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VII PASADO Guarda Guadalajara en su recinto dos reliquias seculares que son como el palladium místico de la vie- ja ciudad, y simbolizan un mundo de recuerdos grato¡¡ en el pasado de sus hijos. Testimonio de acendrada piedad y culto fervoroso e incesante es, la una, el Santo Cristo Milagroso de La Ermita, verdadera joya de arte excelso; se conoce y admira la otra con el nom- bre de San Antonio de Padua de La Iglesia. Para hablar de la primera de esas reliquias en estas páginas, necesito remontarme con el pensamiento a los risueños días de la niñez, cuando, llevado de la mano por mi piadosa madre, entraba conmovido en el claro camarín, decorado con espejos venecianos y colgaduras sombrías, donde, sobre mullida alfombra, en medio de guardabrisas de cristal y floreros de por- celana, colmados de azucenas y toritos (1) Y sostenida (1) El torito es la flor anual de una parásita poco común, que se encuentra en los bosques de la parte templada, de la cordillera central, y se consigue aclimatar algunas veces en los huertos de Guadalajara. Es de un hermoso amarillo de oro, de pétalos carnudos, jaspeados de negro; guarda en su aterciope- lado cáliz una fragancia singular y deliciosa, que se aspira des- de mucha distancia, y sus estambres salientes figuran con exac- titud dos cuernecillos dorados, circunstancia que le ha valido el nombre que lleva. Los pocos ~jemplares de esta preciosísima flor que se obtienen en las selvas de las inmediaciones y en los jardines de la ciudad, se destinan siempre como ofrenda a la imagen del Santo Cristo Milagroso.

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VII

PASADO

Guarda Guadalajara en su recinto dos reliquiasseculares que son como el palladium místico de la vie-ja ciudad, y simbolizan un mundo de recuerdos grato¡¡en el pasado de sus hijos. Testimonio de acendradapiedad y culto fervoroso e incesante es, la una, elSanto Cristo Milagroso de La Ermita, verdadera joyade arte excelso; se conoce y admira la otra con el nom-bre de San Antonio de Padua de La Iglesia.

Para hablar de la primera de esas reliquias en estaspáginas, necesito remontarme con el pensamiento alos risueños días de la niñez, cuando, llevado de lamano por mi piadosa madre, entraba conmovido enel claro camarín, decorado con espejos venecianos ycolgaduras sombrías, donde, sobre mullida alfombra,en medio de guardabrisas de cristal y floreros de por-celana, colmados de azucenas y toritos (1) Y sostenida

(1) El torito es la flor anual de una parásita poco común,que se encuentra en los bosques de la parte templada, de lacordillera central, y se consigue aclimatar algunas veces en loshuertos de Guadalajara. Es de un hermoso amarillo de oro, depétalos carnudos, jaspeados de negro; guarda en su aterciope-lado cáliz una fragancia singular y deliciosa, que se aspira des-de mucha distancia, y sus estambres salientes figuran con exac-titud dos cuernecillos dorados, circunstancia que le ha validoel nombre que lleva. Los pocos ~jemplares de esta preciosísimaflor que se obtienen en las selvas de las inmediaciones y en losjardines de la ciudad, se destinan siempre como ofrenda a laimagen del Santo Cristo Milagroso.

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LUCIANO RIVERA y GARRIDO

en una cruz de carey, cuya peana surgía de un enconochado de plata maciza, se levantaba la efigie trágicadel Crucificado, con la mirada casi extinta, el cuerpolacerado por los estigmas del martirio, manchado eldulce, moribundo rostro por la saliva del sayón ...Es así como lo ven los ojos de mi alma, al través delos espacios del tiempo: hermoso y sublime en el des-enlace tremendo del sacrificio; de una corrección su-prema, como obra de arte que mi mente inf~ntil en-contraba de una belleza soberana ... y no qmero ver-lo de otro modo; porque si hoy encaminara mis pasoshacia ese camarín; si mis miradas de hombre analiza-ran hoy los delineamientos severos de esa efigie, si·quiera me enviara Dios, en su misericordia, raudalespurísimos de fe, de esa fe que hace la dicha y la rique-za de la infancia, hasta igualar al niiio con el ángel,y eleva a la categoría de santos a los humildes carbo-neros, acaso vendrían las importunas e inexorablesexigencias del criterio estético a mostrarme en esamisma venerada escultura la obra imperfecta de unarte primitivo, y no es a eso ¡nol a lo que aspira mised de emoción y de recuerdos.

