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ADLAF C ONGRESO 2016 Violencia y desigualdad Svenja Blanke Sabine Kurtenbach (coords.) www.flacsoandes.edu.ec

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A D L A F C o n g r e s o 2 0 1 6

Violencia y desigualdad

Svenja Blanke

Sabine Kurtenbach

( c o o r d s . )

www.flacsoandes.edu.ec

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Primera edición: 2017Corrección: Germán Conde, Vera Giaconi, Kristie Robinson y Eduardo SzklarzDiseño y diagramación: Fabiana Di MatteoFotografías de portada: Heinrich Sassenfeld, Shutterstock

© 2017 Fundación Foro Nueva Sociedad,ADLAF, Friedrich-Ebert-StiftungDefensa 1111, 1º A, C1065AAUBuenos Aires, Argentina

ISBN 978-987-95677-9-1

Queda hecho el depósito que establece la Ley 11.723.

Libro de edición argentina.

Violencia y desigualdad : ADLAF Congreso 2016 / Jefferson Jaramillo Marín ... [et al.] ; coordinación general de Svenja Blanke; Sabine Kurtenbach; prólogo de José Mujica. – 1ª ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Nueva Sociedad: Friedrich-Ebert-Stiftung: ADLAF, 2017. 256 p.; 23 x 15 cm.

ISBN 978-987-95677-9-1

1. Desigualdad. 2. Violencia. 3. América Latina. I. Jaramillo Marín, Jefferson II. Blanke, Svenja, coord. III. Kurtenbach, Sabine, coord. IV. Mujica, José, prolog. CDD 303

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Índice

Prólogo 9José Mujica

Introducción 13Svenja Blanke / Sabine Kurtenbach

Persistencia,cambioymemoria

Pasados y presentes de la violencia en Colombia. Marcos de diagnóstico, núcleos duros interpretativos y preguntas para desafiar el porvenirJefferson Jaramillo Marín 19

Violencia y toma de decisiones políticas en Argentina y México de la postindependenciaSilke Hensel / Stephan Ruderer 35

¿Una vaca = una vida? Reparaciones y desigualdad en comunidades posconflictos del PerúElisabeth Bunselmeyer 52

Género y evolución de la justicia transicional. El caso de las reparaciones a víctimas de violencia política sexualizada en Argentina, Guatemala, Perú y ColombiaRosario Figari Layús / Anika Oettler 64

Desigualdades sociales, justicia transicional y posconflicto en ColombiaLaura Rivera Revelo / Stefan Peters 79

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Representaciónyperformatividad

Nova arte da memória no BrasilMárcio Seligmann-Silva 99

Sobre estética y contrapoder: la emergencia de espacios artísticos de protesta en MéxicoMarcela Suárez Estrada 114

El Chile neoliberal y los cuerpos nómadas de Diamela EltitRebecca Weber 128

Espaciosyactores

Espacio urbano y violenciaAna Fani Alessandri Carlos 141

Inequality and drug violence: the crack market in Recife, BrazilJean Daudelin / José Luiz Ratton 159

Violência e reprodução da insegurança nas práticas sociais em São PauloRainer Wehrhahn / Dominik Haubrich 175

¿Lucha por recursos o lucha por territorio? Conflictos por agua y energía en la AraucaníaJohanna Höhl 191

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Derechoypolítica

El Salvador, de regreso al pasadoMarlon Hernández-Anzora 211

Las desigualdades en la representación de mujeres en cortes supremas de América LatinaSantiago Basabe-Serrano 220

A negociação da despossessão: violação de direitos e violência psicológica na construção da Usina Hidrelétrica de Belo MonteSören Weißermel 235

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Espacios y actores

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esPacio urbano y violencia

AnaFaniAlessandriCarlos

Partiendo de la tesis de que la violencia urbana es una de las formas en que la urba-

nización revela la desigualdad social, los retos que se presentan en el horizonte para

sanarla están más allá del debate sobre la disminución de la criminalidad. Se refieren

a la necesidad de pensar en las posibilidades de crear políticas que superen la desigual-

dad socioespacial vivida. El foco en la desigualdad sitúa el debate en el ámbito de los

derechos y de sus fundamentos.

El concepto de violencia urbana es polisémico, puesto que reviste va-rias formas y se refiere a un conjunto complejo de situaciones. Esta vio-lencia trae consigo los contenidos de la desigualdad social. En este sentido, los análisis sobre los procesos contemporáneos de transformación de la ciudad inscriben la violencia urbana como uno de los nuevos aspec-tos del proceso de urbanización. El reto, por lo tanto, estriba en encontrar el fundamento de aquello que sus varias formas y expresiones congregan.

La violencia cobra amplitud y expresión en el espacio urbano de las gran-des ciudades, como ocurre en la metrópolis de San Pablo que se investiga en este artículo. En su manifestación dominante, en el nivel del imagina-rio de la clase media urbana paulistana, la violencia se presenta como consecuencia de la criminalidad, que, a su vez, nace en la pobreza1.

ana fani alessandri carlos:es doctora en Geografía por la Universidad de San Pablo (USP), con pos-doctorados en la Universidad de París 7 y la Universidad de París 1. Es profesora titular de Geografía en el Departamento de Geografía de la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la USP, donde también coordina el Grupo de Estudios de San Pablo (GESP) - Grupo de Estudios de Geografía Urbana Crítica Radical/DG/FFLCH/USP y el grupo de trabajo «Teoría urbana crítica: justicia espacial y el derecho a la ciudad», del Instituto de Estudios Avanzados (IEA). Entre sus libros se cuentan Espaço-tempo na metrópole: a fragmentação da vida cotidiana (Contexto, San Pablo, 2001) y O espaço urbano. Novos escritos sobre a cidade (Labur, San Pablo, 2007). Coordinó la colección Metageografia (Contexto, San Pablo), en tres volúmenes: Crise urbana (2015), A cidade como negócio (2016) y A justiça espacial e o direito à cidade (2017). Correo electrónico: <[email protected]>.

