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CURSO VIRTUAL CRITERIOS FEDERALES PARA UNA INTERVENCIÓN ADECUADA EN CASOS DE VIOLENCIA INTRAFAMILIAR Unidad II Violencia intrafamiliar

Violencia Intrafamiliar

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violencia intrafamiliar y violencia de genero

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CURSO VIRTUAL

CRITERIOS FEDERALES PARA UNA INTERVENCIÓN ADECUADA EN CASOS DE VIOLENCIA INTRAFAMILIAR

Unidad II Violencia intrafamiliar

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1. ¿QUÉ ES LA VIOLENCIA INTRAFAMILIAR?

Este tipo de violencia de género es quizás el que más se ha estudiado y una de sus

características distintivas es que se da con más frecuencia en las parejas heterosexuales. En la

mayoría de los casos, la ejerce el varón contra una mujer con la que tiene —o ha tenido— una

relación afectiva. Sin embargo, es importante considerar que esta clase de violencia se define

por el abuso de cualquier miembro de la familia hacia otro miembro, cuando estén en juego

relaciones de género desiguales.

En consecuencia, la violencia doméstica o intrafamiliar no solo se da en parejas

heterosexuales, sino también en parejas homosexuales (ya sea de varones o de mujeres) ya

que muchas veces en esas relaciones se reproducen los roles que tienen por base los

estereotipos de género, que refuerzan las desigualdades y espacios de poder. Así también

pueden ser víctimas de este tipo de violencia los/as adultos/as mayores o niños/as, y las

personas con discapacidad.

Como ya se ha mencionado, atento a la magnitud de mujeres que padecen este tipo de

violencia en nuestro país, fue preciso sancionar la ley Nº 26.485, que protege a este grupo

específicamente. Por esta misma razón, la unidad tendrá como eje la situación de las mujeres

sin desconocer, claro está, la interrelación que existe entre el colectivo de mujeres que sufren

violencia con otros grupos en condiciones de vulnerabilidad (como los/as niños, niñas,

adolescentes y los/las adultos/as mayores, que se encuentran en la mayoría de los casos

involucrados/as en situaciones de violencia intrafamiliar)1.

La violencia intrafamiliar o doméstica es definida por esta ley como una de las modalidades en

las que pueden manifestarse los tipos de violencia señalados anteriormente. Es aquella que

dañe de cualquier manera la dignidad, el bienestar, la integridad física, psicológica, sexual,

económica o patrimonial, inclusive la libertad reproductiva y el derecho al pleno desarrollo de

las mujeres dentro del ámbito intrafamiliar.

Como se señaló, esta definición no se reduce a la agresión física, sino que incluye la violencia

psicológica, económica, sexual y simbólica, en sus formas graves, moderadas o leves. Cualquier

mujer puede atravesar una situación de violencia intrafamiliar en su vida sin importar la clase

social, el nivel de estudio, la etnia, el origen, profesión, trabajo, lugar de residencia, religión,

etc.

La ley es muy clara al establecer que la violencia intrafamiliar es la ejercida contra las mujeres

por un integrante del grupo familiar, independientemente del espacio físico donde ésta ocurra.

1 En relación a otras posibles víctimas de violencia intrafamiliar, cuando sea necesario, se harán las apreciaciones

pertinentes que permitan que la intervención policial se adecue a las diferentes situaciones que puedan presentarse.

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Se entiende por grupo familiar a los lazos originados por afinidad, el matrimonio, las

uniones de hecho y las parejas o noviazgos, pues no se limita a los lazos de

consanguinidad. En este sentido, no se exige como requisito indispensable la

convivencia entre la víctima y la persona agresora. La violencia intrafamiliar puede

incluir también relaciones que impliquen lazos vigentes o finalizados.

Esta comprensión amplia de grupo familiar recoge los elementos que en los años recientes

aportaron los espacios académicos y de investigación, así como también los grupos y

organizaciones de la sociedad civil, cuyos aportes fortalecieron la descripción y

conceptualización de la violencia de género. Como resultado de la discriminación histórica que

aún padecen las mujeres, se pusieron en evidencia múltiples situaciones de violencia que

escapaban a los límites físicos del hogar, pero que tenían plena relación con él, y pudo

habilitarse de este modo una respuesta más abarcadora de la realidad de muchas mujeres y

niñas.

En este sentido, un adecuado abordaje del fenómeno requiere que la intervención de las

fuerzas policiales considere estas definiciones para lograr una actuación singular, acorde a la

multiplicidad de hechos de violencia intrafamiliar con que puedan encontrarse; más allá del

espacio físico donde ésta ocurra y del lazo afectivo que se encuentre involucrado en el caso.

