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REMINISCENCIAS XXXI La palabra del gelll'l'aJ Santallder.-Profesorado en clases p&r- ticularcs.--El congreso niega ulla pensión al doctor Orth: Naglo.~-Seryjcios de éste a la patria e injusticia de la nega- tim.-Presidencia del doctor José Ignacio de Márquez.-En la secretaría de guerra.-El geniecillo del general José Hil&riJ López.-Su viaje a Roma y su presidencia. NO fui de los primeros que) pasadas las fiestas, abandonaron a Guayatá. Volví alegremente a Ma- ehetá, donde me detuvieron unos pocos días, y de allí regresé a Bogotá. El general Santander no había tenido tiempo aún para decretar el escrito que contenía mi dimi- sión. Al fin resolvió: Admítese la ren1lncia y nómbrese para reem- plazarlo a N. N. . . Por favorecerlo, quebrantaba Santander su pa- labra de honor, solemnemente empeñada. El hecho fue que perdí mi colocación en la se- cretaría del interior y no conseguí el destino de juez letrado, porque el sujeto que lo desempeñaba no renunció, y creo que ni pensaba en renunciar. Entre tanto era preciso vivir, y me consagré a dar lecciones en algunas casas particulares. 1ris discípulos de aquel tiempo fueron Miss Ma- riana Turner, niña hermosísima, de doce años de edad, hija del ministro plenipotenciario de su ma- . jestad británica; una señorita París, y los hijos de don Ignacio Morales. Dando aquellas lecciones, ganaba lo mismo que en la secretaría, y disfrutaba de más libertad.

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REMINISCENCIAS

XXXI

La palabra del gelll'l'aJ Santallder.-Profesorado en clases p&r-ticularcs.--El congreso niega ulla pensión al doctor Orth:Naglo.~-Seryjcios de éste a la patria e injusticia de la nega-tim.-Presidencia del doctor José Ignacio de Márquez.-Enla secretaría de guerra.-El geniecillo del general José Hil&riJLópez.-Su viaje a Roma y su presidencia.

NO fui de los primeros que) pasadas las fiestas,abandonaron a Guayatá. Volví alegremente a Ma-ehetá, donde me detuvieron unos pocos días, y deallí regresé a Bogotá.

El general Santander no había tenido tiempoaún para decretar el escrito que contenía mi dimi-sión. Al fin resolvió:

Admítese la ren1lncia y nómbrese para reem-plazarlo a N. N. . .

Por favorecerlo, quebrantaba Santander su pa-labra de honor, solemnemente empeñada.

El hecho fue que perdí mi colocación en la se-cretaría del interior y no conseguí el destino dejuez letrado, porque el sujeto que lo desempeñabano renunció, y creo que ni pensaba en renunciar.

Entre tanto era preciso vivir, y me consagré adar lecciones en algunas casas particulares.

1ris discípulos de aquel tiempo fueron Miss Ma-riana Turner, niña hermosísima, de doce años deedad, hija del ministro plenipotenciario de su ma- .jestad británica; una señorita París, y los hijos dedon Ignacio Morales.

Dando aquellas lecciones, ganaba lo mismo queen la secretaría, y disfrutaba de más libertad.

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126 JUAN FRANCISCO ORTIZ

Aprovechando entonces la reunión del congre-so, animé a mi padre a que solicitara la pensión aque la ley le daba derecho, y con harta repugnan-cia me dio licencia al fin para que escribiera el bo-rrador de un memorial en que hice valer su patrio-tismo nunca desmentido, sus muchos servicios, suspadecimientos, sus pérdidas, sus enfermedades ysu avanzada edad.

Mi padre lo corrigió, Joaquín lo puso en limpiode muy buella letra, y yo corrí a presentarlo a la-secretaría de la cámara de representantes.

Pasó a una comisión, y la comisión informó fa-vorablemente; mas a pesar de eso fue negado, sindiscusión, por una mayoría de dos o tres votos.

Aquel golpe contristó mucho f\ mi padre, y medesengañó completamente de lo que S011 estas mise-rables repúblicas y de los hombres que figuran enellas.

Luégc di a la prensa una hoja titulada La ga-llina ciega, probando a los representantes que ha-bían cometido el acto de la más bárbara y atrozinjusticia.

Mi padre se opuso decididamente a que se ln-tentara nueva reclamación.

En aquella hoja presenté argumentos que no te-nían réplica: citaba a varios sujetos ricos a quie-nes el congreso había decretado pensiones de milpesos anuales; a otros que gozaban también dehuenas pensiones, a pesar de haber sido refracta-rios a la independencia y aduladores de los espa-ñoles, y, por fin, a un joven bogotano archivero deldespacho de hacienda, que sirvió aquel destino sólonnos pocos meses, y fue retirado después con su

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respectiva pensión, por meras consideraciones defamilia.

Mi padre llevó al sepulcro el sentimiento de quesus compatriotas hubieran amargado los días de suvejez, desconociendo sus servicios.

Ninguno de los que ocupaban un asiento en 1alegislatura hahía estado, COlllOél, preso siete me-ses en Bogotá bajo el peder de los españoles (en1816) ; ni había sido conducido a pie a un castillo;ni había sufrido, en el destierro de muchos años,enfermedades y miseria; ninguno de ellos habíaperdido su fortuna por insurgente; y ninguno habíaservido a la patria en la magistratura y en los cen-gresos tántos años ni con tánta lealtad.

Cuando mi padre figuraba ya entre los funda-dores de la República, mllchos de esos represen-tantes no habían nacido.

Sin embargo, cODsumóse la injusticia; y lo másdoloroso fue que amigos, tales como .T osé VicenteMartínez, estuvie:;ron negativos a la pensión, cuan-do él mismo, como todos los otros diputados, con-fesaban los méritos de mi padre, pero alegaban queel erario estaba exhausto, y no podía disponerse deninguna suma para remunerar servicios pasados,sino para pagar los servicios actuales. Aquel con-greso era injusto, a fuerza de económico. Otros hansido pródigos, y no han dejado perro ni gato aquien no le hayan asignado una pensión. La listade les pensionados es enorme.

El doctor José Ignacio de Márquez sucedió enla presidencia al general Santander.

Márqllez, abogado, presidente del congreso deCúcuta, nació en el lindo pueblo de Ramiriquí, yera compadre del reverendo obispo de Calidonia,

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doctor José Antonio Chaves, amigo de mi familia.Este habló en nuestro favor al nuevo presidente ¡-pero no había habido vacante en qué poder acomo-dar a José Joaquín, o a mí, cuando por muertedel señor Pantaleón López Aldana me llamó elgobierno a desempeñar el empleo de jefe de sec-t.;iónde la secretaría de guerra y marina, a cargodel general José Hilario López.

iQué geniecillo el del señor general, voto alchápiro! iY qué trato tan infame el que daba a losempleados! Tres o cuatro veces tomé la pluma paraextender mi renuncia, y tres y cuatro veces se meeayó de la mano, pensando en mi buen padre, e hiceel sacrificio de no escribirla.

Vez hubo en que, enfurecido el general cornoun tigre de los Andaquíes, rasgó delante de mí lashojas del despacho que le presentaba para firmar,diciéndome "que no estaban en castellano." Y yotenía y tengo conciencia de que, aunque no la sé conperfección, podía haber dado lecciones de la lenguaa él y a todo el Estado mayor general.

López, al cabo de pocos meses, siguió paraRoma corno encargado de negocios. De allí pasó aConstantinopla, y ha dado a la estampa, en París,el primer tomo de sus Memorias, escritas por élmismo. No las he visto; pero supongo que el gene-

. ral acabaría de aprender el castellano en Europa,pues de lo contrario solemne chasco se llevaráncuantos las leyeren. Y digo esto suponiendo que lashaya escrito en el mismo castellano que tenía parasu gasto en 1837.

López, que subió a la presidencia de la Repú-blica en 1849, no por el voto popular, sino por lacoacción que ejerció sobre el congreso una pandilla

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armada de puñales, tiene el mérito incuestionablede haber sancionado la ley que dio libertad a losesdaiVos, ley reclamada por el cristianismo y porla civilización del siglo. j Veintiséis mil esclavos li-hres' En vista de hecho tan culminante, 1<quiénserá el atrevido que no le perdone a López sus fal-tas gramaticales y sus arengas en lengua latina T

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XXXII

El general Mosquera en la secretaria ile guerra.-Entrevista con elgeneral Mosquera.--l'aso a la secretaría de lo interior a cargoild general Herrán.

López fue reemplazado en la secretaría de gue-rra por el señor general Tomás Cipriano de Mos-quera; y como el Mosquera de 1837 no se pareceen nada al Mosquera de 1862, es preciso que mislectores se retrotraigan con la imaginación a aque-llos tiempos, si es que este relato va picando sucuriosidad.

A pocas semanas de haberse hecho cargo deldespacho el general Mosquera, solicitó una licenciapor tres meses el doctor Miguel Gamba, üficialmayor de la secretaría. Una mañana me llamóMosquera a su gabinete, me brindó asiento, meofreció un polvo en una caja de oro magnífica, yme dijo que me había nombrado oficial mayordurante la licencia concedida al propietario, meparticipó que estaba redactando El amigo del pue-blo, y me encargó de la corrección de las pruebasde imprenta; me entregó varias resoluciones escri-tas, me dio otras verbales, me hizo algunas explica-ciones respecto de una circular, y me convidó atomar el té en su casa a los ocho de la noche. Yorespondí a todo: "Muy bien, muy bien", y salí a re-partir el despacho entre los oficiales. Después supeque estaban muy enojados conmigo, porque Mol'-quera me había elevado a segundo jefe de la se-cretaría, prefiriéndome a oficiales muy antiguosy a eoroneles de ejército que trabajaban en el es-tado mayor general, adjunto a la secretaría.

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Cuando Mosquera tenía a su cargo el portafoliode guerra, el general Pedro Alcántara Herrán erasecretario del interior. En este despacho un jefede sección se desmandó cierto día con el oficialmayor, que se amostazó también, ambos se pusie-ron como un veneno, se dirigieron palabras, pican-tes al principio y muy duras después, y habiéndose,prcpasado en los insultos, se dejaron de dimes yc1iretes y se vinieron a las manos, trabándose lapelea a puños y a los más puntapiés; rodaron lasmesas, se volcaron los tinteros, se mancharon detinta las resoluciones ejecutivas, se tiraron las si-llas a la cabeza, se interrumpió el trabajo, pusieron,en fin, la queja al general Herrán, y, como la pitarevienta siempre por lo más delgado, el jefe desección fue despedido. La muerte de don Panta-león me había abierto campo para entrar a la se-cretaría de guerra; la lucha de estos bravos lidia-dores me llevó a la de lo interior; pero no de bue-nas, sino después de larga porfía entre Herrán yMosquera: el uno por detenerme y el otro por lle-varme a su lado. El uno decía: yo lo necesito; y el,otro contestaba: a mí me hace falta. Por fin cedióMosquera, porque en aquella época cedía, y paséde mala gana y peor talante a la secretaría de lointerior.

Oportunamente daré razón de cómo y por quésalí de aquel despacho a que fui llevado con tántoempeño.

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XXXIII

Penalidades de familia.--Consecuencias del terremoto de 1827.-Lo3m6dieos de la familia.-Sucesos politicos.-La sublevación delbatallón Callao.-Las muertes de Sarilá y de Mariano París.La supresión de los conventos menores y la guerra civil.-Lamuerte del mariscal de Ayacucho.-Los Supremos.-El gene-ral Juan .José Neira ..--Su heroica acción y su muerte.-Viday 3ucesos de la familia Ortiz Nagle.-Sus servicios al país eingratitud de éste.-Don Mariano Ospina y su condncta conel autor.-Viaje a Buga.--El marqués de I~itta.-El valle delCauca.-Acusado por don Mariano Ospina.-Quién era el se-ñor Ospina.--La presidencia de Ospil1a y la guerra.

Diré ahora algo acerca de las enfermedades demi madre, que labraron su corona de gloria, porquela virtud se acendra en los padecimientos, como eloro en el crisol: virtus in infirmitate perficitu1';diré algo de esas enfermedades que nos contri sta-ron por tántos años y contra las cuales se probóen balde la influencia de diversas temperaturas, laeficacia de muchas medicinas y la ciencia de acre-ditados profesores.

Alguno de los que vean estas páginas hará me--moria del espantoso terremoto del 29 de noviembrede 1827, que derribó una de las torres de la catedralde Bogotá y arruinó varios edificios. A las diezy media de aquella noche de plenilunio, cuando es-tábamos entregados al sueño, tembló la tierra congran fuerza, traquearon los enmaderamientos, chi-rriaron las puertas, y la casa se remeció y se ladeó,como una barca azotada por la tempestad. Enmedio de la confusión y del espanto de aquella ca-tástrofe, viendo que las paredes ya se nos veníanencima, gritando todos a un tiempo, desconcertados

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y llenos de horror, nos agrupamos, sin saber cómo,al rededor de mi madre. La ciudad levantaba enaquel momento un grito formado por sesenta milvoces, la llave de una puerta que daba al corredorse babía olvidado, corrieron a traerla, alzamos ami madre en brazos, bajamos la escalera, llegamosa la huerta y todavía temblaba la tierra y se oíann ruido subterráneo como de muchos truenos. Elpayor que teníamos era tal y tan grande, que tiri-tábamos de pies a cabeza, dando diente con diente,como los que tienen fríos y calenturas; hasta lasgallinas del corral estaban por el suelo, con las alasextendidas, como agarrándose de la tierra.

El 30 de dicho mes mi madre dio a luz un niñomuy hermoso. Le pusieron por nombre SimónEmigdio, y murió a los veinte días de nacido. Des-de aquella fecha quedó mi madre enferma.

Su compadre el doctor Manuel María Quijano,mi padrino de confirmación, que murió ciego, fueel primero que la recetó; después el doctor AndrésLaiseca, radicado en Chile y encargado del consu-lado general de la República hace muchos años;luégo el doctor Ricardo Niniano Cheyne, y porúltimo los doctores Quevedo, García, Merizalde,Dáyoren, los dos Vargas, Dudley, Arroyo y Mal·ct01lUdo.Cada uno de estos facultativos, luégo queapuraba los recursos de su ingenio, le prescribíaque saliera de Bogotá a mudar de temperamento;y viajamos con ella a Tena, La Mesa, Anapoima,TOé'aima,Villeta, Guaduas, Ubaque, Cáqueza, Que-taIlle, Chapinero, Chiquinquirá, Ráquira y Leiva.Eu algunos de esos lugares residió bastante tiempo,como Anapoima, donde permaneció ocho meses; ya algunos no se encaminó una sino varias veces,

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como al pueblo de Ubaque, donde estuvimos treso cuatro ocasiones.

Del año 27 al 37, aunque mi madre no gozabade sal~d cumplida, podía moverse: desde 1837 a1861, en el transcurso de veinticuatro años, estuvoreducida a la cama y perdió enteramente el uso delas piernas. Pero, j qué admirable era su paciencia!j Qué grande su conformidad! j Qué heroico su va-lor! j Qué sólida su virtud! Diré más bien, cuandepudo luchar tántos años con una cruel enfermedad,sin que se alterase nunca la dulzura de su genio.Siempre contenta, amable siempre, gobernando lacasa desde su cama, como el piloto gobierna la navesentado al lado del timón; aconsejándonos, conso-lándonos, y presentándonos el ejemplo diario de suresignación en la voluntad de Dios y de su pacien-cia cristiana. Cien veces lo he dicho y ahora lo re-pito: yo no merecía una madre tan buena. j Benditosea Dios que me la dio! j Bendito sea también Diosque me la quitó! Dominus dedit Dorninus abstulit.8icut Domino placud, ita factum esto

En los viajes iba mi madre en una silla demanos, cargada por cuatro peones, y .Toaquín mar-chaba siempre al pie, ccgiéndole florecillas del cam-po, o contándole divertidas historias para entre-tenerla.

Mi madre leía todos los días algunas páginasde la Historia del Ant(quo y Nuevo Testamento,de don Agustín Calmet, traducida al castellano.Acababa los cinco volúmenes que la forman y volvíaa /empezar. Así la repasó no sé cuántas veces.

En medio de días tan amargos lucían algunosde calma en que le daban tregua sus dolores. En-tonces nos reuníamos en los pobres y alegres ban-

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quetes que ordenaba ella misma para sus hijosy sus nietos. La mesa se ponía pegada a la camapara que mi madre nos viera comer, porque ellano comía sino muy poco; estaba siempre a dieta.Su vida fue un prolongado ayuno de más de cua-renta años. Quitados los manteles, traían el naipey empezaba el tresillo u otro juego cualquiera.j Cuántas veces, recordando aquellas horas, se mehan llenado los ojos de lágrimas! iOh, pobre ma-dre! j Qué vida colmada de dolores y tan llena devirtudes!

Es verdad que tuvimos la satisfacción de quemmca le faltara lo necesario . .Joaquín compró doscasitas en el puente de San Victorino, y destinóuna de ellas para mi madre. Allí había vivido losú1timos doce años hasta que ocurrió su muerte;pero no anticipemos la relación de tan triste suceso.

Dije que mi madre estuvo mudando también detemperamento en Anapoima unos ocho meses. Allí,tristemente alojadas ella y mis hermanas, que nun-ca se separaron de su lado sirviéndole con el mayoresmero, las acompañó .Joaquín por algunos meses,y yo, que me había quedado con mi padre en Bo-gotá, fui a reemplazarlo después. Allí escribió mihermano el Y opalín, poema en verso, y una novelaen prosa titulada María, Dolores o la historia de'/1 i casamiento.

Entonces .Joaquín estaba soltero, y no cargadode una crecida familia como el día de hoy; vivíami padre, vivía mi madre, vivía Mariana; teníamosalgunas esperanzas: el mundo y los hombres nose habían presentado aún, delante de nuestros ojos,con toda su deformidad, ni habíamos recogido la

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abundante cosecha de desengaños que ofrece tardeque temprano.

La patria sufría también en aquella época.Esta República, como las otras que pueblan la

América española, parece condenada a no gozar depaz ni de repeso, cual si pesara sobre ella una te-rrible maldición. En el año de 30 había sido per-turbada por la revolución del batallón Callao, a lacabeza del cual estaba el coronel venezolano Flo-rencio Jiménez; dióse la desastrosa acción de Ce-nito del Santuario, y el batallón siguió para Vc-nezuela. En 1833 descubrió el presidente Santanderuna conspiración contra su persona dirigida porel español José Sardá, gcneral al servicio de laNueva Granada. Tanto él como sus compañero;,;fueron juzgados por un tribunal especial. Dieci-siete fueron sentenciados a muerte y ejecutadosen la plaza mayor de Bogotá. Sardá logró fugarsede la prisión y permaneció oculto por un año. Alfin se tuvo razón de su paradero: un ofieial seintrodujo en la casa, y Sardá apareció muerto deun pistoletazo. Díjose que a traición; pero ¿quiénpuede afirmarlo, cuando Sardá y el oficial esta-ban en una pieza solos, sin testigos? Lo que "0supo, sin ningún género de duda, fue que otro ofi-cial que con una fuerte escolta quedó apostado alfrente de la casa, así que oyó el tiro, entró y lodespenó de un trabucazo; y como este mismo oficialhabía despenado de otro trabucazo al señor Maria-no París, herido mortalmente en La Fiscala, empe-zaron a llamarlo el Despenador. Trajeron a Bogo-tá el cuerpo de París, lleno de sangre y casi desnudo,atravesado sobre un caballo, y lo pasaron así porla calle donde vivían sus hijos. A Sarclá le pusie-

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REMINISCENCIAS D7

ron un hábito de San Francisco, y lo botaron delargo a largo, en el duro suelo, frente a la reja dela cárcel; y la tarde de aquel mismo día vi yo algeneral Santander paseando en coche con el oficialDespenador. Y debe advertirse que Santandermontaba en coche muy rara vez.

La supresión de los conventos menores de Pas-to, las pláticas sediciosas del padre Villota, lacausa que se seguía al general Obando por supo-nerlo cómplice en el asesinato de Sucre, y sobretodo la ambición de unos cuantos liberales gober-nadores de provincias, encendieron la guerra de unextremo a otro de la República en 1839, 40 Y 41.

El gran mariscal de Ayacucho, don AntonioJosé de Sucre, oriundo de la ciudad de Cumaná,seguía en viaje para Quito. En la mañana del 4 dejunio de 1839, al atravesar con su criado uno delos callejones de Berruecos, le hizo fuego a quema-rropa una partida de fusileros emboscada en aquelpunto. Cayó de su mula el Gran Mariscal y expiróinmediatamente; y como se encontraron las onzasde oro y el reloj que llevaba en el bolsillo, se com-prendió claramente que no había muerto a manosde ladrones.

Por los años a que me refiero, de la noche a lamañana surgía en cada capital de provincia unSupremo como brotan los hongos en los pantanos;y así tuvimos a Carmona de supremo en Cartage-na, a González de supremo en el Sor,orro, a ReyegPatria de supremo en Boyacá. .. j qué sé yo cuán-tos! Los supremos, especie de reyezuelos que seapoyaban en las montoneras, es decir, en tropasde infantería o de caballería colectadas a la ligeray mal disciplinadas, echando a rodar el sagrado

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cuaderno tántas veces hecho, corregido y enmen-dado que en Suramérica llamamos constitución,Re hacían dueños de vidas y haciendas por sí. Sa-(rificaban las vidas en sangrientos combates ydisponían de las haciendas con inaudito descaro enprovecho propio, invocando, como si fuera un prin-cipio social, cualqu:iera tontería: entonces medianación degolló la otra media en nombre del pro-greso. Herrán batió a los progresistas en Aratoca,Mosquera en Tescua, y el inmortal Neira en el por-tuehuelo de Paipa y en los llanos de Buenavista .

•Juan José Neira, que llamaba prima a mi madre,por tener cierto parentesco con mi abuela, por lalínea de los Velascos de Tunja, fue ciertamente unvarón extraordinario. Había sufrido mucho baJOel poder de los expedicionarios, y logró escapár-seles con la mayor viveza en un desfiladero de:Machetá. Un soldado español lo conducía preso ala grupa de su caballo, y cuando menos lo pensaba,saltó el preso y se arrojó por una profundidad queespantaba sólo al verla. Los soldados de la escoltale hicieron una descarga cerrada; pero afortuna-damente no lo hirieron; y él, aprovechando la faltade luz, pues esto pasaba al ponerse el sol, caminómuchas leguas aquella noche y se refugió en elranchito de una pobre vieja, en lo más intrincadode aquellas serranías. No hay para qué decir quelos españoles recorrieron toda la comarca, cruzán-dola en distintas direcciones, y que buscaron entodas las casas, en tedas las ramblas, y hasta de-trás de las grandes piedras que hay por allí, y nodieron con Neira, que se les escapó de entre lasmanos, y fue a unirse a Bolívar en los Llanos deeasanare.

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Muy divertido era oírle contar sus extrañasaventuras, accionando rápidamente, y hablando,puede decirse, con aquellos sus grandes ojos queparecían despedir vivas llamas. Era buen mozoentre los buenos mozos, y los retratos que nos que-dan de él en nada se le parecen.

El 28 de octubre de 1840 se hallaba Bogotá des-guarnecida y sin poder resistir el asalto de cuatromil soldados que para invadirla traía del Socorroel corenel Manuel González. Setecientos hombresque, a órdenes de los generales Francisco de PaulaVélez y ,José María Ortega Nariño, ocupaban elpuente del Común, cuando más hubieran podidocontenerlos; no era de esperarse que los hubieranvencido y desbaratado completamente; pero Neiramontó a caballo, empuñó su lanza, y seguido deunos ochenta hombres, entre húsares y voluntarios,les salió al encuentro, sereno y alegre, cual si fue-ra a dar un paseo por la Sabana, y no a trabar uncombate tan desigual, y por lo mismo tan arries-gado. José Vargas París, más tarde general; unjoven :Martínez, conocido con el sobrenombre deEl Llanero,. ,}URn Silva y otros valientes de cuyosnombres no hago memoria, acompañaron a Neiraen esa gloriosa jornada. A la primera carga deaquel pelotón formidable volvieron caras los so-corranos, corrieron y se desbandaron dejando enpoder del vencedor más de trescientos prisioneros.Neira quedó gravemente herido en una pierna.Cuando llegó a Bogotá el guando (camilla) en quelo conducían, corrió toda la población en masa abendecir su libertador. Lo coronaron de flores lashermosas hijas del Flunza; los vivas con que losaludaba el pueblo entusiasmado atronaban las

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140 JUA.N FRA.NCISCO ORTIZ

calles, y Neira, en el apogeo de su fortuna, podíadecir con más propiedad que Voltaire en la repre-sentación de Irene: Vous m' écrasez sous le poidsde ma gloire. Murió a los pocos días de aquel seña-lado triunfo, y sus funerales fueron tan solemnes,como no se verán otros en Bogotá. Varios ciudada-nos arengaron sobre su sepulcro. Mi hermano fueuno de ellos: él, joven y patriota, habló tambiénen honor del ilustre ciudadano cuya memoria seráhendita y ensalzada por cuantos sepan apreciar elvalor, el desinterés, el patriotismo.

Neira, con un corneta de órdenes y tres húsares,había puesto en fuga a más de cuatrocientos so-ccrranos en el Portachuelo de Paipa, recibiendo enun brazo una herida que aún no se le había cica-trizado cuando triunfaba en Buenavista; y era paralos socorranos, que tienen fama de valientes, lo queel Cid Rodrigo de Vivar para los moros de España.

Neira (j ejemplo raro! j único ejemplo!) no re-cibió jamás sueldo del tesoro. público ni comoeoronel del ejército ni como senador de la Repú-blica: Las excepciones confirman la regla. JoaquínPablo Posada preguntaba en 1856:

¡, Quién es el que en su bandera,en estrt tierra ile infames,no ha escrito Aura sacra lames,como si latín supiera?

Neira, que (nuevo Cincinato) salía de su ha-cienda de 'l'icha el día en que la patria estaba enpeligro, se batía como un bravo y volvía cargadode .laureles a cuidar de sus vacas y de sus se-menteras.

Con razón dijo el célebre José Eusebio Caro

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REMINISCENCIAS Hl

que" aparecía en la hora del peligro y se escondítten la de las recompensas".

No fue Neira hombre de parlamento. En el se-nado no hablaba nunca. Dejaba que peroraran losotros. Votaba con los buenos.

El día que salió a pelear en Buenavista (meparece que lo estoy viendo) iba montado en uncaballo blanco, semejante a la yegua que pinta fllduque de Rivas en El moro expósito:

Sobre una ;yegua de color de nieve,joya de las riberas andaluzas,que alienta fuego y que salpica el auracon blancos grumos de argentada espuma.

Iba, decía, montado en un hermoso caballo, lle-vaba puesta una ruana de listas azules sobre fondoblanco, el scmbrero con funda amarilla, y su lanzacon banderola. Brillaban sus ojos como dos cente-llas, y su ronca voz tenía algo de terrible y es-pantoso.

-j Voy a morir! exclamó en el puente de SanFrancisco.

-Usted no morirá, le respondí.-¡ y qué! ¿ Acaso las balas me respetan? dije

mostrándome el brazo que llevaba vendado con unpañuelo, y picó su caballo alegremente.

Muchas páginas pudiera llenar hablando de.Inan .José Neira, porque sé muchas anécdotas desu vida que él mismo me refirió, o que me hancontado personas que lo trataron lntimamente,como mi viejo amigo del puente de Boyacá, señor.Tosé María Ruiz. Baste lo dicho para darlo aconocer.

El día de su muerte escribí esta inscripción, quese imprimió en letras de oro y se fijó en los lugaresmás concurridos de la ciudad:

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142 JUAN FRANCISCO ORTIZ

JUAN JOSE NEIRA

LABRADOR Y GUERRERO

Ciudadano sin mancha.El más bizarro entre los valientes,

patriota desinteresado.Sirvi6 siempre fiel

a Colombia, y la Nueva Granada.y su brazo,

que recibi6 heridas y recogi6 laureles,salv6 a Bogotá

el 28 de octubre de 1840del saqueo, de la matanza, de la anarquía.

J. F. O.

José Joaquín, que empuñó las armas en 1840 sincobrar sueldo alguno, formó en la milicia cívicaencargada de la custodia de la ciudad, que en sucalidad de guardia de reserva debía batirse en elúltimo caso; y éste no llegó, merced al heroico valorde Neira, a quien pusieron sobre sus hombros lasestrellas de general en su lecho de muerte.

Prendió la llama del amor en el pecho del jovencívico, que éra entonces muy gallardo y bien pare-cido, y se casó con la señorita Juliana Malo, sobri-na del general José María Ortega y de don Antonio.Nariño, ilustre fundador de la República. Ella, consu honradez y buen genio, ha endulzado las amar-gas horas de la existencia de mi hermano, y le hahecho padre de numerosa prole. Han tenido oncehijos de su matrimonio, a saber: cuatro varones,José Joaquín y Juan Francisco, que murieron depocos años de edad, llenándonos de indecible pena;otro José Joaquín, y Francisco José, que viven;

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REMINISCENCIAS 143

y siete mujeres, que se llaman María del Carmen,Isabel de la Paz, María del Rosario. Ana María,Trinidad, María Josefa y Mercedes. Yo fui padrinode mi hermano en su casamiento, y he tenido en lafuente bautismal a la mayor parte de estos amadí-simas sobrinos.

A poco de haberse casado Joaquín hicimos unapérdida irreparable; y héme aquí encarado frentea frente con un suceso que cuenta más de veinteaños de fecha, y cuyo recuerdo me conturba toda-vía y me contrista, cual si fuera de ayer; porquerepasando atentamente todos los sinsabores, todoslos pesares, todas las tribulaciones, todas las amar-guras de mi vida, no hallo otro dolor que iguale ensu violencia a este dolor.

El 14 de abrIl de 1841 falleció mi padre, a lossetenta y cinco años y tres meses de su edad.

Llevaba más de tres años de padecer una dolo-rosa enfermedad. Sin embargo, como había gozadosiempre de una constitución saludable, no se postróen cama sino en los últimos meses.

Se confesó con el obispo de Calidonia, y recibiódevotamente los santos sacramentos.

j Eran las ocho de la mañana de aquel terribledía! Joaquín y yo estábamos arrodillados al ladode la cama. Yo le cogí a mi padre una mano parabesársela y llorar, y entonces él, con voz firme yclara, me dirigió estas palabras que nunca se bo-rrarán de mi memoria: "j Ay, hijo de mi corazón:no saben ustedes cuánto los he amado!"

Corno habíamos pasado en vela toda la noche,nos llamaron a tomar el desayuno, y apenas había-mos llegado a la mesa, cuando vino un criado adecirnos: "j Se muere! j Se muere!" Corrimos, y en

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lH JUAN FRANCISCO ORTIZ

aquel mismo instante entregaba a su Padre y a suDws su alma hermosa llena de virtudes.

Mi llanto no fue de dos o de tres días: mesesy años transcurrieron después, sin que dejara dellorar por mi padre ni un solo día. Ahora mismotengo que enjugarme los ojos para poder continuar.

Mi hermano me ayudó a bajar de la cama elcuerpo de nuestro padre; lo bañamos con nuestrollanto, cerramos sus ojos y lo amortajamos pobre-mente, sin permitir que lo tocaran manos extrañas.

Hablando mi padre acerca de su muerte conserenidad filosófica, me decía una vez: i" Qué tris-te será morir en noche oscura, en medio de unatempestad! Pido al cielo que me conceda morir endía claro, viendo la luz del soL" Se cumplieron susinocentes deseos en esa parte. Los rayos del sol queentraban por el balcón iluminaban toda la pieza yse reflejaban sobre su frente venerable. El hombreparecía dormido: las facciones de su rostro adqui-rieron aquella gravedad misteriosa que imprime lamuerte como un sello sobre la frente de sus vícti-mas. yo no podía ni puedo pensar que mi padre nopasara a gozar de mejor vida. iSu conducta era tanarreglada! iEra tan caritativo! iY sabemos de feque la caridad borra los pecados!

Mi padre era todo para mí. .. Mi viejo amigo,lni compañero inseparable: dormíamos en la mismapieza, leíamos los mismos libros, teníamos la mismafe, las mismas opiniones, veíamos el mundo y lapolítica de nuestro país de la misma manera, mehabía amado tiernamente como a su primogénito,y no supe lo mucho que lo amaba sino cuando lohube perdido. Después de haber tratado a muchoshombres notables y de compararlos con él, he visto

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REMINISCENCIAS 145

que mi padre era un cristiano sin hipocresía, unverdadero patriota, un hijo que había idolatrado asus padres, amigo sincero, magistrado sabio en elderecho y que aplicaba la ley con inflexible fir-meza.

Se hicieron sus funerales en la iglesia de SantaInés, y nadie concurrió a ellos, porque murió pobre,y el mundo no rinde homenaje a la virtud modesta.Mi hermano y yo estuvimos en las exequias lloran~do amargamente, porque nosotros sí comprendía-mos la pérdida que habíamos hecho; y como nosimpidieron seguir al cementerio con el carro mor-tuorio, nadie lo acompañó, y el prócer de 1810, elmagistrado de la corte de justicia y diputado atántos congresos, no tuvo por cortejo fúnebre sinolas lágrimas de sus pobres hijos.

Mi hermano hizo poner en la boca de la bóvedauna piedra de Hatoviejo con esta inscripción:

-1-Scio quia Tedcmptor meus vivit, et in novissimo die de terra

,~urrecturus sumoJOSE JOAQUIN ORTIZ NAGLE

1842

Escribí un apuntamiento y supliqué al señordoctor Cerbelón Pinzón que compusiera una necro-logía. El creyó que aquellos renglones medio borra-dos con mi llanto eran suficientes; les puso susiniciales, salieron en La Gaceta y con ,ese actopúblico quedaron pagados, por cuenta del gobier-no, los servicios de un patriota en más de cuarentaaños, su prisión, su destierro de muchos años ysus pérdidas por la causa de nuestra independencia.

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146 JU AN FRANCISCO ORTIZ

Me acometió una fiebre violenta de tánto lle-rar y de tánto sentir. Me sangró copiosamente eldoctor Ignacio Quevedo, en cuya casa pasamos lOEprimeros días de nuestro duelo, muy atendidos porél, por sus hermanas y por su madre, la señoraAquilina Amaya de Quevedo, comadre de mi padrey su excelente amiga.

Fue mi padre en su juventud de gentil presen-cia, y tánto, que, así como se distinguía por sutalento y honradez, hacía raya entre los mozos desu tiempo por su buena figura. Ni con la vejezperdió sus bellos colores; tenía los ojos azules, labarba fina, la nariz y la boca muy bien proporcio-nadas; era alto, delgado, había perdido el cabelloy usaba peluca; fue sumamente aseado, metódico yarreglado en todo. Había enseñado la lengua latinaen Popayán y la entendía perfectamente; corregíados y tres veces 10s borradores de sus escritos, cui·dando de la pureza de su estilo. Había hecho muybuenos estudios y privadamente inmensas lecturas.Sobresalía en el conocimiento de la historia de laconquista ele América y tenía acopiados los librosmás raros y curiosos que se han escrito sobre lamateria. Tradujo, y algún día verá la luz pública,la obra de míster de Fontenelle Sobre la pluralidadde los mundos, obra que revela el gran poder deDios y la inmensidad de la creación.

