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¡Y el verbo se hizo carne! El mayor de los misterios, el más grande, hermoso e importante, que hemos experimentado y sentido los seres humanos como parte de la bondad y el amor de Dios, es el de la Encarnación del Hijo de Dios en nuestra historia, en nuestra vida, trayéndonos con ello gracia sobre gracia (Rom 5,1-2), con lo cual dejamos de ser puro pecado para tener la posibilidad de alcanzar la vida eterna (Rom 8,3-4). El Hijo de Dios ante la realidad que vivíamos, de puro pecado, quiso rebajarse a nuestro nivel humano (menos en el pecado) haciéndose uno como nosotros, formándose en las entrañas virginales de una mujer, y de esa manera concedernos la vida en toda su plenitud (Jn 1,1-5), para ello tuvo que reducir su divinidad a nuestra humanidad y todo para dar gloria a su Padre que estaba en el cielo, y de ese modo hacer que vivamos de la misma manera y dándole gloria junto con él a su Padre. La Encarnación del Hijo, según San Juan Eudes “es la acción más grande del Padre Eterno, cuya ocupación durante toda la eternidad es producir continuamente a su Hijo en sí mismo” La obra más excelente del Hijo sobre la tierra, fue formarse a sí mismo en su santa Madre y en la divina Eucaristía para nuestra salvación, la del Espíritu Santo, formarlo en las entrañas purísimas de la Virgen María y la Iglesia por su parte nos los ha dado a través de la boca de los sacerdotes y de la santa Eucaristía. Es por ello que tenemos la obligación como cristianos y como bautizados, de tener la misma acción de la santísima trinidad, la Virgen y de la iglesia, debemos formar a Jesús en nosotros y producir su vida en la nuestra, de manera que el verbo se encarne en cada corazón y de esa manera todos podamos dar gloria a Dios teniendo los mismos sentimiento, actitudes y virtudes del señor Jesús en quien el padre tiene toda su complacencia, es nuestra obligación en tanto que Él es quien nos ha liberado del mal y nos ha hecho participes de su eternidad, pero no podemos hacerlo sino renunciamos a nosotros mismos y si no le hacemos vivir y reinar en nuestro corazón, la invitación en este adviento y en esta navidad es a que nos apropiemos del Señor Jesús, a que lo hagamos nuestro, a que vivamos en él y de esa manera llenar de complacencias al Padre eterno que nos espera con los brazos abiertos, es nuestra obligación formarlo en cada uno de nuestra vida y parirlo tal y como lo hizo la Madre para el mundo, para la humanidad, ese es el reto no dejemos que eso pase desapercibido. Padre Yhonny Soto Altuve cjm Formador de la Casa la Misión

"Y el verbo se hizo carne"

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Nacimiento de Jesús, artículo del mes de diciembre

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¡Y el verbo se hizo carne!

El mayor de los misterios, el más grande, hermoso e importante, que hemos experimentado y sentido los seres humanos como parte de la bondad y el amor de Dios, es el de la Encarnación del Hijo de Dios en nuestra historia, en nuestra vida, trayéndonos con ello gracia sobre gracia (Rom 5,1-2), con lo cual dejamos de ser puro pecado para tener la posibilidad de alcanzar la vida eterna (Rom 8,3-4). El Hijo de Dios ante la realidad que vivíamos, de puro pecado, quiso rebajarse a nuestro nivel humano (menos en el pecado) haciéndose uno como nosotros, formándose en las entrañas virginales de una mujer, y de esa manera

concedernos la vida en toda su plenitud (Jn 1,1-5), para ello tuvo que reducir su divinidad a nuestra humanidad y todo para dar gloria a su Padre que estaba en el cielo, y de ese modo hacer que vivamos de la misma manera y dándole gloria junto con él a su Padre. La Encarnación del Hijo, según San Juan Eudes “es la acción más grande del Padre Eterno, cuya ocupación durante toda la eternidad es producir continuamente a su Hijo en sí mismo” La obra más excelente del Hijo sobre la tierra, fue formarse a sí mismo en su santa Madre y en la divina Eucaristía para nuestra salvación, la del Espíritu Santo, formarlo en las entrañas purísimas de la Virgen María y la Iglesia por su parte nos los ha dado a través de la boca de los sacerdotes y de la santa Eucaristía. Es por ello que tenemos la obligación como cristianos y como bautizados, de tener la misma acción de la santísima trinidad, la Virgen y de la iglesia, debemos formar a Jesús en nosotros y producir su vida en la nuestra, de manera que el verbo se encarne en cada corazón y de esa manera todos podamos dar gloria a Dios teniendo los mismos sentimiento, actitudes y virtudes del señor Jesús en quien el padre tiene toda su complacencia, es nuestra obligación en tanto que Él es quien nos ha liberado del mal y nos ha hecho participes de su eternidad, pero no podemos hacerlo sino renunciamos a nosotros mismos y si no le hacemos vivir y reinar en nuestro corazón, la invitación en este adviento y en esta navidad es a que nos apropiemos del Señor Jesús, a que lo hagamos nuestro, a que vivamos en él y de esa manera llenar de complacencias al Padre eterno que nos espera con los brazos abiertos, es nuestra obligación formarlo en cada uno de nuestra vida y parirlo tal y como lo hizo la Madre para el mundo, para la humanidad, ese es el reto no dejemos que eso pase desapercibido. Padre Yhonny Soto Altuve cjm Formador de la Casa la Misión