¡Cómo, arrebatado por el prestigio mágico de lailusión, vuelvo a esos días sagrados de fe y entusias-mo, e imagínome que escucho aún, cual si fuera eleco de una música lejana, el acento de la voz de mimadre, que narra, llena de ternura y unción, la poé-tica conseja en que fu_nda el pueblo guadalajerensela aparición del Santo Cristo Milagroso! ...

Paréceme que me encuentro en ese camarín, postra-do de rodillas y con las manos juntas, en actitud deorar, contemplando, lleno de pavoroso respeto, el cár-deno semblante del Redentor Mártir; y que ante mimente asombrada de niiio pasan, como los fantásticoscuadros de una pieza de magia. las sencillas y conmo-vedoras escenas de la imperecedera leyenda. " Comotrescientos años antes, el Guadalajara corre por el mis-mo sitio que hoy ocupa el templo, y en sus márgenesdesiertas, a la sombra de aiiosos guaduales, se alza laruinosa cabaña de una desvalida viejecilla, que ejer-

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ce la humilde profesión de lavandera. Aquella pobremujer vive sola; y como todas las almas sensibles.' alas que el aislamiento y el silencio llevan a la medita·<:ión del gran misterio de lo infinito y de lo santo,ella piensa frecuentemente en el prodigio de la Re·dención del hombre, y es el pensamiento de JesúsCrucificado, en la advocación de la Buena Muerte, loque más excita su piadoso fervor. En su fe candorosay sencilla deplora como verdadera desgracia no poseeruna ~agen del sacrosanto objeto de su culto, pararendirle en su soledad la más constante adoración; ycomo este noble y piadoso sentimiento se convierteen el sueño dorado de su callada vida, ya no piensaen otra cosa que en la adquisición de los medios deprocurarse la posesión de la anhelada efigie, siquie.ra sea hecha de tosca madera y de restringidas dimen·siones, por lo cual pone de lado todos los días unaporción mezquina de lo muy poco que su trabajo laprocura. .. Desvanécese la agreste visión, y mi fanta·sía vuelve a encontrar a la anciana lavandera que, enposesión ya, con el trascurso del tiempo, de la sumaambicionada. acude presurosa una mañana a casa delpárroco dd lugar, para confiarle el encargo del cam-bio de la imagen ... Pocos pasos la separan aún de suchoza, cuando, al abaI,donar la vereda que del bos-que conduce a la pajiza habitación cural, encuentraa un compadre suyo y amigo muy querido, a quiendos corchetes conducen a la cárcel. El buen hombrees padre de familia y muy pobre; solloza como unniño e implora la misericorclia de los implacables al-guaciles. Interrógalo la anciana lavandera acerca delos motivos que determinan la penosa situación enque lo encuentra, y el infeliz la dice que, habiéndosecumplido el plazo para el pago de la suma de setentareales que adeuda a un mercader del poblado, y nopermitiéndole cumplir con ese deber el mal resultadode la cosecha, se ve conducido a prisión, y esto, agregacon sollozos que panen el alma, en momentos en que1m pobre esposa yace moribunda en el lecho del dolor,y sus míseros hijos carecen de un pan para satisfacer

