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Zapatos Rojos Para Saltar en Los Charcos - Nacho Montes

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  • ndice

    Dedicatoria

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    Crditos

  • A mi madre, mi abuela ngela y mita Concha,

    que me hicieron amar mi maternatierra aragonesa.

    A mi padre, que todo lo puede.

    A mis hermanos Paula, Laura y

  • Javier;a Virginia; a Justin,

    porque forman la piel de missentimientos.

    A mis amigos, los que estn y losque estuvieron.

    A los que aman sin medida.

  • 1Nunca import el porqu, soloimportaba que bajo aquel lilo lavida se respiraba ms fcil aunqueviniese torcida. Nada ms parar elcoche, Nando bajaba corriendo porel camino empedrado, saltaba latapia y se adentraba en el inmensojardn hasta alcanzar el lilo. Ya erajulio y su desmesurada copa se

  • haba llenado de lilas, como cadaverano, contradiciendo a lanaturaleza. Haba algo secreto enesa tierra hmeda que hacaflorecer el viejo lilo meses despusde la primavera. Decan las viejasdel pueblo que era un hechizo quetena La Pionera, la finca de losMontalbn, y su estrambticaduea. Pero la abuela Candelanunca entraba en batallas, selimitaba a regar con mimo, cadatarde, aquel parterre impolutodonde el agua se embalsaba mansa

  • hasta que el lilo beba, sin prisas,todas sus gotas. Los viejos de lacantina estaban convencidos de quelas pilas usadas que enterrabaCandela en la arena generaban esafloracin azulada y tarda. El rumorde las leyendas era habitual enaquellos pueblos de montaa.Nando, jadeante an, clavaba unpalito en la tierra, que ola como elperfume del bote que la abuelaguardaba en el cajn de su cmoda,para ver cmo las lombrices seenrollaban en l, curiosas.

  • No me das ni un beso,granuja? Sube aqu ahora mismo gritaba exagerada la abuela desdeel balcn que se asomaba al jardn.

    Nando, susurrando al lilo queluego volvera, se pona en pie, sesacuda la tierra de las bermudas derayas y corra por el jardn hasta elumbral de la casa. Entraba vivazpor un inmenso portn doble demadera bajo un porche de vigasvistas del que penda, bailn, uninmenso farol con cristales de colormbar. La construccin, un antiguo

  • casern tpico del Pirineo aragons,se alzaba imponente, con sus alerosde madera, su piedra de granito ysus pizarras negras, brillantes,impolutas, entre un inmenso bosquede pinos por el que cruzaba el roGllego. Cerca de la piscina,custodiada por dos leones gigantesde piedra sobre los que Nando sesuba con el infantil sueo deconquistar el mundo, estaba, sereno,el viejo lilo.

  • Matas lo haba plantado cincuentaaos antes en una de esas tardesengaosas de junio en las quepicaba el sol, pero la brisa entrabapor los tejidos, violaba la pielcomo un cuchillo y calaba hasta loshuesos. Candela le haba vistosudar desde primera hora cavandoen la tierra un agujero tan grandeque cuando estuvo terminado huboque meter una pequea escalerapara que el joven jardinero pudiesesalir de su propia obra. Parecaimposible que un simple lilo

  • necesitara semejante boquete.Matas, no lo has hecho

    demasiado grande? preguntdesde una distancia prudenteCandela mientras el jardineroescalaba para salir de nuevo almundo.

    Seora, su marido dijo quequera el lilo ms grande para quepudiese llenar el saln de flores contest l, limpindose el sudor dela frente con una manga embarradaque le dej un borrn negruzcosobre una ceja.

  • No s yo si el viejo viverotendr un rbol tan grande comopara esta fosa.

    Seora, no lo llame fosa,que he estado ah dentro y se mepone la piel de gallina.

    Matas tena los ojos muyazules. Demasiado azules para unapiel tan curtida por el sol y un pelorizado, negro y espeso como lasnoches de montaa. Erainsultantemente guapo, joven,servicial, amable y reservado. Sutosquedad haca que a Adela se le

  • escapasen sonrisas nerviosas queno pasaban inadvertidas a los ojosde Candela.

    Adela Navascus, a ti tegusta Matas ms que comer con losdedos, puedo olerlo en tu caminartodos los das exclamabaCandela mientras el rubor tea losmofletes de la chica.

    Qu cosas tiene, seora se excusaba ella, mirando a otrolado.

    Matas tena las manos grandesy los brazos fuertes, pero aquel

  • agujero le haba consumido laenerga hasta doblegar sus rodillas.Candela, que haba visto cmo sesentaba en una piedra junto alcamino y respiraba exhausto,encorvado, con la cabeza gacha,mand que le llevasen una bandejacon una jarra de leche caliente,galletas y chocolate. Cuando Adela,temblona y sonrosada, le acerc lamerienda, Matas levant la cabeza,sonri y la tarde dej de estarfresca.

  • Haba junto al ro, en lafrondosidad del jardn, una mesa depiedra que el musgo haba idodibujando con mil estampados.Cerca, un cenador como de bailecobijaba a los amantes, sola decirCandela, de las tormentas deverano. Adela paseaba algunastardes hasta l, se sentaba en mediocuando empezaba la tormenta yabra un libro. Le gustaba leer, sintiempo, refugiada y sola, mientrasla lluvia lo empapaba todo.

    Matas viva cerca del

  • cenador. Al otro lado del jardn, siuno segua el curso del ro ycruzaba el puente, se encontrabacon la cabaa, una casita pequeade piedra y pizarra de cuyachimenea siempre sala humo, fueseinvierno o verano. Adela habaimaginado muchas veces quellegaba a esa casita y Matas lareciba con los brazos abiertos y elsexo excitado. Pero la primera vezque se acerc hasta el puente yescuch los gemidos calientes quesalan de los territorios del

  • jardinero nunca ms se atrevi acruzar ms all del cenador deljardn. Desde all, las noches queno haba viento, poda escuchar alas amantes de Matas, rendidas alvigor de aquel hombre de ojosazules. A veces, hasta crea poderoler el sudor limpio de su piel,como cuando cortaba las malashierbas o segaba el csped de lapiscina. No saba si era el amor,pero a Adela le gustaba hasta eseolor agridulce.

  • Matas no se haba terminado lasgalletas y el chocolate cuando unclaxon afnico de viejo son tresveces desde el exterior de la tapia.Era el lilo. Un camin encarnadotraa por fin el regalo de verano dedon Jacinto a su esposa.

    Don Jacinto era un tipocurioso. Alto, apuesto, vestidosiempre como si fuese a unaceremonia. Sola llevar trajesingleses de cuadros, con chaleco,pajaritas de lana y pauelos de hiloblanco en la solapa. Usaba reloj de

  • bolsillo y gafas de pasta. Y olasiempre a tabaco tierno y a perfumede naranjas. Cuando Matas abri lapuerta, entr en la finca lo que aAdela se le antoj como unacaravana de carnaval. Primero elMorris verde ingls descapotablede don Jacinto, que iba vestido conun crdigan de punto fino gris,camisa azul pastel y pajarita de lanacolor calabaza. Detrs, el viejocamin del vivero, con un lilo tangrande que pareca imposible quehubiese podido vivir fuera de la

  • tierra hmeda ni cinco minutos.Cerraba la comitiva una camionetacon una veintena de jvenes, fuertesy curtidos de sol, que deban bajara pulso el inmenso lilo y acoplarloal agujero que Matas haba estadocavando toda la maana. Adelapermaneca atenta y risuea,acalorada a pesar de la brisa tarda,sentada en un bancal de piedraobservando ese espectculo.Mientras aquellos hombres, entregemidos y esfuerzos, bajaban el lilodel camin, Adela recogi la

  • bandeja de la merienda y entr en lacasa grande hacia la cocina.Cuando lleg solt la bandeja,cogi una galleta mordida porMatas, la oli, la bes y lamastic, mirando al techo con unsuspiro y dejando caer el peso desu cuerpo sobre la encimera deazulejos.

    Matas, Matas susurrdos veces y despus bebi conavidez los restos de leche quehaban quedado en el vaso, posandosus labios sobre la blanca huella

  • que haba dejado la boca deljardinero.

    Adela, por favor, saquemosagua fresca al jardn a estoshombres o se morirndeshidratados! exclam Candela,entrando en la cocina como untorbellino y sobresaltando a lachica, que trag lo que quedaba degalleta como un pavo, sin masticar,por miedo a que descubriesen susdeseos.

    Ahora mismo, seora respondi casi en un suspiro.

  • Cuando se qued sola de nuevo,mientras llenaba dos grandes jarrasde cristal de hielos y agua y apilabauna veintena de vasos sobre unabandeja de madera oscura, cogiuno de los hielos y se lo pas por elcuello. Estaba roja y henchida comoun mejilln hervido. Se habrametido la mano entre la ropainterior en ese mismo momento sino fuese porque saba que si lohaca ya nunca ms podra mirar aMatas sin que Candela descubriesecada uno de sus pensamientos. As

  • que se derram por dentro deldelantal un vaso de agua y sali aljardn, con la bandeja llena devasos y jarras en las que tintineabantodos los hielos que ella habranecesitado para apagar sus fuegos.

    Esa noche, cuando ya solohabitaban en el valle los grillos ylas estrellas, Adela volvi a cruzarel jardn hasta esa distanciaprudente desde la que podaescuchar y ver lo que pasaba en lacabaa. La luz estaba encendida.Una ventana abierta dejaba volar la

  • msica, las risas y los gemidos. Esanoche no quiso huir, y como si sereencarnarse en aquella amante quele robaba a su hombre, permanecien silencio bajo los rboles, con losojos cerrados y las manosacariciando cada uno de susrincones. Esa noche, aunque solofuese una, Matas tambin fue suyoen alguna medida.

    Junio amaneci caluroso. Candelabaj en baador, con una pamela de

  • rafia, un capazo de paja y su diariorojo, dispuesta a tirarse bajo el lilopara estrenar su sombra y aobservar desde ah cmo limpiabala piscina Matas, arreglaba lasflores y dibujaba el csped con suacostumbrada maestra. En algnlugar Adela canturreaba. Entraba ysala de la cocina al jardnrevoloteando.

    Buenos das, seora, ququiere desayunar? pregunt conuna sonrisa y las manos en jarras enlas caderas.

  • Te ha visitado la felicidadesta noche? Pareces unaadolescente enamorada. Me gustaverte as respondi Candeladesde su hamaca, levantando el alade su pamela para poderobservarla.

    Es el verano, seora, queme calienta las entraas. Zumo, t,pan con tomate y huevos comosiempre? pregunt sin dejar desonrer.

    Perfecto sentenciCandela, devolviendo la sonrisa y

  • observando cmo la chica sealejaba hacia la puerta de la cocinabordeando la piscina condesmesurado tintinear. Matasmiraba de reojo mientras lanzaba alagua la red mosquitera. Abri eldiario rojo, sac un lpiz de maderade su capazo y empez a anotar.

    La Pionera, 5 de junio de 1960

    Adela parece que est en laedad del pavo. Lleva dasflirteando como una quinceaeraalrededor de Matas. Pobre.

  • Para m que no se da cuenta deque l ni la intuye.

    Jacinto me regal ayer ellilo ms grande que haya vistoen mi vida. Hubiese preferido unvestido de Pars, pero tengo quereconocer que las lilas siempreme han embriagado y que megusta esta posicin a la sombracon vistas a la piscina y alpuente sobre el ro, all a lolejos. Es como un puesto devigilancia en el que creo que voya pasarme todo el verano. Estelilo se llenar de flores laprxima primavera? He ledo en

  • una revista francesa que si metesesas pilas modernas cuando yaestn gastadas en la tierra, lasflores se vuelven azules y semultiplican. Qu cosas saben losfranceses, oye.

