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Iván Ríos Gascón La poción del aforismo página 5 Roberto Blancarte Cultura e identi- dades página 6 Mónica Maristain El ecléctico Hancock página 8 Público domingo 10 de Octubre de 2010 382 edgar rossano Premio Nobel de Literatura 2010 Mario Vargas Llosa Víctor Núñez Jaime • Xavier Velasco • Fernando Zamora Nieves Martín Díaz • Alicia Quiñones Páginas 2 a 4

Visor 10 de Octubre de 2010

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Iván Ríos Gascón La poción del aforismo página 5 Roberto Blancarte Cultura e identi-dades página 6 Mónica Maristain El ecléctico Hancock página 8

Público domingo 10 deOctubre de 2010 382

edgar rossano

Premio Nobel de Literatura 2010

Mario Vargas LlosaVíctor Núñez Jaime • Xavier Velasco • Fernando Zamora

Nieves Martín Díaz • Alicia Quiñones

Páginas 2 a 4

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Mario Vargas Llosa se interrumpe a sí mismo. Se acomoda los lentes a media nariz, desliza una lenta mirada a su alrededor y lanza una pregunta:

—¿Ustedes creen que los personajes de Los miserables conmueven por su humanidad?

La respuesta la soltamos en coro casi todos los estudiantes:

—Sí.El maestro arquea las cejas, se quita los lentes

y los avienta sobre las hojas que tiene desper-digadas en su escritorio. Casi grita:

—¡Pues no. Lo que conmueve es su in-hu-ma-ni-dad! Son unos monstruos quisquillosos e inhumanos. Ignorantes del deseo carnal. Algo que contrasta con Víctor Hugo, que hacía el amor constantemente, incluso con sus sirvientas.

El asombro flota en la clase y la pasión hierve dentro del profesor:

—Hugo pensaba que a su novela le venía bien el título de Las miserias. Luego lo cambió por Los miserables, que quiere decir las víctimas, los pobres, los dolientes. Un mundo lleno de mal en espera de que el bien resplandezca. Es como el gran teatro del mundo, ¿no?

La mayoría de los alumnos somos extranjeros y hemos venido este 2003 a Santander, al norte de España, con la intención de comprender las funciones del narrador en la obra literaria: cómo es, de qué está hecha, cuáles son los secretos de su construcción, sus temas, la relación del texto con el momento histórico en el que se escribe.

L as novelas de Mario Vargas Llosa suscitan elogios. Sus ensayos, en cambio, generan

discrepancias.—Siempre me lo dicen: “Usted es un gran

narrador, pero sus opiniones sobre política y economía, pues…” Yo soy un liberal en todo, en

Víctor Núñez Jaime

Elnarradoryelmaestro

las novelas y en los ensayos. Pero respeto las interpretaciones de la gente”.

Formado en la tradición literaria francesa y en el liberalismo anglo-sajón, Vargas Llosa utiliza una serie de referencias reales y autobiográficas para crear un mundo ficticio en el que el lector siente que vive otras vidas. Es la verdad de las mentiras, diría él mismo. En los años cincuenta del siglo pasado estudió en el Colegió Militar Leoncio Prado y su experiencia la incorporó a La ciudad y los perros. Su primer matrimonio fue con su tía, Julia Urquidi, una relación que le inspiró La tía Julia y el escribidor. Cuando fue candidato a la Presiden-cia de Perú y perdió la elección ante Alberto Fujimori hizo de El pez en el agua una catarsis.

Pero además de contar historias, reflexiona incesantemente en los cursos que imparte en distintas universidades del mundo o en va-rios artículos acerca del proceso de creación. En “El viaje a la ficción” dice: “Inventar historias y contarlas a otros con tanta elocuencia como para que estos las hagan suyas, las incorporen a su memoria —y por lo tanto a sus vidas— es ante todo una manera discreta, en apariencia inofensiva, de insubordinarse contra la realidad real. ¿Para qué oponerle, añadirle, esa realidad ficticia, de a mentiras, si ella nos colmara? Se trata de un entretenimiento, qué duda cabe, acaso del único que existe para esos ancestros de vidas animalizadas por la rutina que es la búsqueda del sustento cotidiano y la lucha por la supervivencia. Pero imaginar otra vida y compartir ese sueño con otros no es nunca, en el fondo, una diver-sión inocente. Porque ella atiza la imaginación y dispara los deseos de

una manera tal que hace crecer la brecha entre lo que somos y lo que nos gustaría ser, entre lo que nos es dado y lo deseado y anhelado que es siempre mucho más. De ese des-ajuste, de ese abismo entre la verdad de nuestras vidas vividas y aquella que somos capaces de fantasear y vivir de a mentiras, brota ese otro rasgo esencial de lo humano que es la inconformidad, la insatisfacción, la rebeldía, la temeridad de desacatar la vida tal como es y la voluntad de luchar por transformarla, para que se acerque a aquella que erigimos al compás de nuestras fantasías”,

C on las canas bien peinadas, el traje y la corbata impecables,

las explicaciones bien pensadas y unas notas como apoyo, Vargas Llosa es un maestro que habla con mucha seriedad y concentración. Con pasión, sobre todo.

Todas las mañanas entraba al sa-lón del segundo piso del Palacio de la Magdalena, sede de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, en la cumbre de una colina rodeada por el mar Cantábrico, e instalaba el silencio. Comenzaba:

—Bien, ayer nos quedamos en…

Hablaba durante poco más de una hora y luego se disponía a contestar las preguntas de sus estudiantes. A veces dirigía su mirada hacia la ven-tana, como si ese mar azul turquesa intenso le aclara las ideas.

Las hojas de nuestros cuadernos quedaban repletas de apuntes. Un día llegó y dijo:

—Elegí un título para la clase de hoy: “La vena negra del destino”.

Entonces comenzó a hablar sobre el azar y la casualidad en los persona-jes de una novela, como elementos

que dan vida y suspenso al argumento. Volvió al caso de Los miserables: “Es una novela llena de encuentros fortuitos, instintos, predisposi-ción, determinismo, todo conjugado con el mal y el bien, lo justo y lo injusto. Y así el narrador hace que los personajes interpreten un libreto impuesto, como si la vida fuera una partitura ya escrita”.

Luego comparó a Víctor Hugo con Flaubert: “El primero es el autor de la última novela clásica con un narrador narcisista, y el segundo es el que realiza la novela moderna, en donde el narrador es como Dios: está presente en todas partes y nunca es visible. Con Flaubert los personajes parecen tener más libertad y no se nota tanto la determinación del narrador”.

Enseguida, ante la sorpresa de muchos, aclaró: “El narrador de la novela no es, ¡nunca!, el autor. Es siempre un personaje inventado, el más impor-tante de la novela, sobre todo cuando es invisible. El autor es de carne y hueso. Pero el narrador sólo existe en el tiempo de la historia”.

Vargas Llosa acudía con gusto a dar clases porque, según él, se adentraba así en una especie de laboratorio en donde podía “poner a prueba un proyecto libresco”:

—Son muy amables en esta Universidad. Me dejan venir a sus cursos para hablar de mis cosas. Y me resulta divertido hablar de lo que estoy haciendo. Es como ponerme a prueba: ordeno y organizo mis notas.

