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“Y así, con un estruendoso aplauso, muere la libertad” Hace algunos días escribí un ensayo para un curso sobre Historia del siglo XX europeo. La temática central giraba en torno al concepto de totalitarismo en la Alemania nazi. Allí presenté una clave de comprensión pocas veces analizada, y que desde mi perspectiva logra descifrar con mayor claridad lo que constituye el “corazón” de los totalitarismos: su carácter colectivista. Mientras me embarcaba en dicha empresa, no podía dejar de pensar en cómo dicha característica sigue aún presente en el debate público. Sí, sigue presente, tanto en partidos políticos como en movimientos universitarios, tanto en ideas como en consignas, tanto en izquierdas como en derechas. Sigue presente, fundamentalmente, en los discursos de cuño estatista, que pretenden solucionarlo todo con “más Estado”, en vez de con “más Persona”. No se trata acá de negar el rol que el Estado puede jugar en la construcción de una sociedad más equitativa, sino de criticar los excesos que puede ocasionar una desmedida actuación estatal. Esos excesos ya los conocemos, pero existen aún quienes creen que el Estado posee una varita mágica para solucionarlo todo, a pesar de los horrores que la humanidad sufrió a causa de las ideologías colectivistas durante el siglo XX. Quienes defendemos la dignidad intrínseca del ser humano, y, por lo tanto, su libertad inalienable, debemos estar atentos a esta amenaza: el colectivismo sigue ahí, al acecho de la libertad. Algunos de nosotros, y en esto soy autocrítico, creemos que es suficiente con que nuestra Constitución declare que el Estado está “al servicio de la persona humana”, y que su finalidad es “promover el bien común”, para sentir que toda amenaza colectivista no pasará más allá de una mera consigna discursiva. Craso error. Existen grupos en Chile que siguen creyendo que hay intereses que deben anteponerse a la persona humana, y están dispuestos a todo para conseguir su objetivo. Avanzan de a poco, lentamente, pero avanzan. En el último año hemos visto cómo son capaces, con sus ideas, de ganar terreno en el debate público. Nosotros no nos debemos dormir. La libertad requiere de defensores. Por más fuerte que suenen los gritos del estatismo colectivista, nosotros no nos debemos callar. Un silencio cómplice sería la peor de nuestras derrotas: permitiría ratificar lo dicho por la princesa Amidala. Sebastián Espínola Barraza Estudiante de Historia y Derecho UC Coordinador del MGUC Humanidades 2012

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“Y así, con un estruendoso aplauso, muere la libertad”

Hace algunos días escribí un ensayo para un curso sobre Historia del siglo XX europeo. La temática central giraba en torno al concepto de totalitarismo en la Alemania nazi. Allí presenté una clave de comprensión pocas veces analizada, y que desde mi perspectiva logra descifrar con mayor claridad lo que constituye el “corazón” de los totalitarismos: su carácter colectivista. Mientras me embarcaba en dicha empresa, no podía dejar de pensar en cómo dicha característica sigue aún presente en el debate público. Sí, sigue presente, tanto en partidos políticos como en movimientos universitarios, tanto en ideas como en consignas, tanto en izquierdas como en derechas. Sigue presente, fundamentalmente, en los discursos de cuño estatista, que pretenden solucionarlo todo con “más Estado”, en vez de con “más Persona”. No se trata acá de negar el rol que el Estado puede jugar en la construcción de una sociedad más equitativa, sino de criticar los excesos que puede ocasionar una desmedida actuación estatal. Esos excesos ya los conocemos, pero existen aún quienes creen que el Estado posee una varita mágica para solucionarlo todo, a pesar de los horrores que la humanidad sufrió a causa de las ideologías colectivistas durante el siglo XX. Quienes defendemos la dignidad intrínseca del ser humano, y, por lo tanto, su libertad inalienable, debemos estar atentos a esta amenaza: el colectivismo sigue ahí, al acecho de la libertad. Algunos de nosotros, y en esto soy autocrítico, creemos que es suficiente con que nuestra Constitución declare que el Estado está “al servicio de la persona humana”, y que su finalidad es “promover el bien común”, para sentir que toda amenaza colectivista no pasará más allá de una mera consigna discursiva. Craso error. Existen grupos en Chile que siguen creyendo que hay intereses que deben anteponerse a la persona humana, y están dispuestos a todo para conseguir su objetivo. Avanzan de a poco, lentamente, pero avanzan. En el último año hemos visto cómo son capaces, con sus ideas, de ganar terreno en el debate público. Nosotros no nos debemos dormir. La libertad requiere de defensores. Por más fuerte que suenen los gritos del estatismo colectivista, nosotros no nos debemos callar. Un silencio cómplice sería la peor de nuestras derrotas: permitiría ratificar lo dicho por la princesa Amidala.

Sebastián Espínola Barraza

Estudiante de Historia y Derecho UC

Coordinador del MGUC Humanidades 2012