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Cuentos para la Catequesis LOS GUSANOS DE LUZ La casa ambulante, la caravana de los titiriteros se detuvo en la entrada del bosque para pasar allí la noche. Cuando todos estaban dormidos, Nicolás, un niño de cuatro años, que no podía dormir, se levantó de puntillas para no despertar a nadie. Abrió la puerta y como era de noche, apenas vio los árboles más cercanos. Había una cosa que le llamaba la atención: muchos puntitos luminosos que se encendían y se apagaban en la oscuridad de la noche, le recordaban los adornos del vestido de su mamá cuando hace equilibrios en el alambre del circo. Se trataba de los gusanos de luz. Nicolás salió de su casa y pensó en coger algunas de esas lucecitas y regalárselas a su mamá. Y echó a correr detrás de ellas. Pero cuando iba a cogerlas, desaparecían en seguida y no podía atrapar ninguna. El tiempo pasaba y cuando Nicolás quiso volver a su casa, reinaba una gran oscuridad en el bosque. No encontraba e! camino y se echó a llorar. Los gusanitos de luz tuvieron lástima del niño, hicieron dos filas a los lados del camino y le alumbraron hasta llegar a la caravana. Nicolás llegó tranquilo a su casita y, cerrada la puerta, los gusanitos se dispersaron y volvieron cada uno a su sitio. Bonito ejemplo de ayuda a los demás la de estos gusanitos de luz. EL ESPANTAPÁJAROS En un lejano pueblo vivía un labrador muy egoísta. Era tanto su egoísmo que, cuando un pájaro comía un grano de trigo encontrado en el suelo, se ponía furioso y pasaba los días vigilando que nadie tocara su huerto. Un día tuvo una idea: - Ya sé, construiré un espantapájaros, de ese modo alejaré a los animales de mi huerto. Así que cogió un viejo traje y lo rellenó con paja del granero, le puso una calabaza por cabeza y todo lo encajó en una vieja escoba, para que se mantuviese bien tieso. Como estaba de buen humor le puso, dos bellotas por ojos, una zanahoria por nariz y dibujando con su cuchillo una gran sonrisa le colocó unos granos de maíz como dientes, lo estuvo mirando satisfecho de su arte, un buen rato y decidió ponerle más paja como pelo y un viejo sombrero. José Arjona Gil, pbro. [email protected] Delegación Diocesana de Catequesis

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Cuentos para la Catequesis

LOS GUSANOS DE LUZ

La casa ambulante, la caravana de los titiriteros se detuvo en la entrada del bosque para pasar allí la noche. Cuando todos estaban dormidos, Nicolás, un niño de cuatro años, que no podía dormir, se levantó de puntillas para no despertar a nadie. Abrió la puerta y como era de noche, apenas vio los árboles más cercanos.

Había una cosa que le llamaba la atención: muchos puntitos luminosos que se encendían y se apagaban en la oscuridad de la noche, le recordaban los adornos del vestido de su mamá cuando hace equilibrios en el alambre del circo. Se trataba de los gusanos de luz.

Nicolás salió de su casa y pensó en coger algunas de esas lucecitas y regalárselas a su mamá. Y echó a correr detrás de ellas. Pero cuando iba a cogerlas, desaparecían en seguida y no podía atrapar ninguna.

El tiempo pasaba y cuando Nicolás quiso volver a su casa, reinaba una gran oscuridad en el bosque. No encontraba e! camino y se echó a llorar. Los gusanitos de luz tuvieron lástima del niño, hicieron dos filas a los lados del camino y le alumbraron hasta llegar a la caravana.

Nicolás llegó tranquilo a su casita y, cerrada la puerta, los gusanitos se dispersaron y volvieron cada uno a su sitio.

Bonito ejemplo de ayuda a los demás la de estos gusanitos de luz.

EL ESPANTAPÁJAROS

En un lejano pueblo vivía un labrador muy egoísta. Era tanto su egoísmo que, cuando un pájaro comía un grano de trigo encontrado en el suelo, se ponía furioso y pasaba los días vigilando que nadie tocara su huerto. Un día tuvo una idea: - Ya sé, construiré un espantapájaros, de ese modo alejaré a los animales de mi huerto.

Así que cogió un viejo traje y lo rellenó con paja del granero, le puso una calabaza por cabeza y todo lo encajó en una vieja escoba, para que se mantuviese bien tieso.

Como estaba de buen humor le puso, dos bellotas por ojos, una zanahoria por nariz y dibujando con su cuchillo una gran sonrisa le colocó unos granos de maíz como dientes, lo estuvo mirando satisfecho de su arte, un buen rato y decidió ponerle más paja como pelo y un viejo sombrero.

¡Ahora si que parecía un viejo labrador!, siguiendo su propia broma le puso una manzana de corazón y dijo: ¡Ya estás completo, ahora cumple tu trabajo y no dejes que me roben esos gorrones!

Los animalitos, al principio le tenían miedo y ya no se acercaban, pero los pájaros necesitaban hierbas y paja para hacer sus nidos.

—Por favor señor espantapájaros, necesitamos coger hierbas y pajas para construir nuestros nidos.

—No puedo dejar que lo hagáis, —respondió el espantapájaros—, mi deber es impedir que cojáis nada de lo que siembra mi

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Cuentos para la Catequesisamo, pero podéis coger mi pelo, creo que será perfecto para hacer vuestros nidos, si necesitáis más, también tengo en mi barriga.

—Muchas gracias señor espantapájaros, tienes muy buen corazón, te prometemos que no cogeremos nada que tú no quieras.

La fama de la bondad del espantapájaros corrió entre los animalitos y estos intentaban no abusar de él, así que decidieron no pasar por la granja más que para charlar y hacerle compañía, quienes más le visitaban eran los pájaros, que le cantaban durante horas. La primavera no era muy buena, no llovía, solo crecía todo verde en los campos del granjero egoísta y mamá conejo se acercó, desesperada pues no tenía nada para darle de comer a sus hijitos.

—Por favor señor espantapájaros, mis hijitos se mueren de hambre, yo solo quiero coger unas pocas hojas para llevarles.

—No puedo dejar que lo hagas, —respondió el espantapájaros—, mi deber es impedir que nadie robe nada de lo que siembra mi amo, pero puedes coger mi nariz, es una zanahoria algo seca, pero te servirá para alimentarles hasta que encontréis hierba fresca. —Muchas gracias señor espantapájaros, eres muy bueno.

Finalizaba la primavera cuando acudieron los cuervos al espantapájaros con sus problemas. —Lo hemos intentado, pero no encontramos suficiente comida en el bosque, siempre hemos cogido el grano que cae al suelo, ¿qué mal hacemos? Si tu amo del suelo nunca lo recoge. —No lo sé, amigos, alguna razón tendrá el amo para no querer que lo cojáis. Llevaros los granos de maíz de mis dientes al menos algo podréis comer.

—Te lo agradecemos, eres un buen amigo.

Ya mediaba el verano, y esta vez quien se le acercó a ver si cambiaba de idea y les dejaba coger el grano caído fue una ardilla: —Por favor señor espantapájaros, si no almaceno grano para el invierno, cuando éste llegue me moriré de hambre, yo solo quiero coger unos pocos granos. —No puedo dejar que lo hagas, —respondió el espantapájaros—, mi deber es impedir que cojáis nada de lo que siembra mi amo, pero puedes coger mis ojos. —Pero perderás la vista. —Eso no es importante, lo importante es que tu no pierdas la vida, y que no cojáis el grano de mi amo, llévate mis ojos por favor. —No sé qué decir, eres tan bueno.

Terminaba el verano cuando un día pasó el labrador cerca de donde estaba el espantapájaros.

—¡Pero qué desastre, no sirves para nada, esto es una tomadura de pelo, tanto asustas que los animales se te han comido a ti! Te voy a quemar, —y eso hizo, pero cayó una manzana de su pecho cuando ardía:

—Esto no lo habéis robado, la manzana que le puse de corazón, pues ésta no me la quitará nadie, me la comeré yo. Pero al morderla, notó un cambio en él. El espantapájaros la había comunicado su bondad. Entonces, el labrador dijo: -Perdonadme, desde ahora os acogeré siempre.

Mientras, el espantapájaros se había convertido en cenizas y el humo llegaba hasta el sol transformándose en el más brillante de sus rayos.

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EL PRÍNCIPE FELIZ

La estatua del Príncipe Feliz, sobre una alta columna, dominaba toda la ciudad. Estaba recubierta por láminas de oro, sus ojos eran dos zafiros de azul profundo y en la espada brillaba un enorme rubí. Los habitantes de aquella ciudad estaban orgullosos de vivir en un lugar tan bellamente adornado y todos, niños y grandes, lo tomaban como modelo y ejemplo a seguir. - Es realmente bonito, como un ángel – decían - Parece tan feliz, nunca llora. Se acercaba el frío invierno, y las golondrinas comenzaban sus vuelos migratorios hacia Egipto. Una de ellas, que había postergado su partida, eligió la estatua del Príncipe Feliz como refugio. Acurrucada ya para dormir, sintió una gota en el pico. Después otra, y más tarde, otra más. Al alzar la vista, vio que los ojos de la estatua estaban llenos de lágrimas, y éstas eran las que caían sobre ella. ¿No te llaman el Príncipe Feliz? ¿Cómo es que lloras? - Lloro porque en vida era humano y vivía en la Mansión de la Despreocupación, alejado de la fealdad y la miseria. Lloro porque ahora, desde aquí arriba, puedo comprobar el sufrimiento que se extiende fuera de los muros de aquel lugar. Y lloro porque tengo los pies pegados a este pedestal, no puedo moverme. Pero...si tu quisieras ser mi mensajera... -Golondrina, en una de las callejuelas, - prosiguió el Príncipe – hay una mujer bordando el vestido que lucirá una bella dama en el baile de Palacio. Su hijo llora, enfermo, en el lecho, y ella sólo puede darle agua, porque es muy pobre. Golondrina, por favor, llévale el rubí de mi espada. - Ya debería estar junto a mis compañeras sobrevolando el Nilo, pero lo haré. – Dijo la golondrina. Y al dejar el rubí junto a la costurera, sintió el calor de la satisfacción. Golondrina, si te quedaras una noche más conmigo, - dijo el Príncipe a la noche siguiente, - podrías llevar uno de los zafiros de mis ojos a aquel escritor que habita esa buhardilla: está hambriento y no tiene leña para calentarse, está tan débil que quizá no pueda entregar a tiempo la obra al director de teatro. - Debería estar en Egipto, junto a las pirámides, viendo a los leones bajar a beber al Nilo, pero haré como tú deseas. Y se sintió realmente feliz al hacerlo. Una noche más el Príncipe pidió a la golondrina que se quedara para entregar el otro zafiro de sus ojos: - En la plaza hay una niña descalza y sin abrigo. Vende fósforos. Se le han caído en el barro y ahora no los puede vender. Su padre se enfadará si no lleva el dinero a casa. - Príncipe, entonces, ¡te quedarás ciego! – Exclamó la golondrina, pero él asintió y ella entregó la joya a la niña, cuyos ojos se iluminaron de felicidad. Al volver junto al Príncipe, la golondrina le anunció: - Ahora que estás ciego, voy a quedarme a tu lado para siempre.- Pues lo cierto es que, aunque debería estar junto a sus hermanas, contemplando la Esfinge de Egipto, se había enamorado de la estatua del Príncipe. - Entonces golondrina, si te quedas a mi lado, arranca las finas láminas de oro que recubren mi cuerpo, y repártelas entre los que tengan hambre o frío, dáselas a ellos. ¡Ya podremos comer! – Gritaban los pobres a los que encontraba la golondrina. - ¡Podremos comprar leña! – Reían otros. Pero llegaron la nieve y el hielo, las láminas de oro se agotaban y a medida que aumentaba el frío, la golondrina estaba más y más débil, ya casi no podía volar. Reuniendo todas sus fuerzas, se alzó hasta besar los labios del Príncipe, y cayó muerta a sus pies. Al día siguiente, el alcalde y los regidores de la ciudad se sorprendieron al ver la estatua: - Hay una golondrina muerta junto a él - Observó uno de ellos. - Le faltan los zafiros de los ojos – Hizo notar otro. - Ya no está el rubí que adornaba su espada – Añadió un tercero. - Y no hay oro recubriéndole, - dijo el alcalde - realmente no tiene sentido que siga siendo una estatua. ¡Fundidlo y haced una mía! Y tirad ese pájaro muerto a la basura.

En la fundición, el encargado estaba sorprendido: - Qué raro: por más que aumento la temperatura, el corazón de la estatua no se funde. – Y lo tiró a la basura, junto al cuerpo inerte de la golondrina. En el cielo, cuando Dios encargó a un ángel que le trajera de la tierra las dos cosas más bellas que encontrara, éste regresó con el corazón del Príncipe Feliz y el cuerpo de la golondrina.

José Arjona Gil, pbro. [email protected] Delegación Diocesana de Catequesis

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EL PAJARITO HERIDO Y EL BUEN PINO

Un día hace mucho tiempo, vino el frío. El invierno se aproximaba. Todos los pájaros se habían marchado hacia el Sur, donde poder vivir hasta !a primavera. Pero un pajarito, que tenía un ala rota, no podía volar y no sabía qué hacer. Miraba por todas partes para ver si encontraba un agujerito abrigado y caliente, cuando vio los hermosos árboles del bosque. "Quizá los árboles puedan

abrigarme durante el invierno", pensó. Fue saltando como pudo, hasta la orilla del bosque. El primer árbol que encontró fue un olmo con el vestido de plata.

- Buen olmo -dijo el pajarito-, ¿quieres dejarme vivir en tus ramas hasta la primavera? - ¡Ah, qué gracioso!; ya tengo bastante con cuidad de mis hojas. Vete, vete de aquí! El pobre pajarito saltó de nuevo con su ala rota hasta el árbol siguiente.

Era una hermosa encina. - Gran encina -dijo el pajarito-; ¿quieres dejarme vivir en tus ramas hasta la primavera? - Vaya pregunta -dijo la encina-; si te dejo vivir en mis ramas picotearás todas mis bellotas. ¡Vete, vete de aquí!El pobre pajarito saltó de nuevo lo mejor que pudo con su ala rota hasta que llegó cerca del gran sauce que crecía al borde del río. - Buen sauce -dijo el pajarito-; ¿quieres dejarme vivir en tus ramas hasta la primavera? - No, de ningún modo -dijo el sauce-; yo no hospedo nunca a extraños. ÍVete, vete de aquí!El pobre pajarito no sabía a quién dirigirse, pero continuaba saltando lo mejor que podía, con su ala rota. Pronto el abeto le vio y le dijo: - ¿Dónde vas pajarito? - No lo sé -dijo el pajarito-, los árboles no quieren prestarme abrigo y yo no puedo volar con mi ala rota.- Ven a mi casa -dijo el abeto-. Elige la rama que más te guste. Espera, yo creo que en este lado hace más calor. - iOh, gracias, gracias! -dijo el pajarito-, pero ¿me podré quedar en ella todo el invierno? - Claro que sí. Así me harás compañía.El pino vivía cerca de su primo el abeto y, cuando vio al pajarito que saltaba sobre las ramas del abeto, dijo: - Mis ramas no son muy frondosas, pero puedo proteger al abeto del viento, porque soy muy grande y fuerte.Así el pajarito se preparó un rincón bien abrigado en la rama más grande del abeto y el pino le protegía del viento.

Cuando el enebro lo vio, dijo: - Yo le daré al pajarito para que se alimente con mis bayas negras. Las bayas del enebro son muy buenas para los pajaritos.  Nuestro amiguito se encontraba muy contento en su alegre habitación, bien caliente y abrigado del viento, y todos los días desayunaba en el enebro.