    Me han comentado que ayerllegaron al pueblo los feriantes.Esta tarde bajar paseando paracomprar manzanascaramelizadas y observar qu secuece por all, aunque la verdades que este pueblo me aburrecada ao ms. Aqu nadie va aFrancia a comprar perfume ni aconocer mundo? Me tengo que

  • fugar pronto a Pars sindecrselo a nadie. Ser divertido,imagino la cara de locaespantada que pondr mi madrecuando se entere de que su niase ha fugado sola a la ciudad dela libertad. Pagara por verla.Supongo que a Jacinto tampocole har ninguna gracia, perocomo no pienso comunicrselo,lo mismo me da. Si l nunca daexplicaciones de sus viajes, porqu tendra que hacerlo yo?Luego vuelve y me compra elcario con sus estpidos regalos.Un lilo. Madre de Dios. Podra

  • haberme trado mi perfume deChanel, una falda bonita, unestuche nuevo de maquillaje,unos zapatos, un bolso Puesno, un lilo.

    He ledo en la prensa queFranco es un cazador aventuradoy diestro. Aventurado?Diestro? Lo que hay que or.Pero si este enano es incapaz delevantar una escopeta porencima de sus huevos decodorniz. Y que Jacinto se paseel da alabando sus hazaas, susinfraestructuras, como l dice, yluego se fugue a Pars para

  • poder hacer lo que aqu nadie ledejara sin apedrearle es comode chiste. Me asombra lo simplesque pueden llegar a ser algunoshombres.

    Mam tambin se las traecon sus defensas. Ayer me dio elt con sus tontunas. Que si qumarido tan guapo tienes, quecuando le voy a dar un nieto, quequ suerte tengo de tener unhombre as a mi lado. Puessiento decirte, mam, que aJacinto le gustan otras cosas msque yo, pero eres tan ingenuaque no lo creeras jams. Ay, los

  • hombres y sus secretos.

    Cuando el sol empezaba aapretar, Matas pidi permiso paraquitarse la camiseta. Junio habacomenzado fresco en el valle, pero,como pasaba cada verano, un da secalmaba de repente la brisa y elcalor se instalaba a medioda comosi se acabase el mundo. Candela selo concedi y sigui un ratovigilando bajo sus gafas de solcmo el jardinero capturaba lasltimas avispas de la superficie del

  • agua; su ombligo era el corazn deun conjunto de msculos brillantesy un corrillo estratgico de vello,como dibujado. En cuanto se huboido se quit la camisola, se ajustel baador, se hizo una cola con elpelo y corri hasta el borde delagua, sin pensarlo, para tirarse decabeza.

    Parece usted EstherWilliams exclam Adela cuandoCandela volvi al casern despusdel bao.

    Me gusta nadar. Deberas

  • probarlo respondi con unasonrisa abriendo una botella grandede cerveza y bebiendo a morro conansia.

    Si la viese don Jacintol tambin adora la cerveza,

    Adela. Crees que tiene msderecho que yo? No seas antigua.Toma exclam, tendindole labotella con una sonrisa de oreja aoreja y los ojos vivos.

    Adela dio un sorbo y solt labotella como si tuviese fuego. Lasburbujas le haban subido de la

  • nariz a los ojos y la hacanestornudar mientras Candela secarcajeaba.

    No te matar mujer. Essimplemente cerveza grit,cerveza, el signo de la virilidad delos hombres de los sesenta dijo,bebiendo de nuevo un gran trago yeructando estruendosamentemientras ergua la botella hacia elcielo y sonrea.

  • 2Junto al porche ya estabanpreparados los caballetes y eltablero que serviran de mesa parala cena que se celebrara esa nochebajo el lilo. Adela planchaba unmantel blanco de hilo y se mirabaen el espejo del comedor las canasque cubran ya su antigua melenaazabache. En un cajn de madera

  • con asas estaban preparadas ylimpias la vajilla roja inglesa, lascopas de cristal verde portugus yuna cubertera de plata que algunaprima trajo de Mxico como regalode boda hace tantos aos que yanadie recordaba ni su nombre.

    Cuando Nando entr en lahabitacin, su abuela canturreabadelante del espejo probndose unmodelo en blanco y negro. NewLook, Dior. En el suelo unosaltsimos zapatos de tacn rojointenso. Se contoneaba de puntillas,

  • descalza, sobre la tupida alfombrade pelo blanco, mientras observabael movimiento de su falda y laperfeccin an de su divina cinturaa pesar de que esa noche cumplasetenta y cinco aos. Muchos deellos como la flamante viuda de donJacinto, como decan las tenderasde la comarca. Haba estado mediamaana probndose los exquisitosvestidos vintage que Brbara deCotagge, la viuda de un diplomticofrancs, le venda desde Parsdesde haca ms de una dcada.

  • Nando observ a su abuela conidolatra antes de correr hasta ella,lanzarse sobre sus brazos abiertos yacabar los dos tirados en el suelo,rindose.

    Abuela, te he trado elperfume que te gusta, mam me locompr para ti. Las pecas de sucara parecan flotar cada vez que elnio sonrea de oreja a oreja.Candela abri aquel bote, pequeocomo una caja de joyera, y mojtibiamente sus lbulos con dosgotas de Chanel nmero 5.

  • Huele a amantes exclam,volvindose a mirar en el espejocon placer sus ojos vivos como dosascuas. Mientras, Nandopermaneca sentado en la cama, a suespalda, escuchando hechizadocada palabra que sala de los labiosencendidos de su abuela. Rouge,siempre rouge.

    Abuela, qu bien haberllegado justo el da de tucumpleaos. Por qu mam no havenido conmigo?

    Porque no siempre podemos

  • cancelar los viajes de trabajo,cario, pero no te preocupes quenos lo vamos a pasar fenomenalestos das t y yo.

    Adela est preparando unamesa enorme en el jardn.Tenemos invitados? preguntexcitado el pequeo.

    Tenemos? Candela soltuna carcajada. Eres la monda,nio, la monda. Pues mira, tenemosunas amigas mas que vienen dedistintos lugares del mundo. DePars, de Nueva York, de Madrid

  • Hoy es un da especial, no todas lasnoches se cumplen tantos aos.

    Abuela, t eres ms jovenque miss Rupert?

    Tu tutora del colegio? No,yo soy mucho ms vieja que ella.

    Pues ella est mucho msfea y ms arrugada y siempre huelecomo el serrn ese sucio del circoambulante de la feria.

    Y a qu crees t que hueleese serrn? pregunt Candelaintrigada.

    Pues a miss Rupert, abuela,

  • que no te enteras.Y a qu huelo yo?

    Candela contena la risa en elespejo. Nando saltaba detrs, sobrela cama, con los mofletesencendidos.

    T siempre hueles como ellilo, abuela sentenci.

    Candela abraz a su nieto, ledio una palmada en el culo y lepidi que bajase a ayudar a Adelaen la cocina.

    Yo bajo en cuanto mecambie de ropa, vigila el horno y

  • obedece a lo que te diga Adela,luego haremos un montn depiruletas de chocolate para elpostre exclam con un guio deojo.

    Mientras Nando bajaba laescalera a saltos, Candela sac sudiario rojo.

    La Pionera, 21 de julio de 2010

    Esta noche me encuentrocon cuatro amigas a las queapenas he visto, pero queconozco tanto como a m misma.

  • Han ido delineando, sin saberlo,el mapa de mi realidad todosestos aos. Podra dibujar susrostros y su alma con los ojoscerrados sobre una pizarrainvisible.

    Esta noche quiero beber yrer, porque a pesar de todo soymuy feliz.

  • 3Los das en la finca de losMontalbn pasaban lentos y dulcesen verano. En Pars, no tan lejos,una docena de damas cotorreabanmientras oteaban los vestidos denoche que Brbara de Cotaggeexpona en burros de hierro blancoforjado, casi como si fueran piezasde un museo. La viuda de Marcel de

  • Cotagge tena que coger el primervuelo de la tarde destino aZaragoza. All haba quedado conClotilde La Mata para subir juntasen el Rolls negro de asientos depiel vainilla que Sebastin, suchfer, mantena impolutos.Viajaran juntas hasta el corazndel Pirineo aragons. Pero era casimedioda y un puado de grullas,que dira Clotilde, con laca en elpelo como para cargarsedefinitivamente la capa de ozono detodo el planeta, hurgaban entre las

  • perchas los Balenciaga, los Dior,los Chanel, los Lacroix vintage queBrbara haba trado en su ltimaremesa.

    Seoras, cojan sus bolsos,que esto se chapa ya gritBrbara ante el estupor de lasdamas. Una de ellas, que no sehaba quitado el pameln en todo elrato, mir de reojo, respiraba comoun animal salvaje, y soltando unfajo de billetes sobre la mesaexclam:

    Sainte Marie Mre de Dieu.

  • Cuntos hurones quedan enPars? Estoy hasta el mismsimohasta ese lugar, vaya! apostillBrbara por lo bajini en castellano.

    Cuando hubo terminado deempujar a todas aquellas damas,bajo esa nube imposible de perfumeque dejaban a su paso y que podracortarse con el sable de las tartasd e monsieur Legrand, el pasteleroms reputado de su barrio, Brbarase apresur a cerrar la puerta y acontar los billetes desparramadossobre la mesa, seis mil quinientos

  • cincuenta euros. No estaba tan malpor haber tenido que aguantar asemejante morsa, pens. Hizo unfajo con ellos, los at con unapequea goma y se los meti en elsostn. Despus, una vezcomprobadas todas las luces yconectada la alarma, baj lasescaleras apresurada. La viejamadera de los peldaos protest. Eltaxi ya estaba esperando en elportn de avenue Victoria.

    laroport, sil vous plat.Ne vous attardez pas orden.

  • Pars arda bajo el sol dejulio. Los hierros que Eiffeldiseara para su torre faranicabrillaban como navajas bajo el sol,dejando sobre las mansas aguas delSena regueros de oro lquido.Brbara sac de su bolsa de viaje,la Keepall de Vuitton jams fallaba,un pequeo neceser de piel dorada,el mismo tono del vestido YSL quellevara esa noche, y mientras eltaxista sorteaba a los turistas de laciudad, ella fue dibujando concertera maestra sus ojos y sus

  • labios. Unos ojos que hablaban dela feliz soledad. Tantas cosas porcontar esa noche.

    Marcel de Cotagge era un tipoinsoportable. Alto como una farolay fibroso como un atleta, siempretena cara de mala leche y mascabaun tabaco oscuro que haca que suboca oliese a alquitrn bajo el sol.Pero a pesar de todo, de su fama deestirado y de sus desaires pblicosa las damas de sociedad, Pars se

  • renda ante esa cabeza calculadoraque haca que todos los banquerosde la ciudad le invitasen a sus cenasprivadas para hacerle consultas denegocios. La primera vez queBrbara le vio, tomando caf en unaterracita de la rue Royale, cerca dela Madeleine, no pudo apartar susojos. l hablaba con soberbia ygritaba a unos compaeros de mesaque en vez de violentarse semostraban subyugados ante laconversacin del valedor.

    Nena, dile a tu marido que

  • quiero conocer a ese seor pidiBrbara ante la mirada perpleja desu amiga Clotilde, compaera decolegio, de trastadas juveniles,amiga del alma y esposa feliz deArturo La Mata, un multimillonariotosco y burdo, al que la nobleza dePars admiraba porque vesta laspartes ms ntimas de casi todas lasmujeres de la alta sociedadinternacional.

    En serio te gusta? Es largoy flaco y mastica mierda pregunt horrorizada Clotilde justo

  • antes de meterse un petit pain defoie entero en la boca, como sifuese una aceituna.