1. Este imaginario colectivo que asocia la violencia urbana a la pobreza encuentra en los periódicos una fuente importante. En sus páginas se reportan, con frecuencia, los crímenes –muchos de ellos incluyen homicidios– que ocurren principalmente en los suburbios de la metrópolis, en áreas pobres. Además, se cuentan los robos y asesinatos que suceden en regiones cercanas a las favelas. Se pueden tomar como ejemplos los diarios Folha de São Paulo y O Estado de São Paulo. Asimismo, los noticieros televisivos que se centran en la faceta criminal de los hechos cotidianos contribuyen a la construcción de este imaginario.

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Muchas investigaciones igualmente refieren esa correlación, como vere-mos. Sin embargo, el desarrollo de nuestra reflexión se basa en la tesis de que la lógica del proceso de producción social del espacio urbano bajo el capitalismo contiene la violencia en su origen, es decir que el proceso de producción del espacio implica la violencia. La metrópolis de San Pablo se exhibe en un paisaje de contrastes extremos entre los ricos y los pobres; las áreas con equipamientos e infraestructura y las áreas que no poseen recur-sos suficientes; las zonas verdes, las zonas de color tierra y las zonas de diseño urbano irregular y caótico. Esas diferencias son productos del pro-ceso de urbanización (inducido por la industrialización), en una sociedad profundamente desigual.

Inicialmente, desde el punto de vista del proceso de producción social del espacio urbano, la violencia se exhibe en las distintas maneras de segrega-ción socioespacial, guarda en su esencia la desigualdad que existe en el origen de la separación de las personas en clases sociales y se agudiza con la concentración de riqueza en todas sus formas (bienes, propiedad del suelo urbano, etc.) en los días de hoy.

Esta hipótesis se articula con la idea de que, en el capitalismo, la produc-ción del espacio se realiza bajo la forma de mercancía. La historia del proceso de reproducción del espacio urbano está sometida a la lógica de la acumulación, lo que significa que el espacio se convierte en mercancía y en fuente de ganancia para la realización del capital. En esta dirección, el desarrollo del capitalismo (que tiene en su origen la sociedad de clases y la acumulación de la riqueza en pocas manos) promueve la separación entre la producción social del espacio como una de las producciones de la socie-dad y su apropiación privada (la del espacio de la ciudad) por las personas (Carlos 2001).

En este sentido, la vida urbana se caracteriza por esa separación entre la producción social del espacio y su apropiación privada (es decir, los ciu-dadanos se apropian de la ciudad de maneras distintas según la distribu-ción de la riqueza generada por la sociedad). Esta contradicción entre la producción social del espacio y la apropiación privada actuará como el fundamento de lo que aquí llamamos violencia urbana. Por lo tanto, las formas de acceso a la vida urbana y a la ciudad serán diferentes. Como consecuencia de esa distribución desigual, la producción social del espa-cio urbano revela un proceso que destituye el sentido de lo humano, puesto que aparta al individuo de su obra (la ciudad). Esa separación produce, por lo tanto, el vaciamiento de la actividad humana bajo el capitalismo, es decir, su alienación. En esta dirección, el primer sentido de la violencia involucra la privación y el aislamiento del individuo en

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relación con el contenido de todas las actividades que constituyen la existencia humana y que se produjeron en sociedad.

De este modo, el análisis desplaza el tema de la violencia desde el nivel estricto del crimen hacia el ámbito de la producción desigual y contradic-toria de nuestra sociedad, que se puede observar en la variedad de las formas de apropiación y de uso del espacio urbano como el espacio-tiempo de realización de la vida. Por consiguiente, la cuestión central de esta reflexión es la desigualdad sobre la que se desarrolla la sociedad capi-talista basada en la dominación de clase, y que resulta en la producción de ciudades desiguales.

Una segunda hipótesis es que la violencia se llevaría a cabo, en la práctica de la vida cotidiana, bajo diversas formas de restricciones que dificultan la realización de la humanidad de las personas como una práctica socioespa-cial: son las formas invisibles de la violencia.

los contenidos de la violencia urbana

Para Sergio Adorno (2002), la violencia urbana tiene «múltiples modalidades»2. Puede referirse tanto al crimen común o al crimen organi-zado, como a la violencia doméstica o a la violación de los derechos huma-nos, y se viene constituyendo como una de las más grandes preocupaciones de la sociedad brasileña en las últimas décadas. Los análisis que consideran las formas más evidentes de violencia continúan confundiéndola con la criminalidad (Ferreira/Penna). En este sentido, se pueden identificar dis-tintos crímenes, lo que resulta en la idea de que se podría solucionar el problema a través de la ley, del aumento del rigor y de la vigilancia. Por otra parte, se cree que existe relación entre la violencia y la pobreza, o entre la violencia y los suburbios (Lima). De esta manera, se entienden los problemas y las soluciones según una lógica que no pone en riesgo la in-contestable dominación del capital sobre la sociedad. Esta perspectiva encubre lo que efectivamente funda la violencia y explica la segregación socioespacial basada en la propiedad privada del suelo urbano. La corres-pondencia entre la violencia y la criminalidad se encuentra preferentemen-te en la ciudad, sobre todo en la gran ciudad. Desde este punto de vista, el debate ha relacionado la criminalidad con actos violentos y con el esce-nario de inseguridad en las grandes ciudades, en espacios específicos: los

2. Adorno constata el crecimiento de la delincuencia urbana, en especial de los crímenes contra el patrimonio (robo, extorsión y secuestro) y de homicidios dolosos (voluntarios); asimismo, la aparición de la criminalidad organizada, principalmente alrededor del tráfico internacional de drogas, que cambia los modelos y perfiles convencionales de la delincuencia urbana.

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públicos y los suburbios, lo que justifica políticas de seguridad basadas en la presencia de la policía en la vida cotidiana en ese espacio.

