diverso y sujeto a grandes cambios climáticos. Uno de los objetivos de su estudio es el establecer lo ocurrido en el área durante los últimos 40,000 años, y desde luego caracterizar la fauna misma.

Las excavaciones en este sitio se llevaron a cabo de 1977 a 1984 y fue durante las dos últimas temporadas cuando se localizaron restos de siete hogares más, de los cuales sólo fue factible fechar cinco por técnicas de radiocarbono, los que van de 37,094 ± 1963 a 21,468 ± 450 aP. Esto significa que hasta el momento éste es el sitio de ocupación humana más temprano localizado en México.

[…] El horizonte siguiente es el Cenolítico, dividido en inferior y superior. Al respecto es importante hacer notar que en la etapa cultural que tratamos es muy difícil establecer con claridad las fases transicionales, ya que el cambio en algunos casos es apenas perceptible. Se ha fijado la fecha de 14,000 aP para tal cambio, la que se prolongaría hasta 7,000 aP cuando se inicia el siguiente que se ha denominado Protoneolítico.

Como expusimos, el Cenolítico está dividido en dos fases: la inferior que va de 14,000 aP a 9,000 aP y la superior, de 9000 a 7000 aP. Para estas fechas se presenta el fin del Pleistoceno con su radical cambio climático, lo que obligó a los habitantes del actual territorio mexicano a numerosas modificaciones, pues los ambientes a los que ya se habían acostumbrado y que explotaban fueron alterados. A dichas alteraciones tuvieron que responder eficientemente para sobrevivir.

Una de las características del Cenolítico inferior es la presencia de puntas líticas acanaladas de proyectil, y para el superior, las puntas foliáceas Otra de las particularidades es que el hombre modifica su forma de subsistencia: por los datos de que se dispone, se advierte que dependía más de la cacería que de la recolección, lo que no significa que abandonase esta actividad sino que la supeditación era menor.

El Cenolítico superior ya queda dentro del Holoceno (el cual se inició hace aproximadamente 10,000 años); para estas fechas la fauna pleistocénica está prácticamente extinguida y resurge la recolección. Al parecer se inicia en forma muy rudimentaria una cierta "domesticación" como aprovechamiento selectivo de plantas, entre ellas la calabaza, el chayote, el chile, el amaranto, el maíz, el aguacate y tal vez el frijol. Desde luego la caza continúa, sobre todo de animales de tamaño pequeño y mediano –conejo, venados, tuzas, entre muchos más- y la habitación sigue siendo la misma: cuevas y campamentos al aire libre.

Durante este horizonte en general tenemos que además de las puntas citadas, perduran tipos que vienen desde el anterior (raspadores, raederas, denticulados, tajadores, tajaderas, etcétera), aunque con grandes mejoras tecnológicas. Los artefactos líticos se siguen elaborando por medio de la técnica de percusión, directa o indirecta; hacen su aparición los percutores blandos -hueso, asta y madera, proporcionando a las piezas características distintas-; surge una nueva técnica: la presión, así como la del desgaste en sus fases de abrasión y pulido. Estas innovaciones tecnológicas dan

como resultado una mejor calidad del instrumental lítico. A fin de obtener un mejor enmangado se desbastan los bordes laterales del tercio inferior de las puntas, dando formas pedunculadas sin aletas. Como producto de la técnica del desgaste tenemos la aparición de los primeros instrumentos de molienda: muelas y morteros (localmente se les conoce como metates y molcajetes). […] Tecnológicamente vemos que hay grandes cambios, no sólo en cuanto a la manufactura de artefactos líticos, sino que se empiezan a elaborarse con fibras vegetales, redes para carga, bolsas, cordeles y lazos. Los sitios correspondientes a esta etapa son ya más numerosos y están mejor caracterizados […].

Finalmente, después de 7,000 aP y hasta aproximadamente [2,300]2 aP, tenemos el horizonte denominado Protoneolítico y lo podemos considerar como un horizonte de transición cultural; se caracteriza por el inicio de una incipiente agricultura, aunque la dieta básica sigue dependiendo de la caza y la recolección, ya que los productos agrícolas aún no llegan a ser alimentos básicos. Hacia 6,000 aP se cultivaban en el área conocida culturalmente como Mesoamérica: Phaseolus acutifolius, frijol; Amaranthus, alegría; Capsicum annuum, chile; y hacia 5,000: Phaseolus vulgaris, frijol; Cucúrbita mixta, calabaza y Gossypium hirsutum, algodón.

En este horizonte, la vida de los grupos humanos empieza a tener cambios considerables, sobre todo ante la necesidad del cuidado de los campos cultivados, lo que obliga por primera vez a una sedentarización real, al menos durante algunos meses del año al principio y quizá no de todo el grupo, dando lugar así progresivamente al establecimiento de las primeras aldeas.

En el aspecto lítico se advierte una disminución en el tamaño de los artefactos y un cuidadoso retoque secundario, hay una tendencia general al buen acabado de las piezas. Esto es muy patente en objetos de piedra pulida como son muelas y morteros, ya que además de su funcionalidad se busca la regularidad en la forma, la buena apariencia. La técnica del pulido se aplica además a otras piezas como son cuentas para collares, pipas, hachas, azuelas, etcétera. Se siguen manufacturando cordeles, objetos de cestería, redes y textiles, en general piezas que tienen como materia prima fibras vegetales. Al parecer se inicia el proceso de tinción de hilos y aumentan los objetos de madera. Hay abundancia de piezas ornamentales para adornos corporales de concha, hueso, cuerno y desde luego piedra.

Al fin de este horizonte ya se goza de una total sedentarización, con el inicio de construcción de habitaciones y adoratorios, cultivos estables y la manufactura de objetos cerámicos cuya cocción debe haberse iniciado en hornos abiertos de oxidación para después emplear los cerrados de reducción. En fin, en estas pocas cuartillas hemos abarcado casi 30,000 años en los que los habitantes de México alcanzaron considerables avances sociales, económicos y culturales, creando las bases para el desarrollo de las altas culturas.

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3. Periodización del México prehispánico

Enrique Nalda

Frecuentemente los esfuerzos por periodizar una historia terminan por crear problemas mayores de los que originalmente se buscaban resolver. Si bien es cierto que el producto final de esos esfuerzos es la división de un continuo y la creación de puntos de referencia, lo cual es de por sí de gran ayuda para destacar y ubicar temporalmente eventos significativos, también lo es que sólo cuando la periodización es interpretable de manera lineal, como una secuencia evolutiva, resulta efectiva. La historia del México antiguo, desafortunadamente, no se presta a una presentación lineal: como se verá más adelante, si algo la caracteriza, es la discordancia y la heterogeneidad espacial. De cualquier forma, resulta difícil escapar a la tentación de periodizar, lo cual, en última instancia, no es sino realizar un esfuerzo por encontrar la coherencia y la unidad en esa historia […].

[…] se muestra lo que creemos son las periodizaciones más importantes que se hayan elaborado a la fecha para el México antiguo. […] La primera de esas periodizaciones es, también, la más popular. Divide el tiempo prehispánico en cuatro periodos básicos.

[…] Al más antiguo de estos […] correspondería una economía de apropiación directa de productos naturales y una correspondiente tecnología. La fecha aproximada de 7 000 a.C. que marcaría el inicio […] es la de la aparición de las primeras plantas cultivadas […]. 1 El resto de los períodos serían, en orden cronológico, el Preclásico, el Clásico y el Postclásico […].

El Preclásico se inicia en 2 300 a.C., fecha a la que corresponde la aparición de la primera cerámica y el establecimiento de un patrón de sedentarismo;2 termina hacia el inicio de nuestra era con la formación de centros regionales como Cuicuilco en la Cuenca de México, Monte Albán en Oaxaca y Tikal en el Petén.guatemalteco; se cierra, también, con la aparición de cierta diferenciación social inferida por los arqueólogos a partir de la presencia de una clara variabilidad en construcciones civiles, así come en ofrendas asociadas a entierros.

El Clásico comienza con la aparición de centros urbanos y termina con la desaparición, en el área maya, de monumentos que llevan inscripciones calendáricas con cuenta larga, es decir, fechamientos que, como en nuestro sistema de cómputo de tiempo, hacen referencia a un origen. Sería un período caracterizado por un alto desarrollo en las artes decorativas, el cual se manifiesta en templos y otros edificios de función especial, así como en estructuras habitacionales y monumentos conmemorativos como estelas. En la Cuenca de México el papel hegemónico para este período lo toma Teotihuacan. Monte Albán y Tikal seguirán ocupando esa posición en sus áreas respectivas. Hacia finales del período, sin embargo, surgirán importantes asentamientos: por un lado, Xochicalco, Cholula y Tajín; por otro, Palenque, Yaxchilán, Piedras Negras, Copan y Uxmal.

El inicio del Postclásico se ha visto como un decaimiento general del desarrollo artístico y de ruptura de las condiciones de centralización de poder que se habían conformado durante el Clásico. En la Mesa Central no será sino hasta finales de la primera mitad del Postclásico, con Tula mayormente, cuando se volverán a dar manifestaciones plásticas de importancia. En el área maya, el centro de gravedad de las artes decorativas, que en el Clásico se encontraba en el Petén y la región de los ríos Usumacinta y de la Pasión, se reubicó alrededor del área donde se encuentra Chichén Itzá. A esta primera mitad del Postclásico correspondería, también, el inicio de un clima generalizado de actividad bélica, así como de desplazamientos masivos, especialmente del norte y occidente hacia la Cuenca de México. La segunda mitad del Postclásico sería de intensificación de las situaciones mencionadas: en el centro de México quedaría caracterizado por el desarrollo mexica que, hablando otra vez en términos de plástica, se ha visto como un intento de rescate de una tradición que quedó conformada plenamente en el Clásico y abandonada en forma momentánea después de lo que se ha llamado la "caída del Clásico".

[…] En su forma original la periodización resulta de asumir un elemento sobresaliente que le da sentido. Ese elemento es la calidad de la expresión artística. En ese contexto, el término clásico

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expresaba una transposición de la caracterización tradicional del desarrollo griego, que no es sino la reducción de esa realidad a una historia de su arte. El clásico, en este tipo de periodización, define un momento de apogeo, de pureza en las manifestaciones artísticas y opera como anclaje temporal: lo que está antes es, simplemente, el camino que hay que recorrer para alcanzar ese apogeo (no es de extrañar que al Preclásico también se le conozca como Formativo). Lo que sigue, el Postclásico, será un periodo de descomposición y de resurgimiento a un nivel inferior. Se trata de la muy conocida secuencia de desarrollo-apogeo-caída que ha servido a algunos historiadores para postular como ley natural lo que no han podido explicar por otros medios.

La segunda periodización […] se debe al arqueólogo Román Piña Chan. Divide la historia prehispánica en cuatro periodos. El primero lleva el nombre de Recolectores-Cazadores Nómadas, […] y se divide internamente en un subperíodo Preagrícola que terminaría […] con la aparición de las primeras plantas cultivadas, y un subperíodo Protoagrícola que se cerraría con la conformación de un patrón de sedentarización. El segundo período lleva el nombre de comunidades sedentarias; termina con la aparición de la formación socioeconómica conocida como la "cultura olmeca" de Veracruz y Tabasco. Internamente se ha dividido en un subperíodo llamado Agrícola Incipiente, que finaliza hacia la fecha de aparición de los primeros artefactos de cerámica, y un subperíodo Agrícola Aldeano, durante el cual se conforma un patrón de asentamiento a base de pequeñas poblaciones aisladas y relativamente independientes entre sí.

El tercer período, el de los Pueblos y Estados Teocráticos, también se ha dividido internamente en dos subperiodos. El primero, propuesto bajo el nombre de Aldeas y Centros Ceremoniales, cubre las fechas que van desde 1 200 a.C. hasta 200 d.C. y estaría definido por la presencia de un patrón consistente en pequeñas aldeas alrededor de centros ceremoniales que pueden o no contener funciones administrativas. El segundo subperíodo, el de los Centros y Asentamientos Urbanos, cubre las fechas de 200 d.C. a 900 d.C. y coincide, en gran medida, con el período antes descrito como Clásico. En esta otra periodización, sin embargo, se destaca no sólo el elemento urbano sino su supuesto concomitante: el Estado. […] Ambos subperíodos, se notará, están caracterizados por lo teocrático, entendiendo esto último como una forma de organización social en la que el sacerdocio opera como el grupo dominante y donde el ritual es el medio a través del cual se logra sometimiento de la base social y se afirma la sujeción de las aldeas al centro urbano.

El cuarto y último período es el de los Pueblos y Estados Militaristas. Equivale, en fechas, al antes descrito como Postclásico. La división interna que se establece coincide también, prácticamente, con la de los momentos tolteca y mexica. El período, en su conjunto, queda caracterizado por lo militar. El segundo subperíodo, concretamente, por un militarismo de tipo "imperialista", centrado en ciudades de un alto grado de complejidad.

El problema fundamental con esta segunda periodización se encuentra, sin embargo, en el hecho de que lo militar no es una característica exclusiva del período de 900 d.C. a la conquista española. Se presenta en varios momentos de la historia prehispánica. En el desarrollo olmeca parece darse una tendencia hacia el militarismo; entre 900-800 a.C., dentro de la segunda mitad del momento olmeca, se produjo escultura cuyo contenido podría interpretarse como indicador de una actividad militar asociada a un intercambio a larga distancia. En Teotihuacan hacia 650 d.C., esto es, todavía dentro del Clásico teotihuacano, Millón observa un énfasis en representaciones guerreras que hacen sospechar que la caída de este sitio se dio bajo tensión bélica. En el área maya se aprecia claramente un patrón generalizado de expansión y militarismo hacia mediados del siglo IX d.C., es decir, todavía dentro del Clásico maya […].

[…] Como una alternativa a las dos periodizaciones expuestas, proponemos la división del tiempo prehispánico en dos periodos. El primero […] es el de la comunidad primitiva; con esta designación entendemos toda sociedad del México prehispánico en donde la producción y el consumo de bienes se da fundamentalmente a través y dentro de la célula social mas pequeña, es decir, la familia; en donde la cooperación alrededor de los procesos de trabajo no suele rebasar ese nivel familiar y, cuando esto sucede, lo hace por simple agregado de familias […].

Al segundo período lo estamos llamando de Transición a Formaciones Estatales. Se trata de un período donde el acceso al producto social está fijado, para cada individuo, por su posición

dentro de un sistema reglamentado: hay derechos reservados al grupo dominante que se manifiesta como linaje, clan u otras formas de grupos corporados. Aquí la estructura de autosuficiencia y autosubsistencia ha sido rebasada; la cooperación se hace más extensa, la división social del trabajo más compleja y sólo una parte del producto social es manejada en el interior de la unidad familiar. Es un período donde se presenta ya la explotación de la fuerza de trabajo (en forma de tributo directo y/o utilización de fuerza de trabajo en favor del grupo dominante, bien sea como trabajo aplicado en campos reservados a ese grupo, o como servicios). Sin embargo, con contadas excepciones, esa explotación no se da a través de la existencia de propiedad privada sobre los medios fundamentales de producción. Existe, también, una estructura política con puestos que sólo pueden ser cubiertos por determinados individuos, normalmente afiliados al grupo dominante. Se dan, en fin, formas estatales […].

La fecha que separa ambos períodos la hemos establecido hacia 1 000 a.C. Se encuentra a la mitad de lo que creemos son dos indicadores de un cambio estructural: por un lado, el momento de la primera aparición de agricultura de riego con un cierto grado de formalización, suficiente para predecir un cambio en las formas de cooperación, el desarrollo de fuerzas productivas y la forma de gobierno. Este momento estaría fechado en aproximadamente 700 a.C. en Tehuacan y, posiblemente, un poco después en Teotihuacan. Por otro lado, estaría el año 1 200 a.C., fecha mínima para la cual podría sospecharse, en base a consideraciones iconográficas, una cierta estratificación social dentro del grupo olmeca.

Este segundo período, si bien se justifica en razón de la persistencia de una estructura socioeconómica básica, resulta demasiado extenso: durante los 2 500 años que cubre, se dieron eventos importantes que requieren ser señalados […]. […] hemos introducido en ese "periodo de transición hacia formaciones estatales” la distinción de una sociedad estratificada y un Estado temprano. A la primera corresponden formas menores de diferenciación social, pero también una economía significativamente motivada por la creación de excedentes para el intercambio, un debilitamiento del poder de la unidad familiar en cuestiones de orden político y jurídico, y un mayor control sobre la asignación y uso de la tierra por parte del grupo dirigente. Al estado temprano corresponde una economía dirigida a la expansión territorial, una monopolización del aparato administrativo y coercitivo por parte del grupo dominante y, sin embargo, un control sobre los medios fundamentales de producción así como de los procesos productivos al margen de un patrón de propiedad.

Esta subdivisión permite, por un lado, reconocer la diferencia entre sociedades como, por ejemplo, la que operó durante el auge de Teotihuacan o, mucho después, en Tenochtitlan en vísperas de la conquista española, y a las cuales caracterizamos como estados tempranos, y aquellas otras que se constituyeron antes de la aparición de los primeros centros urbanos o que aparecieron como consecuencia de la desaparición de su hegemonía […].

Ninguna periodización propuesta, incluso la nuestra, se aplica homogéneamente al espacio geográfico que constituye el México prehispánico. Lo que esto quiere decir es que mientras una región puede alcanzar el nivel de desarrollo definido genéricamente por un período, otra región puede llegar a él mucho después de los límites señalados para ese período o, simplemente, no aparecer […].

4. Aridamérica […] Jesús Nárez

Aridamérica

El norte de México constituye un verdadero mosaico de ecosistemas que van desde las costas y litorales, mesetas, llanuras y desiertos, hasta las cadenas montañosas de las sierras. El paisaje varía igualmente desde el selvático y húmedo, hasta el seco de las regiones áridas y el templado y frío de las montañas. Focos ríos se encuentran en esta enorme región, la mayoría estacionales; los perennes son de corta extensión y corriente escasa. Grandes extensiones carecen de humedad, limitada ésta a la que proviene de las lluvias, escurrimientos, estanques, etc.

El medio ambiente siempre fue decisivo en el desarrollo de los grupos humanos, determinando el desenvolvimiento cultural de los pueblos; así, los grupos que se establecen en las márgenes de los ríos o de los lagos, pronto pasan del estadio de nómadas recolectores-cazadores, al de pueblos sedentarios, desarrollando técnicas agrícolas, conocimiento del ciclo cíe diversas plantas y, posteriormente, la domesticación, cría y explotación de recursos animales.

La sedentarización y el aseguramiento de los nutrientes les va a permitir disponer de tiempo para diversas actividades: la construcción, las manifestaciones artísticas y religiosas, conllevando tocio ello al desarrollo de grandes asentamientos y. por ende, al urbanismo organizado. No ocurrió lo mismo con los grupos que, por alguna circunstancia, se ubicaron en las grandes extensiones semiáridas donde la supervivencia fue determinante y la mayor parte del tiempo era encaminada hacia tres aspectos fundamentales: la búsqueda constante de alimentos, la búsqueda del agua y la protección de sí mismo de otros grupos depredadores. Estas necesidades le absorbían casi todo su tiempo, toda su vida, dejando poco para desarrollos y manifestaciones "culturales", reduciéndose a aspectos íntimamente relacionados con sus urgencias: las armas, el vestido, algunos burdos ornamentos, y el utillaje doméstico ligero y desechable.

Manifestaciones culturales de Aridamérica

Sus lugares de habitación fueron sencillos, limitándose a aprovechar refugios naturales como cuevas y abrigos o covachas. Algunas veces recurrían a elaborar una mínima protección, es decir, cabanas sencillas hechas de troncos delgados, ramas y hojas de palma; algunas veces reforzaban con piedras los troncos que sostenían esta choza, o bien colocaban piedras en torno a su cabaña para evitar que el viento la levantara. Los grupos del desierto representan el clímax de este desarrollo, y en ocasiones estas modestas manifestaciones de construcción son lo único que nos queda de evidencia de la presencia de ciertos grupos nómadas. Otra manifestación importante es el hogar o fogón, lugar donde preparaban algunos alimentos y también aprovechaban para proporcionarse calor en las noches frías […].

El proceso de amortajamiento de los cuerpos se realizaba de muy diversas formas, desde colocar el cuerpo prácticamente desnudo y sin pertenencias hasta ricamente ataviados y acompañados de abalorios y ofrendas. El rescate de estos cuerpos o sus restos nos ha proporcionado vasta información sobre sus costumbres, vestido, ornamentos, utillaje, creencias, alimentos, además de información sobre promedios de vida, estatura, complexión; en estudios de órganos internos se puede inferir la dieta: plantas y animales aprovechados como nutrientes; parasitosis y otras enfermedades […].

Características fisiográfícas de Aridamérica

El norte de México comprende vastas regiones áridas o semiáridas como la península de Baja California, grandes extensiones de los estados de Sonora, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León y norte

de Tamaulipas, porciones de Durango, Zacatecas, San Luís Potosí, Aguascalientes, norte de Jalisco, Guanajuato y Querétaro.

Esta enorme área se caracteriza por estar franqueada por dos grandes cadenas montañosas: al este, la Sierra Madre Oriental y al oeste, la Sierra Madre Occidental; entre ambas formaciones, una extensión más o menos llana, el Altiplano Central, configura un escudo que se caracteriza por su aridez y vegetación raquítica, limitada a matorrales, agaves y cactáceas, plantas resistentes a un medio carente de humedad. La península de Baja California, también forma parte de Aridamérica, caracterizándose este girón de tierra por la ausencia de ríos, lagos o manantiales de agua que hicieran más benigna su superficie. Estas regiones fueron ocupadas por diferentes grupos nómadas desde etapas remotas: genéricamente se les ha considerado desde la época prehispánica como grupos "chichimecas", pero lo cierto es que proceden de diferentes troncos étnicos y sus desarrollos ofrecen características y diferencias locales […].

Períodos tempranos en la historia de Aridamérica

Los estudios que se han realizado en esta región nos han proporcionado datos que concluyen que, desde finales del Pleistoceno (30,000-10,000 aC) y principios del Holoceno (10,000-8000 aC), los habitantes del norte de México fueron recolectores-cazadores, distinguiéndose dos tradiciones: los Cazadores de Fauna Mayor o Tradición Paleo-Oriental, y la Cultura del Desierto o Tradición Paleo-Occidental.

La primera se caracterizó por la utilización de puntas foliadas, bifaciales, algunas acanaladas, que se han encontrado a veces asociadas a restos de grandes mamíferos típicos del Pleistoceno, como mamut, bisonte y caballo. En el norte de México se ubica principalmente a partir de la época de las puntas Clovis (12,000-8000 aC), abarcando una amplia distribución; para los tiempos de las puntas Folsom (8000-7000 aC) esta cultura se redujo hasta desaparecer a pesar de la introducción de las puntas Plainview (7000-5000 aC).

Los grupos de la Cultura del Desierto utilizaron puntas pedunculadas y con escotaduras, y artefactos para moler. Esta tradición persistió en algunas áreas hasta la llegada de los europeos. Algunos de los hallazgos más antiguos […] se remontan a 12,000 años aC, y corresponden ya con los elementos culturales descubiertos en la Cueva del Diablo, localizado en la sierra de Tamaulipas.

De estos últimos derivó la "Tradición del Desierto", nombre con el que se ubica a las culturas del norte de México que se considera corresponden a épocas prehistóricas y que no tuvieron conocimientos de la agricultura […]. Dicha tradición persistió en algunas zonas áridas del norte de México y sur de Estados Unidos hasta el momento del contacto con los europeos –y en algunos lugares incluso hasta el siglo XIX–– e históricamente es la que dio origen a lo que se llama América Árida o Aridamérica.

Lo que conocemos como Aridamérica, comprende amplias regiones del norte de México. A consideración de Braniff, la extensión geográfica máxima de esta cultura abarca las sierras Cascada y Nevada, las Rocallosas, la Sierra Madre Oriental y la Occidental hasta la Cuenca de México, con varias culturas y desarrollos locales […]. Esta cultura ha sido identificada gracias a los hallazgos realizados en cuevas, abrigos, barrancos y algunos sitios abiertos.

Cultura material en Aridamérica

En estos sitios pudieron rescatarse numerosos materiales, sobre todo del complejo más tardío, consistentes en restos óseos humanos, cuerpos amortajados y momificados, y piezas completas o fragmentos de las mismas. Tomando en cuenta la materia prima en que están elaborados, podemos considerar:1 Textiles: mantas de fibra de yuca, bandas (tela que se sujeta en la cabeza), morrales de red, bolsas de red con armazón de madera que pu dieron aprovecharse como cunas de mano para transportar a los niños, redes de malla, faldellín pélvico, tocados para la cabeza (tlacoyal), sandalias y costales.2. Madera: átlatl o propulsor, arcos, flechas con punta endurecida al fuego, puntas de proyectil de piedra, atizadores, palos para cavar, palos curvos con estrías, palos con hogares o barrenos que

conforman el binomio para obtener fuego por frotación; mangos para cuchillos, grandes púas de agave, armazones para cunas, armazones para bolsas, palos de telar.3. Astas de venado sin huellas de uso, aprovechadas como lanzas o en los procesos de trabajo de la cestería.4. Conchas y caracolas: en sartales, para pendientes; cortadas transversalmente para conformar pectorales; orejeras o bases para guardar púas de agave.5. Calabazos y guajes: enteros con perforación para transportar y guardar agua, y otros partidos por la mitad que se aprovechaban como recipientes.6. Piedra: raspadores de mano y para enmangar, grandes cuchillos, diferentes tipos de puntas para proyectil; pipas tubulares, morteros y manos para morteros.7. Otros: caches (bolsitas para lascas de obsidiana, de uso desconocido); púas de agave aprovechadas como agujas y para pincharse en el autosacrificio; petates, yahuales (enredo para llevar carga sobre la cabeza).

Los grupos seminómadas subsistían de lo que el medio ambiente les proporcionaba, es decir, eran recolectores-cazadores, y cuando el medio lo permitía, practicaban también la pesca. Sus implementos eran principalmente de fibras vegetales como agave, yuca, soyate, nopal y otras plantas de las regiones áridas, con las que elaboraban cestos, costales, bolsas, canastos, burdas telas para cubrirse, bandas para sujetarse el pelo. Sus herramientas de piedra comprendían morteros, muelas o piedras para molienda sin soportes y la mano (elementos pasivo y activo que constituyen el binomio de la molienda), puntas de proyectil para arco y átlatl, raspadores, cuchillos, perforadores y alisadores.

Se considera que estos grupos se integraban en pequeñas bandas que se movían constantemente y según las estaciones, en busca de alimentos y agua; aprovechaban diversos frutos del desierto como pitahayas, garambullos, diversas semillas, biznagas, la raíz de la yuca, cogoyos de agave, mezcal, cogoyos de palma, raíces y tubérculos, algunas leguminosas, nopal, tunas, las flores del nopal; diferentes animales como mapache, borrego cimarrón, zorrillo, liebre, conejo, ratón, serpiente, aves, huevos de aves, venado; diferentes insectos, miel de abejas silvestres; en los litorales aprovechaban distintos animales marinos.

En épocas difíciles, como prolongados periodos de sequías, recurrían a lo que se llama "la vuelta" o "la segunda cosecha", consistente en rescatar las semillas de las excreciones fecales, las que eran tostadas y molidas para comerse. La "maroma" era también un recurso para engañar o entretener el hambre, consistente en sujetar con un hilo o fibra un trozo de carne (roedor, pájaro, insecto), tragarlo entero, retenerlo un momento y sacarlo para girarlo con otros miembros de la familia, hasta que se desintegraba. El control de la población, mediante el infanticidio, era otra forma de prever los malos tiempos, los cuerpos de los niños que se decidía eliminar, eran "secados" al sol y aprovechados como alimento.

El peyote fue ampliamente aprovechado como alucinógeno y estimulante, relacionado con sus costumbres religiosas, magia, hechicería, medicina, danzas rituales que acompañaban de algunos instrumentos musicales como raspadores, tambores, sonajas de guajes, calabazos y cascabeles. Usaban el cabello largo, suelto o trenzado y sujeto con una banda de fibras tejidas en vistosos colores que pasaba por la frente y se anudaba a un lado. Numerosas de estas piezas pudieron rescatarse en la Cueva de la Candelaria. El matrimonio tal vez fue exógamo, patrilineal y matrilineal, generalmente monógamo.La guerra era frecuente entre los nómadas del norte de México y, cuando surgía, era entre grupos de diferente idioma; en la fiesta triunfal se mostraban, en un poste o vara alta, las cabelleras de los rivales muertos; tenían capitanes o jefes de tribu.

Por influencia mesoamericana, hacia el 500 aC, seguramente por razones de intercambio y comercio, debió llegar a los grupos del desierto, el conocimiento primero, y el aprovechamiento después, del maíz, el frijol, la calabaza y la cerámica, entre otros, y con ello se presentaba la posibilidad de dejar el nomadismo para convertirse en grupos agrícolas, sedentarios; pero, como comenta Melgarejo, el recolector-cazador del norte de México era un fósil que, por siglos, había probado su repudio a la transculturación, y seguramente no le interesaba cambiar su sistema de subsistencia.

La mayoría de los grupos de Aridamérica andaban desnudos; acostumbraban pintarse la cara y el cuerpo con rayas de diferentes colores: rojo, naranja, negro y blanco. La banda para sujetarse el pelo y las sandalias eran dos de las prendas más usuales. Las sandalias podían ser de fibras vegetales, corteza de árboles y pieles de animales; junto con las bandas para el pelo, constituyen uno de los elementos más frecuentes en los hallazgos de cuevas mortuorias en el norte de México. Los adornos que usaban consistían principalmente de semillas, huesecillos, conchas, caracolas y cuentas de diferentes piedras, con las que hacían sartales, pulseras y pendientes.

La sangre y las quemaduras con fuego se consideraban como elementos propiciatorios, y era frecuente que se provocaran quemaduras intencionales y se pincharan con púas de agave en los muslos, lengua y escroto; la sangre obtenida se ofrendaba a los dioses o a los espíritus de las plantas, a los elementos naturales y a los familiares muertos. De las costumbres religiosas o evidencias de culto, pocos datos tenemos sobre estos grupos; el Sol, la Luna y los espíritus eran objeto de veneración.