    No me gusta, me fascina,mira qu porte tiene, mira qumirada de superioridad, mira qu

    La bocina de una bicicletaalocada son justo antes deestrellarse contra la mesa haciendosaltar vasos, aperitivos, platillos yel bolso de Clotilde.

    Me cago en tu madre, niode mierda! grit Brbara.Clotilde no poda ni hablar porque

  • tena pan en la boca como para darde comer a un albergue. Antes deque ambas se agachasen a recogerel estropicio y los miles de enseresque Clotilde llevaba en su bolso yque haban quedado diseminadospor la acera, Marcel de Cotagge ysu squito ya estaban all, ante elestupor de sus conocidos. El niode la bici haba salido corriendocomo si hubiese visto al diablo.

    Estn ustedes bien,seoras? Necesitan ayuda? pregunt en casi perfecto espaol,

  • cogiendo la mano de Brbara ybesndola al aire sin rozar su piel.

    Ha sido un desafortunadoaccidente, nada ms respondiBrbara con fingida delicadeza ymirada gatuna.

    Me gusta usted ms cuandose caga en los nios de mierda queno saben por dnde conducen enbici dijo l con una mediasonrisa.

    Esta es mi amiga ClotildeLa Mata anunci, sonriendo ysealando a su amiga a modo de

  • presentacin.Vaya, es usted la esposa de

    Arturo, no lo habra dudado ni unminuto afirm, escrutandocategrico el escote de Clotilde, unbalcn desmesurado sujeto por dospequeos tirantes de exquisitoguipur, todo lo exquisito que ella niera ni querra llegar a ser nunca.

    Pues todos encantados asegur Brbara.

    Yo lo estar cuando tenga elgusto de cenar con usted apostill l.

  • Solo tres meses despus Brbaraelega las bragas y el sostn, comodeca sin ambages Clotilde, para sunoche de bodas. El enlace deldiplomtico francs Marcel deCotagge y su ya esposa espaolaBrbara congrega en Pars a lo msselecto de la sociedadinternacional, rezaba el texto deLe Monde al da siguiente. Brbaralo ojeaba con placer, sentada en lacama de su suite mientrasdesayunaba. Marcel ya llevaba rato

  • en la terraza, al sol, despachandoasuntos por telfono con Amrica ymascando tabaco. En el suelo,sobre la alfombra blanca de pelo,sus zapatos rojos de tacn; al lado,apoyado contra la pared,descansaba un lienzo con su retrato,casi desnuda, en tonos azules, queMarcel haba encargado para suesposa a Marie Lamott, la pintorams reputada del momento en Pars.Una obra de casi dos metros de altoque Brbara estudiaba con egodesde la cama ladeando la cabeza

  • mientras dibujaba con sus ojos susretratadas curvas.

    Mona estoy, para qu lo voya negar concluy.

    El taxista fren de golpe antes deatropellar a una pobre anciana quecruzaba sin mirar. Brbara seestamp contra el asiento delcopiloto. El neceser dorado cay alsuelo haciendo rodar por todo elvehculo un sinfn de pinturas,esmaltes de uas, polveras y

  • brochas. El grito se oy ms all deChamps lyses.

    Vaya con cuidado. Joder.La vieja no mir se

    justific acalorado el taxista, enespaol.

    La vieja, la vieja. Me cagoen Brbara murmurabaencendida al tiempo que recoga susmaquillajes desparramados por lasalfombrillas de aquel taxi mugrientocuyo conductor pareca un corredorclandestino de esas carreras en lasque apostaban los maleantes de los

  • suburbios de la ciudad.Cuando llegaron al aeropuerto,

    el neceser volva a ser lo que era ysu cara, se dijo sin rubor mirndoseen un espejito, una postal divina dela mujer moderna.

  • 4Clotilde La Mata odiaba lostransportes, aunque pagase primerasin inmutarse, as que siempre quese pudiese hacer el viaje porcarretera lo haca. Fuese aChinchn o a Mosc. El coche lepermita llevar nevera, cesta depicnic y un quintal de bocadillos ychips como para abastecer a un

  • ejrcito en plena guerra. Sebastinhaba empezado a conducir su Rollsnegro casi cuando an no tenapelos en la barba. Ni en los huevos,pens ella con una sonrisa pcara,observndole por el reflejo delretrovisor. No haban recorrido nicien kilmetros cuando ella suspir,como si le fuese la vida en ello,abriendo la cesta de los bocadillos.

    Qu hambre tengo, madrema de mi vida. Foie gras,sobrasada, salami, jamn, tortillaespaola? pregunt Clotilde a su

  • chfer, olisqueando algunosbocadillos a travs del papel deplata.

    Tan pronto? respondiincrdulo Sebastin.

    Nunca es pronto ni tardepara un buen bocata, ni para unbuen nabo sentenci ella mientrassonrea, devorando ya el primero,de tortilla, como si no hubiesecomido en un mes. Sebastin intentevitar sus ojos en el espejo, sehaba puesto rojo como un tomate.No importaban los aos a su

  • servicio, segua sintiendo cmo leahogaba el rubor cada vez que doaClotilde soltaba uno de susexabruptos.

    Tena pensado parar en elcentro de Zaragoza, visita obligadaal Pilar y compra compulsiva defrutas de Aragn, antes de recoger aBrbara de Cotagge en elaeropuerto. Su querida Brbara,cuntas charlas borrachas enaquellas fiestas aburridas llenas delas pijas ms remilgadas de Pars.Hoy la noche pintaba diferente. Hoy

  • por la noche vestira su generosocuerpo con una falda azul tinta deBalenciaga y una blusa blanca.

    Espero que tengan plancha,porque esto va hecho un guiapo exclam, dirigindose a unSebastin que ya ni se molestaba endevolverle la mirada.

    Arturo La Mata era un tipodivertido y alocado. De medianaestatura y espaldas de descargadorde muelle, fumaba en pipa y escupa

  • sin rubor en la calle ante lascarcajadas de su mujer. Habaempezado de nio con unmercadillo ambulante de tejidos deseda y encajes que trapicheaba deestraperlo por todos los rinconesdel mundo y haba acabadocomprando el imperio de bragas delujo, como lo llamaba su esposa,ms prolfico del planeta.

    A m, que he vestido loscoos de todas las damas de postndel planeta, me vas a ensear t ahacer hijos? sola gritar

  • acalorado cuando alguien le llevabala contraria.

    La primera vez que Clotilde levio, en el frondoso y decadentejardn de un restaurante de carreterade reconocida cocina, paradaobligada para tantos viajeros, sintique sus mejillas se inflamaban. lhaba escupido al suelo, hacia unlado, sin importarle su derredor,acribillando el charol rojo de unode los zapatos de tacn de Clotilde.

    Bingo! exclam ella conmucha emocin y poco asco.

  • Arturo se levant de la mesacontigua y se acerc.

    Lo siento de veras, seora,le pido disculpas dijo,agachndose con su pauelo de hiloblanco con una mano y levantandoel pie morcilln de Clotilde con laotra.

    Seorita corrigi Clotildecon ampulosa coquetera.

    Ser porque usted quiere.Sonri levantndose y pidiendodisculpas una vez ms antes devolver a su mesa.

  • Arturo era tosco pero con buenfondo, como decan sustrabajadores. Haba aprovechado sugenuflexin, con Clotilde sentada,para observar las bragas de ladama. Deformacin profesional yperversa. Negras. Clotilde casisiempre llevaba la ropa interiornegra. Y en las fiestas sealadas,roja.

    Cuando ella abandonaba elrestaurante, el matre, un seor alto,rancio y obsoleto a ms no poder,le entreg una caja blanca con un

  • gran lazo rosa.Lo ha dejado para usted el

    seor La Mata.Gracias! exclam an

    perpleja, abriendo la caja con laavidez de una adolescente.

    Envuelto en papel de sedadescubri un exquisito dshabillfrancs de chantilly negro. Unatarjeta rezaba: Negro, como austed le gusta, como sus ojos.

    Negro, como a usted legusta repiti en voz alta Clotildesin poder dejar de sonrer. El

  • matre tambin lo haca, mostrandolos pocos dientes que le quedabanen sus ancianas encas.

    Esa noche, con el dshabillembutido en su generosa anatoma yuna sonrisa resaltada en carmnfrutal, Clotilde descolg el telfonoy marc.

    Arturo, querido, no tengopalabras para agradecerte eldetalle. Soy Clotilde.

    Querida Clotilde, ha sido unsimple gesto ante mi torpeza. Nadame gusta ms que vestir su

  • intimidad.Tutame, por favor, no

    concibo otra manera de hablarnos.Tuteada quedas. Suerte que

    en mi coche siempre llevo unsurtido perfecto para cualquiermujer.

    No lo estropees, hombre,pens que era exclusivo para m.

    Nena, yo todo lo que hagoes exclusivo para las intimidadesde una mujer.

    Una semana ms tarde Clotildey Arturo La Mata revolvan las

  • sbanas de una de las suites delhistrico hotel Ritz de Pars. Ella sehaba vestido para cenar con lo msescueto que haba encontrado, conla nica intencin de demostrar a sucomensal que el dshabillregalado cubra su ntima piel. l sehaba pasado la noche devorando suescote con miradas lascivas ypiropos manidos, algo que no solono molestaba a Clotilde, sino que laexcitaba hasta enloquecer. Medioao despus, Clotilde adoptabapara el mundo el apellido de su

  • marido. La Mata. Un ao ms tardevolvan a esa misma habitacin delRitz, Arturo era de rituales fijos,para celebrar su primer aniversariode boda.Cario, sabes que Marcel deCotagge ha mandado retratar aBrbara desnuda?

    Y quin la ha pintado? pregunt l con curiosa envidia.

    Lamott, esa pintora pijaque se qued viuda por unaspueteras ostras sentenci ella.

    Pero seguro que t no

  • quieres posar desnuda para uncuadro ronrone l.

    A lo mejor s respondiella, ladeando la cabeza yhacindose un caracolillo en el pelocon un dedo regordete con la uaroja sangre.

    Arturo La Mata permanecasentado. Su traje marino con rayadiplomtica blanca, que encualquier caballero de medianogusto habra quedado elegante,

  • pareca un disfraz de mafiosoitaliano en su recortadaarquitectura. Se haba insertado unclavel tan grande en el ojal quepodra haber pasado por un repollo.Lea el peridico con aires depseudointelectual cuando entrMarie Lamott llenando el hall delhotel Ritz de Pars de un suntuosoperfume y del impoluto blanco de lalana merina de su abrigo consolapas de armio, tan blanco comosus dientes. Marie recorri el hallcon la vista sin percatarse siquiera

  • de la presencia de su nuevo cliente.Buenos das, seorita

    Lamott pronunci conpomposidad en un francs irregular,tendiendo su mano hacia Marie, quese haba quedado estupefacta antela visin de aquel caballeropequeo y regordete.

    Usted es monsieur LaMata? pregunt extraada, sinquerer demostrar descortesa,aunque no lo consigui.

    Lo duda? respondiArturo con la ceja levantada y la

  • mirada clavada en la boca de suinterlocutora.

    No, por Dios, solo que leimaginaba ms Marie dud unsegundo antes de meter la pata denuevo, ms mayor zanj con unsuspiro y una sonrisa tan grande quenot cmo se le desencajaba lamandbula.

    Vaya, gracias, supongo quees un piropo dijo l, recuperandoesa chispa que a Clotilde leencantaba, pero que atufaba a malgusto. Por mucho poder econmico

  • que tuviera.Tmelo como quiera

    susurr ella, quitndose el abrigo ymostrando un vestido impecable delana gris perla, sin escote perocorto, muy corto, sabiendo queaquel tipo forrado pero de escasogusto se perdera en la longitud desus piernas, vestidas con medias decristal.