Como abogado defendió con feliz éxito pleitosmuy ruidosos. En sus últimos años, ganó el de lahacienda de Las Monjas, en la Sabana de Bogotá,en favor del monasterio de Santa Inés. Dicha ha-cienda, arrendada el día de hoy en doce mil pesos,representa un capital de doscientos cincuenta milpesos (posteriormente ha sido vendida por parteE

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REMINISCENCIAS H7

en medio millón de pesos). Escribió un memorialal congreso (no recuerdo de qué año) titulado Lassúplicas de los pobres. Dicho memorial corre im-preso, y prueba, a no dejar duda, que el gobiernodebe no sé cuántos miles al Hospital de Caridad,miles que no ha pagado ni hay forma de que lospague. Intentó también un reclamo personal sobrelos ganados que les patriotas tomaron de las ha-ciendas que fueron de mi bisabuelo don Justo Me-dina, cuyo valor asciende a una enorme suma. Conaquellos ganados se mantuvieron los patriotas queestaban en los Llanos, y que atravesando con Be-lívar el páramo de Pisva, vinieron a vencer enBoyacá, es decir, a darnos patria y libertad. ¡, Quécosa más justa, pues, que pagar aquella suma, con-fesada por el mismo Santander y por otros muchosgenerales? Pues con todo eso, el reclamo duermey quién sabe hasta cuándo dormirá. iHasta quehaya un congreso justo! j No perdamos la espe-ranza! A .Julio Arboleda se le han liquidado ymandado pagar por la administración Ospina cien.to cincuento y un mil ochocientos trece pesos conochenta centavos por capital y sesenta y tres milpesos por intereses, devengados a razón del docepor ciento de interés anual, por las quinas y gana-dos que sacó el gobierno de López de sus haciendasAsnenga y La Balsa. ¿Por qué no se ha de pagar,pues, lo que tomaron los patriotas de nuestras ha-ciendas en 1819' Si se pagó lo que sirvió para haceruna guerra fratricida, ¿ con cuánto mayor razón nodeberán pagarse los ganados con que se mantuvie-ron las tropas de Bolívar para venir a librar a laNneva Granada del yugo españo17

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liS JUA~ FRANCISCO ORTIZ

La fiebre me dejó al tercero o cuarto día, yantes de haberse transcurrido los nueve de luto,ya había recibido recado sobre recado para que mepresentara en la oficina a desempeñar mis funcio-nes. El lector no habrá echado en olvido que servíaentonces como jefe de la primera sección de la se-cretaría de lo interior.

Por algunos años sufrí, en aquel malaventuradodestino, "las flaquezas y adversidades de nuestrosprójimos", flaquezas de los señores ministros, yadversidades de los señores oficiales. Experimentéel geniazo de don Rafael Mosquera, a quien llama-ban Mosqnerón por su corpulencia, y los genios dedon Alejandro Vélez, del general Eusebio Barrero:de don Lino de Pombo, del doctor Miguel Chiari, ypor último el de don Mariano Ospina Rodrí-guez. .. Algunos de los secretarios que he mencio-nado se olvidaban lastimosamente de una cosa biensencilla: de que tanto ellos como los oficiales deldespacho eran empleados de la patria; y se habíanencaprichado en creer que los empleados eran suyos,sus dependientes, una especie de criados, y como atales los trataban.

Don Mariano Ospina fue mi condiscípulo de fi-losofía y de derecho, y podría sospecharse queéramos amigos. A los siete días de muerto mi padreremovió a los jefes de sección de la secretaría paraorganizarla de nuevo: quería que aquellos destinosfueran servidos "por hombres pensadores y nopor máquinas' '. Estas fueron sus palabras. Parareemplazarme nombró al señor Rafael Rivas.

El señor Ospina, que habla bien, que escribemejor, que tiene un talento de primer orden y mu-chísima instrucción, confesaba y creo que confiesa

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REMINISCENCIAS 14,g

todavía, que me hago entender en la lengua cas-tellana, cualidad que me negaba el bueno del ge-neral López de llano en plano; mas al removermedel destino que servía y nombrar para que mereemplazara un hombre pensador como el señorRivas, manifestó claramente que no se había for-mado una idea muy aventajada de mi inteligencia,y no iba muy descaminado. López negaba que su-piera la lengua materna, la lengua que hablo; yOspina sostenía ique no pensaba! iMedrados es-tamos I dije yo para mi capote.

La noticia de mi destitución me vino en unbilletito del oficial mayor de la secretaría, concebi-do en estos términos:

, 'Juan Francisco:

"Dice el doctor Ospina que si quieres continuaren la secretaría como asalariado, tendrás diez rea-les diarios. Espero tu respuesta, y quedo tuyo,

"D. A. Maldonado."

Tomé el sombrero, y enjugándome los ojos, voléal despacho de lo interior. El señor Ospina se pa-seaba en uno de los corredores. Nos saludámosafectuosamente, y me dijo:

-Condiscípulo, usted habrá extrañado que nolo incluyera en la nómina de los empleados, peroes porque hemos convenido con el general Herrán(presidente en 1842) que usted vaya a Chile de se-cretario de la legación encomendada al generalMosquera.

Diciendo esto me echó un brazo al cuello. Yocontesté:

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150. JUAN FRANCISCO ORTIZ

-Entonces me parece por demás eso de asala-riado que me acaba de comunicar Domingo.

El repuso:-Cabalmente en eso estaba pensando.y después de haber atravesado otras cuatro pa-

labras, me separé de él formando un castillo en elaire sobre mi viaje a Chile, contando con que podríadejar la mitad de mi sueldo a mi madre, a Joaquíny a mis hermanas~ y con el resto ver algo de mun-do y pasarla por ahí algunos años.

Mi familia recibió esta noticia como una puña-lada. Haber perdido mi padre recientemente, y sa-ber que también me ausentaba yo in regionem lon-ginquam, y sin saber por cuánto tiempo, era unanueva pena que venía a agregarse a las muchas quenos atormentaban.

Pasaron así quince días, un mes, mes y medio,cuando supimos que Mosquera se había puesto enmarcha, llevando otro secretario. Entonces vimosclaro que las palabras ministeriales no habían sidosino un paliativo de mi destitución, y que no habíapensado en mí para tal destino el señor Ospina.¿ Qué haremos ahora, pues, qué haremos? Joaquín,recién casado, estaba empleado de oficial número14. en la oficina del crédito público, con un sueldoque me da vergüenza escribir la cifra que lo repre-8enta; sin embargo, no será fuéra de propósito quelo sepa el lector que, poco a poco, ha venido infor-mándose de nuestras penas y miserias. Y su asom-bro crecerá de punto al considerar que vivimos enuna ciudad en donde el pan, la carne, la sal, el com-bustible, en fin, los artículos necesarios para lavida, son más caros que en Londres. El sueldo delsupernumerario, hijo de un prócer de la indepen-

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REMINISCENCIAS 151

dencia, que escribía tan bien, que sabía la lenguacastellana cual lo revelaban sus producciones, queentendía la contabilidad, que era amado de sus je-fes por su honrada conducta y buenos modales, erade 33 pesos 4 reales, moneda de ocho décimos. Mi-lagro fue que viviera con aquella suma, y sin em-bargo. .. ivivió! ¡Ya se infiere cómo! Sólo Diossupo de las amarguras de nuestra situación enaquel entonces y después.

Mi padre había dejado en el Valle del Cauca,en la ciudad de Buga, una casa desmantelada y unglobo de tierra llamado Las Piedras. La casa yla tierra reconocían algunos principales; pero algopudiera sacarse de esos cortos haberes, si empren-diera el viaje una persona que se interesase porla familia. La elección recayó en mí, que era elúnico candidato, o mejor dicho, no hubo elección,porque no había modo de escoger. Y bien: &conqué emprenderé el viaje ~ decía. &A pie, con unbastón en la mano y pidiendo limosna por el cami-no~ j No tal! ~Cómo no ha de haber alguna alma

, generosa que me preste cien pesos que le pagaréfielmente uno sobre otro ~ Escribí algunas cartasa sujetos ricos, conocidos y amigos, hombres dedoscientos mil, de medio millón de pesos, y todoscontestaron uniformes, cual si se hubieran pasadola palabra, que habían hecho muchas pérdidas enla pasada revolución, que se dolían de mi suertepero que no podían remediarla; que les era impo-sible disponer ni de un cuartillo, pues tenían pla-zos cumplidos, compromisos de honor, etc.; el cuen-to de nunca acabar. Sin embargo, hubo personascaritativas, como la señora Aquilina Amaya, queme prestó treinta pesos, :l~~X~~~~",M~9.~~"f:,:,",j~\""rUNIVr_H~IDAD NAClÜ~<;-.!..

Fa~u1tdd de Scx;iclosra

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152 JU.A~ FRA~CISCO ORTIZ

tillo Alarcón otros treinta y el buen doctor Guevu-ra, que me mandó cuarenta regalados. Héme aquíya con una suma redonda de cien pesos, con lacual tenía de sobra para realizar mi viaje. Excu·sado parece añadir que pagué aquellas cortas sumascon puntualidad, y doy aquí públicamente las gra-cias a mis bienhechores.

Dejando a mi madre en cama, sin recursos, y ami hermano en el mencionado empleo, ensillé untrotón de la Sabana, y me puse en camino con unpajecillo del pueblo de Tocancipá, llamado Domin-go, llevando por todo equipaje un par de baúlescon mi ropa en una mula de alquiler, encomendán-dome a Dios y al alma de mi padre, y repitiendodevotamente las palabras de Cristóbal Colón, cuan-do se abandonó al capricho de las olas, buscando unmundo desconocido:

¡Jesu8 et il1aTia sin nobisin vial

El coronel Pedro Carrasquilla, nombrado go-bernador de la provincia de Pasto, seguía el mismocamino y fue mi compañero de viaje. En Ibagué senos agregaron don José Miguel González Otoya,comerciante establecido en Cali, que había servidocomo oficial en la marina de Chile, y un joven Quin-tero, de Buga, conocido por el sobrenombre de ElTusa, que se pintaba para bailar el bambuco. Elfestivo humor del coronel Carrasquilla y las rela-ciones marinescas de Otoya nos distraían en laslargas y penosas jornadas.

Dejando las claras corrientes del Chipalo y delCombeima, en que se retratan las hermosas arbo-ledas que pueblan sus márgenes, iba subiendo a pieel Alto de la Palmilla, desde donde se descubre Iba-

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REMINISCENCIAS 153

gué, como un búcaro de flores, y se pierde la vistaen un horizonte muy extenso. Llevaba el corazónpartido de tristeza, y fijo el pensamiento en lamuerte de mi padre.

Noi andavám eo'passi lenti e scarsi;et io attento al! 'ombre eh'io sentiapietosamente piangere e lagnarsi.

(Purgat, Canto XX)

Era la primera vez que emprendía un viajelargo, suceso que afecta un poco al que no ha sa-lido de su lugar y ha vivido siempre al lado de suspadres, como el pajarillo entre las amadas hojas desu nido.

Come 1'ueeel!o intra 1'amate frondeposato al nido de'suoi dolei nati. ..

(Pamdiso, Canto XXXIII)

Cuando pasé la montaña del Quinclío por pri-mera vez, estaba como Dios la crió. No había ca-mino posible, sino una senda conocida sólo de loscargueros, buena para los tigres y para las cule-bras. iInmensas soledades!... Páramos altísimosqne forman la cordillera central, pues los Andesgranadinos se dividen en tres ramales que atravie-san la República de sur a norte, ríos sin nombre,torrentes caudalosos, precipicios horrendos, despe-liaderos profundos, lóbregos callejones, una queotra explanada, cerros que subir, cerros que bajar,tremedales espantosos, hondos abismos, arbole-das seculares, variadas temperaturas, fieras quehuían, culebras que se arrastraban, aves que gor-jeaban, y en el centro de la montaña la rancheríade El Moral.

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154 JUAN FRANCISCO ORTIZ

1Oh! Si el general Santander hubiera gastadodos millones, de los treinta del empréstito, en ha-cer un camino entre Bogotá y Honda; a vista detamaño beneficio ¿ quién diría hoy que le faltarontalento o patriotismo para administrar la cosa pú-blica? Y si hubiera aplicado medio millón siquie-ra para abrir el camino del Quindío, j cuán agrade-cidos estuvieran de ese rico dón los moradores delvalle del Cauca IMas, j ah! que los treinta millonesduraron lo que el sueño del perro. Se disiparoncomo el ,humo, dejando en su lugar una deuda que...más vale callar.

Durante la administración Herrán, en que, val-ga la verdad, no gobernó él sino el señor Ospina,se aplicaron algUJlas sumas para la apertura delQuindío, y se pusieron manos a la labor con em-peño y eficacia; mas como no hubo fondos suficien-tes para conservar el camino en buen estado, volvióa brotar la yerba, crecieron los árboles, se convir-tieron en hondos lodazales las partes flojas del te-rreno, y obstruyóse nuevamente la vía.

Sin aprovecharnos de los servicios de los car-gueros que traíamos desde Ibagué, empezámos acaminar a pie, y así seguimos hasta Cartago, paraprobar que éramos hombres y que teníamos buenaspiernas.

Como no era posible andar con botas, nos ha-bíamos puesto alpargatas, y bien que el tiempo eramagnífico, siempre había barro, y los viandantesíbamos tan desharrapados como los mismos cal'·gueros. Así llegamos a El M oral una tarde, a pues-tas del sol, esperando dormir con más abrigo bajoel techo de paja de aquella casucha. Mas, j oh dolor!vimos desde lejos que ya la tenían ocupada otros

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REMINISCENCIAS 155

VIaJeros. ~Quiénes serán ellos o ellas T decíamos,y apuramos el paso.

Al llegar se presentaron a nuestra vista tr<JSsoberbios caballos y un arrogante macho que to-maban un pienso de maíz. Pendía en el patio, deun caucho corpulento, una cadena de hierro que sos-tenía sobre las llamas una olla del mismo metal,en que se cocía la cc:mida. Ocho o diez hombres,entre peones y criados, descansaban sentados en elalar de la casa; y uno, extranjero al parecer, cui-daba de la citada olla y de un asador que, por unartificio mecánico y sin que nadie lo tocara, se re-volvía sobre sí mismo con unas aves y lonjas decarne que despedían un olor exquisito y provoca-tivo.

Acerquéme a hablarle, y como no me entendíaen castellano, me acordé, sin quererlo, del generalLópez, y le dirigí la palabra en francés ... menos;le hablé en inglés ... tampoco; hasta que al fin soltéalguna palabrilla en italiano: entonces el pobre dia-blo, al oír voces de su lengua nativa, volvió a mi-rarme con sorpresa y con alegría, y me respondiócariñosamente.

Entablámos conversación, y supe que era criadodel marqués de Litta, viajero milanés, que veníarodeando el continente desde la tierra patagónica.

El criado entró al rancho a hablar con el mar-(Iués, y éste salió a recibirnos, visiblemente asom-brado de vernos tan embarrados y tan mal ves-tidos.

Yo seguí hablando en italiano, y él dijo:-N ostro intoppo in queste selt,c é un vera pro-

digio, miei signare.-Verissimo, signar marcheSc.

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156 JUAN FRANCISCO ORTIZ

-E piccolo il mio palazzo, ma fatemi l'honore:entrate.

--Entreimo, dunque.y después que hubimcs tomado asiento sobre

unos fardos, clavando los ojos en el coronel Ca-rrasquilla, que yo le había presentado, repetía:

-i Epure, gobernatore di provincia! admiradode nuestro modo de viajar.

La casucha estaba transformada en gabinete.Sus paredes se hallaban cubiertas con sábanas paraocultar el humo que las ennegrecía. En medio cam-peaba un catre de bronce dorado, con un rico cor-tinaje verde de seda, con su colcha, de seda tam-bién, y las almohadas con borlas de oro. Una me::lade camino allí junto, y, sobre ésta y sobre el catre,un mapa y varios libros.

Admirábase el marqués de nuestro modo deviajar, sin caminos, sin posadas, sin coches, sinninguna de las comodidades que prodiga la civi-lización del siglo a los que viven en la culta Europa,y acababa repitiendo: questo me fa pietá. Dijo quevenía recientemente de Quito, y que iba a ver ...el Salto de Tequendama; que viajaría después sindemora el río Magdalena, para hallarse en San-ta Marta en la exhumación de los restos del Liber-tador Bolívar, porque tenía noticia de la comisiónmandada de Venezuela con el especial objeto detrasÍadarlos a Caracas.

En el repartimiento de los restos del Libertadortocó a la Nueva Granada su corazón. Lo más na-tural era que el congreso hubiera dicho: "Leván-tese una columna suntucsa; deposítese en ella elcorazón de Bolívar; grábense en el mármol los nom-bres de las fumosas batallas que ganó." Y salga

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REMINISCENCIAS 157

airosa la Nueva Granada, mostrándose, ya que nomagnífica, a lo menos agradecida. Pero van corri-dos veinte años, y nada se ha hecho, no por faltade gratitud, sino por falta de rnoney, que se tragansiempre los agiotistas, los contratistas, los pania-guados de los señores secretarios de hacienda, o nosé quiénes. iCuántos monumentos hubieran podidolevantarse a Bolívar con la cuarta parte del dineroque se han chupado esas sanguijuelas!

Mejor lo han hecho los peruanos, que a fines de1859, y después de treinta y cuatro años de decre-tado por su congreso, colocaron en la plaza de LimaUlla estatua ecuestre de bronce, obra del escultorf[ladolini, con esta inscripción: A Sirnón Bolívar,la nación peruana. Año de MDCCCLVIlI. El cos-to total, hasta la colocación de la estatua, ascen-dió a $ 22.251. Y en julio de este año de 62, ¿nohan erigido las catorce provincias del Río de laPlata una estatua ecuestre al gran patriota, al es-elarecido general don .José de San Martín 7

Recuerdo que, en 1845, publiqué en El Día unescrito sobre esa deuda de la gratitud nacional, yel resultado que obtuve fue que se burlaran de míy de la idea, como de una cosa descabellada e ino-portuna. iCiertamente, ya se ve, era y es inopor-tuna para las sanguijuelas!

Despidiéndonos del marqués, fuimos a dormil'aquella noche un poco más lejos, teniendo por palioel estrellado cielo, colgadas nuestras hamacas de lasramas de los árboles; porque el lichiguero que traíalas hojas de bihao para cubrir nuestra tienda decampaña, se había dado un gran golpe y no pudoalcanzarnos.

Gastámos nueve días en atravesar la montaña.

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158 JUAN FRANCISCO ORTIZ

Cuando la medio abrieron durante la administra-ción del señor Ospina, la pasaba cualquiera en sumula en menos de tres. Esto hace honor a mi con-discípulo, y me complazco en dejarlo consignadoon estas páginas.

La vista de les llanos de Casanare, desde la CUHl-

bre del páramo de Chingaza, es magnífica. El lectorpnede formarse tal cual idea, repasando mi artícul~titulado El llanero. El golpe de vista que presentael valle desde la altura de Piedra de M oler, es en-cantador, y más para el viajero que en nueve díasde marcha no haya visto sino la senda escabrosay un pedazo de cielo por entre la tupida arboleda.Á~lpresentarse de repente el valle, por donde el Cau-ca se retuerce perezoso en sus meandros, se ensan-cha el corazón )T el pecho respira con placer, cual sisaliera uno al aire libre de entre las paredes deestrecha prisión. La vista de los llanes, que seconfunden con el horizonte, se parece a la del mar:la del Valle que fecundiza el Cauca está limitadapor las cordilleras, pero es más pintoresca, másanimada, más risueña. Ese valle hermoso, sano,fecundo, riquísimo en producciones naturales, seasemeja bastante en su configuración a la caja deuna guitarra. La cordillera central forma el aropor la derecha del río, y las montañas del Chocó loeompletan por la izquierda. El Cauca, que bajadesde Quilichao hasta Ansermaviejo, forma el en-cordado de la guitarra, dejando a la banda de orien-te a Caloto, La Candelaria, Palmira, Buga, SalJPedro, Tuluá, Bugalagrande, el Naranja y Carta-go; ya la de occidente a Jamundí, Cali, Yumbo, Vi-jes, Yotoco, Roldanillo, Hato de Lemus, Toro, An-serma y Ansermaviejo.

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REMINISCENCIAS 159

En 1849 apareció en El N eo,qranadino un ar-tículo con el pseudónimo de Abel, escrito por unsujeto residente boyen el Perú, donde está redac-tando El Sol de Piura, y me apresuré a contestarlo,poniendo a mi respuesta por epígrafe la >;iguienteredondilla de Bretón de los Herreros:

N o temas que yo te arguya,que es la tuya, ell mi opinión,Dxtraila preocupación;mas la respeto por tuya.

Véase el número 79 de El Neogranadino. Allíle decía:

"Asegura Abel que el Libertador llamó a laciudad de Cartago el Jardín de Colombia o el Pa-raíso de la América (Abel es cartagüeño o carta-ginés).

Vea usted: yo, mejor informado de lo que pasó,sé cuándo y delante de quiénes se expresó Bolívaren términos un poco parecidos. No fue bablando deCartago singularmente: fue tratando de todo elvalle, que se extiende desde Quilicbao basta el pasodel Bufú.

-Sí, sí. Ni los campos de la Toscana -dijo,volviéndose precipitadamente a su interlocutor,como lo tenía de ccstumbre.- Este valle es el jar-dín de la América.

Sin mencionar para nada el Paraíso, como lehan contado al señor Abcl.

Confiesa este e~critcr la sQbresaliente henno-s'ura de las bugueñas, y be recogido cuidadosamen-te esta frase, como si todas las letras que la compo-nen fueran puros diamantes, para estamparla aquí,escribiendo debajo de ella, como un argumento in-contestable, estos versos del Tasso:

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160 JUAN FRANCISCO ORTIZ

La terra molle e lieta e dilettosasimili a se gli hahitator produce.

Ahora voy a citarle otra autoridad, ante la cualtenemos también que quitarnos el sombrero conmucha reverencia.

Don Andrés Bello, ponderando la hermosura dela zona tórrida en su Alocución a la Poesía, des-pués que se ha deleitado en enumerar uno aUllOtodos los primores con que la engalanó la natura-leza, se detiene de golpe, y como para resumir todolb dicho, exclama:

j Oh! quién contigo, amahle poesía,del Callca a las orillas me lIeyara,J' el blando aliento respirar me dicrade la siempre lo~ana primayeraQue an; su reino estableció y su corte.

No habla el escritor ccn el debido entmliasmo delos alrededores de la ciudad. Seguramente no co-noce el Charco del Burro, ni ese río tan lindo, niS8 acuerda de las palmeras que adornan la frentede la modesta ciudad que está sentada en medio delvalle, como sosteniendo entre sus brazcs una ca-nastilla de flores rodeada de pámpanos y de azaha-res; ni corrió en un generoso caballo por las llanu-ras de Sonso y de las Guabas; ni se embarcó en unaligera canoa en aquella ciénaga donde anidan ycantan todas las aves del paraíso; ni la atravesóespantándi las con ~l ruido de su carabina; ni habrállevado a aquella laguna perros para coger laslW7.cl1as (1) que retozan en sus encantados islotes.¡Ah! no. El señor Abel no ha visto nada de eso; ni

(1) Cerdos anfibios.

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REMINISCENCIAS 161

ha paseado con las señoras en las noches serenas,oyendo sus deliciosos cantares; ni se ha bañado en elrío; ni trae a la memoria el bambttco (1), el tumba-dillo (2); el 1:elay (3); el calabazate (4); ni haprobado el chulquín (5); ni besó, postrado de ro-dillas, los pies del Señor de los Milagros, que hizoexclamar a un incrédulo: ¡De Buga el Cristo, yesoel que lo ha 1)isto! Esto sin contar con las costum-bres patriarcales de sus habitantes; ni con aquellajuventud del uno y del otro sexo, tan lucida y tanexperta; ni con aquella amistad constante, sin do-blez; en fin, con aquel todo que constituye lo quese llama propiamente Buga."

y más adelante le decía:"Porque el valle no está cubierto de nieblas; ni

es azotado por esas brisas frías de la cordillera;ni en él se sufre el excesivo ardor de la costa delAtlántico, del Chocó y del alto Magdalena.

En Ruga, principalmente, un calor suave, queno enerva el espíritu, ni debilita los miembros, a lapar que fecundiza los árboles cargados de frutos yde flores, reanima a los mortales; por cuyo motivono se ven en Buga las bellezas pálidas y enfermizasque se apoderan de los corazones en otras ciuda-des, a título de románticas; sino la robustez y lasalud que brillan en el semblante de todas las per-sanas; beneficio debido al clima, a las aguas emi-nentemente saludables, y a los abundantes y exqui-sitos alimentos.

(1) Baile popular.(2) Pieza del vestido de las mujeres del puehlo, llamada.s

'ñapan[Jas.(3) Interjecciún demostrativa.(4) Dulce con 0~laba.(5) Eepecie de salsa.

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162 .JUAN FRANCISCO ORTIZ

Buga tiene 20° del centígrado; Cartago, 25° 6';y para mí es claro que no puede darse paraíso te-rrenal CDntan elevada temperatura."

y como atacaba sin piedad a los padres de SanFrancisco, le decía: "Es verdad que en el colegiode las Misiones de Propaganda existe un frailemuy racional y muy patriota, porque los frailes,con perdón de usted, pueden ser muy racionales ymuy patriotas, y aquel venerable religioso tiene elcorazón muy joven y el espíritu emprendedor. Elha refaccionado el templo de San Francisco, y hacostruído la iglesia de San Pedro, bellísimos edi-ficios que adornan la ciudad, es decir, los caleñoshan fabricado aquellos templos, pero movidos ydirigidos por él, y en su sagrado recinto se adoraal Señor de cielos y tierra, Padre de los frailes yde los incrédulos, y de los que escribimos bien olllal para les periódicos. El ha reparado d edificiode la escuela püblica y 1m refaccicnado y trabajadoen el plantel literario que se llama Colegio de SanbLibrada, es decir, él no, sino los caleños, siguiendosus consejos y sus inspiraciones; y en aquel colegioy en aquella escuela se educa la nueva generacióncaleña. Ese fraile ha constl'uído el puente de CaE,es decir, el no, sino los caleños, por los planos queél ha trazado y hecho ejecutar estando de sobres-tante de la obra.

"Estas sí llámelas usted vi rtudes (o lo que eslo mismo, l3atriotismo) de un eclesiástico que, bastaen su avanzada edacl, emplea los últimos restos desu vigor y de su fuerza Lm beneficio de sus próji-mas; que acaba de enseñar en la cátedra evangélica,y baja de ella a dirigir a los albañiles que trabajanen las obras pñbliclls que él mis1J1\' proYPC'ta y fo-

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REMINISCENCIAS 16.

menta, .manejando gruesas sumas de dinero, sinque hasta hoy nadie haya dudado de su probidad;que sale del confesonario para ir al colegio o a laescuela a estimular a los jóvenes; que visita losenfermos, que socorre a los pobres, que apacigualas querellas domésticas, que 8S oído como un va-rón de consejo, querido de muchos, respetado detodos: tal es mi apreciado primo el muy reverendopadre fray José Ignacio Ortiz. Tres sacerdotes heconocido, entre muchos, aquí en la Nueva Granada,que se han captado la veneración de las poblacio-nes en que residían: Margallo, en Bogotá; Vás-quez, en 'runja, y el padre Ortiz, en Cali."

La estancia llamada Las Piedras dista trescuartos de hora de Ruga, formando por aquel ladola base de la Cordillera Central, en temperamentofrío y con terrenos propios para sembrar trigo.:Mipadre deliraba con la idea de cubrir de trigalestodas aquellas lomas, y establecer un molino deagua con la corriente del río que las atraviesa. Sereconocía sobre Las Piedras un principal de cape-llanía, y se debían setecientas misas. El ilustrísimoseñor doctor don .F'ernando Cuero y Caicedo, dig-nísimo obispo de Popayán, a quien conocí en Bugay traté familiarmente en Cali, me conmutó, segúnsus facultades, dichas misas, por cincuenta: unacantada y las demás rezadas. Sin embargo, comola buena casa de teja que había en dicho campo sehabía caído, no hubo quien lo arrendara y se quedóimproductivo. La casa de Buga fue rematada porun señor Vergara, con vales de la deuda interior,y no se cogió de ella ni un cuartillo.

Mis correrías por el Cauca, el aprecio generalque me dispensaban en Buga y en Cali, las buenas

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relaciones que tenía en amhas ciudades y en la dePalmira, la salud que disfrutaba, las esperanzasde mejorar de fortuna, la juventud, en fin, hacíandeliciosa mi mansión en el Valle.

Dije anteriormente que había combatido en unperiódico llamado La Cáscara Amarga, redactadosólo por mí, el principio de utilidad sobre que fun-da Jeremías Bentham su obra de legislación. PepeCaro fue entonces uno de mis más acérrimos adver·sarios; y tánto, que, con el tono bruscote que locaracterizaba, me cargó fuertemente en una oca-sión, olvidado de nuestra antigua amistad. Estan-do en Cali recibí el número 18 de El Granadino,en que tira tajos y reveses contra el principio deutilidad, y prueba (lo que yo había probado) : quees inmoral a todas luces. Entonces tomé la plumay le dirigí una carta que se imprimió en Cali, yreprodujeron con entusiasmo los periódicos de lacapital. El padre Ortiz no se cansaba de admirarla,y andaba de casa en casa, haciendo de ella los ma-yores elogios, pues "quien a feo ama, bonito leparece".

La circulación de esta carta produjo el efectode que acordándose de mí, activaron mis contrariosun sumario criminal que se me seguía por órdenesreservadas de mi condiscípulo el doctor Ospina,y ael cual no había tenido ni el menor conocimiento,ni la más remota sospecha, hasta que vino un exhor-to al juez letrado de Buga para que me notificaraque estuviera a derecho ante el juzgado del cir-cuito de Bogotá. iVálgame Dios! iQué pena fue lamía! j Qué angustia! iQué desasosiego! iMi honorcomprometido! Emprendí mi viaje sin pérdida demomentos, despidiéndome apresuradamente de mis

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amigos; repasé al trote la montaña del Quindío, enlo más crudo del invierno, y corrí a presentarmecon mi inocencia ante el juez, para dejar bien pues-to mi honor, mancillado infamemente por uno detántos perversos que tomaron las armas contra elgobierno legítimo en la revuelta de 1840.

Llegué a Bogotá; empecé a activar el expedien-te con el mayor empeño, y, cosa estupenda, y noobstante común en los descuadernados juzgados denuestro país: la causa en estado de sumario novino a resolverse sino al cabo de dos años. El doc-tor José María Galavís dijo terminantemente ensu vista fiscal: N o hay ni sombra de culpabilidaden la cond1lcta del señor Ortiz, y el doctor MiguelChiari, en su calidad de juez, resolvió: no hay lugara la formación de causa, y así quedó terminado elproceso.

-bPero sobre qué versaba? preguntará alguno.Voy a decirlo:La sección primera de la secretaría del interior,

de la que yo era jefe, tuvo a su cargo, entre otrosramos, el despacho de los indultos, y más de sete-cientos facciosos fueron indultados por ella. Unos,sin condición alguna; otros, con la de dar fianza;estos con el requisito de salir del país; aquellos, conel de permanecer confinados en el lugar que lesseñalara el poder ejecutivo (es decir, mi condis-cípulo); y muchos con la obligación de consignaren el tesoro público las sumas de dinero que él teníaa bien asignarles.

Joaquín Cañola, de Amalfi, en la provincia deAntioquia, llegó preso a Bogotá con un par degrillos. Su paisano Luis Piedrahita me suplicó que

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lo defendiera. Creáronse unas pruebas en Honda;hice un largo escrito y me interesé verbalmente conel señor Ospina para que Cañola fuera indultado.La primera resolución que obtuve fue ésta:

"Queda indultado, con la condición de enterartres mil pesos en la tesorería." Al faccioso le pare-ció durísima aquella condición. Torné a la carga.Representé nuevamente. Volví a hablar con el se-cretario. Este lo mandó poner en libertad, sin con-dición alguna.

Cañola salió de la cárcel, mostrándose muyagradecido, y se comprometió por un documento apagarme por mi defensa trescientos pesos, de loscuales me entregó sesenta, y del resto no he vistom un cuartillo hasta la fecha. Inmediatamente si-guió para Ama1fi, asegurándome al despedirse queme remitiría por el primer correo, sin falta alguna,los doscientos cuarenta pesos, resto de la sumaestipulada; mas al pasar por Honda se puso adecir que había SIdo indultado por los empeños desus paisanos residentes en la capital, y que yo lehabía estafado o robado trescientos pesos. Oyó elrelato el señor Nicolás Quevedo Rachadel; vino aBogotá; contóselo a mi condiscípulo, y éste memandó encausar reservadamente.

No había prohibición de que los oficiales deldespacho del poder ejecutivo defendieran las cau-sas que se les recomendaran; y tan cierto es esto,que en 1833 defendí en estrados, delante de nume-roso auditorio, a Pedro Benavides, uno de los com-pañeros de Sardá, que no fue pasado por las armascon los otros diez y siete, sino condenado a diezaños de presidio en Chagres.

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Si el ejecutivo no hubiera indultado al faccioso,y yo, por favorecerle, hubiera falsificado la firmadel señor secretario y los registros en que se copia-ban las comunicaciones del despacho, no cabe dudade que se me debía haber castigado por tal crimen.Pero el doctor Ospina expidió la siguiente certifi-cación, con el sello del poder ejecutivo:

"MARIANO OSPINA

Secretario de Estado del despacho de lo interior yRelaciones exteriores,

Certifico

a petición del interesado:19 Que habiéndose fijado nn término perento-

rio para que dentro de él la sección primera deesta secretaría, que estaba a cargo de don .JuanFrancisco Ortiz, extendiese y comunicase los in-dultos sobre los cuales se le pasaban resoluciones,la sección cumplió con regularidad;

29 Que el secretario que suscribe no ha notadoalteración ninguna en la redacción de los indultos, y

39 Que el mismo secretario no sabe que se hayaexpedido por la sección referida algún indultofalso.

gn fe de lo cual, y en virtud de resolución delpoder ejecutivo, expido la presente con el sello res-pectivo, en Bogotá, a cuatro de julio de mil ocho-cientos cuarenta y dos.

(L. S.)MARIANO OSPINA"

Al declarar el juez que no babía lugar a forma-ción de causa, terminó el proceso. Mi familia quedó

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atribulada; yo, destituído, aunque reemplazado porun hombre pensador; y la secretaría de la legaciónde Chile corrió parejas con la deuda de Cañola : sela llevó la trampa.

Para dar cuenta al público de dicho proceso,publiqué una hoja titulada Lo que puede un chisme,y le puse por epígrafe estos versos del cantor delas guerras de Arauco:

Nadie puede llamarse venturosohasta ver de la vida el fin incierto,ni está libre del mar tempestuosoquien surto no se ve dentro del puerto.