Era cierto: dos años después de este curso publicó un libro acerca de Víctor Hugo y Los miserables, titulado La tentación de lo imposible.

Varias veces, al final de la clase, el maestro abría la puerta y se encontraba con una peque-ña fila de gente que estaba esperándolo con la ilusión que les firmara algún libro. Si no tenía prisa escribía con calma la dedicatoria y conver-saba unos instantes con cada uno. Había una pregunta recurrente: “¿Por qué no le dan el Pre-mio Nobel de Literatura?” Él sonreía a medias y contestaba: “Eso habría que preguntárselo a la Academia Sueca.”

Seis años después de aquel curso en Santan-der, Vargas Llosa es, por fin, el maestro que el Nobel ganó. nL

El Premio Nobel de Literatura concedido a Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936) reconoce una de las obras más sólidas de la literatura contemporánea. Las siguientes páginas son un homenaje al narrador, ensayista, dramaturgo, director de cine y maestro cuya mayor enseñanza es el

SoNAMbuLuS PiN CAMPANA

Visor

Milenio Visor Dirección José Luis Martínez S. Edición Alicia Quiñones Asistente Erick Baena Arte y diseño Alejandra Saavedra

PÚBLICO MILENIO francisco a. gonzález presidente · jaime barrera rodríguez director editorial · marina miranda directora general de negocios · fidencio gonzález director comercial · rubén martín jefe de información · ricardo salazar jefe de cierre editores: jorge valdivia g. ciudad y región · kaliope demerutis ocio · irene selser fronteras · horacio salazar tendencias · jairo calixto albarrán qrr y el ángel exterminador · susana moscatel hey! · humberto muñiz fotografía · edna madero diseño · fernando torres circulación · noé anaya producción ·

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Nobel2010domingo10deOctubrede2010

Era la una de la tarde, viajaba abordo de un taxi madrileño cuando de pronto me dio por saltar con los puños en alto, no bien el locutor de la estación de radio informó sobre el Nobel a Mario Vargas Llosa. El chofer

me miraba de reojo, acaso preguntándose si sería el pasajero pariente del premiado. Diez minutos más tarde ya cruzaba las puertas de la Casa de América, estirando el pescuezo en busca de algún cómplice con quién despepitar sobre el asunto y terminar de dar fundamento a este súbito ataque de alegría. Retroalimen-tación, que le llaman. Nada más distinguir a Élmer Mendoza, ocupado con una periodista, me le he dejado ir igual que un zopilote. Él a su vez se levantó de un brinco de la silla y hemos intercambiado una sonrisa que no necesitaba de palabras. Sin más preámbulos, nos dimos un abrazo y escupimos al fin la única palabra que se nos ocurrió: ¡Ganamos!

Era su amigo Onetti quien se lo decía: si él vivía como amante de la literatura, Vargas Llosa contrajo matrimonio con ella. Nada de raro tiene que quienes hemos seguido su trabajo con la atención atónita del discípulo tengamos la manía de apropiárnoslo. Premiar a Vargas Llosa, en tal sentido, es echar luz sobre un modo admirable de entender el oficio de narrar. Se le admira a distancia, desde luego, aunque entrañablemente. Tanto así que ahora mismo parece redundante sentarse a enumerar una obra novelística lo bastante querida y familiar para darla por propia. No he olvidado el resabio de vergüenza que me invadió al contarle, hará unos pocos años, que mi entonces cachorro de gigante de los Pirineos se había devorado

Xavier Velasco la mitad de Conversación en La Catedral, ni la gracia de su respuesta pronta: “Por lo me-nos tu perro tiene buen gusto”, comentó al botepronto, sin re-primir la risa consecuente.

Fue por aquel entonces que me atreví a pedirle unos cuantos consejos sobre el fin del mundo. ¿Qué tan difícil era llegar hasta Canudos? ¿Sería quizás plausible hacer la ruta de Moreira Cesar? ¿Cuántas horas tomaba, en su experiencia, manejar hasta allá saliendo de Salvador de Bahía? Una vez embarcado en la aven-tura —misma que tras leer por séptima vez La guerra del fin del mundo entendía ya como asignatura pendiente— fui de Queimadas a Monte Santo, y de ahí hasta Canudos, con la emoción del niño recién caí-do en un parque temático, sin caberme la mínima duda de que aquella portentosa novela era un poco más mía que de su autor.

Un par de años más tarde, en Tlaquepaque, durante una comida con mariachis, Mario (que es cómo a él le complace que lo llamen, sin pompa ni cumplidos engorrosos) contó la historia de cuando era ca-dete en el Leoncio Prado y un piquete de alumnos mayores y abusivos le exigió que cantara un corrido mexicano, tras lo cual no quedóle más remedio que soltarse entonando el de

Juan Charrasqueado. Una vez repetida su hazaña en la mesa, ya a coro con varios de los pre-sentes, nos habló de Canudos como de otro planeta, con ese desparpajo apasionado, cam-pechano y al propio tiempo grave que suele ser el sello de su conversación. Parecería que nada escapa a su interés, y has-ta que éste discurre en tantos planos como sus narraciones más abigarradas.

No sé si el Nobel sea un acto de justicia, o acaso una condena cuyo maleficiario es la literatura, pero dudo que logre interferir en la relación íntima que un hombre en tal manera lúcido, tesonero y sencillo guarda con el oficio de narrar. En todo caso, celebra uno el descanso de saber que esos suecos al fin han retri-buido a aquel autor con el que, narración a narración, se contrajo una deuda impagable. Hace un par de semanas, en la Ciudad de México, le pregunté el color de la tinta que emplea para escribir. Azul-negro, me dijo, con los ojos de un niño que relata el detalle de alguna fechoría regocijante, y no pude evitar pensar en su maestro Gustave Flaubert, cuyas palabras bien podría firmar él: “Yo soy un hombre-pluma: Siento por ella, por causa de ella, en relación a ella y mucho más con ella.”

Esta devoción es, a mi en-tender, lo que ha premiado la academia Sueca.nL

Decirlo es hoy un lugar común: Mario Vargas Llosa es un virtuoso. Abre uno la primera página de La

fiesta del chivo y es imposible no asombrarse con los cambios de punto de vista, de voz narrati-va. En el idioma español, Vargas Llosa lo ha experimentado todo, lo ha logrado todo. Y por más que Francisco Lombardi, ha consegui-do algunas buenas películas basa-das en textos suyos, es claro que no existe en el caso del novelista el equivalente de aquella Muerte en Venecia que, basada en la obra de Thomas Mann conseguía estar a la altura del texto gracias a la realización de Visconti. La ciudad y los perros, llevada al cine en 1985 es, tal vez, lo más próximo a una buena adaptación de un texto del novelista. La película carecía, sin embargo, de la profundidad de una obra que giraba en torno a la descomposición social de un conti-nente que suele complacerse en el elogio de su propio exotismo.