    Qu toma? pregunt lmientras levantaba un brazo ychascaba los dedos para llamar alcamarero.

  • T con nube, de leche, novaya usted al cielo a por nada respondi ella con tanta irona queLa Mata ni siquiera supo que erauna burla.

    Con las nubes del cielotambin si as lo desea,mademoiselle sonri l con ojosde cordero.

    No es necesario, no sepreocupe, algunas alturas me danvrtigo dijo ella con exageradodesdn.

    Necesito un cuadro muy

  • especial cambi de tercio.Usted dir de qu se trata,

    estoy hasta arriba de encargos, perosabiendo que le ha recomendadomonsieur de Cotagge, haremos unesfuerzo. Marie le mirfijamente.

    Se lo agradezco, es undetalle por su parte hacer un huecoen su agenda para darme el placerde poder contratarla.

    No me contrata a m,querido, simplemente compra mitalento lo corrigi ella,

  • celebrando que el camarero traa yael t. En Pars la maana erasoleada pero fra y en el hall delRitz se notaba.

    Quiero que mi esposa posedesnuda para usted y que saque lomejor de todas sus curvas dijoantes de beberse de un trago casimedio vaso del whisky con hieloque se haba pedido.

    Toma whisky a estashoras?

    Solo cuando quedo conmujeres con talento respondi

  • Arturo, guiando un ojo.Para cundo lo necesita?

    pregunt Marie, cortando eltema; no haba visto a un tipo tantosco en mucho tiempo. Y este erael empresario del que todo elmundo hablaba? No entenda nada.Poderoso caballero es Don Dinero,pens, recordando aquel refrn quele haban enseado unos conocidosde Madrid en una de las fiestasparisinas de la condesa deMuspeli.

    Para antes de ayer

  • sentenci l, depositando en lamesa un fajo de francos tan gordoque Marie no supo ni calcular suvalor aproximado. Tiene ustedah el doble de lo que le ha cobradoa mi colega Marcel de Cotagge porpintar a su mujer. A cambio de esedesliz que tuve al contar los billetesme gustara tener su obra para finalde mes.

    Marie mir el calendario en suagenda, cogi el fajo de billetes sininmutarse y solt sobre la mesa untarjetn con sus datos.

  • Dgale a su esposa que laespero el lunes en mi taller. Selevant, sonri levemente y,ponindose el abrigo por loshombros, se dio la vuelta paraalejarse por el hall del hotel conpaso firme y sensual, sabiendo queaquel tipo, tan podrido de dinerocomo vulgar, vigilaba su caminarcon ojos pecaminosos.

    Sali a la calle y respir elperfume helado y potente de Pars,la place Vendme resplandecabajo el sol a pesar del fro.

  • 5Marie Lamott adoraba el color desus paletas y sus pinceles, pero nosoportaba que cuando tena una citaimportante el contorno de sus dedosy sus uas tuviesen restos de leoimposibles de disimular. Se habapasado media maana frotndoselos dedos con aguarrs hastalevantarse la piel, pero en su

  • ndice, como un presagio dedesamor, un pequeo borrn deleo prpura, que pareca uncorazn roto, segua gritando almundo que amaba pintar. Era buena,muy buena. Pero Francia no sehaba rendido a sus pies hasta queen plena exposicin de sus Meninasdesnudas, y estando casada conPhilippe Garnier, el hijo del mayorempresario de la ciudad, su maridohaba sufrido una intoxicacin deostras que le haba mandado al otromundo. La pintora Marie Lamott

  • se queda viuda por unas ostrasmalditas, haba tituladofrvolamente la seccin de sociedadde Le Monde. Sus cuadros pendande las mejores casas de Pars. Sucach se haba disparado y, aunqueMarie se jur que jams volvera acomer ostras en su vida, reconocaque esos pequeos frutos marinos lehaban abierto las puertas del nuevomundo.

    Haba elegido para esa nocheun vestido cctel de cristalesdorados y gris humo, Chanel, que

  • haba comprado a Brbara deCotagge en primavera. Su madre lehaba dicho que cmo poda seguirgastndose el dinero as siendoviuda. Ella entenda que la pobre,una anciana no mucho ms mayorque Candela Montalbn peroinfinitamente ms decrpita yatolondrada, jams entendera quecada cuadro le reportaba unpasaporte al lujo. Cmo iba aentenderlo, si antes de que lasostras le provocasen el xito, se lasvea y se las deseaba para colocar

  • uno de sus lienzos de gran formato.Y cuando lo haca, tardaba mesesen cobrarlo. Era habitual que lasgrandes casas burguesas de Parscomprasen artculos de gran valorsin pagar al contado, a vecesincluso sin llegar a pagar nunca.Ahora jams sala un lienzo de suestudio si no reciba de antemanoun taln nominativo por unaescandalosa cifra. As era elmercado, pens. As era la vida.Haba estado tentada de viajar enavin y despus coger un taxi, pero

  • su madre, que a veces tenapequeos destellos de lucidez, laconvenci para que contratase uncoche con chfer que la llevase depuerta a puerta. Y eso hizo.Mientras el conductor permanecapendiente de la carretera, ella ibapintndose las uas, granate, tanoscuro que pareca negro, yobservando el paisaje queatravesaba Francia de norte a sur,camino de los Pirineos.

  • Philippe Garnier era el clsicoimbcil de las fiestas de sociedadde Pars. No haba evento social alque no fuese invitado, no por suexquisita educacin, que la tena, nipor su belleza, que era evidente,sino porque pelotear a su padre erael mejor pasaporte al xito. Comoel nio era bastante simple, hueco ydeshumanizado, la mejor manera depelotear a su padre era invitando alvstago a cualquier lugar yagasajndole con detalles quepudieran captar la atencin paterna.

  • Es decir, que cuando doaEsmeralda, la condesa deMuspeli, una mujer exquisita de laburguesa catalana afincada en supalacete de Pars pero ms peladad e cash que las cerilleras de lapera, invitaba a Philippe a susfiestas en casa, no haba msintencin ni objetivo que donPhilippe padre pusiese sus ojos enella y la recordase para cualquiernegocio, evento o trato comercialfuturo. Porque Philippe padre era eldueo de una reputadsima galera

  • comercial y lo que l decida que sevendiese en su galera era xitoasegurado. Doa Esmeraldaluchaba por sacar adelante, trassiglos familiares de negocio, sufbrica textil de lanas importadasde todo el mundo para sastrera decaballeros.

    Philippe lleg a la fiesta conun traje marino de cuadros ingleses,camisa blanca desabrochada y unpauelo rojo intenso en la solapa.Nada ms verlo, Marie Lamottcentr su mirada en sus ademanes.

  • Philippe sonrea a todo el mundo,sola quedarse quieto en algn lugarde la fiesta porque saba que no lefaltara compaa ni conversacin.Y as era. Un ir y venir demoscones de todo pelaje le rodeabacontinuamente para entregarle unatarjeta, un obsequio o conseguir dosminutos de atencin y gloria.

    En la distancia, Marie notcmo l preguntaba un par de vecespor ella. Se haba puesto un vestidochampn corto y unos tacones rojosde vrtigo. Verla caminar sobre las

  • alfombras paquistanes de doaEsmeralda era un exquisito regalo.

    Molesto? pregunt casien un susurro por la espalda,sobresaltando a Marie, que estabasirvindose en un plato tres cucadasdel minimalista buf que la condesahaba preparado.

    Buenas noches. No le habasentido y me ha asustado respondi ella con coquetera,dndose la vuelta y mirndole a losojos.

    En la distancia corta era an

  • ms guapo. Mirada intensa, sonrisablanca y optimista, cejas rubias ytupidas y un flequillo natural yvoltil que l se encargaba demanejar a su antojo con pequeossoplidos. Tena un lunar junto a lanariz, recuerdo de una infancia depecas y piel transparente.

    No nos conocemos? pregunt l sonriendo.

    Seguro que no. Vengo pocoa este tipo de fiestas, no tengotiempo y no me gusta trasnochar condesconocidos respondi ella,

  • haciendo un barrido sutil del salncon su cabeza.

    Hoy ha hecho unaexcepcin, supongo? pregunt l,sin perder un pice de su vitalistasonrisa.

    Hoy estoy trabajando afirm justo antes de meterse en laboca, con dos dedos pcaros, unacroqueta de perdiz.

    En las paredes del hall delpalacete de la condesa colgaban esanoche algunos de los cuadros deLamott. A Esmeralda Muspeli le

  • gustaba potenciar sus festejos conexposiciones de pintura, pera envivo, baile de exhibicin, libros ocualquier otra expresin artsticaporque amaba esos mundos y sabaque agasajar as a sus invitados lehaba granjeado una fama exquisitaen Pars.

    Ya he visto su obra.Magnfica. Un da tiene queretratarme. No dejaba de mirar alos ojos. Philippe era de esos tiposque mantena la mirada siempre,fuese por coquetera o por pura

  • simpleza.Y usted es? pregunt

    ella como si no supiese con quinhablaba y consciente de que a l nosolo no le herira en su orgullo, sinoque le provocara un placer infinito.

    Nada le diverta ms aPhilippe que una joven comoMarie, que era capaz de echarpulsos a un desconocidoconocido en una de esas fiestas tanaburridas y llenas de mediocres a lacaza del xito.

    Yo soy lo que usted quiera

  • que sea solt aplastante,mangando sin pedir permiso lacroqueta que quedaba en el plato deMarie y mordindola con cara denio travieso sin dejar de sonrer.

    Ha trado usted coche? pregunt ella, paciente, cuando ltermin de masticar y de tragar.

    Siempre hay un coche parauna escapada furtiva cuando eltedio se ha apoderado de una fiestadijo l, sealando las puertas decristal que daban al jardn,encendido con macetas de fuego.

  • Le gustara ver las estrellasconmigo? pregunt doblando unbrazo, haciendo un ademn seorialpara que Marie se agarrase de l ypoder atravesar juntos el dibujadopaisaje que separaba la terraza delas cocheras. La noche estaba llenade estrellas.

    Marie se cogi de aquel brazoesa noche y supo al instante que l,como en las novelas de PamelaNorton, sera el hombre que mejorle hara el amor en la cama y peoren la vida. Y sin pensarlo, como

  • haran los personajes de Pamela, sedej llevar por su turbulento ro.

  • 6Pamela Norton haba cerrado subloc de notas justo cuandoaterrizaban en Madrid. El viajedesde Nueva York se le habahecho corto, inmensamente corto,porque la personalidad de Candelala tena tan cautivada que andabaescribiendo cosas sobre ella parasu prxima novela. En esta aventura

  • de verano, casi como si de unaadolescencia resucitada se tratase,haba puesto ilusin y sonrisas,dejando atrs el dolor que leprovocaba ese tipo apuesto ycaradura que, a pesar de haberfallecido, segua llenando de celossus recuerdos. No era fcil saberque una era siempre la otra,porque cualquier alumna de launiversidad, algn alumno tambinde cuando en cuando, eran losportadores de las caricias y besosde su difunto marido. No quera

  • pensarlo. Ahora su vida estabaenvuelta por las excntricas ylujosas compras que haca porinternet a Pars y por un puado demujeres europeas a las que llevabadentro del alma desde haca meses.Cuando lleg la invitacin deCandela Montalbn sinti que lavida estaba tambin ah afuera.Lejos quiz de su idolatradaAmrica, en esa vieja Europa de laque tanto haba estudiado duranteaos de carrera y de profesin,hasta convertirse en una reputada

  • novelista neoyorquina. Cervantes,Victor Hugo, ShakespeareEuropa y sus ilustres glorias eranlos culpables de todos sus xitos y,ahora que pisaba el continente quelos trajo al mundo, un desmesuradoescalofro de placer recorri sucuerpo en cuanto pis tierra. Esanoche vestira de oro. Lacroix.