Marizângela Aparecida de Bortolo Pinto y Marília Luiza Peluso (2014), por ejemplo, asocian directamente la violencia a la criminalidad, pero afirman que los «índices de criminalidad violenta suscitan discusiones so-bre sus motivos, definidos a partir de los problemas sociales y económicos que hacen que las metrópolis sean lugares de conflictos latentes». Según estas autoras, las fragmentaciones del espacio metropolitano producen y reproducen las condiciones para la violencia; un lugar de incertidumbre y riesgo que resulta de la fragilidad de la inclusión de gran parte de los ha-bitantes en el sistema productivo. Esta idea se asemeja a la de Mike Davis (2006, p. 177), para quien la violencia se explicaría por la compe-tencia en el sector informal de la economía bajo condiciones de oferta infinita de mano de obra. Davis escribe que, a partir de la década de 1980, la informalidad económica regresó con mucha fuerza, y la ecua-ción que iguala la marginalidad urbana y la marginalidad ocupacional se hizo irrefutable y arrolladora. Para Ermínia Maricato (1996, p. 77), la agudización de la pobreza en San Pablo en los años 80 causó una explo-sión de la violencia urbana expresada en la criminalidad, en particular en los homicidios. Sin embargo, para esta autora, se debe tener en cuen-ta que la violencia también expresa la exclusión económica, social, cul-tural, legal y ambiental. A pesar de esas reservas, en estos trabajos se observa la asociación entre violencia y pobreza.

Otro dato importante es que los análisis no pueden ignorar la espaciali-zación de la pobreza relacionada con la violencia en los suburbios de las grandes ciudades, hecho que vincula la existencia al narcotráfico, como se observa en el estudio de Aiala Colares de Oliveira Couto (2014) sobre las metrópolis de Belém y Manaus. Para este autor, las actividades crimi-nales encuentran con mucha facilidad un espacio favorable para formar su territorio en la periferia urbana. Estos serían los loci de la escasez y de la pobreza, que el autor asocia a las «aglomeraciones de exclusión». Son zonas urbanas necesitadas que permiten la apropiación por el narcotrá-fico. «La expansión de la criminalidad en Belém (...) simboliza los refle-jos de la violencia que sufren los pobres en los suburbios, sometidos a las reglas del comercio de drogas» (p. 194). Tal territorialización del narco-tráfico, sin embargo, es producto del comercio a escala global apoyado en redes ilegales que, al desarrollarse, territorializan la violencia –los al-rededores de la mancha urbana y las favelas–. Así como en Belém y Manaus, en Río de Janeiro, según el análisis de Jorge Luis Barbosa (2015), igualmente se observa la existencia de una geografía del tráfico de drogas ilegales que resulta de la posición de esta ciudad en la red

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global de consumo y distribución de cocaína. En estos casos, la violencia es un producto de las luchas por territorios y poder en la jerarquía del narcotráfico. De esta manera, las facciones criminales se enfrentan en las zonas de las favelas, lo que crea normas de control del territorio. Allí, la vida bajo el dominio del narcotráfico se efectúa como privación tanto de la libertad del uso de los espacios de realización de la vida, del modo como se constituyen las relaciones sociales en el lugar, cuanto respecto a los derechos de circular de los que residen en la ciudad. Intimidados y sometidos a la lógica de la ganancia, los habitantes de las favelas se suje-tan al ritmo del tráfico.

Como consecuencia, se verifica el vaciamiento de los espacios públicos –plazas, parques– en el centro y en la periferia, lo que ha generado la idea de que esos lugares no son para reuniones, sino que son sitios peligrosos. De esas acciones resulta la degradación de la vida pública ante la privación del derecho al uso colectivo de los espacios. Se produce, por lo tanto, un déficit de la democracia. En este escenario, la violencia surge en un proce-so más amplio y complejo, en las relaciones sociales entre los habitantes del espacio de la realización de la vida. Como advierte Loïc Wacquant (2007), la relación entre la pobreza y la violencia oculta a un grupo de personas «de no derechos» que vive en territorios de privación.

Creo que la idea de privación es un indicio significativo para ubicar la violencia en los procesos constituyentes de la urbanización y no en sus consecuencias. Una señal importante que puede ampliar los contenidos y las formas de la expresión de la violencia urbana se encuentra en los estudios de Renata Sampaio (2011; 2015). Impulsados por la necesidad de superar la adherencia entre violencia y criminalidad, buscan entender los sentidos más profundos de la violencia urbana situada en los funda-mentos del proceso de urbanización capitalista basado en la desigualdad social.

La relación contradictoria y desemejante entre el centro y la periferia en San Pablo está en el corazón del proceso de urbanización que se asienta en la industrialización a inicios del siglo XX. La historia brasileña de ese periodo revela que la condición del país de periferia del sistema capitalista lo introduce en la etapa de la división socioespacial del trabajo en la que la industrialización se llevó a cabo tras el ahorro de la mano de obra (Tava-res). Esa situación ha llevado a la creación de un sector informal de la economía que pudiera albergar y mantener a una parte de la clase trabaja-dora que no tenía acceso al mercado formal regido por la industria. Por otra parte, el proceso se efectúa con altas tasas de explotación del trabajo de personas que no cobran un sueldo suficiente para sobrevivir en las

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zonas centrales de la ciudad. La urbanización que se crea a partir de la industrialización estimula la explosión de los suburbios urbanos basados en la autoconstrucción en terrenos sin infraestructura y que, por lo tanto, exhiben precios bajos en contraposición a las áreas urbanas centrales, va-lorizadas por el trabajo acumulado en la producción del espacio. Es decir, el proceso de reproducción de la sociedad tiene como condición la pro-ducción del espacio urbano, que se caracteriza por la relación centro-peri-feria bajo la hegemonía del capital industrial.