Sin embargo, en la Comarca Lagunera, alimentada por los ríos Nazas, Parras y Aguanaval, que en algún tiempo formaron también las lagunas de Mayrán, Viesca y Tlahualillo, se desarrollaron grupos –llamados “indios laguneros”– que desarrollaron en torno a lugares como la Cueva de la Candelaria talleres líticos donde se trabajó principalmente cuarcita de color blanquecino-lechoso y pedernal muy impuro y restos de una cultura más desarrollada, a pesar de que la comarca presenta un régimen semidesértico con clima cálido y seco. De los materiales rescatados en esta zona, fueron los textiles los que más llamaron la atención de quienes participaron en los trabajos en las cuevas de la Candelaria, la Paila y otras. A decir de Romano, hay que recapacitar sobre la supuesta condición nomádica que se dice caracterizó a estos grupos, pues del atuendo cultural asociado a los bultos funerarios, se infiere que el nomadismo fue relativo, pudiendo darse además una práctica agrícola incipiente, aunque no se encontraron instrumentos de molienda como metates u otros objetos similares. Vecinos de esta región y de los “indios laguneros” fueron otros grupos –esos sí completamente nómadas– como los lipanes o tobosos al norte, los coahuiltecos al oeste, guachichiles y zacatecos al sur, y tepehuanes y conchos al oeste […].

Por la naturaleza de los materiales rescatados en estas cuevas y en distintos sitios abiertos de Aridamérica, podemos concluir con Braniff que la Cultura o Tradición del Desierto, aunque con variantes locales y temporales, mantiene una serie de elementos que la caracterizan desde el 5,000 aC, aproximadamente, como son: población dispersa o en grupos formando pequeñas bandas; economía basada en la recolección y la caza; nomadismo cíclico, búsqueda constante del agua; cuevas y abrigos aprovechados como refugio o casa; asentamientos en sitios abiertos; chozas cupuliformes de materiales vegetales; cestería muy desarrollada, aprovechada para transportar, guardar y aun preparar alimentos mediante la introducción de piedras calientes; uso de muelas y morteros para procesar alimentos; aprovechamiento de guajes y calabazos para transportar y guardar agua; utilización de diversas fibras vegetales para cordelería, redes, bolsas, sandalias, cunas portátiles; aprovechamiento de tallos como tule y carrizo para elaborar esteras y mecapales; uso de lanzadardos, arco y flechas de punta endurecida al fuego o con dardo de piedra, honda, palos curvos; uso del palo cavador y del atizador; obtención del fuego por frotación de maderos; uso de pipas o tubos de succión de piedra; ornamentos de concha, caracol y hueso, y en algunos grupos, domesticación del perro.

Por causa de la dispersión de los grupos nómadas de recolectores-cazadores de Aridamérica, tanto en tierra adentro, en las grandes mesetas, en las montañas y sierras, como en las porciones costeras, aprovecharon una gran variedad de materiales locales como el soyate, otate, tule, carrizo y otros para la elaboración de cestería, canastos y otros implementos. Los grupos que se encontraban próximos a las costas aprovecharon las conchas, caracoles, piel de algunos pescados, caparazones de tortuga, huesos y espinas de pescado, y dientes de tiburón para diversos usos.

Para la pesca utilizaron el arco y la flecha, redes y nazas o canastos, así como represas o empalizadas para retener los peces, llamadas tinajas o cercados, sobre todo en las costas. Supieron asimismo aprovechar hábilmente distintas fibras de las plantas del desierto como la lechuguilla, la jarcia y el zapupe, con las que hacían mallas de ixtle trenzado para elaborar una especie de capa con o sin mangas. Aprovechaban también las pieles de los animales que cazaban, como conejos,

coyotes, liebres, borrego cimarrón, venado y otros con los que elaboraban taparrabos y una especie de capa que pendía de los hombros y que usaban principalmente las mujeres, además de una especie de delantal elaborado con hierbas. En cuarcita, pedernal, riolita, basalto, andesita, obsidiana y otras piedras de las localidades, elaboraron diversos implementos como cuchillos, raspadores, perforadores, navajas, implementos para la molienda de semillas y hachas.

En las proximidades de la Presa Chihuila núm. 2 y del poblado de Apozol en Zacatecas, en el piso de un abrigo rocoso, se localizó una caja mortuoria de unos 65 cm de largo, por 38 cm de ancho y 56 cm de alto, de armazón de carrizo recubierto de barro; en su interior se halló el cuerpo momificado de una niña de unos 6 años de edad, envuelta en una tela posiblemente de algodón y con una jícara de unos 8 cm de diámetro por 4 cm de alto. Este hallazgo se considera de gran interés porque a la costumbre de los grupos de Aridamérica de abandonar los cuerpos de sus muertos, incinerarlos o depositarlos en cuevas y grietas naturales, se agrega la de que también elaboraban "cajas" de tallos de plantas diversas para enterrar los cuerpos […].

Numerosas lenguas se hablaban entre los diferentes grupos del norte de México, englobadas en tres grandes grupos: coahuiltecas, nahuatoides y yutoaztecas, principalmente. Otro aspecto muy interesante relacionado con los grupos de Aridamérica, lo constituyen los petroglifos y pictogramas, tan abundantes en esas regiones áridas, donde es frecuente encontrar en los riscos y paños de los desfiladeros, barrancos, grietas, abrigos, cuevas y algunas peñas aisladas, numerosas figuras, tangibles algunas, abstractas la mayoría; numerosas líneas, puntos, círculos y un número indeterminado de figuras animales y humanas, pintadas o grabadas en los muros o piedras. Estas manifestaciones son aún difíciles de ubicar cronológicamente, pero las hay desde etapas muy tempranas relacionadas con los primeros grupos que penetraron en el continente y en tierras mexicanas, hasta aquellas que se ubican en etapas relacionadas con la presencia de los europeos en esas regiones.

5. […] Oasisamérica Jesús Nárez

Oasisamérica se ubica geográficamente en lo que hoy es el suroeste de los Estados Unidos y una porción del noreste mexicano. El paisaje de esta área se caracteriza por lo accidentado del terreno; lo mismo tenemos altas montañas, como la Cordillera Mogollón al oriente, donde se desarrolló la cultura del mismo nombre, que el resquebrajado suelo que ocuparon los Anasazi, aunque en esta región se localizan ríos de escaso caudal, como el San Juan, el Colorado y el Río Grande, en cuyas márgenes surgieron numerosos asentamientos. Hacia el occidente, el. paisaje es más bien llano, con vegetación raquitica, característica de las zonas áridas, y fue el lugar de ubicación de los grupos Hohokam que supieron canalizar hábilmente las corrientes de agua para hacerlas llegar a sus cultivos. Hacia el sur, ya en territorio mexicano, se desarrolló la cultura Casas Grandes, en terrenos áridos y grandes llanos, extendiéndose por las estribaciones y quebradas de la Sierra Madre Occidental; la vegetación aquí es raquítica y el agua escasa, limitada a riachuelos, charcas y escurrimientos de temporal.

A consideración de Marquina, los indios que han habitado estos lugares pertenecen, con ligeras variaciones, a un mismo grupo que ha sido continuo desde las primeras culturas hasta nuestros días; sin embargo, algunas diferencias en los materiales arqueológicos y los vestigios arquitectónicos han llevado a los investigadores a considerar la división de este amplio territorio en tres grandes subáreas: Anasazi, Hohokam y Mogollón las que, partiendo de un tronco común, se distribuyeron y establecieron hacia la confluencia de los actuales estados de Utah, Colorado, Arizona y Nuevo México, de la Unión Americana, abarcando también en México al estado de Chihuahua y porciones de los estados de Sonora, Durango y Zacatecas, donde estamos más familiarizados con llamarle Cultura Casas Grandes.

Hacia la confluencia de los cuatro estados primeramente mencionados, se localizan numerosos ríos de reducido caudal, como son el Gila, el Salado, el Colorado, el Yaki, el San Juan y el Grande, entre otros. Las márgenes de estos ríos ofrecieron condiciones propicias para los asentamientos de pequeños grupos humanos y, hacía el año 500 aC, grupos posiblemente descendientes de las antiguas tribus Cochisse, que se considera habitaron estas regiones aproximadamente desde el año 8000 aC, se establecieron aquí.

Anasazi

Los grupos Anasazi, nombre derivado de una palabra de los indios navajo que se supone significa pueblos antiguos., ocuparon la porción más septentrional del área de Oasisamérica, hacia la confluencia de los estados de Utah, Colorado, Arizona y Nuevo México.

[…] Habitaron principalmente las grandes mesetas y valles próximos a los ríos; según el lugar preciso de ocupación se les ubica en ramales. Así, el ramal de Mesa Verde se establece a orillas del río San Juan al sureste de Utah, el ramal Chaco se establece en el cañón del Chaco y en la porción noroeste de Nuevo México; el ramal del río Grande, en la porción norte del río del mismo nombre; el ramal del pequeño río Colorado, hacia el centro y parte este de Arizona y en Nuevo México, porciones del oeste y parte centro; el ramal llamado la Virgen se ubica a orillas del río Virgen y suroeste de Utah.

[…] en el periodo Basketmaker II, que se ubica entre los años 100 aC y 500 dC, […] se considera que los grupos Anasazi vivían en cuevas y chozas semisubterráneas cubiertas con troncos y ramas. Posiblemente en esa época comenzaron a cultivar maíz, frijol, calabaza y otras plantas cuyo conocimiento se había dado primeramente en México. Complementaban su dieta con los productos de la caza y la recolección.

[…] Su utillaje se hacía principalmente de fibras vegetales, con las que se elaboraban canastas, cestos, sandalias, cordeles y mantas, pero se dio ya la producción de burdas cerámicas, en colores naturales de las arcillas locales, y en gris y negro por uso y cocción. Sus armas eran

sencillas; usaban principalmente el arco y las flechas de madera endurecida al fuego o con puntas de piedra.

En el siguiente periodo, Basketmaker III, 500 a 700 dC, se incrementó la población y surgieron pequeñas villas con estructuras semisubterráneas circulares llamadas kivas, las cuales tenían usos ceremoniales y de ritos iniciáticos. Produjeron cerámica gris lisa al principio, luego gris sobre fondo negro y con motivos geométricos estilizados. La agricultura se intensificó, pues hicieron canalizaciones para llevar el agua de los ríos hasta sus cultivos, con lo que ya no dependieron exclusivamente de los cultivos de temporal. Para los patrones constructivos aprovecharon los acantilados y saledizos, donde edificaban sus casas como una medida de protección. Hacían sus viviendas de piedra, lodo y troncos, con numerosas habitaciones de uno o más niveles, con puertas y ventanas en forma de paleta. El sitio arqueológico de Mesa Verde, en Colorado es uno de los ejemplos más representativos de este periodo.

El siguiente periodo se denomina Pueblo I, y se ubica entre los años 700 y 900 dC. La arquitectura muestra el mismo patrón anterior: casas en los acantilados, numerosas habitaciones, uno o más niveles, habitaciones semisubterráneas y kivas.

En el periodo Pueblo II, 900 a 1150 dC, se advierte un mayor incremento de habitantes Anasazi, lo que conlleva el crecimiento de los pueblos y el surgimiento de nuevos asentamientos.

Al periodo Pueblo III, 1150 a 1300 dC, se le considera como el Periodo Clásico de los grupos Anasazi, con pueblos que pudieron tener más de 1.000 habitantes. La arquitectura, la cerámica y los cultivos, entre otros aspectos, alcanzaron su máxima expresión; su más notable manifestación artística se encuentra en la famosa cerámica de Mimbres, del sur de Nuevo México, decorada con elegantes y finos dibujos en negro o rojo sobre blanco, de animales y personajes estilizados con un gusto irreprochable. Hacia 1300 se advierte decadencia y abandono de sus poblados; las causas nos son desconocidas; tal vez largos periodos de sequías, problemas internos, epidemias o el ataque de grupos nómadas fueran la causa del abandono de los asentamientos como Mesa Verde, Kayenta, Chaco y otros.

El siguiente periodo, Pueblo IV, se desarrolló entre 1300 y 1598 o 1700 dC; algunos grupos se sobrepusieron a los problemas que afectaron al periodo anterior y consiguieron mantener sus poblados, desarrollando una arquitectura de mejor calidad que decoraron con pinturas de temas mágico-religiosos en los muros. Su cerámica también se enriquece con mejor acabado y nuevas formas y decorados; las kivas mantuvieron su importancia en los rituales, ceremonias de iniciación y lugar para decisiones de interés para la comunidad. Algunos sitios de esta época son Pottery Mound, Awtovi y Kuaua. En este periodo se dio el contacto de los Anasazi con los colonizadores españoles, al mando de Francisco Vázquez de Coronado, quien dirigía una expedición a la legendaria Cíbola, en 1540. La presencia de los europeos afectó seriamente la integridad de los grupos Anasazi, con lo que su decadencia fue inminente.

Hohokam

La cultura Hohokam es la más importante del área subcentral de Arizona. La palabra hohokam procede del pima y significa "los que desaparecieron" o "los que se fueron". Se considera que tienen su antecedente en los grupos Cochisse de que se habló anteriormente. A fin de facilitar su estudio y con base en cambios en los estilos constructivos, decoración de la cerámica y subsistencia, se ha dividido su desarrollo en cuatro grandes periodos: Periodo Pionero, 300 a 500 aC; Periodo Colonial, 500 a 900 dC; Periodo Sedentario, 900 a 1100 dC y, por último, el Periodo Clásico, considerado a partir de 1100 y hasta 1450 dC.

Los Hohokam fueron grupos agricultores del desierto, hábiles para abrir canales a fin de hacer llegar el agua de los ríos hasta las áreas de cultivo, lo que propició el asentamiento de numerosos grupos en las márgenes de los ríos de Arizona, permitiendo el desarrollo de las aldeas sobre todo en lo que ahora es el área metropolitana de Phoenix.

Durante el Periodo Pionero se dieron los primeros asentamientos en el centro, sur y occidente de Arizona. Los grupos dependían básicamente de la recolección y la caza, aunque tuvieron ya una agricultura incipiente. Su arquitectura era sencilla y predominaban las habitaciones

semisubterráneas y techadas con troncos de mezquite, varas y ramas a veces recubiertas con lodo […].

En el Periodo Colonial fue cuando la cultura Hohokam alcanzó su mayor extensión, ocupando prácticamente las cuencas de los ríos Salado y Gila, llegando hasta el sur de Arizona. Realizaron trabajos de canalización del agua para la irrigación, concepto que seguramente se presentó como consecuencia de los contactos con las altas culturas mesoamericanas, a través de las actividades relacionadas con el comercio y el intercambio de productos a larga distancia. Con la irrigación, la producción de alimentos se incrementó pues ya no dependían solamente de los cultivos de temporal, lo que favoreció al aumento de la población y con ello el surgimiento de nuevos asentamientos.

En algunas de las villas se han descubierto canchas para el juego de pelota, actividad que debió darse también, por influencia mesoamericana posiblemente tolteca o huasteca. Los grupos Hohokam tenían la costumbre de cremar a sus muertos, guardando las cenizas en vasos de cerámica; también practicaban la inhumación, acompañando al muerto con numerosos enseres personales, los que al ser recuperados en trabajos de investigación arqueológica, nos han proporcionado abundante información sobre la vida y costumbres de estos pueblos.

Aprovechando las temporadas de lluvias, y sobre todo la irrigación controlada, los Hohokam cultivaron el maíz, distintos tipos de frijol, calabazas y algodón; aprovecharon también diversas plantas silvestres como complemento de su alimentación, como cactos, frutas, bulbos, mezquites y agaves. Distintos animales fueron aprovechados: jabalíes, conejos, liebres, roedores, reptiles, y algunos peces y aves.

En sitios Hohokam se han descubierto diversos materiales que denotan los contactos con otros grupos, principalmente del sur, como cascabeles de cobre, vasijas, espejos de pirita, así como conchas y caracoles procedentes de la costa del Golfo de México y Golfo de California, que nos refieren el comercio con los grupos de los litorales.

[…] El Periodo Sedentario es muy similar al anterior; sin embargo, se aprecian detalles importantes, como el uso de escalones para entrar a las casas, en vez de rampas. Los juegos de pelota son de menores proporciones; parece que los asentamientos se estabilizan o muestran ligeros retrocesos. Junto con el periodo anterior, el inicio de éste marca el máximo desarrollo de la cultura Hohokam.

[…] Finalmente tenemos el Periodo Clásico, cuando se advierte la presencia de grupos de filiación Mogollón, procedentes de las márgenes del río Salado, que vivieron en las mismas áreas que los Hohokam, pero sin mezclarse. En su arquitectura se notan cambios significativos, con grandes concentraciones de cuartos, algunas veces hechos con muros de adobe, sin dejar de aprovechar las postas y troncos de madera. Algunas de estas casas eran de altos muros y varios pisos o niveles. De este periodo los sitios más representativos son Casa Grande Florencia, en el Valle del Gila, y Casas Grandes en el estado de Chihuahua.

[…] Para algunos investigadores, los actuales grupos Pima son descendientes directos de los Hohokam.

Mogollón

La cultura Mogollón recibe este nombre de la cordillera montañosa que se localiza en una porción de Nuevo México y sureste de Arizona, al sur de los asentamientos Anasazi y al este de los Hohokam.

Se considera que esta cultura de la fase última de la cultura Cochisse. […] Se ha considerado en este estudio la periodificación propuesta por Marquina: Periodo Georgetown, 500-700 dC; Periodo San Francisco, 700-900 dC; Periodo Three Circle, 900-1050 dC, y Periodo Mimbres, 1050-1200 dC. Durante el Periodo Georgetown las construcciones habitacionales de los Mogollón se hicieron semisubterráneas y semicirculares, techadas con postes de madera, varas y ramas; los recintos destinados a las ceremonias eran del mismo estilo pero de mayores dimensiones.

[…] En el Periodo San Francisco sus casas siguieron el patrón del período anterior: semihundidas y de techos de materiales vegetales, pero a las formas circulares tradicionales se agregaron las de planta rectangular, y los recintos ceremoniales son de paredes ligeramente curvas.

[…] En el Periodo Three Circle se encuentran variaciones en la forma constructiva de sus viviendas en cuanto a la techumbre, la cual se sostenía en un poste central y ahora se presenta sostenida por cuatro postes dispuestos uno en cada esquina del aposento, y los cuartos para ceremonias ahora tienen tres fogones en vez de uno. En cerámica, sus jarros, cántaros, cajetes y platos se decoraron con dibujos negros sobre fondo blanco, con base en motivos geométricos, espirales y zoomorfos; persistió la costumbre del uso de pipas, pero el tamaño de éstas se acortó, manufacturándose a veces con boquillas trabajadas en hueso.

En el Periodo Mimbres se advierte una gran penetración de los grupos Anasazi y Hohokam en el área Mogollón. Las casas, que en periodos anteriores se hacían aisladas unas de otras, tienden a agruparse en torno a un espacio abierto a manera de plaza. En las construcciones se utilizó adobe, piedra, lodo y madera; son semisubterráneas y con la entrada por el techo. Los recintos ceremoniales se hicieron semejantes a las kivas. […] A las costumbres funerarias de enterrar a sus muertos dentro o fuera de sus viviendas, se agregaron ahora modestas ofrendas de objetos de uso común en la vida del difunto. Los grupos del Periodo Mimbres se extendieron hacia el sur hasta penetrar en Chihuahua, llegando su influencia cultural seguramente hasta Casas Grandes […].

[Paquimé]1

Los vestigios arqueológicos de la antigua ciudad de Paquimé […] se ubican al este de la Sierra Madre Occidental, en el estado de Chihuahua, a 350 km al noreste de la ciudad de Chihuahua y a unos 300 km al sureste de Ciudad Juárez. Las evidencias arqueológicas cubren más de 50 ha, de las que sólo se han explorado unas dos terceras partes.

Se sabe que el primer europeo que visitó [Paquimé] fue Alvar Núñez Cabeza de Vaca y el negro Estebanico, hacia 1563. Poco después Francisco de Ibarra inicia la conquista y colonización del norte, siendo también de los primeros europeos en llegar a [Paquimé].

El nombre de Paquimé parece derivarse del idioma pima, pues al preguntar los europeos a los indígenas del lugar sobre quiénes habían construido y vivido en ese lugar, contestaron: "paquimé", o algo parecido, que en su lengua equivale a "no lo sé"; la expresión se quedó y viene a constituir otro de los términos con que conocemos el lugar.

[…] Para su mejor estudio, se dividió el área de trabajo en 16 unidades, de acuerdo con estructuras sobresalientes. Por ejemplo, la Unidad 1 está compuesta por una serie de pequeños cuartos, en cuyas esquinas se descubrieron entierros humanos con bellas ofrendas de cerámica y lítica, así como cuatro hornos para procesar el agave y obtener una bebida alcohólica. La Unidad 3 está integrada por el juego de pelota, en forma de “I” con sus bordes ligeramente redondeados, de influencia totalmente mesoamericana. La Unidad 6 la forman un grupo de cuartos donde se descubrieron muchos fragmentos de metales, manos de metates y entierros con ofrendas.

La Unidad 7 es particularmente interesante, pues comprende los criaderos de pericos y guacamayas, así como las hornillas para proporcionar calor a esos animales en tiempo de invierno. En la Unidad 2 se encontraron evidencias de 38 cuartos y las llamadas "coconeras", pequeños cubículos que seguramente servían de nido a los guajolotes.

Las edificaciones de Paquimé llegaron a tener más de seis pisos, según algunos cronistas y viajeros de los siglos XVI y XVII; todas ellas construidas de arcilla y gravilla, no de adobe propiamente dicho, sino de lodo acumulado sin material orgánico […]. Los muros se construían con el sistema de cajones hechos con tablones de madera de pino, donde se vaciaba el lodo. El grueso de los muros varía de 1.40 m en los primeros niveles y hasta 50 cm en las partes altas […]. Terminados los muros, se recubrían con una mezcla del mismo material, configurando grandes bloques de una sola pieza, luego se aplicaba otra capa más fina y, por último, un enlucido hecho de arena delgada, cal y polvo de conchas de ostión. Después se pintaban los muros, generalmente de colores azul,

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verde y rosa, obtenidos de pigmentos minerales y vegetales. Los pisos y escaleras también eran estucados. Las habitaciones tenían en promedio 2.50 m de altura; contaban con su hornilla y una cama hecha de delgados morillos empotrados en los muros, regularmente altas, de forma que eran necesarios unos escalones hechos también de lodo, para llegar al lecho.

Las llamadas "galerías" son enormes cuartos donde no se encontraron evidencias de hornillas ni camas, por lo que se supone que fueron espacios utilizados como almacenes; además tenían postes de madera de pino aprovechados como columnas, a los que en su parte superior se les ponían unas lozas de piedra de forma circular, generalmente de 70 cm de diámetro y 10 cm de espesor, con un hueco cuadrado en el centro donde se empotraba la espiga del poste. Este soporte o cabezal hacía las veces de capitel; sobre él descansaban los morillos que sostenían el techo, que a la vez servía de piso el siguiente nivel. […] La orientación de todas las construcciones era hacia los puntos cardinales y agrupadas en torno a grandes plazas o patios. La ciudad tenía un ingenioso sistema de ductos: uno para hacer llegar el agua rodada que se canalizaba desde el cercano río Casas Grandes y otro para hacer salir las aguas sucias. Estos canales eran rectangulares, de unos 30 cm por lado, hechos de lajas de basalto.

Construcciones del estilo de [Paquimé] las encontramos desde las márgenes del río Gila en los estados de Colorado y Arizona en Estados Unidos, y en México, en los estados de Sonora, Chihuahua, Durango y Zacatecas, aunque con algunas variantes locales.

[…] Los constructores de [Paquimé] primeramente habitaron en cuevas, donde nos dejaron evidencias de su presencia, como en la Cueva del Tragadero, Cueva de la Laja, de la Olla, la Ventana y otras; pero por el año 1000-1100 dC se empiezan a establecer en los valles, cerca de sus cultivos, siendo así, seguramente, como surgió Paquimé. Entre los años 300-1200 dC se dan los contactos norte-sur, sobre todo con Mesoamérica y el gran suroeste de Estados Unidos, posiblemente a través de la Sierra Madre Occidental. Por los años 1050-1300 dC llega la influencia mesoamericana. Por esta época comienzan los trabajos en cobre, el juego de pelota, el culto a Quetzalcóatl, los trabajos de pluma, el control del agua, el trabajo en concha y caracoles marinos, y otros elementos que son propios de las culturas y grupos vecinos de Mesoamérica.

Los pobladores de [Paquimé] tenían una agricultura organizada y desarrollada, basada en el cultivo del maíz, el frijol, la calabaza y el chile principalmente, dedicándose también a la caza, la pesca y la recolección. El comercio a larga distancia fue otra actividad que alcanzó un gran desarrollo. La gente de [Paquimé] obtenía casi todas las materias primas de lugares distantes, como Arizona y Colorado, de donde provenía la piedra verde veteada con la que hacían hachas y artefactos de uso ceremonial y algunos objetos de ornato. De esa misma área obtenían el cobre, que sabían trabajar hábilmente y en todas las técnicas: el martillado en frío, fundido y moldeado, filigrana y cera perdida. El trabajo en pluma fue algo que llevaron a un alto desarrollo, elaborando bellos mosaicos, finas mantas y estandartes. Mucha de la pluma fina la obtenían por comercio de las zonas tropicales del sur, pero además tenían sus propios criaderos de aves, como guajolotes, loros, pericos, guacamayas y otras de bello plumaje, de los que nos quedaron numerosas evidencias arqueológicas, como son los lugares donde anidaban, y las vasijas en que les daban de comer y beber.

Hubo también un intenso comercio de caracolas y conchas, que trabajaban bellamente y que obtenían de las costas del Golfo de California o Mar de Cortés; la turquesa, que obtenían de las minas de Arizona y Nuevo México, fue otro material que supieron aprovechar para confeccionar cuentas y placas para pendientes, anillos y pectorales; el hueso de origen animal y humano también fue trabajado; la pirita, la hematita, el cristal de roca, el sílex, la obsidiana y el cuarzo fueron algunas de las materias primas objeto de comercio.

[…] Hacia 1340, Paquimé fue atacada, saqueada, quemada y abandonada. La destrucción de Casas Grandes seguramente se debió al asedio de que fue objeto por parte de los distintos grupos belicosos seminómadas que la rodeaban, principalmente los apaches y algunos grupos como los mímbrenos, gileños, mezcaleros, lipanes, tepehuanes, conchos, sumas, caguates, jimanos, etcétera; a la llegada de los europeos, todavía alrededor de unas 93 tribus diferentes merodeaban por la región. A la fecha, sólo sobreviven algunos grupos como los tarahumaras, aurojías, pimas, tubaras, todos del tronco etnográfico sonorense-ópata-pima.

6. El Siglo de la Conquista Alejandra Moreno Toscano

Para la historia de México el XVI es el siglo de la conquista. Con ese nombre se engloba tanto el hecho militar mismo como el largo periodo de acomodo que no sin violencias produjo una nueva situación: la colonia.

El siglo de la conquista se divide en dos periodos diferentes. El primero, que abarca desde 1519 hasta más o menos mediados del siglo, se caracteriza por el triunfo de los intereses particulares de los conquistadores sobre el mundo indígena, que de pronto se encuentra sometido a una explotación sistemática. Ese predominio de los intereses particulares se explica por varias circunstancias. La primera, que la corona española no tuvo recursos financieros para sostener y conducir las exploraciones de descubrimiento y conquista de las tierras del Nuevo Mundo; así, tuvo que recurrir a los particulares para lograrlo […].

Para financiar las expediciones de descubrimiento y conquista se siguió un procedimiento que trató de combinar la necesidad de obtener fondos de particulares para cubrir los gastos de la empresa y la exigencia de que las tierras recién descubiertas se mantuvieran bajo el dominio de esa corona. Por medio de la capitulación, ésta cedía a los particulares ciertos derechos en la conquista y descubrimiento de los territorios a cambio de recibir el reconocimiento de su soberanía y "un quinto" de los beneficios.

Fue ese sistema de empresa privada el que permitió organizar el descubrimiento y la conquista, además de explicar el deseo incontenible de los conquistadores de resarcir sus gastos y trabajos a costa de los indios. Además, otra circunstancia puede explicar el predominio inicial de los intereses particulares en la conquista de América. Las conquistas fueron casi siempre hechos impredecibles. Si Colón nunca imaginó que había descubierto un nuevo continente, hasta la llegada de Cortés a México nadie pudo imaginar tampoco las riquezas que encerraba el nuevo territorio. Entonces, es natural que las decisiones de los conquistadores se hayan tomado sobre la marcha, siguiendo estrategias concretas o intereses muy personales, y que la corona española aceptara más tarde esas decisiones como hechos consumados.

Los conquistadores recibían como "premio" a su conquista una determinada cantidad de indios de servicio, tributos, encomiendas, mercedes de tierras o de solares urbanos, proporcional al aporte inicial hecho —en armas o caballos— para participar en la empresa; pero la proporción de ese "premio" era fijada por ellos mismos. Esto quiere decir que durante este primer periodo los conquistadores usaron y abusaron de sus derechos casi sin control. Durante los años siguientes a la conquista, los conquistadores desoyeron las órdenes que la corona emitía reiteradamente, en contra del mal tratamiento de los indígenas. Ese primer estado de cosas se modificará progresivamente a medida que la corona y sus representantes logran centralizar en sus manos las funciones de organización de la nueva sociedad.

El segundo periodo del siglo de la conquista se caracterizará precisamente por la tendencia opuesta, o sea un aumento de la función real en la toma de decisiones, un mayor control de los abusos de los conquistadores y el surgimiento de una política deliberada de protección legal al indígena.

El conquistador es la figura que domina la historia de los años iniciales del contacto hispano-indígena, y el conflicto dominante es el desequilibrio de la antigua sociedad prehispánica sometida a un nuevo estado de cosas […]. Pero también es "el conquistador", o unos cuantos conquistadores —cuyos nombres recordamos fácilmente— los que dan figura al siglo XVI por otras circunstancias. Es decir, si bien más de dos mil individuos probaron suerte en la conquista de Tenochtitlan como miembros de la expedición original de Cortés, o como gente de Narváez o de Garay, muy pocos fueron los que llegaron a beneficiarse de la explotación del mundo conquistado. Apenas un cuatro por ciento de esos conquistadores llegaron a concentrar en sus manos beneficios suficientes para enriquecerse con la conquista. Son aquellos cuyos nombres recordamos: el capitán Cortés, los hermanos Ávila, Alvarado, Nuño de Guzmán, Vázquez de Tapia y Diego de Ordaz.

Estos conquistadores que se beneficiaron con la conquista han configurado la imagen que conservamos del conquistador español del siglo XVI. El resto, los que tienen que volver a ejercer en América los viejos oficios de sus padres: zapateros, herreros, carpinteros, los que no se benefician con la conquista pero participaron en ella, fueron retratados por Bernal Díaz del Castillo al escribir su historia y protestar contra esa desigual retribución de los beneficios […].

