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ESTUDIOS SOBRE  E L ANTIGUO TESTAMENTO Gerhard vo n Ead

Von Rad, Gerhard - Estudios Sobre El Antiguo Testamento

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  • ESTUDIOS SOBRE EL ANTIGUO

    TESTAMENTO Gerhard von Ead

  • ESTUDIOS SOBRE EL ANTIGUO

    TESTAMENTO GERHARD VON RAD

    EDICIONES SIGEME - SALAMANCA - 1976

  • Ttulo original: Gesammelte Studien zum Alten Testament I-II Tradujeron: Fernando-Carlos Vevia Romero y Carlos del Valle Rodrguez Cubierta y maquetacin: Luis de Horna Chr. Kaiser Verlag Mnchen, 41971 Ediciones Sigeme, 1975 Apartado 332 - Salamanca (Espaa) ISBN 84-301-0691-X Depsito Legal: S. 74-1976 Printed in Spain Industrias Grficas Visedo Hortaleza, 1 - Telfono *21 70 01 Salamanca. 1976

  • CONTENIDO Prlogo 9

    1. El problema morfogentico del hexateuco 11 2. Tierra prometida y tierra de Yahv en el hexateuco 81 3. Todava existe el descanso para el pueblo de Dios 95 4. El tabernculo y el arca 103 5 La imputacin de la fe como justicia 123 6. El problema teolgico de la fe en la creacin en el antiguo testa-

    mento 129 7. Los comienzos de la historiografa en el antiguo Israel 141 8. La teologa deuteronomstica de la historia en los libros de los

    reyes 177 9. El ritual real judo 191

    10. La ciudad sobre el monte 199 11. Justicia y vida en el lenguaje cltico de ios salmos 209 12. La predicacin levtica en los libros de las crnicas 231 13. Job 38 y la antigua sabidura egipcia 245 14. La historia de Jos y la antigua hokma 255 15. Algunos aspectos del concepto veterotestamentario del mundo ... 263 16. El pueblo de Dios en el deuteronomio 283 17. Fe y concepcin del mundo en el antiguo testamento 377 18. Observaciones a la narracin de Moiss 389 19. Interpretacin tipolgica del antiguo testamento 401 20. La teologa del cdigo sacerdotal 421 21. Los falsos profetas 445 22. Las confesiones de Jeremas 461

    ndice general 473

  • i

    PROLOGO

    El lector comprender que no le resulte fcil al autor presentar sin cambios estos antiguos trabajos (el ms antiguo de ellos data de hace 27 aos). Hoy da habra que formular muchas cosas de manera muy distinta, dentro del movimiento, que para general ale-gra nuestra, se ha producido dentro de la ciencia del antiguo tes-tamento. Esto se refiere especialmente al Problema morfogenti-co del hexateuco, que ahora hay que considerar en unin de la obra de M. Noth La historia de la tradicin del Pentateuco, su continuacin. En seguida se vio que la idea de introducir, al menos de modo espordico, algn cambio o mejora en las explicaciones, era irrealizable. Por ello he de rogar al lector que acoja el presente volumen con una mirada llena de comprensin histrica. Habr de tener en cuenta la situacin especial de nuestra ciencia; situacin en la que cada uno de los trabajos quiso engranar en su poca.

    La iniciativa para llevar a cabo esta recopilacin parti del pro-fesor H. W. Wolff; sin l y sin la generosidad del primer editor que autoriz esta nueva impresin, nunca se hubiera realizado este volumen.

    G. v. R. Junio de 1958

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  • E L P R O B L E M A M O R F O G E N E T I C O

    D E L H E X A T E U C O *

    | \ I o puede decirse que el estudio teolgico en torno al hexateu-' co se encuentre en crisis en nuestros das; ms bien podra

    afirmarse que ha sobrevenido un perodo de estancamiento, adver-tido por ms de uno con cierta preocupacin. Qu hay que hacer ahora? Por lo que concierne al anlisis de las fuentes escritas exis-ten indicios de que realmente un camino ha llegado a su fin; inclu-so piensan algunos que se ha ido demasiado lejos. Por lo que se refiere al estudio de cada uno de los materiales (tanto segn su esencia formal literaria como segn su contenido) es verdad que no puede decirse lo mismo; es decir, que se haya hecho ms o me-nos todo lo que haba que hacer; pero tambin en este punto se ha producido un estancamiento, hasta el punto de que con respecto al haxateuco puede hablarse sin exageracin de un cierto cansancio entre los investigadores, especialmente entre los ms jvenes. No es difcil encontrar la causa. Los dos mtodos de investigacin in-dicados (por variados que fuesen los mtodos de emplearlos) tu-vieron como consecuencia un alejamiento continuado e inconteni-ble con respecto a la configuracin actual y definitiva del texto. Se haba puesto en marcha un proceso de anlisis, casi siempre muy interesante, pero al fin y al cabo, proceso de disolucin en gran escala y la conciencia clara u oscura de su carcter irreversible pa-raliza todava hoy a muchos. De hecho, aun aquellos que reconocen plenamente la necesidad e importancia del camino emprendido, no pueden escapar a la accin, profundamente disolvente, que produ-jo tambin esa investigacin del hexateuco. Este tema de la con-

    * Contribucin a Wissenschaft vom Alten und Neuen Testament 4/26 (1938).

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  • figuracin ltima del hexateuco casi nadie lo ha tomado como pun-to de partida valioso de una disquisicin cientfica, partiendo del cual la investigacin se hubiera abierto camino, lo ms rpidamen-te posible, para llegar a los problemas autnticos que se esconden en el fondo.

    El presente trabajo quisiera salir de esa situacin, que no deja de ser peligrosa, viniendo a llenar un hueco notable en la investi-gacin del hexateuco; ocupndose de una cuestin que, cosa cu-riosa, todava no ha sido planteada', pero cuya solucin quizs pueda hacernos salir del punto muerto. Formulemos brevemente esa cuestin.

    En primer lugar bosquejaremos de modo general el contenido del hexateuco: Dios, que haba creado el mundo, llam a los pa-triarcas de Israel y les prometi la tierra de Canan. Cuando Israel se hizo numeroso en Egipto, Moiss condujo al pueblo hacia la libertad entre maravillosas demostraciones del poder y la gracia de Dios, dndole la tierra deseada tras largo errar por el desierto. Es-tas frases que esbozan el contenido del hexateuco son, en el sen-tido de las fuentes, exclusivamente expresiones de fe. Dentro de ellas podr delimitarse todava todo lo que es fidedigno desde el punto de vista histrico; pero as, tal y como ahora se nos na-rran los datos de la historia hexatuquica, son nica y exclusiva-mente, expresados por la fe de Israel. Lo que en ella se narra des-de la creacin del mundo o bien desde el llamamiento de Abrahn hasta la conquista de la tierra realizada por Josu es historia de salvacin; se la podra calificar incluso como un credo, que reca-pitula los datos principales de la historia de la salvacin. Ahora bien, si se juzga ese credo por su forma exterior, es decir, por esa acumulacin y yuxtaposicin, verdaderamente colosal, de materia-les de distinto tipo bajo un pensamiento fundamental relativamen-te sencillo, vemos inmediatamente que nos encontramos ante un estadio final, algo ltimo, tras lo que ya no es posible otra cosa. Esa elaboracin barroca del pensamiento fundamental hasta llegar a una ampulosidad tan enorme no es un primer ensayo, ni tam-poco un equilibrio clsico o una madurez desarrollada, sino, como hemos dicho, algo ltimo llevado hasta el lmite de lo posible y legible, que sin embargo hubo de tener necesariamente unos esta-dios previos. Dicho con otras palabras: tambin el hexateuco pue-de ser entendido, ms an: debe ser entendido como un gnero

    1. Ms tarde he visto, que ya fue planteada por Dornseiff ZAW N. F. 12 (1935) 153, pero (^ habla slo del pentateuco) fue respondida de modo muy poco satisfac-torio.

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  • literario del que se puede suponer que son perceptibles en alguna manera sus comienzos, su sitio en la vida y su crecimiento ulte-rior hasta llegar a la hipertrofia que tenemos ante nosotros. As pues, nuestro estudio (que a falta de muchos puntos de apoyo de-seables, solamente puede mostrar algunas etapas en el camino de la formacin de ese gnero literario) tendra que contar con un ele-mento estable y otro variable. Estable es el credo histrico como tal; fue dado por los tiempos ms antiguos y no estuvo sometido, en sus elementos integrantes, a ningn cambio. Por el contrario, es variable la adquisicin de su propia fisonoma, la configuracin externa; aunque no solamente lo exterior, sino sobre todo el grado de compenetracin y elaboracin teolgica interna de los elemen-tos dados por la tradicin. El responder a esta cuestin tendra la ventaja de acercarnos de nuevo a la figura ltima y definitiva del hexateuco, mediante un desarrollo teolgico orgnico de la inves-tigacin y no ejerciendo una violencia teolgico-pneumtica.

    I. EL PEQUEO CREDO HISTRICO

    En el captulo 26 del deuteronomio se encuentran dos instruc-ciones clticas sobre la oracin, que hoy se juzgan generalmente como formularios rituales. La cuestin de la elaboracin deutero-nmica, e incluso la hiptesis (por lo dems totalmente innecesa-ria) de que nos encontremos ante una redaccin realizada poste-riormente, tienen escaso valor frente al hecho de que aqu, tanto en la forma como en el fondo, se patentizan dos celebraciones cl-ticas reales2. Aqu nos ocuparemos solamente de la primera, que deba recitarse en el santuario al presentar las primicias. Dice as:

    Mi padre fue un arameo errante y cuando descendi a Egipto fue all un extrao al que perteneca muy poca gente; pero all se hizo un pueblo grande, fuerte y numeroso. Los egipcios nos maltrataban, nos

    2. La segunda oracin, que deba decirse al entregar los diezmos en el llamado ao de los diezmos, muestra de un modo especial qu pequea es la intromisin que hemos de tener en cuenta. La oracin no se ajusta en modo alguno a la regla tpica-mente deuteronomista, en virtud de la cual todo el acento se coloca sobre el empleo caritativo del diezmo, ya que contiene sobre todo afirmaciones solemnes sobre el em-pleo cltico de lo santo. Para la oracin se trata de la integridad cltica del do-nante del diezmo, mientras que todo el inters del deuteronomio en el caso del ao de los diezmos se dirige al que recibe los diezmos.

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  • Dirigiremos ahora nuestra atencin a otro texto que ciertamen-te procede de otra fuente, pero en cuanto a su contenido debe co-locarse muy cerca de los que acabamos de mencionar. Se trata de la alocucin de Josu en la asamblea de Siquem. Hablaremos ms tarde detenidamente de esta narracin; ahora nos interesa solamen-te, dentro de la historia, el excurso de Jos 24, 2 b-13:

    Vuestros padres habitaban ms all de la corriente del Eufrates en los tiempos remotos y servan a otros dioses. Pero yo saqu a vuestro padre Abrahn de ms all de la corriente del Eufrates y le hice atra-vesar toda la tierra de Canan; le regal una rica descendencia y le di a Isaac. Y a Isaac le regal Jacob y Esa; y a Esa le di la mon-taa de Seir para tomarla; Jacob y sus hijos descendieron a Egipto. Y golpe a los egipcios mediante prodigios que realic en medio de ellos y despus os saqu de Egipto y llegasteis al mar. Y vuestros ojos vieron lo que hice con los egipcios. Pero vosotros habitasteis muchos das en el desierto. Luego os introduje en la tierra de los amorreos que viven al otro lado del Jordn, y lucharon contra vosotros; pero yo los puse en vuestras manos y tomasteis su tierra, y yo les aniquil ante vuestros ojos. Luego se levant Balac, hijo de Sippor, rey de Moab, e hizo llamar a Balaam, hijo de Beor, para que os maldijera. Pero yo no quise escuchar a Balaam y l tuvo que bendeciros y yo os salv de su poder. Entonces cruzasteis el Jordn y llegasteis a Jeric y las gentes de Jeric lucharon contra vosotros; pero yo os las puse en vuestras manos. Y yo envi tbanos delante de vosotros, los cuales ahuyentaron de delante de vosotros a los doce reyes amorreos. Y yo os di una tierra por la que no habis tenido que esforzaros, y ciuda-des que no habis construido y ahora habitis; viedos y olivares que no habis plantado, los podis gozar ahora.

