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DON CARLOS, EL ELECTRICISTA Eligio Palacio Roldán Una lesión en la columna vertebral, le había partido su vida en dos. Bueno, en tres, pues una nueva desgracia marcaría de nuevo su existencia, unos años después. Un trueno seco y sonoro rompió la modorra del medio día, de aquel domingo, 13 de septiembre de 1981. Un caballo corrió velozmente, mientras relinchaba, buscando un refugio; lo propio hicieron las vacas y, otro tanto, las aves. Los hombres dijeron una mala palabra y las mujeres se persignaron; algunas dijeron que “la tempestad sin lluvia, generalmente trae tragedias mayores”. Don Carlos recuerda que no había amenaza de lluvia; tan solo una nube oscura se divisaba a alguna distancia, el viento no alcanzaba a mover sus ropas en las alturas. El era el electricista del municipio y ese día se encontraba en la finca del Personero Municipal colocando una farola, que iluminaría el paso de la casa a las porquerizas. En ese momento descopaba un pino, con un machete, hasta donde llegaría la energía. No llevaba protección porque no se advertía peligro, no estaba en contacto con la

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DON CARLOS, EL ELECTRICISTAEligio Palacio RoldánUna lesión en la columna vertebral, le había partido su vida en dos. Bueno, en tres, pues una nueva desgracia marcaría de nuevo su existencia, unos años después.

Un trueno seco y sonoro rompió la modorra del medio día, de aquel domingo, 13 de

septiembre de 1981. Un caballo corrió velozmente, mientras relinchaba, buscando un

refugio; lo propio hicieron las vacas y, otro tanto, las aves. Los hombres dijeron una mala

palabra y las mujeres se persignaron; algunas dijeron que “la tempestad sin lluvia,

generalmente trae tragedias mayores”.

Don Carlos recuerda que no había amenaza de lluvia; tan solo una nube oscura se

divisaba a alguna distancia, el viento no alcanzaba a mover sus ropas en las alturas. El

era el electricista del municipio y ese día se encontraba en la finca del Personero

Municipal colocando una farola, que iluminaría el paso de la casa a las porquerizas. En

ese momento descopaba un pino, con un machete, hasta donde llegaría la energía. No

llevaba protección porque no se advertía peligro, no estaba en contacto con la

electricidad. Una chispa del rayo se deslizó por el machete y el cimbronazo lo tiro al piso,

desde unos cinco metros de altura.

La pasión de don Carlos por la electricidad comenzó, cuando apenas tenía unos siete

años de edad, en los primeros años de la década del cincuenta, del siglo pasado, en la

vereda Yarumalito de Yarumal, norte antioqueño. En la finca donde vivía, aprovechando

una cascada, junto a la casa, se instaló un pequeño sistema eléctrico. Y, desde entonces,

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se incubó en el niño un deseo por la electricidad, fruto del deslumbramiento infantil por la

luz eléctrica, que pasaría por la inquietud por conocer todo lo relacionado con la

conducción de energía y luego se constituiría en un pilar fundamental en su vida de joven

y adulto: un medio de rehabilitación y subsistencia.

En el pequeño Centro de Salud del pueblo, don Carlos, despertó varias horas más tarde.

No sentía sus piernas. No las sintió nunca más. Una lesión en la columna vertebral, le

había partido su vida en dos. Bueno, en tres, pues otra desgracia marcaría de nuevo su

existencia, unos años después.

En la Clínica Medellín, del centro de la ciudad, transcurridos varios días, le dieron el

diagnóstico: “Lesión a nivel torácico 10, se perdió el líquido medular. Parapléjico”. Luego,

un largo tratamiento con inserción de Barras de Harrington y terapia intensiva.

Días, semanas, meses de mucho dolor y lágrimas. Agitados pensamientos, que le robaron

el sueño: pensaba en Alicia, su esposa, y sus cuatro pequeños hijos. Luego una

“autorización” del médico: “¿Usted que sabe hacer con las manos? Es hora de que

trabaje”, le dijo. Don Carlos comenzó otra nueva historia, aferrado a su deseo y, a través

de un pequeño taller, continuó siendo el electricista del “pueblo”.

La desgracia llegaría nuevamente a la vida de Don Carlos, El Electricista. El 24 de junio

de 1997, a eso de las 7:30 de la noche se escucharon unos disparos, que estremecieron

todo el casco urbano de Entrerríos. El hombre sintió un dolor en su alma, sobre el cual no

encuentra palabras que lo describan. Respiró profundo. Se persignó y supo que su hijo

mayor, Jhon Carlos, había sido asesinado por los recién traídos paramilitares, que

estaban en la tarea de atemorizar el pueblo, con unas de sus aterradoras “limpiezas”.

Jhon Carlos había comenzado a consumir marihuana en la primera adolescencia.

“Nuca pudo con la tragedia de su padre”. Dijeron algunos

Después vinieron drogas más fuertes y alguna vez un deseo de rehabilitación. Don Carlos

se movió, desde su silla de ruedas, para buscar ayuda. “Hasta donde el gobernador de

Antioquia llegué”, recuerda. Y Jhon Carlos fue internado algunos meses en un centro de

rehabilitación. Luego regresó al pueblo.

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Alguna vez, Jhon Carlos, dijo: “El sicólogo me dijo que yo sería drogadicto toda la vida y

que había que buscar alternativas para afrontar esa dependencia. Si yo voy a ser

drogadicto toda la vida, pues no me voy a sacrificar, por algo que no tiene solución.”

Don Carlos fue advertido: Su hijo debía abandonar el pueblo. El no quiso irse. No

consideraba justo tenerse que marchar de su terruño. Allí murió, asesinado..

Hoy don Carlos, El Electricista, continúa con su pequeño taller. Lo acompaña, Alicia, su

esposa, su ángel guardián; sus tres hijas y sus siete nietos, cuyo solo recuerdo hace que

se ilumine su rostro y aparezca en sus labios una dulce sonrisa.