En el terreno fílmico, Vargas Llosa ha brillado más en el área de la crítica. Desde esta palestra ha soltado aseveraciones salvajes: que el cine debiera estar sujeto a las leyes del mercado, por ejemplo. Sus ideas políticas y económicas no tienen por qué estar a la altura del arte.

Como sea, vale la pena recordar que el peruano ha dado al cine una de las mejores películas dominicanas. Tampoco es mucho: Pantaleón y las visitadoras fue dirigida en 1973 por el propio Vargas Llosa junto con José María Gutiérrez. El resultado es más bien pobre y sin embargo él ha continuado su carrera en los entretelones de la industria fílmica. Ha sido jurado en festivales como Cannes, Berlín y Venecia; ha impul-sado la carrera de sus familiares (Claudia Llosa, por ejemplo) y ha permitido la filmación de al menos siete novelas suyas. Ninguno de estos filmes consigue, sin embargo, usar el lenguaje cinematográfico con la certeza con la que él sabe usar el idioma.

El Nobel que ha recibido Mario Vargas Llosa debería ser una pro-vocación. Más allá del virtuosismo literario, el peruano tiene grandes historias. Hay en ellas erotismo y épica; amplitud y profundidad. La fallida adaptación de La fiesta del chivo (realizada por su sobrino Luis Llosa en el 2005) es prueba de que a la obra del escritor le hace falta un Visconti capaz de traducir la narrativa de un virtuoso para llevarla a las alturas de la pluma de Vargas Llosa. nL

Dela

palabra alcine

Fernando Zamora

LadevocióndeMario

Vargas Llosa tiene entre su enorme

bibliografìa títulos como

La ciudad y los perros,

Conversación en La Catedral,

La fiesta del chivo y El

sueño del celta, novela que

aparecerá en las próximas

semanas

EDgAr roSSANo

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04 Nobel2010 domingo10deOctubrede2010

Las siguientes ideas fueron expuestas por el autor de Conversación en La Catedral en una larga entrevista para el programa de radio español El pla-neta de los libros*, con autorización de la autora las reproducimos a la manera de una disertación sobre el oficio del escritor y su necesidad de inventar vidas y mundos en un acto de insumisión ante la realidad. El escritor también alude a los premios literarios y habla del Nobel, sin saber que se haría acreedor a él.

En los años 50 la literatura era de minorías, y todo un sector social veía en la literatura una actividad mar-ginal, de gente de

vida bohemia. Y eso es lo que a mi padre lo alarmó, la idea de que yo pudiera ser un vago y hasta una per-sona poco viril, en ciertos sectores de gentes muy prejuiciosas y algo es-túpidas había la idea de que escribir poemas era un indicio de homose-xualidad. Y por eso me pusieron en el colegio Leoncio Prado, pensando que una formación militar me vacunaría contra la literatura. Y ocurrió más bien lo contrario, gracias a esa experiencia me dio el tema de mi primera novela [La ciudad y los perros, 1959], así son las paradojas de la vida.

111Creo que el acto de escribir indica una cierta insatisfacción del mundo, de la vida. Creo que si uno inventa otras vidas, otros mundos, valiéndose de la palabra y de la imaginación, de alguna manera está diciendo que este mundo, tal como es, no le basta, que hay que enriquecerlo, prolongarlo, darle una mayor su-tileza o coherencia. Creo que ese tipo de actitud de inconformidad con el mundo está en el origen de la vocación literaria y probablemente de toda vocación creativa. La idea misma de crear es una manera de dar testimonio de lo insuficiente que es la realidad para colmar totalmente los deseos humanos. No creo que con los años y con la práctica de mi vocación esa actitud de insumisión, diríamos privada, más bien secreta, haya desaparecido. Ahora bien, las razones por las que una persona entra en entredicho con el mundo son múltiples, pueden ser sociales, personales, altruistas o también muy egoístas. Pero no concibo una voca-ción artística, y más concretamente literaria, sin una cierta insumisión ante la vida tal como es.

111Para un autor es muy difícil dar un juicio de valor sobre sus propios libros. Como decía Borges: Cuando uno se mira en el espejo no sabe cómo es su cara. Para mí cada libro ha sido una aventura particular que me ha tomado un determinado tiempo, de-terminadas experiencias, esfuerzos. Y aunque algunas veces uno acierta más, y otras menos y otras no acierta, es muy difícil hacer ese juicio porque uno no tiene la perspectiva suficiente. Lo que sí es importante es que para mí cada novela ha sido una aventura, y por eso a todas ellas les guardo mucho cariño y mucha solidaridad, aunque me doy cuenta de que uno no puede lograr siempre lo mismo,

Lasparadojas delavida

Nieves Martín Díaz

Los personajes de Arthur Miller lastiman, marcan, dejan una cicatriz profunda. La muerte de un viajante, una de sus piezas más conocidas, retrata a Willy Loman, sexagenario que fracasa como vendedor y como padre,

que mira derrumbarse todos sus sueños y se vuelve un hombre desechable.

Vargas Llosa, recién llegado a Lima y “aún de pantalones cortos”, asistió una tarde al Tea-tro Segura para ver la puesta en escena de esta obra por la compañía argentina de Francisco Petrone.

¿Qué pasó por la mente de ese niño que había reencontrado a su padre y comenzaba a comprender el discurso de las dictaduras? La dramaturgia fue su primer amor literario, como lo ha confesado, un género al que ha re-currido como un amante, a cuenta gotas pero sin abandonarlo nunca.

“El teatro es con lo que yo empecé y con lo que me gustaría terminar, porque me apasiona. Siempre digo que si en Lima, cuando yo empe-cé a escribir, hubiera existido un movimiento teatral, habría sido sobre todo un dramaturgo, pero había muy poca vida teatral. Y me fui hacia la novela”, comentó en la entrevista publicada en el pasado número de Laberinto.

Vargas Llosa tiene en su haber varias obras que confirman su idea de que “en ningún gé-nero se vive la ficción con la autenticidad con la que se vive en el teatro”, y cinco de ellas están incluidas en el volumen Teatro. Obra reunida (Alfaguara, 2008), que no contiene La huída del inca, escrita en 1953, seis años antes de la publicación de Los jefes.

El teatro del peruano explora, como su obra narrativa, su propia vida y es un ejerci-cio constante de añoranza, crítica y reflexión sobre su tierra. Esto sucede, por ejemplo, con su personaje Belisario, de La señorita de Tacna (1981), un joven escritor que habita la Lima de los años 50, y que —como Vargas Llosa— tiene la obsesión de contar y crear historias como un acto natural y de sobrevivencia.

La señorita de Tacna fue llevada a escena en México en 1985, en el Teatro Hidalgo, con Margarita Gralia como protagonista, quien por cierto realizó en esa obra su primer desnudo.

Las otras piezas contenidas en el libro nos enseñan que Vargas Llosa no desdeña la comedia. Y para muestra ahí está Kathie y el hipopótamo (1983), en la que presenta a una mujer que en su “buhardilla de París” vive pensando en sus demonios intelectuales; vive con ideas sobre la cultura que provienen de todo lo que mira. Kathie es una aspirante a intelectual con toda la facha de una artista parisina y se reúne con Salvador dos horas diarias para dedicarse a men-tir. ¿En qué momento se difumina la frontera entre la vida y la ficción?