    Tambin aqu el texto est lleno de todo tipo de adornos re-tricos y aadiduras, reconocindose inmediatamente que su origen est en la idea hexatuquica de la historia. Sin embargo no puede caber ninguna duda de que esta alocucin, desde el punto de vista de los gneros literarios, ciertamente no es una creacin literaria ad hoc, al modo de los discursos intercalados gustosamente en otras ocasiones, inventados para describir determinados aconteci-mientos. Tambin en este caso se emplea una forma firmemente acuada ya en lo esencial y que slo deja lugar a libertades insig-nificantes. Fundamentalmente encontramos aqu, como en los ca-sos anteriores, los datos principales de la historia de la salvacin desde la poca de los patriarcas hasta la conquista de la tierra. Las pequeas aadiduras (detalles sobre el milagro del mar de los jun-cos; el encuentro con Balaam, etc.) no llaman la atencin hasta que se reflexiona en la omisin absoluta de los acontecimientos del Sina, pues la revelacin de Yahv y el establecimiento de la alian-za eran en todo caso sucesos de una importancia tan enorme, que

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  • en verdad hubieran podido ser mencionados al lado de la historia de Balaam o de los tbanos, si el incluirlos hubiera sido posible de alguna manera. Pero el esquema fundamental parece no conocerlos y por ello nos encontramos ante el hecho sorprendente de que este gnero literario permita la libertad de introducir pequeos detalles, pero no un cambio tan profundo como hubiera trado consigo la inclusin de los sucesos del Sina.

    Precisamente estos textos, aunque estudiados muy brevemente, nos llevan sin embargo a un resultado provisional; especialmente si se reflexiona sobre el contexto en el que todava se encuentran. En ninguno de los tres casos se trata de un recuerdo casual de los acontecimientos histricos, sino de algo que se recita usando una forma concentrada, en tono solemne, y en una situacin de suma importancia; a saber: en el marco de una celebracin cltica. En cuanto a su contenido, los tres textos fueron construidos evidente-mente segn un solo esquema, como se hace especialmente patente en el caso de la omisin de los sucesos del Sina. Van siguiendo por tanto una imagen cannica de la historia salvfica, fijada en sus detalles desde haca tiempo. Ciertamente no es muy osado sacar ahora la siguiente conclusin: la recitacin solemne de los datos principales de la historia de la salvacin, sea en la forma de un credo, sea como alocucin parentica a la comunidad, debi de construir una parte integrante del culto israelita primitivo.

    Cuanto mayor pueda parecer a primera vista la diferencia entre el gnero literario de recitacin, a modo de confesin de fe, de los hechos salvficos por una parte, y el hexateuco en su forma actual por otra, tanto ms sorprender la conformidad conceptual de am-bos. En el fondo se trata de un ideario nico, sumamente sencillo y se podra ya calificar a Jos 24, 2-13 de hexateuco en pequeo. Si abarcamos ahora de una mirada el comienzo y el final del camino, podremos barruntar algo de la colosal inercia de la vida de fe ve-terotestamentaria, pues cuanto ms numerosos son los materiales accesorios y ms intensa su elaboracin, tanto ms firme aparece algo dado de antemano, algo captado por la fe como fundamental, ms all de lo cual no pas el hexateuco ni siquiera en su configu-racin final. Nuestra tarea consistir a continuacin en describir, al menos en sus fases principales, cmo se fue elaborando esa re-citacin cltica hasta llegar a nuestro hexateuco.

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  • I I . MODIFICACIONES AUTARTICAS DEL CREDO EN LA POESA LRICA DEL CULTO

    Antes de continuar con la cuestin principal sobre la esencia y la elaboracin del hexateuco, ser provechoso seguir investigando todava un poco ms el gnero literario que acabamos de estudiar.5

    En la gran reprensin que Samuel hace al pueblo en Mizpa, 1 Sam 12, se encuentra, casi sin transicin, despus de la apologa de s mismo que hizo Samuel ante el pueblo, una enumeracin de los acontecimientos de la historia de Israel con Dios:

    Cuando Jacob vino a Egipto y vuestros padres clamaron a Yahv, en-tonces les envi a Moiss y Aarn y ellos sacaron a vuestros padres de Egipto y l les dio morada en este lugar (sigue una breve descrip-cin, segn la manera deuteronmica de considerar la historia, tomada del libro de los Jueces) (1 Sam 12, 8).

    Hay que hacer notar que esta disgresin histrica en boca de Samuel no es solamente un elemento del discurso al lado de otros varios, sino que debe ser destacada del contexto como algo espe-cial, debido a su solemne introduccin (v. 7); evidentemente lo que ahora se recuerda a los oyentes es algo firme y vlido. La continua-cin hasta ms all de la conquista de la tierra es sin duda una muestra de libertad con respecto al gnero literario, que tena cier-tamente un predecesor determinante en el libro deuteronmico de los Jueces. El autor de este discurso no tuvo ms que recurrir a esa obra, a fin de restablecer la plena actualidad del discurso para los oyentes de Samuel.

    Las letanas del salmo 136 confirman tambin nuestra tesis so-bre el papel que desempe en el culto la recapitulacin de los hechos salvficos de Yahv:

    Dad gracias a Yahv, porque es bondadoso; dad gracias al Dios de los dioses; dad gracias al Seor de los seores; el que ha hecho grandes maravillas por s solo, que cre el cielo con toda sabidura, que extendi la tierra sobre las aguas, que cre grandes luminarias, el sol para gobernar en el da, la luna para gobernar la noche;

    5. Para lo que sigue, c. Jiricu, De alteste Geschichte Israels im Rahtnen lehr-hafter Darstellungen (1917).

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  • el que hiri a los egipcios en sus primognitos y sac a Israel de en medio de ellos con mano fuerte y brazo extendido; que dividi en dos partes el mar de juncos y llev a Israel por medio sepultando al faran en el mar de juncos; el que llev a su pueblo a travs del desierto; que abati a grandes reyes, e hizo perecer a magnficos reyes, a Sen, rey de los amorreos, a Og, rey de Basan; y dio su tierra en heredad, heredad para su siervo Israel; que se acord de nosotros en nuestra humillacin, y nos libr de nuestros opresores; el que da a toda carne (su) pan; dad gracias al Dios del cielo (Sal 136, 1-26).

    Aqu la novedad es que esa actualizacin de la historia de la salvacin no comienza en el tiempo de los patriarcas o de la estan-cia en Egipto, sino ya desde la creacin. Ms tarde volveremos a tratar de ello. Por lo que concierne a la prolongacin de la his-toria ms all de la conquista de la tierra, est tan desprovista de datos concretos; se mueve en un mundo de indicaciones tan gene-rales, que se advierte con toda claridad el aprieto en que cay el autor al abandonarle el esquema tradicional. Esta observacin re-sulta muy instructiva, pues el autor se senta seguro mientras pudo recapitular la historia cannica de la salvacin, y en cambio no supo decir nada concreto sobre lo que estaba mucho ms cerca de l, en el tiempo. Tambin falta aqu la mencin de la revelacin del Sina.

    Aadiremos todava otro ejemplo, el canto del mar de los jun-cos, de Ex 15, que ltimamente ha caracterizado Hans Schmidt como una letana cltica usada en la fiesta de la presentacin de las ofrendas6. Si nos atuviramos nicamente al gnero literario, nos habramos alejado bastante de la forma original del credo, pero una ojeada al texto muestra inmediatamente que en este poema, aunque elaborados autrticamente, estn incorporados todos los elementos de la tradicin del xodo y conquista de la tierra. Va-mos a sacar del conjunto los datos autnticamente histrico-salv-ficos (naturalmente es un procedimiento imposible literariamente, pero quizs nos sea permitido por una vez, a fin de extraer cada uno de los elementos de la tradicin en los que se apoya el poema).

    6. ZAW N. F. 8 (1931) 59 s.

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  • Los carros del faran y su poder abati (Yahv) y sus mejores jinetes se ahogaron en el mar de los juncos. Las olas les cubrieron, se hun-dieron en lo profundo como una piedra... Al soplo de tus narices las aguas se levantaron en dique, las olas permanecieron en pie como una muralla, cuajaron las ondas en medio del mar. El enemigo haba di-cho: yo quiero perseguirles, alcanzarles, repartir el botn, saciar mi codicia en ellos; desenvainar mi espada, mi mano los despojar. So-plaste tu aliento, y el mar se cubri... Cuando extendiste tu diestra, se los trag la tierra. Has conducido al pueblo en tu gracia, al pueblo que has salvado; lo condujiste por tu poder hasta las moradas santas. Cuando los pueblos lo oyeron, temblaron; el terror se apoder de los filisteos. Entonces temblaron los prncipes de Edom; los poderosos de Moab, el temor se apoder de ellos; se atemorizaron todos los habi-tantes de Canan. Temor y angustia cay sobre ellos, ante la grandeza de tus actos quedaron petrificados. As entr tu pueblo, Yahv; el pueblo que t has comprado (Ex 15, 4. 5. 8. 9. 10 a. 12-16).

    Claramente se ve que tampoco aqu se narra la historia libre-mente sino que se transmite segn un esquema precedente, con muy pocas libertades: el mar de los juncos, la marcha por el de-sierto y la conquista de la tierra. Falta de nuevo adquirir alusin a lo sucedido en el Sina, pues cuando se dice rfioeh qadeseka, a tu santa morada (v. 13) se est pensando naturalmente en la tie-rra santa.7

    Los poemas se van haciendo mayores en extensin material y ms libres con respecto al esquema tradicional. El salmo 105 re-carga el acento, ms de lo que en otros casos puede advertirse, so-bre la promesa de la alianza hecha por Dios a Abrahn (v. 8 s. 42) y desarrolla luego con amplitud pica los sucesos de Jos, la opre-sin y el xodo, hasta llegar a la conquista de la tierra. Si en ese salmo nos encontramos todava totalmente dentro del esquema, el salmo 78 contiene una narracin sumamente prolija de la his-toria del pueblo desde Egipto hasta la poca de los reyes. La pro-porcin entre la cantidad de materiales que llegan hasta la con-quista de la tierra y los datos histricos referentes al tiempo pos-terior sigue siendo todava muy desigual (alrededor de 51 verscu-los contra 16!), por donde se puede colegir la fuerza ejercida por el gnero literario aun en una fase tan avanzada de descomposi-cin. Con todo, tambin en la segunda parte se puede sacar algo: culto en los lugares altos, recusacin de Silo, eleccin de Jud y de Sin, e t c . . Pero el hecho de que ni el profundo agotamiento del gnero literario, ni la gran disposicin a hacer valer todos los re-cuerdos, aun los secundarios, hayan conducido sin embargo a la

    7. Cf. Sal 83, 13.

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  • incorporacin de la historia del Sina, muestra qu lejos estaba de la tradicin representada por los salmos 105 y 78. Lo mismo se puede decir del salmo 135, al que en virtud de su contenido teo-lgico puede considerrsele como un producto tardo. Su descrip-cin de la historia de la salvacin es la usual desde Egipto hasta la conquista de la tierra (v. 8-12). La cuestin de si esos salmos se basan libremente en la tradicin cannica general sobre la historia de la salvacin o se inspiran de un modo ms mediato en las fuen-tes del hexateuco, ya existentes desde el punto de vista literario, ha de responderse segn cada caso particular. Naturalmente en el caso de una dependencia literaria real de nuestro hexateuco, la omisin de la percopa del Sina sera todava ms sorprendente.