    Madrid ola a terraza deverano, a fiesta al sol, a vino confruta. Eso escribi en su libretacuando el taxista emprendi elcamino que su clienta le haba

  • encomendado.Quiero ir dando un paseo

    tranquilo hasta el hotel Palace. Nocorra.

    Pamela haba quedado adesayunar all con Eugenia, unaescritora espaola a la queadmiraba haca aos. Ambas seadmiraban. Despus alquilara uncoche y recorrera con placer lageografa espaola que separabaMadrid del Pirineo aragons. Nadale poda causar mayor placer eneste momento que conducir en

  • libertad.

    Tom Blass era un tipo fibroso,amable, faciln y guapo. Muyguapo. Tena un culito duro yrespingn que encandilaba a toda lafacultad. Cuando se paseaba por elcampus, no haba ni un momento enque los universitarios no lerodeasen. Daba clases de historiaante unas aulas repletas dejovencitas acicaladas a concienciay embobadas con sus potentes

  • brazos bajo esas camisas decuadros, una talla menos de lohabitual, que Tom se remangabahasta los bceps, sabedor del xitoque causaban en sus alumnas y enmuchos de sus alumnos. Algo que,como a tantos hombres, le satisfacaespecialmente.

    Pamela se top con l defrente al entrar en el claustro deprofesores, el primer da de cursouniversitario, una maana fresca ylluviosa de septiembre. l la mirsonriendo, le plant un beso en la

  • mejilla y le cogi los libros queella portaba contra el pecho.

    No te pesa ir cargada porla vida con todos estos tipos tanantiguos? pregunt, atisbando lostomos de Hamlet, El Quijote, Losmiserables y sin perder un pice deesa sonrisa que le haca el profesorms popular y querido del campus.

    Pesan ms algunas miradasque todas las letras del mundo respondi ella sin dejar decontemplar esos dientes blancos,medianos y casi rectos que

  • brincaban de alegra en la boca deTom cuando sonrea.

    Yo sera capaz deaprenderme de memoria todas estasletras por seguir mirndote siempre.

    Pamela supo al momento queTom Blass sera su tormentodurante todo el curso escolar. Peropoco le import, y pocas nochesdespus, tras el cortejo travieso yarrebatador al que la habasometido durante una semana,cenaba con l langosta gratinada enun destartalado porche lleno de

  • velas que haba en la masculina ycuriosa casita de verano que Tomtena en Long Island. El rumor delmar de septiembre, el vino y la lunatuvieron la culpa de casi todo.

    Tom result ser un maridoenvidiado y un amante perfecto deda. Sola preparar desayunosllenos de embutidos, tortillas yfrutas de todo tipo, caf, chocolatecaliente y bollos caseros, y cuandoPamela despertaba y presenciabasemejante placer, Tom lachantajeaba.

  • No probars ni mediobocado hasta que hagamos el amorsalvajemente. Mira cmo me tienesafirmaba travieso, abrazndolapor la espalda, mordisquendole elcuello y las orejas y restregando supene erecto dentro del pijamacontra sus glteos.

    Eres malvado respondaella con una sonrisa medida, peronada le provocaba ms placer quehacer el amor con este toro cadamaana de domingo antes desentarse a disfrutar de los

  • despampanantes desayunos festivosque preparaba su marido. Sinembargo, las noches se convertanen momentos de llanto y desolacin.Tom casi nunca llegaba a cenar.Pamela se resignaba a desmontar lamesa entre lgrimas y dejar en lanevera los platos con la comida yafra sabiendo que l volveraborracho, sudado y con algn restode carmn detrs de las orejas.Muchas noches dibuj con los ojoslos caminos que haban sembradoen la piel de su espalda otras uas

  • mientras l dorma y roncaba, ajenoa todo el silencioso dolor que esoprovocaba en su mujer.

    El da que Pamela encontr enel bolsillo interior de la americanade Tom aquella foto de Paul esealumno rubio imponente conpectorales de soldado eslavo yclidos labios latinos, dedicada asu profesor favorito con un corazny un nmero de telfono, todocambi.

    Te juro por nuestro amorque no tengo nada con l. Ests

  • loca? Solo es un adolescenteenamorado que me deja notas en mimesa cada vez que puede. Pobre,entindele, Pam, no hace dao anadie se justificaba l con tantoempeo que Pamela acababaconfusa.

    A m me hace dao. Eres tquien no lo entiende, Tom.

    Cmo puede hacerte daoun adolescente imberbe? pregunt l, abrazndola con fuerza.

    Porque l tambin te hacesentir susurr ella, derramando

  • sobre el hombro de su marido todaslas lgrimas del mundo.

    Tom empez a dormir en elsof porque cuando llegaba a casala puerta de la habitacin dematrimonio estaba cerrada y siintentaba entrar, se encontraba a sumujer dormida, atravesada en lacama, ocupando todo el espacio.Sobre el suelo de su lado de lacama, hurtado a conciencia, loszapatos de tacn rojo de su mujer.Y la almohada, como un mensajealto y claro, expatriada al brazo del

  • sof del saln.

    Pamela termin su desayuno conEugenia, que le haba contado conlgrimas en los ojos cmo se habaenamorado de un actor israel y sehaba ido a Tel Aviv, a la aventura,con una nia pequea colgada delbrazo y la maleta llena de nuevossueos por cumplir. Haba algo enTierra Santa que la haba vuelto tanloca que hasta se haba casado,dejando en Espaa un pasado

  • sentimental que necesitaba olvidarpara poder seguir respirando.

    Eres feliz? preguntPamela sin darle ms importancia ala locura de su amiga.

    Ahora s y espero serlo pormucho tiempo respondi Eugeniacon los ojos vidriosos.

    Sea por siglos o porsemanas, disfrtalo amiga, te lomereces.

    Las dos nos lo merecemosaadi Eugenia, sabiendo quePamela llevaba tiempo necesitando

  • huir tambin de su pasado.Se despidieron con un efusivo

    y silencioso abrazo. Pamelaadmiraba tanto la pasin por la vidade su amiga que aquel cortoencuentro le haba devuelto lasganas de gritar al cielo. Sali por laentrada principal del hotel Palacecon paso firme y una sonrisa delibertad en el rostro. En la Carrerade San Jernimo el sol baabalos leones del Congreso de losDiputados y su espectacularescalinata estaba ya arrancado el

  • descapotable impoluto, encerado aconciencia por la empresa dealquiler, con sus maletas dentro.Espaa y sus carreteras,flanqueadas por aquellos inmensostoros metlicos de bano, pens, laesperaban borrachas del sol dejulio.

  • 7Candela entr en la cocinarespirando hondo. Del horno y delos fuegos salan olores a brandy, acurry, a canela, a carnesdorndose Nando esperabaimpaciente a que algo se fueseterminando para rebaar un molde,una fuente o una cacerola conchocolate

  • No era medioda an y la casaya ola a fiesta. Los jarrones decristal estaban llenos de calasblancas, de hortensias azules y delilas, de muchas lilas. Candelahaba revisado minuciosamentecada detalle para recibir a susamigas bajo el lilo. Era julio y, unao ms, el lilo estaba preado deflores. Su perfume invada el jardn,su intenso color llenaba la casa ydetena la vida en esa finca vasta yenvidiada de los Montalbn.

    Cuando Adela termin de

  • planchar el inmenso mantel de hilo,lo deposit con mesura, como sifuese de cristal, sobre la mesa delcomedor de invierno. Allpermanecera hasta que al caer elsol vistiese la mesa que se montaraen el jardn, bajo el lilo. Despusentr en la cocina, le gustabasupervisarlo todo, probarlo todo,escrutarlo con mimo, como si fueseuna obra de ingeniera. Treschiquitas del pueblo, que Candelacontrataba en verano cuando la casatena que llenarse de huspedes y en

  • cenas importantes, rellenabanpimientos rojos con bacalao,confitaban tomates baby, envolvancroquetas de jamn, amasabanhojaldre y embadurnaban conmantequilla y tomillo los coqueletsque se serviran esa noche con unasalsa espaola de vino tinto y purde patatas con tomillo. Subido a untaburete alto de madera, descalzo,con las bermudas muy cortas y lamirada muy viva, Nando vea pasarlas bandejas con los manjaressemipreparados. Le gustaba rebaar

  • los restos de bechamel quequedaban en la sartn lo hacacon el dedo, igual que lascacerolas con los fondos delchocolate sobrante de baar lasfresas y cubrir las tartas. Adela lemiraba embobada.

    Ay, mi nio, lo bien que mecome, desde beb exclamabamientras apretaba a Nando contrasu pechera y lo llenaba de besos.

    Adela, me vas a sacar elcerebro por las orejas respondael nio, con los carrillos aplastados

  • contra el mandil de aquella seoraque le haba visto nacer, sin dejarde chuparse los dedos pringadosan del chocolate de las cazuelas.

    Cuando entr Candela en lacocina, el olor de los manjares yallenaba toda la casa.

    Abuela, abuela, no sabes lorico que est todo. No podemostener invitados todos los das? Nando balanceaba los piesdescalzos y sonrea, la cara llena derestos de chocolate.

    Podramos, pero entonces

  • ya no sera tan excitante respondi Candela, abriendo elhorno y aspirando el perfume quesoltaba el bizcocho de zanahorias.

    La cocina era a esa hora unlaboratorio en plena actividad.

    Te voy a ensear a hacerpiruletas de chocolate, vers anunci Candela, ponindose unmandil y lavndose las manos en laantigua pila de piedra que haba enla cocina del casern.

    Ay, s, abuela, qudivertido, yo quiero ayudarte.

  • Nando cogi otro mandil y se lopuso con manos torpes y ojosradiantes de entusiasmo.

    Candela abri un armario,baj la caja de las recetas unaantigua caja familiar de latn degalletas inglesas y sac un libro.Escritas a mano, como en ese otrolibro rojo donde anotaba la vida,con letra limpia y recta, estabanapuntadas las recetas ancestrales delos Montalbn.

    Ves, aqu pone que laspiruletas de chocolate tienen que

  • picar un poco para que una o dossean suficientes y nos dejen lasganas de otra fiesta futura leyCandela.

    El chocolate no pica, abueladijo extraado Nando.

    Ya lo vers advirti laabuela, acercndose a la cacerolametida en el bao mara dondeAdela haba fundido ms coberturade chocolate y aadiendo cincobolitas de pimienta rosamachacadas y la punta de uncuchillo con un polvo rojo intenso

  • que haba sacado de una cajita demadera.

    Abuela, ests loca, le hasechado pimentn al chocolate?

    Es un polvo mgico quealguien me trajo de muy lejos respondi la abuela, cerrando lacajita de guindilla seca mexicanasin dejar de ligar el chocolate.

  • 8El ltimo bao del da, cuando yacasi nada se oa en el jardn y lospinos haban dejado en penumbra elagua de la piscina, era el que ms legustaba a Candela. Sola hacerlodesnuda cuando Jacinto estaba deviaje, porque si se enteraba yatenan la bronca montada para elresto de la semana. Se tumbaba

  • bajo el lilo a media tarde, lea,escriba en su libro rojo, dormitaba.Pasaba las horas observando lasnubes, los juegos de los mirlos enlas ramas, a Matas arreglando lasrosas en la distancia Cuandoreinaba el silencio, se despojaba dela camisola, se haca una coleta y semeta en el agua, extasiada deplacer. Siempre el mismo ritual.Despus sala del agua desnuda, sedeshaca la cola de caballo, seagitaba el pelo y lo envolva en unatoalla haciendo una toga antes de

  • secarse y volverse a tumbar. Con laltima luz de la tarde abra el librorojo y volaba.