A grandes rasgos pueden distinguirse varias etapas en la conquista militar. La primera, la que podría llamarse "antillana", dirigida por los intereses y proyectos comerciales de Diego Velázquez, el gobernador de Cuba, terminó con la fundación de la Villa Rica de la Vera Cruz. Con la fundación de una ciudad y siguiendo la antigua tradición municipal española, Cortés cambia las reglas del equilibrio y reconoce como único superior a la corona. Cuando el ayuntamiento de Veracruz, formado por sus propios hombres, lo declara capitán general de la empresa, Cortés puede gozar de autoridad plena y desconocer a Velázquez, de quien había sido hasta entonces subordinado. Una siguiente etapa empezaría con la entrada de Cortés hacia las tierras del interior hasta que concierta su alianza con Tlaxcala. Cortés había podido observar las diferencias que separaban a los pueblos indígenas entre sí y con el centro del imperio. Aliándose con los tlaxcaltecas puede enfrentarse a los mexicanos con apoyo de otros grupos indígenas. La tercera etapa cubre el tiempo de la llegada de Cortés a México y su recibimiento por Moctezuma. Cortés tiene entonces oportunidad de ver la ciudad y conocer el mecanismo del imperio. Cuando sale de la ciudad de México para enfrentarse a Pánfilo de Narváez, comienza a romperse ese equilibrio. Los mexicanos se levantan contra los españoles y a la vuelta de Cortés los conquistadores quedan cercados en las casas de Moctezuma. Los indios llegan a arrojar fuera de su ciudad a los españoles durante el episodio que conocemos como la Noche Triste. La última fase de esa historia, el sitio y la caída de Tenochtitlan, abarca desde el retorno de Cortés de tierras tlaxcaltecas, donde se había repuesto con sus hombres, hasta la prisión de Cuauhtémoc […].

Las conquistas del interior del territorio, las conquistas regionales, […] se realizan rápidamente y de manera simultánea, las fechas y los datos resultan sin orden aparente, pero lo hubo. La dirección inicial de las conquistas regionales hacia Coatzacoalcos o hacia Pánuco buscaban establecer puntos estratégicos que aseguraran la liga con las posesiones españolas de las Antillas y con España. Las incursiones sucesivas hacia el occidente —Colima, Zacatula— , las conquistas de los reinos de Tututepec y de los zapotecas fueron dictadas por la necesidad de establecer un puerto en el Pacífico que permitiera alcanzar las tierras del Oriente. Los españoles continuaban acariciando el sueño de llegar a la India y a China siguiendo la ruta de occidente […].

Cortés envió desde antes de 1521 a varios de sus capitanes a establecer alianzas o dominar militarmente algunos sitios del interior y asegurar su victoria sobre los mexicanos. Muchos pueblos concertaron alianzas inmediatas con los españoles y en prueba de su apoyo enviaron hombres para luchar con los ejércitos de Cortés, tantos, que si hemos de creer las propias palabras del conquistador, el sitio de México lo realizan mil españoles sostenidos por cincuenta mil aliados indígenas. Otros centros ofrecieron resistencia violenta y algunos fueron destruidos totalmente por los conquistadores. Esto puede explicarse si recordamos que la expansión del imperio mexicano se había iniciado bajo el reinado de Itzcóatl hacia 1420, coincidiendo precisamente con las primeras exploraciones portuguesas y españolas en el Atlántico. En 1500 los mexicanos habían alcanzado los límites geográficos extremos de su imperio y; por lo tanto, cuando llegan los españoles en 1519, apenas una generación separa a muchos pueblos de su antigua condición de independientes. Es por ello que muchos de esos poblados que veían a Moctezuma II como un tirano que los tenía sojuzgados vieron en los españoles una posibilidad de librarse de esa dominación.

Pero el siglo XVI no es solamente el de lucha militar. En él se esbozan las estructuras permanentes que pervivirán durante la época colonial. El triunfo de los conquistadores y el reparto que hacen de la riqueza de las nuevas tierras, el sojuzgamiento de los hombres por medio de la esclavitud primero y de la encomienda después, y la distribución de las tierras por medio de mercedes, prefiguran la nueva sociedad colonial. El desequilibrio entre dos mundos: la república de los españoles y la de los indios.

El sueño de los conquistadores de mantener ese dominio "de conquista", esa organización social de beneficio personal, ese status de antiguos señores, casi a la manera feudal, termina hacia la

mitad del siglo. A medida que la corona española se va adueñando de la situación, centraliza en sus manos la decisión política y desplaza a los antiguos conquistadores de sus posiciones de privilegio. Cuando los conquistadores están a punto de perder la partida, intentan como último recurso levantarse con la tierra. Al poner fin a la conspiración de Martín Cortés y ejecutar en la plaza mayor de México a los hermanos Ávila, como sus principales inculpados, la corona española termina con la sociedad de los conquistadores y marca el inicio de la nueva sociedad colonial.

7. La Conquista Espiritual Alejandra Moreno Toscano

La expresión de "conquista espiritual" fue acuñada por Robert Ricard en uno de los libros clásicos de la historiografía sobre México. Ricard vio en esa "conquista espiritual", o sea el proceso de cristianización e hispanización de los indígenas durante el siglo XVI, la expresión de una crisis de conciencia, la oportunidad de una reinterpretación de la condición de los hombres. Pero el problema de la cristianización e hispanización del indígena, en última instancia de su "occidentalización", estuvo también ligado a la necesidad de justificar la expansión imperial europea. ¿Qué derechos tenía España para someter nuevos territorios bajo su dominio? ¿La guerra de conquista era una guerra justa? Esas preguntas, de respuestas conflictivas, se encontraron en la base de toda la acción colonizadora de España en América […].

La presencia del hombre en tierras americanas no encajaba bien en la concepción del mundo occidental, y esto produjo grandes polémicas sobre la condición de los pobladores autóctonos. Si los indígenas se consideraban infieles, entonces ocupaban ilegítimamente sus territorios; si, por el contrario, eran gentiles, entonces eran los dueños legítimos de sus tierras y los españoles no tenían derecho alguno para despojarlos. Si eran bárbaros, entonces, como quería Aristóteles, eran siervos por naturaleza y su dominio no sólo era justo, sino necesario. A la inversa, si eran considerados en un plano de igualdad con los cristianos, con los mismos derechos y obligaciones, el dominio colonial resultaba condenable.

Durante los primeros años de la conquista esas ideas se opusieron continuamente; pero a medida que lograron consolidarse las que justificaran la expansión de los imperios occidentales, a medida que se "legalizó" la nueva condición "colonial" de los habitantes del Nuevo Mundo, esas preguntas dejaron de hacerse […].

De la misma manera como la conquista militar se divide en dos momentos diferentes a mitad del siglo XVI, la conquista espiritual pasa por dos periodos distintos. El primero abarcaría desde la llegada de la primera misión franciscana en 1523 hasta mediados del siglo. El segundo cubre los años que siguen a 1555, fecha en que se reúne el Primer Concilio Mexicano y empieza a definirse la situación que prevalecerá durante el resto de la época colonial.

La primera etapa tiene características bien definidas. La labor de los misioneros parece más libre e independiente durante esos años. Se ensayan diversos métodos de evangelización, nacen instituciones originales como respuesta concreta al problema de la cristianización del indígena. Entonces se piensa que el indio debe ser el mejor instrumento para la conversión de los indígenas. La labor de los misioneros se centra en la educación de los jóvenes indígenas para lanzarlos después a la aventura de conquistar y occidentalizar su propio mundo. Se cree abiertamente que el indígena debe ser preparado para ejercer actividades sacerdotales. Se acepta que si el indígena puede recibir sacramentos, puede también impartirlos. Durante esos primeros años se estudian y conservan las lenguas vernáculas, a las que se traducen los textos fundamentales del cristianismo. En suma, se piensa que entre los indígenas americanos podrá recuperarse la pureza del cristianismo primitivo corrompido en Europa. América, y concretamente el mundo indígena, aparece a los ojos de los primeros misioneros como la materia ideal para realizar las utopías soñadas en la vieja Europa.

Durante el segundo periodo, a partir del medio siglo, se redefinirán radicalmente esas primeras proposiciones. De manera sistemática se limitan poco a poco, en aras de la ortodoxia, las libertades de acción y de creación de instituciones de que habían gozado los primeros misioneros. De la misma manera como se inicia el proceso de centralización de las decisiones en manos de la corona española, se reducirá la libertad de acción de las órdenes regulares sometiéndolas a la autoridad de los obispos. Muchas de las instituciones que florecieron durante los primeros años del siglo XVI desaparecerán cuando decae el apoyo material que recibían de las autoridades. Contra la idea de que el indígena podía alcanzar las dignidades sacerdotales, comienza a triunfar la posición que defendía la idea de que no estaba capacitado para dedicarse a estudios superiores. En lugar de

mantener vivas las lenguas indígenas, se tomará el partido de la hispanización progresiva de los naturales.

Se ha tratado de explicar ese cambio de actitud recordando la situación que prevalecía en Europa. En efecto, debe tenerse presente que a mediados de siglo, al asumir Felipe II la corona, España se convierte en la defensora de una ortodoxia cristiana amenazada por el cisma luterano. Pero hay que explicar también ese cambio en función del desarrollo mismo del proceso de la conquista. A mediados de siglo quedarán definidas las principales estructuras de dominación colonial. La cristianización e hispanización de los indios se convertirá en una función del estado. Por lo mismo, para apoyar su estructura, tendrá que diseñarse dentro de una situación de dependencia colonial.

En ese sentido, más que crisis de conciencia, la conquista espiritual forma parte integrante del proceso de dominación colonial del siglo XVI. En varios sentidos fue mucho más radical y violenta ésta que la conquista militar. Los conquistadores militares mantuvieron, con algunas modificaciones, ciertas estructuras sociales y de poder autóctonas, como el calpulli, el tributo y ciertas formas colectivas de prestación de servicios personales. En cambio, para construir el cristianismo los conquistadores espirituales, los misioneros, se esforzaron en destruir cualquier pervivencia de la concepción del mundo prehispánico. Destruyeron las bases de todas las relaciones espirituales en un mundo que descansaba fundamentalmente sobre una concepción religiosa de la vida. Con ello se aseguraba su occidentalización, pero con ello se inició también el proceso de desaparición de las antiguas culturas.

El enfrentamiento a un problema concreto, es decir, el de convertir masivamente a los indígenas y con ello justificar la conquista, produjo la creación de instituciones originales, la aplicación de métodos y técnicas de conocimiento desconocidas en Occidente. Una gran parte de esos procedimientos y de esas instituciones se derivaron de la observación y estudio de las actividades prehispánicas. He aquí algunos ejemplos. Uno sería la aplicación de métodos de enseñanza (y evangelización) que utilizaran simultáneamente las capacidades receptivas audiovisuales del individuo. Como se sabe, los indígenas mexicanos habían logrado desarrollar un tipo de escritura nemotécnica por la que se asociaba a una imagen figurada todo un conjunto de conocimientos. Los cuadros religiosos que adornaron las primitivas iglesias americanas, más que ser concebidos como ornato, eran un instrumento efectivo de la evangelización. El misionero se detenía frente a cada uno, y explicaba la imagen y el simbolismo que deseaba fueran aprendidos por los recién convertidos.

Fue esa necesidad de conversión masiva la que llevó a los misioneros a incorporar, en el diseño de las construcciones religiosas, un elemento arquitectónico absolutamente original: la capilla abierta. En estas capillas, de las que se conservan algunos ejemplos notables por su belleza, podía oficiarse el sacrificio de la misa en amplios espacios abiertos, en el atrio de los conventos, donde podía reunirse a un número de fieles mucho mayor del que hubiera podido congregarse en el interior de la iglesia. Esa misma necesidad llevó a los misioneros del siglo XVI a revivir ciertas prácticas del cristianismo primitivo ya olvidadas en Occidente, como el bautismo por inmersión. Todavía hoy podemos observar una de esas enormes piletas bautismales en el convento de Tzintzuntzan, Michoacán.

La relación que existe entre las antiguas instituciones educativas prehispánicas y las instituciones creadas por los misioneros en el siglo XVI, comienza a estudiarse ahora. Escuelas para nobles indígenas y para muchachos del común, Tepuzcalli y Calmecac, encontraron su contrapartida en las instituciones educativas de la primera época colonial: los grandes colegios de Santa Cruz en Santiago Tlatelolco y de San José de los Naturales en el convento de San Francisco, las escuelas parroquiales y las escuelas de los barrios coloniales.

La necesidad de conocer las antiguas prácticas y costumbres religiosas de los indígenas para poder combatirlas como contrarias al cristianismo, llevó también a los misioneros al estudio de las lenguas y las costumbres prehispánicas. Es por ello que la conquista espiritual se liga directamente con el nacimiento de los estudios etnográficos en el Nuevo Mundo.

Durante los primeros años del siglo XVI los misioneros españoles desplegaron una gran actividad en el estudio de las lenguas indígenas. Muchas fueron alfabetizadas. Se estudió la

estructura interna de las principales lenguas y se recopilaron importantes vocabularios con las definiciones precisas y los diversos significados de cada palabra. Además, se tradujeron numerosas obras religiosas a las lenguas indígenas, algunas de las cuales se imprimían durante esos años. La imprenta fue un instrumento de gran utilidad para los misioneros en el trabajo de evangelización del indígena.

Se hicieron también estudios muy detallados de las costumbres, ceremonias y prácticas religiosas de los indígenas. Entre todos, el de mayor importancia fue sin duda el trabajo realizado por fray Bernardino de Sahagún, pues durante diez años recogió pacientemente los datos que le proporcionaban sus informantes indígenas. El misionero franciscano logró reunir con ellos un tratado completo sobre la vida y religión de los mexicanos, que permitió a los estudiosos posteriores reconstruir aspectos de la vida indígena que de otra manera se hubieran perdido para siempre.

Como la conquista militar, la espiritual ofrece diversidades regionales importantes. En términos generales puede decirse que esas diferencias nacen de los distintos tiempos de penetración de las órdenes misioneras en el territorio. Los franciscanos, los primeros en llegar, se establecieron en el centro de México, en algunas zonas de Michoacán y más tarde se extendieron rumbo a la Huasteca y el Pánuco. Los dominicos, segundos por el orden de su llegada, extienden sus casas y conventos sobre la zona de Oaxaca: la mixteca, la región zapoteca, el reino de Tututepec. Los últimos en llegar, los agustinos, al encontrar grandes porciones del territorio ya ocupadas por sus hermanos de orden, se establecen de manera más dispersa. Ocupan en el centro de México las zonas otomíes y matlatzincas, se extienden rumbo a la sierra de Puebla y se localizan en algunas zonas de Michoacán no ocupadas por los franciscanos. Estas etapas y direcciones de penetración pueden recuperarse señalando en un mapa la localización de los conventos de las diversas órdenes. Las dos grandes líneas de entrada de los franciscanos y de los dominicos aparecen claramente hacia el occidente y el sur, entremezcladas con construcciones agustinas cuya función fue cerrar territorios a la evangelización.

Cada una de estas órdenes dejó una huella distintiva en esos territorios. Las sobrias construcciones-fortaleza de los franciscanos, con sus fachadas platerescas de la primera mitad del siglo XVI y las suntuosas construcciones de los dominicos, se levantaron en lugares en que se concentraban grandes núcleos de población. Más tarde, con el vertiginoso descenso de la población indígena que se inicia desde el momento del contacto y alcanza su punto crítico al comenzar el siglo XVII, muchos de aquellos centros se verán despoblados y los grandes conventos quedarán, como los vemos hoy, aislados, lejos de los grandes centros de población.

Las diferencias entre las obras de estos misioneros no sólo se perciben en la arquitectura de los conventos. Muchas otras huellas darán personalidad a esas regiones. Se pueden encontrar construcciones de ingeniería hidráulica, grandes presas, acueductos o complejos sistemas de irrigación, creados por los misioneros durante el siglo XVI, en el centro y en el occidente de México (Yuriria), algunos de los cuales sirven todavía a sus propósitos originales. La introducción de cierto tipo de cultivos de hortalizas y frutales también acompañará la labor evangelizadora de los frailes.

La conquista espiritual dejó huella en los ámbitos más diversos de la vida de los indígenas. Como organizadores de las nuevas formas de vida comunitaria, los misioneros, y el sacerdote, se convertirían pronto en el centro de la vida de aquellos pueblos conquistados, en rectores de las actividades colectivas y definidores de las nuevas formas de cohesión social […].

8. [La Guerra Chichimeca]

Enrique Semo

[…] La conquista de la Nueva España no terminó con la caída de los imperios del centro. En muchas partes, los indios siguieron resistiendo con éxito durante largo tiempo. La historia militar de la resistencia india no se reduce a las derrotas de los grandes ejércitos a/tecas. Al contrario, las causas profundas de éstas sólo se revelan cuando se recuerda que en el norte, indios que se encontraban a un nivel de civilización muy inferior resistieron durante siglos los esfuerzos de los españoles por imponer un dominio absoluto sobre sus tierras.

Cortés venció en algunos años a los pueblos del centro, porque su increíble audacia vino a precipitar una profunda crisis social y política que estaba a punto de estallar. El guerrero tlaxcalteca o azteca cayó derrotado cuando la organización de su sociedad le impidió recurrirá las tácticas adecuadas para hacer frente a los conquistadores. Pero en el norte, los españoles se toparon con un indio muy distinto, cuyo modo de vida lo transformaba en un enemigo temible y escurridizo que supo enfrentarse con éxito a los mejores guerreros europeos y vencerlos en múltiples ocasiones. A veces se olvida que sus hazañas forman también parte de la historia de México o, mejor dicho, de una región de México que habrá de influir profundamente en la historia de la nación.

Muchas de las tribus y pueblos indios del norte conservaron durante toda la Colonia su condición de semiconquistados. Sus luchas tienen un carácter diferente a las rebeliones de la población indígena plenamente integrada a la sociedad novohispana, y constituyen la base de una sociedad de frontera en perpetua efervescencia, escenario del choque permanente entre la tendencia expansionista de los colonizadores sedentarios y la resistencia empecinada de los nómadas.

Las guerras con los chichimecas (así llamados con una connotación peyorativa por los indios sedentarios) promovidas por los descubrimientos de importantes yacimientos de plata, marcaron profundamente a la sociedad novohispana. No sólo atrajeron a muchos de los nuevos inmigrantes, deseosos de forjarse una propiedad con las armas en la mano, sino que crearon la base de estructuras económicas y sociales que explican el papel particular que ha jugado el norte en la historia de México.

Por lo general, los indios "bravos" se enfrentaban a los españoles en pequeños grupos que tendían emboscadas o atacaban por sorpresa, matando a sus enemigos, muchas veces antes de que éstos se dieran cuenta exacta de lo que estaba sucediendo, pero también libraban batallas importantes, en las cuales se enfrentaban a cientos de españoles y miles de indios sedentarios aliados a éstos.

Tal fue el caso de la guerra del Mixtón de los años de 1541-42. En ella confluyeron el deseo de venganza de indios semiconquistados, vejados hasta lo indecible por los encomenderos de Jalisco, y una cruzada religiosa promovida por los hombres de medicina zacatecos que se proponía acabar con todos los cristianos y llamaba a luchar contra ellos, prometiendo la inmortalidad y la abundancia. Un intento de Miguel de Ibarra de tomar Teuquitate, en donde los brujos predicaban la nueva religión a indios que venían de los lugares más distantes, terminó en una derrota y fuertes pérdidas.

A resultas de ésta, el movimiento se extendió como una marea. Nuevos centros de rebelión surgieron en Mixtón, Acatic y Nochistlán. Los encomenderos eran atacados y asesinados, y muchas poblaciones se encontraban bajo un perpetuo asedio.

En Guadalajara se formó una importante fuerza al mando de Cristóbal de Oñate para enfrentar a los indios, pero tampoco ésta tuvo mejor suerte. Oñate fue derrotado totalmente al intentar tomar la plaza fuerte de Mixtón, y en la batalla perdieron la vida trece españoles y trescientos indios aliados.

Mendoza mandó llamar a Pedro de Alvarado, que se aprestaba a emprender un viaje de descubrimiento, y envió a Guadalajara cien hombres de la ciudad de México. Alvarado respondió con prontitud y llegó a Guadalajara con más soldados el 12 de junio de 1541. Una vez allí, el héroe

de la conquista de Tenochtitlan y Guatemala, regañó a los miembros de la junta y pese a las advertencias de Oñate se aprestó a salir para batir a las fuerzas indias.

Alvarado llegó a Nochistlán el 24 de junio con un ejército de cien jinetes, otros tantos infantes españoles y quinientos indios aliados de Michoacán. Al no recibir respuesta a sus intimaciones, intentó tomar por asalto el campamento indio sólo para ser rechazado con importantes pérdidas. Un nuevo asalto, en el cual un malentendido separó la acción de la caballería de la de la infantería, fue aprovechado por los cazcanes y sus aliados, quienes en una valiente salida derrotaron a las tropas de Alvarado, obligándolas a emprender una desordenada huida. Durante ésta, Alvarado cayó debajo de su caballo en una hondonada, de lo cual resultó gravemente herido, muriendo en Guadalajara el 4 de julio de 1541.

El resultado de esta nueva derrota fue un imponente crecimiento de las fuerzas indias, que en número de 60 000 impusieron a fines de ese año sitio a la ciudad de Guadalajara. Entonces el virrey decidió dirigir personalmente la campaña. Juntó una fuerza integrada por quinientos jinetes y más de 10 000 indios aliados. Pese a la importancia de su ejército, tardó más de dos semanas en tomar la plaza fuerte de Cuina. Por fin, fortalecido con las tropas que lograron movilizar los habitantes de Guadalajara, se presentó ante Nochistlán, en donde derrotó a los indios rebeldes, ordenando reducir a la esclavitud a todos los sobrevivientes.

Después de varios intentos de llegar a un acuerdo pacífico, Mendoza se presentó ante Mixtón, posición casi inexpugnable en donde lo esperaba el grueso de las fuerzas cazcanes. Durante tres semanas los indios resistieron el bombardeo de la artillería y el sitio. Pero, al fin, un grupo que se había pasado al bando español, reveló la existencia de una entrada secreta y la fortaleza cayó ante la acción combinada de un ataque por el frente y por el citado paso.

Con esa derrota, la fuerza principal de los indios quedaba aplastada y la pacificación era cuestión de tiempo. Miles de indios fueron esclavizados y grupos sedentarios reducidos a la condición de encomendados. Pero el recuerdo de la valentía y ferocidad de los guerreros nómadas sobrevivió durante muchas décadas en la memoria de los encomenderos de la región.

La gran carrera hacia las minas de plata de Zacatecas de los años de 1548 a 1550, que dejó tras ella una enorme región no explorada y colonizada, fue el preludio de una nueva guerra que se conoce con el nombre de la Guerra de los Chichimecas y que duró cincuenta años. En ella participaron cuatro pueblos: los pames, los guamares, los zacatecos y los guachichiles, que ocupaban un extenso territorio alrededor de Zacatecas.

Estas tribus nómadas, que dependían para su sustento de la caza, la pesca, la recolección de tunas, mezquites, así como raíces y semillas y que habitaban en cuevas o primitivas chozas de paja, estaban organizadas en familias, grupos de familias o tribus. La sucesión de caudillos se realizaba mediante el desafío y la organización sociopolítica estaba directamente relacionada con la guerra.

Los guerreros chichimecas del siglo XVI resultaron ser formidables luchadores, con un modo de vida y un hábitat que dificultaron enormemente la conquista. Siempre en movimiento, conocedores profundos de las regiones que habitaban, los chichimecas atacaban por sorpresa, desde una corta distancia y con gran celeridad. En el combate cuerpo a cuerpo actuaban con un valor y una ferocidad que les ganaron rápidamente el respeto de sus enemigos. Sus armas principales eran el arco y la flecha, manejados con una puntería y una rapidez muy superiores a la de los españoles, quienes no dejaban de asombrarse ante la fuerza y la penetración de tales armas, aparentemente frágiles. Los chichimecas utilizaban, además, hachas, lanzas cortas y cuchillos.

"En la primera década de la lucha, alrededor de 1560 [refiere Powell en su libro La guerra chichimeca (]550-1600)] el chichimeca fue básicamente salteador de estancias y caminos... Después de 1560, y especialmente en la década de 1570, los chichimecas se dedicaron a atacar poblados... Para entonces, también estaban atacando ya las más numerosas caravanas de carretas. Al ampliar así su tipo de ataque, el guerrero chichimeca extendió la tierra de guerra más allá de sus límites primitivos, atacando muy dentro de la provincia de Jilotepec, a través del río Lerma y muy cerca de Guadalajara y aun de la ciudad de México".

Pese a los considerables recursos invertidos por los españoles en la guerra, ésta, que se había iniciado hacia 1550, seguía haciendo estragos en la última década del siglo XVI. Las tácticas de pacificación, así como "la guerra a fuego y sangre" que proponía la exterminación de los

chichimecas, habían fracasado, y los daños sufridos por los conquistadores en bienes materiales y en hombres eran mayores que los originados por cualquier otra guerra con los indios.

El marqués de Villamanrique, que llegó para hacerse cargo del virreinato el 18 de octubre de 1585, consideró que este problema era el que más cuidado requería por parte del gobierno de la Nueva España. Decidió usar una política diferente. Atacó la venta ilegal de esclavos indios; liberó a cientos de cautivos; impuso castigos a algunos españoles que habían participado ostensiblemente en el tráfico de esclavos; combatió la corrupción en las fuerzas armadas que guarnecían los presidios y poblados defensivos, y promovió la firma de tratados de paz.

Sólo las grandes pérdidas sufridas por los chichimecas y las nuevas medidas conciliadoras de los españoles comenzaron a abrir el camino hacia la pacificación. El virrey Luis de Velasco, hijo del segundo virrey de la Nueva España, continuó esta política. En 1590 informó que el dinero que antes era destinado a la guerra, se usaba ahora para hacer presentes y abastecer a los chichimecas pacíficos. Promovió la colonización de algunos puntos clave por familias tlaxcaltecas y continuó la lucha contra la esclavización de chichimecas. En los últimos años del siglo era obvio que la política de esos dos virreyes comenzaba a rendir sus frutos. La lucha se fue concentrando en las zonas más montañosas y en los primeros años del siglo XVII los chichimecas se encontraban prácticamente en paz. Su resistencia no había podido impedir el avance de los españoles ni la colonización llevada a cabo por los indios sedentarios, pero los conquistadores no pudieron someterlos por completo ni reducirlos a la esclavitud o al trabajo forzado.

9. El proceso ideológico de la Revolución de Independencia

Luis Villoro

La sociedad como un haber

En 1808 un hecho insólito en la historia de los reinos hispánicos da la señal de que se manifiesten abiertamente actitudes favorables a la Independencia: por primera vez, la corona de España e indias parece encontrarse sin cabeza. Los monarcas hispanos presos por Bonaparte, la metrópoli en manos del tirano extranjero, el pueblo español se organiza espontáneamente dirigiendo la resistencia, mientras medio mundo contempla azorado la súbita desaparición del vínculo regio que lo unificaba. En la Nueva España pronto se esbozan dos actitudes opuestas. Mientras el virrey vacila o, al menos, trata de ocultar sus propósitos, los altos funcionarios del gobierno y los comerciantes europeos enfrentan su criterio al portavoz del grupo criollo: el Ayuntamiento de la capital novohispana.

El criterio de los peninsulares es simplista: nada ha cambiado en Nueva España. Todo debe permanecer como estaba. ¿Para qué hablar de cambios y novedades?

"En el presente estado de cosas —manifiesta el Real Acuerdo— nada se ha alterado en orden a las potestades establecidas legítimamente y deben todas continuar como hasta aquí", sin necesitar nuevos juramentos de obediencia. La sociedad entera, con sus autoridades constituidas, sus reglamentos e instituciones, debe permanecer en suspenso, detenida en el orden y traza que la informa, como si se hubiera petrificado de súbito, esperando que la voz real la vuelva a poner en movimiento […].

[…] Tanto para los representantes del Ayuntamiento de la ciudad de México como para Jacobo de Villaurrutia, el único oidor criollo, la desaparición efectiva del monarca obliga a plantear el problema del asiento de la soberanía. Fernando VII conserva el derecho a la corona, pero se introduce una idea que cambia el sentido de su dominio: el rey no puede disponer de los reinos a su arbitrio, carece de la facultad de enajenarlos. […] La soberanía le ha sido otorgada al rey por la nación de modo irrevocable, y existe un pacto original, basado en el consenso de los gobernados, que el rey no puede alterar.

[…] Abandonando el terreno de la simple especulación, el criollo se ilusiona por un momento con la posibilidad de injertar su actividad en el desarrollo político de la sociedad. No aspira, por lo pronto, más que a una reforma de escasa importancia; pero si tiene éxito, habrá logrado mucho más que eso: habrá transformado el orden social, de una estructura rígida dominada por la burocracia, en una realidad susceptible de ser moldeada conforme al empeño de su voluntad creadora.

La constitución americana

Para afirmar sus opiniones, ambos contendientes hacen el recuento de sus derechos. El grupo europeo se basa en la doctrina del derecho divino de los reyes, y exige callada obediencia. […] El partido criollo, por su parte, funda sus pretensiones en reglamentos aún vigentes. […] . A caza del principio, llegará hasta la Carta Magna de Castilla redactada por Alfonso el Sabio en las alturas del Medievo […]. Faltando el rey, deben juntarse los hombres nobles y sabios del reino y los representantes de las villas y, constituyendo un congreso, guardar y dirigir los bienes reales. La disposición, que arredraba por su novedad a los oidores europeos, se leía en viejos manuscritos castellanos. Basado en ellos, don Jacobo de Villaurrutia propone la nueva organización política, secundado por los representantes de la ciudad de México.

[…] América no depende de España, sino sólo del rey de Castilla; preso éste y ocupadas sus tierras por el extranjero, la Nueva España debe reunir a los notables del reino en una junta prevista en el Código Indiano que dotó a la Nueva España de la misma facultad de convocar Cortes que tenían otros reinos hispánicos […]. La soberanía nacional

El partido criollo pretende basar sus pretensiones en algunas leyes fundamentales del reino. Veamos ahora en qué sentido debe entenderse, en ese momento, la "independencia" que propugnan. […] no se piensa en alterar el orden vigente, sino tan sólo en crear nuevas formas de gobierno sobre la base de las leyes estatuidas. No se trata, pues, de independencia para constituirse autónomamente; por lo pronto, sólo se entiende por el término la facultad de administrar y dirigir el país sin intromisión de manos extrañas, manteniendo fidelidad a la estructura social que deriva del pacto originario. El americano pide ser él quien gobierne los bienes del rey, y no otra nación igualmente sujeta a la corona […].