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el hambre. .. Setenta reales forman justamente la su-lna acumulada con tanto trabajo y economía paracambiar la efigie del Crucificado, que la buena mu-jer desea adquirir ... -"¡No!, se dice interiormente.conmovida hasta el llanto; no se diga, ni Dios lo con-sienta, que pudiendo librar de desgracia tan grandeél un prójimo mío, y además, mi compadre, me excuseyo de hacerlo!" Y alzando la voz: -"Enjugue ese llan-to vuesa merced, exclama: yo le daré en préstamo,para que vuesa merced pueda librarse de, la cárcel ytorne al lado de los suyos, la suma que necesita paraello. ¡Aquí está!" Y vacia en las manos del asombradolabriego el contenido de su exigua bolsa ... -Cambiala escena, como si el conjuro de una de esas hadasque forman el encanto de los cuentos de la niñez in-terviniese en el desarrollo de mi visión, y contemplanmis ojos de nuevo las selvosas orillas del Guadalajara.y en la pedrosa playa, al borde del agua, veo a laviejecilla lavandera, contraída a su habitual tarea. Eldía es hermoso; claro muéstrase el cielo, lleno de luzy de alegría; cantan las aves en las frondas; alborotanlas diáfanas corrientes con voces de niñas que reto-zan; los olores del monte saturan el ambiente con lasesencias del poleo y del tomillo. " De improviso unaola más fuerte que las otras arroja en las manos dela lavandera un objeto brillante, así como repulidajoya, que en el primer momento toma la anciana portravieso pececillo e intenta arrojar de nuevo a la co-rriente; pero observa al punto que es un cuerpo duro,que sus ya cansados ojos no pueden ver muy bien ...¡Un Santo Cristo, en fin no mas grande que el dedomeñique! ... ¡Oh maravilla! ¡Oh sorpresa! Pero tam-bién, ¡oh gozo infinito el de aquella' alma sencilla ypiadosa! . .. Postrada de hinojos, da gracias a Diospor el beneficio que la otorga con el dón de la pre-ciosa y anhelada imagen; y, levantándose, se dirigeal punto a su choza, en donde, llena de veneración yreconocimiento, la guarda solícita dentro de una ca-jita de madera, que coloca en sitio preferente ... Des-aparece el alegre cuadro, y sucéde1c otro en el que

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veo a la viejecilla, quien, temblorosa y conmovida,se acerca al lugar en donde ha colocado el Cristo apa-recido; y al ver que éste ha roto las tablas de la cajillaque lo encerraban, por efecto de su crecimiento enmuchos centímetros, cae, postrada por la admiración,pudiendo, apenas, dar crédito a lo que su ojos con-templan ... ¡Qué prodigiol. " El mismo extraordina-Tia suceso continúa efectuándose, hasta alcanzar la saograda' efigie las proporciones de un hombre de media-na estatura ...

¡Oh misteriosa poesía de las almas sencillas y cre-yentes, cuán bellos y consoladores son los sueños conque prestas vida al pensamiento que sabe elevarse so·bre las miserias de la existencia hasta las regiones dela sublime beatitud! ¿Qué valen los fríos razonamien-tos de la filosofía, qué las conclusiones desalentadorasdel análisis racionalista, en presencia de esas risueñasimágenes, albores de auroras celestiales que nunca ve-rán extinguida su rosada luz? ..

Las generaciones han venido sucediéndose unas enpos de otras con la regularidad impuesta por Dios aldesarrollo del plan maravilloso de la obra providen-cial; y las multitudes se han prosternado unas despUéSde otras a los pies de la imagen sacrosanta del Cruci-ficado, en Guadalajara, para ofrecer la oblación detodos sus dolores y sus miserias, sus amarguras, susesperanzas y sus aspiraciones ... ¿Qué hay, pues, deextraño en que la poesía del recuerdo cubra con elvelo sutil de la ilusión el encanto de esos días felicesde la niñez, en que brotan en nuestra alma, al impul.so de la voz de una madre, sentimientos sublimes quesiempre dejan raíces profundas en el corazón? ..

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con una columna de mármol, cuál con un grano dearena; como la Catedral de Sevilla, de la que, cuandoestaba en proyecto, dijo el Capítulo de aquella ciudad:"Levantemos un templo de tal manera magnífico, que

• haga decir a la posteridad que estábamos locos cuando. lo concebimos"; y no obstante esto; no obstante eltrascurso del tiempo, ese ogro que devora con avideznuestras más queridas ilusiones; desengaños y pesares,viajes, contratiempos y alegrías, no han conseguidoextinguir en mí el poético entusiasmo que llena micorazón y puebla de imágenes risueñas mi mente cuan-do visito nuestra humilde iglesia parroquial, y en ellael apartado y oscuro rincón que guarda la pila endonde todos los hijos de Guadalajara hemos sido bau-tizados y que, según lo afirman tradiciones autoriza·das, es contemporánea de la fundación de la ciudad;cuando, al encontrarme allí, torno al recuerdo de losdías dichosos de la niñez, tan gratos, ¡ay! pero quenunca volverán; días que aparecen en la memoria ilu-minados por una luz divina y como envueltos en unambiente oloroso a flores que carecen de nombre ...y en esa iglesia me postré tembloroso a los pies delanciano sacerdote que recibió mi primera confesiónde niüo; y en ella comulgué la vez primera; y enella ... IAl1l ¿para qué recordar tantas cosas que soncomo un rz.udal de sensaciones dulces, que va a mo-rir en el el cpóscu]o casi invisible de horas desapareocidas para biempre? ..