Estos parámetros de actuación facilitan la toma de decisiones, pues desestiman ciertos

discursos anclados en el sentido común que consideran “que aquello que sucede al interior del

hogar es un problema privado en el cual el Estado no debe intervenir”. Al mismo tiempo,

posibilita detectar con mayor eficacia y rapidez aquellos hechos que se dan en la vía pública y

que, ante una mirada desprevenida, podrían no ser percibidos como una situación de violencia

intrafamiliar.

Una intervención fundamentada en la experiencia práctica y en el conocimiento conceptual y

normativo del personal de las fuerzas policiales, puede implicar el primer paso hacia el acceso

a la seguridad y justicia por parte de las mujeres que atraviesan situaciones de violencia

intrafamiliar. Por el contrario, el desconocimiento de estas cuestiones puede obstaculizar el

acceso de las mujeres a estos derechos fundamentales, e incluso pueden poner en riesgo su

vida.

2. EL CICLO DE LA VIOLENCIA Las relaciones de violencia intrafamiliar en general responden a una dinámica que las define y

que se conoce bajo el nombre de ciclo de la violencia, el cual da cuenta de una secuencia

repetitiva característica de este tipo de relaciones. Este ciclo se desarrolla en tres fases cuya

duración dependerá de la situación de cada pareja, pero debe tenerse en cuenta que el tiempo

entre cada fase tiende a acortarse a medida que se prolonga la relación violenta, y que en cada

nueva fase o episodio se irá acrecentando la intensidad.

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• FASE 1 - Acumulación de tensión

Es una fase sin violencia manifiesta, aunque en realidad es un momento de la relación en el

que la violencia se da de manera sutil y, por lo general, en forma psicológica; como chistes o

comentarios que descalifican a la mujer, o celos que se pueden manifestar en formas de

control en las salidas, en la vestimenta, en ver a amigos/as o a la familia, la necesidad de pedir

permiso para ir hasta algún lugar.

Puede suceder que en el marco de una relación se hayan presentado muchos indicios de

violencia de este tipo y que se hayan ido naturalizando a lo largo del tiempo, entendidas como

parte de una relación de amor. En los estadios iniciales, la violencia puede justificarse con

facilidad, al asociar o justificar los celos y el control con el amor y la aparente necesidad de

tener cerca a la persona que se ama, o el miedo a que algo le suceda. Por lo tanto, al comienzo

de una relación es difícil para la mujer y su entorno advertir si está o no en un vínculo violento.

Esta fase se caracteriza por el hecho de que la mujer intenta hacer lo que el varón desea pero

nunca logra conformarlo. Ignora así los incidentes menores que comienzan a evidenciarse,

pues considera que si logra satisfacer todas sus exigencias, conseguirá restablecer la armonía y

evitar que la tensión siga aumentando hasta llegar a un episodio de mayor intensidad.

A medida que pasa el tiempo comienzan a reflejarse los graves efectos de esta situación: una

de las primeras consecuencias es que la mujer se encuentre en un marco de aislamiento social.

Por ejemplo, el agresor no deja que frecuente a su familia y amistades, o la persuade para que

deje de trabajar, o la víctima oculta socialmente lo que le sucede. La mujer puede

experimentar sentimientos de culpa y vergüenza que le impiden socializar su problemática con

su entorno. Esta misma situación de vulnerabilidad lleva a la mujer a interpretar las conductas

del agresor con justificativos extremos: problemas en el trabajo, el alcohol, etc. Llegan a

pensar que cuando las circunstancias varíen, el varón modificará su actitud. Mientras tanto, en

medio de la confusión, se responsabiliza a ella misma muchas veces por haberlo hecho enojar,

o de que las cosas no sucedan como ella esperaba.

• FASE 2 - Estallido de violencia

La violencia contenida estalla en un episodio que rompe el patrón con el que venía

sucediéndose. Así, por ejemplo, si la violencia era ante todo psicológica, ahora se manifiesta en

forma física. La gravedad o estallido que caracteriza a esta segunda fase suele aumentar con el

paso del tiempo. De las primeras cachetadas, empujones y pellizcos se va pasando a los golpes

de puño, patadas y hasta al uso de armas.