La noción de "soberanía" tiene un sentido paralelo al de independencia como simple libertad de gerencia. […] No reside en la "voluntad general" de los ciudadanos; la soberanía recae en una nación ya constituida, organizada en estamentos y representada en cuerpos de gobierno establecidos. […] La "nación", el "pueblo", en el cual hace recaer el Ayuntamiento la soberanía, no es -en modo alguno- la plebe, ni siquiera el conjunto de los ciudadanos, sino los organismos políticos constituidos […].

[…] Entonces se plantea naturalmente el problema: ¿Cuáles son los cuerpos que llevarán la representación soberana? En la junta convocada por el virrey, en la que se prepara la convocatoria del Congreso, el partido europeo se encuentra en minoría; la oposición está dirigida por el Ayuntamiento, pero su mayoría numérica está formada por miembros de las clases propietarias que no se resuelven a tomar un partido franco. Uno de ellos, el oidor Villaurrutia, perteneciente a una de las mejores familias criollas, es el autor de la proposición de convocatoria del Congreso, y el arzobispo Lizana, así como los nobles criollos, parecen otorgar sus simpatías al proyecto. Según esta proposición, la junta sería "representativa de todas las clases"; habría ministros de justicia, representantes del clero, de la nobleza y milicia, hacendados, propietarios de minas, etc. […].

En una de las reuniones convocadas por el virrey, una sombra se proyecta por primera vez entre los congregados, y es tanta la inquietud que provoca, que hace cambiar radicalmente la marcha de los acontecimientos. Después de que el licenciado Verdad termina su discurso sosteniendo que la soberanía había recaído en el "pueblo", el oidor Aguirre, jefe del partido europeo, le pide que aclare de qué "pueblo" se trata. Adivinamos un instante de vacilación en el síndico, que acaba respondiendo: "Las autoridades constituidas." Entonces, narran las actas, Aguirre:

replicándole que esas autoridades no eran pueblo, llamó la atención del virrey y de la Junta hacia el pueblo originario en que, supuestos los principios del síndico, debía recaer la soberanía: sin aclarar más su concepto, a causa…. de que estaban presentes los gobernadores de las parcialidades de indios, y entre ellos un descendiente del emperador Moctezuma.

No es la actitud del criollo la que hace retroceder a los más conservadores, sino la posibilidad que presagia. Al través de ella, se presiente la libertad popular, la actitud del criollo es sólo un tenue esbozo que la antecede y la augura. Alerta, el americano cree percibir ahora por todos lados augurios del peligro que amenaza:

Apenas se esparcieron por el público las noticias de las gacetas [que anunciaban la convocatoria de la Junta en Nueva España], cuando los indios no querían pagar tributo diciendo que no tenían rey,

escribe alarmado el conde de la Cadena. Otro presagio funesto: un día se presenta ante el Ayuntamiento de México un indio que reclama el trono de sus mayores por ser descendiente de Moctezuma. El mismo virrey Iturrigaray advierte que:

ya ha comenzado a experimentarse una división de partidos en que por diversos medios se proclama sorda pero peligrosamente la independencia y el gobierno republicano, tomando por ejemplo el vecino de los angloamericanos y por motivo el no existir nuestro soberano en su trono.

[…] Los europeos no esperan más tiempo. Antes de que la Junta Nacional llegue a reunirse, un grupo de comerciantes capitaneados por Gabriel de Yermo prende al virrey Iturrigaray y a las cabezas del partido criollo, cortando de raíz las aspiraciones de reforma acariciadas por los americanos. ¡Triste recurso! El golpe de Estado, lejos de detener el proceso iniciado, obligará a los

criollos a llevarlo hasta el fin, mucho más adelante de lo que inicialmente se habían propuesto. La represión violenta del partido americano será el último de los presagios del temido momento.

El desafío del ofensor

Después de la asonada de Gabriel de Yermo y la destitución de Iturrigaray, todo vuelve al mismo estado en que antes se encontraba. Aparentemente nada ha cambiado, pero en e fondo todo es distinto. El orden existente ya no se sostiene en la estructura jurídica tradicional que respetaba el mismo criollo: sus representantes legales, el virrey y el Ayuntamiento han ido derrocados por la violencia. Sin embargo el orden colonial, con sus mismas instituciones políticas y su mismo código legislativo, subsiste […] ¿En qué se sostiene ahora? En el acto arbitrario de un grupo de peninsulares. Y lo más grave es que las autoridades supremas de gobierno, el Real Acuerdo, el Arzobispado, la Inquisición y, más tarde, la misma Regencia española, dan su visto bueno a ese acto, haciéndose responsables de él. El criollo se encuentra frente al orden de derecho que lo rigió durante trescientos años; pero antes le parecía fundado en principios irrevocables que nunca se le ocurrió poner en cuestión; ahora, en cambio, empieza a descubrir que detrás de ese orden se ocultaba la voluntad arbitraria del legislador que lo imponía. Bien sabe todo el mundo que Yermo y sus secuaces asumieron una postura ilegal al deponer al virrey, y lo verdaderamente revelador es que a partir de ese acto ilegal se vuelve a erigir exactamente el mismo orden social y jurídico de antes; lo legal se funda en lo ilegal […]. Así, empieza a despertarse la conciencia pública y a señalarse a los verdaderos responsables. Los agravios aumentan con las persecusiones. Muchos criollos, la mayoría pertenecientes a la clase media, sufren de prisión y de humillantes procesos; otros, son enviados al destierro […].

Cuando la clase ofensora se manifiesta, cambia el sentido de la lucha que lleva al cabo el grupo criollo. Lo que se opone a su marcha es ahora la libertad arbitraria del otro: ya no tendrá sentido intentar una simple reforma jurídica, habrá que dirigirse valientemente contra el ofensor que personifica todos los obstáculos sociales. Una sola barrera se opone a la realización de sus proyectos: la clase ofensora […]. Desde entonces, ya no se habla de un intento de reforma jurídica o administrativa, ahora se expresa una rivalidad concreta entre clases enemigas: “americanos” contra “europeos”, “criollos” contra “gachupines”.

El salto a la libertad

Con el desafío, la revolución abandona el terreno de las conjeturas ideales, para abrirse en el campo de las posibilidades reales que se ofrecen al criollo. El proyecto revolucionario deja de acariciarse imaginativamente y amenaza con su proximidad inminente […].

[…] En la casa del párroco de Dolores, algunos hombres discuten acaloradamente; acaba de descubrirse la conspiración de Querétaro y, con ademanes nerviosos, examinan una a una las distintas circunstancias para decidir el partido que haya que tomar; todas las posibilidades se barajan, todas, con igual rango, intervienen en la deliberación. Mientras en torno a la mesa se calibran los móviles y razones para actuar, Miguel Hidalgo se aleja de sus compañeros; en silencio, sumergido en su interior soledad, pasea por la estancia. De pronto, ante el asombro de todos, la deliberación se corta de un tajo: Hidalgo se ha adelantado y, sin aducir más razones ni justificantes, exclama: "Caballeros, somos perdidos, aquí no hay más remedio que ir a coger gachupines.” […] Los conspiradores sienten, de pronto, toda la angustia del salto libre. Aldama, horrorizado, exclama repetidas veces: "¿Señor, qué va usted a hacer?... ¡Por amor de Dios, que vea lo que hace!" […].

[…] Sentimientos de horror y de escándalo dominan la mayoría de los sermones contra la insurrección. Abad y Queipo insiste en el orgullo del cura. El arzobispo Lizana […] exclama: “Tú, que lucías antes como un astro brillante por tu ciencia, ¿cómo has caído como otro Luzbel por tu soberbia?”, y el obispo Bergosa llama enfáticamente a Hidalgo, “apoderado de Satanás y del infierno todo”. En Guadalajara, el presbítero Buenaventura Güereña exclama: "Hidalgo, enteramente vano, elevado en su soberbia según la expresión de Job, creyendo que no había conocido libertad para no conocer yugo.” El pecado satánico está ligado al movimiento autónomo

que no se inclina ante otra determinación que no sea la suya propia. ¡Insultos destinados a hacer odiosa la revolución! ¡Calumnias y ardides de propaganda! Ciertamente. […] Ni a Morelos (salvo en los primeros meses en que aún vivía Hidalgo), ni a Rayón, ni a Mina, ni a ningún otro insurgente se les ocurre tildar de satanismo con ese general consenso. Sólo la revolución dirigida por Hidalgo, en toda la historia de México, despierta en sus enemigos ese curioso sentimiento.

Aun ante sus propios hombres, se presenta Hidalgo con un extraño sello. El pueblo lo sigue como a un santo o a un iluminado; ante él, se arrodillan los sacerdotes, una guardia de corps lo precede como a un soberano y sus partidarios no encuentran mejor nombre que darle que el de Alteza Serenísima; no señoría, ni excelencia, ni generalísimo cual era su rango, sino Alteza, nombre propio de quien se ensalza por encima de los demás hombres.

La vivencia del instante

[…] Hidalgo ya no aparece entonces como un representante de la intelligentsia criolla, sino que […] busca encontrarse con la fuente originaria de todo orden social: el pueblo. Y el pueblo lo engloba, lo absorbe en su movimiento, hasta convertirlo en la expresión de sus propios deseos. Hidalgo toma todas las providencias a su nombre; "para satisfacerlo", según su propia expresión. […] Cuando Allende trata de transformar el movimiento en una campaña militar ordenada, reclama al cura por los saqueos; éste responde que había que tolerarlos porque si no "se disgustaría al pueblo". […] Inútil será, por tanto, destacar en el padre de la Independencia al ilustrado; no porque no lo fuera, sino porque en el momento de la revolución se convierte en una figura impulsada por una fuerza que desborda y arrastra a su propio iniciador. Entonces ya no funge como ilustrado, sino como portavoz de la conciencia popular.

La palabra de Hidalgo es sólo el detonante cuya explosión antecede a otra mayor enteramente similar. La opresión a que se veían sujetas las clases proletarias, su miseria, su falta de organización, les impedía proyectar por sí mismas la posibilidad revolucionaria. Cuando el criollo alza la primera voz en el pueblo de Dolores, se les abre repentinamente la posibilidad real de liberarse. Su movimiento, contenido por tanto tiempo, no puede ser sino explosivo. Súbitamente, el pueblo se erige a sí mismo en fundamento del orden social. Ya no es el criollo quien se lanza a la acción; son los indios de los campos, los trabajadores mineros, la plebe de las ciudades. Su situa-ción oprimida permitía prever la posibilidad de la explosión; la explosión misma acontece de modo imprevisto. No ha precedido en el pueblo deliberación intensa, ni una organización revolucionaria propia. El alzamiento es repentino; "grito" lo llaman, simbolizando con esa palabra el acto tajante e imprevisto […]. Pronto, todo el bajo pueblo es presa del mismo frenesí que se trasmite por una especie de contagio. Al conjuro del nombre del cura, se unen los indios de los poblados del Bajío. En San Miguel, las tropas del regimiento de la reina, que levanta Allende, se pierden entre la multitud. absorbidas por el voraz torrente. A los pocos días, se juntan en la llanura de Celaya 80 000 indios que proclaman a Hidalgo generalísimo. Al acercarse a Guanajuato, la plebe de la ciudad, los mineros y 20 000 indios de los lugares comarcanos, abandonan sus casas para sumarse a las huestes que avanzan; hasta los soldados vencidos en el ataque desertan sus cuerpos y se pierden entre la plebe. […] Ante ese hecho, las fórmulas políticas del criollo ilustrado cobran un nuevo sentido; al ser utilizados en la práctica revolucionaria, los mismos términos usados antes de la revolución adquieren un significado radical.

Los decretos de Hidalgo no hacen sino expresar la soberanía efectiva del pueblo. La mayoría de sus providencias son de carácter abrogatorio, manifestando así el movimiento negativo de la libertad popular. Desde su alocución del 16 de septiembre, la abolición del tributo simboliza la destrucción del derecho existente:

No existen ya para nosotros –dice- ni el rey ni los tributos. Esa gabela vergonzosa, que sólo conviene a los esclavos, la hemos sobrellevado hace tres siglos como signo de la tiranía y servidumbre; terrible mancha que sabremos lavar con nuestros esfuerzos.

La abrogación del tributo es el signo exterior que anuncia una modificación más profunda: el salto libertario aniquilador del viejo orden. Análogo sentido presentan las demás medidas. "Revestido por la autoridad que ejerce por aclamación de la nación", Hidalgo abole la distinción de castas y la

esclavitud, signos de la infamia y opresión que ejercían las otras clases sobre los negros y mestizos. La libertad popular fundadora del derecho se revela mejor aún en los decretos de confiscación de bienes de los europeos, principal sostén del Estado. Incluso en algunas medidas agrarias anuncia la edificación de un orden social que suplante al viejo y que sólo se intentará más adelante. El fundamento real de la sociedad se manifiesta en toda su fuerza. Por primera vez México, volviendo a su origen, el pueblo, se elige a sí mismo y deroga el orden que se le había impuesto.

El impulso popular se yergue para destruir el orden recibido, pero tarda en establecer una nueva estructura social. Parece como si no parara mientes en la construcción; como si se gozara en sí mismo, embriagado por su propia fuerza. La revolución aparece como un valor en sí, como un desorden que se busca y justifica a sí mismo. Es fuerza creadora del presente inmediato, no del futuro lejano. En la labor de aniquilación manifiesta su poder sobre lo real; por eso busca la destrucción más que la creación, poniendo en la primera todo el valor. Las mesnadas de Hidalgo, entregadas al presente, anuncian –como en la toma de Guanajuato- el saqueo y la muerte […].

Lucha de clases

Las derrotas de Hidalgo y Allende no señalan el fin de la revolución. Antes al contrario, ésta se sigue propagando con el mismo "espíritu de vértigo" que en sus comienzos. En un año, se ha extendido a toda la nación; "increíble parece -comenta Alamán- que en tan corto periodo hubiese cundido tan rápidamente asolando las provincias más ricas del reino". Los rebeldes son aún las clases bajas de la sociedad: los indios, trabajadores del campo, tan rústicos algunos como aquellos de que cuenta Bustamante que había que explicarles los movimientos de batallas trazando líneas sobre la tierra. La mayoría se juntan en grandes turbas provistas de hondas, flechas y lanzas, armas de sus ancestros, o aun de simples palos y piedras. A veces, se reúnen espontáneamente por miles, de varios pueblos cercanos, para oponer resistencia a algún jefe realista; otras, surge un caudillo entre ellos y los equipa en partidas; entonces se dedican a ataques intempestivos sobre poblaciones que abandonan con la misma ligereza. A menudo, se juntan transitoriamente para ayudar a los ejércitos insurgentes organizados y vuelven a dispersarse. Hasta los indios nómadas del norte, los comanches y los lipames, atacan al ejército realista. También los negros participan en el movimiento. En Veracruz se insurgen al mando de sus propios capataces, en el sur forman la tropa selecta de Morelos, al mando de Galeana. Solo los esclavos de algunas haciendas europeas, los ''negros de Yermo", como se les llama, permanecen fieles al amo. Los rancheros, propietarios de caballos y pequeñas tierras o simples labradores, "castas" en su mayoría, se ponen al frente de los indios o se juntan en tropas organizadas a caballo, un poco mejor armadas. Casi todas las partidas que asolaban el bajío estaban formadas por gente a caballo, a la que se unían indios flecheros y honderos de los pueblos. Por fin, toda la plebe de las ciudades apoyaba a los insurgentes; a veces abandonaba la población atacada antes de su llegada para regresar a ella con los rebeldes; otras, fraguaba conspiraciones en el seno de las ciudades, como aquella que descubriera en México el virrey Venegas y que estaba formada por artesanos y baja plebe. Las tropas organizadas estaban constituidas por los mismos elementos. La Junta de Zitácuaro, primera organización política de la insurgencia, legalizó sus funciones citando para su juramento a los gobernadores y alcaldes de los pueblos de indios de las inmediaciones. La tropa del licenciado Rayón, en quien recayó la autoridad política de Hidalgo, estaba compuesta exclusivamente de indios flecheros, lo que llegó incluso a dar algunos dolores de cabeza al buen abogado. Las fuerzas de Morelos: negros y mulatos del sur, soldados mestizos de los cuerpos de ejército vencidos y miles de indios apenas armados que lo auxiliaban en los trances difíciles. Los caudillos que logran agrupar al pueblo son de dos especies: muchos surgen de entre sus mismas filas: algún indio que destaca entre sus compañeros o que es cacique de algún pueblo, algún mulato valiente, los mismos capataces de los labradores, rancheros más o menos acomodados, trabajadores mineros, arrieros, labradores de ganado, etc. Otros, son los curas de los pequeños poblados. Hombres del pueblo como sus feligreses, comparten todos sus trabajos y miserias; sólo descuellan entre ellos por el prestigio sacerdotal y una instrucción rudimentaria. Son multitud estos pastores que se transforman en jefes de partida; los que no lo hacen, ayudan al movimiento con sus consejos y sus sermones. Los motivos por los que se lanzan

"a la bola" pueden variar, pero siempre, al contacto fraternal con su pueblo, se aúna un intenso fervor religioso […].

El carácter estrictamente popular del movimiento se revela en algunas patéticas confesiones del bando contrario. Un cura de Guanajuato, a raíz del ataque de Albino García, escribe a Calleja que todo el pueblo había abandonado la ciudad para unirse a los insurgentes:

No hay esperanza ni debemos equivocarnos ya en esta materia –añade-; el pueblo es un enemigo nato de nosotros y si no se le avasalla hasta donde se pueda, somos perdidos.

Abad y Queipo, por su parte, tampoco se hace ilusiones; escribe de Morelos que "tiene toda la masa del pueblo cuando nosotros no podemos hallar 25 hombres que trabajen en [los] fosos". Alamán concluye que la revolución fue exclusiva del bajo clero y del pueblo; si quitáramos a los primeros, "no quedarían más que hombres sacados de las más despreciables clases de la sociedad".

Estamos, pues, ante un movimiento unánime de las clases populares, sin antecedente en la historia anterior de toda América y sin paralelo en el proceso emancipador del Continente, que da un sello muy peculiar al de Nueva España. La revolución que estalla en 1810 es enteramente distinta de los movimientos iniciados por el Cabildo metropolitano en 1808. Por ende, la actitud de las otras clases será también distinta. Los criollos de las clases acomodadas que habían permanecido vacilantes en 1808, se oponen ahora decididamente al movimiento. Sus más fuertes impugnadores se encuentran no sólo entre los europeos, sino también en el alto clero que combate con todas sus fuerzas espirituales y materiales a los insurgentes. Los que antes se manifestaban simpatizadores de la Independencia, son incluso los que más trabajan contra la insurrección; como el obispo Abad y Queipo, el primero en anatematizar a Hidalgo, y el canónigo Beristáin, que había sido preso por los europeos en 1808 por sospechas de complicidad con el Ayuntamiento y que ahora polemiza con saña contra los insurgentes. Igual sucede con los criollos ricos. El ejército de Calleja se forma, en San Luis, a costa de los ricos propietarios; su más fuerte contribuyente es don Juan Moneada, un noble criollo con quien contaba Allende, por saberlo afecto a la Independencia. En Zacatecas, los mineros abren sus arcas a Calleja. A lo largo de la guerra se distinguen por sus donativos el alto clero y los hacendados criollos, que muestran, al decir del propio Calleja, más generosidad que los europeos. ¿Han cambiado las ideas de estos grupos que ayer simpatizaban con la Independencia? No, lo que ha cambiado es la revolución. Si podían, en rigor, aliarse con la clase media para intentar algunas reformas, no pueden hacer lo mismo con las clases trabajadoras […].

Ahora es la clase media quien se encuentra entre dos fuegos. Ella fue, sin duda, la que provocó la revolución: ella fue la que respondió al desafío lanzado por el europeo; pero en el momento de la decisión […] desencadenó un movimiento de inusitada fuerza: la rebelión de las clases trabajadoras. Así, en el proceso revolucionario de la clase media, que se inició con las pretensiones del Ayuntamiento de 1808, se injerta una revolución distinta que tiene su asiento en el pueblo y que –aun cuando provocada por los criollos- desborda a la clase media y se impone a sí misma. En el dilema político que se le plantea, la clase media elige por el pueblo, mejor dicho, por utilizar el movimiento que ella misma despertó en él, en provecho de su propia revolución.

El movimiento positivo de la libertad

El impulso revolucionario no puede perdurar centrado en lo instantáneo. […] Entonces se abre a la revolución una [disyuntiva] […]. En el primer caso, sin abandonar su fuerza destructora, intenta situarse de nuevo en el mundo para construir un orden social a medida que va derrumbando el anterior; en el segundo, abandona para siempre la posibilidad de situarse y degenera en anarquía. En nuestra revolución encontramos representados los dos caminos, en lugares y épocas distintas.

Con la Junta de Zitácuaro que funda Ignacio Rayón, sucesor de Hidalgo, y con los esfuerzos personales de José María Morelos, empieza a establecerse un orden en la revolución. En aquélla, predominan los elementos criollos que le imprimen su sello, en Morelos en cambio, sobresale la concepción popular […].1) Conforme avanza el movimiento, la clase media toma una postura más franca a su favor. Sin

embargo, su actitud no es unánime; muchos vacilan, y es notable el caso de Azcárate, el mismo

que jugó tan brillante papel en 1808 y que ahora se opone a la insurgencia. Ignacio Rayón, secretario de Hidalgo, da el primer paso para controlar el movimiento con el establecimiento de la Junta de Zitácuaro. A su sombra y más tarde a la de Morelos, empiezan a trabajar "intelectuales" cada vez más numerosos. Al principio su número es escaso, pero poco a poco va aumentando, a la par que su influencia. Algunos ayudan al movimiento desde fuera con sus escritos (como Lizardi y Mier); la mayoría, perseguidos o desplazados por la sociedad virreinal, huyen del territorio realista y se unen a los rebeldes: son abogados, doctores, eclesiásticos del clero medio; unos provienen de los ayuntamientos (como Cos o Quintana Roo), otros son escritores o predicadores (como Bustamante, Velasco, Liceaga, Rosains, Verduzco, etcétera). Por su mayor cultura y prestigio adquieren puestos directores en el movimiento. Morelos, ilusionado con sus "luces", los protege, y muy pronto, alternando con los caudillos populares, figuran elementos sociales nuevos, más hábiles con la pluma que con el sable: los letrados criollos. Su predominancia irá en aumento hasta lograr dominar el movimiento. Después de la prisión de Hidalgo, Rayón y Liceaga envían a Calleja una carta; se trata de la primera declaración formal de los fines que persigue la insurrección. Después de reconocer la falta de plan que reinaba hasta entonces, el documento justifica la rebelión en la imposibilidad de Fernando VII para gobernar y en la necesidad de un Congreso que guarde la soberanía del rey y restituya al país el orden que Yermo y sus secuaces habían derogado; en cambio -detalle significativo- no se menciona ninguna de las medidas agrarias de Hidalgo y Morelos. Los argumentos del doctor Cos se inscriben en el mismo orden de ideas. La base del movimiento es la ausencia del soberano, que no puede ser reemplazado por "un puñado de hombres congregados en Cádiz", sino por la nación. No persigue una independencia definitiva –sostiene- sino sólo un "gobierno propio" provisional. No se trata, pues, sino del viejo intento por cambiar de manos la gerencia de los bienes reales: "La [independencia] que desea no es de los europeos, ni de la península, ni de la nación, ni del rey, ni de la monarquía, sino únicamente del gobierno que ve como ilegítimo." Y los derechos del criollo se fundan en la interpretación conocida, según la cual América depende de la corona pero no de la nación española. […] La continuidad con el movimiento de 1808 es patente; el mismo espíritu perdura en todos sus rasgos. Quintana Roo habla, incluso, de vengar los agravios inferidos a Verdad, Talamantes y Azcárate, y Bustamante declara enfáticamente que juró sobre el cadáver de Verdad vindicar su nombre y recoger las tesis del criollo […] Mientras la nobleza criolla se alía con los sostenedores del antiguo régimen, la clase [media] se siente subyugada por la rebeldía popular; pero no por ello pierde la conciencia de formar un grupo distinto que se cree llamado a ocupar los puestos directivos cuando la revolución triunfe […].

2) Morelos empieza su carrera militar como uno de tantos caudillos salidos de las filas del bajo clero. No es ningún "letrado"; pertenece por el contrario a las clases humildes; hijo de un carpintero, casta de indio y negro, su lenguaje y sus costumbres son rudas y siente su inferioridad cultural frente a sus compañeros criollos, hinchados de teorías y de retórica esco-lástica. Surgido del pueblo, conviviendo siempre con él, es el representante más auténtico de la conciencia revolucionaria netamente popular. Sus ideas y disposiciones políticas serán la expresión paladina del movimiento positivo de la libertad. En ellas, el pueblo intenta crear desde el origen una estructura social que reemplace a la antigua. […] Vimos cómo la mayoría de las medidas decretadas por Hidalgo tenían un carácter negador del orden establecido. Sin embargo, presentaban ya inicios de organización de una nueva sociedad. El decreto del 5 de diciembre de 1810 ordenaba la restitución a las comunidades indígenas de las tierras que les pertenecían; el espíritu de la medida es claro, pues añade Hidalgo: "...sin que para lo sucesivo puedan arrendarse, pues es mi voluntad que su goce sea únicamente de los naturales en sus respectivos pueblos." La vuelta de la tierra al indio parece inaugurar un orden en que el trabajador tendría el usufructo del campo que labora. Entre los enemigos de la revolución se difunden noticias más radicales. El arzobispo Lizana dice a los indios: "Ahora os lisonjea [Hidalgo] con el atractivo halagüeño de que os dará la tierra. . .". El padre Balleza predica en Toluca que "pronto serían los indios dueños de todo", atribuyendo a Hidalgo el proyecto de que los productos de fincas y casas "se repartirían después con igualdad". Pero el instantaneísmo no permite tardarse en la

construcción hasta que el primer impulso amaine, la revolución se asiente y se encuentre ante el dilema de situarse de nuevo en el mundo o perecer. Tal cosa sucede en tiempos de Morelos. Después de excusarse por no tener "luces" políticas, ante las instancias del criollo letrado, el hombre claro del pueblo explica a Quintana Roo sus sentimientos. He aquí el anuncio de la nueva era:

Quiero que tenga [la nación] un gobierno dimanado del pueblo y sostenido por el pueblo. . . Quiero que hagamos la declaración que no hay otra nobleza que la de la virtud, el saber, el patriotismo y la caridad; que todos somos iguales pues del mismo origen procedemos; que no haya privilegios ni abolengos; que no es racional, ni humano, ni debido, que haya esclavos, pues el color de la cara no cambia el del corazón ni el del pensamiento; que se eduque a los hijos del labrador y del barretero como a los del más rico hacendado; que todo el que se queje con justicia, tenga un tribunal que lo escuche, que lo ampare y lo defienda contra el fuerte y el arbitrario. . .

Las mismas disposiciones de Hidalgo tienen aquí un sentido distinto: no destruyen, crean; lo que antes era energía negadora es ahora el sostén en que se levantará un mundo de justicia, igualdad y caridad […]. Lo mismo sucede con los decretos políticos. Muchos de ellos repiten los de Hidalgo, pero la tónica se pone en su dimensión constructora. Se abolen las cajas de comunidad para que los indios "perciban las rentas de sus tierras como suyas propias en lo que son las tierras", y se amenaza a los europeos con la prosecución de la guerra hasta que "a nuestros labradores no dejéis el fruto del sudor de su rostro y personal trabajo". En sus Sentimientos de la nación, el caudillo esboza el nuevo sistema. Pide que los americanos tengan los empleos; que "las leyes. . . moderen la opulencia y la indigencia; que comprendan a todos sin excepción de cuerpos privilegiados", y "que la esclavitud se proscriba para siempre y lo mismo las distinciones de castas, quedando todos iguales, y sólo distinguirá a un americano de otro el vicio y la virtud". La destrucción es sólo el reverso de un acto cuyo anverso consiste en la edificación de un orden de igualdad y justicia social, fincado en la posesión de la propiedad agraria por el trabajo. Cada medida abrogatoria de las desigualdades existentes presenta, a la vez, el principio positivo de una nueva edificación social. Entre los papeles abandonados por los insurgentes en Cuautla se encontró incluso un plan "comunista", escrito probablemente por alguno de los partidarios de Morelos. En él se pide que se consideren como enemigos de la nación a "todos los ricos, nobles y empleados de primer orden, criollos y gachupines", que se incauten todas las propiedades y se destruyan las minas "sin dejar ni rastro". Estas medidas, aparentemente anárquicas, tienen empero por objeto "establecer un sistema liberal nuevo frente al partido realista", y obedecen a un plan preciso aunque ingenuo. Los bienes incautados a los ricos se repartirán por mitad entre los vecinos pobres, en tal forma "que nadie enriquezca en lo particular y todos queden socorridos en lo general". La medida a que se concede mayor importancia es la siguiente:

Deben también inutilizarse todas las haciendas grandes, cuyos terrenos laboriosos pasen de dos leguas cuando mucho, porque el beneficio mayor de la agricultura consiste en que muchos se dediquen a beneficiar con separación un corto terreno.

Las ideas son rudimentarias, pero se dirigen al establecimiento de un orden agrario de pequeña propiedad y de igualdad social que reemplace a la gran explotación minera y rural, origen de las desigualdades económicas. Las medidas destructoras generan un orden superior. El igualitarismo social, las medidas agrarias de Hidalgo y de Morelos no parecen desprenderse de doctrinas políticas previas, expresan la experiencia real de la revolución y obedecen al impulso popular. Forman parte de una concepción general y responden a una mentalidad que difícilmente reconoceríamos como "ilustrada". Todas esas ideas se presentan, en efecto, con un sello inconfundible: la espera de un cambio total en la sociedad […].

Las nuevas ideas liberales

En la Nueva España, la Constitución de Cádiz se recibe con mayor beneplácito entre los comerciantes europeos que entre los criollos. Sin embargo, para algunos de éstos resulta un arma

teórica insospechada. En 1812 aparecen los ágiles escritos de Fernández de Lizardi en que, por primera vez, se defienden públicamente las nuevas ideas. El Pensador Mexicano puede considerarse el primer periódico liberal escrito en México. En él se saluda la Constitución como la luz que revela sus derechos al pueblo oprimido:

¿De donde acá sabíamos nosotros si había en el mundo libertad civil? ¿Que cosa era propiedad, independencia, ni los demás derechos del ciudadano?