    El primer ejemplo de una incorporacin autntica de la per-copa del Sina a la historia cannica de la salvacin lo encontramos en la gran oracin de Neh 9, 6 s.; all podemos leer por fin un pasaje que en vano hemos buscado antes por todas partes:

    T descendiste sobre el monte Sina y hablando con ellos desde el cie-lo les diste leyes justas, advertencias dignas de toda confianza, man-damientos y prescripciones buenas. Les diste a conocer tu santo s-bado y les prescribiste mandamientos, ordenaciones y leyes por medio de tu siervo Moiss (Neh 9, 13-14).

    Este pasaje se apoya sin duda ninguna en las ideas sacerdotales, pero para nosotros la cuestin sobre su origen es secundaria frente a la comprobacin de que aqu, finalmente, se ha incorporado or-gnicamente a la imagen tradicional de la historia de la salvacin esta importantsima tradicin del Sina. De este modo se alcanza tambin el estadio de mxima hipertrofia del gnero literario, ya que ahora la mirada retrospectiva histrica abarca la creacin del mundo, la historia de los patriarcas, Egipto, el xodo, Sina, pe-regrinaje por el desierto, conquista de la tierra, poca de los jue-ces y poca de los reyes hasta los tiempos postexlicos. Luego en-contramos tambin una mencin del becerro de oro en el salmo 106, cuya visin histrica se extiende hasta el tiempo del exilio o quizs hasta despus del exilio.

    Como resultado de todas estas consideraciones podemos for-mular lo siguiente: los relatos de la historia salvfica que siguen, ms o menos libremente, el esquema cannico, tampoco mencio-nan los acontecimientos del Sina. Parece ser que estos constituan una tradicin aparte, que existi con independencia de aquel es-quema y que no se uni con l hasta fecha muy tarda.

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  • I I I . LA TRADICIN DEL SINAI EN EL HEXATEUCO

    El resultado del prrafo precedente encierra dentro de s una importante cuestin. Si la historia cannica de la salvacin referen-te al xodo y la conquista va por un lado, y la tradicin de los acontecimientos vividos por Israel en el Sina va por otro, enfren-tndose como dos tradiciones independientes desde su origen, ten-dramos que buscar algo ms concreto sobre el origen y la natura-leza de esa tradicin del Sina. Sobre todo habra que preguntarse si el relato hexatuquico no contradice nuestra constatacin de la independencia de ambas tradiciones. Por eso debemos estudiar pri-meramente la posicin de la percopa del Sina dentro del enorme caudal de la narracin hexatuquica. En este punto podemos re-mitirnos para empezar a lo que ya se ha descubierto desde hace tiempo:

    En el yahvista se transparenta una forma de tradicin, segn la cual los israelitas, inmediatamente despus del paso por el mar de los jun-cos, llegan a Cades sin dar el rodeo hasta el Sina. Mientras que no alcanzamos el Sina hasta Ex 19, nos encontramos ya en Ex 17 en Massa y Meriba, es decir, sobre el suelo de Cades... Por eso aun las narraciones que se relataron antes de la llegada al Sina, se repiten despus de la partida de all, porque el adverbio local antes o despus es lo mismo... Esto quiere decir con otras palabras que los israelitas no alcanzaron la meta original de su peregrinacin despus del rodeo hasta el Sina, sino inmediatamente despus del xodo a Cades.8

    Esta sencilla constatacin de Wellhausen contiene ya propia-mente una respuesta a nuestra pregunta. Solamente tenemos que limitarla a lo que se refiere puramente a la historia de las tradicio-nes, ya que aqu no tratamos de investigar el proceso histrico, ni tampoco el estrato literario subyacente que todava no conoce el rodeo hasta el Sina. Con todo, es importante para nosotros la gran probabilidad de que exista algo de eso en Ex 15, 25b y 22 b 9 . Pero aun cuando la tesis de Wellhausen no se pudiera de-mostrar por caminos puramente literarios, esto no perturbara la idea de la independencia interna de la tradicin del Sina aun den-tro de la tradicin hexatuquica.

    8. Wellhausen, Prolegometta zur Geschichte Israel?, 347 s. 9. Detalles ms concretos especialmente en E. Meyer, Die lsraeten und ihre

    Nachbarstamme (1906) 60 s.

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  • Ya hemos hablado de la disparidad de la tradicin de Cades, de Ex 17, por un lado y la de Nm 10 s por otro. Gressmann fue el primero que liber el descubrimiento de Wellhausen de sus fun-damentos literarios unilaterales 10; l fue tambin quien ciment de modo convincente la afirmacin de Wellhausen, expuesta hace un momento, de que Ex 18 es tambin originalmente una tradicin de Cades n . Por consiguiente tenemos que distinguir entre una se-rie de tradiciones referentes a Cades (Ex 17-18; Nm 10-14) y una serie referente al Sina (Ex 19-24; 32-34). Solamente 3a pri-mera est estrechsimamente unida con la autntica historia del xodo; la otra no, como muestra el salto entre Ex 34 y Nm 10, 29 s. El camino de vuelta desde el Sina hacia Cades se ha hecho penosamente creble mediante el correspondiente retoque en Nm 10, 29 s, pues tambin Nm 10, 29 s pertenece, en lo que con-cierne a sus materiales, a las sagas de Cades.12

    De las muchas dificultades objetivas que han ido saliendo pau-latinamente a la luz, una vez que se reconoci la posicin especial de la percopa del Sina, mencionaremos solamente la ms impor-tante: la acotacin de Ex 15, 25 13: All le dio un estatuto y un derecho y all le prob. Unnimemente se asigna esta pequea frase a la tradicin de Cades, ya que contiene una etiologa del nombre de Massa. Pero es sorprendente la afirmacin de haberse recibido el derecho divino en Cades (pues Yahv es el sujeto de sam), ya que esa tradicin jurdica que se hace remontar a Cades marcha paralela a la tradicin que sita la recepcin del derecho divino en el Sina. Frente a esto no podemos remitirnos a la insig-nificancia de la acotacin de Ex 15, 25; pues hay que comprender que en la elaboracin posterior de ambas la una tuvo que ceder ante la otra; tambin la desigualdad sintctica est indicando con bastante claridad que estamos ante prdida de texto. Fuera de eso, Ex 18 contiene muchas referencias a la tradicin jurdica sagrada de Cades, no pudkndo caber ninguna duda sobre la duplicidad de tradiciones en este punto 14. Cmo hubiera podido estar desde un principio este relato de la proclamacin del derecho divino a la comunidad junto a la percopa del Sina, que se vera por consi-guiente privada por l de su carcter nico y exclusivo? Algo pa-

    10. H. Gressmann, Mose uni seine Zeit (1913). 11. Wellhausen, o. c, 349; Gressmann, o. c, 164 s. 12. H. Gressmann, o. c, 234 s. 13. La frase no encaja orgnicamente en el contexto. Ni el sujeto ni el comple-

    mento pueden determinarse ms que conjeturalmente. \A_. Moiss juzga al pueblo, que viene a consultarle (v. 13, 15); anuncia los huqq

    ha'elohim (v. 16); les ensea las huqqim y las trt.

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  • recido sucede con la revelacin de Yahv que Moiss haba de co-municar al pueblo, tal y como se narra en Ex 3 y 6. Qu otra cosa es esto sino la revelacin que da noticia al pueblo sobre Yah-v y su voluntad salvfica y garantiza el xito del xodo y la con-quista de la tierra? No podra decirse que la revelacin del Sina se incorporase a ella de modo fcil y natural.

    Sin embargo nosotros queremos dirigir ahora nuestra atencin nicamente a la percopa del Sina misma y preguntarnos sobre su construccin interna, sin poder detenernos mucho, a fin de conse-guir una informacin concluyeme sobre su posicin dentro de la tradicin hexatuquica que la rodea.

    La percopa hexatuquica se nos presenta dentro de un entre-cruzamiento de muchas fuentes. Ahora bien, el problema literario, quizs insoluble en parte, nos ocupar muy poco, ya que nos inte-resa la estructura interna; es decir, nos interesa ms la cuestin de la uniformidad de los materiales de la tradicin del Sina que su uniformidad literaria.

    Despus de la llegada al Sina (segn E, inmediatamente des-pus; segn P, quizs 7 das despus) sube Moiss a la montaa para encontrarse con Yahv. All tiene noticia (segn J y E) de que el pueblo debe prepararse para la llegada de Dios al tercer da. Moiss desciende y se ocupa de la purificacin cltica del pue-blo. Ese tercer da aporta el punto principal de los acontecimientos del Sina, la teofana autntica. El pueblo est situado junto a la montaa y percibe con terror las circunstancias que acompaan el aproximarse de Dios (fuego, humo y sonido de trompeta). Por eso Moiss sube otra vez a la montaa y recibe la revelacin de la vo-luntad de Dios para con el pueblo en forma de declogo (E). Muy parecida es la sucesin de los acontecimientos en el relato de J, cuya segunda parte leemos ahora (fue trasladada posteriormente) en Ex 34 15. Ya no podemos saber cul fuera la coleccin de man-damientos de J, pues lo que ahora podemos leer en el v. 10 es el producto secundario de una mezcla 16. Probablemente J tuvo tambin una versin del autntico declogo, la cual sin embargo tuvo que ceder ante este sucedneo, como es comprensible, des-pus de la fusin de las fuentes. A la proclamacin de la voluntad de Dios hecha a Moiss sigue necesariamente el compromiso del pueblo, establecido en una fiesta cltica en la que Moiss comuni-ca los mandamientos a la comunidad y sella el pacto mediante un

    15. Los versculos 1 y 4 son adiciones posteriores, que sirven para enlazar con la historia precedente del becerro de oro (Eissfeldt, Hexateuchsynopse, 55 s.).

    16. A. Alt, Die Vrsprnge des israelttischen Rechts (1934) 52 [Kl. Schr. I, 317].

    24

  • sacrificio (E)17. El mismo esquema est a la base de la descripcin realizada por la tradicin sacerdotal, por lo dems vigorosamente construida. Moiss recibe en la montaa la ley del tabernculo; a eso sigue la proclamacin ante el pueblo (Ex 35); la ereccin de la tienda sagrada (Ex 40) y el gran sacrificio de Aarn, juntamente con la confirmacin que supone la aparicin de la cabod (Lev 9); todo ello configurado por P con suma arbitrariedad bajo la presin de tendencias teolgicas especiales.