Cabe aclarar que no hay nada que pueda hacer la mujer para evitar que el episodio agudo

estalle, es una situación impredecible y puede ser generada por cualquier motivo, hasta el más

trivial. La exposición prolongada a este tipo de maltrato y violencia produce en la mujer un

deterioro de sí misma que la hace dudar de sus propias percepciones. El varón golpeador suele

reconocer que pierde el control de sus actos, pero la responsabilidad de ello la adjudica a su

mujer: “me vuelve loco”, “no la puedo imaginar en esa situación”; o bien a factores externos:

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disputas familiares, problemas laborales o económicos, etc. Nunca reconoce su

responsabilidad en el episodio.

Esta fase es crucial en lo que respecta a una posible situación de salida, pues la mujer golpeada

puede sufrir un colapso emocional o heridas que motivarán la consulta, siempre que no se

encuentre impedida de realizarla por el mismo agresor. Puede incluso llegar a una guardia

médica o acceder a servicios de urgencias telefónicas por intermedio de vecinos/as o testigos

de la situación.

En esta instancia suele darse un período de distanciamiento con el agresor, que permite a la víctima acceder a la comisaría a realizar la denuncia y solicitar ayuda. Resulta crucial comprender este contexto particular al entablar el primer contacto con una mujer víctima de violencia intrafamiliar.2

• FASE 3 - Reconciliación o “luna de miel”

Luego del episodio agudo de violencia, el hombre suele mostrarse arrepentido, asegura y

promete que nunca volverá a suceder un hecho así. A partir de este momento, él actúa

cariñosamente aunque desconoce su responsabilidad ya que justifica arguyendo que fue

provocado por ella, por los parientes, por los vecinos, etc. La mujer se encuentra en una

situación de extrema vulnerabilidad cuando esto sucede.

El arrepentimiento muchas veces se corresponde con la intensidad del episodio agudo de

violencia, es decir que mayor será la muestra de arrepentimiento y pedido de perdón mientras

más agudo haya sido el episodio. A su vez, ante los insultos y los efectos que la violencia

psicológica causa, los golpes o cualquier tipo de maltrato, a la mujer le cuesta mucho evaluar

objetivamente la situación, en especial cuando el agresor parece estar arrepentido de la

violencia que ha ejercido y promete que no volverá a suceder.

El deterioro que causa la violencia en la subjetividad de las mujeres provoca que tengan de sí

mismas una imagen frágil y desprecien o no confíen en sus capacidades y aptitudes para

construir una vida autónoma y transformar la situación que sufren. Esto se agudiza si no

cuentan con redes de apoyo ni con ingresos económicos propios para afrontar una situación

de separación, donde el temor general es que, ante la denuncia, el agresor no colabore con la

manutención de sus hijos/as.

Así es como ante las súplicas y promesas de la pareja, acompañadas muchas veces de llantos

de arrepentimiento, regalos y hasta amenazas de suicidio, la mujer se conmueve y lo perdona.

Los mandatos culturales desempeñan un papel crucial en esta fase, pues imparten ideas

vinculadas con el amor incondicional, el matrimonio para toda la vida, la necesidad de que

los/las niños/as tengan un padre, la idea de realización de la mujer a través de la familia y la

pareja. Estos mandatos culturales que circulan socialmente circunscriben el campo de

movilidad de las mujeres, que han estado históricamente vinculadas al ámbito de lo

doméstico. Las mujeres se responsabilizan creyendo que son ellas quienes deben hacer las

2 Este aspecto se ampliará durante el desarrollo de la Unidad 3 del presente curso.

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cosas mejor la próxima vez. Luego se acumula nuevamente la tensión y el ciclo vuelve a

comenzar.

A medida que el ciclo se repite, la situación se agrava, dinámica que se da de forma paulatina,

que no sucede de un día al otro. De este modo es cada vez más difícil para la mujer salir de la

relación. Esto produce un estado de permanente tensión, temor y parálisis; motivos por los

cuales se acrecienta su aislamiento y la dificultad para pedir ayuda. Los recursos que utilizan

los varones que ejercen esta modalidad de violencia son cada vez más extremos, incluso

realizar amenazas de homicidio hacia ella, los/as niños/as o a cualquier persona que se atreva

a ayudar.

Cabe aclarar que la violencia en el hogar tiene consecuencias para todas/os los/las integrantes

de la familia. Los/las niños/as que han crecido viendo maltrato hacia sus madres u otras

mujeres de referencia sufren impactos emocionales y viven esta problemática como propia. El

hecho de que una mujer se anime a relatar lo que le está sucediendo constituye un primer

paso fundamental para encontrar la salida de esa situación.