En La Chunga (1986) habla a través de una mujer que regentea pobres, una mujer, como lo dice el autor en sus notas a la obra, que pre-senta a la condición femenina en una sociedad primitiva y machista. El loco de los balcones (1993) describe a un Perú colonial a través de los ojos de un extranjero, y Ojos bonitos, cua-dros feos (1996) es la forma en que habla de la seducción, del amor.

Si hay una constante en el teatro de Vargas Llosa es la memoria, es la reconstrucción de la vida. Sí, porque, como él mismo lo dice, “es el género que más se acerca a la vida, que imita más y mejor a la vida”. nL

teatrodelamemoria

Alicia Quiñones

El

en cada cosa que trabaje por más esfuerzo y empeño que ponga en ello.

111Crecí en un mundo en el que se creía todavía que los inte-lectuales podían ejercer como conciencias cívicas, ser men-tores de ideas. Es el papel que asumieron escritores como Jean-Paul Sartre en Francia. Pero en nuestra época no se cree ya en el escritor como conciencia de su sociedad, el escritor es uno más entre otros.

111A veces es muy difícil olvidarse de la política cuando uno coge una novela o un libro de poesía, nosotros somos gentes apasio-nadas y tal vez en el fondo sea muy difícil separarlas. Cuan-do he escrito he intentado no convertir de ninguna manera una novela en un vehículo de propaganda política. Cuando

quiero defender o criticar cier-tas ideas, escribo un artículo o doy una charla. Creo que la literatura tiene que enraizar-se en una problemática más permanente que la actualidad política. Muchas veces he escrito novelas inspiradas en hechos políticos, pero en esos casos he procurado que reflejen una problemática más permanente que lo puramente político.

111Creo que un escritor no debe hablar del Premio Nobel y debe procurar no pensar en ese premio ni en ningún premio, creo que mientras se dedique más a pensar en su trabajo le irá mejor como escritor. Si los premios llegan, bienvenidos; y si no llegan, también, es un tipo de preocupación que arranca al escritor de lo que es lo pri-mordial para él. nL

*www.elplanetadeloslibros.com

MSANtuArio.bLogSPot.CoM

Visor

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Hay ideas que resplandecen en un párrafo o que asoman en el río revuelto

de la conversación. Hay puñados de palabras que sintetizan una historia personal, el caprichoso rumbo de la experiencia o, tal vez, la longitud o brevedad de la certeza, la fe, el escepticismo. Hay frases en cuya dispersión podemos descubrir un temperamento. Sus disquisiciones metaforizan a nuestras obsesiones, omisiones, nuestras búsquedas constantes.

Un aforismo es el epílogo perfecto de la reflexión profunda, aunque a veces surge de lo espontáneo. Puede confundirse con el germen de un relato o con un silogismo, pero lo cierto es que únicamente es el punto de partida de un viaje intelectual ignoto.

Tras su muerte en 1799, el célebre maestro de física de la Universidad de Gotinga, Georg Christoph Lichtenberg, dejó varias libretas tapizadas de fragmentos, sus Aforismos, pues de la novela El príncipe duplicado sólo quedaron borradores. No obstante, aquellos textos que en realidad eran anotaciones incompletas, revelaban la actitud de un pensador que oscilaba entre la solemnidad y el desparpajo, la gravedad y la ligereza para explicar o personalizar ciertos dilemas: “¡Ah, si pudiera abrir canales en mi cabeza para fomentar el comercio entre mis provisiones de pensamiento! Pero yacen ahí, por centenas, sin beneficio recíproco.” Excelente sugerencia para resolver el paupérrimo, insubsistente trueque ilustrado.

Otras perlas lichtenbergianas para aliviar las deficiencias del ego en soledad o en compañía: “Amarse a sí mismo al menos tiene una ventaja: no hay muchos rivales”; “En la actualidad se incluye a las mujeres hermosas entre las virtudes de sus maridos”; “Se podría hacer algo con sus

Los paisajes invisibles

La poción del aforismo

ideas, si se las recopilara un ángel”; “La simpatía es una pésima limosna”; “¿Quién está ahí? Sólo yo. Ah, con eso sobra”.

Como autobiografía, en “El hombre en la ventana”, escribió: “Uno no puede estar tan feliz como cuando tiene la certeza de vivir sólo en este mundo. Mi desgracia estriba en no vivir jamás en este mundo sino en sus posibles desarrollos […]”; “He notado claramente que tengo una opinión acostado y otra parado […]”; “Daría parte de mi vida con tal de saber cuál era la temperatura promedio en el paraíso”; “He escrito buena cantidad de borradores y pequeñas reflexiones. No esperen el último toque sino los rayos de sol que los despierten.”

Juan Villoro (traductor de Lichtenberg), apunta una interesante observación al medir al aforista desde su perfil académico, su formación de físico: “los aforismos están animados por energía centrípeta; los fragmentos por energía centrífuga”, y esto se acopla muy bien con la advertencia de otro autor de apuntes compulsivos, el francés Georges Perec, para quien “El aforismo es un guijarro. Es inexplicable. Resulta imposible encontrar al hombre en ese fenómeno monolítico. No se inscribe en un tiempo determinado, ignora y se burla del espíritu. Anula el por qué y el cómo. Es un hoyo, mientras la lengua no adopte su partido. El partido del mutismo elocuente. Poción mágica. Sí, expira limpiamente. Da muerte, una muerte dulce, a cualquier idea, a cualquier personalidad. Óptima farsa para nuestro orgullo, para nuestro Yo. Es −¿debo disculparme?− como un pedo del cerebro, no esperado, que explota en medio de la más consecuente sociedad, o soledad. El cerebro trabaja como los intestinos. Es un gas del cerebro. Y tal vez olería bien, si pudiera oler a algo”… nL

Iván Ríos Gascó[email protected]

enlibreríasdomingo10deOctubrede2010

un aforismo es el epílogo

perfecto de la reflexión profunda

Novedades

Gutierre TibónFascinación por MéxicoFondo Editorial/ instituto de Cultura de MorelosMéxico, 2010, 85 pp.

Delfina Gálvezisabel la CatólicaL.D. booksMéxico, 2010155 pp.

Alejandro BadilloVidas volátilesbenemérita universidadAutónoma de PueblaMéxico, 2010, 75 pp.

Que los cuentos que integran el presente libro se inscriban dentro de la literatura fantástica, no significa que se alejen de la circunstancia humana. Anota Sergio Rosas en la contraportada: “Com-pañeros de la lluvia y la noche, los personajes de Vidas volátiles nos muestran que las situaciones diarias, aparentemente comunes, están lejos de la normalidad”. La virtud como escritor de Ba-dillo es que el elemento fantástico no irrumpe con violencia, aparece imperceptiblemente. En este sentido, uno de los cuentos representativos del volumen sería “Café Bagdad”, donde la ru-tina sabatina del solitario protagonista, quien acostumbra desayunar en el sitio del título, va siendo trastocada por pequeños detalles hasta que llega un momento en que todo se le vuelve inexplicable. Acaso la mención que hace Rosas de “Casa tomada” sea exagerada, pero en general los cuentos de Badillo se sostienen.