.En la ig ,si •• parroquial se encuentra el cuadro deSan Anton o de Padua, única obra artística de venIa-dera mérit que posee ]a ciudad de Guadalajara; pe-ro de un 1 érito tan sobresaliente, que ella sola valepor centels de obras de mérito dudoso o mediano.San Anton o, santo eminentemente popular y venera-do en tode los países católicos, ha suministrado felizasunto a F ntore~ de gran celebridad para crear clla-dros inmo . ales: dígalo, para no mencionar sino unosolo, el fa oso San Antonio, de Bartolomé EstebanMurillo, e lafiQ], que se admira en el museo de Se-

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villa y pasma y asombra a cuantos tienen la dicha decontemplarlo.

Carece la iglesia parroquial de Guadalajara de do-cumentación relativa al San Antonio, por la cual pu-diera conocerse con seguridad el nombre de su autory también los ponnenores curiosos de su historia,pues no hay cuadro célebre que no la tenga; y si no,dígalo el Pasmo de Sicilia, de Rafael de Urbino, quese encuentra en el Museo Real de Madrid, y cuyasaventuras parecen cosa de novela. Personas de edadavanzada pero de memoria fresca, afirman que SanAntonio perteneció primitivamente a la casa conven-tual que los padres de la Compañía de Jesús pose-yeron en esta ciudad en siglos pasados; y que, al serexpulsados estos religiosos de los dominios españolespor la Real Pragmática de Carlos nI (1767), los deGuadalajara partieron al destierro y dejaron destinadopara la iglesia (que se reconstruía a la sazón) el cua-dro de San Antonio, así como un bello San José, pin-tado en hojalata, que aún se conserva en ella.

Cuanto al autor de ese cuadro, las opiniones sonvarias; unos creen que pertenece a la escuela italianadel siglo XVI, en lo cual, en mi humilde sentir, andanacertados, ya diré por qué; otros, con más generosidadque justicia, lo atribuyen a Angelino Medoro, pintorl'Omano que vivió algún tiempo en la ciudad de Cali,en el siglo XVII. Los que est6 último aseveran sefundan en que en el ángulo izquierdo de la parte in-ferior se ve el monograma del expresado Medoro,constituído por las iniciales de su nombre y de suapellido, artísticamente entrelazadas; pero la compa-ración de los cuadros de este pintor, que se ven en elconvento de los padres Franciscanos, de Cali, con elSan Antonio de Guadalajara, demuestra, aun a lasmiradas menos ejercitadas en materia de pintura, queno fue Medoro el autor de éste, y sí, quizás, retocadorde algunos desperfectos insignificantes, o acaso delmarco únicamente; pero, conocedor entendido de granmérito de esa tela, quiso aprovechar la ignorancia opoca atención de las gentes del país y aspiró a inmor-

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talizarse, poniendo la cifra de su nombre a un ladillo.a la manera de quien quiere y no quiere la cosa, comorúbrica de autor. Esta grosera superchería no puedeengañar a quienquiera que estudie con discreto jui.cio el asunto, pues basta ver, repito, cualquier otrocuadro de Medoro, que también los hay en Bogotá yen otras ciudades de la república, para persuadirsede tal verdad; sin que por ello quiera yo decir queeste último no fue un pintor distinguido.

Por el mismo método de comparación que si no esinfalible, por lo menos de los más adecuados, a faltade otro, se viene al convencimiento de que el SanAntonio de Guadalajara es obra del Ticiano, por másque parezca atrevido tal concepto. Esto no tiene nadade raro si se piensa en que la Compañía de Jesús, ri-ca, influyente y notable siempre' por el saber, cuidómucho en los tiempos de oro del arte de enriquecersus conventos e iglesias con obras escogidas. de pinto-res y escultores célebres. En el Museo Brera, de Milán,se encuentra el renombrado San Jerónimo del Ti-ciano; y es tal la semejanza que se observa en la ex-presión, y tan resaltantes son en nuestro cuadro lariqueza de colorido, el vigor de sentimiento y la ma-jestad de las actitudes que sobresalen en la espléndidapintura italiana, que, para gloria de la humilde igle-sia de Guadalajara, hay que convenir en que San An-tonio es debido al inspirado pincel que produjo LaFlagelación y El Triunfo de Judith, que enriquecenel museo de Venecia.