3. LA RUTA CRÍTICA Las mujeres que denuncian ser víctimas de una situación de violencia intrafamiliar llegan a esas

instancias inmersas en un proceso en el que enfrentan sus propios miedos, las amenazas

externas y los sentimientos de vergüenza y culpa. A su vez, deben enfrentar la propia

desconfianza respecto de la posibilidad de encontrar apoyo en el Estado. Este proceso de

salida de una situación de violencia intrafamiliar es conocido como ruta crítica y se da en una

posición de extrema vulnerabilidad para la mujer.

Así, la ruta crítica se muestra como un proceso complejo que no siempre es lineal y que implica

avances y retrocesos, en el cual conviven los estímulos que impulsan a una mujer a salir de

esta situación y aquellos que la inhiben. En dicho proceso influyen diversos factores. Los

factores internos están íntimamente relacionados con los sentimientos y con el proceso

personal en sí de la mujer envuelta en la situación de violencia. En cambio, los factores

externos tienen mayor vinculación con los apoyos y recursos materiales, la información a la

que accede, el aumento de violencia, entre otros. Estos factores se encuentran

interrelacionados y actúan sobre la subjetividad de la mujer para fortalecerla o debilitarla en

su decisión de iniciar y continuar la búsqueda de ayuda y soluciones.

La misma violencia que recibe la mujer afectada, en cualquiera de sus manifestaciones, es el

principal factor impulsor externo en la ruta crítica. En general, el aumento de violencia o la

aparición de nuevas formas de agresión, como la violencia sexual, la posibilidad de perder

bienes, la negación de la persona agresora a cubrir los gastos familiares, sean propios de la

mujer o de sus hijos/as, la motiva a buscar ayuda. Muchas veces también, cuando las

amenazas y la violencia se extienden a los/las hijos/as u otros miembros de la familia, ello se

transforma en el impulso que la motiva a protegerlos.

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En este proceso de búsqueda de soluciones es determinante, muchas veces, tanto la

contención de su ámbito familiar y comunal, como la respuesta institucional. . Ocurre que el

inicio de una ruta crítica implica la asunción de riesgos para la mujer que abarcan desde el

aumento de la violencia hasta la eventual pérdida de sus bienes patrimoniales, e incluso puede

llegar a ponerse en juego su vida.

El desarrollo de una mejora de la respuesta social-institucional en cuanto al acceso,

disponibilidad y calidad de los recursos, así como la visibilización y condena social hacia la

violencia contra las mujeres, ha representado otro factor impulsor externo de gran

importancia. El mejoramiento de los canales de acceso a la información y del abordaje de las

situaciones de violencia intrafamiliar constituyen elementos fundamentales en la toma de

decisión de la mujer para salir de estas situaciones. En especial porque muchas de las personas

afectadas desconocen sus derechos y la existencia de servicios especializados en la temática

para ayudarlas a dar fin a esta modalidad de violencia.

A continuación se presenta un recuadro que reúne los principales factores que suelen

vivenciar las mujeres y que les dificultan la salida de situaciones de violencia intrafamiliar:

FACTORES INHIBIDORES INTERNOS FACTORES INHIBIDORES EXTERNOS

Miedo Culpa Vergüenza Amor al agresor Idea de que lo que ocurre en el interior

de la pareja/familia es privado Manipulación del agresor y dinámicas

del ciclo de la violencia Desconocimiento de sus derechos y

falta de información

Presiones familiares y sociales Inseguridad económica y falta de

recursos materiales Actitudes negativas de los/las

operarias e inadecuadas respuestas institucionales

Limitada cobertura de los organismos y dispositivos estatales

Contextos sociales con historias de violencia

Suele suceder que una persona extraña a estos procesos los vea como contradictorios. Sin

embargo, entender las razones que llevan a una mujer a permanecer en una relación

violenta, a veces por años, sobreviviendo en precarias condiciones emocionales y de

integridad física, es una de las claves para comprender la complejidad del fenómeno de la

violencia intrafamiliar y el primer paso hacia una intervención adecuada y exitosa.

La naturalización de la violencia de género en nuestra sociedad es una de las causas que

explica las dificultades para que las mujeres accedan a mecanismos estatales que les permitan

denunciar cualquier tipo de violencia que sufran por el solo hecho de ser mujeres. Naturalizar

la violencia implica, por lo menos, dos cuestiones: por un lado, la violencia es interpretada

como algo que no se puede cambiar, modificar o incluso cuestionar, cuando, en realidad, es

producto de un sistema cultural y de una estructura social en particular que es posible

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transformar; por el otro, la violencia de género es invisibilizada, es decir, estamos tan

acostumbrados/as que varias de sus manifestaciones no son consideradas como tales.