Sólo sabíamos de impuestos, alcabalas y de "una humillación de esclavos" […]. La soberanía de la nación, proclamada en Cádiz, se saluda porque "abate al antiguo despotismo". Se ataca el absolutismo de los reyes españoles, responsable del mal gobierno y del despotismo de virreyes y funcionarios. […] Otra idea precursora no menos importante: la Constitución promulga la igualdad, pero no se trata de una nivelación económica o social, sino de la paridad de todos los ciudadanos ante la ley. La libertad consiste en obrar dentro de la ley que a todos rige por igual, y las castas y negros deberán participar en esa igualdad que les niega el nuevo código. Parecido cambio se observa en el campo insurgente. […] La concepción liberal española se divulga ampliamente en el campo insurgente por medio de folletos y pasquines; al mismo tiempo, las ideas tradicionales, por la fuerza de las circunstancias, tienden a llevarse hasta su extremo. El nombre de Fernando VII se va abandonando poco a poco. El mismo Hidalgo había empezado a descartarlo y ahora, mientras Rayón pretende conservarlo por meras razones tácticas, Morelos ejerce todo su influjo para que se le suprima. La proclamación de Independencia del Congreso de Chilpancingo no menciona al monarca; en su lugar proclama la república […]. En el Congreso de Chilpancingo percibimos claramente, por vez primera, el sello de la concepción liberal. Desprovisto de antecedentes en Nueva España, sin poder apelar siquiera a alguna reunión de Cortes anterior que hubiera podido servirle de guía, tuvo que seguir como modelos el Congreso de Cádiz y la Asamblea francesa. Desde sus primeras sesiones no se restringió a disponer medidas urgentes de gobierno, como probablemente deseaba Morelos, sino que se aprestó a constituir a la nación. […] La Constitución de Apatzingán, fruto del Congreso, se inspiraba principalmente […] en las constituciones francesas de 1793 y 1795. Establecía por primera vez el sistema representativo nacional, la separación de tres poderes, los derechos del ciudadano y la libertad de expresión. […] El artículo 5 asentaba que "la soberanía reside origina-riamente en el pueblo y su ejercicio en la representación nacional compuesta de diputados elegidos por los ciudadanos". En otros puntos el lenguaje era también el que correspondía a las nuevas ideas. El artículo 2, por ejemplo, señalaba como fin del gobierno garantizar al hombre el goce de sus derechos naturales e imprescriptibles; […] el 24 explicaba […] "la felicidad del pueblo y de cada uno de los ciudadanos consiste en el goce de la igualdad, seguridad, propiedad y libertad...". […] La concepción es típica del liberalismo burgués europeo. En cambio, la Constitución no consagra ninguna de las medidas agrarias decretadas por Hidalgo y Morelos, ni sienta las bases para ninguna reforma ulterior en el régimen de tenencia de la tierra. Señala que nadie podrá ser privado de la menor porción de su propiedad "sino cuando lo exija la publica necesidad; pero en este caso tiene derecho a una justa compensación".

La aceptación de! sistema representativo implica un cambio en el concepto de soberanía nacional, que ahora se considerara representada exclusivamente en el Congreso; una vez elegido este, se hacía depender de él todo el poder de la nación; la asamblea deliberante nombraba a los otros dos poderes en los que únicamente "delegaba" temporalmente sus facultades. Por miedo a un posible "despotismo", el Congreso tomó cuidado en restringir constitucionalmente hasta el máximo las atribuciones del ejecutivo, sin tomar en cuenta las necesidades concretas de la revolución que exigían un mando centralizado y poderoso. Para evitar la predominancia de los caudillos, delegó el poder ejecutivo en tres individuos que habrían de turnarse trimestralmente en sus funciones, prohibió la reelección, coartó la libertad del ejecutivo prohibiéndole el libre traslado de residencia y el mando de fuerza armada, el que se reservaba directamente. Así, hacía depender de sus conciliábulos a los jefes militares y colocaba a personalidades como Morelos ante el dilema de elegir entre el mando político y el militar […].

En el "congresismo radical" el pueblo sólo interviene en el momento de elegir a sus diputados; después entra en receso y toda la dirección política queda en manos de un cuerpo colegiado que actúa material y espiritualmente alejado del impulso popular. De hecho, los únicos candidatos al Congreso eran los curas medianamente ilustrados de las parroquias y los abogados y escritores, los únicos en poseer el dominio necesario de las letras y el prestigio intelectual que exigían las lides retóricas de la Asamblea. La clase media, ducha en letras y discusiones, pero poco experta en la acción violenta de la guerra, encontraba así su órgano político más eficaz. La transposición del poder del caudillo popular, en contacto directo con el pueblo, seguido y aceptado unánimemente por éste, a una asamblea deliberante, revela el intento (inconciente quizás) de la clase media por suplantar en la dirección de la revolución a su aliado campesino […]. El choque del Congreso con los caudillos populares resultaba inevitable; en él se manifiesta la pugna entre dos clases y movimientos que nunca lograron acoplarse perfectamente. […] Después de causar la pérdida de Morelos, el Congreso quita el mando de tropa a su sucesor, Bravo. Por fin, un caudillo militar, el general Terán, utilizando los mismos argumentos de Cos, lo disuelve por la fuerza. ¡Demasiado tarde! Los ideólogos habían dado sus frutos: la revolución popular se acercaba a la agonía.

[…] El panorama ideológico de la revolución en 1818 es totalmente distinto del de sus comienzos. Desde la derrota de Morelos frente a Valladolid, en enero de 1813, la concepción popular pierde su más vigoroso representante; ese acontecimiento marca también la preeminencia de la clase media en .a dirección teórica del movimiento. En 1815 Morelos cae preso por intentar salvar al Congreso. A principios del año 1817, disuelto el Congreso por Terán, entregados los caudillos a la guerra intestina, la revolución parece tocar a su fin. Uno tras otro, los jefes se ven forzados a solicitar el indulto real. La expedición de Mina no consigue reavivar el espíritu popular. En el año 1818, de la prodigiosa fuerza desencadenada por Hidalgo sólo queda la decadencia de la libertad negativa y escasos núcleos de tropas organizadas al mando de Guerrero; la revolución popular toca a su fin […].

La anarquía

Aunque los que siguen el movimiento organizado de la revolución juegan el papel más importante, no son los más numerosos. En muchas partes el impulso popular, abandonado a sí mismo, degenera en anarquía. Desde el momento en que Hidalgo se retira del Monte de las Cruces, a la vista de México, el valle de Toluca se infesta de partidas que asaltan por su propia cuenta los caminos. La Junta de Zitácuaro y el genio y decisión de Morelos toman un tiempo la primacía, pero, en las regiones que no dominan directamente, la anarquía prosigue. Después de la derrota del cura de Carácuaro frente a Valladolid, vuelve a tomar preponderancia sobre los restos de tropas organizadas; tanta llega a ser su fuerza, que los mismos herederos de la obra de Morelos se contagian y se enfrentan abiertamente unos contra otros.

[…] Los pueblos se lanzan "a la bola" sin tener fines precisos ni percibir claramente los motivos de su acción. Sólo quieren llegar al instante en que su propio impulso lo decida todo, correr el riesgo de advenir, quizás, a una vida desconocida, gozar en la negación liberadora que se basta a sí misma. Entonces el sentimiento comunitario que ligaba a todo el pueblo empieza a perderse por falta de un orden institucional que lo haga permanente. Van desapareciendo las grandes ideas comunes que lo animaban, al no verse cumplidas de inmediato, y sólo queda el impulso aniquilador, sin plan ni objetivo preciso, dispuesto a no volver a sujetarse a nada ni a nadie. Los distintos grupos insurgentes dejan de sentirse ligados entre sí por un objetivo común. […] Cada jefe de banda pone su arbitrio individual por fundamento de todo derecho. El caudillo ejerce sobre sus hombres una seducción imperiosa porque todos ven en su independencia el símbolo de la suya propia. Son los caciques indios o mestizos que no reconocen autoridad ni ley. Es Julián Villagrán que se hace proclamar "emperador de la Huasteca" y acuña moneda con su efigie; es Albino García que se opone a todas las autoridades insurgentes con las armas en la mano y responde a las pretensiones de la Junta de Zitácuaro que "no hay más rey que Dios, ni más alteza que un cerro, ni más junta que la de dos ríos"; Osorno, rey y señor de los llanos de Apan; o José Antonio Arroyo que se hacía llamar

"padre" por sus soldados; son tantos y tantos jefes insurgentes que viven del pillaje y casi nunca pernoctan dos veces en el mismo sitio. […] La atomización del movimiento popular alcanza su mayor extensión al desaparecer la fuerza cohesiva de Morelos:

entonces -dice Rosains- cada cual se demarcó un territorio, e hizo soberano en el, señaló impuestos, dio empleos, usurpo propiedades y quitó vidas: hirvieron las pasiones, se confundió la libertad con el libertinaje y el país insurreccionado se volvió un caos de horror y de confusión.

Las victorias realistas y los ofrecimientos de amnistía van poco a poco terminando con las partidas insurgentes […]. Muchos insurgentes se indultan […]. La anarquía desaparece pero deja una herencia: el caudillismo popular y la añoranza por el movimiento negativo de la libertad, que amrgará durante toda su vida a la generación que vivió la insurgencia, serán responsables, en gran parte, del perpetuo estado de [anarquía en el siglo XIX].

El poder a las élites criollas

La estrecha alianza de los elementos que componen el partido realista no borra, en modo alguno, sus divergencias. Desde principios de siglo XIX, la oposición entre los europeos y los grupos criollos privilegiados se había manifestado en varias ocasiones; la insurrección iniciada por Hidalgo logró adormecerla mas no apagarla; en el año 1821 estallaba por fin abiertamente. Tratemos de seguir con brevedad las vicisitudes de esa pugna.

A través de los largos años de guerra civil, fue tomando forma un cuerpo que llegaría a constituir un verdadero grupo dominante al final de la revolución: el ejército. Aunque toda la tropa fuera mestiza y mucha oficialidad criolla, el ejército se mantenía fiel al gobierno al través de su disciplina hacia los superiores, todos ellos europeos y directamente nombrados por el virrey. Sin embargo, los europeos sabían que manejaban una fuerza peligrosa que, en cualquier momento, podía empezar a obrar por cuenta propia. Desde temprana hora vemos a Calleja lleno de recelos, que no tardaría en comunicar al virrey en cartas reservadas que insistían en la necesidad de recompensar al ejército, pues todos los habitantes de Nueva España consideraban benéfica la independencia y la tropa compartía esas ideas […].

La abierta preferencia que se demostraba a los europeos, la discriminación en los premios otorgados, fueron causas de general descontento entre la tropa veterana. A fines de 1820 la la insatisfacción en el ejército era general. Los oficiales criollos veían que, a pesar de tantos años de guerra, no habían podido obtener los galones que creían merecer […]; los soldados, debido a lo exhausto del erario, se encontraban pobres y cansados y se veían discriminados por los españoles. La exasperación había llegado a tal grado que muchos oficiales de Iturbide, ignorando los planes que ya albergaba su jefe, se resolvieron a proclamara la independencia por cuenta propia.

La oposición toma cuerpo definitivamente en 1820 con el restablecimiento de la Constitución Liberal y la promulgación de los decretos de Cortes sobre expulsión de los jesuítas, desafuero de eclesiásticos, supresión de órdenes monacales, reducción de diezmos y venta de bienes del clero. La alarma cunde en el clero ante el inminente peligro de perder fueros y temporalidades. […] Pero dejemos que Alamán nos resuma la situación:

El obispo de Puebla -nos dice- se veía amenazado de perder sus temporalidades; el de Guadalajara, se hallaba fuertemente comprometido por las pastorales que publicó contra las nuevas ideas; todos los cabildos eclesiásticos temían la baja de sus rentas por una reducción de sus diezmos como la decretada para España...

La segunda expulsión de los jesuítas acaba por exacerbar los ánimos. El alto clero empieza a conspirar para abolir en Nueva España la Constitución y separarse del gobierno metropolitano. Así, el ejército y el clero, por distintos motivos, aunque siguen oponiéndose a la revolución insurgente, coinciden en su animosidad contra el gobierno europeo. En octubre de 1820, un fiscal de la Audiencia prevé el cambio de frente de las élites criollas: […] Para detener el golpe propone la suspensión de la Constitución y la restitución de las viejas Leyes de Indias. El alto funcionario del régimen, al ver los peligros en que lo coloca el trastorno de sus esquemas administrativos, ve [esto] como única defensa […]. Su reacción no es individual. En La Profesa se reúnen, entre otros, el

canónigo Monteagudo -que tomó parte en la prisión de Iturrigaray-, el regente Bataller -cabeza del partido europeo en 1808- y el inquisidor Tirado, para lograr que el reino continúe gobernándose según las Leyes de Indias. Corren rumores de que un comerciante europeo se encargaría de introducir en el proyecto al general Cruz y al obispo europeo Cabañas, y hasta se habla de un secreto entendimiento del virrey con los conspiradores […].

El Plan de Iguala logra unir a las élites criollas. Uno tras otro los cuerpos de ejército se unifican en torno de Iturbide; sólo los cuerpos expedicionarios apoyan incondicionalmente al gobierno. El alto clero y los propietarios sostienen el movimiento con toda su fuerza económica y moral. La rebelión no propugna ninguna transformación esencial en el antiguo régimen; por el contrario, reivindica las antiguas ideas frente a las innovaciones del liberalismo. Ante todo se trata de defender al clero de las reformas que amenazan y a las ideas católicas de su "contaminación" con los filosofemas liberales. El Plan de Iguala abole la Constitución con todas sus reformas, declara a la católica religión de Estado, y establece que el clero secular y regular será conservado en todos sus fueros y preeminencias"; lo que ratifica después el Tratado de Córdoba.

[…] Los soldados que juran el Plan de Iguala se consideran campeones de la fe, imitando a los que apoyaron en España el absolutismo de Fernando VII. Los sacerdotes inflaman el entusiasmo con sus sermones: "¡Iguala! ¡Iguala! -exclamaba uno de ellos- ¡En tu seno se sembró la semilla de la independencia para defender nuestra santa religión!''; por su parte, los cabildos escriben representaciones proclamando a Iturbide "nuevo Moisés destinado por Dios para libertar a su pueblo de la tiranía del Faraón", y hasta en los conventos de monjas los soldados reciben escapularios, medallas y socorros para continuar la "cruzada". […] Su intención principal parece ser el evitar la transformación del orden antiguo en el sentido de las nuevas ideas. Es lo que expresa él mismo en sus Memorias cuando atribuye la Independencia al deseo de detener "el nuevo orden de cosas".

¿Qué significa el triunfo de Iturbide y la consecutiva proclamación de Independencia, con respecto al régimen anterior? Por un lado es su conservación, su transformación por el otro. Lo primero lo entienden claramente los realistas que se adhieren en masa a su causa, como se desprende de las representaciones de los distintos Estados ante Iturbide; escogemos la de la Junta de Guatemala que precisa claramente que:

1. la independencia proclamada y jurada el 15 del corriente, es sólo para no depender del gobierno de la península y poder hacerse en nuestro suelo todo lo que antes sólo podía hacerse en aquél; 2, quedan convenientemente en toda su fuerza y vigor todas las leyes, ordenanzas, y órdenes que antes regían...

Todo persiste, por tanto, sin más cambio que el traspaso de manos de la administración colonial y la sustitución de su nombre público […]. Sin embargo, aun cuando se conserva el antiguo sistema, ha habido un cambio importante en el seno de la clase dominante. El grupo europeo pierde la dirección de la nación en favor de las élites criollas. Los funcionarios de Estado, casi en su totalidad, abandonan el país; el ejército expedicionario, después de un periodo de acuartelamiento, es repatriado. Por su parte, el sector exportador sufre un golpe decisivo. Durante la revolución, muchas minas quedaron inundadas, otras fueron abandonadas. Hacia 1820 la extracción de minerales había descendido a casi la tercera parte del promedio de los diez años anteriores. Los comerciantes exportadores europeos, al romperse las relaciones comerciales con España y decretarse la libertad de comercio, habían perdido su situación privilegiada. Así, la ruptura de la dependencia política con la antigua metrópoli termina también con el papel hegemónico que, dentro de la clase dominante, tenían los grupos ligados al sector de exportación. Su lugar lo ocupan ahora el alto clero, los grandes propietarios rurales y el ejército, cuyos altos mandos provienen, en su mayoría, de la oligarquía criolla.

A este cambio corresponde otro en la forma de gobierno. Se establece una junta con preponderancia del alto clero y nobleza criolla y exclusión absoluta de los insurgentes. Para el futuro, se piensa en una "constitución moderada'', limitada al espíritu y estipulaciones del Plan de Iguala y respetuosa de la monarquía y del orden social tradicional. Por otra parte, se establece el derecho general de ciudadanía, la abolición de las castas y de la discriminación en los empleos públicos y, poco después, se suprimen las trabas que se oponían a la libre industria, a la explotación

minera y al comercio, y se reduce la alcabala. Se trata, en suma, del logro de todos los objetivos propios de los grupos privilegiados criollos que, manteniendo en lo esencial el orden anterior, derogan las estipulaciones legislativas que se oponían a su desarrollo y otorgan algunas concesiones a la clase media y castas para evitar su descontento. Su ascenso supone, a la vez, una persistencia y una transformación del pasado.

Para concluir, resulta evidente que el movimiento de Iturbide nada tiene de común con el que promovió Hidalgo. La proclamación de la Independencia en 1821 no concluye la revolución ni, mucho menos, supone su triunfo; es sólo un episodio en el que una fracción del partido contrarrevolucionario suplanta a la otra. Iturbide no realiza los fines del pueblo ni de la clase media más que en el aspecto negativo de descartar al grupo europeo de la dirección política […].

Triunfo de la Revolución

Los insurgentes que aún quedaban sobre las armas se unieron al movimiento de Iguala no sin algunas prevenciones. El fin de las hostilidades, la rendición del gobierno virreinal, la proclamación de la Independencia dan a toda la nación la impresión de que la revolución ha llegado a su término. Por primera vez en muchos años el mismo sentimiento de confianza recorre todas las esferas sociales. Los mismos insurgentes se embriagan con la ilusión del fin próximo de su lucha, y vemos a muchos apoyar incondicionalmente a Iturbide incluso pedir su elevación al trono. Sin embargo, […] la junta provisional que formó Iturbide en 1821 excluía a los antiguos insurgentes, pero aceptaba un gran número de representantes de la clase media […]. Pronto, la división de partidos en el seno de la Junta revelará la reanudación de la lucha de clases […].

10. La formación del Estado y las políticas económicas (1821-1880)

Carlos San Juan Victoria y Salvador Velázquez Ramírez

1. México: continuidades, rupturas y gérmenes de cambio.

En 1821, la situación económica de México, luego de más de una década de conflictos, no era brillante. La guerra había afectado profundamente la zona clave del Bajío, rompiendo su equilibrio minero, agrícola y urbano: minas inundadas y despobladas, canales de irrigación destruidos, grandes desplazamientos poblacionales, he allí algunas de las consecuencias de las guerras de independencia que son confirmadas por los datos dispersos que dejan entrever algo sobre la producción minera y agrícola; igualmente, sufrieron mucho la zona azucarera de Morelos y la región cerealera y pulquera de Puebla-Tlaxcala. Por otra parte, las guerras de independencia profundizaron la desarticulación de México en "islas" regionales poco vinculadas entre, sí, desarticulación ya esbozada por los efectos de la política económica de los Borbones, del pésimo estado de los transportes internos y la insuficiencia del cabotaje, y de la existencia de aduanas internas. Esta profundización se vincula al relativo debilitamiento político y económico de la ciudad de México y del eje comercial México-Veracruz (aunque éste siga siendo, con mucho, el más importante) en favor de las oligarquías, ciudades, puertos, sistema de acumulación de capitales y circuitos de comercialización de las provincias. No existía, pues, un mercado-interno integrado. A la insuficiencia -y pésimo estado de conservación- de la red de caminos se agregaba su inseguridad: el bandolerismo era muy activo aun en las cercanías de las ciudades, sin que el gobierno central o estatal tuviera medios suficientes para erradicarlo; por supuesto, este fenómeno era, un reflejo del malestar económico y social que vivía la población en este período. La ruptura del sistema productivo de fines de la Colonia por la guerra de independencia se entiende si tornamos en cuenta el hecho -lógico por lo demás- de que ésta se peleó justamente en las regiones vitales de la economía colonial. El Bajío, con su integración minera, agropecuaria y urbana (comercio, servicios, obrajes); el valle de Morelos, con su producción azucarera; la zona productora de maíz, trigo y pulque de los valles de Puebla y Tlaxcala: he ahí el teatro de las campañas, enfrentamientos y destrucciones después de 1810. Paralelamente, los obrajes textiles (cuyo apogeo se dio a raíz del bloqueo naval inglés a España, a partir de 1790) pasaron, después de 1810, a sufrir la descapitalización por la partida de muchos españoles con sus capitales y la competencia masiva de los tejidos británico y norteamericanos, ingresados de contrabando. Otro efecto de la guerra de independencia -y de los conflictos internos posteriores, muy numerosos hasta el afianzamiento del Porfiriato, fue de orden financiero: la falta constante de recursos para el gobierno hizo que empezara entonces el endeudamiento del país. Finalmente, la debilidad económica de México en esta fase de su historia aparece claramente en sus relaciones con otros países. El contrabando, imposible de controlar, tenía serias incidencias sobre todo en la producción textil nacional y, por si fuera poco, el país sufrió una serie de intervenciones extranjeras desastrosas, que culminaron en la pérdida de más de la mitad del territorio nacional en manos de Estados Unidos.

2. Un Estado que no nace (1821-1854)

Entre otras muchas cosas, los historiadores del Porfiriato nos legaron una imagen del gran arco temporal que transcurre entre 1821 y 1864 que, de inmediato, evoca un gran desbarajuste de la vida nacional, y al que bautizaron —para realzar más las virtudes de la paz. porfirista- con el nombre de "período de la anarquía". De innegable ayuda para consolidar esta idea, resultaron los continuos cambios de gobierno, las rebeliones militares, las apresuradas imposiciones do federalistas que,.más rápido aún, eran sustituidos por los centralistas; fenómenos todos que aparecen tercamente en esta fase de la historia de México. En realidad, el llamado "período de la anarquía" albergó causas y factores que tendieron a restaurar el viejo orden económico-social heredado de la colonia, al tiempo

Cardoso, Ciro, et al. México en el siglo XIX (1821-1910). Historia económica y de la estructura social. México, Nueva Imagen, 1987.

que también se incubaron en él procesos de cambio en la vida económica y política del país. Tales procesos tendieron a reorganizar las vías de comercialización internas y externas del país para insertarlo de una manera definida en la división internacional del trabajo, modelada por el empuje del mercado mundial y de los centros hegemónicos capitalistas en expansión. Fueron los procesos que centralizaron el poder político, disperso en ese entonces en regiones y corporaciones, y que debieron combatir los intentos de reestructuración del poder político que desarrollaban las oligarquías coloniales para tratar de mantenerse en el poder y conservar sus antiguas formas de vida.

Así, la construcción del nuevo Estado tuvo que partir de la realidad social heredada de la Colonia. Desde la implementación de las reformas borbónicas (1763), tanto el Consulado de Comerciantes, como los hacendados y la Iglesia sufrieron una dura embestida. Con esto se inició la decadencia de los antiguos grupos de propietarios, la otrora poderosa oligarquía novohispana, disminuyendo, por tanto, su capacidad de seguir controlando los circuitos de comercialización internos. Los grupos regionales de comerciantes-hacendados, anteriormente sujetos al control férreo de las principales corporaciones coloniales, aprovecharon este relativo debilitamiento del control sobre los circuitos internos de comercialización, iniciando un fuerte desarrollo que sólo pudo lograrse mediante una lucha continua contra la antigua oligarquía novohispana. De este modo, la construcción del nuevo Estado-Nación en México se inició sin la existencia estable de un bloque de poder hegemónico; antes bien, en lugar de alianzas duraderas existían duras luchas entre los grupos que controlaban o trataban de controlar la economía regional o nacional del país. Por tanto, el reestablecimiento de la estabilidad política dependía –considerando que las masas campesinas habían sido derrotadas durante la guerra y no constituían un factor de peso en la política nacional- de la lucha o alianza entre tales grupos y del triunfo final de alguno de ellos sobre los demás, como condición indispensable para asegurar el control sobre la economía nacional.

En los hechos, la formación del nuevo Estado so convirtió en un problema prioritario cuando se consumó la independencia de las oligarquías coloniales con respecto a su antigua metrópoli, en abierta reacción contra el triunfo de la revolución liberal española de 1820 y la Constitución de Cádiz. La previa derrota de los ejércitos campesinos de Hidalgo y Morelos facilitó el hecho de que el nuevo Estado fuese resultado directo de un compromiso político entre las oligarquías regionales, las altas jerarquías eclesiásticas y militares, los restos de la burocracia colonial y el poderoso grupo de peninsulares. Tras el fracaso del Imperio de Iturbide, la Constitución de 1824 fue, antes que nada, el nuevo documento político donde se trató de consagrar el compromiso y la alianza entre los centros de poder resultantes del último período de la Colonia. Así, a las oligarquías regionales se les reconoció su demanda política fundamental: la autonomía política regional, que evolucionó desde el inicial planteamiento de la diputación provincial, establecido en la Constitución de Cádiz desde 1812, hasta la propuesta final de un Estado Federal que reconocía la autonomía política de las regiones que integraban un país. A las altas jerarquías eclesiásticas se les respetaban sus bienes materiales, el cobro de los diezmos a la población trabajadora, y se mantenía intacto su poder espiritual y de dirección cultural e ideológica de las masas. Ninguna alusión a la necesidad de rescatar las propiedades y riquezas ociosas de manos de la Iglesia, de impulsar la educación laica estatal se establecieron entonces. También el ejército se mantenía como una corporación que retenía sus fueros, que lo colocaban en una situación de excepción ante la ley, con sus propios procedimientos e instancias jurídicas. Sin embargo, este compromiso inicial se asentaba, en realidad, en fuertes contradicciones entre los "aliados", propiciando que se iniciara una abierta lucha entre las nuevas oligarquías regionales y las antiguas corporaciones coloniales, la cual liquidó cualquier posibilidad real de estabilidad política duradera. El nuevo Estado no tuvo, por tanto, condiciones políticas para concentrar el poder de las distintas fracciones propietarias en su seno, y tampoco oportunidades efectivas para fortalecerse a sí mismo económicamente. Así, el 4 de agosto de 1824, cuando los intereses locales dominaban ampliamente el Congreso Federal, se decretó una ley que decidió repartir los ingresos de la federación entre los estados, exigiéndolos como contraparte el pago de un "contingente" que rara vez fue aportado. En 1825, la importantísima renta del papel sellado pasó a poder de los estados. También en 1824 el Congreso Federal decidió otorgar la novena parte de los diezmos a los estados, lo que anteriormente correspondía a la Corona. De este

modo, la dispersión del poder político era correspondida con la dispersión de las fuentes de ingresos estatales. Por otro lado, en esta fase inicial de la vida independiente ya aparece un rasgo que se conservaría como una constante de la vida política del siglo XIX: a raíz de la derrota militar impuesta a los ejércitos campesinos en la guerra de independencia, las masas rurales y urbanas fueron excluidas totalmente de cualquier participación en las instituciones y decisiones políticas nacionales. En esa medida, la lucha política fue de manera prioritaria un enfrentamiento entre los intereses divergentes de los grupos de propietarios. Una lucha de minorías que correspondía totalmente con la fase precapitalista de la economía mexicana de este periodo.

Sobre esta base, entre 1824 y 1829, ya promulgada la constitución federalista y establecido, al menos jurídicamente, el nuevo Estado, la naciente vida política nacional que albergaba de manera predominante a los intereses de las oligarquías regionales y de las corporaciones coloniales, se polarizó en torno a las disputas entre federalistas y centralistas. Aunque hay quienes explican este conflicto como una desavenencia exclusivamente "jurídica" sobre la forma del nuevo Estado, en realidad es justamente en este periodo donde se percibe con claridad cuáles son las facciones y las oligarquías dominantes que se enfrentan, qué intereses materiales defienden y cuál es el proyecto de nación que deseaban construir.

Las primeras formas de agrupamiento político de los representantes de las oligarquías y las corporaciones fueron las logias masónicas. Importantes políticos provenientes de las provincias fundaron las primeras logias yorkinas, que contaron con el apoyo, no exento de interés, del embajador norteamericano Joel R. Poinsset. Aunque estas logias se nutrieron posteriormente de los estratos medios de la sociedad (burócratas, profesionales liberales, empleados del comercio, pequeños propietarios de tiendas o talleres artesanales, etc.), recibieron su orientación fundamental de los llamados "políticos provinciales", demostrando, en repetidas ocasiones y de las mas diversas formas, su apoyo a la autonomía política regional de las provincias o estados del país. En el otro polo político, la logia escocesa tenía como principal grupo de poder a los antiguos usufructuarios del eje comercial Ciudad de México-Veracruz (los antiguos comerciantes del Consulado de la Ciudad de México) que defendían una opción de reorganización política centralista. Esta facción de propietarios junto con las altas jerarquías eclesiásticas y militares estaban lejos de pugnar íntegramente por una vuelta al pasado colonial. Querían, en el mejor de los sentidos, restaurar su antiguo poder y esto sólo era posible si se modificaban en algo las cosas. No aceptaban del pasado la rigurosa verticalidad del sistema político, en la que no se contemplaba la representatividad de los grupos de propietarios que, a pesar de su riqueza, no habían sido escuchados por el absolutismo español y sus representantes en la Colonia. Al igual que los federalistas, demandaban un gobierno donde existiese cierta participación de los gobernados.

Para 1824 era ya clara la identificación de los peninsulares y de los criollos ricos con las logias escocesas. A través de la actividad política de éstas pretendían recuperar el terreno perdido frente a las oligarquías regionales, sobre todo después de la promulgación de una constitución federalista y no centralista, haciendo avanzar un proyecto que centralizara el poder político como condición indispensable para centralizar, a su vez, los circuitos comerciales internos que, antes de las Reformas Borbónicas, controlaban desde la Ciudad de México. En efecto, a través de una amplia red de agentes e intermediarios que partía de los grandes almacenes de dicha ciudad, trataban de controlar tanto las mercancías que compraban las regiones como las que pretendían vender a los grandes centros de consumo del centro del país, imponiéndoles un intercambio desigual. La intención de reconstituir su red comercial era la raíz económica del proyecto restaurador de los centralistas, que se apoyaba también en los intentos de revitalizar las viejas fuentes del poder económico: la minería y el, en otros tiempos, emporio agrícola del Bajío.

Los estratos medios, generalmente considerados como los portadores de la "marcha del progreso", como los antecedentes de la lucha liberal para reorganizar al país entero, se movilizaron en este período, sin embargo, por motivos estrictamente particulares, al margen de cualquier proyecto nacional propio. Les molestaba fundamentalmente la permanencia de la antigua jerarquía económica, burocrática y militar, que contradecía las aparentes expectativas de ascenso social abiertas por la independencia. En efecto, ante el asombro de los estratos medios, eran los españoles y los criollos ricos, la antigua oligarquía colonial, los principales beneficiarios del “nuevo-orden".