    La Pionera, 15 de julio de 1960

    Me he dado cuenta de quesoy ms feliz cuando Jacinto estde viaje. Me gusta la sensacinde libertad que me da elbaarme desnuda, pasar lashoras bajo el lilo o salir acaminar por la noche por LaPionera sin tener quecronometrar mis pasos paravolver a una hora que entre en la

  • estimacin que tiene mi maridosobre la decencia. Qu coo esla decencia? He dicho coo. Meha parecido or a mi madre enmi cerebro gritando: Nia, tevoy a lavar la lengua conestropajo. No puedo evitarhacer eso que los hombres hacensin que nadie se lo reproche.Estoy tan harta de esta falsasociedad. Mi marido puedefumar, beber, escupir, follarse auna puta de Pars, baarse enpelotas Eso parece ser que lehace ms hombre ante el mundo.Qu lstima de mundo, pues.

  • Ayer me dijo mam queMatas era un peligro paraAdela. Que se haba fijado encmo observaba con ojos dedeseo en la distancia a todas lasmujeres. Qu estupidez. Todosmiramos con ojos de deseo loque nos gusta. O es que ella nose ha visto los ojos cuando miralas tarrinas de helado dechocolate que trae Jons elheladero? Porque parece queentre en trance. Si hubiesemirado as la entrepierna de mipadre, si se la hubiese comidocon la misma intensidad con la

  • que devora el helado, su vidahabra sido mucho msdivertida, dnde va a parar.

    Matas es un tipo curioso, laverdad. Siempre anda con algoentre manos. Me gusta que no seaburra nunca, me enternece suexquisita forma de limpiar lasrosas. Un hombre que trata aslas rosas no puede ser un peligropara nadie. Mam no tiene niidea de hombres.

    No s qu da vuelveJacinto, tendr que preguntarle,pero espero que tarde un poco.Qu traer esta vez de regalo?

  • Una caja de t? Tengo yacuatro. Un ridculo adornopara el saln? Ni caben. Que selo meta donde le quepa. Diosmo, cmo pueden ser tansimples algunos hombres?

    Se haba instalado la nochecasi sin darse cuenta. Adela sali aljardn y berre.

    Va a coger una pulmona sisigue ah con el pelo mojado,seora. Le dejo la cena en el horno.Si no quiere nada ms, me voy.

    Gracias, Adela. Que

  • descanses contest en ladistancia Candela, levantndose dela hamaca, deshaciendo su toga, elpelo an hmedo, y recogiendo susbrtulos de un csped en el queempezaban a cantar los grillos dejulio.

    De casa de Matas siempre salamsica, a todas horas. Cuando lastardes de verano caan vencidas, lasventanas abiertas de par en par,pona sus peras favoritas, se

  • sentaba en el pequeo porche de lacabaa con una botella de vino ypan con queso, encenda una pipa yse dejaba llevar por el trance de lamsica. Lo haca cada noche casicomo un ritual, justo antes deponerse a pintar. En aquel rincndel mundo, su rincn, pintaba paras mismo sus miedos, sus fantasas,cada uno de sus anhelos. El salnestaba lleno de lienzos con mujeresdesnudas, torsos, nalgas, pechosdescubiertos Matas admiraba laanatoma humana. Decan en la

  • cantina que no haba mujer hermosaen el valle que no hubiese posadoalguna vez, aunque fuese en secreto,ante sus ojos azules. Y que muchasde ellas acababan nadando en susexo potente y generoso. Quiz poreso Adela, que era bruta pero bellay generosa de pechuga, mora pordescubrir un da si su pene era tangrande y fuerte como decan lascotillas del pueblo y si sus manossabran dibujar cada una de lascurvas de su piel, encendida cuandopensaba en l.

  • Candela decidi esa nochetumbarse en el suelo de piedra delcenador del jardn y escuchar en ladistancia las notas de La Traviataque envolvan el mundo de Matas yque salan vigorosas de lasventanas encendidas de aquellacabaa, al otro lado del puente. Leoy moverse entre las hojas. Leintuy fumando su pipa. E imaginsu vida con curiosidad casi infantil.Matas haba nacido en Panticosa,una noche nevada de febrero, en unacasa humilde donde nunca haban

  • faltado ni el amor, ni el pan, ni laleche. Su madre era limpiadora. Delas buenas, decan en la comarca.Su padre, guarda forestal del AltoAragn. Todo un smbolo de lavirilidad, contaban en aquellospueblos. Ambos murieron jvenes yMatas se qued al cargo de una taviejecita y roosa que leescatimaba hasta el ltimo duro.As que el joven aprendi a sacarselas castaas del fuego arreglandolos jardines pudientes de aquellascasas seoriales del Pirineo

  • aragons donde la maleza erafrondosa y necesitaba mano dura.Cuando lleg a casa de FedericoMontalbn, ya era un hombre debrazos potentes y cuello recio. Suspiernas parecan de gladiador, y sumirada Su mirada era el tormentode todas las chicas solteras delvalle. Y Adela, pens Candela, noiba a ser menos.

    Adela Navascus dorma, desdeque se haban casado Candela y

  • Jacinto, en el viejo pabelln deinvitados que Federico Montalbnhaba mandado reconstruir en elotro lado de la finca, a la mismadistancia de la casona y la casagrande, las dos construccionesmajestuosas que conformaban LaPionera.

    Mam, yo adoro a Adela,pero no pienso estar todo el davigilada como si fuese unaadolescente, entindelo. Si me caso,quiero disfrutar de mi vida y de micasa, no necesito tener una niera

  • instalada aqu todo el da.Hija, Adela lleva toda la

    vida en casa con nosotros, tiene suhabitacin en la casa grande desdehace tantos aos dnde quieresque la mandemos a estas alturas dela vida? pregunt compungidadoa Orosia.

    No pretendo desterrarla,pero podra vivir en el pabelln deinvitados, est lo suficientementecerca para venir cuando la necesitey lo suficientemente aislada comopara no vigilar mis gemidos

  • nocturnos maritales afirmCandela con una sonrisa al ver quesu madre torca la boca espantada.

    El pabelln de invitadosest en ruinas hace aos, hija suspir.

    Pues que pap lo mandearreglar.

    Crees que acceder? pregunt, sacando un pauelo de suescote y sonndose sutilmente lanariz.

    Adela? preguntextraada.

  • No, hija, tu padre aclar,guardando de nuevo el pauelo enla entretela del sujetador.

    Tiene dos opciones, mam,o lo arregla, o mandar a Adela adormir a la calle. Bueno, tambin tela puedes llevar t y alojarla en lacasona.

    Hija, hablas de Adela comosi fuese un fardo de paja. Es comode la familia, la pobre.

    Pues ya sabes, te tocaconvencer a pap, espero que novenga cabreado observ Candela

  • con una carcajada. Su madre torcila sonrisa. Se levant y desaparecidel saln sin hacer ms ruido.

  • 9Aquella primera vez que FedericoMontalbn dio un puetazo sobre lamesa que hizo que todas las copasestallasen y que a su mujer se lequebrase la mirada, Candela, queya tena edad para plantarle cara aldestino, reprimi el impulso delevantarse y abofetearle. Saba queeso no habra mejorado las cosas,

  • todo lo contrario, pero lo deseabafervientemente.

    Aqu se hace lo que yo digo,joder grit Federico, llenando laestancia de un viscoso odio quecasi se poda tocar con las manos.Candela le sostuvo la miradadesafiante, su madre la baj,presagiando el desastre. Y t,niata, qu coo miras? Vete albao ahora mismo y lvate esacara, que te has pintarrajeado comolas rameras.

    Candela permaneci en la

  • silla, mirndole un instante ms, ycuando a su madre se le cayerondos lgrimas, por no verla sufrir yapaciguar la ira descontrolada de supadre, se levant sin rechistar y seencerr en el bao hasta que le oysalir de la casa grande de LaPionera con un portazo. En esemomento corri en busca de sumadre que permaneca rota, llorosa,junto a aquella mesa que se habaconvertido en un campo de batallalleno de cristales de bohemia.

    Hija, l es as cuando se

  • enfada, no lo puede evitar, no leretes porque perderemos las dos solloz Orosia Montalbn, su moointacto, sus perlas rozando unasmejillas exquisitas y tersas.

    Mam, cmo puedesaguantarle? No lo entiendo.

    Porque es bueno, me quierea su manera y ha construido estafinca y toda esta vida para nosotras.

    Es bueno? Mam, no esbueno un hombre que nos grita deesta forma, que se va de pingo cadavez que quiere, que me llama

  • ramera como a esas con las que seacuesta, que llega y se sienta a lamesa para que le sirvamos, quebebe cuando le da la gana, pero ojocomo nosotras nos tomemos dosvinos ni para celebrar sucumpleaos, que est todo el dagruendo y escupiendo ira, que

    Es buen hombre interrumpi Orosia a su hija,bruto, descuidado en sus afectos,pero buen hombre, de verdad, hija.De verdad. Cree en l.

    Es un cabrn egosta que se

  • pasa el da gritando, mam. Ahorase ha empeado en que me case conJacinto, el hijo de los Laguarta,porque quiere comprar las tierraspor las que cruza el ro. Nos manejaa su capricho. No te das cuenta?

    No quieres casarte conJacinto?

    A ver, mam, Jacinto megusta, es amable y divertido, nosllevamos bien aunque tampoco nosconozcamos tanto y creo que esbuen chico, pero de ah a que deseeaguantarle toda la vida Pues no

  • s, la verdad. Estas cosas no sedeciden as como as en unacomida, con un contrato deintereses.

    Tu padre pretende dejarteLa Pionera como regalo de boda.Est arreglando la casona del otrolado de la finca para nosotros,estaramos muy cerca, hija.

    Pap te ha dicho que medeja La Pionera? Le has credo?pregunt Candela incrdula.

    S, yo s cundo dice laverdad.

  • La Pionera? Entera? Candela levant la mirada porencima de los candelabros decristal que su padre no habaconseguido reventar con los golpesy mir por el inmenso ventanal delcomedor hasta donde alcanzaronsus ojos, ms all de sus tierras,casi al infinito.

    Enterita para ti, hija, contodo lo que eso conlleva resumidoa Orosia sonriendo,acercndose por la espalda alventanal y pasando sus manos

  • suaves por la melena alocada de sunica hija.Candela no volvi a hablar con sumadre de aquel asunto, aprendi acallar cuando su padre se calentaba,pero no por sumisin, necesitabaagarrarse las manos bajo la mesapara no estallar en golpes, sino porpuro amor a su madre y a esa fincafamiliar que su padre haba hechorenacer tras muchos aos deabandono. Si su madre, que era lamujer ms buena y comprensiva delmundo, aguantaba enamorada al

  • cabrn de Federico Montalbn,estaba claro que el amor era unestado complicado, pens, en el queno saben navegar ni siquiera losque estn enamorados. No estabasegura de si ella podra aguantar aJacinto Laguarta, recapacit ensilencio, pero saber que LaPionera, que guardaba la memoriade todos los Montalbn varones quehaban vivido all desde querecordaba la historia del valle,poda ser suya la hizo sentirsetriunfal. Quiz su padre, a pesar de

  • ser un canalla, quera darle por finsu sitio. Quiz su madre tuvieserazn. O quiz le daba igual todo ysolo actuaba en su propio beneficio,pero ella no iba a perder laoportunidad de no escatimarle niuna peseta en ese negocio que setraa entre manos con los Laguarta ydel que Candela Montalbn era lamoneda de cambio ms preciada.