4. LA VIOLENCIA DOMÉSTICA Y SUS MITOS Nuestro sistema cultural de creencias se vale de ciertos dispositivos que instauran el

entendimiento de la violencia intrafamiliar como algo propio de las dinámicas y formas de

organizarse de las familias, una violencia de la que parece que no se puede escapar. Estos

mecanismos se traducen en mitos que dificultan la visibilización de esta problemática,

promueven la persistencia del maltrato y obstaculizan el acceso de las víctimas a ámbitos que

canalicen la situación que están sufriendo.

Un mito es un conjunto de ideas o creencias construidas para explicar una situación concreta y

que luego se aplica a otras situaciones similares. Los mitos en los cuales se sostiene la violencia

hacia las mujeres plantean cómo son o deberían ser varones y mujeres en la sociedad actual,

imponiendo en el imaginario que la mujer es un “ser para otro”, que necesita y depende de

otras personas para poder tomar decisiones sobre su vida o para “realizarse” como tal.

Estos mitos construyen concepciones generalizadoras acerca de qué es un varón, qué es una

mujer, qué es el amor, qué implica amar, qué es una pareja, qué es una familia, cómo se debe

querer, cómo se debe formar una familia, qué tipo de relación es la correcta, entre otras.

A continuación se detallan los mitos más frecuentes por medio de los cuales se intenta

justificar o explicar la violencia intrafamiliar:

MITO 1: “Si no hay golpes, no hay violencia”

Esto implica entender a la violencia como sinónimo de agresión física. Se invisibiliza y se resta

importancia a otros tipos de violencia que se dan en el marco de las relaciones. Además, ante

una posible denuncia refleja la necesidad de verificar marcas visibles en el cuerpo de la mujer

que acrediten la agresión, cuando en realidad esto no es necesario.

MITO 2: “La violencia física es más grave que la violencia psicológica”

El maltrato emocional sin que se produzca violencia física tiene consecuencias tan graves como

la propia violencia física. Puede producir diferentes tipos de enfermedades psicológicas y un

fuerte deterioro en la autoestima y personalidad de la mujer.

MITO 3: “Ella habrá hecho algo para provocarlo”

Implica la culpabilización de la víctima y la coloca como causante de la violencia que se ejerce

contra ella. Este mito conlleva a la reproducción de frases tales como: “si las mujeres se visten

provocativas, que no se quejen si son agredidas en la calle”, “las mujeres no deben salir solas

de noche”, entre otras.

En este sentido, el fundamento de una aparente provocación sirve para justificar, tolerar y

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naturalizar la violencia. A su vez, con el mismo fundamento se pretende modificar el

comportamiento y la forma de vida de la mujer. Es por ello que debe señalarse que donde hay

violencia existe una relación de abuso de poder que se pretende incrementar o mantener a

través de la agresión.

MITO 4 “Si se tienen hijos/as, [la mujer] tiene que soportar los maltratos por el bien

de ellos/as”

Es claro que en este mito la familia aparece como el bien privilegiado que hay que resguardar.

Esta creencia se sostiene en una concepción tradicional de familia que implica que si los padres

y las madres se separan, la familia se destruye. Se desconocen de este modo otras formas

posibles de familias y se privilegia el sostenimiento de una institución, a partir del rol de la

mujer asociado exclusivamente con la maternidad y la sumisión. Se niega su autonomía y su

capacidad para el desarrollo de proyectos personales.

Además se minimiza el hecho de que los niños, niñas o adolescentes son también víctimas de

la violencia intrafamiliar y que corren, muchas veces, el riesgo de ser maltratados/as por su

padre u otra figura adulta de la familia. Por eso deben ser escuchados/as y protegidos/as,

sobre todo, cuando han sido testigos o víctimas de violencia doméstica o sexual.

MITO 5: “Los hombres que maltratan lo hacen porque tienen problemas con el

alcohol u otras drogas”

Este mito implica sostener que el alcohol o las drogas son la causa de la violencia en la persona

agresora. Como consecuencia, este argumento no responsabiliza a la persona agresora de sus

actos y, por lo tanto, justificar su conducta violenta.

Cabe aclarar que este tipo de argumentos avalan la postura de considerar la violencia contra la

mujer como un fenómeno individual y aislado, desconociendo que es un modo de ejercer el

poder, naturalizado y reproducido socialmente. Puede suceder que determinado tipo de

sustancias (alcohol, drogas) facilite la violencia, en tanto funcionan como desinhibidores. En

este sentido, la mayoría de las veces, son actos que implican descarga de tensión y la clara

intención de dominar a la otra persona.