Casa del tiempoNúmero 86octubre 2010universidad Autónoma Metropolitana, 80 pp.

Con motivo de su 30 aniversario, Casa del Tiempo ha publicado una serie de testimonios sobre su propia historia. En esta entrega, Ernestina Loyo recuerda su paso por Difusión Cultural de la UAM, cuando Evodio Escalante era director editorial y Christopher Domínguez Michael y Javier Sicilia jefes, respectivamente, de los de-partamentos editorial y de producción. Con ellos al frente, en la revista, dice Loyo: “Se publicaron números literarios, de ensayos, de narradores o poetas, y también se rescataban autores ol-vidados”. Gonzalo Rojas, Concha Urquiza, la correspondencia entre el cardenal Ratzinger —el actual Benedicto XVI— y Leonardo Boff son parte de los materiales que en ese tiempo alojó Casa del Tiempo, un espacio en el que se encuentran la creación y la reflexión. En su nuevo número participan, entre otros, Dalí Corona, Jaime Augusto Shelley, Avril Martínez y Gonzalo Soltero.

Isabel la Católica nació en 1451 y murió en 1504, una vida sin duda breve para una mujer que cambió el rumbo de la historia. “La mítica reina que forjó una España grande y poderosa, unifi-cada bajo el reino de Castilla” es el subtítulo de esta biografía ciertamente edulcorada pero sin duda interesante que nos adentra en el mundo de intrigas que rodeó la infancia de Isabel, con su padre muerto, su madre loca y su hermanastro Enrique IV a la vez pusilánime y rencoroso. El azar la condujo al trono de Castilla y su matrimonio con Fernando de Aragón propició el surgimiento de una España poderosa en la que se logró la expulsión de los moros del reino de Granada y el descubrimiento de un nuevo mundo, fuente de inagotables riquezas. Fue a la vez guerrera y diplomática y uno de los aspectos más cuestio-nados de su reinado es el establecimiento de la Nueva Inquisición en 1478.

Con introducción y selección de Miguel Ángel Muñoz, esta antología de Gutierre Tibón (Milán, 1905-Cuernavaca, 1999) exhibe la pasión del au-tor de La ciudad de los hongos alucinantes por nuestro país, al que llegó en 1940 invitado por Isidro Fabela, delegado de México en la Liga de las Naciones en Ginebra. Desde el principio, Gutierre Tibón se dedicó a la investigación y difusión de la cultura mexicana, viajó por todo el país, describió costumbres, recopiló mitos y leyendas. En este sentido, los títulos de los trabajos reunidos en este volumen son más que elocuentes: “Viernes Santo en Morelos”, “La vainilla, aroma que México difundió en el mundo”, “Aguacate y ayocote”, y otros que avalan la incesante curiosidad de quien decía: “Tengo el don del asombro que se siempre se renueva; a veces logro atar cabos sueltos que me permiten penetrar más hondamente en los secretos del pasado”.

tierra AdentroNúmero 165Agosto-septiembre 2010Conaculta120 pp.

Desde hace tiempo la revista Tierra Adentro, bajo la dirección de Mónica Nepote, ha vuelto a ser un referente importante en la escena cultural mexicana. Y ahora, con una imagen renovada para celebrar su 20 aniversario, busca consoli-dar este sitio que ha ganado. Como novedad, se presenta Nada de incrustaciones de Daniel Wences (Michoacán, 1983), primer volumen de la colección de poesía La Ceibita, “título inspirado en la gran ceiba sagrada, imagen que ha defini-do Tierra Adentro desde su creación”, explican los editores. Como siempre, los nuevos autores coinciden con los experimentados —entre éstos se encuentran Ignacio M. Prado con el ensayo “Monsiváis: los rituales de lo barroco” y Javier García-Galiano con el cuento “Especulaciones cabalísticas”— y se discuten temas de actuali-dad, como el del libro electrónico, sobre el que opinan editores y lectores en un interesante y aleccionador debate.

Luis Arturo RamosDirecciones y digresionesEditora del gobierno del Estado de VeracruzMéxico, 2010, 218 pp.

“Cuando llegué a Ciudad Juárez procedente de Veracruz, un amigo me preguntó qué se sentía vivir junto al mar. Como no supe qué contestar tuve que responderle con otra pregunta: ¿qué se siente vivir en la frontera, junto al país más poderoso del mundo”, así comienza el texto “Aquí en El Paso” incluido en este libro divido en cuatro apartados: Crónicas de viaje, Crónicas de cine, Crónica histórica y Crónicas en voz alta, un conjunto en el que el autor de Violeta-Perú ensaya diversos tonos y registros en una prosa depurada y potente. Aquí está la mirada del viajero que no desaprovecha la oportunidad “para discurrir acerca de la historia y la idio-sincracia de un continente caracterizado por fuertes contrastes naturales y culturales”, de acuerdo con Anadeli Bencomo. Aquí, en estos textos veloces, está la muestra de que para un escritor de fuste no hay géneros menores.

Visor

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En las últimas décadas del siglo XX y la primera del XXI, México ha dejado paulatinamente de ser un país que pretende fortalecer su cultura e identidad nacional, en singular, y ha comenzado a ser uno que reconoce de manera creciente su diversidad cultural

e identitaria. Se transitó así de lo único a lo plural, de lo monolítico a lo múltiple, de “la” cultura y “la” identidad a “las” culturas y “las” identidades. No es que México hubiera sido alguna vez un país culturalmente compacto e indiferenciado ni que sus pobladores tuvieran una sola identidad. Eso hubiera sido el sueño de muchos, desde aquellos que en la época de la Independencia pretendieron dársela a partir de la religión católica, como lo úni-co que aparentemente podía permitírselos, hasta los que, un siglo después, pensaron en una raza cósmica, mestiza, crisol de todas las anteriores y base para el desarrollo nacional, o los que, ya en pleno siglo XX, construyeron estereotipos para crear el modelo de mexicano y de mexicana. El cambio no está en la situación real del país, sino en la toma de conciencia de la misma. Pocos y cada vez menos pretenden ahora que México sea una nación monolítica en términos étnicos, sociales, religiosos, políticos o culturales. No quiere decir esto que, en la práctica, se hayan abandonado viejas maneras de percibir lo mexicano, lo nacional y lo extraño o extranjero; que algunos continúen actuando como si en el país no hubiera diferencias. Persiste la pretensión entre ellos de asumir que todos deben creer lo mismo, pretender una sola forma de sociedad, compartir una visión política homogénea o tener las mismas prácticas y prefe-rencias sexuales, e incluso ser todos iguales, no en derechos sino en condición existencial. Y sin embargo, a pesar de que nuestra cultura proviene de raíces intolerantes, en la sociedad mexicana se abre camino la noción de que la verdadera igual-dad solamente se alcanza con el reconocimiento de la diversidad.