El doctor aspina era el hombre de la situaciónen 1842. Transcurridos veinte años, es objeto decompasión y de lástima, preso en el castillo deBocachica, de donde si pudiera sacarlo ahora mis-mo, ahora mismo lo sacaría a que gozara el aurapreciosa de la libertad, sin hacer caso de lo quesufrí por consecuencia de sus órdenes reservadas.

En la democracia americana el doctor Marianoaspina Rodríguez representa el primer papel porsus talentos, por su probidad, por su desinterés ypor su valor personal. Escribe con suma claridad, convigor y con gracia, y habla como escribe: con me-sura, con aplomo, con lógica. Sus memorias comosecretario de Estado y sus mensajes corno presi-dente de la Confederación Granadina, son documen-tos que descubren en él un pensador profundo, unconsumado político, un sabio administrador de lacosa pública. En La Civilización, periódico que re-dactó con José Eusebio Caro, hay artículos de lapluma del señor aspina que hacen mucho honora la Nueva Granada: unos serios, ('('mbatiendo la

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perversa administración López; y satíricos otros,y en tono jocoso, que arrancan la risa, cerno Ellambón, y el cuento de los ciriales.

Dije en El tío Santiago, tratando del señorOspina, que era el candidato presidencial del par-tido jesuítico, por gratitud y por cálculo: "Porgratitud, porque a sus inauditos esfuerzos debenlos jesuítas su existencia entre nosotros; y porcálculo, pues de él espera la compañía verse enal-tecida y sublimada. El doctor Ospina, hablando im-parcialmente, es una de las primeras inteligenciasde la América del Sur. Tenaz y resuelto, tan insen-sible a la alabanza como al vituperio, y curtido porel infortunio, es hombre positivo y dirige sus mirasy planes a un punto muy elevado. Comprende conasombrosa facilidad una grande idea, la desenvuel-ve, la abarca, la domina, la hace suya, y entra ensus pormenores con incansable laboriosidad. Escri-tor elegante, claro y preciso, en su cabeza hay máslógica que inspiración oratoria. Sus discursos sonexplicaciones, pero no desnudas de interés; y suacierto parlamentario consiste en la oportunidaddel ataque y él á propos de la respuesta. Aunqueel doctor Ospina es hombre de grandes pasiones,sabe reprimirse, y ésta es una ventaja reconocida,bien que no siempre esté en nuestra mano el veri-ficarlo, pues siendo el hombre una criatura de suyomiserable, el orgullo es su herencia y la debilidadsu patrimonio. El señor Ospina es amigo de la li-bertad. Alguna vez lo fue hasta la exaltación, hastael delirio, hasta la demencia (aludía a la conspira-ción del 25 de septiembre). Hoy se halla arrepen-tido y su conversión prueba la madurez de susideas. "

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El doctor Ospina manifestó en su discurso deinauguración, al subir a la presidencia de la Re-pública, que la constitución no le daba los recur:sosbastantes para salvar al país, en caso de una re-vuelta. Esta sobrevino, por desgracia; y él fuemártir de sus juramentos. En efecto: ~cómo eradable dominar la situación, cuando la imprenta, enmanos de energúmenos, llamaba todos los días a lasarmas, y el poder público no podía hacerla callad& Cómo era dable dominar la situación, cuando sehacían públicamente grandes acopios de armas ymuniciones, y el poder público no podía decomisal'-las ni perseguir a los introductores 7 ÍD Cómo eradable dominar la situación, cuando los conspira-dores se juntaban a la luz del día para maquinarla ruina de la patria, y el poder público no podíadispersarlos 7 lo Cómo era dable dominar la si-tuación, cuando los ricos, olvidados de su propiaconveniencia, apretaban miserablemente la bolsa,y el poder público tenía que respetar sus propi<>dades7

La situación hubiera sido dominada con el con-curso de todos, prohibiendo la introducción de ar-mas, disolviendo las juntas revolucionarias, cerran-do las imprentas que fomentaban la rebelión y sa-cando recursos de los ricos; pero el egoísmo deunos, la perfidia de otros, los malos instintos deaquellos, la constitución, que maniataba al presi-dente, hé aquí apuntadas a la ligera las principalescausas de haberse introducido la dictadura en elpaís, causas previstas y que en vano trató de com-batir el señor Ospina.

No obstante el mal aspecto que presentaba lalucha con los rebeldes, él alcanzó a terminar su pe-

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ríodo constitucional, y sus enemigos, que lo eran dela patria, no pudieron C:erribarlo de la presidenCla.Hecho cargo de ésta Bartolomé Calvo, Ospina, consu hermano Fasi r, que veía claramente la situa-ció)) y la había revelado al público, se puso al frentede una partEa de menos de cien hombres y tratóde abrirse paso bacia el Magdalena, por la Mesade .Tuan Díaz. En las inmediaciones de aquella villatuvo un encuentro con los rebeldes, los derrotó ylogró ocuparla; pero habiendo recibido éstos con-siderable refuerzo, lo rodearon en una casa de paja,en donde se había hecho fuerte, le prendieron fuegopor tres partes, y a pesar de su resistencia, el ex-presidente y su herrhano fueron vencidos y queda-ron prisioneros. Ccnducidos' al cuartel general,J\1.osquera los hizo poner en capilla, y no habién-dose atrevido a fusilarlos los mandó al castillo deBocachica, como a unos famosos criminales, y aHípermanecen enfermos, privados de recursos y enla última miseria. (Después de escritas estas líneas,en 1862, se fugaron los presos del castillo de Boca-cbiea, en donde estuvieron catorce meses con un parde grillos, con el canónigo Sucre. Don Mariano di-cen que se ha radicado en Puerto Rico, y don Pas-tor en Costa Rica, en donde se ocupa en el cultivode algodón. Don Mariano es tan desinteresado, quedeJó de cobrar un año su sueldo como presidente,12.000 pesos.)

El señor Ospina anduvo prófugo por consecuen-cia (e la conjuración del 25 de septiembre. Sé habatido, ccn sangre fría y con denuedo, en El Abejo-rral y en El Oratorio. Ha sufrido terribles golpesde fortuna. Perdió su hija Tulia en la flor de suedad, y a Santiago, que contaba apenas diecinueve

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años y se educaba en Alemania. El director del co-legio escribía al desolado padre: "Que entre elcrecido número de alumnos que había tenido en suestablecimiento, ninguno había sobresalido tántopor sus extraordinarios talentos y bella índole,como el joven Ospina." y ni el horror de una ba-talla; ni el estar en un fétido y oscuro calabozo conun par de grillos, en 1851; ni el verse en capilla,en vísperas de ser pasado por las armas; ni lamuerte de sus dos primeras mujeres, pues está ca··sado en terceras nupcias con la señora EnriquetaVásquez; ni la pérdida de sus hijos, nada ha po-dido contrarrestar su resignación cristiana, o seasu serenidad filosófica. Mucho ha debido sufrirciertamente, pero no se ha quejado ni se ha ren-dido delante de la adversidad. IUe velnt pelagi rn-pes immota, resistit (Aen VII, 586).

Refieren que vino a Bogotá un Falcón, de Ve-nezuela, que había leído en El Tiempo de los Eche-verrías que el indio Ospina era wn atroz tirano, ypara satisfacer su curiosidad, se dirigió a la casade gobierno; y no hallando ni un soldado de cen-tinela, ni un portero, subió la escalera y se encon-tró con un hombre de humilde aspecto y descuidadotraje a quien preguntó:

-¡,Podré ver al señor presidente~- Mándeme usted, le contestó el señor Ospina.Int~'odújolo a su gabinete y después de un rato

de convorsación, salió el curioso desengañado de queno había tal tirano, sino un hombre de elevadasideas y de extraordinaria instrucción. El doctorOspina nació en el hermoso pueblo de Guasca, sa-queado por la columna que mandaba Evaristo La-torre. Era hijo de honradísimos padres y no tiene

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REMINISCENCIAS 173

de indio sino el haber nacido en América. Las fac-ciones de su rostro, su color, todo manifiesta quees de raza española; sin embargo, los Echeve'rrías,paisanos de li'alcón, no se cansaban de repetir elindio Ospina. Que en Guatemala dijeran el indioCal"rera, para designar, a su presidente, ¡vaya 1,nada más justo. Don Rafael Carrera era un indiopuro, ¡atuto, él mismo lo confesaba; pero nada másabsurdo que llamar indio al señor Ospina. El ge-neral Castilla es también indio puro de la noble razade los incas, y allá nunca se pensó en insultarle re-cordándole su origen.

Ospina ha traído a los jesuítas, ya va para dosveces, y dos veces han sido expulsados por el clubfracmasónico que, entre las tinieblas del misterio,tánto influjo ha tenido con López y Mosquera.

El señor Ospina, de cuya pureza en el manejode los caudales públicos nadie se atreve a dudar,ni aun sus más fieros enemigos, arregló durante suadmillistr.ación el definitivo pago de la deuda ex-tranjera. En aquella operación le ayudó mucho elseñor Ignacio Gutiérrez; mas para decir toda laverdad, debo añadir que la feliz combinación, pormedio de la cual quedará amortizada del todo ladeuda ingente al cabo de algunos años, no es origi-nal de Ospina ni de Gutiérrez; vino de allá paraacá, fue propuesta por los acreedores de la Repú-blica, nació en Londres.

Acabaré diciendo que no he pisado, ni una vezsiquiera, el palacio del señor Ospina; que no herecibido de él ningún empleo; que no me ha dadoningún favor, bien que tampoco lo he solicitado; yque si ahora emito el favorable juicio que acaba deleerse, no lo hago sino por rendir homenaje a la

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justicia, deseando vivamente que los lectores deestas memorias sepan la verdad acerca de los he-chos y acerca de los hombres.

]iJl escritor de los Anales de la revolución de1860 dice, hablando de Ospina: "Basta echarle unaojeada para descubrir en él rasgos de Marat, devVashington, de Aristides y de Sila. Sí, porque tie-ne la imperturbabilidad política del amig'o del pue-blo, la autoridad republicana del padre de la Unión,la honradez metálica del proscrito griego y lacrueldad sanguinaria del rival de Mario."

Me he propuesto escribir unas páginas que nosean del todo inútiles. En ellas encontrará el lectorcuadros, descripciones y noticias que, a buen segu-ro, no hallará en otros libros; y como garantía dela verdad que preside a mis desapasionados juicios,ahí quedan estos apuntes acerca del doctor Ospina.Nadie lee con gusto un libro inútil.

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REMINISCENCIAS '175

XXXIV

Un viaje a Villeta.-En camino para el Chaparral.-El doctor Mu-dIlo Toro.-La jefatura política de Chocontá.-Muerte deldoctor Francisco Soto.-El doctor José María Plata y sufin.-Doña 8ilveria Espinosa y doña Gregoria Haro.-Gober-nación de Pamplona.-Las familias Valencia y Canal.-EIgeneral Leonardo Canal y sus campañas.

Verdad es que el proceso de que acabo de darcuenta puso en claro mi inculpabilidad; pero medejó mano sobre mano; y como los médicos asegu-raban que le c(nvendría a mi madre mudar de tem-peramento para restablecerse de sus males, em-prendimos el viaje a Vil1eta, suministrándonosJoaquín todos los recursos necesarios, pues es desaberse que había ascendido en la carrera buro-crática al cabo de algunos años y tenía un sueldoregular. Estuvimos un par de meses en Villeta yluégo pasamos a Guaduas, donde permanecimoscerca de un año.

Deliciosa fue mi mansión en aquella villa. Mimadre podía salir en silla de manos, porque no es-taba tan agravada de sus dolencias. Teníamos al-quilada una casita aseada y alegre donde se reuníanlas principales señoras del lugar, bailábamos m:1-chas noches al són de la guitarra, o nos entrete-níamos con l( s juegos de prendas; paseábamos conmi madre por los alrededores de la villa, y yo mon-taba a caballo y me dirigía al Paramillo, a Chagua-ní, al Raizal, a Honda, y mi vida era alegre, varia-da, divertida.

Por las mañanas tomaba el café con el coronelAcosta y después almorzaba con mi madre; hacía

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algún escrito a los campesinos que tenían negociosen el juzgado; leía poco y escribía menos; pero encambio me bañaba mucho y paseaba continuamente,entrando a todas las casas, donde era recibido conla cordialidad y la franqueza características de lagente calentana. Los Guzmanes y los Rubios eranmis amigos; el cura, que ahora lo es de Turmequé,doctor Ignacio Ramón Quintero, me favorecía consu confianza, y todo el vecindario, unido como una'buena familia, vivía feliz en el seno de la concordia,y el forastero participaba de su dicha. La paz, elagradable clima, el risueño valle en que la villa estáedificada, las hermosas campesinas, las noches so-renas, todo eso junto formaba un cuadro de feli-cidad que en vano pretendería dejar copiado enestas páginas, cual existe en mis recuerdos, contodos sus pormenores, con su brillante colorido ysu mágico encanto. iQué de veces prolongaba mipaseo hasta la cumbre de un cerro que llaman Pande .Azúcar, por la forma cónica que ostenta; y enaquel magnífico Belvedere que domina los verdesllanos de Mariquita, el Tolima coronado de perpe-tua nieve, el páramo del Ruiz y el curso del cauda-loso Magdalena, que fecundiza esos campos ubérri-mos, llenos de tabacales y de plantaciones útiles,me ponía a cavilar lo que serían, con el andar deltiempo y con la paz estas comarcas, una vez quepenetre en ellas el elemento europeo con los pas-mosos adelantos del presente siglo.

"Cuando empecé a escribir estas Memorias,¡creéis por ventura, vosotros que las leéis, que fuecon el objeto egoísta de hablar siempre de mí T' ~Así exclama el célebre Dumas, y yo me apropio suspalabras.

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"No: he querido pintar, dice él, un cuadro in-menso, para baceros entrar a todos, hermanos yhermanas, padres e hijos del siglo, sublimes talen-tos, gra(~iosas ÍJennosuras, cuyas manos, cuyas me-jillas, cuyos labios se han puesto en contacto con-migo; a \'osotros a quienes he amado, o que mehabéis amado; a vosotros, que habéis sido o quesois aún el esplendor de nuestra época; a vosotros,que sois aúu desconocidos para mí; a vosotros, losque !!le habéis aborrecido. j Las memorias de Alejan-dro Dumas! j Esto hubiera sido una cosa muy ri-dícula! ¡Qué he sido yo, por mí mismo, individuoaislado, átomo perdido, partícula de polvo arras-trada por todos los torbellinos 1 j Nada! Pero, unién-dome a vosotros, estrechando con la mano izquier-da la derecha de UlI artista, formo uno de los anillosde la cadena de oro que une el pasado con el por-venir. No: no son mis IIIcmorias las que escribo,sino las JIC!nO rias de todos los que he conocido;j todo lo grande, todo lo ilustre de la Francia; lo queescribo son Las lvlcmorias de la Francia!"

Lo mismo digo por mi parte: no son mis Me-morias las (Iue escribo, son unos cuadros breves,verídicos, espontáneos, de todos los que he cono-cido; y si la época no aparece fecunda en santos,en héroes, en estadistas, en verdaderos ingenios, laculpa no es mía. j Qué horizontes tan distintos losque ofrece la Francia y la Nueva Granada! Aquéllaes la primera nación de las que pueblan la faz delglobo; ésta es de las últimas. Todo guarda su de-bida proporción. Dumas es un hombre dotado deadmirable talento, y corno tal escribe, y sus obras,estando en el telar, le valen ya millones de francos.iAsí se puede escribir! A M. de Lamartine le han

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comprado poco há sus Mem.orias por setenta y dosmil pesos; y a mí en este lindo, querido y pícaropaís, no habría quien me ofreciera por cuanto llevoescrito ni un par de duros. Aquí no se encuentraestímulo· ni en los gcbemantes ni en los particula-res. Los primeros, una vez colocados en el poder,no piensan sino en hacer su capotilla para el día demañana. iConstante previsión para no volver a lavida privada con las manos vacías, sin un fuertecapital! Los segundos no leen, y les pocos quehojean un libro lo quieren prestado. Pero sigamos.

Don José de Ocasal, uno de mis mayores, dejóun patronato laical que disfrutó mi padre y recayóen mí como su primogénito, p( r los términos de lafundación. Consistía dicho !Jatronato en un globode tierra muy fértil, llamado Talaní, al pie de lamontaña de Barragán, por donde baja el río Te-túan, que sirve a las tierras de lindero. A trescuartos de hora de camino demcra ·el Chaparral,pueblo de paja, con su iglesia cubierta de teja:bonita población, compuesta de un vecindario degente pobre, hospitalaria y de sano corazón. Noeonocía yo las tierras de Talaní, y me animó avisitarlas don Ignacio Me rales, rico negociante deBogotá, quien me propuso elaborar en compañíauna salina muy abundante que existe en ellas. Cogíun trotón sabanero, como en otras ocasiones ... yivamos andando! Cambié el trotón por una mulade alquiler, al perder de vista la Sabana, y empecéa bajar la grande escarpa Ue la cordillera, atraveséel Magdalena, y dejando a un lado al Espinal y SanLuis, y vadeado el Cucuana una y otra vez, hétemeahí en el Chaparral, después de cinco días de mar-cha, si mal no recuerdo. Examinadas las fuentes

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saladas, resultó que eran muy flojas, por no alcan-zar sino a 3° de saturación, cuando las de Zipaquirátienen 18Q• Verdad es que el combustible en Talaníes tan abundante que puede cortarse por siglos deuna cordillera virgen que forma otro de los linde-ros de la hacienda; pero el empresario se desanimó,y ahí se quedó el cuento. Me sucedió lo que a todoslos pobres: salí condenado en los gastos del viaje.j Vaya una gracia!

El dodor Manuel Murillo Toro, que ha llegadoa ser presidente de la República, se apareció enmedio de las fiestas en que ardía el Chaparral porentonces, con motivo de solemnizar a su santo pa-treno, de celebrarse unas bodas de Garnacha, enque hubo muchos bailes y convites de que participé,y cuyo recuerdo vive en mi memoria. Luégo tendréespacio para hacer justicia al doctor Murillo. Porahora diré que, a los diez años, vendí al señor JoséDlaz mis tierras de rralaní, con permiso de la curia,en mil quinientos cuarenta pesos de ocho décimos.

Quedó vacante en 1846 la jefatura política delcantón de Chocontá. Nombróme jefe político el go-bernador de Bogotá, doctor Pastor Ospina, sinninguna insinuación de mi parte; y acepté, no porel sueldo de cuatrocientos peSGSde ocho décimos,sino por hallarse de cura de la villa el muy reve-rendo padre ministro fray Nicolás Sáenz, domini··cano, mi viejo amigo, sujeto apreciable en toda laextensión de la palabra, y que no echaba en olvidoque debía a mi influjo con el señor arzobispo Mos-quera el haber sido colocado en aquel beneficio. Elpadre Sáenz era franco y generoso, y a pesar desus setenta y pico de años, siempre estaba alegre

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y de buen humor. Tenía una conversación agradabley me quería extremadamente.

La casa cural de Chocontá, construída por elpadre ministro Camargc, es un palacio. El padreSáenz me instaló en el mejor departamento; sumesa fue mi mesa, sin permitirme gastar nn realde mi bolsillo, y viví en su compañíá un año de losmás alegres y divertidos que he pasado en mi vida,que no han sido pocos, gracias a Dios.

Durante mi administración se hizo relativamen-te mucho en Chocontá: se estableció una buena es-cuela pública para niñes; se macadamizó la plaza;se construyó el cementerio, al que faltaba sólo po-nerle la puerta para que estuviera completo, y creoque aün después de tántos años no se la han pues-to; se introdujo una buena cClltabilitlad y se rin-dieron todas las cuentas pendientes, etc. En fin,se hizo más en un solo año que en muchos de losque han seguido después. Ahí quedan varios viejosque pueden jurarlo.

Un domingo por la mañana estábamos en elcorredor de la jefatura don José María Plata y yo,esperando que pasara el doctor Francisco Soto, quevenía de San José de Cúcuta, y a quien aguardabasu familia en la hacienda de Tilatá. Sabíamos qnehabía pernoctado en el pueblo de Hatoviejo. Lascampanas, en aquella hora, se hacían lenguas con-vidando a los fieles a entrar al templo del Señor abendecir su santo nombre, cuando caballero en unamula, cubierto el rostro con un pañuelo, aparecióun sujeto en la esquina de la plaza.

-Ahí está mi suegro, gritó don José María, ysalimos a saludarle. Le ofrecí posada y almuerzoeon las más vivas. instancias, y me acuerdo que

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añadí: -Doctor, por oír misa y dar cebada ningunoperdió jornada. -Bueno está todo eso; pero sontales mis deseos de ver a la familia, me contestóel doctor Soto, que no puedo detenerme ni un mo-mento, y picando su mula se despidió, dándome la8gracias. El doctor Plata montó a caballo y corrió aalcanzarle. Llegaron a Tilatá y todos acudieron aabrazar a aquel venerable patriota y excelentepadre de familia. Pasada la primera explosión decontento y alegría, el doctor Soto subió a una piezaalta a sacudirse el polvo del camino. Le quitaronlas espuelas y los zamarro s, se zafó la ruana, serecostó en una cama... j y se quedó muerto 1 En-tonces empezó un llanto que parecía que se hundíatoda la casa.

A poco rato llegó la noticia a Chocontá. Habíaque bacer una visita a los dolientes, y para esto,según la costumbre del pueblo, 8e buscaron diez odoce caballos negros en que montamos otros tántossujetos, con ruana y zamarro s negros, y llevandoatada a los sombreros una banda negra también.Así nos presentamos en Tilatá, y fue tánto lo queme conmovió el dolor de aquella desconsolada fa-milia, que lloré como un niño. Como el doctor Sotevenía a ocupar una silla en el senado, participé porla posta al gobierno su fallecimiento.

Años después, Plata hacía fuego sobre UIl8trinchera, el 18 de julio de 1861, cuando se apoderóMosquera de Bogotá. Una bala le atravesó el pechode parte a parte, y le privó de la vida. Soto y Platababían sido ministros de hacienda en diferentesadministraciones: uno y otro tenían buenos talen-tos. Sin embargo, persisto encaprichado en soste-ner que en este país no ha habido nunca un minis-

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tro de hacienda; es decir, verdadero ministro, unhombre de ingenio creador que invente recursos yhaga prodigios, como Colbert en Francia, en elreinado de Luis XIV. Si por ministro de haciendase entiende un empleado que vela en la recaudacióndel impuesto, que decreta los gastos conforme a lahoja del presupuesto, y no roba, ni permite a sa-biendas que roben los tesoreros y los administra-dores de las aduanas y de las salinas, entoncesconcedo que no han faltado ministros de hacienda,entre los cuales figuran con honor Castillo Rada,Burgos, Soto, Plata, etc. Pero si por ministro dehacienda entendemos un hombre de ingenio quesaque recursos para el fisco, haciendo el prodigiode que la industria crezca y produzca, que encuen-tre las cajas vacías y las deje llenas, que halle alfisco adeudado y lo deje solvente, seguiré creyendoque no ha habido ministro de hacienda entre nos-otros. Y &quiénsostendrá que lo ha habido, cuandocrece la deuda pública, cuando el erario sigue enbancarrota, y a los grandes males no se aplican losgrandes remedios?

Algunos, como Tom ... ás ... Cu ... en ... ca (asífirmaba por hacerse notable), que han llegado adesempeñar ese destino, han pensado que la graciaconsistía en imprimir un tomo bien abultado, conel título de Informe o Memoria, y es la cosa másfácil recoger una multitud de documentos y deestados e imprimirlos; y los páparos se quedan contamaña boca abierta.

En Guatemala estaban, ahora pocos años, comonosotros. Hubo un hombre que contratara un em·préstito y estableciera en grande la siembra delalgodón y del café por cuenta del Estado. Se gana-

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ron milh nes; se pagó lo que se debía, y hoy cuentaaquella República, gobernada por un indio talen-toso y patriota, por don Rafael Carrera, con unfuerte superÍ', it. lSto, ¡,por qué? Porque hubo unmimstro ue hacienda.

L"l el jugueül10 literario, titulado El tío Lila,mamfesté 1. que pudiera hacerse con 400.000.000de pesos, cifra igual, SI no inferior, a la que haproG.uciuoel guau le las islas de Chincha. Sin em-bargo, el progreso literario e industrial del Perúné es e,e los mús lisonjeros que digamos. ¡,Por qué?Porque no han tenido un ministro de hacienda.

Poco. antes de mi viaje a Chocontá trabé ínti-mas relaciones de amistad con nuestra célebre poe-tisa la señora Silveria Espinosa, a quien ya habíacOlloeido,de quince años, en el pueblo de Fómeque;joveü esbelta, de negros ejos y de negros cabellos,y adornada con la triple corona que formaban entomo de sus sienes la rosa de la edad, los laurelesdel talento y las azucenas, símbolo perfecto de lapureza de su corazón. Casó en primeras nupciasC( n don José María Camacho, el cual era tan miopeque tuvo un fin desastrado. Se botó a nadar en unpozo que llamaban La teta del agua, en Tunja, ycreyendo que nadaba en la parte en que tal ejerciciopue~e hacerse sin peligro, se desvió, y sin pensarlose fue acercando a un remolino profundo que se losorbió. Pasaron años, y la viuda contrajo matrimo-nio con don Telésforo Sánchez Rendón, apreciadosujeto. Saludé a Silveria en su nuevo estado enunos semiversos que le dirigí desde Antioquia. Sil-veria se ha hecho conocer en la prensa de la Amé-rica españ( la y de la península por sus produccio-nes literarias. No puedo decir ni iay 1ni iuy 1acerca

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de ellas, pues no me reconozco .sufirientementeimparcial. He sido siempre uno de sus panegiris-tas: es mi discípula de italiano y le he dado leccio-nes de literatura, así como quien no quiere la cosa,en conversación, burla, burlando. Pondré, pues, al-gunas muestras, y ellas, estoy seguro, se defende-rán ante la crítica ilustrada, y si no ~qné vamos ahacer T iPaciencia y barajar!, como deeía Duran-darte en la cueva de Montesinos.

La señora Gregoria Haro enviudó a los diez ysiete años, quedándole un hijo que perdió en lacuna. No he visto una viuda mús interesante por sugraciosa figura y por sus talelltos. Ahora se hallaen Europa, y dondequiera que lea estas páginasrecordará al amigo que tan dulces horas pasó allado suyo oyéndole recitar sus versos, o los que élimprovisaba en su alabanza. Silveria deeÍa a Gre-goria por la muerte de su hijo:

Si hubieras comprendido, (wgel hermoso,lo que valiera para ti su amor,su gracia, su donaire, sus talentos,y de su pecho el generoso ardor;

Si hubieras visto su serena frentey su preciosa boca de coral,y su tez y sus ojos de paloma,y su sonrisa pura, angelical,

nunca del seno de tu amante madretú te escaparas sin Jlorar por él,como se escapa en no('he borrascosael aroma del nardo y del clavel.

1Oh! Si posible fuera que hoy viniese.a dormir en sus brazos de marfil,yo te dijera de rodillas: Niño,1vén con las rosas del florido abril!

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Vén a escuchar los amorosos cantosque tu madre ensayaba ayer no más.

y cuando se supo la muerte de monseñor Mos-quera, alzando la entonación, exclamaba la poetisaal fin de una sentida composición:

iHonor al que luchando con denuedono tuvo al mundo ni a los hombres miedo

ni al terrenal poder 1

¡Para él la eterna luz, la paz, la gloria,para él los santos himnos de victoria

y el místico laurel!

¡Gloria y honor al santo peregrino,gloria y honor al mártir granadino

bajo eterno dosel!

Si canta a Bolívar, su acento cobra tal brío ymajestad, que eleva el alma:

Bolívar es el hombre que no será olvidado,sus hechos son los hechos que nunca morirán.

y en otra parte:Bolívar: ¡oh! tú eras, magnammo guerrero,orgullo de mi patria, su escudo y su blasón;tú, aquel entre sus bravos, más bravo que el primero;el grande entre los grandes que fueron y que son.

Silveria tiene entre sus escritos inéditos La casade N azareth, leyenda bíblica en verso, de la cualnada diré por la razón arriba apuntada. Cuando laexpulsión de los jesuítas por el general López, pu-blicó un folleto titulado Lágrimas, que se las hizoderramar abundantísimas al señor arzobispo Mos-quera.

Llegué a ver al arzobispo y lo encontré entu-siasmado y enternecido con la lectura del cuader-

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no, y me manifestó que quería decir a la poetisa'que sus Lágrimas le habían hecho llorar mucho;pero que deseaba decírselo, no en vil prosa, comola llamaba Voltaire, sino en verso, para lo cual im-ploraba mi auxilio. Entre los dos compusimos unpar de redondillas, que siento no retener en la me-moria, y que el grande arzobispo firmó y remitióinmediatamente a nuestra excelente amiga, que deseguro conserva aquel precioso billete; y llámoleprecioso, no por la parte que me cupo, sino por serun autógrafo, quizá el único en verso, de varón tandistinguido.

** *In die bus illis pidió licencia por algunos meses

el general Vicente González, gobernador de la pro-vincia de Pamplona, y el presidente Mosquera menombró para llenar la vacante. Monté, pues, y mefui hasta Pamplona, ¡como quien no dice nada!Llegué un domingo en la tarde. Queda la ciudadentre cuatro cerros, uno de los cuales, por el quebaja el camino público, se llama El Zumbador. Lle-guéme a una venta que domina la ciudad, pedí can-dela, salió con un tizón en la mano una real moza,bien parecida y cuya edad no llegaría a los diecio-cho años.

-Bien, niña, la dije, después de encender elcigarro, ~sabe usted dónde queda la gobernación'

Ella, extendiendo un brazo redondo y blancocomo la: leche, señalando con el tizón a guisa decetro, me dijo:

-&Ve usted la plaza T-Sí que la veo.

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-Pues atraviesa usted en esta dirección, y meindicaba la diagonal; llega usted a la esquina, ca-mina una cuadra, y a la vuelta, a la primera puer-ta de la izquierda ...

-¡ Bien, muy bien!y después de hacerle mis cumplimientos, piqué

el macho famoso que me conducía desde Paipa.Después de bajar el cerro, siguiendo las indicacio-nes de la doncella, llegué a la gobernación, términode un viaje de quince días, contando mis detencio-nes en Tunja y en Santa Rosa.

En mi RelaC'ión de viajes a las provincias delnorte, hablo de Pamplona, y por no repetirme omi-to aquí la descripción.

El doctor Eduardo Valencia me llevó a su casa,que quedaba al frente de la gobernación, y me ofre-ció a las siete de la noche un buen refresco, del queparticiparon ocho o diez sujetos principales. Ha-biendo llegado mi equipaje, que se reducía a doscargas, me instalé en la casa de gobierno, que en-contré muy aseada y amueblada. Al siguiente díapor la mañana me levanté temprano según mi cos-tumbre, me afeité, me bañé, me mudé, y cogí unlibro para leer, cuando tocaron a la puerta: era elsecretario de la gobernación. Después de saludar-nos, me preguntó si quería tomar una taza de café.Díjele que sí: salió al corredor e introdujo a uncriado que traía excelente café, leche, azúcar y tos-tadas con mantequilla. Lo tomé con mucho apetito,y el secretario, a quien había encargado que mebuscase una cocinera, me indicó que su madre yhermanas, que deseaban conocerme, me esperabanese día a almorzar. Convine en ir a ponerme a suspies, y entrámos a la sala del despacho. El secre-

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tario me dio cuenta de los negocios en curso conmucho orden y desembarazo: resolví lo que debíahacerse, y como a eso de las once nos fuimos a al-morzar.

Ese secretario tan bondadoso y tan inteligenteera el señor doctor Leonardo Canal.

El seíl0r Luis Canal, que había muerto hacíapoco, y la señora Gabina González, hermana delgobernador, habían tenido nueve hijos de su ma-trimonio: siete varones que, llegado el caso de to-mar las armas en defensa de su país, las empuña-ron cerno los siete hermanos Macabeos; y dos mu-jeres: Salomé, fresca como una rosa, joven de ex-tremada viveza, y Martina, con unos negros ojosy un aire de reina, que seducía los corazones. To-dos los muchachos eran bien parecidos, y Leonardo,el mayor, no mostraba entonces detrás de sus a.n-teojos verdes que sería un general famoso en unpaís en donde tántos guerreros descuellan diaria-mente en nuestras miserables contiendas. Vivía enPamplona don Gabriel García Peralta, patriotaalevemente asesinado después, rico negociante, due-ño de la hacienda de Tescua, con su familia, com-puesta en su mayor parte de mujeres hermosas,parientes de los Canales. Estos y los Garcías eranlas familias principales de la ciudad. Leonardo seenamoró de su prima Ana María; Ezequiel, de Be-lén; Florentino, de Carmelita, y Joaquín Peralta,tío de los Canales, de Francisquita, y se casaroncon ellas a poco que me ausenté de Pamplona.

En tales circunstancias, la temporada tenía porfuerza que ser muy divertida; y si se agrega querasgueábamos la guitarra y todos cantábamos bieno mal; que yo improvisaba desaforadamente en-

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tonces, se verá que aquellas comidas, aquellos pa-seos, aquellas tertulias debían tener tal atractivo,embellecidas por ocurrencias tan espontáneas, quesu recuerdo me ha perseguido por años, y su me-moria no pudo borrarse de la de aquellas familiasen mucho tiempo. El pan, de excelente harina deMálaga, el chocolate, tan bueno cual sólo se tomaen Pamplona, el buen vino traído de Cúcuta, quenunca llegó a faltarnos, los dulces en almíbar y lospostres que preparaba mi señora Gabina, todo nosproporcionaba una que no debe llamarse simple-mente buena vida, sino magnífica vidorria.

Pasaron muchos años, vino una gran revolucióny Leonardo se batió con el señor Pedro QuinteroJácome, en Tompa. El relato que hizo de aquellaacción ha sido muy elogiado, porque describe elsitio y apunta las principales circunstancias contánta claridad que se figura úno estar presente alcombate, dirigido con habilidad por uno y otrojefe, y en el cual se luchó con singular denuedo.Evita Leonardo en dicho parte el enfadoso e im-pertinente yo dirigí, yo mandé cargar, yo avancé,frases que revelan el deseo de figurar en primeralínea, y por lo general deslucen esa clase de do-cumentos.