Los otros árboles vieron todo esto y comentaron: - Yo no querría prestar mis ramas a un pájaro que no conozco -dijo el olmo-. - Yo hubiera tenido miedo de perder mis bellotas -dijo la encina-. - Yo no hablo jamás con extraños -dijo el sauce-.

Esta misma noche el viento del Norte vino a jugar al bosque. Y sopló sobre las hojas con su aire helado y cada hoja que él soplaba caía a tierra. - ¿Puedo jugar con todos los árboles quintándoles las hojas? -preguntó a su padre el rey de la escarcha-.

- No -dijo el rey-; los árboles que han sido buenos con el pajarito enfermo pueden conservar sus hojas hasta que les nazcan otras nuevas.

El viento del Norte dejó tranquilas las hojas del pino, del abeto y del enebro, mientras que los otros árboles, por no ser buenos con el pajarito, las perdieron.

Y desde entonces, en el invierno, siempre conservan sus hojas el pino, el abeto y el enebro, y los otros árboles las pierden.

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La niña y la golondrina

Era una hermosa mañana de primavera y Anita estaba, como siempre, sentada en su silla de ruedas en el jardín. La vista hacia la playa era hermosa y su madre decía que la brisa marina le haría muy bien. Eran sus padres muy buenas personas y habían comprado aquella casa con la esperanza de que el clima de la costa hiciera un milagro, ya que en sus cortos 5 años, la niña, inexplicablemente, no podía caminar.

Estaba la madre en casa, ocupada en sus quehaceres cuando oyó que la niña gritaba... - ¡Mamá, mamá! - Rápidamente corrió a su lado. - Hay algo dentro de ese arbusto - señaló. La madre cuidadosamente apartó las ramas y encontró allí una pequeña golondrina que inútilmente aleteaba en un esfuerzo desesperado por escapar. - Tiene un ala quebrada - dijo la mamá. - No podrá volar -. - Dámela a mí - dijo Anita - Yo la cuidaré -. Había en los ojos de la niña un brillo especial...Una emoción

que su madre nunca antes había visto en ella. Anita tomó entre sus manos la temblorosa avecilla y con esmero se dedicó a cuidarla como si hubiese sido su propia hija. Y así pasaron las semanas...

Ya comenzaba el verano...Anita estaba en el jardín, sentada en su silla, con la golondrina en su regazo. La tarde comenzaba a pintarse de dorados y rosas y la espuma de las olas parecía más blanca que de costumbre. La tibia brisa movía los cabellos de la niña cuando una bandada de golondrinas se acercó volando por la playa...Venían con sus alas casi tocando la arena y luego en grupo se elevaron y pasaron sobre la niña y el jardín. La golondrina que Anita tenía entre sus manos comenzó a inquietarse. Quería liberarse y extender sus alas. Anita se dio cuenta de que la pequeña golondrina, que había sido su alegría en los últimos días, estaba lista para partir. En ese momento tuvo sentimientos encontrados: la alegría de haberla salvado y el temor de no volver a verla nunca más. Podría mantenerla en una jaula, pensó, pero no sería feliz. Entonces, la acercó hasta su boca, besó su pequeña cabecita y levantó ambas manos hacia el cielo...Ante sus ojos la golondrina extendió sus alas y alzó el vuelo. Comenzaba a refrescar la brisa cuando la madre miró por la ventana... Un grito se atoró en su garganta. ¡No podía creer lo que estaba viendo! Con las manos alzadas hacia el cielo, de pie frente a la silla de ruedas, Anita tenía la vista fija en el horizonte. La bandada de golondrinas aun daba vueltas y hacía piruetas sobre la arena y las olas.

Al año siguiente, en la primera semana de primavera, Anita fue despertada por un revolotear en su ventana. Al correr las cortinas vio una golondrina que golpeaba el vidrio con su pico. ¡Había regresado!

José Arjona Gil, pbro. [email protected] Delegación Diocesana de Catequesis

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LA CAÑA DE BAMBÚ

Había un precioso jardín que, nada más verlo, hacía soñar. Estaba allí, junto a la casa del Señor. La puerta, siempre abierta, era invitación silenciosa para todo aquel que deseara encontrar un momento de paz y de sosiego. El mismo Señor acudía todas las tardes a pasear por su jardín.

Siempre se fijaba, era inevitable, en un cañaveral en el que destacaba una preciosa caña de bambú plantada, con sus hermanas, en el centro de un rico conjunto de flores y plantas. Ella y sus compañeras ofrecían, en grupo, un espectáculo peculiar: daban sombra, eran la imagen de la fortaleza y de la grandiosidad de la creación.

Ciertamente, entre todas las cañas hermanas, ella la hermosa caña, llamaba la atención por su esbeltez, altura y elegancia. Toda la gente pensaba que era la preferida del Señor. Le encantaba verla así: más alta, robusta y bella que las demás plantas. Era la más fuerte y recia ante los vientos invernales, e imperturbable ante los calores del verano.

Pronto se dio cuenta de que, ella, la más destacada caña de bambú, era "especial" para el Señor.

Un día se acercó el Señor al jardín y, como siempre, fue a contemplar el hermoso conjunto que formaban las cañas hermanas. Con mucho amor, serenidad y firmeza le dijo a la más esbelta:

- Mi querida caña de bambú, te necesito

Ella no entendía que el Señor se hubiera dignado a dirigirse personalmente a ella. Tampoco comprendía por qué el Señor le había concedido el privilegio de decirle: "Te necesito".

Veía claramente que el Señor le hablaba con un amor especial. Por ello no le costó nada responder:

- Estoy en tu jardín, Señor, soy toda tuya... cuenta conmigo para lo que quieras.

El Señor escuchaba atentamente la respuesta disponible de la vigorosa caña de bambú. No esperaba otra cosa de su planta predilecta. Pero no quería precipitarse en su propuesta, no quería herirla, ni lastimarla. Deseaba proponerle su proyecto de amor, de tal manera, que ella lo pudiera aceptar con la misma ternura que él ponía en sus palabras. Lentamente, como si comunicara un misterio prosiguió:

- Es que, mi querida caña de bambú, para contar contigo tengo que arrancarte.

- ¿Arrancarme? ¿Hablas en serio? ¿Por qué me hiciste entonces la planta más bella de tu jardín? ¿Por qué me hiciste crecer junto a unas cañas hermanas? Por favor, Señor, cualquier cosa menos esto.

El Señor, poniendo más ternura aún en sus palabras, con la serenidad que sólo viene del amor, no retiró la propuesta:

- Mi querida caña de bambú, si no te arranco no me servirás.

Quedaron un largo rato los dos en silencio. Parecía que no sabían qué decir. Hasta el viento detuvo su ímpetu respetando el misterio. Los pajarillos del jardín olvidaron su vuelo y su canto.

José Arjona Gil, pbro. [email protected] Delegación Diocesana de Catequesis

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Cuentos para la CatequesisLentamente... muy lentamente... la caña de bambú inclinó sus preciosas ramas y hojas, y dijo con voz muy queda:

- Señor, si no puedes servirte de mí sin arrancarme, arráncame.

- Mi querida caña de bambú -añadió el Señor-, aún no te lo he dicho todo. Es necesario que te corte las hojas y las ramas.

- Señor, no me hagas eso. ¿Qué haré yo entonces en el jardín? Seré un ser ridículo.

Y otra vez le dijo el Señor: - Si no te corto las hojas y las ramas no me servirás.

Entonces el sol, estremecido, se ocultó. Los pájaros huyeron del jardín pues temían el desenlace. Temblando... temblando... la caña de bambú decidida y abandonada sólo pudo decir estas palabras:

- Pues... córtamelas. Continuó el Señor:

- Mi querida caña de bambú, todavía me queda algo que me cuesta mucho pedirte: tendré que partirte en dos y extraerte toda la savia. Sin eso no me servirás.

La caña de bambú ya no pudo articular palabra. Silenciosa y amorosamente abandonada, se echó en tierra, ofreciéndose totalmente a su Señor.

Así el Señor del jardín arrancó la caña de bambú, le cortó las hojas y las ramas, la partió en dos y le extrajo la savia.

Después la llevó junto a una fuente de agua fresca y cristalina, muy cercana a sus campos. Las plantas de aquellas tierras del Señor hacía tiempo se morían de sed, estando tan cerca del agua. Un pequeño roquedal impedía que el agua llegara a los campos.

Con mucho cariño el Señor ató una punta de la caña de bambú a la fuente, y la otra la colocó en el campo. El agua que manaba de la fuente comenzó, poco a poco, a desplazarse hacia las tierras cercanas, también propiedad del Señor, a través de la caña de bambú.

El campo comenzó a humedecerse y reverdecer. Cuando llegó la primavera el Señor sembró arroz. Fueron pasando los días hasta que la semilla creció, y llegó el tiempo de la cosecha.

Y fue tan abundante que, con ella el Señor pudo alimentar a su pueblo.

Cuando la caña de bambú era alta y esbelta, la más bella de sus hermanas, vivía y crecía sólo para sí misma... hasta se autocomplacía en su elegancia y esbeltez. Ahora, humilde y echada en el duro suelo del roquedal, se había convertido en prolongación de la fuente de vida que el Señor utilizaba para alimentar su casa y hacer fecundo su Reino.

¿Qué quieres que haga por ti?... Y tú, ¿qué estás dispuesto a hacer por mí?

José Arjona Gil, pbro. [email protected] Delegación Diocesana de Catequesis

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Cuentos para la Catequesis

LAS DOS PIEDRAS AZULES Había una vez dos piedras de río azules. Las dos, del tamaño más o menos de una castaña, yacían entre otras tantas piedras en el lecho del torrente. Estaban en medio de miles de piedras grandes y pequeñas. Se distinguían de todas ellas por su intenso color azul.

Cuando un rayo de sol las acariciaba, brillaban como dos trozos de cielo en medio del agua. Pasaban el día pensando qué llegarían a ser cuando alguien las descubriese. Acabaremos –se decían- unidas a otras piedras preciosas como nosotras, formando un valioso collar. Una mañana, mientras los rayos del sol jugaban con las ondas de espuma que hacían los guijarros más grandes, una mano penetró en el

agua y recogió las dos piedras azules.- ¡Viva! –gritaron las dos a un tiempo- ¡Vamos! Fueron a parar a una caja de cartón junto a otras piedras en un lecho de cemento tremendamente pegajoso.-¡Eh!¡Despacio! ¡Que somos piedras preciosas! –Gritaron los dos guijarros azules-. Pero dos sonoros martillazos les hicieron hundirse mucho más en el cemento. Lloraron, suplicaron, amenazaron. No hubo nada que hacer. Las dos piedras azules se encontraron clavadas en la pared. La amargura y la desilusión las llenaron de reflejos violetas. El tiempo les pasaba lentamente. Las dos piedras no perdieron el ánimo. Hicieron amistad con un hilillo de agua que de vez en cuando resbalaba sobre ellas. Cuando se percataron de la lealtad del agua, le pidieron lo que tanto deseaban. - Infiltrate por debajo de nosotras y despéganos de este maldito muro. El agua no se lo hizo repetir dos veces. Lo hizo lo mejor que pudo. Al cabo de unos meses las piedras ya podían moverse un poco dentro de su nido de cemento. Finalmente una noche húmeda y fría: ¡tac! ¡tac! Y las dos piedras cayeron a tierra. -¡Ya somos libres! –dijeron. Y, mientras estaban sobre el pavimento, echaron una ojeada hacia le lugar que había sido su prisión. -¡Oooooh! –exclamaron. Las dos piedras azules comprendieron. Ellas eran las pupilas de Jesús. ¡Qué bien habrían estado y cómo habrían brillado allá arriba!Lamentaron amargamente la decisión tomada. ¡Que insensatas habían sido!

Por la mañana, un sacristán distraído barrió las dos piedras. (Entre las sombras y el polvo todas las piedras son iguales). Las recogió y, sin pensarlo dos veces, las echó al cubo de la basura.

EL MONJE MALABARISTA

Nuestra Señora, con el Niño Jesús en sus brazos, decidió bajar a la Tierra y visitar un monasterio. Orgullosos, todos monjes formaron una larga fila, y uno a uno se acercaban a la Virgen para rendir homenaje. Uno declamó bellos poemas, otro mostró las iluminaciones que había realizado para la Biblia, un tercero recitó los nombres de todos los santos. Y así sucesivamente, monje tras monje, fueron venerando a Nuestra Señora y al Niño Jesús.

En el último lugar de la fila había un monje, el más humilde del convento, que nunca había aprendido los sabios textos de la época. Sus

padres eran personas humildes, que trabajaban en un viejo circo de los alrededores, y todo lo que le habían enseñado era lanzar bolas al aire haciendo algunos malabarismos.

José Arjona Gil, pbro. [email protected] Delegación Diocesana de Catequesis

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Cuentos para la CatequesisCuando llegó su turno, los otros monjes quisieron poner fin a los homenajes, pues el antiguo

malabarista no tendría nada importante que decir o hacer y podía desacreditar la imagen del monasterio. Pero en el fondo de su corazón, él también sentía una inmensa necesidad de dar algo de sí a Jesús y la Virgen.

Avergonzado, sintiendo sobre sí la mirada reprobatoria de sus hermanos, sacó algunas naranjas de su bolsa y comenzó a tirarlas al aire haciendo malabarismos, que era lo único que sabía hacer.

Fue en ese instante cuando el Niño Jesús sonrió y comenzó a aplaudir en el regazo de Nuestra Señora. Y fue hacia él a quien la Virgen extendió los brazos para dejarle que sostuviera un poco al Niño. (Paulo COELHO, El Alquimista, Ed. Círculo de lectores, 2005, p.13)

EL ABRAZO DE DIOSUn joven deseaba con todas sus fuerzas ver a Dios. Un día Dios le habló en un sueño:

- “¿Quieres verme? En la montaña, lejos de todos y de todo, te abrazaré”.

Al despertar al día siguiente comenzó a pensar qué podría ofrecerle a Dios. Pero ¿qué podía encontrar digno de Dios?

- “Ya lo sé”, pensó. “Le llevaré mi hermoso jarrón nuevo. Es valioso y le encantará... Pero no puedo llevarlo vacío. Debo llenarlo de algo”.

Estuvo pensando mucho en lo que metería en el precioso jarrón. ¿Oro? ¿Plata? Después de todo, Dios mismo había hecho todas aquellas cosas, por lo que se merecía un regalo mucho más valioso.

- “Sí”, pensó al final, “le daré a Dios mis oraciones. Esto es lo que esperará de un joven como yo. Mis oraciones, mi ayuda y servicio a los demás, mi limosna, sufrimientos, sacrificios, buenas obras...”.

Estaba contento de haber descubierto justamente lo que Dios esperaría y decidió aumentar sus oraciones y buenas obras, consiguiendo un verdadero récord. Durante las pocas semanas siguientes anotó cada oración y buena obra colocando una piedrecita en su jarrón. Cuando estuviera lleno lo subiría a la montaña y se lo ofrecería a Dios.

Finalmente, con su precioso jarrón hasta los bordes, se puso en camino hacia la montaña. A cada paso se repetía lo que debía decir a Dios:

- “Mira, Señor, ¿te gusta mi precioso jarrón? Espero que sí y que quedarás encantado con todas las oraciones y buenas obras que he ahorrado durante este tiempo para ofrecértelas. Por favor, abrázame ahora”.

Al llegar a la montaña, oyó una voz que descendía retumbado de las nubes:

- “¿Quién está ahí abajo? ¿Por qué te escondes de mí? ¿Qué has puesto entre nosotros?”

- “Soy yo. Te he traído este precioso jarrón. Mi vida entera está en él. Lo he traído para Ti”.