El cuadro de San Antonio tiene tres metros de al-tura sobre metro y medio de ancho, por lo que lasfiguras humanas en él representadas, tienen algo másde la talla ordinaria. El escenario lo constituye lacelda del santo: a la izquierda se ve una mesa tosca,sobre la cual medio se vislumbra una escribanía y sedistingue claramente un libro abierto; cerca de ella.una silla de convento, dura y sólida; en el fondo, ha-óa la derecha, vagamente dibujado, el basamentoenorme de una columna que, menos que verse, se adi-vina; el piso, desnudo y frío, cual conviene a una mo-

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rada conventual de aquellos tiempos de verdadera.severidad monástica. En primer término, hacia la par-te superior, se ve descender al Padre Eterno entreradioso nimbo y sostenido aparentemente por nu-bes de vigorosa entonación; en seguida, una animadaguirnalda de primorosas cabecitas de ángeles, en es-corzo, que, absortas y llenas de júbIlo, contemplan alEspíritu Santo, dest.acado en forma de paloma en elcentro luminoso de una irradiación espléndida; y a ladiestra otros ángeles, que reciben sobre sus redondOihombros parte del manto escarlata del Padre Eterno.Casi enfrente del interesante grupo anterior se vedescender en el seno de una gloriosa aureola y apo-yados los piesecitos en las rubias cabezas de otros án-geles bellísimos, el Niño Jesús, en ademán de bajara los brazos de San Antonio, quien, postrado a medias,10 espera, radiante de felicidad mística; y otros dos án-geles, de mayores dimensiones, como 10 exigen lasleyes de la perspectiva, se encuentran al pie de lamesa, con el aire de niños que juegan, el uno con la!simbólica rama de azucenas en lo alto; el otro sentado,en actitud de levantar un voluminoso in folio queyace en el piso.

Tres son los caracteres sobresalientes de este cuadro:la amorosa expresión que parece animar al Dios In-fante al descender a los brazos de su leal siervo; laactitud mirífica del santo y la unción de que está po-seído; y los dos angelitos que se ven al pie de la mesa,palpitante y real la franca alegría que rebosa en elrostro infantil y atrayente del que enarbola la rama deazucenas; asombrosa la naturalidad, la vida, pudieradecirse, del que intenta alzar y sostener con sus rolliz~pero aún impotentes bracitos, el gran libro aforradoen pergamino, que parece va a desprenderse del cua-?ro ~ a cae~ ~obre el .enladrillado de la iglesia, conmsóhto estreplto. La fIgura del Niño es ideal, divina,h~blando propia~ente; y la aureola formada por ví-VIda l.uz, que, lo CIrcunda; la lozanía y belleza de lascabeCItas.?e, angeles, en que parece apoyar el pie, y elfloran te Jlron de purpura que a guisa de velo lo en-

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cubre a medias, forman vigoroso contraste con lastintas oscuras de la celda, la austeridad sombría delhábito' azul-gris del santo fraile, y despiertan en elánimo de quien contempla el cuadro mil ideas queen confuso agrupamiento brotan en la mente, entrelas que descuellan visiones de vida celestial, aspira-ción de goces infinitos, escenas de la Edad Media,poemas místicos, fe sin límites y delirios extáticos ...

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No eran muy frecuentes los viajes de mi familia ala ciudad. Además de que las labores cuotidianas re-clamaban la presencia constante de mi padre en lahacienda, era en aquellos tiempos costumbre adoptadaentre los propietarios campesinos del Valle del Caucaen general, y de Guadalajara en particular, la depermanecer la mayor parte del tiempo en las casas decampo y no acudir a los poblados sino por muerte deun obispo, como suele decirse vulgarmente. De ahíresultaba que las habitaciones rurales no sólo eranmás cómodas sino que estaban mejor atendidas quelas casas de la ciudad, las cuales permanecían cerra-das y solitarias casi todo el año, y las calles de la po-blación se veían desiertas y enyerbadas como las delas últimas aldeas.