Canal hizo un movimiento rápido y se colocóentre :Mosquera y Santos Gutiérrez. Atacó al pri.mero en Boyacá, casi en el mismo sitio en que Bo-lívar dio la memorable batalla del 7 de agosto de1819, y dígase cuanto se quiera, Canal se adelantóy entró a Bogotá el 25 de febrero de 1862. La tropade la guarnición y algunos comprometidos se hicie-ron fuertes en San Agustín, pero si el sitio hubieradurado dos días más habrían tenido que rendirse

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infaliblemente. Los salvó el movimiento que hizoMosquera hacia la capital, y más que eso el que elpueblo permaneció quieto y tranquilo. Si, como erade suponerse y lo esperaba Canal, se hubieranpuesto en armas diez mil hombres de la gente de laciudad y de la poblada Sabana que la rodea, sehabrían rendido los de San Agustín, Mosquera yGutiérrez no habrían podido resistir, y vencidospor completo o replegándose al norte, la guerrahubiera tomado una llueva faz: ¡oh, sí, una fazenteramente nueva! No es Leonardo un imbécilpara creer que un edificio de cal y canto, como SanAgustín, podía tomarse sin artillería pesada; demodo que si mandó hacer fuego a los atrinchera-dos allí fue para acosarlos hasta que la falta dealimentos y de sueño, y la sed y el polvo y el can-sancio, y todas las ansiedades del infierno reuni-das en aquel sitio los forzaran a rendirse. Mandóprender fuego a la casa que habitaba el señorGrau, las llamas se propagaron a la capilla de Je-sús Nazareno, y entre aquellos horrores y el ince-sante fuego de fusilería, en las tinieblas de la noche,se alzaba un penacho de llamas que al soplar elviento hubiera convertido en cenizas todo el edifi-cio. Muchos cuartos estaban llenos de cadáveres;los heridos se revolcaban quejándose en los corre-dores; y una que otra granada había reventado yaen el patio del convento, inspirando a todos des-aliento y espanto. El trance era apuradísimo, y siMosquera no se aproxima a la ciudad, los que ibana perecer hubieran tenido que rendirse; pero viendoCanal que el pueblo no se movía, juzgando que enBogotá no había conservadores o que todos sehabían muerto, resolvió seguir al Magdalena y salió

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con sus valientes, dejando la ciudad abandonadaa su propia suerte. Llegó a Antioquia, pasó alCauca, y de allí, habiendo atravesado de norte asur toda la República, se internó en el Ecuador,disolviendo antes sus fuerzas (Tulcán).

Esas marchas forzadas, abriéndose paso porentre las columnas enemigas y dejándolas a reta-guardia; esa serenidad en la pelea; esa perspicaciapara conocer las celadas que le tendía el enemigoy evitarlas oportunamente; el amor y respeto quesupo inspirar a sus tropas; el orden y disciplinade éstas y los triunfos que alcanzaron en muchosencuentros, colocan al señor Canal entre los pocoshombres a quienes inspira el genio de la guerra.¿ Quién hubiera dicho que mi secretario llegaría aocupar un lugar tan distinguido entre los guerre-ros americanos'

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xxxvGobcl'llación de Neiva.-Lo que era la ciudad en 1847.-EI doctoT

Vera, descubridor del movimiento perpetuo.-Una visita a laProvincia.-Viaje a las provincias de la Nueva Granada.-EIConservador y El Parnaso Gmnadino.-La intendencia de ha-cienda.-Una acusación de robo.-La resolución del doctor Mu-rillo.-Quién era este hombre público: su carrera política.

Estando en lo mejor del cuento, regresó el ge-neral González, y volví a tomar mi mula de alquilery atravesé el valle de Piedecucsta y la provinciadel Socorro, tornando a mis hogares por los risue-ños campos de Simijaca. En el Socorro el gober-nador Urbano Pradilla, mi condiscípulo, que mecolmó de atenciones, me mostró el número de laGaceta que traía mi nombramiento de gobernadorde Neiva. Salía de las nieblas de Pamplona e ibaa los ardorosos valles del Magdalena. j La transiciónera grande y sensible! Después de estar en Bogotácon mi madre y hermanos unos pocos días, salípara Neiva a sudar el quilo.

Queda la alegre capital del Huila en una llanu-ra sombreada de ceibas y tamarindos, en un cua-drilátero: por un lado la baña el Magdalena, porotro el río Las Ceibas, por aquí el río de Oro y porallí La Toma. Su caserío, en lo general, es de paja;la iglesia, muy clara y muy hermosa, es de teja;sus habitantes, con raras excepciones, son honra-dos, hospitalarios y de trato franco y sin doblez.

Desde el tiempo en que fue gobernador de Nei-va el general Domingo Caicedo, la gobernación erauna tienda de vara en tierra, cubierta de paja; lospapeles del archivo se acomodaban y guardaban en

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petacas de cuero; el mostrador de dicha tienda servíade escritorio, y cuatro sillas de cuero peludo comopletaban el mobiliario del despacho. Alquilé a mibuen amigo el señor Antonio Solano una gran casade teja que tenía un salón claro y espacioso, y meinstalé allí, ya que no con lujo, al menos con algunadecencia. Había comprado en doscientos pesos unmacho famoso a un vecino de Timaná, llamado Ti-burcio (no sé qué); por cuya circunstancia misasistentes lo llamaban Don Tibuf'cio. Montaba enDon Tiburcio por la mañana, con la fresca, y dabaun gran paseo; me bañaba en el Magdalena o enLas Ceibas; almorzaba después, y empezaba eldespacho, que no era embarazoso para mí, acos-tumbrado como estaba por años a manejar expe-dientes en las secretarías del I-Gstado.El señor Po-licarpo García, sujeto honrado e inteligente, mesirvió de secretario; y promoví en cuanto pudetodos los ramos del servicio público en la provincia,fijándome sobre todo en la educación pública, comoen Pamplona. Por la tarde, ya con la noche, volvíaa montar en Don Tiburcio y me daba un nuevobaño. Pasaba las noches en alguna tertulia u oyen-do cantar el quejumbroso bambuco a la claridad dela luna, gozando del fresco, pues así como en Pam-plona el termómetro centígrado marca de ordinario14°, en Neiva sube a 30° o wás. -

Lo que ejecuté durante mi administración quedóconsignado en varios documentos, muchos de ellospublicados en la Gaceta Oficial de 1847, como miMemoria a la cámara de provincia. Por lo demás,sólo dos sucesos ocurrieron dignos de mención.

IEl señor Pedro Vera descubrió el movimientoperpetuo! Eso se dijo al menos. El construyó una

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máquina hidráulica, y aseguraba que se moveríaeternamente. 1m señor Vera hizo un viaje a Lon-dres, habló con ingenieros muy hábiles y con mecá-nicos de primer orden, y parece que le sostuvieronque aunque su máquina no dejaba de ser un tantoingeniosa, el gran problema del movimiento per-petuo quedaba en pie y no estaba resuelto.

Hice la visita de la provincia recorriéndolahasta. Garzón, y durante mi mansión en Yaguaráhubo algunos bailes y comidas, porque estaban defiestas. Improvisé unas tantas veces, según mi mal-d-ecida costumbre de entonces; y a pocos días demi regreso a la capital de la provincia, presentó-seme un sujeto ya entrado en años, gordote y bona-chón, de cuyo nombre no quiero o no puedo acor·darme.

Sentado el visitante en un taburete y mecién-dome yo en la hamaca, me manifestó que le habíaadmirado en extremo mi facilidad para improvisar;me declaró que estaba deseosísimo de poseer talhabilidad, y me ofreció una carga de chocolate(cacao, quería decir) y el mejor de los muletos de suyeguada con tal que me tomara el trabajo de co-municarle el secreto y ponerlo en estado de impro-visar sobre cualquier asunto, con pie forzado, cualme lo había oído hacer repetidas veces. .. ¡Guay!iPoco le pedía el cuerpo!

El se hacía entender en castellano, no cabe duda,pero no sabía la lengua: no la había estudiado, ymenos con el detenimiento requerido para hablarlay escribir1a con propiedad. Estoy seguro de queno sabía qué era un verbo, ni acertaba a distinguirel sustantivo del adjetivo, ni siquiera había oídohablar de métrica y de prosodia. & Qué hacer con

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él T iVaya con el hombre! Traté de hacerle com-prender que eso de improvisar no era cosa tanhacedera como la suponía, a lo cual me observó:

-lo Le parece a usted poco un muleto famoso yuna carga de chocolate? (Equivocaba siempre lostérminos).

-N o, le contesté; no me parece poco, SIem-pre que el discípulo sepa la lengua y tenga en lacabeza cierta chispa ...

-j Bien!, la lengua se irá aprendiendo, repuso,y por lo que hace a la chispa, a mí raras veces mefalta.

-No hablo de esa chispa, señor, sino de la dis-posición del alma para producir repentinamenteel pensamiento en verso, con cierta medida, ciertaspausas, y ciertas terminaciones que se llaman rima.

-j Vaya! ¡Embrollo! ¡Embrollo! j Si hubiera sa-bido que eso tenía tántos periquitos, no habría em-prendido el viaje desde Yaguará; pero como usteddijo en casa de. .. ique era una cosa tan fácil!

-Muy fácil para los que tienen chispa.-Pues vuelvo y le repito: que a mí 10 que es

chispa no me falta.Después de haberme molido largo rato con sus

impertinencias, pusimos punto a aquella singularentrevista.

Aprovechando algunos momentos de frescuraescribí una sucinta relación de mi Viaje a las pro-vincias de la Nueva Granada; y la escribí sucin-tamente porque aborrezco de muerte todo lo quees difuso: creo que el ser difuso, el desleír lospensamientos en un piélago de palabras, no arguyemérito en un escritor. Lo que me agrada, y me haagradado siempre, es que un autor encierre su

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pensamiento en el menor número de frases y devoces posible; todo lo demás es pura paja. Homeroy Virgilio, grandes ingenios, no ofrecen descrip-ciones largas y pesadas, como las que hacen algu-nos modernos con la mira de llenar pliegos y máspliegos y abultar el cartapacio de sus obras paraque saque dos tomos la que pudiera haberse escritoen uno. La parsimonia, el cuidado de no cansar, esuno de los secretos del arte de escribir. t Qué graciatiene, per cierto, una página llena de palabrotas ydescripciones en que no se les escapa ni un ladrillo,cuando pintan un edificio, ni el color de las mediascuando describen el traje de una persona? Y sinembargo, ese método pesado tiene sus partidariosy admiradores, y hay quien halle belleza en seme-jantes trivialidades. Los pintores de brocha gor€lasen aficionadísimos a ese método: los grandes pin-tores, por el contrario, se revelan por la correccióndel dibujo, la naturalidad del colorido y uno queotro rasgo feliz y característico. No puedo menosde repetir, a este propósito, lo que dice don Euge-nio de Ochoa en su análisis de la oda a CristóbalColón, por don Rafael María Baralt: "Aunque seacomparación muy gastada, diremos que sus escri-tos son como aquellos manjares sanos y nutritivosque en pequeño volumen contienen mucho ali-mento: cualidad preciosa por lo rara en una épocacomo la presente, en que es tan común escribir parano decir nada, y en que se publican tántos tomos eleque no sería posible sacar ni un átomo de sustanciaper mucho que se exprimieran. El verba et voce$et preterea et nihil no ha podido nunca ser un sar-casmo tan de circunstancia como hoy, sin duda por-

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que nunca se ha estudiado menos, ni se ha presu-mido más."

La relación de mi viaje se publicó en El Cons¿'r-. vador, periódico que redactó mi hermano por unaño (1847), con el caritativo designio de ilustraral pueblo en religión, en moral y en algunas cosasútiles. En 1840 había escrito él también seis núme-ros de El CÓnd01",periódico político-literario.

En 1848 escribí en Neiva los primeros de losdiez números de El tío Santiago. Se dieron a luzguardando el más riguroso anónimo, y cuandotodos se hilaban los sesos por adivinar quién seríael atrevido que de tal manera trataba la cuestióneleccionaria, el señor arzobispo Mosquera sosteníaque era yo. Esto hace honor al criterio literariode aquel gran prelado. En la colección de mis obrasinserto varios fragmentos para satisfacer la cu-riosidad de algunos lectores.

Mi hermano publicó entonces el primer tomo deEl Parnaso Granadino, que contenía las produc-ciones selectas de nuestros más aventajados inge-nios. La obra seguía el orden alfabético de los ape-llidos, y me parece que alcanzó hasta la M.

Después de pasar un año en Neiva, regresé aBogotá y el presidente Mosquera me nombró in-tendente general de hacienda del que hoyes Estadosoberano de Antioquia. En mis Observaciones deviaje a aquella provincia digo lo bastante para daruna idea general respecto de su estado moral eintelectual, de su riqueza y principales ramos deindustria. Como esas observaciones se publicaronen El Día, no todos las leyeron, pues dicho perió.dlCOtuvo épocas de tal abatimiento y postraciónque se convirtió en un inmundo pasquín, publican-

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do no sólo ardentísimos artículos contra el presi-dente López sino caricaturas abominables en quele representaba con orejas de burro; la botella enuna mano y los dados en la otra. iCosa, por cierto,muy atroz!

El empleo de intendente general era de muchaimportancia, pues ningún gasto podía hacerse en laprovincia sin mi firma o delegación especial. Másde ochenta títulos para el laboreo de nuevas minasde oro fueron expedidos en mi tiempo; se adjudi-

. caron muchos miles de hectáreas de tierras baldías;se arregló el itinerario de todos los correos y seconcentraron todas las cuentas para saber, día pordía, los ingresos y gastos en los diversos ramos delservicio público. Por fortuna, en la administracióngeneral de hacienda, y en las otras oficinas de re-caudación, hallé empleados honradísimos. El servi-cio se hacía con regularidad, y el poder ejecutivorecibía semanalmente cuadros en que la intenden-cia le ponía de manifiesto sus operaciones y las desus subalternos.

Sin embargo, como la calumnia clava sus dieu-tes de acero hasta en las más acendradas reputa-ciones, hubo un perillán, que ya es muerto (Dios lehaya perdonado), que escribió contra mí un libeloen 1853, asegurando que se me había seguido causapor el robo de dos mil pesos. Siguióse la causaefectivamente; y el lector va a saber, ahora mismo,cómo se perpetró y en qué consistió ese pícarorobo.

Francisco Antonio Gónima fue uno de los fac-ciosos de 1840.Vencido el partido a que pertenecía,fue reducido a prisión; y para salir de ella tuvoque prestar una fianza de dos mil pesos, dándole

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su firma, por la expresada suma, un comerciantede Medellín. Desde que llegué a dicha ciudad mesuplicó Gónima repetidas veces que expidiera laorden respectiva para la cancelación de la referidaescritura de fianza que estaba vigente. Yo le di es-peranzas y consulté el punto con el presidente,general Mosquera, quien me contestó que todas lascausas que se seguían a los facciosos quedabancortadas y canceladas las escrituras de fianza, envirtud de un decreto general de amnistía que ibaa expedir, y que expidió en efecto el 1Q de enero de1849.

La amnistía, como todo el mundo lo sabe, im-plica perdón y olvido. Así, todos los que habíanempuñado las armas contra el gobierno legítimo en1840, quedaban comprendidos en la de 1Q de enerode 49, fueran grandes sus crímenes o insignifican-tes sus comprometimientos. El soberano, es decir,el pueblo, por el órgano de sus legítimos magistra-dos, declaraba esto: perdono y olvido lo pasado;los presos saldrán de sus calabozos, los desterra··dos volverán a la patria, los confinados tornarána sus hogares, y las fianzas que algunos hayanprestado, para asegurar su buena conducta, quedancanceladas 'ipso facto. Así lo entendíamos todos; yparece que no cupiera en lo imaginable darle otrainteligencia; sin cmbargo, el fiscal, doctor JoaquíllEmilio Gómez, y los ministres del tribunal, GabrielSanchez y .Iosé María Vélez Matéus, siguieron causacontra mí por haber mandado cancelar la escriturade fianza prestada por Gónima; y adviértase que,como asunto en que tenía parte el fisco, nadie podíahaber dado aquella orden sino el intendente dehacienda. iQué cabezas tan duras, válgame Dios!

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No hubo argumentos que llegasen a convencerlas,ni escritos, ni discursos que alcanzaran a persua-dirlas. 1m 7 de marzo de aquel mismo año subie-ron los facciosos al poder con el general López asu cabeza, y como todo lo temían de él, los minis-tros me sentenciaron al pago de los dos mil pesos,sin que valiesen consideraciones de antigua amis-tad ni razones de justicia.

Regresé a Bogotá y me paseaba por sus callestriste y abatido, teniendo entre ceja y ceja el mal-dito proceso. Se había decretado ya la traba y eje-cución y mi existencia era angustiosa por demás,a causa de la mala inteligencia de la amnistía porlos que me habían juzgado, sin que valieran alega-ciones de ninguna clase. Un día en que estaba másdado a Barrabás, por no decir otra cosa, se meacercó el portero de la secretaría de hacienda adecirme, de parte del doctor Manuel Murillo, queéste deseaba verme en su despacho. Inmediatamen-te estuve en la secretaría. El oficial mayor, doctorJosé María Plata, con su cortesía habitual, me intro-dujo a donde se hallaba Murillo, quien me recibióchancero y afable como siempre. Pasados unosmomentos, me dijo: 1,Cómo vamos de causa' Leinformé acerca de ella punto por punto, y entoncesllamó al doctor Plata y le dijo que pusiera unacomunicación al fiscal del tribunal de Antioquia,manifestándole que Gónima era uno de los com-prendidos en la amnistía de 1Q de enero; que elintendente general de hacienda era el empleado aquien tocaba declarar si había llegado el caso deque la escritura de fianza por dos mil pesos queGónima había prestado para asegurar su buenaconducta se cancelara ° no, y que habiéndolo decla-

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rado así el señor Ortiz, debía cesar todo procedi-miento contra su persona.

Como :Murillo era el presidente en la presiden-cia del general López, tenemos que habló el oráculo,y todos los ministriles abyectos agacharon la ca-beza y expidieron inmediatamente órdenes palraque cesara la ejecución con que se me amenazaba.

Cortóse la causa, y debo al doctor :Murillo aquelacto de justicia que recibí entonces como un favor,y reconozco agradecido; y ya que le he mencionado,diré algunas palabras acerca de su persona.

Don :Manuel .Murillo Toro nació en el Chapa-rral el 1Q de enero de 1818. Conocí personalmentea sus padres y hermanas, que vivían en aquel pue-blo dando el ejemplo de una familia honrada ypiadosa. Con .Murillo nos vimos allí en 1845, cuandovenía de Panamá de servir en la secretaría de lagobernación.

(¡ Mr. Thiers n'a pas été bercé, en venant aumonde, sur les genoux d'une duchesse", dice Cor-menin en el Libro de los oradores; y yo añado queSixto V tampoco fue arrullado en el regazo de unaprincesa; y a pesar de eso, el uno fue un gran papay el otro es un orador eminente. El doctor :Murillono tiene por qué avergonzarse de su alcurnia: puederepetir lo que escribía Bérangel' a Chateaubriand:"T'ai été bercé sur les genoux de la Républíque."

Hizo su carrera de estudios pobremente; peroal fin hizo carrera, cuando algunos otros, hijos defamilias nobles y acomodadas, han hecho la carre-ra del presidio o la del hospital.

Entró a servir como subalterno en una de lassecretarías de Estado, y allí sus jefes y sus com-pañeros le estimaron 01' _su..viveza _~_~~e.'t:,;::¡~.

UNIVERSIDAD NA~ 'IUt'i.,,:,[ t

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Después se lo llevó para Panamá, de su secretario,el coronel Anselmo Pineda, mi condiscípulo, céle-bre por su colección de documentos nacionales.

Murillo se casó con la señorita Ana Romay,residió por algún tiempo en Santa Marta, y empezóa darse a conocer redactando La Gaceta Mercantil;yesos escritos y los amigos de Panamá le valierl)nun asiento en el congreso. El 7 de marzo de 1849tomó cartas activamente en la borrascosa eleccióndel general López, y éste lo bizo secretario deEstado.

Ardiente partidario d€ la República, propaga-dor incansable de las ideas ultra-liberales, Murilloha venido a ser el jefe de la escuela que entre nos-otros han llamado gólgota; y valga la verdad, haluchado con brío, con calor, con elocuencia y conperseverancia, tanto en los congresos como por laimprenta, en favor de los principios que profesadicha escuela.

"i Hombre! me decía Murillo antes de la revo-lución, si alguno me diera diez mil pesos me ibapara Europa y me dejaba de estas arracachas depolítica americana que me tienen aburrido." Mos-quera le dio, después de la revolución, cuatro vecesla suma apetecida, pues le nombró ministro pleni-potenciario con doce mil pesos. Estos y el viáticode ida y vuelta hacen muy bien cuarenta mil fuer-tes en tres años. El emperador Napoleón se denegóa recibirle; en cambio fue muy bien acogido porAbraham Lincoln en los Estados Unidos; en tér-minos de que, cuando regresó Murillo, electo pre-sidente de la Unión colombiana, puso a sus órdenesun hermoso buque llamado El Glauco, para que lecondujera a su patria; alta distinción que no sabe-

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mos IÚ:lyaobtenido de un gobierno extranjero ningúnotro de nuestros hombres públicos. El Glauco, concuarenta cañones por banda, venía provisto devinos generosos, de quesos de Flandes, etc. t, Quépensaría :Murillo cuando atravesaba el mar de lasAntillas; él, hijo del Chaparral, que había vistocara a cara la miseria? j Oh, cambios de la suerte!El repetiría sin duda aquella copla antigua:

j QuÉ' bueno es eso!iQué bueno es eso!El ratoncillodentro del queso.

El VIaJe le sirvió de mucho, porque hombre detalento y de observación, supo aprovechar el tiem-po recogiendo buen caudal de conocimientos, y a lapar gozando de los placeres como alumno de la es-cuela sensualista.

Considerado como orador, como escritor, comosecretario de Estado y como presidente de la Re-pública, Murillo presenta una figura notable.

Como orador me pareció un estudiante despe-jado hablando del presupuesto, cierta vez que leoí no sé en cuál de las cámaras. La materia no seprestaba por cierto a grandes movimientos orato-rios. En este país no puede juzgarse de los dicur-sos parlamentarios porque los diputados tienenhorror a la publicidad; y elles y yo sabemos bienpor qué. El servicio de los taquígrafos se redujoalguna vez al milagro que hacía el español donAndrés Sandino, mi estimado amigo, llevando lapalabra a los senadores, y traduciendo después élmismo sus notas taquigráficas; y dije milagro porser una persona sola la que daba evasión a un tra-

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bajo que está repartido entre muchos taquígrafosen la cámara de los comunes. Allá el uno recoge lapalabra y el otro descansa, este traduce y aquelcorrige las cuartillas que se mandan a la imprentadel Times; y sucede de ordinario que el oradorestá hablando todavía y ya circulan sus pensa-mientos, no sólo en Londres, sino en muchas leguasa la redonda.

Como escritor tiene el doctor Murillo facilidad,muchas veces gracia, claridad siempre, dotes sinduda de gran precio; sin ser por eso el primero delos escritores de Suramérica, como lo repetían ton-tamente sus admiradores. El redactaba el artículode fondo de El Tiempo; y Villegas asegura que losartículos sin fondo (y que llaman de fondo) son losmás fáciles de hacer. Algunos de los artículos es-critos por Murillo me parecieron muy bien, o aunsuperiores a muchos de la misma especie que heleído en periódicos extranjeros.

Como secretario de López, trabajó eficazmentepor la libertad de los esclavos: iese es el laurel queciñe su frente! Promovió también la ley de reden-ción de censos en el tesoro, por la cual la Repúblicaha perdido más de des millones de pesos.

Como presidente de la Unión los bandos políti-cos le juzgan de diverso modo. Dicen los liberalesque no cumplió la constitución; que dejó en paz aAntioquia; que protestó la ley de desamortizacióny que cometió la maldita debilidad de celebrar tra-tados con la guerrilla de Jenaro Moya, con menguade la dignidad del gobierno general. Los conserva-dores sostienen que Murillo fue un buen magistra-do, porque no persiguió al clero, quedó satisfechocon los juramentos condicionales que prestaron los

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prelados eclesiásticos, mantuvo la República enpaz, y, sobre todo, porque libró al comercio de Bo-gotá de los doscientos mil fuertes del empréstitoforzoso decretado por el señor Aldana, quien siguiótentándose las narices, a tiempo que los mercaderescorrían desalados a palacio a dar gracias al doctorMurillo por los miles de pesos que salvaban. Perotanto conservadores como liberales vieron muymal algunos contratos, como el de la venta de lasreservas del ferrocarril de Panamá, que por másque hizo no pudo llevar a efecto; y el nombramientode secretarios de hacienda y del crédito nacional,en Eugenio Castilla y Tomás Cuenca.

Un fenómeno llamó la atención general: fue elcambio de ideas que todos advertimos en Murilloa su regreso de los países extranjeros.

Antes del viaje era un hombre que sufría delos nervios al ver un batallón sobre las armas; seenfurecía si pasaban por delante de él unas charre-teras; era de esos de quienes dice Vargas Tejada:

Que tiemblan cuando miran a lo lejosde un cuello colorado los reflejos.

y en este sentido, y como el primero de susadversarios, escribió en los periódicos y discurrióen las cámaras sobre la supresión del ejército.

A la vuelta de su viaje, Murillo se puso unamagnífica guardia, elevó el pie de fuerza, llenó debatallones la capital y parece que no le desagrada-ba la música de las bandas militares.

Antes del viaje predicaba el gobierno barato,gobierno que no cueste mucho, decía, porque el di-nero que se gasta es la sangre del pueblo. A lavuelta de iU viaje proveyó destinos reconocida-

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mente inútiles, como el de encargado de negociosen el Ecuador, y celebró muchos contratos censu-rados por gravosos a la hacienda nacional.

Creó un Diario Oficial; pero, j qué gracia!, dandoal contratista una buena casa, la imprenta del go-bierno, seis mil y pico de fuertes al año y todas lassuscripciones del periódico. Contrató también, porcuarenta y cinco mil fuertes, el telégrafo que llega-rá hasta Nare por cuenta del gobierno, los cualesno son un grano de anís. Sin embargo, debemosser justos y confesar que el primer diario, el primerbanco y el primer telégrafo fechan de la admins-tración Murillo.

Como secretario del general López desenterróuna vieja pragmática de Carlos III y desterró alos jesuítas, y durante su presidencia, al santo (esaes la palabra) obispo de Antioquia, señor Riaño,que falleció en la ciudad de Quito.

La prensa llegó en su tiempo al máximum dellibertinaje y del escándalo, publicándose La San-guijuela, periodiquillo que deja muy atrás a El Ala-crán, pero sin pizca de sal; y La vida de Jesús, es-crita por Renán, que es como el coro de aullidoscon que los condenados blasfeman del santo nombrede Dios en las mansiones infernales, según refiereel Dante.

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XXXVI

La Sociedad popular.-Conflictos en la capital.- Viaje a Antioquia.El general Obando toma posesión de la presidencia.-Nom-bramiento de rectol' del Colegio Nacional.-Glosa de JoaquíllPablo Posada.-Esbozo del poeta.--Solicitud para no conferirmás grados de doctor.-La revolución del 1i de abril de 1854.Quién era el general Melo,-La muerte del cabo Quir6s.-Ladictadura,-Actitud do Obando.-La guerra y el triunfo de losconstitucionales.

Anudando el hilo de mi narraClOn, digo que an\i regreso de Medellín se estableció en Bogotá laSociedad popular, que tenía ochocientos miembrosactivos, que se reunían públicamente en el coliseo,y estaba dividida en cuatro secciones: la de la ca-tedral tenía de presidente al doctor Mariano Ospi-na Rodríguez; la de Las Nieves, al doctor VicenteC. Bernal; la de Santa Bárbara al general ManuelArjona, y yo estaba al frente de la de San Vic-torino.

Una noche asaltaron los seides del presidenteLópez la sociedad de Santa Bárbara, y la disolvie-ren dejando muerto de un balazo a uno de susmiembros en el zaguán de la casa; otra, rompierona balazos la ventana de mi estudio; otra, perorabaen el coliseo, delante de toda la sociedad, el señorNicolás Tanco Armero, y porque dijo que no veíaen la república sino un simulacro de gobierno, eljefe político le hizo prender inmediatamente y leredujo a prisión en la cárcel pública. ¡Esta era lalibertad de aquellos famosos tiempos, y tales he-chos eran calificados de retozos democráticos!Tanco es autor de un libro titulado Viaje a la Chi-

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na, donde ha residido mucho tiempo, mandandochinos a que reemplacen a los negros en el trabajoen la isla de Cuba. El ha pisado las cinco partesdel mundo, y ha navegado en casi todos los maresconocidos.

Aburrido de aquella vida tan libre y tan deli-ciosa que disfrutábamos en Bogotá, resolví volver-me a Antioquia. Desde Mariquita escribí a donElías González, mi amigo y vecino acaudalado deSalamina, para que me mandara peones para pa-sar la montaña. A don Elías le hicieron un tiro enel puente de Guacaica, y mi carta llegó a Salaminael mismo día en que llevaban a enterrar su cadá-ver. Un señor Marulallda abrió mi carta, me mandólos peones y me participó tan triste suceso. j Re-tozo democrático!

Salí de Mariquita, ciudad en donde falleció elconquistador Gonzalo Jiménez de Quesada, y meembarqué en la montaña, como dicen los cargue-ros. Ibamos silenciosos y pensativos, cuando de re-pente sonó un trueno y sonaron mil, y se oscure-cieron todos los callejones por donde marchábamos,declarándose en toda su fuerza una deshecha tem-pestad que duró muchas horas. El aspecto que pre-sentaban aquellas selvas primitivas era lúgubre yaterrador: la lluvia caía a torrentes, la oscuridadera profunda y espantosa; los vestidos se nos ha-bían empapado de agua y cuanto veíamos era tristey desconsolador. Pasámos así dos, tres, cuatro días,lloviendo siempre, y apenas estábamos en la mitaddel camino. Yo me sentía mal, y aunque de ordina-rio estoy alegre y de buen humor, me hallaba en-tonces encogido, acobardado, melancólico y conprincipios de fiebre. Di la orden de contramarcha

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y volví a Mariquita, donde, al día siguiente denuestra llegada, se me declararon unos fríos y ca-lenturas que me duraron ocho meses, sin que va-liera la quinina, ni remedio alguno para comba-tirlos.

El 1Q de abril de 1853 ocupó el sillón de la pre-sidencia el señor general José María Obando, quetuvo el buen sentido de seguir, desde temprano, unalínea de conducta diametralmente opuesta a la desu antecesor, general José Hilario López. Este pro-fesaba el principio de gobernar con su partido ysólo en beneficio de su partido. Obando manifestódesde luego que no era exclusivista; que deseabareconciliar los ánimos de los granadinos y trabajarcon todos por la felicidad de la patria.

En los primeros días de su administración menombró rector del Colegio Nacional, cuyas funcio-nes eran las mismas que las del antiguo rector dela Universidad Central, destino suprimido por laley. Se había mudado el nombre no más. El Obser-vatorio Astronómico, el Laboratorio Químico, elMuseo y la Biblioteca Nacional, estaban encarga-dos a empleados que servirían bajo mis órdenes.

No fue poca mi serpresa al recibir el oficio dedicho nombramiento, y mi primera idea fue renun-ciar. En efecto, en términos muy corteses escribíun borrador; pero mi hermano, que creía que yopudiera hacer algún bien y evitar algún mal enaquel destino, me dijo que antes de mandar mirespuesta consultara el caso con el internuncioapcstólico, monseñor Lorenzo Barili, que nos hon-raba con su amistad y confianza. Pasé a la nuncia-tura, y monseñor, que era varón de consejo, se

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opuso decididamente a la renuncia, haciéndome ta-les reflexiones, que respondí aceptando.

Esa misma noche fui a dar las gracias al gene-ral presidente y le hice mi primera visita. Salíprendado de aquel hombre que, en mi humilde con-cepto, ha sido vilmente calumniado por sus enemi-gos, y no juzgado por la nación con la debida im-parcialidad. ::5ígamos,que luégo hablaré de su per-sona.

El 6 del citado abril me dirigió Joaquín PabloPosada la siguiente

GLOSA

El principio no está malo;la cosa va bien as!.No podía ser de otro modo:j el catire es muy gentil!

1

Después de puesto en el puesto,arreglar el ministerioera el asunto más serio:no hay duda ninguna en esto.Pero después, por supuesto,como el hombre no es de palo,como su alma es un regalo,un manjar, una delieia,se ha propuesto hacer justicia ...El principio no está malo.

II

Cual cumplido caballero,no diré la bizarría,reconoce la hidalguíadel ínclito sabanero.El se ha acordado primero

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REMINISCENCIAS 211

que de ninguno de ti,porque él ha visto, ¡eso sí!que tú eres hombre de seso;y si esto sigue en progresola cosa va bien así.

III

Al punto que al generalel secretario le anunciaque ha hecho ya el rector renunciadel Colegio Nacional,¿ qué cosa más naturalque acordarse de aquel godoque es sabio profundo en todo,que es cristiano caballero,que además es sabanero? ..N o podía ser de otro modo.

IV

Por eso yo improvisando,delante de tres testigos,que son todos tus amigosy están, como yo, gozando,iviva el general Obando!grito cien veces y mil;¡viva el primero de abril!Pero ya en la cuarta entré,y diciendo aca haré:j el catire es muy gentil!

iGracias, gracias mil ! No merezco tántos elo-gios; bien que, como Joaquín me ha profesadosiempre buena amistad, debe juzgarse que ella lesugirió la idea de improvisar esos piropos con elobjeto de complacerme.

Imperdonable sería mi silencio si no consagra-ra a este compatricta ausente y desgraciado algu-nas líneas. Hágolo con el mayor gusto.

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Ya he bosquejado su retrato en mi artículo ti-tulado La luna de miel, con anuencia del mismo Po-sada, que leyó el manuscrito antes de mandarlo ala imprenta. Dice así:

"Veitisiete años, una barba negra como el aza-bache, unos ojos negros también, rasgados e inte-ligentes, una mano de señorita, un pie aristocrá-tico, un cuerpecillo bien proporcionado, todo estounido a su viveza y a su festivo humor, contribu-yen a que P. .. se capte las consideraciones de laparte femenina. Canta como un andaluz y se acom-paña con la guitarra o con el piano, habla con pro-piedad y desembarazo, entiende el francés, el in-glés, el italiano; en fin, es un garrido mozo quebrilla en todas partes. Ha tenido unos cuantosdesafíos por quítame allá esas pajas; gasta su di-nero como un lord, y j ay del que le ofenda en lomás mínimo! Pero también puede contar con susincera amistad aquel a quien P ... dijere: soy ami-go de usted. Por tales señas se vendrá en conoci-miento de que P .. , es un joven a quien es precisoamar por generoso, por entendido y por valiente."

Para completar su retrato añadiré que Joa-quín Pablo es oriundo de Cartagena, hijo del gene-ral .Toaquín Posada Gutiérrez, y casado en Bogotácon la señora Inés Morales, de la cual tenía treshijos antes de emprender su viaje a La Habanaen 1856.

Posada ha publicado una colección de sus ver-sos, que son notables por el chiste y la pureza desu dicción. Además de la glosa, inédita, que dejocopiada, quiero poner aquí otras muestras paraque se vea hasta dónde llegan la gracia y la elegan-cia del escritor.