Bajo la égida de este capital, la producción del espacio urbano converti-do en mercancía somete su acceso a la lógica de la mercantilización re-gida por el mercado inmobiliario, que, a su vez, involucra la producción civil y el mercado de tierras. Una parte significativa de la gente que solo ha podido sobrevivir mediante el desarrollo de una economía llamada informal tuvo como única opción las zonas del suelo urbano con bajo precio. La expansión de la mancha urbana para alojar a la clase trabaja-dora formó inmensos suburbios sin infraestructura. Así, la manera en que se llevó a cabo el proceso de industrialización generó una urbaniza-ción profundamente desigual. Las favelas y las ocupaciones de tierra son el resultado de ese proceso que genera viviendas inadecuadas. Por lo tanto, el origen de las favelas y de las ocupaciones se sitúa en el proceso de producción desigual del espacio urbano metropolitano como emer-gente directo de la industrialización. La desigualdad se revela por la distribución de las personas en el espacio de la metrópolis como una forma de concentración de la riqueza. El centro y la periferia se definen y la mancha urbana se dilata incesantemente para constituir la metrópo-lis. En 1974, la población de San Pablo era de 9.963.061 habitantes, que se distribuían en un área urbana de 1.151 kilómetros cuadrados; en 1985, había 13.970.764 habitantes en una mancha urbana de 1.580 kilómetros cuadrados; en 1997, vivían 15.763.650 personas en 1.693 kilómetros cua-drados. Ya en 2002, la población sumaba 18.453.398 habitantes en un área de 2.199 kilómetros cuadrados3.

Se observa un área central extendida y concentrada, con focos de pobreza –que conforman las favelas– que se ubican en los barrios marginales cada vez en menor cantidad, y un vasto suburbio. El número de habitantes de estas zonas es, aún hoy, bastante significativo. En 1987, 815.450 personas vivían en favelas; en 1991, eran 891.6791; en 2000, 1.160.500; y en 2008, encontramos 1.539.271 personas que residen en favelas de una

3. Fuentes: área urbanizada: «Mapa da expansão da área urbanizada da Região Metropolitana de São Paulo» de Emplasa; población: Ipeadata en Vanessa Gapriotti Nadalin y Danilo Ca-margo Igliori: «Evolução urbana e espraiamento na região metropolitana de São Paulo», texto para discusión No 1481, IPEA, Río de Janeiro, abril de 2010.

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población total de 11.253.503 habitantes4. De manera contradictoria, en las afueras de las ciudades se amontonan, junto a los barrios espontáneos de las autoconstrucciones, las instalaciones industriales y los barrios ce-rrados.

Así, una rápida mirada sobre esa realidad identifica que la concentración de renta parece explicar las diferencias en el paisaje; es decir, un análisis inicial constataría la relación inmediata entre la morfología social y la morfología espacial. Sin embargo, si se quiere ir más allá de ese nivel de explicación, se deben buscar los orígenes de las diferencias en el paisaje urbano en la concentración de renta y en la existencia de la propiedad de la riqueza. En 2000, por ejemplo, menos de 1% de la población poseía 13% de participación en el total de ingresos; este último porcentaje sube a más de 20% en 20105.

La extensión de la trama urbana metropolitana –que es una señal de la profundización de la relación centro-periferia– descubre las contradic-ciones del proceso de reproducción del espacio que se presenta como segregado. La segregación tiene como fundamento la existencia de la propiedad privada. El uso se somete a la propiedad, instaurada como un momento de apropiación privada de partes de la ciudad sobre las cuales se puede disponer como esfera exclusiva de un arbitrio privado, con exclusión de posibilidades alternativas (lo que, en sus varias formas, es el fundamento de la riqueza). Asimismo, la práctica espacial urbana mani-fiesta la extrema disociación de los elementos de la vida fragmentada en la separación cotidiana al apartar, cada vez más, los locales de vivienda de los de trabajo.

La desigualdad socioespacial se presenta en las estructuras lógicas de la sociedad capitalista que se realiza como violencia. Además, es importante que no olvidemos que la vida urbana incluye la naturalización de la vio-lencia como actos agresivos entre sujetos –como la negación del otro y del distinto que se observa en la intolerancia religiosa, sexual, cultural y étni-ca–. Por lo tanto, es necesario que se consideren las formas ocultas de violencia en la «sociedad del espectáculo». Una de esas formas sería la na-turalización de la violencia en el sector de la cultura, en el que es una fuente de beneficios. Aquí hacemos referencia a las producciones cine-matográficas, los programas de televisión y los videojuegos que convier-ten la violencia en un hecho trivial y la ofrecen como una forma de entretenimiento.

4. Fuente: IBGE, elaboración Deinfo, Alcaldía de San Pablo, 2015.5. Datos de Oxfam, San Pablo, <www.oxfam.org>.

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En el otro extremo, se advierte la «cultura del miedo» que proviene de la idea de delincuencia que el sector inmobiliario impulsa explícitamente y que justifica la construcción de inmensos barrios cerrados y edificios amu-rallados en las afueras de las metrópolis. A partir de esas construcciones se desarrolla igualmente la industria de la vigilancia. En el paisaje metropo-litano, surgen barrios cerrados con altos muros, cámaras y vigilantes de seguridad privada.

Se puede afirmar, por lo tanto, que ese proceso restablece la eficiencia económica de la ciudad en el movimiento de acumulación al relacionar la violencia con la seguridad. Así se castiga doblemente a una parte de la pobla-ción a la que se criminaliza y aparta del espacio mediante los muros y la vigilancia urbana. De esa manera se impide el acceso a las áreas públicas que están alrededor de los barrios cerrados y de los espacios definidos se-gún la ideología de la «sociabilidad de los barrios cerrados».