- “Pero no te veo. ¿Por qué has de esconderte detrás de ese enorme jarrón? No nos veremos de ese modo. Deseo abrazarte; por tanto, arrójalo lejos. Quítalo de mi vista”.

No podía creer lo que estaba oyendo.

- ¿Romper su precioso jarrón y tirar lejos todas sus piedrecitas? “No, Señor. Mi hermoso jarrón, no. Lo he traído especialmente para Ti. Lo he llenado de mis...”

- “Tíralo. Dáselo a otro si quieres, pero líbrate de él. Deseo abrazarte a ti. Te quiero a ti”.

José Arjona Gil, pbro. [email protected] Delegación Diocesana de Catequesis

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Cuentos para la Catequesis

LA ORUGA SOÑADORA

Muy cerca del camino se encontraba un saltamontes. "¿Hacia dónde te diriges?", le preguntó.Sin dejar de caminar, la oruga contestó: "Tuve un sueño anoche: soñé que desde la cima de la gran montaña yo miraba todo el valle. Me gustó lo que vi en mi sueño y he decidido realizarlo".Sorprendido, el saltamontes dijo mientras su amigo se alejaba: "¡Debes estar loco! ¿Cómo podrás llegar hasta aquel lugar? ¡Tú, una simple oruga! Una piedra será una montaña, un pequeño charco un mar y cualquier tronco una barrera infranqueable"Pero el gusanito ya estaba lejos y no lo escuchó, y su diminuto cuerpo no dejó de moverse.

De pronto se oyó la voz de un escarabajo: "¿Hacia dónde te diriges con tanto empeño?"Sudando ya el gusanito, le dijo jadeante: "Tuve un sueño y deseo realizarlo; subir a esa montaña y desde ahí contemplar todo nuestro mundo"El escarabajo soltó una carcajada y dijo: "Ni yo, con patas tan grandes, intentaría realizar algo tan ambicioso". Y se quedó en el suelo tumbado mientras la oruga continuó su camino, habiendo avanzado ya unos cuantos centímetros.

Del mismo modo, la araña, el topo, la rana y la flor le aconsejaron desistir: "¡No lo lograrás jamás!" Pero en el interior del gusanito había un impulso que le obligaba a seguir.

Ya agotado, sin fuerzas y a punto de morir, decidió parar a descansar y construir con su último esfuerzo un lugar donde pernoctar. "Estaré mejor" - fue lo último que dijo, y murió.

Todos los animales del valle fueron a mirar sus restos. Ahí estaba el animal más loco del pueblo, que había construido como su tumba un monumento a la insensatez. Ahí estaba un duro refugio, digno de uno que murió por querer realizar un sueño irrealizable.

Una mañana en la que el sol brillaba de una manera especial, todos los animales se congregaron en torno a aquello que se había convertido en una advertencia para los atrevidos.

De pronto quedaron atónitos, aquella concha dura comenzó a quebrarse y con asombro vieron unos ojos y una antena que no podía ser la de la oruga que creían muerta, poco a poco, como para darles tiempo de reponerse del impacto, fueron saliendo las hermosas alas arco iris de

aquel impresionante ser que tenían frente a ellos: ¡Una mariposa!

No hubo nada que decir, todos sabían lo que pasaría, se iría volando hasta la gran montaña y realizaría su sueño, el sueño por el que había vivido, por el que había muerto y por el que había vuelto a vivir.

Todos se habían equivocado. Dios nos ha creado para realizar un sueño; pongamos la vida en intentar alcanzarlo, y si nos damos cuenta que no podemos, quizá necesitemos hacer un alto en el camino y experimentar un cambio radical en nuestras vidas y entonces lo lograremos.

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Cuentos para la Catequesis

El pulgar rencoroso

Había una vez una mano cuyos dedos eran muy amigos. Pero ocurrió que el dueño de la mano empezó a hacer un trabajo peligroso y a pesar del cuidado que ponía el resto de dedos, el pulgar siempre salía malparado con cortes y heridas. Al principio los otros dedos pedían disculpas por su torpeza y el pulgar les perdonaba, pero la situación se repitió tanto que un día el pulgar decidió no perdonarles más, así que se apartó del resto de dedos de la mano.Al principio el pulgar iba muy digno todo recto y separado, pero aquella posición de los dedos era tan forzada y ridícula, que el dueño tuvo que llevar su mano constantemente oculta en el bolsillo, donde los dedos sufrían con pena el mayor de los olvidos.

Entonces el pulgar comprendió que todo había sido culpa suya, y pidió perdón al resto de dedos, temeroso de que fueran a rechazarle. Pero al contrario, estos le perdonaron sin problemas porque sabían que todos podemos equivocarnos.Una vez amigos de nuevo, todos los dedos trabajaron juntos por demostrar al dueño que estaban perfectamente, y en poco tiempo consiguieron volver a salir a la luz, sabedores esta vez de que siempre deberían seguir perdonándose para no acabar en un triste y oscuro bolsillo.

La ley del bosque iluminado

El bosque iluminado era el mejor bosque en que se podía vivir, donde las fiestas llenaban de luz las noches y todos disfrutaban. En aquel bosque sólo había una ley: "perdonar a todos". Y nunca tuvieron problemas con ella, hasta que un día la abeja picó al conejo por error, y éste sufrió tanto que no quería perdonarla. Pidió al búho que reuniera al consejo y revisaran aquella ley. Todos estuvieron de acuerdo en que no habría problema por relajarla, así que se permitió una única excepción por animal; si alguien se enfadaba de verdad con alguien, no tenía por qué perdonarle si no quería. Y así siguieron hasta la gran fiesta de la primavera, la mejor del año, que resultó un grandísimo fracaso: sólo aparecieron el búho y unos pocos animales más. Entonces el señor búho decidió investigar el asunto, y fue a ver al conejo. Este le dijo que no había

ido por si iba la abeja, a la que aún no había perdonado. Luego la abeja dijo que no había ido por si iba la ardilla, a la que no había perdonado por tirar su colmena. La ardilla tampoco fue por si iba el zorro, a quien no había perdonado que robara su comida... y así sucesivamente todos contaron cómo habían dejado de ir por si se presentaba aquel a quien no habían perdonado. El búho entonces convocó la asamblea, y mostró a todos cómo aquella pequeña excepción a la ley había acabado con la felicidad del bosque.Unánimemente decidieron recuperar su antigua ley, "perdonar a todos", a la que añadieron: "sin excepciones"

Asamblea en la carpintería

Cuentan que en la carpintería hubo una vez una extraña asamblea. Fue una reunión de herramientas para arreglar sus diferencias.

El martillo ejerció la presidencia, pero la asamblea le notificó que tenía que renunciar. ¿La causa? ¡Hacía demasiado ruido! Y además, se pasaba el tiempo golpeando.

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Cuentos para la CatequesisEl martillo aceptó su culpa, pero pidió que también fuera expulsado el tornillo; dijo que había que darle muchas vueltas para que sirviera de algo.

Ante el ataque, el tornillo aceptó también, pero a su vez pidió la expulsión de la lija. Hizo ver que era muy áspera en su trato y siempre tenía fricciones con los demás.

Y la lija estuvo de acuerdo, a condición de que fuera expulsado el metro que siempre se la pasaba midiendo a los demás según su medida, como si fuera el único perfecto.

En eso entró el carpintero, se puso el delantal e inició su trabajo. Utilizó el martillo, la lija, el metro y el tornillo. Finalmente, la tosca madera inicial se convirtió en un bello mueble.

Cuando la carpintería quedó nuevamente sola, la asamblea reanudó la deliberación. Fue entonces cuando tomó la palabra el serrucho y dijo:

"Señores, ha quedado demostrado que tenemos defectos, pero el carpintero trabaja con lo mejor de nuestras cualidades. Eso es lo que nos hace valiosos. Así que no pensemos ya en nuestros puntos malos y concentrémonos en la utilidad de nuestros puntos buenos."

La asamblea encontró, entonces, que el martillo era fuerte, el tornillo unía y daba fuerza, la lija era especial para afinar y limar asperezas y observaron que el metro era preciso y exacto.

Se sintieron entonces un equipo capaz de producir muebles de calidad. Se sintieron orgullosos de sus fortalezas y de trabajar juntos.

El diamante que se creyó piedra

Érase una vez, en algún lugar lejano, remoto, perdido en el tiempo y en el espacio, dos diamantes gemelos, idénticos, que viajaban en la bolsa de un gran señor que, con especial cuidado, los transportaba por un camino. Sucedió, que sin esperarlo, este buen señor de pronto fue atacado por una banda de ladrones que persiguieron su carruaje intentando quedarse con sus pertenencias.

El señor, al ver que no podría escapar, y sabiendo que sus dos diamantes perfectos eran todo su tesoro, en un recodo del camino, mientras huía a toda carrera, los sacó de su bolsa y dándoles un beso de despedida los arrojó a un costado del camino, cerca de un árbol el cual usaría como referencia para poder volver a buscarlos.

El tema es que los dos diamantes cayeron al suelo, a la corta distancia de dos metros uno del otro, y allí quedaron, a la espera de ser descubiertos por alguien o recuperados por su señor, ya que no habían nacido sino para ser piedras de corona real.

El tiempo pasó, pasaron las horas, los días, las semanas y por último los meses y el señor jamás volvió por ellos. Los diamantes que ya estaban preocupados, comenzaron a hablar... No nos quiso, dijo uno de ellos, no nos quiso porque no somos diamantes, yo siempre lo supe, somos rocas sin valor y por eso nos arrojó de su carruaje, claro...

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Cuentos para la Catequesis¿Quién querría pedazos de piedra como nosotros?... El otro diamante que lo escuchaba, a su vez le respondía... No, sabes que no es así, nos arrojó para protegernos, porque éramos su tesoro más preciado y si no volvió será porque algo le habrá pasado, porque jamás nos habría abandonado...

El tiempo se consumió en charlas similares... Y siguió pasando, y los diamantes siempre mantenían la misma postura, uno de ellos veía el vaso medio vacío y el otro el vaso medio lleno. Cuando los meses se convirtieron en años, el diamante positivo, por llamarlo así, el que sabía su valor, propuso...

Hagamos algo... Brillemos, con más fuerza de la habitual, brillemos hasta encandilar con nuestro brillo, así, quien pase por el camino nos encontrará y podremos por fin convertirnos en lo que soñamos, en piedras preciosas de corona real... No, le dijo el otro, tú no entended... Somos rocas, piedras, convéncete “piedras”

¿Entendéis? y por más que lo intentáramos jamás podríamos brillar, nadie nos querría, nadie nos valoraría, no vale la pena hacer nada, somos parte de este paisaje agreste y aquí nos debemos quedar...Frente a este desencuentro de voluntades, el diamante positivo, sin dejarse contagiar por lo que escuchaba...

Comenzó a brillar, al principio tímidamente y finalmente con un brillo tan poderoso que competía con la luna, ya que atesoraba los rayos del sol durante el día y en la noche los despedía, asumiendo así su condición, reconociendo con orgullo lo que sabía que en realidad era, valorándose, esto, por supuesto, contra su entorno y la situación que al ser tan desfavorables, podrían confundirlo y hacerle ver lo contrario...

Así, el tiempo siguió su curso, y el diamante negativo se llenó de barro por las tormentas y quieto y sin brillo desapareció en la tierra, enterrado por los vientos, convirtiéndose en lo que decía ser, solo una roca más, una piedra sin valor a la que nadie iba a descubrir.

Mientras tanto, el diamante positivo seguía brillando, aprovechando las lluvias para sacarse de encima el lodo y los vientos para secarse y pulirse aún más... Y así, un día, como todo llega, un par de ojos que pasaban por el lugar vieron un extraño, pero perfecto brillo desde lejos y al dirigirse hacia donde provenía, esos ojos pudieron comprobar que se trataba de un hermoso y perfecto diamante.

¡Oigan!... gritó, he encontrado la más perfecta joya, este ha sido un regalo de ¡los dioses! la llevaremos para que la ¡instalen en mi corona! Sí, aunque no sé pueda creer, esos ojos pertenecían al rey del lugar, un señor que por fin le dio al diamante el lugar que merecía, cumpliendo su sueño de convertirse en hermosa piedra preciosa de corona real... Y aquí terminó la historia... Ah, ¿quieres saber que pasó con el otro diamante...?

Cuando sintió que su hermano gemelo era rescatado, quiso brillar también, pero tanto tiempo había estado convencido de no Ser un diamante, tanto se había dejado llevar por la mala situación, que se olvidó de cómo hacerlo y allí quedó...

Inmerso en la cárcel del olvido, una cárcel que fabricó día tras día y en la cual el mismo se encerró. Y esta cárcel fue ni más ni menos el ignorar quien era realmente, no saber valorarse, porque un diamante no deja de ser diamante porque alguien lo arroje, un diamante no deja de ser precioso, de tener valor, por estar perdido en el desierto, por estar solo.

Un diamante siempre es un diamante. Por eso, esta historia es para mí, porque cuando veo que nadie parece valorarme, cuando veo que nadie parece ver en mí lo que soy, lo que puedo ser, lo

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Cuentos para la Catequesisque puedo hacer, lo que puedo dar... Nunca olvido mi condición natural, soy un diamante y lo sé y lo que importa es eso y jamás dejo de brillar...

Vos también eres un diamante y no importa quien lo crea, si te sirve yo lo creo, pero lo importante es que lo creas y lo asumas en tu interior. Eres un perfecto diamante, pero igual que yo, no te dejes convencer de lo contrario, por nadie ni por nada, seguí adelante récord quien eres y nunca dejes de brillar.

Jamás te inviertas en piedra, brilla, porque tarde o temprano pasará un rey, o una reina, alguien entendido, que quedará encandilado con tu brillo, que te valorará y que, en definitiva, sabrá apreciarte como el tesoro que realmente eres...

El pozo del desierto   Es una leyenda antigua contada por los monjes del desierto. En los confines de Tebaida, dice la leyenda, había un pozo que apagaba la sed de todos los peregrinos que pasaban por allí. Lo más curioso de ese pozo era que el que bebía de su agua no volvía a tener sed. El problema era que nadie sabía exactamente dónde estaba el pozo. No obstante, un día, un investigador de los archivos monásticos encontró, entre muchas cosas, un mapa antiguo que hablaba de ese pozo y lo localizaba. Sin contárselo a nadie, el investigador escondió el mapa para que nadie más supiera de su existencia y se puso a caminar, desierto adentro, a la búsqueda del pozo. Pero pasaron los días… y el hombre nunca más volvió. ¿Qué habría acontecido?  Algunos años más tarde, otro sabio encontró por azar el mapa escondido, y también él lo escondió de nuevo, y se aventuró solo a la búsqueda del deseado pozo. Pero tampoco él volvió jamás. Y una vez más la historia del pozo que apagaba la sed de todo el mundo cayó en el olvido. Dice la leyenda que la historia se repetió varias veces, hasta que el mapa fue a caer en las manos de un pobre trabajador. Sorprendido con la novedad, en vez de esconder el mapa, habló de él a toda la gente y del pozo escondido que apagaba la sed. La novedad era tan grande que las personas no se lo creían. ¿Un pozo que apaga la sed? ¿Quién se lo va a creer? No obstante, un pequeño grupo estudió cuidadosamente el mapa y llegó a la conclusión de que el mapa parecía auténtico. Y si el mapa era verdadero, ¿por qué no podía ser verdadero el pozo? Se juntaron en un grupo y decidieron ir a la búsqueda del pozo. Se prepararon para el viaje y, un buen día, se pusieron en camino desierto adentro. El viaje fue duro y difícil, pues el sol del desierto no perdonaba. Pero como iban en grupo, se ayudaban los unos a los otros compartiendo la poca agua que llevaban. 