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REMINISCENCIAS 213

Ponderando la penuria en que se hallaba, decíauna vez al señor Pablo Currea:

Figúrate que le deboa todo el que en torno miro,debo el aire que respiroy debo el agua que bebo, etc.

y en la magnífica ccmposición que recitó en elLiceo Granadino, se dirige a otro sujeto en estostérminos:

'fú me dirás que trabaje,que mi situación te aflige,que mi vida arregle y fije,que abandone mi actual traje,que ya que no subo baje,que calle, que no me queje,que de décimas me deje,que pues Bogotii me arrojami mula y mi mala cojay de Bogotá me aleje,

Yo te diré que me gustatu opinión; que es muy sensata;pero, ,. que no tengo plata,sin la cual nada se ajusta, etc.

iEsto es jugar con la lengua castellana ty el valiente versificador busca adrede las di-

ficultades para vencerlas, como en la composicióndirigida a los Santamarías:

Me encuentro tan iracundo,Raimundo,

que quisiera ser francés,Andrés,

y pasar el San Bernardo,

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Ricardo,y unirme al gobierno sardo,a ver si una bala austriacade estas angustias me saca,Raimundo, Andrés y Ricardo. Etc.

Joaquín, que versifica con tánta soltura, im-provisa con la misma facilidad, lee admirablemen-te, y su gesticulación es tan aventajada, tan sonoroel timbre de su voz, que si sus versos tienen mé-rito leídos a solas, son admirables recitados por él.En esa parte es el Espronceda granadino. Muchossostienen que escribe mejor en prosa que en verso,y para mí tengo que si Posada se hubiera dedicadoa la carrera del foro, habría sido tan elocuente comoGarcía del Río. Al oírle hablar en cierta ocasiónante la Corte de Justicia como defensor en unacausa criminal, me parecía más grande y que do-minaba al auditorio con la majestad de su palabra,con la lógica de los razonamientos y con la mag-nificencia de su recitación.

El general Melo había fundado en 1852 un pe-riódico para defender al ejército: se llamaba ElOrden, y su redactor principal era Posada. Escribíen él algunos artículos, bajo el pseudónimo de ElSabanero, a que alude Posada en sus décimas defelicitación.

Para terminar diré que Joaquín ha llorado mu-cho a su madre, la señora ConcepciónBravo, que amatiernamente a su padre y hermanos y adora a BUesposa y a sus preciosos hijos. Ha tenido que acudira sus conocidos en algunos conflictos pecuniarios;y me refirió que el único, entre tántos ricos a quie-nes se ha dirigido, que le correspondió caballerosa-mente, fue míster Powles, en Medellín, pues habién-

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REMINISCENCIAS 215

dole prestado diez fuertes en unas lindas décimas,le mandó ciento con una carta que hace honor a lagenerosidad británica. "A los ricos de Bogotá hetenido que pedirles prestados veinte pesos para queme mandaran cliez, aunque tuvieran medio millón:iconozco mi gente! ", decía Pe sada sonriendo, yluégo se ponía a cantar:

Me encuentro tan iracundo,Raimundo,

que quisiera ser francús, etc.

La más elocuente, la mejor de las composicio-nes de Posada, no en verso como El Alacrán, sinoen prosa, es una sátira contra algunos ricos deBogotá. Yo conseguí quitarle de la cabeza que laimprimiera, pero no pude lograr que quemara elborrador. Allí pintaba a los usureros, a los agiotis-tas, a los monederos falscs. Recuerdo que empezabarefiriendo el hecho de un pobre español Alsina, aquien uno de esos ricos vendió un barril de clavos.El español abrió el barril y lo encontró lleno depesos fuertes, tan bien falsificados que pudo po-nerlos en circulación poco a poco, e hizo su fortu-na. Como lo mal habido se lo lleva el diablo, le ro-baron 1.000 onzas, y Alsina se fue para Españacon el resto de su fortuna.

Durante mi rectorado ocurrieron tres sucesosnotables.

Me vi precisado a solicitar del poder ejecutivoque no se confirieran más grados de doctor en ju-risprudencia, teología y medicina. Era tal la mul-titud de aspirantes y tal su insuficiencia; era tangrande la benignidad de los catedráticos, que apro-baban a cuantos se presentaban a pedir el grado,

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por no devolverles la propina, que me pareció queme hacían participar de una farsa escandalosa eindigna, puesto que yo presidía el examen, conferíalos grados y firmaba los títulos. El poder ejecuti-vo, en vista de mis observaciones y de acuerdo conla constitución de 53, que no reconocía títulos pro-fesionales, accedió a mi solicitud. Desde entonceslos jóvenes estudian para ser varones doctos, y nose reciben de doctores para ponerse a estudiar loque ignoran.

El segundo suceso fue que la Academia de pro-fesores de Valparaíso tuvo la bondad de pregun-tarme a principios del 54, por conducto de su se-cretario, don Enrique :Martín de Santa Olalla, di-rector de la Escuela Normal Mercantil, si tendríala dignación de admitir el título de miembro corres-ponsal de dicha academia. Respondíle aceptando yremitiendo a dicho señor secretario una lista queme pedía de libros elementales y de obras grana-dinas interesantes, publicadas hasta aquella fecha,y dándole razón de los adelantos que hacía el labo-rioso general Codazzi en la carta corográfica dela república.

El tercero fue la revolución del 17 de abril, su-ceso prominente en la historia de la República, y queme afectó en gran manera porque hubo de suspen-der la enseñanza en todas las clases por falta dealumnos.

No es fácil relatar en pocas palabras y con cla-ridad lo que fue aquella revolución. Sin embargo,se ha escrito tánto acerca de ella y se han exagera-do tánto los hechos, que merece indudablemente Ullaojeada patriótica e imparcial. Empecemos por sujefe.

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José María :Melo nació en El Chaparral y secrió en Ibagué. En 1824 formaba ya entre los sol-dados de Colombia que marcharon al Perú a de-rribar el poder español. Su nombre está inscritoen la columna que conmemora el triunfo de Junín;peleó también en la gran batalla de Ayacucho, yhabiéndose dirigido a Venezuela se casó con la her-mana del general granadino José Vargas París,apellidado El 1.1;]ocho. :mntró en la revolución contrael presidente Vargas; batióse gallardamente en va-rios encuentros, y al fin salió expulsado del terri-torio de aquella república y vagó expatriado porSan Thomas y otras islas, y después estuvo dos otres años en Bremen. Esa parte de su biografía esmuy oscura. Regresó a la Nueva Granada, y po-niendo a un lado el chafarote se consagró al comer-cio en Ibagué, donde desempeñó la jefatura polí-tica del cantón, y volvió a aparecer en la escenapública durante la administración López..

Entonces fue cuando el congreso lo ascendió ageneral, y el ejecutivo lo nombró comandante dearmas del departamento. Por su ausencia del país,y por haber estado retirado de la capital, no noshabíamos tratado, a pesar de mediar entre los doslas relaciones de parentesco que dejé apuntadas alprincipio de este escrito. Cuando conocí al generalMelo no fumaba, ni jugaba, ni bebía licores, ni em-pleaba en su lenguaje interjecciones de cuartel.Tomaba por la mañana media taza de café, se ba-ñaba el cuerpo, se afeitaba y se mudaba la. ropainterior todos los días. A la una de la tarde, o unpoco antes, almorzaba, comía y merendaba a la vez;se le servía una sopa abundante, una lonja de car-ne, pan y vino. Era extremoso en el aseo de su per-

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sona, en su habitación, en sus muebles. Vivía enel cuartel de húsares refeccionado con fondos delgobierno, bajo su dirección, y que resplandecía porsu limpieza como una ascua de oro. Montaba muybien y eran suyos los mejores caballos que habíaen la capital en ese tiempo. En el cuartel tenía salade armas para ejercitarse eil el manejo de la es-pada, y oí decir a varios oficiales que la manejabacomo pocos. El escuadrón Húsares, bien montado,vestido con uniformes traídos de Europa, bien ar-mado y en perfecto estado de disciplina, era unode los mejores cuerpos con que ha contado el ejér-cito. Su dotación ascendía a trescientas y tantasplazas. Carena, Jácome, Habacuc ]'ranco, y otrosvalientes oficiales cuyos apellidos no recuerdo, ser-vían en el escuadrón con el gallardo joven Juande Jesús Gutiérrez, famoso por el combate del Altode los Cacaos, en que se vio perdido el general Mos-quera, y que murió, con espada en mano, en losriscos de Galán. El general Mela no era un hombrede bufete, pero sabía como nadie disciplinal' uncuerpo. Era bastante jovial con sus amigos; susoficiales subalternos y la tropa le tenían profundorespeto.

El 1Q de enero de 54 ocurrió la muerte del caboQuirós, atribuída a Mela. El sumario se ampliaba,y sus enemigos explotaron ese acontecimiento paravomitar contra él injurias por la prensa y en elcongreso, prevaliéndose de todo para difundir laidea de que el ejército no sólo era inútil sino pe-ligroso, y que debía suprimirse. Obando firmó laconstitución a más no poder, siendo adverso, conrazón, a muchas de sus disposiciones. Los liberalesodiaban a la fracción gólgota por exagerada, y el

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REMINISCENCIAS 219

partido conservador atizaba sus iras y odiaba laconstitución, a Obando, a los gólgota s y a los libera-les. La ocasión se brindaba para entrar resuelta-mente en una nueva vía, y Mela se atrevió a daraquel paso t~n arriesgado.

El 16 de abril, domingo de pascua, fui con el se-ñor José de Obaldía, cumplido caballero y mi ex-celente amigo, vicepresidente de la República, asaludar al presidente. Durante la tertulia jugabala señora de Obando con una cinta que tenía enro-llada en la mano. Se le cayó o la dejó caer, yo laalcé por la punta y vimos que decía: ¡Mueran losgólgotas y abajo los monopolios! La cosa daba enqué pensar, pero nadie chistó palabra. El provisor,doctor Antonio Herrán, hoy arzobispo de Bogotá,estaba presente, y leyó en alta voz el letrero.

Obando me dijo al despedirnos:-~ No vuelve usted esta noche?-Sí, general, le contesté.y salimos. Volví a las ocho; sirvieron el té a las

nueve, y nos sentámos a la mesa ocho o diez per-sonas. A poco se sintió un tropel de caballos he-rrados que pararon en la puerta de palacio. Era'Melo, que llegaba con el piquete que le servía deescolta. Entró al comedor, y pasados unos momen-tos, se levantó el general Obando y salieron a pa-searse en la galería que llaman de Las Musas porlos cuadros que la adornan; y la conversación fuetal, que tuve de retirarme, dando las buenas nochesa las señoras y sin despedirme del presidente por-que continuaba hablando, a solas y en secreto, conMela, y juzgué que sería imprudencia interrumpirsus pláticas.

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220 .lUAN F'HANCISCO ORnZ

Mucho después de la revolución, y cuando ya elgobierno consitucional había triunfado, me contóJuan de .JesÚs Gutiérrez lo siguiente: que así queMela volvió del palacio en la noche del 16, lo hizollamar a él (Gutiérrez), que era coronel del regi.miento y dormía en el cuartel, y le dio orden paraque inmediatamente hiciera tocar botasilla paratodo el escuadrón; que Mela se sentó cabizbajo ypensativo en el banco que había en la puerta; queGutiérrez, cuando la orden estuvo cumplida, volvióa avisarle que los caballos estaban ensillados; queMela contestó: -Espere usted, y permanecieronen profundo silencio; que a las once y media dioMela orden para que montara la gente y saliera ala plazuela de San li'rancisco: que salió en efecto.Mela montó en el zaino y siguieron tedas a la Plazade Bolívar, y allí formaron en cuadro con la arti-llería que los esperaba a órdenes del coronel Ar-nedo.

Los democráticos que habían cogido armas enel parque formaron también, y entonces gritó "1\1elo:i .Abajo los gólgotas! ~~mpezaron los vivas y los re-piques de las campanas, rompió la música militartocando una pieza muy alegre, que llaman el bam-buco, y tronó el cañón, cual si saludara con sussalvas una gran victoria. La constitución habíacaído; la revolución del 17 de abril se babía con-sumado sin derramar ni una gota de sangre. Salie-ron partidas a prender al doctor Manuel :Murillo,al general Tomás Herrera, al señor Urbano Pra-dilla y a otros varios sujetos, y no consiguieroncoger a nadie, con excepción del gobernador, Emig.dio Briceño, que se presentó buenamente en el par-que de artillería, donde le echaron mano.

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REMIN IBCENerAS 221

El 17 por la mañana se le ofreció al generalObando el mando supremo para que dirigiera larevolución. Rehusó aceptarlo, y Mela, proclamadopor el ejército, quedó investido de la dictadura. Nofue aquel un motín de cuartel, como se ha dicho,que lo favorecía la opinión de los liberales en ge-neral y de muchos conservadores; y si Mela se hu-biera rodeado de otros hombres, la revoluciónhabría salido victoriosa en todos los ángulos de laRepública.

El movimiento empezó con seiscientos hombres;el 17 estaban sobre las armas dos mil, y a los ochodías, más de cuatro mil, entre voluntarios y reclu-tas de los pueblos vecinos. Contaba la revolucióncon un parque en que había más de siete mil fusilesen estado de servicio, con veinte piezas de artille-ría y abundantes municiones, con el dinero de latesorería y de la casa de moneda, con las salinasde Zipaquirá, Nemocón y Tausa, que dan más dedos mil fuertes diarios, y con todos los recursos dela fértil sabana de Bogotá. El general Codazzicalculaba en cien leguas cuadradas de la sabana,166.105 reses y 33.090 caballos, según los datos re-cogidos en su comisión y publicados en su curio-sísimo informe, número 2.321 de la Gaceta Oficial.

El general Herrera logró salir de la capital yse dirigió a la provincia de Boyacá. Declaróse enejeréicio del poder ejecutivo, como designado porel congreso para hacer las veces del presidente, yleyantó a la ligera un ejército de 4.000 hombres,dicen, con el cual vino a apoderarse de Zipaquirá,defendida por el coronel Manuel Jiménez y por.Juan de Jesús Gutiérrez con unos 700 hombres. El21 de mayo murió en las calles de la villa, atrave-

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222 JUAN FRANCISCO ORTIZ

sado de un balazo, el general Franco, comandanteen jefe del ejército de Herrera. Al siguiente díallegó Melo a Tíquisa, y al primer cañonazo se des-bandaron las montoneras indisciplinadas que con-dujo Herrera al combate. La dictadura estaba ensu apogeo.

y Melo, sin apoderarse de Honda, que siendo lallave del río lo es del alto Magdalena y de la Saba-na, se estacionó tontamente en Facatativá. Su inmo-vilidad lo perdió, porque la guerra es actividad ymovimiento. Se reunió el congreso en Ibagué, cosaque pudo impedirse y que alentó mucho a los cons-titucionales; Mosquera y Herrán levantaron el es-tandarte de la legitimidad en Cartagena y conmo-vieron el norte de la República; en el sm se pusie-ron en armas Tejada y López; en Antioquia, Gi-raldo y Henao; Arboleda, en 1\lariquita, y en 10::3

montes que circuyen la Sabana el intrépido Ardi1a,y marcharon todos contra la capital. Mela presentócombates en Bosa y Las Cruces, que aunque uofueron decisivos, lo obligaron a encerrarse en elcuartel de caballería, donde, después de una infruc-tuosa resistencia de tres días, echó bandera blancael 4 de diciembre y tuvo que rendirse.

-i Viva la constitución! gritaba el partido que sehabía cansado de quebrantarla: j viva la constitu-ción 1 y marcharon desterrados a Panamá muchosartesanos sin haberlos juzgado y sentenciado pre-viamente, como la misma constitución disponía.Melo salió expulsado del país, y, j cosa que asom-bra! quedóse olvidada la causa del cabo Quirós.

Fuéra del territorio granadino, Melo se dirigióa Costa Rica, y de allí pasó a Tuztla, Estado deChiapa, en México. Comonfort le dio colocación '~n

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REMINISCENCIAS 223

su ejército con el grado de general. Salió a reco-nocer en cierta ocasión las posiciones que ocupabael ejército de Juárez, y a su regreso Comonfort lopasó por las armas, en las ruinas de un convento,atribuyéndole que andaba en tratos con el enemigo.De esta manera daba cuenta de su muerte el Diariode Avisos, de Caracas.

He trazado someramente el gran cuadro de estalucha ae siete meses, durante la cual me ofrecióilIelo varios empleos civiles con muy buen sueldo,qne no acepté, no por ser contrario al programa dela revoluci6n, en el cual convenía, sino por la inmo~ralidad de algunos de sus parciales, que Melo pudoy no quiso escarmentar en tiempo oportuno, comose lo aconsejaban la prudencia, sus verdaderosamigos y lo delicado de laR circunstancias.

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224 JUAN FRANCISCO ORTIZ

XXXVIIRemoción del rectorado del Colegio Nacional.-Los Matachines.

Mixti8ainete.-Quién era el general OLando.- El canónigoSucre.-El matador de Obando y su trúgica muerte.-ApariCi611de El Porvenir. Sus redactores.-Las Cartas de Piquillo y aPiquillo.-La Guirnalda.-Carta de un sacerdote católico.Muerte de una hermana del autor.-El Liceo Granadino y suinstalación.

Pocos días habían transcurrido después deltriunfo de los constitucionales, cuando recibí unacomunicación, firmada por el doctor Pastor Ospina,en que me decía que quedaba removido del empleode rector del Colegio Nacional. & Y por qué? pre-guntará alguno. Yana había sido empleado al ser-vicio de la dictadura; no había desempeñado nin-

. guna comisión civil ni militar de }\felo ni de sustenientes; no había asistido a juntas revoluciona-rias, ni tomado parte en ellas; no había empuiíadolas armas; no había auxiliado a la revolución condineros porque no los tenía, y, sobre todo, el tribunalcompetente había declarado que no había lugar aformación de causa contra mí por ningún capítulo.Entonces, i:por qué se me removía? !oPor qué seme aplicaba una pena' Lo diré francamente: porhaber escrito una Parábola oriental, que contie-ne una parte del programa de la revolución deabril. Al valerme de la imprenta para manifes-tar mi pensamiento estaba en mi derecho; laconstitución vigente me otorgaba esa garantía;podía imprimir lo que se me antojara, sin ningunaresponsabilidad; y al removerme de un empleo ho-norífico, y al privarme por otro decreto del sueldode ocho meses que se me debía, se me impusieron

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REMINISOENCIAS 225

dos penas. La una iba contra el honor; la otracontra el bolsillo. El tribunal dijo: "N o hay lugar aformación de causa", y al imponerme dos penas, laconstitución era nuevamente quebrantada por losconstitucionales. En fin: lo pasado, pasado. No mequejo de nadie. Son cosas de esta América ingo-bernable, de estas pícaras repúblicas, de estos paí-ses en perpetuo estado de anarquía.

iQuién había de pensar, en 1854, que en pos dela revoluci6n del 17 de abril vendría otra más omi-nosa, y que los que la condenaban como un partodel infierno, como el suceso más escandaloso y ho-rrendo que se había visto debajo del sol, confesa-rían después, a boca llena, que Melo, comparadocon los 110m bres de 1861, era un santo! iValga laverdad!, lo he oído repetir muchas veces, y no sóloa uno, sino a muchos constitucionales, víctimasahora del más feroz despotismo. La revuelta deabril santificada confirma el proverbio que dice:"Otro vendrá que bueno te hará."

A mediados del citado diciembre empezó a pu-blicarse un peri6dico que tenía por título Los Ma-tachines, ilustrado con caricaturas contra Melo ysus partidarios. Escribía los artículos el señor JoséManuel Groot, la parte poética era desempeñadapor el señor .José Caieedo Rojas, y dibujaba lascaricaturas en piedra el señor Ramón Torres Mén-dez. Obando, 1\lelo y yo salimos a danzar en aquelcharivari; y fuerza es decirlo, algunas de las cari-caturas eran tan maliciosas y picarescas, que arran-caban la risa. El público, embelesado con ellas alprincipio, se aburrió en breve, y hubieron de SUB-

penderse [Jos Matachines por falta de compradores,entre los cuales produjo el periódico un efecto bien

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226 .TU AN FRANCISCO ORTIZ

contrario al que se proponía la redacción. El cora-zón de los granadinos es de suyo noble y generoso,y aquellos, aquellos mismos que hubieran despeda-zado a Melo y a Obando antes del combate, alcan-zada ya la victoria, exclamaron que era una co-bardía cebarse en hombres vencidos y cargados decadenas, porque aquellas caricaturas y versos queantes del triunfo habrían tenido el mérito de seruna provocación al enemigo armado, no revelaban,después de él, sentimientos generosos ni cristianos.

Dicho señor Torres, el de las caricaturas, es elmismo a quien dirigí este soneto, cuando lo contabaen el número de mis amigos:

El azul de los cielos, el celaje,las caprichosas nubes, el torrentey las palmas que ciílen la ancha frentede la caBcada en medio del paisaje

imita tu pincel, y hasta el ropajede púrpura y de rosa transparentecon que se viste el sol en el oriente ...mas no iba a hablarte de eso: me distraje,

Al niflO, al hombre, a la mujer hermosa,copia tu mano con destreza suma,los oj os engañando artificiosa;

y por eso es en balde que pl'esumadisputarle la palma generosaa tu pincel la mús correcta pluma.

Me complazco en hacerle justicia como artista.Su aplicación y laboriosidad son dignas de elogio.Ra sobresalido como retratista entre los pintoresgranadinos.

¡Vae victis! iAy de los vencidos! En esa tempo-rac'a de regocijos dieron unas fiestas en Subacho-

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que para insultar a los que estaban en cadenas; ypara colmo de desdichas, otro dijera para colmo deinfamias, representaron el 2klixtisainete, pieza có-mica sin pies ni cabeza, compuesta por un tal ZÚ-ñiga, a quien no conozco .

.BJn aquel Mixtisainete, que así tuvo a bien titu-larlo su autor, figuraban -como en Los Matachinesdel señor Caicedo Rojas y en las caricaturas de miamigo Torres- Obando, Mela y Posada. Estos úl-timos, presos en San Bartolomé, con una barra degrilles. Cúpome buena parte de los insultos queabundan en el lJ!lixtisainete.

Posada, al leer tamaños despropósitos, exCla-maba indignado, hilándose el bigote:

j Esto es doble Illol'ir! ¡No hay sufrimiento,pues que muero insultado de un jumento!

Sea por mi genio, o por mi poco de filosofía, nohice caso de aquellos insultos; y recemiendo al lec-tor que busque el cuaderno, que anda por ahí im-preso, lo lea y me diga después qué le ha parecido.

y así como le aconsejo que no se quede sin leertan raro cuaderno, le suplico con todas las verasde mi alma que aunque se la reg'alaren no lea laHistoria de la revolución del 17 de abril de 1854,escrita por un boticario (V. O.), porque es un libroindigesto, tan pesado que se cae de las manos yhace dormir al más despierto. El boticario no insul-ta: escribe falsedades; tal es la de una carta que sedice escrita por mí al señor Ramón Mercado, lacual es falsa.

Pero hablemos de otra cosa.La figura del general José María Obando es

tan prominente entre las de los caudillos de la

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Nueva Granada, que merece un estudio biográficoespecial, y no ser trazada así, a la ligera, cual meveo precisado a hacerlo por la naturaleza de estosapuntamientos.

Los juicios que acerca de Obando se han emitidoson extremados: sus enemigos le negaban, y le nie-gan, toda buena cualidad, y sus amigos se las con-cedían todas indiscriminadamente. Prescindiendo,pues, de su carrera militar y política, diré quiénera el general Obando, considerado en el modestocírculo de la familia; y sin salir de allí, haré cono-cer al hombre, al ciudadano, dando campo al menosentendido para que discurra cuáles serían las pren-das que adornaban al magistrado y al guerrero.

Uno de nuestros hombres públicos (1\1osquera)me dijo una vez: "Yo soy materialista." Otre, no-table también por su talento (.J. 1\1.Plata), me dijo:"Yo soy deísta." Y otro (Vicente Herrera), measeguró que era panteísta. Y éste, y ése y aquéleran lo que decían.

La convención declaró, a propuesta de Robes-pierre, que el pueblo francés reconocía la existenciade un Sér Supremo y la inmortalidad del alma; y,sin embargo, Robespierre pasa por un hombre ma-lísimo.

Obando se glorió muchas veces delante de míde ser católico, apostólico, romano; y Ulla ocasiónme mostró la cruz de oro que llevaba al pecho, y mehabló de su devoción a la Santísima Virgen María,en la cual fincaba sus esperanzas de tener Ulla bue-na muerte.

A poco de haber entrado a ejercer la presiden-cia de la República, hizo pintara su cuñado, 1\fa-nuel Carvajal, una imagen de 1\ llestra Señera de

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la Paz, COI! su rama de oliva en la mano, le hizo unafiesta solemne y la colocó en su gabinete. Esterasgo pinta su fe y su piedad. Omito otros much<?spor no extenderme demasiado.

He ccnocido muchos amantes de sus hijos y desus mujeres; pero Obando, por las atenciones, de-licadeza y finura con que trataba a su señora (doñaTimotea Carvajal), parecía recién casado. j Aquellaera una contemplación, mucho extremo! Si le hu-bieran puesto en la dura alternativa de arrancarseel corazón por Capitolino, por Soledad, por cual-quiera de sus hijos, o por Timotea, no sé por cuálse hubiera· decidido. j Tánto los amaba!

Su casa era un modelo de buenas costumbres.Allí no se oía una palabra descompuesta, ni unachanza de mala ley. Reinaba en ella un orden ad-mirable, y todo se hacía con la franqueza de labuena crianza, con sencillez, sin ostentación, sinhumillar a nadie, y tratando de complacer a todoel mundo.

Obando, hijo de una señora Mosquera, de lafamilia de don Tomás Cipriano, estudió en Popa-yán, ciudad de su nacimiento, gramática latina yfilosofía, y, como fue siempre muy dado a la lec-tura, había adquirido tal cual instrucción.

Sus enemigos persisten en negarle el talento deque le había dotado la naturaleza. Para demostrarque están altamente equivocados los que lo asegu-ran, voy a hacer dos alegaciones que, en mi con-cepto, no tienen réplica.

La primera es que Obando hablaba bien. Meacuerdo de una noche que pasé embelesado, oyén-dole contar sus trabajos, cuando en Huilquipamba,con 800 hombres, contuvo el ímpetu de 4.000 solda-

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dos que lo atacaron, a órdenes de los generalesHerrán, Mosquera y Flores; y habiéndosele acaba-do los cartuchos, fue derrotado. Las angustias quepasó y los ardides de que tuvo que valerse paraescapar la vida; su llegada a Lima sin un real; susalida de aquella ciudad, a donde el presidenteMárquez envió un ministro extraordinario encar-gado de pedir su extradición; su viaje a Chile; lostrabajos que sufrió en la huerta del Hamenhacho,que cultivó con sus propias manos, para proveer alas. necesidades de la familia, hasta que su esposaabrIó un colegio de niñas en La Serena, y consiguióalgunos recursos.

La segunda es que Obando escribía muy bien.Antes de tratarlo, yo era también de los que soste-nían que Obando no sabía escribir, y lo que voy areferir me hizo variar de concepto.

Apareció en El Neogranadino un artículo titu-lado La Torre de Babel, en el cual se describía va-lientemente el estado moral y político del país,artículo crítico, de grandes miras sociales, lleno dejuicicsas apreciaciones y redactado, además, en unestilo que revelaba una pluma muy ejercitada.

El artículo hi7,O mucho ruido en Bogotá. Loscuriosos se devanaban los sesos por saber quién lohabría escrito, y entre tanto, como sucede en seme-jantes casos, se lo Rtribuían ya a este, ya a aquelli-terato de nombradía, de los residentes en Bogotá.

Oonversando acerca de aquel escrito con el señorObaldía, vicepresidente de la República entonces,y mi muy estimado amigo, me dijo:

-Yo sé quién es el autor.-j Ah! usted se chancea, le respondí.

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-No. Voy a presentar a usted una prueba debulto.

y al decir esto, abrió su pupitre, sacó variospliegos, y me preguntó:

-¿Conor,eusted esta letra'-Sí, se¡¡or, le respondí. Es la del general

Obando.-Pues bien: él es el autor del artículo. Yo he

hecho, con su permiso, ésta y aquélla corrección.y me las mostró.Ese artículo es tan bueno como uno de los mejo-

res de Larra, y el que escribía así, no solamentemanifestaba tener talento, sino mucho talento.

Algunos mensajes y respuestas a notas diplo-máticas, muy ponderados, iban firmados por lossecretarios del despacho, pero eran escritos por él.

Entonces leí por segunda vez el Bosquejo his-tórico, y admiré más y más el talento de Obando,(Iue, modesto y sin pretensiones de escribir bien, selimitaba a que los lectores de su obra se persua-dieran de que no había tenido parte alguna en elasesinato del general Suere.

A este escrito respondió el general Mosqueracon los dos tomos del J,,';r;arncncrítico del bosqu,ejohistÓt'ico, y pagó al señor don Antonio .José Irisa-rri para que escribiera otro volumen de la Historiadel asesinato del Gran Mariscal de Ayacucho; y, laverdad sea dicha, como los insultos nada prueban,el misterio profundo que envuelve con sus sombrasaquel horrendo crimen, que deslustra las páginasde la historia de nuestro país, ha quedado sin des-cubrirse; y más probabilidades hay de que lo man-dasen ejecutar otros, a quienes interesaba quitar

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de en medio al general Sucre, para que no les hicie-ra sombra en la escena política.

Yo estoy convencido de la inocencia de Obando.Basta lo dicho para demostrar que Obando no

solamente escribía, sino que escribía muy bien, y,por lo mismo, que era hombre de capacidad y detalento natural. Si él hubiera podido consagrarse alestudio: si hubiera viajado por Europa; si su exis-tencia no hubiera sido tan angustiosa entre los ho-rrores de la guerra, cierto estoy de que la NuevaGranada le contaría hoy en el número de sus me-jores escritores.

El general Obando era alto, de gallardo cuerpoy de airoso ademán. Usaba siempre corbatín decuero inglés, y el frac abrochado militarmente hastael cuello. Estaba un poco calvo; y su gran bigote,encanecido ya, su modo ue mirar, y la frescura desu rostro realzaban su interesante persona. Eramuy chistoso en el trato familiar, y sus modalesrevelaban la dignidad y la nobleza del hombre bieneducado. Monseñor Barili dijo, al verlo por primeravez: "Me parece un general austriaco."

Todas nuestras constituciones reconocían y con-sagran la división de la autoridad pública en trespoderes distintos, iguales, independientes: legisla-tivo, ejecutivo y judicial.

El legislativo depuso a Obando como cómpliceen la revolución del 17 de abril.

Obando ejercía, como presidente, el ejecutivo.La corte suprema, es decir, el poder judicial, lo

absolvió de culpa y pena, declarando que no habíacargo contra él, y siendo de advertir que presidíadicha corte el señor Márquez, su enemigo político.

Un poder condenaba y otro absolvía al encar-

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gado del ejecutivo, poder constitucional igual a losotros dos.

le Quién entiende esto ~ Estoy seguro de quenadie lo comprenderá, y menos en Europa, a no serque se resuelva el caso por la generalidad de queson cosas de las turbulentas democracias ameri-canas.

Sin embargo de la absolución, Obando se quedódepuesto.

El 29 de abril de 1861 venía Obando con unol'3cuatrocientos hombres a unirse a Mosquera, acam-pado en Subachoque, y en un punto de la Sabana,llamado El Rosal, fue atacado de improviso porfuerzas superiores. Durante la refriega, al saltarsu caballo una zanja, cayeron en ella caballo y ca-ballero, y postrado y sin armas le atravesó el pechocon su lanza un orejón de la Sabana. Díjose enton-ces que Obando había sido asesinado, pues pudie-ron haberlo aprehendido sin quitarle la vida.

Heliodoro Ruiz capitaneaba la colum'na queatacó a Obando. El canónigo Sucre, sobrino delGran Mariscal, se halló en medio de la refriega, ycuando llegó a la chamba en que yacía Obando, loencontró atravesado de varios lanzazos y no alcan-zó a absolverlo. Esto me lo refirió el mismo doctorSucre. Unos afirman que Ambrosio Hernández fueel primero que hirió con su lanza al general Oban-do, y que se jactaba de haberle dado la muerte;otros, mejor informados, y entre ellos un asistentede Obando, me han asegurado que no fue Hernán-dez, sino un mozo llamado Rafael González.

Lo que llevo dicho de Obando es la pura ver-dad; nada tengo que temer ni que esperar de él,

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ni de su familia, que ha quedado reducida a la ma-yor miseria.

Apenas había pasado la tormenta revoluciona-ría del 17 de abril, cuando mi hermano fundó, en1855, un periódico. Para llevar a efecto su empresaalquiló un caserón en el puente de San Agustín aun señor Piedrahita, quien le hizo la forzosa, exi-giendo (~ien pesos mensuales de arrendamiento ymil adelan Lauos por los diez primeros meses, quese le entregaron peso sobre peso. Compró mi her-mane ulla ímprenta que le costó ocho mil pesos, .ehi70 todoR los gastos indispensables para dar a luzun perióoj¡·o de grandes dimensiones que hicierafrente a ¡.,'l 'I'iernpo, y defendiera los más carosintereses de la sociedad y de la familia, atacadosfuriosamente por les secuaces de la escuela llama-da radi(:al o gólgota. Componíamos la redacciónPacho Caro; don Pastor Ospina, Mario Valenzue-la, Lázaro María Pérez, mi hermano y yo; y comouno de Jos requisitos del periódico americano es lasección de noticias europeas, se contrató con unespañol VildleR, residente en Londres, para queremitiera una revista quincenal de los sucesos másinteresan teR que ocurrieran en el viejo mundo, pa-gándole veinticinco pesos mensuales. A los otrosredactoreR no se les pagaba cosa alguna: ellos tra-bajaban por amistad o por patriotismo.

Dos años sostuvo José Joaquín su periódicohasta que marchámos a Tunja, y en ellos logróacreditarlo, y ponerle un número de suscriptoresbastante para cubrir los gastos y dejar una cortaganancia. El periodismo será muy lucrativo con eltiempo en la Nueva Granada, cuando aumentadala población haya lectores, y sea para éstos, como

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la de fumar, imprescindible la necesidad de leerun periódico; por ahora apenas se siente esa ne-cesidad en un círculo muy reducido de la alta socie-dad, y el periodismo no halaga con el prospecto deuna ganancia rápida y segura, como sucede entrelos yanquis.

Una junta compuesta de catorce individuos delpartido conservador, a la cual no concurrí, se en-cargó de bautizar el periódico; y después de largodebate le pusieron por nombre El Porvenir.

Mi hermano alquiló casa, como queda dicho,compró tipos, prensas, tinta y papel, pagó oficia-les y corresponsal, corrigió las pruebas y escribiósemanalmente muchos artículos para el periódico,publicado bajo la garantía de su buen nombre; ysin embargo de todo eso, el señor Lázaro MaríaPérez ha asegurado por la prensa que él fue quienfundó El Porvenir. Pérez escribió por algunos me-8es un artículo semanal, como redactor de la partepolítica. Esa es la verdad.