    Si abarcamos de una sola mirada toda esta tradicin, especial-mente tal y como fue redactada por E, se nos mostrar desde sus comienzos hasta el momento de sellar el pacto con un gran sacrifi-cio como un conjunto armnico. Las caractersticas especiales de cada una de las fuentes tampoco permiten dudar de que tras todas y cada una de las configuraciones especiales hay una sola tradicin, relativa a una serie de sucesos totalmente cerrada. No hay ni un solo elemento que pueda quitarse sin que todo se desfigure; y si se puede reconocer la armona interna de una narracin en el he-cho de que los momentos de tensin creados por ella se resuelven al final de la misma, entonces podemos decir que ste es precisa-mente el caso, ya que con el compromiso del pueblo y el gran sa-crificio de la alianza, la narracin llega a su fin. Ya no se espera volver a saber nada ms de lo relativo a esa serie de sucesos.

    Esta impresin se refuerza si examinamos brevemente el con-tenido de Ex 32 y 33 que muestran una falta de uniformidad mu-cho mayor que lo precedente. Encontramos en primer lugar la gran narracin del becerro de oro. Desde el punto de vista del material empleado es sin duda un todo cerrado en s mismo. Ciertamente est habilsimamente conectada con lo que ocurre antes, ya que sucede durante una nueva estancia de Moiss en la montaa y con la misma habilidad nos conduce su final a la continuacin, pues el pecado tiene un eplogo (33, 1 s); pero como tradicin tuvo que ser alguna vez independiente y antes de su incorporacin al con-texto actual tuvo durante largo tiempo su propia historia18. El pe-cado cometido durante la ausencia de Moiss; su intervencin; el castigo y el acto de encomendar su misin a los levitas; todo esto, desde el punto de vista narrativo, es un organismo armnico y

    17. El yahvista, por lo que concierne a este suceso teolgico, pasa a segundo trmino frente a E; sin embargo tambin habla de un banquete sacrifical, con el que se pone fin a toda la serie de acontecimientos.

    18. Con ello no se excluye la posibilidad de que tambin Ex 32 sea una tradi-cin del Sina. Solamente queremos afirmar que entre Ex 32 y la tradicin de la teo-fana y de la conclusin de la alianza, no existe, desde el punto de vista de los ma-teriales, la yuxtaposicin orgnica que la composicin literaria actual ha originado.

    25

  • posee su fin propio, que no tiene nada en comn con lo que pre-cede y con lo que sigue, a no ser que los acontecimientos suceden en el Sina.

    Los materiales de Ex 33 pertenecen tambin a las tradiciones que asumi, secundariamente, la poderosa tradicin de la teofana del Sina. Tambin ellas tienen su origen especial, pues se trata de etiologas de diversos elementos clticos (tienda, panim, nombre). Naturalmente en otro tiempo cada una de esas etiologas consti-tuy una tradicin por s misma.

    La situacin es, pues, la siguiente: en la percopa hexatuquica del Sina predomina sin duda el relato de la teofana y la alianza. Esto constituye por su contenido y su estructura un crculo de tra-dicin cerrado en s mismo. A l se fueron aadiendo diversos y menudos materiales tradicionales, de tipo cltico y etiolgico, que no guardaban ninguna relacin desde el punto de vista de la his-toria de los materiales con aquel relato de la teofana y de la alianza y que ciertamente se unieron entre s slo secundaria y literariamente.

    Por lo que concierne a sus relaciones con la tradicin, estu-diada antes, del xodo y la conquista de la tierra hay que decir ante todo que fueron absolutamente independientes (una vez ms hemos de decir que nicamente en cuanto materiales de tradicin). La medida de su incorporacin literaria a la tradicin del xodo no es siempre la misma; los materiales de Ex 32 y 33 estn ms fuertemente entreverados con ella w que el relato de la teofana y la alianza, el cual en virtud de su peso especfico mayor y el apre-mio de sus exigencias ofreca mucha mayor resistencia a la pe-netracin y los retoques. Sin embargo, s buscamos los elementos principales de aquella otra tradicin, aquel obrar salvfico de Dios en el xodo y en el peregrinaje por el desierto; sobre todo aquel centrarse en la conquista de la tierra, dnde se encuentra algo parecido en Ex 19-24? Han desaparecido totalmente de la escena y en cierta manera han sido interrumpidos por la importancia de aquel poderoso entreacto. En efecto: se trata de materiales total-mente distintos en un caso y en otro. La tradicin del xodo es un testimonio de la voluntad salvfica de Dios manifestada a Israel en su camino desde Egipto a Canan, es historia de salvacin; la tradicin del Sina da testimonio de la voluntad divina en forma de un derecho proclamado al pueblo y del compromiso resultante;

    19 Cf Ex 32, 7 s 11 s; 33, 1 s.

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  • es ley M. Tambin la tradicin del xodo tiene su revelacin de Dios, por la que toda la tradicin es legtima como historia salv-fica (Ex 3, 6). Y Ex 3, 7 s nos muestra cmo, a diferencia de Ex 19 s, esa revelacin de Dios, de un modo original y orgnico, est vinculada a la meta de aquella tradicin, a saber: la conquista de la tierra.

    He visto la miseria de mi pueblo... y he bajado (!) para salvarle de los egipcios y sacarle de aquella tierra a un hermoso pas lejano...

    De nuestras verificaciones no se puede deducir todava nada sobre la antigedad de cada una de las tradiciones. El paso que dio Gressmann al establecer la tesis de que la marcha de los is-raelitas hacia el Sina era absolutamente extraa a la tradicin ms antigua 21, fue un paso en falso, metodolgicamente, y una trans-gresin de la competencia de los mtodos de investigacin emplea-dos. Lo nico que podemos afirmar es que aqu hay dos tradicio-nes, de las que una fue entreverada secundariamente a la otra.

    Si juzgamos el relato de la teofana del Sina como una tradi-cin sagrada, ya se est sobrentendiendo naturalmente que su in-clusin literaria en las fuentes hexatuquicas J y E ha de conside-rarse como un fenmeno tardo (refirindola a la edad propia de la tradicin) de su larga historia; quizs como un estadio final. Tanto el yahvista como el elohsta se basaron en un complejo de tradiciones que ya estaba fijado en sus rasgos esenciales. Quizs tambin podamos contar en este caso con un esquema cannico (como se vio claramente en la tradicin del xodo y la conquista) al que J y P se vuelven tambin en ltimo trmino.

    Repasemos una vez ms el antiguo testamento, no sea que haya tambin variaciones libres, poticas, de esta tradicin del Si-na, tal y como ya encontramos muchas veces en los salmos seme-jantes elaboraciones, no teolgicas, de la tradicin del xodo! Tro-pezaremos en primer lugar con el comienzo de las bendiciones de Moiss:

    Yahv vino del Sina; amaneci para su pueblo desde Seir, resplan-deci desde la montaa de Paran... Moiss nos prescribi una ley, la comunidad de Jacob ser su posesin... (Dt 33, 2. 4).

    20. De este modo, ya no se puede seguir hablando de que aceptando un peque-ffo distanciamiento espacial entre el Sina y Cades se viene abajo la principal obje-cin contra la interdependencia original de las tradiciones (Kittel, Geschichte des Volkes Israel5 I, 341).

    21. Gressmann, o. c, 390.

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  • He aqu una alusin libre a la tradicin del Sina. No se habla de xodo y de conquista, sino de una teofana y de la incauta-cin del pueblo que realizan los mandamientos divinos. La ben-dicin de Moiss... no habla del xodo de Egipto; no es mencio-nado ni por Moiss, v. 8, ni en ninguna otra parte. Esto, desde el punto de vista de pocas posteriores, para las que la liberacin de Egipto lleg a ser la gran hazaa de Yahv (y de Moiss) para con su pueblo, es un hecho francamente incomprensible22. En cuanto a la conocida introduccin al canto de Dbora (Jue 5) slo con mu-chas reservas podra aducirse en este contexto, ya que el poema, incluyendo su versculo introductorio, se ocupa de una poca muy distinta de la historia salvfica de Israel. Sin embargo muestra de un modo suficientemente claro (y asimismo Hab 3) cmo para esa tradicin l y la teofana forman un conjunto indisoluble. En la tra-dicin del Sina el elemento constitutivo es la venida de Dios y no el peregrinaje del pueblo.

    I V . LA TRADICIN DEL SINAI COMO LEYENDA CONMEMORATIVA

    La pregunta que hacemos a continuacin a esa tradicin, que ahora recibimos de una manera determinada pero que antes exis-ti aisladamente, no se refiere a su credibilidad histrica, sino al lugar concreto y el papel que desempe en la vida religiosa; es decir, nos preguntamos por su sitio en la vida. Al preguntar as no descartamos fundamental que aquellos materiales sirvan tam-bin de fuentes para la reconstruccin del proceso histrico, pero este modo de ver el problema es absolutamente secundario frente a la cuestin referente a su esfera concreta de accin y de vida.

    Dnde desempe su papel en la vida religiosa de Israel esa tradicin, tan claramente delimitada, en la poca en que tuvo vida propia? La respuesta es clara: esos materiales no vivieron en un ambiente de piedad annimo; no fueron objeto de aficiones reli-giosas ms o menos privadas, sino que pertenecieron a la vida ofi-cial de fe; precisamente fueron los fundamentos de la comunidad

    22. E. Meyer, Die hraeliten und ihre Nachbarstamme, 62.

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  • de fe y por eso desempearon su papel all donde la comunidad de fe acta religiosamente de un modo pblico; es decir, en el culto23. Ya Mowinckel se plante y respondi a esta pregunta en la parte ms provechosa (desde el punto de vista de la historia de los g-neros literarios) de su sugestivo libro sobre el declogo. Mowinc-kel no ve en los relatos sobre los acontecimientos del Sina ms que una reproduccin de la fiesta de ao nuevo, traducida al len-guaje del mito literario24. De hecho, si se miran desde este punto de vista cada uno de los materiales de esta tradicin, no puede sur-gir ninguna duda sobre su enraizamiento original en el culto. Re-cordemos la serie de sucesos: santificacin preparatoria, es decir, purificacin ritual de la comunidad; la comunidad avanza al en-cuentro de Dios al son de la trompeta; Dios se presenta y procla-ma su voluntad; sacrificio y celebracin de la alianza; todo esto es culto.

    Esta indicacin de la estrecha correspondencia de la percopa del Sina con un acto de culto es un gran paso adelante. De todos modos Mowinckel ha dejado una cierta vaguedad, si nos pregun-tamos por la autntica naturaleza de esa correspondencia. El llama a la narracin del Sina Beschreibung (descripcin) o Wieder-gabe (reproduccin) de una fiesta cltica. Pero, cmo hemos de imaginarla? Para qu se describe una fiesta? Qu fin tendran tales narraciones que corresponden estrechsimamente al desarrollo de una fiesta cltica? Ciertamente no son, ni mucho menos, libres elaboraciones poticas del contenido del culto; es decir, como una traslacin posterior de los elementos de la fiesta al campo litera-rio. Precisamente es todo lo contrario: la percopa del Sina en su configuracin cannica (que frente a J y E es secundaria!) est ordenada de antemano al culto; se regula por l; toda su legitimi-dad se sostiene o cae juntamente con l; es decir, la percopa del Sina es la leyenda conmemorativa {Festlegende) de una determi-nada celebracin cltica. Sin tomar postura en la cuestin ms ge-neral de la prioridad del culto o del mito25, no podramos mirar en este caso la leyenda (preferimos decir esto en lugar de mito) simplemente como el resultado y el producto del culto. Esto ira contra todas las manifestaciones vitales de la fe veterotestamen-taria que conocemos de otros casos y tambin contra su enraiza-miento histrico. No; no cabe duda de que aqu la leyenda era algo

    23. Cf. J. Hempel, Die dthebraiscke Literatur (1930) 16. 24. S. Mowinckel, Le dcalogue (1927) 129. 25. Cf. Richard M. Meyer, Mythologische Studien cus der neuesten Zeit: ARW

    13 (1910) 270 s.