Esta situación de fragmentación y creación de fronteras en el espacio con-tribuye a que se desagregue el tejido social (por negación del otro, intole-rancia, etc.) a través de la producción desigual del espacio urbano. La gran ciudad que se exhibe como expresión de la violencia relacionada con la idea de miedo e inseguridad es la ciudad amenazadora, hecho que Stephen Graham (2016) discute como el «urbanismo militar» en el mundo moderno, que coloniza los espacios y sitios donde transcurre la vida cotidiana. En este contexto, la violencia se introduce en la vida diaria creando el par miedo-inseguridad, que vacía aún más los espacios públicos y deteriora las relaciones de vecindad al poner la violencia en el centro del debate como un síntoma relevante de la crisis urbana.

La prensa vehicula cotidianamente el discurso sobre la violencia urbana en tanto criminalidad y proyecta así la anticiudad bajo el argumento de la necesidad del control de la sociedad. Se crea la falsa idea de que existe una situación crítica en el seno de la sociedad que exige la separación entre los pobres y los ricos, las zonas nobles y los suburbios, el centro y la periferia. Asimismo, se expone la cuestión del racismo, puesto que los negros sufren directamente la violencia de la policía que los estigmatiza como supuestos criminales.

El discurso de la violencia o su identificación con la pobreza crea un apartheid social, producto de políticas que discriminan a los pobres, la pobreza y su lugar en la estructura urbana sin que se reflexione sobre sus fundamentos.

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urbanización y violencia

Sobrelacontradicción:laproducciónsocialdelespaciourbanoylaapropiaciónprivada

El proceso de reproducción del espacio urbano como espacio-tiempo de la producción, bajo el capitalismo, se establece en la desigualdad social y en la existencia de la propiedad privada de la riqueza. La propiedad priva-da mantiene las relaciones sociales estructuradas a partir de la forma con-tractual –aquí me refiero a las relaciones sociales que se instituyen a partir de los contratos efectuados desde la forma jurídica de la propiedad privada (este es el caso de la relación capital-trabajo a través del contrato que le concede al trabajador el sueldo y al propietario, la ganancia)–. Este proce-so se reproduce en forma de violencia y determina la vida cotidiana en la ciudad, puesto que el acceso a los usos y a los servicios depende del salario.

A lo largo de la historia de la producción del espacio urbano paulistano, la construcción de la metrópolis se lleva a cabo mientras la ciudad se expan-de como extensión del tejido urbano. Esa expansión se apoya en la exis-tencia de la propiedad privada del suelo urbano (que, en sus distintas formas, es el fundamento de la riqueza), que diferencia el acceso del ciu-dadano a la vivienda. Además, la construcción de la metrópolis se efectúa como fragmentación de los elementos de la práctica socioespacial urbana, pues en ella se separan los ámbitos de la realización de la vida como si fueran autónomos –me refiero al trabajo, al ocio y a la vida privada (Lefebvre)–. Eso se debe a que, en la ciudad, el mercado del suelo urbano distribuye la sociedad en el espacio según la racionalidad de la propiedad privada, lo que significa que los pobres solo pueden vivir donde el precio de la vivien-da es compatible con sus ingresos.

De esta manera, tal distribución es un producto de una estrategia de clase. Así, el proceso de reproducción del espacio urbano acarrea importantes contradicciones. La primera se refiere al hecho de que la producción del espacio urbano es un proceso que incluye a toda la sociedad. Es, por lo tanto, un proceso social, pero su apropiación es privada, pues resulta del mismo fundamento de la sociedad capitalista basada en la división de clases y en la propiedad privada de la riqueza. De esa contradicción se despliega otra: bajo el capitalismo, el espacio producido socialmente se convierte en mercancía –por ejemplo, el ciudadano puede acceder a la vivienda solo a través de la mediación del mercado inmobiliario, puesto que ella es una mercancía esencial para la realización de la vida–. A la casa, se suman otros elementos indispensables para la vida urbana, como los espacios públicos y los servicios de salud, cultura y educación, que son

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igualmente formas de apropiación necesarias para la realización de la vida. Para el ciudadano, es un tema de valores de uso; pero bajo el capitalismo la vivienda, la salud, el ocio, la educación y la cultura se convierten en mercancías, es decir, en valores de cambio que exigen el mercado para que se los consuma. Este proceso se hace efectivo de manera desigual entre los ciudadanos de la metrópolis. Los suburbios carecen de servicios y espacios públicos, y allí están las zonas de viviendas inadecuadas y sin infraestructura6.

Además, al nivel espacial desigual de la urbanización se asocia el nivel temporal. El sentido de la urbanización contemporánea se encuentra en tres momentos temporales: primero, hay una perspectiva histórica –se relaciona con la condición de Brasil como un país periférico–. Después, concierne al modo en que el capitalismo se reproduce hoy en día bajo la hegemonía del capital financiero. El tercer punto corresponde al horizon-te del futuro. El pasado sitúa la condición urbana actual en la urbaniza-ción dependiente y contradictoria producida por la sociedad capitalista. El futuro surge y alcanza visibilidad en las luchas urbanas como un cues-tionamiento de la producción de lo urbano en el presente que dificulta y deteriora la vida en la metrópolis. Entre el pasado y la exigencia de cons-trucción de un proyecto de transformación radical de esta condición urbana de privación, se encuentra la necesidad de entender cuál es el fun-damento de la violencia del proceso de urbanización.

La urbanización contiene la violencia, puesto que es un fenómeno que se realiza, bajo el capitalismo, a partir de la existencia de una sociedad de clases que, por detentar el dinero, detenta el poder. Esos aspectos rigen el acceso del ciudadano a la ciudad puesto que, a partir del acto de residir, que lo ubica y le permite vivir la ciudad, aquel establece sus relaciones sociales en la vida cotidiana a través de los usos del espacio urbano.

Desde los medios de producción hasta la casa como ambiente de repro-ducción de la especie, todos los lugares de la vida son propensos a pasar por las formas posibles de apropiación sometidas a las relaciones de inter-cambio mercantil. Eso se revela como una consecuencia de la expansión de la propiedad privada hacia todos los niveles de la vida y se manifiesta como privación de la ciudad. Aquí se erigen las fronteras urbanas –ya sea las que se imponen por la existencia de la propiedad privada del suelo urbano, por el narcotráfico, por los grupos criminales– que limitan la vida al disminuir los espacios públicos y deteriorar los espacios privados en razón de la ampliación de los suburbios urbanos.