Di a luz en El Porvenir una serie de artículosde costumbres, originales unos, refundidos otros yfirmados todos, no ya con el seudónimo de El tíoSant'iago o de El Sabanero, sino con tres W; y medivertí largamente escribiendo las Cartas a Pi-quillo y de Pir¡uillo. Suponía que en el congresohabía un diputado llamado Piquillo, tipo de todoslos absurdos parlamentarios; eso éste le escribía8. su padre, trapichero de las inmediaciones de laSabana, buen viejo que también había sido repre-sentante en el congreso de Cúcuta; y tanto en losconsejos que éste le daba al hijo, como en los dis-parates que el hijo escribía al padre, iba envuelta1& crítica de las sesiones del congreso granadino

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de los años 55 y 56, Y la del sistema eleccionarioreducido a un pandillaje de los gamonales de aldea.

La idea obtuvo un éxito cual no lo esperaba. Demuchos puntos de la república me venían cartasde personas desconocidas, felicitándome y animán-dome a que prosiguiera en la comenzada labor, yen el mismo Bogotá no se oían sino encomios deaquellas Cartas, que como toda obra de circunstan-cias, deben perder mucho de su interés para losque no estén al cabo del porqué se decía eso o aque-llo. Las Cartas son diecisiete, y de una buena partede ellas hice una edición, en cuaderno separado,para las provincias, de donde me escribían que eralo primero que leían al llegar El Porvenir, y quemuchos se habían suscrito al periódico sólo porleer las Cartas de Piquillo.

Asistía frecuentemente a la barra de la cámarade representantes, donde tenía asiento mi hermanocomo diputado por el Estado de Cundinamarca, yaunque no tomaba nota de las ocurrencias del de-bate, trataba de que se me fijasen bien en la memo-ria, para hacer uso de ellas en las susodichasCaf·tas.

Voy a hacer aquí tres restituciones para aliviode mi conciencia. No sé en cuál de esas Cartas hayunos versos que no son míos, sino de Ricardo Ca-rrasquilla, que los escribió ex profeso para que seinsertaran en la correspondencia de Piquillo. Estaes una; otra, que la mayor parte de la Carta de Pi-quilla en que se critican los disparatados proyectosde ley que se presentan al congreso, es de JoséJoaquín, mi hermano; y tercera, que Julio Arbo-leda tuvo la humorada de adicionar, con mi con-

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sentimiento, el capítulo IX de El tío Santiago,con el sueño que lo termina.

Al emprender el viaje a Tunja, en 1857, vendiómi hermano la empresa de El Porvenir al señorLázaro María Pérez, y éste siguió redactándolodesde aquella fecha hasta que se suspendió porconsecuencia de los trastornos del año de 61. Pérezluchó ardientemente en El Porvenir contra la fac-ción acaudillada por Mosquera, y a última horadejó la pluma, empuñó la espada y, combatiendopor la legitimidad, recibió una gloriosa herida enel campo de San Diego. Su conducta es digna detoda alabanza.

Mi hermano publicó La Guirnalda, que es unacolección de poesías y de cuadros de costumbres,en dos tomos en cuarto, adornada con los retratosde la señora doña Silveria Espinosa de Rendón yde José Eusebio Caro. El tomo primero contienesólo poesías; el segundo, escritos en prosa y algu-nos versos. José Joaquín dio a luz en La Guirnaldavarias de sus composiciones bajo el seudónimo deJosé Nigreros, y procuró escoger, para publicarlas,las mejores producciones de nuestra naciente li-teratura; de modo que, circulando esos libros porlas repúblicas de América, y llegando a Europa,habrán hecho formar tal cual idea de los adelantosde la estudiosa juventud de la Nueva Granada. Laedición, muy bien acogida por el público, se agotóen breve. Más de sesenta nombres de autores figu-ran en las páginas de La Guirnalda, y aunque escierto que no todos son conocidos, lo son algunoscuya merecida nombradía hace parte de nuestragloria nacional. José Joaquín ofreció La Guirnalda

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a sus conciudadanas granadinas, diciéndoles en lade(U!!atoria, entre otras cosas:

Son americanas floresque brotaron sobre campos

sin cultivo,y derraman sus oloresen soledad, a los lampos

de un sol vivo:que se llamaran dichosassi logran ornar las frentes

venerablesde las matronas virtuosas,de las hijas inocentes

y adorables.

Cuando mi hermano, lleno de verdadero patrio-tismo, se afanaba, haciendo gastos superiores a sucorta fcrtuna, por dar a conocer a las repúblicasvecinas y a la misma Europa esas primeras mues-tras, esos ensayos si se quiere de nuestra incipienteliteratura, siendo el primero que abría el caminoy daba el ejemplo reuniendo al rededor suyo atodos los literatos, a todas las notabilidades delpaís en el Liceo Granadino que acababa de fundary de que hablaré luégo, suscitóse una cuestión rui-dosísima de que quiero imponer a los lectores deestos apuntamientos.

El doctor José María Samper, joven de talen-to, redactaba El Neogranadino y se propuso enuna serie de artículos desacreditar al clero de nues-tro país, acabande por preguntar: "¡, Qué ha hechoel clero católico por la civilización del mundo1"'l'rataba de clerigalla al clero granadino, tan pa-triota y lleno de merecimientos, y olvidado de todopunto de las enseñanzas históricas, al rasguear lacaricatura de Judas, disparó rayos y centellas con-

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tra todo el apostolado; consecuencia inevitable deseguir las doctrinas de la escuela radical o gólgota,que sostiene que el catolicismo se opone diametral-mente a la república, y que para que un pueblollegue al pináculo del poderío, de la fuerza y de lailustración, es preciso borrar del corazón de losciudadanos toda idea de culto y demoler los altaresde Cristo.

Larra, exaltado liberalón, scstiene en el prólogode su traducción de Las palabras de un creyente,de míster Lamenais, que "la religión es necesaria alos pueblos como base de la moral y de la justicia."Recomie"ndosu lectura a los literatos.

El señor Samper, después de su viaje a Europa,ha vuelto sobre sus pasos, y hoyes un ciudadanoexcelente que deplora los errores de su juventud.

Mi hermano salió a la defensa con sus Cartasde un sacerdote católico, que hace justicia al clero,prodigando al señor Samper todas las considera-ciones debidas a sus luces y prendas personales,las cuales soy el primero en confesar.

lIé aquí algunas muestras de dichas Cartas, qnedarán a conocer, mejor que cuanto pudiera decir,las buenas intenciones del autor, a quien cupo lagloria de haber sido el defensor del clero gra-nadino.

Pintando la gran transformación obrada por elcristianismo, dice:

"i Roma era un cadáver corrompido en la tum-ba! Pero Roma debía resucitar.

Los que habían de obrar el milagro llegaren conlos pies descalzos, su túnica llena de polvo y subordón de peregrinos; hablaron, dieron su sangreen el circo y en los cadalsos, y, ¡cosa admirable 1

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JUAN FRANCISCO ORTIZ

esa Roma voluptuosa que adoraba sus dioses y losdioses de las naciones vencidas j esa Roma que seacostaba en un lecho de oro y de marfil, adurmién-dose al són de la cítara aduladora, entre una atmós_fera de rosas y de perfumes, o a los lamentos delas víctimas del anfiteatro j esa Roma marcada enla frente con dos estigmas corrosivos, el fatalismoy la esclavitud, la negaciGn de Dios y la idolatríade la criatura j esa Roma dominada más que porsus emperadores, por centuriones y tribunos en elcampo, por procónsules en las provincias y poreunucos y libertos en el palacio j esa Roma echó aun lado los sudarios de su tumba y resucitó.

y el hombre fue libre,y la mujer señora,y la niñez respetada,y no hubo esclavos,y todos los hombres fueron hijos del padre

celestial.y hubo frugalidad en las mesas, moderación en

la gloria, límites en el placer j

y se lavaron con lágrimas los ríos de sangre delos anfiteatros j

y cesó en el derecho de gentes el bárbaro gritodel ¡Vae victis! j Ay de I'os vencidos!

y en el orden político el pueblo no fue patri-monio del mandatario, y nació la abolición del de-recho de la fuerza brutal.

y en el orden social, el hogar doméstico se afir-mó sobre los dos grandes pilares -la caridad y laigualdad- prescribiendo los dos cancros de la fa-milia: la poligamia y el divorcio.

La pobreza fue santificada y honrada j los en-

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fermos tuvieron lecho, medicinas y pan; y losignorantes, luz de verdadera ciencia.

Ahora, ¡, a quién debió el género humano estecambio tan asombroso, tan sorprendente, tan com-pletoJ Porque si resucitar a un muerto es obra deDios, ¿ qué será resucitar a una sociedad entera 7

A los miembros del clero católico, señor; porquemiembros del clero católico, que entonces no habíaotro clero, fueron los que derribaron 30.000 ídolosque se adoraban en el imperio, y pusieron en sulugar un madero ensangrentado."

y más adelante:"El clero católico tuvo la voluntad, la fuerza,

el poder o la virtud de conquistar con sangre suyala civilización del mundo. Quien lo niegue, niega eltestimonio de la historia, niega el brillo de la luzmeridiana.

El clero católico ha provisto con sus institucio-nes a todas las miserias humanas. Recoge al niñoabandonado al nacer, sigue al hombre en todas lasvicisitudes de la vida, lo acompaña en su lecho demuerte, entierra su cadáver y ora por el descansode su alma.

El clero católico conservó y propagó las cien-cias, las artes y la literatura.

Sus monumentos están en todos los climas dela tierra.

Luego, vos, señor, que osasteis afirmar que elclero católico nada había hecho por la civilizacióndel mundo, o no os acordasteis de las enseñanzasde la historia, o lo decíais por desacreditar alclero. "

y en otra carta:

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"Yo veo, señor, pasar apoyado en su cruz pas-toral ese largo escuadrón de obispos de la NuevaGranada, a semejanza de su Maestro, haciendo elbien en su camino, desde el primer obispo en tierragranadina, fray Tomás Ortiz, que fue protectordeclarado de los indios, hasta monseñor Mosquera,cuyo nombre no necesita elogio. iCuántos apellidosilustres! iQué cúmulo de virtuiles, de ciencias y decaridad! Repasad, señor, les fastos de la iglesiagranadina, y tened valor para decir después: elclero nada ha hecho por la ciencia y por la huma-nidad en esta parte de América."

Y adviértase que he citado los primeros pasajesque me han ocurrido, sin ir a buscar los mejores opor la fuerza de sus argumentos o por la gracia delestilo.

Y mi pobre hermano no escribía esas Cartascon desahogo, con alguna comodidad siquiera, sinoagonizando para ocurrir a los gastos de una cre-cida familia, abrumado de quehaceres, sin poderseentregar a la meditación y al estudio, y tomandola pluma sólo en los momentos que podía robar asus ocupaciones; porque en aquella temporada,además del trabajo ordinario, teníamos dos enfer-mos de mucha gravedad en la casa: mi madre ymi hermana Mariana. Esta se fue agravandopoco a poco hasta que se le declaró la hidropesía;hubo que hacerle la punción del vientre, y dijeronlos médicos que era indispensable llevarla a To-caima. Yo me quedé hecho cargo de la imprenta, ymi hermano emprendió el viaje, llegando a tal puntosu cariño y esmero, que no quiso montar a caballo,sino que siguió a pie, al lado del guando, para con-solar, por todo el camino de treinta leguas, a la her-

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mana moribunda. Tuvo José Joaquín que regresar,con el corazón partido de dolor, y me fui yo a To-caima, con un médico joven, apellidado Manzanares,a cuidar de Mariana, que seguía sin alivio ni re-posición. Allí se le hizo nuevamente la punción, yla infeliz iba peor cada día; pero ni Dolores mi her-mana ni yo llegamos a sospechar que estuvieratan cerca el último momento.

Salí a dar un paseo por los alrededores delpueblo una mañana, con la fresca, y tocaron amisa; entré a la iglesia a pedir a Dios humilde-mente por la salud de una persona tan querida,cuando llegó una criada a llamarme con muchoafán. Volví a la posada y encontré a Mariana ago-nizando. Un padre de San Francisco, que habíallegado al pueblo la víspera, pasaba casualmentepor la puerta de la casa, y lo llamamos para quela absolviera. Le preguntó si tenía algo de quéreconciliarse, y ella respondió que no. Había reci-bido los sacramentos dos o tres días antes conmucha ternura y devoción. Empezó el sacerdote arezar las oraciones por los agonizantes, y todosnos postramos en tierra, en tanto que mi hermana,besando un crucifijo que el sacerdote le presen-taba, entregó el alma a su Creador y Salvador ycerró los ojos para siempre.

No hubo en todo Tocaima un albañil que cons-truyera una bóveda, y por fortuna hallé un carpin-tero que juntara cuatro tablas en forma de ataúd.Al día siguiente, cantada la vigilia de los difuntosy la misa de requíe1n por la que había pasado amejor vida, anublados ks ojos con el llanto y acom-

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pañado de los vecinos principales del lugar y deRafael Celedón, joven de talento, riohachero, queaccidentalmente se hallaba allí, procedimos a darsepultura a los restos de mi hermana. Como nohallé un hábito con qué amortajar su cadáver, lepusieron un traje azul muy vistoso y llenamos deflores del campo el ataúd, flores brillantes quecontrastaban con la palidez de la que dormía suúltimo sueño, después de haber cumplido, comomuy pocas, les deberes de excelente hija y de buenahermana. Los sepultureros cavaron el hoyo, baja-ron el ataúd, y la tierra que caía cubrió todas aque-llas flores y los restos de la finada; plantaron unagran cruz de madera en el sitio de la sepultura, y yotorné a consolar, si pudiera, a la otra hermana, quese había quedado sola, sin su inseparable com-pañera.

Al otro día montamos a caballo para regresara Bogotá, temiendo por la impresión sobremaneradolorosa que recibiría mi madre al volver a vernosa su lado sin aquella hija idolatrada. El viaje notuvo nada de particular, pues nuestro llanto eramuy natural por la pérdida que acabábamos dehacer.

Vuelvo esta hoja tristísima para la familia ysin ningún int~rés para el común de los lectores, ypaso a darles cuenta de la fundación del LiceoGranadino, que hace épcca en los fastos do nuestrahistoria.

Conversando con José .Toaquíil .acerca de lanecesidad que se sentía entre nosotros de una cor-poración que, reuniendo en su seno a las personasmás notables por sus luces, con absoluta prescinden-cia de partidos políticos, se ocupara tan sólo de

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trabajos literarios, resultó que convendría fundarun liceo donde la juventud se ensayara, y los afi··cionados a la literatura tuviesen un auditorio selec-to que juzgase de sus producciones, persuadidoscomo estábamos de que la concurrencia presentaríaalgún estímulo, de que carecen absolutamente eneste país los que se consagran al cultivo de lasletras. Después de pensar úetenidamente en la ideay en sus pormenores, la consultamos con PachoCaro, quien la aprobó en un todo. La comunicamosluégo a Ricardo Carrasquilla, Manuel Pombo, Lá-zaro María Pérez y Mario Valenzuela, y se convinoen convocar una reunión pri'Tada. Concurrieron aella once individuos, que fueron .José María Sam-per, José J oaq'clín Borda, los siete mencionados yotros dos de cuyos nombres no he podido acordar-me. José Joaquín fue nombrado presidente; Pérezy Pombo, secretarios; se comisionó a Samper paraque formara un proyecto de reglamento, y se formóuna lista de más de sesenta individuos, a quienesse pasaron comunicaciones, manifestándoles 'quehabían sido nombrados miembros del Liceo Gra-nadino. Tuvimos muchas sesiones privadas paradiscutir el reglamento, que quedó definitivamenteaprobado, y se mandó imprimir; se dieron temas alos socios para que trabajaran sus composiciones,y nos preparamos alegremente para la sesión pú-blica de instalación, aplazada para celebrar conella el 20 de julio, cudragésimo sexto aniversariode la independencia de la Nueva Granada.

El local elegido para la sesión solemne fue elsalón de grados que, construí do en anfiteatro, pres-ta cómodo asiento a muchos espectadores. Se co-locaron allí el busto de Bolívar y los retratos de los

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próceres de la independencia, entre guirnaldas deflores y coronas de laurel, con las viejas banderasde Pizarro y algunas españolas, mandadas por elLibertador al museo nacional después de la bata-lla de Ayacucho. La sección de música tenía pre-parados himnos magníficos para entonarlos antesy después del acto. El presidente de la República,los secretarios de Estado y los ministros diplomá-ticos nos honraron con su asistencia, y lo más se-lecto en talentos e ilustración se hallaba reunidoen aquel recinto, que embellecían las señoras deBogotá. José Joaquín, como presidente, declaróinstalado el Liceo Granadino, y recitó el canto quereproduzco a continuación:

AL LICEO

Puede gemir un pueblo esclavizadobajo el yugo de odiosa tiranía;mas si hay virtud en él y valentía,álzase denodado,e impertérrito lucha y animoso,y ese pueblo por fin mira dichosolucir sobre él de libertad el día.j Esta es 1:1 ley de Dios! Así se enlazande libertad en la ara peregrina,los lauros de Juníl1 y de Ayacuchoa los de Maratón "j' Salamina.

y entonces, serenado el firmamento,tiende la diva musasus espléndidas alas por el viento,y convida a sus hijos, y los guía,por bosques de laureles,al campo de la gloria;a nueva lid los lleva,y de la lira nobIes vencedoresgozosa los pregona,

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REMINISCENCIAS

y en el Edén cogiendo ricas florestrenza bella guirnalda y los corona.

y esa ley del Señor se vio cumplidapor el heroico pueblo colombianocuando se alzó tremendo,eual herirlo león, feroz rugiendo,y quebró su cadena envejecidae.nutra la adusta faz de su tirano.

y esa lucha fue larga y fue sangrienta,eual de odio antiguo, ingénito, profundo,y mientras que duraba, a ella atento,{lontemplando en silencio estuvo el mundo;y al cesar se escuchaba el grande acento<le victoria cruzar el oceanosobre las alas rÍlpiuas del viento,y responder al eco de victoriaque enviaban Orinoco y Magdalena,los del Tíber, del 'l'ámesis y el Sena ...

Mas ¡oh, mirad de la batalla el campo!iCu:íntos tus hijos son, oh patria mía,que fueron inmolados ese día!Pasa la muerte su feroz guadañay caen víctimas mil; tal en la érase mecen con las brisas mansamente,como mares de oro,blondas espigas sobre frágil caña;mas queda el campo erial, si de repentehorrísono sobre él se precipitael tremendo huracán de la montaña.

Anchas charcas de sangre solamente,campos abandonadosdo los huesos blanquean ...Mas ¡ah! ninguno habrá que con el dedolleno ue reverencia y santo miedo,nos muestre el consagrado panteóndonde yazgan guardados con decoro,en túmulos de mármol y de oro,héroes como tus héroes, IMarat6n!

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¡Qué! !N o crece en tus campos, patria mía,el laurel inmortal con que solíael noble vencedor ornar su sien ~~N o hay en tus rocas un minero solode mármol para alzar un mausoleoque guarde el nombre del que hiciera el bien ~

Ved asuntos ahí dignos del canto:¡tánta constancia, patriotismo tánto,tan heroico valor, tánta virtud!O deberéis tan sólo, por ventura,doblando la rodilla, a la hermosura,j jóvenes!, consagrar vuestro laúd.

Puede sonar entre árboles y floresla flauta de los tímidos pastorescon eco suave de premiado amor;mas si la patria vnestra voz reelama,debe embocar la trompa de la famapara ensalzar proezas del valor.

j Oh patria!, que no pueda de tu historia,para dejar incólume tu gloria,ilas páginas de crímenes rasgar!j Que no pueda de algunos ciudadanos,o pérfidos, o esclavos, o tiranos,las nombres al olvido relegar!

Entonces con orgullo se diría,ioh poética tierra!, j oh patria mía!,entre veinte repúblicas de ti:"Bella la hizo el Señor como ninguna,cual sin rival osténtase la lunadel firmamento en el azul turquí.

"Recostada en un lecho de azaharesbesan sus pies las ondas de ambos maresy en los Andes su espalda reclinó.Para ella el campo frutos dio Pomona,y la Ninfa del bosque una coronade flores vistosísimas trenzó.

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.ltEMINISCENCIAS

"Brillan para ella al sol limpios metales,y le tributan perlas y coraleslas blancas ninfas del inquieto mar.Para ella el viento en los estivos mesespasa doblando las doradas miesesy juega entre las copas del palmar.

, , ¿ En qué clima, decid, túntos destellosirradian como alli los astros bellosdel cielo en el inmenso pabellón?Mil ríos caudalosos, roncos, grandes,saltando de la cumbre de los Andes,le dan vida, almndancia, animación.

"Alzan al éter su nc'vada cimael Puraeé terrífieo, el Tolima,que 8n fuego del infierno urdiendo estflny en la voz de sus ríos y huracanes.y en la expresión feroz de sus vole.aneseeos de gloria al lllar rodando van."

iSalud, oh tierra de Colón!, naeidala última tú de la suprema mano,eon amoroso abrazo tú ceDidapor el antiguo y férvido occano.j Salud, vieja Colombia!. del valienteeuna, /;serús al fin únieamelltedorado sueño de feli7. región?--j Será! ... 1fas quien llaei6 cuando tu famallenaba el mundo, eual del sol la llama,j siente latir por ti su corazón!

Sí; tal es, y tan riea, y tan hermosa,madre de héroes magnflnimos, preeiadapor las virtudes de sus bellas hijas,nuestra patria adorada ...j Tal plugo haeerla a Dios Omnipotenteque en lo que quiere emplea su desvelo,gloria primcra y el amor del cielo!

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t Qué falta, pues, a vuestras gratas lirat!,para verse adornadas de laureles'b Ni qué falta, oh pintores,para inmortalizar vuestros pinceles't Ni qué a vosotros falta,hijos de la armonía,Para obtener las palmas de la gloria ~

j Oh, despertad! Luchad como valientesque es vuestra la victoria,y al universo absortomostrad en vuestras frentes,sin las sangrientas manchas del combate,el laurel con que ciñen generosaslas sienes del ingeniolas señoras del mundo: las hermosas.

Después ocupó la tribuna el venerable ciudadanoJoaquín Mosquera, antiguo presidente de Colom-bia, y luégo diez o doce miembros del liceo. Todosfueron aplaudidos repetidas veces, y el público sa-lió no diré contento: entusiasmado.

El liceo, según el reglamento, se dividía en sieteaecciones (artículo 19); consagraba sus esfuerzosa la propaganda y desarrollo de las ciencias, la ti-teratura, los trabajos industriales y las bellas ar-tes, procurando especialmente regularizar el idiomay complementar la historia nacional (artículo 99);

promovería todos los años, para el veinte de julio,una grande exhibición de cuantos productos cien-tíficos, literarios, artísticos e industriales pudieranobtenerse, y debía hacer, en el mismo día, la dis-tribución de premios (artículo 11); creaba un pe-riódico mensual para dar cuenta al público de sustrabajos; disponía lo conveniente para la elecciónde sus empleados, etc.

El periódico se publicó, en efecto, con el título

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REMINISCENCIAS l!fil

de Liceo Granadino, colección de los trabajos deeste instituto, y forma un abultado volumen quecontiene todas las composiciones en prosa y versoque se pronunciaron en la tribuna .

.EJlLiceo estuvo en ejercicio por más de un año,dando funciones espléndidas y siempre gratis, conexcepción de una a beneficio del señor Jesús Bui-trago, violinista, para facilitarle recursos con quepudiera hacer un viaje a Europa a oír a los me-jores maestros. Parece que recogió seiscientos pe-sos, hizo el viaje, y le he visto por ahí de regre-so; pero no le he oído tocar cosa alguna.

Siempre e¡,; lmeno hacer comparaciones parajuzgar de nuestro adelanto, y por eso me permitocopiar lo :úguiente:

"Grandes fueron las dificultades -dice el re-dactor de El lnstructo'f- que se presentaron paraeonseguir el logro de tan patriótico objeto, pero laperseverancia de los fundadores y la simpatía ycooperación de un crecido número de personas ilus-tradas han conseguido superarlas, y el Liceo Es-pañol, que el día 22 de mayo de 1837 fue instaladoen el cuarto de estudio de su fundador, don JoséF'ernández de la Vega, sin más garantías ni otroapoyo que su entusiasmo, celo y buenos deseos, ylos de seis amigos suyes que se adunaron a él paraesta empresa, es hoy uno de los institutos litera-rios de más nota que posee la península española,enumerando entre sus miembros los mejores inge-nios de España, y en general las personas más dis-tinguidas por sus talentos y erudición.

"Cerca de un año contaba ya de existencia elLiceo, cuando con el mismo título empezó a publi-carse en Madrid un periódico mensual cuyo objeto

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era dar publicidad a las producciones literarias desus individuos."

El Liceo Español, según su reglamento quetengo a la vista, se divide en seis secciones, y dichodocumento contiene un artículo que merece ser re-producido:

"Artículo 39 Todos los profesores, nacionaleso extranjeros, tienen derecho a pertenecer al Liceo,por concurrencia personal, o representados por susobras, cuya propiedad conservarán."

El Liceo Español cuenta veinticinco años deexistencia: el Granadino cerró sus puertas al añode fundado. bPor qué~ Digámoslo.

No es mucho que subsista el Liceo Español,cuando el gobierno le ha dado fondos superabun-dantes para sus gastos, le ha cedido un edificio mag-nífico para sus reuniones, y los grandes de Españale han hecho a porfía cuantiosas donaciones.

No es mucho que subsista el Instituto Real deFrancia, la primera sociedad de sabios establecidaen París, siendo sostenida por el gobierno.

Después de la supresión de todas las acade-mias en 1792, la constitución del año III, promul-gada en 1794, ordenó la fundación de un instituto,encargado de recoger los descubrimientos y de per-feccionar las ciencias y las artes. Una ley de 1795ordenó la organización del instituto que, formadoen un principio de cuatro academias, se compusodesde 1832 de cinco, a saber: la academia francesa,la academia real de las inscripciones y bellas letras,la academia real de ciencias, la academia real debellas artes, y la academia de ciencias morales ypolíticas, cada una de las cuales tiene su régimenindependiente y dispone libremente de sus fondos.

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Las emeo academias que forman el institutoreal se reúnen anualmente en sesión pública."(Bescherelle) .

Ciertamente no es mucho que existan, parahonra y gloria de España y de F'rancia, el Liceo yel Instituto.

Lo que raya en milagroso es que subsistieraentre nosotros, por un año, una corporación litera-ria bien organizada y en vía de progreso, sin recibirel más pequeño auxilio del gobierno ni de los par-ticulares.

En Nueva Granada, doloroso es confesarlo, seha creído vulgarmente que un buen secretario dehacienda o un buen diputado al congreso es el hom-bre más cicatero, el que no se atreve a pedir a lalegislatura, y antes bien se opone a que ella decreteuna suma insignificante para fomentar un colegio,para socorrer un hospital, para abrir un camino.En tanto que esos hombres miserabilísimos propor-cionan a sus parientes buenos destinos y excelentescontratos, o bacen perder a la República millonesy millones en los negocios de mayor cuantía.

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XXXVIII

Suspensión del Liceo. Granadino.-JHster Keg 11 Albllm de Mimi.El doctor José Manuel Restrepo.-Viaje a Tun,ia.-Dos pa-labras sobre esa ciudad.-Mario Yalenzuela.-La asamblea le-gislativa de Boyacá.-Quiénes la formaban.-El Catolicismo.El doctor Antonio José de Sucre.-·--Las candidaturas de Ospinay de Mosquera.

Después que el liceo cerró sus sesiones y sus-pendió la publicación de su periódico, notóse lafalta que hacía, y empezaron los lamentos, pues elpúblico estaba acostumbrado a oír piezas escogidasde canto y de música y a la recitación de bellaspoesías y de buenos discursos.

En la sesión nocturna del 8 de septiembre de56 leí mi artículo de costumbres titulado Místet·Keg, y fue acogido tan favorablemente, que huboque suspender varias veces la lectura para dartiempo a los estrepitosos aplausos. Esas carcaja-das, esos palmoteos, esa alegría, eran, no cabeduda, un buen estímulo para trabajar. Cuando pu-bliqué el Alburn de Mi'mí también me dirigió JoséJoaquín, mi hermano, el siguiente soneto:

Ven acá, jovialísimo escritor,que a la misma tristeza haces reír,díme: ¿dónde pudiste descubrirese arte de decir encantador?

¿A qué clima, feli:r. descubridor,nuevo Colombo, tú supiste ir,pues ya no existe Apolo a quien pedirque nos preste su lira y su favor?

Tánto divino chiste y t{tnta salquién te las enseÍÍara no se ve;~Pue Moratín9 (,Cervautes' ¿Larrn'? ¿o cuúH

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REMINISCENCIAS

Sin ir más lejos yo te lo diré:el que en chiste y honor no tuvo igual,y que tu padre y que mi padre fue.

Yo le respondí calamo currente lo que sigue:

Ciego el amor y ciega la amistad,ciego el público y tú ciego también.Cuando en verso me das el parabién,¡vaya que es estupenda ceguedad!

Conozco que hay exceso de bondadsi recibo sin fin votos de amén,pues concebir no puedo que hoy esténtodos ciegos en esta gran ciudad.

Que en Cervantes, en Larra y Moratínmil donaires, mil gracias encontré,yo debo confesártelo, Joaquín;

Pero gracioso cual mi padre fue,lo niego a pie juntillas, porque al finni lo fui, ni lo soy, ni lo seré.

Muy lisonjera debió serme también la propuestaque en aquel tiempo me hizo el señor doctor JoséManuel Restrepo de compendiar su Historia de Co-lombia; y no puedo resistir a la tentación de poneraquí la carta que me dirigió, y que conservo desu puño y letra. Es una curiosidad histórica; yme honra mucho el que el venerable escritor sehubiera formado tan buena idea de mi corta capa-cidad, que me confiara para compendiarlo aquelprecioso manuscrito.

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JUAN FRANCISCO ORTIZ

"Bogotá, 6 de noviembre de 1856.

Señor doctor .Tuan v"'rancisco Ortiz.

Estimado señor mío:P,ara adelantar el negocio '\que tenemos pen-

diente hago a usted la siguiente propuesta:Por compendiar la Historia de ColO1nbia, que

poco más o menos tiene escritos mil pliegos de bo-rrador, reduciendo los cuatro tomos a uno de 430páginas imp resas (en petite romaine) o a 160 plie-gos manuscritos de borrador, iguales a los quetengo, daré a usted quinientos pesos en esta forma:cuarenta pesos de o('ho décimos por mes en un año,y el mes último sesenta. En este tiempo se conclui-rá la obra a mi satisfacción; mas si fuere antes, ledaré la misma suma.

Convenidas que sean las bases, arreglaremoslos demás pormenores. Al efecto nos veremos, y ala voz se adelanta más. Yo estoy en mi habita-ción desde las once a la una y media de la tarde.

Siempre soy de usted atento servídor,

JOSE MANUEL RESTREPO !,

El señor Restrepo era antioqueño; fue secreta-rio del interior en el tiempo de Bolívar; más tardedirector general de instrucción pública, y por últi-mo, director de la casa de moneda de Bogotá pormás de veintisiete años. Compuso en su juventudla Geografía de la provincia de Antioqtlia, y seconsagró después a escribir la historia de su país,consultando para Veirificarlo todos los archivospúblicos, y teniendo a la vista documentos muy im-

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REMINISCENCIAS 257

portantes y autógrafos preciosísimos que conservaen su poder. Hizo la prily;era edición de su obraen París, en diez volúmenes en octavo, y despuésde más de cuatro lustros empleados en corregirlacuidadosamente, solicitó del congreso, para hacerla segunda edición, un auxilio de cuatro mil pesos,en calidad de empréstito. El congreso se los negó,sin pararse a considerar la venerable figura delpeticionario, uno de les pocos patriotas de 1810que aún existen entre nosotros, ni la importanciaamericana de la obra, ni la necesidad popular quese sentía de dejar consignados en una historia, cui-dadosamente revisada, los hechos de la gran g'ue-rra de la independencia. ~Qué hubieran respondidolos congresc s de México, de Chile, del Perú a se-mejante petición? Seguro estoy de que ni en elEcuador, a pesar de los escasos recursos de sutesoro, habría sido desairado el historiador delpaís. Sin embargo, la obra se imprimió en París,en cuatro volúmenes en cuarto, y su auter ha tenidola satisfacción de que circule por la América espa-ñola con general aceptación, viviendo él todavía.

El señor Restrepo, fuerté, aunque ya octoge-nario, ha dimitidO el empleo de director de la casade moneda, y se prepara a terminar en paz unalarga carrera de honor y probidad. Ha ocupadovarias veces un asiento en las cámaras legislati-vas, y siempre se ha mostrado digno de la confian-za pública. Cuando se discutió la cuestión sobre siconvenía adoptar la federación o seguir en el régi-men central, escribió un folleto luminoso, probandoque la federación era inconveniente y peligrosa, yanunciando los males en que nos vemos envueltos.

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No pude concluir con dicho señor el contratosobre compendio de su Historia de Colomb'ia, por-que se atravesó nuestro viaje a Tunja.

Sepamos con qué objeto.El presidente del Estado de Boyacá, doctor

David Torres, médico, escribió una carta suplican-do a mi hermano tuviera a bien encargarse de ladirección del colegio de Tunja. Esa carta, presen-tada con las insinuaciones verbales del doctorJosé María Malo Blanco, surtió su efecto, y decidióa mi hermano a hacer un viaje a Tunja para arre-glar allí el negocio personalmente. Fuimos, pues,a dicha ciudad, en diciembre de 1856; Y después devarias y acaloradas conferencias con el señor pre-sidente, firmóse un contrato en cuya virtud J eseJoaquín dispondría por cuatro años, forzosos parael gobierno del Estado, de las rentas del colegio,y daría las siguientes enseñanzas: 19 Instrncciónmoral y religiosa e Historia Sagrada. 29 Gramáticade la lengna castellana. 39 Caligrafía. 49 Lengualatina. 59 Francesa. 69 Inglesa. 79 Italiana. 89 Uncurso completo de matemáticas. 99 Teneduría delibros. 109 Geografía general. 119 Física. 129 Uncurso de historia que comprendería la griega, laromana y la de la Nueva Granada. 139 Un cursocompleto de ciencias intelectuales. 149 Retórica ypoética. 159 Agricultura y veterinaria. 169 Urba-nidad. 179 Gimnástica. 189 Derecho civil. 199 Dere-cho internacional y economía. A estas diecinueveclases se agregaron después cinco, a saber: una delengua castellana, dos de matemáticas y dos deinstrucción religiosa, abiertas en beneficio de losalumnos y cuyo gasto pudo ahorrar legalmente elcontratista, pues estaba obligado a dar diecinueve

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REMINISCENCIAS 259

clases y no veinticuatro. En el contrato sobre admi-nistración del colegio se estipuló que se darían lasenseñanzas enumeradas en las citadas clases, contal que no bajara de diez el número de alumnos quese matricularan para recibrr las lecciones; perosucedió que para la clase de inglés sólo se presen-taron cuatro, y para la de retórica seis; y sin em-bargo se dieron puntualmente las enseñanzas, pu-cJ.iendohaber cerrado esas clases y otras que noGito por falta del ccmpetente número de cursantes .