Después de largos días de viaje, cuando el desierto parecía no tener fin, avistaron el pozo. Era verdad: el pozo no era un espejismo. Pero, ante el asombro de todos, vieron junto al pozo centenares de esqueletos humanos. Se acercaron, miraron dentro del pozo y vieron que no se habían equivocado: abajo el agua brillaba. El problema era que no tenían con que sacar el agua. Por eso, todos los que antes habían buscado el pozo solos habían muerto de sed. Entonces el grupo se sentó a reflexionar sobre cómo sacar el agua del

pozo. No tenían ni cuerda ni cubo y el pozo era profundo. Entonces, con las ropas que tenían hicieron una cuerda larga, ataron en la punta un botijo y lo llevaron al fondo del pozo. Y todos pudieron beber del agua del pozo. La verdad era que, después de beber, nunca más tuvieron sed. Cuando nosotros damos las manos, unimos las fuerzas y creamos comunidad, no hay fuente que no podamos alcanzar ni sed que no se pueda matar.

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Semillas del rey

  En un pueblo lejano, el rey convocó a todos los jóvenes a una audiencia privada con él, en dónde les daría un importante mensaje.

Muchos jóvenes asistieron y el rey les dijo: "Os voy a dar una semilla diferente a cada uno de vosotros, al cabo de 6 meses deberán traerme en una maceta la planta que haya crecido, y el que tenga la planta más bella ganará la mano de mi hija, y por ende el reino".

Así se hizo, pero un joven plantó su semilla y ésta no germinaba; mientras tanto, todos los demás jóvenes del reino no paraban de hablar y mostrar las hermosas plantas y flores que habían sembrado en sus macetas.

Llegaron los seis meses y todos los jóvenes desfilaban hacia el castillo con hermosísimas y exóticas plantas. El joven estaba demasiado triste pues su semilla nunca germinó, ni siquiera quería ir al palacio, pero razonó que debía ir, pues era un participante y debía estar allí.

Con la cabeza baja y muy avergonzado, se condujo hacia el palacio, con su maceta vacía. Todos los jóvenes hablaban de sus plantas, y al ver a nuestro amigo soltaron en risa y burla; en ese momento el alboroto fue interrumpido por el ingreso del rey, todos hicieron su respectiva reverencia mientras el rey se paseaba entre todas las macetas admirando las plantas.

Finalizada la inspección hizo llamar a su hija, y llamó de entre todos al joven que llevó su maceta vacía; atónitos, todos esperaban la explicación de aquella acción.

El rey dijo entonces: "Este es el nuevo heredero del trono y se casará con mi hija, pues a todos se les dio una semilla infértil, y todos trataron de engañarme plantando otras plantas; pero este joven tuvo el valor de presentarse y mostrar su maceta vacía, siendo sincero, real y valiente, cualidades que un futuro rey debe tener y que mi hija merece".

El mago de la felicidad

Había una vez un hombre como tantos otros en estos tiempos: cargado de pesares.

Su tristeza era más larga que la noche y más fuerte que el sueño porque nada lo adormecía.

Su pobreza económica no era nada, comparada con la de su soledad.

“Mi angustia me sobreabunda y me sobrepasa”, pensaba. Tan deprimido estaba que pidió ayuda a las fuerzas del más allá.

Se cuenta que un ángel se le apareció vestido con un traje negro, sombrero de copa, clavel rojo en el ojal y guantes blancos, como un mago, cuando acudió en su ayuda.

¿La razón de su vestimenta? Aquel hombre creía en los magos, en una ocasión en que vio a uno sacar de un sombrero igual al del ángel un reloj

de oro, un conejo y un número de lotería, que resultó ser el ganador de una inmensa fortuna.

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Cuentos para la CatequesisEra lo único misterioso que podía llegar a creer, en magos vestidos de frac con una elegancia especial.

Así, con golpes de suerte, el ángel se encontró con él en una taberna, llena de humo y sombras, en una mesa pegada a la pared.

-Bueno, ya me conoces- le dijo el ángel-. Creo que puedo sacar de mi sombrero todo lo que necesitas, para curarte de ese montón de sufrimientos.

-No, no te conozco –protestó el hombre triste-.

¿Quién eres?

-Soy tu felicidad, si sabes escoger entre dos propuestas que te voy a hacer. Escucha- Primera: que te deposite mucho dinero en una cuenta en el banco a tu nombre, que tu esposa e hijos regresen a ti llenos de amor y la recuperación de tu salud, con la condición de que trabajes en tu interior y reconozcas verdaderamente quién eres; de no hacerlo así perderás todo de nuevo.

-¿Cómo? –protestó el hombre-. Si me das todo eso que me dices ¡yo tendría la felicidad!

-¿De veras? Mejor escucha la segunda –continuó el ángel-. Me comprometo a darte el conocimiento de quién eres; tendrás la felicidad que nace del espíritu y tu trabajo sería recuperar tu fortuna, reconquistar a tus seres queridos y recobrar tu salud ¿Cuál de las dos escoges?

-No sé que responder –contestó atónito el hombre.

-Yo soy mago, puedo darte una de las dos… piénsalo bien y luego responde.

Y el mago se desvaneció, ante la mirada perpleja de aquel hombre.

La historia del lápiz

El niño miraba a su abuela, que escribía una carta. En determinado momento, pregunto:-¿Estás escribiendo una historia que nos sucedió a nosotros? ¿Y es, por casualidad, una historia sobre mí?La abuela dejó de escribir, sonrió y comento al nieto:-Estoy escribiendo sobre ti, es verdad. Ahora bien, más importante que las palabras, es el lápiz que estoy usando. Me gustaría que fueras como él, cuando crezcas.

El niño miró el lápiz, intrigado, y no vio nada especial.-Pero, ¡si es igual a todos los lápices que he visto en mi vida!-Todo depende de cómo mires las cosas. Hay cinco cualidades en el que, si consigues conservarlas, te harán siempre una persona en paz con El Mundo.

Primera cualidad: Puedes hacer grandes cosas, pero no debes olvidar nunca que existe una mano que guía tus pasos. A esa mano la llamamos Dios y éste debe conducirte siempre en la dirección de su voluntad.

Segunda cualidad: De vez en cuando necesito dejar de escribir y usar el sacapuntas. Con eso el lápiz sufre un poco, pero al final está más afilado. Por tanto, has de saber soportar algunos dolores, porque te harán ser una persona mejor.

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Cuentos para la CatequesisTercera cualidad: El lápiz siempre permite que usemos una goma para borrar los errores. Debes entender que corregir una cosa que hemos hecho no es necesariamente algo malo, si no algo importante para mantenernos en el camino de la justicia.

Cuarta cualidad: Lo que realmente importa en el lápiz no es la madera ni su forma exterior, si no el grafito que lleva dentro. Por tanto, cuida siempre lo que ocurre dentro de ti.

Por último, la quinta cualidad del lápiz: Siempre deja una marca. Del mismo modo, has de saber que todo lo que hagas en la vida dejara huellas y procura ser consciente de todas tus acciones.

La princesa de fuego

Hubo una vez una princesa increíblemente rica, bella y sabia. Cansada de novios falsos que se acercaban a ella para conseguir sus riquezas, hizo publicar que se casaría con quien le llevase el regalo más valioso, tierno y sincero a la vez. El palacio se llenó de flores y regalos de todos los tipos y colores, de cartas de amor incomparables y de poetas enamorados. Y entre todos aquellos regalos magníficos, descubrió una piedra; una simple y sucia piedra. Intrigada, hizo llamar a quien se la había regalado. A pesar de su curiosidad, mostró estar muy ofendida cuando apareció el joven, y este se explicó diciendo: Esa piedra representa lo más valioso que os puedo regalar, princesa: es mi corazón. Y también es sincera, porque aún no es vuestro y es duro como una piedra. Sólo cuando se llene de amor se ablandará y será más tierno que ningún otro.

El joven se marchó tranquilamente, dejando a la princesa sorprendida y atrapada. Quedó tan enamorada que llevaba consigo la piedra a todas partes, y durante meses llenó al joven de regalos y atenciones, pero su corazón seguía siendo duro como la piedra en sus manos. Desanimada, terminó por arrojar la piedra al fuego; al momento vio cómo se deshacía la arena, y de aquella piedra tosca surgía una bella figura de oro. Entonces comprendió que ella misma tendría que ser como el fuego, y transformar cuanto tocaba separando lo inútil de lo importante.

Durante los meses siguientes, la princesa se propuso cambiar en el reino, y como con la piedra, dedicó su vida, su sabiduría y sus riquezas a separar lo inútil de lo importante. Acabó con el lujo, las joyas y los excesos, y las gentes del país tuvieron comida y libros. Cuantos trataban con la princesa salían encantados por su carácter y cercanía, y su sola presencia transmitía tal calor humano y pasión por cuanto hacía, que comenzaron a llamarla cariñosamente "La princesa de fuego".Y como con la piedra, su fuego deshizo la dura corteza del corazón del joven, que tal y como había prometido, resultó ser tan tierno y justo que hizo feliz a la princesa hasta el fin de sus días

EL CIELO

Un hombre, su caballo y su perro iban por una carretera. Cuando pasaban cerca de un árbol enorme cayó un rayo y los tres murieron fulminados.  Pero el hombre no se dio cuenta de que ya había abandonado este mundo, y prosiguió su camino con sus dos animales…

La carretera era muy larga y colina arriba. El sol era muy intenso, y ellos estaban sudados y sedientos.

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Cuentos para la CatequesisEn una curva del camino vieron un magnífico portal de mármol, que conducía a una plaza pavimentada con adoquines de oro. El caminante se dirigió a un hombre que custodiaba la entrada y entabló con él, el siguiente diálogo:

a.. Buenos días.b.. Buenos días - Respondió el guardián. c.. ¿Cómo se llama este lugar tan bonito?d.. Esto es el Cielo.e.. ¡Qué bien que hayamos llegado al cielo, porque estamos sedientos!f.. Usted puede entrar y beber tanta agua como quiera.Y el guardián señaló la fuente.g.. Pero mi caballo y mi perro también tienen sed…h.. Lo siento mucho - Dijo el guardián- pero aquí no se permite la entrada a los animales.

El hombre se levantó con gran disgusto, puesto que tenía muchísima sed, pero no pensaba beber solo. Dio las gracias al guardián y siguió adelante.

Después de caminar un buen rato cuesta arriba, ya exhaustos los tres, llegaron a otro sitio, cuya entrada estaba marcada por una puertecita vieja que daba a un camino de tierra rodeado de árboles.

A la sombra de uno de los árboles había un hombre echado, con la cabeza cubierta por un sombrero.Posiblemente dormía.

Buenos días - dijo el caminante.

El hombre respondió con un gesto de la cabeza.- Tenemos mucha sed, yo, mi caballo y mi perro.

Hay una fuente entre aquellas rocas - dijo el hombre, indicando el lugar. - Podéis beber tanta agua como queráis.El hombre, el caballo y el perro fueron a la fuente y calmaron su sed. El caminante volvió atrás para dar las gracias al hombre.- Podéis volver siempre que queráis - Le respondió éste.- A propósito¿Cómo se llama este lugar?- preguntó el hombre.- EL CIELO.- ¿El Cielo? ¿Sí? Pero si el guardián del portal de mármol me ha dicho que aquello era el Cielo!- Aquello no era el Cielo, era el Infierno - contestó el guardián.

El caminante quedó perplejo.- ¡Deberíais prohibir que utilicen vuestro nombre! ¡Esta información falsa debe provocar grandes confusiones! - advirtió el hombre.- ¡De ninguna manera! En realidad, nos hacen un gran favor, porque allí se quedan todos los que son capaces de abandonar a sus mejores amigos…

Paulo Coelho

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Cuentos para la Catequesis

LA RANA LUCY Y EL GRILLO GUILLERMO.

Caía la noche y un gran manto de nieve, cubría el parque. Un parque tranquilo, donde el ruido dormía y sólo los murmullos de los animalitos se escuchaban en la oscuridad. Tras la ventana de una casita hecha de hojas vivía la rana Lucy, era una ranita muy alegre, con grandes ojos y patitas cortas. Miraba embobada como los copos bajaban lentamente como si estuvieran bailando una danza. En el parque también vivían otros animalitos, pero eran muy orgullosos y presumidos, sólo el grillo Guillermo quería de verdad a la ranita. Era un grillo negro, muy negro, pero muy educado y elegante, tenía un bonito sombrero que sólo se ponía en las grandes ocasiones.

Llego el día que todos esperaban, la fiesta de Navidad, la rana y el grillo, tenían muchos deseos de ver todos los adornos de la gran ciudad y pensaban acercarse a ver un gran Belén viviente que

iban a colocar en la Plaza Central. Les gustaba mucho cantar villancicos. A veces se ponían un poquito tristes de estar tan solitos, pero enseguida recordaban dónde jugaban los niños, y disfrutaban de verlos correr y reír. ¡Todas las penas se marchaban!

Lucy y Guillermo se prepararon para ir a la ciudad. Lucy se puso su chaleco y su bufanda a cuadros y Guillermo su sombrero de copa.

Atravesaron el parque. Algunos animalitos se burlaron de ellos, diciendo: ¡Mirad que pintas llevan! Se creen muy finos. Pero nuestros amigos no le dieron importancia y siguieron su camino. Al poco tiempo oyeron un gemido, se preguntaron: ¿Qué es eso? Cada vez lo oían más cerca. De pronto, descubrieron un pobre saltamontes que estaba aterido de frío. ¡Pobrecito, qué te pasa? Dijo Lucy. Estaba saltando y se me echó la noche encima, me quedé tan helado que no podía moverme. Los animalitos me vieron pero ninguno me ayudó. ¡Ves Guillermo! Dijo Lucy. Todos son muy orgullosos, pero no tienen corazón.

La ranita y el grillo, le prestaron sus ropas y le abrigaron, mimándolo para que entrara en calor. El saltamontes agradecido, les dijo: Conozco un lugar donde podéis pasar las mejores navidades de vuestra vida, además hay un Belén tan bonito que no se os olvidará nunca.

Allí, fueron los tres. Era cierto lo que les contó el saltamontes. En una cunita de paja, había un niño tan bonito, y tenía una mirada tan dulce que a la ranita se le escapó una lágrima. Un buey y una mula le guardaban y San José y la Virgen María le velaban. Se acercó a él, despacito, dando dos saltitos y le susurró al oído: Yo sé, que eres Jesusito, que amas mucho a los niños, yo también. Quiero ayudarte para que siempre sean felices y no lloren. ¡No quiero que se odien! ¡Creemos entre todos un mundo mejor! Sé que eres sólo un muñeco, y que los que me miran pensaran que soy una rana loquita, pero yo sé que me escuchas.

La ranita se dio la vuelta y de repente el grillo chilló: ¡Ranita, ranita, el niño te ha sonreído!

Era verdad, una gran sonrisa iluminaba la cara del Niño Jesús. Pensaron que lo importante es que en nuestro corazón tengamos tanto deseo de amor como la ranita que nos haga creer hasta en lo que no es real.

Los amigos volvieron a casa, y esa fue la Navidad más feliz de su vida.

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Cuentos para la CatequesisDialogamos:

1. ¿Quién era Lucy? ¿Dónde vivía? ¿Qué miraba embobada?2. ¿Quién quería de verdad a Lucy?3. ¿Qué esperaban con mucho deseo todos los animalitos?4. ¿Qué era lo que hacía que se marchasen todas las penas?5. ¿A quién descubren la ranita y el grillo casi muerto de frío?6. ¿Qué hicieron los animalitos cuando vieron al saltamontes en dificultad?7. ¿Qué dijo Lucy del comportamiento de los animalitos?8. ¿Qué hicieron la rana y el grillo para ayudar al saltamontes?9. ¿A qué invitó el saltamontes como agradecimiento?10. ¿Quiénes había en el lugar donde les llevó el saltamontes?11. ¿Qué le dijo la ranita al Niño Jesús en la cuna?12. ¿Qué le gritó el grillo a la ranita?13. ¿Qué pensaron como lo más importante?

