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7/21/2019 Vision Cristiana de la Historia
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VISIN CRISTIANA DE LA HISTORIA
de la ciencia, encuentren todava su solucin algunos enigmas
del pretrito y se haga posible, por otra parte, un obrar toda-
va ms fuertemente ace ntua do en sentido teleolgico en re-
lacin con el futuro. nicamente no se conseguir nunca, aun
en ese caso, predeterminar la Historia, porque en la Historia
no slo hay leyes naturales universalmente valederas, s ino tam-
bin personas qu e ob ran en libertad de un modo o de otro y'
excepcionales intervenciones de la gracia. Pudese, incluso, de-
cir que el fenmeno de a Historia consiste en la sucesin de
nacer libre y esa excepcional intervencin (le la gracia, porque
ellos son los que accionan la evolucin histrica, mientras en
otro caso se quedara en aquellos, en sentido metafsica, ci-
clos sin sentido, en las cuales consiste la vida animal que des-
conoce la historia. La vida animal es un retorno de lo eter-
namente igual, el eternamente nuevo juego del nacimiento,
ejercicio de las tendencias naturales y rpida muerte. La vida
humana comprende ciertamente ese ciclo tambin, pinto a ello,
sin embargo, la vida de a humanidad colectiva es un proceso
dirigido en el que hay una evolucin espiritual, un crecimiento
anmico y un renacimiento del hombre, fiel trasunto de Dios.
Sin embargo, tambin en a vida de la humanidad colectiva
tienen lugar determinados ciclos y el transcurso de esos ci-
clos,
dentro de ciertos lmites, es calculable por la ciencia o ase-
quible, por lo menos, a su mirada.
La morfologa de la Cultura, una ciencia que comienza
aprox im adam ente con el italian o G iam ba ttist a Vico (-f- 1744)
y en el tiempo ms moderno ha encontrado notables represen-
tantes en Spengler y Toynbee, ha alcanzado a clarificar un
ciclo histrico espiritual que se reencuentra casi en todas las
culturas del pasado. Es el ciclo que se adelanta en el cambio
peridico de las pocas creyentes a la incrdulas, de las reli-
giosamente entusiastas a las civilizadoras, para terminar con
la quiebra social y la irrupcin de. pueblos naturales jvenes
que son menos sensibles a la ciencia que a la religin y ha
cer posible con ello una nueva edad de fe. Vico entendi ese
ciclo como una manifestacin de la Providencia, Spengler lo
tom como un fatum, mientras yo veo en l un suceso que se
deja, no difcilmente, explicar desde la esencia del alma hu-
mana. El alma humana est constituida de tal modo que la
miseria le ensea a rezar, mientras en los tiempos de relativa
seguridad se inclina por planes y clculos soberanos. Que est
necesitado de la proteccin de Dios, lo experimenta diaria-
mente el hombre de los caticos primeros tiempos, mientras
en los tardos, aparentemente ordenados, cree poder prescindir
de El. Desde este estado de cosas se explica el "comps bina
r io" histrico-cullural como yo lo Hamo, esto es, el fenmeno
de la religin teocntrica o la ciencia antropocntrica, asumien-
do por turno la rectora de la humanidad. Para la explicacin
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de la decadencia de las culturas no necesitamos, por consiguien-
te ,
la aceptacin de causas sobrenaturales, s. en cambio, para
la explicacin de su ascenso. Que el hombre se. aleje de Dios
es una' consecuencia natural de su pecado original . Que vuelva
a il es una obra de la gracia. La decadencia, incluso de la
cultura occidental cristiana, fue en cierto sentido un proceso
regular recorrido anlogamente- a los ciclos de otras culturas.
Un renacimiento de la cultura occidental cristiana, si se logra-
se, sera algo excepcional y totalmente nuevo en la Historia.