.Mi hermano llevó a Tunja profesores acredita-LcOS en los establecimientos de educación de la ca-pital, por'que en rl'unja no los había, y remuneró sutrabajo decentemente. A los señores Germán Maloy Mario Valenzuela les pagaba a cien pesos men-suales; a los señcres Mariano Medina, PascualRincón y Hermógenes vVilson, a cuarenta; a losseñores Alejo Posse Martínez, Adolfo y MartilianoSicard, a treinta; a éstos se agregaban dos tunja-nos, parientes nuéstros, Daniel Andrade y FlavioVargas, que en calidad de vigilantes ganaban diezpesos cada uno, lo mismo que el señor Juan Nepo-muceno Ruiz. Tanto los profesores como los vigi'lantes comían en el establecimiento; se observabacon puntualidad el reglamento, y los alumnos apren-dían cosas útiles, al paso que desarrollaban susfuerzas con los ejercicios de la gimnástica.

Yo di lecciones de retórica, de lengua latina,de Historia Sagrada y de agricultura. No se meoculta que fue un disparate dar lecciones de agri-cultura a jóvenes que no habían estudiado la física,ni tenían siquiera nociones de botánica; pero elpresidente Torres se encaprichó en que habían dedarse, y se dieron por un prontuario que enseña

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260 JUAN FRANCISCO OR'rIZ

el modo de preparar los terrenos y el cultivo delos cereales, de las gramíneas y de algunos árbolesfrutales.

Mario Valenzuela, joven de talento y afamadoliterato, que nos acompañó por un año, nos dejópara tomar la sotana ele la Compañía de Jesús; alcabo de algunos meses Hincón marchó para Homa,al colegio americano, fundado por Pío IX y diri-gido por los jesuítas y por el presbítero chilenodoctor José Ignacio Vícto'r Eizaguirre, a ;quientraté durante su mansión en Bogotú. Este sacerdo-te, habiendo vendido una parte de sus propiedades,regaló al soberano pontífice treinta y siete milpesos para coadyuvar a la fundación de dicho co-legio, destinado a ser un semillero de sacerdotesvirtuosos e ilustrados. Hizo más: visitó a México,Hío de J aneiro, Bogotá, Quito, Lima, Sucre, San-tiago, La Asunción, Buenos Aires, y solicitó de losarzobispos y obispos que enviaran al Colegio Ame-ricano algunos jóvenes a sus expensas, y lo con-siguió. Pascual Hincón fue a Homa por cuenta delarzobispo de Bogotá. El señor Eizaguirre habíahe¿ho antes una peregrinación a los Santos Luga-res, y a su regreso publicó la relación de su viajecon el título de El cristianismo en presencia de81,(S disidentes.

Diré dos palabras acerca de Tunja, ciudad fun-dada por el conquistadcr Gonzalo Suúrez Hondóll.Goza de una temperatura fría, pero muy saludable;en sus inmediaciones hay una fuente que ofreceun baño delicioso, con la particularidad de que elagua es tibia por la noche y se va enfriando pocoa poco durante el día. Las mañanas de Tunja, enel buen tiempo, son incomparables: no se siente en

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REMINISCENCIAS 261

ellas ni frío ni calor, y se respira un aire puro yvivificante, bajo un cielo alegre y despejado. Elaire es tan seco y tan sano que los cadáveres, sinembalsamarlos, puestos en b5vedas, no se corrom-pen: se convierten en momias. En les alrededoresqueda La Teta del Agua, manantial que brota unchorro de agua cristalina de una piedra semiesfé-rica; y La Cascada, formada por un arroyo quepresenta un paisaje muy risueño. Entre los edifi-cios merece honorífica mención La Capilla de losMancipes; y entre las efigies la de Santa Bárbara,que se venera en una de las parroquias de la ciudad.

Llegó entre tanto el tiempo de la reunión de laasamblea legislativa del Estado de Boyacá, quenunca había sido tan concurrida como lo fue en sussesiones de agosto y septiembre de 1858.

Varios ciudadanos de otros Estados, y notablescomo hombres de revolución, habían sido electos yvinieron a tomar asiento en ella.

Entre éstos se distinguía el doctor PatrocinioCuéllar, que murió como un valiente, peleando allado de Obando en la refriega de El Rosal; JoséMaría Rojas Garrido, Ramón Gómez, Santos Acos-ta, Santos Gutiérrez y algunos otros.

La mayoría de los diputados pertenecía al par-tido conservador; y al frente de todos, presidiendolos debates, sobresalía el doctor José María MaloBlanco, sujeto apreciabilísimo por su inteligenciay por su patriotismo, muerto más tarde a manos desu hermano Jesús, en el atrio de la catedral deBogotá.

Entre los dos hermanos mediaba una cuestiónsobre intereses. Jesús pidió a J osé María ciertasuma, éste se la negó, y aquél le disparó a quema-

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rropa una pistola que traía cubierta con la capa.José María, que era entonces gobernador del Es-tado de Cundinamarca, expiró dentro de veinti-cuatro horas, y fue generalmente sentido. El fra-tricida, condenado a muerte por el jurado como ase-sino, fue arrancado del patíbulo por conmutaciónde pena, decretada por el doctor Uldarico Leiva.

Las luchas que se trabaron en la asamblea fue-ron terribles, furiosas. Cada partido sostenía susprincipios con encarnizamiento. Los hombres dela escuela liberal insultaban a menudo a Malo Blan-co, haciendo raya entre ellos el diputado RicardoBecerra. Malo Blanco guardaba grave silencio, oles respondía lacónicamente, haciendo alarde de losmás finos modales y de las respuestas más co-medidas. .

Por aquel tiempo produjo el Eco de Boyacá,periódico en que escribíamos mi hermano y yo, unartículo afirmando que los señores liberales ten-drían valor, talento, cuanto se quisiera; pero queles faltaba Carreño, es decir, estudio del Manualde urbanidad y buenas maneras, de don ManuelAntonio Carreño, que servía de texto en el Colegiode Boyacá.

Habiendo quedado vacante la secretaría de ha-cienda, suplicóme encarecidamente el presidenteTorres, por conducto del doctor Rafael Martínez,que me encargara de ese portafolio, y lo acepté apunto que acababa de instalarse la asamblea.

A los quince o veinte días se separó de su pues-to el secretario de gobierno, y el señor Torres meencargó igualmente de aquel despacho.

Tuve, pues, que ponerme al corriente del estadode los negocios que cursaban por ambas secreta-

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rías, para evacuar verbalmente o por escrito losinformes que me pedían en la asamblea; y tuve queestudiar la legislación del Estado y sus recursc sfiscales para estar en aptitud de resistir en la agrialucha parlamentaria, llevando la palabra por el en-cargado del poder ejecutivo.

Presenté y sostuve varios proyectos, y entreotros uno de ley sobre orden público, que produjolargas y acaloradas discusiones.

Los liberales, por su parte, formularon los ar-tículos del credo político de los gólgotas (ultras)en otros tantos proyectos de ley, que fueron pri-mero despedazados por Malo Blanco, con su pala-bra clara y luminosa, y enterrados después por lamayoría de la asamblea, en la cual figuraban hom-bres de bien y patriotas sinceros. Entre éstos tengoel gusto de mencionar al español Miguel Jerez, di-putado por ea sanare, que me entretenía en voz bajacon sus chistes en lo más rudo y áspero de los de-bates.

El Estado de Boyacá, con sus 379.000 habitan-tes, es -no cabe duda- más poblado que la Repú-blica de Andorra, que tiene 15.000, y muchísimomás que la de San Marino, que alcanza a 7.500; yen extensión territorial es tan grande como losEstados del Ohio, Arkansas y La Florida reunidos.La legislación de San Marino se compone de 70 se-nadares; la de Boyacá se componía de 35 diputados;la renta anual de aquella República es de 10.000fuertes; la de este Estado alcanzaba a 52.000, sumacomparativamente menor.

Estas noticias merecen quedar consignadasaquí por ser tan curiosas.

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El Estado de Boyacá, cuyos hombres robustosy aparentes para el servicio de las armas" fueron-según decía Bolívar- los mejores soldados quetuvo en la guerra de la independencia ", es rico enganados; sus terrenos son de los más fértiles enla Nueva Granada, y tiene el canal del Meta, en elcual se fincan todas sus esperanzas de futura pros-peridad.

La fuerza que estaba en armas en 1858, es decir,el ejército, no pasaba de treinta hombres, y sinembargo El Cmnerc¿o, redactado por Felipe Pérez,quien cayó de la presidencia tristísimamente, pe-riódico de Bogotá, se desgañitaba repitiendo queyo "militarizaba el país".

He leído, no recuerdo si en Balbi o en Letronne,que el ejército de San Marino es fuerte de veinti-siete hombres. Por poco no iguala al de Boyacá enel tiernpo de mi administración.

r:ran acalorados estuvieron los debates de laasamblea, que hubo sesión en que la gentualla dela barra sacó los puñales amenazando asesinar a losdiputados.

Los liberales saltaron de sus asientos encarán-dose contra Malo Blanco, y un joven bogotano, sim-pático y valiente, llamado Antonio Zerda, le pusoun trabuco al pecho al doctor Cuéllar para con1¡enerel desorden.

Salieron los gólgotas del salón echando chispasy haciendo una zambra de todos los diablos.

Yo di orden para que viniera inmediatamentedel cuartel un piquete, a órdenes del coronel Már-quez, y se aplacó aquel espantoso tumulto, tan sólocomparable con el que reinó en la iglesia de SantoDomingo el 7 de marzo de 1849, cuando los libera-

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les eligieron presidente de la república al generalJesé Hilario López, intimidando a la mayoría delcongreso con los puñales desenvainados.

Otro día emitió el diputado Ramón Gómez no séqué ideas contra el clero, y, como en la asambleatenían asiento varios curas, cada uno de ellos pidióla palabra y predicó una plática larguísima, res-pondiéndole. Replicaron los liberales. Volvieron ala carga los ofendidos, y se gastaron seis sesionesen una cuestión impertinente y baladí, pues noestábamos reunidos en aquel congreso en miniaturapara decidir si los clérigos eran corderos o lobos,sino para promover, por medio de adecuadas pro-videncias, la felicidad del Estado.

El presidente Torres, amigo de su país, propen-dió a organizar de una manera efectiva todos losramos del servicio público: escuelas, caminos, ca-sas de corrección, milicias, etc., e introdujo lamayor regularidad en el recaudo e inversión de lascontribuciones.

Refeccionóse en aquel tiempo la Casa de la To-rrc; construyáse un puente sobre el Barranco delTopo; diéronse las órdenes del caso para traer ala plaza de Tunja el agua de la Quebrada de Va-rón; y tengo a mucha honra que todas aquellas re-soluciones, como también los aeíos legislativos dela asamblea, estén refrendados con mi firma.

En medio de la buena amistad que prcfesaba alseñor Torres, y reinando entre los dos la mejor ar-monía, recibí una carta suya, el día menos p(m-sado, en la cual me aconsejaba que para evitar undesaire renunciara el empleo de secretario, pueshabía determinado hacer nuevo nombramiento.

Asombrado me dejó aquella carta, y de igual.

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asombro participaron cuantos la leyeron, pues nose les ocultaba que a fuerza de ruegos y de súplicasme había decidido a aceptar aquel destino tan maldotado, y que me había atraído tántas molestias ysinsabores, porque si los liberales molestaron einsultaron al ilustre Malo Blanco, presidente dela asamblea, ¡, cómo insultarían y molestarían alque, de una manera oficial, sostenía el pensamien-to del gobierno de Boyacá, adverso a sus ideas yproyectos~

El señor Torres repetía por doquiera que es-taba muy contento conmigo, y me lo había dichoinfinitas veces. Yo procuraba complacerlo. En losescandalosos debates de que he dado cuenta, lo de-fendí vigorosamente como su amigo y su secreta-rio. Cuantas veces ]0 atacaron por la prensa, salítambién a defenderlo inmediatamente en El Ecode Boyacá o en El Porvenir. Y no me arrepiento(ni me arrepentiré jamás) de haberlo hecho así.Aquellos ataques eran injustos, y yo, su amigo yoficial de su administración, debía dejar bien pues-ta la reputación del jefe y del amigo. Tenía, ade-más, a mi cargo la redacción de la Gaceta de B 0-

yacá, y el señor Torres manifestaba públicamenteque aquel periódico había ganado en mis manos enestilo, en corrección, y hasta en lo material de suedición.

El nombrado para reemplazarme fue el señorArcesio Escobar, y me perdonará si digo aquí queno conocía el Estado de Boyacá ni sus necesidades.Entre los dos mediaba la diferencia de que yo habíavivido muchos años en aquellas comarcas, y las ha-bía recorrido palmo a palmo, con excepción de losllanos de Casanare; y él llegaba de Antioquia, su

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país nativo, sin haber visto más que un lugar detránsito, Ventaquemada; y por lo que hace a des-pacho de los negocies, añadiré que yo había hechoun aprendizaje de dieciséis años en las secretaríasde Estado y en varias gobernaciones.

Extraño fue que el señor Torres no pensara endestituírme cuando zumbaba el huracán, cuando lanavecilla del Estado estuvo a pique de naufragar,sino cuando, pasada la borrasca, el mar se osten-taba tranquilo. Es decir, que yo era bueno parasacarlo de apuros el día de la tempestad, y Escobarera aparente para la calma chicha, para los díassin nubes, claros y serenos. No he podido expli-carme hasta ahora esa revesada de la conducta delseñor Torres.

El señor Escobar funcionó como secretario unospocos meses, y marchó después al Perú como se-cretario de la legación encargada al eloctor Floren-tino González.

El presidente rrorres quería evitarme un desai-re, y en Tunja nadie ha sospechado que me lo hu-biera hecho. Yo me hice el muerto, y no me di porentendido, y si ahora escribo estas líneas es sólopara informar a mis lectores de cómo dejé de sersecretario de hacienda y de gobierno en el Estadode Boyacá, y no dejar truncada mi narración.

Fastidiado José .Joaquín de la ingratitud dealgunos de sus paisanos, resolvió dejar a Tunja )Tvolverse a Bogotá, donde vivía aún mi madre, decuya vista estábamos privados, haciendo un posi-tivo sacrificio. Para emprender su viaje no teníael pobre ni un cuartillo, pues de las rentas del co-legio le quedaron debiendo cerca de ocho mil pesos,que tal vez no podrá realizar nunca.

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El Ca,tolicismo se mantuvo, durante el tiempoque lo redactó mi hermano, a la altura convenien-te, sin dar cabida en sus columnas a personalidades,sin consentir calificativos odiosos ni adjetivos in-sultantes, tratando las cuestiones con la gravedad,la calma y el decoro dignos del público y de susredactores. Ahí está la colección y a ella remito amis lectores, lo mismo que a la de El Porvenir, an-tes que pasara a manos del señor Pérez. iCuántosartículos fueron rechazados, aunque estuvieranbien escritos, porque sus autores se habían desli-zado algún tanto!

Antes del viaje a Tunja publicó mi hermanolas poesías de José Eusebio Caro y las de LuisVargas rrejada, y la obra, que había de constar detres volúmenes, debió completarse con el que con-tuviera mi Colección de artículos y cuadros de cos-tumbres, versos, leyendas, relaciones de viaje yotros opúsculos; y ese tercer tomo se habría pu-blicado como les anteriores si no nos hubiera arre-drado el desembolso; porque en la edición de laspoesías de Caro y Vargas se gastaron más de milquinientos pesos, a causa de haberla hecho en buenpapel y sin reparar en lo que importaba.

Joaquín, para ayuda de costos, no recibió nadade los muchos admiradores de los talentos de Caro;bien que tampoco hubo quién se lo ofreciera. Es-cribió los prólogos, cuidó con esmero de la correc-ción de la obra, y la dedicó, lleno de patriotismo,

AL CONGRESO NACIONAL

Confieso mi pecado: creí que éste auxiliara conalguna suma la edición, y me engañé miserable-mente. & Qué le hubiera costado decretar una pe-

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queña cantidad, para indemnizarle siquiera de susgastos 7 ~Qué suscribirse a quinientos, a mil ejem-plares, a uno siquiera 7 j Nada! Pedir generosidada los congresos de este país es pedir peras al olmo,es exigir un imposible. En Europa hay premios yhonores para la aplicación y el talento; aquí se ma-logran los mejores ingenios por falta de estímulo.Suframos con paciencia; pero digamos en alta vozque el congreso nacional, que ha despilfarrado eltesoro público en muchas ocasiones, ha rayado encicatero (esta es la palabra) cuando no ha honra-do la memoria de Bolívar; cuando ha desairado alhistoriador de Colombia; cuando no se ha suscritoa las obras de Caro, y cuando ha dejado que el Li-ceo Granadino cerrara sus puertas por falta derecursos.

1Gntanto que El Catolicismo seguía su carreramajestuosamente, se imprimían en el estableci-miento de mi hermano varias obras, entre las cua-les mencionaré la geología del señor Guillermo\Vills, que es una obra utilísima en un país, llenopor doquiera de riquezas minerales no explotadastodavía. Contiene noticias de la mayor importan-cia, y esparce mucha luz sobre los sistemas geoló-gicos de la formación de los strat'ns y capas mine-rales que envuelven el globo que habitamos; es unaobra para cuya formación tuve el autor a la vistalos mejores trabajos publicados recientemente so-bre la materia. Aunque el señor vVills es inglés,posee el castellano bastante bien, como lo manifies-ta en su obra mencionada y en muchos artículossobre asuntos de interés general que ha publicadoen los periódicos granadinos. Tiene una gran des-tilación de aguardiente en su hacienda de Cune,

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entre Villeta y Guaduas; toca en su flauta de cris-tal admirablemente, y su genio, sus maneras, sucaballerosidad se captan el aprecio de cuantos tie-nen la dicha de tratarlo.

El Libro del Estudiante, volumen en 89 de 592páginas, es una colección de tratados elementalesdestinados a la instrucción secundaria de la juven-tud granadina. Comprende la doctrina cristiana, lahistoria santa, la gramática castellana, la aritméti-ca, el cálculo de memoria, la geografía general yla urbanidad. Los alumnos, en vez de llevar a lasclases una multitud de librejos y cuadernos, llevanun solo volumen que contiene todas las materias aque racionamlente puede circunscribirse la ense~ñanza secundaria. Los tratados que forman esevademécum fueron escogidos con gusto, traducidos,corregidos, adicionados o aclarados por mi herma-no que, práctico en la enseñanza de la juventud,supo adaptarlos a su objeto. La obra ha sido tanbien acogida por los profesores inteligentes, queen todos los colegios de Bogotá, tanto de niñoscomo de niñas, se sirven de ella, y lo mismo sucedeen las provincias a donde ha podido llegar entre elestrépito y confusión de la guerra.

La doctrina cristiana es la aprobada por mon-señor Mosquera para uso de la arquidiócesis; lahistoria santa, la del abate Didón, adoptada comotexto para las escuelas de Francia por el consejode instrucción pública; la gramática castellana escompilada, en vista de once de las mejores que exis-ten, por el señor Germán Malo; la aritmética, lade Meissas y Michelot, adicionada por mi herma-no, adoptada también en Francia; el cálculo es obradel citado señor Malo; la urbanidad, escrita por el

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REMINISCENCIAS Sil

señor José Manuel Marroquín, y la geografía es lade míster F. Ansart.

En las primeras páginas de este álbum escribíayo en la ciudad de Tunja, en enero de 1859, alu-diendo a la insurrección de 1810, lo que sigue:"Esas ideas prendieron la fiebre revolucionariaen estas comarcas, fiebre que nos ha traído de re-volución en revolución, pues si en la fecha en queesto escribo no estamos en armas, estamos en anar-quía, que es mucho peor." En febrero de aquel añoestalló la revolución del Socorro, que de trance entrance, de uno en otro campo de batalla, propa-gándose por toda la república, conmoviendo todo elterritorio y afectando hondamente todos los inte-reses sociales, se ha prolongado basta la fecha(Bogotá, 1Q de julio de 1862), y sin que sepamostodavía cuál será su desenlace, si el triunfo de ladictadura por completo, o el entronizamiento dela anarquía con todos sus horrores, o la vueltaal poder del partido conservador que, mermado,desangrado y débil, hace el último esfuerzo por es-tablecer algo legal, algo que no sea el poder delsable y de las bayonetas en la tierra de Caldas yde Camilo Torres, en la tierra libertada por Bolí-var y Suere, en la tierra de tan ínclitos patriotasque han hajado a la tumba. Déjenmelo decir: ¡enla tierra de mi padre!

Mucho se ha escrito acerca de esta revolución,mas no todos los que han tomado la pluma paradescribirla merecen ser creídos; los unos, escrito-res mercenarios, que se han arrodillado con el in-censario en la mano delante del dictador para re·cibir sus condores y billetes; escritores pagados porél, para adulado, & cómo han de haber acertado II

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decir la verdad ~ ¡, Cómo no la han de haber desfi-gurado~ Los otros, rabiosos con el triunfo de ladictadura y que todo lo ven de reojo, ¿ cómo hanpodido hacer el relato imparcial de los sucesos?Por lo tanto, yo, que no participo de sus odios nide sus efectos, estoy en capacidad de escribir res-pecto de ella una ojeada que merezca entera fe ycrédito; es decir, unas páginas que puedan dar ideade las causas de la revolución, de los hombres quehan figurado en ella, y de la lucha en general,echando a un lado pormenores insignificantes, con-siderándola en globo, recorriéndola someramente.

Et s1tmma sequar fasti,qia rer1tm.Virgo

Ya se ha visto cómo hago justicia a los talen-tos, a la probidad y al mérito del ex presidenteOspina; y aquí debo repetir que no le debo favorninguno, que no recibí de él empleo durante su ad-ministración, ni pisé el umbral de su palacio; él mehalagó con una plaza en la legación de Chile, atiempo que me había mandado encausar reserva-damente, y por consecuencia de aquel negro pro-ceso perdí mi destino en la secretaría del interior,y perdí más: una buena habilitación para trabajarque me ofrecía una joven y excelente amiga deCali. rruve que abandonarlo todo por venir a lacapital de la república a patentizar mi inocencia.Dios permitió que fuera absuelto del crimen quese me imputaba. Si con tales antecedentes he hechojusticia a mi condiscípulo Ospina, que no se con-dolió del huérfano que lloraba sobre el sepulcrode su padre, es porque mi corazón ama la verdad.Quiero respetarla en estas páginas. El que las le-

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yere desapasionadamente tendrá que confesarlesese mérito; sacrificio hecho en aras de la buena fe.

Diré, ante todo, cuáles son mis relaciones con elgeneral "Mcsquera, caudillo de esta revolución.

El me ascendió a oficial mayor del despachode guerra y marina, cuando fue secretario de Es-tado; y durante su administración rne nombró go-bernador de Pamplona, luégo de Neiva, y más tardeintendente general de hacienda d.e las provinciasque forman hoy el Estado de Antioquia.

El 13 de junio de 48 era su apoderado, y delgeneral Herrán, para acusar ante el jurado a losredactores de El .Aviso, Carlos lVlartín y José"María Vergara Tenorio, que les habían hecho sen-das injurias en aquel periódico, hasta tratarlos leladrones.

En las tertulias magníficas que daba Mosqueracuando era presidente, yo era uno de los convida-dos. En el citado año de 48 lo visitaba diariamente;refrescaba de ordinario en su casa, y me retirabamuy tarde. Algunas noches en que no venían se-ñores a visitarlo, las pasábamos juntos en su ga-binete, leyéndome los trabajos en que se ocupaba,o contándome sus campañas, sus viajes, sus amo-res. Otras salíamos juntos a dar un paseo a pie.

Mosquera no me ha hecho ningún daño perso-nalmente; por el contrario, le debo muchos favo-res. Después de la toma de Bogotá, el 18 de juliode 61 (como a los quince días), pasé a visitarlo yfui muy bien recibido por su hija la señora Amaliay por él. Posteriormente le ofrecí en venta unosinstrumentos de física; me pidió la factura, queascendía a unos 700 pesos; se la pasó al señor Eze-quiel Uricoechea para que la examinara, y al fin

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no tuvo efecto el negocio, durante el cual lo visitémuchas ocasiones. Hubo quien me dijera que el ge-neral pensaba en mí para profesor de la EscuelaPolitécnica, cuya fundación ha decretado. No sé locierto; él no me ha dicho ni una palabra. Nuncahe solicitado de él empleo, ni antes ni ahora. Susnombramientos referidos fueron espontáneos, sinla menor insinuación de mi parte.

Cuando en 1845 se debatió la cuestión eleccio-naria, mi hermano tomó a su cargo por unos cincomeses la redacción de El Día, y sostuvo la candi-datura del general Mosquera, en favor de la cualescribí también varios artículos. Me acuerdo de uneditorial que compuse en Guasca, con este epí-grafe:

Para tu claro nombre,hijo de la victoria,prepara ya la historiaverídico pincel;y para orlar tus sienesun pueblo libertadote ofrece entusiasmadopatri6tico laurel!

¡Ay! ... ¡Esto era en 1845!En 1856 mi hermano sostuvo la candidatura

Ospina en El Porvenir, y 'yo la candidatura Mos-quera en El N acianal. Esta quedó '~"ncida: indecausa iranlm!

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REMINISCENCIAS 275

XXXIX

Quién era el general Mosquera.-Su netu['ción como presidente dela Repúhlica.-La revolución de que fue caudillo.-La constitu-ción de 23 de mayo de 1858.-Quiénes la firmaron.-Esponsiónde Manizales.-Combate de Santa Búrbara.-Mosquera enSuba choque.

No embargante el haber opinado en favor de larebelión del general Mela, Mosquera me encargóde la corrección de los borradores de su obra titu-lada Bosquejo dc la rcvolución de 1854. rrodo estoprueba que yo era hombre que merecía su confian-za, a la cual he correspondido con lealtad, lo mismoque a la que hizo de mí el señor arzobispo, puestanto él como don Joaquín me han honrado consu apreclO.

~Conoceré yo, pues, al general Mosquera 7¡Habré tenido tiempo de estudiar su carácter ysu genio 7 ¡, Sabré cuáles son sus creencias, sus cos-tumbres, su instrucción y su valor mora17 Los hom-bres nunca se dejan conocer a fondo; y esto es tanevidente como que la luz del sol alumbra. Dicenalgunos que Mosquera se deja penetrar fácilmente;que cuando habla deja traslucir el corazón. Yo creotodo lo contrario, que su aparente franqueza le sirvepara encubrir mejor lo que quiere ocultar. Es tanexcéntrico que a veces parece loco; pero debajo deaquel follaje de apariencias esconde el profundopensamiento que lo domina, y es como el eje sobreque rueda toda su conducta. Cuando desea llevar acabo alguna intriga, truena unas veces como la tem-pestad, y otras se arrastra como la culebra porentre el tupido jaral, amenaza, acaricia; arguye,

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escribe, ofrece, derrama el oro a manos llenas, re-presenta el papel que le conviene, y, sin repararen los medios, prosigue con incansable ardimientoy pasmosa tenacidad hasta conseguir el fin que sepropone, burlándose de los hombres, y si fueraposible de Dios.

Es materialista. Cree que el alma se acaba cuan-do el cuerpo deja de respirar; y por eso se ríe deldiablo y de la fortuna, del amor, de la amistad yde la virtud. Dice que la mejor muerte es la de unbalazo en la cabeza, y si fuere en un campo de ba-talla, mejor.

Una noche conversábamos en su gabinete consu hermano el señor don Joaquín. No sé cómo vinorodando la conversación hasta parar en la inmorta-lidad del alma; y huhiérase oído entonces al ex-presidente de Colombia sustentando aquella tesiscon la elocuencia del Chateaubriand y Lamennais,con una convicción íntima como la de San Jerónimoo la de San Agustín, con tal magnificencia de prue-bas, con tánta elevación de ideas, con tan noble,bello y elevado estilo, con tánta unción y respetodelante de ese milagro de los milagros del poderde Dios, que yo, por mi parte, quedé asombrado yprofundamente conmovido. j Qué hermosa me pare-ció la figura del señor don Joaquín con su blancacabellera y sus grandes ojos en que brillaba la exal-tación que lo arrebataba en aquel momento! j Ah :j Entonces no estaba cieg'o como ahora! Cuando nosquedamos solos me dijo el general: " j yaya que estemi hermano es un p ... ! j Todavía está creyendo enla inmortalidad del alma!"

Mosquera fue muy bien parecido:' en su juven-tud, como lo comprueba el retrato que hizo sacar

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REMINISCENCIAS 277

en la litografía de Lemercier, en su primer viajea Europa. En el ataque de Barbacoas por Agualon-go, en 1823, recibió una herida de cuyas resultasperdió un pedazo considerable de la quijada izquier-da. Para llenar el hueco tiene una pieza de plataque encaja y se adapta perfectamente allí, y lesirve para mascar. Por la noche se la quita, y comoaun con aquel suplemento le queda todavía frun-cido el pellejo, de ahí trae su origen el apodo deMascachochas con que le designan sus enemigos.En 1837 usaba peluca, en 55 se teñía la barba y lapoblada caballera con una preparación conocidaen los Estdos Unidos con el nombre de Bachellor'stide. Ahora no se tiñe, ni gasta peluca. Otra heri-da le afectó un tendón de la pierna derecha, y sino puede decirse que cojea, se advierte que no laafirma bien. Tiene catarata en el ojo derecho, ycomo es miope, se sirve del izquierdo con anteojosde grande aumento. Sin embargo, dice que ve muybien, procura saltar con agilidad, y rebajándoselos años, quiere hacer creer que todavía goza delvigor y de las fuerzas de la edad lozana.

El cardenal de Richelieu se hizo pintar el rostroy componer la cabellera para dar audiencia a susamigos, pocos días antes de su muerte, y algunosde ellos salieron de la visita creyendo que no esta-ba tan enfermo como se decía. También se refiereele Augusto que antes de morir se hizo adornarprolijamente, y habiendo manda<i9 traer un espejopara mirarse, dijo a sus palaciegos: "Se acabó lacomedia. He hecho bien mi papel. j Aplaudid!"

El general Mosquera ha estado en Londres, enParís, en Roma; ha visto las ruinas de Herculano,de Pompeya e Italia; ha vivido en los Estados

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Unidos; entiende algo el italiano, un poco el fran-cés, y se ha versado bastante en el inglés. Dice sinrebozo: "Yo sé el latín, la teología y los cánones";pero serán bien tontos los que, habiéndole tratadode cerca, no reconozcan que todo eso es pura pa-labrería.

Entre los generales neogranadinos Mosqueradescuella merecidamente por su ilustración. :bJsUlJ

sol comparado con el general Prías, con el generalEspina, con el general Juan Gómez, o con los co-mandantes de pelotón a quienes, por la fuerza dela necesidad, ha ascendido al grado de generalti:ien esta lucha. Un cachaco de Bogctá, charlatáncomo lo son casi todos, que se internara en las hor-das de los Andaquíes, con tal que lograra aprenderla lengua y darse a entender, pasaría por un sabio,por un hombre prodigioso; y no porque él lo fuera,sino porque los indios de los Andaquíes son unossalvajes. El gran Bayardo fue solamente capitán;no ascendió a general.

Mosquera puede ser un general en Europa; losotros no. Adquirió justo renombre después de labatalla de Tescua; y aunque faltó poco para quelo derrotaran en Subachoque y en el Puente deBoyacá, mi secretario Canal, un hombre civil, unabogado, lo desconcertó y lo tuvo medio vencidoy se vino a la capital por encima de él. En una yotra acción ha peleado Mosquera como un oficialpundonoroso y valiente.

No es propiamente un oficial de ingenieros, ysin embargo ha estudiado la estrategia, la táctica,lacastramentación, la fortificación y defensa de lasplazas, la pirotécnica y el servicio de los Estadosmayores; conoce la artillería, infantería y caballe-

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ría, y lo concerniente al armamento, equipo y me-naje; ha leído la historia y el arte de la guerra, ysabe la legislación y la contabilidad militar. Ensuma, es el primero, o diré más bien, el único ge-neral que tenemos. Todos convienen en esto, ami-gos y enemigos.

El ser buen ecritor no consiste en escribir mu-cho, y si consistiera en eso, Mosquera se llevaríala palma indisputablemente en la América del sur,porque sus libros, sus folletos, sus discursos, ar-tículos, proyectos, decretos, órdenes generales, pro-clamas y abultada correspondencia, pueden formarveinte gruesos volúmenes. Escribió dos tomos lle-nos de injurias contra el general Obando, y des-pués le tendió la mano de amigo y se reunieronambos para derribar el orden legal existente yentronizar una dictadura abominable, peor que lade Rosas en Buenos Aires. Ha compuesto una Geo-grafía de la Nueva Granada que tiene bastantemérito; pero sus escritos, en general, son cansados,desordenados e incorrectos; no tienen imaginación,como los de Bolívar; ni lógica, como los de Ospina;ni colorido brillante, como los de Murillo Toro. Susueño sobre el Coconuco es un remedo del poéticosueño de Bolívar sobre el Chimborazo.

Una de las producciones en que Mosquera seretrata a sí mismo es su conocido parte de la bata-lla de Tescua. "N ó podía ser de otro modo, dice,era primero de abril y yo empuñé la espada conque el Libertador triunfó en Junín." Y pudierapreguntársele: ~por qué no podía ser de otro modo'Sólo que Carmona estuviera vendido, o de acuerdocon él para reunirse o para huir, pudiera estarieguro del triunfo, porque la suerte de las armai

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es tan varia a veces, los pocos han vencido a losmuchos, y los reclutas a los veteranos. kY qué tene-mos con que fuera 1Q de abril o 25 de septiembre,o 4 de julio 1 ¡,Hay alguna señal para saber que el1Q de abril han de ganarse las batallas 1 Ellode abril se reunía el congreso de la Nueva Gra-nada; y ¡, se infiere de ahí que las batallas hayande ganarse precisamente el día de la reunión delcongreso 1 "Yo empuñé la espada", continúa. kYsi no la hubiera empuñado 1 ¡, Si se hubiera estadoinspeccionando la acción con un anteojo, como lohan hecho generales muy inteligentes, para podercomunicar mejor sus órdenes, no se hubiera gana-do 1 l,Y si no hubiera sido la de Bolívar la espadaque empuñaba, tampoco hubiera vencido en Tescua 1iVaya 1 iY esas palabrotas son las que hacen for-tuna! No puede negarse que Mosquera es hombrede mundo, y que conoce a los americanos.

A pesar de que su pronunciación es enredaday oscura por la falta de la mandíbula, habla mejorque escribe. Sus discursos en los congresos hansido improvisaciones, felices a veces, principal-mente sobre las cuestiones rentísticas y de créditopúblico, que conoce a fondo.