Cualquiera que sea la definición de cultura o de identidad (y en este libro el lector encontrará muchas), una cuestión resulta evidente: ninguna sociedad permanece sin cambios a lo largo del tiempo ni la cultura ni la identidad de los pueblos y los individuos están al margen de transforma-ciones mayores o menores. En algunos casos, los cambios parecen lentos o inexistentes; en otros, acelerados y muy notorios. Casi siempre el vino nuevo se almacena en barricas viejas e incluso en cambios revolucionarios el antiguo régimen sobrevive, por lo menos en forma resi-dual. La cultura es una de las características de la sociedad que más perdura y que se transfor-ma con mayor lentitud. Pero hay ocasiones en las que los cambios son abruptos y conducen a saltos culturales trascendentales y a mutaciones identitarias relevantes.

Las sociedades requieren, de cualquier manera, de símbolos y rituales colectivos para mantener-se como tales. Y aunque un modelo ciertamente se ha desmoronado, otro u otros van surgiendo para remplazarlo. Al mismo tiempo, las adscrip-ciones e identidades no se asumen como necesa-riamente idénticas. El sentido de pertenencia de las personas no pasa necesariamente por una sola

Ensayo

Roberto [email protected]

Cultura e identidades*

El cambio no está en lasituación real del país,

sino en la toma de conciencia de la misma

La sociedad mexicana es plural y diversa, esta idea se ha impuesto sobre aquella que la pretendía única y monolítica y es motivo de las reflexiones de numerosos autores, entre ellos el coordinador del volumen Cultura e identidades, editado por el Colmex

forma de adscripción. En el mundo moderno, los individuos mezclan tradiciones diversas, con distintos orígenes y construyen narrativas para explicarse la complejidad y equilibrar identidades múltiples en el contexto de una sociedad en permanente cambio. La cultura es como una caja de herramientas que permite al individuo tomar decisiones a partir de la concepción que se ha hecho de sí mismo, siempre en un marco social específico que le permite establecer una memoria. La cultura, en su sentido más amplio, ofrece sentido y pertenencia, en la medi-da en que el individuo se identifica con una colectividad y sus acciones tienen sentido en dicho contexto. Aun así, no todas las identidades se transforman en comportamientos. De allí que resulte crucial conocer qué lo mueve y cómo interactúa con su comunidad o con la sociedad en la que está inmerso.

En el caso de México, es evidente

que “la cultura”, la cual por lo demás no existió más que en el sueño de algunos, se reconoce cada vez más como un mosaico multicromático y que las identidades que de ella surgen son mucho más complejas y cambiantes que las percibidas hasta hace poco tiempo. A juzgar por el conjunto de contribuciones de este libro, se podría aventurar la hipótesis de que en nuestro país los cambios en los últimos cuarenta o cincuenta años han sido acelerados y profundos, sin que por ello hayan desaparecido algunos rasgos que hasta ahora han definido a la sociedad mexicana, en toda su extensión y variedad. No sólo el régimen revolucionario se agotó, dando paso a un lento y naturalmente inacabado proceso de democratización de las instituciones políticas, sino que también otros cuasi-monopolios o hegemonías se agotaron y las tra-dicionales relaciones económicas cambiaron. La globalización vino a completar un proceso ya iniciado en el terreno económico y social, con sus consecuencias para la cultura y la identidad nacionales, sin que por ello la vieja cultura haya desapare-cido totalmente. De esa manera, el predominio absoluto del partido dominante, traducido en la noción del “carro completo”, se fue desva-neciendo hasta desaparecer, aunque ello no implica que el PRI dejara de existir o incluso de gobernar en la mayoría de los estados. En forma similar, en estas últimas décadas, la casi absoluta mayoría católica le dio paso a minorías crecientes, de-bilitando la vieja concepción de un país católico, pero sin desmantelar

por completo el entramado social y cultural que permite su continuidad hegemónica. Igualmente, empresarios, obreros y trabajadores tuvieron que redefinirse, en la medida en que las viejas relaciones laborales no respondían a la nueva situación creada por los cambios en el terreno económico. Toda la sociedad mexicana, en suma, cambió y lo hizo de manera rápida, mucho más que en los siglos anteriores. Las expresiones cul-turales también lo hicieron, a pesar de la tensión permanente entre el modelo establecido por el régimen de la Revolución y las necesidades de expresión de todos aquellos sectores que, sin renegar del mismo, observaban su inevitable decadencia.

No está claro si hemos entendido la mag-nitud y sentido de esos cambios sociales. Este volumen pretende emprender un camino en la comprensión de los mismos. Los temas analizados no son ciertamente los únicos ni necesariamente los que mejor permiten llevar a cabo dicha tarea. Pero sí hacen posible, por lo menos, intuir la profundidad de un cambio cultural e identitario en proceso desde hace algunas décadas.

El capítulo de Willibald Sonnleitner se interroga sobre lo que ha sido un cambio profundo del sistema político institucional, al transitar éste de un autoritarismo con un partido dominante hacia “una poliarquía cada vez más competiti-va y plural”. El autor considera que la política no hace más que reflejar las características de una sociedad y la mexicana “es demasiado di-versa y compleja para reducirse a los modelos existentes de las cultura(s) e identidades, que se forjan —al mismo tiempo que influyen— en las relaciones de poder”.

Carlos Monsiváis, por su parte, rememo-ra la historia del protestantismo. Conecta la intolerancia doctrinal del siglo XIX con la que todavía se conoce hoy, pese a la cual los protestantes se han abierto camino, con la triple meta de garantizar el respeto a la ley, establecer las tradiciones que vertebren sus comunidades y “convencerse a sí mismos del carácter respetable de sus creencias”. En su clásico estilo, Monsiváis afirma que en México “el Estado es laico, pero distraído, y no se fija en los métodos que suprimen las herejías”. Pese a todo, Monsiváis identifica un cambio a partir de la década de los setenta: creciente pluralidad y mayor tolerancia.

En mi texto sobre la identidad religiosa de los mexicanos, pretendo demostrar precisa-mente el proceso que ha conducido a México de ser un país con un cuasi monopolio religioso hasta 1950, a uno de pluralidad en materia de creencias y de adscripciones religiosas.

En el marco de esta tendencia progresiva de la pluralidad religiosa, el verdadero competidor de la Iglesia católica en materia de convicciones fue el naciente Estado laico, siendo una institución que disputaba la identidad nacional por medio de una adscripción a ideales seculares.

Para Emilio Álvarez Icaza, durante la se-gunda mitad del siglo XX, a lo largo del país, la sociedad civil mexicana protagonizó diversas movilizaciones sociales mediante las cuales lo-gró colocar en el espacio público el tema de los derechos civiles, políticos, económicos, sociales, culturales y ambientales, pudiendo de esa ma-nera impulsar su reconocimiento en el Estado mexicano. Sin embargo, refiere que “los avan-ces institucionales y sociales no se han logrado traducir en un cese total de las vejaciones a los derechos humanos”, por lo que hoy se siguen enfrentando grandes desafíos en esta materia.