En ciertas horas del día, si no era la tosecilla de al-guna vieja que regresaba del templo a su casa; el re-chinar estridente de las veletas de hierro, terminadasen una cruz, que por entonces coronaban los tejadosde todas las moradas, y hoy caen unas en pos de otras,sin que, indiferentes ante la desaparición de todo sig-no de verdadera espiritualidad, tomemos nota del he-cho, no obstante constituir él un síntoma de los tiem-pos que corren; o el roce áspero del viento entre eltejid~ reseco de las palmas benditas (desaparecidastambién) que, puestas al través, decoraban las salien-t~s y macizas ventanas, pintadas, por lo común, contierra roja, no se oía otro ruido en aquellas calles va-

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cías que un sol abrasador iluminaba con sus rayos de'oro.

Las acequias abiertas en medio de las vías, públicas,algunas de las cuales se muestran hoy menos descui-dadas, ostentaban en sus márgenes y aun en el lecho,mismo, una abundante vegetación acuática; y al abri-go de esos repulsivos yerbajes, que casi ocultaban elagua a las miradas del transeúnte, vivían tranquila-mente legiones de sapos que desde la Oración (1) en-tonaban lúgubres coros, tétrica melodía que llevabael espíritu a los pensamientos más melancólicos y al-

,temaba con las monótonas voces de las personas pia-dosas que rezaban el rosario dentro de sus casas, mien-tras llegaba la hora de ref1'escar. Denominábase así elacto de apurar una jícara de espumoso chocolate pre-parado en el brasero del corredor principal; nutritivay sabrosa bebida que, al derramarse sobre las brasas,por efecto de los repetidos hervores, esparcía en la ve-cindad aromas provocativos. Un platito de melado ode dulce de naranja con queso fresco, sobre el cualse tomaba el agua cristalina del Guadalajara, servidaen un gTan jarro de plata de piña, completaba aquelrefresco.

Cuando los incontables batracianos de las acequiascesaban en su lúgubre canto, los ganados de diversasespecies que acudían de los campos inmediatos, circu-laban en completa libertad por la desierta poblaciónen altas horas de la noche, e interrumpían el sueñode los pocos habitantes con las cornadas y coces quedaban en las puertas y ventanas al lamer la parte bajade las paredes y esquinas de los edificios.

Notablemente diferente era el aspecto de la pobla-ción guadalajarense en ciertas épocas determinadas,como Navidad, Semana Santa y Corpus, o cuando se

(1) Decíase así en otro tiempo al hablar de los momentosque suceden a la ocultación definitiva del sol, en' los cuales las,campanas de las iglesias convocaban a los fieles a la plegariavespertina de diez o más años a esta parte se dice la hora deLAve ~faría.

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acercaba la solemnidad de las solemnidades: Rogati-va y Procesión del venerado Santo Cristo Milagroso,fiesta sumamente concurrida por peregrinos que acu-den de muchas leguas de distancia. La transformación.era completa y de verse entonces el movimiento y laanimación que reinaban por todas partes y formabanresaltante contraste con la soledad y el silencio de lostiempos ordinarios.

Si se trataba de la Semana Santa, por ejemplo, des-"de la anterior, o sea, la llamada Semana del Concilio,empezaban a llegar las familias, por grupos aislados óen caravanas numerosas, precedidas de todos los servi-dores de ambos sexos, y acompañadas de pajes o peo-nes, conductores de caballerías cargadas de jigras, go-chubos o jJetacas, en que se traían las abundantes re-mesas de comestibles preparados con esmero para pro-veer la despensa urbana. No es raro ver, acomodadosentre el mundo de guambías y demás trematile.s queabrumaban con su peso a los pobres caballejos, ya un'cordero cebón, un chivo en idénticas condiciones, oun par de bimbas (pavos comunes) que, al entrar enlas calles, alborotaban la ciudad con sus graznidos·estrepi tosos.

A la llegada al lugar, cada familia se instalaba ensu habitación, enmohecida, si puede decirse así, porel estado de abandono y soledad en que había perma-necido muchos meses; y después, todos se entregabanen cuerpo y alma a las funciones religiosas, que empe-zaban lúgubres y contritas pasado el Domingo de Ra-mos, para terminar en los regocijos de la Pascua deResurrección.

Cuando la sociedad de Guadalajara se integraba así,llevábase en esta ciudad vida de contento, bien dis-tinta, por cierto, de la que ha tocado en suerte a lajuventud de hoy. Existía verdadera cordialidad en lasrelaciones, lo mismo entre las gentes principales, encuyo seno había personas de relevante mérito y granrespetabilidad, como entre las de condición humilde,que se distinguían por la sobriedad y el amor 'al tra-bajo.