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  • dado de antemano al culto; ella form primariamente al culto, aun-que luego hay que contar naturalmente con una cierta reciprocidad de influjo del culto sobre la leyenda. u

    Mowinckel dio una forma muy fructfera a la investigacin de todo este complejo de cuestiones incluyendo algunos salmos en ella. En efecto, si examinamos, siguiendo el mtodo de los gneros literarios, cada uno de los elementos formales del salmo 50, tene-mos que remitirnos (por sorprendente que pueda parecer) a una celebracin cltica muy parecida, si no es de la misma clase, a la que est presuponiendo la peroopa del Sina:

    El Dios de los dioses, Yahv, habla y llama a la tierra a... Nuestro Dios viene y no puede callar... Llama al cielo desde lo alto y a la tierra, para juzgar a su pueblo (Sal 50, 1-4).

    La comunidad est a la espera de una teofana, cuyo punto central consiste en una alocucin de Dios. La comunidad cltica ha sido convocada en nombre de Dios y han sido tradas las ofrendas:

    Le rodean los suyos, los que han establecido un pacto con l mediante las ofrendas. Los cielos deben anunciar su justicia; pues Dios mismo ser el juez: Escucha, pueblo mo, quiero hablar, oh Israel!, yo quiero testimo-niar contra ti: Yahv, tu Dios, soy yo (v. 5-7).

    Aqu tenemos lo principal. Se le exige al pueblo que escuche; se percibir una voz por la que todos sern conducidos a juicio. Yahv se revela como el Dios de la comunidad y esa presentacin de s mismo: Yo soy Yahv, tu Dios prenuncia el primer man-damiento del declogo y abarca la suma de la revelacin de la vo-luntad divina que, como tal, ser precisamente un testimonio con-tra Israel.

    Ciertamente no se puede decir que el salmo 50 refleje inme-diata y directamente una celebracin cltica; a eo se oponen los versculos siguientes que rechazan, como es sabido, la presentacin material de ofrendas, en beneficio del sacrificio de accin de gracias

    26. El concepto, hoy tan querido, de historizacin, es decir, de una insercin (realizada posteriormente por la fe yahvsta) en lo histrico de las tradiciones sagra-das que haba encontrado previamente, no puede aplicarse de un modo objetivo en el caso presente. Cuanto ms secundaria aparece la configuracin literaria actual de la tradicin del Sina frente a la cltica, tanto ms ha de juzgarse la tradicin como tal, frente a lo que realiza ei culto, como algo fundamentalmente ordenado a l.

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  • y la obediencia espiritual. As pues, el salmo se ha separado en su interior del culto, pero aun despus de su separacin, la forma si-gue vinculada al esquema de la celebracin cltica. Los versculos 18-21 muestran cuan profunda es esa presin de la forma:

    Si viendo a un ladrn, confraternizas con l y tienes parte con el adl-tero. Dejas que tu boca hable el mal y tu lengua teja engaos. Te sientas y hablas contra tu hermano, insultas al hijo de tu madre. Esto has hecho y yo he callado; por eso piensas que soy como t. Ahora yo te critico y te lo pongo delante de los ojos.

    Aqu se va parafraseando el declogo, que evidentemente per-teneca de modo inseparable a la totalidad. El poeta no lo ha citado solamente porque corresponda de modo especial a su visin teol-gica, sino sobre todo porque no poda faltar, segn el estilo legal, dentro de esta forma.

    Muy semejante es la situacin cltica que refleja el salmo 81. Tambin aqu se trata del sedimento de una liturgia, cuyo punto culminante se dice expresamente que es una fiesta, evidentemente la fiesta de ao nuevo (v. 4). Para nosotros es importante natural-mente el paso a la alocucin divina propiamente dicha en el es-quema litrgico; en este caso se da a conocer de un modo muy vi-sible: O una voz desconocida... (v. 6 b).

    Luego sigue la alocucin divina propiamente dicha (despus volveremos sobre los versculos 7-8):

    Escucha, pueblo mo, quiero testimoniar contra ti! Israel, i si quisieras escucharme! No debe haber otro dios delante de ti; no debes adorar a ningn dios extranjero. Yo, Yahv, soy tu Dios, el que te sac de la tierra de Egipto (v. 9-11).

    He aqu de nuevo el punto central de la celebracin cltica: aquella alocucin directa de Dios y la proclamacin de su voluntad al pueblo. Aqu se manifiesta esa voluntad divina en el primer mandamiento del declogo, con lo cual ste se recuerda natural-mente en su totalidad.27

    Los salmos 50 y 81 son una confirmacin y un complemento muy oportuno de las comprobaciones anteriores. Aun cuando ya no podamos entenderlos como reproduccin directa de una cele-bracin cltica, por ejemplo en el sentido de un programa ritual

    27. Cf. H. Schmidt, Vsalmen, 155.

    n

  • (ms bien son imitaciones literarias que slo formalmente han con-servado los caracteres del gnero literario), sin embargo, juntamen-te con la percopa del Sina, s que permiten reconocer con sufi-ciente claridad un gran acto de culto. Sin duda lo ms importante en l es la presentacin que Dios hace de s mismo y la proclama-cin de la voluntad divina vinculada con aqulla en forma de man-damientos apodcticos. No entra en el mbito de nuestra investi-gacin el discutir la cuestin del declogo; sin embargo, sanos permitido indicar que no nos convence la opinin de los que hacen derivar el declogo de aquella regla del santuario, que es la deter-minante para la admisin al culto M. Un precepto de ese tipo se interesa, como muestran carsimamente el salmo 15 o el 24, sobre si algo ha sucedido o no; en virtud de su naturaleza interroga al participante en el culto sobre su pasado. Pero los mandamientos del declogo se hallan, como tambin se ve en el salmo 50 y en el 81, en el punto central de la fiesta cltica, donde ya la cuestin de la admisin al culto no tiene sentido. Contienen una ordenacin e incautacin de la vida humana para el futuro y por eso hay que separarlos, tanto desde el punto de vista del estilo legal como del de su contenido, del toroh de entrada. Por lo que se refiere a k originalidad de los mandamientos del declogo hay que decir que su vinculacin con la presentacin que Dios hace de s mismo (la cual puede entenderse slo en sentido cltico) tanto en Ex 20 como en el salmo 81, 11 a N es tan orgnica, que no puede caber ningu-na duda seria de que esos mandamientos fueron propuestos real-mente en el punto central de la accin cltica y no en su periferia.

    As pues, la lectura de los mandamientos divinos y el compro-meterse a cumplirlos debi de constituir la parte principal de una antigua fiesta hebrea. Recientemente se ha introducido en este de-bate la cita de Dt 31, 10 s, junto a la lectura de la ley realizada por Esdras (Neh 8)30: Cada siete aos debes... leer esta ley a todo Israel.

    De hecho tambin aqu se habla de una proclamacin de la vo-luntad divina ante la comunidad reunida para una fiesta. La nove-dad, en el sentido de esta cita, es que esa voluntad de Dios diri-gida a la comunidad desde ahora est ntegramente englobada en el deuteronomio y por eso puede ser leda en esa forma. Mas el

    28 As S. Mowinckel, o c, 154. 29. En el salmo 81 puede tomarse seriamente en consideracin la inversin del

    v. l ia antes del v 10. 30. S. Mowinckel, o. c, 108; A. Alt, o. c, 64 (Kl. Schr. I, 326).

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  • uso, en cuanto tal, no fue inventado ad hoc, sino que se remonta a pocas mucho ms antiguas. Cuando Isaas ve en espritu pere-grinar a los pueblos hacia Sin, donde recogen las enseanzas de Dios para su vida, se est palpando la vinculacin con sucesos reales. De una fiesta para otra peregrinaran las multitudes hacia el templo, a fin de volver a or la voluntad de Dios en el punto culminante de la celebracin cltica y llevarse consigo a su pas el compromiso de cumplir sus mandamientos. Alt fue el primero que en su estudio sobre los orgenes del derecho israeltico en-tendi el declogo como una eleccin llevada a cabo entre las nor-mas conservadas por los sacerdotes; eleccin que ciertamente se empea en abarcar la totalidad de la voluntad divina con respecto a la comunidad31.

    V. EL PROBLEMA DE LA FORMA EN EL DEUTERONOMIO

    Dentro de este trabajo hemos de echar ahora una mirada al deuteronomio. Podemos dejar a un lado las numerosas dificultades actuales que encierra el problema deuteronmico. Nos limitaremos a una esfera de cuestiones que en el gran debate sobre la esencia del deuteronomio apenas han sido objeto de una investigacin seria. Cmo hay que juzgar al deuteronomio en cuanto forma, dada su prodigiosa sucesin de discursos, leyes, etc.? Ni siquiera la hipte-sis de que el deuteronomio en su configuracin actual fuera un trabajo teolgico de escritorio impedira preguntarse por su gne-ro literario, sino que impelira a seguir investigando sobre la historia y el origen de esa forma, de que se sirvieron los telogos deuteronmicos, ya que no puede suponerse que esos hombres creasen ai hoc una forma tan notable. Naturalmente ya hace tiem-po que se han investigado ciertos puntos concretos; Kohler ha hablado sobre la parnesis32; los pasajes de las bendiciones y las maldiciones fueron objeto de discusiones enfocadas desde el punto

    31. A. Alt, o. c, 57 (Kl. Schr. I, 321). 32. L. Kohler, Die hebraische Rechtsgemeinde (Jahresbericht der Universitat

    Zrich 1930-1931), 17 s. [impreso en Der hebraische Mensch (1953) 163 s.].

    33

  • de vista de la historia de los gneros literarios33 y sobre todo se han estudiado concienzudamente a este respecto las disposiciones jurdicas. Pero todas esas investigaciones tomaron siempre los materiales solamente como partes aisladas que sirvieran de punto de partida para luego en seguida, en el curso de la investigacin, salirse del mbito del deuteronomio. En nuestra opinin no se plante la cuestin del sentido y la funcin de cada una de las partes dentro del deuteronomio, pudiendo producirse la impresin de que los telogos deuteronmicos, desde su escritorio, haban buscado a su alrededor diversas formas para verter en ellas sus contenidos y expresar sus concepciones teolgicas mediante una amalgama, lo ms eficaz posible, de los elementos individuales. Por supuesto que todo el mundo rechazar semejante idea sobre el nacimiento del deuteronomio, desde el punto de vista de la historia de las formas. Contradice esa idea la clara conciencia de que el deu-teronomio, formalmente, es una totalidad orgnica; desde un punto de vista literario se podrn distinguir cuantos estratos e infiltracio-nes se quieran; pero, desde el punto de vista de los gneros litera-rios, las distintas partes principales constituyen una unidad inque-brantable. De este modo se nos plantea con toda claridad esta pregunta: cul es el sentido y el origen de la forma en la que se nos presenta el deuteronomio como una totalidad? El deuterono-mio se fracciona espontneamente en las siguientes partes:

    1. descripcin histrica de los sucesos del Sina y parnesis (Dt 1-11);

    2. exposicin de la ley (Dt 12-26, 15); 3. compromiso de la alianza (Dt 26, 16-19); 4. bendiciones y maldiciones (Dt 27 s). Como ya hemos dicho nos movemos en nuestro trabajo fuera

    de las cuestiones literarias. Naturalmente que la parnesis consta de todo un grupo de sermones parenticos y asimismo la conclusin de la alianza y el anuncio de las bendiciones y maldiciones tienen muchos estratos diferentes (26, 16 s = 29, 9 s. 28, 1-25 = 30, 15 s). Pero estas comprobaciones no impiden que entendamos las partes principales del deuteronomio como una unidad desde el punto de vista formal de los gneros literarios.