6. V., por ejemplo, el análisis de Maricato (1996).

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Los accesos privados delimitan el modo en que las personas se apropian y utilizan el espacio urbano, lo que obliga a que los ciudadanos se enfrenten al mercado del suelo urbano. El acceso a los usos de la vivienda, a los servicios públicos, a los bienes culturales y al centro de la metrópolis se define según un primer acceso: a la vivienda y al mercado inmobiliario. Por ejemplo, los accesos de las personas que viven en las afueras de la ciudad son distintos de los de aquellos que viven en las áreas centrales. La distinción entre el centro y la periferia urbana igualmente define los contenidos de la vida cotidiana en la metrópolis, como un resultado de la desigualdad de las personas en una sociedad de clases.

Las necesidades que nunca se atienden, las injusticias en la distribución de la riqueza social y la disminución de los espacios públicos como lugares de la vida en común generada por las metamorfosis urbanas hacen visibles el estrechamiento del ámbito público. En este nivel –lo-cal y de la vida cotidiana–, se explicita la violencia del proceso de ur-banización. Las manifestaciones que se ven en las grandes ciudades de Brasil (en los espacios públicos7), con un número significativo de per-sonas que reclaman el derecho a la ciudad, son señales importantes para la reflexión sobre cómo la vida que se lleva a cabo en esas metrópolis se realiza como una fuente de privación. Los ciudadanos protestan contra el déficit de vivienda que los obliga a residir en condiciones inadecua-das, en casas sin infraestructura, en áreas donde los niños no tienen escuela, por ejemplo. Eso demuestra que la gestión pública que cons-truye la metrópolis dirige su atención a las necesidades de la reproducción económica, en lugar de atender a las demandas de la sociedad. Incluso, se observa la disminución de los presupuestos para los proyectos sociales, como los de la salud, la educación, las políticas para vivienda o para los costos de transporte, etc. Esas acciones revelan la violencia del pro-ceso de urbanización en la manera en que lo urbano se reproduce y profundiza la segregación socioespacial como una característica de la ciudad moderna; en la separación insondable entre el centro y los su-burbios y en los mismos suburbios.

Políticaspúblicasderenovaciónurbanayagudizacióndelasegregaciónsocioespacial

La ciudad en tanto producción socioespacial apunta hacia la dimensión de la vida cotidiana realizándose a través de y por el espacio (Carlos

7. Las manifestaciones que tuvieron lugar a lo largo de 2013 en Brasil aclararon una diversi-dad de cuestiones sobre las privaciones que se presentan en la vida cotidiana, como la falta de vivienda, la vivienda insalubre, el alto costo del transporte, etc. Ver Carlos (2017).

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2011). Es decir, cuando se instituye una política pública que cambia la dinámica del espacio, eso habla de la transformación de la vida cotidiana.

En San Pablo, el comienzo de los años 90 señaló un nuevo momento de la reproducción del espacio metropolitano, con la desconcentración del sector productivo industrial (disminución de los locales industriales) y el abultamiento de la centralización del capital en la metrópolis según nuevos sectores de la economía, en especial el «nuevo terciario», que in-cluye el sector financiero, el turismo y el ocio. Asimismo, otros sectores se redefinieron, como pasó con el comercio y los servicios, para responder al crecimiento de esas actividades.

De esa forma, la dinámica de la economía metropolitana, que antes se basaba preferentemente en el sector productivo industrial, ahora se apoya también en un amplio crecimiento del sector terciario moderno –los servicios, el comercio, el sector financiero– como condición de desarrollo de una economía que se abre, cada vez más, al ámbito mundial. Esta transformación requiere la «reproducción del espacio» como condición de la acumulación que se realiza a partir de la expansión del área central de la metrópolis (hasta ese momento, el principal sitio de realización de esta actividad) en dirección a la región sudoeste, lo que va a redefinir las condiciones de vivienda en el área.

Así, la producción del espacio urbano en San Pablo demuestra el movi-miento que va desde su papel de fuerza productiva para la realización del capital industrial hasta el de materia prima y medio de consumo productivo en las manos del mercado financiero. De esa manera, la necesidad de encontrar otros caminos para la realización de la reproduc-ción ampliada del capital se mueve desde la fábrica hasta la producción de los espacios en la metrópolis para las nuevas actividades económicas. La crisis de la acumulación del régimen fordista agudiza la desigualdad e impulsa la búsqueda de mecanismos que aplaquen la «tendencia a la baja de la tasa de ganancia», lo que se hará a través de la producción de fragmentos del espacio. En este momento, en San Pablo, eso se refiere al hecho de que la metrópolis está densamente ocupada por el desarrollo del sector inmobiliario, lo que ha convertido el espacio en algo escaso frente a su abundancia en el pasado. Dicha escasez, un producto del desarrollo del propio capitalismo, impide la construcción de la metró-polis financiera global.

Esa situación crítica se solucionará en cuanto el Estado actúe. Es decir, se deben crear políticas públicas volcadas hacia la reproducción del es-pacio urbano. La política pública de intervención espacial es uno de esos

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mecanismos y permitirá realizar: a) el proceso de renovación urbana de las zonas centrales de las grandes ciudades; b) la transformación de an-tiguas regiones industriales, tras la construcción de edificios de oficinas en áreas de centralidad de servicios y de edificios residenciales de alto nivel fuera de esa centralidad; c) la expansión de la periferia tras la cons-trucción de barrios cerrados. Todos esos proyectos objetivan la realiza-ción de la acumulación y se van a concretar a través de las alianzas entre los sectores político y empresarial.