    Federico Montalbn accedi a losdeseos de las mujeres de su familia,

  • por primera vez en la vida, y mandreconstruir el pabelln de invitadospara que Adela Navascus seinstalase en l. Remodel la casonapara irse a vivir all con Orosia ydio carta de libertad a su hija paraque hiciese obras y redecorasehasta el ltimo rincn de la casagrande, su nuevo hogar. CandelaMontalbn se converta as en laprimera mujer propietaria de LaPionera y de la explotacin de sustierras. Se converta tambin en laprotagonista de la nueva historia de

  • su familia.El mismo da que terminaban

    las obras de la casa grande, a pocassemanas de su boda, Candela sesent en la escalinata del porchejunto a su madre. El sol de la tardeempezaba a teir de oro la piscina ya llenar de sombras el extensopinar.

    An no me puedo creer quetodo esto sea ya mo, mam.

    Te dije que tu padreaccedera. Si se le sabe manejar, escomo un ttere, por mucho que grite.

  • Pero dnde est el truco?pregunt Candela, sujetndose lacara con las manos mientras sumadre tomaba aire.

    En su orgullo, hija.No te entiendo, mam.Tu padre lleva aos

    luchando por comprar laexplotacin de la vereda del ro.Pertenece a los Laguarta desde hacems de un siglo. Ellos nuncaquisieron venderla, aunque ni lausan, ni la aprovechan.

    Y para qu quiere pap

  • gastarse toda su fortuna en esastierras a estas alturas de la vida?

    Porque no le cuesta un duro.Casndote con Jacinto, esas tierrasson su dote y la tuya La Pionera.No hay ni un cntimo en metlicoinvertido en este matrimonio.

    Y dnde coo est elnegocio?

    Cuida esa boca nia protest doa Orosia, no haynegocio, ya te dije que el truco erael orgullo.

    El orgullo de ganar lo

  • deseado?El orgullo de salirse con la

    suya y que gran parte del valle llevepor siempre su apellido. Tu padreha conseguido que Laguarta, elviejo y testarudo Laguarta, se bajelos pantalones ante l y que todo loque alcanza esta vista seal msall del pinar lleve el nombre delos Montalbn.

    Candela suspir. Record aaquella nia no tan lejana quesoaba con los zapatos rojos detacn de la boutique de don

  • Romualdo, esos que un da laconvertiran en la duea de su vida.Eso le hizo sonrer y sentirsepoderosa.

  • 10

    El vuelo de Brbara haba llegadotan puntual que cuando sali delaeropuerto Clotilde an andaba porla plaza de la baslica de NuestraSeora del Pilar comprando dulcesy algunas medidas de la Virgen. Eramedia tarde, pero el sol seguaazotando y la ciudad era un lugarfantasma, sin un alma que se

  • atreviese a plantar un pie en lasabrasadas calles de Zaragoza.

    Se puede saber dndeests, hija de? preguntBrbara con un acento tan francsque dos seoras que esperaban untaxi se dieron un codazo antes decontener la risa.

    Comprando las medidas,coo, en qu has venido, enreactor? pregunt Clotilde en unsusurro desde el interior de labaslica.

    Las francesas somos as de

  • puntuales sentenci muy dignamientras las dos seoras ya nopodan contener la carcajada.

    Ah, pero Trujillo est enFrancia? pregunt con sornaClotilde La Mata.

    Vete a la mierda.Cario, en cinco minutos

    estar en ella. Voy a por ti.Clotilde y Brbara siempre

    que se vean se abrazaban saltandoy dando grititos absurdos. Algo queno concordaba nada con el carcterslido que ambas tenan, pero que

  • ya no saban dejar de hacer.Actuaban as desde que enviudaron,sin un motivo aparente de cara a lasociedad por el que saltar dealegra, pero con todo el esplendorde dos nias que emprendan,juntas, un eterno campamento deverano lleno de nuevas libertades.Mientras saltaban gritando,Sebastin, una gota de sudorrecorriendo su patilla, esperaba depie junto a la puerta abierta delRolls. Zaragoza era una sartn alsol de la tarde de julio. Dentro del

  • coche, abierta, la cesta de picnic deClotilde emanaba efluvios decocina tradicional y generosa.

    Comemos en ruta? pregunt Clotilde a su amigamientras Sebastin, discreto,arqueaba las cejas alucinado de queen aquel cuerpo embutido en tandiminutas faldas cupiesen todos losemparedados de una fiesta escolarde fin de curso.

    Se haban quedado viudas elmismo ao. Casi en parecidascircunstancias. Y ambas haban

  • decidido tirar millas con humor ybuenos alimentos, como decaClotilde, porque para las dos,enamoradas hasta la mdula en susinicios matrimoniales, sus espososse haban convertido en un engorro.Viajes, ausencias, fama demujeriegos, seguramente prostitutasde todos los rincones del mundo

    Cuando Arturo La Mata se estrellcon su deportivo en aquelacantilado de la Costa Azul, con el

  • coche lleno de rosas y el pescuezoapestando a perfume, Clotilde supoque aquellas flores no eran paraella, as que, sin derramar ni unalgrima innecesaria, se enfund enun vestido negro y corto lleno devolantes, se calz una pamelagigante llena de plumas negras queimpeda que la multitud descubriesela vitalidad de sus ojos y se pusotodas las perlas de su joyero paraacudir a un sepelio en el que nipensaba llorar ni pretenda dejarque sus adversarias se comiesen ni

  • un gramo de un pastel que era nicay exclusivamente suyo. No habanada que discutir. Nada. Todoaquel imperio era suyo. Por ser, loera hasta el ltimo destino de sudifunto marido. Arturo odiaba elfuego y no saba nadar. Clotildemand incinerar su cuerpo yesparcir sus cenizas por el Sena.La viuda de La Mata hereda elmayor imperio de lencera delmundo. As titulaba la prensaamarilla sus rotativos el mismo daque se abra el testamento, con

  • media docena de seoritas dedudosa reputacin acudiendo a esosperidicos reclamando una parte delo que, segn ellas, lescorresponda tras mantenerrelaciones sentimentales con elfinado durante tantos aos. Clotildenunca ms volvi a abrir un diario.Se limit a invertir en banca, acomprar locales por el mundo paraampliar ms si caba el imperiotextil que le haba donado sumarido y mand hacer obras entodas las casas que mantena

  • abiertas el matrimonio desde hacatiempo. En todas dispuso chimeneaspara que el fuego se hiciesepresente en cada momento. En todasse construyeron piscinasdescomunales para nadar acualquier hora, que permaneceranabiertas todo el ao hiciese calor oviniese una glaciacin. Era hora deredecorar su nueva realidad. Pocoimportaba si el alma de su difuntollegaba a retorcerse en cualquierrincn del cielo, del infierno o delmismsimo limbo.

  • Brbara de Cotagge eligi para elentierro de su marido un vestidocorto de Balenciaga salpicado conlunares blancos y una pamela negracon puntilla de plumeti blanca. Fueun escndalo verla tan radiantedespus de que la prensa hubieseestado especulando das y dassobre el infarto que quit la vida aMarcel de Cotagge en un burdel dePars.

    Que me quiten lo bailao se dijo Brbara al mirarse al espejo

  • minutos antes de bajar a la calle ysumarse al cortejo fnebre delcabrn de su marido.

    Me ha dicho la portera quela puta es negra, que tiene loslabios como dos hamburguesas ylos pechos como dos melones susurraba una vecina a otra cuandoel cura comenz su responso.

    Pero, entonces, es verdadque ha muerto debajo de las carnesde una seora de compaa? murmur horrorizada la ms vieja.

    Mira que eres antigua,

  • mujer, una puta es una puta, esa nole acompaaba, esa se lo tiraba porun buen puado de francos cadavez. De qu sino iba a vivir esamugrienta como viva sentencila ms joven, que tena la caraplida y glida como si no lehubiese subido el rubor a lasmejillas en su vida.

    Cmo puedes saber cmoviva? La vieja no daba crdito.

    Lo sabe todo el barrio. Norecuerdas aquella Navidad quevinieron cuatro o cinco apestosas a

  • buscarle, rondando el portal durantehoras por turnos hasta que Marcelapareci de madrugada? Puesvenan a decirle que la puta estabaembarazada y que no dejaba demanchar, que necesitaba un mdicoporque crean que iba a perder elnio.

    Pero cmo puedes sabertodo eso? Estoy anonadada.

    Porque el mdico que laatendi despus de que abortara Marcel lo pag todo para callar sudelito era un viejo conocido de

  • mi familia.Madre del amor hermoso,

    no quiero saber ms, no me locuentes, no quiero ser cmplice detodo eso suspir la vieja,santigundose compulsivamentemedia docena de veces.

    No seas tan pa, mujer, ya telo he contado todo. No erescmplice de nada. Lo sabe todoPars.

    Nada ms adquirir el controlabsoluto de los bienes y negociosde Marcel, que tampoco era un

  • escndalo ya que llevaba aosdilapidando por el mundo lascantidades ingentes de dinero queganaba, Brbara de Cotaggedespidi a los empleados con sumejor finiquito y mont un negocioque le reportara poco esfuerzo ymucho dinero. La alta costura nuncaest en crisis, siempre hay ricas enel mundo con necesidad de vestirsepara epatar, se dijo ufana, sabedorade que comprar vestidos quellegaban a costar verdaderasfortunas y venderlos en su piso

  • estupendo de Pars sera un negocioms que rentable. El viejo piso deavenue Victoria se convirti enlugar de peregrinaje de todas lasricachonas de Francia, de las viejasglorias del arte francs y de lasmujeres de todos los diplomticosdel pas de la igualdad, la libertad yla fraternidad.

    Que viva Francia y susfranceses, coo! exclamBrbara victoriosa cuando solo enla primera jornada del nuevonegocio en su caja registradora

  • haba ms dinero que el que habainvertido para poder abrir aqueltinglado.

  • 11

    Marie Lamott cerr el ltimo bestseller de Pamela justo cuandollegaban a la frontera con Espaa.Atravesar los Pirineos era una deesas experiencias de infancia querecordaba con emocin. En elmaletero del coche descansaba elretrato que le haba hecho aCandela, desnuda, cubierta

  • exquisitamente por una tnica degasa, al contraluz de la tarde. Ellasaba que en La Pionera iba atoparse con tantas cosas que lehacan sentir como si hubiesevivido all dcadas antes. Eso laembriagaba. Tanto que, cuando enla cuneta apareci el cartel querezaba Territorio de Espaa, unalgrima rod por su mejilla hastaperderse.

    Su infancia haba sidodemasiado aburrida. Una casa llenade caprichos y de cultura pero

  • desprovista de cualquierdivertimento. La primera vez queMarie se haba besado con unchico, a escondidas, ya tena edadde haber pelado la pava cientos deveces. Fue torpe y no le gust. Sehaban metido las lenguasbruscamente y las haban agitadocomo si fuese una lavadora,llenando huecos.

    La culpa la tiene mi madre,que nunca me deja hacer nada yestoy aqu amustiada en esta casamientras mis amigas hacen y

  • deshacen con sus novios cada vezque les apetece. Qu injusto! pens Marie desesperada.

    La llegada de PhilippeGarnier, a pesar de ser el clsicoimbcil nio de pap conconversacin de besugo, supusotoda una revolucin en el mundoemocional de Marie. Por fin alguienla contemplaba por lo que era y nopor quin era. Por fin sentacalambres sexuales de losverdaderos cuando alguien leapoyaba una mano en su pecho y

  • apretaba, le susurraba una tonteraal odo o simplemente la mirabadesnudndola. Philippe tena lacapacidad de conseguir que seexcitara solo con mirarla con deseoen un evento social. De hecho,haban cogido la costumbre dehacer el amor en silencio, tapandogemidos, en los baos mspintorescos de las fiestas mscomentadas de Pars. Marie nuncarecord cmo fue la primera vez,pero s saba que esos revolcones,con el bullicio de la fiesta y sus

  • amigos al otro lado de una puerta,le haban reportado los mejoresmomentos con Philippe, un tipo queen cuanto llegaba a casa parecadejar toda su hombra y diversinbajo el felpudo de la calle y seconverta en un ser casi vegetal. Yno digamos cuando volva devisitar a su madre. Esa seoraestirada de la sociedad parisinaconsegua sacar de Philippe al tipoms absurdo y detestable delplaneta. Le llenaba la cabeza depjaros y llegaba a cenar con un

  • humor de perros y menos gracia quelos caldos que se tomaba su madrepara mantenerse en la talla 34 casien la tercera edad. Era todoridculo, aburrido y gris. Nada quever con las carcajadas que leprovocaban en la actualidad lasconversaciones nocturnas portelfono con Brbara y Clotilde, atres bandas.