Como presidente de la República ha sido el másprogresista que hemos tenido. En su tiempo se aca-baron de establecer las cajas de ahorros. Cúpomela honra de fundar la de Neiva, como gobernadorde la provincia. El arreglo de la contabilidad entodas las oficinas públicas; el camino al Magda-lena, por Sietevueltas, dirigido por el ingenieroPoncet; los cimientos del capitolio, hechos porReed; el mapa corográfico de la Nueva Granada,levantado por Codazzi; los pesos y medidas, arre-glados por el sistema decimal; la enseñanza pri-

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maria, difundida en todo el país; la creación de lasescuelas normales; el colegio militar, establecidopara formar oficiales científicos; una magnífica'imprenta, comprada con los fondos públicos; lacasa de moneda, dotada con muy buenas máquinas;la descentralización de rentas; el dique de Car-tagena; el ferrocarril de Panamá; la ley de mone-das; el laboratorio químico, traído de Europa atodo costo; libre el cultivo del tabaco; la navegaciónpor vapor, auxiliada por el gobierno; y no recuerdocuántas otras mejoras acreditan la inteligencia eilustración del general Mosquera.

La señora Mariana Arboleda, su esposa, queconoce bien a su marido, decía antes de que lo eli-gieran presidente: "N o sé para qué han pensadoen Tomás para ese destino: es soltar un mico enun pesebre." (1) La profecía de su noble esposano se cumplió entonces; se está cumpliendo ahora.En su presidencia, Mosquera fue un atrevido pro-gresista; ahora parece que se ha apoderado de élel genio de la destrucción: no ha dejado cosa concosa; todo 10 ha subvertido; como un mico que vuel-ve añicos todas las preciosidades que hay en unpesebre.

Mosquera es la vanidad personificada. El Lau-dum inmensa cupido de Virgilio parece escritopara definirlo. Y su vanidad no es de las que apelanen silencio al fallo de la posteridad y de la historia:exige los homenajes, el boato y el ruido del mo-mento. Lo que sea para mañana no le conviene; y

(1) En Costurrica, Nueva Granada y el Ecuador dan el nom-bre de pesebre al altarcillo lleno de curiosidades que, por el tiempode Navidad, forman en las casas, y en el cual se ve al Niño Jesúsrecién nacido, adorado de los pastores.

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esto se concibe, porque un materialista debe VIVIrcon el día, apurando la copa de los placeres, coro-nado de rosas antes que se marchiten. Como puedeacabar de una hora a otra, y descender a los abis-mos de la nada de donde ha salido, & qué le impor-ta la fama póstuma? Para él es lo mismo que la his-toria diga: fue un Rosas, un Atila; o fue un Bo-lívar, unW ashington; hizo la felicidad de sus com-patriotas, o destruyó la República; fue un pillo,o un hombre virtuoso. Don Ramón Campos pruebaque todos tenemos flujo por hacer viso. La vanidadde Mosquera crece con los años, al acercarse a latumba, como crecen los ríos cuando se acercan almar.

Mosquera es vengativo: a su venganza deben elestar vivos todavía don Mariano Ospina y don Ig-nacio Gutiérrez. "Que su vida sea tu tormento",decía hablando de Ospina en su proclama de lavilla de Purificación. Si no hubiera querido ven-garse de ellos, los hubiera hecho pasar por lasarmas. EJntonces, según sus creencias, habrían de-jado de padecer, y él lo que quiere es que sufran,para que le paguen lo que le deben.

Mosquera se jacta de que desciende de don 01'-doña II. No sé lo que haya de cierto en el particu-lar. Su tío don ,Joaquín Mosquera y Figueroa fueuno de les que compusieron la regencia de Españadurante la prisión de Fernando VII en Bayona. Lafamilia de los Mosqueras es la más notable de Po-payán, y sobra para ilustrarla con que el arzobispofuera de sus miembros.

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Amicus Plato, sed magis am~ca Veritas.

Con harta pesadumbre he tenido que escribirlas páginas precedentes, bien que Mosquera seráconocido y juzgado mejor por sus hechos, por susdecretos, por las providencias que ha adoptado enesta época, que son del dominio público, que por loque digan sus apologistas o sus detractores. lo Quié-nes lo rodeaban y servían los destinos públicosdurante su presidencia 1 Homb¡res como Madrid,Madiedo, Caro, Florentino González, Poncet, Reed,Levy, Codazzi, el general París, etc. lo Y en el tiem-po de su dictadura 1 Cerón, Rojas Garrido, el negroVictoria, etc. Para el tiempo normal de leyes y deprogreso, hombres de ley y de progreso; para el deldespotismo, homhres que pisaban la constitucióny la ley.

El general Tomás Cipriano de Mosquera nacióen Popayán el 26 de septiembre de 1798. Bolívarlo nombró intendente de Guayaquil en 1825, y allíhizo un acta en favor de la dictadura, como Herránhizo otra en Begotá, en 1827. El Libertador lonombró jefe de Estado Mayor e inspector generaldel ejército, cuyo destino sirvió hasta 1829.

Hé aquí un retrato del general Mosquera. Diganlos que le conocen, los que le han tratado, los quehan leído en sus libros, si es parecido o no.

y sigamos ahora bosquejando la revolución queél ha acaudillado.

El doctor Ospina decía, en su mensaje al con-greso, el 1Q de abril de 1861:

"He cumplido, compatriotas, lo que os ofrecí:he consagrado todas mis fuerzas a mantener el im-perio de la ley, y con él el orden, la paz, la libertad,

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y la seguridad, que son su consecuencia. Si los ele-mentos del mal han sido más poderosos, si la am-bición desbocada, la hambrienta y furibunda codi-cia, las pasiones rencorosas, la corrupción profun-da que corroe una parte de la sociedad, se han reu-nido y conjurado para sobreponerse a la ley ydevastar el país a su gusto; si el egoísmo imbécil,por un cálculo inmoral y errado, ha favorecido lacausa del crimen y de la anarquía, no tengo en elloculpa alguna. Este es el resultado necesario de laenfermedad social que aqueja a la Repúbliea; elefecto de lo inadecuado de las instituciones y elfruto natural de la impunidad de los crímenes, cuyarepetición es el tormento de la parte sana de laNueva Granada."

Estas palabras señalan fielmente las causas dela revolución. Léanse con detenimiento, reflexió-nese acerca de ellas, y se verá que el doctor Osri';>no se equivocaba, cuando atribuía la subversión delrégimen legal:

A la ambición.A la codicia.A las pasiones rencorcsas.A la corrupción.Al egoísmo, yA lo inadecuado de las instituciones.El congreso, sancionaÍldo en la constitución del

22 de mayo de 1838 las ideas de los gólgotas, sehabía hecho gólgota él mismo, y se llamaba conufanía conservador. La constitución proclamaba lalibertad de imprenta, sin responsabilidad alguna.Se podía pro\'ocar una revolución por medio delperiódico, y El Tienl.po la provocó. Permitía la leyel comercio libre de armas y municiones, ley pre-

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sentada y sostenida por Julio Arboleda, y los re-volucionarios pudieron armarse, sin que nadie seatreviera a preguntarles: ¡,Para qué se arman us-teues en el seno de la paz? Concedía el derecho :lereunión, y los revoltosos se organizaban en pan-dillas. Bu Bogetá llegó su descaro hasta el puntode establecer un Directorio revolucionario com-puesto del general Rafael Mendoza, del doctor Lo-renzo María Lleras y del coronel Juan de JesúsGutiérrez, y la policía los dejaba trabajar libre-mente, por respeto a aquella malhadada constitu-ción. La cosa más fácil y expedita en este país erahacer una revolución, y el gobierno, que no teníamodo de reprimirla, debía caer precisamente. Losabían muy bien sus enemigos y esperaban el mo-mento, como la culebra que acecha a la vera delcamino al descuidado pasajero .

.Añádase que si los revolucionarios daban elgrito y se ponían en armas, sería preciso resistir-les con la fuerza armada, y aunque la ley permi-tía el enganchamiento, éste era imposible por elhorror y el odio con que la masa del pueblo miraal servicio militar; y así fue que cuando el gobier-no y los rebeldes levantaron ejércitos y se apres-taron a combatir, lo hicieron, tanto el uno comolos otros, reclutando por la fuerza, trayendo a losconscriptos amarrados con un lazo a aumentar susfilas. El gobierno los reclutaba por la fuerza ypor la fuerza los reclutaban sus adversarios, y sinembargo éstos decían, con una desfachatez entera-mente golgótica, que sus batallones se componíande voluntarios, y esa mentira la imprimieron y lacircularon, a ciencia y paciencia de la nación, quepresenciaba lo contrario.

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y lopor qué han peleado antes? Y lopor qué pe-lean ahora esos cuerpos que empuñan las armas'lo Cuál es la cuestión? La Nueva Granada que, se-gún el censo de 1852, defectuosísimo como todasnuestras cosas, tiene una población de 2.243.837ha-bitantes, esparcidos en una área de 186.250 kiló-metros, arde en el fuego de la patriotería, comodice Villergas; mas no vaya a creerse que todossus moradores son patriotas. La mayor parte deellos son hombres que viven en los campos con suslabranzas y sus ganados, o a orillas de los ríos,comiendo plátano y pescado y durmiendo en sushamacas, sin acordarse de que hay tal patriotismoen el mundo. De esos dos millones unos mil, a losumo, son los aspirantes a destinos militares, diplo-máticos, civiles o de hacienda; estos quieren sergenerales, coroneles, sargentos mayores, capitanes,tenientes o habilitados de los cuerpos; aquellos.aspiran a ser senadores o representantes; los demás allá desean ser administradores de las salinaso de las aduanas, o tesoreros; esos apetecen unpuesto en la Corte Suprema o en los tribunales dejusticia; y los otros ambicionan un portafolio, ouna legación, o prefieren ser presidentes de losEstados. Si triunfan los conservadores, los em-pleos se reparten entre los conservadores; si ven-cen los liberales, idern per idern, se acomodan losliberales en los destinos; y la lucha es por la ta-jada, por el turrón, como dicen en España; por lossueldos, por el dinero; de modo que la cuestión,en su forma más estrecha, despejadas todas lasincógnitas, es pura y simplemente pecuniaria. Noquiero decir con esto que entre tánta patrioteríafalten algunos verdaderos patriotas, no: los hay

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ciertamente, y forman un grupo reducidísimo, hon-rosa excepción que confirma la regla general. Losescritores públicos, los tribunos, los peetas (quisedecir versistas), que embocan la trompa patriotera,tienen también por norte de SllS aspiraciones al-guna buena y provechosa contrata con el gobierno,o su sueldo respectivo. iEsa es su estrella polar!Las excepciones confirman la regla. Distribúyenseasí, entre los patriotas del partido dominante, lostres millones de pesos que se recaudan anualmente;porque este país, si bien riquísimo en territorio yproducciones naturales, es de los más pobres deAmérica en lo material de sus rentas.

El grupo de mil aspirantes, esparcido en losEstados, agita las masas, las embauca con sus es-_critos, con sus mentiras, las recluta por la fuerza,les da una mediana disciplina, las raciona con unpedazo de carne (muchas veces sin sal) y las llevaa que derramen su sangre en los combates por Os-pina, o por Mosquera, por la legitimidad o por Co-lombia, siempre por el sueño de algún utopista, opor un derecho que no entienden. El día despuésdel triunfo definitivo, cuando se les zafan las ar-mas de la mano de puro cansancio, les muertos sepudren en los campos de batalla, los heridos se vancojeando a que los curen en sus chozas, y los ven-cedores se reparten el botín de los empleos, de lascontratas y de los sueldos, entre la grita y voceríade ¡Viva la libertad! ¡Viva la religión! iViva lapatriotería! Y tan cierto es lo que llevo dicho, quecualquiera que lea estas páginas tendrá que con-fesarlo, si mete la mano en su pecho, y consulta losdocumentos de nuestra historia. Además, los libe-rales llaman a los conservadores godos, fanáticos,

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asesinos, ladrones; y los conservadores apellidana los liberales 'rojos, herejes, ladrones, asesinos. Nohay apodo que no se pongan los partidos, ni calum-nia que no inventen para denostarse, y la resonan-cia de sus mutuas recriminaciones forma un con-cierto atronador en cuyas alas vuela nuestra des-honra.

Los liberales no estaban, pues, a gusto sin losdestinos, y los conservadores no querían soltarlos:esta era la situación en 1857. iCuestión eterna enla América latina! j Cuestión de sueldes!

En mi humilde concepto el presidente Ospinay sus secretarios de Estado Juan Antonio Pardo,Ignacio Gutiérrez y Manuel Antonio Sanclementeno debieron firmar la constitución de 22 de mayode 1858, porque ellos no profesaban muchos de losprincipios que ella consigna. Firmáronla, con todo,y empezaren a gobernar el país, y j cosa rara!, enel mensaje de 19 de febrero de 1859 al congreso,suscrito por diches señores, hallamos estas notablespalabras: "El sistema federal que ella (la cons-titución) establece, está planteado y funciona ex-pedita y eficazmente." Es decir, que el país mar-chaba con la federación, como había marchado conel centralismo, porque la calentura no está en lassábanas, porque el mal no está en la forma de go-bierno, sino en lrs hombres, confirmando la célebremáxima ele Pope:

For forms of gon','nment 1et foo]s conte st,whate'er is he~,t ¡¡dlllillistred is best.

Essay on man

El señor Ospilla, absteniéndose de firmar laconstitución, debió renunciar la presidencia, pero

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lo que hizo fue presentar al congreso un proyectode ley de elecciones que dividía el territorio de los:mstados en círculos o distritos, y creaba en cadauno de ellos un consejo electoral compuesto denueve miembros, nombrados cada dos años, en esteorden: tres por el senado, tres por la cámara derepresentantes y tres por el presidente de la Con-federación. Pero como éste era conservador, y losconservadores estaban en mayoría tanto en unacomo en otra cámara, era seguro que los consejoselectorales serían conservadores; debiendo ellosperfeccionar las elecciones, éstas favorecían al par-tido conservador; resultando de aquí que el poderno turnaría, sino que se quedaría estancado siem-pre en sus manos. Esto era inaceptable para el par-tido liberal, porque siendo la cuestión de empleosno le convenía que el dinero se derramara de lasarcas públicas en los bolsillos de sus adversarios,pudiendo cogerlo los liberales y dominar el país.

Alzóse un clamor general contra dicho proyec-to, y sin embargo el congreso lo sancionó, y vinoa ser ley de la república. Se alegó que era incon-veniente, se dijo que era inconstitucional: iN adavalió!

Cuentan que Lucifer se casó con una vieja (sóloa él pudiera ocurrirle tan diabólica idea!) y que alcabo de los nueve meses tuvo la dicha de ser padrede un diablillo tan donoso y tan lindo, que no secansaba de acariciarlo; y tántos besos le dio, queno pudiendo sufrir el rapazuelo el calor de la bocade su maldito padre, perdió al fin un ojo de la cara;y de ahí trae su origen el refrán muy sabido el!

América: Wfánto quiso el diablo a su hijo, hastaque lo volvió tuerto." Tánto quiso don Mariano

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Ospina al partido conservador, hasta que le pre-sentó su proyecto de ley de elecciones.

Conociendo después que no era prudente seguirdando al partido liberal tan recios golpes, reformóel congreso la ley en el año siguiente, y los gólgotasy toda la prensa radical, defensores acérrimos dela garantía del sufragio, manifestaron quedar con-tentos con la reforma. Hé aquí, pues, quitado elúnico motivo valedero que había para hacer la re-volución; pero no era esa la causa principal, erala furibunda cuestión empleos.

Mosque"ra había salido de su presidencia muyadeudado. El mismo me contó que para ocurrir asus gastos, le había dado en préstamo don JoaquínEscobar 16.000 pesos y que se los estaba debiendo.Retiróse a Nueva York, y habiendo hecho compa-ñía con su yerno, el general Pedro Alcántara He-rrán, también ex presidente de la república, abrie-ron una casa de comercio.

Quebraron en $ 240.000.Aníbal Mosquera, hijo del general, fue encar-

celado, y su padre, con la viveza que le caracteriza,al saber que la policía lo buscaba para echarle ma-no, se embarcó apresuradamente en un buque queiba a levantar el ancla, y logró eludir los procedi-mientos judiciales. Dio a luz, a su llegada al país,un artículo, no recuerdo en cuál de los periódicos,en que aseguraba que su casa tenía valores igualesa la suma adeudada. Sus enemigos y sus acreedores,como los hermanos López, que perdieron en la quie-bra $ 40.000 en quina, que tenían depositada en ladicha casa, hicieron muchos aspavientos y llegaronhasta insultar al general.

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Entonces empezó éste a hablar del camino deCali al puerto de Buenaventura sobre el Pacífico,y como, si tal proyecto llega a realizarse, no cabeduda de que el Valle del Cauca vendrá a ser unemporio de riqueza, los caucanos se entusiasmarony lo eligieren gobernador del Estado.

Lo tenemos, pues, quebrado y de gobernador delCauca; a los liberales y a los gólgota s sin empleo,a Ospina proponiendo desacordadamente la ley deelecciones; y a El Tiempo encendiendo el fuego dela guerra con las más agrias y apasionadas publi-caciones.

La ciudad de Ríohacha había sido atacada yvencida, en diciembre de 1857, por consecuencia deun movimiento revolucionario que tuvo por origenla nulidad de algunas elecciones. Los conservado-res se pusieron en armas contra los gólgotas en elEstado de Santander, y cuando mi hermano repro-bó en un artículo de El Catolicismo aquella inten-tona descabellada, don Rito Antonio Martínez yotros revolucionarios le replicaron, en un largocomunicado que se registra en dicho periódico, quela revolución conservadora era justa y patriótica.Vicente Herrera, que había entrado a ejercer lapresidencia del Estado, joven, valeroso y entusias-ta, murió en Suratá; los gólgotas de Santander sebatieron con denuedo en Güepsa, Las Porqueras yLa Concepción, sufriendo en ese último punto suscontrarios una derrota considerable. Por conse-cuencia de ella el Estado aumentó sus fuerzas y sepuso en actitud amenazante.

Nieto, que se había sublevado contra el presi-dente del Estado de Bolívar, Juan Antonio Calvo,se apoderó de Cartagena, y después de uno y otro

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encuentro desfavorable a los conservadores, se hizoelegir, o se eligió él mismo, jefe supremo.

En tanto, Mosquera nombró a Vicente Gutiérrezde Celis gobernador de Cartago y el pueblo enmasa se opuso a que tomara posesión del destino.Irritóse el general, y para someter a los revolucio-narios contra su autoridad, dio la batalla de ElDerru,mbado, en los callejones de Sonso.

Cuando esto pasaba en el sur, en el norte san-cionaba la legislatura de Santander una ley, revo-lucionaria, en el sentido de resistir con las armasal gobierno de la Confederación. El doctor Ospinamontó a caballo y siguió para el Socorro a dirigirpersonalmente las operaciones militares que termi-naron con la batalla de El Oratorio. Trajo a Bo-gotá los prisioneros de guerra, entre lo¡:: cualesfiguraba el presidente del Estado, doctor AntonioPradilla, joven recomendable por sus prendas per-sonales. Mosquera proclamó la independencia delCauca el 8 de mayo de 1860, y la rebelión habíaprendido en la mayor parte de los Estados.

Antioquia se mantenía neutral (con el arma albrazo).

Mosquera intentó invadirla, y los belicosos hijosde la provincia le salieron al encuentro en los des-filaderos de SUiS montañas, en donde después de unrecio combate con los sopetranes, echó bandera deparlamento y firmó la Esponsión de Manizales.Por ella ofrecía someterse al gobierno de la con-deferación, deponer las armas y hacer que volvie-ran las cosas al estado que tenían antes de su pro-nunciamiento, confesando paladinamente con estoque su revolución era a todas luces injustificable.El doctor Ospina se negó a firmar la exponsión, y

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creo que hizo bien, porque la guerra hubiera con-tinuado con cualquier pretexto, fuéra de que loscaucanos habrían levantado el grito a las estrellasal ver a aquel rebelde dominando el Estado en ca-lidad de gobernador.

Juan Antonio Calvo y el general Posada, derro-tados por las tropas de Nieto después de un com-bate en que el general recibió una gloriosa herida,instaron con tal eficacia y pintaron con tan vivoscolores cuán fácil era recobrar el Estado de Bolí-var, que lograron al fin que el señor Ospina se de-cidiera a organizar una escuadrilla o flotilla en lasaguas del Magdalena, no obstante que la experien-cia del año de 1840 clamaba contra tan desacertadamedida; pues en aquel año perdió el general He-rrán dos mil hombres disciplinados y valerosos, quéno pudieron resistir a la maléfica influencia delclima. & Y qué sucedió~ Lo que debía suceder: loque estaba en el orden natural de las cosas quesucediera: que la escuadrilla, atacada de las fiebresy de otras dolencias, no pudo luchar con ventaja,y tuvo que sucumbir en combates sin gloria, porque¡cómo podían hacer frente unos cadáveres ambu-lantes a tropas avezadas a resistir los ardores de·un sol tropical y la acción deletérea de aquellatemperatura ~Se gastaron, pues, a sabiendas, 50.000pesos, y se sacrificaron lastimosamente más de milhombres en tan descabellada expedición.

Entre tanto Mosquera pasaba la cordillera cen-tral, como Aníbal o Napoleón atravesaban en otrotiempo los Alpes, y venía a buscar la división man-dada por el general París, que vivía en La Plata,para valernos de la frase del presidente Ospina.Mosquera y París, antiguos compañeros de 'armas

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que se han querido mucho, se escribían diariamen-te cartas amisto,sas; y este último, con su bondadproverbial, no podía escapar a la astucia de aquél.Si se retiraba, al frente del 'enemigo, estaba per-dido, y si resistía el ataque, era probable que fueraderrotado. Mosquera lo entretuvo así por algunosdías, y al fin lo atacó y lo desbarató completamenteen Segovia. Dice un documento oficial que la líneade batalla del general París cubría doce leguas(con poco más de mil hombres). Cosas de América.En Solferino la línea de batalla tenía cinco leguas.y estaba cubierta con seiscientos mil combatientes.Cosas de Europa. Viéndolo bien, el general Parísno tenía línea de batalla: sus soldados estaban endispersión. Mosquera en el parte oficial decía: "yohe cogido en mi red estratégica". lo Cuántos milesde soldados hubiera necesitado para enredar a ungeneral cuya línea de batalla ocupaba doce leguasde extensión' j Fanfarronadas de Mosquera!

Sea de esto lo que fuere, él ocupó el Alto Mag-dalena y los llanos de Mariquita. Ospina salió enpersona abatirlo. Pas6 el río enfrente del enemigo,que se vino a la orilla opuesta. Repasó Ospina elMagdalena, y después del combate de Chaguaní,se replegó a la Sabana, y Mosquera apareció en lascumbres de Subachoque. El combate de Santa Bár-bara, el 25 de abril, fue tremendo. Los conservado-res atacaron a los federalistas, atrincherados enun cuadrilátero, y con una hora más de luz hubie-ran dado buena cuenta de ellos. En el primer pelo-tón de caballería que asaltó las trincheras iba eljoven caucano Casimiro Salcedo, mi sobrino, quequedó tendido entre los muertos, atravesado dedos balazos, y escapó con la vida milagrosamente.

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Si el general París, que mandaba en jefe, hubieracontinuado el combate el 26, el ejército de los rebel-des habría sido destruído, y todos los horrores deesta larga guerra se hubieran evitado; pero con-vino en una entrevista con Mosquera, le concedióuna tregua, y éste logró rehacerse. En aquella en-trevista se abrazaron, tomaron unas copas, y elgeneral París se enfermó de disentería y tuvo queabandonar el mando. Lo reemplazó el general Ra-món Espina, íntimo amigo de Mosquera (ambosfrancmasones) .

Este ocupó sucesivamente a Subachoque, elHato de Córdoba, Los Arboles, Serrezuela, elPuente del Común, Usaquén, El Chicó y Chapinero,ganando terreno; y Espina, con sus veintiún ayu-dantes de campo (edecanes), cuyos sueldos impor-taban una gruesa suma, emprendió por la nochemovimientos retrógrados, hasta meterse en la pla-zuela de San Diego, en los alrededores de Bogotá.Mosquera seguía la máxima del gran Federico:avanzar es vencer, y Espina perdía terreno, cualsi lo hiciera adrede para facilitar la entrada delenemIgo.

A todo esto habían caído en poder de éste lassalinas de Zipaquirá, Nemocón y Tausa, que pro-ducían dos mil pesos diarios, con los que contabael gobierno para mantener sus tropas, que sirvie-ron, sin recibir ración, por varios días. El secreta-rio de hacienda pidió fondos a algunos ricos, encalidad de empréstito, para hacer frente a la situa-ción. Le prestaron una miserable cantidad, y eldoctor Ezequiel Rojas, a quien se le exigían dosmil pesos, publicó un papel en el que comparaba algobierno con un ladrón que pide en un camino la

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bolsa o la vida. iA esto llamaban hacer uso de lalibertad de imprenta! No largó un cuartillo, y elgobierno toleró aquel desmán con la paciencia delsanto Job. Digámoslo sin rebozo: el gobierno habíacaído, la rebelión había triunfado.

La división que había levantado Santos Gutié-rrez en el norte se ineorporó al ejército de Mos-quera, sin que se hiciera un esfuerzo para impedirsu reunión; solemne imbecilidad que no tiene excu-sa, a mi entender.

¿Por qué no atacaría Espina a Mosquera cuandose hallaba estacionado en el Hato de Córdoba' ¿Porqué .no le presentaría batalla cuando movió sucampamento del Hato a los Arboles' Mosqueratenía entonces apenas 2.700 soldados de infantería,300 de caballería y 2 piezas de campaña; y el ejér-cito del gobierno constaba de 5.000 infantes, 800jinetes y 15 piezas de artillería. Los infantes, vete-ranos; los jinetes, montados en soberbios caballosde la Sabana, gordos y descansados; el terreno nopresentaba obstáculos, siendo, como es, una her-mosa llanura sin ríos que atravesar; el enemigono estaba lejos: se hallaba a ocho cuadras de dis-tancia; y se perdió la ocasión, y pasáronse inútil-mente muchos días oyendo la vocería y los clarinesdel vecino campamento. Creo que en los anales dela guerra no se ofrecerá otro caso como éste. Du-rante mi mansión en la hacienda de El Colegio, .distrito de Serrezuela, paseaba de ordinario poraquellos potreros, esmaltados de millones de flore-cillas, desde el punto que ocuparon las tropas deEspina hasta las cercanías del Hato, haciéndomesiempre la misma pregunta: lo por qué no atacaríaEspina a Mosquera en este sitio' Y, valga la ver·

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dad, ni entonces le hallaba, ni ahora le hallo res-puesta satisfactoria.

Mosquera, como si tuviese la certidumbre de noser atacado, dividió sus fuerzas delante del ene·migo; mandó mil hombres al Puente del Común yse quedó con el resto delante de Espina, y éste nose movió de su puesto. Por fin se fue replegandopoco a poco hasta la plazuela de San Diego, comoqueda dicho.

En los Anales de la Revol'ución, escritos por elseñor F. Pérez, hallamos estas palabras muy sigonificativas (página 562) :

"Que se le había ofrecido (a Mosquera) porrnuchos de los jefes del ejército centralista, conquienes estaba en constante correspondencia, queal llegar el 1Q de abril, día en que terminaba elperíodo de Ospina, no reconocerían a ningún fun-cionario general de la Confederación, y se uniríana él para el efecto de poner término a la lucha, con-vocando una convención que reorganizase el país."

y estas otras (página 563) :"N osotros pudiéramos denunciar aquí los nom-

bres de los comprometidos; pero sólo diremos quernuy pocos cumplieron su palabra."

¿ Quiénes fueron esos rnuy pocos? (compro-metidos). -

Llegó el 1Q de abril y terminó la presidenciadel señor Ospina. Según el artículo 42 de la cons-titución, debía encargarse accidentalrnente del po-der ejecutivo el procurador general si ninguno delos tres designados nombrados anualmente per elcongreso para reemplazar al presidente se hallabaen la capital, o faltaba por cualquier otra causa;pero como no se reunió el congreso de 1861 no pudo

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hacer los escrutinios de la elección de presidenteni declarar quién era el nombrado. No habiéndosehecho la elección de presidente no se hizo la dedesignados; ~a quién venía a reemplazar, pues, elprocurador general Bartolomé Calvo? A nadie. Lacadena de la legitimidad se había roto.

Y, cosa extraña, inexplicable. Mosquera escri·bió a Bartolomé, antes de que tomara posesión dela presidencia, diciéndole que lo reconocería comojefe legítimo del gobierno, y después, llegado ellQ de abril, dijo que era un usurpador, un intruso,

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Julio Arboleda en el Atlántico.-Una obra de don José María To·rres Caicedo.-Mosquera ataca a BOiotá.-Don Lázaro MaríaPérez.

(Jomo no es posible dar cuenta a un mismo tiem-po de sucesos que se verificaban en unos mismosdías en. diversos puntos de la República, volvemosatrás para decir una palabra de Julio Arboleda, yde los combates que sostuvo en la costa del Atlán-tico.

Nació en Timbiquí, provincia de Barbacoas, en1817.

Julio, sobrino del general Mosquera, fue edu-cas~oen Londres, y sus talentos, su instrucción ysu valor le colocan en primera línea entre los tri-bunos y guerreros de Nueva Granada. Entre losliteratos de Europa goza de merecido renombre.En su Gonzalo de Oyón hay versos muy felices ydescripciones encantadoras. Sus poesías sueltasabundan en sentimientos delicados y despiden elfulg;or de su lozana imaginación. Escribe su lenguace II pureza, la habla con corrección, versifica confacilidad, y sea que converse en los salones, queperore en las asambleas o que escriba en los perió-clicos, siempre llama la atención y a veces fascina·y seduce.

(Esto se escribía antes de que fuera alevosa-mente asesinado en la montaña de Berruecos, dondelos liberales asesinaron también al Gran MariscalSucre).

Nuestro ilustrado compatriota don José MaríaTorres Caicedo ha escrito una obra interesantísi-

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ma, titulada HombreS ilustres de la América es-pañola, que ha visto la luz pública en la parte ilus-trada de El Correo de Ultramar (1859), de cuyoperiódico -es redactor. Encuéntrase allí una biogra.fía completa de Julio Arboleda, escrita con elo·cuencia, y habiendo tenido a la vista datos muycuriosos. Remitimos a ella a nuestros lectores.

Julio contrajo matrimonio con su prima, la se·ñora Sofía Mosquera, que le llevó en dote mediomillón de pesos; tiene ya numerosa familia y estan buen padre como buen esposo. Patriota deno-dado, ha defendido la legitimidad contra la anar-quía, con las armas en la mano, tanto en 1851 comoen 1854, como ahora, formando siempre del ladode la buena causa. Su arrojo, su serenidad, su pe-ricia militar lo ponen a la par de los mejores ge-nerales de América, y él puede decir a su patria,como el cantor de Os Lusiadas: tengo un brazopara defenderte y una lira para cantarte.

Para servir-vos, braco its armas feito.Para cantar-vos, mente ás Musas dada.

El señor José María Baraya ha publicado re-cientemente un cuaderno, y dice en él a propósito deeste sujeto, que hace tánto honor a la República:"A Arboleda, que con mejor talento, o con el quetiene, hubiera sido un excelente cómico por su fácillocución y buen lenguaje, o, consagrado a las letras,un académico distinguido o un poeta famcso, le hadado por capitán ... etc." Y, ciertamente; las cam-pañas que ha emprendido, las batallas que ha ga-nado, y lo que deben esperar los anarquistas delhombre que, en defensa del orden, ha empuñadola espada para debelarlos, si no autorizan los 8a1"-

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casmos que se le dirigen, manifiestan que le temeny por le mismo le profesan un odio profundo, queno amengua su reputación de literato, ni deslustrasus laureles de guerrero. j Qué!i ~Jo es patrióticopresentar el pecho a la~ balas un granadino quepodía vivir holgadamente en Europa con su dinero!¿Les parece pOlOatravesar el océano Atlántico, alllegar. a París la nueva de que su patria estabaesclavizada por un dictad<T, reunir un puñado devalientes, y derrotar en Gaira una fuerte división'¡Les parece poco todavía resistir el ataque de fuer-zas cuádruples de la suya, en veintiún días de con-tinuados asaltos, y después, cuando volaban. losedificios, y desgarrada, ensangrentada y en ruinasla ciudad de Santa Marta no presentaba medo desostener el combate, burlarse del enemigo, y pa-sande de un mar al otro mar, aparecer en el Cauea,organizar fuerzas y alcanzar una completa victoriasobre Alzate y Payán en el cerro del Cabuyal? ¿Lesparece poco correr hasta Tulcán, batir a GarcíaMoreno, presidente del Ecuador, cogerlo prisionerocon 1.600 hombres, y volver precipitadamente sebreMosquera, que venía a atacarlo 7 Si esto no es pa-triotismo, si esto no es denuedo, si esto no es loque hacía Bolívar, confesemos que reina una pro-funda perversión en los juicios de los contem-poráneos.

Dejamos a Espina en la plazuela de San Diego.De la falda de Monserrate al camino había cons-truído una trincbera de cespedones, y la ciudadsólo presentaba alguna resistencia por ese lado. Latropa se había evaporado en sus marchas retrógra-das, y ni él mismo sabía con cuántos soldados pe-leaba. Muchos oficiales se escondieron en las casas,

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y dejaron que la tropa combatiera sola el 18 dejulio de 1861. Seguramente serían de los que esta-ban en constante correspondencia con el enemigo.

Mosqueraatacó a Bogotá el 18 de julio de 1861con 4.500 hombres, por tres puntos diversos: porSan Diego, por el camellón de San Victorino y porLas Cruces. He oído hablar con variedad acercadel número de soldados que defendían la ciudad:unos afirman que había 4.000, otros que 3.000. EnSan Victorino quedaban unos escuadrones de caba-llería que pudieron correr a la Sabana y ponerseen salvo; pero un general les mandó echar pie atierra y se rindieron sin combatir. La acción em-pezó a las seis de la mañana, y los fuegos vinierona apagarse como a las doce del día. El procuradorCalvo, Espina y algunos oficiales del Estado Mayor.se asilaron, desde temprano, en la legación britá-nica. Cayeron en poder del enemigo quince piezasde artillería, 600 prisioneros, y entre ellos algunosgenerales, jefes y oficiales; murieron 104 indivi-duos de tropa; y el honrado general Manuel Arjo-na, el virtuoso teniente coronel José María Osorio,y el denodado comandante Pedro José Carrilloquedaron tendidos en las calles de la capital. Fueherido, y murió pocos días después, mi apreciadomnjgo Juan Crisóstomo Uribe, que funcionaba comosecretario de gobierno, y el señor Lázaro MaríaPérez recibió una herida muy grave en el brazo iz-quierdo. Mosquera tuvo 14 oficiales y 73 individuosde tropa muertos, y 5 generales, 43 oficiales y 166individuos de tropa heridos. Perecieron en el com-bate el señor José María Plata, hombre de clarotalento, y Joaquín Suárez, joven valeroso y de bi-zarra presencia, primer ayudante de Mosquera.

FIN