Las políticas públicas que guían las inversiones en ciertos sectores y zonas de la metrópolis se efectúan a través de acuerdos entre la municipalidad y los sectores privados. Eso impulsa el proceso de transformación espacial como un momento de la acumulación del capital, lo que convierte la ciudad en cautiva de los intereses económicos (Carlos 2001).

La expansión de la actividad de servicios modernos se va constituyendo como un polo de atracción de inversiones inmobiliarias apto a acoger nuevas funciones económicas en un «nuevo espacio» con apertura de avenidas, cambios en la legislación urbana que posibilitan la construc-ción de altos edificios vidriados y empleo de nuevas tecnologías. Así, donde antes había viviendas, se crean nuevas funciones para antiguas zonas residenciales.

Según esta lógica, se presentan demandas que benefician los acuerdos entre la municipalidad y los poderes privados, lo que resulta en la expul-sión de las clases bajas y el desplazamiento de las favelas hacia zonas leja-nas. Esta dinámica rompe los enlaces sociales que unen a las personas a los lugares y, por lo tanto, a la comunidad. Asimismo, el aumento de la pobreza8 separa y divide a los habitantes de la ciudad en función de las formas de apropiación determinadas por la existencia de la propiedad del suelo urbano. Por otra parte, el discurso de la inclusión reaparece constan-temente. Por lo tanto, en San Pablo, las acciones políticas públicas privi-legiarán la reproducción del sector económico, cuyas necesidades son radicalmente distintas de las necesidades de la reproducción de la vida urbana. En términos concretos, eso se revela en la remoción de los habi-tantes de las áreas de renovación, lo que agudiza las separaciones entre las clases en el espacio metropolitano, hecho que guarda cierta semejanza con el fenómeno de la gentrificación descrito por Neil Smith (2012).

8. Según señaló David Harvey (2005), en los Estados Unidos de los años 1960, la tradi-ción de los acuerdos público-privados subsidiados en el nivel federal y luego implantados regionalmente demostró que las políticas de estímulo del capital crearon una falsa imagen de éxito.

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Dos operaciones urbanas del gobierno de la ciudad de San Pablo, en la región sudoeste de la metrópoli, permitieron un cambio drástico en el paisaje, con la metamorfosis de los usos y funciones del área: la Opera-ción Urbana Águas Espraiadas y la Operación Urbana Faria Lima (1992). La primera intervención desplazó a 11.000 familias9; la segunda, a 300, y ambas dieron lugar a otros usos del espacio con la sustitución de las personas/residentes por oficinas y grandes avenidas. Acompaña esas re-mociones el aumento del precio del metro cuadrado que resulta del pro-ceso de valorización de las intervenciones urbanas. Hoy el metro cuadrado del suelo urbano cuesta en San Pablo, en promedio, 641 reales (unos 200 dólares)10, segundo precio más caro entre las capitales brasileñas. Sin embargo, en el barrio de Itaim (ubicado en el perímetro de la Operación Urbana Faria Lima), el valor del metro cuadrado es de 22.640 reales (unos 7.160 dólares), el segundo más caro entre los barrios de las capita-les brasileñas estudiadas (FIPE, 2017).

En el nivel de la vida cotidiana, las políticas públicas que se dirigen al espacio descubren las alianzas de clase –la segregación se exhibe como una estrategia de clase al momento de expulsar a los trabajadores de las regio-nes que sufren un proceso de valorización como consecuencia de las in-tervenciones urbanas que posibilitan la realización de la economía–. Las estrategias de supervivencia de los habitantes y las del mercado inmobi-liario crean barreras visibles e insuperables. La frontera, como límite que la propiedad privada de la riqueza impone, establece la separación por la fragmentación de los espacios bajo el signo de la mercancía y de la prác-tica de la mercantilización. En este ámbito, el modo de acceso a la metró-polis y a la vida en ella enmarca el proceso de producción del espacio como una realización del proceso de valorización.

Una crisis urbana se está manifestando en profundidad, y se la identifica a partir del hecho de que: a) al expandirse a través del espacio, el proceso de acumulación demuestra la potencia de la propiedad con nuevos usos del espacio y trae como consecuencia el vaciamiento de la zonas de práctica socioespacial; b) se registra la extensión del valor de cambio del espacio con accesos diferenciados de la sociedad a la vivienda y al ocio. Al transformar el uso del espacio, se reestructuran las formas de acceso de la sociedad a las áreas que se valorizaron tras las intervenciones. El paisaje de la línea del horizonte formado por los altos y modernos edificios de ofi-cinas, los hoteles, los centros comerciales y los edificios residenciales de lujo se hace efectivo con la expulsión de una parte de la sociedad que no

9. Datos del Observatório das Remoções, <www.observatorioderemocoes.fau.usp.br>.10. Según estudio cualitativo de campo que realizó la autora en el inicio de los años 2000.

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puede componer adecuadamente la base de los consumidores de los espa-cios remodelados, ya sea en forma de viviendas, de ocio o de trabajo. Corresponde a un conjunto de personas no compatibles al proceso de transformación, es decir, los pobres sin capacidad de consumo11. Los te-rrenos de bajo precio o sin valor de cambio están en áreas que no son adecuadas para la vivienda y para la vida humana, lo que puede generar grandes catástrofes ambientales y sociales. Por lo tanto, de ese proceso que se reproduce resulta, en primer lugar, la precarización del trabajo como proceso productivo y, con él, de todos los sentidos del ser humano; de la vida limitada a la realización de las necesidades animales; de los espacios de realización de la vida humana, desde la vivienda hasta la naturaleza; y, finalmente, se deterioran toda la ciudad y la vida en ella. Así, las operacio-nes urbanas, en tanto políticas urbanas, se presentan como la expresión perfecta de la violencia que fundamenta la producción de lo urbano en las grandes ciudades.