    El entierro de Philippe fue unacontecimiento en la ciudad. Su

  • madre haba organizado un brunchen la mansin familiar, sin ostraspor supuesto, para agasajar yagradecer a cientos de personas lasmuestras de condolencia. O esohaca creer, porque en realidad loque haba organizado era una fiestapara que toda la ciudad la viesellorar desconsolada sin derramar nimedia lgrima para no estropear sucarsima mascarilla de maquillajefrancs. Una fiesta para ser, una vezms, el centro de todas las miradas,aunque su hijo estuviese de cuerpo

  • presente. Marie se haba vestido deblanco y lunares negros. Me niegoa parecer una cucaracha estamaana, se haba dicho,descartando todos sus vestidoscortos negros y decantndose por unexquisito Chanel blanco con toposnegros que haba combinado conunas bailarinas negras de relucientecharol. Cuando su suegra, vestidacon un dos piezas de chaqueta yfalda tubo en gris antracita ysalones negros, la vio, no supo qudecir, tan solo la abraz

  • ligeramente dejando en su odo unsusurro impertinente.

    Supongo que esto lo hacesporque l odiaba el negro, querida,no? Es la nica explicacincoherente que admitir a tanembarazoso comportamiento, lanica. Cuando se apart de sucuello, not sus ojos llenos de odio,mucho ms que de aquella absurdareprobacin.

    Marie contuvo un segundo larespiracin, el perfume de aquellamujer era an ms estirado y

  • chirriante que ella, si eso eraposible, y observ la inmensa mesablanca donde el catering habacolocado, con dibujada precisinentre las copas de impoluto cristalllenas de rosas blancas, lasbandejas de plata con los chupitosd e taboul, los petits pains desalmn con queso batido, losexquisitos miniemparedados derosbif y mostaza dulce, lastartaletas de compota de puerros,las quiches de gambas y cebolladulce Una docena de camareros,

  • de negro riguroso y con guantesblancos, qu antiguo todo pens, flotaban por la sala sirviendovinos y recogiendo copas vacas. Elalcohol regaba la viscosa maana.Pareca una fiesta ms que unadesolada despedida.

    Te has quedado muda,querida? interrog de nuevo susuegra con una sonrisa fingida que aMarie se le antoj repugnante.

    Perdn? respondiescuetamente.

    Te he preguntado, nia

  • estpida, que si te has vestido asporque l odiaba el negro o porquequieres que me enferme insisticon una voz cada vez ms pastosa ehistrica detrs de su sonrisafingida para todos los que lespudieran estar observando en ladistancia.

    Alrededor de ese festn losinvitados hablabanalborotadamente, coman y bebancomo si a medianoche fuese a bajardel techo una inmensa bola doradaal son de infinidad de campanas

  • para despedir un viejo ao. Junto alas puertas de cristal que daban aljardn, un pianista de rigurosaetiqueta tocaba romances, tansuaves que se perdan en el bulliciode aquel ridculo sepelio. Yaquella estpida mujer le iba areprochar a ella que llevase unsencillo vestido blanco en vez dehaberse disfrazado de cucarachaaunque luego caminase por la salacon la boca llena de carsimosaperitivos y se carcajease como unaloca entre los grupos de invitados

  • que llenaban los salones de lamansin? Sinti una arcada, agria,profunda, tuvo que contenerse parano vomitar en los carsimos zapatosde saln en los que haba metido laspezuas su suegra. Quiz deberahaberlo hecho. Tom aire, la mir alos ojos sin miedo y pronunci lentay meticulosamente cada una de laspalabras.

    Esto lo hago porque me saledel mismsimo coo, se ha muertol, no yo. T te has mirado en elespejo ese moo que llevas de

  • fiesta? No te parece ridculamenteexagerado? Igual te habra cabidoalguna perla ms en tu cuelloarrugado respondi tajante contodo el valor que nunca habatenido para decirle a su suegra queno la soportaba y que ella no erapartidaria de los parips socialesque se traan entre manos en esafamilia fra y calculadora que habaconvertido a Philippe en un tipotriste y sin color, que en los ltimostiempos ya no le haca el amor ni enlos baos de las fiestas de postn.

  • Se sinti liberada. Cogi una copade champn justo en el momento enque pasaba fugaz un camarero ybebindola de un trago mir a susuegra con todo el desprecio delmundo, cogi su cartera y susguantes y sali de esa casa para novolver a ella nunca ms.

    Marie volvi a nacer el mismo daque desde Nueva York empezaron allegar encargos de sus retratos y desus Meninas. Las mejores galeras

  • de la Gran Manzana comenzaron adisputarse sus exposiciones. Y todoporque Pamela Norton habautilizado como portada de su ltimanovela un lienzo suyo en el que unamujer de zapatos rojos recorra laciudad mojada, bajo la lluvia, conla sombra lquida de la Torre Eiffelmarcando su caminar. El libro sehaba convertido, como todo lo queescriba Norton desde queenviudara, en un best sellerinternacional. Gracias a esaportada, Marie y Pamela forjaron

  • una amistad virtual difcil deromper.

    Pamela se enamor de los dasde lluvia en Pars y del pulso vital ysoador de los pinceles de Marie.Esta se qued prendada parasiempre de las maanas limpias deNueva York y de las historias dePamela, su novelista revelacin.

  • 12

    Pamela Norton haba alquilado undescapotable, se haba calzado unapamela de rafia con lazada al cuelloy se haba lanzado a la carreteracon los ojos vidos de una joven enplena adolescencia. El tiempo eraun tesoro del que haca aos que nodisfrutaba. Ahora lo palpaba sinprisa, intentando saborear cada

  • instante de vida como si se fuese aacabar al terminar el da. Queravivir, lo tena claro. Quera rersedel destino porque nada le parecams premonitorio de su felicidadque haberse quedado viuda antes decumplir los cuarenta. Al pasar porZaragoza, como le haba explicadotantas veces Clotilde en sus charlastelefnicas, se santigu mirando lascpulas brillantes, a los lejos, de labaslica del Pilar.

    Maravilloso skyline dijoen voz baja. Adoro este pas

  • grit a un cielo limpio de julio,azul, muy azul.

    Con la radio a todo pastocruz la lnea entre Zaragoza yHuesca. Estaba a punto de entrar enel corazn de la tierra de su queridaCandela Montalbn. Ya nada habams importante en su vida que todasaquellas mujeres europeas a las quele una mucho ms que un puadode historias comunes.

    El primer pueblo antes desubir el puerto de Monreps eraNueno, parada obligada para

  • repostar, pues no haba detenido sumarcha desde que sali de Madrid.La gasolinera se encontraba junto aun inmenso restaurante de carretera,de hormign pintado, que rompa lamaravillosa fisonoma del iniciodel puerto. Pamela se tom un vinoantes de proseguir la marcha. Conl, una mesonera gorda y sonrientele puso una cazuelita de migas.

    Yo no he pedido nada,seora, solo el vino inform a lamujer que le serva.

    Es regalo de la casa, mujer,

  • en Espaa no necesit escucharsu acento para saber que era guiri yamericana, para ms seas sepone siempre un aperitivo cuandoun cliente pide un vino o una caa.

    Ah, lo celebro mucho respondi Pamela con tanexagerada gratitud que la mesoneramir al techo y suspir.Disculpe, qu es? pregunt,escrutando la cazuelita sin atreversean a meter el tenedor.

    Migas. Con su tocinito frito,su longaniza Muy ricas. Muy

  • spanish respondi la cocinera.Tocinito? Longaniza?

    pregunt, intentando pronunciarcada slaba.

    Pig, coo, pig aadi laseora gorda, soltando una risotada.

    Pamela clav el tenedor, se lollev a la boca con precaucin, loscamareros de la barra vigilabancuriosos, y cerr los ojosmasticando en un gesto de placerinfinito.

    Al llegar a la cumbre, gua enmano, par de nuevo para cumplir

  • con la leyenda en la Fuente de laManzanera. Deca esa leyenda: Sibebes de esta agua, volvers a estasmontaas. Tu alma quedarimpregnada con la esencia delmonte y permanecer para siempreen tu corazn. No tena ningunaintencin de contradecir a lasleyendas y s muchos deseos de queaquellas montaas la cobijasenmuchas ms veces camino de casade su idolatrada Candela. As quepar y se calz, siempre conducadescalza y con los zapatos en el

  • asiento del copiloto, se baj delcoche ante la inmensidad de esasmontaas, respir hondo y grit:

    Niceeeee!Grit tanto que aquella

    cordillera imponente le devolvi uneco de energa que la posey porcompleto. Y volvi a llorar. Dosmujeres de pueblo, sentadas cercade la fuente, se miraron sabias ysonrieron.

    Estas turistas de hoy en dasentenci la ms vieja.

  • Toda la universidad haba acudidoen masa al entierro de Tom Blassen una maana gris y lluviosa deseptiembre, como cuando seconocieron. Las escaleras deentrada se haban cubierto de unaalfombra hmeda de hojas de robley mucho dolor. El sonriente eidolatrado Tom haba muerto joveny guapo, ahogado en las fras aguasde Long Island en una fatdicanoche de juerga. La casa, aquellavieja construccin clsicaamericana de madera gris tostada,

  • con sus escaleras sobre la finaarena de la playa, su porche conbutacas de madera que miraban almar y sus ventanas cubiertas convisillos cortos calados en algodnblanco, se haba quedado mudaaquella madrugada. Muda parasiempre. Antes de cerrarla eintentar olvidar, Pamela habamandado a su seora de servicio arecoger sus vestidos de verano,algunas fotos, un juego de tazasrojas inglesas de t de su abuelaque un da llevaron all para

  • desayunar en las maanas de losdomingos y pocas cosas ms.Pamela no quiso volver a pisaraquel que haba sido el nido deamor de su primera cita con elhombre de su vida y que aosdespus se haba convertido en elclandestino rincn de otras tantashistorias de amor que la heranprofundamente. Quiz no lo habademostrado nunca, no soportabatener que llorar a sus amigasneoyorquinas un drama que ellaencubra con mil excusas mirando a

  • otro lado, como si as el dolor,como hacan los nios pequeoscon el miedo tapndose los ojoscontra la almohada y apretandofuerte, desapareciese.

    Entre las filas de aquellaatiborrada misa estaban Paul, sualumno rubio de pechos eslavos ylabios latinos; Samantha, esa niamorena y aplicada en sus estudiosque firmaba sus exmenes con unTe amo, Tom; y Brenda, unarubia oxigenada de Dakota, depechos generosos y faldas cortas

  • sin bragas que haba colmado defuegos y besos a media universidady, si la hubiesen dejado, a granparte del claustro. Ellosrepresentaban a un centenar dealumnos que vean en Tom alportador de caricias, falso amor,ms que de sabiduras histricas.Con ese festn de sentidos se plantPamela en el plpito, arrug unpapel que iba a servirle de discursometindoselo en el bolsillo de sublazer black, que se haba puestocon pantalones de talle alto,

  • tambin negros, y se dirigi a lamultitud sin derramar ni medialgrima.

    No voy a reprocharle a l