    Despus de las explicaciones del prrafo precedente, ya no podemos dudar en cuanto a la direccin en la que hemos de con-testar a nuestra pregunta: en aquellas cuatro partes reconocemos una vez ms los rasgos fundamentales de una celebracin pura-

    33. S. Mowinckel, Segen und Fluch in Israels Kult und Psalmdtchtung (Psal-menstudien V), 97 s.

    34

  • mente cltica, de otros tiempos, y es evidente que se trata de la misma fiesta que se refleja tambin en las tradiciones de la percopa del Sina de J y E en Ex 19 s.

    Si examinamos una vez ms la tradicin en la que se apoya la descripcin de la percopa del Sina en el libro del xodo, encon-tramos los siguientes elementos principales:

    1. parnesis (Ex 19, 4-6) y descripcin histrica de los sucesos del Sina;

    2. presentacin de la ley (declogo y libro de la alianza); 3. promesa de bendiciones (Ex 23, 20 s); 4. conclusin de la alianza (Ex 24). Esta es la tradicin tal y como la encontramos en el elohsta.

    El especial revestimiento histrico de estos cuatro elementos fun-damentales en el libro del xodo no puede hacer olvidar que el deuteronomio, tanto formal como subjetivamente, se mueve en la misma tradicin festiva. Podra decirse que el dibujo formal externo de la totalidad, es decir: el esquema del desarrollo del culto, se ha conservado mejor, probablemente, en el deuteronomio. Por otra parte, el deuteronomio es sin duda ms reciente y est ms alejado de la realidad cltica especfica; ha ido progresando el despegue interno con respecto a la antigua exigencia cltica. Por eso ciertamente no es causal que el sedimento de la tradicin en el libro del xodo informe sobre una sacratsima accin sacrifi-cial, mientras que la del deuteronomio slo ha mantenido el com-promiso espiritualizado de cumplir la alianza.

    Sin embargo hay un rasgo que recorre todo el deuteronomio y que permite reconocer de modo especialmente claro la vinculacin, que hubo en otro tiempo, de esas pretensiones con el culto Se trata de aquel insistente hoy, que forma el denominador comn de toda la predicacin deuteronmica; por ejemplo: hoy te orde-no... (Dt 15, 15); hoy pasas por el Jordn (Dt 9,1); hoy has obtenido esta declaracin de Yahv, de que l quiere ser tu Dios (Dt 26, 17); hoy te has transformado en el pueblo de Yahv (Dt 27, 9); hoy he colocado ante tus ojos vida y felicidad, muerte y desgracia (Dt 30, 15); hoy pongo al cielo y a la tierra de testigos contra ti (Dt 30, 19). Realmente no se puede decir que se trate de un eficaz recurso estilstico escogido por el deuterono-mista para la actualizacin de su exigencia; no, precisamente en este rasgo fundamental de su esencia respira todava el deutero-nomio aquella apasionada actualizacin de los acontecimientos his-trico-salvficos que slo el culto lleva a cabo y nunca una descrip-cin literaria, aunque sea muy hbil. Leamos desde este punto de vista un prrafo como el de Dt 5, 2-4:

    35

  • Yahv, nuestro Dios, ha establecido una alianza con nosotros en el Horeb. No ha establecido ese pacto con nuestros padres, sino aqu con nosotros, todos los que hoy estamos vivos. Yahv ha hablado con vosotros, cara a cara, desde el fuego en la montaa.

    Aqu aparece todava ms clara la orientacin al culto. La re-velacin de Dios en el Sina no es algo pasado; no es un asunto histrico para la generacin viviente a la que se est ahora hablan-do, sino que precisamente para ella tiene una realidad que deter-mina toda la vida. Este cambio de los tiempos no tiene sentido en un ensayo literario, pues no se podra imputar esa afirmacin a una generacin posterior. Pero en la vida del culto, donde el obrar de Dios pasado, presente y futuro, concurre en una actualidad sin precedentes para los creyentes, esa frase es posible y aun necesaria.

    Es ste un hecho que podra enderezar nuestro acentuado in-ters por la historia y por las circunstancias histricas en asuntos concernientes a la vida de fe; a saber: la absoluta simultaneidad con la que el Israel posterior se siente identificado con el Israel de Horeb y se entiende a s mismo como receptor directsimo de la promesa del Horeb.

    En Dt 29, 10 s se encuentra la misma tendencia a actualizar los acontecimientos del Sina, si bien es verdad que bajo la forma de una argumentacin algo distinta:

    Hoy estis todos ante Yahv, vuestro Dios, vuestros jefes de tribu, vuestros ancianos y vuestros escribas, todos los hombres de Israel. . para entrar en alianza con Yahv vuestro Dios y en el pacto jurado con imprecacin, que hoy establece contigo, que l te hace hoy su pue-blo y que l es tu Dios, como l te lo prometi y lo jur a tus padres Abrahn, Isaac y Jacob. Pero no slo con vosotros establezco esta alianza y este pacto jurado, uno tanto con aquellos que hoy estn aqui con nosotros ante Yahv, nuestro Dios, como con aquellos que toda-va no estn con nosotros.

    No se actualiza solamente el acontecimiento histrico como tal, sino que se ampla la validez del pacto establecido hasta las gene-raciones ms lejanas, asegurndose as la actualidad de lo sucedido para el presente.

    Con todo, esa simultaneidad acentuada de lo sucedido en el Sina para todas las generaciones posteriores, ocultaba una pequea diferencia. En efecto, cmo es que en el punto culminante de la celebracin cltica no habla Dios mismo a la comunidad, tal y como hizo la primera vez? Cmo se explica la sustitucin de la voz nica de Dios por la palabra mediadora de un hombre? No deja de ser interesante el ver cmo ese punto desempea ya un papel en el relato del yahvista:

    36

  • Y le dijeron a Moiss: habanos t y escucharemos; no nos hable Dios, no sea que muramos (Ex 20, 19).

    He aqu un testimonio ms de que esa tradicin tiene un puesto en el culto, ya que no es sino una etiologa para explicar los profetas del culto. Del mismo modo, slo que ms ampliamente, se legitima en el deuteronomio la institucin del portavoz cltico, que habla en lugar del mismo Dios, recurriendo a una etiologa:

    Pero cuando escuchasteis la voz que sala de las tinieblas..., vinisteis a m y dijisteis: Mira; Yahv nuestro Dios nos ha permitido ver su gloria y su majestad... Pero, por qu debemos morir ahora?... Acr-cate t y escucha todo lo que Yahv, nuestro Dios, va a decir; y lue-go t nos dirs todo lo que Yahv, nuestro Dios, hable. Nosotros es-cucharemos y luego lo haremos. Cuando Yahv escuch las palabras que me habais dicho, me habl as: ...Est muy bien todo lo que han hablado (Dt 5, 23-28).

    Slo Klostermann, entre los antiguos, mantuvo una tesis seme-jante ya hace aos; y aunque l sigui un camino distinto al que nos ha conducido al resultado que hemos esbozado ms arriba, es decir: el camino de las consideraciones referentes al culto y al mtodo de los gneros literarios, no podemos dejar de mencionar aqu su nombre. Fue l quien crey que deban entenderse los ca-ptulos 5-11 como alocuciones homilticas para introduccin y acompaamiento de la recitacin de la ley en las reuniones pbli-cas de la comunidad, y tampoco considera el captulo 12 s como un cdigo, sino como una coleccin de materiales para la pre-sentacin pblica de la ley, considerando asimismo todo el deu-teronomio como el resultado gradual de la prctica viva de la presentacin pblica de la ley M. Tambin es verdad que l pas de ah, inmediatamente, a toda suerte de parcelaciones literarias,

    * sin preguntarse ni una sola vez por la forma fundamental y el esquema general del deuteronomio, segn su propio sentido

    Verdad es que nuestras deducciones engranan, a nuestro juicio, con la cuestin de la composicin literaria, que todava est muy lejos de haber sido resuelta. Hubo en otro tiempo distintas edi-ciones del deuteronomio, unas con alocuciones histricas de Moiss y las otras con sus alocuciones parenticas? Esta hiptesis no afec-tara necesariamente al problema especfico que estamos tratando, ya que en absoluto hay que contar con que, despus de separarse del culto, siguiera creciendo la forma del deuteronomio, siendo

    34. A. Klostermann, Der Petttateucb N. F. (1907) 348. 344. 347.

    37

  • adaptada posteriormente a necesidades especiales. Con todo, tam-bin podra ocurrir que apareciera bajo nueva luz la yuxtaposicin, hasta ahora problemtica, de alocuciones histricas y parenticas, pues sigue siendo raro que tanto la estructura de Ex 19 como la del deuteronomio (por lo que se refiere a los temas principales), se correspondan en este punto. En Ex 19 tenemos tambin, al lado de una alocucin parentica y programtica, una descripcin de los sucesos histricos del Sina. Se remontan quizs estos dos ele-mentos, en ltimo trmino, a dos partes dentro del antiguo acon-tecimiento cltco? No consideramos de mucho peso la circunstan-cia de que en Ex 19 s la descripcin histrica de los sucesos del Sina no haya sido redactada en forma de discurso. Naturalmente que no carece de importancia la cuestin de saber qu forma esti-lstica corresponde mejor a la antigua tradicin, ya sea la forma de una narracin histrica propiamente dicha, ya sea la de alocucin. Creemos que tambin en este caso el Dt conserva la ms original, mientras que la transformacin en una narracin objetiva de los sucesos histricos, siguiendo la antigua tradicin festiva, es algo posterior que sucedi bajo la presin de la forma total de la tradicin hexatuquica, en la que fue intercalada, posteriormente, la percopa del Sina, como ya hemos visto.

    Ciertamente habra que seguir investigando con ms detalle este punto, pues ya desde la primera ojeada, los discursos histricos (Dt 1-5) y los parenticos (Dt 6-11) muestran una diferencia formal profunda. Mientras que en el primer caso nos encontramos con una mirada histrica retrospectiva, en cierto modo unitaria, que sigue lgicamente la sucesin de los acontecimientos, en los captulos 6-11, por el contrario, las cosas son esencialmente diferentes. No se puede hablar en ellos de un progreso conceptual interno; desde el punto de vista formal existen indicios de que esa parte discursiva consta en realidad de muchas unidades, cada una de las cuales tuvo en otros tiempos su funcin cltica independiente. Tambin en este punto acert Klostermann ya hace muchos aos. Despus de analizar detalladamente la parte parentica, llega al siguiente resultado: En los captulos 6-7, unas alocuciones, ori-ginalmente paralelas (que en la liturgia de la presentacin de la ley precederan, como introduccin, a la recitacin de determinados prrafos de un antiguo cdigo, o la seguan, como conclusin) fueron unidas circunstancialmente, contra su intencin original, ...a un discurso que se desarrollaba siguiendo la disposicin de un pensamiento constructor 35.