Esto condujo a que se aliaran con las oligarquías regionales, engrosando las filas de las logias yorkinas. Aprovechando iniciativas de los políticos provinciales, dirigidas a excluir a los ministros centralistas del ejecutivo, los estratos medios iniciaron una ofensiva contra todos los funcionarios españoles y criollos conservadores, creando una agitación antiespañola que ganó sus primeros frutos con la aprobación, en 1827, de leyes que establecieron que ningún español, incluidos los del clero regular y secular, podía detentar puesto alguno en la administración pública, civil o militar, hasta que España no reconociese la independencia; sin embargo, estas leyes también estipulaban que los españoles podían seguir cobrando su sueldo (¡!) y manteniendo sus propiedades y riquezas. Con todo, el 20 de diciembre de ese mismo año se aprobó la primera ley de expulsión de españoles, que, otra vez, respetaba sus propiedades. Pero al afrontar de esa manera la lucha contra los centralistas, los estratos medios permitieron que se violara la sagrada regla del juego político oligarca: la permanente exclusión de las masas. Al amparo de la bandera antiespañola se sucedieron varias invasiones de haciendas por campesinos indígenas, provocando con esto cierta división entre las logias yorkinas.

Por su parte, el ejército había adquirido desde la guerra de independencia mayor fuerza, influencia y un carácter de corporación privilegiada. Ahora bien, con los enfrentamientos entre las oligarquías regionales y las corporaciones coloniales que desbordaban el marco institucional, debido a la polarización extrema do los conflictos, los contendientes sólo se podían imponer echando mano del aparato del ejército, que adquirió entonces un carácter estratégico para imponer, a los nudos políticos, resoluciones efímeras y transitorias al quedar excluidas las posibilidades de alianzas entre las fuerzas políticas. Cada bando trató de asegurar la fidelidad del ejército de la única manera posible en esos momentos: garantizándole una enorme tajada en los presupuestos federales, lo que desequilibraba totalmente los gastos del Estado.

A partir de la administración del presidente Bustamante, organizada y controlada por Lucas Alamán, se pueden observar los fuertes antagonismos de la lucha oligárquica. En su breve período (1830-1.832), este gobierno desalojó a las oligarquías regionales de sus principales bastiones: los congresos locales y federales. Posteriormente, fortaleció a las viejas corporaciones, el ejército y la Iglesia, para tratar de convertirlos en pilares de una nueva y larga estabilidad. El ejército incrementó el número de sus generales, sus recursos financieros y su tropa. Se le confirmó su carácter de corporación privilegiada al asegurarle sus fueros jurídicos, y se le garantizó una enorme tajada del presupuesto federal. Con respecto a la Iglesia, se procedió a la reconstrucción de la jerarquía eclesiástica seriamente desmantelada. La administración de Bustamante logró la venia papal para la designación de obispos y rápidamente procedió a nombrarlos para ocupar seis diócesis; se reconstruyeron los cabildos eclesiásticos y se aumentó el número de curas párrocos. Según el proyecto de la vieja oligarquía, con esto ya se contaba con las condiciones políticas apropiadas para imponer una larga estabilidad asentada en las corporaciones. La condena de Dios o la condena de las armas debían bastar para controlar a las oligarquías y a las masas "peligrosas". Se ejerció una abierta represión sobre los estratos medios, mientras se introducían restricciones en la elección de los representantes al Congreso, para lograr la exclusión de dichos sectores y asegurar la presencia de confiables "hombres de bien". En el terreno económico, se intentó restaurar las antiguas fuentes de poder económico, agregándoles las nuevas actividades productivas encabezadas por la industria textil. Bajo el contexto de la seria depresión de la economía y obedeciendo las ideas de Lucas Alamán, se intentó dar el salto hacia la recuperación económica. Fue el fallido intento de industrialización del país, que se concebía subordinado al crecimiento de la minería y de la región agrícola del Bajío. Con base en el mecanismo de financiamiento del Banco de Avío del Tribunal de Minería de la época colonial, se creó un Banco de Avío que funcionó como captador y asignador de capital destinado sobre todo a estimular la producción de telas baratas de algodón, lana y lino. Su principal fuente de recursos fue la quinta parte de los ingresos provenientes de los impuestos a las importaciones de telas de algodón crudo, y si bien el proyecto constituyó una gran experiencia e incluso sentó precedentes que posteriormente serían aprovechados para impulsar la industrialización en nuestro país, finalmente el banco y el proyecto de industrialización del grupo centralista fracasaron. Y esto se debió a razones más profundas que a incidentes, sin duda graves, tales como la

falta de transporte para acarrear la maquinaria, su abandono y posterior deterioro en las bodegas de Veracruz.

Pero las políticas de la oligarquía central terminaron por volver a unificar a los estratos medios y a las oligarquías regionales que en 1832, gracias a la rebelión militar y a la recuperación de las fuerzas liberales en los congresos, terminaron por derrotar a la vieja oligarquía y a su proyecto de restauración. Ahora sería el turno de las oligarquías regionales, que en su nueva oportunidad tendrían presente una enseñanza básica de esta fase: su proyecto de Estado-Nación sólo podía edificarse a expensas de las corporaciones coloniales, ya que éstas se habían revelado en la práctica como enemigas del Estado federal. Las oligarquías regionales trataron de fincar su estabilidad en el fortalecimiento de sus fuerzas militares propias: las milicias cívicas de cada estado de la república. Al mismo tiempo, se procedió a desmantelar la fuerza económica de los aliados políticos de la oligarquía central, la Iglesia y el ejército regular, mientras se hacían esfuerzos por salvar de la quiebra al Estado federal. Éstos fueron, en realidad, los dos grandes objetivos de las reformas liberales impulsadas por Gómez Farías desde la vicepresidencia de la república, que obedecían estrictamente a necesidades inmediatas de la coyuntura y de ninguna manera estuvieron asociadas al inicio de una transición que reorganizara globalmente a la sociedad. Las reformas contra el clero consistieron esencialmente en la confiscación de bienes, la secularización de misiones, el cierre de colegios, la supresión de la obligación civil de pagar diezmos y de la obligatoriedad civil de los votos eclesiásticos, etc. Todas las medidas estaban encaminadas a bloquear la reconstrucción de la jerarquía eclesiástica, debilitar la capacidad económica de las corporaciones, sustraer recursos y dirigirlos hacia las exhaustas áreas estatales y reducir la dirección ideológica y moral que la Iglesia ejercía sobre el pueblo mediante la extensión de la educación laica estatal. Pero las reformas jamás se aplicaron prácticamente, los ataques a la Iglesia apenas si llegaron a plasmarse en planteamientos jurídicos sancionados pero no aplicados, mientras que las reformas del ejército no trascendieron siquiera de la discusión en el recinto parlamentario. El proyecto reformista no logró afectar el usufructo del excedente económico por parte de las corporaciones, las cuales financiaron una rebelión militar, que, a diferencia de todas las anteriores, exigió la supresión de la constitución federalista de 1824. Con esto, no sólo se impuso la supresión del compromiso inicial, roto ya en la práctica, sino la declaración abierta del antagonismo irreconciliable existente entre las oligarquías del país. Sin embargo, cada una de ellas, en su oportunidad, había demostrado que sus proyectos no podían dar origen a un verdadero Estado-Nación, que este nuevo Estado no podía nacer de la fuerza de las corporaciones ni de la fuerza de los intereses regionales. Esos años de lucha política también demostraron que ya no era posible restaurar el poder de las antiguas oligarquías coloniales, y que se requerían nuevas fuerzas y nuevos proyectos para consolidar al Estado.

11. La fracción emergente y su lucha decisiva: las reformas de 1857

Carlos San Juan Victoria y Salvador Velázquez Ramírez

Las décadas de 1830 y 1840 siguieron dominadas por la lucha entre las oligarquías del país, donde los centralistas lograron imponer dos constituciones bajo los principios de la organización central del poder político, con instituciones como el “Supremo Poder Conservador” que integraba los poderes ejecutivo, legislativo y judicial exclusivamente con representantes de los propietarios. Pero ni esta nueva situación política, ni los graves atentados que sufrió el país por parte de las naciones imperialistas en estas décadas, como la Guerra de Texas (1835-1836), los primeros conflictos con Francia (1838), la guerra con Estados Unidos (1845-1848), lograron frenar el avance de un nuevo grupo de comerciantes que conquistó vorazmente espacios económicos durante este tiempo, independientemente del gobierno en turno y de su signo político. Aprovechando la desarticulación del comercio que provocó la Guerra de Independencia y que continuó después por la anarquía que vivía el país, los comerciantes locales de las regiones, libres del Consulado de la Ciudad de México, empezaron a ganar terreno en el control del comercio interno y del comercio externo asociándose, además, con los militares que aprovechaban el control directo de sus tropas sobre las rutas y caminos que antes controlaba el consulado. Este nuevo grupo de comerciantes asociados a militares y a núcleos de la administración pública, comenzó a monopolizar las materias primas, las mercancías, la moneda fuerte, etcétera; y mediante la especulación con los precios y la escasez empezó a romper las barreras regionales, al mismo tiempo que se ligaba con las nuevas casas comerciales (inglesas y francesas) recién establecidas en puertos mexicanos y en la Ciudad de México, y que, en general, desplazaban a los antiguos miembros del consulado. De ahí que cuando los liberales pudieron retornar al poder con la Revolución de Ayutla de 1854, encontraron en los intereses de esta fracción emergente un asiento material ya fuerte y consolidado sobre el cual descansar sus proyectos de reorganización nacional.

Apenas instalado el nuevo gobierno liberal encabezado por Juan Álvarez, producto de la Revolución de Ayutla, se promulgaron la llamada Ley Juárez o Ley de Administración do Justicia, expedida en 1855, y en la cual se suprimió a los tribunales especiales. En 1857, siendo presidente Ignacio Comonfort, se expidió la trascendental Ley de Desamortización de los Bienes de las Corporaciones Civiles y Religiosas o Ley Lerdo, cuyo objetivo esencial fue el de movilizar y hacer circular gran parte de la propiedad raíz en manos de la Iglesia. Lateralmente, también se buscó modernizar el sistema de impuestos que dependía en forma fundamenta! de los gravámenes al comercio exterior e interior, para hacerlos depender, de manera progresiva, de la propiedad raíz. La Ley Lerdo establecía un mecanismo que convertía a las corporaciones de rentistas vitalicios en acreedores hipotecarios de sus inquilinos, los cuales se transformarían, previo pago, en propietarios. La ley estableció la obligación de las corporaciones de vender sus propiedades y la facultad de los inquilinos para adquirir bienes arrendados. Los compradores pagaban el impuesto de traslado de dominio, equivalente al 5 % sobre el valor de la propiedad, con cuyo ingreso se pensaba aliviar un poco el grave déficit presupuestal. Cuando el inquilino renunciaba a su derecho, la propiedad podía ser solicitada por cualquier comprador, o bien podía rematarse. Bajo ninguna circunstancia la corporación podía recuperar el inmueble. Posteriormente, en l859 y en plena Guerra de Reforma, se dictaron otras leyes que si bien eran una respuesta inmediata al avance de las fuerzas conservadoras ,

tuvieron indudables efectos de largo alcance. En primer lugar, destaca la Ley de Nacionalización de los Bienes Eclesiásticos que, buscando acabar con las fuentes de riqueza con que la Iglesia y las corporaciones coloniales financiaban la rebelión, estipuló su nacionalización sin pago alguno, convirtiéndose por tanto en un instrumento legal para transferir la propiedad territorial hacia los latifundios laicos. Con otro conjunto de medidas legislativas, el Estado no sólo se separó de la Iglesia, sino que inició la reducción de su poder espiritual sobre las masas populares; tal es e! caso de la declaración de la validez única del matrimonio civil, la responsabilidad del Estado para formar

Cardoso, Ciro, et al. México en el siglo XIX (1821-1910). Historia económica y de la estructura social. México, Nueva Imagen, 1987.

el Registro Civil, la secularización de los conventos de mujeres y el cierre de los conventos de hombres, estipulando finalmente la no obligatoriedad de la observación de las fiestas religiosas.

Fue en el marco de este profundo avance histórico que se promulgó también en Querétaro, en 1857, la nueva constitución liberal y federalista. En ella, la naciente coalición de fuerzas dirigida por el grupo político liberal reafirmó su decisión de reorganizar a la sociedad entera. La dominación espiritual de las masas rurales y urbanas, ejercida tradicionalmente por la Iglesia, iniciaba un cambio de forma y de contenido al promulgarse las libertades de enseñanza, de pensamiento y de imprenta, al mismo tiempo que se facultaba al gobierno federal para legislar en materia de cultos. De esta manera se daba el primer paso en un proceso bastante largo, donde la dominación espiritual ejercida desde el púlpito iba a dar paso a la dominación cultural ejercida desde la educación pública. De igual manera, la supresión de los fueros, paso indispensable para lograr la igualdad ante la ley, se sumó a esta voluntad por secularizar a la sociedad, aumentar el poder del Estado Laico y minar la fuerza de las corporaciones militares y eclesiásticas. De acuerdo a la Constitución, existiría igualdad jurídica y política entre todos los mexicanos dada su condición de ciudadanos. Propuso que la sociedad tuviese como eje rector al individuo y a sus libertades individuales. Definió también al Estado como totalmente laico, separado de la Iglesia, el cual asumía la forma de una república democrática, representativa y federal. Aceptaba la soberanía de los estados que integraban la república y mantenía, como garantía de un equilibrio democrático del poder, la tradicional división de poderes: ejecutivo, legislativo y judicial. También se declaró abiertamente a favor del Librecambio, de la plena circulación de mercancías sin traba alguna, tanto en el mercado interno como en el externo, demandando la supresión de las alcabalas y las aduanas interiores. Exigió la redistribución de la propiedad de la tierra, fuertemente concentrada, con el objetivo de impulsar la formación de los medianos propietarios privados, considerados como la garantía social de la democracia política.

Sin embargo, la realidad de la nación en el plano de las relaciones sociales materiales apuntaba en otra dirección. Las oligarquías regionales seguían detentando el poder político, la libertad del trabajo se enfrentaba a formas de explotación no capitalistas como el peonaje, y la igualdad jurídica y política chocaba contra el predominio do estructuras de dominación impregnadas de matices estamentales y raciales. Igualmente, la reforma liberal pretendió crear una generación de pequeños propietarios urbanos y rurales que ampliaran las clases medias, en las cua-les se hacía residir todo el progreso del país. Pero unas fueron las intenciones y otros los resultados. Por ejemplo, en el segundo semestre de 1856 se desamortizaron fincas con un valor de más de 23 millones de pesos. De 570 fincas urbanas vendidas en el Distrito de México, por valor de 4.1 millones de pesos, sólo seis personas compraron 301 fincas, cuatro personas más compraron 18, dando por resultado que tan sólo diez personas adquirieron propiedades por casi el 60 % del valor total. De esas diez personas, ocho de ellas compraron el 51.5 % del valor total de los remates. Las facilidades de pago que estableció el gobierno, posibilitaron que un reducido grupo de negociantes impidiera la distribución equitativa de la tierra para concentrarla en sus manos. En lo inmediato, las reformas liberales fortalecieron a las grandes haciendas, y, en la medida en que la definición de corporación incluía a las comunidades indígenas, facilitaron el despojo de sus tierras y la proletarización de los campesinos. De hecho, la reorganización de la propiedad de la tierra y de la fuerza de trabajo agrícola a favor del gran latifundio laico se realizó no tanto a costa de la propiedad rural eclesiástica, cuya importancia se había ido reduciendo desde la expulsión de los jesuitas en 1776, sino fundamentalmente a costa de la propiedad de las comunidades de campesinos. Este hecho, donde la Reforma sólo sirvió para acelerar el proceso secular de despojo de tierras, condujo a crear núcleos de resistencia campesina contrarios a las Leyes de Reforma y a los liberales, que frecuentemente aparecían aliados a la Iglesia y a los conservadores defendiendo, junto a los privilegios corporativos, su derecho ancestral a la propiedad de la tierra.

Sin embargo, las reformas liberales introdujeron cambios esenciales que, con el transcurso del tiempo, revelarían toda su importancia. Tal vez, su principal efecto a largo plazo fue el de iniciar la superación de la larga "crisis orgánica" que había padecido a lo largo del siglo XIX el proceso de formación del Estado Mexicano a causa de la lucha por el poder de los grupos oligarcas. En efecto, las reformas pusieron la base para integrar un sólido bloque de propietarios (comerciantes-

hacendados) al margen de las ideologías liberales y conservadoras, cuyo punto de unión era su oposición a los bienes de la Iglesia, ya sea porque deseaban comprar sus propiedades o bien porque deseaban eliminar sus hipotecas contraídas con el alto clero. Con la secularización de los títulos de propiedad territorial, y la consiguiente eliminación de los títulos estamentales y corporativos, los grupos oligarcas, que según las circunstancias había sido liberales o conservadores, empezaron a unificarse en un nuevo bloque de propietarios. Aun sin proponérselo explícitamente, el grupo de políticos liberales permitido, con su política agraria, la unificación de los terratenientes con los grupos de comerciantes ligados al comercio interior y exterior del país, bloque de productores y comercializadores que se convertirá en el eje de la economía agroexportadora que caracteriza al Porfiriato y que será, por ello, el origen de la burguesía mexicana. Así, el resultado final de las jornadas reformistas fue la instauración de un Estado que, por primera vez en la historia nacional, podía definirse como capitalista y que se constituía como un poder público clara y legalmente diferenciado de los intereses particulares -llámense oligarquías regionales o corporaciones privilegiadas-, pero que se encontraba enfrentado a agobiantes reclamaciones por parte de la deuda externa que hacían peligrar su existencia misma. Con todo, a partir de la República Restaurada la lucha política oligarca cambió de contenido y de forma. El largo período de desintegración del bloque en el poder empezó a encontrar visos de solución.

Inicios de la concentración del poder político y reorganización económico-administrativa del Estado

La aventura imperialista de Francia, que llevó a imponer a Maximiliano al frente de un ridículo imperio, terminó drásticamente en 1867. El innegable dirigente en esta lucha por la soberanía y la independencia política nacional, Benito Juárez, reelegido presidente, se enfrentaba a nuevas condiciones para impulsar la formación del Estado capitalista.

A partir de la República Restaurada, la lucha política oligarca va a cambiar de contenido y de forma. El largo período de desintegración del bloque en el poder, empezaba a encontrar visos de resolución. La presencia amenazante del capitalismo norteamericano -que no satisfecho con arrebatarnos la mitad del territorio nacional, proseguía con sus afanes anexionistas- influyó decisivamente para que las fracciones de comerciantes y terratenientes, y ciertos industriales, se cohesionasen. En el mismo sentido actuaron las Leyes de Reforma, así como la oposición a las exigencias de un fuerte proteccionismo, que demandaban los industriales textiles y las posiciones librecambistas moderadas del Estado (las necesidades fiscales mantuvieron una relativa protección a la industria por medio de los impuestos a la importación). Ante la existencia de bases reales para la unión de las fracciones de propietarios, los antiguos conflictos entre federalistas y centralistas, liberales y conservadores, y los proyectos de reorganización productiva divergentes, tienden a desaparecer, para dar paso a luchas al interior del aparato de Estado. Así, al iniciarse la gestión de la administración Juárez, se desató una serie de enfrentamientos armados entre los generales y los cuerpos del ejército que no fueron considerados para continuar en el ejército regular, luego del licenciamiento de la mayor parte de las huestes que lucharon contra la intervención. De igual manera, se inició un conflicto abierto entre los liberales para definir las posiciones de las facciones en el aparato de Estado y en el ejercicio del poder.

En las elecciones de 1867, Juárez derrotó por una abrumadora mayoría a su contrincante, Porfirio Díaz. Posteriormente, en las elecciones de 1871, en las que vuelven a enfrentarse Juárez y Díaz, se postula también Lerdo. La votación resultó insuficiente para determinar la elección de Juárez, que obtuvo sólo 47% de los votos; sin embargo, el Congreso lo reeligió, pronunciándose entonces Díaz con el Plan de la Noria, arguyendo la irregularidad de las elecciones. Fue derrotado y salió del país. Sólo hasta 1876 logró Díaz asumir la presidencia con un golpe militar contra Lerdo, postulando la no-reelección, que, en realidad, constituía un compromiso de momento con todas las facciones políticas para otorgar igualdad de oportunidades de acceso al poder.

Sin embargo, dado que la lucha entre facciones liberales se libraba cuando ya existía el proceso de unificación del nuevo bloque en el poder, su tendencia política fundamental fue hacia la

concentración del poder político, que Juárez inició magistralmente mediante el control del Congreso y de los gobernadores.

Pero la concentración del poder político y la unificación del bloque en el poder, si bien eran indispensables para centralizar en el nuevo Estado el mando efectivo, hasta entonces disperso en regiones y corporaciones, no eran suficientes para consolidarlo económica y administrativamente. El caos y la administración fiscal fue la otra “guerra” que tuvieron que enfrentar los liberales […].

Las oligarquías regionales habían impedido la concentración y centralización de los ingresos federales, pero a partir de 1861 la Federación empezó a reservarse los impuestos más rentables, trasladó a su beneficio los impuestos anteriormente cobrados por territorios y zonas fronterizas y prohibió a los estados gravar los ramos destinados a ella además de lograr la aprobación de una ley en el Congreso que le autorizaba a cobrar un 25% adicional sobre todos los impuestos recaudados por los estados. Junto a la creación de una numerosa y adiestrada burocracia dependiente de la Federación, todo esto permitió ir centralizando progresivamente los ingresos en esta última […].

En el mismo sentido de fortalecer a la Federación y debilitar a los poderes regionales, se situaron los intentos, no del todo exitosos, de suprimir las alcabalas. Gran parte de la autonomía política regional, del poder de los caciques, oligarcas y caudillos regionales, se asentaba precisamente en el usufructo de aquéllas, de ahí que su supresión no se encarara solamente como una política destinada a facilitar la libre circulación de mercancías, sino también como una medida política para reducir el poder de las regiones. Pero sólo hasta el gobierno de Porfirio Díaz se logró eliminarlas por completo.

Otra medida fundamental para sanear las finanzas públicas consistió en !a drástica reducción del ejército, que, a su vez, significó una reducción de los gastos estatales. Gracias a este conjunto de medidas el gobierno por primera vez gastó menos de lo que recibió.

Sin embargo, en torno a la hacienda pública rondaba una exorbitante deuda. Al terminar la guerra contra el imperialismo francés se reconocía una deuda con Inglaterra por 73 645 067 pesos (incluidas las convenciones), otra con España por 8 509 077 pesos (también incluidas las convenciones). Aparte, existía la deuda contraída por el gobierno de Maximiliano y que ascendía a 281 656 528 pesos. Las fuerzas republicanas habían logrado un préstamo de 2 425 450 pesos. A esto había que agregar la deuda interna que ascendía a 78 331 604 pesos […]. El monto global de la deuda interna y externa era sencillamente mortal para una federación que a duras penas captaba 20 millones de pesos anuales […].

A partir de la administración de Juárez se empezó a delinear una política abiertamente impulsora de la actividad de los empresarios particulares. En la minería, desde 1868, se proponía fusionar todos los derechos que gravaban al sector en un solo impuesto, con la finalidad de estimular a la inversión privada para recuperar los antiguos ritmos de producción y la bonanza minera. De igual manera, se estimuló la agricultura, los transportes y el comercio, dejando relegada a la industria. Justamente es en este aspecto donde se revela más claramente la naturaleza de clase del nuevo Estado. Al centrar sus intervenciones y estímulos a las actividades económicas más ligadas a la exportación, se identificaban con los intereses de los grupos de exportadores, de latifundistas e intermediarios que obtenían sus mayores ganancias precisamente de la vinculación de la economía nacional con el mercado mundial. Las líneas ferrocarrileras, que en un principio se planearon para conectar las regiones internas del país, terminaron por seguir la "ruta de la dependencia", hacia la frontera norte y hacia los puertos del golfo […].

En la historia oficial de nuestro país se ha pretendido que el Porfiriato constituye una gran traición a las tradiciones liberales que pugnaron por un Estado democrático, nacionalista y con cierta preocupación por la justicia social. Los grandes ideales […] que alcanzaron rango constitucional bajo la formidable lucha protagonizada por la segunda generación de liberales con Lerdo y Benito Juárez en los puestos de mando, habrían sufrido una brusca ruptura con el régimen Porfirista, quien instauró, en lugar de la democracia, la dictadura y suplantó el nacionalismo por una abierta entrega de los recursos productivos al capital extranjero […]. Sin embargo, […] el nacionalismo de los gobiernos reformistas de 1857, evidenciado posteriormente con la heroica lucha popular contra la intervención francesa, no impedía decir a Juárez, en plática con un representante de los intereses capitalistas norteamericanos llamado Rosecranz, lo siguiente:

Yo tendré un verdadero placer en que estos capitalistas emprendedores a que hace usted referencia vengan a invertir una parte de sus riquezas en fomentar aquí empresas industriales, estrechando de ese modo los lazos de fraternidad que deben unir a las repúblicas por la identidad misma de sus instituciones democráticas (M. David Pletcher, "México, campo de inversiones norteamericanas: 1867-1880" en Historia Mexicana, vol. II).

Este nacionalismo sui generis permitía que mientras los conservadores recibían, sin disimular su regocijo, a las fuerzas imperialistas francesas, don Matías Romero ofreciera banquetes en el Hotel Delmónico's de la ciudad de Nueva York, indicando que el gobierno de Juárez, que él representaba, estaba dispuesto a autorizar concesiones económicas ventajosas a los norteamericanos. En realidad, para los liberales era absolutamente indispensable la penetración extranjera, ya sea aportando capitales, "espíritu capitalista" o emigrantes, como condición insoslayable para que el país se sumara al "progreso", a una civilización que mostraba por entonces de una forma dominante la faz del capitalismo. Pero esta penetración económica debería respetar y aceptar la soberanía indiscutible de un gobierno nacional. En este sentido, el régimen de Porfirio Díaz no se apartó un milímetro de la tradición liberal.

De igual manera, la política agraria liberal iniciada por la Ley Lerdo, que despojó y reprimió a las comunidades campesinas para favorecer a comerciantes, usureros, políticos y grandes terratenientes laicos, simplemente fue continuada por el régimen de Díaz con las leyes de colonización y las compañías deslindadoras.

Por otra parte, la preeminencia del poder ejecutivo sobre el legislativo, así como del gobierno federal sobre los gobiernos estatales -síntomas graves de antidemocracia-, no fue obra exclusiva del grupo político de Díaz: tanto Juárez como Lerdo tuvieron que echar mano de las prácticas de control de diputados y de gobernadores para restaurar y consolidar la república.

Los cuerpos especializados en la represión política, que lo mismo intervenían contra campesinos o mineros descontentos, fueren creados en los años del liberalismo democrático: la Guardia de Seguridad fue organizada en 1857, mientras que los Rurales se fundaron en 1861. Juárez y Lerdo le dieron su más amplio apoyo, ya que, en apariencia, tenían por principal tarea la de reducir el bandidaje que asolaba los caminos y entorpecía el comercio. No interesa revivir las viejas acusaciones que el pensamiento reaccionario ha lanzado contra Juárez y contra los liberales "radicales", sino subrayar que en los procesos históricos existen líneas de continuidad que nos revelan las determinantes estructurales y de relación de fuerzas entre las clases que terminaron por imponer los proyectos de nación realmente posibles. El desarrollo del capitalismo en nuestro país no tenía otro camino. La expansión del mercado mundial, vigorizado con el surgimiento del imperialismo para la década de 1880, hacía imposible cualquier vía capitalista que no fuese la "asociada" con el capital extranjero. Sólo la presencia de una fuerza campesina organizada que superase el estrecho localismo pudo haber impedido la rapacidad extrema que los terratenientes y comerciantes le impusieron a la política agraria liberal. Pero esta fuerza social no existía; de hecho, se fue formando bajo la violencia del despojo a las comunidades, de donde saldrían los futuros pequeños arrendatarios, jornaleros, peones acasillados, en fin, los campesinos pobres que impulsarían desde abajo la revolución de 1910; mientras que los terratenientes y los comerciantes no sólo ya existían, sino que eran las fracciones básicas del bloque de poder consolidado por los políticos liberales entre 1857 y 1864. La dispersión del poder político entre caciques y caudillos regionales, a través de los cuales actuaban grupos de propietarios incapaces de proponer y desarrollar un proyecto de unificación económica y política de la nación, requería como fuerza integradora indispensable la concentración del poder político tanto en el gobierno federal como en el ejecutivo. La continuidad entre los gobiernos liberales "clásicos" y el Porfiriato, así como posteriormente con los gobiernos "de la Revolución", no es otra que la continuidad de un proyecto de nación capitalista dependiente.

12. El PRI y la política mexicana

Roger Hansen

El Partido Revolucionario Institucional, el partido que [gobernó a México hasta el año 2000], fue fundado en 1929. Desde esa fecha [y hasta 1988, el PRI conservó, además de la presidencia que logró retener 12 años más], todas las gubernaturas de los estados y la mayoría de los asientos del Senado y la Cámara de Diputados de manera ininterrumpida. El candidato del PRI para la presidencia normalmente obtenía cerca del 90 por ciento del total de los votos, y sólo en 1946 y 1952 bajó a menos del 80 por ciento la proporción de votos logrados por el partido [antes de 1988, cuando cayó oficialmente a poco más del 50 por ciento]. El PRI dominaba en una forma igualmente impresionante las gubernaturas estatales y las presidencias municipales. Controlaba todos los gobiernos y congresos de los estados.