Este mito deja de sostenerse a sí mismo si consideramos que muchas personas toman alcohol,

usan drogas, etc. y, sin embargo, no ejercen violencia hacia las mujeres.

MITO 6: “La gente no se mete porque es un problema privado”

Este mito da por sentado que la violencia, cuando se produce en el contexto de relaciones

afectivas, es un problema que debe ser resuelto en el ámbito privado, es decir, entre las

personas involucradas.

No obstante, cabe aclarar que ninguna situación de violencia es un asunto privado: muchas

situaciones son delitos contra la libertad, la seguridad y la integridad de las personas. Como

hemos visto, vivir libre de violencia es considerado un derecho humano básico que el Estado

debe garantizar. La violencia de género es un problema social, porque las causas radican en

nuestro sistema cultural de creencias que promueven estructuras sociales desiguales para

varones y mujeres. Por lo tanto, es deber del Estado intervenir para que cese esa violencia.

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MITO 7: “Para las mujeres el hogar es un lugar más seguro que la calle”

En este punto, el mito supone que la casa y la familia son espacios en los que no debería

ejercerse violencia de ningún tipo, queda así invisibilizado que es uno de los principales

ámbitos donde se desarrolla. En este sentido, el ejercicio de violencia por parte de personas

cercanas, con las que se cree tener un vínculo afectivo, provoca en la mujer sentimientos de

indefensión y humillación más profundos que si fueran cometidos por un/a extraño/a, debido

a que se presupone, con la persona agresora, una relación de estima o amor.

MITO 8: “A las mujeres les debe gustar que les peguen, de lo contrario se irían”

Esta creencia afirma que las mujeres que no pueden romper la relación con el agresor

encuentran un supuesto goce en el maltrato. Sin embargo, los verdaderos motivos que

impiden que la mujer pueda separarse de su agresor son, entre otros: la dependencia

económica, el aislamiento afectivo y social, la pérdida de la autoestima, depresión, miedo,

impotencia, sentimientos de culpa y vergüenza, el temor a las consecuencias de la destrucción

de la unidad familiar. Todos estos factores dificultan la posibilidad de contar con ayuda y

apoyo para romper el círculo de violencia. Nuevamente, es una creencia que naturaliza la

situación de violencia e invisibiliza, así, la dimensión social de la problemática al explicarla por

causas individuales y patológicas.

MITO 9: “La violencia doméstica sucede solamente en familias de bajos ingresos”

La violencia doméstica sucede en todo tipo de familias, ricas o pobres, urbanas, suburbanas o

rurales, en todas partes del país, en toda condición cultural, étnica o religiosa, en toda edad. La

diferencia se encuentra en el acceso a los recursos disponibles, según la zona de vivienda, la

cercanía con las Oficinas de la Mujer, con las Comisarías, los Tribunales, etc. Para muchas

mujeres es más dificultoso llegar a efectuar la denuncia o pedir ayuda a los servicios

especializados.

MITO 10: “Los celos son una demostración de amor”

Muchas veces existen indicios de violencia durante el noviazgo, como por ejemplo celos

excesivos, control sobre los movimientos o la vestimenta, aislamiento de amistades y familia.

Todas estas señales pueden indicar situaciones de violencia psicológica, cuyo fin es la

dominación de la mujer. Este mito invisibiliza este tipo de violencia y, al hacerlo, resta

importancia a los graves efectos que causa sobre las mujeres. Con el tiempo, a medida que el

ciclo avanza, es común que la violencia ejercida por el agresor empeore y las agresiones

ocurran más a menudo y con mayor fuerza. Para entonces, la personalidad, autoestima y

seguridad de la mujer ya se encuentran socavadas y sus vínculos sociales, debilitados.

MITO 11: “La conducta violenta es algo innato, esencial del hombre"

La violencia no es algo natural, propio del ser humano, sino que es una conducta aprehendida

a partir de modelos familiares y sociales. Se incorpora en la familia, la escuela, el deporte, a

través de los medios de comunicación. De hecho, muchos hombres violentos sólo lo son con

sus parejas o con los/las niños/as, lo que indica que no se trata de una incapacidad para

contenerse, sino que tiene que ver con una relación de poder naturalizada.

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MITO 12: “Todas las parejas tienen problemas”

Si bien es real que todas las parejas tienen desencuentros o conflictos, ello no implica que el

desenlace de toda crisis tenga que derivar necesariamente en una respuesta violenta. La

mayoría de las parejas los resuelven sin violencia. La violencia doméstica es muy diferente a los

problemas de pareja y no se pueden resolver con el amor o voluntad de la mujer de solucionar

el conflicto.