Era la noche de Navidad.

Un ángel se apareció a una familia rica y le dijo a la dueña de la casa: - Te traigo una buena noticia: esta noche el Señor Jesús vendrá a visitar tu casa.La señora quedó entusiasmada: Nunca había creído posible que en su casa sucediese este milagro. Trató de preparar una cena excelente para recibir a Jesús. Encargó pollos, conservas y vino importados. De repente sonó el timbre. Era una mujer mal vestida, de rostro sufrido, con el vientre hinchado por un embarazo muy adelantado.- Señora, ¿no tendría algún trabajo para darme?Estoy embarazada y tengo mucha necesidad del trabajo.- ¿Pero esta es hora de molestar? Vuelva otro día, respondió la dueña de la casa. Ahora estoy ocupada con la cena para una importante visita. Poco después, un hombre, sucio de grasa, llamó a la puerta. - Señora, mi camión se ha arruinado aquí en la esquina.¿Por casualidad no tendría usted una caja de herramientas que me pueda prestar?La señora, ocupada como estaba limpiando los vasos de cristal y los platos de porcelana, se irritó mucho:- ¿Usted piensa que mi casa es un taller mecánico? ¿Dónde se ha visto importunar a la gente así?Por favor, no ensucie mi entrada con esos pies inmundos. La anfitriona siguió preparando la cena: abrió latas de caviar, puso champaña en el refrigerador, escogió de la bodega los mejores vinoS, preparó unos coctelitos. Mientras tanto alguien afuera batió las palmas. Será que ahora llega Jesús, pensó ella emocionada y con el corazón acelerado fue a abrir la puerta. Pero no era Jesús. Era un niño harapiento de la calle.- Señora, deme un plato de comida.- ¿Cómo te voy a dar comida si todavía no hemos cenado? Vuelve mañana, porque esta noche estoy muy atareada.  Al final, la cena estaba ya lista. Toda la familia emocionada esperaba la ilustre visita. Sin embargo, pasaban las horas y Jesús no parecía. Cansados de esperar empezaron a tomar los coctelitos, que al poco tiempo comenzaron a hacer efecto en los estómagos vacíos y el sueño hizo olvidar los pollos y los platos preparados. A la mañana siguiente, al despertar, la señora se encontró , con gran espanto frente a un ángel. - ¿Un ángel puede mentir? Gritó ella. Lo preparé todo con esmero, aguardé toda la noche y Jesús no apareció. ¿Por qué me hizo esta broma?- No fui yo quien mentí, fue usted la que no tuvo ojos para ver, dijo el ángel.Jesús estuvo aquí tres veces, en la persona de la mujer embarazada, en la persona del camionero y en el niño hambriento. Pero usted no fue capaz de reconocerlo y de acogerlo.

José Arjona Gil, pbro. [email protected] Delegación Diocesana de Catequesis

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El centinela

Cerca de la frontera de un país muy lejano, perdido en medio del desierto, se alzaba un pequeño castillo. De cuando en cuando, paraban en él las caravanas. Pero la vida del castillo era muy monótona y apenas sucedía nada.

Una mañana llegó un mensaje del rey: “Estad preparados, porque se nos ha hecho saber que Dios va a visitar nuestro país, y tal vez pasará por vuestro castillo. Debéis prepararos para recibirlo. Las autoridades del castillo se dispusieron a cumplir la real orden. Mandaron llamar al CENTINELA. Le encomendaron que no perdiese de vista el desierto.

Con este presentimiento, no pensaba en nada más, y se pasaba los días y las noches en la cima de la torre. Transcurrió el tiempo, y poco a poco fueron olvidando el mensaje de Dios.

Hasta el rey llegó a perder interés. En el castillo, los oficiales y soldados se cansaron de esperar aquella visita. Sólo el CENTINELA se mantenía despierto, esperando, siempre esperando, bajo el sol y bajo la lluvia.

Pasaron los meses y los años. El centinela se hacía viejo. Con frecuencia tenía que sentarse porque las piernas ya no le sostenían. Todos los soldados habían abandonado el castillo y el CENTINELA se había quedado solo. Supo que se hallaba próximo a la muerte y una gran tristeza le invadió. Dijo: “Toda mi vida he permanecido esperando la visita de Dios y tendré que morir sin haberlo visto”.

Pero justo, entonces oyó una voz a su lado: “¿Es que no me conoces? Asombrado el centinela se giró e intuyó que Dios había llegado. Lleno de alegría le dijo: “¡Ah ya estás aquí! ¡Me has hecho esperar tanto...! ¿Por dónde has venido, que no te he visto?”

Replicó Dios con dulzura: “Siempre he estado cerca de ti desde el día que decidiste esperarme. Siempre he estado aquí, a tu lado, DENTRO DE TI. Has necesitado mucho tiempo para darte cuenta. Este es mi secreto: sólo los que esperan pueden verme...”

La voz calló y el CENTINELA sintió una inmensa felicidad. Abrió los ojos y volvió a seguir con la vista, lentamente, amorosamente, el horizonte.

Dialogamos.

¿Qué es lo más te ha llamado la atención del cuento? ¿Qué hay de monótono en tu vida? ¿Qué mensaje te gustaría que te comunicaran? ¿Qué mensaje te gustaría llevar a los demás? ¿Cómo tendríamos que prepararnos si nos dijeran que Dios viene a visitarnos a nuestra

casa? ¿Por qué se fueron todos del castillo y dejaron solo al centinela? ¿Por qué no abandonó el centinela su puesto de vigilancia? ¿Qué es lo que llenó de alegría al centinela? ¿Qué nos enseña esta historia?

José Arjona Gil, pbro. [email protected] Delegación Diocesana de Catequesis

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El mago de la felicidad

Había una vez un hombre como tantos otros en estos tiempos: cargado de pesares. Su tristeza era más larga que la noche y más fuerte que el sueño porque nada lo

adormecía.Su pobreza económica no era nada, comparada con la de su soledad. “Mi angustia me

sobreabunda y me sobrepasa”, pensaba. Tan deprimido estaba que pidió ayuda a las fuerzas del más allá.Se cuenta que un ángel se le apareció vestido con un traje negro, sombrero de copa, clavel rojo en el ojal y guantes blancos, como un mago, cuando acudió en su ayuda.¿La razón de su vestimenta? Aquel hombre creía en los magos, en una ocasión en que vio a uno sacar de un sombrero igual al del ángel un reloj de oro, un conejo y un número de lotería, que resultó ser el ganador de una inmensa fortuna.Era lo único misterioso que podía llegar a creer, en magos vestidos

de frac con una elegancia especial.

Así, con golpes de suerte, el ángel se encontró con él en una taberna, llena de humo y sombras, en una mesa pegada a la pared.

-Bueno, ya me conoces- le dijo el ángel-. Creo que puedo sacar de mi sombrero todo lo que necesitas, para curarte de ese montón de sufrimientos.

-No, no te conozco –protestó el hombre triste-.¿Quién eres?-Soy tu felicidad, si sabes escoger entre dos propuestas que te voy a hacer. Escucha-

Primera: que te deposite mucho dinero en una cuenta en el banco a tu nombre, que tu esposa e hijos regresen a ti llenos de amor y la recuperación de tu salud, con la condición de que trabajes en tu interior y reconozcas verdaderamente quién eres; de no hacerlo así perderás todo de nuevo.

-¿Cómo? –protestó el hombre-. Si me das todo eso que me dices ¡yo tendría la felicidad!-¿De veras? Mejor escucha la segunda –continuó el ángel-. Me comprometo a darte el

conocimiento de quién eres; tendrás la felicidad que nace del espíritu y tu trabajo sería recuperar tu fortuna, reconquistar a tus seres queridos y recobrar tu salud ¿Cuál de las dos escoges?

-No sé que responder –contestó atónito el hombre.-Yo soy mago, puedo darte una de las dos… piénsalo bien y luego responde.Y el mago se desvaneció, ante la mirada perpleja de aquel hombre.

ESPERAR

Era el único superviviente de un naufragio. Había sido arrojado por las olas a una pequeña isla deshabitada. Rezaba y pedía a Dios que viniera a ayudarle. Todos los días oteaba el horizonte a la espera de ser socorrido, pero no acababa de llegar ayuda alguna. Se las había arreglado para hacerse una pequeña cabaña a fin de protegerse, y para guardar sus escasas posesiones.

Pero un buen día, tras salir a buscar algo para comer, volvió a su pequeña cabaña y la encontró en llamas. El humo se alzaba a las alturas. Había sucedido lo peor: todo estaba perdido. Gritó en medio de su dolor: “Dios mío, ¿cómo has podido hacerme esto a mí?”. Muy temprano, al día siguiente lo despertó el sonido de un barco que se acercaba a la isla. Habían llegado a salvarlo. “¿Cómo han sabido que yo estaba aquí?”, preguntó. “Vimos las señales de humo que nos hizo”, replicaron.

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Cuentos para la Catequesis

Es fácil desanimarse cuando parece que las cosas nos van mal, pero no debemos perder la esperanza porque Dios está actuando siempre en nuestras vidas, incluso en medio del dolor y del sufrimiento.

Era la noche de Navidad

 Era la noche de Navidad. Un ángel se apareció a una familia rica  y le dijo a la dueña de la casa:

- Te traigo una buena noticia: Esta noche el Señor Jesús vendrá a visitar tu casa.

La señora quedó entusiasmada: Nunca había creído posible que en su casa sucediese este milagro.

 Trató de preparar una cena excelente para recibir a Jesús. Encargó pollos, conservas y vino importados. De repente sonó el timbre. Era una mujer mal vestida, de rostro sufrido, con el vientre hinchado por un embarazo muy adelantado.

- Señora, ¿no tendría algún trabajo para darme? Estoy embarazada y tengo mucha necesidad del trabajo.

- ¿Pero esta es hora de molestar?  Vuelva otro día, respondió la dueña de la casa.

 Ahora estoy ocupada con la cena para una importante visita. Poco después, un hombre, sucio de grasa, llamó a la puerta.

-         Señora, mi camión se ha arruinado aquí en la esquina.

-         ¿Por casualidad no tendría usted una caja de herramientas que me pueda prestar?

La señora, ocupada como estaba limpiando los vasos de cristal y los platos de porcelana, se irritó mucho: - ¿Usted piensa que mi casa es un taller mecánico? ¿Dónde se ha visto importunar a la gente así?

 Por favor, no ensucie mi entrada con esos pies inmundos.

La anfitriona siguió preparando la cena: abrió latas de caviar, puso champaña en el refrigerador,

escogió de la bodega los mejores vinos, preparó unos coctelitos. Mientras tanto alguien afuera batió las palmas. Será que ahora llega Jesús, pensó ella emocionada y con el corazón acelerado fue a abrir la puerta. Pero no era Jesús. Era un niño harapiento de la calle.

- Señora, deme un plato de comida.

- ¿Cómo te voy a dar comida si todavía no hemos cenado?

 Vuelve mañana, porque esta noche estoy muy atareada. Al final, la cena estaba ya lista.

José Arjona Gil, pbro. [email protected] Delegación Diocesana de Catequesis

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Cuentos para la CatequesisToda la familia emocionada esperaba la ilustre visita. Sin embargo, pasaban las horas y Jesús no parecía. Cansados de esperar empezaron a tomar los coctelitos, que al poco tiempo comenzaron a hacer efecto en los estómagos vacíos y el sueño hizo olvidar los pollos y los platos preparados.

A la mañana siguiente, al despertar, la señora se encontró, con gran espanto frente a un ángel.

- ¿Un ángel puede mentir? Gritó ella. Lo preparé todo con esmero, aguardé toda la noche y Jesús no apareció. ¿Por qué me hizo esta broma?

-         No fui yo quien mentí, fue usted la que no tuvo ojos para ver, dijo ángel.

EL SUEÑO DE MARÍA

"Tuve un sueño José. No lo pude comprender, realmente no, pero creo que se trataba del nacimiento de Nuestro Hijo. Creo que sí, era acerca de eso.

La gente estaba haciendo los preparativos con seis semanas de anticipación.

Decoraban las casas y compraban ropa nueva. Salían de compras muchas veces y adquirían elaborados regalos.

 Era muy peculiar, ya que los regalos no eran para nuestro Hijo. Los envolvían con hermosos papeles y los ataban con preciosos moños, y todo lo colocaban debajo de un árbol.

Sí, un árbol, José, dentro de sus casas. Esta gente estaba decorando el árbol también. Las ramas llenas de esferas y adornos que brillaban. Había una figura

en lo alto del árbol. Me parecía ver un ángel. ¡Oh! era verdaderamente hermoso.

Toda la gente estaba feliz y sonriente. Todos estaban emocionados por los regalos, se los intercambiaban unos con otros. José, no quedó alguno para nuestro Hijo.

¿Sabes? creo que ni siquiera lo conocen, pues nunca mencionaron su nombre. ¿No te parece extraño que la gente se meta en tantos problemas para celebrar el cumpleaños de alguien que ni siquiera conocen?

Tuve la extraña sensación de que si nuestro hijo hubiera estado en la celebración hubiese sido un intruso solamente. Todo estaba tan hermoso, José, y todo el mundo tan feliz; pero yo sentí enormes ganas de llorar. Qué tristeza para Jesús, no querer ser deseado en su propia fiesta de cumpleaños.

Estoy contenta porque sólo fue un sueño. Pero qué terrible José, si eso hubiese sido realidad."

José Arjona Gil, pbro. [email protected] Delegación Diocesana de Catequesis

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LA NAVIDAD NO ES UN CUENTO

Se dice que, cuando los pastores se alejaron y la quietud volvió, el niño del pesebre levantó la cabeza y miró la puerta entreabierta. Un muchacho joven, tímido, estaba allí, temblando y temeroso.

-Acércate -le dijo Jesús- ¿Por qué tienes miedo? -No me atrevo… no tengo nada para darte.

-Me gustaría que me des un regalo -dijo el recién nacido. El pequeño intruso enrojeció de vergüenza y balbuceó: -De verdad no tengo nada… nada es mío; si tuviera algo, algo mío, te lo daría… mira.

Y buscando en los bolsillos de su pantalón andrajoso, sacó una hoja de cuchillo herrumbrada que había encontrado.

-Es todo lo que tengo, si la quieres, te la doy… -No -contestó Jesús- guárdala. Querría que me dieras otra cosa. Me gustaría que me hicieras tres regalos.

-Con gusto -dijo el muchacho- pero ¿qué? -Ofréceme el último de tus dibujos.

El chico, cohibido, enrojeció. Se acercó al pesebre y, para impedir que María y José lo oyeran, murmuró algo al oído del Niño Jesús: -No puedo… mi dibujo es «re malo»… ¡nadie quiere mirarlo…!

-Justamente, por eso yo lo quiero… siempre tienes que ofrecerme lo que los demás rechazan y lo que no les gusta de ti. Además quisiera que me dieras tu plato.

-Pero… ¡lo rompí esta mañana! - tartamudeó el chico.

-Por eso lo quiero… Debes ofrecerme siempre lo que está quebrado en tu vida, yo quiero arreglarlo… Y ahora - insistió Jesús- repíteme la respuesta que le diste a tus padres cuando te preguntaron cómo habías roto el plato.

El rostro del muchacho se ensombreció; bajó la  cabeza avergonzado y, tristemente, murmuró:

-Les mentí… Dije que el plato se me cayó de las manos, pero no era cierto… ¡Estaba enojado y lo tiré con rabia!