El Partido Revolucionario Institucional (originalmente llamado Partido Nacional Revolucionario) se formó en 1929 durante una situación de crisis. El principal caudillo triunfante de la Revolución y presidente electo, Álvaro Obregón, fue asesinado en julio de 1928. El presidente saliente, Plutarco Elías Calles, aprovechó la oportunidad que ofrecía esa crisis para unificar a los hombres fuertes de cada región del país, miembros o simpatizantes del grupo revolucionario que había resultado ganador en la Revolución Mexicana, en un partido político nacional. Al principio, el partido era simplemente una coalición de los jefes militares regionales y las diversas organizaciones estatales, asociaciones obreras y grupos campesinos subordinados a ellos. Cada dirigente controlaba la política de su propia región –como resultado de la fragmentación generada por la lucha armada-, siempre con el apoyo de sus tropas y, en muchos casos, de pequeños grupos de campesinos y obreros. En este marco, la función primordial del partido era la de proporcionar una institución dentro de la cual los intereses, muchas veces en conflicto, representados por esos caciques regionales, podían reconciliarse sin acudir a la guerra civil. A los pocos años, sin embargo, la institución se convirtió en mucho más que un instrumento de conciliación. Plutarco Elías Calles, aprovechando la organización del partido, pudo reducir gran parte de la fuerza de las organizaciones agrarias y obreras afiliadas a través de sus dirigentes, y también debilitó la independencia de los caciques militares que habían operado con gran autonomía entre 1920 y 1930. Para 1934, Calles utilizaba al partido para manipular la política mexicana y controlar el gobierno de México. El grado de centralización del poder político llegó a ser mayor que en cualquier otro momento después de la caída de Porfirio Díaz. Sin embargo, entre 1934 y 1940 se desarrolló una intensa lucha por el control de la política mexicana entre Calles y el nuevo presidente, Lázaro Cárdenas. En ese momento Calles representaba a los elementos más conservadores de la coalición revolucionaria que se negaban a llevar adelante cambios importantes exigidos por la Revolución, mientras que Cárdenas era sostenido por los elementos activos más radicales y, con frecuencia, más jóvenes de la política mexicana. Para fortalecer su poder en contra de Calles y de los militares que permanecían leales a éste, Cárdenas empezó a reunir y vigorizar a las organizaciones obreras y campesinas que Calles había disminuido y marginado anteriormente. Impulsó la formación de sindicatos, militantes dentro del partido, y su agrupamiento dentro de organizaciones nacionales. Los años cardenistas fueron un período particularmente importante para la modernización política de México; esto es, para la centralización del poder en manos del PRI, necesaria para poder aplicar reformas, ejercer el control del país y extender su poder mediante la incorporación de nuevos grupos al sistema político, todo ello bajo un esquema que a la postre dio lugar al corporativismo y que garantizaba la sumisión y disciplina de los grupos y jefes políticos pertenecientes al partido, único espacio donde las aspiraciones políticas de los individuos tenían futuro. En su lucha contra Calles, el conservador "jefe máximo" de la Revolución, Cárdenas reorganizó el partido así como a la directiva del ejército para fortalecer el poder del presidente, que desde entonces se convirtió en el “jefe” del partido. Al mismo tiempo encabezó la movilización y la organización de los campesinos y los trabajadores urbanos.

Hansen, Roger. La política del desarrollo mexicano. México, Siglo XXI, 1987

La forma del PRI ha cambiado poco desde que el presidente Cárdenas introdujo el sistema de cuatro sectores en 1937. Se ha eliminado un sector, el militar, y se conservan los otros tres sectores: el agrario, el obrero y el "popular". El sector agrario sostiene que es el más numeroso de los tres. Todos los ejidatarios se contaban como miembros del partido y constituían la abrumadora mayoría de los miembros del sector agrario. La mayor parte de ellos estaban incorporados a la Confederación Nacional Campesina (CNC) que desde la época de Cárdenas ha sido la organización predominante en el sector agrario. El sector obrero muestra menos homogeneidad que su contraparte agraria. La Confederación de Trabajadores Mexicanos (CTM) es la mayor de las organizaciones obreras. En un esfuerzo para retener su posición predominante dentro de la mano de obra organizada de México y en el sector obrero del partido oficial, durante la década de 1960 la CTM se unió a varias confederaciones obreras y grandes sindicatos industriales. El sector popular del partido está organizado en la Confederación Nacional de Organizaciones Populares, la CNOP, y con frecuencia se hace referencia a ella como la "clase media organizada" de México. Es mucho más diversificada que los otros dos sectores del PRI e incluye, entre otros grupos, a los burócratas, profesores, agricultores privados, pequeños comerciantes e industriales y los profesionistas de México. Entre las diversas organizaciones que pertenecen a ese sector, parece que la más poderosa es la Federación de Sindicatos de Trabajadores al Servicio del Estado (FSTSE). De acuerdo con los salarios, prestaciones secundarias y el prestigio político de que disfruta, esta organización ha alcanzado un notable éxito dentro del sistema político. En gran parte esto puede atribuirse a que sus miembros pertenecen a la clase media. Las personas con educación profesional que pertenecen a este sector muestran una más elevada propensión a la acción política que los miembros menos instruidos de los sectores agrario y obrero. En teoría, los tres sectores desempeñan un papel activo en la denominación de los candidatos del PRI para todos los puestos públicos, desde la presidencia de la república hasta el más insignificante de los concejales municipales. Igualmente en teoría, los sectores deciden entre sí qué puestos de elección deben asignarse a cada sector; cada sector elige a sus propios candidatos para los puestos que les han sido asignados y los tres juntos apoyan todas las designaciones hechas por el PRI. Las organizaciones de sector a nivel nacional teóricamente nombran al candidato para la presidencia, los grupos de sector a nivel estatal nombran a los gobernadores y senadores, y los grupos locales del partido escogen a los que han de destinarse a los puestos municipales

Sin embargo, hay dos interpretaciones contradictorias (y a veces complementarias) sobre la forma en que funcionaba el sistema político mexicano bajo el régimen priísta. Una describe al PRI como un representante efectivo de los grupos de sector que lo componen, en la lucha para determinar quién obtiene qué y cuándo lo obtiene. Así, aunque destaca el poder de la presidencia, también considera que el PRI y sus grupos de intereses están situados en el centro del proceso de la toma de decisiones, desde donde las demandas del partido se reflejan en las políticas gubernamentales. La otra interpretación presenta a México gobernado por una pequeña élite surgida de la Revolución que, después del papel protagónico que intentó Plutarco Elías Calles, estuvo encabezada por el Presidente de la República, el cual utilizaba en esencia al PRI para facilitar su continuo control sobre la sociedad organizada por el partido. Así, este segundo modelo considera que el partido está controlado por la Coalición Revolucionaria y que la principal función del PRI es dar legitimidad y poner en práctica las políticas de la élite política gobernante, más que formular las suyas propias como un verdadero partido político. ¿Cuál de las dos interpretaciones se aproxima más a la realidad de la política mexicana?

Si consideramos en perspectiva el funcionamiento del partido a lo largo del régimen priísta, todos los indicios sugieren claramente que es mejor considerar al PRI como un aparato por medio del cual la Coalición Revolucionaria controla la política mexicana, más que como un mecanismo destinado a representar y satisfacer las demandas de los grupos de intereses que lo componen. Un gobierno en el que las demandas de la mano de obra organizada y de los campesinos mexicanos hubieran estado efectivamente representadas, no habría diseñado ni aplicado la estrategia para el desarrollo que caracterizó el crecimiento de México entre 1940 y 1970, ni habría llevado a cabo medidas antipopulares durante los años de la crisis económica, social y política que se desarrollaron entre 1970 y el año 2000. Por supuesto que, a largo plazo, esta estrategia de desarrollo podría muy

bien beneficiar de manera equitativa a todos los segmentos de la sociedad mexicana; pero a largo plazo, como dice Keynes, ya todos estaríamos muertos. Ningún segmento de la sociedad cuyos intereses estén representados de un modo efectivo en un sistema político reduce voluntariamente sus demandas durante más de una generación mientras otros recogen los frutos de su sacrificio. El gobierno mexicano ha distribuido la tierra, ha diseñado y aplicado varios programas para el bienestar social y ha estimulado la organización de la mano de obra; pero al medir la magnitud y los efectos de esos esfuerzos, descubrimos que en realidad han sido modestos y que en comparación con la mayoría de los otros países latinoamericanos, en general éstos han hecho más en todas las áreas menos en lo que respecta a la distribución de la tierra. Incluso en este renglón particular, los resultados revelan cuando más un acatamiento ambivalente de los principios de la reforma agraria, tal como se establecen en la constitución mexicana.

La coalición revolucionaria, también llamada por varios autores la "Familia Revolucionaria” estaba compuesta por los hombres que habían gobernado a México durante más de medio siglo, mismos que establecieron los lineamientos políticos que debía seguir la Revolución y que poseían el poder efectivo para tomar las decisiones. Formando una especie de consejo interno, que incluía al jefe de la Familia y a los más poderosos políticos de México, se mantenía a la Revolución intacta y marchando hacia delante, mediante el conocimiento del poder relativo de los principales intereses creados: el orden económico, el político, social, gubernamental, religioso, educativo y militar de México. En este alto nivel, la última palabra la tenía el jefe de la Familia Revolucionaria, que desde 1934 fue el Presidente de la República. La selección del candidato presidencial la efectuaba cada seis años el presidente saliente después de haber consultado con el círculo interno de la Coalición Revolucionaria, Puesto que nadie perteneciente a ese círculo discutió públicamente alguna vez el proceso de selección, es poco lo que se conoce sobre él en forma específica. Por ejemplo, no se sabe claramente cuántas personas o grupos fuera de la Coalición eran consultados durante la búsqueda de un sucesor. De cualquier modo, el presidente mexicano era escogido por unos cuantos hombres y, en última instancia, por el presidente saliente. Desde 1934 cada nuevo presidente colaboró en el gabinete del jefe de Estado saliente; ni un solo presidente fue alguna vez jefe de un sindicato obrero o de una confederación ejidal. Sin embargo, hay pruebas que indican que las organizaciones dentro del PRI trataban de influir en la selección del nuevo presidente. Aumentaba la actividad política de los sindicatos, se formaban nuevos bloques obreros y se hablaba de nuevas demandas laborales con creciente frecuencia, a medida que se acercaba el año de la sucesión presidencial.

Si bien no es mucho más lo que puede decirse con bastante certeza acerca del proceso de la selección del presidente, se disponen de mayores pruebas en lo que respecta a la designación del resto de los candidatos del PRI en el país. La nominación de los gobernadores de los estados era controlada por el presidente de la República, y aquí como en todos los otros puntos, la teoría de que las nominaciones del partido son decididas con la anuencia de los tres sectores, está en contradicción con los hechos. Un antiguo gobernador de Baja California hizo el siguiente relato de su propia selección y del proceso general para la designación de los dirigentes que se realiza dentro del PRI: "Yo fui escogido y previamente designado por el presidente de la República, en ese entonces mi distinguido amigo don Adolfo Ruiz Cortines, y todos los funcionarios, grandes o pequeños, de nuestro país, han sido designados de la misma manera desde 1928 hasta el presente. Una vez que un aspirante es elegido por el Presidente la batalla está ganada, se ha obtenido la victoria en las salas de espera de las oficinas del gobierno. Entonces los sindicatos obreros, las organizaciones campesinas, el sector popular, el partido, lo declaran el Candidato Oficial, y así es como el candidato se convierte en el hombre del día, una persona con talento, elogiada en todos aspectos y considerada como una persona con grandes méritos revolucionarios". La selección de los gobernadores ha sido un poco diferente en los estados natales de los presidentes anteriores, Cárdenas (Michoacán), Ávila Camacho (Puebla) y Ruiz Cortines (Veracruz) por ejemplo. En esos estados el presidente de la República permitía en muchas ocasiones que los hombres fuertes de la región eligieran a los nuevos gobernadores y controlaran la "elección" de la mayoría de los demás funcionarios públicos. En algunos casos, para seleccionar a los candidatos para las gubernaturas el presidente consultaba con su círculo íntimo y con los representantes estatales de los sectores del PRI. El partido enviaba entonces delegados a cada Estado antes de hacer la nominación de aquéllos

que habían de ocupar todas las dependencias estatales y municipales, con la función de negociar con los líderes de los sectores locales y garantizar que serían aceptadas las selecciones hechas en la Ciudad de México por el presidente y aquellos a los que se había consultado. De hecho, algunos presidentes redujeron al mínimo el proceso de hacer consultas y nombraron candidato para gobernador a pesar de las fuertes objeciones de los sectores del PRI en varios estados.

En resumen, el Presidente de la República ocupaba la cúspide de la pirámide política de México; él designaba a algunos funcionarios de elección, quienes a su vez designaban literalmente a todo el resto. Los que ocupaban los puestos debían su designación no a los grupos que los habían apoyado con sus votos, sino a los pocos individuos, pertenecientes a la élite política, que los habían admitido dentro de la jerarquía política. Así, los concejales municipales le debían fidelidad al cacique regional que los había escogido para el puesto; el cacique a su vez, a menos que fuera uno de los pocos hombres fuertes regionales que sobrevivieron en México durante algún tiempo, debía contar con la buena disposición del gobernador para poder conservar su dominio sobre la política local. Debido al dominio fiscal y constitucional que el gobierno federal ejerce sobre los gobiernos estatales, el gobernador no podía conservar venturosamente ni su posición ni su influencia a menos que contara con la aprobación del presidente de México. La singular ausencia de independencia del poder legislativo (congreso) frente al ejecutivo, reflejaba la naturaleza de la jerar-quía mexicana del poder. Tanto en el nivel estatal como en el nacional, la voluntad de los gobernadores y del presidente prevalecía en todas las circunstancias, excepto en los casos más extraordinarios. A nivel nacional, entre el 60 y 95 por ciento de toda la legislación presentada por el presidente era aprobada por unanimidad, y cuando había votos en contra casi nunca excedían del 5 por ciento de la notación total hasta antes de 1988, incluso a pesar de la reforma electoral durante la presidencia de José López Portillo (1976-1982) conocida como la LOPPE.Sin embargo, existen dos grupos de particular importancia para el gobierno fuera del partido: la Confederación de Cámaras Industriales (CONCAMIN) y la Confederación de Cámaras Nacionales de Comercio (CONCANACO). Estos dos organismos, todavía existentes, tuvieron una posición semioficial y ejercían una amplia influencia en los más elevados círculos gubernamentales. De acuerdo con la ley, todas las empresas dedicadas a los negocios, menos las muy pequeñas, deben pertenecer a alguna de las cámaras especializadas que se agrupan en esas dos amplias organizaciones. Se ha dicho que es difícil sobreestimar el papel desempeñado por la CONCAMIN y la CONCANACO en el proceso político, pues aunque los intereses comerciales y de los negocios no disponían de acceso directo a las decisiones gubernamentales por medio de los sectores del PRI, podían hacer oír su voz a través de esas organizaciones. El gobierno encontró que era muy conveniente consultar a esas confederaciones nacionales, y a las cámaras que las constituyen, en lo referente a los reglamentos administrativos y las nuevas legislaciones sobre asuntos que afectaban sus intereses. El resultado fue que se institucionalizó la continua interacción entre las diversas cámaras y el gobierno. Con frecuencia, las cámaras expresaban sus demandas bajo la forma de propuestas de legislación; en otras ocasiones proponían enmiendas a las legislaciones en trámite a invitación del gobierno. Incluso, sus representantes tomaban asiento en numerosas comisiones reguladoras y asesoras del sector público y participaban como invitados en otros organismos públicos. Visto en perspectiva, esto parece ser sólo la evolución natural de la tendencia iniciada durante los años del predominio de Plutarco Elías Calles, interrumpida por la presidencia de Lázaro Cárdenas y renovada cuando Miguel Alemán llegó a la presidencia en 1946. El círculo interno de Miguel Alemán estaba formado por lo que se denominó la "Derecha Revolucionaria", hombres de empresa prósperos e influyentes. Los íntimos de Alemán eran hombres de negocios tan prósperos como Luis Aguilar, Carlos Trouyet, Bruno Pagüai y Eloy Vallina. Desde 1950, los miembros de la élite de empresarios habían aceptado con gran frecuencia ocupar puestos públicos a instancias del gobierno. Para 1964 las relaciones entre la élite política y la de los empresarios de México eran tan cálidas que la mayoría de los principales hombres de negocios del país apoyaron públicamente al candidato del PRI, Gustavo Díaz Ordaz, para la presidencia […].

13. El Milagro Mexicano

Roger Hansen

Crecimiento económico: 1940-1970

Durante las tres décadas posteriores a 1940 la economía mexicana creció a una tasa anual de más del 6 por ciento; en datos per cápita, la tasa ha excedido del 3 por ciento. Durante ese período la producción manufacturera se ha elevado aproximadamente en 8 por ciento al año. La producción agrícola creció a una tasa aún más rápida durante la primera década de ese período, y bajó a una tasa anual de incremento de 4.3 por ciento durante la década siguiente. En 1910, el sector agrícola empleaba el 65 por ciento de la fuerza de trabajo de México y constituía más del 23 por ciento del producto nacional bruto; tres décadas más tarde empleaba menos de la mitad de la fuerza de trabajo y contribuía en 16 por ciento al producto nacional. En contraste, las actividades manufactureras elevaron su participación en el producto interno total, de 17.8 por ciento al 26 por ciento, y emplearon más del 16 por ciento de la fuerza de trabajo. Excepción hecha de la minería, los sectores industriales registraron las más altas tasas de crecimiento anual; de 1965 a 1968, por ejemplo, los sectores manufactureros, de la construcción y de energía eléctrica crecieron todos con tasas anuales medias del 9 por ciento o mayores. Para 1970, México era en gran parte autosuficiente en la producción de comestibles, productos petroleros básicos, acero y la mayor parte de bienes de consumo. Un indicio de la amplitud alcanzada por la industrialización mexicana, fue el hecho de que el crecimiento más rápido que hubo en la época ocurriera en el renglón de los bienes para la producción. Entre 1950 y 1966 la producción de acero y otros artículos metálicos creció a una tasa anual de 11.5 por ciento, la producción de maquinaria en 10 por ciento, la de vehículos y equipos de transporte en 10.7 por ciento y los productos químicos en 12.5 por ciento. Tanto la acelerada tasa de crecimiento como la transformación de la estructura de la economía mexicana a partir de 1940 son en gran parte consecuencia de la trayectoria que han seguido los ahorros y las inversiones mexicanas. Los esfuerzos combinados de las inversiones de los sectores público y privado de México han financiado una revolución tecnológica, tanto en sectores de la agricultura como de la industria. Además, en agudo contraste con los años porfiristas, los ahorros que los mexicanos invirtieron en esa época fueron los suyos propios. Durante el período de 1900-1910, casi las dos terceras partes del capital invertido eran de origen extranjero; a partir de 1940 cerca del 90 por ciento del total de la inversión fija ha sido financiada con los ahorros internos.

Desarrollo Económico: Iniciativas del Sector Público

De 1940 en adelante el sector público mexicano contribuyó con el 30 por ciento del capital invertido en el país. Durante los primeros años la inversión pública excedió, sin embargo, el 50 por ciento del total. Tan sólo la cuantía de esa inversión tuvo un efecto catalizador sobre el crecimiento de México. Pero el gobierno también estableció instituciones y aplicó políticas que indirectamente impulsaron y sostuvieron a un dinámico sector privado.

Antes de 1930 predominaban el control y la propiedad estatales en los ferrocarriles y el sistema bancario. Durante la presidencia de Cárdenas (1934-1940), las empresas estatales se extendieron hasta la industria rural, el petróleo y la energía eléctrica. De 1940 en adelante prosiguió esa tendencia, hasta el punto de que llegaron a existir unas cuatrocientas empresas que pertenecían al sector público o que eran una mezcla de establecimientos públicos y privados. El gobierno poseía la industria petrolera, de energía eléctrica y de ferrocarriles, tenía plantas de acero y fertilizantes, fábricas de equipo ferroviario y varios bancos; la proporción de su propiedad también era importante en la petroquímica, la aviación, la cinematografía, el papel para periódico y la explotación minera.

Entre 1935 y 1960, más de la mitad de la inversión del sector público se destinó a gastos capitales de infraestructura en la agricultura, los transportes y las comunicaciones. La mayoría del

Hansen, Roger. La política del desarrollo mexicano. México, Siglo XXI, 1987

dinero invertido en el sector agrícola se aplicó a la construcción de de vastas redes de irrigación. A partir de 1940, cerca del 30 por ciento de toda la inversión pública se encauzó hacia el sector industrial. Durante la década de 1940 y los primeros años de 1950, el gobierno otorgó financiamientos a largo plazo para las industrias básicas destinadas a la sustitución de importaciones, incluyendo fierro, acero y petróleo, que con frecuencia se concedieron para aliviar la crítica escasez de estos productos generada por la Segunda Guerra Mundial. Desde 1940, grandes proporciones de la inversión pública se destinaron a los renglones de la energía eléctrica y el petróleo, lo que dio por resultado tasas anuales de crecimiento del 10 por ciento para la capacidad eléctrica instalada, y del 6.6 por ciento para la producción de gas y petróleo. En particular, durante la administración del presidente Adolfo Ruiz Cortines (1952-1958), las inversiones del sector público siguieron presentando la modalidad de ser "rompedoras de cuellos de botella" (es decir, que eliminaban obstáculos para la economía), lo que ya las había caracterizado en la etapa siguiente a 1940. De hecho, la prioridad de la inversión pública se desplazó del sector agrícola hacia la industria y los transportes. Mediante grandes inversiones de capital en el sistema ferroviario se resolvió el problema crítico del transporte interno, surgido a consecuencia del auge económico del país. Durante los años comprendidos entre 1939 y 1960, el sector público financió más de las tres cuartas partes de sus programas de inversión con sus propios ahorros; esto es, con el ingreso gubernamental neto, deducidos los gastos de cuenta corriente, y el superávit de las empresas y organismos estatales descentralizados. En un principio el préstamo interno cubrió gran parte del déficit, pero durante la década de 1950 el gobierno mexicano tuvo que acudir, cada vez más, a los préstamos extranjeros.

Para lograr estos propósitos, surgieron varias instituciones que desempeñaron un papel destacado en el desarrollo económico posterior a 1940. En 1925 se organizó el Banco de México como banco central del país; antes de su establecimiento, se había concedido a unos treinta bancos comerciales el derecho a emitir billetes de banco, derecho que desde entonces se ha limitado al banco central. Durante los primeros años de su existencia, el Banco de México se convirtió en la principal institución de la superestructura financiera mexicana y desarrolló una serie de controles financieros que a partir de 1940 se usaron para influir en el crecimiento económico. Fundada en 1934, la Nacional Financiera concentró sus actividades de inversión pública en el financiamiento de los sectores básicos de la economía con créditos a largo plazo. Desde fines de la tercera década se organizaron otras diversa instituciones financieras, con el objeto de promover varios aspectos del desarrollo económico, entre las que destacan el Banco de Crédito Agrícola y el Banco de Crédito Ejidal, organizados para dar ayuda a la producción agrícola, y el Banco de Comercio Exterior, destinado a facilitar el crecimiento de las exportaciones mexicanas.

Además del efecto directo que sobre el desarrollo económico han ejercido sus propios gastos, el gobierno mexicano ha establecido una serie de políticas destinadas a alentar la iniciativa del sector privado. El mercado interno mexicano está altamente protegido, lo que se debe al compromiso adquirido por el gobierno mexicano con la industrialización del país a partir de los años del presidente Lázaro Cárdenas (1934-1940), y particularmente durante las presidencias de Manuel Ávila Camacho (1940-1946), Miguel Alemán (1946-1952) y Adolfo Ruiz Cortines (1952-1958). Dos son las políticas principales que se han empleado para aislar a los productores nacionales de la competencia extranjera. En los primeros años se acudió a la protección arancelaria en proporciones considerables para impulsar a los inversionistas nacionales a iniciar empresas que sustituyeran los productos importados. Además, en los primeros años se dieron a los industriales concesiones fiscales importantes. A partir de 1941 se concedieron exenciones del pago de los impuestos principales, para períodos que variaban de cinco a diez años, a las empresas nuevas y a las consideradas como necesarias para el desarrollo industrial de México. También se redujeron los gravámenes para la importación de materias primas y equipos para las empresas manufactureras. Los subsidios a la inversión y el tope a las tasas de interés fueron un aliciente adicional para los empresarios mexicanos.

Este programa de estímulos a la industrialización tuvo, sin embargo, efectos importantes en las finanzas del gobierno y en la distribución del ingreso nacional. A fines de la cuarta década y en la quinta, el gobierno mexicano acudió al financiamiento inflacionario de los gastos del sector

público. Los impuestos continuaron siendo bajos, aumentó el monto de los programas de inversión y el crédito del Banco de México cubrió la mayor parte del déficit que iba en aumento. Los responsables de la política gubernamental consideraron que en ese momento era imposible lograr un crecimiento con estabilidad de precios y temieron que el aumento de los impuestos sólo serviría para contrarrestar todos los otros estímulos a la inversión. Por tanto, no se elevaron los impuestos y los precios continuaron aumentando en 10 por ciento como promedio anual. Las mejores pruebas estadísticas de que se dispone sugieren que durante la época de 1940 a 1950 los salarios reales de los trabajadores descendieron, tanto en las actividades agrícolas como en las no agrícolas, mientras que el ingreso real de los empresarios se elevó rápidamente. El incremento de los salarios quedó muy atrás del aumento de los precios por dos razones: primero, la emigración de la población desde las áreas rurales a las urbanas significó, para los sectores industrial y de servicios, una oferta excesiva de mano de obra que podía contratarse entonces con bajos sueldos; en segundo lugar, para la década de 1950 el movimiento obrero mexicano estaba firmemente controlado por el Partido Revolucionario Institucional y la élite gobernante que lo dominaba. Los dirigentes obreros que objetaban abiertamente la tendencia descendente de los salarios reales con frecuencia fueron remplazados por otros más dóciles a los dictados del gobierno, y en los casos en que hubo manifestaciones independientes de trabajadores éstas fueron reprimidas antes de que lograran conseguir mejoras significativas. Así, el gobierno mexicano que adquirió el compromiso de realizar un programa de rápida industrialización aseguró la creciente formación de capital por medio del mecanismo de la inflación.

Sin embargo, las consecuencias sociales de esta política no se hicieron esperar. Los efectos económicos y políticos de la devaluación de 1954 llevaron a la decisión de conceder una prioridad más alta a la estabilidad de precios. Los precios se elevaron en treinta por ciento durante los veinte meses siguientes a la devaluación y en todo el país surgieron protestas de de parte de los grupos de ingresos bajos y medios. La respuesta de la élite política a la "crisis de confianza” de 1954-1955 se revela en el historial de estabilidad de precios a partir de entonces. Terminó por definirse así el modelo económico que el gobierno mexicano sostuvo entre 1954 y 1970, conocido como Desarrollo Estabilizador. La estabilidad se logró principalmente por medio de: 1) una aplicación más vigorosa de los instrumentos monetarios y financieros desarrollados durante la década de 1950 y, 2) una creciente dependencia del financiamiento externo para cubrir el déficit del sector público.

Desarrollo Económico: Respuesta del Sector Privado

Los programas y políticas del gobierno mexicano a partir de 1940 fueron diseñados para estimular los esfuerzos del sector privado relacionados con el proceso de desarrollo de la economía del país. La respuesta positiva que tuvieron esas políticas quizá se nota claramente en la creciente participación que tuvo la inversión privada en la formación del capital total mexicano durante la época. Así, se logró generar un considerable crecimiento de la industria mexicana. La producción industrial representaba en 1970 el 37 por ciento del producto nacional y ocupaba más de una quinta parte de la fuerza de trabajo, un aumento de 58 por ciento con respecto a la cifra correspondiente de 1940. Tan sólo la producción manufacturera representaba más del 26 por ciento del producto nacional en 1970 y empleaba más del 16 por ciento de la fuerza de trabajo, constituyendo el sector de más rápido crecimiento en la economía mexicana. También las exportaciones mexicanas comenzaron a mostrar la diversificación de su economía. Los productos manufacturados proporcionaban ya en 1970 el 25 por ciento del total de los ingresos derivados de la exportación de mercancías mexicanas. Las industrias elaboradoras de comestibles representaban casi la mitad de ese total, en tanto que el resto lo comprendían artículos manufacturados como textiles, productos químicos y de hule, tubería de cobre y acero, muebles de madera y metal, partes de automóvil, máquinas de escritorio y equipos eléctricos. De hecho, la continua diversificación de las exportaciones hizo que por primera vez la economía mexicana fuera capaz de llevar productos manufacturados, y no sólo materias primas, a los mercados extranjeros, quizá productos industriales que eran marginales pero que crecían en número. La política de desarrollo industrial de México y las cada vez mayores dimensiones del mercado de consumo mexicano han atraído incluso

a los inversionistas extranjeros, sobre todo estadounidenses, puesto que más de las dos terceras partes del total de la inversión directa norteamericana en México se canalizaron hacia las actividades manufactureras.

El secreto del crecimiento económico de México entre 1940 y 1970 puede encontrarse en el comportamiento de la agricultura mexicana. A partir de 1935 la producción agrícola se elevó con una tasa real del 4.4 por ciento al año. El sector agrícola contribuyó al desarrollo económico de México de las siguientes formas:

1) Llevó a México a una virtual autosuficiencia en la producción de comestibles, y al hacerlo así ahorró gastos en importaciones que fueron canalizados al desarrollo económico.2) La producción agrícola de materias primas para el sector manufacturero creció rápidamente (el algodón al 8.7 por ciento anual, la caña de azúcar al 6.3 por ciento y el café al 4.3 por ciento) satisfaciendo las demandas del sector.3) Las exportaciones agrícolas se elevaron en más del 6 por ciento anual a partir de 1940 y crecieron del 25 por ciento al 50 por ciento del total de los ingresos debidos a la exportación de mercancías. El algodón, el café, las legumbres, las frutas y el ganado se cuentan entre las principales exportaciones de México; tan sólo el algodón representa el 18 por ciento de las en-tradas por mercancías enviadas al exterior. Los ingresos por exportaciones del sector agrícola se emplearon para financiar las necesidades de importación requeridas por la industrialización mexicana y a ellos se debe en gran parte que hasta hoy no se haya presentado un cuello de botella de cambios extranjeros, que obstruya los esfuerzos del desarrollo mexicano.4] Una proporción creciente de la población rural de México quedó disponible para los trabajos en la ciudad. Entre 1940 y 1970, la fuerza de trabajo ocupada en el sector industrial y de servicios, creció al doble de la tasa de ocupación agrícola. Esta migración interna mantuvo bajos los salarios, sostuvo altas utilidades y alentó las inversiones adicionales.5] Por último, un relativamente creciente poder adquisitivo del México rural, comparado con la situación anterior a 1940, proporcionó un mercado que ampliaba el de las ciudades para los productos de la industria mexicana. Así por ejemplo, una clase media rural proporcionalmente pequeña, pudo permitirse la compra de una gran parte de los productos de la industria mexicana, incluyendo bienes de consumo durable. En algunas regiones de México los ejidatarios estuvieron en posibilidad de adquirir muchos de los productos no durables, y algunos productos elaborados —zapatos, implementos agrícolas básicos y alimentos elaborados, por ejemplo— podían comprarlos incluso los segmentos más pobres de la sociedad rural mexicana.