Es importante recordar que no es posible modificar la conducta del agresor, pues él es el único

responsable de su conducta violenta y para modificarla necesita ayuda profesional.

Hablar de violencia intrafamiliar, y considerar los mitos que la reproducen y sostienen, nos

lleva a problematizar ciertas ideas que se presentan como naturales y universales. Y, al mismo

tiempo, puede ayudar a repensar cuál es el rol de los/as agentes estatales ante este tipo de

situaciones.

En lo que respecta a la labor de las fuerzas policiales, los conceptos hasta aquí vertidos

intentan proveer un marco de sentido general respecto de esta problemática que ayude al

personal a abordar la violencia de género (y, específicamente, la violencia contra las mujeres)

como producto de una estructura social que establece jerarquías entre varones y mujeres. Esta

es la base que permite comprender las causas estructurales de las situaciones de violencia y,

en consecuencia, habilita y facilita un abordaje integral.

5. CONSECUENCIAS DE LOS MITOS A raíz del carácter socio-cultural de esta problemática, suele suceder que cuando una persona

víctima de la violencia decide dar a conocer los hechos que viene sufriendo, el/la funcionario/a

público/a que se encuentra ante esa situación aborda los hechos a partir de ciertos prejuicios y

valoraciones sociales instaladas y reproducidas cotidianamente. En la mayoría de los casos,

intervenciones de este tipo refuerzan la naturalización de la violencia hacia las mujeres y, de

manera indirecta, la legitiman.

Por ello, resulta indispensable que el personal que interviene en la toma de una denuncia, o

que entra en contacto con una mujer por medio de una urgencia, considere que está ante una

víctima de una situación de violencia que, en la mayoría de los casos, se ha perpetuado en el

tiempo, razón por la cual le resulta sumamente dificultoso romper el silencio.

Si no se tiene en cuenta la complejidad de la problemática, el abordaje o la respuesta de

los/las funcionarios/as públicos/as puede colocar a las mujeres en una posición de desventaja

frente al personal interviniente, y esto podría implicar una revictimización, ya sea por

indiferencia hacia los hechos relatados, o por cuestionamientos al accionar de la mujer (burlas,

culpabilización, entre otras conductas). Todas estas acciones reproducen la violencia sufrida

por las mujeres y se sostienen en la relación de poder autoritaria y abusiva que caracteriza a

muchas de las instituciones que intervienen en la articulación y tratamiento de la temática.

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En este sentido, la persistencia de una estructura social que naturaliza la jerarquía de los

varones conlleva a que el personal que tenga a cargo la intervención, muchas veces, no

conciba como un peligro real para las mujeres la violencia intrafamiliar padecida. Ello trae

aparejado con frecuencia respuestas poco sensibles e inadecuadas ante las situaciones vividas

cotidianamente por las mujeres. Así, quienes son víctimas de violencia intrafamiliar lo son

también muchas veces de la violencia institucional perpetrada desde las mismas instancias

que deberían resguardar y proteger su integridad3. Este tipo de abordaje aumenta el riesgo

para las afectadas y fomenta la impunidad de los agresores. Las siguientes premisas grafican

claramente esta situación:

Se responsabiliza a la mujer de haber provocado el episodio de violencia (“vos te la

buscaste”), o se juzga su comportamiento (“cómo puede ser que siga con esa

relación”). Incluso, puede suceder que el/la funcionario/a asuma una actitud de enojo

y de reproche hacia la mujer, actitud que lo único que logra es que ella se aleje,

profundizándose así su situación de aislamiento.

Se justifica el accionar del agresor (“pero ¿usted estaba sola de noche?” o “¿qué hizo

para provocarlo?”)

No se le brinda a la mujer adecuada contención ni escucha, se produce así una doble

victimización.

No se advierte ni dimensiona adecuadamente el riesgo que corre esa mujer al

permanecer en la situación de violencia cotidiana.

Se asume una actitud de mediación entre las partes involucradas, y se desconoce, de

este modo, la vulnerabilidad en la que se encuentra la mujer y, por lo tanto, la

desigualdad entre la víctima y la persona agresora. Un claro ejemplo de ello son

aquellas actuaciones que, al pretender dar una respuesta, expresan recomendaciones

que tienden a que las mujeres modifiquen sus conductas (“que intente reconciliarse

por el bien de la familia”)4.

Se asume una actitud de tipo paternalista y “proteccionista” que redunda en la

reducción de la víctima a un papel secundario e infantilizado, sin tener en cuenta su

voluntad y sus posibilidades de decidir acerca de lo que quiere hacer.