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IMPRESIONES y RECUERDOS

La hospitalidad era ejercida entre nosotros con tallargueza y, por decirlo así, de un modo tan patriar-cal y a la antigua, hasta treinta o más años atrás, qu~un viajero podía pedir hospedaje en la puerta de cual-quier hogar, fuese éste el del capitalista más acauda-lado o el de un simple jornalero, con la seguridad deser bien acogido y mejor tratado, gratuitamente, se en-tiende, pues la institución de fondas y hoteles es cosarle los últimos veinte años, impuesta por el cambio d~costumbres.

En aquellos tiempos de oro, un respetable caballero.conocido familiarmente con el nombre de El ColoraoCaicedo, fundador de una familia distinguida y dueñode la valiosa hacienda llamada "La Paila", manteníacierto número de caballos gordos en una dehesa in-mediata al camino público, para que se sirvieran deellos los pasajeros que llegaban allí con sus caballeríascansadas, las cuales dejaban en reemplazo de las alen-tadas que tomaban, y las recibían al regreso en muybuen estado, sin que por tan importante servicio ieles interesase un centavo.

Cuando algún personaje o una familia principalemprendían viaje de una a otra población del Valle,ya era sabido que las jornadas se distribuían entre lasdiversas haciendas de relacionados y amigos, por loque constituía motivo de verdadero resentimiento elpreferir posada y mesa en parte donde no mediaranlas mismas relaciones de amistad. En el primer caso.la mejor pieza de la casa era para el huésped; el coqui-to con pie de plata en que habitualmente tomaba cho-'colate el jefe del hogar y era prenda que se trasmitíade padres a hijos, se destinaba en esas ocasiones paraque sirviera con idéntico objeto al viajero; para éste,el mejor caballo de la hacienda, si en el que montabahabía enfermado; la cama a él destinada, lucía sába-nas y fundas de género de lino, bordadas en catatumbay aromatizadas con albahaca y malvillas; y la mesa.tendida, como suele decirse, de mantel largo, mejora-ba para aquella circunstancia en proporciones consi-derables, por supuesto, en relación con los recursos del

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anfitrión. En una palabra, la hermosa virtud de lahospitalidad, tan reverenciada por los pueblos anti-guos, se practicaba en otros tiempos en el Valle delCauca con toda la amplitud y generosidad de los sen-timientos verdaderamente cristianos.

En punto a fruiciones y goces sociales, no puede ne-garse que la diferencia es considerable entre el pasadoy el presente. Las familias, animadas por un loable

I espíritu de expansiva cordialidad, se congregaban confrecuencia y destinaban ciertos días propicios parapaseos a las amenas lomas de "Las Termópilas", pocodistantes de la ciudad, hacia la base de la cordillera; alsitio de "Cañizales", no lejos del río Cauca, yparticu-larmente al "Charco del Burro", agreste y risueño pa-raje, animado por los clamores del Guadalajara.

En el primero de aquellos lugares se organizabancacerías de venados, muy abundantes en las cañadasr vallejuelos, las cuales terminaban con rústicos ban-quetes, servidos sobre la yerba de la pradera, a la som-bra de los higuerones, en los cuales banquetes eranfestejedos y adamados por las damas los cazadoresafortunados que más se hubieran distinguido en lajornada por su destreza y audacia.

En el "Charco del Burro", después de refrigerantebaño en pozos cristalinos, se servía a las señoras abun-dante colación compuesta de dulces delicados y algu-nas copas de exquisito vino o regalada mistela, y latarde terminaba con danzas seí'íoriles, que se bailabansobre la tupida grama, a la sombra de los chiminan-=-osy de los arrayanes, al son melodioso y acompasadode vihuelas y bandolas. Al dectinar el día alzábase laluna llena, radiante y pura, sobre un cielo de porce-lana azul, digno fondo de la m.ajestuosa cordillera; yalumbrado el regreso de los, paseantes por la dulceclaridad del astro de la poesía melancólica, volvían asus hogares, alegres y sin remordimientos en el espí-ritu, porque en esas sencillas y decorosas reuniones secombinaban el respeto y la cordialidad con las efusi-vas manifestaciones de recíproca estimación.