    35. Ibid., 246.

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  • Para mostrar un ejemplo, Dt 7, 1 s debi de ser en alguna ocasin uno de esos discursos parenticos:

    (Cuando Dios haya trado a Israel a la tierra prometida, no podr exis-tir ningn convenio con los pueblos cananeos) pues eres un pueblo santificado por Yahv, tu Dios, y Yahv te ha elegido de entre todos los pueblos para ser su pueblo propio... (Esto fue amor y fidelidad de Yahv e Israel debe reconocer a Yahv como el Dios verdadero que mantiene su alianza). -As, guarda, pues, la ley, prescripciones y preceptos, cuya observancia te prescribo hoy (Dt 7, 1-11).

    No cabe duda que aqu se llega a un final y e conjunto se parece mucho al sermn parentico de Ex 19, 4-6. Ahora bien, como los versculos inmediatamente siguientes (12-15), caso de que el pueblo obedezca a Yahv, prometen bendiciones para la casa, el establo y la parva, fertilidad y ausencia de enfermedades malignas, resulta extraordinariamente creble la suposicin de Klostermann de que entre esas dos partes (w. 1-11, por una parte y vv. 12-15, por otra) tuviera lugar en otro tiempo la presentacin de la ley propiamente dicha; siendo asimismo creble la idea que expuso en otra parte, de que el pueblo responda con una aclama-cin a esa presentacin de la ley36. Nos encontraramos as en 7, 1-15 con un tipo de formulario litrgico para parnesis y promesa de bendicin, como los que rodean en Dt 6-11 y 28 a la presenta-cin de la ley, aunque all a gran escala; es decir: en una forma de predicacin mucho ms amplia. Atendiendo a los materiales em-pleados, no puede dejar de reconocerse la correspondencia de la forma primitiva y original con la composicin elaborada ms tarde y es especialmente llamativa en el caso de la promesa de bendicio-nes, que tambin en el captulo 28, 1 s gira en torno a las necesida-des agrcolas, fertilidad, lluvia, etc.

    El elemento de la alocucin parentica que (como el discur-so de reprensin proftico!) precede al discurso directo de Dios, lo encontramos en Ex 19, 4-6, en su versin ms cercana a la confi-guracin litrgica primitiva. Es evidente que precisamente esa parte era esencialmente apropiada para una reelaboracin estilstica siempre creciente. No podemos dejar de mencionar que ese elemen-to se destaca tambin claramente en el salmo 81, antes estudiado, versculos 7 y 8, que preceden a la presentacin de los mandamien-tos. Tambin habra que considerar desde este punto de vista el salmo 95 y Miq 6, 3-5. Sera injusto esperar algo ms que meras

    36. A. Klostermann, o. c, 273.

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  • indicaciones en algo que ha sido modificado con tanta libertad. Sin embargo es claro que esa alocucin inclua como elemento fijo una referencia al obrar histrico-salvfico de Dios y tena el carcter de una llamada a la penitencia.

    De este modo el deuteronomio se nos muestra en cierto modo bajo una nueva luz: como una acumulacin barroca de materiales cl ticos, que sin embargo reflejan todos ellos la misma celebracin cltica y que, incluso en el estadio final de un proceso de cristali-zacin literaria ciertamente largo, mantienen gran uniformidad en la construccin. Revela un orden interno asombroso el que las pequeas unidades litrgicas con las que est construido el deutero-nomio, hayan sido estructuradas en su disposicin bsica siguiendo la misma ley del desarrollo cltico que la totalidad del deuterono-mio en su configuracin ltima, gigantesca y superadora de toda medida cltica; a saber: parnesispresentacin del derecho celebracin de la alianzabendiciones y maldiciones.

    V I . LA FIESTA Y SU ORIGEN HISTRICO

    El artculo precedente sirvi para corroborar la afirmacin de que la tradicin del Sina es una tradicin cltica. Al haberse ampliado as nuestro conocimiento de la celebracin cltica que se hallaba a la base, al menos por lo que concierne a su parte principal, no puede presentar ninguna dificultad la respuesta a la cuestin de cul fuera esa fiesta. Algo ms difcil es responder a la pregunta referente al enraizamiento histrico de esa fiesta, es decir: el tratar de sealar cul sea su ubicacin temporal y local ms antigua, dentro de la historia del antiguo Israel

    Dado que la tradicin del Sina en Ex 19 s contiene algo as como la fijacin de una fecha, parece ser el camino ms cierto para la determinacin de la fiesta que se hallaba en la base, el partir de esa indicacin. Dice as:

    Al tercer da de la salida de los israelitas de la tierra de Egipto, en ese da llegaron al desierto del Sina (19, 1).

    Desde siempre se ha sabido que esta indicacin est alterada en cuanto a su texto y tampoco se admite, con razn, que bayym

    40

  • bazzeh signifique aqu en ese tiempo 37. La designacin del da (por ejemplo, be'ehad lahodes es una cosa rara; no sabemos el mo-tivo. Pero el tercer mes despus de la salida, es decir: despus de la pascua, remite sin lugar a dudas a la fiesta de las semanas. Esta fijacin de fechas es sacerdotal y corresponde al modo de enten-derla propio del judaismo tardo, ya que la fiesta de las semanas es la fiesta de la revelacin y de la entrega de la ley, siendo precisa-mente nuestro texto, Ex 19 s, la lectura prescrita para esta fiesta38. No se puede rechazar a limine esta tradicin juda como si fuera una construccin tarda, aun cuando en absoluto haya que contar con la posibilidad de que el texto se haya compaginado con otra tradicin recientsima slo posteriormente. Las objeciones funda-mentales surgen en virtud de indicios ms antiguos que contra-dicen directamente esa teora.

    Si examinamos una vez ms el pasaje, tampoco demasiado an-tiguo ciertamente, de Dt 31, 10 s, tropezamos con una indicacin que parece mucho ms verdica, precisamente porque contradice a la tradicin ms reciente:

    Cada siete aos, en la poca del ao de remisin, en la fiesta de las tiendas, cuando viene todo Israel para presentarse ante Yahv, tu Dios, en los lugares que l haya escogido, debes leer esta ley a todo Israel (Dt 31, 10b-ll).

    Antiguamente haba desconfianza en torno a esta cita, porque la lectura de un cdigo slo poda ser una costumbre cltica muy reciente; hoy vemos claramente (aun cuando la lectura de un libro haga referencia a tiempos posteriores) que la tradicin sub-yacente de una presentacin pblica, leda, de los mandamientos de Dios, debi de ser una antiqusima prctica cltica. Y asimismo la unin de esa fiesta en que el pueblo se comprometa a cumplir la ley con la fiesta de las tiendas tampoco pudo ser una pura fic-cin, ya que en Neh 8, la misma festividad coincide con la fiesta de las tiendas y la tradicin ms reciente, que ya conocemos, no coinci-de con estas indicaciones ms antiguas. En las pocas antiguas, la fiesta de las tiendas era aquella en la que la comunidad peregrinaba. Por tanto no se puede pensar sino que la fiesta de la renovacin de la alianza entre Yahv y el pueblo se identificaba precisamente con esa fiesta. A esto se aade que el descanso de los campos, la semittah, que se convocaba en la fiesta de las tiendas cada siete

  • aos tena estrechsimo contacto, en su motivacin teolgica, con aquella fiesta de la renovacin de la alianza. El semittah no es pri-mariamente un asunto social (tanto Ex 23, 11 como mucho ms Dt 15, 1 s son racionalizaciones posteriores del pensamiento fun-damental arcaico), sino un confesar a Dios como seor nico del campo. Despus de transcurrir un plazo determinado, se rene la comunidad para un acto cltico que no se propone ms que des-tacar el derecho de propiedad nico de Yahv sobre el suelo 39. Ahora bien, precisamente ese pensamiento del derecho exclusivo de propiedad de Yahv se aplica, en la festividad del compromiso de cumplir la ley, a la comunidad cltica presente, reunida de todos los territorios. En esa fiesta Yahv vuelve a actualizar su derecho de propiedad sobre Israel. La comunidad acepta la relacin de propiedad y el acto de incautacin que Dios expresa mediante sus mandamientos; entra as en la alianza y se transforma en su pueblo santo, propiedad de Dios. Podr seguir discutindose si tambin esta fiesta de la obligacin de cumplir la alianza tena slo lugar cada siete aos, como la del ao de remisin, tal y como supone Alt sobre la base de Dt 31, 10, o si ms bien era una fiesta que se repeta anualmente.

    Hasta aqu las cosas estn claras. Ahora surge la cuestin acerca de la antigedad y el origen de esta fiesta. Mowinckel que fue el primero que reconoci la esencia de esa solemnidad (el acto de comprometerse a cumplir la alianza) dentro de la fiesta de las tiendas y tambin la analiz40, considera que la sede de esa cele-bracin cltica era el templo de Jerusaln. Segn su modo de ha-cerse una imagen de esa fiesta, partiendo de datos mltiples y en parte no muy antiguos, esa suposicin no era falsa, incluso quizs era forzosa. Para nosotros que nos planteamos la cuestin de una tradicin completa, tal respuesta es dada, por as decir, desde fuera, es decir: desde la historia general del culto en Israel, sera una falta metodolgica, pues si la tradicin del Sina es una tradicin de santuario, no se puede descubrir ninguna relacin con el templo de Jerusaln. Por tanto nosotros preguntamos as: contiene en s misma la tradicin del Sina los elementos que la pongan en rela-cin con los usos clticos de algn determinado lugar de Israel o que sugieran tal tipo de vinculacin con un lugar determinado? A mi juicio se puede responder esa pregunta, sin ms, afirmativa-mente. El punto culminante y lo esencial de esa tradicin cltica

    39. A. Alt, o. c, 65 {Kl. Schr. I, 327). 40. S. Mowinckel, Le dcalogue, 119 s.

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  • era la proclamacin de la voluntad divina a la comunidad en una serie de mandamientos. Ahora bien: slo hay un santuario del antiguo Israel en el que, segn la tradicin, se ejercit ese uso. El santuario de Siquem. Afortunadamente existen varios indicios que garantizan esta afirmacin.

    Pensamos primeramente en Jos 24, la narracin de la asam-blea de Siquem. Para empezar podemos dejar a un lado todas las importantes cuestiones histricas e histrico-religiosas vinculadas a esa narracin. Nosotros nos limitaremos a la constatacin, ya hecha por Sellin y Noth de que estamos no solamente ante un acontecimiento nico de la poca de Josu, sino ms bien ante una fiesta de la alianza, peridicamente repetida, en la que se reno-vaba el juramento de fidelidad a la coalicin de las tribus, al nuevo Dios y a su voluntad41. El relato, especialmente el v. 25, permite establecer con suficiente claridad que en el punto central de esa fiesta se alzaba la proclamacin de la voluntad de Dios y el com-promiso de la comunidad de cumplirla. En ese v. 25 se dice que Josu dio un hoq wmeppat en Siquem.

    Pero adems, otra tradicin, totalmente independiente de Jos 24, remite a la misma fiesta, confirmando y ampliando as lo que ya sabamos por Jos 24. Nos referimos a los elementos de la tra-dicin que se encuentran ahora en el seno de la literatura deutero-nmica: Dt 27; 11, 20 s; Jos 8, 30 s42. Tambin en este caso podemos dejar a un lado los problemas particulares (se trata sobre todo de la cuestin de los distintos estratos literarios); nos basta con la existencia de una segunda evocacin, evidentemente muy antigua, de ceremonial cltico en Siquem. Esta tradicin deutero-nmica que se dividi en varios elementos con distinta relacin de dependencia, se remonta sin discusin a la misma celebracin cl-tica, aun cuando coloque el acento predominantemente (por lo que se refiere al ritual) en el ceremonial de bendicin y maldicin. En todo caso no significa esto que tengamos que considerar Dt 27, etc., como una tradicin cltica independiente, ya que hemos visto ms arriba cuan orgnicamente se hermanaba el ceremonial de bendicin y maldicin con la proclamacin del derecho divino y el compro-miso de observar la alianza. Adems Dt 27 (formando un conjunto ciertamente no muy perfecto desde el punto de vista literario, pero s desde el punto de vista del contenido) fusiona el ceremonial de Siquem con una majestuosa proclamacin, arcaica, de los man-

    41. Sellin, Geschichte des israelitisch-jdischen Volkes I (21935) 101. 42. Cf. M. Noth, Das System der zwolf Stamme Israels (1930) 140 s.