Se relativiza el daño y las consecuencias en la vida de las mujeres (“no fue grave... no la

violó”, “solo la manoseó”, “no le hicieron nada”, “no le dejaron ni un rasguño”, “no

pasó nada... no perdió la vida”, “fue un chiste nada más”).

Se patologiza al agresor al adjudicar la violencia a problemas psicopatológicos, al

alcohol o al consumo de drogas y, muchas veces, eso tiende a desacreditar los dichos

de la mujer.

3 Resulta sustancial para una intervención exitosa tener en cuenta el efecto y las consecuencias que produce la naturalización de la violencia a través de la internacionalización y reproducción de los mitos reseñados. 4 Ley Nº 26.485 de Protección Integral a la Mujer, artículo 28: “(…) Quedan prohibidas las audiencias de mediación o conciliación”.

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“CRITERIOS FEDERALES PARA UNA INTERVENCIÓN ADECUADA ANTE CASOS DE VIOLENCIA INTRAFAMILIAR” Unidad II: Violencia Intrafamiliar

Se generan situaciones de identificación con alguna de las personas involucradas. En la

mayoría de los casos, los varones, al identificarse con las personas de su mismo

sexo/género (en este caso con los agresores), silencian situaciones de violencia que

perciben.

Estas posibles respuestas adversas con las que pueden encontrarse las mujeres refuerzan su

vulnerabilidad, pues les re-confirman que la responsabilidad de la situación es propia, ya sea

por no tomar los recaudos necesarios, por haberlo hecho enojar, por pensar en desmembrar la

familia, etc.

Es preciso considerar que cuando la violencia se ejerce sobre la mujer, ésta no solo debe

enfrentar al varón que la somete, y el prejuicio social que la evalúa, sino que también

enfrenta cuestiones subjetivas que la confrontan con las propias limitaciones que ciertos

estereotipos del “deber ser” femenino le han impuesto. En este sentido, la mujer se

encuentra entrampada en su relación sin poder tomar decisiones que pongan fin a su injusta

situación de sometimiento. Solo un análisis enmarcado en una adecuada perspectiva de

género permite desbrozar las múltiples circunstancias que han intervenido para que una mujer

se encuentre en la situación de sometimiento brutal y, consecuentemente, hallar las

herramientas que contribuyan a un efectivo empoderamiento de la mujer que la ayude a fugar

de la trampa5.

Cuando la intervención desde el Estado es adecuada, el contacto que las mujeres en

situaciones de violencia intrafamiliar tienen con las instituciones estatales las fortalece, porque

encuentran el apoyo emocional, la preocupación, el interés, la información y el

acompañamiento necesario para enfrentar la situación, y esto las ayuda positivamente en sus

procesos personales. A su vez, si esto sucede, las mujeres afectadas no solo reconocen la

existencia de una respuesta adecuada sino que forman parte de la difusión de los mecanismos

que resultaron en su protección, validando así las intervenciones realizadas. El éxito de una

intervención se basa, en gran medida, en la comprensión del/la funcionario/a del proceso por

el que atraviesa una mujer que se acerca para dar a conocer la situación de violencia que está

viviendo.

La formación y la sensibilización de aquellos/as funcionarios/as inmediatos/as de los recursos a

disposición de las víctimas de la violencia intrafamiliar, resulta no solo necesaria sino también

fundamental. Pues garantizar el derecho humano a una vida sin violencia es una

responsabilidad del Estado y sus funcionarios/as públicos/as.

Es necesario contar con un marco de intervención eficiente que, acompañado por la

administración de justicia y de las múltiples instituciones estatales disponibles para este

abordaje, asegure una respuesta adecuada que comprenda y abarque la complejidad de la

violencia intrafamiliar. La presente guía conceptual se enmarca en la necesidad de desarrollar

5 Para ampliar este tema se puede consultar “El tratamiento de la violencia doméstica en la justicia ordinaria de la Capital Federal”, investigación llevada a cabo por la Asociación de Mujeres Jueces de Argentina (AMJA - 2003).

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“CRITERIOS FEDERALES PARA UNA INTERVENCIÓN ADECUADA ANTE CASOS DE VIOLENCIA INTRAFAMILIAR” Unidad II: Violencia Intrafamiliar

acciones concretas y específicas que impliquen mejorar la atención de las mujeres que sufren

este tipo de violencia, al ofrecer una atención pertinente respecto del proceso que están

atravesando, y así acompañarlas en las múltiples etapas que deben enfrentar.