-Eso es lo que quería oírte decir -dijo Jesús- Dame siempre lo que hay de malo en tu vida, tus mentiras, tus calumnias, tus cobardías y tus crueldades. Yo voy a descargarte de ellas… No tienes necesidad de guardarlas… Quiero que seas feliz y siempre voy a perdonarte tus faltas. A partir de hoy me gustaría que vinieras todos los días a mi casa.

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EN EL DÍA DE MI CUMPLEAÑOS

 Como sabrás nos acercamos nuevamente a la fecha de mi cumpleaños, todos los años se hace una gran fiesta en mi honor y creo que este año sucederá lo mismo.

En estos días la gente hace muchas compras, hay anuncios en el radio, en la televisión y por todas partes no se habla de otra cosa, sino de lo poco que falta para que llegue el día.

La verdad, es agradable saber, que al menos, un día al año algunas personas piensan un poco en mi. Como tu sabes, hace muchos años que comenzaron a festejar mi cumpleaños, al principio no parecían comprender y agradecer lo mucho que hice por ellos, pero hoy en día nadie sabe para que lo celebran. La gente se reúne y se divierte mucho pero no saben de qué se trata.

Recuerdo el año pasado al llegar el día de mi cumpleaños, hicieron una gran fiesta en mi honor; pero sabes una cosa, ni siquiera me invitaron. Yo era el invitado de honor y ni siquiera se acordaron de invitarme, la fiesta era para mí y cuando llegó el gran día me dejaron afuera, me cerraron la puerta.

Y yo quería compartir la mesa con ellos! (Apocalipsis 3,20).

La verdad no me sorprendió, porque en los últimos años todos me cierran las puertas. Como no me invitaron, se me ocurrió estar sin hacer ruido, entré y me quedé en un rincón. Estaban todos bebiendo, había algunos borrachos, contando chistes, riéndose a carcajadas. La estaban pasando en grande, para colmo llegó un viejo gordo, vestido de rojo, de barba blanca y gritando: "JO JO JO JO", parecía que había bebido de mas, se dejó caer pesadamente en un sillón y todos los niños corrieron hacia él, diciendo " SANTA CLAUS" "SANTA CLAUS" como si la fiesta fuera en su honor!

Llegaron las doce de la noche y todos comenzaron a abrazarse, yo extendí mis brazos esperando que alguien me abrazara. Y ¿sabes?, nadie me abrazó. Comprendí entonces que yo sobraba en esa fiesta, salí sin hacer ruido, cerré la puerta y me retiré.

Tal vez crean que yo nunca lloro, pero esa noche lloré, me sentía destruido, como un ser abandonado, triste y olvidado.

Me llegó tan hondo que al pasar por tu casa, tú y tu familia me invitaron a pasar, además me trataron como a un rey, tú y tu familia realizaron una verdadera fiesta en la cual yo era el invitado de honor, además me cantaron las mañanitas; hacia tiempo que a nadie se le ocurría hacer eso. Que DIOS bendiga a todas las familias como la tuya, yo jamás dejo de estar en ellas en ese día y todos los días.

También me conmovió el pesebre que pusieron en un rincón de tu casa. ¿Sabías que hay países que se esta prohibiendo poner nacimientos? Hasta lo consideran ilegal. ¿A dónde irá a parar este mundo?

Otra cosa que me asombra es que el día de mi cumpleaños en lugar de hacerme regalos a mí, se regalan unos a otros. ¿Tú que sentirías si el día de tu cumpleaños, se hicieran regalos unos a otros y a ti no te regalaran nada?

José Arjona Gil, pbro. [email protected] Delegación Diocesana de Catequesis

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Cuentos para la CatequesisUna vez alguien me dijo: ¿Cómo te voy a regalar algo si a ti nunca te veo? Ya te imaginaras lo que le dije: Regala comida, ropa y ayuda a los pobres, visita a los enfermos a los que están solos y yo los contaré como si me lo hubieran hecho a mí (Mat.-25,34-40)

Cada año que pasa es peor, la gente sólo piensa en las compras y los regalos, y de mí ni se acuerdan...

Probablemente así hablaría JESUCRISTO

Por eso, VIVE verdaderamente esta Navidad!

LA ADORACIÓN DE LOS TRES MENDIGOS

Los reyes magos apenas salían del pesebre de Belén, donde habían ofrecido al niño Dios oro, incienso y mirra; se fueron por otro camino al regresar a su país, como lo había pedido el Ángel. Entonces se presentaron tres personas... Extraños, solos sin cortejo, no había parecer en ellos, ni hermosura: enfermos, fatigados, cubiertos de tanto barro y polvo que nadie podía decir de qué raza y país eran.

El primero tenía harapos, parecía sediento y hambriento, la mirada cansada por las privaciones.

El segundo caminaba torcido, trayendo cadenas pesadas en sus pies y en sus brazos. Llevaba en su cuerpo heridas profundas y marcas de su cárcel.

El último tenía el un cabello largo y sucio, ojos desfallecidos, buscando alivio.

Los vecinos del pesebre habían visto varios visitantes, pero estos les asustaban. En verdad, cada uno se sentía pobre y miserable, pero estos extranjeros mucho más.¡¡Nos dan miedo!!...¡Que no entren y se presenten al niño! No!! Hay que impedir eso!... Y se postraron delante de la puerta como para protegerla. Además. No llevaban consigo ningún regalo. Tal vez querían mendigar o quien sabe, robar!!! Todos habían oído hablar del oro, y se sabe que el oro atrae ladrones... ¡Cuidado!

Entonces se abrió la puerta y apareció San José afuera. - ¡Hola José!... Ten cuidado, aquí esta mala gente que quiere entrar. No les dejes penetrar en el pesebre de la Navidad!!... Eso no se puede imaginar!

-¡¡Callad!! Cada hombre puede presentarse delante del niño, sea pobre o rico, necesitado o magnífico, feo o hermoso, digno de confianza o de mala apariencia. El niño no pertenece a nadie en particular, ni siquiera a sus padres. Dejen entrar a estos viajeros... Entonces abrieron un camino estrecho. José les acogió y dejó la puerta abierta. Todos empujaban uno al otro para ver lo que habría de suceder. Unos se dijeron: pues, nosotros tampoco somos brillantes...

Los tres necesitados estaban inmóviles, callados delante del niño Dios. Y de verdad, nadie podía decir cuál de los cuatro era más pobre: el niño acostado en la paja del pesebre o los tres contemplándolo. El hambriento, el prisionero o el extraviado, todos vivían en la misma pobreza.

José Arjona Gil, pbro. [email protected] Delegación Diocesana de Catequesis

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Cuentos para la CatequesisLuego José se dirigió hacia un lugar donde había colocado los regalos ricos de los reyes magos. La gente afuera empezó a murmurar de indignación: ...No va a hacerlo! No tiene derecho! El oro, el perfume y el bálsamo pertenecen al niño!...

José no se dejó impresionar: le está ofreciendo el oro al hambriento desnudo, la mirra al prisionero herido, el incienso al tercero tan triste y tan desviado.

Dijo al primero: -Tú necesitas oro; cómprate vestidos decentes y comida. Yo soy carpintero, puedo sostener a mi familia con mi trabajo... Al segundo dijo: -No puedo romper tus cadenas, pero toma el bálsamo para aliviar tus heridas... Y al tercero le dijo: -Para ti, el incienso. Cuando suba el humo oloroso, estarás menos triste y desamparado. Ese incienso aliviará tu espíritu

entristecido...

La gente estaba furiosa. Todo lo regaló, lo gastó en esos mendigos. Despojó al niño. ¡¡ Es un escándalo!!

Pero el hambriento respondió: -Gracias por el oro. Pero mira. Si me voy a hacer compras con mis bolsillos llenos de oro, el comerciante creerá que soy un ladrón. Nunca he tenido riqueza. Quédate con el oro, te servirá.

El segundo dijo: -Hace mucho tiempo que mis miembros me duelen. Ahora me acostumbré. Aprendí a soportar el dolor. Pero cuando el niño se hiera, podrás curarlo con la mirra.

El tercero dijo: -Pertenezco al mundo de los pensamientos. He estudiado tantas filosofías y religiones. He pensado, buscado, preguntado, hablado. Ahora no sé dónde está Dios en medio de todo esto. ¿Qué puede para mí el humo del incienso?, Sería un pocito más de humo. Me perdí, no sé, no encuentro al Señor.

La gente y José estaban atónitos. Sólo el niño estaba tranquilo, con sus ojitos abiertos, mirando a todos, a sus padres, los mendigos y la gente.

Luego pasó una cosa extraña. El primero dejó su abrigo envejecido y remendado a los pies del recién nacido, el prisionero colocó sus cadenas, el desviado su mirada perdida, y dijeron a Jesús: -Tómalos. Acepta. Un día necesitarás un abrigo roto cuando estés desnudo. Un día necesitarás un bálsamo para curar tus heridas sangrientas. Necesitarás cadenas cuando te traigan deshonrado como un timador. Acuérdate de mí en ese día. Quita mi duda, mi terror, mi vergüenza, porque me encuentro alejado de Dios. No puedo llevarlo solo. Es demasiado pesado. Ayúdame. Grita conmigo nuestra común desesperación, que Dios lo oiga, que el mundo lo entienda, cuándo llegará la hora para ti?

José quiso proteger al niño, echar fuera los mendigos y sus malditos regalos. La gente gritaba. Pero no pudieron hacer nada. El abrigo, las cadenas, el terror estaban como pegados al niño Dios. Y Jesús estaba tranquilo y atento, con los ojos mirando a los pobres y sus regalos.

Se hizo un silencio largo, larguísimo. Por fin se levantaron; sacudieron sus miembros, como liberados de una carga.

Sabían entonces que en las manos de ese niño se puede colocar todo: la pobreza, los sufrimientos, la tristeza por estar lejos de Dios.

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Cuentos para la CatequesisLa mirada clara y firme esperanza, salieron del pesebre, consolados y fortalecidos en sus necesidades: la habían compartido con su Dios.

EL GENIO QUE SE HIZO MENDIGO

El genio tomó forma de mendigo y le dijo a un zapatero: "Hermano, hace tiempo que no como y me siento muy cansado, aunque no tengo ni una sola moneda quisiera pedirte que me arreglaras mis

sandalias para poder caminar". "¡Yo soy muy pobre y ya estoy cansado de todo el mundo que viene a pedir pero nadie quiere dar!", contestó el zapatero El genio le ofreció entonces lo que él quisiera. "¿Dinero inclusive?", preguntó el tendero El genio le respondió: "Yo puedo darte 10 millones, pero a cambio de tus piernas" "¿Para qué quiero yo 10 millones si no voy a poder caminar, bailar, moverme libremente?", dijo el zapatero. Entonces el genio replicó: "Está bien, te podría dar 100 millones, a cambio de tus brazos". El zapatero le contestó: "¿Para qué quiero yo 100 millones si no voy a poder comer solo, trabajar, jugar con mis hijos, etc.?

Entonces el genio le ofreció: "En ese caso, te puedo dar 1000 millones a cambio de tus ojos". El zapatero respondió asustado: "¿Para qué me sirven 1000 millones si no voy a poder ver el amanecer, ni a mi familia y mis amigos, ni todas las cosas que me rodean?". Entonces, el genio, le dijo: "Ah hermano mío, ya ves que fortuna tienes y no te das cuenta".

¿CUANDO ACABA LA NOCHE?

Un rabino reunió a sus alumnos y preguntó: -¿Cómo es que sabemos el momento exacto en que termina la noche y comienza el día? -Cuando, de lejos, somos capaces de diferenciar una oveja de un cachorro -dijo un niño. El rabino no quedó satisfecho con la respuesta. -La verdad -dijo otro alumno- sabemos que ya es de día cuando podemos distinguir, a la distancia, un olivo de una higuera.

-No es una buena definición. -¿Cuál es la respuesta, entonces? -preguntaron los pequeños. Y el rabino dijo: -Cuando un extraño se aproxima y nosotros lo confundimos con nuestro hermano. Ese es el momento cuando la noche acaba y comienza el día.

¿CON QUE OJOS MIRAMOS?

Dos hombres, ambos seriamente enfermos, ocupaban la misma habitación de un hospital. A uno de ellos se le permitía sentarse en su cama por una hora cada tarde para ayudar a drenar los fluidos de sus pulmones. Su cama estaba junto a la única ventana del cuarto. El otro hombre debía permanecer todo el tiempo en su cama tendido sobre su espalda. Los hombres hablaban por horas y horas. Hablaban acerca de sus esposas y familias, de sus hogares, sus trabajos, su servicio militar, de cuando ellos han estado de vacaciones.

Y cada tarde en la cama cercana a la ventana podía sentarse, se pasaba el tiempo describiéndole

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Cuentos para la Catequesisa su compañero de cuarto las cosas que él podía ver desde allí. El hombre en la otra cama, comenzaba a vivir, en esos pequeños espacios de una hora, como si su mundo se agrandara y reviviera por toda la actividad y el color del mundo exterior. Se divisaba desde la ventana un hermoso lago, cisnes, personas, nadando y niños jugando con sus pequeños barcos de papel. Jóvenes enamorados caminaban abrazados entre flores de todos los colores del arco iris. Grandes y viejos árboles adornaban el paisaje y una ligera de horizonte en la ciudad podía divisarse a la distancia.

Como el hombre de la ventana describía todo esto con exquisitez de detalle, el hombre de la otra cama podía cerrar sus ojos e imaginar tan pintorescas escenas. Una cálida tarde de verano, el hombre de la ventana le describió un desfile que pasaba por ahí. A pesar de que el otro hombre no podía escuchar a la banda, él podía ver todo en su mente, pues el caballero de la ventana representaba todo con palabras tan descriptivas.

Días y semanas pasaron. Un día, la enfermera de la mañana llegó a la habitación llevando agua para el baño de cada uno de ellos. Únicamente para descubrir el cuerpo sin vida del hombre de la ventana, el mismo que había muerto tranquilamente en la noche mientras dormía. Ella se entristeció mucho y llamó a los dependientes del hospital para sacar el cuerpo. Tan pronto como creyó conveniente, el otro hombre preguntó si podría ser trasladado cerca de la ventana. La enfermera estaba feliz de realizar el cambio. Luego de estar segura de que estaba confortable entristeció ella y lo dejo solo. Lenta y dolorosamente se incorporó apoyado en uno de sus codos para tener su primera visión del mundo exterior. Finalmente tendría la dicha de verlo por sí mismo.

Se estiró para mirar por ella. Lentamente giro su cabeza y miró por la ventana. Él vio una pared blanca. El hombre preguntó a la enfermera que pudo haber obligado a su compañero de cuarto a describir tantas cosas maravillosas a través de la ventana. La enfermera le contestó que ese hombre era ciego y que por ningún motivo él podía ver esa pared. Ella dijo, "Quizá el solamente quería darle ánimo.”

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Cuentos para la Catequesis

EL PLATO DE MADERA

El viejo se fue a vivir con su hijo, su nuera y su nieto de cuatro años. Ya las manos le temblaban, su vista se nublaba y sus pasos flaqueaban. La familia completa comía junta en la mesa, pero las manos temblorosas y la vista enferma del anciano hacían el alimentarse un asunto difícil. Los guisantes caían de su cuchara al suelo y cuando intentaba tomar el vaso, derramaba la leche sobre el mantel. hijo y su esposa se cansaron de la situación. "Tenemos que hacer algo con el abuelo", dijo el hijo. "Ya he tenido suficiente". "Derrama la leche hace ruido al comer y tira la comida al suelo".