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  • damientos de Dios a la comunidad. En la duplicidad litrgica de bendiciones y maldiciones, a cargo de dos coros que se responden mutuamente, hemos de ver la forma original del ritual, mientras que el anuncio de bendiciones y maldiciones, una vez contrado el compromiso de la alianza, segn Dt 28, se realiza a travs de los labios de una persona cltica y por eso refleja ya una forma refina-da, menos primitiva, aunque tambin por ello ms descolorida, de la misma celebracin cltica. Todava podemos dar un paso ms. Al primero a quien llam la atencin la relacin evidente entre los elementos particulares de la fiesta de la alianza de Siquem y la de la alianza del Sina fue a Sellin43. Aun cuando el camino por el que Sellin lleg a este descubrimiento, a saber: la vinculacin literaria de Jos 8, 30 s con Jos 24, 1 s, resultase impracticable si no hubiera que considerar a Jos 8, 30 como elohstico, con todo per-manecera inalterada la constatacin de la interdependencia mutua de los ritos caractersticos de Siquem narrados en Jos 8 y 24. Si tenemos dos tradiciones, ciertamente independientes entre s, pero que a pesar de las diferencias de forma y orientacin se remontan ambas a una fiesta de la alianza en Siquem, entonces nos es per-mitido ordenar conjuntamente los elementos clticos individuales ofrecidos por ambas tradiciones. Resulta entonces el siguiente cuadro de la fiesta de Siquem:

    parnesis de Josu (24, 14 s); adhesin del pueblo (24, 16 s. 24); proclamacin de la ley (24, 25; Dt 27, 15 s); conclusin de la alianza (24, 27); bendiciones y maldiciones (Dt 27, 12 s; Jos 8, 34).

    Bien es verdad que este tipo de ordenacin de las distintas partes de tradiciones literarias diversas, slo puede hacerse con ciertas reservas, pero la raigambre comn justifica, fundamental-mente, este intento y adems el resultado obtenido proporciona, ulteriormente, una confirmacin. Comprense ahora los elementos clticos de la fiesta de Siquem con los de la tradicin del Sina tal y como la obtuvimos antes de nuestro estudio de Ex 19 s y del deuteronomio! Pensamos que de este modo nuestra tesis (a saber: que la tradicin del Sina tuvo su emplazamiento cltco en la antigua fiesta de la alianza de Siquem) alcanza el grado de certeza que puede obtenerse de este tipo de cosas.

    En los ltimos tiempos se han hecho diversas descripciones del contenido de la fiesta israeltica de los tabernculos y debe

    43. Gilgal, 52 s.

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  • llamarnos la atencin que lo all encontrado sobrepasa con mucho el mbito teolgico de la celebracin cltica tal y como aqu la estamos estudiando44. Lo que sobre todo no conoce la antigua tradicin del Sina son los elementos csmicos, la lucha del caos, la creacin del mundo; pero tampoco dice nada de la entronizacin de Yahv, el sometimiento de los pueblos, etc. Es necesario volver a investigar hasta qu punto pertenecieron realmente a la fiesta israeltica de las tiendas todos esos elementos csmicos (y por tanto, con muy poco de historia salvfica)45. Fundamentalmente slo hay que decir aqu lo siguiente: todo lo que hemos estado estudiando, es decir: el contenido de la fiesta de la alianza propia de Siquem, pertenece a la fiesta de ao nuevo, antigua y especfica-mente yahvista. Es un hecho de sobra conocido el proceso de la compleja absorcin con que la fe y el culto del antiguo Israel se fueron impregnando lentamente de elementos de la religin cana-nea, una vez realizada la conquista de la tierra. En todo caso cree-mos que la fiesta, que Mowinckel y Hans Schmidt tan sugestiva-mente describieran, se celebraba en Israel en una poca en la que ya haca mucho tiempo que la fiesta de la alianza de Siquem, con su tradicin cltica, se haba transformado en pura literatura.

    Si nos es permitido entender la tradicin del Sina como el contenido de la antigua fiesta de la alianza de Siquem, aparecer bajo nueva luz un pequeo elemento de esa tradicin del que hablaremos brevemente para terminar. Aunque fundamentalmente en el deuteronomio, tambin en un punto central (19, 6) de la tradicin de Ex 19, se encuentra el concepto de pueblo santo. Se podra decir que este rasgo seala en el deuteronomio la ltima orientacin en torno a la cual gira el pensamiento teolgico. El calificativo se encuentra despus de la proclamacin de los man-damientos y de la conclusin de la alianza:

    Calla y escucha, Israel! Hoy eres el pueblo de Yahv, tu Dios. Por tanto, escucha la voz de Yahv, tu Dios, y guarda los mandamientos y preceptos que yo te ordeno hoy (Dt 27, 9).

    Y en la tradicin yahvista se encuentra la siguiente alocucin al pueblo:

    44. Volz, Das Neujahrfest Jahivs (1912); S. Mowinckel, Das Thronbesteigungs-fest Jahws und der Ursprung der Eschatologie (Psalmenstudien II, 1922); H. Schmidt Die Thronfabrt Jahwes (1927).

    45. Cf. las objeciones en Buber, Kbnigtum Gottes (21936) 121.

    45

  • Vosotros mismos habis visto lo que yo hice... en Egipto; y ahora, si escuchis mi voz y guardis mi alianza, seris mi propiedad de entre todos los pueblos, ya que toda la tierra es ma. Seris para m un reino de sacerdotes y un pueblo santo (Ex 19, 4-6).

    La cuestin referente a los gneros literarios no se ha aclarado del todo. Ya Mowinckel sospech que nos encontramos ante un formulario litrgico46. Probablemente era un discurso parentico antes de la proclamacin de la ley, como ya hemos encontrado tambin en el deuteronomio e incluso en los salmos 50, 81 y 98 47. Caspari ha estudiado minuciosamente estas palabras 4S. Entiende el versculo 6 como una afirmacin doble: vosotros sois 1.) un gobierno (autoridades) de sacerdotes y 2) un pueblo santo; ve reflejarse en esas palabras una autntica institucin y por ello las considera muy antiguas, cosa que concuerda muy bien con nuestras suposiciones. Noth ha mostrado tambin que la expresin pueblo de Dios coincide con el antiguo pacto tribal annctinico de Si-quem, ya que, pasada la poca de la formacin de los estados, ese concepto se comprende mucho menos que en un tiempo en el que el vnculo cltico sacral era la mejor unin de las tribus49. Por eso, difcilmente podr atribuirse a la casualidad que encontremos la idea del pueblo de Dios, del pueblo santo, precisamente en aquella tradicin del culto que creemos deber situar en Siquem, por otros motivos 50.

    V I L EL ORIGEN DE LA TRADICIN DE LA CONQUISTA DE LA TIERRA

    El primer resultado de nuestro estudio (la tradicin de la conquista de la tierra y la tradicin del Sina son dos series de tradiciones primitivamente separadas entre s) no ha sido afectado

    46. S. Mowinckel, o. c, 128 s. _ 47. No puedo considerar este texto como deuteronmico; el concepto de gy

    qads no es deuteronmico (especialmente 'am); as como tampoco se encuentra ni segn la expresin ni segn el contenido mum'leket kohanim. Por lo dems, tampoco aqu es decisiva la cuestin de la antigedad literaria de las palabras. La tendencia sigue siendo la del programa antiguo, aun cuando no lo sean las palabras.

    48. Theologische Blattet 8 (1929) 105 s. 49. M. Noth, o. c, 121. 50. Tambin la locucin divina, completamente estereotipada, mi pueblo, tan-

    to en el salmo 50, 7 y en el 81, 9 como en la redaccin posterior de Miq 6, 3. 5, deberamos haberla mencionado en este contexto.

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  • por el examen ulterior de la esencia y el origen de la tradicin del Sina, sino que ms bien ha sido confirmado. Podemos decir que de los elementos de la tradicin del Sina (que se nos ha revelado como la tradicin cltica de la fiesta de los tabernculos de la antigua anfictiona de Yahv) no parte ningn camino, ni hay nin-guna vinculacin interna con lo que pretenda la tradicin de la conquista de la tierra. Tambin a sta hemos de entenderla como una antigua tradicin cltica; transmite una imagen de la historia de la salvacin con el carcter y la rigidez estereotipada que slo puede producir el poder canonizante de la esfera cltico sacral. Pero las diferencias son tan grandes que no es posible tratar sobre ellas exhaustivamente. Digamos solamente unas palabras sobre el asunto principal: la tradicin festiva del Sina celebra la venida de Dios a su pueblo; la tradicin de la conquista de la tierra conmemora la conduccin de ese pueblo en la historia de la salva-cin. La tradicin del Sina contiene revelacin personal directa de Dios, una voluntad jurdica, exigente, de Yahv; la tradicin de la conquista de la tierra legtima, en la fe, una realidad hist-rica, encontrada de antemano y producida por la voluntad salvfica de Dios.

    Si la tradicin de la conquista de la tierra fuera tambin una tradicin propia de un santuario, tendramos que conseguir mos-trar su origen probable. No obstante, nos encontramos en este caso con grandes dificultades que, en parte, se basan en el hecho senci-llo de que la tradicin de la conquista no puede ser una tradicin a la que abarque in toto una celebracin cltica y por ello no cuenta con los necesarios indicios de identificacin que, a su vez, remitan a analogas histricas. Tanto formalmente como en cuan-to al contenido, esta tradicin es mucho ms sencilla; como ya dijimos es una especie de credo, cuya vinculacin histrica natu-ralmente es ms difcil de encontrar que en el caso de una tradi-cin a la que abarcase todo el complejo de una celebracin cltica.

    Sin embargo nos hallamos en la feliz situacin de que la re-daccin, probablemente ms antigua, de nuestro credo, a saber, la de Dt 26, muestra una vinculacin orgnica de esa tradicin con una celebracin cltica; de este modo no puede caber duda en torno al hecho de que debemos buscar las races de esa tradi-cin tambin en el culto. En la entrega de las re'sit de los frutos del campo, el israelita piadoso confiesa que la conquista de la tierra ha sido realizada y pronuncia las conocidas palabras Des-graciadamente no se puede saber por este texto en qu momento del curso del ao tena lugar este rito en el santuario; ni siquiera est claro si se trata de una fiesta con fecha fija en el calendario

    47

  • o de una accin cltica que pudiera realizarse en cualquier mo-mento libremente elegido. Ahora bien, esta ltima posibilidad, sacada de consideraciones generales, no puede considerarse como tan evidente, ya que el culto de Yahv, especialmente en los tiempos ms antiguos, no era asunto privado sino que expresa-mente era algo vinculado a la comunidad. Cmo podra el indi-viduo motu proprio hacer la confesin de que se haba realizado la conquista al traer los dones vegetales? Cuestin muy distin-ta es naturalmente si la tendencia centralizadora del deuterono-mio haca posible el modo antiguo de la forma cltica colect