En cuanto a las características de la actividad agrícola, tenemos que aproximadamente las tres cuartas partes de la tierra irrigada estaba en el norte y el noroeste de México, más del 50 por ciento de ella era propiedad privada y estas nuevas tierras de cultivo se convirtieron en el núcleo de la agricultura para el mercado Los rendimientos de las tierras irrigadas sen generalmente tres o cuatro veces mayores que los de las tierras no irrigadas, y cada uno de los sistemas de irrigación está asociado con el cultivo de cuando menos uno de los principales productos de exportación. Gran parte de la tierra irrigada se cultivaba en forma parcial o totalmente mecanizada. La producción de las propiedades de más de cinco hectáreas de superficie aumentó en 364 por ciento en un lapso de veinte años, y gran parte de ese aumento se debió al incremento de la producción que a partir de 1940 realizaron las granjas privadas comerciales. Por su parte, el sector ejidal siguió un ritmo similar al establecido por el sector privado comercial. La producción ejidal se elevó en 210 por ciento durante el misino período de 1940-1963, pero careció de muchos de los elementos que engrosaron la cifra de la producción privada. De acuerdo con el censo de 1960, los ejidatarios poseían el 43 por ciento de toda la tierra cultivable del país y el 40 por ciento de la tierra de riego. Aportaron el 36 por ciento de la producción agrícola total y suministraron el 34 por ciento de todos los productos agrícolas colocados en el mercado. Finalmente, lograron exportar más del 25 por ciento de la producción cosechada en sus ejidos. Estas cifras revelan que la agricultura ejidal tuvo, en conjunto si bien no en todos los casos, una tendencia tan comercial como la agricultura privada. De este modo, las grandes propiedades comerciales y algunos de los ejidatarios poseedores de buenas tierras de cultivo abastecieron entre 1940 y 1970 tanto las necesidades internas de México como su mercado extranjero en ampliación. Los minifundistas, mediante su propio trabajo, también

incrementaron los rendimientos de sus parcelas marginales. Estos mayores rendimientos reflejan el efecto que ejercieron sobre la agricultura mexicana las inversiones en irrigación y caminos, el empleo de semillas nuevas, fertilizantes e insecticidas y mejores técnicas de producción. El resultado total de los cambios sociales y económicos ocurridos en el México rural ha sido un extraordinario crecimiento agrícola, que sobrepasó con mucho al resto de América Latina y a la mayoría de los demás países del mundo entre 1940 y 1970.

Por supuesto, México disfrutó de una estabilidad política en esos años sin la cual hubiera fracasado la estrategia para el desarrollo adoptada por el gobierno, y de hecho el México rural fue principalmente el que creó las condiciones fundamentales para esa estabilidad. Las haciendas desaparecieron de la región central del país, la más densamente poblada –aunque no del sureste o del norte- y así se suprimió la principal fuente de fricciones sociales y económicas padecidas por México desde la Conquista en el medio rural. Además, el programa de reforma agraria benefició durante la época a más de dos y medio millones de familias campesinas, que pasaron a poseer su propia tierra; muchos de los que todavía no recibían tierras vivían con esa esperanza. "Los campesinos –dice un autor- son tan pobres como siempre, pero permanecen fieles a la revolución que les dio lo que más deseaban: un pedazo de tierra. Recuerdan a Cárdenas y esperan pacientemente que vengan días mejores." Su paciencia fue, y ha sido, un ingrediente primordial para una estrategia de desarrollo que concentró –como lo han hecho las posteriores- los recursos y las recompensas en la actividad industrial y la gran agricultura destinada al comercio, y que ha pensado bien poco en las necesidades del campesino.

Buenos Resultados: ¿Para Quién?

En México, generalmente las políticas monetaria, fiscal, comercial y laboral han estado destinadas a incitar a la comunidad de negocios para que ahorre e invierta en el mercado nacional proporciones crecientes de sus utilidades; pero estas mismas políticas, aplicadas en forma eficaz para acelerar el crecimiento, han tendido a provocar —o cuando menos a reforzar— una pauta muy inequitativa en la distribución del ingreso. En otras palabras, entre 1940 y 1970 una gran parte de la cuenta de la rápida industrialización se ha pagado con mayores reducciones en el consumo de la gran mayoría de la sociedad mexicana situada en los últimos peldaños de la escala de ingresos. En esos treinta años, los ricos se han vuelto más ricos y los pobres más pobres en México, algunos en sentido relativo y otros en forma absoluta. Los datos sobre la distribución del ingreso en las décadas recientes indican que, cuando menos hasta 1963, México seguía a la cabeza de casi todos los demás países latinoamericanos en lo que respecta a lo inequitativo del ingreso. Incluso en el terreno de los servicios gubernamentales, que mejoran los niveles de vida de las clases bajas, México ha permanecido muy atrás de los principales países latinoamericanos en lo que se refiere a proporcionar bienestar a la mitad más pobre de su sociedad.

En apariencia, pueden hacerse dos generalizaciones sobre el curso del desarrollo económico de México. La primera es que no ha habido otro sistema político latinoamericano que proporcione más recompensas a sus nuevas élites industrial y agrícola comercial. Los impuestos y los costos por salarios que han debido pagar han sido bajos, sus utilidades han sido elevadas y la creciente infraestructura pública que sirve de base a sus esfuerzos productivos se ha mantenido paralela a sus necesidades. A pesar de las fricciones que en ocasiones han existido entre los sectores público y privado, es difícil imaginar un conjunto de políticas destinas a recompensar la actividad de los empresarios privados en mayor proporción que las establecidas por el gobierno mexicano a partir de 1940. En este sentido, y a pesar de la continua preeminencia de las actividades del sector público, el gobierno mexicano ha sido fundamentalmente un "gobierno de los hombres de negocios". La segunda generalización es que, con excepción de los efectos de la redistribución de la tierra, en ningún otro de los grandes países latinoamericanos el gobierno hizo tan poco, directamente, en favor de la cuarta parte inferior de su población. La trayectoria seguida por los precios, los salarios y las oportunidades de ocupación, dejó a la mayoría de las familias que ocupan ese estrato con un nivel de vida igual o menor que el que disfrutaban en 1940. Incluso para las familias que se hallan en el siguiente cuarto de la población, los salarios reales han permanecido por abajo de los niveles

de 1940, hasta principios de 1970. Mientras ciertos sindicatos obreros, favorecidos por el gobierno, han obtenido aumentos periódicos en las pagas para mantenerlas al nivel del alza de los precios, la mayoría de los asalariados han sufrido una reducción de sus entradas en relación con los otros segmentos de la población. Por último, los gastos que México ha hecho en servicios sociales, medidos como porcentaje del Producto Interno Bruto (PIB), se han quedado bastante atrás de los de otras naciones latinoamericanas que están industrializándose.

Ésta es la paradoja del México moderno, que semejante estrategia para el desarrollo se haya proyectado y realizado en el único gran país latinoamericano que sufrió una profunda y sangrienta revolución social. En algún otro país, el frío y poco sentimental modelo del desarrollo mexicano parecería natural, pero en México es totalmente incongruente. La Constitución de 1917, que rige actualmente a México, revela la profunda preocupación revolucionaria por dar una mejor vida al campesino y al trabajador mexicanos, y ese mismo sentido tuvieron muchas de las políticas establecidas durante el período presidencial de Lázaro Cárdenas (1934-1940). ¿Cómo es que el único país latinoamericano que experimentó una profunda revolución antes de 1950, escogió seguir una ruta para el desarrollo económico que combina el continuo sacrificio de la parte inferior de la población en la escala socioeconómica con ganancias crecientes para la parte superior? Poder distinguir entre los ganadores y los perdedores de la estrategia de desarrollo adoptada por México en el siglo XX, es empezar a comprender la realidad de la política mexicana.

12. La ideología de la Revolución Mexicana

Arnaldo Córdova

Los grupos que tornaron el poder durante la Revolución de 1910 a 1917 sostuvieron, naturalmente, y aún siguen sosteniendo que el periodo nacido con la Revolución constituye una edad histórica en sí misma, que ha transformado radicalmente al país y que ha realizado, cumplidamente, las aspiraciones que el pueblo mexicano manifestó, primero, con la Guerra de Independencia, después, con la Reforma, y por último, con la propia Revolución; mientras que el porfirismo es juzgado no sólo como una verdadera "Edad Media" que niega nuestra historia, sino como la más grande traición a su sentido y a su significado, a sus héroes y a sus tradiciones, principalmente a aquellos que hicieron posible la gesta liberal de mediados del siglo XIX.

No hay razones, desde luego; para identificar indiscriminadamente el porfirismo y la Revolución. Sus diferencias son notables. Pero esto no es, por otra parte, argumento suficiente para abrir un abismo entre ambos fenómenos históricos, pues las semejanzas, como podrá verse más adelante, son más numerosas que las diferencias. En términos de desarrollo social y económico, para no hacer mención sino del elemento que es fundamental, tanto el porfirismo como la Revolución obedecen al mismo proyecto histórico: el desarrollo del capitalismo. Y si bien la Revolución agregó una problemática social que antes no se había hecho presente o era sofocada por el sistema político de la dictadura, la promoción del capitalismo sigue siendo el elemento motor de la vida social del país […].

[…] Los porfiristas estimaban que el mérito esencial de la dictadura había consistido en imponer el orden en el país, después de más de medio siglo de anarquía y de dispersión de los elementos sociales, que había amenazado con barrer de la faz del mundo a la nacionalidad mexicana. Los liberales habían cumplido su misión histórica al abatir, mediante luchas prolongadas y cruentas, a los elementos sociales conservadores y retardatarios que se oponían al progreso de la nación. Pero, si bien es cierto que el liberalismo demostró ser eficaz para la destrucción de sus enemigos no fue capaz, en cambio, de construir, de edificar una nueva organización política y social, que augurara la realización de los principios de libertad y de igualdad en que los liberales se inspiraban […]. La sociedad mexicana estaba deshecha por las continuas guerras civiles y todos sus elementos tendían a la dispersión: un gobierno fuerte, que sometiera esos elementos disolventes, mediante la violencia si se hacía preciso, era una necesidad insoslayable, de la que dependía la existencia misma de la nación.

El atraso del país, idea a la que correspondía una concepción del desarrollo material en términos de simple crecimiento o acumulación de bienes, constituía para los porfiristas un valor ideológico que justificaba a la dictadura […]. Hacía falta desarrollar la riqueza social. Sólo que la riqueza social era poca y se encontraba en pocas manos. Expropiarla habría equivalido al asesinato de la nación, se pensaba: lo más cuerdo era hacer que quienes la poseyeran gozasen de la protección y la seguridad indispensables para que ellos mismos pudieran desarrollarla. Así de fácil resultó justificar e imponer el privilegio de los propietarios, y la dictadura se aplicó a la tarea con una coherencia extraordinaria. Los elementos perturbadores fueron aniquilados o integrados al sistema dictatorial.

La idea del atraso material del país dio lugar a un fenómeno más, que se volvió típico del régimen porfirista, aunque no exclusivo: la penetración económica de las potencias imperialistas. La riqueza, en efecto, como suma de bienes, simbolizaba el desarrollo: pero era poca y por sí sola jamás habría superado el estancamiento material del país. Había que traerla de fuera y ayudarla a "ambientarse" en México, protegiéndola, como se había decidido proteger a la que aquí había. Luego se pudo ver que los inversionistas extranjeros fueron quienes mejor aprovecharon el régimen de privilegio del porfirísmo.

[…] El sistema de privilegio, como régimen en el cual el poder político se emplea directamente para proteger y promover el capitalismo, se asentó así en nuestro país con la dictadura misma. Contra el privilegio se desencadenó la Revolución, y de manera especial, en cuanto era

privilegio de los grandes propietarios rurales, aunque éstos no fueran, desde luego, los únicos que se beneficiaron del mismo. La clase dominante durante el porfirismo estuvo integrada por los terratenientes, los grandes industriales, comerciantes y banqueros mexicanos y a ellos se agregaron, con un estatuto especial, los inversionistas extranjeros. Frente a la clase dominante se extendían en el mosaico social del porfirismo los trabajadores urbanos asalariados, cada vez más numerosos a medida que se desarrollaban los negocios; los artesanos, cada vez más arruinados a consecuencia del mismo fenómeno; los campesinos sin tierra, muchos de ellos expropiados violentamente, sometidos por la fuerza al trabajo en las haciendas y que devinieron, poco a poco, el elemento social más explosivo; y una masa cada vez más numerosa de pequeños propietarios rurales y urbanos al borde de la ruina y de intelectuales que padecían la opresión y la falta de oportunidades en las ciudades y que, también con el tiempo, llegarían a ser los verdaderos inspiradores y dirigentes de la oposición al régimen porfirista y de la propia Revolución. La función de la dictadura en el régimen de privilegio consistió no solamente en abrir nuevas posibilidades de de empresa para los sectores que integraban la clase dominante, sino también en someter a las demás clases sociales al servicio de los privilegiados, en la mayoría de los casos, con sacrificio ostensible de sus propios intereses (la expropiación forzada de los pueblos de Morelos por los terratenientes azucareros o de pequeños propietarios por obra de las llamadas compañías deslindadotas de terrenos baldíos, fue el ejemplo más notable), y usando la violencia ilimitada cuando alguno de los sectores sociales sometidos pretendía oponerse al sistema de privilegio (la represión de las huelgas de Cananea v de Río Blanco fueron sólo dos casos entre muchos otros).

[…] El desarrollo del capitalismo, sin embargo, se encargó de lanzar, cada vez con mayor fuerza, a aquellas masas despreciadas al centro del escenario histórico de México. En efecto, la conversión de muchos antiguos propietarios rurales en trabajadores asalariados o, peor aún. en peones acasillados, como en la Mesa Central del país, que era la región más densamente poblada, o bien el mantenimiento de obstáculos legales y políticos para que muchos mexicanos de espíritu emprendedor pudieran abrirse camino económicamente, como sucedía en el norte o en las zonas urbanas, creaban resentimientos sociales que se agrandaban en la medida en que el país se unificaba con la ampliación del mercado a que daban lugar la construcción de nuevas vías de comunicación, sobre todo de ferrocarriles, y la expansión de los negocios. El desarrollo del capitalismo iba creando rápidamente las condiciones materiales y espirituales para que surgiera en México ese fenómeno típico del mundo contemporáneo que es la sociedad de masas. […] en México el mantenimiento del privilegio forzó la irrupción de las masas en la política nacional a través del conducto más peligroso de todos para un sistema político, es decir, por la vía revolucionaria, de suerte que su aparición significó, al mismo, tiempo, la desaparición necesaria del régimen establecido.

Sin embargo, las masas populares sufrieron, como un efecto importante de la política represiva de la dictadura, una permanente dispersión de sus fuerzas y una incapacitación consecuente para plantear su oposición política o su insurgencia de clase a nivel nacional: su lucha nació con el estigma del localismo, que impidió que sus exponentes pudiesen hablar a nombre de toda su clase social y, menos aún, a nombre de la sociedad entera. No es de extrañar, por lo mismo, que las masas trabajadoras no lograran en ningún momento constituir un órgano propio de poder que resistiera los embates de la lucha política y que en poco tiempo se convirtieran en juguete de otros grupos sociales mejor preparados para esa misma lucha; nos referimos a los sectores medios, y en particular, a los intelectuales urbanos (profesionistas y periodistas) y a los pequeños propietarios rurales, fundamentalmente del norte del país, que desde un principio mostraron una mejor disposición para organizarse a nivel nacional en contra de la dictadura.

Fueron exponentes de esos sectores medios, en efecto, quienes primero que todos comenzaron a enjuiciar nacionalmente a la dictadura y al régimen de privilegio, planteando, a la vez, valores ideológicos que luego servirían de bandera a los revolucionarios. En 1895 el abogado jalisciense Wistano Luis Orozco produjo la primera crítica del régimen de propiedad en el campo, que recién se había consolidado bajo la protección y los auspicios del gobierno porfirista: denunció lo que él llamó "feudalismo rural'', esto es, la formación de enormes latifundios, a base de la expropiación violenta de auténticos campesinos y pequeños propietarios. […] Desde entonces quedó señalado el latifundismo como el enemigo principal de la nación mexicana. Después de

Orozco, algunos grupos de intelectuales, entre los que llegaron a destacar Camilo Arriaga y los hermanos Ricardo y Enrique Flores Magón, se dieron a la tarea de reivindicar las viejas posiciones políticas del liberalismo decimonónico (ellos mismos comenzaron a llamarse "liberales" y a su bando "Partido Liberal"), exigiendo el respeto de las leyes, y sobre todo, de la Constitución de 1857, y la democratización del organismo político. Poco a poco estos grupos fueron ampliando sus demandas políticas, hasta incluir en ellas la abolición del latifundismo y la redistribución de la propiedad en el campo, y la exigencia de que se elevaran a ley y se respetaran en consecuencia los derechos de los trabajadores urbanos a una jornada reducida de trabajo y a mejores prestaciones económicas. Estas reivindicaciones sociales fueron planteadas en uno de los documentos más importantes de la Revolución Mexicana, antecedente directo de la Constitución de 1917 y verdadero legado ideológico del reformismo de los revolucionarios mexicanos, el Programa del Partido Liberal, de 1906. En 1909, el juez de pueblo, abogado como Orozco, Andrés Molina Enríquez, publicó su obra I.os grandes problemas nacionales, en la que, fundado en la filosofía positivista de Spencer, como lo habían hecho los más connotados intelectuales porfiristas, hacía una interpretación naturalista de la historia de México, [donde concluía] en una crítica despiadada del latifundismo, como fenómeno que deformaba a la sociedad mexicana e impedía su progreso, y al mismo tiempo, en una aceptación del gran papel que tocaba desempeñar al Estado (que debía ser, como para los porfiristas, un […] gobierno fuerte) en la dirección de la economía nacional […].

Es justamente Madero, entre todos los opositores al régimen del general Díaz, el caso más singular. Proveniente de una rica familia de propietarios emprendedores de Coahuila, cuyos negocios en la agricultura, la industria, el comercio y las finanzas se calculaban en aquella época en más de 30 millones de pesos; don Francisco I. Madero adoptó las posiciones políticas neoliberales de las clases medias y reunió a éstas en torno suyo hasta constituirlas en un movimiento de dimensiones nacionales. Sus banderas fueron: la democratización del régimen, la defensa de la Constitución y de la legalidad, y la reivindicación del principio de la propiedad privada y, en particular, del pequeño propietario emprendedor, provisto de los medios suficientes para ejercer su espíritu de empresa. Eran éstas banderas que colmaban ampliamente las aspiraciones de los sectores medios y que se cifraban en una sociedad de libre empresa, en la que ellos, se pensaba, tendrían el camino abierto. Apasionado idealista político. Madero fascinó a esos sectores medios y a las masas, cada vez más decididamente opuestos, tanto los unos como las otras, a la dictadura, la cual, después de la llamada "entrevista Creelman", había entrado en un periodo de crisis irreversible: el realismo político de que hacían ostentación el dictador y sus secuaces y que se resumía en la máxima de don Porfirio de "poca política v mucha administración", y el hecho de que los positivistas adujeran en todo momento su dominio de la ciencia en el manejo de los asuntos sociales tan sólo para sancionar las peores atrocidades, debieron hacer su efecto en las multitudes cuando Madero se dirigía a ellas planteándoles problemas que, como el de la libertad política o el del respeto del gobernante a la ley, parecían ya olvidados y sepultados en el tiempo. "¡ Sufragio efectivo! ¡No reelección!" fue el lema del movimiento que derrocó a la dictadura y a la cabeza del cual se colocaba, con los mejores títulos, don Francisco I. Madero. El Plan de San Luis, en el que Madero resumía su programa político, sólo de modo tangencial y secundario se refería al problema de la tierra: los demás problemas sociales parecían no existir o ser sólo un remedo de los grandes problemas políticos que el maderismo suscitaba. La difusión que en muy breve lapso tuvo el modo de pensar típico de las clases medias mexicanas, facilitó el triunfo de las posiciones democráticas de Madero, dirigidas todas, en lo inmediato, sólo a un cambio del personal administrativo del Estado y a una transformación de los métodos de gobierno […].

Sin embargo, tras el movimiento de Madero se alzaron también las masas populares, exigiendo la liquidación del privilegio, la expropiación de quienes habían despojado de sus tierras a los campesinos y de quienes se habían enriquecido medrando desde el poder. Los historiadores han puesto ya el acento en el caso especial del zapatismo, que surgió en una zona, el pequeño Estado de Morelos, donde el proceso de expropiación de los pueblos había sido más violento y donde los campesinos despojados exigían más amenazadores que en ningún otro lado la restitución de sus tierras. La presencia del movimiento zapatista fue decisiva, en efecto, para que la Revolución no se limitara a un simple cambio administrativo como se proponía Madero y para que con el tiempo

alcanzara el grado de radicalización a que llegó. Por lo pronto, una vez que Madero llegó al poder, aquel movimiento sirvió, en su rebeldía contra el propio Madero, para que algunos maderistas, entre los que destacó Luis Cabrera, se percataran de la profundidad que tenían los problemas sociales a que había dado lugar la dictadura y de lo difícil que sería contener a las masas populares, particularmente a los campesinos, limitándose a operar simples medidas de carácter político, sin satisfacer sus reivindicaciones.

El gobierno de Madero, que se había constituido sobre un programa político conciliador, y en ello obedecía también a una tendencia manifestada por muchos de los exponentes de los sectores medios, se limitó de hecho, a efectuar ciertos cambios de personal en la administración. Sin embargo, con el régimen maderista se dio el más importante experimento democrático surgido hasta entonces en México y el ambiente de libertad que logró crear en poco tiempo ayudó a que las masas se movilizaran por sus demandas. Claro que todo ello contribuyó también a la caída de Madero, como es bien sabido, pero no por obra de las masas, sino de los porfiristas mismos, que, aun sin don Porfirio, habían conservado todas sus posiciones políticas como precio de su convivencia con el maderismo.

El artero golpe de Estado de febrero de 1913, que dirigió el general porfirista Victoriano Huerta y en el que perdió la vida don Francisco I. Madero, provocó un verdadero impacto en los exponentes de las clases medias que lo habían hecho su caudillo. La democracia debió parecerles una ilusión siniestra, que había que olvidar cuanto antes y para siempre. Y esto de ningún modo es una suposición gratuita; está avalada por todo el comportamiento posterior de los maderistas, que después del golpe de Estado de Huerta comenzaron a llamarse constitucionalistas. La primera enseñanza que dejaba el experimento democrático de Madero era que no se podía construir un nuevo organismo político si no se destruía de raíz el aparato administrativo y militar de la dictadura: la segunda enseñanza, la más importante por el momento, era que para gobernar efectivamente no había más que constituir un gobierno fuerte. […] Don Venustiano Carranza, antiguo funcionario porfirista y luego partidario de Madero, que se erigió, casi inmediatamente después de la usurpación, en jefe de los revolucionarios, sería en adelante el más decidido sostenedor de la idea […].

La lucha contra Huerta, que duró un año y meses, sirvió para que los sectores medios se reorganizaran con nuevas ideas y con una perspectiva diferente, que en gran medida adquirieron en los campos de batalla. Al comenzar la lucha sus dirigentes se encontraron con masas dispuestas a pelear por problemas que Madero no había entendido y que había sido incapaz, por lo mismo, de resolver; levantaron ejércitos de la noche a la mañana y aprendieron muy rápidamente acerca del poder que las masas pueden proporcionar cuando se hallan movilizadas, es decir, en pie de lucha por sus reivindicaciones. Pero la guerra contra Huerta la hicieron los campesinos también por su cuenta, creando caudillos surgidos de ellos mismos y planteando sus demandas por su propia cuenta. La legendaria División del Norte, comandada por Pancho Villa, surgió de esa manera, y el Ejército Libertador del Sur, con Emiliano Zapata, a la cabeza, se consolidó como fuerza independiente, con un programa social cada vez más avanzado. El viejo aparato político del porfirismo se desplomó hecho pedazos al embate de estas fuerzas sociales desencadenadas.

Los exponentes de las clases medias surgieron entonces, al frente de los ejércitos populares levantados por ellos, con un prestigio de conductores políticos a nivel nacional. Álvaro Obregón, Lucio Blanco, Salvador Alvarado, Manuel M. Diéguez, Antonio I. Villarreal, Benjamín Hill, Ángel Flores y muchos más, bajo la dirección política de Venustiano Carranza, demostraron ser dirigentes que en nada se parecían a Madero, en primer término, porque habían formado un poder armado, que aquél no supo o no quiso organizar; pero, además, porque habían puesto en juego un estilo de hacer política entre las masas, que Madero ni siquiera imaginó. No sólo no mostraron ningún temor hacia los campesinos y los trabajadores urbanos, sino que supieron enrolarlos bajo su mando, atendiendo a sus reivindicaciones y prometiéndoles ejercer el poder especialmente para dar satisfacción a sus demandas. Aceptaron conducir la lucha contra la usurpación, bajo el liderazgo de Carranza y conforme al Plan de Guadalupe, documento con el que el propio Carranza se constituía en Primer Jefe del constitucionalismo, sin plantear nacionalmente las reivindicaciones populares; pero a la caída de Huerta y ante la beligerancia de los ejércitos campesinos de Villa y Zapata, con los que el

enfrentamiento resultaba inevitable, instaron a Carranza, y éste aceptó de inmediato, a lanzar un programa de reformas sociales con el cual pudieran mantener y ampliar su control sobre las masas y dar con éxito la batalla a los villistas y a los zapatistas. […] La época de la revolución política había pasado ya: se entraba en la era de la revolución social. Por supuesto que la revolución social no significaba abolir la propiedad privada y transformar en propiedad social los bienes de la producción: aún no triunfaban los bolcheviques en Rusia, de modo que no se dijo que esto era "bolchevismo": simplemente se afirmaba que era una locura que no había por qué tomar en cuenta, aun cuando al concepto de "revolución social" pronto comenzó a agregarse el de "socialismo". La revolución social significaba hacer la reforma agraria, devolviendo sus tierras a quienes hubiesen sido despojados de las mismas, y repartiendo aquellas que aún estuviesen en calidad de tierras nacionales, no privadas, a los que carecieran de ellas (por lo pronto, nadie habló de expropiar, de una vez, a la entera clase de los terratenientes y a los propietarios extranjeros, para distribuir las tierras en su poder a los campesinos que no las tenían: esto se consideraba también una locura). La revolución social significaba, además, garantizar los derechos del trabajo, pero sin poner en peligro la existencia del capital, que definitivamente era, no sólo necesario, sino indispensable para la nación. […] El único que por aquellos días se declaraba en contra de tal principio era Ricardo Flores Magón, que después de 1907 había pasado del liberalismo al anarquismo, y que postulaba la expropiación de los propietarios privados mientras se hacía la revolución. Pero Flores Magón no encabezaba ninguna fuerza social: se batía en el extranjero, prácticamente solo, sin que su lucha tuviera ningún efecto en la política nacional. Los trabajadores urbanos, conducidos por un puñado de líderes oportunistas, vivían un periodo de profunda confusión, incapaces de formar un poder armado independiente y de proponer a la sociedad un programa inspirado en sus propios intereses de clase, fueron superados y ahogados por fuerzas que se les imponían desde fuera, hasta que decidieron unirse a los que consideraron más fuertes, es decir, a los constitucionalistas.

Los campesinos, fuera de sus primitivos programas agrarios, que respondían a intereses netamente localistas, lo único que pedían era la organización de un gobierno que aceptara satisfacer y respetar sus demandas. Los constitucionalistas hicieron fácil presa de los villistas y los zapatistas, acusándolos de "reaccionarios", pues no planteaban reformas sociales, sino únicamente reformas políticas. La legislación reformista que produjo el gobierno de Carranza desde Veracruz, entre la que destacó la célebre Ley de 6 de enero de 1915, sobre reforma agraria, junto con la labor demagógica que llevaban a cabo los jefes constitucionalistas cada vez que ocupaban una plaza, pronto hicieron su obra, en primer lugar, en los campos de batalla, en los que los campesinos, faltos de apoyo social, fueron aniquilados, y en secundo lugar, en la conciencia de la nación, que se acostumbró rápidamente a aceptar la presencia de los nuevos amos del país. La resistencia que Villa y Zapata pudieron mantener durante varios años, después del desastre militar de 1915, habla suficientemente de su raigambre popular, pero el que no se hayan sostenido fuera de sus regiones de origen habla también muy claro de [las limitaciones de su lucha]. Su odio a los terratenientes no se tradujo en una acción programática en contra del capitalismo (en realidad, eran antiterratenientes, pero no anticapitalistas) y su localismo impidió que pudieran hacer frente al programa reformista de los constitucionalistas y luchar por la conquista del poder político, objetivo que, en el fondo, ni siquiera se llegaron a proponer y que cuando lo tuvieron a su alcance no supieron qué hacer con él.La destrucción de los ejércitos campesinos en 1915 no significó, empero, la neutralización definitiva de las masas populares. La persistencia de algunos focos rebeldes, fudamentalmente en las zonas en que habían nacido aquellos ejércitos, aparte de los problemas que acarreaba la liquidación de los efectos de la guerra civil en las ciudades y en el campo, planteaba a los constitucionalistas la necesidad de continuar con una política de fuerza, pero al mismo tiempo, abierta siempre a las reivindicaciones populares. Durante un breve periodo la cuestión agraria estuvo en el centro de la atención de los dirigentes carrancistas, lo cual era lógico si se recuerda que en su mayor parte los ejércitos constitucionalistas estaban formados por campesinos, muchos de ellos sin tierra, al igual que los villistas y los zapatistas: pero muy pronto tuvieron que ocuparse también de los problemas de los trabajadores urbanos, en especial, despuñes que los obreros de la capital declararon una huelga general a mediados de 1916, por reivindicaciones salariales y en contra de la política económica de Carranza. En realidad, y ello debió parecerles muy claro desde

un principio a aquellos dirigentes venidos de las clases medias, muchos de los conflictos que periódicamente se abrían entre las masas trabajadoras y el poder político instaurado por el constitucionalismo obedecían a los métodos autoritarios de gobierno empleados por don Venustiano Carranza. Por supuesto que aquellos dirigentes ya ni siquiera ponían en discusión la necesidad del gobierno fuerte y en esto se sentían profundamente ligados a Carranza; lo que empezó a dividirlos de éste fue su tendencia cada vez más acusada a separar el gobierno de la política de masas que hasta entonces les había llevado al triunfo. Carranza, en efecto, deseaba un Estado no comprometido con ningún sector de la sociedad, y menos si se trataba de los trabajadores; él mismo reconocía la importancia del apoyo popular en su victoria militar y política, pero se negaba a hipotecar la autoridad del Estado a un elemento tan variable y tan incontrolable como le parecían las masas.

Las diferencias entre Carranza y los dirigentes constitucionalistas llegaron a su culminación en el Congreso Constituyente en 1916 a 1917, que se reunió en Querétaro para elaborar una nueva Constitución. Los segundos lograron una aplastante mayoría entre los diputados al Congreso, que les permitió imponer a fin de cuentas sus opiniones en contra de Carranza. Al hacer entrega de su proyecto de Constitución reformada, el Primer Jefe del constitucionalismo reivindicó su concepción de un Estado con Ejecutivo fuerte, de inspiración porfiriana […].