Así fue como el matrimonio decidió poner una pequeña mesa en una esquina del comedor. Ahí, el abuelo comía solo mientras el resto de la familia disfrutaba la hora de comer. Como el abuelo había roto uno o dos platos su comida se la servían en un plato de madera.

De vez en cuando miraban hacia donde estaba el abuelo y podían ver una lágrima en sus ojos mientras estaba ahí sentado solo. Sin embargo, las únicas palabras que la pareja le dirigía, eran fríos llamados de atención cada vez que dejaba caer el tenedor o la comida.

El niño de cuatro años observaba todo en silencio. Una tarde antes de la cena, el papá observó que su hijo estaba jugando con trozos de madera en el suelo. Le pregunto dulcemente: "¿Que estás haciendo?"

Con la misma dulzura el niño le contestó: "Ah, estoy haciendo un tazón para ti y otro para mamá para que cuando yo crezca, ustedes coman en ellos." Sonrió y siguió con su tarea. Las palabras del pequeño golpearon a sus padres de tal forma que quedaron sin habla.

Las lágrimas rodaban por sus mejillas. Y, aunque ninguna palabra se dijo al respecto, ambos sabían lo que tenían que hacer.

Esa tarde el esposo tomo gentilmente la mano del abuelo y lo guió de vuelta a la mesa de la familia. Por el resto de sus días ocupo un lugar en la mesa con ellos. Y por alguna razón, ni el esposo ni la esposa parecían molestarse mas, cada vez que el tenedor se caía, la leche se derramaba o se ensuciaba el mantel.

Los niños son altamente perceptivos. Sus ojos observan, sus oídos siempre escuchan y sus mentes procesan los mensajes que absorben. Si ven una familia solidaria , ellos imitaran esa actitud por el resto de sus vidas.

EL COFRE

Erase una vez un anciano que había perdido a su esposa y vivía solo. Había trabajado duramente como sastre toda su vida, pero los infortunios lo habían dejado en bancarrota, y ahora era tan viejo que ya no podía trabajar.

Las manos le temblaban tanto que no podía enhebrar una aguja, y la visión se le había enturbiado demasiado para hacer una costura recta. Tenía tres hijos varones, pero los tres

José Arjona Gil, pbro. [email protected] Delegación Diocesana de Catequesis

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Cuentos para la Catequesishabían crecido y se habían casado, y estaban tan ocupados con su propia vida que sólo tenían tiempo para cenar con su padre una vez por semana.

El anciano estaba cada vez más débil, y los hijos lo visitaban cada vez menos. — No quieren estar conmigo ahora -se decía- porque tienen miedo de que yo me convierta en una carga.

Se pasó una noche en vela pensando qué sería de él y al fin trazó un plan.

A la mañana siguiente fue a ver a su amigo el carpintero y le pidió que le fabricara un cofre grande. Luego fue a ver a su amigo el cerrajero y le pidió que le diera un cerrojo viejo. Por último fue a ver a su amigo el vidriero y le pidió todos los fragmentos de vidrio roto que tuviera.

El anciano se llevó el cofre a casa, lo llenó hasta el tope de vidrios rotos, le echó llave y lo puso bajo la mesa de la cocina. Cuando sus hijos fueron a cenar, lo tocaron con los pies. ¿Qué hay en ese cofre? preguntaron, mirando bajo la mesa. Oh, nada -respondió el anciano-, sólo algunas cosillas que he ahorrado.

Sus hijos lo empujaron y vieron que era muy pesado. Lo patearon y oyeron un tintineo. — Debe estar lleno con el oro que ahorró a lo largo de los años -susurraron.

Deliberaron y comprendieron que debían custodiar el tesoro. Decidieron turnarse para vivir con el viejo, y así podrían cuidar también de él. La primera semana el hijo menor se mudó a la casa del padre, y lo cuidó y le cocinó. A la semana siguiente lo reemplazó el segundo hijo, y la semana siguiente acudió el mayor. Así siguieron por un tiempo.

Al fin el anciano padre enfermó y falleció. Los hijos le hicieron un bonito funeral, pues sabían que una fortuna los aguardaba bajo la mesa de la cocina, y podían costearse un gasto grande con el viejo. Cuando terminó la ceremonia, buscaron en toda la casa hasta encontrar la llave, y abrieron el cofre. Por cierto, lo encontraron lleno de vidrios rotos.

— ¿Qué triquiñuela infame! -exclamó el hijo mayor-. ¡Qué crueldad hacia sus hijos! — Pero, ¿qué podía hacer? -preguntó tristemente el segundo hijo-. Seamos francos. De no haber sido por el cofre, lo habríamos descuidado hasta el final de sus días.

Estoy avergonzado de mí mismo -sollozó el hijo menor-. Obligamos a nuestro padre a rebajarse al engaño, porque no observamos el mandamiento que él nos enseñó cuando éramos pequeños.

Pero el hijo mayor volcó el cofre para asegurarse de que no hubiera ningún objeto valioso oculto entre los vidrios. Desparramó los vidrios en el suelo hasta vaciar el cofre.

Los tres hermanos miraron silenciosamente dentro, donde leyeron una inscripción que el padre les había dejado en el fondo: “Honrarás a tu padre y a tu madre”.

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UN EQUIPO EN LA SELVA

Había una vez un león que era el Rey de la selva. Era un Rey justo que siempre buscaba el bien de su pueblo. Un día se le ocurrió una brillante idea. Formar un equipo de fútbol para jugar con los países vecinos y pasarlo bien. Así que rápidamente fue por la selva para elegir a sus jugadores.

Pasó por una pradera y vio a una jirafa. Pensó que jugaría muy bien de cabeza y la fichó para el equipo. Luego vio a un oso enorme que haría muy bien de portero y también 1o fichó. Vio una gacela y un leopardo corriendo veloces como un rayo y pensó que serían los mejores delanteros para el equipo y los eligió. Y así fue escogiendo a sus jugadores según veía sus cualidades. A los monos y al tigre para ocupar el centro del campo. Un elefante y un rinoceronte para la defensa. Una liebre para hacer los regates. Al final, después de mucho buscar, consiguió completar un equipo con once jugadores.

Pero el primer día de entrenamiento fue un desastre. El leopardo quería comerse la gacela. El oso quería atrapar a los monos. El elefante y el rinoceronte no paraban de pelearse. La liebre huía a toda prisa del tigre. Aquello no podía seguir así. El Rey, que era el entrenador, pitó muy fuerte su silbato y les hizo parar. Se había dado cuenta de que no se querrán entre ellos por ser diferentes unos de otros.

Así que, antes de enseñarles a jugar al fútbol, les enseñó a convivir juntos en paz para respetarse y aceptarse tal como eran. Si no, el equipo no funcionaría. Después de muchos días de entrenarse sólo en esto, llegaron a ser grandes amigos.

Entonces es cuando empezaron a jugar a fútbol. Y se lo pasaron tan bien aprendiendo este deporte, que llegaron a ser uno de los mejores equipos. Todo el mundo, al verles jugar, se admiraban de lo bien que lo hacían. Y cuando les preguntaban por qué jugaban tan bien, ellos contestaban:

-Porque somos buenos amigos y cada uno aporta al equipo lo mejor que sabe hacer.

PROPUESTAS DE TRABAJO

1. ¿Por qué el rey león elige a sus jugadores con cualidades diferentes? ¿No sería mejor que todos fueran iguales para que el equipo fuera perfecto?

2. ¿Por qué el primer día de entrenamiento fue un desastre?3. ¿Cómo crees que el entrenador les enseñó a convivir juntos y en paz? Imagínate y di cómo

pudo ser el entrenamiento que les hizo hacer el rey león para que, al final, acabaran siendo grandes amigos.

4. ¿Dónde estaba su secreto para jugar tan bien?1. 5.¿Crees que esto se podría aplicar a tu grupo? ¿De qué manera?2. ¿Qué podrías aportar al grupo para que cada vez estuviera más unido?3. ¿Cómo te gustaría que fuera el grupo donde estás? ¿Cómo lograrlo?

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UN MISTERIOSO HUNDIMIENTO

Una mañana ocurrió algo en un pueblo que a todos dejó perplejos. Cuando salieron a la calle, se dieron cuenta de que sus casas se habían hundido en el suelo unos cuantos centímetros. Y lo peor era que cada nuevo día que amanecía, las casas se iban hundiendo un poco más. Vinieron arquitectos e ingenieros de todas partes para estudiar aquel fenómeno. Revisaron los cimientos de las casas y comprobaron la solidez del suelo, pero todo parecía correcto.

Sólo había una cosa que no podían entender. Existía una casa que no se había hundido ni un milímetro. Y sin embargo estaba sobre el mismo suelo que las demás y estaba construida con los mismos materiales. Pertenecía a una sencilla familia que vivía sin grandes lujos.

Aquello era todo un misterio. Y mientras, las demás casas seguían hundiéndose cada vez más en la tierra. La gente ya tenía que entrar y salir de sus casas por las ventanas. Cada vez estaban más irritados y molestos por aquella situación tan extraña. Y como ningún experto les daba ninguna solución, fueron a la casa que no se había hundido para hablar con su dueño. Querían preguntarle qué era lo que había hecho de especial para que su casa estuviera intacta. Y éste, rascándose la cabeza, les dijo lo siguiente:

- La verdad amigos es que tampoco lo tengo muy claro. Lo único que he hecho de especial ha sido no llenar mi casa de cosas innecesarias. Nosotros somos felices teniendo lo necesario para vivir. Quizá vosotros hayáis acumulado demasiadas cosas en vuestros hogares haciéndolos muy pesados.

Y ésta era la verdadera razón de 1o que pasaba. Los habitantes de pueblo sólo estaban preocupados por tener más y más cosas para ser felices. Y como nunca conseguían serlo, se pasaban la vida comprando sin parar.

Cuando descubrieron esto, algunos decidieron desprenderse de todo lo que habían acumulado, y sus casas volvieron a estar al nivel del suelo. Sin embargo, la gran mayoría no quiso desprenderse de todo lo que tenían. Y sus casas se hundieron tanto, que tuvieron que hacer túnel para entrar en ellas porque estaban bajo tierra.

PROPUESTAS DE TRABAJO

1. ¿Cuál era el problema que tenían las casa del pueblo?2. ¿Por qué se hundieron todas menos una?3. ¿Cómo solucionaron el problema algunos habitantes del pueblo? ¿Por qué crees que la

mayoría no quiso solucionar su problema?4. ¿Crees que por tener más cosas o por poder comprarse lo que uno quiera las personas son

más felices? ¿Según tu opinión, de qué depende la felicidad y alegría de una persona?5. ¿Sabrías explicarle a alguien lo que significa vivir con sencillez? ¿Conoces a personas que

viven sencillamente?6. ¿Qué haces o tendrías que hacer para vivir sencillamente?

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Cuentos para la CatequesisUNA EXTRAÑA LUZ

Había una vez, en medio de un gran bosque, un pequeño pueblo donde ocurrió algo que a todos dejó intrigados. Una noche de niebla en que no se veía ni el suelo que se pisaba, llegó un caminante diciendo que una extraña luz había ido por delante de é1 marcándole el camino para no perderse.

Otra noche volvió a suceder lo mismo. Un joven se había perdido buscando leña en el bosque y no encontraba el camino de vuelta. De repente, vio una pequeña luz que se movía delante de él. La siguió y, gracias a ella, pudo volver al pueblo. La gente no sabía qué pensar de todo esto. Unos decían que todo aquello era un cuento. Otros decían que era cosa de duendes. Y algunos fueron a registrar el bosque pero no encontraron nada. Pero fuera lo que fuera, no había duda de que aquella extraña luz no era peligrosa.

Un frío día de invierno cayó de improviso una tormenta de nieve tan grande que dejó incomunicado al pueblo. Un niño que era pastor quedó atrapado en la montaña. Por más esfuerzos que hicieron por ir a buscarle, fue imposible. La nieve era tan blanda, y había caído tanta, que no se podía caminar ni un paso sin hundirse hasta la cintura. Cayó la noche y todos temieron que el niño muriera de frío.

A la mañana siguiente, cuando la nieve estaba más firme, todo el pueblo fue en su busca. Después de mucho buscar, lo encontraron acurrucado y dormido en el hueco de un árbol. Era un milagro que no hubiera muerto congelado. Cuando el niño despertó, les contó una increíble historia.

Les dijo que una misteriosa luz le había guiado hasta el hueco del árbol para que se refugiara en su interior. Y allí descubrió que aquella luz no era más que una pequeña luciérnaga. Ella se quedó con él toda la noche dándole con su luz un calor tan agradable, que quedó dormido. Todos quedaron asombrados ante esto. Entonces buscaron a la luciérnaga en el hueco del árbol, pero por desgracia la encontraron muerta en un rincón. Había consumido toda su prodigiosa energía por salvar al niño.

Cogieron a la pequeña luciérnaga y la llevaron a la plaza del pueblo, donde le hicieron un monumento. Y hoy en día, los que visitan el pueblo, pueden encontrar allí una luz siempre brillante y una placa en la que se puede leer. «A una luciérnaga que utilizó su luz para hacer el bien entre nosotros».

PROPUESTAS DE TRABAJO

1. ¿Qué es lo que dejó intrigados a los del pueblo?2. ¿Qué problema provocó la tormenta de nieve?3. ¿Dónde encontraron al niño? ¿Cómo logró salvarse?4. ¿Qué hicieron los del pueblo para honrar a la luciérnaga? ¿Por qué crees que la luciérnaga

se comportó de esa manera en su vida?5. ¿Podrías decir alguna de las cosas que otras personas hayan hecho por ti para ayudarte?

¿Por qué lo hicieron? ¿Cómo te sentiste?6. ¿A qué personas de la historia conoces que hayan pasado por la vida haciendo el bien a los

demás? ¿Qué sabes de ellas?7. ¿Qué quiere decir la expresión: «ponerse en el lugar del otro»? ¿Qué tiene que ver eso

para hacer el bien?8. ¿Qué crees que es lo que impulsa a una persona a hacerle el bien a otra, sea conocida o

no? ¿Por qué crees que algunas personas deciden hacer el mal a otras?

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EL MILAGRO DE TIKAI

Había una vez un pueblo llamado Tikai donde todos sus habitantes eran muy pobres pero vivían felices. Una noche llovió tanto que la corriente del río creció y se llevó por delante una casa del pueblo. La familia que allí vivía pudo salvarse pero se quedó en la calle y sin nada. El agua se lo había llevado todo. Al día siguiente todos se lamentaban de lo sucedido. Rápidamente hubo una persona que los acogió en su casa hasta que encontraran un nuevo sitio donde vivir Aunque lo tenían difícil.

Todos estaban muy apenados. Aquella noche uno de los vecinos no podía dormir pensando cómo podría ayudarles. Pero era tan pobre que no sabía cómo. Hasta que se le ocurrió una idea. Se levantó rápidamente de la cama, se vistió como pudo y arrancó cuatro ladrillos de su casa. Los puso en una bolsa, y aprovechando la oscuridad de la noche para no ser visto, fue a dejarlos enfrente de la casa donde estaba acogida aquella familia.

A la mañana siguiente, cuando salió el sol, sólo se oía una palabra en las calles de Tikai: «¡Milagro!». Una y otra vez no dejaba de repetirse en boca de todos. Y es que, enfrente de la casa donde estaba la familia acogida, aparecieron montones de ladrillos, de vigas, de tejas, de baldosas, de azulejos, de puertas y ventanas, y no sólo eso, también había camas, mesas, sillas, armarios. O sea, todo lo necesario para hacer una nueva casa.