C on estas observaciones fundam entales, creo ya hab er con-
testado suficientemente a las objeceiones contra mi perspec-
tiva de la Historia. Se encuentra dificultad en que yo, si-
multneamente, acento la excepcionalidad del mensaje de Cris-
to y a pesar de ello veo como un ciclo la trayectoria de la cul-
tura occidental. A mi me parece que ah nos dejamos llevar
por la idea de que el sistema entero de la creacin tendra
que moverse en lnea recta e ininterrumpida sobre la palabra
eterna, "sobre la que los eones estn ordenados" y se tendra
que poder comprobar y medir estadsticamente de un siglo a
otro los progresos en este movimiento. Pero, aunque la Histo-
ria considerada como todo, represente indudable un proce-
so dirigido, son entonces por eso ajenos a ella los ciclos lega-
les naturales? No se dan a pesar de esto en ella los ininte
rrumpidos ciclos de nacimiento y muerte en los individuos y
florecimiento y cada de pueblos e imperios? invidentemente
en modo alguno se excluyen mutuamente lo excepcional y los
ciclos de la Historia y, aparte de eso, ios ciclos histricos de
las culturas no significan todava en manera alguna un retor-
no de lo eternamente igual. Nuestra crisis cultural tiene una
fisonoma totalmente diferente a la de la crisis de la cultura
clsica y encontrar en tanto llegue a ella'- ' una solucin
completamente distinta a la que encontr la crisis del mundo
antiguo. Porque ni tenemos una nueva Revelacin que espe-
rar, que pudiese sustituir al Evangelio de Cristo, ni hay dis-
puestos, fuera del mundo civilizado, pueblos jvenes eulttiral-
mente capaces que sean aptos para construir una nueva sobre
los escombros de la cultura occidental. Nuestra situacin es,
pues,
en todo aspecto excepcional e incom parab le y un a reno-
vacin de nuestra cultura no puede esperarse de nuevas reli-
giones o razas, sino solamente de la superacin del mundo de
ideas que ha producido esta enorme catstrofe, ante todo, por
consiguiente, de la victoria sobre el mundo intelectual del si-
glo xvin. El racionalismo atestico de este mundo intelectual
corresponde ciertamente en bastante a la imagen del mundo del
clasicismo tardo, cuya sociedad crey igualmente encontrar en
la religin de la humanidad un sucedneo para el temor de
Dios ,
del "mos maiorum". Tambin se descubre, yendo ms
lejos,
el ideal sociolgico del clasicismo que muere, al que tam-
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bien nosotros aspiramos, con lo que tanto aqu como all apa-
rece como objetivo capital del arte de los estadistas la felici-
dad intramundana de las masas .
N ue str a situacin K istrico-espiritual, entretan to, es comple-
tamente distinta en cuanto nosotros conocemos todos ciertamen-
te la religin que nos ensea a despreciar lo ultramundano;
pero no apreciamos y perseguimos, como sucedneo de I
religin, un ideal de progreso social que no es ms que una
autodefraudacin. Sobre ese sucedneo de la religin reaccio-
na ciertamente la Historia universal con catstrofes siempre
nuevas. Sin embargo, basta boy no se le na conseguido a la
cristiandad el retener a los pueblos de la prosecucin de los
' idea les" qu e estn a biertam ente en co ntradiccin con el sen-
tido metafsico de la Historia y el ganar la batalla contra una
forma de vivir social que bace imposible una vida propia llena
de sentido.
En el volumen primero de mi Historia universal he mos
trado cmo la civitas mxima del mundo clsico se cambia y
transforma en primer lugar por la intervencin de nuevos con
tenidos de sentido religioso, en segundo, por la irrupcin de
una raza de conquistadores
que.
sustituye la estructura social
republicana de la ciudad clsica por la jerrquica del Sacro
Imperio. Mediante la jerarqua "de los santos y los caballeros",
en la Edad Media alcanz reconocimiento una nueva concep-
cin del sentido de la vida, que D an te se ala como asimila
cin del gnero humano con Dios". La Ilustracin humors-
tica y la cientfico-natural han allanado otra vez esa jerarqua
medieval junto con su concepcin del sentido y mecanizado la
vida social en una manera que sobrepasa ampliamente la me-
dida alcanzada en el clasicismo tardo. Sin embargo, no se pue-
de decir que tambin la historia espiritual de Occidente se
haya detenido en la versin mecanicista del mundo de la Ilus-
tracin. Ms bien cabe hablar, al perseguir la sucesiva forma
cfn ce la versin cientfica del mundo en los tres ltimos si-
glos,
de un progresivo abandono de la explicacin mecanicis-
ta del universo. En el principio esta la concepcin del mundo
puramente mecanicista de Descartes, luego llama Leibniz la
atencin sobre el principio formal teleolgico del organismo,
hacia 1800 se descubre la Historia de las ideas como princi
pi informador de la vida y hacia 1900 comienza la marcha
vistoriosa de la Filosofa de los valores que intenta abrazar las
formas de vida como objetivaciones de determinadas catego-
ras axiolgicas. Cuanto ms rectifican la ciencia natural or-
gnica y las ciencias culturales, la versin del mundo de In
ciencia natural inorgnica, tanto ms claramente aparecen los
factores rectores teleolgicos que fundamentan la estructura de
la creacin total, tanto ms se demuestra la ordenacin del
mundo sensible sobre otro suprasensible y tanto ms determi-
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nad am ente, tras las apariencias pasajeras, se 'acusan las cau-
sas reales de un mundo iraperecedero que, paso a paso, elevan
los ciclos de la naturaleza a un plano ms alto y los hacen
servidores de una prestacin de sentido sobrenatural a la Vida.