La popular fiesta de Navidad, denominada común-

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IMPRESIONES y RECUE!l-D05 161

mente Noche-buena, servía de grato pretexto para darpábulo al sentimiento de sencilla obsequiosidad quealentaba en las familias. En la mañana de aquel díaclásico veíase por esas calles de Dios, así a las servi-,doras de las casas ricas, como a las humildes criadasde las pobres, quienes emperejiladas con sus mejo-res atavíos, que a medias cubría el rebozo de fina ba-yeta azul, de Castilla, conducían de esta habitación ala otra, y de aquélla a la de más allá, cruzándose portodas partes, como festivas mensajeras del dios regalo,grandes fuentes de porcelana antigua o enormes tazasde cristal tallado, colmadas de cuantos primores hasabido inventar para estos solemnes casos la reposte-ría caucana.

No eran en aquellos lejanos tiempos tan raros ca-1110 pudit:ra creerse, los bailes y las tertulias caseras,en los cuales se bailaba )-edowa, warsoviana, jJolka,valse redondo, contradanza, lanceros y, a lo último.cuando el buen humor se revelaba por gritos de ¡vi-Ya mi pareja!, el democrático bambuco, que casisiempre era bailado por los dueños de casa o por al-gunos convidados· de respetahilidad, entre quienes nofaltaba nunca un valiente solterón de canas, que sesubía a una silla en la mitad de la sala y brindaba con.vino seco por la salud de las buenas mozas, en gene-ral, y por la que precisamente ... en particular! Enla época a que se contraen mis recuerdos, esto es,casi cuarenta años atrás, ya no se bailaban mofio, cafía.'capitusé y otras danzas antiguas, que no sobrevivieronmucho al período colonial.

También era frecuente en las noches hermosas deluna ver a las familias reunidas en numerosos' gru-pos, sentadas en las amenas vcgas del Guadalajara, yapor los lados del "Puente", ya en otros sitios adecua-dos al efccto; y en esas modestas reuniones, que gene-Talmente tenían por ohjeto departir sobre asuntosagradables de crónica local, disfrutar de la serenidadno~turna y tomar la fresca agua del río, después deest1' mIar la sed con algün dulce exquisito, no falta-ban algunos aficionados al canto, quienes, inspirán-

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LUCIANO RIVERA y GARRIDO

dose en el bello espectáculo de un cielo limpio ycuajado de luceros, o movidos por un sentimiento más;tierno, entonaban lindas canciones, con acompaña-miento de guitarra, como aquella que principiaba:

"Perla preciosa, en el ocaso halladaPor mi ventura a orillas de la mar ... "

O aquella otra, que decía:"Por la postrera vez vengo, ángel rr,.IO,

A turbar con mi voz tu dulce sueño,Ya que no pudo mi ardoroso empeñoA tu insensible corazón vencer."

El rumor de las corrientes del Guadalajara, quebrillaban a la luz de la luna como hervideros de plataen fusión; el aire fresco de la noche, cargado con lafragancia suavísima de los azahares y de las flores delcafé; y los melancólicos dejos de las voces trémulas delos cantantes producían gratas emociones en el ánimode las personas reunidas allí, y exaltaban en eUas élnoble sentimiento de· la benevolencia, alma de lasrelaciones sociales.

¿Qué resultaba de todos esos y otros muchos mediosde suavizar las asperezas de la vida, de que no esqui-vaba servirse entonces nuestra sociedad, por no con-siderarlos opuestos a lo que Dios y su santa ley man-dan? .. Dulzura de la existencia; acrecentamiento decordialidad en las relaciones; mejora de los usos yprácticas sociales; aumento de cultura por el cambiorecíproco de ideas, como resultado del roce frecuenteentre unos y otros miembros de la colectividad, y con-sagración tácita de las reputaciones que se hicierandignas del acato público, ya por la posesión de luces,ya por la práctica de excelsas virtudes.

Que no todo era de color de rosa en aquellos leja-nos tiempos, y que en medio de esas apacibles costum-bres vivían arraigados, como las malas yerbas en lossembrados útiles, instituciones y hábitos poco confor-mes con los eternos principios de bondad y verdad y,

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IMPRESIONES y RECUERDOS

por lo mismo, alteraban la alegría general del cuadro,nadie podrá negarlo. Pero no por eso es menos cierto·que llegan épocas para las sociedades en las cuales seecha menos todo lo bueno que ennobleció el pasado,sin que la mirada investigadora del observador des-cubra aquello que en el orden nuevo de las cosasreemplace lo que se desechó por juzgarlo incompati--ble caD.las exigencias del presente.