Nadie se explicaba lo que veían sus ojos. Pero lo cierto era que bastaba echar una mirada a todo el pueblo para darse cuenta de lo que había ocurrido. En todas las casas faltaba algo. Aquella noche se les había ocurrido a todos la misma idea: compartir algo de su casa con aquella familia. Y para sorpresa de todos, habían conseguido solucionar el problema. Ahora, con gran fiesta, se pusieron manos a la obra y construyeron la casa en lugar seguro.

El pueblo de Tikai había hecho realidad el mayor de los milagros, el de la Solidaridad.

PROPUESTAS DE TRABAJO

1. ¿Qué problema tuvo una de las familias de Tikai?2. ¿Qué se le ocurrió a uno de los vecinos del pueblo para ayudar a esa familia?3. ¿Por qué gritaban todos la palabra «milagro» cuando se hizo de día?4. ¿Cómo pudo hacerse realidad el milagro de Tikai? ¿Por qué crees que actuaron así?5. ¿Qué problemas del mundo se solucionarían rápidamente si todos nos comportáramos

como los habitantes de Tikai?6. ¿Cuáles son los principales enemigos de la solidaridad?7. ¿Sois solidarios entre vosotros? ¿Cuándo?

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LA ORDEN DEL REYUn rey ordenó que fueran expulsados de su reino todos los mendigos y extranjeros. No

soportaba verlos en sus calles. Desde ese día, todos sus súbditos deberían llevar marcado en el brazo un número para ser reconocidos como ciudadanos del reino. La orden se cumplió estrictamente y en unas semanas ya no quedaban extranjeros ni mendigos.

Un día el rey salió a dar un paseo a caballo por el campo. Pero una gran tormenta lo sorprendió y su caballo se espantó con un trueno. Comenzó a correr sin control y el rey no pudo hacer nada para detenerlo. Llovía con fuerza y el caballo seguía corriendo sin parar, hasta que llegados a un seto, el caballo 1o saltó y el rey cayó en un charco lleno de barro quedando inconsciente.

Pasó la tormenta y salió el sol. El rey seguía tumbado en el suelo sin recobrar el conocimiento. Dio la casualidad de que unos guardianes suyos pasaban por allí de patrulla, y al verle tirado en el suelo, fueron a ver qué le pasaba. Estaba sucio y manchado de barro. Intentaron despertarle pero no pudieron.

Para los guardianes no había duda, era un mendigo fugitivo que estaba borracho como una cuba. Sabían reconocerlos a simple vista. Y encima era extranjero porque no llevaba ninguna marca en el brazo. Así que se lo llevaron a rastras hasta la frontera del reino y 1o tiraron allí fuera.

Cuando el rey despertó no sabía dónde estaba. Pero pronto se dio cuente de que estaba fuera de su reino. Fue indignado a la frontera para entra y pedir explicaciones de lo ocurrido. Pero los guardianes, al verle ven tan sucio, le echaron a patadas. Él decía una y otra vez que era el rey que aquello era intolerable. Sin embargo los guardianes no le hicieron caso, y haciéndole burla le dijeron:

-Encima de mendigo extranjero estás loco. Nuestro rey no quiere gente como vosotros y lanzándole varias piedras le gritaron- ¡Largo de aquí!-

Y el rey comenzó a llorar amargamente. Había caído en su propia trampa. Ahora, allá donde fuera, siempre sería un mendigo y un extranjero

PROPUESTAS DE TRABAJO

1. ¿Cuál fue la orden del rey y por qué motivo la dio?2. ¿Qué le ocurrió al rey cuando salió a pasear a caballo?3. ¿Por qué los guardias de la patrulla trataron al rey de esa manera? 4. ¿Qué hizo el rey al

verse fuera de su reino? ¿Por qué terminó llorando?4. ¿Sabrías explicar lo que son los prejuicios? ¿Podrías poner varios ejemplos prácticos?5. ¿Sueles juzgar a las personas por su apariencia externa antes de conocerlas de verdad?6. Explica esta frase: «en la variedad está la riqueza», y luego aplícala al tema que estamos

tratando.

ZAPATOS EN ACCIÓNUna noche, mientras todas las personas dormían, los zapatos del mundo entero se reunieron

urgentemente. Aquello no podía seguir así. Los zapatos de los pobres cada vez eran más pobres y los zapatos de los ricos eran cada vez más ricos. Había que hacer algo ya que el mundo de los hombres no hacía nada por cambiarlo.

Los zapatos se pasaron toda la noche buscando una solución. Y después de mucho debatir, los zapatos de los ricos decidieron 1o siguiente:

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Cuentos para la Catequesis-No daremos ni un paso más hacia la injusticia. A partir de ahora estaremos siempre al lado de

los pobres.

Y así lo hicieron. A la mañana siguiente, cuando las personas ricas se pusieron sus zapatos para ir a sus bancos y negocios, no podían creer lo que les estaba pasando. Por más esfuerzos que hacían, no iban donde querían. Creían estar soñando, pero estaban bien despiertos. Sus zapa-tos se movían solos y caminaban sin ellos quererlo.

Los zapatos de los ricos les llevaron hasta donde estaban los pobres y se quedaron a su lado. Aquello era una locura. Intentaron quitarse los malditos zapatos, pero no podían. Probaron con tirarse al suelo y marcharse a rastras, pero los zapatos les hacían ponerse de pie enseguida.

No sabían lo que les estaba pasando pero lo cierto era que ahora estaban viviendo en las casas de los pobres. Y si querían comer tenían que pedírselo a ellos. Pero como los pobres tenían tan poco, los ricos comenzaron a pasar la misma hambre y la misma necesidad que pasaban ellos.

Sólo cuando decidieron caminar hacia la justicia, sus zapatos les dejaron marchar donde quisieron. Y al seguir este camino, repartieron sus riquezas y privilegios para que el mundo fuera más justo. Y desde entonces dejaron de haber ricos y pobres. Todos llevaban los mismos zapatos.

PROPUESTAS DE TRABAJO

1. ¿Por qué se reunieron los zapatos del mundo entero? 2. ¿Qué es lo que decidieron?2. ¿Qué ocurrió al día siguiente de haber tomado esa decisión?3. ¿Cuándo los ricos pudieron caminar con libertad?4. ¿Por qué crees que el afán de riquezas provoca tantas injusticias?5. ¿Por qué crees que los países ricos se gastan fortunas en hacer armas o en ir al espacio, y

no se preocupan por solucionar la pobreza y el hambre que hay en el mundo?6. A finales del 2000 había en el mundo 358 personas que tenían cada una más de mil

millones de dólares. Ellas juntas tenían más dinero que 2500 millones de seres humanos que viven en la pobreza. ¿Qué les dirías a estas 358 personas?

7. ¿Qué tendría que cambiar en el corazón de las personas para que este mundo fuera más humano y justo?

8. ¿Cómo puedes contribuir tú, allí donde vives, para que este mundo sea más humano y justo?

CUENTO ANIMADOOs dividiréis en dos grupos y cada grupo tendrá que representar el cuento mediante sombras

chinescas. Esto consiste en colocar una sábana colgada de un hilo para que haga de pantalla y, a 2 ó 3 metros de ella, poner en el suelo un flexo o lámpara que la enfoque.

Sentados en el suelo a lo largo de la sábana, y teniendo a las espaldas la luz, se pondrá cada grupo para hacer su representación. El público estará al otro lado de la pantalla viendo las sombras que hagan.

Para poder hacer estas sombras, cada grupo recortará en cartulina siluetas de zapatos de todas las formas y también siluetas de personas. Para distinguir las personas ricas de las pobres se les podrá poner los ricos un sombrero.

También se harán varillas de unos 30 ó 40 centímetros de largo, a base de plegar bien tiras de cartulina. En el extremo de estas varillas pegará con celo las siluetas que se hayan recortado antes.

Cada grupo decidirá cuántos zapatos y personas hace. También podrá hacer otras siluetas que se le ocurran al leer el cuento. Para hacer la representación se pondrá música de fondo mientras

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Cuentos para la Catequesisun compañero del grupo va haciendo de narrador del cuento. Lo leerá sin prisas. Todo lo que él vaya diciendo deberá ir representándose por medio de las sombras chinescas. Podrá haber también momentos de silencio en los que el narrador no diga nada pero las sombras estén actuando.

También los que manejan las siluetas podrán hacer diálogos, por ello él grupo deberá hacerse un guión de todo lo que va a hacer y decir. Podrá modificar el cuento y añadir los diálogos que crea convenientes hacer más viva la representación.

Para que las sombras salgan bien, las siluetas deberán estar tocando las sábanas o estar muy cerca de ella. Después de ensayarlo, comenzará la representación del cuento.

EL ÁRBOL SOLITARIOHabía una vez un árbol muy grande que vivía solitario en medio de una pradera. Tenía muy mal

genio y no se llevaba bien con casi nadie. Le gustaba estar siempre muy elegante y distinguido. Un día llegó un pájaro carpintero para hacer un hueco en su tronco y poner su nido. El árbol, al ver que estaban haciéndole un horrible agujero, se puso furioso y le dijo que se marchara inmediatamente. El pobre pájaro le pidió perdón y se marchó. Pero el árbol era muy rencoroso y nunca perdonaba a nadie.

Más tarde llegó una bandada de gorriones que se posó en sus ramas para descansar. Entonces, el árbol, al ver que estaban despeinándole aquellos pajarracos, se puso hecho una fiera y comenzó a mover sus ramas para que se fueran de allí. Los gorriones le pidieron perdón por haberle molestado y se fueron volando.

Poco después llegó un alegre grupo de abejas para recolectar el néctar de las flores del árbol. Y éste, al verlas corretear por dentro de sus flores quedó horrorizado. No soportaba ver aquellos bichos. Así que las obligo a irse de allí. Ellas le pidieron perdón, pero él ni les contestó. No había duda de que el árbol estaba teniendo un mal día.

Sin embargo lo peor aún quedaba por venir. A1 mediodía vio que dos leñadores se acercaban a él llevando sus grandes hachas al hombro. El árbol quedó espantado. No tenía escapatoria. Había llegado su hora. Comenzó a llorar como un niño y a suplicar perdón a los leñadores. Su gritos de clemencia se escucharon por toda la pradera.

Y cuando los leñadores ya estaban apunto para darle el primer hacha de repente, un grupo de abejas les envolvió amenazando con picarles Ellos tiraron sus hachas al suelo y salieron corriendo a refugiarse en su tienda de campaña. Entonces un pájaro carpintero, con su afilado pico, rompió los mangos de las hachas. Y una enorme bandada de gorriones se lanzó sobre la tienda de los leñadores y se la llevaron volando por aires.

A los leñadores se les quitaron las ganas de cortar árboles y nunca volvieron por allí El árbol se había salvado. Pero quedó muy avergonzado al ver que le habían ayudado los que él había tratado tan mal. Por primera vez en su vida les pidió perdón por todo, y desde aquel momento, se convirtió en la casa y refugio de todos los animales de la pradera.

PROPUESTAS DE TRABAJO

1. ¿Por qué crees que el árbol no perdonaba nunca a nadie?2. ¿Quiénes son los personajes a los que el árbol no perdona al principio del cuento? ¿Qué

hacían estos personajes cuando se daban cuenta que habían molestado al árbol?3. ¿Por qué crees que los animales deciden defender al árbol de los leñadores? ¿Tú que

hubieras hecho en su lugar?4. ¿Cómo reacciona el árbol ante esta ayuda inesperada? ¿De qué manera le cambia la vida

al árbol?5. ¿Qué quiere decir esta expresión: «Ojo por ojo y diente por diente»? ¿Estás de acuerdo con

ella? ¿Por qué?

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Adalina, el hada sin alas

Adalina no era un hada normal. Nadie sabía por qué, pero no tenía alas. Y eso que era la princesa, hija de la Gran Reina de las Hadas. Como era tan pequeña como una flor, todo eran problemas y dificultades. No sólo no podía volar, sino que apenas tenía poderes mágicos, pues la magia de las hadas se esconde en sus delicadas alas de cristal. Así que desde muy pequeña dependió de la ayuda de los demás para muchísimas cosas. Adalina creció dando las gracias, sonriendo y haciendo amigos, de forma que todos los animalillos del bosque estaban encantados de ayudarla.

Pero cuando cumplió la edad en que debía convertirse en reina, muchas hadas dudaron que pudiera ser una buena reina con tal discapacidad. Tanto protestaron y discutieron, que Adalina tuvo que aceptar someterse a una prueba en la que tendría que demostrar a todos las maravillas que podía hacer.

La pequeña hada se entristeció muchísimo. ¿Qué podría hacer, si apenas era mágica y ni siquiera podía llegar muy lejos con sus cortas piernitas? Pero mientras Adalina trataba de imaginar algo que pudiera sorprender al resto de las hadas, sentada sobre una piedra junto al río, la noticia se extendió entre sus amigos los animales del bosque. Y al poco, cientos de animalillos estaban junto a ella, dispuestos a ayudarla en lo que necesitara.

- Muchas gracias, amiguitos. Me siento mucho mejor con todos vosotros a mi lado- dijo con la más dulce de sus sonrisas- pero no sé si podréis ayudarme.- ¡Claro que sí! - respondió la ardilla- Dinos, ¿qué harías para sorprender a esas hadas tontorronas?- Ufff.... si pudiera, me encantaría atrapar el primer rayo de sol, antes de que tocara la tierra, y guardarlo en una gota de rocío, para que cuando hiciera falta, sirviera de linterna a todos los habitantes del bosque. O... también me encantaría pintar en el cielo un arco iris durante la noche, bajo la pálida luz de la luna, para que los seres nocturnos pudieran contemplar su belleza... Pero como no tengo magia ni alas donde guardarla...- ¡Pues la tendrás guardada en otro sitio! ¡Mira! -gritó ilusionada una vieja tortuga que volaba por los aires dejando un rastro de color verde a su paso.

Era verdad. Al hablar Adalina de sus deseos más profundos, una ola de magia había invadido a sus amiguitos, que salieron volando por los aires para crear el mágico arco iris, y para atrapar no uno, sino cientos de rayos de sol en finas gotas de agua que llenaron el cielo de diminutas y brillantes lamparitas. Durante todo el día y la noche pudieron verse en el cielo ardillas, ratones, ranas, pájaros y pececillos, llenándolo todo de luz y color, en un espectáculo jamás visto que hizo las delicias de todos los habitantes del bosque.

Adalina fue aclamada como Reina de las Hadas, a pesar de que ni siquiera ella sabía aún de dónde había surgido una magia tan poderosa. Y no fue hasta algún tiempo después que la joven reina comprendió que ella misma era la primera de las Grandes Hadas, aquellas cuya magia no estaba guardada en sí mismas, sino entre todos sus verdaderos amigos.

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ELÁGUILA REAL

Un hombre se encontró un huevo de águila. Se lo llevó y lo colocó en el nido de una gallina de corral. El aguilucho fue incubado y creció en la nidada de pollos. Durante toda su vida, el águila hizo lo mismo que hacían  los pollos, pensando que era un pollo. Escarbaba la tierra en busca de gusanos e insectos, piando y cacareando. Incluso sacudía las alas y volaba unos metros por el aire, al igual que los pollos. Después de todo, ¿no es así como vuelan los pollos?

Pasaron los años y el águila se hizo vieja. Un día divisó  por encima de ella, en el cielo, una magnífica ave que flotaba elegante y majestuosamente por entre las corrientes de aire, moviendo apenas sus poderosas alas doradas.La vieja águila miraba asombrada hacia arriba ¿Qué será eso?, preguntó a una gallina que estaba junto a ella. Es el águila, el rey de las aves, respondió la gallina. Pero no pienses en ello. Tú y yo somos diferentes de élla. De manera que el águila no volvió a pensar en ello. Y murió creyendo que era una gallina de corral.

José Arjona Gil, pbro. [email protected] Delegación Diocesana de Catequesis