Tericamente, pues, hemos superado en gran parle la ver-
sin mecanicista del mundo de la Ilustracin y esa superacin
representa, sin duda, algo histrico, excepcional, lo cual, el cla-
sicismo tardo, por ejemplo, en ningn caso hubiera alcanzado
con medios cientficos si no hubiese venido en su ayuda a re-
velacin cristiana. De ah vemos que de hecho el Occidente
ha recibido por Jesucristo una tarea concluyente", en tanto
se-nos h a da do a n seguro -principio pa ra orden ar la H istoria de
la naturaleza en la de la Redencin, reconocer rectamente nues-
tros sntomas de degeneracin intelectual y social y dirigimos
a su curacin con. perspectivas de xito. Nuestra enfermedad
era la fe en la versin del universo de la ciencia natural, sus
leyes y ciclos "eternos" y a reproduccin de sus regularidades
en el moderno Estado de autmatas de los capitanes de indus-
tria, burcratas y funcionarios del partido que "someten a clcu-
lo a ios hombres como se somete a clculo una cosa in-
animada. Nuestra esperanza es la restauracin de un "cor-
pus chr istia num " social en el que dom ine otra vez una
viva relacin de t a yo entre directores y dirigidos y, como
com n Finalidad, sea reconoc ida equella asimilacin del g-
nero humano con Dios" en la que tambin crey la Edad Me-
dia y a la que debemos la construccin de nuestra cultura
occidental.
Nuestra situacin histrica es, pues, excepcional tanto por
su lado negativo como por el positivo. Ya no podemos contar
con las extraordinarias ayudas de la Providencia, tal como a
la humanidad le cupo en suerte a la salida de la 1 listona ele
la cultura clsica. Pero, en cambio, nuestra comprensin de las
condiciones bajo las cuales puede ante todo mantenerse lina
comunidad histrica, ha avanzado lo suficientemente lejos para
comprender la imposibilidad de una concepcin del sentidode la vida puramente civilizada y desarrollar, a partir de las
fuentes de la tradicin cristiana, en unin con tina aguda com-
prensin filosfico-histrica, las lneas orientadoras de una nue-
va construccin social.
La idea rectora de mi ensayo histrico universal era desta-
car del conjunto del material tctico de la historia, aquello que
es de inters para la solucin del problema actual, perseguir
en primera lnea, por consiguiente, los continuos intentos y
fracasos del esp ritu h um an o en la realizacin de la idea" de la
ciudad de Dios. Porque la vivencia del presente consiste esen-cialmente en eso, en el fracaso de I idea de la ciudad de Dios
en los pu rita no s ingleses del siglo xvn y los filsofos franceses
del xviii, as que no es' anacrnico, sin duda, si el pueblo del
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antiguo Sacro Imperio se esfuerza tambin por su parle por una
idea de la Ciudad de Dios, que corrija los insuficiencias de
los concepciones situadas en la quiebra. En ello, para descrip-
cin de mis ideas, me he referido siempre a las culturas asi-
ticas nicamente en cuanto eran de inters para la inteleccin
de la Historia de la Cultura occidental, as, por ejemplo, la
iran en cuanto es determinante de a helnica, a la rabe en
cuanto lo es de la gtica, a la china en cuanto lo es de la cul-
tura del Rococ. Para un tratamiento independiente de estas
culturas no haba para m ningn motivo por una simple ra-
zn, porque yo, en contradiccin con Spengler y Toynbee, no
trato de escribir ninguna historia de los ciclos, sino una his-
toria de aquel excepcional proceso que el profundo Hugo
de S. Vctor (-(-1141) ha sealado como opus restauralionis y
apunta al Renacimiento del hombre asemejado a Dios.