Carlos Silva, en su contribución sobre la cultura policial, señala a las fuerzas de seguridad y en particular a las policías como una de las instituciones públicas más relevantes para la consolidación democrática y, sin embargo, al mismo tiempo más resistentes a cambios sustanciales en su ló-gica de funcionamiento. Dicha centralidad, según este autor, no hace sino destacar más el aban-dono que sus instituciones han vivido tradicionalmente. Carlos Silva afirma también que las prác-ticas que actualmente producen y reproducen a las instituciones policiales han sido posibles y se han consolidado históricamente en buena medida a partir de un gran nivel de autonomía y des-interés, social y político.

Javier Ibarrola desarrolla un breve recorrido por el papel que han desempeñado el Ejército y las fuerzas armadas en la his-toria, el autor concluye que los militares han tenido casi siempre un papel preponderante hasta el momento en que “los intereses de civiles y militares dejaron de ser comunes”. Ibarrola recuerda que algunos piensan en la necesidad de modernizar a las fuerzas arma-das, en virtud de que en México la democracia no sería posible sin su participación activa.

En su contribución sobre los cambios en los contenidos atribuidos al concepto de cultura cuando se refiere al trabajo, Rocío Guadarrama señala “que actual-mente se vive un momento de síntesis entre las primeras visiones que en México se inclinaban a considerar a la cultura del trabajo como un rasgo determinado por las condiciones materiales de las clases dominadas, en particular de la clase obrera industrial, y las que hoy en día reconocen en la cultura un proceso simbóli-co de constitución de sujetos laborales”.

Visor

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07sábado 9 deOctubre de 2010 literatura

En su contribución sobre los empresarios regionales, Luis Al-fonso Ramírez plantea que, ante los cambios globales en el capitalismo contemporáneo, los empresarios enfrentan el reto de construirse de

manera acelerada una nueva identi-dad socioprofesional, a partir de su mexicanidad. Concluye que son los empresarios de centro-occidente —y en especial, los del centro (Distrito Federal, Valle de México)— los que

han incorporado con más rapidez los ideales asociados a la empresa moderna.

En su texto sobre la frontera norte, José Manuel Valenzuela Arce sostiene que ésta ha sido frecuentemente interpretada desde el prejuicio y el estereotipo, el racismo o el estig-ma. Valenzuela opta por analizar la frontera “no como región geográfica, sino como intersticio o ámbito de relaciones humanas intensas que participa en la definición de identifi-caciones, diferencias y alteridades”. En opinión del autor, estos nos obliga, a reflejarnos, a observar y observarnos en la alteridad de otras miradas.

Rodolfo Casillas, en su texto sobre el auge y forja de las identidades sociales en el sur de México, señala que las identidades y culturas de y en la frontera sur tienen una es-pecificidad por sus componentes étnico-culturales, que adquieren otra dimensión al relacionarlas con el poder estatal. Además las tentativas federales de imponer un modelo de ciudadanía único han fracasa-do ante el vigor y persistencia de la multiplicidad de pueblos, culturas e identidades regionales vigentes en el sur de México.

Carlos Martínez Assad lleva a cabo un bosquejo que sólo preten-de demostrar las tendencias en los cambios ocurridos en los últimos años y su incidencia en el proceso de democratización de la sociedad, definida con los valores cívicos como la tolerancia, la justicia y la plurali-dad. Las identidades en México se han multiplicado y, de acuerdo con este autor, ha surgido no solamente una identidad más compleja, sino

EspECiaL

una diversidad de identidades superpuestas, por lo que aún es necesario avanzar en la caracterización cultural de esa doble identidad y sus efectos.

En su contribución sobre las transformaciones y continuidades en las elaboraciones identitarias a partir de la música y el baile en México, Darío Blanco señala que ante las muy escasas alternati-vas de recreación cultural para los grupos popu-lares, surgen y se consolidan los sonidos y bailes callejeros que junto con la música caribeña se han convertido en referentes esenciales de las iden-tidades populares mexicanas. Así, en una época en la que los mensajes de los medios masivos de comunicación y la cultura del consumo conducen a la fragmentación y el individualismo, la música y el baile popular rompen —y van a contracorrien-te— de esta inercia.

Guillermo Zermeño, analiza el tema del intelectual como fenómeno sociocultural propio del siglo XX. En México, nos dice el autor, este concepto habría aparecido hasta la década de 1920 y su evolución en el siglo XX no está definida preponderantemente por el medio universitario, sino por su relación con los medios masivos de comunicación. Para él dicha característica no significa la desaparición automá-tica de la figura clásica del intelectual, aunque su lenta transformación sea inexorable.

Eduardo de la Vega, en un recorrido del cine mexicano de las últimas cuatro décadas, nos re-cuerda como éste, en algún momento, fue medio idóneo para representar y difundir los elementos que conformaban la identidad nacional. Pero, des-pués de 1968, el cine intentó plasmar las nuevas formas de cultura e identidad vividas y deman-dadas por una sociedad cada vez más compleja. Según Eduardo de la Vega, las múltiples propuestas fílmicas esbozadas en el texto dejan suficiente-mente claro que los cambios culturales que han marcado a la sociedad mexicana de las décadas más recientes tienen su correspondiente registro cinematográfico. nl

*Este texto es un fragmento de la versión editada por su autor de

la introducción a Cultura e identidades

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Cuántas cosas se pueden hacer con un cuarteto de cuerdas. Cualquier tipo de música. Los nuevos

ricos lo saben de sobra, y les da por contratar cuartetos para sus fiestas. La mayoría de las veces no tienen ni idea de lo que es un cuarteto, pero qué “lindo” se ve: cuatro músicos —dos violinistas, un violista y un chelista— tocando una musiquita rara, que nadie entiende pero que permite que fluya la conversación y las carcajadas, hasta que la señora de la casa —“se vienen cenaditos, por favor”, les dijo cuando los contrató— les pide que toquen una de José Alfredo, o, ya de perdida, de José José, “el príncipe de la canción”, acota. Y muy probablemente la toquen. Porque un cuarteto da para largo. Lo mismo se puede tocar Mozart que Beethoven, Glenn Miller que Ray Charles; de ahí que no sea nada disparatado —aunque sí inusual— la grabación de melodías populares mexicanas. Como las del disco que ahora nos ocupa.

Y no es por nada, pero qué hermoso suenan aquellas melodías a las que uno está habituado a escuchar en otras dotaciones musicales. De entrada se pensaría que la soberbia tradición del cuarteto de cuerdas poco se ha de prestar para canciones como Dios nunca muere o Jesusita en Chihuahua, pero no. Esta conformación tan clásica le va bien a lo popular.

Integrado por Leonardo Núbert y Sava Latsánich, violines; Iuri Kassian, viola, y Ramón Becerra al chelo, el Cuarteto Ensamble Clásico es un conjunto a prueba de balas. Quiero decir que, aunque en su mayoría no son mexicanos, tocan con sabor y deleite. Verdaderamente captan el sentido de esa música y la hacen suya. Porque son piezas que de tan oídas, se han hecho de un estilo muy peculiar, como si estuvieran marcadas para siempre; algunas más que otras: Las perlitas, Club verde, Último gitano, Dios nunca muere, Estampas de la revolución, Nancy, Estrellita,

El papel de las notas

Aires de México

Jesusita en Chihuahua, Elodia, La rondinela y Guadalajara —además de un popurrí sobre temas de Alfonso Esparza Otero, un clásico del género.