La intervención del Estado se justifica bajo el signo de la modernidad y se funda en la ideología del progreso y de lo moderno. Así se promueve el discurso del «chantaje utilitario» (Kotanyi/Vaneigem, p. 215), que permi-te forjar el «consentimiento de la gente» para los proyectos grandiosos como el único camino posible para que se superen las crisis. El discurso de la violencia que va a justificar las renovaciones y ampliar los sectores de acumulación contribuye a esa lógica, lo que estimula el mercado inmobi-liario y fomenta la industria de la violencia.

Movilizados y sostenidos por el discurso que provoca el miedo, los apara-tos de seguridad de la ciudad rompen las relaciones sociales y vacían los espacios públicos de sus contenidos civilizatorios. En el ámbito social, se deflagra un modo de vida que naturaliza la violencia y produce la nega-ción del otro.

Por lo tanto, en ese plano, se presentan: a) la pérdida de la cohesión social que resulta en la enajenación del otro que es diferente; b) el vaciamiento de los espacios públicos en relación con los espacios cercados y protegidos,

11. Una cantidad de personas equivalente a la de una ciudad mediana puede ser obligada a dejar su vivienda debido a las intervenciones urbanas en la ciudad de San Pablo. De este grupo de más de 100.000 personas, ya se removió aproximadamente a 30.000. Eso ocurrió con siete casos de obras públicas: la remodelación de Región Central; el Parque Várzeas del Tietê (Región Este); sector Norte del Rodoanel y Parque Linear Canivete (Región Norte); Operação Urbana Consorciada Água Espraiada, Paraisópolis y Cantinho do Céu (Región Sur). Los datos son del Observatorio de Remociones, organizados por los investigadores y profesores-coordinadores de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de San Pablo (FAUUSP) –Laboratórios de Habitação e Assentamentos Humanos (LabHab) y del Espaço Público e Direito à Cidade (LabCidade), ambos de la FAUUSP–. V. «Remoções podem afetar mais de 100 mil pessoas em São Paulo» en Carta Maior, 4/10/2012.

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con abundancia de los semipúblicos; c) la construcción de barreras urba-nas de protección: alambrados, muros, garitas, cámaras de vigilancia, que demuestran el crecimiento de la industria de la seguridad. Cuando se le quita a la gente la vida urbana actual o posible, se crea un problema prác-tico (y por eso, político): las luchas por el derecho a la ciudad. De esa manera, se revelan las dimensiones de la crisis que ha producido el desa-rrollo del capitalismo en la periferia, y que se vive de forma tan desigual en la sociedad brasileña, lo que exhibe la dialéctica del mundo.

Así se manifiesta la extensión de la crisis que se genera a partir de una sociedad basada en el sistema productor de mercancías y en la existencia de la propiedad –de la tierra, de los medios de producción y del dinero–. El desarrollo de esa sociedad no solo ha inundado el mundo de productos siempre nuevos, a partir de la idea de la obsolescencia y de la introducción de lo efímero, sino que ha instituido un conjunto de relaciones sociales sometidas a esa lógica. Ese proceso también crea la degradación de la fuer-za de trabajo y de las capacidades humanas. La producción en masa, que exige el consumo en masa, ha producido, contradictoriamente, una parte significativa de la sociedad que solo tendrá acceso al mercado de consumo de manera residual, y que corresponde a una cantidad creciente de perso-nas que vive de lo que sobra, en condiciones miserables. De ese modo, podemos cambiar el razonamiento y preguntarnos: ¿hasta qué punto los actos criminales resultan de la estructura contractual que se impone a partir de la existencia de la propiedad privada, en una sociedad que se organiza sobre la base del consumo y que identifica al ciudadano como aquel que posee bienes?

¿el futuro?

Bajo el capitalismo, el espacio urbano –una obra histórica– se convierte en un espacio mercantilizado, puesto que se entiende la ciudad exclusiva-mente como valor de cambio, lo que crea la idea de que la metrópolis es un negocio, un lugar de acumulación y, al mismo tiempo, una fuente de acumulación. Tal escenario se produce a partir de relaciones sociales basa-das en la dominación y en la subordinación, en el uso y en la apropiación, que generan conflictos inevitables y propensos al cuestionamiento de las formas de gestión urbana.

La segregación vivida se realiza como negación de lo urbano y de la vida urbana, lo que demuestra que la expansión del capitalismo se hizo a costa de gran parte de la sociedad paulistana que vive en el límite de la supervi-vencia. En el nivel de la vida cotidiana, la metrópolis descubre que la ne-cesidad de reproducción económica contradice la reproducción de la vida,

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hecho que genera conflictos. En este momento, reivindicaciones que cuestionan el proceso portador de la violencia ocupan el espacio urbano y rompen la invisibilidad de las periferias y de los suburbios, a la vez que subrayan la exigencia del debate en torno del «derecho a la ciudad». Un camino posible para pensar el fin de la violencia urbana sería el reordena-miento del proceso de urbanización según los términos del derecho a la ciudad.

El debate sobre la injusticia nos abre aquel de la utopía que nos sitúa en el futuro y ya nos ha demostrado su importancia a lo largo del desarrollo de la civilización. Por lo tanto, la construcción ininterrumpida de la sociedad no se encierra en el presente contradictorio, tampoco se instala en el pasa-do. Eso no significa que no sea necesario pensar en las transformaciones posibles en el tiempo presente manteniendo el futuro como horizonte que orienta esas acciones.

Las dinámicas urbanas que se analizaron en este trabajo pueden señalar algunos caminos a corto plazo: a) el tributo sobre la riqueza, que podría disminuir la concentración de renta; b) la creación de políticas públi-cas dirigidas a las demandas de la sociedad y no volcadas a la realización de las distintas formas de ganancia que se observan en las políticas de emprendedorismo urbano, lo que puede ser un comienzo; c) la regulación del mercado inmobiliario para que se impida la construcción de infraes-tructura y de proyectos inmobiliarios que valorizan el espacio pero expul-san a la población residente; d) la descriminalización de las drogas para disminuir el poder del narcotráfico.

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