Por eso, esta especficamente cristiana perspectiva univer-
sal,
intent destruirla como es sabido Voltaire, que en su ex-
posicin histrica introdujo las culturas extraeuropeas y dis-
cuti con ello la primaca de la cristiano-occidental y el pri-
vilegie) de la excepcionalidad. Por e contraro, yo considero
que sub specie aeternitatis contemplado, slo hay un nico
crculo de cultura, el cristiano occidental precisam ente y q ue
de la solucin o no solucin de sus problemas depende el des-
tino del universo entero. Porque, de quin son, en fin de*cuen-
tas,
los problemas por los que hoy se lucha en los campos de
batalla del lejano y el prximo Oriente? Evidentemente no
otros sino los nuestros. Qu programas de futuro, concepcio-
nes del universo y conceptos del Derecho rondan hoy por las
cabezas de todos los pueblos y razas? Ningunos sino los nues-
tros, y con esto est suficientemente aclarado que slo hay una
historia, justamente la historia de aquella cultura cuyas obras
estn animadas por la ratio de la sabidura universal helnica
y el espritu de a Revelacin bblica.
Sin duda, que si se me pregunta si doy ya por asegurado
el renacimiento de una cultura cristiano-occidental, tengo que
confesar que yo, fuera de la recusacin del determinismo cien-
tfico natural, ms ac de la libertad de la decisin humana,
no quisiera trazar ninguna frontera. Yo he resaltado en mi li-
bro que el gnero humano, en su peregrinaje por los siglos,
no est simplemente en medio de una evolucin, sino tambin
siempre ante una decisin o, de otra manera expresado, que
podramos contar con una sucesiva evolucin ascendente espi-
ritual si nuestra decisin moral cayese dentro del sentido de
la intencin histrica redentora de Dios.
La gracia es ciertamente ofrecida por Dios a todos los hom-
bres, pero a nadie impuesta y si considero mis propias expe
encas en los siete aos siguientes al fin de la guerra, ten-
go que decir que todava no he encontrado diez justos en los
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que pueda sealarse un cambio de espritu apreciable corno
reaccin a la catstrofe del presente. El motivo de ello no yace,
sin duda, simplemente en la "renitencia" del hombre indivi
dual, sino, junto a otras circunstancias, en la mecanizacin,tambin de nuestro sistema de formacin, que mantiene ar-
tificialmente en la vida ilusiones e "idea les" qu e pertenecen
a una poca de la historia universal hace ya largo tiempo juz-
gada y declara maduros a sus discpulos cuando han probado
qae estn ya seriamente decididos a aceptar como verdad las
mentiras vtales del liberalismo.
N ues tro sistema de formacin con. esto se diferencia slo gra-
dualmente, pero no en manera esencial del de los estados sa-
tlites orientales y, como la idea bolchevique es inatacable por
la bomba atmica, no veo cmo el Occidente cristiano preten-de escapar de un peligro que l mismo ha provocado y para
cuya lucha, h ast a ' esta hora, apenas ha dispuesto todava los
preparativos necesarios. En todo caso esta censura no slo al-
canza al sistema de formacin estatal, sino al eclesistico tam-
bin, porque por parte de todas las confesiones cristianas, hasta
aqu, se ha hecho poco para combatir una idea de progreso que
est en abierta contradiccin con la idea del progreso cristiano,
esto es, el progreso en la co nsacratio m un di y qu e h as ta ahora
ha conducido exclusivamente a desatar fuerzas demonacas que
en el siglo del Sacro Imperio estaban benficamente encade-
nadas .
Tanto ms obligado gratitud estoy con quienes me con-
ceden la consoladora prueba de que incluso en nuestro mecani-
zado tiempo hay todava hombres que se sienten solicitados por
una interpretacin cristiana de la hist or ia 'y estn interesados
en ello, a contribuir a la victoria de las verdades sobre cuyo
reconocimiento ha descansado la grandeza de la cultura oc-
cidental. No me hago la ilusin de que expresar esas verdades
sea un mrito. Porque profundizar en la contemplacin de la
eterno no significa sacrificio, sino placer y alegra para el que
le toca en suerte. Requiere, en cambio, ciertamente voluntad
de sacrificio y puede ser meritorio en un ambiente que desde
la ignorancia o la mala voluntad se resiste al reconocimiento
de la verdad, conservar la imposibilidad y tener presente las
palabras de que el servidor de la verdad es odiado por el mun-
do lo mismo que su Maestro ha sido con odio correspondido.
WERNER HENNEK E
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