Y a propósito de La rondinela y de su autor hay mucho que decir. Gori (Gorgonio) Cortés, compositor y violinista nacido en Tonalá, Jalisco, y muerto en la Ciudad de México, fue un autor prolífico que en vida gozó de más prestigio entre los músicos que entre el público en general. Poco dado a promoverse, sin embargo hizo de su familia una institución musical. En el ámbito de las cuerdas, abundan los atrilistas Cortés, y por ahora bastaría con citar a Víctor Manuel Cortés, famoso chelista y director de orquesta, y a Jorge Cortés, maestro violinista de la Filarmónica de la Unam. Pues bien, La rondinela es una pieza famosa entre los ejecutantes del violín en México. Lo mismo la tocan en conjuntos de cuerdas que con violín y piano. Gori Cortés la salpicó de dificultades que la tornan en una especie de torbellino musical. Naturalmente que tiene pasajes muy melódicos, que de pronto evocan piezas célebres que andan por ahí, como la sonata de El trino del diablo de Tartini, o la Tzigane de Ravel, pero sobre todo se trata de una obra violinística, de esas que se convierten en tour de force indiscutible. La obra de Gori Cortés debería ser difundida, como la de muchos otros compositores que mueren en el abandono. La rondinela ha sido grabada varias veces, pero bien valdría la pena incluirla en una muestra del arte del violinismo mexicano.

En fin, y volviendo al disco, bien vale la pena prestarle oídos a este modo de encarar la música popular mexicana. nl

Eusebio [email protected]

El ecléctico Hancock

The imagine project es el nuevo trabajo del jazzista, un experimento del que participan Seal, Pink, Juanes y la sitarista Anousha Shankar

Reseña

Mónica [email protected]

música domingo 10 deOctubre de 2010

Cuando Herbie Jeffrey Hancock (Chicago, 12 de abril de 1940) tenía 11 años, dio un concierto de piano

interpretando a Mozart con la Chicago Symphony Orchestra. Desde entonces y merced a una virtud musical que lo volvió un prodigio cuando apenas tenía cinco años, el gran icono del jazz contemporáneo se ganó para siempre el derecho a hacer lo que se le antoje.

Al lado de su elogiada maes-tría para ejecutar los teclados, el músico debió aceptar los motes de ecléctico y versátil con que la crítica, no siempre con fortuna o admiración, lo fue describiendo a lo largo de una fructífera carrera de más de cinco décadas.

¿Cuál es el Hancock que nos gusta más? Por un lado está el pianista lírico de la inolvidable película del francés Bertrand Tavernier, Round midnight (1986) y por la que HH ganó el Oscar. Difícil olvidar sus exquisitos arreglos en ese drama jazzístico basado en la trágica vida de Bud Powell e interpretada magistralmente por el saxofonista Dexter Gor-don, donde sobrevolaban con una prestancia irrevocable los fantasmas de John Coltrane y de Thelonious Monk.

Dice la crítica de dicho disco: “Contando con la presencia de un plantel de músicos de brillantez

Herbie Jeffrey Hancock

The imagine project,

Sony Music, 2010

insuperable, el resultado tenía que ser necesariamente bueno, pero finalmente fue soberbio. El motivo tiene un nombre: Herbie Hancock. La autoridad que le otorga el hecho de ser uno de los grandes protagonistas del jazz moderno, su propia e insustituible intervención como pianista en muchos de los números así como su lar-ga experiencia en el mundo de la música para el cine y la televisión, son algunas de las claves”.

Tenemos también al Hancock intelectual que compuso la mú-sica para el filme Blow up (1966) de Michelangelo Antonioni y basada en textos del argentino Julio Cortázar. En ese entonces, el joven Herbie formaba parte del histórico quinteto de Miles Davis y su trabajo para el direc-tor italiano fue el primero que hizo para el cine, con resultados profusamente alabados por la crítica.

Precisamente, a raíz de ese material, Hancock fue invitado a participar en el 2004 al ho-menaje que se hizo en Guada-lajara con motivo del décimo aniversario de la Cátedra Julio Cortázar en la universidad ta-patía. El cachet exorbitante que exige un músico de su categoría impidió que el músico visitara México. Fue reemplazado por el contrabajista estadunidense Charlie Haden y el pianista cu-bano Gonzalo Rubalcaba.

El Hancock más incom-prendido es sin dudas el que durante una buena cantidad de años se dedicó a la electrónica, aunque hay quienes dicen que de este pianista formidable, visionario y transgresor hay que escucharlo todo.

Álbumes como Perfect ma-chine, Sound system y Future shock, su atrevida incursión en el electro/techno/electro-pop, lo alejaron sin dudas de su público jazzista, pero no por ello lo quitaron de los primeros lugares de venta.

Es así como, entre un eclec-ticismo sublimado por el poder de un músico capaz de moverse con comodidad en distintos géneros, llegó a los 70 años. No se sabe si su conocida afición al budismo, religión transmitida por su esposa Gudrum Mexines desde hace cuatro décadas es lo que lo mantiene tan vital.

Lo cierto es que desde que llegó a los 70, el músico ha decidido celebrarlo con todo durante dos años seguidos.

Una de esas fiestas musicales está representada en su reciente disco The imagine project, donde el pianista parece haber sufrido un proceso de “santanización” (por el Carlos Santana de Supernatu-ral) al conformar una estructura de dúos con artistas de la world music, del pop y del rock, todos muy distintos entre ellos. Nada nuevo: desde los noventa —con el disco New standard— comen-zó con interpretaciones de los Beatles, Nirvana y Prince, entre otros; y en 2005 lanzó Possibi-lities, animado por las voces de Sting, Joss Stone, Annie Lennox, Paul Simon, Christina Aguilera y John Mayer.

Se podría decir, entonces, que el nuevo trabajo de Hancock no representa su primer acerca-miento a la música comercial y es de esperar que su incon-mensurable público en el mundo reciba con los oídos abiertos este proyecto que el músico ha deno-minado “colaboración global”, destinado a lanzar un mensaje “sobre la paz y la responsabilidad” a todo el planeta.

“La música te enseña a res-petar otras culturas más allá de la tuya y a abrazar culturas fuera de ella. Y también a ex-plorar nuevas posibilidades combinándolas todas”, dijo Hancock.

The imagine project, editado por Sony Music, producido por Larry Klein y a la venta en Méxi-co desde finales de junio, incluye las colaboraciones además del grupo Los Lobos, al legendario saxofonista Wayne Shorter, la cantante pop estadunidense Pink con el británico Seal, la sitarista Anousha Shankar y la cantante de Mali Oumou Sangaré, con quien hace una versión impresionante del tema de Lennon “Imagine”. También canta el colombiano Juanes (bueno, ni Hancock es perfecto). nl

ThoMAS FAivRE-Duboz

Autor: variosDotación: Cuarteto de cuerdasIntérprete: Cuarteto Ensemble ClásicoDuración aproximada: 58’Sello discográfico: Quindecim Recording

“La música te enseña a respetar otras culturas más allá de la tuya”, dice Hancock

Visor